periódico parroquial "comunidad" #65
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Periódico Parroquial de Nuestra Comunidad de Santa Beatriz de Silva, Monterrey, N.L. MéxicoTRANSCRIPT
Monterrey, N. L ., México. Febrero de 2011 No. 65
M UY queridos feligreses de la
Parroquia: Reciban los mejores deseos y la oración de un servidor por todos ustedes.
Como Parroquia que somos vamos llevando adelante nuestro camino de fe, buscando ser cada vez
mejores discípulos misioneros del Señor.
Discípulos que cada día se acercan a Jesús para recibir sus enseñanzas, para
hacerlas vida y con la palabra y el testimonio
de nuestra vida ser misioneros de Aquél que
no ha venido a ser servido sino a servir (cfr. Mt. 20,28).
Hemos recibido del Señor Jesús sus valores y hemos de convertirnos en los que
llevan los valores del Reino de Dios a todas partes, especialmente en este tiempo en que tanto se requiere de forjar nuevos ambientes, en los que el
espíritu del Evangelio impregne la vida de cada uno de nosotros, los ambientes donde nos movemos, nos realizamos y día con día avanzamos a la Casa del Padre.
Vivir la verdad, la justicia, la paz y el amor cristianos, nos hará ser sembradores de la Paz que en nuestra sociedad tanto se necesita. Esta vivencia será señal de conversión, de buscar
acercarse a Dios y llenarse de su amor y misericordia, para fortalecer nuestros ánimos y llenos de la esperanza que nos infunde Cristo nuestro Señor seguir adelante con entusiasmo y alegría.
Cristo es nuestra Paz, Cristo es nuestra Esperanza y nos llama a vivir el amor que sea generador de nuevas estructuras, de nuevas situaciones, de nuevas personas, que se empeñan en dar lo mejor de sí mismos en su propia vocación y, desde ella, realizar el plan de Dios para cada
uno.
Queridos hermanos, esforcémonos por vivir la comunión, a
la que como hermanos nos llama el Señor. Para promoverla hemos sectorizado la Parroquia y
en esos sectores queremos reforzar la evangelización, para que sintiéndonos
hermanos, nos ayudemos a vivir mejor y a alcanzar para todos la vida en el Señor.
Las Misas y Horas Santas de sector, las
clases de Biblia en las casas, y otras acciones pastorales que iremos realizando, habrán de
ayudarnos a ser hermanos en comunión, bajo el patrocinio de Santa Beatriz de Silva y como Parroquia conocer, amar y servir más y mejor
a Jesús.
Que el nuevo mes de Marzo, Dios mediante, sea un buen tiempo para todos. Agradezcámosle a Dios lo que nos ha concedido en los dos primeros meses del año, que ya han terminado, y pidámosle nuevas gracias, conforme a
nuestras necesidades espirituales y materiales. Roguemos especialmente por nuestros hermanos más necesitados y los más alejados del amor de Dios.
Igualmente preparémonos para vivir la Visita Pastoral que en unos días más, nos hará nuestro Arzobispo, el Cardenal J. Francisco Robles Ortega.
Que Dios los siga bendiciendo.
P. Juan Carlos Castillo Ramírez Párroco
Por su reportero Capsulito
1) ¡Hola! Mis queridos lectores y lectoras. Este mes de
Febrero estuvo muy variadito. Lo empezamos con el Rosario y Misa del Santo Padre Pío y continuamos con los momentos
de adoración de Jesús Sacramentado en la Hora Santa Semanal y en la de primer viernes de mes.
2) Nos unimos a la alegría espiritual de México al
conmemorar el día cinco a San Felipe de Jesús, primer mártir mexicano y patrono de la juventud de nuestra Patria y de la
Asociación Católica de la Juventud Mexicana.
3) Recomenzamos aquí en la Parroquia la Misa de sector y
la Hora Santa de sector, los lunes a las 8 pm y ha habido muy buen respuesta. Estas dos acciones tienen como
finalidad formar en la comunión y retomar la conciencia de que somos una Parroquia en torno a Jesús.
4) Con todo y frío se llevaron a cabo las Tardeadas
Bohemias. Bravo por los de la edad plena, que son atendidos por la Unión de Enfermos Misioneros.
5) El día 17, en camino al XXX aniversario de nuestra
Parroquia de Santa Beatriz de Silva, ofrecimos las Misas por todos los que forman y han formado esta Parroquia, sus bienhechores y amigos.
6) Del 13 al 20 tuvimos la Semana de Oración por las
vocaciones sacerdotales, en preparación a la celebración del
Día del Seminario de Monterrey.
7) Bendito Dios que nos sigue y seguirá bendiciendo con el
don de las vocaciones sacerdotales y dándonos Pastores
según su corazón.
8) Muy generosa fue la respuesta de la feligresía a favor
del Seminario. Se juntaron más de 80 mil pesos, que se hicieron llegar felizmente a su destino. Ahora sigamos en
oración por el Seminario y ayudándolo en todo lo que
podamos.
9) Los Padres Eliezer y Juan Carlos se fueron con los
Padres de la Zona I a una Semana de Estudios, cuyo tema fue la exhortación papal “La Palabra del Señor en la vida y misión de la Iglesia”. Esperemos que hayan aprendido mucho, del expositor P. Carlos Junco Garza.
10) Yo, Capsulito, les invito a rendir un homenaje de
gratitud a dos sacerdotes que fallecieron recientemente
después de haber dado su vida de más de 80 años y más
de 50 de sacerdocio a la comunidad diocesana de
Monterrey, ellos, como ustedes saben, fueron Monseñor Aureliano Tapia Méndez y Monseñor José Jesús Alberto
Martínez Banda. Dios los llamó el mes de Enero y el que
corre actualmente, respectivamente. Dios les ha de recompensar su entrega, vivida por cada uno en su propio estilo, a favor de diversas comunidades parroquiales.
¡Gracias Padre Tapia! ¡Gracias Padre Martínez!
11) El otro día me dijo un muchacho que él había leído con
mucho gusto el libro “El caso perdido del número 19 y otros
cuentos” de Monseñor Tapia Méndez y que hasta se había sentido llamado al sacerdocio a través de su lectura y que
ahora está pensando seriamente en hacerse sacerdote, luego de haber terminado sus estudios de ingeniería. Ojalá
que así sea y que este libro de Monseñor Tapia Méndez siga haciendo mucho bien.
12) También felicitamos al Padre Elías Álvarez Rodríguez
porque el 25 de este mes cumplió, ni más ni menos que 50
años de vida sacerdotal. El fue formador y maestro del Seminario por 16 años, después estuvo en el Colegio Mexicano en Roma, y posteriormente en la Parroquia de la Asunción en la Colonia Moderna y desde hace tiempo en el
Santuario de la Santísima Trinidad, por la avenida Madero. ¡Felicidades Padre Elías!
Hasta la próxima, se despide Capsulito,
su reportero favorito
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DIOS TOCA A
NUESTRA PUERTA
E L miércoles nueve de Marzo se inicia el
tiempo litúrgico de la CUARESMA, con el Miércoles de Ceniza. Dios nuestro Señor toca a la puerta de nuestra vida para llamarnos,
nuevamente, a Conversión. La Cuaresma será el tiempo que nos permita vivir
nuestro itinerario, con Cristo, hacia la Pascua de Resurrección.
El Miércoles de Ceniza será el momento de firmar con Dios un compromiso de
conversión. Ese es precisamente el significado de recibir la ceniza sobre la frente, en la cabeza. Le diremos a Dios que estamos
dispuestos a vivir este tiempo de gracia y que la
señal de nuestro “Sí” es nuestra actitud humilde de recibir la ceniza.
La ceniza es desde antiguo un signo con el que quienes, escuchando la voz de Dios que los llamaba
a conversión, reconocían su pecado y limitación, ponían este signo en su cuerpo y vistiéndose de sayal, empezaban un tiempo de penitencia y
reconciliación con Dios, a la par de dejar a un lado el pecado y las situaciones que los llevaran a él. El signo visible les ayudaba a reconocer su
compromiso y habrían de esforzarse en vivir de tal manera que mostraran que habían dejado su pecado. Hoy la voz de Dios nos sigue llamando. Hoy Dios toca nuevamente a nuestra puerta para invitarnos a conversión.
La ceniza que recibamos en nuestra persona habrá de ser el signo, entonces, en este 2011, de que queremos cambiar, convertirnos, dejar el pecado. Dios llama a los que habiendo sucumbido a la voz del dinero, del poder o del placer, y se han apartado de EL,
vuelvan a su rebaño, dejando el mal, la violencia, el crimen, la avaricia, el daño al hermano. Dios llama a la puerta de aquellos que somos
buenos, o que al menos nos creemos, sentimos o nos decimos buenos, invitándonos a escuchar su voz, a abrirle la puerta de nuestra vida y ser verdaderamente buenos, o, ser mejores, viviendo como Jesús, el Hijo de Dios y hermano nuestro, nos ha enseñado.
Dios llama a los que lamentablemente podemos vivir
en la tibieza o en la mediocridad, para que dejando esas actitudes, reiniciemos el camino para llegar a ser, para
realizarnos verdaderamente y dejar ambigüedades, que no agradan al Señor.
La Cuaresma nos ofrece por medio de la
intensificación de la oración, de la vivencia de la penitencia y del sacrificio, de las obras a favor del hermano más
necesitado espiritual y materialmente, el camino nuevo.
Por la Confesión, la Eucaristía,
los Retiros Espirituales, la participación en los Ejercicios Espirituales, y
aprovechando lo ya mencionado, busquemos el encuentro con Jesús, que nos llevará a dejar el
pecado y ser mujeres y hombres nuevos.
Así como en la Navidad nos preparamos a conmemorar y actualizar el nacimiento de Jesús, el Salvador de la humanidad, preparémonos con la Cuaresma a
conmemorar y actualizar la Pascua de Resurrección, es
decir, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, misterios
que nos dieron la Salvación, que nos han dado nueva vida. Dios toca nuevamente a la puerta de nuestra vida, respondámosle con un “Sí” generoso. Entremos en
conversión aprovechando los medios de gracia de este
tiempo litúrgico de la Cuaresma, y con la Virgen María, recorramos el camino a la pascua de Resurrección. P. Juan Carlos Castillo Ramírez
MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA LA CUARESMA 2011
“Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado” (cf. Col 2, 12)
Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para
la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual
me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la
caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su
Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el
espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención
la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma).
1. Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros
«la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo» (Homilía en la fiesta
del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010). San Pablo, en sus
Cartas, insiste repetidamente en la comunión singular con el Hijo de Dios
que se realiza en este lavacro. El hecho de que en la mayoría de los
casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata
de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La
misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5) se
comunica al hombre gratuitamente.
El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido
de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y
resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda «conocerle a él,
el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la
resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). El Bautismo, por
tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que
conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama
a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve
a alcanzar la talla adulta de Cristo.
Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. Los Padres del Concilio
Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con
mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia
cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la
Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en
este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el
hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo
Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de
entre los muertos (cf.Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado
en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como
para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de
vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para
toda su existencia.
2. Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos
a celebrar la Resurrección del Señor —la fiesta más gozosa y solemne
de todo el Año litúrgico—, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios? Por esto la Iglesia, en los textos
evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía a un encuentro
especialmente intenso con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del
camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva
de recibir el Sacramento del renacimiento, y para quien está bautizado,
con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la
entrega más plena a él.
El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de
hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que
da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la
propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde
nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis
Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la
fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en
el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre
que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también
nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del
mal.
El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la
divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que
es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un
monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos
en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien
me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de
la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere
transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y
fortalece la voluntad de seguir al Señor.
La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se
lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo
hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua
que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al
Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar
nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da
el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que
descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín.
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El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del
mundo. «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de naci-
miento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo
de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer
en él a nuestro único Salvador, Él ilumina todas las oscuridades de la
vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz». Cuando, en el quinto
domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos
frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y
la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana
es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda
la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La
comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la
muerte, para vivir sin fin en él.
La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna
abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha
creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su
existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la
economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado
dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza. El recorrido cuaresmal
encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran
Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales,
reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos
comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la
acción de la Gracia para ser sus discípulos.
3. Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante
el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro
corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la
«tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4,
7-10). La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder
salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y
traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas
est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la
oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa
a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo.
El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el
cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre
nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica
del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo
de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo»,
para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los
rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las
necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también
amor al prójimo (cf. Mc 12, 31).
En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener,
de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El
afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la
Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de
la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los
bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque
sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida.
¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno
de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos
ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar,
como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva
para muchos años... Pero Dios le dijo: "¡Necio! Esta misma noche te
reclamarán el alma"» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para
redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.
En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular
abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para
vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible
de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del
Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva
concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de
la trascendencia, simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte
que no tiene futuro. En la oración encontramos, en cambio, tiempo para
Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para
entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá
quitarnos» (cf. Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.
En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar
el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3,
10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida:
dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo
en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el
instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de
Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer
nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia
renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión
hacia Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino
de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo.
Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio
en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo
que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día
siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico.
Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la
muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.
Vaticano, 4 de noviembre de 2010
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EL DIA DEL
SEMINARIO DE MONTERREY
R ECIENTEMENTE celebramos el “Día del
Seminario de Monterrey”. Como bien se sabe este “Día” se celebra con oración y más oración, para pedir a Dios que llame a su
servicio a niños, jóvenes y adultos, que le den su vida siendo Sacerdotes.
También, la semana anterior al “Día del Seminario”, la oración es para que los jóvenes y adultos que ahora se
forman en el Seminario para el sacerdo-cio, perseveren en la respuesta al llama-
do que Dios les ha hecho. Que sus años de formación, sean
el tiempo en que disciernan debidamente el llamado, la respuesta, su entrega total
y definitiva al Señor para servir al Pueblo
de Dios, de donde han sido llamados
para ser sus servidores al estilo de nues-tro Señor Jesucristo. Igualmente, es oración por los que ya son Sacerdotes, para que día a día
renueven en sí el don que han recibido, para servir a Dios y a sus hermanos. Dios habrá de escuchar estas plegarias. Nos dará nuevas vocaciones (llamadas) al sacerdocio, entre
los niños, los jóvenes y adultos, que de los más diversos medio-ambientes, El, el Señor, llamará conforme le parezca mejor a quien El quiera, cuando quiera y como quiera.
El Señor ha sembrado a manos llenas las vocaciones en el campo de su Iglesia y la oración nos conseguirá de Dios este don maravilloso de las vocaciones sacerdotales. Pasó la celebración, pero no debe de pasar nuestra oración. Hoy Dios sigue llamando, necesitamos respuestas
generosas de los llamados. Que ninguno se haga sordo a la voz del Señor. Que la escuche, la medite, la ore, y le de una afirmativa respuesta al Señor que lo llama.
De El viene el llamado. Del hombre la respuesta. Dios llama, nosotros oramos para que se haga eficaz la respuesta de nuestro hermanos llamados. SEMINARISTAS
En el corazón de los alumnos del Seminario de Monterrey, estamos seguros vibran los grandes anhelos de entrega total y generosa a Dios. En ellos está la respuesta a nuestra oración a Dios para que nos de vocaciones. Sin embargo, necesitamos
sostener esa respuesta con nuestra oración, esas
vocaciones con nuestras plegarias por ellos al Señor.
No basta tenerlas, también hay que sostenerlas. Las sostendremos con nuestra oración, nuestro cariño, nuestra
ofrenda material al Seminario. Pues, si bien, el “Día del Seminario
de Monterrey” conlleva una colecta en toda la Arquidiócesis, formar a los futuros
sacerdotes nos pide que durante todo el año, siempre, apoyemos al Seminario de Monterrey.
Necesita nuestra oración y nuestra ofrenda económica. ¿Por qué ofrenda?
Porque va más allá de un simple donativo, pues, éste se da a Dios a través
del Seminario. Tiene una connotación especial, va más allá de lo humano,
aunque se administre humanamente, pues, será un factor importante para formar a aquellos que quieren, por el
llamado recibido, seguir proclamando la Buena Nueva de Jesús, que nos anuncia el Reino de Dios. Quieren seguir siendo
obreros del Evangelio que anuncian a Jesús, muerto y
resucitado por nuestra salvación; que nos revela al Padre,
su amor y misericordia; nos da al Espíritu Santo, instituye la
Iglesia signo de salvación para toda la humanidad. Que el “Día del Seminario de Monterrey” nos consiga de Dios las vocaciones sacerdotales y los Sacerdotes que tanto necesitamos.
Su amigo: Juan de Dios.
www.seminariodemonterrey.org
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PREGUNTAS Y RESPUESTAS SOBRE EL
SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN
A CONTINUACIÓN les presentamos algunas preguntas
comunes sobre el sacramento de la penitencia o
confesión:
1. ¿Qué es el sacramento de la Penitencia? El sacramento de la Penitencia, Reconciliación, o Confesión, es el
sacramento instituido por Nuestro Señor Jesucristo para borrar los
pecados cometidos después del Bautismo, y manifestar de una manera
extraordinaria la infinita misericordia de Dios en nuestra vida, por
mediación de los méritos infinitos de su sacrificio en la cruz. Es, por
consiguiente, el sacramento de nuestra curación espiritual, llamado
también sacramento de la conversión, porque realiza sacramentalmente nuestro retorno a los brazos del padre después de que nos hemos
alejado con el pecado.
2. ¿Es posible obtener el perdón de los pecados mortales sin la
confesión? Después del Bautismo no es posible obtener el perdón de
los pecados mortales sin la Confesión, aunque es posible anticipar el
perdón con la contrición perfecta acompañada del propósito de
confesarse.
3. ¿Qué se requiere para hacer una buena confesión? Para hacer una buena confesión se necesitan hacer 5 cosas: 1. un cuidadoso examen
de conciencia, 2. tener dolor de los pecados cometidos (contrición), 3.
hacer un firme y verdadero propósito de no cometerlos más, 4. confesar
los pecados al sacerdote (confesión), y 5. cumplir la penitencia que el
sacerdote nos imponga (satisfacción).
4. ¿Qué es el examen de conciencia? El examen de conciencia es la
diligente búsqueda y reconocimiento de los pecados (sobre todo los mortales) cometidos, después de la última Confesión bien hecha. Es
necesario hacer nuestro examen de conciencia siempre que nos
confesamos para que nuestra confesión sea provechosa, de otra
manera corremos el peligro de olvidar pecados o de alargarnos en la
exposición de nuestros pecados con detalles y relatos innecesarios.
5. ¿Qué es el dolor de los pecados? El dolor de los pecados es el
sincero pesar y repulsa de los pecados cometidos.
6. ¿De cuántos tipos es el dolor por los pecados cometidos? El dolor por los pecados cometidos es de dos tipos: dolor perfecto (o contrición)
y dolor imperfecto (o atrición).
7. ¿Cuándo se tiene dolor perfecto o contrición? Se tiene el dolor
perfecto o contrición cuando se arrepiente de los propios pecados
porque se ha ofendido ha Dios, infinitamente bueno y digno de ser
amado: cuando el dolor nace del amor desinteresado a Dios, es decir,
de la caridad. 8. ¿Cuándo se tiene el dolor imperfecto o atrición? Se tiene el dolor
imperfecto o atrición cuando el arrepentimiento, en cuanto inspirado por
la fe, tiene motivaciones menos nobles: por ejemplo, cuando nace de la
consideración del desorden causado por el pecado, o por el temor de la
condenación eterna (Infierno) y de las tras penas que el pecador puede
recibir.
9. ¿Es necesario arrepentirse de todos los pecados cometidos? Para la
validez de la confesión es suficiente arrepentirse de todos los pecados
mortales, mas para el progreso espiritual es necesario arrepentirse
también de los pecados veniales.
10. ¿Un verdadero arrepentimiento requiere también el propósito de
abandonar el pecado? El arrepentimiento ciertamente mira hacia el pasado, pero implica necesariamente un empeño hacia el futuro con la
firme voluntad de no cometer jamás el pecado.
11. ¿Qué es la confesión? La confesión es la manifestación humilde,
sincera y de propia boca de los propios pecados al sacerdote confesor.
En la confesión debemos decir única y exclusivamente nuestros pecados
al confesor, excluyendo las circunstancias que nos llevaron a cometerlo,
es decir, en la confesión no debemos contar la historia de porque
cometimos tal o cual pecado. Tampoco debemos mencionar los pecados de otras personas, ni quejas, ni detalles innecesarios. Debemos ser
breves, claros, respetuosos, humildes y concisos en nuestra confesión.
12. ¿Qué pecados es obligatorio confesar? Estamos obligados a
confesar todos y cada uno de los pecados graves, o mortales,
cometidos después de la última confesión bien hecha.
13. ¿Si uno calla voluntariamente un pecado mortal obtiene el perdón
de los otros pecados? Si uno, por vergüenza o por otros motivos, calla un pecado mortal, no sólo no obtiene ningún perdón, sino que comete
un nuevo pecado de sacrilegio, el de profanación de una cosa sagrada.
Es necesario confesar todos los pecados aún aquellos que nos dan más
vergüenza ya que si no los exponemos no podremos liberarnos de ellos.
14. ¿Hay obligación de confesar los pecados veniales? La confesión de
los pecados veniales no es necesaria, pero es muy útil para el progreso
de la vida cristiana.
15. ¿El confesor debe dar siempre la absolución? El confesor debe dar siempre la absolución si el penitente está bien dispuesto, es decir, si
está sinceramente arrepentido de todos sus pecados mortales. Si por
el contrario, el penitente no está bien dispuesto, no teniendo el dolor o
el propósito de enmienda, entonces el confesor no puede y no debe dar
la absolución.
16. ¿Qué debe hacer el penitente después de la absolución? El
penitente después de la absolución debe cumplir la penitencia que le ha sido impuesta y reparar los daños que sus pecados hubiesen
eventualmente causado al prójimo.
17. ¿Cuáles son los efectos del sacramento de la Penitencia? Son la
reconciliación con Dios y con la Iglesia, la recuperación de la gracia
santificante, el aumento de las fuerzas espirituales para caminar hacia la
perfección, la paz y la serenidad de la conciencia con una vivísima
consolación del espíritu.
18. ¿Cómo se puede superar la dificultad que se siente para confesarse? El que tiene dificultades para confesarse primeramente
debe considerar que Dios esta siempre dispuesto a recibirlo con amor
aún y cuando haya cometido grandes pecados, porque es un Padre que
ama infinitamente a sus hijos, sobre todo a aquellos que necesitan más
de su amor y misericordia. También debe considerar que el sacramento
de la Penitencia es un don maravilloso que el Señor Jesús nos ha dado.
En el "tribunal" de la Penitencia el culpable jamás es condenado, sino sólo absuelto, si muestra verdadero arrepentimiento. Pues quien se
confiesa no se encuentra con un simple hombre, sino con Jesús, el cual
esta presente en su ministro.
Tomado en su mayoría de:
http://www.aciprensa.com/penitencia/preguntas.htm
DIOS NOS HA DADO UNA
UN TESTIMONIO ALIMENTADO POR LA
PALABRA DE DIOS
S U Santidad Benedicto XVI, en la exhortación
apostólica Post-sinodal “VERBUM DOMINI”, sobre
la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la
Iglesia, dedica varios puntos a recalcar la importancia que tiene para todo el mundo la proclamación de la Palabra de Dios mediante diversos medios, de los cuales resalta de una manera especial el testimonio
cristiano. En el No. 84 de la exhortación menciona: “El Sínodo
ha dirigido muchas veces su atención a los fieles laicos, dándoles las gracias por su generoso compromiso en la difusión del Evangelio en los diferentes ámbitos de la vida
cotidiana, del trabajo, la escuela, la familia y la educación. Esta tarea, que proviene del bautismo, ha de
desarrollarse mediante una vida cristiana cada vez más consciente, capaz de dar «razón de la esperanza que
tenemos» (cf. 1 P 3,15). Jesús, en el Evangelio de Mateo,
dice que «el campo es el mundo. La buena semilla son los
ciudadanos del Reino» (13,38). Estas palabras valen particularmente para los laicos cristianos, que viven su propia vocación a la santidad con
una existencia según el Espíritu, y que se expresa particularmente «en su inserción en las realidades temporales y en su participación en las actividades
terrenas».” Ustedes hermanos laicos, son los protagonistas de la
evangelización que brota de la Palabra de Dios, en los ámbitos donde la jerarquía de la Iglesia no es tomada en cuenta o es limitada por las circunstancias en su acción. Y lo único necesario es que se nutran del alimento de la Palabra que el Señor les ofrece en la Sagrada Escritura, enseñada,
vivida y traducida en la vida comunitaria, y de manera privilegiada en la proclamación que de ella se hace en la Santa Misa. En la Santa Misa podemos alimentarnos de esta fuente inagotable de gracia que el Señor Jesucristo nos
ofrece cuando se nos entrega en los signos
sacramentales del Pan y del Vino, que se convierten para nosotros en su Cuerpo y su Sangre, y en la palabra que nos
dirige en el Evangelio. La comunión que recibimos cuando escuchamos la Palabra y la hacemos nuestra y cuando comulgamos el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, nos capacita de una
manera extraordinaria para dar un testimonio auténtico de nuestro caminar en la fe, ante aquellos que están alejados o marginados de este don tan especial. En nuestra comunidad parroquial tenemos a la mano recursos de formación bíblica definidos, además de la
proclamación y predicación de la Palabra en las tres misas diarias entre semana y las diez misas dominicales que por
gracia de Dios podemos celebrar. Y es necesario reconocer que estos recursos no agotan la dinámica del testimonio cristiano inspirado por la Palabra, al que estamos llamados, sino que son sólo el principio de la evangelización que nos
compromete y nos debe de ocupar. No basta con aprender académicamente los detalles más arcanos de la Biblia, no basta con seguir en nuestro
misal mensual las “lecturas” que la liturgia nos ofrece, no basta con escuchar la Palabra de Dios y el “sermón” en la
misa dominical a la que asistimos, es necesario despertar de nuestro letargo, y decididamente hacer vida con nuestras actitudes, acciones y decisiones el mensaje de Salvación
contenido en la Palabra de Dios, y proclamado en la Iglesia .
Y en éste ámbito parecería que otros hermanos que también creen en Cristo nos llevan ventaja, sin embargo debemos tomar en cuenta que nosotros como cristianos
católicos podemos dar un enorme paso al testimoniar con ánimo renovado la fe que con plenitud poseemos. Y tú
¿Estarías dispuesto a por fin nutrirte de la Palabra de Dios y a testimoniarla en tu vida diaria? Considéralo seriamente, es una conquista para la cual poseemos todos los medios.
P. Eliezer Israel Sandoval Espinosa
Vicario parroquial
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