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  • CartasMapuChe

    siglo XiX

    JORGE PAVEZ Compilador

    Ocho LibrosCoLibris

    A pesar de estar tan enfermo de los ojos, y de los granos, y llagas que me han salido en las sentaderas, como le hise saber Usted: en la nota atrasada del corriente contesto Usted: sus apreciables consejos e ynstrucciones; que me da, a pesar de estar yncapas, de la vista, y de estar centado: escrivo (Pablo Millalikang al Comandante de Baha Blanca, 16/10/1834)

    Todo asunto que tenga relacin con terrenos, nadie puede por si solo resolver sin que se haga junta jeneral de los caciques que comprendan los cuatro Huitral-mapus, y lo que resuelva la mayoria, esa es la lei. Aunque invisto la autoridad suprema es puramente para la guerra en que se encuentra la Nacin. (Mangil Wenu a Justo Jos de Urquiza, 30/04/1860)

    Soy el que trabajo mas que ningun cacique, caciques hay muchos pero todos son bajo las ordenes de nosotros porque conforme Usia es intendente asi tambin somos nosotros. (Pewkon Meli a Cornelio Saavedra, 27/10/1862)

    Yo soy el escribano de este desierto que ase ms de dies aos que estoy en esta parte de la Arjentina, yo soy chileno, mi Padre es Caciqe y yo soy indio i lo mismo mi Padre i mi Madre es indio (Bernardo Namunkura al obispo de Buenos Aires, 10/06/1873)

    Seor General qui me tiene Ud. padesiendo, enfermo y con mis hijos siegos Luisa y Manuel que quedaron siegos de las viruelas en Juni la unica que esta buena es Ignasia que se la edado a nuestra Madrina asta que se mudase de este presidio Como me prometio Yo mi General amigo estoy mas para morir, pueden pedir un informe al medico yo me siento morir... (Jos Pinse desde la isla-presidio Martn Garca, 06/05/1882)

    Las autoridades en representacion del Estado i a nombre de la Ley, cooperan al despojo que nos hacen los especuladores de tierra y animales en la frontera... A nosotros se nos martiriza i trata de esterminar, de todos modos. Las policias rurales nos vejan i quitan nuestros caballos i se nos hace responsable de cualquier robo que en la frontera se ejecute; se nos arrastra a la carcel i alli se nos maltrata cruelmente i tenemos que sufrir el hambre i morir, de pena y est[enuacion]. (Esteban Romero al Presidente de la Repblica de Chile, 10/10/1896)

    Cdigo de barras

    Coleccin de Documentospara la Historia Mapuche

    Andr Menard y Jorge Pavez (eds.), Mapuche y Anglicanos. Vestigios fotogrficos de la misin araucana de Kepe (1896-1908), OchoLibros.

    Jorge Pavez O. (comp.), Cartas mapuche. Siglo XIX, OchoLibros & CoLibris.

    En preparacin:

    Manuel Aburto Panguilef, Manuscritos (1935-1952), 3 volmenes, edicin de A. Menard.

    Manuel Makelef Gonzlez, Obra completa (Comentarios, folklore, ntram, discursos)

    Rolf Foerster, Marcelo Gonzlez y Andr Menard (eds.), Documentos para la historia de los ayllarewe de Tucapel y Arauco

    Claudio Cratchley (comp.) Memorias de Protectores de Indgenas (1880-1930)

    Margarita Calfo y Jos Ancn (eds.) Mujeres mapuche: voces y acciones durante la dictadura (1978-1989)

    Jorge Pavez Ojeda

    Socilogo (Academia de Humanismo Cristiano), Magster en Historia (Universidad de Chile) y Doctor en Ciencias Sociales (Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, Francia). Ha desarrollado investigaciones histricas y etnogrficas en Africa del Oeste (Mal, Burkina Faso), Cuba, Argentina, Bolivia y Chile. Ha ejercido la docencia en las Universidades de Valparaso, Arcis, Academia de Humanismo Cristiano, y Catlica del Norte, y ha publicado sobre temas de historia mapuche (Revista de Historia Indgena, Cuadernos de Historia, Poltica), de historia afrocubana (Anales de Desclasificacin) y un libro sobre historia de La Habana. Es miembro fundador del Laboratorio de Desclasificacin Comparada y fue director de la primera serie de los Anales de Desclasificacin (La derrota del rea cultural, 2005/2006). Fue editor con Andr Menard del primer volmen de esta Coleccin de Documentos para la Historia Mapuche (Mapuche y Anglicanos, OchoLibros, 2007). Actualmente se desempea como docente e investigador en el Instituto de Investigaciones Arqueolgicas y Museo Le Paige (IIAM) de la Universidad Catlica del Norte en San Pedro de Atacama.

    Fondo de PublicacionesAmericanistas

    Universidad de ChileLaboratorio de

    Desclasificacin Comparada

  • Cartas mapucheSiglo XIX

  • Cartas mapucheSiglo XIX

    JORGE PAVEZ OJEDACompilacin, presentacin y notas

    CoLibris / Ocho LibrosFondo de Publicaciones Americanistas

    Universidad de Chile

    COLECCIN DE DOCUMENTOS PARA LA HISTORIA MAPUCHE

  • PAVEZ OJEDA, JORGE (comp.) 2008. Cartas mapuche: Siglo XIX. - Santiago de Chile: CoLibris & OchoLibros, 2008. - Coleccin de Documentos para la Historia Mapuche, vol. II, 852+xvi p.

    CoLibris ediciones, Santiago de Chile, 2008 Ocho Libros editores, Santiago de Chile, 2008 Jorge Pavez Ojeda, 2008Registro de Propiedad intelectual N 175.337ISBN: 978-956-8018-60-3

    Edicin: Claudio Cratchley

    Ocho Libros EditoresAv. Providencia 2608, of 63Providencia, Santiago de ChileFono/fax: (56-2) 3351767-8www.ocholibros.cl

    CoLibris edicionesJ.M. Infante 1155Providencia, Santiago de Chilewww.co-libris.eu

    El manuscrito de la portada corresponde la ltima foja de la carta de Llangkitruf a Benito Villar, del6 de junio de 1856 (AGN, X, 19-4-5), infra p. 275.

    Todos los derechos reservados. No se permite reproducir, almacenar en sistemas de recuperacin dela informacin ni transmitir parte alguna de esta publicacin, cualquiera que sea el medio empleadoelectrnico, mecnico, fotocopia, grabacin, etc. sin el permiso previo de los titulares de los dere-chos de propiedad intelectual.

    Fondo dePublicacionesAmericanistas

    Universidad de Chile

  • Sumario

    Las Cartas del Wallmapu . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

    Bibliografa citada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101

    Cartas

    Aos 1803-1827 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117

    Aos 1830-1834 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185

    Aos 1849-1860 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 255

    Aos 1861-1873 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 335

    Aos 1874-1880 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 561

    Aos 1881-1898 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 763

    ndice de autores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 821

    ndice detallado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 827

    ndice de ilustraciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 851

  • Le dedico este libro al Centro de Estudios y DocumentacinMapuche Liwen, en reconocimiento de su proyecto histrico.

  • Agradecimientos

    Esta compilacin no sera lo que es sin el apoyo desinteresado de unimportante grupo de investigadores que, entusiasmados con la idea de unlibro como ste, me hicieron llegar las cartas mapuche del siglo XIX queencontraban a lo largo de sus exploraciones por archivos y bibliotecas.Todos ellos estn vinculados al Laboratorio de Desclasificacin Comparada,de cuya epistemologa poltica espero este trabajo sea un pequeo perodigno ejemplo.

    Debo entonces mencionar y agradecer a Claudio Cratchley, editor deCoLibris, quizs el ms entusiasta de los partisanos de este libro, y el msmasivo colaborador en el rescate de cartas impresas en viejas y nuevaspublicaciones. Tambin a Rolf Foerster, quien no slo me hizo llegarimportantes documentos manuscritos sino tambin apoy decididamentelas gestiones para financiar esta publicacin. Andr Menard, Diego Milos,Pa Poblete y Fernanda Villarroel tambin me hicieron llegar los docu-mentos que fueron encontrando en su camino, compromiso intelectualque tambin agradezco. Por otra parte, la trascripcin de algunos legajosespeciales estuvo a cargo de Rodrigo Naranjo (el teniente Millalikang) ynuevamente Fernanda (Bulnes Llangkitruf), Pa (lmen williche) y Diego(fray Inalikang).

    Aprovecho tambin de agradecer a Celeste Carilao y Vctor Naguil porla revisin de la grafa mapudungun de los nombres propios mapuche eneste libro. A Germn Vidal por la portada que no fue y a CarlosAltamirano por la portada que si fue.

    Desde el ao 2007, en mi base del Instituto de InvestigacionesArqueolgicas y Museo de San Pedro de Atacama, encontr el tiempopara cerrar este volumen. Agradezco entonces a esta institucin de laUniversidad Catlica del Norte (Chile), as como al Fondo dePublicaciones Americanistas de la Universidad de Chile, al Laboratorio deDesclasificacin Comparada y a Ocho Libros Editores, que cofinanciaronesta publicacin.

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  • Sin embargo, la investigacin que sustenta este libro no hubiera sidoposible sin el auspicio desinteresado de mi padre Jorge Pavez Bravo enChile y mi amiga Mariela Pou en Argentina.

    Y tambin hay que destacar el compromiso de Ocho Libros Editorescon la Coleccin de Documentos para la Historia Mapuche en su segun-da entrega.

    Vaya aqu el reconocimiento de mi deuda con todos ellos.

  • Las Cartas del WallmapuPresentacin

    Jorge Pavez

    INTRODUCCIN

    Las cartas mapuche que publicamos aqu son de procedencias muydiversas. Algunas han sido recopiladas en los archivos nacionales chilenoy argentino, otras provienen de publicaciones, ms o menos antiguassegn los casos, realizadas en libros, revistas o peridicos de la poca, yotras de archivos regionales del sur de Chile y de las provincias argenti-nas. La compilacin abarca prcticamente todo el siglo XIX (de 1803 a1898), cubriendo as gran parte de la etapa histrica vivida por el pueblomapuche desde antes de las guerras de independencia de Chile y Argentina,hasta las acciones de conquista y ocupacin republicanas del territoriomapuche a fines del siglo (1880-1885), y el consecuente arreducciona-miento de los sobrevivientes. La compilacin tambin abarca una granvariedad de autores mapuche toki, longko, lmen, patiru y otros kimchilka-tulu (los que hablan con el papel, como secretarios, oficiales, jueces,intrpretes, educados en escuelas criollas, toldos y malal) tanto del Puelmapu(pampas y Patagonia) como del Ngulumapu (Araucana). Se trata aqu de139 autores para un total de 383 cartas remitidas por las agencias polti-cas de la escritura mapuche. Para la presentacin de la autora de las car-tas, hemos considerado que esta corresponde a la autoridad poltica querubrica el documento, ya sea de su mano o de mano del amanuense. Sinembargo, muchas veces el amanuense secretario se constituye l mismoen autoridad poltica, productor tambin de correspondencia, lo queexplica que hayamos incorporado algunos de estos secretarios comocoautores de las cartas. Los remitentes le escriben a una gran variedad de

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  • destinatarios: sus pares caciques de otras regiones vecinas o lejanas, ecle-sisticos de diversos rangos, autoridades militares y civiles, exploradoresy escritores profesionales.

    Hemos apostado as por hacer pblico el amplio espectro de la escritu-ra epistolar mapuche y sus usos polticos, econmicos y familiares, sugi-riendo que este corpus de cartas, reunido a lo largo de ms de seis aos deinvestigacin, es solo la punta de iceberg de la correspondencia que circulen ese siglo. Archipilago de escritos o radiografa fragmentaria, este librobusca simplemente abrir la pregunta y el debate sobre el lugar y el devenirde la escritura alfabtica en la sociedad mapuche del siglo XIX, siglo clavepara la comprensin de todo lo que vendr despus, en la era de la reduc-cin indgena. Ante esta fragmentariedad de los documentos aqu incluidos,hemos optado por presentarlos en forma estrictamente cronolgica, sabien-do que cada uno de los longko y secretarios (kimchilkatufe o wirintufe) llega producir una cantidad de documentos que an quedan por descubrir.Queda en efecto mucho por saber en este sentido: las historias de los secre-tarios y lenguaraces que participan junto a los caciques en la produccin dela escritura mapuche son casi completamente desconocidas; tampoco hansido debidamente estudiadas las formas de transmisin y circulacin delalfabeto en los territorios mapuche (el influjo de las escuelas y misiones, lacirculacin de libros 1 y escribanos); y tampoco se ha profundizado en larelacin entre escritura y oralidad en la poltica mapuche, desde una pers-pectiva que deje atrs la metafsica de la oralidad (o fonocentrismo). 2

    Las cartas han sido agrupadas tambin segn ciertos cortes o seg-mentos dentro de la cronologa decimonnica. Se trata de seis secciones

    1. Algunos libros que sabemos se lean en los mapu: la Historia de los Incas (mencionado por Santiago

    Avendao, y que podra ser una edicin de los Comentarios Reales del Inca Garcilaso), la Historia de Chilede Eyzaguirre (citado por Mangil Wenu), Vida de Santa Genoveva (mencionado por Francisco P. Moreno),La provincia de Valdivia y los Araucanos (sealado por su autor, Paul Treutler), los Viajes a frica, Europay Amrica de Sarmiento (referido por Bernardino Pradel), Gramticas, Confesionarios y La Biblia (lasobras de los frailes misioneros).

    2. Hace pocos aos que se han diversificado estos estudios, como los propuestos por A. MENARD,La escritura y su resto (el suplemento mapuche), en: Revista de historia indgena, Santiago de Chile,2004, n 8, y Emergencia de la tercera columna en La Faz social de Manuel Manquilef, en: Analesde Desclasificacin, Santiago de Chile, 2006, vol. I, n 2; J.E. VEZUB, Valentn Saygeque y la Gobernacinindgena de las Manzanas, Tandil, 2005; M.P. POBLETE, Cartas de peticin y procesos de articulacinde la sociedad mapuche-huilliche y los espaoles de la jurisdiccin de Valdivia durante el periodocolonial tardo, en: VI Congreso Chileno de Antropologa, Valdivia, 13-17 de noviembre 2007.

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    cronolgicas que muestran cierta densidad de correspondencia. De 1803a 1827, los mapuche viven y participan activamente en la etapa final de lacolonia espaola y el inicio del proceso de constitucin de los Estadosrepublicanos; tambin la consagracin de los primeros sacerdotes de laraza. Luego, disponemos de un corpus de cartas provenientes de los tol-dos foroweche (de los llamados borogas o voroganos en las pampas,por su proveniencia de la regin de Boroa o Forowe en la Araucana) queconstituyen una unidad cronolgica (1830-1834), espacial (los toldos deGuamin) e incluso autoral, ya que todas estas cartas fueron escritas por elsecretario de los foroweche, el teniente coronel Pablo Millalikang, a cuen-ta suya o de los principales jefes borogas. Despus de un salto temporaldel cual no disponemos de cartas (1835-1848), se abre una seccin que vade 1849 a 1860. Durante esa dcada se observan diversas convulsionespolticas tanto en las repblicas como entre los mapuche, fortalecindosea la vez el polo puelche en el Wallmapu (el pas mapuche). En la fronteradel Biobo se viven las revoluciones regionalistas (1851 y 1859), mientrasque en la misma dcada, en las pampas, se enfrentan unitarios y federalesargentinos. En todos estos conflictos, los mapuche actan divididos segnsus alianzas con los bandos wingka enfrentados y sus posiciones geogrfi-cas en el Wallmapu. Culminamos esta etapa con la muerte del toki wente-che Mangil Wenu, que marcar una inflexin en toda la poltica mapuchede defensa de la frontera del Biobo (como veremos en detalle).

    Entre 1861 y 1873, los polos mapuche de las pampas intentan acomo-darse a la victoria portea y hacer tratados con el gobierno de Buenos Aires,hasta la muerte del fta longko Juan Kallfkura en Salinas Grandes, que aligual que Mangil en el Ngulumapu, garantizaba la autonoma poltica y terri-torial de la nacin llaymache en la pampa de Buenos Aires. Esta seccin esla ms abultada de todas, lo que responde seguramente a la intensidad delas negociaciones diplomticas que se dan en esos aos, y la proliferacinde polos secretariales entre las diversas jefaturas mapuche. De 1874 a 1880,se observan los procesos de presin fronteriza por parte de los Estadosy los intentos de negociacin mapuche en ambos flancos estatales. A par-tir de 1881 y hasta final de siglo, se consolidar la ocupacin definitiva delWallmapu y la implantacin del modelo de reducciones indgenas.

    Por la amplitud de estos procesos histricos y la consecuente profu-sin de correspondencia poltica en estos diversos periodos, no se trata

  • aqu de una compilacin que propenda a la exhaustividad, sino ms biendel esbozo de un paisaje de escritos que han quedado sumergidos bajo lasprosas historiogrficas, y desmembrados por los aparatos de captura delos Estados nacionales y las narrativas que ofrecen sus ordenamientosarchivsticos. De esta manera, proponemos un artefacto editorial proble-mtico, lleno de saltos y discontinuidades, vacos y abultamientos, irregu-laridades todas que constituyen tambin signos a los que debern estaratentos los lectores que le darn nueva vida a estos mensajes echados acorrer desde una de las ltimas espirales de la historia mapuche.

    SOBRE LA TRASCRIPCIN DE ESTAS CARTAS Y LA POLTICA DELALFABETO

    La trascripcin de las cartas manuscritas se ha realizado con criterioscasi siempre paleogrficos. Sin embargo, se han desplegado las abrevia-ciones en varios casos, con el fin de darle mayor agilidad sintctica a lostextos. Las cartas editadas en otras obras tambin se han reproducido tex-tualmente. En las titulaciones, encabezados e ndices, hemos optado porusar el Alfabeto Mapuche Unificado para los nombres propios, unifican-do as con un grafemario cientfico la onomstica mapuche. Esto sinintervenir la onomstica de los textos mismos. Consideramos que lavariedad ortogrfica en la escritura de las cartas constituye tambin uncampo de estudio relevante, ya que la ortografa del castellano en AmricaLatina tiene una historia llena de acalorados debates a lo largo de lossiglos XIX y XX. Hay que entender la ortografa, la gramtica y la sinta-xis de las cartas mapuche en el marco de esos debates, reformas y con-trarreformas ortogrficas que han alimentado la gramatologa americana.

    Lo que parece dar inicio a este movimiento por una ortografa ame-ricana es la reforma propuesta por Andrs Bello y Juan Garca del Ro,publicada en el Repertorio americano de Londres (1826). 1 Encontraremos lasindicaciones ah propuestas aplicadas en muchas de las cartas mapuche,por ejemplo:

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    1. Aunque el Almanake de la Repblica para el ao 24, probablemente de Juan Egaa, impreso en

    Santiago de Chile, ya incluye innovaciones americanas en su ortografa.

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    1. J. GARCA DEL RO & A. BELLO, Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar i unificar la

    ortografa en Amrica, en: Repertorio americano, London, octubre de 1826, t. I, cit. por L. CONTRERAS,Historia de las ideas ortogrficas en Chile, Santiago de Chile, 1993, p. 23-28. Bello reafirmar estas pro-puestas en sus Principios de ortoloja i mtrica de la lengua castellana, dedicado desde Chile a los jvenesamericanos (Santiago de Chile, 1835).

    2. F. DE LA PUENTE, De la proposizion, sus complementos i ortografa, Valparaso, 1835.3. D.F. SARMIENTO, Analisis de las cartillas, silabarios i otros mtodos de lectura conocidos y practicados en

    Chile, Santiago de Chile, 1842; D.F. SARMIENTO, Memoria sobre ortografa americana, en: Anales dela Universidad de Chile, Santiago de Chile, vol. 1843-44 (aparecido en 1846). Memoria leda en la Facultadde Humanidades de la Universidad de Chile el 17 de octubre de 1843, es publicada en Venezuela en1845; en Colombia en 1871.

    Fonema

    /x//i//r////k/

    Representacin

    jirrzq

    Ejemplo

    jente, jitanosoi, mar i tierrarrazn, enrrollar, carrozebo, zincoqaza, qopla, quna

    La reforma tambin inclua la supresin de algunos usos: de la h muda:ombre, ora, onor; de la u muda: en que, qui (qema, qinto), y en gue, gui (gerra,giso). Tambin se emplear la s en lugar de x delante de consonante (p.e.estraar). 1 El mismo ao de publicacin de los Principios de ortoloja y mtri-ca de Bello (1835), el chileno Francisco de la Puente da a la prensa su Dela proposizion, sus complementos i ortografa, 2 donde radicaliza las propuestasdel venezolano. Poco despus, el argentino Domingo Faustino Sarmientoelabora para la administracin chilena un Analisis de las cartillas, silabarios iotros mtodos de lectura conocidos y practicados en Chile (1842), que ser seguidode su Memoria sobre ortografa americana (1843). 3 Sarmiento coincide conBello y Garca en muchas indicaciones,

    pero mientras Bello propone usar siempre q en lugar de c con valor de/k/, y z en lugar de c con valor de //, Sarmiento elimina la q usando ensu lugar c (aunque conserva la q, sin u, en que, qui, mientras se forman nue-vos hbitos), y elimina la z y la c con valor de //, usando en ambos casoss. Y adems elimina la v por no diferenciarse de la b en la pronunciacinni americana ni espaola. Tambin coincide Sarmiento con Puente entodos los puntos sealados y adems en el uso de s en lugar de x ante con-

  • sonante, que Bello no estimaba conveniente, pero difiere de l con res-pecto a la duplicacin de la r, considerada innecesaria por aquel autor. 1

    Estas propuestas darn para tres cuartos de siglo de debates y encen-didas polmicas entre profesores, escritores, periodistas y administrado-res, sobre la conveniencia de suprimir letras, cambiar representaciones,adoptar usos y costumbres populares (o de castas) o imponer los criteriosde acadmicos y literatos, discusiones donde estarn siempre presenteslas relaciones con los usos en otros pases americanos y con la Academiaespaola. No es este el lugar para revisar esos debates entre reformistasy negrafos, excelentemente documentados en la obra de LidiaContreras, y que son muy sugerentes para entender las discusiones con-temporneas sobre la normalizacin alfabtica del idioma mapudungun. 2

    Lo que importa aqu es destacar que las variaciones alfabticas que se leenen estas cartas responden sin duda a la diversidad de lugares, maestros ymomentos en que se alfabetizaron los secretarios y escribanos mapuchey wingka. Escuelas para hijos de caciques o escuelas de misiones, enSantiago, Concepcin, Chilln, Valdivia, San Jos de la Mariquina (las msestables), y otras ms efmeras como Tucapel, Toltn o Malvn. Estasescuelas usaron materiales didcticos grafemarios, diccionarios, gramti-cas y formularios epistolares cuyos contenidos y formas podan variarentre unas y otras, as como las afinidades ortogrficas y percepcionesfonticas de los alfabetizadores. Las cartas entonces, muestran ciertalibertad ortogrfica vinculada a los usos de la lengua y a las costumbresque se fueron creando, como la reconoca Andrs Bello en sus primerosescritos sobre alfabeto y ortografa:

    [No] creemos que a ningun cuerpo, por sabio que sea, correspondaarrogarse en materia de lenguaje autoridad alguna. Un instituto filoljicodebe ceirse a esponer sencillamente cul es el uso establezido en la lengua,i a sujerir las mejoras de que le juzgue susceptible, quedando el pblico,es decir, cada individuo, en plena libertad para discutir las opiniones del

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    1. L. CONTRERAS, op. cit., 1993, p. 26.2. Existen actualmente ms de siete propuestas para un alfabeto mapuche. Las que estn ms en

    uso son el Alfabeto Mapuche Unificado, propuesto por un congreso lingstico cientfico en 1983, elAlfabeto Raguileo (1984), del nombre de su creador el ingeniero mapuche Anselmo Raguileo (1922-1992), y el Azmchefi, propuesto en 1998 por el Consejo Nacional de Desarrollo Indgena (CONADI,Chile), y que intenta fundir los dos primeros en uno solo.

  • instituto, i para acomodar su prctica a las reglas que mas acertadas leparezieren [] La libertad es en lo literario, no mnos que en lo poltico,la promovedora de todos los adelantamientos. 1

    Como parte de estas prcticas de produccin de un pblico e indivi-duos filolgicamente libres, no hay que dejar de destacar que el alfabe-to tambin se transmiti fuera de las instituciones estatales y eclesisticas,ya que una prctica reiterada de los mapuche alfabetizados se volvi laenseanza informal de las letras, al interior de los territorios indepen-dientes, como lo relatan para fines de siglo los preceptores normalistasLorenzo Kolma y Manuel Manquilef, 2 y lo confirman algunos mate-riales didcticos hallados en el archivo del cacicazgo de Salinas Grandes. 3

    Esta prctica de enseanza trashumante de las letras en el Wallmapu tienesu historia, que se desprende de las escuelas y misiones e implican unadifusin mayor de la alfabetizacin que la que realizan directamente elEstado y la Iglesia.

    LA SUBSUNCIN DEL ARCHIVO EPISTOLAR: LA EXTENSIN ARGENTINAY LA FRONTERA CHILENA

    En Argentina, se puede decir que ya existe cierta tradicin de publica-cin de documentos indgenas (los historiadores son ah reacios a usar el

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    1. A. BELLO, Ortografa castellana, en: Repertorio americano, London, 1827, cit. en L. CONTRERAS,

    op. cit., 1993, p. 26.2. Cf. L. KOLMA [1912], Kolma i che: La Familia Kolma, en: T. Guevara (comp.), Las lti-

    mas familias y costumbres araucanas, Santiago de Chile, 1913. Hemos utilizado para este trabajo la edicinpor separado de la primera parte de Las ltimas familias publicada en 2002 por el Centro de Estudiosy Documentacin Mapuche Liwen (Temuko) y CoLibris ediciones (Santiago), con el ttulo de Kie muftrokinche i piel: Historias de familias, Siglo XIX (ver bibliografa citada). Las pginas citadas en las notasen pie de pgina corresponden entonces a esta edicin. Ver tambin M. MANQUILEF, Comentarios delpueblo araucano, en: Anales de la Universidad de Chile, Santiago de Chile, 1911-1912. Tambin hay noti-cia de un maestro suizo que enseaba a 36 nios en los toldos de Miguel Linares, cacique mestizo enel Pas de las Manzanas (M. HUX [1991a], Caciques huilliches y salineros, Buenos Aires, 2004, p. 57).

    3. En su catastro del archivo del cacicazgo de Salinas Grandes capturado por Zeballos, Juan GuillermoDurn registra la existencia de un Cuaderno de cuentas y caligrafa. Salinas Grandes, ca. 1874-75, defabricacin casera que contiene una serie de ejercicios caligrficos, un abecedario, ensayos de firma, mode-los de carta (a un amigo, a una novia, a un acreedor) y copias de otras cartas. Las firmas ensayadas cor-responden a quien puede haber sido el principal usuario del cuaderno, Mariano Payllanaw, comisionadoprincipal de Manuel Namunkura. Cf. J.G. DURN, Namuncur y Zeballos, Buenos Aires, 2006a, p. 191.

  • trmino mapuche), 1 situacin diferente a la de Chile, y que guarda rela-cin con la mayor difusin de la prctica de publicacin de las fuentes his-tricas. Pareciera que en Chile, el esfuerzo titnico de Jos Toribio Medinahaya tenido un efecto inhibidor, al hacer abandonar a los historiadores unade las responsabilidades de su oficio: publicar masivamente sus fuentes. 2

    En Argentina, decamos, el coronel lvaro Barros parece ser el pri-mero en hacer pblicas algunas de las cartas de caciques dirigidas a lcomo coronel de frontera y a sus superiores. Se trata principalmente decartas de Juan Kallfkura y Bernardo Namunkura que publica en su obracontempornea a los hechos: Fronteras y territorios federales de las Pampas delSur (1872). 3 Luego Estanislao Zeballos, seguidor y cronista de los ejrci-tos que acorralaban a los salineros de Namunkura, da a conocer algunascartas en su obra sobre la dinasta de los Cur. Sin embargo, las cartasque publica Zeballos constituyen una muy mnima parte de las que tuvoen su poder. Segn l mismo cuenta, se trata de dos cajas de madera llenasde papeles encontradas durante la expedicin del coronel Nicols Levalle(Karwe-Trerulafken, 1879), que resultaron ser el archivo de la correspondenciade Namuncur, y que Levalle don a Zeballos para su coleccin particular.A las cuales hay que agregar la caja de documentos encontrada ese mismoao durante una expedicin del propio Zeballos a la laguna Kiemalal,hallazgo cuya famosa descripcin volvemos a reproducir aqu.

    No olvidar nunca el nombre del bienaventurado Gordillo, que asi sellamaba aquel soldado, porque fu el autor de un hallazgo soberbio, ines-perado y de un valor inestimable; de aquellos hallazgos, que como las bata-llas ganadas, cuando se espera una derrota, deben atribuirse la estrellatutelar del viagero, que lo desposa con la suerte. Gordillo vi un papel

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    1. Ejemplo de ello es el paisaje escritural que propone Gregorio-Cernadas de la produccin, uso y

    circulacin de la lengua escrita en la Pampa durante el siglo XIX donde, a partir de un reconocimiento delos diferentes tipos de documentos producidos en el intercambio fronterizo, se ofrece un anlisisgenrico del corpus documental mapuche disponible en Argentina para su uso como fuente histri-ca. Cf. M. GREGORIO-CERNADAS, Crtica y uso de las fuentes histricas relativas a la diplomacia ind-gena en la Pampa durante el siglo XIX, en: Memoria Americana, Buenos Aires, 1998, n 7.

    2. No existe por ejemplo una compilacin de tratados y actas de parlamentos hispano-mapuche,que son al menos 28 (seis: Quiln (1641), Yumbel (1692), Negrete (1793, 1803), Tapihue (1774, 1825)son accesibles en publicaciones impresas o digitales), o un estudio jurdico exhaustivo de ellos comoel que realiz Abelardo Levaggi para el caso argentino. Cf. A. LEVAGGI, Paz en la frontera, Buenos Aires,2000. Por otra parte, escasos libros histricos incorporan anexos documentales a su publicacin.

    3. A. BARROS [1872], Fronteras y territorios federales de las Pampas del Sur, Buenos Aires, 1975.

  • sobre la ladera de un mdano y habindolo alzado me alcanz con sor-presa. La ma fue an mayor cuando le, impreso en letras azules, este tim-bre: Gobernador de la Provincia. Era un documento oficial de estemagistrado de Buenos Aires los caciques araucanos. Volv al mdano,escarbamos como el minero que busca la veta aurfera para herirla y sentun verdadero arrebato del gozo ms intenso e inefable. Haba all unarchivo del Gobierno o cacicazgo de Salinas Grandes, confiado en dep-sito a los mdanos por los indios fugitivos que esperaban, sin duda, vol-ver pronto a sus viejos dominios! He hallado un verdadero manantial derevelaciones histricas, polticas y etnogrficas, que formarn un estensocaptulo de la obra que especialmente consagre los araucanos. Estabanall [] comunicaciones intercambiadas de potencia a potencia entre elGobierno Argentino y los caciques araucanos, las cartas de los gefes defrontera, las cuentas de comerciantes que ocultamente servan a los van-dalos, las listas de las tribus y sus gefes, dependientes del cacicazgo deSalinas, los sellos gubernativos grabados en metal, las pruebas de la com-plicidad de los salvages en las guerras civiles de la Repblica favor y encontra alternativamente de los partidos; y en medio de tan curiosos mate-riales no faltaba un diccionario de la lengua castellana, de que se servianlos indigenas para interpretar las comunicaciones del Gobierno Argentino,de los gefes militares, de sus espias (este archivo prueba que eran nume-rosos) y de los comerciantes, con quienes sostenian cuentas corrientes tanrelijiosamente respetadas (causa esto asombro), como pueden serlo entrelos mercados de Paris y de Buenos Aires. 1

    Volveremos sobre esta escena primigenia del descubrimiento de lostextos araucanos por Zeballos. Precisemos aqu que este polgrafo usar elabundante material para la redaccin de sus libros Viaje al Pas de los Araucanos(1881), Descripcin amena de la Repblica Argentina (1881-83), Callvucur y ladinasta de los Piedra (1884); sin embargo publicar muy poco de estosdocumentos, 2 no porque estos fueran insignificantes, sino justamenteporque su importancia comprometa la dignidad del pas. 3

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    1. E. ZEBALLOS, Viaje al pas de los Araucanos, Buenos Aires, 1881, p. 192-193.2. Conocemos algunas cartas en E. ZEBALLOS, op. cit., 1881, y E. ZEBALLOS, Callvucur y la dinasta

    de los Piedra, Buenos Aires & La Plata, 1884.3. En sus palabras, estos archivos de la barbarie [] no son insignificantes, como podra creerse, porque en ellos

    figuran documentos dignos de la observacin de la historia, suscritos por presidentes, ministros, y otros altos dignatariosdel Estado en que se trata de igual a igual [a los brbaros] rebajando la dignidad del pas. E. ZEBALLOS,Manuscrito del Viaje al Pas de los Araucanos. Diario de viaje, cit. en J.G. DURN, op. cit., 2006a, p. 52.

  • Respecto al destino que tendrn estos documentos del archivo dellongko Juan Kallfkura, y del triunvirato que le sucede (Albarito Rewmay,Manuel y Bernardo Namunkura), Meinrado Hux escribi en 1991: Laherencia y la coleccin del Dr. Zeballos han pasado a distintas manos en distintas pro-vincias, una parte al Museo de Lujn. Estas cartas fueron guardadas all bajo un her-mtico sigilo, porque haba correspondencia que comprometa a ciertos personajes. Perohan pasado ms de cien aos y ya sera hora de levantar la clausura, por lo menos parauna discreta utilizacin del valiossimo material histrico. 1 El llamado de Hux esa lo menos ambiguo, por no decir perverso, y responde a la misma lgi-ca zeballesca de clasificacin. Levantar la clausura, no para un accesopblico y sin restricciones (lo que podramos llamar una desclasificacin sinreserva), sino para una discreta utilizacin del material (habr que enten-der un uso personal). Quince aos despus, el obispo Juan GuillermoDurn publica una obra sobre el archivo del cacicazgo de Salinas Grandes(1870-1880) donde aborda la historia de los legajos capturados porLevalle y Zeballos. 2 Desgraciadamente, Durn parece seguir la recomen-dacin de Hux, y publica unas discretas reseas del material, seleccio-nando diecisis documentos para su reproduccin ntegra. 3 Con este gestono se enfrenta directamente el tratamiento clasificatorio dado a los textosmapuche, y se reproduce una clausura a medias tendiente a considerarestos textos como ilegibles en su integridad, es decir, impensables comodocumentos de autor, los cuales puedan ser ledos sin filtro o procesa-miento por parte de algn dispositivo narrativo wingka. Es decir, una lec-tura imposible o una escritura impensable as como era impensablepara Zeballos la existencia de un archivo araucano. 4

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    1. M. HUX [1991a], op. cit., 2004, p. 151-152. Al parecer, esta afirmacin fue eliminada en la edi-

    cin revisada de 2004, que es la que usamos en el resto de este trabajo.2. J.G. DURN, op. cit., 2006a.3. Unos aos antes, el obispo Durn public los documentos del archivo del misionero Salvaire

    en una lujosa edicin. Cf. J.G. DURN, En los Toldos de Catriel y Railef, Buenos Aires, 2002a. Otrosdocumentos fueron publicados en una obra editada en paralelo a Namuncur y Zeballos. Cf. J.G. DURN,Frontera, indios, soldados y cautivos, Buenos Aires, 2006b.

    4. Para una reflexin actualizada sobre lo imposible y lo impensable en la historia de la domi-nacin occidental, es sugerente el trabajo de Juan Antonio Hernndez, desde el frente crtico inau-gurado por Michel-Ralf Trouillot, historiador haitiano que ha mostrado cmo y por qu la revolucinhaitiana fue impensable para el esclavismo occidental, definiendo lo impensable como lo que unono puede concebir en el rango de las alternativas posibles, lo que pervierte todas las respuestas porque desafa los tr-minos bajo los cuales fueron formuladas las preguntas. Cf. M.-R. TROUILLOT, An Unthinkable History,

  • An as, se puede decir que en Argentina, a diferencia de Chile, se hapublicado una importante cantidad de cartas mapuche y desde hace msde diez aos se vienen usando sistemticamente como fuente historio-grfica. Diferencia que se explica quizs por una extraa frmula quecombinara el tamao del corpus manuscrito e impreso, la extensin delterritorio, y la magnitud del genocidio en proporcin inversa a los actua-les sobrevivientes, lo que reduce el peligro potencial de estos documen-tos como textos para la revisin poltico-historiogrfica. En 1912, la edi-cin del archivo del presidente Bartolom Mitre incluir en su volumenXXIV una seccin intitulada Cartas de caciques, en gran parte dictadaspor el cacique general de Salinas Grandes, Juan Kallfkura, las que hemosreproducido en esta obra. 1 En 1944, es publicada por Santiago Luis Copellola correspondencia del arzobispo de Buenos Aires, Federico Aneiros, convarios importantes caciques: Bernardo y Manuel Namunkura, AlvaritoRewmay, Cipriano Katrel, Mariano Rondeao, Antonino Kolkew, PedroMelinaw, Manuel Grande, Kewpumill, Juan Paynekew. 2 Invaluable gestodesclasificatorio de Copello: unos aos despus (en 1955) se quema elArchivo de la Secretara del Arzobispado donde se conservaban aquellascartas y desaparecen para siempre los manuscritos originales Tambinen su ya clsica suma biogrfica de los caciques del Puelmapu (1991-1993), Meinrado Hux trabaja con un gran nmero de documentos ydatos, muchos de los cuales de autora mapuche, y publica varias cartasen versin ntegra, aunque mucho menos de las que cita. 3 Retomando

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    en M.-R. Trouillot, Silencing the Past, Boston, 1995, p. 82-83, cit. por J.A. HERNNDEZ, Hacia unahistoria de lo imposible, Pittsburg, 2005, p. 116-117.

    1. El Museo Mitre incorpora dos secciones de cartas de caciques en Archivo del General Mitre,Buenos Aires, vols. XXII y XXIV, 1912. En contraste, podemos ver que en la compilacin de H.ARNGUIZ & M.A. LEN (eds.), Cartas a Manuel Montt, Santiago de Chile, 2001, no hay rastros de lacarta de Mangil Wenu, publicada en los diarios de la poca y citada en los libros de J. BENGOA [1986],Historia del pueblo mapuche, Santiago de Chile, 2000, y J. PINTO, De la inclusin a la exclusin, Santiago deChile, 2000.

    2. S.L. COPELLO, Gestiones del Arzobispo Aneiros en favor de los indios hasta la conquista del desierto, BuenosAires, 1944.

    3. La serie de biografas de caciques de Hux se compone de cinco volmenes clasificados por origeny asentamiento territorial. En Coliqueo: El indio amigo de Los Toldos, Hux haba publicado varias cartas dela familia de los indios amigos Kolkew de Los Toldos. Cf. M. HUX, Coliqueo: El indio amigo de LosToldos, Buenos Aires, 1966. Por su parte, Norma Sosa clasifica sus biografas de mujeres indgenas segnroles sociales (princesas, mujeres de caciques, lenguarazas, prisioneras, rehenes y redimidas,shamanes y cacicas). Cf. N. SOSA, Mujeres indgenas de las Pampas y la Patagonia, Buenos Aires, 2001.

  • ms rigurosamente la tradicin documental argentina, Marcela Tamagninipublica la obra Cartas de frontera (1994), donde compila la corresponden-cia de los caciques ranklche, principalmente Mariano y Epungr Rosasy Manuel Baigorria, con los monjes y otras autoridades, conservadas enel Archivo del Convento Franciscano de Ro Cuarto. 1 Finalmente, hayque mencionar la tesis doctoral an indita de Julio Vezub, primer intentode cartografa intertextual y recopilacin sistemtica del archivo de unagobernacin indgena mapuche del siglo XIX, en este caso la del ftalongko del gobierno del Pas de las Manzanas, Valentn Sayweke, y susecretario Jos Antonio Longkochino. 2

    Como decamos, la situacin ha sido un tanto diferente en Chile, dondehasta ahora no se haba producido ningn epistolario de este tipo. Apartedel epistolario ficcin de Juan Egaa, Cartas pehuenches (1819), alegora pol-tica sobre el devenir nacional republicano, las gestas heroicas (militares)y los valores patrios de un pas de sabios y poetas, en la voz de Melillancay Guanalcoa, dos mapuche pewenche de circunstancia, escindidos entre

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    1. M. TAMAGNINI, Cartas de frontera, Ro Cuarto, 1994. Esta compilacin cubre un perodo de diez

    aos (1869-1879). La compiladora publica luego dos volmenes de cartas de autoridades civiles yeclesisticas. Nos hemos permitido fundir el volumen de cartas ranklche en esta compilacin, parasu circulacin impresa en Chile, citando la fuente original y su edicin paleogrfica por MarcelaTamagnini. Desde el ao 2002 se encuentra disponible una edicin digital de esta obra en la biblio-teca virtual uke Mapu (ukemapufrlaget, Working Papers Series 3). Subrayemos que esta es la pri-mera compilacin documental que nos alert sobre la existencia de corpus epistolares mapuche enlos archivos institucionales.

    2. Compartimos las constataciones de Julio Vezub respecto a la operatividad de los regmenes decaptura del archivo (secuestro y subsuncin como mecanismos clasificatorios) para la oclusinde los proyectos nacionales: La supervivencia fantasmal [de los documentos de la secretara de Sayweke]entre los manuscritos de un jefe argentino puede pensarse bajo una perspectiva historiogrfica: si el archivo es la mate-rializacin del pasado de la nacin, y el soporte documental de su devenir historicista, el secuestro de la corresponden-cia y su posterior subsuncin son los sntomas de la oclusin de un proyecto inclusivo de nacin. Al desconocer la espe-cificidad de esa correspondencia, se suprime el pasado del Pas de las Manzanas, y tambin la evidencia de alternati-vas polticas ms complejas al exterminio, albergadas por los mismos jefes militares que se carteaban mes a mes conSaygeque (J. VEZUB, op. cit. 2005, tomo I, p. 100). Habr entonces que discutir si esta oclusin operasobre un proyecto de nacin (multitnica), de Estado (multinacional), o sobre una multitud heter-clita no reducida a una voluntad nica (de etnia, nacin, raza, pueblo, tribu o Estado), en base a unanlisis de los proyectos polticos que se pueden leer en las cartas (compiladas para la secretaraValentn Sayweke en ibd., tomo II) y a la hiptesis de Martha Bechis sobre los proyectos nacio-nistas y nacionalistas de las tribus pampeanas donde identifica las jefaturas de Kallfkura ySayweke como dos modelos de nacionalismo indgena. Cf. M. BECHIS, La Organizacin Nacionaly las tribus pampeanas en Argentina durante el siglo XIX, en: Actas del Congreso de la Asociacin de his-toriadores latinoamericanistas (AHILA), Porto, septiembre 1999.

  • Santiago y las cordilleras pehuenches, el campo y la ciudad, las luces civili-zatorias y las de la naturaleza virgen. 1 Bastante despus de este impulsoelegiaco de Egaa, ciertos peridicos chilenos del siglo XIX publicaroncartas procedentes del Ngulumapu que constituan documentos polticosclave para las relaciones diplomticas con las jefaturas mapuche. 2 En esosmismos aos (1863), el explorador Guillermo Cox publica la crnica desus viajes por Patagonia, donde tambin inserta dos cartas de Jos MaraBulnes Llangkitruf, que incluimos en esta compilacin. Hay que destacarla atencin prestada por Cox a las prcticas epistolares mapuche, siendoel primer viajero que observa y describe los usos de la escritura en la pol-tica mapuche, lo que se explica por haber sido l mismo requerido envarias oportunidades como escribiente. 3 Luego, desde el mbito militar,tambin sern publicadas algunas cartas (que no pasan de cinco). 4 TomsGuevara publicar un ao despus de la crnica de Leandro Navarro, suobra clsica Los araucanos en la revolucin de la independencia (1910) 5 dondeincluye una carta de Francisco Marilwan y otra de Ambrosio Pnolefi. Variasde estas cartas sern posteriormente usadas en los relatos propuestos porJos Bengoa 6 y Jorge Pinto. 7

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    1. Publicado en 1819, este es uno de los veinte primeros libros de la historia de la imprenta (nacio-

    nal) en Chile: J. EGAA, Cartas Pehuenches, Santiago de Chile, 1819. La obra est sin duda inspirada enlas Lettres persanes de Montesquieu (1721).

    2. Estas cartas, que no pasan de diez, fueron publicadas durante la dcada de 1860 en El Mercuriode Valparaso (monttista), El Meteoro de Los ngeles (crucista) y la Revista Catlica (eclesistica).

    3. G. COX, Viaje en las regiones septentrionales de la Patagonia, Santiago de Chile, 1863. La visin queentrega Cox contrasta notablemente con las descripciones de otros viajeros, como Edmond ReuelSmith, ms dados a difundir la imagen de un salvaje que no sabe ni entiende de la escritura. Cf. E.R.SMITH [1855], Los Araucanos, Santiago de Chile, 1914.

    4. La Memoria del Ministerio de Guerra y Marina (1870) publica una carta de Klapang a Jos ManuelPinto, que Leandro Navarro reeditar agregando una de Faustino Klaweke a Rosauro Daz, en suCrnica militar de la conquista y pacificacin de la Araucana (Santiago de Chile, 1909). La obra del coronelNavarro debe mucho a la Crnica de la Araucana (Santiago de Chile, 1889) de Horacio Lara, que publi-ca la carta de Domingo Kowepang en elogio a su obra.

    5. T. GUEVARA, Los araucanos en la revolucin de la independencia, Santiago de Chile, 1910.6. J. BENGOA, op. cit., 1986, comenta las cartas de Mangil y Klapang publicadas en los peridicos.7. J. PINTO, op. cit., 2000, comenta las de Wentekol y Klaweke. Leiva considera apenas una carta

    de Fermn Meli a Cornelio Saavedra. Cf. A. LEIVA, El primer avance a la Araucana, Temuko, 1984.Para el siglo XVIII, Leonardo Len har uso exhaustivo de una carta de Agustn Kurianku a BaltazarSematnat (11 de enero 1774) en su libro Apogeo y ocaso del toqui Ayllapangui de Malleco, Santiago, 1999.

  • IRREDUCTIBILIDAD DEL SUJETO HISTRICO A LA MESTIZOFILIAFRONTERIZA

    Hace un par de aos el historiador Leonardo Len present un breveepistolario de la pacificacin de la Araucana (1860-1870) ante el Centrode Estudios Militares del Ejrcito (de Chile). La ponencia de Len se sirvede estos documentos 1 para acusar a los estudiosos indigenistas de expo-ner una visin demasiado conflictiva de los hechos de la ocupacin de laAraucana en el siglo XIX, dejando ver a los mapuche como objetos de lahistoria, como entes pasivos que sufrieron el impacto de la historia, como vctimasy vencidos. 2 Segn este autor, las cartas que presenta van a demostrar queambas partes [de la frontera] se vean, trataban y consideraban como iguales, pre-sentando esta frontera como un mundo sin hegemonas ni autoritarismos, ycomo un rico y oscuro universo de mestizaje. Vemos aqu que la oscuridadcon que la nocin de mestizaje recubre las formaciones de poder en lafrontera no slo permite la fantasa de un mundo sin hegemonas ni autorita-rismos, sino que tambin permite al autor presentar a los mapuche comoarquitectos de esa gran obra que concluy, definitivamente, con la Guerra de Arauco,y leer las cinco cartas de los montt-varistas mapuche (nagche y lelfnche)como la prueba documental de lonkos y generales, procurando forjar juntosla integracin final de la Araucana a la Repblica de Chile. 3 Para Len, lacorrespondencia de los abajinos con los militares de Montt restablece unaverdad histrica, aquella que vendra a contradecir lo que el autor,siguiendo a la escuela de las relaciones fronterizas, llama el mito originalde la violencia. Se propone as la visin de una frontera como un espacio

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    1. Se trata en su mayora de documentos del Archivo de Cornelio Saavedra conservados en la

    Universidad de Chile. El epistolario consta de 32 documentos de los cuales cinco cartas firmadaspor autoridades mapuche (Jos Katrlew, Juan Werama, Juan Wenuma, Fermn Meli, AntonioPaynemal, Pascual Payllalef) y un tratado con la embajada de Klaweke de 1869 (publicado por J.Bengoa, op. cit., 1985), siendo el resto notas y cartas, principalmente de los militares Cornelio Saavedra,Gregorio y Basilio Urrutia, pacificadores a bayonetazos). Cf. L. LEN, Lonkos y generales: Epistolariode la Pacificacin de la Araucana (1860-1870), en: Segundas Jornadas de Historia Militar, siglo XIX yXX, septiembre 2005. El artculo epistolario haba sido presentado en las XI Jornadas de HistoriaRegional de Chile, 18-21 de octubre 2004, Facultad de Humanidades, Universidad de Concepcin; perofue publicado por el Centro de Estudios Militares en 2006.

    2. Las crticas llueven hacia Francisco Encina, Jos Bengoa y Jorge Pinto por propagar el mitoindigenista de la violencia

    3. L. LEN, op. cit., 2005, p. 106.

  • de equilibrios, cuyos habitantes son renegados y caudillos, diplomticos y mili-tares, labradores y comerciantes, tinterillos y curas, prostitutas y maleantes. 1

    No deja de llamar la atencin que un historiador que tanto ha apor-tado al conocimiento de las guerras intestinas o inter-tribales mapucheen el siglo XVIII, atento a la flexibilidad y segmentacin de las alianzasentre los grupos mapuche, presente la frontera del siglo XIX bajo laptica de un monologismo oficial, el del discurso nacionalista que repro-duce el relato fantasioso de la repblica como la historia de un consen-so y una unidad nacional-popular surgidos de una voluntad nica (deuna metafsica mestiza, jerarquizante y homogeneizante). Recordemosque la narrativa nacionalista chilena opera un aparato de clasificacindocumental y argumental orientado al proyecto de homogeneizacinnacional-popular de la historia mapuche como historia chilena, subsu-mindola en una teleologa de la nacin, la raza, y la clase (raza chilena= pueblo chileno). Los militares chilenos son convocados como alia-dos a este programa raciolgico de la mestizofilia que en la tesis de lasrelaciones pacficas fronterizas de Sergio Villalobos, es tambin el de latransculturacin. 2

    La crtica a los supuestos explcitos e implcitos de los estudios derelaciones fronterizas chilenos fue lcidamente desarrollada por RolfFoerster y Jorge Ivn Vergara hace ya tiempo. Los autores destacan que enuna lgica de la absorcin de una sociedad por otra, el pueblo mapuche se nospresenta como carente de un horizonte propio y de toda unidad. 3 Esto porqueVillalobos, pretende explicar la historia indgena a partir de la historia fronteriza,

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    1. L. LEN, op. cit., 2005, p. 104. Con este ndice de feminidad en este mundo de equilibrios, habra

    que suponer que todas las mestizas son prostitutas, o viceversa; vemos as cmo el prisma del mes-tizaje genera efectos de distorsin anlogos a los del prisma de la prostitucin. Cf. G. PHETERSON,The Prostitution prism, Amsterdam, 1996. Las cartas que presentamos aqu documentan ms bien otrasformas del intercambio de mujeres en la frontera, notablemente el negocio de cautivas.

    2. En la obra fundadora de la llamada historia de las relaciones fronterizas, Sergio Villalobos(Relaciones fronterizas en la Araucana, 1982) hace claramente el vnculo entre mestizaje (racial) y trans-culturacin: Las zonas fronterizas han sido, en diversos grados, la escena del proceso de mestizaje que determina laconformacin racial de la nacin. Al mismo tiempo que la mezcla de razas, se produjo la transculturacin, que se mani-fest en la lengua, las formas de religiosidad y las costumbres, aun cuando la cultura dominante tuvo una influenciaaplastante que confin muchos aspectos autctonos a los rincones de lo anecdtico. Cf. S. VILLALOBOS, Tres siglosde vida fronteriza, en: Relaciones fronterizas en la Araucana, Santiago de Chile, 1982, cit. en A. MENARD,Pour une lecture de Manuel Aburto Panguilef (1887-1952), Pars, 2007, p. 263.

    3. R. FOERSTER & J.I. VERGARA, Relaciones intertnicas o relaciones fronterizas?, en: Revista deHistoria Indgena, Santiago de Chile, 1994, n 1, p. 16.

  • o inclusive de reducirla a aquella. 1 As, en esta narrativa, el mundo fronterizoafecta a la totalidad de la sociedad indgena, no as a la sociedad conquistadora, 2 loque implica que en este relato se articula una teora limitada de la inmuni-zacin hispano-criolla (los hispano-criollos no se ven afectados por las rela-ciones fronterizas, al contrario de los mapuche que slo viven por ellas).Esto permitira que los estudios fronterizos puedan clausurar la mirada sobre elmundo indgena a tal punto de que, cuando se pone fin al espacio fronterizo, el mapu-che desaparece, 3 rebasados por la fuerza histrica del gran espritu chile-no: su Estado-nacin.

    El anuncio por parte de los historiadores de la desaparicin del mapu-che (o araucano) no es una novedad ni en Chile ni en Argentina. Desde losprimeros tiempos de la reduccin, ha sido repetido como cantinela de todala narrativa nacionalista, encriptando as la perennidad de una situacincolonial. En la lgica del araucanismo entonces, el modelo opera ms per-formativamente: el fin de la frontera est justamente destinado a la elimi-nacin del mapuche, la conquista de los territorios debe llevar a la asimi-lacin (absorcin) o la desaparicin (destruccin) de este sujeto histrico,como problema para una formacin nacional centralizada y homognea.La narrativa fronteriza, tal como la practican Villalobos y secuaces, cons-tituye una operacin poltica de invisibilizacin de los sujetos, siempre vin-culada a la clasificacin de los mismos y de sus huellas documentales. Estadesaparicin e invisibilizacin fue descrita por Eugenio Alcamn comoexpulsin de la historia con fines de homogeneizacin republicana:

    Los mapuches son sacados de la historia. Esta constituye la conclusinltima de la tesis de las relaciones fronterizas predominantemente pacfi-cas sugerida por Villalobos: una historia para-republicana. La repblicarequiere desarrollar influencias destructivas sobre la existencia de aquellascomunidades tradicionales que mantengan o potencialmente se constitu-yan en fuentes de poder, para afirmar el primado del Estado soberanocomo fuente nica de autoridad. 4

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    1. Ibd., p. 15.2. Ibd., p. 23.3. Ibd., p. 18.4. E. ALCAMN, La historia y la antropologa en la etnohistoria mapuche, en: R. Morales (comp.),

    Universidad y Pueblos Indgenas, Temuko, 1997.

  • Por otra parte, Alcamn relativiza la potencia de las relaciones inter-tnicas que Foerster y Vergara proponen como enfoque alternativo al delas relaciones fronterizas. Recuerda que el estudio de estas ltimas notiene por qu asumir los supuestos y conclusiones reduccionistas de susformulaciones nacionalistas chilenas, rescatando la utilidad del conceptode frontera para la proyeccin territorial del reconocimiento entre cultu-ras. 1 En esta propuesta de historia fronteriza de las etnias se insina sinembargo una reterritorializacin de las culturas, sin atender que la fron-tera hipostasiada como delimitacin de reas culturales conlleva lospeligros de la segregacin y el comunitarismo, cuyos efectos de homoge-neizacin interna son similares a los que se le critican al Estado-nacinrepublicano. La delimitacin geogrfica a partir de un principio cultural(tal como la practicaban los culturalistas norteamericanos) 2 tendera aproducir un apartheid o rgimen poltico del ghetto (cultural o racial)basado en el fundamento de la supuesta homogeneidad de dos ethos cul-turales, que se clasifican simtricamente el uno al otro, y se sacan mutua-mente y a s mismos de la historia

    El problema de la clasificacin del otro por absorcin (presente entoda lgica mestiza, canbal, o hbrida) ha sido recientemente abor-dado por Andr Menard, quien ha criticado cmo estas llevan a subsumirla heterogeneidad de los sujetos histricos mapuche bajo una metafsicadel mestizaje en la que, paradjicamente, estos terminan siempre reduci-dos a un cuerpo en sentido literal, como propiedad homognea y autc-tona de la identidad. 3 Ya sea en el abierto racismo del uso del mestizaje(biolgico) en la prosa de Villalobos, o en los usos metafricos y literalesde la lgica canbal o mestiza (la absorcin de lo otro como principio

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    1. El enfoque de las relaciones fronterizas, a diferencia de las relaciones intertnicas, precisa que estas relaciones

    concurren en un espacio determinado y contiene implcitamente la idea de que las culturas relacionadas coexisten enespacios territoriales diferentes, mutuamente reconocidos de manera tcita durante el tiempo en que esas fronteras terri-toriales existen. Este es un campo de estudio que precisamente la antropologa jurdica ha asumido en aos recientes.E. ALCAMN, op. cit., 1997.

    2. Ver por ejemplo, Clark Wissler, quien propone la clasificacin de reas culturales en base a losmodos de produccin alimenticia. Cf. C. WISSLER, The American Indian, London & New York, 1917.Falk Moore destaca que este enfoque es histricamente un artificio de las instituciones museales paraordenar sus colecciones, cuando los pueblos en cuestin han sido sometidos a reduccin indgena.S. FALK MOORE, Changing perspectives on a Changing Africa, en: R.H. Bates & V.Y. Mudimbe (eds.),Africa and the disciplines, Chicago & London, 1993.

    3. A. MENARD, op. cit., 2007, p. 263.

  • constitutivo de la sociedad y esencia de la identidad indgena), 1 estasvisiones se sustentan en la materialidad del cuerpo biolgico como lti-mo sustrato de un principio o ethos cultural que, en lo que sera la hibri-dez constitutiva de su identidad (mapuche o chileno totalmente mestizo,segn el espectro poltico del autor), depende siempre de un sujeto real-mente histrico que lo absorbe o es absorbido por l (Occidente o laCivilizacin en sentido hegeliano-sarmientino). En palabras de Menardleyendo a Boccara,

    llegamos as a una suerte de versin canbal del choque de culturas: elethos occidental, expresado en el movimiento de la Historia, canibalizan-do la cultura y la sociedad mapuche. El ethos mapuche y su lgica deapertura canbal, canibalizando la Historia. Sin embargo, en los dos casos,es precisamente la posibilidad de un sujeto poltico o histrico mapucheque es sofocada. Sofocada por qu? Por el fantasma de la homogeneidadque gobierna la mutua manducacin de estos dos monstruos igualmentevidos de absorber la infinita alogeneidad que se abre a sus pies: la Historia(la occidental, es decir la de la razn y por lo tanto la nica historia) absor-biendo la diversidad de culturas, la Cultura (la mapuche, es decir la can-bal) absorbiendo las aleatoriedades de una historia. 2

    En otras palabras, el mestizaje funciona sobre el supuesto de una pure-za de los sujetos, pureza anterior (histrica o conceptualmente) al eventode la cpula y el parto. En la narrativa fronteriza chilena, el mestizo se vuel-ve el significante vaco en torno al cual se organiza todo el fantaseo popu-lista sobre la homogeneidad nacional y se convoca a la reconciliacin desus principales forjadores (longko canbales, generales histricos y un pue-blo mestizo resultante de aquella organizacin patriarcal de la cpula). 3

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    1. Guillaume Boccara resume esta lgica en el axioma: lo mestizo es lo indgena. Cf. G. BOCCARA,

    Antropologa diacrnica, en: G. Boccara & S. Galindo (eds.), Lgica mestiza en Amrica, Temuko,2000, p. 28.

    2. Cf. A. MENARD, op. cit., 2007, p. 261.3. Como si la escena primigenia de la pacificacin hubiera ocurrido donde el cacique espaoli-

    zado Pichi Pnolefi, ahijado de Wingka Pnolefi, quien reciba en su casa de teja a los oficiales chilenos, queremolan con sus hijas en Nacimiento. (Juan Tromo, de Futako-Angol, en T. GUEVARA, Historia de la jus-ticia araucana, Santiago de Chile, 1922, p. 160; el subrayado de Guevara se refiere sin duda a las casasde remolienda, antiguos prostbulos). Encontramos aqu ecos de la imagen de la chingada (mujer vio-lada) propuesta por Octavio Paz como alegora trgica del mestizaje mexica, pero que en la lgicamestiza de Leonardo Len es convertida en prostituta. O. PAZ, El laberinto de la soledad, Mxico, 1950.

  • Una de las implicancias tericas del uso de estos conceptos de mesti-zaje, hibridez y transculturacin es la reproduccin del esquema que defi-ne los pueblos colonizados como sociedades sin escritura, cuando lasociedad conquistada es reducida al alfabeto. La lectura de esta opera-cin de reduccin obliga a tomar en cuenta el sentido amplio de la escri-tura, que es justamente aquel sobre el que se organizan las prcticas deescritura, marcadas en diferentes soportes y con diversos mecanismos deinscripcin y registro. La gramatologa de los textos no se ve reducida auna expresin alfabtica. 1 Sin embargo, al considerar el alfabeto como unams de las formas de inscripcin de significados, se podrn leer las for-mas de inscripcin de la oralidad en la escritura as como la de la escritu-ra en la oralidad. Ya no sera entonces pertinente preguntarse por los dife-rentes contenidos que vehicularan una y otra, sino habra ms bien quedesentraar las lgicas de inscripcin que atraviesan a ambas dimensionesdel discurso, la oralidad y la escritura alfabtica mapuche, articulndose ysobre-inscribindose para producir formas singulares de diferenciacinhistrica (escritura en sentido amplio, gramatologa de la temporalidad yel territorio). En la organizacin archi-escritural de los textos, el alfabetoaparece como la representacin de la lengua, as como el idioma repre-senta un texto escribindose. Entre el escenario de la lengua o el guin delidioma, se encontrarn entonces las mltiples formas (tcnicas) de escri-bir que se articulan en el devenir histrico y producen una diferencia.

    En los aos sesenta, con el trabajo de los mexicanistas y otros indigenis-tas, se reconoci la escritura de sociedades colonizadas que posean estruc-turas estatales. De alguna manera, la existencia de Estados prehispnicos

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    1. Se trata de una clasificacin antropolgica que se sustenta en un concepto logo-fonocntrico de

    la escritura, donde prima la representacin del lenguaje como reduccin fontica del significante (unsonido/un signo). Cf. J. DERRIDA, De la grammatologie, 1967. La teora de la gran divisin entre ora-lidad y escritura, entre los pueblos que han inventado alfabetos y los que por carecer de escriturala habran absorbido de los otros, ha tenido varios desarrollos en la literatura. Entre estos los querepresentan la adopcin del alfabeto o de la litteracy (literacidad en sentido restringido) por una ope-racin retrica de carcter mgico-religioso (como el tropo del libro que habla, abundante en lanarrativa de los negros esclavos), o por operaciones de concentracin de poder y violencia poltica(la leccin de escritura que se encuentra en la literatura de viajes decimonnica y la etnografa delsiglo XX). Se reproduce as la idea antigua que los significantes alfabticos vehiculan algn tipo designificado literal de lo poltico, econmico, o religioso, un contenido que vendra impuesto por lareduccin del significante al alfabeto y por el medio de su circulacin. Para la crtica a las teoras deJack Goody, Walter Ong y Olson, ver los nuevos estudios de literacidad (en sentido extensivo oideolgico) en V. ZAVALA, M. NIO MURCIA & P. AMES (eds.), Escritura y sociedad, Lima, 2004.

  • permita incorporar sus textos a la historia de la escritura, e hizo necesa-ria la consideracin de estos textos para el estudio de estas sociedades. Sinembargo, esto implic el reforzamiento de las tesis que vinculan la exis-tencia de la escritura con la de los Estados. De esta manera, los textos delas sociedades sin Estado (o contra el Estado), generalmente coloniza-das mucho ms tardamente (siglo XIX), no se beneficiaron del recono-cimiento y la valoracin historiogrfica. En la proyeccin de esta clasifi-cacin, algo tuvo que ver el debate que se dio en torno a los documentosdesclasificados en esos aos. Para la lectura de la escritura indgena engrafa alfabtica se fueron planteando dos tesis fuertes: aquella que la pre-senta como resabio o remanente de una literatura en vas de desaparicin,es decir como la expresin ltima de la ruina y el trauma de las civiliza-ciones prehispnicas (la Visin de los vencidos, de Miguel Len-Portilla); 1 yaquella que al contrario, ve en esa literatura el inicio de un proceso decolonizacin, del cual surgen las variaciones del mestizaje, la transcultu-racin, la hibridez, como apropiacin (o absorcin) de una escritura al-gena (no autctona). 2 Aunque estos debates se dieron inicialmente a pro-psito de los textos producidos en el siglo XVI durante la conquista delos imperios azteca e inka, se fueron ampliando para incorporar, de mane-ra ms continental, la cuestin de las literaturas latino-americanas en po-cas coloniales y poscoloniales. 3 Se intuye que estas dos tesis podran serargidas para abordar la cuestin de los textos mapuche en el siglo XIX,en la segunda mitad del cual el Wallmapu vivir el proceso de conquistadefinitiva por parte de los Estados nacionales.

    Sin embargo, ambas reposan sobre ciertas esencializaciones que noayudaran a comprender la heterogeneidad y la singularidad constitutivasde los textos mapuche. Si la idea de transculturacin ha sido en sus prin-cipales exponentes (Fernando Ortiz y ngel Rama) la expresin de unafantasa de reconciliacin de clases, razas y gneros, 4 sus avatares del mestizaje

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    1. M. LON-PORTILLA, Visin de los vencidos, Mxico, 1959.2. Para un resumen de estas posiciones, ver el prlogo de M. LIENHARD, La voz y su huella, La Habana,

    1990. No es coincidencia que, tambin en los aos sesenta, se plantea desde frica la importancia delregistro de las fuentes orales para escribir la historia de las sociedades colonizadas. Cf. J. VANSINA[1960], Oral Tradition as History, Madison [Wis.], 1985.

    3. Cf. M. LIENHARD, op. cit., 1990; y J. BEVERLEY [1999], Subalternidad y representacin, Madrid, 2005.4. De la reelaboracin social-demcrata del concepto de transculturacin por ngel Rama, John

    Beverley seala: Desde la perspectiva de la transculturacin, Rama no puede conceptualizar, ideolgica o

  • y la hibridez no son mucho ms realistas, respondiendo a un similarintento de integracin, nacionalista y estatista, compartido por fuentes detodo el espectro poltico. La transculturacin presupone la restauracinde un esencialismo de la raza (como resolucin teleolgica de sus oposi-ciones binarias puro/impuro, cuerpo/mente) por un esencialismo dela cultura (como sntesis y reconciliacin de sus oposiciones civiliza-da/salvaje, escrita/oral, diacrnica/sincrnica), raciologa vuelta cultu-ralismo que constituye el sustrato de la observacin o proyeccin de lasmezclas. 1 En la propuesta de entender los movimientos de resistencia ylos procesos de emancipacin de las sociedades colonizadas como afec-tas a un idioma dual (Campbell), el sujeto histrico se presenta escin-dido en dos polos la identidad y su negacin, bipolaridad excluyentedonde desaparece la heterogeneidad productora de singularidades mlti-ples, que tambin supone la indivisin del sujeto, y que sus deseos e inte-reses se recubran perfectamente, sin falta ni resto. 2 La irreductibilidad deldeseo al inters y la posibilidad de sus multiplicidades son sin embargolos principales efectos del descentramiento observado por AntonioCornejo Polar al leer la literatura heterognea de los migrantes en elPer contemporneo:

    el discurso migrante es radicalmente descentrado, en cuanto se cons-truye alrededor de ejes varios y asimtricos, de alguna manera incompati-bles y contradictorios de un modo no dialctico. Acoge no menos de dosexperiencias de vida que la migracin, contra lo que se supone en el usode la categora de mestizaje, y en cierto sentido en el del concepto de trans-culturacin, no intenta sintetizar en un espacio de resolucin armnica

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    tericamente, movimientos indgenas a favor de su identidad, derechos y/o autonoma territorial que desarrollen suspropios intelectuales orgnicos y formas culturales, sean estas literarias o no. Dichas formas no slo no dependen nece-sariamente de una narrativa de transculturacin sino que, en muchos casos, se encuentran obligadas a resistir o con-tradecir dichas narrativas (1999, ibd., p. 42). Y ms adelante, sigue: no hay un movimiento teleolgico haciauna cultura nacional en la cual literatura y oralidad, cdigos o lenguajes dominantes y subalternos sean, finalmente,reconciliados. La multiplicidad que proponemos implicara proyectar fractalmente esta escisin en losdiferentes fragmentos de lo nacional: mapuche, chileno, argentino, penquista crucista, porteo mitris-ta, wenteche, pewenche, ranklche, etc.

    1. Ver por ejemplo el estudio de Len-Portilla sobre la escritura de los cdices y su afn por deve-lar la incontaminacin cultural como base de la autenticidad de los primeros textos que mezclanpictoglfos y alfabeto (M. LON-PORTILLA, El destino de la palabra, Mxico, 1996).

    2. Ver G.C. SPIVAK, Can the Subaltern Speak?, en: C. Nelson & L. Grossberg (eds.), Marxism andthe interpretation of Culture, Chicago, 1988, p. 275-276.

  • [] el desplazamiento migratorio duplica (o ms) el territorio del sujetoy le ofrece o lo condena a hablar desde ms de un lugar. Es un discursodoble o mltiplemente situado. 1

    No hay duda que la modernidad de la sociedad mapuche decimonnicase constituye en un efecto de descentramiento, no slo migratorio (por susmovimientos entre el Ngulumapu y el Puelmapu) sino tambin poltico, porsus tendencias al ejercicio multitudinario de la soberana (y las formas difu-sas, colectivas y centrfugas del poder poltico). La escritura alfabticamapuche est adems descentrada en trminos lingsticos (el texto escritoes pronunciado en mapudungun, luego traducido para ser trascrito en cas-tellano), por lo que se puede pensar que por la dualidad del idioma y elsuplemento inscrito en ellos, en estas prcticas de traduccin estn tambinen juego formas de soberana colectiva, precisamente por la polifona quesubvierte y tambin gobierna la multiplicidad discursiva. Y cuando la sobe-rana territorial est siendo perdida (en el trnsito hacia un estado de subal-ternizacin colonial), durante la segunda mitad del siglo que nos ocupa, esun nuevo espacio de escisin que se abre para los sujetos sometidos porla colonizacin, lo que nos remite a la experiencia colonial del afro-ameri-cano vivida y teorizada por Franz Fanon y reelaborada por Homi Bhabha:

    No es el Yo colonialista o el Otro colonizado, sino la perturbante dis-tancia in-between que constituye la figura de la alteridad colonial: el artifi-cio del hombre blanco inscrito sobre el cuerpo del hombre negro [oindio]. Es en relacin a este objeto imposible que surge el problemaliminar de la identidad colonial y sus vicisitudes. 2

    El lenguaje de la hibridez (geometra euclidiana de conjuntos o clases),a diferencia del de la escisin y la heterogeneidad (geometra fractal delneas, vectores e intersecciones), tiende a proyectar un expansionismo delas clasificaciones identitarias, que se vuelven as simples combinacionesde dicotomas desde las cuales se ordena jerrquicamente su expansin ysubdivisin. Por su parte, el esencialismo de las clasificaciones (o realis-mo clasificatorio), 3 podr ser usado en estrategias de endurecimiento

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    1. A. CORNEJO POLAR, Una heterogeneidad no dialctica, en: Revista Iberoamericana, Mxico, julio-

    diciembre 1996, vol. LXII, n 176-177, p. 840-841.2. H.K. BHABHA [1994], El lugar de la cultura, Buenos Aires, 2002, p. 66.3. J.-C. PASSERON [1991], Le raisonnement sociologique, Paris, 2006.

  • jerrquico de las oposiciones, donde vienen a alojarse racismo, clasismo,machismo, orientalismo, occidentalismo, etc. (aunque, como han argu-mentado Deleuze y Guattari, el fascismo tambin se aloja en micro-tcti-cas que hacen de las lneas de fuga, lneas de destruccin). 1 En amboscasos, la escritura producida como registro de los sujetos mestizos que-dar as indexada como literatura indgena. De la lgica de una purezaindgena (o india) precolonial se va a desprender una de la hibridez ind-gena colonial. En ambos casos, la categora indgena en que se clasificacierta literatura remite a un proceso de colonizacin que lleva a la supre-sin de la heterologa constitutiva de estos textos, de las formas de suescritura y de los autores que la producen. La categora indgena seimpone as con todo su poder de homogeneizacin colonial, 2 homoge-neizacin del otro como totalidad subsumida y superada en tanto vestigiode un proceso civilizatorio dialctico (teleolgico y logocentrado). 3 Laesencializacin de la dicotoma oralidad/escritura responde a la mismalgica: subsumir la heterogeneidad de las prcticas gramatolgicas bajoclasificaciones fundantes del orden colonial (un triple bind: la oralidad delindgena puro versus la hibridez de la escritura del colonizado; la socie-dad sin escritura versus la civilizacin de la escritura; la particularidad deuna versus la universalidad de la otra). Las nociones mismas de cambio,devenir histrico y de transformaciones sociales, quedan como efectos yafectos exclusivos de la civilizacin occidental, agente de la historicidad,a la cual los sujetos colonizados se veran convocados a participar en sucondicin de hbridos y mestizos.

    Para leer las cartas mapuche proponemos oponer a estas concepcionesuna lectura atenta a las singularidades que componen la constelacin deagentes y la multitud de segmentos mapuche, agentes y segmentos polti-cos, temporales y espaciales, cuya lgica resiste todo intento de homoge-neizacin bajo una categora nica que no sea la de la siempre cambiantecontingencia radical de las batallas, 4 en este caso, la de singularidades

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    1. G. DELEUZE & F. GUATTARI, Mille plateaux, Paris, 1980, p. 261.2. G. BONFIL BATALLA, El concepto de indio en Amrica, en: Anales de Antropologa, Mxico, 1972,

    vol. IX.3. Este tipo de lectura homogeneizante se puede encontrar por ejemplo en T. TODOROV [1982],

    La conquista de Amrica, Buenos Aires, 1987.4. La expresin es de J.A. HERNNDEZ, op. cit., 2005.

  • propias de los acontecimientos histricos vividos por los mapuche comomultitud vuelta pueblo desde su subsuncin al Estado republicano. 1 Setrata entonces de leer la singularidad mapuche como efecto de la hetero-geneidad mapuche, una constelacin de singularidades que conforman elproceso de su inscripcin histrica y su devenir heterolgico como socius. 2

    Las clasificaciones culturales o raciales a las que acabamos de aludirtienen un claro correlato en las prcticas de clasificacin y manipulacindocumental. Se trata entonces de un rgimen de clasificacin que opera endiferentes niveles de la produccin textual y de la organizacin narrativade la historicidad: en el de los discursos sobre la sntesis nacional (ethos delmestizaje o de la transculturacin) operada desde el Estado y sumquina blica de aculturacin (dialctica hegeliana de la historia,orientada a erigirse sobre las ruinas de la alteridad como negacin de lahistoria); 3 en el de la topologa y nomologa del archivo y su sustratoescritural, donde se define el estatus gramatolgico de la literatura y laliteralidad, su relacin con la produccin de una memoria de la soberanapoltica, sus formas de ejercicio y representacin por medio de los pro-cedimientos de indexacin del sentido; 4 y en el de la produccin de lasclases como efectos de un dispositivo de representacin poltica, por lapuesta en escena donde se registra su devenir como actor trans-segmental

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    1. Como muestra Paolo Virno, es la tradicin poltica hobbesiana del Estado que lucha por redu-

    cir las multitudes a la forma pueblo, que es la unidad poltica que delega su soberana al Estado.Veremos ms adelante que la historia poltica mapuche responde mucho ms a la de una poltica demultitudes que a una de pueblo constituido en el Estado. Cf. P. VIRNO [2001], Gramtica de la multi-tud, Buenos Aires, 2003.

    2. Michael Hardt ataca el concepto de diferencia que reduce toda diferencia histrica a una(di)similitud con la historia europea, haciendo aparecer las diferencias como variaciones o desviacio-nes de un modelo de semejanza generalizado, una diferencia con relacin a la historia europea. Encontraste, seala que El concepto de singularidad ofrece otra nocin de la diferencia. Una singularidad no estbasada en su diferencia con cualquier otra cosa; una singularidad es diferente en s misma. Desde la perspectiva de lahistoria, este concepto filosfico de singularidad est estrechamente asociado a una nocin fuerte del acontecimiento, cuan-do por acontecimiento entendemos un evento o realidad histrica que es diferente en s misma y por lo tanto no puedeser reducida a una repeticin o similitud, tampoco pudiendo ser entendida simplemente como un momento en unacorriente comn de la historia universal. Cf. M. HARDT, The Eurocentrism of History, en: PostcolonialStudies, Melbourne, july 2001, p. 246, cit. por J.A. HERNNDEZ, op. cit., 2005, p. 34.

    3. En este nivel se sitan una variedad de tendencias nacionalistas y latinoamericanistas enAmrica, en sus corrientes liberales, conservadoras, socialdemcratas, socialistas y fascistas (nazis chi-lenos), para constituir una de las metas narrativas latinoamericanas.

    4. A esta dimensin apuntan algunos trabajos de deconstruccin poscolonial (Derrida, Spivak,Bhabba).

  • y donde cristaliza una clase poltica (aristocrtica, burocrtica, guerrera-militar, comercial, lmnica, patriarcal, etc.). 1

    EL RGIMEN DE LA CORRESPONDENCIA FRONTERIZA: LA CARTA ROBADA, LA MEMORIA CONFIDENCIAL Y LOS SEGMENTOS WINGKA

    Para empezar a adentrarnos en la especificidad del corpus de cartas quepresentamos aqu, recordemos una historia que nos servir para entenderlas formas de circulacin y trnsito de estos documentos desde el remi-tente al destinatario, a travs de la frontera chileno-mapuche. Documentosen movimiento que terminan atrapados por aparatos de captura de losregistros, que vuelven a veces a ponerlos en movimiento en el espacio yel tiempo, ilustrando as una dimensin de la lucha de clasificaciones.

    El 5 de febrero de 1862, el general Jos Mara de la Cruz, de Concepcin,le escribe al recientemente asumido Presidente de la Repblica de Chile,Jos Joaqun Prez, para darle sus opiniones y aconsejarlo sobre la polti-ca a seguir respecto a la frontera del Biobo. El Presidente le responde algeneral Cruz en carta fechada el 21 de febrero del mismo ao, 2 acusandorecibo de la carta mencionada y de los documentos adjuntos, entre loscuales Cruz haba incluido una carta del longko Jos Santos Klapang,hijo de Mangil Wenu (o Mail Bueno). La carta del 5 de febrero no seconserva en el legajo, y tampoco se conserva la anterior de Cruz dondele entregaba a Prez su opinin sobre ciertos temas que desconocemos.La carta de Cruz que sigue a esas (28 de abril) empieza como sigue:Cuando en cinco de Febrero me tom la libertad de dirigirme a V.E. acompando-le una carta del Cacique Quilapn de la tribu de Maguil, por la que se manifestabadispuesto a presentarse a V.E. con los dems caciques de sus Butalmapu. 3 La cartadel 5 est indexada en el catlogo de 1930. No as los documentos adjun-tos que ya en esa fecha haban sido separados de la carta. Estas cartas

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    1. Dimensin de la representacin poltica sugerido por las tesis estructuralistas tanto de Foucault

    como de Bourdieu.2. J.J. PREZ 1862, Carta a Jos Mara de la Cruz: Valparaso, febrero 21 de 1862, en: Archivo

    Nacional, Santiago de Chile.3. J.M. DE LA CRUZ 1862, Carta al Presidente de la Repblica de Chile, Jos Joaqun Prez:

    Peuelas, abril 28 de 1862, en: Epistolario: Cartas del Presidente Prez y del General Cruz, 1861-1862, Revista Chilena de Historia y Geografa, Santiago de Chile, 1954-55, n 123.

  • tenan ciertas repercusiones polticas: la carta de Klapang fue enviadapor Cruz a Prez para convencerlo de la conveniencia y factibilidad de lle-gar a acuerdos de paz con el ftalmapu wenteche (arribano), de los aliadosde Klapang, en la medida que Prez los recibiera en Santiago, dos aosdespus de la muerte del toki Mangil. Esta visita se realizar en contra delos planes de los generales de frontera como Cornelio Saavedra y JosManuel Pinto, que impusieron aos despus en Santiago sus teoras sobrelas avanzadas de escarmiento a los indgenas, la cooptacin de los aliadosdel finado Kolpi como cua armada del ejrcito entre los ftalmapu, elapoyo militar a la llamada colonizacin espontnea, y la adquisicin detierras entre los mapuche por parte de los caciques chilenos (Saavedra,Pinto, Cruz, entre otros). 1

    El secreto (censura por clausura del archivo) fue una prctica de cla-sificacin aplicada por el mismo Cruz en otra circunstancia. Se trata dela historia de la Memoria relativa a la ocupacin del territorio mapuche,que ese mismo ao 1862, el general Cruz le hace llegar al presidentePrez. Al plantearle este la posibilidad de difundir pblicamente laMemoria, Cruz declina la oferta, sealando que si se publicaba el docu-mento vendran las tribus a ver demasiado claro [] de que la resolucin de avan-zar los fuertes conlleva el principio de establecerlos como base de operaciones en las quedebe apoyarse despus la ocupacin de todo el territorio de la Araucana, pues que asse patentiza en la exposicin de esa correspondencia, insistiendo en que habaque evitar que los detalles de la ocupacin pasen a manos del contrario antes

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    1. Este modelo de expansin ingls fue antes preconizado por Manuel Bulnes (en la guerra de

    1832-1834), segn lo reporta Juan Bautista Alberdi en su biografa de Bulnes. Para el autor argentino,hasta entonces La paz haba llegado a ser ms cara que la guerra. Convena pues a la dignidad e inters de Chile,acabar con este estado de cosas. Con este fin se abrieron nuevas hostilidades [] sin dejar de emplear los medios mili-tares ms recibdos, puso con preferencia en ejercicio el sistema empleado en la India [] que consiste enla prctica de ofensivas alianzas contradas con caudillos del linaje y territorio del adversario [] a fin de economizarsangre chilena, emple en los ltimos tiempos, como principal medida de hostilidad, el estmulo yfomento de las divisiones que a la sazn reinaban entre los distintos caciques enemigos. La actividad rara queadquiri aquella guerra intestina, por medio de la intervencin clandestina y diestramente manejada del poder civili-zado, llen de espanto a los brbaros, abismados ante los estragos ejecutados por sus propias manos. Completado suaturdimiento con los destrozos del terremoto experimentado a principio de 1835 [] se arrodillaron humildes parapedir a nuestro ejrcito la paz que les fue otorgada por su general en jefe. Su terror trascendi a otras tribus que tam-bin solicitaron la clemencia del Gobierno nacional; renunciaron a sus antiguas exigencias, que hacan costosas su amis-tad; nos concedieron gratis sus simpatas y su obediencia. J.B. ALBERDI, Biografia del Jeneral don Manuel Bulnes,Presidente de la Repblica de Chile, Santiago de Chile, 1846, p. 63-64, cit. en R. FOERSTER, Maloca y Racin,manuscrito, 2007, el destacado es nuestro.

  • de actuar contra l, para no revelar el verdadero objeto que lleva en mira el avan-ce de los primeros fuertes. 1

    Efectivamente la Memoria de Cruz establece un completo plan deocupacin de la Araucana, cuyos primeros pasos eran la refundacin deAngol y de Lebu. Este plan ser adoptado por el gobierno y llevado a laprctica por Cornelio Saavedra. Lo que choca aqu es que el personajeque era considerado como el mejor amigo y conocedor de los mapuche,particularmente del toki Mangil, el general que haba gozado del comple-to apoyo militar wenteche para sus campaas federalistas en 1851 y 1859,le entregaba al gobierno de sus antiguos enemigos de Santiago el planpara la ocupacin definitiva, considerando adems que sus aliados arri-banos deberan pagar con la entrega de territorios el costo de la guerradel 59. 2 Esto explica sobre todo que Cruz se haya opuesto a la difusinde la Memoria, sabiendo que a travs de los montoneros, misioneros,caciques, werken y otros viajeros, el texto llegara a manos mapuche, evi-denciando su propia traicin. Pero la historia no termina aqu. El mismoCornelio Saavedra, ocho aos despus de la ocupacin y refundacin deAngol (preconizada por Cruz), en momentos en que requera del apoyodel Congreso para una guerra de ocupacin definitiva, publica su compi-lacin Documentos relativos a la ocupacin de Arauco, 3 donde incorporala Memoria del general Cruz. 4 Sin embargo, Saavedra recorta variosprrafos y pginas en los cuales Cruz crtica el proyecto de

    introducir colonias extranjeras en un territorio como el de Arauco,enteramente despoblado de gente civilizada del pas; lo que hara que esascolonias en tal aislamiento su poblacin no se confundiese con la nuestra;sino por el contrario esa poblacin extranjera se aumentara, conservan-do siempre sus costumbres, idioma y religin, con todas sus simpatas

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    1. J.M. DE LA CRUZ, Carta al Presidente de la Repblica de Chile, Jos Joaqun Prez: Queime,

    octubre 18 de 1862, cit. en A. LEIVA, op. cit., 1984, p. 142.2. Fray Palavicino seala cuanto le preocupaba a Mangil el problema de las reparaciones por los

    daos que dej la guerra de 1859 a ambos lados de la frontera del Biobo. Cf. V. PALAVICINO, Memoriasobre la Araucana por un misionero del Colegio de Chilln, Santiago de Chile, 1860.

    3. C. SAAVEDRA (comp.), Documentos relativos a la ocupacin de Arauco, Santiago de Chile, 1870.4. J.M. DE LA CRUZ, Memoria observando lo que en noviembre de 1861 present al Supremo

    Gobierno el seor Coronel Don Pedro Godoi, con motivo del pensamiento de realizar la ocupacindel territorio araucano, en: C. Saavedra (comp.), Documentos relativos a la ocupacin de Arauco, Santiagode Chile, 1870, Anexo D.

  • hacia el pueblo de que procedan lo que con el tiempo cubiertos con labarra del Bobo podra muy ser causa a producir una escisin del pas, loque aun peor, introducirnos en l un protectorado de algunas de lasCortes de Europa. 1

    Y tambin el comentario a la carta dirigida desde el territorio indgena el ao58, [de la cual] incluyo a V.E. su copia tal cual es su redaccin efectuada por unguaso; la que si bien, por mala redaccin del asunto de que trata, siempre deja versela coincidencia que l tiene con el aparecimiento en la Araucana de S.M. Aurelio l. 2

    Esta carta tambin desaparece, a pesar de las copias que haba mandadoa hacer Cruz. Sin duda que el general penquista tena cierta conciencia delrgimen clasificatorio al que est sometido la correspondencia poltica,como l mismo seala en relacin a una carta que manda al presidentePrez por intermedio de Anbal Pinto, sealndole que si V. resuelve man-darla sin correccin, ser bueno deje copia de ella, porque en asuntos polticos suelenhaber alteraciones de que es prudente ponerse en guarda. 3 La correspondenciaentre estos caudillos chilenos aparece como documentacin confidencial,que a pesar de tratar de las polticas pblicas, estn sometidas a todaclase de resguardos para su circulacin.

    La conclusin particular que sugiere entonces este epistolario de Cruz(y sus tribulaciones como texto publicado) es que las decisiones deEstado se presentan unvoca y monolticamente en el espacio pblico,pero que en su textura interna (o privada, considerando siempre conAlthusser que la privatizacin o la produccin de lo privado ocurre alinterior del Estado oligrquico), estn atravesadas por intereses antagni-cos, deseos encontrados y contradicciones ms o menos flagrantes, queson purgados del texto antes de hacerlo pblico. Este tipo de manipula-ciones de los documentos nos remite a un rgimen de clasificacin que esnecesario analizar combinando el punto de vista segmental con el de laformacin de intereses de clase, en tanto disposiciones combinadas o

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    1. J.M. DE LA CRUZ, op. cit., 1862, p. 113. Las sospechas respecto a la autenticidad y fiabilidad de la

    correspondencia no seran entonces el patrimonio de un carcter especialmente suspicaz de losmapuche, como lo sugiere Gregorio-Cernada (op. cit, 1998, p. 68), sino parte de las medidas propiasde un contexto de enfrentamiento latente.

    2. J.M. DE LA CRUZ, Carta a Anibal Pinto: Peuelas, octubre 17 de 1861, en: Epistolario: Cartasdel Presidente Prez y del General Cruz, 1861-1862, Revista Chilena de Historia y Geografa, Santiagode Chile, 1954-55, n 123, p. 79.

    3. J.M. DE LA CRUZ, op. cit., 1862, p. 114.

  • antagnicas de articulacin de una fuerza poltica. En este sentido, las car-tas recin citadas evidencian una segmentalidad de los poderes que operaal interior mismo de las instituciones de Estado (donde tambin jueganlas lgicas de alianzas por matrimonios y padrinazgos, que en el Estadoson producidas en la confidencialidad de lo privado) y no solamente,como se ha querido ver, en las llamadas sociedades sin Estado. 1 Inclusoen el medio de lo que Arturo Leiva llama el montt-varismo chileno, quese presenta como un bloque que opera verticalmente y se subsume porcompleto al orden jerrquico del Estado, se puede ver el despliegue deintereses corporativos y el predominio del entendimiento privado,cuando este bloque se hace del aparato estatal y lo usa para sustentar suclientela poltica. Al confundirse la agrupacin corporativa con el Estadomismo, el monttvarismo, defensor de la legalidad impersonal, implicaba en el fondoun personalismo y caudillismo previo [] se trata entonces de una especie de seoropatrimonial, pero donde no se recompensa con los bienes personales del seor, sino conlos bienes del Estado alcanzados mediante influencias. 2

    Debemos entonces matizar la propuesta de Abelardo Levaggi, res-pecto a considerar que los pactos entre mapuche y wingka no producenestructuras o compromisos de larga duracin en la medida que no sonconsiderados acuerdos institucionales, sino acuerdos personales entrelas partes. Toda la diplomacia fronteriza muestra estar atravesada por el

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    1. Hablando de Estados y segmentos polticos africanos, J. L. Amselle seala: las relaciones de con-

    tigidad, la yuxtaposicin o la contraposicin provienen del fenmeno de la segmentariedad en sentido amplio, es decir,del predominio de relaciones verticales sobre las relaciones horizontales. En este sentido, la segmentalidad como se hadicho a menudo, no puede definirse ms que de manera relativa: es slo un modo particular de los vnculos que los gru-pos establecen con los otros y puede intervenir en diferentes niveles (linajes, clanes, Estados, etc.). En definitiva, pare-ce difcil definir las so