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¡Todo lo importante del mundo se resume en pala- bras, abren o cierran, atan o libran! (T ORRENTE BA- LLESTER, La isla de los iacintos cortados.) Aunque dentro de la tradición filosófica marxista los problemas del lenguaje no han recibido nunca la atención que, como hemos visto, les de- dicó la filosofía analítica, hay un tema central en aquella tradición que por su interés general debe tenerse en cuenta en una teoría del significado: es el tema de las relaciones entre la ideología y el lenguaje. En lo que sigue esbozaré este tema,' intentando mostrar de qué manera enlaza con la teoría del significado que se ha apuntado en las páginas precedentes. Si bien' en Marx y Engels no hay ciertamente una teoría del lenguaje, sí puede encontrarse consideraciones de interés sobre las relaciones entre el pensamiento, el lenguaje y la vida real (por ejemplo, en La ideología ale- mana; para un examen detallado de estas aportaciones puede verse Lan- gage et marxisme, de Houdebine, caps. II y nI). Desgraciadamente estas sugerencias no fueron recogidas en la tradición posterior y quedaron sin fructificar en una teoría más amplia que pudiera tener interés (sobre las razones de ello, Houdebine, op . cit. , IV.I). Con el nacimiento de la lin- güística en la obra de Saussure, y a partir de su divulgación en la Unión Soviética,. comienzan a configurarse condiciones para que se despierte el interés por un planteamiento de los problemas lingüísticos en la pers- pectiva del pensamiento dialéctico. La primera forma explícita. de tal inte- rés será, por la teoría del lingüista ruso Nicolás ,Marr acerca de las relaciones entre el lenguaje y la superestructura ideológica. Según Marr, el lenguaje tendría carácter clasista y pertenecería a la su- perestructura ideológica de la sociedad, siendo instrumento de dominación al servicio de la clase dominante. Esta posición aparecía, por cierto, en el contexto de una curiosa ' teoría acerca del origen del lenguaje (<< Ueber die Entstehung der Sprache», 1925). Según esta teoría, todas las lenguas 470

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¡Todo lo importante del mundo se resume en pala­bras, abren o cierran, atan o libran ! (T O RRENTE BA­LLESTER, La isla de los iacintos cortados.)

Aunque dentro de la tradición filosófica marxista los problemas del lenguaje no han recibido nunca la atención que, como hemos visto, les de­dicó la filosofía analítica, hay un tema central en aquella tradición que por su interés general debe tenerse en cuenta en una teoría del significado: es el tema de las relaciones entre la ideología y el lenguaje. En lo que sigue esbozaré este tema,' intentando mostrar de qué manera enlaza con la teoría del significado que se ha apuntado en las páginas precedentes.

Si bien' en Marx y Engels no hay ciertamente una teoría del lenguaje , sí puede encontrarse consideraciones de interés sobre las relaciones entre el pensamiento, el lenguaje y la vida real (por ejemplo, en La ideología ale­mana; para un examen detallado de estas aportaciones puede verse Lan­gage et marxisme, de Houdebine , caps. II y nI). Desgraciadamente estas sugerencias no fueron recogidas en la tradición posterior y quedaron sin fructificar en una teoría más amplia que pudiera tener interés (sobre las razones de ello, Houdebine, op. cit. , IV.I). Con el nacimiento de la lin­güística en la obra de Saussure, y a partir de su divulgación en la Unión Soviética,. comienzan a configurarse ~, as condiciones para que se despierte el interés por un planteamiento de los problemas lingüísticos en la pers­pectiva del pensamiento dialéctico. La primera forma explícita. de tal inte­rés será, por desg~acia , la teoría del lingüista ruso Nicolás ,Marr acerca de las relaciones entre el lenguaje y la superestructura ideológica.

Según Marr, el lenguaje tendría carácter clasista y pertenecería a la su­perestructura ideológica de la sociedad, siendo instrumento de dominación al servicio de la clase dominante. Esta posición aparecía, por cierto, en el contexto de una curiosa ' teoría acerca del origen del lenguaje (<< Ueber die Entstehung der Sprache», 1925). Según esta teoría, todas las lenguas

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Apéndice. Ideología y lenguaje 471

tendrían un origen común en el lenguaje de gestos manuales propio de las comunidades primitivas. De aquí se habría pasado a un lenguaje sonoro par­tiendo de los sonidos que los brujos y hechiceros utilizaban para la celebra­ción de sus ritos. De esta manera, el lenguaje vocal aparecía originariamente vinculado a la clase dominante, la de los hechiceros, únicos que conocían el significado de sus voces, y podía así ser empleado como un instrumento para ejercer y asegurar su dominio sobre la tribu. Todas las lenguas, ligadas en su evolución al desarrollo histórico de los modos de producción, habrían retenido este carácter de dominación clasista.

No hace falta decir que la doctrina de Marr no recibió nunca el menor asomo de comprobación empírica, pese a lo cual gozó de amplia difusión e incluso hizo escuela en la Unión Soviética de los años veinte. La polémica fue notable, y condujo al final a afirmaciones desmesuradas como la de que cada clase social tiene su propio lenguaje. Aunque, según se ha escrito, la teoría de Marr convenía por razones políticas a la Unión Soviética (Mar­cellesi y Gardin, Introducción a la socioling.üística, II.1), su influencia fue bruscamente cortada por una famosa intervención explícita de Stalin (sobre la doctrina de Marr y su contexto sociopolítico puede verse, además de la obra citada de Marcellesi y Gardin, cap. lI, el número 46 de la revista Langages, 1977, enteramente dedicada al tema).

Fue bastante tiempo después, en 1950, cuando apareció el escrito de Stalin que desautorizaba la doctrina de Marr, llegando a negar su carácter marxista (<-<Sobre el marxismo en la lingüística», original publicado en Pravda). La posición de Stalin comienza por distinguir nítidamente entre lenguaje y superestructura, señalando que, mientras que en Rusia, tras la revolución, la infraestructura capitalista ha sido sustituida por una infra­estructura socialista, cambiando de modo acorde la superestructura ideoló­gica y jurídico-política, la lengua rusa, en cambio, continúa siendo sustan­cialmente la misma. ¿Qué ha cambiado en ella? Según Stalin, sólo ciertos aspectos semánticos y léxicos. Han aparecido nuevas palabras y expresiones vinculadas con la nueva forma socialista de producción y con las nuevas instituciones, al tiempo que otras, conectadas al modelo social anterior, han desaparecido o han cambiado de sentido. Pero ni el fondo léxico esencial ni la estructura gramatical han sufrido modificación seria. La lengua no es producto de una infraestructura determinada ni de una clase particular, sino que es medio de comunicación entre todas las clases sociales, a las que sirve indiferentemente; la lengua rusa sirve, por ello, a la cultura socialista tanto como sirvió antes a la cultura burguesa.

La argumentación de Stalin es hasta aquí de un sentido común que casi resulta burgués (lo que da lugar a una crítica sarcástica en Houdebine, Langage et marxisme, IV.III). A ello hay que añadir aún otro argumento, de mayor alcance teórico, pero muy impreciso . Según Stalin, mientras que la superestructura se halla ligada a la producción tan sólo de manera in­directa, a través de la infraestructura económica que constituye la base, el lenguaje, en cambio, está directamente conectado con la actividad produc­tiva, pues lo está, en última instancia, con todas las actividades del hombre.

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472 Principios de Filosofía del Lenguaje

De aquí que el lenguaje refleje de modo inmediato las transformaciones que tienen lugar en la producción, enriqueciendo su fondo léxico y perfec­cionando su estructura gramati~al. El lenguaje, por consiguiente, no coinci­de con la superestructura, sino que desborda sus límites, y no tiene tampoco carácter de clase. Esto no significa que las clases no dejen su impronta en el lenguaje. Hay lo que llama Stalin «dialectos» o «jergas» de clase, carac­terizados por el empleo de expresiones y términos propios de una clase so­cial, y que sirven a la pretensión de utilizar el lenguaje para la defensa de los intereses de clase; pero no constituyen más que una pequeña porción de una lengua, y naturalmente ninguno de tales dialectos constituye un lenguaje.

Frente a las exageraciones de Marr, Stalin se ha movido al otro extremo. No parece reconocer relaciones importantes entre la ideología y el lenguaje ni articulación alguna entre el uso del lenguaje y la división en clases. La posibilidad de una teoría sobre estos aspectos del lenguaje queda práctica­mente negada. Se entiende que un crítico haya llegado a decir que «nunca se ha estado tan lejos de Marx como en este texto de Stalin» (Houdebine, op. cit.) p. 159).

Y, sin embargo, muchos años antes, en los propios años de florecimien­to de la doctrina de Marr, existía un círculo de estudiosos rusos que habían alcanzado claridad mucho mayor sobre estos problemas, dejando incluso publicaciones más agudas que otras muy posteriores; me refiero en particu­lar a la obra Marxismo y filosofía del lenguaje) publicada originalmente en Leningrado, en 1929 (el título de la traducción castellana es El signo ideo­lógico y la filosofía del lenguaje; teniendo en cuenta que la traducción apareció en Buenos Aires en 1976, el lector puede figurarse las razones del cambio de título; yo lo citaré por el título literal en castellano, aunque sigo la traducción inglesa, realizada directamente sobre el ruso). El libro apareció bajo el nombre de Valentin Voloshinov, y así han aparecido varias de sus recientes traducciones (incluida la castellana, aunque no la fran­cesa), pero, al menos en su mayor parte, era la obra del maestro y cabeza del grupo, Michail Bachtin, inspirador de esta escuela y conocido por sus análisis estilísticos de diversos escritores clásicos. Por diferentes motivos que van desde lo político a lo temperamental, Bachtin dejó que el libro saliera bajo el nombre de su discípulo y con algunas adiciones y modifica­ciones de la pluma de éste. Por cierto que Voloshinov desapareció en los años treinta, aunque Bachtin sobrevivió al estalinismo y falleció no hace mucho, en 1975. En 10 sucesivo nos referiremos a ambos como autores del libro.

Lo primero que se encuentra subrayado en esta obra es la íntima relación existente entre la teoría de la ideología y la semiótica. Todo 10 ideológico posee significado, en cuanto que representa o remite a otra cosa distinta de sí mismo; esto es: todo lo ideológico es signo; «sin signos, no hay ideología» (parte primera, cap. 1). Para Bachtin y Voloshinov, el ámbito de la ideología y el ámbito de los signos son equivalentes: todo signo es susceptible de una valoración ideológica, y todo 10 ideológico po-

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Apéndice. Ideología y lenguaje 473

see valor semlonco. La ideología no se encuentra en la conciencia como nmbiro independiente: pretender lo contrario es psicologismo, y en suma ideal ismo. La ideología es tá en los signos, por medio de los cuales se des­arrolla la comunicación humana y en los cuales se constituye la conciencia: «la conciencia únicamente llega a ser conciencia una vez que está llena de conten ido ideológico (semiótico), y por consiguiente sólo en el proceso de interacción social» (ibídem).

Pero hay muchas clases de signos: obras de arte , símbolos religiosos y políticos, etc. De todos ellos, el signo por excelencia es la palabra, y esto hace de ella también el fenómeno ideológico por excelencia. Bachtin y Voloshinov indican var ias características de la palabra , que justifican esa condición. En primer lugar, la palabra es el signo más puro, pues no es más que signo, toda su realidad se reduce a signo. En segundo lugar, es neutral ante cualquier campo ideológico, ya que si rve para cualquier función ideológica : cien tífica, esté tica, moraL .. Tercero, la palabra está ligada a un campo ideológico genérico, pero muy importante , que es la conversación , la comunicación cotidiana entre los hablantes. Cuarto, la palabra es el medio en el que se da la conciencia, es el material semiótico de la vida in te rior. Y en quinto y últ imo lugar, y a consecuencia de lo anterior, la palabra acompaña a todo acto de creación ideológica y a todo acto de comprensión o interpretación, aunque sólo sea como lenguaje interior. En estas últimas caracterís ticas, que hay que subrayar especialmente, late acaso la influencia de Vygotsky, que había destacado la importancia de la función egocéntrica en el uso y desarrollo de! lenguaje (recuérdese la sección 5.4).

Desracada, de esta forma, la significación ideológica del lenguaje, cabe preguntar: ¿de qué manera conectan la ideología y e! lenguaje? La idea de Bachtin y Voloshinov (primera parte, cap. 2), es que e! contenido de todo signo lingüístico tiene una determinada acentuación o carga valorativa so­cialmente adquirida, en virtud de la cual el signo fu nciona ideológicamente . Esta acentuación es múltiple, de acuerdo con las diferentes clases sociales; cada clase social utiJiza el lenguaje con una peculiar carga valorativa. Puesto que la clase social y la comunidad semiótica no coinciden, ya que esta última incluye varias clases, hay que distinguir el lenguaje común a éstas de aquello que, en el uso de este lenguaje, las distingue, a saber: la carga o acento valorat ivo que caracteriza a cada una de ellas. Estas diferentes cargas. valora ti vas se entrecruzan en el lenguaje, y manifiestan así la lucha de clases, a través de la cual la existencia social queda refractada en el lenguaje. ¿Por qué refractada y no meramente reflejada? Porque el lenguaje no es un medio neutral en cuyo uso cada clase social tenga la misma capa­cidad y autonomía , sino que «la clase dominante se esfuerza por impartir un carácter supraclasista y eterno al signo ideológico, haciéndolo uniacen­tuado, y extinguiendo o reprimiendo la lucha entre distintos juicios de valor sociales que tiene lugar en él» (p. 23 de la trad . inglesa),

De este modo quedan trazadas las líneas para un tratamiento de las relaciones entre la base y la superestructura a través del medio lingüístico. Para entender adecuadamente lo anterior debe recordarse el sentido en el

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474 Principios de Filosofía del Lenguaje

que se emplean determinados términos técnicos. En el presente contexto, una sociedad se caracteriza por un modo de producción típico, al que pueden acompañar restos de modos de producción residuales pertenecientes a for­maciones sociales históricamente anteriores. Así, las sociedades actuales en Occidente se caracterizan por el modo de producción capitalista, al que acompañan de hecho restos del modo de producción agrícola, artesanal, etcé­tera. Un modo de producción consta de una infraestructura económica o base y de una superestructura institucional e ideológica. La base incluye unas fuerzas productivas (fuerza de trabajo, técnicas y medios de produc­ción, etc.) y unas relaciones de producción, en las que se articulan aquellas con el resto de la sociedad. La superestructura incluye aquellas institu­ciones políticas y jurídicas que tienen a su cargo mantener la estabilidad de las relaciones sociales junto con la ideología, esto es, el conjunto de las actitudes, ideas y doctrinas que sirven al mantenimiento de las actuales relaciones sociales y de producción. En este modelo de análisis sociológico, las clases sociales se caracterizan por su función en las relaciones de domi­nación que se dan en toda sociedad. De aquí que cada modo de producción se caracterice por dos clases antagónicas entre sí, la clase dominante y la clase dominada. La primera tiende a mantener estables las relaciones socia­les impidiendo los cambios estructurales, para lo que recurre a todos los factores que integran la superestructura, desde el derecho a la religión. La clase dominada tendrá como interés, acaso no consciente pero sí real , co­brar conciencia de su situación para ponerle fin, y en esto consiste la lucha de clases. Puesto que en toda sociedad coexisten junto al modo de produc­ción característico otros procedentes de épocas anteriores, se explica que además de las dos clases propias de aquél puedan detectarse otras clases sociales residuales pertenecientes a esos modos de producción igualmente residuales. Este es el análisis más clásico, y no hace falta añadir que, en su aplicación a ejemplos concretos , requiere multitud de precisiones, y que, desde el punto de vis ta teórico, cuenta también con muy diversas reformu­ladones . El análisis de las clases sociales , por ejemplo, se ha desarrollado extraordinariamente en los últimos decenios. (No es necesario subrayar que el concepto de clase social tiene un sentido muy distinto en la sociolo­gía ajena a la tradición marxiana: para todo lo anterior puede verse Fiara­vanti, El concepto de modo de producción; Dahrendort, Las clases sociales y su conflicto en la sociedad industrial; Parkin, Orden político y desigual­dades de clase; y Poulantzas, Las clases sociales en el capitalismo actual.)

Al incluir la ideología dentro de la superestructura, en el breve recor­datorio anterior, hemos tomado la ideología como aquellas doctrinas y formas culturales que sirven a la clase dominante para <lsegurar su dominio, y en cuanto así sirven. Es lo que otras veces se ha considerado corno pensa­miento deformado por los intereses de clase dominante. Si bien este sentido es el más típico en el concepto marxista de ideología, se encuentra también, incluso en Marx y Engels, un sentido más neutral del término «ideología), cuando éste designa cualquier doctrina, idea u opinión meramente en vir­tud de su vinculación a los intereses de una clase social, sea cual fuere.

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Apéndice. Ideología .v lenguaje 475

Pues bien, como se habrá observado, en este último sentido neutral toman Bachtin y Voloshinov la ideología cuando estudian su relación con el lenguaje . Si por el contrario tomarnos la ideología en el sentido valorativo, como visión deformada de las cosas, podremos afirmar que el uso ideológico del lenguaje consiste justamente en dificultar que la clase dominada pueda expresar por medio de él adecuadamente sus propios intereses . De esta manera se refractan, se deforman, las vf'rdaderas condiciones de la comuni­cación social, pues se impide que el lenguaje exprese libremente y por igual el conflicto de clases. Si el análisis es correcto, eso es lo que intenta la clase dominante en su manipulación del lenguaje. En esta medida, la clase dominada se encontrará en una situación lingüísticamente alienada.

Que el planteamiento de Bachtin y Voloshinov es incomparablemente más lúcido que las afirmaciones de Marr y de Stalin, es patente. Que debi­damente completado y prolongado podría haber sido muy fértil salta a la vista, y sólo hace más lamentable que su libro no haya circulado nunca, y que no haya sido conocido en Occidente hasta los años setenta . Nada de t.:1danto conozco,. escrito después de ellos, es más preciso ni es tá mejor fundado: ni las vagas consideraciones de Rossi-Landi sobre la alienación lingüística (Linguistics and EconomicsJ 7.4), ni su identificación dialéctica entre ideología y lenguaje, que me parece arbitraria y vacía (Ideología, 2.8), ni su forzado intento de explicar la comunicación lingüística como una for­ma de la producción e intercambio de bienes, aplicándole categorías econó­micas (Linguistics and Economics, passim, y «El lenguaje como trabajo y como mercado»).

El problema fundamental, en mi opinión, era encontrar un lugar teó· rico, un plano adecuado, en el que situar este orden de problemas. Que ese lugar no es la gramática, no es el sistema de la lengua, es obvio, y esto es 10 que el escrito de Stalin se limitaba a señalar. Que ese lugar tampoco está en el habla individual es igualmente claro, pues no es el individuo el que crea la ideología , ni ésta es un fenómeno individual, sino al contrario, es justamente una consecuencia de la ubicación del individuo en una clase social. Todo dualismo del tipo de la distinción entre lengua y habla tenía que hacer imposible el planteamiento de estos problemas (y de aquí la crítica de Ponzio a Saussure en Producción lingüística e ideología social, 111.1). Sin .llegar a encontrar las categorías adecuadas, Bachtin y Voloshinov planteaban el problema con perspicacia. Para acabar de formularlo correc­tamente basta, en mi opinión, recurrir a aquellos aspectos del uso del len­guaje que, siendo compatibles con el sistema de la lengua, pero sin estar exigidos por ella , no derivan tampoco del individuo como tal ni son par­ticulares. Tales "'aspectos son los que entran bajo el concepto de norma de Caseriu , que hemos estudiado en otro lugar (secc. 3.2) . Como allí señalé, las peculiaridades que posea el uso del lenguaje en cuanto sirve a la defensa de los intereses de clase puede categorizarse como una norma clasista en el uso del lenguaje. ¿Qué peculiaridades son ésas? Peculiaridades pragmáti­cas, puesto que pertenecen al uso del lenguaje, y por consiguiente peculia­ridades que no se mostrarían apenas en el sistema gramatical. Entre es tas

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peculiaridades estarán el empleo más frecuente de ciertos términos, por ejemplo, los de carácter espiritualista, los que se refieren a la autonomía del individuo, los de carácter estético, ctc. Pero lo notable es que el funcio­namiento ideológico del lenguaje no se advierte tanto en la literalidad del propio discurso, en las oraciones por sí mismas, y por tanto en las puras palabras, cuanto en lo que éstas dan por sabido, y en lo que pretenden contextualmente dar a entender, en especial, aquellos juicios de valor conrextualmente implicados por lo que se dice , así como aquellos otros que implícitamente se pretende evocar en el oyente. Ya hemos visto men· cionados los juicios de valor en la doctrina de Bachtin y Voloshinov sobre la acentuación social del signo lingüístico; también constüuyen la categoría prominente en los análisis empíricos más recientes , como los de Mattelart (por ejemplo, en «El marco del análisis ideológico», 1970), y los de Verón (así, en «Ideología y comunicación de masas: la semantización de la violen­cia política» , 1971) y los de Dorfmao (eo Para leer al Pato Donald, 1972, junto con Mattelart).

Eliseo Verón, por ejemplo, al explicitar las coordenadas teóricas de su trabajo, se ha ocupado de señalar que la ideología «no es un tipo particular de mensajes, o una clase de discursos sociales, sino uno de los muchos niveles de organización de los mensajes , desde el punto de vista de sus propiedades semánticas» (op. cit., p. 141); la ideología aparece así como «un nivel de significación que puede estar presente en cualquier tipo de mensajes, aun en el discurso científico» (ibídem). Este nivel de significación sólo se descubre al descomponer los mensajes, ya que la ideología propia­mente «no se comúnica, sino que se metacomunica», o si se prefiere, que «opera por connotación y no por denotación»; puede afirmarse, por ello, que «la lectura ideológica de la comunicación social consiste en descubrir la organización implícita o no manifiesta de los mensajes) (ibídem). La fun­ción conatíva o prescriptiva de toda comunicación lingüística (que consi­derarnos en la sección 7.7) se realiza por medio de la comunicación ideoló­gica en cuanto ésta tiende a reforzar determinadas formas de comporta­miento social, y esta función prescriptiva se cumple además de cualquier otra función, por ejemplo, informativa, que el mensaje puede tener por razón de sus características semánticas (op cit. , p. 142).

La interpretación ideológica del uso del lenguaje constituye, pues, un momento fundamental en su análisis pragmático, y requiere atender prima­riamente al contexto en el que se produce ese uso. Más bien por lo que en un contexto determinado se calla que por lo que se dice , y más bien por lo que se asume que por lo que se pone en cuestión, el discurso cumple una función ideológica, que no puede , por ello, calibrarse adecuadamente más que teniendo en cuenta el contexto extralingüístico. Considerando que, se~ gún vimos en el epílogo, no hay límite a ]a amplitud del contexto, éste pue~ de ser en ocasiones únicamente un grupo reducido, como el de las amas de casa, los obreros agrícolas o los profesores de universidad; pero puede ser, en otras, toda una sociedad o todo un grupo de sociedades. De aquí que el tipo de relación entre oraciones donde debe buscarse el condiciona-

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Apéndice. Ideología y lenguaje 477

miento ideológico sea, en mi opinión, la relación de implicación contextual. El significado ideológico de una oración proviene, la mayor parte de las veces, del contexto en el que se pronuncia. La implicación contextual, como vimos en la sección 7.10, no es más que un tipo de implicación pragmática. y como allí estudiamos, hay una implicación pragmática de carácter general que incluye aquellos supuestos más generales sobre los que se apoya el uso del lenguaje en la comunicación . Según esto , el uso dellengua;e implica, entre otras cosas, que el hablante intente ser veraz y decir lo que sea rele­vante para la comunicación en la que participa. Pues bien, si las relaciones de dominación son una condición que aparece en toda comunidad humana, a esos supuestos pragmáticos que subyacen al uso del lenguaje y que han investigado algunos filósofos analíticos, cabe añadir otro más: el uso del lenguaje implica pragmáticamente que lo que se dice tiene, en general , un significado ideológico, esto es, que en alguna medida está al servicio de intereses de clase . Pienso que ésta fue la intuición profunda de Bachtin y Voloshinov.