guardagujas 36

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http://lja.mx/guardagujas octubre 2011, n° 36 sergio loo dos minificciones Penélope deconstructiva T odo sucedió porque en una tarde de ocio, aburrida de tejer, Penélope comenzó a informarse sobre el taoísmo. Convencida de que la verdad no se encon- traba adelante, sino atrás, en el principio de todo, dejo su gran labor diurna. Se dedicó única y exclu- sivamente a destejer. Terminados todos sus vestidos, continuó con los mantos y las ropas de sus súbditos y pretendientes. Des- hilachó casas, montañas, islas. Desenmarañó el mundo entero – que en ese entonces era plano y más pequeño – hasta que se encontró cara a cara con Ulises. Ella le reclamó su tardanza, pero terminó entregándose nuevamente a él, su alma gemela, cuando le respondió que después de haber destruido tanto, lo único que podía salvarle era el olvido, quiso ser nadie. El anciano intentó sonreír, enfocó la mirada en el techo como si observara los valles de su infancia, como si tuviera, frente a sus ojos, un corral rebosante de ganado. Miró a la niña, alzó la mano, como si despertara en un sueño y en el sueño tuviera la memoria de todas las cosas. Pero el mundo comenzó a escapar. El anciano cerró, lentamente, los ojos. Las Plantas del Mal Y Dios prohibió a Adán comer las manzanas del Árbol de la Ciencia. Él y su mujer –Eva, su se- gunda mujer- obedeciéndole, se alejaron hasta serles imposible siquiera recordar el camino a esa tentación. Entonces Dios creo el Peral del Pecado. Adán y Eva, desnudos y felices, volvieron a huir del fruto que les desterraría del Paraíso. Dios creo luego el Árbol de las Mandarinas del Mal. Lo evitaron. Y creó el Guayabero de la Gula, la Papaya de la Pereza, el Lago de la Lujuria, el Sauce de la Soberbia, el Arándano de la Avaricia, y así, hasta que el Edén quedó convertido en el Distrito Federal. Alejarse de la solemnidad. Entender que la poesía es un mero experimento

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http://lja.mx/guardagujas

octubre 2011, n° 36

sergio loo

dos minificcionesPenélope deconstructiva

Todo sucedió porque en una tarde de ocio, aburrida de tejer, Penélope comenzó a informarse sobre el taoísmo. Convencida de que la verdad no se encon-traba adelante, sino atrás, en el principio de todo, dejo su gran labor diurna. Se dedicó única y exclu-

sivamente a destejer. Terminados todos sus vestidos, continuó con los mantos y las ropas de sus súbditos y pretendientes. Des-hilachó casas, montañas, islas. Desenmarañó el mundo entero – que en ese entonces era plano y más pequeño – hasta que se encontró cara a cara con Ulises. Ella le reclamó su tardanza, pero terminó entregándose nuevamente a él, su alma gemela, cuando le respondió que después de haber destruido tanto, lo único que podía salvarle era el olvido, quiso ser nadie.

El anciano intentó sonreír, enfocó la mirada en el techo como si observara los valles de su infancia, como si tuviera, frente a sus ojos, un corral rebosante de ganado. Miró a la niña, alzó la mano, como si despertara en un sueño y en el sueño tuviera la memoria de todas las cosas. Pero el mundo comenzó a escapar. El anciano cerró, lentamente, los ojos.

Las Plantas del Mal

Y Dios prohibió a Adán comer las manzanas del Árbol de la Ciencia. Él y su mujer –Eva, su se-gunda mujer- obedeciéndole, se alejaron hasta serles imposible siquiera recordar el camino a esa tentación. Entonces Dios creo el Peral del

Pecado. Adán y Eva, desnudos y felices, volvieron a huir del fruto que les desterraría del Paraíso. Dios creo luego el Árbol de las Mandarinas del Mal. Lo evitaron. Y creó el Guayabero de la Gula, la Papaya de la Pereza, el Lago de la Lujuria, el Sauce de la Soberbia, el Arándano de la Avaricia, y así, hasta que el Edén quedó convertido en el Distrito Federal.

Alejarse de la solemnidad. Entender que la poesía es un mero experimento

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Eres inexacto, las cosas no fueron así. De aquel juego se han dicho mil historias y se han construido otros tantos mitos, pero muchos de los que los cuentan no estuvie-

ron ahí, yo sí lo viví y te voy a describir lo que pasó.

Era un juego importante porque se definía quién iba por el campeonato. A media cancha le filtraron el balón al Fito y lo condujo hasta casi entrar al área rival, se lo cedió al Toño, que atacaba del lado izquierdo, cuando se lo regresó de pared al Fito el defensa lo trabó dentro del área grande y el árbitro marcó penal. An-tonio pidió la bola y antes de colocarla en la mancha para tirar, siguió el ritual de siempre, la besó, la giro varias veces, la puso en el césped, tomó impulso y pateó. En ese mismo instante, el portero iniciaba un movimiento hacia la derecha, pero el esférico pegó en el poste y salió del campo. El Toñioux cayó de rodillas y se llevó las manos a la cabeza; de la línea lateral donde estábamos observando el juego se escucharon los más pintorescos abucheos, desde el agresivo “¡chinga a tu madre!”, hasta el clásico “¡pinche pata chueca!”

A partir de ese momento, el PSV de la Viga se desmoronó y su jugador estrella no pasó de arrastrar los pies el resto del encuentro. ¡Pero todo el partido estuvo fallando, eh!, desde el pase más sencillo, hasta el penal que era un gol cantado. Erró no menos de cinco oportunidades clarísi-mas de anotar, siempre el último toque fue el malo. Se acabó el juego y al salir de la cancha, Marcos le extendió la mano al Toño, éste ni lo vol-teo a ver, a los que contemplamos la acción nos sorprendió, “tan cuates que son”, pensé. Marcos trató de alcanzarlo y le tocó el hombro pero el Antoño manoteó y caminó más a prisa, el Mark le gritó “¡pendejo!” y se encaminó con sus compas del Estrella Roja al otro lado de la cancha. Antonio pasó a mi lado con la cabeza agachada, parecía que quería llorar y se fue a sentar lejos de nosotros, ahí estaban el Tío, Mario, el Maya, el Masco, el Memo y otros tantos que lo vimos todo. Los reproches no se hicieron esperar, “¡pinche Toño pendejo!, ¡le ayudaste a tu socio!, ¿no que muy cabrón?”... le llovió duro. De pronto se paró y con furia se quitó los zapatos y los lanzó con fuerza contra el suelo, fue cuando empezó a sollozar y a mentar madres; descalzo se enfiló hasta donde estaba su mochila la tomó y se fue hacia la salida, desde el otro lado de la cancha nuestros rivales nos miraban sin decir palabra. Nadie trató de detenerlo

ni de hablarle. Marcos hizo como que no vio nada y se empinó una caguama.

No es real eso de que se hicieron de palabras antes de entrar a la cancha, ni se amenazaron, ni apostaron quien metería más goles, ni ter-minaron a golpes o se pendejearon, al inicio se saludaron, y cada quien se puso a jugar para su equipo. Tampoco es cierto que nos domi-naron todo el partido -porque yo jugué ese día pero salí de cambio-, al contrario, el encuen-tro estuvo cerrado y los porteros fueron fun-

damentales para que se colgara el cero en los cartones. Sí, el PSV nece-sitaba ganar y al Estrella Roja el empate le bastaba para calificar, yo digo que de ahí la frustración del Toñín, ¿no? Tener la gloria en sus botines y errar el penal es algo que no aguantó. De ser la figura del equipo pasó a ser una sombra en las canchas. Dicen que no volvió a participar en los torneos de la preparatoria, pero tampoco es verdad, todavía jugamos dos más, en el último salimos campeones. A mí me consta que Marcos lo buscó un par de veces en el salón y Antonio siempre lo ignoró, incluso en una fiesta, ya con unos alcoholes encima, el Markus lo topó de frente y el otro le sacó la vuelta.

Siempre se dijo que fue un lío de faldas, que el Mark le bajó a la flaca a la mala, ¡pero oye! Una mujer no es un objeto que se dispute en una cancha de futbol, además la flaca siempre jaló más con él, se hicieron no-vios y terminaron casándose mucho después de todo esto. No, tampoco es exacto que el Trantonio abandonó la prepa un año, a lo más dejó de entrar a clases y evitó enfrentarse con Marcos.

Tiempo después ya en la facultad, me volví a encontrar al Toñín, nos hicimos buenos camaradas, invariablemente en las borracheras salía el tema y siempre le preguntaba “¿qué onda con el Marquitos?”; hasta un día que lo harté, y ya medio briagos me contó porque se enojó: “aquella vez llegué temprano a la cancha, me di cuenta que no traía mis tacos para jugar, como el Marcos y sus compas ya se estaban cambiando, cru-cé la cancha y le pedí unos; bien amable me los prestó y se rió, —va—, le dije, lo abracé y le desee suerte; era mi mejor amigo, ¿y sabes qué?, ¡lo que siempre me dolió fue la traición y la trampa!, le puede disculpar todo a ese güey, que me bajara a la flaca, que fuera mejor jugador que yo, que saliera primero de la prepa, ¡pero que me haya prestado sus pinches botines embrujados para no anotar gol!; es algo que nunca le voy a per-donar en la vida”.

sergio martínez

la traicióny la trampa

el sentido deembellecer

En estos últimos días he estado reflexionando sobre la pa-labra embellecer. Tal vez porque en la ciudad que habito desde hace meses están dedicándose a embellecerla para una evento deportivo. A raíz de ello, este lugar que a mí me parecía bello antes del acicalamiento urbano, se ha conver-

tido en un espacio pastiche lleno de cosas irreconciliables. Entonces me puse a pensar que nuestros ahora mandatarios nunca vieron la be-lleza de la urbe en su sentido más completo, porque queda claro: algo que necesita “embellecerse” no es bello en sí ni responde por ende a los patrones de belleza perseguidos. Lo cual me lleva a concluir: nuestra ciudad no “es” bella y necesita emperifollarse.

No sólo es ya absurdo y arbitrario dejarnos como ciudadanos arrastrar por los prototipos de lo bonito de otras latitudes del pla-neta, si no además participamos pasivamente al permitir que un sector muy reducido se dedique a pulir nuestro entorno. Así, se empezó por limpiar ciertas zonas —porque curiosamente embe-llecer es maquillar— de indigentes, vendedores ambulantes, men-digos, limpiaparabrisas, viene viene, prostitutas y de más seres periféricos, quienes, curiosamente, imprimen cierto carácter de auténtico a un centro histórico y dotan de atractivo a un lugar que sin ellos no sería más que un montón de edificios coloniales para una postal o revista. Me pregunto si los extranjeros querrán ver eso

y no el desaliñado caos que también tiene su toque de belleza.Pero para compensar esa ausencia nos obsequió nuestro gobierno

esculturas, la mayoría esperpénticas, que adornan —en su sentido más despreciable y decorativo— las calles, camellones, glorietas y parques. De tal suerte que no hay espacio por donde los visitantes no sean agredidos visualmente con rosas gigantescas, barricas co-loridas, seudoesculturas alegóricas o paisajismos de una botánica infame que ya desfallece porque no se ajusta al clima. Porque claro está: embellecer es también poetizar, y esta ciudad es pura cultura que no sólo deporte.

No todo ha sido un desastre en este intento de esmaltar nuestro es-pacio cotidiano de vida, algunas cosas lucen y se agradecen —sobre todo el asfaltado a ciertas calles llenas de baches y el mejoramiento del alumbrado público—, pero me sigue molestando la idea de que embellecer se ligue al concepto de puritanismo, a la negación de la pobreza, a la vergüenza de lo nuestro, al despotismo de ciertos funcio-narios imponiendo —sin consultarnos— esto o aquello. En fin, qué sabe nadie, esto pasa aquí o en cualquier lugar de México cuando hay un evento internacional. Pero se olvidan que al final del día los visitan-tes se marchan y nosotros nos quedamos con la resaca de una belleza propia violentada, trastocada y recompuesta para dar un guiño falso de lo que somos…

http://lja.mx/guardagujas/[email protected] editores: edilberto aldán / joel grijalva

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juan carlos quirozfalso ritual

La poesía no hace nada.Y yo escribo estas páginas sabiéndolo.

Marco Antonio Campos

Alejarse de la solemnidad. Entender que la poesía es un mero experimento. Presentir de la poesía, su engañosa honestidad. Aún así, lo dijo Isidore Ducasse: “¡Es el poeta, quien consuela al mundo!”. En el libro de Armando Alanís Pulido, Ritual del susodicho, el autor nos descifra lo qué

es un poeta, cuánto vale un poeta, y para qué sirve un poeta. Nos de-muestra fríamente lo que es romper los esquemas y los paradigmas.

Armando Alanís Pulido, no teme enfrentar y enfrentarnos a una rea-lidad poética, irrespetuosa y feroz. No teme el juego de lenguaje breve y certero. No teme al poeta.

Compuesto por 50 poemas a manera de sentencias, Ritual del susodicho es un trabajo de certidumbres propias, compartidas en una forma irónica al lec-tor. Sentencias, también propias, que entrelazan al hombre y al poeta. La iro-nía aquí se da por hecho y sin cortapisa. No hay compasión ni falsas virtudes. Ni duda, ni alguna realidad equivocada. Lo dijo Juan Ramón Jiménez: “La literatura es un estado de la cultura, la poesía es un estado de gracia, antes y después de la cultura”. Y en este poemario, la poesía es un estado de gracia, susodicha y frágil, y el poeta, el más frágil de todos.

Al leer este libro, el lector debe ser franco consigo mismo, debe estar dis-puesto a la desarmonía y al desacuerdo. Debe entender, que la poesía, lo per-mite todo, y que la ligereza también es un verdad poética.

El ritual del susodicho es un libro lúdico y trágico al mismo tiempo, en el que se unen el placer, la turbiedad y el caos. Es una fiesta del lenguaje que se antepone, con toda autoridad, al aburridísimo “lirismo oficial” disfrazado de vanguardia.

Leer a Armando Alanís Pulido es reconocer a todos los poetas: al inf luyen-te, al perseguido, al sin vergüenza, al de las profundidades, al damnificado, al perdido, al domesticado, al en cautiverio o, simplemente, al poeta que le da sueño leer sus poemas.

El ritual del susodicho es un libro honesto (y aquí repito, debemos tener cuidado con esa engañosa honestidad en la poesía) y sencillo. En el poema “Lideres de opinión (poeta norteño, ajúa)”, el autor nos dice:

Todos opinan mal de nosotros,éramos la amenaza al más puro estilo norteño,la división,la división del norte,los que partiríamos al partido,los elegidos,los moderadores, los modernos oradores,éramos los “muy bien, muchachitos, muy bien”,los charquitos cerca del manantial latente.

No me acuerdo bien, pero eso éramos.Un editor amigo escribió: “sus mejores textos están por venir” (pero vienen bien lejos),Mientras tanto nosotros, sin perder el tiempo,seguimos escandalizando a los pobre lectorescon la mala calidad de nuestros textos.

Leer a Armando Alanís Pulido, es un acto de sucesos ingratos, donde el filo de la perspicacia parte del verso inteligente y lleno de sentido del humor. Jaime Sabines, algún día, escribió: “Abandona a tu padre y a tu madre / y a tu mujer y a tu hijo y a tu hermano / y métete en el costal de tus huesos / y échate a rodar, si quieres ser poeta. / Que no te esclavicen ni tu ombligo ni tu sangre, / ni el bien ni el mal, / ni el amor consuetudinario. / Tienes que ser actor de todas las cosas. / Tienes que romperte la cabeza diariamente sobre la piedra / para que brote el agua. / Después quedarás tirado a un lado / como un saco vacío / (guante de cuero que la poesía usó), / pero también quedarías tirado por nada”. Al leer estas palabras, no me queda la menor duda, de que Arman-do Alanís Pulido, es muchos poetas en un solo poeta, y no me queda la menor duda, de que Armando comprendió con mucha claridad, que poesía puede ser salvación y pecado, y qué el único ritual que existe en la poesía, es la pa-labra que a diario persiste. Termino citando de este libro el siguiente poema:

SALVESE QUIÉN PUEDA(poeta con libro nuevo bajo el brazo)

Para bien o para mal:insisto, resisto, existo.

eduardo sabugal

aquella moleskine de agujeros

En una libreta negra, de pasta dura, un hombre apodado El Eclip-sado, contempla detenidamente un agujero circular hecho en las hojas de esa libreta. Mira la herida sobre el papel como quien observa a través de un telescopio. Son huecos circulares concéntricos, que van disminuyendo su tamaño poco a poco.

Cuando uno mira dentro de ellos da la impresión de asomarse a una espi-ral cónica de descenso. Quizá un vistazo al Hades en un atajo óptico. En el papel blanco, una mujer (hoy olvidada y olvidadiza), dibuja pájaros y letras que articulan un complicado astrolabio de colores. Escaleras de caracol, con sus cangrejos alegres y borrachos. Entre los trazos de la dibujante se leen cosas, que hoy nadie podría entender. Inexplicablemente sobreviven estos tres fragmentos, hallados en la recta a Cholula, revoloteando como basura. Texto 1.Este LP es regreso.Las discadas eran regresivas también, lo sabíamos. Pero aquel día tú deci-diste llevar el delirio regresivo más allá. 33 revoluciones parecían mucho para esta época del ojo láser y los iPod. Una revolución también parecía mucho. Hiciste perforaciones con un compás-navaja sobre la piel del pa-pel. Varios círculos que evitarían algunos eclipses recurrentes. Después sacaste un disco de su funda, caminaste a la tornamesa. La fuerza centrífu-ga te arrebató, los ojos hipnotizados seguían los surcos del acetato en una inmovilidad aterradora. Estoy regresando, decías, y el universo giratorio de aquel sonido nos envolvía como en una gravitación de feto. Astronauta diminuto en las aguas del amor. Junto a la tornamesa, mirabas cada vuelta completada como si fuera una revelación. Tus silencios y tus pesadillas de días pasados se resolvían en ese instante preciso en el que mirabas el ace-tato girar bajo la aguja de diamante. Cuando ella escuchaba viejos discos sacados de fundas enmohecidas, era como si estuviera haciendo equilibrio sobre una barra delgada elevada sobre la tierra. Esa equilibrista tenía pies de pan y un tarot mentiroso. Con el girar del disco, giraba también la ma-rea interna, corales de vino tinto se mecían en su cintura y sus piernas, al ritmo de la música. Yo te observaba así, detenida en tu viaje espiral, es-perando un círculo que permitiera tu regreso. Estabas ausente, hermosa, distante, como cayendo dentro de un ojo invisible de tiempo.

Texto 2.Rodeo de flor roja.No lo sabes pero esperas, tu cabellera cae como una vegetación triun-fal sobre tu rostro de arena. Diminutas serpientes lamen la punta de tu pelo, lenguas rítmicas rozan tus pómulos incendiados. No cambias de posición con esta luz oblicua que se tuerce para colocar sombras azules en el piso. Un altar y una manía ocular que se alían diabólicamente en la incandescencia de tu erotismo. La vista normal tendrá que cotejarse con la historia del ojo, un hombre ya la hizo. La mirada del que espera es la locura, es el hombre sentado en la mesa, esperando leer la historia. Lec-tor que sigue esperando a Godot vestida de terciopelo. Fuga del profeta. Historiar con los ojos y de espaldas al desierto, matar. Matar y sin em-bargo seguir viajando hacia ese ritual erótico vestido de luto. Asomarse al agujero circular, irse. Una mujer dibuja una f lor roja, y sin saberlo, esos pétalos alineados sobre una curvilínea imaginaria, son la descripción de la huida que ella misma emprenderá, llena de rabia, de besos expropia-dos y de pies manchados de pintura.

Texto 3.El espejo Tarkovski es regreso.La sonda Kaguya envía imágenes de una “salida de Tierra”, captadas desde la Luna. Es un paisaje hermoso porque aún no es humano o antropomor-fizado, sin embargo en esa desoladora escenografía planetaria se anuncia ya la invasión del homo faber hipertrofiado. Mirar la Tierra así, no nos hace pensar en algo de ciencia ficción ni en futuros próximos. Mirar así nuestro planeta da nostalgia, pudimos haber sido una especie tan normal, tan sin dioses y sin guerras. Pudimos haber evitado este eclipse; los viajes, la leja-nía, la distancia, los separatismos y los exilios. Nuestra soledad de simios democráticos nos sigue destruyendo, y aprendimos a medirla en años sonido, años luz. Toda nuestra rabia y nuestras deformaciones quedaron allá, ahí, en la Tierra vista desde aquí. Y ese planeta es como el de Solaris, porque nuestra conciencia nos imposibilita el regreso, nuestra conciencia es ese mar esférico que nos traga, ese agujero concéntrico que anula la ca-pacidad para regresar completamente. A ti, al otro, a mí.

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1. ¿Pensáis que la Escritura dice en vano: Tiene deseos ardientes el espíritu que él ha hecho habitar en nosotros? (La Santa Biblia)

La bibliomancia consiste en abrir al azar un libro para elegir una frase que dará respuesta a la consulta realizada. En otros tiempos, la Biblia solía ser el libro favorito de los bibliomantes. Aunque bien mi-

rado, practicar la bibliomancia con dicho texto tiene algo de herético, pues los cánones eclesiásticos fueron los primeros en condenar los métodos de adivi-nación. Pero su uso me parece lógico, para cierta época, en tanto que señalaba con precisión lo que estaba bien y lo que estaba mal. En lo personal nunca usaría la biblia como método de adivinación, pues tendría que tener cuidado en no abrir el folio en el Antiguo Testamento, siempre tan radical, y evitar a toda costa el apartado del Apocalipsis. No quiero imaginar qué interpretación haría si para decidir sobre un acto u otro apareciera la Bestia o algún verso sobre los Sellos Rotos.

2. Y el deseo se engendra por el conocimiento defectuoso. (La muerte en Venecia, Thomas Mann).

Hace unas semanas comentaba con un amigo sobre cuan sorprendente es entender, pasados los años, a algunos personajes que conocimos en nuestra ju-ventud. Así me ocurrió con el patético Aschenbach, a quien conocí en mi ado-lescencia gracias a la película Muerte en Venecia de Luchino Visconti (1971). En aquellos días me resultó inolvidable mas inentendible aquella escena final del cuerpo de Aschenbach por cuyo rostro escurría el tinte de cabello, mien-tras el Adagietto de Mahler estrujaba el esternón del espectador.

Ahora que mis años son muchos, o los suficientes para experimentar el ini-cio del declive del cuerpo, entiendo la actitud de aquel hombre silente que guardó su deseo para que la peste lo aniquilara. De joven uno sólo sabe actuar, gobernado por el impulso. Uno es Tadrio contemplando la inmensidad del océano, señalando al horizonte que es futuro lejano, o la sede donde Dios, sus ángeles y sus demonios irradian inmortalidad.

No podía entender por qué Aschenbach no vendió su alma al diablo con tal de poseer a Tadrio. Creo que lo hubiese hecho de haber tenido la posibilidad. Descubro que no la tenía, nunca la tuvo, cuando releo La muerte en Venecia de Mann. El deseo se estrella contra la imposibilidad. La magia no existe ni los seres sobrenaturales; ahí no hay espíritus, sólo la certeza de la mortalidad que se materializa en la peste que ronda Venecia. La misma mortalidad que al final, del libro y de la película, posee a Aschenbach.

Admito que me horroriza entender a Aschenbach, sentir que ya todo lo que me espera es la imposibilidad.

3. El deseo anhelante/acompaña nuestros pasos. (Fausto, Goethe).Cierto, en aquellos días comprendía mejor lo que había hecho Fausto, por-

que entonces yo también hubiera vendido mi alma a Mefistófeles con tal de hacer realidad un deseo. Así la magia transforma lo inalcanzable en alcanza-ble; lo inalcanzable, en sí mismo, nos brinda esa posibilidad.

Hoy tomé los dos libros, ambos de autores alemanes, dos traducciones, por lo que la respuesta al practicar la bibliomancia podría verse afectada o doble-mente reinterpretada. Sin embargo, creo que son excelentes para consultar acerca del deseo. Eso pensé al principio. Pero luego dudé.

Creo que el deseo per se ya es una adivinación. Pero algo en el libro de Mann me hace dudar. Si bien el Fausto de Goethe trata sobre alcanzar lo inalcanza-ble. En cambio La muerte en Venecia de Mann trata sobre la belleza, sí, y la im-posibilidad de poseerla. Aquí, la adivinación ha sido cancelada. Y se me ocurre que no es culpa del autor sino de la época en que vivió, pues si Dios murió en el siglo XX, por ende, el Diablo también. Y la magia, supongo, murió con ambos.

Deseo que el Diablo exista, y Dios y sus ángeles, con tal de ser Tadrio una vez más, para intentar asir el horizonte. Me llamo a engaño, yo sé que la magia resucita cada que vez que abro un libro, para recrearme, para encontrar res-puesta a mi consulta creyéndome el último bibliomante:

Yo soy para mi amado, y hacia mí tiende su deseo. (La Santa Biblia).

* La fotografía de Onetti, en la portada de sus Cuentos Completos, parece que me observa mientras enciendo un cigarrillo. Está sentado, mirando a la cámara. Una de sus manos agarra con firmeza uno de

los respaldos como si hubieran interrumpido una acción de huir o de abandono al llamarlo con su nombre. Pienso que espera un momento. Espera que el fotógrafo termine con la tortura: Onetti es-cribía por el placer de escribir. No era una persona que buscara afanosamente la trayectoria de las cá-maras para, al día siguiente, comprar el periódico y mirar detalladamente el resultado… la nueva imagen que proyectaba al mundo.

* Me parece que la capacidad fotográfica de Onetti se ve representada en los retratos de sus per-sonajes en Santa María. Un compendio de gestos sutiles que le dan veracidad a una persona que no existe. Fotografías de tristes mujeres sensuales y de héroes inútiles. Personajes que buscaban historias entre el espeso humo de sus cigarrillos para matar el tedio. Personajes que soñaban con historias, po-sibilidades o suposiciones. También soñaban con momentos absurdos y el silencio que nunca dije-ron que podría carcomerlos durante toda su vida. Pienso que Onetti no quería que lo descubrieran, y por eso su mano está en el respaldo de esa silla, preparada para empujarlo a la salida más cercana y olvidarse de que alguien lo esté llamando.

* Un niño está mirando los cuadros surrealistas que pinta su padre. Una criatura que asemeja un árbol, y también un rostro humano, está llorando

mientras observa otros árboles ¿Es un hombre ár-bol? ¿Por qué hay sillas tiradas alrededor? Dos céfi-ros dormidos, uno claro y otro oscuro, están siendo arrastrados por el viento ¿Cómo? ¿Acaso cuando duermen los dioses de aire se dejan arrastrar por lo que se supone es el producto de su divinidad? Varios hombres hacen fila en una habitación de dos ventanas, las cortinas son empujadas como velas por el aire y al final del pasillo, en contraluz, se ve la silueta de otro hombre crucificado ¿O será un cru-cifijo? Un caballo blanco y largo espera en el centro de un jardín. ¿Será un unicornio que espera las ma-nos de una virgen? Una gran cantidad de paraguas rinden homenaje a un cadáver… ¿Cómo se resiste la lluvia mientras contemplamos un cuerpo que pronto será parte de la tierra?

* El niño observa como su padre construye estos personajes. El niño piensa en esos escenarios y le susurra discretamente a su padre que quisiera ser pintor como él. Michael Ende abandonaría la es-cuela de pintura porque eventualmente entiende que para encontrar las respuestas a las imágenes de su padre necesita seguir otro camino. Dedica palabras a las pinturas de su padre, Edgar Ende, para explicarse lo que significaban esas imágenes que le provocaban emociones inexplicables. Uno de sus cuentos nos platica de un niño que no pue-de olvidar una pintura que admiró alguna vez y cómo cuando crece, dedica su vida entera para buscarla. No es hasta que este hombre se convier-te en parte del cuadro que encuentra descanso.

* Escucharía en una plática de lo más casual

que Fernando del Paso se enoja cuando escribe y prefiere la pintura como una pausa para relajarse. ¿Será? Quién sabe cuánto caso hay que hacerle a las pláticas casuales… pero luego ahí se quedan como una tintura de verdad o de posibilidad. En un descuido, relees los textos del autor con esas pláticas casuales como un lente y crees que lees a un Fernando del Paso que está con el ceño frunci-do y la mano temblorosa.

* Unos días después, como una coincidencia agradable, paseaba por la Biblioteca Central de la UNAM y me topé un libro con las pinturas de Fernando del Paso. Admiraba pacientemente es-feras y cuadros de caminos imposibles. Había ter-minado de leer Palinuro de México. Encontrarme con otro lado de Fernando del Paso me provocaba imaginar cuántas conexiones podría haber entre una y otra disciplina. Del Paso no sólo estaba con-tento con las palabras y buscaba curarse de ellas con trazos precisos de caminos eternos. Cuando las palabras no bastan.

* Leer no sólo está en las palabras del escritor. Leer también está en lo que sabemos de ese es-critor. Leer el aparente mensaje que nos deja un escritor es el mensaje que deseamos encontrar para nosotros. Leer es un choque de varias disci-plinas: las del escritor y las del lector. Leer es un acto de dos experiencias pero es la experiencia del lector la que se verá íntimamente modificada por las palabras del otro, mientras que el escri-tor posiblemente sigue buscando las respuestas a sus inquietudes.

fotografías de un lector

la bibliomancia

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Ediciones B reedita El buscador de cabezas, de An-tonio Ortuño, sátira sobre la ultraderecha, una historia poderosa, una novela indispensable del autor que la revista Granta eligió en su listado de los mejores narradores jóvenes en lengua española .

tripulaciónSergio Loo. (México. D.F. 1982) Poeta. Autor de Claveles automáticos (Ha-rakiri, 2006) y Sus brazos labios en mi boca rodando (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2007) fue parte de Parodia de Vivos, colectivo multidisciplinario. Es fundador de Setenta, proyecto de distribución editorial. Sergio Martínez (México. D.F. 1975) Escritor. Es colaborador de La Jorna-da Aguascalientes, donde semanalmente publica la columna deportiva Tercer tiempo. Con el cuento que publicamos en este número obtuvo el primer lugar en el Concurso Nacional de Cuento del Instituto Nacional de Estadística y Geografía.Cecilia Eudave Nació en Guadalajara, Jalisco. Doctora en Lenguas Roman-ces (Montpellier, Francia). Es autora de los libros: Técnicamente humanos, In-venciones enfermas, Registro de Imposibles, Países Inexistentes y Bestiaria vida, entre otros. Actualmente es profesora e investigadora en la Universidad de Guadalajara.Juan Carlos Quiroz (Aguascalientes, 1969) Estudió Lengua y literaturas hispánicas en la Universidad de Aguascalientes. Premio Nacional de Litera-tura Joven Salvador Gallardo Dávalos 1994 por Crónicas de navegación (los demonios). Es autor, entre otros libros, de Tauromaquia, Las violetas (carpeta ilustrada) y Versos para morir despacio.Eduardo Sabugal (Puebla, 1977) Escritor y catedrático. Vive en Puebla. Es autor del libro de cuentos Involuciones editado por la Secretaría de Cultura del Estado de Puebla. Publica crítica literaria en la revista que edita la BUAP Crítica.Erika Mergruen (Ciudad de México) es editora independiente e imparte ta-lleres de literatura. Ha publicado los poemarios Marverde (Enkidu, 1998), El Osario (Ediciones del Lirio, 2001) y El sueño de las larvas (Leer y Escribir, 2006); los libros de cuento Las reglas del juego (Tintanueva, 2001) y La piel dorada y otros animalitos (Raíz del agua, 2010), así como La ventana, el recuer-do como relato (DEMAC, 2002) con el que obtuvo el premio Autobiografías, Diarios y Testimonios de Mujeres Mexicanas, DEMAC 2001-2002.Agustín Fest (Ciudad de México) Mentiroso, escritor, creador, cínico, exfu-mador, bassethounder. Dice que vive en Cholula pero lo encuentras siempre en la red. Ha publicado, entre otros libros, Fotocuentos, El diario de Simon Dor, Padre Taxi y La historia de ayer. Su blog personal: http://arbol217.com/

anaq

uel

También en Ediciones B, El barco maya, de Antonio Ramos Revillas, novela his-tórica y épica con fuerte carga de aven-turas. Un homenaje a la cultura maya.

83 novelas. Alberto Chimal. Edición ar-tesanal de 150 ejemplares editados por Raúl Berea y Erika Mergruen, del pro-yecto de libros libres La Guillotina. Se puede descargar en el siguiente enlace: http://www.lashistorias.com.mx/in-dex.php/archivo/83-novelas/