gatopardo ecuador marzo

2
ZOOM 84 GATOPARDO www.gatopardo.com Que la vida es puro accidente, es un axioma. Descuidarse de ella provocará la más atroz de las experiencias. Francisco Aguirre sufrió el percance más ameno de su existencia: abandonar el colegio por su decepcionante rendimiento en matemáticas y dedicarse al teatro, el oficio que lo encaminó a permanecer sujeto a triunfos y a olvidos, como cualquier otro menester artístico. Se inició en las tablas en 1981, cuando tenía 17 años. Sus primeros escarceos profesionales los dio junto a Jorge Guerra, un actor chileno que le enseñó a “pisar” el escenario. En el trayecto de la carrera conoció a Ilonka Vargas, Diego Villalba, Alberto Díaz y Carlos Michelena, con quienes trabajó en la calle durante tres años. La Arquidiócesis de Cuenca le auspició un viaje a Brasil para un curso de teatro popular. Aprendió las características mejor protagonizadas por el teatro latinoamericano: la interna y la física. El actor que no se inventa nada, desaparece metafísicamente cuando de enumerar lo peor se trata. Para Francisco “el arte es la patria libre de la expresión, donde todo es lícito mientras sea bien expresado”. Lo oportuno se manifiesta ante la crítica y la vigencia. Más humano que famoso, Pancho Aguirre trasciende entre lo histórico, lo filosófico y lo estético para armar sus piezas. El resultado será descubierto en los próximos meses cuando ponga tres estrenos a prueba del público. En la memoria de un país que gusta del teatro (gratis) más que del cine, su papel actoral está registrado en el archivo fílmico con participaciones como Qué tan lejos y En el nombre de la hija. A él le gusta más el contacto vivo que el guión. En la amable capital azuaya, Aguirre es un atento de las historias que caminan frente a sus ojos y que pueden ser eternizadas —efímeramente— atrás del telón. por josé maría canoro Teatrero, pero no teatrómano

Upload: cristhian-vera

Post on 05-Aug-2015

84 views

Category:

Entertainment & Humor


0 download

TRANSCRIPT

saúl hernández

zoom

84 GATOPARDO www.gatopardo.com

Que la vida es puro accidente, es un axioma. Descuidarse de ella provocará la más atroz de las experiencias. Francisco Aguirre sufrió el percance más ameno de su existencia: abandonar el colegio por su decepcionante rendimiento en matemáticas y dedicarse al teatro, el oficio que lo encaminó a permanecer sujeto a triunfos y a olvidos, como cualquier otro menester artístico.

Se inició en las tablas en 1981, cuando tenía 17 años. Sus primeros escarceos profesionales los dio junto a Jorge Guerra, un actor chileno que le enseñó a “pisar” el escenario. En el trayecto de la carrera conoció a Ilonka Vargas, Diego Villalba, Alberto Díaz y Carlos Michelena, con quienes trabajó en la calle durante tres años. La Arquidiócesis de Cuenca le auspició un viaje a Brasil para un curso de teatro popular. Aprendió las características mejor protagonizadas por el teatro latinoamericano: la interna y la física. El actor que no se inventa nada, desaparece metafísicamente cuando de enumerar lo peor se trata. Para Francisco “el arte es la patria libre de la expresión, donde todo es lícito mientras sea bien expresado”. Lo oportuno se manifiesta ante la crítica y la vigencia.

Más humano que famoso, Pancho Aguirre trasciende entre lo histórico, lo filosófico y lo estético para armar sus piezas. El resultado será descubierto en los próximos meses cuando ponga tres estrenos a prueba del público. En la memoria de un país que gusta del teatro (gratis) más que del cine, su papel actoral está registrado en el archivo fílmico con participaciones como Qué tan lejos y En el nombre de la hija. A él le gusta más el contacto vivo que el guión.

En la amable capital azuaya, Aguirre es un atento de las historias que caminan frente a sus ojos y que pueden ser eternizadas —efímeramente— atrás del telón. — por josé maría canoro

Teatrero, pero no teatrómano

www.gatopardo.com GATOPARDO 85