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Enseñanzas del Papa Francisco. No.107

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Enseñanzas del Papa Francisco. No.107

Enseñanzas del Papa Francisco. No.107

El 1 de junio dijo en parte de su homilía: ...La lógica del fracaso acaba siendo todo lo contrario.

Jesús lo recuerda a los jefes del pueblo al citar las Escrituras:

“la piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular”.

...“El camino de nuestra redención es un camino de tantos fracasos. También el último, el de la cruz, es un escándalo. Pero, precisamente

allí, el amor vence. Y esa historia que comienza con un sueño de amor y sigue con una

historia de fracasos, acaba en la victoria del amor: la cruz de Jesús”.

“no debemos olvidar este camino, es un camino difícil ¡también el nuestro!

Si cada uno de nosotros hace un examen de conciencia, verá cuántas veces ha echado a los profetas. Cuántas veces le ha dicho a Jesús:

‘vete’, cuántas veces se ha querido salvar a sí mismo, cuántas veces hemos pensado que nosotros éramos los justos”.

Recordemos siempre que en la muerte en la cruz del Hijo se manifiesta

‘el amor de Dios para su pueblo’.

“Nos hará bien hacer memoria de esta historia de amor, que parece un fracaso,

pero al fin vence. Es la historia de hacer memoria en la historia de nuestra vida,

esa semilla de amor que Dios ha sembrado en nosotros y de cómo ha ido.

Y hacer lo mismo que ha hecho Jesús en nombre nuestro: se humilló”.

El 3 de junio dijo en su catequesis acerca de la familia: ...La familia tiene muchos problemas que le ponen a prueba.

...Una de estas pruebas es la pobreza. ...¡Cuánta miseria, cuánto degrado!

Y además, para agravar la situación, en algunos lugares llega también la guerra.

La guerra es siempre algo terrible. Además golpea especialmente a las poblaciones civiles, las

familias. Realmente la guerra es la madre de todas las pobrezas, la guerra

empobrece la familia.  Una gran depredadora de vidas, de almas, y de los afectos más

sagrados y más queridos.

A pesar de todo esto, hay muchas familias pobres que con dignidad buscan conducir su vida

cotidiana, a menudo confiando abiertamente en la bendición de Dios. Esta lección, sin embargo, no

debe justificar nuestra indiferencia, ¡sino aumentar nuestra vergüenza! que haya tanta

pobreza.  

Es casi un milagro que, también en la pobreza, la familia continúa formándose,

e incluso que hasta conserve --como puede-- la humanidad especial de sus uniones.

El hecho irrita a esos planificadores del bienestar que consideran los afectos, la generación,

las uniones familiares, como una variable secundaria de la calidad de vida.

No entienden nada. Sin embargo, tendremos que arrodillarnos delante de estas familias,

que son una verdadera escuela de humanidad que salva las sociedades de la barbarie.

¿Qué queda, entonces, si cedemos al chantaje de César y del diablo,

de la violencia y del dinero, y renunciamos también a los afectos familiares? Una nueva ética civil llegará

solamente cuando los responsables de la vida pública reorganicen la unión social a partir de la lucha a la espiral perversa entre familia y pobreza, que nos lleva al abismo.

La economía actual a menudo se ha especializado

en el goce del bienestar individual, pero practica

ampliamente la explotación de las uniones familiares. ¡Esta es una contradicción grave! ¡El inmenso trabajo de la familia no aparece en los balances, naturalmente! De hecho, la economía y la política son avaras en el

reconocer esto. Además, la formación interior de la persona y la circulación

social de los afectos tienen precisamente allí su pilar. Si

lo quitas, se cae todo.

No es solo cuestión de pan. Hablamos de

trabajo, instrucción, sanidad. Es importante

entender esto. Nos conmueve siempre cuando vemos las imágenes de niños

desnutridos y enfermos que se nos muestran en

tantas partes del mundo.

Al mismo tiempo, nos conmueve también mucho la mirada brillante de muchos niños, privados de todo, que están en escuelas hechas

de nada, cuando muestran con orgullo su lápiz y su cuaderno. ¡Y cómo miran con amor a su maestro o su maestra! ¡Realmente los niños saben que el hombre no vive solo de pan! También el

afecto familiar está. Cuando hay miseria sufren los niños porque ellos quieren el amor, la unión familiar.

Nosotros los cristianos tenemos que estar cada vez más cerca de las familias que están a prueba por la pobreza.

...De hecho, la miseria social golpea la familia y a veces la destroza.

La falta o la pérdida de trabajo, o su fuerte precariedad, inciden pesadamente sobre la vida familiar, poniendo a

dura prueba las relaciones. Las condiciones de vida de los barrios más desfavorecidos, con problemas de vivienda y de transporte, como también la reducción de los servicios sociales, sanitarios, escolares,

causan más dificultades.

A estos factores materiales se añade el daño causado a la familia por los pseudo-

modelos, difundidos por los medios de comunicación

basados en el consumismo y el culto del aparentar, que

afectan a las clases sociales más pobres e incrementan la

desintegración de las uniones familiares. Cuidar las

familias, cuidar el afecto, pero la miseria pone a

prueba a la familia.

La Iglesia es madre, y no debe olvidar este drama de sus hijos.

También ella debe ser pobre, para hacerse fecunda y responder a tanta miseria. Una Iglesia pobre es una

Iglesia que practica una sencillez voluntaria en la propia vida --en sus instituciones, en el estilo de vida de sus

miembros-- para abatir cada muro de separación, sobre todo de los pobres.

Es necesaria la oración y la acción. Recemos intensamente al Señor, que nos sacuda, para hacer a nuestras familias

cristianas protagonistas de esta revolución de la proximidad familiar, que ahora es tan necesaria. De esta proximidad

familiar, desde el principio, está hecha la Iglesia. Y no olvidemos que nuestro juicio sobre los necesitados, de los

pequeños y de los pobres anticipa al juicio de Dios. No olvidemos esto.

Y hagamos todo, todo lo que podamos para ayudar a las familias a ir adelante en la prueba de la pobreza y la

miseria, que golpean los afectos y

las uniones familiares.

Yo quisiera leer otra vez el texto de la Biblia que hemos escuchado al

principio. Y que cada uno de nosotros piense en las familias que pasan por la

prueba, que son probados por la

miseria y la pobreza.

La Biblia dice así: “Hijo mío, no prives al pobre de su sustento ni hagas languidecer los ojos del indigente” Pero pensemos cada

palabra. “No hagas sufrir al que tiene hambre ni irrites al que está en la miseria. No exasperes más aún al que está irritado ni hagas esperar

tu don al que lo necesita. No rechaces la súplica del afligido ni apartes tu rostro del pobre.

No apartes tus ojos del indigente ni des lugar a que alguien te maldiga”.

Porque esto será lo que haga el Señor, lo dice el Evangelio, si no hacemos estas cosas.

Gracias".

El 4 de junio por la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo, dijo:

En la Última Cena, Jesús dona su Cuerpo y su Sangre mediante el pan y el vino, para dejarnos el memorial de

su sacrificio de amor infinito. Con este “viático” lleno de gracia, los discípulos tienen

todo lo necesario para su camino a lo largo de la historia, para hacer extensivo a todos el Reino de Dios.

Luz y fuerza será para ellos el don que Jesús ha hecho de sí mismo, inmolándose voluntariamente sobre la cruz. Y

este Pan de vida ¡ha llegado hasta nosotros!

Ante esta realidad el estupor de la Iglesia no cesa jamás.

Una maravilla que alimenta siempre la contemplación,

la adoración, la memoria.

Nos lo demuestra un texto muy bello de la Liturgia de hoy, el Responsorio de la segunda lectura del Oficio de las Lecturas,

que dice así: “Reconozcan en este pan, a aquél que fue crucificado; en el

cáliz, la sangre brotada de su costado. Tomen y coman el cuerpo de Cristo, beban su sangre: porque ahora son

miembros de Cristo. Para no disgregarse, coman este vínculo de comunión; para no despreciarse, beban el precio de su

rescate”.

Nos preguntamos: ¿qué significa, hoy, disgregarse y disolverse?

Nosotros nos disgregamos cuando no somos dóciles a la Palabra del Señor, cuando no vivimos la fraternidad entre

nosotros, cuando competimos por ocupar los primeros lugares, cuando no encontramos el valor para testimoniar

la caridad, cuando no somos capaces de ofrecer esperanza.

La Eucaristía nos permite el no disgregarnos, porque es

vínculo de comunión, y cumplimiento de la Alianza,

señal viva del amor de Cristo que se ha humillado y anonadado para que

permanezcamos unidos. Participando a la Eucaristía y nutriéndonos de ella, estamos incluidos en un camino que no

admite divisiones.

El Cristo presente en medio a nosotros, en la señal del pan y del vino, exige que la fuerza del amor supere toda

laceración, y al mismo tiempo que se convierta en comunión, también con el más pobre, apoyo para el

débil, atención fraterna con los que fatigan en el llevar el peso de la vida cotidiana. Están en peligro de perder la

fe.

Y ¿qué significa hoy para nosotros “disolverse”, o sea diluir nuestra dignidad cristiana? Significa dejarse

corroer por las idolatrías de nuestro tiempo: el aparecer, el consumir, el yo al centro de todo; pero

también el ser competitivos, la arrogancia como actitud vencedora, el no tener jamás que admitir el haberse

equivocado o el tener necesidades. Todo esto nos disuelve, nos vuelve cristianos

mediocres, tibios, insípidos, paganos.

Jesús ha derramado su Sangre como precio y

como baño sagrado que nos lava, para que

fuéramos purificados de todos los pecados: para no

disolvernos, mirándolo, saciándonos de su fuente, para ser preservados del riesgo de la corrupción. Y

entonces experimentaremos la

gracia de una transformación: nosotros

siempre seguiremos siendo pobres pecadores, pero la

Sangre de Cristo nos librará de nuestros

pecados y nos restituirá nuestra dignidad.

Nos liberará de la corrupción. Sin mérito nuestro, con sincera humildad, podremos

llevar a los hermanos el amor de nuestro Señor y Salvador. Seremos sus ojos que van en busca de Zaqueo y

de la Magdalena; seremos su mano que socorre a los enfermos del cuerpo y del espíritu; seremos su corazón

que ama a los necesitados de reconciliación, de misericordia y de comprensión.

De esta manera la Eucaristía actualiza la Alianza que nos santifica,

nos purifica y nos une en comunión admirable con Dios.Así aprendemos que la Eucaristía no es un premio para

los buenos, sino la fuerza para los débiles, para los pecadores, es el

perdón, el viático que nos ayuda a andar, a caminar”.

...sintámonos en comunión con tantos de nuestros hermanos y

hermanas que no tienen la libertad para expresar su fe en

el Señor Jesús. Sintámonos unidos a ellos: cantemos con

ellos, alabemos con ellos, adoremos con ellos. Y

veneremos en nuestro corazón a aquellos hermanos y

hermanas a los que ha sido requerido el sacrificio de la

vida por fidelidad a Cristo: que su sangre, unida a aquella del Señor, sea prenda de paz y de reconciliación para el mundo entero. Y no olvidemos: para no disgregarnos, coman este vínculo de comunión, para no disolverse beban el precio de

su rescate.

El 5 de junio dijo: ...“La vida religiosa está indicada como vida plenamente evangélica, en cuanto que realiza

concretamente las Bienaventuranzas” por eso, “como religiosos, son llamados a ser misericordiosos”.

Esto quiere decir sobre todo “vivir en profunda comunión con Dios en la oración, en la

meditación de la Sagrada Escritura, en la celebración de la Eucaristía, para que toda nuestra vida sea un

camino de crecimiento en la misericordia de Dios”.

“La vida religiosa es una convivencia de creyentes que se sienten amados por Dios y que buscan

amarlo”. Y en esta tarea “pueden ustedes encontrar la razón

más profunda de su sintonía espiritual”.

En particular, “en la experiencia de la misericordia de Dios y de su amor encontrarán también el punto de

armonía de vuestras comunidades” algo que incluye “el compromiso de saborear aún más la misericordia que los hermanos van a utilizar y darles la riqueza de su

misericordia”.

...“El Señor nos llama a ser 'canales' de este amor en primer lugar hacia los últimos, los más pobres, que son

los privilegiados a sus ojos”...

El 6 de junio dijo en parte de su homilía en Sarajevo (Bosnia-Herzegovina):

En las lecturas bíblicas que hemos escuchado ha

resonado varias veces la palabra «paz». Palabra

profética por excelencia. Paz es el sueño de Dios, es el proyecto de Dios para la

humanidad, para la historia, con toda la creación. Y es un

proyecto que encuentra siempre oposición por parte del hombre y por parte del

maligno.

También en nuestro tiempo, el deseo de paz y el compromiso por construirla contrastan con el hecho de que en el mundo existen numerosos conflictos armados.

Es una especie de tercera guerra mundial combatida «por partes»;

y, en el contexto de la comunicación global, se percibe un clima de guerra.

Hay quien este clima lo quiere crear y fomentar deliberadamente,

en particular los que buscan la confrontación entre las distintas culturas y civilizaciones, y también cuantos especulan con las guerras para vender armas. Pero la guerra significa niños, mujeres y ancianos en campos

de refugiados; significa desplazamientos forzados; significa casas, calles, fábricas destruidas; significa,

sobre todo, vidas truncadas.

...cuánto sufrimiento, cuánta destrucción, cuánto dolor.

Hoy, queridos hermanos y hermanas, se eleva una vez más desde esta ciudad el grito del pueblo de Dios y de todos los hombres y

mujeres de buena voluntad: ¡Nunca más la guerra!

Dentro de este clima de guerra, como un rayo de sol que atraviesa las nubes, resuena la

palabra de Jesús en el Evangelio: «Bienaventurados los constructores de paz»

(Mt 5,9).

Es una llamada siempre actual, que vale para todas las generaciones. No dice:

«Bienaventurados los predicadores de paz»: todos son capaces de proclamarla, incluso de

forma hipócrita o aun engañosa. ...

«Bienaventurados los constructores de paz»,

es decir, los que la hacen. Hacer la paz es un trabajo artesanal:

requiere pasión, paciencia, experiencia, tesón. Bienaventurados quienes siembran paz

con sus acciones cotidianas, con

actitudes y gestos de servicio, de fraternidad,

de diálogo, de misericordia.

Estos, sí, «serán llamados hijos de Dios», porque Dios siembra paz, siempre, en todas

partes; en la plenitud de los tiempos ha sembrado en el mundo a su Hijo para que

tuviésemos paz. Hacer la paz es un trabajo que se realiza cada día, paso a paso, sin cansarse

jamás.

Y ¿cómo se hace, cómo se construye la paz? Nos lo ha recordado de forma esencial el profeta Isaías:

«La obra de la justicia será la paz» (32,17). «Opus iustitiae pax», según la versión de la Vulgata,

convertida en un lema célebre adoptado proféticamente por el Papa Pío XII.

La paz es obra de la justicia. Tampoco aquí retrata una justicia declamada, teorizada, planificada… sino una

justicia practicada, vivida. Y el Nuevo Testamento nos enseña que el pleno

cumplimiento de la justicia es amar al prójimo como a sí mismo (cf. Mt 22,39; Rm 13,9).

Cuando nosotros seguimos, con la gracia de Dios, este mandamiento,

¡cómo cambian las cosas! ¡Porque cambiamos

nosotros! Esa persona, ese pueblo,

que vemos como enemigo, en realidad tiene mi mismo rostro, mi mismo corazón,

mi misma alma. Tenemos el mismo Padre en

el cielo. Entonces, la verdadera justicia es hacer a esa persona, a ese pueblo, lo que me gustaría que me hiciesen a mí, a mi pueblo

(cf. Mt 7,12).

San Pablo, en la segunda lectura, nos ha indicado las actitudes necesarias para la paz:

«Revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo» (3,

12-13).

Estas son las actitudes para ser “artesanos” de paz en lo cotidiano,

allí donde vivimos. Pero no nos engañemos creyendo que esto depende sólo de nosotros. Caeríamos en un

moralismo ilusorio.

La paz es don de Dios, no en sentido mágico, sino porque Él, con su Espíritu, puede imprimir estas

actitudes en nuestros corazones y en nuestra carne, y hacer de nosotros verdaderos instrumentos de su paz. y, profundizando más todavía, el Apóstol dice

que la paz es don de Dios porque es fruto de su reconciliación con nosotros. Solo si se deja reconciliar con Dios, el hombre puede llegar a ser constructor de

paz.

Queridos hermanos y hermanas, hoy pedimos juntos al Señor, por la intercesión de la Virgen María, la

gracia de tener un corazón sencillo, la gracia de la paciencia, la gracia de luchar y trabajar por la

justicia, de ser misericordiosos, de construir la paz, de sembrar la paz y no guerra y discordia. Este es el

camino que nos hace felices, que nos hace bienaventurados.

El 6 de junio dijo en Bosnia Sarajevo: ...“Todos hablan de la paz, algunos potentes de la Tierra dicen cosas muy bonitas de la paz, pero por debajo venden armas”....“Sí, existe la hipocresía siempre… por eso he dicho: no es suficiente hablar de paz, se debe hacer la paz. Y quien habla

solamente de paz y no hace la paz se contradice, y quien habla de paz y favorece la guerra, por ejemplo con la venta de armas,

es un hipócrita. Es así”.

El 7 de junio dijo por la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Christi, en

sus palabras previas al rezo del Ángelus: Esta Fiesta evoca un “mensaje solidario”

y “nos empuja a acoger en nuestro interior la invitación a la conversión y al servicio, al amor y al

perdón”.

“nos estimula a ser, con la vida, imitadores de aquello que celebramos en la liturgia”.

“El Cristo, que nos nutre bajo las especies consagradas del pan y del vino, es el mismo

que viene a nuestro encuentro en los acontecimientos cotidianos”, esto sucede “en el

pobre que tiende la mano, en el sufriente que implora ayuda, en el hermano que pregunta sobre nuestra disponibilidad y espera nuestra acogida. En el niño que no sabe nada de Jesús, de la salvación, que no

tiene la fe”.

Cristo, “está en cada ser humano, también en el más

pequeño e indefenso”. “la Eucaristía es

“fuente de amor para la vida de la Iglesia”, así como “escuela de caridad

y de solidaridad”.

“Quien se nutre del Pan de Cristo no puede permanecer indiferente ante quienes no tienen el pan

cotidiano”.“Que la Fiesta del Corpus Domini inspire y alimente

siempre en cada uno de nosotros el deseo y el trabajo por una sociedad acogedora y solidaria”.

“Con las palabras de la Última Cena, con este gesto y con estas palabras, Él otorga al pan una función que

ya no es solo servir para nutrir físicamente, sino hacer presente su Persona en medio de la comunidad

de los creyentes”.

“La Última Cena representa el punto de llegada de toda la vida de Cristo. No es solamente anticipación de su sacrificio que se cumplirá sobre la cruz, sino también síntesis de una existencia ofrecida para la

salvación de toda la humanidad”.

“no es suficiente con afirmar que en la Eucaristía está presente Jesús, sino que se puede ver en ella la presencia de una vida donada y de ella tomar parte”.

Por eso, “cuando tomamos y

comemos ese Pan nos asociamos a la

vida de Jesús, entramos en

comunión con Él, nos ocupamos en

realizar la comunión entre nosotros, a transformar

nuestra vida en don,

sobre todo a los más pobres”.

En twitter dijo:

La luz del Evangelio guía a quien se pone al servicio de la civilización del amor.

Es necesario construir la sociedad a la luz de las Bienaventuranzas, caminar hacia el Reino en la

compañía de los últimos.

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