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Etnicidad y poder dentro del Ecuador

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  • Captulo IIIEspacio, etnicidad y poder

    Ciudad y sociedad estamental

    Las ciudades se constituyeron como comunidades locales imaginadas quesirvieron de punto de partida al funcionamiento de la sociedad nacional1.Quito, Guayaquil, Cuenca, Riobamba, jugaron, independientemente desu importancia o su significacin econmica, distintos papeles en los pro-cesos de estructuracin de proyectos regionales y nacionales y de una cul-tura nacional. A los ciudadanos, como herederos de los padres fundado-res y primeros pobladores de la ciudad, pertenece por dignidad y por naci-miento, el gobierno de su patria (Guerra 1993: 69). No hay que perder devista, en todo caso, que buena parte de las funciones de las ciudades en elsiglo XIX, y el campo de significados a partir del cual eran percibidas, hab-an sido heredados de la Colonia. Por un lado, estaba la representacin dela ciudad como comunidad de vecinos, por otro, la idea de que la ciudadconstitua el marco privilegiado de la vida social civilizada, en oposicin alo no civilizado (Guerra 1993: 67).

    La organizacin del territorio a partir de regiones constituidas a par-tir de ncleos urbanos, fue particularmente clara en el caso de Ecuador.Las regiones hasta bien entrado el siglo XIX se definan menos por unadivisin poltica administrativa que por la influencia de un centro urba-

    1 De acuerdo a Braudel son las ciudades las que crean los estados modernos y los merca-dos nacionales sin los cuales los Estados modernos seran una ficcin. Al mismo tiem-po, el fortalecimiento de las ciudades produce grandes desequilibrios. Ver al respecto, elcaptulo dedicado a las ciudades, en Braudel (1974).

  • no (Colmenares 1992: 12). Aunque el litoral tuvo escaso peso econ-mico y demogrfico durante la Colonia, esta situacin comenz a modi-ficarse a finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX, con las exporta-ciones cacaoteras. Guayaquil se convirti en el eje de una economa basa-da, entre otras cosas, en relaciones de subordinacin de los productorescon respecto al capital comercial de exportacin afincado en el puerto(Chiriboga 1980; Contreras 1994). En cuanto a Cuenca, los estudios deSilvia Palomeque (1990) muestran el papel jugado en la ciudad por unpequeo grupo de familias terratenientes afincado en ella, y cuyos inte-reses se haban diversificado, en la articulacin de las zonas agrarias y laregin austral.

    Se trataba de una organizacin jerrquica del territorio que privilegia-ba al espacio urbano con respecto al campo y que colocaba a las ciudadesprincipales por encima de los asentamientos menores. Como forma deorganizacin del territorio y las poblaciones, las ciudades respondieron aun orden real e imaginario a la vez:

    La expansin y la dominacin urbanas no son slo econmicas, sonpolticas, administrativas, religiosas, culturales (Braudel 1993: 175).

    Los procesos de urbanizacin, tal como han sido asumidos desde un cen-tro, han generado un juego de oposiciones binarias que privilegia lo urba-no con respecto a lo no urbano, lo concentrado frente a lo disperso, losimtrico con relacin a lo no simtrico. Se conoce, por ejemplo, que elmodelo geomtrico del damero (o modelo ortogonal, como prefiere lla-marlo Capel) desarrollado en Europa en el Renacimiento, y trasladado aAmrica, constituy tanto una forma de organizacin del espacio como undispositivo mental, generador de un orden:

    La cultura geomtrica del Renacimiento se ha convertido ya en un hbitomental extendido, necesario para el funcionamiento de la industria, delcomercio, de las exploraciones, de los negocios y que garantiza la disposi-cin del escenario cotidiano para el trabajo y el reposo. Los europeos lle-van consigo esta norma, que es al mismo tiempo un instrumento opera-tivo, profundamente vinculado a la herencia y al clima cultural de lamadre patria (Benvolo 1993: 126).

    Eduardo Kingman Garcs142

  • El modelo ortogonal expresara la necesidad de ordenar la fundacin y cre-cimiento de las ciudades. Una de sus ventajas sera su capacidad de adap-tarse a diversas circunstancias; pero el problema no radica tanto en saber siese modelo pudo ser aplicado o no y de qu modo, sino entender el tipode sistemas clasificatorios que se gener a partir de l:

    En la aplicacin de esta trama ha habido sin duda motivos econmicos. Esla forma geomtrica ms simple para dividir y distribuir el espacio. Pero lageneralidad con la que los diversos imperios la han impuesto a los territo-rios conquistados nos lleva a pensar que han podido existir otras razones.La imposicin de la trama ortogonal frente a los diseos irregulares segura-mente tiene que ver con un deseo de mostrar la superioridad de la culturadel pueblo conquistador y con razones de aculturacin. Sin duda lacuadrcula expresaba la racionalidad de la vida civilizada (Capel 2002: 157).

    Algo semejante sucedi con el ornato, como esquema de organizacin delespacio en el siglo XIX: al tiempo que buscaba ordenar la ciudad, a partirde cnones de embellecimiento urbano y de una normativa, estuvo dirigi-do a establecer criterios de distincin y diferenciacin al interior de la urbe.Las distintas formas de ordenamiento urbano son expresin de diversasestrategias de administracin de las poblaciones. Los cabildos coloniales,por ejemplo, cumplan funciones locales, de representacin e intermedia-cin entre los distintos estamentos de la sociedad colonial. A diferencia delos burgos europeos, cuyo modelo haban copiado, no representaban inte-reses puramente urbanos. Las figuras principales de esos cabildos eran, a suvez, grandes terratenientes:

    Los encomenderos dominaban los cabildos y as ni siquiera en las zonasperifricas se dio aquella tensin entre reas urbanas y rurales que tantopeso tuvo en la evolucin del viejo mundo. (Anmino 1994: 239)

    Palomeque recuerda que la representatividad del conquistador o del colo-no espaol se situaba en las ciudades, mientras que la de los indios se basa-ba en los cacicazgos. Durante la Repblica continu reproducindose estaforma binaria de administracin de las poblaciones, con la diferencia deque los cabildos de indios perdieron la mayor parte de su poder. A partirde la Gran Colombia.

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  • Eduardo Kingman Garcs144

    los Municipios Cantonales sern el espacio de representacin y poderde los hacendados y la poblacin blanca y mestiza en general, y lospequeos cabildos sern el espacio de los indgenas (Palomeque2000:137).

    En realidad, la ciudad organizada como estaba, a partir de una ficcin cor-porativa, asuma lo mismo el control del espacio urbanizado como delrural. La separacin entre ciudad y campo obedeca ms a un orden sim-blico que a la dinmica econmica y social, no slo por los flujos de inter-cambio, sino por factores administrativos. Durante el siglo XIX, ms alldel dominio de la hacienda, fue establecida toda una red de relaciones queiba de la ciudad al campo, y viceversa, y en la que estaban inmiscuidostanto los caciques y gobernadores de indios como el clero parroquial, lostenientes polticos y los celadores. La propia ciudad inclua en su seno unapoblacin indgena y popular, que responda a parmetros culturales pro-pios y conservaba el control sobre determinados espacios. En otros casos,lo que dominaba era el espritu de la plaza pblica. Los barrios acogan lomismo a poblacin blanca, india y mestiza (aunque lgicamente existandiferencias entre los barrios del Centro y los ms alejados de ste) sin dejar,por eso, de responder a un orden jerrquico.

    La antigua separacin entre barrios de indios y barrios de espao-les, expresin espacial de la divisin entre las dos repblicas, perdi con-sistencia en el caso de Quito, en el siglo XVII.

    Con el transcurso del tiempo la sociedad de castas remplaz el proyectoseparatista, pero la ciudad no perdi su calidad de espacio de escenario dedisputa o sincretismo entre dos formas de apropiacin del espacio cul-turalmente distintas (Tern 1991:73).

    En cuanto a Cuenca las reducciones de indios cercanas a la urbe, consti-tuidas a inicios de la Colonia, se fueron transformando en asentamientossuburbanos en los siglos siguientes, en algunos casos con una poblacinpredominantemente indgena, en otros, con una configuracin pluritnica(Simard 1997: 431).

    En las ciudades, en las que histricamente se haban ubicado los smbo-los del poder colonial, tom cuerpo la idea de la nacin. De la ciudad parta,y hacia all conflua, ese espacio imaginado que formaba la nacin, as comotoda la tradicin reinventada a partir de la cual sta pretenda construirse (el

  • Reino de los Shirys, la Nacin Quitea, la Repblica Hispnica, lasociedad patricia)2. Lo que tuvo mayor significacin en el campo de la pol-tica fue, segn Maiguashca (1994: 362), la funcin de estos centros comoespacios de poder; y esto antes que su tamao o nmero de pobladores.

    Los estados nacionales, para constituirse, requirieron de aparatos jur-dicos y administrativos capaces de organizar una accin a distancia, ascomo de la invencin de una tradicin nacional. Nada de eso hubiera sidoposible sin el concurso de los centros urbanos3. En las urbes se concentra-ban los organismos que lo hacan factible: la burocracia nacional, la jerar-qua eclesistica convertida por Garca Moreno en una aliada del Estadonacional, la administracin escolar, el sistema judicial y penitenciario, lasinstituciones de beneficencia pblica, las bibliotecas pblicas y academias,la prensa escrita, as como los mercados regionales de productos agrcolas,las casas de comercio, los prestamistas y ms tarde los bancos. A partir deah se organizaban las redes de relacin econmicas, sociales, culturales yterritoriales que conformaron la Repblica Aristocrtica.

    La sociedad blanco-mestiza se perciba a s misma como urbana, yasea que viviese en ciudades o en poblaciones menores. El carcter urbanose defina, en parte, por su condicin de dominio: patricios en su ciudady seores de vasallos en el campo (Guerra 1993: 69). Los indios, por elcontrario, eran vistos como rurales, aunque existan muchos indios urba-nos. La percepcin de lo urbano dependa principalmente de la reproduc-cin de unas relaciones sociales de origen colonial. Desde el momentomismo de la Conquista, los indios de Quito fueron calificados como dis-persos y, por ende, poco civilizados4. En el caso de Guayaquil, por el con-

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    2 Con estos trminos hago referencia a algunos de los proyectos planteados por quiteosy guayaquileos a partir del siglo XVIII. La existencia de un reyno de los shiris fuedefendida por el jesuita Juan de Velasco, para justificar histricamente la posibilidad deconstruir una Nacin Quitea. Otros proyectos de reinvencin de una tradicinnacional giraban en torno a una supuesta hispanidad (sobre todo en Quito) o a unaprocedencia patricia (Guayaquil).

    3 Si bien los historiadores ecuatorianos han reflexionado sobe el proceso de frag-mentacin del poder y la constitucin de espacios locales de poder, en el agro muypoco se ha dicho sobre las formas locales de funcionamiento del poder en las urbes -pero sin ser por eso dispersas.

    4 Al calificar a los asentamientos indgenas norandinos como dispersos, desparrama-dos, apartados, se estaba justificando la poltica de reducciones instaurada en 1570por el Virrey Toledo (Ramn 1989:82).

  • trario, los rasgos de barbarie provenan de los negros, habitantes de la ciu-dad, a los que se deba controlar. Se poda vivir en la ciudad pero compor-tarse como salvaje, es decir, de modo poco urbano. Al mismo tiempo, enlas haciendas, haba quienes saban vivir5.

    Siempre existieron cdigos para ubicar a un asentamiento como ms omenos urbanizado, ya sea por el tamao de la poblacin en la que se habi-taba o su importancia econmica o administrativa, criterios valorativos conrespecto a otras ciudades o relacionados con la idea del progreso:

    El concepto de ciudad es eminentemente relativo, sin duda es un con-cepto que tiene que hacer referencia a una cierta acumulacin de pobla-cin. Sin duda es tambin un concepto que alude a grandes complejos deredes de relaciones sociales, de intereses comunes y en ciertos consensosnormativos. Para la definicin de ciudad se ha adoptado tambin comocriterio la existencia de un sector importante no directamente relaciona-do con la consecucin de alimentos. Todo ello puede estar presente enuna forma ms o menos explcita en los juicios valorativos con los que lagente considera que una determinada poblacin es o no ciudad (Fernn-dez 1993:81).

    La ciudad permita a las clases dirigentes la produccin y atesoramiento derecursos materiales y simblicos inconcebibles fuera de un espacio concen-trado. Pero ni siquiera esa era una condicin suficiente. El papel de unaciudad en el proceso de constitucin del Estado-nacin no dependa tantodel nmero de sus habitantes como del tipo de capital econmico, simb-lico o cultural que se haba acumulado en su seno. Una pequea ciudadpoda ser la sede de una universidad prestigiosa o de un tipo de produccincultural importante para su poca, capaz de contribuir a la cultura de lanacin (tanto Cuenca como Loja, ciudades ecuatorianas que han ocupa-do posiciones secundarias, en trminos polticos y econmicos, han recla-mado para s una primaca cultural). En otros casos, las ciudades podanreivindicar su importancia en el contexto de un pas a partir de valores notangibles, como la decencia (Cuzco, en Per y Riobamba, la Sultana de losAndes, en Ecuador). Igualmente, la fama de una ciudad poda provenir desu prestigio como centro de mercado o de produccin, como fue el caso de

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    5 Testimonio de Enma Garcs. Entrevista, junio de 2002.

  • Quito, en la Colonia, con los obrajes. Los sistemas clasificatorios a partirde los cuales se caracterizaba a las ciudades dependan, en buena medida,de cmo y desde dnde se las juzgaba. A finales del siglo XIX Teodoro Wolfdeca que Quito, a pesar de ser la capital, era menos importante que Gua-yaquil; se basaba en criterios tanto demogrficos como urbansticos:

    Guayaquil (...) es, sin duda alguna la principal y ms importante ciudaddel pas, bajo todo respecto. Quito le aventaja slo por ser capital de laRepblica y residencia del Supremo Gobierno (...) Atendiendo al rpidoy continuo aumento de la poblacin, no exageramos fijndola para el pre-sente ao de 1892 en el nmero redondo de 45.000 (habitantes). Ascomo la poblacin en los ltimos aos casi se ha duplicado, tambin elcasero de la ciudad se ha extendido sobre ms que el doble (...) El cam-bio y mejoramiento de Guayaquil es tan considerable, que el que ha vistola ciudad unos 25 aos atrs, hoy a su regreso, apenas la conocer. Es unagran ciudad en formacin, y ser dentro de poco, especialmente conclu-idas algn da las obras de canalizacin y agua potable, una de las mejoresde Sudamrica (Wolf [1892] 1975: 608).

    En todo caso, en la ciudad conflua una gama de necesidades e intereses,no slo econmicos, sino polticos y culturales, que obligaba a encontrarformas de concertacin y mediacin ms amplias que las del poblado y quepermita extender redes de relaciones sobre territorios mayores. El solohecho de la concentracin poblacional (cincuenta, sesenta mil habitantes,en lugar de mil o dos mil) constitua una diferencia cualitativa con respec-to al poblado. Aunque existan elementos comunes tanto a la ciudad comoal poblado, resultantes de su inscripcin en una misma formacin social,no slo haba una institucionalidad diferente sino que la composicinsocial y el nmero y la calidad de los actores en juego eran distintos6. Unaciudad es un centro de circulacin de noticias, ideas, personas de diversasprocedencias. En ella, a diferencia de los espacios de la hacienda o delpoblado, las relaciones de poder asumen formas ms universales, que danlugar a la generacin de clases (en un sentido ms amplio, concebido por

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    6 El cabildo no slo organizaba el aprovechamiento y la distribucin de recursos como elagua, el aprovisionamiento urbano, el acceso a la mano de obra necesaria para el servi-cio de la urbe, sino que mediaba en las relaciones entre los diversos rdenes, estamen-tos, corporaciones sociales.

  • Bourdieu o por Thompson). Si bien los procesos de configuracin socialurbana se vieron condicionados por el sistema de hacienda y por el pesosocial y simblico de los terratenientes, en las urbes se desarrollaronmuchas formas alternativas de organizacin y representacin de los secto-res subalternos que entraron en contradiccin con la sociedad colonial yrepublicana7. En una ciudad los conflictos sociales y las preocupaciones delos actores adquieren una dimensin ms amplia que en el agro, en dondelos medios de comunicacin alcanzan un radio mucho ms limitado.

    Era principalmente en el espacio urbano donde los miembros de laRepblica Aristocrtica se articulaban, establecan vnculos y afinidades,mostraban diversos intereses al interior de un campo de fuerza del que sloellos formaban parte; desarrollaban estrategias locales y regionales, enfren-taban las demandas de los sectores subalternos y constituan un universocultural diferenciado. El fundamento material y simblico de los grandesseores de la ciudad eran las propiedades agrarias y el sistema de rentas,pero adems, se hallaban inscritos dentro de un modus operandi msamplio, que inclua tanto a la ciudad como a su entorno rural, cuyo ejedinamizador era el capital comercial.

    Buena parte de los hacendados de la Sierra centro-norte viva en Quitoo pasaba largas temporadas ah. Algunos posean propiedades en varias pro-vincias serranas, pero su base de operaciones era la ciudad8. Incluso los quepermanecan la mayor parte del tiempo en las provincias procuraban enviara sus hijos a los internados de la capital. Esperaban que en ellos encontra-sen una formacin intelectual, moral y sentimental acorde con su origensocial. Bschesges (1997) muestra que durante la poca colonial tardatodas las familias de la alta nobleza de la Audiencia, vivan en Quito. Inclu-so en los primeros aos de la Repblica, cuando la poblacin tenda a refu-giarse en el campo, era el ideal urbano el que marcaba las formas de vidaen las haciendas. Cuando el viajero Adrin Terry visit Callo, a catorceleguas de Quito, fue recibido por un hacendado que recientemente habadejado la ciudad para vivir en el campo. La descripcin que Terry hizo de

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    7 Los barrios de Quito fueron escenarios de importantes rebeliones, como la que se pro-dujo en 1765, principalmente en los barrios populares de origen indgena de San Roquey San Sebastin (Tern 1992b: 86).

    8 Una serie de descripciones los muestran afincados en la ciudad, mientras que las visitasa las haciendas slo eran realizadas en tiempos de cosechas.

  • la casa de hacienda mostraba la reproduccin de un esquema urbano o civi-lizado. Terry no dej de reconocer las comodidades de la casa de hacienda,aunque como buen europeo encontr reparos que, an en esas circunstan-cias, permitan distinguir a los europeos de los americanos: era mayor lasuntuosidad que el buen gusto.

    La casa era espaciosa y nueva, y con un lujo y limpieza que pocas veces seencuentran en el campo, de lo cual se notaba que estaba claramente orgu-lloso cuando al llevarnos de un cuarto a otro confirmaba nuestra admira-cin frente a cada cosa. A la final nos llev a su oratorio privado, que paral pareca ser el principal adorno de su casa; y en realidad muchos esfuerzosse haban hecho para el embellecimiento del altar y el santuario de NuestraSeora de las Lgrimas que estaba en l; la pintura y el dorado haban sidousados con ms suntuosidad que gusto (Terry [1834]1994: 157).

    No se trataba, por cierto, de un caso excepcional. Los grandes terratenien-tes serranos, durante los siglos XIX y XX, se caracterizaron por la suntuo-sidad de sus casas de hacienda. En eso se diferenciaban de los medianos ypequeos hacendados.

    El orgullo aristocrtico

    La vida en la ciudad acarreaba una serie de ventajas para la sociedad criolla,tanto en trminos econmicos como polticos y culturales. En los espaciosaristocrticos era posible acceder a redes clientelares, establecer lazos de afi-nidad y concertar alianzas matrimoniales con otros miembros de la mismaclase. Como seala Jaramillo-Zuluaga (1998: 476), para el caso colombia-no, en las ciudades las elites desarrollaban el arte de la conversacin. Estearte era el mejor vehculo tanto para llegar a acuerdos econmicos y socia-les, como para la constitucin de una cultura en comn. Las tertulias eranuno de los medios ms importantes de socializacin y comunicacin de laselites. De alguna manera contribuyeron a constituir un espacio de opinina falta de recursos ms modernos, como la prensa, las salas de lectura, cafsy salones literarios. Exista adems, un estilo de comportamiento que for-maba parte de su mundo de vida y que se adquira en la medida en que sefrecuentaba a gente con clase, es decir, a gente de la propia clase.

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  • La propiedad de la tierra constitua no slo un requerimiento econ-mico sino el factor bsico de distincin de esos sectores; no obstante, ladinmica de su afirmacin como grupo, de su orgullo aristocrtico, serealizaba en la ciudad, a partir de pautas de distincin y de comporta-miento urbanos:

    El orgullo aristocrtico reina en el ms alto grado entre las principalesfamilias de Quito, a las cuales se da el nombre de Viracochas. No han cesa-do ellas de aorar sus ttulos de Castilla; la mayor parte de entre estasfamilias son sumamente ricas, poseen inmensas haciendas y fbricas (obra-jes) considerables. Muchas tienen an parientes en la corte espaola, y yasea por cario a la madre patria o por temor de comprometerse, han evi-tado de aceptar empleos en el gobierno republicano. Tienen a la poblacinindgena en la esclavitud (...) (Ternaux Compans [1929] 1988: 246) .

    Orgullo aristocrtico cuyo fundamento era la condicin de feudatariospero que requera para afirmarse y desarrollarse de los espacios urbanos desocializacin y de los espacios urbanizados creados en el seno de lashaciendas. Se trataba de un tipo de membresa especial: de comunidadesunidas por relaciones de parentesco, por lazos de cultura y una memoriacolectiva (Maiguascha 1994: 362).

    Jos Luis Romero (1980) denomina patricio a este sector social9.Patricios, seores, linajes o notables (como los llama Weber 1964),quizs sean denominaciones descriptivas ms tiles que la de terratenien-tes, ya que si bien el fundamento de su economa eran las rentas agrarias,realizaban tambin actividades urbanas. Muchos tenan casas renteras en laciudad o participaban en el comercio y las finanzas, aunque, sin duda, loms importante eran sus haciendas, y esto no tanto en trminos materialescomo simblicos. Otros eran polticos o funcionarios pblicos de altorango, haban adems, profesionales liberales, hombres de letras, sacerdo-

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    9 En realidad, este trmino ya haba sido utilizado antes por otros autores dentro del con-texto europeo. As, Engels en Las guerras campesinas en Alemania: La cspide de lasociedad urbana constaba de las familias patricias, las llamadas honorables. Estas eranlas ms ricas. Sesionaban en el Concejo y ocupaban todos los cargos en la ciudad. Poreso, adems de administrar todos los ingresos de la ciudad, los malgastaban. Fuertes porsu riqueza, por su situacin de aristcratas tradicionales, reconocidos por el emperadory por el imperio, explotaban como podan lo mismo a la comunidad urbana que a loscampesinos sujetos al poder de las ciudades (Engels [1870]1981: 47).

  • tes: todos ellos necesarios para el funcionamiento social10. Era costumbreestablecer una suerte de divisin del trabajo al interior de las familias, demodo que algunos de sus miembros ocupasen funciones importantes en elgobierno, el ejrcito o la Iglesia.

    Los linajes desarrollaban procesos de reproduccin material y simbli-ca y de legitimacin como grupo y al interior del grupo, que iban ms alldel espacio de la hacienda, y eran fundamentalmente urbanos11. Con estono quiero referirme a un simple problema de ubicacin dentro del espaciofsico, sino a dispositivos de poder que slo pueden operar a partir de deter-minados espacios. Algo semejante a lo que se dio en Europa en el AntiguoRgimen. Para su funcionamiento requiri de la organizacin de la cortecomo lugar en donde no slo se organizaban la administracin del Estadoy sus aparatos, sino el funcionamiento de una cultura en comn. Se trata-ba, si se quiere, de una estrategia dirigida a la concentracin y centraliza-cin del poder, en oposicin a los poderes dispersos de la pequea noble-za. De una arquitectura y una urbanstica del poder12.

    Exista una ligazn estrecha entre las condiciones materiales de repro-duccin de la elite quitea y su situacin privilegiada. El privilegio noslo constitua un tipo de capital simblico sino que permita acceder a cr-ditos, tratos diferenciados, servicios, informacin poltica y econmica.Tambin el privilegio constitua una condicin cultural. Como pretendomostrar en otras secciones de esta investigacin -y de manera particular enla cuarta parte de este estudio-, la nocin de cultura se asimilaba a la decen-cia y al ornato, pero esto slo fue asumindose a lo largo del siglo XIX. Lacondicin privilegiada constitua una cuasi posesin, un don que norequera ser sometido a prueba de no existir dudas explcitamente. Aunquela nobleza era una cualidad instituida que se originaba en la cuna, se pod-

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    10 En algunas ciudades como Guayaquil, Lima, San Juan, los propios sectores dominantesse autodenominaban patricios.

    11 Weber se refiere a un contexto espacial y temporal distinto, pero su descripcin refleja,de algn modo, el funcionamiento social de este grupo. Estos notables que monopo-lizan la administracin urbana se designan como linajes y el perodo de su seorocomo dominacin de los linajes. Estos linajes no ofrecen un carcter homogneo. Lonico que les es comn es la propiedad de la tierra y los ingresos, que no proceden deuna explotacin propia de tipo lucrativo (Weber 1964: 976).

    12 Ver, al respecto, los estudios clsicos de Norbert Elias (1993).

  • an tener comportamientos ms o menos nobles e incluso adquirirlos, a tra-vs de alianzas matrimoniales, recursos econmicos, maneras civilizadas,algn nivel de nobleza.

    A inicios del siglo XX la idea de nobleza fue, de algn modo, sustitui-da por la de civilizacin; sta se refera a la nacin en su conjunto y a lanocin de ciudadana. Sin embargo, las mayores posibilidades de ocuparuna jerarqua dentro de un estatus civilizado siguieron correspondiendo alos miembros de la elite aristocrtica. Exista un capital cultural heredadoque se identificaba con su estilo de vida, al que se iran sumando otros ele-mentos resultantes de la educacin; pero sin desplazar a los primeros. Gon-zalo Zaldumbide, figura cimera de la intelectualidad aristocrtica de la pri-mera mitad del siglo XX, educado en Europa y relacionado con crculosculturales europeos, intentaba diferenciar entre capital social y capital cul-tural, lo que lo colocaba en una situacin doblemente noble. Las nocionesde progreso y civilizacin dejaban abiertas las puertas a otros sectores blan-cos y mestizos en ascenso, pero no eliminaban las gradaciones, al puntoque podramos hablar de una ciudadana jerrquica.

    Los habitantes de la ciudad seorial estuvieron sujetos a un sistemaestamental y a parmetros relativamente estables de clasificacin social ytnica. No es que no hubiesen cambios en la situacin social de los indivi-duos, pero stos siempre se daban dentro de lmites predeterminados13.Formaban parte de este sistema, a ms del rgimen de propiedad y los rde-nes estamentales, las redes de parentesco y las clientelas. Hay que conside-rar, adems, el rgimen poltico conformado en torno a instituciones comoel cabildo, los gremios y cofradas, las agrupaciones benficas, los alcaldesy gobernadores de indios, que servan de base a la administracin tnica.Resta saber en qu medida este marco social ordenado permita juegos ymodificaciones dependientes de la accin y el inters de los propios acto-res. Las condiciones de movilidad social eran distintas a las actuales, ya quesi bien los individuos nacan a un lado u otro de la frontera tnica, o de

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    13 El testimonio de Terry muestra cmo las propias relaciones cotidianas estaban sujetas a unos cdi-gos de reconocimiento de un orden jerrquico: Cuando un extranjero devuelve las visitas querecibe de los habitantes debe observar una muy cuidada etiqueta. Cada persona debe ser visitadaen orden, de acuerdo a su rango y posicin social. Por ejemplo, no sera correcto visitar primero aun coronel o a un capitn antes que a un general, incluso si el primero nos ha visitado antes queel ltimo (Terry [1834] 1994:137).

  • gnero, podan alcanzar situaciones ms o menos ventajosas, como resulta-do de las posibilidades abiertas por el intercambio, los momentos de trans-formacin poltica -como la guerra de la Independencia- o por las propiastcticas sociales e individuales: acumulacin de capital cultural, econmi-co o social, estrategias matrimoniales, relaciones y clientelas.

    Sahlins (1983) sostiene que la economa precapitalista no ofrece lascondiciones para una dominacin indirecta e impersonal asegurada demanera casi automtica por la lgica del mercado. Las relaciones de servi-dumbre suponen un trato personalizado entre hombres que pertenecen asectores sociales diferentes. El poder se afirma a travs de este trato direc-to, permanente, personalizado. Se est hablando, en este caso, tanto derelaciones entre individuos pertenecientes a distintas castas y estamentos,como de relaciones establecidas en el interior del mismo estamento, ya setrate de un linaje o de una comunidad. Todas stas asumen la forma de vn-culos patrimoniales, algo distinto a lo que se genera entre los meros pose-edores de mercancas cuyo medio de vinculacin es el mercado.

    Se trata de una red de vnculos y lealtades que compromete a indivi-duos pertenecientes a distintos rdenes sociales y que obliga a una conti-nua interdependencia. An aquellos que mantienen actividades propiasjornaleros, artesanos, buhoneros y mercachifles deben inscribirse dentrode redes de relaciones ms o menos prolongadas. Redes clientelares orga-nizadas a partir de encargos y favores, reconocimientos y gratificacioneseconmicas y simblicas y fomentadas a travs de los ceremoniales y ritua-les. Esto explica las dificultades que tuvo el Estado para desarrollar unaaccin burocrtica en el sentido weberiano.

    El poder de los linajes e individuos dentro de ellos, se basa en la ampli-tud de los contactos que manejan en el seno de estas redes (Meuvret 1977).E igual sucede con los sectores subordinados. stos desarrollan sus propiastcticas de acercamiento, reciprocidad, negociacin, escamoteo con respec-to a las elites. Este tipo de prcticas tiene su base en hbitos de comporta-miento y en un tipo de cultura poltica negociada, cuyos fundamentos pue-den encontrarse en la propia cultura andina y en el catolicismo14. Relacio-

    153Captulo III: Espacio, etnicidad y poder

    14 Lo andino no hace referencia a una identidad abstracta sino a un juego de relaciones constituidohistricamente, que incluye tanto lo indgena como lo colonial y lo republicano. En este caso, sonlas formas cotidianas de escamoteo del poder, as como las formas enraizadas en un habitus deimposicin del poder. Tambin el catolicismo es un resultado histrico, no existe en abstracto.

  • nes perversas, ya que al tiempo que generan una constante dependencia,obligan a los interesados a desplegar diversas prcticas econmicas y sim-blicas con relacin al Otro: para atraerlo o, por el contrario, establecer dis-tancias, repelerlo; formas de comportamiento duales, prcticas ambiguas,que se continan en parte hasta el presente.

    Lo ms importante, en todo caso, es cmo a partir de estas prcticas seconstituyen formas de consenso y de disenso. El consenso constituye, siparodiamos a Raymond Williams (1988), un cuerpo de prcticas y expec-tativas relacionado con la totalidad de la vida. El logro del consenso supo-ne no slo discursos, rituales y dispositivos institucionales, sino vnculosdirectos, personalizados y una negociacin constante de esos nexos. Si elpoder est disperso hace falta invertir grandes cantidades de energa parareinventarlo. Se trata de un proceso de constitucin de capital simblicoy de poder poltico ligado a ste que atraviesa lo pblico y lo privado (enrealidad, no existan fronteras claras en ese entonces) y que se hace presen-te en diversos escenarios de la vida social. Al mismo tiempo, un proceso deproduccin de contrapoderes, cuyas pautas de funcionamiento poco tienenque ver con las actuales, ya que se mueven en campos dentro de un ethosdistinto al interior del cual tienen un peso significativo, una economa debienes simblicos. Los sectores subalternos pueden estar menos interesadosen disputar un espacio de poder en trminos polticos, que en ser recono-cidos en lo que tiene que ver con una economa moral, del honor o deldon. Si hablamos de una sociedad fuertemente estratificada en donde se daun ejercicio escritural orientado a sentar un orden (la ciudad letrada), nohay que olvidar que buena parte de los cdigos culturales se redefinen yrecrean de modo prctico antes que discursivo.

    La Iglesia actuaba en campos diversos, que apuntaban tanto a normarel comportamiento social (dada la escasa separacin de sus acciones conrespecto a las del Estado) como al control de la vida domstica y la educa-cin de la infancia, pasando por una economa poltica de base rentsticarelacionada con el manejo de diezmos, censos, capellanas, instituciones debeneficencia. Se trataba de una accin pastoral dirigida al cuidado del reba-o en su conjunto, as como al de todos y cada uno de sus miembros. Almismo tiempo, su accin no era igual para todos. La Iglesia, por ejemplo,diferenciaba la educacin de las elites de la educacin de los pobres y aun-que la religin era comn a todos los feligreses, la doctrina aplicada a los

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  • indios en las haciendas era distinta de las prcticas religiosas urbanas. Loque se demandaba a unos y otros, en materia de salvacin, variaba deacuerdo a la condicin social y tnica.

    El peso de la Iglesia sobre la vida de la gente era inmenso, pero, qutcticas desarrollaban los grupos subalternos para mitigar su poder, apro-vecharse de ella o para salirle al paso? En las procesiones y otros actos vin-culados con las celebraciones sagradas, se expresaban los rdenes socialescomo en un microcosmos. En todos ellos era notoria la presencia de dis-tintos estamentos. Un ejemplo de ello fueron las exequias pontificias del2 de Agosto de 1910, en las que participaron, de una parte, cuanto ennmero y calidad hay de mejor en la Capital y de otra, las clases obre-ras precedidas por estandartes enlutados15. La noticia pone nfasis en dosaspectos aparentemente contradictorios: la presencia del conjunto de lasociedad y, a la vez, su diferenciacin estamental entre lo mejor de laCapital y las clases obreras. En realidad, exista una estrecha interde-pendencia entre las distintas capas sociales urbanas, que se expresaba noslo en el campo religioso, sino en el de las representaciones cvicas; sinembargo, las formas de participacin y expresin cultural variaban segnlos actores.

    Se deca que en el matrimonio de Luis Gustavo Mortensen Gangotenacon Anita Mancheno Valdivieso estuvo presente una inmensa multitud decuriosos que apenas contena una escolta de polica, llenaba las naves y seextenda por las cercanas del templo de Santo Domingo16. Algo parecidosuceda cada vez que Don Jacinto Jijn y Caamao llegaba a Quito desdesus haciendas: la servidumbre levantaba arcos de flores en su honor y en elacontecimiento se hacan presentes, en calidad de espectadores, los indiosde Santa Clara de San Milln17. Al mismo tiempo, en muchos actos popu-lares estaban presentes miembros de las elites que daban significacin a losactos; en otros casos, cumplan el papel de benefactores o de educadores;pero tanto unos como otros, saban beneficiarse por la relacin.

    Se trataba, por lo que se ve, de rituales de representacin a los que esta-ba acostumbrada la sociedad de entonces. Sin embargo, poco sabemos, por

    155Captulo III: Espacio, etnicidad y poder

    15 Boletn Eclesistico, ao XVII, N 15, Agosto de 1910: 615.16 El Debate, 27 marzo, 1930.17 Testimonio de Luis Guamansara. Entrevista, febrero de 1994.

  • el momento, con respecto a las formas cmo los grupos populares proce-saban esos rituales18.

    Un caso interesante es el del gremio de albailes ya que justamentecuando (en los aos treinta) la elite quitea estaba interesada en reafirmarla identidad de Quito promoviendo mitos fundacionales hispnicos, losmiembros del gremio levantaron su propia campaa para erigir un monu-mento a Atahualpa, nuestro cacique19. Esto significa que an en el con-texto de la ciudad seorial, los juegos de identidad provocaban respuestasdel otro lado de la frontera tnica.

    Los mecanismos generadores de consenso se producan en el interiorde la propia vida cotidiana y se combinaban con el uso, igualmente coti-diano, de la violencia. Pero lo ms importante para el efecto es que ni elconsenso, tampoco la violencia, eran ejercitados solamente desde los apa-ratos del Estado, dada su debilidad, sino en el seno de los espacios priva-dos (casas, haciendas, hospicios, conventos). Violencia ejercida, segnregistra Flores Galindo para Lima, a travs del despliegue autoritario enel recinto domstico, dado el poco dominio alcanzado a escala del pas(Flores Galindo 1984: 232).

    En el caso de Ecuador, la normativa que rega las relaciones entre lasclases en el siglo XIX, no dependa del gobierno central sino de los gobier-nos locales. Se resolva a partir del sentido prctico. Con la RevolucinLiberal el Estado pasa a intervenir como mediador de estas relaciones, sinsustituir por eso, los dispositivos de control local y domstico (Guerrero1994:83).

    La sociedad del siglo XIX constitua, en realidad, un campo de tensio-nes en el que entraban en juego e interactuaban diversos agentes sociales;tanto particulares como corporativos (cabildo, cofradas, rdenes religio-

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    18 Andrs Guerrero (1991) analiza los rituales de entrega de suplidos a los indios concier-tos en el patio de la hacienda. No existen estudios de ese tipo para el caso de Quito. Yohe examinado los libros de actas, an existentes, de las comunas indgenas cercanas aQuito. En ellas se pueden visualizar algunas de sus estrategias de relacin con lasociedad blanco-mestiza. Pero sin duda, las historias de vida constituyen la fuente msrica, todava factible de utilizar, ya que existe por lo menos una generacin que vivi losprocesos de transicin a la modernidad.

    19 Esta afirmacin la hago a partir de mis conversaciones con Nicols Pichucho, antiguodirigente de ese gremio.

  • sas). El carcter corporativo de la sociedad es algo que no hay que perderde vista. Pero incluso los intereses y necesidades particulares no puedenentenderse fuera de redes clientelares y de parentesco. En ese juego de fuer-zas se constituan diversas formas de reciprocidad y dependencia entre losindividuos y los grupos, como si se tratara de una partida de ajedrez, dondelas posibilidades de movimiento se hallaban predeterminadas. Los campossociales eran sin duda tambin en este caso, campos de lucha, pero las for-mas y los cdigos bajo los cuales se libraban esas batallas eran muy distin-tos a los de hoy en da.

    Tampoco el consenso eliminaba las diferencias sino que, por el contra-rio, las naturalizaba. Las instituciones de caridad partan del reconoci-miento de la desigualdad como algo dado independiente de la voluntad delos hombres. Los vnculos entre el benefactor y los beneficiarios se hacanimpensables fuera de una aceptacin implcita de la existencia de rdenessociales distintos pero complementarios. Ah donde la confianza desapare-ca empezaba el recelo de clase.

    La percepcin de las diferencias no se basaba slo en criterios raciales,ya que los parmetros clasificatorios eran relativamente amplios e incorpo-raban una diversidad de aspectos. Adems de los indicadores de carcteradministrativo haba otros como el nivel de fortuna, la ocupacin, la posi-cin dentro de determinado estamento, incluso el lugar en el que una per-sona tena derecho a sentarse en los ceremoniales. Esto era importante enel momento de diferenciar a un mestizo de un cholo o de un indio, perotambin cuando se trataba de establecer diferencias al interior de los pro-pios rdenes sociales, ya fueran blancos, mestizos o naturales. Una cosaera partir del reconocimiento de diferencias estamentales o raciales, y de lanecesidad de ellas; y otra, poder juzgarlas en la prctica20. Para realizar el

    157Captulo III: Espacio, etnicidad y poder

    20 Se trataba de clasificaciones complejas que dependan del sentido comn de los ciu-dadanos blancos. En el seno de la propia Repblica de Espaoles se establecan estra-tificaciones difciles de percibir hoy en da, como nobles, espaoles, caballeros, seores(Censo de Quito de 1833, AHM/Q, Quito. En El Nuevo Viajero Universal Toscano1960: 264), publicado en Barcelona en 1833, se diferenciaba entre algunas familias demucha distincin que descendan de personas ilustres que haban pasado de Espaa yla gente comn. Dentro de la gente comn se incluan espaoles, mestizos, indios ynegros. El nombre espaol no significaba ah espaol o europeo, sino que persona quedesciende de espaoles solamente. Muchos mestizos lo parecen por ser ms blancos yrubios que estos.

  • Censo de 1906, el Director General de Estadsticas prefiri prescindir depreguntas que, como la raza, la religin, los defectos fsicos, han hecho enotras ocasiones odiosas y difciles este tipo de tareas21. Suceda lo mismocuando se quera clasificar la pobreza: exista una diversidad de criterios, ams de los econmicos, para juzgarla22. No es que no se hubiese dado unatendencia a las clasificaciones ya que por el contrario, era algo incorporadoal habitus, pero cualquier clasificacin estaba sujeta a negociacin. Almomento de elaborar un censo o una estadstica, por ejemplo, se podacaer en errores o herir susceptibilidades. Esto hace pensar que tampoco enese tiempo existan identidades fijas y que las clasificaciones no dependanslo del sentido prctico sino de la forma cmo los individuos lograbanubicarse dentro de un campo de fuerzas en donde buena parte de las bata-llas, se libraba en trminos simblicos.

    Segn un informe del Cabildo de 1789, en Quito haban 500 nobles,lo que significaba el 2,1% de la poblacin total, que era de 24.000 habi-tantes (Bschges 1997: 47). Resta saber cul era la poblacin clasificadacomo blanca o como mestiza, y las luchas clasificatorias constituidas entorno a ello. No todos podan aspirar a ser incluidos entre los nobles, perotodos los que tenan posibilidad de hacerlo, aspiraban a ser consideradosblancos antes que mestizos. En la mentalidad republicana no era suficientesiquiera la adscripcin como blanco para ser reconocido como ciudadano yser poseedor de todos los derechos, ya que quien nada tiene nada significa,por no tener Patria, es decir industria o propiedad y todos aquellos vnculosque interesan a los hombres por la felicidad del pas que habitan23.

    La posicin que ocupaba un individuo dentro de un estatus social altosupona disponer de un conjunto de recursos materiales y simblicos (ren-tas, haciendas, gente a cargo, as como signos exteriores de riqueza: caba-llos, alhajas, vestuario e, incluso, objetos artsticos y libros). Si la decenciaera un bien que una vez heredado poda lo mismo ganarse o perderse, eranecesario desarrollar una economa poltica de la decencia. Ser decenteimplicaba no slo tener recursos sino hacer un uso noble de ellos. El ser

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    21 Censo de la Poblacin de Quito, del 1 de mayo de 1906, Informe del Director Gene-ral de Estadstica, 1906, p. 11.

    22 En el Patrn de Propietarios de Quito de 1825 se incluyen muchos pobres que eran, almismo tiempo, propietarios de casas o de haciendas.

    23 ANH/Q. Oficios y Solicitudes. 1837-1839. FL 32.

  • generoso y caritativo, al mismo tiempo que cauteloso y previsor. La orga-nizacin del espacio y sus smbolos cumpla un papel en la reproduccinde los linajes: se trataba de mostrar un abolengo y hacerlo con la suficientealtura como para no mostrarse. Todo esto se expresaba en la organiza-cin y decoracin de los salones, las habitaciones interiores, los jardines. Laornamentacin de las casas cumpla un papel en la reproduccin de ladecencia y tena su parangn pblico en el ornato.

    El rango constitua un tipo de capital simblico que estaba perma-nentemente en juego, aunque sus bases de legitimacin estaban naturaliza-das. Exista la obligacin de comportarse de acuerdo al rango, de frecuen-tar sus espacios, de asumir sus estilos mundanos e incluso, sus formas degenerosidad. No menos importantes, dentro de ese contexto, eran las prc-ticas redistributivas, agrupadas bajo la institucin de la caridad. Quien nopueda comportarse de acuerdo a su rango pierde el respeto de su sociedad(Elias 1988: 93). Este funcionamiento slo era perceptible dentro de unhabitus relativamente estable, de un campo de normas y valoraciones, alcual los individuos no podan escapar, a no ser que renunciasen al trato desu crculo social y a su pertenencia a su grupo social. Constituyen normasde comportamiento incorporadas, entendibles nicamente en su relacincon la configuracin especfica que muchos individuos forman entre s, ycon las especficas interdependencias que los vinculan recprocamente(Elias 1988: 91).

    La institucin de la caridad funcionaba en este sentido y es lo queexplica la existencia de los hospitales y hospicios, la reparticin de vituallasy alimentos entre los pobres, las prcticas de desprendimiento y la culpa-bilidad por los otros. Se concibe como un deber de los que ms tienen paracon los desprovistos de fortuna o de recursos espirituales y a los cuales stosdeben retribuir con la gratitud y la obediencia. La institucin tuvo unpeso muy grande en esos tiempos. Se trataba de una de las formas de redis-tribucin ostentosa, en el sentido de Bourdieu (1990), en las que se basa-ba la autoridad poltica.

    Sabemos que la caridad funcionaba como un sistema clientelar; pero,qu es lo que legitimaba o contribua a legitimar y cmo? En primer lugar,estaban las relaciones en el seno de las propias familias y con respecto a ter-ceros como relaciones de reciprocidad, la mayora de veces asimtricas, yque obedecan a un orden prefijado. Este orden catlico-escolstico por el

    159Captulo III: Espacio, etnicidad y poder

  • cual al mismo tiempo que se ocupaba un lugar en el espacio social, se tenaun conjunto de obligaciones que deba cumplirse frente al resto, y que nosiempre era explcito, sino que actuaba a manera de una fe implcita: unafe que no alcanza el discurso, que se reduce al sentido prctico (Bourdieu1990: 259).

    En segundo lugar, estaba el proceso de constitucin de un capital deprestigio. Algo en permanente juego en el interior de la Repblica Aristo-crtica eran el prestigio, el estatus y el honor individual y social: diversasposiciones dentro de ese campo de fuerzas. La capacidad para este tipo dejuego constitua una forma de ser aristocrtica adquirida desde la infancia,al participar en actividades sociales, y funcionaba ms ac de la concien-cia y el discurso. Como todo juego, supona una serie de posibilidades,pero tambin ciertas regularidades (Bourdieu 1987: 69-70). La caridad, ala vez que contribua a normar las relaciones de reciprocidad en el interiorde las familias y con terceros, formaba parte de los consumos de prestigio.Al mismo tiempo, el honor era fundamental para el prestigio del grupo, lafamilia, el linaje, la patria (Pitt - Rivers 1979: 235). La vida pblica era elresultado de la accin de los hombres de honor, del mismo modo comoel hogar estaba a cargo de mujeres virtuosas, las afrentas contra el honorse limpiaban con sangre (Piccato 1999: 291).

    Todo esto se estructuraba dentro de la vida social mediante prcticas yceremoniales sociales que eran, como hemos sealado, fundamentalmenteurbanos. Nociones como civilizacin, buenas costumbres, cortesa, civili-dad eran urbanas por naturaleza y servan para medir los comportamien-tos. En un mundo casi por entero rural, los modelos de cumplimientoprovenan de la ciudad (...) El lenguaje rebuscado o afectado, el refina-miento de los modales, la elegancia del traje formaban parte de las supe-rioridades sociales del gnero urbano de vida (Jeannin 1977: 92).

    Ahora bien, en el contexto de Quito, en la primera mitad del sigloXIX, este tipo de prcticas civilizatorias no fue lo suficientemente extenso:tanto los recursos monetarios como los simblicos que permitan organizarla diferencia eran limitados, lo que conduca a que algunas fronteras -prin-cipalmente las concernientes a movilidad social- se desequilibraran. Euge-nio Espejo, uno de los prceres de la Independencia, mostr el deteriorosufrido por Quito como resultado de las condiciones de crisis existentes enla Audiencia, mientras que el Padre Juan de Velasco -uno de los jesuitas

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  • expulsados de Amrica- hablaba de una disminucin de la nobleza, porextincin de las familias y por empobrecimiento, as como de un creci-miento de la plebe tanto blanca como mestiza (Roig 1984: 195). Esposible que esta situacin de las postrimeras de la Colonia se hubiera pro-fundizado durante los primeros aos de la Repblica. Los historiadorespostulan una tendencia a la desurbanizacin (ruralizacin de la vida eco-nmica, social y cultural, estancamiento demogrfico), as como a un pro-ceso de plebeizacin de las ciudades y deterioro de sus espacios. A estosaspectos me he referido en el primer captulo de esta investigacin.

    Esto no significa que no se hubiera producido un refuerzo simblicode algunos linajes, justamente como reaccin al crecimiento de la plebe.Determinadas familias invirtieron grandes recursos en generar formas dedistincin, pero no est claro si esto fue suficiente como para ejercer unahegemona, en trminos materiales y espirituales. No existan institucionesde grupo lo suficientemente fuertes como para reproducir, de maneraampliada, las formas de distincin caractersticas de un sector social quepretenda constituirse en culturalmente hegemnico. Los mecanismos deproduccin y control eclesisticos y seculares, que sirvieron de base a estetipo de cultura aristocrtica, se mostraban lo suficientemente deterioradosy relajados en sus prcticas como para dar lugar al desarrollo de expresio-nes no cultas en el interior de los diversos sectores sociales, incluida la aris-tocracia. La circulacin de elementos culturales entre los distintos sectoressociales fue, bajo estas circunstancias, mucho mayor.

    A todo esto hay que aadir la situacin ya sealada, de que Quito esta-ba atravesada, de diversos modos, por el campo. Ciudad que se llenaba conuna poblacin flotante que vena del campo (que tena doble domicilio).Durante determinadas pocas u ocasiones este tipo de poblacin se incre-mentaba. Suceda as, en momentos de hambruna o en temporadas en lasque aumentaba la demanda de jornaleros en la ciudad. Pero adems, exis-ta una serie de consumos culturales que era expresin de la presencia ind-gena en Quito, como el de la chicha que era, paradjicamente, una de lasfuentes de financiamiento del Cabildo ciudadano.

    El consumo de chicha y aguardiente en el espacio de la ciudad se habaextendido durante el siglo XIX, como resultado de la plebeizacin de laurbe. Es comn entre las clases bajas el beber chicha de maz y sus efectostxicos se advierten entre los indios quienes deliran por tomarla, anotaba

    161Captulo III: Espacio, etnicidad y poder

  • Stevenson hacia 1810; y, en 1890, el Arzobispo de Quito se quejaba de quela ciudad estaba a punto de convertirse en una gran taberna.

    No slo en las chicheras se fabricaba esta bebida, se lo haca asimismoen muchas casas de la ciudad y en los asentamientos indgenas cercanos. Elconsumo de chicha entre los indios y las capas populares urbanas estabageneralmente ligado a festividades y rituales, y al trabajo en comn. El con-sumo de chicha estuvo sujeto a una serie de tributaciones durante el sigloXIX. El barn de Carondelet, uno de los ltimos presidentes de la Audien-cia, tuvo a bien imponer cierta pensin sobre las chicheras a fin de com-batir la embriaguez a que se haba abandonado el populacho24. Sus pro-ductos se invertiran en obras convenientes a la decoracin y la comodi-dad pblicas (es decir, a lo que en la cuarta parte de esta investigacincaracterizo como ornato).

    En uno de los informes presentados en 1830 por los comisionados delCabildo, se dice que el ramo de chicheras ha servido para financiar los suel-dos del mayordomo de la ciudad, del juez de polica y de los celadores ascomo el peonaje de los indios de los pueblos cercanos que hacen la barridade las calles y el limpiado de las acequias. Ese ramo haba servido, adems,para lograr un mejor control del comercio y para el empedrado delMachngara y el camino de la Recoleta. Gracias a ese impuesto se habanenlozado muchas calles en que pasean los individuos de esta ciudad, los pasa-dizos de una a otra esquina, las obras de esta plaza mayor. El listado estabaacompaado de una queja: en todas estas obras nada ha contribuido laRenta de Propios. Slo parece que se tiene puesta la mira en la entrada delpequeo ramo de chicheras cuya recaudacin es tan difcil y odiosa25.

    A partir de 1860 nos topamos con disposiciones municipales destina-das a restringir el consumo de chicha en las calles cercanas a la Plaza Mayor,espacio emblemtico del poder ciudadano. A pesar de estas restricciones,gran nmero de chicheras continuaron existiendo tanto en la zona centralde Quito como en sus barrios. En cuanto al nmero: slo en la parte urba-na de la ciudad existan, en 1888, 125 chicheras.

    La sustitucin de la chicha por otro tipo de bebidas forma parte de lasextirpaciones culturales que se produjeron en el siglo XIX (Kingman y Goets-

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    24 AHM/Q, Libro 65, fol. 241.25 AHM/Q, Libro 65, fol. 24.

  • chel 1992). En Quito, como en otras ciudades de Amrica Latina y Europa,las cruzadas contra el consumo de chicha o de bebidas alcohlicas fueron vis-tas como acciones civilizadoras (Viqueira 1995: 206; Campos 2001).

    Las ciudades andinas no siguieron el esquema de las ciudades cortesa-nas y tampoco el renacentista; a pesar del damero, tampoco fueron ciuda-des industriales, en el sentido clsico. El carcter de una ciudad no est dadopor sus edificaciones o su urbanismo, sino por su economa, por sus formasde configuracin social y los usos sociales que se hace de los espacios. En elcaso de Quito, ni siquiera las disposiciones dirigidas a la civilizacin de lascostumbres que comenzaron a desarrollarse en el siglo XIX, pero que slotomaran fuerza a finales de ese siglo y en el siglo XX, impidieron que sereprodujeran los espacios de sociabilidad popular e informal; y que, endeterminadas circunstancias, los distintos sectores sociales se encontraran eincluso se confundieran26. Todo esto dificultaba la constitucin de una cul-tura mundana moderna diferenciada por sus valores y estilos27.

    Si bien en zonas del Centro era posible ubicar las casas de los seoresprincipales y en las afueras caseros y pueblos de indios, eran muchos loslugares de encuentro de identidades diversas. En primera instancia, los quegeneraban las mismas relaciones de servidumbre, y en segundo lugar, losque resultaban de la irrupcin de la plebe en el espacio urbano, a partir dela segunda mitad del siglo XVIII. En la ciudad existan muchos espacios deuso comn, como las plazas, fronteras internas en las que se confundan losdistintos sectores sociales. Las propias casas albergaban sectores socialesdiversos y daban lugar a una confluencia de culturas.

    163Captulo III: Espacio, etnicidad y poder

    26 Los amos cohabitaban con la servidumbre. En tiempos de cosecha no slo los patiossino los corredores e incluso algunos cuartos se convertan en trojes. La plaza se trans-formase cada maana en mercado de frutas y legumbres que traen los indios y las indias,los puestos se levantan por la tarde y la gente principal viene a pasear en todo sentido,formando un cuadrado en el que todos se encuentran (Holinski 1851: 329).

    27 Las 125 chicheras que existan en Quito hacia 1880, no se encontraban todava segre-gadas sino que, por el contrario, se hallaban repartidas dentro del espacio urbano,encontrndose algunas, inclusive, en plena calle Venezuela, muy cerca de la PlazaGrande. Extraos son los usos de esta ciudad que puede llamarse totalmente india-anotaba Cayetano Osculati en 1847, de un modo posiblemente exagerado- y difierenmucho de los que se observan en Per y Chile, en donde la civilizacin est bastanteadelantada por el mayor nmero de residentes extranjeros y la continua comunicacincon los europeos (Osculati [1847] 1960: 307).

  • La religiosidad constituy uno de los espacios compartidos por noblesy plebeyos. No se trataba de una religiosidad puritana, a pesar de la lectu-ra en ese sentido hecha por los viajeros (una ciudad enclaustrada, monsti-ca, en donde la Iglesia constituye la nica distraccin cotidiana) sinomundana, abierta a diversas formas de representacin y performance. Auncuando las cofradas reproducan en su seno un orden jerrquico dabanlugar a diversas formas de encuentro entre representantes de distintos esta-mentos sociales. Los ceremoniales religiosos constituan, por otra parte,importantes espacios de sociabilidad28.

    Es posible postular, al mismo tiempo, que en la ciudad se generabandiversas formas de escape, que permitieron que indios y cholos lograsenreservarse sus propios espacios y organizarlos a su modo.

    Vida cotidiana y publicidad aristocrtica en el siglo XIX

    Hasta qu punto es posible establecer una demarcacin entre esferaspblica y privada en el siglo XIX? De hecho, las fronteras eran difusas, y enello radicaba la forma misma cmo se organizaba el poder. La historiapatria se confunda con la historia de las elites y a su vez, lo que importa-ba para el pas, lo que llamaba la atencin y lo que se comentaba en losespacios pblicos oficiales estaba relacionado con sus intereses y necesida-des. La ausencia de separacin entre la esfera pblica ciudadana y la doms-tica se expresaba en el contenido moral de las acciones pblicas y en elcarcter pblico de las manifestaciones de vida aristocrticas. Bajo estascondiciones tampoco podemos hablar de la formacin de una opininpblica, en el sentido burgus moderno29.

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    28 Se puede encontrar este tipo de ritualidad, muy ligada a diversas festividades, as comoa los sistemas de mercado, en muchas ciudades de Espaa, Mxico, Per, en el siglo XIX.

    29 Ya sea por la escasez de imprentas o por lo caro del papel apenas se publicaban en lostiempos ordinarios, el peridico oficial, el indispensable semi oficial (destinado paradefender y abonar, en todo, las acciones del gobierno y uno que otro particular. En lostiempos ocasionales, esto es en los de las elecciones y banderas polticas, en que los ban-dos, a cual ms, se echaban descomedidos ataques, aparecen varios otros peridicos yhojas sueltas en mayor nmero, y ha lo dicho y no ms, estaba destinada la prensa enel Ecuador Cevallos ([1887] 1975: 85 y ss.).

  • Captulo III: Espacio, etnicidad y poder 165

    Izquierda: Quito, Iglesia de laCompaia, hacia 1900.

    Abajo: Quito, Parque de LaAlameda, hacia 1920. Ho

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  • Habermas (1993) relaciona el nacimiento de lo pblico con el surgi-miento de la opinin pblica burguesa en Europa. Para este autor la esferapblica burguesa se constituye a partir de las personas privadas que, al reu-nirse, forman un pblico. Este pblico debate con el Estado las reglas quehan de regir las relaciones de intercambio privado (pero pblicamente rele-vantes) de mercancas e individuos. Se trata de un proceso comunicativoen el cual los ciudadanos deliberan e interactan de modo razonado, lasformas de gobierno. Ese espacio ciudadano slo es posible entre iguales yest orientado a la accin racional. Es, adems, resultado de un proceso his-trico de transformaciones sociales y culturales. Existe una estrecha rela-cin con el surgimiento de una cultura urbana y con el nacimiento de unpblico lector y espacios pblicos de socializacin.

    Si esto fuese as, lo pblico slo comenzara a constituirse en Ecuadora partir de las transformaciones liberales, con la prensa escrita, los clubes ysociedades intelectuales, como la Jurdico-Literaria, y tambin gracias alinflujo de los espectculos a los que acuda un pblico o daban lugar aun pblico. El teatro y en lo posterior en el siglo XX, la radio y el cine-matgrafo. Proceso que estara relacionado adems, con la separacin de laIglesia y el Estado y con una suerte de secularizacin de la vida social. Nodebemos olvidar, sin embargo, que existieron intentos de generacin deuna esfera pblica, muy anteriores a esa poca, con Espejo y la SociedadPatritica de Amigos del Pas o el crculo formado en los primeros aos dela Repblica, alrededor del peridico El Quiteo Libre, la labor polticae intelectual de librepensadores como Rocafuerte, Montalvo o Peralta, quedieron inicio a la discusin sobre las formas de gobierno, el papel que pod-an cumplir las libertades pblicas en la formacin nacional o temas rela-cionados con la cultura letrada.

    Pero, adems, existi una tradicin popular (en el sentido de queformaba parte de la idea de pueblo) de resolucin de problemas a partirde consultas pblicas. Demlas (1994) recuerda la costumbre republica-na de reunir asambleas de vecinos que operaran a la manera de vastasconsultas a la opinin pblica. Estas asambleas emitan pronunciamien-tos y petitorios, cuya frecuencia sera, segn la autora, una muestra de laincapacidad de dar un marco preciso a la comunidad poltica en condi-ciones en las que el Estado se haba fragmentado en pueblos, incluso enhaciendas.

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  • Es posible que durante el siglo XIX buena parte de las decisiones conrespecto a las prcticas cotidianas, estuviesen en manos de las corporacio-nes. Al igual que lo sucedido en Europa en el siglo XVIII, el Estado notena an un control sobre el conjunto del territorio y sobre dispositivosadministrativos como las parroquias (Querrien 2000: 29). Muchas deci-siones debieron asumirse al interior de los sistemas corporativos, de los cua-les los individuos formaban parte y de los que se sentan partcipes, a pesarde su carcter jerrquico; y esto en la medida en que participaban del juegoy crean en el juego, creencia o illusio (Bourdieu 1999b)

    En Quito, estas corporaciones tenan un fuerte sentido religioso, perotambin de ayuda mutua y festivo. Agrupaban a gremios, barrios, cofradas,que competan entre s por tener la mayor presencia posible en las ceremo-nias pblicas y en las fiestas de los santos patrones. En cuanto a las elites, muypocos de sus miembros tenan inquietudes intelectuales. El caso de Guaya-quil era distinto, ya que de acuerdo con el relato hecho por Joaqun de Aven-dao, ya en 1850 existan en esa ciudad muchos espacios de socializacin alos que podramos calificar como modernos: algunos cafs, fondas, unregular teatro, un casino llamado Club del Guayas en el que se rene elcomercio y la gente acomodada y salones abiertos por las bellas de Guaya-quil (De Avendao [1850] 1985: 194). El viajero espaol nos dej unabreve descripcin de esos espacios. El Club estaba situado sobre el malecn.

    All se reunan muchas personas de las principales con el mismo objetoque yo. Hablbase un rato de negocios o de poltica y cada cual marcha-ba a sus quehaceres (....) (De Avendao [1850] 1985: 194).

    Pero adems, el Club era un espacio en el que se lean peridicos y corres-pondencia que llegaban del extranjero y se comparta informacin:

    Hay en Guayaquil para el extranjero, y an para el indgena, tres dascrticos al mes. El 4 y el 19, pocas ordinarias de llegada para los vaporesde Panam conductores de la correspondencia europea, y el 30, que escuando visita aquella ra el vapor conductor de las cartas de Sur Amrica,destinado a conducir hasta el istmo panameo las destinadas a Europa. Elclub est en condiciones ms concurrido y animado. Agtanse los quevienen y los que van. Leen vidos los all desterrados de su cara patria,peridicos y cartas (...) (De Avendao [1850] 1985: 197).

    Captulo III: Espacio, etnicidad y poder 167

  • Si de alguna manera, los procesos preliberal y liberal dieron lugar a la for-macin de una opinin pblica independiente de la accin clerical, nopodemos perder de vista el carcter restringido de ese tipo de pblico(Muratorio 1994: 19). Y es que la sociedad ecuatoriana no dej de basarseen el privilegio aristocrtico hasta, por lo menos, los aos sesenta del siglopasado. No slo los indios fueron convertidos en menores de edad e invi-sibilizados, sino las mujeres, los locos, la plebe urbana. Es cierto que lasituacin de unos y otros variaba de acuerdo a un complejo sistema deestratificaciones dentro del cual entraban en juego factores tanto econmi-cos y sociales como tnicos y de gnero; pero todos estaban sometidos, deuno u otro modo, a formas de exclusin o de inclusin subordinada. Conel liberalismo, al mismo tiempo que se constitua un espacio de opininpblica a travs de la prensa, los crculos literarios, las universidades,muchas de las formas corporativas de organizacin de la vida social o siste-mas de consulta, como los que nos recuerda Demlas, fueron sustituidospor la accin del Estado y por las polticas de poblacin planteadas desdeel Estado. Al contrario de lo que puede pensarse, muchas posibilidades departicipacin en la vida pblica se eliminaron con el liberalismo.

    En el siglo XIX, y en buena parte del XX, quienes no ocupaban unlugar dentro de la Repblica Aristocrtica tampoco tenan posibilidad deser reconocidos en trminos culturales ni formaban parte de lo pblico. Noeran tomados en cuenta, ni eran objeto de consulta; tampoco sus vidaspodan convertirse en ejemplares, ni en trminos morales ni de cultura cvi-ca. No formaban parte de lo que se escrituraba ni de lo que se guardaba enla Memoria de la Nacin. No obstante, esto no impeda que los no reco-nocidos desarrollasen formas propias de sociabilidad y de cultura, demanera independiente de ese mundo, hasta cierto punto, o bien ubicadosen sus mrgenes. En todas partes se daba lugar a la cultura del escape ose desarrollaban tcticas (en el sentido de De Certeau 1996) con relacin alos poderes centrales. Nos referimos a la diversidad de lazos que vinculabaa los miembros de una comunidad indgena, una parcialidad o un barrio,entre s, y que se expresaba culturalmente en lo que Baktin (1988) deno-minaba el espritu de la plaza pblica. No menos importantes eran losactos ldicos que se realizaban en espacios abiertos, o el papel que jugabanlas chicheras y cantinas en la formacin de una cultura popular urbanaindgena y mestiza y de una suerte de opinin pblica alternativa. En el

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  • contexto de la sociedad de Antiguo Rgimen se dio un tipo de culturaparalela que acompaaba los actos religiosos y los ceremoniales oficiales:que viva su propia lgica, dentro del espacio del Otro.

    El mbito de los intereses particulares era el de la familia, pero su con-tenido era distinto al de la familia nuclear moderna. El sentido de la fami-lia abarcaba un juego de relaciones ms amplio que el actual: no se circuns-criba a los vnculos padres-hijos, aunque de hecho exista una economaafectiva domstica basada en el respeto a las jerarquas y en la educacinmoral de los hijos. La familia era concebida, ante todo, como tradicin. Losindividuos nacan, se educaban, vivan y moran en el interior de una tradi-cin familiar, no eran individuos autnomos, en el sentido moderno.

    La familia, tal como se conceba en ese entonces, supona formas desocializacin, as como intereses y necesidades que iban ms all del mbi-to domstico. Su base era el patriarcado, pero esto inclua tanto a los hijosy nietos como a los parientes consanguneos, servidumbre y clientelas. Enel caso de los sectores ciudadanos, la servidumbre formaba parte de lafamilia30. A las casas acuda diariamente una parentela numerosa, as comoamigos y allegados, algunos de los cuales tenan acceso a los salones prin-cipales y a los espacios reservados para los ms ntimos. Los indios de lashaciendas, los mercachifles, cajoneros, fruteros, arrieros y recaderos eranrecibidos en los zaguanes o en los patios31. Exista una demarcacin jerr-quica de los espacios con fuertes connotaciones simblicas32.

    En las casas del Centro se daba una circulacin permanente de peque-os comerciantes, ya que las ventas se realizaban al detalle y bajo formasclientelares, as como de pobres vergonzantes y mendigos. Las relacionesentre estos sectores plebeyos y la casa estaba mediada por los sirvientes. Setrataba de una densa red de vnculos sociales personalizados y jerrquicos apartir de la cual se armaba la cotidianidad.

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    30 Entrevista a Enma Garcs. Enero de 2002 .31 El zagun haca las veces de frontera entre la casa seorial y la calle. De acuerdo con tes-

    timonios ms recientes, los indgenas que llegaban a la ciudad pedan permiso paradormir en los zaguanes, a cambio de barrer los patios.

    32 Incluso cuando se establecan compadrazgos la gente popular que acuda a las casasprincipales con halagos no era recibida en los salones sino en la cocina. Testimoniode Nicols Pichucho. Entrevista, octubre de 2002.

  • Entre las elites, adems de la pertenencia a un linaje, haba que tomar encuenta la integracin a un grupo de privilegio, a una casta, a una razapura, a un estamento noble, de acuerdo con las acepciones del siglo XIX.Era el grupo el que marcaba las pautas de comportamiento individual, elsentido de la decencia y de la honra, as como los patrones de distincin.Era en el interior del grupo donde adquiran sentido las prcticas mundanascomo las piadosas. La caridad, en particular, constitua una estrategia de rela-cin con el Otro, as como una forma de acumulacin de capital simblico.

    Lo pblico constitua un espacio dominantemente masculino. Lasmujeres blancas no participaban en la definicin de lo pblico, no obstan-te, no eran ajenas a sus requerimientos:

    Mi padre era el eje de la familia y en todas partes era igual cosa. As lasmujeres tambin eran polticas, sin embargo las mujeres no votaban y enlas campaas polticas estaban luchando los hombres, y las mujeres en sucasa: su papel era ms social que poltico33.

    La influencia de la mujer blanca en la vida social era decisiva, pero indi-recta, a travs del esposo o de los hijos. La mujer, y sobre todo la mujeridealizada como madre y esposa, sentaba los fundamentos del comporta-miento social, influa por medio de los conceptos y del ejemplo, contribuaa la formacin de un habitus necesario para la vida pblica, estaba detrsde muchas decisiones, pero no intervena directamente en el escenario delas definiciones pblicas (Goetschel 1999: 57).

    De la mujer dependan no slo el cuidado y la educacin de los hijos,sino tambin de la servidumbre, la cual era percibida como menor de edad:

    Mi padre dot a su casa, modesta por cierto, de toda comodidad; demodo que mi madre fuera seora y directora del hogar. Haba sirvientespara todo. Adems, esa era la costumbre de su tiempo: cocinera, niera,muchacha de mano, planchadora, etc. Eran quienes se encargaban detodos los quehaceres de la casa; la madre solamente diriga y vigilaba(Crdoba 1976: 26).

    La mujer blanco-mestiza tena un importante papel como inculcadora devalores y principios necesarios a la convivencia social. Contribua a la edu-

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    33 Entrevista a Marieta Crdenas. Febrero de 2002.

  • cacin de los sentimientos y al desarrollo de pautas de comportamiento, ascomo a la generacin de sentidos de distincin y de pertenencia, indispen-sables para la reproduccin de los rdenes tanto privado como pblico. Lafamilia, en el siglo XIX, era una institucin social estrechamente vinculadaa las necesidades pblicas; pero a la vez, lo pblico se confunda con losrequerimientos de la familia. La mujer cumpla las funciones de madre yesposa, y actuaba por delegacin del padre como administradora del hogar,pero sobre todo, asuma la figura de ciudadana secundaria, representantede los intereses pblicos en el espacio privado (Ryan 2000).

    Por otra parte, la organizacin de redes de relacin necesarias tantopara el ejercicio de los negocios privados como de los pblicos, estaba acargo de la mujer aristocrtica. La mujer contribua a la administracin delas haciendas, as como a la organizacin de las fiestas patronales, las obraspblicas en los pueblos, la distribucin de suplidos y los compadrazgos conlos indios34. En el espacio urbano participaba en las instituciones de cari-dad, patrocinadas por la Iglesia, y era la protagonista en el diseo de estra-tegias matrimoniales orientadas a la acumulacin de capital tanto econ-mico como social. Bourdieu advierte sobre el papel cumplido por las muje-res en la reproduccin de un tipo de capital fundamental para el funciona-miento de las sociedades de Antiguo Rgimen, relacionado con la econo-ma de bienes simblicos. Se trataba de una atencin muchas veces discre-ta, cotidiana, nada pblica, pero fundamental para el funcionamiento delo pblico: la puesta en prctica de las acciones benficas, la organizacinde fiestas y recepciones, las atenciones brindadas a la gente importante,los arreglos matrimoniales (Bourdieu 1999a).

    Por ltimo, deberamos hablar de la constitucin de lo pblico-feme-nino, una suerte de redes de informacin y apoyo mutuo configuradasentre las propias mujeres. Las descripciones de los viajeros muestran la grancantidad de tiempo que dedicaban las mujeres blancas y mestizas a hablarentre mujeres. La formacin de crculos literarios, administrados pormujeres fue mucho ms tarda35.

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    34 Ver al respecto Guerrero (1991).35 En un estudio en proceso de elaboracin, Ana Mara Goetschel muestra cmo las maes-

    tras ilustradas ecuatorianas fueron construyendo, en las primeras dcadas del siglo XX,espacios pblicos femeninos alternativos.

  • Podemos hablar de un desarrollo de una esfera ntima en esa poca? Elromanticismo de la segunda mitad del siglo XIX contribuy al desarrollode algunas de las formas de la subjetividad. La subjetividad femenina, enparticular, comenz a construirse en esos aos. Los jvenes, y particular-mente las jvenes, se acostumbraron a leer versos y escribir pensamientos.El romanticismo apunt al desarrollo de los placeres ntimos, a gustar delteatro y de las bellas artes, as como de las tertulias y veladas. Esto contri-buy a generar un mbito de la subjetividad o de las emociones tan per-nicioso, de acuerdo a algunos clrigos. Pero, al mismo tiempo, exista unatendencia a separar a los jvenes y, sobre todo a las mujeres, de lo que seconsideraba ambientes nocivos. Las casas con patios, traspatios, jardines,corredores que, a su vez, servan para el desarrollo de la intimidad, consti-tuan espacios protegidos y de vigilancia. La Iglesia se preocup de difun-dir textos piadosos y prohibir las amistades, lecturas y conversaciones. ConGarca Moreno prosper la idea de los internados y de los retiros para lasmujeres, as como de las casas de encierro, en las que se acostumbrabarecluir a las adlteras, por solicitud de sus esposos, y a las muchachas, porpedido de sus padres o de sus patrones.

    Wilfrido Loor, bigrafo del padre Agustn Yerovi, nos describe el fun-cionamiento de los espacios familiares:

    Para el matrimonio Yerovi Pintado la educacin comienza apenas nace.Atiende a su hijo en todo cuanto necesita para la buena salud, higiene ycomodidad; pero instintivamente el nio debe sujetarse a un orden paracomer, para dormir y hasta para gozar de las caricias de su madre y per-sonas allegadas al hogar. Si llora sin motivo o por satisfacer su capricho,nadie lo atiende y el instinto le ensea a no reincidir en aquello que suspadres no juzgan bien. De esta manera cuando llega a la edad de la raznse halla amoldado a un orden, que en cierto sentido viene a ser connat-ural con su misma existencia (Loor 1965: 14).

    Loor sostiene que esta formacin moral hace las veces de una doble natura-leza. Su funcionamiento supone, por cierto, una organizacin arquitectural:

    Cercan el huerto de su hogar para que nadie introduzca la cizaa, perosi esto no es posible -y no lo ser en las sociedades modernas- acuden conoportunos consejos y el buen ejemplo que la cizaa no perjudique al trigojunto al cual crece (Loor 1965: 14).

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  • El caso del padre Yerovi resulta, posiblemente, fuera de lo comn.Forma parte, junto con Fray Vicente Solano, el Padre Valverde y otros ms,de las vidas ejemplares fabricadas como modelos por el garcianismo.Pero, no era esa una tendencia comn al siglo XIX?

    Tambin el hogar del doctor Camilo Ponce haba sido organizadocomo espacio cerrado, lugar protegido o claustro. De nuevo est presentela imagen del huerto o campo cultivado, al que amenaza la cizaa:

    Nunca los corruptores escritores que la incredulidad real o hipcrita tratade echar por tierra el imperio de la religin y de la moral, en esta Repbli-ca, pudieron atravesar su veneno en esa catlica morada, campo deli-cadsimo de la pureza, santuario de buenas lecturas y cerrado huerto depiedad activa. Nunca un cuadro menos honesto lastim en ella los ojos yel corazn de la inocencia, porque el maestro y padre estaba en todo y lodiriga todo36 .

    Proteger. De qu o de quin haba que proteger? Se trataba de proteger alos varones, en su calidad de infantes ciudadanos, frente a los peligrosexteriores, los espacios incultos, la calle, pero tambin a las mujeres comofuturos objetos de intercambio simblico. Se trataba de una proteccinmoral o, si se quiere, de una economa del cuerpo. Pero, al mismo tiempo,se buscaba tomar distancia frente a los otros, y en particular, frente a losadvenedizos. Los advenedizos se hacen pasar por lo que no son, de ahque su peligro fuese mayor. Se protegan tanto la virginidad de la mujercomo la pureza del grupo. A su vez, se evitaban los factores contaminantesdel cuerpo, del alma, de las costumbres. Una suerte de higiene moral y cor-poral. Esta preocupacin por los recin llegados se haba desarrollado yadesde la Colonia, pero ira tomando ms peso con la modernidad y elsurgimiento de capas sociales adineradas, pero sin apellido. Puede servirde ilustracin un texto de Pedro Fermn Cevallos del ao 1875. En l seevidencian algunas de las percepciones corrientes en el siglo XIX sobre lasrelaciones entre las distintas capas de la poblacin:

    - Una visin racializada de la sociedad: la existencia de castas o razas.- La creencia en la superioridad de una raza de procedencia europea.

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    36 Prensa Catlica (1900). Revista La Corona de Mara, agosto. Quito, p. 249.

  • - Al interior de esta raza superior habran distintas gradaciones, deacuerdo a la mayor o menor fortuna.

    Un noble que empobrece puede descender socialmente, mientras que unoque no lo es tanto puede ascender37.

    Pese a que en el registro de Cevallos se evidencia una cierta movilidaden las transacciones entre las distintas capas de la sociedad blanco-mestiza,la distancia tiende a reaparecer al momento de los tratos matrimoniales(Cevallos [1887] 1975. Tomo XIV: 85 y ss.).

    Se trataba, como se ve, de una estrategia dirigida a garantizar tanto lareproduccin del linaje como el ejercicio del patriarcado. Los estudios deMoscoso y Goetschel sobre la mujer ecuatoriana en el siglo XIX, muestranhasta qu punto esto era as. Es posible que en los hechos dominase unadoble moral y el propio espacio privado fuese uno de los mbitos de su ejer-cicio. Esta doble moral favoreca, principalmente, a los hombres (esto seexpresaba, por ejemplo, en el gran nmero de nios ilegtimos). Pero, nocabe pensar que las propias mujeres hubiesen podido servirse de estas cir-cunstancias en su favor? Otra posibilidad era la del imaginario. La literatu-ra y la poesa aparecen como factores transgresores de un orden en el que lamujer deba cumplir un rol esencialmente domstico Goetschel 1999: 28).

    Cabe preguntarse, por ltimo, en qu medida este nfasis en el hogarcristiano y en el papel de los padres como guardianes del comportamientosocial (en oposicin a las malas lecturas, el teatro, la moda, las amistadespeligrosas) responda a un proceso real de mundanizacin y seculariza-cin del sistema de vida aristocrtico, de modificacin de los cdigos a par-tir de los cuales se armaba su habitus? Exista un sistema de tradicin aris-tocrtica cuyo campo de influencia fue ms all de las reformas liberales(hasta los aos sesenta y posiblemente, en parte, hasta nuestros das). Setrataba de un conjunto de cdigos y disposiciones relacionado con el sen-tido prctico que, de un modo u otro, marc las formas en que se consti-tuy la subjetividad moderna.

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    37 Ya en el siguiente siglo (1918) Espinoza Tamayo diferencia la clase de los hacendadosde la de los industriales y la clase media. Se vive el surgimiento de nuevos sectoressociales alrededor de la industria y el comercio, no obstante, la pertenencia a un grupode parentesco y la vinculacin al sistema de hacienda, continan siendo elementos clavede distincin (en el sentido de Bourdieu) hasta la primera mitad del siglo XX.