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jn de, A colaboracic -í~ GUIMER colección a c t a S 45 I La Espana

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jn de, A

colaboracic - í ~ GUIMER

colección a c t a S 45

I La Espana

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Pere Molas Ribalta Editor

La España de Carlos IV

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Esta obra recoge los trabajos de investigación presentados y discutidos en la 1 Reunión Cientifica de la Asociación Española de Historia Moderna, que tuvo lugar en Madrid, del 11 al 13 de diciembre de 1989. La misma se desarrolló en torno a dos secciones:

1. La España de Carlos N, que coordinó Pere Molas Ribalta. 11. La emigración española a Ultramar, 1492-1914, que

coordinó Antonio Eiras Roel. La organización de la Reunión estuvo a cargo del Departamento de Historia Moderna, Centro de Estudios Históricos, GIC; y de la Asociación Española de Historia Moderna, actuando como Secretario Agustín Guimerá. La Reunión contó con el patrocinio del Consejo superior de Investigaciones Científicas y del Ministerio de Educación.

El Gmpo Tabacalera ha patrocinado una parte de la edición de los dos volúmenes que recogen los trabajos de dicha Reunión.

O 1991, ACOCIACI~N ESPAÑOLA DE HISTORIA MODERNA 1991, EDICIONES TABAPRECS

Barquillo, 38 28004 Madrid T. (91) 319 9457 Fax: (91) 410 5260

O 1991, cada uno de los AUTORES para sus respectivos trabajos

ISBN: 84-86938-99-6 Depósito lega M-9462-1991

Edición al cuidado de Maite MARTÍN FARALDO Procesamiento de textos: Maruxa BERMEJO Diseño y gráficos: Cristina ORTEGA y Luis PULGAR

Impresión: Fareso, S.A. Encuadernación: Ramos, S.A.

Portada: Goya, La lámpara del diablo, 42 x 30 an, 61e0, 1797198. Galena Nacional, Londres. Foto Oronoz.

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Antonio L. Cortés Pena Universidad de Granada

La conmoción producida por los sucesos revo~ucionarios franceses a partir de julio de 1789 no sólo afectó a Francia, sino que iba a ejercer una considerable influencia en el devenir inmediato de no pocas regiones europeas. Por lo que respecta a España, dada la proximidad geográfica y las relaciones de ambas Cortes, pronto se conocieron los acontecimientos parisinos y, lógicamente, "en un principio se estableció un inter- cambio libre, espontáneo, entre dos países vecinos y aliados, que duró todo el verano"'.

Las noticias llegadas a la península tuvieron una diferente acogida, pues, si bien llenaron de satis- facción a aquellos sectores defensores de la realización de reformas más radicales que las efectuadas bajo el impulso ilustrado del reinado anterior, no heron pocos -incluso entre antiguos reformadores- los que pronto se alarmaron ante las convulsiones políticas que afectaban a Francia. De ahí que, ya en el mes de septiembre del mismo 1789, Fioridablanca iniciara una achación, progesivamente obsesiva, tendente a frenar la facilidad de comunicaciones existente entre ambos países, lo que culminaría en el año 1791 con el establecimiento del conocido "cordón sanitario", cuya finalidad era impedir que penetrase en tierras espa- ñolas cualquier tipo de escrito que sirviese de propaganda, en todos 10s sentidos del termino, de los hechos que sucedían más allá de los Pirineos. Así, desde sus comienzos, "la Revolución francesa achió de catalizador de la política espanola, de la misma manera como lo hizo sobre el conjunto de la política e ~ r o p e a ' ~ .

Las distintas instancias, censoras y policíacas, bajo el control del aparato administrativo estatal, pu- sieron en marcha sus mecanismos para conseguir el aislamiento deseado por el Secretario de Estado. Dentro de esk ecquema, muy pronto se movilizó la misma Inquisición, y el 13 de diciembre3 del mismo aíio pro- mulgó un edicto de fe especial en el que, además de atacar de modo general la doctrina de los "filósofos", se condenaban específicamente 39 tihilos en francés, que se ocupaban de los sucesos revolucionarios. Más adelante, el 30 de junio de 1790, el Inquisidor gneral envió a algunos pnbunales gxriférios -en concreto a los de Barcelona, Sevilla, Granada, Logroiío y Santiago- una circular "para impedir la propaganda oral y los libros perniciosos; los Tribunales debian informar a la Suprema de los nombres de los culpables, inti- midar a estos individuos abriendo ei correo, y hasta encarcelarlos en cuanto se dispusiera de tres o cuatro testigos8'.

Todavía, no obstante, entre 1789 y 1799, no se fijó "un procdifiento sistemático de control y de represiónms, aunque se vigilaban fronteras y se dieron órdenes a las autoridades para prevenir la entrada

' DOMERGUE, L. (1989): "Propaganda y contrapropaganda en Espana durante la revolucióii Francesa (1789-1795Y, en el vol. col., editado por Aymes, J.-R. (1989): Espana y la Revolució?~ Fuancesa. Madrid, pág. 120.

R O W AULWM, L1. (1988): "La crisis del Antiguo Régimen", en el vol. 9 de la Historia de Esprrña, dirigida por A. Domínguez Orku. Barcelona, pág. 1(Yb.

El día $de dicienibreFloridablanca había remitidouna circular a las autoridadesciviles y militares ordenándoles la vigilancia oportuna.

DODOKGUE, L.: Op. cit., pág. 152.

ELORZA, A. (1989): "El temido Arh lde la Lih&ad",en el vol. col.,editado p rb -R . Aymes, España y la Revolución Fraticesa,

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de papeles ~evolucionarwc. Dcha sicternatiación se realid a partir de 1791, tras el informe de Floridablanca a Carlos N en el que se especificaban las normas del "cordóai sanitario"; sus dos concreciones más patentes e imediatas fueron las dos cédulas, promuigadac en wpt iedre y en diciembre de dicho aso, mediante las que se generalizabazi las medidas represivas y de vigilancia. De la eficacia de esta normativa, a pesar de que exictierori abundantes y continuas bi-ansgesiones a niveles privados, nos habla el hecho de que, corno deanostr6 Ak. Elorza, se produjo un verdadero enmudecirniexato de los intelectwales espasoles más radicales afincados en nuesbo suelo6.

Aunque dicho conbol, qiie se iba a intensificar hasta la caida de Floridablanca, estaba dispuesto para extender su vigilancia a todos los ten+torios de la monarquía, se tuvo un especial cuidado en la actua- ción llevada a cabo en aquellas zonas consideradas más peligrosas por la facilidad de un posible "contagio", como podian ser las regiones fronterizas con Francia o los puertos marítimos, cobre todo los que tenían un contacto asidiro con el exterior debido a su volumen de comercio. A este respecto el protagonismo de Cádiz era indudable. Recordemos que, w@n los datos del Catastro, de las rentas específicas del comercio castellano, incluido el interior, conresponden a Andalucía el 3&,3 % del total, a pesar del escaso peso del comercio interior andaluz debido a la inexistencia de un mercado regional articulado7.

El decreto de 16 de ockabre 1765 -ampliado progresivamente por oboc nuevos, especialmente el de 1778- había puesto fin a la política de puerto único para el comercio con América con lo que se finalizó "oficialmente" d monopolio gadibno. Sin embargo, hacia 1790 el puerto de Cádiz continuaba siendo de tina vital importancia dentro del comercio exteaior español. Valga este dato s swado por García-Baquero: "... frente al 5,3 por 100 que representan en conjunto las exportaciones de Málaga, al 2,6 por ciento de las de %villa y al 0,3 por ciento de las de Canlldcar de Bamameda, queda claro que Cádiz asume ella sola el 91,8 por ciento restante frente al conjunto regional"B. No en vano, por tanto, fue considerado por Defour- aleaux como el puerto más relacionado con el exterior, por lo que era indispnsable una vigilancia mayor que en olros lugares por parte de los delegados de la Inquisición sevillana para controlar la enkada de libros o cualquier otro tipo de escritos extranjeros9.

Así pues, Cádiz, con alrededor de 75.000 habitantes, se nos aparece a principios de la $&cada de los noventa como una ciudad bulliciosa y alegre, cuya actividad esencial, relacionada con el comercio m- rítimo, la convertia en lugar propicio para la existencia de una burguesía inquieta dispuesta a aceptar las novedades intelectuales venidas de fuera. De este modo, convivían dentxo de sus murallas un número muy considerable de bodegones y tabernas, como era propio de una población portuaria de importante actividad, junto a veinte librerías, "número también desusado en aquellos tiempos y que probablemente sólo superaba Madrid; con la circunstancia de que algunas de aquellas librerías eran las mejores surtidas de Espafia en libros extranjer~s"'~.

Para terminar esta breve pincelada del Cádiz de fines del XVIII falta mencionar uno de sus rasgos

Madrid, p&g. 72.

ELORZA, A. (1970): LQ ideología liberal en la nustracid?~ espa6oln. Madrid.

GARCU-BAQUERO GONZALEZ, A. (19%) "Andalucia en el siglo XVIE El perfil de un crecimiento ambigüo", en d vol. col. Espnfia en el siglo I[VIIl. Homerinje n Pies.re Vilar, Barcelona, págs. $01 y ss.

GAKCEPa-BAQUEXO, A. (1981): "Independencia colonial americana y pérdida de la primada andalum", en LI Anilalucín liberal (1778-1873), Vol. Vil de la Hisloria de Andalucín, dirigido por A. M. Bemal. Barcelona, pág. 126.

WEFOURNEAUX, M. (1973): b~quisició?~ y censum de libros r n ln Espntla del siglo XVIII. Madrid.

'O IIPDMINGUEZ ORTE, A. (1983): "Cádiz en la Historia Moderna de Andalucia", eii el vol. col. Cádiz en su Hislorin, Cádiz, págs. 2425.

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más represntativos, SU co~mopliesinio. Aspecto que le daba, en palabras de Mi]lán-Chivike "un kalank

especial de apertura de ideas y en mores, i n d u ~ se @ría hablar de un ethos gadibno a+ípico, por la

influencia de los continuos pasajeros que hacían escala en el Puerto y, de un modo especial, por la abiindante y pluriforme colonia de comerciantes no andaluces"". iVumerosa era, al respecto, la colonia de mercaderes franceses, quienes, ante 10s acontecimientos que tedan lugar en su país de o~igen, se mosbaron entu- siasmados y se convirtieron en los primeros y más activos piopagadores de las noticias que les llegaban de los mismos; su ilusionado alborozo les llevó incluso a recaudar 27.000 pesos para ayuda de la Asamblea Nacional parisina12.

Este era, m y sucintmen(e, el panorama general y la sihaacióni de G d i z en el momento que sucedió el conflicto entre el Dr. Aréjula y las autoridades inquisitoriales, del que nos vamos a ocupar aqui.

Don Juan Manuel Aréjula y Pruzet (1755-1830) se había formado en el Colegio de Cirugía de Cádiz, teminando sus estudios en el año 1774, fecha en la que comenzó su actividad como cirujano de la Ar- mada13. Desde 1784 estuvo pensionado en París para perfeccionar sus conocimientos químicos junto al

prestigioso profesor francés A. F. Fourcroy, de quien se convirtió en uno de sus discípulos predilectos. Puede afirmarse, teniendo en cuenta los acontecimientos posteriores, que su aprendizaje científico en tierra gala estuvo acompañado de una fomc ión ideológica en concordmcia con las ideas irnperantes en los d i o s intelectuales franceses.

Ante de regresar a España, en 1791, durante dos años recorrió Gran Bretafia con e% objeto de recopilar inshnamental para el laboratorio de química que pensaba establecerse en Cádiz. A su vuelta a la ciudad ce incorporó al Colegio de Cirugia corno catedrático de química.

Continuaba en dicho puesto el 4 de sptiembre de 1793, fecha en la que dirigiá un Memorial al Inquisidor General en el que reclamaba la devolución de unos libros que le había retirado el comisdrio del Canto O f i ~ i o ' ~ . Alegaba en apoyo de su peticióni que había comprado la obra cuestionada en 1784, "hallándose como Maesho del mencionado Colegio autorizado para leer libros prohibidos, y teniendo esta obra con el =lo fin de desempeñar los rniniisterios de su cargo con lucimiento". Por todo ello suplicaba la devolución y añadía: "en caso que para leerlos en su casa necesite una licencia particular como la tiene para leerlos en el Colegio se digne despacharle este permiso, y en caso de negarle esta gacia se le cedan para depositarlos en la Biblioteca del Colegio"".

Desde Madrid se pidió un informe al comisario del inibund inquisitodal de Cádiz, quien lo remitió con fecha ¶ de octubre de 1793. Dicho codsr io , Pedro Cánchez M . Rrnal, redactó su infonne no sin mencionar los antecedentes que consideró oportunos al caso. Así respondió que, el 2 de diciembre de 1972,

P --

1 l1 MILLAN-CWTVEE, J.L. (1983): "Revolución política y crisis ecoiiarnica y urbana (1790-1868)", en el vol. col. Cddizen su historia, Cádiz, pág. 138.

l2 HERR, R. (1988): Espana y la Rrwlución del siglo XVIII. Madrid, pág. 206.

l3 Para una mayor imíormaci6n sobre la biografía de nueseia personaje pueden consultarse, entre otras, las siguientes obras: GAGO, R. y CABRILZ.O,T.L (1979): La i~itrodrrcción de la nueua nomenclatura química y el rechazo de ln teoria de In acidez de hvoisi 'w oz.Españn. ~ á l a g ; . OROZCO ACUAVTVA, A. (1981): Bibliogr* snédico-cientfica gadifana. Ensayo bio-bibliogrdfico rnédico, cieirtrj?co y técnico de Cádiz y su provincia. Cádiz. CARaKLLO MAKTB, J.L. (19%): J. M. Arqula (1755-1830). Estudio sobre la fiebre amrilln. Madrid.

Se trataba de tms de los tomos de la obra de Charles BOMhlET (Onrvresd'f~i~oirenrature~leddephilosopkie. 18 t . Neuchatel, 1779). aquellos que se habían prohibido por edicto de 6 de marzo de 1991. b obra completa s@guiria idéntica suerte tras u n nuevo dic to promulgado el 18 de n w z o de 1801.

l5 A. H. N,, Inquisición. Leg. 3.062. Aquí S enmentrn todo el expediente que hemos seguido.

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el Inquisidor General don Manuel Quintam lbnifaz había autorizado al Colegio de Cirugia a poseer libros prohibidos de anatom'a, medicina, botánica, fisica e historia natural, "con tal que se halle en cajones sepa- rados y cerrados bajo llave para que no puedan sacarlos los que no tenga1 licencia para leerlos, la qual se concede a los maestros de Cirugia de dho. Colegio ... colo por el (po. que se mmantuviesen en este empleo, y separados de él se abstengan de este permiso si no se les promogare".

Conünuaba el comisario exponiendo que, con m t i v o de la visita que efectuó a dicho Colegio, uno de los colegids le mostró la libreria, en la que habla notado la presencia de la Enciclopedia eni u n estante abierto, de unodo que podia ser leida p r cualquiera. Este hecho originó que se comunicase al bibliotecario, don Bernardo Bean, que dicha obra, junto a las demis que estuviesen prohibidas, debian de estar bajo la custodia de u n maestro del Colegio "en u n cajón separado y cerrado, cuya llave no diese a nadie, ni permi- tiese leer dichas obras, sino a las personas comprehei~didas en la licencia, que estará de manifiesto en dha. librería, lo que así p r a ~ t i c 8 " ~ ~

Como algunos m e s k o s estaban prsuadidos que el permiso de lectura de que gozaban era u n privi- legio personal que incluso les permitía tcner libros prohibidos, se Ies cornunicó que la licencia les estaba concedida mientras desempfiawn su tarea docente en el Colegio de Cirugía y para leer dentro de la rnisma biblioteca del cenho de estudios.

Don Pedro Sánchez pasaba despu6s a ocuparse del caso sucedido con el Dr. Wréjula. Conocía que el citado profesor estaba comisionado p r el Director General de la Real Armada para recibir los cajones de libros extranjeros que, por orden real, se compraban para la biblioteca que debia formarse en la isla de León. Enterado de que algunos cajones habían sido llevados al propio domicilio de Ai-éjula, donde se iban almcenando, el comisario decidió pasar al mismo para inspeccionarlos.

He aquí su relato de los hechos: "Mi oficio me hizo verlos y encontré todas las obras de C. Bonnet Tiene prohibida este autor la titulada Conimplation de la Natu~e por edicto de 1791, y comesponde a los tornos 7,8 y 9 de los 12 de que se cornponen todas sus obras. I.,e advertí estar proliibidos dhos. 3 tomos y que rne los remitiera. No aviendolo executado se lo re@ y me expuso que como Maestro podia tenerla. Le respondí que durante el tiempo de su empleo tenía facultad para hacerlo en la biblioteca del Colegio de Cirugla. Entonces me dijo que los daría a dha. biblioteca y le respndi que prtencírimi al Santo Oficio. Viendo que no me los entregaba envié al Notario p r ellos y me los trajo".

Coaicluia el comisario expniendo que "sería muy perjudicial se entregaran dhos. 3 tomos a la biblio- teca del Colegio, pues igual solicitud harian ohos a quienes se recogieran libros pr~hibidos'~, queriendo más bien cederlos a cornranidades o ?kiedades que tuvieran fac~altad para tenerlos". Ea mquilocada menta- lidad de Pedro Cárichez queda bien reflejada en lías Ultimas líneas de su escrito: "Cada día, Sr. admiro más el prunm que toda clase de gentes tienen para leer libros prohibidos, aviendo en qualquier Facultad iaiitos y de sana doctrina que no es capaz ninguno, por larga vida que goce, de leerlos tdos" .

El Iiiquisidor General solicitó asimistno informe al calificador de la Inquisición, fray Juan López de Hemra, quien lo erniti0 en el convento de Carrto Domii~go de Cádiz el 15 de octubre de 1793. El modo y el tono en los que se encuenka redactado el mismo nos muestra u n talante diamekalmente opuesto al del comimrio y muy alejado de la inhansigencia que cabría esperar del personaje. No es que nos encon- tremos, al parecer, ante un espíritu abierto a las nuevas ideas, pero si nos hallamos ante unas maneras de

- l6 Esta visita había sido la causa de la formación de iui expedieiite que se remiiió a la Suprema el 14 de ~ioviembrc de 1777.

l7 La rigidez de la posiura del comisario resulta indudable, dado que en este caso los Libros requisados no pertenecían al Dr. Aréjula a tiiulo particular.

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AREJULA Y LA INQUISICION

actuación inquisitorial más soportables y, sin duda, más contemgorizadoras, entre otras ramnes en la moderación un siskma de control y vigilancia más práctico y adecuado.

Por ello, el calificador ataca en su escrito al comisario, a quien considera un miniseo de su misión, " p r o las más veces atropella los negocios en términos que hace aborrecible el Santo Tribunal, y lo peor es que exasperados los ánimos ocultan y se reservan de hacer delaciones de libros, pinhiras y otras cosas prohibidas, por las sumaiias, juramentos y otras diligencias judiciales que tiene por precisas, que inquietan los ánimos y son causa de haber perdido el Santo Oficio muchas de sus preeminencias en esta ciudad por las repeiidas quejas que llegan y de que puede informar a V. E. el tribunal de %villa". No debía desconocer tampoco el fraile dominico que con anterioridad, en concreto en 1773, ya había tenido que inter- venir el Canto Oficio "para moderar a Sánchez Berna1 quien pretendía impedir la representación, en el teatro francés de Cádiz, de tragedias de ~oltaire"".

A continuación, fray Juan López de Herrera relata su modo de proceder, que había contado con el beneplácito del Inquisidor General dihinto19 y del tribunal sevillano. Escribe: "Me contento con recoger lo malo, que es la intencion del Canto Oficio y no pregunto ni obligo a juramentos, sin embargo de estar autorizado". Actitud que no le impedía la recogida de numerosos libros e impresos. Continúa en su informe explicando que no hacía "más por no tropezar con el Comisario; cuelo mandarle algunos libros de los comunes, reservando los más perjudiciales y que tratan de los asuntos de Francia para remitirlos en dere- chura al tribunal de Sevilla o a i Sr. Inquisidor Gral". T e d n a solicitando, incluso, que se ordene al Comisario una cierta moderación en su forma de proceder, con el fin de ejercer una buena vigilancia sobre "los ene- migos de Dios y del Rey".

Aunque este último informe hubiese servido para afianzar la rmlución tomada sobre el memorial presentado por el Dr. Aréjula, la verdad es que el Inquisidor General había tomado su decisión antes de recibirlo, ya que, con fecha 12 de octubre de 1793, había resuelto permitir al solicitante que retuviese en su poder los tres tomos que le habían sido confiscados por el Comisario inquisitorial gaditano.

Pienso que esta resolución fue posible gracias a la presencia en el más alto puesto del hibunai de la In~uisición de uno de los ~rincipales prelados ilustrados, el benedictino don Manuel Abad y Lasierra, quien en unos momentosen los que la política gubernamental iba por otros dewoteros2~pretendió suavizar la censura e, incluso, intentó la reforma de la misma inquisiciónzi. Su choque con Godoy fue inmediato; el favorito buscó el modo de destituirlo buscando como pretexto, en opinión de Jovellanos, la negativa del Inquisidor a perseguir al viejo conde de Aranda''. Algunos no aceptan esta teoría y piensan que en su cese no fue decisivo el asunto de Aranda, sino que fue debido "al parecer por presiones de otros sectores del episcopado enemigos de él por su avanzada ideol~gia"~~.

El 28 de agosto de 1794 se firmó el decreto designando al Cardenal Lorenana como nuevo Inquisidor General. Poco más de un año había permanecido en su puesto don Manuel Abad, quien con su exoneración

'' DEFOURNEAUX, M. (1963): Unquisition espagnole el lec livres frurnti$aiscs nu XV11l sikcle. París. Nota 4, pág. 95.

l9 Hasta su muerte, a comienzos de 1793, había sido Inquisidor General el obispo de Jaén, don Agustúi R u b í de Ceballos. A la sazón ocupaba este puesto don Manuel Abad y Lasierra, nombrado por Carlos IV el 21 de abril de 1793.

Bien es cierto que el control sobre escritos o libros, como era el caso, científicos no estaba entre sus preocupaciones más urgentes.

DEMERCON, J. (1980): lbiza y su pnrner obispo: don Mnnuel Abad y bsierra. Madrid, págs. 115 y ss.

" Ihu. pág. 123.

ALVAREZ DE MORALES, A. (1982): Inquisicióti e nustrnción (1700-1834). Madrid, pág. 154.

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finalizó su vida activa a los sesenta y cinco anos de edadz4, viviendo recluído en el monasterio de kpetrán hasta su fallecimiento en 1806.

E1 parkmtesis "ilustrado" que supuso la etapa del monje benedictinoz5 sirvió a don Juan Manuel Aréjula para salir victorioso de su primer contacto directo con una política represiva. El recorrido posterior de la vida del catedrático gaditano, cuya mayor popularidad la alcanzó con su actividad en la lucha contra la fiebre amarilla entre 1800 y 1804, iba a ser pr6diga en confiictos, hasta el punto de que su trayectoria liberal originó su muerte en el exilio londinenw el 16 de noviembre de 1830, después de habérsele negado meses antes la solicitud de clemencia para repesar a su patriaz6. Entre esos conflictos no habían faltado aquellos que de nuevo hivieron que ver con la censura, aunque en este caso vino de modo directo por parte gugubernamentdZ7.

En realidad, en el reinado de Carlos W , escasa diferencia puede encontrarse en cuanto al prota- gonismo último, laico o eclesiástico, de la acción represiva contra la libertad de prensa y la libertad de expresión.

El episodio que hemos narrado es ilustrativo de cómo los políticos espaiioles de la etapa final del Antiguo Régimen, al igud que los de okos periodos en distintas circunstancias, utilizaron la inquisición con una clara finalidad de represión policiaca en protección de unos intereses coyunturales no estrictamente religiosos. La alianza entre "el trono y el altar" era de una evidencia incontestable, por lo que su mutua servidunna>re determinaba que ambos poderes se auxiliaran en los momentos de peligro. Ahora bien, en el problema planteado en 1793 ante el memofiai presentado por Aréjula (ambién se manifiesta que, en esos anos, lo que verdaderamente preocupaba a la clase dirigente era la posible divulgación entre los españoles de la ideologa política de los revolucionarios franceses, quedando en un segundo plano la vigilancia de las ideas purmente religiosas.

" De nuevo volvería a ser ocupado el puesto de Inquisidor General por un prelado con ansias refomadoras e n 1797; me xefiero al arzobispo don Jo& Arce y Weinoso, despuls tildado de afrancesado.

26 GAGO, R. y CARKLLO, J. L.: q. cit., ~ 6 ~ . 23. z? G M C U BALLETEX, L y CARREkO, J. E. (mayo de 1974): "Un ejemplo de iepmión de la ciencia e n la Espalia absolutista: la supresión del capítulo 15 de la 'Breve descripción de la fiebre amarüia' (18OS), de J. M. Adjula", e n Rniista de Occidente, nQ 134, Msdiid, piags. 205-211.