gatopardo ecuador septiembre

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www.gatopardo.com GATOPARDO 19 De la garganta de Chavela Vargas emanó la fórmula secreta del sentimiento y la tradición mexicanos, su talento es el pariente lejano de la felicidad. E star con alguien para ser feliz no es una regla. El nacimiento y la muerte son de color negro, ese matiz que decora la celosa intimidad del ser humano alegre o miserable que inicia su camino. Al igual que el rostro cuando se mira al espejo, el llanto es asunto privado del alma. Hostilmente enfrentándose a la mesa, Chavela Vargas rendía cuentas al cielo acerca del hambriento día que era un rescate de pena y complicidad con el antídoto: el tequila, el compañero fiel que pagaba tributo a su tristeza. La mesa de un bar es el refugio vivo de su historia, la misma que se inició en la Costa Rica del siglo XX, cuando la Vargas fue bautizada como María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano, nombre vigente hasta sus 17 años, página real que cesó cuando la mujer decidió emigrar a México para enterrar el fatal recuerdo de su novel existencia. Aquello no importa tanto como la luz que empezó a resguardarla en una tierra dominada por el orgullo del pantalón y los zapatos de cuero, que más tarde sonreirían junto a su voz enérgica y cargada de pasión. Mientras las amarguras del pueblo avanzan, la lengua libre de La Chamana se venga del miedo cobarde que puso en jaque su amor y su destino. Cada paso suyo perennizó una grieta que desnudó el corpus del arte y la música. No supo pedir permiso ni rogar perdón. Tampoco compartió sudor con ningún hombre en la alcoba. Rechazó el guión para interpretar sus melodías y la plegaria estuvo compuesta de honestidad incisiva que narcotizó a los fanáticos de la botella. Encuerada en un jorongo rojo y con la bendición de los indígenas huicholes, la dama de cabello blanco y arrugas pronunciadas confirmó que la soledad sí acompaña. Sus lágrimas no pedían pañuelo, sólo una copa de trago fuerte que acostumbran los machos para callar las heridas. Su carácter de chile verde ahuyentaba la flojera y le otorgaba crédito para los excesos, que la conducían a un encuentro íntimo con el corazón. Los solitarios, como ella, buscan consuelo en la guitarra que entona el reflejo de los sueños rotos. La obviedad de sus 93 años no reclama reconocimiento ni una lápida con palabras bonitas. A diferencia de los ilustres, se “bebió” todo en vida. Sus devotos siguen —a esta hora— celebrando la libertad en las esquinas. El día que se olvide a Chavela Vargas, las cantinas serán sepulcros que custodiarán sus pasos perdidos. ¡Salud por la perpetua evocación! por cristhian vera El privilegio de beber a solas AGENDA PÚBLICA Ícono Gatopardo

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Page 1: Gatopardo Ecuador Septiembre

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De la garganta de Chavela Vargas emanó la fórmula secreta del sentimiento y la tradición mexicanos, su talento es el pariente lejano de la felicidad.

E star con alguien para ser feliz no es una regla. El nacimiento y la muerte son de color

negro, ese matiz que decora la celosa intimidad del ser humano alegre o miserable que inicia su camino. Al igual que el rostro cuando se mira al espejo, el llanto es asunto privado del alma. Hostilmente enfrentándose a la mesa, Chavela Vargas rendía cuentas al cielo acerca del hambriento día que era un rescate de pena y complicidad con el antídoto: el tequila, el compañero fiel que pagaba tributo a su tristeza.

La mesa de un bar es el refugio vivo de su historia, la misma que se inició en la Costa Rica del siglo xx, cuando la Vargas fue bautizada como María Isabel

Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano, nombre vigente hasta sus 17 años, página real que cesó cuando la mujer decidió emigrar a México para enterrar el fatal recuerdo de su novel existencia. Aquello no importa tanto como la luz que empezó a resguardarla en una tierra dominada por el orgullo del pantalón y los zapatos de cuero, que más tarde sonreirían junto a su voz enérgica y cargada de pasión.

Mientras las amarguras del pueblo avanzan, la lengua libre de La Chamana se venga del miedo cobarde que puso en jaque su amor y su destino. Cada paso suyo perennizó una grieta que desnudó el corpus del arte y la música. No supo pedir permiso ni rogar perdón. Tampoco compartió sudor con ningún hombre en la

alcoba. Rechazó el guión para interpretar sus melodías y la plegaria estuvo compuesta de honestidad incisiva que narcotizó a los fanáticos de la botella.

Encuerada en un jorongo rojo y con la bendición de los indígenas huicholes, la dama de cabello blanco y arrugas pronunciadas confirmó que la soledad sí acompaña. Sus lágrimas no pedían pañuelo, sólo una copa de trago fuerte que acostumbran los machos para callar las heridas. Su carácter de chile verde ahuyentaba la flojera y le otorgaba crédito para los excesos, que la conducían a un encuentro íntimo con el corazón. Los solitarios, como ella, buscan consuelo en la guitarra que entona el reflejo de los sueños rotos.

La obviedad de sus 93 años no reclama reconocimiento ni una lápida con palabras bonitas. A diferencia de los ilustres, se “bebió” todo en vida. Sus devotos siguen —a esta hora— celebrando la libertad en las esquinas. El día que se olvide a Chavela Vargas, las cantinas serán sepulcros que custodiarán sus pasos perdidos. ¡Salud por la perpetua evocación! — por cristhian vera

El privilegio de beber a solas

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