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RECUPERACIÓN DE LA ASIGNATURA DE RELIGIÓN 2º BACHILLER Curso 2018-19 Colegio Diocesano Sagrado Corazón de Jesús TAREA PARA EL VERANO Durante el verano, el alumno que haya suspendido la asignatura de Religión deberá trabajar los cuatro temas que hemos visto durante el curso. Para ello, tendrá que realizar una síntesis de dichos temas, que no deberá abarcar más de diez carillas en total, es decir, cada tema tendrá que quedar resumido en un par de carillas.

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RECUPERACIÓN DE LA ASIGNATURA DE RELIGIÓN 2º BACHILLER

Curso 2018-19 Colegio Diocesano Sagrado Corazón de Jesús

TAREA PARA EL VERANO

Durante el verano, el alumno que haya suspendido la asignatura de Religión deberá trabajar los cuatro temas que hemos visto durante el curso. Para ello, tendrá que realizar una síntesis de dichos temas, que no deberá abarcar más de diez carillas en total, es decir, cada tema tendrá que quedar resumido en un par de carillas.

Tema 1: El proyecto de Dios para la humanidad

Clase de Religión // Colegio Diocesano Sagrado Corazón de Jesús // 2º Bachiller // Curso 2018-19

Comenzaremos nuestra reflexión planteándonos la siguiente cuestión: ¿Qué sociedad voy a construir? Dicha pregunta nos acompañará durante todo el

curso. El despliegue temático girará siempre entorno a ella.

En este primer tema presentaremos, a través de la figura de Abrahán, como Dios también tiene un proyecto para la sociedad.

¿Qué sociedad voy a construir?

En el presente curso de Religión vamos a tratar de responder a la siguiente cuestión: ¿Qué sociedad voy a construir? En vuestro proceso de crecimiento y maduración personal es hora de que os sintáis y, de hecho, seáis parte activa de la sociedad. Hasta ahora han sido otros los que han sembrado en cada uno de vosotros, ha llegado la hora de empezar a devolver lo que hemos recibido.

Mi propuesta de sociedad Para comenzar este último curso de Religión en el Instituto, vamos a tratar de

imaginar que creamos un nuevo Partido Político. Antes de irnos de campaña electoral es importante que cada uno tengamos claro cual es nuestro Programa, aquello que vamos a proponer a la sociedad. Se trata de trazar brevemente nuestra singladura política. También sería interesante que fuéramos capaces de ponerle un nombre al Partido que sintetice el espíritu del mismo.

Religión Católica Tema 1: El proyecto de Dios para la humanidad

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Dios y su proyecto

No sólo la política tiene que hacerle una propuesta a nuestro mundo. Dios también tiene un proyecto para la sociedad y para comenzar a entenderlo vamos a presentar la historia de Abrahán, nuestro padre en la fe. Concretamente vamos a leer el relato de la llamada, de la vocación de Abrahán (Gen 12,1-9).

12 1 El Señor dijo a Abrán: «Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. 2 Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una bendición. 3 Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan, y en ti serán benditas todas las familias de la tierra». 4 Abrán marchó, como le había dicho el Señor, y con él marchó Lot. Abrán tenía setenta y cinco años cuando salió de Jarán. 5 Abrán llevó consigo a Saray su mujer, a Lot su sobrino, todo lo que había adquirido y todos los esclavos que había ganado en Jarán, y salieron en dirección a Canaán. Cuando llegaron a la tierra de Canaán, 6 Abrán atravesó el país hasta la región de Siquén, hasta la encina de Moré. En aquel tiempo habitaban allí los cananeos. 7 El Señor se apareció a Abrán y le dijo: «A tu descendencia daré esta tierra». Él construyó allí un altar en honor del Señor que se le había aparecido. 8 Desde allí continuó hacia las montañas, al este de Betel, y plantó allí su tienda, con Betel a poniente y Ay a levante. Construyó allí un altar al Señor e invocó el nombre del Señor. 9 Después Abrán se trasladó por etapas al Negueb.

Algunas reflexiones sobre el relato Dios ha querido contar con su pueblo Dios cuenta con hombres y mujeres concretos para llevar a cabo su proyecto.

Por ello, eligió a Abrahán en el pasado. Aún hoy Dios continúa fijándose en muchos otros para continuar su proyecto. El Todopoderoso nos ha dado a los seres humanos la posibilidad de ser creadores con él. Dios ha puesto en nuestras manos la creación entera para que la cuidemos y la gobernemos con sabiduría (cf. Gn 1,28-30). En ello contemplamos el mayor de los privilegios que Dios ha dado a la raza humana. Es, por ello, por lo que el Creador nos dotó de razón haciéndonos libres.

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Entera disponibi l idad Ahora bien, no es posible ser colaboradores del proyecto de Dios y no

ponernos a su entera disposición. Es más, como creyentes, antes de tomar ninguna decisión, deberíamos preguntarnos y tratar de descubrir cuál es la voluntad de Dios para cada uno de nosotros. Como María, el cristiano se pone en manos de Dios para entregarle toda su vida (cf. Lc 1,38); al igual que Abrahán atiende a la voz de Dios y le obedece. San Ignacio de Loyola elaboró una oración a través de la cual podemos ofrecerle a Dios la vida entera. Ésta dice así:

Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad; todo mi haber y mi poseer. Vos me disteis, a Vos, Señor, lo torno. Todo es Vuestro: disponed de ello según Vuestra Voluntad. Dadme Vuestro Amor y Gracia, que éstas me bastan. Amén.

Hay que ponerse en camino Otra lección importante que aprendemos en este relato es que para

emprender algo nuevo es necesario dejar atrás nuestras propias seguridades, hemos de ponernos en camino. Esta norma es aplicable a todo nuevo proyecto que pretendamos llevar a cabo en nuestra vida. Por ejemplo, sólo es posible fundar una nueva familia dejando el hogar paterno; o para emprender un negocio necesitamos arriesgar nuestro tiempo y nuestro capital. Y es que cuando no empeñamos nada o cuando lo que dejamos atrás es poco tenemos la clara evidencia de que no estamos ante una decisión importante. Sólo lo arriesgaremos todo por aquello que consideremos realmente importante en nuestras vidas.

El proyecto de Dios tiene como destinatarios a todos los hombres En el relato que acabamos de leer Dios le dice a Abrahán que «en él serán

benditas todas las familias de la tierra». Cuando Dios nos convoca, cuando nos muestra su proyecto siempre aparecen los demás como parte integrante e importante del mismo. Dios no hace discriminación de personas, jamás deja a nadie atrás.

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Dios nos ha bendecido a cada uno de nosotros, como a Abrahán, con multitud de dones, de talentos. Pero dichos dones no nos pertenecen, no nos han sido dados para engordar nuestro ego, sino que los hemos recibido para enriquecer a los demás. Una metáfora muy hermosa de cuanto estoy diciendo se encuentra en el evangelio cuando Jesús nos dice: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Este mismo tema es abordado en la conocida parábola de los talentos (cf. Mt 25,14-30).

Como todo proyecto tiene sus etapas Es importante saber que todo proyecto tiene sus etapas. A veces es cierto que

hay que tomar decisiones drásticas, pero aún en ese caso luego vendrán una serie de pasos que requerirán un tiempo y un espacio determinado. Como dice el refrán: “Roma no se hizo en un día”. A veces los seres humanos somos demasiado impacientes. Hemos de saber que las personas y todo el universo están en constante evolución, pero no siempre al ritmo que a nosotros nos gustaría. Además si los cambios personales son complejos, mucho más lo son cuando dichos cambios afectan a un número elevado de personas.

Esta forma de razonar nos debe llevar a comprender que todos y cada uno de nosotros no podemos pretender abarcar la plenitud del proceso; éste comenzó antes que nosotros y nos superará en el tiempo. Es lo que en el mundo bíblico se conoce como Historia de Salvación. Dios tiene un proyecto para toda la humanidad que se va desvelando progresivamente. Es cierto que los cristianos creemos que al llegar la plenitud de los tiempos Dios envió a su Hijo único para mostrarnos en gran medida el contenido del mismo (cf. Gál 4,4) . Pero dicho proyecto se va realizando progresivamente en el tiempo de un modo desconocido y hasta contradictorio (cf. Parábola del trigo y la cizaña: Mt 13, 24-30). Dios dispone de una visión de conjunto que a los seres humanos no tenemos. En numerosas ocasiones unos son los que siembran y otros los que recogen (cf. Jn 4,37). Nuestra misión, por tanto, no es tanto la de buscar obtener resultados sino la de trabajar sin descanso por el reino de Dios, por su proyecto con docilidad.

Hay numerosas dificultades que vencer Otro factor que está presente en el relato son las dificultades que Abrahán

tendrá que afrontar. El camino que le espera por delante no es para nada sencillo. Así por ejemplo tendrá que bajar a Egipto a causa del hambre (cf. Gn 12,10-20); se verá envuelto en contiendas con los reyes vecinos (cf. Gn 14) y especialmente tendrá que creer en Dios a pesar de que muchas veces lo que éste le propone es prácticamente imposible. Dios le promete que hará de él una nación numerosa, pero, en cambio, su esposa Sara no le daba hijos (cf. Gn16,1). Precisamente Dios por medio de tres mensajeros le anunció a Abrahán que su mujer se iba a quedar en cinta cuando ésta ya no tenía periodos (cf. Gn 18,9-15). Y la última y, tal vez la peor de las pruebas por la que tuvo que pasar fue el sacrificio del hijo de la promesa (cf. Gn 22,1-19)

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Abrahán se nos presenta como el padre de la fe, aquél que en medio de la duda, de la dificultad no se echa atrás sino que continúa caminando con la confianza puesta en Dios.

Y todo para concedernos los deseos más profundos de nuestro corazón Es importante, por último, anotar que Abrahán se pone en camino porque

sus sueños no terminaban de realizarse. Éste anhelaba algo más, no era una persona conformista. En lo profundo de su ser había una promesa que deseaba alcanzar y que sólo veía posible realizar con la ayuda de Dios.

Pues bien, cada uno de nosotros seremos unos buenos constructores del proyecto de Dios en la medida en que seamos capaces de sintonizar con esa sed que Dios ha puesto en el corazón humano. La persona que vive satisfecha, que no tiene hambre y sed de la justicia (cf. Mt 5,6), que no se pregunta cada día qué espera Dios de mí, difícilmente se pondrá en camino, difícilmente cambiará este mundo y lo dejará un poco mejor de lo que lo encontró.

Tema 2: Hacia un nuevo Éxodo Clase de Religión // Colegio Diocesano Sagrado Corazón de Jesús // 2º Bachiller // Curso 2017-18

En el presente tema explicaremos en qué consiste el pecado estructural y cuáles son sus raíces. Durante el desarrollo del mismo nos acompañará

la figura bíblica de Moisés.

“He visto la opresión de mi pueblo”

3 1 Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián. Llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, la montaña de Dios. 2 El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. 3 Moisés se dijo: «Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver por qué no se quema la zarza». 4 Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: «Moisés, Moisés». Respondió él: «Aquí estoy». 5 Dijo Dios: «No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado». 6 Y añadió: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob». Moisés se tapó la cara, porque temía ver a Dios. 7 El Señor le dijo: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. 8 He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel, la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, perizitas, heveos y jebuseos. 9 El clamor de los hijos de Israel ha llegado a mí y he visto cómo los tiranizan los egipcios. 10 Y ahora marcha, te envío al faraón para que saques a mi pueblo, a los hijos de Israel». 11 Moisés replicó a Dios: «¿Quien soy yo para acudir al faraón o para sacar a los hijos de Israel de Egipto?» 12 Respondió Dios: «Yo estoy contigo; y esta es la señal de que yo te envío: cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en esta montaña». 13 Moisés replicó a Dios: «Mira, yo iré a los hijos de Israel y les diré: “El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros”. Si ellos me preguntan: “¿Cuál es su nombre?”, ¿qué les respondo?». 14 Dios dijo a Moisés: «“Yo soy el que soy”; esto dirás a los hijos de Israel: “Yo soy” me envía a vosotros». 15 Dios añadió: «Esto dirás a los hijos de Israel: “El Señor, Dios de vuestros padres, el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios

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de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación”». 16 «Vete, reúne a los ancianos de Israel y diles: El Señor Dios de vuestros padres se me ha aparecido, el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, y me ha dicho: “He observado atentamente cómo os tratan en Egipto 17 y he decidido sacaros de la opresión egipcia y llevaros a la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, perizitas, heveos y jebuseos, a una tierra que mana leche y miel”. 18 Ellos te harán caso; y tú, con los ancianos de Israel, te presentarás al rey de Egipto y le diréis: “El Señor, Dios de los hebreos, nos ha salido al encuentro y ahora nosotros tenemos que hacer un viaje de tres jornadas por el desierto para ofrecer sacrificios al Señor nuestro Dios”. 19 Yo sé que el rey de Egipto no os dejará marchar ni a la fuerza; 20 pero yo extenderé mi mano y heriré a Egipto con prodigios que haré en medio de él, y entonces os dejará marchar. 21 Haré que este pueblo alcance el favor de los egipcios, de modo que cuando partáis, no salgáis con las manos vacías. 22 Cada mujer pedirá a su vecina y a la dueña de su casa objetos de plata, objetos de oro y vestidos, que pondréis a vuestros hijos y a vuestras hijas. Así despojaréis a los egipcios».

(Ex 3,1-22)

1. Comentario del pasaje bíbl ico a) ¿Qué es una teofanía? Lo primero que tenemos que conocer es que estamos ante una teofanía.

Etimológicamente dicha palabra procede del griego y significa manifestación de Dios (Qeoj = Dios; y fainw = aparecer, manifestarse). En este tipo de narraciones podemos observar multitud de elementos simbólicos. Por ejemplo, en muchos de ellos la acción se desarrolla en lo alto de una montaña o sumergidos en medio de la niebla. En nuestro caso, el detalle más significativo es que Moisés contempla una zarza que arde sin consumirse. Se trata de un fenómeno impropio de este mundo, de una realidad que nos introduce en la esfera de lo divino. Esa es la señal que nos advierte de que el mensajero es un ser celeste.

b) Dios l lama a Moisés para l levar a cabo una misión Un segundo detalle en el que nos vamos a detener es la prontitud con la que

Moisés responde a la llamada de Dios: «Aquí estoy». Asimismo, Moisés adopta una actitud de reverencia ante la presencia de Dios, obedeciendo lo que éste le pide: «No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado».

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A continuación Dios se presenta, no como un extraño, sino como el Dios de los de su raza, de sus antepasados y de su pueblo. Se trata de Aquél que se comprometió con Israel en darle la tierra de Canaán, quien lo iba a bendecir haciendo de él una nación numerosa, pero sobre todo con ser su Dios para siempre1. Ese Dios, ahora, no puede permanecer indiferente ante el sufrimiento de su pueblo, ante la situación de esclavitud y de explotación en que se encuentra lejos de su patria y de su tierra. Es, por ello, por lo que establece un plan de actuación: voy a bajar, lo voy a librar y lo voy a conducir a un tierra fértil y espaciosa.

Para todo ello elige a Moisés. Éste no le oculta ni su miedo ni sus dudas. En un primer momento le expone cuáles son sus circunstancias personales. Se trata de alguien que ha tenido que huir de la mano del faraón. Además, en la actualidad no es más que un pobre pastor que tiene numerosas dificultades para expresarse (cf. Ex 4,10). Nuestro protagonista tendrá que descubrir que lo decisivo no son las cualidades personales sino la fuerza de Dios: «Yo estoy contigo».

c) El nombre de Dios La cuestión sobre el nombre de Dios es sumamente interesante. Y es que en

la antigüedad dar a conocer el nombre era sinónimo de entregarse en manos de otro. Quien conoce el nombre puede manipular a su portador. Así pues, querer conocer el nombre de Dios, de alguna manera, implica pretender adueñarse de su fuerza, de su poder. Este es el motivo por lo que un judío no puede ni debe pronunciar el nombre de Yahvé. Por ello, cuando Moisés le pregunta a Dios por su nombre éste le responde: «El Señor, Dios de vuestros padres, el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me envía a vosotros. Este es mi nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación.» Dios no se deja manipular. El Señor es alguien que ha revelado su poder en la historia. Él está íntimamente comprometido con su pueblo. No se trata, simplemente de una fuerza, de un poder del que alguien pueda apoderarse. Dios, sencillamente, es el que es, aquél que se conoce en el existir, en la experiencia. Sólo le pide una cosa a Moisés, y es que confíe.

La opresión y la esclavitud como pecados estructurales

En la historia del pueblo de Israel, su estancia en Egipto le permitió experimentar de primera mano la esclavitud y la opresión. Los israelitas estaban encargados de realizar los trabajos más duros y esforzados (cf. Ex 1,11-14). Asimismo, ante el temor de una futura represalia, el rey de Egipto ordenó matar a todos los niños hebreos en el momento del parto (cf. Ex 1,15-16).

1 Abrahán: Gen 12,2-3; 17,5-8; 22,16-18; Isaac: Gen 26,24; Jacob: Gen 28,13-15. 2 El mundo de la publicidad está íntimamente relacionado con cuanto estamos afirmando. Los expertos

en marketing saben que las necesidades del ser humano son limitadas; sin embargo, el mundo de los deseos es ilimitado. Así, una campaña publicitaria tan sólo tendrá éxito si es capaz de presentar como

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En el caso de Egipto observamos claramente que, más allá, del empecinamiento del faraón existe toda una estructura que permite y justifica la opresión y la esclavitud. Estamos ante lo que en el pensamiento moral se conoce como pecado estructural. Pero, ¿qué es el pecado estructural? ¿En qué consiste? Tal vez, para comprender adecuadamente el significado del mismo, lo primero que debemos hacer es distinguir y separar el plano comunitario del social. En una comunidad las relaciones no son anónimas. Todos los miembros se conocen en mayor o en menor medida. En cambio, en el nivel social las relaciones entre los seres humanos se despersonalizan. Ya no es el afecto, la cercanía o el ámbito familiar quien rige, sino los intereses de las llamadas macro estructuras. Para comprender a qué nos estamos refiriendo podemos pensar, por un momento, en las relaciones que se establecen entre los habitantes de un pequeño pueblo de montaña y las que se dan en una gran ciudad como Madrid.

De alguna manera se observa, como ya advirtiera Durkheim, que lo social tiene autonomía propia. Es más que evidente, que las estructuras están formadas por individuos; pero en su manera de ser y de comportarse terminan funcionando con criterios autónomos. Es más, en numerosos casos los llamados agentes sociales acaban dependiendo más de las diferentes regulaciones y leyes que de las mismas personas que los crearon.

Ahora bien, hemos de advertir que cuando hablamos de pecado refiriéndonos a la sociedad lo hacemos en un sentido analógico. Está claro que el pecado es, ante todo, una realidad personal. Así pues, la concepción de pecado estructural no puede actuar como un inhibidor de la responsabilidad personal de cada uno de los miembros de la sociedad. El pecado estructural, más que un pecado en sí mismo, es la tentación constante y permanente que empuja al individuo a escoger el mal camino.

Las tentaciones del desierto

Una vez que hemos comprendido qué es el pecado estructural, ahora, vamos a tratar de develar cuáles serán las estrategias mayormente empleadas por el tentador. Para ello, podríamos observar las tres tentaciones que el pueblo de Israel tuvo que afrontar en el desierto. Dichas tentaciones vienen recogidas también en el libro del Éxodo (1. La petición de pan: Ex 16,3; 2. La petición del agua: 17,1-7; 3. El culto a los ídolos: 32,1-6). Sin embargo, vamos a tomar el texto evangélico en el que Jesús, conducido por el Espíritu, fue llevado al desierto para ser tentado. En dicho relato el Hijo de Dios sufrirá las mismas tentaciones que el pueblo de Israel, con una diferencia fundamental: donde el pueblo sucumbió, Jesús saldrá vencedor.

4 1 Entonces Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. 2 Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. 3 El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». 4 Pero él le

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contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”». 5 Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo 6 y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”». 7 Jesús le dijo: «También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». 8 De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su gloria, 9 y le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras». 10 Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». 11 Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían.

(Mt 4,1-11)

1. Paralel ismo del texto con la experiencia del éxodo Como ya hemos dicho este relato está escrito en claro paralelismo con la

travesía del pueblo de Israel por el desierto. Así, por ejemplo, el hecho de que Jesús estuviera cuarenta días en el desierto nos recuerdan la estancia de Moisés (cf. Ex 34,28) en el Horeb y el camino de Elías hacia el mismo (cf. 1 Re 19,8), que a su vez son una síntesis de los cuarenta años que el pueblo estuvo en el desierto.

Tengamos en cuenta que en el Antiguo Testamento el desierto representa el lugar de la prueba. Sin embargo, también es el sitio en el pueblo podrá experimentar el auxilio divino. Allí, Israel aprenderá a conocerse en profundidad y a poner su confianza sólo en Dios.

2. El contenido de las tres tentaciones A continuación vamos a detenernos a examinar el contenido de las tres

tentaciones. Pero, antes de continuar con nuestra exposición, aclararemos que la tentación es todo estímulo que induce a desear algo que no es bueno. Ahora bien, ¿se puede desear algo malo? Aunque en principio pudiera parecer que no, el arte del tentador consiste en presentar el mal bajo apariencia de bien. Y, ¿de qué herramientas se sirve el tentador para llevar a cabo su fin? Suele emplear el arte de la seducción y del engaño. Para ello a menudo trata de introducir la duda sobre la bondad de una determinada realidad y se suele servir de medias verdades para hacer apetecible algo que es realmente diabólico (cf. Gn 3,1-24).

Asimismo, hemos de tener presente que la tentación en sí misma no es mala. Recordemos que, en el pasaje evangélico, es el propio Espíritu quien conduce a Jesús al desierto para ser tentado (cf. Mt 4,1). La tentación puede convertirse en un momento propicio para optar definitivamente por el bien. Afrontar la tentación nos permite descubrir el engaño que está detrás de la misma. El problema viene cuando nos dejamos seducir y engañar y terminamos cayendo en la tentación, es decir, aceptando el mal bajo apariencia de bien.

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a) Primera tentación: el material ismo

«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes».

La primera tentación, la denominada tentación del pan, trata de convencer al ser humano de que éste tan sólo necesita de pan, es decir, de elementos materiales para vivir y ser feliz.

Es importante, observar cómo el tentador entra en escena cuando Jesús está débil y necesitado. Y es que la tentación se hace más fuerte en los momentos de precariedad. De hecho, el tentador tratará de hacerse fuerte a partir de nuestros puntos débiles2.

Un poco de historia En la actualidad estamos asistiendo a la caída de los grandes relatos que

proporcionaban un sentido más o menos amplio a la existencia. Las grandes utopías, los grandes discursos ya no encuentran el eco que tuvieran en décadas pasadas. Existe un descontento generalizado que se plasma en una profunda crisis que afecta a todo lo público. Los casos de corrupción, que en los últimos tiempos no dejan de sucederse, han propiciado una desconfianza aún mayor. Las instituciones en general son poco valoradas por los ciudadanos. En medio de todo este desconcierto parece que hay una realidad que persiste: el materialismo. En plena crisis, observamos como occidente sigue estando ávido de materia. El sistema económico imperante, el capitalismo, viene a evidenciar ese afán por lo material que se ha instalado en nuestras sociedades occidentales.

Pues bien, en este apartado vamos a detenernos, aunque sea brevemente, a contemplar dónde hunde sus raíces el capitalismo, para descubrir, de este modo, cuál es la falacia, la mentira, la tentación, sobre la que éste se asienta.

Como bien nos explica Max Weber en su obra El espíritu del capitalismo y la ética protestante, el sistema económico imperante en la actualidad encontrará el terreno apropiado para germinar en tierras protestantes. La cuestión estriba en que, para el protestantismo, el ser humano está condenado sin remedio. Éste ha sucumbido a la tentación, quedando su naturaleza herida de tal manera que es imposible que éste pueda levantarse del polvo y hacer algo digno para merecer y alcanzar la salvación. Así, al creyente, tan sólo le queda confiar en los méritos de Cristo, que en la cruz murió por nosotros, perdonando nuestros pecados. Así, en el momento del juicio final, el hombre de fe aguarda que Dios, en lugar de fijarse en él, pobre pecador, ponga su mirada en nuestro Señor Jesucristo y en sus méritos, y de este modo pueda gozar de la eterna bienaventuranza. De lo contrario, si Dios contempla su realidad de pecado, y teniendo en cuenta que Dios es justo, éste no tendrá más remedio que condenarlo.

2 El mundo de la publicidad está íntimamente relacionado con cuanto estamos afirmando. Los expertos

en marketing saben que las necesidades del ser humano son limitadas; sin embargo, el mundo de los deseos es ilimitado. Así, una campaña publicitaria tan sólo tendrá éxito si es capaz de presentar como necesidad lo que, realmente, es tan sólo un deseo. Cuanto mayor sea la necesidad que sienta el futuro comprador —que viene determinada por un estado de carencia—, mayor será, también, la posibilidad que éste adquiere un determinado producto.

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Ahora bien, esperar hasta el momento del juicio para saber si alguien está en vía de salvación se convertía en una incertidumbre insoportable. Resultaba imperioso encontrar algún medio para poder conocer en este mundo si alguien, realmente, estaba destinado a la salvación o a la condenación. Fue entonces cuando se empezó a creer que la bendición de Dios en este mundo, entendida sobre todo en un sentido material, era el mayor de los signos que permitía conocer a un creyente que Dios, en el momento del juicio, miraría al Cristo crucificado y, por tanto, resultaría salvo. Es así como los bienes materiales terminaron por convertirse en la garantía presente de la salvación futura.

En cierta medida también era ésta la mentalidad que imperaba en el mundo judío en tiempos de Jesús. Dios bendecía al justo y condenaba al pecador. De tal manera que, a quien en esta vida le iba bien y disfrutaba de cuantiosos bienes, no sólo debía alegrarse por su suerte, sino que, además, tenía la prueba que le permitía saberse, de antemano, merecedor de la dicha eterna (cf. Lc 18,18-30). En cambio, la enfermedad, la pobreza, la esterilidad, o cualquier otra desgracia, eran tenidas como consecuencia del pecado cometido por la persona o por alguno de sus antepasados. Así, el mal físico tenía, siempre, como causa el mal moral (cf. Jn 9,2). Quiere decir que, alguien que sufría alguna calamidad, no sólo debía sufrir en este mundo sus secuelas, sino que, además, ésta era la prueba que le mostraba que estaba lejos de la salvación de Dios. Como podemos observar, no sólo se trataba de una concepción absurda, sino que consagraba las diferencias sociales, situándolas bajo el paraguas de la voluntad de Dios. Algo, a todas luces, lamentable.

Finalmente, en el pasado siglo se produjo un cambio cuyas consecuencias, tal vez, no hayan sido debidamente consideradas. La London School of Economics, por primera en la historia, desvinculó el estudio de la economía del departamento de ética y moral. Hasta entonces la ciencia económica se trataba como una disciplina perteneciente a la denominada ética filosófica. Así, por ejemplo, el influyente economista británico, Lionel Robbins, quien fuera profesor en dicha universidad desde 1929 hasta 1961, subrayó que los economistas no debían hacer juicios de valor en el análisis económico. De esta manera se fue consolidando la separación entre economía y moral. Hasta tal punto esto es así que en que en la actualidad los programas de estudios de economía no suelen incluir ni una sola asignatura de ética o de moral.

La parábola sobre el peligro de las riquezas A continuación nos vamos a detener a analizar un pasaje evangélico en el que

Jesús nos pone en guardia sobre el peligro que supone para nuestra vida el acumular riquezas sin medida.

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12 13 En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.” 14 Él le contestó: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?” 15 Y dijo a la gente: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.” 16 Y les propuso una parábola: “Un hombre rico tuvo una gran cosecha. 17 Y empezó a echar cálculos: “¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha.” 18 Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. 19 Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida.” 20 Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? 21 Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.”

(Lc 12,13-21)

Como nos muestra magistralmente el evangelio de Lucas, pocas cosas nos pueden separar más de Dios y de su proyecto que las riquezas. Asimismo, pocas sentencias de Jesús resuenan de manera más fuerte aquélla en la que éste afirmaba: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13).

Nuestro personaje participa de la mentalidad judía que hemos explicado en el apartado anterior: los bienes de este mundo son signo de la bendición de Dios. Quien está en vías de salvación es dotado en este mundo de multitud de bienes. Es, por ello, por lo que decide acumularlos sin más para disfrutar de ellos. Pero, en cambio, Dios lo tilda de necio y de insensato, y lo considera pobre. Es más, se trata, según nuestro relato, de alguien que no está cumpliendo con lo estipulado por el Altísimo.

Así pues, Jesús mediante esta parábola quiere poner de manifiesto que el pensamiento judío de su época es contrario no sólo a la voluntad de Dios sino, incluso, a la propia doctrina que aparece recogida en el Antiguo Testamento. Según ésta los bienes no son para que los atesoren unos cuantos sino para que el pueblo, sirviéndose de ellos, pueda llevar una vida digna (cf.; Lv 19,9-10; 23,22; 25,8-17.23-55; Nm 33,50-54; Dt 5,21; 24,19-22; Is 5,8; Miq 2,2).

Cuanto hemos dicho nos ayuda a entender cómo el ser humano tiende a justificar su pecado. Una vez más se cumple aquello que dice que “quien no vive como piensa, acaba pensando como vive”. La tentación siempre trata de justificar lo injustificable, y termina sustituyendo la voluntad de Dios por un conjunto, más o menos elaborado, de preceptos humanos (cf. Mt 15,6).

Pregunta-debate

¿Por qué crees que el capitalismo ha arraigado como sistema económico hegemónico en nuestro tiempo? ¿Qué antecedentes históricos, a parte del ya citado, estimas que ha influido en su amplia expansión?

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b) Segunda tentación: La autosufic iencia, e l camino fáci l , la inmanencia

«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con

las piedras”».

Vamos a adentrarnos en la segunda de las tentaciones. En este segundo caso el tentador lleva a Jesús al alero del templo de Jerusalén, es decir, a una parte bastante elevada, y le pide que se tire abajo porque está escrito que sus ángeles lo recogerán.

¿Qué puede significar esta segunda tentación? ¿A qué realidad puede estar haciendo referencia? Volvamos nuevamente sobre la escena. Lo que el tentador le está proponiendo a Jesús es realizar un acto que ponga claramente de manifiesto que él es el Mesías esperado. Si realmente Jesús es el ungido de Dios: ¿Por qué no exponerlo abiertamente realizando un gesto majestuoso e irrevocable como el que le propone el tentador? Hay muchas personas que afirman esto mismo: ¿Por qué Dios no se revela de una forma evidente para que todos crean en él de una vez por todas?

Jesús sabe que, efectivamente, él es el Mesías esperado; pero, en cambio, cuando en los evangelios se refiere a sí mismo utiliza una expresión un tanto enigmática: «el Hijo del hombre». Si bien dicho enunciado aparecía ya en el Antiguo Testamento3, Jesús le va a dar una nueva y única significación. Con esta expresión, como bien nos advierte Rino Fisichella, Jesús quiso dejar claro los rasgos esenciales de su misión. Es cierto que él era el Mesías esperado; sin embargo, alcanzaría su gloria y la derramaría sobre toda la humanidad a través de su pasión, muerte y resurrección. En resumen, podemos decir que se trata de una expresión mesiánica carente de la más mínima connotación política.

Cuanto estamos diciendo queda retratado de un modo ejemplar en el pasaje del evangelio en el que Pedro, en nombre del colegio apostólico, reconoce a Jesús como el Mesías esperado. El problema viene cuando, justo a continuación, Jesús les anuncia a sus discípulos que «el Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días» (Mt 8,31). El propio Pedro se escandaliza y actúa exactamente igual que el tentador. Eso es precisamente lo que le lleva a recibir del Señor el calificativo de satanás (cf. Mc 8,33). Pedro quiere apartarlo del camino de Dios. Esa es la función principal del mal, del adversario. Pedro participa de la visión triunfalista propia de su tiempo, que contemplaba en el Mesías al salvador que, con mano poderosa, debía derrotar a los enemigos de Israel.

3 La locución «hijo de hombre» aparece en multitud de ocasiones en el libro del profeta Ezequiel,

donde el profeta es llamado por Yahvé de este modo noventaitrés veces. En el contexto de dicho libro tan sólo significa un hombre. Más significativo es el uso de dicha expresión en el libro de Daniel.

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Detrás de esta tentación se esconde una severa acusación contra Dios. Es Dios mismo y su bondad quienes están en tela de juicio. En definitiva, el tentador emplea un argumento muy poderoso: “Si Dios es tan bueno como dicen, si es todopoderoso y nos ama tanto: ¿Por qué permite el sufrimiento? ¿Por qué no aniquila de una vez por todas el mal y la muerte? ¿Acaso no quiere, o es que no puede?” Ésta ha sido, precisamente, una de las tesis más invocadas por el ateísmo de todos los tiempos.

Hoy como siempre, son numerosos los que se acercan a Dios reclamando de él auxilio en los momentos de dificultad. En muchos casos le piden una actuación maravillosa e incluso milagrosa. No es malo acudir a Dios buscando auxilio; el problema está en qué muchas veces dicha petición de ayuda se plantea como un reto: «Si realmente eres Dios haz lo que te pido». Es más que evidente que cuando la persona no recibe lo que busca —como de hecho ocurre en la mayoría de los casos— ésta termina rebotada y sumida en una profunda crisis de fe, si es que, realmente, alguna vez la tuvo.

Esta tentación consiste en decirle a Dios cómo tiene que actuar. El Omnipotente es contemplado como una especie de aspirina gigante que ha de revolver todos y cada uno de los problemas. No es la persona, quien con un corazón confiado se entrega a Dios, sino que es el Todopoderoso quien ha de estar al servicio de nuestros cortos intereses.

Desde esta perspectiva el sufrimiento, el dolor, la angustia, la enfermedad y la muerte son contemplados como la prueba evidente de que Dios está del todo ajeno a nuestras vidas. Como recogiera Albert Camus en su novela La peste, ante el sufrimiento de un niño es imposible seguir creyendo en la existencia de Dios, al menos como alguien bueno, amoroso y digno de veneración.

Pero, si Dios no es digno de confianza, ¿entonces quien podrá serlo? El suelo bajo nuestros pies se disipa. Ya no existe una base suficientemente sólida que impida el que nos hundamos (cf. Mt 7,24-27). De ello, se deriva una existencia basada en una serie de valores inmanentes, como la búsqueda del placer, le evitación de cualquier fuente de sufrimiento, la consecución del éxito social, profesional, etc. Todo ello huidas en falso. Es quizás, por ello, por lo que hoy todos parecen admirar al dios bienestar social, rindiéndole una profunda y sincera devoción.

No es de extrañar que en medio de este contexto, las palabras de Jesús resulten escandalosas para la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,35) Sin embargo, sólo quien vive poniendo su confianza plenamente en Dios puede repetir con su vida el ejemplo que Jesús nos dejó. A este respecto, es terrible observar cómo en nuestro mundo tantas y tantas personas, tantas y tantas ideologías, tantas y tantas noticias parecen estar empeñadas en transmitir y engendrar la desconfianza. Empero, mucho peor es introducir la duda sobre aquél que es el fundamento último, es decir, sobre Dios.

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c) Tercera tentación: el poder

«Todo esto te daré, si te postras y me adoras».

Abordamos la última y más devastadora de las tentaciones, la que hemos denominado del poder. En esta caso, el diablo lleva a Jesús a un monte altísimo y le enseña todos los reinos de la tierra y su gloria. Tan sólo debe postrarse y adorarlo, para darle todo cuanto contemplan sus ojos.

En este último envite del tentador podemos observar cómo actúa el poder. Ante todo, el poderoso busca tener seguidores que se postren ante él y lo adoren. Para conseguirlo realiza una serie de promesas que son del todo desproporcionadas: «Le mostró los reinos del mundo y su gloria». Todo es una gran mentira. En primer lugar porque nadie puede dar lo que no es suyo: los reinos del mundo y su gloria tan sólo le pertenecen a Dios. Además, es falso que el poderoso quiera compartir algo con sus adoradores. Éste tan sólo pretende tenerlos arrodillados y sometidos. Lo que brinda es pura demagogia.

El poder puede revestirse con distintos ropajes, pero sus consecuencias siempre son las mismas. El poderoso necesita estar por encima de los demás. Allí donde se ejerce el poder siempre surgen estructuras de tipo piramidal. En éstas, unos cuantos se sirven de la inmensa mayoría. Esto es, precisamente, lo que Jesús nos describe en su evangelio.

«10 42 Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. 43 No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, 44 y el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos. 45 Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por la multitud»

(Mc 10,42b-45)

3. Respuesta de Jesús Jesús responde a cada una de las tentaciones con citas tomadas del libro del

Deuteronomio (cf. Dt 8,3; 6,16; 6,13-15). De este modo, nos muestra cómo en la en la Sagrada Escritura podemos encontrar las réplicas que nos permitirán desactivar la estrategia empleada por el tentador.

a) No sólo de pan vive el hombre

«No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».

Estas palabras son dirigidas al pueblo una vez que ha concluido la travesía del desierto; allí donde Israel fue sometido a la prueba. Con ellas, Dios quiere dejar muy claro que la verdadera liberación no consiste en dejar atrás la esclavitud del faraón y estar a punto de disfrutar de la tierra prometida. Los cuarenta años que el pueblo ha transitado por el desierto, las diferentes pruebas que ha tenido que superar, deben haberle servido para conocer y experimentar que la verdadera

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libertad se encuentra tan sólo en Dios. Y es que el desierto es el lugar donde el creyente puede dejar atrás los falsos asideros, donde se encuentra consigo mismo y con su verdad, y al hacerlo descubre en lo profundo de su corazón al Dios que lo habita, que lo ama y que lo libera. Todo ello nos lleva a advertir que la prueba representa una oportunidad de oro para experimentar la verdadera liberación. En ella y desde ella podemos vislumbrar donde reside la verdadera confianza que nos puede hacer que salgamos victoriosos en toda circunstancia.

Ahora bien, la respuesta de Jesús nos introduce en un escenario difícilmente realizable en la actualidad. Éste nos dice que la vida no se agota en las cosas de este mundo, que el corazón del ser humano aspira a la Eternidad. Esto lo expresaba de un modo admirable san Agustín en su libro Las confesiones: «Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti». Frente a ello, hoy nos encontramos con una sociedad que ha clausurado las puertas del cielo. Cada vez son más los que declaran que ni creen en Dios ni en la vida eterna. Y lo más curioso de todo es que, ante dicha realidad, todavía muchos se extrañan y se rasgan las vestiduras al contemplar la crisis de valores tan profunda en la que estamos inmersos. Pero, ¿acaso es posible compartir el pan cuando no existe nada más? ¿Pueden los valores, que pertenecen al orden propio de la inmaterialidad, encontrar eco en un entorno materialista?

Creo que es conveniente analizar, a la luz de la respuesta que Jesús ha dado, cada una de las propuestas sociales, políticas, empresariales, educativas, personales, culturales, etc. Y ello, para poder descubrir bajo qué límites se mueven. Se trata de preguntarnos si contemplan alguna realidad que realmente esté más allá de lo puramente material, si su proyecto incluye o no la dimensión transcendente, aquella que nos permite ir más allá de lo inmediato. Téngase en cuenta que cuando el único marco de referencia es el pan estamos casi inexorablemente condenados a la frustración. Hemos de situar las cosas creadas en un marco más amplio, y no porque queramos despreciarlas, sino para emplearlas con un criterio más amplio que no fracture nuestra existencia. Esta manera de proceder viene expresada en el evangelio con algunos pasajes tan brillantes como el siguiente:

12 13 En aquel tiempo dijo uno del público a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia». 14 Él le contestó: «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?» 15 Y dijo a la gente: “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.» 16 Y les propuso esta parábola. «Un hombre rico tuvo una gran cosecha. 17 Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha. 18 Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. 19 Y entonces me diré a mi mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida. 20 Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?” 21 Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.»

(Lc 12,13-21)

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b) No tentarás al Señor, tu Dios

“No tentarás al Señor, tu Dios”

Ya hemos visto como la tentación pretende separar al ser humano del camino de Dios. También hemos estudiado como ésta se hace más fuerte en medio de la debilidad. Como explicamos cuando veíamos esta segunda tentación en ella se pretende poner bajo sospecha la bondad de Dios.

La respuesta de Jesús —no tentarás al Señor, tu Dios— es una invitación constante a confiar en Dios y en su proyecto bajo cualquier circunstancia. Implica aceptar en nuestra vida tanto los bienes como los males (cf. Job 2,10). Quizás el ejemplo que mejor recoja cuanto queremos expresar aquí es la escena de Jesús en Getsemaní (cf. Lc 22,39-46). El Hijo del hombre sabe que le aguarda la cruz. A priori se trata de un camino ausente de sentido. Él, que ha defendido la verdad y la justicia, que ha venido para que todos los hombres puedan vivir como hermanos, para que obtengamos la reconciliación que viene de Dios; en ese preciso instante divisa como todos sus sueños, y los de Dios, parecen esfumarse. Sumido en una tristeza que se convierte en agonía, advierte que le aguarda el fracaso más absoluto. ¿Cómo es posible que el enviado de Dios, su propio Hijo, sea rechazado de una manera tan abominable? ¿Dónde queda el proyecto del Reino que él iba a instaurar?

Si en el apartado anterior nos fijábamos en la dimensión trascendente del proyecto de Dios, ahora hemos de reparar en las actitudes que han de acompañar a quienes lo encarnan. Así, quienes se ponen a disposición del proyecto de Dios, deben estar dispuestos a renunciar al éxito en términos humanos. Incluso, han de estar en condiciones de entregar su vida por el mismo. De ello, son testigos tantos y tantos mártires que, a lo largo de la historia, han derramado su sangre, como la de Cristo, para confesar su fe. Así, el discípulo de Jesús ha de huir del afán desmedido que pretende que un determinado programa triunfe a toda costa (cf. Lc 9,54), dado que ello revelaría una posición dictatorial, fanática y egoísta. Tengamos en cuenta que ésta es la lógica del amor. Siguiendo esta manera de actuar, por ejemplo, los padres entregan todo cuanto son y poseen en beneficio de la prole. El amor siempre nos conduce a entregarnos en toda y cada una de las circunstancias de la vida. De lo contrario nuestro amor no será sincero, y, tarde o temprano, acabaremos tentado al Señor nuestro Dios.

c) Dios es el Señor de todo

Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto

Esta última cita bíblica nos abre el camino para vencer la más terrorífica de las tentaciones, la del poder. Con ella Jesús nos invita a adoptar una actitud de profunda y sincera reverencia ante Dios. Quiere decir que no debemos situar nada ni nadie en el lugar de Dios. En eso consiste precisamente la idolatría.

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En nuestro mundo estamos hartos de observar como la preocupación por el dinero ocupa el centro y marca el ritmo de la vida social. El dios Mammón parece ser el dueño y señor que busca cada vez más adoradores que se postren ante él. Sus consecuencias son devastadoras: pobreza, exclusión social, hambre, violencia y muerte (cf. Capítulo tercero de la encíclica del Papa Benedicto XVI Caritas en veritatis, “Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil”).

Cada vez que el ser humano se postra ante cualquier realidad que no es Dios queda herido en su dignidad, ya que toda la creación le ha sido confiada para que la gobierne con sabiduría y responsabilidad (cf. Gn 1,26). Sólo ante Dios debe postrarse. Sin embargo, cuando Dios nos pide que lo adoremos sólo a Él no está buscando sentirse honrado a costa de nuestra humillación, como si nuestra alabanza le pudiera reportar algo. Más bien, la adoración llena el corazón del hombre de alegría, le reafirma en su dignidad. Éste aprende a ponerse al servicio de Dios, y con ello encuentra la fuente de la verdadera paz y el descanso. Se sabe parte de una realidad mucho más grande que él mismo. Descubre que el ser humano no es la medida de todas las cosas, que también éste está llamado a someterse con docilidad al plan de Dios para descubrir donde se encuentra la verdadera sabiduría.

Frente a ello, algunos, como Nietzsche, han sostenido justamente lo contrario. Creen que es necesario matar a Dios para que el ser humano crezca y se desarrolle plenamente. Acusan a la religión de sumir al ser humano en un estado de permanente infantilismo. Según éstos Dios no hace más grande al ser humano sino que lo empequeñece.

Para concluir este apartado preguntémonos, tal y como hemos hecho en los anteriores, cómo afecta a nuestro proyecto de sociedad esta última enseñanza de Jesús. De ella aprendemos que Dios está llamado a ser el principio y el fundamento de nuestro programa. De esta manera tendremos la garantía de que el ser humano será respetado en su auténtica y genuina dignidad. Lo cual no significa que estemos abogando por una concepción teocrática del Estado. Se trata, más bien, de comprender que todos y cada uno de los seres humanos estamos llamados a preguntarnos cómo podemos colaborar con el plan de Dios. Por encima de nuestros planteamientos, de nuestros criterios, de nuestra visión, existe una realidad que lo engloba todo, que nos hace sabernos siervos libres dispuestos a hacer lo que hay que hacer, y nada más (Cf. Lc 17,10).

Tema 3: El Reino de Dios Clase de Religión // Colegio Diocesano Sagrado Corazón de Jesús // 2º Bachiller // Curso 2018-19

El objetivo fundamental de este tema es conocer el contexto en social, político, religioso y económico en el que Jesús nos presenta el proyecto del

Reino de Dios. De este modo podremos comprender mucho mejor sus afirmaciones y estaremos en disposición de tratar de llevarlo a la práctica en

nuestros días.

Comenzamos un nuevo tema, ciertamente apasionante: El Reino de Dios. Es probable que esta expresión la hayamos escuchado en alguna ocasión. Pero, ¿qué es el Reino de Dios? Esta fue la locución que Jesús empleó para referirse al Proyecto de Dios. Así cuando hablamos de Reino de Dios hemos de pensar en primer lugar en el Plan de Dios para toda la humanidad. Por tanto, más que de un concepto abstracto se trata de una realidad dinámica, algo que hay que construir y que, por tanto, reclama nuestro esfuerzo, empeño y dedicación.

Ahora bien, para comprender adecuadamente el contenido del proyecto de Jesús vamos a acercarnos a observar el contexto histórico en el que surge. Para ello vamos a comenzar el presente tema haciendo un recorrido por el mundo en el que Jesús vivió.

El mundo en el que Jesús vivió1

Un país bajo el yugo de un Imperio y en lucha

Aquella tierra que fuera bautizada por los romanos con el nombre de sus propios enemigos, Palestina (Philistin, tierra de filisteos) ha vivido, como si se tratase de un elemento más de su orografía, soportando numerosas ocupaciones y en constante lucha. Téngase en cuenta que dicho territorio, al estar situado en un punto estratégico, lugar de unión de tres continentes, ha sido fuente de disputa de numerosos imperios. Asimismo, este hecho también ha estado propiciado porque Palestina era lugar de paso de grandes rutas comerciales que unían, por ejemplo, Siria con Egipto o el Líbano con Arabia.

Por no extendernos en exceso y teniendo como punto de referencia la situación que afecto más directamente a aquella tierra en tiempos de Jesús tomaremos como punto de partida para nuestro análisis el año 200 a.C. Fue precisamente entonces cuando Palestina cayó bajo el dominio del seléucida2 Antíoco III. En un primer

1 Los datos que se recogen en este apartado han sido elaborados a partir del capítulo primero del libro de

José Antonio Pagola, Jesús, una aproximación histórica, titulado Judío de Galilea; y del también capítulo primero del libro de José Luis Martín Descalzo, Vida y misterio de Jesús de Nazaret, que lleva por título El mundo en el que vivió Jesús.

2 A la muerte de Alejandro Magno el imperio greco-macedónico quedó dividido en los llamados reinos helenísticos conformada por la dinastía Tolemaica, la Antigónida y la Seléucida. Los seléucidas se

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momento la acogida por parte del mundo judío de la civilización helenística fue positiva, deslumbrados de alguna manera por su grandeza. Pero, pronto los sectores más conservadores de la población reclamarán el respeto a las tradiciones e incitarán a la guerra santa, especialmente cuando Antíoco IV pretendió abolir el estatuto particular de Jerusalén y prohibiera las prácticas religiosas judías en toda palestina. Es así como en el año 167 a.C. estallaría la conocida revuelta de los macabeos donde éstos apoyados por grupos de judíos piadosos (asideos) lograrán la independencia del pueblo judío (141 a.C.).

De este periodo se deriva toda una teología de la guerra santa que quedó plasmada en el famoso Manual del combatiente hallado en Qumran y que se remonta a la época del levantamiento de los macabeos. Según esta visión de la historia los hijos de la luz establecerán una batalla frente a los hijos de las tinieblas. La duración de la misma será de cuarenta años. Dios mismo será quien capitaneará a sus tropas ayudado de sus ángeles. De esta manera volvía a reaparecer en Israel una motivación más político que religiosa, según la cual a través de la guerra santa Israel extendería su señorío sobre toda carne, identificando además dicho dominio universal con el reino de Dios. Dicha forma de entender la salvación de Dios, esta teología de la revolución estaba muy extendida entre la población judía en el siglo anterior al nacimiento de Jesús. Un buen judío debía ser un buen combatiente. «Dios y la libertad son la misma cosa; velar por la ley es prepararse para la batalla; el odio es una virtud necesaria; esperar el último combate, el día de la venganza, es obligación de todo buen creyente»3.

Con esta ideología de fondo recibirá el pueblo judío la ocupación romana. Tras casi 80 años de independencia, desde la primavera del año 63 a.C., cuando las tropas romanas guiadas por el general Pompeyo tomaron Jerusalén, la tierra de Jesús volvió a estar sometida al yugo de imperio, en este caso del imperio romano.

En apariencia Roma no se mostraba como una fuerza de ocupación excesivamente opresora, ya que, por ejemplo, respetaba la libertad religiosa de los pueblos conquistados. Pero, no obstante, su dureza venía dada por los impuestos que imponía, además de por su implacable actuación ante los levantamientos rebeldes. Poblaciones enteras llegaron a ser vendidas como esclavos al menor atisbo de revolución, o simplemente porque sus habitantes no pudieron hacer frente al pago de los impuestos. Así, por ejemplo, en Tariquea fueron vendidos 30.000 judíos tras una insurrección. Asimismo, en el año 43 a.C. poblaciones enteras como Gofna, Emaús y Lidda también fueron vendidas. Esto tuvo que provocar, entre la población judía, fuertes heridas. Dicha situación fue inoculando un odio que se transmitía de generación en generación. Todo ello se recoge en la literatura del momento que volverá a poner de manifiesto como el pueblo anhelaba la intervención de Dios mediante un Mesías liberador (cf. el comentario esenio de Habacuc y los salmos fariseos de Salomón).

hicieron con el control de Siria y Mesopotamia.

3 Martín descalzo, José Luis (2005) Vida y misterio de Jesús de Nazaret, p.59, Sígueme, Salamanca.

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División del territorio

Roma para facilitar la división del territorio y especialmente para poder gestionar su administración y control dividió su vasto imperio en Provincias. Éstas estaban regidas habitualmente por un gobernador. Cuando Pompeyo reconquistó Palestina, dando por finalizada la rebelión de los Macabeos que duró ochenta años, reordenó aquellos territorios. Palestina se subdividía en cuatro regiones principales: Judea, Galilea, Samaría y Perea; y algún que otro territorio más o menos autónomo como la Decápolis, la Iturea, la Traconítide, la Abilene. En tiempos de Jesús ya no se empleaba la vieja división del territorio por tribus.

Dentro de este entramado de Provincias las ciudades eran las células básicas del Imperio. En ellas, al igual que ocurre en la actualidad, se concentraban los poderes político, militar, religioso, administrativo y sobre todo la presencia de la cultura romana. Las calzadas romanas, uno de los signos del esplendor de Roma, conectaban unas con otras, facilitando el transporte, el comercio y el rápido desplazamiento de las legiones. Jesús conoció una de estas vías en Cafarnaúm, la vía maris o camino del mar, ruta que partiendo desde el Éufrates atravesaba Siria llegando hasta Damasco y desde ahí descendía hasta Galilea para cruzar el país en diagonal y continuar hasta Egipto. Las ciudades estaban habitadas por las clases dirigentes, los grandes propietarios y por quienes poseían la ciudadanía romana. El resto de la población se asentaban en lugares más humildes. Habitualmente se vivía del trabajo del campo, salvo la élite que, como hemos dicho, se concentraba en las ciudades.

Hasta aquí la situación no parece ser excesivamente asfixiante para la población. Los problemas comienzan cuando indagamos un poco más. Como norma general todas las tierras conquistadas pertenecían al Imperio Romano. Es, por ello, por lo que Roma exigía el cobro de tributos por el uso de la tierra. El primero de ellos es el tributum soli, correspondiente a las tierras cultivadas; y el segundo, el tributum capitis, que tenían que pagar los adultos. Se podía pagar tanto en especies como en moneda.

Dichos tributos se empleaban en la construcción de las calzadas, los puentes y los edificios públicos, pero sobre todo en el sostenimiento de la clase gobernante que vivía obsesionada por el placer y el lujo. En tiempos de Jesús, según nos narra, José Luis Martín descalzo en su libro Vida y misterio de Jesús de Nazaret, el imperio romano estaba en vísperas de una bancarrota. Gran parte del lujo se sustentaba en un numerosísimo cuerpo de esclavos. Muchos de ellos procedían de los territorios conquistados. La demanda creciente de esclavos obligaba a Roma a expandir más y más sus fronteras. Dicho crecimiento exigía un aumento permanente en el número de soldados capaces de defender los límites del imperio. En tiempo de Augusto el número de soldados rondaba los trescientos mil. En los siguientes años dicha cifra llegó a doblarse.

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La explotación de los reyes vasallos

En determinadas zonas del Imperio Roma permitía que parte de la gestión administrativa del territorio estuviera en manos de algún rey o un gobernador vasallo. Este es el caso del territorio donde vivió Jesús. Herodes el Grande (73-4 a.C) fue un rey vasallo que actuó como un auténtico tirano de su propio pueblo. Vivió atemorizado por las conspiraciones, siendo los miembros de su propia familia los principales sospechosos. Esto le llevó a ordenar la muerte de muchos de sus familiares, incluidos, tres de sus hijos.

La cuestión es que dichos reyes o administradores vasallos imponían al pueblo sus propios tributos. Habitualmente se servían de una serie de recaudadores. Éstos son los denominados publicanos que aparecen en los evangelios, quienes tras pagar al soberano una determinada cantidad, se dedicaban a recaudar del pueblo los tributos, aprovechándose de su situación, tratando de extraer el máximo beneficio posible. Dichos tributos se empleaban, al igual que en el caso romano, para mantener una política basada en el fausto y el lujo. Algunas de las construcciones más famosas que se realizaron en tiempos de Herodes son la Fortaleza Antonia y el Palacio Real en Jerusalén. Asimismo Herodes llevó a cabo la reconstrucción del templo de Jerusalén. Llegó incluso a recrear, siguiendo el patrón helenístico-romano, las ciudades de Sebaste (Sebastia) y Cesarea Marítima.

A la muerte del despiadado Herodes se produjeron diversos levantamientos en diversos puntos de Palestina que rápidamente fueron controlados por el gobernador de Siria, Quintillo Varo. Los hijos de Herodes le sucedieron a su padre en el control y gobierno de esa zona imperial. La división del territorio fue la siguiente: Arquelao gobernó en Idumea, Judea y Samaría; Antipas en Galilea y Perea y Filipo en Galaunítida, Traconítida y Auranítida.

Así pues, en tiempos de Jesús la zona de Galilea estuvo bajo el gobierno de Antipas. Éste no fue nombrado rey, sino que recibió el título de tretarca, es decir, soberano de una cuarta parte del reino Herodes el Grande. Probablemente Antipas heredó de su padre importantes extensiones de terreno, algunas de ellas junto al lago de Galilea, hecho que le permitió a Herodes Antipas levantar allí la capital. El nombre de la ciudad fue Tiberíades, en honor al emperador Tiberio. Se trataba de una especie de Cesarea, levantada por Herodes el Grande a orillas del Mediterráneo. También reconstruyó la ciudad de Séforis, incendiada por los romanos, en las revueltas que hubo tras la muerte de Herodes por el levantamiento de Judas y la posterior intervención de los soldados romanos.

El Templo de Jerusalén y sus tributos

Si las tasas civiles propiciaban una situación ciertamente asfixiante para la inmensa mayoría del pueblo, a esto hay que añadirle otras de carácter religioso o sagrado. En tiempo de los asmoneos (134-63 a.C), sucesores de los Macabeos que consiguieron independizarse de la dinastía seléucida bajo el gobierno de Antíoco IV Epífanes, desde Jerusalén a Galilea extendieron un sistema de recaudación basado en un complicado régimen de diezmos y primeros frutos. Se trataba de una obligación sagrada. Dicha recaudación podían alcanzar hasta el veinte por ciento

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de la cosecha anual. A esto hemos de añadir el impuesto de medio shékel que todo judío adulto debía pagar cada año. De ahí se socorría a los sacerdotes y levitas, que según lo mandado por la ley no tenían tierras que cultivar; se costeaban los altos gastos del funcionamiento el templo y se mantenía a la aristocracia sacerdotal de Jerusalén.

Dicha práctica se mantuvo de una forma más o menos similar en tiempos del rey Herodes, ya que Roma no suprimió dicho aparato administrativo. En cambio, no sabemos muy bien si en tiempos de Antipas, al convertirse Galilea en una jurisdicción separada de Jerusalén, se continuó con dicha praxis.

Algunos se atreven a decir que sumando todos y cada uno de los tributos que hemos ido presentado hasta aquí muchas familias destinaban al pago de impuestos entre un tercio y la mitad de su producción. Es lógico, por tanto, que muchos campesinos tuvieran serias dificultades para alimentar a sus familias y reservar semilla suficiente para la siembra del próximo año.

La Gali lea en tiempos de Jesús

Uno de los motivos que propició en la zona de Galilea esta situación de desequilibrio social fue la decisión de Antipas de reconstruir las ciudades de Séforis y Tiberiades, antigua y nueva capital de la comarca. «Todo sucedió antes de que Jesús cumpliera veinticinco años. Aquellos galileos que llevaban viviendo en aldeas y caseríos, cultivando modestas parcelas de su propiedad, conocieron dentro de su propio territorio la proximidad de dos ciudades que iban a cambiar rápidamente el panorama de Galilea, provocando una grave desintegración social.»4

Quiere decir que ahora gran parte de la producción iba a estar destinada al levantamiento de dichas ciudades. En éstas se podían contemplar todo tipo de construcciones rematadas con mármol, mosaicos y pinturas al fresco; mientras que en los poblados la gente vivía en unas condiciones verdaderamente humildes. Sus casas estaban hechas de adobe o piedras sin labrar, rematadas normalmente con una cubierta hecha de follaje.

Hasta ese momento la agricultura había abarcado una amplia gama de productos, según las necesidades de las familias y atendiendo a las necesidades del mercado de mutuo intercambio. Pero a partir de entonces, llevados por el control que desde las ciudades se ejercía, las familias se vieron obligados a tener que incrementar la producción para poder de esa manera atender a la creciente demanda. Esta cuestión aparece expresada en la parábola del sembrador cuando éste esparce la semilla por lugares poco comunes (cf. Mt 13,1-9). Asimismo, la población se vio obligada a cultivar aquellos productos que permitían una mejor comercialización por parte de las élites urbanas como eran el trigo, el vino y el aceite.

4 Pagola, José Antonio (2007), Jesús, aproximación histórica, p.27, PPC, Madrid.

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Si bien es cierto que la construcción de estas dos grandes ciudades supuso una fuente de empleo para la zona, no lo es menos que muchos de los campesinos se vieron obligados a tener que enajenar sus tierras, como consecuencia de las deudas contraídas. Algunos incluso tuvieron que venderse como esclavos. Muchos de ellos se convirtieron en jornaleros teniendo que afrontar el terrible problema de la inseguridad en el trabajo. Otros tuvieron se refugiaron en la mendicidad o a la prostitución. También los hubo que se unieron a grupos de salteadores y bandidos. Pero, como en todas las sociedades, en tiempos de Jesús también existían los pobres entre los pobres. Me estoy refiriendo a los mendigos y pordioseros. Éstos habitualmente eran enfermos, tullidos o mutilados, que se dedicaban a deambular por las calles y por los caminos.

La actividad de Jesús

«La actividad de Jesús en medio de las aldeas de Galilea y su mensaje del reino de Dios representaban una fuerte crítica a aquel estado de cosas. Su firme defensa de los indigentes y hambrientos, su acogida preferente a los últimos de aquella sociedad o su condena de la vida suntuosa de los ricos de las ciudades era un desafío público a aquel programa socio-político que impulsaba Antipas, favoreciendo los intereses de los más poderosos y hundiendo en la indigencia a los más débiles. La parábola del mendigo Lázaro y el rico que vive fastuosamente ignorando a quien muere de hambre a la puerta de su palacio (cf. Lc 16,19-31); el relato del terrateniente insensato que solo piensa en construir silos y almacenes para su grano (cf. Lc 12,16-21); la crítica severa a quienes atesoran riquezas sin pensar en los necesitados (Cf. Lc 12,33-34); sus proclamas declarando felices a los indigentes, los hambrientos y los que lloran al perder sus tierras (cf. Lc 6,20-21); las exhortaciones dirigidas a sus seguidores para compartir la vida de los más pobres de aquellas aldeas y caminar como ellos, sin oro, plata ni cobre, y sin túnica de repuesto ni sandalias (cf. Mt 10,9-10); sus llamadas a ser compasivos con los que sufren y a perdonar las deudas (cf. Lc 6,36-38), y tantos otros dichos permiten captar todavía hoy cómo vivía Jesús el sufrimiento de aquel pueblo y con qué pasión buscaba un mundo nuevo, más justo y fraterno, donde Dios pudiera reinar como Padre de todos.»5

Diferentes grupos dentro de la sociedad judía

Vamos a concluir nuestra exposición del mundo en el que Jesús vivió tratando de presentar los diferentes grupos sociales que conformaban la sociedad judía.

Fariseos y saduceos

El grupo de los fariseos es el que con más frecuencia aparece en el evangelio. A menudo sus seguidores van a presentar una férrea oposición a la figura de Jesús. Aunque el nombre por el que se les conoce es el de fariseos, que en hebreo

5 Pagola, José Antonio (2007), Op. Cit., p.30.

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significa los separados, ellos se llamaban entre sí haberim, los coaligados, la sociedad de la alianza. Esta corriente, al igual que la de los saduceos, nace de la postura que los judíos adoptaron ante la llegada de la cultura helenística en tiempos de los macabeos. Muy brevemente podemos decir que los sectores aristocráticos y sacerdotales quedaron fuertemente deslumbrados por el mundo griego e incluso se dispusieron a pactar con éste. De esta posición derivarán los conocidos saduceos. Dicho nombre procede probablemente porque éstos ponían su origen en la familia del sacerdote Sadoc. Frente a ellos, los fariseos son herederos de los asideos, que quiere decir piadosos, que apoyaron a los macabeos en la rebelión contra la opresión seléucida. No obstante, los reyes asmoneos, herederos de los macabeos, en lugar de apoyarse en las fuerzas que les habían elevado al trono prefirieron hacerlo en los grupos aristocráticos y sacerdotales.

Además de su diferente posición ante la cultura helenística, sus divergencias vendrán dadas por otros muchos factores. En los social mientras que los fariseos procedían de las clases más humildes y de los grupos intelectuales (escribas), los saduceos eran en su mayoría personas pudientes. Además los fariseos conformaban un movimiento de seglares, mientras que muchos de los saduceos eran sacerdotes.

En el terreno político los saduceos no tenían ningún inconveniente en colaborar con los poderes de ocupación. Dada su buena posición social no les interesaba oponerse a ellos, sino mostrase como aliados para no perder su estatus. Los fariseos, en cambio, ocupaban una posición neutral o intermedia, ya que no les puede encajar dentro del grupo de los revolucionarios, como veremos a continuación.

Pero, tal vez, las diferencias de mayor calado se observan en el terreno religioso. Si bien los saduceos eran más conservadores en cuanto a la tradición —para ellos toda la ley se resumía en la torá—, éstos eran en la práctica más tolerantes y liberales. En cambio, los fariseos que se veían a sí mismos como defensores de la auténtica interpretación de la ley admitían, junto a ésta, la tradición, la ley oral y todo un sistema de preceptos prácticos que regulaban casi al milímetro la vida civil y religiosa de sus seguidores.

Lógicamente, los saduceos al controlar el poder y el dinero eran muchos menos en comparación con los fariseos. Mientras que los saduceos no alcanzaron más que unas cuantas centenas, los fariseos pudieron llegar a ser unos 8.000 en tiempos de Alejandro Janneo, rey y sumo sacerdote de los judíos (103 a.C.–76 a.C.), quedando reducidos a unos 6.000 durante en el reinado de Herodes. Ahora bien, si los saduceos eran ricos en bienes y dominaban el dinero, los fariseos gozaban por su parte de un reconocido prestigio social, y eso les permitía controlar y mover con facilidad las masas sociales.

Los celotes

Este tercer movimiento prácticamente no es mencionado en los evangelios. Podríamos decir que los celotes no son más que una radicalización del fariseísmo. Estos nacen con motivo del censo ordenado por Quirino en el año sexto después

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de Cristo. Como hemos expuesto en el primer apartado la oposición al enemigo invasor estaba en el sustrato de la población judía. Este tipo de medidas eran interpretadas como otra humillación. Mientras que la aristocracia y los sacerdotes, al igual que la mayoría de los fariseos, no se opusieron al censo, surgió en algunas aldeas de Galilea una severa contestación. Un tal Judas de Gamala, conocido como “el galileo” consiguió movilizar a sus paisanos. La insurrección fue desarticulada rápidamente pero, no obstante, muchos de los rebeldes huyeron a las montañas y otros quedaron en los pueblos manteniendo vivo el espíritu de rebelión contra la ocupación romana. Estos fueron quienes lideraron la gran insurrección del año 66 lográndose hacer con el control hasta que después de muchos meses de resistencia en la fortaleza de Masada fueron pasados derrotados en el año 70.

El nombre de celotes, o celosos, indica cuál es la esencia de este grupo. Se trata de un grupo con un fuerte afán nacionalista alimentado por una clara visión teocrática del estado. Su idea de liberación de todo poder terreno se convierte en algo obsesivo. Así, por ejemplo, su oposición al poder romano les llevaba no sólo a negarse a tocar una moneda romana, sino a tener que asesinar a todo aquel que colaborase con Roma. Esto les llevaba a aborrecer a los saduceos y todos aquellos que hubieran pactado con el enemigo invasor. Sin duda, el odio era parte de su filosofía.

En el terreno social se sentían orgullosos de ser llamados “pobres” y tenían como aspiración una radical redistribución de la riqueza. Cuando en el año 66 conquistaron Jerusalén incendiaron en primer lugar el archivo de la ciudad, como nos cuenta Flavio Josefo, para aniquilar las escrituras de los acreedores y hacer imposible el cobro de las deudas.

Desde luego que Jesús tuvo que conocer de cerca de estos grupos. Es más, en la actualidad es aceptado, casi unilateralmente, que entre el grupo de los apóstoles se hallaban algunos que o bien habían sido o eran celotes. Así, por ejemplo, en el evangelio de Lucas (6,15) vemos como Simón es llamado el celote o como Mateo y Marcos (Mt 10,4; Mc 3,18) se refieren a él como “el cananeo” que es la transcripción griega del nombre de celote. Otros apuntan a que el apellido de Judas “el Iscariote” no debe entenderse en referencia al nombre de una ciudad llamada Kariot que nunca ha existido, sino como una transcripción griega de la denominación latina sicarius, con la que se denominaba al grupo más radical dentro de los celotes, a los llamados comandos de acción, por su costumbre de atacar con un pequeño puñal curvo, de nombre “sica”.

También el apodo de Pedro como Bariona, traducido en la antigüedad como hijo de Juan o de Jonás, es interpretado hoy como derivado de una expresión acádica que significaría terrorista o hijo del terror. Esto encajaría con el episodio del arresto de Jesús en el huerto de los olivos narrado por los evangelios en el que Pedro no sólo tiene una espada sino que con gran destreza corta la oreja del siervo del sumo sacerdote (cf. Jn 18,10). Asimismo, es posible que el apodo de Santiago y Juan como hijos del trueno (cf. Mc 3,17) no sea más que un alias de guerra.

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Todo ello no nos debe llevar a la conclusión de que el grupo de los seguidores de Jesús era una simple célula de celotes. Las diferencias entre el mensaje de Jesús y de estos violentos es más que evidente. Ahora bien, si hemos de poder observar como esta visión radical que entendía la extensión del reino de Dios a través del ejercicio y del uso de la violencia rodeará tanto a Jesús como el de la hipocresía de los fariseos.

El grupo de los esenios

El cuarto grupo que vamos a presentar es el de los esenios. Es ciertamente curioso que ni el Antiguo Testamento ni el Nuevo se refieran a éstos. Para que nos hagamos una idea de quienes eran hemos de contemplarlos como un anticipo de lo que posteriormente serán, dentro del cristianismo, las órdenes religiosas.

Geográficamente se trata de un grupo muy bien localizado. Concretamente se asentaron a orillas del mar Muerto, en el desierto de Engaddi. Estos eran célibes, compartían todos sus bienes y estaban dedicados en cuerpo y alma al culto religioso y al estudio de la palabra de Dios. También dedicaban amplias horas de su jornada, como nos describe Flavio Josefo, al trabajo de la tierra. Asimismo eran bastante llamativos los baños de purificación que realizaban varias veces al cabo del día.

Es cierto que se dan algunas semejanzas entre la predicación de Jesús y la mentalidad de los esenios, especialmente cercana aparece la figura de Juan Bautista, pero también son más que notables y evidentes las divergencias.

Como último dato simplemente añadir que éstos eran vistos por la gente sencilla con una mezcla de respeto y rechazo. Muchos los consideraban herejes, especialmente por su falta de vinculación con el culto de Jerusalén y por ciertas formas de culto al sol que, de hecho, parecían idolátricas. Asimismo, era completamente extraño, según la mentalidad de la época, su régimen de celibato.

El pueblo de la tierra

Finalmente, nos encontramos con el resto del pueblo, los am h’ares (el pueblo de la tierra), los incultos, que eran despreciados tanto por los fariseos como por los saduceos. Esta turba que no conoce la ley son malditos oímos gritar a los fariseos en el evangelio de Juan (7,49) El mismo Hillel, famoso fariseo, escribió: Ningún rústico teme al pecado y el pueblo de la tierra no es piadoso. Y un rabino llegó a sentenciar: Participar en la asamblea del pueblo de la tierra produce la muerte.

Se trata de los humildes, de la muchedumbre que anda como ovejas sin pastor (cf. Mt 9,36) aguardando a que alguien les guíe y les dé una palabra de aliento. Son los sencillos de nuestro mundo, los desterrados, los débiles, los que sufren la opresión y el desprecio de los poderosos. Son también aquella turba maleable que no tiene un criterio firme y que queda expuesta a la manipulación. Es el pueblo de Dios a quien Jesús anunció la Buena Noticia del Reino de Dios.

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Jesús y el reino de Dios

En medio de toda esta situación que acabamos de reseñar Jesús nos va a presentar un programa de actuación. Es lo que vamos a tratar de describir a continuación.

En primer lugar llama la atención la expresión elegida por Jesús para referirse a su proyecto, el «reino de Dios» (Basileia tou theou) que es la traducción de la forma aramea que Jesús utilizó malkutá di ’elahá. Se trata, como nos dice José Antonio Pagola en su libro Jesús, aproximación histórica, de una expresión reciente y poco frecuente. Dicha locución apenas aparece recogida en el Antiguo Testamento. Pero, si bien, su forma es nueva, su contenido respondía al anhelo profundo de la inmensa mayoría del pueblo. Como hemos tenido la oportunidad de estudiar, el desencanto era generalizado; o como hoy diríamos, el grado de indignación era máximo. El pueblo había sufrido múltiples desengaños y no solamente de las fuerzas extranjeras sino de sus propios dirigentes. Especialmente, los reyes de Israel, ejercieron un papel que en general fue desastroso. Tras la insistencia del propio pueblo y en parte con la oposición del ministerio profético Israel nombró a sus primeros reyes. Éstos fueron ungidos por los profetas para recordarles que Yahvé es el único Dios y que ellos debían buscar y cumplir en todo momento la voluntad del Todopoderoso. Como elegidos de Dios debían preocuparse de un modo especial por los más pobres, los huérfanos, las viudas. En cambio, éstos se pusieron del lado de los poderosos, olvidándose de su pueblo, estableciendo alianzas que llevaron al desastre a Israel.

Pues bien, en medio de esta situación, Jesús anuncia al pueblo que el reino de Dios ha llegado ya (cf. Mt 3,2; 12,28). La historia, que parecía haber caído una y otra vez en manos de desaprensivos, está bajo la tutela del Todopoderoso. Dios va a intervenir de manera definitiva para que sea él, y no las fuerzas del mal, quien tenga la última palabra. Este lenguaje tuvo que sorprender a sus contemporáneos porque no dilataba la actuación de Dios, su discurso no se basaba en promesas incumplidas sino en una realidad patente y palpable. Ahora bien, la cuestión está en saber reconocer de qué manera Dios ha comenzado a reinar, porque, como el mismo Jesús nos recordará, su reino no es de este mundo (cf. Jn 18,36). Además, la irrupción del mismo no será algo espectacular, sino que el reino de Dios está ya en medio de vosotros (cf. Lc 17,21) 6 de una manera casi imperceptible (cf. Mt 13,24-52).

Todo cuanto hemos dicho se comprende mucho mejor si somos capaces de entender que en la vida de Jesús no se puede separar su persona y su proyecto; son exactamente una misma realidad. Por ello, con Jesús, sin lugar a dudas el reino de Dios ha llegado a nuestro mundo.

6 Este versículo de Lucas ha veces se ha traducido como que el reino de Dios está dentro de vosotros. La

inmensa mayoría de los investigadores modernos prefieren no utilizar esta expresión, aunque la expresión griega entos hymin puede significar también dentro de vosotros, dado que podría desfigurar el pensamiento de Jesús reduciéndolo a una especie de realidad intimista y desencarnada.

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Las parábolas del reino

Para llevar a cabo una aproximación al proyecto de Jesús vamos a estudiar una seria de parábolas que él mismo empleó para tratar de describir a sus oyentes el contenido de su programa.

La parábola del rico epulón y el pobre Lázaro (Lc 16 ,19-31)

La primera es la del rico Epulón y el pobre Lázaro. El rico nos es pintado con todo lujo de detalles de depravación: vive en la ostentación, pasea soberbiamente su riqueza, es refinado en su placer, se revuelca en su materialismo, vocea su lujo sin pensar que hiere a los que le rodean. Enfrente está el pobre, que es fuerte en el sufrimiento, paciente, lleno de esperanza, humilde. No le oímos gritar frente a los abusos del rico. Se contentaría incluso con las migajas de su mesa.

Mueren los dos y el uno se condena mientras se salva el otro. ¿Se condena el Epulón por rico? ¿Se salva Lázaro por pobre? Evidentemente no. Se condena el rico por malo y se salva Lázaro por bueno. La parábola se cuida bien de analizar la sucia riqueza del uno y la limpia pobreza del otro. Al evangelista le preocupa mucho más el problema moral que el aspecto económico del mismo.

La parábola de los talentos (Mt 25 ,14-30)

Más iluminadora es la parábola de los talentos. Esta vez es un rey que, al partir para un viaje, distribuye sus riquezas entre sus súbditos. Y las distribuye desigualmente: a uno le da diez, a otro dos, a un tercero uno. A todos les da lo suficiente para vivir y negociar. A su regreso, el de diez ha hecho fructificar su donación y la ha doblado a veinte; el segundo ha convertido en cuatro sus dos talentos; sólo el de uno —el más pobre— no lo ha hecho fructificar. ¿Cuál es el criterio del rey, al regresar? No la cantidad que se recibió o la que finalmente se posee, sino el esfuerzo puesto para que rindiera. Y escamotearíamos el problema dando a esta parábola un sentido puramente espiritual. Hay también una interpretación material: Jesús criticará siempre la riqueza improductiva socialmente, la gastada en comer o en lujo, la no repartida. Pero también criticará la pobreza que se escuda en ser pobre y que no se esfuerza en hacer producir lo que ha recibido.

Parábola del banquete de bodas (Lc 14 ,15-24 ; Mt 22 ,1-14)

Esta misma idea es profundizada en la parábola del convite. Los ricos invitados deciden no asistir. Tienen todos cosas más importantes que hacer que responder a la llamada de Dios. Atrapados por sus riquezas se han vuelto sordos para toda voz que no sea la de su propio egoísmo. El dueño invita entonces a todos los pobres, a los indigentes de las calles, a cojos y enfermos. Estos son inicialmente más generosos y acuden felices a la invitación. Sus almas están más abiertas. Corren al banquete. Procuran adecentarse lo más posible. Los que carecen de vestidos dignos los piden en préstamo o los toman de los que el mismo rey tiene preparados en la antesala para sus invitados. Pero hay un pobre que no se toma ese cuidado. Es

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pobre —piensa— y le han invitado como tal. ¿Por qué habría de prepararse él de manera especial para su encuentro con el Rey? Convierte su pobreza en mérito. No pone de su parte ni lo que tiene en su mano, algo tan sencillo que los demás pobres pudieron fácilmente encontrar. Y entra, orgulloso de sus harapos. Pero también él será condenado como los ricos sordos: no por ser pobre, sino por haber creído que todo estaba ya conseguido con su sola pobreza.

Parábola del s iervo sin entrañas (Mt 18 ,23-35)

Una cuarta lección encierra la parábola del perdón de las ofensas. Alguien —ignoramos si rico o si pobre— tiene una gran deuda con su amo: diez mil talentos. No sabemos si por mala fortuna o mala administración, los ha perdido. Es ahora un pobre que no puede pagar. Suplica al amo y éste, por pura benignidad, le perdona. Pero el perdonado, al salir, demuestra con los hechos que está apegado al poquísimo dinero que tiene: los cien denarios que le debe un compañero. Una verdadera miseria. Pero él, pobre en dinero, rico en espíritu, no perdona. Y es entonces cuando el Señor le condena. Por ser rico e inclemente en su corazón, ya que no en su dinero.

Parábola del ju ic io final (Mt 25 ,31-46)

Pero nos falta aún un texto fundamental: el de la parábola del juicio final que recoge san Mateo. En ella Jesús nos explica que Dios no juzgará por lo que tengamos o hayamos tenido —mucho o poco— sino por lo que hayamos hecho, por lo que hayamos ayudado —con lo que teníamos— a los demás. Se salvará —rico o pobre— el que haya dado de comer, de beber, el que haya consolado al enfermo, el que haya tenido piedad con sus hermanos. Y se condenará el que haya negado lo que tiene, mucho o poco, a los demás.

Las claves de un pensamiento

A la luz de todo lo dicho podemos ya dibujar cuáles serían las claves de esa postura de Jesús ante la realidad social, que es bien diferente de la del economista y también de la del revolucionario político, aunque no menos de la del burgués.

1. La primera es la relativización de lo económico. Jesús no identifica riqueza con mal y pobreza con bien, pero sí señala que los riesgos de la riqueza son tan especialísimos que un rico prácticamente no podrá ser bueno si no deja de ser rico o si no se convierte en un «rico» tan especial (por generoso) que deje de ser prácticamente lo que hoy llamamos rico. También recuerda que existe una «riqueza del corazón» que acecha a todos los hombres y no sólo a los poderosos. Y también esta riqueza es un obstáculo para el reino de los cielos.

2. Jesús no establece discriminaciones entre los hombres. El es «de todos». Pero esto no impide ver que, de hecho, en su evangelio los encuentros con los pobres solían terminar bien, mientras que con los ricos frecuentemente acabaron mal (Lc 7, 36; Mc 10, 17-22; Mt 19, 24). Y tampoco puede olvidarse que Jesús en su predicación usaba una medida doble: frente al pobre y

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necesitado lo primero era la liberación de su problema o dolencia y sólo después venía la exigencia de conversión. Mientras que, frente al bien situado, lo primero era la exigencia de conversión y, sólo cuando esta conversión se manifestaba en obras de amor a los demás, anunciaba la salvación para aquella casa (Lc 19, 1-10). Por eso es justo Girardi cuando dice que al pobre se le ama liberándole de su miseria y al rico se le ama forzándole a reconocer en qué peligro le pone su riqueza.

3. Aunque Jesús no formula expresamente un programa de reforma social es claro que siente lo que González Faus llama horror ante las diferencias entre los hombres. Es evidente que Jesús no compartía ni podía compartir la injustísima distribución de la riqueza que era propia de su tiempo o la de hoy. Tal vez no se ha subrayado suficientemente que en la versión lucana de las Bienaventuranzas tanto éstas como las maldiciones son relativas. Es decir: Jesús no maldice la riqueza en sí, pero lo que sí maldice es una riqueza acaparada en un mundo donde hay pobres.

4. Por eso Jesús no condena sin más al rico, ni canoniza sin más al pobre. Pide a todos que se pongan al servicio de los demás. Para Jesús el verdadero valor es el servicio. El verdadero pobre es el que sirve a otros. El verdadero rico es el que no sirve a nadie. Por eso la salvación del pobre no será convertirle en rico y la del rico robarle su riqueza, sino convertir a todos en servidores, descubrir a todos la fraternidad que cada uno ha de vivir a su manera. Jesús critica la inconsecuencia religiosa. Recuerda que la idolatría del dinero es mala porque aparta de Dios, pero también lo es porque aparta del hermano. El verdadero rico es el que no «ve» al pobre, el que vive como si el pobre no existiera, el que no hace nada por remediar la pobreza del otro. La gran tarea social de Jesús está en descubrirnos a todos lo que Congar ha llamado «el sacramento del prójimo».

Por eso la Iglesia de los pobres no es una Iglesia que opta por una clase contra otra, sino una Iglesia que lucha por conseguir que todos tengan una clase de alma: un alma fraternal, un alma centrada en el servicio, un alma que tiene, como primer principio económico, el amor. Un amor que incita a construir, no a destruir. O que, en todo caso, incita a destruir únicamente nuestro propio egoísmo.

Tema 4: El ser humano, centro y culmen de la vida social: Los Derechos Humanos

Clase de Religión // Colegio Diocesano Sagrado Corazón de Jesús // 2º Bachiller // Curso 2018-19

El objetivo de este tema será presentar como la vida social ha de respetar y articular la defensa de los derechos de todos y de cada uno de los seres humanos.

Defensa de los derechos humanos

El interés y la correspondiente defensa de los Derechos Humanos ha ido creciendo en los últimos siglos. La Declaración Universal de los Derechos Humanos representó un hito importantísimo en la historia de la humanidad. No obstante, el trabajo no está concluido, ni, tal vez, pueda estarlo nunca. Todavía son muchos los seres humanos a quienes se les continúa ignorando, pisoteando y orillando denodadamente. Como Comunidad Internacional hemos de continuar velando para que se respete la dignidad inviolable de toda persona, de manera que podamos alcanzar una paz social justa y estable.

El interés de la Iglesia porque los derechos de toda persona sean respetados forma parte esencial de su misión. El mensaje y la Persona misma de Jesús son una llamada constante a reconocer la dignidad inviolable que posee toda persona. Es, por ello, por lo que la comunidad cristiana recibió con gran alegría la Declaración del cuarentaiocho. Muestra de ello son las palabras que san Juan Pablo II dedicó a la misma en su carta encíclica Redemptor Hominis del año 1979.

«Nuestro siglo ha sido hasta ahora un siglo de grandes calamidades para el hombre, de grandes devastaciones no sólo materiales, sino también morales, más aún, quizá sobre todo morales. […] Es necesario constatar que hasta ahora […] los hombres se han preparado a sí mismos muchas injusticias y sufrimientos. ¿Ha sido frenado decididamente este proceso? En todo caso no se puede menos de recordar aquí, con estima y profunda esperanza para el futuro, el magnífico esfuerzo llevado a cabo para dar vida a la Organización de las Naciones Unidas, un esfuerzo que tiende a definir y establecer los derechos objetivos e inviolables del hombre, obligándose recíprocamente los Estados miembros a una observancia rigurosa de los mismos. Este empeño ha sido aceptado y ratificado por casi todos los Estados de nuestro tiempo y esto debería constituir una garantía para que los derechos del hombre lleguen a ser en todo el mundo, principio fundamental del esfuerzo por el bien del hombre.

La Iglesia no tiene necesidad de confirmar cuán estrechamente vinculado está este problema con su misión en el mundo contemporáneo. En efecto, él está en las bases mismas de la paz social e internacional, como han declarado al respecto Juan XXIII, el Concilio Vaticano II y posteriormente Pablo VI en documentos específicos. En definitiva, la paz se reduce al respeto de los derechos inviolables del hombre, —«opus iustitiae pax»—, mientras la guerra nace de la violación de estos derechos y lleva consigo aún más graves violaciones de los mismos. Si los derechos humanos son violados en tiempo de paz, esto es particularmente doloroso y, desde el punto de vista del progreso, representa un fenómeno incomprensible de la lucha contra el hombre, que no puede concordarse de

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ningún modo con cualquier programa que se defina «humanístico». Y ¿qué tipo de programa social, económico, político, cultural podría renunciar a esta definición? Nutrimos la profunda convicción de que no hay en el mundo ningún programa en el que, incluso sobre la plataforma de ideologías opuestas acerca de la concepción del mundo, no se ponga siempre en primer plano al hombre.»1

El Papa afirma como la Declaración Universal de los Derechos Humanos ha representado un importantísimo avance en la lucha por la justicia, la paz y el bien de todos los pueblos. Asimismo, expresa como dicha Declaración surge tras la devastadora experiencia que supusieron las dos Guerras Mundiales. Se trató de fijar unas bases, suficientemente sólidas, que impidieran que algo semejante pudiera volver a repetirse. Además, la Iglesia no solamente ha apoyado y apoya esta Declaración sino que, de alguna manera, toda ella trasluce una más que evidente antropología cristiana.

Dentro de la cultura occidental

Como ya hemos comentado, en la actualidad existe una conciencia bastante amplia sobre los Derechos Humanos. Ahora bien, hemos de aclarar que ello no ha sido fruto de la casualidad. Antes bien, hemos de ser capaces de contemplar como en la civilización occidental, con el paso de los siglos, se ha ido forjando un sustrato social, religioso y cultural que ha permitido que este programa cristalizara. En este complejo proceso podríamos señalar algunos momentos que han sido especialmente significativos. Cabe destacar, en primer lugar, la aportación del pensamiento grecorromano que puso las bases de la ley y el derecho natural. Posteriormente hemos de resaltar la aportación del cristianismo donde el ser humano es contemplado como imagen de Dios. Finalmente, el humanismo moderno definió la soberanía del hombre frente al resto de la creación, siendo éste considerado como el fin último y nunca como un instrumento o un medio.

Precedentes históricos

Atendiendo a los precedentes históricos podemos localizar algunos ejemplos como son el Decreto de Alfonso IX en las Cortes de León (1188) y la Carta Magna inglesa otorgada por Juan sin Tierra (1215). Más recientemente, hemos de señalar la Declaración de Derechos de Virginia (1776) y la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (1789), fruto de la Revolución Francesa.

La Declaración de los Derechos de Virginia es considera la primera formulación moderna de los derechos humanos. El texto fue elaborado por la Asamblea Constituyente del Estado de Virginia al declararse independiente de Inglaterra. Esta declaración no sólo estará en la base de otras seis, correspondientes a diferentes estados norteamericanos, sino que se tomará como pauta fundamental para la redacción de la Constitución Federal americana de 1789. Por su parte la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, aprobada por la Asamblea Nacional francesa, también tuvo un importante influjo en la defensa de los derechos humanos en la vieja Europa.

1 JUAN PABLO II, Redemptor hominis, n. 17.

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Ahora bien, aunque ambas declaraciones supusieron un paso muy importante en la defensa de los derechos humanos, su aplicación alcanzó a un número reducido de personas. Tendremos que esperar más de un siglo para ver promulgada la primera declaración de tipo universal.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos

En el siglo XIX contemplamos como cada vez estarán más presentes el interés y la lucha por las libertades sociales. Especialmente significativos fueron los movimientos socialistas que abogaban por la defensa de dichas libertades y derechos.

Ahora bien, para que surja en cuanto tal una Declaración Universal habremos de esperar a que transcurran las dos Guerras Mundiales. Precisamente, tras la I Guerra Mundial la Sociedad de Naciones abanderará firmemente la defensa de los derechos inherentes a todos los seres humanos. Pero, fue tras la II Guerra Mundial cuando se promulgó la Carta de las Naciones Unidas que fue firmada por 50 países, a los que posteriormente se sumó Polonia, el 26 de junio de 1945 en San Francisco. En ella se proponía un nuevo orden mundial fundado en la libertad, la justicia y la paz que tomará forma en la Organización de las Naciones Unidas el 24 de octubre de 1945, en Nueva York, que sustituirá la antigua Sociedad de Naciones. Entre las primeras tareas desarrolladas por dicha Organización estuvo la creación de la Comisión de los Derechos Humanos, encargada de elaborar la posterior Declaración Universal de los Derechos Humanos. Tras tres años de arduo trabajo por fin vio la luz el 10 de diciembre de 1948.

Contenido de la Declaración

En cuanto al contenido de la Declaración, nos encontramos con un preámbulo, una proclamación y el desarrollo recogido en treinta artículos.

En el preámbulo se pone claramente de manifiesto la necesidad imperiosa de llevar a cabo una declaración que exponga cuales son los derechos inalienables que todo ser humano posee. Asimismo, en dicho preámbulo se ofrecen una serie de fundamentos sobre los que apoyar el desarrollo posterior de los derechos.

En la proclamación se insta tanto a las personas como a los diversos Estados a defender los Derechos Humanos en sus propios territorios.

Finalmente el articulado desarrolla el contenido de los Derechos que podemos agrupar en distintos apartados.

⌦ Por un lado nos encontramos con una serie de artículos que pretenden salvaguardar los derechos básicos de cada persona en cuanto tal como pueden ser el derecho a la vida, a la igualdad, a la libertad, a la seguridad, al reconocimiento de su personalidad jurídica, a recibir el amparo de la justicia, a la libre circulación dentro de un Estado, a la propiedad, a la educación…

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⌦ A continuación podríamos establecer otro conjunto con todos aquellos derechos que tratan de defender la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión.

⌦ Podríamos definir un tercer grupo que englobaría a los derechos de participación en vida social y política como son el derecho a la libertad de opinión y de expresión, de reunión y de asociación, a participar en el gobierno del país, de elección de los gobernantes…

⌦ Finalmente, cabe señalar los derechos que hacen referencia a la participación en la vida económica como el derecho al trabajo, a la igualdad salarial, a mantener un nivel de vida adecuado…

Aunque no se ponía en duda la trascendencia de esta Declaración, la obligatoriedad jurídica en cada uno de los Estados aún era extremadamente débil. Es, por ello, por lo que posteriormente se implementó el Pacto internacional de derechos civiles y políticos y el Pacto internacional de derechos económicos, sociales y culturales ambos firmados en el año 1966 que, posteriormente, serán ratificados por cada uno de los Estados miembros.

Desarrol lo histórico de los derechos humanos

Ya hemos analizado como lo que hoy contemplamos plasmado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos ha sido fruto de un largo y laborioso proceso. Pero dicha Declaración no es una lista cerrada. Su contenido tiene que seguir desarrollándose, ampliándose, renovándose y adaptándose a las nuevas circunstancias. Así, por ejemplo, ante las nuevas situaciones que se vayan suscitando tendremos que seguir profundizando y analizando para tratar de impedir que se violen los derechos fundamentales de toda persona.

Karel Vasak2 nos presenta como el contenido los Derechos Humanos ha ido evolucionando en el tiempo. Concretamente él utiliza un concepto singular, el de generaciones. Esto le sirve para señalar tres momentos, tres generaciones básicas. La primera de ellas será auspiciada por el pensamiento filosófico del siglo XVIII y contempla derechos tales como la libertad de conciencia, de expresión, de asociación, etc., todos ellos referidos directamente al ser humano en su dimensión personal. Luego surgirán, en una segunda generación, todos los derechos relacionados con la igualdad social tales como el derechos al trabajo, a un salario justo, a la vivienda, a la cultura, etc. Este segundo grupo de derechos comenzaron a ser reivindicados desde finales del siglo XIX y quedarán mundialmente reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. A partir de entonces, nuestro autor contempla una tercera generación de derechos de carácter global. En este último grupo estarían, por ejemplo, el derecho al desarrollo, a un medio ambiente sano, a la paz, a la identidad cultural, etc. Viendo la globalidad del proceso, de las diferentes generaciones, podemos observar como se ha desplazado la titularidad de

2 K. VASAK, Le droit international des droits de l’homme, Revue des Droits de l’homme, vol. I, Pedone, París

1972.

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dichos derechos desde el individuo y ciertos grupos sociales, a toda la sociedad en su conjunto. Así pues, dado que estos derechos de tercera generación no fueron incluidos en la Declaración del cuarentaiocho, son muchos los que abogan, en la actualidad, por una reforma de la misma, de manera que éstos puedan quedar recogidos.

Fundamentación de los derechos humanos

Llegamos a un punto trascendental de nuestro tema. Se trata de la fundamentación de los Derechos Humanos. A este respecto, podemos detectar dos grandes vertientes.

1. Según la primera de ellas los Derechos Humanos tienen su fundamento último en el derecho positivo, es decir, en el conjunto de normas jurídicas emanadas de los órganos competentes. Desde este enfoque jurídico-positivista son las normas, adoptadas por consenso, quienes establecerán el marco en el que, posteriormente, se explicitarán los Derechos Humanos.

2. Para la segunda vertiente los Derechos Humanos alcanzan su fundamento en la ley natural. Según esta posición iusnaturalista, los diferentes ordenamientos jurídicos histórico-positivos deberán respetar y explicitar el contenido de la ley natural. Se trata de una fundamentación de carácter ontológico, según la cual el hacer es consecuencia del ser (agere sequitur esse).

En la actualidad no encontramos una posición comúnmente aceptada por todos. No obstante, existe un punto de acuerdo que actúa a modo de fundamentación: la dignidad de la persona humana. Tal vez el axioma kantiano: «trata siempre al ser humano como un fin, nunca como un medio», pueda aportar una base aceptada por una gran mayoría. Y es que, en última instancia, los Derechos Humanos remiten a la dignidad de toda persona y al carácter absoluto de la misma.

Exposición crítica de la visión positivista

La fundamentación jurídico-positivista hunde sus raíces en el humanismo renacentista, donde se llevó a cabo un giro copernicano, pasando de una visión teocéntrica a otra de carácter antropocéntrico. El principio del filósofo griego Protágoras en el que se afirmaba que “el hombre es la medida de todas las cosas”, se convierte ahora en el eje y motor de toda la realidad. Una representación que ilustra esta nueva cosmovisión es el Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci.

En lo que respecta a la dignidad del ser humano, ésta deja de tener un fundamento ontológico, como de hecho proponía la filosofía escolástico-medieval. A partir de entonces será la capacidad del ser humano de hacerse a sí mismo quien sostenga su dignidad. Pero, curiosamente, será precisamente este giro antropocéntrico, que convierte al ser humano en la medida de todas las cosas, el que devalúe en la práctica su dignidad, al dejar de tener ésta un carácter absoluto y permanente.

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Cuanto acabamos de decir nos debe llevar a plantearnos que sin la aceptación de una fundamentación ontológica de la dignidad del ser humano, que se expresa en la aceptación de una ley natural será francamente difícil mantener en el tiempo un conjunto de Derechos Humanos que sean universales, es decir, presentes en todos los seres humanos independientemente de su raza, sexo, condición, etc.; inviolables en cuanto son inherentes a su persona y a su dignidad; e inalienables, dado que nadie puede privar legítimamente de tales derechos a sus semejantes, sea quien sea, porque estaría yendo en contra de su propia naturaleza.

Fundamentación teológica de los derechos humanos

Acabamos de presentar la ineludible tarea de buscar una fundamentación suficientemente sólida al conjunto de los Derechos Humanos. Sin ella, como hemos explicado, su validez y defensa quedarán claramente debilitadas. A continuación vamos a exponer como, desde una perspectiva cristiana, el fundamento de la dignidad de todo ser humano descansa y reposa, en última instancia, en Dios. Esto es lo que expresa el libro del Génesis cuando afirma que «Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Gn 1, 27).

Ahora bien, a lo largo de la historia del pensamiento teológico, desde los Santos Padres hasta nuestros días, se ha ido explicitando el contenido de esta verdad de fe. En este apartado tan sólo presentaremos algunos rasgos que nos ayuden a entender su significado.

En primer lugar, tomando como telón de fondo los planteamientos de la escolástica, podemos afirmar que el hecho de que Dios haya creado al ser humano a su imagen significa que lo ha dotado de inteligencia. Además, es dicha capacidad racional la que hace posible el ejercicio de su libertad. Intelectualidad y libertad, así pues, serían las características que hacen que el ser humano sea imagen y semejanza de Dios.

Asimismo, como expresa el Catecismo de la Iglesia Católica en su número 358 además de la inteligencia y de la libre voluntad el ser imagen de Dios hace referencia a que el ser humano está dotado de alma espiritual e inmortal. Éste último elemento junto con los dos anteriores —racionalidad y libertad— permiten que el hombre pueda y deba orientar toda su existencia hacia Dios que lo llama a la felicidad eterna. Así pues, es precisamente la posibilidad de entrar en comunión con el Absoluto, de participar incluso del don de la inmortalidad, lo que eleva al ser humano de su contingencia, dotándolo de una dignidad y de un valor inviolables. Es dicha relación con Dios la que convierte al ser humano en un absoluto relativo3.

3 Cf. JUAN LUIS RUIZ DE LA PEÑA, Imagen de Dios, antropología teológica fundamental, Sal Terrae, Santander,

1988, p.179.

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Así pues, según lo que acabamos de exponer podemos entender que la dignidad del ser humano encuentra sólo en Dios su fundamento último. «Si no fuera por esta relación con Dios, el postulado de la absolutez del hombre sería difícilmente sostenible, habida cuenta de su evidente contingencia»4. Así pues, no es el hombre quien se da el sustento a sí mismo; no es el ser humano quien incluso crea y proyecta la imagen de Dios como defendían los filósofos de la sospecha; sino que en cada persona Dios ha proyectado, ha impreso su propia imagen.

El ser humano culmen de la creación

A continuación vamos a fijarnos en el lugar que ocupa el ser humano dentro de todo lo creado; o lo que es lo mismo, cómo ha de relacionarse con el resto de la creación. Dada la singularidad ontológica del ser humano, basada en última instancia en la relación peculiar que le liga a Dios, éste ha de relacionarse con el resto de las cosas creadas desde una posición de superioridad. Esto mismo es lo que aparece reflejado en el libro del Génesis: «Procread y multiplicaos y henchid la tierra; sometedla, dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra» (Gn 1,28). Ahora bien, todo ello no significa que el hombre pueda hacer y deshacer a su antojo, sino que, al contrario, entraña la tarea del gobierno y del cuidado responsable de la misma.

La pérdida de la imagen divina en el ser humano

Finalmente vamos a tratar un último asunto que suele despertar posiciones encontradas. La cuestión estriba en determinar si el ser humano puede o no perder la imagen que Dios ha grabado en lo profundo de su ser.

De lo expuesto en este apartado sobre la fundamentación teológica de la dignidad humana se desprende que la imagen de Dios es ínsita al ser humano y, por tanto, no se puede perder. Ahora bien, a este respecto la metafísica escolástica aporta un razonamiento que puede resultar esclarecedor. Ésta señala una doble dimensión en la imagen que Dios ha grabado en todo ser humano. La primera de ellas sería de carácter ontológico o natural, y por tanto, permanente; mientras que la segunda sería de tipo existencial o moral, y, por tanto, susceptible de graduación. Según ésta segunda dimensión moral toda persona, gracias al don de la libertad y a la ayuda inestimable del auxilio divino, puede ir configurándose como imagen de Dios perfecta. No obstante, también el ser humano, cuando se deja conducir por una vida moralmente deplorable o inadecuada, puede ocultar y herir la inestimablemente dignidad que Dios le ha otorgado.

4 Juan Luis Ruiz de la Peña, o.c. p.178.

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Jesús y la defensa de los derechos humanos

No podemos concluir el tema sin referirnos, aunque sea brevemente a la figura de nuestro Señor Jesucristo. Toda su Persona, su vida, sus gestos, sus enseñanzas nos hablan de la dignidad que Dios nos ha conferido en su querido Hijo.

En primer lugar, el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, nos invita a contemplarnos a nosotros mismos y a todo ser humano con la dignidad inigualable de hijos de Dios: «Considerad el amor tan grande que nos ha demostrado el Padre, hasta el punto de llamarnos hijos de Dios; y en verdad lo somos.» (1 Jn 3,1) De esta manera, en la Persona de Jesús Dios ha asumido nuestra humanidad elevándola a cotas inimaginables, adentrándonos en el misterio mismo de su ser, en un incomparable misterio de comunión.

Pero además, su vida, sus gestos, sus enseñanzas, siempre tratan de dignificar al ser humano, sacándolo de su postración. Jesús, asimismo, constantemente denuncia las causas de las desigualdades que terminan dañando, tarde o temprano, la dignidad inviolable de todo ser humano. Ya en su discurso programático en la Sinagoga de Nazaret, tomando un fragmento del profeta Isaías, anunció que él había venido precisamente a devolverle la dignidad a todos aquellos a quienes les había sido arrebatada:

«El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar la vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor»

Cada uno de nosotros, como seguidores de Jesús, hemos de hacer nuestra su preocupación. El Reino de Dios que explicábamos en el tema anterior y que se realiza plenamente en Jesús, tiene como objetivo primero y último la defensa y salvaguarda de la dignidad universal, inviolable e inalienable que Dios ha conferido a todo ser humano. Esto mismo nos lo ha recordado el Papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium a todos y cada uno de los cristianos:

«Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo.» (n.187)