la gualdra no.74, lunes 29 de octubre del 2012

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SUPLEMENTO CULTURAL No. 74 - 29 DE OCTUBRE DE 2012 - AÑO 2 DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN Juan Nava Alemán nació el 27 de diciembre de 1953 en la Ciudad de Zacatecas, realizó estudios de pintura en la Ciudad de México en la Academia de San Carlos. Fue maestro de Artes Visuales en el Instituto Zacatecano de Bellas Artes, y coordinador de diversos talleres. Excelente dibujante, pintor, grabador, cultivó además el arte de la amistad. El maestro Juan Nava falleció el pasado jueves 25 de octubre dejando como legado su trabajo siempre impecable, como él. Fotografía: Cortesía de Carlos Segura

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Lunes 29 de Octubre del 2012

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SUPLEMENTO CULTURAL No. 74 - 29 DE OCTUBRE DE 2012 - AÑO 2 DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN

Juan Nava Alemán nació el 27 de diciembre de 1953 en la Ciudad de Zacatecas, realizó estudios de pintura en la Ciudad de México en la Academia de San Carlos. Fue maestro de Artes Visuales en el Instituto Zacatecano de Bellas Artes, y coordinador de diversos talleres. Excelente dibujante, pintor, grabador, cultivó además el arte de la amistad. El maestro Juan Nava falleció el pasado jueves 25 de octubre dejando como legado su trabajo siempre impecable, como él.

Fotografía: Cortesía de Carlos Segura

29 DE OCTUBRE DE 2012 / AÑO 2

La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.

Carmen Lira Saade / Dir. General

Raymundo Cárdenas Vargas /Dir. La Jornada de [email protected]

Jánea Estrada Lazarín /Dir. La Gualdra

[email protected]

Sandra Andrade Trinidad /Diseño

Juan Carlos Villegas /Ilustraciones

[email protected]

Juan Nava Alemán nació el 27 de diciembre de 1953 en la Ciudad de Zacatecas, realizó estudios de pin-tura en la Ciudad de México en la Academia de San Carlos y en dife-rentes ciudades del país. Fue maes-tro de Artes Visuales en el Institu-to Zacatecano de Bellas Artes y coordinador de diversos talleres. Participó en múltiples exposicio-nes individuales y colectivas en el país y en Estados Unidos. Durante muchos años fue colaborador del maestro Francisco de Santiago, ambos fueron grandes amigos. El maestro Juan Nava falleció el pa-sado jueves 25 de octubre dejando como legado su trabajo siempre impecable, como él. Amigos, muchos amigos tuvo el maestro Juan Nava en vida. Su andar por el mundo siempre pausado, siempre sereno y ama-ble le permitió llegar al corazón de mucha gente. El jueves pasado amanecimos con la noticia de que su corazón cansado ya por el peso de la enfermedad había dejado de latir por la mañana de ese día ca-luroso de otoño. Lo velarán en su casa, dijo su hijo Jesús, porque era ahí donde quería estar, estaba harto de los hospitales. Y ahí fue velado, en la sala de su casa, acompañado de su gente, de su familia, de sus vecinos, de sus muchos amigos. Al fondo de la habitación pusie-ron el cuadro de una virgen que pintó Juan Nava… un cuadro di-ferente, figurativo, lleno de color y esperanza. Al lado, un autorretra-to al carbón en el que lucía aún su cabellera rizada -por la que desde hace mucho tiempo fue conocido como el Arbolito-. Él, en su fére-tro, en paz. Ahí llegaron a despedir-lo sus colegas. Rito Sampedro, Iván Díaz Leaños, Alfonso López Monreal, Fernando Jiménez, Tere Chávez, Martha Arriaga, Pedro López, Adrián Ruiz, Chucho Re-yes, Tere Casas, Enrique Goytia,

A Juan Nava Alemán Silencio, estamos platicandopor Gabriel Luévano Gurrola

De la nada vitalpor Nelson Guzmán Robledo

La muerte en el grabado colonialZacatecas y el aporte de Francisco Agüera por Martín Letechipía Alvarado

Luminarias en Pinos, Zacatecas: una convivencia entre vivos y muertospor Alicia Torres Muñoz

Pedir el muerto, tradición perdida en San Pedro Piedra Gorda

La Muerte Niña: imágenes de Angelitospor Sergio Mayorga Magallanes

Diario de Mateopor Mateo Estrada Gaviria

Por un nuevo catálogo para lasbibliotecas públicaspor Eduardo Campech Miranda

Se publica biografía ilustradaQue me entierren sin mentiras: Nietzschepor Mauricio Flores

El picaportepor Simitrio Quezada

Castillo de sal si puedespor Andrea Sampedro

Desayuno en Tiffany’s, mon kupor Lluna Llecha y Carlos Belmonte

Dicen que vuelvenpor Pilar Alba

Poema a mi muertepor Roberto Galaviz

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el Moon, Emilio Carrasco, Javier Díaz Rivapalacio… y muchos ar-tistas más que estuvieron en su casa, acompañándolo. Juan Nava cultivó como pocos el arte de la amistad. Amable, generoso, com-partió sus conocimientos siempre con la gente que se acercaba a él para aprender. En fechas recientes fue homenajeado por sus amigos: por iniciativa de Enrique Goytia y Juan Manuel García, el Taller En-rique Guzmán inauguró el “Salón de Litografía Juan Nava” en el mes de marzo; y apenas en septiembre se inauguró una exposición re-trospectiva en El Estudio, organi-zada por Iván Díaz Leaños. Fueron sus colegas, sus amigos, quienes le realizaron los homenajes en vida. Fueron sus amigos quienes estuvieron siem-pre al pendiente de su salud, de que le fuera bien en la vida. Y lo vimos ahí, contento, agradecido, hasta un tanto apenado, porque él, sencillo como era, llegó a decir que no se merecía tanto. En todo caso, no, no se merecía la indife-rencia del Estado. En promesas se quedaron las exposiciones y los catálogos añorados por este ar-tista, los apoyos que él solicitaba nunca llegaron. Lo que sí llegó y muy a tiempo, fue el cariño y el respeto de quienes lo conocimos, quienes extrañaremos verlo caminando en el centro ayudado por su bastón. Hay quienes preferimos imaginar que se fue de viaje, a exponer a otro país, a conocer las obras de Miguel Ángel, a fumar tabaco de la vieja Persia. Preferimos imagi-narlo así. Buen viaje, Juan Nava. Descansa en paz.

Jánea Estrada Lazarí[email protected]

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29 de octubre DE 2012

Por Gabriel Luévano Gurrola

Silencio,estamos platicando

Cuenta el autor argentino en un cuento de El libro de arena, el singular encuen-tro que tuvo consigo mismo a orillas de la ficción y el cabildeo constante de su charla. Las barreras del tiempo se diluyen desde antes de su explicación humana, y un Borges anciano y otro de veinte años platican sobre la vida cuan-do se ha detenido; para ellos, telón de fondo, pretexto. Haciendo lectura de lo co-tidiano, la charla con uno mismo se vuelve tabla de náufrago, cuando las paredes que suponen las tecnologías y el desenfreno de la soberbia nos dejan en un callejón sin salida cuyo único fin es la mente globalizada, es decir, aburrida. No obstante, parece ser que nos hemos negado a ese derecho y peor aún, ¿qué podemos esperar si no sólo evitamos la auto compañía sino que damos la espal-da a uno de los caminos más bellos (por enigmático y sencillo a la vez) que una cultura puede legar al ser humano como lo es la convivencia con la muerte? Al negar nuestra madera, lo hacemos tam-bién con el árbol que nos fundó. Creía-mos que la ausencia o el abandono son equiparables a la soledad, lo que resulta una suerte de suicidio espiritual. Parece que la fiesta social es el único escenario para crecer, hacerse de conocidos, ser feliz, pero cuando sen-timos, ya en la penumbra de la noche o en la absurda inconsistencia de un discurso frívolo, que nadie vela nuestro sueño, que Dios, cada vez más lejos, se pierde mediante la ceguera del cora-zón, comenzamos a desmenuzar la vida como una madeja dolorosa, hasta llegar al hueso de la soledad. Bendita, odiada, aniquilada soledad que frente a uno se arroga un banquito, un escalón callado, una cama deshabitada. Soledad, puerta de la fe, que para algunos es un invento de las instancias corruptas del hombre (siempre deleznables), mientras que para otros, los que no tenemos nada, es una realidad que ya no espera ído-los, mesías, o lluvia de maná (pues sería realmente estúpido), sino hablar con los que se fueron, llevándose la seguridad que suponíamos tener. La soledad se arroga un ban-quito, digo, y se saca la máscara. Los muertos nunca se fueron, nunca estu-

vimos solos. La palabra que se dice a susurros no cayó en vacío, se embra-veció en un oído etéreo, a unos metros de distancia. Los muertos están allí. Se sientan, se sienten, arden. A la larga es mejor la excitación primera de la epi-dermis, el miedo raigal bajo la piel, que una vez nos impidió conciliar el sueño siendo niños cubiertos por veinte mil cobijas, y que ahora nos hace exclamar: ¿Dios mío, me estaré quedando loco? ¿Escucho voces? ¿Veo lo que escucho? Es mejor como antesala de la reconcilia-ción. ¿O acaso no conocemos mejor a la gente hasta que la vemos a través del vidrio de un cajón, con los ojos al fin cerrados, la boca por fin callada, y con sabrá el cielo qué pegamento que evite las muecas grotescas? Ya estando en los terrenos de la muerte nos dan las clave para entenderlos, al dibujar las líneas de sus rostros, la blancura de su alma en el mundo que no termina, en las mañanas, en la respiración del buey, en el temblor de las plantas, en la mansedumbre de los arroyos, en la nostalgia de las ciudades, como la Tía Chofi. Sabines lo sabía, no hay soledad, aunque duela como si la hubiera: Lo menos dos o tres cada día, se levantarían a vivir. Eso es el dos de noviembre. Que tomen un banquito o el lugar donde durmieron por años y descansen de las tinieblas. En torno a esto no puedo evi-tar recordar una historia que se hace más grande cada vez que mi bisabue-la, de noventa y ocho años, mueve las manos en la noche, llorando, como si quisiera ahuyentar el miedo que le hace tapar la cara con bendiciones, al sentir que a unos pocos metros algo, o alguien, se sienta en una cama abandonada. Lo conoce, lo intuye mientras el aire se de-tiene y percibe en su lecho la presión a distancia. Su marido regresa para re-conocer el espacio. Esto ocurre de vez en cuando y al oír tal suceso me viene a la mente la imagen más nítida de San Vicente de Plenitud, el pequeño rancho, en cierto tiempo próspero, donde nació mi padre. La imagen no es otra que la del bisabuelo sentado en una silla enor-me, en el zaguán abierto de una casa con techo de higueras. A sus pies siempre dormían dos canes cuyos nombres no daban entrada a la complejidad latosa:

Colección Calaveras Manuel Manilla-José Guadalupe Posada, del Acervo Antonio Vanegas Arroyo.

Perro, Perra, los llamaban, pero sólo el anciano, hecho como esos árboles bajo los cuales uno quiere cobijarse, podía darles órdenes. También había un peri-quito canoro, muy alegre, llamado Cris-pín, que sobre la higuera se la pasaba alegando no se qué galimatías. Eso me viene a la mente, cuando me dicen que a casi diez años de muerto aún lo ven, ya muy retira-damente, cómo entra por la puerta cancel y busca su silla. A plena luz del día la aparición se puede soportar, pero nadie lograría imaginarse el dolor de su mujer al percibirlo en la noche, sin poder decirle nada, aunque quisiera espetar: Tienes lo que quisiste. Resulta que en vida, martirizado por el peso de la edad, constantemente confiaba a mi bisabuela un deseo oculto: Me quiero ir primero. Le pido a Dios. ¿Te imaginas si tú mueres primero que voy a hacer yo? Se le cumplió el deseo. Murió, mas ella sigue viva, esperando. No tuvo la suerte de los dos perros que amanecieron tie-sos a las pocas semanas, o de Crispín, encontrado bajo una camioneta, el can-to detenido en su frialdad. Algunos se

van primero. El azar, la violencia vívida, tiene sus reglas, ¿para qué inquirirlas? Pero eso no evita el diálogo. Emisor y receptor se buscan, muy a pesar de la discordancia lógica de lo material. Nos dejan pistas para hallar-los: los muertos de viejos, los inopor-tunos que prevaricaron su tiempo, los amorosos mortuorios, los caídos por error, los que gritaron sin ser oídos, los que pensaron en su primer beso a la hora de partir, los que ni siquiera chis-taron cuando la muerte los reconoció como hijos pródigos, los que interrum-pieron la risa. Hablar con nuestros se-mejantes es la regla básica de lo social, hablar con uno mismo es la base de la filosofía, pero hablar con los muertos va más allá de las ataviadas máscaras de la cultura: es la ejecución más elevada de nuestro llanto. Última esperanza para el que se quedó y se da cuenta al abu-rrirse de sí mismo de cuánto nos puede salvar la tradición: nos ayuda a morir tranquilos: los vivos, en los abismos de la vigilia, los difuntos en el páramo sin época, yo, perdido en las páginas de al-gún libro triste.

Sentí lo que sentimos cuando alguien muere: La congoja, ya inútil, de que nada nos hubiera costado haber sido más buenos. El hombre olvida que es un muerto que

conversa con muertos. There are more things, Jorge Luis Borges

LA GUALDRA NO. 74

El espectro de la fantasía humana carece de lí-mites. Su vocación por la falsedad prueba su delectación por lo imposible. Arrojado en el tiempo, desposeído del ser, el humano se con-fía en la proyección del deseo hacia el futuro, al que sólo el azar puede otorgar la plenitud de su realización. Expuesto ante las vicisitudes de la vida, lo único que puede alcanzar a vislumbrar con certidumbre asfixiante es la seguridad de su disolución, la finitud de su destino. Pero la muerte es sin embargo la im-posibilidad absoluta, el gran otro. Lo que ella pudiera enseñarnos carece de toda posibilidad, pues al llegar su presencia, desaparece el testi-go. La muerte es esa irrealidad que da sustento al sentido y a la vida humana, que es alimenta-da por el vacío de nuestro destino. La oquedad abierta por lo imposible funda el sitio donde desplegamos todos nuestros recursos de senti-do. Así, poblamos nuestra fatal irrealidad con las quimeras de nuestros irrelevantes avatares, a los que ingenuamente confiamos nuestros pe-queños placeres o nuestras grandes empresas. En sí misma, la muerte no es nada. La muerte, sólo es la conciencia que el hombre se forma de ella. Pero esa ausencia, ese punto cie-go, es el centro en torno al cual emana, gira y se despliega el mundo del espíritu. Los animales

Por Nelson Guzmán Robledo

De la nada vitalLi

tera

tura

El hombre es esa nada que vive una vida humana.A. Kojève

no mueren, puesto que la desconocen. El hom-bre tampoco la conoce, pues sólo la conocería muriendo. Así como la muerte sólo aparece en la conciencia que tenemos de ella, la conciencia sólo es posible cuando se le tiene por objeto. No es raro que antes de que el hombre erigiera los grandes imperios, que descubriese las facultades de la rueda o la magia de la escri-tura, e incluso antes de que en las paredes deja-ra sus huellas el hombre pleistoceno, el hombre había dado su primer gesto deliberadamente humano: el ritual funerario. La temprana práctica de la sepultura es testimonio de la perenne obsesión, manifiesta o velada, obscena o sublimada, que los hombres sienten por la muerte. Es por ello el punto focal de la literatura y de la religión. Por eso vemos a Gilgamesh contemplando el gusano que emer-ge del oído de Enkidu; a Odiseo emprendien-do el viaje al Hades para conocer su destino; a Dante, cruzando los círculos infernales, las te-

rrazas purgatorias o las esferas celestiales; a Alonso Quijano, contemplando las locuras del hidalgo caballero en su lecho de muerte; al filosófico Hamlet, reflexionando en ella por instancia del fantasma; al obsesivo Ahab, atado a la ballena blanca que le sirve de carroza fúnebre en su sepulcro marino. Como acontecimiento, la muerte es siempre la muerte de los otros, pues la propia es la evanescencia de los hechos y del tiempo, que jamás conoceremos. El rostro que pierde sus facciones en la efervescencia de la descom-posición es el espejo en que se mira ese otro hombre que abandona el funeral riendo y mostrando los dientes como la calavera que eterniza su sonrisa bajo la tierra. En la imposibilidad de contemplarla en vivo, hur-gamos con frenesí la muerte de los otros. Fervientes de la catástrofe, asistimos con deleite a los banquetes fúnebres, leemos los periódicos teñidos de sangre o disminuimos la velocidad del automóvil en la atroz escena del camino. So-mos todos los hombres adyacentes, los hombres que al lado del muerto contemplan el vacío que el muerto no percibe. Sólo el testigo da vida a la muerte, porque la vida sólo se alimenta de restos mortales.

Las mitologías antiguas, más pertinen-tes que la esforzada razón en estos asuntos, ima-ginaron la creación del hombre a partir de los restos de dioses muertos. En Babilonia, Marduk, dios que sometió el caos y dio forma al mundo, creó el hombre a partir de los restos del mons-truoso Kingú al que habían ya dado muerte. Si-glos más tarde, los órficos griegos hicieron eco de este mito, al afirmar que los primeros hom-bres fueron creados con el cadáver de los tita-nes que habían devorado a Dioniso. Mitologías lejanas dan al hombre un origen similar, al me-nos en el sentido de que el hombre fue creado a partir de los restos de seres antiguos. Los aztecas afirmaban que Quetzalcóatl formó a los hom-bres actuales descendiendo al Mictlán y robando la osamenta de los hombres de edades antiguas para vivificarlos con su sangre. La muerte, mujer seductora y nodriza del espíritu. Quien niega esto, es porque prefie-re abandonarse a los caprichos de la impostura y olvida que el amor y la muerte entrelazan sus facciones como un siamés de dos caras. Toda belleza profunda es mortal y por eso las ruinas de las ciudades antiguas nos conmueven. La belleza, lo mismo que el amor está vinculada a la muerte con lazos más estrechos que los que logramos concebir. Al imponernos el horizonte

absoluto del sentido, la muerte nos orilla a ex-presarnos. Así, sólo creamos y dejamos hue-llas tras nosotros porque deseamos sobrepo-nernos a nuestra irremediable finitud. El amor que engendra hijos y obras inmortales, no es sino el semblante positivo y luminoso de la muerte. Ésta es la razón de que en variadas prácticas funerarias, el muerto era devuelto a la posición fetal en el seno del sepulcro. Pues la muerte cierra el círculo vital al unirse con la nada que nos precede y nos reintegra a la tranquilidad de la inexistencia. Confundiendo sus facciones, amor y muerte pueblan los corazones humanos con el goce y la desdicha. Y si bien la muerte es lo más terrible que enfrentamos, ella sola es lo que nos libera del mismo horror que inspira. Pues lo único que con cierta probabilidad po-demos enunciar, es que la muerte es el silencio de la muerte.

Colección Calaveras Manuel Manilla-José Guadalupe Posada, del Acervo Antonio Vanegas Arroyo.

29 de octubre DE 2012

Por Martín Letechipía AlvaradoLa historia del grabado como expre-sión plástica es muy antigua. En el Me-diterráneo así como en Creta y Egipto se elaboraron sellos para imprimir sin tinta sobre cerámica. El grabado como lo conocemos actualmente tiene su ori-gen en China, esto a raíz de la inven-ción del papel y la tinta. Se cree que los primeros grabados fueron en madera y esta técnica es conocida como xilogra-fía. A través de las conquistas militares el grabado llega de oriente a Francia, posteriormente a Alemania y demás países europeos. En la Edad Media y el Rena-cimiento, las técnicas del grabado se diversifican y varios grabadores traba-jan también con placas de metal. En el siglo XIV, Europa es azotada por la fa-mosa peste negra, la cual causó tantas muertes que disminuyó la población europea (y también parte de la asiáti-ca) en un cuarto de su totalidad; se dice que por causa de esta enfermedad mu-rieron 24 millones de personas. El terror a la muerte perso-nificada en la figura de un esqueleto produce una corriente artística cono-cida como Danza macabra o danza de la muerte en España e Italia; en esta vertiente artística, el grabado fue muy importante, dice Paul Westheim en torno al tema: “La danza macabra hace pensar en la muerte a los que viven despreocupados, sin pensar en su salva-ción, entregados al yugo de las pasiones terrenales”. La danza macabra tenía un mensaje moral y por supuesto religio-so. En el siglo XVI, cuando se realiza la conquista española en América, la presencia de la danza macabra europea sigue siendo un tema vivo; las prime-ras imágenes impresas que conocen los naturales de México son las estampas religiosas, éstas sirvieron para adoctri-nar a los indígenas recién conquista-dos. Dice a Armando Bartra en torno a estas ilustraciones: “Las estampas no sólo representan santos y vírge-nes, ángeles y deidades que sirven de ejemplos edificantes, también se les otorga efectos protectores y se supone que curan de males físicos y espiri-tuales a sus propietarios”. En la Colonia, la ilustración es más seducción o espanto que cróni-ca, los grabados están poblados de cas-tigos y amenazas de fuego. Ahora bien, dentro de este contexto surge un libro escrito en el convento de Guadalupe, Zacatecas, en el cual la muerte se aleja por primera vez del horror medieval;

Artes visualesLa muerte en el grabado colonialZacatecas y el aporte de Francisco Agüera

nuevamente Armando Bartra y Juan Manuel Aurecoechea, nos dicen en tor-no al texto: “No es extraño que Francis-co Díaz de León encuentra los primeros indicios de cierto nacionalismo gráfico en las ilustraciones que Francisco Agüe-ra realizara en 1792 para la portentosa vida de la muerte de Fray Joaquín Bola-ños. La obra de Agüera y Bolaños des-poja a la muerte de su carácter fatídico y solemne; y la vuelve simple calaca, jo-cosa, picaresca, y por ello la Santa Inqui-sición la prohibirá por años. En las ma-nifestaciones de nuestra cultura popular el trazo relajiento del tema de la muerte es una constante […] los grabados de Francisco Agüera que ilustran el texto se alejan por primera vez de los cánones típicos del grabado europeo e inauguran un estilo mexicano”. Dice Fray Joaquín Bolaños de su propio libro: “Desabrida es la muerte mas para que no sea tan amarga su me-moria te la presento dorada o disfraza-da con un retazo de chiste de novedad o de gracejo”. En cierto capítulo, se narra el fallecimiento de un médico del cual la muerte se enamora y dice así:

Este cadáver tan flacofue objeto de mis encantosy fueron sus triunfos tantosque ajustándole la cuenta abasteció de osamentaa todos los campos santos.

Dice Mercurio López Casi-llas es su libro La muerte en el impreso mexicano “su amigo es un auténtico matasanos”, con este epitafio festivo Joaquín Bolaños logra la primera ca-lavera escrita. El espíritu del autor se refleja en las ilustraciones que se com-plementan de manera natural con el texto, Francisco Díaz de León señala: “Con risueña imaginación el grabador trae y lleva a la señora de los sepul-cros en sus pequeñas composiciones, buscando con marcadas intenciones los puntos dinámicos que resuelve con soltura en sus grabados. Esta obra ex-tremadamente rara en aquellos días, marca, a nuestro juicio, el punto de partida que habrá de culminar en Pi-cheta y Posada”. Francisco Agüera Busta-mante, realizó una intensa actividad

como grabador entre 1784 y 1805, fue notable por sus estampas religiosas de vírgenes y santos, publicadas gran parte de ellas en la imprenta de Zúñi-ga y Ontiveros; fueron también muy conocidas las láminas para la Novena de la Virgen de Loreto, además grabó varios escudos de armas y ex libris. Realizó los mapas de Juqui-la y de la laguna de Texcoco. Diversas figuras geométricas en los Ejercicios públicos de José Otero, y las ilustracio-nes de temas arqueológicos como Xo-chicalco, el Tajín y Tenochtitlan. En la investigación de Antonio Alzate sobre Xochicalco, Agüera grabó en cobre seis de las nueve figuras que ilustran el trabajo. En cuanto a la zona arqueoló-gica de Tenochtitlan, Francisco Agüe-ra realizó cuatro dibujos de Coatlicue y de la piedra del sol. En 1796, José Ignacio Barto-lache publica Lecciones matemáticas y el paso de Venus por el disco del sol, también en esta época publica el cul-tivo de la grana cochinilla y la tabla quimiológica. Varias imágenes fueron elaboradas por Francisco Agüera, in-cluso tres láminas están coloreadas. El siglo XVIII, fue prolífico en torno a la producción de grabados, el proceso inquisitorial en contra de grabados prohibidos nos permite co-nocer el trabajo y la cantidad de abri-dores de láminas, como eran conocidos los grabadores en aquel tiempo. Fueron populares José Benito Ortuño, Fran-cisco Jiménez, Diego Troncoso, Luis Montes de Oca, José Simón de Larrea, Pedro Rodríguez, Francisco Torres, en-tre todos estos artistas no podían faltar grabadores indígenas y frailes; Joaquín Sotomayor realiza por estos años un plano de Zacatecas y el retrato de fray Antonio Margil de Jesús. En el siglo XVIII los impre-sores de estampas, se adaptan cuando la sociedad mexicana rechaza el or-namentalísimo barroco a favor de la simplicidad neoclásica introducido por la Real Academia de San Carlos. Se nota la transición en los grabado-res de José María Montes de Oca y Manuel López, lo mismo que en los de José Simón de la Rea y por su pues-to en el trabajo de Francisco Agüera Bustamante, hombre excepcional de su tiempo, artista que siguiendo el pensamiento de fray Joaquín de Bola-ños, cristaliza e inaugura una vertien-te importantísima en nuestra plástica nacional, la gráfica de nuestra queri-dísima y traviesa muerte mexicana.

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osPor Alicia Torres Muñoz*

Luminarias en Pinos, Zacatecas:una convivencia entre vivos y muertos

Pedir el muerto, tradición perdidade San Pedro Piedra Gorda*

En la cotidianeidad comunitaria del municipio de Pinos, a pesar de los embates de la modernidad y la globa-lidad, hoy encontramos en una de sus comunidades, Santa Elena, una evi-dencia más de sus fiestas y tradiciones que nos acercan a una convivencia con los muertos. No se tiene fecha exacta de cuándo inició esta festividad; sin em-

Esta costumbre de pedir el muerto, en lo que hoy conocemos como Ciudad Cuauhtémoc, dejó de practicarse; sin embargo al haber sido documentada en 1952 por Vicente T. Mendoza y su es-posa Virginia, ha sido posible recrearla en nuestros días. En el libro Folklore de San Pedro Piedra Gorda se describen las usanzas que se practicaban a finales del siglo XIX e inicios del XX. Entre ellas podemos men-cionar el entierro de angelitos. Hacia 1840, cuando un niño se ponía grave, le llamaban a su madrina para que le diera su bendición. Si ella percibía que la muerte lo rondaba, salía en busca de provisiones para el velorio. Compraba un vestido, una túnica morada por Nuestro Padre Je-sús, o café si correspondía al hábito de San Antonio. A las niñas, se les ata-viaba con la vestidura de la Virgen del Carmen o de la Purísima. Al morir, los colocaban en una mesa, entre flores blancas. Vicente T. Mendoza señala que el quemar cohe-tes o llevarles música no era algo típico y tampoco entonaban cantos especiales.* Con el propósito de emprender acciones que preserven y difundan el patrimonio cultural inmaterial del estado de Zacatecas, la Unidad Estatal de Culturas Populares exhibirá en la Ciudadela del Arte una instalación, cuya permanencia será del 29 de octubre al 5 de noviembre.

bargo, anualmente desde el día 31 de octubre, por la mañana, se originan los preparativos para ese encuentro de los vivos y los muertos. Toda la gente comienza a buscar lo indispensable para hacer su luminaria, que adquie-re significados especiales, para algu-nos es “La luz de Cristo cuando nos llama de este mundo y para ayudar a las ánimas en el camino al más allá”;

para otros son “cenizas de los muertos y ayudan a las ánimas”. Este festejo toma diferentes connotaciones para la gente y tiene sus particularidades muy especiales. Son los días finales del mes de octu-bre y a pesar del frío intenso, entre las nueve y las diez de la noche, los jóvenes, niños, adultos y uno que otro anciano, emprenden la camina-ta al cerro en la búsqueda de sotoles, escobillas, nopales, tazole y un poco de combustible. Cuando la recolección del principal elemento de este festejo ter-mina, se procede a diseñar entre la oscuridad diferentes figuras: cruces, corazones, hileras, coronas, etc. Las figuras guardan cierta relación con la muerte: la cruz, simboliza la religión que se profesa; el corazón, órgano del cuerpo humano que da vida y en él se extingue; las hileras, que al multi-plicarse señalan el camino a la vida o la eternidad; y las coronas, señal de ofrenda en el día que festejamos a nuestros muertos. Ya entrada la noche se encienden para contemplarse desde la lejanía.

Mientras que esto sucede en el cerro, en las calles de la comunidad las familias salen fuera de su casa y tam-bién hacen su luminaria enfrente de la puerta principal, luego la brincan; muy al estilo de rituales ancestrales e inde-pendientemente de la altura que alcan-cen las llamas es importante brincarlas, para continuar con la convivencia en familia “con los vivos y los muertos”; ésta se extiende hasta altas horas de la madrugada, acompañada de una co-milona alrededor de la luminaria con tamales, gordas de horno, calabaza ta-temada, camote, elotes, pan de muerto, miel de colmena y ponches. Si usted transita un 31 de octubre por la carretera Pinos-Ojue-los y contempla bolas de lumbre en el cerro rumbo a Santa Elena, no se asuste, seguro no son brujas; simple y sencillamente se trata de las lumi-narias, una convivencia entre vivos y muertos que da entrada a la celebra-ción del 1 y 2 de noviembre en el que el pueblo mexicano rinde culto a la muerte.* Texto proporcionado por la Unidad de Ser-vicios Culturales Descentralizados de IZC.

De igual forma, al fallecer los adultos, se tenía la costumbre de vestirlo de negro o envolverlo con una sábana. Durante el velorio, los coloca-ban sobre una mesa o en su cama. En el libro Folklore de San Pe-dro Piedra Gorda, se comenta que los habitantes de Ciudad Cuauhtémoc te-nían la creencia de que los espíritus re-gresaban, por ello esperaban a los adul-tos el 1 y 2 de noviembre. La fecha de los niños correspondía al dos de febrero. Para las ofrendas, además de los tradicionales alimentos prefe-ridos por los difuntos, así como fruta de temporada, colocaban flores y una vela para cada persona a la que se le dedicaba el altar. Vicente T. Mendoza y su es-posa refieren que con el propósito de pedir el muerto, niños y jóvenes for-maban grupos y representaban los siguientes personajes: el difunto con una sábana; quien lo acompañaba lle-vaba una capa, dos portaban cirios, otro cargaba la cruz formada por ta-blas y con un farolito, el sacristán que lleva una ollita y el monaguillo una

campanita, así recorrían las calles en-tonando los siguientes versos:

Oremos, oremos, angelitos semos,

del cielo bajamos pidiendo limosnas,

si no nos las dan,

puertas y ventanas nos la pagarán.

[estribillo]

Coles, coles, coles, aunque sea la olla de los frijoles.

Al llegar a las casas, quien representa-ba al fallecido, se acostaba en el suelo

y ante la puerta cantaban:

Muerto si hubieras corrido,

no te hubieran alcanzado;

pero como no corriste,

ahora te llevan cargado.

Por su parte, las jovencitas colocaban a la entrada de su casa una mesa con elotes, calabazas cocidas y en algunas ocasiones pan, que le entregaban a quien tenía el costal.

Martín Letechipía

Martín Letechipía

29 de octubre DE 2012

Día de los Fieles Difuntos

* Imágenes pertenecientes al Fondo Muerte Niña –Angelitos- 1947, resguardado en la bóveda de la Fototeca del Estado de Zacatecas Pedro Valtierra, y disponibles para la consulta de cualquier persona interesada en el tema.

Por Sergio Mayorga Magallanes

La Muerte Niña: imágenes de Angelitos

En México se conocen las imágenes de niños muertos como la Muerte Niña, es éste el género fotográfico que da cuenta de una tradición de retratar a menores difuntos. La muerte a temprana edad hacía que los obituarios se conocieran como muerte de angelito; el término angelito, por un lado, pone de mani-fiesto la pureza, un ser libre del pecado original y, por otro, la firme creencia de que el niño entrará de manera in-mediata al Paraíso. Esta tradición que se practicó en la mayor parte de México hasta muy avan-zado el siglo XX, proviene probablemente de una mez-cla cultural, entre la religión y creencias Mesoamericanas, en donde un niño muerto po-día generar un vínculo con el más allá y llevar las ofrendas de manera directa, e incluso ser él mismo una ofrenda a los dioses; mientras por otro lado en la tradición judeocris-tiana un niño que moría antes de cumplir 12 años y contaba con el sacramento del bauti-zo tenía asegurada la entra-da al cielo. Algunos estudios antropológicos de esta tradi-ción afirman que la imagen del niño difunto “el angelito” servía a los padres como consuelo, ya que la mayoría de estas imágenes tratan de poner de manifiesto la santi-dad, pureza y falta de peca-do; incluso existe la creen-cia de que estos niños eran reenviados a la tierra como ángeles guardianes de la familia, esto permitía que en muchas familias se venerara la imagen del ángel guardián que permanecía siempre al lado de los seres queridos.

LA GUALDRA NO. 74

Por Eduardo Campech Miranda

Por un nuevo catálogopara las bibliotecas públicasLa semana pasada mostraba algunas cifras comparativas entre países, en los indicadores bibliotecas, número de li-bros por hogar, número de préstamos, libros en bibliotecas por cada diez o cien mil habitantes. Sería interesante tener a la mano cifras en torno a la for-mación académica, conducta lectora, consumo cultural, por decir algunas. Cifras que dicen mucho y no dicen nada, según el cristal con el que se mi-ren y los contextos en los que se citen. Hacen falta nuevos indicado-res que permitan delinear un escenario de influencia de la biblioteca pública. Con la finalidad de no generalizar, me limitaré al estado de Zacatecas. La Di-rección General de Bibliotecas marca la recopilación de información en al-gunos rubros, tales como: préstamos internos, préstamos a domicilio, per-sonas que ingresaron a la biblioteca, quiénes utilizaron los servicios compu-tacionales, los que acudieron en una vi-sita guiada o a una actividad de lectura. Sin embargo, poco se sabe qué pasa con el lector. Es decir, tener la cer-

Por Mateo EstradaGaviriaSábado, agosto 30 de 2003 [Tren, tra-yecto Barcelona-Madrid. 19:43pm]. He seguido las instrucciones de Geny. Viajar en tren. De Reus a Barcelona. Los paisajes me retornaron a la in-fancia. En casi todo el trayecto está el mar. Los vagones tienen aire acon-dicionado. Me instalé en un “hostal”. Conocí lo programado: las ramblas, la zona gótica, el Museo Nacional, el de Arte Contemporáneo y el Picasso. En cada lugar compré cosillas para Juan y los demás. Afuera del Macba miré que forjaban un porro. Intenté acercarme, pero tuve miedo. Obvio, también rondé por el Camp Nou. Ingenuo de mí, quería ver a Rafael Márquez. Hace días fue la gloria mexicana ante Costa Rica. Su gol fue en el estadio Azteca. Miré Soldados de Salamina [Dir. David Trueba, España, 2002; adaptación de la novela de Javier Cer-cas]. ¡Aparece Diego Luna! Hay se-cuencias inolvidables. La que más me gusta es cuando un soldado [el guapo Alberto Ferreira] le apunta, para dis-parar, a un falangista. No lo hace y lo deja huir. Aunque no tengo el punto de conexión, sea por la “música am-biental”, las circunstancias o el clic de volver a los fantasmas, la mirada del soldado me recordó a mi padre. Llo-ré en el cine. Al salir busqué dónde comprar cerveza. Bebí en una habita-ción minúscula y con muebles viejos. Estuve en un sex shop. No compré nada. Se me antojó entrar a una cabina, para mirar una peli porno. Veo La gran estafa [Ocean’s Eleven: Dir. Steven Soderbergh, USA, 2001]. Algunas frases son memora-bles, sobre todo con el tono español:- Hablas como un verdadero exmarido.- ¿Tendencias al suicidio? –sólo por la mañana. Martes [Madrid. Biblioteca Pedro Salinas. Frente a la Puerta de Toledo]. Decidí no ir donde Wilmar (vive en Leganés). Quiero andar y no compartir fantasmas. Desde el sába-do estoy en un “hostal” aséptico. Está en un edificio de La Gran Vía. El co-lor de sus paredes impide escuchar las moscas. He soñado a mis padres y a Juan. La primera noche lloré. Sentí la soledad en la inmensidad de una cama matrimonial con sábanas limpias. Hablé con Juan. Me pide (no, más bien me ordena), vivir en la Ciudad de México. Sólo piensa en él. Dice que deje Zacatecas. Promete mi ingreso a una universidad privada. El pendejo cree que estoy con él por su dinero.

teza de que si una persona se lleva un libro implica necesariamente su lectu-ra. Y si es así, qué sucedió con él, ¿es el libro que esperaba?, ¿cumplió con las expectativas? ¿Hubo un encuentro a nivel psicológico, cognitivo, emocio-nal? O por el contrario, no lo conclu-yó de leer. Podría suceder, también, que el libro no fuera para él (cuántas veces no se sacan libros para hacer un favor a un amigo o una amiga). Tampoco conocemos el motivo por el que esa persona llega a tal o cual li-bro. No sabemos si es iniciativa pro-pia, si se lo pidieron en la escuela, si se lo recomendaron, o si está pagando una manda. Es por ello, que más allá de los indicadores numéricos (que sirven para “demostrar” la necesidad de un servicio), es importante poner la mira-da en los procesos lectores. Es generar otro tipo de instrumentos que permi-tan el encuentro, no sólo entre lector y libro, si no también entre lectores. Hace algunos años me atreví a sugerir un catálogo de sensaciones,

emociones y evocaciones, que se inte-grara a los catálogos de “autor”, “títu-lo” y “materia” que existen en todas las bibliotecas públicas. La idea es, por-que aún sigo con ella, que cada lec-tor (que así lo desee) identifique qué emociones, sensaciones y evocacio-nes le provocó una lectura. Sería un instrumento de mucha utilidad para quien quiere iniciarse en la lectura y a menudo consulta qué libro leer. Además, permitiría materia-lizar la polisemia de la lectura, mos-trar de una manera palpable que una lectura puede ser un caleidoscopio y que cada lector podrá ir configuran-do su lectura, pero sin salirse de los límites del texto. Brindaría la opción de salvar ese concepto de lecturas con un solo sentido y llanas. Los invito, amables lecto-res, que vayamos construyendo este catálogo. Envíenme sus opiniones al respecto al correo electrónico [email protected] e iniciemos una aventura más en la lectura. Hasta la próxima.

Colección Calaveras Manuel Manilla-José Guadalupe Posada, del Acervo Antonio Vanegas Arroyo.

29 de octubre DE 2012

Por Mauricio Flores*

Que me entierren sin mentiras: Nietzsche

Hacia 1853, un atormentado e infan-til Friedrich Nietzsche le insistió a su madre sus pretensiones profesionales. Recién muerto el padre, sentenció no querer ser pastor. “No quisiera darte un disgusto pero no seré pastor”. “Qué estás diciendo”, le contestó la madre, “en nues-tra familia los hombres han sido pastores generación tras generación. ¡No querrás cambiar el orden de las cosas”. Lo cierto es que las cambió, al seguir su carrera de compositor, si bien la madre no consi-deraba a ésta una profesión. “Venga, sé pastor”, insistió la madre. “Nada te impe-dirá componer música y tocar aparte tus tareas. Sigue con tus estudios de teología, no te arrepentirás y le hará tanta ilusión a tu padre… A él que nos observa des-de ahí arriba”. La suerte estaba echada. Y Nietzsche vivió y murió para preguntar-se las cuestiones esenciales de la vida. La anécdota es conocida: capí-tulo de una historia no exenta de teme-ridades. En paseo por las calles de Turín, Friedrich Nietzsche (1844-1900) habría observado cómo un ciudadano equis maltrataba a su caballo, que se negaba a proseguir la marcha. Indignado en gra-do extremo, el testigo se arrojó a detener la agresión cubriendo con su cuerpo al corcel y fustigando de improperios al torturador. Imaginemos la escena: una per-sona civilizada interviene a favor de una fiera. “¡No lo toquen! Orden de Dios. ¡Un paso atrás! ¡Le condeno a los leones de Venecia!”. Lo que trajo como resultado la confluencia de más personas y donde Nietzsche continuó con su indignación. “¡Alejandro y César son mis encarnacio-nes, del mismo modo que lo es el poeta Shakespeare! También fui Voltaire y Napo-león, y quizá también Richard Wagner”.

La reina que odia a las “reynas” Desde Apozol, Zacatecas, el joven Rubén Bautista nos envía un correo electrónico para preguntarme cuál pa-labra es la correcta: “reina” o “reyna”. Además me adjunta una fo-tografía que ahora comparto con us-tedes, donde destaca la palabra en co-mento con una singular “y” en medio. Claro que la intuición no en-gaña a Rubén: lo correcto es “reina”, con “i”.

Desenlace: el ensimismamien-to ulterior del gran pensador, al grado de que no volvió a tener atisbos de lucidez en los diez años de sobrevivencia. Fue un decenio “de locura” y “postrado debido a una sífilis contraída durante su juventud y desarrollada gracias a un campo psi-cológico débil”, según resumen Michel Onfray y Maximilien Le Roy, autores del libro ilustrado Nietzsche. Conmovedor episodio: nun-ca exclusivo en el recuento de una vida entregada al pensamiento y la reflexión más profundas acerca de la función y el sitio del hombre en la tierra, de las posi-bilidades de un dios en torno suyo, aun-que desde el género de biografía ilustrada resulte uno de los más significativos para acercarse o reencontrarse con Nietzsche. Ese pensador que amalgamó ideas con vida, a la manera de los trágicos, destina-do a no ser comprendido hasta mucho tiempo después de su muerte, anotan los autores de esta emblemática obra. Röcken, Bonn, Basilea, Vene-cia, Génova, Niza, Turín, Hamburgo: ciudades por las que Nietzsche transita antes de convertirse en el ser contro-vertido y que el mismo Onfray estudia in extenso en diferentes obras (La ino-cencia del devenir) y en ediciones de los textos nietzcheanos (sin que pueda dejarse de mencionar el filme estrena-do recientemente, El caballo de Turín, del húngaro Béla Tarr, una especie de oscura alegoría tan lenta y dilatada como la ceremonia de hervir un par de tubérculos, casi antítesis del agradable y colorido libro puesto en circulación en México). Especie de vaticinio: dos dé-cadas antes de su muerte Nietzsche expresó… “prométeme que, cuando

Se publica biografía ilustrada

muera, alrededor de mi féretro sólo ha-brá amigos, no curiosos. Y si no puedo defenderme, no permitas que un cura, ni quienquiera que sea, venga a soltar sermoncillos sobre mi cuerpo. Que me

entierren sin mentiras. Como honesto pagano que soy”.Michel Onfray y Maximilien Le Roy, Nietzsche, Sexto Piso, México, 2012, 132 pp.* [email protected]

La razón es muy sencilla: La “y” (antes llamada “i griega” y ahora denominada “ye”) suple al sonido “i” sin acentuar entre vocales. Por ejemplo en la palabra “cayó”, pero no en “caía”, por-que ahí la “i” lleva tilde o acento. Se escribe, pues, “reina” por-que después de la “i” sigue una conso-nante, la “n”. Se emplea también la “y” al final de palabra. Por ejemplo en las palabras: ley, rey, carey, mamey, caray y similares.

Por Simitrio Quezada

¿Por qué, entonces, se da esta confusión de ponerle “y” a “reina”? Puede ser que una de las razones radi-ca en la influencia norteamericana, que abusa de la “y” incluso en los apócopes de nombres femeninos. Es decir, Paty, Cristy, Lety, Rosy… cuando en español lo correcto es Pati, Cristi, Leti, Rosi, o el nombre de cualquier otra reina que odia a esas “reynas”. Por último, les dejo la foto que nos regala el amigo Rubén.

*Inquietudes, sugerencias e inconformidades: [email protected]

LenguajeLibros

LA GUALDRA NO. 74

PROGRAMA ESCÉNICO

Miércoles 24 de octubre / 20:30 horasEspectáculo MultidisciplinarioPasajesSacromonte FlamencoDir. Cecilia BecerraSala Principal del Teatro Fernando CalderónEntrada libre

Viernes 26 de octubre / 19:30 horasEspectáculo multidisciplinarioEmigración y MuerteCompañía Estatal de Danza Folclórica de ZacatecasBanda Sinfónica del Estado de ZacatecasCoro del Estado de ZacatecasMariachi “Los Camperos”Grupo Versátil “Los Contero”Tamborazo “Pericos Show”Ballet Folclórico de Adultos Mayores Pensionados del ISSSTECompañía Infantil de Danza Folclórica de ZacatecasCantantes: Héctor Saucedo, Julio Guerra, Jorge Montalvo Actores: Noé Germán, Iván Guardado, Ángel MartínezCoordinador General: César Lara BañuelosForo Acuático del Parque la EncantadaEntrada libre

Sábado 27 de octubre / 19:30 horasEspectáculo multidisciplinarioEmigración y MuerteCoordinador General: César Lara BañuelosForo Acuático del Parque la EncantadaEntrada libre

Martes 30 de octubre / 20:00 horasEspectáculo multidisciplinarioTriste y alegre mi calaveraCompañía de Artes Escénicas de la Sec-ción 34 del SNTEDir. José Martín RodríguezSala Principal del Teatro Fernando CalderónEntrada libre

Miércoles 31 de octubre / 19:30 horasMúsica Tradicional PurépechaP´indékuecha – MichoacánDir. Juan Zacarías GómezFondo Regional para la Cultura y lasArtes del Centro OccidenteCiudadela del ArteEntrada libre

Miércoles 31 de octubre / 20:30 horasPuras Calaca-HadasCantares de ZacatecasCantantes: María Cristina y Jorge Montalvo “El Caporal de Zacatecas”Mariachi Tradicional: MexicantaresDanza y Teatro: TorrenaCiudadela del ArteEntrada libre

Jueves 1 de noviembre / 20:00 horasRéquiemOrquesta Filarmónica de ZacatecasCoro del Estado de ZacatecasSolistas:Sheila López, SopranoSolanye Caignet, Alto Arturo Barrera, BajoJosé Luis Ordoñez, TenorDirector Invitado: Jörg BierhanceTemplo de Santo Domingo

PROGRAMA ACADÉMICO

Miércoles 24 de octubre / 19:00 horasBellas Artes a todas partesLectura en voz alta: “Leo… luego existo”

FESTIVAL de día de MUERTOSDel 24 de octubre al 2 de noviembre

ALEJANDRA JURADO – ActrizLectura: “Selección de cuentos reunidos” de Amparo DávilaFoyer del Teatro Fernando CalderónEntrada libre

Martes 30 de octubre / 19:00 horasPresentación del libroLa muerte floridaAutor: Martín LetechipíaPresentan: Marco Torres yAlejandro CastañónModera: Cristina Escobedo “La Mujer de Papel” Museo de Guadalupe

Jueves 1 de noviembre / 18:00 horasConferenciaLa Portentosa vida de la muerte de Fray Joaquín BolañosDra. Isabel Terán ElizondoMuseo Zacatecano

EXPOSICIONESE INSTALACIONES

ConcursoAltares típicos para los fieles difuntos o de muertosParticipan: Dependencias del Gobierno del Estado de ZacatecasCoordina: Patronato Estatal de Promotores Voluntarios

Lunes 22 de octubre / 13:00 horasInauguración exposición de cartoneríaHistorias en papelInstituto de Desarrollo Artesanal de Zacate-casPermanencia: 10 de noviembreCoordina: Instituto de Desarrollo Artesanal de Zacatecas

Miércoles 24 de octubre / 18:00 horasInauguración exposición de ilustracionesInstrumentos de la Muerte

Fondo: Mapas e ilustraciones, Serie: ArmasArchivo Histórico del Estado de ZacatecasSala Zacatecas del Museo ZacatecanoPermanencia: 6 de noviembre

Viernes 26 de octubre / 18:00 horasInauguración exposición de pintura Instantes de la muerteAutor: Arturo Ramos PinedoPrograma de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico de Zacatecas (PECDAZ) emisión 2011Vestíbulo del Teatro Fernando Calderón

Lunes 29 de octubre / 10:00 horasInauguración instalaciónPedir el muerto, tradición perdida de San Pedro Piedra GordaPrimer Patio del Centro Cultural Ciudadela del ArtePermanencia: 5 de noviembre

Martes 30 de octubre / 19:30 horasInauguración expo-instalación Calaveras 2012 TzompantliParticipan: Artistas locales y público en generalCasa Municipal de Cultura de ZacatecasPermanencia: 24 de noviembreCoordina: Casa Municipal de Cultura de Zacatecas

Jueves 8 de noviembre / 11:00 horasCeremonia de premiación del concursoAltares típicos para los fieles difuntos o de muertosPatio de Palacio de GobiernoCoordina: Patronato Estatal de Promo-tores VoluntariosNota: Evento sujeto a cambios

RADIO ZACATECAS

Sábado 27 / 18:00 horasLectura en vivo de la pieza “Don Juan Tenorio” de ZorrillaParticipan: Actores de Teatro y ProfesoresRadio Zacatecas 97.9 F.M.

Del 29 de octubre al 2 de noviembreLectura de CalaverasCapsulasRadio Zacatecas 97.9 F.M.

Del 29 de octubre al 2 de noviembre / 11:00 horasHistorias de terror y muerteTransmisión especial en el Noticiero ParnasoRadio Zacatecas 97.9 F.M.

CINETECA ZACATECAS Entrada libre

Sábado 27 de octubre / 20:00 horasPsicosisDir. Alfred HitchcockEUA, 1960Domingo 28 de octubre / 12:00 horasLa leyenda de la lloronaDir. Alberto RodríguezMéxico, 2011

Domingo 28 de octubre / 18:00 horasEl resplandorDir. Stanley KubrickEUA, 1980

Miércoles 31 de octubre / 18:00 horasPresentación del video documentalLa Ofrenda, Presencia del RecuerdoComentado por su autor Mtro. Enrique Aguilar Montalvo

Miércoles 31 de octubre / 20:00 horasEl exorcistaDir. William FriedkinEUA, 1973

Jueves 1 de noviembre / 18:00 horasMacarioDir. Roberto GavaldónMéxico, 1960

Jueves 1 de noviembre / 20:00 horasAlucarda, la hija de las tinieblasDir. Juan López MoctezumaMéxico, 1977

Viernes 2 de noviembre / 18:00 horasLa noche de los muertos vivientesDir. George A. RomeroEUA, 1968

Viernes 2 de noviembre / 20:00 horasAtrapadosDir. Edín Alaín MartínezMéxico, 2011

29 DE OCTUBRE DE 2012

Por Ester CárdenasCuando tenía veintitantos años era una lectora apasionada por las novelas policiacas, de espionaje, negras, y uno de mis autores favoritos era John Le Carré, no sé por qué luego de leer La chica del tambor, dejé de leerlo. Hace unos pocos años vi una cinta excelente, El jardinero fiel, basada en una novela del mismo nombre, de John Le Carré y me propuse leerla. Es un libro sober-bio, en él, el autor, ex funcionario de los servicios secretos británicos e indiscu-tible maestro del suspenso, denuncia los abusos que empresas internacio-nales, amparadas por sus gobiernos, cometen en el continente africano. Me parece importante señalar que este li-bro motivó la venta en África de drogas genéricas contra el sida. La trama es simple: el miste-rioso asesinato de Tessa, defensora de derechos humanos y causas perdidas,

casada con Justin Quayle, diplomáti-co inglés, experto en el cuidado de las plantas. Qualey, jardinero perseveran-te, se da a la tarea de averiguar lo refe-rente al asesinato de Tessa y descubre los hallazgos de su asesinada esposa, que comprometen a importantes con-glomerados multinacionales. Pero no sabe las fuerzas que enfrenta ni hasta qué punto las autoridades de Londres participan en los abusos perpetrados por las empresas. Le Carré glosa ar-tículos periodísticos reales acerca del tema y es obvio que conoce la situa-ción. Los países del Tercer Mundo deben aceptar productos vencidos o prohibidos en las naciones desarro-lladas, o servir de terrenos de pruebas para remedios. Según el Weekley Telegraph, Le Carré, a pesar de las atrocidades que describe, sólo logra entregar un páli-

do reflejo de la realidad. Los abusos son peores, y los crímenes no tienen nombre. Pueblos ignorantes utilizados como conejillos de Indias para probar nuevas drogas contra la tuberculosis, mujeres que mueren de sida sin sa-berlo, niños que nacen en condiciones atroces mientras las madres mueren en el parto. Hambre, suciedad, miseria y terror parecen ser elementos inevita-bles del destino africano. Le Carré, novelista magis-tral exento de clisés, toca todos estos temas. La novela entrega una galería de crueldades en un crescendo magní-ficamente modulado. En el prólogo a La cultura contra el hombre, Jules Henry descri-be un hermosísimo y tranquilo pai-saje y termina afirmando: Me parece increíble que el mundo sea tal y como lo describo en este libro.

¡Reality or not reality!, ésa es la cuestión¡En-zo! ¡En-zo! ¡En-zo! ¡En-zo!.. Imagí-nense a centenares de personas, reunidas en una discoteca o sala de fiestas enorme, gritando al unísono este nombre. En el film, el aclamado Enzo (pronúnciese a la italiana) no es más que el ganador de una de las ediciones del fa-mosísimo concurso televisivo Gran Her-mano (Grande Frételo, en la película), uno de los reality show con más audiencia de estos últimos tiempos, representado en más de 70 países, y cuyo título alude a la novela de George Orwell, 1984, publicada en 1949. Enzo no es el protagonista de esta comedia dramática, ni siquiera el per-sonaje secundario (a lo sumo aparece tres veces en 115 minutos), pero es práctica-mente el único nombre que recuerda el espectador cuando sale del cine. El verdadero protagonista es Luciano, un padre de familia de Nápoles, jovial, querido por todos, que tiene una pescadería y ejerce algún que otro traba-jito ilegal para poder mantener a los suyos. Vemos a Luciano (interpretado por Ani-llo Arena, actor italiano en prisión desde hace años, condenado a cadena perpetua) en una boda, rodeado de toda su familia –madre, hermana, mujer, hijas, hijo, pri-mos, sobrinos...–, en la que las mujeres ocupan un lugar destacado. Una familia que se desplaza siempre en manada y una boda que podríamos calificar de BODO-RRIO: carruaje dorado, tirado por dos pre-ciosos caballos blancos, conducido y es-coltado por dos lacayos con casacas rojas y pelucas blancas, al estilo de los cortesanos franceses del siglo XVII; y unos jardines, unos salones y un banquete de “lujo”. Fundido a negro y cambio radi-cal de escenario: la familia, cansada, llega a su casa de vecindad... vieja, lúgubre, des-tartalada, la pintura de las paredes descon-chada, poco mobiliario y habitaciones de dos o tres camas en las que duermen to-dos juntos, sin intimidad, sin secretos, sin complejos. Nos situamos, de entrada, en una película al más puro estilo felliniano. La vida de Luciano transcurre sin grandes sobresaltos hasta que un día, incitado por sus hijos, decide presentarse al casting de Grande Frételo. El sueño de entrar en esta gran “Casa” y convertirse en una personalidad mediática se apodera de él y acaba por convencerse de que ha sido seleccionado para esta nueva edición del programa. A partir de ahí, el drama está servido. El paralelismo y los equívocos constantes que se crean entre estos pro-gramas de telerrealidad y la religión (muy presente en el film) contribuyen todavía más a confundir al personaje que empieza a vivir con la idea obsesiva de estar vigila-do las 24 horas del día. Reality, dirigida por el italiano Matteo Garrone, cuenta con un magnífico trabajo actoral. Galardonada con el Gran Premio del Festival de Cannes, es una película en la que la alienación es llevada al extremo; una película que investiga y muestra el impacto que puede tener este tipo de programas en la sociedad, este Gran Hermano en el que estamos todos inmersos.

Conquistadores

Desayuno en Tiffany’s, mon kuPor Lluna Llecha yCarlos Belmonte

LA GUALDRA 74 / 29 DE OCTUBRE DE 2012

Por Pilar Alba

Por Roberto Galaviz

Dicen que vuelven

Poema a mi muerte

Ya no vuelvo…Ya no vuelvo a preguntarle a mi mamá, que dónde está mi papi. La otra noche cuando estábamos cenando le pre-gunté. Como siempre se quedó calla-da, la cara se le puso más triste y dejó en el plato la mitad de su cena. No me dijo nada, se paró y se fue a su cuar-to. Yo nada más escuchaba que estaba llorando pero ya no quise ir a ver qué pasaba. Tampoco seguí comiendo, el hambre se me fue de repente. Cuando fui a verla, ya se había quedado dor-mida. Ya no vuelvo a preguntarle, ni siquiera me contesta y nada más se pone muy triste.

Nadie sabe dónde está…Dicen los niños de mi escuela que a ellos también les parece raro, pero es verdad, nadie sabe en dónde está mi papi. Cuando pregunto en la casa con mis tíos y mis primos nadie me dice nada. Mi abuela se fastidia cuando le hago tantas preguntas, me grita que no esté dando lata, y me manda a pre-guntarle a mamá.

Don Toño…El otro día vimos a don Toño, el que cuida la puerta de las oficinas en donde trabaja mi papá. Yo iba de la mano con mi mamá, cuando lo vio se puso nerviosa, apresuró el paso, pero no pudo evitarlo, ya nos había visto y nos detuvimos a saludarlo. Le preguntó que cómo habíamos estado, ella contestó quedito que bien, cuando pronunció el nombre de mi papá, mi mamá se puso más nerviosa, le dijo que la disculpara pero que llevábamos

Un día, Sin prisa llegará la muerte mi muerte -midiendo sus pasos-imitados mil veces de los míos yoya sin más reservas que la de permanecer inalterablerozaré su frente álgida -como queriendo seducir su presencia-como queriendo mentir que la esperaba hace tiempo intercambiaremos una sonrisay un estrecho saludo de viejos amigos

un poco de prisa; me agarró fuerte de la mano y nos fuimos rápido.

Cosas de mujeres…No me gusta que vayan mis tías a la casa. Me mandan siempre a mi cuarto para que no escuche sus pláticas porque son de cosas de mujeres. El otro día estaban hablando de mi papá, estoy casi seguro, porque cuando entré todas se quedaron calladas, yo ya no pregunté nada y me fui a mi cuarto de todos modos sabía que no me iban a decir nada.

A lo mejor…Dice mi amigo Juan que a lo mejor mi papá se fue a Estados Unidos como el suyo y que en la Navidad va a venir y me va a traer un montón de cosas, así le pasa a él, nada más ve a su papá cada año. Pero yo no creo que el mío esté allá, cuando menos nos llamaría todos los domingos, o alguna vez al mes como lo hace el papá de Juan. Erika dice, que a lo mejor se fue con otra mujer, que eso pasa siem-

pre en las novelas cuando algún hom-bre desaparece de su casa. A lo mejor se lo llevaron los extraterrestres dice Fito, pero eso a mí no me hace tanta gracia. La que sí me dejó pensando fue América, después de que todos hablaron se quedó un rato callada y entonces dijo algo que me puso muy triste, dice que a lo mejor lo que pasa es que mi papá está muerto.

Flores de Cempasúchil…La maestra me pidió que llevara de tarea flores de cempasúchil. Vamos a poner en el salón un altar de muertos. Nos ex-plicó que cada año los muertos vienen a visitar a los parientes que todavía están vivos para convivir con ellos.

Por qué estar triste…Cuando llegué a la casa me armé de valor, sin importarme que no me dijera nada volví a preguntarle a mi mamá: ¿dónde está mi papi? No me dijo nada, se quedó otra vez callada, fue entonces cuando sin pensarlo lo dije: Mami, verdad que mi papá está muerto. Me abrazó muy fuete y empezó a llorar quedito. Sí Lalo, tu papá está muerto. Le dije que no llorara, que no había por qué estar tristes.

Dicen que vuelven…Hoy nos levantamos temprano, mi mamá se puso a hacer frijoles charros, enchiladas verdes; yo fui a la tienda y compré un refresco y los cigarros que le gustaban a mi papá. Vamos a po-nerle un altar de muertos porque hoy es el día de muertos, y al menos una vez al año dicen que ellos vuelven.

hablaremos de penas y despedidasharemos hablar del fracaso a nuestros condenados huesos ensayaremos una pequeña respiraciónque de pronto nos contenga nos pondremos llorosos, los doslos unos y los otros ( mi muerte y yo )ambicionaremos permanecer con la gracia perdurablede nuestro encuentro una dolorosa intuición de presente nos agobiará la imaginaria piel del pasado

nos envolverá en un gesto inútil de soberbia -es el tiempo- ya no le pertenecemos al dolordesde ahora, a un peregrinar de olvidos pretenderemosel alivio tenuede una memoria quebrantada por lo que se dice: la vida frente al espejo infinito de la muertey caminaremos juntos ya para siemprecon el cuidado de no herir nuestra sombra.

José Arturo Ramos Pinedo

Para EFRM