logística cotidiana

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Microrrelatos publicados en El Blog Oculto

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José Mª González-Serna Sánchez

LOGÍSTICA COTIDIANA

Microficción

Publicaciones de Aula de Letras

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Textos: José Mª González-Serna Sánchez, 2011-2012.

Publicaciones de Aula de Letras.

Sevilla, 2013

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ÍNDICE

El pintor y la nieve!11Arte forense!12Pulsión!13Verismo!14La princesa está triste!15La realidad y el deseo!16Casus belli!17París siempre es una fiesta!18Crónica !20Hombre de acción!22Las bromas de Dios!23Promesas!25Superwoman!26Lágrimas!27Escena doméstica!29Las buenas intenciones!30Sistemático!31Dilaciones!32Las razones de Jonás!33Empirismo!34Espíritu libre!36Paradojas!37

Page 6: Logística cotidiana

Está mudo el teclado de su clave sonoro!38Ay, mísero de mí!39Pajarito!40Café!41Bushido!43Alter ego!45De la condena !47No sabes con quién estás hablando!49Encuentro!50Pecado original!51Ciencias exactas!53Selección natural!54Ramón!55Mentiras piadosas!57Vacaciones!58Aves!59El saloncito azul!61La orquesta del Titanic!63Cumpleaños!64Decidnos, el caballero...!65Náufrago en el mar de las citas!66¿Final?!68San Pedro!69La Grande Armée!71Brujería!73El patio de la fuente!76La picadura!77Taxonomías!78Microcrítica!80Habitación sellada!81Crónicas de sociedad!82Et in Arcadia ego!87Debate de ideas!88

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Arkham!89Cotidie morimur!90Crónica de la tercera jornada!91Sed lex!93Maestros!94Doma clásica!96Halterofilia!98Profesionalidad ante todo!100Rutina!101Constancia y superación!103El juego de las sillas!104Saulo!105Heroína!107Creación!108Abrazos!109Lluvia!110El inmortal!112Sandy Hook!114Jürgen Sauer!117La última comparecencia!119

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Logística.

(Del ingl. logistics).

1. f. Parte de la organización militar que atiende al movimiento y mantenimiento de las tropas en campaña.

2. f. Lógica que emplea el método y el simbolismo de las matemáticas.

3. f. Conjunto de medios y métodos nece-sarios para llevar a cabo la organización de una empresa, o de un servicio, espe-cialmente de distribución.

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EL PINTOR Y LA NIEVE

Cuando vimos la nieve sobre Toledo por primera vez en ese año, el área celeste ya estaba terminada y matemática-mente decidida la ubicación de quienes acompañarían a Orgaz en su último viaje. Sólo restaban algunos retoques y trabar las dos zonas del cuadro mediante el cruce de miradas entre los personajes. El maestro, sin embargo, dudaba. "No veo más que ropones negros y ausencia de caridad", me decía. Mirando a través del ventanal del taller me ordenaba mezclar pigmentos, una y otra vez, que el aplicaba después con mano febril sin alcanzar el resultado deseado. "Ha de ser como la nieve, rota para el sudario y trasparente en el roquete del ecónomo. Negro y blanco, pureza y miseria, como la nieve sucia, pisotea-da, en las callejas que rodean Santo Tomé".

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ARTE FORENSE

Una incisión en forma de ‘y’ muestra la auténtica verdad de su existencia. Nada queda de los sueños más allá de la frialdad del escalpelo.

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PULSIÓN

Fruto de una pulsión difícilmente explicable, la lengua del cirujano se desliza por la hoja del bisturí recién em-pleado.

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VERISMO

La novela rezuma sangre fresca. "En la estela de Coetzee, el autor emplea la pluma como si de un bisturí se trata-se", reza la contraportada.

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LA PRINCESA ESTÁ TRISTE

En otra vida fue princesa de mirada lánguida. Ahora, bióloga que disecciona ranas compulsivamente.

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LA REALIDAD Y EL DESEO

El cura que me enseñaba Filosofía en el año 81 fue el primero en hablarme de aquello que dijo Rousseau sobre la bondad natural del hombre. Al mismo tiempo, otro cura que intentaba enseñarme algo de Latín, me ponía para traducir frases lapidarias romanas: homo homini lu-pus est, por ejemplo.

Desde entonces me he encontrado entre la realidad y el deseo.

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CASUS BELLI

La vida matrimonial se ha convertido en una batalla campal. Ella desenchufa su ordenador portátil antes de que la carga esté terminada; él, en respuesta, distribuye estratégicamente mucosidades bajo la mesa del comedor. Las escaramuzas se suceden en una escalada incontrola-ble que termina ante el mostrador de denuncias de la comisaría. La mujer lleva un jarrón de porcelana incrus-tado en el colédoco; la válvula pilórica del hombre se ha desintegrado tras la ingesta del extraño cocido del al-muerzo.

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PARÍS SIEMPRE ES UNA FIESTA

De Memorias de días extraños,de Jean-Cristophe de La Villebaune,

gentilhombre.

Sus miradas se habían cruzado innumerables veces, aunque siempre con idéntico resultado. En los jardines, en la sala de música, entre las bestias que aguardaban en las caballerizas el tiempo del galope libre, la indiferencia azul de la hermosa mujer hería con crueldad el corazón palpitante del muchacho. Tal sufrimiento silencioso en-contró su final una nubosa mañana de febrero. Entre el gentío arremolinado en la Plaza de la Revolución -hoy de la Concordia-, el oído atento podía aislar del bullicio el silbido de la cuchilla que corta el aire y las esperanzas de una clase condenada al olvido. Allí, entre cuerpos en-tusiasmados por el delirio sangriento, el mozo de cua-dras alcanzó a ver el casi imperceptible guiño pícaro que

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le dirigió su bien amada marquesa antes de que la cabe-za aterrizase en el cesto. El amor, potencia cósmica que no entiende de clases sociales, había encontrado una vez más el camino que comunica dos almas condenadas a encontrarse.

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CRÓNICA

A Carmen, entre legajos.

En guisa se tornó el día en noche.

El 25 de abril de 1295 muere el rey Sancho, llamado el Bravo, y su hijo Fernando, con apenas nueve años de edad, es proclamado monarca. Poco después, la infanta Isabel, hermana mayor del niño-rey, es devuelta por Jai-me II de Aragón, que renuncia así al matrimonio y se declara enemigo de Castilla. Vistas las circunstancias, parte de la nobleza castellana decide no acatar la suce-sión. El rey don Dionís de Portugal aprovecha para sem-brar cizaña. La regencia se ve obligada a hacer concesio-nes, selladas mediante el acuerdo de Ciudad Rodrigo. Nadie parece aceptar el actual status quo y, por si fuera poco, el 8 de noviembre del mismo año un eclipse trans-

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forma el día en noche. Aunque las crónicas no aludan a tal hecho, es de creer que doña María de Molina, a la sa-zón regente de Castilla, llora de miedo, de rabia y de im-potencia al verse superada por los acontecimientos.

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HOMBRE DE ACCIÓN

Después de tanto tiempo, aún le duele la mano que aquel tigre le arrancó de cuajo en Bangladesh. Un absur-do garfio la sustituye y le recuerda la suciedad del con-sultorio donde alguien que se hacía llamar médico, entre palabras incomprensibles, salvó su vida. La cuenca vacía del ojo perdido en el asalto al baluarte de Port Royal se oculta tras un parche negro. La mejilla derecha presenta una brutal cicatriz en forma de media luna, consecuencia de una refriega a los pies de la muralla que protege Jar-tum, en Sudán. Cada mañana, al levantarse, el hombre contempla en el espejo del baño la ruina en que el tiem-po y la vida de acción han convertido su cuerpo. No puede evitar ensimismarse y perder el sentido de la rea-lidad hasta el momento en que la voz chispeante de la esposa lo ata con un lazo para devolverlo a la mañana: "En la radio avisan que hay retenciones en la circunvala-ción. Si no te das prisa, llegarás tarde a la oficina".

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LAS BROMAS DE DIOS

En ocasiones, Dios se conduce con gran sentido del hu-mor; sin embargo, la jerarquía eclesiástica se esfuerza en ocultar esta faceta de un Creador más cercano así a lo humano. Sicco Polentone, en su muy conocida Vita di sant’Antonio, refiere cómo el santo de Padua imprecó a la multitud que asistía a las exequias de un hombre rico por no comprender el sentido auténtico del versículo de Lucas: "Donde está tu tesoro, allí está tu corazón". Al pa-recer, las duras palabras empleadas por el santo produje-ron un efecto tal que se vio obligado a refrendarlas con una demostración material e incitó a los asistentes a abrir el pecho del difunto. En este punto, el hagiógrafo narra la estupefacción de los presentes por no encontrarse el corazón del fallecido en el lugar debido, sino en una caja fuerte donde se guardaban parte de los tesoros del di-funto. Según Lucca della Floresta, cronista padovano de la primera mitad del siglo XIII, los acontecimientos si-

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guieron un curso diferente. El comentarista se confiesa asistente al funeral en cuestión y, por tanto, culpable de dejarse llevar por la atracción del dinero. Confirma tam-bién la santa indignación de Antonio por el circo en que se había convertido la ceremonia fúnebre y cita textual-mente la alocución y posterior petición de abrir el pecho de quien en vida no fue más que un hombre avaro y ale-jado de los preceptos divinos. No obstante, della Floresta escribe en su breve crónica que al practicarse la incisión en el pecho "un rojo músculo ocupaba el lado izquierdo del pecho, negándose de esa manera las certezas de An-tonio". Después de tantos milagros realizados, este pe-queño fracaso supuso un punto de inflexión en la activi-dad evangelizadora del beato, que en adelante se condu-ciría con mucha más precaución a la hora de hacer osten-tación del amparo divino. Pese a que Lucca della Flores-ta interpreta los acontecimientos en clave positiva y ve en ellos un signo más de la inmensa sabiduría de un Dios que cuida de que sus pastores no se descarríen, el texto del escritor padovano fue condenado al olvido de la biblioteca vaticana tras la canonización de Antonio de Padua en 1232. El sentido del humor no era considerado una virtud evangélica.

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PROMESAS

El niño que recoge conchitas en la orilla ha visto una bo-tella flotando sobre las olas. Mientras la recupera, se imagina a bordo de un velero, surcando los siete mares en busca del náufrago. Ya se ve desembarcando en la isla desierta y casi podría decirse que siente el abrazo pega-joso de un hombre a quien la soledad de tantos años ha privado de la capacidad del habla. Con trabajo arduo, las ilusas manos del niño consiguen extraer un diminuto papel con unas breves frases: "Estoy bien. No se preocu-pen. No me busquen".

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SUPERWOMAN

Es una mujer tan ocupada que no puede perder el tiem-po con la logística cotidiana. Por eso, al filo del medio-día, se acerca un momento al supermercado, observa si hay algún carrito abandonado que contenga lo indispen-sable y se lo apropia. A diferencia de otros días, hoy se estremecen sus entrañas al descubrir uno con productos de limpieza, legumbres, cortes de carne, verdura, fruta y un precioso bebé dormido. Agazapada entre los exposi-tores de verduras, espera el instante preciso, se lanza por el carro y pasa por caja. Se le hace tarde: todavía ha de terminar las tareas domésticas y estar de vuelta en la ofi-cina antes de las cinco.

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LÁGRIMAS

"Amortajadme con el uniforme de la Flota Colonial y arrojad mi cuerpo al espacio. No quiero que lloréis mi muerte, sino que recordéis mi vida. Perseverad en el es-fuerzo compartido y así nuestra especie prevalecerá; más allá de los individuos, más allá del olvido". Fueron sus palabras antes del fatal desenlace. El comandante de la estrella de combate estalló el primero en lágrimas de ra-bia por la pérdida del mejor de sus pilotos. El dolor y la impotencia se extendió después hasta el último rincón de la nave.

(Un fundido en negro oscurece la escena. Le sigue un plano de conjunto bien iluminado.)

El tratamiento al que había sido sometido estaba dando resultado. La esposa y las hijas no pueden contener las lágrimas de alegría al percibir en las pupilas una movili-dad olvidada. Mientras la mañana se instala en la sala, los párpados del enfermo se alzan lentamente, como si

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un telón se levantase para dar continuidad a la represen-tación. La sorpresa y la incredulidad se alternan en el brillo de sus ojos.

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ESCENA DOMÉSTICA

Al hermanito le ponen el termómetro y se cura. Por eso quiero que mamá lo lleve en la axila mientras papá sigue dando voces y rompiendo cosas.

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LAS BUENAS INTENCIONES

Son tan hermosas las bolitas de mercurio que no puedo resisitirme a compartirlas con el hermanito. Hoy se las he puesto en el bibi.

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SISTEMÁTICO

Cada mañana tomaba su temperatura basal. La violaba al volver del trabajo. Sin embargo, el hijo del amor no llegaba.

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DILACIONES

El fósforo bajo las uñas eleva la temperatura corporal. Por ese motivo los reos tienen prohibidas las cerillas en el corredor de la muerte.

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LAS RAZONES DE JONÁS

Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.

Génesis.

A los tres días, el profeta fue arrojado sobre la arena para continuar su misión. Pensaba el Supremo Hacedor que en ese tiempo el díscolo y rebelde Jonás habría aprendi-do a respetar los designios divinos. Sin embargo, no con-taba el Creador con que la melancolía se hubiese instala-do en el alma del hombre. Ninguna mujer sobre la tierra era comparable con la salada belleza de espuma que co-ronaba la ola donde había entrevisto la verdad del amor. Aquella sirena, hermosa princesa del mar, lo aguardaba muy lejos de Nínive y Dios tendría que comprender sus razones.

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EMPIRISMO

Sereno y tranquilo voy a llamar a la puerta de bronce del sepulcro.

J. W. Goethe, Las desventuras del joven Werther.

El microcuentista disfruta con su arte porque puede ma-nejar el tiempo a su antojo. Hoy mismo ha comprobado cómo el intervalo que dista entre un disparo en la sien y la muerte efectiva del personaje es muy superior al real. En ese estrecho lapso caben, al menos, dos reflexiones, un haz de luz que inunda la escena, el retumbar del dis-paro rebotando entre las paredes y la sensación de lenta lasitud que embarga el cuerpo herido y embriaga al lec-tor. En cambio, en una situación real nada de eso es po-sible. La muerte es rotunda y prácticamente instantánea, incuestionable, antiliteraria. Hoy lo ha comprobado sin

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que quede la más mínima sombra de duda; acaso un leve olor a pólvora.

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ESPÍRITU LIBRE

Lo encerraron sin pensar que un día el viento llevaría sus cenizas. Renació más allá de los barrotes.

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PARADOJAS

Pese a lo que suele creerse, existen ruiseñores que cantan felices melodías en cautividad. Los barrotes los protejen de los niños.

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ESTÁ MUDO EL TECLADO DE SU CLAVE SONORO

La princesa llora en su cautiverio dorado. El rey ha deci-dido observarla en libertad.

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AY, MÍSERO DE MÍ

Por pereza, Segismundo se negó a capitanear la turba-multa. Tal actitud supuso el fin de la Astrología como ciencia.

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PAJARITO

La llamaba su pajarito. Ella cantaba desnuda tras los ba-rrotes.

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CAFÉ

Camina con la mirada perdida, paso tras paso y calle tras calle. Parece tener muy claro que vivir es moverse, ir de un lugar a otro, no parar. Después de casi una hora vuelve a transitar por los mismos lugares. Alguien perci-be su desorientación y adivina en su desaliño que algo no funciona del todo bien.

En otras circunstancias no se habría percatado de nada, porque su existencia es tan complicada que le impide descubrir el desconcierto ajeno; sin embargo, ese día se siente vieja y cansada. Por primera vez se le ha hecho insoportable el silencio de la mañana, la soledad de su cocina, tan ordenada, limpia y reluciente, tan sin vida. Camino del trabajo se ha detenido a tomar un café, y luego otro, que hay días en que una se levanta con el pa-so cambiado y necesita tomarse un respiro para enfocar. Ha contemplado los grupos de madres que vuelven de abandonar a sus hijos en la escuela. Las escucha quejarse

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sin parar de los precios, de los maridos o de las rarezas del hijo adolescente. Asiste a la conversación en la dis-tancia y desea por primera vez ser una más del grupo y no la propietaria de una cocina reluciente donde el soni-do de la cafetera retumba cada mañana avisando de que otro barco zarpa, mientras ella, como siempre, se queda en el muelle, despidiendo, esperando, sola y tan moder-na, vestida con tacones de vértigo y un elegantísimo traje de corte sastre, hermosa y envidiada.

Pero hoy más que nunca ha deseado embarcar en esa nave, vestir ropa cómoda y ser menos brillante. Por eso, después de no sé cuántas tazas de café, ha reunido valor para acercarse al hombre desaliñado que, a estas alturas, ya ha pasado por tercera vez delante de la cafetería. Lo toma de la mano y le habla suavemente, ya es hora de volver a casa. El anciano inicia una tímida protesta que no puede competir con el beso en la frente y la caricia amorosa en la mejilla. El hogar no está lejos, apenas unos metros más allá de donde se ha producido el encuentro, ¿te acuerdas ya? La mirada del viejo quiere identificarla, pero es incapaz de dar con su rostro de mujer hermosa entre los recuerdos. Su piel es tan suave, sus gestos tan firmes y seguros que se deja llevar hasta una cocina des-conocida, como tantos otros lugares, como toda un vida convertida en constante presente que se difumina en la niebla espesa. Ella pone la cafetera y aguarda. Ahora suena sin ese molesto eco que provoca el vacío.

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BUSHIDO

Si preparando correctamente el corazón cada mañana y noche, uno es capaz de vivir como si su cuerpo ya estuviera muerto, gana libertad en El Camino. Su vida entera estará sin culpa, y tendrá éxito en su llamado.

Yamamoto Tsunetomo, Hagakure.

La tradición ha reducido el ritual a su mínima expresión. Sólo cuatro acciones separan lo esperado de lo correcto.

Nieva en Sendai

El cuerpo debe ceñirse con movimientos medidos. El sol naciente dota de clarividencia al caminante y un cintu-rón cosido durante generaciones le recuerda su proce-dencia.

Florecen los cerezos

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El sake comunica la fuerza necesaria para acometer la acción; y en sus versos, el guerrero deja memoria de lo que pudo ser.

Sobre la aurora

Después, ceremonias de la modernidad: una placa de plomo preserva el tiroides; el cuerpo se embute en teji-dos que bloquean las radiaciones alfa, beta y gamma. Todo está ya dispuesto para que la voluntad decidida sea la responsable de lo que resta, aquí, cerca del núcleo.

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ALTER EGO

Converso con el hombre que siempre va conmigo-quien habla solo espera hablar a Dios un día-;

mi soliloquio es plática con este buen amigoque me enseñó el secreto de la filantropía.

Antonio Machado

En la penumbra del dormitorio, una figura triste, senta-da en una sillita de enea, me observa cada noche. Hasta el momento no he cruzado palabra con la aparición, por-que flota en el ambiente el inequívoco sentir de que entre ambos ya está todo hablado. El amanecer despierta la razón dormida para comprobar que nada ni nadie se en-cuentra en el rincón, salvo la sillita cubierta de ropas y un vago temblor de sombra y luz que se diluye al tiempo que la maquinaria pone en funcionamiento las tareas ru-tinarias: higiene, alimentación, trabajo, contacto familiar. Convertido ya en nueva rutina, el encuentro nocturno

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con la sombra es el momento más intenso de la jornada. Ahí, en la sillita de enea, con gesto de abatimiento con-tenido, velo mi propio sueño y callo.

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DE LA CONDENA

Con fatiga sacarás de él tu alimento todos los días de tu vida. Él te producirá cardos y espi-nas y comerás la hierba del campo. Ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuel-vas a la tierra, de donde fuiste sacado.

Génesis

El niño es de la piel del mismísimo diablo. Salta, arroja juguetes por los aires, grita, pone los nervios de punta, en pocas palabras. Cuando ya no puedo soportarlo más, reúno determinación y lo hago desaparecer. Los pacien-tes que aguardan en la sala de espera inician tímidas protestas, más por sorpresa ante mi acción ejecutiva que por verdadera indignación.

Por la tarde me toca rendir cuentas al jefe de los negocios cerrados durante la jornada. Mientras espero que llegue

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mi turno, oigo golpes y jaleo dentro del despacho. "El jefe se ha traído hoy al niño", me informa el compañero que acaba de salir con gesto de resignación. Desde luego las condiciones de trabajo en este infierno han empeora-do dramáticamente en los últimos tiempos.

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NO SABES CON QUIÉN ESTÁS HABLANDO

Tras la discusión deseó que el cielo se abriera sobre su cabeza y un rayo fulgente lo atravesase de parte a parte. Se regodeaba imaginando cómo toda su estructura ósea adoptaría una consistencia similar a las natillas. Ya no volvería a ver su mirada de suficiencia ni aquel rictus despreciativo en sus labios. Zeus no podía negarle un favor tan insignificante.

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ENCUENTRO

Se perdió entre sus piernas. Mucho después, al descen-der desde las colinas del deseo, tras cruzar valles de ol-vido y desiertos de la constancia, volví a encontrarlo en-redado entre los rizos del monte de Venus. Nos miramos. "El doctor Livingstone, supongo", acerté a decir mientras me arrojaba en sus brazos abiertos.

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PECADO ORIGINAL

Nos queremos tanto que lo de uno es también del otro. Ayer, por ejemplo, mamá olvidó ponerme el bocadillo en la mochila y mis tripas rugían desquiciadas a la hora del recreo. Mi amigo del alma me dio parte de su desayuno. Otro día juntamos nuestros lápices de colores porque no completábamos la gama por separado; y en otra ocasión el mismo paraguas nos cobijó, porque diluviaba y mamá no quiere que vuelva a casa mojado.

Hoy estábamos tan contentos por nuestra amistad eterna que en medio del patio nos hemos abrazado para cele-brar que había marcado gol. Era tanta nuestra alegría que quisimos multiplicarla con un beso -beso por uno, beso; beso por dos, más beso-. En el justo centro de la cancha, a la vista de todos, estampamos nuestros labios. Su boca sabía rara, creo que por culpa del batido o del sandwich frío que había comido un rato antes. Después hemos ido de la mano hasta las escaleras que bajan des-

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de el porche del colegio y hemos compartido una man-zana.

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CIENCIAS EXACTAS

Algunos pensamientos despeñan al microcuentista por una espiral vertiginosa. Precisamente, esa sensación le llevó a abandonar los estudios científicos en favor de los humanísticos y a sustituir el análisis por la creación. Conceptos como la nada, la infinitud de los números, el caos antecesor del orden, la energía que ni se crea ni se destruye, tan sólo se transforma, marean a un hombre que ya no quiere ni puede comprenderlos. En los límites exactos de la hoja de papel, en cambio, se siente feliz y pleno, libre en su constreñimiento, dueño de un mundo finito de palabras y tramas, donde cada elemento tiene un origen preciso y un destino exacto. Es bueno ser dios, se dice casi siempre que da fin a una historia. Y descansa.

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SELECCIÓN NATURAL

"El problema será el alimento de las bestias", pensaba a menudo Noé mientras construía la nave. Enseguida vol-vía los ojos al cielo, pronunciaba su frase preferida -"Dios proveerá"- y conseguía así borrar de su mente las ideas negativas. Es de suponer que en el Arca se alojaran mu-chas más especies de las conocidas hoy y que sobrevivie-ran solamente las dotadas de mayor astucia; aquellas que, mientras Noé se ocupaba en otros quehaceres, de-voraban con disimulo a sus compañeras de viaje. Desde nuestra perspectiva actual parece extraño, sobre todo si observamos el comportamiento de los dulces koalas, por ejemplo, o de las ovejas.

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RAMÓN

De tantas veces como habíamos jugado con Ramón a las escondidillas, teníamos ya una rutina muy bien desarro-llada. En cada ocasión, alguien tenía que sacrificarse, ir a su casa y convencerlo de que viniese con nosotros. Era muy importante que su madre abriera la puerta, porque así la pobre le insistiría en salir a la calle, que tomar algo de aire y de sol le venía muy bien. Con ese procedimien-to casi siempre conseguíamos que el niño abandonase su cueva y en el primer rellano de la escalera se dejase cu-brir la cabeza con un saco. Sabía que si se negaba tendría que volver a casa y enfrentarse con la mirada de tristeza de su madre. Una vez tapada la cara, se le conducía has-ta el descampado de detrás de la iglesia, bien agarrado por el brazo para que no tropezase, porque en alguna ocasión le sucedió eso y el saco se le salió y nos arruinó el juego. Al llegar allí, lo sentábamos en una piedra grande que parecía un trono, lo rodeábamos dando gri-

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tos de emoción, temblando por anticipado con el susto que a buen seguro íbamos a recibir. Cuando conseguía-mos calmarnos, contábamos hasta tres y chillábamos al unísono las sílabas mágicas: '¡Cu-cú! ¡Cu-cú!'. En ese ins-tante, Ramón gritaba '¡Tas!', al tiempo que, con movi-miento brusco, descubría su rostro y nos miraba con ojos encendidos de ira. Aunque parezca imposible después de tantas veces repetido el juego, nadie podía evitar el grito, algunos a causa del terror imaginado que proyec-taba su mirada, otros de puro asco al contemplar cómo se había corrompido la carne de sus mejillas o cómo ha-bía desaparecido parte de la nariz desde la última vez. Ramón era único jugando a las escondidillas. Lamenta-blemente, murió muy joven.

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MENTIRAS PIADOSAS

Le gustaba mentir. Pensaba que así hacía un poco más feliz a su madre, que lo veía salir de la casa armado con su balón, sus botas de fútbol y la mirada de depredador del área heredada del padre. Cosas de la genética. En cuanto doblaba la esquina, sin embargo, dejaba de fingir determinación futbolística y aceleraba el caminar hasta el viejo túnel del ferrocarril. Allí se sentía seguro y libre; podía ser un salteador de caminos o el comandante de una nave espacial; podía surcar mares desconocidos o sufrir la angustia de quien se ve transformado en un ser despreciable. No había marcajes al hombre en las vías abandonadas, tan sólo líneas de texto que cada tarde conducían a un destino desconocido.

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VACACIONES

Como cada primavera, el microcuentista se tomó unos días de descanso. Guardó la libreta en el fondo del cajón, cerró el libro de microrrelatos que estaba leyendo, des-conectó el ordenador y abrió Guerra y paz.

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AVES

En algún lado había leído que la literatura no era más que un arte del engaño. Nunca creyó en tal afirmación, ni siquiera cuando las golondrinas del tiempo devoraban el alero del tejado o al oír el desagradable graznido de las gaviotas emponzoñando los atardeceres de aquella playa sucia de gentes y basura. Para él, la verdad de los versos que enjaulaban a estas aves estaba fuera de toda discusión, pese a que la experiencia directa lo negase. No obstante, los acontecimientos terminan por situar cada idea en su lugar correspondiente. Una bala perdida aca-bó con su vida en la página 142 de la novela que leía arropado por el piar de los pájaros del parque. En la pá-gina siguiente, los mismos malhechores causantes de su muerte tomaron el cuerpo y lo arrojaron en un vertedero. Las grullas, garcetas y cigüeñas que se alimentan de la basura tuvieron esa mañana un verdadero festín. Des-concertado e inerme, se dejó picotear mientras buscaba

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con afán en su memoria un verso, sólo uno, que mostra-se la brutal condición de estas aves.

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EL SALONCITO AZUL

De Memorias de días extraños,

de Jean-Cristophe de la Villebaune,gentilhombre.

Tras arrollar con ímpetu indomable al criado de puerta, la salvaje horda fue recibida por la marquesa de Lisette en la antesala del palacio. La sola presencia de su distin-guido porte fue capaz de apagar los gritos reivindicati-vos y difuminar la desesperación que causara el asalto. Con el te y las pastas que esperaban en el gabinete de verano la turbamulta no pudo sino rendirse ante la ele-gancia en el trato, delicadeza y saber estar de la dueña de la mansión. Todavía hoy se oyen las voces que en amigable conversación intercambian cumplidos, comen-tarios sobre los estrenos teatrales de la temporada y tí-midas referencias a esa chusma iletrada que cree poder acabar con el orden natural de las cosas. La marquesa, su

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figura silueteada, se adivina tras los visillos de la gran cristalera que da al jardín. Ella, como siempre, sigue rei-nando en el saloncito azul, rodeada de caballeros vesti-dos de marrón y gris oscuro que portan en sus pechos una escarapela tricolor.

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LA ORQUESTA DEL TITANIC

Sin duda, algo extraño sucede en la posición 41.44 Norte y 50.24 Oeste, el lugar exacto donde colisionó el Titanic. Las tempestades se serenan en ese punto, imponiéndose una fúnebre tranquilidad. Hay quienes han visto flotar sobre las olas figuras humanas de mirada lánguida que desaparecen al acercarse y quienes hablan de un frío so-brenatural que atenaza los músculos y el alma. Yo sólo sé que allí, justo en ese lugar, he oído música, una versión un tanto especial de "Nearer, my God, to Thee", y que el violinista desafinaba como un condenado.

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CUMPLEAÑOS

Habitualmente comemos sano: ensalada de zanahorias, tomate y remolacha, por ejemplo; legumbres o pasta; pescados y carnes que aporten las proteínas necesarias, aunque en dosis moderadas; mucha fruta fresca y lác-teos. La dieta que seguimos resulta a veces demasiado rígida, pero solemos interrumpirla cuando es el cum-pleaños de alguno de nosotros, porque en esas ocasiones el homenajeado elige el menú del almuerzo. Hoy me to-ca escoger y les he sorprendido a todos al pedir setas gratinadas, de primer plato, un buen entrecot de ternera con guarnición de patatas y verduritas, de segundo, y, para terminar, tarta de manzana con mermelada. Aun-que sé que se habrán sentido defraudados, este año he decidido demostrar mi astucia: de madrugada, cuando la casa duerma, me acercaré sigiloso a la nevera para comer el bebé que trajo ayer mamá pensando en mi fies-ta. No por ser el más pequeño van a aprovecharse siem-pre de mí.

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DECIDNOS, EL CABALLERO...

Hay que ir paso a paso para que cada elemento ocupe su lugar preciso. Los zapatos, siempre negros, envuelven el aún más negro de los calcetines; la raya del pantalón parte con simetría el muslo; el cinturón ciñe el vientre dos dedos por debajo del ombligo; la camisa sin una arruga; la corbata, con su doble nudo, oculta la fealdad del cuello abotonado. Y la chaqueta, claro. La apariencia general debe ofrecer contraste entre lo oscuro exterior y la claridad simbólica de la camisa.

Ya estás casi listo. Unos toques en el cabello, algo de co-lonia para refrescar el rostro y a la calle pues, a la queste, que los dragones aguardan donde menos se espera, tras la esquina de los juzgados, en el alero de la catedral o en la cafetería del edificio de oficinas. A luchar con valor, caballero de pureza, último baluarte de nuestras espe-ranzas, en ti confiamos los desgraciados hijos de Eva. A la gloria, a la gloria, o al fracaso.

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NÁUFRAGO EN EL MAR DE LAS CITAS

Le gustaba hacer paisaje, así que buscó una situación de espectacular contraluz para anunciar su vuelta, al tiem-po que mantenía entre sus dedos, bien afirmada, la pipa de caña que solía emplear para las ocasiones en que la determinación y confianza se convertían en el núcleo de su propuesta. Después se fue, y no hubo nada más, acaso una imperceptible estela dejada en la retina por la celeri-dad de su huida. Pasó el tiempo y regresó, tarde, pero llegó. Siempre buscando el contraluz que lo siluetease, miró en derredor y con el fulgor de su mirada la victoria incuestionable se produjo. Mientras contemplaba cómo los cadáveres de los enemigos desfilaban en hilera ante su puerta comprendió que, sin duda, los límites de su lenguaje eran también las fronteras de su pensamiento. Esa noche descansó feliz. Quienes lo observaban, sin embargo, sólo pensaban en la majadería de aquel que

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había convertido su existencia en una sucesión de refra-nes, citas e ideas ajenas.

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¿FINAL?

El microcuentista es frágil y asustadizo. Siempre que termina un relato piensa que será el último. Los años le han enseñado que siempre queda otro; al menos una his-toria más, aunque sea la de un microcuentista al que se le han acabado las historias y, con mucho esfuerzo, es capaz de reunir palabras que se refieren a un microcuen-tista sin tramas ni personajes que decide finalizar con un relato sobre un microcuentista sin relatos potenciales, tan sólo el de la despedida. El microcuentista sufre mucho con estos pensamientos en bucle y huye de ellos sumer-giéndose en la realidad. Pero la realidad es tan poco inte-resante a veces que, después de un tiempo de observa-ción minuciosa y obsesiva, decide mejorarla, con una pincelada aquí y una anécdota de allá. Entonces, el mi-crocuentista regresa desde el Hades, como si de un nue-vo Orfeo se tratase. Y es que no estaba muerto, no, no; que estaba tomando cañas.

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SAN PEDRO

En mi habitación vivía también San Pedro. Con sus bar-bas blancas que llegaban hasta la mitad del pecho y la enorme llave aferrada con celo por su mano derecha. Siempre estaba en el mismo lugar y con el mismo gesto. Únicamente variaba la mirada, oscurecida de pena cuando yo había torturado una lagartija o resplandecien-te si había sido capaz de terminarme el plato de espina-cas. Me parecía San Pedro un termómetro del compor-tamiento que solamente yo podía comprender. Paradóji-camente, en vez de intimidarme su imponente presencia, las casi imperceptibles recriminaciones o la moderada aprobación de su gesto me consolaban.

Muchos años después, al calor de la chimenea y del aguardiente que inhibe las vergüenzas, fui capaz de pre-guntar a una de mis hermanas cómo era posible que asumieran la presencia del santo con tanta normalidad.

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- ¿Qué San Pedro? -me preguntó con extrañeza-. ¡Ah! El santo que dejaron en la casa mientras se terminaba la obra de la iglesia.

En ese instante me sentí ridículo por recordar que en las noches de verano, cuando el calor impedía coger el tren del primer sueño, el santo murmuraba por lo bajo y llo-raba al verse abandonado en una casa tan grande y tan vacía. Tan sólo era un niño, pero en el rumor que brotaba del pecho de San Pedro aprendí lo difícil que es alcanzar la felicidad, incluso para los santos enormes que deciden la entrada en el Paraíso, incluso para las imágenes de madera olvidadas.

- Sí, sí, la imagen estaba comidita de ratones. Por la no-che formaban un escándalo tremendo que no dejaba dormir a nadie.

Y como si no tuviera mayor importancia, mi hermana se sirvió otra copa de anís, se acomodó el chal de lana que cubría sus hombros y cambió el rumbo de la conversa-ción.

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LA GRANDE ARMÉE

De Memorias de días extraños,

de Jean-Cristophe de la Villebaune,gentilhombre.

Una vecina del faubourg de Saint Antoine encontró su cadáver a primeras horas de un frío amanecer de marzo. El cuerpo estaba cosido por cicatrices de origen incierto que dibujaban una historia desconocida, sin duda terri-ble, quizás heroica. Nada en él ni en las escasas posesio-nes que lo acompañaban permitía establecer la filiación del difunto, de modo que tras la lógica sorpresa por tan siniestro descubrimiento, la mujer no consideró un acto inmoral apropiarse de la botonadura de plata que alber-gaba uno de los bolsillos del difunto y siguió con la ruti-na cotidiana tras informar del descubrimiento a la auto-ridad competente. El cuerpo fue trasladado al depósito de cadáveres de la beneficiencia en espera del definitivo viaje al cementerio de Pere Lachaise.

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Alguien muy cercano a los acontecimientos me ha ase-gurado que al cabo de unos pocos días la mujer recibió la visita del viejo difunto. Al parecer, con gran enojo en el semblante exigió a la vecina la devolución de la botona-dura y abandonó después la casucha maloliente. Cuenta mi confidente que los gritos de horror de la mujer fueron tales que algunos hombres saltaron a la calle armados con maderos y otras armas, que rodearon al viejo, ya con evidentes signos de descomposición, y se arrojaron sobre él. Pero aquel no era ya un cuerpo vivo, sino una imagen desvaída por el tiempo que los instrumentos punzantes atravesaban sin dañar. Solamente los dotados de mayor valor y presencia de ánimo fueron capaces de seguir al aparecido en un largo peregrinar que les llevó hasta el Hospital de los Inválidos. Dicen que ante la puerta que da acceso al patio de armas el fantasma abrió el saquito donde llevaba los botones y los esparció sobre la palma abierta de su mano. A la luz de la luna el grupo de ciu-dadanos pudo apreciar con claridad meridiana el fulgor del águila imperial grabada en los mismos y cómo el cuerpo putrefacto traspasaba la recia puerta. Al instante, un grito sobrenatural de júbilo viajó por la noche de Pa-rís: poco a poco, los compañeros de armas, gentes co-rrientes que protagonizaron el mayor cambio de estado conocido, volvían a encontrarse. Tan sólo faltaban unos meses para que la fragata Belle Poule trajese de regreso el cuerpo del Emperador.

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BRUJERÍA

Ayer estuvimos en el campo haciendo rutas de orienta-ción por un camino que la seño conocía muy bien. Nos había contado que al final del sendero había una casita toda toda de chocolate y nos reímos mucho, porque co-nocemos el cuento de la bruja que se quiere comer a los dos niños y no estábamos dispuestos a creerla. Pero mientras nos hacía la broma me fijé en sus ojos brillantes y sentí un repeluz en la espalda al oir su voz sonando de color negro. Pese a todo, reí como los demás y estuve cantando canciones que asustan al mismo miedo, des-piertan a los ángeles de la guarda y les avisan de que a lo mejor necesitamos su ayuda.

Después de mucho caminar, por fin llegamos a una casa que no era de chocolate, sino de madera oscura. Allí es-tuvimos jugando hasta que anocheció y fue hora de vol-ver al autobús. Lo pasé muy bien trepando a los árboles mientras mi amigo y yo gritábamos consignas secretas.

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Ha sido un día tan perfecto que hasta la seño parecía contenta, aunque vistiese de negro y llevase el pelo riza-do y sucio. De vuelta a casa, Pablo y yo juramos enfren-tarnos a los niños mayores cuando hablen mal de la maestra y digan cosas feas, como que se ha convertido en bruja porque el marido la ha abandonado o porque se le ha muerto un hijo.

Como somos inseparables, esta mañana he esperado a Pablo para ir juntos al colegio; pero no ha llegado. Después, ya en el aula, la seño nos ha ido nombrando y preguntando qué nos gustó más de la excursión. Me ha parecido raro que saltase a Pablo, que es el tercero, por-que se llama Álvarez de apellido, y también que nadie se lo recuerde: siempre que alguien falta se levantan un montón de voces diciendo que no está, que por qué no está, que si sabe alguien dónde está el que falta. También ha sido muy extraña la manera en que me han mirado los otros niños al contar lo bien que lo pasamos Pablo y yo cuando subimos a un árbol para ver un nido de pája-ros. Algunos, incluso, se han reído mientras se llevaban el dedo índice a la sien.

Pero lo verdaderamente terrorífico es lo que me ha pasa-do después. La seño me ha llamado a su mesa y con mu-cho misterio ha sacado una foto en la que mi amigo y yo estamos persiguiéndonos. Mientras me la enseñaba me ha dicho que nadie se acuerda ya de Pablo, pero que ella sabe que mi amigo del alma regresó por la noche a la ca-

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sita del bosque y que si sigo hablando de él a lo mejor yo también acabo allí. He aguantado una lágrima y me he vuelto al pupitre. La seño me mira todo el rato y yo me callo y trabajo, porque no quiero pasar toda mi vida en esa casita de madera oscura que hay al final del camino.

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EL PATIO DE LA FUENTE

En el rincón, un jazmín. Junto a él, un limonero casi cen-tenario suma el aroma primitivo de sus frutos a la gloria que emana de las diminutas flores. Es el patio de la fuen-te, donde jugábamos a perseguir avispas y romper las marciales hileras de hormigas. Paredes blancas, irregula-res, hermosas por sus desconchones encalados, como mapas de una inocencia que parece diluirse en el calor de la tarde. Sombra. Es el patio de la fuente, donde las filigranas de las mecedoras -enea y madera, paños de encaje blanco- se mueven al compás del chisporroteo del agua. Es el patio de la fuente y, arropado por líneas de tinta, vuelvo a ser el niño que soñaba con descifrar el mensaje oculto en el canto de las chicharras.

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LA PICADURA

Fue un leve pinchazo, apenas perceptible. Después, una quemazón se extendió por el cuello, ascendió hasta la coronilla y circunvaló la cabeza en breves segundos. Y como vino desapareció. Esa noche, al calor de las sába-nas que se adherían al cuerpo, la esposa lo notó cambia-do. Había en sus movimientos un punto de vigor inusual y una perseverancia ya olvidada. "Si acaso, mañana lla-mamos al médico", le susurró al oído mientras sus ma-nos iniciaban un movimiento descendente que parecía reactivar la maquinaria agotada. Además, la conversa-ción entre ambos se había enriquecido bastante, y tan pronto abordaban el auténtico sentido del fluir del tiem-po como el influjo incontestable de Huckleberry Finn so-bre The catcher in the rye.

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TAXONOMÍAS

Tiene ya doce años y todavía le gusta jugar con sus mu-ñecos, manosearlos, formar alianzas entre ellos e inven-tarles historias. A veces son aventuras increíbles que eri-zan el vello de los brazos; en otras ocasiones, simples, aunque intensas, historias de amor. Pero en todos sus relatos figurados hay culpables y víctimas, ofendidos y malvados que no comprenden qué son ni por qué lo son. Sin duda, el momento más difícil del juego llega con la recogida. En un baulito que le regalaron por su último cumpleaños guarda los muñecos con tara, aquellos que perdieron un ojo por mirar a quien no debían o los que añoran el brazo perdido en la agresión a la imponente rubia del Ferrari de color rosa. La envidia es mala conse-jera y los pobladores del baulito de la vergüenza han su-frido en sus carnes de plástico las consecuencias de de-jarse llevar por ella. En medio de la cruel tarea taxonó-mica que obliga a la niña a revisar con detalle sus pose-

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siones, una voz que asciende por la escaleras, poderosa y dulce a la vez, rompe el silencio del anochecer:

- ¡Pandora! ¡Pandorita, niña, baja ya, que tienes la cena preparada!

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MICROCRÍTICA

A veces, el microcuentista olvidaba mirarse y dirigía sus ojos hacia fuentes librescas. En esos momentos, el alma de crítico literario que dormía sepultada en su interior afloraba; aunque solamente en pequeños fogonazos que era incapaz de desarrollar posteriormente y, mucho me-nos, justificar. Era la suya una crítica basada en la intui-ción impresionista, hija de la opinión gratuita y a todas luces parcial más que del criterio firmemente asentado en el conocimiento adquirido.

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HABITACIÓN SELLADA

Hubo que reventar la puerta con un ariete. Además de la sólida cerradura, el pomo estaba bien trabado con una silla. La habitación a la que daba acceso no tenía venta-nas y sus paredes estaban reforzadas con hormigón. Era un auténtico búnquer, un refugio especialmente diseña-do para que el propietario de la mansión pudiera guare-cerse en caso de asalto.

En el justo centro se encontraba el cuerpo, maltratado con saña y con la cabeza limpiamente seccionada. Los ojos bien abiertos.

No había nada más en la dependencia, salvo un teléfono que pendía desmayado en la pared. La voz dialogante que surgía del auricular descolgado no dejaba la menor duda de que el asesino continuaba aún en la sala.

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CRÓNICAS DE SOCIEDAD

De Memorias de días extraños,

de Jean-Cristophe de la Villebaune,gentilhombre.

Las veladas líricas de la duquesa de Clignanterre se han convertido en los últimos años en un fenómeno social parisino. A ellas asisten, casi como a una ceremonia se-creta, poetas y nobles, soldados y banqueros. Las convo-catorias resultan de lo más misterioso, pues los invitados encuentran al despertar un sobre color marfil sobre la almohada y en su interior una nota deliciosamente cali-grafiada por la mano de la propia duquesa. El aroma que desprende el papel impregnado en agua de magnolias -el olor que emana de tan singular señora- se aferra a los sentidos y permanece latente entre los pliegues corpora-les hasta el mismo instante en que la velada termina con

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el recitado de un poema compuesto ex profeso por la anfitriona.

Se cuenta que la percepción de la realidad cambia dra-máticamente desde que la invitación es recibida hasta el fin del acto cultural. Una tonalidad azulada, fría, quizás, aunque de indudable elegancia, domina en objetos, ves-tidos y rostros. “Somos seres transformados por la gracia concedida”, me han susurrado innumerables veces quie-nes tuvieron la fortuna de ser invitados a alguna de estas reuniones. “Por el poder de la palabra, las pequeñeces del mundo sensible son dinamitadas -comentó un anti-guo oficial de La Grande Armee, veterano de Smo-lensko-. Los primeros lectores, gente desconocida en el gran mundo parisino, son la vanguardia que abre brecha en las defensas pragmáticas con que todos nos protege-mos. Tras ellos llegará el núcleo del ejército lírico para derrotarnos y, al fin, la voz melodiosa de la Clignanterre tomará posesión del campo del honor. ¡Bendita derro-ta!”. Todos los testimonios coinciden en que las veladas suponen un verdadero renacimiento, una suerte de epi-fanía de la que beber en días subsiguientes: abandonan el palacio transformados y plenos quienes llegaron en-vueltos en rutina y alienante laboriosidad.

De la duquesa se sabe poco. No se prodiga en actos so-ciales ni pasea a caballo o en carruaje por los nuevos bu-levares con que el Emperador ha embellecido la ciudad. Jamás se la ha visto en la ópera y de su aspecto físico so-

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lamente se destaca la dominante azulada. Ni siquiera aquellos que han asistido a más de una velada son capa-ces de describir los rasgos que conforman el rostro de tan singular señora. Simplemente aluden de manera vaga a su altísima belleza, a lo incomparable de su mirada y al terciopelo de una voz que rinde a quien la oye. Y al aro-ma, por supuesto, esa fragancia de purísima magnolia que envuelve la existencia de los pocos afortunados. Re-sulta tan misteriosa la anfitriona que muchos redactores de gaceta han intentado reconstruir con los retazos de información conocida la biografía de la dama. Sin em-bargo, por extraño que parezca, les ha sido imposible engarzar más de un dato en un texto coherente. “Llega un momento -me comentaba un viejo conocido- en que es imposible enlazar una palabra más. En ese instante, como suele ser habitual, se vuelve a las páginas prece-dentes para releer lo escrito; pero un vacío inesperado invade el corazón y todo pierde sentido. La única solu-ción es arrojar los papeles a la chimenea”. Me consta que las palabras de este gran amigo podrían ser corroboradas por tantos como han intentado similar empresa, de mo-do que el resultado de tan sorprendentes circunstancias es un manto de anonimato y vaguedad sobre la persona-lidad de la anfitriona parisina más admirada del mo-mento.

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Posiblemente porque el destino de estas Memorias no sea la publicación, sino, más bien, poner en orden un en-torno complejo y a menudo incomprensible, mi tarea de reconstrucción ha podido llegar algo más lejos. Aun asumiendo que nada concreto puedo aportar sobre el personaje, he conseguido rescatar un dato relevante que pudiera arrojar algo de luz. En los archivos de la Con-ciergerie es posible consultar el listado de personas ajus-ticiadas en los tiempos del Terror. Buscaba no hace mu-cho algo de información para un proyecto que llevo dé-cadas retrasando cuando el puro azar colocó ante mis ojos el nombre de Clignanterre. La duquesa, último miembro de su estirpe, sin descendencia, como pude comprobar más tarde, fue conducida a la guillotina en la mañana del 24 de enero de 1794. Tenía veintisiete años y, según se afirma en una nota crítica publicada en Le Père Duchesne, “quiso caminar hacia el cadalso vestida de azul, como si la muerte entendiese algo de simbologías cromáticas, de azul borbónico o de flores de lis”.

Han transcurrido casi setenta y cinco años desde enton-ces, y la razón dicta que la Clignanterre de las famosas veladas de hoy no puede tener relación con aquella que afrontó su hora decisiva envuelta en color azul. No obs-tante, es absolutamente cierto que la estirpe y el título murieron aquella gélida mañana de invierno y que nin-guna referencia posterior a dicho nombre puede encon-trarse. Se hace evidente, pues, la impostura de quien hoy

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quiere capitanear la vida social parisina cultivando el misterio sobre su persona para ocultar así su mentira. Sin embargo, hay en todo cuanto rodea al personaje un halo de misterio que impide conformarse con una expli-cación tan simple, racional y pragmática. La insistencia de quienes han mantenido algún contacto con la señora en la dominante azul, en el repentino olvido de su rostro o en la fragancia de magnolias no hace sino enviarnos a un pasado ya lejano que no parece haber muerto com-pletamente.

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ET IN ARCADIA EGO

Al principio nos deslumbraron con sus palabras rotun-das y esclarecedoras, tan diferentes. Nos sumergíamos en ellas y creíamos así conocernos y disfrutarnos mejor. Poco a poco, el verbo luminoso comenzó a entremezclar-se con un discurso de significado impenetrable que sem-braba entre nosotros el desconcierto. Hoy, muchos años después, añoramos los tiempos en que teníamos por cos-tumbre decapitar a los mensajeros.

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DEBATE DE IDEAS

“No soy yo, es mi ADN”, susurraba el joven Jack al aca-riciar su cuello con la hoja de afeitar. “Te escudas en la herencia genética para no afrontar el horror de que tus actos no sean más que el fruto de una decisión libre y personal”, le contestó entre estertores la víctima, lector compulsivo de Agustín de Hipona y Tomás de Aquino. El eco de la voz rota del viejo pedante y el borbotear de la sangre -su vivo color- hicieron dudar un instante al muchacho mientras amanecía en Whitechapel.

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ARKHAM

En el asilo de Arkham está recluida toda la locura que amenaza la existencia. Joker y el viejo Jack son las ruti-lantes estrellas en el firmamento de la maldad. Su prota-gonismo sólo es discutido, en ocasiones, por la frialdad moral de un Raskolnikov que huyó de las ensoñaciones de Dostoievski antes de que el atormentado ruso pudie-se enderezarle por el camino de la redención. En ese mismo lugar donde los gritos y el acero de las miradas perversas emponzoñan el ambiente; allí, en una apartada celda, Sansón Carrasco golpea sin cesar su cabeza contra las paredes acolchadas. La culpa lo atormenta, porque no llega a comprender cómo se atrevió a derribar a aquel hombre bueno en las playas de Barcelona.

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COTIDIE MORIMUR

Hubo un tiempo en que lo habitual era fallecer tan sólo una vez, con el corazón traspasado por una adarga o una mirada de desprecio. A menudo se moría también de pura hambre, de deseo o de impotencia. Era cruel para los deudos; sin embargo, la rapidez del tránsito y su co-tidianeidad obligaban a asumir desde edad temprana la fiereza del destino humano. Después inventamos la me-dicina para emular el poder de los dioses. Ahora mori-mos, quizás, siete u ocho veces en la vida y sobrevivimos con dolor y desasosiego a todos los decesos excepto al último. También hemos desarrollado una extraña habili-dad que nos permite olvidar las muertes repetidas y pensar así que habitamos en la frontera de la eternidad. Probablemente somos una especie más feliz, aunque a nuestro alrededor se muera y resucite a diario.

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CRÓNICA DE LA TERCERA JORNADA

En la competición individual de tiro con arco, la jornada matinal ha estado muy reñida. El tetracampeón sajón, Robin Hood, ha sido derrotado por el helvético Tell, ca-paz de aislarse de la presión recibida desde su entorno para enlazar una serie de nueve disparos certeros. El éxi-to del suizo es más estimable si se tiene en cuenta la ra-pidez de su adaptación a un arma que no le es habitual, pues suele decantarse por el uso de la ballesta germana. En tercera posición ha quedado un casi desconocido ar-quero asirio -Assah Gilgamesh III, natural de Nínive- que ha demostrado con su concurso que el mundo del arco no debe circunscribirse a Occidente, pese a la gloria secular alcanzada por algunos individuos.

Por equipos, en otro ciclo más, los hunos demostraron estar varios escalones por encima de los demás partici-pantes, aunque la irrupción en la competición de este año del potente equipo parto ha abierto un resquicio de

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duda con vistas a próximas ediciones. La tercera plaza ha sido ocupada por una selección británica que, como suele ser habitual, ha presentado un grupo de vociferan-tes veteranos de Agincourt.

Como sucede en cada edición, la jornada no estuvo exen-ta de polémica. A los ya tradicionales cruces de imprope-rios y amenazas entre los competidores hay que sumar en esta ocasión el recurso entablado por la delegación francesa contra el sistema de competición. Aducen los galos -no sin razón- la desigualdad manifiesta derivada de permitir que entes de ficción y reales compitan en la misma categoría. “La carga sobre la conciencia de quie-nes hemos optado por participar con seres humanos es muy superior, ya que nuestras víctimas sangran, gimen y se retuercen con extrema naturalidad. Esa circunstancia influye de manera determinante en los resultados indi-viduales, ya que la distribución de la culpa entre los componentes de los equipos hace más liviana la carga sobre la conciencia”, ha manifestado el presidente del Comité francés.

Fuente: Agencia Hermes

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SED LEX

La presión internacional se ha hecho tan insostenible que el Consejo para la Salvaguardia de la Ortodoxia ha teni-do que revisar las bases sobre las que descansa nuestra legalidad. Esta misma mañana ha retirado la acusación por conducta indecorosa que presentó contra la esposa adúltera de Rostreur que tanto espacio ha ocupado en los noticiarios occidentales. Se prevé que la próxima se-mana sean encausados tanto ella como su amante. No se descarta que el marido de la susodicha mujer pueda ser sancionado también. La lapidación está fijada para el úl-timo viernes del mes próximo, poco antes del anochecer.

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MAESTROS

La aldea es conocida en todo el condado gracias a la fia-bilidad, precisión y resistencia de los arcos que fabrican nuestros dos maestros. Nadie en la comarca iguala estas armas construidas de una pieza y encordadas hasta for-mar una “D” perfecta. El maestro Alvin es un auténtico estudioso del oficio y dispone con esmero los elementos hasta ajustarlos a unos cálculos numéricos que previa-mente ha madurado durante horas. El resultado de su trabajo, sin duda, roza la perfección técnica. Sin embar-go, su competidor en el negocio, el viejo maestro Gregor, se deja llevar más por la intuición innata de la que goza. Son las suyas unas piezas bizarras y temperamentales, que en ocasiones pecan de cierta imprecisión que debe ser compensada por el bien hacer del arquero.

La rivalidad entre nuestros dos maestros y sus diferentes concepciones del arte tiñe la vida social de nuestra aldea y nos mantiene alerta, pues sabemos que en cualquier

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momento surgirá un acontecimiento que altere el frágil equilibrio de fuerzas. Esta misma noche la incertidumbre nos ha desvelado. Después de escuchar que su hija me-nor musitaba en sueños v = (eFx / (m + kM))-2 mientras una línea de placer culpable se dibujaba en sus labios, el bueno de Gregor ha agarrado con firmeza el longbow terminado la tarde anterior, ha salido del hogar abrigado por la oscuridad, ha encaminado sus pasos hacia la casa del rival y le ha disparado un venablo certero. “No ha-cen falta números cuando se cuenta con una decisión inquebrantable”, le ha gritado con desprecio a un Alvin que se desangraba con rapidez.

Ahora, nuestra aldea ha reducido su capacidad produc-tiva al cincuenta por ciento; pero, a cambio, estamos se-guros de ganar el prestigo que se obtiene de la artesanía tradicional.

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DOMA CLÁSICA

Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente que decía: "Ven". Entonces salió otro caballo, rojo.

Apocalipsis 6, 3-4

“Sabíamos de lo arriesgado de nuestra decisión y no de-bemos mostrar ahora arrepentimiento o sorpresa”, de-fiende con seguridad la voz más autorizada del grupo. Simultáneamente, en el exterior del edificio, una nube de odio invade el campo de pruebas. Emergiendo de entre las tinieblas un descomunal caballo de color rojo muestra sus belfos a la concurrencia en lo que parece ser una son-risa burlona. Sobre su lomo, el jinete desenvaina una es-pada de doble filo. Los representantes de ambas Coreas se retan con la mirada. Un andaluz repeinado que espera su turno de participación repite como un mantra “Gi-

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braltar español” mientras aferra con rabia la fusta. El japonés ciñe su frente con un retazo del mantel sobre el que descansa el tentempié de los competidores. La ama-zona turca rasga su camisa para mostrar a la concurren-cia la mastectomía a la que fue sometida no hace dema-siado tiempo. Para no verse obligado a tomar partido, el caballero suizo -hombre precavido- concentra su aten-ción en el reloj de cuco que siempre lleva consigo. “¿Queríais espectáculo? Pues ahí está”, presume, risue-ño, el presidente del comité organizador.

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HALTEROFILIA

En la prisión estatal de Folsom, California, hace ya años que se celebran competiciones entre los reclusos coinci-diendo con los Juegos Olímpicos. Dice el alcaide que de esta manera los convictos refuerzan esos lazos invisibles con el exterior tan necesarios para facilitar en un futuro la reinserción social. Hasta el año 2000 las pruebas eran exclusivamente atléticas; pero el nuevo responsable a la institución, un mormón rubicundo de Salt Lake City, ha promovido la inclusión de algunos eventos de orden moral. Sin ir más lejos, esta tarde se celebrará la prueba individual de carga de conciencia, en la que parte como favorito el tricampéon Louis Laffitte, un herrero de Des Moines, Iowa, condenado por el asesinato de las gemelas Granger. Pese al imponente tamaño del recluso, el peso de la culpa le tiene hundido casi por completo, aunque no vencido: apenas sale de la celda lo necesario, no suele cruzar palabra alguna con otros convictos y en las obli-

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gadas estancias en el patio se limita a contemplar el cielo mientras murmura una salmodia incomprensible. En Folsom son muchos los que cargan brutales asesinatos; pero el juez del torneo, el pastor Peebles, nunca ha al-bergado dudas sobre el ganador de la prueba, pues valo-ra en Laffitte la dignidad con que sobrelleva la memoria de sus actos.

En la edición de este año, sin embargo, existe cierta in-certidumbre. En enero pasado ingresó un hombrecillo procedente de Detroit y responsable de la quiebra de uno de los más importantes bancos de Illinois. Muchos ahorradores particulares perdieron dinero con sus mane-jos y se le ha considerado también responsable directo del cierre de un buen número de empresas subsidiarias del sector automovilístico. El desastre económico que supuso el hundimiento del banco provocó una espiral de tensión laboral, violencia callejera, suicidios, miseria y despoblación de la que la orgullosa capital del motor norteamericano tardará décadas en salir, si es que lo con-sigue. A pesar del volumen de su responsabilidad, el economista se muestra ajeno a todo, bromea con unos y con otros, juega al ajedrez y solicita constantemente li-bros en la biblioteca de la institución. A día de hoy, el pastor Peebles cree que ningún otro interno de Folsom carga con la culpa de una manera más elegante.

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PROFESIONALIDAD ANTE TODO

No está capacitado cualquiera para ser juez de meta, no señor. Es necesario, por ejemplo, disponer de la tem-planza necesaria para saber en qué momento soltar la cinta de llegada, sobre todo en situaciones apuradas. Si, por un casual, se suelta antes de tiempo, puede darse el caso de que no quede claro quién es el vencedor. Por eso he alcanzado prestigio entre los de mi profesión. Yo aga-rro la cuerda hasta el último instante, firmemente, sin amilanarme; pero también soy un ser humano y, a veces, llevado de la profesionalidad, me obceco. Además no pueden hacerme responsable de que la estatura del atleta dejase su cuello justo al nivel de la cuerda, señor juez, con el debido respeto.

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RUTINA

Un hombre está en coma. Los primeros días el dolor inunda la habitación hasta que el tiempo pasa para con-vertir en rutina el desasosiego. Las constantes vitales se han estabilizado y las visitas se dilatan. Aunque respira espontáneamente, a veces se entrecorta al percibir cómo su esposa intima con el joven doctor que lo atiende por inercia. Cansada de esperar un desenlace que no llega, una de las hijas se ha casado. La vida sigue. La otra hija -siempre más despegada- está ocupadísima preparando unas oposiciones. El durmiente es trasladado a otra sala, un espacio común donde compartir soledad con otros enfermos. Ninguno necesita cuidados especiales más allá de la limpieza elemental de la mañana, la alimentación que reciben por vía parenteral y la retirada de heces. Allí ya no hay visitas, más por cansancio de los familiares que por prohibición expresa de la dirección médica. Por las noches, cuando todo el hospital es devorado por el

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silencio y sólo se oyen lejanas conversaciones de los equipos de guardia, los enfermos en coma despiertan, se miran unos a otros y comprenden que nunca recupera-rán sus vidas. En la sala oscura y abandonada no hay cariño ni calor humano, aunque sí limpieza, alimento y eficiencia. No es tan mal panorama, después de todo.

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CONSTANCIA Y SUPERACIÓN

Desde pequeño he oído a mis entrenadores repetir que el secreto de la gloria olímpica reside en la constancia y la superación. También en la disciplina. Por eso persevero en los entrenamientos y recuerdo en cada zancada sus lecciones, conteniéndome en lo que puedo para no al-canzar demasiado pronto el límite físico y así conseguir, carrera tras carrera, la mejora. Me sorprende que los ri-vales partan como almas llevadas por el Diablo al escu-char el pistoletazo de salida, desoyendo -no me cabe la menor duda- las recomendaciones de sus entrenadores; pero es que hay mucho hijo de papá que juega a ser atle-ta sin asumir disciplinadamente los principios funda-mentales de nuestro deporte. Al no compartir la escala de valores dominante, he asumido ya que difícilmente alcanzaré victoria alguna; aunque tengo la casi absoluta certeza de que también en la próxima ocasión superaré mi marca personal, pese a que el público silbe y sea la rechifla de la pista.

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EL JUEGO DE LAS SILLAS

Suena la música y todos en danza, moviéndonos sin pa-rar al ritmo de la melodía. Unas veces es lenta y nos bamboleamos suavemente a su compás; otras, en cam-bio, es feroz y rabiosa, incisiva como las descargas de la picana. Pero en ningún caso el furor de la armonía debe hacernos perder la referencia de las sillas. Es determi-nante. Mientras tanto, los guardias, con el fusil amarti-llado y ajenos a la diversión del momento, esperan su turno, aquí, en Auschwitz.

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SAULO

“Saulo, ¿por qué me persigues?”, oyó mientras caía de su caballo. El jinete, conmocionado, apenas podía com-prender lo delicado de su situación. Magullado, dolorido por dentro y por fuera, elevó los ojos hacia la brecha de la cegadora luz blanca que inundaba el valle y entreabrió los labios. Su intención era contestar; sin embargo, lo pensó mejor y guardó silencio. La voz volvió a tronar, adornada ahora con un punto de irritación: “Saulo, con-testa, ¿por qué me persigues?”.

El hombre fue consciente en ese momento de que algo tendría que hacer. Por un instante había pensado que la cuestión planteada no pasaba de ser una argucia retórica para disimular una recriminación. Por ese motivo, la in-sistencia de la voz le sorprendió al principio, ya que no advertía motivo alguno de reprimenda. Cuando por ter-cera vez la tierra toda se estremeció al son del vocativo y la interrogación subsiguiente, su alma se enervó.

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Las ideas se atropellaban en su interior. Por un lado, una fuerza desconocida le incitaba a contestar con una bate-ría de argumentos que, en algún caso, se le antojaban demoledores. No obstante, el deseo de dar respuesta ca-bal se veía reprimido por una extraña mansedumbre completamente ajena a su naturaleza. La voz rotunda y sancionadora se le ofrecía, a la vez, como una manta de consuelo que parecía acabar con todo brote de orgullo. Se debatía y, por el momento, vencía el silencio; aunque no era este fruto del arrepentimiento, sino, más bien, consecuencia de la incapacidad para actuar.

Años después, el hombre aún seguía recordando el suce-so sin dejar de pensar en lo diferente que todo podría haber sido de llamarse Saulo, como aquel hombre que, según decían, oyó la voz del mismísimo Dios en el cami-no de Damasco. Él, en cambio, a pesar de transitar tantas veces por esa ruta, no había tenido la fortuna de ser lla-mado por su nombre.

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HEROÍNA

Noto la envidia sobre mi espalda cuando aparezco en el centro de la aldea llevando un cubo de madera desporti-llado. Algunas, las más jóvenes, se atreven a acercarse a mirar en su interior, pero el tejido rojo con que tapo sus bordes les impide ver el contenido: tan sólo pueden ad-vertir el esfuerzo que me supone trasegar con él de acá para allá, mientras me ocupo de las tareas cotidianas. Estoy segura de que eso es suficiente para que se recon-coman al imaginar las delicias de su interior, pues de otra manera nadie se esforzaría tanto como aparento hacerlo yo. Pero soy fuerte y nunca compartiré mi secre-to con esas viejas desdentadas que muelen mijo ni con las más jóvenes que pasean sus cuerpos en el camino del río. Porque en el cubo sólo llevo la nada en que habita-mos. ¡Y pesa tanto!

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CREACIÓN

Hoy la he visto tras la cristalera del café donde pasába-mos las tardes de invierno. ¡Estaba tan hermosa! Un punto de palidez resaltaba su hermoso mirar, enmarcado por la cicatriz que desciende sinuosa hasta el mentón. El conjunto resultaba de una belleza terrible, gótica incluso, y yo me he sentido autor al contemplarlo.

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ABRAZOS

Papa siempre está abrazando a mamá. Incluso cuando llega tarde del trabajo y trae agarrado en el pelo ese olor rancio, como de cerveza o pis de gato, lo primero que hace es buscarla y darle un enorme abrazo de oso. Mi amigo Fran se ríe mucho y me dice que sus padres no lo hacen. Cuando el suyo llega de madrugada prefiere aca-riciar a la madre en la mejilla y cuenta Fran que a ella debe darle mucha vergüenza, porque el colorado no se le quita en varios días; pero que también le gusta, porque de vez en cuando se toca la cara con la mano y pone ojos de recuerdo. Mis papás sólo se abrazan y no hay colores rojos en sus cuerpos ni caras de hacer memoria. Por eso me pongo un poco triste cuando los veo por la noche, rodeándose con los brazos y diciéndose muy bajito en el oído que se quieren, sin caricias en las mejillas, como los padres de Fran.

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LLUVIA

I'm singing in the rainJust singing in the rainWhat a glorious feelin'

I'm happy againGene Kelly

Ha empezado a llover y ya no queda nadie en la calle. No hace mucho, el aparcamiento del centro comercial era un hervidero de gentes que se atropellaban con los ca-rros repletos, sin mirarse apenas, como si ya fuesen los únicos supervivientes. Ahora deben haberse refugiado en lo más profundo de sus miedos, entre un mar de pro-ductos que no necesitarán, abrazados y temblorosos bajo el estruendo de las gotas de agua sobre los tejados. Ha empezado a caer una fina lluvia y yo he decidido salir a pasear como tantas otras veces; aunque en esta ocasión

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el olor a tierra mojada no me haga olvidar lo sucedido y lo que aún queda por llegar.

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EL INMORTAL

vida.

Espacio de tiempo que transcurre desde el nacimiento de un animal o un vegetal hasta su muerte.

Diccionario de la Real Academia.

Probaron primero con palos. Como la acción no parecía surtir efecto, incineraron la masa magullada; pero la son-risa volandera, tiznada, los miraba suspendida en el aire con arrogante displicencia. Cuando el humo se solidificó al fin, atravesaron con hierros el abdomen, aplicaron co-rriente continua, seccionaron miembros, patearon, acribi-llaron, laceraron, descuartizaron el cuerpo sin que nada alcanzase el fin deseado.

Acabaron por ignorarlo, como se hace con los imposi-bles, negando su mera existencia, borrando su nombre

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de los libros y sus actos de las memorias. Nunca com-prendieron lo absurdo de intentar arrebatar aquello que jamás se ha disfrutado.

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SANDY HOOK

Hoy hemos tenido un día increíble en la escuela, mamá. A primera hora teníamos clase de  lectura, pero la seño nos dijo que estuviéramos muy atentos, porque el día sería especial. Y así ha sido. Al poco de entrar en el aula llegó un muchacho dando voces. Yo creo que tenía que ver con la lectura que hacíamos, pero no te lo puedo ase-gurar, porque después de la sorpresa de sus gritos nos miró a los ojos y de sus manos comenzó a salir fuego. Fue solamente un instante y enseguida, como por arte de magia, nos vimos en el patio de recreo. Allí, la seño, la orientadora y la directora nos dijeron que podríamos pa-sar toda la mañana jugando, que mucha gente iba a lle-gar a la escuela y que habría mucho lío, ruido de sirenas, gentes vestidas de uniforme, incluso papás y mamás que

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1 El viernes 14 de diciembre de 2012, Adam Lanza irrumpió en la es-cuela primaria Sandy Hook de Newtown (Connecticut, EE. UU.) y disparó contra niños y docentes. Su acto provocó la muerte de veinte niños y siete adultos.

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llorarían; pero que no nos asustáramos, porque todo se-ría parte del viernes más especial de nuestras vidas.

Lo raro de la situación era que solamente estábamos en el patio los niños de mi clase, mientras los demás nos miraban corretear desde las ventanas y nosotros les ha-cíamos burlas. Después de mucho rato, empezamos a aburrirnos de tanto recreo, así que le encargamos a Jo-sephine que hablase con la seño para que nos contase algo. Como ella es tan buena, nos hizo sentar en círculo, dijo que cerrásemos los ojos y que cuando los abriése-mos estaría con ella un señor que nos contaría una histo-ria sobre el nacimiento de nuestro país. Algunos hicimos trampa, dejamos un ojo abierto y así pudimos ver cómo aparecía de la nada un señor que iba en calzoncillos y que se parecía muchísimo a ese actor que tanto te gusta y que conduce un carro a una velocidad tremenda.

Hablaba muy bien. Nos contó cómo se aprobó la consti-tución y el jaleo ese de las enmiendas, sobre todo de la segunda, que dice que todos los americanos, a ver si me acuerdo, sí, “el derecho del pueblo a tener y portar ar-mas no debe de ser infringido”, eso es. Yo no entendía muy bien lo que decía, pero sonaba a algo fundamental y que no podía cuestionarse, o eso nos dijo el hombre que se parecía al actor. Después siguió hablando y hablando para que comprendiésemos que las armas no son peli-grosas, sino que lo peligroso es el uso que se hace de ellas y por eso es importante que las conozcamos bien.

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Cuando decía estas cosas yo me acordaba del chiste que cuenta papá tantas veces sobre que él no le tiene miedo a las balas, sino a la velocidad que llevan. Al final ya se calló y le aplaudimos mucho, aunque su discurso fue un poco aburrido y difícil de comprender; sin embargo, nos tuvo ocupados hasta la hora de volver a casa.

Pero no creas que el viernes superespecial ha terminado, mamá. Hemos vuelto un momento sólo para coger ropa blanca limpia y los cepillos de dientes, porque han elegi-do a nuestra clase para representar a la escuela en un campamento de fin de semana. La seño nos ha avisado que asisitirán niños de diferentes edades, incluso de una high school de Colorado y universitarios de Virginia, y que tenemos que dejar en buen lugar al gran estado de Connecticut.

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JÜRGEN SAUER

Al no suceder nada de nada en la fecha y hora estableci-da, Jürgen Sauer, el reputado criptognoseólogo muni-qués, se apartó por un instante de los legajos que revisi-taba y preparó un café. “Es bueno meditar sin urgencias -pensó-. Sólo de esa manera puede encontrarse una ex-plicación plausible para hechos tan sorprendentes”. El aroma de la negra infusión le ayudó a abrir la puerta de la comprensión, como en tantas ocasiones: el fin de los días no había llegado por la sencilla razón de que ya lo había hecho con anterioridad. “Es evidente que no so-mos más que una ilusión, el fruto de la ensoñación de una mente quizás enferma que ha pervivido por razones caprichosas más allá de su propio creador”. Confortado por lo acertado de su conclusión, apuró la bebida, enca-minó sus pasos hacia el reproductor de música que pare-

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2 Según ciertas profecías de origen maya, el mundo habría de acabar-se el 21 de diciembre de 2012. No fue así.

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cía desdibujarse contra el relumbrón de la ventana y se-leccionó “Lucy in the Sky with Diamonds”. Desde el so-fá, la voz de Mr. Tambourine le alabó la elección.

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LA ÚLTIMA COMPARECENCIA

El jefe de gabinete compareció circunspecto. Vestido de gris marengo y corbata rigurosa, se acercó al estrado, ajustó la altura del microfóno y bebió unos cortos tragos de agua. El silencio podía cortarse en el hemiciclo. Ni siquiera los habituales murmullos que precedían las dis-tintas intervenciones resonaban entre unas paredes acos-tumbradas a los excesos verbales y a las calmas previas a la tempestad. Unos guardaban silencio por respeto al líder carismático; otros, por hacer acopio de fuerzas para la sonora pataleta que preparaban. Tensa espera.

- Señoras y señores, comparezco por propia voluntad ante ustedes para hacer un anuncio de importancia sin igual.

Las miradas de la bancada azul estaban clavadas en el estrado; en el resto, imperaba el desconcierto.

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- Señores y señoras, después de un año de gobierno y conocidas por todos las terribles circunstancias por la que atraviesa la patria, he de comunicarles que...

“Va a presentar la dimisión”, piensan algunos; “Por fin el anuncio del rescate”, mascullan otros.

- He de comunicarles que... Todo ha sido una broma.

En el mismo instante, la cubierta de la sala se abrió y de ella descendieron cientos de globos de todos los colores al tiempo que el cuerpo diplomático en pleno irrumpía por la entrada de la derecha al grito de “Inocente, ino-cente”. En las inmediaciones del Palacio del Congreso, las fuerzas antidisturbios descubrían sus rostros y se abalanzaban sobre los manifestantes para abrazarles, en una suerte de carga de amor jamás conocida en nuestro mundo occidental. Los directores de las principales enti-dades bancarias -que estaban al tanto del secreto mejor guardado de las últimas décadas- descolgaron sus telé-fonos y comenzaron a comunicar con los clientes suscep-tibles de deshaucio inminente para tranquilizarles, mien-tras que sus subordinados rescataban de los archivos los expedientes ya ejecutados y volvían a evaluar las situa-ciones individuales con el fin de encontrar una salida más humana a la situación generada. Un tsunami de paz recorrió el país de norte a sur y de este a oeste: se parali-zaron los expedientes de regulación de empleo, las em-presas en quiebra notaron un alza en sus balanzas conta-bles y el consumo se disparó instantáneamente.

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- Ha costado mantener el secreto y reconozco que el año de preparación ha sido duro; pero solamente de esta manera podía alcanzarse un instante de felicidad plena como el que estamos disfrutando en este momento.

Arropado por una cerrada ovación que no entendía ya de opciones ideológicas, el líder de la nación abandonó la tribuna de oradores. En su espalda, alguien había prendido un sencillo monigote de cartulina blanca.

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