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SUPLEMENTO CULTURAL No. 134 - 4 DE FEBRERO DE 2014 - AÑO 3 DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN José Emilio Pacheco [1939-2014] fue un hombre afortunado en muchos sentidos, y muy querido además; fue un escritor prolífico, crítico, mordaz y atinado. Nos dejó un gran le- gado: su vida como ejemplo de tenacidad, disciplina, cordura y alegría; y su obra literaria, vasta y luminosa –que se leerá y estudiará durante mucho tiempo más-. [Número especial dedicado a JEP] José Emilio Pacheco. Autor: Juan Carlos Villegas

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La Gualdra 134

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Page 1: La Gualdra 134

SUPLEMENTO CULTURAL No. 134 - 4 DE FEBRERO DE 2014 - AÑO 3 DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN

José Emilio Pacheco [1939-2014] fue un hombre afortunado en muchos sentidos, y muy querido además; fue un escritor prolífico, crítico, mordaz y atinado. Nos dejó un gran le-gado: su vida como ejemplo de tenacidad, disciplina, cordura y alegría; y su obra literaria, vasta y luminosa –que se leerá y estudiará durante mucho tiempo más-.

[Número especial dedicado a JEP]

José Emilio Pacheco. Autor: Juan Carlos Villegas

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La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.

Carmen Lira Saade / Dir. General

Raymundo Cárdenas Vargas /Dir. La Jornada de [email protected]

Jánea Estrada Lazarín /Dir. La Gualdra

[email protected]

Sandra Andrade De Santiago /Diseño Editorial

Juan Carlos Villegas /Ilustraciones

[email protected]

Apenas el sábado pasado, se esparcía la noticia de que el maestro José Emilio Pa-checo se encontraba hospitalizado, noticia que se difundió en diferentes medios y que nos llenó de incertidumbre primero, antes de que otra nueva nota dijera ese mismo día que “se encontraba delicado, pero es-table”. Con la idea de esa “estabilidad” aparente nos quedamos antes de cerrar la edición pasada, pero el domingo 26, jus-to cuando caía la tarde, otra noticia nos cimbró el alma: José Emilio Pacheco había muerto: “Con enorme pesar tengo que de-cirles que mi padre murió hace unos 20 mi-nutos. Se fue muy tranquilo, se fue en paz, murió en la raya como él hubiera querido”, dijo a los medios de comunicación su hija Laura Emilia. Una tristeza pastosa me llenó de pronto ese domingo. Admiradora de su obra desde mis primeros años de lec-tura, pensé en ese momento que su parti-da, tal como lo había dicho en uno de sus poemas, nos había “graduado de adultos” a todos aquéllos que crecimos pensando románticamente que los poetas como él eran como una especie de héroes inmor-tales. La realidad es otra, pero también es poesía, porque José Emilio Pacheco nos dejó y al hacerlo nos encomendó una ta-rea más noble y comprometida: aprender de la realidad y el tiempo –finito y lúdico- y mirarnos en ellos para repensarnos, para situarnos en nuestro aquí y ahora. Nuestro aquí que no será jamás igual al de hace un instante y nuestro ahora que será distinto al de un segundo después. José Emilio Pacheco, como ya la habíamos mencionado, fue un hombre afortunado en muchos sentidos, y muy querido además; fue un escritor prolífi-co, crítico, mordaz y atinado. Nos dejó un gran legado: su vida como ejemplo de tenacidad, disciplina, cordura y alegría; y su obra literaria, vasta y luminosa –que se leerá y estudiará durante mucho tiempo más-. Sus premios fueron muchos, tal vez nunca suficientes, pero tampoco creo que eso le hubiera causado en vida ningún tipo de contrariedad, pues más preocupado es-

“La mayoría de edadno se alcanza por fecha de nacimiento

ni consta en los archivos oficiales.Nos graduamos de adultos nada más

cuando alguien nos deja.En plena juventud llega de pronto

el sabor de la muerte”.[José Emilio Pacheco 1939-2014]

Vanguardia y tradición en la poesía de José Emilio Pachecopor Simitrio Quezada

Alta tensiónpor Minerva Margarita Villarreal

José Emilio: el secreto y la clavepor Juan Antonio Caldera Rodríguez

Desayuno en Tiffany’s, Mon Kupor Carlos Belmonte Grey

Estatuas y cenizaspor Bernardo Araujo

Lector turulato por Mateo Estrada Gaviria

Un libro, una canción y su encuentro en un colectivo por Eduardo Campech Miranda

Todos somos Pacheco “s” por Rudy Yohai

José Emilio en Zacatecaspor Ester Cárdenas

A propósito de José Emilio Pachecopor Eduardo Francisco Ríos Martínez

Tabucchi sueña que José Emilio Pacheco sueña por Edgar Khonde

José Emilio Pacheco (1939-2014) por Alberto Huerta

¿Qué se hace? por Pilar Alba

Postdata para José Emilio Pacheco por Roberto Galaviz

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LA GUALDRA NO. 134 / 4 DE FEBRERO DE 2014 / AÑO 3

taba por todo lo que le faltaba por cono-cer, leer y escribir. En este número especial a José Emilio Pacheco, presentamos a ustedes una serie de textos realizados en su honor. Los colaboradores de este número hacen una reflexión sobre la vida y obra de este poeta, narrador, ensayista, periodista y guionista de cine. Así, se suman a este homenaje Juan Antonio Caldera Rodríguez, Simitrio Que-zada, Minerva Margarita Villarreal, Eduar-do Campech Miranda, Mateo Estrada Ga-viria, Rudy Yohai, Carlos Belmonte Grey, Bernardo Araujo, Ester Cárdenas, Eduardo Ríos, Edgar Khonde, Pilar Alba, Roberto Galaviz y Alberto Huerta. Ramón Antonio Armendáriz nos comparte además dos fo-tografías de JEP durante su visita a Jerez en el año de 1984; y la portada es una obra de Juan Carlos Villegas. He de decir además, que los textos que aquí se incluyen no son los únicos que nos mandaron al correo de La Gualdra durante la semana pasada; quedaron pendientes para su publicación varios trabajos más que por razones de espacio no nos fue posible incluir en este número, y que iremos publicando en edi-ciones posteriores. Va pues este número gualdreño dedicado a la memoria de José Emilio Pa-checo y a todos quienes en vida tuvieron la fortuna de tenerlo cerca, a quienes lo quisieron –y lo quieren-, y a quienes tie-nen la oportunidad de seguirlo leyendo. Decir adiósAcércate y al oído te diré adiós.Gracias porque te conocí, porque acom-pañasteun inmenso minuto de la existencia.Todo se olvidará en poco tiempo.

Nunca hubo nada y lo que fue nadatiene por tumbael espacio infinito de la nada.Pero no todo es nada,siempre queda algo.Quedarán unas horas, una ciudad,el brillo cada vez más lejano de este mal-tiempo.

Acércate y al oído te diré adiós. Me voypero me llevo estas horas.

De Ciudad de la memoria [1986-1989]

Jánea Estrada Lazarí[email protected]

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4 DE FEBRERO DE 2014

Por Juan Antonio Caldera Rodríguez

José Emilio: el secreto y la claveNo pocos lectores de la poesía y de la obra narrativa, esencial y principal-mente, de José Emilio Pacheco lo juz-gamos o lo situamos en una órbita, no de premeditadas maneras, sino más bien de una muy natural gentileza y bondad. Una naturaleza que no desdi-ce su habitual sencillez bordada de una melancolía secular, sino que pone en firme una personalidad poco común, atractiva y amena. Así lo conocí yo y sin ningún prejuicio me acerqué en más de una ocasión y caminé a su lado; ello me lo permitió el haber andado en la comitiva de las ya célebres Jornadas Lopezvelardeanas que mi admirado amigo José de Jesús Sampedro diseñó y propulsó con ahínco e imaginación a la par con otras instituciones cuya pre-valencia distaba no de no interesarse en el trinar de los poetas y autores que con su vida y su obra pueblan de cen-tellas luminosas las cabezas y los cora-zones de los filiales de la poesía y de la literatura y todos los ecos de ondas fecundas en los genios de quienes ha-llan y buscan, buscan y hallan la clave y el destino de una visión ceñida por la palabra creadora pero aureolada por la poesía que funda y refunde la cultura. José Emilio era ameno, era alegre pero no dejaba de ensimismarse, de pronto, en una especie de silencios melancólicos y de ajenada fruición. Yo escuché de sus labios alguna bro-ma; otras, un dato insospechado que venía a ilustrar cualquier comentario, cualquier pregunta, cualquier duda. No lo conocí ni en mi mocedad ni si-quiera durante más de una visita que hizo a Zacatecas o a Jerez. Lo conocí, lo saludé y conversamos algunos mo-mentos sobre sus ensayos tan sutiles y fogosos que deseaba ayuntar en un volumen del poeta que nos congregaba en aquel año de 2003, cuando recibió el premio iberoamericano de poesía “Ramón López Velarde”. Estuvimos una comitiva a dar a conocer el hecho de su designación como merecedor de la presea hasta la Ciudad de México. La entrega de esas preseas a varios pro-hombres, a don Andrés Henestrosa, a Lizalde, a Juan Gelman, A Monsiváis, a don Víctor Sandoval a Toño Campos, a Pacheco, a Hugo Gutiérrez Vega… tenían un halo de soberbia y digna ro-bustez: nada, o casi nada se escatimaba. Había recepciones, brindis, callejonea-das muy al uso nuestro, conferencias, presentaciones bibliográficas, emisión de un cartel conmemorativo, visitas a la tierra del padre soltero de la poesía mexicana, del Príncipe de los poetas, donde libábamos mieles y más mieles de cinturas y trenzas opíparas, de je-rezanas que instruían en un arrebato de ala de mosca las sentencias del gay trinar o de la cortesanía muy barroca de la tierra adentro… Las ocasiones

en que se anunciaba el premio, ya en Bellas Artes, ya en el Seminario de Cultura Mexicana de la Ciudad de Mé-xico, solían acudir muchos medios. La sede de cuando se anunció el premio del autor de Siglo pasado, Ciudad de la memoria, Morirás lejos, Irás y no volve-rás, Fin de siglo, etcétera, fue en la sede del Seminario de Cultura Mexicana, sobre Masaryk. Allí se habló de la edi-ción que se presentaría en Zacatecas en los próximos meses de 2003, la cual se presentó, si mal no recuerdo, cuatro meses después con el título La lumbre inmóvil, un ejemplar de colección de la Biblioteca Ramón López Velarde y con unos envidiables forros de Gon-zalo Lizardo y una edición impecable comandada por el gran domine Sam-pedro; el libro del maestro Pacheco da cuenta del afecto y de la profusión de conocimientos que sobre el poe-ta sabía, ya por curiosidad, ya porque en el entorno en el que vivió, el pro-pio José Emilio, cuya curiosidad era de ampulosamente detectivesca, sin duda le persuadió y le permitió recopilar anécdotas, aprehender simbolismos y significados que intuía en los poemas del jerezano y que [para las generacio-nes de hoy] apenas sí guardan sentido. Es el caso, por ejemplo, de aquella bella

descripción que nos dio en una charla sobre “la capilla oceánica a lo lejos” del poema El sueño de los guantes negros. O el pulimiento tan ingenioso como real que le da al verso “Cuando me so-brevenga/ el cansancio del fin,/ me iré, como la grulla/ del refrán,/ a mi pueblo [“Humildemente”], y como canoniza cierto refrán olvidado, al parecer de ori-gen español: ´A tu tierra, grulla, aunque sea en un pie´”. [La entrega fue ese año de 2003 en el suntuoso Museo Manuel Felguérez, sitio en lo que fue el semina-rio de Zacatecas allá por 1900 cuando el púber Ramón López Velarde había llegado en octubre de ese año a iniciar-se en los estudios clásicos y de piedad. El lugar, ya de por sí es evocador]. José Emilio recordó antes de comen-zar propiamente la ceremonia, aquella formidable prosa que el vate jerezano escribe años después, pero que recreó la llegada al recinto, acompañado de su padre don Guadalupe López Velarde, y de la estricta recepción de aquel niño [que a la sazón estrenaba pantalones largos], por el entonces rector canó-nigo don José de la Trinidad Romero. En aquella inolvidable ocasión leyó José Emilio tres poemas ideados en épocas distintas de su creatividad poé-tica, pero que tenían una relación muy

sentimental con el temperamento tan singular del cantor de Águeda y a sus impulsos y estrategias del modo como se “fue quedando” en algunas mujeres. La lectura me encantó: pocos como José Emilio Pacheco para entreverar sus observaciones psicológicas y com-prenderlas con sobrado tino hacia un poeta quien bien quería, porque, aun-que no lo hubiese externado siempre, uno celebraba la adicción y la admira-ble reverencia que por el poeta de Jerez sentía y entendía y con “escrúpulo de diamantista”; en esa ceremonia logró, como pocos, abismarse en la médula de sus ser, de sus maneras creativas y de sus personalidad integral para ilu-minaros a los adictos de Ramón con una cuádruple llama de devoción. Es una de esas ocasiones en que el alma desanuda sus pruritos de desencanto y suelta los anclas de su barca para ate-nerse a los vientos fructuosos de una pléyade de poetas que en esa fecha de junio de 2003 rindieron la prez y los loores a dos poetas de divino cuño. He estimado al vate del pun-donor, y me ha dolido su muerte, la de José Emilio Pacheco. Su presencia era y fue y será una figura, una referencia que nos cura de las imbecilidades de aqué-llos que piensan que la palabra es una azarosa señora que a veces amanece desleída y otras veces muerta. José Emi-lio fue de los vates que fraguaban con decoro, sapiencia, emoción y misterio el alto don del verbo. Recordaré aquí aquellos renglones, muy borgeanos, y muy al modo de Pacheco de honrar la grandilocuencia estética, poética y espi-ritual de Jorge Luis Borges: “El libro: Lo compré hace muchos años. Pospuse la lec-tura para un momento que no llegó jamás. Moriré sin haberlo leído. Y en sus páginas estaban el secreto y la clave” [José Emilio Pacheco: de Tarde o temprano (Poemas 1958-2000)]. Finalmente diré, que la vena filosófica de José Emilio me man-tiene en vilo. Yo celebro su poesía. Par-padea en ella la luminiscencia de Jorge Luis. No es emulación sino un connato de una reverencia de dos gigantes del idioma, de la poliédrica maravilla de la creatividad y del don divino. Acreedo-res ambos del inagotable fuego del oro secreto y universal que aquilatan los hi-jos señalados por el Hado. Pienso, para domar mis furias, en un poema de José Emilio que es mi rúbrica, mi ensalmo y mi catarsis:

Las cosas hoy dispersas se reúneny las que están más próximas se alejan:soy y no soy aquél que te ha esperadoen el parque desierto una mañanajunto al río irrepetible adonde entraba(y no lo hará jamás, nunca, dos veces)la luz de octubre rota en la espesura.

[El reposo del fuego, “Don de Heráclito”]

Especial a JEP

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LA GUALDRA NO. 134

Por Simitrio Quezada

Vanguardia y tradiciónen la poesía de José Emilio Pacheco

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La de José Emilio Pacheco (Cd. de Mé-xico, 1939-2014) es voz poética ligada a la tradición por un hilo tenue que no le impide adoptar formas nuevas para llegar al fondo. Pacheco no intenta crear una poética que desdiga al pa-sado, ni revolucionar el lenguaje de la poesía contraviniendo los contenidos legados, aunque sí reescribiendo la tradición. Su voz se compenetra con todo y todos: la naturaleza, las ideas y los humanos, haciendo vanguardia al recuperar, a su modo, lo más significa-tivo de la tradición. La tribuna desde donde ha-bla Pacheco es la de una recuperación estilizada de la tradición. Esto implica una adecuación de su voz y búsqueda valorando el tiempo en que vive y lo mejor que puede tomar del pasado. Por este proceso, la nueva poesía de Pacheco adquiere trascendencia para generaciones posteriores, dando ra-zón a lo que decía Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”. Pacheco se hace consciente de su papel en la tradición poética. De hecho parece asumir la sentencia de Lautréamont que me sirve de epígrafe. La poesía es uno de los más auténticos testimonios del pensamiento humano. Como monedas de uso, las imágenes poéticas pueden desgastarse, pero también cobrar nuevo sentido si algún poeta (lector por antonomasia) decide mostrar este nuevo cariz. María Rosa Olivera-Williams propone:

Pacheco como miembro de una “especie” tan antigua como la hu-manidad misma re-crea constan-temente las voces de los poetas que lo precedieron y unido a ellas observa, refl exiona, escribe poe-sía sobre nuestro tiempo.1

Es, entonces, una cuestión temporal. Podemos considerar a los movimientos de vanguardia como aquéllos que van en pos del tiempo nuevo. Aún así, el futuro no puede ir contra el pasado, pues en cierto modo desdiría su origen. No puede haber pensamiento original: aun remota-mente nuestra originalidad tiene su raíz en lo que hemos aprendido, leído y pensado. Nuestra escritura es un nuevo modo de fijar la tradición. Pa-checo valora la voz de los antiguos y se busca en ellos. Miembro de una nueva generación, no sólo puede, sino siente la necesidad de continuar el discurso poético universal. Dice Alberto Julián Pérez respecto a los inicios del poeta:

Pacheco crece “desde” Paz y a partir de él: es como un discípu-lo que asimila lo mejor del mejor para después independizarse de él y elaborar su nuevo estilo, su voz propia.2

El discurso poético de Pa-checo se circunscribe a la necesidad de expresar el mundo no tanto para la contemplación estética como para la reflexión. El poeta se hace uno con el universo, restaurando una armonía perdida. La expresión poética es el proceso por el que esto se hace posi-ble. Expresar al mundo confiere una voz que busca significarlo en la pala-bra. No puede aprehenderse la esen-cia total de un objeto porque la misma visión de él genera múltiples imáge-nes: algunas ya mostradas y otras que esperan ser encontradas (o, en el caso de Pacheco, recuperadas). Huidobro conoció estas for-mas de significar el mundo y las consi-deró banales: por eso optó por signifi-

“Otros celebren guerras y batallas.Yo sólo puedo hablar de mi desventura.

No me vencieron los ejércitos:fui derrotado por tus ojos”.

[José Emilio Pacheco, en Islas a la deriva]

car un mundo nuevo. A partir de esta rebelión -la vanguardia creacionista-, la tradición fue renovada. Lo que quizá Huidobro no intuía era que el sentido del “Non serviam” y sus plan-teamientos en “Altazor” lo llevaban también a integrarse a los cánones. En los inicios del siglo XXI, la vanguardia de Huidobro es parte inamovible de la tradición. Vallejo opera igual desde su vanguardia: los poemas de “Trilce” constituyen un replanteamiento de la poesía y los recursos novedosos de los que puede echar mano: orden inverso en palabras y/o frases, onomatopeyas poco comunes y una desacralización de contenidos. Las nuevas poéticas de Huidobro, Vallejo, Lezama, Paz y otros no están totalmente desligadas a aquellas voces contra las que --adver-tida o inadvertidamente-- quisieron arremeter. La poesía puede vivir en estos descensos de paracaídas o rezos mal mascullados, enumeraciones apa-rentemente atropelladas o recuentos de paisajes sinestésicos en Europa, adecuaciones al lenguaje popular o la búsqueda misma de nuevos derrote-ros. Saúl Yurkievich postula:

Creo que hay que desembocar en la máxima pluralidad, en la experimentación de múltiples prosodias, de las poéticas disími-les. Desde el discurso profundo, desde el turbión de las confusas mezclas del fondo corporal, hasta el remonte a las alturas del dis-curso abstracto, traslúcido.3

Más que avance, la vanguardia es bús-queda. Por lo general, en las búsque-das se persiguen cosas nuevas, des-ligadas a lo que ya se tiene. Empero, ello conlleva el riesgo de ir al extremo

contrario (el peor riesgo es permane-cer allá). Todo movimiento artístico busca, con el paso del tiempo, cierto “reacomodo”. En esta tónica hablo no de muchas, sino de una sola corriente que periódicamente surge como con-testataria de sus anteriores excesos y gradualmente cambia de ideario y modos de acción. La literatura puede concebirse como una suerte de fénix autorreformadora. Aunque también la tradición implica recuperación. La definición de Calvino deja en claro que clásico es a lo que se vuelve. Lo clásico es tam-bién -quiérase o no- una guía segura para escribir y leer. Como cualquier arte, el ejercicio poético está supe-ditado a un conjunto de normas. La gradual revolución de ellas permite algunos avances (aquí se aprecia con mayor claridad el significado de “van-guardia”), pero con la conciencia de que aún esos avances pueden ser criti-cados y desechados en el futuro.4

La peculiaridad de Pacheco llega en tanto que su poética se dis-tingue de otros vanguardistas que pre-fieren ir contra el arquetipo de lo que hasta entonces ha sido poesía.

Mientras Parra y Belli crean poé-ticas inimitables, terminales, Pa-checo funda una nueva práctica poética singularmente libre.5

No se entienda con esto que Pacheco es poeta “conservador”. Su voz contempla el mundo procuran-do estar en un lugar propio. Sin esto, no podría concebirse la presencia del poeta. Si Pacheco se conformara sólo con retomar poesía del pasado sin “fil-trarla” por su pensamiento, no sería poeta, sino antólogo o traductor.

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Especial a JEP La vanguardia de Pacheco es más contemplativa. Se apoya en las formas clásicas para aprender a en-contrar su voz. No le gusta atropellar la sintaxis ni jugar con la tipografía o el espacio y orden convencional de la escritura. Esto recuerda tam-bién a Alfonso Reyes, quien decía a los aspirantes a surrealistas que no necesariamente debe alterarse la convencionalidad para ser original. Reyes comparaba esos arranques con un jardinero que arranca sus flores para preparar un criadero de lodo. Al comentar esto, no me pongo contra los movimientos vanguardistas, sino los movimientos vanguardistas mal logrados, los que poseen una disloca-ción y violencia “per se”, sin un senti-do propio. Como lo que Sábato decía a Borges:

Habría que ver qué se entiende por revoluciones del lenguaje. Supongo que no serán esas su-presiones de puntos, comas y minúsculas que están al alcance de cualquier chico, que cree des-cubrir lo que ya era un lugar co-mún desde Apollinaire. Ni tampo-co las dislocaciones de palabras o de sintaxis. Está el ejemplo de Kafka: con una prosa transpa-rente y tradicional dio una visión revolucionariamente nueva de la realidad.6

Benavente sentenciaba: “Des-graciados nuestros imitadores, pues de ellos serán nuestros defectos”. El pro-blema de la vanguardia será el exceso. Llegar a la creación de una nueva co-rriente en la poesía conlleva el ries-go de caer en lo terminal, de no sólo criticar la tradición, sino desligarse de ella para caer en un mero experi-mentalismo. Atarse demasiado a la tradición puede no ser enriquecedor. Se cae en el riesgo de buscar guías y no avanzar, escribir bajo la sombra de quienes en su tiempo hablaron mejor que nosotros en el nuestro. La mejor manera de acercarse a la tradición es la vanguardia. Es decir, partiendo del supuesto de que la forma determina al fondo, una re-forma genera un cambio novedoso en los temas y elementos clásicos -ahora sí- como un avance. En este sentido la búsqueda tiene ya un sentido.

Pacheco, lejos de volverse con-tra la poesía del pasado, es un poeta incorporativo, un poeta que asimila las poéticas del pa-sado y se alimenta de la tradi-ción literaria.7

Pacheco está inmerso en una vasta tradición literaria, de la

cual se sirve para expresar su pro-pia voz poética. La tradición no obs-ta para que sea escuchada esta voz como auténtica. Ahí Pacheco asume una característica propia de la van-guardia que señala José Miguel Ovie-do: el ser iconoclasta.

La poesía de Pacheco, escéptica de su propia valor, hipercrítica, se apoya en una convicción icono-clasta. Escribir la poesía no puede ser sino reescribirla, repetirla insi-nuando alguna variante que le dé alguna justificación y actualidad.8

Con una conciencia de que el tiempo es un ciclo con variantes, Pacheco toma su voz retomando la de otros y configura una visión donde se une al universo reflexionando sobre él. En ese universo existen no sólo seres humanos, sino también anima-les, vegetales y minerales. La voz de Pacheco busca abarcar desde lo más grandioso hasta el detalle más inad-vertido. Al hacerlo, no pierde de vista a la tradición, la que ayuda a enrique-cer la propia visión poética. Tome-mos el caso de “Leones”, poema que Pacheco escribe con base en el poema homónimo del norteamericano Ken-neth Rexroth:

El león es el rey de los animales.

En estos díashay casi tantos leones entre rejascomo fuera de ellas

Cuando te ofrezcan la coronarecházala.9

Dentro de la tradición en la que habita, Pacheco toma también la voz de algunos poetas para hablarle a otros y a sí mismo. No se trata de que el poeta “copie” o vuelva a decir. Su labor poética es hacer propia las voces legadas para ayudar a descubrirse, para sentirse dentro de esta tradición que, en su presente, también él forma. En este sentido, puede decir-le a Théophile Gautier, a la manera de Víctor Hugo:

Sereno desdeñaste de la calum-nia el filoque ha dejado su baba en Shakespeare y en Esquilo.[...]Tienes en lo más alto tu Olimpo asegurado.Desde tu inmensa cumbre lo hu-mano es lastimero,ya se trate de Job, ya se trate de Homero.10

La tradición poética sirve a Pacheco para encauzar sus propios textos. El mérito es que se sabe con-

tinuador más que innovador; pero en esa conciencia su poesía se enriquece.Pacheco toma el título Las palabras del mar de un poema de Giorgio Se-feris (tal poema sirve como epígrafe del libro de Pacheco). Las palabras del mar constituye una de las mejores obras en la poesía de Pacheco pues ahí descubre una voz que busca compe-netrarse más con el mundo que con el propio interior del poeta. La última sección de este libro, “Ocasiones y circunstancias”, constituye una serie de homenajes a Rulfo, Efraín Huerta, Guillén, Flaubert, George B. Moore, y termina con una imitación a Juvenal, compuesta por doce sátiras:

¿Hasta cuándo dejaremos de producir ladrones,perfidia, fraudesy búsqueda de lucro mediante el crimen?Hay gobernantes y empresarios honradosPero son tan escasos como las puertas de Tebasy las bocas del Nilo.11

Vanguardia y tradición tie-nen su punto de encuentro en la pala-bra presente. No tienen por qué estar en contra: son complementos, y sin uno u otro no puede tener sentido la enunciación poética. La relación que Pacheco sos-tiene con los clásicos no sólo le permite actualizar la crítica social, sino también la política. El siguiente texto es una tra-ducción a Arquíloco; sin embargo, lle-va por título “Candidato del PRI”:

Ahora en el país manda tan sóloLeófilo.No se oye sino a Leófilo.Todo repta a los pies de Leófilo.12

Pacheco gusta mantener cierta coherencia en la temática de sus versos. La vanguardia es estableci-da por el título; mismo que prejuicia al lector. Encuentro otro ejemplo de esto en “Make love not war (2)”:

Otros celebren guerras y batallas. Yo sólo puedo hablar de mi des-ventura.No me vencieron los ejércitos: fui derrotado por tus ojos.13

Pacheco busca ecos que le permitan ser dentro del lenguaje poético: ésa es su vanguardia. Sus motivaciones no son el renombre o el mérito de revolucionario del len-guaje. Pacheco busca su esencia en la esencia de los antiguos. Como lector de ellos, Pacheco hace también su relectura, su reescritura. El poeta se sabe en medio de dos tiempos, un día entre dos noches, un presente. En este sentido, la voz de Pacheco es humilde: no enuncia manifiestos, no pretende fundar nuevas poéticas, aunque su escritura es una renova-ción de la legada. La mejor manera de llegar a la vanguardia es la tradición. Ésta constituye el verso inmediato anterior, el que podemos continuar, con miras a colaborar en la redacción de este poema universal que es la Poesía.

1 OLIVERA-WILLIAMS, Maria Rosa, “El monólogo dramático en la poesía de José Emilio Pacheco”, en Revista Iberoamericana, Vol. LXII, no. 174, Enero-Marzo 1996, pp. 175-184 (p. 175).2 Pérez, Alberto Julián, “José Emilio Pacheco: una poética para el fin de siglo”, en Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, año III, no. 7, pp. 39-51 (p. 41).3 En: Muñoz, Miguel Ángel, “El mensaje poético lo es todo: Saúl Yurkievich”, Entrevista aparecida en Diario “El Financiero”, México, Viernes 27 de febrero de 1998, Sección Cultural, p. 55.4 Recordemos el caso de Enrique González Martínez. ¿Cómo era posible que alguien inscrito en el Modernismo atacara duramente a los seguidores de Darío y las imágenes que éste buscaba crear en la poesía? Buscando la revolución poética, el Modernismo llevó al exceso su plasticidad y colorido en la forma, olvidándose de la función del fondo. En ese sentido, “torcerle el cuello al cisne” era invitación a los modernistas a ser moderados, a no abusar de las enseñanzas del nicaragüense, ni agotar precipitada-

mente los recursos legados.5 Pérez, Alberto Julián, Op. cit., p. 43.6 BARONE, Orlando (comp.), Diálogos Borges Sábato, p. 89.7 Pérez, Alberto Julián, Op. cit., p. 41.8 Oviedo, José Miguel, “José Emilio Pacheco: La poesía como Ready-Made”. En VERANI, Hugo J. (sel. y pres.), José Emilio Pacheco ante la crítica, pp. 34-35.9 Pacheco, José Emilio, Miro la tierra, p. 77.10 Idem, Irás y no volverás, p. 59.11 Idem, Los trabajos del mar, p. 83.12 Idem, Islas a la deriva, p. 136.13 Ibídem, p. 138.

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LA GUALDRA NO. 134

Alta tensiónPor Minerva Margarita Villarreal

Cuando la flecha da en el blanco no sólo punza y hiere —puesto que el dar-do ha penetrado—, también eterniza su acción, permanece al vuelo clavada en su deseo. En esta imagen fragua la poesía de José Emilio Pacheco. Ena-morada de su objeto, se clava en él y nunca deja de volar, así su empresa se eleve en altos aires o repte por el suelo, así navegue en los canales de la antigua Tenochtitlan o logre sumergirse en los reductos de sus manantiales. Siempre de viaje, registra y plasma con nitidez su gloriosa o infernal visión. Se trata de un vuelo directo, que despliega lances y piruetas bajo un dominio pleno del lenguaje. Alta tensión en su equilibrio. Como las aves de altanería su vista se aguza y enfoca el lente ampliando su objeti-vo: el mar, la Ciudad de México, el amor y su fuga, la casa, la amistad y

el conflicto de afectos, el trabajo, la poesía, el origen y el mundo que pa-rece no tener fin. Bajo la óptica de la ironía, recrudece el sentido de la fá-bula al establecer estrechos símiles entre el hombre y algunos animales: el pez, el gato, la araña y su mortal maquinaria, el cangrejo, los pájaros y los monos, sin que la personifica-ción y la moraleja aparezcan, sólo el procedimiento despiadado de su ob-jetivo para sobrevivir. Como raíz aferrada de yedra que persevera contra el asfalto para no morir, la poesía de José Emilio Pa-checo es un testimonio de la férrea presencia de Mnemosine aún en la tierra, diosa del tiempo, de la memo-ria y del recuerdo, a quien debemos la invención de la palabra y el lenguaje, y a la que nuestro poeta, fiel a su fi-liación —dado que la poesía es una de

¿Qué flecha no deja nunca de volar?La flecha que ha alcanzado su objetivo.

Vladimir Nabokov, “Una belleza rusa”.

sus hijas—, jamás deja de honrar. De ahí que hallen cabida en sus poemas personajes de la Conquista y la Colo-nia; de ahí que se reactiven, como si se tratara de hallazgos y paráfrasis, con-ceptos y relaciones trabajadas por los antiguos clásicos respecto al poder y su ejercicio, al abismo que cobra fuer-za en la magnitud de los hoyos negros de la política vigente en el país. La naturaleza del origen es una de las grandes preocupaciones de José Emilio Pacheco, una necesi-dad de volver al principio, puesto que allí encontraremos la fuente de vida, e irremediablemente, el acicate del fin. Este es “el arte del estrago” de nuestro poeta, revelar la dinámica que simultá-neamente ejercen el tiempo y la propia existencia sobre los objetos hasta que de ellos sólo sea posible el recuerdo. Y aquí destaca su gran oficio: hacer del

recuerdo la posibilidad de despertar los objetos y volverlos a la vida:

Un día fuimos a buscarlo y ya no estaba. Hasta los restos de las ruinas se hallan sujetos a la corrosión del tiempo. El casco se había disuelto por fin. Pero cuan-do el Sol se hunde en el océano un brillo metálico apagado re-cuerda por un instante el último testimonio de aquel naufragio. [“El arte del estrago”, La edad de las tinieblas, 2009.]

Y esta posibilidad de volver del naufragio, de despertar a la vida sólo se da con la imagen del agua de por medio, a través de este reflejo pa-samos del paisaje marino al espejo de la rutina en la cotidianidad, que sólo nos presencia si regresamos a él.

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Una poética de casa, que parte de los confines domésticos, del trabajo diario, del drama personal de la existencia e ilumina inesperadamen-te, con la luz de la obser-vación y el trazo limpio, momentos triviales en apariencia carentes de ful-gor. De esta manera, Pa-checo hace de las “Tres y cinco”, la hora en que una familia se reúne a comer, un objeto de trascenden-cia, al introducir en un cuadro de costumbres la contemplación, no de los comensales, sino del ave que a diario baja a esa hora a acompañarlos. Las aves juegan un papel importante en esta poética. Son medios de la revelación. El poema “Los pájaros” en su vuelo invoca e involucra una se-rie de elementos que regis-tran la consumación de la totalidad. Un poder sinies-tro contra una población inerme se ve represen-tado en la figura de aves negras —pichos, tordos o zanates— que se confun-den con la noche. Una de las más graves tragedias colectivas del siglo XX, la bomba atómica, queda flotando en un ambiente amenazado por el terror; así registra esta verdad la mirada de un niño a través del cual nuestro poeta hil-vana el pasado de unas va-caciones familiares con el presente del desencanto, los pájaros cayendo sobre los árboles como la bom-ba, hasta que sólo la noche cubre el paisaje donde ha-bía reinado la vida dando paso a los cuerpos arra-sados por el incendio. Un gran poema de la concen-tración cuyo ritmo es sostenido por el aleteo inesperado y letal de imágenes que congregan la muerte impune. Un poema en el que cada palabra descu-bre una de las más terribles caídas de la humanidad. La poesía de José Emilio Pa-checo dispone del lenguaje sin miedo ni pudor, concentra una carga emo-cional que es antes que nada y por principio materia del verbo, puesto que pasa por su voz la combustión de la vida. El verbo dicta si el poeta ha decidido obedecer y José Emilio Pa-checo es un cautivo del tiempo y del lenguaje. Del tiempo que le tocó vivir, del tiempo ido, del futuro que será tan

inasible como el pasado, y de la mag-nificencia del lenguaje que posibilita su revelación. La realidad se muestra desde distintos ángulos hasta pronun-ciar su esencia y tiene como sostén la memoria. Así, la casa de su poética se ha convertido en caza de su escritura: ancho y vasto andamiaje, largo, alto y con un profundo amor por cimiento y por raíz. Una escritura cuyas herra-mientas y estrategias provienen de un marco definido: nosotros, las es-pecies, la naturaleza a punto de pere-cer, los edificios derruidos, la historia que nos huye. Desde este espacio se ilumina la tinta, atravesando límites concisos que parten de los clásicos,

afinando su tajo por amor a la patria, a la carne, al ser. Como ya bien jugara en 1910 Rubén Darío, en su poema “Gaita ga-laica” de Poema de otoño, con el sus-tantivo amor y la acción del amar, y entre ambos, en el acto, nos descu-briera un amargor:

Dices de amor y dices despuésde un amargor como el de la mar.

En la poesía de José Emilio Pacheco amar a México ocupa planas de incansable búsqueda: testimonio, diario, paráfrasis, lecturas enlazadas; pasajes de distintas épocas, desde el

descubrimiento de Amé-rica hasta retratos de los años setenta o de la ac-tualidad. Una magistral destreza en la síntesis y el acucioso registro de las páginas más oscuras de la historia. La consu-mación de la flecha es su acción punzante. Acto celebratorio cuando pe-netra el dardo. Hace poco, en la Ciudad de México, alguien buscó colocar una cister-na debajo de su casa y las perforaciones provocaron un hallazgo al dar con un canal de Tenochtitlan; qui-zás por allí pasó la joven muerta, Eurídice, la del poema de Pacheco, vuelta al origen, hecha agua, gol-peando subrepticiamente; luego desató sus fuerzas hasta hacer que temblara la tierra, provocó derrum-bes de palacios en ruinas y modernas construcciones y logró que emergieran pi-rámides funestas. Pirámi-des, núcleos de piedra que la serpiente va rodeando para dejar en claro que es una sobre otra. Etapas, piedras, cada cincuenta y dos años como lo dicta el calendario azteca. Conflu-yen. Estos poemas conflu-yen como la historia que nos sostiene. Leen circu-larmente el tiempo. Son fuente de perplejidad, des-concierto por la esperanza que se va secando como tierra sin agua. El ojo todo lo ve. Lo mismo ve al amor des-nudándose en un parque sediento, que a la mucha-cha a quien arrastró el mar hasta volverla ola. Debajo de la tierra la vida toma forma. El mundo prehis-pánico está vivo en estas

letras; Sor Juana —desde la Colonia— conversa con nosotros, ¿podemos en-claustrar su acción trascendente? La poesía de Pacheco es una flecha cuyo proyecto es certero, diestro, profundo y sencillo a un tiempo, una flecha que viaja y que congrega. Pero como dice una de las Voces de Antonio Porchia: “El amor que no es todo dolor, no es todo amor”. Así rige este dios alado y ciego el tono elegiaco de una poética donde el tiem-po presenta sus marcas, sus devasta-ciones y su carácter caprichoso e irre-petible. La honda huella que deja esta poesía es una herida abierta puesto que su flecha ha dado en el blanco.

Especial a JEP

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LA GUALDRA NO. 134

Por Eduardo Campech Miranda

Por Rudy Yohai

Por Mateo Estrada Gaviria

Lectorturulato

Un libro, una canción y su encuentro en un colectivo

Todos somos Pacheco “s”

Conocí, como muchos, la canción de “Las Batallas” en un disco compacto de Café Tacvba. Como a otros tantos que no habíamos leído la novela de José Emi-lio Pacheco, y como pasa con muchas canciones, me la sabía de memoria pero no la entendía. Durante una capacitación de los talleres de Mis Vacaciones en la Biblioteca, Alma Leyrda Cárdenas nos develó el misterio de la letra de Café Tacvba. Ahí conocí la prosa de Pacheco. Antes había leído algunos de sus poemas. Al año siguiente supe que la actividad la había aprendido de Claudia Gaete Balboa, entraña-ble amiga. A Claudia la volví a encontrar en capa-citaciones de Salas de Lectura, en un diplomado ofrecido por iBBY México y años después en un di-plomado que se ofertó en Zacatecas a docentes de Educación Básica. Y fue hasta esta última ocasión en que compartió cómo había relacionado e ideado el andamiaje de comprensión lectora con ambos textos. Nos compartió que en un viaje en colecti-vo en el Distrito Federal, escuchó la canción –que ella misma sabía de memoria- y fue entonces que acababa de leer la novela. Ahí le llegó la ilumina-ción: ésa que se presenta cuando descubrimos in-tertextualidades. Fue así como se elaboró una acti-vidad tan exitosa que, incluso, aparece en los libros de telesecundaria. Pero más allá de la aportación de Claudia Gaete a la comprensión lectora, el andamiaje ha pro-

Me parece que leí Las batallas Las batallas en el de-sierto cuando tenía unos 16, tal vez 17 años. El pro-fesor Arturo Silva, el maestro de español de tercero de secundaria nos inculcaba la lectura “soltando” algunas escenas del libro que sin darnos cuenta nos dejaba de tarea para leer el fin de semana. Así lle-garon a mis manos, libros como Pedro Páramo, El laberinto de la soledad, Aura y, quizá, Los relámpagos de agosto o La noche de Tlatelolco. Fue una bendición tener un profesor tan liberal que nos supo estimular

José Emilio Pacheco no me es conocido sólo por su fallecimiento. No. Parte de su obra literaria es la referencia inicial. Soy un lector (perdónese-me la primera persona) y enunciaré un conjun-to de notas sobre las recepciones, evidentemen-te ingenuas, que tuve de su poesía, crónicas y, lo que Marco Antonio Campos llamó: artículos de ficción. Por Alta traición ocurrió el primer acer-camiento. En el esplendor del nacionalismo revo-lucionario estudiaba la secundaria. La patria era un término sagrado y el texto de José Emilio una blasfemia. Publicar el poema era un acto punible.Ocurrió que en la escuela solicitaron un libro de poesía. Se llevó un ejemplar de Cuadernos mexi-canos (los folletos de la Conasupo lopezportillis-ta). Allí estaba Alta traición. El profesor solici-tante al ojear el cuaderno, ordenó lo acompañara donde el director. El conductor le dijo a la autoridad: mira lo que trajo. Aquél hojeó el folleto y declamó Alta traición con pasión de Suave Patria… Luego, los adultos hablaron sin límite de tiempo sobre Pa-checo, Sabines y Paz. Qué significó ese sanedrín. Quién sabe, porque el secundario nunca fue adivino. Pero ad-virtió que leer no era antipatriótico. Quizá por ello, meses después el secun-dario compró Crónica de Huitzilac, de Pacheco. El texto también apareció en Cuadernos mexicanos. La lectura azoró. Entonces miró un Plutarco Elías Ca-lles cabrón… y definió como un buen historiador. Años después, el exsecundario compró La sombra de Serrano. El texto lo distribuyó la be-ligerante Proceso. Allí incluyeron la Crónica. La lectura azoró. Porque notó que el Estado de la re-volución se cimentó con sangre de venganza… Luego, el exsecundario leyó semanal-mente la columna Inventario en Proceso. José Emilio Pacheco allí expuso el pasado y los pre-sentes posibles, muchos ficticios. Uno de los artículos es el paradigmático, el que reseña al Elías Calles que pudo controlar la dictadura de Obregón… Por leer Inventario conoció a Ramón López Velarde. En junio de 1988 leyó “Las alu-siones perdidas (para un glosario de López Velar-de)”. Con azoro ojeó: “Así, el ‘clima de ala de mos-ca’ mencionado en La última odalisca, no es una imagen auditiva como supuse erróneamente en la Antología del modernismo […] ala de mosca es una tela gris semitransparente, seethrough se hubiera dicho más tarde, con que la moda de 1910-1920 volvió a insinuar los senos en víspera de descubrir las piernas mediante las faldas cortas de los años veinte”. Habituado en escuchar y leer, el exse-cundario se emocionó cuando José Emilio Pa-checo recibió el Premio Cervantes, en 2009. La impresión ocurrió cuando escuchó del premia-do decir cómo se sentía por la distinción. Poeta avezado respondió: turulato. Pacheco se sentía turulato. La declamación del adjetivo le recordó al exsecundario que el primer acercamiento a la obra de José Emilio Pacheco lo dejó y mantiene en la perplejidad de la lectura...

piciado el acercamiento con la obra de José Emilio Pacheco. Los jóvenes y los adultos encuentran en ella una historia que propicia las evocaciones y las relaciones culturales. Recuerdo cómo en una oca-sión, realizando la misma actividad de Gaete, una maestra se saboreó las tortas de nata, cómo la his-toria está tan bien construida que brinda la posi-bilidad de mostrar herramientas de comprensión lectora, cómo en unas cuantas páginas nos traslada a un México que sigue siendo el mismo: el de las promesas de equidad, justicia y modernidad. Pero por otro lado va abriendo paso a la globalización consumista. Todas esas deudas sociales Pacheco las señaló en su poesía, he ahí el motivo por el que no amaba a su patria, y por el cual, ironizaba con una crítica mordaz la reunión de antiguos compa-ñeros. Por esos sus palabras, con toda autoridad, al entonces candidato Peña Nieto:

a conocer a escritores de la talla de José Emilio Pa-checo entre muchos otros y con ello descubrir el significado de las personas que somos hoy en este país y en este tiempo, es definitivamente lo que me sedujo de la obra de Pacheco. El cuestionamiento de la identidad, tanto individual como colectiva, un tema que fue fundamental en el trabajo de José Emilio. De aquel libro recuerdo claramente que llega un momento cuando hay un rompimiento con el personaje de Carlos cuando él se atreve a declarar su amor a la madre de su mejor amigo, y fue ahí donde me sacudió. Entonces pensé: ¿Cómo este pinche Carlitos se atreve a declararle su amor a alguien, y yo aquí en la baba, no he hecho nada? Definitivamente mi acercamiento con la obra de Pacheco es por la narrativa, es en donde veo y donde reconozco una búsqueda similar a la mía, y a la de mis compañeros de colegio, con quienes a nuestros más de 50 años seguimos man-teniendo comunicación mediada por el gusto a la lectura que nos cobijó y nos enchufó, una fuerte adicción por narradores como escritores como Pa-checo. Por esto, la neta:

“Si no lee, no puede tener lenguaje y sin lenguaje no puede pensar en los proble-mas del país. Los límites del lenguaje son los límites del pensamiento”.

“Si lleva libro bajo brazo, Pacheco seguro”, o ¿cómo era?

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Pacheco, el guionista

Por Carlos Belmonte Grey

Desayuno en tiffany’s, mon ku

José Emilio Pacheco colaboró con el director de cine Arturo Ripstein en la realización de dos guiones que fueron aire fresco para el cine mexicano de los años 70 y se convirtieron en guías para el cine contemporáneo, El Cas-tillo de la pureza (1973) y El lugar sin límites (1978). Ambas cintas fueron recono-cidas por la Academia de Cinemato-grafía Mexicana con el premio Ariel a mejor película, y tuvieron nominacio-nes en diferentes festivales. Era la época en que el cine quería retratar la urbanidad del mexi-cano, avergonzarle con sus vicios y prejuicios, y exponer su carácter fa-talista frente a la modernización y la crisis, algo que definitivamente los cronistas de la mexicanidad como Monsiváis y Pacheco supieron escri-bir, y que Ripstein y Leduc consiguie-ron filmar. De ambas películas, de sus actores y guionistas se ha escrito por todos lados, aquí sólo quiero mencio-nar un par de detalles a remarcar para cuando las deseen ver. El Castillo de la pureza fue estelarizada por Claudio Brook, Rita Macedo, Diana Bracho, David Silva, Arturo Beristáin y Gladys Bermejo. La historia cuenta el drama de una familia (padres con tres hijos) que vive recluida en una casona del centro de la ciudad; se dedican a producir ve-neno para ratas y sólo el padre tiene el

Habíamos salido del auditorio, algu-nas cien o ciento cincuenta personas. Era un evento muy solemne, de una pompa que se desmoronó en cuanto sirvieron los canapés, en el fondo del patio, el hombre se mantenía estático, estacionado, tal como haría un ciego varado a la mitad de un estadio repleto monos cilindreros; parecía estorbarle de sobremanera aquella especie de co-

derecho de salir a la calle para venderlo. El padre ha conseguido educar a sus hi-jos con la ayuda de su esposa, encerra-dos para protegerlos de la contamina-ción del mundo moderno. Esta trama, y ahí el detalle, ha sido constantemente interpretada como una premonición de lo que era el mundo soviético cubano

que se quería “reinventar” aislado del resto de la civilización. Curiosa inter-pretación en un momento en que el mexicano parecía estar asfixiado en el presidencialismo priista. El lugar sin límites, basada en una novela de José Donoso, fue actuada por Gonzalo Vega, Roberto Cobo, Fernando Soler y Ana Martín. Es la que más me gusta de las dos, y quizás de toda la obra de Ripstein. El machismo y la homofobia quedan expuestos en un pequeño pueblo perdido en algún rincón provincial mexicano, en donde lo único que hace vivir a la población es un viejo cacique y un viejo burdel. El ambien-te, y ahí está el detalle, está construi-do por los tonos y las luces rojas del

burdel, de la calle, de la noche, de los vestidos, de los rostros. La manipula-ción de la sensualidad a partir del co-lor es un ejemplo de la ejecución de la teoría barthiana (Roland Barthes, Mythologies, 1957) de la interpreta-ción de los binomios simbólicos en la cinematografía. Estas cintas, lo mismo que otras de la época como El Gallo de oro (Roberto Gavaldón, 1964), se preocuparon por darle el aire lite-rario que requería un cine asfixiado por el campo y la sexycomedia. Mucho de este nuevo alien-to se debe al grupo del que formó parte José Emilio Pacheco. Espero, esperamos, que gocen con el cine alegre de la literatura mexicana.

Por Bernardo Araujo*Estatuas y cenizas

rona invisible que acababan de colocar sobre de su cabeza, el baño de oro con que rociaron su nombre y sus diserta-ciones. No era la primera vez, me en-teré luego… Esa noche intenté tomarle un par de retratos con una película blan-co y negro (aún se usaban las películas fotográficas). Digo intenté porque al fi-nal de cuentas nada se logró de aquella

“Para quien no haya visto cuanto yo viparecerá mentira lo que pasó”.

José Emilio Pacheco

“La memoria no es lo que se recuerda, sino lo que olvidamos”.

José Revueltas

cinta. Lo más ridículo fue cuando, de improviso, estuve junto a él, y sin pen-sarlo le pedí que me permitiera tomar-nos juntos una fotografía. No accedió ni se negó, seguía intentando sacudirse discretamente la corona invisible. Un fulano se ofreció a hacer el disparo y a los pocos segundos me hacía señas confusas. “Bah, este pobre no sabe ni usar una cámara” –me dije, petulante- el hombre laureado continuaba de pie mirando hacia ninguna parte. Esa coro-na incomoda –supuse-. Luego me en-teré de que se había terminado el rollo. De entre la multitud con sus canapés surgió una funcionaria de la cultura lo-cal, que se ofreció a retratarme con el caballero inmóvil. La cosa fue que años después llegó a mis manos aquella imagen. El resultado: un hombre afable y serio, entrado en años, suspendido en el aire, muy bien peinado, con gafas de media-no aumento, a quien algo parecía opri-mirle la cabeza; a su lado, un chaval de figura larga que disimulaba mejor

la timidez que la alegría espontánea. “Son como dos estatuas de cera, y una está volando” –me dije entonces- pero el tiempo y la lectura de sus exquisitas palabras me siguen desvelando ver-dades insondables, cíclicas y fugaces; premonitorias: “Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa: de ese horror quién puede tener nostalgia”. Miro la imagen, y ha desapa-recido la estatua que volaba. ¡No puedo comprenderlo! El sabio, el narrador, el poeta, el políglota, el humano, el hombre, el agitador, el testigo, el hermano mayor, el sencillo, el oscuro; dijo así: “Toda la noche escribe el cangrejo en la arena hú-meda / El poema infinito de los mares. / Lo hace aunque sabe que al atardecer / Vendrán las olas a borrar su escritura”… dicen que lo han visto bucear por las profundidades del mar de Veracruz; otros, que merodea las avenidas en la tarde fresca de la Ciudad de México.

* [email protected]

Especial a JEP

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PROGRAMA EN JEREZ

DOMINGO 210:00 horasOfrenda Floral Participación de la Banda Munici-pal “Candelario Huízar”Autoridades Municipales e Institu-ciones Educativas y Culturales que llevan su nombreJardín Rafael Páez

VIERNES y SÁBADOS20:00 horasLeyendas de ZacatecasFrente a Catedral

SÁBADOS 1, 8, 15 y 2218:00 horasDanza, Música y TeatroSábados en la CulturaEscalinatas del Antiguo Templo de San Agus-tín y Plazuela Miguel Auza Coordina: Instituto Zacatecano de Cultura “Ramón López Velarde” Casa Municipal de Cultura de Zacatecas

SÁBADOS 1, 8, 15 y 2220:00 horasRestauración Virtual delAntiguo Templo de San Agustín

DOMINGOS 2, 9, 16 y 2318:00 horasTradicional ConciertoOrquesta Típica de ZacatecasCasa Municipal de Cultura de ZacatecasEntrada libre Coordina: Casa Municipal de Cultura de Zacatecas

JORNADAS CANDELARIO HUÍZAR 201411va. Medalla al Mérito Musical Candelario Huízar

Del 2 al 9 de febrero

AGENDA CULTURAL FEBRERO 2014

La proyección de las películas se realiza de manera gratuita con fi nes

culturales y educativos. Excepto estre-nos: LOS COLORES DEL DESTINO: UPSTREAM COLOR y LA VIDA DE

ADELE. ¡Todo febrero celebramos el 5º Aniversario de la Cineteca Zacatecas!

¡Una Cineteca Joven y Pública!

PROGRAMAFEBRERO 2014

Martes 4, 18:00 y 20:00 Hrs.DEL TAL PADRE, TAL HIJO

Dir. Hirokazu Kore-edaJapón /2013/ 120 min.

Miércoles 5, 18:00 Hrs. LOS COLORES DEL DESTINO:

UPSTREAM COLOR.Dir. Shane Carruth

EUA / 2013/ 96 min.

Miércoles 5, 20:00 Hrs. SÓLO CON TU PAREJA

Dir. Alfonso Cuarón México / 1991/ 94 min.

Jueves 6, 18:00 Hrs.LOS COLORES DEL DESTINO:

UPSTREAM COLOR.Dir. Shane Carruth

EUA / 2013/ 96 min.

Jueves 6, 20:00 Hrs. GRANDES ESPERANZAS

Dir. Alfonso CuarónEUA / 1998/ 111 min.

Viernes 7, 18:00 Hrs. INAUGURACIÓN DE EXPO-

SICIÓNARENAS DE ESPERANZA, de

Pedro ValtierraExposición individual de

fotografíaLugar: Vestíbulo de la Cineteca

Zacatecas.Brindis el día de la inaugura-

ción

Viernes 7, 19:00 Hrs. CINE CONCIERTO

Música en vivo por: Efrén Beru-men y Mario MoronesEdición: Edín Alaín.Duración 60 min.

Imágenes y secuencias de películas de amor, clásicas y contemporáneas. Escenas de besos, suspiros con dolor y

escenas eróticas. Lugar: Sala Mauricio Magdale-

no, Cineteca Zacatecas¡No apto para niños!

Sábado 8, 18:00 y 20:00 Hrs. LOS COLORES DEL DESTINO:

UPSTREAM COLOR.Dir. Shane Carruth

EUA / 2013/ 96 min.

Domingo 9, 12:00 Hrs. LA PRINCESITA

Dir. Alfonso CuarónEUA / 1995/ 97 min.

Domingo 9, 18:00 Hrs. LOS COLORES DEL DESTINO:

UPSTREAM COLOR.Dir. Shane Carruth

EUA / 2013/ 96 min.

MARTES 418:00 horasConciertoBanda Municipal “Candelario Huí-zar” Dir. Mario Enrique AcevedoEscuela “Candelario Huizar”

MIÉRCOLES 518:00 horasConcierto “Deja que salga la luna”Grupo “Casa de Michtlan”Dir. Anna Raquel CarrilloEscuela “Candelario Huízar”

MIÉRCOLES 5, 12, 19 y 2618:00 horasTodos al Centro HistóricoMiércoles de DanzónCasa Municipal de Cultura de ZacatecasCoordina: Casa Municipal deCultura de Zacatecas

JUEVES 6, 13, 20 y 2719:00 horasTradicional ConciertoBanda Sinfónica del Estado Dir. Salvador García y OrtegaPlazuela Goitia

VIERNES 7, 14, 21 y 2818:00 horasConciertoOrquesta Típica de ZacatecasMercado “J. Jesús González Ortega”Coordina: Casa Municipal de Culturade Zacatecas

SÁBADO 819:00 horasMúsicaPolirritmia Ensamble – NayaritDir. Valentín López LópezFondo Regional para la Cultura y las Artes del Centro OccidentePrimer Patio del Centro Cultural Ciudadela del Arte. Entrada libre

MUSEOS Y GALERIAS

MUSEO DE ARTE ABSTRACTO MANUEL FEL-GUEREZ

Gustavo Pérez obra recienteSala de Exposiciones Temporales IPermanencia: 17 de marzo

Mecanismos de luz y pequeñas fi ccionesObra reciente de Alfonso López MonrealSala de Exposiciones Temporales II Permanencia: 17 de marzo

Visitas guiadas Grupos escolares Lunes, miércoles, jueves y viernes de 10:00 a 12:00 horas, previa cita 924 37 05

Visitas guiadas para familias.Domingos de 10:00 a 13:00 horas, previa cita 924 37 05, según disponibilidad, entrada gratuita para los zacatecanos.

MUSEO FRANCISCO GOITIA

Ruta GaudiObra de Rito SampedroPermanencia: 6 de abril

JUEVES 619:00 horasRecital de voz y pianoSheila López, sopranoFelipe Marcial, pianoTeatro Hinojosa

VIERNES 712:00 horasEntrega de la XI Medalla al Mérito Musical Candelario HuízarA cargo de las Autoridades del Gobierno del Estado de Zacatecas y del H. Ayuntamiento de Jerez. Teatro Hinojosa

VIERNES 718:00 horasConferencia Música de compositores mexica-nos y zacatecanosLuis Félix Serrano. Ganador de la Medalla al MéritoMusical Candelario Huízar 2008Foyer del Teatro Hinojosa

VIERNES 7 19:00 horasConcierto y presentación del disco“Ciudad de Cantera”Ensamble de Guitarras “Kanari”Dir. Daniel EscotoTeatro Hinojosa

SÁBADO 819:00 horasEspectáculo Escénico “Puebleri-nas” Compañía de Danza del Ins-tituto Superior de Educación Artís-tica CALMECACDir. Armando CorreaTeatro Hinojosa

DOMINGO 918:00 horasConcierto SinfónicoOrquesta Filarmónica de Zacate-casDirector Invitado: Rodrigo MacíasSolista: Luis Humberto Ramos, cla-rinete. Ganador de la

Medalla al Mérito Musical Candelario Huízar 2004Teatro Hinojosa

PROGRAMA EN ZACATECAS

JUEVES 619:00 horasTradicional conciertoBanda Sinfónica de ZacatecasDir. Salvador García y Ortega. Gana-dor de la Medallaal Mérito Musical Candelario Huízar 2007Plazuela Goitia

VIERNES 719:00 horasRecital de violín y pianoCarla Elizabeth Benítez, violínAntonio Manzo D´nes, pianoTeatro Fernando Calderón

Sábado 819:00 horasRecital de piano“Crescendo Temporada de Concier-tos” Ecos de la Mancha, el Quijote en el PianoAlejandro Barrañon, pianoAuditorio del Museo de Arte Abstrac-to “Manuel Felguérez”Admisión $80.00

DOMINGO 913:00 horasConcierto SinfónicoOrquesta Sinfónica Juvenil de la U.A.Z.Dir. Cristina Pestana. Ganadora de la Medallaal Mérito Musical Candelario Huízar 2013Teatro Fernando Calderón

Nota: Entrada libre a todos los even-tos, excepto Crescendo Temporada de Conciertos.

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José Emilio Pacheco en Jerez, Zac., 1984. Foto, cortesía de Ramón Antonio Armendáriz Aguirre.

Por Ester Cárdenas

Por Eduardo Francisco Ríos Martínez

José Emilioen Zacatecas

A propósito de José Emilio Pacheco

A principios de los setentas, en el Audi-torio Cervantes Saavedra, donde ahora es la Preparatoria I de la UAZ, tuve la fortuna de escuchar por primera vez a José Emilio Pacheco, en una lectura con Juan Rulfo, Rosario Castellanos y Salvador Elizondo. En aquel entonces recién había leído No me preguntes cómo pasa el tiempo y estaba franca-mente emocionada de escuchar y ver al autor del libro de poemas que tan-to me había conmovido. Al terminar la lectura, pensé en acercarme, no lo hice… Años después, el Sindicato de Personal Académico de la UAZ anun-ció la presentación de JEP en la Biblio-teca de la Prepa I, el lugar estaba total-mente lleno, pero él nunca llegó.

Estoy en una situación difícil, lo reconozco: hablar de una gran poe-ta y literato que desgraciadamente acaba de morir y del que he leído paulatinamente su obra -que es muy vasta-. Comparto con ustedes tres experiencias de lectura de maestro Pacheco. La primera tiene que ver con la manera tan clara en que deja marcada la conciencia del lector con su libro El viento distante, que permi-te ver la tragedia que vive el hombre y la tortuga con cara de niña, prota-gonistas de la feria que se mezclan en un abrazo provocando lágrimas y asombro: una tragedia.

En marzo de 1984 Sampedro organizó un homenaje a José Emilio y convocó a jóvenes escritores de di-ferentes partes del país para que se sumaran al homenaje, que por cierto, era sorpresa: JEP, suponía que asistía a una lectura de poesía. Llegó el día y todos fuimos a la Central Camionera a recibirlo, estábamos emocionados. Lo llevamos al hotel, dejó sus cosas y nos fuimos al Paraíso a tomar una copa, reunión lúdica e inolvidable, luego lle-gó la hora de comer y él no quiso ir a sitio donde se hospedaba, prefirió ir al restaurante del Condesa donde come-rían el resto de los invitados; finalmen-te lo acompañamos a su hotel y no sé por qué alguien preguntó quién iría a recogerlo para ir a la “lectura” y JEP me

dijo: Ven tu por mí. Llegué puntual, fui-mos caminando a la Prepa I – en aquel entonces era también el edificio cen-tral de la UAZ-. Al entrar al Salón del Consejo, hubo aplausos y fotografías; en ese momento se le dijo que no era una lectura, sino un homenaje, él esta-ba sorprendido, feliz… amable y gene-roso me pidió que le anotara el santo y seña de las personas que lo acompa-ñarían en el estrado. Se le entregó una paloma de cantera rosa. Fue un home-naje, sencillo, inolvidable. Al día si-guiente fuimos a Jerez, él quería visitar la casa de López Velarde y tomarse una foto al junto al pozo. Comimos en un lugar de comida casera, exquisita, y él propuso que ese sitio debería tener al menos una estrella Michelin; el sitio se pobló de voces, de algarabía, todos es-tábamos tan contentos… Hay una foto afuera de la casa de López Velarde con JEP, estamos en ella José de Jesús Sam-pedro, Francisco Bernal Tiscareño, Ángel Reyna, Ramón A. Armendáriz, Mariano Morales y su esposa, alguien (qué pena) que no reconozco, David Ojeda y yo. Al día siguiente pasé por José Emilio, caminamos, conversamos y finalmente fuimos a la Acrópolis, ahí me platicó que la ocasión en que el SPAUAZ lo invitó a leer sí había llega-do a Zacatecas, y que en la Central Ca-mionera no había nadie esperándolo, estuvo ahí más de una hora y finalmen-te llegó una persona que le informó que el evento se había suspendido, le entregó un sobre con dinero para cu-brir sus gastos de traslado y le dio las gracias. Entre café y café le comenté que hacía tiempo Alberto Huerta (mi maestro de teatro) había montado Pai-saje de Harold Pinter y la traducción era la suya, misma que se había pu-blicado en el suplemento México en la Cultura, me pidió que le consiguiera una copia pues tiempo atrás había sa-

lido fuera del país con su familia una larga temporada y le había dejado su departamento a un amigo. Al volver, el tal “amigo” había utilizado toda su co-lección de México en la Cultura para ca-lentar el agua en el boiler de leña y no sólo eso, también escribió un artículo en el cual colegía –por algunos títulos de su biblioteca- que él era gay. Nos reí-mos de buena gana. Me contó sobre sus tiempos de escritura. Finalmente quiso que alguien le leyera el café y mi amigo Mickey (Miguel Ángel de Ávila) lo sor-prendió con una lectura ágil, divertida, literaria y misteriosa. Al salir de ahí lo acompañé a comprar un recuerdo para Cristina y nos reunimos con los amigos que ya nos esperaban para comer. José Emilio, no sólo fue un poeta con voz propia, excelente narrador, extraor-dinario periodista y ensayista, gran traductor, erudito, también fue una persona, generosa, divertida, singular conversador: una pera del olmo. Él vol-vió a Zacatecas dos veces más, eso se los contaré en otra ocasión…

La otra imagen que viene a mi mente es la provocada por la lectura del poema en prosa “Noche del insec-to”, en él, hombre e insecto se miran con desconfianza; el insecto reduce al hombre a un ser con miedo, que es en gran parte lo que constituye la natura-leza del ser humano. Finalmente aludo al Álbum de zoología -con poemas de José Emilio Pacheco y dibujos de Francisco Toledo, selección a cargo de Jorge Esquinca, y dedicado a la memoria de Elías Nan-dino, a Francisco Toledo y a Marga-ret Sayers Peden-, un libro muy bien construido con poemas en los que JEP habla sobre su zoológico. De “Inmorta-

lidad del cangrejo”, recojo un comen-tario que me hace recordar a una tía que quise con el alma, y que siempre que me veía con la mirada perdida en la nada, me decía: Si te vieras en un es-pejo estoy segura que tú mismo estarías de acuerdo conmigo y aceptarías que no es que pienses en nada, estás pensando en la inmortalidad del cangrejo. Yo traté siempre de saber a ciencia cierta si los cangrejos son inmortales, cuestión que el poeta me asegura en este poema que dice al inicio: Y de inmortalidades sólo creo / en la tuya, cangrejo amigo. Hoy sé que José Emilio Pa-checo vive más en mí que antes, así es…

Especial a JEP

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LA GUALDRA NO. 134 / 4 DE FEBRERO DE 2014

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Por Edgar Khonde

Por Alberto Huerta

Tabucchi sueñaque José Emilio Pacheco sueña

José EmilioPacheco (1939-2014)

La generosidad, la honradez, la escritura –poeta, narrador, traductor, ensayista-, la permanencia. La caballerosidad en persona.

Alberto Huerta, enero de 2014, Jerez, Zac.

En una casa que sólo tiene una puer-ta, en la sala de esa casa, frente a una máquina de escribir, golpe tras golpe escribe un fantasma. Es Ciudad de México diciembre de 2013, al menos así lo sugiere el calendario que domi-na la estancia. José Emilio Pacheco desde su sueño entra al cuarto y vier-te de una jarra para servirse un vaso

“Si se van los poetas ¿quién acariciará el mundo?”. @baronesarampant

“Que se mueran los poetas es casi una señal del apocalipsis. Se nos mueren las palabras, las más bellas de ellas”.

Ale del Castillo

¿Qué se hace cuando se muere un poe-ta? ¿Se llora?, ¿Se le reza un novenario? ¿Se practican largos ritos de duelo?, ¿se leen sus obras completas? Tal vez no se tenga que hacer nada y el hecho simplemente pasa a formar parte en la cadena de recuerdos que nos acompa-ña en la vida. ¿Qué se hace?, pregunto, una vez más, porque no lo sé. Porque de repente, al saberlo, quedé sin pa-labras y me fastidiaba la noticia que lo repetía: Murió el poeta José Emilio Pacheco. Pregunto, porque incluso me indignaban los comentarios en el Fa-cebook, esa ventana de lo frívolo y lo efímero; esas citas tomadas al azar… Yo preferí guardarme en ese momento las palabras.

Por Pilar Alba¿Qué se hace?

En el pueblo de mi madre las gentes al indagar el parentesco entre las personas, preguntan: ¿Qué te llama fulanito? Entonces me quedo pensan-do: ¿por qué me puse triste?, ¿por qué el coraje?, si a mí el poeta no me llamó amiga, sobrina, hija… nada… Las que sí me llamaron fue-ron sus palabras, frases, textos, sus li-bros… me llamaron y me llaman con la voz de todo aquél que escribe y lanza mensajes como botellas en el mar, con la esperanza de que lleguen y golpeen a alguien lejos, en otro tiempo; que las encuentre, las atrape, las aprisione y quiera hacerlas suyas. Yo sigo siendo ese desconocido lector, que no sabe to-davía qué se hace, ahora, cuando el que se las ha enviado ha dejado este mundo para siempre.

de agua. Mira al que taconea en la Remington pero no lo mira. Percibe el ruido de ametralladora que sueltan las teclas al contacto de los dedos del espectro. Luego ocupa la silla, sacude sus manos como un pianista en una sala de conciertos a la espera de que hunda la primer clavija y emerja el sonido. El teclado de la máquina si-

gue emitiendo su música y entonces José Emilio lee claramente en la hoja: “Estamos aquí porque desaparecie-ron los que estaban antes. Nos va-mos para que otros ocupen nuestro lugar”. Alarga José Emilio la mirada y larga su memoria intentando recor-dar cuándo fue que acuñó ese dicta-do. “Yo he estado aquí antes”, dice mientras trata de arrancar la hoja de la prensa de la máquina. “Ya he des-aparecido antes”, menta estrujando la hoja hasta volverla pelota. “Y he ocu-pado este lugar que antes era también mío”, zanja su monólogo ante la mira-da del fantasma que recorre el frente de la mesa. Se levanta y choca con la

puerta, para comprobar que no pue-de atravesarla y que entonces no es un fantasma; el verdadero fantasma lo atraviesa a él, atraviesa la puerta, atraviesa la calle y la noche. Cuando se vuelve, José Emilio entra y toma la jarra para servirse un vaso de agua. Él corre apresurado a meter otra hoja en la máquina y teclea veloz: “Y cada ola quisiera ser la última”. El otro José Emilio acude a la mesa, toma asiento y recorre el carrete de la má-quina. Luego Tabucchi se despierta y añade el último capítulo a su Sue-ños de sueños, donde cuenta que José Emilio sueña que está muerto y que fatalmente se ha repetido.

“La vida se me fue en abrir los ojos. Morí antes de darme cuenta”.

José Emilio Pacheco

Las cosas están así, poeta:

ahora tú estás muerto,tus versos respiran por tiobligándote a la vida

tú que les diste alientoy estructura ósea,tú que desde pequeñoscuando eran -apenas una idea- ,les regalaste existencia

tú, que quizá no lo creeríasporque estoni siquiera es alquimia, ni magia,ni milagro.

son como electroshocks,como espasmos;erupciones de un volcán que todos juraban muertoy que de prontoda señales de vidarebelándose a la idea antigua,y ya gastadade la muerte, de lo estático, del silencio.

Por Roberto Galaviz

Postdata para José Emilio

Pacheco