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COLINOS

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LA VEJEZ

COLINOS

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La caficultura es quizá la actividad agrícola más importante y antigua en Colombia. El café más que un producto de exportación es ante todo un tejido social, cultural, institucional y político que ha servido de base para la estabilidad democrática y la integración nacional.

Esta actividad representa el corazón de la sociedad rural Colombiana ofreciendo una oportunidad de trabajo, de ingreso y de subsitencia a millones de colombianos en áreas donde no existe alternativa viable.

El café extiende su impacto económico y social mucho más allá de las regiones cafeteras. Como núcleo de absorción de mano de obra rural y como generador de demanda sobre los demás sectores de la economía (Comisión de ajuste de la institucionalidad cafetera, 2001).

DirectoresAndrés David Castro LoteroLaura María Rodas Correa

EditoresAndrés David Castro LoteroLaura María Rodas Correa

ImágenesAndrés David Castro LoteroLaura María Rodas Correa

Servicios creativosLaura Marcela Saraza Agudelo

MAYO DE 2014

Un enemigo silenciosoAndrés David Castro LoteroLaura María Rodas Correa

Historia de un paisaje vivo que se vende en bultosAndrés David Castro LoteroLaura María Rodas Correa

La peor crisis cafetera de la historiaAndrés David Castro LoteroLaura María Rodas Correa

Cosechar la tierra para dar educación, tener educación paraolvidar la tierraAndrés David Castro LoteroLaura María Rodas Correa

El bajo relevo generacional vistodesde la academiaAndrés David Castro LoteroLaura María Rodas Correa

Toda crisis lleva a una evolución: fin o transformación de la caficulturaAndrés David Castro LoteroLaura María Rodas Correa

¿La caficultura en manos de quién?Andrés David Castro LoteroLaura María Rodas Correa

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24En portadaIlustración muestra de la crisis cafeteraIlustración de Juan Sebastián Rubiano

La caficultura atraviesa tiempos amargos, una tradición viva obligada a evolucionar o desaparecer.

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4 LA VEJEZ DEL MEJOR CAFÉ DEL MUNDO 5

Belisario Rincón es un anciano pobre, que conserva la compostura de un hacendado de la vieja guardia. Porta una boina que sin duda lo acompañó en las mejores épocas y que se deterioró, como todo en la vida de su dueño; las prendas que componen su vestido son un pantalón de lino y una camisa a medio abotonar, lucidas con cansancio y olvido, fruto de la quiebra causada por la crisis del sector económico en el que laboró durante toda su vida.

A los 84 años de edad comenta, mientras se balancea en la silla mecedora, que el café es el primer recuerdo que llega a su mente cuando vuelve a su infancia, planta silvestre que en ese entonces ni siquiera se comercializaba, porque el cultivo de Higuerilla (arbusto de donde se extrae aceite no apto para el consumo humano) era el soporte agrícola del momento para muchas familias campesinas.

Desde los 7 años comenzó a jornalear. Poco tiempo después llegaron las plantaciones en serie de café a inundar la finca familiar. “El café se despulpaba manualmente, tanto era así que lo hacíamos con pies y manos: se ponía a remojar y cuando la vaina estuviera floja, se aplastaba fuertemente hasta que zafara”, recuerda Belisario mientras reposa bajo el techo de la casa de su finca, una alquería construida en bareque a la que no le han pasado los años en vano, ubicada en la

vereda Chagualá del municipio de Calarcá, Quindío.

Según Belisario, las mejores casas campesinas eran construidas por la Federación durante los años 50, por medio del FNC (Fondo Nacional del Café), con nuevos beneficiaderos de café y despulpadoras manuales que facilitaban el pos cosecha: “De ahí se explica que las casas cafeteras sean parecidas, con paredes de guadua y boñiga, techos de teja pesada, corredores amplios y bastantes habitaciones para el tamaño de las familias de entonces”, afirma.

En esos tiempo ni Belisario, ni muchos de sus contemporáneos, sospechaban que, al lado de las fluctuaciones de los precios, las plagas, el clima y las políticas erráticas del gobierno sobre la economía, aparecería un enemigo silencioso capaz de echar por tierra las ilusiones plantadas durante años: el desinterés de las nuevas generaciones por la caficultura como opción de vida. Es decir, ni más ni menos que una crisis de relevo generacional.

UN ENEMIGO SILENCIOSOAndrés David Castro LoteroLaura María Rodas Correa

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El café fue el primer cultivo estable de este país de agro inestable. La historia de la economía colombiana, hasta la aparición del café, vive en lo precario, en la contingencia y en el ensayo. Un determinado producto adquiere primacía y posteriormente es sustituido por otro. Eso pasó con la producción del añil y la quina que desapareció, o con el tabaco, que tuvo una implacable crisis debido a la victoriosa competencia de otras regiones coloniales.

Con el cultivo del café, sin embargo, el futuro para los agricultores se veía diferente: “Se pensaba del café, que era el primer cultivo de la historia colombiana que no desaparecería ni disminuiría, al contrario, crecería y se ampliaría a gran escala”, escribe el historiador Luis Eduardo Nieto en su libro “El Café en la sociedad colombiana” en el año 1947.

A medida que aumenta la producción de café en el país, durante las primeras décadas del siglo pasado, la esperanza de que su cultivo trajera mejores resultados económicos se afianzaba en los caficultores, en las distintas esferas laborales que dependían del grano y

en la sociedad colombiana en general. Más aún cuando, para febrero de 1954, la progresiva y vigorosa expansión de las exportaciones de café desencadenaron una estabilidad macroeconómica nacional. Los precios reales del café colombiano en los mercados externos fueron los más altos de ese entonces.

Entre 1952 y 1954 se habla de una bonanza cafetera que posicionó al país como el segundo productor del grano en el mundo (antecedido por Brasil), según manifiesta Carlos Cano, exministro de agricultura en un artículo publicado por el Banco de la República en su boletín Borradores de Economía.

De los vientos a favor de ese entonces fue testigo María Judith García Velásquez, una humilde y educada mujer con quien contrajo matrimonio Belisario. Nunca pudieron concebir un hijo, sin embargo recuerda claramente cuánto gozó de la riqueza que les dejaba la bonanza, los lujos, los carros y las hermosas casas en la plaza del pueblo a las que llegaron a vivir. “Mi marido es conocido por donde usted pregunte en Calarcá. En la memoria de muchos se conserva su imagen, y también muchos continúan pensando que él sigue siendo el viejo platudo de carriel y sombrero”.

HISTORIA DE UN PAISAJE VIVO QUE SE VENDE EN BULTOS Andrés David Castro LoteroLaura María Rodas Correa

Por su parte, María Judith recuerda cómo para el año 1953, veía a su marido trabajar durante veinticuatro horas seguidas porque los árboles de café arábigo se cargaban de grano hasta no caber uno más y había que recolectarlo antes de que se dañara. Con esta abundancia del grano empezaron a ampliar su capital, compraron más tierras, sembraron más café y en algún momento decidieron trasladarse a vivir en el pueblo.

Pero al sector cafetero también llegó la crisis y ninguno de los involucrados en él logró esquivarla. Colombia tal vez fue el único país que desaprovechó las ventajas de un libre comercio del café tras el rompimiento del Acuerdo Mundial del Café y el Pacto de Cuotas, en 1989. La institucionalidad (Federación Nacional de Cafeteros) eximió al agricultor de tomar decisiones sobre su cultivo y proponerle al mercado una opción de venta del café suave colombiano, distinta al bulto de un grano en pergamino, considera Jaime Montoya, administrador de empresas e historiador risaraldense, quien ha estudiado la crisis cafetera desde su departamento y quien además señala: “Colombia tuvo una concepción muy colonial de lo que se podía hacer con el café: vendíamos el café pergamino, y desde este mercado tan monopolizado, llegaban las grandes torrefactoras y le negaban al productor colombiano otra alternativa, sin proyectar un valor agregado a su mercado”.

La Federación empezó a identificar de forma tardía que su problema no se terminaba con la producción del café, sino que había que tener una estrategia de comercialización mucho más fuerte lo que, según Montoya, siempre fue un absurdo de la caficultura nacional: “Colombia produce el mejor café del mundo, y la única manera de venderse no ha sido otra más que la de hacerlo en bultos”.

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De las treinta cuadras de terrenos anteriormente cafeteros, sólo queda uno en producción. La extensión restante son potreros cubiertos de maleza que dejaron de ser explotados desde el día que Belisario aseguró sentir que le llegó “el cansancio de la vida”. Ahora ya no quedan herederos, sólo existe un sobrino que desconoce la labor del campo y que esperará, según afirma su tío, que la sucesión lo obligue a vender la parcela abandonada. Mientras tanto, Belisario y Judith recuerdan con pasión tiempos inmemorables alrededor del cultivo: “la riqueza que nos dio un día el café, fue como un aguacero duro que pronto pasó”. Sólo les queda seguir viviendo su vejez en paz, mientras a kilómetros de distancia, en aquella tierra ya olvidada, en la vereda Santo Domingo del mismo municipio, muere la tradición de la familia Rincón García.

Expertos analistas de la agricultura nacional aseguran estar viendo atravesar a Colombia por la peor crisis cafetera de su historia: crisis en los precios, en la producción y en la tasa de cambio. Esto evidencia cuando, en el año 2012, una carga de café no

permitía librar la inversión total al momento de siembra, cosecha y post cosecha, sin dejar de lado la mano de obra directa e indirecta que participa en el cultivo y recolección del grano. De acuerdo con el ensayo “El mercado mundial del café y su impacto en Colombia”, escrito por Carlos Gustavo Cano en el año 2012, cerca del 65% de los costos de producción del café, corresponde a los salarios de los trabajadores.

Por otro lado, según datos de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia (FNCC), la edad promedio del caficultor actual es de 54 años, lo que demuestra una marcada tendencia a que los jóvenes que pertenecen a familias cafeteras, abandonen el campo y busquen oportunidades de empleo en las zonas urbanas. La llamada “tradición cafetera” se ve amenazada por el desinterés de las nuevas generaciones en el cultivo del grano. Este hecho se sustenta en cifras como las arrojadas por el Censo Nacional Agropecuario en las que, oficialmente en el departamento de Risaralda, la actividad cafetera ha decrecido y en el 2014 hay 2000 cafeteros menos que en el año anterior, sumando 19000 a la fecha, estadísticas que van disminuyendo con rapidez cada año.

A pesar de que se reconoce en el panorama nacional que la crisis cafetera es cada vez más aguda, poniendo de ejemplo al departamento del

LA PEOR CRISIS CAFETERA DE LA HISTORIA Andrés David Castro LoteroLaura María Rodas Correa

Quindío, epicentro de la caficultura colombiana con 5.700 grandes y pequeños cultivadores, el Comité Departamental de Cafeteros no tiene a la fecha un diagnóstico técnico o teórico que informe sobre la edad promedio en la que se encuentran las escalas sociales de la caficultura, y se desconoce si existen las garantías que promuevan la existencia del relevo de los herederos del sector.

Don Belisario y su esposa Judith viven ahora una vejez tranquila en austeridad.

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En una pequeña parcela cafetera, única en kilómetros a la redonda, rodeada de casas y edificios, vive Eudoro Echeverry. Ya le tiemblan las manos, su voz flaquea pero su memoria y su amor por la tierra continúan intactos. Tiene 85 años, 7 hijos y a su compañera de décadas de aventura, Fabiola Quintana.

La Federación Nacional de Cafeteros es una institución que don Eudoro conoce y defiende. Podría recitar su historia, su filosofía, cada uno de sus representantes, contribuciones, entidades que le pertenecieron y un sinfín de información oficial, como si hubiese sido un miembro interno de la organización. Eudoro llegó a ser reconocido y admirado por la Federación porque además de sus conocimientos sobre el tema del café y muchos otros, su producción del grano era ejemplar desde la siembra, el proceso de cosecha y post cosecha.

Pero esa pasión visceral por este producto nunca significó realmente una fuente de sustento para vivir, pues siempre ha tenido menos de una cuadra sembrada de café, la totalidad de la

extensión de tierra de la que es propietario. Según dice, este oficio es para él tan solo una forma de recordar sus raíces. El cultivo de Eudoro se encuentra en el extenso patio de su casa que, como asegura, es de las pocas fincas urbanas que aún quedan en la segunda ciudad de Risaralda, el municipio de Dosquebradas.

Alcanzó la pensión después de 45 años de ejercer la docencia como profesor de historia, y se siente privilegiado por ser un hombre letrado para la época; educó a cada uno de sus hijos para que tuvieran el mismo fin. Dice que el campo era su refugio, pero de él nunca derivó su sustento. Sin embargo, inculcó en sus herederos el amor por la tierra al igual que el amor por el conocimiento: “El café marcó mi infancia en el campo, luego

COSECHAR LA TIERRA PARA DAR EDUCACIÓN, TENER EDUCACIÓN PARA OLVIDAR LA TIERRA Andrés David Castro LoteroLaura María Rodas Correa

llegaron las bonanzas que trajeron riqueza a los caficultores, ahora todo es un recuerdo, la prosperidad se esfumó, la tradición se transformó, y lo rentable ya no hace parte del mundo cafetero”, afirma con tristeza don Eudoro.

Su hijo mayor, nombrado igual que el padre, Eudoro, heredó en sus genes el activismo y el amor por el trabajo. A los 55 años es un abogado de renombre, respetado en la academia e involucrado en movimientos políticos. Beatriz, segunda en descendencia, sigue los pasos de su hermano en la jurisprudencia. Gerardo y Alejandro son ingenieros, Fabiola es economista. Camila, docente como su progenitor y la menor, Magdalena, es médica.

Los siete hijos de don Eudoro aseguran amar sus oficios, el estatus, el prestigio, el vivir del saber. El campo es hijo octavo de su padre. Ese que consiente y cuida con dedicación, más ahora que se ha convertido en un anciano y sus días se olvidaron del itinerario del mercado laboral.

La casa y su parcela seguirán intactas hasta el día en que Eudoro Echeverry fallezca, porque él es el único que las cuida y protege. Ni Beatriz, ni Genaro, ni ningún otro de los hijos, heredó aquella tradición pasional por la tierra y el café, esa que tiene su padre: “Cuando papá llegue a faltar la

finca la heredaremos los siete hermanos, mi madre continuará cuidando el cafetal y pagando a los recolectores por honor y respeto a papá, Fabiola, la hija que aún vive en la finca cuidará las finanzas familiares, hasta que llegue un momento… después de unos años que el terreno se venderá”, dice Camila. Ahí terminará la tradición cafetera de la familia, pues el cafetal es una posesión que para sus descendientes solo tiene un valor: el costo monetario que ganarán al vender aquel lugar privilegiado, el que le permitirá a quien sea su nuevo dueño, estar en la ciudad y abrir la puerta del patio para respirar la paz del agro.

Don Eudoro junto con su esposa Fabiola Quintana y dos de sus hijas que residen en la ciudad.

La finca de rodeada de casas, única enkilómetros a la redonda.

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Un estudio realizado en conjunto por la Universidad Tecnológica de Pereira y la Red Alma Máter, denominado “Factores que inciden en el relevo generacional entre los caficultores del Paisaje Cultural Cafetero. Un estudio de caso en los municipios de Belalcázar, Filandia, Quinchía y Ulloa” en el año 2012, reúne una serie de factores que podrían facilitar o dificultar el relevo generacional en la actividad de la caficultura: la familia, las percepciones sobre la caficultura como opción de vida, la movilidad juvenil y la institucionalidad. Estas cuatro unidades de análisis fueron utilizadas en ese estudio para elaborar una serie de propuestas que se enfocan en prevenir la deserción de las potenciales nuevas generaciones de caficultores.

EL BAJO RELEVO GENERACIONALVISTO DESDE LA ACADEMIA Andrés David Castro LoteroLaura María Rodas Correa

Como se plantea dentro del mismo estudio, este fue realizado con el fin de aportar al fomento de la competitividad en la actividad cafetera, a través del fortalecimiento de una caficultura joven, competitiva y sostenible. Busca también este trabajo, aportar insumos para generar estrategias del Plan de Manejo del Paisaje Cultural Cafetero, que entra como factor clave para la promoción del relevo generacional en las jóvenes generaciones descendientes de cafeteros: “En este sentido, aparece como sugerente hacer un uso estratégico de los valores excepcionales del PCC, la declaratoria más que un reconocimiento es un llamado de atención para la conservación de una práctica que más allá de ser un simple cultivo es una forma de vida”, dice la investigación.

Caficultores viejos y futuros herederos. Caficultora de Córdoba vivencia la crisis del café, en búsqueda de restituir su cultivo.

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Uno de las conclusiones que surge sobre los factores que inciden en el relevo generacional en el PCC, es que la mayoría de los hijos de las familias cafeteras encuestadas no están vinculados con la actividad productora del café. La causa de este hecho, según la investigación mencionada es, en síntesis, la percepción negativa frente al logro del proyecto de vida juvenil en las áreas rurales del PCC.

A su vez, esta causa puede dividirse en tres factores que inciden directamente en el relevo generacional del PCC; las percepciones desfavorables de la caficultura desde la familia, las percepciones desfavorables de la caficultura desde los jóvenes y las venes y el imaginario de bienestar asociado a la vida urbana.

En el Eje Cafetero, sostiene la antropóloga Beatriz Nates en su artículo académico “Territorios en Mutación, crisis cafetera, crisis del café”, publicado en el 2009 por la Universidad de Caldas, la llamada crisis tiene un efecto innegable entre los caficultores para que estos sostengan desde el contexto de la producción de café, un proyecto cultural/social de vida si este modelo económico hoy no les refleja una estabilidad financiera: “También la caficultura se ha visto afectada por los flujos migratorios que están

dejando a la preconizada “familia cafetera” solo con los abuelos”.

En el propósito de indagar cómo se han transformado los territorios y las sociedades, Beatriz Nates concluyó que la migración de las nuevas generaciones no es resultado solo de los precios bajos del café que desde los años 90 vienen en descenso, y que la única razón de esta ausencia de relevo radica en que los herederos han visionado a futuro, un panorama desesperanzador para la caficultura. Se comprobó así que aún en tiempos de bonanza, la situación es algo similar a la de los hijos de adinerados caficultores que estudiaron en universidades fuera del pueblo (o del país), y en la mayoría de los casos no volvieron a las fincas. Este factor es importante porque se considera que la misma familia influye en la percepción de que en el exterior se puede alcanzar una mejor calidad de vida, en la noción de que la migración se traduce en fuente de bienestar para los descendientes, y no se reconoce a la caficultura como la mejor opción de futuro. Así, el fenómeno de la migración no

solo afecta al relevo generacional en la caficultura, sino que todo el sector agrario se ve afectado por este anhelo de progreso en el exterior.

Otro factor a tener en cuenta es la figura de la mujer como se ve en la cadena productiva del café, pues su papel se reconoce en la etapa de recolección del grano por la delicadeza de su mano; pese a esto, la mujer cafetera rural no ve en la caficultura posibilidades de desarrollo empresarial. Por último, dentro de estos factores, la percepción de la Legislación 1098 del 8 de noviembre de 2006, Ley de infancia y adolescencia, prohíbe el trabajo infantil, de lo que los caficultores se cuidan para evitar sanciones y prefieren no enseñar el trabajo en los cafetales a sus niños, etapa imprescindible, según los campesinos, para reproducir el saber tradicional.

En la percepción que los jóvenes tienen de la caficultura también influye el ideal de bienestar promulgado por los medios de comunicación, que establece como estereotipo de buena vida el modelo urbano. Así, los valores excepcionales y únicos de la tradición cafetera quedan opacados frente a las deslumbrantes promesas de felicidad y progreso de las ciudades.

Incide además en las nuevas generaciones, la asociación de la labor de la caficultura con un gran esfuerzo físico y la carencia de esfuerzos intelectuales, o la posibilidad de cursar formación académica, señalando así mismo que el oficio de caficultor no es motivo de orgullo para muchos de los jóvenes de familias cafeteras. Para finalizar

en lo que a percepción de los jóvenes concierne, el acceso limitado a bienes y servicios en la zona rural desmotiva la permanencia de los jóvenes en el campo, quienes buscar estos en la zona urbana como una forma de elevar su calidad de vida.

Con respecto a lo anterior, el último factor que incide en el problema de relevo generacional en la caficultura colombiana, según el estudio realizado por la UTP y Alma Máter, es el imaginario general de bienestar asociado con la vida urbana. La escolarización no es vista como oportunidad de crecimiento personal sino como un puente, una transición entre lo rural y lo urbano. La noción de lo rural asume una connotación peyorativa al hablar de bienestar y los jóvenes que migran, en la mayoría de los casos, estudian carreras ajenas al mundo del campo.

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Se considera entonces que las estrategias planeadas desde los factores definidos como causa para el bajo relevo generacional en el PCC, deben partir de ofrecer a los jóvenes oportunidades de desarrollo local: “El campo debe ser posicionado como una opción atractiva para el joven, se debe romper con el imaginario de que lo rural es sinónimo de subdesarrollo y de pobreza”, plantea el estudio mencionado antes, y es una advertencia desde la investigación a no percibir a la tradición cafetera como esa cultura estática que se congeló en el tiempo, sino como una manera actual de adaptarse a las realidades sociales y un instrumento para reacomodar la caficultura a los nuevos tiempos, sin perder los valores excepcionales que la hacen única en el mundo.

Luz Janeth Agudelo, trabajadora social y extensionista por más de quince años del Comité Departamental de Cafeteros del Quindío, reportó en el 2012 una preocupación surgida a partir de las visitas realizadas a varias fincas de distintos municipios: “Los cultivos como tal se van envejeciendo, entonces decidimos intervenir 218 caficultores que presentaran el problema y hacerle seguimiento y acompañamiento para rescatar su raíz”. El estudio reflejó que el 90% de los caficultores se encuentra en estado de adultez, entre 60 y 70 años, condiciones de salud

precarias y sin garantía de relevo, con un promedio de un solo nieto por cada finca: “Estos adultos plantean que tienen un arraigo por la tierra, que no tienen otro tipo de actividad laboral. Algunos no tienen alternativa ni de vender la tierra. Llevan tan arraigado el cultivo que no se sienten en condiciones para ubicarse en la zona urbana”, expone la representante del Comité. “En el campo son útiles, en la ciudad no tienen en qué ocuparse.”

Aun así, el Comité no tiene registro del rango de edad del caficultor quindiano, ni tampoco se convence de que exista ausencia de relevo generacional en el gremio cafetalero. Sin embargo, los datos que arrojó el informe inquietaron a Luz Janeth para monitorear todo el departamento, y apoyada por el Comité, su tesis de maestría deberá decir si existe o no ausencia de relevo generacional en el departamento del Quindío.

Desde otro punto de vista, en Colombia la caficultura genera hoy uno de cada tres empleos rurales, superando en 3,7 veces el total aportado por las flores, el banano, el azúcar y el cultivo de la palma de cera, de acuerdo con lo planteado por el exministro Carlos Cano: “Buena parte de estos suelen ser de índole estacional, de tiempo parcial y de carácter informal”.

Faber Buitrago Patiño, representante de la Junta Departamental de Cafeteros por el Quindío, afirma que: “La mano de obra es marginal. Son los mismos viejitos que vienen cogiendo hace 50-60 años, y aparte de eso, una mano de obra no

calificada donde traemos población con las peores problemáticas sociales, desplazamiento, adicciones a drogas… Usted no sabe qué está llevando a la finca… El Estado no ayuda. Coinciden las épocas de erradicación de coca con las épocas de recolección”.

Con respecto a este tema, Beatriz Nates señala que: “A partir de la crisis cafetera, gran parte de estos trabajadores itinerantes se desplazaron hacia las zonas cocaleras del país. La mejor oferta laboral que ofrece este negocio ha suscitado el hecho de que gran parte de la mano de obra que se ocupaba en la caficultura se haya desplazado hacia otros lugares”.

Luz Janeth Agudelo no considera problemática esta postura, pues considera que siempre habrá trabajadores para aquellas fincas renovadas donde el recolector va a ganar dinero: “El trabajador disminuye si la finca no tiene unas buenas condiciones de café, la preocupación más importante es tener las fincas renovadas porque

deben ser apetecidas por el recolector.”Pero las condiciones actuales de la agricultura colombiana no logran ofrecerle al trabajador garantías suficientes para quedarse en el sector. El cambio climático, el ciclo biológico de las plantas, las prácticas de renovación, el envejecimiento y la caída de rendimiento de las plantaciones, el aumento en los precios de combustibles y fertilizantes que no crece proporcional al precio del café, ralentizan la sostenibilidad del cultivo, pues conseguir que una cuadra de café produzca lo estimado, requiere alrededor de 4 millones, sin contar los 25 jornales que se deben pagar por mano de obra para realizar la fertilización, según cuentas del caficultor Edwin Noreña de la finca “Campo Hermoso” en Circasia.

Café en su proceso de pos cosecha, más de dos días expuesto al sol.

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Miguel García tiene diez y nueve años. A los quince años desistió de ser bachiller y la idea de no depender de su padrastro, lo condujo a trabajar en fincas de su vereda Hojas Anchas, ubicada en Armenia, Quindío.

El crecer rodeado de cafetales y ser hijo de agregados, hizo que la recolección del grano fuera un aprendizaje casi innato: “Jornalear siempre me pareció maluco. Me tocaba hasta llegar del colegio y meterme a la finca a recolectar. Muchas veces casi ni había y al que no le rinde harto recogiendo, no le sale ser recolector”. En esos mismos cultivos fue conociendo jóvenes y adultos que venían de distintas partes del país, pero Miguel además se enfrentó en este ambiente, por primera vez, al consumo de sustancias alucinógenas.

Es importante señalar aquí que la falta de lugares de esparcimiento aptos para jóvenes rurales, ha conducido a los mismos, en muchos casos, a encontrar en las drogas, el alcohol, los juegos de azar, la prostitución, la mejor inversión para gastar el dinero que reciben semanalmente. Miguel se declara

adicto a la marihuana desde que era menor de edad, condición que no lo limita para laborar.

Ahora se ha volcado a la ciudad y una licencia de conducción que su primo (hijo de una de las viudas del café) le regaló para que le hiciera acarreos, es el punto de partida para lo que él considera un futuro. Trabaja conduciendo una camioneta con carne de pollo para una fábrica del Quindío.

TODA CRISIS LLEVA A UNA EVOLUCIÓN: fin o transformación de la caficultura Andrés David Castro LoteroLaura María Rodas Correa

Debe en ocasiones desplumarlos, despresarlos, e inclusive pasar en vela cuidando galpones de las aves más pequeñas para que no mueran asfixiadas y aún, siendo su trabajo extenuante, no lo cambia por estar en los cafetales nuevamente. A propósito de esta situación, la Federación Nacional de Cafeteros, en un estudio publicado en el 2008, revela que el número creciente de caficultores mayores de 60 años representa el 33% de la población cafetera. El 70% de esta población vive en condiciones de pobreza. El 48% es analfabeta, y el 98% no está cubierta por el sistema de seguridad social. Por tanto, reconoce la entidad la urgencia de generar un mecanismo que facilite la transferencia de la tierra de los cafeteros mayores a una generación de relevo, asegurándoles a las dos poblaciones, bienestar, calidad de vida.

La historia de Miguel es un caso que refleja la falta de educación a la que se enfrenta la mayoría de los herederos del cultivo del café, aquellos recolectores e hijos de los mismos, que por diferentes razones no tienen acceso a la educación, o no quieren acceder a ella porque no ven su importancia en el campo, como en este caso en el que Miguel no vivía como el hijo de un hacendado, sino como ayudante de la madre y el esposo de esta, agregados por muchos años de distintas fincas cafeteras del sector.

“Si somos capaces de transformar sustancialmente la manera como producimos, como transformamos, como industrializamos, como generamos valor agregado al café y como lo comercializamos, es decir, si somos capaces de construir cadenas productivas de los cafés especiales, mejoramos muchísimo la posibilidad de que los hijos de nuestros productores o jornaleros tengan argumentos para mantenerse en las zonas rurales, con nuevas condiciones educativas, de infraestructura, de inversión pública, de equipamiento, de bienes públicos en general que hagan atractiva su estadía allí y que ellos entiendan que venirse a la ciudad a cambio de nada, probablemente no es un argumento tan fuerte ni tan poderoso.”

Las anteriores palabras corresponden a Oscar Arango Gaviria, sociólogo y líder desde la academia en los esfuerzos por mantener al Paisaje Cultural Cafetero como un patrimonio vivo, quien agrega que la mente de los jóvenes ha cambiado, se ha vuelto más empresarial, piensa en términos monetarios. En ese sentido, la caficultura debe también pensarse como una actividad empresarial,

Miguel prefiere la incertidumbre de la ciudad a la falta de oportunidades del campo.

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que combine aspectos físicos como intelectuales. También la escolaridad en el campo debe ser fortalecida para suplir las necesidades de esta zona del país, y en este momento.

“La ausencia del relevo generacional no son los jóvenes dañando la estructura de lo que debe ser, es al revés, se les ha enseñado desde la escuela que ese no es el espacio. Es culpa del trato peyorativo de nosotros hacia los nuestros, por eso hablamos de montañeros, de atrasados”, comenta el campesino y académico Guillermo Castaño en el documental El Aprendiz, de la serie Paisajes y Paisajes transmitida por el canal Señal Colombia.

Para concluir este segmento, en el libro “Sucesión en tiempo de crisis”, la doctora en Ciencias Económicas y Empresariales, Maribel Rodríguez Zapatero advierte que el temor de la sucesión de una empresa familiar nace por evitar que se vea roto el principio del proyecto familiar a causa de los cambios que el sucesor considera necesarios y que el fundador tiene la tentación de minimizar. El sucesor, por el contrario, exalta el cambio y hace de este el fundamento de su proyecto: novedad, desarrollo, revolución, diferenciación, heterogeneidad. El sucesor no quiere el pasado ni la eternidad, como ansía el fundador, sino el tiempo que todavía no

lo es. Quiere ser el artífice de su tiempo como lo fuera en su día su padre.

LAS VIUDAS DEL CAFÉ

El Campo es para Burros

Consuelo García Marín se casó a los 18 años. Añoraba salir de la finca ubicada en el Cairo, Valle del Cauca, y dejar de trabajar como jornalera en su finca familiar. Luis Enrique Noreña era un “catano”, afirma ella, divorciado, atractivo, pero sobre todo rico.

Como en otras épocas, el padre de Consuelo se encargó de interceder para que Don Enrique, un caficultor de 50 años y casi dueño de la vereda por las extensiones de tierra que poseía, conquistara a su hija para casarse con él, un hombre 30 años mayor.

Consuelo lo asumió como una tabla de salvación: “Yo confieso que no lo amaba. Me casé por irme de mi casa y buscar un futuro. Él tampoco a mí, quería una compañera y mejor si era más joven que él. Pero lo que yo sí sabía era que el amor iba a llegar a medida que el tiempo pasara”. Se casaron en Venezuela por lo civil y de esta unión conyugal nacieron dos hijos, que sumaban entre los dos matrimonios de Luis Enrique, once descendientes.

Su machismo no le permitió concebir que su esposa participara de la empresa familiar, ni mucho menos que supiera cómo se hacía la plata, sin prever que cuando él llegara a faltar debía ser ella la que asumiera el papel de matrona.

El 15 de abril de 2001, un domingo de resurrección, a los 69 años murió Luis Enrique Noreña García de un paro cardiorrespiratorio, dejando a su esposa de 39 años con dos hijos y nueve herederos que venían a llevarse todo a su paso. Ella dice que, tras sobornos a abogados, amenazas y demás, se le concedió una finca cafetera ubicada en el municipio de Circasia, Quindío, como su nuevo patrimonio familiar.

El hijo varón de Consuelo y Luis Enrique, Edwin Noreña, siempre recordó las palabras de su padre: “el mejor regalo que yo le puedo dejar es el estudio, porque si usted empieza a trabajar, le coge pereza y el campo es para burros”. Su padre sólo estudió hasta segundo de primaria y por eso su mayor sueño era ver a los hijos como profesionales. La hermana se graduó abogada y él y se hizo ingeniero agro industrial para continuar con el legado de su padre, desde el agro, pero con conocimiento académico.

Consuelo contó con el respaldo de su hijo para no renunciar a una tierra que el esposo creía una fortuna, sobre todo por el cultivo que lo hizo rico y le trajo la suerte de volver oro cada terreno que tocaba, el café. Edwin tomó a los 24 años las riendas de la finca, una extensión de tierra de 23 cuadras sembradas de café. Ahora, cada año, el espacio sembrado del grano se

Edwin Noreña hace parte de los herederos que aún sobreviven en la caficultura.

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va reduciendo para dar paso a potreros que evidencian la crisis de este sector de la economía en las regiones cafeteras de Colombia. Ahora, esa tierra los atora de deudas y ven cómo el descenso en la rentabilidad de un cultivo que pasó de la bonanza a la miseria, no da certezas para un futuro mejor.

“Le he apostado de todas las formas posibles. Sustituí cultivos, resembré cafetales viejos, he jornaleado por 4 años con la esperanza de sobrevivir. Pero como bien decía mi padre, el campo es para burros, y a los 28 años me he olvidado de mi vida laboral para ser un trabajador raso más”. La crisis lo obligó a despedir al agregado que acompañó a su familia por décadas. Edwin es el hijo de un hacendado rico que tuvo que aprender a cocinar para trabajadores, a fumigar cafetales, a desyerbar terrenos, a soportar ocho horas de sol, por no decepcionar a su ejemplo de lucha infranqueable, su héroe, su amigo, su padre.

“Hay que Tener Fe”

Hugo, hijo de otra viuda del café, “cambalachea”. Así define su trabajo en el que compra, vende y cambia automóviles y demás artefactos a buen precio. Su señora madre, María de los Ángeles Ángulo, jamás tuvo que trabajar, la estabilidad laboral de su

esposo, un ingeniero civil exitoso, le permitía dedicarse al cuidado de Hugo y Juliana, sus hijos. Héctor, su pareja, había ahorrado lo suficiente para comprar una casa de descanso no muy lejos de la ciudad. Finca de acabados modernos, amplios garajes y hermosos cafetales. Era pequeña, no más de cinco cuadras, pero ideal para la familia.

Pero vivir al margen de los negocios de su esposo no duró mucho tiempo, pues María enviudó y convirtió su trabajo en el campo en una pasión visceral, la misma con que insiste en sembrar el cultivo que la hizo productiva y laboriosa, el café.

Desconocía en absoluto el trabajo del cultivo, cómo se cogía, cómo se pagaba, cómo se despulpaba y hasta cómo se vendía. Pero dice que en medio de su dolor, viendo a los hijos huérfanos siendo apenas unos niños, se obligó a mitigar la agonía en el hacer, y reconociendo que no era profesional, que no tenía otro camino para elegir, se colmó de valor y supo desde entonces que su hacienda no la perdería jamás.

¿Ha conseguido un metro cuadrado más de tierra sembrando café? No. Pero tampoco ha perdido. María lucha por preservar la labor que sabe está pasando por momentos difíciles, el apego a la tradición y a los recuerdos alimenta la esperanza de tiempos mejores, además de considerar que no solo es dueña de su parcela sino otro miembro del paisaje, alimenta su fe. Fe en que no hay otro cultivo que pueda ofrecerles mayor estabilidad, fe en que el grano seguirá siendo su fuente de ingresos para vivir y fe en que vendrán vientos a favor para pasar lo que ella considera un mal rato.

Los años han transcurrido y alguien deberá relevarla de su labor algún día, pero Hugo no lo hará, ella tampoco quiere verle como caficultor porque sacrificó grandes cosas para verlo ser un profesional: “Y aunque la Federación sugiere que en este momento de crisis el grupo familiar se volque para reducir costo de mano de obra, ni Hugo ni Juliana fueron, ni son de campo.”

Una finca es una guaca y las mujeres las guardianas

Que las fincas son un “acabadero” de vida, que se debe estudiar para no vivir como campesino, que el serlo es una deshonra y que las fincas deben ser trabajadas por los hombres, era el imaginario que conservaba la memoria de Marleny Castaño Vallejo, hasta que la viudez a sus 48 años le sacudió el cerebro y le recordó que nació en el campo y que su glamour de ejecutiva realizada debía morir. Fue por 20 años, en sociedad con su esposo César Bermúdez García, asesora de una reconocida aseguradora, codeándose con familias prestigiosas y de poder en la ciudad de Armenia, llevando a sus hijos a costosos colegios y asumiendo un estatus del que nunca se sintió parte.

La Arboleda es su finca, un nombre que sería la mejor definición de lo que traduce esta mujer madura de grandes ideas. Tierras jamás fertilizadas con agroquímicos, especies nativas de árboles que invaden los alrededores de la edificación que es su casa, enredaderas abrazando las paredes, corrientes de viento que enfrían los corredores de una humilde pero auténtica casa cafetera.

Pájaros león, azulejos, colibríes, acompañan con sus cantos las mañanas y la compañera inseparable, Lupe, una

Maria de los Ángeles contempla cada árbol de café como si fuese otro de sus hijos.

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perra labradora vieja que con cada puesta en calor se carga de leche para amantar unos cachorros imaginarios, hacen parte de la cotidianidad de Marleny. Estas cosas pequeñas impulsan la afición vehemente con la que vive su vida como campesina, como otro miembro de lo que ella llama, su ecosistema.

Es la madre de tres hijos profesionales, citadinos, que no entorpecen su soledad. Asegura que solo les dejará la finca el día en que ya no esté en este mundo. Mientras tanto, esa ha sido su mejor guaca.

La Arboleda es una finca cafetera de la que depende Marleny su sustento. Cultivos de café arábigo intervenidos orgánicamente han hecho que su propiedad sea ejemplo para la Federación Nacional de Cafeteros, de la que no habla ni bien, ni mal: “Nos

hacemos pasito…. Ellos necesitan de mí y muestran mis cultivos alardeando de cómo su apoyo ha logrado lo que ven, pero a mí no me preocupa porque nos ayudamos mutuamente”.

“Las extravagancias de una institución desorientada y de un caficultor perezoso que no se empoderó de su cultivo, son las causas del momento por el que atraviesa hoy el café”, asegura Marleny. Y tantos malos manejos, pero sobre todo haberse encontrado con un fenómeno importante en su municipio, Córdoba, Quindío, donde el 20% de las fincas cafeteras estaba siendo manejado por mujeres viudas o solas por diferentes razones, que realizaban la labor desde la recolección hasta el beneficio del café, la condujo a liderar un movimiento para encontrar una esperanza en la angustiosa crisis de la caficultura colombiana.

Dignori Soto Londoño es miembro del grupo formado por Marleny, y narró el surgir de lo que ella considera, cambió su vida. “Marleny

nos convocó en un salón para entender que nuestra figura en el gremio era no solo importante, sino primordial, como guardianas del tesoro más valioso que cada una tenía, nuestros predios.”

“Lo único que he hecho toda mi vida ha sido trabajar entre cafetales. No tenemos otro ofició para realizar. Y el ver desde el 2012 para acá, que no se libran los costos de producción, y si seguimos retrocediendo el tiempo, realmente no ha habido grandes cambios, nos dejó como única alternativa buscar otra fuente de ingreso.

Empezamos vendiendo en el mercado del pueblo. Hacíamos tamales, postres, lechonadas, y como conclusión de este bello proceso, aquella mujer subyugada que siempre había vivido a la sombra de su esposo, se sintió no solo productiva, sino miembro activo de su familia.

Desde entonces un grupo de 13 mujeres, hemos trabajado para visibilizar a la mujer cafetera de tradición, a la matrona que no sólo cocina para el peón, sino quien empoderada económicamente, ha visionado nuevas ideas para soportar el momento que se atraviesa.

Pero, ¿qué camino tomar cuando solo se sabe hacer una cosa? Pues entendimos que siempre hemos sido una cosa en común, cafeteras, entonces debíamos vender nuestro café para taza, tostarlo, trillarlo, empacarlo y venderlo. Y así nació Café Mujer. Cafés de distintas fincas Cordobenses, beneficiado, post producido y hasta recolectado por mujeres”.

LA BARISTA

En la plaza del municipio de Córdoba, Quindío, se encuentra el café Rosa de los Vientos, una tienda de cafés especiales fruto del trabajo y la gestión colectiva de la Asociación de Mujeres Cafeteras de Córdoba. El negocio lo atiende Johana Andrea, una colegiala de 16 años, hija de cafeteros: “Mi mamá es Alba Lucero, la presidenta de la Asociación Café Rosa de los Vientos, ellos (padre y madre) cultivan el café orgánico, y yo soy la barista quien lo prepara”. La familia de Johana ha vivido por generaciones del cultivo del grano, pero ella no se identifica como campesina puesto que siempre ha vivido y estudiado en el pueblo, no se ve jamás yendo a los cafetales a trabajar la tierra. La industrialización del café es ahora su objetivo de vida, pues como explica el académico Oscar Arango: “Ha ido surgiendo poco a poco una nueva forma de pensar la caficultura, de producir, comercializar y vender café y eso nos explica que en las zonas urbanas el fenómeno más interesante que tenemos es la conformación de tiendas de cafés especiales. Hay un estudio por salir que demostró la existencia de alrededor de 250 tiendas de cafés

Marleny Castaño es la guardiana de la fincaLa Arboleda en Córdoba-Quindío.

Dignori Soto lidera la marca de cafés especiales “Café Mujer”.

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especiales. Esas tiendas van a contribuir en cambiar la cultura de los jóvenes porque están pensadas en ese nicho de mercado”.

Johana hace parte de las pensadas futuras generaciones que transformarán el modelo de la caficultura, tal como lo plantearon sus antepasados: “Yo nunca he sido de finca, en lo único que puedo ayudar a mi familia para continuar la caficultura es como barista, me gustaría entrar a un curso luego puesto que lo que sé es solo lo que me enseñó la antigua empleada del lugar”.

Johanna hace parte de las pensadas futuras generaciones que transformarán el modelo de la caficultura. Los herederos han visionado a futuro un panorama desesperanzador para la caficultura.

Doña Lucero y su esposo, padres de Johana, aman su finca cafetera, han vivido y trabajado en el campo desde siempre, el cafetal es su patrimonio. A Johana le entristece pensar en el futuro de su herencia cuando sus padres no estén, pues en sus planes de futuro no está contemplado dedicarse a la caficultura. “El día en el que herede la finca no podré conservarla, me da mucha tristeza saber que el día en el que ellos no estén no tendré cómo sacarla adelante, pero como ellos bien me han dicho… debo visionar algo mejor”.

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En la vereda Montelargo, un sector rural perteneciente a la ciudad de Pereira donde se desarrolla la caficultura especialmente, de gente campesina que subsiste de la recolecta del grano y cuya vida se sostiene en torno al café, aún prevalecen las características de una cultura cafetera arraigada. Los hombres se desempeñan como jornaleros en grandes parcelas de café y las mujeres ayudan con las labores caseras, vinculándose a la práctica caficultora en el beneficio de la semilla, lavado y secado de la misma, esporádicamente también aportan a la economía de la casa “graniando” (recogiendo café) los fines de semana, costumbre típica de las familias caficultoras de la región.

Los hijos de estos caficultores estudian en la Institución Educativa “Escuelita Montelargo”, única en la zona; 32 pequeños que desde su nacimiento han subsistido gracias a la actividad cafetera y se han criado en la cultura del café, única y excepcional en el mundo. Estos niños se supone serán la próxima generación de caficultores, quienes conservarán vivas las tradiciones de sus

ancestros y así continuarán con el legado de cultura cafetera como tradición viva. Si siguen realizando la misma actividad agrícola habrá cultura cafetera para que la nación se enorgullezca ante el mundo por una generación más y habrá posibilidad de que el Paisaje Cultural Cafetero continúe siendo sostenible y el Eje Cafetero permanezca haciendo gala a su nombre.

Johan Steven quiere ser policía; Michael, doctor; Johanna y Maritza, veterinarias; Sebastián, soldado y Ana Lucía, bailarina. Todos dicen haber recogido café y vivir en fincas cafeteras, pero ser caficultores no es una opción pensada para su futuro. Argumentan querer “ser alguien” en la vida a modo de tener recursos económicos suficientes para ser felices, sostener a sus padres y a su familia, y la caficultura a ninguno le promete eso.

De los 32 jóvenes entrevistados, son pocos los que se proyectan en el campo y casi ninguno dependiendo del café. La ciudad para estos pequeños es el mayor anhelo en contraposición con lo que la comunidad académica, las instituciones regionales y la comunidad internacional que ha declarado su cultura y condiciones de vida como Patrimonio de Humanidad, desean y pronostican para ellos.

¿LA CAFICULTURA EN MANOS DE QUIÉN? Andrés David Castro LoteroLaura María Rodas Correa

Los anhelos de estos niños reflejan que desde ahora, la cultura cafetera se encuentra amenazada, es poco sensato que quieran quedarse en el campo si sus condiciones de vida son precarias y la capacidad adquisitiva de sus familias es nula. El café no promete futuro y la crisis cafetera es cada vez mayor y más difícil de mitigar.

Finalmente, la falta de relevo generacional en las familias cafeteras se presenta entonces como la gran amenaza para la sostenibilidad de este paisaje vivo y cambiante que fácilmente puede acabarse y todos los esfuerzos para sostenerlo y promocionarlo pueden resultar vanos.

En estos momentos existe una política para la preservación de este Paisaje Cultural Cafetero vivo, en la que participan doce ministerios. Resta esperar a que esta estrategia integral contrarreste los efectos generados por la falta de prosperidad en el campo, que las familias eduquen a sus hijos para conservar las tradiciones y la cultura de las familias cafeteras, y que las entidades gubernamentales y académicas no solo lleven a cabo investigaciones sobre el relevo generacional en el campo colombiano en general, sino que apliquen estos estudios para mejorar la calidad de vida de los campesinos y generar en ellos y en sus hijos el deseo de quedarse en sus tierras para trabajarlas y disfrutarlas.

De los 32 jóvenes entrevistados son pocos los que se proyectan en el campo y casi ninguno dependiendo del café.

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