guardagujas 45

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http://lja.mx/guardagujas febrero 2012, n° 45 • martha lilia sandoval cornejo • gabriela d’arbel • • eduardo sabugal • cecilia eudave • erika mergruen • • adán echeverría • ricardo pohlenz • sofía ramírez • gerardo gonzález

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guardagujas cuarenta y cinco suplemento de La Jornada Aguascalientes (12) febrero 2012

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http://lja.mx/guardagujas

febrero 2012, n° 45

• martha lilia sandoval cornejo • gabriela d’arbel • • eduardo sabugal • cecilia eudave • erika mergruen • • adán echeverría • ricardo pohlenz • sofía ramírez •

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rdo

gonz

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http://lja.mx/guardagujas

La poesía puede hacernos oír el eco más profundo de la persona, su respiración, su paso apresurado o pausado por la vida, su voz tran-quila o desmesurada, sus maneras suaves o altivas. En el caso de Yadira Cuéllar Miranda, sus poemas enmarcados bajo el título de “Las presentes ausencias”, forman parte del libro Poemas. Jóvenes

creadores (Instituto Cultural de Aguascalientes, 2011), libro donde también aparecen los poemas, que bajo el título de “Esto pasaba lejos”, escribió Ale-jandra Eme. Vázquez. Ambos poemarios revelan a dos voces jóvenes que se preguntan sobre el misterio de la presencia humana en el mundo y dejan constancia del vacío que deja en el ser la falta de diálogo.

Sobre los misterios del mundo y de la vida nos podemos preguntar todos, pero sólo al poeta le es dado encontrar las palabras con las que, tomándole el pulso a su mundo interno, puede mostrarlo a través de hallazgos expresivos como éste de Yadira: “El poeta es el insomne descifrándose con palabras im-posibles”. En este sentido, la joven escritora se hermana con los grandes de la poesía como Arthur Rimbaud, quien afirmaba en la Carta del vidente: “Esa lengua será el alma para el alma, resumiéndolo todo, perfumes, sonidos, colo-res, pensamiento que engancha y pensamiento que estira”.

La poesía nos sensibiliza, nos vuelve atentos a los mínimos murmullos de las cosas, nos torna comedidos con un ritmo que va desenredando el misterio de la cotidianidad, por eso expresa Yadira que “La noche se ha construido para nombrar lo profundo de la llaga”. Lo dice porque su escritura la ha vuelto sensi-ble hacia los seres animados o inánimes, y entonces, en sus poemas, animales tan diminutos como las abejas, las hormigas y los grillos se vuelven entrañables porque representan esa “pequeña alegría, acaso, pequeño secreto”. Es decir, son otra forma de nombrar a “la niña que no comprendió”, pero también a una mujer que afirma: “He crecido en la edad de la palabra, la primera /esa que se vuelve pleamar en la lengua”.

Yadira Cuéllar Miranda comenzó sus incursiones en el lenguaje poético siendo una estudiante de Letras, y junto con otras tres compañeras suyas in-tegró el grupo “Finisterra”. Ahora, en éste su primer libro de poemas, decanta su palabra y verso a verso, poema a poema, paulatinamente va haciendo ascen-der la intensidad de su expresión, pues así como escribe textos en donde el ser poético se trasparenta y clarifica con gran tersura: “Guardo las diminutas alas para no olvidar”, en otros poemas su voz nombra al dolor a través de metáforas desgarradas: “El corazón es una costra despellejada”, o elabora impresionantes imágenes del vacío interior que atormenta al yo lírico: “Pero ese vientre seco / que ha perdido su columna fragmentada/ recuerda el corazón que hubo”, o resume su profunda inquietud en punzantes preguntas: “¿quién les ha abierto el corazón / para ahogarles la sustancia?”.

Pasa con los versos de Yadira Teresa que su lectura nos conduce a reconocer lo que la escritora fue descubriendo en largas horas de meditación en “el mar seco del tiempo”. Ella, la poeta, designa a una palabra que cuando ella era niña, la sentía como una “lengua encogida”, la “lengua de madera” que han defini-do otros escritores, y que por la magia del trabajo expresivo se convierte en la dadora del bálsamo sereno; se transforma en palabra que convoca “al misterio de las hormigas” y que, finalmente, la hace preguntarse “¿quién es el extraño que me acompaña?”.

La virtud de la palabra de Yadira es tan intensa que más que leerla, en la mayor parte del libro la sentimos insistiendo en la paradoja, en la antítesis, en el oxímoron mismo de la ausencia presente que se manifiesta en sus poemas a través de acciones complementarias como ofrecer y recibir, o por medio de la obstinación en nombrar hechos que buscan su contraparte, como son las heridas y la sanación, el odio y el amor, lo vacío y lo lleno, la noche y el día, el conocimiento y el desconocimiento, en fin, el silencio y palabra.

Y así, aunque se rebele “contra esa palabra “amor”, sentimos a la poeta pro-fundamente reconciliada con sus fantasmas. La palabra, y su búsqueda han dado sus frutos. La palabra ha encontrado una casa en el ser de Yadira Teresa, como quería el filósofo; ¿si no cómo podría haber escrito estos luminosos ver-sos?:

“De pronto, como un golpe en los ojos, como un instante del presente ya no se busca el fantasma, se ha cansadoreposa sobre sí mismopara esperar la parvada vespertina”.

Descalzo y sediento, bajé al mausoleo de una tarde ardiendocaminé baldosas laberínticas de negras palabras, eran míasella estaba ahí, en el altar obsceno con degolladura de orosobre el muro, la silueta del hombre era un sello rocosoescribía podridos poemas de astilleros y rumores una hembra encarcelada espiaba el rito eternoella era silencio, tinto, lunar, mejilla

Entre las grietas, todo era ovillo rojo, piel de catedral mohosa, tiempoella esperaba, la telaraña de corchos crecía lenta entre sus dedosen la sed y la vid, nuestras bocas toreaban el cuerno divinolas mariposas de saliva frutal se crucificaban en el vidrio el recuerdo era viaje, la destilación chilena del pasadoella recorría barricas como se recorren sueñosel bisturí seguía teñido de rabiosas grafías

En el aire cavernoso de la vieja cava, ella susurraba aromas lascivos en el sudor inagotable del óleo solar un ciempiés grababa frasescon su lenta esgrima de sombra, lengua, cifra, pubis de piedracon ceniza volcánica las paredes escupían nombres rotosy yo seguía ahí, sin zapatos y sin miedo, casi desnudodetrás de mí, la cortina de corchos era velo y sepulcro musgo verdinegro, humedad de útero y de tumba

IEsa tarde Medusa cumplía una vez más su etapa adulta. Pensaba en ese momento como algo que nunca lograba concretarse, pues cuando lleva-ba sólo unas horas de adultez volvía a su forma infantil de Pólipo.

−Eternidad: Medusa flota en el mar al interior de tus ojos, en el árbol de las brujas, en un reloj que naufraga en el césped.

IIGabrielle Mellis: especie de medusa diminuta de forma acampanada, azul, que vive en las aguas del Caribe, y a veces en los charcos salados del desierto, o en el llanto que se agitan en el vaso.

− Soledad: donde las palabras zumban en el área de Brocca sin rosar siquiera la garganta. Silencio de uno, mar adentro.

IIILas huellas que narran su vida permanecen grabadas en las miles de conchas que invaden las aguas del océano, al igual que toda su densa parentela. Medusa, impulsivamente, decidió abandonar el mar.

−Oscuridad: manos angustiosamente aferradas a los muros, otros están despiertos, pupilas contraídas: desierto de sal.

casillero del diabloeduardo sabugal

medusagabriela d’arbel

la oscuridad cantamartha lilia sandoval cornejo

[email protected]

Cuando terminé de leer el ensayo que la poeta argentina Alejan-dra Pizarnik escribió a propósito del libro La condesa sangrienta, de Valentine Penrose, basado en la vida de Erzébet Báthory su-puesta asesina de 650 jóvenes, quedé atrapada en una puesta en abismo, donde ahora yo, quería hablar del ensayo de Alejandra Pizarnik quién deambuló por un texto extraño titulado La conde-sa sangrienta, alucinado por Va-lentine Penrose, sobre la vida de una aristócrata demente y per-versa llamada Erzébet Báthory que aseguran mató a 650 jóvenes para conquistar la juventud. Qui-zá esa sensación se debe al agobio claustrofóbico que me produjo, entre líneas, la prosa de Pizarnik al hablar de cómo una mujer in-terpretaba la existencia de otra extremadamente singular, que vivió en el medioevo un mundo subterráneo imposible de com-prender si uno no se sumerge un poco en la locura o en el mito.

¿Abigarrada la historia, la vida de Báthory? No puede ser de otra forma la demencia de la belleza ex-trema, esa que sólo goza el que la produce, consume y disfruta por-

que en ella encuentra el espejo de sí mismo. Terrible es, ciertamente, matar, descuartizar, torturar, bañarse en sangre, desollar; insólito parece que pudiera tener cómplices y hasta fa-cilitadores para el sadismo, e increíble resulta que alguien pueda hablar de ello concentrán-dose exclusivamente en “la belleza convulsiva del personaje”.

Entonces me pregunto ¿por qué nos atrae el abismo del otro? ¿Por qué nos seduce el mal evocado, no el del demonio cuya naturaleza es esa, sino la del hombre cuya naturaleza se do-mestica para asemejarla a los buenos dioses? ¿Por qué abrimos los ojos, desmedidamente, ante la perversión del otro y despertamos de nuestro apático vivir? ¿Por qué nos desliza-mos sin emitir sonidos para observar la pali-dez legendaria de una condesa que vivió entre sombras, con sus ojos dementes, con “los ca-bellos del color suntuoso de los cuervos”?

Me quedo perpleja, me asusto también, dán-dome cuenta que no es morbosidad lo que me acerca al personaje y a quienes hablan de él, sino todo aquello que le rodea, todo ese ar-tificio, esa elegancia cruel, esa sofisticación

de un sadismo construido en el más puro egoísmo, en el más pleno deleite personal. Y tiemblo, porque al mirarla, o mirarlas (ya en el juego especular todas se vuelven imágenes unísonas de un salón de espejos), me sumo a esa “sombría ceremonia […] de espectadora silenciosa.” Sí, en ese mundo construido, re-presentado y vuelto a enunciar el silencio es reiterativo y hasta obligatorio, porque si digo algo me comprometo, me identifico.

Así, repaso lentamente cada fragmento de la historia recompuesta, cada imagen que devuel-ve la poesía ahí donde, por pudor, no debería haberla. Soy seducida y me abismo en su me-lancolía: no saber distinguir ya el adentro del afuera. No encontrar los límites, no desearlos más, o quizá, no necesitarlos porque ya no hay más ojos ni voz que los propios. No existe quien juzgue, no existe simplemente nadie. ¿Será la verdadera libertad entre los otros?

Pero ni Pizarnik ni Penrose ni yo, debo asumirlo, admitimos una simpatía abierta después de imaginar la vida de una condesa repleta—otra vez de ese maldito— “silencio constelado de gritos en donde todo es la ima-gen de una belleza inaceptable”. Y con la cabe-za baja aceptamos la sentencia final del ensayo de Alejandra: “Ella es una prueba más de que la libertad absoluta de la criatura humana es horrible”. Con esa frase cruel, como un gri-llete al cuello, en el calabozo hostil de una sociedad puritana y caprichosa, nos vamos a dormir libres de todo espanto.

abismarse en la perversa bellezaEl abismo es un momento de hipnosis. Una su-gestión actúa, que me empuja a desvanecerme sin matarme. De ahí tal vez la dulzura del abismo: no tengo ninguna responsabilidad, el acto (de mo-rir) no me incumbe: no confío, me transfiero (¿a quien?; a Dios, a la Naturaleza, a todo, salvo al otro).

Rusbrock

1De las vísceras, las tripas son mis prefe-ridas. Me gustan cuando arropan algún relleno o cuando flotan en una sopa o, todavía mejor, cuando se transforman en falsa vena y ceden ante el sabor do-

minante de la sangre en forma de moronga. Pero fritas alcanzan su máxima perfección: ni muy doradas ni blandas, sino en el justo medio en el que los molares dan batalla para triturar su consistencia chiclosa.

Los más desprecian las tripas sólo por co-nocer su origen y función; los menos conten-drán la arcada ante la posibilidad —para mí sublime— de sentir el paladar lubricado por su grasa. No entiendo la actitud, pues todo lo que comemos es inmundicia. Bien mirado, una zanahoria o una papa no están a salvo de los besos salivosos de una cochinilla o de una lombriz, y aseguro que las lechugas y las coles conservan estelas luminosas que son senderos trazados por caracoles y babosas.

2En otros tiempos, las vísceras ocupa-ban el lugar que merecían: eran puen-tes entre lo terreno y lo divino, casi arcoiris que revelaban al consultante la suerte de reinos, batallas, matrimo-

nios y gobernantes. La prueba de esto existe tras la vitrina de un museo: se trata de una pieza en bronce conocida como el hígado de Picenza. Esta escultura era una guía etrusca para la lec-tura de los hígados de las ovejas elegidas para

el sacrificio. En esta réplica de tamaño natural, está grabado el mapa de los astros y sus dioses correspondientes: en las entrañas del animal se buscaba encontrar el reflejo del cielo. Los adi-vinadores, o arúspices, seguían este orden de lectura para sus presagios.

3Los remilgos ante la mesa, de cual-quier índole, son una insensatez, más cuando todavía hoy en día la gente muere de inanición. Lo sé, las madres ya se han encargado de re-

cordárnoslo. Pero lejos del cliché, sí, es una necedad no agradecer lo que se lleva uno a la boca, y las vísceras en la historia de la gastro-nomía se han ingerido sobre todo en tiempos de hambre o por los menos agraciados en nuestras intrincadas construcciones del po-der adquisitivo. Pero han sido esos momen-tos de mayor necesidad cuando la creatividad ha hecho lo suyo, y tal es su poder de subli-mación que han hecho de las vísceras algo divino. Y no lo negarán quienes, con un poco de adiestramiento, podrían ver el futuro de todos en el reflejo de una sopa de fideos rica en mollejas, corazones e higaditos de pollo.

4No lo niego, mi gula es proporcional a mi ocio, por lo que me resulta inevita-ble pensar que a cada mordida de un taco de rellena o de machitos dorados me trago un designio, como hacen

otros tantos comensales que disfrutan de las entrañas bien guisadas. Así, en una mala broma digestiva, imagino todos esos mensajes divinos que se pierden en mis propias entrañas.

5Lo que en otros tiempos fue ley, hoy es sólo superstición. Lo que en otros tiempos fue superviven-cia, hoy es desperdicio. No sé si está bien, no sé si está mal. No

tiene importancia, porque lo cierto es que la ceguera permanece: ya sea la del sacerdote de Huitzilopochtli incapaz de leer los designios en el corazón todavía palpitante del sacrificado que hubiesen podido detener el final de su mundo conocido, o bien la ceguera del sacerdote de la cruz ante las maldiciones escritas en las tripas de los muertos por evisceración.

6Creo que no es inmundo comer vísce-ras, mas sí el silencio que guardamos a diario al devorar con las retinas los sucesos que escriben nuestra historia, la misma que en un futuro venidero

alguien sentenciará. No falta ser aúspice para descubrir que seremos malditos como otros ya lo son.

la hieroscopia

editores: edilberto aldán / joel grijalva

Las despedidas son una constante en el transcurso de la vida. Diario debemos despedirnos de los hijos cuando van a la escuela, de la pareja cuando vamos al trabajo, de los compañeros cuando termina la jornada. Estamos habituados y no nos afectan si hay un regreso, horas más

tarde o al día siguiente. Pero cuando nos despedimos con la incer-tidumbre del reencuentro, entonces sí nos sentimos conmovidos.

Las despedidas son complicadas, tan complejas como el primer acercamiento con alguien que de primera instancia nos agrada. Como a todos, las despedidas me duelen y como a muchos, no sé dónde colocar ese dolor. Porque no quiero que me estorbe, pero tampoco deseo albergarlo. Por eso, ahora, decido explicarlo.

Despedirse implica una conexión previa. En el capítulo XXI del entrañable libro El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, el zorro le revela al Principito algunos secretos del cariño en el momento de la partida: para querer debemos domesticar y ser domesticados; el tiempo hace que los seres amados se vuelvan especiales, únicos, y, por último, tener conciencia de que uno es responsable de lo que ha domesticado. Todo esto, al despedirse, cobra un sentido parti-cular por medio del dolor que provoca un adiós. Pero este dolor es diferente, porque es un dolor no de pérdida, si no de ganancia.

La diaria domesticación permite afianzar los sentimientos, reco-nocer las particularidades del otro y reconocerse en él. Descubrir aquello que hace que uno sea digno de ser domesticado y encon-trar al otro en uno mismo. El tiempo que invertimos en alguien hace que éste sea importante y por ende, nos vuelve importantes a nosotros. Por eso ganamos. Una palabra, una canción, el color de un suéter, cierta hora del día, una taza de café, las miradas y otros detalles sencillos son lo que ganamos. Y somos responsables de lo que obtenemos, para conservarlo y hacerlo crecer, para protegerlo y amarlo sin regatear, a pesar de la distancia.

Es curioso pero mi amiga y yo tenemos siempre la misma frase que el zorro: “Voy a llorar” y lloramos. Pero entendemos de an-temano que no somos culpables, que ganamos, “por el color del trigo”.

“– He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.”

Le dijo el zorro al Principito, ese zorro domesticado y especial.

despedirsePara Miriam

Quisiera que Sarkozy fuera mi presidente con colacon cola de changuito con cola que le pisencon cola (que no con coca) con una y otra y otra rocaen avalancha en el vaso (¡mira Carla Bruni va del brazo!)

¿Qué tienen los franceses que no sea una nariz?¿Qué tienen que no sea esa lengua que no es lengua(insisto, que es nariz)? Tienen a Sarkozyentrenado en las lides del estrellato con Carla Bruni del brazo

Yo quiero a mi presidente como Zarkozyque me vea la cara con clase, con ese ahí te ves,es guiño con el que se despide con Carla Bruni del brazo, ¿qué te crees?Yo quiero a mi presidente como Zarkozyque se le vea bien lo bien vestidoque no le salte encima el traje de changuito

La cola la cola le pisan la cola de changuitoSaca los dientes en la foto adoloridosu cola esconde su cola entre las patassu cola de changuito se cuelga entre las ramas

Carla Bruni tiene a un perrito, un perrito entrenadoUn perrito que mueve la cola al son del rocanrolHa mandado música suya a la luna, dice Carla BruniSus ladridos a la luna en sonda los ha mandado a la luna

El perro de Carla Bruni baila como todo perro con dineroEl perro de Carla Bruni ha gastado dinero desinteresado(con interés solo para el banco) “sin concurso público”en campaña para que los niños nazcan sin VIH.

Yo quiero a mi presidente como Zarkozyque me sonría y me diga que no pasa nada, anda nada nada,que me diga que soy pato y no hago aguala vida es tan caraYo quiero a mi presidente como Zarkozyque retrate bien y sepa hacerse güeyque sepa anunciar ropa con todas las de la ley

A la luna a luna yo le canto a la lunaYa quisiera como Julien Civange mandar mis cancionesen sonda a la luna, una sonda para Julien Civange,no la que va a Titán, otra sonda que le saque la cola.

(A partir de una noticia publicada en El País el domingo 29 de enero).

Yo quiero a mi presidente como Zarkozy

Bestiario que soy

Conoces mis hienas mis lobos mis coyotes el tigre que me habita recorre tus piernas

conoces mis abejas mis palomas mis venados rojos la piel de mi serpiente hiriendo tus pezones

conoces mi dilema de lobo asesino amor de yaguarundi depredo tus noches

soy la garra el colmillo la herida del alba relámpago de sangre que estalla en tu lengua

Agonístico

Soy el puma que recorre a mordiscos tu cuelloel bramido de toro que te sangra la espaldanauyaca enredada en tus costillas veneno en el que exhalas.

poemas • adán echeverría Nacimiento

Gemimos por las niñas encerradas en la luna que roban amor a la esfera gitana y atrapan la noche en lágrimasodiando su virginidad. Despiertan ocultasal fuego insomne en las pupilas de un ángel: se vuelven luz.

Ninfas

Color aceituna era el universo de cariciasque enseñan las niñas de secundaria a sus maestros

al crecer sus años van con las faldas al viento copiándole a Eros corrigiendo su nombre construyendo su ego.