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El Mollete Literario Octubre 15, 2016, Número 38, Tercera Época Director: Carlos Ramírez indicadorpolitico.mx [email protected] Por Carlos Ramírez/ pág. 9 de cómo vino rené y cómo no se ha ido Bob Dylan es el Premio Nobel de Literatura 2016

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El Mollete LiterarioOctubre 15, 2016, Número 38, Tercera ÉpocaDirector: Carlos Ramírez

indicadorpolitico.mx [email protected]

Por Carlos Ramírez/ pág. 9

de cómo vino rené y cómo no se ha ido

Bob Dylan es el Premio Nobel de Literatura 2016

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El Mollete Literario

Hasta luego, René

El pasado 9 de octubre, despertamos con un cielo gris y con una noticia que nos enturbió la cabeza y el corazón: René Aviléz Fabila había muerto en su casa, en la Ciudad de México, en un día de descanso.

René, más que formar parte del Consejo Editorial de esta revista litera-ria, fue un amigo.

Ya será casi un año de que nos concedió una entrevista, no queríamos saber del hombre comunista, del escritor de “La Onda”, buscábamos saber del René que fue joven, que era docente y que tenía por amante a la litera-tura. Hallamos a un hombre asincerado, divertido, carismático, seguro de lo que hizo y de lo que haría. En aquella entrevista reafirmamos nuestra amistad, siempre fue un amigo, siempre, y ahí lo conocimos de otra manera: el joven que cuando fumaba un porro pensaba en albóndigas o en tortas de milanesa, el maestro que bebía buen whisky con sus alumnos si le planteaban una plática interesante, el hombre que pensaba constantemente qué hacer con sus “hijos”, cada uno almacenado amorosamente en su biblioteca, para no dejarlos así nomás, antes de morir.

Sería absurdo no escribir de él, porque lo merecía. Su vida fue una mez-cla de My way y Non, je ne regrette rien, y por eso lo envidiamos.

Desde que supimos de su muerte lo extrañamos, no concebimos una noticia como la que nos dejó apabullados esa mañana de domingo, donde la lluvia a penas si se atrevió a molestarnos, nos sabía tristes, ya atormentados, ya cabisbajos como para bajar más nuestra cabeza.

Así, sólo nos queda un mensaje: Prometimos beber contigo en una oca-sión cercana, el tiempo nos comió y tú nos ganaste, pero nos veremos, sí, de nuevo, porque nunca fuiste alguien de quien quisiéramos alejarnos. Hasta luego, René.

Un libro, como un viaje, se comienza con inquietud y se termina con melancolía.

José Vasconcelos

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René Avilés Fabila, las plumasdel “búho” han partidoPor Nallely Pérez (“Ene Riaño”)

Letras TorcidasPor César Cañedo

InvasoresPor P.I.G

Escribir novela negraPor Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

de cómo vino rené y cómo no se ha idoPor Carlos Ramírez

El llano en llamas: De la circunstancia al destinoPor Paul Martínez

Bob Dylan dijo que nuncaganaría un Nobelpor ser Bob DylanPor Monserrat Méndez

Memoria de un personaje que no existePor Ulises Casal

AnonimataPor Berenice Ibarías, Canuto Roldán

HarakiriPor Luis Villalón

La Antártida en mis huesosPor Ximena Cobos

Mtro. Carlos RamírezPresidente y Director [email protected]

Lic. José Luis RojasCoordinador General Editorial

[email protected]

Monserrat Méndez PérezJefa de Edición y Diseño

Consejo Editorial+

René Avilés Fabila

Wendy Coss y LeónCoordinadora de Relaciones Públicas

Raúl UrbinaAsistente de la Dirección General

El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A. y el Centro de Es-

tudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de res-ponsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma,

Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670.Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el

Desarrollo Productivo, A. C.

El Mollete Literario

ÍndiceEditorial

Las letras me revientan Por Luy

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El Mollete Literario

René Avilés Fabila, las plumas del “búho” han partido

Como cada domingo René Avilés Fabila preparaba el pasado 9 de octubre su asidua colaboración para el periódico Excélsior. Im-plantado el otoño en la capital mexicana, el frío de las primeras

horas de la mañana se dejaba sentir, él twiteaba adelantos de “Hechice-ría y amor”, artículo en el que abordaba las prácticas espiritistas del már-tir de la democracia mexicana, Francisco I. Madero, y advertía que los espectros a los que el antirreleccionista contactaba olvidaron advertirle a éste sobre la puñalada por la espalda que Victoriano Huerta le daría.

Por Nallely Pérez (“Ene Riaño”)

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El Mollete Literario

Así trascurría la faena dominical, día en el que, aunque se asegura ha sido he-cho para descansar, Avilés no daba pau-sa a la escritura, porque él vivía para es-cribir y a eso se dedicó por más de cinco décadas. Sí, Madero no fue advertido de la traición pero este escritor, periodista y catedrático tampoco, minutos después del aludido tweet fue sorprendido por un fulminante infarto que le arrebató la posibilidad de festejar el próximo 5 de noviembre su cumpleaños número 76.

Su muerte al estilo José Emilio Pa-checo, quien también murió una ma-ñana del séptimo día, circuló en el portal del periódico La Crónica de hoy, uno de los primeros medios en confirmar el deceso del “búho” como también se le conocía, gracias al suplemento de dicho nombre que dirigió en 1984. Apenas pasaba del mediodía y en las re-des sociales poco se de-cía de su partida, pues pese a lo prolífico de su pluma, Avilés no gozó de las mieles de ser un best seller y, sin embar-go, ha sido uno de los pocos literatos mexica-nos que han visto tradu-cidos al coreano títulos de su autoría (La canción de Odette y El gran solitario de Palacio).

Nacido en la Ciu-dad de México a finales de 1940, desde pequeño tuvo a su alcance una nutrida colección de títulos pertenecien-tes a la biblioteca de sus padres, quienes se dedicaban a los quehaceres escritura-les, hecho que, sin duda, marcó su voca-ción escritural. Ávido lector, guiado por su madre, la cual le obsequió a tempra-na edad una máquina de escribir y un diccionario, la trayectoria de René Avi-lés se remonta a su adolescencia, época en la que en la sala de su casa montaba obras teatrales para sus primos peque-ños. Cabe mencionar que su padre, con quien no convivió mucho, fue amigo de figuras de la intelectualidad mexicana de la primera mitad del siglo XX, como

lo fuera Jaime Torres Bodet, entre otros.Debido a que fue coetáneo de José

Agustín y Gustavo Sainz (de quien en el número 23 de este suplemento literario escribiera una nota fúnebre), así como cercano a otras figuras de la llamada literatura de la Onda, en la historiogra-fía de las letras mexicanas a Avilés se le atribuye haber sido parte de esta olea-da, no obstante su variada obra dista de los principios estéticos del resto de los implicados en esta clase de literatura, dígase Parménides García Saldaña, el cual mostró sin tapujos el caló de la ju-ventud connacional de los años sesenta.

Sus influencias son amplias, en sus años de preparatoria formó parte de un ta-ller literario impartido por el jalisciense Juan José Arreola, del cual surgió la re-vista Mester.

La prosa del otrora consejero edito-rial de El Mollete Literario se caracterizó desde sus albores por una línea ácida y cínica, tal y como lo constata su debut literario, Los juegos (1967), novela en la que aborda con ironía las manías de las cúpulas literarias del país a partir de nombres ficticios que no obstante se traslucen, hecho que en su momento le valió que uno de los encargados de la

prestigiada editorial Joaquín Mortiz le recomendara al joven escritor quemar esas páginas que bien podrían traerle serias enemistades.

Pese a haber sido un incansable obrero de la palabra, siempre puntual y acertado en las miles de páginas que escribió al calor del paso del tiempo, desde su juventud se caracterizó por ser un espíritu rebelde que no temía decir lo que otros callaban por temor a no ser “santos de la devoción” de los ejecutan-tes del poder literario. En este sentido, son conocidos los roces que tuvo con Fernando Benítez, o la desaprobación

que en los años se-senta le provoca-ba el proceder de Carlos Fuentes, el escritor súper estrella de aquel entonces.

Lo único que le interesaba a René Avilés era la literatura y a eso pudo haber dedi-cado de lleno toda su existencia pero es bien sabido que, como señaló Césare Lombro-so, “el verdade-ro hombre no es el literato ni el erudito, sino el hombre que tra-baja y come”, por ello, por miedo al hambre y la mise-ria, Avilés fue un profesionalizado

de la escritura —como lo serían tam-bién Manuel Gutiérrez Nájera y otros tantos escritores pertenecientes al mo-dernismo—. Después de cursar Rela-ciones Internacionales, se empleó tanto en el periodismo como en la docencia, las dos vías económicas por excelencia a las que el letrado, si es que carece de un mecenas, tiene que recurrir para sobrevivir.

Apenas cumplida la mayoría de edad, que tiempo atrás se obtenía a los 21 años y no a los 18 como en la actua-lidad, René Avilés comenzó a colaborar en El Día, tiempo después se integraría

“Pese a haber sido un incansa-ble obrero de la palabra, siempre puntual y acertado en las miles de páginas que escribió al calor del paso del tiempo, desde su juven-tud se caracterizó por ser un espí-ritu rebelde que no temía decir lo que otros callaban por temor a no ser ‘santos de la devoción’ de los ejecutantes del poder literario”.

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El Mollete Literario

a Siempre, publica-ción especializada en cultura. Ade-más, formó parte de la redacción del suplemento de El Nacional, llamado Revista Mexicana de Cultura, así como del diario Unoma-suno y fue colabo-rador de Crónica de hoy, entre otros tan-tos medios de co-municación escrita. Su ininterrumpida labor periodística lo hizo merecedor en 1991 del Premio Nacional del Perio-dismo por Difusión de la Cultura.

Por otra par-te, desde que ini-ció su trayectoria como catedrático, en 1975, se enfocó en impartir leccio-nes de literatura a los estudiantes de periodismo de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, pues tenía claro, como testimoniara en su obra La incómo-da frontera entre el periodismo y la literatura, la necesidad que el nuevo periodismo “en-cabezado por figuras como Tom Wolfe y Hunter S. Thomson” se nutriera de fuentes literarias para lograr así una simbiosis que dotara de una estética los asuntos de la cotidianidad noticiosa. Su constante preocupación por preparar a las nuevas generaciones lo llevó a ser uno de los fundadores de la UAM, así como a animar a los jóvenes escritores a no tirar la toalla y continuar con el ar-duo sendero de la creación.

Al igual que José Revueltas, estuvo afiliado al Partido Comunista de Méxi-co. Aunque ciertas fuentes sostienen que vivió en carne propia el Mayo Francés (1968), ya que realizó en París estudios de postgrado en la Universidad de la Sorbona, la realidad es que no fue sino hasta 1970 que Avilés arribó a la capi-tal francesa al lado su esposa, Rosario Casco Montoya, quien lo animó a ir a estudiar a Europa. Durante sus tres años

de estadía en dicho centro de estudios el autor de Hacía el fin del mundo continúo enviando colaboraciones al Excélsior, diario en el participó hasta el final de sus días.

Prolífico, autor de alrededor de 30 títulos, su pluma cultivó una escritura más allá de la canónica narrativa fic-cional, además de cuentos y novelas, Avilés capturó sus hondos pensamientos en distintos libros ensayísticos, así como en incontables artículos perdidos en las numerosas publicaciones periódicas en las que participó. Entre sus obras funda-mentales se encuentran, además de los títulos mencionados líneas atrás, La can-tante desafinada, Fantasías de carrusel, Lejos del Edén: la Tierra, Réquiem por su suicida, El diccionario de los homenajes, De secuestros y uno que otro sabotaje, así como El Evangelio según René Avilés Fabila. Publicados todos ellos a lo largo de medio siglo en distin-tas editoriales nacionales y extranjeras.

Tal vez a la obra de René Avilés Fabila sea aplicable la sentencia que Carlos Díaz Dufoo Jr. hizo en contra del éxito literario, la cual aseguraba que “éste [el éxito] es el peor enemigo de la elegancia, cuya defensa natural es la im-

popularidad, y cuya esencia es el secreto de un ritmo que sólo a unos cuantos es dado advertir”. De esta forma se aclara-ría por qué la calidad escritural del aho-ra finado autor aquí expuesto no ha de medirse por la cantidad de lectores que tuvo su escritura.

Tras haber partido de este mundo, “el búho” deja dos libros inéditos, uno de cuentos y otro de corte ensayístico, según asegura su viuda; los cuales es previsible se publiquen de manera pós-tuma para que así se integren a su colec-ción de “hijos”, los cuales Avilés deseaba le sobrevivieran.

La labor de este incansable de la di-fusión literaria y cultural, de este hom-bre que entre las numerosas actividades que realizó se encuentran haber sido el primero en editar la obra de Francisco Zarco y fundar el Museo del Escritor, ha llegado a su fin. René Avilés Fabila murió haciendo lo que más disfrutaba hacer, escribir, ahora descansa en paz una de las figuras sin las cuales este me-dio, El Mollete Literario, no existiría. ¡Le echaremos de menos!

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El Mollete Literario

Por César Cañedo@chocorrols

[email protected]

Poetalado

Ya no puedo escapar de mi poesía.Ensayo en otras voces los colores ajenos,quiero acallar sonatas, purgarme endecasílabos y metros,ser un contemporáneo verso librey no puedo y me frustro.

Como si en la carrerade 400 metrosno tuviera con qué cerrar el pasoy me voy desganandoy mis pies no respondeny no puedo y me frustro.

Como si desde antesde terminar noviazgoya planeara el regreso a tanta soltería intencionadapero el dolor me partesin querer fornicar con nuevos hombresy no puedo y me frustro.

Cómo olvidar las ganas de entrar a su perfil y ser testigode tanta ajenidad en su sonrisade un ya lo superé muy encimadoante aquel no me olvides espaciosoy no puedo y me culpo.

Y vuelvo a la poesía y me lamentopor no poder pintar verdes ajenos,relaciones sin causa,

preciosismo de altura,lenguaje selectísimo y diversoy no puedo y me frustro.

La amistad que ha dañadoel más puro eslabón de la confianzay que ha estoqueado toda fe de mi feme ha carcomidola esperanza pasada en hombres nuevosy me encierro y me aparto.

Cómo disciplinarmeen mílitas lecturas marcha turca,organizar mi pluma y bibliotecay selectolectoria registrarlotodo: doce libros al mesveinte poemasun artículo serioy un ensayo poetoy en cambio mi energía se la roba la red weborldwaideanay me culpoy me culpo.

Como acallar las voces de tanto otro poeta, mis ancestras,que nutren con aplomo esta vozuelaNovo, Bohórquez, Jattín, otros tantosque no mencionaré por ser de calle, de sauna silvestre, de línea dorada, de campamento ocultoy encerrado.

Aplomo a ese silenciorugiente en hoja en blancoy no llega mi vozariela ¡canta ya! brujamarinay enmudezco y expiro.Ilustración:

Brenda OlveraTécnica Tinta

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El Mollete Literario

Y ahora, una breve experiencia

traumática de mi vida.

Anteriormente mi casa estaba infestada de moscas que placen-teras revoloteaban mientras realizaba mis actividades diarias: comer, dormir, bañarme, hacer ejercicio, tener sexo, et-cétera. Al principio era insoportable. In-tenté asesinarlas con matamoscas, con insecticidas y en el último de los casos con un fuego dirigido que estuvo a nada de incendiar mi sala. A la postre apren-dí a vivir con ellas, y aunque detestable era su presencia y el maldito ruido que generaban, dejé de prestarles atención.

Las repudiaba, pero tenía que com-partir el espacio con ellas. Había fra-casado en mi intento por eliminarlas, razón por la que ahora dormían en mi cama y devoraban mi comida. Mereci-do me lo tenía, decía mi familia.

Una noche dejé abierta la venta-na, primero para recibir un poco de aire fresco que desplazara el hedor de suciedad que dejaban las moscas ahí donde se posaban y segundo, para ver si se les ocurría mudarse a otro lugar más amigable.

Al despertar, noté que la cantidad de moscas había disminuido considerable-mente. En cambio, había dos grandes telarañas posadas a los costados de mi ventana y en ellas los cadáveres de dece-

Invasores

nas de moscas, todos ellos putrefactos y devorados hasta el hartazgo.

La escena me causó temor al prin-cipio, pero considerando la cantidad de moscas que rondaban por mi casa, un par de telarañas nos vendrían bien a todos. El problema fue cuando las te-larañas se multiplicaron y ahora se en-contraban no sólo en la ventana, sino en la cocina, en el baño, a un costado de mi cama, todas repletas de cuerpos descompuestos de desaladas moscas.

En poco tiempo los insectos volado-res dejaron de apropiarse de mi estan-cia; algunas moscas huyeron, otras deci-dieron resistir hasta el último momento, pero el final fue el mismo: la terrible telaraña y minutos y minutos de agonía antes de que la araña se decidiera a aca-bar con su existencia.

Nos sentíamos felices de que al fin pudiéramos reposar, comer a gusto, des-cansar tranquilos, sin un zumbido atro-nador golpeando nuestros oídos.

Luego de algunos días las arañas co-menzaron a apropiarse de los espacios habituales de la casa. La ropa estaba lle-na de telarañas, de las paredes brotaban diminutas arañitas que causaban temor a los niños. Dormir era una pesadilla con los arácnidos paseándose a gusto en la cama, sobre nuestros rostros, sobre nuestros cuerpos, algunas veces picando y otras veces posando huevecillos.

La cura a nuestro problema se ha-

bía convertido en uno igual de grave. Nuevamente habíamos sido invadidos. Mi familia me recriminó haber dejado la ventana abierta, darle paso libre a las arañas y a su destructiva presencia.

Nuevamente intentamos deshacer-nos de ellas, pero a diferencia de con las moscas, las arañas resistían los embates sin problema y debido a su capacidad para desplazarse, les era muy fácil es-conderse durante periodos cortos, re-producirse y aumentar su presencia.

Una noche, agotado de buscar los medios para acabar con ellas, abrí la ventana para vomitar debido a la náu-sea que provocaba verlas caminar tran-quilamente y en grupo por encima del televisor. Me desvanecí y caí en letargo durante largas horas. Al despertar, un reptil semejante a un sapo trepaba las cortinas de la ventana, devorando con gusto las arañas que intentaban, sin lo-grarlo, detener su paso. Había llegado quien, en definitiva, nos salvaría de la invasión. Mi familia dio el beneficio de la duda y decidí alojarlo como nuestro nuevo guardián.

Dicen que en otras casas ocurre exactamente lo mismo, aunque en lugar de moscas son personas vestidas de traje y en lugar de arañas son civiles vestidos de verde. A los reptiles les dicen empre-sarios, pero no entiendo por qué.

Ilustración: Brenda OlveraTécnica Tinta

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El Mollete Literario

Escribir novela negra

Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

Estas tres palabras con-tenidas en el título del libro desvelan su in-

terior. Se dan consejos sobre la escritura de la novela en general y sobre la novela ne-gra, en particular. Se analizan varias novelas para mostrar to-dos los recursos que ayudarán al futuro novelista. El autor del mismo es el fecundo es-critor británico H.R.F. Keat-ing (1926-2011). Es quien, tras crear un gran número de clási-cas novelas de detectives, pub-licó varios ensayos relaciona-dos. Además fue presidente de la Crime Writers Association entre 1970 y 1971 y presidente del Detection Club entre 1985 y 2000.

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El Mollete Literario

Keating insiste en que una nove-la negra tiene como finalidad el entretenimiento y como

tema principal el asesinato en todas sus variantes. Es además una ficción que antepone siempre el lector al escritor; hay un pacto invisible con él, un pacto con el que se trata de no engañarle, de jugar limpio. En ese pacto está el que dentro de los posibles sospechosos se esconda el asesino. Este tipo de novelas resultan atrayentes porque tanto el cri-men como el mal existen. El mal es lo que más fascina al ser humano, se ma-nifiesta en nuestra propia naturaleza o surge en las relaciones entre los seres humanos.

Nunca hay que olvidar que la novela negra es ante todo una historia. Por esto convendría encontrar un argumento que surja de algo sobre lo que realmente se quisiera escribir: un tipo determinado de persona, una situación conocida… Resalta que una buena novela detecti-vesca surgirá cuando el rompecabezas se solucione y a su vez revele lo que la novela debía comunicar.

Desde que la historia detectivesca alcanzó su cénit entre 1920 y 1940, se han ido introduciendo continuos cam-bios y tendencias. Se intenta clasificar, puntualizar los distintos tipos pero si la distinción teórica es clara, en la práctica la línea divisoria se encuentra muchas veces borrosa. Aún así se mencionan al-gunas variantes.

Surgió la llamada “historia inverti-da” que comienza cuando al asesino se le ve cometiendo el crimen y, al final, es descubierto pese a la aparente perfec-ción de su método. Luego el howdunit o cómo-lo-hizo, donde se sabe quién es e interesa demostrar cómo ha podido co-meter semejante crimen. El whydunit, por-qué-lo-hizo, donde importa por qué esa persona es capaz de llevar a cabo el asesinato.

Más adelante y en oposición a la pri-migenia historia detectivesca apareció la novela detectivesca, que es la que tiene un tema, la que trata de algo. Cuanto más interesante sea el asesinado, mejor puede ser el libro; la víctima debería ejemplificar, de algún modo, el tema principal. “Personalmente, con esta de-nominación, me refiero a una obra en

la que el factor rompecabezas se reduce, los personajes son mucho más vívidos y reales que los que se necesitaban para la historia detectivesca y sus característi-cas y comportamientos son tratados con mucho más peso. Después aparecerá la novela criminal, es decir, la novela de-tectivesca desarrollada que otorga toda-vía un mayor énfasis a los personajes, y, sobre todo, y especialmente, a su medio, a todo aquello que los rodea. Pese a se-guir manteniendo el crimen como uno de sus elementos esenciales y estando también concebidas como entreteni-miento, este tipo de novelas no conside-rarán el elemento rompecabezas como un factor principal.

Es más fácil reconocerla que de-finirla. Se trata de la novela de sus-pense. Aunque se asemeja bastante al thriller, éste está pensado para estre-mecer; frente a aquella donde predo-mina la noción de suspense a lo largo de toda la novela. Las novelas de Patri-cia Highsmith contienen un estilo di-ferente de suspense, puesto que toma casos extremos. Ella misma reconoce que lo que enciende su imaginación es

siempre toda esa gente que es capaz de traspasar los límites. Y es que ella ha elogiado a los criminales, a quienes considera “gente activa, de espíritu li-bre y que no se arrodilla ante nadie”.

Existe también la novela de fondo histórico. Aquí tendrán relación el lu-gar, la comunidad o el modo de vida particular donde se va a producir un determinado crimen. El autor de este libro tuvo dificultad a la hora de ven-der sus primeras novelas criminales a las editoriales puesto que las calificaban de “demasiado británicas”. Por eso, alejó la historia de su entorno, la alejó tanto que decidió situarla en la India, a pesar de que él nunca había estado allí. “La India es un lugar en el que las cosas no lle-gan a ser nunca perfectas. No poder ser perfecto junto con intentar ser lo más perfecto posible era uno de los grandes problemas del ser humano que también encendía mi imaginación”. Así apareció en 1964 The Perfect Murder, su primer li-bro publicado en América y con el que logró entrar a ese mercado.

Si se echa la vista atrás, hay que mencionar a Edgar Allan Poe, quien fue

“Nunca hay que olvidar que la novela negra es ante todo una his-toria. Por esto convendría encon-trar un argumento que surja de algo sobre lo que realmente se quisiera escribir: un tipo determinado de persona, una situación conocida… Resalta que una buena novela de-tectivesca surgirá cuando el rompe-cabezas se solucione y a su vez revele lo que la novela debía comunicar”.

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El Mollete Literario

de que sería mucho más difícil ver a tra-vés de unas lentes juveniles que a través de unas de origen belga.

Hay que dedicarle tiempo al perso-naje principal, que sea diferente a los demás, por eso viene bien caracterizarlo con un rasgo marcado y definitorio. In-cluso la primera vez que se describa, ese rasgo se puede exagerar para que quede su imagen fija en la mente del lector; así más adelante bastará con mencionarlo. Éste es un pequeño truco que Keating aprendió leyendo un voluminoso estu-dio sobre el gran Joseph Conrad.

El gran éxito de la compleja historia

criminal acabó produciendo en Califor-nia las potentes historias del investiga-dor privado, el héroe desde cuyos ojos vemos la historia. Este personaje es una persona de acción, investiga personal-mente. En realidad, es una vuelta a los caballeros andantes, de ahí que Chand-ler coja el nombre de Malory por el au-tor de La muerte de Arturo o Robert Parker llame a su héroe Spenser por el poeta de The Fairy Queen. Estas historias según, uno de sus mayores exponentes, Ray-mond Chandler “devolvieron de nuevo el asesinato a esa clase de gente que lo comete por alguna razón y no sólo para tener un cadáver”. El germen de este tipo de relatos está en las revistas baratas americanas de los años veinte o trein-ta (pulps). Posteriormente hay que decir que el género cruzó con éxito el Atlán-

“En cualquier historia nov-elesca aparecerán dos elemen-tos imprescindibles: por un lado, la trama, esto es, el ases-inato y cómo ocurrió y, por otro, la historia, lo que tiene lugar de una forma concat-enada. A la hora de contarla, entra en escena la forma”.

el iniciador de todo el género detectives-co. Con sus historias aportó muchas de las características esenciales del género. Creó la figura del ayudante (de Watson por ejemplo de Sherlock Holmes), que en realidad no es algo imprescindible. Pero sí que lo son muchos otros elemen-tos como los que menciona P.D. James al describir la historia detectivesca como un relato en el que siempre hay una misteriosa muerte; también un círculo cerrado de sospechosos, quienes deben tener una razón creíble para cometer el asesinato y un detective que será el personaje central que resolverá el miste-rio mediante una lógica deductiva.

En cuanto al detec-tive, la figura del de-tective se ha convertido en el gran detective gra-cias a personajes como Miss Marple de Agatha Christie, Auguste Dupin de Poe, Sherlock Hol-mes creado por Conan Doyle… Todos ellos se caracterizan por ser in-vestigadores dotados de poderes que van más allá de los de cualquier otro mortal. Intentan conocer hasta el más mí-nimo detalle de la vida de los sospechosos, se in-troducen en la mente de otras personas, unen lo intuitivo con lo racional… No se pueden dejar de lado estos monstruos a la hora de inventar esta figura y sobre todo es bueno tener presente que deberá ser él quien lo ave-rigüe todo. El autor opina que el detecti-ve que se vaya a crear puede ser como su inspector Gothe, quien, aparentemente, está muy lejos de ser un héroe, pero cuya actuación sí que resulta creíble, que es lo que debe importar. Añade que se debe tener mucho cuidado si se elige al tipo que no se parece en nada a uno mismo, porque costará reflejar sus intuiciones y pensamientos con naturalidad. Ágatha Christie en su Autobiografía cuenta cómo cuando estaba creando a Poirot, jugó con la idea de hacer de su detective casi un colegial. Lo veía atractivo, novedoso y pícaro. Pero astutamente se dio cuenta

tico pese a ser americano en su origen.Las pistas forman parte del juego

que mantienen escritor y lector. Do-rothy L. Sayers afirmó que cualquier tonto puede mentir, pero que el escritor de novelas detectivescas inteligente sa-brá contar la verdad de tal manera que sean los mismos lectores quienes aca-ben engañándose a sí mismos. Según Keating la mejor manera de engañar a los lectores es poniéndoles delante la pista que les va a llevar a la solución, parecerá que esa pista está para todo excepto para que la vean. Mejor si la pista está frente al lector, expuesta de

un modo arriesgado y audaz, desafiándolo a descubrirla. Y en es-tos casos, sobre todo, es cuando hay que cercio-rarse de que un detalle nos puede dar mucho juego: el carácter del personaje. Puede reflejar el tema del libro, puede ser un elemento que ade-lante la acción de la his-toria… y sería fantástico si pudiera hacer todo esto a la vez.

En cualquier historia novelesca aparecerán dos elementos impres-cindibles: por un lado, la trama, esto es, el asesina-to y cómo ocurrió y, por

otro, la historia, lo que tiene lugar de una forma concatenada. A la hora de contarla, entra en escena la forma. En este tipo de novelas la forma debe ser concreta y determinada. Se parte del asesinato, se va ampliando con la apa-rición de varios sospechosos y casi en el último momento se comprime y acaba de nuevo en el tema central, es decir, el asesinato. Este es un esquema prin-cipal que puede ampliarse añadiendo otro asesinato hacia el final. Un gran secreto de Keating es: “…si escribes, piensa a quién le estás hablando, y después cuéntale lo que quiere oír”.

En el momento de crear el asesinato, es necesario escribirlo paso a paso. Esto ayudará a la credibilidad de la obra, aunque se sepa que nunca aparecerá en

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El Mollete LiterarioPublicado con autorización del autor

la novela, puesto que el asesinato es lo que queda oculto y nunca se cuenta.

Por lo que respecta a los sospecho-sos, Keating hace hincapié en que el número de ellos no debiera ser muy alto. Cuatro sería una cifra de sospe-chosos suficiente. Y es que siempre hay que hacerle caso a Graham Greene: “Una historia no tiene espacio más que para un número limitado de personajes inventados”.

Una novela es acción y más este tipo de novelas. La acción son aconte-cimientos. Y la clave para escribir es-cenas de acción es limitar al máximo las descripciones. Sorprendentemente una sencilla descripción puede atrapar al lector, para esto hay que procurar exponer los hechos de forma detalla-da, de modo creíble. Graham Greene dijo en uno de sus libros autobiográ-ficos que “la emoción es algo sencillo. Debería ser descrita sin rodeos, sin envoltorios metafóricos, ya que éstos son reflejos de pensamientos que pasan por la mente de quien escribe. Pero la acción es cuando no hay tiempo para reflexionar”.

Los diálogos y la narración serán activos, vivaces, porque el detective privado siempre se está moviendo a la caza de la pista. Los interrogatorios no deben ser grises ni aburridos. De re-pente el interrogado debería decir algo inesperado, o callarse o mentir para así conservar viva la curiosidad del lector.

No se cansa de repetir el autor de este libro que hay que mantener al lec-tor con nosotros, mantenerlo expectante y esto es una cuestión de ritmo. Y com-para el ritmo a la conducción: “Igual que en un coche, existe una velocidad adecuada para cada tramo del camino, y no se puede ir demasiado rápido en sucesos importantes ni tampoco perder demasiado tiempo describiendo algo trivial”.

Ya se sabe que iniciar una novela no es algo baladí, y finalizarla menos. En este tipo de novelas muchos se precipi-tan y Keating confiesa que su mujer (la actriz Sheila Mitchel) se lo ha echado en cara tras leer varias de las suyas. Para que el lector acabe la historia a gusto, hay que redondear la obra de manera que pueda notar el final no sólo visual-

mente sino de un modo mucho más sen-tido y profundo. Insiste: “Deberíamos tratar de conseguir un efecto similar al de las últimas notas de una sinfonía; oyéndolas, aquel que las escucha sabe que ha llegado el final, que el trabajo está acabado”.

A la hora de ponerse a escribir, da el consejo de todos los demás autores, “escribe”. Y otro consejo también co-nocido por todos: es necesario tener en cuenta a los grandes novelistas del pasa-do, esos cuyas obras demuestran inten-sidad aún hoy. Opina que esa intensidad reside en las palabras. “Tenían el don de saber utilizar la palabra exacta, y no otra. Y esa aspiración es la que todos deberíamos tener en mente. Cada vez que usamos una palabra que no es la co-rrecta generalmente no nos molestamos en eliminarla de esa vívida descripción que podemos haber escrito. Y hacerlo de forma repetida puede acabar ofus-cando nuestra historia”. Reconoce que no es fácil conseguir esa palabra justa, pero para que nadie desista alude a que el mismo Simenon tenía que cambiarse de camisa tras una hora ante su máqui-

na de escribir debido al sudor que gene-raba su esfuerzo.

Keating también reconoce que de Graham Greene aprendió a llevarse a la cama lo escrito ese día para leerlo. Así el subconsciente se prepara para el traba-jo del día siguiente, aunque no está de más releer las últimas páginas antes de empezar.

Asimismo no olvida lo que el no-velista indio R. K. Narayan pronun-ció en un programa de televisión. Dijo que cada vez dedicaba más tiempo a la corrección y revisión del texto “para poder hacer que valga la pena que se imprima”. Por esto, Keating afirma que al final, una vez escrita la novela, “hay que intentar acallar al creador para dejar salir al crítico”. Porque está convencido de que “es en los pequeños detalles donde radica la diferencia en-tre un libro que está bien y un libro que el lector no olvidará, o quizá entre un libro que rechace un editor y uno que esté deseando publicar”.

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pero no vengo a hablar de mí sino de rené avilés fabila en uno más de sus tantos homenajes, y hablo porque yo lo conocí primero a través de la lectura de sus libros, cuentos y novelas, que disfruté cuando trabajaba en el heraldo de méxico como redactor de boletines para convertirlos en notas más o menos publicables pero sin dejar de reconocer que era, en aquellos comienzos de los setenta, un nivel bastante bajo del periodismo nacional que se había vestido de gloria en el reinado priísta de entonces, que entonces sí era reinado y no como ahora, porque era más o menos mil novecientos setenta y dos y el país entraba con euforia a la monarquía sexenal de Echeverría, y en la redacción estaba también mily, a quien conocí entonces, y ella aprovechaba los tiempos muertos entre boletín y boletín para leer cuentos, novelas y poesía y ahí me aferré a una parte de mi vocación con las letras, la literatura pegada al periodismo, aunque había leído pocos libros, poquísimos, casi ninguno, pero me había prometido con mi amigo fabiolo, de la prepa

a mily

en Oaxaca, que yo sería algún día un escritor consumado, por eso me encantó esa relación porque mily me recomendaba libros y yo los leía con avidez, y ahí descubrí, por ejemplo, al boom latinoamericano, primero a garcía márquez, luego a vargas llosa y finalmente a cortázar, luego me desencantó el colombiano, el argentino se desvió ya de grande hacia la literatura política y me quedé al final con el vargas llosa que llegué a criticar, háganme ustedes el favor, por sus textos conservadores y, dios me libre ahora, su ruptura con cuba;

pero se es otro cantar ahí comencé, pues, mi relación con la literatura; y les pido me perdonen porque aquí venimos a hablar de rené avilés fabila pero no coman ansias, pronto llegaré a ese punto, porque antes me encontré con la literatura mexicana en general, a carlos fuentes que me gustaba antes y hoy ya no y a otros, hasta que en una librería compré un libro

que me metió de lleno a la literatura del tal avilés y amigos que entonces lo acompañaban, un librito de portada café titulado de los tres ninguno y que recopilaba cuentos e historias de rené, josé agustín y gerardo de la torre, y ahí me quedé plantado en aquellos años de mil novecientos setenta y dos y mil novecientos setenta y tres y no los volví a soltar, abrumado por su estilo y su temática, los he venido siguiendo ahora con mayor sentido crítico pero siempre con esa fidelidad de aquel entonces tan lejano año de nuestro descontento; y fue entonces, por cierto, una lectura más o menos a fondo porque casi todos los libros de los tres, más el gustavo sainz que se agregó años después, pasaron la prueba de los muchos cambios de casa y ahí están, ahí está, como la puerta de alcalá, el de los tres ninguno como puerta de entrada, aunque no sé si tenga algún valor pero varios de esos libros los tengo a la fecha en su primera edición y no los vendo, y algunos de ellos con anotaciones al margen, al principio y al final, algunos con tinta roja y otros con tinta

de cómo vino rené y cómo aún no se ha idoantihomenaje

Por Carlos Ramírez

yo tenía entre trece y diecinueve años y no permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida, escribí escribiendo a paul nizan en un libro que me recomendó mucho tiempo después david huerta, bueno, tampoco era de lo peor, yo vivía en oaxaca y oaxaca era entonces una aldea de muchas casuchas distribuidas alrededor del zócalo de la ciudad, mi casa estaba a cuatro cuadras del zócalo y, sorpréndanse, no tenía pavimento;

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sepia, frases a veces contundentes que quisieron indagar entonces algo que yo decía con voz de profeta desempleado al que nadie pelaba e n t o n c e s obvio, ¿no? pero que debía tener pues voz de profeta diciendo que esos muchachos iban a llegar más alto, aunque cuando publicaron sus primera obras yo tenía menos años que los de nizan y de todos modos no era feliz pero tampoco sufría demasiado, porque ellos publicaron sus primeras obras de mil novecientos sesenta y cuatro a mil novecientos sesenta y nueve yo los descubrí en mil novecientos setenta y dos, y me acuerdo que luego del libro de los tres me sacó de onda la tumba de agustín, releí dos veces gazapo, me encantó ensayo general de gerardo y a avilés fabila lo descubrí como novelista años después de todo, y no puedo explicar por qué entonces no lo busqué como a los demás; porque a avilés fabila realmente lo pulsé a fondo en mil novecientos setenta y cinco, cuando yo había dejado el heraldo de mexico y yo estaba trabajando en el periódico el día de enrique ramírez y ramírez, sin parentesco alguno, porque yo quería entrarle de lleno al periodismo político y en el heraldo me daban mucho espacio pero estaba de hueva cubriendo primero policía, luego las fuentes de salud y terminé, por el milagro de purgas relacionadas con la fundación frustrada de un sindicato, en la fuente de la presidencia de la república escribiendo crónicas echeverristas, y por eso me pasé a el día donde se hacía un periodismo más político, y era cierto porque ahí me relacioné con muchos asilados latinoamericanos de izquierda, y a través de ellos varié un poco el rumbo de mis lecturas y ahí me encontré, en los libros, obviamente, y no en la redacción, a andré malraux, primero con sus antimemorias y luego con toda su obra, sobre todo los conquistadores y la condición humana, y me puse a experimentar la literatura política de deveras pero no pude, y mejor volví a mis lecturas y en alguna conversación en la redacción de el día hablé de mis lecturas de la onda y mencioné a avilés fabila y fue como mentar la soga en casa del ahorcado pero bien ahorcado porque resulta, y déjenme contarles, que en el día avilés fabila tenía tache, pero tache de a deveras, porque decían en los pasillos que ramírez y ramírez le había comprado varios ejemplares a rené cuando promovía su novela antes de terminarla y luego en el libro le daba en toda la madre, y don enrique, como alarcón en el heraldo le llamábamos don ga, por aquello de el padrino, era de muchos resentimientos y decía que rené lo había traicionado porque lo presentaba en el libro como un político trapecista que había salido del partido comunista y se había pasado al pri por obra y gracia, y algo de dinero, de lópez mateos para fundar un periódico de izquierda y para crear en el pri un

espacio de izquierda, válgame dios, pero así eran las cosas entonces, y por eso don enrique estaba que echaba chispas contra rené porque ese libro, la primera novela que publicó, se llamaba los juegos y este año de dos mil siete cumple los cuarenta años de edad, estas son las mañanitas, ni madres, así no es pero de todos modos cuarenta años son muchos y la novela ahí está todavía, disfrutable porque todos los protagonistas siguen vivos, bueno algunos algo tarados ya pero cuando menos respirando, y el ambiente es el mismo, el de las mafias y los clanes; y así fue como entré en contacto literario con rené y de ahí me seguí de frente, aunque debo de confesar que me gustaron más las novelas y los cuentos, y nunca quedé satisfecho con las viñetas o la línea fantástica, porque yo le exigía como lector literatura de la realidad, no las ficciones en el vacío, y de entre todas me quedé para siempre con tantadel, para mi gusto la mejor de sus novelas porque capta con precisión y profundidad qué serio me puse los tres espacios de la creación, a saber, dos puntos y seguido, el ambiente, el lenguaje y los personajes, y me enamoré de tantadel, aunque cada vez que quiero hablar de ella con rené me manda por un tubo, no sé qué resentimientos tiene contra ella o contra la novela, pero me importa poco porque he comenzado a escribir una novela que se va a llamar la prima de tantadel y les juró que sí existió y que será una novela que va a dar qué decir aunque sea que le digan que no sirve pero será un homenaje a tantadel y a su época y ciertamente un reconocimiento a la capacidad literaria de rené, aunque a él le gusta hablar más de el gran solitario de palacio, que fue la novela de dictadores que le ganó en tiempo, espacio y temática a garcía márquez, alejo carpentier y augusto roa bastos y después vargas llosa y su chivo en cristalería, una novela, la de rené, completa, circular e irrepetible; y luego vinieron los cuentos y novelas cuya lista la pueden ustedes consultar en el diccionario bibliográfico de escritores de méxico de la unam, porque aquí sólo vengo a hablar de las obras que me gustan de rené y de la vida en méxico en el periodo presidencial de avilés fabila y su gabinete formado por el triunvirato de agustín, de la torre y sainz, aunque cada uno marchó por su lado y en aquellos años nizanianos los tres eran cuatro y se movían en manada en medio de la selva de asfalto qué mamón me oí de la república de las letras, todos ellos presentados por sí mismos en la autobiografía de jóvenes autores que promovieron emmanuel carballo y empresas editoriales, y en donde se publicaron los textos de agustín y sainz y no sé por qué avilés y de la torre no, quizá porque ya se sentían viejos, aunque avilés escribió mucho después una larga autobiografía en tres partes memorias de un comunista (manuscrito

encontrado en perisur), recordanzas y nuevas recordanzas, libros que, en efecto, aparecieron tarde, cuando las autobiografías carecen de frescura y casi siempre pontifican, aunque rené no ha perdido su sentido del humor, pero me hubiera gustado haber leído su autobiografía entonces, sobre todo su paso por el partido comunista, su amistad con revueltas y su encuentro con agustín y de la torre, aquéllos años en los que tenía poco más de veinte años y nizan no podría decir que habían sido los años más hermosos de su vida; porque rené comenzó a publicar ya grande, bueno es un decir, casi a los treinta años, por ejemplo, de los tres ninguno salió en 1974 y él los otros dos ya estaban creciditos y rené tenía treinta y cuatro y agustín treinta y Gerardo era el más viejo con treinta y seis años y para esa edad ya sabían escribir mejor, mucho mejor, porque cuando Truman capote publicó otras voces, otros ámbitos, dijeron en las primeras críticas que la novela no estaba mal y que destacaban sobre todo que el autor, tan joven como sus veintitrés años, sabía escribir, y capote luego los fustigo con el látigo de dios en su texto de presentación de música para camaleones diciendo que cómo diablos no sabría escribir si desde la adolescencia escribía todos los días con disciplina, como el vargas llosa de las ocho horas diarias de escritura para soltar el brazo y calentar la máquina antes de entrarle formalmente a la escritura de sus textos publicables para que aprendan pero en el fondo quiero hablar de los contextos, porque los estilos literarios ahí están, englobados formalmente en lo que se llamó literatura de la onda, pero no por formalidad literaria sino por hueva y a veces por fastidiar al prójimo porque si se revisan los dos libros antológicos que lanzaron a los jóvenes ahí no hay una caracterización formal, los dos presentados por margo glantz, el primero, narrativa joven de méxico, en mil novecientos sesenta y nueve, y el segundo, onda y literatura en México: jóvenes de 20 a 33, de mil novecientos setenta y uno, y en ambos destacando dos cosas, primero, que no hubo realmente una generación de la onda, si acaso, hubo una generación de jóvenes que irrumpió con temas diversos, entre ellos el del ambiente de los jóvenes, y segundo, que hubo por ahí una temática que quiso rescatar el ambiente de ruptura del sesenta y ocho, sobre todo en algunas páginas de gerardo de la torre sobre el ambiente obrero, al fin de cuentas que él había sido obrero en el sindicato petrolero; ¡un hijo de fidel velásquez! y que los únicos que realmente crearon un estilo de la onda fueron agustín y sainz y que sus obras resultaron tan fuertes que confundieron a los analistas huevones que ahora hablan de la literatura de la onda lo que en realidad fue literatura de jóvenes, porque ahí estaban la seriedad de juan tovar, aguilar mora, manuel

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echeverría, carlos montemayor, josé emilio pacheco, y algunos otros que nada tenían que ver con la onda y, eso sí, con suficiente calidad literaria en lo que llamaríamos la literatura formal pero escrita por jóvenes, y al final contribuyó el libro de los tres ninguno para dejar una lectura más o menos homogénea de los tres, más sainz después, de un grupo de escritores con fuerza suficiente para romper la tradición literaria del respeto a los mayores, y a ello contribuyó, sin duda, rené, con los juegos, esa parodia del mundo intelectual dominado por los mandarines sartreanos de la cultura y que fue leída como una severa crítica contra el esnobismo intelectual y sobre todo contra el jefe de la mafia de entonces, carlos fuentes, y su escudero monsiváis; y esa literatura, más que de la onda, debió haber sido asumida como de ruptura, en donde se mezclaban la juventud de sus autores, la temática de la adolescencia, el desmoronamiento del mundo feliz del priísmo el no sabíamos de compadre lobo atacado fieramente no desde la izquierda sino desde la literatura, el lenguaje rupturista que copiaba el caló de la clase media dominante, el manejo arbitrario de las estructuras narrativas convencionales, yendo aún más allá de joyce y mostrando una lectura libre de shandy, todo ello con perfiles del ambiente político y social de entonces, porque la tumba puede leerse como el aviso de lo que ocurría en el sesenta y ocho, la depresión juvenil algo sartreana, y no sé si ya se sabía pero en la novela de agustín huelo mucho a sartre, al mandarín de la rivera izquierda del sena, y en los juegos leí una bofetada a la burguesía intelectual de quienes se decían revolucionarios, el tal fuentes, y escribían a favor de cuba y de la revolución cubana y adoraban a fidel castro y se codeaban con el socialismo, pero a la hora de la verdad no eran más que unos cochinos burgueses priístas ajenos a la realidad de la clase obrera, y eso lo sabía rené por su militancia entonces en el partido comunista mexicano y sus lecturas de marx y su troskismo muy al estilo del kundera de hoy, y todo eso lo volcaba en sus textos, mientras los demás se burlaban del mundo sin encontrar un espacio a gusto; ¿y parménides? y los lectores éramos también jóvenes entonces, como nizan, pero nizan murió joven y ya no le dio tiempo revisar sus posturas de la juventud, y nosotros aquí estamos viendo hacia atrás, cuando éramos felices e indocumentados, cuando el mundo nos pelaba los dientes y todos queríamos hacer la revolución socialista porque parecía la moda de entonces o porque era la fuga a la izquierda del mundo priísta que nos agobiaba, porque entonces, diría después luis javier garrido, todos éramos priístas hasta demostrar lo contrario, y porque el sesenta y ocho no influyó por aquellos días a los autores pero de alguna manera se colaba el ambiente de

depresión política en los ambientes o en el repudio al stablishment, comenzando por el ambiente familiar, pero en el caso de rené había una especie de sendero previsible mezclando la literatura de escenarios políticos con la fantástica como una forma de crítica de la realidad y también su línea clasemediera, humor, crítica y rebeldía, todo mezclado en una capacidad creativa impresionante por su número y diversidad, y ahora que lo pienso veo hacia atrás líneas literarias diferentes, rené con sentido de crítica al sistema, agustín con la temática de una clase media en descomposición y a punto de reventar hacia dentro y de la torre con el ambiente obrero visto desde una literatura de un autor con formación marxista aunque sin la militancia de rené, tres realidades distintas sin ningún dios verdadero, pero a la vez aprehensibles en una posible misma lectura; y aquí estamos, a más de cuarenta años de la primera obra de esa generación, la tumba, publicada en mil novecientos sesenta y cuatro, cuando el reinado priísta cambiaba de presidente, de uno que se dijo de extrema izquierda dentro de la constitución pero resultó de la peor derecha represiva, al arribo del personaje sublime del sesenta y ocho, el gustavito de lópez mateos, el díaz ordaz que canalizó su odio a sí mismo en represión sistémica, ó r a l e … el chango de la política que destruyó la estabilidad para fortalecer su poder, no el poder, sino el poder, en ese sesenta y cuatro de nuestro descontento comenzó esa generación de jóvenes que sigue hoy dando lata y que en su momento fijó una ruptura generacional y creativa, y cuyas obras se siguen leyendo con deleite por su frescura, aunque la clase media de ayer ya no exista hoy y todos están jodidos, sumidos en sus crisis, ajenos al país de hace cuarenta años cuyo colapso social fue retratado, sin duda, con mayor precisión por parménides garcía saldaña, el más reventado de todos, el que asumió sin pudor el escenario de la onda en su ensayo por la ruta de la onda, que se definió a sí mismo como producto de la literatura de la onda que los demás rechazaron, que murió antes de tiempo, ya cuarentón, viviendo su mundo particular y aparte con un consumo casi religioso de la droga, pero que dejó dos obras maestras: su novela pasto verde con referencias a lo que ustedes ya saben, y el cuento el rey criollo un homenaje igualmente criollo al rey del rock, al dios de la música rockera, textos que comenzaban poniendo juego y luego se dejaban ir como en un viaje de aquéllos que ustedes también ya saben; y por eso nos encontramos aquí, para revisar la obra de rené y para exigirle que ya deje de huevonear y que regrese a la literatura de desafío, de las bofetadas al por mayor, que el ambiente literario de hoy está de dar pena, que hacen falta, diría stendhal, ¿cómo la ven?

novelas y cuentos que suenen como pistoletazos en un teatro, en el teatro de nuestros conformismos, que la generación nacida en el decenio treinta y ocho-cuarenta y ocho se nota hoy muy complaciente, que creo que nadie como ellos podría darnos la gran novela del colapso del sistema, ellos que vivieron la crisis, que dónde está la literatura de la alternancia partidista, cristóbal nonato fue de hueva la novela del foxismo, el cuento del plantón, la gran obra maestra de la crisis económica, la historia literaria del asesinato de colosio, por qué no le han entrado al desafío de escribir la novela del salinismo, dónde están nuestros escritores de la realidad, el méxico lopezobradorista los espera, si alguien los ve díganle que los extrañamos, porque lo peor de la crisis de méxico es la miseria de su literatura, y leo obras de escritores de aquella generación y los noto cansados, olvidándose a sí mismos, sin la frescura de la pasión rupturista de sus tiempos jóvenes, en muchos hasta su lenguaje se percibe convencional, por eso creo que seguimos anclados en el pasado; pero ese pasado se nos convierte en presente y ahí es donde percibo todavía el desafío de rené y su pasión por seguir escribiendo con la misma fiereza que antes, pero, y va de crítica, me gusta más cuando platica la realidad o cuando escribe su entorno en textos periodísticos, como que es necesario desperezarse, porque sería de buena onda que los escritores maduros, hoy en la tercera edad de sus posibilidades viejos, los cerros pueden ser nuevamente los jóvenes que sacudan la modorra a los jóvenes de hoy que escriben como viejos aspirantes a nuevos mandarines de clanes, y que despabilen la literatura como antes lo hicieron, sobre todo cuando algunos conservan el ánimo, el estilo y las ganas, pero parece que quieren ser hoy los doctos que en los sesenta representaban los viejos de entonces, a los que ellos criticaban sin piedad, como si el mundo fuera circular y se cumpliera la maldición de que como me ves te verás, total, que nada pierden con regresar a sus orígenes y convertir su literatura en cargas de profundidad para golpear debajo de la línea de flotación de la república literaria de hoy que refleja en su seno, como corresponde, la crisis de la república priísta en proceso de desmoronamiento, y a ellos los veo muy campantes, ajenos a esa realidad, a pesar de que pueden contribuir, maoísmo puro, a acelerar las contradicciones, y que esperamos los juegos ii y el gran payaso de palacio o cosas por el estilo, porque existe la garantía de que rené sigue vigente en su rebeldía contra el mundo y el stablishment y por tanto su capacidad creadora aún tiene para dar de sí, sólo es cuestión que se decida a escribir la gran novela de la realidad transmilenaria y el cuento de la segunda ruptura generacional, total, que tanto es tantito…

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El llano en llamas:Por Paul Martí[email protected]

@sparringloto

De la circunstancia al destino

Toda literatura es por principio una exageración, el escritor el-eva y expone lo que desea contar para mostrar exclusivamente aquellos detalles que desea resaltar, si la operación se hace con

maestría, la obra sin embargo no dejará de mostrar una realidad pro-funda. Rulfo cumple cabalmente con estas dos características. Los re-latos de El llano en llamas muestran una realidad cruda en extremo, en la cual nos narra de manera descarnada las vidas de aquellos que habitan este universo y a la vez, nos sigue hablando de la capacidad que el ser humano tiene de naturalizar los actos más crueles, llegando a aceptarlos como si fuesen parte constitutiva de su ser.

“Estoy sentado junto a la alcantarilla esperando a que salgan las ranas”J. Rulfo

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El llano en llamas es quizás la co-lección de cuentos más amplia-mente conocida de la literatura

mexicana. Diez y siete relatos que dan cuenta de un universo que no ha deja-do de manar sentido desde el día de su aparición. En ellos Rulfo dictamina la tragedia del México posrevolucionario, un pueblo que tras la derrota social de la Revolución sólo atina a la desesperanza. Un tiempo pasado y por pasado en el olvido, o cuando menos, bien embalsa-mado con el paso de los años.

Anclada en la miseria, la vida del hombre rulfiano se convierte en un callejón desde el cual sólo hay una posi-ble salida: la rebeldía. Los personajes de Rulfo son seres que se rebelan contra la vida, seres de muerte. El único personaje que parece acercarse a algo que podría-mos llamar felicidad, es el loco Macario, quien tiene la “suerte” de mantenerse aislado en su mundo interior, en la sole-dad de su habitación, lejos de las piedras que le lanzan los habitantes del pueblo. Los otros personajes no corren con tal suerte, maldecidos desde el nacimiento aceptan uno a uno su destino de muerte, bien para llevarla o recibirla.

El universo rulfiano nace de la pro-fundidad del sentimiento, la culpa y el rencor se entrelazan como una pareja de bailarines que en su rutina van repar-tiendo desgracias a quienes, por destino o por casualidad, se encuentran en su camino. En este mundo abundante sólo en miseria y necesidad, los rencores se atesoran como el único alimento, el último recurso para defenderse de la muerte. Hay que mantenernos vivos para poder matar al otro.

Si buscásemos un sentido que nos acercara a los personajes de los relatos, sería necesario operar de manera inversa al creador de los mismos, es decir, elimi-nar en lo posible la exageración y traer a la superficie aquello que el autor ha ilu-minado en la profundidad. Para entablar un contacto con ellos habría entonces que preguntarnos, ¿qué de ese México desesperanzado seguimos habitando? ¿Cuáles son las esperanzas que hemos abandonado? ¿Es todavía posible encon-trarlos entre nosotros, o mejor aún, en-contrarnos a nosotros en ellos?

Rulfo encierra a sus personajes a

través de la miseria, baste con retomar para mejor ejemplo, la suerte de la Ta-cha, marcada por una crecida del río que la deja desprotegida y destinada, así de tantito, a convertirse en puta. El des-tino de Tacha es acentuado por la exa-geración de su realidad, su familia es tan pobre, el río crece más que nunca, la vaca que era su única salvación se queda dor-mida en el camino y muere ahogada en el río, Tacha misma crece rápidamente acelerando su destino para hacerlo cada vez más inevitable.

Probablemente nos resulte incluso ridículo pensar que en la actualidad el destino de una mujer esté de alguna manera ligado al de un objeto de valor, más todavía, al de un animal, sin em-bargo una vez que reducimos la imagen rulfiana a la profundidad que alumbra, podríamos pensar que no es necesario imaginar nuestra suerte atada a los pies de una vaca, sino que basta con pensar en cuántas veces nuestros destinos han sido determinados por la elección de otro. ¿No es acaso la misma miseria la que nos hermana con la Tacha? ¿No de-beríamos soltar el llanto al igual que ella al sabernos tan pobres?

En el mundo del Llano en llamas todo está predestinado, la providencia nos ha dejado este rencor que hemos de vengar, aunque como en el caso El hombre, no se tenga claro por qué hay que cobrar esta venganza, sólo es cierto que se tiene que hacer y que la cadena de violentas muertes no se detendrá hasta que caiga el último hombre. El perdón y la justi-cia quedan fuera del mundo rulfiano, ahí sólo cabe la venganza y las almas no tiene paz sino hasta que les llega la muerte.

Aunque Rulfo nos propone una trama que bien podría pertenecer a un western del cine gringo, el perseguidor que se convierte en perseguido, el asesino que se vuelve víctima, la muerte que sólo consigue saciar su sed con otra muerte, no resulta tan complicado pensar en cómo nuestra vida cotidiana cada vez más se va llenando de asesinos que ma-tan asesinos, las batallas entre los cárteles mexicanos por conquistar un territorio no tienen ya un comienzo claro, no es posible saber quién comenzó y cómo lo hizo, acaso quienes quedamos en medio de esto no podemos hacer sino, al modo

del pastor de borregos del relato, mirar y relatar lo que sucede, a riesgo siempre de ser culpados por aquellos encargados de hacer justicia.

Entre las entrevistas que a Rulfo le realizaron en vida, aparecen dos pre-guntas que nos alumbran la obra y la posible perspectiva con la cual podemos leerla; la primera da luces sobre sus relatos y la naturaleza violenta de sus personajes, para Rulfo el hombre con-tiene una violencia interna, una chispa siempre a punto de estallar, en palabras del mismo, “se encontraba uno con personas que no aparentaban ninguna maldad, pero por dentro eran asesinos, gente que habían vivido muchas vidas, que tenían una larga trayectoria de cri-men… que de pronto la consideraba uno pacífica y luego te dabas cuenta de que traían una trayectoria violenta”, de ahí la naturaleza que a través de la ficción se presenta en sus relatos; la se-gunda, cuando a Rulfo le preguntaron sobre su posicionamiento político y so-bre sí es necesario tenerlo, él responde con facilidad, que no tiene una posición decantada y que lo esencial está en re-solver la miseria.

Los relatos de El llano en llamas, son a la vez una voz que nos cuestiona, ¿hasta dónde es posible acostumbrar-nos a la violencia, imaginar la con-vivencia como una constante lucha por la supervivencia? ¿Dónde desaparece la voluntad del hombre y comienza el dictado de la circunstancia? ¿Son la violencia, la venganza, el rencor, partes esenciales de la constitución hu-mana? Preguntas que nos quedan en el aire desde una lectura que sólo intente comprender la obra en su dimensión ontológica. Son también estos relatos un fuerte posicionamiento político, una crítica áspera sobre la situación de un país, que sumido en la miseria, se condena a lo que la miseria produce. Los relatos al enjaular a los personajes en la miseria, proponen una visión que problematiza la cuestión, pues si bien en la ficción los destinos son inevita-bles, bien podríamos preguntarnos si acaso ¿se nos volvería puta la Tacha si en su casa no fueran tan pobres? ¿El hombre mataría al hombre si la justicia se hiciera presente?

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El Mollete Literario

En 1987, en su película Hearts of fire, Robert Allen Zimmerman, mejor conoci-do como Bob Dylan, dijo, en una escena junto a Fiona Flanagan: “Siempre supe que nunca iba a ser de esos cantantes de rock and roll que ganara un Premio No-bel”. En realidad esa sentencia no la espe-raba nadie, ni de él ni de, por ejemplo, Tom Waits, Nick Cave, Patti Smith o Rowland S. Howard

Casi 30 años después, en realidad 29, Bob Dylan puede tragarse sus palabras: este 13 de octubre, la Academia Sueca de-cidió que este cadavérico maestro del rock-folk que mudara al blues y a veces al electrónico, paci-fista por fuera pero cruel, atormenta-dor y metódico en sus letras, merecía tenerlo. ¿Por qué?: “por haber creado nuevos modos de expresión poética dentro de la gran tradición de la músi-ca estadounidense”.

La noticias entre los fans del músico, pasados, presentes y futuros, fue recibida con albricias, mientras que críticos y uno que otro seguidor renegado olvida-ron que se trata de un premio político, que puede (o no) estar relacionado con la ten-sión en la carrera presidencial en Estados Unidos, donde las acusaciones tiene más peso que las propuestas. Pero en realidad se trata de un hecho nunca visto antes, desde la creación de la organización que reparte premios, el más importante puede decirse: un Nobel de Literatura a un músi-co que escribe poesía e historias y les pone música digno de un ritual portentoso de

magia negra.Este Zimmerman, de quien John Len-

non renegó en alguna de sus canciones “Yokonezcas”, de acuerdo a lo recitado por la secretaria general de la Academia, Sara Danius: “escribe poesía para el oído, que debe ser declamada… Tiene un don extremo de la rima. Es un sampler litera-rio que convoca la gran tradición y puede combinar en forma absolutamente nove-dosa músicas de distinto género”.

Pero este cantante, trovador folk que comenzó a tocar en cabarets en Greenwich Village, en Nueva York; estadounidense y

judío al igual que su contrincante en la academia, Philip Roth; explotador en sus letras del amor (If you see her, say hello), las injusticias sociales (A hard rain's a gon-na fall), y que abrazó el cristianismo para después dejarlo; este hombre de verdad hizo poesía de la más bella y narró historias increíbles en sus mejores tiempos —porque siempre hubo un tiempo mejor que él supo representar al caminar y mirar diferente, y entre las glorias, sinsabores y desgracias

de su época—; sentencias bellas, dulces y amargas como sólo podría lograrlo uno de los mejores inadaptados emocionales del planeta y convertirse así en el referente de décadas como los 60 y 70.

Antes de ser Premio Nobel, Zimmer-mar hizo otras cosas: gustaba de dar gol-pes en un ring con la esperanza de ser un Mohamed Ali chiquito y delgaducho (Hu-rricane está dedicada a Rubin Carter, el pugilista que fue injustamente sentenciado por homicidio en Estados Unidos. Incluso corrió la noticia, de que en febrero de 2008, el ahora literato vino a un gimnasio en Mé-

xico a entrenar con el costal.

También fue guionista y actor, y pintor. En mayo de 2014, 40 de sus pin-turas realistas, lle-nas de color y vida y de trazos más bien menudos, fueron presentadas en la exposición “Drawn Blank Series”, serie que nació a partir de bocetos del ar-tista durante su gira entre 1989 y 1992.

Ahora, Dylan ni se inmuta al sa-berse galardona-do con un premio como el Nobel de Literatura, puede

que sea un premio más, quienes escriben de verdad no lo hacen esperando tener un premio (pero a nadie le cae mal ganarse 822,000 euros).

Como sea, amigos del pasado, aque-llos que conocieron a Bob gracias a Cate Blanchet, quienes se tomarán la moles-tia de investigar quién es Dylan, el No-bel, y quienes aún se cuestionan por qué él y no otro o si lo merece, don’t think twice, it’s alright.

Bob Dylan dijo que nunca ganaría un Nobel por ser Bob Dylan

Por Monserrat Méndez

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El Mollete Literario

Por Ulises Casal

[email protected]@UlisesCasal

Somos vampiros de la memoria,astronautas que flotan sin gravedad en el tiempo.La órbita que nos rige es la nostalgiacomo una sombra de luz que nos acompañará hasta el final.

Cierro los ojos, y ahí estás tú,con tus labios recogiendo los pétalos caídos.Estás con tu sonrisa tratando de quitarle metal a los días,y caminas, como siempre tu cadera serpentea,y tus mejillas se sorprenden cuando me ves en la mañana afuera de tu casa.

A veces veo mis manos, ya no están las mismas huellas.El reloj las ha dejado esparcidas en cada batalla de esta guerraque siempre creí que ganaría con versos y pulpa de mi alma en los labios.A menudo he luchado por no entrar a través de la vieja puerta,le temo a los escombros, a los muebles viejos,a las sábanas y a los tulipanes rojos sobre la mesa,pero su latido hace temblar mi esencia como la lluvia al mar.

Camino por cualquier calle y me aferro a pensar que el olvido no existe.La soberbia nunca le ganará el juego a la imaginación,y entonces sé que cuando duermes aprendo de la Lunala humilde virtud de intentar hacer milagros con la ausencia;y trato de enviarte pequeños sueños con luciérnagas mensajeraspara que cuando despiertes sigas iluminando tu camino.

Somos vampiros que sacian su sed con recuerdos:El perfume preciso y la mascada que aún tiene parte de tu cuello;una mesa de billar en la que juegas con la soltura e ingenio de una niñay la certeza de un profesional;una pareja sentada en las escaleras de una casa y la graciosa banda de los chiles verdes. A veces pienso que la vida es una comedia absurdaen la que los hermosos sentimientos no pueden nadar en la misma pecera…otras más creo que es una promesa que nunca debió haber sido dicha.

Me he acostumbrado a ser un monstruo atormentado;a morder mi propio cuello para beber de tu sangre.Ahora soy un anarquista que sueña que las reglas de la vidase desvanecerán con ternura, pero al mismo tiempo le tengo miedo a la luz.

También me canso de estar triste, tomo pastillas de vértigo y me da gripa y me sé débil,y deliro con la idea de que algún día mi fragilidad acabaráy seré invencible, irremplazable, inconfundible…que seré el mismo tiempo y tendré el poder de ajustarlas manecillas para cada tonto enamorado.Si fuera Dios escribiría historias interminables,sería el diablo que haría sagrado el derecho de la sensualidad.

A veces me pregunto cuánta sangre bebes tú.Con cuantos segundos o minutos te embriagas de esas viejas pasionesque te hicieron temblar y desafiar a tu orgullo con locuras.O si ves en las estrellas los poemas que alguna vez te escribí, cuando hacías brillar la noche y hacía constelaciones de poesíaen lo que ha sido mi mayor muestra de fe.

Aún me gusta ver la noche y pienso en las lucescomo frutas maduras de un árbol que da magiay en sus fantasmas imagino que sonríes porque estás bien, lejos de aquí.

Casi amanece, no es hora para vampiros,pero quizás beba un sorbo más de ti de alguna fotoantes de dormir.

Somos vampiros de la memoria

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El Mollete Literario

Por Berenice Ibarías, Canuto Roldán

[email protected]

1Escucha estas palabras, Señor, escucha estos silencios, nuestros oídos se han vuelto sordos,nuestras discursos, vanos.Nada tenemos sino el silencioademás del grito de gooool y viva Méxicoaunque perdamos y estemos muertos. Señor, nada hay en nuestros labios,no hay besos de latina sexyni grititos de mariachi,lo más que tenemos es un español que amordaza,que censura las preguntas,que asesina y se calla. Escribo en las paredes de la calle cuando de noche te buscoy a todos horrorizan mis escritos.La sangre de mis hermanos tiñe mi lengua.Mi palabra está atada a un escritorio,mi voz a una fiesta interminable.

2Mi país tiene sabor a guerra,Sabe a sangre y sabe a dolor.En silencio oigo llorar la tierra,en silencio ella pide perdón.Temerosa camino en la aceraY con miedo se muere mi voz.

Viste oh patria a tus muertos de olvidoY disfraza de fe la pobrezaPorque quiero en el grito hacer fiestaCon orgullo de mole y mezcal.

Anonimata*

*Fragmento presentado en el Museo de la Ciudad de México, Alliant University y El Foco.

3Señor,es la hora.Toma mi máscara,Escuece mi cuerpo.Adéntrate en míFlorece tu lluvia demencial en mí,Sedienta te absorbe esta tierra.

Solo estoy buscándote.Explosión solitaria y vana.Sola he estado para ti.Toma esta llaga honda que da vida a nuestras lenguas,toma cada cuenco y bebe.Herida soy de ti.Mis cauces se vuelven nacederosde tu leche patriarcal.Piérdete en mis plieguespara que no te encuentre yoy se prolongue la busca.

Señor,es la hora.Hunde tu rectitud en mis entrañas.Hoy mi carne es tu carne.Lleno de ti,saciado, me confundo.Nada importa mássino abrazar tu fuerza trepidante con la mía y hacerlas florecer en mi gargantapara que los que vienen despuésden nombre a su cuerpoy sacien también su sed.

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El Mollete Literario

Dos samuráis concediendo el destino a sus katanas afila-das, el aire silba vehemente al ser atravesado por el hierro, se genera percusión cuando entra en contacto con la arma-dura, la sangre cae pesada sobre la tierra seca, los guerreros entregados a la poética carnicería del orgullo, una coreogra-fía tan minuciosa como fortuita, la imagen de un luchador vencido, pierna izquierda estirada hacia atrás, recargada en la punta, la pierna derecha arqueada hacia el frente, soste-niendo todo el cuerpo con el pie, la rodilla en alto, la mano derecha soporta la katana con poca fuerza, el brazo cuelga recto, el filo del arma sobresale perpendicular por detrás del torso jadeante, el brazo izquierdo se encuentra igual, tenso hacia el suelo, crispado como si éste dotara de energía al combatiente, el guerrero cabizbajo concentra su único ojo en el oponente que se dirige veloz a asestar el último golpe, me parece que este es el tipo de cosas que uno se ve obliga-do a hacer por un poco de aceptación, todo esto me resulta tan hipócrita, cualquier tipo de relación interpersonal se en-cuentra cargada de hipocresía, ¡es asqueroso!, no me parece que esas películas tengan razón, ¿existe, acaso, ese amor que tanto nos han inculcado las clasificación B, capaz de volver a una persona un ser desinteresado total?, suena exagerado hasta la caricatura creer en un enamorado dispuesto a sacri-ficarlo todo por la felicidad ajena, ¡odio el cine!, qué aburri-do es tener que apagar el cerebro para prestar atención sin tregua a una pantalla durante dos horas para obtener una historia que será olvidada en un lapso de tres meses, habrá que admitir que resulta mucho más cómodo que tomar un café de frente y tener que escucharnos divagando sobre ni-miedades, sobre nuestras estúpidas y desabridas vidas, por eso aquí estoy, en la oscuridad de una sala hedionda a man-tequilla, dispuesto a sacrificar mis valores a cambio de coger, no soy mejor que una prostituta, cosificándome, cosificán-dola, pura hipocresía pienso mientras el guerrero cabizbajo grita ¡alto!, justo antes de recibir el golpe de gracia, veo su perfil blancuzco, medio iluminado por la pantalla, quizá, pronto, cubierto de semen, mi semen, ¿ella creerá toda esta pantomima?, ¿está consciente de lo bochornoso que le re-sultaría a un espectador ser partícipe de estos ademanes?,

lo admito, me aterra pensar que exista alguien que pueda tomarse una relación, de cualquier tipo, en serio, imagínen-selo, disfrutando el tiempo estando junto a alguien más, pla-ticando por horas en un lenguaje límpido sin previamente haber seleccionado sus palabras para tener una farsa sólida, ¿un interés nato en alguien más es posible?, sin pensar en ni un solo beneficio para uno mismo, ni siquiera en el beneficio que podría significar la prerrogativa de su compañía, ¿existe en la naturaleza humana ese tipo de comportamiento?, si por un breve momento creyera que ella está convencida de que mi interés es puro y desinteresado, que lo más impor-tante para mí es su bienestar, satisfacción y felicidad, saldría huyendo sin intercambiar ni una sílaba, me ocultaría por siempre, lo mismo sería en caso contrario, descubriéndola a ella un ser carente de autointerés, una maquina forrada de piel dada a complacerme, sería repugnante de una u otra forma, bella hipocresía, tan necesaria para no volver la rea-lidad una pesadilla carnosa, el samurái se detiene frente al rostro asustado de su rival, concede la rendición, enfunda su katana, el convaleciente adversario, con toda la energía que le puede quedar tras las diversas heridas del combate, asesta un furioso gancho en la entrepierna con la espada empuña-da, el metal se desliza por la carne, hueso y cartílago como si se tratase de espuma, recorre el cuerpo desde el área genital hasta la testa, un eje perfecto, las dos mitades del guerrero se separan en una irrigación sanguinaria, los órganos que-dan empotrados en la carcasa mostrando lo caprichoso de la anatomía humana, el vencedor se reincorpora, carcajadas grotescas manan de su rostro entre lágrimas y sudor, empu-ña el arma asesina con ambas manos, recarga el filo sobre su propio ombligo, cierra los ojos, sonríe y hunde profunda-mente la punta en sus entrañas, ambos fluidos se mezclan en el interior, el sable se desliza de izquierda a derecha, los fluidos formando uno sólo, compatibilidad, nos besamos, dos soledades compaginadas, un suicidio hermoso, asistido, los fluidos diluyéndose en nosotros, se puede presuponer que el orgullo redimió todas las faltas, todo se oscurece, 終わり resplandeciente, su rostro bañado en semen.

Harakiri

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El Mollete Literario

Por Ximena Cobos

La Antártida en mis huesos

Dos meses después boté la tesis y abandoné la es-cuela. Conseguí una beca

para viajar a Canadá como adjun-ta de profesor de español y me lar-gué sin decirle nada. Sujeta al frío y resuelta a hallarme lo más cerca que pudiera de la Antártida, aun-que erré el camino, la distancia y el sentido.

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El Mollete Literario

Pasé 16 meses en aquel país. Casi no salía de noche y poco hablaba con la gente, no quise revisar mi correo ni una sola vez en los cerca de 496 días de Quebec. Dejé de leer y también de escribir. Ni una carta ni una nota ni la lista del súper o algún recado; no mensajes de texto por ningún lado. Estaba resuelta, no habría de comunicarme de ninguna otra forma que no fuera hablando y no iba a recordar nada si no fuera poniendo en marcha mi memoria, así me acostumbra-ría al frío en mi cara y a no volverme loca si algún día por fin llegaba a la Antártida. Sería Joan Vollmer en Mantra, pero sin la lectura en braille de las marcas de jeringas en mis bra-zos, de eso justamente había escapado de aquel México al que, paradójicamente, siempre se llegaba huyendo de todo y de nada.

La beca se terminó un noviembre lleno de vapor salido de mi boca y tiritar de mis dientes. Busqué un empleo en una cafetería y comencé a juntar dinero otra vez. Siempre

comí poco para costear los viajes subsecuentes, no gastaba en ropa a menos que fuera absolu-tamente necesario, al fin nadie volvería a ver mis pantis de nuevo; caminaba a casa siempre que podía y aunque miraba escaparates traté de mantenerme en una austeridad que jamás alcanzó lo zen. A veces recordaba los libros que había dejado con mi madre, abandonados junto con deseos, ideas, planes y sentimientos. No sé si eso me causaba emoción alguna o si conscientemente aceptaba el desprenderme de objetos como de personas. Quizá aquella sensación era, en realidad, un tipo de tristeza mexicana, una tristeza que se sumaba al núme-ro de personas que dejas de ver naturalmente, porque en ese país la gente está condenada a desaparecer de una u otra forma.

Una tardé hallé Beautiful Losers de Leonard Cohen; mi memoria, atiborrada de recuerdos, me dijo que era uno de esos libros amontona-dos en aquella casa que ahora veía tan lejana. Un amigo me lo había comprado en un viaje hecho justo a este país en que me encontraba ahora, a diferencia de él, sola, friolenta y con un francés cada vez menos titubeante, pero sin motivos para usarlo. Gasté unos cuantos dóla-res en una edición un poco austera. Al llegar al departamento lo coloqué hasta el fondo de la mochila y traté de olvidarlo. Fue el único libro que compraría en años.

Con unos pocos euros en la bolsa, viajé a Madrid. Me instalé en un piso compartido con una familia de senegaleses a quienes no enten-día nada. Vagué unas semanas hasta hallar un empleo en una lavandería cercana. Sabía que pronto no tendría mis papeles en regla y no

hallaría mejor empleo para pasar desapercibida. Trabajaba de lunes a sábado de 9:00 pm a 3:00 am, seguía comiendo poco, hablaba con las señoras y a veces con una puta que llegaba a las 2:00 am para poder dormir un rato.

Solía invitarle cafés de la máquina cercana a la entrada, el dueño me enseñó un truco para sacarlos gratis a cambio de que jamás se lo dijera a nadie; ella me regalaba ciga-rrillos que a veces me fumaba por las noches de domingo, mirando por la ventada y escuchando los ruidos de la calle que siempre me pareció ajena. Aquella mujer fue la única persona a quien contesté todo lo que quiso preguntarme. Una mexicana en Madrid perdida en un empleo cutre no era extraño, solía decirme, lo extraño era que no hablara y que no saliera. Entre nosotras no había nada parecido a las coincidencias o a las historias comprendidas al pie de la letra porque “a mí me pasó igual”, pero aquella puta de pocos sueños y malas siestas se convirtió en la persona que más conocí en toda la vida que llevo gastada.

Ilustración: Brenda OlveraTécnica Tinta

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El Mollete Literario

Luego de mucho insistir, me llevó a conocer la noche madrileña de música que zumbaba en los oídos hasta tres horas después de salir del lugar en turno; me pagaba tragos, me presentaba amigos que había conocido al momento; me re-galó un labial y una tira de condones que nunca usé porque siempre rechacé a todos los tipos que se me acercaban. Me enseñó las calles de su Madrid de día y sin tacones. Me pres-tó una novelita de Espido Freire con la que volví a la lectura de algo más que los periódicos y me preguntó, muy seria, si era lesbiana; luego me miró fijamente y me dijo que ella había dejado Alcalá de Henares porque su hombre se había liado con una panameña que no supo hacerla en la ciudad y se refugió en su pueblo para robar maridos y escandalizar a las señoras. Tomó mi mano, hizo mi cabello a un lado y me dijo que no tenía que explicarle nada, que los condones se los guardara a ella para cuando los necesitara.

Por mayo de 2017 viajé a Blanes, busqué cierta librería esperando que fuera un mito para no hallarme en el lugar de escritores muertos, pero era real, así que compré unos cuan-tos libros para dejar de ser Joan Vollmer y convertirme en María Font. Antes de partir le di las llaves a Blanca, la puta de mi renacimiento, un poco en forma de agradecimiento y otro tanto por compasión, pues siempre me pareció extraño que descansara con los ojos medio abiertos en una silla de aquel lugar que mantenía el ruido constante de las lavadoras encendidas, dando y dando vueltas en ciclos programados de acuerdo a la cantidad de ropa o dinero. La renta estaba cubierta por dos meses y yo no tardaría tanto dando vueltas.

Al regresar a Madrid, Blanca ya no estaba, había dejado la llave bajo la alfombra, costumbre de otros países que ja-más había entendido. Aún me quedaba semana y media en aquel piso, así que busqué a Blanca por cuatro días seguidos sin ocuparme de otra cosa más que de comer, pero no supe nada. Entonces comencé a buscar empleo y hallé una cafe-tería pequeña a tres cuadras de Vallecas, considerando que era el único lugar donde estaba altamente comprobado que fuera el país que fuera siempre hallaba la taza correcta y las palabras de sobra, sin necesidad de correcciones engorrosas. Me instalé en Entrevías y todos los días, excepto los sábados, caminaba hasta el tren, subía en el Pozo y leía un poquito hasta llegar a Vallecas. Mis días de descanso los usaba para recorrer las estaciones del tren y mirar qué había a los lados; siempre quise hacer eso con el metro de México, pero esta-ba demasiado ocupada en cualquier cantidad de cosas que para Blanca resultaba un secreto que jamás optó por reve-lar. El secreto de la mexicana, le gustaba decir, mirándome mientras me prendía algún cigarro.

La recordaba casi todos los días intrigada por su desapa-rición, como si aquello fuera un mal made in México; por las noches más que en el día. Por eso hice unos cuantos ami-gos, fiables, de acento curiosos y ninguno mexicano; siempre acordándome que a Blanca nunca le gustó que rechazara a cada uno de los hombres que me presentó y que mirara con desconfianza a sus amigas. Solía decirme: las putas so-

mos las personas más confiables, la cantidad de historias y secretos que guardamos. Digamos, entonces, que comencé a salir en su honor.

Viajé a Barcelona, Cataluña, Andalucía, sigo esperando llegar a París y a Portugal, con escala especial en Lisboa, mi querida Lisboa que siempre va a esperar por mí. Llamo a mi madre una vez al mes y a mi padre una cada dos meses. A mis hermanos escribo cartas de vez en cuando, cosas aburri-das que para mí representan el primer ensayo de un regreso a la escritura. He empezado a llenar mi piso con libros y más muebles; hago despensas cada vez más completas y como un poco más.

Llevo ya casi seis años viviendo en el mismo lugar, mi ros-tro parece haber cambiado y mis arrugas pequeñitas son la huella de todo lo que sigo sin olvidar, van marcando el mapa del secreto de la mexicana que ya nadie conocerá jamás, pues la puta de mi amiga habría sido la única a quien le hubiera contado todo, todo lo que era México para mí, todo lo que ahí quiso pasarme. Conozco muy bien cómo entra el sol por la ventana en la sala y el camino que recorre hasta los libros que cada día caben menos. No he vuelto a ver a Blanca desde ese mayo en que decidí salir de casa —ahora si puedo llamar de aquel modo a este lugar —; de vez en cuando mantengo relaciones con chicos agradables, pero sólo hago que duren entre una semana y un mes. Llevo diez páginas de la novela de Leonard Cohen que arrumbé en el fondo de mi mochila de viaje y procuro no decir cosas que causen falsas expectativas en las personas, jamás. Una mujer que sufre, como me dijo una noche Blanca, caminando con sus tacones tan altos como los que nunca usaría yo, siempre tiene fuego en la mirada, un fuego que no se termina por más lágrimas que parezcan querer salir cada día y tú, maja, la tienes bien liada en la vida.

Quizá por eso jamás llegué hasta el primer punto en mi recorrido lejos de casa, para no derretir todo a la primera mirada de ausencia y extrañamiento; aunque aún llevo la Antártida en mis huesos y en cada poema que me recuerda el sufrimiento y el adiós de mi último tiempo en México… Desbaratado el grito, el silencio que cruje en la escalera,

el sonido que llega de repente para decir no hay nadie, nadie grita tu nombre, nadie te espera, nadie camina

por la calle recogiendo tu sombra partida en pedacitos, tu esqueleto partido en pedacitos, nadie te extraña, puedes echarte a caminar mascando tu tristeza, puedes perderte para siempre en tu tristeza, nadie grita tu nombre, nadie te espera, sólo el silencio que baja y te destroza, sólo el silencio que baja y te aniquila, el sonido que llega de repente para decir no hay nadie, nadie camina desde la oscura zona del derrumbe

[…]Max Rojas

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