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LÍNEAS-FUERZA DEL PENSAMIENTO Y LA OBRA DE J. RATZINGER Laurentino Novoa Pascual CP fuente: http://www.pasionistas.org/index.php? option=com_content&view=article&id=71:lineas-fuerza-del-pensamiento-y- la-obra-de-j-ratzinger&catid=4:laurentino&Itemid=11 Introducción Al hablar de la obra y el pensamiento de J. Ratzinger, estamos hablando de una gran personalidad, si no la más destacada, de los últimos 50 años en la Iglesia y en el cristianismo en general… Su pensamiento y sus obras han sido y siguen siendo un referente ético, intelectual y espiritual no sólo para los católicos sino también para muchos cristianos no católicos… Una de las cosas que llama la atención es que, a diferencia de otros casos similares, J. Ratzinger no ha dejado de estar presente en la primera línea del campo de la reflexión y del debate teológico, después de haber sido consagrado obispo y nombrado para desempeñar misiones muy importantes en la estructura institucional de la Iglesia. Al contrario, ha seguido publicando obras importantes, escribiendo artículos, participando en congresos y pronunciando conferencias de gran relevancia teológica y cultural. Partiendo del supuesto que no es fácil hacer una síntesis completa de una personalidad de tanto calibre intelectual, intentaré señalar algunos aspectos que me parecen especialmente importantes, para comprender las líneas-fuerza y los puntos clave de su pensamiento y su obra. 1. Vocación teológica La vida es ya en sí misma una vocación, una llamada de Dios; pero esta llamada de Dios se va especificando y desplegando en la historia personal de cada ser humano en correspondencia con los dones, las aptitudes, las ilusiones y opciones, que cada uno va tomando a lo largo de la vida… A veces ocurre que lo que uno hace en la vida, la misión que Dios le va señalando , o simplemente a lo que uno se tiene que dedicar, no siempre es lo más conforme a lo que podemos llamar vocación personal, o al menos aparentemente según los criterios humanos. La vocación personal más específica de J. Ratzinger, como él mismo ha expresado en alguno de sus libros, es su vocación teológica. Tal vez en este punto su trayectoria se parezca mucho a la de su gran admirado S. Agustín, que después de su conversión soñó con poder dedicar toda su vida a la reflexión, el estudio de la Sagrada Escritura y la oración, y tuvo que dedicarse a la misión pastoral como obispo de Hipona. Podemos decir sin temor a equivocarnos, que la ilusión más profunda de su vida ha sido dedicarse a la teología con todo lo que implica de ejercicio intelectual, estudio, investigación, reflexión, docencia, debate, publicación y contribución cultural; esto es lo que J. Ratzinger ha hecho con más gusto y mayor pasión; también es la tarea a la que más tiempo ha dedicado en su vida y para la que ha demostrado unas aptitudes excepcionales. La teología entendida por él no como mero ejercicio intelectual o dedicación académica,

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Page 1: Líneas-Fuerza Del Pensamiento y La Obra de J Ratzinger

LÍNEAS-FUERZA DEL PENSAMIENTO Y LA OBRA DE J. RATZINGER

Laurentino Novoa Pascual CP

fuente: http://www.pasionistas.org/index.php?option=com_content&view=article&id=71:lineas-fuerza-del-pensamiento-y-

la-obra-de-j-ratzinger&catid=4:laurentino&Itemid=11

Introducción

Al hablar de la obra y el pensamiento de J. Ratzinger, estamos hablando de una gran personalidad, si no la más destacada, de los últimos 50 años en la Iglesia y en el cristianismo en general… Su pensamiento y sus obras han sido y siguen siendo un referente ético, intelectual y espiritual no sólo para los católicos sino también para muchoscristianos no católicos… Una de las cosas que llama la atención es que, a diferencia de otros casos similares, J. Ratzinger no ha dejado de estar presente en la primera línea del campo de la reflexión y del debate teológico, después de haber sido consagrado obispo y nombrado para desempeñar misiones muy importantes en la estructura institucional de laIglesia. Al contrario, ha seguido publicando obras importantes, escribiendo artículos, participando en congresos y pronunciando conferencias de gran relevancia teológica y cultural.

Partiendo del supuesto que no es fácil hacer una síntesis completa de una personalidad de tanto calibre intelectual, intentaré señalar algunos aspectos que me parecen especialmente importantes, para comprender las líneas-fuerza y los puntos clave de su pensamiento y su obra.

1. Vocación teológica

La vida es ya en sí misma una vocación, una llamada de Dios; pero esta llamada de Dios se va especificando y desplegando en la historia personal de cada ser humano en correspondencia con los dones, las aptitudes, las ilusiones y opciones, que cada uno va tomando a lo largo de la vida… A veces ocurre que lo que uno hace en la vida, la misión queDios le va señalando , o simplemente a lo que uno se tiene que dedicar, no siempre es lo más conforme a lo que podemos llamar vocación personal, o al menos aparentemente según los criterios humanos.

La vocación personal más específica de J. Ratzinger, como él mismo ha expresado en alguno de sus libros, es su vocación teológica. Tal vez en este punto su trayectoria se parezca mucho a la de su gran admirado S. Agustín, que después de su conversión soñó con poder dedicar toda su vida a la reflexión, el estudio de la Sagrada Escritura y la oración, y tuvo que dedicarse a la misión pastoral como obispo de Hipona.

Podemos decir sin temor a equivocarnos, que la ilusión más profunda de su vida ha sido dedicarse a la teología con todo lo que implica de ejercicio intelectual, estudio, investigación, reflexión, docencia, debate, publicación y contribución cultural; esto es lo que J. Ratzinger ha hecho con más gusto y mayor pasión; también es la tarea a la que más tiempo ha dedicado en su vida y para la que ha demostrado unas aptitudes excepcionales.

La teología entendida por él no como mero ejercicio intelectual o dedicación académica,

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sino como tarea vinculada directamente a la vida, la misión y el testimonio cristiano. Es decir, la teología en el sentido genuino de “reflexión sobre la propia fe” en orden a vivirla con mayor sentido y honestidad intelectual y poder así dar razón de la esperanza en el mundo actual: “entender para creer y creer para entender”, como dice S. Agustín, su primer gran maestro en la trayectoria teológica; o también, abrirnos a la “sabiduría que Dios nos comunica a través de su Palabra”, como entiende S. Buenaventura, otro gran inspirador de la teología de Ratzinger. “Teología”, por tanto, en el sentido etimológico del término de “ciencia de Dios”, en la que el hombre participa abriéndose al proyecto de salvación y de vida que Dios le propone en su Palabra. Por eso, se ha opuesto frecuentemente a lo que él entiende como tentación de racionalismo, snobismo de “creatividad” o puro ejercicio académico: “Parece que ahora el teólogo quiere ser a toda costa ‘creativo’; pero su verdadero cometido es profundizar, ayudar a comprender y anunciar la fe… Una buena parte de los que se dedican a la teología, parece haber olvidado que el sujeto que hace la teología no es el estudioso individual, sino la comunidad católica en su conjunto” (1). La teología da sus frutos sólo cuando permanece fiel a su propia misión y no se pierde en aventuras inútiles: “Sin duda existe la amenaza de un nuevo racionalismo que se considera una obligación académica. Este tipo de teología es estéril porque cuestiona sus propios principios” (2).

Para J. Ratzinger, la teología es, sin duda, una tarea y una misión muy importante, incluso imprescindible, pues una fe que no se reflexionase dejaría de ser fe cristiana: “La teología es un oficio noble e importante y el trabajo realizado por los teólogos es siempre relevante. Hacer crítica y ser críticos es también propio de la teología” (3). La tarea de la teología es importante en primer lugar para hacer ver que “el conocimiento y la vida, la verdad y la existencia han de estar intrínsecamente unidas” (4).

Ratzinger ha entendido y practicado la teología como “una búsqueda permanente de lainteligencia de la fe y una ayuda al pueblo de Dios para dar razón de su esperanza en el mundo de hoy”, puesto que la misión del teólogo debería ser una ayuda para lograr una comprensión cada vez más profunda de la Palabra de Dios, indagar “la razón de la fe”, para poder ofrecer respuestas a los creyentes y ser también un estímulo para los que no creen. Por eso mismo, cree que el teólogo ha de “unir investigación científica y oración” y no olvidar nunca que él es también miembro del pueblo de Dios y está a su servicio para ayudar a entender mejor el proyecto de Dios para la salvación del hombre manifestado en la historia de la salvación (5). Los teólogos no están sobre la Iglesia, sino que son también servidores en la Iglesia.

En esa permanente búsqueda de la verdad y de una mejor comprensión del mensaje cristiano, J. Ratzinger no ha dejado de tomar posiciones muy claras y definidas en las corrientes y posicionamientos teológicos, posiciones que le han valido unas veces el calificativo de teólogo conservador, de haber cambiado de posiciones progresistas a posiciones conservadoras; otras veces se le ha acusado de querer acallar las voces críticas o prohibir el disenso teológico desde su puesto de Prefecto de la Congregación de la Fe. El mismo Ratzinger reconoce que es comprensible y normal evolucionar y cambiar en la vida,puesto que “vivir es cambiar, y ha vivido mucho quien ha sido capaz de cambiar mucho” (6). Pero, sin embargo, también ha negado que haya cambiado sus planteamientos teológicos; al contrario, se ha esforzado en mantener las mismas posiciones teológicas en los temas fundamentales y ser lógico en su pensamiento, manteniendo siempre actitudes de diálogo con otras posiciones: “Creo estar en condiciones de poder decir con toda sinceridad que siempre he buscado el diálogo con todos y cada uno, y esto ha dado sus frutos… Yo deseo ser siempre fiel a lo que considero esencial y estar abierto para ver los cambios necesarios. Que en mi vida se hayan dado giros y cambios, no lo discuto, pero mantengo firmemente que siempre han estado basados en una identidad sustancial” (7).

Lo cierto es que su vocación teológica en orden a hacer comprensible la fe y poder

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contribuir a dar razón de la esperanza cristiana en el mundo de hoy, ha sido una constante de toda su vida y su pensamiento teológico es universalmente reconocido como un pensamiento sólido, coherente e iluminador, capaz de interpelar y generar esperanza en nuestra sociedad actual.

2. Una obra extensa y rica, sintetizadora de toda la teología

Lo que primero que hay que señalar es la extensión de su obra escrita, que comenzó en 1954 con la publicación de su tesis doctoral y llega hasta la carta encíclica “Dios es amor”, publicada el 25 de enero del presente año. Entre libros, artículos y conferencias relevantes, se pueden contabilizar varios centenares en su aportación bibliográfica; todo ello configurauna valiosísima obra, que abarca casi todos los campos del pensamiento cristiano, aunque sus obras principales están centradas en la teología dogmática o sistemática; hay que tener en cuenta que en las Facultades alemanas la teología sistemática abarca toda la dogmática y también la teología fundamental y la moral cristiana. De hecho, Ratzinger comenzó su docencia explicando en Freising y Bonn el área de la teología fundamental.

La gran mayoría de sus obras están traducidas al español, con la ventaja añadida de que, al ser elegido papa, han sido traducidas algunas que no estaban y reeditadas la mayoría de sus obras importantes, de forma que se puede tener acceso a casi toda su obra.

Sus dos primeras obras fueron “Pueblo y casa de Dios en la enseñanza de San Agustín sobre la Iglesia” (1954) y “Teología de la historia de San Buenaventura” (1959); la primera era su tesis doctoral y la segunda el trabajo de habilitación para el acceso a cátedrade teología en la universidad. Estas obras le sirvieron para adentrarse en el conocimiento del pensamiento de los Padres y en el pensamiento medieval de los grandes escolásticos, como los dos pilares básicos del pensamiento cristiano.

En 1960 publicó dos libros que son muy significativos para comprender algunos de los puntos clave de su pensamiento: “El Dios de la fe y el Dios de los filósofos”, en el que contrasta la imagen cristiana con la idea filosófica sobre Dios, no tanto para contraponerla y constatar su incompatibilidad como hizo Pascal, sino para complementarla en la línea de P. Tillich, que cree que el Dios de la Biblia y el de la filosofía son en realidad el mismo Dios.El otro fue “La fraternidad cristiana”, una pequeña obra en la que desarrolla la idea de la comunión, a partir del principio de Dios-Amor revelado en Jesús, como base de la fraternidad cristiana. El hecho de que su primera encíclica esté centrada en la idea de que Dios es amor, tiene, por tanto, también su explicación dentro de la trayectoria de su pensamiento.

En colaboración con K. Rahner escribió dos obras, en orden a iluminar dos cuestiones básicas de gran trascendencia en teología fundamental y eclesiología, cuestiones planteadas y discutidas en el concilio Vaticano II, que la editorial Herder publicó dentro dela colección “Questiones disputatae”, “Episcopado y Primado” (1961) y “Revelación y tradición” (1965).

En torno al acontecimiento del Vaticano II, en el que J. Ratzinger tomó parte como teólogo, publicó diversos trabajos entre 1963 y 1967. En esta época, también publicó dos libros importantes de espiritualidad cristiana: “La fundamentación sacramental de la existencia cristiana” (1966) y “Sobre el sentido de ser cristiano” (1966). Pero la primera gran obra, por la que comenzó a ser conocido a nivel mundial, fue “Introducción al cristianismo” (1968); la obra nació de un curso impartido en la universidad de Tubinga para alumnos de todas las Facultades sobre el Credo cristiano, justamente en el año de la revolución estudiantil en toda Europa. Esta ha sido su obra más reeditada y traducida a casi todos los idiomas.

Siguieron otras obras importantes en el campo de la teología, como “El nuevo pueblo de

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Dios” (1969), “Fe y futuro” (1970), “Palabra en la Iglesia” (1973), “El Dios de Jesucristo” (1976). “Escatología.Muerte y vida eterna” (1977), “El rostro de Dios” (1978), “Eucaristía, centro de la Iglesia” (1978), “La fiesta de la fe” (1981), “Teoría de los principios teológicos” (1982), “Creación y pecado” (1986), “Iglesia, ecumenismo y política” (1987), “Servidores del pueblo de Dios” (1988), “Un canto nuevo para el Señor” (1995), “El espíritu de la liturgia” (2000), “Convocados en el camino de la fe” (2002). Por señalar algunas de las más conocidas.

Tiene también diversas obras en colaboración con H. U. von Balthasar, como “María, primera Iglesia” (1980) y “Porqué soy cristiano? ¿Porqué permanezco todavía en la Iglesia? (1975). También ha publicado alguna obra en colaboración con K. Lehmann, como“Vivir con la Iglesia” (1977).

A estas obras señaladas, habría que añadir los tres libros-entrevista “Informe sobre la fe” (1985) con V. Messori, “Sal de la tierra” (1996) y “Dios y el mundo” (2000) con Peter Seewald. Los tres son libros importantes para comprender su pensamiento y su obra. El libro “Sal de la tierra” tuvo una gran repercusión en Alemania, donde contribuyó a trasmitir una nueva imagen en su propia patria del entonces cardinal Ratzinger

Habría que mencionar también infinidad de artículos y colaboraciones en revistas y diccionarios especializados, como p. e. su colaboración en el prestigioso “Lexikon für Theologie und Kirche” (1957-1968), donde desarrolló 24 de sus artículos o voces. Fue también uno de los creadores de la revista internacional “Communio” (8).

En definitiva, podemos decir que su obra escrita es una de las más extensas y valiosas dentro del pensamiento cristiano de los últimos 50 años.

3. Enraizado en la Biblia y en los Padres

El mismo dice que “su formación teológica estuvo determinada por el movimiento bíblico, litúrgico y ecuménico entre las dos guerras mundiales” (9). En su formación, fue, sin duda, esencial el estudio bíblico, los Padres de la Iglesia y el conocimiento de la historia, que se complementó con una excelente formación humanística.

Para comprender esta influencia, habría que recordar que el estudio de la teología católica había dado un giro importante en Alemania ya a finales del siglo XIX con el movimiento dela llamada “Escuela de Tubinga” (10), que se había propuesto, por una parte, liberar el estudio de la teología del estancamiento al que le había conducido el método escolástico, a través de una recuperación de su fundamento bíblico, patrístico e histórico y, por otra, abrir la teología al pensamiento moderno.

De este modo, podemos decir que Ratzinger hace de la Palabra de Dios “el alma de su teología” (Cf., DV, 24), demostrando un conocimiento admirable de toda la Sagrada Escritura y de las corrientes exegéticas actuales. Si la tarea de la teología es comprender el sentido de la revelación y lograr una mayor inteligencia de la Palabra de Dios y de la fe como respuesta a la Palabra, es lógico que para construir una buena teología, se requiera un buen conocimiento y un manejo adecuado de la Escritura. Por eso, “el esfuerzo cuidadoso y disciplinado para entender la Sagrada Escritura es el fundamento de la formación teológica y la educación para el sacerdocio” (11). En el libro de recuerdos sobre su vida, nos cuenta con qué interés siguió las clases de NT del profesor Friedrich Wilhelm Maier, la “estrella” de la Facultad de Teología de Munich en aquel momento, que supo hacerle comprender que la Biblia ha de ser el alma de la teología. “Desde entonces, para míla exégesis ha seguido siendo siempre el centro de mi trabajo teológico” (12).

La Biblia es una Palabra viva, pues el Espíritu Santo que inspiró a los autores, sigue inspirando hoy al pueblo de Dios y a cada uno de los creyentes para encontrar en ella la luz

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de la salvación. Por eso, “alojar la Palabra en el pasado significa negar la Biblia como Biblia… Aceptar el canon significa siempre leer la Palabra más allá de su mero instante, es decir, percibir en los autores el pueblo de Dios como soporte y autor permanente” (13).

El peligro que se corre hoy día es hacer una exégesis o interpretación de la Biblia al margende la fe de la Iglesia, como puro ejercicio literario, histórico o científico. Por eso dice que “una exégesis que ya no vive y lee la Biblia en el cuerpo viviente de la Iglesia, se convierte en arqueología” (14).

A este conocimiento sólido de la Escritura como alma y espina dorsal de toda la teología, hay que añadir un buen conocimiento de toda la tradición de la Iglesia, con un acento muy especial en la Patrística, que es la época en que se elaboró el dogma cristiano, se dio una auténtica profundización en la fe y una apertura extraordinaria a la cultura. El sabio principio de Goethe “respetemos todo lo que hay detrás de nosotros”, no significa para J.Ratzinger sólo un respeto por la misma tradición viva, sino hacer de ella una fuente de inspiración para su trabajo teológico.

De hecho, San Agustín fue para él un verdadero maestro en la tarea teológica; gran parte de la teología de Ratzinger, lo mismo que vemos en San Agustín, no la encontramos en los tratados teóricos, sino en la predicación, los discursos, las entrevistas, los artículos, donde se vincula la teología con la vida, la fe reflexionada con la fe celebrada. “La teología que aprendíamos estaba ampliamente impregnada del pensamiento histórico, de forma que el estilo de las declaraciones romanas, más ligadas a la tradición neoescolástica, sonaba un tanto extraño” (15). La lectura de la obra “Catolicismo” de H. de Lubac, traducida al alemán por H. U. von Balthasar, fue la que le trasmitió “una nueva y más profunda relacióncon el pensamiento de los Padres” (16).

Este enraizamiento y vinculación de su pensamiento con la Biblia y los Padres de la Iglesia sitúa su teología dentro de una tradición de reflexión cristiana, que supera los planteamientos puramente académicos para convertirse en una teología directamente unida a la vida, la pastoral y la celebración en la Iglesia

4. La primacía de Dios como fuente de la Verdad y el Amor

Una teología animada y vivificada por la Palabra de Dios, ha de partir necesariamente y tener como prioridad absoluta a Dios, objeto de cualquier teología… En varias ocasiones, ha hablado Ratzinger del olvido del tema de Dios en la reflexión teológica y en la pastoral, del peligro de que la Iglesia permanezca con auto-complacencia centrada en sí misma y en sus propios problemas. En una entrevista concedida en julio de 1988 decía al respecto: “Enlos últimos tiempos la Iglesia se ha ocupado demasiado de sí misma” (17). Unos años más tarde, en abril de 1994, en otra entrevista a la revista italiana “Il Regno” decía: “Me parece que existe demasiada auto-ocupación de la Iglesia consigo misma. Habla demasiado de sí, mientras que debería dedicarse más y mejor al problema común: hallar a Dios y, hallando a Dios, hallar al hombre” (18). Esta misma idea la expuso en su intervención en el Sínodo Extraordinario sobre Europa en 1992: “La Iglesia habla hoy demasiado de sí misma, está demasiado centrada en sí misma, preocupada por su propia estructura, por lo que la confesión del Dios vivo que nos da la vida y el camino, no resplandece en ella” (19).

Dios es lo primero y la cuestión del Dios vivo es lo que da sentido a toda la teología, a la vida de la Iglesia y, en definitiva, lo que realmente interesa a la persona humana: “La cuestión de Dios debe ser también central en la catequesis” (20), pues al fin y al cabo, es lo más esencial para el hombre, puesto que como dijo San Ireneo “la gloria de Dios es que el hombre viva y la vida del hombre consiste en ver a Dios” (21)… Dios es lo primero y lo básico en la experiencia humana y religiosa, pues El es la fuente de la Verdad y del Amor: “La cuestión de Dios es a la vez y solidariamente la cuestión de la verdad y de la libertad”

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(22). Dios-persona hace posible el ser persona del hombre, el Dios-Amor es quien hace posible que exista el amor entre los hombres. Dios es quien garantiza la dignidad, la libertad y el derecho entre los hombres. Dios tiene un nombre en el AT, “Yahwé”, “”el que es”, el que hace que todo sea posible y todo exista; es el que permanece y subsiste, es fiabilidad y consistencia (23). Pero, sobre todo, Dios tiene un nombre en el NT, Jesucristo, Verbo Encarnado, Imagen visible de Dios invisible, “impronta” del mismo ser de Dios (Heb1, 3). Por eso mismo, Dios es lo primero, porque El es la Verdad.

Por otra parte, Dios nos ha mostrado la verdad no por los caminos de la grandeza y el poder, sino a través de la humildad y la pequeñez, rebajándose hasta nosotros para mostrarnos su amor y su compasión: “Dios, que es el poder por antonomasia, no desea pisotearnos, sino que se arrodilla ante nosotros para impulsarnos hacia lo alto. El misterio de la grandeza de Dios se manifiesta precisamente en su capacidad de humildad” (24). Es la omnipotencia del amor: “Dios es tan grande que puede hacerse pequeño. Tan pequeño que sale a nuestro encuentro convertido en hombre” (25). Dios se ha manifestado por la víade la encarnación y la humildad, pero sobre todo por el camino de la cruz, en la que podemos contemplar al mismo ser de Dios a través del corazón abierto de Jesús (26).

Porque Dios se nos ha manifestado en Jesús por este camino, hemos de buscarle siempre desde actitudes de humildad y humanidad: “A Dios sólo se le puede buscar dejando a un lado los sentimientos de poder. En lugar de ello, debo desarrollar sentimientos de buena disposición, de apertura de búsqueda. He de estar dispuesto a esperar con humildad, y dejar que se muestre como El quiera, y no como yo deseo” (27).

Dios es lo primero, porque Dios es la verdad y, por lo mismo, es el objeto primero de toda auténtica búsqueda humana y, en consecuencia, encontrarse con Dios es encontrarse con la verdad: “Encontré a mi Dios cuando encontré la verdad” (28), dice San Agustín; o como dice E. Stein: “Dios es la verdad y quien busca la verdad, busca a Dios, sea de ello consciente o no” (29)… Precisamente porque Dios es la fuente de la verdad, el amor y la humanidad, todo el que busca sinceramente estos valores, está buscando a Dios, y quien vive según estos valores se encuentra en el camino hacia el Dios de Jesucristo: “Cuando una persona obra bien con otra, se acerca especialmente a Dios… Donde está lo que más lerepresenta, donde está la verdad y el bien, ahí rozamos, sobre todo, al Eterno” (30).

Porque el Dios de Jesucristo es fundamento y garantía de humanidad, la fe cristiana no resta posibilidades, ni cierra los caminos de la felicidad para el hombre, sino que los hace posibles y le abre horizontes siempre nuevos: “No hemos de asustarnos de ese Dios, como si fuera a quitarnos algo, a amenazarnos, porque esa seguridad y felicidad que también trasciende la muerte, procede justamente de El” (31). Como recordaba en la homilía de la eucaristía del inicio de su pontificado, glosando a Juan Pablo II: “Quien cree y deja entrar aDios en su vida no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. Sólo con esta fe se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera. ¡No tengáis miedo de Cristo! El no quita nada y lo da todo” (32). Esto es sencillamente así, porque “la fe da alas al espíritu del hombre” (33), “la fe es una fuente de alegría y cuando Dios falta todo queda en tinieblas” (34).

Dios es lo primero, pues sin El no tiene sentido la vida, la verdad queda sin fundamento y la Iglesia pierde su razón de ser: “La Iglesia sólo puede vivir y ser fructífera, si está vivo en ella el primado de Dios… Sin Dios el mundo no puede ser iluminado y la Iglesia sirve al mundo para que Dios viva en él y para que lo transparente, para que lo lleve a la humanidad” (35). Por eso, nuestra tarea cristiana es clara: “Consiste en dar testimonio de Dios, abrir las ventanas cerradas que no dejan pasar la claridad, para que su luz pueda brillar entre nosotros, para que haya espacio para su presencia. Allí donde está Dios se halla el cielo” (36).

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El anuncio y el testimonio del Dios vivo y la primacía del tema de Dios en la teología cristiana es un mensaje especialmente necesario y urgente en nuestra cultura europea, donde se está dando una “apostasía silenciosa”, un “oscurecimiento de la esperanza y una carencia alarmante de valores. Nuestra sociedad materializada está llena de ídolos vacíos y necesita estímulos de esperanza y horizontes que den sentido a la vida del hombre.

5. Jesucristo en el centro de todo

Si Dios es lo primero, Jesucristo está en el centro de todo su pensamiento y de toda su obra, pues Dios se ha manifestado plenamente en Jesucristo y en El Dios ha adquirido rostro concreto y forma histórica. Jesucristo es el Verbo encarnado, Dios humanado, icono perfecto y sello fiel de Dios. Jesucristo es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Es la verdad que da sentido a toda la realidad, el camino que el hombre ha de recorrer para ser feliz, la vida en plenitud de sentido.

En Jesucristo, Dios ha dado a la humanidad su Palabra definitiva, como decía San Juan de la Cruz en la Subida al Monte Carmelo: “En darnos como nos dio a su Hijo, que es una palabra suya -que no tiene otra-, todo nos lo habló junto y de una sola vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar” (37); y en Avisos Espirituales: “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y esta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída”(38)… Jesucristo es el eje y el centro de la historia de la salvación y de toda la historia humana; en El convergen todas las esperanzas, anhelos y búsquedas de la humanidad, y de El parte el sentido último, la felicidad anhelada, la respuesta a todas las preguntas y enigmas del corazón humano. Su Pascua es ya el fin anticipado de la historia humana.

Por eso mismo cree Ratzinger que la teología debe tener también en Cristo su punto de convergencia ya que en El encontramos la clave para conocer la verdad de Dios y la verdad del hombre. “La figura de Jesucristo debe presentarse en toda su altura y su profundidad. No podemos quedarnos con un Jesús a la moda; por Jesucristo conocemos a Dios y por Dios conocemos a Cristo, y sólo así nos conocemos a nosotros mismos y encontramos respuesta a la pregunta por el sentido del ser humano y por la clave para la felicidad definitiva y permanente” (39). Dios nos ha manifestado su proyecto y ha manifestado la verdad a través de su Hijo entregado en la cruz por nuestro amor y nuestra salvación: “En el cuerpo desgarrado de Jesús en la cruz vemos cómo es Dios” (40). Por eso es la cruz la expresión máxima de la sabiduría y del amor: “La verdad divina brilla como pobreza extrema e impotencia en el Crucificado; él es el icono de Dios porque es la aparición del amor, y por eso la cruz es su ‘glorificación’” (41). “Es en la cruz donde puede contemplarse la verdad de que Dios es amor” (42).

La fuerza de la fe cristiana no está en las palabras, ni en el mensaje teórico, sino en la grandeza de Dios manifestada en la debilidad y en su amor al hombre manifestado en el sufrimiento y la cruz: “Nuestra fe nos lleva a descubrir que la extraordinaria grandeza de Dios se nos manifiesta en la debilidad y nos lleva a afirmar que la fuerza de la historia se encuentra siempre en el hombre que ama… Dios quiso darse a conocer en la impotencia de Nazaret y del Gólgota” (43). Por otra parte, en la pasión y en la cruz del Señor se nos ofreceel signo de credibilidad más auténtico de la revelación cristiana, pues “lo que hace creíble aCristo es el sufrimiento y también esto es lo que hace creíble a la Iglesia” (44). Siguiendo alapóstol San Pablo, podemos decir que “el último argumento no son las palabras sino los estigmas de Jesús que él lleva en su cuerpo. Por eso en la cuestión sobre el verdadero cristianismo, sobre la fe verdadera y el camino recto, la comunidad de participación en la cruz es el último y definitivo criterio que ha de guiarnos” (45).

Ser cristiano es, en definitiva, creer en el Dios que se nos ha manifestado en Jesucristo y por eso, “la fe cristiana no es un nuevo sistema de conocimiento, de comunicación, sino que es, en esencia, el encuentro con Cristo” (46). Este encuentro con Cristo lleva a la

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persona humana a la experiencia de la salvación y de la libertad, pues “para vivir en libertad nos redimió Cristo” (Gal 5,1). En este sentido, la doctrina de Jesús en el evangelio es siempre un mensaje positivo y esperanzador, incluso en los mensajes que tienen que ver con la negación de uno mismo y la cruz, pues todo está orientado a llevar al hombre por caminos de felicidad y libertad: “El evangelio de Jesús es fuente verdadera de libertad y de humanidad” (47), es “un mensaje de libertad y una fuerza de liberación para el hombre” (48). Jesucristo no es sólo el Salvador, sino que simboliza y encarna también al hombre nuevo que ha de hacer posible una nueva humanidad de paz y amor: “La apertura hacia el nuevo ser humano se efectúa gracias a Jesucristo. En El comenzó el auténtico futuro de la persona… La figura interna de Jesús, tal como se nos representa en toda su historia y finalmente en su autoentrega en la cruz, simboliza con exactitud la futura humanidad” (49). Cristo nos muestra el verdadero rostro de Dios y también la realidad profunda del hombre, pues el misterio del hombre sólo se ilumina desde la figura del Verbo encarnado (Cf. GS 32). Desde Cristo debe construirse toda la teología, pero también toda antropologíacristiana; desde Cristo debemos entender la realidad de la Iglesia y el camino ecuménico hacia la unidad.

6. Iglesia, casa de Dios y misterio de comunión

El interés por el tema de la Iglesia lo encontramos muy marcado ya en los inicios de su vocación teológica, como se evidencia en su tesis doctoral “Pueblo y casa de Dios en la doctrina de San Agustín sobre la Iglesia”. Pero hay que decir que J. Ratzinger comenzó a sentir un interés muy especial por la Iglesia ya en su niñez y juventud a través de la fascinación que le producía la celebración litúrgica. Más tarde entendió su vocación teológica, así como su ministerio sacerdotal y episcopal, como un servicio a la Iglesia, a la que ha experimentado como verdadera “familia espiritual”, como él mismo confesaba al periodista Peter Seewald en el año 2000: “La Iglesia es mi casa, mi gran familia; y en este sentido estoy unido a ella por el amor, igual que uno está unido a una familia” (50).

El interés por el misterio de la Iglesia se incrementó en él con la experiencia del concilio Vaticano II, donde pudo sentir más de cerca la universalidad y catolicidad de la Iglesia. Más tarde, este amor lo vivió como servicio pastoral y magisterial con su nombramiento primero de obispo de Munich y luego de prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe.

Para él la Iglesia es, sin duda, sacramento de salvación, pueblo peregrino de Dios, que “camina entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios” (San Agustín), misterio de comunión y cuerpo de Cristo, como enseñó el Vaticano II, consagrando la nueva eclesiología, iniciada por la Escuela de Tubinga a través de J. A. Möhler, el cual liberó la concepción de la Iglesia de un planteamiento puramente jurídico y sociológico para enriquecerla con el contenido bíblico y patrístico. Esta profunda dimensión de misterio es justamente lo esencial de la Iglesia, por eso, “si sólo la analizamos desde el punto de vista institucional, siempre nos quedaremos en la superficie” (51); sin embargo, a pesar de las claras aportaciones del Vaticano II, también podemos deformar los conceptos “communio” y “pueblo de Dios”, comprendiéndolos desde una dimensión exclusivamente horizontalista y olvidando que son conceptos que enraízan y sitúan a la Iglesia en el mismomisterio de Dios (52).

La Iglesia es pues misterio de salvación, nuevo pueblo de Dios, en el que sigue viva la Palabra de Dios, pueblo que encarna la esperanza de la humanidad y es, en definitiva, “la humanidad supletoria de Cristo” (Isabel de la Trinidad) en la historia; además, su realidadtransciende la visibilidad puramente estructural e intrahistórica: “La Iglesia como cuerpo de Cristo, es más que la suma de los miembros empíricos, la Iglesia desborda la misma muerte e incluye la comunión de los santos” (53). La Iglesia es el lugar donde la Palabra de

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Dios sigue viva y Dios sigue manifestando su proyecto de amor y salvación a favor del hombre: “Sin este sujeto vivo que no perece y que es la Iglesia, le faltaría a la Escritura la contemporaneidad con nosotros” (54). La Iglesia sigue encarnando hoy esta presencia liberadora de Dios, esencial para la humanidad, pues “el hombre necesita esta ‘fuerza de laIglesia’ y el ‘empuje de la fe’ para que el mundo no salte en pedazos” (55).

La Iglesia no es, por lo tanto, algo creado o inventado por nosotros, sino algo que se nos da y se nos regala, un don brotado del mismo corazón de Cristo muerto en la cruz por amor a la humanidad (Jn 19, 34): “Ser casa de Dios es dejarnos construir y labrar por El” (56). Por eso mismo, “para entender bien la Iglesia hemos de contemplarla sobre todo a partir de la liturgia. Ahí es más ella misma… Cristo es la fuerza constante que vivifica la Iglesia y la hace fructificar” (57). Es en la liturgia donde mejor podemos descubrir a la Iglesia como misterio de salvación, como don de Dios, como obra que El realiza a favor nuestro y a la que debemos disponernos con gratitud. Así debemos entender que “la Iglesia se construye en la eucaristía; sí, la Iglesia es Eucaristía, comulgar quiere decir llegar a ser Iglesia, porque significa llegar a ser un solo cuerpo con El” (58).

La Iglesia tiene una misión en el mundo, dada por el mismo Cristo, orientada a seguir transmitiendo la luz del mismo Cristo; está llamada a ser “el ojo del cuerpo de la humanidad” por el que se ve y por el que entra en el mundo la luz divina. Por lo tanto, la Iglesia no fue creada para sí misma, sino que existe para ser el ojo mediante el cual nos alcanza la luz de Dios. Su misión no es ocuparse de sí misma, sino ser sacramento de salvación para el mundo: “Su primera preocupación tiene que ser el problema de nuestro tiempo, la forma de relacionarse con las condiciones culturales, sociales y económicas” (59). En consecuencia, “la Iglesia se encuentra a sí misma, si llama a los hombres al reino de Dios, haciéndoles pertenecer al Dios vivo” (60); “La Iglesia no existe para sí misma sino para la humanidad; existe para que el mundo llegue a ser un espacio para la presencia de Dios, espacio de alianza entre Dios y los hombres” (61).

Por otra parte, la Iglesia que brotó del corazón de Cristo muerto en la cruz, no debe olvidar que ha de seguir los mismos pasos de Cristo y que, por lo tanto, “su puesto está solamente al pie de la cruz” (62). En consecuencia, la Iglesia tendrá que pasar por ser “una piedra de escándalo” que debe oponerse a cualquier desviación, a cualquier banalidad, al aburguesamiento, a las falsas promesas, y no dejar al hombre tranquilo con las ideologías y los mitos que él mismo se ha creado (63). La Iglesia es un “pueblo profético” y por eso mismo deberá ser siempre una “instancia crítica” en la sociedad (64); debe defender siempre la causa de los humildes y necesitados, la causa de la verdad: “A la Iglesia le corresponde ejercer un papel de oposición profética, que debería tener el coraje de representar. En realidad, el coraje de la verdad, es una gran fuerza, aunque esto al principio parezca que le hace daño, al quitarle popularidad y encerrarla en una especie de ghetto” (65).

En relación a esta misión profética, comprende Ratzinger el ministerio del sucesor de Pedro o el ministerio sacerdotal, como garantes de la “obediencia” al plan de Dios y dique de contención frente a la arbitrariedad; así mismo entiende el papel del magisterio como una defensa de la fe del pueblo sencillo: “Defender la ortodoxia es para la Iglesia una obra social a favor de todos los creyentes” (66); “La tarea del magisterio no es oponerse a la reflexión , sino ofrecer la autoridad de la respuesta que se nos regala… El magisterio, correctamente comprendido, ha de ser un servicio humilde, que haga posible la verdadera teología” (67). Hablando sobre su misión como prefecto de la Congregación de la Fe, respondía a una de las preguntas de Peter Seewald sobre la tarea de la Congregación de la Fe: “Por encima de todo, nos sentimos obligados a proteger la fe de la gente sencilla, proteger a los humildes de la arrogancia” (68).

En resumen, la Iglesia deberá ser siempre lugar de acogida y defensa de los humildes y necesitados, voz de los que no tienen voz, siguiendo las huellas de Cristo, el Señor, pues “la

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Iglesia es una comunidad en camino con él y hacia él, y sólo cuando la entendamos en ese papel, la entenderemos correctamente” (69). El hecho de que la Iglesia católica esté dirigida por un teólogo y pastor que tiene esa concepción de la Iglesia del Señor es, sin duda un motivo de profunda esperanza.

7. Hacer razonable la fe – Diálogo fe y cultura

El interés por la relación fe y cultura, así como por armonizar razón y fe, es también una de las ideas-fuerza de su pensamiento; este interés hay que situarlo en la época de sus estudios teológicos, donde tuvo como maestro a G. Söhngen, uno de los autores más relevantes en cuestiones de filosofía de la religión, y también en los primeros años de docencia en los que enseñó teología fundamental y fenomenología religiosa. Para Ratzingerla cuestión de la verdad es una cuestión esencial de la fe cristiana, y en este sentido la fe tiene que ver inevitablemente con la filosofía (70).

Por eso, podemos decir que una de las claves esenciales para comprender su pensamiento ysu obra, es, sin duda alguna, la búsqueda y el esfuerzo por destacar la relación de cristianismo y cultura y armonizar permanentemente la razón y la fe, como las “dos alas del espíritu humano”(Encíclica Fides et ratio, introd.), en mostrar como dijo K. Rahner que “ser cristiano puede realizarse hoy con honradez intelectual” (71). Uno de los objetivos siempre presentes en su pensamiento es explicar razonablemente el sentido de la revelación y de la doctrina cristiana, mostrar que la naturaleza y la gracia no se contraponen, que el cosmos y la historia están llamados a converger y que la ética humana tiene su raíz en la obra creadora de Dios.

J. Ratzinger es, sin duda, uno de los pensadores que con mayor profundidad y agudeza ha analizado los problemas y anhelos de nuestro tiempo. Ha detectado la enfermedad de nuestra civilización, los peligros de la cultura materialista de occidente, el nihilismo al que conduce inexorablemente un pensamiento encerrado en sí mismo, la sinrazón de la falta deuna fundamentación ética, la tentación de confundir progreso técnico con felicidad y democracia con verdad; ha alertado del peligro en nuestro mundo globalizado de la “sutil dictadura de la opinión” y de la intolerancia de los “tolerantes”.

Según él, “no habrá curación ante la gravedad de la enfermedad de nuestra civilización, si Dios no vuelve a ser reconocido como el eje de toda nuestra existencia” (73). Una sociedad que cierra sus puerta a Dios y se instala en el materialismo puro está abocada al nihilismo yla desesperanza: “Es infernal la cultura de occidente cuando persuade a la gente de que el único objetivo de la vida son los placeres y el interés individual” (74). Reconoce que uno de los problemas importantes del pensamiento cristiano es encerrarse en sí mismo y renunciar a un diálogo abierto con la filosofía y la cultura, pero otro problema no menor es la falta de profundidad y humildad, “la arrogancia del especialista en materia de fe, que es un género de ceguera muy resistente y es producto del que sabe las cosas a medias” (75).

La ciencia no tiene porqué contradecir a la fe, ni tampoco la fe contradecir los principios deuna ciencia ordenada al servicio del hombre; cuando se da contradicción, posiblemente hay algo que no está bien planteado en la búsqueda de la verdad: “Nada que sea ciencia rigurosa contradice a la fe, pero sí muchas cosas que pretenden pasar por ciencia. La fe en la creación sigue siendo hoy, precisamente hoy, racional; ha de ser la ventana abierta a Dios” (76). Por otra parte, “la fe resulta amenazada de muerte, cuando la ciencia se erige a sí misma en norma absoluta” (77).

La misma fe es ya un presupuesto de la ciencia y del desarrollo de la misma razón; por eso mismo, ha de darse una armonía entre ellas en la línea de San Agustín: “Si no puedes comprenderlo, cree para conseguirlo. La fe precede al entendimiento… La fe es el peldaño de la intelección y la intelección es la recompensa de la fe” (78)… En sintonía con este

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planteamiento agustiniano, el mismo Ratzinger escribe: “Sin la anticipación de la fe, el pensamiento tantearía en el vacío, no podría aportar nada sobre las cosas esenciales propias del hombre… No es la duda, sino el sí abre el pensamiento a grandes horizontes” (79).

Por lo tanto, nada más ajeno a la fe cristiana que un rechazo de la razón, nada más contrario a la auténtica tradición cristiana que el principio radical de Tertuliano –principioque se ha perpetuado en ciertas corrientes cristianas a lo largo de la historia- de que “nadatiene que ver Atenas y Jerusalén, ni la academia griega con la iglesia cristiana”. Por el contrario, escribe J. Ratzinger: “La fe cristiana apela a la razón, a la transparencia de la creación con el creador. La religión cristiana es la religión del logos”… Por lo tanto, “la opción de que el mundo procede de la razón y no de la sinrazón es razonablemente justificable también hoy. La fe no es enemiga de la razón, sino abogada de su grandeza… Allí donde fe y razón se separan una de la otra, enferman las dos. La razón se vuelve fría y pierde sus criterios, se hace cruel porque ya no hay nada sobre ella; pero también la fe enferma sin un espacio amplio para la razón” (80).

Ratzinger aboga por una armonía de fe y razón en el sentido agustiniano, ya que entender ycreer se complementan y se necesitan: “Creer significa entrar en la comprensión, puesto que fe y conocimiento se ayudan mutuamente y se complementan mutuamente” (81).

La época moderna ha estado marcada, por una parte, por un racionalismo ciego y radical y, por otra, por la sustitución o eliminación de la verdad poniendo en su lugar el progreso.Con ello ha llevado al hombre moderno a cerrar los ojos a lo esencial y a dejar a los valores éticos sin fundamento, olvidando que “lo esencial es invisible a los ojos” (A. Saint-Exupéry): “Si el ser humano sólo confía en lo que ven sus ojos, en realidad está ciego, porque limita su horizonte de manera que se le escapa precisamente lo esencial… Las cosasrealmente importantes no las ve con los ojos de los sentidos” (82).

La fe no está para negar o contradecir las posibilidades de la razón, sino para complementarlas y responder a ellas, abre al hombre posibilidades y no le cierra ninguna: “La fe en Dios no es una ciencia que se pueda estudiar… No es tampoco simplemente un oscuro asunto cualquiera del que me fío. Me proporciona claridad de juicio y existen bastantes razones juiciosas para entregarse a ella” (83). El cristianismo es una religión encarnada, llamada por lo tanto a compaginar la naturaleza y la gracia, a posibilitar el encuentro de Dios y el hombre, a armonizar la búsqueda de la razón y la respuesta de fe; por eso , “el esfuerzo del cristianismo por dar siempre respuestas razonables es algo sustancial” (84).

La fe cristiana no se opone a la cultura, ni “excluye la filosofía” ni “la búsqueda de las verdades últimas”, como creyeron M. Heidegger y K. Jaspers (85), sino todo lo contrario, puesto que “el Evangelio es una fuente de libertad y humanidad” (86), como expuso magistralmente Ratzinger en su intervención en el Sínodo Extraordinario sobre Europa en enero de 1992. La fe cristiana posibilita y garantiza la búsqueda de la verdad y la construcción de un mundo razonable, una sociedad justa, una fundamentación de la ética yuna garantía del derecho, una defensa de los débiles y necesitados, en definitiva, promueveuna cultura de la libertad, el amor y la paz.

8. Ecumenismo y diálogo interreligioso

El tema ecuménico y el diálogo interreligioso ha sido también uno de los intereses básicos de toda su teología y esa llamada a la unidad la destacó también expresamente al iniciar su pontificado, cuando invitaba en la homilía de la Eucaristía a “hacer todo lo posible para recorrer el camino hacia la unidad” prometida por el Señor y pedía en la oración la gracia de “ser servidores de la unidad”.

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La trayectoria vital de este gran pensador, marcada por la historia de su propia patria con la división de los cristianos a raíz de la reforma protestante desde el siglo XVI, pero marcada también por la convivencia y el diálogo llevado a cabo con muchos colegas protestantes y ortodoxos en el ámbito de su actividad universitaria como profesor, le han hecho un gran conocedor del tema ecuménico y un promotor incansable del diálogo y la búsqueda de caminos que conduzcan a la unidad.

Lo primero que destaca en su pensamiento ecuménico es que el diálogo y la búsqueda de launidad, tiene que estar basado y fundamentado en la verdad; no se puede caer en la tentación de buscar atajos o hallar fórmulas mágicas, soluciones negociadas o resultados rápidos y espectaculares. No podemos olvidar que la verdad tiene su fuente en el mismo Dios, que Jesucristo es la Verdad encarnada y, por lo tanto, la unidad que El quiso para los suyos sólo puede ser construida sobre la base de la verdad. Y la verdad resulta muchas veces “incómoda” al hombre, aunque también es el único camino hacia la libertad y la verdadera comunión: “La armonía del grupo puede convertirse también en tiranía contra la verdad… El dolor de la verdad es el presupuesto para la verdadera comunidad” (87), decía en una conferencia en Würzburg en 1990. Por tanto, nada es más perjudicial para la causa del auténtico ecumenismo que los atajos o el recorrido por caminos equivocados, pues “cuando en ecumenismo se corre por un camino equivocado, se aleja uno de la meta” (88).

También puede haber formas equivocadas de entender el diálogo, como sería un diálogo planteado no como camino en la búsqueda sincera de la verdad, sino como ideología, que no lleva a la “conversión” ni a la unidad, sino al relativismo; o un diálogo puramente “político” como medio estratégico para llegar al “consenso” a partir de un equilibrio de las diversas posiciones u opiniones. El diálogo orientado a buscar la verdad en el camino de la fe es, por supuesto, muy distinto; es un diálogo de fe orientado por la búsqueda de la verdad que es el mismo Señor, puesto que, como decía el mismo Ratzinger e 1995 hablando sobre el estado del diálogo ecuménico, “la verdad no es cuestión de mayoría o minoría. Es o no es. No es el consenso el que establece la verdad, sino la verdad la que funda el consenso” (89).

También reconoce que en muchos aspectos de la división entre los cristianos, no son tan importantes las diferencias doctrinales como las heridas causadas por los enfrentamientos históricos, como es el caso de la división con los cristianos orientales: “Siempre he sido de la opinión de que entre la ortodoxia y la Iglesia católica hay muchas menos cuestiones doctrinales que nos separan que heridas de la memoria” (90).

En el camino ecuménico hay que tener siempre muy claro que la unidad, ante todo, es un don de Dios, un don que debemos estar dispuestos a descubrir y acoger; “la unidad no se hace, se descubre” (K. Barth): “Al no ser la fe una mera determinación del pensamiento humano, sino fruto de un don, esa comunidad de fe (cristiana, ecuménica) no puede surgir tampoco en definitiva de una operación del pensamiento, sino que sólo puede ser regalada de nuevo” (91).

El fin del ecumenismo es la unidad de la Iglesia del Señor, la comunión plena con Cristo y con los hermanos, expresada admirablemente en la comunión eucarística: “La comunión eucarística tiende a una transformación total de la propia vida. Ella abarca todo el yo del hombre y crea un nuevo nosotros. La comunión con Cristo es también necesariamente comunión con todos los que son suyos” (92).

Sin embargo, la unidad no implica uniformidad, sino unidad en lo multiforme. El modelo de esta unidad en la diversidad de formas, lo encontramos en la Iglesia antigua, unida en los tres elementos esenciales: la Sagrada Escritura, la regula fidei y la estructura sacramental de la Iglesia, pero en todo lo demás era multiforme. Precisamente esta imagende la Iglesia antigua, le ha llevado a J. Ratzinger a hablar de una “diversidad

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reconciliada” a la hora de seguir caminando en el ecumenismo. Así lo expresó en el diálogomantenido el 29 de enero de 1993 en el Centro Evangélico de Cultura de Roma, con el profesor valdense Paolo Rica (93). Con ello Ratzinger asume los planteamientos ecuménicos de O. Cullmann, que habla de un modelo ecuménico al que pertenece la aceptación mutua de la división y el saber estar unidos en la diferencia; para ello, lo importante es permanecer fieles en lo esencial, estando dispuestos a seguir caminando hacia Cristo y buscando caminos de unidad.

Según los planteamientos de Ratzinger, el diálogo teológico como búsqueda de la unidad tiene que continuar, pero quizá de forma más relajada y humilde, con serenidad y paciencia, cuidando que no se pierda la unidad y la comunión ya logradas, en una actitud de permanente búsqueda y conversión interior: “La fe tiene que ser una formación permanente para el amor, para el respeto ante la fe del otro, para la tolerancia, para el trabajo conjunto desde la diferencia, para la renuncia, para la disponibilidad activa para la paz” (94).

En definitiva, sólo Dios puede crear la unidad eclesial y siempre hemos de estar dispuestos a reconocer esta primacía de la acción de Dios en el camino ecuménico por encima de toda estrategia humana. Por eso, se nos exigen dos cosas importantes: por una parte, paciencia y perseverancia en el caminar juntos, en la humildad y el respeto; por otra, la disponibilidad para perdonar y comenzar siempre de nuevo en la búsqueda de la unidad, para la colaboración mutua y el testimonio común como discípulos de Cristo (95). Por todoello, podemos decir que para el avance del trabajo ecuménico son más importantes las actitudes interiores que las estrategias humanas orientadas a conseguir resultados eficaces humanamente hablando: “El ecumenismo es antes que nada una actitud fundamental, un modo de vivir el cristianismo. No es un sector particular junto a otros posibles sectores” (96).

Lo que decimos a nivel de las confesiones cristianas, puede también aplicarse mutatis mutandis al diálogo interreligioso. En opinión de J. Ratzinger, expresada en una larga entrevista concedida hace unos años, la relación del cristianismo y las religiones es hoy díauno de los temas prioritarios de la teología. Este diálogo interreligioso sólo puede ser planteado correctamente desde la base de una búsqueda sincera de la verdad y a partir de los elementos comunes que nos unen, como señaló ya el Vaticano II, especialmente en la declaración Nostra Aetate sobre la religiones no cristianas.

Conclusión

El pensamiento y la obra son, sin duda, parte muy importante de la personalidad de J. Ratzinger, sucesor de Juan Pablo II en la cátedra de Pedro con el nombre de Benedicto XVI. Las líneas-fuerza de su pensamiento y su obra nos ayudan a entender la actuación que ha tenido hasta ahora como pastor de la Iglesia universal y a suponer por dónde trascurrirán las orientaciones de su actuación en el futuro.

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Notas

(1) J. Ratzinger – V. Messori, Informe sobre la fe, Madrid 1985 (2ª), 79.

(2) J. Ratzinger – P. Seewald, Dios y el mundo, Barcelona 2005, 425.

(3) J. Ratzinger – P. Seewald, La sal de la tierra, Madrid 2005 (4ª), 87.

(4) Cf. Congregación de la Doctrina de la Fe, Misión eclesial del teólogo, nº 1.

(5) Cf. Ibd., nn. 6-11.

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(6) Pensamiento del cardenal J. H. Newmann, citado por J. Ratzinger, en: La sal de la tierra, 124.

(7) La sal de la tierra, 90 y 124.

(8) Una síntesis bastante completa de todas sus obras la encontramos en la obra del mismo J. Ratzinger, Convocados en el camino de la fe, Madrid 2004, pp. 309-386.

(9) Discurso de Presentación a la Academia Pontificio de las Ciencias.

(10)Los principales representantes de la Escuela de Tubinga son: J.S. Drey (1777-1853), considerado como el fundador, J. B. Hirscher (1788-1865). J.A. Möhler (1796-1838) y J.G. Herbst (1787-1836).

(11)J. Ratzinger, Un canto nuevo para el Señor, Salamanca 1999, 198.

(12)J. Ratzinger, Mi vida, Madrid 2005 (4ª), 78.

(13)Un canto nuevo para el Señor, 198.

(14)Informe sobre la fe, 83.

(15)Mi vida, 84.

(16)Cf. Ibd., 90.

(17)J. Ratzinger, Ser cristiano en la era neo-pagana, Madrid 1995, 120.

(18)Ibd, 146-147

(19)Ibd., 188.

(20)Un canto nuevo para el Señor, 47.

(21)San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, IV, 20, 7.

(22)Un canto nuevo para el Seño, 32.

(23)J. Ratzinger, El Dios de Jesucristo, Salamanca 1979, 22-23.

(24)Dios y el mundo, 244.

(25)Ibd., 194.

(26)“El velo rasgado del templo es el velo rasgado entre la faz de Dios y este mundo: en el corazón traspasado del Crucificado queda abierto el corazón del mismo Dios; en él vemos quién es Dios y cómo es Dios. El cielo ya no está cerrado; Dios ha dejado de estar oculto” (J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia, Madrid 2005 (3ª), 68.

(27) Dios y el mundo, 100.

(28)San Agustín, Confesiones LX, XXIV.

(29)E. Stein, Autorretrato epistolar, Burgos 1996, 299.

(30)Dios y el mundo, 101.

(31)Ibd., 277.

(32)Homilía de la Misa de Inicio del Pontificado.

(33)La sal de la tierra, 32.

(34)Ibd., 30

(35)Convocados en el camino de la fe, 296 y 298.

(36)Ibd., 294.

(37)San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo II, 22, 3.

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(38)San Juan de la Cruz, Avisos Espirituales 2, 21.

(39)Un canto nuevo para el Señor, 48.

(40)Dios y el mundo, 18.

(41)Un canto nuevo para el Señor, 35.

(42)Benedicto XVI, Carta Encíclica “Deus caritas est”, 12.

(43)La sal de la tierra, 22-23.

(44)Ibd., 208.

(45)Un canto nuevo para el Señor, 36.

(46)Dios y el mundo, 235.

(47)Ser cristiano en la era neo-pagana, 186.

(48)Informe sobre la fe, 190.

(49)Dios y el mundo, 206.

(50)Ibd., 324.

(51)Ibd., 325.

(52)Cf. Ser cristiano en la era neo-pagana, 58-59.

(53)Un canto nuevo para el Señor, 174.

(54)Convocados en el camino de la fe, 34-35.

(55)La sal de la tierra, 245.

(56)Cf. Un canto nuevo para el Señor, 190.

(57)Dios y el mundo, 325.

(58)Convocados en el camino de la fe, 107-108.

(59)Ser cristiano en la era neo-pagana, 127.

(60)Ibd., 188.

(61)Convocados en el camino de la fe, 296.

(62)Informe sobre la fe, 17-18.

(63)Cf. La sal de la tierra, 132.

(64)Cf. Dios y el mundo, 341. R. Guardini consideraba que la Iglesia era en realidad el único poder crítico de la historia de la humanidad.

(65)La sal de la tierra, 260.

(66)Informe sobre la fe, 30.

(67)Convocados en el camino de la fe, 36-37.

(68)Dios y el mundo, 179.

(69)Convocados en el camino de la fe, 302.

(70)Cf. Reflexiones a propósito de la Encíclica “Fides et Ratio”; conferencia pronunciada el 16 de febrero de 2000 en Madrid.

(71)K. Rahner, Curso fundamental de la fe, Barcelona 1978, 18.

(72)Un canto nuevo para el Señor, 39.

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(73)Informe sobre la fe, 208.

(74)Un canto nuevo para el Señor, 60.

(75)Ibd., 47.

(76)Informe sobre la fe, 74.

(77)San Agustín, Sermones 118, 1; 126, 1.

(78)Convocados en el camino de la fe, 27.

(79) Cf. Ibd, 298-300.

(80)La sal de la tierra, 36 y 38. “¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén? ¿Y qué la Academia griega con la Iglesia cristiana? Para la proclamación de su buena nueva Jesús eligió pescadores y no filósofos” (cit. En: H. Fries, Teología Fundamental, Barcelona 1986, 136.

(81)Dios y el mundo, 16

(82)Ibd., 26.

(83)La sal de la tierra, 180.

(84)Cf. Convocados en el camino de la fe, 18.

(85)Ser cristiano en la era neo-pagana, 186.

(86)Un canto nuevo para el Señor, 192-193.

(87)Informe sobre la fe, 171.

(88)Convocados en el camino de la fe, 265.

(89)Ibd., 240.

(90)Ibd., 265.

(91)Ibd., 82.

(92)Ser cristiano en la era neo-pagana, 192.

(93)Cf. Convocados en el camino de la fe, 274-275.

(94)Cf. Ser cristiano en la era neo-pagana, 193.

(95)Ibd., 193.

Laurentino Novoa Pascual CP