gatopardo ecuador febrero

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www.gatopardo.com GATOPARDO 19 AGENDA PÚBLICA Ícono Gatopardo Lamento ecuatoriano Entre fanáticos y eruditos de la música, Julio Jaramillo es el más grande de los cantantes nacionales de todos los tiempos. Su talento trascendió entre lo popular y lo exquisito. E l dolor nunca desaparecerá si la huella insiste. Un hombre es la referencia musical que resume al Guayaquil del siglo pasado. Su cántico obsesionado por las penas y el ruego se convirtió en la voz de aquella sociedad porteña enjaulada entre los problemas de la sobrepoblación que sufrió durante los años cincuenta y que, en la actualidad, fueron el antecedente para explicar su condición de ser la ciudad más poblada del Ecuador. En este ambiente de éxodo urbano, Julio Alfredo Jaramillo Laurido recorría las calles para cantarle a su debilidad más señera: las mujeres. La historia siempre niega lo fugaz. Desde el principio, Julio Jaramillo ensayaba su voz para dedicársela a cuanta dama apareciera frente a él. Su madre y su pueblo también fueron el adn de sus canciones. Se aferró al pasillo y al bolero para sus declamaciones. Su capacidad cantora se perfeccionó en las instalaciones de la zapatería Arteaga, cuando tenía 18 años y se había enamorado. Sus primeros pasos como cantante los dio en una de las esquinas más románticas que tenía la metrópoli: La Lagartera, lugar que apadrinó la trayectoria de Ney Moreira, Lucho Bowen, Olimpo Cárdenas, Lucho Silva y más intérpretes en ascenso que buscaban demostración y propina. La fama es el termómetro de todo artista. El buen talante de Julio Jaramillo, o JJ, transcurría entre el Club Social Amador —su refugio— y los bares y teatros de Latinoamérica. Cada sitio reclamaba su nacionalidad. Para el contento de muchos, lo bautizaron como El Ruiseñor de América. En su tierra casi nadie desconoce su carrera. Su tema “Nuestro juramento” es más conocido que el Himno Nacional (completo). El hijo de Juan Pantaleón Jaramillo y Apolonia Laurido Cáceres registró su nombre en todos los ámbitos del quehacer cotidiano. La radio, la televisión, la prensa y el mundo se enteraron de que en Sudamérica había alguien que cantaba como los ángeles. Su presencia estuvo acompañada de Rosalino Quintero, el requinto ecuatoriano más recordado. Aunque no compuso un solo tema acreditado, Julio Jaramillo le agregó importancia al país que, según Fresia Saavedra —con quien grabó su primer disco—, “representa lo más universal del Ecuador, haciéndolo quedar muy en alto. Es un orgullo”. La decadencia es segura. El trago y el cigarro fueron sus compañeros en la vida y en el escenario, en el transcurso de sus interrumpidas cuatro décadas. Las 5 000 canciones que grabó en sus 23 años de carrera son el veredicto de su imperativa existencia. A sus 35 años de fallecido, ya sin amores y con la fe extinguida, JJ resurge cada vez que la bohemia se ampare en la tristeza. por pedro puertero

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Page 1: Gatopardo Ecuador Febrero

www.gatopardo.com GATOPARDO 19

AGENDA PÚBLICA — Ícono Gatopardo

Lamento ecuatorianoEntre fanáticos y eruditos de la música, Julio Jaramillo es el más grande de los cantantes nacionales de todos los tiempos. Su talento trascendió entre lo popular y lo exquisito.

E l dolor nunca desaparecerá si la huella insiste. Un hombre es la referencia musical que resume al

Guayaquil del siglo pasado. Su cántico obsesionado por las penas y el ruego se convirtió en la voz de aquella sociedad porteña enjaulada entre los problemas de la sobrepoblación que sufrió durante los años cincuenta y que, en la actualidad, fueron el antecedente para explicar su condición de ser la ciudad más poblada del Ecuador. En este ambiente de éxodo urbano, Julio Alfredo Jaramillo Laurido recorría las calles para cantarle a su debilidad más señera: las mujeres.

La historia siempre niega lo fugaz. Desde el principio, Julio Jaramillo ensayaba su voz para dedicársela a cuanta dama apareciera frente a él. Su madre y su pueblo también fueron el adn de sus canciones. Se aferró al pasillo y al bolero para sus declamaciones. Su capacidad cantora se perfeccionó en las instalaciones de la zapatería Arteaga, cuando tenía 18 años y se había enamorado. Sus primeros pasos como cantante los dio en una de las esquinas más románticas que tenía la metrópoli: La Lagartera, lugar que apadrinó la trayectoria de Ney Moreira, Lucho Bowen, Olimpo Cárdenas, Lucho Silva y más intérpretes en ascenso que buscaban demostración y propina.

La fama es el termómetro de todo artista. El buen talante de Julio Jaramillo, o JJ, transcurría entre el Club Social Amador —su refugio— y los bares y teatros de Latinoamérica. Cada sitio reclamaba su nacionalidad. Para el contento de muchos, lo bautizaron como

El Ruiseñor de América. En su tierra casi nadie desconoce su carrera. Su tema “Nuestro juramento” es más conocido que el Himno Nacional (completo). El hijo de Juan Pantaleón Jaramillo y Apolonia Laurido Cáceres registró su nombre en todos los ámbitos del quehacer cotidiano. La radio, la televisión, la prensa y el mundo se enteraron de que en Sudamérica había alguien que cantaba como los ángeles. Su presencia estuvo acompañada de Rosalino Quintero, el requinto ecuatoriano más recordado. Aunque no compuso un solo tema acreditado, Julio Jaramillo le agregó

importancia al país que, según Fresia Saavedra —con quien grabó su primer disco—, “representa lo más universal del Ecuador, haciéndolo quedar muy en alto. Es un orgullo”.

La decadencia es segura. El trago y el cigarro fueron sus compañeros en la vida y en el escenario, en el transcurso de sus interrumpidas cuatro décadas. Las 5 000 canciones que grabó en sus 23 años de carrera son el veredicto de su imperativa existencia. A sus 35 años de fallecido, ya sin amores y con la fe extinguida, JJ resurge cada vez que la bohemia se ampare en la tristeza.— por pedro puertero