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I. INTRODUCCIÓN 1. PRESENTACIÓN Dossier es un conjunto de documentos, artículos, textos y archivos que tiene por objeto actualizar, ejemplificar y sistematizar el tema, de modo que su comprensión sea mejor comprendida. El Dossier debe guardar relación con el tema desarrollado para ser objetivo y significativo. 2. OBJETIVOS DE LA MATERIA GENERAL Dar a conocer y reflexionar las premisas de la Revelación de Dios a su pueblo para contribuir en el proceso de formación integral que ayude al estudiante de la USB a valorar y orientar su vida participando y comprometiéndose dentro de su vida social. ESPECÍFICOS Al finalizar la materia el estudiante logrará: Describir los conceptos básicos del tema Revelación y Fe en sus fundamentos doctrinales basados en las fuentes bíblicas y de la Tradición de la Iglesia. Dar a conocer los elementos centrales del proceso de revelación en la historia de la humanidad. Distinguir el servicio específico que puede presentar la fe cristiana en la comprensión y la actividad del mundo contemporáneo. Analizar, contextualizar para comprender desde su origen y su formación. COMPETENCIA Interpreta los contenidos del plan amoroso de salvación para el ser humano desde un enfoque trinitario, a partir de las premisas de fe y de la revelación de Dios, aplicándolos a la problemática religioso – social que se vive actualmente, y en su vida personal con una actitud introspectiva y de práctica en su entorno social, familiar y laboral. INDICADORES Redescubre el mensaje de la salvación en su propia vida. 1

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I. INTRODUCCIÓN

1. PRESENTACIÓNDossier es un conjunto de documentos, artículos, textos y archivos que tiene por objeto actualizar, ejemplificar y sistematizar el tema, de modo que su comprensión sea mejor comprendida. El Dossier debe guardar relación con el tema desarrollado para ser objetivo y significativo.

2. OBJETIVOS DE LA MATERIA

GENERAL

Dar a conocer y reflexionar las premisas de la Revelación de Dios a su pueblo para contribuir en el proceso de formación integral que ayude al estudiante de la USB a valorar y orientar su vida participando y comprometiéndose dentro de su vida social.

ESPECÍFICOS

Al finalizar la materia el estudiante logrará: Describir los conceptos básicos del tema Revelación y Fe en sus fundamentos doctrinales

basados en las fuentes bíblicas y de la Tradición de la Iglesia. Dar a conocer los elementos centrales del proceso de revelación en la historia de la humanidad. Distinguir el servicio específico que puede presentar la fe cristiana en la comprensión y la

actividad del mundo contemporáneo. Analizar, contextualizar para comprender desde su origen y su formación.

COMPETENCIA

Interpreta los contenidos del plan amoroso de salvación para el ser humano desde un enfoque trinitario, a partir de las premisas de fe y de la revelación de Dios, aplicándolos a la problemática religioso – social que se vive actualmente, y en su vida personal con una actitud introspectiva y de práctica en su entorno social, familiar y laboral.

INDICADORES

Redescubre el mensaje de la salvación en su propia vida. Comparte experiencias vividas a favor del otro, amparado en los fundamentos de la fe cristiana. Anuncia y vive el mensaje recibido con la comunidad. Elabora un proyecto de vida que manifieste el deseo de seguir creciendo como personas y como

cristianos. Hace una mirada retrospectiva de sus vidas para descubrir el paso del Señor en ellas Asume los principios y valores cristianos y se compromete en la transformación de su realidad.

II. CONTENIDO DEL DOSSIER

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UNIDAD DIDÁCTICA IEL MISTERIO DEL HOMBRE

El ser humano es un misterio: ansía aquello que no puede alcanzar, pretende hacer ilimitado lo que se le escapa entre las manos, le gustaría poder evitar lo que se cierne en su vida como inevitable. Al final, parece que todos sus esfuerzos y aspiraciones se vuelven vanos ante la realidad incontrovertible de la muerte, que convierte todo lo vivido en “agua derramada en la tierra”.

En esta Unidad Didáctica vamos a plantearnos si la vida humana tiene sentido, vamos a indagar en las respuestas que dan la ciencia y las ideologías, para terminar con la propuesta de sentido de la religión.

1. EL SENTIDO DE LA VIDA

Nuestra vida, pasa volando, día tras día, semana tras semana. Normalmente todo tiene su sitio y su orden. Hasta que un día surge de pronto la pregunta: “Qué sentido tiene todo, en realidad?” “Adán, ¿dónde estas?”.

Cada generación,...y sobre todo, cada época histórica, tiene su modo de ver las cosas y desarrolla su estilo de vida. Hoy vivimos este cambio con especial claridad: ¿qué permanece? ¿Qué podemos transmitir? ¿Dónde podemos orientarnos? ¿Dónde encontrar un apoyo, dónde un sentido definitivo para nuestra vida? En todo ello se nos hace presente el misterio del ser humano.Ya el niño que despierta a la conciencia plantea insistentemente a los adultos múltiples preguntas:

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COMPETENCIAFundamenta los diversos problemas que acucian al ser humano, analizando su búsqueda de respuestas en las distintas ideologías y la religión.

DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDADLa unidad consta de los siguientes temas:

El sentido de la vida Las respuestas de la ciencia La respuesta de las ideologías La religión y el sentido de la vida

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“Qué es? ¿Por qué es? ¿Para qué es?” Los padres, con frecuencia, no encuentran una respuesta adecuada y se dan cuenta de que muchas cosas que hasta entonces les parecían evidentes, no lo son en realidad. En la adolescencia, los jóvenes comienzan a descubrir su propio yo. A partir de este momento quieren construirse ellos mismos su vida. Adoptan una actitud de protesta y se enfrentan al mundo de los adultos. Muchos padres se sienten también cuestionados por la crítica de sus hijos ya mayores. Así se produce el cambio de las generaciones

EL MISTERIO DEL SER HUMANO: TESTIMONIOS

S. Agustín, desconcertado por la muerte de un amigo, escribe: “Yo me había convertido para mí en una enorme incógnita” (Confesiones, 1. I1? c. 114 PL 32, 679).

En el siglo XVIIJ, Lessing afirma: “El hombre es demasiado malo para ser un dios, demasiado bueno para ser una casualidad” (Die Religión, Werke 1, edic. Gopfert, 1970,169).

Por su parte, Kierkegaard, queriendo señalar su identidad única, mandó escribir como epitafio en su tumba: “Sóren Kierkegaard. El individuo. 1813-1855”. Lo misma idea proclama M. Unamuno: “jNo’, hay otro yo en el mundo! ¡No hay otro yo! Los habrá mayores y menores, mejores y peores, pero no hay otro yo” (Del sentimiento trágico de la vida, Madrid, 1931, 17).

Alexis Carrel titula su antropología como ‘La incógnita del hombre”; Miguel Federico Sciacca lo hace como “El hombre, este desequilibrado “, y Emerych Coreth se pregunta “Qué es el hombre?”.

EXPERIENCIAS QUE CUESTIONAN

La felicidad

La pregunta por el sentido de nuestra vida se le plantea a cada hombre de distinta manera. Puede presentarse como pregunta por la felicidad.

Experimentamos felicidad de modos muy diferentes: cuando nos sale bien nuestro trabajo, cuando tenemos éxito, cuando estamos con una persona querida, al realizar una buena obra, en el sacrificio por los demás, en el deporte y en el juego, en el arte y en la ciencia.

Pero sabemos que no podemos conseguir la felicidad plena. Puede desvanecerse en el momento menos pensado. Pueden producirse desengaños amargos. ¿Qué entonces? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Cuál es la auténtica felicidad humana?

El sufrimiento y el mal

Con mayor intensidad aún se plantea la pregunta por el sentido del hombre en la experiencia de sufrimiento, sea el sufrimiento propio o ajeno: en la enfermedad

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incurable, en la preocupación, la soledad o la necesidad. ¿Qué sentido tiene que tantos hombres sufran sin culpa? ¿Por qué hay tanta hambre, miseria, injusticia, en el mundo? ¿Por qué tanto odio, envidia, mentira y violencia?

La muerte

Por último, la experiencia de la muerte; por ejemplo, cuando un amigo, un conocido o familiar se va de entre nosotros, o cuando nos enfrentamos con la idea de nuestra propia muerte. ¿Qué hay después de la muerte? ¿De dónde vengo, a dónde voy? ¿Qué queda de aquello por lo que he trabajado tanto?.EL HOMBRE COMO MISTERIO PROFUNDO

Las respuestas que podemos dar a estas preguntas nunca nos satisfacen del todo.

El hombre sigue siendo en definitiva, una pregunta y un misterio profundo. Esta es su grandeza y su tarea.

Su grandeza, porque el preguntarse por su sentido distingue al hombre de las cosas inanimadas, que simplemente están ahí, y también de los animales, que con sus instintos se adaptan inalterablemente a su entorno, La dignidad del hombre se basa en que es consciente de sí mismo y en que es libre para dar también una dirección a su vida.

Esta grandeza es, al mismo tiempo, la tarea del ser humano. Al hombre no sólo le viene dada su vida, sino también encomendada; tiene que darle forma, tomarla en sus manos. Al ser del hombre no le es entregado el sentido de su ser directamente. Por eso, el ser humano es una marcha hacia lo abierto y hacia lo invisible.

Podemos ciertamente esquivar la pregunta por el sentido, rehuirla o despacharla como incontestable. Para esto hay muchas posibilidades: sumergimos en el trabajo, en la diversión, en el consumo, en la sexualidad, en el placer, en el alcohol y en el uso de las drogas. Pero con esta actitud sólo conseguimos engañamos. Con tales intentos de evasión huimos de nosotros mismos.

El ser humano es una pregunta que forma parte de nuestra dignidad como hombres. Si el hombre no se hubiera planteado la pregunta acerca de sí mismo, sólo habría llegado a ser un animal ingenioso. Así, pues, debemos inevitablemente afrontar la pregunta: ¿Qué es el hombre? ¿Quién soy yo? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? Es la pregunta del Catecismo, antigua pero siempre nueva: ¿Para qué estamos en la tierra?

2. LAS RESPUESTAS DE LA CIENCIA

POSIBILIDADES Y LIMITACIONES DEL PROGRESO CIENTÍFICO

Muchos confían encontrar en las ciencias modernas la respuesta a sus preguntas. Los progresos que se han logrado gracias a las ciencias modernas son indiscutibles. Ofrecen un saber seguro en sus fundamentos, metódicamente demostrado y

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lógicamente coherente. Ha podido resolver muchas cuestiones para las que los siglos anteriores sólo tuvieron respuestas imperfectas o incluso ninguna respuesta.Sabemos hoy infinitamente más, por ejemplo, sobre el comienzo del mundo, el origen de la vida, sobre las leyes que determinan la realidad de la naturaleza y del hombre y regulan las relaciones de los hombres entre sí.

En virtud de este saber, la vida humana, en múltiples aspectos, se ha hecho más agradable que en épocas anteriores, con la ayuda de la técnica moderna. Gracias a la máquina, el hombre ha logrado facilitar el trabajo, extirpar o curar muchas enfermedades, elevar considerablemente la expectativa media de vida y otras muchas obras más. La humanidad, gracias a la ciencia y a la técnica, ha experimentado más transformaciones en los últimos veinte años que antes en milenios. Las ventajas y progresos son indiscutibles.

Sin embargo, cada vez se hace también más evidente el reverso del progreso. La ciencia y la técnica, al tiempo que nos ayudan a resolver determinados problemas, crean otros nuevos: destrucción del entorno, atrofia y despersonalización de las relaciones interhumanas, rapidez cada vez más impresionante y, como consecuencia creciente ‘stress” físico y psíquico.

El progreso es ambivalente. No sólo ofrece posibilidades para el bien, sino que también origina nuevas posibilidades de destrucción, hasta incluso la posibilidad de extinguir todo tipo de vida sobre la tierra.

Las modernas técnicas, que nos permiten dominar la naturaleza, ponen también en nuestras manos la manera de dominar y manipular al hombre, sea mediante la simple

CienciaPara que un saber sea una ciencia es preciso que:

- se dé un conjunto de conocimientos en conexión organizada y sistemática;

- todos se refieran a un mismo objeto fundamental;

- ese objeto sea real y, por ello, pueda generar enunciados verdaderos y ciertos sobre la realidad;

- se haga una exposición metódica;

- los enunciados sean universales;

- el saber sea etiológico, es decir, que se muestren no sólo los fenómenos sino sus causas;

- los conocimientos adquiridos se expresen en un lenguaje riguroso y apropiado.

Violencia, sea mediante los sutiles métodos de propaganda o mediante la selección unilateral de las informaciones.

Por eso, se nos plantea más claramente la pregunta: ¿Nos está permitido hacer todo aquello que somos capaces de hacer?

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Evidentemente, no es este el caso. Tenemos que emplear estos medios científicos y técnicos para conseguir fines verdaderamente humanos. Pero:- ¿Qué son fines humanos?- ¿Nos damos cuenta también, entre las muchas cosas que hoy sabemos, del valor

realmente humano que tiene el saber, o no resulta también desconcertante para el hombre la multiplicidad de los conocimientos y de sus respectivos campos?

La técnica: sus riesgos

El primero es desvincular la ética de la técnica, de forma que todo lo técnicamente posible, se considere moralmente realizable (manipulación genética, ensayos nucleares, alteraciones de ecosistemas etc.).

Existe la tentación de dar más valor a la máquina que a la persona, debido a su más alta productividad y menor coste económico.

Por otro lado, la maquinaria suplanta a los trabajadores, o hace que éstos tengan que estar a su servicio, disminuyendo, e incluso anulando, su creatividad.

En definitiva, es preciso estar atentos para que el ser humano no resulte envilecido al ser tratado como una pieza más del proceso productivo.

Las ciencias humanas

Volvemos así a nuestra pregunta del principio: ¿Qué es el hombre? Sobre esta pregunta pueden decirnos detalladamente muchas cosas provechosas sobre todo las ciencias modernas que se refieren al hombre: las ciencias humanas.

La psicología y la sociología modernas pueden contribuir a solucionar numerosos trastornos en la vida personal de cada uno y en la convivencia humana, y a construir la vida con más sentido y perfección. Sin embargo, la respuesta a la pregunta por el sentido último del hombre transciende las posibilidades de estas ciencias.

Aunque las ciencias modernas, con la ayuda de sus métodos exactos, pueden explicar muchos aspectos particulares, sin embargo, precisamente debido al carácter de los métodos que emplean, tienen también sus limitaciones

Hay sectores de la realidad que escapan a estos métodos. Y, sobre todo, nada pueden decirnos sobre el sentido último y el fundamento de lo real en su totalidad.

Por eso, a la vista de las posibilidades positivas y también de las limitaciones y peligros que traen consigo las ciencias modernas, hoy se nos plantea con más urgencia que nunca la pregunta: ¿Qué es el hombre?

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3. LA RESPUESTA DE LAS IDEOLOGÍAS

A diferencia de las ciencias modernas, las ideologías tratan de proporcionar al hombre una imagen global y una interpretación total de la realidad.

Casi siempre pretenden que su visión unitaria responde al estado actual del conocimiento científico y supera las ideas “anticuadas” de la fe cristiana. De esta manera, se proponen satisfacer la necesidad del hombre de comprenderse a sí mismo y al mundo. Por esta razón, lo derivan todo del principio único:

- de la materia (ideología materialista),- del espíritu que todo lo penetra y en todas las cosas se halla simbolizado

(espiritualismo, por ejemplo, en la antroposofía).

Su pretensión de ofrecer una visión total de la realidad las lleva casi siempre a servirse de los más variados elementos de las religiones, incluso de elementos cristianos, y a mezclarlos entre sí (sincretismo o mezcla de religiones).

Es indudable que una visión unitaria como ésta no responde ni a la multiplicidad de los fenómenos ni al abismo del misterio del hombre y del mundo.

El que quiere derivarlo todo de un principio, fácilmente se vuelve totalitario e intolerante. A estas ideologías hay que negarles la pretensión de cientificidad, ya que la ciencia sólo puede responder a preguntas particulares, y tratar sistemáticamente campos delimitados del saber. No está en su mano conseguir una imagen acabada del mundo, sino que ha de mantenerse siempre abierta a nuevos conocimientos y preguntas.

Aunque la fe cristiana, no es, sin embargo, una ideología en sentido estricto, sabe que nosotros en este mundo sólo podemos conocer fragmentaria y oscuramente (cf. 1 Cor.13,12). Las ideologías, en el fondo, quieren ofrecer demasiado, y por eso mismo aportan demasiado poco.

LAS IDEOLOGÍAS POLÍTICAS

Una importancia especial tienen hoy las ideologías políticas. En todas las preguntas por el sentido a que antes hacíamos referencia, lo que está en juego no es sólo el sentido de nuestra vida personal, sino también el de nuestra vida social.

Nadie vive para sí solo, sino con otros, para otros y de otros. Todos necesitamos de todos y también todos dependemos de todos. De aquí que la respuesta a la pregunta por el sentido de nuestra vida personal se halle íntimamente vinculada a la realización de un orden político que haga posible la libertad y la justicia para todos.

Sería una ilusión replegarse en la felicidad privada.

La responsabilidad y la acción política nos conciernen a todos. Por ello nos formulamos las siguientes preguntas:

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¿Cómo podemos organizar y construir humanamente nuestra vida social?¿Cómo conseguir que en nuestra sociedad reinen no el poder del más fuerte, la simple violencia, la envidia y el odio, sino la dignidad del hombre, la verdad, la libertad, la justicia y la paz?¿Cómo es posible armonizar los más diversos intereses de los hombres, de los pueblos, de las razas y las clases?

La existencia de ideologías políticas y la importancia de la acción política para la mejora de las condiciones de la vida humana son indiscutibles. Fracasa, sin embargo, cuando pretenden dar una respuesta última.

Lo que hemos dicho de la materia o del espíritu, debe decirse también de la sociedad: tampoco ella puede constituirse en un todo único. La pregunta por la felicidad personal o por la muerte no se puede aplazar hasta que un día exista un orden perfecto y justo. En este mundo, de todos modos, no es posible realizar una justicia perfecta; lo único que se puede intentar es aproximarse a ella más o menos. Es decir, que hasta tanto el individuo no alcance la salvación, no puede haber una sociedad perfecta. Mientras tanto existirán también en la sociedad el odio, la envidia, y el conflicto de intereses.

Incluso aunque todos los problemas políticos se resolvieran, permanecería todavía la pregunta por el sentido de la propia vida, de la culpa personal, de la muerte, que cada uno tiene que afrontar. Por todo ello, siempre existirá una tensión entre lo individual y el todo. El hombre concreto, con sus necesidades, preocupaciones, alegrías y miserias, nunca es absorbido por el proceso social.

Así, pues, la vida social tiene que orientarse al hombre. De este modo, también en el campo político se plantea la pregunta: ¿Qué es el hombre?

LA CRISIS DE NUESTRA ÉPOCA

Es cierto que las ciencias y las ideologías políticas nos dan, cada una en su campo, importantes respuestas a nuestras preguntas. Pero a la pregunta por el sentido de la vida humana no pueden responder. Ahora bien, sin esta respuesta se quedan faltas de orientación. En esta falta de orientación consiste la crisis de nuestra época.

¿Qué es el hombre?

De la respuesta dada a esta pregunta, van a depender después los conceptos que sobre el mundo, la familia, la sociedad, la religión, la moral, se tengan. Si el hombre no es más que “un mono desnudo” (D. Morris), “un producto del azar y de la necesidad” (J. Monod), “un sufrimiento inútil” (J.P. Sartre), “un conjunto de relaciones económicas y sociales” (Marx); si, como ha escrito Esperanza Guisán, “en el ,mundo de los hombres el goce es el alfa y omega, principio y fin” (Manifiesto Hedonista, Madrid ¡990, p.140), se pueden intuir las escalas de valores, las pautas de comportamiento y las motivaciones que de estos pensamientos se desprenden.

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Las ideas comunes sobre los valores y los fines, de las que han vivido los siglos pasados, se han vuelto para muchos problemáticas. Faltan ideas vibrantes, grandes perspectivas de futuro, valores últimos por los que entusiasmarse y sacrificarse. El escepticismo y la resignación se están extendiendo. Especialmente los jóvenes sienten un vacío terrible.

La producción, el consumo y el bienestar solos no solucionan a la larga todos los problemas. Es cierto que el hombre necesita pan para vivir, y es un escándalo que muchos no lo tengan, o no lo tengan en la medida suficiente, mientras que otros se ven en problemas porque lo tienen en abundancia. Pero el hombre no vive sólo de pan, ni tampoco de trabajo, de placer o de protesta. El hombre es algo más. Necesita amor, sentido y esperanza. Quiere no sólo tener más, sino también ser más. En consecuencia, nuestra situación nos obliga a reflexionar de nuevo, más radicalmente y con mayor profundidad, sobre el fundamento y el fin del ser humano.

4. LA RELIGIÓN DA SENTIDO A LA VIDA

Podemos afirmar, siguiendo a Olegario González de Cardenal, que el hombre religioso se vive en relación personal con un más allá de sí mismo, personal y absoluto, que sin ser radicalmente idéntico a él, no le es radicalmente ajeno.

La experiencia religiosa aparece así como una forma de vivir que desarrolla el ser humano cuando ha reconocido su existencia como don, tarea y despliegue ante Alguien, que no viene a suplantar nada de lo humano, ni a entrar en pequeños detalles, sino a iluminar todo colocándolo en una nueva perspectiva.

Aristóteles decía que las cosas existen en la luz, en la oscuridad, las cosas existen, pero no se perciben como tales. Para el hombre religioso, la realidad humana aparece tal como es, en su auténtico ser, cuando es iluminada por la experiencia religiosa.

El hombre religioso llega a creer no mediante la huida del mundo, de la realidad humana y las situaciones históricas. El resultado de una experiencia religiosa auténtica, es la aparición de una luz que ayuda a discernir entre lo absoluto y lo relativo, entre lo trascendente y lo contingente, entre lo último y lo penúltimo, dando a cada realidad su justo lugar.

Desde esta perspectiva, el mundo procede de Alguien, que es su Señor, que lo dona al hombre, como destinatario. No hay lugar en él para ídolos o diosecillos; este mundo no es amenaza para el ser humano, sino el ámbito en el que puede desarrollar su libertad y sus capacidades de humanización.

La religión tiende a esclarecer el sentido de todo lo que existe y acontece; a iluminar el que hacer mismo del hombre; a proponer un destino existente, pero desconocido, que al descubrirse libera; a dar cohesión al conjunto de la existencia humana, procurando una orientación. Esto no significa que la vida del creyente quede asegurada y carente de riesgos e incertidumbres, sino que adquiere una densidad que la hace más humana si cabe.

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CONCLUSIÓN

La respuesta al sentido de la vida no procede del conocimiento intelectual o de la reducción de todo lo existente a un principio Único. Por el contrario, el sentido de la vida humana se ilumina desde el reconocimiento de la presencia de un Alguien, ante quien el hombre se sitúa desplegando su vida.

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UNIDAD DIDÁCTICA IIEL HOMBRE ES CAPAZ DE DIOS

1. EL DESEO DE DIOS

INSCRITO EN EL CORAZÓN HUMANO

El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios, y Dios no cesa de atraer al hombre hacia si, y sólo en Dios encontrara el hombre la verdad y la dicha que no deja de buscar.

“La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador “. (GS 19,1)

De múltiples maneras hasta el día de hoy, los hombres han expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, etc.).

A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se puede llamar al hombre un ser religioso:

“El creó de un sólo hombre todo el linaje humano para que habitara en toda la tierra, fijando a cada pueblo las épocas y los límites de su territorio, con el fin de que buscaran a Dios, por si, escudriñando a tientas, lo podían encontrar. En realidad no está lejos de cada uno de nosotros, ya que en él vivimos, nos movemos y existimos”. (Hech 17,26-28)

PUEDE SER RECHAZADO U OLVIDADO

Pero esta “unión íntima y vital con Dios” (GS 19,1) puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre.

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COMPETENCIADescribe las distintas vías que ha tenido el hombre durante toda la historia para conocer y acercarse a Dios, valorando su importancia para responder a la búsqueda de sentido del hombre.

DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDADLa unidad consta de los siguientes temas:

El deseo de Dios Las vías de acceso al conocimiento de Dios Doctrina del conocimiento natural de Dios El misterio de Dios desborda la limitación humana

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Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos (cf GS 19-21): la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas (cf Mt 13,22), el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes de pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios (cf Gn 3,8-10) y huye de su llamada (cf Jon 1,3).

“QUE SE ALEGREN LOS QUE BUSCAN AL SEÑOR” (SAL 105,3)

Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre para que le busque y así viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre:

- todo el esfuerzo de su inteligencia;- la rectitud de su voluntad, “un corazón recto”;- y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.

2. LAS VÍAS DE ACCESO AL CONOCIMIENTO DE DIOS

PONERSE EN MARCHA

Para mostrar la racionalidad de la fe en Dios, la teología ha desarrollado las llamadas pruebas de la existencia de Dios. Evidentemente, no se trata de pruebas como las que nos resultan naturales por las ciencias naturales o las matemáticas. Dios no es un hecho sensible que está abierto a una demostración general.

Sin embargo, se puede invitar al hombre a que recorra el camino del discurso racional. Tomás de Aquino, uno de los grandes teólogos de la Edad Media, que contribuyó particularmente a forjar estas pruebas de la existencia de Dios, no en vano nos habla de vías.

Hay que seguir un camino para llegar a lugares hermosos. Igualmente, también en el conocimiento de Dios hay que estar dispuesto a recorrer un camino, abandonando los propios prejuicios y abriéndose al misterio de Dios. En tal caso puede verse con claridad que la fe en Dios no es irracional, sino que responde plenamente al misterio que se manifiesta en la razón del hombre.

No podríamos, por supuesto, hacernos la pregunta sobre Dios si nunca hubiéramos oído hablar de Él, si su realidad no se hubiera hecho presente en nuestro interior, si no hubiéramos tenido la suerte de tener algún tipo de experiencia de Dios.

Las pruebas de Dios, por lo tanto, no sustituyen la fe por un saber, sino que, a la inversa, invitan a la fe, fortalecen en la fe y dan razón de la fe. Responden a la exhortación de la Escritura: “Estad siempre dispuestos a dar razón”, de vuestra esperanza a todo el que os pida explicaciones” (1 Pe 3,15).

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LAS VÍAS DE SANTO TOMÁS

Son cinco y tienen un desarrollo análogo, aunque difieren en su punto de partida. La primera vía parte del devenir, en virtud del cual las cosas se presentan capaces de desarrollo, de perfeccionamiento; la segunda arranca de la causalidad, o sea de la comprobación de que todas las cosas comienzan a ser tienen una causa. La tercera vía tiene su origen en la contingencia, por lo que las cosas son, pero pueden dejar de ser; la cuarta arranca de los diversos grados de perfección, o sea de la comprobación de que las cosas manifiestan una verdad, una bondad, etc., mayor o menor La última vía parte del orden que reina en la creación.

A partir de estos datos de experiencia, Sto. Tomás afirma que Dios es el que explica el devenir y el perfeccionamiento, porque es perfección absoluta, que no deviene; explica el origen del ser, porque es la única causa sin causa; en él encuentra explicación la contingencia, porque él es el ser necesario, que por tanto es y no puede no ser A Dios remiten los grados de perfección de las criaturas, porque en él las perfecciones se encuentran realizadas en un grado absoluto (él es verdad y bondad absolutas);finalmente, es Dios el que explica el orden’ la finalidad presente de las cosas, porque es justamente el ordenador del universo.

Catecismo de la Iglesia Católica, n 35

“Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar en su intimidad, Dios ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder acoger esa revelación en la fe. Sin embargo, las pruebas de la existencia de Dios pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón humana.”

LA REALIDAD DEL MUNDO

“Y es que lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, se ha hecho visible desde la creación del mundo, a través de las cosas creadas“. (Rom. 1,20)

EL CAMBIO PERMANENTE Y EL ORDEN DEL MUNDO

La primera, la más antigua de las pruebas de la existencia de Dios se basa en la realidad del mundo. El mundo está en constante movimiento y en cambio permanente. Ahora bien, todo lo que se mueve es movido por otro: ¿Qué o quién provoca este cambio? Pero, además, reina en el mundo un orden. ¿De dónde procede este orden? Y podríamos seguir preguntando.

LA CAUSA PRIMERA

Cualquier causa, de las que caen bajo nuestra experiencia, es producida por otras; todo está condicionado por todo. Ahora bien, resulta claro que aquí no se puede proceder indefinidamente. En alguna parte tiene que haber una primera causa, un primer comienzo del movimiento y del cambio.

Es posible remitirse a un átomo original o a una célula primera de la vida. Pero este no basta. Porque ¿de dónde procede este principio y de dónde recibe esa inmensa

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energía para hacer salir de sí toda la evolución posterior? No se trata solamente de explicar cómo ha llegado a ser el mundo. Sobre esto puede decir muchas cosas la ciencia actual. De lo que se trata es de explicar también por qué hay algo, en general.

EL FUNDAMENTO ÚLTIMO

Si se remite aquí sólo a la materia original, nada se explica. Porque ¿se explica la materia original por sí misma? Esta, desde luego, está sometida al cambio y, por lo tanto, es sumamente imperfecta.

El fundamento último, por el contrario, sólo puede ser algo que sea perfecto y completo en sí, que exista por sí mismo como la plenitud más pura del ser y de la vida. Pero es esto justamente lo que pensamos cuando hablamos de Dios. Sólo en Dios tiene la realidad del mundo su fundamento; sin Él carecería de razón de ser y, en consecuencia, de sentido. Sin Él, en definitiva, nada existiría. Ahora bien, como la realidad existe y como presenta un orden con sentido, tiene también sentido creer que Dios existe como fundamento del ser y del orden del mundo.

EL SENTIDO DEL MUNDO

Creer en Dios significa optar contra el primado de la materia. El que cree en Dios afirma que el espíritu no aparece sólo al final de una larga evolución, sino que está ya al comienzo, e incluso que el espíritu es el poder que todo lo hace, todo lo sostiene, todo lo determina y todo lo ordena según medida, número y peso (cf. Sab. 11,21). Por lo tanto, el que 0pta por Dios, 0pta por el sentido del mundo.

Estas estructuras de sentido las encuentra el científico a cada paso. ¿Cómo podría comprender la realidad si ésta no fuera comprensible? Y cómo podría ser comprensible si no hubiera sido formada por un espíritu y no presentara estructuras inteligibles? Luego nuestro pensamiento sobre el mundo sólo es posible, en definitiva, como una reflexión de las ideas de Dios.

La fe en Dios, por consiguiente, nada tiene que ver con una negación del pensamiento; es, por el contrario, el fundamento último del pensamiento y una exhortación e invitación del constante a pensar.

Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 32-3 3

“A partir del movimiento y del devenir, de la contingencia, del orden y de la belleza del mundo se puede conocer a Dios como origen y fin del universo”.

Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. En estas aperturas, percibe signos de su alma espiritual. La “semilla de eternidad que lleva en si al ser irreductible a la sola materia” (GS 18,1; cf 14,2), su alma, no puede tener origen más que en Dios “.

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LA REALIDAD DEL HOMBRE

La segunda forma, más moderna, de las pruebas de Dios no se basa directamente en el ese mundo, sino en la realidad del hombre. El hombre es un ser totalmente finito, dependiente y amenazado por la naturaleza que le rodea, sujeto a la muerte.

LA VOZ DE LA CONCIENCIA

tema Sin embargo, en el hombre se dan también indicios de algo incondicionado y absoluto. Por ejemplo, en la voz de la conciencia, que continuamente se hace escuchar en nuestro interior advirtiendo, reprendiendo, aprobando. Es cierto que muchas normas morales están condicionadas históricamente. Sin embargo, es absoluta la orientación radical a hacer el o en bien y evitar el mal.

Tendríamos que renunciar a nosotros mismos para no protestar contra las injusticias que claman al cielo, como, por ejemplo, el homicidio intencionado de un niño inocente. Esperamos firmemente que el asesino no triunfe al final sobre la víctima inocente. Aunque ser y en ninguna parte del mundo encontremos la justicia perfecta, e incluso no podamos contar con poder realizarla alguna vez, no podemos abandonar la lucha por ella.

EL AMOR ENTRE LAS PERSONAS

Lo incondicionado y absoluto, además de en la voz de la conciencia, se nos revela también en el amor interhumano.

En una persona amada todo puede volverse nuevo de repente. En un instante psíquico se suspende totalmente el curso del tiempo; desde el centro mismo del tiempo tocarnos la eternidad. ¿Puede todo esto reducirse a la nada?

EL DESEO DEL ABSOLUTO

Así, pues, vivimos siempre en tensión entre nuestra propia finitud e imperfección. por una parte, y el deseo de lo infinito, absoluto y perfecto, por otra. Esta tensión es la causa del desasosiego, la inquietud y la insatisfacción que continuamente nos habita. ¿Es este un deseo absurdo? ¿Tenemos que resignarnos y olvidarlo? En este supuesto tendríamos que hacer caso omiso del misterio de nuestro ser humano.

Por lo tanto, si el hombre no puede ser, en definitiva, un ser absurdo y sin sentido, a nuestra esperanza en lo absoluto debe corresponderle la realidad de un absoluto; nuestras preguntas y búsquedas deben ser eco y reflejo de la llamada de Dios que se escucha en la conciencia del hombre. Pretender salvar un sentido absoluto prescindiendo de Dios seria invento vano (M.lorkheimer).

Sólo Dios es la respuesta a la grandeza y a la indigencia del ser humano. El que cree en el puede hacer justicia a la grandeza del hombre, sin tener que rechazar su indigencia. El que cree en Dios puede ser enteramente realista.

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Reconocer la existencia de Dios significa, por todo lo dicho, optar por el hombre. Porque solo si Dios existe y si es libertad absoluta que todo lo abarca, todo lo gobierna y dirige, tienen los hombres en este mundo un espacio de libertad.

La fe en Dios implica, pues, creer en la libertad y en la dignidad incondicionada del hombre.

Solo si Dios existe, el hombre no es un ser accesorio en un cosmos insensible a sus preguntas y necesidades. Pero si Dios existe, esto significa, en definitiva, que el mundo no se halla regido por leyes objetivas abstractas, ni por el azar ciego, ni tampoco por un destino anónimo.

La fe en Dios permite, e incluso exige, que nos aceptemos incondicionalmente a nosotros mismos y a todos los hombres, porque somos aceptados incondicionalmente. Posibilita una confianza fundamental en la realidad, sin la que nadie puede vivir, amar y trabajar.

La fe en Dios no oprime la libertad humana; al contrario, fundamenta la convicción de su valor incondicionado y obligado al respeto incondicionado de cualquier hombre y a la acción por un orden de libertades justo entre los hombres.

Si Dios hubiera muerto, también el hombre habría muerto. La esperanza del hombre es que Dios ha muerto, sino que vive.

3. DOCTRINA DE LA IGLESIA SOBRE EL CONOCIMIENTO NATURAL DE DIOS

CONCILIO VATICANO I

El Concilio Vaticano I (1869-1870) resumió el testimonio bíblico sobre la cognoscibilidad de la Dios de la siguiente manera:

“Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana a partir de las criaturas”. (DS 3004)

El Concilio tuvo también conciencia de las dificultades para conocer a Dios en la situación actual del género humano. Por eso, no enseña que todos los hombres conocen a Dios con seguridad, e incluso tampoco dice que haya habido alguna vez hombres que han conocido a Dios con absoluta certeza sin ayuda de la Revelación.

Sólo enseña que se puede conocer a Dios por el mundo con ayuda de la razón. El Concilio quiso sostener con esto que a cualquier hombre se le puede hablar de Dios con sentido, de modo que la fe cristiana no es algo irracional, ni tampoco antirracional.

No hay contradicción alguna entre fe y razón, porque en la verdad revelada encontramos al mismo Dios que descubrimos como creador del mundo cuando reflexionamos sobre la realidad. El creyente, por lo tanto, puede confiar en que su fe hallará siempre sólida confirmación en la experiencia humana y en el pensamiento.

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CONCILIO VATICANO II

El Concilio Vaticano II (1962-1965) recoge la doctrina del Concilio Vaticano I ¡ y, teniendo a la vista el fenómeno del ateísmo moderno, la concreta y la amplía. El Concilio parte de la idea de que al hombre sólo se le puede comprender sobre la base de su origen y fin en Dios:“La Iglesia afirma que el reconocimiento de Dios no se opone en modo alguno a la dignidad humana, ya que esta dignidad tiene en el mismo Dios su fundamento y perfección... Cuando, por el contrario faltan ese fundamento divino y esa esperanza de la vida eterna, la dignidad humana sufre lesiones gravísimas -es lo que hoy con frecuencia sucede- y los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor, quedan sin solucionar, llevando no raramente al hombre a la desesperación “. (GS 21)

El ateísmo, en última instancia, no sólo pierde la verdad de Dios, sino también la del hombre. Por eso, el Concilio lo condena resueltamente.

Sólo en el misterio de Dios tiene respuesta el misterio de nuestro ser humano, respuesta que no soluciona el misterio, sino que lo acepta y profundiza. Sólo el que conoce a Dios conoce también al hombre (R. Guardini; cf GS 22).

4. EL MISTERIO DE DIOS DESBORDA LA LIMITACIÓN HUMANA LA LIMITACIÓN HUMANA

El creyente está convencido de que el misterio de Dios es la única respuesta posible al misterio del hombre. Sin embargo, todo lo que podemos saber sobre el misterio de Dios no son más que imágenes y comparaciones. A través de ellas sólo alcanzamos a vislumbrar oscuramente, como desde lejos, el misterio de Dios. Así lo dicen las palabras del apóstol Pablo:

“Ahora vemos por medio de un espejo y oscuramente...” (1 Cor 13,12) Espejo” y “comparación” significan que nuestras imágenes y conceptos pueden, en términos absolutos, enunciar “algo” sobre Dios.

También Jesús, por supuesto, habla con parábolas y utiliza procedimientos cotidianos para explicar a los hombres el hecho de Dios. No podemos hablar de Dios más que sirviéndonos del lenguaje del mundo.

A pesar de todo, Dios es infinitamente más grande que nuestras imágenes y conceptos. Es aquello por encima de lo cual no puede pensarse nada mas grande; es incluso más grande que todo lo que puede pensarse (Anselmo de Canterbury).

En el fondo, todos nuestros conceptos e imágenes expresan, más bien, lo que Dios no es, que lo que es (Tomás de Aquino).

Catecismo de la Iglesia Católica, n. 40

“Puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje lo es también. No podemos nombrar a Dios sino a partir de las criaturas, y según nuestro modo humano limitado de conocer y pensar”

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EL MISTERIO DE DIOS Y EL HOMBRE

Dios no se adapta a ningún sistema y no funda ninguna concepción del mundo cerrada en sí misma. Al contrario, la fe en Dios hace saltar todos los esquemas de nuestras concepciones del mundo, para hacerle sitio al misterio cada vez más grande de Dios y del hombre. Por eso, el Concilio IV de Letrán (1215) proclamó:

“Porque entre el Creador y la criatura no puede señalarse una semejanza, sin ver que la desemejanza es aún mayor”. (DS 806)

Por consiguiente, todo lo que nosotros decimos y pensamos de Dios sólo resulta válido cuando se afirma en un sentido enteramente único, infinitamente perfecto.

Todos los conceptos e imágenes que aplicamos a Dios son sólo como una flecha indicadora. En ninguno de ellos “tenemos’ a Dios. Todos nos remiten más bien al camino que a El conduce. Son iniciaciones a un misterio, al que sólo se le hace justicia en la actitud de adoración. Deben disponemos de continuo para prestar atención a lo que Dios tiene que decirnos con sus palabras y obras en la historia.

Sólo en Jesucristo se nos transmite definitivamente el misterio de Dios y el misterio del hombre En Jesucristo, Dios nos revela su misterio como misterio de su amor insondable.

Por lo tanto, también en su revelación -y en esta sobre todo- continúa siendo el Dios oculto, cuyo amor sólo podemos comprender por medio de imágenes y comparaciones. En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encamado (cf GS 22).

Documentos

A pesar de que la razón humana, hablando simplemente, pueda verdaderamente por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento verdadero y cierto de un dios personal, que protege y gobierna el mundo por su providencia, as como de una ley natural puesta por el Creador en nuestras almas, sin embargo hay muchos obstáculos que impiden a esta misma razón usar eficazmente y con fruto su poder natural; porque las verdades que se refieren a dios y a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles y cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y renuncie a sí mismo. El espíritu humano, para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por porte de los sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos nacidos del pecado original, be ahí procede que en semejantes materias los hombres se persuadan fácilmente de la falsedad o al menos de la incertidumbre de las cosas que no quisieran que fuesen verdaderas.

Documento: Encíclica “Humani generis” (Pío XII)

CONCLUSIÓNDios es la respuesta a la grandeza y a la indigencia del ser humano; si Dios existe es posible la confianza fundamental en la realidad y obliga al respeto incondicionado a todo hombre.

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UNIDAD DIDÁCTICA IIIDESAFÍOS ACTUALES A LA FE RELIGIOSA

Durante mucho tiempo, era casi impensable ser no creyente. Lo normal, era manifestarse como persona religiosa, sujeta a una serie de ritos y normas de vida. Ahora, las cosas han cambiado. Lo normal, en nuestra cultura, es que lo religioso aparezca como algo anticuado o, en el mejor de los casos, sin repercusión real en la vida. En esta Unidad Didáctica vamos a profundizar en ello.

1. CARACTERÍSTICAS DE LA CULTURA CONTEMPORÁNEA

Conviene que tengamos en cuenta, antes de entrar en los contenidos, que vamos a hacer una presentación pastoral, es decir, una descripción que nos ayude a comprender qué y cómo están incidiendo sobre la fe cristiana y sobre los cristianos algunos de los aspectos relevantes de nuestra cultura. Tenemos presentes aquellas palabras del Concilio:

“El Concilio,(…) no puede dar prueba mayor de solidaridad, respeto y amor a toda la familia humana que la de dialogar con ella acerca de todos estos problemas, aclarándoselos a la luz del Evangelio y poner a disposición del género humano el poder salvador que la Iglesia ha recibido de su fundador. Es la persona humana la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es, por consiguiente, el hombre; pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad.” (GS,3)

LA CIVILIZACIÓN CIENTÍFICO-TÉCNICA

Un rasgo relevante de nuestra cultura es el espíritu científico, fruto de las grandes conquistas de las ciencias y del saber humano. De ellas arrancan innumerables avances técnicos y tecnológicos que repercuten en nuestro modo de vivir, inciden sobre él y, en cierto sentido, lo modifican, hasta el punto de que llegan a determinar la concepción que el hombre tiene de sí mismo.

No hay ninguna duda acerca de los bienes que la ciencia y la técnica han aportado y aportan a la persona y a la sociedad. Pero, aun reconociendo tales bienes, es preciso, también, reconocer que el hombre:

Puede embriagarse con sus conquistas, fascinarse ante ellas y pensar que “es como Dios” (tentación del paraíso) y acaba excluyendo a Dios.

Llegue a absolutizar la ciencia y la técnica, y acabe:

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COMPETENCIAExplica las características de la sociedad actual que representan un reto para la fe, profundizando en sus causas y en sus consecuencias.

DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDADLa unidad consta de los siguientes temas:

Características de la cultura contemporánea La increencia Desafíos y retos para la fe cristiana

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- excluyendo la fe por innecesaria (si la ciencia lo explica todo, ¿para qué sirve la fe?);

- creando un antagonismo entre la ciencia y la fe (ciencia y fe son dos mundos diferentes y hasta enemigos);

- viviendo en un permanente dualismo (recurrimos a la ciencia para todo; a la fe, en lo que resulta misterioso o incomprensible).

CIVILIZACIÓN DEL CONSUMO Y DEL BIENESTAR

Los avances de la ciencia y de la tecnología han traído consigo en el mundo occidental una gran expresión económica, cuyo resultado ha sido la sociedad del bienestar que, a su vez, ha traído un espíritu desmedido de consumo que ha determinado hasta su mismo nombre: la sociedad de consumo. Esta procura un exceso de bienes y crea falsas necesidades. La producción, entonces, tiende a convertirse en un fin en sí misma, lo superfluo se convierte en necesario y el hombre se convierte en consumidor.

El espíritu consumista acaba generando en el hombre actual el ansia de tener y poseer; se siente “desgraciado” si tiene menos que los demás y acaba siendo insolidario, porque olvida a los más pobres y contribuye indirectamente a su explotación.

El consumismo acaba por conducir a muchas personas al materialismo, al hedonismo y a la pérdida del sentido de la trascendencia. Estos tres fenómenos se reducen a lo mismo: a vivir como si Dios no existiera y sacar el máximo provecho de la vida prescindiendo prácticamente de Dios.

UNA SOCIEDAD QUE BUSCA Y DESEA LIBERTAD

La libertad es una cualidad inalienable de la persona, el primero de los derechos fundamentales de todo hombre porque Dios nos ha hecho libres. La libertad es condición necesaria para que toda persona o grupo social desarrolle y alcance su proyecto personal. Nadie se realiza a sí mismo si no es libre o no vive en libertad.

La libertad, por tanto, no es solamente un estado que se alcanza sino condición necesaria de nuestro ser personal. Ser persona equivale a ser libre; pero ser persona también equivale a conquistar la propia libertad.

Porque la libertad es don y tarea, no resulta fácil. Unida al bienestar material, puede llevar o bien al individualismo, por el que nos aislamos y despreocupamos del medio en que vivimos, o a un espontan eísmo que confunde libertad con realización del impulso del momento.

Hay, además, quien entiende la libertad como una libertad absoluta y sin límites. Piensa que cualquier límite atenta contra ella. Por ello consideran que la libertad es incompatible con la existencia de Dios porque pone límites a la pretendida libertad del hombre. Se acaba considerando “el rechazo a Dios como condición indispensable para conseguir la liberación, el progreso y la felicidad” (CVP, 20).

EL PLURALISMO

En una sociedad sacral, en la que todo gira en torno a la fe, a la Iglesia, etc. La religión constituía el centro de la vida personal y social. Lo normal era ser creyente.

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Pero cuando se rompe la tutela de la fe y de la Iglesia, nacen inmediatamente diferentes modos de concebir, organizar y entender la vida. Surge así el pluralismo, en el que coexisten a la vez diferentes modos de concebir la vida y de organizar el mundo.

Este cambio profundo no es malo en sí mismo, si bien hay que reconocer que también afecta a la fe y a la vida de los cristianos, por cuanto:

- tiende a privatizar la vida religiosa, es decir, a reducirla al ámbito de lo privado y de la sacristía,

- a hacerla irrelevante en el ámbito de lo social,- y, a negarle toda proyección pública, con la excusa de que la fe cristiana es “una

visión entre tantas “, cuando no se le acusa de querer imponerse sobre las demás.

LA CRISIS DE LAS IDEOLOGÍAS

El pluralismo, al relativizar los modos de pensar, acaba poniendo en duda las ideologías que servían de base de sustentación para la comprensión del mundo y de la propia sociedad. Y como consecuencia, caen también los valores que se sustentaban en ellas. Esto le ha pasado cuando ha funcionado como “ideología dominante”.

La consecuencia mas inmediata, y tal vez la más generalizada, es que el hombre experimenta un vacío de sentido y una honda sensación de desamparo. Crece así el escepticismo: todo se mezcla y todo corre el peligro de quedar relativizado.

Se tiende, entonces, a construir cada uno su propia visión del mundo y su propio código ético y moral, dando como resultado una conciencia moral fragmentada e individualista y negando la existencia de una ética universal válida para todos.

2. LA INCREENCIA

El término “increencia” implica que el ambiente en que nos movemos está determinado por la falta de religiosidad, esto es, por la carencia de una experiencia de misterio.

Hoy la religión se encuentra confrontada con el fenómeno de la increencia. En otros tiempos se creía y se vivía en un clima religioso. La religión se daba por supuesta. Hoy no sucede así, sino que la increencia constituye un componente de nuestra situación. Veamos algunas razones.

FENOMENO MASIVO

La increencia constituye, quizá por primera vez en la historia, un fenómeno masivo. Si en otros tiempos al no creyente se le podía calificar de “insensato”, hoy la increencia parece constituir la regla de la que los escasos creyentes constituyen una excepción.

Antes se vivía con actitud general de creencia. Todo se integraba dentro de un cosmos sagrado de misterio. Ahora parece que esto ha quebrado: por primera vez en nuestra historia, el hombre esta emergiendo a la existencia en una actitud de increencia. Ya no busca el sentido de la vida desde lo trascendente.

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Antes se daba una auténtica religiosidad “religiosidad de aldea”, una religiosidad arraigada y serena; la asistencia a las celebraciones rituales era realmente masiva; los hombres pertenecían, por regla general, a una religión y vivían para ella o, por lo menos desde ella; cultivaban, en fin, una tradición del Misterio.

Hoy han dejado de ser religiosos y el mundo esta falto de creencias con base y apertura hacía el Misterio.La increencia, en fin, no es solo el resultado de una nueva situación social; se ha convertido en una especie de presupuesto ideológico de comprensión de la realidad: da la impresión de que el hombre “normal” es el que resuelve los problemas de la vida sin acudir a lo trascendente, y puede encontrar el sentido de lo bueno y lo malo por sí mismo.

FENÓMENO CULTURALMENTE DOMINANTE

Por primera vez se habla de una cultura de la increencia debido a que vivimos en una situación en la que no pocos de los valores, ideales de vida y convicciones fundamentales han surgido de actitudes no creyentes. Entre el creyente y no creyente ¿quién aparece hoy como el insensato?

Aunque las encuestas indican que son minoría los que se declaran así mismo no-creyentes, la cultura que se difunde en la sociedad está dominada por la increencia.

El análisis sociológico de la realidad, de la lectura de la historia, la visión científica del mundo, el estudio sociológico del ser humano imprimen a la vida una orientación no creyente.

La filosofía que estudian los jóvenes, el arte y la literatura de nuestros días, los medios de comunicación que invaden los hogares propagan, por lo general, una cultura que da por supuesto o favorece la increencia.

Aunque la inmensa mayoría afirma creer en “Algo” y se considera incluso religiosa, son muchos los que tienen una conciencia muy vaga de lo que creen. Por otra parte, se va debilitando en muchos la firmeza de su adhesión personal a la religión, mientras se extiende un estado de escepticismo e indecisión que lleva a la indiferencia.

Hay quienes eligen el contenido de sus creencias según sus preferencias; se dirían que van construyendo su particular sistema de creencias sin preocuparse de su coherencia interna. Sencillamente seleccionan lo que les parece mas aceptable y viven con un credo confeccionado a su medida.

Al mismo tiempo se da una desvinculación de la religión como crítica de las instituciones. Se valora negativamente su capacidad para dar respuestas a las verdaderas necesidades incluso espirituales, del hombre contemporáneo.

PÉRDIDA DE PELIGROSIDAD PARA EL HOMBRE

La increencia ha perdido el carácter de peligrosidad para el hombre con que la han venido señalando siglos de cultura fundada en la religión. En muchos casos ha tomado incluso el estandarte de la defensa de lo humano que hasta hace poco acaparaba la fe. Se es no creyente para defender el hombre.

El término negativo “no creyente” con que designamos a quien no comparte nuestras creencias cada vez aparece como menos adecuado, ya que para los no-creyentes la vivencia religiosa ha dejado de ser la

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norma y el criterio de lo humano. Cada vez son mas frecuentes los intentos por construir el humanismo desde el agnosticismo o desde la creencia.

Hasta hace poco la pregunta latente era cómo podría realizarse el hombre sin la experiencia religiosa. Hoy la pregunta sería: ¿qué aporta la experiencia religiosa a la construcción del mundo y a la realización del hombre?

Y muchos creyentes parecen indicar con esas cuestiones que, conscientes de que el mundo y el hombre se realizan sin la religión, les preocupa qué “añade” a esa realización la condición de creyente.La religiosidad, que hace unos años ofrecía un sentido último viene a ser explicada hoy como un fenómeno desfasado que cada vez tendrá menos interés y relevancia.

La religión es considerada por bastantes como un residuo de un miedo infantil, de la ignorancia o de una culpabilidad mal asimilada, como falso consuelo ante las injusticias sociales.

Es normal que en este ambiente el creyente tenga la sensación de “creer contra-corriente” y que se comporte, incluso, como no-creyente en el ámbito cultural.

LA RELIGIÓN HA DEJADO DE SER SOCIALMENTE RELEVANTE

En la nueva sociedad que está surgiendo la religión se termina por presentar como una especie de “hobby” individual- o, al menos, privado- de algunos individuos o grupos. Todos los problemas del hombre sobre el mundo se resuelven en otro campo.

La religión ha dejado de ser base de asentamiento de la sociedad. No es más que una estructura subjetiva de comprensión del mundo que desarrollan ciertos grupos de personas. Ya no constituye, en ningún caso, el transfondo cultural del tiempo histórico d un pueble o de una raza.

Se ha extendido entre los hombres de la edad contemporánea una actitud vital de desinterés por lo profundo, por aquello que no puede medirse o manejarse, por aquello que no puede transformarse en objeto de cálculo o en bien de consumo.

Hay, correlativamente, un fuerte deseo de gozo en la existencia: la misma incapacidad de dialogar con la Trascendencia, ha convertido al hombre en un ser que busca la respuesta en lo inmediato del gozo, en la vida sobre el mundo. Siguen, en el fondo, aquellas grandes coordenadas de sentido de la fe como contexto original de la existencia, pero han perdido su fuerza práctica. Lo que queda en lo inmediato es la realidad del hombre que se va haciendo sin referencias explícitas a lo Trascendente.

3. DESAFÍOS Y RETOS PARA LA FE CRISTIANA

Pablo VI, en la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, hacía una dramática constatación: “la ruptura entre Evangelio y cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo” (n. 20). Esta ruptura afecta a lo central del Evangelio, es decir, al sentido de Dios y al sentido del hombre.

Es necesario, por tanto y aunque sea brevemente, exponer los retos que la cultura contemporánea presenta a la fe cristiana.

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EL OSCURECIMIENTO DE DIOS Y EL SENTIDO DEL HOMBRE

El primer reto que se le presenta a la fe cristiana es que, para el hombre de hoy, Dios ya no resulta fácil de encontrar, porque la mentalidad científico-técnica parece relegarle a la periferia y a los confines del mundo. Antes que buscar explicaciones en la fe o en la religión, se buscan en la ciencia, de modo que Dios y su misterio son cada vez menos “misterio” y acaba por ser innecesario y hasta superfluo.

La increencia y la indeferencia religiosa afectan a un gran número de personas. Incluso, para muchos hombres y mujeres bautizados, la práctica religiosa (y hasta el mismo hecho religioso) han perdido o van perdiendo progresivamente significación y relevancia vital.

Las mismas formas de vida contribuyen a que jóvenes y adultos pierdan la capacidad de preguntarse por el origen y el sentido último d la vida. Para muchos de ellos, la fe cristiana es incapaz de dar respuesta a sus necesidades, inquietudes e interrogantes más vitales.

Ocurre también, y paralelamente, que el oscurecimiento de Dios acaba afectando al mismo hombre. Es decir, el oscurecimiento de Dios produce el oscurecimiento del hombre, que se manifiesta no sólo en que el hombre pierda su fundamento sino también en la ausencia de convicciones sobre su ser y realidad más profundos. Y es que el hombre, sin Dios, acaba por perderse, pues como afirma el Concilio: “la criatura sin el Creador se esfuma” (GS, 36). Y como afirmaba el P. de Lubac:

“No es verdad que el hombre, aunque parezca decirlo algunas veces, no pueda organizar la tierra sin Dios. Lo cierto es que sin Dios no puede, en fin de cuentas, mas que organizarla contra el hombre: El humanismo exclusivo es un humanismo inhumano”.

NUEVA SENSIBILIDAD POR EL HOMBRE Y RETORNO A LO SAGRADO

Sin embargo, esta misma cultura, aun con ambigüedades de relieve, está provocando una gran sensibilidad por la dignidad de la persona y su libertad, y un resurgir de lo sagrado. En efecto, al menos en occidente, la sensibilidad por los derechos humanos aparece y crece con fuerza; los derechos humanos, los derechos de las minorías, etc., son cada vez mas valorados, promovidos y respetados.

Junto a esta sensibilidad, se descubre una solicitud de valores religiosos que den sentido a la vida. En el corazón de muchos de nuestros contemporáneos brotan anhelos por encontrar respuestas más validas, con mayor sentido y fundamento y de mayor alcance y repercusión vital, que las que proporcionan los modelos de pensamiento actualmente de moda. Hay en el hombre una sed de infinito que no se domina ni se apaga fácilmente.

Hay una vuelta a lo sagrado: un anhelo de trascendencia en el hombre como consecuencia de la semilla que Dios ha dejado en su corazón. La búsqueda de lo sagrado y de lo religioso irrumpe bajo formas no siempre auténticas ni exentas de ambigüedad, como lo pone de manifiesto la búsqueda de una religión sin Dios.

AMBIVALENCIA DE LA CULTURA Y DIVISIÓN DEL CORAZÓN HUMANO

Si hacemos una lectura teológica de nuestra cultura, intentando un análisis crítico pero a la vez procurando leer en él “los signos de los tiempos”, hemos de reconocer que las tensiones que atraviesan

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la cultura y el hombre contemporáneos no son otra cosa que la manifestación de la división profunda que anida y atenaza el corazón del hombre moderno.

La cultura moderna refleja una lucha dramática entre el bien y el mal, entre las fuerzas constructivas y destructivas. En el fondo se están poniendo de manifiesto aquellas palabras del Apóstol S. Pablo:

“lo que realizo, no lo entiendo, pues lo que yo quiero, eso no lo hago y, en cambio, lo que detesto es lo que hago.” (Rom 7,14; cf. GS 10)

Sin embargo, a los ojos de la fe (ahora ya podemos entenderlo mejor), en el mundo no es un caos ni está sujeto a su propio albedrío ni dirigido por un destino fatal. Para la fe, el mundo aparece:

Fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del Maligno, para que se transforme según el designio divino y llegue a su consumación.”

Catecismo de la Iglesia católica, nn. 45,49

El hombre está hecho para vivir en comunión con Dios en quien encuentra su dicha. “Cuando yo me adhiero a ti con todo mi ser, no habrá ya para mi penas, ni pruebas, y mi vida toda llena de ti, será plena” (S. Agustín).

“Sin el Creador la criatura se diluye” (GS. 36). He aquí por qué los creyentes saben que son impulsados por el amor de Cristo a llevar la luz de Dios vivo a los que no le conocen o lo rechazan”

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UNIDAD DIDÁCTICA IVDIOS SE REVELA AL HOMBRE

Ahora vamos a realizar una afirmación inesperada y sorprendente: Dios ha descubierto su secreto profundo al hombre y le comunica su vida. Esta afirmación, propia de la fe cristiana.

1. LA REVELACIÓN DE DIOS

La palabra “Revelación” proviene del término latino “revelatio”,”revelare”, que traduce el griego “a pokalitein” que significa “quitar el velo”,”desvelar”. En sentido literal, hablar de Revelación divina es lo mismo que decir que Dios se desvela, se despoja del velo que le cubre mostrando su rostro.

En la primera carta de Juan (1 Jn 1.2-3) se concreta en qué consiste la Revelación:“...la Palabra de vida -pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba junto al Padre y se nos manifestó-, lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo”.

El objeto de esta Revelación es, para el autor del texto, ‘la vida eterna que estaba junto al Padre”, la misma vida de Dios. La manifestación de la Palabra de la vida, de la que se da testimonio, es el mismo Jesucristo, a través del que Dios quiere manifestarsé a los hombres. La finalidad de esta manifestación es la unión con los testigos de esta Revelación, que es lo mismo que decir “la comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo”.

El número 2 de la Dei Verbum presenta la Revelación como una conversación entre Dios y los hombres, entablada por iniciativa divina a impulsos de su amor:

“Dios invisible, movido por su gran amor, habla a los hombres como amigos y habita con ellos parainvitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía.

Esta conversación se realiza mediante hechos y palabras a lo largo de la Historia de la Salvación:

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COMPETENCIAExamina la revelación divina plasmada en la Biblia, considerando las respuestas que ofrece a las interrogantes profundas del ser humano.

DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDADLa unidad consta de los siguientes temas:

La Revelación de Dios La Revelación es un diálogo entre amigos La Revelación acontece en la historia La Revelación se realiza mediante signos Cristo Jesús, mediador y plenitud de toda Revelación

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“Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman ¡a doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio entendido en ellas.”

La plenitud de esta manifestación se realiza en Jesucristo, “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1.14):

“Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de la Revelación”.

De este texto conciliar podemos deducir tres rasgos que caracterizan la Revelación divina: es un diálogo entre Dios y el hombre, que acontece en la historia (encarnación) y se realiza mediante palabras y obras (signos).

2. LA REVELACIÓN ES UN DIALOGO ENTRE AMIGOS

En el número dos de la Constitución conciliar Dei Verbum, se describe la revelación divina como un diálogo entre amigos. Dios, al revelarse, reconoce al hombre como un ser con capacidad para escucharle, acogerle y responderle.

Catecismo de la Iglesia Católica, n. 52

“Dios, que “habito una luz inaccesible” (1 Tm 6,16), quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por Él, para hacer de ellos, en su ¡-lijo Único, hijos adoptivos (cf Ef 1,4-5). Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces con sus propias fuerzas”.

LA PALABRA CAUCE DE RELACIÓN PERSONAL

Las palabras son instrumentos que transmiten, desvelan, implican, transforman, y comprometen. Mediante su utilización las personas se comunican y establecen diferentes tipos de relaciones. Entre todas ellas, la más profunda es la relación de amistad y de amor.

Por su propia naturaleza, el coloquio entre Dios y el hombre reviste unas peculiaridades que le diferencian de cualquier otro. A través de la Revelación, Dios comunica al hombre la intimidad de su ser, su Vida, para darle la salvación.

La Revelación es un diálogo entre amigos, es una relación que toma como modelo la culminación de toda relación humana: el amor, la amistad.

En la relación amistosa, gestos y palabras se confirman mutuamente, desvelando su sentido más profundo. Lo mismo ocurre en el diálogo de Dios con el hombre: gestos y palabras expresan la identidad única de esta relación, que se renueva permanentemente.

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LA PALABRA, SOPORTE DE TESTIMONIO

Testigo de un acontecimiento es quien, habiéndolo visto y oído, reconoce haberlo presenciado. El testigo compromete su persona con lo que dice, y solícita de quienes le <escuchan su confianza: confianza en su persona, confianza en sus palabras.

A Dios nadie le ha visto; la Palabra es quien nos desvela su intimidad, su ser más profundo, su voluntad salvadora. Jesucristo es, al tiempo, Palabra y Testigo. En su persona, el Padre manifiesta su amor y cercanía a los hombres: ‘nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; y quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Lc 10,22).

En la cruz, Jesucristo manifiesta de forma suprema quien es Dios; por la Resurrección, el Padre proclama su identificación con el Hijo. De estos hechos son constituidos testigos algunas personas que, mediante la Palabra, van a ser enviados a congregar al nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia.

LA PALABRA, VEHÍCULO DE COMUNIÓN

Cuando las palabras que proceden del corazón humano, son acogidas y correspondidas, provocan la comunión entre las personas. La comunión de vida, pese a ser anhelada por todo ser humano, habitualmente no es posible, apareciendo frecuentemente rebajada y frustrada en sucedáneos que la desvirtúan.

La Palabra posibilita la comunión con Quien es la fuente de la Vida. Ignorada o rechazada, aguarda pacientemente ser escuchada (Rom 10 y 11), mientras que el ser humano bebe de otras fuentes que no llegan a saciar su sed de eternidad.

Cuando la Palabra es acogida, se convierte en presencia plenificante, procura la salvaciórn y la gracia y rompe los barrotes que aprisionan al hombre en la muerte y el absurdo.

3. LA REVELACIÓN ACONTECE EN LA HISTORIA

El gran descubrimiento de Israel es que Dios se manifiesta en la historia de los hombres.

Otros pueblos y culturas han tratado de llegar a comprender la voluntad y la esencia de Dios mediante la inteligencia o las técnicas de ascetismo.

Israel, sin embargo, percibió a Dios actuando en la historia y hablando desde ella. Mediante la fe, Israel descubre en la historia la presencia escondida de Dios.

Cuando afirmamos que la historia es historia de salvación, estamos diciendo que:

en la historia se descubre la acción de Dios; toda la historia lo es de salvación, aun cuando esta salvación esté oculta; la salvación no se dará en plenitud en la historia.

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LA PALABRA Y LOS HECHOS

En la Revelación cristiana, la Palabra va unida a las intervenciones de Dios en la historia de la Salvación. Estas actuaciones divinas hacen eficaz y constatable el mensaje que proclama la Palabra, al tiempo que la Palabra interpreta, esclarece y profundiza el sentido que encierran los acontecimientos.

Cuando la Palabra precede a los hechos, toma la forma de:

profecía, que anuncia la salvación; mandato, que ordena una actuación; exhortación, que llama a la conversión.

Si son los acontecimientos los que preceden a la Palabra, ésta:

proclama el hecho, insertándolo en la Historia de la Salvación; narra el acontecimiento, recordándole e invitando a descubrir su actualidad permanente; explica lo ocurrido hasta convertirlo en enseñanza, y modelo de actuación.

Como en todo diálogo, Palabra y hechos, palabras y gestos, se complementan y enriquecen, dinamizando la relación dialogal.

En definitiva, la historia humana se transforma en historia d evaluación cuando es interpretada ala luz de la Palabra de Dios

LA PALABRA DE DIOS PALABRA ENCARNADA

La Palabra de Dios no ha caído del cielo, ni es un dictado del Espíritu al oído de los autores sagrados. La Palabra de Dios es palabra humana: Dios es el auténtico autor, pero los escritores sagrados también son verdaderos autores. Por eso, la Palabra está sujeta a los límites culturales del momento en que se escribió.

Sin embargo, al ser de Dios, en su interior lleva el germen de la Trascendencia: siendo de un momento, para unos hombres concretos, está grávida de universalidad.

Por eso la Palabra de Dios, situada adecuadamente en el momento en que fue escrita, y para quien me escrita, puede iluminar situaciones muy diversas, pero que beben de la común experiencia humana. La Palabra salvadora de Dios es para el hombre, y para todos los hombres.

Como Palabra encarnada, es preciso que afronte lo real humano y no se quede en la superficie. Al abordar lo humano en profundidad, la Palabra se ocupa de algo que afecta a los hombres de cualquier raza, cultura y momento histórico, exigiendo del que la escucha situarse en ese nivel de comunicación y experiencia.

4. LA REVELACIÓN SE REALIZA MEDIANTE SIGNOS

Ya conocemos la sorprendente realidad de que Dios quiere comunicarse con el hombre para salvarlo. Esa comunicación origina un diálogo, es un auténtico don. Cuando Dios pronuncia su Palabra, se da al

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hombre, un lenguaje que el hombre puede entender. La plenitud de esa Palabra es Jesucristo, hombre entre los hombres, Hijo de Dios entre los hombres.

La comunicación divina puede revestir dos formas diferentes de realización:

la comunicación individual como experiencia interior, difícil de expresar, misteriosa, que no es para quien la recibe en exclusivo a, sino que tiene una repercusión en favor de los demás. Esta comunicación gratuita debe de ser discernida en el seno del Pueblo de Dios.

la comunicación exterior, a través de acontecimientos - Signos de Dios, en los que su autor se refleja y se revela.

Estas dos formas de comunicación divina no son, en absoluto, excluyentes, sino que por el contrario, se necesitan y complementan Ahora nos vamos a centrar en el lenguaje de los Signos de Dios, en la comunicación que Dios realiza mediante los acontecimientos. Ya hemos visto que Dios se revela a los hombres en el interior de la historia humana, en la misma historia. De ahí que podamos afirmar éon total propiedad, que la Historia de Salvación es la historia de los Signos de Dios.

LO REAL HUMANO

Cuando hablamos de lo “real” de la persona, estamos haciendo referencia a lo más auténtico de uno mismo; ciertamente, en la vida cotidiana nos movemos en unos niveles de superficialidad, donde lo real de nuestra condición se nos escapa.

La palabra de Dios en ese nivel superficial nada tiene que decir se convierte en insignificante. Esta es la razón por la que todo evangelizador debe plantearse la forma de llegar a lo íntimo y profundo de la persona, de manera que sea en ese lugar donde resuene la palabra de Dios como palabra de Salvación.La acción salvadora de Dios va a realizarse en el testimonio y la vida concreta de personas y comunidades, dentro del Pueblo de Dios. Las respuestas concretas que los creyentes dan a situaciones de la historia, son reconocidas por ellos mismos como actuaciones de Dios que modifican sorprendentemente los acontecimientos abriéndoles a un nuevo significado.

Estas actuaciones de las comunidades en las que se reconoce la presencia trascendente y salvadora de Dios, van a ser interpretadas por otros creyentes, en otro momento histórico, como Palabra de Dios para su vida de fe. La razón es que el Signo de Dios afecta a lo profundo de la experiencia humana, a lo que consideramos como “lo real”; por ello puede iluminar a otros creyentes que viven en circunstancias distintas por la similitud entre sus experiencias profundas.

Todos los Signos de Dios a lo largo de la historia convergen en Jesucristo, Palabra definitiva de Dios, culmen de la Revelación.

LOS SIGNOS DE DIOS: PRESENCIA SALVÍFICA DE HOY

Los signos de Dios se dan en el devenir humano de un grupo o persona. Es en la propia historia desde donde Dios se hace presente cambiando el rumbo de los acontecimientos a partir de la respuesta de sus protagonistas. Para captar el acontecimiento en toda su densidad, así como para comprender adecuadamente porqué se considera a partir de un momento presencia de Dios, debemos efectuar el siguiente recorrido: Describir la situación humana donde el acontecimiento se realiza: formo de vida, problemas,

trabajo, situación geográfica...

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Conocer la situación de la comunidad que descubre en ese acontecimiento un Signo de Dios reconociéndose como continuadora de esa misma experiencia.

Profundizar en la situación humana interior que viven las personas que participan en el acontecimiento. Esto mismo vale para las que, a lo largo de la historia, reconocen la presencia activa de Dios en él.

Descubrimiento de la presencia activa de Dios en lo profundo de este acontecimiento, que hace tomar un rumbo inesperado a la historia de los hombres y mujeres a quienes afecta.

5. JESÚS, “MEDIADOR Y PLENITUD DE TODA LA REVELACIÓN

DIOS HA DICHO TODO EN SU VERBO

La Carta a los Hebreos (Hb 1,1-2) dice:“Después de hablar Dios muchas veces y de diversos modos antiguamente a nuestros mayores por medio de los profetas en estos días últimos nos ha hablado por medio del Hijo

“Porque en darnos, como nos dio a su Hijo que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra...; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad.”

NO HABRÁ OTRA REVELACIÓN

“La economía cristiana, por ser alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo”.

Sin embargo, aunque la Revelación está acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos.

A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas “privadas”, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de “mejorar” o “completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino la fe cristiana no puede aceptar “revelaciones” que pretenden superar o corregir la revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes “revelaciones”.

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UNIDAD DIDÁCTICA VLA TRANSMISIÒN DE LA REVELACIÓN

1. LA TRADICIÓN

La palabra “tradición” (traditio) designa en general, la acción de entregar o transmitir algo a alguien.

Cuando hablamos de tradición pensamos, normalmente, en costumbres de antaño que se valoran por su antigüedad o se desechan por su anacronismo. Actualmente crece la convicción de que sin conexión con la tradición se pierde la orientación en el presente y de cara al futuro.

Pero esta claro que lo antiguo no es bueno por el mero hecho de serlo. Existen costumbres que han quedado desfasadas con el paso del tiempo, igual que muchas cosas que actualmente están de moda, no resistirán el paso de los años.

El mismo Jesús critica “la tradición de los antiguos” (Mc 7,3.5), porque los judíos habían sustituido el mandamiento de Dios por la “tradición humana” (Mc 7,8). Pero en muchas cosas siguió la tradición de su pueblo, inspirándose abundantemente en el Antiguo Testamento, aun cuando sustituyo la interpretación de los rabinos por la suya propia: “Pero yo os digo” (Mt 5,22 y otros). Con esto vino a decir: “lo que es tradición real y verdadera yo os digo”.

Así, el apóstol Pablo transmite lo que ha recibido de los cristianos y de las comunidades anteriores a él (cf. 1 Cor 15,3). El principio de esta cadena de tradición es Jesucristo: ”Del Señor recibí la tradición que os he transmitido” ( 1 Cor 11,23). Para Pablo, Jesucristo es la única y definitiva tradición es el mismo Jesucristo como señor que está presente y activo en la Iglesia.

LA TRADICIÓN APOSTÓLICA

Los propios Apóstoles, junto a otros cristianos muy cercanos a ellos, pusieron por escrito esta Tradición. Desde la muerte de los Apóstoles, sus sucesores tienen como encargo transmitir fielmente lo que de ellos recibieron a sucesivas generaciones:

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COMPETENCIAFundamenta la inspiración de la Escritura como Palabra de Dios, determinando su sentido e interpretación.

DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDADLa unidad consta de los siguientes temas:

La Tradición La Biblia, Palabra inspirada Unidad y verdad de la Biblia Diversos sentidos de la Escritura

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“Para este evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, dejando a su cargo el magisterio”

Llamamos Tradición Apostólica a todo aquello que los Apóstoles recibieron de Jesucristo y aprendieron por la acción del Espíritu Santo y ellos, a su vez, transmitieron mediante la predicación, el testimonio de su vida y diversas instituciones.

La tradición apostólica quedó constituida de este modo en origen y norma de toda la Tradición posterior de la Iglesia. Esta tradición, que proviene de los apóstoles, está integrada por:

Palabras orales y escritas; Formas de vida comunitaria y litúrgica; Modelos y estilos de vida cristiana; Instituciones y tradiciones eclesiales.

Son parte viva de esta tradición las enseñanzas de antiguos escritores que llamamos padres de la Iglesia y Doctores de la Iglesia, las liturgias antiguas, la vida de los grandes Santos, el arte cristiano, ciertas formas de servicio al prójimo, y diversas manifestaciones del estilo de vivir de la comunidad cristiana.

Esta tradición eclesial no es un tesoro muerto, que las generaciones cristianas reciben o dan sin más. La tradición, en la Iglesia, progresa bajo la asistencia del Espíritu Santo. La Iglesia comprende con mayor profundidad todo lo que, desde Jesús y los apóstoles, ha ido transmitiéndose en su seno. A ello han contribuido y construyen la meditación y reflexión de los creyentes, la inteligencia de la experiencia cristiana; También de la predicación de sus pastores.

Contribuye, además, a este mayor conocimiento y expresión de la tradición, la implantación de la Iglesia en tantos pueblos de tan diversas culturas: tal implantación obliga a la Iglesia a investigar y comprender mas profundamente el ministerio de Cristo y expresarlo mejor en la celebración litúrgica y en la vida de la comunidad (GS 58).

EL DEPOSITO DE LA FE Y EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA

Él depósito sagrado de la fe (“deppositum fidei”), contenido en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura, fue confiado por los apóstoles al conjunto de la Iglesia:

“Fiel a dicho deposito, el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica y en la unión, en la eucaristía y en la oración, y así se realiza una maravillosa concordia de pastores y fieles en conservar, practicar y profesar la fe recibida”.

Con la asistencia del Espíritu Santo, el Magisterio enseña puramente lo transmitido como depósito de la fe, “lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente” y saca de él todo lo que propone como revelación de Dios para ser creído.

El Magisterio vivo de la Iglesia esta ejercido, en nombre de Jesucristo, por los obispos en comunión con el Papa, sucesor de Pedro. Por este servicio, todo el Pueblo de Dios puede permanecer en la verdad que libera, profesando sin error la fe autentica.

La Iglesia no dejara de caminar hacia la plenitud de la verdad divina mientras dure el tiempo de este mundo. Las palabras, formulaciones y símbolos que ya en esta tierra apuntan realmente hacia la verdad,

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solo serán comprendidos del todo, cuando una vez consumada la historia, alcancen su total cumplimiento. Entonces se comunicara a los santos la clara luz de la verdad, que es Dios mismo, y las promesas de salvación plenamente realizadas resplandecerán en toda verdad.

2. LA BIBLIA, PALABRA INSPIRADA

LA ENSEÑANZA DE LA BIBLIA

Los cristianos tenemos conocimiento de la inspiración divina por la Biblia, siendo después de la Iglesia quien establece y define la inspiración.

En la Biblia hay toda una serie de afirmaciones según las cuales sabemos que su contenido es “Palabra de Dios”. El hecho de que la expresión “palabra de Yahvé” aparezca 241 veces sólo en los escritos del Antiguo Testamento, es señal inequívoca de que los autores bíblicos eran los primeros convencidos de esta verdad singular: la palabra de la Biblia es Palabra de Dios.

Esto se ve, sobre todo, en los escritos de los profetas: aquellos hombres tenían el convencimiento de que sus propias palabras eran palabra de Dios para las generaciones futuras. Por eso, con frecuencia, las palabras de los profetas son coleccionadas bajo el título: ”Palabra del Señor que recibió…”

Pero sin duda, los testimonios más claros a favor de la inspiración de la Biblia se encuentran en el Nuevo Testamento. Estos testimonios son concretamente tres:

“(A los apóstoles) Les fue revelado que las cosas que ahora os anuncian quienes os proclaman el Evangelio con la fuerza del Espíritu Santo enviado desde el cielo, no eran para ellos, sino para vosotros. Cosas que los mismos ángeles desean contemplar”.

En este texto se dice claramente que el Evangelio es el medio por el que el Espíritu Santo se ha comunicado con los hombres. Por lo tanto, el evangelio se atribuye al Espíritu Santo.

“Sabed que ninguna profecía de la Escritura puede ser interpretada por cuenta propia, pues ninguna profecía procede de la voluntad humana, sino que, impulsados por el Espíritu santo, algunos hombres hablaron de parte de Dios.”

Aquí se habla de la palabra profética, no solo la pronunciada oralmente, sino también la escrita. Y de todo eso se afirma que lo escribieron los hombres “movidos por el Espíritu Santo”. Por consiguiente, el Espíritu Santo ha intervenido de manera decisiva en la formación y composición de los escritos de la Biblia.

“Toda Escritura ha sido inspirada por dios, y es útil para enseñar, para persuadir, para reprender, para educar en la rectitud”.

Aquí la palabra clave es el término griego “Zeópneustos”, que se compone de dos palabras: “Zeos” (Dios) y del verbo “pneo”, que significa “inspirar”. Por tanto, quiere decir “inspirado por Dios”. En consecuencia, el texto afirma que la Escritura ha sido inspirada por Dios.EN QUE CONSISTE LA INSPIRACIÓN

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La Iglesia enseña, en su doctrina oficial, que la Biblia ha sido inspirada por Dios. Sobre este tema, el Concilio Vaticano II hace cuatro afirmaciones fundamentales:

Todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento han sido escritos por inspiración del Espíritu Santo;

Tienen a Dios como su autor; Como tales, han sido confiados a la Iglesia; Los escritores inspirados son también verdaderos autores literarios de los libros sagrados

(Dei Verbum 11).

Por consiguiente, aquí nos encontramos con una doble afirmación, que interesa directamente a nuestro tema:

Dios es el autor de todos los libros de la Biblia; Esos libros tienen sus autores humanos que son verdaderos autores literarios.

¿Cómo compaginar estas dos afirmaciones?Por una parte, esta claro que afirmamos que Dios es verdadero autor de la Biblia, no nos referimos a la sola intervención general de su providencia. Por que, en ese sentido, se podría decir, de alguna manera que Dios es autor de todo. Por lo tanto, se trata de una intervención especial de Dios, en el caso de los escritos bíblicos.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que los autores humanos de la Biblia son autores verdaderos, es decir, personas que han actuado con todas sus facultades al escribir sus obras. Entonces, ¿en qué sentido se puede decir que Dios es verdadero autor de la Biblia?

Para responder a esta cuestión, vamos a ver primero lo que no es inspiración. La inspiración no consiste:

En un mandato o invitación de Dios al escritor, dejado, después, solo con sus propios recursos en la composición de la obra.

En un especial cuidado, por parte del Espíritu Santo, para que el autor humano no se equivoque, ya que eso es mas bien lo propio de la infalibilidad del Papa o de un Concilio Ecuménico.

En el solo hecho de que la Iglesia de su aprobación a un libro determinado. En una especie de dictado mecánico que Dios haría al autor humano porque, en

ese caso, el autor no sería verdadero autor y se reduciría a la simple condición de un secretario o amanuense.

La inspiración de la Escritura implica un influjo especifico positivo del Espíritu Santo en las facultades del escritor, de tal profundidad y eficacia que se puede decir que la obra escrita tiene al Espíritu Santo como autor principal.

Con todo, al afirmar esta acción inspiradora del Espíritu Santo, no hemos de imaginar la actividad del escritor sagrado como la de un mecanógrafo o secretario que escribiera al dictado. Los escritores bíblicos son verdaderos autores literarios de sus escritos en un grado no inferior al de cualquier otro autor humano. Y, sin embargo, Dios es el autor en un sentido mas pleno y radical que el escritor sagrado, aunque en un nivel diferente.

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EL CANON BÍBLICO

La palabra griega Kanon designa una caña larga que era utilizada para medir longitudes. De ahí que se traduzca por “medida”, ”regla”, ”norma”.

De entre los 73 libros que forman parte de la Biblia (cf Mensaje Cristiano II, Biblia y Jesucristo, U.D. 1) la mayoría fueron considerados inspirados siempre y en todas las comunidades cristianas. Se denominan protocanónicos.

Sin embargo, algunos libros de la Biblia (catorce en concreto) no estuvieron siempre y en todas partes en el canon; son llamados deuterocanónicos, o que entraron en el canon en un segundo momento.

Con todo, se debe afirmar que tanto los protocanónicos como los deuterocanónicos están igualmente inspirados, ya que un escrito cuando se le reconoce como inspirado.

Para que un libro sea reconocido como inspirado, el criterio normativo es la práctica de la Iglesia, la consideración que ese libro tuvo en las comunidades cristianas. El concilio de Trento indica dos datos de referencia:

El uso de leer tales libros en la Iglesia católica; Su presencia en la vulgata, la traducción latina de la Biblia realizada por S. Jerónimo

en los siglos IV y V.

3. UNIDAD Y VERDAD DE LA BIBLIA

LA UNIDAD DE LA BIBLIA

Hemos dicho que la Biblia no es libro, sino un conjunto de libros que hablan de cuestiones muy diversas: historia, leyes, culto, poesía, oraciones, profecías, etc.

Esta diversidad de libros y temas nos puede hacer pensar que la Biblia es un conjunto de libros sin unidad alguna, que se han adjuntado de una manera mas o menos artificial. Pero eso no es así. Se puede y se debe afirmar que la Biblia forma un todo homogéneo y contiene una unidad muy profunda. Esta unidad se evidencia por el hecho de que dios es el autor de todos los libros de la Biblia, en el sentido anteriormente explicado. Pero, sobre todo, la unidad de la Biblia se explica por el acontecimiento de Cristo:

Cristo es el centro de toda la Biblia, de tal manera que el Antiguo Testamento es profecía y promesa, que apunta al acontecimiento de Cristo, mientras que el Nuevo Testamento es la presentación y la explicación de ese acontecimiento ya realizado.

En ese sentido, resulta elocuente lo que el propio Jesús les dijo a los discípulos de Emaús:“Y, empezando por Moisés y siguiendo por todos los Profetas, les explico lo que decían de Él las escrituras”.Es decir, todas las Escrituras de Antiguo Testamento se refieren, como profecía y anuncio el acontecimiento de Jesús, el Cristo.

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Pues bien, a la luz de este acontecimiento, se han de leer todos los libros de la Biblia, buscando en ellos lo que no quieren decir acerca de Cristo. El acontecimiento de Cristo no es amenaza y condena, sino salvación y esperanza. Por lo tanto, desde ese punto de vista hay que leer toda la Biblia, porque en esto consiste su mensaje profundo. El centro de la Biblia es el Evangelio, la “buena noticia” que es el mensaje de la salvación y de la esperanza.

LA VERDAD DE LA BIBLIA

El Concilio Vaticano II en la Dei Verbum número 11 hace sobre este tema las siguientes afirmaciones:

Lo que quieren decir los autores inspirados ha de tenerse como afirmado por el Espíritu Santo.

Las Sagradas Escrituras enseñan la verdad que Dios quiso consignar en ellas para nuestra salvación.

Las Sagradas Escrituras enseñan esta verdad firmemente, con fidelidad y sin error.

Según la enseñanza de la Iglesia, en la Biblia no se contiene error alguno. Ahora bien, en la Biblia hay afirmaciones que no están de acuerdo con lo que nos enseña la ciencia, por ejemplo, que Dios creó el mundo en seis días o que el sol se paro en el cielo, como si fuera el sol el que da vueltas alrededor de la tierra. ¿Qué pensar de éstas y otras cosas semejantes?

Para responder a esta cuestión, hay que tener en cuenta que la verdad que nos enseña la Biblia es un mensaje religioso, no de una certeza científica.

Dicho de otra manera, lo que la Biblia nos quiere decir enseñar es la gran verdad de nuestra salvación en Cristo y por Cristo. Y en eso la Biblia no se equivoca.

Los libros de la Biblia se escribieron en un tiempo en que los conocimientos, científicos eran muy escasos y, naturalmente, los autores de la Biblia hablan de las cosas como hablaba la gente en aquellos tiempos.

Por lo tanto, no se tiene el calentarse la cabeza para ver como conseguimos poner de acuerdo a la Biblia con la ciencia moderna. La Biblia no es un libro de ciencia, sino un libro religioso. Desde ese punto de vista, se ha de interpretar todo lo demás.

Muchas veces los autores bíblicos hablan de tal manera que nos parece extraño lo que dicen. En esos, hay que tener en cuenta él genero literario que utilizan (cf. Mensaje Cristiano II, Biblia y Jesucristo, U.D.1). Por ejemplo, el evangelio dice que llegara el día en que: “el sol sé oscurecerá y la luna no dará resplandor, las estrellas caerán del cielo, y las fuerzas celestes se tambalearan” (Mc 13,24-25).

Esas palabras están dichas en género apocalíptico y en ese género literario quieren expresar la conmoción de toda la realidad la humana sobre todo por la intervención última y definitiva de Dios.

La enseñanza moral en la Biblia

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Queda todavía una cuestión por aclarar. A veces, en el Antiguo Testamento se cuentan cosas que nos parecen poco edificantes, incluso en determinados casos, autenticas barbaridades. ¿Qué pensar de estas cosas? ¿No parece que, de esta manera, la Biblia nos incita a practicar el mal?

Por ejemplo, las matanzas humanas que organizaron los israelitas cuando conquistaron la tierra de Canaán, el sacrificio de la hija de Jefté por su propio padre, o simplemente, las mentiras de Abraham y de Jacob (Jos 6,17-26; Jue 11,29-40; Gen 27).

Ante todo, hay que tener en cuenta que, en la mayoría de los casos, el autor no reprueba ni recomienda la conducta moral de aquellas personas. El autor no presenta a los personajes bíblicos como autores ejemplares en todo. Ni mucho menos. La Biblia presenta la vida tal como es, con su crudeza y realismo.

Porque lo maravilloso es que precisamente a través de la Biblia todas estas peripecias, Dios ha querido comunicarse con los hombres y darse a ellos. Eso es lo maravilloso del mensaje bíblico.

Por otra parte hay que tener presente que la Biblia, en especial el Antiguo Testamento, no es un código moral. La Biblia es historia de salvación, pero una historia en la que son protagonistas los hombres, con sus miserias y sus virtudes, sus violencias y sus maldades. En esta historia, Dios manifiesta su fidelidad, su misericordia, su propósito de salvar a los hombres a pesar de todos los pecados y maldades del mundo. De esa manera, la Biblia nos lleva al acontecimiento central de Cristo. Y es a partir de Cristo desde donde los creyentes tenemos que organizar nuestra conducta. A eso apunta toda la enseñanza moral de la Biblia.

4. DIVERSOS SENTIDOS DE LA ESCRITURA

Siguiendo el documento de la Pontificia Comisión Bíblica “La interpretación de la Biblia en la Iglesia”, podemos distinguir tres sentidos en la Escritura: el literal, el espiritual y el pleno.

SENTIDO LITERAL

Es el que pretende definir el sentido preciso de los textos tal y como han sido escritos por sus autores. No sólo es importante hacerlo, sino imprescindible.

El sentido literal es el que ha sido expresado por los autores humanos inspirados. Debido a que es el fruto de la inspiración, puede deducirse que es el sentido querido por Dios, autor principal. Se puede llegar mediante un análisis preciso del texto, situándolo en su contexto literario e histórico. Esta es la tarea de los que ocupan del estudio de la Biblia.

El sentido literal no debe confundirse con el sentido literalista: no basta traducir un texto palabra por palabra para encontrar el sentido literal.

En un texto metafórico, su sentido literal no es el que resulta de la comprensión inmediata palabra por palabra: “Tened ceñida la cintura” es un dicho evangélico cuyo sentido literal va mas allá de lo apretado que este el cinturón. De semejante forma, en un relato, no todo lo narrado quiere afirmar que los hechos se han producido de esa manera. Para ello será preciso tener en cuenta él genero literario empleado en el relato de los acontecimientos.SENTIDO ESPIRITUAL

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El sentido espiritual es el expresado por los textos bíblicos cuando se leen bajo la influencia de Espíritu Santo en el contexto del ministerio pascual de Cristo y de la vida nueva que proviene de él.Entre el sentido espiritual y el sentido literal existe una profunda relación:

Siempre que se refieran al ministerio pascual de Cristo o a la vida nueva que se resulta de él no hay distinción entre los dos sentidos; Por ello, en el Antiguo Testamento, son numerosas las ocasiones en que coinciden ambos sentidos, reconociendo la fe cristiana una relación anticipada con la vida nueva traída por Cristo.

Cuando hay distinción, el sentido espiritual nunca puede carecer de la relación con el sentido literal, ya que si no sería imposible hablar de cumplimiento de la Escritura.

El sentido espiritual relaciona el texto con el acontecimiento pascual. La lectura individual o comunitaria precisa relacionar tres niveles de realidad que se complementan: el texto bíblico, el misterio pascual y las circunstancias presentes de vida en el Espíritu.

SENTIDO PLENO

Se puede considerar el sentido pleno como otro modo de designar el sentido espiritual de un texto bíblico, en los casos en que el sentido espiritual se distingue del sentido literal. Su fundamento es que el Espíritu Santo, autor principal de la Biblia, puede guiar al autor humano en la elección de sus expresiones de tal modo que ellas expresen una verdad de la cual él no percibe toda su profundidad.

El sentido pleno se define como un sentido profundo del texto, querido por Dios, pero no claramente expresado por el autor humano.

Se descubre la existencia de este sentido en un texto bíblico, cuando se lo estudia a la luz de otros textos bíblicos que lo utilizan, o en su relación con el desarrollo interno de la revelación. Se trata, pues, del significado que un autor bíblico atribuye a un texto bíblico anterior, cuando lo vuelve a emplear en un contexto que le confiere un sentido literal nuevo; o bien de un significado, que una tradición doctrinal autentica o una definición conciliar, da a un texto de la Biblia.

Por ejemplo, Mateo 1,23 da un sentido pleno al oráculo de Is 7,14 sobre la joven que concebirá, al utilizar la traducción griega que dice “la virgen concebirá”. Así mismo, la definición de pecado original del Concilio de Trento proporciona el sentido pleno a la enseñanza de Pablo en Rm 5,12-21, a propósito de las consecuencias del pecado de Adán para la humanidad.

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UNIDAD DIDÁCTICA VI CREO, CREEMOS

1. CREO

A Dios, que se revela, el hombre le responde con la “obediencia de la fe” (cf. Rom 1,5; 16,26).

Para la Sagrada Escritura, “creer” significa basar en Él la existencia y encontrar en Él apoyo y estabilidad (cf. Is 7,9). En este sentido, la fe no es ni un puro asentimiento intelectual, ni tampoco un mero sentimiento, sino que implica un acto de confianza absoluta en Dios.

En el nuevo testamento, “creer” significa caminar en seguimiento de Cristo, en comunión con Él, que ha confiado en el Padre y lo ha obedecido hasta la cruz, pero que ha resucitado. La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe: morir para vivir.

La fe cristiana es un proyecto de vida. Lleva consigo la transformación mas profunda del hombre, de sus ideas y de su vida (cf. Gál 6,15; 2 Cor 5,17).

LA FE, DON DE DIOS

La fe es respuesta a la llamada previa de Dios. Ni la entrega que supone la fe ni la nueva luz que concede es obra nuestra, sino obra de Dios, gracia que se recibe gratis:

“Esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16,17).

Por eso la Iglesia afirma:

“Para dar respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto al auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige Dios, abre los ojos del Espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad.” (DV, 5)

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COMPETENCIAValora la fe como respuesta del hombre a la oferta salvífica de Dios, explicando la lógica que posee como actitud existencial.

DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDADLa unidad consta de los siguientes temas:

Creo La fe, centro y fundamento de la vida del cristiano Creemos La fe, encarnada y testimoniada

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LA FE, ACTO HUMANO

Sin embargo, esto no quiere decir que el hombre reciba este don sin poner nada de su parte. La fe es también un acto plenamente humano y, como tal, esencialmente libre:

“El hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza.” (DH, 10)

De ahí que la fe sea también una tarea. Debemos cuidarla y hacerla crecer alimentándola con la Palabra de Dios, la oración y los sacramentos y ponerla en práctica para que impregne toda nuestra vida (cf. Mt 7-,24-27).

LA FE ES CIERTA, PERO TAMBIÉN OSCURA

La fe es cierta y firme, más cierta que todo el conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios que no puede engañarse. Pero, al mismo tiempo, es oscura, porque las verdades que nos descubre hacen referencia al misterio de Dios, no son plenamente comprensibles por nuestra inteligencia humana.

LA FE, ACTO PERSONAL Y ECLESIAL

La fe es un acto personal, pero no individual. Porque nadie se ha dado así mismo la fe, sino que la ha recibido de otros creyentes: la fe de la Iglesia precede a mi fe personal. Por eso, nadie puede creer solo. La fe se vive en comunidad. Por otra parte, todo creyente es misionero, porque es enviado a proclamar y difundir la fe.

2. LA FE, CENTRO Y FUNDAMENTO DE LA VIDA DEL CRISTIANO

La fe cristiana es verdadera fe cuando toda la existencia del cristiano se estructura y desarrolla en torno a ella: es el principio motivador y operante de toda su vida. La fe cristiana vive de la relación amorosa, viva y personal con Dios

La fe se convierte, entonces, en la fuerza que transforma e inspira “los criterios del juicio, los valores determinantes, los puntos del interés, las líneas del pensamiento las fuentes inspiradoras y los modelos de vida” del cristiano. (EN, 19)

En una época de crisis como la actual, la fe cristiana solo puede cimentarse en la escucha de Dios, en la intimidad con Él y en la puesta en practica de su palabra, pues:

“El que escucha mis palabras y las pone en practica es como aquel hombre que edifico su casa sobre roca. Cayo la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa, pero no se derrumbo, porqué estaba cimentada sobre roca.” (Mt 7,24-25).

TENER EXPERIENCIA DE LA FE

Creer en Dios, vivir la fe, significa:

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Tener experiencia personal de Dios y de Jesucristo.. Nuestra fe es adhesión a una persona a quien creemos y en quien hemos puesto toda

nuestra confianza. Se nutre de la escucha de su Palabra, de la oración y de la Eucaristía. Se traduce en vivir como “hijos de Dios”, haciendo la voluntad del Padre, amando a los

hombres como hermanos (cf. Mt 5,13-16).

3. CREEMOS

El cristiano no vive su fe en solitario. La fe cristiana es comunitaria porque se es cristiano en la Iglesia y gracias a la Iglesia. La Iglesia no es algo opcional para el cristiano, en el sentido de que pueda optar y vivir la fe cristiana pero “al margen” o “fuera” de la Iglesia. Fe personal y fe eclesial se requieren mutuamente.

Es nuestra cultura individualista y fragmentada, la fe cristiana necesitada hoy patentizar su dimensión comunitaria. Nuestra fe personal precisa de la fe de los demás cristianos, necesita expresarse y celebrase en común.

Al vivir y compartir la fe en comunidad, es la propia fe, iluminada por la Palabra de Dios, la que nos lleva a:

Crecer en la fe; Descubrir los carismas, ministerios y tareas que el Espíritu va haciendo surgir y a

secundarlos; Sostenernos en momentos de dificultad y alegrarnos en los momentos de gozo; Apoyarnos en las debilidades y a madurar para alcanzar la talla de Cristo.

4. LA FE, ENCARNADA Y TESTIMONIADA

La encarnación de Cristo es la mayor prueba de que Dios no es enemigo del mundo; pero también es prueba de que no es posible creer en el Dios y Padre de Jesucristo al margen o huyendo de este mundo.El Concilio lo expreso bellamente:

“Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón […] La Iglesia por ello se siente intima y realmente solidaria del genero humano y de su historia.” (GS, 1)

Por eso, el mundo es el lugar de la siembra de la semilla de la Palabra, el ámbito en el que va creciendo, no sin dificultades, el Reino de Dios. Así vamos transformado el mundo según Dios. Una fe que no encarne en el mundo corre el riesgo de ideologizarse, de convertirse en teoría sobre Dios, pero no en adhesión al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

UNA FE TESTIMONIAL

Decía S. Pablo:

“Si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvaras.” (Rom 10,9).

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La fe no es “para uso privado” del cristiano. La fe es para anunciarla a todo el mundo, porque servimos al Reino de Dios. No puede vivirse la fe con la actitud vergonzante del silencio. El testimonio nos es hoy más necesario que nunca.

Pablo VI dijo, referido a la Iglesia, pero valido para cada cristiano:

“El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan […] o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio.” (EN, 41)

UNA FE QUE SE VIVE EN EL AMOR

No es tarea fácil vivir como cristianos en un mundo secularizado. Por eso el Papa, en la Tertio Millennio Adveniente, En efecto, Juan Pablo II ha señalado:

“A la crisis de civilización hay que responder con la civilización del amor, fundada sobre los valores universales de la paz, solidaridad, justicia y libertad, que encuentran en Cristo su plena realización.”

“Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad:” (EN, 18)

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UNIDAD DIDÁCTICA VIICREO EN DIOS PADRE

1. DIOS, PADRE DEL ISRAEL

En el Antiguo Testamento no aparece nunca la idea de Dios Padre del individuo, sino Padre del pueblo. La expresión “hijos de Yavé” designa al pueblo de Dios. (Dt. 14:1-2)

La idea de la filiación colectiva está en los mismos orígenes de la historia de la salvación y se formula explícitamente a propósito de la intervención de Yavé frente al Faraón (Ex. 4:21-23)

2. DIOS EDUCA Y CONDUCE A SU PUEBLO COMO UN PADRE.

Aunque no haya una declaración formal de la paternidad divina abundan los textos en los que Israel figura como pueblo de Yavé, pueblo de su propiedad. (Is. 43:1-7), “padre del huérfano, protector de viuda” (Sal 68). “Aunque mi padre y mi madre me abandonen, Yavé me acogerá” (Ez. 16 y Sal. 27:10)

Dios educa a su pueblo

El cuidado de Yavé por su pueblo no es sólo para protegerle y defenderle frente a los peligros, sino también para educar en la vida que se adquiere en este ambiente de afecto paterno, materno y filial, lo que no quiere decir una ambiente permisivo que excluya la corrección y disciplina. (Prov 1:8; 2:1; 3:14:1-6; 3:11-12; Dt 8:1-8)

La rebeldía de israel

El pueblo elegido, primogénito de Dios, no siempre aceptó de buen grado las instrucciones de Yavé; quizá porque no acabó de entender bien la relación filial que le unía con Dios (Is 1:2-3)

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COMPETENCIAReconoce la acción de Dios Trinidad que ofrece la salvación a la humanidad, explicando su plan a través de la historia..

DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDADLa unidad consta de los siguientes temas:

Dios, Padre de Israel Dios educa y conduce a su pueblo como un Padre Dios, Padre de misericordia y de perdón Dios, Padre de Jesucristo y Padre nuestro Dios se revela como Trinidad

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3. DIOS, PADRE DE MISERICORDIA Y DE PERDON

Si Yavé se queja de la conducta de sus hijos es por ver cómo ellos se alejan de su propio bien. La querella que Dios entabla con su pueblo acaba siempre con una invitación al perdón; es el clima de toda conducta penitencial que comienza el verdadero retorno hacia Dios. En el proceso de conversión, el reconocimiento del pecado nos lleva a penetrar en la intimidad de Dios, en esa actitud paterna de verdadero afecto por su hijo rebelde, a quien ha continuado llamando a pesar de su rebeldía.

4. DIOS, PADRE DE JESUCRISTO Y DIOS NUESTRO

La revelación absolutamente nueva de Dios como Padre acontece en Jesús. Es decir, en continuidad con el Antiguo Testamento, Jesús nos da una imagen de Dios totalmente nueva y perfecta: Dios es su Padre.

JESÚS REVELA AL PADRE

Sólo Jesús conoce al Padre en su identidad más verdadera y sólo Él lo puede revelar:”nadie conoce al Padre más que el Hijo” (Mt 11:27) Su misión consiste precisamente en dar a conocer a los hombres su nombre y glorificarlo. Jn. 14:4-6. Por medio de Jesús, el Padre se manifiesta como amor sin límites: ama a los justos y pecadores, a los que sufren y a los oprimidos, a los que maldicen y persiguen; perdona incluso a los asesinos de su Hijo.

LA RELACIÓN ÚNICA DE JESÚS CON DIOS, SU PADRE

Jesús se dirige y habla con Dios como Padre de un modo completamente único, se atreve a llamarlo con una palabra familiar y llena de confianza ”abba (Mc 14:36). Jesús está por encima de Moisés, de los profetas, de la Ley y del mismo templo; hasta se atreve a perdonar los pecados que sólo Dios puede perdonar. Él es más que un profeta y sabe que está en una relación única de Hijo con su Padre. Es el Hijo único del Padre a quien el Padre se lo ha revelado y entregado todo.

LA RELACION DEL PADRE Y EL HIJO EN EL NUEVO TESTAMENTO

El Nuevo Testamento ha desarrollado el sentido de la relación del Hijo, Jesucristo, con el Padre. Afirma que Jesús es el Hijo (Mc 1:11) y el Hijo Dios (Mt 16:16) Y a la inversa: Dios es el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Como Hijo engendrado antes de todos los siglos, Jesús es la imagen, el icono del Padre (2 Cor 4:4) En Él, el Hijo amado del Padre, Dios se hace visible como un Dios con rostro humano.

HIJOS EN EL HIJO, POR EL ESPÍRITU

En el Hijo, nos ha hecho a todos hijos suyos y hermanos de Jesucristo. Jesús, cumpliendo el designio salvador del Padre nos ha elevado a la condición de hijos de Dios, derramando sobre nosotros su Espíritu. (Rom 8:15-17)

5. DIOS SE REVELA COMO TRINIDAD.

Si en Jesucristo, Dios ha llevado a su plenitud su revelación a los hombres, quiere decirse que en Él, Dios deja transparentar lo más íntimo de su misterio escondido. En Él, el Dios desconocido se revela como misterio de comunión y amor. Es decir, Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo:

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En la concepción (Lc 1:29-35) En el bautismo. En sus milagros.

La fe cristiana es cristológica y trinitaria.

CONCLUSIÓN

En continuidad con el Antiguo Testamento, Jesús nos da una imagen de Dios totalmente nueva y perfecta: Dios es u Padre. Ye en la singular filiación de Jesucristo, el Primogénito de entre muchos hermanos, hemos sido constituidos hijos de adopción por el Espíritu.

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UNIDAD DIDÁCTICA VIIICREO EN JESUCRISTO

1. LAS CONFESIONES DE FE.

El origen de nuestra fe en Jesucristo se encuentra en las abundantes confesiones de fe que aparecen en los distintos autores y tradiciones del Nuevo Testamento y en las primeras comunidades cristianas:

Jesús es el Mesías (Cristo) : Mt 16:16.20. Hch 2:36. Rom 8:11.34 Jesús es el Señor: Hech 2:36 Rom 4:24 Ef 4:5. Jesús es el Hijo de Dios. Mt16:16 Hch. 9:20

2. JESÚS ES EL CRISTO (MESÍAS)

La expresión griega “Cristo” en hebreo significa “mesías” que significa ungido. Este título vino a ser en la época apostólica el nombre propio de Jesús. En tiempo de Jesús se espera la llegada inminente de un Mesías, y los seguidores por el mensaje, por la autoridad y los signos que realiza se preguntan “acaso éste no es el mesías” Mt 12:23. aunque no hay unidad de respuesta Jn 7:43, 10:24.

Jesús ante esta situación adopta una situación reservada. Porque el ideal de los judíos es un mesianismo como rey terrenal y político. Jesús purifica la concepción mesiánica de los discípulos, proponiéndoles un Mesías como siervo doliente. Es el verdadero hijo de David, pero para llevar a efecto definitivamente el Reinado de Dios en la tierra.

3. JESÚS ES EL SEÑOR

Es un título utilizado en los primeros tiempos de la confesión de la fe cristiana, aparece en el discurso de Pedro Hch 2:26. Como también Pablo Rom 10:9. 1Cor 12:3. El título Señor tiene una resonancia especial en el ámbito religioso judío. Los antiguos traductores griegos tradujeron el término Yahvé por el término “Kyrios” = Señor, es decir, soberano de Israel y del universo. En Filipenses encontramos el origen litúrgico del señorío de Jesucristo Flp. 2:5-11. En Apocalipsis dice a él honor, alabanza y gloria Ap 5:13.

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COMPETENCIACompara las expresiones que usa el Nuevo Testamento para referirse a Jesucristo, relacionándolas con su misión en la Tierra.

DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDADLa unidad consta de los siguientes temas:

Las confesiones de fe Jesús es el Cristo Jesús es el Señor Jesús es el Hijo de Dios El misterio de la Encarnación Jesús es verdadero hombre

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4. JESÚS ES EL HIJO DE DIOS

JESÚS LLAMA A DIOS “ABBA”

En la oración Jesús se dirige invocando “PADRE” o “Padre mío” con la palabra aramea Abba, que equivale a una expresión del hijo al Padre.

EL ENVIADO POR EL PADRE

La conciencia de Jesús es ser ENVIADO para instaurar el Reino de Dios que se funda en su relación con el Padre. Como enviado tiene la misión de revelar al Padre Mt 11:27

JESÚS ES LA IMAGEN DE DIOS

Jesús es la imagen de Dios Padre 2Cor 4:4. Jesús como su Imagen, hace presente a Dios y su Reinado en este mundo Jn 14:10. Jesús, el Hijo, revela el amor del Padre, entregándose total e incondicionalmente a él en amor y obediencia.

JESÚS , HIJO UNICO Y ETERNO DE DIOS

Jesús ha sido desde siempre el Hijo único de Dios: la filiación divina es su identidad personal. Por eso, antes de aparece en su realidad débil, pobre y mortal. Durante su existencia mortal no dejó de ser Jesús el Hijo único y eterno de Dios, y como se escucha en el bautismo y transfiguración “este es mi hijo amado” Mt 3:17, 17:5.

5. EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN: DIOS SE HACE HOMBRE.

“Y la palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” Jn 1:14.

CENTRAL EN LA FE CRISTIANA

El misterio de la encarnación es central en la fe cristiana: la caracteriza y la distingue de cualquier otro credo religioso (1Jn. 4:2) .Dios se ha unido en su Hijo definitivamente con el hombre y con su creación.

OBRA DE LA LIBRE INICIATIVA DE DIOS

La encarnación es la libre iniciativa y amorosa de Dios, es obra común de la santísima trinidad.

El padre toma iniciativa en envía al Hijo amado. El Hijo es quien se encarna y se hace hombre, como acto de obediencia y en total unidad de

voluntad al Padre. El Espíritu Santo es el “Amor en persona” entre el Padre y el Hijo.

La encarnación nos descubre el misterio de la vida íntima de Dios, en la que por gracia divina, hemos sido introducidos Gal 4:4-6.

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6. JESÚS ES VERDADERO HOMBRE

AUTÉNTICO HOMBRE

La encarnación ha significado un anonadamiento y despojo voluntario (Kénosis) pero sin caer en pecado alguno, sino en total obediencia a Dios. Como auténtico hombre Jesús estuvo sujeto a las leyes del mundo, en las experiencia de la vida, adquiriendo conocimientos Lc 2:52, Mc 6:38.

LA SANTIDAD DE JESÚS

La conciencia de Jesús es de haber venido a salvar y no de ser salvado. Precisamente por su plenitud de justicia y santidad 1Pe 2:22-24. El concilio de Calcedonia dice, Jesús estuvo exento de Pecado, aunque esto no suprime su libertad.

CONCLUSIÓN.

Jesucristo es el Hijo único y eterno del Padre, al que reconocemos como Mesías (Cristo) esperado por el pueblo de Israel, al que proclamamos Señor de nuestra vida. El misterio de la Encarnación es central en la fe cristiana. Jesús es el auténtico hombre, que asume la condición humana y de la vida sin pecado alguno.

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UNIDAD DIDÁCTICA IXCREO EN EL ESPÍRITU SANTO

INTRODUCCIÓN

Quien dice yo creo “Yo creo”, dice “Yo me adhiero a lo que nosotros queremos”. La comunicación en la fe necesita un lenguaje común de la fe.

La ignorancia y las falsas ideas respecto al espíritu están bastante extendidas entre los cristianos.

1. EL ESPÍRITU SANTO CONDUCE LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN HACIA SU PLENITUD

“Nadie puede decir: ‘¡Jesús es Señor!’ sino por influjo del Espíritu Santo”. “Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que dama ¡Abbá, Padre!”. Este conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber si do atraído por el Espíritu Santo. El es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo, primer sacramento de la fe, la Vida, que tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia:

El Bautismo nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, es decir, al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu Santo (San Ireneo, dem. 7).

El Espíritu Santo con su gracia es el “primero” que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que es: “que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo”. No obstante, es el “último” en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad. San Gregorio Nacianceno, “el Teólogo”, explica esta progresión por medio de la pedagogía de la “condescendencia” divina:

El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al Padre, y más oscuramente al Hijo. El Nuevo

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COMPETENCIAReconoce la acción del Espíritu Santo en la obra de la salvación, describiendo sus manifestaciones en la historia sagrada y en la vida.

DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDADLa unidad consta de los siguientes temas:

El Espíritu Santo conduce la Historia de la Salvación hacia su plenitud La obra del Espíritu Santo en Jesús El Espíritu de Jesús Resucitado El Espíritu de la verdad

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Testamento revela al Hijo y hace entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando todavía no se confesaba la divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no era aún admitida, añadir el Espíritu Santo como un fardo suplementario si empleamos una expresión un poco atrevida... Así por avances y progresos de gloria en gloria”, es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores cada vez más espléndidos (San Gregorio Nacíanceno. or theol 5 26)

Creer en el Espíritu Santo es, por tanto, profesar que el Espíritu Santo es una de las personas de la Santísima Trinidad Santa, consubstancial al Padre y al Hijo, “que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria” (Símbolo de Nicea-Constantinopla). Por eso se ha hablado del misterio divino del Espíritu Santo en la “teología” trinitaria, en tanto que aquí no se tratará del Espíritu Santo sino en la “Economía” divina.

El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del Designio de nuestra salvación y hasta su consumación. Pero es en los “últimos tiempos”, inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. Entonces, este Designio Divino, que se consuma en Cristo, “primogénito” y Cabeza de la nueva creación, se realiza en la humanidad por el Espíritu que nos es dado: la Iglesia, la comunión de los santos, el per-dón de los pecados. la resurrección de la carne, la vida eterna.

CREO EN EL ESPIRITU SANTO”

“Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios”. Pues bien, su Espíritu que lo revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. El que “habló por los profetas” nos hace oir la Palabra del Padre. Pero a él no le oímos. No le conocemos sino en la obra mediante la cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo en la fe. El Espíritu de verdad que nos “desvela” a Cristo “no habla de sí mismo”. Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué “el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce”, mientras que los que creen en Cristo le conocen porque él mora en ellos.

La Iglesia, comunión viviente en la fe de los apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro conocimiento del Espíritu Santo:

en las Escrituras que El ha inspirado; en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales; en el Magisterio de la Iglesia, al que El asiste; en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu

Santo nos pone en comunión con Cristo; en la oración en la cual El intercede por nosotros; en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia; en los signos de vida apostólica y misionera; en el testimonio de los santos, donde El manifiesta su santidad y continúa la obra de la

salvación.

2. LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO EN JESÚS

Aquél al que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo es realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e

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indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las Personas. Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela.

Jesús es Cristo, “ungido”, porque el Espíritu es su Unción y todo lo que sucede a partir de la Encarnación mana de esta plenitud. Cuando por fin Cristo es glorificado, puede a su vez, de junto al Padre, enviar el Espíritu a los que creen en él: El les comunica su Gloria, es decir, el Espíritu Santo que lo glorifica. La misión conjunta y mutua se desplegará desde entonces en los hijos adoptados por el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu de adopción será unirlos a Cristo y hacerles vivir en El.

La noción de la unción sugiere... que no hay ninguna distancia entre el Hijo y el Espíritu. En efecto, de la misma manera que entre la superficie del cuerpo y la unción del aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún intermediario, así es inmediato el contacto del Hijo con el Espíritu..., de tal modo que quien va a tener contacto con el Hijo por la fe tiene que tener antes contacto necesariamente con el óleo. En efecto, no hay parte alguna que esté desnuda del Espíritu Santo. Por eso es por lo que la confesión del Señorío del Hijo se hace en el Espíritu Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu desde todas partes delante de los que se acercan por la fe (San Gregorio Niceno, Spir. 3, 1).

EL NOMBRE, LOS APELATIVOS Y LOS SÍMBOLOS DEL ESPÍRITU SANTO

El nombre propio del Espíritu Santo

“Espíritu Santo”, tal es el nombre propio de Aquel que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y lo profesa en el bautismo de sus nuevos hijos.

El término “Espíritu” traduce el término hebreo “Ruah”, que en su primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad trascendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino. Por otra parte, Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas divinas. Pero, uniendo ambos términos, la Escritura, la liturgia y el lenguaje teológico designan la persona inefable del Espíritu Santo, sin equívoco posible con los demás empleos de los términos “espíritu” y “santo”.

Los apelativos del Espíritu Santo

Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el “Paráclito”, literalmente “aquel que es llamado junto a uno”, “advocatus”. “Paráclito” se traduce habitualmente por “Consolador”, siendo Jesús el primer consolador. El mismo Señor llama al Espíritu Santo “Espíritu de Verdad”. Además de su nombre propio, que es el más empleado en el libro de los Hechos y en las cartas de los apóstoles, en San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa, el Espíritu de adopción, el Espíritu de Cristo, el Espíritu del Señor, el Espíritu de Dios. y en San Pedro, el Espíritu de gloria.

Los símbolos del Espíritu Santo

El agua. El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo.

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Pero “bautizados en un solo Espíritu”, también “hemos bebido de un solo Espíritu”: el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna.

La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es también significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo. En la iniciación cristiana es el signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de Oriente “Crismación”. Pero para captar toda la fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo [“Mesías” en hebreo] significa “Ungido” del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo “ungidos” del Señor, de forma eminente el rey David. Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: la humanidad que el Hijo asume está totalmente “ungida por el Espíritu Santo”. Jesús es constituido “Cristo” por el Espíritu Santo. La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor; es de quien Cristo está lleno y cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones salvíficas. Es él en fin quien resucita a Jesús de entre los muertos. Por tanto, constituido plenamente “Cristo” en su Humanidad victoriosa de la muerte, Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que “los santos” constituyan, en su unión con la Humanidad del Hijo de Dios, “ese Hombre perfecto... que realiza la plenitud de Cristo”: “el Cristo total” según la expresión de San Agustín.

El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la Vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que “surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha”, con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo, figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, “que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías”, anuncia a Cristo como el que “bautizará en el Espíritu Santo y el fuego”, Espíritu del cual Jesús dirá: “He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡ cuánto desearía que ya estuviese encendido!”. Bajo la forma de lenguas “como de fuego”, el Espíritu Santo se posó sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él. La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo (cf San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). “No extingáis el Espíritu”.

La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces oscura, otra luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la trascendencia de su Gloria: con Moisés en la montaña del Sinaí , en la Tienda de la Reunión y durante la marcha por el desierto; con Salomón en la dedicación del Templo. Pues bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. El es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre “con su sombra” para que ella conciba y dé a luz a Jesús. En la monta ña de la Transfiguración es El quien “vino en una nube y cubrió con su sombra” a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y “se oyó una voz desde la nube que decía: ‘Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle”. Es, finalmente, la misma nube la que “ocultó a Jesús a los ojos” de los discípulos el día de la Ascensión, y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento.

El sello es un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es Cristo a quien “Dios ha marcado con su sello” y el Padre nos marca también en él con su sello. Como la imagen del sello [“sphragis”] indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta imagen se ha utilizado en ciertas tradiciones teológicas para expresar el “carácter” imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales no pueden ser reiterados.

La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos y bendice a los niños. En su Nombre, los apóstoles harán lo mismo. Más aún, mediante la imposición de manos de los apóstoles el Espíritu Santo

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nos es dado. En la carta a los Hebreos, la imposición de las manos figura en el número de los “artículos fundamentales” de su enseñanza. Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus epiclesis sacramentales.

El dedo. “Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios”. Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra “por el dedo de Dios”, la “carta de Cristo” entregada a los apóstoles “está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón”. El himno “Veni Creator” invoca al Espíritu Santo como “digitus paternae dexterae” (“dedo de la diestra del Padre”).

La paloma. Al final del diluvio (cuyo simbolismo se refiere al Bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de nuevo. Cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre él. El Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado de los bautizados. En algunos templos, la santa Reserva eucarística se conserva en un receptáculo metálico en forma de paloma (el columbarium), suspendido por encima del altar. El símbolo de la paloma para sugerir al Espíritu Santo es tradicional en la iconografía cristiana.

LA ACCIÓN CONJUNTA DE JESUCRISTO Y DEL RESUCITADO

Desde el comienzo y hasta “la plenitud de los tiempos”, la Misión conjunta del Verbo y del Espíritu del Padre permanece oculta pero activa. El Espíritu de Dios preparaba entonces el tiempo del Mesías, y ambos, sin estar todavía plenamente revelados, ya han sido prometidos a fin de ser esperados y acepta-dos cuando se manifiesten. Por eso, cuando la Iglesia lee el Antiguo Testamento, investiga en él lo que el Espíritu, “que habló por los profetas”, quiere decirnos acerca de Cristo.Por “profetas”, la fe de la Iglesia entiende aquí a todos los que el Espíritu Santo ha inspirado en la redacción de los Libros Santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La tradición judía distingue la Ley [los cinco primeros libros o Pentateuco], los Profetas [que nosotros llamamos los libros históricos y proféticos] y los Escritos [sobre todo sapienciales, en particular los Salmos.

EN LA CREACIÓN

La Palabra de Dios y su Soplo están en el origen del ser y la vida de toda criatura:

Es justo que el Espíritu Santo reine, santifique y anime la creación porque es Dios consubstancial al Padre y al Hijo... A El se le da el poder sobre la vida, porque siendo Dios guarda la creación en el Padre por el Hijo (Liturgia bizantina, Tropario de maitines, domingos del segundo modo).

“En cuanto al hombre, es con sus propias manos [es decir, el Hijo y el Espíritu Santo] como Dios lo hizo... y El dibujó sobre la carne moldeada su propia forma, de modo que incluso lo que fuese visible llevase la forma divina”.

EL ESPÍRITU DE LA PROMESA

Desfigurado por el pecado y por la muerte, el hombre continúa siendo “a imagen de Dios”, a imagen del Hijo, pero “privado de la Gloria de Dios”, privado de la “semejanza”. La Promesa hecha a Abraham inaugura la Economía de la Salvación, al final de la cual el Hijo mismo asumirá “la imagen” y la restaurará en “la semejanza” con el Padre volviéndole a dar la Gloria, el Espíritu “que da la Vida”.

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Contra toda esperanza humana, Dios promete a Abraham una descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo. En ella serán bendecidas todas las naciones de la tierra. Esta descendencia será Cristo en quien la efusión del Espíritu Santo formará “la unidad de los hijos de Dios dispersos”.

Comprometiéndose con juramento, Dios se obliga ya al don de su Hijo Amado y al don del “Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda... para redención del Pueblo de su posesión”.

EN LAS TEOFANÍAS Y EN LA LEY

Las Teofanías [manifestaciones de Dios] iluminan el camino de la Promesa, desde los Patriarcas a Moisés y desde Josué hasta las visiones que inauguran la misión de los grandes profetas. La tradición cristiana siempre ha reconocido que, en estas Teofanías, el Verbo de Dios se dejaba ver y oír, a la vez revelado y “cubierto” por la nube del Espíritu Santo.

Esta pedagogía de Dios aparece especialmente en el don de la Ley. La letra de la Ley fue dada como un “pedagogo” para conducir al Pueblo hacia Cristo. Pero su impotencia para salvar al hombre privado de la “semejanza” divina y el conocimiento creciente qué ella da del pecado suscitan el deseo del Espíritu Santo. Los gemidos de los Salmos lo atestiguan.

EN EL REINO Y EN EL EXILIO

La Ley, signo de la Promesa y de la Alianza, habría debido regir el corazón y las instituciones del Pueblo salido de la fe de Abraham. “Si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza..., seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”. Pero, después de David, Israel sucumbe a la tentación de convertirse en un reino como las demás naciones. Pues bien, el Reino objeto de la promesa hecha a David será obra del Espíritu Santo; pertenecerá a los pobres según el Espíritu.

El olvido de la Ley y la infidelidad a la Alianza llevan a la muerte: el Exilio, aparente fracaso de las Promesas, es en realidad fidelidad misteriosa del Dios Salvador y comienzo de una restauración prometida, pero según el Espíritu. Era necesario que el Pueblo de Dios sufriese esta purificación; el Exilio lleva ya la sombra de la Cruz en el Designio de Dios, y el Resto de pobres que vuelven del Exilio es una de las figuras más transparentes de la Iglesia.

LA ESPERA DEL MESÍAS Y DE SU ESPÍRITU

“He aquí que yo lo renuevo”: dos líneas proféticas se van a perfilar, una se refiere a la espera del Mesías, la otra al anuncio de un Espíritu nuevo, y las dos convergen en el pequeño Resto, el pueblo de los Pobres, que aguardan en la esperanza la “consolación de Israel” y “la redención de Jerusalén”.Ya se ha dicho cómo Jesús cumple las profecías que a El se refieren. A continuación se describen aquéllas en que aparece sobre todo la relación del Mesías y de su Espíritu.

Los rasgos del rostro del Mesías esperado comienzan a aparecer en el Libro del Emmanuel (“cuando Isaías tuvo la visión de la Gloria” de Cristo), en particular en:

Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará.Reposará sobre él el Espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor.

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Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo después, y en fin. Estos cantos anuncian el sentido de la Pasión de Jesús, e indican así cómo enviará el Espíritu Santo para vivificar a la multitud: no desde fuera, sino desposándose con nuestra “condición de esclavos”. Tomando sobre sí nuestra muerte, puede comunicarnos su propio Espíritu de vida.

Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva haciendo suyo este pasaje de Isaías:

El Espíritu del Señor está sobre mí,porque me ha ungido.Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva,a proclamar la liberación a los cautivosy la vista a los ciegos,para dar la libertad a los oprimidosy proclamar un año de gracia del Señor.

Los textos proféticos que se refieren directamente al envío del Espíritu Santo son oráculos en los que Dios habla al corazón de su Pueblo en el lenguaje de la Promesa, con los acentos del “amor y de la fidelidad”, cuyo cumplimiento proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés. Según estas promesas, en los “últimos tiempos”, el Espíritu del Señor renovará el corazón de los hombres grabando en ellos una Ley nueva; reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera creación y Dios habitará en ella con los hombres en la paz.

El Pueblo de los “pobres”, los humildes y los mansos, totalmente entregados a los designios misteriosos de Dios, los que esperan la justicia, no de los hombres sino del Mesías, todo esto es, finalmente, la gran obra de la Misión escondida del Espíritu Santo durante el tiempo de las Promesas para preparar la venida de Cristo. Esta es la calidad de corazón del Pueblo, purificado e iluminado por el Es píritu, que se expresa en los Salmos. En estos pobres, el Espíritu prepara para el Señor “un pueblo bien dispuesto”.

EL ESPIRITU DE CRISTO EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS

Juan, Precursor, Profeta y Bautista

“Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. Juan fue “lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre” por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La “visitación” de María a Isabel se convirtió así en “visita de Dios a su pueblo”.

Juan es “Elías que debe venir”: El fuego del Espíritu lo habita y le hace correr delante [como “precursor”] del Señor que viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de “preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”.

Juan es “más que un profeta”. En él, el Espíritu Santo consuma el “hablar por los profetas”. Juan termina el cielo de los profetas inaugurado por Elías. Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la “voz” del Consolador que llega. Como lo hará el Espíritu de Verdad, “vino como testigo para dar testimonio de la luz”. Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las “indagaciones de los profetas” y la ansiedad de los ángeles: “Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo... Y yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios... He ahí el Cordero de Dios”.

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En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la “semejanza” divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento.

“Alégrate, llena de gracia”

María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el designio de Salva ción y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres. Por ello, los más bellos textos sobre la sabiduría, la tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con relación a María: María es cantada y representada en la Liturgia corno el trono de la “Sabiduría”.

En ella comienzan a manifestarse las “maravillas de Dios”, que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia:

El Espíritu Santo preparó a María con su gracia. Convenía que fuese “llena de gracia” la madre de Aquel en quien “reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente”. Ella fue concebida sin pecado. por pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del Omni-potente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda como la “Hija de Sión”: “Alégrate”. Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, es la acción de gracias de todo el Pueblo de Dios, y por tanto de la Iglesia, esa acción de gracias que ella eleva en su cántico al Padre en el Espíritu Santo.

En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios con y por medio del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe.

En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres y a las primicias de las naciones.

En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en Comunión con Cristo a los hombres “objeto del amor benevolente de Dios”, y los humildes son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos.

Al término de esta Misión del Espíritu, María se convierte en la “Mujer”, nueva Eva “madre de los vivientes”, Madre del “Cristo total”. Así es como ella está presente con los Doce, que “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu”, en el amanecer de los “últimos tiempos” que el Espí ritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia.

Cristo Jesús

Toda la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la plenitud de los tiempos se resume en que el Hijo es el Ungido del Padre desde su Encarnación: Jesús es Cristo, el Mesías.

Todo el segundo capítulo del Símbolo de la fe hay que leerlo a la luz de esto. Toda la obra de Cristo es misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo. Aquí se mencionará solamente lo que se refiere a la

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promesa del Espíritu Santo hecha por Jesús y su don realizado por el Señor glorificado.Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será alimento para la vida del mundo. Lo sugiere también a Nicodemo, a la Samaritana y a los que participan en la fiesta de los Tabernáculos. A sus discípulos les habla de él abiertamente a propósito de la oración y del testimonio que tendrán que dar.

Solamente cuando ha llegado la hora en que va a ser glorificado, Jesús promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres: El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque él ha salido del Padre. El Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testi monio de El; nos conducirá a la verdad completa y glorificará a Cristo. En cuanto al mundo, lo acusará en materia de pecado, de justicia y de juicio.

Por fin llega la hora de Jesús: Jesús entrega su espíritu en las manos del Padre en el momento en que por su Muerte es vencedor de la muerte, de modo que, “resucitado de los muertos por la Gloria del Padre”, en seguida da a sus discípulos el Espíritu Santo dirigiendo sobre ellos su aliento. A partir de esta hora, la misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia: “Como el Padre me envió, también yo os envío”.

4. EL ESPÍRITU DE JESÚS RESUCITADO

PENTECOSTÉS

El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: des de su plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu.

En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los “últimos tiempos”, el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado:

Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe: Adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado (Liturgia bizantina, Tropario de Vísperas de Pentecostés; empleado también en las liturgias eucarísticas después de la comunión).

EL ESPÍRITU SANTO, EL DON DE DIOS

“Dios es Amor” y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor “Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”.

Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La Comunión con el Espíritu Santo es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado.

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El nos da entonces las “arras” o las “primicias” de nuestra herencia: la Vida misma de la Santísima Trinidad que es amar “como él nos ha amado”. Este amor (la caridad de 1 Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos “recibido una fuerza, la del Espíritu Santo”.

Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos “el fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza”. “El Espíritu es nuestra Vida”: cuanto más renunciamos a nosotros mismos, más “obramos también según el Espíritu”:

Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino de los cielos y a la adopción filial, nos da la confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz y de tener parte en la gloria eterna (San Basilio, Spir. 15, 36).

5. EL ESPÍRITU DE LA VERDAD

La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su Comunión con el Padre en el Espíritu Santo: El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para re-conciliarlos, para conducirlos a la Comunión con Dios, para que den “mucho fruto”.

Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad (esto será el objeto del próximo artículo):

Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios. Ya que por mucho que nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible lleva por sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí... y hace que todos aparezcan como una sola cosa en él.

Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que todos aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso que también de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual (San Cirilo de Alejandría, Jo. 12).

Puesto que el Espíritu Santo es la Unción de Cristo, es Cristo, Cabeza del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión por el mundo entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo.

Estas “maravillas de Dios”, ofrecidas a los creyentes en los Sacramentos de la Iglesia, producen sus frutos en la vida nueva, en Cristo, según el Espíritu (esto será el objeto de la Tercera parte del Catecismo).

“El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”. El Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios, es el Maestro de la oración (esto será el objeto de la Cuarta parte del Catecismo).

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UNIDAD DIDÁCTICA XESPERO LA VIDA ETERNA

1. LA RESURRECCIÓN DESDE LAS EXPERIENCIAS FUNDAMENTALES

De acuerdo con algunas ideologías, la resurrección sucede en distintos planos. A veces se trata del cuerpo físico, devuelto a la vida, indistinguible de su situación antes de la muerte, en cuyo caso el catolicismo habla de resucitación (caso de Lázaro, Juan 11, 1-45). Otras son simbólicas, no se trata de volver en cuerpo físico, sino como un cuerpo fantasma que vuelve de la muerte. Además, algunas ideologías reservan la resurrección como una unificación final, que no podrá ser deshecha, al igual que la Resurrección de Cristo. En este caso Jesús de Nazaret no volvió al estado anterior en vida, por eso se diferencia de resucitación, si no de una resurrección a la vida eterna. Es decir el hecho de la resucitación no implica volver a morir antes o después, hecho este descartado en la figura de Jesús de Nazaret, por lo que se habla de Resurrección de Jesús.

EJEMPLOS RELIGIOSOS

Mientras que la resurrección de Cristo es una de las creencias fundamentales del Cristianismo, en otras religiones, mitos y fábulas también figuran resurrecciones. Como afirma Joseph McCabe en "El mito de la Resurrección", "Siglos antes de la época de Cristo, las naciones celebraban anualmente la muerte y resurrección de Osiris, Attis, Mitra y otros dioses"

RELIGIONES ANTIGUASEn las religiones paganas existen varios ejemplos de dioses resucitados, como el Adonis sirio y griego, el Osiris de los egipcios o la historia babilonia de Tammuz.

EL JUDAISMOEl judaísmo dentro de su doctrina plantea la existencia de una vida eterna. Enseña sobre la (2) “inmortalidad del alma”. El profesor Yehuda P. afirma que “ lo que te toque vivir ya sea el paraíso o el infierno son el resultado directo de nuestras acciones en esta vida”. Con esta declaración afirma sobre una vida eterna que enfrentará cada quién de acuerdo a como haya vivido. También dice que al morir la persona, el cuerpo, lo físico que somos retorna a su origen, que es la naturaleza. A decir del profesor del profesor Yehuda “las acciones que realizamos en este mundo, son las que nos prepara para la vida futura.

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COMPETENCIAJustifica el acontecimiento de la resurrección de Jesucristo como respuesta definitiva de Dios a la Humanidad, fundamentando sus razones.

DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDADLa unidad consta de los siguientes temas:

La resurrección desde las experiencias fundamentales La resurrección en el Antiguo Testamento La resurrección en el Nuevo Testamento La vida eterna

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Y se pregunta ¿Qué es lo que hay después de la vida?. Es la vida exclusivamente espiritual. Esta concepción por parte de los judíos de la vida después de la vida, se encuentra desde antes de Cristo, como se lee en II Macabeos 7:9 (Biblia católica). Al llegar a su último suspiro dijo: “tu criminal nos privas de la vida presente, pero el rey del mundo a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna”.

EL HINDUISMOEl hinduismo cree en la resurrección, cuantas veces sea necesario, en cada reencarnación la vida se va perfeccionando hasta volverse perfecto para así llegar a la vida eterna.

LOS MUSULMANESSu propósito es cumplir con los mandamientos de ALA que significa Dios, creen en la vida eterna después de la muerte pero basándose en sus actos.

2. LA RESURRECCIÓN EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

ISRAEL HA PENSADO SIEMPRE QUE YHWH ES JUSTO Y QUE HACE JUSTICIA A TODOS.

Dios sanciona el mal y premia el bien con castigos personales y colectivos.

Por ser esta vida la única vida, la retribución se da en ella. Los premios y castigos son la vida larga, la fecundidad, la riqueza, o bien la muerte, la enfermedad, la pobreza o la opresión.

Por la importancia de la solidaridad corporativa y la igualdad de destino del individuo con el clan o nación, la retribución tiene como sujeto primordial al pueblo en su conjunto en la concepción anterior al exilio.

Se castiga a parientes (Nm 16), al pueblo (Jos 7), a los hijos (1Sm 2,27-36), a la nación en su conjunto (Ex 20,15; Nm 15,18; Dt 5,9).

Como el pueblo entero ha sido elegido (Dt 7,6-8), al pueblo entero se le advierte sobre las bendiciones y maldiciones que recaerán sobre él según su fidelidad a las estipulaciones de la Alianza (Dt 28; Lv 26).La retribución negativa puede recaer sobre los inocentes (Jr 31,29; Ez 18,2).

La responsabilidad individual es subrayada por los profetas cuando el colectivo va olvidándose de ella (Jr 31,30).

La preocupación por singularizar la relación entre el hombre y YHWH se va agudizar en el exilio.

Cada uno cargará con la propia responsabilidad, sin descargarla sobre un tercero (Ez 18,1-24).

Pero se mantienen la retribución en vida (Ez 28,24-26; 33,25-29).

No se cuestiona en ningún momento la fidelidad de YHWH, que no defrauda a los que esperan en él.

LA INADECUACIÓN ENTRE LOS ACTOS REALIZADOS Y LA RETRIBUCIÓN RECIBIDA CUESTIONA LA JUSTICIA DE DIOS.

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Mientras se pensaba en una retribución colectiva, cabía apelar a la solidaridad colectiva para explicar los desajustes. Mas cuando se impuso la idea sobre la propia responsabilidad, entra en crisis la idea tradicional de retribución.

El profeta Jeremías plantea el problema. Su fidelidad no se ha visto correspondida por Dios. Plantea descarnadamente el problema a Dios (Jr 12,1).

El salterio tiene algunos textos donde se ensayan algunas soluciones: la prosperidad de los pecadores es efímera (Sal 37), el justo tiene paz interior (Sal 94,18-19). En ningún caso se renuncia a la posibilidad de que algún día los malvados reciban su merecido.

JobDespojado de todo, se enfrenta con la postura tradicional:

Si Dios reparte los males según la conducta personal, Job debería ser culpable,... Pero si he sido justo y recibo este “merecido”,... “No hay justicia sobre la tierra” (Job 9,23-24).

El enfrentamiento entre la postura tradicional y la de Job a lo largo de la doble diatriba enfrenta las mismas experiencias desde dos ángulos. Por eso Job llama a juicio a Dios, para que determine dónde está la razón.

El final del poema es una larga exposición sobre la majestad divina (Job 38-40), delante la cual Job inclinará la cabeza.

La justicia de Dios queda intacta. Pero sumida en el misterio de sus planes insondables. El enigma de la retribución queda, sin embargo, sin respuesta.

QoheletAcaba por demoler la antigua concepción retribucionista.

La existencia es nada, humo, “vanidad” : una repetición de lo mismo (Qoh 1,4-11). El mayor absurdo de la existencia es pensar en la justa retribución por los actos

(Qoh 2,14-16.21,...) en esta vida. Como no hay otra vida, sólo cabe gozar de la vida mientras hay tiempo, esta es la

“única paga del hombre” (Qoh 3,22). La desencantada ironía de Qohelet no es craso materialismo: Estos placeres son de

Dios (Qoh 2,25; 3,13;...), tienen su beneplácito y como tal hay que recibirlos.

Un gran realismo lleva a aceptar la situación como es.En ningún caso se quiebra la confianza en la fidelidad de Dios, que es más fuerte que el escepticismo.

LA IDEA DE RESURRECCIÓN COMO TEODICEA.

Los salmos místicos: Sal 16 (sp.10-11) afirma que la comunión con YHWH es tan fuerte que la presencia

de Dios supera todo temor a la muerte.

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Sal 49 (sp.16) afirma que no es la misma la muerte del pecador que la del justo. Éste es “tomado” por Dios (laqaj: como lo fueron Henoc – Gn 5,24 – y Elías – 2Re 2,3ss).

Sal 73 (sp.23-28a) sostiene que la comunión con Dios es tan fuerte que no será sobrepujada por la muerte.

Oráculos proféticos que se abren a la idea de la vida postmortal: Ez 37,1-14, la parábola de los huesos, narra - bajo una primera afirmación acerca de

la posibilidad para Dios de restaurar Israel aunque parezca imposible – que Dios es Señor de la muerte tanto como de la vida.

Is 24-27 (“Apocalipsis de Isaías”) presenta el primer anuncio formal de una resurrección individual. Is 26,19 habla de revivir y levantarse; la resurrección es descrita de forma física.

Is 52,13; 53,10-11. Los “cánticos del Siervo” relativizan la muerte: Pese a ella, YHWH intervendrá a favor de su siervo.

Dn 12,2-3.13 es el primer texto donde se hacen afirmaciones categóricas sobre la resurrección:Está destinada a mîn (muchos), sin que resulte claro si quiere decir algunos o todos.

Si no son todos, entonces quizá se admite la doble resurrección: para el oprobio y para la vida eterna.

La resurrección se predica tras de un juicio en que cada uno recibirá lo merecido según su conducta.2Mac 7: Este texto, fruto de los círculos fariseos, brota ante los acontecimientos durísimos

que originan la revuelta macabea. Su concepción es teocéntrica:

La resurrección es la única respuesta digna al sacrificio de los fieles. Pero no por la retribución, sino por respeto a sí mismo y fidelidad a la Alianza. Es Dios mismo quien lucha contra los poderes malignos. La resurrección es la proclamación de su victoria.

LA DOCTRINA DE LA INMORTALIDAD QUEDA AFIRMADA EN EL LIBRO DE LA SABIDURÍA.

Se introduce una terminología nueva: El binomio sôma-psiché (Sab 1,4) y sôma-pneûma (Sab 2,3). La idea de athanasía (inmortalidad) y aphthasía (incorruptibilidad).

Con un lenguaje lapidario se revela que la inmortalidad no es natural, sino fruto de la sabiduría y justicia divinas: La supervivencia de los impíos no es athanasía –aphthasía, sino realidad trágica

(Sab 4,18-5,23). La muerte es una entidad ético-religiosa que persiguen los impíos con la mentira y la

vida extraviada, no está hecha por Dios (Sab 1,11-13). Por el contrario, el fin del justo es el traslado de Dios (Sab 4,10-14). Porque la sabiduría es inmortal (Sab 1,15) y la esperanza de los justos estaba llena

de inmortalidad (Sab 3,4). La inmortalidad esperada es estar en manos de Dios (Sab 3,1), vida eterna donde

Dios es recompensa y descanso (Sab 4,7; 5,15).

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Pero queda abierto si la resurrección será inmediata o esperará al tiempo final. El uso de la terminología helenista tampoco deja claro si la retribución afectará a toda la persona, o solamente al alma.

3. LA RESURRECCIÓN EN EL NUEVO TESTAMENTO

"Os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús (Hch 13, 32-33). La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz:

Cristo resucitó de entre los muertos.Con su muerte venció a la muerte.A los muertos ha dado la vida.(Liturgia bizantina, Tropario de Pascua)

EL ACONTECIMIENTO HISTÓRICO Y TRANSCENDENTE

El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya San Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: "Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce: "(1 Co 15, 3-4). El Apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco (cf. Hch 9, 3-18).

El sepulcro vacío

"¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado" (Lc 24, 5-6). En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo (cf. Jn 20,13; Mt 28, 11-15). A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres (cf. Lc 24, 3. 22- 23), después de Pedro (cf. Lc 24, 12). "El discípulo que Jesús amaba" (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir "las vendas en el suelo"(Jn 20, 6) "vio y creyó" (Jn 20, 8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío (cf.Jn 20, 5-7) que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro (cf. Jn 11, 44).

Las apariciones del Resucitado

María Magdalena y las santas mujeres, que venían de embalsamar el cuerpo de Jesús (cf. Mc 16,1; Lc 24, 1) enterrado a prisa en la tarde del Viernes Santo por la llegada del Sábado (cf. Jn 19, 31. 42) fueron las primeras en encontrar al Resucitado (cf. Mt 28, 9-10;Jn 20, 11-18). Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles (cf. Lc 24, 9-10). Jesús se apareció en seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15, 5). Pedro, llamado a confirmar en la fe a

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sus hermanos (cf. Lc 22, 31-32), ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24, 34).

Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles - y a Pedro en particular - en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los apóstoles son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera comunidad de creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos, conocidos de los cristianos y, para la mayoría, viviendo entre ellos todavía. Estos "testigos de la Resurrección de Cristo" (cf. Hch 1, 22) son ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente de más de quinientas personas a las que se apareció Jesús en una sola vez, además de Santiago y de todos los apóstoles (cf. 1 Co 15, 4-8).

Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por él de antemano(cf. Lc 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que los discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística, los evangelios nos presentan a los discípulos abatidos ("la cara sombría": Lc 24, 17) y asustados (cf. Jn 20, 19). Por eso no creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y "sus palabras les parecían como desatinos" (Lc 24, 11; cf. Mc 16, 11. 13). Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua "les echó en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado" (Mc 16, 14).

Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la realidad de Jesús resucitado, los discípulos dudan todavía (cf. Lc 24, 38): creen ver un espíritu (cf. Lc 24, 39). "No acaban de creerlo a causa de la alegría y estaban asombrados" (Lc 24, 41). Tomás conocerá la misma prueba de la duda (cf. Jn 20, 24-27) y, en su última aparición en Galilea referida por Mateo, "algunos sin embargo dudaron" (Mt 28, 17). Por esto la hipótesis según la cual la resurrección habría sido un "producto" de la fe (o de la credulidad) de los apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la Resurrección nació - bajo la acción de la gracia divina - de la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado.

El estado de la humanidad resucitada de Cristo

Jesús resucitado establece con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto (cf. Lc 24, 39; Jn 20, 27) y el compartir la comida (cf. Lc 24, 30. 41-43; Jn 21, 9. 13-15). Les invita así a reconocer que él no es un espíritu (cf. Lc 24, 39) pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y crucificado ya que sigue llevando las huellas de su pasión (cf Lc 24, 40; Jn 20, 20. 27). Este cuerpo auténtico y real posee sin embargo al mismo tiempo las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere (cf. Mt 28, 9. 16-17; Lc 24, 15. 36; Jn 20, 14. 19. 26; 21, 4) porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del Padre (cf. Jn 20, 17). Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer como quiere: bajo la apariencia de un jardinero (cf. Jn 20, 14-15) o "bajo otra figura" (Mc 16, 12) distinta de la que les era familiar a los discípulos, y eso para suscitar su fe (cf. Jn 20, 14. 16; 21, 4. 7).

La Resurrección de Cristo no fue un retorno a la vida terrena como en el caso de las resurrecciones que él había realizado antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naim, Lázaro. Estos hechos eran

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acontecimientos milagrosos, pero las personas afectadas por el milagro volvían a tener, por el poder de Jesús, una vida terrena "ordinaria". En cierto momento, volverán a morir. La resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de su gloria, tanto que San Pablo puede decir de Cristo que es "el hombre celestial" (cf. 1 Co 15, 35-50).

La resurrección como acontecimiento transcendente

"¡Qué noche tan dichosa, canta el 'Exultet' de Pascua, sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos!". En efecto, nadie fue testigo ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección y ningún evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió físicamente. Menos aún, su esencia más íntima, el paso a otra vida, fue perceptible a los sentidos. Acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los apóstoles con Cristo resucitado, no por ello la Resurrección pertenece menos al centro del Misterio de la fe en aquello que transciende y sobrepasa a la historia. Por eso, Cristo resucitado no se manifiesta al mundo (cf. Jn 14, 22) sino a sus discípulos, "a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos ante el pueblo" (Hch 13, 31).

La Resurrección obra de la Santísima Trinidad

La Resurrección de Cristo es objeto de fe en cuanto es una intervención transcendente de Dios mismo en la creación y en la historia. En ella, las tres personas divinas actúan juntas a la vez y manifiestan su propia originalidad. Se realiza por el poder del Padre que "ha resucitado" (cf. Hch 2, 24) a Cristo, su Hijo, y de este modo ha introducido de manera perfecta su humanidad - con su cuerpo - en la Trinidad. Jesús se revela definitivamente "Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos" (Rm 1, 3-4). San Pablo insiste en la manifestación del poder de Dios (cf. Rm 6, 4; 2 Co 13, 4; Flp 3, 10; Ef 1, 19-22; Hb 7, 16) por la acción del Espíritu que ha vivificado la humanidad muerta de Jesús y la ha llamado al estado glorioso de Señor.

En cuanto al Hijo, él realiza su propia Resurrección en virtud de su poder divino. Jesús anuncia que el Hijo del hombre deberá sufrir mucho, morir y luego resucitar (sentido activo del término) (cf. Mc 8, 31; 9, 9-31; 10, 34). Por otra parte, él afirma explícitamente: "doy mi vida, para recobrarla de nuevo ... Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo" (Jn 10, 17-18). "Creemos que Jesús murió y resucitó" (1 Te 4, 14).

Los Padres contemplan la Resurrección a partir de la persona divina de Cristo que permaneció unida a su alma y a su cuerpo separados entre sí por la muerte: "Por la unidad de la naturaleza divina que permanece presente en cada una de las dos partes del hombre, éstas se unen de nuevo. Así la muerte se produce por la separación del compuesto humano, y la Resurrección por la unión de las dos partes separadas" (San Gregorio Niceno, res. 1; cf.también DS 325; 359; 369; 539).Sentido y alcance salvífico de la Resurrección

"Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe"(1 Co 15, 14). La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más inaccesibles al espíritu humano, encuentran su justificación si Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad divina según lo había prometido.

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La Resurrección de Cristo es cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento (cf. Lc 24, 26-27. 44-48) y del mismo Jesús durante su vida terrenal (cf. Mt 28, 6; Mc 16, 7; Lc 24, 6-7). La expresión "según las Escrituras" (cf. 1 Co 15, 3-4 y el Símbolo nicenoconstantinopolitano) indica que la Resurrección de Cristo cumplió estas predicciones.

La verdad de la divinidad de Jesús es confirmada por su Resurrección. El había dicho: "Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy" (Jn 8, 28). La Resurrección del Crucificado demostró que verdaderamente, él era "Yo Soy", el Hijo de Dios y Dios mismo. San Pablo pudo decir a los Judíos: "La Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros ... al resucitar a Jesús, como está escrito en el salmo primero: 'Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy" (Hch 13, 32-33; cf. Sal 2, 7). La Resurrección de Cristo está estrechamente unida al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios: es su plenitud según el designio eterno de Dios.

Hay un doble aspecto en el misterio Pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios (cf. Rm 4, 25) "a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos ... así también nosotros vivamos una nueva vida" (Rm 6, 4). Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva participación en la gracia (cf. Ef 2, 4-5; 1 P 1, 3). Realiza la adopción filial porque los hombres se convierten en hermanos de Cristo, como Jesús mismo llama a sus discípulos después de su Resurrección: "Id, avisad a mis hermanos" (Mt 28, 10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza, sino por don de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del Hijo único, la que ha revelado plenamente en su Resurrección.

Por último, la Resurrección de Cristo - y el propio Cristo resucitado - es principio y fuente de nuestra resurrección futura: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron ... del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo" (1 Co 15, 20-22). En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles. En El los cristianos "saborean los prodigios del mundo futuro" (Hb 6,5) y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida divina (cf. Col 3, 1-3) para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquél que murió y resucitó por ellos" (2 Co 5, 15).

4. LA VIDA ETERNA

El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia El y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice por última vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad:Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con San José y todos los ángeles y santos.… Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos.… Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor... (OEx. "Commendatio animae").

EL JUICIO PARTICULAR

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La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno con consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5, 8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros.Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Cc de Lyon: DS 857-858; Cc de Florencia: DS 1304-1306; Cc de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. Benedicto XII: DS 1000-1001; Juan XXII: DS 990), bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Benedicto XII: DS 1002).

A la tarde te examinarán en el amor (San Juan de la Cruz, dichos 64).

EL CIELO

Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4):

Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de todos los santos… y de todos los demás fieles muertos después de recibir el bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron;... o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte… aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura (Benedicto XII: DS 1000; cf. LG 49).

Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo". El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.

Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4, 17). Los elegidos viven "en El", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17):

Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino (San Ambrosio, Luc. 10, 121).

Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en El y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a El.

Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete

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de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Co 2, 9).

A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando El mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia "la visión beatífica":

¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, el Señor tu Dios,… gozar en el Reino de los cielos en compañía de los justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad alcanzada (San Cipriano, ep. 56, 10, 1).

En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo; con El "ellos reinarán por los siglos de los siglos' (Ap 22, 5; cf. Mt 25, 21.23).

LA PURIFICACION FINAL O PURGATORIO

Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.

La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820: 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador:

Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, dial. 4, 39).Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:

Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su Padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos (San Juan Crisóstomo, hom. in 1 Cor 41, 5).

EL INFIERNO

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Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de El si no omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".

Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5, 22.29; 13, 42.50; Mc 9, 43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehusan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de Mí malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).

La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14):

Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde `habrá llanto y rechinar de dientes' (LG 48).

Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):

EL JUICIO FINAL

La resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los pecadores" (Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será "la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá "en su gloria acompañado de todos sus ángeles, ... Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda... E irán estos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna." (Mt 25, 31. 32. 46).

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cada hombre con Dios (cf. Jn 12, 49). El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena:

Todo el mal que hacen los malos se registra - y ellos no lo saben. El día en que "Dios no se callará" (Sal 50, 3)… Se volverá hacia los malos: "Yo había colocado sobre la tierra, dirá El, a mis pobrecitos para vosotros. Yo, su cabeza, gobernaba en el cielo a la derecha de mi Padre -pero en la tierra mis miembros tenían hambre. Si hubierais dado a mis miembros algo, eso habría subido hasta la cabeza. Cuando coloqué a mis pequeñuelos en la tierra, los constituí comisionados vuestros para llevar vuestras buenas obras a mi tesoro: como no habéis depositado nada en sus manos, no poseéis nada en Mí" (San Agustín, serm. 18, 4, 4).

El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo El decidirá su advenimiento. Entonces, El pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que Su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).

El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la "bienaventurada esperanza" (Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que "vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído" (2 Ts 1, 10).

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UNIDAD DIDÁCTICA XIMARÍA, MADRE DEL SEÑOR

1. MARÍA EN LA BIBLIA

ANTIGUO TESTAMENTO

Algunos libros del Antiguo Testamento “iluminan con signos proféticos la figura de la madre del Redentor”

Entre los signos proféticos, recogidos por el Concilio Vaticano II, del Antiguo Testamento podemos señalar los siguientes:

Maria aparece insinuada proféticamente como nueva Eva y como madre de los vivientes María es designada como la madre del Mesías.

Maria aparece proféticamente formado parte de los pobres de Yahvé del resto fin del pueblo elegido, portador de la esperanza mesiánica.

María aparece designada proféticamente como la nueva hija de Sion encarnación del nuevo pueblo mesiánico, donde se cumple la plenitud de los tiempos e inaugura la nueva economía de la salvación

NUEVO TESTAMENTO

El nuevo testamento describe el cumplimiento de las personas de Dios en la persona de Jesús y en la iglesia. En este contexto aparecen descritos diversos momentos de la vida la Virgen María que debe considerados, según el concilio Vaticano II, como expresión de la asociación de la Madre a la obra salvífica y a la persona de Jesús dicha asociación se manifiesta desde la concepción virginal de Cristo hasta su muerte.

Infancia de Jesús

Los capítulos I y II del evangelio de Mateo y Lucas descubren los acontecimientos relacionados con el nacimiento y la infancia de Jesús, en los que a María aparece en un lugar destacado. La figura de María que se nos descubre a lo largo de estos capítulos podemos sintetizarla:

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COMPETENCIAValora el papel de María en la historia de la salvación, describiendo su papel como corredentora.

DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA UNIDADLa unidad consta de los siguientes temas:

María en la Biblia María en la fe de la Iglesia María en el culto cristiano

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María signo de la presencia de la liberadora de Dios. María la llena de gracia María la pobre de Yahvé. María la mujer creyente

Vida Pública de Jesús:

Jesús dejó Nazareth dirigiéndose al Jordán para hacerse bautizar y luego predicar.

Otro pasaje interesante en la vida pública de Jesús son las bodas de Caná, donde se ve a María como mediadora eficaz entre los hombres y Jesús.

En Lucas hay una alabanza en boca de Jesús que confirma el pasaje anterior bien dichoso los que oyen la palabra de Dios y la guardan.

Pasión y Muerte de Jesús:

María estuvo en el calvario compartiendo en su corazón los dolores de la muerte de Jesús en los últimos momentos de su vida.

María al pie la cruz toma como custodia a la comunidad creyente, representada en el discípulo amado, en ese acto Jesús revela la maternidad de su madre al discípulo prototipo de los que le siguen a Jesús y la afiliación de los que le siguen.

Comunidad Apostólica:

Lucas describe de forma paralela la venida del Espíritu Santo sobre María y sobre la Iglesia. María por segunda vez es modelo de receptividad y se convierte en prototipo de la Iglesia en su relación con el Espíritu para interiorización de Cristo y de su nacimiento en el mundo.

La mujer vestida de sol, en el Apocalipsis, es ante todo un arquetipo de la Iglesia histórica contemporánea, acosada por los poderes del mundo.

Por tanto María, madre física de Jesús, es figura ejemplar del cristiano fiel, participe de los sufrimientos de Cristo en la cruz, testigo de su entronización a la derecha de Dios.

2. MARÍA EN LA FE DE LA IGLESIA

María es Madre de la Iglesia. Pero ¿cuándo fue proclamado?, ¿cuál es su significado?, ¿qué consecuencias tiene para la vida de la Iglesia y de los fieles?

PROCLAMACIÓN

El título de María, como Madre de la Iglesia, ha sido proclamado solemnemente el 21 de noviembre de 1964 por el Papa Pablo VI en los siguientes términos:

"...así, pues, para gloria de la Virgen y consuelo nuestro, Nos proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los Pastores, que la

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llaman Madre amorosa; y queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título".

SIGNIFICADO DOCTRINAL

El título de Madre de la Iglesia expresa una verdadera maternidad eclesial y es consecuencia del hecho mismo de la Encarnación. En efecto, si por la Encarnación se crea una unión vital entre Cristo y los fieles, por el mismo motivo se crea una unión vital entre María y la Iglesia. La razón radica en que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo; la Cabeza es Cristo y su cuerpo son los fieles, miembros de la Iglesia.

María, por ser Madre de Cristo-Cabeza, es también Madre de todo el Cuerpo, en virtud de que ese Cuerpo forma parte de una Persona Mística con el Cristo único, el Hijo de María.

CONSECUENCIAS PARA LA VIDA DE LA IGLESIA Y DE LOS FIELES

María es tipo y modelo de la Iglesia

María Santísima es ejemplo de fe íntegra, de sólida esperanza, de sincera caridad y de perfecta unión con Cristo. Es modelo porque vivió las virtudes de manera exquisita.

Dimensión mariana en la vida de los fieles

El cristiano, con conciencia filial, procura imitar la caridad materna con la que la Madre del Redentor cuida de los hermanos de su Hijo: con el testimonio del ejemplo, con su ardiente acción apostólica y con el culto especial que tributa a la Virgen.

En particular la mujer, al mirar a María, encuentra en Ella el secreto para vivir dignamente su feminidad y para llevar a cabo su verdadera promoción.

3. MARIA EN EL CULTO CRISTIANO

El culto a María es una forma del único culto dirigido a Dios: al amar y venerar a Maria, amamos y glorificamos a Dios en ella. Recibe un culto singular en la Iglesia porque ocupa un lugar en el plan de salvación de Dios.

La finalidad ultima del culto a la bienaventurada Virgen María es glorificar a Dios y empeñar a los cristianos en una vida absolutamente conforme a su voluntad (cf. MC. 39).

Por esta razón, la piedad mariana se traduce en la vida práctica de la fe tanto en una veneración existencial, es decir, un hacer propias las virtudes de la Virgen.

LA VENERACIÓN EXISTENCIAL

Las actividades fundamentales que María encarna son la fe y el cumplimiento en la voluntad de Dios. Estas dos actividades de María debe tomar forma concreta en cada lugar y en cada época; sin embargo, los seguidores de Jesús, es decir, en nuestra condición de bautizados tomamos a Maria como modelo de cómo acoger la palabra en el corazón y transforma la vida en fecundidad.

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LA VENERACIÓN CULTUAL

En el pasado de la Iglesia encontramos ciertas formas erróneas de culto mariano. Pablo VI en la “Marialis Cultus” propuso la orientación adecuada de veneración a la Virgen.

- La piedad mariana debe inspirarse en la Sagrada Escritura, estar en armonía con la liturgia, ser sensible al movimiento de unidad de las diversas Iglesias cristianas y manifestar sin ambigüedades la humanidad de María- El culto mariano debe tener presente la indisociable relación de la virgen con Jesucristo, la acción de la Trinidad en su misión de ser madre del Salvador y su condición de modelo de creyente para la iglesia.La piedad hacia la madre del Señor, modelo de aquel culto que hace de la propia vida una ofrenda a Dios, tiene una gran eficacia pastoral y constituye una fuerza veneradora de la vida cristiana.

El hombre contemporáneo, sometido a múltiples tentaciones, desconcentrado y dividido por la aparente oposición entre sus deseos y posibilidades y sus limitaciones, puede encontrar en la figura de la madre del Señor una respuesta adecuada: La profunda fe de María y el “sí” dado al plan de Dios, que es invitación a convertir la obediencia al Padre.

El culto Mariano se manifiesta en la confesión de fe maravillosamente expresada en la liturgia de la Iglesia como en las ricas y múltiples expresiones de la piedad popular.

En esta nueva época, marcada por la renovación litúrgica del Vaticano II, la Iglesia busca a través de una pastoral fiel a la tradición y abierta las exigencias de los tiempos actuales, la mutua fecundación entre litúrgica y religiosidad popular para cantar de forma adecuada las alabanzas de aquella a la que, según sus palabras proféticas llamaron bienaventurada todas las generaciones (cf Lc. 1,8)

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LECTURAS COMPLEMENTARIAS

UNIDAD I: RELIGIONES

BRAHAMANISMO Sistema religioso, moral y metafísico basado en la concepción panteísta de la divinidad, y cuya fuente son los libros sagrados de los indios, escritos en el período de 1500 a 400 A.C.: los cuatro Vedas, los poemas Ramayana y Mahabarata, así como los tratados filosóficos de las distintas escuelas que constituyen un cuerpo de doctrina que ha perdurado a través de la historia para contar todavía con más de 280 millones de fieles.

Con la concepción eminentemente poética de los orígenes y función del mundo y de la divinidad, el brahmanismo consagró dos principios fundamentales y característicos: la división en castas y la metempsicosis. Para problar la tierra, Brahma engendró cuatro hijos: Brahmán, con la boca; Chatria, con un brazo; Vaisia, con un muslo; y Sudra, con un pie, y cada uno de ellos dio origen a una de las cuatro castas en que se dividió el pueblo indio: los brahmanes, a quienes correspondía el ejercicio del sacerdocio, la justicia y la medicina, clase privilegiada por excelencia, de la que procedían también los poetas y sabios; los chatrias, guerreros y magistrados; los vaisias, comerciantes, artesanos y agricultores; y los sudras, cuya suprema aspiración no podía ser otra que la de entrar al servicio de un individuo de las tres casta superiores, y cuya condición social sólo difería de la esclavitud en que no podían ser empleados en menesteres impuros, no se consideraban propiedad ni mercancía, y disfrutaban del derecho de herencia. Al margen de las castas vivían los parias, restos quizás de un pueblo vencido, víctimas de la degradación y del desprecio, y considerados socialmente inferiores al animal.

No obstante esta división de castas, el brahmanismo - o brahamanismo - acepta un mejoramiento sucesivo del alma, que se efectúa mediante la metempsicosis, y que está determinada por el valor de las buenas obras realizadas. Así, el estado físico de las almas, en la reencarnación, es el resultado de la conducta moral anterior. "Toda palabra, acto de pensamiento o del cuerpo lleva un fruto bueno o malo", dice el Código de Manú.

El Brahmanismo proclama una moral de paz; la protección del nió, la mujer, el enfermo, el débil y el anciano; la obediencia, la castidad, la modestia y la templanza; los deberes de hospitalidad y la prohibición del aborto, el suicidio, el juego, la calumnia, el perjurio, la embriaguez y condena la violencia contra toda forma de vida, así como señala rigurosas penitencias para los pecados, manifestaciones de un fanatismo religioso en que el ascetismo y el éxtasis son formas atenuadas.

De su seno nació el Budismo, que significó en cierto modo una reacción frente a su rigidez dogmatica y, principalmente, frente a la casta sacerdotal como depositaria exclusiva de la religión y de la ciencia.

BUDISMODoctrina filosófica fundada por Buda en la India, cuyo problema básico consisten en suprimir la causa del dolor mediante la aniquilación del deseo. De las diversas sectas a que dio origen la filosofía veanta, la única que prosperó fue la preconizada por Buda, en el siglo V antes de J.C. Si bien muchas de las ideas principales del budismo fueron tomadas del brahmanismo, ambas religiones se diferencian en importantes aspectos del dogma y del culto. Los budistas creen que únicamente los hombres pueden alcanzar la divinidad gradualmente, que la materia es

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eterna y que Dios está en constante reposo, y rechazan la autoridad de los Vedas, y los Puranas, y la eficacia teológica de los sacrificios. En cambio, para los brahmanes, dios puede aparecer en forma de hombre o animal, y está permanentemente en acción; la materia ha sido creada, los libros sagrados son indiscutibles, y los sacrificios necesarios. Conciden las dos religiones en la aceptación del principio de la metempsicosis y en la exaltación de los preceptos morales que demuestran una concepción equivalente del bien y del mal.

Originariamente, el budismo no pretendió ser más que un método de vida, y su creador no se arrogó un origen sobrenatural ni exigió a sus discípulos culto alguno a su persona. Doscientos años después de la muerte del reformador, el budismo modificó su doctrina en este punto e impuso la veneración de Buda, con ritos formales y oraciones. Creía Buda que la vida es inseparable del dolor, pero mientras el brahmanismo aspiraba como meta de la felicidad a la desaparición de la vida personal mediante la identificación del espíritu impersonal, Brahma, para Buda el ideal supremo está en la extinción de todo deseo, en el nirvana, indiferencia ante la vida y la muerte, ante el dolor y el placer. Aunque afirmó la igualdad de todos los hombres antes Dios, no combatió la división en casta desde el punto de vista social y religioso, sino únicamente a la casta sacerdotal como maestra e intérprete de una ley contraria a la que él había adoptado. Por otra parte, en las instituciones monacales el budismo dio entrada a los miembros célibes de todas las castas, e incluso a las mujeres.

La moral búdica señala cinco prohibiciones: matar, robar, cometer adulterio, mentiar y embriagarse; establece diez pecados: asesinato, robo, fornicación, mentira, maledicencia, injuria, charlatanería, envidia, odio y error dogmático, y recomienda la práctica de seis virtudes trascendentales: la limosna, la moral perfecta, la paciencia, la energía, la bondad y la caridad o amor al prójimo. Menos rígido que el brahmanismo, ofreció a los adeptos tibios la posibilidad de disfrutar después de la muerte de inefables goces y delicias materiales, por lo cual encontró amplia acogida entre el pueblo humilde.

En el siglo IV de la era cristiana se convirtió en la religión oficial de China, luego pasó a Corea, desde donde la llevó al Japón, en el año 522, una embajada coreana. Se extendió al Tibet en 632, para imperar en todo el territorio a partir del siglo IX.

Desde el siglo XIII el lama, monje principal, fue elevado a la categoría de jefe espiritual y temporal. Tras una lucha de quince siglos, el brahmanismo logró expulsar al budismo de las zonas centrales de la India. Hoy profesan esa religión más de 155 millones de personas. Los escritos canónicos del budismo figuran en la triple Biblia, llamada Tipitaka, o Tripitaka, compuesta hacia el siglo primero antes de Cristo.

CONFUCIANISMOEn el año 422, es decir, cerca de mil años después de la muerte de Confucio, un emperador chino hizo construir un templo junto a la tumba del filósofo, y de este modo comenzó a desarrollarse un culto que se consolidó con nuevos homenajes oficiales y llegó hasta las masas populares para determinar el nacimiento de una secta religiosa con independencia de las doctrinas confucianas. Confucio se erige en símbolo del odio a extranjeros y cristianos, a pesar de que el filósofo claramente predicó que "los hombres de países extraños y lejanos deber ser acogidos con cortesía, y así recibirán los pueblos de las cuatro partes de la Tierra riquezas y bienes". En realidad, sobre los dogmas del confucianismo prevalece una orientación política que los emperadores tuvieron interés en arraigar, colocándola bajo la advocación de Confucio y prescindiendo de sus enseñanzas. El confucianismo como credo religioso admite una trinidad compuesta por el cielo, la tierra y el hombre, y el culto oficial comprende tres grados de sacrificios que se ofrecen a la divinidad, a Confucio, a los dioses de la tierra y al grano, a los espíritus de los hombres célebres, y a las nubes, la lluvia, los ríos, las montañas y los mares.

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HINDUÍSMOSin credo ni fundador, sin sistema moral escrito ni fecha de nacimiento segura, el Hinduísmo más que una religión es el sistema de vida indio desde hace varios milenios. Difícilmente se diferencia del brahamanismo y ambas creencias o filosofías cuentan en total con 350 millones de adherentes o practicantes. Exteriormente se le conoce por el sistema de castas a que ha dado origen, por sus vacas sagradas y por su politeísmo caótico. Los hinduístas creen en el Karma - los actos humanos determinan el futuro del alma - y en la reencarnación. No tienen culto religioso público ni días sagrados de descanso y sólo una vez al mes practican un acto-examen privado e íntimo. El hinduísmo asumea menudo características ascéticas y de mortificación de la carne, aunque también algunas sectas ponen énfasis en lo erótico. La salvación final se obtiene por la llegada del alma al Brahama, y esto se obtiene únicamente por la experiencia religiosa individual. Por su tolerancia con otras religiones ha sufrido influencias múltiples que lentamente introdujeron dogmas y costumbres extrañas, y determinaron la aparición de escuelas antagónicas o distintas: Nyaya, Vaisehika, Yoga, Mimannsa, Sankya, Vedante. Sus libros sagrados, los Vedas, consisten en colecciones de cánticos y ritos antiguos.

JUDAÍSMOReligión practicada por 13 millones de fieles. Fue fundada por Abraham 1500 años antes de Cristo, cuando hizo, según los judíos, un pacto con Dios, Jahvé, para llevar el mensaje bíblico al mundo. Esa alianza - que se recuerda con la circuncisión - exigió a los seguidores de Abraham un monoteísmo totalmente original dentro de la civilización idólatra en que vivían. Posteriormente Moisés recibió de Jahvé - o Jehová - , la Toráh o Ley que impuso las obligaciones al pueblo, pero al mismo tiempo, Dios las habría favorecido con milagros. La Alianza entre Dios y su pueblo se confirmó con el Decálogo. El objeto de más culto entre los judíos es el Arca de la Alianza, donde se guardan las tablas de la ley.

Cuando los judíos se establecieron en Canaán el monoteísmo se vio debilitado por la influencia de la idolatría que allí reinaba. Pero la situación más precaria la tuvo la religión hebraica cuando los reinos de Israel y Judá fueron destruidos: entonces el pueblo no entendió la lengua en que estaba escrita la ley y fue necesario hacer traducciones y largas pláticas de explicación. Por esta razón y por el cambio de costumbres, fue necesaria la creación de una segunda Ley o Misná o Repetición, que comúnmente se llama Talmud. Entonces surgió la primera división de los judíos: algunos, que reciben hasta hoy el nombre de caraítas siguieron obedeciendo la Toráh al pie de la letra. En el siglo XVIII apareció Moisés Mendelsohn, que predicó ideas nuevas que escandalizaron a los judíos de Europa. Y surgió una nueva división. Los rabinos ortodoxos consideraron herejes a estos reformistas y se instalaron en comunidades apartes. Los renovadores inaguraron su primera sinagoga (templo judío) en 1810. En ésta se abolío el hebreo en las oraciones y prédicas para reemplazarlo por la lengua del país. Es una rama importante del Judaísmo la que niega la existencia de un Mesías personal substituyéndolo por "la misión miseánica", de Israel. De los cultos y liturgias que habían impuesto el Talmud, sólo conservan la celebración del Sabbath - sábado - y la circuncisión. es decir, tratan de acentuar la idea monoteísta disminuyéndole la importancia al cumplimiento del Talmud.

En Israel existen rabinos ortodoxos,caraítas y renovadores que se reúnen separadamente con sus fieles en 6.000 sinagogas. Además subsiste la Comunidad Judía llamada samaritana en la ciudad de Jolón, cerca de Tel-Aviv, con unos 500 fieles. Es una secta antigua que reconoce sólo la Toráh y el Pentateuco (libro de Josué) como textos santos y dignos de obediencia.

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SHINTOÍSMOCerca de 67 millones de asiáticos - especialmente los japoneses - profesan esta creencia, que no es considerada exactamente como una religión, ya que cristianos y budistas aceptan la coexistencia en una misma persona del budismo o cristianismo con el shintoísmo. Su principio fundamental es el respeto y lealtad al Emperador de Japón y a los grandes antepasados imperiales y la reverencia a los espíritus o memoria de los grandes personajes del pasado histórico o familiar. Existe comunión con los muertos y deseo de agradarlos y complacerlos. Como mantiene muy unidos los vínculos del pasado con el presente, su símbolo es el "sakiki", árbol siempre verde, que nunca muere ni languidece. No utilizan imágenes ni sermones, carecen de congregaciones y rechazan el culto a la vida prenatal y a la eternidad después de la muerte. Aunque no hablan de pecado ni virtud, cultivan una exagerada limpieza corporal.

Desde la Segunda Guerra Mundial este culto a los antepasados y al Emperador, ha languidecido notablemente. Los ocupantes norteamericanos termianron con el apoyo económico y otros privilegios a sus santuarios, donde la efigie del Emperador recibía homenaje casi religioso. Desde el año 11 D.C., cuando el emperador Suinin lo estableció formalmente, el shintoísmo ha ejercido gran influencia política y bélica en Japón y toda Asia. Según una vieja leyenda el dios Takemikazuchi (Shintó), ganó la tierra para los japoneses en una lucha con un aborigen gracias al Sumo, método de lucha que hasta ahora tiene gran popularidad en los lugares en que se practica el shintoísmo. Paralelamente a esta creencia, los nipones son fieles al budismo desde los siglos VI y VII D.C., y actualmente una tercera parte de su población es cristiana.

ISLAMISMOConjunto de dogmas y preceptos religiosos y leyes para la vida civil, creado por Mahoma. Del Corán, libro escrito por él, y el Sunna (tradiciones posteriores), han nacido prácticamente todas las reglas de la vida política y social del mundo árabe. El Islamismo dejo de ser sólo una religión para convertirse casi en el símbolo de la civilización árabe. Se calcula que en la actualidad existen 450 milones de mahometanos o islámicos (es la segunda religión en el mundo en número de fieles), que forman el Gran Imperio espiritual del Islam.

Mahoma - en árabe, Mohammed - , nació en 570 en La Meca. Después de recibir la aparición del arcángel Gabriel se considera apóstol de Dios, encargado de difundir su doctrina y sucesor de los profetas anteriores: Adán, Noé, Abraham, Moisés y Jesús. Exalta la persona de Cristo y utilizó sus enseñanzas al extremo que muchos consideran el Islamismo como una herejía del Cristanismo. El Islam rechaza la Santísima Trinidad y el carácter divino de Jesús, aunque cree en la vida eterna, el Juicio Final y la resurrección de los muertos. Exige cuatro prácticas: la oración, el ayuno durante el mes de Ramadán, la limosna a los pobres y la peregrinación a La Meca. Para convertirse a esta religión basta decir, con fe y entendimiento, una sola vez en la vida, "No hay más Dios que Dios (Alah), y Mahommed es su profeta". El sucesor de Mahoma es el Califa o Delegado. Por problemas de esta sucesión los islámicos están divididos en tres grupos: sunnitas, shiitas y wahabis.

Religión formulada y propagada por Mahoma (hacia 517-632) y sus discípulos y sucesores. Tuvo origen en La Meca, Arabia, y los primeros proselitos fueron familiares del profeta. Luego extendió su influencia sobre las tribus hostiles a los koreishitas, guardianes del templo de la Kaaba y de su venerada piedra negra. Considerándole un peligro, los enemigos de las nuevas doctrinas resolvieron dar muerte a su creador y Mahoma tuvo que huir a Yathrib, denominada después Medina. A esa fuga se lle llama la Héjira (o Hégira) y la cronología musulmana comienza en ese año (622 D.C.). En Medina organizó Mahoma el culto y comenzó a escribir el

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Corán. Instituyó cinco oraciones diarias, el diezmo para los gastos del culto y el ayuno del Ramadán. Conquistó La Meca y estableció el culto de la nueva religión en la Kaaba, cuyos ídolos destruyó. Su influencia fue creciendo desde entonces en toda Arabia y llegó en campañas militares hasta Siria.

El Islam tiene el Corán como libro sagrado, que es a la vez código religioso y político revelado, según el texto coránico, por Dios a Mahoma por medio del ángel Gabriel. Pero la redacción definitiva de ese libro no se debe a Mahoma, sino a sus discípulos. Consta de 114 capítulos o suras, divididos en versículos, donde el profeta habla siempre en nombre de Dios. La concepción filosófica del universo que expone el Corán es parecida a la de las grandes concepciones semíticas, el judaísmo y el cristianismo que le precedieron. Mahoma no era filósofo, como los fundadores del brahmanismo y del budismo, y quiso una religión sencilla, al alcance de la mentalidad de su época. Propiamente no quería una religión nueva, sino continuar la tradición de los profetas bíblicos. Se lee en el Corán: "Dios ha establecido para vosotros una religión que recomendó a Noé; esta religión se te revela ¡oh, Mahoma! Es la que habíamos recomendado a Abraham, a Moisés, a Jesús, diciéndoles: Observad esta religión, no os dividáis en sectas". Fueron tomados de la Biblia muchos aspectos: la creación del mundo en seis días; Adán y su caída; las penas y las recompensas; el juicio final anunciado por las trompetas. Pero su Paraíso es extremadamente sensual: riachuelos cristalinos, arroyos de leche,de miel y de vino; frutos deliciosos, huríes vírgenes, etc. Predica la tolerancia para con los judíos y los cristianos. Y en cuanto al célebre fatalismo musulmán, el Corán no lo pone de manifiesto en mayor medida que cualquier otro código religioso. En resumen, el islamismo es religión monoteísta que encuentra su expresión en la frase: no hay más dios que Dios y Mahoma es su profeta.

El éxito que tuvo esta doctrina se debe en parte a su sencillez, pues está al alcance de todos los creyentes. Y trata de inculcar en sus adeptos los sentimientos de caridad y justicia y la práctica de la oración.

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UNIDAD II: CINCO VÍAS DE SANTO TOMAS

Explicación breve de las cinco vías para la demostración de la existencia de Dios según Santo Tomás.La existencia” de Dios no pertenece “necesariamente” a la fe. A esta verdad puede acceder el hombre mediante su razón. Esto no quita que también esta verdad esté revelada (la encontramos en la Sagrada Escritura).

Por este motivo, el Concilio Vaticano I (1869-1870), definió contra el fideísmo y el agnosticismo la posibilidad universal de conocer a Dios, por medio de la sola razón natural (de aquí que esta verdad sea enumerada entre los “preámbulos de la fe”). De todos modos, como no todos los hombres llegan a este conocimiento por su razón (a causa de la debilidad que ha dejado en nuestra inteligencia el pecado original) hay una “necesidad moral” de que esta verdad sea revelada por Dios, para que lleguen a la misma todos los hombres, prontamente y sin mezcla de error.

Las pruebas más tradicionales para demostrar la existencia de Dios son estas cinco vías expuestas de modo magistral por Santo Tomás de Aquino (“Suma Teológica”, Prima pars, cuestión 2, artículo 3). Son éstas pruebas propiamente metafísicas. Estas vías son cinco argumentos a posteriori (a partir de las cosas más conocidas por el hombre) que demuestran la existencia de Dios; así, por ejemplo:

PRIMERA VÍALa primera es la vía del movimiento: la realidad del cambio o del movimiento (en sentido aristotélico) exige necesariamente la existencia de un primer motor inmóvil, porque no es posible fundarse en una serie infinita de iniciadores del movimiento.

SEGUNDA VÍALa segunda es la vía de las causas eficientes: puesto que las causas eficientes forman una sucesión y nada es causa eficiente de sí mismo, hay que afirmar la existencia de una primera causa.

TERCERA VÍALa tercera es la vía de la contingencia y del ser necesario: como es un hecho que hay seres que existen y que podrían no existir, esto es, que son contingentes, es forzoso que exista un ser necesario, ya que, de otra forma, lo posible no sería más que posible.

CUARTA VÍALa cuarta es la vía de los grados de perfección: puesto que todas las cosas existen según grados (de bondad, verdad, etc.), debe también existir el ser que posee toda perfección en grado sumo, respecto del cual las demás se comparan y del cual participan.

QUINTA VÍALa quinta es la vía teleológica o del orden y la finalidad: existe un diseño o un fin en el mundo, por lo que ha de existir un ser inteligente que haya pretendido la finalidad que se observa en todo el universo.Existen otras vías a las que mejor corresponde llamar “argumentos complementarios”. Estas son:

1) La demostración por el consentimiento universal del género humano: todos los pueblos, cultos o bárbaros, en todas las zonas y en todos los tiempos, han admitido la existencia de un Ser supremo. Ahora bien, como es imposible que todos se hayan equivocado acerca de una verdad tan importante y tan contraria a las pasiones, debemos exclamar con la humanidad entera: ¡Creo en Dios!

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2) Por el deseo natural de la perfecta felicidad: consta con toda certeza que el corazón humano apetece la plena y perfecta felicidad con un deseo natural e innato; consta también con certeza que un deseo propiamente natural e innato no puede ser vano, o sea, no puede recaer sobre un objetivo o finalidad inexistente o de imposible adquisición; y consta, finalmente, que el corazón humano no puede encontrar su perfecta felicidad más que en la posesión de un Bien Infinito. Por tanto, existe el Bien Infinito al que llamamos Dios.3) Por la existencia de la ley moral: existe una ley moral, absoluta, universal, inmutable, que prescribe el bien, prohíbe el mal y domina en la conciencia de todos los hombres. Ahora bien, no puede haber ley sin legislador, como no puede haber efecto sin causa. Este legislador ha de ser, al igual que esa ley, absoluto, universal, inmutable, bueno y enemigo del mal. Esto es lo que denominamos Dios.4) Por la existencia de los milagros: el milagro es, por definición, un hecho sorprendente que es realizado a pesar de las leyes de la naturaleza, ya sea suspendiéndolas o anulándolas en un momento dado. Ahora bien, es evidente que sólo aquel que domine y tenga poder absoluto sobre estas leyes puede suspenderlas o anularlas a su arbitrio. Por tanto, existe un Ser supremo que tiene ese poder soberano.

Es evidente que no he hecho más que exponer el núcleo central de todos estos argumentos. Para entenderlos bien y ver su fuerza probativa, es necesario estudiarlos en profundidad y con los textos completos. Estos textos puede Usted encontrarlos en:

Santo Tomás, Suma Teológica, Primera parte, cuestión 2, artículo 3 (conviene leer también algún comentario; por ejemplo, R. Garrigou-Lagrange, “Dios, su existencia y su naturaleza”, Ed. Palabra, Madrid).

Santo Tomás, Suma Contra Gentiles, libro I, capítulo 13.

De modo resumido y muy claro para quien no tiene mucha formación filosófica puede encontrarlo en el libro clásico de Hillaire, “La religión demostrada” (Barcelona 1955; hay numerosas ediciones); o: Antonio Royo Marín, “Dios y su obra” (Ed. BAC, Madrid 1963).

Estos argumentos, sin embargo, sólo nos llevan a conocer la existencia de Dios. Pero la naturaleza misma de Dios, su misterio íntimo, sólo es alcanzado por revelación del mismo Dios. Jesucristo es el revelador del Padre, es decir, del misterio íntimo de la Santísima Trinidad. Y esto sólo se alcanza recibiendo la fe, la cual nos viene por medio de la Iglesia fundada por Cristo.

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UNIDAD III: SITUACIÓN DEL HOMBRE EN EL MUNDO DE HOY (GAUDIUM ET SPES)

ESPERANZAS Y TEMORESPara cumplir esta misión es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza. He aquí algunos rasgos fundamentales del mundo moderno.

El género humano se halla en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Los provoca el hombre con su inteligencia y su dinamismo creador; pero recaen luego sobre el hombre, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus modos de pensar y sobre su comportamiento para con las realidades y los hombres con quienes convive. Tan es así esto, que se puede ya hablar de una verdadera metamorfosis social y cultural, que redunda también en la vida religiosa.

Como ocurre en toda crisis de crecimiento, esta transformación trae consigo no leves dificultades. Así mientras el hombre amplía extraordinariamente su poder, no siempre consigue someterlo a su servicio. Quiere conocer con profundidad creciente su intimidad espiritual, y con frecuencia se siente más incierto que nunca de sí mismo. Descubre paulatinamente las leyes de la vida social, y duda sobre la orientación que a ésta se debe dar.

Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica. Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y la mutua interdependencia en ineludible solidaridad, se ve, sin embargo, gravísimamente dividido por la presencia de fuerzas contrapuestas. Persisten, en efecto, todavía agudas tensiones políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas, y ni siquiera falta el peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo. Se aumenta la comunicación de las ideas; sin embargo, aun las palabras definidoras de los conceptos más fundamentales revisten sentidos harto diversos en las distintas ideologías. Por último, se busca con insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance paralelamente el mejoramiento de los espíritus.

Afectados por tan compleja situación, muchos de nuestros contemporáneos difícilmente llegan a conocer los valores permanentes y a compaginarlos con exactitud al mismo tiempo con los nuevos descubrimientos. La inquietud los atormenta, y se preguntan, entre angustias y esperanzas, sobre la actual evolución del mundo. El curso de la historia presente en un desafío al hombre que le obliga a responder.

CAMBIOS PROFUNDOSLa turbación actual de los espíritus y la transformación de las condiciones de vida están vinculadas a una revolución global más amplia, que da creciente importancia, en la formación del pensamiento, a las ciencias matemáticas y naturales y a las que tratan del propio hombre; y, en el orden práctico, a la técnica y a las ciencias de ella derivadas. El espíritu científico modifica profundamente el ambiente

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cultural y las maneras de pensar. La técnica con sus avances está transformando la faz de la tierra e intenta ya la conquista de los espacios interplanetarios.

También sobre el tiempo aumenta su imperio la inteligencia humana, ya en cuanto al pasado, por el conocimiento de la historia; ya en cuanto al futuro, por la técnica prospectiva y la planificación. Los progresos de las ciencias biológicas, psicológicas y sociales permiten al hombre no sólo conocerse mejor, sino aun influir directamente sobre la vida de las sociedades por medio de métodos técnicos. Al mismo tiempo, la humanidad presta cada vez mayor atención a la previsión y ordenación de la expansión demográfica.

La propia historia está sometida a un proceso tal de aceleración, que apenas es posible al hombre seguirla. El género humano corre una misma suerte y no se diversifica ya en varias historias dispersas. La humanidad pasa así de una concepción más bien estática de la realidad a otra más dinámica y evolutiva, de donde surge un nuevo conjunto de problemas que exige nuevos análisis y nuevas síntesis.

CAMBIOS EN EL ORDEN SOCIALPor todo ello, son cada día más profundos los cambios que experimentan las comunidades locales tradicionales, como la familia patriarcal, el clan, la tribu, la aldea, otros diferentes grupos, y las mismas relaciones de la convivencia social.

El tipo de sociedad industrial se extiende paulatinamente, llevando a algunos países a una economía de opulencia y transformando profundamente concepciones y condiciones milenarias de la vida social. La civilización urbana tiende a un predominio análogo por el aumento de las ciudades y de su población y por la tendencia a la urbanización, que se extiende a las zonas rurales.

Nuevos y mejores medios de comunicación social contribuyen al conocimiento de los hechos y a difundir con rapidez y expansión máximas los modos de pensar y de sentir, provocando con ello muchas repercusiones simultáneas. Y no debe subestimarse el que tantos hombres, obligados a emigrar por varios motivos, cambien su manera de vida.

De esta manera, las relaciones humanas se multiplican sin cesar y el mismo tiempo la propia socialización crea nuevas relaciones, sin que ello promueva siempre, sin embargo, el adecuado proceso de maduración de la persona y las relaciones auténticamente personales (personalización).

Esta evolución se manifiesta sobre todo en las naciones que se benefician ya de los progresos económicos y técnicos; pero también actúa en los pueblos en vías de desarrollo, que aspiran a obtener para sí las ventajas de la industrialización y de la urbanización. Estos últimos, sobre todo los que poseen tradiciones más antiguas, sienten también la tendencia a un ejercicio más perfecto y personal de la libertad.

CAMBIOS PSICOLÓGICOS, MORALES Y RELIGIOSOSEl cambio de mentalidad y de estructuras somete con frecuencia a discusión las ideas recibidas. Esto se nota particularmente entre jóvenes, cuya impaciencia e incluso a veces angustia, les lleva a rebelarse. Conscientes de su propia función en la vida social, desean participar rápidamente en ella. Por lo cual no rara vez los padres y los educadores experimentan dificultades cada día mayores en el cumplimiento de sus tareas.

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Las instituciones, las leyes, las maneras de pensar y de sentir, heredadas del pasado, no siempre se adaptan bien al estado actual de cosas. De ahí una grave perturbación en el comportamiento y aun en las mismas normas reguladoras de éste.

Las nuevas condiciones ejercen influjo también sobre la vida religiosa. Por una parte, el espíritu crítico más agudizado la purifica de un concepto mágico del mundo y de residuos supersticiosos y exige cada vez más una adhesión verdaderamente personal y operante a la fe, lo cual hace que muchos alcancen un sentido más vivo de lo divino. Por otra parte, muchedumbres cada vez más numerosas se alejan prácticamente de la religión. La negación de Dios o de la religión no constituye, como en épocas pasadas, un hecho insólito e individual; hoy día, en efecto, se presenta no rara vez como exigencia del progreso científico y de un cierto humanismo nuevo. En muchas regiones esa negación se encuentra expresada no sólo en niveles filosóficos, sino que inspira ampliamente la literatura, el arte, la interpretación de las ciencias humanas y de la historia y la misma legislación civil. Es lo que explica la perturbación de muchos.

LOS DESEQUILIBRIOS DEL MUNDO MODERNOUna tan rápida mutación, realizada con frecuencia bajo el signo del desorden, y la misma conciencia agudizada de las antinomias existentes hoy en el mundo, engendran o aumentan contradicciones y desequilibrios.

Surgen muchas veces en el propio hombre el desequilibrio entre la inteligencia práctica moderna y una forma de conocimiento teórico que no llega a dominar y ordenar la suma de sus conocimientos en síntesis satisfactoria. Brota también el desequilibrio entre el afán por la eficacia práctica y las exigencias de la conciencia moral, y no pocas veces entre las condiciones de la vida colectiva y a las exigencias de un pensamiento personal y de la misma contemplación. Surge, finalmente, el desequilibrio entre la especialización profesional y la visión general de las cosas.

Aparecen discrepancias en la familia, debidas ya al peso de las condiciones demográficas, económicas y sociales, ya a los conflictos que surgen entre las generaciones que se van sucediendo, ya a las nuevas relaciones sociales entre los dos sexos.

Nacen también grandes discrepancias raciales y sociales de todo género. Discrepancias entre los paises ricos, los menos ricos y los pobres. Discrepancias, por último, entre las instituciones internacionales, nacidas de la aspiración de los pueblos a la paz, y las ambiciones puestas al servicio de la expansión de la propia ideología o los egoísmos colectivos existentes en las naciones y en otras entidades sociales.

Todo ello alimenta la mutua desconfianza y la hostilidad, los conflictos y las desgracias, de los que el hombre es, a la vez, causa y víctima.

ASPIRACIONES MÁS UNIVERSALES DE LA HUMANIDADEntre tanto, se afianza la convicción de que el género humano puede y debe no sólo perfeccionar su dominio sobre las cosas creadas, sino que le corresponde además establecer un orden político, económico y social que esté más al servicio del hombre y permita a cada uno y a cada grupo afirmar y cultivar su propia dignidad.

De aquí las instantes reivindicaciones económicas de muchísimos, que tienen viva conciencia de que la carencia de bienes que sufren se debe a la injusticia o a una no equitativa distribución. Las naciones en vía de desarrollo, como son las independizadas recientemente, desean participar en los bienes de la civilización moderna, no sólo en el plano político, sino también en el orden económico, y desempeñar libremente su función en el mundo. Sin embargo, está aumentando a diario la distancia que las separa

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de las naciones más ricas y la dependencia incluso económica que respecto de éstas padecen. Los pueblos hambrientos interpelan a los pueblos opulentos.

La mujer, allí donde todavía no lo ha logrado, reclama la igualdad de derecho y de hecho con el hombre. Los trabajadores y los agricultores no sólo quieren ganarse lo necesario para la vida, sino que quieren también desarrollar por medio del trabajo sus dotes personales y participar activamente en la ordenación de la vida económica, social, política y cultural. Por primera vez en la historia, todos los pueblos están convencidos de que los beneficios de la cultura pueden y deben extenderse realmente a todas las naciones.

Pero bajo todas estas reivindicaciones se oculta una aspiración más profunda y más universal: las personas y los grupos sociales están sedientos de una vida plena y de una vida libre, digna del hombre, poniendo a su servicio las inmensas posibilidades que les ofrece el mundo actual. Las naciones, por otra parte, se esfuerzan cada vez más por formar una comunidad universal.De esta forma, el mundo moderno aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio. El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado, y que pueden aplastarle o servirle. Por ello se interroga a sí mismo.

LOS INTERROGANTES MÁS PROFUNDOS DEL HOMBREEn realidad de verdad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad. Son muchísimos los que, tarados en su vida por el materialismo práctico, no quieren saber nada de la clara percepción de este dramático estado, o bien, oprimidos por la miseria, no tienen tiempo para ponerse a considerarlo. Otros esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la humanidad y abrigan el convencimiento de que el futuro del hombre sobre la tierra saciará plenamente todos sus deseos. Y no faltan, por otra parte, quienes, desesperando de poder dar a la vida un sentido exacto, alaban la insolencia de quienes piensan que la existencia carece de toda significación propia y se esfuerzan por darle un sentido puramente subjetivo. Sin embargo, ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?

Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse. Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro. Afirma además la Iglesia que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, quien existe ayer, hoy y para siempre. Bajo la luz de Cristo, imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, el Concilio habla a todos para esclarecer el misterio del hombre y para cooperar en el hallazgo de soluciones que respondan a los principales problemas de nuestra época.

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FORMAS Y RAÍCES DEL ATEÍSMOLa razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador. Muchos son, sin embargo, los que hoy día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan en forma explícita. Es este ateísmo uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo. Y debe ser examinado con toda atención.

La palabra "ateísmo" designa realidades muy diversas. Unos niegan a Dios expresamente. Otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios. Los hay que someten la cuestión teológica a un análisis metodológico tal, que reputa como inútil el propio planteamiento de la cuestión. Muchos, rebasando indebidamente los límites sobre esta base puramente científica o, por el contrario, rechazan sin excepción toda verdad absoluta. Hay quienes exaltan tanto al hombre, que dejan sin contenido la fe en Dios, ya que les interesa más, a lo que parece, la afirmación del hombre que la negación de Dios. Hay quienes imaginan un Dios por ellos rechazado, que nada tiene que ver con el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso. Además, el ateísmo nace a veces como violenta protesta contra la existencia del mal en el mundo o como adjudicación indebida del carácter absoluto a ciertos bienes humanos que son considerados prácticamente como sucedáneos de Dios. La misma civilización actual, no en sí misma, pero sí por su sobrecarga de apego a la tierra, puede dificultar en grado notable el acceso del hombre a Dios.

Quienes voluntariamente pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas, desoyen el dictamen de su conciencia y, por tanto, no carecen de culpa. Sin embargo, también los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad. Porque el ateísmo, considerado en su total integridad, no es un fenómeno originario, sino un fenómeno derivado de varias causas, entre las que se debe contar también la reacción crítica contra las religiones, y, ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religión cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión.

EL ATEÍSMO SISTEMÁTICOCon frecuencia, el ateísmo moderno reviste también la forma sistemática, la cual, dejando ahora otras causas, lleva el afán de autonomía humana hasta negar toda dependencia del hombre respecto de Dios. Los que profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia. Lo cual no puede conciliarse, según ellos, con el reconocimiento del Señor, autor y fin de todo, o por lo menos tal afirmación de Dios es completamente superflua. El sentido de poder que el progreso técnico actual da al hombre puede favorecer esta doctrina.

Entre las formas del ateísmo moderno debe mencionarse la que pone la liberación del hombre principalmente en su liberación económica y social. Pretende este ateísmo que la religión, por su propia naturaleza, es un obstáculo para esta liberación, porque, al orientar el espíritu humano hacia una vida futura ilusoria, apartaría al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad temporal. Por eso, cuando los defensores de esta doctrina logran alcanzar el dominio político del Estado, atacan violentamente a la

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religión, difundiendo el ateísmo, sobre todo en materia educativa, con el uso de todos los medios de presión que tiene a su alcance el poder público.

ACTITUD DE LA IGLESIA ANTE EL ATEÍSMOLa Iglesia, fiel a Dios y fiel a los hombres, no puede dejar de reprobar con dolor, pero con firmeza, como hasta ahora ha reprobado, esas perniciosas doctrinas y conductas, que son contrarias a la razón y a la experiencia humana universal y privan al hombre de su innata grandeza.

Quiere, sin embargo, conocer las causas de la negación de Dios que se esconden en la mente del hombre ateo. Consciente de la gravedad de los problemas planteados por el ateísmo y movida por el amor que siente a todos los hombres, la Iglesia juzga que los motivos del ateísmo deben ser objeto de serio y más profundo examen.

La Iglesia afirma que el reconocimiento de Dios no se opone en modo alguno a la dignidad humana, ya que esta dignidad tiene en el mismo Dios su fundamento y perfección. Es Dios creador el que constituye al hombre inteligente y libre en la sociedad. Y, sobre todo, el hombre es llamado, como hijo, a la unión con Dios y a la participación de su felicidad. Enseña además la Iglesia que la esperanza escatológica no merma la importancia de las tareas temporales, sino que más bien proporciona nuevos motivos de apoyo para su ejercicio. Cuando, por el contrario, faltan ese fundamento divino y esa esperanza de la vida eterna, la dignidad humana sufre lesiones gravísimas -es lo que hoy con frecuencia sucede-, y los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor, quedan sin solucionar, llevando no raramente al hombre a la desesperación.

Todo hombre resulta para sí mismo un problema no resuelto, percibido con cierta obscuridad. Nadie en ciertos momentos, sobre todo en los acontecimientos más importantes de la vida, puede huir del todo el interrogante referido. A este problema sólo Dios da respuesta plena y totalmente cierta; Dios, que llama al hombre a pensamientos más altos y a una búsqueda más humilde de la verdad.

El remedio del ateísmo hay que buscarlo en la exposición adecuada de la doctrina y en la integridad de vida de la Iglesia y de sus miembros. A la Iglesia toca hacer presentes y como visibles a Dios Padre y a su Hijo encarnado con la continua renovación y purificación propias bajo la guía del Espíritu Santo. Esto se logra principalmente con el testimonio de una fe viva y adulta, educada para poder percibir con lucidez las dificultades y poderlas vencer. Numerosos mártires dieron y dan preclaro testimonio de esta fe, la cual debe manifestar su fecundidad imbuyendo toda la vida, incluso la profana, de los creyentes, e impulsándolos a la justicia y al amor, sobre todo respecto del necesitado. Mucho contribuye, finalmente, a esta afirmación de la presencia de Dios el amor fraterno de los fieles, que con espíritu unánime colaboran en la fe del Evangelio y se alzan como signo de unidad.

La Iglesia, aunque rechaza en forma absoluta el ateísmo, reconoce sinceramente que todos los hombres, creyentes y no creyentes, deben colaborar en la edificación de este mundo, en el que viven en común. Esto no puede hacerse sin un prudente y sincero diálogo. Lamenta, pues, la Iglesia la discriminación entre creyentes y no creyentes que algunas autoridades políticas, negando los derechos fundamentales de la persona humana, establecen injustamente. Pide para los creyentes libertad activa para que puedan levantar en este mundo también un templo a Dios. E invita cortésmente a los ateos a que consideren sin prejuicios el Evangelio de Cristo.

La Iglesia sabe perfectamente que su mensaje está de acuerdo con los deseos más profundos del corazón humano cuando reivindica la dignidad de la vocación del hombre, devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de sus destinos más altos. Su mensaje, lejos de empequeñecer al hombre,

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difunde luz, vida y libertad para el progreso humano. Lo único que puede llenar el corazón del hombre es aquello que "nos hiciste, Señor, para tí, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en tí".UNIDAD IV: LAS ETAPAS DE LA REVELACIÓN

DESDE EL ORIGEN, DIOS SE DA A CONOCER

"Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio" (DV 3). Los invitó a una comunión íntima con él revistiéndolos de una gracia y de una justicia resplandecientes.

Esta revelación no fue interrumpida por el pecado de nuestros primeros padres. Dios, en efecto, "después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras" (DV 3).

Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte...Reiteraste, además, tu alianza a los hombres (MR, Plegaria eucarística IV,118).

LA ALIANZA CON NOÉ

Una vez rota la unidad del género humano por el pecado, Dios decide desde el comienzo salvar a la humanidad a través de una serie de etapas. La Alianza con Noé después del diluvio (cf. Gn 9,9) expresa el principio de la Economía divina con las "naciones", es decir con los hombres agrupados "según sus países, cada uno según su lengua, y según sus clanes" (Gn 10,5; cf. 10,20-31).

Este orden a la vez cósmico, social y religioso de la pluralidad de las naciones (cf. Hch 17,26-27), está destinado a limitar el orgullo de una humanidad caída que, unánime en su perversidad (cf. Sb 10,5), quisiera hacer por sí misma su unidad a la manera de Babel (cf. Gn 11,4-6). Pero, a causa del pecado (cf. Rom 1,18-25), el politeísmo así como la idolatría de la nación y de su jefe son una amenaza constante de vuelta al paganismo para esta economía aún no definitiva.

La alianza con Noé permanece en vigor mientras dura el tiempo de las naciones (cf. Lc 21,24), hasta la proclamación universal del evangelio. La Biblia venera algunas grandes figuras de las "naciones", como "Abel el justo", el rey-sacerdote Melquisedec (cf. Gn 14,18), figura de Cristo (cf. Hb 7,3), o los justos "Noé, Daniel y Job" (Ez 14,14). De esta manera, la Escritura expresa qué altura de santidad pueden alcanzar los que viven según la alianza de Noé en la espera de que Cristo "reúna en uno a todos los hijos de Dios dispersos" (Jn 11,52).

DIOS ELIGE A ABRAHAM

Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abraham llamándolo "fuera de su tierra, de su patria y de su casa" (Gn 12,1), para hacer de él "Abraham", es decir, "el padre de una multitud de naciones" (Gn 17,5): "En ti serán benditas todas las naciones de la tierra" (Gn 12,3 LXX; cf. Ga 3,8).

El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección (cf. Rom 11,28), llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de

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loa Iglesia (cf. Jn 11,52; 10,16); ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos creyentes (cf. Rom 11,17-18.24).

Los patriarcas, los profetas y otros personajes del Antiguo Testamento han sido y serán siempre venerados como santos en todas las tradiciones litúrgicas de la Iglesia.

DIOS FORMA A SU PUEBLO ISRAEL

Después de la etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su pueblo salvándolo de la esclavitud de Egipto. Estableció con él la alianza del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley, para que lo reconociese y le sirviera como al único Dios vivo y verdadero, Padre providente y juez justo, y para que esperase al Salvador prometido (cf. DV 3).

Israel es el pueblo sacerdotal de Dios (cf. Ex 19,6), el que "lleva el Nombre del Señor" (Dt 28,10). Es el pueblo de aquellos "a quienes Dios habló primero" (MR, Viernes Santo 13: oración universal VI), el pueblo de los "hermanos mayores" en la fe de Abraham.

Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la espera de una Alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres (cf. Is 2,2-4), y que será grabada en los corazones (cf. Jr 31,31-34; Hb 10,16). Los profetas anuncian una redención radical del pueblo de Dios, la purificación de todas sus infidelidades (cf. Ez 36), una salvación que incluirá a todas las naciones (cf. Is 49,5-6; 53,11). Serán sobre todo los pobres y los humildes del Señor (cf. So 2,3) quienes mantendrán esta esperanza. Las mujeres santas como Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit y Ester conservaron viva la esperanza de la salvación de Israel. De ellas la figura más pura es María (cf. Lc 1,38).

CRISTO JESÚS, «MEDIADOR Y PLENITUD DE TODA LA REVELACIÓN»(DV 2)

Dios ha dicho todo en su Verbo

"De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo" (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En El lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. S. Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb 1,1-2:

Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (San Juan de la Cruz, Subida al monte Carmelo 2,22,3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11 (Burgos 1929), p. 184.).

NO HABRÁ OTRA REVELACIÓN

"La economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (DV 4). Sin embargo,

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aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos.

A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas "privadas", algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia.

La fe cristiana no puede aceptar "revelaciones" que pretenden superar o corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas Religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes "revelaciones".

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UNIDAD V: LA TRANSMISION DE LA REVELACIÓN DIVINA

Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" ( 1 Tim 2,4), es decir, al conocimiento de Cristo Jesús (cf. Jn 14,6). Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todos los hombres y que así la Revelación llegue hasta los confines del mundo:

Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades (DV 7).

LA TRADICIÓN APOSTÓLICA

"Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que el mismo cumplió y promulgó con su boca" (DV 7).

La predicación apostólica...

La transmisión del evangelio, según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras:

oralmente: "los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó";

por escrito: "los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo" (DV 7).

continuada en la sucesión apostólica

"Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, `dejándoles su cargo en el magisterio'" (DV 7). En efecto, "la predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos" (DV 8).

Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo es llamada la Tradición en cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, "la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree" (DV 8). "Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a loa práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora" (DV 8).

Así, la comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: "Dios, que habló en otros tiempos, sigue conservando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo" (DV 8).

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LA RELACION ENTRE LA TRADICION Y LA SAGRADA ESCRITURA

Una fuente común...

La Tradición y la Sagrada Escritura "están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin" (DV 9). Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos "para siempre hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

Dos modos distintos de transmisión

"La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo"."La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación"

De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación "no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción" (DV 9).

Tradición apostólica y tradiciones eclesiales

La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que estos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición viva.

Es preciso distinguir de ella las "tradiciones" teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquellas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia.

INSPIRACION Y VERDAD DE LA SAGRADA ESCRITURA

Dios es el autor de la Sagrada Escritura. "Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo".

"La santa Madre Iglesia, fiel a la base de los apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia" (DV 11).

Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros sagrados. "En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería" (DV 11).

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Los libros inspirados enseñan la verdad. "Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra" (DV 11).

Sin embargo, la fe cristiana no es una "religión del Libro". El cristianismo es la religión de la "Palabra" de Dios, "no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo" (S. Bernardo, hom. miss. 4,11). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (cf. Lc 24,45).

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UNIDAD VI: TESTIMONIO DE CONVERSIÓN

“Soy hijo de una familia normal, burguesa, de Madrid. Mi padre era abogado, Una familia acomodada. Soy primogénito de cuatro hermanos. Mis padres eran católicos. Después de haber terminado el colegio, al ir a la universidad, entré en crisis con mi familia y conmigo mismo, sobre todo por el ambiente en la facultad de Bellas Artes de Madrid, que era completamente ateo, marxista. En seguida me di cuenta de que la formación que yo había recibido, tanto en la familia como en el colegio, no me servía de nada para responder a los problemas que tenía de todo tipo (afectivos, psicológicos, de identidad). Me preguntaba: ¿quién soy yo?, ¿por qué existe la injusticia en el mundo?, ¿por qué las guerras?, etc..."

“Dios permitió que yo hiciese una experiencia de ateísmo, o, si queréis, una kenosis, un profundo descenso al infierno de mi existencia, una existencia sin Dios. Dios ha permitido que yo cortase todos los lazos con la trascendencia. Me escandalizaba profundamente de la indiferencia de mucha gente. Todas las personas a mi alrededor eran personas que iban a misa, pero en definitiva su vida no era profundamente cristiana... Desde mi familia, en la que mi madre iba a misa todos los días, o mi padre era católico. Pero el dios de mi casa era el dinero. La mayoría de las conversaciones en mi casa eran sobre el dinero.”

"Recuerdo que entonces iba a misa el domingo y, con quince años, algunos amigos, estando la iglesia llena, nos quedábamos al fondo —era antes del Concilio— y aguantábamos allí de pie..., íbamos a aquella misa porque no se predicaba, era más breve..., se oía una campanilla y nos poníamos de rodillas, nos levantábamos y esperábamos a que terminase para poder largarnos."

"Yo me daba cuenta de que aquella no era una manera de practicar. Una cosa tenía clara: no podía engañarme a mí mismo. No podía ser un cretino, un estúpido: o creía seriamente en Dios o, si no creía, era mejor dejarlo... y así es como lo dejé todo."

EL CIELO CERRADO

"Entonces intenté ser coherente con un tipo de existencialismo: con el absurdo total de la existencia humana. Y comencé a sufrir mucho porque ante mí todo el mundo se convertía en ceniza: se convertía en ceniza mi existencia, se convertía en ceniza todo. No tenía interés por nada, ni siquiera por pintar. Y tuve la fortuna, o si queréis la desgracia, de ganar un Premio Nacional de pintura muy importante en España. Entonces salí en televisión, en los periódicos, me había abierto camino profesionalmente, y esto ya fue la "última gota", porque veía que aquello no daba ningún sentido a mi vida."

"Había muerto interiormente y sabía que mi fin seguramente sería el suicidio, antes o después. Y, de hecho, estaba literalmente sorprendido de que la gente fuese capaz de vivir cuando yo no era capaz de vivir. La gente se ilusionaba por el fútbol, por el cine... A mí no me decían nada. El fútbol no me gustaba, y el cine me parecía estúpido. Vivir cada día significaba todo un sufrimiento. Cada día lo mismo: ¡para qué levantarme?, ¿quién soy yo?, ¿para qué ganar dinero?, ¿para qué casarme? Y así todo ante mí carecía de sentido... Recuerdo que sentía como si el cielo estuviese hecho de cemento, y yo me encontrase bajo una gran cloaca. Tenía esa imagen... El cielo, totalmente cerrado ante mí..."

¿POR QUÉ VIVES?

"Preguntaba a la gente a mi alrededor: "Perdona un momento, ¿tú sabes por qué vives?", y no sabían ni por qué ni para qué vivían, pero vivían... Tal vez tenía que ser así, simplemente, vivir: uno se levanta, va a

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clase, come, después se va al cine o llama a un amigo... ¡Benditos los que son capaces de vivir así! Yo no lo era. Me refugiaba, escapaba de mí mismo. Se abría un gran abismo dentro de mí. ¡Abismo que en el fondo era una llamada profunda de Dios, que me estaba llamando desde el fondo de mí mismo!

"Entonces me ayudó mucho —por eso leer es siempre bueno— un filósofo que se llama Bergson. Bergson es el filósofo de la intuición. Dice que la intuición es un método de conocimiento superior a la razón”.

"Me di cuenta de que para negar que todo tenía un sentido, para negar que Dios existe, se necesitaba tanta fe como para creer que existía. Y yo había dado el paso de aceptar que Dios no existía. Pero era una acción racionalista que chocaba con algo dentro de mí. Y entonces me dije: "Mira que la razón no lo es todo, que en el hombre también está la intuición". Entonces con la intuición llegaba a reconocer que todo tenía un sentido, que existía Dios, que Él sabía por qué existo yo. Pero no sabía como encontrarlo

¿LA BIBLIA, LA FE, PARA QUÉ OS SIRVE?"Luego leía el Evangelio que dice: no oponer resistencia al malvado..., si alguno te abofetea en la mejilla derecha..., si alguno te roba... Recuerdo que una vez mi padre se enfadó y le dije: "Mira lo que dice aquí. Tú eres católico ¿no?" Y él me dijo que eso eran cosas de los santos, de San Francisco, y no sé de quién... Entonces le contesté: "Este libro, la Biblia, lo puedes tirar por la ventana porque he entendido que no tiene ninguna relación con la realidad. Me niegas que esto se pueda vivir, que las cosas son como son..., que la vida es otra cosa: estudiar, ganar dinero, vencer... Entonces, ¿la Biblia, la fe, para qué os sirve...?"

¡AYÚDAME!

"Entré entonces en mi cuarto, y me puse a gritar a este Dios que no lo conocía. Le gritaba: ¡Ayúdame! ¡No sé quién eres! Y en aquel momento el Señor tuvo piedad de mí, pues tuve una experiencia profunda de encuentro con el Señor que me sobrecogió. Recuerdo que lloraba amargamente, me caían las lágrimas, lágrimas a ríos. Sorprendido me preguntaba: ¿por qué lloro? Me sentía como agraciado, como uno a quien delante de la muerte, cuando le van a disparar, le dijesen: "Quedas libre, gratuitamente quedas libre" y entonces aún no se lo cree y llora por la sorpresa de que le han liberado. Esto fue para mí pasar de la muerte a ver que Cristo estaba dentro de mí y que alguien dentro de mí me ha dicho que Dios existe."

¿Qué era lo que me había pasado? Fue un toque, un testimonio profundo que me decía no solo que Dios existe, sino que Cristo es Dios.

"Comencé una verdadera búsqueda del Señor. Iba a la iglesia y decía a los demás: "Ayudadme a hacerme cristiano!".

DEL ARTE A LOS POBRES

"Después, mi pintura cambió. Comencé a pintar arte religioso. Algunos conocéis mis iconos. Al poco tiempo fundamos un grupo de artistas, un movimiento de renovación del arte sagrado para hacer las iglesias más hermosas. Arquitectos, escultores y pintores nos pusimos a reconstruir la Iglesia, un poco como empezó San Francisco. Pero en un cierto momento me di cuenta de que no servía nada reconstruir la iglesia exteriormente cuando tanta gente como yo me había encontrado, en una terrible situación".

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"El Señor me permitió encontrar a una persona que sufría. Entonces lo dejé todo y a todos. También mi prometedora carrera de pintor. Me fui a vivir a las chabolas. En Charles de Foucauld encontré la fórmula para vivir: una imagen de San Francisco, una Biblia —que sigo llevando conmigo porque la leo todos los días— y una guitarra. Entre las chabolas hechas con cartones, muy parecidas a las del Brasil, encontré una barraca que servía para los perros vagabundos y me metí allí. Hacía un frío terrible y venían todos los perros vagabundos a darme calor. Era algo gracioso estar allí con los perros, que de repente se encontraron con un nuevo huésped en su perrera que era yo."

¿Pero qué hacía allí y en esas condiciones? Dios me quería en las chabolas para empezar un camino de conversión para muchísima gente.

Allí en las chabolas ocurrió un milagro. Mis vecinos, la mayoría gitanos, me preguntaban quién era yo. Tenía barba, hablaba de forma distinta a la de ellos, pero hacía la misma vida: pedía limosna, trabajaba ocasionalmente como obrero... Entonces ellos me preguntaban, pero yo no quería hablarles. Pero el Señor empezó a llevarme, en primer lugar, a dos chicos perseguidos por la policía por vender droga, y después a un indigente borracho. Al poco tiempo éramos un grupo de diecisiete personas en mi chabola de tres metros cuadrados. Lleno total. Allí me encontré con la sorpresa de que tenía que hablarles, darles una razón de mi fe. Tomaba la guitarra, cantábamos, abría la Escritura y decía: "¡Señor, ayúdame. Yo no sé predicar, no sé hablar!", del profeta Ezequiel. He visto que el Señor me daba un significado a la Palabra para poder amarles a ellos, por amor a estos pobres que traían las manos llenas de pecados. Uno había estado siete veces en la cárcel, otra era un vieja fea y prostituta. Había ladrones, vagabundos que recogían cartones por la calle y los vendían, gitanos que andaban vagabundos. Tuve muchos problemas y conflictos. Intentaron matarme dos veces... Una historia que es mejor no contar."

LA LEY DEL TALIÓN

"Un día el jefe de un clan de gitanos, que estaba en lucha con otro clan, y que venía mucho a verme para pedirme la guitarra, me preguntó qué decía la Biblia sobre los enemigos. Me contó que, tras un enfrentamiento entre los dos clanes, él había golpeado a la madre del jefe de otro en la cabeza, y que le tuvieron que dar quince puntos. Como entre ellos rige la "ley del Talión", pasados dos años había llegado el otro con deseos de venganza. Como en ese período la relación entre los dos clanes estaba en calma, decidieron ambos jefes encontrarse solos, y pelearse a bastonazos, hasta hacerse sangrar. Mi joven amigo estaba muy preocupado. Yo abrí la Escritura y le leí el Sermón de la Montaña, donde se invita a no poner resistencia al mal. "¿Entonces, debo dejar que me mate a bastonazos?" Le di el otro único libro que yo llevaba conmigo: "Las Florecillas de San Francisco". Lo leía y venía todas las tardes a comentármelo. Hemos rezado juntos para buscar una salida, para que pudiese salvar la vida sin necesidad de matar al otro. La única solución era ir sin el bastón en son de paz. El día de la lucha, se presentaron antes a mí con el bastón. Al final lo convencí y fue sin él. Yo me puse de rodillas a rezar el rosario para que la Virgen María salvase la vida de aquel chico. El tiempo pasaba. Las dos, las tres de la madrugada. Pensé que habría muerto, cuando le vi llegar. Al verlo sin el bastón, su adversario decidió resolver la disputa económicamente. Se llama José Agudo. Ahora está en el Camino, y tiene trece hijos".

¡RESUCITÓ!

"Un día José me llevó a hablar a su ´tribu´. Fue en una cueva enorme llena de gitanos. Me dijo: "Háblales", y no sabía qué decir. Así que empecé por el principio, y me puse a hablarles de Adán y Eva, cuando de repente la madre de José Agudo se levantó: "Yo sé que en el cielo hay una mano potente, que es Dios. ¿Pero lo de la otra vida, lo del infierno, todas esas cosas de los curas? ¡Yo lo único que sé es que

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mi padre murió y no ha vuelto a casa! ¡Cuando yo vea a un muerto volver del cementerio creeré!". Se levantaron todos y se fueron. y yo me quedé allí, bloqueado, atontado, sin saber qué hacer. Aquella mujer, sin embargo, sin quererlo, me había dado la clave, porque me había dicho que estaba dispuesta a escucharme cuando yo hubiese encontrado un hombre que hubiese salido del cementerio. Y efectivamente, buscando en la predicación primitiva y en los Hechos de los Apóstoles, se encuentra el testimonio de un pagano de nombre Festo: "Hay un prisionero que habla de un muerto, que él dice que ha muerto, pero que vive, que ha vuelto de la muerte, ¡que ha vencido a la muerte!" De toda la predicación de San Pablo, Festo recordaba sólo esto.

"Cada vez que me he sentido desalentado, he sentido una voz dentro de mí que me decía. "¡Coraje, Kiko, ánimo, que te quiero!" "¿De verdad que me quieres?" "En serio, ¡te quiero mucho, muchísimo!" Cristo me ha prometido: "Kiko, ¡tú no morirás!" ¡Un bautizado que viva coherentemente la fe ya ha resucitado con Cristo en el bautismo y forma parte del cuerpo de Cristo resucitado! Aquella gitana que me decía: "¿Cuándo has visto tú un hombre venir del cementerio?" Yo ahora le puedo contestar: "Yo he visto a este hombre que ha salido de la tumba y ha venido a decirme: ¡La paz esté con vosotros, yo he vencido al mundo!"

Kiko Argüello.

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UNIDAD VII: LA REVELACIÓN DE DIOS COMO TRINIDAD

EL PADRE REVELADO POR EL HIJO

La invocación de Dios como "Padre" es conocida en muchas religiones. La divinidad es con frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los hombres". En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32,6; Ml 2,10). Pues aún más, es Padre en razón de la alianza y del don de la Ley a Israel, su "primogénito" (Ex 4,22). Es llamado también Padre del rey de Israel (cf. 2 S 7,14). Es muy especialmente "el Padre de los pobres", del huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa (cf. Sal 68,6).

Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is 66,13; Sal 131,2) que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27,10), aunque sea su origen y medida (cf. Ef 3,14; Is 49,15): Nadie es padre como lo es Dios.

Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, el cual eternamente es Hijo sólo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).

Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del Dios invisible" (Col 1,15), como "el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia" Hb 1,3).

Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer concilio ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial" al Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo concilio ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo Unico de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre" (DS 150).

EL PADRE Y EL HIJO REVELADOS POR EL ESPÍRITU

Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito" (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn 1,2) y "por los profetas" (Credo de Nicea-Constantinopla), estará ahora junto a los discípul os y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos "hasta la verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.

El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve

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junto al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14). El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en plenitud el misterio de la Santa Trinidad.

La fe apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo Concilio ecuménico en el año 381 en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre" (DS 150). La Iglesia reconoce así al Padre como "la fuente y el origen de toda la divinidad" (Cc. de Toledo VI, año 638: DS 490). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: "El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la misma naturaleza: Por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el espíritu del Padre y del Hijo" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 527). El Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa: "Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria" (DS 150). La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu "procede del Padre y del Hijo (filioque)". El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: "El Espíritu Santo tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración...Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente" (DS 1300-1301).

La afirmación del filioque no figuraba en el símbolo confesado el año 381 en Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y alejandrina, el Papa S. León la había ya confesado dogmáticamente el año 447 (cf. DS 284) antes incluso que Roma conociese y recibiese el año 451, en el concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina (entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo de Nicea-Constantinopla por la liturgia latina constituye, todavía hoy, un motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.

La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu como "salido del Padre" (Jn 15,26), esa tradición afirma que este procede del Padre por el Hijo (cf. AG 2). La tradición occidental expresa en primer lugar la comunión consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice "de manera legítima y razonable" (Cc. de Florencia, 1439: DS 1302), porque el orden eterno de las personas divinas en su comunión consubstancial implica que el Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que "principio sin principio" (DS 1331), pero también que, en cuanto Padre del Hijo Unico, sea con él "el único principio de que procede el Espíritu Santo" (Cc. de Lyon II, 1274: DS 850). Esta legítima complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado.

LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN LA DOCTRINA DE LA FE

La formación del dogma trinitario

La verdad revelada de la Santa Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo. Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas formulaciones se encuentran ya en los escritos apostólicos, como este saludo recogido en la liturgia eucarística: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2 Co 13,13; cf. 1 Cor 12,4-6; Ef 4,4-6).

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Durante los primeros siglos, la Iglesia formula más explícitamente su fe trinitaria tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores que la deformaban. Esta fue la obra de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo cristiano.

Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico: "substancia", "persona" o "hipóstasis", "relación", etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos destinados también a significar en adelante un Misterio inefable, "infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana" (Pablo VI, SPF 2).

La Iglesia utiliza el término "substancia" (traducido a veces también por "esencia" o por "naturaleza") para designar el ser divino en su unidad; el término "persona" o "hipóstasis" para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su distinción real entre sí; el término "relación" para designar el hecho de que su distinción reside en la referencia de cada uno a los otros.

El dogma de la Santísima Trinidad

La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad consubstancial" (Cc. Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Cc. de Letrán IV, año 1215: DS 804).

Las personas divinas son realmente distintas entre sí. "Dios es único pero no solitario" (Fides Damasi: DS 71). "Padre", "Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Cc. Letrán IV, año 1215: DS 804). La Unidad divina es Trina.

Las personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto, "todo es uno (en ellos) donde no existe oposición de relación" (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Cc. de Florencia 1442: DS 1331).

A los catecúmenos de Constantinopla, S. Gregorio Nacianceno, llamado también "el Teólogo", confía este resumen de la fe trinitaria:

Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una

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manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje...Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero...Dios los Tres considerados en conjunto...No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo (0r. 40,41: PG 36,417).

LAS OBRAS DIVINAS Y LAS MISIONES TRINITARIAS

"¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad esencial!" (LH, himno de vísperas) Dios es eterna beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal es el "designio benevolente" (Ef 1,9) que concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado, "predestinándonos a la adopción filial en él" (Ef 1,4-5), es decir, "a reproducir la imagen de su Hijo" (Rom 8,29) gracias al "Espíritu de adopción filial" (Rom 8,15). Este designio es una "gracia dada antes de todos los siglos" (2 Tm 1,9-10), nacido inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda la historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. AG 2-9).

Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación (cf. Cc. de Constantinopla, año 553: DS 421). "El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio" (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6): "uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas (Cc. de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas divinas.

Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la propiedad de las personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6,44) y el Espíritu lo mueve (cf. Rom 8,14).El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama -dice el Señor- guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).

Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora (Oración de la Beata Isabel de la Trinidad)

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UNIDAD VIII: EL CONCILIO DE NICEA Y LA DIVINIDAD DE JESUCRISTO

EL CONCILIO DE NICEA

Después de su victoria contra contra Licinus, el emperador de oriente, en septiembre de 324 d.C. Constantino dueño absoluto del Imperio Romano, se esforzó en arreglar los litigios entre los diferentes obispos de oriente, como ya hizo en occidente por causa del donatismo convocando los sínodos de Roma en el 311 y el de Arlés en el 314. Así convocó a los diferentes obispos a un sínodo comparable en todo a los comitia(comicios) de las órdenes civiles del Imperio. Este concilio fue convocado primeramente en Ancyra y después, por razones de comodidad el propio emperador, en Nicea, donde en sus inmediaciones más próximas se encontraba la residencia imperial de Nicomedia.

Vemos que el emperador, tras haber logrado la unificación y uniformidad total del imperio bajo su persona, trataba de hacer lo mismo con el cristianismo, a imagen del propio imperio. Este concilio no fue convocado por la iglesia o uno de sus obispos, sino por un emperador sobre el que aún hoy recaen serias dudas entorno a lo genuino de su fe cristiana, puesto que era un adorador del Solis Invictus (Sol Invicto). La pretensión posterior del obispado de Roma de ejercer una primacía jerárquica sobre el resto de la cristiandad tiene mucho que ver con este deseo de uniformidad imperial.

Por deseo del emperador romano Constantino, el concilio se reunió en la ciudad de Nicea, en el Asía Menor y cerca de Constantinopla, en el año 325 el 20 de mayo, la mañana de las fiestas de conmemoración de su victoria sobre su rival Licinio. Es esta asamblea la que la posteridad conoce como el Primer Concilio Ecuménico, es decir, universal.

El número exacto de los obispos que asistieron al concilio nos es desconocido, pero al parecer fueron unos trescientos. Para comprender la importancia de lo que estaba aconteciendo, recordemos que varios de los presentes habían sufrido cárcel, tortura o exilio poco antes, y que algunos llevaban en sus cuerpos las marcas físicas de su fidelidad. Y ahora, pocos años después de aquellos días de pruebas, todos estos obispos eran invitados a reunirse en la ciudad de Nicea, y el emperador cubría todos sus gastos. Muchos de los presentes se conocían de oídas o por correspondencia. Pero ahora, por primera vez en la historia de la iglesia, podían tener una visión física de la universalidad de su fe. En su Vida de Constantino Eusebio de Cesarea nos describe la escena:

"Allí se reunieron los más distinguidos ministros de Dios, de Europa, Libia [es decir, África y Asia. Una sola casa de oración, como si hubiera sido ampliada por obra de Dios, cobijaba a sirios y cilicios, fenicios y árabes, delegados de la Palestina y del Egipto, tebanos y libios, junto a los que venían de la región de Mesopotamia. Había también un obispo persa, y tampoco faltaba un escita en la asamblea. El Ponto, Galacia, Panfilia, Capadocia, Asia y Frigia enviaron a sus obispos más distinguidos, junto a los que vivían en las zonas más recónditas de Tracia, Macedonia, Acaya y el Epiro. Hasta de la misma Espafía, uno de gran fama [Osio de Córdoba] se sentó como miembro de la gran asamblea. El obispo de la ciudad imperial [ Roma] no pudo asistir debido a su avanzada edad, pero sus presbíteros lo representaron. Constantino es el primer príncipe de todas las edades en haber juntado semejante guirnalda mediante el vínculo de la paz, y habérsela presentado a su Salvador como ofrenda de gratitud por las victorias que había logrado sobre todos sus enemigos"

En este ambiente de euforia, los obispos se dedicaron a discutir las muchas cuestiones legislativas que era necesario resolver una vez terminada la persecución. La asamblea aprobó una serie de reglas para la

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readmisión de los caídos, acerca del modo en que los presbíteros y obispos debían ser elegidos y ordenados, y sobre el orden de precedencia entre las diversas sedes.Pero la cuestión más escabrosa que el Concilio de Nicea tenía que discutir era la controversia arriana. En lo referente a este asunto, había en el concilio varias tendencias.

En primer lugar, había un pequeño grupo de arrianos convencidos, capitaneados por Eusebio de Nicomedia -personaje importantísimo en toda esta controversia, que no ha de confundirse con Eusebio de Cesarea. Puesto que Arrio no era obispo, no tenía derecho a participar en las deliberaciones del concilio. En todo caso, Eusebio y los suyos estaban convencidos de que su posición era correcta, y que tan pronto como la asamblea escuchase su punto de vista, expuesto con toda claridad, reivindicaría a Arrio y reprendería a Alejandro por haberle condenado.

En segundo lugar, había un pequeño grupo que estaba convencido de que las doctrinas de Arrio ponían en peligro el centro mismo de la fe cristiana, y que por tanto era necesario condenarlas. El jefe de este grupo era Alejandro de Alejandría. Junto a él estaba un joven diácono que después se haría famoso como uno de los gigantes cristianos del siglo IV, Atanasio.

Los obispos que procedían del oeste, es decir, de la región del Imperio donde se hablaba el latín, no se interesaban en la especulación teológica. Para ellos la doctrina de la Trinidad se resumía en la vieja fórmula enunciada por Tertuliano más de un siglo antes: una substancia y tres personas.

Otro pequeño grupo -probablemente no más de tres o cuatro- sostenía posiciones cercanas al "patripasionismo", es decir, la doctrina según la cual el Padre y el Hijo son uno mismo, y por tanto el Padre sufrió en la cruz. Aunque estas personas estuvieron de acuerdo con las decisiones de Nicea, después fueron condenadas. Empero, a fin de no complicar demasiado nuestra narración, no nos ocuparemos más de ellas.

Por último, la mayoría de los obispos presentes no pertenecía ninguno de estos grupos. Para ellos, era una verdadera lástima hecho de que, ahora que por fin la iglesia gozaba de paz frente al Imperio, Arrio y Alejandro se hubieran envuelto en una controversia que amenazaba dividir la iglesia. La esperanza de estos obispos, al comenzar la asamblea, parece haber sido lograr una posición conciliatoria, resolver las diferencias entre Alejandro y Arrio, y olvidar la cuestión. Ejemplo típico de esta actitud es Eusebio de Cesarea.

En esto estaban las cosas cuando Eusebio de Nicornedia, el jefe del partido arriano, pidió la palabra para exponer su doctrina. Al parecer, Eusebio estaba tan convencido de la verdad de lo que decía, que se sentía seguro de que tan pronto como los obispos escucharan una exposición clara de sus doctrinas las aceptarían como correctas, y en esto terminaría la cuestión. Pero cuando los obispos oyeron la exposición de las doctrinas arrianas su reacción fue muy distinta de lo que Eusebio esperaba. La doctrina según la cual el Hijo o Verbo no era sino una criatura -por muy exaltada que fuese esa criatura- les pareció atentar contra el corazón mismo de su fe. A los gritos de " ¡blasfemia!", " ¡mentira!" y "¡herejía!", Eusebio tuvo que callar, y se nos cuenta que algunos de los presentes le arrancaron su discurso, lo hicieron pedazos y lo pisotearon.

El resultado de todo esto fue que la actitud de la asamblea cambió. Mientras antes la mayoría quería tratar el caso con la mayor suavidad posible, y quizá evitar condenar a persona alguna, ahora la mayoría estaba convencida de que era necesario condenar las doctrinas expuestas por Eusebio de Nicomedia.

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Al principio se intentó lograr ese propósito mediante el uso exclusivo de citas bíblicas. Pero pronto resultó claro que los arrianos podían interpretar cualquier cita de un modo que les resultaba favorable -o al menos aceptable. Por esta razón, la asamblea decidió componer un credo que expresara la fe de la iglesia en lo referente a las cuestiones que se debatían. Tras un proceso que no podemos narrar aquí, pero que incluyó entre otras cosas la intervención de Constantino sugiriendo que se incluyera la palabra "consubstancial" -palabra ésta que discutiremos más adelante en este capítulo- se llegó a la siguiente fórmula, que se conoce como el Credo de Nicea:

"Creemos en un Dios Padre Todopoderoso, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles.Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la substancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.Y en el Espíritu Santo.

A quienes digan, pues, que hubo cuando el Hijo de Dios no existía, y que antes de ser engendrado no existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o que fue formado de otra substancia o esencia, o que es una criatura, o que es mutable o variable, a éstos anatematiza la iglesia católica."

Esta fórmula, a la que después se le añadieron varias cláusulas -y se le restaron los anatemas del último párrafo- es la base de lo que hoy se llama "Credo Niceno", que es el credo cristiano más universalmente aceptado. El llamado "Credo de los Apóstoles", por haberse originado en Roma y nunca haber sido conocido en el Oriente, es utilizado sólo por las iglesias de origen occidental -es decir, la romana y las protestantes. Pero el Credo Niceno, al mismo tiempo que es usado por la mayoría de las iglesias occidentales, es el credo más común entre las iglesias ortodoxas orientales - griega, rusa, etc.

Detengámonos por unos instantes a analizar el sentido del Credo, según fue aprobado por los obispos reunidos en Nicea. Al hacer este análisis, resulta claro que el propósito de esta fórmula es excluir toda doctrina que pretenda que el Verbo es en algún sentido una criatura. Esto puede verse en primer lugar en frases tales como "Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero". Pero puede verse también en otros lugares, como cuando el Credo dice "engendrado, no hecho". Nótese que al principio el mismo Credo había dicho que el Padre era "hacedor de todas las cosas visibles e invisibles". Por tanto, al decir que el Hijo no es "hecho", se le está excluyendo de esas cosas "visibles e invisibles" que el Padre hizo. Además, en el último párrafo se condena a quienes digan que el Hijo "fue hecho de las cosas que no son", es decir, que fue hecho de la nada, como la creación. Y en el texto del Credo, para no dejar lugar a dudas, se nos dice que el Hijo es engendrado "de la substancia del Padre", y que es "consubstancial al Padre". Esta última frase, "consubstancial al Padre", fue la que más resistencia provocó contra el Credo de Nicea, pues parecía dar a entender que el Padre y el Hijo son una misma cosa, aunque su sentido aquí no es ése, sino sólo asegurar que el Hijo no es hecho de la nada, como las criaturas.

En todo caso, los obispos se consideraron satisfechos con este credo, y procedieron a firmarlo, dando así a entender que era una expresión genuina de su fe. Sólo unos pocos -entre ellos Eusebio de Nicomedia- se negaron a firmarlo. Estos fueron condenados por la asamblea, y depuestos. Pero a esta sentencia Constantino añadió la suya, ordenando que los obispos depuestos abandonaran sus ciudades. Esta sentencia de exilio añadida a la de herejía tuvo funestas consecuencias, como ya hemos dicho, pues

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estableció el precedente según el cual el estado intervendría para asegurar la ortodoxia de la iglesia o de sus miembros.

LA CONTROVERSIA ARRIANA DESPUÉS DEL CONCILIO

El Concilio de Nicea no puso fin a la discusión. Eusebio de Nicomedia era un político hábil -y además parece haber sido pariente lejano de Constantino. Su estrategia fue ganarse de nuevo la simpatía del emperador, quien pronto le permitió regresar a Nicomedia. Puesto que en esa ciudad se encontraba la residencia veraniega de Constantino, esto le proporcionó a Eusebio el modo de acercarse cada vez más al emperador. A la postre, hasta el propio Arrio fue traído del destierro, y Constantino le ordenó al obispo de Constantinopla que admitiera al hereje a la comunión.

El obispo debatía si obedecer al emperador o a su conciencia cuando Arrio murió. En el año 328 Alejandro de Alejandría murió, y le sucedió Atanasio, el diácono que le había acompañado en Nicea, y que desde ese momento sería el gran campeón de la causa nicena. A partir de entonces, dicha causa quedó tan identificada con la persona del nuevo obispo de Alejandría, que casi podría decirse que la historia subsiguiente de la controversia arriana es la biografía de Atanasio. Baste decir que, tras una serie de manejos, Eusebio de Nicomedia y sus seguidores lograron que Constantino enviara a Atanasio al exilio. Antes habían logrado que el emperador pronunciara sentencias semejantes contra varios otros de los jefes del partido niceno. Cuando Constantino decidió por fin recibir el bautismo, en su lecho de muerte, lo recibió de manos de Eusebio de Nicomedia.

A la muerte de Constantino, tras un breve interregno, le sucedieron sus tres hijos Constantino II, Constante y Constancio. A Constantino II le tocó la región de las Galias, Gran Bretaña, España y Marruecos. A Constancio le tocó la mayor parte del Oriente. Y los territorios de Constante quedaron en medio de los de sus dos hermanos, pues le correspondió el norte de Africa, Italia, y algunos territorios al norte de Italia. Al principio la nueva situación favoreció a los nicenos, pues el mayor de los tres hijos de Constantino favorecía su causa, e hizo regresar del exilio a Atanasio y los demás. Pero cuando estalló la guerra entre Constantino II y Constante, Constancio, que como hemos dicho reinaba en el Oriente, se sintió libre para establecer su política en pro de los arrianos.

Una vez más Atanasio se vio obligado a partir al exilio, del cual volvió cuando, a la muerte de Constantino II, todo el Occidente quedó unificado bajo Constante, y Constancio tuvo que moderar sus inclinaciones arrianas. Pero a la larga Constancio quedó como dueño único del Imperio, y fue entonces que, como diría Jerónimo "el mundo despertó como de un profundo sueño y se encontró con que se había vuelto arriano". De nuevo los jefes nicenos tuvieron que abandonar sus diócesis, y la presión imperial fue tal que a la postre los ancianos Osio de Córdoba y Liberio -el obispo de Roma- firmaron una confesión de fe arriana.Consecuencias del concilioPero, ¿Cuales fueron las consecuencias de que el Imperio Romano se aliase con el cristianismo?, ¿Cómo es posible que aquellos héroes de la fe que aún poseían en su cuerpo las marcas del martirio obedeciesen al poder temporal congregándose en un concilio convocado por un emperador pagano, o por condescender, cristianizado a medias?

Constantino colmó de privilegios a los cristianos y elevó a muchos obispos a puestos importantes, confiándoles, en ocasiones, tareas más propias de funcionarios civiles que de pastores de la Iglesia de Cristo. A cambio, él no cesó de entrometerse en las cuestiones de la Iglesia, diciendo de sí mismo que era «el obispo de los de afuera» de la Iglesia. Las nefastas consecuencias de este conturbenio no fueron

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previstas entonces. Debido, sin duda, al agradecimiento que querían expresar al emperador que acabó con las persecuciones, los cristianos permitieron que éste se inmiscuyera en demasía en el terreno puramente eclesiástico y espiritual de la Cristiandad. Las influencias fueron recíprocas: comenzaron a aparecer prelados mundanos que en el ejercicio del favor estatal que disfrutaban no estaban, sin embargo, inmunizados a las tentaciones corruptoras del poder y daban así un espectáculo poco edificante. Esta corriente tendría su culminación en la Edad Media y el Renacimiento. Como reacción a esta secularización de los principales oficiales de la Iglesia, surgieron el ascetismo y el monasticismo que trataban de ser una vuelta a la pureza de vida primitiva, pero que no siempre escogieron los mejores medios para ello.

La mentalidad romana fue penetrando cada vez más el carácter de la cristiandad se exigió la mas completa uniformidad en las cuestiones más secundarias, como la fijación de la fecha de la Pascua y otras trivialidades parecidas que ya habían agitado vanamente los espíritus a finales del siglo III. Estas tendencias a la uniformidad fueron consideradas por los emperadores como un medio sumamente útil del que servirse para lograr la más completa unificación del Imperio. Contrariamente a lo que generalmente se dice, el Edicto de Milán no estableció el Cristianismo como religión del imperio. Esto vendría después, en el año 380 bajo Teodosio. El cristianismo no se convirtió en la religión oficial en tiempos de Constantino, pero devino la religión popular, la religión de moda, pues era la que profesaba el emperador. Tal popularidad, divorciada en muchos casos de motivos espirituales fue nefasta: «La masa del Imperio romano -escribe Schaff- fue bautizada solamente con agua, no con el Espíritu y el fuego del Evangelio, y trajo así las costumbres y las prácticas paganas al santuario cristiano bajo nombres diferentes»: «Sabemos por Eusebio -nos explica Newman (un cardenal Católico Romano)-, que Constantino, para atraer a los paganos a la nueva religión, traspuso a ésta los ornamentos externos a los cuales estaban acostumbrados. . . El uso de templos dedicados a santos particulares, ornamentados en ocasiones con ramas de árboles; incienso, lámparas y velas; ofrendas votivas para recobrar la salud; agua bendita; fiestas y estaciones, procesiones, bendiciones a los campos; vestidos sacerdotales, la tonsura, el anillo de bodas, las imágenes en fecha más tardía, quizá el canto eclesiástico, el Kyrie Eleison, todo esto tiene un origen pagano y fue santificado mediante su adaptación en la Iglesia» J. H. Newman. An Essay on the Development of Christian Doctrine, pp. 359, 360.

Esta situación preparó el camino a la promulgación del Cristianismo como religión oficial del Imperio romano. De manera que, los primeros edictos de Constantino y Licinio, proclamando la libertad de todos los cultos, no significaron el fin de la intolerancia religiosa sino que se convirtieron en las simples etapas iniciales de otra intolerancia que estaba en puertas. La plena libertad de conciencia que legalizaron los decretos de 313 y 314 era algo demasiado anticipado a los tiempos y pronto fue echada en olvido. Sirvió tan sólo para que, de alguna manera, Constantino lograra la introducción de la nueva fe en la legalidad del Imperio.

F. F. Bruce, pregunta con razón: «¿Qué tiene que ver todo esto con la misión del Siervo del Señor que Jesús pasó a sus seguidores? ¿Cómo podría el cristianismo llevar a cabo la tarea que le había sido encomendada y traer la verdadera luz a las naciones si afeaba de tal manera el mensaje que debía proclamar? Afortunadamente, como veremos, hay otro aspecto del cuadro; y es en éste otro lado que el progreso del Cristianismo auténtico se pone de manifiesto. Pero, con todo, hemos de reconocer que este progreso se ha visto seriamente retarda. do hasta nuestros días por la presencia de piedras de tropiezo -escándalos, para usar la palabra de origen griego-, colocadas por vez primera en el siglo IV y algunas de las cuales todavía hoy no hemos acertado a quitar».

Más, como hemos dicho, la influencia fue recíproca. Además, cuatro siglos de predicación del Evangelio, pese a todas las imperfecciones de los cristianos, habían dejado una huella cuyas Influencias se notaban

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cada vez más en la vida social. La doctrina del hombre creado a imagen de Dios impuso restricciones a la costumbre de marcar a los esclavos en la cara y aún inició la serie de medidas que, finalmente, darían fin a la esclavitud misma. Comenzaron las medidas tendentes a la protección de los niños abandonados por sus padres ya la salvaguardia de la santidad del matrimonio. Pese a la infiltración del espíritu y las maneras paganas en la Iglesia, y pese a la propia decadencia espiritual de ésta, el poder del Evangelio hizo su impacto en el Imperio y aún más allá de sus fronteras. Pero, es en estas épocas cuando resulta más difícil el trazar la línea que distingue lo que es meramente institución eclesiástica y la que es la verdadera Ecclesia.

La libertad ganada con la sangre de los mártires y el sufrimiento de los confesores, se buscó a partir de entonces en las adulaciones y los contubernios con el gobierno imperial. Sin darse cuenta, las Iglesias se debilitaron pues perdieron un elemento básico de la vida espiritual: la libertad moral. En aquel tiempo, no obstante, creyeron que por el contrario, hallaban su más grande emancipación.

Los concilios que tuvieron lugar inmediatamente después de la paz de Constantino, se resintieron de la intervención estatal que habría de coartar la plena libertad espiritual de los sínodos y la vida de la Cristiandad.

Para Constantino, el cristianismo vendría a ser la culminación del proceso unificador que había estado obrando en el Imperio desde hacía siglos. Había logrado que sólo hubiera un emperador, una ley y una ciudadanía para todos los hombres libres. Sólo faltaba una religión única para todo el Imperio. Para ello era preciso que hubiera igualmente una sola Cristiandad, uniformada al máximo posible. De esta manera, las discusiones doctrinales o disciplinarias de la Iglesia se convirtieron en problema de Estado.

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UNIDAD IX: HISTORIA DE LA PNEUMATOLOGÍA

La historia de la pneumatología no tiene unas fronteras definidas. Se puede decir que comienza con la formación de las primeras comunidades cristianas y la redacción de los evangelios en el siglo I. Ya entonces quedó planteada de forma latente la cuestión. El siglo II tropezó con ella pero no la profundizó porque tenía el problema más acuciante de defenderse de las persecuciones. El siglo III exploró el problema y lo planteó de forma teórica. El siglo IV llevó esos planteamientos hasta el final y produjo un grupo de heterodoxias muy conocidas y persistentes como fueron el arrianismo y su consecuencia lógica, el movimiento «pneumatómaco» o macedoniano. La cuestión quedó resuelta en los concilios deNicea y Constantinopla en favor de la tesis trinitaria.

Desde el siglo IV hasta el siglo XVI, la pneumatología quedó absorbida como una parte de la trinitología.53 La discusión en esos siglos se centró en definir las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La teología occidental o latina profundizó en esa línea asumiendo la tesis del «filioque». Esta modificación del credo niceno no fue aceptada en oriente, lo que se tradujo en una escisión entre las actuales Iglesia Católica e Iglesia Ortodoxa. Es lo que se conoce como Cisma de Oriente y Occidente que perdura hasta nuestros días. Ambas iglesias se declaran por tanto trinitarias, aunque difieran en el matiz «filioque».

En el siglo XVI y en el occidente centroeuropeo, nace el cristianismo protestante. Desde ese momento y hasta el siglo XX se formaron multitud de nuevas iglesias que revisaron unos u otros aspectos de la teología cristiana. El cuerpo general de las iglesias protestantes sostuvo la tesis trinitaria aunque algunas de ellas retomaron las tesis modalistas, las arrianas y las triteístas. Todo ello y los intentos por acercar las tesis católicas y ortodoxas mantienen viva esta cuestión.

ESBOZO DE UNA PNEUMATOLOGÍA NACIENTE (SIGLO II)

Los teólogos del siglo II no se preocuparon demasiado por esta cuestión. Los autores apostólicos estaban más pendientes de la organización de las iglesias y de las persecuciones. Hay que esperar a mediados de ese siglo para encontrar las primeras reflexiones al hilo de la apologética cristiana.

Clemente de Roma es uno de los padres apostólicos. En la primera epístola tiene fórmulas cristológicas54 55 y trinitarias.56 57

Ignacio de Antioquía (m~110) escribió siete cartas a las comunidades cristianas. Afirma explícitamente la divinidad del Hijo58 59 que «estaba junto al Padre antes de todos los siglos». Acerca de la divinidad del Espíritu Santo no existe posicionamiento explícito. Tiene fórmulas trinitarias60 61 y cristológicas.62 63 Tiene también una confesión personal acerca de una revelación del Espíritu Santo.64

Policarpo de Esmirna tampoco menciona nada sobre el Espíritu Santo. Distingue entre Dios y Jesús utilizando la fórmula «Dios y Padre de nuestro señor Jesucristo» (Flp XII,2), que también aparece en Efesios 1:3.

Papías de Hierápolis vivió en los años que siguieron a la muerte de los apóstoles de Jesucristo. Era compañero de Policarpo, del que se dice que fue discípulo del apóstol Juan. Papías escribió cinco libros pero su obra desapareció. La citan Ireneo de Lyon, del siglo II y Eusebio de Cesarea, del siglo IV. El

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hecho es que aún se leía su obra en el siglo IX. Actualmente solo quedan fragmentos de sus escritos, en los cuales no dice nada del Espíritu santo.65

El Pastor de Hermas parece concebir al Espíritu Santo en el sentido del antiguo judaísmo como un Espíritu de Dios. Su cristología nunca utiliza expresiones como «Jesús» o «Cristo» y sí ciertas designaciones angelológicas: «Angel Santísimo», «Angel Glorioso», «Miguel», etc.66

Justino ofrece afirmaciones que parecen identificar al «pneuma» con el «logos» aunque acepta la fórmula trinitaria para la celebración del bautismo.

Atenágoras de Atenas evita el subordinacionismo de otros apologetas griegos. Tiene una definición de la trinidad sorprendente para la época.67

Teófilo de Antioquía, sexto obispo de Antioquía es el primero en usar la expresión «trinidad» (trias).68

DESARROLLO DE LA PNEUMATOLOGÍA (SIGLO III)

Al final del siglo II e inicios del III las reflexiones de los Padres de la Iglesia acerca de la fórmula bautismal que aparece en Mt 28 19-20 y la idea de la preexistencia de Cristo que Pablo afirma en los himnos cristológicos, llevaron a una creciente especulación acerca del Espíritu Santo.

Tertuliano usa expresiones como «el tercer nombre de la divinidad» o «tercero por relación con Dios Padre y con Dios Hijo» (cf. Adversus Prax. 30 5) o también «fuerza vicaria del Hijo» (De praescr. haeret. 13 5). Define al Espíritu Santo como quien nos muestra a Dios, fuente de toda revelación y las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo como un tipo de unión que no es identificación sino más bien como las de la raíz, el tronco y el fruto de un árbol y otras comparaciones semejantes (cf. Adv. Prax. 8 7). Él también acuñó la fórmula «tres personae, una substantia» (Adv. Prax. 8 9). Por todo ello, es presentado como uno de los primeros teóricos de la Trinidad (al parecer, la expresión «trinitas» en latín es usada primero por él aunque ya existía su correspondiente griego «trias» usada por Teófilo de Antioquia en Ad. Auto. II 15 si bien en esta trias, se identificaba al Espíritu Santo con la sabiduría). Su posición podría ser considerada como subordinacionista dado que aun cuando reconoce la divinidad de las tres personas, propugna una cierta jerarquía entre ellas. Véase, por ejemplo, la siguiente cita:

«No debemos suponer que haya algún otro ser aparte de Dios que no sea engendrado ni creado [...]

¿Como puede ser que algo, excepto el Padre, sea más viejo, y a causa de esto más noble,que el Hijo de Dios, la Palabra unigénita y primogénita? [...] Ese [Dios] que no requirió un Hacedor para darle existencia,estará mucho más elevado en categoría que ese [el Hijo] que tuvo un autor que lo trajo a la existencia» The Ante-Nicene Fathers, tomo III.

Hipólito de Roma afirma una concepción semejante del Espíritu Santo: es la fuente del conocimiento de Dios y es Aquel que está en todo (cf. C. Noet. 12).

Sin embargo, a Orígenes se debe una reflexión más amplia y sistemática sobre el Espíritu Santo. Los problemas que se debatían en ese entonces tenían que ver con el ser o no generado del Espíritu Santo o si se trataba o no de una sustancia. Orígenes concibe la Trinidad como un trío de círculos concéntricos, donde el Espíritu Santo es el más pequeño e interior y que, afirma, tiene dominio sobre las realidades espirituales (cf. De Princip. I 5 7) y realiza su santificación (cf. De princ. praef. 3; I 1 3; 3 4; 5; 7; II 7 2; 11 5;

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IV 3 14). Llama al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, «hipóstasis intelectuales» subsistentes de por sí (De Princ. I 1 3) siendo el Espíritu Santo originado por medio del Hijo (In Joan. 2 10 70 a 12 90) y una realidad inferior en cuanto a su relación con aquello de lo que procede (De Princ. I 3 5).

Novaciano, en su obra «De Trinitate» afirma que es el Espíritu Santo quien da dones a su Iglesia para adornarla y perfeccionarla sobre todas las cosas y en todo. Y afirma su carácter personal: «Es Él quien –bajo forma de paloma– vino y se posó sobre el Señor después de su bautismo, habitando plena y totalmente solo en Él, sin limitaciones, y luego fue dispensado y enviado sobreabundantemente, de manera que otros pudieran recibir un flujo de gracias» (De Trin. XXIX). Sin embargo, la relación entre las personas divinas está caracterizada por varias categorías:

«Él dice 'una' cosa, entiendan los herejes que Él no dijo 'una' persona. Porque 'uno' puesto en neutro da a entender la concordia social, no la unidad personal. [...] Además, el que se diga 'uno' se refiere a acuerdo, y a identidad de juicio, y a la propia relación cariñosa, pues, lógicamente, el Padre y el Hijo son uno en acuerdo, en amor y en cariño». De Trinitate, cap. 27.

Estos teólogos equiparan en ocasiones al Padre con el Hijo y en otras parecen afirmar una cierta subordinación del Hijo con respecto a Dios Padre. Y ninguno de ellos afirmó que el Espíritu Santo fuera igual al Padre o al Hijo. Orígenes declara que el Hijo de Dios es «primogénito [...] de toda la creación» y que las Escrituras «saben de Él que es más viejo que todas las criaturas».

DEL CONCILIO DE NICEA AL DE CONSTANTINOPLA

El concilio de Nicea

Las fórmulas utilizadas por Orígenes para describir la Trinidad y el papel del Espíritu Santo generaron grandes discusiones, máxime porque sus discípulos fueron exagerando su posición. Las críticas venían de quienes consideraban que tal creencia de los círculos iba contra el monoteísmo, pero también de quienes identificaban al Espíritu Santo con el Hijo o con la gracia o con una criatura (cf. Eusebio, De. Eccl. Theol. 3 6). El primer concilio de Nicea, que buscaba examinar las tesis de Arrio y por tanto se ocupó del tema de la divinidad de Jesús de Nazaret, se pronunció finalmente contra éste y fue la base de un extenso desarrollo de la cristología. El concilio no trató sobre la divinidad del Espíritu Santo pero el esquema del credo niceno indica ya una cierta igualdad pues el texto afirma: πιστευομεν εις ενα Θεον, πατερα παντοκρατορα [...] εις ενα κυριον Ιησουν Χριστον [...] εις το αγιον πνευμα (Creemos en un Dios, Padre todopoderoso... en un Señor Jesucristo... en el Espíritu Santo). Hubo que esperar hasta el año 360 –todavía en plenas disputas con los arrianos– para que las conclusiones arrianas se aplicasen a la pneumatología. Quien menciona este hecho, es Atanasio (cf. Epist. ad Seraph. I 1).

Tanto Cirilo de Jerusalén como Dídimo el Ciego trataron del Espíritu Santo en sus obras pero desde un punto de vista pastoral o espiritual, sin querer hacer teología.Serán Atanasio y los tres mayores padres capadocios (Basilio el Grande, Gregorio de Nacianzo y Gregorio de Nisa) quienes abordarán un estudio profundo y detallado del Espíritu Santo desde el punto de vista teológico.

Atanasio ataca a quienes interpretan los textos pneumatológicos en sentido «figurado», afirmando que la realidad del Espíritu Santo ha de ser considerada dentro de la Trinidad, con un sentido de movimiento circular que llama «perijóresis» (en latín «circuminsessio intratrinitaria») y consubstancial al Padre y al Hijo.

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Arrianos y pneumatómacos

El desarrollo natural del pensamiento arriano desembocó en la negación por parte de los seguidores de Arrio de la divinidad del Espíritu Santo. Aunque inicialmente la disputa fue solo cristológica, hacia el año 360 algunos comenzaron a afirmar que el Espíritu Santo era «no solo una criatura, sino uno de los espíritus que sirven [a Dios], y que no se distingue de los ángeles sino sólo por grado» (esto escribió Atanasiorefiriéndose a los que llamó «tropistas» en su carta a Serapión, obispo de Thmuis, Egipto; véase Ad. Serap. I 1). Al parecer, en Constantinopla, a partir del año 360, estos arrianos comenzaron a ser conocidos con el nombre de pneumatómacos. En el año 367 se unieron a los «homousianos»69 y tomaron por líder a Eustacio de Sebaste.

Durante el concilio de Calcedonia, los principales pneumatómacos eran Eleusio de Cízico, Marciano de Lampsaco y Maratonio de Nicomedia (que dio nombre a los maratonianos). Las disputas se volvieron intensas y violentas debido al crecimiento de los grupos de pneumatómacos ya que tenían grupos de monjes que atraían muchos seguidores por su austeridad. Desde el año 373 hay una cadena casi ininterrumpida de escritos contrarios a esta doctrina: Basilio en su obra sobre el Espíritu Santo, la carta de Anfiloquio de Iconio, el «Panarion» de Epifanio de Salamis, los «Anatematismos» del Papa Dámaso. Sin embargo, la doctrina pneumatómaca seguía haciendo prosélitos incluso en Constantinopla por lo que Gregorio de Nacianzo usó sus «Discursos teológicos» para intentar una confutación definitiva (véase, por ejemplo, el capítulo V número 5).

El Concilio de Constantinopla anatematizó en su primer canon a los semi-arrianos o pneumatómacos: «No ha de ser violada la fe de los 318 padres que se reunieron en Nicea de Bitinia; más bien, ésta ha de mantenerse firme y estable, y se ha de anatematizar toda herejía, y especialmente la de los eunomianos, anomianos, arrianos, eudoxianos, macedonianos y de los pneumatómacos, y de los sabelianos, y marcelianos, y fotinianos y apolinarianos» (Dz 85).

A pesar de la condena formal del concilio, los pneumatómacos continuaron creciendo y gozaron de cierta libertad de culto (cf. Sócrates, Historia de la Iglesia V 20). Por ello, Dídimo de Alejandría les atacó en el libro II de su «De Trinitate». Hacia fines del siglo IV, los pneumatómacos todavía tuvieron disputas con Teodoro de Mopsuestia y hacia el año 48 Nestorio obtuvo del emperador medidas represivas (ya que tenían una iglesia incluso en Constantinopla) que obligaron a muchos a pasar al credo nicenoconstantinopolitano. No hay noticias históricas de los pneumatómacos tras estas leyes.

Los padres capadocios

Basilio el Grande escribió en el año 376 un tratado sobre el Espíritu Santo para combatir la heterodoxia arriano-pneumatómaca. En su obra se centra en primer lugar en la distinción de las siguientes fórmulas:

«De quien todo fue hecho», referido al Padre. «Por quien todo fue hecho», referido al Hijo. «En quien todo fue hecho», referido al Espíritu Santo.

Estas formulaciones eran utilizadas por los pneumatómacos para establecer la distinción de naturalezas entre las personas divinas. Su argumento era: «si de cada persona se habla de forma distinta, es que son distintas». Basilio refuta esta tesis, basándose en un estudio cuidadoso de las expresiones bíblicas y mostrando con ejemplos que en las escrituras: «las expresiones se intercambian de improviso, al albur de la necesidad».70

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El segundo eje de su argumentación se basa en los usos litúrgicos tradicionales. Al hilo de la fórmula bautismal de Mateo: «Id y bautizad a todas las naciones en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo», argumenta que si en esa fórmula el Padre no desdeña la comunión con el Hijo y el Espíritu, separarlos en naturalezas distintas es ir contra la voluntad del Padre, 71 hecho del que luego afirma que es la verdadera «blasfemia contra el Espíritu Santo». Afirma que el Espíritu merece el mismo honor (ομοτιμος) que se tributa al Padre y al Hijo pues están en el mismo nivel (συντεταχθαι) y que se enumeran juntos (συναριθμεισθαι).

Gregorio de Nisa en sus polémicas contra Eunomio y los macedonianos, aporta la definición doctrinal de mayor éxito en los textos sucesivos: a partir de las operaciones (ενεργειαι) de las personas trinitarias –que serían distintas pero de una sola sustancia ουσια– afirma que el Espíritu Santo proviene del Padre y fue recibido por el Hijo (De Spir. Sanc. 2). Por ello, al Padre se le llama «Omnipotente», el Hijo es el poder del Padre y el Espíritu Santo es el espíritu del poder del Hijo. Por todo ello, al Espíritu Santo también corresponde la máxima adoración (προσκυνεσις)

Gregorio de Nacianzo también mantuvo fuertes polémicas contra los detractores de la divinidad del Espíritu. Parte de sus argumentaciones las tomó de los otros capadocios. Suya es sin embargo su consumada habilidad como polemista y comunicador que demostró en los cinco discursos teológicos donde trata el tema. En su obra fue donde acuñó la expresión «procesión del Espíritu» para nominar la relación entre el Padre y Espíritu.

EL CONCILIO DE CONSTANTINOPLA

En el concilio de Constantinopla se asumieron las expresiones de Gregorio de Nisa en los siguientes términos: πιστευομεν [...] εις το πνευμα το αγιον, το κυριον και ζωοποιον, το εκ του πατρος εκπορευομενον, το συν πατρι και υιω συμπροσκυνουμενον και συνδεξαζομενον, το λαλεσαν δια των προφητων (creemos [...] en el Espíritu Santo, señor y dador de vida, que procede del Padre, y con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado, y que habló por los profetas).

No obstante, el Concilio de Constantinopla no completó la doctrina del 'dogma' trinitario.

"Es interesante que 60 años después de Nicea I, el Concilio de Constantinopla I [de 381 d.C.] evitó 'homoousios' en su definición de la divinidad del Espíritu Santo".New Catholic Encyclopedia.

"Hay eruditos a quienes ha desconcertado la evidente blandura de expresión de este credo, por ejemplo, la ausencia de la palabra homoousiospara decir Espíritu Santo es consustancial al Padre y al Hijo".New Catholic Encyclopedia.

EL TOMO DE DÁMASO

El Papa Dámaso en el año 382 d. C. en un concilio celebrado en Roma, presentó una serie de enseñanzas, las cuales quedaron plasmadas en el documento llamado Tomo de Dámaso, el cual recoge la doctrina trinitaria. En cuanto al Espíritu Santo, dijo:

«Si alguno no dijere [...] que el Espíritu Santo es siempre, es hereje». «Si alguno no dijere que el Espíritu Santo [...] es [...] verdadero Dios, [...] lo puede todo y todo lo sabe [...], es hereje». «Si alguno no dijere ser tres personas verdaderas [...] y la del Espíritu Santo iguales, siempre vivientes que todo lo contienen,

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lo visible y lo invisible, que todo lo pueden, [...] es hereje». «Si alguno al llamar [...] y Dios al Espíritu Santo, los llama dioses [...] y no [...] una sola divinidad [...] es hereje». El Magisterio de la Iglesia.

PADRES POSTERIORES AL CONCILIO DE CONSTANTINOPLA

Después de la pronunciación del concilio no hubo un desarrollo importante desde el punto de vista doctrinal aunque sí haya profundización espiritual y comentarios de algunos autores. Mario Victorino, a partir de la antropología neoplatónica (tripartición del alma humana en ser, vivir y comprender) aplicaba la noción del “comprender” al Espíritu Santo en el ser de Dios Trino.

Agustín de Hipona parte de la identidad de sustancia y la distinción de las personas divinas para afirmar que tal distinción se debe a sus respectivas operaciones que, aunque son comunes a las tres personas, son adjudicables. Así el Espíritu Santo es el don común del Padre y del Hijo (cf. De Trinit. V 12 13; 15 16; 16 17). La categoría filosófica que le permite superar el triteísmo es la de relación y por ello, afirma que el Espíritu Santo es “communio consubstantialis et aeterna” (comunión consustancial y eterna) o “caritas” recíproca del Padre con respecto al Hijo y viceversa. Así es el Espíritu Santo quien con más propiedad recibe el apelativo de “amor” usado por la primera carta de Juan (De Trinit. VI 5 7; XV 17 30s).En el símbolo Quicumque, o del Pseudo-Atanasio, —que se cree compuesto durante el siglo V— se compendia la enseñanza de los teólogos y padres tras las disputas trinitarias: "Alia est enim persona Patris, alia Filii, alia et Spiritus Sancti; sed Patris et Filii et Spiritus Sancti una est divinitas, aequalis gloria, coaeterna maiestas [...] Pater a nullo est factus, nec creatus, nec genitus; Filius a Patre solo est, non factus nec creatus, sed genitus. Spiritus Sanctus a Patre et Filio, non factus nec creatus nec genitus, sed procedens" (Una es la persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo; más una es la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la misma gloria, coeterna majestad [...] El Padre no ha sido hecho por nadie, ni creado, ni engendrado; el Hijo viene sólo del Padre, no ha sido hecho ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo viene del Padre y del Hijo, no ha sido hecho, ni creado ni engendrado, sino que procede).

GRAN CISMA DE ORIENTE Y OCCIDENTE

En un primer momento, el credo niceno afirmó que el Espíritu Santo «procedía del Padre». Esta afirmación fue tomada de un versículo de Juan y como tal fue traspuesta. La relación entre el Padre y el Espíritu Santo se conoce como «procesión del Espíritu».

En el siglo V, el equilibrio alcanzado con la fórmula niceno-constantinopolitana comenzó a evolucionar bajo la presión de nuevos teólogos. Durante la celebración del Concilio de Calcedonia se produjeron controversias y disputas sobre la procesión del Espíritu Santo. Esta discusión enfrentó primero a Teodoro de Mopsuestia con Cirilo de Alejandría pues los seguidores del primero llegaron a afirmar una procesión sólo del Padre, que era considerada nestorianista por Cirilo.

En el siglo VI, y durante la celebración de un concilio, la Iglesia de Occidente cambió la fórmula nicena y añadió «que procede del Padre y del Hijo». Esta fórmula fue rechazada en oriente, dando lugar a lo que se conoce como cuestión del «filioque» (expresión latina que significa «y del Hijo»).

En el año 876 d. C. un sínodo en Constantinopla condenó al Papa por no corregir la herejía de la «cláusula filioque». Estas disputas tomaron gran fuerza debido a que no se consideraba idéntica la preposición «ex» y la de «dia» y los teólogos bizantinos proponían que la primera fuera usada para el Padre y la segunda para el Hijo. La idea era afirmar que el Espíritu Santo procede (εκπορευεσθαι) del

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Padre por el Hijo. Sin embargo, el texto aprobado del Concilio era "ex patre filioque procedit" (procede del Padre y del Hijo).

En el año 1054 d. C. el representante del Papa excomulgó al Patriarca de Constantinopla, quién, a su vez, puso bajo maldición al Papa. «La controversia filioque» sigue siendo un punto de disputa entre la Iglesia de Occidente y la de Oriente.72

En 1101, después del Sínodo de Bari, Anselmo de Canterbury compuso «De processione Spiritus Sancti» con el que defiende que la fórmula «filioque» se apoyaba en las escrituras y no era en absoluto una innovación de la teología de occidente como afirmaban los teólogos de oriente. En otros puntos de su obra había tratado también cuestiones relativas a la trinidad.73

ALTA ESCOLÁSTICA

En el siglo XIII, Buenaventura habla del Espíritu Santo como de un amor comunicativo (Coment. a las Sent. I d.10 q.1). El Espíritu es la relación, el nexo entre el Padre y el Hijo, pero una relación sustancial. Ahora bien, hacia nosotros, se trata de un don. Así: «Espíritu se dice principalmente en relación con la fuerza que lo produce; Amor principalmente en cuanto al modo de su emanación, es decir como nexo; Don en cuanto a la relación que sigue de él […] ha sido hecho para unirnos» (Coment. a las Sent. I d.18 a.1 q.a ad 4).

Tomás de Aquino asumió completamente en sus obras la noción de Espíritu Santo como relación de amor entre el Padre y el Hijo. Retoma imágenes agustinianas para explicar la divinidad del Espíritu Santo: «Dios en cuanto existe en el propio ser natural, Dios en cuanto existe en su entendimiento, Dios en cuanto existe en su amor son una sola cosa, aunque cada uno de los tres sea una realidad subsistente» (Contra Gentiles IV 26). Tal amor existe «hipostatizado», es decir, como persona subsistente.

El catarismo se difundió durante los siglos XI a XIV. Las creencias cátaras era una mezcla de dualismo oriental y de gnosticismo. Entre los cátaros había dos grupos: los «Perfectos» y los «Creyentes». Se entraba en la categoría de los Perfectos mediante un rito de bautismo espiritual llamado «consolamentum». Este se efectuaba mediante la imposición de manos después de un año de prueba. Se pensaba que este rito libraba al Creyente del dominio de Satanás, lo purificaba de todos sus pecados y le impartía el Espíritu Santo. En la doctrina cátara la salvación no dependía del sacrificio redentor de Jesucristo, sino del consolamentum o bautismo en Espíritu Santo, para los que habían sido purificados así, la muerte significaba emanciparse de la materia. El Espíritu Santo en el catarismo era pues un don o poder.

REFORMA Y CONTRARREFORMA]

Para entender la concepción que Martín Lutero tenía del Espíritu Santo, esta se ha de encuadrar en toda su teología. La Escritura se explica por sí misma haciendo reconocer a Cristo como Salvador: El principio de discernimiento de un texto inspirado es que hable de Jesucristo. Ahora bien, este reconocimiento se hace posible por la acción del Espíritu Santo en el alma del creyente.Juan Calvino sostiene una tesis similar aunque matizada: es el testimonio interior del Espíritu Santo lo que permite distinguir la palabra verdaderamente divina (es decir, inspirada) y lo que no lo es. Así, por ejemplo, se afirma en la Institución de 1541:

“Hemos de tomar la autoridad de la Escritura como más alta que todas las razones o indicios o conjeturas humanas. Esto significa que la fundamos sobre el testimonio interior del Espíritu Santo […]

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Por tanto, iluminador por su poder, no a partir de nuestro juicio ni al de los demás, consideramos que la Escritura viene de Dios” (Opera Calvini en Corpus Reformatorum III pág. 368).

La teología de la reforma protestante encaminó una renovada atención al tema de las fuentes de la revelación. Así, en primer lugar, los teólogos católicos se dedicaron a subrayar la insuficiencia de las Escrituras sin la guía de una interpretación adecuada. Por ello y al contrario de los reformadores que proponían que esta interpretación era obra del Espíritu Santo, los teólogos católicos subrayaban que la Escritura debía leerse en la Iglesia pues en ella habita el Espíritu Santo. De este modo, el Espíritu Santo quedaba como garante de la enseñanza del magisterio y de sus decisiones, y, por supuesto, de la interpretación de la Biblia.

EL ESPÍRITU SANTO EN LA TEOLOGÍA DE MIGUEL SERVET

Miguel Servet (1511-1553) se entregó a la tarea de restaurar lo que entendía como verdadero Cristianismo, no tergiversado por las especulaciones filosóficas, particularmente las relativas a la Trinidad. Por ello se dedicó a estudiar el texto bíblico y rechazó toda doctrina que estuviera en conflicto con las Escrituras. En su libro más importante, Restitución del Cristianismo, describe el Espíritu Santo comoesencia de Dios en cuanto que se comunica al mundo, así como un modo sustancial divino, que en sí mismo es pura deidad y plenitud de Dios en Cristo. Sin embargo, no [es] una tercera entidad metafísica.74Así pues, en la teología servetiana, el Espíritu Santo es el modo divino en el que Dios interviene en el mundo y particularmente en el ser humano (según su famosa descripción de la circulación menor, el Espíritu penetra en el cuerpo por la respiración y, a través de su entrada en el flujo sanguíneo por los pulmones, vivifica el cuerpo y regenera el alma), pero no es una entidad específica ni una de las Personas componentes de una trinidad divina.

EL ESPÍRITU SANTO EN LAS CREENCIAS DE LOS HERMANOS MORAVOS DEL PEQUEÑO PARTIDO

Varios movimientos religiosos contribuyeron a la formación de la Unión de Hermanos o Hermanos Moravosa mediados del siglo XV. Uno de ellos fue el de los Valdenses, que se remontaba del siglo XII. Otro grupo influyente fue el movimiento derivado de los husitas, seguidores de Juan Hus. Los Hermanos Moravos también tuvieron influencias de grupos quiliastas así como de escrituarios. Petr Chelcický, fue un escrituario y reformador checo que estaba familiarizado con enseñanzas valdenses y husitas. Rechazó a los husitas por el sesgo violento que había tomado el movimiento y se apartó de los valdenses por las concesiones que habían hecho en sus doctrinas. En 1440, Chelcický plasmó sus enseñanzas en el libro titulado Las redes de la fe. Las enseñanzas de este escrituario tuvieron una gran influencia en Gregorio de Praga, hasta el punto de que abandonó el movimiento husita. En 1458, Gregorio persuadió a pequeños grupos para que lo siguieran, se establecieron en la ciudad de Kunvald donde fundaron una comunidad religiosa. Entre 1464 y 1467,aquel incipiente grupo celebró varios sínodos y se aceptaron diversas resoluciones que definían su nuevo grupo. Todas fueron meticulosamente registradas en un conjunto de libros, conocidos como Acta Unitatis Fratrum. Se escindieron en dos grupos: 'uno mayoritario' y 'un pequeño partido'. Esto ocurrió en 1494, en una zona de la actual República Checa. El grupo mayoritario era de tipo prerreformista-ortodoxo. El pequeño partido, en cambio, era prerreformista-heterodoxo. Este grupo predicaba que debían mantenerse firmes en su postura contraria a la política y al mundo, apegándose firmemente a las Escrituras. Los miembros del pequeño partido dentro de sus creencias tenían el concepto del Espíritu Santo, en el sentido de: Dedo de Dios y dádiva de Dios, un consuelo, o el poder de Dios, que el Padre da a los creyentes sobre la base de los méritos de Cristo. Se registran sus creencias en su obra cumbre Acta Unitatis Fratrum (Actas de la Unión de Hermanos).

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UNIDAD X: RESURRECCIÓN EN CRISTO

CÓMO RESUCITAN LOS MUERTOS

¿Qué es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.

¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto:"los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 29; cf. Dn 12, 2).

¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo" (Lc 24, 39); pero El no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en El "todos resucitarán con su propio cuerpo, que tienen ahora" (Cc de Letrán IV: DS 801), pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3, 21), en "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44):

Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano..., se siembra corrupción, resucita incorrupción; ... los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53).

Este "cómo" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo:

Así como el pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrena y otra celestial, así nuestros cuerpos que participan en la eucaristía ya no son corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección (San Ireneo de Lyon, haer. 4, 18, 4-5).

¿Cuándo? Sin duda en el "último día" (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); "al fin del mundo" (LG 48). En efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo:

El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar (1 Ts 4, 16).

RESUCITADOS CON CRISTO

Si es verdad que Cristo nos resucitará en "el último día", también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En efecto, gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte y en la Resurrección de Cristo:

Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los muertos... Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Col 2, 12; 3, 1).

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Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan ya realmente en la vida celestial de Cristo resucitado (cf. Flp 3, 20), pero esta vida permanece "escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3) "Con El nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos con Cristo Jesús" (Ef 2, 6). Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último día también nos "manifestaremos con El llenos de gloria" (Col 3, 4).

Esperando este día, el cuerpo y el alma del creyente participan ya de la dignidad de ser "en Cristo"; donde se basa la exigencia del respeto hacia el propio cuerpo, y también hacia el ajeno, particularmente cuando sufre:

El cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?... No os pertenecéis... Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo.(1 Co 6, 13-15. 19-20).

MORIR EN CRISTO JESÚS

Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario "dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor" (2 Co 5,8). En esta "partida" (Flp 1,23) que es la muerte, el alma se separa del cuerpo. Se reunirá con su cuerpo el día de la resurrección de los muertos (cf. SPF 28).

La muerte

"Frente a la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre" (GS 18). En un sentido, la muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que realmente es "salario del pecado" (Rm 6, 23;cf. Gn 2, 17). Y para los que mueren en la gracia de Cristo, es una participación en la muerte del Señor para poder participar también en su Resurrección (cf. Rm 6, 3-9; Flp 3, 10-11).

La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida. Este aspecto de la muerte da urgencia a nuestras vidas: el recuerdo de nuestra mortalidad sirve también par hacernos pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida:

Acuérdate de tu Creador en tus días mozos,... mientras no vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio (Qo 12, 1. 7).

La muerte es consecuencia del pecado. Intérprete auténtico de las afirmaciones de la Sagrada Escritura (cf. Gn 2, 17; 3, 3; 3, 19; Sb 1, 13; Rm 5, 12; 6, 23) y de la Tradición, el Magisterio de la Iglesia enseña que la muerte entró en el mundo a causa del pecado del hombre (cf. DS 1511). Aunque el hombre poseyera una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por tanto, la muerte fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo como consecuencia del pecado (cf. Sb 2, 23-24). "La muerte temporal de la cual el hombre se habría liberado si no hubiera pecado" (GS 18), es así "el último enemigo" del hombre que debe ser vencido (cf. 1 Co 15, 26).

La muerte fue transformada por Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió también la muerte, propia de la condición h umana. Pero, a pesar de su angustia frente a ella (cf. Mc 14, 33-34; Hb 5, 7-8), la asumió en un acto de sometimiento total y libre a la voluntad del Padre.La obediencia de Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición (cf. Rm 5, 19-21).

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El sentido de la muerte cristiana

Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. "Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia" (Flp 1, 21). "Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él" (2 Tm 2, 11). La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este "morir con Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación a El en su acto redentor:

Para mí es mejor morir en Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a El, que ha muerto por nosotros; lo quiero a El, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima. Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre (San Ignacio de Antioquía, Rom. 6, 1-2).

En la muerte Dios llama al hombre hacia Sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de San Pablo: "Deseo partir y estar con Cristo" (Flp 1, 23); y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc 23, 46):

Mi deseo terreno ha desaparecido; ... hay en mí un agua viva que murmura y que dice desde dentro de mí "Ven al Padre" (San Ignacio de Antioquía, Rom. 7, 2).

Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir (Santa Teresa de Jesús, vida 1).

Yo no muero, entro en la vida (Santa Teresa del Niño Jesús, verba).

La visión cristiana de la muerte (cf. 1 Ts 4, 13-14) se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia:

La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo.(MR, Prefacio de difuntos).La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin "el único curso de nuestra vida terrena" (LG 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. "Está establecido que los hombres mueran una sola vez" (Hb 9, 27). No hay "reencarnación" después de la muerte.

La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte ("De la muerte repentina e imprevista, líbranos Señor": antiguas Letanías de los santos), a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros "en la hora de nuestra muerte" (Ave María), y a confiarnos a San José, Patrono de la buena muerte.

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UNIDAD XI: LOS DOGMAS MARIANOS

¿QUÉ ES UN DOGMA?

El Papa Benedicto XVI definió los dogmas, siendo todavía cardenal, como interpretaciones de las Escrituras. Es quiere decir que luego de muchos años de análisis y de consultas a teólogos, la Iglesia da por cierta una realidad que involucre a alguno de los Personajes Santos.

Sobre la Virgen María se establecieron cuatro verdades: María fue Virgen toda su vida, María fue concebida sin pecado, María es la Madre de Dios, María fue llevada en cuerpo y alma al cielo.

La Iglesia defiende los dogmas como realidades infalibles pues como afirma el predicador católico, Scott Hann “sin los dogmas María pierde su gran valor y se vuelve irrelevante cuando en realidad ella es corredentora al aceptar colaborar con Dios en el plan de salvación”.

LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Un 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX, proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción.El texto se encuentra en la Bula Ineffabilis Deus en el que se explica que María fue concebida sin mancha de pecado original.

"Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del genero humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles."

El día en la que el Arcángel Gabriel saludó a María le dijo”llena eres de gracia”, eso incluso de que Jesús naciera.

Scott Hann explica que en ese saludo es donde se tiene la veracidad de este dogma. Él afirma “Jesús se alimentó y vivió de ella. Genéticamente tuvo que tener rasgos físicos similares a su madre. A ella se le dio la fuerza para no pecar, así fue que se convirtió en el primer sagrario de la historia cristiana, ella albergó al que no tiene pecado”.

También explica “el nacimiento de Jesús fue algo único en la historia por eso la concepción inmaculada de María sería también única. María fue redimida anticipadamente por confiar a ciegas en Dios. Ella gana la salvación de Dios, por su obediencia. Al igual que todos tenía que ser salva pero ella lo recibiría desde antes por su propio Hijo quien creció en ella y gracias a ella”.

El análisis del predicador concluye “se trata de una criatura, pero que es su madre y Él ha cumplido a la perfección y el mandamiento de honrar a los padres. La honró de una manera que es singularmente hermosa”.

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LA MATERNIDAD DIVINA

Este dogma lo proclamó el Papa San Clementino I en el año 431 durante el Concilio de Efeso, posteriormente lo hicieron también otros como el de Calcedonia y los de Constantinopla.Así reza el texto original redactado por el Sumo Pontífice en el 431 D.C.

"Si alguno no confesare que el Emmanuel (Cristo) es verdaderamente Dios, y que por tanto, la Santísima Virgen es Madre de Dios, porque parió según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema."

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Dogmática Lumen Gentium, hace referencia del dogma así:"Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades" (66).

San Cirilo insiste en que una mujer da a luz a una persona no a la naturaleza de la persona, eso significa que ella es la Madre de Jesucristo, el Dios Hijo. María no originó a Dios pero ciertamente lo engendró.

Scott Hann fue predicador calvinista y luego se convirtió en católico, defensor de la Doctrina. Él asegura, en su libro “Dios te salve Reina y Madre” que “¡Somos hermanos y hermanas del Hijo de María -EL Dios hombre- y no precisamente de su naturaleza humana!”

LA PERPETUA VIRGINIDAD

El dogma de la Perpetua Virginidad se refiere a que María fue Virgen antes, durante y perpetuamente después del parto.

"Ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emmanuel" (Mt., 1, 22-23) (Const. Dogmática Lumen Gentium, 55 - Concilio Vaticano II).

"La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre. En efecto, el nacimiento de Cristo "lejos de disminuir consagró la integridad virginal" de su madre. La liturgia de la Iglesia celebra a María como la 'Aeiparthenos', la 'siempre-virgen'." (499 - catecismo de la Iglesia Católica)

Para muchos teólogos, la maternidad virginal de María es la garantía de la divinidad y la humanidad de Jesús. Santo Tomás de Aquino lo resumió en la Summa Theologica III “en orden a que debía mostrarse que el cuerpo de Cristo era un cuerpo real, nació de una mujer. En orden a que debía quedar clara su divinidad, nació de una Virgen”.

Este dogma es tan importante para los católicos que esa cualidad forma parte ya del nombre de María, a ella es normal llamarla como “la Virgen”.

En los últimos años algunos hermanos separados atacan la virginidad diciendo que en la Biblia se hace mención a los hermanos de Jesús.

Al respecto el predicador convertido al catolicismo, Scott Hann explica: “la palabra hebrea para “hermano” es un término más amplio que se aplica también a los primos. De hecho, en el hebreo antiguo no existe una palabra que signifique primo. Para un judío de la época de Jesús, su primo era su hermano. Este modo de expresar la relación familiar se usaba también en otras lenguas semíticas, como

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el arameo, al lengua que Jesús hablaba. Mas aún, precisamente porque Jesús era hijo único, sus primos asumirían hasta el estatus legal de hermanos suyos, puesto que eran sus parientes más cercanos. Finalmente, la palabra “primogénitos” no ofrece una dificultad real, porque era un término jurídico del antiguo Israel que se aplicaba al hijo que “abría el seno”, con independencia de su la madre tenía más hijos después”.

María se muestra sorprendida cuando el Ángel le dice que será madre y ella asegura que “¿cómo será eso si no conozco varón?”. Cabe aclarar que ya María estaba comprometida con San José. Tomando eso en cuenta era lógico que podría ser madre pero ella no entendía esas afirmaciones. Varios teólogos descubrieron, en los escritos del Mar Muerto, las primeras evidencias de personas que optaban por la castidad. No era muy normal pero ya habían muestras de que el voto de María era voluntario y Dios se ayudó de eso.

LA ASUNCIÓN

El dogma de la Asunción se refiere a que la Madre de Dios, luego de su vida terrena fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial. Lo proclamó el Papa Pío XII en 1 de noviembre de 1950, en la Constitución Munificentisimus Deus:

"Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".

Existen muchas pruebas en la Sagrada Escritura de que ese dogma es verídico. El más importante está en Apocalipsis 12,1 en el que se describe a la mujer que daba luz coronada con las doce estrellas (es decir es la Reina de todo lo creado) y que luchaba contra el dragón (es decir la Nueva Eva que sí obedeció a Dios y fue recompensada).

En el Salmo 132 reza “Señor sube al lugar de tu descanso, Tú y el arca de tu Santidad”. Recuérdese que María es considerada por los teólogos como el arca de la Nueva Alianza. El Salmo 145 asegura que “la Reina está a su derecha”. En esa época los reyes solían tener varias esposas de ahí que el pueblo a la que honraba era a su madre. Si Jesús, cambió la historia y fue casto, pero siguió siendo el rey de reyes. María por lo tanto es la Reina Madre. Si Jesús está en el cielo, María también.

Scott Hann también encontró muchas respuestas a su antigua doctrina evangélica en la misma Biblia. Él defiende el dogma de la asunción porque sería ilógico que “la que albergó a Dios en su seno, fuera devorada por la muerte”.

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VI. GLOSARIO

ALMA:El alma se refiere a un principio o entidad invisible que poseerían algunos seres vivos cuyas propiedades y características varían en diferentes tradiciones y perspectivas filosóficas. Etimológicamente la palabra del latín anima usado para designar el principio por el cual los seres animados estaban dotados de movimiento propio, en ese sentido originario tanto los animales como el ser humano estarían dotados de alma.

Psyche o alma han venido a tener definiciones distintas; ya sea por costumbre, razones de las lenguas o preferencias filosóficas. Aristóteles la definió como "determinada realización y comprensión de aquello que posee la posibilidad de ser / realizado" por mucho tiempo fue declarado enigma universal irresoluble. En este sentido aristotélico, el alma o psiquis, se refiere a la función del sistema nervioso y del cerebro de los animales y el hombre estudiada por la psicología

BENDICIÓN:Una bendición es la expresión de un deseo benigno dirigido hacia una persona o grupo de ellas que, en virtud del poder mágico del lenguaje, logra que ese deseo se cumpla. Gramaticalmente, se trata de oraciones con modalidad desiderativa (lo mismo que su contrario, las maldiciones). Así, son bendiciones típicas Que Dios te guarde o Que te vaya bonito.

Las bendiciones tienen un papel destacado en las creencias populares de muchos pueblos, así como en sus mitos y leyendas. En especial, tiene gran importancia la bendición que un padre o una madre dirigen a sus hijos. En la Biblia, se cuenta cómo Jacob engaña a su padre ciego, Isaac, para obtener de él la bendición paterna, que Isaac deseaba dar al primogénito, Esaú. La bendición dice así: Dios te dé del rocío del cielo y de lo más preciado de la tierra: trigo y vino en abundancia. Que los pueblos te sirvan, y las naciones se postren ante ti. Sé señor de tus hermanos, y póstrense ante ti los hijos de tu madre. Sean malditos los: que te maldigan, y benditos los que te bendigan (Génesis 27:28-29).

BIBLIA:Es el nombre con el cual se designan desde muy antiguo las Sagradas Escrituras de la Iglesia Cristiana. Una exposición de su contenido y un estudio profundo de su texto y mensaje ocuparían mucho espacio, y precisamente todos los artículos de este diccionario iluminan un poco el texto de ese Libro por excelencia que es la Palabra de Dios.

Nombre. Biblia viene del griego a través del latín, y significa «Los Libros». La designación bíblica es de «la/s Escritura/s» y, en un lugar, «Las Santas

Escrituras» (Ro. 1:2). La ausencia de adjetivo delante de la palabra Biblia revela que los que lo empleaban consideraban que estos escritos:(A) Formaban por sí mismos un conjunto concreto y determinado y(B) que eran superiores a todas las otras obras literarias.

CIENCIA:No debe confundirse con el sentido moderno, de conocimientos sistematizados, sino simplemente «conocimiento», «erudición» o «sabiduría».

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La «falsa ciencia» mencionada en 1 Co. 8:1, 7 y Col. 2:8 se refiere a las enseñanzas de las sectas místicas y judaizantes, denunciadas por S. Pablo, en contraposición con la verdad del evangelio (1 Co. 12:8; Fil. 1:9).

CONOCIMIENTO:Son varias las palabras griegas traducidas «conocer», siendo las principales:(a) «oida», que significa «conocimiento interno consciente» en la mente; y(b) «ginoskó», que significa «conocimiento objetivo». Este último pasa a la consciencia, pero no a la inversa.

Son varios los pasajes en el NT en que aparecen ambas palabras, y un estudio de ellas (p. ej., en el Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español, de F. Lacueva, Ed. Clíe; o Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento, de W. E. Vine) demostrará que estas palabras no se usan de una manera indistinta, y se tienen que considerar de una manera cuidadosa.

CULTO:Al contrario, la lectura de sus textos sagrados o la recitación de sus mitos, la elaboración de su teología por vía de reglas de hermenéutica particulares, como la fe personal de sus fieles (para las religiones dogmáticas, i.e. cuya práctica necesita la adhesión a una confesión de fe), pertenecen al esoterismo.

Pueden ser, según las religiones, el conjunto de los ítem siguientes o una elección entre éstos: en primer lugar, sacrificios más o menos simbólicos; recitación de los mitos, predicación (homelítica), rezos y salmos, himnos o cánticos; la creación de imágenes piadosas iconos o ídolos.

Las peregrinaciones, la limosna, el impuesto religioso (retomado o no por el Estado), el ayuno son también aspectos del culto aunque no se les pueda incluir en el aspecto litúrgico; pertenecen al dominio de la ley religiosa.

Como la oposición entre religiones de autoridad y religión de la ley, la oposición entre religiones iconóforas (que incluyen la adoración y la veneración de imágenes) y religiones iconoclastas es un criterio estructurarte de las ciencias religiosas (como la antropología de la religión y la sociología de la religión).

DIOS:Es un concepto teológico, filosófico y antropológico que hace referencia a la suprema deidad adorada por algunas religiones, en especial las de origen abrahámico y aquellas relacionadas. Su conceptualización ha sido tema de debate en casi todas las civilizaciones humanas.

El vocablo Dios se escribe en español con mayúscula como sustantivo propio cuando se refiere a la idea de ser supremo de las religiones monoteístas, como son el judaísmo, el cristianismo, el islam

ENCARNACIÓN:Del lat. «in», y «caro», «carne»: el hecho de asumir un cuerpo de carne; el acto por el que el Hijo de Dios se revistió voluntariamente de un cuerno humano y de la naturaleza humana.

La encarnación de Jesucristo es el punto culminante de las revelaciones y manifestaciones procedentes de Dios en el mundo sensible. Por su misma esencia de amor, Dios no quiso quedarse aislado. Quiso

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manifestarse y, finalmente, encarnarse. Es así que inicialmente creó a los ángeles y a las criaturas celestes, esto es, a los espíritus servidores (He. 1:14); con ellos, al universo sensible que exalta su gloria a los ojos de las criaturas'' celestes (Sal. 19:1). La materia no es enemiga de Dios, sino un instrumento del que Dios se sirve para manifestar su poder y gloria. Este testimonio del poder divino es de tal claridad, a pesar del desorden que Satanás ha introducido en el mundo físico, que son inexcusables aquellos que rehúsan considerarlo (Ro.. 1:20; cp. Hch. 14:17).

Dios se manifestó de otra manera, en la Biblia. Se puede llegar a decir, en palabras de Adolphe Monod, que la Escritura (AT y NT) es como «una encarnación espiritual». Es a través del mensaje de los escritores inspirados (profetas y pastores), instrumentos escogidos de su revelación y;vehículos de su pensamiento, que Dios ha hablado a los hombres.

Espíritu Santo se denomina en la teología cristiana trinitaria a una entidad espiritual con características divinas, que es parte o está relacionada con Dios. Para la Iglesia Católica y gran parte de las otras denominaciones cristianas, el Espíritu Santo es una de las tres personas o hipóstasis de Dios, lo que se denomina la Santísima Trinidad. Para una minoría, es el poder ("su mano" o el "dedo") de Dios en acción.

ESPÍRITU SANTO:Si bien tanto el Padre como el Hijo son espíritu y santos, se reserva este nombre para la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. En la Biblia se hace referencia a (ruwah, soplo, viento) además de Espíritu de Dios, como en el primer capítulo del Génesis: "...Las tinieblas cubrían los abismos y el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas" (Gen 1, 1).

También aparecen alusiones al Paráclito, que significa consolador o abogado, que en la teología cristiana se han interpretado como alusiones al Espíritu Santo. El dogma trinitario católico sostiene que el Espíritu Santo es una de las tres personas de la Santísima Trinidad, que proviene del Padre y del Hijo eternamente por vía de espiración y amor. Este artículo dogmático, conocido como la "cláusula filioque" (la frase "y del Hijo"), fue agregado al Credo Niceno en el Primer Concilio de Constantinopla celebrado en el año 381. Las iglesias ortodoxas orientales hallan herética la concepción católica de que el Espíritu Santo proviene del Padre y también del Hijo, sosteniendo que viene sólo del Padre.

FE:Del latín fidere, "confiar", es en la terminología religiosa, "el asentimiento firme de la voluntad a una verdad basada sola y únicamente en la revelación divina". También puede ser definida como "la adhesión del entendimiento a una verdad por la autoridad de un testimonio. Implica, por tanto un componente intelectual, ya que la fe no es un consentimiento, sino un asentimiento y considera un motivo específico.

Es una palabra relacionada con «creer»; desde luego, ambos conceptos no pueden estar separados.

En el AT aparece dos veces la palabra «fe» en sentido propio (Dt. 32:20; Hab. 2:4). Las palabras en heb. son «emun», «emunah»; pero «aman» se traduce frecuentemente como «creer». La primera vez que este verbo aparece en el AT es cuando se usa de Abraham: «Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia» (Gn. 15:6). En esto se apoya Pablo en Ro. 4, donde la fe del creyente le es contada por justicia, sacándose la conclusión de que si alguno cree en Aquel que resucitó a Jesús el Señor de entre los muertos, le será contado por justicia.

HOMBRE:Son varios los términos hebreos que se traducen frecuentemente como «hombre».

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(a) «Adam», «hombre», término genérico para hombre, humanidad (Gn. 1:26, 27).(b) «lsh», «hombre», implicando «fortaleza y vigor» de mente y cuerpo (1 S: 4:2; 26:15); también significa «marido» en contraste con «mujer» (Gn. 2:23; 3:6).(c) «Enosh», «sujeto a corrupción, mortal»; no se usa del hombre hasta después de la caída (Gn. 6:4; 12:20; Sal. 103:15).(d) «Ben», «hijo», con palabras adjuntas, como «hijo de valor» u hombre, o varón valiente; «hijo de fortaleza» u hombre o varón fuerte (2 R. 2:16, etc.).(e) «Baal», «amo, señor» (Gn. 20:3).(f) «Deber», «poderoso, belicoso» (Éx. 10:11; 12:37).

Hay pasajes en que estos diferentes términos hebreos se usan en contraste. Un ejemplo es Gn. 6:4: «Se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres (a), y les engendraron hijos. Éstos fueron los valientes («gibbor») que desde la antigüedad fueron varones (c) de renombre». En el Sal. 8:4: «¿Qué es el hombre (c), para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre (a), para que lo visites?» «Dios no es hombre (b), para que mienta» (Nm. 23:19).

El hombre fue la cumbre de la obra creadora de Dios (véase ADÁN), y le dio el dominio sobre la esfera en la que fue situado. Es imposible que el hombre surgiera por evolución de cualquiera de las formas inferiores de vida (véase CREACIÓN). Dios sopló en la nariz de Adán el aliento de vida, y el hombre es así responsable ante Él como creador suyo. Por esta razón, será llamado a dar cuentá de sí, personalmente, ante Él, lo que no sucede con ninguno de los animales. «Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (He. 9:27). Todos descienden de Adán y Eva. Dios, «de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y' les ha prefijado el orden de los tiempos, y los limites de su habitación; para que busquen a Dios» (Hch. 17:26, 27).

HUMILDAD:Como espíritu de servicio, se da siempre a sí mismo en los dones que otorga, es la actitud de Jesús "El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir a dar su vida en rescate por muchos".

Semejante actitud se servicio no es más que manifestación del amor donado. La humildad repercute en beneficio de la comunidad entera y no solo de la autorrealización personal razón por la que es indispensable que los miembros de la comunidad cristiana, viviendo el uno para el otro, tengan una actitud interior de servicio.

IGLESIA:(gr. «Ekkiesia», del verbo «ek kaleó», «llamar fuera de»).(a) Uso del término.En los estados griegos recibía este nombre la asamblea de los ciudadanos, convocada por un heraldo para tratar y decidir los asuntos públicos (cfr. la asamblea alborotada de Éfeso, Hch.19:32, 41).

La LXX traduce como «ekklesia» el término hebreo «káhál», que designa a la asamblea o congregación de Israel. Es en este sentido que Esteban habla de «la congregación» («ekklesia») que estuvo con Moisés en el desierto (Hch. 7:38).

El Señor Jesús emplea por primera vez en el NT el término iglesia, que va a recibir un tratamiento tan corriente en el NT. Señalemos ya aquí que este término no designa jamás un edificio ni un lugar de culto, como sucede en la actualidad.

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(b) Definición.En esencia, la Iglesia es la comunidad de todos los creyentes del Nuevo Testamento que han sido unidos por el lazo de la fe y de la acción regeneradora del Espíritu Santo,' de una manera vital, a Jesucristo. Esta Iglesia «espiritual» es el cuerpo místico del Señor, del que se llega a ser miembro por el bautismo del Espíritu, y en este sentido sólo es discernida por los ojos de la fe (1 Co. 12:13).

INCREENCIA:Hoy la religión se encuentra confrontada con el fenómeno de la increencia. En otros tiempos se creía y se vivía en un clima religioso. La religión se daba por supuesta. Hoy no sucede así, sino que la increencia constituye un componente de nuestra situación.

La increencia constituye, quizá por primera vez en la historia, un fenómeno masivo. Si en otros tiempos al no creyente se le podía calificar de "insensato", hoy la increencia parece constituir la regla de la que los escasos creyentes constituyen una excepción.

Antes se vivía con actitud general de creencia. Todo se integraba dentro de un cosmos sagrado de misterio. Ahora parece que esto ha quebrado: por primera vez en nuestra historia, el hombre está emergiendo a la existencia en una actitud de increencia. Ya no busca el sentido de la vida desde lo trascendente.

La increencia, en fin, no es sólo el resultado de una nueva situación social; se ha convertido en una especie de presupuesto ideológico de comprensión de la realidad: da la impresión de que el hombre `normal" es el que resuelve los problemas de la vida sin acudir a lo Trascendente, y puede encontrar el sentido de lo bueno y lo malo por sí mismo.

JESÚS:(forma latina derivada del gr. «lesous», transcripción del hebreo «Jeshua», forma tardía de «Jehoshua» o «Joshua», es decir, Josué: «Jehová es salvación»).

(a) El nombre de nuestro Señor. Véase JESUCRISTO.(b) En los libros apócrifos en la LXX, este nombre aparece numerosas veces. El traductor del Eclesiástico al gr. fue Jesús el hijo de Sirach.(c) Cristiano de origen hebreo; tenía como sobrenombre Justo; colaboró con Pablo (Col. 4:11).

Aparte de sus referencias a Josué (véase JOSUÉ) y a Cristo, el historiador Josefo menciona a doce personas que llevaban el nombre de Jesús.

LAICO:Juan pablo II 1988 "Los fieles laicos participan en la vida de la Iglesia no solo llevando a cabo sus funciones y ejerciendo sus carismas"

El apostolado de los laicos es participación en la misma misión salvífica de la Iglesia apostolado al que todos estamos destinados por el Señor en virtud del bautismo y la confirmación.

MARIA (AT)(gr. del NT: «María» o «Mariam», derivado del heb. «Miryam»; en lat. «Maria»), (a) MARÍA, HERMANA DE MOISÉS Y AARÓN.

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Es probable que fuera ella la que vigiló el arca que contenía el pequeño Moisés (Éx. 2:4-8). Se puso a la cabeza de las mujeres que celebraron el paso del mar Rojo, danzando al son de los panderos. María cantaba: «Cantad a Jehová, porque en extremo se ha engrandecido; ha echado en el mar al caballo y al jinete» (Éx. 15:20, 21). María fue profetisa, y Dios le había dado un lugar tras sus hermanos, encargados de conducir al pueblo de Israel (Mi. 6:4; Éx. 4:15, 29, 30). Alegando el matrimonio de Moisés con una mujer etíope, Miriam incitó a Aarán a rebelarse en contra de él. Entonces quedó atacada por la lepra, en castigo a su resistencia a la voluntad divina. Moisés intercedió por su hermana; Dios la sanó, pero el pueblo se vio retrasado en su marcha hasta que ella volvió a entrar en el campamento (Nm. 12:1-16; Dt. 24:9). María murió y fue sepultada en Cades (Nrn. 20:1).(b) María, cuyo padre fue Esdras (1 Cr. 4:17), no el escriba de la época postexí tica.(c) MARÍA, la madre del Señor Jesús.

Los únicos datos auténticos nos provienen de las Sagradas Escrituras. Seis meses después de la concepción de Juan el Bautista, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una virgen llamada María. Ella vivía en Nazaret, una población de Galilea, y estaba prometida con un carpintero, José (Lc. 1:26, 27). Los textos afirman que José descendía de David. No lo dicen de manera explícita de María, pero hay numerosos comentaristas que creen que era de ascendencia davídica. En efecto, le fue anunciado que su hijo recibiría el trono «de David su padre» (Lc. 1:32). Además, en varios pasajes (Ro. 1:3, 2 Ti. 2:8; y cfr. Hch. 2:30) se afirma que Él es, según la carne, del linaje de David. Por otra parte, hay una gran cantidad de exegetas que opinan que en Lc. 3:23-28 se da la genealogía de Cristo a través de su madre, en cuyo caso el padre de María sería Elí. Sea como fuere, el ángel anunció a María que ella era objeto del favor divino, que tendría un hijo al que llamaría Jesús. Siguió afirmando que sería grande y que sería llamado Hijo del Altísimo, y que el Señor Dios le daría el trono de David su padre. Reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su reino no tendrá fin (cfr. Lc. 1:32, 33). María preguntó cómo podría ser tal cosa, por cuanto ella era virgen. El ángel le respondió que ella concebiría por el poder del Espíritu Santo.

MISTERIO:Término procedente del vocabulario religioso de los griegos, designando una doctrina particular y prácticas secretas. Solamente los iniciados participaban en los ritos y solemnes purificaciones u orgías de los misterios paganos (misterios órficos, eleusinos, de Cibeles, de Isis y Osiris, de Mitra, etc.).

En el NT, este término expresa una acción o dispensación de Dios guardada en secreto hasta la hóra precisa y determinada (Ro. 16:25-26) o hasta que el Espíritu Santo haya preparado al hombre para la recepción de la comunicación (Mr. 4:11). Un «misterio» así revelado no debe ser guardado en secreto, sino al contrario, proclamado en público: el misterio escondido durante el transcurso de los siglos es ahora manifestado y puesto al conocimiento de todas las naciones (Ro. 16:25- 26); este misterio, del que Pablo tuvo conocimiento, no había sido manifestado a las anteriores generaciones, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a los santos apóstoles y profetas de Cristo (Ef. 3:3-5, 9; Col. 1:26, 27). Los fieles son en la actualidad los 'dispensadores, esto es, no sólo los administradores, sino también los divulgadores de los misterios de Dios (1 Co. 4:1). Sin embargo, el misterio contiene un elemento sobrenatural que sobrepasa al hombre a pesar de la revelación dada. Solamente conocemos en parte (1 Co. 13:12); precisaremos de la eternidad para sondear las cosas profundas de Dios. Pablo es el que, por su mismo llamamiento, hace mención más frecuente del vocablo «misterio» (22 veces en el gr.).

En la Vulgata, el término griego «mysterion» ha sido traducido por el latino. «sacramentum», «sacramento» en castellano. De ahí es que la Iglesia de Roma se ha basado para establecer sus siete sacramentos, que no tienen ninguna verdadera relación con los «misterios» del NT. Además, el bautismo y la Cena no reciben en absoluto el nombre de sacramentos ni misterios por parte de Cristo ni de los apóstoles, no usándose este término en los textos correspondientes.

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ORACIÓN:La oración es una dimensión esencial de la existencia cristiana. Antes que un medio de obtener algo, es un valor en sí, Dirigirse a Dios como un tú tiene un significado por sí mismo solo en una relación interpersonal con el padre, descubre el hombre el sentido final de su existencia.

La oración es impulso místico, contemplación, supone en el hombre capacidad creativa y sentido de misterio implica en paso de una ascesis del dar a una mística de dejar obrar a Dios despojándose de la propia presunción y autosuficiencia.

PALABRA:(heb. «dábhár»; gr. «logos»: palabra hablada, término con el que se hace referencia, en general, a lo que está en la mente del que habla, y «rhema», «palabra» considerada en sí misma)

La relación de la palabra con el pensamiento es de sumo interés. En todo caso, la palabra es, en sentido general, la expresión del pensamiento, así como el molde en el que se expresa el pensamiento. Con más precisión: el pensamiento puede, en ocasiones, ser expresado en palabras aisladas («sí», «no», «nunca», etc.). Sin embargo, lo normal es que la expresión sea dada en unidades de significado constituidas por grupos de palabras que se modifican entre sí. El lenguaje viene a ser así el medio dinámico por medio del que el pensamiento de una mente es comunicado a otra mente. (Véase LENGUAJE.)

El concepto de Palabra de Dios expresa la comunicación de la mente y de los propósitos de Dios al hombre por medio de una revelación proposicional (esto es, expresada por medio de proposiciones). En esta comunicación de la mente de Dios al hombre se utilizan diversos medios (véase INSPIRACIÓN). La fórmula clásica utilizada en el AT es: «Palabra de Jehová que vino a (lit.: «fue a)...» (Os. 1:1; cfr. Ez. 1:3; 12:8, etc.; Jn. 1:1; 3:1; Mi. 1:1, etc.). La «Palabra de Dios» es así una extensión de la personalidad divina, mediante la cual ésta es expuesta de una manera racional y manifestada con autoridad divina (Sal. 103:20; Dt. 12:32), por lo que debe ser obedecida por todos, sean ángeles u hombres.

PECADO:Pecado, culpa, responsabilidad son interdependientes entre sí. El pecado supone la responsabilidad; no hay pecado sino cuando se obra de manera consciente y libre así se es responsable.La responsabilidad es el elemento que unifica y coordina el sentido de la culpa con el sentido del pecado.Bíblicamente el pecado es rechazo de la redención, el pecado no se comprende más que en relación con la gracia de la redención que es salvación recuperada.

PLURALISMO:En teología, a veces se conoce como pluralismo a la posición de que todas las religiones son caminos útiles para llegar a Dios o a la salvación. En general los movimientos orientalistas expandidos en Occidente mantienen esta posición (como los partidarios de Sai Baba o los miembros del movimiento Hare Krishna, aunque estos últimos son pluralistas débiles, es decir, afirman que su propia versión de la religión es un camino más rápido o efectivo). Opuestas al pluralismo se encuentran muchas denominaciones cristianas, especialmente la mayor de ellas, la Iglesia Católica, que afirma que si bien paganos, tanto como monoteístas no cristianos y cristianos no católicos, pueden ser salvos, la comunión con el Vaticano es una condición de garantía necesaria para que sea plena la seguridad de conseguir la salvación. Grupos escindidos del catolicismo, como los sedevacantistas, la acusan precisamente de estar haciendo concesiones al pluralismo a través' del ecumenismo decidido por el Concilio Vaticano II.

RELIGIÓN:

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Creencia en Dios o acto de orar y participar en un ritual, acto de mediar sobre algo divino, actitud emocional e individual respecto a algo que esta más allá de este mundo, igual á moralidad.

Cicerón: latín — religio se deriva de re-ligiere, significa estar atento, considerar y observar, mantenerse unidos (cumplimiento consciente del deber temor de un poder más alto.Lactancio re-ligare; significa atar, mantener junto, una relación estrecha y duradera con lo divino. El hombre está conectado con Dios por el lazo .de la religiosidad.

Sistema total de creencias y prácticas que operan en una sociedad dada. La religión incluye las creencias, las costumbres, tradiciones y ritos que pertenecen a agrupaciones sociales particulares, implica también experiencias individuales.

RESURRECCIÓN:Es el principio fundamental de los tratos de Dios en gracia hacia el hombre, por cuanto el hombre está bajo sentencia de muerte, y en la muerte misma, debido al pecado (cfr. Ef. 2:1, 4-6; Col. 3:1-4, etc.). La expresión «la resurrección general» se halla en obras de teología, y hay una creencia general de que todos los muertos serán levantados simultáneamente. Sin embargo, esta idea no se halla en las Escrituras. El Señor habla de «resurrección para vida» On. 5:29). El orden de la resurrección definitiva, dejando a un lado las resurrecciones «temporales» con que Dios manifestó su poder, es: «Cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin...» (1 Co. 15:23-24). Este «fin» es evidentemente el levantamiento de los malvados a juicio, o, en otras palabras, «a ' resurrección de condenación» (Jn. 5:29). En Ap. 20:4-5 se ve una estrecha correspondencia con el pasaje de 1 Co. 15:23-24; en ambos se aprecia, con la frase clave «cada uno en su debido orden», cómo se interpone el reinado milenial de. Cristo (véase MILENIO) entre la resurrección de los Suyos y la resurrección de condenación, o «el fin».

Así, siguiendo el orden de resurrecciones establecido en las Escrituras, se pueden considerar, sucesivamente:

(a) La resurrección del Señor Jesucristo.El retomo de Cristo a una vida corporal glorificada, tres días después de su muerte, constituye; junto con la cruz, la base misma del Evangelio (1 Co. 15:3-4). Sin este hecho glorioso, la fe del cristiano sería totalmente vana (1 CO. 14:14-19),La resurrección del Mesías está ya anunciada en el AT (Lc. 24:44-46; Gn. 22:2-5; cfr. He. 11:19; Nm. 17:1-11; cfr. Ro. 1:4; Is. 53:10-12; Mt. 12:39-40; Sal. 16:9-10; 110:1; cfr. Hch. 2:29-36). El mismo Jesús había advertido a sus discípulos de ello (Mt. 16:21; 17:22-23; 20:19; J n . 2:18-22; M r. 9:9-10).

REVELACIÓN:Dios se revela a los hombres mediante la Sagrada Escritura, la Sagrada Tradición y el Magisterio de la Iglesia.

La revelación divina en la Sagrada Escritura es inspirada por Dios, por tanto el autor principal es Dios y el secundario el hombre; la Iglesia Católica cumple su misión de interpretar la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición de módo auténtico y enseña la verdad a todos los fieles de la Iglesia a través de los tiempos.

Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina (cf. Concilio Vaticano I: DS 3015). Por una decisión enteramente libre, Dios se

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revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo. Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (DV 2).

TRADICIÓN:Gr. «paradosis», un «transmitir», ya sea oralmente, ya por escrito; una enseñanza transmitida de una a otra persona. Se usa en el NT en sentido positivo y negativo. En el negativo, es usado en la disputa entre el Señorsy los fariseos acerca de «la tradición de los ancianos»- (Mt. 15:1-9; Mr. 7:1-13) La tradición oral judía parece haber sido de tres clases:(a) Pretendidas leyes dadas por Moisés oralmente a los setenta ancianos, además de la Ley escrita, y que los fariseos consideraban tan vinculantes como ella;(b) decisiones de jueces, que vinieron a sentar precedentes directores de futuras decisiones;(c) interpretaciones de las Escrituras dadas por grandes rabinos, y que finalmente llegaron a ser consideradas con la misma reverencia que las Escrituras del AT.

De la comparación de los pasajes de Mateo y Marcos es evidente que el Señor Jesús atacó la pretensión de revelación adicional (esto es, «de los ancianos»).

Otra mención de tradición en sentido negativo es en Col. 2:8. En este pasaje hay exegetas que ven las enseñanzas judaicas de los falsos maestros. Aunque puede haber algo de verdad en ello, es evidente que aquí el término se usa con mayor amplitud que en lo que respecta a la tradición judía. El término «tradiciones de los “hombres” parece referirse al origen meramente humano, en contraste con el divino, de las falsas enseñanzas de Colosas,que parecen haber tenido características gnósticas, una mezcla de filosofía griega mezclada con conceptos populares del judaísmo de entonces.

El sentido positivo, se usa de la instrucción dada antes de que la revelación del NT hubiera finalizado (1 Co. 11:2, trad. «instrucciones»; 2 Ts. 2:15, «doctrina»; 2 Ts. 3:6, «enseñanza»). Aquí se refiere a la transmisión oral, al ministerio de enseñanza, mediante el cual transmitía el cuerpo de doctrina cristiana (2 Ts. 3:6) y las instrucciones concretas dadas a las iglesias de Corinto y de Tesalónica (2 Ts. 2:15;1 Co. 11:2).

En todo caso, esta «tradición», esta enseñanza, es la dada por los apóstoles, y quedaría cristalizada en sus escritos. En las Escrituras no se contempla la transmisión oral de la revelación divina. La enseñanza, evidentemente, debe ser oral en muchos casos, pero debe sujetarse en todo a las Escrituras (1 Co. 4:6). El apóstol Pablo, en su despedida, encomienda a los fieles, no a las jerarquías de la Iglesia y a sus enseñanzas y tradiciones, sino «a Dios, y a la palabra de su gracia» (Hch. 20:28-32). Los apóstoles eran los depositarios y transmisores de la enseñanza divina, y este depósito que ellos dejaron, la palabra apostólica, estilo que la Iglesia tiene que conservar, proclamar y vivir (cfr. Lc. 1:2; He. 2:3-4; 2 P. 1:12-20; 3:15-16; Jn. 1:1-4; Jud. 3, 17.

TRINIDAD:Este término, empleado por primera vez por Tertuliano (siglo II d.C.), expresa una magna verdad bíblica. El Dios único se revela a nosotros en las tres Personas dél Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Hay dos facetas a considerar en base a los textos:

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(a) la deidad esencial del Hijo y del Espíritu Santo, siendo innecesario tratar la del Padre;(b) el hecho de que las tres Personas son un único y mismo Dios.(c) La unidad de esencia de las tres Personas divinas

Las Tres Personas de la sola Deidad están unidas de tal manera que manifiestan la plenitud del solo Dios viviente: Cada persona cumple las mismas obras y recibe la misma adoración; participan del único Ser indiviso de la Deidad, manteniendo al mismo tiempo una relación tripersonal de amor y comunicación en el seno de la Deidad, con una perfección y armonía infinitas, con una total unidad, un amor Infinito, una sumisión perfecta al Padre, de quien proceden eternamente el Hijo y Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo (Jn. 15:26; Ro. 8:9; Gá. 4:6). El estricto monoteísmo del AT no queda afectado en absoluto. Simplemente, al revelarse plenamente en la persona de Cristo, Dios nos ha dado a conocer más realidades acerca de la inefable naturaleza del Dios único y verdadero. En el AT, tenemos ante todo la revelación del Creador y Señor soberano, «Dios por nosotros»; en los Evangelios, el Señor se encarnó, llegando a ser «Dios con nosotros», Emanuel. Una vez obrada la redención, en Pentecostés vino a ser «Dios en nosotros» por el Espíritu Santo.

VIDA:Vida es aquello por lo cual un ser creado disfruta del lugar en el que el Creador lo ha puesto. Dios sopló en la nariz del hombre aliento de vida, «y fue el hombre un ser viviente» (Gn. 2:7). Al entrar el pecado, el hombre pierde el derecho a esta vida, y Dios la reclama, diciendo: «Ciertamente demandaré la sangre de vuestras vidas; de mano de todo animal la demandaré, y de mano del hombre; de mano del varón su hermano demandaré la vida del hombre» (Gn. 9:5) En ello se instituye la pena capital por el asesinato, nunca abrogada o alterada.

En las Escrituras se reconoce la diferencia entre la «vida» en un sentido moral y la «existencia»: Ello se ve en este pasaje: «¿Quién es el hombre que desea vida, que desea muchos días para ver el bien?» (Sal. 34:12). Aquí se ve al hombre deseando vida, deseando gozarla. Ello responde a la objeción de los que intentan negar el castigo eterno, afirmando que «vivir para siempre» sólo se afirma de los creyentes, como en Jn. 6:51, 58. Esto es cierto, pero muchos otros pasajes de las Escrituras demuestran que los malvados tendrán existencia eterna.

El hombre, en su estado natural, es considerado moralmente muerto en pecados, y necesitando ser vivificado por el poder de Dios; o como viviendo en pecados, y necesitando aceptar la muerte a fin de poder vivir en Cristo (cfr. Ef. 2:1; Ro. 6:2, 11).

VIDA ETERNA:En las Escrituras se presenta comúnmente en contraste con la muerte. La vida eterna ha sido revelada en el Señor Jesucristo. «Éste es el verdadero Dios, y la vida eterna» (1 Jn. 5:20). «Y éste es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (1 Jn. 5:11, 12). Por ello, el que tiene al Hijo de Dios tiene la vida ahora, y lo sabe por el Espíritu Santo, el Espíritu de vida.

El apóstol Juan habla de la vida como un estado subjetivo de los creyentes, aunque inseparable del conocimiento de Dios plenamente revelado como el Padre en el Hijo, y verdaderamente caracterizada por esto mismo. El Señor le dijo al Padre en oración: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Jn. 17:3). El apóstol Pablo presenta la vida eterna más en su aspecto de esperanza puesta delante del cristiano, que sin embargo tiene un efecto moral en el aquí y ahora (Tit. 1:2; 3:7). De ello se puede ver que para el cristiano la vida eterna se relaciona en su plenitud con la gloria de Dios, 'cuando el cuerpo presente que forma parte de la vieja

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creación será transformado, y habrá una total conformación a semejanza del de Cristo, en cumplimiento de los propósitos de Dios. En este tiempo de espera, el propósito de Dios es que el cristiano, en quien mora el Espíritu Santo, sepa (tenga el conocimiento consciente) de que tiene la vida eterna (1 Jn. 5:13), una vida totalmente distinta de la vida en la carne, relacionada con el Señor resucitado y exaltado (Col. 3:1; cfr. Ef. 1:19, 20; 1 P. 1:3).

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