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CAP~TULO 5 Las políticas económicas de los gobiernos militares y el Pacto Social del segundo peronismo (1966-1976) I. El golpe de Estado y la política económica inicial El golpe de Estado del 28 de junio de 1966, encabezado por el Juan Carlos Onganía, tuvo elementos que lo diferen- ciaron de alzamientos anteriores. Era la primera vez que un go- bierno de facto anunciaba su intención de permanecer en el po- der sin plazos preestablecidos ni fechas tentativas para la convocatoria a elecciones. Este matiz obedecía a la finalidad de cumplir cabalmente con una serie de objetivos. En principio la consecución de un «orden»que pusiera un alto a la inestabilidad institucional, la anarquía, el desgobierno y el peligro de la «infil- tración marxista)). Influía en este diagnóstico la evaluación que hacía el nuevo gobierno acerca del papel cumplido por su ante- cesor, en tanto gobierno débil e incapaz de guiar con firmeza el rumbo político y económico. Los militares gobernantes veían, ante todo, la necesidad dc aco- tar la puja distributiva sobre la base de una serie de medidas orien- tadas a «disciplinar» a los asalariados y al sindicalismo. A la vez, los primeros meses de la autodenominada ((RevoluciónArgenti- na» representaron un período orientado a actuar con fuerza en lo político, ilegalizando los partidos existentes, interviniendo las uni- versidades, etcétera. No se trataba de instrumentar un plan para un período «de transición)), sino de la articulación de un progra- ma de largo plazo. Éste habría de plasmarse según un esquema que debía transi- tar por tres tiempos. El primero, el «tiempo económico)),busca- ría destrabar el desarrollo industrial facilitando la acumulación en los sectores más modernos con ayuda del capital extranjero. Al disminuir así los costos operativos podría conformarse un apara-

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CAP~TULO 5 Las políticas económicas de los gobiernos militares y el Pacto Social del segundo peronismo (1966-1976)

I. El golpe de Estado y la política económica inicial

El golpe de Estado del 28 de junio de 1966, encabezado por el Juan Carlos Onganía, tuvo elementos que lo diferen- ciaron de alzamientos anteriores. Era la primera vez que un go- bierno de facto anunciaba su intención de permanecer en el po- der sin plazos preestablecidos ni fechas tentativas para la convocatoria a elecciones. Este matiz obedecía a la finalidad de cumplir cabalmente con una serie de objetivos. En principio la consecución de un «orden» que pusiera un alto a la inestabilidad institucional, la anarquía, el desgobierno y el peligro de la «infil- tración marxista)). Influía en este diagnóstico la evaluación que hacía el nuevo gobierno acerca del papel cumplido por su ante- cesor, en tanto gobierno débil e incapaz de guiar con firmeza el rumbo político y económico.

Los militares gobernantes veían, ante todo, la necesidad dc aco- tar la puja distributiva sobre la base de una serie de medidas orien- tadas a «disciplinar» a los asalariados y al sindicalismo. A la vez, los primeros meses de la autodenominada ((Revolución Argenti- na» representaron un período orientado a actuar con fuerza en lo político, ilegalizando los partidos existentes, interviniendo las uni- versidades, etcétera. No se trataba de instrumentar un plan para un período «de transición)), sino de la articulación de un progra- ma de largo plazo.

Éste habría de plasmarse según un esquema que debía transi- tar por tres tiempos. El primero, el «tiempo económico)), busca- ría destrabar el desarrollo industrial facilitando la acumulación en los sectores más modernos con ayuda del capital extranjero. Al disminuir así los costos operativos podría conformarse un apara-

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to productivo más eficiente, acabando con la inflación y con los recurrentes ciclos depresivos. En ese momento, se abriría el «tiem- po social», destinado a distribuir la riqueza acumulada en la eta- pa anterior, superando el carácter regresivo, inevitable, del «tiem- po económico», y eliminando los conflictos sociales. Finalmente, se llegaría al ((tiempo político» que, en un futuro lejano y difuso, permitiría la apertura a la participación de la sociedad en el mar- co de un incógnito sistema institucional distinto del vigente has- ta 1966, caracterizado por las antiguas antinomias como la que enfrentaba a peronistas y antiperonistas.

En ese marco, la elección del ministro de Eccnomía recayó en Jorge Salimei, un empresario católico de la industria alimentaria, quien estructuró un equipo de colaboradores heterogéneo en el que abundaron los conflictos internos y las indefiniciones. Uno de esos conflictos surgió cuando Álvaro Alsogaray, embajador ar- gentino en Washington, sostuvo en público que la Argentina de- bía firmar un acuerdo sobre garantías de inversiones con el go- bierno de los Estados Unidos a fin de atraer capitales, posición que no concordaba con la del Ministerio de Economía. Conse- cuentemente, en ese período prevalecieron reformas menores en las políticas monetaria y fiscal, pero que no se encadenaban en un programa de largo plazo.

De este modo, el año 1966 finalizó con un marcado estanca- miento del producto bruto - e l PIB sólo creció un 0,7% respec- to de 1965-: la inversión bruta fija experimentó una caída del 7,1%, mientras que las inversiones extranjeras directas habían as- cendido a sólo 2,5 millones de dólares y los saldos de los présta- mos de corto y largo plazo desde el exterior alcanzaron los 105 millones de dólares y los 76 millones de dólares, respectivamen- te. Por su parte, la leve devaluación implementada no había lo- grado mejorar la balanza de pagos, habiéndose reducido las re- servas del Banco Central de 208,9 millones de dólares -cifra registrada en el mes anterior al golpe de Estado- a 176,9 millo- nes de dólares. Para completar el cuadro de la breve gestión de Salimei, cabe mencionar que tampoco se consiguió solucionar los problemas de inflación heredados de las anteriores administra- ciones, habiendo alcanzado el ~romedio mensual de alza del cos- to de vida en el Gran Buenos Aires el 3,5% durante el segundo

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semestre de 1966, evolución similar a los segundos semestres de 1964 y 1965.

Así, a fines de 1966, en un marco general de incertidumbre y críticas que tenía a Salimei entre los principales blancos, comen- zaron a tejerse rumores respecto de sus posibles reemplazantes, propiciándose un viraje hacia personalidades más vinculadas al li- beralismo, entre las que se mencionaba a Roberto Alemann, Jo- sé Alfredo Marrínez de Hoz, Álvaro Alsogaray y Adalbert Krie- ger Vasena. Finalmente, Onganía desplazó a Salimei y el 30 de diciembre designó a Krieger Vasena al frente del Ministerio de Economía y Trabajo. Comenzaba entonces una segunda etapa que se iniciaría en los albores de 1967. El programa económico del nuevo ministro tendría algunos visos de originalidad, si bien no se alejó demasiado de los parámetros liberales.

2. El Plan Krieger Vasena

La llegada de Krieger Vasena al Gabinete recibió el apoyo de las principales organizaciones empresariales y rurales. Sus ante- cedentes explicaban con claridad ese apoyo: el nuevo ministro era asesor y miembro del directorio de grandes empresas (incluyen- do filiales de compañías transnacionales), había sido funcionario durante la presidencia de Aramburu y tenía estrechas vinculacio- nes con organismos inrernacionales. Respaldado por un gobier- no dictatorial y represivo, y con el aval de los círculos económi- cos del establishment, Krieger Vasena se dispuso a implementar su programa económico sustentado en una fuerte base de poder.

Uno de los elementos que mayores diferencias establecía, con respecto de las clásicas políticas liberales y de estabilización ins- trumentadas por otros planes de ese signo, era la intención de evitar movimientos bruscos y de corto plazo en la distribución del ingreso. Desde el punto de vista de Krieger, los problemas eco- nómicos argentinos se debían a los elevados índices de ineficien- cia existentes tanto en el sector público como en el privado. Para acabar con esos problemas era necesario realizar una redistribu- ción de recursos, pero no entre los distintos sectores económicos, sino entre las actividades de cada sector.

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Consciente de los efectos redistributivos de las medidas eco- nómicas que pretendía adoptar, Krieger se propuso morigerarlos, en particular en lo atinente a las pujas entre el empresariado in- dustrial y los terratenientes. En cambio, las consecuencias sobre los ingresos de los trabajadores serían más fuertes.

El plan implementado a partir de marzo de 1967 contenía un conjunto de medidas entre las que se destacaba una esobredeva- luación compensada), del peso, del orden del 40%; la divisa nor- teamericana pasó entonces de 25 5 a 350 pesos. De este modo se intentaba acabar con la dinámica especulativa reinante, origina- da en las expectativas de devaluaciones futuras, con un «colchón» para los sucesivos aumentos de costos internos para la exporta- ción, que se esperaba fuera amplio en el tiempo. De allí que los funcionarios afirmaban que ésa sería la última devaluación y que, a partir de ese momento, se mantendría el tipo de cambio nomi- nal fijo. Asimismo, esta devaluación tenía también por objeto la atracción del capital extranjero, en tanto generaba un «efecto ri- queza)) para los tenedores de divisas que tuvieran la intención de invertir en el país.

Sin embargo, provocaba también una profunda alteración de los precios relativos que, como en otras experiencias similares, producía importantes transferencias de ingresos. Por eso, se tra- tó de compensar sus efectos a través de medidas complementa- rias que evitaban que diversos sectores se beneficiaran de manera desproporcionada con el aumento del precio de las divisas. En este sentido, se destacó la irnplementación de un impuesto a las expor- taciones (o retenciones) que oscilaba entre el 16 y el 25% y afecta- ba, en particular, a las más tradicionales. Al descontar el tributo, los exportadores no recibían gran parte del incremento del ingreso pro- vocado por la devaluación, y el Estado se apropiaba de ese excedente que habrían obtenido sobre todo los terratenientes, mientras im- pedía una brusca redistribución de ingresos a favor del campo.

La devaluación encarecía los productos importados y coloca- ba en una mejor posición competitiva a la industria. Pero, al mis- mo tiempo, se redujeron los aranceles aduaneros. De este modo se trataba de incentivar la eficiencia del sector, tanto en función de la competencia externa que debería afrontar, como de la posi- bilidad de importar bienes de capital.

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Los tenedores de divisas también incrementaban sus riquezas en términos de moneda local. En este caso, la ley 17.199 gravó con un impuesto extraordinario de $ 8 0 por cada dólar o su equi- valente en moneda extranjera que formara parte de la posición gneral neta de los bancos y casas de cambio al 6 de marzo de 1967; la recaudación se afectaría a un programa de construcción de viviendas económicas.

En la práctica, la devaluación, las retenciones y las modifica- ciones de aranceles, tomadas en conjunto, tenían un efecto simi- lar al de la introducción de un doble tipo de cambio. En primer lugar, un tipo de cambio más bajo para la exportación de pro- ductos primarios y la importación de materias primas; y, en se- gundo término, un tipo de cambio más alto para la exportación de productos industriales, la importación de bienes de consumo final y las transacciones financieras.

El programa también contemplaba la institución de incenti- vos fiscales para promover la inversión en la industria y alentar la expansión de las exportaciones no tradicionales. Entre ellas cabe destacar la desgravación impositiva para la compra de maquina- ria agrícola e industrial y del 50% para el caso de las inversiones en viviendas.

Por último, se instrumentaron medidas fiscales y de raciona- lización en el sector público, destacándose aquí el aumento de las tarifas de los servicios públicos, el incremento de los impuestos sobre las ventas y las propiedades y la reducción o redistribución del empleo público, que apuntaban a disminuir el déficit fiscal para tratar de lograr la estabilización de los precios. Asimismo, en un decreto firmado a fines de marzo de 1967, se congelaban los salarios, pero se permitían subas en una escala descendente del 24 al 8% hasta noviembre de 1967, prohibiéndose otros aumentos hasta fines de 1968.

Con ese conjunto de medidas, los beneficiarios de la devalua- ción eran el Estado y los capitales extranjeros, que aumentaban su poder de compra interno. Los inversores externos se veían fa- vorecidos además por la liberalización del mercado de cambios, que eliminaba todos los requisitos para los movimientos de fon- dos con el exterior.

En los meses siguientes se adoptarían disposiciones comple-

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mentarias tendientes a garantizar la estabilización de la economía y el rápido ingreso en una fase de crecimiento. Por eso, a dife- rencia de otras gestiones económicas de corte liberal-ortodoxo, la política de Krieger Vasena no produjo una recesión, lo que pue- de ser atribuido en parte a la particular política monetaria, ya que la liquidez creció entre 1967 y 1969. Los agregados de la canti- dad de moneda en circulación sin los depósitos bancarios y con ellos (M1 y M2) muestran en ese lapso una tendencia creciente.

Una política monetaria de esas características no resultaba ha- bitual en un plan de ajuste ni en las concepciones ortodoxas como las que inspiraban a la conducción económica, por lo que es nece- saria alguna consideración adicional que explique ese supuesto des- vío. En primer lugar, las metas de expansión monetarias fijadas por el gobierno y plasmadas en una carta de intención al FMI eran mu- cho menores que los valores registrados. Este indicador permite co- nocer las intenciones del ministro, que, por ende, no se apartaban de los lineamientos tradicionales. Sin embargo, la superación de las metas pautadas no fue contradictoria con la orientación liberal ni objetada por el FMI, ya que buena parte del impulso expansivo provino del sector externo, debido a los saldos favorables del co- mercio exterior y al ingreso de capitales, fuente de expansión que no resulta discutible para la teoría que servía de base al gobierno ni por el citado organismo. Sin embargo, se puede argumentar tam- bién que la política monetaria no fue tan expansiva, ya que a la re- ducción de la emisión por la caída del déficit fiscal se le sumó, du- rante la ejecución del plan implementado por Krieger Vasena, un fuerte incremento de las tasas de interés, las cuales, por primera vez desde 1953, se situaron en niveles positivos.

En cuanto a la política de precios, a los instrumentos ya men- cionados se les añadió un mecanismo de consulta y acuerdos con los grandes empresarios, y se lo denominó ((Acuerdo voluntario de precios». De este modo, el gobierno arreglaba con las princi- pales empresas industriales el congelamiento de precios por un lapso de seis meses, ofreciéndoles, como ((gesto de buena volun- tad», una serie de incentivos para el acceso al crédito bancario. Además, se les otorgaba a las compañías que adhirieran al plan la exclusividad del mercado del sector público, es decir que las com-

pras se orientarían sólo a dichas firmas.

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Finalmente, y para beneplácito de los terratenientes, se daba por concluido el régimen de prórroga automática y congelamiento de los arrendamientos rurales, situación que tanto reclamo gene- rara por parte de los grandes propietarios rurales hacía ya más de una década.

También hubo otras medidas que, aunque de menor impacto directo, operaron como «efecto demostración)), en particular pa- ra el capital transnacional, de que el gobierno estaba dispuesto a actuar ortodoxamente. En especial, la sanción de la Ley de Hi- drocarburos, del 24 de junio de 1967, y la pronta terminación, a favor de las empresas petroleras, de los diferendos originados du- rante la gestión radical. En cuanto al comercio exterior, era un objetivo manifiesto del gobierno lograr incrementar las exporta- ciones de productos industriales para, de este modo, aliviar la ba- lanza de pagos.

En cierra forma, el plan de Krieger Vasena anticipaba algunos lineamientos que se constituirían en el núcleo central de los pro- gramas económicos del liberalismo a partir de mediados de la dé- cada del 70, tales como el establecimiento de un tipo de cambio fijo, la apertura al flujo de capitales externos, una política mone- taria pasiva donde el principal factor influyente en la cantidad de dinero en circulación era el saldo de los movimientos de divisas con el exterior, y la disminución de aranceles para «estimular» la eficiencia de las empresas locales. Dado que el programa deman- daba un ingreso continuo de capitales externos, la tasa de interés debía situarse por encima de los niveles internacionales, lo que resultaba atractivo para préstamos al !gobierno, inversiones de cor- to plazo o compra de empresas con un probado potencial de ga- nancias, pero desestimulaba el ingreso de capitales de riesgo de largo plazo. Ese esquema se repetiría de manera mucho más ra- dical en el plan de Martínez de Hoz en 1976 y en el Plan de Con- vertibilidad, a partir de 1991.

Sin embargo, la política de Krieger Vasena no apuntaba todavía a una transformación estructural de la economía argentina, como sí lo harían las experiencias posteriores. Si bien no trataba de pro- fundizar la sustitución de importaciones hasta completar la matriz de insumo-producto, tampoco cuestionaba radicalmente la orien- tación del proceso de industrialización previo. La estrategia expor-

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tadora, por ejemplo, se dirigía a la colocación de bienes no tradi- cionales para evitar los estrangulamientos cíclicos de la balanza co- mercial, pero sin cuestionar el rol esencial del mercado interno co- mo base de la expansión económica. De allí que la puja distributiva era encarada fundamentalmente en el marco de mantener la de- manda interna sin afectar las tasas de ganancia de las empresas, lo que explica el relativo celo en impedir bruscas transferencias de in- gresos. Los programas liberales del futuro, en cambio, considera- rán a las exportaciones como la base de un nuevo modelo, en el que la demanda del exterior será el mercado más relevante. Por eso, el salario pasó a ser tomado sólo como un costo que debía reducirse para ganar en ~om~etitividad, y las características de las poli'ticas de ingreso apuntarían a exacerbar las transferencias intersectoriales en contra de los asalariados. De la misma manera, la promoción de exportaciones se disociará de la búsqueda del eqililibrio interno y se dirigirá hacia bienes de tipo más tradicional.

La confianza del establishment en la nueva conducción econó- mica se confirmó el 13 de marzo de 1967, cuando se anunció un acuerdo Stand by con el FMI por un monto total de 125 millo- nes de dólares, cuyo anuncio precedió a la devaluación compen- sada. El acuerdo tenía semejanzas con aquel suscripto en 1958, en tanto se orientaba al combate de la inflación como marco pa- ra la llegada de capitales extranjeros, considerados imprescindi- bles para impulsar avances tecnológicos y un mayor crecimiento de la producción.

Una vez puesto en marcha el acuerdo con el FMI, un consor- cio de bancos europeos aportaría otros 100 millones de dólares, al igual que otro grupo de bancos norteamericanos y el gobierno de los Estados Unidos, por un monto de 75 millones de dólares. En este ((clima de confianza)), con el apoyo de las principales en- tidades empresariales y rurales y la debilidad de la oposición po- lítica y social resultante de la política represiva implementada por Onganía durante el segundo semestre de 1966, la actividad eco- nómica comenzó a exhibir signos de recuperación y crecimiento.

Mientras tanto, el gobierno lograba exhibir un manejo más or- denado de las cuentas fiscales, aun cuando el gasto público se in- crementó con respecto al afio anterior. Las nuevas cargas impo- sitivas; que ya en 1967 aumentaron notoriamente la recaudación,

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y los ajustes en las tarifas públicas permitieron elevar los ingresos y reducir de manera drástica el déficit fiscal.

En cuanto al proceso inflacionario, entendiendo que el prin- cipal problema se hallaba en los costos de las empresas, lo primero que se intentó fue que los precios se moviesen, a través de un acuerdo con las firmas líderes. Se procuraba, de este modo, man- tener un nivel de precios que sólo se pudiera modificar por cam- bios en los precios internacionales, pero con la responsabilidad empresaria de absorber los incrementos que se produjeran en el mercado interno.

La inflación comenzó así a descender, aunque con lentitud, te- niendo en cuenta que en 1967 la devaluación del 40% tuvo una fuerte influencia en el aumento de precios. Sólo hacia 1969 se lo- gró una tasa de crecimiento de los precios inferior a dos dígitos (7,6%), aunque de manera fugaz, ya que a partir del aíio siguiente la inflación volvió a acelerarse, llegando a casi el 60% en 1972.

Ese rebrote se relacionaba con el incremento del precio de la carne, las expectativas inflacionarias desencadenadas por una nue- va devaluación y la influencia del aumento del precio de los in- sumos importados, fruto de una mayor inflación a nivel mundial. Este último elemento, sin ser determinante de la evolución de los precios internos, comenzó a tener una limitada pero cierta in- fluencia en los ritmos inflacionarios internos, siendo probable- mente el primer indicio de los efectos internos de la crisis inter- nacional en ciernes.

Por otra parte, dado que las tasas de inflación en los distintos países no eran uniformes, preanunciaba un período de inestabi- lidad monetaria con profundas alteraciones de las paridades cam- biarias que incidía en la rentabilidad de las exportaciones argen- tinas en los diferentes mercados compradores.

En ese marco, la producción interna volvió a cobrar dinamis- mo, luego de que en 1966 se hubiese notado un virtual estanca- miento en relación con el ano anterior. A partir de 1967, se re- gistraron tasas de crecimiento del PIB positivas, que fueron incrementándose en los anos posteriores, alcanzando un pico del 8,5% en 1969.

A la cabeza de este crecimiento se destaca el sector de la cons- trucción, impulsado por un plan de obras públicas que se pro-

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ponía mejorar la eficiencia de la infraestructura local como me- dio para incrementar la productividad general de la economía. Dicho sector creció un 12,2% en 1967, y acumuló un 42% en- tre 1966 y 1969, siendo el más dinámico. Otros sectores que cre- cieron fueron los de minas y canteras; electricidad, gas y agua; co- mercio, hoteles y restaurantes; transporte, almacenamientos y comunicaciones, y finanzas, seguros y bienes inmuebles. El con- traste lo ofreció la producción primaria, cuya evolución, aunque con tendencia ascendente, exhibió fuertes oscilaciones. Las dife- rencias en las tasas de crecimiento sectoriales quedaron plasma- das en la participación de cada sector en la estructura del PIB. Se observa un incremento de la participación de la industria (del 33,9 al 37% entre 1966 y 1972), de la generación de energía y de la construcción y una fuerte contracción en el sector de agri- cultura, ganadería y pesca (del 16 al 1 1,1% en el período men- cionado anteriormente), mientras el resto de los sectores no mos- tró cambios significativos.

En cuanto a la política de inversiones públicas, cabe señalar el desarrollo de un importante programa de obras de infraestructu- ra, en el que tuvieron un lugar destacado los caminos (con el ob- jetivo de dar un mayor impulso al mercado automotriz), las co- municaciones y la energía hidroeléctrica y nuclear. Así, mediante la sanción de la ley 17.574, se creó, en 1967, la Empresa Hidro- elécrrica Norpatagónica (HIDRONOR), que contempló la cons- trucción y explotación eléctrica en la zona del Comahue, de las centrales El Chocón, Planicie Banderita y la red de interconexión con el Gran Buenos Aires. Por su parte, en 1968, la Comisión Nacional de Energía Atómica comenzó la construcción de la cen- tra! Atucha 1.

En general, suele considerarse que una de las principales fuen- tes de dinamismo de la economía durante ese período fue la in- versión pública. Sin embargo, durante la gestión de Krieger Va- sena su incremento fue moderado y su participación en el gasto total, decreciente. Sólo a partir de 1971, cuando tanto el minis- tro como el propio Onganía se habían alejado del poder, se apre- cia un salto cuantitativamente destacado de ésta.

Con relación al sector externo, los resultados inmediatos re- flejaron un alivio en la balanza de pagos. Las reservas del Banco

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Central comenzaron a crecer a partir de abril dc 1967, alcanzan- do su máximo en abril de 1969. Este aumento de las reservas se originó en el saldo positivo de la balanza comercial y en el ingre- so de capitales aportados por los préstamos externos ya mencio- nados. Como contraste, los capitales privados para inversiones di- rectas y los préstamos de largo plazo fueron escasos, reflejando dos situaciones: por un lado, un cierto margen de desconfianza por parte de las empresas transnacionales con relación a las pers- pectivas de largo plazo y las posibilidades de sostenimiento del programa económico; y, por otro, la gran capacidad ociosa exis- tente en la industria en el momento en que se implementó el plan, habiendo aun margen para incrementar la producción sin nece- sidad de nuevas inversiones.

En este sentido, la política cambiaria dio, también, resultados distintos de los esperados. Esa política tenía, entre otros objeti- vos, el de incentivar las inversiones extranjeras, porque quien in- vertía lo hacía con una prima, originada por la diferencia entre un peso sobredevaluado de $ 350 por dólar y su paridad real, mucho menor, suponiendo que ello generaría una fuerte corriente de inversión extranjera y la radicación de empresas. Pero, aun- que vinieron inversiones externas, éstas fueron de corto plazo o se prefirió, antes que correr un riesgo empresario, comprar pa- quetes accionarios de empresas ya instaladas y altamente renta- bles, beneficiándose con la prima de inversión que generaba la sobredevaluación. Entonces, en lugar del objetivo buscado de con- seguir nuevas radicaciones, se operó una transferencia de paque- tes accionarios a favor de firmas extranjeras, que dio motivo a que a esta época se la llamara como el período de «desnacionalización de empresas», por cuanto alrededor de sesenta establecimientos de primera línea en el orden nacional pasaron a manos de capi- tales extranjeros.

La afluencia de capitales extranjeros significó, además, un con- siderable peso para los movimientos financieros del balance de pagos, donde se acrecentó notablemente el rubro de «pago de ro- yaltz'es)) (licencias o patentes de distinto tipo), porque dado que esas empresas eran filiales de una casa matriz y adoptaban proce- sos, marcas y características de sus lugares de origen, tenían que pagar esos royalties, que se sumaban a las remesas normales de uti-

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lidades. Otro rubro apetecido por los capitales extranjeros fueron las instituciones bancarias. Éstas, pertenecientes a bancos del ex- terior disponían en 1965, contabilizando sucursales, de 73 casas que en 1971 se habían elevado a 23 1, con especial localización en las principales plazas del país; mientras las oficiales y mixtas sólo pasaron de 971 a 1.228, pero sustancialmente por el aumento de las correspondientes a poblaciones de menor importancia.

En cambio, el gobierno de Onganía estableció medidas res- trictivas a la operatoria de las cooperativas de créditos, promovi- das muchas de ellas por sectores políticos de izquierda y vincula- das al financiamiento de las pequeiías y medianas empresas. Esas cooperativas se habían expandido entre 1958 y 1966 llegando a 1 .O00 en todo el país, incluso con la presencia de entidades de se- gundo grado como el Instituto Movilizador de Fondos Coope- rativos. Debido a las medidas mencionadas se redujo sustancial- mente el número de cajas de crédito de este tipo y unas pocas terminaron transformándose después en bancos cooperativos, me- diante su fusión o agrupamiento, alcanzando con el tiempo po- siciones importantes en el negocio bancario, aunque con trayec- torias posteriores distintas, que produjeron la quiebra de algunos de ellos y la consolidación de otros. Además, en 1969 se sancio- nó una nueva ley de entidades financieras que permitió la exis- tencia de instituciones más especializadas.

En cuanto al balance de la política global aplicada al sector ex- terno, a mediano plazo, el incremento del endeudamiento y el desmejoramiento progresivo de la balanza de pagos constituye- ron sus rasgos principales. La deuda externa era en 1969 un 21% más elevada que en 1966, llegando en 1970 a superar en un 45% los valores registrados en los inicios de la Revolución Argentina.

Asimismo, el balance del comercio exterior de mercancías se fue reduciendo gradualmente, pasando de poco menos de 500 millones de dólares en 1966 a 369 millones en 1967, 199 millo- nes en 1968 y sólo 36 millones en 1969, mientras que el flujo de capitales volvió a exhibir signo negativo en 1969.

Con relación a los objetivos de diversificar los volúmenes de exportaciones industriales, los resultados fueron parciales. Entre 1966 y 1969, mientras las exportaciones crecieron sólo un 1,2%, las importaciones lo hicieron en un 40,2%. De este modo, el sal-

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do del intercambio se redujo notoriamente. Las exportaciones re- flejaron una caída en la participación de sus componentes pri- marios (los productos agropecuarios, de representar 61,496 del total en 1966 descendieron al 53,9%), mientras se verificó un in- cremento en la participación de los productos industriales (pro- ductos alimentarios y manufacturas diversas pasaron del 30,6 al 37,4% del total exportado entre 1966 y 1969).

La reducción del saldo comercial tenía relación con la evolu- ción de los precios relativos y la compensación de la devaluación por medio de la reducción de aranceles. Cuando el gobierno prac- ticó la devaluación, incrementó la competitividad de la produc- ción local frente a los productos importados. Por eso, era posible disminuir los aranceles sin afectar la protección de las actividades internas. Sin embargo, el congelamiento del tipo de cambio no- minal frente a tasas de inflación en descenso pero aún elevadas generó, en los hechos, una progresiva revaluación del peso que disminuyó la competitividad externa.

Si el sector agropecuario no se vio afectado por la evolución de los precios relativos, debido a que el gobierno fue reduciendo las retenciones, no ocurrió lo mismo con el sector industrial, ya que la estructura arancelaria no fue modificada para compensar, aho- ra en sentido contrario que en 1967, la revaluación del peso.

En cuanto al destino geográfico de las exportaciones, los aspec- tos más destacables fueron el incremento de la participación de pa- íses vecinos (en particular el Brasil y Chile, que pasaron de demandar el 6,2 y 3,7% del total de las exportaciones respectivamente en 1966 al 8,l y 5,5% en 1969) y también de los Estados Unidos, dismi- nuyendo la participación de Europa, principalmente como resul- tado de la caída de las exportaciones a los países del Este.

Por su parte, en el caso de las importacioiles se incremenró la par- ticipación de los bienes de capital en detrimento de los bienes in- termedios, particularmente combustible~ y lubricantes. Las impor- taciones de bienes de consumo mantuvieron una baja participación a lo largo del período en cuestión. El origen geográfico de las im- portaciones se mantuvo estable a pesar del crecimiento de los volú- Inenes importados. Los Estados Unidos continuaron siendo en 1969 el principal proveedor (21,996 del total), seguidos por Brasil (1 1,1%), Alemania Federal (1 1%), Gran Bretaíla (6,9%) e Italia (6,7%).

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3. La distribución del ingreso y la dinámica del conflicto social

Las pujas distributivas habían explicado buena parte de la ines- tabilidad política y social de la Argentina en los anos precedentes a la implementación del Plan de Krieger Vasena. A la exacerbación del conflicto con los asalariados, resultante de la caída y proscrip- ción del peronismo y las políticas de estabilización recesivas, había que agregar la contradicción entre un sector terrateniente que rea- lizaba su renta en el mercado mundial y una burguesía industrial protegida que dependía del mercado interno y del flujo de capita- les del exterior para no desequilibrar la balanza de pagos. Y tam- bién había que tomar en cuenta la puja existente entre los segmentos mejor posicionados del empresariado industrial (las companías transnacionales y unas pocas grandes empresas nacionales) y las pe- quenas y medianas empresas, agrupadas en la CGE.

De una correcta «administración» de estos conflictos dependía la continuidad y el éxito del Plan Krieger Vasena. Con respecto a los asalariados, la estrategia consistió en una combinación de re- presión con una política tendiente a evitar bmscas redistribuciones a favor de propietarios del capital, en un marco de crecimiento del PIB. Frente a la contradicción entre terratenientes e industriales, la política estuvo orientada a favorecer a la industria, pero mante- niendo un cierto margen.de negociación con el agro. De allí pue- de interpretarse esa sucesión de medidas contradictorias: se deva- luó pero el gobierno se quedó con el excedente agrario, luego se puso fin al régimen de arrendamientos que tanto malestar causaba a los terratenientes, pero finalmente se sancionó un impuesto a la tierra. Por último, entre los diferentes segmentos del empresariado habría que destacar que el plan benefició a las gandes empresas, y en especial a las transnacionales, favoreciendo un proceso de des- nacionalización y concentración de la producción industrial.

Así, las ventas de las primeras cien empresas, que a comienzos de la década comprendían aproximadamente el 20% de la pro- ducción industrial, en 1966 alcanzaban el 24% y en 1969, el 26,296. Simultáneamente, también crecía la participación del ca-

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pita1 extranjero: del 16% del total de la producción industrial en 1960, pasaban al 18,9% en 1966 y al 20% en 1969.

De esta dinámica se desprende que, de las partes en puja, algu- nos sectores, como las grandes empresas, particularmente las trans- nacionales, se beneficiaron. Los terratenientcs, por su parte, se vie- ron favorecidos por algunas medidas y perjudicados por otras mientras las pequehas y medianas emprcsas fueron más afectadas. Por eso, no resultó llamativo que los sectores agropecuarios, una vez que lograron reorganizarse, generaran condiciones que pusie- ron en cuestión la gestión de Krieger Vasena y, en alianza con los pequeiios y medianos empresarios, presionaron para conseguir un cambio en la orientación de la política económica.

Consciente de la conflictividad social, las medidas de Krieger trataban de no afectar los ingresos reales de los trabajadores de manera tan drástica como en anteriores planes de estabilización. Todas las fuentes estadísticas coinciden en la caída de los jorna- les industriales, pero dicha caída fue leve si se la compara con las experiencias estabilizadoras precedentes desde el derrocamiento de Perón. En realidad, más que una brusca contracción de los sa- larios, el plan produjo un quiebre de la curva ascendente regis- trada entre 1963 y 1966. Si bien dicha participación decreció en 1968 y 1969, la pérdida rio resultó demasiado grande.

Aunque los movimientos redistributivos no fueron bruscos en promedio, la evidencia empírica indica que durante la gestión de Krieger Vasena se redujo el ingreso de los asalariados, al tiempo que crecieron las ganancias empresariales. Pero, entretanto, y den- tro de un clima de euforia económica que incluía la aclamación en Washington del Plan Krieger Vasena como «una de las histo- rias de mayor éxito económico de la posguerra». se produjo una de las mayores rebeliones populares y obreras de la historia ar- gentina: el Cordobazo. Éste fue un levantamiento popular que estalló en la ciudad de Córdoba, sede de numerosas industrias, el 29 de mayo de 1969, y en donde hubo una fuerte participación estudiantil. Este levantamiento, que fue acompaiíado por otros de menor envergadura en diferentes ciudades, tuvo en vilo a to- do el país durante varios días y significó el principal signo de una radicalización creciente de vastos sectores de la sociedad.

Las causas de la protesta recibieron explicaciones diversas. Al-

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gunos autores lo atribuyen a fenómenos políticos, como el propio Krieger Vasena, que afirmaba haber sido derribado por los obreros mejor remunerados del país. Otros apuntan a uno de los factores que contribuyeron a elevar el descontento que culminó en el Cor- dobazo: la caída de los salarios de los estratos medios, que se habí- an incrementado sustancialmente entre 1960 y 1966. Según esta opinión, los sectores movilizados provenían de actividades con una remuneración superior al promedio, que los situaba dentro de la «clase median, pero con un manifiesto deterioro en su situación en los últimos atíos. Hay quienes aceptan que la política salarial de Onganía haya sembrado algunas semillas de descontento entre la clase obrera, pero atribuyen mayor importancia a las características del sindicalismo cordobés, conformado con posterioridad a la caí- da de Perón, con poca lealtad a la CGT y más vinculado a las ba- ses y a sectores de izquierda. La reacción de 1969 parece, entonces, relacionada en mayor medida con el enfrentamiento político de la representación sindical local frente al gobierno.

Por último, otra interpretación sitúa al Cordobazo no desde una mirada exclusivamente reivindicativa sino como un giro en la lucha de clases, que supuso un estado general de movilización de los sectores populares, obreros y estudiantiles, en el que apa- recen formas orgánicas de contenido socialista como primera res- puesta a las nuevas contradicciones sociales argentinas. El factor ideológico y político en un mundo todavía conmovido por el Ma- yo Francés y movimientos similares en otras partes del mundo se- rían la causa principal, aunque el estallido fuera provocado por la política del gobierno.

La discusión refleja la complejidad del fenómeno. Sin duda, resulta difícil desligarlo por completo de los resultados concretos del programa económico, tanto en materia de distribución de los ingresos desde el punto de vista estático, como en la percepción de diversos sectores de los efectos negativos que les provocaba el quiebre de una tendencia dinámica de varios anos en los que la redistribución había tenido un sesgo más progresivo.

Pero el Cordobazo puso también en evidencia la crisis de auto- ridad existente y el cuestionamiento al régimen que venían desple- gando diversos sectores de la sociedad. Por un lado, jóvenes estu- diantes de las clases medias aparecieron como importantes actores

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colectivos dentro de un proceso de radicalización ideológica influi- do por el mítico Che Guevara, la Conferencia Episcopal de Mede- llin, los episodios de Tlatelolco en México y el Mayo Francés. Por otra parte, un sector considerable del sindicalismo decidió enfren- tar globaimente a la dictadura, mientras se registraba el crecimien- to de una nueva izquierda que apartada de la izquierda tradicional eligió un cauce nacional para impulsar el proceso revolucionario. En tanto, tras idéntico objetivo, el peronismo combativo se apro- ximaba al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.

El Cordobazo forzó la salida de Krieger Vasena del gobierno, pero no implicó en seguida un cambio de rumbo inmediato en la política económica. A pesar del desconcierto reinante en sec- tores del gobierno y del empresariado, el nombramiento de José María Dagnino Pastore en la conducción económica ratificaba el camino escogido, a pesar de que las condiciones se habían modi- ficado de manera sustancial con respecto a enero de 1967. Si bien la administración de Origanía sobrevivió por un año después del Cordobazo, la explicación de esa demora en su caída se encon- traba fundamentalmente en las dificultades del establishment li- beral para ponerse de acuerdo sobre una táctica que prometiera salvar lo logrado durante el período 1967- 1969.

Dagnirio Pastore asumió no sólo en un momento comprome- tido en lo político, sino también en el que se iniciaba un período económico recesivo y donde se comenzaba a percibir el deterio- ro que generaba en el poder adquisitivo interno el incremento del precio de la carne, factor de mucha incidencia en la Argentina de aquel entonces. Entre 1967 y 1969 los precios de la carne en el mercado internacional habían estado deprimidos, influyendo en el mismo sentido dentro del país. Pero al empezar a subir, hacia 1969, se crearon oportunidades en los mercados externos para los ganaderos y exportadores, que como resultado de ello elevaron, a su vez, los precios en el mercado interno, produciendo una reac- tivación de la espiral inflacionaria. Este hecho se reforzaba por la retención de stocks que realizaban los ganaderos para aprovechar ese aumento de precios, agudizando el problema. En la canasta familiar de los afios sesenta, el precio de la carne representaba el 15% del rubro de alimentación, que, a su vez, constituía el 60% del valor de esa canasta, llevando a una suba de precios generali-

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zada de los productos sucedáneos (como carnes blancas, verdu- ras, arroz, pescado, etcétera), porque quienes no podían seguir comprando carne se volcaban a esos sustitutos, incrementando su demanda. Dagnino Pastore buscó, sin éxito, enfrentar el proble- ma a través de una política de restricción monetaria, reduciendo el volumen de crédito y la expansión de los medios de pago.

Entre tanto, la CGE veía la posibilidad de estrechar lazos con el sindicalismo peronista y hacer frente a la política económica mediante una campana contra la «desnacionalización de la eco- nomía». También aparecieron sehales de conflicto con el agro. Ante la nueva escalada inflacionaria, el gobierno determinó la ins- tauración de precios máximos para una serie de productos ali- mentarios y la prohibición periódica de venta de carne vacuna en el mercado interno. Estas medidas de corte «intervencionista» ge- neraron reacciones contrarias en el empresariado y aun mayores entre los sectores rurales.

El desplazamiento de Onganía por los propios militares, en ju- nio de 1970, contextualizado en un marco de exacerbación del conflicto social y distributivo, marcará el fin de una etapa y, en alguna medida, un cambio de rumbo. Para la polémica sobre el período quedan las hipótesis contrapuestas sobre si la política de Krieger Vasena fue el «programa de la gran burguesía industrial» aun en detrimento de los sectores terratenientes, un programa en- carado por un gobierno autocrático y autoritario que perjudicó, de alguna manera, a todas las capas de los sectores dominantes, o una política que benefició tanto a unos como a otros.

4. Cambios económicos y el fin de la «Revolución Argentina»

La caída de Onganía y su reemplazo por el general Roberto Marcelo Levingston traerían consigo un cambio en la política eco- nómica. A esta altura, las campañas de la CGE, el fortalecimien- to de las organizaciones sindicales y la aparición de grupos gue- rrilleros habían generado una gran escalada de conflictos que, entre otras cosas, se traducían en demandas contrarias a la ex- tranjerización de la economía argentina.

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En un principio, la designación de Carlos Moyano Llerena, un economista allegado a Krieger Vasena, no parecía responder a los reclamos planteados. En agosto de 1970, el nuevo ministro au- torizó un incremento salarial del 7%. Paralelamente, produjo una nueva devaluación, llevando la cotización del dólar de 350 a 400 pesos; aplicó otra vez retenciones a las exportaciones para apro- piarse de la diferencia de cambio, redujo los aranceles a la im- portación y anunció nuevos acuerdos de precios. Si bien Moya- no Llerena intentó continuar la política estabilizadora impuesta por Krieger Vasena, las condiciones ya no eran las mismas, y an- te nuevas huelgas y movilizaciones de rechazo, Levingston lo des- plazó y procedió a su reemplazo por Aldo Ferrer, hasta entonces ministro de Obras Públicas.

A fines de octubre de 1970, el nuevo ministro anunció un plan con medidas de corte nacionalista. Ferrer consideraba que los ni- veles de ahorro interno eran suficientes y que, volcados a la in- versión, podían significar un factor autónomo de reactivación au- tosostenida de la economía argentina. El eje pasaba por restablecer el crecimiento económico, aun a costa de resignar metas antiin- flacionarias, permitir la mejora de los ingresos de los asalariados e implementar una serie de medidas que fortalecieran a la indus- tria de capital nacional. Estos objetivos se plasmaban en algunas disposiciones concretas: la elevación de los aranceles a la impor- tación, una polírica crediticia favorable a las pequeñas y media- nas empresas por parte del Banco Industrial (transformado en Banco Nacional de Desarrollo) y la sanción del régimen ((compre nacional)), mediante el cual las instituciones estatales debían prio- rizar a empresas locales para sus compras.

En ello jugaba un rol importante el establecimiento de un régi- men de créditos prioritarios en el sistema financiero para todas aque- llas empresas que se ajustasen al sistema de «compre nacional)), es decir, se ampliaba el margen crediticio como una forma de retri- buir la búsqueda del mercado interno como fuente de provisión de equipos e insumos nacionales por parte de ciertas compaiíías.

Asimismo, Ferrer pretendía fomentar la realización de em- prendimientos productivos en sectores industriales fabricantes de insumos intermedios con una mayor participación del capital na- cional. En esta concepción, el papel que debía caberle al capital

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extranjero era el de tomar parte en aquellos rubros en que los ca- pitales nacionales no intervinieran, o complemen.tarlos si fuera necesario, promoviendo una localización en enclaves donde sería controlado por la competencia local y el gobierno.

Nuevamente, al igual que en el caso de sus predecesores, la ob- sesión por lograr una diversificación de las exportaciones indus- triales, que permitiera aliviar la balanza de pagos y - e n alguna medida- desvincular a la producción industrial del ciclo eco- nómico interno, ocupaba un lugar de importancia en el progra- ma de Ferrer. Es decir, se promovería un aumento productivo por la vía de la suba de la demanda derivada de las alzas en los nive- les salariales, y se esperaría - e n un mediano p l a z e la madura- ción de las inversiones industriales que profundizaran la sustitu- ción de importaciones y generaran también una sustitución «relativa» de exportaciones, es decir, el incremento del peso de las exportaciones industriales.

Sin embargo, la política de Ferrer se enfrentaba a serias res- tricciones estructurales que hacían difícil su implementación. En particular, la política de redistribución del crédito se hallaba en buena medida condenada al fracaso, en tanto las pequeñas y me- dianas empresas nacionales (y también algunas de las grandes) ha- bían estrechado lazos comerciales con las grandes companías mul- tinacionales.

Ello era una consecuencia de que esas grandes empresas, que operaban en condiciones monopólicas u oligopólicas, fueran, a la vez, monopsónicas. En otras palabras, no sólo controlaban los mercados consumidores, sino que también tenían la capacidad de imponer condiciones a sus proveedores, que en gran parte esta- ban constituidos por empresas nacionales pequeiías y medianas. De este modo, el beneficio que obtenían estas últimas, como re- sultado del incremento de su liquida operado por la redistribu- ción del crédito, tenía como contracara la imposición de nuevas condiciones por parte de las gandes empresas multinacionales, es decir, de sus principales compradores. Así, al ver éstas restrin- gido su acceso al crédito local determinaron transferir la carga so- bre sus proveedores, incrementando los plazos de pago y también los precios finales de los productos, lo que llevó a acentuar el pro- ceso inflacionario. Esta situación evidenciaba el peso de estas em-

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presas sobre la estructura industrial y el elevado poder económi- co que habían asumido durante los aíios sesenta.

Otra medida tomada por Ferrer fue la sanción de una veda al consumo de carne, porque los precios de este producto en los mer- cados internacionales continuaban subiendo, desestabilizando los valores locales. Esta medida, en tanto estaba articulada con una política devaluatoria, quería generar como efecto el incremento de los saldos exportables y de la competitividad de la carne vacu- na en los mercados externos.

La estrategia de Ferrer no sólo tenía que afrontar serios pro- blemas debido al difícil objetivo de mantener las tasas de infla- ción por debajo del 15%, mientras se procuraba un crecimiento del 8%, sino porque ni Levingston ni su ministro de Economía tenían la autoridad política necesaria para aplicar el programa frente a la firme oposición estructurada en torno a distintos nú- cleos de poder económico. En este sentido, Ferrer había solicita- do a los sindicatos que cumplieran voluntariamente con un límite del 19% de aumentos salariales, pero Levingston no intervino mientras se concluían acuerdos del 30 y del 40%.

De todos modos, al cabo de unos pocos meses, Levingston de- jaba su cargo, en marzo de 1971, y poco después hacía lo mismo el ministro Ferrer. El general Alejandro Agustín Lanusse, el nuevo presidente, se presentaba encabezando un gobierno de transición que convocaría a elecciones generales. A esta altura, la evolución del proceso económico se subordinaba a lo político, a diferencia de lo que ocurría en los primeros anos de la Revolución Argentina.

En este contexto, la inflación continuaba siendo un serio pro- blema. Desde el empresariado se acusaba al gobierno de tolerar incrementos salariales en exceso, favoreciendo la clásica espiral in- flacionaria. Sin embargo, luego de un alza en 1971, los ingresos reales de los asalariados volvieron a depreciarse. Buena parte de las causas de la inflación se originaba, como seíialamos, en la su- ba de los precios de la carne, cuyo origen era interpretado por al- gunos como una suerte de «revancha» de la burguesía pampeana respecto de la caída de sus precios durante el período anterior. Al mismo tiempo, se registraba un significativo aumento en los ín- dices de desempleo de alrededor de 2,3 puntos, entre octubre de 1969 y julio de 1971 (del 4 al 6,3%).

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Hacia fines del aiío 1971, el gobierno de Lanusse encaró un nuevo programa de corto plazo con los objetivos de evitar la re- cesión y el aumento del desempleo, contener el ritmo inflaciona- rio y modificar las expectativas de los agentes económicos.

Este programa constaba de cuatro aspectos centrales. En materia de política monetaria se aplicaron medidas contractivas, fijando un tope para el incremento de medios de pago de un 25% con respec- to al existente a fines de 1971, sin modificar los niveles de efectivos mínimos. Asimismo, se establecieron topes sobre las tasas de interés.

En el terreno de la política fiscal, se intentaba recuperar los ni- veles de presión tributaria hasta superar los del afIo anterior, y tam- bién incrementar la recaudación en las áreas de seguridad social, mientras que, con respecto al gasto público, se permitía el aumen- to de los gastos corrientes hasta un 20% sobre los niveles de 1971, en tanto las inversiones crecerían hasta un máximo del 25%.

En cuanto a la política para el sector externo, el objetivo era reducir la brecha existente entre el tipo de cambio en el mercado comercial y el correspondiente al mercado financiero, procuran- do, también, impedir la sobrevaluación de la moneda. Asimismo, con relación a las empresas extranjeras, se buscaba liberalizar gra- dualmente las remesas de utilidades y dividendos.

Por último, en lo relativo a la realización de acuerdos de pre- cios con sectores empresarios y la política de ingresos, el plan te- nía como objetivo evitar cambios bruscos en la distribución del ingreso a través de la imposición de topes a las negociaciones sa- lariales. Así, se fijó en un 20% el primer incremento anual de pre- cios, mientras que los salarios crecerían un 15% desde julio de 1972, adicionándose reajustes a las asignaciones familiares. De este modo se procuraba sostener el nivel del salario real, revir- tiendo la tendencia descendente que se hallaba en curso.

La intención de las autoridades económicas era controlar la si- tuación sin generar cambios estructurales de magnitud. En este sentido, el plan implementado en 1967 podía ser interpretado como una estrategia ofensiva vinculada primordialmente a los in- tereses del ((gran capital)), mientras que el de 1972 parecía más acorde con una estrategia de tipo «defensiva», en que reconocía el estrecho margen de maniobra existente y trataba de defender lo obtenido con anterioridad.

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Por un lado, durante 1972, los aumentos de salarios prome- diaron el 35%, mientras que los precios subieron un 60°/o, y ha- cia fines de ese año el gobierno acusaba compromisos impagos por 100 millones de pesos y 50 millones en salarios atrasados. Por otro, la deuda externa ya superaba los 5.300 millones de dólares. No obstante, la transición politica ocupaba el centro de la esce- na, y el rumbo económico se mantendría inalterado hasta la asun- ción del nuevo gobierno.

A su vez, las expectativas negativas generadas por la espiral in- flacionaria y el déficit externo conducían a maximizar ganancias de corto plazo y esterilizar cualquier recuperación del salario real. Es- to repercutió en una modificación de los patrones de consumo, en los que se observó un aumento del consumo de bienes de tipo du- rable (más vinculado a estratos de altos ingresos), mientras se con- traía el de bienes de consumo no durables (asociado más a los sec- tores asalariados). Sin embargo, hacia principios de 1973, aunque se agudizaba el desequilibrio de las cuentas del sector público y la tasa mensual de inflación llegaba al 6%, el panorama internacional se presentaba más favorable, porque los términos de intercambio eran positivos para la Argentina como consecuencia del incremen- to de los precios de los productos primarios, especialmente de ce- reales y carnes. Es decir que en el afio de la crisis del petróleo y del aumento de sus precios, también subían los precios de las exporta- ciones argentinas, lo que constituiría un alivio, al menos en el cor- to plazo, para el nuevo gobierno constitucional.

Pero desde el punto de vista político la situación presentaba un gran grado de deterioro, que llevó al gobierno de Lanusse a convocar a elecciones presidenciales en marzo de 1973, que el Pe- ronismo ganó en forma abrumadora llevando a la presidencia a Héctor Cámpora, porque todavía Perón estaba inhibido de pre- sentarse como candidato.

5. La vuelta del peronismo: el Pacto Social

A pesar de los múltiples y conflictivos sucesos polít-icos del año '73, y en particular entre la asunción de Cámpora como presi- dente en mayo de ese afio, su salida forzada dos meses después y

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la llegada al poder del mismo Perón en octubre, el rumbo eco- nómico y su conducción permanecieron estables. La cartera de Economía quedó a cargo de José Ber Gelbard, bajo cuyo mando se intentaba restablecer la alianza social que diera origen al pero- nismo, es decir, la conjunción entre la pequefia y mediana em- presa de capital nacional y ~mercadointernistan y el movimiento obrero, nucleado en la CGT. El Estado debía volver a jugar un rol decisivo a través del financiamiento de la producción nacio- nal y de estímulos que fortalecieran a los sectores locales sobre el capital extranjero.

La política económica de Gelbard no consistía sólo en la apli- cación de una serie de instrumentos y medidas económicas, sino que estaba cimentada en el ya mencionado Pacto Social, que per- mitiría establecer las condiciones necesarias para el crecimiento económico, la redistribución del ingreso a favor de los asalaria- dos, el fortalecimiento del mercado interno, las restricciones a la operatoria del capital extranjero y la industrialización.

La situación económica y social de la Argentina, así como el con- texto internacional que enmarcó el retorno del peronismo, diferían, no obstante, de los que caracterizaron los diez aiíos que conforma- ron la anterior experiencia del movimiento. En este sentido, cabe destacar que el capital extranjero había asumido una gran impor- tancia en diversas ramas industriales, en especial en las más dinámi- cas, y, lejos de hallarse en una etapa de reflujo (como ocurrió en los inicios del primer gobierno de Perón), se había expandido notoria- mente, como vimos, a lo largo de los quince aiíos que precedieron a 1973, insertándose en ramas hasta entonces inexistentes en el país, pero también avanzando sobre sectores que antes había controlado el capital nacional y desplazando a muchas empresas locales.

Por otro lado, buena parte de los especialistas de la época abo- naba la idea de que el sector agropecuario arrastraba un prolon- gado estancamiento, aunque su origen encendía controversias, ya que algunos lo atribuían al excesivo intervencionismo estatal, mientras otros lo consideraban un resultado de la baja producti- vidad y la escasa renovación tecnológica de las grandes unidades productivas, que concentraban la mayor parte de las tierras pro- ductivas, explicación que tendla a predominar en las líneas del FFEJULI. Si el sector agrario se encontraba en una etapa de es-

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tancamiento, no se podía, como en los anos cuarenta, realizar transferencias del excedente agrícola y ganadero hacia la indus- tria y el empleo urbano. Por eso, se estimó necesario avanzar en un conjunto de medidas que incrernentaran la producción y la productividad de la tierra, tales como el impuesto sobre la pro- ductividad «normal» estimada de la tierra o el proyecto nunca aprobado en el Parlamento de una ley agraria que autorizara la expropiación de las tierras improductivas.

Sin embargo, cualquier programa que se propusiera alterar la es- tructura de tenencia de la tierra o incrementar de manera sustan- cial los gravárnenes al sector agropecuario, se enfrentaría rápida- mente con un grupo social que generaba una parte fundamental de las divisas necesarias para el desenvolvimiento económico y el equi- librio de la balanza de pagos, y que aún conservaba una importan- te cuota de poder, dificultando, por ende, su implementación.

Dentro del contexto macroeconórnico que debía encarar el nuevo gobierno, también es importante destacar el retroceso que habían experimentado los trabajadores en su participación en la renta nacional desde la caída de Perón en 1955. Así, de un por- centaje que en algún momento había superado el 50% del ingre- so nacional, se encontraba en 1972 por debajo del 43%.

De este modo, el nuevo gobierno debió afrontar un marco es- tructural claramente distinto del que existía dieciocho anos an- tes. Para retomar los lineamientos económicos de esa época ne- cesitaba formular un acuerdo político que permitiera generar una redistribución del ingreso a favor de los asalariados, la industria y las pequeiías y medianas empresas, todo ello en un marco po- lítico conflictivo, caracterizado por una exacerbada violencia y una feroz interna en el seno del mismo partido que había Ilega- do al poder.

El sustento de la política económica de Gelbard partió, enton- ces de la formulación de un acuerdo político que tuvo como ac- tores principales a la CGE (entidad desde la que partieron los li- neamientos programáticos básicos) y la CGT. Entre los objetivos centrales, se aspiraba alcanzar un aumento de la participación de los asalariados en el ingreso nacional, del 40 al 50% en un lapso de cuatro aííos. Para ello, se implementaría una política salarial tendiente a incrementar los ingresos reales de los trabajadores.

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También se buscaba estabilizar el nivel de precios hasta redu- cir sustancialmente los elevados índices inflacionarios heredados. En este sentido, la política antiinflacionaria no podía estar des- vinculada de la salarial, en tanto se aducía que buena parte de la inflación era explicada por la satisfacción de demandas sindica- les, su traslado a los precios y la conformación de la conocida es- piral inflacionaria. Por ende, de la correcta articulación de la po- lítica de estabilización con la salarial dependía buena parte del éxito del plan de gobierno.

De allí surgía la importancia del Pacto Social, firmado el 8 de junio de 1973, para concretar los objetivos económicos. En esa fecha se rubricó un acuerdo formal entre el gobierno, los sindi- catos y la industria, mediante el cual se establecía un compromi- so que incluía el congelamiento de precios y un alza !general de los sueldos en doscientos pesos mensuales, tras la cual se suspen- dían las negociaciones colectivas salariales por un lapso de dos años. Las partes asumían así el objetivo de revertir la caída pre- via en los niveles de ingresos de los trabajadores a través de un incremento salarial, para luego comprometerse en la estabiliza- ción de la economía fortificando la producción y el consumo internos.

Conocidos los efectos perniciosos de las devaluaciones sobre la actividad económica y los ingresos reales de los trabajadores, el go- bierno peronista no recurrió a tal instrumento, sino que impuso controles sobre el tipo de cambio de las divisas. Simultáneamen- te, trató de incentivar las exportaciones para evitar que el creci- miento esperado se malograra por un cuello de botella en la ba- lanza comercial. Con la intención de centralizar el comercio para lograr cierto poder en los mercados internacionales, se les otorga- ron mayores poderes a las Juntas Nacionales de Granos y de Car- nes, que pasaron a monopolizar la exportación de esos productos.

Además, se firmaron, como señalamos, acuerdos comerciales con países socialistas para tratar de ampliar un mercado potencialmen- te importante, profundizando una iniciativa que ya había comen- zado a ser explorada por el gobierno de Lanusse. Los vínculos de Gelbard con el Partido Comunista facilitaban las negociaciones, aunque el futuro mostraría que esto no era una condición necesa- ria. En la segunda mitad de la década, la dictadura lograría estre-

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charlas relaciones comerciales con la Unión Soviética a pesar de la feroz represión ejercida contra las fuerzas de izquierda locales.

Con respecto al sector agropecuario, el gobierno hizo hinca- pié en la necesidad de incrementar la productividad y las expor- taciones, para lo cual instrumentó un acuerdo firmado en agos- to de 1973 por todas las entidades (con excepción de los ganaderos nucleados en la CARBAP) en el que se comprometió a aumentar los precios mínimos de los productos agropecuarios, otorgar in- centivos fiscales y formular una política crediticia favorable al sec- tor. Simultáneamente, las entidades agrarias se comprometían a duplicar la producción en un lapso de poco más de seis anos.

La originalidad de los acuerdos político-económicos radicaba en la amplitud de los sectores involucrados y en que la mayoría de ellos no formaba parte de los círculos económicos más pode- rosos del país. El éxito de la gestión dependería en gran medida de la capacidad de los dirigentes sindicales para contener mayo- res demandas salariales de los trabajadores, de la confianza de los industriales en el equipo económico gobernante y del apoyo de los sectores rurales.

Como medidas complementarias, aunque no por ello de me- nor importancia, el gobierno elaboró poco menos de una veinte- na de proyectos de ley, entre los que se destacaban la regulación de las inversiones extranjeras, la reforma fiscal y la nacionaliza- ción de los depósitos bancarios.

La marcha del plan económico del nuevo gobierno peronista pasó por dos etapas en las que sus alcances y sus resultados que- daron claramente diferenciados. La primera de ellas tuvo como punto de partida la firma del Pacto Social y se extendió hasta ju- lio de 1974, casi de manera simultánea con la muerte de Perón. La segunda, que sufrió permanentes marchas y contramarchas, concluyó en marzo de 1976, con la llegada de una nueva dicta- dura milisar. Durante la primera fase predominó la estabilidad de precios, al tiempo que mejoraron notoriamente las cuentas ex- ternas y se produjo un significativo crecimiento económico. Por el contrario, en la segunda, hicieron eclosión todas las contradic- ciones del Pacto Social, y se caracterizó por la inestabilidad y una acelerada inflación.

El inicio de la gestión de Gelbard estuvo marcado, como diji-

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mos, por buenos augurios en el sector externo, que presentó as- pectos muy favorables. Durante 1973 las exportaciones agrope- cuarias crecieron un 86%, debido a un alza en los precios de la carne y de los cereales en el mercado mundial y una cosecha ré- cord de granos. Así, las reservas prácticamente se triplicaron, pa- sando de 529 millones de dólares a más de 1.400 millones a lo largo de 1974.

Los primeros éxitos del plan económico quedaron evidencia- dos también en la contención del proceso inflacionario: el nivel de precios aumentó sólo un 17% durante el primer arío del Pac- to Social, cuando en 1972 lo había hecho en un 61%. Y este éxi- to de la política antiinflacionaria tuvo la virtud de haberse con- jugado con un incremento de los salarios reales del 13,3% durante el segundo semestre de 1973, que se debió a la instrumentación de aumentos de sueldos y asignaciones familiares en junio del mis- mo ano.

La estabilidad de precios se articulaba también con un incre- mento de la tasa de crecimiento del producto, cuya rápida res- puesta a la coyuntura era posible debido a que en el pasado in- mediato la capacidad instalada en las empresas se encontraba subutilizada. Por lo tanto, el shock de demanda ejerció un efecto dinamizador de la producción en el corto plazo.

La demanda no sólo se había elevado por la redistribución del ingreso y las exportaciones: el Estado también contribuyó a for- talecer esa tendencia por medio de una expansión de sus gastos.

En cuanto al gasto público, éste aumentó de manera acelera- da, sobre todo en lo que respecta a los gastos corrientes. Es que las subas de salarios también alcanzaban a los trabajadores del Es- tado, y éste, a su vez, incrementaba su dotación de personal para contribuir a la reducción del desempleo. Por otra parte, la pre- servación del acuerdo social suponía el apoyo a sectores empre- sarios con un creciente desembolso de subsidios.

Si bien se reforzó la presión tributaria y se instrumentaron nue- vos impuestos como el IVA, el financiamiento de los nuevos gas- tos resultaba insuficiente, lo que produjo un ascendente déficit fiscal cubierto por emisión monetaria. Algunos funcionarios sos- tenían que la emisión no generaría tensiones inflacionarias, ya que la masa monetaria había crecido en los veinte aílos anteriores a

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un ritmo muy inferior al de la producción. Por lo tanto, su efec- to sería más bien una mayor actividad crediticia a tasas más ba- jas, que impulsaría el proceso productivo. Además, se considera- ba que, al disminuir la inflación como estaba ocurriendo, la gente no trataría de desprenderse tan rápido del dinero, incrementán- dose la demanda de efectivo. La explicación era atendible, pero el sostenimiento de una política monetaria tan laxa tenía como condición necesaria una simultánea expansión de la producción. Y era en ese punto en el que el programa mostraba las mayores sombras.

Sin embargo, si en el corto plazo una política expansiva podía lograr incrementos productivos a través de una utilización más intensa de los recursos, en el largo plazo el crecimiento se rela- cionaba más estrechamente con la inversión. Pero la política eco- nómica se centraba en la reactivación coyuntural y carecía de un proyecto definido que anudara el corto con el largo plazo y sen- tara las bases de un modelo sustentable de crecimiento. Este va- cío se reflejaba en tasas de inversión mucho más modestas que otros indicadores cuantitativos, como el aumento inicial del pro- ducto o la reducción de la inflación.

De hecho, los incrementos de la tasa de inversión en la pos- guerra se iniciaban, por lo general, con una suba de la inversión pública, que inducía luego al sector privado a actuar en la misma dirección. La política económica aplicada a partir de 1973 alen- tó ese crecimiento junto al del gasto público corriente. De todos modos el incremento de la inversión conjunta, pública y priva- da, en este último período no fue notable.

La falta de definiciones de largo plazo y de instrumentos de in- centivos, la fragilidad de las condiciones del acuerdo social y la no utilización del poder indúctor de la inversión pública proyectaron una tendencia declinante de la inversión privada y un virtual es- tancamiento de la inversión total. Con ese comportamiento, los lo- gros inmediatos no se conjugaban con una perspectiva floreciente de cara al futuro y podían revenirse en cualquier momento, reve- lando la extrema fragilidad económica.

En este sentido, un primer llamado de atención provino del exterior con el alza internacional de los precios del petróleo, ori- ginada en la crisis global desatada el mismo aiío de la asunción

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del nuevo gobierno. Ello implicó que las importaciones petrole- ras pasaran de representar el 3,1% del total antes de la crisis a ter-

ca del 15%, sólo por el efecto generado por el incremento de los precios y la insuficiente producción local del producto. Esto im- plicaba a la vez un mayor desembolso de divisas y un aumento de los costos internos, que los empresarios no podían descargar so- bre los precios, que se encontraban congelados.

Pero uno de los principales aspectos que jaqueaba al Pacto So- cial era el alto grado de conflictividad obrera existente que des- bordaba, en buena medida, el liderazgo de las conducciones sin- dicales. Por una parte, algunos sindicatos no peronistas presionaban por nuevos acuerdos salariales, y esta situación también se exten- dió a sindicatos peronistas; por otra, poco tiempo antes de morir, Perón otorgó un complemento significativo a los aguinaldos. A pesar de ello, el gobierno ratificó la vigencia del Pacto y su inten- ción de no reconocer nuevos acuerdos salariales hasta junio de 1975, fecha dispuesta en el compromiso inicial.

Los cimientos del acuerdo comenzaron, sin embargo, a soca- varse, mientras crecía el desabastecimiento de productos esencia- les. En realidad, no era que éstos no se encontrasen disponibles en el mercado, sino que el progresivo incremento de los costos alen- taba a comerciarlos en un mercado negro que se extendía a diario, en el que el control de precios no ejercía influencia. Las bases obre- ras y empresarias no respondían ya a los acuerdos de sus cúpulas, y la solidez del programa económico se deshilachaba. Sólo el fuer- te ascendiente de Perón garantizaba todavía cierto grado de con- trol, pero el viejo líder se encontraba ya próximo a su fin.

Su fallecimiento, en julio de 1974, llevó a la presidencia a Isa- bel Perón, quien pocos meses después de asumir decidió el des- plazamiento de Gelbard y su reemplazo por Alfredo G ó m a Mo- rales. De este modo, llegó a su término la primera etapa de la política económica del retornado peronismo, iniciándose una fa- se que se caracterizaría por una profunda inestabilidad. Para afron- tar este nuevo período aparecían como principales problemas las dificultades en la balanza de pagos, agravadas por el alza de los precios del petróleo y las disputas con el movimiento obrero.

Todavía en octubre de 1974, Isabel pareció retomar los enun- ciados programáticos a favor de la progresiva nacionalización de

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la economía. La Presidenta anunció la xargentinización), de las bocas de expendio de combustibles pertenecientes a la Shell y a la Esso; la anulación de los contratos para la provisión de equi- pos telefónicos a Ente1 por parte de Siemens e ITT y la naciona- lización de cinco bancos adquiridos por el capital extranjero du- rante el anterior gobierno militar. Pero mientras los sindicalistas estaban a favor de esas medidas, el todavía presidente del Banco Central, Gómez Morales, interesado en la reanudación de las in- versiones extranjeras, se oponía a las decisiones del Ejecutivo ya que complicaban las relaciones con los centros financieros del ex- terior.

En verdad, el panorama internacional comenzaba a traer pro- blemas serios para la Argentina, dado que todos los indicadores parecían ser desfavorables. Los precios de las importaciones cre- cían en forma sostenida luego de la crisis del petróleo, mientras que los de las exportaciones descendían, de manera que los tér- minos del intercambio se deterioraron aceleradamente. En este sentido, no se tomaron medidas para restringir el consumo de bienes y materias primas de origen petrolero o de otros produc- tos encarecidos como consecuencia del aumento de los combus- tibles.

Por el contrario, la recesión que experimentaban las economías de los principales socios comerciales de la Argentina, especialmen- te los países más industrializados, hizo que redujeran su demanda de importaciones y comenzaran a poner trabas a las compras ex- ternas. En ese aspecto, se destacó la prohibición de comprar carne que impuso la Comunidad Económica Europea (CEE). Las con- secuencias fueron la aparición de un pronunciado déficit en la ba- lanza comercial y una drástica disminución de las reservas interna- cionales, lo que implicaba un marcado rezago en el tipo de cambio.

La complicada evolución de las cuentas externas se conjugaba con una inflexión en la coyuntura interna. El crecimiento se de- saceleró hasta llegar a una recesión en 1975. La tasa de inflación volvió a elevarse, aun cuando los precios se encontraban repri- midos, motivo por el cual Gómez Morales intentó aliviar las ten- siones por medio de una política monetaria más restrictiva. Sin embargo, sin una reducción del déficit fiscal, las metas moneta- rias sólo eran factibles incrementando el endeudamiento. Parale-

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lamente, la figura de José López Rega cobraba peso en el entor- no de la Presidenta, incidiendo también en las decisiones referi- das al rumbo de la política económica. Bajo su influjo se intentó endurecer posiciones hacia el movimiento obrero, situación que le valió un profundo enfrentamiento con distintos sectores de la CGT.

6. Ajuste e inflación: el «Rodrigazo»

Los conflictos recrudecieron entre mayo y junio de 1975, cuan- do se debía abrir una nueva instancia de negociación salarial. Co- mo medida preparatoria, Isabel Perón autorizó el inicio del diá- logo con los sindicatos a principios del año 1975. Finalmente llegó el mes de mayo y las negociaciones entre el gobierno y los sindicatos se iniciaron en un clima áspero. Muchos sindicatos ob- tuvieron incrementos del 100% y en el equipo económico no hu- bo reacciones. Pero el 2 de junio, Gómez Morales fue desplaza- do del Ministerio de Economía por recomendación de López Rega, ocupando su lugar Celestino Rodrigo.

Tomando en cuenta la distorsión que se había producido en la estructura de precios relativos, el nuevo ministro trató de sin- cerar las variables macroeconómicas de una manera abrupta, co- menzando por una devaluación del 160% para el tipo de cambio comercial y del 100% para el financiero. Simultáneamente, se in- tentó reducir el déficit fiscal con un reajuste tarifario, que alcan- zó al 18 1% en el caso de la nafta. El precio de los transportes ur- banos se incrementó un 75%. También se reajustaron las tasas de interés de los préstamos de los bancos oficiales, mientras se libe- raban las correspondientes a los certificados de depósitos a plazo fijo.

El objetivo del programa, que pasó a la historia como el Ro- drigazo, era tratar de combatir la aceleración inflacionaria, pero no se proponía avanzar sobre una transformación de las estruc- turas productivas. De allí que se atacara la inflación como un fe- nómeno puramente monetario y fiscal, un acontecimiento autó- nomo y sin vínculos con otros aspectos de la economía. Esta concepción hacía recordar los preceptos del monetarismo; tal vez

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por eso algunos colaboradores de Rodrigo, como Ricardo Zinn, provinieran de esa vertiente de pensamiento.

Pero en la medida en que los aspectos productivos y moneta- rios se entrelazaban estrechamente, los resultados del Rodrigazo no podían ser exitosos. La inflación se disparó con violencia, mien- tras los salarios reales se contraían y provocaban un recrudeci- miento de la puja distributiva. Los argentinos comenzaron a des- prenderse de un dinero que perdía valor casi día a día, para refugiarse en monedas extranjeras. La contracción de la deman- da de moneda local aceleraba la inflación y alentaba la especula- ción en el mercado negro de divisas, el cual disminuía las reser- vas del gobierno y agravaba la precaria situación. Como vimos en los capítulos anteriores, una aceleración inflacionaria reduce los ingresos públicos. Si uno de los desequilibrios mayores se encon- traba, precisamente, en el alto déficit fiscal, el estallido hiperin- flacionario debía llevar la situación de las cuentas públicas a un estado calamitoso. De esa forma, la inflación incrementaba el dé- ficit (que llegó a superar el 15% del PIB), éste impulsaba la ofer- ta monetaria y con ella crecía la tasa de inflación.

El círculo vicioso se completó con la ruptura entre el gobier- no y su tradicional base política, cuando el 29 de junio la Presi- denta resolvió anular los convenios laborales que habían sido acor- dados en los meses precedentes, al tiempo que reducía los aumentos salariales del 100% al 50%. En respuesta a estas deci- siones los sindicatos provocaron el alejamiento de López Rega y la renuncia de Rodriga, y tras un breve interregno, con la con- ducción de Pedro Bonanni, se hizo cargo del Ministerio de Eco- nomía Antonio Cafiero.

Se ha afirmado que el Rodrigazo representó un cambio del mo- delo económico, anticipándose de ese modo a la dictadura mili- tar. Esta afirmación parece razonable, porque fue un ajuste sig- nificativo y un verdadero shock económico que quedó grabado en la conciencia de los argentinos. Pero, aunque afectó notablemente a los asalariados, en los meses posteriores al shock la capacidad de negociación de los sindicatos logró atenuar en gran parte sus efec- tos y su impacto terminó siendo relativamente compensado des- de el punto de vista de la carrera precios-salarios. El crecimiento del costo de vida entre junio de 1975 y enero de 1976 fue de un

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257% mientras que los salarios subieron un 290%, si bien estas variaciones, como las de las tarifas públicas (que aumentaron en- tre un 200% y un 250%) y las del del tipo de cambio (que subió un 317%), indicaban transferencias intersectoriales de ingresos que beneficiaron a unos sectores, como el agropecuario, y perju- dicaron a otros, como el industrial. Además, como resultado del shock, a partir de febrero de 1976 se desató finalmente un proce- so hiperinflacionario, que iba a ser uno de los pretextos princi- pales para la aplicación de los planes económicos de la dictadura militar. Sin embargo, en lo económico el Rodrigazo no llegó a constituir el inicio de la aplicación de reformas neoliberales (aun- que sus autores hubieran pretendido hacerlo y hayan dado pie pa- ra la aplicación de políticas futuras en ese sentido) ni en lo polí- tico dio lugar a la destrucción de las organizaciones gremiales y populares, fenómenos que se producirían con la posterior dicta- dura militar, a partir de marzo de 1976. Allí cambiaría radical- mente el modo de acumulación, se desindustrializaría el país, se incrementaría notablemente el endeudamiento externo y preva- lecería por décadas un modelo rentístico-financiero.

Cafiero, no bien asumió, intentó frenar el proceso inflaciona- rio, que volvía a dispararse, aplicando un mecanismo de indexa- ción de precios y salarios sin mucha efectividad. Mientras tanto, implementó un sistema de minidevaluaciones que pretendia evi- tar el retraso cambiario. El ministro trató de mejorar también la posición del balance de pagos gestionando créditos externos. Fi- nalmente, ya renunciado Cafiero, el gobierno de Isabel Perón in- tentó sobrevivir a las presiones militares, los conflictos sociales y la violencia terrorista, con la aplicación de un plan de estabiliza- ción a medida de los diseiíados por el FMI, a partir del cual se obtendría un préstamo Stand by que permitiría aliviar la dura si- tuación económica.

Este programa contemplaba una nueva devaluación, el fin del control de precios y límites para los incrementos salariales; pero la situación política de la Presidenta le era profundamente adversa y, de hecho, un plan mucho más riguroso terminó siendo aplica- do por la dictadura militar que tomaría el poder en marzo de 1976. La visión esperanzada de algunos economistas, que plan- teaban en la época que la analogía con la crisis de 1952 no era tan

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fuerte como para deducir «un remate político-económico idénti- con, señalando que las fuerzas sociales y políticas parecen «alinear- se de manera menos favorable para el neoliberalismo~, no se con- cretó.

Como corolario quedaba la fmstración de un proyecto que in- tentó reeditar en sus inicios un programa económico que sinteti- zaia los intereses de los sectores sociales vinculados al desarrollo na- cional, a: mercado interno y a políticas que tendieran a una redistribución progresiva del ingreso, en una época en que ni la co- yuntura internacional ni el escenario de las fuerzas políticas y eco- nómicas internas se prestaban para ello, y que terminó desbarran- cándose por el efecto conjunto de una espiral contradictoria de Euerzas e intereses que no pudo ni scpo controlar.

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Anexo estadístico

CUADRO 1 PRINCIPALES INDICADORES ECONÓMICOS, 1966-1 975

ANO PIE CREC~M~EN~O ~NFLACI~N TERMINOS EXPORTA- IMPORTA- SALDO (%) PIE (%) DE CIONES CIONES (EN MIU.US$)

INDUSTRIAL (%) INTERCAMBIO (EN MILL. US$) (EN MIL. &S$) --

NENTE: BCRA y Ministerio de Economía.

CUADRO 2 LA EVOLUCION DE LA DEUDA EXTERNA, 1966-1975

Ano PRESIDENTE MOMO DEUDA EXTERNA OBSERVACIONES (en millones de dólares)

1966 ILLW ONGAN~A 1.959 2.663 1967 ONGAN~A 1.999 2.644 1968 ONGAN~A 1.754 2.805 1969 ONGAN~A 1.996 3.230 1970 ONGANIN LEVINGSTON 2.1 43 2.875

Durante el gobierno militar de Ongania, el crecimiento de la deuda fue Ilamativamen- te intenso, especialmente mientras Adalbert Krieger Vasena se desempeño como minis- tro de Economía. Entre otras medidas. im-

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puso una política de tipo de cambio fijo, re- dujo aranceles y avanzó en la liberalización de los flujos de capitales, en lo que seria el anticipo de las políticas neoliberales poste- riores. Una burbuja especulativa provocó un importante aumento de la deuda externa en pocos meses. Cada habitante debía en 1970 US$119.

1971 LEVINGSTONI LANUSSE 2.527 5.092 1972 LANUSSE 3.046 4.986

Aun así, el crecimiento de la deuda no re- sultóde gran magriitud a lo largo de este pe- riodo, a pesar de la necesidad de recursos externos por parte del país. La demanda in- satisfecha de divisas se expresaba periódi- camente en crisis de balance de pagos. El contexto financiero internacional mostraba una escasa liquidez, por lo que parece ha- ber sido la oferta la que determinó la diná- mica de la deuda en este periodo. La deuda per cápita era de US$202.

1973 CÁMPORN PERÓN 3.316 4.890 1974 MART~NEZ DE P E R ~ N 3.878 5.000 1975 MART~NU DE PERÓN 4.941 7.800

Crece en este período un 62%. Afines de 1975 cada habitante de la Argen- tina debia al exterior US$320.

FUENTES: Galasso, Norberto (2003); Rapoport, Mario (2006).

CUADRO 3 EXPORTACIONES INDUSTRIALES (en miiiones de dólares)

h 0 P~oouc~os PIELES, CUEROS, METALES COMUNES MAOUINAS, INSTRUMENTOS OUíMICOS, TEXiILES Y Y MANUFACTURAS Y PLASTICOS MANUFACTURAS MAT. DE TRANSPORTE Y CAUCHO

1966 43 223 12 21 1967 46 1968 55 1969 69 1970 65 1971 66 1972 84 1973 105 1974 154 1975 --

123 FUEN-TE: BAC (1982).

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CAP~TULO 6 La política económica rentístico-financiera de la dictadura militar (1976-1983)

I. La crisis mundial de los &os setenta y el endeudamiento externo de América latina

A finales de los aBos sesenta y principios de los setenta de la pasada centuria, la estrategia económica seguida por los países centrales en la segunda posguerra empezó a denotar su agota- miento; la llamada edad de oro del capitalismo llegaba a su fin. A partir de entonces, la economía internacional inició una brus- ca caída de su trayectoria ascendente, adentrándose en una seve- ra crisis.

Ante el empeoramiento de las cuentas externas de los Estados Unidos, el presidente Nixon suspendió, en agosto de 1971, la con- vertibilidad del dólar, anunciando que su país dejaría de vender oro a otras economías. Mediante esta decisión unilateral, Estados Unidos no sólo abandonaba la obligación que se había autoim- puesto en Bretton Woods, sin también abandonaba uno de los so- portes fundamentales del sistema monetario internacional de la posguerra: el patrón cambio oro, que fue reemplazado por el pa- trón dólar. Después de más de medio siglo, se confirmaba lo que John Maynard Keynes había advertido en 1923 cuando llamó al oro una «reliquia bárbara)).

Complicando el panorama, al calor de la Guerra del Yom Kip- pur, en octubre de 1973, los representantes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Arabia Saudita, Abu Da- bi, Irán, Irak, Katar y Kuwait acordaron incrementar el precio del crudo en un 70%, disminuir su producción en un 25% y embar- gar el suministro del hidrocarburo a las economías occidentales. Posteriormente, el 23 de diciembre, decidieron un nuevo aumen- to del precio del crudo de un 13%. Con ello, en apenas dos meses, el valor del preciado elemento se había cuadruplicado. No debe