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MATERIAL BIBLIOGRÁFICO PARA LA UNIDAD 1 DE ECI – COMUNICACION SOCIAL – 1RA. PARTE

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Material de ECI Comunicación Social primera parte de la primera unidad, con textos de TAVARONE, SAUSSURE, CABANCHIK

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Page 1: Material Bibliográfico Unidad N°1

MATERIAL BIBLIOGRÁFICOPARA LA UNIDAD

1DE ECI –

COMUNICACION SOCIAL –

1RA. PARTE

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PROF: RICO, VALERIA ROXANACURSO: 2do. 3ra., 2do. 7ma., 2do.

8va.AÑO: 2009

ESCUELA DE EDUCACIÓN MEDIA N° 2BURZACO – ALMIRANTE BROWN

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1°) TAVARONE, “Fundamentos de lingüística”. Ed. Guadalupe. Buenos Aires.

1988. Págs. 15- 24, 42-53

TAVARONE, DOMINGOFUNDAMENTOS DE LINGÜÍSTICAEd. Guadalupe. Buenos Aires. 1988

1,1. Teoría de la información1.1.2 Diálogo y difusión

Una lengua, un idioma, es fundamentalmente un medio de comunicación sin duda el más importante y universal que dispone el ser humano. No obstante, no es el único; el hombre conoce otros medios como la pin-tura la escultura, la música, la fotografía —esto es, las artes en general - el lenguaje gestual, el sistema de señales marinas, los semáforos. . .

Pero de todos ellos, el lenguaje verbal —que llamaremos mas pro-piamente el lenguaje articulado— es el más universal; si tenemos en cuenta la totalidad de los hombres que habitan nuestro planeta, muchos son incapaces de comunicarse por otro medio que no sea el lenguaje articulado; incluso podemos concebir culturas enteras que desconozcan uno de los medios arriba enumerados {los pueblos antiguos y muchos que hoy viven en estado primitivo desconocieron y desconocen el lenguaje fotográfico, por ejemplo); sin embargo no podemos imaginar ser humano socializado1 que desconozca el lenguaje articulado, precisamente porque es el producto cultural por antonomasia.

Nos comunicamos cuando hablamos con alguien, cuando pronunciamos una conferencia, si hablamos por radio o televisión o, como en este momento, a través de un texto escrito. Pero es obvio que entre estas formas existen algunas diferencias importantes según el modo como nos Donemos en contacto con quien recibe la comunicación: cuando hablamos con alguien el oyente está frente a nosotros y nos hará observaciones a cuanto le decimos, manifestará su acuerdo o desacuerdo, su asombro o indiferencia, su aceptación o rechazo; en suma, tenemos alguna evidencia de si le ha llegado nuestro mensaje y, si así no fuera, podríamos adaptar lo que queremos decir

1 La expresión "ser humano socializado" parece una redundancia y en estricto sentidoes pero nos pareció útil aclarar lo de "socializado" para ponernos a cubierto de las especulaciones que pudieran hacerse con los casos de los "niños-lobos"

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hasta comprobar si el sentido y la in-tención del mensaje han sido captados por él. Esta comprobación, en cambio, es mucho más difícil de obtener en los otros ejemplos pues nuestro interlocutor no se encuentra ante nosotros; naturalmente, en estos casos el esfuerzo que debemos realizar para lograr una efectiva comunicación es mucho mayor, pues no tenemos modo de verificar inmediatamente su grado de efectivización.

Lo dicho nos permite concluir que, en principio, nos encontramos con dos formas de comunicación según el modo de ponerse en contacto el receptor y el emisor: diálogo y difusión.

Diálogo Difusión

Es bueno señalar que en la caracterización de estas dos formas no tiene importancia el número de personas que intervienen en la comunicación: un diálogo puede entablarse entre varias personas (como una mesa redonda p. e.) y un mensaje difundido por radio y televisión puede tener la mala suerte de no llegar a ningún oyente porque a esa hora, por ejemplo, nadie ha sintonizado el receptor. Queda claro, entonces, que en este punto importa la forma como se realiza la comunicación y no la cantidad de personas que intervienen en ella.

1.1.2. Esquema de la comunicación

Ahora vamos a describir una comunicación cualquiera para determinar los elementos que intervienen. Tomemos un mensaje radial. La comunicación comienza en un señor que emite un mensaje; para ello ha tenido que pensarlo previamente y le habrá dado forma en un idioma determinado. Ese mensaje "sale al aire" y se difunde. Nosotros sintonizamos la estación de radio y captamos el mensaje. Al escucharlo puede ocurrir que lo entendamos o no; si el locutor habla portugués encontraremos alguna dificultad, pero seguramente no desperdiciaremos la totalidad del mensaje; no ocurre lo mismo si la radio captada es de Persia. Las dificultades no siempre son de orden idiomático: una emisión en perfecto castellano desde Venezuela puede ser desaprovechada porque las condiciones meteorológicas producen interferencias en la línea; en otros casos las interferencias pueden ser de orden subjetivo: un dolor de cabeza, una preocupación, la personalidad del locutor que no nos cae bien, pueden ser la causa de que una comunicación no se haga efectiva.

Cada uno de los elementos que hemos señalado en nuestro ejemplo recibe un nombre técnico que, por otro lado, es probable que usted ya conozca.; El mensaje parte de un emisor a un receptor; es necesario, contar con: un medio físico o físico-fisiológico que permita dicha pasaje; en el ejemplo radial elegido es- el aire, el que,, por ser un medio elástico, transmite. las ondas, sonoras: este medio recibe el nombre de canal, hemos señalado que a veces puede haber interferencias en el canal, cómo las condiciones climáticas adversas, el aparato receptor que no funciona adecuadamente porque se le han descargado las pilas, nuestro mal humor, algún trastorno de tipo físico, las letras borroneadas del diario, etc.; a estas interferencias les daremos el nombre técnico de ruido (observe que acá ruido no significa necesariamente "bochinche" o sonido desagradable, sino que se acerca al sentido de la palabra "perturbación") A su vez, en toda comunicación se habla sobre algo o alguien, que recibe el nombre de contexto o referente de la comunicación y se emite empleando un sistema de signos que debe ser común al emisor y al receptor: es inútil que un

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marino le pida auxilio mediante banderillas a un pescador de la costa si éste no conoce dicho sistema o que le hablemos en castellano a un nativo de Alaska; el sistema de signos que se elige para transmitir el mensaje es el código: como el emisor organiza el mensaje se dice que es el codificador, como el receptor lo interpreta se dice qué es el decodificador.

Sin embargo, aún resta algo que aclarar para no tergiversar la realidad del acto comunicativo: en el esquema tal como se lo suele presentar, el receptor es un sujeto pasivo que se limita a recibir y decodificar el mensaje, pero no es así: un gesto, una mirada, una pregunta de nuestro interlocutor nos da la pauta de que nos escucha y nos sigue o no; con su actitud nos obliga, a veces, a cambiar la marcha de la conversación, como nos ocurre en una clase cuando debemos retomar el tema, reordenar las ideas que exponemos o replantear los problemas porque hemos llegado a la conclusión de que los alumnos no entendieron, se están aburriendo o simplemente en ese momento no tienen ganas de que les demos clase. Es decir, el receptor sirve de pauta al emisor para que éste continúe con el mensaje como lo estaba emitiendo, lo rectifique, lo sus-penda o lo derive: el emisor devuelve señales al emisor que fomentarán o "alimentarán" la continuación del mensaje o no; a estas señales del emisor las denominaremos retroalimentación o feed-back*. Ahora sí tenemos un circuito de comunicación como el del gráfico:

1.1.3. La redundancia

Observemos estos mensajes:

1. "No puedo de veras —dijo Flora—; tengo que ir donde Martha. Vino ayer a mi casa para invitarme. Pero después iré con ella al parque Salazar" (Vargas Llosa, Día Domingo).

Sin duda usted no tiene ninguna dificultad en la comprensión de este mensaje.

2. NO PUEDO DE VERAS DIJO FLORA TENGO QUE IR DONDE MARTHA VINO AYER A MI CASA PARA INVITARME PERO DESPUÉS IRÉ CON ELLA AL PARQUE SALAZAR

En principio este mensaje es el mismo, pero en él no se observan signos de puntuación; además, la falta de alternancia entre mayúsculas y minúsculas impide comprobar dónde termina una oración y comienza la otra. Sin embargo, a pesar de este ruido (observe cómo hemos aplicado acá la palabra "ruido") el mensaje puede ser comprendido perfectamente si el receptor tiene familiaridad con la lengua en que ha sido enunciado.

3. NO PEUDO DE V RAS DIXO FLOAR TENGE KEIR DONDMARTH A ER VIN AMI KAS PARAIMBITA RM PERO DESSPEUS IR HE CON EYA AL PARK SALA AR

En este mensaje hay mucho más ruido que en el anterior y usted habrá encontrado mucha más dificultad para comprenderlo; tal vez haya tenido que leerlo más de una vez, pero seguramente el sentido básico del texto fue finalmente captado.

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4. UEPO AVRES DDC LA FRO TEC KEIDNDE MRTHAA VONIEYRA A M LA.SKA PARTIMEABI PR DSPES IHE LA PRKAELASRARA

Ahora sí el ruido es lo suficientemente importante como para que usted no pueda comprender lo que se dice, y de no habérsele presentado las cuatro secuencias gradualmente dificultadas, es muy difícil que hubiera podido siquiera asociar el mensaje 4 con el 1.

Estas secuencias nos vienen a demostrar que todos los signos de un mensaje (letras, sonidos, orden de letras o sonidos, signos de puntua-ción, espacios entre palabras, distribución de mayúsculas y minúsculas) no son igualmente imprescindibles. Para que un mensaje sea com-prendido en su sentido básico, aunque se pierdan algunos matices signi-ficativos, no es necesario captarlo sin "perderse" el más mínimo detalle, sino que bien puede decirse que hay elementos sobrantes. Por suerte esto es así, pues de lo contrario el esfuerzo de todo acto comunicativo sería titánico y en la mayoría de los casos haría imposible la comunicación. Estos elementos de un mensaje que no son estrictamente necesarios para que el contenido del, mismo sea captado por el receptor, reciben en la moderna teoría de la información la denominación de redundancia. La redundancia nos pone así a cubierto del ruido.

El lingüista norteamericano Charles Hockett estima que la redundancia del inglés es del 50% aproximadamente y considera legitimo expender este porcentaje a las lenguas en general.

Otros fenómenos en que puede observarse el funcionamiento de la redundancia son los casos en que el mensaje se tergiversa deliberada-mente sín que por ello se pierda el sentido básico: el calambur y el cu-melo son dos ejemplos de ello. El calambur es una expresión que puede ser interperetada de diversos modos. Veamos un ejemplo:

Un pasajero con marcado acento italiano, asciende al colectivo y le solicita un boleto al chofer; momentáneamente ha olvidado su destino y se entabla este insólito diálogo:

-Me da un boleto hasta Villa. . . Villa. . . Ahora no me sale, caramba.

—¿Hasta Villa Lugano? —¡Ma, no!—Entonces será hasta Villa Soldati. -No. . . no, tampoco.

Villa. . . Villa. . . ¡Ahi: Villaneda.El camelo es un tipo de expresión semejante: aparentemente es

un texto comprensible, pero analizado con atención carece de sentido (¿de acá tal vez el sentido de camelero en el dialecto porteño?: "Fulano es un ca-melero" equivale a "Fulano tiene méritos en apariencia pero en el fondo nada de valor hay en él"). Veamos un ejemplo de camelo:

Dos amigos amantes del tango se encuentran y entre ellos se entabla la siguiente conversación:

—¡Qué Di Sarli! ¡Cómo te Basso, che! Tanturi tiempo que no te veía. —En la mala, hermano; si no me D'Arienzo una mano estoy muerto. Me lo Merello por idiota, por hablar de más con la Maderna de mi novia.

—No será para tanto. Vamos a la Piazzolla y contáme. -Lo que pasa es que yo Troilo un carácter bárbaro, que tengo pocas Pugliese y por una pavada vengo a Montero las de andar ¡Dante cuenta!

-Todo tiene arreglo; por ahí te hiciste un Castillo de arena. Me parece que tu problema es un Clavel del Aire. Yo que vos, De Caro la si-tuación Mano a Mano con la Vieja. —Tenes razón. Voy a hacerlo ya mismo. Gracias, che. Me las Piro.

1.1.4. Las funciones del lenguaje

La teoría de la información o de la comunicación expuesta hasta acá tiene un origen muy reciente: sobre el final de la segunda guerra mundial un ingeniero en comunicaciones norteamericano, Shannon, publicó un artículo en una revista de su especialidad donde expuso el esquema que hoy tiene vasta difusión.

Roman Jakobson, lingüista ruso radicado en los Estados Unidos y uno de los fundadores del ya célebre Círculo Lingüístico de Praga, observó que las diferentes funciones del lenguaje guardan relación con el esquema de la comunicación, según se centren en uno u otro elemento.

Observemos las siguientes expresiones:

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1. Los elementos de iluminación que utilizaban los romanos pueden reducirse a tres: antorchas, candelas y lámparas de aceite.2. Espero, Prudencia, que cumplas tu palabra.3. ¡Hable! (levantando el tubo del teléfono)4. "Élite" es palabra francesa bastante usada en los países hispánicos. Se pronuncia /elit/ (algunos dicen /élite/) y es femenina. Significa exactamente minoría selecta, pero muchas veces se puede sustituir por "minoría"*.5. ¡Ay, Dios mío! ¡Qué horror!6. Fatigada de estar de pie en el calabozo para dos pasos, se sentó —después de todo es mejor estar sentada— mas al cabo de un rato volvió a pararse. El frío del piso le ganaba las asentaderas, las canillas, las manos, las orejas —la carne es heladiza—, y en pie estuvo de seguida otro rato, si bien más tarde volvió a sentarse, y a levantarse y a sentarse

y a levantarse"

(En 1 es evidente que el emisor se está refiriendo a un objeto de estudio; en éste caso, los elementos con que se iluminaban los romanos. Es decir, el mensaje se refiere a un hecho objetivo (o tomado como objetivo) y sobre ese hecho se dice algo. En este caso el mensaje está centrado en el contexto o referente . (observe que decimos centrado pues queremos señalar que el mensaje apunta al contexto pero no excluye relaciones con los otros elementos):

El sentido del ejemplo 2 apunta a un objeto ubicable en el refe-rente, sino que en este caso el emisor se dirige al receptor para lograr una determinada respuesta: que cumpla con la palabra empeñada.

Cuando levantamos el tubo del teléfono y pronunciamos una frase como "¡Hola!", "¡Hable!", "¡Aló!", "¡Sí. . .!". (ejemplo 3), es evidente que no nos estamos centrando en ningún elemento del referente y tampoco lo hacemos para exhortar al receptor. Esto merece una pequeña aclaración: es cierto que decimos "¡hola!" para que el hablante que se encuentra del otro lado de la línea nos conteste, pero nosotros no le estamos dando ninguna orden sino que ese "¡hola!" es como decirle: "puede usted empezar a hablar pues yo le estoy escuchando gracias a que mi teléfono (que en este caso es el canal) funciona adecuadamente". Es decir una expresión como la de nuestro ejemplo 3 se utiliza para verificar si se ha producido el contacto necesario para la comunicación, en suma, si se ha abierto el canal. Obviamente, en este caso el mensaje está centrado , en el canal:

En el ejemplo 4, el emisor se refiere a un objeto de estudio: la palabra "élite", pero a diferencia del caso 1 este objeto de estudio pertenece al código que estamos empleando: nuestra lengua. En 1 empleamos el código (nuestra lengua) para referirnos a un objeto que nada tiene que ver con el código (el sistema de iluminación de los romanos); en 4, empleamos el código para referirnos a un elemento del propio código (la palabra "élite"). Algo similar pasa con el libro que usted tiene en este momento en sus manos: es una permanente referencia al código (cosa que adelanta el propio nombre de la asignatura: lengua). Queda en claro, entonces, que el ejemplo 4 está centrado en el propio código,

En 5 el emisor dice algo que no está referido a ninguno de los ele-mentos de los ejemplos anteriores; supongamos que dicha frase ha

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sido exclamada por cuanto el hablante es espectador de un episodio que lo conmueve; en lo dicho en el ejemplo el emisor no tiene la intención de comunicar al receptor lo que ha pasado y ha observado, sino que se limita a expresar espontáneamente su sentimiento ante el episodio que contempla. Lo mismo si, por ejemplo, nos golpeamos un dedo con un martillo y decimos "¡ay!" no queremos comunicar el grado de nuestro dolor, ni siquiera informar que sentimos dolor, sino que es meramente una reacción, algo así como un reflejo. Es evidente que el ejemplo 5 está cen trado en el propio emisor:

El ejemplo 6 merece una atención especial. Es evidente en principio que se trata de un texto elaborado, es decir, donde el autor ha puesto especial cuidado en la selección de palabras y frases, en suma, en el estilo.

Analicémoslo ligeramente: "sin espacio en el calabozo para dos pasos"; el autor podría haber dicho que el calabozo medía de largo, 1,80 m, por ejemplo; sin embargo elige la frase subrayada porque de ese modo transmite la sensación de estrechez, de ahogo en que se encontraba, el personaje; decir "1,80 m" es referirse a la medida objetiva del calabozo, pero "sin espacio para dos pasos" a la vez que nos da una idea de las dimensiones reales del calabozo nos hace vivenciar la situación de acorralamiento por la que atraviesa el personaje, que es la intención del autor.

"El frío le ganaba las asentaderas": nada nos dice sobre los muebles que integraban el calabozo, pero de modo indirecto lo está afirmando, pues si hubiera algún tipo de mobiliario no se hubiera sentado en el suelo ni padecería las incomodidades producidas por un piso helado. Una expresión como "le ganaba" (el uso del verbo "ganar" no es acá el habitual) nos transmite de un modo más efectivo que un rodeo de palabras la sensación de frío que le va subiendo paulatinamente por el cuerpo.

"Más tarde tornó a sentarse, y a levantarse y a sentarse y a levantarse. . ." Seguramente usted ya ha observado un recurso estilístico-sintáctico: la reiteración del coordinante "y", fenómeno que se denomina polisíndeton y, por qué no, hasta está tentado de pensar que este recurso viola una de las "recetas" que usted ha recibido: EVITAR LAS REPETICIONES, Lo mismo se hubiera dicho en una frase como “ más tarde tornó a sentarse y a levantarse, alternativamente" donde no aparece ninguna repetición. Sin embargo, usted estará de acuerdo en que este texto, impresiona menos que el anterior, pues la reiteración de la acción y del coordinante con la preposición ("y a. . . y a. . .") refuerza esa sensación de acorralamiento que es vivida por el personaje y transmitida al lector. Naturalmente no hay que pensar que todas estas observaciones las realiza conscientemente el lector a medida que deja correr sus ojos sobre el texto, sino que se impresiona —o no— y esa impresión la logra el emisor recurriendo precisamente a todo un arsenal de recursos estilísticos, de los que aquí hemos señalado someramente algunos, a modo de ejemplificación. De lo dicho podríamos llegar a la conclusión de que en un mensaje hay una voluntad expresiva, es decir, una voluntad de valerse de ciertos recursos para transmitir aquello que deseamos; en algunos mensajes la voluntad de estilo es casi nula, como en el -lenguaje cotidiano, pero en otros el interés por la forma del mensaje es tal que bien podría decirse que el emisor centra todo su esfuerzo en el modo de combinar sus elementos. Esto lo saben muy bien los redactores publicitarios: "Citroen: pensado para gente que piensa'' resulta una frase retenida a nivel subli-minal por el oyente mediante el juego de palabras "pensado. . . piensa" (de paso apunta al tipo de comprador de determinado automóvil); otro ejemplo: Citroen lanzó al mercado su modelo Ami 8 en el momento en que Nicolino Locche obtenía en Japón su título de campeón mundial de los medio medianos livianos, acontecimiento que conmovió al deporte nacional, de allí la frase; "Ami 8: el medio mediano que faltaba". Jakobson, en su artículo "Lingüística y poética" trae un ejemplo muy ilustrativo: nos dice que en la campaña que llevó al general Eisenhower a la presidencia de los Estados Unidos, el lema central era "I like Ike"5, apodo con que

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se conocía familiarmente al citado general. Dicha frase suena /ái láik áik/: la repetición del diptongo /ái/ en tres períodos rítmicos acentuados y la sensación cortante que deja la /k/ en posición final de sílaba (entre otros elementos que no es'el caso analizar aquí) torna a la frase más "pegadiza" que otra del tipo "Vote a Ike".

Como corolario de estas observaciones bien podemos decir que en el caso del ejemplo 6 el inter és del mensaj e recae sobre el modo como se organiza el propio mensaj e:

Recapitulemos: Saussure reconoce tres períodos de la lingüística hasta él; la característica común de ellos es que esta disciplina se comportaba como si no tuviera un objeto de estudio propio, sino que justificaba su razón de ser en ponerse al servicio de otras, ya fuese dependiente de la lógica, de la crítica, de la historia de la cultura, de las normas sociales. Sin embargo, al llegar a los neogramáticos la perspectiva comienza a cambiar: la búsqueda de las causas y el hallazgo de leyes, por el valor intrínseco de ellas mismas, van orientando a la lingüística hacia su independencia epistemológica, que se va a consumar en Saussure a través del puente que abren los neogramáticos; de allí el reconocimiento que el maestro ginebrino tiene hacia esta escuela.

Una pequeña digresión: mucho se ha dicho sobre la famosa "ley sin excepciones" que interpretada en sentido literal, ha producido en algunos cierta mofa. Nos parece interesante un párrafo sobre la interpretación que hace un lingüista contemporáneo:

"No se trata aquí por tanto, de la validez sin excepción de cual-quier ley aislada sino de un sometimiento a ley, con relación al cual no existe excepción; es decir, el principio de que para cada cambio fonético debe suponerse una causa especial, ya sea una ley fonética

válida en un extenso ámbito, ya sea una condición más limitada aplicable sólo a una serie de casos o incluso a un caso aislado ('. . .) sería más apropiado sustituir la expresión "ley fonética sin excpeciones" por la de que "el cambio fonético se halla sujeto siempre a la ley y que esta sujeción tiene una vigencia general" '3. "Sería por tanto mejor que se suprimiera la expresión "ley fonética" de la terminología lingüística y conformarse con la expresión "cambios .fonéticos", que no puede dar lugar a equívocos" ,

Con todas las limitaciones imaginables, el criterio de ley sin excepción tuvo el valor de renovar el viejo criterio según el cual 'la excepción confirma la regla", como si la presencia de rengos confirmara que el hombre es bípedo erecto.

1.2.2. Ferdinand de Saussure.

1.2.2.1. La lengua: objeto de la lingüística.

¿Y de qué se ocupa la lingüística? ¿Cuál es su objeto de estudio? Hasta Saussure la hemos visto al servicio de otras disciplinas sin que ella misma pudiera constituirse en una ciencia independiente; para que esto ocurra es fundamental que una disciplina logre delimitar su objeto de estudio y de acuerdo con la naturaleza de su objeto su método. Será prudente aclarar un poco esto de "delimitar su objeto de estudio"; no significa que se deba producir la aparición de un objeto nuevo en la realidad ni que el objeto estudiado por una ciencia no deba ser estudiado por otras. Así plantas, animales y medio ambiente existen desde mucho antes de la aparición del hombre, pero cuando una disciplina hace de la relación entre ellos su objeto de estudio, aparece la ecología como ciencia independiente; a su vez, el objeto de la ecología es estudiado por otras ramas del saber: la botánica, la zoología, la geografía económica, la geografía física, pero lo que hace de la ecología una disciplina independiente es: la delimitación de un objeto propio (la relación de los seres vivos con su medio) y el punto de vista del estudio (la relación con el medio, en lugar de centrarse en sus funciones

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fisiológicas o características anatómicas, por ejemplo); consecuentemente, adoptará un método de estudio acorde con su objeto, en este caso un método semejante al de las ciencias naturales, en lugar del técnico, del de las ciencias exactas o disciplinas humanísticas.

Es decir, entonces que "lejos de preceder el objeto al punto de vista, se diría que es el punto de vista el que crea el objeto' (Saussure, Fde; Curso de lingüística general; Losada, Buenos Aires, 1945, p. 51. El subrayado es nuestro. En adelante, todas las citas de Saussure corresponden a esta referencia bibliográfica).

¿Y cuál es el objeto de la lingüística? Pues bien: la lengua. A esta respuesta cabe una nueva pregunta: ¿y qué es la lengua? Lo primero que tenemos que hacer es diferenciar la lengua del lenguaje: "Para nosotros, la lengua no se confunde con el lenguaje: la lengua no es más que una determinada parte del lenguaje, aunque esencial. (. . .) Tomado en su conjunto, el lenguaje es multiforme y heteróclito; a caballo de diferentes dominios, a la vez, físico, fisiológico y psíquico, pertenece además al dominio individual y al dominio social" (p. 51). En efecto, el estudio de los tipos de ondas sonoras que se producen en la emisión de los sonidos pertenece al dominio físico del lenguaje; qué órganos participan . y cómo, pertenece al campo fisiológico; las relaciones entre el concepto de un signo lingüístico y la cosa designado por el signo o el papel que el lenguaje tiene en la formación del pensamiento pertenecen en buena medida al campo psíquico; a su vez las características de una expresión personal, hablar rápido por ejemplo, pertenecen al dominio individual, pero en cambio pertenece a un campo social común el hecho de que ningún hablante de español pueda decir "hombre el" pues es una regla de nuestra lengua que el artículo debe preceder al nombre. Por abarcar aspectos tan heterogéneos no podía tomarse el lenguaje como objeto de estudio.

Los siguientes párrafos nos van a ir aproximando al concepto de lengua, según Saussure.

La lengua "no es una función del sujeto hablante; es el producto que el individuo registra pasivamente" (p. 57).

". . . es el conjunto de hábitos lingüísticos que permiten a un sujeto comprender y hacerse comprender (...) Pero esta definición deja a

la lengua fuera de su realidad social, y hace de ella una cosa irreal, ya que no abarca más que uno de los aspectos de la realidad, el aspecto individual; hace falta una masa parlante para que haya una lengua. Contra toda apariencia, en momento alguno existe la lengua fuera del hecho social, porque es un fenómeno semiológico."

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1a. característica: la lengua es SOCIAL

"La lengua existe en la colectividad en la forma de una suma de acuñaciones depositadas en cada cerebro, más o menos como un diccionario cuyos ejemplares, idénticos, fueran repartidos entre los individuos. Es, pues, algo que está en cada uno de ellos, aunque común a todos y situado fuera de la voluntad de los depositarios. Este modo de existencia de la lengua puede quedar representado por la fórmula:

1 + 1 + 1 + 1. . . = 1 (modelo colectivo)" (p. 65)

"Es un tesoro depositado por la práctica del habla en los sujetos que pertenecen a una misma comunidad, un sistema gramatical virtualmente existente en cada cerebro o, más exactamente, en los cerebros de un conjunto de individuos, pues la lengua no está completa en ninguno, no existe perfectamente más que en la masa" (p. 57)

2a. característica: la lengua es PSÍQUICA, MENTAL; está en el cerebro de cada uno de los" hablantes.

"Es un sistema de signos. . ." (P. 58)"Es un sistema en el que todas las partes pueden y deben consi-

derarse en su solidaridad sincrónica" (p. 157): (inmediatamente le aclararemos qué es eso de "sincrónica").

3a. característica, y definitoria: la lengua es una ESTRUCTURA.

Al llegar a esta tercera y definitoria característica comprendemos por qué Saussure es el fundador de la lingüística moderna y porqué todas las orientaciones que existen en la actualidad, que son varias, han recibido en mayor o menor grado la influencia del pensamiento del gran maestro ginebrino.

De paso usted ya está en condiciones de entender lo siguiente: no . existe una gramática estructuralista, sino que hay un modo

estructural de ver la lengua como un conjunto de relaciones

interdependientes;- en este enfoque sí es legítimo diferenciar la gramática anterior a Saussure (a la cual, para darle algún nombre llamáremos "tradicional") y la gramática posterior ("moderna".o "estructural"); en cambio, no es cierto que sólo una gramática determinada merezca el adjetivo de "estructural', sino que éste se emplea en sentido amplio para diferenciar un grupo de otro; por lo tanto,en gramática como en otras disciplinas no existe un estructuralismo sino una pluralidad de estructuralismos. Usted tendrá oportunidad de ver someramente algunos de ellos.

1.2.2.2. Lengua y habla.

Sin embargo, la realidad del lenguaje, es más compleja: el lenguaje no es sólo social sino que también tiene un lado individual: el modo como los hablantes usan la lengua en los actos cotidianos de comunicación. A este lado individual del lenguaje,' Saussure lo denomina habla y lo contrapone al concepto de lengua (ya veremos cómo en Saussure los conceptos se explican no sólo en forma unilateral, caracterizándolos, sino de modo opositivo, esto es, contraponiéndose entre sí. El concepto de lengua viene a explicarse de manera más completa en contraposición con el de habla).

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"El habla es, por lo contrario, un acto individual de voluntad e inteligencia en el cual conviene distinguir: 1° las combinaciones por las que el sujeto hablante utiliza el código de la lengua con miras a expresar su pensamiento personal; 2° el mecanismo psicofísico que le permite exteriorizar esas combinaciones" (p. 57). Por el primero de estos rasgos (acto individual) el habla se contrapone al primero de los rasgos de la lengua ya enunciado (social); por el segundo (carácter psicofísico) a la segunda característica de la lengua (sólo psíquica).

"El habla es la suma de todo lo que las gentes dicen, y comprende: a. combinaciones individuales, dependientes de la voluntad de los hablantes; b. actos de fonación igualmente voluntarios necesarios para ejecutar tales combinaciones" (p. 65).

Al comprender todas las combinaciones que un hablante puede hacer de la lengua, según su necesidad de momento, el habla se contrapone al carácter sistemático de la lengua, pues en principio pareciera no haber nada más asistemático que la suma de los usos individuales.

Para resumir, complete usted este simple gráfico, poniendo a un lado y a otro los rasgos definitorios de la lengua y del habla, según su modo de contraponerse:

Por supuesto que para Saussure la lingüística debe ocuparse de estudiar la lengua (langue) que es lo esencial, y no el habla (parole), "que es accesorio y más o menos accidental" (p. 57).

1.2.2.3. Valor.

Decir que la lengua es un sistema implica afirmar que cada signo lingüístico encuentra su razón de ser en su relación con el todo, es decir, con el sistema mismo.

Esta idea nos remite a la noción de valor. Es célebre el ejemplo del valor monetario. El valor de un billete de $ 10.000 está determinado por una serie de relaciones:

a. el valor adquisitivo: qué puedo adquirir con ese billete;b. el valor dentro del sistema: equivale a 10 billetes de $

1.000, 2 de $ 5.000 etc.c. el valor dentro del sistema monetario internacional: 1

dólar por ejemplo;d. el valor adquisitivo dependiente del valor monetario

internacional: no es lo mismo el poder de compra de $ 10.000 en Buenos Aires que en Mendoza o Londres.

Es decir, que el sistema de relaciones determina el valor de un billete y que dicho valor no es intrínseco al billete mismo. Tal es el con-cepto del valor del signo lingüístico en Saussure: la relación y la oposi-ción relativa de un signo con los otros determina su valor dentro del sistema de la lengua.

"La lengua es un sistema en donde todos los términos son solidarios y donde el valor de cada uno no resulta más que de la presencia simultánea de los otros" (p. 195).

Esto nos remite a una primera consecuencia: los valores son arbitrarios, pues dependen del sistema a que pertenecen (arbitrario no quiere decir "caprichoso", sino "no determinado por sí mismo").

La segunda inferencia es que los valores son diferenciales: el valor del signo se determina por oposición a los otros del sistema: "su

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más exacta característica es la de ser lo que los otros no son" (p. 199). Permítasenos ilustrar esta idea de relación con un refrán gauchesco: "Si no existiera el "no' el "sí" estaría de más", es decir, "sí" tiene un significado que no emana de él mismo sino porque se opone a un "no"; si damos dos opciones: "sí" y "no", el campo significativo del "sí" es diferente del valor que adquiere en un sistema donde se den tres posibilidades: "sí", "no', "quizá"; a una pregunta: "¿Nos vemos en el café a la noche?", una respuesta como: "quizá" le ha robado un poco el campo significativo al "sí" y al "no", pues implica por lo menos un campo de posibilidad de cada uno de ellos; tal vez resulte más claro el gráfico:

Algo semejante ocurre en lógica preposicional: en un subsistema bivalente, una premisa puede tener dos valores: verdadero o falso; en un subsistema trivalente tres: verdadero, falso, ni verdadero ni falso.

Tal vez algunos ejemplos aclaren un poco más la noción de valor.

En español tenemos un sistema de cinco vocales: i-e-a-o-u (ya verá más adelante por qué este orden en lugar del clásico a-e-i-o-u); el valor de cada una de las vocales se determina porque si oponemos una a otra hay por lo menos un ejemplo en que se produce un cambio de significación: carta / corta; uso / oso; mesa / masa.

Es decir que si a una vocal, por ejemplo a una í, la pronunciamos más abierta o más cerrada, en español no se produce un cambio de significación; la palabra sin presenta una i abierta en "sin salida" pero no en "con o sin", hecho no percibido por el hablante pues

no determina un cambio de significación; en inglés sin embargo un cambio de apertura de la vocal puede alterar el significado de la palabra: sin [sin] pronunciada con una "i" abierta significa "pecado" y scene [si:n] articulada con una "i" media alargada significa "escena".

Otro tanto pasa con la significación de algunos pronombres: en español tenemos tres demostrativos (son demostrativos los que indican distancia con respecto al hablante): este, ese, aquel, pero el inglés tiene dos: this-that, lo mismo que el francés: celui-ci, ceíui-la y el italiano; questo-quello. Es decir, que los valores se reparten aproximadamente así:

En el cuadro se observa que el campo significativo de los

demostrativos that, celui-la y quello son más amplios que en español y por eso mismo más inespecíficos.

Tomemos la formación del número: en el primer caso y en el segundo, cuando el sustantivo es plural lleva la marca -s/-es que lo caracteriza como tal, pero en singular no hay ninguna marca que indique que es singular, sino que sabemos que se trata de singular precisamente porque carece de dicha marca; esto quiere decir que no siempre un signo se opone a otro signo, sino que a veces la oposición está dada por la presencia de un signo en un caso y la ausencia de dicho signo en el otro. Esto es lo que se llama signo cero: "Se ve, pues, que no es necesario un signo material para expresar una idea: la lengua puede contentarse con la oposición de cierta cosa con nada" (. 156).

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Esta idea del elemento cero ya había aparecido en la antigua gramática india de Pánini (h. 350 a J.C). El signo cero se representa:^

1.2.2.4 El signo lingüístico: significante y significado.

Hemos hablado del valor del signo lingüístico pero hasta ahora no nos hemos detenido a analizar qué es un signo lingüístico.

Empecemos por preguntarnos qué es un signo:

En sentido amplio todos los elementos precedentes son signos, porque son objetos que sirven para designar a otros objetos materiales o de pensamiento. Gracias a esta función de sustitución que cumplen los signos es posible la comunicación, pues en todo acto comunicativo no nos manejamos con las cosas sino con los signos que designan a esas cosas. De los signos de nuestro ejemplo sólo dos son lingüísticos: "mesa" y ";". El primero es una palabra y el segundo indica un determinado tipo de pausa y de entonación. La primera impresión que se tiene cuando se está ante un signo lingüístico como "mesa" es que "mesa" es una palabra que designa a un objeto, algo así como un rótulo adherido al objeto:

Precisamente esto no es un signo lingüístico. Supongamos dos sujetos, Juan y Pedro, y que uno, Juan, dice "mesa" al otro. Para que Juan pueda emitir la sucesión de sonidos /m-e-s-a/ ha tenido que desarrollar un proceso psíquico, por el cual' ha relacionado la idea o concepto del objeto mesa con una determinada imagen acústica: la sucesión de sonidos/m-e-s-a/. Del mismo modo, cuando Pedro decodifica el rnensaje de Juan también desarrolla un proceso psíquico: relaciona la imagen acústica percibida con el concepto de mesa y sólo cuando ha realizado esta vinculación intrapsíquica relaciona la palabra con el objeto mesa

"Lo que el signo lingüístico une no es una cosa y un nombre sino un concepto y una imagen acústica" (p. 129). Si ahora reemplazamos "palabra" por signo lingüístico, "concepto" por significado e "imagen acústica" por significante diremos que un signo lingüístico es la relación de un significante con un significado.

El signo lingüístico posee dos caracteres o principios fundamenta-les:

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1° El significante es lineal,: en efecto, /m-e-s-a/ es una sucesión de sonidos; este rasgo diferencia al signo lingüístico de otros, como por ejemplo las señales de tránsito, en que los significantes son visuales y se presentan como una percepción súbita y no sucesiva.

2° El signo lingüístico es arbitrario; "arbitrario" no quiere decir caprichoso, sino "inmotivado", es decir, arbitrario con relación al significado, con el cual no guarda en la realidad ningún lazo natural" (p. 131). Basta comparar los diferentes signos que emplean diversas lenguas para referirse al mismo objeto, para que quede ejemplificado este segundo principio; así para el castellano "mesa" tenemos el portugués "mesa", el italiano "tavola", el francés "table", el inglés

"table", el alemán "tisch", el guaraní "yecaruhá", etc.

Tal vez usted se sienta tentado de afirmar que existen signos en los que la arbitrariedad no es tal, como las onomatopeyas; sí bien éste es un campo discutible nos parece interesante transcribirle la nota del traductor del Curso, Amado Alonso, que figura en p. 132: "Nuestro sentido onomatopéyico reproduce el canto del gallo con quiquiriquí, el de Ios-franceses coquerico (kokrikó), el de los ingleses cock-a-doodle-

do". Esta nota es ejemplo suficiente como para considerar, en principio, que las onomatopeyas también son signos arbitrarios.

Casi parece obvia la arbitrariedad del signo; sin embargo, no todos lo han considerado así siempre. En el diálogo Cratilo de Platón se exponen frente a frente dos tesis: la de Hermógenes, que no encuentra ninguna relación entre los nombres y los objetos que designan, y la de Cratilo, (discípulo de Heráclito) para quien existe una relación natural, precisa y adecuada entre el nombre y el objeto, y puesto que los objetos tienen una esencia, el nombre es la imitación de la esencia mediante sílabas y sonidos. No deja de ser interesante entresacar un párrafo (transcribimos a nuestro alfabeto las letras griegas del original):

“..esta letra (la r) es una letra muy a propósito para expresar el movimiento que el autor de los nombres ha creído encontrar en ella con el objeto de hacerles reproducir la movilidad (. . .): roé (corriente), tromos (temblor), Kroúein (chocar), thrúptein (romper), Timben (hacer dar vueltas) ( . . . )

La i a su vez le ha servido para todo aquello que es ligero y particularmente capaz de pasar a través de las cosas. He aquí por qué la acción de ir (t'enai) y la de lanzarse (testai) las reproduce mediante la i- como mediante la ps y la s, que entrañan una aspiración, ha imitado todo cuanto tiene este carácter, por ejemplo psikhron (trio), dseón (hirviente), seíesthai (agitarse) y, en general, la agitación (sismos) ( ) Viendo que la lengua se desliza particularmente sobre la l ha designado mediante nombres hechos con esta semejanza: lo que es liso (íeíon), la acción misma de deslizar (o/isthanem)”

' y así sigue. Por supuesto, la tesis del diálogo es mucho más profunda y sus argumentos no se corresponden con la superficialidad expuesta aquí, pero nos pareció ejemplificador presentar esta controversia sobre lo arbitrario o río del signo lingüístico.

1.2.2.5. Sincronía y diacronía.

La lengua, como todo organismo viviente, cambia con el transcurso del tiempo: nuestro sistema español del siglo XX no es el mismo que el del siglo XVI. Esto nos pone ante una doble perspectiva

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de estudio: podemos considerar nuestra lengua en su evolución a través del tiempo o bien observar cómo se comporta el conjunto de sus elementos y cuales son sus relaciones recíprocas en un determinado momento del tiempo.

El primer punto de vista se denomina diacrónico, que quiere decir precisamente "a través del tiempo", y el segundo sincrónico.

La lengua para Saussure, tal como se lo adelantamos en p. 24, es un sistema en el que todas las partes pueden y deben considerarse en su solidaridad sincrónica" (p. 58).

Un ejemplo nos permitirá acercarnos a ambos puntos de vista: tomemos el sistema de demostrativos del latín y veamos cómo pasó al

castellano:

En el estadio 2 se ha producido una alteración seria del sistema de demostrativos; en efecto, el demostrativo de distancia tiene por función ubicar los objetos con respecto al que habla; de modo que si solo queda un demostrativo, éste ha perdido su valor de demostrativo pues por lo menos se requieren dos términos para oponer "lo más cercano / lo mas lejano". Entonces, lo que luego iba a ser el castellano echo mano de un demostrativo de identidad para recomponer el cuadro:

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En este estadio 3 el hablante de nuestra lengua sintió la necesidad de formar un tercer demostrativo, tal vez para reconstituir el sistema latino, cosa que no sintió el francés ni el italiano (como ya ha visto en pág. 48) y entonces tomó un prefijo eccum que agregó al antiguo ule y formo aquel. Del mismo modo, perdió los demostrativos de identidad al pasar "ipse" a "ese"; entonces con la partícula met y el sufijo de superlativo -issimus formó metipsissimus, que derivó en mismo (nuestro actual demostrativo de identidad)

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2°) DE SAUSSURE, “Curso de lingüística general”. Ed. Losada. Buenos Aires.

PRIMERA PARTE: PRINCIPIOS GENERALES CAPÍTULO I: NATURALEZA DEL SIGNO

LINGÜISTICO

§ 1. SIGNO, SIGNIFICADO, SIGNIFICANTE

Para ciertas personas, la lengua, reducida a su principio esencial, es una nomenclatura, esto es, una lista de términos que corresponden a otras tantas cosas. Por ejemplo:

Esta concepción es criticable por muchos conceptos. Supone ideas completamente hechas preexistentes a las palabras (ver sobre esto pág. 166; no nos dice si el nombre es de naturaleza vocal o psíquica, pues arbor puede considerarse en uno u otro aspecto; por último, hace suponer que el vínculo que une un nombre a una cosa es una operación muy simple, lo cual está bien lejos de ser verdad. Sin embargo, esta perspectiva simplista puede acercarnos a la verdad al mostrarnos que la unidad lingüística es una cosa doble, hecha con la unión de dos términos.

Hemos visto en la pág. 40, a propósito del circuito del habla, que los términos implicados en el signo lingüístico son ambos psíquicos y están unidos en nuestro cerebro por un vínculo de asociación. Insistimos en este punto.

Lo que el signo lingüístico une no es una cosa y un nombre, sino un concepto y una imagen acústica1. La imagen acústica no es el sonido

material, cosa puramente física, sino su huella psíquica, la represen-tación que de él nos da el testimonio de nuestros sentidos; esa imagen es sensorial, y si llegamos a llamarla «material» es solamente en este sentido y por oposición al otro término de la asociación, el concepto, generalmente más abstracto.

El carácter psíquico de nuestras imágenes acústicas aparece claramente cuando observamos nuestra lengua materna. Sin mover los labios ni la lengua, podemos hablarnos a nosotros mismos o recitarnos mentalmente un poema. Y porque las palabras de la lengua materna son para nosotros imágenes acústicas, hay que evitar el hablar de los «fonemas» de que están compuestas. Este término, que implica una idea de acción vocal, no puede convenir más que a las palabras habladas, a la realización de la imagen interior en el discurso. Hablando de sonidos y de sílabas de una palabra, evitaremos el equívoco, con tal que nos acordemos de que se trata de la imagen acústica.

El signo lingüístico es, pues, una entidad psíquica de dos caras, que puede representarse por la siguiente figura:

Estos dos elementos están íntimamente unidos y se reclaman recíprocamente. Ya sea que busquemos el sentido de la palabra latina arbor o la palabra con que el latín designa el concepto de 'árbol' es evidente que las vinculaciones consagradas por la lengua son las únicas que nos aparecen conformes con la realidad, y descartamos cualquier otra que se pudiera imaginar.

Esta definición plantea una importante cuestión de terminolo-gía. Llamamos signo a la combinación del concepto y de la imagen acústica: pero en el uso corriente este término designa generalmente la imagen acústica sola, por ejemplo una palabra (arbor, etc.). Se olvida que

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si llamamos signo a arbor no es más que gracias a que conlleva el concepto 'árbol', de tal manera que la idea de la parte sensorial implica la del con-junto.

La ambigüedad desaparecería si designáramos las tres nociones aquí presentes por medio de nombres que se relacionen recíprocamente al mismo tiempo que se opongan. Y proponemos conservar la palabra signo para designar el conjunto, y reemplazar concepto e imagen acústica respectivamente con significado y significante; estos dos últimos términos tienen la ventaja de señalar la oposición que los separa, sea entre ellos dos, sea del total de que forman parte. En cuanto al término signo, si nos contentamos con él es porque, no sugiriéndonos la lengua usual cualquier otro, no sabemos con qué reemplazarlo.

El signo lingüístico así definido posee dos caracteres primordiales. Al enunciarlos vamos a proponer los principios mismos de todo estudio de este orden.

§ 2. PRIMER PRINCIPIO: LO ARBITRARIO DEL SIGNO

El lazo que une el significante al significado es arbitrario; o bien, puesto que entendemos por signo el total resultante de la asociación de un significante con un significado, podemos decir más simplemente: el signo lingüistico es arbitrario.

Así, la idea de sur no está ligada por relación alguna interior con la secuencia de sonidos s-u-r que le sirve de significante; podría estar representada tan perfectamente por cualquier otra secuencia de sonidos. Sirvan de prueba las diferencias entre las lenguas y la existencia misma de lenguas diferentes: el significado 'buey' tiene por significante bwéi a un lado de la frontera franco-española y böf (boeuf) al otro, y al otro lado de la frontera francogermana es oks (Ochs).

El principio de lo arbitrario del signo no está contradicho por nadie; pero suele ser más fácil descubrir una verdad que asignarle el puesto que le toca. El principio arriba enunciado domina toda la lingüística de la lengua; sus consecuencias son innumerables. Es verdad que no todas aparecen a la primera ojeada con igual evidencia; hay que darles muchas vueltas para descubrir esas consecuencias y, con ellas, la importancia primordial del principio.

Una observación de paso: cuando la semiología esté organizada se tendrá que averiguar si los modos de expresión que se basan en signos enteramente naturales —como la pantomima— le pertenecen de derecho. Suponiendo que la semiología los acoja, su principal objetivo no por eso dejará de ser el conjunto de sistemas fundados en lo arbitrario del signo. En efecto, todo medio de expresión recibido de una sociedad se apoya en principio en un hábito colectivo o, lo que viene a ser lo mismo, en la convención. Los signos de cortesía, por ejemplo, dotados con frecuencia de cierta expresividad natural (piénsese en los chinos que saludan a su emperador prosternándose nueve veces hasta el suelo), no están menos fijados por una regla; esa regla es la que obliga a emplearlos, no su valor intrínseco. Se puede, pues, decir que los signos enteramente arbitrarios son los que mejor realizan el ideal del procedimiento semiológico; por eso la lengua, el más complejo y el más extendido de los sistemas de expresión, es también el más característico de todos; en este sentido la lingüística puede erigirse en el modelo general de toda semiología, aunque la lengua no sea más que un sistema particular.

Se ha utilizado la palabra símbolo para designar el signo lingüístico, o, más exactamente, lo que nosotros llamamos el significante. Pero hay inconvenientes para admitirlo, justamente a causa de nuestro primer principio. El símbolo tiene por carácter no ser nunca completamente arbitrario; no está vacío: hay un rudimento de vínculo natural entre el significante y el significado. El símbolo de la justicia, la balanza, no podría reemplazarse por otro objeto cualquiera, un carro, por ejemplo.

La palabra arbitrario necesita también una observación. No debe dar idea de que el significante depende de la libre elección del hablante (ya veremos luego que no está en manos del individuo el cambiar nada en un signo una vez establecido por un grupo lingüístico); queremos decir que es inmotivado, es decir, arbitrario con relación al significado, con el cual no guarda en la realidad ningún lazo natural.

Señalemos, para terminar, dos objeciones que se podrían hacer a este primer principio:

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1a Se podría uno apoyar en las onomatopeyas para decir que la elección del significante no siempre es arbitraria. Pero las onomatopeyas nunca son elementos orgánicos de un sistema lingüístico. Su número es, por lo demás, mucho menor de lo que se cree. Palabras francesas como fouet 'látigo' o glas 'doblar de campanas' pueden impresionar a ciertos oídos por una sonoridad sugestiva; pero para ver que no tienen tal carácter desde su origen, basta recordar sus formas latinas (fouet deriva de fāgus 'haya', glas es classicum); la cualidad de sus sonidos actuales, o, mejor, la que se les atribuye, es un resultado fortuito de la evolución fonética.

En cuanto a las onomatopeyas auténticas (las del tipo glu-glu, tic-tac, etc.), no solamente son escasas, sino que su elección ya es arbitraria en cierta medida, porque no son más que la imitación aproximada y ya medio convencional de ciertos ruidos (cfr. francés ouaoua y alemán wauwau, español guau guau) 1. Además, una vez introducidas en la lengua, quedan más o menos engranadas en la evolución fonética, morfológica, etc., que sufren las otras palabras (cfr. pigeon, del latín vulgar pīpiō, derivado de una onomatopeya): prueba evidente de que ha perdido algo de su carácter primero para adquirir el del signo lingüístico en general, que es inmotivado.

2a Las exclamaciones, muy vecinas de las onomatopeyas, dan lugar a observaciones análogas y no son más peligrosas para nuestra tesis. Se tiene la tentación de ver en ellas expresiones espontáneas de la realidad, dictadas como por la naturaleza. Pero para la mayor parte de ellas se puede negar que haya un vínculo necesario entre el significado y el significante. Basta con comparar dos lenguas en este terreno para ver cuánto varían estas expresiones de idioma a idioma (por ejemplo, al francés aïe!, esp. ¡ay!, corresponde el alemán au!). Y ya se sabe que muchas exclamaciones comenzaron por ser palabras con sentido determinado (cfr. fr. diable!, mordieu! = mort Dieu, etcétera).

En resumen, las onomatopeyas y las exclamaciones son de importancia secundaria, y su origen simbólico es en parte dudoso.

§ 3. SEGUNDO PRINCIPIO: CARÁCTER LINEAL DEL SIGNIFICANTE

El significante, por ser de naturaleza auditiva, se desenvuelve en el tiempo únicamente y tiene los caracteres que toma del tiempo: a) representa una extensión, y b) esa extensión es mensurable en una sola dimensión; es una línea.

Este principio es evidente, pero parece que siempre se ha desdeñado el enunciarlo, sin duda porque se le ha encontrado demasiado simple; sin embargo, es fundamental y sus consecuencias son incalculables: su importancia es igual a la de la primera ley. Todo el mecanismo de la lengua depende de ese hecho (ver pág. 147). Por oposición a los significantes visuales (señales marítimas, por ejemplo), que pueden ofrecer complicaciones simultáneas en varias dimensiones, los significantes acústicos no disponen más que de la línea del tiempo; sus elementos se presentan uno tras otro; forman una cadena. Este carácter se destaca inmediatamente cuando los representamos por medio de la escritura, en donde la sucesión en el tiempo es sustituida por la línea espacial de los signos gráficos.

En ciertos casos, no se nos aparece con evidencia. Si, por ejemplo, acentúo una sílaba, parecería que acumulo en un mismo punto elementos significativos diferentes. Pero es una ilusión; la sílaba y su acento no constituyen más que un acto fonatorio; no hay dualidad en el interior de este acto, sino tan sólo oposiciones diversas con lo que está a su lado (ver sobre esto pág. 154 y sig.).

CAPÍTULO II INMUTABILIDAD Y MUTABILIDAD DEL SIGNO

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§ 1. INMUTABILIDAD

Si, con relación a la idea que representa, aparece el significante como elegido libremente, en cambio, con relación a la comunidad lingüística que lo emplea, no es libre, es impuesto. A la masa social no se le consulta ni el significante elegido por la lengua podría tampoco ser reemplazado por otro. Este hecho, que parece envolver una contradicción, podría llamarse familiarmente la carta forzada. Se dice a la lengua «elige», pero añadiendo: «será ese signo y no otro alguno». No solamente es verdad que, de proponérselo, un individuo sería incapaz de modificar en un ápice la elección ya hecha, sino que la masa misma no puede ejercer su soberanía sobre una sola palabra; la masa está atada a la lengua tal cual es.

La lengua no puede, pues, equipararse a un contrato puro y simple, y justamente en este aspecto muestra el signo lingüístico su máximo interés de estudio; pues si se quiere demostrar que la ley admitida en una colectividad es una cosa que se sufre y no una regla libremente consentida, la lengua es la que ofrece la prueba más concluyente de ello.

Veamos, pues, cómo el signo lingüístico está fuera del alcance de nuestra voluntad, y saquemos luego las consecuencias importantes que se derivan de tal fenómeno.

En cualquier época que elijamos, por antiquísima que sea, ya aparece la lengua como una herencia de la época precedente. El acto por el cual, en un momento dado, fueran los nombres distribuidos entre las cosas, el acto de establecer un contrato entre los conceptos y las imágenes acústicas, es verdad que lo podemos imaginar, pero jamás ha sido comprobado. La idea de que así es como pudieron ocurrir los hechos nos es sugerida por nuestro sentimiento tan vivo de lo arbitrario del signo.

De hecho, ninguna sociedad conoce ni jamás ha conocido la lengua de otro modo que como un producto heredado de las generaciones precedentes y que hay que tomar tal cual es. Ésta es la razón de que la cuestión del origen del lenguaje no tenga la importancia que se le atribuye generalmente. Ni siquiera es cuestión que se deba

plantear; el único objeto real de la lingüística es la vida normal y recular de una lengua ya constituida. Un estado de lengua dado siempre es el producto de factores históricos, y esos factores son los que explican por qué el signo es inmutable, es decir, por qué resiste toda sustitución arbitraria.

Pero decir que la lengua es una herencia no explica nada si no se va más lejos. ¿No se pueden modificar de un momento a otro leyes existentes y heredadas?

Esta objeción nos lleva a situar la lengua en su marco social y a plantear la cuestión como se plantearía para las otras instituciones sociales. ¿Cómo se transmiten las instituciones? He aquí la cuestión más general que envuelve la de la inmutabilidad. Tenemos, primero, que apreciar el más o el menos de libertad de que disfrutan las otras instituciones, y veremos entonces que para cada una de ellas hay un balanceo diferente entre la tradición impuesta y la acción libre de la sociedad. En seguida estudiaremos por qué, en una categoría dada, los factores del orden primero son más o menos poderosos que los del otro. Por último, volviendo a la lengua, nos preguntamos por qué el factor histórico de la transmisión la domina enteramente excluyendo todo cambio lingüístico general y súbito.

Para responder a esta cuestión se podrán hacer valer muchos argumentos y decir, por ejemplo, que las modificaciones de la lengua no están ligadas a la sucesión de generaciones que, lejos de superponerse unas a otras como los cajones de un mueble, se mezclan, se interpenetran, y cada una contiene individuos de todas las edades. Habrá que recordar la suma de esfuerzos que exige el aprendizaje de la lengua materna, para llegar a la conclusión de la imposibilidad de un cambio general. Se añadirá que la reflexión no interviene en la práctica de un idioma; que los sujetos son, en gran medida, inconscientes de las leyes de la lengua; y si no se dan cuenta de ellas ¿cómo van a poder modificarlas? Y aunque fueran conscientes, tendríamos que recordar que los hechos lingüísticos apenas provocan la crítica, en el sentido de que cada pueblo está generalmente satisfecho de la lengua que ha recibido.

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Estas consideraciones son importantes, pero no son específicas; preferimos las siguientes, más esenciales, más directas, de las cuales dependen todas las otras.

1. El carácter arbitrario del signo. — Ya hemos visto cómo el carácter arbitrario del signo nos obligaba a admitir la posibilidad teórica del cambio; y si profundizamos, veremos que de hecho lo arbitrario mismo del signo pone a la lengua al abrigo de toda tentativa que pueda modificarla. La masa, aunque fuera más consciente de lo que es, no podría discutirla. Pues para que una cosa entre en cuestión es necesario que se base en una norma razonable. Se puede, por ejemplo, debatir si la forma monogámica del matrimonio es más razonable que la poligámica y hacer valer las razones para una u otra. Se podría también discutir un sistema de símbolos, porque el símbolo guarda una relación racional con la cosa significada (ver pág. 94): pero en cuanto a la lengua, sistema de signos arbitrarios, esa base falta, y con ella desaparece todo terreno sólido de discusión; no hay motivo alguno para preferir soeur a sister o a hermana, Ochs a boeuf o a buey, etcétera.

2. La multitud de signos necesarios para constituir cualquier lengua. — Las repercusiones de este hecho son considerables. Un sistema de escritura compuesto de veinte a cuarenta letras puede en rigor reemplazarse por otro. Lo mismo sucedería con la lengua si encerrara un número limitado de elementos; pero los signos lingüísticos son innumerables.

3. El carácter demasiado complejo del sistema. — Una lengua constituye un sistema. Si, como luego veremos, éste es el lado por el cual la lengua no es completamente arbitraria y donde impera una razón relativa, también es éste el punto donde se manifiesta la incompetencia de la masa para transformarla. Pues este sistema es un mecanismo complejo, y no se le puede comprender más que por la reflexión; hasta los que hacen de él un uso cotidiano lo ignoran profundamente. No se podría concebir un cambio semejante más que con la intervención de especialistas, gramáti cos, lógicos, etc.; pero la experiencia demuestra

que hasta ahora las injerencias de esta índole no han tenido éxito alguno.

4. La resistencia de la inercia colectiva a toda innovación lingüística. — La lengua —y esta consideración prevalece sobre todas las de más— es en cada instante tarea de todo el mundo; extendida por una masa y manejada por ella, la lengua es una cosa de que todos los individuos se sirven a lo largo del día entero. En este punto no se puede establecer ninguna comparación entre ella y las otras instituciones. Las prescripciones de un código, los ritos de una religión, las señales maríti mas, etc., nunca ocupan más que cierto número de individuos a la vez y durante un tiempo limitado; de la lengua, por el contrario, cada cual parti cipa en todo tiempo, y por eso la lengua sufre sin cesar la influencia de todos. Este hecho capital basta para mostrar la imposibilidad de una revo lución. La lengua es de todas las instituciones sociales la que menos presa ofrece a las iniciativas. La lengua forma cuerpo con la vida de la masa social, y la masa, siendo naturalmente inerte, aparece ante todo como un factor de conservación.

Sin embargo, no basta con decir que la lengua es un producto de fuerzas sociales para que se vea claramente que no es libre; acordándonos de que siempre es herencia de una época precedente, hay que añadir que estas fuerzas sociales actúan en función del tiempo. Si la lengua tiene carácter de fijeza, no es sólo porque esté ligada a la gravitación de la colectividad, sino también porque está situada en el tiempo. Estos dos hechos son inseparables. En todo instante la solidaridad con el pasado pone en jaque a la libertad de elegir. Decimos hombre y perro porque antes que nosotros se ha dicho hombre y perro. Eso no impide que haya en el fenómeno total un vínculo entre esos dos factores antinómicos: la convención arbitraria, en virtud de la cual es libre la elección, y el tiempo, gracias al cual la elección se halla ya fijada. Precisamente porque el signo es arbitrario no conoce otra ley que la de la tradición, y precisamente por fundarse en la tradición puede ser arbitrario.

§ 2. MUTABILIDAD

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El tiempo, que asegura la continuidad de la lengua, tiene otro efecto, en apariencia contradictorio con el primero: el de alterar más o menos rápidamente los signos lingüísticos, de modo que, en cierto sentido, se puede hablar a la vez de la inmutabilidad y de la mutabilidad del signo1.

En último análisis, ambos hechos son solidarios: el signo está en condiciones de alterarse porque se continúa. Lo que domina en toda alteración es la persistencia de la materia vieja; la infidelidad al pasado sólo es relativa. Por eso el principio de alteración se funda en el principio de continuidad.

La alteración en el tiempo adquiere formas diversas, cada una de las cuales daría materia para un importante capítulo de lingüística. Sin entrar en detalles, he aquí lo más importante de destacar. Por de pronto no nos equivoquemos sobre el sentido dado aquí a la palabra alteración. Esta palabra podría hacer creer que se trata especialmente de cambios fonéticos sufridos por el significante, o bien de cambios de sentido que atañen al concepto significado. Tal perspectiva sería insuficiente. Sean cuales fueren los factores de alteración, ya obren aisladamente o combi-nados, siempre conducen a un desplazamiento de la relación entre el sig-nificado y el significante.

Veamos algunos ejemplos. El latín necāre 'matar' se ha hecho en francés noyer 'ahogar' y en español anegar. Han cambiado tanto la imagen acústica como el concepto; pero es inútil distinguir las dos partes del fenómeno; basta con consignar globalmente que el vínculo entre la idea y el signo se ha relajado y que ha habido un desplazamiento en su relación.

Si en lugar de comparar el necāre del latín clásico con el francés noyer, se le opone a necāre del latín vulgar de los siglos iv o v, ya con la significación de 'ahogar', el caso es un poco diferente; pero también aquí, aunque no haya alteración apreciable del significante, hay desplazamiento de la relación entre idea y signo.

El antiguo alemán dritteil 'el tercio' se ha hecho en alemán moderno Drittel. En este caso, aunque el concepto no se haya alterado, la relación se ha cambiado de dos maneras: el significante se ha modificado no sólo en su aspecto material, sino también en su forma

gramatical; ya no implica la idea de Teil 'parte'; ya es una palabra simple. De una manera o de otra, siempre hay desplazamiento de la relación.

En anglosajón la forma preliteraria fōt 'pie' siguió siendo fōt (inglés moderno foot), mientras que su plural *fōti 'pies' se hizo fē t (inglés moderno feet). Sean cuales fueren las alteraciones que supone, una cosa es cierta: ha habido desplazamiento de la relación: han surgido otras correspondencia; entre la materia fónica y la idea.

Una lengua es radicalmente incapaz de defenderse contra los factores que desplazan minuto tras minuto la relación entre significado y significante. Es una de las consecuencias de lo arbitrario del signo.

Las otras instituciones humanas —las costumbres, las leyes, etc.— están todas fundadas, en grados diversos, en la relación natural entre las cosas; en ellas hay una acomodación necesaria entre los medios empleados y los fines perseguidos. Ni siquiera la moda que fija nuestra manera de vestir es enteramente arbitraria; no se puede apartar más allá de ciertos límites de las condiciones dictadas por el cuerpo humano. La lengua, por el contrario, no está limitada por nada en la elección de sus medios, pues no se adivina qué sería lo que impidiera asociar una idea cualquiera con una secuencia cualquiera de sonidos.

Para hacer ver bien que la lengua es pura institución, Whitney ha insistido con toda razón en el carácter arbitrario de los signos; y con eso ha situado la lingüística en su eje verdadero. Pero Whitney no llegó hasta el fin y no vio que ese carácter arbitrario separa radicalmente a la lengua de todas las demás instituciones. Se ve bien por la manera en que la lengua evoluciona; nada tan complejo: situada a la vez en la masa social y en el tiempo, nadie puede cambiar nada en ella; y, por otra parte, lo arbitrario de sus signos implica teóricamente la libertad de establecer cualquier posible relación entre la materia fónica y las ideas. De aquí resulta que cada uno de esos dos elementos unidos en los signos guardan su vida propia en una proporción desconocida en otras instituciones, y que la lengua se altera, o mejor, evoluciona, bajo la influencia de todos los agentes que puedan alcanzar sea a los sonidos sea a los significados. Esta evolución es fatal; no hay un solo ejemplo de

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lengua que la resista. Al cabo de cierto tiempo, siempre se pueden observar desplazamientos sensibles.

Tan cierto es esto que hasta se tiene que cumplir este principio en las lenguas artificiales. El hombre que construya una de estas lenguas artificiales la tiene a su merced mientras no se ponga en circulación; pero desde el momento en que la tal lengua se ponga a cumplir su misión y se convierta en cosa de todo el mundo, su gobierno se le escapará. El esperanto es un ensayo de esta clase; si triunfa ¿escapará a la ley fatal? Pasado el primer momento, la lengua entrará probablemente en su vida semiológica; se transmitirá según leyes que nada tienen de común con las de la creación reflexiva y ya no se podrá retroceder. El hombre que pretendiera construir una lengua inmutable que la posteridad debería aceptar tal cual la recibiera se parecería a la gallina que empolla un huevo de pato: la lengua construida por él sería arrastrada quieras que no por la corriente que abarca a todas las lenguas.

La continuidad del signo en el tiempo, unida a la alteración en el tiempo, es un principio de semiología general; y su confirmación se encuentra en los sistemas de escritura, en el lenguaje de los sordomu-dos, etcétera.

Pero ¿en qué se funda la necesidad del cambio? Quizá se nos reproche no haber sido tan explícitos sobre este punto como sobre el principio de la inmutabilidad; es que no hemos distinguido los diferentes factores de la alteración, y tendríamos que contemplarlos en su variedad para saber hasta qué punto son necesarios.

Las causas de la continuidad están a priori al alcance del observador; no pasa lo mismo con las causas de alteración a través del tiempo. Vale más renunciar provisionalmente a dar cuenta cabal de ellas y limitarse a hablar en general del desplazamiento de relaciones; el tiempo altera todas las cosas; no hay razón para que la lengua escape de esta ley universal.

Recapitulemos las etapas de nuestra demostración, refiriéndonos a los principios establecidos en la Introducción.

1° Evitando estériles definiciones de palabras, hemos empezado por distinguir, en el seno del fenómeno total que representa el lenguaje,

dos factores: la lengua y el habla. La lengua es para nosotros el lenguaje menos el habla. La lengua es el conjunto de los hábitos lingüísticos que permiten a un sujeto comprender y hacerse comprender.

2° Pero esta definición deja todavía a la lengua fuera de su realidad social, y hace de ella una cosa irreal, ya que no abarca más que uno de los aspectos de la realidad, el aspecto individual; hace falta una masa parlante para que haya una lengua. Contra toda apariencia, en momento alguno existe la lengua fuera del hecho social, porque es un fenómeno semiológico. Su naturaleza social es uno de sus caracteres internos; su definición completa nos coloca ante dos cosas inseparables, como lo muestra el esquema siguiente:

Pero en estas condiciones la lengua es viable, no viviente; no hemos tenido en cuenta más que la realidad social, no el hecho histórico.

3° Como el signo lingüístico es arbitrario, parecería que la lengua, así definida, es un sistema libre, organizable a voluntad, dependiente únicamente de un principio racional. Su carácter social, considerado en sí mismo, no se opone precisamente a este punto de vista. Sin duda la psicología colectiva no opera sobre una materia puramente lógica; haría falta tener en cuenta todo cuanto hace torcer la razón en las relaciones prácticas entre individuo e individuo. Y, sin embargo, no es eso lo que nos impide ver la lengua como una simple convención,

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modifícable a voluntad de los interesados: es la acción del tiempo, que se combina con la de la fuerza social; fuera del tiempo, la realidad lingüística no es completa y ninguna conclusión es posible.

Si se tomara la lengua en el tiempo, sin la masa hablante —supongamos un individuo aislado que viviera durante siglos— probablemente no se registraría ninguna alteración; el tiempo no actuaría sobre ella. Inversamente, si se considerara la masa parlante sin el tiempo no se vería el efecto de fuerzas sociales que obran en la lengua. Para estar en la realidad hace falta, pues, añadir a nuestro primer esquema un signo que indique la marcha del tiempo:

Ya ahora la lengua no es libre, porque el tiempo permitirá a las fuerzas sociales que actúan en ella desarrollar sus efectos, y se llega al principio de continuidad que anula a la libertad. Pero la continuidad implica necesariamente la alteración, el desplazamiento más o menos considerable de las relaciones.

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3°) CABANCHIK y DAMIANI, "Filosofía y formación ética y ciudadana: antropología filosófica". Ed. Longseller. Buenos Aires. 2002

Es evidente que la separación establecida por Descartes entre mente y cuerpo hace difícil concebir su relación mutua. Para ilustrarlo, puede pensarse en una experiencia visual: tengo los ojos abiertos (evento físico), recibo estímulos luminosos (evento físico), veo el paisaje (evento mental), cierro los ojos (evento físico), dejo de ver el paisaje (evento mental). La correlación entre lo físico y lo mental es constante en nuestra vida cotidiana, pero si la mente fuera inmaterial, ¿cómo se conectaría con la materia? Es decir, ¿cómo pueden mente y cuerpo afectarse mutuamente?

Un tercer problema derivado del punto de vista dualista acerca del ser humano es el de la existencia y el conocimiento de las otras mentes. Según la imagen dualista, un sujeto sólo conoce en forma directa y segura su propia mente. La de los otros es algo que conjetura a partir del comportamiento de los demás, pero no tiene experiencia directa de las otras mentes, ya que el punto de partida de esta teoría fue concebir la mente como aquello que un sujeto experimenta en el fenómeno de la autoconciencia. Luego, una mente sólo podría conocer otra mente si accediera a las experiencias de esa otra mente desde el punto de vista propio de esa otra mente, lo que ciertamente es una idea confusa y, en todo caso, algo que se supone que no ocurre en la vida cotidiana. Pero, de hecho, cada sujeto actúa frente a los otros como si fueran seres iguales a él en cuanto a sus capacidades mentales. En consecuencia, algo no funciona en la imagen que propone el dualismo. Gilbert Ryle expresó muy vividamente la situación en la que nos deja el dualismo, con las siguientes palabras:

(...) cada uno de nosotros vive la vida de un fantasmal Robinson Crusoe. Podemos vernos, oírnos y empujarnos los unos a los otros, pero somos irremediablemente ciegos, sordos e inoperantes con respecto a las mentes de los demás.

Gilbert Ryle, El concepto de lo mental.

Mente y lenguaje

Desde la Antigüedad hasta nuestros días, la capacidad de comunicarse por medio del lenguaje ha sido considerada una propiedad que distingue a los seres humanos de otros animales. Los antiguos filósofos griegos consideraban al ser humano un animal con lógos, término que significa tanto "razón" como "lenguaje". También Descartes, dentro de su concepción dualista del ser humano, sostiene que el uso del lenguaje es un indicio suficiente para determinar si alguien es un ser humano. Acerca de la relación entre humanidad y lenguaje, la diferencia entre la tradición filosófica de la Antigüedad y el dualismo cartesiano consiste en que dicha tradición identifica el intelecto con la habilidad de usar palabras y oraciones con sentido. Por eso, distingue entre seres conscientes que pueden usar lenguajes y seres conscientes que no pueden usarlo. Los primeros son los seres humanos; los segundos, los demás animales. Descartes, por el contrario, no cree que exista conciencia sin lenguaje. Por eso, distingue al ser humano de los demás animales del siguiente modo: sólo los seres humanos tienen mente, conciencia, autoconciencia y lenguaje. Los animales carecen de esas capacidades y son sólo cuerpos, máquinas más o menos complejas.

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La tradición filosófica antigua identifica la mente humana con la racionalidad y con la competencia lingüística, y atribuye conciencia a los animales. El dualismo cartesiano, en cambio, identifica la mente con la conciencia, la autoconciencia y la competencia lingüística, y, por lo tanto, rechaza la posibilidad de que un ser irracional y carente de autoconciencia y lenguaje sea consciente. El siguiente hecho parece poner en cuestión esta tesis cartesiana-, un ser incapaz de usar el lenguaje parece sentir dolor, ver colores, degustar sabores, o sea, parece ser consciente del dolor, los colores, los sabores y demás. Por ejemplo, los niños pequeños ven colores y experimentan dolor antes de poder expresar sus sensaciones mediante expresiones lingüísticas como las siguientes:"Aquello es rojo", "Me duele el pie". También los animales parecen tener conciencia de ciertas sensaciones y son incapaces de utilizar el lenguaje para expresar lo que sienten o describir lo que ven.

Para sentir un dolor o ver un color, hace falta tener conciencia; de lo contrario, ni siquiera podrían experimentarse ese dolor o ese color. Pero para formar el concepto de dolor o de color hace falta algo más: la capacidad de usar el lenguaje. Sólo los seres humanos tienen esta capacidad, que les sirve para someter las experiencias sensoriales a conceptos universales, formular juicios generales sobre ellas y pretender que esos juicios sean verdaderos. Por ejemplo, no sólo veo frente a mí una forma coloreada, sino que puedo afirmar "eso que veo ahí pertenece a la clase de los pizarrones "y dar razones para justificar esa afirmación. Los animales de laboratorio, seguramente, son capaces de distinguir una figura triangular de una circular, pero nunca podrán aprender geometría, porque no son capaces de usar el lenguaje.

Nombrar el dolor¿Qué significa que él ha "nombrado"su dolor? escenificación. Y cuando hablamos de que ¿Cómo ha hecho esta denominación del alguien ha dado un nombre a un dolor, lo quedolor? y, haya hecho lo que fuere, ¿cuál es su está presupuesto es la gramática de la pala-propósito? Cuando uno dice "él dio un nom- bra "dolor"; ella muestra el puesto donde labre a su sensación" uno olvida que, si el mero nueva palabra se estaciona.acto de nombrar ha de tener sentido, hay que Ludwig Wittgenstein,presuponer en el lenguaje un alto grado de Investigaciones filosóficas.

De la capacidad de usar el lenguaje se derivan otras características que la tradición filosófica ha identificado como propiedades exclusivas de los seres humanos: la voluntad y la autoconciencia. Se denomina "voluntad" a la capacidad de querer libremente, esto es, la capacidad de no estar determinado por un instinto ni ningún otro tipo de condicionamiento. La "autoconciencia", examinada por las concepciones filosóficas mencionadas, es la capacidad que tenemos de ser conscientes de nuestras acciones y percepciones. Se dice que sólo los seres humanos son capaces de querer adoptar libremente un curso de acción entre dos alternativas posibles, por ejemplo:"salgo de mi casa o no salgo". Esta facultad se les atribuye sólo a los seres que son capaces de dar razones para justificar las acciones que realizan. En el ejemplo, alguien podría responder por qué cree conveniente salir de su casa.

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Los seres humanos son capaces de dar razones de las acciones que realizan y, por eso, se dice que poseen una voluntad libre. Los demás animales no pueden dar razones de sus conductas, porque carecen de lenguaje. La capacidad de usar un lenguaje es también condición de la autoconciencia. Por ejemplo, un perro, quizá, puede "pensar", de alguna manera, que hay un hueso enterrado al pie de un árbol y que puede escarbar para desenterrarlo. Sin embargo, no puede pensar "estoy pensando que hay un hueso al pie de aquel árbol" o "estoy escarbando para conseguir un hueso". Es cierto que los seres humanos no están permanentemente reflexionando de manera explícita sobre lo que piensan y lo que hacen; sin embargo, lo que los distingue de los demás animales consiste en que son capaces de responder a la pregunta por las razones de lo que hacen.

Tal es la relación entre la capacidad de actuar voluntariamente y el lenguaje: que todas las acciones humanas pueden ser reconstruidas como respuestas a expresiones lingüisticas. Las conductas de los demás animales, por complejas que sean, no superan el nivel de las reacciones. Por ejemplo, a un perro se le puede enseñar a reaccionar ante nuevos estímulos que llamamos "señales". Pero sus reacciones nunca forman un lenguaje, es decir, un sistema lingüístico articulado, útil, entre otras cosas, para designar todos los objetos a los que los usuarios quieran referirse. Las acciones humanas voluntarias, en cambio, son siempre respuestas. No importa el tiempo que tardemos en adoptarlas ni el cuidado que hayamos tenido en decidirnos. Por ejemplo, si X le apunta con un arma a Z y le ordena "arriba las manos", y Z las levanta inmediatamente, su acción será voluntaria, porque se basa en la comprensión de lo que significa esa orden.

Los seres humanos no nacen con el conocimiento de un idioma y, sin embargo, se distinguen de los animales porque son capaces de aprenderlo a medida que se desarrollan. La mente humana puede definirse como la capacidad de adquirir habilidades intelectuales. El dominio del lenguaje es la más importante de estas habilidades, porque es condición de la adquisición de otras. Por ejemplo, los conocimientos geométricos, históricos y musicales se adquieren a través de los lenguajes que aprendemos. Por lo tanto, pareciera que para estudiar la naturaleza de la mente humana es necesario el estudio de la adquisición y el ejercicio del lenguaje. Para adquirir y ejercer un lenguaje, es necesario aplicar reglas, y sólo puede aplicarlas un agente que también pueda transgredirlas, modificarlas y establecer otras nuevas. A fin de examinar este punto, puede resultar interesante atender a la comparación entre una pianola y un piano. La primera consiste en un mecanismo que, puesto a funcionar, produce causalmente una sucesión de sonidos. El piano puede producir la misma sucesión, pero es necesario que un pianista interprete las notas siguiendo ciertas reglas. Las notas son ciertos símbolos ligados entre sí por reglas que sólo pueden ser aplicadas por agentes libres. Por otra parte, lo que da significado al producto de la pianola (o al de una computadora) es siempre exterior a ella y consiste en la capacidad de participar en la actividad social del lenguaje. Este ejemplo puede ayudar a entender la diferencia entre la actividad racional y voluntaria de los seres humanos. y cualquier mecanismo de lo que actualmente se denomina "inteligencia artificial". Sólo la especie humana parece capaz de seguir voluntariamente una regia (atenerse a la partitura) o no seguirla y proponer una nueva regla. El funcionamiento de las máquinas, por sofisticadas que sean, está siempre determinado por los seres humanos que las fabrican. Las computadoras pueden servir para que los seres humanos, inventen nuevos programas cibernéticos, pero ellas mismas no pueden inventar estos programas.

Usar un lenguaje es aplicar símbolos convencionales siguiendo reglas convencionales que pueden ser vulneradas. Esta característica distingue el uso del lenguaje de cualquier mecanismo causal, sujeto a leyes naturales necesarias. La diferencia entre los comportamientos humanos regulados por reglas y los fenómenos naturales regidos por leyes físicas puede aclararse atendiendo a lo siguiente. SI en la investigación de un fenómeno natural se descubre que alguna ley natural no se cumple, eso no significa que la naturaleza ha transgredido sus

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propias reglas, sino que hay un error en el establecimiento de esa ley natural. El ser humano usuario de reglas, en cambio, debe ser capaz de aplicarlas correctamente e incorrectamente, de seguir la regla o vulnerarla. Esa capacidad es imprescindible para afirmar, con sentido, que él "usa las reglas". La capacidad de usar reglas presupone el ejercicio de la voluntad libre, esto es, de la capacidad de optar entre cursos de acción alternativos. Si usar un lenguaje es aplicar reglas y sólo pueden aplicar reglas quienes también pueden transgredirlas, entonces, pareciera que sólo los seres dotados de una voluntad libre son capaces de usar un lenguaje.

Si lo anterior es correcto, se comprende por qué filósofos con concepciones antropológicas muy distintas, como Aristóteles y Descartes, consideraron que la capacidad de usar un lenguaje es una característica propia de la naturaleza humana. Al carecer, esta capacidad debe ser considerada una propiedad que tiene que ser incluida en la definición de ser humano. Sea que se considere, con la tradición premoderna, la risibilidad de una conciencia animal no humana, o que se atribuya, con Descartes, la conciencia sólo a los seres humanos, parecería que la capacidad de aplicar símbolos convencionales -siguiendo reglas convencionales-, mediante los que puede nombrar-fe todo lo que hay, sólo puede atribuirse al ser humano. Esto se debe a que el establecimiento, el uso, la transgresión y la transformación de reglas sólo puede ser atribuida a seres capaces de optar libremente por cursos de acción alternativos. En la capacidad de seguir una regla, se encuentran contenidas algunas propiedades con que se ha definido tradicionalmente al ser humano. En primer lugar, la acción de seguir una regla supone la capacidad racional de comprenderla. En segundo lugar, esta acción sólo puede ser realizada por un ser libre. En tercer lugar, el lenguaje puede ser escrito como un conjunto de reglas.

El uso de reglas es una actividad necesariamente social. Alguien puede, por supuesto, inventar reglas y seguirlas en soledad; por ejemplo, puede inventar nuevas reglas para hacer más apasionante un juego de naipes en el que participa sólo un jugador. Pero una regla, para ser tal, debe poder ser seguida también por otros. Si otro se entera del juego que alguien ha inventado, debe también poder jugarlo. De la misma manera, muchos matemáticos y especialistas en lógica se dedican a establecer lenguajes para resolver problemas y realizar ciertas operaciones con mayor facilidad. Para eso, establecen convenciones que determinan la función de cada signo, reglas que deben respetarse para formar correctamente fórmulas a partir de los signos establecidos y reglas que deben aplicarse para operar correctamente con los signos. Incluso, es posible atribuir convencionalmente un significado a cada signo, a fin de establecer un modelo que permita explicar el comportamiento de un conjunto de fenómenos.

Los lenguajes artificiales y las reglas convencionales establecidas por un individuo deben poder ser utilizados por otros y no sólo por quien los creó. Por eso, se dice que no es posible establecer un lenguaje privado, esto es, válido sólo para un individuo. Desde el momento en que se establecen reglas convencionales que determinan la corrección del uso del lenguaje, éste se ha independizado, al menos virtualmente, de la voluntad individual de los usuarios. El uso del lenguaje es, por lo tanto, una actividad social, porque supone siempre una comunidad de usuarios que utilizan ciertos símbolos siguiendo ciertas reglas.

En todas las actividades de la vida social, nuestra acción remite a diversos sistemas de reglas; por ejemplo, los sistemas jurídicos, educativos y religiosos, los juegos, los deportes, los oficios, las reglas de tránsito, el intercambio de mercancías, y el modo en que nos comportamos con nuestros semejantes en distintos ámbitos, entre otros. Estos sistemas de reglas, en la medida en que son aceptados, aplicados y conservados por un grupo social, se denominan "instituciones". Todos estos sistemas de reglas, sus usos y los símbolos que los constituyen presuponen el dominio de un lenguaje articulado que permita transmitir y aprender las reglas de los otros sistemas. Por eso, puede decirse que el lenguaje es una institución muy particular, porque no sólo organiza los actos de habla de un grupo social de

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acuerdo con ciertas reglas, sino que permite el establecimiento de otras instituciones: religiosas, sociales, políticas y demás.

Decir que el uso del lenguaje es necesariamente una actividad social no significa sólo reconocer que los símbolos tienen un significado compartido y que su uso se atiene a reglas convencionales conocidas y aplicadas por todos los miembros de la comunidad de usuarios, sino también reconocer que ningún usuario aislado puede determinar arbitrariamente cuándo se ha seguido correctamente una regla del uso de los signos lingüísticos. Los criterios que permiten determinar la corrección o la incorrección de los signos lingüísticos no dependen de la voluntad de un individuo. La incorporación de nuevos símbolos, de nuevas reglas o de nuevos criterios para determinar su uso correcto no es una tarea que pueda estar librada al capricho de cada cual, sino que requiere siempre cierto reconocimiento social de la comunidad lingüística, que silenciosa y anónimamente autoriza esas modificaciones.