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Durante la primera mitad del siglo XIX tuvieron una nueva etapa de esplendor, pero más tarde entraron en la crisis definitiva que las llevaría hasta la desaparición. Un menor interés del clero parroquia1 y un cambio de concepción o de tolerancia de la Iglesia respecto a la creencia de las ánimas parecen haber influido en ello.

VlDA CONVENTUAL FEMENINA EN LA ZAMORA DEL SIGLO XVIBI

Francisco Javier Lorenzo Pinar Universidad de Salamanca

A través del presente trabajo pretendemos dar continuidad a una serie de estudios que hemos iniciado sobre el devenir histórico y cotidiano de los conventos femeninos de la ciudad de Zamora'. En concreto trataremos la división de oficios y las tareas dentro del ámbito monástico centrándonos fundamentalmente en el convento de Nuestra Señora de la Concepción. También nos acercaremos a los aspectos consuetudinarios, a los que transgredían la norma y a los que entraron dentro del campo de las vivencias sobrenaturales.

La vida de las religiosas en los conventos femeninos durante la Edad Moderna estuvo mediatizada en parte por el nivel económico familiar. Las posibilidades monetarias de la novicia marcaban en gran medida el tipo de labor o la actividad que iba a desarrollar dentro de la institución. Las de escasos medios monetarios debían conformarse con lo que se conocía como monjíos de «velo blanco» o de «medio velo». Este tipo de religiosas compensaban al monasterio la reducción de su dote con trabajos domésticos o de enfermería.

Las religiosas de velo blanco siempre se mantuvieron numéricamente por debajo de las de velo negro -monjas de coro que poseían voz y voto en las deliberaciones conventuales- y probablemente rara vez supusieron más allá de un tercio del colectivo de los centros2. Respecto

1 LORENZO PINAR, F. J.: «El Convento Zamorano de Nuestra Señora de la Concepción en la Época Moderna: siglo XVII». 1 Coligreso Ir~ternacior~al de la Ordeii Concepcionisfa. Vol. 1. León. 1990, pp. 287-298; ((Profesiones religiosas femeninas zamoranas en el siglo XVILI». El Morlacato fetnenino en Espaiia, Porflcgal y América (1492- 1992). Congreso It~ternacional. León. 1992 (en imprenta).

2 Hemos hallado casos en los que algunas monjas admitidas para velo negro carecieron de voz y voto por ejemplo doña Emereciana Martín de León, quien desempeñó en el convento de Santa Marina el oficio de refitolera y campanera.

Archivo Histórico Provincial de Zamora (en adelante A.H.P.Za). Protocolo 2446. Felipe Pacheco y Quintas. 6-11. 1749. Fols. 29-30.

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a las que no hemos determinado su tipo de profesión, posiblemente estuvieron encuadradas en el grupo de las de velo negro ya que la mayoría de ellas sabían firmar, circunstancia propia de las monjas de coro3. Parece que la proporción entre ambos tipos de religiosas cambió en algunos conventos en la segunda mitad de la centuria. La muestra manifiesta un incremento general de monjas de velo blanco, llegando en el caso de San Bemabé y Corpus Christi a superar a las de velo negro. Sospechamos que este fenómeno puede deberse a una distorsión de la realidad por parte de la muestra al contar con sólo 8 y 3 documentos para cada monasterio respectivamente.

CONVEQUITO 1" MITAD DEL SPGLO 2" MITAD DEL SIGLO

V.M. V.Bm S.D. V.N. V.B. S.D.

O/o Yo O/o O10 O/o O/o

CONCEPCI~N SANTA $AULA SANTA CLARA SANTIAGO SANTA MARINA SANTA MARTA SAN PABLO SAN BERNABÉ LAS DUEQAS CORPUS CHRISTI SAN JUAN

En lo que respecta a los oficios, los cargos de dirección estuvieron reservados a las monjas de velo negro. A la cabeza del convento se situaba una priora, abadesa o presidenta, ayudada de una subpriora o vicaria y de una maestra de novicias encargada de la formación de las futuras religiosas. Para el nombramiento de abadesa eran necesarias tres votaciones debiendo obtener la a'spirante la mayoría absoluta de los votos. Durante el proceso de elección el Obispo o el Superior de la orden no entraban en el claustro sino que oían o tomaban los votos ante la ventana de los canceles. El concilio tridentino estableció como condiciones para la candidata el tener una edad superior a los cuarenta años y al menos ocho años de profesión. Los manuales hablan de otros requisitos como el haber nacido de legítimo matrimonio o el ser virgen, aunque el Papa estaba facultado para dispensar esta última restricción5.

3 Los datos son similares a los de Concha Torres para el siglo XVII salmantino. En el convento de las Dueñas de esta ciudad las legas suponían un 12,8% y en el Carmelita el 7,1%.

TORRES, C.: La clai/s~cra femenina en la Salan~anca del siglo XVII. Doniinicas y Carnielitas descalzas. Salamanca. 1991, p. 71.

4 El cuadro ha sido elaborado a partir de 401 exploraciones de voluntad que se encuentran en el Archivo Histórico Diocesano de Zamora (en adelante A.H.D.Za) Sección García Diego. Legs. 448-49, excepto para el convento de la Concepción acudiendo en este caso al libro de entrada de monjas.

V.N.= Velo Negro; V.B.= Velo Blanco; S.D.= Sir1 deternlinar. 5 LÓPEZ DE AYALA, 1.: El sacrosanto y ecirrnér~ico Concilio de Trento. Barcelona. 1848. Sesión XXV. Cap.

VII, p. 294; MACHADO DE CHAVES, J.: Perfecto corrfesor y cura de ab~las. Madrid. Ed. Melchor Sánchez, 1665. Lib.V. Part. 111. Trat. IV, p. 343.

La vicaria sustituía a la abadesa cuando la ocasión lo requiriese y la maestra de novicias enseñaba a las postulantes durante un tiempo de dos años las ceremonias y tareas humildes del convento, no permitiendo durante el pei-íodo de aprendizaje que las novicias permaneciesen juntas excepto para actos de caridad.

La multiplicidad de oficios obligaba en ocasiones a que una misma persona desarrollase varias labores a la vez. Los libros de visita insertan memorias con la elección de oficios mostrándonos un elenco de las diversas ocupaciones asociadas a tareas de recepción (celadoras, porteras, torneras, hospederas); de vigilancia (guardas de hombres, escuchas de locutorio, guardas de vistas, guardas de rejas, cesradoras del cerco); de culto (vicarias de coro, sacristanas, capilleras); de administración (provisoras, graneras, depositarias particulares y de comunidad, archiveras, contadoras de los archivos, cobradoras y papelistas); educativas (lectora de la casa de labor, lectora de la casa de oración); morales (pacificadoras); hospitalarias (enfermeras); domésticas (cantarera, cocinera, refitolera, panadera, candeletera); o de otra índole (~ilenciadoras)~.

En el caso de las concepcionistas el Matl~ral de las Monjcrs descalzas determinaba las la- bores propias de cada religiosa. La correctora dirigía el oficio divino en el coro y trataba de mantener el silencio durante las ceremonias, en el dormitorio y en el refectorio. Vigilaba para que las hermanas no descuidasen el rezo, ayudaba a entonar a las cantoras cuando no lo hacían adecuadamente y tomaba las lecciones. La celadora inspeccionaba las faltas de las religiosas y las transmitía a la abadesa.

Entre las responsabilidades de la saci.istana estaba el aseo y la limpieza del confesionario, de los ornamentos o de la ropa del culto; además del tañido de la campana y de la campanilla indicando a través de ellas los diferentes eventos rutinarios; el cuidado de las llaves; la prepara- ción de los altares en la enfermería; o la ayuda al revestimiento del sacerdote y al levantamiento de los velos cuando las demás religiosas iban a tomar la sagrada forma.

Las pol.tel.as conseivaban en su poder una llave de la puerta principal junto a la vicaria para vigilar la entrada de personas y asegurar, mediante el toque de campanilla, cuando hubiese visitas, el recato y modestia de las monjas. La tornera tenía a su cargo la compra de lo necesario para el sustento de las hermanas y la transmisión de los recados y papeles que debían transferirse a la madre abadesa. Además concertaban las labores de hilo con las personas que comisionaban trabajos al convento.

La redera acompañaba a las religiosas que tenían visita al locutorio y escuchaba las conver- saciones, exhortándolas a que hablasen bajo. La previsora se ocupaba de la provisión y de la llamada a la comida así como de mantener silencio en la cocina. La etzfeimera proveía a los enfermos de ropa blanca de cama, de medicinas, agua y alimentos y daba los recados al doctor7. La r.ope1.a limpiaba las prendas para que cada sábado las religiosas tuviesen hábitos aseados, además de coserlos y remendarlos. La laborera tenía a su cargo el mantener ocupadas a las monjas ejerciendo labor. La r.efito1er.a preparaba las mesas, mientras que la capitulera limpiaba el capítulo y los claustros y ornamentaba el altar y los frontales ante la llegada de algún prelado.

6 A.H.D.Za. Sección García Diego. Leg. 160. Visitas de los conventos de Santa Marta y San Pablo. 1704-13; Leg. 442. Visita a los conventos de Santa Marina, Santa Marta y San Bernabé. 1790.

7 El oficio de enfermera debía ser uno de los más onerosos a tenor de las declaraciones que encontramos en las cartas de monjío ya que solía asignarse a las monjas nuevas trasladando a la antigua enfermera al oficio de cocinera, campanera, refitolera o para entonar los fuelles del órgano. Si ascendía a velo negro entonces se la buscaba un «oficio de comodidad)).

A.H.P.Za. Protocolo 2697. (San Pablo). Carta de Monjío de Doña Ioaquina Feinández. 1-V-1799. Fols. 204-5; Protocolo 2680-B. (Santa Marina). Carta de Monjío de Doña Manuela Llorente. 30-M-1796.

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Existían además cuatro hermanas discretas las cuales acompañaban a la prelada y vicaria a los actos y firmas de las escrituras de la comunidad.

A las noijicias competía el echar el agua bendita en la pila del coro y en las celdas todos los domingos y limpiar los candeleros. Si eran de velo negro servían personalmente en los oficios regulares de sacristía y mayordomía, aunque en ocasiones podían excusar del servicio mediante pagos.

La jerarquización social de los conventos hallaba uno de sus más claros exponentes en la asignación de los deberes más arduos a lasfieylas y en el espíritu de sumisión con el que habían de realizarlos. Sus labores de apoyo en la cocina, el fregar o el sacar agua del pozo estaban consideradas por las monjas como oficios hunlildes de casa y debían ejecutarse si11 réplica ni p o f l s ; pues no están allipara hacer su volctntacl, sino la agerla ni dar conseio, rlin governar.; n ~ á s dexarse governar con nzansedumbre8. Estas monjas de velo blanco comían en una mesa apai-te para poderse levantar con mayor comodidad a desarrollar sus ministerios.

En los conventos bajo la filiación episcopal la duración de estos cargos solía ser por tres años. En algunos casos de monjas de velo blanco hemos podido apreciar la interinidad en el desempeño de un oficio hasta que quedase vacante la plaza de la titular sin que pudiese participar durante ese período de las propinas o de los derechos de las demás religiosas, limitándose simplemente a recibir su ración9.

Además de las monjas, los conventos contaron entre su nómina con personas seglares y religiosas que suponían un nudo de contacto con el mundo exterior. Entre éstas destacan los confesores, vicarios, sacristanes y capellanes, para las tareas de culto; las demandaderas o demandaderos, procuradores, agentes, escribanos, abogados y mayordomos, para las adminis- trativas; boticarios, cirujanos y médicos, para las hospitalarias y lavanderas, aguadores, criadas, caseros y pastores, para las domésticas.

2. .LA VIDA CONVENTUAL

La vida en el interior de los conventos estaba sujeta a las normas y actividades marcadas por las diferentes reglas. La mayoría de los monasterios zamoranos pertenecían a la Tercera Orden de San Francisco (Santa Paula, Santa Marta, Santa Marina y San Bemabé). El convento de la Concepción se regía por la regla otorgada por el Papa Julio II en 151 1; el de San Juan de las Comendadoras y el de San Pablo por la regla de San Agustín; los de Santa Clara y Corpus Christi por la de Santa Clara y los de las Dueñas y Santiago por la de Santo Domingoio.

Para delimitar el marco vital del devenir monástico hemos elegido en este estudio las Constituciones de Julio 11 conferidas a las monjas concepcionistas, aunque también aludiremos a los libros de visita e informaciones de otras instituciones. El documento está compuesto por una docena de capítulos que hacen referencia tanto a los requisitos de admisión como a las normas por las que se habían de gobernar. Esta normativa debía ser leída a las religiosas cada vez que los visitadores, vicarios generales o provinciales realizasen la inspección anual.

Las Constituciones imponían a la monja los votos de obediencia, castidad y clausura. A su

8 Archivo del Convento de la Concepción de Zamora (en adelante A.C.C. Za.) Cajón 4. Marillal del Coni'ento y ceretnonias de coro, capítlrlo, refitorio y dorniitoi~io y oficios. 1744, p. 166.

9 Este es el caso de Josefa de Ocaña, monja de cocina en San Juan de las Comendadoras. A.H.P.Za. Protocolos. 1110. Diego Álvarez de Losada. 2-IX-1637. 10 Así lo expresa el vecindario de 1715. A.H.D.Za. Sección García Diego. Leg. 108.

vez determinaban la vestimenta concepcionista que encerraba un gran contenido simbólico. La blancura de su hábito constituía un testimonio de la pureza virginal de su alma y cuerpo, y el manto de estameña o paño basto de cielo representaba el alma de la Virgen. Tanto el manto, situado sobre el hombro derecho, como el escapulario, entre los pechos, llevarían una imagen de la Virgen cercada de un sol con sus rayos, coronada de estrellas en la cabeza. Al igual que los frailes menores iban ceñidas con una cuerda de cáñamo y el vestido se completaba con una toca blanca de lienzo que cubría la frente, las mejillas y la garganta, colocando sobre ella un velo negro. El calzado constaba de alpargatas, zapatos, zuecos o corchos. La abadesa era la única facultada para dispensar algún cambio en la indumentaria.

El contacto con el mundo exterior quedaba muy limitado. Para recibir objetos tenían un torno y una ventana con dos llaves, utilizada exclusivamente cuando lo recibido no entraba por el tomo. Existía también un locutorio con redes de hierro y la religiosa tenía que llevar el velo puesto para no ver ni ser vista. El velo sólo se alzaba en la iglesia para recibir el Santísimo Sacramento. Las ventanas del coro de la iglesia también estaban enrejadas y cubiertas con un lienzo negro.

Las únicas personas a las que se permitía la entrada, además del personal de servicio doméstico del convento, eran los visitadores, confesores, médicos y oficiales necesarios para las reparaciones, los cuales siempre irían acompañados de la abadesa y de la portera de escalera quien tocaba una campana anunciando la presencia de extraños. Al sonido de esta campaña las monjas se retraían y colocaban el velo sobre la cara ya que no debían ser vistas sino de su es- poso Iesú Christo.

En la vida de la religiosa la oración jugaba un papel importante al calificarla como un instrumento colaborador en el logro de la salvación y un ejercicio adecuado para la perfección del amor hacia el prójimo. Las monjas de coro estaban obligadas a decir el oficio divino y las otras el Padrenuestro en un número de veces que oscilaba entre cinco y veinticuatro en función del período del día: maitines, laudes, prima, tercia, nona, completas o vísperas. No faltaba tampoco el rezo diario por las difuntas".

El ayuno constituía otro de los elementos inherentes a la vida conventual. Además de las ocasiones en las que era practicado de manera voluntaria, las Constituciones lo fijaban para los días de Cuaresma, desde la Presentación de Nuestra Señora hasta la Natividad de Cristo, todos los viernes del año y días preceptuados por la Iglesia. Numeraban a su vez una serie de fiestas extraordinarias en las que se habían de confesar privadamente y comulgari2. Existía además una confesión pública ante la comunidad dirigida por la abadesa.

Los manuales marcaban igualmente los tipos de mor-tificaciones para las religiosas, divi- diéndolas en ordinarias y extraordinarias. Entre las ordinarias estaban el besar los pies a las demás hermanas y tenderse en el suelo en forma de ciuz en medio del refectorio o a la puerta para que pasasen las demás monjas por encima. Las extraordinarias estaban impregnadas de una mayor dureza y la refitolera se encargaba de tener los aparejos preparados para el caso. Destacan entre las penitencias la de pedir bofetón, llevar una cruz al hombro, un palo en la boca,

11 Según Concha Torres a las monjas analfabetas se las imponía rezos repetitivos más largos que a las demás. CONCHA TORRES: Op. cit. pp. 110 y 160. 12 Éstas eran el día de la Concepción de Nuestra Señora, el de su Natividad, Purificación, primera semana de

Cuaresma, Anunciación, Semana Santa, Resurrección de Cristo, Asunción de Nuestra Señora, Natividad de Cristo, San Francisco y Todos los Santos. Estaba considerada como preceptiva la confesión mensual.

A.C.C.Za. Cajón 4. Cotistitiicio~zes de Jirlio 11. 1511.

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esteras en los ojos, sogas, o comer en medio del refectorio; mostificaciones que no podían superas el número de cuatro por comidai3.

También las religiosas se reunían cada viernes para escuchar de la abadesa algún «razona- miento espisitual)), y sus exhortaciones a la perfección y a la observancia de la regla. Había una confesión pública de culpas. La celadora estaba encargada de manifestar las infracciones que hubiese observado y nombrarlas, excepto aquellas que ya había corregido la abadesa, para posteriormente imponer las oportunas penitencias. Las faltas cometidas por la prelada no eran expuestas ante las demás monjas para no minar de este modo su autoridad espiritual.

En ocasiones el Obispo peimitía la entrada de algún religioso a los conventos para la celebración de ejercicios espirituales que impulsasen a las monjas a la confesión particular y a una comunión general. Durante ese tiempo se guardaba el mayor silencio y retiro hasta el punto de evitar las conversaciones entre las hermanas y cerrar las puestas de las gradas y de las vistasi4.

Había otra serie de normas tendentes a suprimir la ociosidad considerada como un vicio enemigo del alma. De este modo las religiosas doimían con el hábito ceñido y con una lámpara encendida durante toda la noche. Guardaban durante el día varios períodos de silencio pues pensaban que de la mucha palabre~ia nacía el pecado. Observaban silencio papa1 en el coro, claustra y refectorio; desde la hora de completas hasta la de prima y a la hora de dormir desde el día de la Resurrección hasta Santa Cruz de septiembre. La conversación sin licencia con personas del exterior estaba prohibida, y siempre había de efectuarse con una escuchaderai5.

El manual del convento designaba un toque de matraca a las dos de la madrugada con una visita por las celdas para que las mojas elevaran alabanzas a Dios. A las dos y media comenzaban los maitines, descansaban hasta las cinco de la mañana y a las seis se llamaba a oración. Asistían al coro entre nueve o nueve y media, dependiendo de la época del año. La colocación de las hermanas en el coro se efectuaba conforme a la calidad del hábito y a la antigüedad, situándose las novicias en los últimos lugares y tras ellas las de velo blanco. Para abandonar el coro había que hincarse de rodillas delante de la abadesa y besar el escapulario. En el caso de querer simplemente atravesarlo bastaba con una venia al altar. Tras la misa regresaban a sus celdas y se volvían a juntar para un examen de conciencia. Por la tarde, después de la comida, continuaban con el rezo de Salmos y efectuaban una procesión en silencio. Tras la bendición, disfrutaban de una hora de descanso y después recibían una lección. A las doce de la noche se retiraban a sus celdas manteniendo de nuevo silencio. Como se puede observar el ritmo de vida marcado por la regla pretendía dejar el menor tiempo posible para la ociosidadi6.

Diversas fiestas anuales de carácter religioso, además de los mencionados convites ofrecidos en las tomas de hábito, rompían la monotonía consuetudinaria. En el caso de las concepcionistas estaba la fiesta de su patrona -a la que asistían los músicos de la Catedral-, el día octavo de la Purísima --que contaba con la presencia de la comunidad masculina de San Francisco- y la función de Ánimasi7.

13 A C C Za Cajó~i 4 Op crt p 140 14 A H D Za Seccróri García Diego Leg 442 Carta del Obispo don Jorge Galván a la comunidad de San Pablo

para que permitan al Guardián del Colegio de Capuchinos de Toro impartii ejercicios espiiituales 18-XI-1770 15 Ibídenl 16 A.C.C.Za. Cajón 4. Ma~liral del Co~ii~erito y cer.enio~zias de coro, capítlrlo, refitorio y clolo17?1itorio y oficios.

1744. 17 Entre los actos oficiados a favor de los difuntos estaba la celebración de una profesión cada lunes alrededor del

claustro al igual que otras comunidades religiosas masculinas y femeninas.

Si la vida no era igual para todas las religiosas tampoco la forma de celebrar su fallecimien- to. Las diferencias jerárquicas de las monjas en vida afloraban también a la hora de su muerte. El libro de sepulturas del convento de la Concepción correspondiente a esta centuria no aprecia- mos distinciones respecto al lugar de enterramiento ya que se inhumaban bajo una misma lápida monjas de velo negro y blanco, llenándose las fosas por un orden numérico a medida que las religiosas fallecían. Esta igualdad en la lápida no afectaba a otros ámbitos del funeral. En otros conventos observamos cómo los gastos fúnebres variaban según se tratase de una monja pobre o una pudiente. En el caso de las monjas de San Bernabé, al entierro de la monja más pobre solían asistir cuatro sacerdotes, el capellán comunitario y todas las hermanas, portando un cirio cada una. Acompañaban 6 hachas y 76 velas y se oficiaban las tres misas de indulgencia. Cuando la religiosa era de mediana categoría asistían de doce a catorce sacerdotes y se celebra- ban cien misas. Si la hermana contaba con un gran expolio se llamaba a las comunidades de Santo Domingo y San Francisco, se decían más de doscientas misas y se entregaban dos velas a cada religiosai8. Otra de las diferencias encontradas en los conventos de filiación episcopal es que a las religiosas de coro se le ponían seis velas en el altar y doce hachas mientras que a las de obediencia sólo cuatro velas y seis hachas.

Para averiguar el caudal de cada monja, el día que la religiosa tomaba el viático debía entregar a la abadesa un memorial firmado de lo que poseía renunciando a sus alhajas. El entierro, honras y cabo de año respondería a la categoría y liquidez de la religiosa. Cuando el expolio no llegaba para sufragar los dispendios, los cubría el convento no permitiendo en algunos casos gasto alguno a los parientes de la fallecida.

Las contiendas y desavenencias surgidas por cuestiones económicas o jurisdiccionales en los entierros, habituales entre curas párrocos y frailes, también aparecieron en los conventos femeninos. Un claro ejemplo lo tenemos en la protesta de las marinas por la apropiación por parte del cura de San Torcuato de los derechos de cera, sepultura y ofrenda de una seglar, doña María Josefa, la cual vivía en el convento en compañía de su hija religiosa, perteneciendo tales derechos a otro párro~o'~.

La vida conventual no siempre transcurrió en una completa armonía. Las visitas efectuadas por los prelados eran un buen momento para dejar notar las quejas y hacer patente el descontento ante ciertas situaciones. Desgraciadamente carecemos de estos libros para el convento de la Concepción, sin embargo la existencia de estas fuentes documentales en otros monasterios pueden ofrecernos una idea generalizada de cuáles fueron las críticas más frecuentes.

Las monjas manifestaban su repudio a la asignación de labores que no eran de su competencia, como por ejemplo el que la organista, oficio de gran prestigio, asistiese al torno. Otras veces se quejaban de que la dirección del convento parecía no recaer en la abadesa sino en otras monjas como la portera. En otros casos percibimos un ambiente de ruptura de la unión que debiera presidir la vida monástica de modo que alguna de las religiosas intersogadas llega a solicitar que se viva y coma en comunirladlO.

Los libros de visita destacan las dificultades que existían a la hora de disolver un convento e integrarlo en otro aunque fuese de la misma orden o siguiese la misma regla. Las monjas del monasterio disuelto tendían a perpetuar su identidad y la manera de hacerlo patente estribaba en no aceptar las órdenes de la abadesa de la institución a la que habían sido trasladadas. Esto

18 A.H.D.Za. Seccióri García Diego. Leg. 442. Documento sin fecha, inserto entre otros de finales del siglo XVIII.

19 Ibídeni. Visita al monasterio de Santa Marina. 23-1-1793, 20 Ibídem. Visita secreta al monasterio de San Pablo. 5-XII-1790.

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sucedió con las monjas de Santa Paula. Las marinas se lamentaban de su desobediencia y desafecto ante los visit~dores~'.

También salen a relucir momentos de relajación patentes en la escasez de obras pías efectuadas o en el abandono de la lectura de la regla, conminándose a que fuera leída cada primer día de mes, los viernes de cada semana, Adviento y Cuaresma y a que las novicias la aprendiesen antes de profesar22. Tampoco se cumplía con la media hora de examen de concien- cia que disponía la regla tras los maitines.

Los libros reflejan la negligencia de las enfermeras, los dilatados períodos sin confesar de las enfermas o sus largas convalecencias; así como el incumplimiento de los ayunos al comer lacticínios los días de Cuaresma sin haber pagado la bula ni tener prescripción médica para ello. Hacen énfasis en la mala administración al no elaborar recibos de las escrituras extraídas del archivo, no justificar algunos gastos y no permitir la fiscalización de las religiosas en la intervención de cuentas.

Estas protestas aparecen en un contexto en el que algunos conventos habían visto mengua- das sus rentas y se veían obligados a tomar medidas extraordinarias y a reincidir en el cumpli- miento de las ordinarias. Entre estas medidas encontramos la ampliación del ayuno a todos los viernes y sábados del año además de los de Adviento y Cuaresma o l~ restricción de gastos en las fiestas y sermones. Respecto a éstos últimos se limitaría su solemnidad disminuyendo el número de misas, de velas en los altares y las colaciones a las religiosas. La ración de las monjas sería reducida a una libra de pan y media de camero suprimiendo los extras de los días solemnes. La abadesa controlaría semanalmente los gastos y la provisora realizaría una cuenta diaria. Además la abadesa, al cesar en el cargo, entregaría un inventario de bienes de la comunidad23.

Las protestas más frecuentes plasmadas en las visitas se centraron en aspectos relacionados con la posible violación de la clausura y con la asistencia al coro. El alquilar las huertas conventuales a particulares fomentaba el contacto de las monjas con seglares, circunstancia mal vista por algunas de las hermanasz4. Los visitadores demandaban el cese de las conversaciones desde las vistas del convento, desde las rejas y desde los coros bajos de las iglesias, y que las religiosas poseedoras de llaves no saliesen a la callez5. El ataque a las vistas o miradores estaba fundamentado en el hecho de que los mozos acudían a este lugar para besarse26.

En el caso de las monjas de San Juan de las Comendadoras, el contacto con el mundo

21 Ibídeni. Visita secreta al convento de Santa Marina. 1793. 22 Ibídetn. Leg. 160 (2) Visita al convento de Santa Marta. 1704. 23 Ibídeni. Visitas al monasterio de Santa Marta. 1704-13. 24 La consecución de un estado de clausura rígido que evitase al máximo la entrada de hombres fue un caballo de

batalla constante de las visitas monásticas en diversas ciudades. MORGADO GARCÍA, A,: «Los conventos de monjas concepcionistas en el Cádiz del siglo XVIIIn. 1 Congreso

hiternacional de la Orden Coricepcionrsta. Vol. 1. León. 1990, p. 308. 25 El asomarse a los muros constituyó otra de las irregularidades a corregir en algunos conventos hispanos al igual

que la falta de silencio, las divisiones internas o la ausencia de lectura de las reglas. A.H.D.Za. Sección García Diego. Leg. 160 (2). Visitas a los conventos de filiación episcopal (San Bemabé, Santa

Marta, San Pablo, SantaPaula y Santa Marina). 1704-5; GONZÁLEZ GARC~A, M. A.: «El convento de la Concepción de Ponferrada en 1789n. 1 Congreso Internacional de la Orde~i Coricepcioriista. Vol. 1. León. 1990, pp. 427-38.

26 Sánchez Lora alega que desde finales del siglo XVII este tipo de amonestaciones para que las religiosas no se aproximasen a los miradores a ciertas horas pasaron a un segundo plano al preocuparse más los visitadores por problemas organizativos y agrarios. Tal circunstancia no parece darse en Zamora, donde esta admonición ocupó todavía un primer plano entre las diversas advertencias a las monjas en el siglo XVIII.

SÁNCHEZ LORA, J. L.: Miyeres, conventos y formas de religiosidad barroca. Madrid. 1988, p. 160.

exterior en ciertas ocasiones señaladas fue motivo de escándalo para el Obispo. Éste recriminó al Bailío que las religiosas en algunas fiestas del año, así como en los actos de admisión y profesión de las novicias, celebrasen dos días de bailes profanos con los individuos del pueblo27.

En cuanto al coro, se demandaba una mayor presteza de las convalecientes de las enferme- dades para que acudiesen a él; el silencio, y el cierre del tomo y de las rejas para evitar molestias y distracciones durante en tiempo que las religiosas estuvieran celebrando allí los oficiosz8.

Bajo este epígrafe pretendemos acercamos a las vivencias espirituales de dos monjas concepcionistas durante la última centuria de la Edad Modema. Evidentemente no fueron las únicas, pero pueden servirnos de paradigma para aproximarnos a un mundo de experiencias que en unos casos encontraron gran aceptación mientras que en otros suscitaron críticas. Sánchez Lora ofrece como causas explicativas a estos fenómenos extáticos la entrada en clausura a una temprana edad y una prolongada vida de encierro intramuros. Las obras de arte religioso de los conventos, claros exponentes de una cultura gestual, las lecturas hagiográficas y la desbordada sensibilidad de algunas monjas indujeron a una reproducción real de lo leído u observado. Se intentaba dar un sentido a la clausura mediante la aprehensión de historias maravillosas ofrecidas para ligarse a la vida religiosa o para buscar una huida ilusoriaz9; sin embargo, en el caso de las dos monjas concepcionistas, no encaja alguna de estas motivaciones ya que su entrada en el convento fue tardía y respecto a una de ellas no encontramos indicios de lecturas hagiográficas. Estas religiosas achacaron sus vivencias a una especial vocación religiosa surgida desde su más tierna infancia.

Las dos monjas son Sor Isabel de la Encarnación (1704-1771) y Sor María Antonia de Jesús (1727-1799). Sobre la primera se conserva un amplio manuscrito redactado en 1776 por Fray Lucas de Santa María, prior de los jerónimos. Su vida ha sido el centro de estudio de algún artículo30. Sor Isabel de la Encarnación, hija de un comandante de artillería ejecutado durante la Guerra de Sucesión, nació en Barcelona pero pasaría su vida religiosa en Zamora. Su persona estuvo indiscutiblemente ligada a la imagen del Santo Niño que actualmente se conserva en el convento zamorano de la Concepción. Según su cronista a la edad de 7 años vio descender a la Virgen entre Santo Domingo y San Francisco trayendo una imagen de un niño en una almohadilla color ceniza. Los patriarcas que acompañaban a la Virgen la vistieron con la túnica blanca y el manto azul atándole un cordón, y la transportaron a un convento de la Purísima Concepción3'. Desde aquel instante quedó ligada a la vida religiosa. Hasta los 11 años no volvió a tener este

27 El Obispo esgrimió como argumento para rebatir esa actitud su incongruencia con la determinación de su patriarca (San Juan) quien era venerado por dar la cabeza al oponerse a 1r11 baile.

A.H.D.Za. Sección García Diego. Leg. 442. 1767. 28 Ibídem. Visita al convento de San Pablo. 24-XI-1791. 29 SÁNCHEZ LORA, J. L.: Op. cit. pp. 239, 241 y 458. 30 ESPÍAS SÁNCHEZ, M.: «El Santo Niño de las Lágrimas, una tradición y devoción zarnorana». En El Cor.reo

de Zamora. 31-XII-1988, p. 9. 31 La vestimenta de hábitos por seres celestes viene a ser una característica propia de otras monjas visionarias, por

ejemplo el caso famoso en su tiempo de Manuela María de Jesús. A.C.C.Za. Cajones 9 y 10. Documentación referente a Sor Isabel de la Encarnación; IMIRIZALDU, J.: Morijas beatas

y embaircadoras. Madrid, 1978, p. 75.

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tipo de visiones. En 1731, durante su estancia en Alicante, en uno de sus trances un joven hermoso le entregó la imagen que había visto en su primera visión. Desde 1739 la reliquia fue colocada en una urna de plata en el convento y rodeada de alhajas. Las hermanas de la abadesa promocionaron su culto, iniciado dos años después, con el ofrecimiento de una dotación3'.

Sin embargo el aspecto que más nos interesa resaltar es la forja de su vocación religiosa y su experiencia visionaria. El relato de su vida alude al carácter piadoso de sus padres y a su ceguera que desaparecería el día de su bautizo al colocarla en el altar de la Virgen. Posterior- mente y siendo una niña recibió visiones como la anteriormente citada en las que fue trasladada al coro de una comunidad religiosa (en concreto la de Zamora aunque vivía en Barcelona) sintiéndose llamada a ese tipo de vida. A pesar de contraer matrimonio, forzada por su tía, con un cisujano del regimiento, mantuvo de común acuerdo con su marido el voto de castidad que había prometido en su juventud, viviendo la pareja como l ~ e ~ m a n o s ~ ~ . Tras el fallecimiento de su marido en 1738 ingresó en el convento concepcionista zamorano.

En la vocación de esta monja se aprecian como factores decisivos a la hora de marcar su inclinación por la vida monástica la influencia de las vivencias religiosas paternas, la existencia de familiares en órdenes monásticas masculinas, las experiencias sobrenaturales y la exalta- ción del estado de celibato. No apreciamos por parte de sus compañeras tratos vejatorios ni críticos hacia sus vivencias, sino una plena aceptación de su persona por las sanidades y beneficios económicos que la diminuta imagen -de unos cinco centímetros- reportó para el convento.

La cara opuesta de la moneda la protagonizó otra monja coetánea a la anterior, Sor María Antonia de Jesús. Su confesor, quien revisaría su historia y la ampliaría incluyendo ciertas sanidades efectuadas por su intercesión, afirmaba que Sor María sufrió continuos sinsabores y persecuciones de algunas religiosas que la trataron nzal de palabras3! Los padres de esta monja tuvieron el sentimiento de que no la criarían para las cosas de este mundo. Desde su infancia experimentó signos premonitorios de su futura inclinación religiosa hasta el punto de saltar de alegría en misa cuando el sacerdote levantaba la sagrada forma. De pequeña los vecinos intentaron convencer a su madre para que la otorgase mayor libertad sin que la sometiese a tanta s~ijeción. Alega que su diversión estaba en la asistencia a la iglesia y no en los juegos. Recibía en la escuela malos tratos por falsas acusaciones de sus compañeros los cuales soportaba con paciencia pensando en que los sufrimientos de Cristo habían sido mucho mayores.

Al igual que la religiosa anterior experimentó visiones desde su niñez, algunas de ellas de

32 En el testamento de doña María Magdalena del Campillo y Rueda, viuda de don Cristóbal de Aranda, ayudante General, se nombra al Santo Niño como sucesor de un mayorazgo en Quintanilla del Olmo (Villalpando) de 11.000 maravedís de renta anual con el propósito de financiar en su honor una ofrenda anual y de sostener el coste del alumbramiento de sus lámparas. La relevancia de la fiesta posteriormente vendría marcada por la asistencia del Ayuntamiento y de las gentes de pueblos limítrofes.

A.C.C.Za. Cajón 10. 8-X-1760; ESPÍAS SÁNCHEZ, M.: art. cit. p. 9. 33 La validez de este tipo de votos tal vez hallaba su justificación en pasajes bíblicos como los de Números 30,4-

9. Romeo de Maio alega que la Iglesia promovió ese acercamiento al estado virginal durante la época renacentista, incluso para las mujeres casadas. La iconografía y la Teología contribuirán a cimentar la idea de la castidad marital.

ROMEO DE MAIO: Mujer y Renacimieiito. Milán. 1988, pp. 239-240. 34 La exposición del relato recoge de manera autobiográfica las vivencias de la religiosa a diferencia de otras

narraciones sintetizadas y resumidas por los confesores de la religiosa, tal es el caso de Francesca Busa, Vid PAPA, C.: «Tra il dire e il fare: Búsqueda de identidad y vida cotidiana». En Religiosidad Femeniria: Expectativas y realidades. (SS. VIII-XVIII) . Madrid. 1991, pp. 73-92.

A.C.C.Za. Cajóri l . Documentación perteneciente a Sor María Antonia de Jesús.

índole muy d i fe~ente~~. Se le aparecía un monstruo negro y en algunas ocasiones sentía como si fuese lanzada escaleras abajo, de modo que no se podía mover a la mañana siguiente. Su infancia estuvo rodeada de acontecimientos trágicos como la pérdida de su madre y la de su hermano, fraile en San Francisco, la crudeza de su padre en el trato tras el fallecimiento materno o el sufrimiento de diversos dolores de hígado y estómago. Durante aquellos años mostró una gran vocación hacia el Santísimo Sacramento acompañando siempre al viático. A los catorce años su padre la quiso casar pero rehusó prometiendo ante un altar de la Virgen mantener el voto de castidad. A partir de este momento tuvo en sus sueños fuertes tentaciones en contra de la castidad que combatió con una comunión frecuente y con los consejos de su confesor. El padre logró convencer a éste para que la indujera al matrimonio pero un vecino la llevó a servir a casa de un caballero y salvó la situación momentáneamente.

Comenzó un período de abstinencia de alimentos suplicando a la Virgen que le permitiera entrar en religión. Durante esta etapa veía en sueños a su madre fallecida y a la Virgen o era trasladada al purgatorio para observar el padecimiento de las almas36. De aquí nacería su vo- cación hacia esos seres penitentes.

De vuelta al hogar encontró un cambió de actitud paterna tratándola con mejores modales. Declara que en ese tiempo mantuvo soliloquios con la Virgen y visiones de ella con su hijo en brazos. Afirma que sus oraciones y sus visiones desarrolladas en un cuarto de la casa donde poseía un Ecce Hommo le hacían olvidar la falta de comida. Se dedicó, con permiso de su confesor, al cuidado de los enfermos en los hospitales logrando devolver la vista a una paciente afectada por el tabardillo. También vestida con el hábito del Carmen visitaba a los vecinos que sufrían padecimientos curando a varios de ellos. Esta labor de mediación por los eilfermos la continuaría dentro de su clausura siendo varias las personas, a tenor de los informes de su confesor, que recuperaron la salud. Solía padecer dolores de cuerpo, de cabeza y calenturas cuando la persona sanaba, como si el mal echado fuera repercutiese en su cuerpo.

A través de estas visiones se vieron confirmadas sus expectativas religiosas al afirmarle el Señor que la tenia preparada para ser su esposa y entrar en clausura. En 1754, a los 26 años de edad, tomó el hábito como monja de medio velo en el convento de la Concepción de Zamora trabajando en tareas de cocina y de refectorio. Su confesor resalta sus muchos ejercicios espirituales sin que jamás se apaitara de las obligaciones de comunidad. Se levantaba a la una o a las tres de la mañana para dedicarse a la oración hasta la hora de asistir a coro. Se disciplinaba con silicios y con temporadas de ayuno de veinticuatro en veinticuatro horas37. Su período de noviciado no fue nada grato al ser tachada por algunas religiosas de beata e hipócrita; ser

35 Los casos de monjas visionarias, tanto las autentificadas por la Iglesia Católica como las fraudulentas, solían mostrar este tipo de comportamiento centrado en una religiosidad temprana acompañada de múltiples sueños.

MORGADO GARCÍA, A,: «El convento de monjas Concepcionistas en el Cádiz del siglo XVIII». 1 Congreso hitertiaciorial de la Orden Concepcioriista. Vol. 1. León, 1990, p. 310; IMilUZALDU, J.: op. cit., pp. 34-35 y 65; BROWN, J. C.: Afectos vergorlzosos. Sor Beriedetta: entre sarlta y.lesbiana. Barcelona. 1989, pp. 35 y 40.

36 De nuevo nos encontramos con otros aspectos afines a las monjas visionarias y de gran aceptación en la mentalidad popular: las visiones de difuntos y las visitas al purgatorio. Fueron varias las monjas que dijeron liaber tenido este tipo de experiencias, desde Santa Teresa a las embaucadoras como Sor Magdalena de la Cruz, quien afirmó incluso traer impresos en sus pies el fuego del purgatorio.

JESÚS, Santa Teresa de: Libro de sir vida. Barcelona. Planeta, 1984, pp. 246-47; IMIRIZALDU, J.: Op. cit., p. 59. 37 La práctica del ayuno, habitual entre las monjas, tomaba un especial relieve en las visionarias. Favorecía en

ocasiones la creación de un halo de santidad y sólo los interrogatonos inquisitoriales sacaban a la luz la veracidad de la abstinencia procesada por la religiosa.

IMIRIZALDU, J.: Op. cit. p. 56.

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acusada de estar engañada por el demonio y registrársele la cama repetidas veces. Comenta que estas cortapisas a su vocación las veía compensadas con apariciones de la Virgen o de Cristo quien le llegó incluso a permitir meter su mano en sus llagas para fortalecerla. Entre sus visiones destaca aquellas que situaban al Niño en su regazo, lo acariciaba, las que veía a la Virgen con los brazos abiertos y especialmente las del crucificado. Las conversaciones mante- nidas en estos arrebatos solían versar sobre la ingratitud de las criaturas hacia el Creador, sobre los padecimientos de Cristo o sobre lo que le agradaba a Dios la oración por los pecadores y por el estado sacerdotal. Tras el disfrute de estas experiencias sufría fuertes dolores de cabeza y de costado. En otras ocasiones las visiones le causaban congojas mortales, fatigas y lágrimas pues una bestia fortísima le disparaba flechas siendo protegida por San Francisco, Santo Domingo y un ángel. Otras veces al comulgar quedaba fuera de sí de modo que tenía que ser transportada desde el coro a su celda por una compañera de confianza, la cual recelaba de que «no hicieran con ella alguna tropelíap. Durante este acto litúrgico experimentó un fenómeno sobrenatural propio de otras monjas visionarias: una sagrada forma caída fue hasta su boca cuando se agachó. Una de sus vivencias más llamativas fue la pérdida de su corazón entregado a Dios sin el cual anduvo algún tiempo alegando que no lo sentía.

Como podemos observar las experiencias de ambas religiosas concepcionistas mantuvieron ciertas concomitancias: una vocación religiosa temprana, visiones desde la niñez, trabas para conservar el voto de castidad, apariciones de los patriarcas, etc; sin embargo, el tratamiento y la aceptación del mismo fenómeno fue diferente en un caso y en otro, hasta el punto de que la segunda religiosa solicitó que el relato de su vida fuese enterrado con ella. ¿Temió el que pudiera conllevar su difusión un proceso inquisitorial a pesar de contar con la aquiescencia de su confesor; o el que su testimonio quedara difuminado por la figura y vivencias de su compañera Sor Isabel pareciendo su relato una imitación? ¿Pensó simplemente que su modelo de com- portamiento, menos restrictivo para su espíritu que la regla no tenía una aplicación para la colectividad religiosa y que solamente acarrearía incomprensión? Desgraciadamente no podemos deducir las motivaciones a través de los indicios que nos ofrece la fuente documentaP8.

Lo que sí parece más claro es que su experiencia religiosa tuvo como prototipo la figura de Cristo. Como Él mostró desde su niñez una gran sumisión paterna sin que ello impidiera, utilizando las palabras de los Evangelios, dar prioridad a los «negocios de su padre» (celestial) e inclinarse por la vida religiosa; cuando recibía castigos asociaba su sufrimiento personal al de Cristo; las congojas y temores que experimentó al entrar en clausura le recordaban el sufrimiento del Maestro en el huerto, deseaba sufrir su crucifixión; llevó en su cuerpo las enfermedades de otros; sus molestias en el costado y sus fuertes dolores en el peine del pie donde tenía un moratón del tamaño de un real de plata el cual le salía en tiempo de Semana Santa, rayaron el terreno de la estigmatizaciÓn3'. En lo que respecta a estas visiones y pérdidas de conocimiento,

38 La divulgación de vivencias místicas, milagros y apariciones por parte de las monjas podía conllevar una reputación de santidad y ascenso en el escalafón conventual hasta conseguir la categoría de priora como lo lograron ciertas religiosas visionarias en los siglos anteriores. Tal sucedió con Sor María de la Visitación, monja lisboeta, o con Benedetta Carlini, abadesa del convento de la madre de Dios. Sin embargo una demosti.ación de fraude o de intervención demoníaca degradaba a la religiosa al último lugar del convento y le podía acarrear la cárcel y el destierro. En el caso de esta religiosa concepcionista, al no ser una monja de velo negro, no corría el riesgo de perder la precedencia en el coro.

IMIRIZALDU, J.: Op. cit., pp. 17, 158, 189 y 196; BROWN, J. C.: Op. cit., p. 33. 39 La estigmatización también apareció con frecuencia en las monjas visionarias de épocas anteriores. Se trataba

de un símbolo más de aceptación divina fácilmente exteriorizable, como demuestran algunas falsificaciones que lograban crear efectos similares gracias a la pintura o al punzamiento de la cabeza y las manos.

IMIRIZALDU, J.: Op. cit. pp. 55, 127 y 131; BROWN, J. C.: Op. cit., p. 76.

tal vez jugaron un papel importante sus largos períodos de ayuno acompañados de un arduo trabajo, un constante castigo y disciplina corporal y un escaso reposo al robar horas de sueño para la oración40.

Sin entrar a valorar la veracidad de estos relatos, parece evidente que las vivencias espiritua- les extrarregulares podían convertirse en un arma de doble filo que conducía a la exaltación o a la difamación. Hubiéramos necesitado del crisol de un interrogatorio inquisitorial, como el aplicado a otras monjas visionarias, para aquilatar el grado de certeza de unos hechos que no siempre resultaron verídicos41.

40 La posible conexión entre la aparición experiencia visionaria y el ayuno ha sido apuntada por diversos especialistas del tema. Layna Serrano hablaba hace décadas de alucinaciones y éxtasis nacidos de la aneniia cerebral caitsada por ayioios, itisort~riios y voluntarias tortiiras de la carrie.

LAYNA SERRANO, F.: Los converitos antigiios de Gitadalajara. Madrid, 1943, p. 442; BROWN, J. C.: Op. cit., p. 60.

41 Estos interrogatorios solían poner en evidencia si las apariciones habían sido simples imaginaciones persona- les; si los arrobos habían sido fingidos; si las monjas habían transgredido los ayunos; si las llagas habían sido pintadas o efectuadas intencionalmente; si los resplandores salían de algún brasero de la celda; si las elevaciones eran facilitadas por la colocación de un chapín sobre otro o si las curaciones respondían a verdaderos poderes terapéuticos o dependie- ron de la fe de los sanados.

IMIRIZALDU, J.: Op cit pp. 102, 104, 187, 190 y 191.