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El Mollete Literario

Tres grandes y su cita con la historia en abril

Hace 400 años murieron dos escritores imprescindibles para todo lec-tor. Uno es, desde luego, Miguel de Cervantes Saavedra, el poeta, novelis-ta y dramaturgo español que le dio al mundo la primera novela moderna —Don Quijote de la Mancha—. Falleció el 22 de abril de 1616. El segundo es William Shakespeare, escritor dramaturgo inglés que nos recuerda esos sentimientos que nos hacen humanos: el amor, la codicia, la ambición, los celos… Falleció un día después que Cervantes.

Ambos, son parte esencial de la literatura y además autores necesarios para comprender la dramaturgia como hoy la concebimos.

Asimismo, sus obras se han llevado a la pantalla grande en diversas versiones, donde los sentimientos humanos son el estandarte.

Otro gigante —de apariencia bonachona y comentarios agridulces— que nos dejó es Gabriel García Márquez. Hace dos años, 17 de abril, en una semana santa sacudida por el calor de primavera y las jacarandas en su pleno despertar, se nos fue el señor de las flores amarillas y los relatos sin fin.

Nos pueden gustar o no, amarlos u odiarlos, pero no podemos ser indiferentes a su legado ni perderlos de vista en la infinidad de lecturas que genera a diario el ser humano para dar cuenta de nuestro paso por el universo incomprendido aún.

Ellos ya hicieron su trabajo, dejaron su huella en el mundo de las letras. Y nosotros, vamos avanzando.

La literatura es mentir bien la verdad.Juan Carlos Onetti

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GuasaPor Ene Riaño

Letras TorcidasPor César Cañedo

MicrorelatosPor Pablo Camarena

El Mataburros. Señora presidentaPor Manu de Ordoña

EsoPor ETmx

Oscar Wilde por Oscar WildePor René Avilés

Iuri Lotman y el complejo semiótico del amorPor Paul Martínez

PoemasPor Luz Elena Baz Cortés

Memorias de personaje que no existePor Ulises Casal

Apostillas a mi vida de maestraPor Canuto Roldán

Techo BlancoPor Luis Villalón

El Bolero desconocido (Parte II)Por Ximena Cobos

Mtro. Carlos RamírezPresidente y Director [email protected]

Lic. José Luis RojasCoordinador General Editorial

[email protected]

Monserrat Méndez PérezJefa de Edición

Consejo EditorialRené Avilés Fabila

Wendy Coss y LeónCoordinadora de Relaciones Públicas

Luis Alberto RojasDiseño

Raúl UrbinaAsistente de la Dirección General

El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A. y el Centro de Es-

tudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de res-ponsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma,

Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670.Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el

Desarrollo Productivo, A. C.

El Mollete Literario

ÍNDICE

EDITORIAL

Archivo literario Por Luy

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El Mollete Literario

La mensajería instantánea es más pondera-ble logro para la humanidad que cualquier otro, incluida la leche en polvo y la aún no

perfeccionada agua en… Atestiguamos la barrera del tiempo diluida, traspasada. Bitchpleaseante ante el alguna vez novedad telégrafo traspasa-océanos, cercana al artefacto capaz de viajar en el tiempo piloteado por Wells, mas invisible, micro chípica y no producto típico de la ciencia ficción dosmilesca, la mensajería instantánea es hoy una realidad que yo, cual Baterbly, el escribante, hu-biese preferido declinar.

Y jamás haber nacido en estas eras que como las de Leduc en su ¡Neurosis, emperadora de fin de siglo! hacen clamar por dichosos tiempos en los que el hombre podía creer leer su destino en las estrellas. Lejanos tiempos, o tanto antes, en los que quiero imaginar no la Edad de Oro que Alon-so Quijano reveló inexistente a causa de su gigan-tez, sino momentos en los que la cotidianidad ca-recía del atributo de lo multitask y era monótona, alargada y extinta por la oscuridad incompatible con el hábito de trasnochar. Días en los que, al menos quiero imaginar, las campanas eran dobla-das ante el difunto o neonato y no también para arrear al alba a la ducha helada a todo aquel que por clavarse tanto con Stendhal, como Álvaro, uno de los personajes del Cerebral neurasténico finisecular, terminó recluido en un manicomio, cual esa pequeña imitación de Syd Barrett o todos los desviados de La Castañeda en 1910.

Este es el verdadero mejor mundo de los po-sibles, aquel otro ha sido rebasado. Causan furor las creaciones del milenio que emergió sin final para legar bonanza y progreso desmesurado a la usanza de la Belle Époque, ese entonces de Pleni-tud Prebélica donde el cientificismo era la única fiebre deseable mientras agora lo es la gadgetfilia.

GuasaPor Ene Riaño

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El Mollete Literario

Hay pájaros que nacencon el pico en la cola,con el nido en los huevos,con el vuelo en reversa.Yo nací, además, con el rostro torcidoy la cicatriz abierta. Éste es mi cuerpoque será derramado por vosotros.En pedacitosChuequitoJotitocon retazos de burlasde despedidasde fracasos.Pegándome versosdonde me falta pelo,mordiéndome el rabodonde me falta escroto,pelándome el chiledonde me sobra rabia.La misericordia me llegó del culoy me encendió las nochesen que mi cuerpoincompletomi legado incompletomi rostroincompletomi amorincompletomi nombre incompleto se encarnaban de la diferencia.Las miradas repulsivas los silencios de familiala penitencia, acaso,por no nacer como debía nacerla llevo a cuestas, a cogidas,a carcajadas incrustadas en la espalda.Pesan lo que han pesadolas íntimas sagradas perversionesque vomitan familia y no se borran.

Rechazadoantes de cualquier réplicaexiliado de la simetríay del sonido estéreodel aguzar oídosparar orejas¿oyes?¿no oyes cómo ladran el patriarcadoy el mercadoy todo lo que termine en censura?¿Quién le teme a la diferencia?Desde los cuerpos,desde los afectos,desde los placeres,desde elegir cambiar de sexo,desde romper banderas,incinerar siglasclausurar arcoíris.No será suficientefracasar la memoriareinventar el amorrabiar la pérdida.Habrá que ostentar el ser distinto,desvestir las ropas nuevas del emperador,paladear lo torcidoy anhelar los finales infelices.He aquí mi rostro cuiry su tersura.A mi siniestra azufrey pista de baile,a mi costado látex lubricante,a mi detrás la estirpe que balbuceael llanto de ser libres e incompletos.Debajo y arriba se abreun infiero que iguala a cuentagotas.Un volcán que ruge la tamboradesnuda un corazón y lo amamantala sirena y arpista de los cielosenredadas las cuerdas en el sexo de varón inmaculeado.

Por César Cañedo@chocorrols

[email protected]

Rostro cuir

Ilustración: María BazanaTécnica: Mixta

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El Mollete LiterarioIrónica la vida e irónico el nombre de

aquel pueblo llamado La Rosaleda. Escondido entre el valle y las mesetas,

pueblo en lontananza. Ahí crecen matorra-les, pastos, higos, plantas de buen color y flores varias, pero de ninguna se escogió su nombre para bautizar al pueblo sino a la rosa; esa flor usual que todos han olido u obsequiado llenaba los campos de ese po-blado. Visto desde el cielo, aquel lugar pa-recía un mar de sangre con tantos capullos encarnados que lo inundaban, enredaban, protegían.

Pero más que por su abundancia, el pueblo tomó ese nombre por una vieja costumbre de enamorados. En los tiem-pos cuando las mujeres se ruborizaban al ver pasar a un muchacho que dejaba una estela de colonia dulce, se utilizaba a la rosa como mensaje de cariño y deseo. El hombre que buscaba a la mujer le ofrecía una rosa, la mejor y más encendida de to-das, y la ponía ante los ojos de la querida.

La mujer al recibir el galardón aceptaba el noviazgo propuesto y la historia de amor comenzaba, sin tener que decir palabra al-guna. Si la mujer rechazaba la flor, el hom-bre deshojaba sus pétalos y se hacía un té para pasar el trago amargo.

Así, la rosa se convirtió en el núcleo de la vida amorosa del pueblo. Épocas había donde se veía al muchacho enamorado ca-minar por las calles terrosas con su flor en la mano. Al día siguiente se le veía caminar con una mujer a su lado. Las muchachas rezaban a todos los santos para ver el día en que les llegara la flor anhelada. Noches enteras soñaban con el aroma de la rosa inalcanzable. Y las flores viajaban, se les veía volar por todas partes, por todos los rincones del pueblo. La vida giraba alre-dedor de la rosa y su esperanza, del futuro prometedor que en su botón protegía.

Irónico nombre el de La Rosaleda, pues hoy ya no quedan rosas en el pueblo, pero sí muchos enamorados.

La rosaleda

Por Pablo Camarena

Microrelatos

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El Mollete Literario

Ilustración: María BazanaTécnica: Mixta

Un pueblo antiguo, de una nación antigua, de una lengua casi univer-sal para esa antigüedad en la que

vivían, creía que los guerreros muertos en batalla se transformaban, mediante un pro-ceso de corporización divina, en pájaros. Pájaros de color rubí, pájaros blancos, pája-ros multicolores, en fin, pájaros del mundo.

Para este pueblo, entonces, no fue difícil enfrentar a los extranjeros que los llegaron a conquistar. Su destino era hermoso. A es-tos guerreros-pájaro se les veía recibir lan-zas en el centro del pecho con una sonrisa,

recogerse las tripas extraídas de un sablazo con lágrimas de placer, abrazar a sus heri-dos hendiéndoles un puñal en el costado para apurar la nueva encarnación.

¿Cómo llamar bélico a este pueblo? Los extranjeros no pudieron entenderlo. Los extranjeros lo tomaron como una afrenta y adoptaron un salvajismo voraz que fue transmitiéndose por los tiempos perdiendo su sentido ulterior y, a la vez, primario.

Ahora, cada que escucho el trino de un pájaro, recuerdo por qué nos estamos matando.

Guerreros pájaro

Durante los primeros cinco días se disfrazó de Nostalgia. Con una tú-nica gris oxidada, que dejaba un

sabor a metal en las bocas de los que le pa-saban cerca, salió a recorrer las calles llenas de música y color. Paseaba lento, apenas moviendo la cabeza, concentrado en recor-dar y en extrañar y en sentirse parte de un tiempo que no le correspondía. Muy meti-do en su papel, en pocas palabras.

Al sexto día cambió la túnica gris y la máscara obscura por un ropón azul cie-lo que arrastraba su larga falda por las

esquinas y las glorietas. Disfrazado de la Esperanza, caminaba con la cara erguida y bailaba con la canción de las trompetas. Como todo un éxito, la gente se le acerca-ba para acariciarlo y para robarle algo de alegría.

En el séptimo día lo encontraron muer-to. Su cuerpo estaba tendido en el centro de la plaza pública y la falda del ropón azul desplegada en los adoquines polvosos. Me-nudita sorpresa para los que pensaron que la Nostalgia mata y la Esperanza da vida.

En el carnaval

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El Mollete Literario

En estos últimos días, me han lle-gado dos correos electrónicos de un par de amigas que me piden

opinión sobre un texto un tanto provo-cador que circula por la web, titulado “Contra la tontuna lingüística, un poco de gramática bien explicada”, al pare-cer escrito por una profesora de un ins-tituto público en el que arremete contra políticos y periodistas que hacen mal uso de la lengua castellana, unos por motivos ideológicos y otros por ignoran-cia de la gramática al utilizar la palabra “presidenta”. Según ella, al que preside, se le llama “presidente” y nunca “presi-denta”, independientemente del género (masculino o femenino) del que realiza la acción.

Con el fin de investigar de dónde procede el citado texto, me metí en In-ternet y tecleé el título en el buscador. Me sorprendió encontrar 15 mil 900 re-sultados, al parecer la controversia no es de ahora, la primera referencia es de no-viembre de 2009 y la autora del artículo se llama “Reme”, según dice Ramón en su espacio “Entretenimiento y humor”.

Existen sustantivos que poseen el gé-nero incorporado mientras que otros los adquieren por concordancia, median-te marcas formales que lo atestiguan, como la terminación genérica “o”, “a” en sustantivos que designan a personas o animales. Pero existen sustantivos ani-mados que sirven para los dos géneros, de modo que no se puede distinguir el sexo por la desinencia y hay que acu-dir al artículo o al adjetivo para saber-lo (el pianista/la pianista, el personaje

masculino/femenino). Son sustantivos comunes en cuanto al género y los hay de varios tipos. Uno de ellos es el de los sustantivos de una sola terminación (sin variante en “a”), que correspon-den a nombres de personas acabados en “nte”, procedentes de participios de presente latinos, también llamados “participios activos”.

La Nueva Gramática de la Lengua Española (apartado 2.5i) permite uti-lizarlos con modificadores masculinos o femeninos, pero sin modificar la ter-minación (muchos estudiantes/muchas estudiantes), con lo cual parecería que nuestra profesora tiene toda la razón y “presidente” serviría para asignar tanto a un hombre como a una mujer.

Pero… siempre hay excepciones que confirman la regla. El siguiente aparta-do de la dicha Gramática (2.5j) dice que se dan algunas oposiciones a esa norma con las terminaciones “ante”/”anta” y “(i)ente”/”(i)enta”, sin connotaciones particulares o significados añadidos. Se trata de los siguientes casos:

cliente / clienta, comediante / co-medianta, congregante / congreganta, dependiente /dependienta, figurante / figuranta, intendente / intendenta, presidente / presidenta, sirviente / sir-vienta.

Por eso, el DRAE nos explica que el término “presidente” proviene del latín “praesĭdens, -entis” y admite la palabra “presidenta” con las acep-ciones siguientes: Mujer que preside, presidente (cabeza de un gobierno, con-sejo, tribunal, junta, sociedad, etc.),

presidente (jefa del Estado) y coloquial-mente, mujer del presidente, con lo cual sería correcto decir tanto la presidente Merkel como la presidenta de Navara, Yolanda Barcina.

Claro que ahora alguien se pregun-tará quién es la Real Academia Espa-ñola para dictar normas sobre la forma en que han de expresarse los hispano-hablantes. Aquí cada uno tendrá su opi-nión, aunque son pocos los que le desau-torizan para cumplir esa misión, junto a las 21 Academias de América Y Filipi-nas que, con ella, integran la Asociación de Academias de la Lengua Española, según una tradición secular que les con-fía la responsabilidad de fijar la norma que regula el uso correcto del idioma.

Aunque alguna vez podamos disen-tir sobre las decisiones que adopta la Academia —nada anormal en asuntos de índole tan personal—, su criterio es recoger las voces que el pueblo utiliza habitualmente o que se han generaliza-do por la influencia de lenguas extran-jeras. Y en este caso, acierta, ya que la palabra “presidenta” es de uso común desde tiempo inmemorial (aunque, en algunos casos, se emplea en sentido des-pectivo), tal y como recoge el dicciona-rio de la RAE del año 1803 en el que en-contramos la definición de “presidenta” como “la mujer del presidente”, “la que manda y preside en alguna comunidad” según nos cuenta Pablo Ramos Hernán-dez en su blog “La Crítica Mordaz”.

Texto publicado con la autorización del autor.

Por Manu de Ordoña

El Mataburros.Señora Presidenta

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El Mollete Literario

Por ETmx

Se nombró artista. Cuando nos co-nocimos, el tono de su voz engendró un universo en donde se desatarían las más insospechadas realidades. Principio fun-dador de la incertidumbre: nunca se sabe con precisión cuántas conversaciones se tendrán con una persona, cuántas expo-siciones, réplicas, denuncias, reclamos, sin razones y microinfartos se podrán interca-lar en el aire compartido. De esas noches que pueden considerarse ya de las mejores por el afortunado encuentro. ¿Qué signi-fica estar con alguien? ¿Significa ser de alguien?.

Dejando a un lado lo artista, reconocí la construcción azarosa de un ser excep-cional. Todo se resume en poder recibir un disco pirata como el más hermoso pre-sente victoriano, en poder comer tacos de canasta o hot-dogs sobre la banqueta al igual que apreciar diálogos filosóficos en un teatro intelectualoide. Apreciar la vida, observar y escuchar los detalles. Interpre-tar el devenir (encontrando palabras pre-cisas, demandándolas o dejándolas apare-cer como oportunistas).

Caminamos, escuchamos y hablamos por horas, tratando de hilvanar los años perdidos, reconstruyendo el presente des-de todas las historias de futuro. No era el pasado lo que importaba porque ya no lo podríamos compartir, tan sólo intentar ar-marlo con sus piezas concatenadas.

Tomando vasos de vino tinto barato, en medio de las encrucijadas mentales en

las que gusta colocarme, atrapé su mano y en un momento por demás cursi, al-cancé a decir un “realmente quiero estar contigo”, lo que significaba en mi mente: “danos una oportunidad y deja tu rela-ción”. Pero como las cartas estaban so-breexpuestas, lo que inventó el momento fue descubrir su mirada sincera tratando de entender el sentimiento que nos estaba uniendo.

No ha tenido la intención de terminar la mencionada relación. Aunque por ratos apareció el impulso por quemar las naves, la creación de planes en donde no podía más que escuchar, sin pedir gran cosa… en donde el plan de huida a veces me in-cluía y otras tantas no.

Sí, su perfume hace replantear la liber-tad, de ser, de estar, de decir, de pensar.

Después llegaron las palabras, la bús-queda de coincidencias para que cual-quier pretexto aumentara la reproducción dialéctica del enigma. Siempre estuvo una palabra en medio. Compromiso. Conve-niencia. Comodidad. Rehabilitación. Cromático. Reincidencia. Confianza. Terrorismo. Valentía. Pensarte. Pensar-me. Pensarnos. Y conozimoz laz razonez para eztar.

Condiciones inconsistentes de la po-sibilidad de lo imposible, de la falta de riesgo o el exceso de éste… Lentamente se asimila la presencia, la aparición inter-mitente, la ingenua ilusión ante la posibili-dad de un nosotros. Eso, la posibilidad de lo, por mucho tiempo, negado…

Amor caracol, amor terrorista, por lo-grar sacudir espiralmente, alterando irre-mediablemente la existencia. El amor que obnubila (es su elección de palabras).

Un amor que despierta en las noches para sudar entre escalofríos.

“Sin culpas. Sin pasado. Sin futuro”.“Donde se recomienza. Donde no hayhistoria”. Gracias por ser

Eso

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El Mollete Literario

Entre insomnios para poder soñar. De-seamos compartir estrellas, conscientes de estar a millones de años luz del acontecer, encontrando a la persona con la que pue-des sentarte hasta atrás en la misa para reírte a carcajadas del sermón del padre o de los discursos feministas llenos de patriarcado y vulnerabilidades, logrando abrazar lo profano sin ningún recato o mi-sericordia por los humanos.

Noche de caminata entre los seres li-bertarios —mal llamados teporochos— de San Juan de Letrán, cuando la rebel-día y el nerviosismo se conjuntaron. Uno no puede estar buscando el “Buen Tono” medieval para no interrumpir las malas formas humanas. ¿Por qué no? Abrazarle infinitamente aun sabiendo que no po-dríamos estar, así. Tomarte de las manos pidiéndote, acaso un poco más de tiempo valiente, pedirte confianza en que… lo que sea que ocurriera, prefería quedarme y ser el pretendiente más old fashion y paciente a no ser nada. Y caminar por la noche sabiendo, una vez más, que tenías una cama con alguien a dónde llegar.

No es verdad que prefería estar así. De esas “mentiras” seguras que procuraron mantener la tranquilidad bajo el esquema de la libertad. Libertad debería estar en el mismo cuadro semántico que incondicio-nal. Si quieres estar, estarás.

Fui la carta que motivó delimitar, en-cuadrar, acotar su espacio. En donde de-bía desaparecer por horas, casi días, para evitarle problemas. Porque en su lucha, tampoco daría un paso afuera lo pre-esta-blecido antes de mi llegada. Y, sin embar-go… se dieron espacios, momentos y futu-ros posibles, reales, a un “sí” de distancia.

Artista, decía. Artista integral que in-terpreta, provoca, involucra, compromete, motiva, despierta. Que cante jazz y a Luis Miguel a discreción y libre albedrío. Que no le tema a cantar rap, banda y mariachi es tan sublime como los dos tequilas con los que adereza su ya exquisito tono de voz. Noches en las que, de no querer apa-recer, ya no podía alejarme tan fácilmente.

Y en paralelo estuvo ella, expectante a que cualquier situación provocara un incendio innecesario, por lo menos una mentada de madre que nunca llegó. Porque entre al-guna mentira, también entró la paciencia y la prudencia. La necesidad de mirarnos nos orilló a compartir un espacio, aún en la vigilancia, o por la vigilancia misma… no lo sabré pronto.

Desquebrajó los escudos, sutil y ca-tastróficamente. Sabiendo también que lo “correcto” no estaba de nuestro lado, caminamos, escuchamos, bailamos. Hasta que el miedo a lo incontrolable delimitó la frontera entre el deseo y el actuar. Tiene razón y respeté infinitamente que se afe-rrara a eso. Todo lo que había sucedido no merecía comenzar así. Tal vez porque ha sido tan inconmensurable que valdría la pena imaginarlo, vivirlo y experimen-tarlo de otra manera. Bajo la ya asimilada visión de futuro, era mejor suspender a tiempo, lo que sea que había ocurrido.

La puerta se queda abierta, en otra ciudad, en la misma, en otro país, en el mismo. Lo único que hace fluir la sangre es esperar que sea en esta vida. Creyendo que la percepción de irrealidad y surrea-lidad no haya sido una aleatoria coinci-dencia sino un llamado a resignificar que un día lo auténtico, lo anárquico salga de lo mítico y se convierta en un “sí”, en un “todo por el todo”, sin ningún miedo, deuda o condición. Carajo, pensar que es de valientes quedarse y es de valientes so-ñarse. Que otro mundo es posible y quiero vivirlo/construirlo a su lado.

Después de la voz apareció el silen-cio y percibí que se trataba de intentar reconstruir el universo jugando con las cartas expuestas. Una partida excepcio-nal donde los valores, los cuadrantes y los argumentos estarán permanentemente cuestionados. Hoy me gusta su presencia, mucho más que su ausencia. Asumiendo que, si un día fue tu pecado inconfesable, me basta con ser un ser nutritivo en tus días, tan nutritivo como la Coca-Cola.

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El Mollete Literario

Dentro de los tradicionales géneros periodísticos, Ignacio Trejo Fuen-tes e Ixchel Cordero Chavarría

señalan la existencia de uno más: la auto-entrevista, en el prólogo de su libro (“pri-mero en su especie de que se tiene noticia”) Autoentrevistas de escritores mexicanos (Educal), donde un puñado de literatos mexicanos, algunos de mucho talento, nos autoentre-vistamos. En brillante explicación sobre su sentido, cualidades y desafíos, precisan que el autoentrevistado se pregunta aquello que considera importante, en lugar de las torpes interrogantes usuales del mal repor-tero: Hábleme de usted. ¿Cuál es su mejor obra? ¿Qué piensa de la literatura actual? De los trabajos, ninguno me convenció. El mío es desafortunado. No es fácil ser un reportero inteligente y culto que conoce a profundidad al autor y su obra, pero más complejo resulta preguntarse y responder uno mismo sin caer en la pedantería o en la soberbia; no importa la profesión artística, nadie está exento de vanidad.

Las entrevistas a profundidad que pueden dejar satisfecho al autor son aque-llas que realizan los periodistas o críticos o ambas cosas con conocimiento y cultura. Prohibido entrar en el campo de las ge-neralidades, deben meditar sus preguntas. Evidenciar que leyeron con cuidado el tra-bajo del entrevistado. Si llevamos a cabo lo primero, entonces conoceremos más a fondo al escritor admirable o al genio de las artes plásticas. Como autor, uno espera

las interrogantes sobre un personaje o una escena compleja, no aquellas que ofenden por su frivolidad.

Hemingway, en un libro de entrevistas ejemplares, El oficio de escritor, donde es-pecialistas en cada gran autor trabajaron, rechazó con energía preguntas que le pa-recieron naderías. El problema es que po-cos son capaces de exigirlas inteligentes y eruditas. Les basta responder cuestiones elementales con tal de extender su fama.

Las entrevistas que han quedado en la historia tienen dos méritos: el valor litera-rio y el gran personaje que respondió. El diálogo penetrante es trabajo de dos per-sonas poderosas intelectualmente. Vicente Leñero se refería a ellas como duelo de in-teligencias, donde ambos deben esmerarse para informar de una tarea significativa. El que pregunta y quien responde deben ser, en consecuencia, personas sensibles y cultas. El buen periodismo, pienso, es el resultado de una tabla axiológica severa, dominada por la ética y la estética.

Oscar Wilde, sin duda, para precisar más sus puntos de vista sobre su vida y trabajo artístico, optó por hacerse una. El título es Mr. Oscar Wilde on Mr. Oscar Wil-de: An Interview y apareció en St. James’s Ga-zatte, en 1895. Finalmente la hace célebre su secretario Robert Ross y es considerada como una de las primeras autoentrevistas de la historia, “un subgénero que, ocasio-nalmente, ha tentado a los escritores pre-dispuestos al ingenio y al giro epigramáti-co cuya imagen pública es compleja. Las autoentrevista de Truman Capote, Gore Vidal y Norman Mailer constituyen los ejemplos modernos más famosos,” explica el editor del libro Las grandes entrevistas de la historia, 1859-1992, El País/Aguilar.

Hemingway, en un libro de entrevistas ejemplares, El oficio de escritor, rechazó con energía preguntas que le parecieron naderías.

René Avilés Fabila

Oscar Wilde por Oscar WildePor René Avilés

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El Mollete Literario

Para el momento de la autoentrevista, Wilde acelera el rompimiento con la sociedad victoriana y muestra su desdén inclinándose por la crítica literaria y el público francés, porque desaparecen las estruendosas ovaciones y la estima del público aristocrático para el que escribió. Oscar decide enfrentarse a un poderoso enemigo, el marqués de Queensberry, padre de su destructivo amante, lord Alfred Douglas. La aventura terminó siendo un desastre para el prodigioso literato irlandés, pero simultáneamente le permitió escribir sus más dramáticas y dolidas páginas (La balada de la cárcel de Reading y De profundis), lejos del brillo espectacular de La importancia de llamarse Ernesto y de El abanico de lady Windermere, distantes de la genial novela llena de símbolos oscuros El retrato de Dorian Gray y de sus luminosos cuentos y conferencias llenas de ingenio.

En la autoentrevista, Wilde se enfoca en el teatro, los actores y el público. Para ese momento está decepcionado de Gran Bretaña y se refugia en la Francia de la Belle Époque, tan llena de figuras lumino-sas. Podría decirse que anticipa su muerte

y entierro en París, que bien lo acoge sin que la acusación de “sodomita” lo in-quiete. Una pregunta a sí mismo es clave: “¿He oído decir que todos los personajes de sus obras hablan como usted?”.

“Sí —reacciona Wilde ante su propia interrogante—, de cuando en cuando han llegado hasta mí rumores en ese sentido y me atrevería a decir que sin duda debe de habérseme formulado esa crítica. La rea-lidad es que sólo en los últimos años ha tenido el crítico dramático oportunidad de presenciar obras escritas por autores dotados de maestría estilística. En el caso del dramaturgo que es además un artis-ta es imposible no sentir que la obra de arte, para ser una obra de arte, debe estar dominada por el artista. Todas las obras de Shakespeare están dominadas por Shakespeare. Ibsen y Dumas dominan en sus obras. Mis obras están dominadas por mí mismo”.

Es evidente que una pregunta de tal índole, necesaria para acallar enemigos, sólo podía formularla el propio Oscar. La autoentrevista, por cierto, adolece del brillo de sus momentos sublimes y victoriosos.

El texto es reproducido con autorización del autor.

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El Mollete Literario

Pensar en Iuri Lotman nos remite inmediatamente a su legado en la lingüística, a sus trabajos sobre la

semiótica de la cultura o las aportacio-nes que hizo a la historia de la literatura rusa. Sin embargo, para esta ocasión no pretendo abordar los temas clásicos de Iuri, sino detenerme en un pequeño pa-saje con el que me he encontrado mien-tras husmeaba en sus ensayos sobre Se-miosfera, donde de alguna manera, casi de modo circunstancial, Lotman alcan-za a exponer una posible definición del amor.

El amor, por cierto, no es una temá-tica que se aborde usualmente desde las teorías duras del lenguaje, de ahí que resulte cuando menos intrigante pensar en por qué uno de los grandes teóricos menciona el tema.

El pasaje que propongo aparece en el ensayo “Para la construcción de una teoría de la interacción de las culturas”, que a su vez forma parte de sus textos reunidos sobre Semiosfera. En él, Lot-man explica el proceso de comunica-ción, tanto a nivel del lenguaje como a

niveles culturales más complejos, y llega a la conclusión de que tanto en las re-laciones entre sujetos que viven dentro del mismo espacio cultural, como entre aquellos que pertenecen a culturas dis-tintas, los intercambios de información se dan en una dinámica bidimensio-nal, ya que mientras se busca unificar y simplificar los códigos y mecanismos de transmisión, para hacer más eficaz el proceso, existe también una tenden-cia diametralmente opuesta, es decir, un proceso constante que tiende a com-plejizar y, en buena medida, a provocar una distorsión de la información en el proceso.

Si bien la teoría clásica del lenguaje ya tenía bien ubicada esta distorsión, es el modo en que Lotman piensa sobre ella lo que resulta interesante. Pues mientras para la teoría clásica, la disparidad en-tre los códigos del emisor y el receptor, produce una pérdida de información, para Iuri, esta anomalía resulta ser un motor que promueve una re-creación de los significados.

Partiendo del supuesto lógico en el

cual, para que un mensaje pueda ser transmitido correctamente, es preciso encontrar el mismo código en el emisor y en el receptor, es decir, que práctica-mente quien envía el mensaje debiera ser una réplica de quien lo recibe. Si-tuación que desde la teoría clásica de la comunicación, y que Lotman secun-da en opinión, resulta técnicamente imposible e inútil en la práctica. Esto produce una anomalía en el sistema co-municativo. Lotman se pregunta ¿Por qué existe esta anomalía? ¿Cuál es su función y cómo afecta el proceso comu-nicativo? En una primera instancia, el lenguaje funciona como un transmisor de mensajes. La comunicación preten-de ser el modo de replicar aquello que intentamos transmitir. Al desaparecer la posibilidad de una réplica exacta, lo que brota del acto comunicacional es una especulación, es decir, un mensaje que aunque puede estar conformado por los mismos códigos no corresponde ya con el mensaje inicial, es, además de duplicado, desfigurado.

Por ciertas razones resulta importante hacer lo que es necesario hacer, no de la manera más simple, sino de la más complicada.

Como resultado del número continuamente creciente de prohibiciones, ya en el mundo animal, surge el complejo concepto semiótico del amor…

Iuri Lotman.

Iuri Lotmany el complejo semiótico

del amorPor Paul Martínez

[email protected]@sparringloto

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El Mollete Literario

Antes que ver en esta anomalía un simple efecto secundario o parasitario del proceso comunicativo, Lotman ve esta posibilidad como una tendencia general en la cultura, de ahí que pase del análisis del lenguaje a examinar la función biológica de la multiplicación.

Ante la función biológica y la evo-lución de los mecanismos, observa que la reproducción de los organismos más básicos, se da por medio de la división, lo que hace que este proceso sea en ex-tremo simple y eficaz, ya que el orga-nismo unicelular puede multiplicarse sin necesidad de algún externo, sin embar-go, conforme se va avanzando en la es-cala evolutiva comienza a ser necesaria la participación de cuando menos dos organismos, aunque de la misma espe-cie, distintos en su configuración indi-vidual, lo que de pronto ya nos sugiere un recorte extremo a la posibilidad de la multiplicación biológica.

Esta primera prohibición implica ya una barrera, que si seguimos avanzan-do y alcanzamos los niveles que podría-mos llamar culturales, nos será revela-da como la primera de una serie que terminan por complejizar el acto de la multiplicación de la especie. A este acto que consiste en complejizar el modo de reproducción Lotman llama el comple-jo semiótico del amor.

Para Lotman, la misma anomalía en el sistema de la comunicación es com-partida por el sistema cultural y en una primera instancia, por la biología. La necesaria aparición del otro y la con-secuente imposibilidad de auto-repro-ducción que contiene tanto el lenguaje como los organismos complejos, es el motor que permite su expansión, la su-pervivencia.

La problemática para Lotman, se encuentra tanto en el aspecto comu-nicacional como en el acto cultural y biológico. ¿Qué es amor para Lotman?

Una anomalía en el sistema evolutivo que afecta tanto al lenguaje como a la cultura y que además de inevitable, re-sulta vital para el proceso evolutivo.

Si únicamente pretendiéramos re-plicar lo que hemos conocido, los có-digos tenderían ser idénticos, de igual manera, si la especie sólo pretendiera perpetuarse, el camino lógico sería una tendencia a la simplificación de los orga-nismos, hasta poder alcanzar el camino más directo, que consistiría en la auto-reproducción. Sin embargo existe una anomalía, que además, resulta impres-cindible.

El acto creativo aparece ya no como la consecuencia de un fallo en el siste-

ma, sino como una excepción necesa-ria, evolutiva si se quiere. Tanto en el lenguaje como en la biología de los se-res complejos, y por consecuencia en la cultura, la transmisión de los mensajes, la configuración de los códigos y su re-producción, está avocada no a la simple reproducción, sino a la creación.

Si bien Lotman no profundiza más allá en esta analogía, pues su principal preocupación es el lenguaje y el punto a demostrar queda zanjado, para noso-tros, lectores, los horizontes no están to-davía situados del todo. Así, continuan-do con la analogía de Lotman, entre el acto comunicacional y la función bio-lógica de la multiplicación, podríamos

especular un poco acerca de algunas posibilidades.

Si como dice Lotman, la anomalía en el proceso de la comunicación resulta necesaria y la tendencia a complejizar es la lógica de la cultura., entonces po-dríamos afirmar que la multiplicación biológica que implique un alto grado de complejidad, para que podamos llamar-lo acto amoroso, sería entonces el acto cultural por excelencia.

El acto creativo, sea el poema, el baile, el cuadro, la pieza musical, la escena, o en general, todo acto que promueva la recreación de los significados, es por consecuencia, un acto amoroso de cultura.

Si como especie creemos que nues-tra función en el sistema planetario no es simplemente la de poblar la tierra, entonces la postura correcta debiera ser la de mantener una constante búsqueda de sentido. Arriesgarnos a perder lo que conocemos para poder recrear nuevas posibilidades.

Ahora bien, cabría preguntarnos, si una vez que hemos determinado cual sería la postura correcta, ¿ésta coincide con lo que podemos leer en la realidad? Vuelvo a coincidir con Lotman cuando afirma que existen dos tendencias, la primera a simplificar y homogenizar, y como segunda opción, aquella que ya hemos mencionado que busca comple-jizar y crear diferencias.

En un sistema que promueve las po-líticas globales como solución y fin de la misión humana, en el que se promueve la homogenización de los individuos en pro de una mayor eficacia de produc-ción, la función del artista, como princi-pal punto de tensión cultural, quizás sea la de oponer no una resistencia directa, sino ofrecer un reflejo que permita la es-peculación, la re-creación y sobre todo la resignificación de las manifestaciones de la cultura.

“Para Lotman, la misma anomalía en el sistema

de la comunicación es compartida por el sistema cultural y en

una primera instancia, por la biología”.

“En una primera instancia, el lenguaje funciona como un transmisor de mensajes. La comunicación pretende ser el

modo de replicar aquello que intentamos transmitir”.

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El Mollete Literario

Te busco nostálgica anhelando encontrar el sueño de tu presencia idealizada,

pero si te tengo de frente y tu sombra se acorta, te temo y me alejo.

Corro en búsqueda de la distancia que mantiene la luz tenue que ilumina tu imagen de humo.

Buscando

Un nudo en el pecho.

Nido de sueños que no pudieron volar.

Se acumularon con el tiempo dejando cascarones viejos.

Sueños rotos.

Por Luz Elena Baz Cortés

Llaman a ese árbol vida, con sus ramas entrecruzadas.

Hojas llenas de historias pasadas, se repiten en una raíz común.

Su tronco, golpeado por los años de luces y sombras, lo mantiene de pie,

creciendo hacia las nubes y el sol.

Sol que alumbra, y que en la noche la calma de la luna blanca refresca la corteza áspera y porosa,

filtrando el agua de las lágrimas del cielo.

Poemas

Nidos

El árbol - La vida

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El Mollete Literario

Giro mi rostro, miro la gota que atravesó mi cuerpo en un escalofrío,un punto húmedo se queda quieto en mi hombro mientras mis manos empuñan el recuerdo de un avey la gota se queda,permanece quieta en medio de la oscuridad,transcurren instantes que parecen miles de horas tiradas a la basurahasta que poco a poco el líquido salado se va secando.

Mi piel la consume al mismo tiempo que recuerdo un verso de Neruda:“Soy transparente”, escupe como láser mi pupilay la gota se deshace.

Cierro mis ojos y me dejo pinchar por el filo de la gota y siento como traspasa la primer capa de piel,luego se cuela en mis músculos hasta que,como animal perdido que después de un lustro encuentra a su manada,se confunde con mi sangre,siento un alfiler líquido que recorre con lujuria mi organismo y pasa por mis muslos que sostienen mi alma débil,por mis riñones amurallados, por mis pulmones llenos de imaginación...la gota punza mi cerebro que vibra de miedo...recorre cada parte de mí hasta llegar al corazónse acomoda en la parte baja y desata un suspiro que anuncia que la gota se ha tatuado.

Mi alma descansa un momento...luego vierte por mis ojos una gota más(parece que el llanto es infinito)y vuelvo a mirar mi hombrohasta que se consume un nuevo alfiler.

Un caballo baja despacitopor un camino sin tierra,se acerca a un árbol que flotay la nada lo envuelve con su redde felonía y angustia,hay un hueco en su pupila,el azote de una estrella que le grita,el misterio descobijado por la médulay un círculo vicioso que lo orbita...

Aparece un arco iris,de nube a mar como una escalera luminosa,(es un blanco y negro de absurdo)la nube se desvanecela tierra se ablandala luz desaparececomo un pensamiento cada instante.

Vuelan sobre el cementeriolas almas aferradas a la nada,las miedosas de la gloria(el vértigo tiembla como una víbora apretando el cuellode un conejo)...

... suave silencio...

...sshhh...

... Yo me quedo aquí,como una película sin develar,en la sombra, a solas,donde sólo permanece el vahode un sueño,que me devora los sentimientoscomo una araña que come moscasen su tela.

Memoria de un personaje que no existePor Ulises [email protected]@gmail.com

La nada

Alfiler

Ilustración: María BazanaTécnica: Mixta

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El Mollete Literario

MENSTRUAL

Aúlla otra vez pero esta vez lo hace con hondura. Hasta de día daría miedo. Mi mente lo-

gra enfocarse por fin. Y es que aúlla todo su cuerpo, aúlla como si su cuerpo fuera la mismita noche, como si él fue-ra el gemido de todo lo que nos rodea. El plan era ponerme a escribir cualquier cosa, no dormir, darme rienda suelta. Escribir, leer en voz alta, escribir hasta exorcizar mi mente y enchinarme el cuero con la voz que madura. No quería pensar en mis alumnos pero de alguna manera, aquello que parecía un perro no me dejó otra salida. Aúlla la comu-nidad, aúlla el monte. Dice una voz en mi silencio. Esta noche no hay balazos. Los aullidos los han remplazado. ¿Por qué amarran a sus perros de esa mane-ra? El animal se calla y no puedo evi-tarlo, pienso en él y en su familia. Pero ¿por qué?.

Hace justo un año que escuché de él. Trabaja el campo, en el monte, como muchos otros. Lo han visto ahí, ya algo noche. ¿Quién? No sé. ¿Qué hacía el otro a esas horas? No lo sé tampoco. Pero lo vieron, era imposible no escu-char sus gemidos. La yegua estaba muy quieta. Aúllan los árboles, los pájaros, las ratas. Aun cuando susurran, aúllan. Si se aman, aúllan. Es este tipo de afec-to que me inquieta pero que también reconozco como mío, cuando estoy en la ciudad. ¡Escándala! Diríamos, yo y mis amigas bailando precisamente esa cumbia.

Pinches viejas, dice la señora. Galli-nas locas. Casi todos acá tienen el apo-do de un animal. El conejas, el vaca, la caballa. Si no gritan, los chismes se su-surran. Si no hablan, sus hambrientos

ojos lo dicen todo. Es el dolor, la ansie-dad del deseo. Los ventanales que dan a la carretera les hacen ver cómo se les escapa el amor. Cuerpos paralizados, casi ausentes, de no ser por un cuello que casi se quiebra al tratar de seguirle la pista a los que pasaron por aquí y ya se fueron. Después de un año y medio, me he descubierto haciendo lo mismo. ¿Se darán ellos cuenta de a quiénes sigo con la mirada? Un poco menos tensa, por supuesto, para eso tuve un fin de mes en la ciudad… desahogar mis pro-pios gritos, no solo escribir mi voz, sino menstruarla.

Para Romi.Por Canuto Roldán

[email protected]

Apostillas a mi vida de maestra

Ilustración: María BazanaTécnica: Mixta

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El Mollete Literario

MENS, MENTIS

Mujer que sabe latín…Curioso, la mayoría de mis estudiantes son mujeres. No todas se inscribieron al bachillerato. Hemos hab-lado, hemos escrito juntas— sí, así les digo, juntas porque ellas son más que yo. Y nos sorprendimos. Sus voces eran poderosas al resonar en el concurso de poesía. No eran aullidos, eran voz. No sólo eran palabras, era la presencia que adquirieron con ellas. ¿Cómo aprendemos a tomar decisiones?, ¿es posible si no lo podemos hacer primero sobre nuestro cuerpo, nuestro placer, nues-tro dolor, inclusive?

QUERIDA,

Ciertamente, hace mucho que no te es-cribo. No, de la manera más directa. No, de esta forma en que espero me respondas. Me acuerdo de ti, cuando tenías 7, 14, 21. ¿Recuerdas al niño autista del que te en-amoraste? Íbamos a un grupo de natación para niños con… en ese tiempo decíamos discapacidad. Mi tío no podía hablar. Yo no era muy parlanchín, aquél niño tampoco. Si hago memoria, de las maestras aprendí a analizar, solucionar, narrar, aun cuando sus situaciones laborales eran incomprensi-bles y silenciadas; también aprendí de ellas cuando sólo eran mujeres. Entendí lo que significaba educarme cuando no estaba en clase. Lo aprendí de ellas, con su ejemplo de mujeres provocativas, abiertas, alegres, cómplices. No aprendí mucho de mis maes-tros, salvo de aquellos que eran homosexu-ales. Nunca lo dijeron pero su ejemplo me sirvió. Hace poco me encontré a uno en un bar de Zona Rosa. Tenía la virtud de la gente que conocemos en la adolescen-cia. No ha cambiado nada. Me pregunto si habrá cambiado su idea de la homosexu-alidad. Recuerdo vagamente su mirada

inquisitiva, esa forma de mirar gay, entre digna y agresora, tierna y maldita. No pude acercarme a preguntarle. Seguí la noche rumbo a esos placeres que destajan. ¿Te acuerdas del disgusto que te oca-sionaba ver el Chavo en su escuela o ese otro programa de la escuelita? Sabía que mis caras de asco al ver ese programa con la familia de mi padrastro no sólo era por las condiciones en que había crecido esa familia: numerosos, de escasos recursos, amaestrados por la tv. Así me lo parecían, hasta que alguno de ellos me hizo entender otras cosas… en fin, no odiaba el progra-ma aquél sólo porque era el que idolatra-ban ellos, sino, sobre todo, por la viscosi-dad que tenían todas las palabras que allí escuchaba, la perversión con que se trans-mitían en la televisión. ¿No me miraba allí tan solo por mis preferencias? En fin, te escribo ahora, 7 años después porque no puedo seguir aplazando estas palabras. Al hacerlas a un lado no he po-dido entender varias cosas. Estos tiempos, sólo he querido decidir sobre mi cuerpo, ahondar en mi voz, navegarla, ahogarme en ella, dejarme llevar por la corriente, flotar, nadar hasta el cansancio. He ido pasando del aullido a buscar mis propias palabras. Estoy cansada pero contenta. Y no quería dejar pasar más tiempo porque, aunque he tenido miedo de lo que piensen mis estudiantes, soy provocativa, abierta, alegre y cómplice de la mayoría de ellas y ellos. No me basta consolidar, aclarar, cautivar y controlar. Lo siento pero no. Lo digo en el nombre de mi madre, mis her-manas, mis amigas, mis colegas. Mi abuela se fue hace tiempo. Hicimos un pacto. No lloré en su muerte de tristeza porque yo continuaría su vida de maestra. No guardo rencores a mi madre porque nuestra voz aprende mientras enseña.

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El Mollete Literario

La estancia necesita una remodela-ción, no tengo certeza de porqué, pero es algo que tengo que hacer

para mantenerme alejado de mí mismo, de eso va la vida, una huida intermina-ble, encontrar cualquier oportunidad, por nimia que sea, para olvidarse por completo del ser, disolverse en lo etéreo del ambiente y volverse una homogenei-dad total, inconsciente. Fluir una y otra vez en este circuito agobiante, perderse.

El color previo de la estancia era el blanco, pintarlo igual una vez más su-pondría un plácido ahorro de energía, sería tan sencillo como darle una segun-da mano de pintura, además de evitar el desgaste intelectual que podría oca-sionar la suposición de diferentes esce-narios: que la falta de iluminación con un púrpura, que el juego de sombras que producirían los muebles con un azul, que el sentimiento de repugnancia psicológica brindado por un amarillo… Blanco, la suma de todos los colores, la totalidad semejante a la nada, apacible como la soledad.

No sé en qué pensaba cuando opté por el techo rugoso. No recuerdo cuáles eran mis concepciones estéticas por aquella época, sin lugar a duda se inclinaban más hacia lo detallado que a lo práctico. Pintar el techo rugoso resulta una tarea titánica, la brocha se desliza una y otra vez sobre la superficie pero ésta parece que nunca quedará uniforme,

siempre queda algún centímetro con una tonalidad más opaca de blanco, un puntito más brillante, uno percudido, un abanico de blancos, una infinidad de nadas chiquitas; leí en algún lugar que los esquimales tienen varias palabras para designar distintas tonalidades de blanco. Su cosmogonía situada en la nada, en ese todo petulante, jugando a su antagonista, un ángel expatriado.

Y heme aquí, con la visión clavada en mi revoltijo de todos, esa imposibi-lidad de nada que me trae de vuelta al divagar, a sentirme tan asqueado de sen-tir, la nuca recargada en la joroba, boca seca y frente húmeda, el cuello expuesto a cualquier ataque, y el brazo dolorido que se desliza de atrás hacia adelante, izquierda derecha, sujetando la bro-cha ya no del mango sino de la virola, la mano en forma de lagarto, el pulgar sosteniendo el peso mientras los otros cuatro dedos generan presión, norte sur, este oeste, en cuanto la pintura comien-za a secar un montón de imperfecciones saltan a la vista, puedo ver unos veinte diferentes tonos de blanco por metro cuadrado, no existe tal cosa como la perfección, ¡paparruchas! Es un engaño continuo, no existe una cosa tan bella como la nada, como un todo. Y esa su-perficie surcada restregándomelo en mi cara, ¡cínica hija de puta! Quiero llorar.

Acomodo un derechazo al techo, mis nudillos dejan su huella en cuatro

hoyuelos casi invisibles de no ser por los puntitos rojos instaurados en los ho-yuelos 1 y 2 contando de izquierda a derecha. Mi mano lesionada no puede sujetar con firmeza la brocha, la ató con cinta adhesiva para evitar hacer presión con la extremidad, probablemente, frac-turada y continuo mi empresa carente de sentido pero que debe ser concluida por obligación. ¿Por qué? No sé, no ten-go un argumento contundente, es una especie de inercia, quizá un capricho universal. Mi mente se encuentra muy fatigada como para cuestionar las de-cisiones de mi mano y la incomodidad que proporciona a mi vista tan basto juego de tonalidades involuntarias.

Estoy cansado de mí. Desearía más que nada en el mundo recostarme en el suelo y llorar, sin importar las gotas de pintura en mi rostro y cabello, llorar sin tener que buscar un motivo, como mera causa fisiológica. Llorar hasta caer dor-mido, profundamente, sin procesos oní-ricos, la nada envolviéndome con apa-cibilidad, la consciencia desparramada por todo el universo, imposibilitada de reacomodarse, de generar cualquier proceso sináptico, como un suicidio pa-sivo y sin drama, rendirse, tomar una postura cómoda y nada más, dejarse ir sin firmar una nota con caligrafía ele-gante, desaparecer. Una superficie lisa, blanca…, quizá negra…

¡Chale, me caga pintar!

Techo blancoPor Luis Villalón

Ilustración: María BazanaTécnica: Mixta

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El Mollete Literario

El Bolerodesconocido

Segunda parte

Por Ximena Cobos

“No entendía cómo podía caer en el olvido, la

perdición y el abandono hasta en estos lugares

donde los más antiguos y desgastados ritmos

todavía palpitaban”.

Luego del abandono al matemático presenté mi renuncia. Con el dinero que tenía ahorrado de los últimos

meses en el Café viviría un tiempo antes de saber qué haría. Qué se jodieran las nuevas generaciones habidas de sexo e inmereci-dos consumidores de drogas, incapaces de ser tocados por alguna divinidad. Con todo el tiempo libre que ahora me quedaba po-dría recorrer calles y consolidar mi vida en mi nuevo hogar sacando, por fin, todas mis cosas de las cajas.

Un día mientras acomodaba los libros cayó, como el maestro que es, Se está ha-ciendo tarde… justo bajo mis pies. Abrí sus páginas, pues no podía considerar una coincidencia su aparición: Your outside is in/ the inside is out/ the higher you fly/ the deeper you go. Me había recordado todo… era el móvil perfecto para co-menzar mi búsqueda. Fui primero a un lugar seguro. Llegué un domingo a casa de papá, comimos y me abastecí de una colección de boleros de todos los tiempos. Tenía poco más de cuarenta discos que escuchar y debía comenzar de inmediato.

Para complementar la tarea detecti-vesca, todos los días caminaba por el cen-tro buscando un buen sitio. Había mu-chos espacios a donde ir y bastantes cafés a donde entrar, pero no hallaba el mío, ese lugar donde el guerrero, dicen, está seguro. Pasé algunas tardes en cantinas oyendo música de antaño, con borrachi-nes de traje manchado; melancólicos mos-cos de moco escurridizo y olor agrio que escuchan lo que justo quería oír. Mientras ellos se revolcaban en la barra sollozando por destinos que no querían construir, yo disfrutaba, bebía, chu. pa. ba. su melan-colía nota a nota, y juntaba el material suficiente para alguna historia. Con todo, no lograba epifanía alguna; azuzaba a los

individuos en la rocola y no conseguía nada; los cantineros me veían extraño cuando en-traba; eran seres herméticos, fieles a su la-bor y celosos cerberos de sus comensales. Jamás logré hablar con alguno, se distraían levantando uno que otro cadáver que no al-canzaba llegar a los baños, limpiaban vasos, iban por más cervezas, recibían pedidos, y sólo me dirigían un ¡hastaluegoseñorita! como indicando que yo no pertenecía allí. Eso me daba idea de que aquello no era una simple distracción sino una magnífica tác-tica evasiva, pues aún no había pasado las pruebas suficientes para que se pudiera de-cir de mí un ser merecedor de la sabiduría de cantina. No importaba, la conseguiría a mi modo.

Pero el tiempo pasa-ba rápido a la luz de una búsqueda infructuosa. Tristemente seguía sin encontrar el bolero que al parecer Bolaño tam-bién había escuchando en su estancia en Méxi-co, en aquellas fiestas de la generación de los in-frarrealistas y que José Manuel Aguilera quizá descubrió en alguna borrachera nocturna y fría, o posiblemente les había sonado por primera vez sentados en sus departamentos de no sé dónde, o siendo niños perdida como un rumor entre edificios. Pero para mí aún no había nada, ni en ningún viejo rincón, ni una pista, ni un mínimo acercamiento a él. No entendía cómo podía caer en el olvido, la perdición y el abandono hasta en estos lu-gares donde los más antiguos y desgastados ritmos todavía palpitaban como las luces en los viejos altares esquineros de la Virgen o San Martín Caballero.

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El Mollete Literario

Qué tan tristes eran aquellos dos bo-leros que ni podían escucharse entre las paredes sucias, el aserrín en el piso y las puertas al estilo viejo oeste. Qué clase de adiós guardaban que nadie las hacía sonar de nuevo para mis oídos…

Un día de tantos pagué mi último trago. Desistí de la búsqueda en las cantinas y me cuestioné severamente por qué habría de hallar algo en ellas. Caminé una vez más entre calles oscuras que tenían los ecos de nuestros pasos juntos, la zozobra de nues-tros besos y un poco de lejano humo de algún cigarro que fumamos labio a labio. Sobre mi espalda colgaba el hecho de que fallaba nuevamente; no logré nada como profesora, no funcionaba como arqueóloga

de las notas y no sabía si él tenías alguna pista que me pudiera ayudar. Ni siquiera había logrado alejarme de verdad de su figura, para cualquiera resultaría evidente que vivía en un perímetro plagada de él más allá de sus recuerdos.

Comenzaba a deses-perarme con la idea de

no encontrar, de no distinguir ningún presagio alentador, una mínima señal. Releía el pasaje de Los detectives, tocaba y tocaba esa can-ción a tinta negra y doble espacio sin lograr averiguar ni un poco. Me quitaba el sueño fumando como loca mientras recordaba estribillos de piezas incompletas que ni si-quiera podía volver a escuchar para armar el rompecabezas en mis neuronas mal aco-modadas de recuerdos.

Tenía que detenerme, probablemente estaba buscando en los lugares incorrec-tos, pero lo sombrío de los seres me decía que de ahí tenía que salir algo. Me estaba asimilando a esos ambientes pútridos en una búsqueda que empezaba a parecerme

absurda, entre tantos boleros reconocidos y añejos.

***

Adquiría una resistencia al licor que no creí lograr algún día. Quizá antes me perdía en las fiestas por la seguridad de que él me cui-daba, pero después de tantas peleas, caídas, rounds perdidos hasta la inconsciencia, co-mencé a moderarlo. Ahora nada importa-ba más que mantener la cabeza fría y los oídos agudamente atentos, los tragos sólo calentaban mi cuerpo y me daban una extraña lucidez que yo juzgaba apropiada para buscar la completitud de ese amor perjudicial. No podía perderme ¿cómo él? Pero me dejé llevar.

Me estaba volviendo alcohol y no me evaporaba en el interior de nadie. Los ve-cinos murmuraban sobre mis gustos, intuía que les repugnaban los días enteros en que únicamente escuchaba boleros y parecía ahogada de borracha. Muchos días a la se-mana sólo era una chicha aislada y huraña, tranquila y de gusto musical extravagante. Ya me había habituado a que todas las bandas que escuchaban eran nombres des-conocidos para el mundo, sólo existentes en la cabeza de seres aislados con almas se-dientas como las de nosotros, el círculo in-fernal que se reunía en el cuarto de azotea del master of masters para ver a Doña Blanca a través de un pilar del Neza eternamente vigilado desde las alturas por el Red Coio-te. Pero aquello son sólo recuerdos que no sabía si podían ayudar. Por si acaso, los iba apuntando en una libreta como notas adjuntas, intentando crear un mapa para llegar a nuestro bolero.

Poco a poco desistía de mi mala repu-tación. No salía de casa, tampoco me em-briagaba y torturaba a los vecinos. Me ini-cié en el arte culinario nuevamente y dejé los malos restaurantes de comida sin sabor.

“Había aullado lo suficiente. Aunque mi alma nunca podría, ni debería, olvidarlo todo”.

“Me estaba volviendo alcohol y no me evaporaba

en el interior de nadie. Los vecinos murmuraban sobre mis gustos intuía que les repugnaban mis

días enteros”.

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El Mollete Literario

También, decidí leer algunos libros y dejar atrás a la beat generation, eso era ser él y ya no había cabida en el departamento para eso. Había aullado lo suficiente. Aun-que mi alma nunca podría, ni debería, ol-vidarlo todo.

***

Los recuerdos brotaban uno tras otro reconstruyendo días, horas, minutos, tomas cerradas, close overs de nuestros días, como si nada hubiera olvidado, como si cada segundo que ocurrió de nuestra historia habitara mi cuerpo deambulando en mis sentidos, anotándolo, ahora, cada detalle en una libreta como nuevo síntoma de mi obsesión buscona. Así llegué a la conclusión de que muy pocas veces, en los primeros meses de aquella relación, pasamos momentos maravillosos en ese café donde yo más que trabajar, habitaba. Por las tardes, cuando oscurecía temprano y me pedía alguna tizana, escuchábamos discos que eran nuevos para mí, sentados en ese banco que estaba en un rincón desde donde se veía todo en perspectiva; en mis

recuerdos, él parecía considerarlo un lugar especial por un nosotros que se iba formando. Con el tiempo llegó a odiar no sé si sólo al lugar o a mí también; le cagaba pararse en aquel sitio, me reclamaba que pasaba demasiado tiempo en él. Y ni qué decir de mí, que no soportaba

su presencia acosadora en el lugar que para mí era mi sitio, lo convirtió en el lugar donde siempre podía encontrarme, el espacio perfecto para acorralarme a cualquier hora y armarme una escena desgastada o violenta.

Todavía veo claro las imágenes pasan-do entre mis lentes… hubo un momento en que parecía que estar juntos no era

complicado, cada quien su espacio, cada quien su sitio; pero comenzó a serle insu-ficiente el tiempo —no me atrevo a intro-ducir un plural—, comenzamos a habitar la casa de mi madre, a dormir todos los días en una cama que había sido sólo mía, y a no dejar un sólo lugar donde no hu-biéramos hecho el amor: ni la azotea ni el patio quedaron exentos de oírnos a cual-quier hora respirar agitadamente. Sin embargo, el gusto se tornaba amargo, se pegaba a mí como una lapa y pasaba to-das las horas de mi turno mal mirando a las personas sen-tado en un rincón, para después irnos a casa. Pero aquí si viene un nos… Nos entró una mala ne-cesidad de estar pe-gados. Aunque la actitud de vigilan-te, del que cuidaba que nadie se me acercara si no era para ordenar un café y proferir sólo las pala-bras justas, me fastidiaba, aún en mi inte-rior estaba tremendamente enamorada, contradiciéndome a mí misma mi vida no fluía más que en peleas que llegaron bastante rápido.

Tenía amigos a hurtadillas, todo era cada vez más violento, arrebatado. Algu-nas veces le grité que se largara.

Sé que no traté de que conviviera con mis amigos, de hacerlo parte de mi vida natural. por el contrario, tenía un solo si-tio Sí, soy muy egoísta, me lo dijo siem-pre, pero al final le parecían pendejos que solamente me querían coger con tan sólo darles un vistazo.

Siempre aquella insistente y perdu-rable, casi eterna, mirada encabronada. Cada día se repetía la misma escena, al salir del café, ya rumbo a mi casa, no me hablaba, unas dos o tres cuadras más adelante se dejaban venir nuestros gritos y alguno acababa por llorar.

“...me pedían que lo dejara por mi propio bien; pero yo pensaba “qué iban a saber ellos

lo que me haría bien en esta vida”. Confiábamos en poder cambiarlo todo,

hasta el mundo”.

“Hubo un momento en que parecía que estar

juntos no era complicado, cada quien su espacio,

cada quien su sitio; pero comenzó a serle

insuficiente el tiempo”.

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Ya todos estaban hartos de nuestras discusiones, me pedían que lo dejara por mi propio bien; pero yo pensaba “qué iban a saber ellos lo que me haría bien en esta vida”. Confiábamos en poder cambiar-lo todo, hasta el mundo. Y, entonces, por aquellos días esa canción tomó sentido, una nota más que me ofrecía una mejor cara del momento, un mensaje no atendi-do: “Nos queda poco tiempo para rescatar al menos el fuego… el fuego primigenio […] del que surgen todos los incendios”. El caos nos habitaba len-tamente hasta la médula, las largas charlas en las que intentábamos solucionar las co-sas cuando estábamos sobrios de rabia y de celos no lograban ni tantito, porque los gri-tos y lagrimas cuando estábamos en lugares públicos eran la constante. Sin embargo, el tronco que sostenía todo se mantenía fir-me; en la intimidad éramos amantes de mil lunas y nuestros ojos se desensombrecían, volvíamos a ver nuestro amor entre besos y caricias húmedas de calor, entre platicas a oscuras y notas fluyendo, they don’t love you like I love you, no? Fuera de las cuatro paredes que sólo nos miraban a los dos nos mandábamos a la chingada cada tercer día o cada semana, volviendo con la esperanza entre las manos que se caía al suelo y se perdía entre nuestros pasos que se unían de modo que no hubiera ni un mínimo es-pacio entre nosotros, pero venía el agua a taparnos las narices y los insultos habita-ban nuestras bocas, y aunque duele mucho estar sin ti, estar contigo duele más… se continuaba como disco rayado. Ni tu cruz ni mi maldi-ción, decíamos. Luego se me cansó el alma, ya no quería ver a sus amigos, no quería beber, no quería drogarme. Intentábamos arreglar las cosas, pero no dejaba de tomar a lo pendejo cuando estábamos con ellos. Se iba extinguiendo la veladora del amor.

Yo pedía no más fiestas, pero él roga-ba para que fuera y terminábamos pe-leando porque lo hacía a regañadientes.

Llegábamos siempre encabronados y yo con los ojos rojos de tanto llorar. A veces me hacía la mártir, lo reconozco, quizá porque en mi cabeza esperaba que al-guno de sus amigos, las únicas personas a quien sí escuchabas —o eso creí— le hicieran entrar en razón. Otras tantas sólo me ponía en modo automático y era feliz, haciéndole olvidar el desencuentro inmediatamente anterior. En un cansan-cio de años, de meses, de peleas en todas partes, de fiestas arruinadas, de lágrimas exageradamente desparramadas de mis ojos, dejé los numeritos de borrachos a otra pareja. Después de tantos golpes que nos dimos y el raspón en las rodillas que oculté gracias al frío de diciembre, no quería que un día de verdad resultara con el ojo mo-rado o una costilla rota o plasmando confusión como mi epitafio luego de un mal encuentro entre los dos. Me volví som-bra y sumisión cuando ya estaba muy borra-cho; fingía, con maes-tría aprendida, calidez con sus amigos, me reía, bebía, y terminaba durmiendo al ver que no paraba y al día siguiente, la discusión era la misma.

Promesas de ya no tomar tanto, afir-maciones de falsos entendimientos acer-ca de mi acción de no beber; retractarse de las cosas feas e incomodas que había dicho o hecho y que yo ignoraba en el transcurso de la fiesta, disculpas vacías. Ya no había coraje, sino una enorme tris-teza que se estaba devorando mi alma. Entonces vino la pausa. Tras una pelea forzada por los dos para que ocurriera, se levantó, se fue sin volver atrás la cabeza ni una sola vez y me quedé sola.

“Confiábamos en poder cambiarlo todo, hasta el mundo”.

“El caos nos habitaba lentamente hasta la

médula, las largas charlas en las que intentábamos

solucionar las cosas cuando estábamos sobrios

de rabia y de celos no lograban ni tantito”.

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El Mollete Literario

Yo no sabía cuál era la reacción co-rrecta. Luego vino todo. La búsqueda. Los apuntes. Los bares. Los cigarrillos y hoy un café.

***

… Un rinconcito del Centro, acogedor y tranquilo.—La cuenta por favor. Doy una última fumada. Apago mi cigarro. Cierro la libreta. Salgo del lugar, inicio mi camino a casa una vez más en la noche, esta vez no muero como en otros cuentos. Mientras camino emprendo un discurso en mi cabeza, me digo: espero algún día descubra lo que yo en tantas horas de café y cigarros, en tantos minutos borrachos y borrados, en tiempo transcurrido en notas. La vida es simple y resumible aunque cues-te trabajo llegar a ello. El bolero descono-cido es ese que cantamos en el día a día de nuestro pasado juntos. No hay coinci-dencia fortuita entre Bolaño y la Barranca. Tampoco hay un sólo texto musical al que ambos hagan referencia. Un día, frente a la canción, que habrá puesto porque relee los Detectives… y tropezó con ese párrafo, cuando salgan como libélulas las palabras de las bocinas y le atraviesen el corazón en la media oscuridad, con el humo de cigarro y la cerveza llegando a su mano, su razón dejará de buscar entre canciones viejas, en-tonces con una sonrisita muy muy tenue y el último estrujarse de su corazón parará de odiarme y de amarme al mismo tiem-po, descubriendo que ese bolero que tan-to buscamos, lo escuchamos y lo hicimos compás por compás durante seis años de

atroz devaneo. Y entonces, sólo seremos canción de noches tristes, unas cuantas líneas de un libro de un buen escritor y las palabras en una pieza de José Manuel Aguilera. Releyendo las libretas llenas de mis notas y recuerdos exactos, supe que no había canción escondida en un disco abandonado en la repisa de algún ancia-no en un cuarto desvaído, mi error más grande en la búsqueda había sido sólo anotar descontroladamente un flujo de raspones y buenos momentos; había sido como desmembrar en una simple línea recta el nosotros funesto y no recorrer la historia de nuestros días escribiendo mo-vimientos fluctuantes y disparejos.

Ahora escucho los acordes a lo lejos en las calles vacías de estar juntos. Tara-reando estrofas que hasta hace un tiempo eran desconocidas, chiflándolas un tanto, bailando un poco y desvaneciéndome sobre la línea de luz que divide la calle, mis tenis van siguiendo un ritmo que sólo escucho yo, y quizá ÉL a lo lejos, mi falda sobresale un poco bajo el abrigo negro y mi cabello se mueve con el tenue resoplar del viento… el final del vinil, la aguja que corre infinitamente produciendo ya tan sólo un scrah que dejó atrás una sentencia: Tanta vida yo te di que por fuerza llevarás en el fondo ese sabor que hoy tratas de negar…

(Puedes consultar la primera parte en el número 30)

“El bolero desconocido es ese que cantamos en el día a día de nuestro pasado juntos”.

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