el libro grande alcoholicos anonimos

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El Libro Grande, en sus diferentesediciones, desde la más «primitiva»en mimeógrafo, luego empastadocon sus cubiertas rojas y amarillas,hasta llegar al actual, de color azul;tiene su historia, una historia tanbella como los historiales de cadaalcohólico que persevera en susobriedad; ésta es una parte de lamisma pues escribir una historiacompleta se llevaría muchaspáginas. Sin embargo, sobre labase de la información existente, sepuede decir algo sobre el libroAlcohólicos Anónimos. Por ejemplo,

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que aún hay gente que no loconoce, el nuevo que está porllegar a un Grupo le espera elencuentro con este Libro que tantosmillones de vidas ha salvado. Y quecon el pasar del tiempo seguirásiendo tan vigente como lo esactualmente y desde sus inicios.Cabe decir que el Programa descritoen este libro ha sido el punto departida para otros movimientosllamados Anónimos.

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Alcohólicos Anónimos

El Libro GrandeEl Libro Azul

ePUB v1.1Elle518 24.03.12

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ALCOHÓLICOSANÓNIMOS

Tercera Edición2007

El relato de cómomiles del hombre y mujeres

se han recuperado del alcoholismo

Publicada originalmente en inglés en1939, año en que A.A. contabasolamente con unos 100 miembros, laprimera edición de este libro tuve una

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distribución de más de 300.000ejemplares. La segunda edición eninglés, que apareció en 1955, cuando yahabía más de 150.000 miembros,aumentó esta cifra hasta llegar a unadistribución total de más de 1.450.000ejemplares. En 1976 cuando, según uncálculo moderado, el número demiembros en el mundo había ascendidoa un millón, se publicó la terceraedición del libro, nueva y revisada, conun mayor número de historias personalespara dar una más amplia muestrarepresentativa de la Comunidad.Sumadas todas las tiradas, se handistribuido aproximadamente 21

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millones de ejemplares de las tresprimeras ediciones. En la cuartaedición, publicada en 2001, aparecieron24 historias nuevas para ofrecerexperiencias contemporáneas quepuedan facilitar la identificación de losprincipiantes de los primeros años delSiglo XXI.

La primera traducción al español dellibro publicada por A.A.W.S., Inc., tuvosu presentación en 1986. Contenía eltexto básico, o sea los primeros oncecapítulos, lo que constituye el mensajede A.A., tal como había aparecido eninglés, sin cambios, desde la primerapublicación en 1939 del libro que dio su

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nombre a la joven Comunidad, así comola historia del Dr. Bob y los Apéndices.En 1990, se publicó la primera ediciónampliada del libro. En esa edición, sereunían catorce historias personales, dosde ellas traducciones de interéshistórico, y otras doce narradas pormiembros de habla hispana provenientesde diversas partes del mundo.

Para esta nueva edición, la terceraen español, preparada conforme con unaAcción de la Conferencia de 2004,además de haber hecho una detenidarevisión del texto básico, se haactualizado la sección de historiaspersonales agregando otras 32 más de

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miembros hispanohablantes para asípresentar una más rica y ampliavariedad de experiencia.

Al enviar a la imprenta esta edicióndel Libro Grande en español, se calculaque hay en el mundo más de 2.000.000de miembros de A.A. Publicamos estelibro con la esperanza de que, al leer laexplicación que se ofrece del programade A.A. y los testimonios personales deque este programa da resultados, muchamás gente se encamine hacia surecuperación.

Alcoholics Anonymous World

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Services Inc.Box 549, Grand Central StationNew York, NY 10163

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Título original: Alcoholics Anonymous:The Big BookCopyright © 1939, 1955, 1976, 2001 porALCOHOLlCS ANONYMOUS WORLDSERVICES, INC.Edición en español Copyright © 1986,1990, 2008ALCOHOLlCS ANONYMOUS WORLDSERVICES, INC.Todos los derechos reservados

Segunda Edición, 199025 impresiones desde 1990 hasta 2007Tercera edición, nueva y revisada 2008Primera impresión, febrero 2008Segunda impresión, junio 2008Tercera impresión, abril 2009

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PRÓLOGO A LATERCERA EDICIÓN

EN ESPAÑOL

ESTA EDICIÓN, la tercera, del LibroGrande en español, AlcohólicosAnónimos, es fruto de un largo trabajocolaborativo que se originó en el año2004 con una Acción Recomendable dela 54ª Conferencia de ServiciosGenerales de los Estados Unidos yCanadá. La Conferencia, por medio deesa acción, recomendó que se elaboraraun borrador de una tercera edición del

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Libro Grande, Alcohólicos Anónimos,en español. Con este objetivo se formósin demora un subcomité encargado de1) hacer una detenida revisión del textobásico y 2) ampliar la sección dehistorias sustancialmente de manera quesea de un tamaño parecido al de lacuarta edición en inglés con miras aalcanzar a cada vez más personas dediversa procedencia, clase y condición.Al seleccionar las nuevas historias losmiembros del comité tenían el cometidode utilizar los mismos criterios basadosen las sugerencias de Bill W. que seutilizaron para la preparación de laCuarta Edición del Libro Grande en

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inglés. Según el texto de larecomendación: «Cada historia,conforme con lo recomendado por Bill,debe poder alcanzar al recién llegadoque todavía busca la solución de A.A. ycada historia debe ser una historia típicade A.A, que cuenta cómo era, lo quesucedió y cómo es ahora».

El comité revisó detenidamente eltexto básico, hizo varias correcciones yunánimemente propuso algunasrevisiones. Entonces, copias del textobásico con las revisiones indicadasfueron distribuidas a todas las oficinasde servicio de países de habla hispanapara así asegurar una mayor cohesión y

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una más amplia conciencia de grupo.Mientras tanto, como respuesta a unasolicitud de manuscritos publicada porla OSG, llegaron a la oficina casidoscientos manuscritos. Al final, tras unduro y esmerado proceso de selección,los miembros del comité coincidieron enpublicar 32 de las historias.

Estas historias las cuentan miembrosde A.A. hispanohablantes de trescontinentes y más de diez países: entreellos, un maestro, un militar, unaprofesora, un agricultor, un hombre yuna mujer de negocios, un policía, uncamionero y un sacerdote. Todas estaspersonas, por muy diferentes que fuesen,

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tenían en común el mismo sufrimiento ynumerosas experiencias que compartir.Casi todos insistían largo tiempo enpoder controlar su forma de beber, apesar de las repetidas y cada vez máscontundentes pruebas de lo contrario. Alfinal, cada uno por su propio camino,todos tuvieron que admitir su derrota ylo irresistible que les era el alcohol.Algunos se creían ya perdidos; otros sedieron cuenta de que, a paso lento oacelerado, se estaban acercando a laruina total, a la locura o a la muerte.Todos cruzaron el umbral de A.A.armados nada más que con la humildeadmisión de su impotencia ante el

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alcohol y, una vez adentro, rodeados porsus compañeros de fatigas, encontraronla posibilidad de reponerse y de viviruna nueva vida de alegría y utilidad.

Estas historias te ayudarán, tal vez, adecidir si eres alcohólico y siAlcohólicos Anónimos tiene algo queofrecerte, algo que más de 2.000.000 dealcohólicos de todas partes del mundoaprovechan hoy día: la libertad y laoportunidad de vivir rica y plenamenteen sobriedad.

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PREFACIO

ESTE ES el prefacio de la CuartaEdición (en inglés) del libroAlcohólicos Anónimos. La primeraedición apareció en abril de 1939 y enlos siguientes 16 años se pusieron encirculación más de 300.000 ejemplares.La segunda edición, publicada en 1955,alcanzó una circulación total de más de1.150.000 ejemplares. La terceraedición, que salió de la imprenta en1976, tuvo una circulación de unos19.550.000 ejemplares en todos losdiversos formatos.

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Ya que se ha convertido en el textobásico de nuestra Comunidad y haayudado a grandes cantidades dealcohólicos y alcohólicas a recuperarse,hay un fuerte sentimiento en contra dehacer cambios drásticos en el libro. Porlo tanto, con referencia a las revisionesque se han hecho en la segunda, tercera ycuarta ediciones, la primera sección deeste volumen, en la que se describe elprograma de recuperación de A.A. se hadejado en su mayor parte sin cambiar.La sección titulada «La opinión delmédico» queda en la forma en que fueescrita originariamente en 1939 por eldifunto Dr. William D. Silkworth, el

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gran benefactor médico de nuestraSociedad.

A la segunda edición se añadieronlos apéndices, las Doce Tradiciones ylas indicaciones de cómo ponerse encontacto con A.A. Pero el cambio másimportante se hizo en la sección dehistorias personales, que se amplió parareflejar el desarrollo de la Comunidad.«La historia de Bill», «La pesadilla delDr. Bob», y otra historia de la primeraedición quedaron sin cambiar; tresfueron revisadas y a una de ellas se lepuso un nuevo título; se escribieronnuevas versiones de dos historias connuevos títulos; se añadieron 30 historias

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nuevas; y la sección de historias fuedividida en tres partes, con los mismosencabezamientos que se utilizan ahora.

En la tercera edición, Parte I(«Pioneros de A.A.») quedó sincambiar. En la segunda parte («Dejaronde beber a tiempo») se dejaron nuevehistorias de la segunda edición y seañadieron ocho historias nuevas. En latercera parte («Casi lo perdieron todo»)se dejaron ocho historias y se añadieroncinco nuevas.

En la cuarta edición se incluyen losDoce Conceptos para el ServicioMundial y se ha revisado la sección dehistorias personales de la siguiente

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manera: Se ha añadido una historia a laprimera parte y dos que originalmenteaparecieron en la tercera parte ahoraaparecen en la primera parte; se hanquitado seis historias. En la segundaparte se mantienen seis historias, se hanañadido once nuevas y se han quitadoonce. En la tercera parte ahora hay docehistorias nuevas; se han quitado ocho(aparte de las dos que se transfirieron ala primera parte).

Todos los cambios que se han hechoa lo largo de los años en el LibroGrande (el nombre que los A.A. hanpuesto cariñosamente a este volumen)han tenido el mismo propósito:

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representar más fielmente lacomposición de la Comunidad deAlcohólicos Anónimos y de esta manerallegar a más alcohólicos. Si tienes unproblema con la bebida, esperamos queal leer una de las 42 historias personaleshagas una pausa y digas: «Sí, eso mepasó a mí»; o, más importante, «Sí, yome sentía así»; o aún más importante,«Sí, creo que este programa me darábuenos resultados a mí también».

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PRÓLOGO A LAPRIMERA EDICIÓN

Éste es el Prólogo tal comoapareció en la primera

impresión de la primera ediciónen 1939

NOSOTROS, los AlcohólicosAnónimos, somos más de un centenar dehombres y mujeres que nos hemosrecuperado de un estado de mente ycuerpo aparentemente incurable.

El propósito principal de este libro

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es mostrarle a otros alcohólicosprecisamente cómo nos hemosrecuperado. Esperamos que estaspáginas les resulten tan convincentes queno les sea necesaria más autenticación.Creemos que nuestras experiencias leayudarán a cada uno a entender mejor alalcohólico. Muchos no comprenden queel alcohólico es una persona muyenferma. Y además, estamos seguros deque nuestro modo de vivir tiene susventajas para todos.

Es importante que nosotrospermanezcamos anónimos porque en elpresente somos muy pocos para atenderel gran número de solicitantes que

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pueden resultar de esta publicación.Siendo la mayoría gente de negocios oprofesionales, no podríamos realizarbien nuestro trabajo en tal evento.Quisiéramos que se entienda que nuestralabor alcohólica no es profesional.

Cuando escribimos o hablamospúblicamente sobre el alcoholismo,recomendamos a cada uno de nuestrosmiembros omitir su nombre,presentándose en cambio como «unmiembro de Alcohólicos Anónimos».

Muy seriamente le pedimos tambiéna la prensa observar estarecomendación, de otra maneraestaremos grandemente incapacitados.

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Nosotros no somos una organizaciónen el sentido convencional de lapalabra. No hay honorarios ni cuotas deninguna clase. El único requisito paraser miembro es un deseo sincero dedejar la bebida. No estamos aliados conninguna religión en particular, secta odenominación, ni nos oponemos aninguna. Simplemente deseamos serserviciales para aquellos que sufren estaenfermedad.

Estamos interesados en saber de lasexperiencias de aquellos que estánobteniendo resultados de este libro,particularmente de los que hanempezado a trabajar con otros

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alcohólicos. Nos gustaría ser servicialesen tales casos.

Las preguntas de sociedadescientíficas, médicas y religiosas seránbien recibidas.

Alcohólicos Anónimos

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PRÓLOGO A LASEGUNDA EDICIÓN

EN INGLÉS

Las cifras citadas en esteprólogo describen la

Comunidad tal como era en1955

DESDE que se redactó el prólogooriginal de este libro en 1939, haocurrido un milagro de grandesproporciones. En nuestra primeraedición se expresaba la esperanza de

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que «todo alcohólico que viaje, al llegara su destino, encuentre la Comunidad deAlcohólicos Anónimos». El textooriginal continúa diciendo: «Ya hanbrotado en otros pueblos grupos de dos,tres y cinco de nosotros».

Han transcurrido 16 años entre laaparición de nuestra primera edición yla publicación en 1955 de la segunda.En este corto plazo, AlcohólicosAnónimos ha crecido con una rapidezdramática y ahora cuenta con casi 6.000grupos compuestos por mucho más de150.000 alcohólicos recuperados. Seencuentran grupos en todos los estadosde los EE.UU. y todas las provincias del

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Canadá. Hay grupos de A.A. queprosperan en las Islas Británicas, lospaíses escandinavos, Sudamérica,África del Sur, México, Alaska,Australia y Hawai. En total, se hanhecho comienzos prometedores en unos50 países extranjeros y territorios de losEE.UU. Algunos grupos han empezado atomar forma en Asia. Muchos denuestros amigos nos dan ánimo diciendoque esto no es más que un comienzo,solamente el augurio de un desarrollofuturo más grande.

En Akron, Ohio, en junio de 1935,de una conversación entre un corredorde Bolsa de Nueva York y un médico de

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Akron, se produjo la chispa que iba aconvertirse en el primer grupo de A.A.Seis meses antes, después de unencuentro con un amigo alcohólico quehabía estado en contacto con los GruposOxford de aquel entonces, una súbitaexperiencia espiritual le había quitadoal corredor de Bolsa la obsesión porbeber. También le había ayudado muchoel ahora difunto Dr. William Silkworth,un especialista en alcoholismo de NuevaYork, a quien los A.A. de hoy díaconsideran como un santo de lamedicina, y cuya narración de losprimeros días de nuestra Sociedadaparece en páginas posteriores. Por

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intervención de este médico, el corredorcomprendió la gravedad delalcoholismo. Aunque no podía aceptartodos los preceptos de los GruposOxford, estaba convencido de lanecesidad de un inventario moral, unaconfesión de los defectos de lapersonalidad, reparación a los dañados,así como de la necesidad de ser deutilidad y ayuda a otros y de creer enDios y depender de Él.

Antes de viajar a Akron, el corredorde Bolsa había trabajado duramente conmuchos alcohólicos, basándose en lateoría de que sólo un alcohólico podíaayudar a otro alcohólico; pero sólo

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logró mantenerse sobrio a sí mismo.Estaba en Akron por un asunto denegocios que, por haber fracasado, ledejó con gran miedo de volver a beber.Se dio cuenta repentinamente de que,para salvarse a sí mismo, tenía quellevar el mensaje a otro alcohólico. Eseotro alcohólico resultó ser el médico deAkron.

Ese doctor había tratado repetidasveces de resolver su dilema alcohólicopor medios espirituales, sin poderlograrlo. Pero cuando el corredor deBolsa le comunicó la descripción dadapor el Dr. Silkworth del alcoholismo yde la desesperanza de quien lo sufre, el

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médico comenzó a buscar el remedioespiritual de su enfermedad con unabuena voluntad que nunca antes habíatenido. Logró su sobriedad y, por elresto de su vida —murió en 1950— novolvió a beber. Esto parecía demostrarque un alcohólico podía afectar a otrode una forma en que ninguna persona noalcohólica pudiera hacerlo. Indicabatambién que un trabajo arduo ydedicado, de un alcohólico con otro, eravital para la recuperación permanente.

Desde ahí, los dos hombresempezaron a trabajar casi frenéticamentecon los alcohólicos que llegaban alpabellón del Hospital Municipal de

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Akron. Su primer caso, uno muyextremo, se recuperó inmediatamente,convirtiéndose en el A.A. número tres.Nunca volvió a beber. Siguieronhaciendo sus trabajos en Akron durantetodo el verano de 1935. Hubo muchosfracasos, pero, aquí y allá, un éxitoalentador. Cuando el corredor de Bolsaregresó a Nueva York en el otoño de1935, se había formado el primer grupode A.A., aunque en aquel entonces,nadie se dio cuenta de esa realidad.

Otro grupo pequeño prontamentetomó forma en Nueva York, seguido en1937 por la formación en Cleveland deltercer grupo. Aparte de estos tres

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grupos, había otros alcohólicosesparcidos que habían captado las ideasbásicas en Akron o Nueva York yestaban intentando formar otros gruposen otras ciudades. Para fines de 1937, elnúmero de miembros que llevabansobrios un tiempo sustancial erasuficiente como para convencer a todoslos miembros de que una nueva luz habíapenetrado el mundo oscuro delalcohólico.

A estos primeros grupos, aún pocoseguros, les pareció que ya era hora decomunicar al mundo su mensaje yexperiencia única. Esa resolución diofruto en la primavera de 1939 con la

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publicación de este volumen. En esafecha, había alrededor de 100miembros, hombres y mujeres. Lasociedad, todavía en ciernes y sinnombre, empezaba a conocerse entoncespor el del título de su libro: AlcohólicosAnónimos. El periodo de volar a ciegasterminó y A.A. entró en una nueva fasede sus tiempos pioneros.

Con la aparición del nuevo libro,empezaron a suceder muchas cosas. ElDr. Harry Emerson Fosdick, clérigodistinguido, hizo una reseña halagadoradel texto. En el otoño de 1939, FultonOursler, editor en aquel entonces deLiberty, publicó un artículo en la revista

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titulado «Los Alcohólicos y Dios». Elartículo suscitó una avalancha de unas800 desesperadas solicitudes deinformación que llegaron a la pequeñaoficina que se había establecido enNueva York. Cada solicitante recibióuna respuesta detallada; se enviaronfolletos y libros por correo. A losviajantes de negocios, miembros degrupos de A.A. ya existentes, se lesinformó de estos posibles principiantes.Se iniciaron nuevos grupos, y para elasombro de todos, se veía que elmensaje de A.A. podía transmitirse tantopor correo como de boca en boca. Afines de 1939, se estimaba que unos 800

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alcohólicos estaban en camino derecuperación.

En la primavera de 1940, John D.Rockefeller, Jr. celebró una cena paramuchos de sus amigos, a la cual invitó aunos A.A. para que contaran sushistorias. Las agencias noticierasinternacionales hicieron reportajesacerca del evento; otra vez, la oficinafue abrumada por solicitudes deinformación y mucha gente iba a laslibrerías buscando ejemplares del libroAlcohólicos Anónimos. Para marzo de1941, el número de miembros habíaascendido rápidamente a 2.000. Luego,Jack Alexander redactó una crónica que

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aparecería como artículo principal en elSaturday Evening Post, la cual pintabauna imagen tan convincente de A.A. parael público en general queexperimentamos una verdaderainundación de alcohólicos quenecesitaban ayuda. Para fines de 1941,A.A. tenía unos 8.000 miembros yestaba creciendo a toda velocidad. A.A.se había convertido en una instituciónnacional.

Entonces, nuestra Sociedad entró enel período tumultuoso y emocionante desu adolescencia. La prueba a la quetenía que enfrentarse era la siguiente:¿Podrían reunirse y trabajar en armonía

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estos numerosos y una vez erráticosalcohólicos? ¿Habría disputas acerca delos requisitos para ser miembro, acercade la dirección y del mando, y deldinero? ¿Habría aspiraciones de poder yde prestigio? ¿Habría diferencias deopinión que pudieran causar un cisma enA.A.? Pronto A.A. se vio asediada porestos mismos problemas en todas partesy en todo grupo. Pero de esaexperiencia, al principio espantosa ytrastornadora, surgió el convencimientode que los A.A. tenían que mantenerseunidos o morir solos. Teníamos queunificar A.A. o desaparecer de laescena.

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Así como habíamos descubierto losprincipios según los cuales elalcohólico individual podría vivir, de lamisma manera tuvimos que desarrollarprincipios según los cuales los gruposde A.A. y A.A. como un todo pudieransobrevivir y funcionar con eficacia. Secreía que no se podría excluir a ningúnhombre o mujer de nuestra Sociedad;que nuestros líderes podrían servir, peronunca gobernar; que cada grupo deberíaser autónomo y que no debería haberningún tipo de terapia profesional. Nohabría honorarios ni cuotas; se cubriríannuestros gastos por nuestrascontribuciones voluntarias. No debería

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haber sino un mínimo de organización,incluso en nuestros centros de servicio.Nuestras relaciones públicas se basaríanen la atracción y no en la promoción. Sedecidió que todos los miembrosdeberían ser anónimos ante la prensa, laradio, la TV y el cine. Y no deberíamos,bajo ningún concepto, darrecomendaciones a entidades ajenas,forjar afiliaciones o meternos encontroversias públicas.

Esto era la sustancia de las DoceTradiciones de A.A., enunciadascompletamente en un apéndice de estelibro. Aunque ninguno de estosprincipios tenía la fuerza de regla ni ley,

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para 1950 habían llegado a tener unaaceptación tan generalizada que fueronconfirmados por nuestra primeraConvención Internacional, efectuada enCleveland. Hoy día, la unidadextraordinaria de A.A. es una de lasventajas más grandes que tiene laSociedad.

Según se iban allanando lasdificultades de nuestra adolescencia, laaceptación de A.A. por parte delpúblico en general iba creciendo apasos agigantados. Para esto había dosrazones principales: el gran número derecuperaciones, y de familias reunidas.En todas partes, estos hechos dejaban su

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impresión. El 50% de los alcohólicosque llegaron a A.A. e hicieron unesfuerzo sincero lograron la sobriedad yse mantenían sobrios; el 25% logró lasobriedad después de algunas recaídasy, entre los demás, los que se quedabanen A.A., mejoraban. Otros milesllegaron a A.A. y, al comienzo,decidieron que no querían el programa.Pero muchos de ellos —alrededor delos dos tercios— empezaron a volver aA.A. con el paso del tiempo.

Otra razón para la extensaaceptación de A.A. eran los buenosoficios de nuestros amigos de lamedicina, la religión y la prensa,

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quienes, con otros incontables, seconvirtieron en competentes y dedicadospartidarios nuestros. Sin su apoyo, A.A.no habría hecho sino un progresolentísimo. Algunas de lasrecomendaciones de los primerosamigos de A.A. de la medicina y lareligión se encuentran en páginasposteriores.

Alcohólicos Anónimos no es unaorganización religiosa. Ni tampoco haadoptado A.A. ningún punto de vistamédico en particular, aunquecooperamos mucho y muy a menudo conlos médicos y los clérigos.

Ya que el alcohol no respeta a nadie,

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constituimos una muestra representativade la población norteamericana y, enotros países, se está desenvolviendo elmismo proceso democrático deigualación. Entre nuestros miembroscontamos con católicos, protestantes,judíos e hindúes, así como con algunosmusulmanes y budistas. Más del 15% delos miembros son mujeres.

En la actualidad, el número demiembros va aumentando en un 20%cada año. Hasta la fecha, sólo hemosarañado la superficie del problemaglobal del alcoholismo, de los millonesde alcohólicos y posibles alcohólicosdel mundo. Con toda probabilidad,

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nunca podremos tocar más que unafracción razonable del problema delalcohol con todas sus ramificaciones.Ciertamente no tenemos el monopolio dela terapia para el alcohólico. Noobstante, nuestra gran esperanza es queaquellos que todavía no han encontradouna respuesta, puedan empezar aencontrarla en las páginas de este libro yque pronto se unirán con nosotros en elcamino de una nueva libertad.

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PRÓLOGO A LATERCERA EDICIÓN

EN INGLÉS

EN MARZO de 1976, al enviar lapresente edición a la imprenta, según uncálculo moderado, hay en el mundo casi1.000.000 de miembros de A.A., y unos28.000 grupos que se reúnen en 90países.

Las encuestas que se han realizadoen los Estados Unidos y Canadá indicanque A.A. no solamente está alcanzandocada vez a más gente, sino también a una

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variedad de individuos cada vez másamplia. Las mujeres representan uncuarto del total de la Comunidad; entrelos nuevos miembros, la proporción esde casi un tercio; el siete por ciento delos A.A. encuestados son menores de 30años de edad, incluidos muchos jóvenesadolescentes.

Parece que los principios básicos deA.A. se aplican con la misma eficacia agente de muy diversa condición ymanera de vivir, así como el programaha llevado la recuperación a individuosde muchas nacionalidades distintas. LosDoce Pasos que resumen el programapuede que se llamen The Twelve Steps

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en algún país y Les Douze Étapes enotro; no obstante, señalan el mismocamino hacia la sobriedad que abrieronlos primeros miembros de AlcohólicosAnónimos.

A pesar del gran aumento en tamañoy alcance, la Comunidad permanece ensu corazón sencilla y personal. Cadadía, en alguna parte del mundo, empiezala recuperación cuando un alcohólicohabla con otro, compartiendo suexperiencia, fortaleza y esperanza.

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PRÓLOGO A LACUARTA EDICIÓN

EN INGLÉS

LA CUARTA edición en inglés dellibro Alcohólicos Anónimos salió de laimprenta en noviembre de 2001, alcomienzo de un nuevo milenio. Desde lapublicación en 1976 de la terceraedición en inglés, el número demiembros de A.A. del mundo entero casise ha duplicado, alcanzando a dosmillones o más en casi 100.800 gruposque se reúnen en unos 150 países de

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todas partes del mundo.La literatura ha desempeñado un

papel significativo en el desarrollo deA.A., y un fenómeno impresionante delpasado cuarto de siglo ha sido latraducción de nuestra literatura básica amultitud de idiomas y dialectos. En lospaíses donde se ha sembrado, la semillade A.A. ha germinado y arraigado, y elbrote ha venido creciendo lentamente alcomienzo y luego, al estar disponible laliteratura, a pasos agigantados. Hasta lafecha el libro Alcohólicos Anónimos hasido traducido a 43 idiomas.

Conforme el mensaje derecuperación ha llegado a más gente, ha

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tocado la vida de una más ampliavariedad de alcohólicos enfermos.Cuando en 1939 se escribió la frase«Somos gente que en circunstanciasnormales no nos mezclaríamos» serefería a una Comunidad compuesta ensu mayor parte de hombres (y unaspocas mujeres) de procedencia ycircunstancia social, étnica y económicabastante similares. Así como otrasmuchas frases del texto básico de A.A.,ese enunciado también ha resultado sermucho más visionario de lo que loscofundadores se hubieran podidoimaginar. Las historias que se hanañadido a esta edición reflejan una

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comunidad cuyas características deedad, sexo, raza y cultura han cambiadoy se han ampliado para incluir a casitodo individuo a quien los cien primerosmiembros hubieran podido esperar aalcanzar.

Al mismo tiempo que nuestraliteratura ha preservado la integridaddel mensaje de A.A., ha habido cambiosradicales en la sociedad en general quese ven reflejados en nuevas costumbresy prácticas dentro de la Comunidad. Porejemplo, aprovechando los adelantostecnológicos, los miembros de A.A. concomputadoras pueden participar enreuniones en línea y compartir con sus

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compañeros alcohólicos de todas partesdel país y del mundo. En todas lasreuniones, en cualquier rincón de latierra, los A.A. comparten experiencia,fortaleza y esperanza, unos con otros,con el fin de mantenerse sobrios yayudar a otros alcohólicos. Módem-a-módem, o cara-a-cara, los A.A. hablanel lenguaje del corazón con todo supoder y sencillez.

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LA OPINIÓN DELMÉDICO

LOS QUE pertenecemos a AlcohólicosAnónimos consideramos que puedeinteresar al lector la opinión médicaacerca del plan de recuperación que sedescribe en este libro. No cabe duda deque un testimonio convincente debevenir de médicos que han tenidoexperiencia de nuestro sufrimiento ypresenciado nuestro retorno a la salud.Un eminente doctor, que es el directormédico de un hospital conocido

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nacionalmente y especializado en eltratamiento de adictos al alcohol y a lasdrogas, dio a Alcohólicos Anónimos lasiguiente carta:

A quien corresponda:Durante muchos años me he

especializado en el tratamiento delalcoholismo.

A fines del año 1934 atendí a unpaciente que, a pesar de haber sido uncompetente hombre de negocios, conmucha aptitud para ganar dinero, eraun alcohólico de un tipo que yo habíallegado a considerar comoirremediable.

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En el transcurso de su tercertratamiento adquirió ciertas ideas deun posible método de recuperación.Como parte de su rehabilitación,empezó a dar a conocer sus conceptosa otros alcohólicos, inculcándoles lanecesidad de que ellos a su vezhicieran lo mismo con otros. Esto hallegado a ser la base de unaagrupación de estos hombres y susfamiliares, la cual está creciendorápidamente. Parece que este individuoy más de otros cien se han recuperado.

Personalmente conozco decenas decasos del tipo con el cual han falladopor completo otros métodos.

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Estos hechos parecen tener unagran importancia médica; debido a lasextraordinarias posibilidades decrecimiento inherentes a este grupo,pueden marcar una nueva época en losanales del alcoholismo. Estos hombresbien pueden tener un remedio paramiles de esas situaciones.

Usted puede tener absolutaconfianza en cualquier manifestaciónde los Alcohólicos Anónimos sobreellos mismos.

Su atento y seguro servidor,

William D. Silkworth, M.D.

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El médico que a petición nuestra nosfacilitó esta carta, ha tenido la bondadde ampliar sus ideas en otra declaraciónque exponemos a continuación. En ésta,confirma que los que hemos sufrido latortura alcohólica tenemos que creer queel cuerpo del alcohólico es tan anormalcomo su mente. No nos convencía laexplicación de que no podíamoscontrolar nuestra manera de bebersencillamente porque estábamosdesadaptados a la vida; porqueestábamos en plena fuga de la realidad;o porque teníamos una francadeficiencia mental. Estas cosas eranverídicas hasta cierto punto y, de hecho,

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en grado considerable en algunos denosotros, pero además estamosconvencidos de que nuestros cuerpostambién estaban enfermos, y opinamosque es incompleto cualquier cuadro delalcohólico que no incluya este factorfísico.

La teoría del doctor, de que tenemosuna alergia al alcohol, nos interesa.Aunque nuestra opinión, no profesional,sobre su validez signifique poco, comoex bebedores del tipo que se convierteen problema, podemos decir que esaexplicación parece acertada. Aclaramuchas cosas que de otro modo nosotrosno podíamos explicar.

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Aunque nosotros trabajamos pornuestra solución en un plano espiritual yaltruista, estamos en favor de lahospitalización del alcohólico que estánervioso o con la mente nublada. Lamayoría de las veces será necesarioesperar hasta que se aclare la mente delindividuo para conversar con él, ya queentonces habrá más posibilidades de queentienda y acepte lo que podemosofrecerle.

El doctor escribe:

Me parece que el tema presentadoen este libro es de suma importanciapara quienes están afligidos de la

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adicción alcohólica.Digo esto después de muchos años

de experiencia como director médicode uno de los más antiguos hospitalesdel país especializado en eltratamiento de la adicción al alcohol ya las drogas.

Por lo tanto, sentí verdaderasatisfacción cuando se me pidió lacontribución de unas cuantas palabrassobre el tema tratado en estas páginastan detalladamente, y con tantamaestría.

Desde hace mucho tiempo losmédicos nos hemos dado cuenta de quealguna forma de psicología moral es de

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apremiante importancia para elalcohólico, pero su aplicaciónpresentaba dificultades fuera denuestros conceptos. Las normasultramodernas y el enfoque científicoque aplicamos a todo pueden ser lacausa de que estemos mal preparadospara aplicar los poderes del bien queno encajan en nuestros conocimientossintéticos.

Hace muchos años, uno de loscolaboradores de este libro estuvo bajonuestro cuidado en este hospital ydurante ese tiempo adquirió ideas queinmediatamente llevó a la práctica.

Más adelante, solicitó permiso

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para contar su historia a otrospacientes y, con cierta desconfianza, selo concedimos. Los casos que hemosobservado en todo su transcurso hansido sumamente interesantes y dehecho muchos de ellos han resultadoasombrosos. La abnegación, la faltatotal de un afán de lucro y su espíritucomunitario, son algo realmenteinspirador para quien ha trabajadofatigosamente —y por mucho tiempo—en el terreno del alcoholismo. Creen enellos mismos, pero mucho más en elPoder que arranca a los alcohólicoscrónicos de las garras de la muerte.

Naturalmente, el alcohólico

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necesita ser liberado de su deseoimperioso por el alcohol y estorequiere, con frecuencia, unprocedimiento definido dehospitalización para poder obtener elmáximo de beneficios de las medidaspsicológicas.

Creemos, y así lo sugerimos haceunos años, que la acción del alcohol enestos alcohólicos crónicos es lamanifestación de una alergia; que elfenómeno del deseo imperioso sólo sepresenta en esta clase y nunca en la delos bebedores moderados comunes.Estos tipos alérgicos nunca puedenusar sin peligro el alcohol, cualquiera

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que sea la forma de éste. Cuando yahan adquirido el hábito y se hanpercatado de que no pueden liberarsede él, cuando ya han perdido laconfianza en las cosas humanas y enellos mismos, sus problemas seacumulan y se vuelvensorprendentemente difíciles deresolver.

El estímulo emocional de unconsejo bien intencionado, raramenteles basta. El mensaje que puedeinteresar y mantener su interés tieneque ser profundo y de peso. En casitodos los casos, sus ideales tienen quecimentarse en un poder superior a ellos

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mismos, si es que han de rehacer susvidas.

Si hay algunos que creen que, comopsiquiatras dirigentes de un hospitalpara alcohólicos, parecemos algosentimentales, les invitamos a que nosacompañen a la línea de fuego; quevean las tragedias, las esposasdesesperadas, los pequeños hijos; quela solución de este problema sea partede su trabajo cotidiano y hasta de susmomentos de reposo, y aun el másescéptico no se sorprenderá de quehayamos aceptado y alentado estemovimiento. Creemos, después demuchos años de experiencia, que no

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hemos encontrado nada que hayacontribuido más a la rehabilitación deestos hombres que el movimientoaltruista que se está desarrollandoentre ellos.

Los hombres y las mujeres beben,esencialmente, porque les gusta elefecto que produce el alcohol. Lasensación es tan evasiva que, aunqueadmiten lo dañino, no pueden despuésde algún tiempo discernir la diferenciaentre lo verdadero y lo falso. Lesparece que su vida alcohólica es laúnica normal. Están inquietos,irritables y descontentos hasta que novuelven a experimentar la sensación de

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tranquilidad y bienestar queinmediatamente les produce apurarunas cuantas copas, copas que ven aotros tomar con impunidad. Después dehaber vuelto a sucumbir al deseoimperioso, pasan por todas las bienconocidas etapas de la borrachera,emergiendo de ésta llenos deremordimientos y con la firmeresolución de no volver a beber. Estose repite una y otra vez, y a menos deque la persona pueda experimentar uncambio psíquico completo, hay muypocas esperanzas de que se recupere.

Por otra parte, por extraño queparezca a quienes no lo entienden, una

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vez que ha ocurrido el cambiopsíquico, la misma persona que parecíacondenada a muerte, que tenía tantosproblemas y se creía incapaz deresolverlos, repentinamente descubreque puede fácilmente controlar sudeseo por el alcohol y que el únicoesfuerzo para ello es el de seguir unassencillas normas.

Algunos individuos han recurrido amí, presas de la desesperación, y mehan dicho con sinceridad: «¡Doctor, nopuedo seguir así! ¡Tengo toda la vidapor delante! ¡Necesito parar pero nopuedo! ¡Usted tiene que ayudarme!»

Cuando se tiene que afrontar este

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problema, si el médico es sinceroconsigo mismo, a veces tiene que sentirsu propia insuficiencia. A pesar de quedé todo lo que pueda dar, confrecuencia no es suficiente. Uno piensaque se necesita la intervención de algomás aparte del poder humano para quese produzca el cambio psíquicoesencial. Aunque el conjunto derecuperaciones como resultado deesfuerzos psiquiátricos esconsiderable, los médicos tenemos queadmitir que hemos hecho poca mella enel problema en conjunto. Hay muchostipos que no responden al enfoquepsicológico ordinario.

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No estoy de acuerdo con los quecreen que el alcoholismo esenteramente un problema de controlmental. He tratado a muchosindividuos que, por ejemplo, habíantrabajado por espacio de meses en unproblema o negocio que tenía queresolverse favorablemente para ellosen determinada fecha. Se habíanbebido una copa, uno o dos días antesde esa fecha, y el fenómeno del deseoimperioso había adquirido unapreponderancia inmediata sobre losdemás intereses y, por lo tanto, nohabían cumplido con aquelcompromiso tan importante. Estos

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individuos no bebían para escapar;estaban bebiendo para aplacar undeseo imperioso que estaba más allá desu control mental.

Hay muchas situaciones motivadaspor el fenómeno del deseo imperioso yque impulsan a los hombres aconsumar el supremo sacrificio en vezde seguir luchando.

La clasificación de los alcohólicosparece sumamente difícil, y el tratar dehacerla con detalle está fuera de lospropósitos de este libro. Existe, porejemplo, el psicópata, mentalmentedesequilibrado. Todos estamosfamiliarizados con este tipo, el que

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constantemente está diciendo que va adejar de beber para siempre. Siente unarrepentimiento exagerado y hacemuchas resoluciones pero nunca tomauna decisión.

Existe el individuo que no estádispuesto a admitir que no puede beberni una copa; planea distintas manerasde beber y cambia de marca o de lugar.Tenemos el que cree que después de unperíodo de haber estado sin beber,puede hacerlo sin peligro. Tambiéntenemos el maniaco-depresivo —tal vezéste sea el que menos puedencomprender sus amigos— acerca delcual puede escribirse todo un capítulo.

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Luego están los individuosenteramente normales en todosaspectos, excepto en el que se refiere alefecto que el alcohol produce en ellos.Estos son frecuentemente individuoscapaces, inteligentes y amigables.

Todos los citados y muchos otros,tienen un síntoma en común; no puedenempezar a beber sin que se presente enellos el fenómeno del deseo imperioso.Este fenómeno, como lo hemossugerido, puede ser la manifestación deuna alergia que distingue a esta gentede los demás y que la sitúa en un grupodistinto. Nunca ha sido posibleerradicarlo con ninguno de los

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métodos conocidos. El único métodoque podemos sugerir es la abstinenciacompleta.

Esto nos precipita inmediatamenteen un hervidero de discusiones. Muchose ha dicho y escrito a favor y encontra, pero la opinión generalizadaentre los médicos parece ser la de quela mayoría de los alcohólicos crónicosno tiene remedio.

¿Cuál es la solución? Tal vez puedacontestar mejor a esta preguntarelatando una de mis experiencias.

Aproximadamente un año antes detener esta experiencia, trajeron a unindividuo para que se le tratara su

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alcoholismo crónico. Se habíarecuperado parcialmente de unahemorragia gástrica y parecía ser uncaso de deterioro mental patológico.Había perdido todo lo que valía lapena en la vida y solamente vivía parabeber. Admitió francamente, y lo creía,que no había remedio para él. Despuésde que se hubo desalojado al alcoholde su organismo, se comprobó que nohabía ninguna lesión cerebralpermanente. Aceptó el plan que seexpone en este libro. Un año despuésvino a verme y tuve una extrañasensación. Lo conocía por su nombre ypude reconocer parcialmente sus

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facciones, pero eso era todo. De unaruina temblorosa y desesperada, habíasurgido un individuo radiante dealegría y de confianza en sí mismo.Estuve hablando con él un rato pero nopodía convencerme de que lo conocía.Para mí, era un extraño y lo fue hastaque se marchó. Ha pasado muchotiempo y no ha vuelto a probar elalcohol.

Cuando siento la necesidad delevantarme el ánimo, pienso a menudoen un caso que trajo un eminentemédico de Nueva York. El pacientehabía hecho su propio diagnóstico y,decidiendo que su situación era

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irremediable, fue a encerrarse en ungranero vacío; ahí lo encontraron unaspersonas que lo buscaban y me lotrajeron en una condición desesperada.Después de su rehabilitación físicatuvo una conversación conmigo, y conentera franqueza, me manifestó queconsideraba una pérdida de esfuerzosel tratamiento a menos de que yopudiera asegurarle lo que nadie habíahecho nunca: que en el futuro tendría«la fuerza de voluntad» necesaria pararesistir el impulso de beber.

Su problema alcohólico era tancomplejo y su depresión tan grande,que pensamos en la entonces llamada

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«psicología moral» como únicaesperanza para él, y dudando de queaun ésta tuviese algún efecto.

Sin embargo, lo convencieron lasideas que encierra este libro. No habebido ni una copa en muchos años. Loveo de vez en cuando y es un espécimende la naturaleza humana tan excelentecomo uno pueda imaginarse.

Aconsejo muy seriamente a todoalcohólico que lea con atención todo ellibro, y aunque es posible que aprimera vista lo tome como objeto deburla, quizás después se quedemeditando y eleve una oración.

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William Silkworth, M.D.

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Capítulo 1 -LA HISTORIA DE

BILL

LA FIEBRE de la guerra era alta en elpueblecito de Nueva Inglaterra, al quefuimos destinados los jóvenes oficialesde Plattsburg. Nos sentimos muyhalagados cuando los primerosciudadanos nos llevaban a sus casas ynos trataban como héroes. Allí estabanel amor, los aplausos y la guerra:momentos sublimes con intervalos dejúbilo. Por fin, estaba yo viviendo la

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vida y en medio de esa conmocióndescubrí el licor. Al descubrirlo, olvidélas serias advertencias y los prejuiciosde mi familia respecto a la bebida.Llegó el momento en que nosembarcamos para Europa; entonces mesentí muy solo y nuevamente recurrí alalcohol.

Desembarcamos en Inglaterra. Visitéla catedral de Winchester; muyconmovido me dediqué a pasear por susexteriores, y llamó mi atención una viejalápida en la que leí esta inscripción:

Aquí yace un granadero de Hampshirequien encontró su muerte

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bebiendo cerveza fría.Un buen soldado nunca es olvidado

sea que muera por mosqueteo por jarra de cerveza.

Amenazadora advertencia a la queno hice caso.

Veterano de guerra en el extranjero ala edad de veintidós años, regresé a mihogar. Me imaginaba ser un líder,porque ¿no era cierto que los hombresde mi batería me habían dado unamuestra de su especial estimación? Yoimaginaba que por mi talento para elliderazgo, llegaría a estar al frente deimportantes empresas que manejaría con

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sumo aplomo.Seguí un curso nocturno de leyes y

obtuve un empleo como investigador enuna compañía de seguros. Habíaemprendido el camino para el logro deltriunfo, y le demostraría al mundo loimportante que yo era. Mi trabajo mellevaba a Wall Street y poco a pocoempecé a interesarme en el mercado devalores, en el que muchos perdíandinero pero algunos se hacían muy ricos.¿Por qué no había de ser yo uno de estosafortunados? Estudié economía ycomercio a la vez que leyes. Comoalcohólico potencial que era, estuve apunto de ser suspendido en leyes; en uno

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de los exámenes finales estabademasiado borracho para pensar oescribir. Aunque mi manera de bebertodavía no era continua, preocupaba ami esposa; teníamos largasconversaciones al respecto, en las queyo desvanecía sus temores argumentandoque los hombres geniales concebíanmejor sus proyectos cuando estabanborrachos; y que las majestuosasconcepciones de la filosofía habían sidooriginadas así.

Cuando terminé el curso de leyescomprendí que esa profesión no era paramí. El atrayente torbellino de WallStreet me tenía en sus garras. Los líderes

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en los negocios y en las finanzas eranmis héroes. De esta aleación de labebida y la especulación, comencé aforjar el arma que un día se convertiríaen bumerán y casi me haría pedazos.Viviendo modestamente, mi esposa y yoahorramos mil dólares, que invertimosen unos valores que entonces estaban aun precio bajo y que no eran muypopulares; acertadamente pensé quealgún día tendrían una considerable alza.No pude convencer a mis amigoscorredores de bolsa a que me enviaranen una gira para visitar fábricas y otrosnegocios, pero sin embargo, mi esposa yyo decidimos hacerla. Desarrollé la

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teoría de que la mayoría de la genteperdía dinero con los valores debido auna falta de conocimiento de losmercados. Después descubrí muchosotros motivos.

Renunciamos a nuestros empleos yemprendimos la marcha en unamotocicleta cuyo carro lateralabarrotamos con una tienda de campaña,cobertores, una muda de ropa y tresenormes libros de consulta para asuntosfinancieros. Nuestros amigos pensaronque debía nombrarse una comisión parainvestigar nuestra locura. Tal vez teníanrazón. Había tenido algunos éxitos conla especulación y por ello teníamos

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algún dinero, aunque una vez tuvimosque trabajar en una granja para no tocarnuestro pequeño capital. Éste fue elúnico trabajo manual honrado que haríaen mucho tiempo. En un año recorrimostoda la parte este de los Estados Unidos.Al finalizar el año, mis informes a WallStreet me valieron un puesto allí con unacuenta muy liberal para mis gastos. Unaoperación de bolsa nos dejó unbeneficio de varios miles de dólares eseaño.

Durante unos cuantos años más, lafortuna me deparó aplausos. Habíatriunfado. Mis ideas y mi criterio eranseguidos por muchos al son de las

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ganancias en papel. La gran bonanza delfinal de los años veinte estaba en plenaebullición y expansión. La bebida estabadesempeñando un importante yestimulante papel en mi vida, y en laeuforia que tenía. Se hablaba a gritos enlos centros de jazz de Manhattan. Todosgastaban miles y hablaban de millones.Podían burlarse los que quisieran. ¡AlDiablo con ellos! Tuve muchos amigosde ocasión.

Mi manera de beber asumióproporciones más serias, pues bebíatodos los días y casi todas las noches.Las advertencias de mis amigosterminaban en pleito y me convertí en un

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lobo solitario. Hubo muchas escenasdesagradables en nuestro suntuosoapartamento. No hubo realmenteinfidelidades porque la lealtad a miesposa, ayudada a menudo por misborracheras extremas, evitaban que meenredara en esos líos.

En 1929 contraje la fiebre del golf.Inmediatamente nos fuimos al campo, miesposa a aplaudirme y yo a superar aWalter Hagen. Pero el licor me ganóantes de que pudiera alcanzar a Walter.Empecé a estar tembloroso por lasmañanas. El golf me permitía bebertodos los días y todas las noches. Mecausaba satisfacción pasear por el

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exclusivo campo de golf, que tantoadmiraba de muchacho, luciendo laimpecable tez tostada que suelen tenerlos caballeros acomodados. El banquerolocal observaba con divertidoescepticismo el movimiento de chequesgrandes.

En octubre de 1929 se derrumbórepentinamente el mercado de valoresde Nueva York. Después de uno de esosdías infernales, me fui tambaleando delbar de un hotel a la oficina de uncorredor de bolsa. Eran las ocho, cincohoras después del cierre del mercado devalores. El indicador de cotizacionestodavía matraqueaba; azorado, vi una

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pulgada de la cintilla con la inscripciónXYZ-32. En la mañana estaba a 52.Estaba arruinado y muchos de misamigos también. Los periódicos dabanlas noticias de individuos que saltabande las distintas torres de Wall Street.Eso me repugnó. Yo no saltaría. Regreséal bar. Mis amigos habían perdidovarios millones. ¿De qué me preocupabayo? Mañana sería otro día. Mientrasbebía, la antigua y fiera determinaciónde triunfar se apoderó de mínuevamente.

A la mañana siguiente telefoneé a unamigo de Montreal. Le quedaba bastantedinero y creía que era mejor que yo

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fuera al Canadá. Para la primaveraestábamos viviendo en la forma a quenos habíamos acostumbrado. Me sentíacomo Napoleón regresando de Elba.¡Para mí no habría Santa Elena! Pero labebida me ganó la partida otra vez, y migeneroso amigo tuvo que despedirme.Esta vez estábamos arruinados.

Nos fuimos a vivir con los padres demi esposa. Encontré trabajo, y lo perdíluego por causa de una pelea con untaxista. Gracias a Dios, nadiesospecharía que no iba a tener unempleo real en cinco años, ni estarsobrio casi ni un solo momento. Miesposa empezó a trabajar en una tienda,

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llegando agotada a casa paraencontrarme borracho. En los círculosde la bolsa se llegó a considerarmecomo un allegado indeseable.

El licor dejó de ser un lujo; seconvirtió en una necesidad. Mi dosiscotidiana era de dos o tres botellas deginebra de fabricación casera. Enocasiones, alguna pequeña operación medejaba unos cientos de dólares con losque pagaba mis deudas en barras ytiendas de comestibles. Esta situación seprolongaba indefinidamente y empecé adespertar tremendamente tembloroso;necesitaba beberme una copa de ginebraseguida de media docena de botellas de

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cerveza para poder desayunar. A pesarde esto, aún creía que podía controlar lasituación y tenía períodos de sobriedadque hacían renacer las esperanzas de miesposa.

Paulatinamente, las cosasempeoraban. Tomó posesión de la casael hipotecario; murió mi suegra; miesposa y mi suegro enfermaron.

En esos días se me presentó laoportunidad de un negocio prometedor.Las acciones estaban en el punto másbajo de 1932 y, de alguna manera, yohabía formado un grupo decompradores. Mi participación en lasutilidades sería ventajosa; pero entonces

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emprendí una borrachera tremenda y esaoportunidad se esfumó.

Desperté. Eso no podía seguir; me dicuenta de que no podía tomar ni unacopa. Dejaría de beber para siempre.Anteriormente había hecho muchaspromesas, pero esta vez mi esposa notócon alegría que había seriedad en miactitud; y así era.

Poco después llegué borracho a lacasa; no había hecho ningún esfuerzopara evitarlo. ¿Dónde estaba mi firmeresolución? Sencillamente no lo sabía.Alguien me había puesto una copaenfrente y la tomé. ¿Estaba yo loco?Empecé a pensarlo, porque tamaña falta

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de perspectiva parecía acercarse a lalocura.

Renovando mi resolución, hice otraprueba. Pasó algún tiempo y la confianzaempezó a ser reemplazada por elengreimiento. ¡Podía reírme de laginebra! Ahora podía hacerlo. Una díaentré a un café para usar el teléfono. Enmenos que canta un gallo estabagolpeando el mostrador de la barra ypreguntándome cómo había sucedido.Mientras el whisky se me subía a lacabeza, me decía que la próxima vez loharía mejor pero que, por lo pronto, losensato era emborracharme bien, y así lohice.

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El remordimiento, el terror y ladesesperación de la mañana siguienteson inolvidables. No tenía suficientevalor para luchar. Mis pensamientosvolaban descontrolados y meatormentaba el terrible presentimientode una calamidad. Casi no me atrevía acruzar la calle por miedo a que meatropellara algún camión. Apenascomenzó a amanecer, entré a un lugarque permanecía abierto día y noche y ahíme sirvieron una docena de vasos decerveza que calmó mis atormentadosnervios. En un periódico leí que elmercado de valores se habíaderrumbado de nuevo. Bueno, ¡pues yo

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también! El mercado podía recuperarse,pero yo no. Resultaba duro pensarlo.¿Debía suicidarme? ¡No! Ahora no.Entonces me envolvió una densa nieblamental. Con ginebra se arreglaría todo.Por lo pronto, dos botellas y a olvidar.

La mente y el cuerpo sonmecanismos maravillosos, ya que losmíos soportaron esta agonía más de dosaños. Cuando el terror y la locura seapoderaban de mí por la mañana habíaveces que robaba a mi esposa el pocodinero que tenía en su bolso; otras vecesme asomaba a la ventana y sentíavértigo, o me paraba vacilante frente albotiquín del baño —en el que sabía que

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había veneno— y me decía que yo eraun débil. Mi mujer y yo íbamos de laciudad al campo y del campo a laciudad, tratando de escapar. Luego hubouna noche en que la tortura física ymental fue tan infernal que creí que iba asaltar por la ventana. Como pude, llevéel colchón al piso de abajo para nosaltar al vacío. Fue a verme un médico yme recetó un fuerte sedante; al díasiguiente estaba tomando el sedante, y laginebra. Esta combinación pronto mecausó un descalabro. Temían queenloqueciera; yo también. Comía poco onada porque no podía hacerlo, y mi pesollegó a ser cuarenta libras menos del

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normal.Mi cuñado es médico y gracias a él

y a mi madre, se me internó en unhospital para la rehabilitación física ymental de alcohólicos, conocidonacionalmente. Bajo el tratamiento debelladona se aclaró mi cerebro; lahidroterapia y los ejercicios ligerosayudaron mucho. Lo mejor de todo fueque conocí a un médico que me explicómi caso diciéndome que aunque yo habíaactuado egoísta e imprudentemente,también era cierto que estabagravemente enfermo física ymentalmente.

Me produjo cierto alivio enterarme

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de que la voluntad del alcohólico sedebilita sorprendentemente cuando setrata de combatir el licor, aunque enotros aspectos pueda seguir siendofuerte. Estaba explicado mi procederante un deseo vehemente de dejar debeber. Comprendiéndome ahora, mesentí alentado por nuevas esperanzas.Durante tres meses las cosas marcharonbien. Iba a la ciudad con regularidad yhasta ganaba algún dinerito.Seguramente en eso estaba la solución;conocerse a sí mismo.

Pero no lo estaba, porque llegó eldía temible en que volví a beber. Latrayectoria de mi decaimiento físico y

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moral descendió como la curva quedescribe el esquiador en un salto dealtura. Después de algún tiempo regreséal hospital. Me parecía que aquello erael fin, la caída del telón. Mi esposa,fatigada y desesperada, recibió elinforme de que en un año todo acabaríacon una falla del corazón, deliriumtremens o tal vez con un edemacerebral. Pronto tendrían que llevarme aun manicomio o a una funeraria.

No tenían que decírmelo. Lo sabía ycasi acogía con regocijo la idea. Fue ungolpe devastador para mi orgullo. Yo,que tenía un concepto tan bueno de mímismo, de mis aptitudes, de mi

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capacidad para vencer obstáculos,estaba por fin acorralado. Ahora mesumiría en la oscuridad, uniéndome alinterminable desfile de borrachines queme precedían. A pesar de todo,habíamos sido muy felices mi esposa yyo. ¡Qué no hubiera dado yo parareparar los daños! Pero eso ya habíapasado.

No hay palabras para describir lasoledad y desesperación que encontré enese cenagal de autoconmiseración; susarenas movedizas se extendían por todoslados. No pude más. Estaba hundido. Elalcohol era mi amo.

Tembloroso, salí del hospital

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totalmente doblegado. El temor mesostuvo sin beber por algún tiempo.Pero volvió la locura insidiosa de laprimera copa y el Día del Armisticio de1934 volvía a empezar. Todos seresignaron a la certeza de que se metendría que encerrar en algún sitio o quedando tumbos llegaría a mi finmiserable. ¡Qué oscuro parecía todoantes de amanecer! En realidad, eso erael principio de mi última borrachera.Pronto sería lanzado como una catapultahacia lo que me da por llamar cuartadimensión de la existencia. Llegaría asaber lo que son la felicidad y latranquilidad; el ser útil en un modo de

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vivir que va siendo más maravilloso amedida que transcurre el tiempo.

Al finalizar aquel frío mes denoviembre, estaba sentado en la cocinade mi casa bebiendo. Con ciertasatisfacción pensé que tenía escondidasuficiente ginebra para esa noche y eldía siguiente. Mi esposa estaba en sutrabajo. Dudé si me atrevería a esconderuna botella cerca de la cabecera de lacama. La necesitaría antes del amanecer.

Mis cavilaciones fueroninterrumpidas por el timbre del teléfono.La alegre voz de un antiguo compañerode colegio me preguntaba si podía ir av e r me . Estaba sobrio. No podía

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recordar ninguna ocasión anterior en laque mi amigo hubiese llegado a NuevaYork en esas condiciones. Me quedésorprendido, pues se decía que lo habíaninternado por demencia alcohólica.¿Cómo habría logrado escapar? Claroque vendría a cenar y entonces podríabeber libremente con él. Sinpreocuparme de su bienestar, sólo penséen revivir el espíritu de días pasados.¡Hubo una ocasión en que alquilamos unavión para completar la juerga! Su visitaera un oasis en el desierto de lafutilidad. ¡Exactamente eso, un oasis!Los bebedores son así.

Se abrió la puerta y ahí estaba él,

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fresco el cutis y radiante. Había algo ensus ojos. Era inexplicablementediferente. ¿Qué era lo que le habíasucedido?

En la mesa, le serví una copa; no laaceptó. Desilusionado pero lleno decuriosidad, me preguntaba qué le habríasucedido al individuo. No era el mismo.

«Vamos, ¿de qué se trata?», lepregunté. Me miró a la cara; consencillez y sonriendo me contestó:«Encontré la religión».

Me quedé estupefacto. ¡Así es queera eso! El pasado verano un alcohólicochiflado y ahora, sospechaba, un pocomás chiflado por la religión. Tenía esa

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mirada centelleante. Sí, el hombreciertamente ardía en fervor. Pero, ¡quedijera disparates si así le convenía!Además, mi ginebra duraría más que sussermones.

Pero no desvarió. En una forma muynatural me contó cómo se habíanpresentado dos individuos ante el juezsolicitando que se suspendiera suinternación. Habían expuesto una ideareligiosa sencilla y un programapráctico de acción. Hacía dos meses quesucedía eso y el resultado era evidentede por sí. Surtió efecto.

Había ido para pasarme suexperiencia, si yo quería aceptarla. Me

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sentía asustado pero a la vez interesado.Tenía que estarlo, puesto que no habíamás remedio para mí.

Estuvo horas hablando. Losrecuerdos de la niñez acudieron a mimemoria. Me parecía estar sentado en lafalda de la colina, como en aquellostranquilos domingos, oyendo la voz delministro; recordé la promesa deljuramento de temperancia, que nuncafirmé; el desprecio bonachón de miabuelo hacia alguna gente de la iglesia ysus actos; su insistencia en que losastros realmente tenían su música, ytambién su negación del derecho quetenía el ministro de decirle cómo

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interpretar las cosas; su falta de temor alhablar de esto poco antes de morir.Estos recuerdos surgían del pasado. Mehacían sentir un nudo en la garganta.Recordé aquel día en la pasada guerra,en la catedral de Winchester.

Siempre había creído en un Podersuperior a mí mismo. Muchas veces mehabía puesto a pensar en estas cosas. Yono era ateo. Pocas personas lo son enrealidad, porque esto significa tener unafe ciega en la extraña proposición deque este universo se originó de la nada yque marcha raudo, sin destino. Mishéroes intelectuales, los químicos, losastrónomos y hasta los evolucionistas

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sugerían que eran grandes leyes yfuerzas las que operaban. A pesar de lasindicaciones contrarias, casi no teníaduda de que había de por medio unafuerza y un ritmo poderosos. ¿Cómopodría haber leyes tan perfectas einmutables sin que hubiera unaInteligencia? Sencillamente, tenía quecreer en un Espíritu del Universo que nosabe de tiempo ni limitaciones. Perosólo hasta aquí.

De los clérigos y de las religionesdel mundo, de eso precisamente era delo que yo me separaba. Cuando mehablaban de un Dios personal que eraamor, poder sobrehumano y dirección,

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me irritaba y mi mente se cerraba a esateoría.

A Cristo le concedía la certeza deser un gran hombre, no seguido muy decerca por aquellos que lo invocaban. Suenseñanza moral, óptima. Habíaadoptado para mí lo que me parecíaconveniente y no muy difícil; de lodemás no hacía caso.

Las guerras que se habían librado,los incendios y los embrollos que lasdisputas religiosas habían facilitado mecausaban repugnancia. Yo dudabasinceramente de que, haciendo unbalance, las religiones de la humanidadhubiesen hecho algún bien. A juzgar por

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lo que había visto en Europa, el poderde Dios en los asuntos humanosresultaba insignificante y la hermandadentre los hombres era una broma. Siexistía el Diablo, éste parecía ser elamo universal, y ciertamente me teníadominado.

Pero mi amigo, sentado frente a mí,manifestó categóricamente que Dioshabía hecho por él lo que él no habíapodido hacer por sí mismo. Su voluntadhumana había fallado; los médicos lohabían desahuciado; la sociedad estabalista para encerrarlo. Como yo, habíaadmitido una completa derrota.Entonces, efectivamente, había sido

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levantado de entre los muertos, sacadorepentinamente del montón dedesperdicios y conducido a un plano devida mejor de lo que él nunca habíaconocido.

¿Se había originado en él estepoder? Obviamente no había sido así.No había existido en él más poder delque había en mí mismo en ese momento,y en mí no había absolutamente ningúnpoder.

Eso me dejó maravillado. Empezó aparecerme que, después de todo, lagente religiosa tenía razón. Aquí estabatrabajando en un corazón humano algoque había hecho lo imposible. En esos

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mismos momentos revisé drásticamentemis ideas sobre los milagros. Noimportaba el triste pasado, aquí estabaun milagro, sentado a la mesa frente amí. En voz alta proclamaba las buenasnuevas.

Me di cuenta de que mi amigo habíaexperimentado algo más que una simplereorganización interior. Estaba sobreuna base diferente. Sus raíces habíanagarrado una nueva tierra.

A pesar del ejemplo viviente de miamigo, todavía quedaban en mí losvestigios de mi viejo prejuicio. Lapalabra «Dios», todavía despertaba enmí cierta antipatía, y este sentimiento se

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intensificaba cuando se hablaba de quepodía haber un Dios personal. Esta ideano me agradaba. Podía aceptarconceptos tales como InteligenciaCreadora, Mente Universal o Espíritu dela Naturaleza; pero me resistía alconcepto de un Zar de los Cielos, pormás amoroso que fuera Su poder. Desdeentonces he hablado con decenas depersonas que pensaban lo mismo.

Mi amigo sugirió lo que entoncesparecía una idea original. Me dijo: ¿Porqué no escoges tu propio concepto deDios?

Esto me llegó muy hondo; derritió lamontaña de hielo intelectual a cuya

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sombra había vivido y tiritado muchosaños. Por fin me daba la luz del sol.

Sólo se trataba de estar dispuesto acreer en un Poder superior a mí mismo.Nada más se necesitaba de mí paraempezar. Me di cuenta de que elcrecimiento podía partir de ese punto.Sobre una base de completa y buenavoluntad, podría yo edificar lo que veíaen mi amigo. ¿Quería tenerlo? Claro quesí, ¡lo quería!

Así me convencí de que Dios sepreocupa por nosotros los humanoscuando a Él lo queremos lo suficiente.Al fin de mucho tiempo, vi, sentí y creí.La venda del orgullo y el prejuicio cayó

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de mis ojos. Un mundo nuevo estuvo a lavista.

El verdadero significado de miexperiencia en la Catedral se me hizoevidente de golpe. Por un breve instantehabía necesitado y querido a Dios.Había tenido una humilde voluntad deque estuviera conmigo, y vino. Pero supresencia fue borrada por los clamoresmundanos, más aún por los que bullíandentro de mí. ¡Y así había sido siempre!¡Qué ciego había estado yo!

En el hospital me quitaron el alcoholpor última vez. Se consideró indicado eltratamiento porque daba señales dedelirium tremens.

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Allí me ofrecí humildemente a Dios,tal como lo concebía entonces, para quese hiciera en mí su voluntad; me puseincondicionalmente a su cuidado y bajosu dirección. Por primera vez admití quepor mí mismo no era nada; que sin Élestaba perdido. Sin ningún temor encarémis pecados y estuve dispuesto a que mirecién encontrado Amigo me los quitarade raíz. Desde entonces no he vuelto abeber ni una sola copa.

Mi compañero de escuela fue avisitarme y lo puse al tanto de misproblemas y mis deficiencias. Hicimosuna lista de las personas a quienes habíadañado o contra las que tenía

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resentimientos. Yo expresé mi completadisposición para acercarme a esaspersonas, admitiendo mis errores. Nuncadebería criticarlas. Repararía esosdaños lo mejor que pudiese.

Pondría a prueba mi manera depensar con mi nuevo conocimientoconsciente que tenía de Dios. De estaforma, el sentido común se convertiríaen sentido no común. Cuando estuvieraen duda, permanecería en quietud y lepedirla a Él dirección y fortaleza paraenfrentarme a mis problemas tal y comoÉl lo dispusiera. En mis oraciones nuncapediría para mí excepto cuando mispeticiones estuviesen relacionadas con

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mi capacidad para servir a los demás;solamente entonces podría yo esperarrecibir; pero eso sería en gran escala.

Mi amigo prometió que cuandohiciera todo esto entraría en una nuevarelación con mi Creador; que tendría loselementos de una manera de vivir queera la respuesta a todos mis problemas.La creencia en el poder de Dios, más lasuficiente buena voluntad, honradez yhumildad para establecer y mantener elnuevo orden de cosas, eran losrequisitos esenciales.

Sencillo, pero no fácil; tenía quepagarse un precio. Significaba ladestrucción del egocentrismo. En todas

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las cosas debía acudir al Padre de laLuz que preside sobre todos nosotros.

Estas eran proposicionesrevolucionarias y drásticas, pero en elmomento en que las acepté el efecto fueelectrificante. Tuve una sensación devictoria, seguida por una paz yseguridad como nunca había conocido.Había una confianza total. Me sentítransportado, como si me invadiera elaire puro de la cumbre de una montaña.Dios llega a la mayoría de los hombresgradualmente, pero Su impacto en mí fuesúbito y profundo.

Momentáneamente me alarmé yllamé a mi amigo el doctor, para

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preguntarle si yo todavía estaba cuerdo.Escuchó sorprendido mientras yohablaba.

Finalmente movió la cabezadiciendo: «Le ha sucedido a usted algoque no comprendo. Pero es mejor que seaferre a ello. Cualquier cosa es mejorque lo que tenía usted». Ese buen doctorve ahora muchos hombres que han tenidotales experiencias. Sabe que son reales.

Mientras estuve en el hospital mevino la idea de que había miles dealcohólicos deshauciados que estaríanfelices teniendo lo que tan gratuitamentese me había dado. Tal vez podría ayudara algunos de ellos. Ellos a su vez

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podrían trabajar con otros.Mi amigo había hecho hincapié en la

absoluta necesidad de demostrar estosprincipios en todos los actos de mi vida.Era particularmente imperioso trabajarcon otros, tal como él lo había hechoconmigo. La fe sin obras es fe muerta,me dijo. ¡Y cuán cierto es, tratándose dealcohólicos! Porque si un alcohólicodeja de perfeccionar y engrandecer suvida espiritual a través del trabajo y delsacrificio por otros, no podrásobrellevar las pruebas y decaimientosque vendrán más adelante. Si él notrabajaba era seguro que volvería abeber, y si bebía, seguramente moriría.

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La fe estaría muerta entonces.Tratándose de nosotros, es precisamenteasí.

Mi esposa y yo nos entregamos conentusiasmo a la idea de ayudar a otrosalcohólicos a resolver su problema.Afortunadamente fue así porque laspersonas con las que había tenidorelaciones en los negociospermanecieron escépticas por más de unaño, durante el cual pude conseguir pocotrabajo. No estaba muy bien entonces;me acosaban olas de autoconmiseracióny de resentimiento. Esto, a veces, casime llevaba a la bebida; pero prontopercibí que cuando todas las otras

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medidas me fallaban, el trabajo conotros alcohólicos salvaba el día.Estando desesperado, he ido muchasveces a mi viejo hospital. Al hablar conalguien de allí, me sentíaasombrosamente reanimado, paradosobre mis propios pies. Es un plan devida que funciona cuando las cosas seponen duras.

Empezamos a hacer muchos amigos,y entre nosotros ha crecido unaagrupación de la cual, el ser parte esalgo maravilloso. Sentimos la alegría devivir aun bajo tensiones y dificultades.He visto a cientos de familias poner suspies en el sendero que sí llega a alguna

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parte; he visto componerse lassituaciones domésticas más imposibles;peleas y amarguras de todas claseseliminadas. He visto salir demanicomios a individuos para reasumirun lugar vital en la vida de sus familiasy de sus comunidades. Hombres ymujeres que recuperan su posición. Nohay casi ninguna clase de dificultad y demiseria que no haya sido superada entrenosotros. En una ciudad del Oeste hay unmillar de nosotros y de nuestrasfamilias. Nos reunimos con frecuenciapara que los recién llegados puedanencontrar la agrupación que ellosbuscan. A estas reuniones informales

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suelen asistir entre 50 y 200 personas.Estamos creciendo en número así comoen fortaleza.

Un alcohólico en sus copas es un serdespreciable. Nuestra lucha con ellospuede ser fatigosa, cómica o trágica. Uninfeliz se suicidó en mi casa. No podía ono quería darse cuenta de nuestramanera de vivir.

Sin embargo, dentro de todo estoqueda un amplio margen para divertirse.Me imagino que algunos puedenescandalizarse ante esta mundanalidad yligereza; pero detrás de esto hay unagran seriedad. La fe tiene que operar eny a través de nosotros las veinticuatro

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horas del día, o de lo contrariopereceremos.

La mayoría de nosotros creemos queya no necesitamos buscar más la Utopía.La tenemos entre nosotros aquí y ahora.Aquella sencilla charla de mi amigo enla cocina de mi casa se multiplica más,cada día, en un círculo creciente de pazen la tierra y de buena voluntad para conlos hombres.

Bill W., co-fundador de A.A.,murió el 24 de enero de 1971.

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Capítulo 2 -HAY UNA

SOLUCIÓN

NOSOTROS, los que pertenecemos aAlcohólicos Anónimos, conocemos amiles de hombres y mujeres paraquienes, como para Bill, no habíaremedio. Casi todos se han recuperado;han resuelto el problema de la bebida.

Somos americanos típicos. Todoslos sectores de este país y muchas de lasactividades que se desarrollan estánaquí representadas, así como muchos de

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los medios políticos, sociales,económicos y religiosos. Somos genteque en circunstancias normales no nosmezclaríamos. Pero existe entre nosotrosun compañerismo, una amistad y unacomprensión indescriptiblementemaravillosas. Somos como los pasajerosde una gran embarcación reciénsalvados de un naufragio, cuando lacamaradería, la democracia y la alegríaprevalecen en el barco desde lasbodegas hasta la mesa del capitán; pero,a diferencia del sentir de los pasajerosdel barco, nuestra alegría por haberescapado del desastre no decrece al ircada cual por su lado. La sensación de

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haber participado en un peligro comúnes uno de los poderosos elementos quenos unen. Pero eso, en sí, nunca noshubiera mantenido unidos tal como loestamos.

El hecho tremendo para cada uno denosotros es que hemos descubierto unasolución común. Tenemos una salida enla que podemos estar completamente deacuerdo, y a través de la cual podemosincorporamos a la acción fraternal yarmoniosa. Ésta es la gran noticia, labuena nueva que este libro lleva a losque padecen del alcoholismo.

Una enfermedad de esta clase, yhemos llegado al convencimiento de que

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es una enfermedad, afecta a los que nosrodean como no lo hace ningún otropadecimiento humano. Si una personatiene cáncer, todos sienten pena por ellay nadie se enfada ni se siente molesto.Pero no así con el enfermo dealcoholismo, porque con este mal vienela aniquilación de todas las cosas quevalen la pena en la vida; involucra atodas aquellas vidas que estánrelacionadas en alguna forma con la delpaciente; acarrea malentendimiento,resentimiento feroz, inseguridadeconómica, vidas torcidas de niñosinocentes, esposas y padresapesadumbrados, amigos y patrones

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descontentos. Cualquiera puedeaumentar esta lista.

Deseamos que este libro informe yconsuele a los que están o pudieran estarafectados. Hay muchos de ellos.

Psiquiatras competentes en altogrado, que han tratado con nosotros, hanencontrado a veces imposible persuadira un alcohólico para que discutaabiertamente su situación. Resultabastante extraño que los familiares yamigos íntimos nos encuentren aún másinaccesibles que el psiquiatra o elmédico.

Pero el ex bebedor que haencontrado la solución de su problema

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y que está equipado adecuadamentecon los hechos acerca de sí mismo,generalmente puede ganarse toda laconfianza de otro alcohólico en unascuantas horas. Mientras no se llegue atal entendimiento, poco o nada puedelograrse.

El hecho de que el individuo queestá abordando a otro ha tenido lamisma dificultad, que obviamente sabede qué está hablando, que todo sucomportamiento le dice al candidato atoda voz que tiene la verdaderarespuesta, que su actitud no es desanturrón, que no le mueveabsolutamente nada más que el sincero

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deseo de poder ayudar, que no haycuotas ni honorarios que pagar, que nohay asperezas que limar, nadie con quiense tenga que «quedar bien», no haysermones que soportar —estas son lascondiciones que hemos encontrado másfavorables. Muchos individuos, despuésde haber sido abordados en esta forma,«toman su lecho y vuelven a andar».

Ninguno de nosotros hace de estetrabajo su sola vocación, ni creemos queaumentaría su efectividad si así lohiciéramos. Creemos que el abstenernosde beber no es más que el principio. Unademostración más importante denuestros principios nos espera en

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nuestros respectivos hogares,ocupaciones y asuntos. Todos nosotrosdedicamos mucho de nuestro tiempolibre al tipo de labor que vamos adescribir; unos cuantos tienen la suertede estar en una situación que les permitededicar casi todo su tiempo a esa labor.

Si continuamos por el camino queestamos siguiendo, no hay duda de quemucho bien se logrará; pero aun asíapenas se habría arañado la superficiedel problema. Los que vivimos engrandes ciudades nos sentimosanonadados al pensar que muy cerca denosotros hay tantos que caen en elolvido todos los días. Muchos podrían

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recuperarse si tuvieran la mismaoportunidad que nosotros. ¿Cómoentonces, podemos presentar eso que tangenerosamente se nos ha dado?

Hemos optado por publicar un libroanónimo para exponer el problema talcomo lo vemos nosotros. Aportaremos ala tarea el conjunto de nuestrasexperiencias y de nuestrosconocimientos. Esto debe sugerir unprograma útil para cualquiera que estéafectado por un problema con la bebida.

Necesariamente, tendrán quediscutirse asuntos médicos,psiquiátricos, sociales y religiosos.Sabemos que éstos son materia

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contenciosa por su misma naturaleza.Nada nos agradaría más que escribir unlibro que no diera ninguna base acontenciones o discusiones. Haremostodo lo posible para lograr esta idea. Lamayoría de nosotros siente que laverdadera tolerancia de los defectos ypuntos de vista de los demás y el respetoa sus opiniones son actitudes que hacenque podamos servir mejor a nuestrossemejantes. Nuestras mismas vidas,como ex bebedores problema quesomos, dependen de nuestra constantepreocupación por otros y de la maneraen que podamos satisfacer susnecesidades.

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El lector probablemente ya se habrápreguntado por qué todos nosotros nosenfermamos por la bebida. Sin dudasentirás curiosidad por descubrir cómoy cuándo, en contra de la opinión de losexpertos, nos hemos recuperado de unairremediable condición del cuerpo y dela mente. Si tú eres un alcohólico quequiere sobreponerse a esa condición, talvez ya te estés preguntando: «¿Qué es loque tengo que hacer?»

El propósito de este libro escontestar específicamente a esaspreguntas. Te diremos qué es lo quenosotros hemos hecho. Pero antes deentrar en una discusión pormenorizada,

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conviene resumir algunos puntos tal ycomo los vemos.

Cuántas veces nos han dicho: «Yopuedo beber o no beber, ¿por qué nopuede él?»; «Si no puedes beber comola gente decente, ¿por qué no lo dejas?»;«Este tipo no sabe beber»; «¿Por qué nobebes vino o cerveza solamente?»;«Deja la bebida fuerte»; «Debe tenermuy poca fuerza de voluntad»; «Elpodría dejar de beber si le diera lagana»; «Es una mujer tan agradable queél debería dejar de beber por ella»; «Yale dijo el médico que si volvía a beberse moriría y ahí está con la granborrachera».

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Éstas son observaciones comunesacerca de los bebedores, que se oyen entodo momento. En el fondo de ellas hayun abismo de ignorancia, y falta decomprensión. Nos damos cuenta de queestas observaciones se refieren apersonas cuyas reacciones son muydiferentes a las nuestras.

Los bebedores moderados tienenpoca dificultad para dejar el licorcompletamente si tienen una buena razónpara hacerlo. Pueden tomarlo o dejarlo.

Luego tenemos cierto tipo debebedor que bebe con exceso. Puedetener el hábito en tal forma quegradualmente llegará a perjudicarle en

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lo físico y en lo mental. Puede causarlela muerte prematura. Si se presenta unarazón suficientemente poderosa —malasalud, enamoramiento, cambio de medioambiente, o la advertencia de un médico— este individuo puede también dejarde beber o hacerlo con moderación,aunque esto le resulte difícil o tal vezhasta necesite ayuda médica.

Pero, ¿qué pasa con el verdaderoalcohólico? Puede empezar comobebedor moderado; puede o no volverseun bebedor asiduo. Pero en alguna etapade su carrera como bebedor, empieza aperder todo control sobre su consumo delicor una vez que empieza a beber.

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Aquí tenemos al individuo que te hamotivado la confusión, especialmentepor su falta de control. Hace cosasabsurdas, increíbles, o trágicas mientrasestá bebiendo. Es un verdadero «Dr.Jekyll y Mr. Hyde» (El Hombre y elMonstruo). Rara vez se embriaga amedias. En mayor o menor grado,siempre tiene una borrachera loca.Mientras está bebiendo, su modo de serse parece muy poco a su naturalezanormal. Puede ser una magníficapersona; pero, si bebe un día,probablemente se volverá repugnante, yhasta peligrosamente antisocial. Tieneverdadero talento para embriagarse

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exactamente en el momento másinoportuno, y particularmente cuandotiene alguna decisión importante quetomar o compromiso que cumplir. Confrecuencia es perfectamente sensato ybien equilibrado en todo menos en loque concierne al alcohol; en esterespecto es increíblemente egoísta yfalto de honradez. Frecuentemente poseehabilidades y aptitudes especiales, ytiene por delante una carreraprometedora. Usa sus dones para labrarun porvenir para él y los suyos echandoluego abajo lo que ha construido, conuna serie de borracheras insensatas. Esel individuo que se acuesta tan borracho

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que necesitaría dormir 24 horas; sinembargo, a la mañana siguiente buscacomo un loco la botella y no se acuerdadónde la puso la noche anterior. Si susituación económica se lo permite,puede tener licor escondido por toda lacasa para estar seguro de que nadie lequite toda su reserva para tirarla por elfregadero. A medida que empeoran lascosas, empieza a tomar una combinaciónde sedantes potentes y de licor paraaplacar sus nervios y poder ir a sutrabajo. Entonces llega el día en quesencillamente no puede hacerlo, y sevuelve a emborrachar. Tal vez vaya almédico para que le dé morfina o algún

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otro sedante para irse cortando laborrachera poco a poco. Pero entoncesempieza a ingresar en hospitales ysanatorios.

Esto no es de ninguna manera uncuadro completo del alcohólico, ya quenuestras maneras de comportamosvarían. Pero esta descripción deberíaidentificarlo de un modo general.

¿Por qué se comporta así? Si cientosde experiencias le han demostrado queuna copa significa otro desastre contodos los sufrimientos y humillacionesque lo acompañan, ¿por qué se toma esaprimera copa? ¿Por qué no puedeestarse sin beber? ¿Qué ha pasado con

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el sentido común y la fuerza de voluntadque todavía muestra con respecto a otrosasuntos?

Quizá no haya nunca una respuestacompleta para estas preguntas. Lasopiniones varían considerablementeacerca de por qué el alcohólicoreacciona en forma diferente de la gentenormal. No sabemos por qué. Una vezque se ha llegado a cierto punto es bienpoco lo que se puede hacer por él. Nopodemos resolver este acertijo.

Sabemos que mientras el alcohólicose aparta de la bebida, como puedehacerlo por meses o por años, susreacciones son muy parecidas a las de

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otros individuos. Tenemos la certeza deque, una vez que se introduce en susistema cualquier dosis de alcohol, algosucede, tanto en el sentido físico comoen el mental, que le hace prácticamenteimposible parar de beber. Laexperiencia de cualquier alcohólicoconfirma esto ampliamente.

Estas observaciones seríanacadémicas y no tendrían objeto sinuestro amigo no se tomara nunca laprimera copa, poniendo así enmovimiento el terrible ciclo. Porconsiguiente, el principal problema delalcohólico está centrado en su mentemás que en su cuerpo. Si se le pregunta

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por qué empezó esa última borrachera,lo más probable es que tenga a mano unade las cien coartadas que hay para esoscasos. Algunas veces estos pretextostienen cierta plausibilidad, pero enrealidad, ninguno de ellos tiene sentidoa la luz del estrago que causa laborrachera de un alcohólico. Talespretextos se parecen a la filosofía delindividuo que teniendo dolor de cabezase la golpea con un martillo para nosentir el dolor. Si se le señala lo falazde este razonamiento a un alcohólico, lotomará a broma o se enfadará,negándose a hablar de ello.

De vez en cuando puede decir la

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verdad. Y la verdad, extraño comoparezca, es que generalmente no tienemás idea que la que tú puedes tener depor qué bebió esa primera copa.Algunos bebedores tienen pretextos conlos que se satisfacen parte del tiempo;pero en sus adentros no saben realmentepor qué lo hicieron. Una vez que estemal se arraiga firmemente, hace de ellosunos seres desconcertantes. Tienen laobsesión de que algún día, de algunamanera, podrán ser los ganadores deeste juego. Pero frecuentementesospechan que están fuera de combate.

Pocos se dan cuenta de lo cierto quees esto. Sus familiares y sus amigos se

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dan cuenta vagamente de que estosbebedores son anormales, pero todosaguardan esperanzados el día en que elpaciente saldrá de su letargo y harávaler su fuerza de voluntad.

La trágica verdad es que, si elindividuo es realmente un alcohólico,ese día feliz puede no llegar. Ha perdidoel control. En cierto punto de la carrerade bebedor de todo alcohólico, éstepasa a un estado en que el másvehemente deseo de dejar de beber esabsolutamente infructuoso. Esta trágicasituación se presenta prácticamente encada caso, mucho antes de que sesospeche que exista.

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El hecho es que la mayoría de losalcohólicos, por razones que todavíason oscuras, cuando se trata de beber,han perdido su capacidad para elegir.Nuestra llamada fuerza de voluntad sevuelve prácticamente inexistente.Somos incapaces a veces de hacerllegar con suficiente impacto a nuestraconciencia el recuerdo del sufrimientoy la humillación de hace apenas unasemana o un mes. Estamos indefensoscontra la primera copa.

Las casi seguras consecuencias quesuceden después de tomar, aunque sólosea un vaso de cerveza, no acuden anuestra mente para detenernos. Si se nos

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ocurren estos pensamientos, son vagos yfácilmente suplantados por la vieja yusada idea de que esta vez podremoscontrolamos como lo hacen los demás.Hay una falta total del tipo de defensaque evita que pongamos la mano en elfuego.

El alcohólico puede decirse en laforma más natural: «Esta vez no mequemaré; así es que, ¡salud!» O tal vezno piense en nada. Cuántas veces hemosempezado a beber en esta formadespreocupada y, después de la tercerao cuarta copa, hemos golpeado elmostrador de la cantina con el puñodiciéndonos: «Por el amor de Dios,

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¿cómo empecé de nuevo?» Solamentepara suplantar ese pensamiento con el de«Bueno, a la sexta paro», o «Ahora,¿qué más da?»

Cuando esta manera de pensar seestablece plenamente en un individuocon tendencias alcohólicas,probablemente ya se ha colocado fueradel alcance de la ayuda humana y, amenos que se le encierre, puede morirseo volverse loco para siempre. Esta duray espantosa realidad ha sido confirmadapor legiones de alcohólicos en eltranscurso del tiempo. A no ser por lagracia de Dios, habrían miles más deconvincentes demostraciones. ¡Hay

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tantos que quieren dejar de beber, perono pueden!

Hay una solución. A casi ninguno denosotros le gustó el examen deconciencia, la nivelación del orgullo ola confesión de las faltas, que requiereeste proceso para su consumación. Perovimos que era efectivo en otros, yhabíamos llegado a reconocer lainutilidad y la futileza de la vida talcomo la habíamos estado llevando. Porconsiguiente, cuando se nos acercaronaquellos cuyo problema ya había sidoresuelto, lo único que tuvimos que hacerfue tomar el simple juego deinstrumentos espirituales que ponían en

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nuestras manos. Hemos descubierto unrincón del paraíso y hemos sidopropulsados a una cuarta dimensión dela existencia con la que ni siquierahabíamos soñado.

Ésta es la gran realidad y nada más:que hemos tenido experienciasespirituales profundas y efectivas[1] quehan transformado toda nuestra actitudante la vida, hacia nuestros semejantes yhacia el universo de Dios. El hechocentral en nuestras vidas es actualmentela certeza de que nuestro Creador haentrado en nuestros corazones y ennuestras vidas en una forma ciertamentemilagrosa. Ha empezado a realizar por

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nosotros cosas que nosotros nopodríamos hacer solos.

Si tu estado alcohólico es tan gravecomo era el nuestro, creemos que noexiste ninguna solución a medias.Nosotros estábamos en una situación enque la vida se estaba volviendoimposible, y si pasábamos a la región dela que no se regresa por medio de laayuda humana, teníamos sólo dosalternativas: Una era la de llegar hastael amargo fin, borrando la conciencia denuestra intolerable situación lo mejorque pudiésemos; y la otra, aceptar ayudaespiritual. Esto último fue lo quehicimos porque honestamente queríamos

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hacerlo, y estábamos dispuestos a hacerel esfuerzo necesario.

Cierto hombre de negocios, apto ycon buen sentido, durante años estuvopasando de un sanatorio a otro y enconsultas con los más conocidospsiquiatras norteamericanos. Luego sefue a Europa, sometiéndose altratamiento de un célebre médico (elpsicólogo Dr. Jung). Pese a que suexperiencia lo había hecho escéptico,terminó el tratamiento con una confianzano habitual en él. Física y mentalmentesu condición era excepcionalmentebuena. Creía haber adquirido talconocimiento del funcionamiento

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interior de su mente y de sus resortesescondidos, que una recaída era algoinimaginable. A pesar de esto, al pocotiempo estaba borracho. Lo másdesconcertante era que no podíaexplicarse satisfactoriamente su caída.

Por lo tanto, regresó donde estemédico, a quien admiraba, y le preguntósin rodeos por qué no se recuperaba.Por encima de todo, quería recobrar elcontrol de sí mismo. Parecía bastanteracional y bien equilibrado con respectoa otros problemas. A pesar de esto, notenía absolutamente ningún control sobreel alcohol. ¿Por qué?

Le suplicó al médico que le dijera

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toda la verdad, y el médico se la dijo:Era un caso desahuciado; nunca máspodría recuperar su posición en lasociedad y tendría que encerrarse bajollave o tener un guardaespaldas siesperaba vivir largo tiempo. Esa fue laopinión de un gran médico.

Pero este hombre vive todavía, y esun hombre libre. No necesita de unguardaespaldas y no está internado.Puede ir a cualquier parte del mundocomo cualquier hombre libre, sin que lesuceda ningún desastre, siempre queconserve la buena voluntad de mantenercierta sencilla actitud.

Algunos de nuestros lectores

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alcohólicos pensarán, quizá, que puedenpasarla sin ayuda espiritual.Permítasenos por lo tanto, contar elresto de la conversación que nuestroamigo tuvo con el médico.

El médico le dijo: «Tiene usted lamente de un alcohólico crónico. En loscasos en los que han existido estadosmentales similares al suyo, nunca hevisto recuperarse a nadie». Nuestroamigo se sintió como si las puertas delinfierno se hubiesen cerrado conestruendo tras él.

Preguntó al médico: «¿No hayninguna excepción?»

«Sí», le contestó el médico, «sí la

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hay. Las ha habido desde tiemposremotos. Aquí y allá, de vez en cuando,algunos alcohólicos han tenidoexperiencias espirituales vitales. Paramí estos casos son fenómenos. Parecenser una especie de enormesdesplazamientos y reajustesemocionales. Desechadasrepentinamente las ideas, emociones yactitudes que fueron una vez las fuerzasdirectrices de las vidas de estoshombres, un conjunto completamentenuevo de conceptos y motivos empezó adominarlos. De hecho, yo he estadotratando de producir dentro de usted unarreglo emocional de esa índole. He

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empleado estos métodos con muchosindividuos y han dado resultadossatisfactorios, pero nunca he tenido éxitocon un alcohólico de suscaracterísticas»[2].

Al oír esto, nuestro amigo se sintióalgo tranquilizado, porque pensó quedespués de todo era fiel a sus prácticasreligiosas. Esta esperanza se la echóabajo el doctor diciéndole que, en tantoque sus convicciones religiosas eranmuy buenas, en su caso no significabanla experiencia espiritual fundamentalque era necesaria.

Éste era el tremendo dilema en quese encontraba nuestro amigo cuando tuvo

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la extraordinaria experiencia que, comohemos dicho, lo convirtió en un hombrelibre.

Por nuestra parte, nosotros hemosbuscado la misma salida con toda ladesesperación del hombre que se estáahogando. Lo que al principio parecíaun endeble junquillo ha resultado ser laamante y poderosa mano de Dios. Se nosha dado una vida nueva o, si se prefiere,«un plan para vivir» que resultaverdaderamente efectivo.

El distinguido psicólogonorteamericano William James señalaen su libro Varieties of ReligiousExperience (Las variedades de la

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Experiencia Religiosa) una multitud demodos en que los hombres handescubierto a Dios. No tenemos ningunaintención de convencer a nadie de quesolamente hay una manera de adquirir lafe. Si lo que hemos aprendido, sentido yvisto, significa algo, quiere decir quetodos nosotros, cualquiera que seanuestro color, raza o credo, somoscriaturas de un Creador viviente con elque podemos establecer una relaciónbasada en términos sencillos ycomprensibles tan pronto comotengamos la buena voluntad y lahonradez suficiente para tratar dehacerlo. Los que profesan algún credo

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no encontrarán aquí nada que perturbesus creencias o sus ceremonias. No haydesavenencias entre nosotros por estosmotivos.

Consideramos que no nos conciernela cuestión de las agrupacionesreligiosas con las que se identifican enlo individual nuestros miembros. Éstedebe ser un asunto enteramente personalque cada uno decida por sí mismo a laluz de sus asociaciones pasadas o de suelección presente. No todos nosotrosingresamos en agrupaciones religiosas,pero la mayoría estamos en favor deesas afiliaciones.

En el siguiente capítulo aparece una

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explicación del alcoholismo, tal comonosotros lo entendemos, y luego viene uncapítulo dirigido al agnóstico. Muchosde los que una vez estuvieron dentro deesa clasificación se cuentan entrenuestros miembros. Aunque parezcasorprendente, encontramos que esasconvicciones no son un gran obstáculopara una experiencia espiritual.

Más adelante se dan indicacionesclaras que muestran cómo nosrecuperamos. Éstas van seguidas dehistorias de experiencias personales.

En las historias personales, cadaindividuo describe, con su propiolenguaje y desde su propio punto de

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vista, la manera en que él ha establecidosu relación con Dios. Estas historias nosofrecen una muestra representativa denuestros miembros y una idea clara de loque realmente ha sucedido en sus vidas.

Esperamos que nadie considereestos relatos personales como de malgusto. Nuestra esperanza es que muchosalcohólicos, hombres y mujeres,desesperadamente necesitados, veanestas páginas, y creemos que solamentedescubriéndonos a nosotros mismos yhablando francamente de nuestrosproblemas, ellos serán persuadidos adecir, «sí, yo soy uno de ellos también;yo debo obtener esto».

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Capítulo 3 -MÁS ACERCA DEL

ALCOHOLISMO

LA MAYORÍA de nosotros hemosestado poco dispuestos a admitir queéramos realmente alcohólicos. A nadiele agrada pensar que es física ymentalmente diferente a sus semejantes.Por lo tanto, no es extraño que nuestrascarreras de bebedores se hayancaracterizado por innumerables y vanosesfuerzos para probar que podíamosbeber como otras personas. La idea de

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que en alguna forma, algún día, llegará acontrolar su manera de beber y adisfrutar bebiendo, es la gran obsesiónde todo bebedor anormal. Lapersistencia de esta ilusión essorprendente. Muchos la persiguen hastalas puertas de la locura o de la muerte.

Llegamos a comprender queteníamos que admitir plenamente, en lomás profundo de nuestro ser, que éramosalcohólicos. Éste es el primer pasohacia la recuperación. Hay que acabarcon la ilusión de que somos como lademás gente, o de que pronto loseremos.

Nosotros, los alcohólicos, somos

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hombres y mujeres que hemos perdido lacapacidad para controlar nuestra manerade beber. Sabemos que no hay nadierealmente alcohólico que recuperejamás ese control. Todos nosotroscreímos a veces que estábamosrecobrando el control, pero esosintervalos, generalmente breves, eraninevitablemente seguidos de todavíamenos control, que con el tiempo nosllevaba a una lastimosa e inexplicabledesmoralización. Unánimemente estamosconvencidos de que los alcohólicos denuestro tipo padecemos de unaenfermedad progresiva. Después decierto tiempo empeoramos, nunca

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mejoramos.Somos como individuos que han

perdido las piernas; a éstos nunca lessalen otras. Tampoco parece haberninguna clase de tratamiento que hagaque los alcohólicos como nosotrosseamos como la demás gente. Hemosprobado todos los remediosimaginables. En algunos casos ha habidouna recuperación pasajera, seguidasiempre por una recaída más grave. Losmédicos que están familiarizados con elalcoholismo están de acuerdo en que nohay manera de convertir a un alcohólicoen un bebedor normal. Puede ser que laciencia lo logre algún día, pero todavía

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no lo ha hecho.No obstante todo lo que podamos

decir, muchos que realmente sonalcohólicos no van a creer quepertenecen a esa clase. Tratarán, a basede toda clase de ilusiones y deexperimentos, de convencerse a símismos de que son la excepción a laregla y, por consiguiente, que no sonalcohólicos. Si cualquiera que estádemostrando incapacidad paracontrolarse con la bebida puede cambiarcompletamente y beber como uncaballero, nos descubrimos ante él.¡Sólo Dios sabe lo que hemos hechodurante tanto tiempo para beber como

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otras personas!Estos son algunos de los métodos

que hemos probado: Beber únicamentecerveza, limitar el número de copas,nunca beber solo, nunca beber por lamañana, beber solamente en casa, nuncatener bebida en casa, nunca beberdurante las horas de trabajo, bebersolamente en fiestas, cambiar una clasede licor fuerte por otro, beber solamentevinos naturales, prometer renunciar alempleo si llegáramos a emborracharnosen el trabajo, hacer un viaje, no hacer unviaje, jurar dejar de beber para siempre(con o sin solemnidad), hacer másejercicio físico, leer libros conducentes

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a la inspiración, ir a granjas de salud ysanatorios, aceptar voluntariamente serinternados en centros de tratamiento…Podríamos prolongar la lista hasta elinfinito.

No nos gusta decirle a un individuoque es alcohólico, pero tú mismo puedesdiagnosticarte rápidamente. Entra al barmás cercano y trata de beber en formacontrolada. Trata de beber y dejar dehacerlo bruscamente. Haz la prueba másde una vez. No tardarás mucho en poderdecidir, si eres honrado contigo mismo.Puede valer la pena sufrir una grantemblorina, si con esto te das cuentacabal de tu condición.

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Aunque no hay manera decomprobarlo, creemos que pudimoshaber dejado de beber al principio denuestras carreras de bebedores, pero ladificultad está en que son pocos losalcohólicos que tienen suficiente deseode dejar de beber mientras todavía lesqueda tiempo para hacerlo. Hemos oídode algunos casos en que individuos, conseñales definidas de alcoholismo, ydebido a un imperioso deseo de hacerlo,pudieron dejar de beber por un largoperíodo.

Uno de esos casos es el de unindividuo de treinta años de edad, quevivía en continuas parrandas. A la

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mañana siguiente de una borracheraestaba muy nervioso y se calmaba conmás licor. Tenía la ambición de triunfaren los negocios, pero se daba cuenta deque nada lograría si seguía bebiendo.Una vez que empezaba, ya no teníaabsolutamente ningún control. Tomó ladecisión de no probar ni una gota hastaque hubiera triunfado en los negocios yse hubiera jubilado. Hombreexcepcional, estuvo seco hasta lostuétanos durante veinticinco años,retirándose cuando cumplió loscincuenta y cinco, después de unacarrera productiva y afortunada.Entonces fue víctima de una creencia

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que tiene prácticamente todo alcohólico:que su largo periodo de sobriedad yautodisciplina le había capacitado parabeber como las demás personas. Se pusolas pantuflas y descorchó la botella… Alos dos meses estaba en un hospital,confuso y humillado. Trató de regular sumanera de beber durante algún tiempomientras experimentaba algunosinternamientos en el hospital. Entonces,reuniendo todas sus fuerzas, trató dedejar de beber totalmente, y se diocuenta de que no podía. Estaban a sudisposición todos los medios que podíanconseguirse con dinero para resolver suproblema. Todas las tentativas fallaron.

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A pesar de que al retirarse de losnegocios era un hombre robusto, sedesmoronó rápidamente y murió cuatroaños después.

Este caso encierra una lecciónimportantísima. La mayoría de nosotroshemos creído que si permanecíamossobrios por bastante tiempo, despuéspodríamos beber normalmente. Peroaquí tenemos el caso de un individuoque a los cincuenta y cinco años se diocuenta de que estaba exactamente dondehabía quedado a los treinta. Hemos vistoesta verdad demostrada una y otra vez,«Una vez alcohólico, alcohólico parasiempre». Si comenzamos a beber

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después de un período de sobriedad, alpoco tiempo estamos tan mal comosiempre. Si estamos haciendo planespara dejar de beber, no debe haberreserva de ninguna clase, ni ninguna ideaoculta de que algún día seremos inmunesal alcohol.

La experiencia del individuo antescitado puede motivar a los jóvenes apensar que es posible dejar de beber abase de fuerza de voluntad, tal como éllo hizo. Dudamos de que muchos puedanhacerlo porque ninguno querrá realmentedejar de beber. Y será muy raro el quelo haga, debido a la peculiarcaracterística mental que ya se habrá

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adquirido. Algunos de los de nuestraagrupación, individuos de treinta añosde edad, y aún menos, habían estadobebiendo durante pocos años, pero seencontraron en una situación tandesesperada como la de los que habíanestado bebiendo veinte años.

Para estar gravemente afectado no esnecesario que uno haya estado bebiendodurante mucho tiempo, ni que beba tantocomo lo hicimos algunos de nosotros.Esto es particularmente cierto en lasmujeres. Las alcohólicas en potencia amenudo se convierten en tales, y enpocos años su caso está muy avanzado.Ciertas bebedoras, que se sentirían

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gravemente ofendidas si se les llamaraalcohólicas, se sorprenden de suincapacidad para dejar de beber.Nosotros, que estamos familiarizadoscon los síntomas, vemos un gran númerode alcohólicos potenciales entre losjóvenes en todas partes. ¡Pero trata dehacer que ellos lo vean![3]

Mirando al pasado, nos damoscuenta de que habíamos seguidobebiendo muchos años después delmomento en que nos hubiera sidoposible dejar de hacerlo a base denuestra fuerza de voluntad. Si alguienduda de que ya haya entrado en estepeligroso terreno, que haga la prueba de

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apartarse del licor durante un año. Sirealmente es un alcohólico y su casoestá muy avanzado, hay escasasposibilidades de éxito. Al principio denuestra época de bebedores huboocasiones en que permanecimos sinbeber por un año o más tiempo, paradespués transformarnos en seriosbebedores. Pese a que uno pueda dejarde beber por un período considerable,puede ser, sin embargo, un alcohólicopotencial. Creemos que pocos de losque sientan el llamamiento de este libropueden permanecer sin beber aundurante un año. Algunos estaránborrachos al día siguiente de haber

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hecho sus resoluciones; la mayoría deellos, en unas cuantas semanas.

Para los que no pueden beber conmoderación, el problema consiste encómo dejar de hacerlo totalmente. Nossuponemos, desde luego, que el lectorquiere dejar de beber. El que la personaque está en esas condiciones puedadejar de beber sobre una base noespiritual, depende del grado en quehaya perdido el poder de elegir entrebeber o no beber. Muchos de nosotroscreíamos que teníamos mucho carácter.Existía siempre el tremendo apremio dedejar de beber. A pesar de esto, nosresultaba imposible hacerlo. Ésta es la

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característica desconcertante delalcoholismo, tal como lo conocemos;esta total incapacidad para dejar labebida sin importar lo mucho o logrande de la necesidad de hacerlo.

¿Cómo podremos, entonces, ayudar anuestro lector a decidir, a su propiasatisfacción, si es uno de nosotros? Elexperimento de dejar de beber por untiempo ayudará; pero creemos poderhacer un servicio más grande a los quepadecen del alcoholismo, y tal vezincluso a la profesión médica. Por lotanto, describiremos algunos de losestados mentales que preceden a larecaída en la bebida, porque obviamente

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éste es el punto crucial del problema.¿Qué clase de pensamiento

predomina en el alcohólico que repiteuna y otra vez el desesperanteexperimento de la primera copa? Losamigos que han razonado con él,después de una borrachera que lo hallevado hasta el punto del divorcio o labancarrota, se quedan desconcertadoscuando lo ven ir directamente a lacantina. ¿Por qué lo hace? ¿En qué estápensando?

Nuestro primer ejemplo es el amigoa quien llamaremos Jim. Este individuotiene una esposa y una familiaencantadoras. Heredó una lucrativa

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agencia de automóviles; tiene unarecomendable hoja de servicios de laGuerra Mundial; es un buen vendedor ygoza de simpatías generales. Es unhombre inteligente; normal hasta dondepodemos ver, excepto por su índolenerviosa. No bebió hasta los treinta ycinco. Al cabo de unos cuantos años seponía tan violento cuando bebía, quehubo necesidad de internarlo. Al salirdel centro de tratamiento se comunicócon nosotros.

Le hablamos de lo que sabíamosacerca del alcoholismo y de la soluciónque habíamos hallado. Puso manos a laobra. Su familia se reunió nuevamente, y

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empezó a trabajar como vendedor en elnegocio que había perdido por susborracheras. Todo marchó bien poralgún tiempo, pero no cultivó su vidaespiritual. Para su consternación, seemborrachó media docena de veces enrápida sucesión. En cada una de estasocasiones trabajamos con él examinandocuidadosamente lo que había sucedido.Estuvo de acuerdo en que era unalcohólico y que su condición era grave.Sabía que se enfrentaba a otra estanciaen el centro de tratamiento si seguíabebiendo. Más aún, perdería su familia,por la que sentía un gran cariño.

Pese a todo esto, volvió a

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emborracharse. Le pedimos que nosdijera exactamente cómo habíasucedido. Ésta es la historia: «Fui atrabajar el martes por la mañana.Recuerdo que me sentí disgustadoporque tenía que ser vendedor en unnegocio del que antes había sido dueño.Crucé unas palabras con el patrón, perono fue nada serio. Entonces decidí irmeal campo en mi automóvil a ver a unposible cliente. En el campo sentíhambre y me detuve en un lugar dondehay una cantina. No tenía intención debeber; solamente pensé en comerme unsandwich. También se me ocurrió quepodía encontrar algún cliente en ese

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lugar ya conocido porque lo habíafrecuentado durante años. Me senté anteuna mesa y pedí un sandwich y un vasode leche. Todavía no pensaba en beber.Luego pedí otro sandwich y decidítomarme otro vaso de leche.

»Repentinamente cruzó por mimente la idea de que si le pusiera unaonza de whisky a la leche no podríahacerme daño teniendo el estómagolleno. Pedí el whisky y se lo eché a laleche. Vagamente percibí que no estabasiendo muy vivo, pero me tranquilicepensando que estaba bebiendo el licorcon el estómago lleno. El experimentoiba tan bien, que pedí otro y lo eché en

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más leche. Esto no pareció molestarme,así que lo repetí».

Así empezó para Jim un viaje más alcentro de tratamiento. Existía ahora laamenaza del encierro, la pérdida de lafamilia y del empleo, sin mencionar elintenso sufrimiento físico y mental quela bebida le causaba siempre. Seconocía bien como alcohólico. A pesarde esto, eran apartadas fácilmentetodas las razones para no beber enfavor de la disparatada idea de quepodía tomar whisky si lo mezclaba conleche.

Cualquiera que sea la definiciónprecisa de la palabra, nosotros la

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llamamos simplemente locura. ¿Cómopuede llamársele de otro modo asemejante desproporción en lacapacidad para pensar con cordura?

Puedes creer que éste es un casoextremo. Para nosotros no lo es, porqueesta manera de pensar ha sidocaracterística de cada uno de nosotros.A veces hemos reflexionado más queJim acerca de las consecuencias, perosiempre se produjo el curioso fenómenomental de que, paralela al razonamientocuerdo, corrió alguna excusadementemente trivial para tomar laprimera copa. Nuestra cordura no fuesuficiente para frenarnos; la idea insana

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predominó. Al día siguiente nospreguntábamos, con toda seriedad ysinceridad, cómo había podido sucedereso.

En algunas circunstancias hemos idoa emborracharnos deliberadamente,sintiéndonos justificados por elnerviosismo, la ira, la preocupación, ladepresión, los celos o cualquier otracosa por el estilo. Pero aun tratándosede esta forma de empezar, estamosobligados a admitir que nuestrajustificación para una borrachera fueinsensatamente insuficiente teniendo encuenta lo que siempre había pasado.Ahora vemos que, cuando empezábamos

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a beber deliberadamente en vez decasualmente, durante el período depremeditación nuestra manera de pensaren lo que podrían ser las terriblesconsecuencias era poco seria o efectiva.

Con respecto a la primera copanuestro proceder es tan absurdo eincomprensible como el del individuo,pongamos por caso, que tiene la maníade cruzar a media calle. Siente ciertoplacer en saltar frente a vehículos quevan a gran velocidad. Durante unos añosse divierte así, a pesar de las amistosasadvertencias. Hasta aquí, tú localificarás como un tonto con ideasraras acerca de lo que es divertirse. Más

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tarde la suerte lo abandona y eslastimado levemente varias vecesseguidas. Pensarías que aquel individuo,si es normal, no lo volvería a hacer. Alpoco tiempo, sin embargo, reincide, yesta vez sufre una fractura de cráneo.Después de una semana de salir delhospital le atropella un tranvía y lerompe un brazo. Te dice que ha decididodejar de cruzar a media calle de una vezpor todas, pero a las pocas semanas lerompen las dos piernas.

A través de los años continúa estaconducta, acompañada de sus promesasde ser cuidadoso y de alejarse de lacalle del todo. Por fin, ya no puede

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trabajar, su esposa se divorcia de él yqueda en ridículo ante todos. Trata portodos los medios imaginables dequitarse de la cabeza la idea de cruzar amedia calle. Se encierra en un centro detratamiento con la esperanza deenmendarse, pero el día que sale, secruza enfrente de un carro de bomberosque le rompe la columna vertebral. Unindividuo como éste tiene que estarloco. ¿No es así?

Puede parecerte que nuestrailustración es muy ridícula. Pero, ¿esasí? Nosotros que hemos tenidoexperiencias agobiantes, tenemos queadmitir que si se sustituyera «manía de

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cruzar a media calle» por«alcoholismo» la ilustración encajaríaperfectamente en nuestro caso. Por muyinteligentes que hayamos demostrado seren otros aspectos, en lo que concierne alalcohol hemos sido extrañamentedementes. Éstas son palabras duraspero, ¿no es cierto?

Algunos de ustedes estaránpensando: «Sí, lo que dices es cierto,pero no del todo aplicable. Admitimosque tenemos algunos de esos síntomas,pero no hemos llegado a los extremosque ustedes llegaron; ni parece quellegaremos, porque nosotros noscomprendemos tan bien después de lo

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que nos dijeron que tales cosas nopodrán volver a suceder. No hemosperdido todo en la vida por la bebida ydesde luego no tenemos la intención deque así suceda. Gracias por lainformación».

Eso puede ser verdad para ciertaspersonas no alcohólicas, que si bienbebían irresponsablemente y en excesopueden parar o moderarse porque sucerebro y su cuerpo no se han dañadocomo pasó con los nuestros. Pero el quees efectiva y potencialmente alcohólico,con casi ninguna excepción, seráabsolutamente incapaz de dejar de bebera base del conocimiento de sí mismo.

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Éste es un punto que queremos enfatizary reenfatizar para que les entre bien enla cabeza a nuestros lectores alcohólicosasí como se nos ha sido revelado anosotros a través de la amargaexperiencia. Pasemos a otro ejemplo.

Fred es socio de una bien conocidaempresa de contabilidad. Sus entradasson buenas, tiene un magnifico hogar,está casado felizmente y es padre demuchachos prometedores de edaduniversitaria. Tiene una personalidadmuy atractiva que hace amistad contodos. Si ha habido un hombre denegocios próspero, Fred lo es. Segúntodas las apariencias, es un individuo

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estable y bien equilibrado. A pesar detodo esto, Fred es un alcohólico. Lovimos por primera vez hace un año en unhospital, al que había ido a recuperarsede un tembloroso ataque de nervios. Erasu primera experiencia de esa clase yestaba muy avergonzado de lo que lepasaba. Lejos de admitir que eraalcohólico, se decía a sí mismo quehabía ido al hospital a calmar losnervios. El médico le indicó con firmezaque podía estar peor de lo que creía.Durante unos días se sintió deprimidopor su condición. Tomó la resolución dedejar de beber totalmente. Nunca pensóque tal vez no lo pudiera hacer, a pesar

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de su carácter y de su posición. No creíaser un alcohólico y mucho menosaceptaba un remedio espiritual para suproblema. Le dijimos lo que sabíamosacerca del alcoholismo. Se interesó yconcedió que tenía algunos de esossíntomas, pero distaba mucho de admitirque no podía hacer nada por sí mismo.Estaba convencido de que estahumillante experiencia, unida a losconocimientos que había adquirido, lomantendría sobrio el resto de la vida. Elconocimiento de sí mismo lo arreglaríatodo.

No volvimos a oír de Fred por algúntiempo. Un día nos dijeron que había

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regresado al hospital. Esta vez estabamuy tembloroso. Pronto indicó queestaba ansioso de vernos. La historiaque nos contó es sumamente instructiva,porque se trata de un individuoabsolutamente convencido de que teníaque dejar de beber, que no tenía ningunaexcusa para beber, que demostraba unjuicio y una determinaciónextraordinarios en todos sus otrosasuntos, pero que a pesar de todo estoera impotente ante su problema.

Dejemos que sea él quien te locuente: «Me impresionó mucho lo queustedes dijeron acerca del alcoholismo yfrancamente no creí posible que yo

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volviera a beber. Aprecié mucho susideas sobre la sutil demencia queprecede a la primera copa, pero teníaconfianza en que no me podía suceder amí después de lo que había sabido.Razoné que mi caso no estaba tanavanzado como los de la mayoría deustedes, que había tenido un éxitoexcepcional en vencer mis otrosproblemas personales y que, porconsiguiente, también tendría un buenéxito donde ustedes habían fallado.Sentía que tenía todas las razones paratener confianza en mí mismo, que sóloera cuestión de ejercer mi fuerza devoluntad y de mantenerme alerta.

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»En este estado de ánimo volví a mivida normal y todo fue bien por algúntiempo. No tenía dificultad en rehusarlas copas que me brindaban y empecé apensar si yo no había estadocomplicando un asunto tan sencillo. Undía fui a Washington para presentar unoscomprobantes de contabilidad en undepartamento del gobierno. Ya me habíaausentado con anterioridad durante esteperíodo de abstinencia, así es que no eranada nuevo. Físicamente me sentía muybien; tampoco tenía problemas opreocupaciones apremiantes. Minegocio salió bien, estaba satisfecho ysabía que también lo estarían mis

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socios. Era el final de un día perfecto yno había ninguna nube en el horizonte.

»Me fui a mi hotel y me vestídespacio para ir a cenar. Al cruzar elumbral del comedor me vino a la mentela idea de que sería agradable tomarun par de cócteles antes de la cena.Eso fue todo; nada más. Pedí un cóctely mi cena; luego pedí otro cóctel.Después de la cena decidí dar un paseoa pie. Cuando regresé al hotel se meocurrió que me sentaría bien un traguitoantes de acostarme; entré al bar y metomé uno… Recuerdo haber tomadoalgunos más esa noche y bastantes el díasiguiente. Tengo el recuerdo nebuloso

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de haber estado en un avión rumbo aNueva York y de haber encontrado en elaeropuerto a un taxista muy servicial, envez de a mi esposa. Aquel taxista fueuna especie de cuidador mío durantevarios días. Poco sé de adónde fui o delo que oí o dije… por fin, me encontréen el hospital con un insoportablesufrimiento físico y mental.

»Tan pronto como recobré lacapacidad de pensar, repasécuidadosamente lo sucedido aquellanoche en Washington. No solamentehabía estado desprevenido sino que nohabía opuesto ninguna resistencia a laprimera copa. Esta vez no había

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pensado para nada en lasconsecuencias. Había empezado a bebertan descuidadamente como si loscócteles fueran simples refrescos.Recordé entonces lo que me habíandicho mis amigos alcohólicos; mehabían vaticinado que si teníamentalidad de alcohólico, el momento yel lugar se presentarían: volvería abeber. Habían dicho que a pesar de queopusiera resistencia, ésta se derrumbaríapor fin ante cualquier pretexto trivialpara beber una copa. Pues bien, eso fueprecisamente lo que pasó, y algo más,porque lo que había aprendido acercadel alcoholismo no me vino a la mente

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para nada. Desde ese momento supe quetenía una mentalidad de alcohólico. Medi cuenta de que la fuerza de voluntad yel conocimiento de uno mismo nopodrían remediar esas extrañas lagunasmentales. Nunca había podidocomprender a las personas que decíanque un problema los había derrotadoirremediablemente. Entonces locomprendí. Fue un golpe demoledor.

»Dos miembros de AlcohólicosAnónimos vinieron a visitarme.Sonrieron al verme, lo cual no meagradó mucho; me preguntaron si estavez ya creía que era un alcohólico y queestaba derrotado. Tuve que aceptar

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ambas cosas. Me dieron un montón depruebas al efecto de que una mentalidadde alcohólico como la que yo habíamanifestado en Washington era uncondición desesperada. Citaron pordocenas casos basados en su propiaexperiencia. Este procedimiento apagóla última llama de la convicción de queyo mismo podía realizar la tarea.

»Entonces delinearon la soluciónespiritual y el programa de acción quecien de ellos habían seguido con éxito.A pesar de que solamente había sidomiembro nominal de una iglesia, suspropuestas no me eran difíciles deaceptar, intelectualmente. Pero el

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programa de acción, aunque enteramentesensato, era bastante drástico; queríadecir que tendría que arrojar por laventana varios conceptos que habíatenido toda mi vida. Eso no era fácil.Pero en el momento en que me decidí aponer en práctica el procedimiento, tuvela curiosa sensación de que micondición alcohólica se aliviaba, comoresultó en efecto.

»Más importante fue eldescubrimiento de que serían losprincipios espirituales los queresolverían mis problemas. Desdeentonces he sido conducido a un modode vivir infinitamente más satisfactorio

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y, espero, una vida más provechosa quela que llevé antes. Mi antigua manera devivir no tenía nada de malo, pero nocambiaría sus mejores momentos por lospeores que tengo ahora. No regresaría aella ni aunque pudiera hacerlo».

La historia de Fred es elocuente porsí misma. Quisiéramos que les llegara alo más hondo a miles como él. El llegó asentir sólo los primeros dolores deltormento. La mayoría de los alcohólicostienen que llegar a estar bastantedestrozados antes de empezar a resolverrealmente sus problemas.

Muchos médicos y psiquiatras estánde acuerdo con nuestras conclusiones.

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Uno de éstos, médico de un hospital derenombre mundial, recientemente noshizo la declaración siguiente: «Lo quedicen ustedes acerca de lairremediabilidad general de lacondición del alcohólico es, en miopinión, correcto. En lo que respecta ados de ustedes cuyas historias heconocido, no me cabe ninguna duda deque eran ciento por cientoirremediables, salvo por intervencióndivina. Si se hubieran presentado comopacientes a este hospital, de haberlopodido evitar, no los habría aceptado.Personas como ustedes destrozan elcorazón. Aunque no soy una persona

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religiosa, siento un respeto profundo porel enfoque espiritual en casos como losde ustedes. Para la mayoría de estoscasos, prácticamente no hay otrasolución».

Una vez más insistimos en que, enciertas ocasiones, el alcohólico no tieneninguna defensa mental efectiva contrala primera copa. Excepto en unoscuantos casos raros, ni él ni ningún otroser humano puede proveer tal defensa.Su defensa tiene que venir de un PoderSuperior.

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Capítulo 4 -NOSOTROS LOS

AGNÓSTICOS

EN LOS CAPÍTULOS anteriores hasaprendido algo sobre el alcoholismo.Nuestro deseo es que hayamosestablecido con claridad la diferenciaentre el alcohólico y el que no lo es. Sicuando deseándolo sinceramente te dascuenta de que no puedes dejarlo deltodo, o si cuando bebes, tienes pococontrol de la cantidad que tomas,probablemente eres alcohólico. Si éste

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es el caso, tú puedes estar sufriendo deuna enfermedad que sólo unaexperiencia espiritual puede vencer.

A aquel que se considera ateo oagnóstico, tal experiencia le pareceimposible, pero seguir siendo como essignifica el desastre, especialmente si esun alcohólico del tipo que no tieneremedio. No siempre es fácil enfrentarsea la alternativa de estar condenado a unamuerte por alcoholismo o vivir sobreuna base espiritual.

Pero no es tan difícil. Casi la mitadde los miembros de nuestra agrupaciónoriginal eran exactamente de ese tipo. Alprincipio, algunos de nosotros tratamos

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de eludir el tema, esperando contra todaesperanza que no fuéramos realmentealcohólicos. Pero después de algúntiempo tuvimos que enfrentarnos alhecho de que teníamos que encontrar unabase espiritual para nuestra vida, o si noatenernos a las consecuencias. Tal vezéste sea tu caso. Pero alégrate, casi lamitad de nosotros nos considerábamosateos o agnósticos. Nuestra experienciademuestra que no debes sentirtedesconcertado.

Si un mero código de moral o unamejor filosofía de la vida fueransuficientes para superar el alcoholismo,muchos de nosotros ya nos hubiéramos

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recuperado desde hace largo tiempo.Pero descubrimos que tales códigos yfilosofías no nos salvaban, por muchoque lo intentáramos. Podíamos desearser morales, podíamos desear serconfortados filosóficamente; enrealidad, podíamos desear todo esto contodas nuestras fuerzas, pero el podernecesario no estaba ahí. Nuestrosrecursos humanos bajo el mando denuestra voluntad no eran suficientes;fallaban completamente.

Falta de poder; ese era nuestrodilema. Teníamos que encontrar unpoder por el cual pudiéramos vivir, ytenía que ser un Poder superior a

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nosotros mismos. Obviamente. ¿Perodónde y cómo íbamos a encontrar esePoder?

Pues bien, eso es exactamente de loque trata este libro. Su objetivoprincipal es ayudarte a encontrar unPoder superior a ti mismo que resuelvatu problema. Eso quiere decir que hemosescrito un libro que creemos esespiritual así como también moral. Yquiere decir, desde luego, que vamos ahablar acerca de Dios. Aquí surge ladificultad con los agnósticos. Muchasveces hablamos con un nuevo individuoy vemos despertarse sus esperanzas amedida que discutimos sus problemas

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alcohólicos y que le explicamos denuestra agrupación. Pero frunce el ceñocuando hablamos de asuntosespirituales, especialmente cuandomencionamos a Dios, porque hemosreabierto un tema que nuestro hombrecreía haber evadido hábilmente ocompletamente ignorado.

Sabemos cómo él se siente. Hemoscompartido sus sinceros prejuicios ydudas. Algunos de nosotros hemos sidoapasionadamente antirreligiosos. Paraotros, la palabra «Dios» traía una ideaparticular de Él, con la que alguienhabía tratado de impresionarlos en suniñez. Tal vez rechazamos este concepto

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particular porque nos parecíainadecuado. Quizá imaginábamos quecon ese rechazo habíamos abandonadopor completo la idea de Dios. Nosmolestaba la idea de la fe y ladependencia de un Poder ajeno era encierta forma débil e incluso cobarde.Veíamos con profundo escepticismo aeste mundo de individuos en guerra, desistemas teológicos en pugna y decalamidades inexplicables. Mirábamoscon recelo a muchos que decían serpiadosos, ¿Cómo podía un Ser Supremotener algo que ver con todo esto? Y detodos modos, ¿quién podía comprendera un Ser Supremo? Sin embargo, en

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otros momentos, al sentir el encanto deuna noche estrellada pensábamos:«¿Quién, pues, hizo todo esto?» Habíaun momento de admiración y deasombro, pero era fugaz y prontopasaba.

Sí, nosotros los agnósticos hemostenido esos pensamientos yexperiencias. Nos apresuramos enasegurártelo. Nos dimos cuenta de quetan pronto como pudimos hacer a unlado el prejuicio y manifestar siquiera lavoluntad de creer en un Poder superior anosotros mismos, comenzamos a obtenerresultados; aunque le fuera imposible acualquiera de nosotros definir o

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comprender cabalmente a ese Poder, quees Dios.

Para gran consuelo nuestro,descubrimos que no necesitábamostomar en cuenta el concepto quecualquier otro tuviera de Dios. Nuestropropio concepto, por muy inadecuadoque fuese, era suficiente para acercarnosy efectuar un contacto con Él. Tan prontocomo admitimos la posible existencia deuna Inteligencia creadora, de un espíritudel Universo como razón fundamental detodas las cosas, empezamos a estarposeídos de un nuevo sentido de poder ydirección, con tal de que diéramos otrospasos sencillos. Encontramos que Dios

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no impone condiciones muy difíciles aquienes le buscan. Para nosotros, elReino del Espíritu es amplio, espacioso,siempre inclusivo nunca exclusivo oprohibitivo para aquellos que lo buscancon sinceridad. Nosotros creemos queestá abierto a todos los seres humanos.

Por consiguiente, cuando tehablamos de Dios, nos referimos a tupropio concepto de Dios. Esto se aplicatambién a otras expresiones espiritualesque puedes encontrar en este libro. Nodejes que ningún prejuicio que puedastener en contra de los términosespirituales te impida preguntartesinceramente a ti mismo lo que

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significan para ti. Al principio, esto eratodo lo que necesitábamos paracomenzar el desarrollo espiritual, paraefectuar nuestra primera relaciónconsciente con Dios, tal como loconcebíamos. Después, nos encontramosaceptando muchas cosas que entoncesparecían inaccesibles. Eso era ya unadelanto. Pero si queríamos progresar,teníamos que empezar por alguna parte.Por lo tanto, usamos nuestro propioconcepto a pesar de lo limitado quefuese.

Solamente necesitábamos hacernosuna breve pregunta: «¿Creo ahora, oestoy dispuesto a creer siquiera, que hay

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un Poder superior a mí mismo?» Tanpronto como una persona pueda decirque cree o que está dispuesta a creer,podemos asegurarte enfáticamente queya va por buen camino. Repetidamentese ha comprobado entre nosotros quesobre esta primera piedra puedeedificarse una maravillosamenteefectiva estructura espiritual[4].

Esa fue una gran noticia paranosotros porque habíamos supuesto queno podíamos hacer uso de principiosespirituales a menos que aceptáramosmuchas cosas sobre la fe que parecíandifíciles de creer. Cuando nospresentaban enfoques espirituales,

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cuántas veces dijimos: «Yo quisieratener la fe que tiene esa persona; estoyseguro de que me daría resultado sicreyera como ella cree. Pero no puedoaceptar como una verdad segura muchosartículos de fe que son tan claros paraella». Así que fue reconfortanteaprender que podíamos empezar en unnivel más sencillo.

Además de una aparente incapacidadpara aceptar muchas cosas por fe,frecuentemente nos encontrábamoslimitados por la obstinación, lasensibilidad y los prejuiciosirracionales. Muchos de nosotros hemossido tan susceptibles que hasta la

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referencia casual a cosas espiritualesnos hacía encrespar de antagonismo.Esta manera de pensar tuvo que serabandonada. Aunque algunos denosotros nos resistimos, no encontramosmuy difícil desechar tales sentimientos.Viéndonos frente a la destrucciónalcohólica, pronto nos volvimos tanreceptivos con los asuntos espiritualescomo habíamos tratado de serlo conotras cuestiones. En este aspecto, elalcohol fue un instrumento efectivo depersuasión. Finalmente a base de golpesnos hizo entrar en razón. A vecesresultaba un proceso tedioso; no ledeseamos a nadie que mantenga sus

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prejuicios tanto tiempo como algunos denosotros.

Puede ser que el lector todavía sepregunte por qué debe creer en un Podersuperior a él mismo. Creemos que haybuenas razones para ello. Vamos aexaminar algunas:

El individuo práctico de hoy en díada mucha importancia a los hechos y alos resultados. A pesar de eso, en elsiglo veinte se aceptan fácilmenteteorías de todas clases, siempre queestén sólidamente basadas en hechos.Tenemos numerosas teorías; acerca dela electricidad, por ejemplo. Todoscreen en ellas sin un reproche ni una

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duda. ¿Por qué esta fácil aceptación?Sencillamente, porque es imposibleexplicar lo que vemos, sentimos,dirigimos y usamos, sin una suposiciónrazonable como punto de partida.

En la actualidad todos creen endocenas de suposiciones de las que haybuena evidencia, pero ningún testimoniovisual perfecto. Y, ¿no demuestra laciencia que el testimonio visual es elmás inseguro? Constantemente se estádemostrando, a medida que se vaestudiando el mundo material, que lasapariencias externas no son de ningunamanera la realidad interior. Ilustraremosesto:

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La prosaica viga de acero es unamasa de electrones girando unoalrededor del otro a una velocidadincreíble. Estos cuerpos insignificantesson gobernados por leyes precisas, yestas leyes son válidas en todo el mundomaterial. La ciencia nos dice que así es;no tenemos ninguna razón para dudarlo.Pero cuando se sugiere la perfectamentelógica suposición de que, detrás delmundo material, tal como lo vemos, hayuna Inteligencia Todopoderosa,Dirigente, y Creadora, ahí mismo salta ala superficie nuestra perversa vanidad ylaboriosamente nos dedicamos aconvencernos de que no es así. Leemos

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libros atiborrados de pedante erudicióny nos enfrascamos en discusionespomposas pensando que no necesitamosde ningún Dios para explicamos ocomprender este universo. Si fuesenciertas nuestras pretensiones, resultaríade ellas que la vida se originó de lanada, que no tiene ningún significado yque va hacia la nada.

En vez de considerarnos comoagentes inteligentes, puntas de lanza dela siempre progresiva Creación de Dios,nosotros los agnósticos y los ateospreferimos creer que nuestra inteligenciahumana es la última palabra, Alfa yOmega, principio y fin de todo. ¿No

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parece algo vanidoso de nuestra parte?Nosotros, los que recorrimos este

ambiguo camino, te suplicamos quehagas a un lado los prejuicios, inclusoaquellos en contra de la religiónorganizada. Hemos aprendido que,cualesquiera que sean las debilidadeshumanas de los distintos credos, esoscredos han proporcionado un propósitoy una dirección a millones de seres. Lagente de fe tiene una idea lógica delpropósito de la vida. En realidad, noteníamos absolutamente ningún conceptorazonable. Nos divertíamos criticandocínicamente las creencias y prácticasespirituales en vez de observar que la

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gente de todas las razas, colores ycredos estaba demostrando un grado deestabilidad, felicidad y utilidad quenosotros mismos debíamos haberbuscado.

En vez de hacerlo, mirábamos losdefectos humanos de estas personas y aveces nos basábamos en sus faltasindividuales para condenarlas a todas.Hablábamos de intolerancia mientrasque nosotros mismos éramosintolerantes. Se nos escapaba la bellezay la realidad del bosque porque nosdistraía la fealdad de algunos de susárboles. Nunca escuchamos conimparcialidad las cosas relativas a la

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parte espiritual de la vida.En nuestras historias individuales

puede encontrarse una amplia variaciónen la forma en que cada uno de losrelatores enfoca y concibe a un Poderque es superior a él mismo. El queestemos de acuerdo o no condeterminado enfoque o concepto, pareceque tiene poca importancia. Laexperiencia nos ha enseñado que, paranuestro propósito, estos son asuntosacerca de los cuales no necesitamospreocuparnos. Son asuntos que cadaindividuo resuelve por sí mismo.

Sin embargo, hay un asunto en el queestos hombres y mujeres están

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sorprendentemente de acuerdo. Cadauno de ellos ha encontrado un Podersuperior a sí mismo y ha creído en Él.Este Poder ha logrado en cada caso lomilagroso, lo humanamente imposible.Como lo ha expresado un célebreestadista americano: «Veamos elexpediente».

He aquí a miles de hombres ymujeres, con experiencia de la vida,ciertamente. Declaran categóricamenteque desde que empezaron a creer en unPoder superior a ellos mismos, a tenercierta actitud hacia ese Poder y hacerciertas cosas sencillas, ha habido uncambio revolucionario en su manera de

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pensar y de vivir. Ante elderrumbamiento y desesperación, ante elfracaso completo de sus recursoshumanos, encontraron que un podernuevo, una paz, una felicidad y unsentido de dirección afluía en ellos. Estoles sucedió poco después de habercumplido de todo corazón con unoscuantos sencillos requisitos. Antesconfundidos y desconcertados por laaparente futilidad de su existencia,demuestran las razones subyacentes porlas que les resultaba difícil la vida.Dejando a un lado la cuestión de labebida, cuentan por qué la vida lesresultaba tan insatisfactoria. Demuestran

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cómo se produjo el cambio en ellos.Cuando muchos cientos de personaspueden decir que el conocimientoconsciente de la Presencia de Dios eshoy el hecho más importante de susvidas, están presentando una poderosarazón por la que uno debe tener fe.

Este mundo nuestro ha realizado enun siglo más progresos materiales queen todos los miles de años anteriores.Casi todos conocen la razón. Losinvestigadores de la historia antigua nosdicen que la inteligencia de los hombresde entonces era igual a la de los de laactualidad. A pesar de eso, en laantigüedad era penosamente lento el

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progreso material. El espíritu modernode indagación, investigación e inventivacientífica era casi desconocido. En eldominio de lo material, la mente delhombre estaba encadenada por lasuperstición, la tradición y toda clase deobsesiones. Algunos de loscontemporáneos de Colón considerabancomo algo absurdo el que la Tierra fueraredonda. Otros estuvieron a punto de darmuerte a Galileo por sus herejíasastronómicas.

Nosotros nos preguntamos losiguiente: ¿No somos tan irrazonables yestamos tan predispuestos en contra deldominio del espíritu como lo estaban los

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antiguos respecto al dominio de lomaterial? Aún en el presente siglo, losperiódicos americanos tuvieron miedode publicar el relato del primer vueloventuroso que los hermanos Wrighthicieron en Kitty Hawk. ¿No habíanfracasado todos los intentos de volar?¿No se había hundido en el río Potomacla máquina voladora del profesorLangley? ¿No era cierto que los másgrandes matemáticos habíancomprobado que el hombre no podríavolar nunca? ¿No había dicho la genteque Dios había reservado ese privilegiopara los pájaros? Solamente treinta añosdespués, la conquista del aire era

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historia antigua y los viajes en aviónestaban en pleno apogeo.

Pero en la mayoría de los terrenos,nuestra generación ha presenciado unacompleta liberación de nuestra manerade pensar. Si se le enseña a cualquierestibador un periódico en el que seinforme un proyecto para llegar a la lunaen un cohete, exclamará: «Apuesto a quelo harán, y pronto». ¿No se caracterizanuestra época por la facilidad con quese cambian viejas ideas por nuevas, conque desechamos una teoría o un aparatoque ya no sirve por otros que sí sirven?

Tuvimos que preguntarnos por quéno aplicábamos a nuestros problemas

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humanos esa aptitud para cambiarnuestro punto de vista. Teníamosdificultades en nuestras relacionesinterpersonales, no podíamos controlarnuestra naturaleza emocional, éramospresa de la angustia y de la depresión,no encontrábamos un medio de vida,teníamos la sensación de ser inútiles,estábamos llenos de temores, éramosinfelices, parecía que no podíamosservirles para nada a los demás. ¿No eramás importante la solución básica deestos tormentos que la posibilidad dever la noticia de un viaje a la luna?Desde luego que lo era.

Cuando vimos a otros resolver sus

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problemas mediante una confianzasencilla en el Espíritu del Universo,tuvimos que dejar de dudar en el poderde Dios. Nuestras ideas no servían; perola idea de Dios sí.

La casi infantil fe de los hermanosWright en que podían construir unaparato que volara, fue el principalmóvil de su realización. Sin eso, nadahubiera pasado. Los que éramosagnósticos y ateos nos estuvimosaferrando a la idea de que laautosuficiencia resolvería nuestrosproblemas. Cuando otros nosdemostraron que la «dependencia deDios» les daba resultados, empezamos a

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sentirnos como aquellos que insistieronen que los hermanos Wright nuncavolarían.

La lógica es una gran cosa. Nosgustaba. Todavía nos gusta. No se nosdio por casualidad la facultad derazonar, de examinar la evidencia denuestros sentidos y de llegar aconclusiones. Éste es uno de losatributos magníficos del ser humano. Losque nos inclinamos al agnosticismo nonos sentiríamos satisfechos con unaproposición que no se preste a serabordada o interpretada razonablemente.De ahí que nos esforcemos tanto porexplicar por qué creemos que nuestra fe

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actual es razonable, por qué pensamosque es más sensato y lógico creer que nocreer; por qué decimos que nuestraantigua manera de pensar era débil yexageradamente sentimental cuando,llenos de duda, levantábamos las manosdiciendo: «No sabemos».

Cuando nos volvimos alcohólicos,aplastados por una crisis que nosotrosmismos nos habíamos impuesto y que nopodíamos posponer o evadir, tuvimosque encarar sin ningún temor el dilemade que Dios lo es todo o de otra maneraÉl no es nada. Dios es, o no es. ¿Quéíbamos a escoger?

Llegados a este punto, nos

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encontramos cara a cara con la cuestiónde la fe. No pudimos evadir el asunto.Algunos de nosotros ya habíamosandado un buen trecho sobre el Puentede la Razón con rumbo a la deseadaribera de la fe. El delineamiento y lapromesa de la Nueva Tierra habían dadobrillo a nuestros ojos fatigados y nuevovalor a nuestros postrados espíritus.Manos amistosas se habían tendido paradarnos la bienvenida. Estábamosagradecidos de que la Razón nos hubierallevado tan lejos. Pero de cualquiermanera, no podíamos bajar a tierra.Quizá en la última milla estábamosapoyándonos demasiado en la Razón y

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no queríamos perder nuestro apoyo.Eso era natural, pero pensémoslo

con un poco más de detenimiento. ¿Nohabríamos sido conducidos, sin saberlo,hasta donde estábamos por determinadaclase de fe? Porque, ¿no creíamos ennuestro propio razonamiento?

¿No teníamos confianza en nuestrapropia capacidad para pensar? ¿Qué eraeso, sino cierta clase de fe? Sí,habíamos tenido fe, una fe ciega y servilen el Dios de la Razón. Por lo tanto,descubrimos en una forma u otra que lafe había tenido que ver con todo, todo eltiempo.

También descubrimos que habíamos

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sido adoradores. ¡La emoción que estonos producía! ¿No habíamos adoradoindistintamente a personas, objetos,dinero y a nosotros mismos? Y, por otraparte y con mejor razón, ¿no habíamoscontemplado con adoración la puesta delsol, el mar o una flor? ¿Quién de entrenosotros no había amado a algunapersona o alguna cosa? ¿Cuánto teníanque ver con la razón pura esossentimientos, ese amor, esa adoración?Poco o nada, como pudimos ver por fin.¿No eran estas cosas los hilos queformaban el tejido de nuestras vidas?¿No determinaban estos sentimientos,después de todo, el curso de nuestra

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existencia? Era imposible decir que noteníamos capacidad para la fe, para elamor y la adoración. En una u otra formahabíamos estado viviendo por la fe, ycasi por nada más.

¡Imagínate la vida sin la fe! Si nohubiera nada más que razón pura, nosería vida. Pero creíamos en la vida,¡claro que creíamos en ella! Nopodíamos comprobarla en el sentido enque se puede comprobar que la distanciamás corta entre dos puntos es la línearecta; pero sin embargo, ahí estaba.¿Podíamos decir todavía que todo no eramás que una masa de electrones creadade la nada, sin ningún significado,

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girando hacia un destino que es la nada?Desde luego que no podíamos. Losmismos electrones parecían demostrarmayor inteligencia. Cuando menos esonos aseguraba la Química.

De allí que nos dimos cuenta de quela razón no lo es todo. Tampoco es larazón, en la forma que la mayoría denosotros la usamos, algo de lo que sepueda depender por completo aunquevenga de las mentes más privilegiadas.Y, ¿qué de los que probaron que elhombre jamás volaría?

Sin embargo, habíamos estadoviendo otra clase de vuelo: unaliberación espiritual de este mundo,

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gente que se elevaba por encima de susproblemas. Decían que Dios hacíaposibles estas cosas, y nosotros sólosonreíamos. Habíamos visto laliberación espiritual, pero nos gustabadecirnos a nosotros mismos que no eraverdad.

En realidad, nos estábamosengañando a nosotros mismos, porque enlo más profundo de cada hombre, mujery niño, está la idea fundamental de Dios.Puede ser oscurecida por la calamidad,la pompa o la adoración de otras cosas;pero de una u otra forma, allí está.Porque la fe en un Poder superior alnuestro y las demostraciones milagrosas

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de ese poder en las vidas humanas, sonhechos tan antiguos como el mismohombre.

Nos dimos cuenta, por fin, de que lafe en alguna clase de Dios era parte denuestra manera de ser, como puede serloel sentimiento que tenemos para conalgún amigo. Algunas veces tuvimos quebuscar sin temor, pero allí estaba Él. Élera un hecho tan real como lo éramosnosotros. Encontramos la Gran Realidaden lo más profundo de nosotros mismos.En última instancia, solamente allí esdonde Él puede ser encontrado. Asísucedió con nosotros.

Nosotros podemos solamente aclarar

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el terreno un poco. Si nuestro testimonioayuda a barrer los prejuicios, te permitepensar objetivamente y te estimula abuscar diligentemente dentro de timismo, entonces puedes, si así lodeseas, unirte a nosotros en el caminoancho. Con esta actitud, no puedesfallar. El conocimiento consciente de tucreencia te llegará con seguridad.

En este libro leerás algo sobre laexperiencia de un individuo que creíaser ateo. Su historia es tan interesante,que vale la pena contar parte de ellaahora. El cambio que se operó en sucorazón fue dramático, convincente yconmovedor.

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Nuestro amigo era hijo de unministro religioso. Asistió a una escuelade su iglesia en donde se rebeló contralo que creía ser una dosis excesiva deeducación religiosa. Durante los añossiguientes las dificultades yfrustraciones lo persiguieron. Fracasosen los negocios, demencia,enfermedades graves, suicidio —todasestas calamidades ocurridas entre susfamiliares cercanos lo amargaron ydeprimieron. La desilusión de lapostguerra, un alcoholismo cada vez másgrave, el inminente colapso físico ymental, lo llevaron al punto de laautodestrucción.

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Una noche, estando confinado en unhospital, se le acercó un alcohólico quehabía tenido una experiencia espiritual.Sintiéndose harto de aquello, gritóamargamente: «Si es que hay un Dios, noha hecho nada por mí». Pero más tarde,estando solo en su cuarto, se preguntó:«¿Es posible que estén equivocadastodas las personas religiosas a quieneshe conocido?» Mientras estuvo tratandode contestarse, se sintió muy mal; perode pronto, como un rayo, le vino unaidea que opacó todo lo demás:

«¿Quién eres tú para decir que nohay Dios?»

Este individuo relata que se levantó

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precipitadamente de la cama para caerde rodillas. Al cabo de unos segundos sesintió abrumado por la convicción de laPresencia de Dios. Lo saturó laseguridad y majestuosidad de una mareacreciente. Las barreras que habíaconstruido a través de los años fueronarrolladas. Estaba ante la Presencia delPoder Infinito y del Amor. Había pasadodel puente a la orilla. Por primera vezvivía en compañía consciente con suCreador.

Así fue colocada en su lugar lapiedra angular de nuestro amigo.Ninguna vicisitud posterior la ha hechotambalear. Su problema alcohólico fue

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eliminado. Esa misma noche, hace años,el problema desapareció. Salvo algunosbreves momentos de tentación, elpensamiento de beber nunca ha vuelto asu mente; y en esos momentos detentación ha sentido una gran repulsión.Es aparente que no podría beber, ni aunqueriendo hacerlo. Dios le ha devueltola cordura.

¿Qué es esto sino un milagro derecuperación? Sin embargo, suselementos son sencillos. Lascircunstancias hicieron que estuvieradispuesto a creer. Humildemente seofreció a su Hacedor, entonces supo.

De igual manera, Dios nos ha

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devuelto el sano juicio. Para esteindividuo, la revelación fue súbita. Aalgunos de nosotros nos llega máslentamente. Pero Él ha llegado a todoslos que lo han buscado sinceramente.

Cuando nosotros nos acercamos aÉl, Él se nos reveló.

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Capítulo 5 -CÓMO FUNCIONA

RARA VEZ hemos visto fracasar a unapersona que haya seguidoconcienzudamente nuestro camino. Losúnicos que no se recuperan son losindividuos que no pueden, o no quierenentregarse de lleno a este sencilloprograma; generalmente son hombres ymujeres incapaces, por su propianaturaleza, de ser sinceros con ellosmismos. Hay seres desventurados comoéstos. No son culpables; por lo que

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parece, han nacido así. Por sunaturaleza, son incapaces de entender yde realizar un modo de vida que exige lamás rigurosa sinceridad. Para éstos, lasprobabilidades de éxito son pocas.Existen también los que sufren gravestrastornos emocionales y mentales,aunque muchos de ellos logranrecuperarse si tienen la capacidad de sersinceros.

Nuestras historias expresan de unmodo general cómo éramos, lo que nosaconteció y cómo somos ahora. Si tú hasdecidido que quieres lo que nosotrostenemos y estás dispuesto a hacer todolo que sea necesario para conseguirlo,

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entonces estás en condiciones de darciertos pasos.

Nosotros nos resistimos a algunos deellos. Creímos que podríamos encontrarun camino más fácil y cómodo. Pero nopudimos. Es por ello que, con todaseriedad, te suplicamos que seasvaliente y concienzudo desde elmismísimo comienzo. Algunos denosotros tratamos de aferrarnos anuestras viejas ideas y el resultado fuenulo hasta que nos deshicimos de ellassin reserva.

Recuerda que tratamos con elalcohol: astuto, desconcertante ypoderoso. Sin ayuda resulta demasiado

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para nosotros. Pero, hay Uno que tienetodo el poder, Dios. ¡Ojalá Loencuentres!

Las medidas parciales no nossirvieron para nada. Estábamos en elpunto de cambio. Entregándonostotalmente, le pedimos a Dios suprotección y cuidado.

He aquí los pasos que dimos, y quese sugieren como programa derecuperación:

1. Admitimos que éramos impotentesante el alcohol, que nuestras vidasse habían vuelto ingobernables.

2. Llegamos a creer que un Podersuperior a nosotros mismos podría

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devolvernos el sano juicio.3. Decidimos poner nuestras

voluntades y nuestras vidas alcuidado de Dios, como nosotros loconcebimos.

4. Sin temor, hicimos un minuciosoinventario moral de nosotrosmismos.

5. Admitimos ante Dios, ante nosotrosmismos, y ante otro ser humano, lanaturaleza exacta de nuestrosdefectos.

6. Estuvimos enteramente dispuestos adejar que Dios nos liberase detodos estos defectos de carácter.

7. Humildemente le pedimos que nosliberase de nuestros defectos.

8. Hicimos una lista de todas aquellas

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personas a quienes habíamosofendido y estuvimos dispuestos areparar el daño que les causamos.

9. Reparamos directamente a cuantosnos fue posible, el daño causado,excepto cuando el hacerloimplicaba perjuicio para ellos opara otros.

10. Continuamos haciendo nuestroinventario personal y cuando nosequivocábamos lo admitíamosinmediatamente.

11. Buscamos, a través de la oración yla meditación, mejorar nuestrocontacto consciente con Dios, comonosotros lo concebimos,pidiéndole solamente que nosdejase conocer su voluntad para

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con nosotros y nos diese lafortaleza para cumplirla.

12. Habiendo obtenido un despertarespiritual como resultado de estospasos, tratamos de llevar estemensaje a otros alcohólicos y depracticar estos principios en todosnuestros asuntos.

Muchos de nosotros exclamamos:«¡Vaya tarea! Yo no puedo llevarla acabo». No te desanimes. Ninguno denosotros ha podido mantenerse apegadoa estos principios en forma ni siquieraaproximada a la perfección. No somossantos. Lo importante es que estamosdispuestos a desarrollarnos de una

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manera espiritual. Los principios quehemos establecido son guías paranuestro curso. Lo que pretendemos es elprogreso espiritual y no la perfecciónespiritual.

Nuestra descripción del alcohólico,el capítulo sobre los agnósticos ynuestras aventuras personales antes ydespués, ponen en claro tres ideaspertinentes:

a. Que éramos alcohólicos y que nopodíamos gobernar nuestraspropias vidas.

b. Que probablemente ningún poderhumano hubiera podido remediar

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nuestro alcoholismo.c. Que Dios podía remediarlo y lo

remediaría, si Lo buscábamos.

Llegados a este convencimiento,estábamos en el Tercer Paso , lo cualquiere decir que pusimos nuestra vida ynuestra voluntad al cuidado de Dios, talcomo cada cual lo concibe.Exactamente, ¿qué es lo que queremosdecir con eso, y qué es justamente lo queharemos?

El primer requisito es que estemosconvencidos de que una vida llevada abase de fuerza de voluntad, difícilmentepuede ser venturosa. Sobre esa base

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siempre estamos en conflicto con algo ocon alguien, aunque nuestros motivossean buenos. La mayoría de la gentetrata de vivir por «autopropulsión».Cada persona es como un actor quequiere dirigir todo el espectáculo; quesiempre está tratando de arreglar lasluces, el ballet, el escenario y los demásactores según sus propias ideas. Si lascosas quedaran como él quiere y laspersonas hicieran lo que él desea, elespectáculo resultaría magnífico. Todos,incluso él mismo, estarían satisfechos; lavida sería maravillosa. Al tomar estasdisposiciones nuestro actor puede ser aveces un dechado de virtudes; puede ser

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amable, considerado, paciente ygeneroso, hasta modesto y dispuesto asacrificarse. Por otro lado, puede servil, egoísta, interesado y falso. Pero,como en la mayoría de los sereshumanos, es probable que suscaracterísticas varíen.

¿Qué es lo que generalmente pasa?El espectáculo no sale muy bien.Empieza a pensar que la vida no lo tratabien. Decide esforzarse nuevamente. Enesta ocasión es más exigente o máscondescendiente, según sea el caso. Apesar de todo, la función no le parecebien. Admitiendo que en parte puedeestar errado, está seguro de que otros

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son más culpables. Se encoleriza, seindigna y se llena de autoconmiseración.¿Cuál es su dificultad básica? ¿No es unindividuo que piensa primero en símismo aun cuando está tratando de serbondadoso? ¿No es víctima de la ilusiónde que puede arrancarle satisfacciones yfelicidad a este mundo, si lo hace bien?¿No es evidente para todos los demásactores que éstas son las cosas que élquiere? ¿Y sus acciones no hacen quecada uno de ellos quiera desquitarsesacando del espectáculo todo lo quepueda? ¿No es él, hasta en sus mejoresmomentos, una fuente de confusión y node armonía?

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Nuestro actor está concentrado en símismo, es un egocéntrico como dice lagente en la actualidad. Es como elhombre de negocios retirado que estátendido al sol en Florida durante elinvierno y se lamenta de la malasituación que hay en el país; como elministro de una religión que suspira porlos pecados del siglo veinte; como lospolíticos y reformistas que están segurosde que todo sería utopía si el resto delmundo se portara bien; como elproscrito descerrajador de cajas fuertesque cree que la sociedad lo hamaltratado o como el alcohólico que loha perdido todo y está encarcelado.

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Cualesquiera que sean nuestrasprotestas, ¿no estamos la mayoríapreocupados por nosotros mismos, pornuestros resentimientos y nuestraautoconmiseración?

¡Egoísmo-concentración en símismo! Creemos que esta es la raíz denuestras dificultades. Acosados por cienformas de temor, de vana ilusión, deegoísmo, de autoconmiseración, lespisamos los pies a nuestros compañerosy éstos se vengan. A veces nos hierenaparentemente sin provocación, peroinvariablemente encontramos que algunavez en el pasado tomamos decisionesegoístas que más tarde nos colocaron en

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posición propicia para ser lastimados.Así es que nuestras dificultades,

creemos, son básicamente producto denosotros mismos; surgen de nosotros, yel alcohólico es un ejemplo extremo dela obstinación desbocada, aunque élpiense que no es así. Por encima detodo, nosotros los alcohólicos tenemosque librarnos de ese egoísmo. ¡Tenemosque hacerlo o nos mata! Dios hace queesto sea posible. Y frecuentementeparece que no hay otra manera delibrarse completamente del «yo» másque con su ayuda. Muchos de nosotrosteníamos gran cantidad de conviccionesmorales y filosóficas, pero no podíamos

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vivir a la altura de ellas a pesar de quehubiéramos querido hacerlo. Tampocopodíamos reducir nuestra concentraciónen nosotros mismos con sólo desearlo ytratar de hacerlo a base de nuestropropio poder. Tuvimos que obtener laayuda de Dios.

Éste es el cómo y el porqué de ello.Ante todo, tuvimos que dejar de «jugar aser Dios». No resultaba. Después,decidimos que en lo sucesivo, en estedrama de la vida, Dios iba a ser nuestroDirector. Él es el Jefe; nosotros somosSus agentes. Él es el Padre y nosotrosSus hijos. La mayoría de las buenasideas son sencillas y este concepto fue

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la piedra clave del nuevo arco triunfalpor el que pasamos a la libertad.

Cuando asumimos sinceramente esaactitud, toda clase de cosas admirablessucedieron. Teníamos un nuevo Patrón.Siendo Todopoderoso, Él proveía todolo que necesitábamos si nosmanteníamos cerca de Él ydesempeñábamos bien Su trabajo.Establecidos sobre esta base,empezamos a interesamos cada vezmenos en nosotros mismos, en nuestrospequeños planes y proyectos. Nosinteresamos cada vez más en ver conqué podíamos contribuir a la vida. Amedida que sentimos afluir en nosotros

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un poder nuevo, que gozamos detranquilidad mental, que descubrimosque podíamos encarar la vidasatisfactoriamente, que llegamos a estarconscientes de Su Presencia, empezamosa perder nuestro temor al hoy, al mañanao al futuro. Renacimos.

Estábamos ahora en el Tercer Paso.Muchos de nosotros le dijimos a nuestroCreador, tal como lo concebimos:«Dios, me ofrezco a Ti para que obresen mí y hagas conmigo Tu voluntad.Líbrame de mi propio encadenamientopara que pueda cumplir mejor con Tuvoluntad. Líbrame de mis dificultades yque la victoria sobre ellas sea el

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testimonio para aquellos a quien yoayude de Tu Poder, Tu Amor y de lamanera que Tú quieres que vivamos.Que siempre haga Tu Voluntad».Pensamos detenidamente antes de dareste paso, cerciorándonos de queestábamos listos para hacerlo; quefinalmente podíamos abandonarnoscompletamente a Él.

Encontramos muy conveniente dareste paso espiritual con una personacomprensiva, tal como nuestra esposa,nuestro mejor amigo o nuestro consejeroespiritual. Pero es mejor reunirse conDios solo, que con alguien que tal vezno comprenda. Las palabras eran, desde

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luego, completamente opcionales,siempre que expresáramos la idea sinninguna reserva. Esto fue solamente elprincipio, pero cuando se hacía sinceray humildemente, se sentíainmediatamente un efecto a veces muygrande.

Después nos encaminamos por underrotero de acción vigorosa, en el queel primer paso consiste en una limpiezapersonal de nuestra casa, la cual muchosde nosotros nunca habíamos intentado.Aunque nuestra decisión fue un pasofundamental y decisivo, su efectopermanente no podía ser mucho a menosque fuera seguido inmediatamente por un

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esfuerzo enérgico para encarar las cosasque había en nosotros, que nos estabanobstaculizando, y desprendernos deellas. El licor que bebíamos no era másque un síntoma; por lo tanto teníamosque ir a las causas y las condiciones.

Consecuentemente, empezamos ahacer un inventario personal. Éste era elCuarto Paso. Un negocio del cual no sehace inventario con regularidad vageneralmente a la quiebra. El inventariocomercial es un proceso para encontrary encarar los hechos. Es un esfuerzo pordescubrir la verdad sobre la mercancíaque se tiene. Uno de los fines esencontrar cuál es la mercancía

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deteriorada o inservible que hay paradeshacerse prontamente de ella sinlamentarlo. Si ha de tener éxito elpropietario del negocio, no podráengañarse acerca del valor de sumercancía.

Nosotros hicimos exactamente lomismo con nuestras vidas. Hicimos uninventario sincero. Primero, buscamoslas fallas de nuestro carácter quecausaron nuestro fracaso. Estandoconvencidos de que el ego, manifestadoen distintas formas, nos había vencido,consideramos sus manifestacionescomunes.

El resentimiento es el ofensor

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número uno. Destruye más alcohólicosque cualquier otra cosa. De éste sederivan todas las formas de enfermedadespiritual, ya que nosotros hemos estadono solamente física y mentalmenteenfermos, sino también espiritualmente.Cuando es superado el mal espiritual,nos componemos mental y físicamente.Cuando tratamos los resentimientos losescribimos en un papel. Hicimos unalista de personas, instituciones oprincipios con los que estábamosmolestos, y nos preguntamos el porqué.En la mayoría de los casos se descubrióque nuestro amor propio, nuestracartera, nuestras relaciones personales

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(incluyendo las sexuales) estabanlastimados o amenazados. Así es queestábamos molestos. Estábamosfuriosos.

En nuestra lista de rencores pusimosfrente a cada nombre los daños que noscausaban. ¿Eran nuestro amor propio,nuestra seguridad, nuestras ambiciones,nuestras relaciones personales osexuales, las que habían sidomolestadas? Generalmente fuimos tanprecisos como en el siguiente ejemplo:

Estoyresentido

conLa causa Afecta a

mi(s)

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El Sr. B

Susatencioneshacia miesposaContó a miesposa lo demi queridaEl Sr. Bpuede ocuparmi puesto enla oficina

RelacionessexualesAmorpropio(Temor)RelacionessexualesAmorpropio(Temor)SeguridadAmorpropio(Temor)

Es unamaniática.

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La Sra. C

Me hizo undesaireInterno a suesposo en unhospital porbeber. Él esmi amigoElla es unachismosa

RelacionespersonalesAmorpropio(Temor)

Mipatrón

Esirrazonable,injusto,dominanteMe amenazacon

AmorpropioSeguridad

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despedirmepor beber einflar micuenta degastos.

(Temor)

Miesposa

Malinterpretalas cosas yme regañaLe cae bienel Sr. BQuiere que lacasa seponga a sunombre

OrgulloRelacionespersonalesy sexualesSeguridad(Temor)

Miramos en retrospectiva nuestras

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vidas. Solamente contaban laminuciosidad y la sinceridad. Cuandoterminamos, consideramoscuidadosamente el resultado. La primeracosa aparente fue que este mundo y sugente frecuentemente estaban muyequivocados. La mayoría de nosotrossólo pudo llegar a la conclusión de quelos demás estaban equivocados. Elresultado común era que la gentecontinuaba siendo injusta con nosotros yque seguíamos molestos. A veces eraremordimiento y entonces nosmolestábamos con nosotros mismos.Cuanto más luchábamos por amoldar elmundo a nuestro deseo, más empeoraban

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las cosas. Como en la guerra, elvictorioso solamente parecía ganar.Nuestros momentos de triunfo eran decorta duración.

Es evidente que una vida en la quehay resentimientos profundos sóloconduce a la futileza y a la infelicidad.En el grado exacto en que permitimosque esto ocurra, malgastamos unas horasque pudieron haber sido algo quevaliera la pena. Pero con el alcohólico,cuya esperanza es el mantenimiento y eldesarrollo de una experiencia espiritual,este asunto de los resentimientos esinfinitamente grave. Nosotros nos dimoscuenta de que es fatal porque cuando

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estamos abrigando estos sentimientosnos cerramos a la luz del espíritu. Lalocura del alcohol regresa y volvemos abeber; y para nosotros beber es morir.

Si íbamos a vivir, teníamos que estarlibres de la ira. El descontento y laagitación mental no eran para nosotros.Pueden ser un dudoso lujo para personasnormales, pero para los alcohólicosestas cosas son veneno.

Regresamos a la lista que habíamoshecho, porque contenía la clave delfuturo. Estábamos preparados paraexaminarla desde un punto de vistaenteramente diferente. Empezamos apercibir que el mundo y la gente que hay

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en éste en realidad nos dominaban. Enese estado, las maldades de otros,imaginarias o reales, tenían el suficientepoder para matar. ¿Cómo podíamossalvarnos? Nos dimos cuenta de quehabía que dominar estos resentimientos.¿Pero cómo? No podíamos hacerlo consólo desearlo, como tampoco podíamoshacerlo en el caso del alcohol.

Éste fue el curso que seguimos: Nosdimos cuenta de que la gente que erainjusta con nosotros tal vez estuvieraenferma espiritualmente. A pesar de queno nos parecían bien sus síntomas y laforma en que éstos nos alteraban, ellos,como nosotros mismos, también estaban

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enfermos. Le pedimos a Dios que nosayudara a demostrar la mismatolerancia, paciencia y compasión quegustosamente tendríamos para con unamigo enfermo. Cuando alguien nosofendía nos decíamos a nosotrosmismos: «Está enfermo. ¿Cómoayudarlo? Dios me libre de enojarme.Hágase Tu Voluntad».

Evitamos el desquite o la discusión.No trataríamos así a quien estuvieseenfermo. Si lo hacemos, destruimos laoportunidad que tenemos de ayudar. Nopodemos ayudar a toda la gente, perocuando menos Dios nos mostrará cómover con tolerancia a todos y cada uno de

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nuestros semejantes.Refiriéndonos una vez más a nuestra

lista, quitando de nuestras mentes loserrores que los demás habían cometido,buscamos resueltamente nuestraspropias faltas. ¿Cuándo habíamos sidoegoístas, interesados, faltos desinceridad y habíamos tenido miedo?Aunque no enteramente culpables de unasituación, tratamos de hacer a un ladocompletamente a la otra personainvolucrada en ella. ¿En qué estabanuestra culpabilidad? El inventario eranuestro inventario y no del otro. Cuandonos dábamos cuenta de nuestras faltas,las apuntábamos. Las poníamos frente a

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nosotros en «blanco y negro».Admitíamos sinceramente nuestras faltasy estábamos dispuestos a enmendarlas.

Fíjese el lector en que la palabra«temor» está entre paréntesis a un ladode las dificultades con el Sr. B., la Sra.C., el patrón y la esposa. Esta cortapalabra (temor) toca de un modo u otrocasi todos los aspectos de nuestra vida.Era una hebra maligna y corrosiva; latrama de nuestra existencia la llevabaentrecruzada. Ponía en movimiento unasucesión de circunstancias que nosacarreaban desgracias que no creíamosmerecernos. Pero, ¿no fuimos nosotrosmismos los que echamos a rodar la

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pelota? A veces creemos que el temordebería clasificarse junto con el robo.Parece que causa aún más daño.

Analizamos concienzudamentenuestros temores. Los escribimos en elpapel aunque no tuviésemosresentimientos relacionados con ellos.Nos preguntamos por qué los teníamos.¿No era porque la confianza en nosotrosmismos nos había fallado? La confianzaen uno mismo era buena pero nobastaba. Algunos de nosotros tuvimosalguna vez gran confianza en nosotrosmismos, pero ésta no resolvíacompletamente nuestro problema con eltemor, ni ningún otro. Cuando esta

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confianza nos volvía engreídos, la cosaera peor.

Tal vez haya una forma mejor.Nosotros así lo creemos. Porque ahoraestamos basándonos en algo diferente:nos basamos y confiamos en Dios.Confiamos en Dios Infinito en vez de ennuestros «egos» limitados. Estamos enel mundo para desempeñar el papel queÉl nos asigne. Justamente hasta el puntoen que obramos como creemos que Él lodesea y humildemente confiamos en Él,así Él nos capacita para enfrentamos conserenidad ante las calamidades.

Nunca nos excusamos ante nadie pordepender de nuestro Creador. Podemos

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reírnos de aquellos que creen que laespiritualidad es la senda de ladebilidad. Paradójicamente, es la sendade la fortaleza. El veredicto de lossiglos es que la fe significa fortaleza.Los que tienen fe, tienen valor; confíanen su Dios. Nosotros nunca hacemosapología de Dios. En vez de ello,dejamos que Él demuestre, a través denosotros, lo que Él puede hacer. Lepedimos a Él que nos libre de nuestrotemor y guíe nuestra atención hacia loque Él desea que seamos.Inmediatamente comenzamos a superarel temor.

Ahora lo referente al sexo. Muchos

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de nosotros necesitábamos una revisiónen este sentido. Pero por encima detodo, tratamos de ser sensatos en estacuestión. ¡Es tan fácil descarrilarse!Aquí encontramos opiniones humanasque van a los extremos, quizá extremosabsurdos. Una serie de voces clama queel sexo es un apetito de lo más bajo denuestra naturaleza; un bajo instinto deprocreación. Luego tenemos las vocesque claman por sexo y más sexo; las quedeploran la institución del matrimonio;las que creen que la mayoría de lasdificultades de la raza humana tienen sucausa en motivos de la sexualidad.Creen que no tenemos suficiente, o que

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no es de una índole apropiada. Ven suimportancia por todas partes. Unaescuela no le permite al hombre sazonarsus viandas y la otra quiere que todosestemos a dieta ininterrumpida depimienta. Nosotros queremos estar fuerade la controversia. No queremos serárbitros de la conducta sexual de nadie.Todos tenemos problemas sexuales.Difícilmente seríamos humanos si no lostuviéramos. ¿Qué podemos hacer conellos?

Examinamos nuestra conducta de losaños pasados. ¿En qué habíamos sidoegoístas, faltos de sinceridad odesconsiderados? ¿A quiénes habíamos

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herido? ¿Despertamosinjustificadamente celos, sospechas oresentimientos? ¿En qué habíamos sidoculpables, y qué pudimos haber hechopara evitarlo? Escribimos todo esto enun papel y lo examinamos.

De esta manera tratamos deformarnos un ideal cuerdo y sólido denuestra futura vida sexual. Pusimos cadarelación a esta prueba: ¿Era egoísta ono? Le pedimos a Dios que moldearanuestros ideales y nos ayudara a vivir ala altura de ellos. Recordamos siempreque Dios nos había dado nuestrospoderes sexuales y por consiguiente eranbuenos, no para ser usados a la ligera o

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egoístamente, ni para sermenospreciados o aborrecidos.

Cualquiera que resulte ser nuestroideal, tenemos que estar dispuestos aque se arraigue en nosotros. Tenemosque estar dispuestos a hacerreparaciones en los casos en quehayamos causado daño, siempre ycuando al hacerlo no causemos másdaño aún. En otras palabras, tratamos elproblema sexual como lo haríamos concualquier otro. En meditación,preguntamos a Dios lo que debemoshacer en cada asunto determinado. Si lodeseamos, nos llegará la respuestacorrecta.

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Solamente Dios puede juzgar nuestrasituación sexual. Es convenienteconsultar a otras personas, pero dejamosque la decisión final sea la de Dios. Nosdamos cuenta de que algunas personasson tan puritanas con respecto al sexocomo otras son libertinas. Evitamospensar o recibir consejos en formahistérica.

Suponiendo que faltamos al idealescogido y que tropezamos, ¿quieredecir esto que vamos a emborracharnos?Algunos nos dicen que así sería. Peroesto solamente es una verdad a medias.Esto depende de nosotros y de nuestrosmotivos. Si lamentamos lo que hemos

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hecho y tenemos el deseo sincero de queDios nos conduzca a cosas mejores,creemos que seremos perdonados y quehabremos aprendido nuestra lección. Sino lo lamentamos y nuestra conductasigue dañando a otros, es seguro quebeberemos. No estamos teorizando.Estos son hechos de nuestra propiaexperiencia.

Para resumir lo referente al sexo.Oramos sinceramente por un ideal recto,por una guía para cada situación dudosa,por cordura y por fortaleza para hacer loque es debido. Si el sexo es muydificultoso, nos dedicamos a trabajarmás intensamente para ayudar a otros.

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Pensamos en sus necesidades ytrabajamos para atenderlas. Esto noshace salir de nosotros mismos; calma elimpulso imperioso cuando cedersignificaría un pesar.

Si hemos sido concienzudos ennuestro inventario personal, habremospuesto mucho por escrito. Hemoscatalogado y analizado nuestrosresentimientos; hemos empezado a versu futilidad y fatalidad y a comprendersu terrible poder destructivo. Hemosempezado a aprender la tolerancia, lapaciencia y la buena voluntad hacia loshombres, aun hacia nuestros enemigos,porque los vemos como a enfermos.

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Hemos hecho una relación de laspersonas a quienes hemos ofendido connuestro comportamiento y estamosdispuestos a reparar el pasado sipodemos.

En este libro leerás una y otra vezque la fe hizo por nosotros lo que solosno pudimos hacer por nosotros mismos.Esperamos que ahora estés convencidode que Dios puede librarte de toda laobstinación que te haya separado de Él.Si ya has tomado una decisión y hashecho un inventario de tus impedimentosmás notorios, ya has logrado un buencomienzo. Siendo así, ya has tragado ydigerido grandes trozos de la verdad

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sobre ti mismo.

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Capítulo 6 -EN ACCIÓN

DESPUÉS de haber hecho nuestroinventario personal, ¿qué hacemos conél? Hemos estado tratando de lograr unanueva actitud, una nueva relación connuestro Creador, y de descubrir losobstáculos que hay en nuestro camino.Hemos admitido ciertos defectos; hemosdeterminado en forma general lo queestá mal, e indicado exactamente lospuntos débiles que hay en nuestroinventario personal. Ahora estos

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defectos están a punto de serdescartados. Esto requiere acción denuestra parte, lo cual significa, cuandolo hayamos consumado, que hemosadmitido ante Dios, ante nosotrosmismos y ante otro ser humano lanaturaleza exacta de nuestros defectos.Esto nos lleva al Quinto Paso delprograma de recuperación que se hamencionado en el capítulo anterior.

Tal vez esto sea difícil,especialmente el hablar de nuestrosdefectos con otra persona. Pensamos queya hemos hecho bastante con admitirlosnosotros mismos. Hay dudas respecto aesto. En la práctica real, generalmente

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encontramos que una autoadmisiónsolitaria no es suficiente. Muchos denosotros creímos que era necesario irmucho más lejos. Nos avendremosmejor a discutir sobre nosotros mismoscon otra persona cuando nos demoscuenta de que hay buenas razones parahacerlo. La mejor razón es: Si saltamoseste vital paso, puede ser que nosuperemos la bebida. Una y otra vez losrecién llegados han tratado de guardarseciertos hechos de sus vidas. Tratando deevadir esta humillante experiencia, sehan acogido a ciertos métodos másfáciles. Casi invariablemente se hanemborrachado. Habiendo perseverado

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con el resto del programa, se preguntanpor qué han recaído. Creemos que larazón es que nunca acabaron su limpiezainterior. Hicieron bien su inventariopero se aferraron a algunos de lospeores artículos de sus existencias.Solamente creyeron que habían perdidosu egoísmo y su temor; solamentecreyeron que habían sido humildes.Pero no habían aprendido lo suficientesobre humildad, intrepidez y sinceridad,en el sentido que creemos necesario,hasta que le contaron a otro toda lahistoria de su vida.

Más que la mayoría de las personas,el alcohólico lleva una vida doble.

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Tiene mucho de actor. Ante el mundoexterior, representa su papel de actor.Éste es el único que le gusta que veansus semejantes. Quiere gozar de ciertareputación pero sabe en lo más íntimode su ser que no se la merece.

La inconsistencia es agrandada porlas cosas que hace durante susborracheras. Al volver en sí se sienteasqueado por algunos episodios querecuerda vagamente. Estos recuerdosson una pesadilla. Tiembla al pensar quealguien los pudo haber presenciado.Hasta donde puede, guarda estosrecuerdos en lo más profundo de su ser.Tiene esperanzas de que no salgan a

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relucir nunca. Está constantemente en unestado de temor y de tensión, el cualhace que beba más.

Los psicólogos se inclinan a estar deacuerdo con nosotros. Hemos gastadomiles de dólares en exámenes. Sóloconocemos pocos casos en los que leshayamos dado una oportunidad justa aestos doctores. Raramente les hemosdicho toda la verdad o seguido susconsejos. Hemos estado poco dispuestosa ser sinceros con estos hombrescompasivos, y no hemos sido sinceroscon nadie más. No es sorprendente,pues, que los de la profesión médicatengan una mala opinión de los

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alcohólicos y de sus oportunidades derecuperación.

Si esperamos vivir largo tiempo ofelizmente en este mundo,necesariamente tenemos que sercompletamente sinceros con alguien.Justa y naturalmente, lo pensamos bien,antes de escoger a la persona o personascon quienes dar este paso íntimo yconfidencial. Aquellos de nosotros quepertenezcamos a una religión en la quese requiere confesión, debemos yquerremos acudir a la autoridaddebidamente designada para recibirla.Aunque no tengamos ninguna conexiónreligiosa, podemos, a pesar de ello,

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hacer bien en hablar con alguien queesté ordenado por una religiónestablecida. Con frecuencia encontramosque una persona así se da cuentarápidamente de nuestro problema y locomprende. A veces por supuestotropezamos con personas que nocomprenden a los alcohólicos.

Si no podemos o preferimos nohacer esto, buscamos entre nuestrosconocidos a algún amigo reservado ycomprensivo. Puede ser que nuestromédico o psicólogo sea la personaindicada. Puede ser alguien de nuestrapropia familia, pero no podemos revelara nuestras esposas ni a nuestros padres

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nada que pueda lastimarlos y hacerlosdesgraciados. No tenemos ningúnderecho a salvar nuestro propio pellejoa costa de otro. Estas partes de nuestrahistoria se las contamos a alguien quecomprenda pero que no resulte afectado.La regla es que debemos ser duros connosotros mismos pero siempreconsiderados con los demás.

No obstante la gran necesidad dehablar sobre nosotros mismos conalguien, puede que estemos en unasituación tal que no encontremos a lapersona indicada. Si éste fuese el caso,este paso puede posponerse siempre quenos mantengamos completamente

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dispuestos a realizarlo en la primeraoportunidad que tengamos. Decimos estoporque estamos muy ansiosos de hablarcon la persona idónea. Es importanteque esa persona pueda guardar elsecreto; que comprenda y apruebeplenamente lo que estamosproponiéndonos hacer; que no trate decambiar nuestro plan. Pero no debemosvalernos de esto como una nueva excusapara posponerlo.

Cuando decidimos quién va aescuchar nuestra historia, no perdemostiempo. Tenemos un inventario escrito yestamos preparados para una largaconversación. Le explicamos a nuestro

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confidente lo que estamos a punto dehacer y por qué tenemos que hacerlo.Debe comprender que estamosempeñados en algo que es cuestión devida o muerte. La mayoría de laspersonas que son abordadas en estaforma nos ayudarán gustosamente; sesentirán honradas porque ponemos enellas nuestra confianza.

Nos despojamos de nuestro orgullo yponemos manos a la obra, esclareciendotodos los rasgos de nuestro carácter ytodos los resquicios del pasado. Una vezque hemos dado este paso, sin retenernada, nos sentimos encantados. Podemosmirar de frente al mundo; podemos estar

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solos y perfectamente tranquilos y enpaz; nuestros temores desaparecen.Empezamos a sentir la proximidad denuestro Creador. Podemos haber tenidociertas creencias espirituales, peroahora empezamos a tener unaexperiencia espiritual. La sensación deque el problema de la bebida hadesaparecido frecuentemente se sentirácon intensidad. Sentimos que vamosandando por el Camino Ancho tomadosde la mano con el Espíritu del Universo.

Al regresar a casa buscamos lamanera de estar solos durante una horapara meditar cuidadosamente sobre loque hemos hecho. Le damos gracias a

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Dios desde el fondo de nuestro corazónpor conocerlo mejor. Tomamos estelibro y lo abrimos en la página en queestán los Doce Pasos. Leyendocuidadosamente las cinco primerasproposiciones, nos preguntamos sihemos omitido algo, porque estamosconstruyendo un arco por el quepasaremos para llegar a ser, por fin,hombres libres ¿Es firme lo que hemosconstruido hasta ahora? ¿Están laspiedras en su lugar? ¿Hemos escatimadoel cemento que usamos para la base?¿Hemos tratado de hacer sin arena lamezcla de cemento?

Si podemos contestarnos

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satisfactoriamente, entonces pasamos alSexto Paso. Hemos insistido en que labuena voluntad es indispensable.¿Estamos ahora dispuestos a dejar queDios elimine de nosotros todas esascosas que hemos admitido soninconvenientes? ¿Puede Él, ahora,quitárnoslas todas, todas sin excepción?Si todavía nos aferramos a alguna, de laque no queremos desprendernos, lepedimos a Dios que nos ayude a tenerbuena voluntad para hacerlo.

Cuando estamos dispuestos, decimosalgo como esto: «Creador mío, estoydispuesto a que tomes todo lo que soy,bueno y malo. Te ruego que elimines de

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mí cada uno de los defectos de carácterque me obstaculizan en el camino paraque logre ser útil a Ti y a missemejantes. Dame la fortaleza para queal salir de aquí, cumpla con TuVoluntad. Amen». Entonces hemoscompletado el Séptimo Paso.

Ahora necesitamos más acción, sinla cual encontramos que «la fe sin obrases fe muerta». Veamos el Octavo yNoveno Pasos. Tenemos una lista depersonas a las que hemos perjudicado yestamos dispuestos a reparar esosdaños. La hicimos al hacer nuestroinventario. Nos sometimos a unaautoevaluación drástica. Ahora vamos a

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nuestros semejantes y reparamos el dañoque hemos causado en el pasado.Tratamos de barrer los escombrosacumulados como resultado de nuestroempeño en vivir obstinados y manejarlotodo a nuestro capricho. Si aún notenemos la voluntad de hacerlo, lapedimos hasta que nos llegue.Recordemos que al principio estuvimosde acuerdo en que haríamos todo lo quefuese necesario para sobreponernos alalcohol.

Probablemente todavía nos quedanalgunas dudas. Al mirar la relación deconocidos de negocios y de amigos aquienes hemos hecho daño, puede que

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nos sintamos renuentes a ir a ver aalgunos de ellos en un plan espiritual.Tranquilicémonos. Con algunos de ellosno necesitaremos y probablemente notendremos que dar énfasis a la parteespiritual la primera vez que losabordemos. Podríamos predisponerlosen contra nuestra. Por el momentotratamos de poner en orden nuestrasvidas; pero esto no es una finalidad ensí. Nuestro verdadero propósito esponernos en condiciones para servir almáximo a Dios y a los que nos rodean.Rara vez resulta prudente abordar a unindividuo que todavía está dolido poralguna injusticia nuestra para con él y

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comunicarle que nos hemos vueltoreligiosos. Esto en boxeo sería dejar lamandíbula descubierta. ¿Por qué correrel riesgo de que se nos tilde de fanáticoso majaderos religiosos? Podríamostruncar una futura oportunidad parallevar un mensaje beneficioso. Pero esseguro que a nuestro hombre leimpresione un deseo sincero de corregirlo que está mal. Le interesará más unademostración de buena voluntad quenuestra charla sobre descubrimientosespirituales.

No nos valemos de esto paradesviarnos del tema de Dios. Cuandosea para cualquier fin bueno, estamos

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dispuestos a declarar nuestrasconvicciones con tacto y con sentidocomún. Surgirá el problema de cómoacercarnos al individuo que odiábamos.Puede ser que nos haya hecho más dañodel que le hemos causado y que, a pesarde que ya hayamos adoptado una mejoractitud hacia él, no estemos todavía muydispuestos a admitir nuestros defectos.A pesar de esto, cuando se trata de unapersona que nos desagrada, nosempeñamos en hacerlo. Es más difícil ira ver a un enemigo que a un amigo, peroencontramos que es más beneficiosopara nosotros. Le abordamos con elmismo deseo de ser serviciales y de

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perdonar, confesando nuestro antiguorencor y expresando nuestro pesar porello.

Bajo ningún pretexto criticamos a talpersona ni discutimos con ella.Sencillamente le decimos que nuncadejaremos de beber mientras nohayamos hecho todo lo posible porenderezar nuestro pasado. Estamos aquípara barrer nuestro lado de la calle,comprendiendo que no podremos hacernada que valga la pena hasta que lohagamos, nunca tratando de decirle quées lo que él debe hacer. No se discutensus defectos; nos limitamos a losnuestros. Si nuestra actitud es calmada,

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franca y abierta, quedaremoscomplacidos con el resultado.

En nueve de cada diez casos sucedelo inesperado. Algunas veces la personaa quien vamos a ver admite su propiaculpa, acabándose así en una hora lo queha sido una enemistad de años. Rara vezfallamos en lograr un progresosatisfactorio. Nuestros antiguosenemigos a veces alaban lo que estamoshaciendo y nos desean el bien:ocasionalmente ofrecerán su ayuda. Nodebemos dar importancia, sin embargo,a que alguien nos eche de su oficina.Hemos hecho nuestra demostración,hemos cumplido con nuestra parte. Lo

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que pasó, pasó.La mayoría de los alcohólicos deben

dinero. Nosotros no esquivamos anuestros acreedores. Al decirles lo queestamos tratando de hacer no ocultamoslo de nuestra manera de beber; de todosmodos, generalmente lo saben aunquecreamos lo contrario. Tampoco tememosrevelar nuestro alcoholismo, basándonosen que ello puede causar un dañoeconómico. Abordado en esta forma, elacreedor más despiadado nossorprenderá a veces. Al concertar elmejor arreglo posible, podemoshacerles saber a estas personas loapenados que estamos. Nuestra manera

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de beber nos ha hecho morosos connuestros pagos. Tenemos que perder elmiedo a los acreedores, sin importar lomucho que necesitemos hacer paralograrlo, porque estamos expuestos abeber si tenemos miedo de encararlos.

Tal vez hayamos cometido un delitoque nos pudiera hacer ir a parar a lacárcel, si llegase a conocimiento de lasautoridades. Puede que hayamosmalversado fondos que no podamosreponer. Quizá se lo hayamos confesadoa otra persona; pero estamos seguros deque, si se nos descubriera, podríamosperder nuestro trabajo, o incluso podríanencarcelarnos. Tal vez sea un delito

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leve, como haber inflado nuestra cuentade gastos. La mayoría de nosotros hemoshecho esa clase de cosas. Tal vezestemos divorciados y nos hayamosvuelto a casar pero no estemoscumpliendo con el pago de la pensión ala primera esposa. Por ese motivo, ellase ha indignado y tiene una orden dearresto contra nosotros. Este tipo dedificultad es común.

Aunque estas reparaciones tieneninnumerables formas, hay algunosprincipios generales que nos parecenorientativos. Recordándonos a nosotrosmismos que hemos decidido hacer todolo que fuese necesario para encontrar

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una experiencia espiritual, pedimos quese nos dé fortaleza y se nos dirija hacialo que es debido sin importar cuálespudiesen ser las consecuenciaspersonales. Podemos perder nuestraposición o nuestra reputación o afrontarla cárcel, pero estamos dispuestos.Tenemos que estarlo; no debemosamedrentarnos ante nada.

Sin embargo, generalmente hay otraspersonas implicadas. Por lo tanto, nohemos de ser el precipitado y tontomártir que innecesariamente sacrifique aotros para salvarse de caer en el abismodel alcoholismo. Un individuo queconocimos se había vuelto a casar.

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Debido a los resentimientos y a labebida no había pagado la pensión dedivorcio a su primera esposa. Éstaestaba furiosa; acudió a la Corte yconsiguió una orden de arresto contra él.Él había empezado a llevar nuestramanera de vivir, había asegurado unaposición y empezaba a levantar cabeza.Hubiera sido de una heroicidadimpresionante por su parte presentarseante el juez y decirle: «Aquí estoy».

Pensamos que debía estar dispuestoa hacerlo si fuese necesario, pero queestando en la cárcel no podría sufragarlos gastos de ninguna de las dosfamilias. Le sugerimos que escribiera a

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la primera esposa admitiendo sus faltasy pidiéndole perdón. Así lo hizo,incluyendo también una pequeña sumade dinero. Le explicó lo que trataría dehacer en el futuro. Le dijo que estabaabsolutamente dispuesto a ir a la cárcelsi ella insistía. Desde luego que ella noinsistió y toda esa situación quedóresuelta satisfactoriamente hace tiempo.

Antes de proceder drásticamente enalgo que puede implicar a otraspersonas, les pedimos suconsentimiento. Si lo hemos obtenido, sihemos consultado el caso con otros, sihemos pedido a Dios que nos ayude y sies indicado dar ese drástico paso, no

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debemos retroceder.Esto nos trae a la memoria una

historia acerca de uno de nuestrosamigos. Cuando bebía, aceptó una sumade dinero de un rival suyo en losnegocios a quien odiaba amargamente,sin darle ningún recibo por dicha suma.Posteriormente negó haber recibido eldinero y se valió del incidente paradesacreditar a su rival. En esa forma, supropia falta la usó como medio paradestruir la reputación de otro. En efecto,su rival se arruinó.

Creía que había causado un dañoimposible de remediar. Si desenterrabaaquel viejo asunto, ello destruiría la

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reputación de su socio, acarrearíadeshonra a su familia y la privaría desus medios de sustento económico. ¿Quéderecho tenía a implicar a aquellos quedependían de él? ¿Cómo sería posiblehacer una declaración públicaexonerando a su rival?

Después de consultar con su esposay con su socio llegó a la conclusión deque era mejor arrostrar esos riesgosantes que comparecer ante su Creadorculpable de una difamación tan funesta.Comprendía que tenía que poner elresultado en manos de Dios o prontovolvería a beber, y todo se perderíaentonces. Asistió a la iglesia por

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primera vez en muchos años. Despuésdel sermón se levantó y serenamenteexplicó lo sucedido. Su acción tuvo unaaprobación general y actualmente es unode los ciudadanos que goza de mayorconfianza en esa población. Estosucedió hace años.

Lo probable es que tengamosdificultades domésticas. Tal vez estemosenredados con mujeres en una forma queno quisiéramos que se pregone.Dudamos que los alcohólicos seanfundamentalmente peores en este sentidoque las demás gentes; pero la bebida sícomplica las relaciones sexuales en elhogar. Después de unos cuantos años

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con un alcohólico, una esposa se cansa yse vuelve resentida y pococomunicativa. ¿Cómo podría ser de otromodo? El marido empieza a sentirsesolo y a compadecerse de sí mismo;comienza a buscar en centros nocturnosy otros lugares de diversión, algo másque licor. Tal vez tenga amoríossecretos y emocionantes con alguna«muchacha comprensiva». Con todaimparcialidad podemos aceptar que ellacomprenda, pero ¿qué vamos a hacercon una situación como ésta? Un hombreque está enredado en esa formafrecuentemente tiene muchosremordimientos, especialmente si está

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casado con una mujer leal y valientecuya vida, literalmente, ha sido uninfierno por su causa.

Cualquiera que sea el caso,generalmente tenemos que hacer algo. Siestamos seguros de que nuestra esposano está enterada, ¿debemos decírselo?Creemos que no siempre. Si ella sabe,en forma general, que hemos sidoalocados, ¿debemos ponerla al tanto delos pormenores? Indudablementedebemos admitir nuestra falta. Tal vezella insista en conocer todos losdetalles, querrá saber quién es la mujery dónde está. Nosotros pensamos quedebemos contestarle que no tenemos

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ningún derecho a involucrar a otrapersona. Sentimos lo que hemos hecho y,Dios mediante, no volverá a suceder. Nopodemos hacer nada más que eso; notenemos derecho a ir más lejos. Aunquepuede haber excepciones justificables yaunque no queremos fijar regla deninguna clase, hemos encontrado queéste es el mejor camino que se puedeseguir.

Nuestro plan de vida no es una callede dirección única. Es tan convenientepara la esposa como para el marido. Sinosotros podemos olvidar, también ellapuede. Es mejor, sin embargo, que nonombre uno innecesariamente a una

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persona en la cual ella pueda desahogarsus celos.

Quizá haya algunos casos en los quese requiere la mayor franqueza. Ningúnextraño puede evaluar debidamente unasituación íntima. Puede ser que ambosdecidan que, de acuerdo con el sentidocomún y la bondad del amor, lo másindicado es considerar que lo pasado yapasó. Cada uno puede rezar por ello,pensando en primer lugar en la felicidaddel otro. Es necesario tener presentesiempre que estamos tratando con esaterrible emoción humana: los celos. Elbuen táctico militar puede decidir que seataque el problema por el flanco en vez

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de arriesgarse a un combate frente afrente.

Si no tenemos complicaciones deesa clase, hay todavía mucho que haceren casa. A veces oímos decir a algúnalcohólico que la única cosa quenecesita es mantener su sobriedad.Ciertamente tiene que mantenerse sobrioporque no habría hogar si no lo hace.Pero todavía dista mucho de estarhaciendo bien a la esposa o a lospadres, a quienes por años ha tratadoespantosamente. Rebasa todacomprensión la paciencia que madres yesposas han tenido con los alcohólicos.De no haber sido así, muchos de

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nosotros hoy en día no tendríamoshogares y tal vez estuviéramos muertos.

El alcohólico es como un huracánrugiente que pasa por las vidas de otros.Se destrozan corazones. Mueren lasdulces relaciones. Los afectos sedesarraigan. Hábitos egoístas ydesconsiderados han tenido el hogar enun constante alboroto. Creemos que esun irreflexivo el hombre que dice que lebasta con abstenerse de beber. Esaactitud es como la del campesino que,después de la tormenta, sale de suescondite y sin poner atención a su hogararruinado dice a su mujer: «No te fijes:aquí no ha pasado nada. Lo bueno es que

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el viento ha cesado».Sí, hay por delante un largo período

de reconstrucción. Tenemos que tomarla iniciativa. Musitar llenos deremordimientos que estamosarrepentidos es algo que de ningunamanera será suficiente. Debemossentarnos con nuestros familiares aanalizar francamente el pasado tal comolo vemos ahora, teniendo mucho cuidadode no criticarlos a ellos. Sus defectospueden ser muy notorios, pero esprobable que nuestros propios actossean parcialmente la causa de éstos. Asíque dejamos todo en claro con lafamilia, pidiendo cada mañana que

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nuestro Creador nos enseñe el caminode la paciencia, de la tolerancia, de labondad y del amor,

La vida espiritual no es una teoría.Tenemos que practicarla . A menos quela familia de uno exprese el deseo devivir sobre una base de principiosespirituales, no debemos apurarlos. Nodebemos hablarles incesantemente deasuntos espirituales. Ya cambiarán conel tiempo. Nuestro comportamiento lesconvencerá mejor que nuestras palabras.Debemos recordar que diez o veinteaños de borracheras hacen quecualquiera se vuelva escéptico.

Puede haber ciertos agravios que

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hayamos hecho que nunca puedanrepararse completamente. Si podemosdecirnos sinceramente que losrepararíamos si pudiéramos, no nospreocupamos por ellos. Hay personas aquienes no podemos ver y por lo tantoles enviamos una carta sincera. Y enalgunos casos puede haber una razónválida para posponer este paso. Pero nonos demoramos, si podemos evitarlo.Debemos tener sentido común y tacto,ser considerados y humildes, sin serserviles o rastreros. Como criaturas deDios llevamos la frente en alto; no nosarrastramos ante nadie.

Si nos esmeramos en esta fase de

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nuestro desarrollo, nos sorprenderemosde los resultados antes de llegar a lamitad del camino. Vamos a conocer unalibertad y una felicidad nuevas. No noslamentaremos por el pasado nidesearemos cerrar la puerta que noslleva a él. Comprenderemos elsignificado de la palabra serenidad yconoceremos la paz. Sin importar lobajo que hayamos llegado, percibiremoscómo nuestra experiencia puedebeneficiar a otros. Desaparecerá esesentimiento de inutilidad y lástima denosotros mismos. Perderemos el interésen cosas egoístas y nos interesaremos ennuestros compañeros. Se desvanecerá la

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ambición personal. Nuestra actitud ynuestro punto de vista sobre la vidacambiarán. Se nos quitará el miedo a lagente y a la inseguridad económica.Intuitivamente sabremos manejarsituaciones que antes nosdesconcertaban. De prontocomprenderemos que Dios está haciendopor nosotros lo que por nosotros mismosno podíamos hacer.

¿Son éstas promesas extravagantes?No lo creemos. Están cumpliéndoseentre nosotros, a veces rápidamente, aveces lentamente, pero siempre serealizarán si trabajamos para obtenerlas.

Este pensamiento nos lleva al

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Décimo Paso, el cual sugiere continuarcon nuestro inventario personal y seguirenmendando todas las nuevas faltas quecometamos. Vigorosamente comenzamosa llevar este nuevo modo de vida amedida que rectificamos nuestro pasado.Hemos entrado al mundo del Espíritu.Nuestra siguiente tarea es crecer enentendimiento y eficacia. Éste no esasunto para resolver de la noche a lamañana. Es una tarea para toda nuestravida. Continuamos vigilando el egoísmo,la deshonestidad, el resentimiento y elmiedo. Cuando estos surgen, enseguidale pedimos a Dios que nos libre deellos. Los discutimos inmediatamente

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con alguien y hacemos prontamente lasdebidas reparaciones a quien hayamosofendido. Entonces, resueltamenteencaminamos nuestros pensamientoshacia alguien a quien podamos ayudar.El amor y la tolerancia para con otrosson nuestro código.

Y hemos cesado de pelearnos contodo y con todos, aun con el alcohol;porque para entonces se habrárecuperado el sano juicio. Rara vez nosinteresaremos por el licor; si sentimostentación, nos alejamos como si setratara de una llama candente.Reaccionamos juiciosa y normalmente, ypercibimos que esto ha sucedido

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automáticamente. Comprenderemos quenuestra nueva actitud ante el alcohol nosha sido otorgada sin pensamiento oesfuerzo algunos de nuestra parte.Sencillamente ha llegado. Ahí está elmilagro. No estamos ni peleando nievitando la tentación. Nos sentimoscomo si hubiéramos sido colocados enuna posición de neutralidad, seguros yprotegidos. Ni siquiera hemos hecho unjuramento. En lugar de eso, el problemaha sido eliminado. Ya no existe paranosotros. No somos engreídos niestamos temerosos. Esa es nuestraexperiencia. Así es como reaccionamos,siempre que nos mantengamos en buena

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condición espiritual.Es fácil descuidarnos en el programa

espiritual de acción y dormirnos ennuestros laureles. Si lo hacemos,estamos buscando dificultades porque elalcohol es un enemigo sutil. No estamoscurados del alcoholismo. Lo que enrealidad tenemos es una suspensióndiaria de nuestra sentencia, que dependedel mantenimiento de nuestra condiciónespiritual. Cada día es un día en el quetenemos que llevar la visión de lavoluntad de Dios a todos nuestros actos:«¿Cómo puedo servirte mejor?; hágaseTu Voluntad (no la mía)». Estos sonpensamientos que deben acompañarnos

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constantemente. En este sentidopodemos ejercitar la fuerza de voluntadtodo lo que queramos. Éste es el usoadecuado de la voluntad.

Mucho se ha dicho acerca de recibirfortaleza, inspiración y dirección de Él,que tiene todo el conocimiento y elpoder. Si hemos seguido detenidamentelas instrucciones, hemos empezado asentir dentro de nosotros mismos el flujode Su Espíritu. Hasta cierto grado hemosobtenido un conocimiento consciente deDios. Hemos empezado a desarrollareste vital sexto sentido. Pero tenemosque ir más lejos, y esto significa másacción.

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E l Paso Undécimo sugiere laoración y la meditación. No debemosser tímidos en cuanto a la oración.Hombres mejores que nosotros laemplean constantemente. Funciona, sitenemos la debida actitud y nosempeñamos en usarla. Sería fácilandarse con vaguedades sobre esteasunto; sin embargo, creemos quepodemos hacer algunas sugerenciasprecisas y valiosas.

Por la noche, cuando nos acostamos,revisamos constructivamente nuestrodía: ¿Estuvimos resentidos, fuimosegoístas, faltos de sinceridad o tuvimosmiedo? ¿Le debemos a alguien una

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disculpa? ¿Hemos retenido algo quedebimos haber discutido inmediatamentecon otra persona? ¿Fuimos bondadososy afectuosos con todos? ¿Qué cosahubiéramos podido hacer mejor?¿Estuvimos pensando la mayor parte deltiempo en nosotros mismos? o¿estuvimos pensando en lo quepodríamos hacer por otros, en lo quepodríamos aportar al curso de la vida?Pero tenemos que tener cuidado de nodejarnos llevar por la preocupación, elremordimiento o la reflexión mórbidaporque eso disminuiría nuestracapacidad para servir a los demás.Después de haber hecho nuestra

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revisión, le pedimos perdón a Dios yaveriguamos qué medidas correctivasdeben tomarse.

Al despertar, pensemos en lasveinticuatro horas que tenemos pordelante. Consideremos nuestros planespara el día. Antes de empezar, lepedimos a Dios que dirija nuestropensamiento, pidiendo especialmenteque esté libre de autoconmiseración y demotivos falsos y egoístas. Bajo estascondiciones podemos usar nuestrasfacultades mentales confiadamenteporque, después de todo, Dios nos hadado el cerebro para usarlo. El mundode nuestros pensamientos estará situado

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en un plano mucho más elevado cuandonuestra manera de pensar esté libre demotivos falsos.

Al pensar en nuestro día tal vez nosencontremos indecisos. Tal vez nopodamos determinar el curso a seguir.En este caso le pedimos a Diosinspiración, una idea intuitiva o unadecisión. Procuramos estar tranquilos ytomamos las cosas con calma, nobatallamos. Frecuentemente quedamossorprendidos de cómo acuden lasrespuestas acertadas después de haberensayado esto durante algún tiempo. Loque antes era una «corazonada» o unainspiración ocasional gradualmente se

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convierte en parte operante de la mente.Carentes aún de experiencia y reciénhecho nuestro contacto consciente conDios, es probable que no recibamosinspiración todo el tiempo. Tal vezpaguemos esta presunción con toda clasede ideas y actos absurdos. Sin embargo,encontramos que, a medida quetranscurre el tiempo, nuestra manera depensar está más y más al nivel de lainspiración. Llegamos a confiar en ello.

Generalmente concluimos el períodode meditación orando para que se nosindique a lo largo del día cuál ha de sernuestro siguiente paso, que se nosconceda lo que fuese necesario para

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atender esos problemas. Pedimosespecialmente ser liberados de laobstinación y nos cuidamos de no pedirsólo para nosotros. Sin embargo,podemos pedir para nosotros siempreque esto ayude a otros. Nos cuidamos deno orar nunca por nuestros propios finesegoístas. Muchos de nosotros hemosperdido mucho tiempo haciéndolo, y noresulta. Fácilmente puedes ver elporqué.

Si las circunstancias lo permiten,pedimos a nuestras esposas o a nuestrosamigos que nos acompañen en lameditación de la mañana. Sipertenecemos a alguna religión en la que

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se requiera asistir a actos de devociónen la mañana también asistimos. Si no sees miembro de ningún organismoreligioso, a veces escogemos ymemorizamos unas cuantas oracionesque ponen de relieve los principios quehemos estado discutiendo. También haymuchos libros que son muy útiles.Nuestro sacerdote, ministro o rabinopuede hacernos sugerencias en estesentido. Prepárate para darte cuenta endónde están en lo cierto las personasreligiosas. Haz uso de lo que ellos tebrindan.

A medida que transcurre el día,hacemos una pausa si estamos inquietos

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o en duda, y pedimos que se nosconceda la idea justa o la debida manerade actuar. Nos recordamosconstantemente que ya no somos quienesdirigen el espectáculo, diciéndonoshumildemente a nosotros mismos muchasveces al día: «Hágase Tu Voluntad».Entonces corremos menos peligro deexcitarnos, de tener miedo, ira,preocupación, o de tomar disparatadasdecisiones. Nos volvemos mucho máseficientes. No nos cansamos con tantafacilidad porque no estamosdesperdiciando energías tontamente,como lo hacíamos cuando tratábamos dehacer que la vida se amoldara a

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nosotros.Funciona, realmente funciona.Nosotros los alcohólicos somos

indisciplinados. Por lo tanto, dejamosque Dios nos discipline de la manerasencilla que acabamos de describir.

Pero eso no es todo. Hay acción ymás acción. «La fe sin obras es femuerta». El siguiente capítulo estádedicado enteramente al Paso Doce.

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Capítulo 7 -TRABAJANDO CON

LOS DEMÁS

LA EXPERIENCIA práctica demuestraque no hay nada que asegure tanto lainmunidad a la bebida como el trabajointensivo con otros alcohólicos.Funciona cuando fallan otrasactividades. Ésta es nuestra duodécimasugerencia: ¡Llevar este mensaje a otrosalcohólicos! Tú puedes ayudar cuandonadie más puede. Tú puedes ganarte suconfianza cuando otros no pueden.

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Recuerda que están muy enfermos.La vida tendrá un nuevo significado.

Ver a las personas recuperarse, verlasayudar a otras, ver cómo desaparece lasoledad, ver una comunidaddesarrollarse a tu alrededor, tener unamultitud de amigos, ésta es unaexperiencia que no debes perderte.Sabemos que no querrás perdértela. Elcontacto frecuente con recién llegados yentre unos y otros es la alegría denuestras vidas.

Tal vez no conozcas a bebedoresque quieran recuperarse. Puedesencontrar fácilmente a algunos de ellospreguntando a unos cuantos doctores,

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sacerdotes y ministros, o en loshospitales. Te ayudarán con muchogusto. No tomes actitudes de evangelistao de reformador moralista.Desafortunadamente hay muchosprejuicios. Estarás en desventaja si losdespiertas con esas actitudes. Losclérigos y los médicos son personascompetentes y, si tú quieres, puedesaprender mucho de ellos, pero ocurreque, por tu propia experiencia con labebida, puedes ser singularmente útil aotros alcohólicos. Así es que coopera;no critiques nunca. Ser útiles es nuestroúnico propósito.

Cuando descubras a un candidato

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para Alcohólicos Anónimos, averiguatodo lo que puedas sobre él. Si noquiere dejar de beber, no pierdas eltiempo tratando de persuadirlo. Puedesechar a perder una oportunidadposterior. Este consejo es también parala familia. Deben tener paciencia,dándose cuenta de que están tratandocon una persona enferma.

Si hay alguna indicación de quequiere dejar de beber, ten unaconversación amplia con quien esté másinteresado en él, generalmente suesposa. Fórmate una idea de sucomportamiento, sus problemas, sumedio ambiente, la gravedad de su

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estado y sus inclinaciones religiosas.Necesitas esta información para ponerteen su lugar, para darte cuenta de cómoquerrías que él te abordara si lospapeles estuvieran invertidos.

A veces es prudente esperar a queagarre una borrachera. La familia puedeponer objeciones a esto pero, a menosde que esté en una condición físicapeligrosa, es mejor arriesgarse. Notrates con él cuando esté muy borracho,a menos que se ponga de tal forma quela familia necesite tu ayuda. Espera aque la borrachera llegue a su fin ocuando menos que tenga un intervalo delucidez. Entonces deja que su familia o

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un amigo le pregunte si quiere dejar debeber de una vez por todas, y si estaríadispuesto a hacer lo que sea necesariopara lograrlo. Si dice que sí, entoncesdebe procurarse que se fije en ti comopersona recuperada. Deben hablarle deti como de alguien que pertenece a unacomunidad, cuyos miembros tratan deayudar a otros como parte de su propiarecuperación, y decirle que tendríasmucho gusto en hablar con él en caso deque le interese verte.

Si no quiere verte, no trates nunca deforzar la situación. Tampoco debe lafamilia suplicarle histéricamente quehaga nada ni hablarle mucho de ti.

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Deben esperar a que termine su próximaborrachera. Mientras tanto, podríadejarse este libro donde él pueda verlo.Aquí no se puede dar ninguna reglaespecífica. La familia es la que tiene quedecidir estas cosas. Pero recomiéndalesque no se inquieten demasiado, porqueesto podría echar a perder las cosas.

Usualmente la familia no debe tratarde contar tu historia. Siempre que seaposible, evita conocer a un individuoalcohólico a través de su familia. Esmejor el acercamiento a través de unmédico o de una institución. Si elindividuo alcohólico necesitahospitalización, debe ser internado, pero

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sin forzarlo a menos que esté violento.Deja que sea el médico, si a él leparece, quien le diga que tiene algo quepuede ser una solución para suproblema.

Cuando el enfermo se sienta mejor,el doctor puede sugerir que uno lovisite. Aunque hayas hablado con lafamilia, no la menciones en la primeraentrevista. En esas condiciones, elentrevistado verá que no está bajopresión. Sentirá que puede tratar contigosin verse acosado por la familia.Visítalo cuando aún esté nervioso.Puede que sea más receptivo estandodeprimido.

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De ser posible, aborda a tucandidato cuando esté solo. Al principioconversa con él en forma general.Después de un rato, lleva laconversación a alguna fase de la bebida.Háblale lo suficiente sobre tuscostumbres de bebedor, síntomas yexperiencias, para animarlo a que hablede sí mismo. Si quiere hablar, deja quelo haga. Así te formarás una idea mejorde cómo debes proceder. Si no escomunicativo, hazle un resumen de tucarrera de bebedor hasta que dejaste debeber. Pero por el momento no le digasnada acerca de cómo lo conseguiste. Siél se muestra serio e interesado, háblale

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de las dificultades que te causó elalcohol, teniendo cuidado de nomoralizar o sermonear. Si está alegre,cuéntale algún episodio jocoso de tucarrera de bebedor. Haz que él te cuenteuno de los suyos.

Cuando él se dé cuenta de que tú losabes todo en el terreno de la bebida,empieza a describirte a ti mismo comoun alcohólico. Háblale de lodesconcertado que estuviste, cómosupiste finalmente que estabas enfermo.Cuéntale de las dificultades que tuvistepara dejar de beber. Hazle ver lapeculiaridad mental que conduce a laprimera copa de una borrachera. Te

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sugerimos que hagas esto tal comonosotros lo hemos hecho en el capítulosobre alcoholismo. Si él es unalcohólico, te entenderá enseguida.Comparará tus contradicciones mentalescon algunas de las suyas propias.

Si estás convencido de que él esalcohólico, empieza a recalcar lacaracterística incurable del mal.Demuéstrale de acuerdo con tu propiaexperiencia, cómo la extraña condiciónmental que impulsa a esa primera copaimpide el funcionamiento normal de lafuerza de voluntad. En esta primeraetapa no te refieras a este libro, a menosque él ya lo haya visto y quiera

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discutirlo. Y ten cuidado de no tildarlode alcohólico. Deja que él saque suspropias conclusiones. Si se obstina en laidea de que todavía puede controlar sumanera de beber, dile que es posible sisu alcoholismo no está muy avanzado.Pero insiste en que, si está gravementeafectado, puede haber muy pocasprobabilidades de que se recupere porsí solo.

Sigue hablando del alcoholismocomo una enfermedad, como un malfatal. Háblale de las condiciones físicasy mentales que lo acompañan. Mantén suatención centrada principalmente en tupropia experiencia personal. Explícale

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que hay muchos que están sentenciados amuerte y que nunca se dan cuenta de susituación. Los médicos tienen razón deestar poco dispuestos a decírselo todo asus pacientes alcohólicos a menos quesirva para un buen fin. Pero tú puedeshablarle a él de lo incurable delalcoholismo, porque le ofreces unasolución. Pronto tendrás a tu amigoadmitiendo que tiene muchos, si notodos, los rasgos del alcohólico. Si supropio médico está dispuesto a decirleque es alcohólico, mucho mejor. A pesarde que tu protegido puede no haberadmitido plenamente su condición, yasiente mucha más curiosidad por saber

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cómo te pusiste bien. Déjale que te lopregunte. Dile exactamente qué fue loque te sucedió. Haz hincapié sin reservaen el aspecto espiritual. Si el hombrefuese agnóstico o ateo, dileenfáticamente que no tiene que estar deacuerdo con el concepto que tú tienesde Dios. Puede escoger el concepto quele parezca, siempre que tenga sentidopara él. Lo principal es que estédispuesto a creer en un Poder superiora él mismo y que viva de acuerdo aprincipios espirituales.

Cuando trates con este tipo deindividuo, es mejor que uses un lenguajecorriente para describir principios

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espirituales. No hay necesidad desuscitar ningún prejuicio que puedatener él contra ciertos términos yconceptos teológicos acerca de loscuales puede estar confundido. Noprovoques discusiones de esta índole,cualesquiera que sean tus convicciones.

Puede ser que tu candidatopertenezca a alguna religión. Puede serque su educación y formación religiosassean muy superiores a las tuyas. En esecaso él se preguntará cómo podrásagregar algo a lo que él ya sabe. Perosentirá curiosidad por saber por qué suspropias convicciones no le han dadoresultado y por qué las tuyas parecen

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darlo. Él puede ser un ejemplo de locierto que es que la fe por sí sola esinsuficiente. Para ser vital, la fe tieneque estar acompañada por laabnegación, por la acción generosa yconstructiva. Deja que se dé cuenta deque tú no tienes la intención de instruirloen religión. Admite que probablementeél sepa más de religión de lo que túsabes, pero señálale el hecho de que porprofundos que sean su fe y susconocimientos, él no pudo aplicarlos,pues, de haberlo hecho, él no bebería.Tal vez tu historia le ayude a ver endónde ha fallado en aplicar y practicarlos mismos preceptos que conoce tan

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bien. Nosotros no representamos aningún credo o religión determinados.Estamos tratando solamente conprincipios generales que son comunes ala mayoría de las religiones.

Delinéale el programa de acción,explicándole cómo hiciste tu propioinventario personal, cómo desenredastetu pasado y por qué estás ahora tratandode ayudarlo. Es importante para él quese dé cuenta de que tu tentativa depasarle esto a él desempeña un papelvital en tu propia recuperación. Enrealidad, él puede estar ayudándote másde lo que tú le estés ayudando. Pon demanifiesto que él no tiene ninguna

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obligación contigo; que solamenteesperas que él trate de ayudar a otrosalcohólicos cuando salga de sus propiasdificultades. Indícale lo importante quees anteponer el bienestar de otros alsuyo propio. Aclárale que no lo estáspresionando, que no tiene que volver averte si no quiere. No debes ofenderte siél quiere suspender la entrevista, porqueél te ha ayudado más a ti que tú a él. Situ conversación ha sido razonable,serena y llena de comprensión humana,tal vez hayas hecho un amigo. Tal vez lohayas inquietado en lo de la cuestión delalcoholismo. Todo esto es para bien.Mientras más desesperado se sienta,

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mejor. Habrá más probabilidades de queacepte tus sugerencias.

Tu candidato puede dar razones depor qué él no necesita seguir todo elprograma. Puede que se rebele ante laidea de una limpieza drástica de supropia vida que le requiere hablar conotra gente. No contradigas sus puntos devista sobre el particular. Explica que tútambién tuviste el mismo modo depensar y sentir, pero que dudas de quehubieras progresado mucho de no haberpuesto manos a la obra. En tu primeravisita háblale de la agrupación deAlcohólicos Anónimos. Si muestrainterés, préstale tu ejemplar de este

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libro.A menos que tu amigo quiera seguir

hablando de sí mismo, no lo canses contu visita. Dale la oportunidad depensarlo. Si te quedas, déjalo que llevela conversación en el sentido que desee.A veces el candidato está ansioso deproceder con rapidez y tú puedes sentirla tentación de permitírselo. Esto es aveces un error. Si tiene dificultades másadelante, es probable que diga que tú loprecipitaste… Tendrás más éxito conlos alcohólicos si no exhibes ningunapasión por las cruzadas o reformas.Nunca le hables a un alcohólico desdeuna cumbre moral o espiritual;

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sencillamente muéstrale el juego deherramientas espirituales para que él lasinspeccione. Demuéstrale cómofuncionaron para ti. Ofrécele tu amistady compañerismo. Dile que, si quiereponerse bien, tú harás cualquier cosapor ayudarlo.

Si no está interesado en tu solución,si espera que actúes como banqueropara sus dificultades económicas ocomo enfermero en sus borracheras,puede que tengas que dejarlo hasta quecambie de modo de pensar. Puede que lohaga después de haberse lastimado algomás.

Si él está sinceramente interesado y

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quiere verte otra vez, pídele que lea estelibro antes. Después de que lo haga,deberá decidir por él mismo si quiereproseguir. No debe ser empujado niincitado a hacerlo por ti, su esposa o susamigos. Si él va a encontrar a Dios, eldeseo debe venir de adentro.

Si él cree que puede hacerlo dealguna otra forma, o prefiere algún otroenfoque espiritual, aliéntalo a seguir eldictado de su propia conciencia. Notenemos ningún monopolio de Dios;únicamente tenemos un enfoque que nosha dado buen resultado. Pero indícaleque nosotros, los alcohólicos, tenemosmucho en común y que tú quisieras, en

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cualquier caso, ser su amigo. Deja lacosa así.

No te desanimes si tu candidato noresponde enseguida. Busca a otroalcohólico y trata otra vez. Seguro queencontrarás alguno que esté tandesesperado que acepte ansioso tuoferta. Creemos que es una pérdida detiempo andar tras un individuo que nopuede o que no tiene voluntad paracooperar contigo. Si dejas solo a unindividuo como éste, puede suceder quepronto se convenza de que no puederecuperarse por sí mismo. Gastardemasiado tiempo en una determinadasituación es negarle a otro alcohólico la

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oportunidad de vivir y ser feliz. Uno delos de nuestra agrupación fracasó consus primeros seis candidatos.Frecuentemente dice que, si hubieraseguido trabajando con ellos, podríahaber privado de la oportunidad amuchos otros que desde entonces se hanrecuperado.

Supongamos ahora que tú estáshaciendo una segunda visita a unindividuo. Él ha leído este volumen ydice que está preparado para llevar a lapráctica los Doce Pasos del programade recuperación. Habiendo tenido ya túmismo esa experiencia, puedes hacerleindicaciones prácticas. Hazle saber que

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estás disponible si quiere tomar unadecisión y contar su historia, pero noinsistas en esto si él prefiere consultarlea otro.

Tal vez esté sin dinero y no tengahogar. Si es así, puedes ayudarlo aconseguir trabajo o darle algunapequeña ayuda económica. Pero parahacerlo no debes privar del dinero queles corresponde a tus familiares yacreedores. Tal vez desees tenerlo en tucasa por unos días; pero sé discreto.Asegúrate de que tu familia lo recibirábien y de que él no está tratando deembaucarte para obtener dinero,relaciones y alojamiento. Permíteselo y

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solamente lo estarás perjudicando.Estarías haciéndole posible el no sersincero. Eso sería contribuir a sudestrucción más que a su recuperación.

Nunca eludas estasresponsabilidades, pero si las asumes,asegúrate de que estás haciendo locorrecto. Ayudar a otros es la piedrafundamental de tu propia recuperación.Un acto bondadoso de vez en cuando noes suficiente. Tienes que hacer de BuenSamaritano todos los días si fuesenecesario. Esto puede significar lapérdida de muchas noches de sueño yfrecuentes interrupciones en tusdistracciones y negocios. Puede

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significar compartir tu dinero y tu hogar,aconsejar a esposas y otros familiaresdesesperados, visitar comisarías,sanatorios, hospitales, cárceles ymanicomios.

Tu teléfono puede sonar a cualquierhora del día o de la noche. Tu esposapuede decir a veces que te olvidas deella. Algún borracho puede romperte losmuebles de tu casa o quemar un colchón.Quizá tengas que pelear con él si sepone violento. Algunas veces tendrásque llamar al médico y dar a tucandidato sedantes bajo su dirección.Otras veces puede ser que tengas quellamar a la policía o a una ambulancia.

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Ocasionalmente tendrás que enfrentartea esas situaciones.

Nosotros rara vez le permitimos a unalcohólico vivir en nuestra casa pormucho tiempo. No es bueno para él yalgunas veces crea seriascomplicaciones para la familia.

A pesar de que un alcohólico noresponda, no hay razón para que olvidesa su familia. Debes seguir siendoamigable y ofrecerle a esa familia tupropio modo de vida. Si aceptan ypractican principios espirituales, lasprobabilidades de que el jefe de lamisma se recupere serán mayores. Yaunque éste continúe bebiendo, la

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familia tendrá una vida más llevadera.Tratándose del tipo de alcohólico

capaz y deseoso de mejorarse, es muypoca la caridad que, en el sentidoordinario de la palabra, se necesita o serequiere. Los individuos que lloran pordinero o alojamiento antes de habersesobrepuesto al alcohol, van por malcamino. Sin embargo, cuando talesacciones son justificadas, nosotros nosesforzarnos grandemente por darnosestas mismas cosas los unos a los otros.Esto puede parecer contradictorio, peronosotros creemos que no lo es.

No se trata de una cuestión de dar,sino de cuándo y cómo hacerlo. En esto

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está frecuentemente la diferencia entre eléxito y el fracaso. En el momento en quele damos a nuestro trabajo carácter deservicio, el alcohólico comienza aatenerse a nuestra ayuda en vez de a lade Dios. Clama por esto o aquellososteniendo que no puede dominar elalcohol mientras no sean atendidas susnecesidades materiales. Tonterías.Algunos de nosotros hemos recibidogolpes muy fuertes para aprender estaverdad: Con empleo o sin empleo, conesposa o sin esposa, sencillamente nodejamos de beber mientrasantepongamos la dependencia de otraspersonas a la dependencia de Dios.

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Graba en la conciencia de cadaindividuo el hecho de que se puedeponer bien a pesar de cualquier otrapersona. La única condición es queconfíe en Dios y haga una limpieza de suinterior.

Ahora, el problema doméstico:Puede haber divorcio, separación orelaciones tirantes. Cuando tu candidatohaya hecho a sus familiares lasreparaciones que haya podido, y leshaya explicado detenidamente losnuevos principios de acuerdo con loscuales está viviendo, debe proceder allevar a la práctica esos principios en sucasa. Eso sí, si es afortunado en tener un

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hogar. Aunque su familia estéequivocada en muchos aspectos, esto nodebe importarle. Debe concentrarse ensu propia demostración espiritual. Lasdiscusiones y el encontrar defectosdeben evitarse a toda costa. Esto es algomuy difícil de lograr en muchos hogares,pero hay que hacerlo si se espera algúnresultado. Si se persevera en ellodurante unos cuantos meses, es seguroque el efecto que causará en la familiadel individuo será grande. Las personasmás incompatibles descubren que tienenuna base sobre la cual pueden estar deacuerdo. Poco a poco, la familia puedever sus propios defectos y admitirlos.

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Estos pueden discutirse entonces en unambiente de ayuda y amistad.

Después de que hayan vistoresultados palpables, los familiares talvez quieran participar. Estas cosassucederán naturalmente y a su debidotiempo, siempre que el alcohólicocontinúe demostrando que puede estarsobrio y ser considerado y servicial apesar de lo que cualquiera diga o haga.Por supuesto, no llegamos a este nivelfrecuentemente; pero debemos tratar dereparar la avería inmediatamente, de locontrario pagamos la pena con unaborrachera.

Si hubiese divorcio o separación, la

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pareja no debe darse demasiada prisapara volver a unirse. El individuo debeestar seguro de su recuperación; laesposa debe comprender plenamente elnuevo modo de vivir de él. Si surelación anterior ha de reanudarse, tieneque ser sobre una base mejor, ya que laanterior no resultó satisfactoria. Estosignifica una actitud y un ánimo nuevo entodo sentido. A veces resulta muypositivo que una pareja permanezcaseparada. Es obvio que no puede darseuna regla fija. Hay que dejar que elalcohólico continúe día a día con suprograma. Cuando llegue el momentooportuno de que vuelvan a vivir juntos,

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éste será evidente para ambos.No dejes que ningún alcohólico te

diga que no puede recuperarse a menosde que recupere a su familia. Estosimplemente no es así. En algunos casos,por una u otra razón, la esposa noregresará nunca. Recuérdale alcandidato que su recuperación nodepende de la gente, sino de su relacióncon Dios. Hemos visto ponerse bien aindividuos que nunca recobraron sufamilia; hemos visto recaer a otros cuyafamilia regresó demasiado pronto.

Tanto tú como el principiante tienenque ir día a día por el camino delprogreso espiritual. Si perseveras,

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sucederán cosas admirables. Cuandomiramos hacia atrás, nos damos cuentade que las cosas que recibimos cuandonos pusimos en manos de Dios eranmejores de lo que nos hubiésemosimaginado. Sigue los mandatos de unPoder Superior y pronto vivirás en unmundo nuevo y maravilloso, no importacuál sea tu situación actual.

Cuando estés tratando de ayudar a unindividuo y a su familia, debes cuidartede no participar en sus disputas. Si lohaces, puedes perder la oportunidad deayudar. Pero recomienda mucho a losfamiliares del alcohólico que no olvidenque éste ha estado muy enfermo y que es

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necesario tratarlo como corresponde.Debes prevenirlos para que no suscitenel resentimiento o los celos. Debesseñalar que sus defectos de carácter novan a desaparecer de la noche a lamañana. Demuéstrales que ha entrado enun período de desarrollo. Cuando seimpacienten, diles que recuerden elhecho bendito de su sobriedad.

Si has tenido éxito al resolver tuspropios problemas domésticos,cuéntales a los familiares delprincipiante cómo lo lograste. De estaforma puedes orientarlos debidamentesin criticarlos. La historia de cómo tú ytu esposa arreglaron sus dificultades

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valdrá más que cualquier crítica.Dado que estamos preparados

espiritualmente, podemos hacer todaclase de cosas que se supone no debenhacer los alcohólicos. La gente ha dichoque no debemos ir a lugares donde sesirve licor; que no debemos tenerlo ennuestra casa; que debemos huir de losamigos que beben; que debemos evitarlas películas en las que hay escenasdonde se bebe; que no debemos ir abares; que nuestros amigos debenesconder las botellas cuando vamos a sucasa; que no se nos debe recordar paranada el alcohol. Nuestra experienciademuestra que esto no es necesariamente

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así.Tropezamos con estas situaciones

todos los días. Un alcohólico que nopuede encararlas todavía tiene unamentalidad alcohólica; algo le pasa a suestado espiritual. La única probabilidadde sobriedad para él sería que estuvieraen el casquete glaciar de Groenlandia, yaun allí podría aparecer un esquimal conuna botella de licor, lo que echaría aperder todo. Pregúntale a alguna mujerque haya enviado a su marido a algúnlugar lejano basándose en la teoría deque así escaparía del problema de labebida.

En nuestra opinión, cualquier plan

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para combatir el alcoholismo que estébasado en escudar al enfermo contra latentación, está condenado al fracaso. Siun alcohólico trata de escudarse, puedetener éxito por algún tiempo, perogeneralmente acaba explotando más quenunca. Hemos probado esos métodos.Los intentos de hacer lo imposiblesiempre nos han fallado.

Por lo tanto, nuestra norma no esevitar los lugares donde se bebe, sitenemos una razón legítima para estarallí. Estos incluyen bares, centrosnocturnos, bailes, recepciones, bodas eincluso fiestecitas informales. A unapersona que haya tenido experiencia con

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un alcohólico, puede que esto le parezcatentar a la Providencia, pero no es así.

Notarás que hemos puesto unacondición importante. Por consiguiente,en cada ocasión, pregúntate a ti mismo:«¿Tengo alguna buena razón personal,de negocios o social para ir a eselugar?» o «¿estoy esperando robar unpoco de placer indirecto del ambientede esos sitios?» Si se contestasatisfactoriamente a estas preguntas, nohay por qué sentir aprensión. Entra oaléjate de ellos según te parezcaapropiado. Pero asegúrate de que pisasun terreno espiritual firme antes de irallí y de que tu motivo para ir sea

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enteramente bueno. No pienses en lo quevayas a sacar de la situación; piensa enlo que puedes aportar a ella. Pero sivacilas, es mejor que busques a otroalcohólico.

¿Para qué ir a sentarse con cara demártir en lugares donde se bebe,suspirando por «aquellos buenostiempos»? Si es una ocasión feliz, tratade hacer la ocasión aun más placenterapara los que están presentes; si es unareunión de negocios, ve y trata el tuyocon entusiasmo; si estás con una personaque quiere ir a comer a un bar,¡acompáñala! Hazles saber a tus amigosque no han de cambiar sus costumbres

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por ti. En el lugar y el momentooportunos, explícales a tus amigos porqué no te sienta bien el alcohol. Si hacesesto concienzudamente, serán pocos losque te inviten a beber. Mientrasestuviste bebiendo, ibas retirándote dela vida poco a poco; ahora estásregresando a la vida social de estemundo. No empieces a retirarte otra vezsólo porque tus amigos beben licor.

Tu tarea ahora consiste en estardonde puedas ser de máxima ayuda aotros. Así que no vaciles en ir a dondesea si allí puedes ayudar; no debestitubear en ir al lugar más sórdido si escon ese fin. Mantente en la línea de

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fuego de la vida por esos motivos, yDios te conservará sano y salvo.

Muchos de nosotros acostumbramosa tener licor en nuestras casas. A veceslo necesitamos para aplacar los gravestemblores de algún nuevo candidato,después de una gran borrachera.Algunos de nosotros lo servimos anuestros amigos, siempre que no seanalcohólicos. Pero otros de los nuestroscreen que no debemos servirlo a nadie.Nunca discutimos este punto. Creemosque cada familia debe decidirlo a la luzde sus propias circunstancias.

Tenemos mucho cuidado de nodemostrar nunca intolerancia u odio por

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la bebida como parte de la sociedad. Laexperiencia demuestra que esa actitud noayuda a nadie. Cada uno de losalcohólicos recién llegados busca esaactitud entre nosotros y siente un alivioenorme cuando se da cuenta de que nosomos tan puritanos. Un espíritu deintolerancia repelería a alcohólicos aquienes podría habérseles salvado lavida de no haber sido por semejanteestupidez. Ni siquiera le haríamosningún bien a la causa de la bebida enmoderación, porque no hay unalcohólico entre mil al que le guste quele diga algo del alcohol alguien que loodia.

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Esperamos que algún díaAlcohólicos Anónimos ayude al públicoa darse mejor cuenta de la gravedad delproblema alcohólico; pero serviremosde poco si nuestra actitud es deamargura y hostilidad. Los bebedoresnunca la tolerarán.

Después de todo, nosotros creamosnuestros problemas. Las botellasfueron solamente un símbolo. Además,hemos dejado de pelear contra todos ycontra todo. ¡Tenemos que hacerlo!

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Capítulo 8 -A LAS ESPOSAS

CON POCAS EXCEPCIONES, hastaaquí en nuestro libro sólo se ha tratadode hombres; pero lo que hemos dicho esigualmente aplicable a las mujeres.Nuestras actividades en favor de lasmujeres van en aumento. Hay clarosindicios de que las mujeres recobran lasalud tan prontamente como loshombres, cuando ponen a pruebanuestras sugerencias.

Pero por cada hombre que bebe hay

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otras personas implicadas: la esposaque tiembla de miedo ante la próximaborrachera; la madre y el padre que venal hijo consumiéndose.

Entre nosotros hay esposas,parientes y amigos cuyo problema hasido resuelto, así como algunos quetodavía no han encontrado una felizsolución. Queremos que las esposas delos Alcohólicos Anónimos se dirijan alas esposas de individuos que bebendemasiado. Lo que dicen a continuaciónes aplicable a casi todas las personasque estén ligadas a un alcohólico porlazos de sangre o de afecto[5].

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Como esposas de AlcohólicosAnónimos, quisiéramos que usted se décuenta de que nosotras comprendemos elproblema como tal vez pocos puedan.Queremos analizar errores que hemoscometido. Queremos que se quede ustedcon la sensación de que ningunasituación es demasiado difícil y ningunainfelicidad demasiado grande para sersuperadas.

No cabe duda que hemos recorridoun camino rocoso. Hemos tenido largascitas con el amor propio lastimado, lafrustración, la autoconmiseración, ladesavenencia y el miedo. Estos no soncompañeros agradables. Nos hemos

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dejado llevar a una compasiónsensiblera y a amargos resentimientos.Algunas de nosotras hemos ido de unextremo al otro, siempre con laesperanza de que nuestros seresqueridos volvieran a ser ellos mismos.

Nuestra lealtad y el deseo de quenuestros maridos levantaran cabeza yfueran como otros hombres, hanoriginado toda clase de situacionesdifíciles. Hemos sido desprendidas yabnegadas. Hemos dicho infinidad dementiras para proteger nuestro orgullo yla reputación de nuestros maridos.Hemos rezado, hemos suplicado, hemossido pacientes. Hemos arremetido con

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malicia. Hemos huido. Hemos estadohistéricas. Hemos estado atemorizadas.Hemos buscado la comprensión de losdemás. Para vengarnos, hemos tenidoaventuras amorosas con otros hombres.

Muchas noches nuestras casas se hanvuelto campos de batalla. A la mañanasiguiente nos hemos reconciliado. Senos ha aconsejado abandonar a nuestrosmaridos y lo hemos hecho muydecididas, sólo para regresar al pocotiempo, siempre con esperanza. Nuestrosmaridos han jurado con gran solemnidadque nunca volverían a beber; nosotrasles hemos creído cuando nadie másquería o podía hacerlo. Luego, después

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de días, semanas o meses, comenzabande nuevo.

Rara vez recibíamos a nuestrasamistades en casa, porque no sabíamosnunca cómo y cuándo se presentarían loshombres de la casa. Nuestroscompromisos sociales eran reducidos;llegamos a vivir casi solas. Cuando nosinvitaban a ir a alguna parte, nuestrosmaridos se tomaban tantos tragos aescondidas que echaban a perder laocasión. Si, por otra parte, no bebíannada, su autoconmiseración los volvíaunos aguafiestas.

Nunca había seguridad económica.Siempre corrían peligro de perder sus

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puestos o los perdían. Ni un carroblindado hubiera sido suficiente paraque la paga llegara a casa. Los fondosde la cuenta del banco se derretían comola nieve en junio.

A veces había otras mujeres; ¡quédesconsolador era descubrirlo; quécruel que le dijeran a una que ellas loscomprendían como no podíamosnosotras!

Cobradores, policías, taxistasenojados, vagos y amigotes llamaban ala puerta y a veces incluso traíanmujeres a casa. ¡Y nuestros maridoscreían que nosotras no éramoshospitalarias! «Aguafiestas, regañonas»,

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decían de nosotras. Al día siguientevolvían a ser ellos mismos, y nosotraslos perdonábamos, y tratábamos deolvidar.

Hemos tratado de mantener vivo elcariño de nuestros hijos para con supadre. Decíamos a nuestros hijospequeños que su padre estaba enfermo,lo cual se aproximaba a la verdadmucho más de lo que creíamos. Lespegaban a los niños, pateaban laspuertas, rompían la loza, arrancaban lasteclas del piano. En medio de todo esecaos, salían amenazando con irse a vivirdefinitivamente con la otra mujer. De tandesamparadas que estábamos, a veces

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también nos emborrachábamos. Elresultado inesperado era que aquelloparecía gustarles.

Tal vez al llegar a este punto nosdivorciamos y llevamos a los niños avivir a casa de nuestros padres.Entonces nuestros suegros nos criticabancon dureza por el abandono.Generalmente no nos íbamos; nosquedábamos. Finalmente buscábamosempleo, en vista de que la miseria nosamenazaba.

Empezamos a buscar consejomédico a medida que las borracheras serepetían más frecuentemente. Losalarmantes síntomas físicos y mentales,

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la cada vez mayor tristeza por elremordimiento, la depresión y elsentimiento de inferioridad que seapoderaba de nuestros seres queridos:todas estas cosas nos aterrorizaban yperturbaban. Como animales en unacinta rodante, pacientes y cansadastrepábamos para caer exhaustas despuésde cada vano esfuerzo por pisar terrenofirme. La mayoría de nosotras hemosllegado a la etapa final con losinternamientos en casas de salud,sanatorios, hospitales y cárceles. Aveces se presentaban el delirio y lalocura. La muerte frecuentementerondaba cerca.

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En estas circunstancias, naturalmentecometíamos equivocaciones. Algunaseran causadas por la ignorancia acercadel alcoholismo. A veces percibíamosvagamente que estábamos tratando conhombres enfermos. De habercomprendido cabalmente la naturalezade la enfermedad, podríamos habernoscomportado en forma diferente.

¿Cómo podían ser tan irreflexivos,tan duros y tan crueles esos hombres quequerían a sus esposas y a sus hijos?Pensábamos que no podía haber amor entales personas. Y precisamente cuandoestábamos convencidas de su falta decorazón, nos sorprendían con nuevos

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propósitos y con atenciones. Por algúntiempo volvían a ser afables como antes,sólo para romper en pedazos otra vez lanueva estructura de afecto. Si se lespreguntaba por qué habían vuelto abeber, salían con excusas tontas o nocontestaban. ¡Eso era tan desconcertantey desalentador! ¿Podíamos habernosequivocado tanto con los hombres conquienes nos casamos? Cuando bebíaneran extraños. Algunas veces eran taninaccesibles que parecían estarrodeados por una muralla.

Y, aunque no quisieran a susfamilias, ¿cómo podrían estar tan ciegosacerca de ellos mismos? ¿Qué había

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pasado con su capacidad de discernir,su sentido común, su fuerza de voluntad?¿Por qué no podían ver que la bebidasignificaba su ruina? ¿Por qué era quecuando se les señalaba el peligro, loreconocían y aun así se emborrachabaninmediatamente?

Éstas son algunas de las preguntasque pasan por la mente de toda mujerque tiene un marido alcohólico.Tenemos la esperanza de que este librohaya contestado algunas de ellas. Talvez su marido haya estado viviendo enese extraño mundo del alcoholismo en elque todo está distorsionado y exagerado.Puede usted darse cuenta de que él la

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quiere con lo mejor de su ser. Desdeluego existe la incompatibilidad, perocasi en todos los casos el alcohólicosólo parece ser nada cariñoso ydesconsiderado; generalmente, dice yhace estas cosas espantosas por teneruna personalidad deformada y ser unenfermo. En la actualidad, la mayoría denuestros hombres son mejores maridos ypadres de lo que nunca fueron.

Trate de no condenar a su maridoalcohólico, a pesar de lo que diga ohaga. Sencillamente, es una persona muyenferma e irrazonable. Trátelo, cuandopueda, como si tuviera pulmonía.Cuando la enoje, recuerde que está muy

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enfermo.Hay una excepción muy importante a

lo anterior. Nos damos cuenta de quealgunos hombres son completamentemalintencionados, que, por máspaciencia que haya, no se cambia nada.Un alcohólico de esta índole puedevalerse enseguida de este capítulo comoarma contra usted. No deje que lo haga.Si está completamente segura de que esde ese tipo, puede parecerle que lomejor es abandonarlo. ¿Es correcto,acaso, dejarlo arruinar la vida de ustedy la de sus niños? Especialmente cuandotienen disponible una manera de dejarde beber y de cometer abusos, si es que

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quiere pagar el precio.El problema con el cual usted lucha,

generalmente, pertenece a una de estascuatro categorías.

Uno: Puede que su marido seasolamente una persona que bebe mucho.Puede ser que beba constantemente oque solamente lo haga con exceso enciertas ocasiones. Tal vez gastademasiado en licor. Puede que la bebidalo esté deteriorando física ymentalmente, sin que él se dé cuenta. Aveces pone en situaciones penosas austed y a sus amistades. Él se sienteseguro de que puede controlarse cuandobebe, que no hace daño a nadie, que

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beber es algo necesario en sus negocios.Probablemente se sentirá insultado si sele llama alcohólico. Este mundo estálleno de personas como él. Algunosllegan a moderarse o dejar de bebercompletamente, y otros no. De los quesiguen bebiendo, un buen número sevuelven alcohólicos después de algúntiempo.

Dos: Su marido está demostrandofalta de control, porque no puedeapartarse de la bebida ni cuando quierehacerlo. Frecuentemente se ponedesenfrenado cuando bebe. Lo admite,pero está seguro de que la próxima vezlo hará mejor. Ha empezado a probar,

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con o sin su ayuda, distintas maneras demoderarse o de mantenerse sin beber.Tal vez está empezando a perderamigos. Puede ser que sus negociosestén sufriendo las consecuencias. Sesiente preocupado a veces y comienza apercibir que no puede beber como otraspersonas. A veces bebe por la mañana, ytambién durante todo el día paramantener a raya sus nervios. Se sientearrepentido después de las borracherasy dice que quiere dejar de hacerlo. Perocuando se le pasa, empieza a pensar denuevo en cómo poder hacer para bebercon moderación la próxima vez.Creemos que esta persona corre peligro.

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Tiene las condiciones inequívocas de unverdadero alcohólico. Tal vez puedatodavía atender sus negocios bastantebien. No lo ha arruinado todo, deninguna manera. Como decimos entrenosotros: «Quiere querer dejar debeber».

Tres: Este marido ha ido mucho máslejos que el número dos. Aunque una vezestuvo como éste, se puso mucho peor.Sus amigos han huido, su casa es casiuna ruina y no puede conservar ningúnpuesto. Tal vez ya se haya llamado almédico y haya empezado la fatigosaperegrinación a sanatorios y hospitales.Admite que no puede beber como otras

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personas, pero no ve por qué. Se aferraa la idea de que todavía encontrará lamanera de hacerlo. Puede que hayallegado al punto en quedesesperadamente quiere dejar de beberpero no puede. Su caso presentainterrogantes adicionales que trataremosde responder. Usted puede tenerbastantes esperanzas en un caso comoéste.

Cuatro: Puede ser que estécompletamente desesperanzada con sumarido. Ha sido internado una y otravez. Es violento o parece completamenteloco cuando está borracho. A vecesbebe apenas sale del hospital. Tal vez

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haya tenido un delirium tremens. Talvez los médicos hayan perdido todaesperanza y le hayan dicho que lointerne. Tal vez se haya visto obligada aencerrarlo. Este cuadro puede que nosea tan sombrío como parece. Muchosde nuestros maridos estaban así deavanzados. A pesar de eso, semejoraron.

Volvamos ahora al marido númerouno. Aunque parezca extraño,frecuentemente es difícil de tratar.Disfruta con la bebida; despierta suimaginación; se siente más cerca de susamigos bebiendo con ellos. Tal vezusted misma disfrute bebiendo con él,

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mientras no se pasa de la raya. Ustedeshan pasado juntos noches felicescharlando junto a la chimenea. Tal vez alos dos les gusten las fiestas, queresultarían aburridas sin licor. Nosotrasmismas hemos gozado de noches comoesa: nos divertíamos. Sabemos lo que esel licor como lubricante social. Algunas,no todas, creemos que tiene sus ventajascuando se usa moderadamente.

El primer principio para el éxitoconsiste en no enojarse nunca. Aunquesu marido se vuelva insoportable y tengaque dejarlo temporalmente, debe irse sinrencor, si puede hacerlo. La paciencia yla ecuanimidad son sumamente

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necesarias.Pensamos que no debe usted decirle

nunca qué es lo que él debe hacer sobresu manera de beber. Si se le mete en lacabeza la idea de que es usted unaregañona y una aguafiestas, serán pocaslas probabilidades que tenga usted delograr algún resultado. Eso le servirá aél de motivo para beber más. Dirá queno se le comprende. Esto puedeconducir a que pase noches muy solas.Puede que él busque a otra persona paraque lo consuele, no siempre a otrohombre.

Esté decidida a que la manera debeber de su marido no va a estropear las

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relaciones de usted con sus niños y consus amistades. Ellos necesitan su ayuday su compañía. Es posible que tenga unavida plena y útil, pese a que su maridosiga bebiendo. Conocemos a mujeresque no sienten temor, incluso son felicesen tales circunstancias. No ponga todosu afán en reformar a su marido. Pormucho que se esfuerce en hacerlo, puedeser que usted sea incapaz de lograrlo.

Sabemos que estas indicaciones sondifíciles de seguir a veces, pero seahorrará muchos pesares si lograobservarlas. Su marido puede llegar aapreciar su razonamiento y su paciencia.Esto puede preparar el terreno para una

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conversación con él sobre su problemaalcohólico. Trate de que sea él mismo elque saque a relucir el tema. Esté segurade no criticar en una charla de esas. Envez de esto, trate de ponerse en el lugarde él. Haga usted que se dé cuenta deque quiere ayudarlo y no criticarlo.

Cuando surja una conversación,puede sugerirle que lea este libro ocuando menos el capítulo sobrealcoholismo. Dígale que ha estadopreocupada, aunque tal vezinnecesariamente; que usted cree quedebe conocer mejor el tema, ya quetodos deben comprender con claridad elriesgo que corren si beben demasiado.

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Demuéstrele que tiene usted confianzaen que puede dejar de beber omoderarse. Dígale que no quiere ser unaaguafiestas; que solamente quiere quecuide su salud. Así, tal vez logreinteresarlo en el alcoholismo.

Probablemente haya variosalcohólicos entre las amistades de él.Puede sugerirle que ustedes dos seinteresen en ellos. A los bebedores lesgusta ayudar a otros bebedores. Sumarido puede estar dispuesto a hablarcon alguno de ellos.

Si este enfoque del asunto no atrae laatención de su marido, puede ser mejordejar el tema; pero después de una

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charla amistosa, su marido serágeneralmente el que vuelva a tocarlo.Esto puede requerir esperarpacientemente, pero bien valdrá la pena.Mientras tanto, usted puede tratar deayudar a la esposa de otro bebedor queesté mal. Si obra usted de acuerdo aestos principios, su marido puede dejarde beber o moderarse.

Supongamos, sin embargo, que sumarido se ajusta a la descripción delnúme r o dos. Deben practicarse losmismos principios que se aplican en elcaso número uno. Pero después de susiguiente borrachera, pregúntele sirealmente quiere librarse de la bebida

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para siempre. No le pida que lo hagapor usted ni por nadie más. Unicamente,si le gustaría hacerlo.

Lo probable es que quiera hacerlo.Muéstrele su ejemplar de este libro ydígale qué es lo que ha descubiertosobre el alcoholismo. Demuéstrele que,como alcohólicos, los que escribieroneste libro lo comprenden. Háblele sobrealgunas de las historias interesantes queusted ha leído. Si cree que puededesconfiar de un remedio espiritual,dígale que le dé una ojeada al capítulosobre alcoholismo. Tal vez se intereseentonces en continuar.

Si se entusiasma, la cooperación

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suya significará mucho. Si su actitud estibia o cree que no es alcohólico, lesugerimos que lo deje solo. Eviteapremiarlo a seguir el programa. Lasemilla se ha sembrado en su mente.Sabe que miles de hombres que soncomo él en muchos aspectos se hanrecuperado. Pero no le recuerde estodespués de que haya estado bebiendoporque puede enojarse. Tarde otemprano es posible que lo vea ustedvolviendo a leer este libro. Espere a quesus repetidos tropiezos lo convenzan deque tiene que actuar; porque mientrasmás lo apremie, más se puede demorarsu recuperación.

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Si tiene un marido como el númerotres, puede que sea afortunada. Estandosegura de que quiere dejar de beber,puede usted ir a él con este libro tancontenta como si le hubiera tocado lalotería. Tal vez él no comparta suentusiasmo, pero es casi seguro queleerá este libro y puede ser que sedecida enseguida a probar el programa.Si no fuese así, es probable que no tengausted que esperar mucho. Una vez más,no debe presionarlo; deje que sea élmismo el que decida. Ayúdelo de buengrado a salir de sus borracheras. No lehable de su condición ni de este libromás que cuando él saque a relucir el

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tema. En algunos casos puede serpreferible que sea alguien fuera de lafamilia quien le dé este libro. Puedenurgirlo a poner manos a la obra sinsuscitar hostilidad. Si su marido es unapersona normal en otros sentidos, eneste caso existirán bastantesprobabilidades para la recuperación.

Tal vez usted suponga que loshombres que están dentro de laclasificación número cuatro no tienenningún remedio, pero no es así. Muchosde los Alcohólicos Anónimos eran así.Todos los habían deshauciado. Laderrota parecía segura. Sin embargo,estos individuos frecuentemente tenían

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una recuperación firme y espectacular.Hay excepciones. Algunos hombres

se han deteriorado tanto por el alcoholque ya no pueden dejar de beber. Aveces se presentan casos en los que elalcoholismo está complicado con otrosdesórdenes. Un buen médico opsiquiatra puede determinar si esascomplicaciones son serias. En cualquiercaso, procure que su marido lea estelibro. Su reacción puede ser deentusiasmo. Si ya está internado enalguna institución, pero puedeconvencerles a usted y a su médico deque está dispuesto a tomar la cosa enserio, déle una oportunidad para probar

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nuestro método, a menos de que elmédico opine que su condición mentales demasiado anormal o peligrosa.Hacemos esta recomendación con ciertaconfianza. Durante años hemos estadotratando a alcohólicos internados eninstituciones. Desde que se publicó porprimera vez este libro, A.A. ha sacadode manicomios y hospitales de todasclases a miles de alcohólicos. Lamayoría no han regresado nunca. Elpoder de Dios llega muy lejos.

Puede ser que le encuentre en unasituación diametralmente distinta. Talvez su marido ande suelto pero debieraestar internado. Algunos hombres no

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quieren o no pueden superar elalcoholismo. Creemos que, cuando sevuelven demasiado peligrosos,encerrarlos es un acto de bondad; perodesde luego siempre debe consultarsecon un médico. Las esposas y los hijosde estos individuos sufrenhorrorosamente, pero no más que ellosmismos.

Algunas veces ocurre que usted tieneque empezar su vida de nuevo.Conocemos a mujeres que lo han hecho.Si las mujeres que están en estasituación adoptan una manera espiritualde vivir, su tarea será más fácil.

Si su marido es un bebedor,

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probablemente usted se preocupa por loque está pensando la gente y odiaencontrarse con sus amigos. Se encierraen sí misma más y más y cree que todosestán hablando de las condiciones queprevalecen en su hogar. Elude el tema dela bebida hasta cuando habla con suspropios padres. No sabe qué decir a sushijos. Cuando su marido está mal, seconvierte en una reclusa temblorosa,deseando que nunca se hubierainventado el teléfono.

Encontramos que casi todas estasdificultades son innecesarias. Por unaparte, no tiene que hablar prolijamentede lo que le sucede a su marido; pero

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por otra parte, puede explicardiscretamente la naturaleza de suenfermedad. Sin embargo, debe tenercuidado de no avergonzar o lastimar a sumarido.

Cuando haya explicadocuidadosamente a esas personas que éles un enfermo, habrá creado un ambientenuevo. Las barreras que habían surgidoentre usted y sus amistadesdesaparecerán con el desarrollo de unacomprensión compasiva. Dejará desentirse cohibida y de creer que tieneque excusar a su marido como si fueseun débil de carácter. Puede que él seatodo menos eso. El valor y buen genio

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recién adquiridos por usted, y el nosentirse cohibida, le darán maravillososresultados socialmente.

Los mismos principios sonaplicables para el trato con los hijos. Amenos de que realmente necesiten serprotegidos contra su padre, es mejor noponerse de ningún lado en cualquierdiscusión que surja entre él y ellosmientras el padre está bebiendo. Empleetodas sus energías para promover unmejor entendimiento entre todos. Asídisminuirá esa terrible tensión que seapodera del hogar de un bebedorproblema.

Con frecuencia se ha visto obligada

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a decirle al patrón y a los amigos de sumarido que éste estaba enfermo, cuandoen realidad estaba borracho. Evite, todolo que pueda, contestar a esa clase depreguntas; cuando sea posible, deje quesu marido dé las explicaciones. El deseoque tiene de ayudarlo no debe sermotivo para que mienta a las personasque tienen derecho a saber dónde está yqué está haciendo. Hable de esto con élcuando no esté bebiendo y esté de buenhumor. Pregúntele qué es lo que debeusted hacer si la pone en tal situaciónotra vez. Pero tenga cuidado de no estarresentida por la última vez que se lohizo.

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Hay otro temor que resultaparalizante: Quizá tenga usted miedo aque su marido pierda su puesto y estépensando en las desgracias y en los díasdifíciles que eso les acarrearía a usted ya sus hijos. Esto puede llegar usted aexperimentarlo, o tal vez le hayasucedido ya varias veces. De volver asucederle, considérelo desde un puntode vista diferente. ¡Tal vez resulte seruna bendición! Ya que puede convencera su esposo de que quiera dejar de beberpara siempre, y ahora sabe usted quepuede dejar de beber si quiere hacerlo.Una y otra vez, esta aparente calamidadha resultado ser una dádiva que se nos

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otorga, porque ha abierto el camino queconduce al descubrimiento de Dios.

Ya hemos comentado anteriormentelo mucho mejor que es la vida cuando sevive en un plano espiritual. Si Diospuede resolver el antiquísimo enigmadel alcoholismo, también puede resolverlos problemas de usted. Nosotras lasesposas encontramos que, como todoslos demás, padecíamos de orgullo,autoconmiseración, vanidad y todo loque contribuye a que una persona seaegocéntrica; que no estábamos porencima del egoísmo y de la falta dehonradez. A medida que nuestrosmaridos empezaron a aplicar en sus

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vidas los principios espirituales,también nosotras empezamos a ver laconveniencia de hacer lo mismo.

Al principio, algunas de nosotras nocreíamos que necesitábamos esta ayuda;pensábamos que, en general, éramosmujeres bastante buenas, capaces de sermejores si nuestros maridos dejaban debeber. Pero la idea de que éramosdemasiado buenas para necesitar deDios era bastante tonta. Ahora tratamosde emplear los principios espirituales entodos los aspectos de nuestras vidas.Cuando lo hacemos, encontramos queeso también resuelve nuestrosproblemas; la consecuente falta de

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miedo, de preocupación y de amorpropio lastimado resulta algomaravilloso. Recomendamosencarecidamente que prueben nuestroprograma, porque nada ayudará tanto almarido como cambiar radicalmentenuestra actitud hacia él, actitud que Diosle mostrará a usted cómo adquirir.Acompañe a su marido si le es posible.

Si usted y su marido encuentran unasolución al apremiante problema de labebida, serán muy felices sin duda, perono todos los problemas se resolveránenseguida. La semilla ha empezado agerminar en la tierra nueva pero elcrecimiento apenas ha comenzado. A

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pesar de su recién encontrada felicidad,habrá altas y bajas; todavía tendrámuchos de los viejos problemas. Así escomo debe ser.

La fe y la sinceridad de ustedes dosserán sometidas a prueba. Estosejercicios deben considerarse comoparte de su educación, porque así estaráusted aprendiendo a vivir. Cometeráerrores, pero si está tomando la cosa enserio, éstos no la hundirán; por elcontrario, podrá capitalizarlos. Un modode vivir mejor surgirá cuando estoserrores sean superados.

Algunos de los obstáculos queencontrará son la irritación, el amor

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propio lastimado y el resentimiento. Sumarido será a veces irrazonable y ustedquerrá criticarlo. Una manchainsignificante en el horizonte domésticopuede convertirse en tormentososnubarrones de disputa. Estas diferenciasfamiliares son muy peligrosas,especialmente para su marido. Amenudo tendrá usted que llevar la cargade evitarlas o de mantenerlascontroladas. No olvide nunca que elresentimiento es un grave riesgo para unalcohólico. No queremos decir quetenga usted que estar de acuerdo con sumarido cuando haya una sinceradiferencia de opinión, únicamente que

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tenga cuidado de no estar en desacuerdode una manera resentida o con unespíritu crítico.

Usted y su marido encontrarán quepueden deshacerse de los problemasserios más fácilmente que de lostriviales. La próxima vez que usted y éltengan una discusión acalorada, noimporta cuál sea el tema, cualquiera deustedes dos debe tener derecho a sonreíry decir: «Esto se está poniendo serio.Siento haberme alterado. Hablemos deello más adelante». Si su marido estátratando de vivir sobre una baseespiritual, él también estará haciendotodo lo que esté dentro de sus

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posibilidades para evitar el desacuerdoy las disputas.

Su marido sabe que le debe a ustedmás que la sobriedad. Quiere mejorar.Sin embargo, usted no debe esperardemasiado. Su manera de pensar yactuar ya son hábitos de años. Paciencia,tolerancia, comprensión y amor son laconsigna. Muéstrele en usted estas cosasy las volverá a recoger despuésreflejadas en él. Vive y deja vivir, es laregla. Si ustedes dos demuestran buenavoluntad en remediar sus propiosdefectos, habrá poca necesidad decriticarse el uno al otro.

Las mujeres llevamos en nosotras la

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imagen del hombre ideal, de la clase deindividuo que quisiéramos que fuerannuestros maridos. Una vez que estáresuelto su problema con la bebida, lacosa más natural del mundo es creer queentonces va a estar a la altura de eseapreciado ideal. Las probabilidades sonde que no sea así, porque, como ustedmisma, él apenas ha empezado adesarrollarse. Tenga paciencia.

Otro sentimiento que es muyprobable que abriguemos es elresentimiento de que el amor y la lealtadno pudieron curar a nuestro marido delalcoholismo. No nos gusta la idea deque el contenido de un libro o la labor

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de otro alcohólico haya logrado en unascuantas semanas aquello por lo quenosotras luchamos durante años. En esosmomentos olvidamos que el alcoholismoes una enfermedad sobre la que nopodíamos haber tenido ningún poder. Sumarido será el primero en decir que elafecto y los cuidados de usted lollevaron al punto en el que le fue posibletener una experiencia espiritual; que sinusted, ya estaría hecho polvo hacemucho tiempo. Cuando acudanpensamientos de resentimiento, trate dehacer una pausa y enumerar lasbendiciones que ha recibido. Despuésde todo, su familia está unida

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nuevamente, el alcohol ya no es unproblema, y usted y su marido estántrabajando juntos para un futuro nuncaantes soñado.

Otra dificultad más es que puedellegar a estar celosa de las atencionesque él tenga con otras personas,especialmente alcohólicos. Ha estadousted sedienta de su compañía y sinembargo se pasa largas horas ayudandoa otros hombres y a sus familiares.Usted piensa que ahora debería ser todosuyo. El hecho es que él tiene quetrabajar con otros para sostener supropia sobriedad. Algunas veces estarátan interesado que se volverá muy

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negligente. Su casa se llenará deextraños, y tal vez no le caigan bienalgunos de ellos. Él se interesará en losproblemas y en las dificultades de ellos,pero para nada en los de usted. De pocoservirá que se lo indique y lo apremie aque le preste mayor atención. Creemosque es un verdadero error enfriar suentusiasmo en el trabajo relacionado conel alcoholismo. Debe unirse a él todo loque pueda en sus esfuerzos en esesentido. Le sugerimos que dediquealgunos de sus pensamientos a lasesposas de sus nuevos amigosalcohólicos; ellas necesitan el cariño deuna mujer que ha pasado por lo que

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usted ha pasado.Probablemente sea cierto que usted y

su marido hayan estado viviendodemasiado solos, porque la bebidamuchas veces aísla a la esposa de unalcohólico. Por lo tanto, es probable queusted necesite nuevos intereses y unagran causa como meta en su vida, comolos tiene su marido. Si usted coopera, envez de quejarse, encontrará que elexceso de entusiasmo en él se modera.En ustedes dos se despertará un sentidode responsabilidad por los demás.Usted, lo mismo que su marido, debepensar en lo que puede aportar a la vidaen vez de en cuánto puede sacar de ella.

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Inevitablemente, sus vidas estarán másllenas al hacerlo. Perderá la vidaantigua para encontrar una mucho mejor.

Tal vez su marido tenga un buencomienzo sobre la nueva base, peroprecisamente cuando las cosas estánmarchando muy bien, la desconsuelallegando a casa borracho. Si usted creeque realmente quiere dejar de beber, notiene por qué alarmarse. Aunque esinfinitamente mejor que no tenga ningunarecaída, como ha sido el caso conmuchos de nuestros hombres, no es deninguna manera malo en algunos casos.Su esposo se dará cuenta enseguida deque necesita redoblar sus actividades

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espirituales si espera sobrevivir; ustedno necesita recordarle su deficienciaespiritual. Él la sabe. Anímelo ypregúntele cómo puede usted ayudarloaún más.

La más insignificante señal de miedoo de intolerancia puede mermar lasprobabilidades de recuperación quetenga su marido. En un momento dedebilidad puede tomar la antipatía deusted hacia sus amigos de «vida alegre»como uno de esos pretextosinsensatamente triviales para beber.

Nosotras no tratamos nunca dearreglar la vida de un hombre paraprotegerlo de la tentación. La más

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insignificante disposición de parte deusted para dirigir sus citas o sus asuntospara que no sea tentado, será notada porél. Haga que se sienta absolutamentelibre de ir y venir como le parezca. Estoes importante. Si él se emborracha, nose culpe usted por ello. Dios le haquitado su problema alcohólico, o no selo ha quitado. Si no lo ha hecho, esmejor darse cuenta de ello enseguida;entonces podrán usted y su maridovolver a examinar los fundamentos. Siha de evitarse una repetición, pongan elproblema con todo lo demás en manosde Dios.

Nos damos cuenta de que hemos

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estado dando muchas indicaciones ymuchos consejos. Puede parecer quehemos estado sermoneando. Si es así, losentimos porque a nosotras mismas nosiempre nos caen bien quienes nossermonean. Pero lo que hemos relatadoestá basado en nuestras experiencias,algunas de ellas dolorosas. Tuvimos queaprender estas cosas de una manera muydura. Por eso deseamos que ustedcomprenda y que evite las dificultadesinnecesarias[6].

Así es que, a ustedes las que estánahí fuera y que pronto pueden estar connosotras, les deseamos buena suerte, yque Dios las bendiga.

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Capítulo 9 -LA FAMILIA

DESPUÉS

EN EL CAPÍTULO anterior se hanindicado ciertas actitudes que puedeadoptar una esposa para con el maridoque se está recuperando. Tal vez esasindicaciones hayan creado la impresiónde que debe envolvérsele en algodonesy ponerlo en un pedestal. Un reajustesatisfactorio significa justamente locontrario. Todos los miembros de lafamilia deben tener como base, de

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común acuerdo, la tolerancia, lacomprensión y el cariño. Esto supone unproceso de desinflamiento. Elalcohólico, su esposa, sus hijos, sussuegros, es probable que cada uno deellos tenga determinadas ideas acerca dela actitud de la familia hacia él o ellosmismos. Cada uno tiene interés en que serespeten sus deseos. Encontramos que,cuanto más exige un miembro de lafamilia que se ceda a sus demandas, másresentidos se vuelven los demás. Estocontribuye a la discordia y lainfelicidad.

¿Y por qué? ¿No es porque cada unoquiere ser el actor principal? ¿No está

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tratando cada uno de arreglar la familiade acuerdo con lo que le parece? ¿Noestá tratando de ver qué puede sacar dela familia, en vez de darle?

El dejar de beber no es más que elprimer paso para el alejamiento de unacondición tensa y anormal. Un médiconos ha dicho: «Años de convivencia conun alcohólico puede volver neuróticos acualquier esposa o niño. Toda la familiaestá enferma hasta cierto grado». Hayque hacer que los familiares se dencuenta, al comenzar el viaje, de que nosiempre va a hacer buen tiempo. Cadauno a su vez puede cansarse o puederezagarse. Puede haber senderos y atajos

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seductores por los que pueden errar yperder su camino.

Suponga que le decimos cuáles sonalgunos de los obstáculos que encontraráuna familia, y que le sugerimos cómopueden evitarse, incluso cómo puedenser de utilidad para otros. La familia delalcohólico ansía el retorno de lafelicidad y de la seguridad. Susmiembros recuerdan cuando papá eracariñoso, considerado y próspero. Lavida de hoy se compara con la de añosanteriores y, si no llega a esa altura, lafamilia puede sentirse infeliz.

La confianza que la familia siente enpapá aumenta. Creen que pronto

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volverán los días buenos. ¡Algunasveces exigen que papá haga que vuelvaninmediatamente! Creen que Dios casi lesdebe esta recompensa por una deuda queya venció. Pero el jefe de la casa se hapasado años echando abajo la estructurade los negocios, el amor, la amistad, lasalud —cosas que ahora están en ruinaso dañadas. Se necesitará tiempo paraquitar los escombros. A pesar de que losedificios viejos son reemplazadoseventualmente por otros mejores, lasnuevas estructuras tardarán años en seracabadas.

Papá sabe que él tiene la culpa; talvez le cueste años de duro trabajo

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reestablecerse económicamente, pero lafamilia no debe reprochárselo. Quizánunca vaya a tener mucho dinero. Noobstante, su comprensiva familia leadmirará no por sus ambicioneseconómicas, sino por su empeño entransformar su vida.

De vez en cuando los familiaresserán molestados por los espectros delpasado, porque la carrera de bebedor decasi todo alcohólico ha sido marcadapor aventuras jocosas, humillantes,vergonzosas o trágicas. El primerimpulso será el de guardar bajo llave enalgún lugar escondido esos trapossucios. Quizá la familia está bajo la

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influencia de la idea de que la felicidadfutura sólo puede basarse en el olvidodel pasado. Nosotros creemos que esepunto de vista es egocéntrico ydiametralmente opuesto al nuevo modode vivir.

Henry Ford hizo una vez un atinadocomentario en el sentido de que laexperiencia es la cosa de valor supremoen la vida. Eso resulta cierto solamentesi uno está dispuesto a aprovechar elpasado. Crecemos por nuestra buenavoluntad para encarar y rectificarerrores y convertirlos en logros. Así, elpasado del alcohólico se convierte en elprincipal recurso de la familia y

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frecuentemente en casi el único.Este doloroso pasado puede ser de

enorme valor para otras familias quetodavía están luchando con su problema.Creemos que cada familia que ha sidoliberada de su problema le debe algo aaquellas que no lo han sido. Y cuando lorequiera la ocasión, cada uno de susmiembros debe estar enteramentedispuesto a sacar a relucir antiguoserrores, por muy penosos que sean. Elmostrarle a otros que sufren cómo se nosayudó, es precisamente lo que haceahora que la vida nos parezca de tantovalor. Confíe en la idea de que eltenebroso pasado, estando en manos de

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Dios, es su más preciada posesión,clave de la vida y de la felicidad deotros. Con ella puede usted evitarles aotros la muerte y el sufrimiento.

Es posible desenterrar actos pasadosde mala conducta, de manera que estosse convierten en una calamidad, unaverdadera plaga. Por ejemplo,conocemos de situaciones en las que elalcohólico o su esposa han tenidointrigas amorosas. Llevados por laanimación inicial del desarrolloespiritual, se perdonaron mutuamente yse unieron más. El milagro de lareconciliación estaba a mano. Luego,debido a una u otra provocación, el

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agraviado desenterraba la vieja intriga ylleno de ira aventaba sus cenizas. Unoscuantos de nosotros hemos padecido losdolores del crecimiento, y duelenmucho. Maridos y esposas se han visto aveces obligados a separarse por untiempo hasta poder obtener una nuevaperspectiva y una nueva victoria sobreel amor propio. En la mayoría de loscasos el alcohólico sobrelleva estaprueba sin recaer, pero no siempre. Porlo tanto creemos que, a menos quesirvan para un buen propósito, nodebemos hablar de hechos pasados.

En las familias de AlcohólicosAnónimos son pocos los secretos del

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pasado que escondemos. Cada unoconoce las dificultades que los otrostienen con el alcohol. Ésta es unasituación que en la vida ordinariaproduciría infinidad de pesares; podríaser motivo de un chismorreoescandaloso, de risa a costa de otraspersonas, y de una tendencia a sacarventaja del conocimiento de asuntos decarácter íntimo. Entre nosotros esto sólosucede raras veces. Hablamos mucho eluno del otro, pero casi invariablementetempla esas conversaciones un espíritude tolerancia y de afecto.

Otro principio que observamoscuidadosamente es el de no contar las

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experiencias íntimas de otra persona, amenos que estemos seguros de que éstalo aprobaría. Encontramos que es mejor,cuando se puede, limitarnos a nuestrapropia historia. Un individuo puedecriticarse o reírse de sí mismo y estoafectará favorablemente a otros, perocuando es otro el que lo critica oridiculiza, se produce el efectocontrario. Los miembros de una familiadeben tener especial cuidado con estascuestiones porque se ha dado el caso deque una observación atolondrada ydesconsiderada arme un lío. Nosotroslos alcohólicos somos personassensibles; algunos tardamos mucho

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tiempo en superar esa desventaja.Muchos alcohólicos son entusiastas.

Se van a los extremos. Al principio desu recuperación tomarán, por reglageneral, una de estas dos direcciones:Pueden meterse de cabeza en un esfuerzodesesperado para salir adelante en losnegocios, o encontrarse con su ánimo tandominado por su nueva vida que nohablen ni piensen en nada más. Encualquiera de los casos surgen ciertosproblemas de familia. Hemos tenidoexperiencia con muchísimos de estoscasos.

Creemos peligroso que se precipitede lleno a su problema económico. La

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familia también resultará afectada, alprincipio agradablemente al ver queestán por resolverse sus problemas dedinero, luego no tan agradablementecuando se sienten olvidados. El padrepuede estar cansado por la noche ypreocupado por el día; puede interesarsepoco por los niños y enfadarse cuandose le reprochan sus actos de malaconducta. Si no está irritable, puedeparecer desanimado y aburrido y noalegre ni afectuoso como la familiaquisiera que fuera. La madre puedequejarse de la falta de atención. Todosse sienten defraudados y muchas vecesse lo demuestran. Simultáneamente, al

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comienzo de esas quejas se levanta unabarrera. Él está forzando sus nerviostodo lo posible para recuperar el tiempoperdido; está empeñándose en recuperarsu fortuna y reputación, y piensa que loestá haciendo bien.

A veces la esposa y los hijos nopiensan que sea así. Como en el pasadohan sido olvidados y maltratados,piensan que el padre les debe más de loque están recibiendo. Quieren que hagala gran alharaca con ellos. Esperan queles proporcione los ratos agradables deque disfrutaban antes de que él empezaraa beber tanto, y que se muestrearrepentido por lo que han sufrido. Pero

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papá no da de sí mismo fácilmente.Crece el resentimiento; se vuelve aúnmenos comunicativo. A veces explotapor una menudencia. La familia estádesconcertada; lo critican, señalándolecómo está decayendo en su programaespiritual.

Esta clase de cosas puede evitarse.Tanto el padre como la familia estánequivocados, aunque cada parte tengaalguna justificación. De poco sirvediscutir y sólo empeora el atolladero. Lafamilia tiene que darse cuenta de quepapá, aunque maravillosamentemejorado, todavía está convaleciente.Deben estar agradecidos de que se

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mantenga sobrio y pueda estar de nuevoen este mundo. Que elogien susprogresos; que recuerden que la bebidacausó toda clase de daños y que lareparación de éstos puede tardar. Siperciben estas cosas, no tomarán tan enserio sus períodos de mal humor,depresión o apatía, los cualesdesaparecerán cuando haya tolerancia,cariño y comprensión espiritual.

El jefe de la casa debe recordar queél es el principal culpable de lo que leha sucedido a su hogar. Apenas podríasaldar la cuenta en todo el curso de suvida. Pero debe ver el peligro deconcentrarse demasiado en el éxito

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económico. Aunque la recuperacióneconómica esté en camino para muchosde nosotros, encontramos que nopodíamos anteponer el dinero a todo.Para nosotros, el bienestar materialsiempre siguió al espiritual; nunca loprecedió.

Dado que el hogar ha sido afectadomás que ninguna otra cosa, es bueno queun hombre se esfuerce allí. No esprobable que consiga mucho si no logrademostrar desprendimiento y cariñobajo su propio techo. Sabemos que hayesposas y familias difíciles, pero elindividuo que esté superando elalcoholismo debe recordar que él

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contribuyó mucho a hacerlas así.A medida que cada miembro de una

familia resentida empieza a ver suspropios defectos y los admite ante losotros, sienta la base para una discusiónprovechosa. Estas conversaciones en lafamilia serán constructivas, si puedentenerse sin discusión acalorada, sinautoconmiseración y sinautojustificación o crítica resentida.Poco a poco la madre y los hijos sedarán cuenta de que piden demasiado yel papá se dará cuenta de que da muypoco. Dar, en vez de recibir, será elprincipio que sirva de guía.

Supongamos por otra parte, que el

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padre ha tenido al empezar un despertarespiritual. De la noche a la mañana,digamos, es un hombre nuevo. Se vuelvemuy religioso; no puede concentrarse ennada más. Tan pronto como se empieza atomar su sobriedad como algo común ycorriente, puede ser que la familiaempiece a ver al extraño nuevo papá,primero con aprensión y luego conirritación. Hay charlas sobre asuntosespirituales día y noche. Puede ser queexija que la familia encuentre a Diosenseguida, o que demuestre unasorprendente indiferencia hacia ellos ydiga que está por encima de lasconsideraciones mundanas. Puede ser

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que diga a la esposa, devota durantetoda su vida, que ella no sabe nada delasunto y que lo mejor sería que adoptarasu modo espiritual de vivir mientrastenga la oportunidad de hacerlo.

Cuando el padre actúa de esta forma,la familia puede reaccionardesfavorablemente; pueden sentirsecelosos de que Dios les haya robado elcariño del padre. Aunque esténagradecidos de que él ya no beba, puedeser que no les guste la idea de que Dioshaya logrado el milagro en tanto queellos fracasaron. Frecuentemente seolvidan de que papá ya estaba fuera detoda ayuda humana. Puede ser que no

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vean por qué su cariño y su dedicaciónno lo corrigieron. Dirán que el padre noes tan espiritual, después de todo. Sitiene intenciones de reparar sus pasadoserrores, ¿por qué tanta preocupación portodo el mundo, menos por su propiafamilia? y ¿qué pensar acerca de lo quedice, de que Dios cuidará de ellos?Sospechan que su padre está un poco«chiflado».

No está tan desequilibrado comopuede suponerse. Muchos de nosotroshemos experimentado la euforia de estepadre. Nos hemos entregado a esaembriaguez espiritual. Como eldemacrado explorador, después de

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apretarse el cinturón a la barriga vacía,hemos encontrado oro. La alegría quesentimos por la liberación de toda unavida de frustraciones no tuvo límites.Papá piensa que ha encontrado algomejor que el oro. Durante algún tiempopuede ser que trate de abrazarse solo alnuevo tesoro. Puede ser que, demomento, no haya visto que apenas haarañado un filón inagotable, que le darádividendos solamente si lo trabaja elresto de su vida e insiste en regalar todoel producto.

Si la familia coopera, el padrepronto se dará cuenta de que estápadeciendo de una distorsión de

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valores. Percibirá que un desarrolloespiritual que no incluya susobligaciones con la familia no puede sertan perfecto como él lo suponía. Si lafamilia considera que la conducta delpadre no es más que una fase de sudesarrollo, todo marchará bien. En elseno de una familia afín y comprensiva,estas extravagancias del desarrolloespiritual del padre desapareceránpronto.

Lo contrario puede suceder si lafamilia censura y critica. El padre puedepensar que, durante años, su manera debeber lo ha situado desventajosamenteen cada discusión, pero que ahora, con

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Dios de su parte, se ha vuelto unapersona superior. Si la familia insiste enla crítica, este error puede arraigarsemás en él. En vez de tratarla comodebería hacerlo, puede ser que seretraiga más y crea que tiene unajustificación espiritual para hacerlo.

A pesar de que la familia no estécompletamente de acuerdo con lasactividades espirituales del padre,deben dejarle hacer lo que quiera. Auncuando demuestre ciertadespreocupación e irresponsabilidadcon la familia, es bueno dejarlo quellegue al nivel que desee en su ayuda aotros alcohólicos. Durante esos

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primeros días de convalecencia, esocontribuirá más que nada a asegurar susobriedad. Aunque algunas de lasmanifestaciones que tiene sonalarmantes y desagradables, creemosque él estará sobre una base más firmeque el individuo que está poniendo eléxito económico o profesional pordelante del desarrollo espiritual. Serámenos probable que beba de nuevo, ycualquier cosa es preferible antes queeso.

Aquellos de nosotros que hemospasado mucho tiempo en un mundo deensueño, eventualmente nos hemos dadocuenta de la puerilidad de ello. Ese

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mundo de ensueño ha sido reemplazadopor un gran sentido de la determinaciónacompañado de una creciente concienciadel poder de Dios en nuestras vidas.Hemos llegado a creer que Él quisieraque tuviéramos la cabeza con Él en lasnubes, pero que nuestros pies debenestar firmemente plantados en la tierra.Aquí es donde están nuestroscompañeros de viaje y donde tiene querealizarse nuestro trabajo. Éstas sonnuestras realidades. No hemosencontrado nada incompatible entre unapoderosa experiencia espiritual y unavida de sana y feliz utilidad.

Una sugerencia más: Ya sea que la

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familia tenga o no conviccionesespirituales, sería bueno que examinaselos principios con los cuales estátratando de regir su vida el alcohólicode la familia. Es difícil que puedandejar de aprobar estos sencillosprincipios, aunque el jefe de la casatodavía falle algo en seguirlos. Nadapuede ayudar más al individuo que se vapor una tangente espiritual que la esposaque adopta el mismo programa,haciendo mejor uso práctico de ello.

Habrá otros cambios profundos en elhogar. El licor incapacitó al padredurante tantos años, que la madre seconvirtió en jefe de la casa; se enfrentó

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a estas responsabilidadesvalerosamente. Por la fuerza de lascircunstancias, frecuentemente se veíaobligada a tratar al padre como a unniño enfermo o descarriado. Aun cuandoél quería hacerse valer, no podía porquesu manera de beber constantementehacía que no tuviera razón. La madre loplaneaba y dirigía todo. Cuando el padreestaba sobrio, generalmente obedecía.De esa forma, la madre, sinproponérselo, se acostumbró a llevar lospantalones en la familia. El padre, alvolver a la vida de repente, confrecuencia empieza a hacerse valer. Estotrae dificultades, a menos de que la

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familia vigile las tendencias de ambaspartes y se llegue a un mutuoentendimiento amistoso.

La bebida aísla del mundo exterior ala mayoría de los hogares. Puede ser queel padre haya hecho a un lado desdehace años todas las actividadesnormales, tales como las de los clubes,círculos cívicos y los deportes. Cuandose renueva su interés en tales cosas, estopuede dar lugar a celos. La familiapuede pensar que tiene una hipoteca tanfuerte sobre el padre que no quedeninguna cantidad para nadie más queellos mismos. En vez de emprendernuevas actividades, la madre y los hijos

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exigen que él se quede en casa y supla lafalta de éstas.

Desde el mismo principio la parejadebe enfrentarse al hecho de que cadauno va a tener que ceder de vez encuando si es que la familia va adesempeñar un papel efectivo en lanueva vida. El padre necesitará pasarmucho tiempo con otros alcohólicos,pero esta actividad debe serequilibrada. Puede hacer amistad conpersonas no alcohólicas y tomar enconsideración sus necesidades. Losproblemas de la comunidad tambiénsolicitarán su atención. Aunque lafamilia no tenga conexiones de carácter

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religioso, puede ser que sus miembrosdeseen tener contacto con algúnorganismo religioso o hacerse miembrosde alguno.

A los alcohólicos que se han burladode la gente devota, les ayudará esa clasede conexiones. Al tener una experienciaespiritual, el alcohólico encontrará quetiene mucho en común con esta gente,aunque no esté de acuerdo con ellos enmuchas cuestiones. Si no discute sobrereligión, hará nuevos amigos y es seguroque encuentre nuevos derroteros deutilidad y de placer. Él y su familiapueden ser motivo de alegría en esascongregaciones. Puede ser que lleve

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nueva esperanza y nuevo valor a muchossacerdotes, ministros o rabinos que dantodo de sí mismos para servir a estenuestro angustiado mundo. En lo anteriorsólo nos anima el deseo de hacerle unasugerencia útil; no hay nada deobligatorio en ello. Como grupo nosectario no podemos tomar decisionespor otros. Cada individuo debeconsultar con su propia conciencia.

Le hemos estado hablando a usted decosas serias y a veces trágicas. Hemosestado tratando con el alcohol en su peoraspecto. Pero no somos una partida demalhumorados. Si los recién llegados nopudieran ver la alegría y el gozo que hay

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en nuestra vida, no la desearían.Insistimos absolutamente en disfrutar lavida. Tratamos de no caer en el cinismoen lo que se refiere a la situación de lasnaciones y de no llevar sobre nuestroshombros las dificultades del mundo.Cuando vemos a un hombre hundiéndoseen el fango del alcoholismo, le damoslos primeros auxilios y ponemos lo quetenemos a su disposición. Por su bien,relatamos y casi volvemos a vivir loshorrores de nuestro pasado. Peroaquellos de nosotros que hemos tratadode cargar con todo el peso de lasdificultades de otros, encontramos quepronto nos rinden.

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Así es que creemos que la alegría yel sano reír contribuyen a la utilidad.Los extraños a veces se escandalizancuando soltamos la carcajada por unaaparentemente trágica experiencia delpasado. Pero, ¿por qué no hemos dereír? Nos hemos recuperado y se nos hadado el poder para ayudar a otros.

De todos es sabido que los que estánmal de salud y los que rara vez sedivierten, no ríen mucho. Así es quecada familia debe divertirse junta oseparadamente, todo lo que lascircunstancias lo permitan. Estamosseguros de que Dios quiere que seamosfelices, alegres y libres. No podemos

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endosar la creencia de que la vida es unvalle de lágrimas, aunque en ocasioneshaya sido justamente eso para muchos denosotros. Pero es bien claro quenosotros mismos forjamos nuestrapropia desgracia. Dios no lo hizo. Por lotanto, evite forjar deliberadamente unadesgracia; pero si se presentandificultades, aprovéchelas comooportunidades para demostrar laomnipotencia de Él.

Ahora, algo acerca de la salud. Noes frecuente que un organismoseriamente quemado por el alcohol serecupere de la noche a la mañana, ni quelos pensamientos torcidos y la depresión

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desaparezcan en un abrir y cerrar deojos. Estamos convencidos de que lamanera espiritual de vivir es unpoderoso reconstituyente de la salud.Nosotros, los que nos hemos recuperadode un grave problema con la bebida,somos milagros de salud mental. Perohemos visto transformaciones notablesen nuestros organismos: raro es entrenosotros el que conserva señas dedisipación.

Pero esto no quiere decir quehagamos caso omiso de las medidashumanas de salud. Dios ha dado a estemundo abundancia de magníficosmédicos, psicólogos y especialistas en

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varias ramas de la medicina. No vacileen consultar a personas como éstasacerca de su problema de salud. Lamayoría de ellos dan de sí mismosgenerosamente para que sus semejantespuedan disfrutar de cuerpos y mentessanos. Trate de recordar que, aunqueDios ha hecho milagros entre nosotros,nunca debemos menospreciar losconocimientos de un buen médico opsiquiatra; sus servicios son a vecesindispensables para tratar a un reciénllegado y darle seguimiento después.

Uno de los muchos médicos que tuvooportunidad de leer el manuscrito deeste libro nos dijo que frecuentemente

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era beneficioso para el alcohólicoconsumir dulces, pero siempre deacuerdo con el consejo del médico.Opinaba que todos los alcohólicosdeben tener dulces de chocolate a lamano, por su valor como reconstituyenterápido de energía cuando hay cansancio;añadió que ocasionalmente sepresentaba por la noche un deseoindefinido que podría satisfacerse condulces. Muchos de nosotros hemosnotado una tendencia a comer dulces yhemos encontrado que esa costumbre esbeneficiosa.

Una palabra acerca de las relacionessexuales. El alcohol estimula tanto

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sexualmente a algunos hombres queéstos han abusado en ese sentido. Lasparejas ocasionalmente se sientenconsternadas al descubrir que cuando sesuspende la bebida, el hombre tiende aser impotente. A menos de que secomprenda la razón de esto, puedepresentarse un trastorno emocional.Algunos de nosotros hemos tenido estaexperiencia, para disfrutar a los pocosmeses de una intimidad más hermosaque nunca. Si la condición persiste, nose debe vacilar en consultar a un médicoo psicólogo. No sabemos de muchoscasos en los que se haya prolongadodemasiado esta dificultad.

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El alcohólico puede encontrar que lees difícil reanudar relaciones amigablescon sus hijos; esas mentes jóvenesfueron impresionadas mientras él estuvobebiendo. Sin decirlo, puede ser que loodien cordialmente por lo que les hahecho a ellos y a su madre. Muchasveces domina a los hijos una dureza y uncinismo patéticos. Parece que no puedenolvidar y perdonar. Esto puede durarmeses, mucho más de lo que la madre seha demorado en aceptar la nueva manerade vivir del padre.

Con el tiempo se darán cuenta deque él es un hombre nuevo, y, a su modo,se lo harán notar. Cuando suceda esto,

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puede invitarlos a participar en lameditación de la mañana, y puedentomar parte en la discusión diaria sinrencor ni prejuicios. De este punto enadelante el progreso será rápido.Frecuentemente se producen resultadosmaravillosos después de unareconciliación como ésta.

Ya sea que la familia siga sobre unabase espiritual o no, el miembro que esalcohólico tiene que hacerlo si se ha derecuperar. Los otros tienen que estarconvencidos de su nueva posición sinninguna duda. Ver es creer para lamayoría de los miembros de una familiaque han tenido que vivir con un bebedor.

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Aquí tenemos un caso muy apropósito de lo que se está tratando:Uno de nuestros amigos era un bebedorde café y un fumador exagerado. Nohabía duda de que abusaba en esesentido. Viendo esto y con el ánimo deayudarlo, su esposa empezó areprenderlo. El admitió que se estabaextralimitando, pero le dijo con todafranqueza que no estaba dispuesto adejar de hacerlo. Como su esposa es unade esas personas que realmente creenque hay algo pecaminoso en esoshábitos, lo estuvo regañando y con suintolerancia hizo que finalmenteestallara en cólera. Se emborrachó.

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Desde luego que nuestro amigoestaba equivocado, completamenteequivocado. Tuvo que admitirlodolorosamente y reparar sus defensasespirituales. Aunque actualmente es unmiembro muy eficaz de AlcohólicosAnónimos, todavía fuma y bebe café;pero ni su esposa ni nadie más lo juzga.Ella se da cuenta de que no tenía razónen discutir acaloradamente un asuntocomo ése, cuando sus males más gravesestaban remediándose rápidamente.

Tenemos tres pequeños lemas queson pertinentes:

Lo primero es lo primero

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Vive y deja vivirPoco a poco se va lejos

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Capítulo 10 -A LOS PATRONES

DE ENTRE los muchos patrones dehoy en día, pensamos en un miembro queha pasado una gran parte de su vida enel mundo de los grandes negocios. Hacontratado y despedido a cientos dehombres. Conoce al alcohólico desde elpunto de vista del patrón. Sus opinionesactuales deben resultarexcepcionalmente útiles a los hombresde negocios de todas partes.

Pero dejemos que él le hable a

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usted:

Una vez fui subgerente de la divisiónde una corporación que daba empleo aseis mil seiscientas personas. Un día misecretaria me avisó que el señor B.insistía en hablar conmigo por teléfono.Le dije que le dijera que no meinteresaba hablar con él. Le habíaadvertido varias veces que solamentetenía una oportunidad más, y pocotiempo después me había llamado porteléfono dos días consecutivos, tanborracho que casi no podía hablar. Ledije que habíamos terminado con éldefinitivamente.

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Regresó mi secretaria a decirme queno era el señor B. el que estaba alteléfono sino un hermano de él y quetenía un recado para mí. Todavía meesperaba que se tratara de otra súplicade clemencia, pero estas fueron laspalabras que me llegaron por elauricular: «Solamente quería decirle quemi hermano se tiró por la ventana de unhotel y que dejó una nota diciendo queusted fue el mejor patrón que tuvo y queno debía culpársele de nada».

Otra vez, al abrir una carta que habíasobre mi escritorio cayó de ella unrecorte de periódico. Era la noticia de ladefunción del mejor vendedor que había

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tenido. Después de dos semanas debeber, había disparado con el dedo delpie una escopeta cuyo cañón se habíapuesto en la boca. Seis semanas antes lohabía despedido por beber.

Una experiencia más: La voz de unamujer me llegaba débilmente porteléfono, desde Virginia. Quería saber sitodavía estaba en vigor el seguro que sumarido tenía en la compañía. Cuatrodías antes se había colgado en su leñera.Me había visto obligado a despedirlopor la bebida, a pesar de que eraeficiente y alerta, uno de los mejoresorganizadores que había conocido.

Aquí tenemos tres casos: tres

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hombres excepcionales perdidos paraeste mundo porque yo no comprendía elalcoholismo como lo comprendo ahora.¡Qué ironía, yo mismo me volvíalcohólico! Y si no hubiera sido por laintervención de una personacomprensiva, podría haber seguido lospasos de ellos. Mi caída le costó a lacomunidad de negocios quién sabecuántos miles de dólares, porque cuestamucho dinero adiestrar a un individuopara un puesto de ejecutivo. Esta clasede pérdidas sigue sin disminuir.Creemos que la trama de los negociosestá atravesada de parte a parte por unasituación que podría mejorarse mediante

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un buen entendimiento entre las partesinteresadas.

Casi todo patrón moderno siente unaresponsabilidad moral por el bienestarde sus empleados y trata de cumplir conestas responsabilidades. El que no lohaya hecho siempre con el alcohólico esfácil de comprender. A él le ha parecidofrecuentemente que el alcohólico es untonto de primera magnitud. Debido a lacapacidad especial del empleado o alafecto especial que siente por él, aveces el patrón conserva en su trabajo aun hombre como éste mucho más tiempode lo razonable. Algunos patrones hanprobado todos los remedios que se

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conocen. Sólo en pocos casos ha habidofalta de paciencia y de tolerancia. Ynosotros, que hemos abusado de losmejores patrones, no podemos culparlospor haber sido bruscos con nosotros.

He aquí un ejemplo típico: Unfuncionario de una de las más grandesinstituciones bancarias de Norteaméricasabe que ya no bebo. Un día me habló deun ejecutivo del mismo banco, el cual deacuerdo con su descripción, eraindudablemente alcohólico. Esto mepareció una oportunidad de ser servicialy estuve dos horas hablando delalcoholismo, la enfermedad, ydescribiendo los síntomas y los

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resultados lo mejor que pude. Sucomentario fue, «muy interesante, peroestoy seguro de que este hombre haterminado con la bebida. Ha regresadodespués de un permiso de tres meses; haestado sometido a una cura, se le ve muybien, y para rematarlo todo, la juntadirectiva le ha comunicado que esta essu última oportunidad».

La única respuesta que pude darlefue que si el individuo seguía la normacomún, agarraría una borrachera mayorque las anteriores. Creía que esto erainevitable y me preguntaba si el bancono estaría cometiendo una injusticia coneste individuo. ¿Por qué no ponerlo en

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contacto con algunos de los de nuestrogrupo? Podría ser una oportunidad paraél. Señalé que yo no había bebido nadaen tres años, y esto teniendo en cuentaque había tenido dificultades quehubieran conducido a beber a la granmayoría de las personas. ¿Por qué nobrindarle, cuando menos, la oportunidadde oír mi historia? «¡Ah, no!», dijo miamigo, «O este hombre deja de beber, ose queda sin empleo. Si tiene la fuerzade voluntad y el valor de usted, lograrásu propósito».

Me sentí desconcertado porque vique había fracasado en ayudar acomprender a mi amigo el banquero.

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Sencillamente él no podía creer que sucolega ejecutivo sufriera una graveenfermedad. No quedaba más queesperar.

Al poco tiempo el individuo recayóy fue despedido. Después de su despido,nos pusimos en contacto con él. Sinmucho trabajo aceptó los principios yprocedimientos que nos habían ayudadoa nosotros. Está indudablemente en víade recuperación. Para mí, este incidenteilustra la falta de comprensión acerca delo que realmente aflige al alcohólico, yla falta de conocimientos sobre el papelque los patrones pueden desempeñarprovechosamente en la salvación de sus

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empleados enfermos.Si usted desea ayudar, estaría bien

que hiciera caso omiso de su propiamanera de beber, o del hecho de que nobebe. Ya sea que usted beba mucho,moderadamente o no beba, puede tenerideas muy arraigadas y tal vezprejuicios. Los que bebenmoderadamente pueden sentirse másmolestos por un alcohólico que el queno bebe; bebiendo ocasionalmente ycomprendiendo sus propias reacciones,le es posible llegar a estar seguro demuchas cosas que en lo que se refiere alalcohólico no son siempre así. Comobebedor moderado puede usted tomar o

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dejar el licor; siempre que usted quiere,controla su manera de beber. Puedecorrerse una parranda moderada unanoche, levantarse a la mañana siguiente,sacudir la cabeza y marcharse a sutrabajo. Para usted el alcohol no es unverdadero problema; no puede ver porqué tiene que serlo para nadie, a menosque se trate de un débil o de un estúpido.

Cuando se trata con un alcohólicopuede causarle una molestia natural elpensar que un hombre puede ser tandébil, estúpido e irresponsable. Auncuando usted comprenda mejor el mal,puede que este sentimiento aumente.

Una mirada al alcohólico que está en

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su organización, a veces aclara muchascosas. ¿No es, por regla general,talentoso, ágil de pensamiento,imaginativo y agradable? Cuando estásobrio, ¿no trabaja duro y tiene ciertodon para hacer las cosas? ¿Si tuvieraestas cualidades y no bebiera, no valdríala pena conservarlo? ¿Debe tenérselelas mismas consideraciones que a losdemás empleados enfermos? ¿Vale lapena salvarlo? Si su decisión esafirmativa, ya sea por motivoshumanitarios o económicos o de las dosclases, entonces las indicacionessiguientes pueden serle útiles.

¿Puede usted desechar el sentimiento

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de que solamente está tratando con unhábito, con una terquedad o con unavoluntad débil? Si le es difícildeshacerse de estas creencias, valdría lapena releer los capítulos segundo ytercero, en los que la enfermedad delalcoholismo se discute extensamente.Usted, como hombre de negocios, quiereconocer las necesidades antes deconsiderar el resultado. Si concede quesu empleado está enfermo, ¿puedeperdonársele lo que ha hecho en elpasado? ¿Pueden echarse al olvido losactos absurdos de su pasado? ¿Puedeconsiderarse que ha sido víctima de unamanera de pensar torcida, causada

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directamente por la acción del alcoholen su cerebro?

Recuerdo bien el susto que recibícuando un eminente médico de Chicagome habló de casos en los que la presióndel líquido espinal causaba de hechouna ruptura del cerebro. ¡Con razón elalcohólico es tan extrañamenteirracional! ¿Quién no lo sería con uncerebro tan febril? Los bebedoresnormales no son afectados así, ni puedenentender las aberraciones de unalcohólico.

Su hombre tal vez haya estadotratando de esconder varios líos, queprobablemente están bastante enredados,

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y puede que sean repugnantes. Puede queusted no acierte a entender cómo unindividuo aparentemente tan franco hayapodido enredarse así. Pero estos líos,sin importar lo graves que sean, puedengeneralmente atribuirse a la acciónanormal del alcohol en su mente.Cuando está bebiendo o se le estápasando la borrachera, un alcohólicoque a veces es modelo de honradezcuando está normal, hará cosasincreíbles. Después tendrá una tremendarepulsión. Casi siempre, estasextravagancias no indican más que unacondición temporal.

Esto no quiere decir que todos los

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alcohólicos sean honrados y proboscuando no están bebiendo; desde luegoque no es así. Puede darse el caso deque traten de abusar de usted. Al ver losesfuerzos que usted hace porcomprender y tratar de ayudar, hayquienes pretenderán aprovecharse de subondad. Si usted está seguro de que suhombre no quiere dejar de beber, lomejor es despedirlo y mientras máspronto, mejor. No le está haciendoningún favor manteniéndolo en suempleo; despedir a tal individuo puedesignificar una bendición para él. Puedeser precisamente la sacudida quenecesita. Sé que en mi propio caso, nada

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de lo que la empresa hubiera hecho pormí me habría detenido porque, mientraspudiera conservar mi puesto, no me eraposible darme cuenta de lo grave queera mi situación. Si me hubierandespedido primero y luego dado lospasos necesarios para que llegara a míla solución que contiene este libro,podría haber regresado a ellos —yaestando bien— seis meses después.

Pero hay muchos hombres quequieren dejar de beber y con ellos puedeusted hacer mucho. El tratamientocomprensivo de sus casos le producirádividendos.

Tal vez ya tenga en mente a esa clase

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de individuo: uno que quiera dejar debeber y al que usted quiere ayudar,aunque no sea más que una cuestión denegocios. Ahora sabe usted más acercadel alcoholismo; puede darse cuenta deque él está física y mentalmenteenfermo; está usted dispuesto a pasarpor alto su conducta pasada.Supongamos que lo aborda así:

Manifiéstele usted que sabe cómobebe y que necesita dejar de hacerlo.Puede decirle que estima sus aptitudes yquisiera retenerlo, pero que esto no seráposible si sigue bebiendo. Una actitudfirme a esta altura nos ha ayudado amuchos de nosotros.

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Luego puede asegurarle que no tratade sermonearlo, moralizarlo ocondenarlo; que si anteriormente huboalgo de esto fue por un malentendido. Sies posible, demuéstrele que no guardaningún resentimiento hacia él. En estepunto podría ser bueno explicarle lo quees el alcoholismo, como enfermedad;dígale que cree que él es una personagravemente enferma, que su condiciónpuede ser fatal y pregúntele si quiereponerse bien; explíquele que si le haceesa pregunta es porque hay muchosalcohólicos que, apartados del caminorecto e intoxicados, no quieren dejar debeber. Pero, ¿quiere él? ¿Dará todos los

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pasos necesarios y se someterá a todo loque se requiera para ponerse bien, y asídejar de beber para siempre?

Si dice que sí, ¿quiere realmentedecir sí o está pensando para susadentros que lo está engañando y que,después de un descanso y un tratamiento,podrá salirse con la suya tomándoseunas copas de vez en cuando? Asegúresede que no le esté engañando, oengañándose a sí mismo.

El que mencione este libro o no,depende del criterio suyo. Si élcontemporiza y todavía cree que puedevolver a beber, aunque sea una cerveza,lo mejor es despedirlo después de la

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próxima borrachera que, si esalcohólico, es casi seguro que pescará.Debe entender esto perfectamente bien.¿Está usted tratando con un individuoque puede y quiere ponerse bien? Si noquiere, ¿para qué perder el tiempo conél? Esto puede parecer muy duro perogeneralmente es el mejor camino.

Después de que usted se hayacerciorado de que su hombre quiererecuperarse y de que hará todo loposible para lograrlo, puede indicarleun curso definitivo de acción. Para lamayoría de los alcohólicos que estánbebiendo o acaban de salir de unaborrachera, es conveniente y hasta, a

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veces, imprescindible cierto grado detratamiento médico. Este es un asuntoque debe, desde luego, ponerse enmanos de su propio médico. Cualquieraque sea el método que se siga, sufinalidad es la de dejar el organismo yla mente limpios de los efectos delalcohol. En manos competentes, estoraramente cuesta o tarda mucho. Le irámucho mejor a su hombre si se le dejaen condiciones físicas que le permitanpensar correctamente y de no sentiransia por el licor. Si le propone usted unprocedimiento como éste, puede sernecesario un anticipo para cubrir elcosto del tratamiento; pero creemos que

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debe aclarársele que cualquier gasto leserá deducido de su sueldo másadelante. Es mejor para él que se sientatotalmente responsable.

Si su hombre acepta la oferta que lehace, debe señalársele que eltratamiento fisiológico no es más queuna pequeña parte del procedimiento.Aunque usted le esté proporcionando lamejor atención médica posible, debecomprender que necesita cambiar desentimientos. Para sobreponerse a labebida necesitará experimentar unatransformación de su manera de pensar yde su actitud, Todos tuvimos que darprioridad a nuestra recuperación, porque

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sin recuperación habríamos perdidohogar y negocio, todo.

¿Puede usted sentir completaconfianza en la capacidad de él pararecuperarse? ¿Puede usted adoptar unaactitud en el sentido de que, en loconcerniente a usted, esto será un asuntoestrictamente privado y que losdescuidos alcohólicos de él y eltratamiento que está por seguirse nuncaserán discutidos sin el conocimiento deél? Sería bueno tener con él una ampliaconversación a su regreso.

Pero volvamos a la materia de quetrata este libro. Este contieneindicaciones completas para que el

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empleado pueda resolver su problema.Algunas de estas ideas son nuevas parausted; tal vez no simpatice del todo conel enfoque que sugerimos. De ningunamanera lo ofrecemos como algoinmejorable, pero en lo que respecta anosotros nos ha dado resultadossatisfactorios. Después de todo, ¿no estáusted buscando resultados más quemétodos? Su empleado, aunque no leguste, conocerá la inflexible verdadacerca del alcoholismo. Eso no puedehacerle ningún mal, aunque no seapartidario de este remedio.

Le sugerimos que mencione estelibro al médico que vaya a atender a su

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paciente durante el tratamiento. Si elpaciente lee el libro en el momento quepueda, mientras tenga una depresiónaguda, puede que se dé cuenta de sucondición.

Esperamos que el médico le diga laverdad al paciente acerca de sucondición, cualquiera que ésta sea.Cuando se entregue este libro alindividuo, es mejor que nadie le digaque tiene que seguir sus sugerencias. Éldebe decidirlo por su cuenta.

Desde luego está usted apostando aque, con el cambio de actitud más estelibro, se resolverá el problema. Enalgunos casos será así, y en otros puede

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que no. Pero creemos que, si persevera,el porcentaje de éxitos le dará muchassatisfacciones. A medida que seextiende nuestra labor y el número denosotros aumenta, esperamos que susempleados puedan ponerse directamenteen contacto con algunos de nosotros.Mientras tanto, creemos que puedelograrse mucho con el sólo empleo deeste libro.

Cuando regrese su empleado, hablecon él. Pregúntele si cree que ya haencontrado las respuestas. Si se sientecon libertad para discutir sus problemascon usted; si sabe que usted comprendey piensa que no le desconcertará nada de

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lo que él quiera decir, probablemente seencamine rápidamente.

Respecto a esto, ¿puede ustedconservar su serenidad si el individuo lecuenta cosas horribles? Por ejemplo,puede revelarse que ha alterado a sufavor su cuenta para gastos o que haplaneado quitarle a usted sus mejoresclientes. En realidad, puede decir casicualquier cosa si ha aceptado nuestrasolución, la cual, como usted sabe, exigeuna rigurosa sinceridad. ¿Puede olvidaresto como una deuda perdida ycomenzar de nuevo con él? Si le debedinero, puede ser que usted quiera llegara un arreglo con él.

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Si él habla de la situación de suhogar, es indiscutible que usted puedehacerle sugerencias útiles. ¿Puedehablar francamente con usted siempreque sea discreto respecto a los negociosy no critique a sus compañeros detrabajo? Con esta clase de empleado, talactitud impondrá una lealtadimperecedera.

Los enemigos más grandes quetenemos los alcohólicos son losresentimientos, los celos, la envidia, lafrustración y el miedo. Dondequiera quehaya hombres agrupados para algúnnegocio, existirán rivalidades y comoderivación de éstas, cierto grado de

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«política de oficina». Algunas vecesnosotros los alcohólicos tenemos la ideade que la gente está tratando de hacernoscaer. Frecuentemente no es así deninguna manera. Pero algunas vecesnuestra manera de beber se utilizará confines políticos.

Cabe recordar el caso de unindividuo malicioso que siempre estabahaciendo chistes sobre las hazañas de unalcohólico cuando bebía. En esta formaestaba chismeando disimuladamente. Enotro caso, un alcohólico fue internado enun hospital para su tratamiento; alprincipio sólo sabían esto unos cuantos,pero al poco tiempo lo supieron todos.

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Naturalmente, esto disminuyó laprobabilidad de recuperación delindividuo. Muchas veces el patrónpuede proteger a la víctima contra esaclase de rumores. El no puede serparcial, pero siempre puede defender alindividuo contra provocacionesinnecesarias y críticas injustas.

Como clase, los alcohólicos songente enérgica. Trabajan con brío y sedivierten igualmente. Su hombre debeestar dispuesto a hacerlo, y lo mejorposible. Estando algo debilitado yafrontando un reajuste físico y mental auna vida sin alcohol, puede excederse.Puede que le sea necesario refrenar su

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deseo de trabajar 16 horas al día. Puedeque usted tenga que animarlo a que sedivierta de vez en cuando. Puede ser quequiera hacer mucho por otrosalcohólicos y que algo de esto surja enlas horas de trabajo. Un grado razonablede libertad le servirá de mucho. Estetipo de trabajo es muy necesario paraque conserve su sobriedad.

Después de que su hombre hayapasado sin beber unos meses, es posibleque pueda usted valerse de sus servicioscon otros empleados que le estáncausando dificultades, siempre que aéstos les parezca bien la intervención deun tercero. Un alcohólico que se ha

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recuperado, aunque ocupe un puesto derelativamente poca importancia, puedehablarle a uno que ocupe uno más alto.Como ya sigue una norma de vidaradicalmente diferente, nunca tratará deaprovecharse de la situación.

Puede tener confianza en él. Esnatural que se sienta desconfianzadespués de una larga experiencia con lasexcusas del alcohólico. La próxima vezque llame su esposa para avisar que estáenfermo, puede que llegue a laconclusión de que está borracho. Si loestá, pero está tratando de recuperarse,lo admitirá, aunque signifique la pérdidade su trabajo. Porque se dará cuenta de

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que, si espera vivir, tiene que sersincero. Le agradecerá saber que ustedno se preocupa demasiado por él, que notiene sospechas y no está tratando decontrolar su vida para protegerlo contrala bebida. Si está siguiendoconcienzudamente el programa derecuperación, puede ir a cualquier parteque su oficina necesite mandarlo.

En el caso de que recaiga aunque seauna vez, tendrá que decidir si lo va adespedir. Si está usted seguro de que noestá tomando la cosa en serio, no cabeduda de que debe ser despedido. Si, porel contrario, está seguro de que él estáhaciendo todo lo que puede, es posible

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que quiera darle otra oportunidad. Perono debe sentir ninguna obligación pararetenerlo, porque usted ya ha cumplidocon su obligación.

Hay otra cosa que posiblementeusted desee hacer. Si la organización esgrande, podría poner este libro en manosde sus ejecutivos subalternos. Puedehacerles saber que no tiene nada encontra de los empleados alcohólicos desu organización. Estos ejecutivossubalternos frecuentemente están en unasituación difícil. A menudo se da el casode que las personas a su cargo sonamigos suyos. Así que, por una u otrarazón, los encubren con la esperanza de

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que mejoren las cosas. A veces ponen enpeligro sus propios empleos tratando deayudar a individuos que beben enexceso, a los que se debió haberdespedido desde hace mucho tiempo ohaberles dado una oportunidad paraponerse bien.

Después de haber leído este libro,uno de esos ejecutivos puede acercarsea nuestro individuo y decirle más omenos esto: «Mira José, ¿quieres o noquieres dejar de beber? Me pones en unaprieto cada vez que te emborrachas.Esto no es justo ni para mí ni para laempresa. He estado aprendiendo algoacerca del alcoholismo. Si eres un

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alcohólico como parece ser, estás muyenfermo. La firma quiere ayudarte enesto y si te interesa, hay una manera desalir de la dificultad. Si aceptas, tupasado será olvidado y no semencionará el hecho de que has estadoausente para someterte a un tratamiento.Pero si no puedes o no quieres dejar debeber, creo que debes renunciar a tuempleo».

Puede ser que el ejecutivosubalterno no esté de acuerdo con elcontenido de este libro. No necesita y amenudo no debe enseñárselo alcandidato alcohólico; pero, cuandomenos, comprenderá el problema y no se

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dejará llevar por promesas. Podráasumir una actitud equitativa con unindividuo de este tipo. Ya no tendrá porqué encubrir más a un empleadoalcohólico.

Se resume en lo siguiente: Nadiedebe ser despedido sólo porque esalcohólico. Si quiere dejar de beber,debe proporcionársele una oportunidadreal. Si no puede o no quiere dejar debeber, debe despedírsele. Lasexcepciones son pocas.

Creemos que con este enfoque selogran varias cosas. Se permitirá larehabilitación de hombres buenos. A lamisma vez, no se vacilará en librarse de

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aquellos que no pueden o no quierendejar de beber. El alcoholismo puedeestar causando muchos daños a suorganización por pérdidas en conceptode tiempo, hombres y prestigio.Deseamos que nuestras sugerencias leayuden a evitar estos daños, que a vecesson serios. Creemos que somos sensatosal instarle a detener ese desperdicio ydarle una oportunidad al empleado quese la merezca.

El otro día se abordó alvicepresidente de una empresa industrialgrande. Su comentario fue éste: «Mealegro mucho de que ustedes se hayansobrepuesto a la bebida. Pero la política

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de esta compañía es no intervenir en lascostumbres de sus empleados. Si uno denuestros hombres bebe tanto queperjudica su trabajo, le despedimos. Noveo cómo podrían ustedes ayudarnos;porque, como ven, no tenemos ningúnproblema de alcoholismo». Esa mismacompañía gasta millones cada año eninvestigación. El costo de su producciónes calculado hasta una fracción mínima.Proporciona medios de recreo a susempleados y los asegura. Existe unverdadero interés, tanto humano comoeconómico, por los empleados. Pero ¿elalcoholismo? pues, sencillamente nocreen que sea un problema.

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Tal vez sea ésta una actitud típica.Nosotros que, colectivamente, hemosvisto mucho del mundo de los negocios,cuando menos desde el punto de vistadel alcoholismo, tuvimos que sonreírnospor la sincera opinión de este caballero.Podría asustarse si supiera cuánto leestá costando al año a su organización elalcoholismo. En esa compañía puedehaber muchos alcohólicos de hecho opotencialmente. Nosotros creemos quelos gerentes de las grandes empresastienen poca idea de lo muy generalizadoque está este problema. Aun cuandousted piense que su empresa no tieneningún problema alcohólico, puede que

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valga la pena fijarse con másdetenimiento. Puede que haga algunosdescubrimientos interesantes.

Desde luego, este capítulo se refierea los alcohólicos, hombres enfermos,trastornados. Lo que tenía en la mentenuestro amigo el vicepresidente era elbebedor habitual, el bebedor que lo hacepara divertirse. Con este tipo debebedor, su política resultaindudablemente muy sana, pero no hizodistinción entre esta gente y los que sonalcohólicos.

No es de esperar que a un empleadoalcohólico se le dedique tiempo yatención en forma desproporcionada. No

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debe haber favoritismo con él. Elindividuo recto, el que quiererecuperarse, no querrá este tratamiento;no abusará. Lejos de eso, trabajará muyduro y le estará agradecido toda la vida.

En la actualidad soy dueño de unapequeña compañía. Hay en ella dosempleados alcohólicos que rinden loque cinco vendedores normales. Pero,¿por qué no? Tienen una nueva actitud yhan sido salvados de una muerte en vida.Ha sido un verdadero gusto para mícada uno de los momentos que heempleado para encaminarlos a surecuperación[7].

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Capítulo 11 -UNA VISIÓN PARA

TI

PARA LA MAYORÍA de la gentenormal, beber significa cordialidad,compañerismo y una imaginación vivaz.Quiere decir liberación de lasinquietudes, del aburrimiento y de lapreocupación. Es alegre intimidad conlos amigos y sentimientos de que la vidaes buena. Pero no así para nosotros enesos últimos días de beber excesivo. Sefueron los placeres de antes. Eran sólo

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un recuerdo. Nunca pudimos recuperarlos buenos momentos del pasado. Habíaun anhelo persistente de gozar de la vidacomo lo hicimos una vez y una dolorosaobsesión de que algún nuevo milagro decontrol nos permitiese hacerlo. Siemprehabía un intento más, y un fracaso más.

Cuanto menos nos toleraba la gente,más nos retirábamos de la sociedad, dela vida misma. Al convertimos envasallos del Rey Alcohol, entemblorosos súbditos de su irracionalreino, la fría bruma que es la soledad seasentaba sobre nosotrosennegreciéndose cada vez más. Algunosde nosotros buscábamos lugares

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sórdidos, esperando encontrar compañíacomprensiva y aprobación.Momentáneamente las encontrábamos,luego venía el olvido, y el terribledespertar para enfrentarse a losespantosos Cuatro Jinetes: Terror,Aturdimiento, Frustración yDesesperación. ¡Los infelices bebedoresque lean estos párrafos comprenderán!

De vez en cuando, alguien que bebemucho y está seco por el momentoexclamará: «No me hace ninguna falta ellicor; me siento mejor ahora; trabajomejor y me divierto más». Como exbebedores problema que somos, estasalida nos hace sonreír. Sabemos que

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este amigo es como el niño que silba enla oscuridad para darse valor. Se estáengañando. En sus adentros daríacualquier cosa por poder tomarse mediadocena de copas y salir impune conellas. Eventualmente hará la prueba otravez con el viejo jueguito, porque no sesiente feliz con la sobriedad que tiene.No puede concebir la vida sin alcohol.Llegará el día en que no podráconcebirla sin éste ni con éste. Entoncesconocerá como pocos la soledad. Estaráen el momento de dar el salto al otrolado. Deseará que llegue el fin.

Nosotros hemos demostrado cómosalimos del fondo. Tú dirás: «Sí, estoy

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dispuesto. Pero, ¿se me va a condenar auna vida en la que seré un estúpido,aburrido y malhumorado como algunaspersonas «virtuosas» que conozco? Séque tengo que arreglármelas para vivirsin alcohol, pero ¿cómo voy a hacerlo?¿Tienen ustedes algún substituto?»

Sí, hay un substituto y es mucho másque eso. Es la participación en lacomunidad de Alcohólicos Anónimos.Allí encontrarás la liberación de lasinquietudes, del aburrimiento y de lapreocupación. Tu imaginaciónencontrará estímulos. La vida tendrá alfin un significado. Los años mássatisfactorios de tu existencia están por

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delante. Eso encontramos en lacomunidad y tú también lo encontrarás.

«¿Cómo va a suceder eso?», tepreguntarás. «¿Dónde voy a encontrar aesa gente?»

Vas a conocer a estos nuevos amigosen tu propia comunidad. Cerca de ti hayalcohólicos que se están muriendo sinningún auxilio, como los náufragos de unbarco que se hunde. Si vives en unapoblación grande, hay cientos de ellos.De la clase alta y de la baja, ricos ypobres: estos son los futuros miembrosde Alcohólicos Anónimos. Entre ellosencontrarás amigos para toda la vida. Teunirán a ellos nuevos y excelentes lazos,

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porque habrán escapado juntos deldesastre y, hombro con hombro,iniciarán el camino común. Entoncessabrás lo que es dar de ti mismo paraque otros puedan sobrevivir y volver adescubrir la vida. Aprenderás elsignificado completo de «Amarás a tuprójimo como a ti mismo».

Puede parecer increíble que estoshombres vayan a ser de nuevo felices,respetados y útiles. ¿Cómo puedensobreponerse a tanta desgracia, malareputación, y desesperanza? Larespuesta positiva es que ya que estascosas han sucedido entre nosotros,también pueden sucederte a ti. Si las

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deseas por encima de todo y si estásdispuesto a valerte de nuestraexperiencia, estamos seguros de que lasobtendrás. Todavía vivimos en la era delos milagros. Nuestra propiarecuperación lo prueba.

Nuestra esperanza es que cuandoeste libro sea lanzado a la mareamundial del alcoholismo, los bebedoresderrotados se aprovecharán de élsiguiendo sus indicaciones. Estamosseguros de que muchos se pondrán enpie por sí mismos para emprender lamarcha. Ellos se acercarán a másenfermos y, así, podrán surgircomunidades de Alcohólicos Anónimos

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en cada ciudad y aldea, refugios paraquienes tienen que encontrar unasolución.

En el capítulo «Trabajando con losdemás» pudiste darte una idea de cómoabordamos a otros y los ayudamos arecuperar la salud. Supongamos que através de ti varias familias han adoptadoesta manera de vivir; querrás saber algomás acerca de cómo proceder a partir deese punto. Quizá la mejor manera deobsequiarte con un destello de tu futurosea describir el desarrollo de lacomunidad entre nosotros. He aquí unbreve relato:

Hace años, en el 1935, uno de

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nuestros miembros hizo un viaje a ciertaciudad del oeste. Desde el punto devista de los negocios, el viaje le fuemal. Si hubiera tenido éxito en suempresa se habría podido levantareconómicamente lo cual, entonces,parecía de vital importancia. Pero laoperación terminó en un litigio y fracasócompletamente. En lo sucedido hubomucho de mala voluntad y decontroversia.

Amargamente desilusionado, un díase encontró en un lugar extraño,desacreditado y casi sin un centavo.Todavía débil físicamente y sobrio sólounos meses, se dio cuenta de que su

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situación era difícil. Sentía muchanecesidad de hablar con alguien; pero,¿con quién?

Una tarde triste, paseaba por elsalón de entrada de su hotelpreguntándose cómo iba a pagar sucuenta. En un rincón del lugar había unavitrina con un directorio de las iglesiaslocales. Al fondo del salón, una puertadaba a un atractivo bar. Podía ver lagente alegre allí adentro. Ahíencontraría compañía y liberación. Pero,a menos que se tomara unas copas, notendría valor para trabar amistad connadie y pasaría un fin de semana muysolo.

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Por supuesto que no podía beberpero, ¿por qué no sentarse a una mesacon un refresco? Después de todo, ¿nohabía estado sobrio seis meses? Tal vezpudiera con, digamos, tres copas, ¡ni unamás! El temor se apoderó de él. Suposición era débil. Otra vez esa vieja einsidiosa locura: esa primera copa. Sedirigió temblando a donde estaba eldirectorio de las iglesias. La música y laalegre charla le llegaban desde el bar.

Pensó en sus responsabilidades: sufamilia y aquellos hombres que moriríanporque no sabrían cómo ponerse bien;sí, aquellos otros alcohólicos. Sin dudahabía muchos de ellos en esa población.

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Telefonearía a algún clérigo. Le volvióla cordura y dio gracias a Dios. Despuésde escoger al azar una iglesia entró en lacabina y descolgó el teléfono.

Su llamada al clérigo lo llevófinalmente a cierto residente de lapoblación, el cual, aunque había sido unhombre capaz y respetado, estabaentonces acercándose al punto más bajode la desesperación alcohólica. Lasituación era la de siempre: el hogar enpeligro, la esposa enferma, los hijosdesorientados, las cuentas sin pagar y lareputación por los suelos. Tenía undeseo desesperado de dejar de beber,pero no encontraba la salida después de

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haber ensayado casi todas las vías deescape. Dolorosamente consciente deque había algo anormal en él, el hombreno podía darse cuenta cabalmente de loque quería decir ser alcohólico[8].

Cuando nuestro amigo contó suexperiencia, el que lo escuchaba estuvode acuerdo en que toda la fuerza devoluntad de que pudiera hacer acopio nopodría hacerle dejar de beber por muchotiempo. Convino en que eraabsolutamente necesario tener unaexperiencia espiritual, pero que, sobrela base que se sugería, parecíademasiado alto el precio que había quepagar por ella. Habló de cómo vivía

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constantemente preocupado por aquellosque podían enterarse de su alcoholismo.Tenía, por supuesto, la muy conocidaobsesión alcohólica de que pocosestaban enterados de su manera debeber. ¿Por qué, sostenía, había deperder lo que quedaba de su negocio,solamente para acarrear aún mássufrimiento a su familia, al admitirestúpidamente su apuro ante personascon las que ganaba su subsistencia? Dijoque él haría cualquier cosa, menos eso.

Pero como se quedó intrigado, invitóa su casa a nuestro amigo. Algún tiempodespués, y justamente cuando creía queestaba logrando un control en su

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consumo de licor, pescó una tremendaborrachera. Para él, ésta fue la que pusofin a todas sus borracheras. Se diocuenta de que tendría que enfrentarse atodos sus problemas con toda sinceridadpara que Dios pudiera concederle eldominio necesario.

Una mañana agarró al toro por loscuernos y empezó a decirles a todosaquellos a quienes temía cuál era el malque padecía. Se sorprendió de lo bienque fue recibido y se enteró de quemuchos sabían cómo bebía. Se subió asu coche e hizo un recorrido de laspersonas a quienes había perjudicado.Temblaba mientras iba del uno al otro,

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porque eso podría significar su ruina;especialmente tratándose de algunapersona dedicada a la misma actividadque él.

A media noche regresó a casaexhausto pero muy feliz. Desde entoncesno ha bebido ni una copa. Comoveremos, él significa mucho para lacomunidad, y las mayores cuentaspendientes de treinta años de beberexcesivamente han sido saldadas concreces.

Pero la vida no era fácil para losdos amigos. Se presentaban infinidad dedificultades. Ambos se dieron cuenta deque tenían que mantenerse activos

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espiritualmente. Un día llamaron a ladirectora de enfermeras de un hospitallocal; le explicaron la necesidad quetenían y le preguntaron si tenía algúncandidato alcohólico de primera clase.

Ella contestó: «Sí, tenemos uno deprimera. Es un individuo que acaba degolpear a dos enfermeras. Pierde lacabeza completamente cuando estábebiendo; pero es una magnífica personacuando está sobrio, aunque ha estadoaquí ocho veces en los últimos seismeses. Debo decirles que ha sido unabogado muy conocido en la ciudad,pero en estos momentos lo tenemos bienatado»[9].

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Allí había un candidato, sin duda,pero por la descripción el caso noparecía muy prometedor. El empleo deprincipios espirituales en talescircunstancias no se comprendía tan biencomo ahora. Pero uno de los dos amigosdijo: «Póngalo en un cuarto privado.Luego iremos a verlo».

Dos días después, un futuro miembrode Alcohólicos Anónimos miraba conojos vidriosos a los extraños sujetossentados cerca de su cama. «¿Quiénesson ustedes, y por qué estoy en estecuarto privado? Antes siempre habíaestado en una sala común con otrospacientes».

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Uno de los visitantes le dijo: «Leestamos dando un tratamiento para elalcoholismo».

La cara del individuo demostraba alas claras una total falta de esperanza alreplicar: «¡Ah! Pero de nada servirá.Nada hay que pueda componerme; soyun hombre perdido. Las últimas tresveces me emborraché saliendo de aquípara ir a mi casa. Tengo miedo de salirpor esa puerta. No puedocomprenderlo».

Durante una hora los dos amigosestuvieron hablándole de susexperiencias. Y una y otra vez decía:«Ese soy yo, ese soy yo. Así bebo yo».

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Se le explicó a aquel hombre quesufría una intoxicación aguda, cómo éstadeteriora el organismo de un alcohólicoy cómo desvía su mente. Se habló muchosobre el estado mental que precede a laprimera copa.

«Sí, ese soy yo», repetía el enfermo,«es mi propia imagen. Ustedes entiendenesto, pero no veo de qué puede servir.Cada uno de ustedes es alguien, yotambién lo fui pero ahora soy un donnadie. Por lo que me dicen, sé mejor quenunca que no puedo dejar de beber». Alescuchar esto, los dos visitantes soltaronla carcajada. El futuro miembro deAlcohólicos Anónimos comentó:

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«¡Caramba! No veo que nada de esto seamotivo de risa».

Los dos amigos hablaron de suexperiencia espiritual, y le contaron delplan de acción que llevaron a cabo.

Él los interrumpió: «Yo estaba muya favor de la Iglesia, pero eso no loarreglará. Esas mañanas de borracherasle oraba a Dios y le juraba que novolvería a beber ni una gota, pero a lasnueve de la mañana ya estaba másborracho que una cuba».

Al siguiente día el candidato estabamás receptivo. Había estadoconsiderándolo. «Tal vez tengan ustedesrazón», les dijo, «Dios debe poder hacer

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cualquier cosa». Luego añadió:«Ciertamente no hizo mucho por mícuando estuve tratando de combatir lasborracheras solo».

Al tercer día, aquel abogado decidióentregarse al cuidado de Dios ymanifestó que estaba dispuesto a hacertodo lo que fuese necesario. Su esposafue a verlo, apenas atreviéndose a teneresperanzas aunque ya creyó ver en suesposo algo diferente. Había empezadoa tener una experiencia espiritual.

Ese mediodía se vistió y salió delhospital convertido en un hombre libre.Tomó parte en una campaña política,pronunciando discursos, frecuentando

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centros de reunión de hombres de todaslas clases, y con frecuencia, pasando envela toda la noche. Perdió sólo por unescaso margen. Pero había encontrado aDios y, al hacerlo, se había encontrado así mismo.

Eso sucedió en junio de 1935. Jamásvolvió a beber. Él también ha llegado aser un miembro respetado y útil de sucomunidad. Ha ayudado a otros arecuperarse y es una persona respetadaen su iglesia, de la cual estuvo apartadopor mucho tiempo.

Así es que, como verás, había tresalcohólicos en esa población que sentíanque tenían que dar a otros lo que habían

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encontrado o de lo contrario sehundirían. Después de varios fracasospara encontrar a otros, apareció uncuarto hombre. Había acudido porconducto de una amistad que había oídolas buenas nuevas. Resultó ser un jovenal que no le importaba nada y cuyospadres no podían darse cuenta de siquería dejar de beber o no. Eranpersonas muy devotas que estabanescandalizadas por la negativa de suhijo a tener nada que ver con la iglesia.Sufría horriblemente a consecuencia desus borracheras, pero parecía que no sepodía hacer nada por él. Sin embargo,consintió en ir al hospital en el que

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ocupó precisamente el cuarto que habíadesocupado recientemente el abogado.

Tuvo tres visitantes. Al poco rato deoírlos dijo: «La forma en que ustedesponen la cosa espiritual tiene sentido.Estoy listo para entrar en tratos.Supongo que los viejos tenían razón,después de todo». Así se sumó uno mása la Comunidad.

Nuestro amigo, el del incidente en elhotel donde se hospedaba, permanecióen esa ciudad durante tres meses.Cuando regresó a su casa, había dejadoallí al que había conocido primero, alabogado y al despreocupado joven.Estos hombres habían encontrado algo

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completamente nuevo en la vida. Aunquesabían que tenían que ayudar a otrosalcohólicos para permanecer sobrios,este motivo se volvió secundario. Fuesuperado por la felicidad queencontraron en darse a otros.Compartían sus casas y sus escasosrecursos, y gustosamente dedicaban sushoras libres a compañeros de fatigas.Estaban dispuestos, día y noche, ainternar a uno nuevo en el hospital parair a visitarlo luego. Crecieron ennúmero. Tuvieron unos cuantos fracasospenosos, pero en esos casos seesforzaban por atraer a los familiaresdel individuo a una manera espiritual de

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vivir, aliviándose así suspreocupaciones y sufrimientos.

Año y medio más tarde, estos treshabían tenido éxito con siete más. Comose veían muy a menudo, era rara lanoche que no hubiese una pequeñareunión en casa de algunos de aquelloshombres y mujeres, felices por suliberación y pensando constantemente encómo poder dar su nuevodescubrimiento al recién llegado.Además de estas reuniones informales,se volvió costumbre apartar un día de lasemana para una sesión a la que podíaasistir cualquiera o todos aquellosinteresados en una manera de vivir

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espiritual. Aparte de la compañía y lasociabilidad, el objeto primordial era elde proporcionar la ocasión y el lugarpara que otros llevasen sus problemas.

Personas ajenas a la agrupaciónempezaron a enterarse. Un individuo ysu esposa pusieron su casa, que eragrande, a la disposición de esteextrañamente variado conjunto. Estapareja se ha interesado tanto desdeentonces, que han dedicado su casa aesta labor. Más de una esposa aturdidaha visitado esa casa para encontrarcompañía comprensiva y cariñosa entremujeres que conocían su problema, paraoír de boca de los maridos de éstas lo

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que les ocurría a ellos, para que se leindicara cómo su propio maridodescarriado podía ser hospitalizado yabordado cuando tropezara la próximavez.

Más de un hombre, todavía ofuscadopor su experiencia en el hospital, hatraspuesto el umbral de esta casa paraencontrar la libertad. Más de unalcohólico que ha entrado allí ha salidocon una solución. Se ha rendido ante esaalegre turba que se reía de sus propiosinfortunios y comprendía los de él.Impresionado por aquellos que lovisitaron en el hospital, capitulócompletamente cuando escuchó después,

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en un cuarto de esta casa, la historia dealgún individuo cuya experiencia teníamucha concordancia con la suya. Laexpresión en la cara de las mujeres, esealgo indefinido en los ojos de loshombres, el ambiente estimulante yconmovedor del lugar, contribuyeron ahacerle saber que había tocado, por fin,puerto seguro.

El muy práctico enfoque de susproblemas, la ausencia de intoleranciade cualquier índole, la falta deceremonia, la genuina democracia y lamaravillosa comprensión de esa gente,eran irresistibles. Él y su esposa salíande allí alborozados por la idea de lo que

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ahora podrían hacer por algún amigoatacado de ese mal y por su familia.Sabían que tenían muchos nuevosamigos y les parecía como si estosextraños hubiesen sido sus conocidos desiempre. Habían visto milagros y ahorauno se iba a realizar en ellos. Habíanpercibido la Gran Realidad: Su Amadoy Todopoderoso Creador.

Actualmente esa casa no tienecabida suficiente para los que la visitansemanalmente, que suman de sesenta aochenta por lo general. Los alcohólicosson atraídos desde cerca y desde lejos.Familias de las poblacionescircunvecinas viajan para estar

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presentes. En una de las poblacionescercanas hay quince miembros deAlcohólicos Anónimos. Siendo ésta unaciudad bastante grande, creemos quealgún día su comunidad ascenderá acentenares[10].

Pero la vida entre los AlcohólicosAnónimos entraña algo más que laasistencia a reuniones y visitas a loshospitales. Es necesario limar viejasrencillas; ayudar a arreglardesavenencias familiares; abogar por elhijo descarriado y desheredado antepadres coléricos; prestar socorroeconómico y conseguir trabajo amiembros en desgracia y llevar a cabo

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muchos otros cometidos cuando lascircunstancias lo requieran. Nadie se hadesprestigiado ni se ha hundidodemasiado como para no ser bienvenidoentre nuestros miembros, si es que seacerca con buenas intenciones.Distinciones sociales, recelos yrivalidades son cosas que brillan por suausencia en nuestros grupos. Habiendonaufragado en el mismo barco, habiendosido rescatados y reunidos bajo un Dios,con corazones y mentes afines albienestar de otros, las cosas que son tanimportantes para otras personas, dejande tener importancia para nosotros.¿Cómo habrían de tenerla?

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En condiciones que son sóloligeramente distintas, lo mismo estásucediendo en muchas ciudades del este.En una de éstas hay un conocido hospitalpara el tratamiento del alcoholismo y ladrogadicción. Hace seis años, uno denuestro grupo estuvo internado allí.Muchos de nosotros hemos sentido porprimera vez la Presencia y el Poder deDios dentro de sus paredes. Tenemosuna deuda de gratitud con el médicoresponsable de ese establecimiento,porque, aunque podría perjudicar supropio trabajo, nos ha dicho de sucreencia en el nuestro.

Cada dos o tres días, este doctor nos

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indica a uno de sus pacientes paraabordarlo. Como comprende nuestralabor, puede hacer esto con buen ojopara seleccionar a aquellos que estándeseosos y pueden recuperarse sobreuna base espiritual. Muchos de nosotros,antiguos pacientes, vamos allí a ayudar.En esa ciudad también hay reunionesinformales como las que hemos descritoy en las que ahora pueden verse docenasde miembros. Se traban amistades con lamisma facilidad, existe la mismaservicialidad del uno hacia el otro quese encuentra entre nuestros amigos deloeste. Se viaja mucho del este al oeste yprevemos un gran incremento de este útil

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intercambio.Tenemos la esperanza de que algún

día todo alcohólico que viaje encuentreen su lugar de destino una comunidad deAlcohólicos Anónimos. Esto ya esverdad hasta cierto punto. Algunos denosotros somos vendedores y viajamos,vamos de un lado a otro. Pequeñosgrupos de dos, tres o cinco de nosotroshan surgido en varias comunidades através de contactos con nuestros dosgrandes centros. Aquellos de nosotrosque viajamos acudimos a ellos cada vezque podemos. Esta costumbre nospermite echar una mano, a la vez queevitar ciertas seductoras atracciones del

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camino, sobre las que cualquier agentede ventas puede informarte[11].

Así crecimos y así puede sucederte ati aunque no seas más que un individuocon este libro en tus manos. Creemos ytenemos la esperanza de que éstecontenga todo lo que necesitas paraempezar.

Sabemos lo que estás pensando. Teestás diciendo a ti mismo: «Estoytembloroso y me siento solo. Yo nopodría hacerlo». Pero sí puedes. Se teolvida que acabas de encontrar unafuente de poder mucho más grande quetú mismo. Con este respaldo, puedeshacer lo mismo que hemos hecho

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nosotros. Sólo es cuestión de buenavoluntad, paciencia y una laborperseverante.

Conocemos a un alcohólico quevivía en una comunidad grande. Despuésde estar allí apenas unas semanas, pudodarse cuenta de que en aquel lugarprobablemente había un porcentajemayor de alcohólicos que el decualquiera otra ciudad de este país. Estosucedía unos días antes de escribir estaspalabras (año 1939). Las autoridadesdel lugar estaban muy preocupadas.Nuestro amigo se puso en contacto conun eminente psiquiatra que habíaasumido la responsabilidad de velar por

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la salud mental de la comunidad. Estedoctor resultó ser muy capaz y estabarealmente interesado en adoptarcualquier sistema factible para podermanejar aquella situación. Por lo tanto,le preguntó a nuestro amigo cuál era laidea que tenía.

Nuestro amigo procedió aexplicarle, con tan buen resultado que eldoctor estuvo de acuerdo en hacer unensayo entre sus pacientes y otrosalcohólicos de una clínica que élatendía. También se hicieron arregloscon el jefe de psiquiatría de un hospitalpúblico para seleccionar otros más deentre el flujo de miseria que pasaba por

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esa institución.Así es que nuestro compañero de

labores pronto tendrá muchísimosamigos. Puede ser que algunos de elloscaigan, y tal vez no se levanten nunca;pero si nuestra experiencia puede servirde criterio, más de la mitad de aquellosa quienes se aborde llegarán a sermiembros de Alcohólicos Anónimos.Cuando unos cuantos individuos de esaciudad se hayan descubierto a sí mismosy hayan descubierto la alegría de ayudara otros a encarar la vida de nuevo, no sedarán tregua hasta que todos los dedicha población hayan tenido su propiaoportunidad para recuperarse, si pueden

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y quieren hacerlo.Todavía podrías decir: «Pero yo no

tendré la oportunidad de entrar encontacto con los que escribieron estelibro». ¡Quién lo sabe! Dios será quienlo determine; así es que tienes querecordar que tu verdadera dependenciasiempre recae en Él. Él te enseñarácómo formar la Agrupación queanhelas[12].

Nuestra intención al escribir estelibro es que su contenido tenga uncarácter de sugerencia. Nos damoscuenta de lo poco que sabemos. Diosconstantemente nos revelará más, a ti y anosotros. Pídele a Él, en tu meditación

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por la mañana, que te inspire lo quepuedes hacer ese día por el que todavíaestá enfermo. Recibirás la respuesta situs propios asuntos están en orden. Pero,obviamente, no se puede transmitir algoque no se tiene. Ocúpate, pues, de que turelación con Él ande bien y grandesacontecimientos te sucederán a ti y ainfinidad de otros. Ésta es para nosotrosla Gran Realidad.

Entrégate a Dios, tal como tú Loconcibes. Admite tus faltas ante Él yante tus semejantes. Limpia deescombros tu pasado. Da con larguezade lo que has encontrado y únete anosotros. Estaremos contigo en la

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Fraternidad del Espíritu, y seguramentete encontrarás con algunos de nosotroscuando vayas por el Camino del DestinoFeliz.

Que Dios te bendiga y conservehasta entonces.

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HISTORIASPERSONALES

(Cómo 15 alcohólicos serecuperaron de su enfermedad)

Comenzando con el relato del Dr.Bob, co-fundador de A.A. aquí sepresentan tres grupos de historiaspersonales.

PRIMERA PARTELOS PIONEROS DE A.A.

Este grupo de trece relatos muestra quela sobriedad en A.A. puede durar

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SEGUNDA PARTEDEJARON DE BEBER A TIEMPO

Dieciséis relatos que pueden ayudarle adecidir si usted es alcohólico; también,

si A.A. es para usted

TERCERA PARTECASI LO PERDIERON TODO

Aquellos que creen que su forma debeber no tiene esperanza pueden

encontrar otra vez esperanza en estasquince impresionantes historias

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PRIMERA PARTE

PIONEROS DE A.A.

El Dr., Bob y los 12 hombres ymujeres que a continuación cuentansus historias figuraban entre losprimeros miembros de los grupospioneros.

Hoy día hay otros centenares demiembros de A.A. que llevan sobrios 50años o más sin recaer.

Todos éstos entonces, son lospioneros de A.A. Sirven como unaprueba patente de que es posible

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liberarse del alcoholismopermanentemente.

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LA PESADILLA DELDOCTOR BOB

Co-fundador de AlcohólicosAnónimos. El nacimiento de nuestraSociedad data del primer día de susobriedad permanente: el 10 de juniode 1935.

Hasta 1950, año en que falleció,llevo el mensaje de A.A. a más de 5.000hombres y mujeres alcohólicos, yprestó a todos ellos sus servicios sinpensar en cobrar.

En este prodigio de servicio contócon la eficaz ayuda de la Hermana

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Ignacia, en el Hospital Santo Tomás,de Akron, Ohio, una de las mejoresamigas que podrá tener nuestraComunidad.

NACÍ EN un pueblo de NuevaInglaterra, de unas siete mil almas. Lanorma general de moral era, segúnrecuerdo, muy superior a laprevaleciente en aquel tiempo. No sevendía cerveza ni licor en la vecindad;solamente en la agencia del Estadohabía la posibilidad de conseguir unapinta si se podía convencer al agente deque uno la necesitaba realmente. Sin unaprueba a ese efecto, el comprador

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esperanzado se veía obligado amarcharse con las manos vacías, sinnada de aquello que llegué a creer mástarde era la panacea para todos losmales. Aquellos que recibían suspedidos de licor por correo expresodesde Nueva York o Boston, eran vistoscon mucha desconfianza ydesaprobación por la mayoría de losvecinos. El pueblo estaba bien dotadode iglesias y escuelas en las quedesarrollé mis primeras actividadeseducacionales.

Mi padre fue un profesional dereconocida capacidad, y tanto él comomi madre participaban muy activamente

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en asuntos de la iglesia. Ambos teníanuna inteligencia que estaba por encimade lo común.

Desgraciadamente para mí, fui hijoúnico; lo cual tal vez creó en mí elegoísmo que tuvo tanto que ver en que sepresentara en mí el alcoholismo.

Desde mi niñez hasta que empecé acursar estudios en la escuela secundaria,se me obligó más o menos a ir a laiglesia, a la doctrina y serviciosdominicales nocturnos, a los serviciosde los lunes y algunas veces a lasoraciones de los miércoles por la noche.Por eso, decidí que, cuando estuvieralibre del dominio de mis padres, nunca

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volvería a pisar la puerta de una iglesia.Cumplí con constancia esta resolucióndurante cuarenta años, excepto cuandolas circunstancias parecían indicar quesería imprudente no presentarme.

Después de la escuela secundariaestudié dos años en una de las mejoresuniversidades del país, en la que beberparecía ser la principal actividad almargen del plan de estudios. Parecía quecasi todos participaban en ella. Yo lohice más y más, y me divertía mucho sinsufrir ni física ni económicamente. A lamañana siguiente parecía recuperarmemejor que la mayoría de mis amigos quetenían la mala suerte (o tal vez la buena)

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de levantarse con fuertes náuseas. Nuncaen la vida he tenido un dolor de cabeza,hecho que me hace creer que fui unalcohólico casi desde el principio. Todami vida parecía estar concentradaalrededor de hacer lo que yo queríahacer, sin tener en cuenta los derechos,deseos o prerrogativas de nadie más; unestado de ánimo que llegó a ser más ymás predominante con el transcurso delos años. Me gradué con los máximoshonores ante la fraternidad de losbebedores, pero no ante el decano de launiversidad.

Los siguientes tres años los pasé enBoston, Chicago y Montreal como

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empleado de una importante compañíamanufacturera, vendiendo repuestos paraferrocarriles, motores de gasolina detodas clases y muchos otros artículos deferretería pesada. Durante esos añosbebí todo lo que mi bolsillo mepermitía, todavía sin pagar mucho porlas consecuencias, a pesar de que aveces empezaba a estar tembloroso porlas mañanas. Durante estos tres añossólo perdí medio día de trabajo.

Mi paso siguiente consistió enemprender el estudio de la medicina,ingresando en una de las universidadesmás grandes del país. Allí me dediqué ala bebida con mucho mayor empeño del

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que hasta entonces había demostrado.Debido a mi enorme capacidad parabeber cerveza, fui elegido comomiembro de una de las sociedades debebedores y pronto llegué a ser uno desus principales miembros. Muchasmañanas me encaminaba a las clases y,aunque iba completamente bienpreparado, regresaba a la casa de lafraternidad porque, debido a lostemblores que tenía, no me atrevía aentrar al aula por miedo a hacer unaescena si se me pedía que diese lalección.

Esto fue de mal en peor hasta laprimavera de mi segundo año de

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estudios en que, después de un largotiempo de estar bebiendo, decidí que nopodía terminar el curso; hice mi maleta yme fui al sur a pasar un mes en una granhacienda de un amigo mío. Cuando seme despejó la mente, decidí que seríauna gran tontería dejar la escuela y queera mejor regresar y continuar misestudios. Cuando llegué a la escueladescubrí que el profesorado tenía otrasideas sobre el particular, Después demuchas discusiones me permitieronregresar y presentar mis exámenes,todos los cuales pasé honrosamente.Pero estaban muy disgustados y medijeron que tratarían de arreglárselas sin

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mí. Después de muchas discusionespenosas, me dieron al fin mis créditos yme marché a otra de las principalesuniversidades del país, entrando en ellaese otoño como estudiante del penúltimoaño.

Allí empeoró tanto mi manera debeber, que los muchachos de la casa dela fraternidad donde vivía se vieronobligados a llamar a mi padre, el cualhizo un largo viaje con el inútilpropósito de corregirme. Poco efectosurtió esto pues seguí bebiendo, y máslicor que en años anteriores.

Al llegar a los exámenes finales,agarré una borrachera bastante grande.

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Cuando traté de escribir mis pruebas,me temblaban tanto las manos que nopodía sostener el lápiz. Entregué treslibretas, por lo menos, completamenteen blanco. Por supuesto, se me llamó acuentas en seguida y el resultado fue quetuve que repetir dos trimestres yabstenerme completamente de beberpara poder graduarme. Lo hice y tuve laaprobación del profesorado, tanto enconducta como en estudios.

Me porté tan honorablemente quepude conseguir un codiciado internadoen una ciudad del oeste, en la que estuvedos años. Durante esos dos años metuvieron tan ocupado que casi no salía

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del hospital para nada. Por lo tanto, nopodía meterme en dificultades.

Al cabo de esos dos años puse unconsultorio en el centro de la ciudad.Tenía algún dinero, disponía de muchotiempo y padecía bastante del estómago.Pronto descubrí que un par de copas mealiviaban mis dolores gástricos por lomenos por unas horas y por lo tanto nome fue difícil volver a mis antiguosexcesos.

Para entonces estaba empezando apagarlo muy caro físicamente y, con laesperanza de encontrar alivio, meencerré voluntariamente en uno de lossanatorios locales al menos una docena

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de veces. Ahora estaba «entre Escila yCaribdis» porque si no bebía metorturaba mi estómago y si bebía, eranmis nervios los que me torturaban.Después de tres años de esto acabé enun hospital donde trataron de ayudarme;pero yo hacía que algún amigo mellevara licor a escondidas, o robaba elalcohol en el edificio; de manera queempeoré rápidamente.

Por fin, mi padre tuvo que mandardel pueblo a un médico que se lasarregló para llevarme a casa, y estuvedos meses en cama antes de poder salira la calle. Permanecí allí unos dosmeses más y regresé a reanudar la

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práctica de mi profesión. Creo que debíde haber estado verdaderamenteasustado de lo que había pasado, o delmédico, o probablemente de las doscosas, y por lo tanto no bebí una copahasta que se decretó la ley seca en elpaís.

Con la promulgación de la «LeySeca» me sentí bastante seguro. Sabíaque todos comprarían botellas o cajasde licor, según sus posibilidades, y quepronto se acabaría. Por lo tanto noimportaba mucho que yo bebiera algo.Entonces no me daba cuenta delabastecimiento casi ilimitado que elgobierno nos permitía a los médicos, ni

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tenía ninguna idea del contrabandista delicor que pronto apareció en escena. Alprincipio bebía con moderación, perotardé relativamente poco tiempo envolver a esos hábitos que tandesastrosos resultados me habían dadoantes.

Con el transcurso de unos cuantosaños más, se desarrollaron en mí dosfobias: Una era el miedo a no dormir yla otra, el miedo a quedarme sin licor.Al no ser un hombre rico, sabía que sino estaba lo suficientemente sobrio paraganar dinero, se me acabaría el licor.Por eso no me tomaba ese trago quetanto ansiaba por la mañana, pero en vez

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de esto tomaba grandes dosis desedantes para aplacar los temblores quetanto me angustiaban. De vez en cuandome rendía al trago de la mañana, perocuando lo hacía, a las pocas horas ya noestaba en condiciones de trabajar. Estodisminuía las probabilidades que teníade meter a escondidas en la casa algo delicor por la noche, lo que a la vezsignificaría una noche de dar vueltas enla cama en vano, seguida por unamañana de insoportables temblores.Durante los siguientes quince años tuveel suficiente sentido común para no irnunca al hospital ni generalmente,recibir pacientes si había estado

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bebiendo. Por entonces adopté lacostumbre de irme a veces a uno de losclubes a los que pertenecía, y a veces,acostumbraba a alojarme en algún hotelinscribiéndome con un nombre ficticio;pero generalmente mis amigos meencontraban y me iba a mi casa, si meprometían no regañarme.

Si mi esposa decidía salir por latarde, yo compraba una buena provisiónde licor, la metía a escondidas en lacasa y la escondía en la carbonera, entrela ropa sucia, sobre los batientes de laspuertas o en los resquicios del sótano.También me servían los baúles y cofres,el recipiente de las latas viejas e incluso

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el de la ceniza. Nunca usé el depósito deagua del excusado porque me parecíademasiado fácil. Después descubrí quemi esposa lo inspeccionabafrecuentemente. Cuando los días deinvierno eran suficientemente oscuros,metía botellas chicas de alcohol en unguante y las tiraba al porche de atrás. Elcontrabandista que me surtía, escondíalicor en la escalera de atrás para que yolo tuviera a mano. Solía metérmelo enlos bolsillos, pero me los registraban yesto se volvió muy arriesgado. Tambiénsolía meterme botellas pequeñas en loscalcetines; esto dio muy buen resultadohasta que mi esposa y yo fuimos al cine

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a ver una película y descubrió mi truco.No voy a relatar todas mis

experiencias en hospitales y sanatorios.Durante todo este tiempo nuestros

amigos nos condenaron más o menos alostracismo. No podían invitamos porqueera seguro que me emborracharía y miesposa no se atrevía a invitar a nadiepor la misma razón. Mi fobia por elinsomnio imponía que me emborracharacada noche, pero para poder conseguirlicor para la siguiente tenía que estarsobrio por la mañana y abstenerme debeber hasta las cuatro de la tarde por lomenos. Proseguí con esta rutina durantediecisiete años con pocas

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interrupciones. En realidad era unapesadilla horrible ese ganar dinero,conseguir licor, meterlo a escondidas ala casa, emborracharme, temblar por lasmañanas, tomar grandes dosis desedantes para poder ganar más dinero yas í ad nauseam. Les prometía que novolvería a beber a mi esposa, a mishijos y a mis amigos, promesas queraramente me mantenían sobrio nidurante un día a pesar de haber sido muysincero al hacerlas.

Para beneficio de los inclinados alos experimentos, debo mencionar elllamado experimento de la cerveza.Poco tiempo después de suspenderse la

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prohibición de vender cerveza, creí queestaba a salvo. La cerveza me parecíainocua; podía beber toda la que quisiera.Nadie se emborrachaba con cerveza.Con el consentimiento de mi buenaesposa llené de cerveza el sótano hastalos topes. Al poco tiempo estabaconsumiendo cuando menos una caja ymedia de botellas por día. Subí de pesotreinta libras en unos dos meses, parecíaun cerdo y me sentía incómodo por faltade respiración. Entonces se me ocurrióque, cuando todo uno olía a cerveza,nadie podía decir lo que había bebido,así que empecé a reforzar mi cervezacon puro alcohol. Desde luego, el

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resultado fue muy malo, y esto puso final experimento de la cerveza.

Más o menos en la época de esteexperimento fui a dar con un grupo depersonas que me atraían por su aparenteequilibrio, buena salud y felicidad.Hablaban sin ninguna turbación, cosaque yo nunca podía hacer, se les veíamuy reposados en cualquier ocasión yparecían muy saludables. Por encima deestos atributos, parecían felices. Mesentía cohibido e intranquilo la mayorparte del tiempo, mi salud era precaria yme sentía completamente infeliz. Tuve lasensación de que ellos tenían algo queyo no tenía y que podría aprovechar de

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buena gana. Supe que se trataba de algode índole espiritual, lo cual no me atraíamucho pero pensé que no podríahacerme ningún daño. Le dediqué muchotiempo y estudié el asunto durante dosaños y medio, pero a pesar de eso meemborrachaba todas las noches. Leí todolo que pude encontrar y hablé con todoel que creía que sabía algo acerca deello.

Mi esposa se interesó mucho y fue suinterés el que sostuvo el mío a pesar deque entonces no veía que pudiera ser unasolución para mi problema con el licor.Nunca sabré cómo mi esposa conservósu fe y su valor durante todos esos años,

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pero lo hizo. Si no hubiera sido así, séque desde hace mucho yo estaría muerto.Quién sabe por qué, nosotros losalcohólicos parece que tenemos el donde escoger a las mujeres mejores delmundo. Por qué han de ser sometidas alas torturas que les infligimos es algoque no puedo explicarme.

Por aquellos días una señora llamó ami esposa un sábado por la tarde paradecirle que quería que yo fuese a su casaesa noche, a conocer a un amigo de ellaque podría ayudarme. Era la víspera delDía de la Madre y había llegado a casabien borracho llevando una planta enuna maceta que puse en la mesa; acto

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seguido subí a mi cuarto y perdí elconocimiento. Al día siguiente volvió allamar aquella señora. Queriendo sercortés aunque me sentía muy mal, dije:«Vamos a hacer la visita» e hice a miesposa prometerme que no nosquedaríamos más de quince minutos.

Llegamos a su casa a las cinco yeran las once y cuarto cuando salimos.Tuve posteriormente dos conversacionesmás breves con este hombre y dejé debeber repentinamente. Este período secoduró como tres semanas. Entonces fui aAtlantic City para asistir a una reuniónde una sociedad nacional de la que eramiembro y que duró algunos días. Me

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bebí todo el whisky que llevaban en eltren y compré varias botellas de caminoal hotel. Esto sucedió un domingo; meemborraché esa noche, estuve sin beberel lunes hasta después de la comida yprocedí a embriagarme otra vez. Bebítodo lo que me atreví a beber en el bar yme fui a mi cuarto a terminar laborrachera. El martes empecé por lamañana y por la tarde ya estaba bienarreglado. No quise quedar mal y poreso pagué mí cuenta y me fui del hotel.En el camino a la estación delferrocarril compré licor. Tuve queesperar algún tiempo la salida del tren.A partir de entonces no recuerdo nada

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sino hasta que desperté en la casa de unamigo que vivía en un pueblo cercano.Esas buenas personas avisaron a miesposa y ella mandó a mi nuevo amigopara que me llevara a mi casa. Llegó,me llevó, me acostó, me dio unas copasesa noche y una botella de cerveza el díasiguiente.

Eso fue el 10 de junio de 1935, y fuemi última copa. Al escribir esto hanpasado casi cuatro años.

La pregunta que podría venirte a lamente sería: «¿Qué fue lo que dijo ohizo ese hombre que fue tan diferente delo que otros habían dicho o hecho?»Debe recordarse que yo había leído

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mucho y hablado con todo aquel quesabía, o creía que sabía, algo acerca delalcoholismo. Pero este era un hombreque había pasado por años de beberespantosamente, que había tenido lamayoría de las experiencias de borrachoconocidas por el hombre, pero que sehabía recuperado por los mismosmedios que había yo estado tratando deemplear, o sea: el enfoque espiritual.Me dio información sobre el tema delalcoholismo que indudablemente fue degran ayuda. Mucho más importante fueel hecho de que él era el primer serhumano con quien yo hablaba quesabía por experiencia personal de lo

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que estaba hablando cuando se referíaal alcoholismo. En otras palabras,hablaba mi propio idioma. Sabía todaslas respuestas y ciertamente, no porquelas hubiese sacado de sus lecturas.

Es una maravillosa bendición estarliberado de la terrible maldición quepesaba sobre mí. Mi salud es buena y herecobrado el respeto de mí mismo y elde mis colegas. Mi vida hogareña esideal y mis negocios todo lo bueno quepueda esperarse en estos tiemposinseguros. Dedico mucho tiempo a pasarlo que aprendí a otras personas que loquieren y necesitan mucho. Los motivosque tengo para hacerlo son:

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1. Sentido del deber.2. Es un placer.3. Porque al hacerlo estoy pagando mi

deuda al hombre que se tomó eltiempo para pasármela a mí.

4. Porque cada vez que lo hago measeguro un poco más contra unaposible recaída.

A diferencia de la mayoría denosotros, no me sobrepuse totalmente alansia de licor durante los primeros dosaños y medio. Casi siempre la sentía;pero nunca estuve ni siquiera próximo aceder a ella. Me inquietabaterriblemente ver a mis amigos beber,sabiendo que yo no podía, pero me

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discipliné a creer que, aunque una vezhabía tenido ese mismo privilegio, habíaabusado de él tan espantosamente queme había sido retirado. Así que no mecorresponde protestar porque, despuésde todo, nadie tuvo nunca que tirarme alsuelo para echarme el licor por elgaznate.

Si crees que eres un ateo, unagnóstico, un escéptico, o tienescualquiera otra forma de orgullointelectual que te impida aceptar lo quehay en este libro, lo siento por ti. Sicrees que todavía tienes fuerzassuficientes para ganar solo la partida, escuestión tuya. Pero si verdaderamente

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quieres dejar de beber de una vez portodas, y sinceramente sientes quenecesitas ayuda, sabemos que tenemosuna solución para ti. Nunca falla, si unose dedica a ello con la mitad del ahíncoque tenía la costumbre de demostrarcuando estaba tratando de conseguir otracopa.

¡Tu Padre Celestial nunca teabandonará!

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(1)

EL ALCOHÓLICOANÓNIMO NÚMERO 3

Miembro pionero del Grupo Nº 1 deAkron, el primer grupo de A.A. en elmundo. Preservó su fe, y por esto, él yotros muchos encontraron una vidanueva.

UNO DE CINCO HIJOS, nací en unagranja en el condado de Carlyle,Kentucky. Mis padres eran gente

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acomodada y un matrimonio feliz. Miesposa, oriunda también de Kentucky,me acompañó a Akron, donde terminémis estudios de Leyes en la Facultad deDerecho de Akron.

El mío es en cierto modo un casoinusitado. No hubo episodios deinfelicidad durante mi niñez quepudieran explicar mi alcoholismo.Aparentemente, tenía una propensiónnatural a la bebida. Estaba felizmentecasado y, como he dicho, nunca tuveninguno de los motivos, conscientes oinconscientes, que a menudo se citanpara beber. No obstante, como indica míhistorial, llegué a convertirme en un

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caso grave.Antes de que la bebida me derrotara

completamente, logré tener algunoséxitos apreciables, habiendo servidocomo miembro del consejo municipal yadministrador financiero de Kenmore,un suburbio que más tarde se incorporóa la ciudad misma. Pero todo esto se fueesfumando según bebía cada vez más.Así que, cuando llegaron Bill y el Dr.Bob, mis fuerzas se habían agotado.

La primera vez que me emborraché,tenía ocho años. No fue culpa de mipadre ni de mi madre, quienes seoponían fuertemente a la bebida. Un parde trabajadores estaban limpiando el

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granero de la finca, y yo les acompañabamontado en el trineo. Mientras elloscargaban, yo bebía sidra de un barrilque había en el granero. Después de doso tres recorridos, en un viaje de vuelta,perdí el conocimiento y me tuvieron quellevar a casa. Recuerdo que mi padretenía whisky en la casa con propósitosmedicinales y para servir a losinvitados, y yo lo bebía cuando no habíanadie a mi alrededor y luego añadíaagua a la botella para que mis padres nose dieran cuenta.

Seguí así hasta que me matriculé enla universidad estatal y, pasados cuatroaños, me di cuenta de que era un

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borracho. Mañana tras mañana medespertaba enfermo y temblando, perosiempre disponía de una botellacolocada en la mesa al lado de mi cama.La cogía, me echaba un trago y, a lospocos minutos, me levantaba, me echabaotro, me afeitaba, desayunaba, me metíaen el bolsillo un cuarto de litro de licor,y me iba a la universidad. En losintervalos entre mis clases, corría a losservicios, bebía lo suficiente como paracalmar mis nervios y me dirigía a lasiguiente clase. Eso fue en 1917.

En la segunda parte de mi último añoen la universidad, dejé mis estudios paraalistarme en el ejército. En aquel

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entonces, a esto lo llamaba patriotismo.Más tarde, me di cuenta de que estabahuyendo del alcohol. En cierto grado,me ayudó, ya que me encontré en lugaresen donde no podía conseguir nada debeber, y así logré romper el hábito.

Luego entró en vigor la Prohibición,y el hecho de que lo que se podíaobtener era tan malo, y a veces mortal,unido al de haberme casado y tener untrabajo que no podía descuidar, meayudaron durante un período de unostres o cuatro años; aunque cada vez quepodía conseguir una cantidad de licorsuficiente para empezar, meemborrachaba. Mi esposa y yo

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pertenecíamos a algunos clubs debridge, en donde se comenzaba afabricar y a servir vino. No obstante,después de dos o tres intentos, supe queesto no me convencía, ya que no servíanlo suficiente para satisfacerme, así querehusé beber. Ese problema, sinembargo, pronto se resolvió cuandoempecé a llevarme mi propia botellaconmigo y a esconderla en el retrete oentre los arbustos.

Según pasaba el tiempo, mi forma debeber iba empeorando. Me ausentaba dela oficina durante dos o tres semanas;días y noches espantosas en las que meveía tirado en el suelo de mi casa,

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buscando la botella a tientas, echándomeun trago y volviéndome a hundir en elolvido.

Durante los primeros seis meses de1935, me hospitalizaron ocho veces porembriaguez y me ataron a la camadurante dos o tres días antes de quesupiera dónde estaba.

El 26 de junio de 1935, llegué otravez al hospital, y me sentí desanimado,por no decir más. Cada una de las sieteveces que me había ido del hospitaldurante los últimos seis meses, salíresuelto a no emborracharme, por lomenos durante ocho meses. No fue así;no sabía cuál era el problema, y no

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sabía qué hacer.Aquella mañana me trasladaron a

otra habitación, y allí estaba mi esposa.Pensé: «Bueno, me va a decir que hemosllegado al fin». No podía culparla, y notenía intención de tratar de justificarme.Me dijo que había hablado con dospersonas acerca de la bebida. De estome resentí mucho, hasta que me informóque eran un par de borrachos como yo.Decírselo a otro borracho no era tanmalo.

Me dijo: «Vas a dejarlo». Esto valiómucho, aunque no lo creía. Luego medijo que los borrachos con quieneshabía hablado, tenían un plan a través

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del cual creían que podían dejar debeber, y una parte del plan era elcontárselo a otro borracho. Esto iba aayudarles a mantenerse sobrios. Toda lademás gente que había hablado conmigoquería ayudarme, y mi orgullo no medejaba escucharlos, creándomeúnicamente resentimientos. Me pareció,no obstante, que sería una mala personasi no escuchaba por un rato a un par dehombres, si esto les podría curar.También me dijo que no podía pagarlesaunque quisiera y tuviera el dinero parahacerlo, dinero que no tenía.

Entraron y empezaron a instruirmeen el programa que más tarde se

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conocería como Alcohólicos Anónimos,y que en aquel entonces no era muyextenso.

Los miré, dos hombres grandes, demás de seis pies de altura, y deapariencia muy agradable. (Más tardesupe que eran Bill W. y el Dr. Bob).Poco después empezamos a relataralgunos acontecimientos de nuestrobeber y, naturalmente, me di cuentarápidamente que ambos sabían de lo queestaban hablando, porque cuando se estáborracho, uno puede sentir y oler cosasque no se pueden en otros momentos. Sime hubiera parecido que no sabían de loque estaban hablando, no habría estado

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dispuesto en absoluto a hablar con ellos.Pasado un rato, Bill dijo: «Bueno,

has estado hablando mucho; deja quehable yo por unos minutos». Así que,después de escuchar un poco más de mihistoria, se volvió hacia el Dr. Bob,creo que él no sabía que lo oía, y dijo:«Bueno, me parece que vale la penatrabajar con él y salvarle». Mepreguntaron: «¿Quieres dejar de beber?Tu beber no es asunto nuestro. Noestamos aquí para tratar de quitarteningún derecho o privilegios tuyos; perotenemos un programa a través del cualcreemos que podemos mantenernossobrios. Una parte de este programa

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consiste en que lo pasemos a otrapersona, que lo necesite y lo quiera. Sino lo quieres, no malgastaremos tutiempo, y nos iremos a buscar a otro».

Luego, querían saber si yo creía quepodía dejar de beber por mis propiosmedios, sin ayuda alguna; si podíasimplemente salir del hospital para nobeber nunca. Si así fuera, sería unamaravilla, y a ellos les agradaríaconocer a un hombre que tuviera talcapacidad. No obstante, buscaban a unapersona que supiera que tenía unproblema que no podía resolver por símisma y que necesitara ayuda ajena.Luego me preguntaron si creía en un

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Poder Superior. Eso no me causóninguna dificultad, ya que nunca habíadejado de creer en Dios, y había tratadorepetidas veces de conseguir ayuda, sinlograrla. Luego me preguntaron siestaría dispuesto a recurrir a este Poderpara pedir ayuda, tranquilamente y sinreservas.

Me dejaron para que reflexionarasobre esto, y me quedé echado en micama del hospital, pensando en mi vidapasada y repasándola. Pensé en lo que elalcohol me había hecho, en lasoportunidades que había perdido, en lostalentos que se me habían dado y encómo los había malgastado; y finalmente

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llegué a la conclusión de que, aunque nodeseara dejar de beber, deberíadesearlo, y que estaba dispuesto a hacercualquier cosa para dejarlo.

Estaba dispuesto a admitir que habíatocado fondo, que me había encontradocon algo con lo que no sabía enfrentarmesolo. Así que, después de meditar sobreesto, y dándome cuenta de lo que labebida me había costado, acudí a estePoder Superior, que para mí era Dios,sin reserva alguna, y admití que yo eraimpotente ante el alcohol, y que estabadispuesto a hacer cualquier cosa paradeshacerme del problema. De hecho,admití que estaba dispuesto, de allí en

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adelante, a entregar mi dirección a Dios.Cada día trataría de buscar su voluntad yde seguirla, en vez de tratar deconvencer a Dios de que lo que yopensaba era lo mejor para mí. Entonces,cuando ellos volvieron, se lo dije.

Uno de los hombres, creo que fue elDr. Bob, me preguntó: «Bueno, ¿quieresdejar de beber?» Respondí: «Sí, megustaría dejarlo, por lo menos duranteunos seis u ocho meses, hasta que puedaponer mis cosas en orden y vuelva aganarme el respeto de mi esposa y dealgunos otros, arreglar mis finanzas,etc…» Y los dos con esto se echaron areír de buena gana, y me dijeron: «Sería

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mejor que lo que has estado haciendo,¿verdad?» lo que era, por supuesto, laverdad. Y me dijeron: «Tenemos malasnoticias para ti. A nosotros nosparecieron malas noticias, y a tiprobablemente te lo parecerán también.Aunque hayan pasado seis días, meses oaños desde que tomaste tu último trago,si te tomas una o dos copas acabarásatado a la cama en el hospital, como hasestado durante los seis meses pasados.Eres un alcohólico». Que recuerde yo,esta fue la primera vez que prestéatención a aquella palabra. Meimaginaba que era simplemente unborracho, y ellos me dijeron: «No,

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sufres de una enfermedad y no importacuánto tiempo pases sin beber, despuésde tomarte uno o dos tragos, teencontrarás como estás ahora». En aquelentonces, esa noticia me fueverdaderamente desalentadora.

Seguidamente me preguntaron:«Puedes dejar de beber durante 24horas, ¿verdad?» Les respondí: «Sí,cualquiera puede dejarlo, durante 24horas». Me dijeron: «De estoprecisamente hablamos. Veinticuatrohoras cada vez». Esto me quitó un pesode encima. Cada vez que comenzaba apensar en la bebida, me imaginaba loslargos años secos que me esperaban sin

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beber; esta idea de las veinticuatrohoras, y el que la decisión dependierade mí, me ayudaron mucho.

(En este punto, la Redacción seinterpone sólo lo suficiente como paracomplementar el relato de Bill D., elhombre en la cama, con el de Bill W., elque estaba sentado al lado de la cama).Dice Bill W.

Este último verano hizo 19 años queel Dr. Bob y yo le vimos (a Bill D.) porprimera vez. Echado en su cama delhospital, nos miraba con asombro.

Dos días antes, el Dr. Bob me habíadicho: «Si tú y yo vamos a mantenernos

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sobrios, más vale que nos pongamos atrabajar». En seguida, Bob llamó alHospital Municipal de Akron y pidióhablar con la enfermera encargada de larecepción. Le explicó que él y un señorde Nueva York tenían una cura para elalcoholismo. ¿Tenía ella algún pacientealcohólico con quien la pudiéramosprobar? Ella conocía al Dr. Bob desdehacía tiempo, y le replicó bromeando:«Supongo que ya la ha probado ustedmismo».

Sí, tenía un paciente, y de primeraclase. Acababa de llegar con deliriumtremens. A dos enfermeras les habíapuesto los ojos morados, y ahora le

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tenían atado fuertemente. ¿Serviría éste?Después de recetarle medicamentos,Bob ordenó: «Ponle en una habitaciónprivada. Le visitaremos cuando sedespeje».

A Bill D. no pareció causarle muchaimpresión. Con cara triste, nos dijocansadamente: «Bueno, todo eso es paraustedes estupendo; pero para mí nopuede serlo. Mi caso es tan malo que meaterra hasta la idea de salir del hospital.Y tampoco tienen que venderme lareligión. Una vez fui diácono, y todavíacreo en Dios. Parece que El apenas creeen mí».

Entonces, el Dr. Bob le dijo:

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«Bueno, quizá te sentirás mejor mañana.¿Te gustaría vernos otra vez?»

«¡Cómo no!» respondió Bill D., «talvez no sirva para nada, pero no obstanteme gustaría verles. No cabe duda de quesaben de lo que están hablando».

Al pasar más tarde por suhabitación, le encontramos con suesposa Henrietta. Nos señaló con eldedo diciendo con entusiasmo: «Estosson los hombres de quienes te estabahablando, los que entienden».

Luego Bill nos contó que habíapasado casi toda la noche despierto,echado en la cama. En el abismo de sudepresión nació de alguna manera una

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nueva esperanza. Le había cruzado porla mente como un relámpago la idea: «Siellos pueden hacerlo yo también lopuedo hacer». Se lo dijo repetidas vecesa sí mismo. Finalmente, de su esperanzasurgió una convicción. Estaba seguro. Levino entonces una profunda alegría.Sintió por fin una gran tranquilidad, y sedurmió.

Antes de terminar nuestra visita, Billse volvió hacia su esposa y le dijo:«Tráeme mis ropas, querida. Vamos alevantarnos e irnos de aquí». Bill D.salió del hospital como un hombre librey nunca más volvió a beber.

El Grupo Número Uno de A.A. data

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de ese mismo día. (A continuación siguela historia de Bill D.)

Durante los siguientes dos o tresdías, llegué por fin a la decisión deentregar mi voluntad a Dios y de seguirel programa lo mejor que pudiera. Suspalabras y sus acciones me habíaninfundido una cierta seguridad. Aunqueno estaba absolutamente seguro. Nodudaba de que el programa funcionara,dudaba de que yo pudiera atenerme a él;llegué no obstante a la conclusión de queestaba dispuesto a dedicar todos misesfuerzos a hacerlo, con la gracia deDios, y que deseaba hacer precisamente

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esto. En cuanto llegué a esta decisión,sentí un gran alivio. Supe que teníaalguien que me ayudaría, en el que podíaconfiar, que no me fallaría. Si pudieraapegarme a Él y escuchar, conseguiría lodeseado. Recuerdo que, cuando loshombres volvieron, les dije: «Acudí aeste Poder Superior, y le dije que estoydispuesto a anteponer Su mundo a todolo demás. Ya lo he hecho, y estoydispuesto a hacerlo otra vez anteustedes, o a decirlo en cualquier sitio,en cualquier parte del mundo, de aquí enadelante, sin tener vergüenza». Y esto,como ya he dicho, me deparó muchaseguridad; parecía quitarme una gran

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parte de mi carga.Me acuerdo haberles dicho también

que iba a ser muy duro, porque hacíaotras cosas: fumaba cigarrillos, jugabaal póquer y a veces apostaba a loscaballos; y me dijeron: «¿No te pareceque en el presente la bebida te estácausando más problemas que cualquierotra cosa? ¿No crees que vas a tener quehacer todo lo que puedas paradeshacerte de ella?» Les repliqué aregañadientes: «Sí, probablemente seráasí». Me dijeron: «Dejemos de pensaren los demás problemas; es decir, notratemos de eliminarlos todos de ungolpe, y concentrémonos en el de la

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bebida». Por supuesto, habíamoshablado de varios de mis defectos yhecho un tipo de inventario que no fuedifícil de hacer, ya que tenía muchosdefectos que eran muy obvios, porquelos conocía de sobra. Luego me dijeron.«Hay una cosa más. Debes salir y llevareste programa a otra persona que lonecesite y lo desee».

Llegado a este punto, mis negocioseran prácticamente no existentes. Notenía ninguno. Durante bastante tiempo,tampoco gocé, naturalmente, de mibuena salud. Me llevó un año y medioempezar a sentirme bien físicamente. Mefue algo duro, pero pronto encontré a

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gente que antes habían sido amigos y,después de haberme mantenido sobriodurante un tiempo, vi a esta gente volvera tratarme como lo habían hecho en añospasados, antes de haberme puesto tanmalo que no prestaba mucha atención alas ganancias económicas. Pasé lamayor parte de mi tiempo tratando derecobrar estas amistades y de compensarde alguna forma a mi mujer, a quienhabía lastimado mucho.

Sería difícil calcular cuánto A.A. hahecho por mí. Verdaderamente deseabael programa y quería seguirlo. Meparecía que los demás tenían tantoalivio, una felicidad, un no sé qué, que

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yo creía que toda persona debía tener.Estaba tratando de encontrar la solución.Sabía que había aún más, algo que nohabía captado todavía. Recuerdo un día,una o dos semanas después de que salídel hospital, en el que Bill estaba en micasa hablando con mi esposa y conmigo.Estábamos almorzando, y yo estabaescuchando, tratando de descubrir porqué tenían ese alivio que parecían tener.Bill miró a mi esposa y le dijo:«Henrietta, Dios me ha mostrado tantabondad, curándome de esta enfermedadespantosa, que yo quiero únicamenteseguir hablando de esto y seguircontándoselo a otras gentes».

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Me dije: «Creo que tengo lasolución». Bill estaba muy, muyagradecido por haber sido liberado deesta cosa tan terrible y había atribuido aDios el mérito de haberlo hecho y estátan agradecido que quiere contárselo aotras gentes. Aquella frase: «Dios me hamostrado tanta bondad, curándome deesta enfermedad espantosa, queúnicamente quiero contárselo a otrasgentes», me había servido como un textodorado para el programa de A.A. y paramí.

Por supuesto, mientras pasaba eltiempo y yo empezaba a recuperar misalud, sentí que no tenía que esconderme

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siempre de la gente, y esto ha sidomaravilloso. Todavía asisto a lasreuniones, porque me gusta hacerlo. Meencuentro con gente con quien me gustahablar. Otro motivo que tengo paraasistir es que estoy aún tan agradecidode tener tanto el programa como la genteque lo compone, que todavía quieroparticipar en las reuniones —y tal vez lacosa más maravillosa que me haenseñado el programa— lo he vistomuchas veces en el «A.A. Grapevine», ymuchas personas me lo han dichopersonalmente, y he visto a otras muchasponerse de pie en las reuniones ydecirlo, es lo siguiente: «Vine a A.A.

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únicamente con el propósito de lograrmi sobriedad, pero a través delprograma de A.A. he encontrado aDios».

Esto me parece lo más maravillosoque una persona puede hacer.

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(2)

LAS MUJERES TAMBIÉNSUFREN

A pesar de tener grandesoportunidades, el alcohol casi terminócon su vida. Pionera en A.A., difundióla palabra entre las mujeres de nuestraetapa primera.

¿QUÉ ESTABA diciendo?… Delejos, como en un delirio, oí mi propiavoz llamando a alguien, «Dorotea»,

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hablando de tiendas de ropa, detrabajos… las palabras se fueronhaciendo más claras… el sonido de mipropia voz me asustaba al irseacercando… y de repente, allí estaba,hablando no sé de qué, con alguien aquien no había visto nunca antes deaquel momento. De golpe, paré dehablar. ¿Dónde me encontraba?

Había despertado antes enhabitaciones extrañas, completamentevestida, sobre una cama o un sofá; habíadespertado en mi propia habitación,dentro o sobre mi propia cama, sin saberqué hora del día era, con miedo apreguntar… pero esto era diferente. Esta

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vez parecía estar ya despierta, sentadaderecha en una silla grande y cómoda,en el medio de una animadaconversación con una mujer joven, queno parecía extrañarse de la situación.Ella estaba charlando, cómoda yagradablemente.

Aterrorizada, miré a mi alrededor.Estaba en una habitación grande, oscura,y amueblada de una manera bastantepobre, la sala de estar de un apartamentoen el sótano de la casa. Escalofríosempezaron a recorrer mi espalda; meempezaron a castañear los dientes; mismanos empezaron a temblar y las metídebajo de mí para evitar que salieran

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volando. Mi miedo era real, pero no erael responsable de esas violentasreacciones. Yo sabía muy bien lo queeran, un trago lo arreglaría todo. Debíade haber pasado mucho tiempo desde miúltima copa, pero no me atrevía apedirle una a esta extraña. Tengo quesalir de aquí. De cualquier forma, tengoque salir de aquí antes de que sedescubra mi abismal ignorancia de cómollegué aquí, y ella se dé cuenta de que yoestoy totalmente loca. Estaba loca, debíade estarlo.

Los temblores empeoraron y yo mirémi reloj, las seis en punto. La última vezque recuerdo mirar la hora era la una.

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Había estado sentada cómodamente enun restaurante con Rita, bebiendo misexto martini y esperando que elcamarero se olvidara de nuestra comidao, por lo menos, lo suficiente como paratomarme un par de ellos más. Me habíatomado sólo dos con ella, pero habíaconseguido tomarme cuatro en losquince minutos que la estuve esperando,y, naturalmente, los incontados tragos dela botella según me levantabadolorosamente y me vestía de maneralenta y espasmódica. De hecho, a la uname encontraba muy bien, sin sentir doloralguno. ¿Qué podía haber pasado?Aquello ocurrió en el centro de Nueva

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York, en la ruidosa calle 42… esto eraobviamente una tranquila zonaresidencial. ¿Por qué me había traídoaquí Dorotea? ¿Quién era esta mujer?¿Cómo la había conocido? No teníarespuestas y no osaba preguntar. Ella nodaba señal de que nada estuviera mal.Pero, ¿qué había estado haciendo enesas cinco horas perdidas? Mi cerebrodaba vueltas. Podía haber hecho cosasterribles. ¡Y ni siquiera lo sabía!

De alguna forma, salí de allí ycaminé cinco manzanas. No había ningúnbar a la vista, pero encontré la estacióndel Metro. El nombre no me era familiary tuve que preguntar por la línea de

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Grand Central. Me llevó tres cuartos dehora y dos trasbordos llegar allí, devuelta en mi punto de partida. Habíaestado en las remotas zonas deBrooklyn.

Esa noche me puse muy borracha, locual era normal, pero recordé todo, loque era muy extraño. Me acordé de estaren lo que, mi hermana me aseguró, erami proceso de todas las noches, de tratarde buscar el nombre de Willie Seabrooken la guía de teléfonos. Recordé mifirme decisión de encontrarle y pedirleque me ayudara a entrar en esa «casa derecuperación», de la que había escrito.Recordé que aseguraba que iba a hacer

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algo al respecto, que no podía seguir…Recordé el haber mirado con ansia a laventana como una solución más fácil, yme estremecía con el recuerdo de esaotra ventana, tres años antes, y los seisagonizantes meses en una sala de unhospital de Londres. Recordé cuandollenaba de ginebra la botella del aguaoxigenada que guardaba en mi armaritode las medicinas, en caso de que mihermana descubriera la que escondíadebajo del colchón. Y recordé elpavoroso horror de aquella interminablenoche en que dormí a ratos y medesperté goteando sudor frío ytemblando con una total desesperación,

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para terminar bebiendo apresuradamentede mi botella y desmayándome denuevo. «Estás loca, estás loca, estásloca» martilleaba mi cerebro en cadarayo de conocimiento, para ahogar elestribillo con un trago.

Todo siguió así hasta que dos mesesmás tarde aterricé en un hospital yempezó mi lucha por la vuelta a lanormalidad. Había estado así durantemás de un año. Tenía treinta y dos añosde edad.

Cuando miro hacia atrás y veo esehorrible último año de constante beber,me pregunto cómo pude sobrevivir tantofísica como mentalmente. Había habido,

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naturalmente, períodos en los que existíauna clara comprensión de lo que habíallegado a ser, acompañada porrecuerdos de lo que había sido, y de loque había esperado ser. El contraste erabastante impresionante. Sentada en unbar de la Segunda Avenida, aceptandotragos de cualquiera que los ofreciese,después de gastar lo poco que tenía; osentada en casa sola, con el inevitablevaso en la mano, me ponía a recordar y,al hacerlo, bebía más de prisa, buscandocaer rápidamente en el olvido. Eradifícil reconciliar este horrorosopresente con los simples hechos delpasado.

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Mi familia tenía dinero, nunca habíasido privada de ningún deseo material.Los mejores internados, y una escuelaprivada de educación social en Europame había preparado para elconvencional papel de debutante y jovenmatrona. La época en la que crecí (la erade la Prohibición inmortalizada porScott Fitzgerald y John Held, Jr.) mehabía enseñado a ser alegre con los másalegres; mis propios deseos internos mellevaron a superarles a todos. El añodespués de mi presentación en lasociedad, me casé. Hasta aquelmomento, todo iba bien, todo de acuerdoal plan indicado, como otros tantos

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miles. Entonces la historia empezó a serla mía propia. Mi marido eraalcohólico, yo sólo sentía desprecio poraquellos que no tenían para la bebida lamisma asombrosa capacidad que yo, elresultado era inevitable. Mi divorciocoincidió con la bancarrota de mi padre,y me puse a trabajar, deshaciéndome detodo tipo de lealtades yresponsabilidades hacia cualquiera queno fuera yo misma. Para mí, el trabajoera un medio para llegar al mismo fin,poder hacer aquello que quisiera.

Los siguientes diez años, hice sóloeso. Buscando más libertad y emociónme fui a vivir a ultramar. Tenía mi

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propio negocio, de suficiente éxito comopara permitirme la mayoría de misdeseos. Conocía a toda la gente quequería conocer. Veía todos los lugaresque quería ver. Hacía todas las cosasque quería hacer, y era cada vez másdesgraciada. Testaruda, obstinada,corría de placer en placer y encontrabaque las compensaciones ibandisminuyendo hasta desvanecerse. Lasresacas empezaron a tener proporcionesmonstruosas, y el trago de por la mañanallegó a ser de urgente necesidad. Laslagunas mentales eran cada vez másfrecuentes, y rara vez me acordaba decómo había llegado a casa. Cuando mis

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amigos insinuaban que estaba bebiendodemasiado, dejaban de ser mis amigos.Iba de grupo en grupo, de lugar en lugar,y seguía bebiendo. Con sigilosa insidia,la bebida había llegado a ser másimportante que cualquier otra cosa. Yano me proporcionaba placer,simplemente aliviaba el dolor; perotenía que tenerla. Era amargamenteinfeliz. Sin duda había estado demasiadotiempo en el exilio; debía volver aAmérica. Lo hice y, para sorpresa mía,mi problema empeoró.

Cuando ingresé en un hospitalpsiquiátrico para un tratamientointensivo, estaba convencida de que

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tenía una seria depresión mental. Queríaayuda y traté de cooperar. Al irprogresando el tratamiento, empecé aformarme una idea más clara de mímisma, y de ese temperamento que mehabía causado tantos problemas. Habíasido hipersensible, tímida, idealista. Miincapacidad para aceptar las durasrealidades de la vida me habíaconvertido en una escépticadesilusionada, revestida de unaarmadura que me protegía contra laincomprensión del mundo. Esa armadurase había convertido en los muros de unaprisión, encerrándome en ella con mimiedo y mi soledad. Todo lo que me

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quedaba era una voluntad de hierro paravivir mi propia vida a pesar del mundoexterior. Y allí me encontraba yo: unamujer aterrorizada por dentro ydesafiante por fuera, que necesitabadesesperadamente un apoyo paracontinuar.

El alcohol era ese apoyo, y yo noveía cómo podía vivir sin él. Cuando eldoctor me decía que no debía de bebernunca más, no pude permitirme elcreerle. Tenía que insistir en misintentos por enderezarme, tomando lostragos que necesitara, sin que sevolvieran en mi contra. Además, ¿cómopodía él entender? No era bebedor, no

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sabía lo que era necesitar un trago, ni loque un trago podía hacer por uno en unapuro. Yo quería vivir, no en undesierto, sino en un mundo normal. Y miidea de un mundo normal era estarrodeada de gente que bebía; losabstemios no estaban incluidos. Estabasegura de que no podía estar con genteque bebía, sin beber. En esto teníarazón; no me sentía a gusto con ningúntipo de persona sin estar bebiendo.Nunca lo había estado.

Naturalmente, a pesar de mis buenasintenciones y de mi vida protegida trasde los muros del hospital, meemborraché varias veces y quedé

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asombrada, y muy trastornada.Fue en aquel momento cuando mi

doctor me dio el libro AlcohólicosAnónimos para que lo leyera. Losprimeros capítulos fueron unarevelación para mí. ¡Yo no era la únicapersona en el mundo que se sentía ycomportaba de esa manera! No estabaloca, ni era una depravada; era unapersona enferma. Padecía unaenfermedad real que tenía un nombre yunos síntomas, como los de la diabetes oel cáncer. ¡Y una enfermedad era algorespetable, no un estigma moral! Peroentonces encontré un obstáculo. Notragaba la religión y no me gustaba la

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mención de Dios o de cualquiera de lasotras mayúsculas. Si aquella era lasalida, no era para mí. Yo era unaintelectual y necesitaba una respuestaintelectual, no emocional. Así de clarose lo dije a mi doctor. Quería aprender avalerme por mí misma, no cambiar unapoyo por otro, y mucho menos por unotan intangible y dudoso como aquél era.Así continué varias semanas,abriéndome camino a regañadientes através del ofensivo libro y sintiéndomecada vez más desesperada.

Entonces, ocurrió el milagro. ¡A mí!A todo el mundo no le ocurre tan derepente, pero tuve una crisis personal

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que me llenó de cólera justificada eincontenible. Mientras bufabadesesperadamente de la cólera yplaneaba coger una buena borracherapara enseñarles, mis ojos captaron unafrase del libro que estaba abierto sobrela cama, «No podemos vivir concólera». Los muros se derrumbaron y laluz apareció. No estaba atrapada; noestaba desesperada. Era libre, y no teníaque beber para enseñarles. Esto no erala «religión» ¡era libertad! Libertad dela cólera y del miedo, libertad paraconocer la felicidad y el amor.

Fui a una reunión para conocer pormí misma al grupo de locos y

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vagabundos que habían realizado estaobra. Ir a una reunión de gente era unade esas cosas que toda mi vida —desdeel día en que dejé mi mundo privado delibros y sueños para encontrarme en elmundo real de la gente, las fiestas, y eltrabajo— me había hecho sentir comouna intrusa, y para ser parte de ellasnecesitaba el estímulo animador de labebida. Me fui temblando a una casa enBrooklyn llena de gente de mi clase.Hay otro significado de la palabrahebrea que se traduce como «salvación»en la Biblia, y éste es: «volver a casa».Había encontrado mi «salvación». Ya noestaba sola.

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Aquel fue el principio de una nuevavida, una vida más completa y feliz delo que nunca había conocido o creídoposible. Había encontrado amigos,amigos comprensivos que a menudosabían mejor que yo misma, lo quepensaba y sentía y que no me permitíanrefugiarme en una prisión de miedo ysoledad por una ofensa o insultoimaginarios. Comentando las cosas conellos, grandes torrentes de iluminaciónme mostraban a mí misma como enrealidad yo era, y era como ellos. Todosnosotros teníamos en común cientos derasgos característicos, de miedos yfobias, gustos y aversiones. De repente

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pude aceptarme a mí misma, condefectos y todo, como yo era, despuésde todo, ¿no éramos todos así? Y,aceptando, sentí una nueva paz interior,y la voluntad y la fuerza paraenfrentarme a las características de unapersonalidad con las que no habíapodido vivir.

La cosa no paró allí. Ellos sabían loque hacer con esos abismos negros quebostezaban, listos para tragarme cuandome sentía deprimida o nerviosa. Habíaun programa concreto, diseñado paraasegurarnos a nosotros, los evasivos desiempre, la mayor seguridad interiorposible. Según iba poniendo en práctica

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los Doce Pasos, se iba disolviendo lasensación de desastre inminente que mehabía perseguido durante años.¡Funcionó!

Miembro en activo de A.A. desde1939, al fin me siento un miembro útilde la raza humana. Tengo algo con loque puedo contribuir a la humanidad, yaque estoy peculiarmente cualificada,como compañera de fatigas, para prestarayuda y consuelo a aquellos que hantropezado y caído en este asunto deenfrentarse con la vida. Tengo mi mayorsensación de logro al saber que hetomado parte en la nueva felicidad quehan conseguido otros muchos como yo.

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El hecho de poder trabajar y ganarme lavida de nuevo, es importante, perosecundario. Creo que mi fuerza devoluntad, una vez exagerada, haencontrado su justo lugar, porque puedodecir muchas veces al día, «Hágase Tuvoluntad, no la mía»… y ser sincera aldecirlo.

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(3)

EL DESPERTAR DE UNVIAJANTE

En todos sus viajes, no podía eludirla botella ni a sí mismo, logró por finemerger de una vida amarga ydesolada y llegó a ser uno de losprimeros mensajeros de A.A. en PuertoRico.

COMENCÉ beber a la edad dedieciséis años, en la ciudad de Nueva

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York. Años más tarde, mientrastrabajaba como viajante por toda laAmérica del Sur y las Antillas, debebedor social me convertí en bebedorfuerte. Al llegar a la edad de 43 años,me di perfecta cuenta de que tenía unproblema con el alcohol, pues lo quehasta entonces había considerado comoun hábito, se había trocado en unaobsesión de tal índole que no podíapasármelas sin el «trago»

Preocupado por ese problema, acudídonde dos psiquiatras, uno delPresbyterian Medical Center y el otro, elDr. X, asociado de uno de los másconnotados psiquiatras de Estados

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Unidos. El primero que fui a ver en elCentro Médico Presbiteriano, supodesentrañar lo que me ocurría porquehasta me habló de AlcohólicosAnónimos, cuyo movimiento estaba paraentonces en los comienzos. Eso sucedióallá por el año 1939. Recuerdo queaquel médico me dijo que había oídohablar de un grupo de hombres ymujeres que estaban haciendo algoeficaz para resolver su problemaalcohólico y que si era de mi agradoconocer a esa gente podía ponerme encontacto con ellos. Pero A.A. no meinteresó en esa época y así se lo hicesaber. De mi experiencia con el otro

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psiquiatra haré mención más adelante.Comprendiendo que el problema de

la bebida seguía complicándoseme,decidí ir a Hot Spring, Arkansas, atomar los baños, pensando que meharían bien, y efectivamente, físicamentefue así porque estaba padeciendo deartritis alcohólica y tuve gran alivio porcerca de un año. Entonces comencé denuevo a sentirme mal y fui a ver al Dr.X, asiduo cliente de mi restaurant-bar.Me dijo que no me ocurría nada, que notenía por qué preocuparme ya que élcreía que yo no tenía ningún problemacon el alcohol. Y me dijo que prontopasaría por mi establecimiento para que

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nos tomáramos algunos tragos deDubonnet. En efecto, el domingosiguiente el Dr. X me dispensó unavisita, obsequiándome con un par deDubonnets que gustosamente reciproquécon varios «Old Fashions». A esostragos siguieron otros, después de loscuales el mozo del restaurant y yotuvimos que llevar al doctor a su casaporque estaba tambaleándose.

Al ver que los médicos no podíanayudarme a controlar la bebida, penséque tal vez un cambio de ambientepodría librarme de esa tenaz obsesiónalcohólica. Sabía que estaba bebiendoexageradamente y no sabía a qué

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atribuirlo, si echarle la culpa a mi mujerpor su carácter dominante, a mi socio, oa lo que fuera. La verdad es que no teníala respuesta del porqué estaba haciendolas cosas que venía haciendo en minegocio y en mi vida personal casi sinobjetivos. De manera que puse manos ala obra, vendí mi participación en elnegocio, di la mitad de lo que obtuve enmetálico a mi señora y después deconseguir algunas agencias de casasamericanas, me vine para Puerto Rico en1941. Después de mi llegada a la Isla,me hospedé en el Hotel Palace, y apesar de que traía varias botellas quelos amigos me habían dado al

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despedirme en Nueva York para quetrajera conmigo en el viaje y las cualesno había usado, y a pesar de tenertambién conmigo un par de cajas de vino«San Benito», marca que representabaen Puerto Rico, por una semana memantuve abstemio en tierrapuertorriqueña. Entonces repentinamentecomencé a beber de nuevo, con talímpetu que a los tres meses de continuasborracheras fui a parar al HospitalPresbiteriano. Allí estuve bajotratamiento de un simpático doctor queme recetó muchas vitaminas parafortalecerme. Aquel médico bonachón,después que me repuse con el

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tratamiento vitamínico, me aconsejó queno bebiese licores fuertes; que cuandosintiera ganas de beber me tomara unabotella de cerveza y todo marcharíabien. Claro está, el que le hable a unborracho de «una botella de cerveza» lopone a pensar enseguida en una de esasbotellonas grandes de cerveza de cincogalones. De más está decir que elexperimento de la cerveza no dioresultado.

Poco después de salir del HospitalPresbiteriano estalló la Segunda GuerraMundial, paralizándose mi negociodebido al gran descenso en lasimportaciones. A pesar de ese revés,

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decidí quedarme aquí. Un buen amigome ofreció un empleo, que acepté, en elGobierno Federal, como capataz. Measeguró que de ahí subiría pronto a otropuesto mejor. Así ocurrió. Trabajé enese puesto por uno o dos meses cuandocierto día vino a hablar conmigo unoficial del ejército que se estabahaciendo cargo de la transportacióngeneral por mar y tierra del equipopesado del ejército. Le caí bien porquenotó que hablaba bastante el castellano yse enteró de que yo había vivido aquípor algunos años. Me propuso quetrabajase al lado de él cumplimentandosus instrucciones. Con el permiso del

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Superintendente de Construcciones queme consiguiera el primer empleo, pasé atrabajar como asistente administrativo alas órdenes del oficial, devengando unabuena paga. Duré en ese empleo hasta1944. Durante ese período no bebí tantocomo antes debido a la disciplina a queestaba sujeto, estando bajo órdenes deoficiales. También parece que el oficialconocía al dedillo mi debilidad porquecuando se imaginaba que estaballegando algún período peligroso paramí, me mandaba tranquilamente a Cuba,a Antigua o a cualquier punto cercano.En esas ocasiones yo lo contemplaba dehito en hito diciéndome: «Este tipo me

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conoce mejor que yo mismo». Si acasoinquiría para qué me mandaba a esesitio, él replicaba: «Prepare su equipajey adelante. Allá es donde lo necesitamosahora». La verdad es que yo no teníanada que hacer en ninguno de esoslugares y era de suponer que queríadarme una semana o dos para que medesquitara de mi «sed», bebiendo todolo que yo quisiera. Pero sucedía todo locontrario. En aquellos sitios no bebíatanto como hubiera bebido en PuertoRico pues estaba entre coroneles y otrossuperiores que allí frecuentaban.

Cuando la guerra estaba para cesar ytodos se percataban de eso al ver que

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disminuía el trabajo en las oficinas,apenas si había transportación y losnegocios iban estancándose, cogí unaborrachera colosal. Me quedé en la casay como borracho al fin, me dispuse acelebrar sin pérdida de tiempo elacontecimiento del cese de hostilidadesque aún no había tenido lugar,bebiéndome no sé cuántas cajas dewhisky escocés; después remaché conron y antes de que me echaran presentéla renuncia porque sabía que si no lohacía me iban a poner «AWOL»(ausente sin licencia). Así fue queaceptaron mi renuncia, pudiendo dargracias a Dios de que mi récord en el

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gobierno federal sea bueno.Tuve la suerte de que los barcos

comenzaron a moverse de nuevo,trayendo carga a la Isla con regularidad,precisamente cuando conseguía unamagnífica representación con la quedevengué mucho dinero. En vez delborrachón diario me volví entonces unborrachón periódico. Cuando recibía elcheque de la casa a fines de mes entrabaenseguida en una borrachera de variosdías y al regresar a la oficina recuerdoque siempre mi secretario salía paracoger la suya y permanecía fuera comouna semana. Tal parecía que nosturnáramos en el trabajo y la bebida de

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común acuerdo. El pobre vendedor eraquien se volvía loco entre «dos locos»,pues era él un muchacho que no teníaningún problema con la botella.

Eso prosiguió así hasta el año 1945,cuando por cierto motivo que no vieneal caso, renuncié la representación quetenía para hacerme cargo de otra. Me dientonces a beber más y más y así debebedor periódico volví otra vez a lafase de bebedor diario. Poco a poco fuiabandonando mi negocio de una maneralastimosa. No iba apenas a la oficina yme pasaba la horas en el Union Clubbebiendo licor, hasta que llegó el día enque francamente me daba bochorno de

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que mis amigos me vieran siempre allítomando. Algunos me preguntaban:«¿Cuál es el motivo?» Y yo lesrespondía: «¡Si supiera el motivo se lodiría! ¡No sé! ¡No sé por qué bebo así!»

Así fui de mal en peor hasta quecomencé a frecuentar cantinas de ornatomucho más pobre. Me iba a buscar loslugares humildes, allí me pasaba lamañana tomando ron. Iba luego alapartamento a dormir un par de horaspara pasarme después el resto del díabebiendo hasta las diez o las once de lanoche.

Ante esa crítica situación comprendíque el alcohol me estaba aniquilando y

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en vano trataba de librarme de aquellalucha desigual. A propósito, recuerdoque en medio de esa borrasca puse enjuego un experimento para ver si lograbaarreglarme. Una mañana, mientrasesperaba que abrieran una cantina, meencontré con un raro sujeto continental,vistiendo pantalones sucísimos que unavez fueron blancos y zapatos de esos queusan los trabajadores del fango. Elindividuo se me acercó diciendo:«¡Buenos días! ¿Tiene un cigarrillo?» Ledi el cigarrillo. «¿Tiene usted unfósforo?» Le di el fósforo. Y ya le iba apreguntar si quería que me fumara elcigarrillo por él para completar la obra,

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cuando me interrogó si podía sentarsejunto a mí. «La calle es pública y puedeusted acomodarse dondequiera», repuse.Estábamos sentados cerca del bar queyo visitaba y que estaba esperando queabrieran. «¿Qué espera usted aquí?», mepreguntó. «Pues espero», le dije, «a queabran ese pequeño bar para tomar el“trago de los nervios”». Se me quedómirando y me dijo: «¿Sabe usted dedónde vengo yo ahora? Pues vengo de lacárcel. Estaba preso por borrachera. Notenía con qué pagar los dos pesos demulta. ¿Podría ser usted tan bondadosoque me pagara un “trago” cuando abranahí?» Le dije que no tenía ningún

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inconveniente en complacerlo y cuandoabrieron la cantina, al servírsenos los«tragos», por primera vez en mi vida seme ocurrió que si yo lograba enderezar aaquel tipo borrachón quizá podría élayudarme a aguantar la bebida. Eso meaconteció sin que supiera todavía nadade Alcohólicos Anónimos. Como él eraun poco más vivo, me dijo que sicomprábamos un litro de ron rendiríamás que ordenando la bebida porvasitos. De manera que compramos ellitro, con su correspondiente Seven Up yhielo, y nos pusimos a charlar. Entoncesvino a verme un mensajero yguardaespaldas que yo tenía y a quien

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cariñosamente llamaba «Mundito». Ledije al continental que iba a pagarle unrecorte y una afeitada en la barbería deenfrente y que no se preocupara por el«trago» que le enviaría ron y Seven Upcon «Mundito» para que bebieramientras lo arreglaba el barbero.Después que se recortó lo llevé a miapartamento, hice que se diera un baño yse cambiara la ropa. Fuimos a unrestaurant donde él comió opíparamentemientras yo bebía, contemplando elcambio que ya se notaba en el porte delsujeto. Eso sucedía en la época en queyo me retiraba borracho a dormir a lasdiez de la noche y cuando le dije que iba

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a acostarme, él me pidió que lo dejaradormir en el suelo. Me contó que habíaestado durmiendo realengo debajo delas casas. En vez de dejarlo dormir en elsuelo lo puse a dormir en un canapémientras yo me acostaba en la cama.Como de costumbre, al otro díatemprano estaba de regreso en lacantina. El me acompañó nuevamente yasí pasó otro día. Ese día sucedió algoque no esperaba. Yo guardo mi dineroen el bolsillo del chaquetón y ademástenía algunos pesos en el baúl, que teníatrancado. No desconfiaba de aquel tipo;pero como a las dos de la mañana —yono sabía que él había salido— se me

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presentó con un par de «hembras» yunos guitarristas. Huelga decir que esono me cayó en gracia. Le dije que sefuera con todos ellos al infierno. Mandóla gente a que se retirara y se acostó.Cuando me levanté al otro día noté queme faltaban cinco pesos. No dije nadamientras estábamos en el apartamento.Cuando llegamos a la cantina pedí unSeven Up y él se me quedó mirando.«¿Qué pasa?», y le dije, «No pasa nada.Tenía cinco pesos en mi bolsillo y hancaminado. Yo no sabía que los billetestuvieran patas». Compungido meconfesó que había cogido los cincopesos. No cogí coraje. Sencillamente le

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dije que se fuera de mi lado. De maneraque no resultó como esperaba elexperimento.

Después de eso no pensé en otracosa nada más que en seguir bebiendo.No tenía la menor idea de trabajar.Estaba en un hoyo. No sabía cómo salir.Al cabo enfermé. Los pies se mehincharon. Llamé al médico. El doctorque vino a verme me dijo que habría quesacar el fluido de las piernas con unaaguja. Me hizo recluir en el HospitalPresbiteriano donde me atendió otroamigo médico quien logró poner mispiernas en buen estado sin necesidad deusar agujas.

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Más o menos había acabado con minegocio y moralmente no me sentía conánimo de ir a visitar a la clientela, apesar de que no tenía nada quereprocharme de mi manera de procederpara con ella. Decidí volver a NuevaYork y un buen amigo me consiguióprioridad en avión. El doctor antes departir me había recetado un elixir quecontenía un gran por ciento de alcohol.Cuando todos mis amigos me repetían:«No bebas», me daban una medicinaprecisamente a base de alcohol. Alllegar a Nueva York tuve que averiguarciertas cosas sobre el status domésticomío. No sabía si estaba casado o

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divorciado. Después que me puse altanto de esas cuestiones y en vista de miserio problema con la bebida, misfamiliares me llevaron a una reunión deAlcohólicos Anónimos. Estaba bajo lainfluencia del alcohol. Tratábase delGrupo Manhattan, que celebra reunionesen la calle 41 y 8va. Avenida. Hicemuchas preguntas. Quería saber quéclase de negocio promovían y les pedíme dijeran dónde estaban los borrachosporque allí no veía ninguno. Me dieronalgunos folletos y me dijeron que laspuertas de A.A. estaban abiertas y quecualquier día que cambiara de idea,fuera a visitarles. Les di las gracias y

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les supliqué que perdonaran la molestiaque les había dado con mis comentarios.Ya estaba para salir cuando me tropecécon Herman, sobrio pero con el «bailede San Vito» y le dije: «¿Tú cómo temantienes sobrio?» a lo que respondiósereno y sentencioso: «¡Pues mirando aborrachos como tú!» Ese sí fue un grandisparo certero. No pude menos quereconocer que allí había algo.

La familia quería que pasara lanoche en el apartamento de mi esposa, alo que yo me negué por motivos queellos desconocían. Fui al hotel y notéque mi caja de whisky habíadesaparecido. Busqué la cartera y vi que

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también me habían quitado la plata, queno era mucha. Entonces llamé a mi exsocio y le pedí prestado cincuenta pesosque me entregó personalmente. Aquellanoche yo iba a decidir mi problema enuna cantina. Esa era mi idea, pero no sépor qué cambié de pensamiento y medije. «Voy a comer algo, jamón yhuevos, y café». No había comido esedía. Después de comer cogí un taxi queme llevó al hotel y antes de llegar paréel taxi para entrar a la cantina dondepedí una cerveza en recipiente pues nose podía expender licores después delas 11:00. Me dio el recipiente y mellevé al hotel la cerveza que coloqué en

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la parte de afuera de la ventana para queno se calentase, mientras me quitaba elabrigo, arreglé la lámpara y comencé aleer los folletos de AlcohólicosAnónimos. A medida que leía lashistorias me decía: «¡Ese mismo soy yo!¡Ese soy yo!»

No bebí aquella cerveza. Esa fue laprimera noche en mucho tiempo quedormí sin alcohol y sin temores. Al otrodía me levanté. No me sentía muy bien,naturalmente, y pedí mantecado con sodauna y otra vez hasta el punto que el mozollegó a preguntar: «Mantecado y soda,¿y no quiere jamón y huevos?» Y volví apedirle mantecado y soda.

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Esa misma noche fui a una reuniónde A.A. Al entrar me dijeron losmuchachos: «¡Caramba, no leesperábamos tan pronto de vuelta!»«Pues aquí me tienen», respondí: «Heleído esos folletos y ahora sé que aquíha y algo importante para mí. Quierosaber cómo puedo conseguir eso que yatienen ustedes. A eso vengo, abuscarlo».

Desde esa noche memorable estoyen Alcohólicos Anónimos, sin habertenido dificultades con el alcohol entodos esos años, excepto al comienzocuando tuve una pequeña recaída de diezdías. Han sido años verdaderamente

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gratos de sobriedad los que hedisfrutado y sigo disfrutando enAlcohólicos Anónimos, a base del plande 24 horas.

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(4)

LA MONTAÑA RUSA

Creía poder dominar los frenéticosaltibajos de la bebida, hasta verseprecipitado sin recursos hacia laúltima parada. Pero la Providencia letenía reservado otro destino.

NACÍ en el pueblo de Naguabo, en lacosta oriental de Puerto Rico, que tanfamoso se hiciera allá por la época de laLey Seca, pues a sus playas cantarinas

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llegaba el mayor cúmulo de veleroscontrabandistas de bebidas alcohólicasde toda la isla.

Mi padre era uno de esosbondadosos agricultores boricuas. Poraquel entonces se hallaba en magníficascondiciones económicas, pero altranscurrir de los años vinieron losreveses de la postguerra y, al agudizarsela crisis de 1930, se convirtió en otra delas víctimas del colapso financiero. Eraun bebedor fuerte y ese golpe rudo de lamala fortuna, le sirvió de motivo parahacer de la bebida bálsamo deconsolaciones. Aunque sólo era unchiquillo, recuerdo que mi hogar era el

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centro de frecuentes francachelas en lasque mi padre agasajaba a sus íntimosamigos con suntuosos banquetes ybebidas exquisitas. El ambientedivertido de aquellos jolgorios, había dedejar una huella indeleble en mimemoria, pues en mi infantilpensamiento me daba a imaginar quecuando fuese mayor y ganara dinero, yoiba a ser tan obsequioso y divertidocomo mi padre. Mientras tanto, elalcohol fue haciendo cada vez másprecaria la situación del hogar. En elaño 1936 mi padre se trasladó con todala familia a la capital. Acá pensaba élhallar mejores oportunidades para ganar

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dinero y educar a la prole. Sin embargo,su quebrantada salud, debido al estragocausado por la bebida, cedió en esemismo año a la inclemencia de lasparcas y murió, quedando nuestro hogarhuérfano, pobre y entristecido.

Yo estudiaba en la Escuela Superiory al ver las dificultades que confrontabami buena madre, decidí abandonar lasaulas para ayudarla. Pronto conseguí unacolocación de ascensorista en un banco.Animado de los mejores propósitosdurante los primeros meses me comportécomo todo un joven juicioso y abstemio.Poco después comencé a ensayar,tomando algunas copas los sábados y

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domingos por las noches, pero de unamanera muy moderada. Más tarde, en1942, obtuve empleo en una agenciafederal y aquí comencé a bebertorrencialmente, a tal extremo quefaltaba a menudo a mi trabajo. Para esaépoca, ya el licor estaba interfiriendo enmi vida de hogar y en mi vida detrabajo.

Para el año 1943, según hoy puedopercatarme, había pasado la líneaimaginaria que separa al bebedor fuertedel bebedor alérgico y el compulsivoalcohólico. Trabajaba en elDepartamento del Interior y mis«bebelatas» se prolongaban aún después

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del fin de semana, teniendo que bebermuchas veces durante los díaslaborables, debido a la sed irresistiblepor el licor que me devoraba.Precisamente en aquel período fuillamado a examen físico por el ejércitopara entrar en las honrosas filas del TíoSam. De más está decir que acudí alexamen sufriendo los estragos de laborrachera estruendosa que me habíadurado diez o doce días, despidiéndomede todos los amigos de bohemia y dandovítores clamorosos por la causa de lalibertad, ¡cual si fuese ya un soldadoalistado camino de la guerra! Ay, perolos doctos médicos del ejército no

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vieron en mí el gran «prospecto» que yoimaginaba. Al ser llamado para examen,me hallaba en estado físico tancalamitoso que todo mi cuerpo temblabacual árbol frágil azotado por unventarrón. Al notar el doctor miquijotesca contextura me mandó a sacarla lengua —cuentan los reclutas que allíestaban que hasta mi lengua temblabacomo un ala en revuelo y casi no podíasacarla— y después de anotar midescorazonador peso mosca de 104libras, no tuvo más alternativa querechazarme. Me dieron cuarenta y sietecentavos para la transportación deregreso al hogar. Al salir me reuní con

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dos o tres jóvenes que también habíansido rechazados y en el primer restoránque hallamos en las afueras delcampamento Buchanan, cogimos unasonada borrachera con los centavos delpasaje.

Llegué a mi hogar por la nochecompletamente ebrio. Al inquirir mimadre lo que me había acontecido, ledije compungido que me habíanrechazado, haciendo bien patente mipena a guisa de excusa para la próximaborrachera, que fue atronadora, pues mesirvió para decantar «la gran injusticia»que conmigo se había cometido al nodarme la oportunidad de ir a pelear por

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la democracia.Después de ese episodio que, como

dije antes, marca el inicio de mi derrotaalcohólica, me propuse arreglar mi vida.Había tomado exámenes del ServicioCivil y cuando menos lo esperaba,recibí una terna para empleo en elgobierno insular. A pesar de laresolución que había tomado en elsentido de ajustarme a una vidamoderada, tan pronto recibí mi primercheque volví a las andanzas bebiendodescontroladamente. Trabajaba comopagador en la Lotería de Puerto Rico ytenía que hacer de tripas corazones —yaquí cabe la frase— con los nervios tan

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alterados como siempre los tenía, parapoder contar el dinero de los premiossin equivocarme. Fue menester quesuplicara a mi buen jefe que me dieraotro puesto en que no tuviera queintervenir ni con billetes ni con elpúblico, pues las miradas curiosas de lagente me desconcertaban. Aquel hombrebondadoso accedió y pude trabajarG.A.D., bajo sus órdenes en el otropuesto, a pesar de mis ausencias, sin serdespedido, hasta el año 1946. Pero medaba perfecta cuenta de que era unhombre derrotado; de manera que decidírenunciar mi empleo e irme paraEstados Unidos, pensando que un

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cambio de ambiente me sería favorable.Así lo hice y un buen día embarqué

para el Norte en el transporte de guerra«Marine Tiger», arreglado para serviciode pasajeros entre San Juan y NuevaYork. Me tocó de compañero un viejoamigo de «parranda» que llevaba en sucamarote varias botellas de licor.Aunque temeroso, acepté el primer«trago» que, como de costumbre, fue elpreludio de una recia borrachera paraambos durante el transcurso de latravesía. Me acostaba borracho, melevantaba borracho y pasaba el díaborracho en el barco. No sé ni cómo nicuándo pasamos frente a la Estatua de la

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Libertad. ¡Y eso me sucedía a pesar delos propósitos que llevaba de enmendarmi vida y ser un hombre distinto en elnuevo ambiente de la gran metrópoli!Después del desembarco, al llegar a lacasa de unos parientes que merecibieron jubilosos, hice otra vez laresolución de enmienda.

Por algunos días las cosasmarchaban según me había prometido;pero a los parientes se les ocurriócelebrar una fiestecita para festejar millegada. Y ahí fue Troya. Cogí unaborrachera A-1. Al día siguiente, bajolos efectos torturantes de la terrible«cruda» uno de mis primos me invitó a

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que fuese con él a Palisade Park paradistraerme un rato. Pensé que si setrataba de «un parque de recreo»efectivamente, iba a componermerecreándome. Pero la recreación allíera violenta. A instancias del primomonté con él en un coche, nada menosque la «montaña rusa», que se elevaba ydescendía con rapidez vertiginosa,escalofriante… Al salir a tierra despuésde la corrida mis canillas temblaban ymi garganta se me apretujaba como síalgo la anudase. Estaba loco por un buentrago para calmar mi sistema y fuirápido a una cantina. En vez de uno pedídos tragos largos que no tardaron en

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serenarme, mientras discurría si«Palisade» tendría alguna relación con«palizada».

El castigo que estaba recibiendo deS.M. el alcohol era ya demasiado y conla mayor formalidad puse en práctica,después de este incidente, mi granpropósito de enmienda en el nuevoambiente. Esta vez por lo menos meenderecé un poco. Conseguí unacolocación en una importante casaexportadora hispanoamericana y durantetres meses me mantuve en totalabstinencia.

Pero cuando más seguro de mímismo me creía tuve un nuevo coqueteo

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con el licor. Asistí a una fiesta del Díade Acción de Gracias en un CentroEspañol. Había el tradicional pavo ybebida abundante. Acercóse unsimpático españolito a mí, diciéndome:«Veo que se divierte poco. Tómese unacopita de Cognac Domecq, que esalimenticio y le alegrará». Rechacé lacopa diciéndole que no usaba licor,mientras la miraba con el rabo del ojo.«Tómela, no le va a hacer daño»insistió, «¡es uvita pura de la ViejaEspaña!» «Oh, no, no, muchas gracias»le dije, haciendo el último esfuerzo porlibrarme de la tentación. Al rato se meacercaron unos amigos boricuas para

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que mirase a través de la ventana.Estaba nevando a cántaros. Alpercatarse de que yo no estababebiendo, con pícara seriedad medijeron que en Nueva York había quetomar whiskey porque si no pescaba unouna pulmonía. Eso bastó. Rápido, contan plausible excusa, apuré un enormetrago de whiskey, y luego otro, y otro.Al poco rato era yo el más alborotadorde la fiesta y naturalmente, el másborracho. Al día siguiente continuétomando durante todo el día, y proseguíla borrachera viernes, sábado ydomingo. El lunes amanecí enfermo.Cuando volví al trabajo ya había otro en

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mi puesto. Me habían despedido.De ahí en adelante mi vida en la

metrópoli neoyorquina fue un desastre.De vez en cuando hacía trabajos«extras» de cantinero, de lavaplatos, delo que fuese, con tal de conseguir dineropara beber. Me convertí en una cargaonerosa para mis parientes quienes sevieron en la necesidad de escribirle a miseñora madre para que mandara elpasaje de retorno a Puerto Rico porqueellos no podían bregar ya más conmigo.

Llegué a Puerto Rico derrotado. Missueños dorados rodaron hechos añicos ysólo me quedaba el remordimiento, eldesconsuelo y la frustración.

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Afortunadamente mi querida madre mehabía hecho las diligencias para unacolocación valiéndose de cierto amigopolítico, y no tardé en empezar atrabajar en el Departamento deAgricultura y Comercio, en la Secciónde Información. Ese empleo se prestabapara que bebiera a mis anchas y loobtuve precisamente cuando mi obsesiónalcohólica había llegado a su puntoculminante. Bebía todos los días,ausentándome del hogar frecuentemente.Mi santa madre salía a buscarme porcalles y mesones de San Juan y Santurce.Cuando llegaba al hogar estabacompletamente borracho sin que pudiera

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apenas subir la escalera.Ante esa pavorosa situación, mi

madre hizo arreglos para hospitalizarme.El 9 de diciembre de 1949, día en quese me dio de alta, recibí la visita de unadama continental que me habló deAlcohólicos Anónimos y me invitó a unareunión, a la cual acudí. Me interesó laidea, pero estaba lleno de complejos yreservas. Dada mi temprana edad,todavía no quería resignarme a laderrota. Pensaba que en alguna formapodría beber moderadamente. Esasreservas me llevaron a beber otra vez ypara enero de 1950, fui despedidofulminantemente de mi empleo. Este

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fracaso en el trabajo, sirvió de pretextopara que me entregase a una continuaborrachera. Recuerdo que el 31 de enerofui a buscar mi último cheque. Invité aun amigo de parranda y compré un litrode ron. Dije al amigo que me esperaraen el bar mientras iba a llevar a mimadre algún dinero. Ella al verme meimploraba que no continuase ingiriendolicor, asegurándome que estabadestruyendo mi vida y amargando la deella. Pero como alcohólico derrotado alfin, no hice caso. Regresé a la taberna yno volví al hogar hasta que no me sentítotalmente borracho, exhausto y semiinconsciente.

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Desesperada, mi madre recurrió a laayuda de la religión. Mi situación erahorrible, pues estaba al borde deldelirium tremens. Fuimos a un servicioreligioso donde me aconsejaron ytocaron a las puertas de mi corazón,despertando fibras sentimentales quehasta entonces habían estado durmientes.Valiéndome de la ayuda religiosa,permanecí en la abstinencia alrededorde diez meses (y aquello era un récordpara mí); sin embargo, todavíaalbergaba la esperanza de que despuésde recuperarme física, moral yespiritualmente, podría beber concontrol como otras personas lo hacían.

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Durante esos meses de sobriedadestuve en algunas reuniones deAlcohólicos Anónimos, pero siemprecon la reserva mental de que en un futurono lejano podría convertirme en unbebedor moderado. Hasta que llegó eldía en que me dispuse a hacer la prueba,que resultó la debacle. En enero de 1951me encontraba en las mismascondiciones calamitosas, físicas ymentales, en que estuviera en febrero de1950. Durante cinco o seis meses estuvezozobrando en el maremágnum delalcohol. Allá para la primera semana dejulio fui a parar con un compañero deempleo a mi famoso pueblo natal de

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Naguabo. (Hoy día ese amigo es unentusiasta y asiduo miembro deAlcohólicos Anónimos). La borracheraque con él cogiera en aquella época, seprolongó por tres días, mientras mimadre desesperada en Santurce, mebuscaba por todos los mesones. Alguienle puso un telegrama para que fuera abuscarme y en la mañana del 8 de juliome trajo al hogar. Todo ese día, que eralunes, y al otro día, martes, estuverecluido en cama, dándome cuenta deque en realidad yo no podía bebernormalmente, que yo era un enfermoalcohólico y que seguiría siendo unalcohólico para toda la vida. Imploré a

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Dios fervorosamente para que meindicara el camino a seguir. Poco ratodespués, me levanté para ir al comedora beber agua y al fijarme en elalmanaque vi que era martes y enseguida pensé en la reunión quecelebraba esa noche AlcohólicosAnónimos. El resto de ese día las letrasde A.A. aparecían como dos símbolosde salvación en mi mente y hasta meparecía oír que alguien las hacía sonarcomo dos campanadas junto a mi lecho,y sentía que mi espíritu revivía con unentusiasmo y anhelo de renovación quenunca había experimentado. Esa noche,bien temprano, encaminé mis pasos

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hacia la Casa Parroquial San Agustín, enPuerta de Tierra, donde celebraba susreuniones el Grupo San Juan deAlcohólicos Anónimos. En esa reuniónmemorable para mí, del 9 de julio, porprimera vez me di cuenta del problematan grande que tenía con el licor. Meconvencí de que era un enfermo y que misalvación estaba en AlcohólicosAnónimos que tan gratuitamente meofrecía el medio eficaz para arrestar elinsidioso padecimiento alcohólico. Vientonces con claridad meridiana lo quepor año y medio no había podidocomprender, debido a que mi mente nohabía sido lo suficientemente receptiva:

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la necesidad que tenía de dar consinceridad y sin ninguna reserva elprimer paso del programa derecuperación. Esa noche mi admisiónfue incondicional. Acepté que soyimpotente contra el alcohol y que mivida se había hecho indisciplinable, yme dispuse a seguir con humildad yentusiasmo, en su cronología ysecuencia, los otros once Pasos delprograma recuperativo.

Desde entonces he ido progresandoen A.A., siguiendo los axiomas «poco apoco se va lejos» y «lo primeroprimero», que es la sobriedad.

Muchas han sido las bendiciones que

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Dios ha derramado sobre mí desde queA.A. me franqueara la puerta queconduce a una nueva forma de vida. Healcanzado una existencia relativamentefeliz, sujetándome al plan de 24 horas.Mediante la meditación y la oración, apartir del 9 de julio de 1951 hasta el díade hoy, he ido acercándome más y más ami Poder Superior, que llamo Dios ycuantas veces siento desasosiego, elevoa Él la Plegaria de A.A., para que meconceda en todo momento, la serenidadpara aceptar las cosas que no puedacambiar, valor para cambiar loremediable y la sabiduría necesaria paraconocer la diferencia.

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Un dato curioso para mí en eltranscurso de mi placentera sobriedaden Alcohólicos Anónimos, es el hechode que Dios parece derramar susbienaventuranzas mejores en mi nuevavida el día 9. Un día 9 de septiembre de1951 conocí a la que es hoy mi adoradaesposa y también fue un día 9 el de miboda. Un día 9 mi esposa me obsequiócon un hijo, que nació el mismo día delprimer aniversario de nuestra boda.

Todo esto lo he logrado a virtud delPrograma de Recuperación deAlcohólicos Anónimos… y algo más, lainmensa satisfacción que siento almirarme en los ojos de mi madre y ver

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en ellos reflejada la felicidad.

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(5)

PODÍA AGUANTARMUCHO BEBIENDO

Parecía tener una mayorresistencia al alcohol que suscompañeros de parranda. Acabóagotado, sin la menor esperanza depoder rechazarlo. Desamparado,desesperado, encontró a A.A.

HACE algún tiempo ante un grupo dehombres y mujeres, con humildad y

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sinceridad, admití que soy un alcohólicoy a la hora que escribo estas líneas estoysobrio, sintiéndome relativamente felizal lado de mis seres más queridos.

No es una degradación admitir quesoy alcohólico puesto que la cienciamédica ha reconocido que elalcoholismo es una enfermedad.Además, me parece que es unademostración de buen sentido comúnaceptar la derrota y hacer algo eficazpara arrestar la enfermedad, en vez deandar borracho por esos mundos deDios. Debo indicar, sin embargo, que noes fácil llegar a esta conclusión porque anadie le agrada declararse derrotado.

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Pero en el caso del alcohólico, aladmitir la derrota se coloca uno en lasenda del triunfo en el camino de unanueva vida.

Llegué al movimiento deAlcohólicos Anónimos el 17 de mayo de1950 y he podido arrestar mienfermedad, día a día, 24 horas a la vez,según se me indicó por los miembros demás experiencia en el Grupo San Juan laprimera noche que asistí a una reuniónde Alcohólicos Anónimos. Si mencionola fecha es para dejar demostrado queA.A. funciona y no para hacer alarde deello, pues mañana podría estar borrachocomo el más borracho, ya que llevaré

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siempre conmigo la enfermedad delalcoholismo y sólo me separa de unaborrachera ese «primer trago» que no essino veneno para mí.

Cuando asistí a mi primera reuniónde A.A. yo buscaba una tabla desalvación. Sabía que el alcohol estabadestrozando mi vida y la de los que merodeaban, pero no podía librarme delpoder que sobre mí ejercía el malditolicor. Había probado todo cuanto estabaa mi alcance: la religión, la medicina, elespiritismo, los remedios caseros, ytodo, todo resultaba ineficaz, aun losconsejos de mi santa madre y los de mibuena esposa. Ninguno de esos recursos

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y remedios me había dado resultadopositivo y de ahí que cada día quetranscurría me hundiera más y más en laarena movediza en que zozobraba.

Empecé a beber en la época en queentraba en vigor en Puerto Pico laprohibición y lo hice como todo bebedorsocial, aunque noté que aparentaba tenermayor resistencia para la bebida quemis compañeros de parrandas. Eso mehizo sentir bien por ese prurito demuchacho inexperto que no sabía elriesgo que había de correr con el uso yabuso de la bebida. En aquellos días sedecía que el que no tomaba algunascopas no era un hombre. Hoy lo veo de

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distinta manera gracias a ese PoderSuperior que yo llamo Dios.

Al correr del tiempo los tragospasaron a jugar un papel importante losfines de semana. Comenzaba con losviernes sociales y terminaba el domingo.Más tarde se me hizo difícil ellevantarme para ir a trabajar el lunesdespués de un fin de semana tanborrascoso y, como dicen que «un clavosaca otro clavo» nada mejor entoncesque un buen trago para calmar losnervios. Aquí, amigo mío, fue dondeempezó el problema en mi vida. Yaestaba el alcohol tomando un puestoprominente en mi rutina diaria.

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En el año 1942 surgió una de esascosas que le suceden a los hombresjóvenes por falta de experiencia y esofue suficiente para llenarme decomplejos y alejarme de mis buenosamigos creyendo que el mundo se mehabía caído encima. No supe afrontar lasituación y usé el maldito licor como unescape, costándome esto el primerfracaso de mi vida. Fui obligado arenunciar a un puesto con el Tío Samcomo resultado del uso excesivo delalcohol.

Teniendo nosotros los alcohólicosuna sobrenatural protección divina, notardé en conseguir otro trabajo mejor.

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Pero éste tampoco duró mucho. Meparecía que mis superiores estabanacechándome para eliminarme de él ycomo me sentía culpable de algo que ami entender había hecho —cosa que noexistía— renuncié a esa colocación.

En el año 1945 fue cuando empecé asentirme verdaderamente enfermo.Deprimido, lleno de complejos y detemores, decidí cambiar de ambiente eirme a Estados Unidos a empezar unanueva vida. Puedo asegurar que erasincero en mi propósito, pero abrigabala esperanza de que algún día yo podríabeber como los demás. No admitía laderrota. Al llegar a aquel país prometí a

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mi madre y a mis hermanos permanecersobrio y expliqué a ellos mi propósito.¡Tantas promesas que hemos hecho yninguna hemos cumplido! Pudemantenerme sobrio por cuatro meses,pero un día, encontrándome solo ysintiéndome infeliz por la vida monótonaque llevaba huyendo del licor, decidíentrar a una barra a buscar compañía.Entré en aquel maldito sitio sin la menorintención de ingerir un trago. Escuchéalguna música y empezó mi mentealcohólica a divagar, haciéndome lasiguiente pregunta: «¿Por qué esasdamas que están alrededor de esa barrapueden tomar y yo no? ¿Acaso soy

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menos que ellas en la cuestión del trago?Voy a probar, pero esta vez la bebida nome dominará. Yo soy un hombre. Pondréa trabajar mi fuerza de voluntad y pararécuando quiera». Ordené un vaso decerveza. Esta vez iba a cambiar labebida por una más suave, pues yo erabebedor de ron y whiskey y no uno decerveza. La cerveza no me haría daño,pensaba yo. Pude controlarme y a lastres cervezas me fui a mi casa. No habíasucedido nada. Me sentía feliz. Pudepasar la semana sobrio, pero al siguientedomingo tuve que ir a parar al mismositio. Ya no había otra cosa en mi menteque aquella barra. Esta segunda vez me

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embriagué un poco, pero llegué sinnovedad al hogar. No sabía que estabajugando con fuego. Esto quedódemostrado al tercer domingo. Volví aemborracharme, pero esta vezdesastrosamente. Fue tan grande laborrachera como la última que habíadejado atrás en Puerto Rico. Continuébebiendo y mi hermano mayor me hizoabandonar su casa, pues le estabacreando problemas a él y a los demás.Decidí vivir solo, pero esto tampoco dioresultado.

En el año 1947 decidí casarme conla que hoy es mi esposa. Los primerosmeses bebí periódicamente, alguno que

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otro día, pero cuando empezaron asurgir pequeños problemas en el hogarvolví a la carga repetidamente. Miesposa trató de ayudarme todo lo quepudo, pero no le fue posible hacer nadapor mí. Continué mi carreradesenfrenada y sufrí una de lasexperiencias más grandes de mi vida altener que recluirme en un hospital depsiquiatría. Pude estar sobrio por untiempo a base de miedo, pero el miedopoco a poco se me fue quitando, olvidéesa triste experiencia y volví a beber.

Son muchos los tropiezos que tuveen mi vida alcohólica, y ahora quierorelatar mi última experiencia, la que me

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dio a conocer al Grupo de A.A.Hacía dos meses que estaba sobrio

haciendo un esfuerzo sobrehumano. Unpequeño problema emocional me llevó aese primer trago y volví a caer en laderrota, pero gracias a Dios, paraconseguir el triunfo. Estuve bajo losefectos del licor por espacio de cincomeses. Pedía a Dios todas las nochesantes de acostarme que me alejara deese primer trago al siguiente día. Visitéa mi doctor, me sometí a lostratamientos más rigurosos; visitétemplos religiosos y nada de eso fueefectivo. Pero como siempre digo, llegóun día en que mi Poder Superior oyó mis

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ruegos. En aquellos días de tortura yllevando una vida muy insegura, conocía un joven —hoy mi buen amigo ycompañero de A.A.— quien tenía elproblema de la bebida igual que yo yestaba buscando solución al mismo. Estebuen hombre me dijo que existía ungrupo de ex borrachos que se reuníapara mantenerse sobrios, todas lassemanas. Me sorprendí mucho al oír quese trataba de «ex borrachos» que sereunían para resolver su propioproblema. Pero decidí visitarlos.

Era viernes, 17 de marzo de 1950, lafecha que marcó ese mi Poder Superiorpara que yo empezara una nueva vida.

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Nunca podré olvidar aquella noche.Entré a aquel pequeño salón lleno decomplejos, de rencores y de miedo.Estaba muy nervioso. Creía que iban arecriminarme por las faltas que habíacometido. Pero cuál no sería miasombro al ver la sinceridad con que seme trataba y al ver la humildad con queaquellos hombres y mujeres admitían seralcohólicos. Me sentí mejor, pues enaquel momento me di exacta cuenta deque no estaba solo y que este grupo dehombres y mujeres de A.A. estabapresto a ayudarme. Fue tal mi alegría,que pedí permiso para decir algunaspalabras. Tenía muchas cosas en mi

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adentro que me estaban mortificando yesperaba que se me presentara unaoportunidad como ésa para decírselas aalguien que entendiera mi problema. Eseera el momento anhelado, estaba entrelos míos y sabía que iban a entenderme.

Esa misma noche, para bien mío, conhumildad y sinceridad admití ser unalcohólico.

Desde entonces he permanecidosobrio día a día, llevando siempre en mimente, a cada paso que doy, el hecho deque soy un enfermo alcohólico y queconozco la solución a mi problema:Dios y Alcohólicos Anónimos.

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(6)

A.A. LE DIO LA LUZ QUENECESITABA

De niño, los vecinos le pusieron elnombre «lechuza» por dormir toda lanoche en el monte. A.A. le ofreció unnuevo y verdadero amanecer.

MI INFANCIA fue muy triste, peromuy triste; fue un pasado muy difícil deolvidar. Mi padre un ebrioconsuetudinario, no se preocupaba nunca

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de mi madre, de mis hermanas; menos demí, su único hijo.

Descuidó mi educación pordedicarse por completo a la bebida; ymás doloroso todavía, se olvidó denuestra comida, de nuestro vestuario yhasta del más pequeñito juguete quetanto deseé y tanto envidié a los que sílo podían disfrutar; mi pobre madre erala imagen del mismo dolor, era unaesclava víctima del vicio (decía yo) desu esposo, y víctima del esfuerzo quetenía que realizar para medio vestir asus seis hijos.

Lo normal para nosotros era que mipadre llegara ebrio y casi siempre a

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ultrajar a mi madre. Nosotros (hijos) nosrefugiábamos en los matorrales ya quevivíamos en el campo. Por tal motivolos vecinos nos llamaban por elsobrenombre de las lechuzas, ya que nohabía semana que no nos tocara dormiren el monte.

Yo nunca pensé que mi padresufriera una enfermedad (alcoholismo) ypor tal motivo tuve muchosresentimientos hacia él y hasta llegué aodiarlo.

Todas esas humillaciones,escándalos, problemas que se vivieronen casa, me dejaron desarmado moral,espiritual y psicológicamente para

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enfrentarme a la vida, y me hizo un sertotalmente insociable, con muchoscomplejos que paso a paso me fueronencerrando en la soledad; llegando a serun pobre desdichado, enfermomoralmente, sin voluntad ni ilusión de lavida, me encontré condenado a transitarpor el mundo solo y triste.

Tuve que retirarme del colegio porla vergüenza que me daba el hecho deestar mendigando entre mis compañeros,para que me prestaran sus libros deestudio, ya que a mi padre no lealcanzaba sino para beber: esa decisiónhizo que tuviera que marcharme de micasa. Y así empezó mi carrera

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alcohólica, lejos de mi madre que al finy al cabo era mi único consuelo; empecéa beber para disipar la tristeza de estarlejos de mi casa. De regreso a mi hogar,después de unos años, ya bebía porcualquier cosa: porque me disgustabacon la novia o porque estaba contentocon ella, cuando ganaba el Santafecitode mi alma o cuando perdía, en fincualquier pretexto era bueno para beber.

¡Qué tragedia Dios mío! Cuandollegué a A.A. ya era totalmente unirresponsable que no ganaba ni paravestirme, únicamente para beber.

De pronto, en esa tragedia en 1972no sé cómo me encontré trabajando con

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un miembro de A.A., quien sin pérdidade tiempo me invitó a una reunión deA.A.; por la necesidad del trabajoacepté acompañarlo, mas no porqueconsiderara que mi problema era labebida; él nunca me dijo que miproblema era ese, pero eso sí, mellevaba constantemente a reuniones.Duré acompañándolo como dos años sinaceptar mi enfermedad, pero lo que mecausó impresión fue el ejemplo que élme daba en su diario vivir y eso me hizoreflexionar sobre mi vida, sobre mipasado y en 1974 a regañadientes aceptémi problema, que mi vida eraingobernable y que con el alcohol

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lógicamente la agravaba más; desde esafecha soy un A.A.

Después de dos años de estar en lacuerda floja, experimenté la máshermosa y productiva experiencia queme regaló A.A., como fue el darme laoportunidad de desarrollar elsentimiento de servir en algo a losdemás; y sin saberlo en ese entonces elmás beneficiado fui yo y mi familia. Através del servicio, al principio con unsentimiento equivocado, buscandosatisfacer mi ego, fui descubriendo unatransformación en mi insociable einsensible personalidad; poco a poco medi cuenta de que no todo había

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terminado para mí. A.A. a través de todosu programa me mostraba un camino aseguir, aunque con dificultades, conmuchas perspectivas para el futuro, si yoasí lo deseaba.

La experiencia que heexperimentado a través de los diferentesniveles de servicio, las satisfacciones,los logros y también las dificultades, esalgo inolvidable para mí y que conpalabras no se puede expresar. Comoservidor he cometido muchos errores,pero siempre he tratado de aportar algoa mi comunidad; día a día me preparoemocionalmente, intelectualmente ypsicológicamente, porque, al menos a

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nivel de mi zona, soy un líder y un líderdebe pensar más con la cabeza que conel corazón y por eso debe prepararseconstantemente.

Hoy, después de 12 años en elprograma, deseo que A.A. cada día estémás disponible, y seguir colaborando unpoco para ello. A.A. y Dios me handevuelto la luz que yo necesitaba, ydeseo que aquellos que están entinieblas también algún día puedan verla luz de la vida, y que si algún día mishijos tienen problemas con la bebida,A.A. tenga las puertas abiertas paraellos.

Gracias a Dios, gracias a A.A.,

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gracias a mi padrino y a los compañerosque me han regalado sus experiencias ypor su confianza muchas gracias, porquepor todos ustedes, hoy estoy disfrutandola felicidad de vivir sobrio.

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(7)

HASTA LA FLOR MÁSBELLA SE MARCHITA

CON EL ALCOHOL

Frustrada en sus aspiracionesintelectuales, esta mujer se fue enbusca de la libertad, sólo paraencontrar la esclavitud de una borrachA. le quitó las cadenas.

ESCRIBIR MI HISTORIA no meresulta sencillo. Narrarla ante los grupos

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de compañeros Alcohólicos Anónimosno ha sido difícil, puesto que he tenidofacilidad de palabra y, al fin y al cabo«las palabras se las lleva el viento»,pero escribir lo que fui, lo que mesucedió y lo que ahora soy, es algo quepor un lado me da miedo y por el otrome fascina.

Creo que dos problemas en mi edadinfantil fueron determinantes paracrearme un tipo de personalidadinsegura, origen de muchos de misdefectos de carácter.

El primero se originó a la edad decuatro años cuando mi madre trajo almundo a mis hermanos gemelos (niño y

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niña) y yo sentí que vinieron a quitarmeel lugar de «reina del hogar». A partirde aquel momento busqué de mil formasagradar a los demás para sentirmeaceptada.

El segundo, basado en miinseguridad, originó una dependenciaemocional casi patológica hacia mispadres, y como el carácter de ellosnunca fue estable, yo viví con misemociones a la deriva y de acuerdo asus variantes estados de ánimo.

Por lo demás, viví una vida depequeña-burguesa, cimentada en unaeducación católica y con algo quesiempre me ha ayudado muchísimo: la

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práctica constante de algún deporte. Deniña fui una buena nadadora, pero eltemor a no llegar a ser «la mejor» mehizo abandonar un equipo dondeempezaba a realizarme bien. Esa ha sidouna característica de personalidad queme acompañó hasta hace muy poco: fuide «o todo, o nada».

Mi paso de la niñez a la pubertadsucedió a la edad de once años. Enaquel entonces tuve mi primer contactocon el alcohol; mi madre preparaba tésde canela con ron para aliviar loscólicos mensuales y yo me aficioné atomar varios cada período, hasta que medormía. Recuerdo que me encantaba esa

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sensación de «dejadez» que sobrevenía.Por esa época fue cuando ingresé en

las «Guías», donde fui realmente feliz:Conocí a un Dios bondadoso que mellenaba de paz espiritual: supe que«dando es como recibimos»; y conocí elsentimiento de amor a la naturaleza, queafortunadamente nunca perdí.

A los 14 años me convertí en unajovencita físicamente atractiva; terminéla secundaria con un buen promedio enuna escuela pública que me encantó.También a esa edad cambié misactividades de fin de semana por las deir a tomar café con muchachos de miedad y asistir a mis primeras fiestas. Fue

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mi época del despertar del sexo y lasublimación del amor. Me considerabauna chica muy profunda y sin interesesmateriales, por lo que buscabamuchachos que estuvieran de acuerdocon mi forma de pensar. Para mí, elamor era lo más importante del mundo.

En aquel tiempo, mis principiosmorales eran muy fuertes y sentía ungran miedo al castigo, tanto de Dioscomo de mis padres, lo que me permitióvivir la adolescencia tranquila y deacuerdo a los intereses de mis mayores,aunque de ninguna manera significabaque yo estuviera de acuerdo con todo loque se me decía: me paralizaba el

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miedo, más que la convicción de estaforma de ser, pensar y vivir.

Al terminar la secundaria, me frustréporque mi padre no me permitió ingresaren una preparatoria pública, lo que meocasionó una serie de resentimientoshacia él. Ingresé a una escuela demonjas, donde empecé a decepcionarmede la religión debido a ciertas actitudesmezquinas que observé: La directora(madre superiora), era la antítesis de lahumildad. Poco antes de terminar elprimer año, renuncié a seguir estudiandoallí: el ambiente de niñas ricas y monjashipócritas me era insoportable. Mecambié a una academia de secretarias en

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inglés-español, donde cursé una carrerabrillante con muchachas de mi clasesocial.

A la edad de 18 años y con mi títulode Secretaria, entré a trabajar en laUniversidad Nacional en uno de susinstitutos de investigación científica.

Considero que en ese momento seinició un proceso de cambio tanto en miideología como en mi filosofía de lavida: la mayoría de los científicos teníana la Ciencia por Dios y, como yo losadmiraba y respetaba, su influencia mefue penetrando lentamente. Al mismotiempo me nació la afición por laslecturas feministas y tomé un curso en la

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Carrera de Letras donde analizamosvarias novelas de crítica socialLatinoamericana. Todas estasinfluencias gestaron en mí a una mujerdiferente; empezaba a vivir crisisexistenciales y a tener serios problemascon mi padre, al que considerabaclásico «macho hispano».

Históricamente, el país vivía elmovimiento estudiantil de 1968. En elambiente en que yo me movía, habíaconferencias, mesas redondas, películas,etc., sobre la situación social,económica y política del país, desde elpunto de vista de los intelectuales deizquierda. Mi natural inclinación hacia

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los desposeídos (basada en mi filosofíacristiana), favoreció que, poco a poco,mi estructura mental fuera cambiandohasta convertirme en marxista… de café.Me fascinaba ir a una cafetería donde sereunían bohemios y comunistas, ¡ese erami lugar preferido de toda la ciudad!

Entonces viví un noviazgo que yoconsidero largo (cuatro años) con unmuchacho que estudiaba la carrera deFísica. Al principio fui muy feliz con él,pero al cabo, nuestra relación empezó adeteriorarse. Discutíamos mucho; eramuy posesivo y celoso; me prohibióingresar a estudiar la preparatoria (loque para mí era muy importante, porque

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yo soñaba ser algún día estudianteuniversitaria y me sentía frustrada porno haberlo logrado con anterioridad). Alfin vino la ruptura inevitable.

Mi crisis existencial se agravó. Vicómo a dos de mis hermanas les iba muymal en sus matrimonios y la infelicidadde la mayoría de los matrimonios queconocía. Mi acentuado «feminismo» seagravó cuando me percaté de lainfidelidad masculina general, situaciónque nunca vi en casa de mis padres.

Pensé: «¡A mí eso nunca mepasará!» Creí que la «relaciónperfecta», debería ser para mí la uniónlibre. Realmente estaba muy

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influenciada por autoras como Simonede Beauvoir y Rosario Castellanos,también por una maestra feminista de laFacultad de Letras Españolas.

Decidí «cambiar de aires». Viajédurante mes y medio por el extranjero.Llevaba la esperanza de encontrar unarespuesta a todas mis inquietudes alsalirme de un ambiente que meagobiaba.

Cuando subí al avión tuve unasensación de libertad. Por primera vezmanejaría las riendas de mi carreta. Mesentía optimista, hermosa y tenía fe enmí misma y, de una u otra forma intuíaque mi vida cambiaría a partir de ese

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momento. ¡Efectivamente cambió:empezó la debacle!

En España aprendí que vivir con unpoco de vino «entre pecho y espalda»,era agradable.

Allá todo el mundo bebía durante lacomida y en la cena; en el internado endonde me alojé nos ponían en la mesatodas las botellas de vino quequisiéramos consumir. Por las tardesacostumbrábamos ir a tomar un «chatode manzanilla con pinchos», y por lasnoches después de la cena, íbamos a las«peñas» a beber en «porrón», en lo queme volví una campeona. Pensé: «esto esfelicidad: Al fin me liberé de miedos,

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angustias, complejos, represiones,prejuicios y perfeccionismos…» ¡Sehabía iniciado mi carrera alcohólica!

Hubo un síntoma alarmante que nocapté en todo su significado: Una tardese me «apagó el switch» en el comedory desperté al otro día, en mi habitación;sentí complejo de culpa, ese sentimientoque se volvería tan característicodespués de mis borracheras.

Cuando regresé a mi país, veníadecidida a ser una mujer diferente:Ingresé a estudiar la preparatoria, porlas tardes; en las mañanas seguítrabajando en la universidad, e iniciéuna relación liberal con un científico

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que había conocido en mi trabajo y conel cual me sentía plenamenteidentificada: me enamoré de élprofundamente.

Por supuesto mi nueva vida vinoacompañada de grandes conflictosfamiliares, (mi padre nunca aceptó misituación y mi madre, al principiotampoco) pero el vino y el amor medaban valor y confianza.

Así viví casi toda mi actividadalcohólica. Él era un bebedor fuerte; norecuerdo que pasáramos juntos tiemposlibres sin beber.

Al principio fue muy excitante.Ambos trabajábamos en la universidad.

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Él me alentaba en mis estudios; mehabía propuesto llegar a seruniversitaria y, con su ayuda, sin duda loconseguiría. Sin embargo los fines desemana bebíamos muchísimo; laslagunas mentales se volvieron rutina,aunque todavía no las identificaba comotales y me decía: «me quedé dormida,¡eso es todo!» Pero, en un viaje despuésde una borrachera, él se enojó conmigoy fue así como descubrí que, dentro demis borracheras, había períodos en losque yo seguía actuando maquinalmentepero luego no recordaba lo que habíasucedido.

En aquella época ingresé a la

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Facultad de Ciencias Políticas ySociales, y me volví de izquierdaradical; ahí pertenecí a un GrupoEstudiantil donde estudiábamos ElCapital, de Marx, y, con mi pareja,éramos sindicalistas de nuestro trabajo ycomo tales, participamos en variosmovimientos huelguísticos.

Sin embargo toda mi vitalidad deesos años, decayó cuando él realizó unviaje largo al extranjero y me di cuentade la dependencia emocional tan enormeque tenía hacia su persona. En suausencia tuve la peor laguna mentalhasta ese momento; perdí mi coche en elaeropuerto al irlo a recibir y tuve que

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vivir experiencias muy desagradablesque me hicieron reflexionar: «tal vezsoy una alcohólica…» me dije.

En ese tiempo, mi hermana la mayor,regresó de Estados Unidos en dondehabía conocido el programa deAlcohólicos Anónimos, aunque ella casino bebe; tenía amigos que asistían a losgrupos y me dio un «autodiagnóstico»para que decidiera por mí misma si eraalcohólica o no. Lo contestéhonestamente, ¡y supe que era unaalcohólica!; sin embargo no aceptéasistir a los grupos por miedo a dejar debeber… para siempre. Y empecé unlargo peregrinar de cerca de dos años

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donde traté de aprender a beber: dejélas bebidas fuertes y sólo tomé vino; mereprimía y no bebía hasta el fin desemana; trataba de dosificarme lascopas… pero irremediablemente llegabaa la pérdida del control y la borracheraterminaba en una laguna mental y laconsecuente resaca moral.

Mi inseguridad se acentuó.Envidiaba el prestigio profesional de mipareja. Cada día me volvía másposesiva y celosa. Me estaba amargandoy busqué una salida equivocada: quiseadquirir seguridad en la coquetería.

Sé que todas esas fueronmanifestaciones del avance de mi

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alcoholismo y consecuentemente de milocura.

Por supuesto la relación con mipareja se deterioró y a mis veintiochoaños de edad, derrotada ante mí misma yconsciente de mi principal problema, mialcoholismo, me separé de él.

Viví nueve meses de infierno. Tratéde no beber a base de fuerza devoluntad, con la práctica del yoga, conejercicio… ¡pero no lo logré! Llevabados meses nuestra separación cuandollegué a mi fondo alcohólico. Vivía conuna amiga y supe que él saldría de viaje;me comuniqué con él y me propuso queen su ausencia ocupara el apartamento si

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lo creía conveniente. Y así lo hice. Allí,en la soledad, sin él, bebí muchísimo,autoagrediéndome, lacerándome y con laidea del suicidio como única salida. Alamanecer, ebria, quise trasladarme a mitrabajo en mi auto y perdí el control…Cuando volví en mí estaba en el fondode un pequeño barranco, ilesafísicamente, pero totalmente destruidamental y espiritualmente. ¡Había llegadoal fondo de mi sufrimiento!

Anímicamente estaba tristísima; elsentimiento de soledad me aislaba;sentía lástima de mí misma, ¡estabacompletamente derrotada por el alcohol!

Algunos meses después, en

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noviembre de 1979, le supliqué a mihermana: «¡Llévame a un grupo deAlcohólicos Anónimos!» Con granesfuerzo había acumulado un mes sinbeber, lo que me permitió entenderalgunas de las experiencias que oí, ypude identificarme con ellas.

En el grupo, la mayoría de la genteestaba contenta y tranquila. Mefelicitaron por haber tenido el valor decruzar la puerta de un grupo deAlcohólicos Anónimos y algunos mecontaron sus historiales. Me agradó.Sentí un puente de comunicación conellos; por primera vez en mi vida sentíque había llegado al lugar al cual

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pertenecía: ellos también habían llegadosintiéndose completamente solos yfracasados. Supe que esos sonsentimientos comunes entre las personasque tenemos problemas con nuestraforma de beber.

Salí del grupo con la esperanza decambiar. ¡Un nuevo cambio! Queríadarme una oportunidad. Sinconcienciarlo me había derrotado ante elalcohol y había decidido dejar miproblema en manos de un PoderSuperior amoroso, que para mí, en aquélentonces, era el grupo de hombres ymujeres que habían logrado algo que yono podía: vivir contentos y tranquilos

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sin beber.El grupo al que llegué, sesionaba

martes, jueves y sábados. A partir deese momento empecé a asistir conregularidad y a tratar de seguirhumildemente las sugerencias de miscompañeros; yo sabía que para mí nohabía alternativa posible, debería deactuar como me dijeran aunque mi razón,muchas veces, no estaba de acuerdo consu filosofía, y otras veces ni siquieraentendía el lenguaje que utilizaban.

Han transcurrido cuatro años desdeaquel día y gracias a Dios y al programade Alcohólicos Anónimos no he vuelto abeber. Cambios trascendentales en mi

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personalidad se han ido sucediendoatribuibles al programa de A.A., por loque lo conceptúo como un programa devida nueva.

Llegué y ya no bebí. Esto fue vital yaunque aceptaba de corazón mialcoholismo, no podía aceptar que mivida había sido ingobernable. Durantemi primer año en A.A. persistí en misactitudes y me conformaba con no bebery cumplir con mis obligacionescotidianas, que como perfeccionista quesoy, había incrementado de tal maneraque no me dejaban tiempo ni pararespirar. Vivía compulsivamente:trabajaba, estudiaba, hacía yoga, asistía

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a mis juntas de A.A., corría demadrugada… pero también me alejabade la gente, tenía miedo de ser agredida,me sentía marginada e inferior. Ya sin elanestésico del alcohol, resurgierontodos mis complejos e inseguridad. Losfines de semana comía y dormía tambiénexageradamente.

Por otro lado, durante ese primeraño sin beber me llené de resentimientoshacia mis padres: los culpaba por mialcoholismo. Parecía que nuncapodríamos volver a vivir en armonía.

El segundo año conocí al compañeroque habría de ser mi padrino en A.A.Con su orientación descubrí que mi

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principal problema era el espiritual:¡Había enterrado a mi espiritualidad enlo más profundo de mi inconsciente yeso me hacía estar profundamenteamargada y resentida con todo lo que merodeaba! Aprendí a perdonarme y aperdonar a mis padres: regresé a vivircon ellos, porque, como me dijo mipadrino: «Tienes que aceptar tu origen ynecesitas reparar los daños que hasocasionado. Sin esas dos cosas, nopodrás empezar a progresar dentro delprograma de Alcohólicos Anónimos».

Le hice caso, pedí perdón a mispadres y regresé a vivir con ellos; sinembargo, mis resentimientos no me

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permitían vivir armónicamente. En latribuna del grupo acepté en voz alta todolo que me molestaba y poco a poco elmalestar fue desapareciendo.

Mi padrino desempeñaba unservicio dentro de A.A., y yo andabacon él «de la Ceca a la Meca»; trabajéen instituciones que atienden aalcohólicos, en reuniones deinformación al público en la capital y enel interior, lo acompañé a pasar elmensaje a otros alcohólicos, visitécárceles… En fin, viví por primera vezel placer de servir al prójimo y de serútil.

Sin embargo la experiencia más

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importante en ese año fue la de sentirque la idea de Dios no era incompatiblecon mi nueva manera de pensar y vivir.Tuve esperanza y fe en un cambioprofundo que me ofreciera latranquilidad interior.

Considero que en ese año aterricé deun largo viaje: volvía del mundo de lalocura.

Un Poder Superior me devolvía elsano juicio y conocí al fin una existenciaequilibrada. Al tercer año de mi nuevavida, la relación con mis padres y misparientes en general, mejoró muchísimo.

Terminé la carrera de Sociología. Yempecé a disfrutar mi trabajo como

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técnico académico en una dependenciadel gobierno. Liberada de ciertoscomplejos de inferioridad, emprendí elviaje hacia el conocimiento de mímisma, paralelamente a la aceptación demis carencias: Trabajé defectos talescomo la envidia, la ira, la gula, lalujuria, el perfeccionismo, laautoconmiseración y los resentimientos,con los medios que nos brinda elprograma de A.A.

Mi cuarto año en A.A. fue bellísimo:¡encontré el amor! Un compañero de lacomunidad me ha hecho inmensamentefeliz. El amor me ha permitido unequilibrio emocional y un crecimiento

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espiritual como nunca hubiera soñadoalcanzar.

El día de nuestra boda sentí queDios me entregaba un libro en blanco yme daba la oportunidad de escribirnuevamente mi historia en base a todo unpasado de errores, sufrimientos yalgunos aciertos.

Hoy mi marido y yo disfrutamos dela alegría de vivir. Creo que hacemosuna buena mancuerna dentro de losgrupos de Alcohólicos Anónimos.Esperamos un bebé.

Las viejas ideas de que elmatrimonio y la maternidad no eran paramí, se han ido.

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Hoy me amo y me respeto, amo yrespeto a mi marido y empiezo a amar yrespetar a mi prójimo.

Vivo… ¡muy sabroso!

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(8)

DESPERTÓ A PUNTO DEMORIR

Oficial de Marina, descubrió queno era «capitán de su alma». La bebidale hizo perder su brújula y le pilotó alnaufragio. En A.A. recuperó su norte.

EN ESTA FECHA, hace 12 años, undía desperté en una sala extraña. Abrílos ojos y el fuerte olor a desinfectantemás el sinnúmero de aparatos médicos

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que me rodeaban, hicieron que me dieracuenta de dónde estaba. Me toqué lacara y noté que dos tubos de plásticosalían de mis orificios nasales. Misantebrazos estaban pinchados con agujastambién conectadas a tubos de plástico yuno de ellos venía de una botella desuero que colgaba de un gancho.

De repente me llegó un poco declaridad mental por haberse despejadola nube que obstruía mi cerebro y mispensamientos comenzaron a tenersentido.

Estaba en una sala de cuidadointensivo en una clínica de Guayaquil.Había estado al borde de la muerte. Los

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susurros del personal médico y las carasatemorizadas de los pocos familiaresque me visitaban, me indicaron que miestado era crítico. Concentré mispensamientos tratando de encontrar unarazón y de pronto, vino a mi mente laescena del día anterior cuando endesesperación había tomado unasobredosis de barbitúricos con laintención deliberada de poner fin a mitrágica vida.

Cerré los ojos otra vez e hice unrecuento mental de los sucesos que mehabían llevado hasta el borde de lamuerte.

Nací en un pequeño puerto de un

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pintoresco país en la costa del OcéanoPacífico de Sudamérica, el Ecuador.Pueblo tan pequeño como era, toda lagente se conocía y especialmente seconocía a mi familia debido a que mipadre era el gerente de la única sucursalbancaria de la población. Mi padre,hombre de muy buena educación y dereconocido buen comportamiento moral,cristiano en principios y acción,respetado y apreciado. Mi madre, unamujer bella procedente de una familiaprominente de la provincia, educada enlos Estados Unidos, dominaba tanto elidioma inglés como el español. Era muyquerida y festejada por su franqueza de

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carácter y dones sociales.Irónico, pero como era natural en

nuestro medio, fui extremadamentemimado por mis padres y demásfamiliares, de tal manera que meconvertí en un niño muy mal educadodurante ese período de tiempo. Algoterrible, a mi parecer, me sucedió a esaedad; un cuarto hijo fue agregado a lafamilia y justamente desde que nacióempecé a odiar a mi hermanito menor.Imaginé que solamente había venido aquitarme el lugar que ya yo tenía en lafamilia. Me había despojado de esacorona imaginaria que yo creía haberllevado como el príncipe de la familia.

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Mi padre acostumbraba a tomar unvaso de vino de mesa con todas suscomidas. Un buen vino que importaba deFrancia ya que se creía era el mejorvino del mundo. A mi hermana yhermano mayores y a mí, se nos permitíatomar un vaso de sangría que consistíaen medio vaso de vino con medio vasode limonada dulce y hielo. ¡Cómo megustaba esa bebida! Me gustaba nosolamente el aroma sino también esesentimiento de bienestar que mecausaba. Yo siempre pedía un segundovaso para el cual mi padre nunca dio suconsentimiento. Un buen día, a la edadde ocho años, muy secretamente tomé

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una jarra de limonada, suficiente hielo yarmado con la llave del sótano donde seguardaba el generoso vino, bajé yempecé a prepararme y beber lasuficiente sangría hasta que experimentéla primera laguna mental de mi vida.

Todo lo que recuerdo es que cuandovolví en mí, mi madre estaba parada alfrente mío con un látigo en la mano. Asíes que fui castigado, no solamente con ellátigo sino que además fui confinado aldormitorio por una semana y no me fuepermitido ir a un gran encuentro de boxque se realizaba ese fin de semana.Todos esos castigos me dolieron muchopero no fueron de ningún beneficio

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porque a mí me continuó gustando elsabor del vino y principalmente elefecto que me producía.

Yo tenía diez años de edad cuandose levantó una revolución militar en elpaís que causó la quiebra del banco parael cual trabajaba mi padre. Se vioprecisado a vender la magníficaresidencia que teníamos y nos mudamosa la capital. Yo ocupaba el tercer lugaren una familia de cuatro, una hermana yhermano mayores y mi hermanito menor.Ya no era el benjamín de la familia peroyo nunca acepté ese hecho. Siempreseguí tratando de reconquistar el puestod e predilecto que tuve por siete años.

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Ya no se me mimaba ni se me consentíapero yo seguía siendo un engreído de mímismo. En mis años de adolescente,cada vez que tenía la oportunidad debeber alcohol, lo hacía con muchoagrado porque la bebida me hacía sentircomo si fuera el «rey de todo el mundo».

Era yo ya un joven de catorce añoscuando se celebraba haber logrado elprimer envase de un primer cocimientode cerveza en una fábrica en la que mipadre tenía participación. La cervezacorría entre los empleados quienesbebían alegremente. Naturalmente, yotambién me uní al júbilo y bebí cervezahasta sentirme ya «todo un hombre». De

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regreso a la casa, sintiéndome un «supermacho» empecé a molestar conintenciones sexuales a una empleadajoven que había sido criada connosotros más como un miembro de lafamilia que como una sirvienta. Estocausó graves disgustos a mis padresquienes me reprendieron enérgicamente,pero a mí me siguió gustando el efectoque me producía cualquier bebidaalcohólica.

Durante mi niñez fui consideradocomo un muchacho de conductadesordenada, sin embargo pude terminarmi escuela. Como adolescente mi vidacontinuó siendo la misma, agravada por

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esporádicos episodios de bebidaexcesiva. Esto continuó hasta queingresé a la Escuela Naval donde loscadetes no teníamos permiso para beber,así es que no tomé ni un solo tragodurante los cuatro años siguientes. Perollegó el día de la graduación y despuésde la ceremonia, durante el baile depromoción, un oficial más antiguo,brindándome un cóctel, me dijo que unmiembro de la Armada tenía que tomar yconsecuentemente tenía que aprender abeber. Desde ese día en adelanteempecé a tratar de aprender a tomar sinque jamás pudiera lograrlo.

Siendo ya adulto, un oficial y una

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persona de muchas habilidades, puestenía don de gentes, humor muy fino,alegría innata, inclinaciones artísticasmusicales, dibujo y pintura, bailarín,siempre fui considerado buencompañero en los deportes y mi amistadera codiciada. Se pensaba que mi éxitoen la vida era una cosa asegurada. Sinembargo, desde algunos años atrás, yaminaba en mí la base misma de laexistencia de una enfermedad que en esaépoca no se reconocía como tal.

Tratando de escapar de mi vidalicenciosa, contraje matrimoniocreyendo que así tomaría menos. Perono fue ese el caso. Me retiré del

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servicio en las fuerzas armadas, ingreséen la marina mercante, fui capitán de unbarco, pero esos cambios no dejaban deser nada más que escapes. En el año1950, cuando ya tenía 33 años, sentí lanecesidad de escapar otra vez. El estadocada vez más agravado de mi vicio mehizo emprender la más fácil huida a mispropias flaquezas. Con una amante ydigna esposa y dos hijos pequeñosemigré a los Estados Unidos. Meradiqué en Los Ángeles. El cambio enmi vida fue dramático. Trabajé comojefe de ventas y diseñador, estudié ypractiqué la ingeniería mecánica. Lafamilia creció con la llegada de dos

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hijos más, y con el amor de mi esposalos criamos a todos ellos en una casaque compré dentro de un típico barrioresidencial norteamericano.

Pero siempre llevaba clavadas enmis espaldas las despiadadas yagobiantes garras de la dolenciaalcohólica. El aplastante peso de mienfermedad fue demasiado y desmoronóla unidad familiar. Perdí toda la fe quealguna vez tuve en Dios y me burlabairónicamente de los principiosreligiosos y morales que se me habíandado desde niño. El divorcio se hizoinevitable. Perdí buenas oportunidadesde trabajo y me transformé en un paria.

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Sacando fuerzas de donde ya nohabía casi ninguna, después de vivirveintitrés años en los Estados Unidos,decidí escapar nuevamente. Vendí lacasa y me fugué geográficamente a mipaís de origen. Siempre llevando acuestas mi tristeza, mis fracasos y miincurable enfermedad. Poco me duró elcapital que llevé. Cuando me vi sin uncentavo, sin un amigo, sin una salida, sinDios ni ley, creí que para mí había unasola fuente de paz: el suicidio.

Después de un mes de permanecerentre la vida y la muerte en el hospital,me recuperé en algo físicamente yregresé a casa de uno de mis hijos en

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California. Mi alcoholismo se hizo másagudo entonces, estaba ya en la últimaetapa de la fatal enfermedad. Borracho,un «wino» completo, me quedabadormido en los callejones de la ciudad.Unos dos o tres tragos del vino másbarato que pudiera conseguir, era loúnico que necesitaba para entrar en lainconsciencia de la borrachera. La únicamanera de no darme cuenta de quetodavía existía. Mi vida había quedadoreducida a un ensayo de vergüenza ydolor.

Fue de ahí, de ese estado depostración y desgracia, de donde mesacó la mano de ayuda de Alcohólicos

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Anónimos. Mi hijo había habladopreviamente y había sido informado queirían a verme solamente si era yo quienlo pedía.

La angustia era inmensa, midesesperación era indescriptible, perojustamente esa situación en que mehallaba en esos momentos, hizo queaceptara el consejo de mi hijo y lepidiera que llamara a A.A.

Los A.A. no se hicieron esperar. Unallamada telefónica y 30 minutos despuésllegaron en mi ayuda. Me saludaroncomo si fuéramos viejos amigos,pidieron café —algo inusitado para mí,¿alcohólicos que beben café?— y se

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sentaron cómodamente a conversarconmigo. ¿Qué me dijeron? No lo sé,pero sí recuerdo que después de unahora se despidieron dejando en mí unpequeño rayo de esperanza. Sí,pequeñísimo, pero aún así pudedistinguirlo a distancia. Al día siguienteme llevaron a una reunión de grupo.Tembloroso y desaseado como estaba,fui recibido muy cariñosamente. Setrataba de una reunión de aniversario.De uno en uno fueron pasando a latribuna. Primero el miembro quecumplía su aniversario seguido por otroque había sido su padrino.

Los pasajes de sus vidas que

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narraban iban dejando huellas un pocomás profundas en mí y así empezó miproceso de identificación. Me parecíaque hablaban única y exclusivamentepara mí. Lo que más me gustó fue lafranqueza y sinceridad que vi en todosellos.

Todos me decían «Keep comingback» y yo seguía yendo. Me divertíamucho el ambiente de sana camaraderíaque existía. Había días en que medesanimaba porque creía que necesitaríamucha fuerza de voluntad que yo notenía, pero todos me decían que lo queyo necesitaba era buena voluntad.Empecé a ver que yo no tendría que

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emprender una fuerte y encarnizadabatalla contra quien yo creía era mi peorenemigo, el alcohol. Comencé a darmecuenta de que mi verdadero enemigo erayo mismo. Estos A.A. me hacían ver quemi adversario era mi propio ego. Mehacían comprender con claridad quepara luchar contra este enemigonecesitaría la ayuda de un PoderSuperior.

La herencia que yo había recibido demi mal comprendida religión era que yohabía nacido equivocado. Que sinreglamentos y sin guardianes quevigilaran al demonio que había en mí,torrentes de veneno y de maldad se

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desencadenarían naturalmente de mi serpara devastar y destruir todo lo buenoque había en mi camino. Vi que se habíapresentado un conflicto en mi larga vida.La pregunta había sido, ¿yo o Dios? Yome había escogido a mí, a mi propio yquerido ego. Pero esto lo había hechomuy secretamente. Durante mi juventudhabía sido un agradable y aceptablehipócrita. Que Dios, siendo el espíacósmico que yo creía que era para mí, yque yo, sabiendo que estaba equivocado,me había convertido en un normal,moderno y culpable alcohólico-neurótico.

Por estos doce años pasados, todo

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parece haberse transformado de unajornada de ser «debido a» en otrajornada de ser «a pesar de», y elresponsable de esto es el milagro deAlcohólicos Anónimos. Lo que yo creíaser solamente una comedia dedesobediencia moral, de sexo y dealcohol, ha sido transformada por elprograma de los Doce Pasos, en unalección de despertar al conocimientoconsciente. No eran pecados los quehabía, era solamente la separación deDios, la falta de unidad. Antes habíaexistido una separación consciente de unPoder Superior, separación conscientede los demás seres humanos y

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eventualmente, una desintegración de mímismo. A.A. y su programa de los DocePasos han hecho que yo pueda unificar ami ego, mi mente y mi espíritu.

Hoy en día tengo el convencimientoen lo más profundo de mi ser, de que enla vida existe solamente un peligro paraque todo se convierta en problemas. Elpeligro de la separación. Permitir queel ego gobierne la vida separado de lamente y del espíritu. Pero también estoyconvencido de que hay una solasalvaguardia para ese peligro. Elconvencimiento de la existencia de unPoder Superior, sinónimo de Vida,Bondad, Dios. En A.A. empecé a

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unificar mi vida de separación con elprograma de los Doce Pasos. Admisión,convicción y liberación. Limpieza decasa y mantenimiento. Todo esto es unanueva vida para mí, pero no solamentenueva, también es la vida másmaravillosa que yo jamás haya vivido.Vivo en una total espera de guía ydirección, y la obtengo. Y si alguien mepregunta: «¿Cómo lo sabes?» Tengo lamás simple de las reglas en el mundopara contestar. Nunca lo he pasado tanbien. Mi vida en A.A. es la única buenavida que he conocido. La única vida queha sido fácil y sencilla durante mislargos años de existencia. Estoy

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viviendo los mejores años de mi vida.Vivo una vida de gratitud porque no hebebido licor desde hace doce años,porque vivo en paz conmigo, con missemejantes y con Dios.

Desde el invierno de 1976 cambiétotalmente la trayectoria de mi conducta.«Dejé de beber de una vez por todas»,mi manera de vivir y de beber me estabadestrozando. Por la gracia de Dios hepodido rehacer mi vida. Ahora vivofeliz en medio del cariño de una nuevafamilia.

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(9)

NACIDO PARABEBEDOR, BAILARÍN Y

LADRÓN

Andaba perdido sin más que perder,descendiendo al abismo de ladegradación. El vago recuerdo dealgunas palabras de esperanza leenseñaron la salida.

SOY ALCOHÓLICO como mi madreque murió víctima del mal. Yo estoy

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vivo.Era yo muy chico; vagamente

recuerdo que mi madre dormía debajode las camas, pero no alcanzaba adistinguir por qué. Me han dicho que sehizo alcohólica a consecuencia devender ilícitamente alcohol en unatiendecita que aparentaba sermiscelánea; otros me han dicho que sevio obligada a refugiarse en la bebidadebido al mal trato que recibía de mipadre. Vendía ella toda clase demejunjes. Cuando murió estaba yo entercer año de primaria; a mediodíafueron por mí a la escuela y me llevaronal hospital donde estaba falleciendo a

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consecuencia de su manera de beber.Quedamos solos mis dos hermanos,

mi padre y yo, con el negocio. Meencargaron del suministro de alcoholpara su venta; me acompañaban otrosmuchachos. A veces tomábamos de esealcohol, por pura travesura. Una vez noslo acabamos y tuve que romper labotella y mentir; «¡Me caí y se merompió!» Otra vez completamos elcontenido con agua. Naturalmente lasgolpizas y regaños menudearon por mitemprana inclinación a ingerir«paquiderma», como llamábamos a lacombinación de refresco de naranja conalcohol. No sólo bebía yo, como tengo

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dicho; también mis amigos. Una vez elpadre de uno de ellos, a quien se le pasóla mano y sacamos de la casa totalmenteborracho, vino por él y a golpes con unalambre de la plancha se lo llevó. Luegoregresó para acusarme ante mi tía: «¡Esel causante de esta maldad!», le dijo. Yoestaba durmiendo la borrachera comootras veces, a mediodía, argumentandoque estaba enfermo. Mi tía esperó que seme bajara la borrachera y luego a golpesme despertó, me bañó y me condujo a laescuela donde me exhibió como viciosoy rebelde.

Cuando murió mi madre me sacaronde la escuela en donde ella me tenía

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porque era cara la colegiatura y meinscribieron en otra, muy barata y porsupuesto muy distinta. Después de quefui señalado por borracho ante todos enesa escuela, jamás volví.

Como ya no estudiaba me quedé alfrente del negocio de venta de mejunjesy aprendí a distinguir toda la miseria ynivel de la degradación en el desfileinterminable de viciosos, enfermos,pordioseros, borrachos, bebedoresfuertes, agresivos, arrastrados, sucios…Me quedé solo en la casa de mi madre yla sentía enorme y vacía. Cuando yatenía unos catorce o quince años, luegode trabajar en la tienda por horas y

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horas, huía de la soledad y, en ocasionesespeciales, buscaba compañía y nostomábamos algunas copas.

Una vez, estando en la tienda,alguien a quien aprecio en misrecuerdos, me motivó y ayudó para quecontinuara estudiando: ya habíaterminado la primaria y esta persona meconvenció para que me inscribiera en lasecundaria. Alentado me inscribí perose me dificultaban los estudios; allí meenviaron a un psiquiatra quien mandóque me hicieran varias pruebas, lascuales no aprobé, y me dijo que yo noestaba bien de mis facultades mentales.

Me sentí muy mal con esa opinión

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médica y fui dado de baja de la escuelaluego de cuatro años sin haber aprobadoni siquiera el primer año.

Ya para entonces pensé que habíanacido para bebedor, bailarín y ladrón,motivo por el cual me adherí a gruposde borrachos y rateros.

Así empecé a hacer todos losdestrampes y aberraciones que vi haceren el desfile de beodos que pasó por latienda de mi infancia; con esto quierodecir que robé, golpeé, violé y falté a lamoral en todas sus formas… sólo mefaltó matar. Quien me liberaba de losproblemas con la justicia y de ladegradación, era mi hermana, ¡pero

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también a ella golpeé cuando,desesperada por mi conducta, me arrojóuna de las ollas de barro que fabricaba!¡Fue de ese modo que sentí que carecíade principios de toda índole!

No puedo decir que por beber yoperdí a mi familia, mi capital, mitrabajo, porque no tuve ni familia nidinero ni trabajo… ni moral. Me da risacuando me acuerdo que hubo quien mepreguntó: «¿Por qué no te casas?» Me darisa la ingenuidad de la pregunta; ¿quiénse casaría con un tipo que cuando noanda crudo, anda borracho? Debo decirque yo era muy afecto al baile; no eramuy buen bailarín, nada de eso; me

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gustaban las pachangas porque eranorigen de grandes parrandas. Fui alcarnaval durante cinco añosconsecutivos; recuerdo del viaje de iday de cómo llegaba al puerto, pero, ¿delregreso? ¡Nada!

La ley andaba muy cerca, tras de mí,para ponerme en mi lugar; por estoviajaba y no tenía lugar fijo deresidencia. Una vez acudí a mi padrepara que me auxiliara en losdescomunales líos en que andabametido, me recibió y le expliqué de quése trataba y que necesitabadesesperadamente dinero. «Tengo cienpesos, ¿te sirven?», me dijo. «¡Cómo

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crees!», le dije. «¡Necesito miles!»«¿No te sirven?», me volvió a decir:«Entonces: ¡Lárgate…!» Me fui.

Llegué a la ciudad, en donde, porprimera vez, conseguí dejar de beber,tratando de sentar cabeza… durante mesy medio.

Otra vez borracho y en las mismas,me sucedió algo que voy a contar. Fui auna ciudad del este. Me metí en unestablecimiento de mala muerte endonde estuve bebiendo en demasía,hasta que discutí con el dueño por ¡quiénsabe qué causa! El problema se pusobastante serio e intervino el hijo deldueño, contra los que me lié a golpes y

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perdí. Fui golpeado con bates debéisbol. Medio muerto me sacaron deltugurio aquel y me abandonaron enmedio de un camino. Mal herido volvíen mí y me encontré bañado en sangre.Regresé al establecimiento golpeandolas puertas, las paredes de tablas,escandalizando, sin que me abrieran.

Me fui a la vivienda que habitaba,saqué petróleo y me dirigí al jacaldispuesto a acabar con él y con todossus moradores. Justamente cuandoacababa de rociar el petróleo y prendíael fuego, aparecieron los policías quefrustraron mis propósitos y merecluyeron en la cárcel de aquella

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población. Salí, y de nuevo me metí enproblemas por lo que tuve queabandonar, corriendo, la ciudad.

Visité muchas cárceles debido a miconducta ingobernable y midesenfrenada manera de beber. Ya enotra ciudad se me clavó la idea decambiar de vida y el propósito de novolver a beber. Sólo un mes lo conseguíy, de nuevo, me encontré sumido en mitriste realidad. «No es creíble que misituación sea tan crítica que no puedacon la botella», pensé.

Tenía un padrino que me aconsejabay que hacía tiempo que me insistía paraque hiciera algo que me ayudara a dejar

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de tomar. Él me llevó algunas veces,infructuosamente, a jurar no beber; enuna ocasión me llevó a un santuario,donde me hizo que jurara por un año.Juré, pero mis pensamientos andabanerrabundos recordando los frustradosjuramentos anteriores. «No cumpliré»,me dije. Pero la imagen del Santo Señory su justicia, me hicieron reflexionarseriamente: «aquel ladrón, borracho,lascivo, mentiroso, que viene a jurar yno cumple, es duramente castigado…»

Por esta vez cumplí mi juramento.Paré de beber, y, en ese período deabstinencia, me sentí motivado arecomenzar mi vida. Con ayuda conseguí

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entrar a estudiar Turismo, pero el año dejuramento terminó y terminaron mispropósitos y buenas intenciones; volví abeber.

Hubo gente buena que trató deayudarme. Apoyado por una de esaspersonas y una credencial de la escuelaen que había estado inscrito, conseguíentrar de mozo en una clínica del segurosocial a la cual vivo agradecido.Soportaron muchos de los problemasque originé: amenazas a mis superiores,ausentismo, etc. Hoy entiendo que no medespidieron porque les causaba lástima.Mediante este trabajo logréreinscribirme en la secundaria y terminé

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en cinco años, gracias a que uncompañero me hizo el favor de hacermelas pruebas, si no ¡jamás habría logradoterminar!

Las borracheras y los pleitoscontinuaron. Hubo varias golpizas más,pero distintas a las anteriores, quefueron riñas de jóvenes; estas fuerondistintas, hubo saña, mala intención.Todavía conservo huellas de esos durosgolpes recibidos, como una cicatriz deuna herida en un pleito en el que quedédebatiéndome entre la vida y la muerte.Afortunadamente mi hermana melocalizó, reconociéndome por unoszapatos blancos que me había puesto al

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salir de la casa… Esta situación me hizopensar en andar armado y en lavenganza, pero todo quedó en eso, enpensamiento, porque yo estaba ya muylastimado por esa vida y por el alcohol.

Nadie me había hablado de A.A.pero yo sabía que había grupos de esos.Una vez pasé frente a uno y me asomé:vi muchos cuadros y letreros; daba lasensación de una secta religiosa. Medije: «Esta gente está acabada…» Y noentré.

Al fin, ya no dejaba de beber ni paracobrar. Luego de una parranda de tres ocuatro días, todo sucio, me dirigí acobrar a la clínica donde se suponía que

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estaba empleado. No me reconocieron yno me querían pagar. Ya no llevabaidentificación alguna: «Estoy enfermo»,les decía y suplicaba que me pagaran.En verdad me sentía muy mal. Losconvencí y me dieron mi cheque.Entonces vino otro problema en elbanco; sin papel alguno que meidentificara y sin poder firmar no mequisieron hacer efectivo mi pago. Unavez más, arrastrándome, fui a suplicar algerente que autorizara el pago porquerealmente me sentía cada vez peor y elaspecto que tenía no era nada agradable.Tal vez por eso me pagaron. Ya con eldinero busqué un bar y todos se me

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hicieron remotos. Creí que no llegaría.Como pude alcancé un bar y con losprimeros tragos sentí cierto alivio; alcontinuar bebiendo nuevamente volví aperder el conocimiento.

Al atardecer volví en mí. Estabatirado en la calle. Enfrente vi un anunciode la «Oficina Intergrupal de A.A.»Dificultosamente me puse en pie y entré.

«¿Aquí hacen milagros?», preguntécon voz cavernosa.

Las personas que estaban ahí sesorprendieron de mi presencia, y sedeshicieron de mí: me dieron un papelcon un montón de preguntas y mesugirieron que volviera cuando estuviera

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en mi juicio puesto que, así como iba, noentendería nada.

Me fui, maldiciéndolos.Tres días después terminé de beber

y acudí a mi casa, crudo, sin dinero, sinesperanza. Urgué en los bolsillos yencontré el «Autodiagnóstico» que mehabían dado en la intergrupal. Locontesté y con él regresé a aquellaoficina de A.A. Ahí me dieron el horarioy dirección de un grupo y, ese mismodía, me presenté.

Al principiar la sesión preguntaron:«¿Hay alguna persona que nos visite porprimera ocasión para saber qué esA.A.?» Dos personas se pusieron de pie

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pero yo no. Luego hablaron varios delos asistentes y me impactaron laspalabras que pronunciaron: «Honradez,Sinceridad, Integridad…»

Volví, y durante seis meses sin faltarun solo día me mantuve asistiendo sinparticipar. Me concretaba a saludar yescuchar. Con ese tiempo sin beber creíequivocadamente que había aprendidosuficiente como para beber sin dañoalguno. Bebí de nuevo y trágicamentecomprobé que mi enfermedad erairreversible y que era un loco temible.

De la manera más triste, en plenaebriedad, insulté a mi padre. Lereclamé: «¿Por qué nunca tuviste el

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valor de frenarme en mi forma de beber,cuando era tiempo?» le gritaba «¡Eres elculpable de mi situación! ¡Tienes quedarme de beber!» Sé que me encontrabaensangrentado y con vagas imágenes dela pelea con mi padre, ¡con mi propiopadre!

Me encerré víctima delremordimiento, creí que no volvería arecobrar un sano juicio. Merecía el peorde los castigos. Afortunadamentealgunas frases escuchadas en A.A. mesacaron de aquel triste estado y, condecisión, fui a ver a mi doctor de laclínica. Le expuse mi problema y misituación. Me escuchó y me recomendó

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que fuera a un grupo de A.A.Tristemente le confesé que ya habíaestado en uno. Se sorprendió y entoncesoptó por enviarme al psiquiatra. En eltratamiento me aplicaron electrochoquey luego de un tiempo volví con midoctor, quien me volvió a recomendarque asistiera a un grupo de A.A.

Reingresé y no he vuelto a tomar.Ciertamente se han operado cambios

profundos. Acepté que el alcohol mehabía derrotado; entendí y practiqué elPlan de 24 horas: hoy no bebo pase loque pase, ¿mañana? ¡Ya llegará! ¿Ayer?¡Ya se fue! Físicamente me restablecí.He aprendido a respetar y ser respetado,

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por medio del ejemplo de miscompañeros y de la literatura de A.A.;creo haber leído toda la que ha estado ami alcance. Comparto mi experiencia debebedor y de cómo soy ahora, conquienes acuden al grupo a saber deA.A.; creo que soy portador de untestimonio de la efectividad deAlcohólicos Anónimos: ¡Si yo hepodido, sin duda ellos también podrán!

Como ya no ando ni borracho, nicrudo, conseguí quien me quiera y me haaceptado por esposo. En mi trabajoconsidero que estoy cumpliendo y estoysatisfecho. Soy un hombre condemasiada buena suerte. ¡Es hermosa

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esta nueva vida dentro de A.A.! Buscoel éxito de realizarme como persona,superar las frustraciones por lo quedesperdicié en mi juventud, alcanzar eléxito en la empresa que tanto me toleró yme ha dado, ser un buen esposo y buenamigo y padre de mis hijos, y hoy, en laSociedad, ser más responsable e íntegro.

… Si Dios me lo permite.

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(10)

LA OVEJA EXTRAVIADA

Sintiéndose aislada, oyó repetirseel viejo cántico que le guió, después delargos y penosos ambages, al calor delrebaño.

TERMINABA el otoño de 1978, laciudad se aprestaba a otra épocanavideña y aparecían tras las ventanasde las casas los primeros arreglos quelo mostraban. ¡Cuánto dolor, cuánta

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tristeza me provocaban el ruido de lagente al pasar y la alegría de los niñosal jugar!

«Eran cien ovejas que había enel rebaño,

Eran cien ovejas…»

Había salido de mi sextointernamiento, el más doloroso, el másprolongado, debido a mi alcoholismo.En los hogares había calor, había hijos,madres, un esposo tal vez…

No tenía adónde ir. La caridad debuenas personas me había permitidoestar recluida en un hospital gratuito

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para alcohólicos, donde habíaconseguido dejar de beber, y en unsanatorio donde mi vitalidad se habíarestablecido. Estaba viva, y no teníaadónde ir, ni qué comer, ni dóndedormir. Me detuve, alcé los ojos ymurmuré: «Ya sabes Dios que no quierovivir. Sabes que tengo hambre, quetengo frío…»

«… Pero en una tarde, alcontarlas todas,

le faltaba una y triste lloró…»

«¿Qué voy a hacer, Dios?»,pregunté. Mi devoción religiosa me

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había fallado, yo había fallado a mipadre adoptivo, la medicina no me habíaservido… ni en A.A. había conseguidorestablecerme.

Las estrofas de un himno conocidose repetían en mi mente; era un cánticoque en mis delirios escuchaba y queacompañaba tercamente mis vagosimpulsos místicos:

«… Las noventa y nueve dejó enel aprisco

y por las montañas a buscarlafue…»

Creo que grité: «¡Tengo miedo!

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¡Quiero volver a tomar!»

«… La encontró llorando,temblando de frío.

La tomó en sus brazos, curó susheridas

y al redil volvió…»

Estaba parada frente a un templo.Automáticamente entré. Los cánticosiban tras de mí. Me arrodillé y busqué aDios. Lloré; vi las imágenes de mishijos, esos tres pequeñitos a los quetanto había dañado, la de mi madre queno conocí, la de mi padre adoptivo quetanto había sufrido conmigo, la del

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bondadoso doctor que me habíaauxiliado una vez, y las puertas de A.A.abiertas, esperando mi regreso.

¿Valdría la pena un nuevo intento deregresar al redil?

Nací en un pueblecito muy hermoso.Era un bebé cuando murió mi madre, alnacer mi único hermano. Mi padre nosabandonó en casa de mi abuela maternadonde un tío nos dio su afecto: fuesiempre como mi verdadero padre.

Huérfana, busqué desde niña,insistente y desesperadamente, el amor.Al principio lo encontré en mi abuelaque fue en ese tiempo la que más ternurame mostró; cuando murió sentí un total

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desamparo. Tenía sólo ocho años y bebípor primera vez. Tomé pulque y, cuandomis tíos vieron que me comportaba rarallamaron al doctor. Estaba borracha.

Pero a los 17 años fue cuando seinició mi «carrera alcohólica» querápidamente se agravó. A esa edad fuinombrada reina del Club másaristocrático del rumbo. En esa fiesta decoronación se bailó y brindó, y yo bailéy brindé. Después bailé menos y brindémás. Al fin sólo brindé…; luego no séqué pasó.

Al día siguiente desperté con elvestido de fiesta puesto. No recordabaqué había pasado. Me dio miedo; no

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quería preguntar qué había hecho.La sirvienta al verme despierta se

me acercó y me dijo: «¡Ay, señorita,todo lo que pasó ayer!» Fingí recordar yle pedí un jugo. Cuando me lo trajo, medijo: «Con esto no se va a componer;voy a ponerle un poco de lo que estuvotomando…»

Al tomarlo paulatinamente me sentímejor y le pedí que me preparara otro«jugo» y le dije: Cuéntame lo que pasóanoche. Escuché el ridículo y boberíasque había hecho, pero el calorcito queinvadía mi cuerpo por el «jugo» eracomo un antídoto contra mi sentido deculpabilidad. A partir de ese día, beber

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se me hizo hábito; mediante el licoraligeraba mi disgusto interno; mi temor ano ser amada.

Pensé que debía encontrar el amor,que un noviazgo formal llenaría el vacíode mi vida y la responsabilidad delmatrimonio sería una solución. Busquéun novio, lo conseguí, me comportécomo quería la gente que debíacomportarse una señorita casadera y,anhelando la seguridad, la comprensióny el amor, me casé. Tenía 18 años. ¡Quésorpresa fue para mí el matrimonio!Nada de lo que había soñado se produjoy mi irresponsable manera de beberafloró; salía con mi marido a frecuentes

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reuniones y visitas que aprovechabapara tomar más de la cuenta. Mi esposose molestaba y yo me las ingeniaba paraseguir bebiendo, por lo que nuestrarelación se transformó en vida de«perros y gatos».

Y perdí mi primer bebé. ¡Quéfrustración y qué motivo para bebermás!

Me embaracé de nuevo e ilusionada,pensé que el nacimiento de un hijotraería el amor a mi hogar; lo esperé conansiedad. Nació, pero nuestromatrimonio continuabadesbarrancándose sin remedio. Volví arecurrir a la botella y desde entonces

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con escasos intervalos estuvo pormuchos años junto a mí.

Ni el nacimiento de nuestro segundohijo ni el del tercero me detuvo ya.

En ese tiempo tomaba vinos ylicores, como brandis, ginebra, ron. Mimarido era propietario de un billardonde se permitía la ingestión debebidas alcohólicas. Esto facilitaba misuministro de alcohol. Tenía las llaves ycon cien artilugios me las ingeniaba parasustraer botellas.

Mi tribulación empezó cuando mequitó las llaves y, una mañana,temblando por una gran necesidad dealcohol, me aventuré por las calles del

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pueblo hasta una cantina de suburbio ytomé aguardiente de ínfima calidad conlos borrachos considerados ruines por lagente. Desde entonces ese aguardientebarato fue la bebida que másfrecuentemente ingerí.

Las reclamaciones, los gritos, lasamenazas, volvían nuestra vida infernal.A pesar de todo yo no entendía. Mimarido llegaba a la casa y la encontrabaen total desorden, los niñosdesatendidos y yo abotagada y sucia porel alcohol; no aguantó más y me dejó,reclamando la patria potestad denuestros hijos. Lloré, supliqué, prometíno beber; lo intenté y no pude lograrlo.

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Sin embargo me dieron una últimaoportunidad: me dejaron a mis hijos sidejaba de tomar. No lo conseguí: ibacon ellos por la calle y me quedé tiradaen la acera… Cuando recapacité, huí ala capital a buscar a mi padre y, cuandolo encontré, me rechazó. Esto fue elgolpe final a mi esfuerzo por vivir, a minecesidad de comprensión y ayuda.

Ya sin hijos volví a la casa de mitío, que a partir de entonces traté comoal padre que quería tener; él me acogiósin reproches y me trató con bondad.¿Qué me estaba pasando? Había tenidofe, había rezado, había jurado… y habíavuelto a «pecar». La gente del pueblo

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me veía como a la viciosa irremediable.Por entonces llegó un primo que, al

ver mi estado, con mucho tiento me dijoque quizás un tratamiento psiquiátricopodría ayudarme; me convenció y me fuicon él a la capital. Estaba tan desvalida.Llegué sumamente agotada y, con muchodolor, desesperanza y miedo, nostrasladamos al sanatorio donde elmédico, del que me había hablado miprimo, prestaba sus servicios. Meaterroricé cuando vi un letrero: HigieneMental. ¿Estoy loca?, pensé.

La presencia del doctor metranquilizó; era sumamente bondadoso ycon mucha calma me atendió e introdujo

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a un local donde se celebraba unaextraña reunión. Todos los presenteseran hombres y el médico me dijo queeran alcohólicos en recuperación. Mimiedo era enorme, pero el dolor por laseparación de mis hijos me dio valorpara quedarme. Me sentí bien,comprendida por aquellos pacientes queintentaban lo mismo que yo, y protegidapor aquel médico que en los meses queestuve con él me dio la ternura que tantonecesitaba. No bebí. Supe que era unaenferma y no una viciosa o pecadora.Pero mi deseo ferviente de recuperar amis hijos era el principal motivo paraesforzarme en mi recuperación. No tenía

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medios de sostenimiento; nadie veía pormí, sólo el médico me ayudaba dándomela oportunidad de serle útil en la medidade mis posibilidades con trabajo en elhospital y en la terapia de grupo.

¡Cómo recuerdo la ocasión en que,al arreglar su escritorio encontré unfolleto que me impactó: «AlcohólicosAnónimos»! Allí encontré una oraciónque, supe después, se atribuye a SanFrancisco de Asís.

«… Que no busque serconsolado sino consolar,

… Que no busque ser amadosino amar…»

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La mecanografié y se la mostré aldoctor: «Haga muchas copias, repártalasy guárdese varias porque las va anecesitar», me dijo. Ya le habíaexteriorizado mi intención de partir a mipueblo e intentar recuperar a mis hijos.El había tratado de disuadirme y, el díaque decidí partir, me dijo: «Está usteden la cuerda floja; si se queda hayprobabilidad de que se rehabilite; perosi se va hay toda seguridad de quereincidirá y caerá hasta el fondo delabismo…»

No le escuché. Tenía casi un año deabstinencia, deseos enormes de ver amis hijos y de que me vieran sin beber

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para intentar recuperarlos. Me llevé lascopias de la Oración y, por primera vez,la confianza en que había gente que mecomprendía y ayudaba.

Regresé a mi pueblo y mis grandesproyectos (de que no sucedería nada delo que el doctor me había dicho) duraronuna semana. La nostalgia de la compañíade aquellos ex bebedores que habíaconocido, la falta del apoyo de aquelbuen doctor, y la realidad de laincomprensión de mi ex marido, sinhijos, volví a beber.

Como el doctor pronosticara perdíla dignidad, ¡todo! ¡Caí hasta el fondode la abyección! Bebí incesantemente;

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tuve períodos de trabajo en los intentospor dejar de beber. No volví a ver a mishijos, avergonzada. Sufrí mis primerosinternamientos. Fueron muchos años delocura y delirios interminables.

Nada daba resultado. Juraba aVírgenes y a todos los Santos, ¡y nada!En una guarapeta me buscaron unhombre y tres mujeres que pidieronhablarme. Rebelde les exclamó: «¿Quétienen que hablar conmigo?»

«Por favor…», me dijeron.«¡Ah, sí! ¡Dénme veinte pesos para

alcohol y los escucho!»Viendo mi estado tan deprimente me

dijeron: «Unicamente le diremos esto;

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recuérdelo: ¡Dios la ama!»Solté la carcajada y les respondí:

«Si me quisiera no me hubiera quitado ami madre, a mis hijos, mi hogar. ¿Porqué me quitó todo amor y me dio esteamor a la botella? ¿Por qué no me quitaeste amor?»

«¿No será porque no se lo hapedido?», me dijeron.

Con los veinte pesos que me dieronseguí la borrachera, pero en mi mentedistorsionada se había fijado la idea deun Dios que me amaba, así como era,sucia, borracha. Tal vez por ello soportétantos años de demencia y ebriedad.

Una noche fui recluida en un hospital

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en tal estado que tuve que ser amarrada.Dos días después me quitaron lasamarras. Era época de Navidad.Entonces empecé a oír los lamentos deotra borracha que agonizaba; alprincipio traté de sobrellevarlos pero nome era posible y me llené de miedo.Había un pino de navidad y unasmuñecas en un rincón y vi cómocobraban vida y tomaban formasgrotescas y, cobrando movimiento, meatacaban. Pedí auxilio pero lasenfermeras estaban ocupadas con la quehabía gemido y que había muerto ya.Clamé, exigí a Dios que me ayudara; medeslicé aterrorizada hasta la cama de la

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muerta y, tomando sus ropas, me laspuse y huí.

Mi tío sufría tanto como yo por miproblema sin solución. Un día me dijoque me arreglara porque habíaencontrado la manera de ayudarme. Mellevó a la capital. Llegué con una crudaterrible. Fuimos a un grupo de A.A.Había hombres y mujeres, ¡mujerestambién!, que narraban que habíanpadecido como yo padecía y se las veíasanas y alegres. Me tranquilicé; dije:«Este es mi lugar».

Desgraciadamente tuvimos queregresar a mi pueblo. La ilusión de queme llevarían a otra reunión me permitió

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permanecer sin beber durante unos días.No me llevaron y seguí bebiendo. Con laesperanza de asistir a A.A. yencontrarme, dejé mi pueblo y metrasladé a la capital. Localicé un grupocercano a donde me alojaba, dejé debeber, conseguí un trabajo y, al fin, supeque había encontrado mi camino en lavida. Al poco tiempo pude volver a vera mis hijos y, sin embargo, no mesostuve en mis propósitos y volví a lomismo. Desesperada, me dije: «Nireligión, ni psiquiatría, ni A.A. ¿Quéonda, ahora, Señor?»

«… Las noventa y nueve dejó en

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el aprisco…»

Llevaba bebiendo cuarenta días consus noches cuando, en un lapso delucidez, llamé por teléfono a unoscompañeros del grupo. Acudieron pormí y me internaron en un hospitalgratuito para alcohólicos donde pudecortarme la borrachera; allí permanecíquince días pero mi estado físico era tanlamentable que me trasladaron a unsanatorio donde conseguí sobrevivir.

«… La encontró llorando,temblando de frío…»

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¿Valdría la pena intentarlo denuevo?

¡Sí, había que intentarlo!Salí del templo donde había estado

orando y recordando y me dirigí a ungrupo de A.A. Cuando entré, sentí elrefugio que permanecía esperándome,las palmadas de aliento. El café que mesirvieron. La sesión. La fortaleza y laesperanza. ¡A reempezar otra vez!Conseguí donde dormir (un cuartuchomodesto sin luz eléctrica) y un trabajo.Subsistí, pero en la soledad de la nochelloraba y me rebelaba: «¿Por qué a mí,Señor?» Envidiaba a las mujeres quetenían hogar, familia y dignidad. Y fue

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en una noche, en que la vela queiluminaba el cuartucho se extinguía, enque me volvió el terror a la noche, alabandono, a la soledad, a la vuelta delas alucinaciones, al delirio, a lademencia, tomé un libro condesesperación y un papel cayó de suinterior: «… Que no busque sercomprendido sino comprender; que nobusque ser amado sino amar, porquedando es como recibimos; perdonandoes como Tú nos perdonas…»

Era una de las viejas copias de laoración encontrada en uno de losfolletos de A.A. La vela se extinguiópero ya había luz en mi interior…

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Han pasado los años y mi vida hacambiado. En el último invierno, alcelebrar la Nochebuena, tuve el calor demis hijos a mi lado, de mis nueras, demis nietos, y el recuerdo y compañíaespiritual de todos los que sufriendocomo yo sufrí se han levantado a unanueva vida.

Dentro de mi querida Agrupación heaprendido a reír, a llorar, como fue enaquel día en que mi padre adoptivo (esehombre que tanto me amó) se fue parasiempre, pero viéndome renovada,luchando y feliz.

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«… NI PERRO QUE MELADRE»

Superó su primera aversión a labebida para después lanzarse a unavida desenfrenada de beber, dondenada le podía quitar la sed. En la horamás funesta le vino un resquicio deesperanza.

DESDE NIÑO vivía aislado de missemejantes. Era huérfano y creía que

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serlo era un estigma. Vivía con unafamilia adoptiva, Busqué y traté deencontrar a mis padres y nunca supe deellos. En la escuela me decían que mimadre había sido una de esas… Notenía un regazo donde refugiarme, nidonde desahogarme. No sé por quédesde niño me autocriticaba: mereclinaba en la pared y miraba fijamenteal sol por largo tiempo; deseabaquedarme ciego. En la escuela siempredestaqué; me gustaba el estudio y,además, no quería ser igual que losotros. Ya no quería enrojecer al sersaludado, ya no quería vivir en una casade vecinos.

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Pasó el tiempo y dejé la escuelapara dedicarme a trabajar comomecánico. Siempre andaba vestido conun mono sucio y grasiento. Tampoco megustó ese trabajo ni los compañeros.Quería ser diferente, estar más limpio,ser más inteligente y no mediocre, y asíme dediqué a estudiar teatro.

Fue peor. En ese ambiente me sentímarginado: Creía que todos eransuperiores a mí, de modo que traté decambiar mi carácter taciturno aceptandoir a reuniones. Allí naturalmente sebebía y traté de beber; mi primer tragofue de cerveza, pero mi estómago no lasoportó y tampoco me gustó su sabor. A

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los catorce años tomé una importantedecisión: «Yo no tomaré nunca más».

Pero mi timidez seguía en aumento,al mismo ritmo que mi soledad y misinquietudes. Pensé que era mejorabandonar también el teatro y tratar lomenos posible con la gente.

Busqué otro empleo y porcircunstancias del ambiente me creíobligado a ir a fiestas caseras, donde setomaba con cierta moderación y bebí.Pronto descubrí que, con otro tipo debebida, aunque seguía sin gustarme elsabor, había un efecto agradable;hablaba sin miedo, ya no enrojecía tanto,no me sentía menos que los demás. Esta

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sensación duró varios años en los queme habitué a beber.

Era un adolescente. Por miscomplejos empecé a tener fracasos deíndole sentimental, de tal modo quedecidí desinhibirme bebiendo un pocomás y, por primera vez, encontré quetenía éxito en mis relaciones: ¡buenmotivo para celebrarlo bebiendo¡Aprendí que ese éxito era inconsistentey el fracaso volvió a mí: ¡una mayorrazón para mitigar mis penas bebiendo!

Me volví un bebedor periódico. Mimonótona existencia se llenó de tedio,de aburrimiento; empecé a buscar lafalsa y efímera alegría de vivir a través

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de la botella, bebiendo más de loacostumbrado los fines de semana; casinunca llegué a beber al día siguiente pormiedo, puesto que había empezado atener «lagunas mentales» yremordimientos.

Mi vida se envolvió en un cieloinsoportable: mi soledad aumentabaangustiosamente al unísono de misbebetorias. Por las noches tardaba enadormecerme y, cuando un sopor deebriedad me envolvía, parecía que micuerpo se desplomaba al vacío ydespertaba sudoroso y sobresaltado.Sentía como si mis ideas sesolidificaran en mi cerebro,

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aglomerándose en total confusión, hastael punto de hacerlo estallar; trataba deponer la cabeza sobre la almohada peroel acelerado golpear de mi sangre lallenaba de ruidos y, semiasfixiado por laangustia, tenía que erguirme y, temeroso,prefería pasar la noche fumando uncigarro tras otro. Cuando la fatigaconseguía vencer mi insoportablevigilia, una melodía se confundía conmis sueños… ¡estaba cruzando unabarrera invisible hacia el otro lado de lacordura!

Pretendí fugarme de mi destino sinsaber cómo. Se me ofreció un trabajo enel extranjero que acepté de inmediato.

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Era la oportunidad deseada paradesprenderme de mí mismo. Una fugaexcelente al no tener que rendir cuentasa nadie.

En Europa, otra vez el tedio. Meencontraba muy lejos de mi patria ytodavía muy cerca de mí: volví a misactitudes rutinarias. Comencé a bebertodos los días, casi siempre alatardecer.

Ensimismado escuchaba el tañidonostálgico de las campanas. La luz delsol me molestaba al despertar, el cantode los pájaros también; el único ruidoque me agradaba era la caída de aguaque brotaba de una fuente. Tenía sed y

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solía curarme la cruda bebiendo litrosde leche fría. Perdí el apetito; la comidame daba náuseas. El transcurso del díaera una nueva y angustiosa soledad.¡Celos! ¿de quién, en mi soledad? Teníacelos de la gente que reía y a la queenvidiaba en aparente tranquilidad.Llegué a envidiar a mi compañero(porque para entonces había conseguidouna compañía en mi soledad: no teníapadre, ni madre, ni amistades pero yatenía un compañero: un perro que era miúnico fiel amigo). Envidié a mi perro alque no le hacía falta emborracharsecomo yo.

De mi lejana familia adoptiva recibí

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malas noticias: uno después de otro sefueron muriendo en un lapso de cuatromeses… me sentí más solo que nunca.Por fortuna ellos no supieron delinfierno alcohólico en que me hundía;pero su desaparición fue un magníficopretexto para seguir bebiendo… Y,luego, también mi perro murió.

El sufrimiento por beber aumentóhasta lo intolerable y comenzó mi lucha.Traté de dejar la bebida tomandovoluntariamente pastillas. No me dieronresultado.

Se apoderó de mí el miedo a vivir ycontinué bebiendo como acostumbraba,por las tardes. En las crudas mi

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sensación de soledad aumentaba: losojos enrojecidos, el aliento pestilente;me repudiaba a mí mismo; me ocultabade todos, buscaba las calles mássolitarias; prefería el cielo gris y el maltiempo, iban a tono con mi carácter.

Hice un descubrimiento demente:encontré que no le hacía falta a nadie.Los celos, la envidia, mis frustracionesy mi soledad, me acosaban. Mentalmentetramaba venganza contra todos. Eracomo si mi alma estuviera llena derabia. Renegué de mis padresdesconocidos; renegué de Dios, ¡y perdítoda fe!

Cansado de vivir de esa manera

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intenté el suicidio: alcohol, barbitúricos,y… cuando desperté sediento y febril,estaba atado con una camisa de fuerza ytenía las muñecas vendadas. Díasnefastos y amargos.

Fui internado en una clínicapsiquiátrica en donde, en misinterminables días de encierro, mi deseode venganza contra el mundo meobsesionaba. Dado de alta, volví abeber a los pocos meses y la historia delsuicidio volvió a repetirse. Cuando salíuna vez más de la clínica ya no teníatrabajo, ya no tenía casa, ya no teníaamistades…; de nuevo solo en un paísextraño.

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Regresé a mi país y tuve otrointernamiento, esta vez debido a unahepatitis viral. Entre un internamiento yotro acumulé casi diez meses sin beber.Pero mis resentimientos me dominabantanto en abstinencia como borracho. Micapacidad de sufrimiento llegó a supunto más bajo. Perpetua batalla de unadoble personalidad: odio-amor, muerte-vida, creer-blasfemar, renegar-implorar… Durante mi internamientoalguien me habló de AlcohólicosAnónimos, pero no le hice caso. Mehabía considerado yo mismo un casoperdido que caía, caía más y más.

… Una botella escondida. ¿Dónde?;

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buscarla meticulosa, apremiantemente;la laguna mental. Despertarrevolviéndolo todo y, al fin: ¡suencuentro! Hermosa, brillante, semillenabotella de licor. Temblores, risa, sudoren las manos, y el tapón demasiadoapretado. ¡Blasfemar! y la botellahermosa, brillante, hecha pedazos en elsuelo. Gemir angustiado y caer al pisopara absorber el licor desparramado…Vergüenza. Llanto amargo, mordiendoun cojín que ahogara los gritos dedolor…

Varios días después de eseacontecimiento crucial me pudelevantar. Estaba muy débil y decidí

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poner un poco de orden a mi alrededor.Entonces encontré un folleto de A.A. ylo estrujé en mi puño, pensé: «¡Eso deA.A. tal vez pueda ayudarme!»Finalmente, una noche, me dirigí a ungrupo. No tuve miedo de entrar, másbien tuve miedo de no ser aceptado.Sabía que era un alcohólico, peroignoraba que era un enfermo. Miidentificación fue inmediata: miaceptación lenta.

Por la gracia de Dios, y con la ayudade Alcohólicos Anónimos, ahora ya noestoy solo. La mano tendida de esoshombres y mujeres de buena voluntadsalvaron mi vida.

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Actualmente sigo viviendo sincompañía, pero las experiencias de miscompañeros, sus sugerencias y susobriedad siempre están conmigo. En midiario vivir, sigo aprendiendo de ellos;ellos me guían. Debo aclarar que nodejé de beber por mi familia puesto queno la tenía, no dejé de beber por mitrabajo que tampoco tenía, ni dejé debeber por nadie, pues estaba solo. Dejéde beber por una necesidad imperiosa,deseaba dejar de sufrir. ¡Beber o nobeber! Ese era el problema de mi vida.Gracias a Alcohólicos Anónimos,encontré a Dios, recuperé la fe en mí yen los demás.

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Nací en 1931 y morí en alguna deaquellas terribles noches de ebriedad,pero gracias a A.A., volví a nacer el 5de diciembre de 1969.

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EL SEÑOR ALCOHOL YYO

Veterano de guerra, profesor deescuela superior, su largo trato con elSr. Alcohol lo dejó solo y deprimido,lleno de rencores y lástima de símismo. En un momento de lucidezrecordó el nombre de AlcohólicosAnónimos.

EL SEÑOR ALCOHOL y yo hemos

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tenido una relación interpersonal durantemuchos años. Me uní a A.A. a la edadde cuarenta años y ahora llevo cuarentaaños en la Comunidad.

La noche en que nací, según mecontaron mis padres, se escuchaba unasinfonía de balazos y tiroteosprocedentes de un enfrentamiento entrelos traficantes de alcohol ilegal y lasautoridades de la patrulla fronteriza.Ésta era la época de la ley contra laelaboración, consumo y venta debebidas alcohólicas en los EstadosUnidos. El contrabando de alcohol eratan lucrativo entonces como hoy día esel contrabando de las drogas. Mi barrio

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era un corredor frecuentado por lostraficantes, porque se encuentraescondido en la línea divisoria a laorilla del río. Considero el haber nacidorodeado por el Señor Alcohol como unpresagio de lo que me esperaba en losfuturos años de mi vida.

Al poco tiempo después de minacimiento mi familia se trasladó haciael norte para radicarse en un pueblopequeño. Allí pasé mi niñez y mijuventud hasta llegar a la edad de casiquince años. El Señor Alcohol y yoempezamos una relación muy especial.Desde el principio me gustó el alcohol.Producía en mí una cierta alegría, un

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bienestar inigualable.Mi padre era maestro sastre y

cortador y le daba por establecernegocios y talleres. Por medio de suempeño y dedicación, la familia llegó aestar muy bien puesta en la comunidaddel pueblo. Yo era el hijo primogénitode mi padre y él siempre fue muy buenoconmigo. Estaba muy orgulloso de suhijo. Me compraba de todo: buena ropa,juguetes, y demás. He sido rico ytambién he sido muy pobre y prefieroser rico.

En casa mi madre usaba el vino paracocinar, como aperitivo, y como unaespecie de brindis ofrecido después de

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las comidas y en ciertas ocasionessociales. Al principio me daban aprobar una copita, pero no tardaron enobservar que yo no era de los que setoman sólo una copita.

Cuando yo tenía apenas cinco o seisaños de edad, mi padre y algunos de suscompañeros decidieron utilizar unareceta especial para la elaboración decerveza casera. Descubrí dónde teníanguardada la cerveza después deembotellarla. Cogí dos o tres cervezas ytomé hasta ponerme ebrio. Luego fui altaller de mi padre donde se encontrabanalgunos clientes, empleados y amigos.Allí les presenté un acto teatral y les

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desempeñé un papel de payasito comoen el circo. La gente me aplaudió y sedivirtió al ver al borrachito. En casahubo una gran discusión para establecermedios de evitar que yo volviera areunirme con mi compañero, el SeñorAlcohol. Reconozco hoy en día que aesa temprana edad yo no era un niñovicioso, sino que padecía y aún padezcode una compulsión física mezclada conuna obsesión mental que me conducen aseguir ingiriendo alcohol desde elmomento que empiezo a tomarlo.

Para la década de los treinta, mipadre perdió sus negocios y empezó avender todos sus bienes para así poder

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seguir existiendo. Llegué a saber lo quees la vil pobreza, el hambre y lahumillación. Con el tiempo me fuillenando de ira y resentimientos al ver ami familia carente de alimentos,alojamiento y ropa. Culpaba al gobiernoy a todo el mundo; especialmente aaquellos que poseían bienes y nocompartían con los que no tenían nada.A ésos los miraba con odio y recelo.

En 1935 se revocó la ley de laprohibición del alcohol y una cerveceríamuy grande almacenó una gran cantidadde cerveza en una vieja bodega a lasorillas del pueblo. Mis compañeritos yyo pronto encontramos la manera de

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extraer cervezas por una aperturaescondida en la parte posterior de labodega. Cada fin de semana nosreuníamos para pasar la tarde hablandoy bebiendo nuestras cervecitas.Teníamos unos diez, once, o no más dedoce años de edad. Mis amigos setomaban solamente dos o tres cervezas yse iban a sus casas o a otros lugares.Tenían miedo a embriagarse, a serdescubiertos en el acto del robo, o bienno les agradaba la cerveza tanto como amí.

A mí me encantaba llevarme miscervezas a la orilla del río y beber a misanchas bajo los árboles. Soñaba

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despierto que algún día llegaría a ser ungran ingeniero o arquitecto y me haríarico en la construcción de grandesedificios, puentes, y magníficasresidencias. Me quedaba dormido ysoñaba con tener una linda esposa yunos hijos muy cariñosos y bieneducados. Despertaba asustado y luegome llenaba de ira al enfrentarme con larealidad de mi situación. A veces mevolvía a embriagar para escaparme de larealidad. Continuaban mis relacionescon el Señor Alcohol.

Mi familia y yo sobrevivíamos uninvierno muy duro en una casita sincalefacción. No teníamos para comprar

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combustible y carecíamos de ropainvernal. Esto hacía que me llenara másy más de ira y odio. Culpaba al gobiernoy las gentes avarientas e inhumanas. Yocreía en la existencia de un Dios, peroéste era un Dios que no tenía compasiónde mi familia ni del resto de la gentepobre de nuestro pueblo. Parecía quemis plegarias a Él caían en oídossordos. Era un Dios demasiado injustocon su gente. Era un Dios que morabamuy lejos, allá en los cielos alejado denosotros.

Mi padre no encontraba un trabajofijo o duradero. Yo ganaba unos cuantoscentavos vendiendo periódicos y como

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ayudante en las tiendas de abarrotes ypanaderías. Me levantaba muy tempranoy asistía sin falta a mis clases de primeraño en la escuela superior. Estudiaba encada momento posible y trataba de noretrasarme con mis tareas. Mi padre meaconsejaba que no dejara la escuelaporque la educación adquirida nadie nosla puede arrancar. Me gustaba asistir ala iglesia pero lo hacía como algo quese aprende de niño y que se convierte enuna costumbre sin gran significado.

Volví a mi pueblo natal a la edad decasi quince años. En la escuela superiorencontré amigos y amigas de mi barrionatal y a muchos condiscípulos que

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habitaban en otros barrios de la ciudad.Yo siempre escogía como amigos a

los que les gustaba tomar, y reanudabami compañerismo con el Señor Alcohol.Por falta de dinero o miedo aemborracharme me limitaba en la bebidaque tomaba. Pero siempre me quedabacon el deseo de volver a tomar. Un díade mayo de 1940 algunos amigos y yocompramos una botella de tequila y nadamás recuerdo que empezamos a tomar.Mis compañeros regresaron a sus casasy yo amanecí tirado en un parque,debajo de una estatua, con la botellavacía en las manos. Ésta fue mi primeralaguna mental. No me acordaba de nada

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de lo que había sucedido después dehaber empezado a tomar. Dejécompletamente de tomar durante largotiempo. El Señor Alcohol habíaencontrado mi talón de Aquiles y sabíacómo tomar posesión de mí.

Durante la Segunda Guerra Mundial,en 1943, me alisté con el resto de miscompañeros en la Marina MilitarAmericana. En la víspera de nuestrasalida empecé de nuevo a tomar y elresultado fue que ellos me tuvieron quellevar al tren la mañana siguiente parapresentarme a la hora debida en la basede entrenamiento. Llevaba conmigo alSeñor Alcohol.

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Terminé mi entrenamiento básico yobtuve la especialidad de electricistamarino y enseguida fui estacionado enuna base naval en el frente de batalla. Enmi taller de electricista había uncongelador que producía todo el hielopara la base. Allí llegaban marinos ysoldados de todas partes a pedir hielo ysiempre me dejaban unas cervezas depropina. El Señor Alcohol y la señoratentación me perseguían tenazmente.

En una ocasión desperté a orillas deun pantano lleno de cocodrilos en unaselva cercana sin saber cómo habíallegado allí. Sólo Dios sabe cómosobreviví. Se dice que Dios cuida a los

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niños inocentes y a los borrachos. Yo yano era ni un niño ni un inocente.

Cuando terminó la guerra, destapéuna botella de whiskey que estabaguardando para la ocasión y la compartícon mis compañeros. Al día siguienteme dijeron que yo no sabía tomarwhiskey. Éstas no eran palabras nuevaspara mí. Me sentía avergonzado al verque los demás me veían tan diferente.Reconocía que tenía que encontrar lamanera de cambiar mi forma de beber.A los veinte años de edad no creía seralcohólico. Me esperaban otros veinteaños de lucha contra el Señor Alcohol.

Al darme de baja de la marina

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militar regresé a mi pueblo natal areanudar mis estudios en la universidadestatal. Como veterano de la guerrarecibí una beca del gobierno. Estudiabapara ingeniero electricista y trabajaba unhorario limitado como dibujante en unaoficina de ingenieros. Estos meayudaban con mis tareas de ciencias ymatemáticas porque las encontrabadifíciles después de tres años deausencia de los estudios académicos.

Acepté una invitación a una reuniónjuvenil en el centro de actividades de lacatedral ubicada cerca de launiversidad. Me sentía fuera de lugar alver que los asistentes venían de un

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sector social superior al mío, pues mifamilia aún vivía en la pobreza. Demomento sentí como que alguien memiraba con intensidad. Al voltear lacabeza me di cuenta que una lindajovencita fijaba su mirada en mí. Ella seencontraba entre un grupo de jóvenes, unpoco alejada de mí. Con un mayoresfuerzo me le acerqué y me atreví apresentarme y allí principiamos unaconversación amistosa. No meimaginaba que este momento iniciaríauna relación mutua que duraría toda unavida.

Mis padres me aconsejaron que nome metiera en una relación que pudiera

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resultar en un matrimonio prematuro. Merecomendaron que me concentrara enmis estudios para capacitarme en unacarrera que me proporcionara losmedios económicos necesarios paraaceptar la responsabilidad de unnoviazgo serio.

Me dediqué a mis estudios y a mitrabajo, con buenos resultados en elprimer semestre. En el segundo semestrereanudé mi amistad con el SeñorAlcohol con el pretexto de que tomandocomedidamente me animaba más en misestudios. Esta falsedad me llevó aldescuido de mis clases, faltas a mitrabajo, y a menudo terminaba en la

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cárcel por ebrio. Mis familiarespagaban las multas y me llevaban a micasa, pero al fin dejaron de hacerlo. Misituación se deterioró hasta llegar alpunto en que me suspendieron la beca dela universidad por un año. Ya iba pormal camino.

Tomé un descanso y me trasladé aotro lugar pensando que el cambio deambiente me alejaría de mi compañero,el Señor Alcohol. Algunos le llaman aesto la fuga geográfica. Encontré un buenempleo en una fábrica de motores ygeneradores eléctricos y el resultado fueque la tentación del alcohol me volvióde nuevo. Al fin de un año regresé a mi

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pueblo natal.Mi amiga fiel y yo habíamos

mantenido correspondencia durante miausencia. Ella había terminado laescuela superior y se preparaba paramatricularse en la universidad. Meanimó a que regresara a la universidad.

En las oficinas de veteranos mehicieron unas pruebas de aptitud escolary me concedieron una beca para estudiosde ciencias sociales en lugar de cienciasexactas. Con la ayuda de la joven que undía llegaría a ser mi novia y mi esposa,logré capacitarme como maestro deinglés al nivel de escuela superior.

En 1950 conseguí un puesto en una

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escuela superior de la ciudad. Notardamos mucho en contraer matrimonio.Al año mi esposa me dio una hija y dosaños después nació nuestro primer hijo.Vivíamos muy felices, ella como ama decasa, y yo de maestro. Estuve abstemiodurante ese tiempo.

En seguida empecé mis estudiospara capacitarme como consejeroorientador académico y vocacional.Empecé a tomar de nuevo y pronto me dicuenta de que yo era «tomador decarrera larga» y una vez que empezaba atomar continuaba haciéndolo hasta laembriaguez. Al descubrir esto meesforcé mucho por poder mantenerme

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abstemio hasta completar micapacitación como consejero orientador.

Entonces me encontré con otroproblema: una lucha conmigo mismo,pues sufría de períodos de depresión,ansiedad y soledad. Me llenaba de ira yautoconmiseración en los momentos másinoportunos. Renegaba porque no meascendían a un puesto mejor. Empecé abeber alcohol de nuevo y mi situación seempeoró hasta que llegó el día en que milinda esposa ya no pudo aguantarme másy se fue a vivir con sus padres,llevándose a los hijos. Era el verano de1965, durante mis vacaciones escolares.Yo seguí bebiendo. Empeoró mi

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situación cuando el director de laescuela me avisó que estaba a punto deperder mi empleo. Me llené de tristeza ypensé en el suicidio. El Señor Alcoholya no me ayudaba; al contrario, me habíatraicionado.

En un momento de lucidez recordéuna de las muchas veces que mi esposame había pedido que buscara la ayudade Alcohólicos Anónimos. Jamás lehabía hecho caso pero, al momento, hicela llamada que cambiaría el resto de mivida. Me recomendaron que asistiera auna reunión en el noreste de la ciudad.

Asistí a mi primera reunión deAlcohólicos Anónimos a principios de

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agosto de 1965 y, gracias a mi PoderSuperior tal como yo lo concibo y laayuda de un gran número de personas dela agrupación de Alcohólicos Anónimos,no me ha sido necesario volver a ingerirnada que contenga alcohol hasta lapresente fecha.

Llegué un poco tarde a la reuniónpero allí encontré a un compañero detrabajo que me presentó al grupo. Lesconté mi doloroso problema y ellosinmediatamente me hicieron sentirme encasa contándome un poco de sushistoriales y urgiéndome a que siguieraasistiendo a las sesiones. Micompañero, que ya llevaba más de un

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año en el programa, actuó como miprimer padrino. Asistimos a muchasreuniones consecutivas en varias áreasde la ciudad hasta asegurarnos de que noiba a comenzar a tomar de nuevo.

Hablé con mi esposa y le conté queanhelaba algo en mi vida sin saber loque era; pero estaba seguro de que porfin había encontrado lo que buscaba yque con este hallazgo había perdido eldeseo de ingerir el alcohol. Me sentíaliberado del Señor Alcohol y estabaseguro de que mi vida había cambiado.Esta vez no le pedí que volvieraconmigo como lo había dicho tantasveces antes, pero ella y mis hijos

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volvieron de nuevo a mi lado.Al poco tiempo mi padrino y yo

fuimos ascendidos a puestosadministrativos del distrito escolar conaumentos de sueldo. Al mismo tiempoasistíamos a reuniones de AlcohólicosAnónimos en muchos lugares y enmuchas ciudades.

Me habían recomendado que iniciaraun grupo de Alcohólicos Anónimos enespañol en nuestra ciudad y lo logré conla ayuda de un compañero que llevabamás tiempo que yo en el programa. Deeste grupo nacieron algunos otros gruposde habla hispana. Hoy en día existenmuchos grupos en español en nuestra

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área.Mi esposa y la de mi compañero

iniciaron los primeros grupos familiaresde Al-Anón en español en esta ciudad yen las ciudades vecinas. Mi esposafalleció en 1995 después de darme 45años de comprensión y cariño. Losúltimos treinta años los gozamos felicesen el amable ambiente que solamente seencuentra en la comunidad deAlcohólicos Anónimos y en los gruposfamiliares de Al-Anon.

Sigo viviendo abstemio y contento,esforzándome por hacer un poquito másde progreso espiritual, un día a la vez.Si Dios quiere, nos encontraremos algún

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día caminando por el sendero de vidaconocido como «el camino del destinofeliz». Ojalá que así sea.

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SEGUNDA PARTE

DEJARON DE BEBER A TIEMPO

Entre los principiantes que se unena A.A. hoy en día, hay muchos que nohan progresado hasta las últimasetapas del alcoholismo, aunque con eltiempo es posible que todos lo hubieranhecho.

La mayoría de estos compañerosafortunados no tienen la menorfamiliaridad con los deliriums tremens,los hospitales, los manicomios y lascárceles. Algunos eran muy bebedores

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y habían pasado por algunos episodiosgraves, Pero para otros muchos labebida no era sino una ocasionalmolestia incontrolable. Rara vezperdieron su salud, sus negocios, sufamilia o sus amigos.

¿Por qué se unen a A.A. personasasí?

Los DIECISÉS individuos queahora cuentan sus experienciasresponden a esta pregunta. Se dieroncuenta de haberse convertido enalcohólicos, reales o potenciales,aunque aún no se habían causadograves daños.

Se dieron cuenta de que el no poder

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controlar su forma de beber, a pesar derepetidos intentos, cuando realmentequerían controlarla era el síntomafatal de tener un problema con labebida. Esto, junto con los cada vezmás graves y frecuentes trastornosemocionales, les convenció de que elalcoholismo compulsivo ya se habíaapoderado de ellos; que la ruina totalera solamente cuestión de tiempo.

Al ser conscientes de este peligro,acudieron a A.A. Se dieron cuenta deque el alcoholismo podría acabarsiendo tan mortal como el cáncer;claro que ninguna persona cuerdaesperaría a que un tumor maligno

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llegara a ser intratable antes de buscarayuda.

Por lo tanto, estos DIECISÉISmiembros de A.A., y cientos de milescomo ellos, se han ahorrado años deinfinitos sufrimientos. Lo resumen máso menos así: «No esperamos a tocarfondo porque, gracias a Dios,podíamos ver el fondo. De hecho elfondo subió y nos tocó a nosotros. Estonos convenció de acudir a AlcohólicosAnónimos».

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(1)

DEL AMOR AL ODIO YDE A.A. AL AMOR

Asistía a las reuniones esperandola llegada de su esposo que nuncallegó, pero con el tiempo, en compañíade los A.A., al escuchar sus historiaspersonales, se dio cuenta de que ellatambién estaba afligida de laenfermedad del alcoholismo.

VIVÍA y trabajaba en un pueblo chico

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lleno de árboles de naranja. Durantesiete años desde que llegué aquí mehabía dedicado a trabajar en laagricultura. Mi esposo y yo éramos unafamilia feliz. Tres de mis hijos no erande él, pero los amaba como si lo fueran.En 1991 hubo una tremenda helada queacabó con todos los árboles frutales delpueblo y el área fue declarada zona dedesastre por el gobierno. Todo el pueblose quedó sin trabajo. Teníamos muchotiempo para quedarnos en casa yconvivir más. Entonces me di cuenta deque el alcoholismo de mi esposo estababastante avanzado; lo veía tomar por lamañana, dormía y se levantaba sólo para

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volverse a emborrachar. Eso meprovocaba rabia, impotencia yfrustración; y aunque yo sabía que fui yoquien le invitó a la primera borrachera,no lo había reconocido, y eso nos fuealejando poco a poco. Habíamos sidofelices ocho años y yo creía que tenía elmatrimonio perfecto.

Este último año estaba pasando lopeor de mi vida. No sólo había perdidomi trabajo, sino que estaba perdiendo loque más había amado en mi vida. Él eratodo para mí y, día tras día, se me estabahundiendo cada vez más en el pantanodel alcohol. Aunque estábamos cercatodo el día, lo sentía ausente. Dejamos

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de comunicarnos. Ya no había besos.Dejamos de compartir nuestra cama y yome sentía cada día más sola y triste. Ytambién tomaba, pero podía controlarmis tragos. Al menos eso pensabaentonces: que el problema era de él y nomío. Desde diciembre de 1990 hastaoctubre del 91 lo pasamos entre insultosy pleitos. Se cruzó una mujer en elcamino y vino la infidelidad, lo cual mehizo tocar fondo. Sentí que me habíanquitado parte de mi vida. Sin él no podíavivir. Me habían mutilado. Mi dolor eramuy grande porque él se había llevado ala otra mujer en una de sus borracheras.Ahora era yo la que tomaba a diario y a

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solas. Quería morirme. No podíasoportar mi dolor y mi tristeza. No meimportaba que mis hijos me vieranconsumirme; ni los escuchaba. Variasveces tuvieron que romper la ventana demi cuarto para saber cómo estaba, puesyo me encerraba a tomar y llorar. Mihijo más pequeño un día me dijo:«Mami, no te dejes morir que yo tenecesito». Pero yo sólo pensaba en miesposo y su traición. El dolor y el odiome estaban consumiendo. Cada díapensaba en él; no podía dormir. El techode mi cuarto se convertía en una pantallade cine y los imaginaba de la peormanera. Todo era horrible. Hubiera

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querido estar loca y en un manicomio yque cuando saliera, me dijeran que todoera una pesadilla: «Aquí no ha pasadonada». Pero todo era realidad; cadanoche buscaba sus brazos para dormiren ellos y no estaban. Y más odiaba ymás tomaba. Los problemas económicosno se hicieron esperar y no pude pagarla casa ni el carro. Me tuve que declararen bancarrota. Tenía que vender la casa,y rápido. La casa era grande sin él.Todo me recordaba lo feliz que ahíhabía sido y ahora no tenía nada. Con elpretexto de vender la casa, lo busqué,pues yo sabía dónde estaba. Ya no vivíacon la otra pues sólo se la llevó en esa

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borrachera que acabó con mi vida, y lade mi hermano, porque esa mujer era laesposa de mi hermano, a la cual yohabía recibido en mi casa dos añosantes, cuando todo era maravilloso entrenosotros. Ahora yo culpaba a mihermano de tener una cualquiera comomujer y él me culpaba a mí por tener unmarido que no lo respetó a él y, despuésde estar tan unidos como familia, todo sehabía acabado. Perdí mucho peso por nocomer y tomar tanto. Mi odio no teníalímite y empecé a planear mi venganza.Quería matarlo pero lo amaba. Misemociones me estaban volviendo loca.Amaba y odiaba. Un día cuando salí del

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baño, pasé frente al espejo y no megustó lo que vi: una mujer flaca ydemacrada que no era ni la sombra de loque yo había sido. Ese día decidí novolver a tomar. Hablé con mi esposopor teléfono para que viniera a firmar laventa de la casa. No se negó y aceptóvenir. Fui por él al aeropuerto. Cuandolo volví a ver, después de tres meses, seme olvidó todo. Yo sólo quería estarcon él, pero venía borracho y traía unabotella de mezcal. Caminamos sinhablar y estaba tan tembloroso que labotella se le cayó al suelo, y a mí me diogusto; pero él se enojó tanto queempezamos a pelear. Así llegamos a la

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casa después de ocho horas. En casalloramos, nos pedimos perdón,hablamos con mis hijos y ellos dijeron:«Pues, si se aman tanto, dense otraoportunidad; nosotros no nosoponemos». Así empezamos a vivir;pero todo fue diferente: siemprecallados, con el ceño arrugado, peleascontinuas y reclamos. Pasaron treintadías. Un día llegó mi hermano lleno dedolor y lo agarró a golpes; por poco nolo mata. Días después mi esposo medijo: «Te tengo una sorpresa parademostrarte que quiero cambiar». Esanoche no podía dormir; se la pasó dandovueltas de un lado a otro y diciendo:

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«No puedo entender por qué he hechotanto daño. No tengo perdón, peroquiero cambiar. Ya no quiero tomar».Pero temblaba por falta de alcohol. Asíamaneció y llegó una noche de marzodel 92 y me dijo: «Acompáñame.Necesito que estés conmigo». Salimossin saber adónde íbamos. Llegamos auna sala de A.A. Bendita noche ybendito grupo. Cuando el coordinadorpreguntó: «¿Hay algún nuevo entrenosotros?», mi esposo se paró frente atodos y dijo: «Quiero que me ayuden adejar de tomar, porque no puedo dejarde hacerlo». Yo estaba viendo a todosesos hombres que fumaban, y cuadros

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que colgaban de la pared, y no entendíanada. Un hombre corpulento se paró ysubió a la tribuna para dar información.Vi que estaba lleno de tatuajes, yempezó a relatar su experiencia. Pensé:«Y éstos, ¿en qué nos van a ayudar siestán peor que nosotros?» Aunque yoestaba como ida pude ver que pasaronvarios y que le dijeron: «Quédate connosotros». Acabó la junta y varios deellos nos rodearon y amablemente medijeron: «Señora, siga apoyándolo».Sentí que ellos podrían ayudarnos, perocuando llegamos a casa, mi esposovolvió a tomar. No podía vivir sin elalcohol. Y yo volví a la carga con mis

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reclamos; le decía que era un hipócritaque no deseaba dejar de tomar. Así pasóuna semana. Seguíamos yendo al grupocon peleas e insultos. Un día manejandoempezó la pelea y le arrebaté el volantey forcejeamos; quería estrellarnos ymatarnos. Estaba totalmente loca derabia y dolor. Al no conseguir mipropósito tuve una crisis de llanto, ylloramos los dos y nos dijimos cuántonos amábamos, pero que no podíamosvivir juntos porque nos estábamoshaciendo mucho daño. Acordamos queél se fuera de la casa cuando yo no loviera, porque si lo veía no lo dejaríapartir. Para mí era mi otra mitad.

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Pasó otra semana. Una tarde, cuandollegó a casa después del trabajo, yoestaba enojada como siempre y le dijeque me acompañara a la tienda acomprar la comida para la semana. Élaceptó y me metí a bañar. Cuando salíno estaba. Corrí como loca a buscarlo.Me acordé de lo convenido y fui alparqueo. El carro no estaba, y supe enese momento que se había ido. Teníamosel dinero que habíamos ganado de lacasa y fui a contarlo. Sólo se habíallevado cien dólares. Fui a buscarlo a laestación del bus más cercana, y noestaba. Lloré mucho pero me sentíaliviada. Sabía que había hecho lo

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correcto. Tuve muchas ganas de tomarpero no lo hice. Me acordé de aquelgrupo de hombres que decían: «Pase loque pase, no tomamos». El carro que sehabía llevado apareció tres días despuésen una huerta de naranjos y la policía meavisó. Seguí yendo al grupo con lailusión de que algún día él regresaría yme encontraría allí. Pensé: «Aquí me vaa encontrar».

A.A. no era para él. Nunca llegó, yyo me quedé noche tras nocheesperándolo.

Empecé a abordar la tribuna paracontarles mi dolor, mi odio y mistristezas. Todos me escuchaban muy

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atentos; eso me gustó. Alguien me poníaatención y no me juzgaban, sólo medecían: «Siga viniendo». Después deseis meses y tanto escuchar, me dicuenta de que yo también tenía elproblema del alcoholismo. Me habíanhecho recordar todo lo que yo habíapasado y no quería aceptarlo. Habíahecho eso y más que él, así que un día,no supe cuándo ni cómo, me paré en latribuna y dije: «Soy María y soyalcohólica». Todos me aplaudieron y medijeron: «Sólo faltaba que tú lo dijeras».Cuando acepté mi condición alcohólicaempecé con mi Primer Paso y, con laayuda de un buen compañero, comencé a

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practicarlo. Después me decía: «Oramucho por él, para que puedasperdonarlo». Yo creí que estaba loco:¿Cómo iba a pedirle a Dios por alguienque me había hecho tanto daño? Y micompañero me volvía a decir: «¿Quieresestar bien?» «Claro», le contestaba.«Entonces sigue orando por él». Pasépor muchas cosas: en mi familia, cadauno se fue por su lado; mis hijos dejaronla escuela. Cuando me di cuenta, estabanmetidos en la droga y el alcohol; pero yano estaba sola. En el grupo encontrémuchos esposos, padres e hijos que consus experiencias me hicieron saber lobuena que era mi vida. Me devolvieron

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el deseo de vivir, de ser buena madre,esposa y hermana. El programa de A.A.entró en mi corazón. Me enamoré delprograma. Del odio vino el amor. Meenseñaron a tener fe, esperanza y aperdonar, y que las promesas secumplen, a veces pronto y otraslentamente, pero se cumplen. Nunca másvolví a recordarlo con odio. Siempreguardé lo mejor que vivimos y empecé avivir feliz y disfrutar lo que ahora tengo,pues aprendí a vivir sólo por 24 horas.Jamás pensé en la posibilidad de verloalgún día y mucho menos de estar juntos.Después de ocho años, me divorcié ensu ausencia y así quedé libre otra vez. Y

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todo lo puse en manos de Dios.Como nos indica el Tercer Paso,

solo Él sabe sus planes para mí. Mis dosprimeros hijos, después de estar yo diezaños en el programa, llegaron a unprograma hermano. Hoy disfruto deellos y mis nietos cada día y podemoshablar como compañeros al mismotiempo. Pero la vida da vueltas como laruleta. Pasaron dos años: mis hijos en sugrupo, y la calma en nuestro hogar.Después de no saber nada de mi exmarido —habían pasado ya catorce añosdesde la separación y siete desde eldivorcio— un día recibí una llamadapor teléfono y era mi ex, pidiéndome

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perdón y diciéndome que nunca mehabía dejado de amar ni me habíaolvidado, y que estaba solo y esperandoun milagro; y, si yo lo perdonaba, quequería casarse conmigo otra vez. Yohacía mucho que lo había perdonado ytambién seguía estando en mi corazón,pero jamás pensé que él siguiera solo yque pensara en mí. Continuamos con lacomunicación por teléfono y quedamosen vernos en mis próximas vacaciones.Yo quería saber cómo iba yo areaccionar después de tanto tiempo sinverlo. Ya no había odio en mi corazón,pero no sabía qué sentiría cuando lotuviera cara a cara. No pude esperar

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mucho tiempo; al cabo de tres meses nosencontramos. Vi a un hombre lleno decanas y físicamente mal. El alcoholhabía acabado con su hígado y el cigarrocon sus pulmones, pero su corazón era elmismo. Todo fue sin emoción. Conmucha madurez hablamos, nos pedimosperdón y otra vez lloramos, como en laúltima pelea, pero ahora sin odio y conmucho amor. Le platiqué que soyalcohólica anónima, que gracias a esteprograma lo perdoné y que gracias a élyo me quedé en el grupo, y conservé miamor por él. Gracias a ese compañeroque me enseñó a orar y perdonar, yoacepté ser su novia como hace veintidós

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años, cuando lo conocí. Ahora yo tengo53 años y él 49, y tenemos planes decasarnos por segunda vez. Él no está enA.A. pero dejó de tomar hace once años.Hay muchos obstáculos por salvar porparte de mi familia, por todo el pasado,pero si es la voluntad de Dios, Élpondrá los medios como siempre.

Ahora no estoy sola. Tengo fe,muchos compañeros, un programamaravilloso y muchas ganas de vivirfeliz. No pienso en el pasado, ni quieropensar en el futuro, sólo en el día dehoy. Acepto la voluntad de Dios.Nuestros planes son casarnos y vivirhasta que la muerte nos separe. Los

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planes de Dios no los sé: Él dará elresultado y yo lo aceptaré.

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(2)

EN LAS GARRAS DELMIEDO Y LA IRA

Dondequiera que fuera leacompañaba su saco de culpas ysecretos.

HOY TENGO poco más de tres añosde continua sobriedad y esto es gracias ami Poder Superior, Dios como yo loconcibo, y a A.A., que me dio lasolución a mi problema. Ésta es mi

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historia:Yo no empecé a beber muy joven,

sin embargo, desde que puedo recordar,siempre me gustó la cerveza, su saborera increíblemente agradable para mí.También disfrutaba mucho del vino y delchampán, pero nunca había estado nicercanamente borracha. Cuando llegué ami madurez (veintiocho años más omenos), creo que no estaba preparadapara vivir la vida en sus propiostérminos. Estaba «felizmente» casada,sin grandes problemas. La frustración yel miedo se apoderaron de mi vida.Miedo a perder lo que tenía, miedo a notener lo que yo quería, miedo a estar

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sola, miedo a todo. Me convertí en unapersona ansiosa y deprimida, llorabamucho y a veces hasta temblaba demiedo. Me sentía frustrada, sola y nosabía qué hacer. Dentro de mi ser estaballena de rabia por muchas cosas quepasaban y no quería aceptar, ni muchomenos admitir.

Luego de un tiempo encontré unamedicina que me permitía sentirmemejor, más relajada, menos ansiosa, yme hacía ver las cosas desde un puntode vista más positivo. Además, estamedicina me hacía sentir menos lasoledad en que me encontraba; estamedicina era el alcohol. Al principio

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funcionó a las mil maravillas. Comencébebiendo whisky a pesar de que nuncame gustó. Nunca he llegado a entenderpor qué. Quizás fue porque a mi esposole gustaba esta bebida o quizás porqueeso bebía una tía mía. Cuando yo eraadolescente, esta señora estaba casadacon mi tío y cuando ella llegaba con éI asu casa del trabajo como a las 7:00 p.m.,él se iba y ella comenzaba a hacer lacena, el lavado de la ropa y a recoger sucasa, todo esto siempre con un vaso dewhisky en la mano. Yo pensaba que ellase debía de sentir muy sola, puesobviamente, mi tío la dejaba en la casa yse iba, pero en cambio ella se reía,

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hacía bromas con nosotros (mis primas,nuestras amistades y yo) y se veía muyfeliz por la casa. Yo sabía que eraalcohólica.

Cuando comencé a beber por lastardes en mi casa, no era alcohólica, notenía que beber todos los días, no teníaque pensar en la bebida y todo marchabamuy bien. Poco a poco, la obsesión porel alcohol comenzó a crecer y lanecesidad de ese primer trago se hacíamás frecuente cada vez. Llegó el día enque tenía que tomarme un trago tanto sitenía deseos como si no los tenía. Teníaque beber como fuera. Le pedí a miesposo que me ayudara con este

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problema, y él guardó toda la bebidaque había en casa en un archivo conllave y lo cerró, pero yo tenía copia deesa llave. Allí había de todo y seguíbebiendo.

Comencé a pedirle ayuda a Dios y ala Virgen María, pero no funcionó.Estábamos en proceso de adoptar unniño y yo quería parar de beber. Visitéun psiquiatra y me dijo «Si tienesproblemas con el alcohol debes ir aAlcohólicos Anónimos; yo no puedohacer nada por ti». ¡Ay Dios mío! Quéclase de susto me llevé, ¡yo enAlcohólicos Anónimos, imposible!Continuó tratándome por depresión y

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por ataques de pánico y yo más nunca levolví a decir que tenía problemas con elalcohol. Seguí bebiendo pero le prometía Dios que iba a dejar de beber tanpronto como mi hijo llegara.

Mi bebé llegó a mi casa y luego dedoce años de matrimonio me convertí enmadre. Pude parar de beber como portres meses. Sin embargo, después de eseperíodo, comencé otra vez. A las seis dela tarde, a la hora de darle el biberón ami bebé y ponerla en su cuna, mepreparaba un trago y me sentaba en elsillón con mi bebé en la falda y en ellado derecho del sillón, en el suelo, eltrago. Esto comenzó a suceder día tras

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día. Los domingos, mi esposo notrabajaba y dormía hasta tarde en lasmañanas; yo me levantaba tempranito —a veces antes de las seis de la mañana—a cuidar de mi bebé, y a esa horacomenzaba a beber. Comencé a sentirmeculpable y avergonzada de mí misma. Aveces tomaba la decisión de no beberpero fácilmente cambiaba de opinión yen un segundo me servía un trago. Unsábado por la tarde, cuando mi bebétenía como seis meses de nacida, meencontré a las tres de la tarde en elsillón dándole la leche, y a mi ladoderecho, en el piso, una botella vacía devino tinto. Cuando me levanté con la

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niña dormida en mis brazos me di en lafrente con la puerta de un armario queestaba medio abierta y comencé asangrar. Esta escena fue muy vergonzosapara mí y pensaba, «Mira dónde estoy,borracha a las tres de la tarde con mibebé en los brazos», una niña que yohabía estado esperando doce años. Erauna escena patética, me hacía sentir muyculpable, la peor madre, la peor mujer.Me defraudé a mí misma más que nuncay sentí que había defraudado a esa jovenmujer que entregó a su bebé en adopciónpara que recibiera una mejor vida.

Y por otro lado, no cumplí laspromesas que hice a Dios; por lo tanto,

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dentro de mí estaba esperando un grancastigo por todo lo que estaba haciendoy por no haber cumplido con mi palabrade dejar de beber cuando llegara elbebé. Entonces comencé a crear mi gransaco de culpas, una carga bien secreta.Mi esposo sospechaba que yo estababebiendo pero no me confrontó nunca.Yo puedo contar estas cosas hoy pues yahe hecho mis reparaciones y, con laayuda de mi madrina, me pude perdonara mí misma. Pero en aquel momento esaculpa y vergüenza conmigo misma mehacían beber más, no importa lo quesucediera, yo no podía parar de beber.Nadie lo sabía, ni mi familia, ni mis

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amistades, ni mis compañeros detrabajo. Éste era mi gran secreto, quecrecía y crecía dentro de mi cabeza, demi corazón y de mi espíritu. Mi esposotrabajaba mucho y cuando llegaba en lanoche yo estaba dormida. La excusa eraque la niña se despertaba de madrugada,quizás él sabía que yo había bebido,pero no tenía ni idea del entrampamientoen que estaba metida por el alcohol.

Cuando mi bebé tenía poco más dedos años, no sé bien cómo pude parar debeber. Quizás fue por que mi cuñadoentró en Alcohólicos Anónimos y esome aterrorizó, pues yo no queríaterminar ahí. Quizás fue porque una tía

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se enfermó de gravedad y su prognosisera muy seria; pensamos que se moría yen la familia comenzamos a rezar condesesperación, en grupos de oración ypor nosotros mismos. Yo ni meacordaba de beber, sólo la queríamosayudar. El milagro de su recuperación sedio y es posible que el milagro de quemi obsesión por beber se haya ido,también ocurriera en ese momento.

No sé qué fue en realidad, perodesde ese momento paré de beber.Quizás socialmente bebía pero nunca encasa sola, jamás. Me pude aliviar detener que beber, pude romper con elpatrón de beber todos los días. Sin

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embargo, ser una borracha seca me llevóadonde estaba antes; mis resentimientosy mis miedos siempre estuvieron ahí yyo no sabía cómo lidiar con ellos.

En 1995, compramos una casita en laplaya y allí, una cerveza fría era muynormal para todos. Dos o tres por lamañana y dos o tres por la tarde.Recibíamos amigos y siempre bebían ycon las comidas, vino por supuesto. Alprincipio no hubo problemas pero, lentapero segura, la progresión de mienfermedad comenzó.

Comencé nuevamente a beber porlas tardes en mi casa, luego de regresardel trabajo o de las clases de piano o de

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baile de mi hija. En ocasiones, la niñame preguntaba qué era lo que estabatomando, y siempre le mentía. Una vezprobó de mi vaso de vino tinto y le dijeque era jugo de uvas pero que se habíadañado y lo boté por el fregadero.Entonces me serví otro vaso de vino aescondidas (mi saco de culpas ysecretos me volvió a acompañar). Lasbotellas en mi casa comenzaron avaciarse o a desaparecer. Cuando miesposo preguntaba, tenía que mentir.Comencé a llenar las botellas con agua;a veces era muy difícil hacerlo y estabahasta una hora llenando una botellavacía con agua. Verdaderamente ya no

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tenía sano juicio. En ocasiones iba alsupermercado a reponer una botella queme había bebido el día anterior, pero alllegar a mi casa me la bebía otra vez.Era un círculo vicioso del que no sabíacómo salir. La enfermedad continuóprogresando, cada vez comenzaba abeber más temprano, tan pronto salía detrabajar. Iba borracha a recoger a mihija a la escuela, así la llevaba a susclases de baile y yo cargaba en secretocon más culpa y vergüenza, que mehacían beber más. Me prometía a mímisma que no iba a beber ese día, puesmi hija tenía clases de piano, pero bebíaigual. Yo tenía mis vasos de vino

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escondidos en diferentes lugares de lacasa, gabinetes de cocina, gabinetes delbaño, debajo de la computadora, dentrodel maletín de mi trabajo, dentro de loscestos de papel, por todos lados, demanera que podía beber a escondidas encualquier parte de la casa. Continuabaprometiéndome a mí y a Dios que no ibaa beber más pero no pude cumplir ni unade estas promesas. Cada vez la culpaera mayor.

En la casa de la playa, comencé abeber más pues me levantaba temprano,a las seis de la mañana, y con cerveza otrago en mano, comenzaba a hacer lalimpieza de la casa. Mantenía siempre

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una botella grande de vinagre blanco,detrás del vinagre en uso, esta botellaestaba llena de vodka de manera quecada vez que fuese a la cocina podíaaumentar o mantener la «nota» quequizás había comenzado con un par decervezas frente a la visita. Si me sentíademasiado borracha, comía algo yseguía bebiendo.

Hablé con mi esposo y decidimosentre los dos sacar toda la bebida de lacasa. Él lo hizo, no había bebida encasa, pero yo tenía que beber y comohay supermercados por todas partes, erafácil parar en alguno para comprar vinotodos los días. Siempre teniendo el

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cuidado de no ir al mismo supermercadodos días consecutivos. La progresióncontinuó, había veces en que mequedaba dormida a la hora de ir abuscar a mi hija a la escuela. Ellallamaba a casa por teléfono y yo no oíael timbre, mi esposo tenía que salir de laoficina para ir a recogerla a la escuelapara luego encontrarme dormida en micasa. Ella se asustaba pues pensaba quealgo me había sucedido. Yo siempre lesdecía que estaba muy cansada pues melevantaba muy temprano para ir atrabajar.

La culpa y los secretos aumentabancada día. Verdaderamente me quería

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morir. Llegó el tiempo en que tenía quesalir por la tarde, a las cinco, a compraruna segunda botella de vino. Entoncesdecidí comprar medio galón de vino a launa para no tener que volver a salir acomprar. La progresión continuó y llegóel momento en que, o me bebía el vinode cocinar o salía como fuera a comprarotra botella de vino, pues tenía quebeber hasta la inconsciencia.

Me sentía muy temerosa de Dios ysabía que él me iba a castigar por seruna mala persona, mentirosa, sinvoluntad, completamente imposible deconfiar, y que merecía un castigo. Meconvertí en una hipocondríaca, pero

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seguí bebiendo.Un viernes por la noche, en el año

2000, llevé a mi hija y algunas amigas auna fiesta. Cuando volví a mi casa mefue imposible recordar dónde era lafiesta ni cómo había regresado a micasa. Me asusté tanto que decidí haceralgo. Fui a una reunión de AlcohólicosAnónimos la semana siguiente; meencontré allí con un montón decaballeros hablando de cosas que merecordaban a mi esposo. No me sentíbien allí; no volví.

Vendimos la casa de la playa y losfines de semana prefería que mi esposotrabajara o saliera con la niña de

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compras o a las reuniones sociales a lasque nos invitaban. Yo no iba a lasfiestas ni a las reuniones familiaresporque no quería beber ni estar entregente bebiendo. Mi esposo entendía, yse iba con mi hija. Cada vez que salíande la casa, yo esperaba un par deminutos y me iba al supermercado.Continué bebiendo y traté de hacer unaserie de cosas para ver si me ayudaban aromper el patrón establecido: trabajo,supermercado, beber, dormir, ésa era mivida.

Me matriculé en un gimnasio para iral salir del trabajo. No funcionó, dejé deir. Decidí hacer una dieta con mi hija,

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pensando que el reto de rebajar de pesome podía ayudar. No funcionó. Fui a lalibrería y compré el Libro Grande deA.A., el libro Reflexiones Diarias y el«Doce y Doce». Yo sabía que A.A.funcionaba; mi cuñado, en doce años,era otra persona. Pero mis secretos eranmuy secretos. Yo no podía ir areuniones. Tampoco funcionó.

Continué bebiendo diariamente hastala inconsciencia. Todos los días teníaamnesia alcohólica y ni sabía quécociné, cómo lo hice, ni quién comió nicuándo. Sólo estaba en casa, aislada demi hija, en mi propio mundo con mi sacode secretos.

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Mi hija sabía que yo bebía pero yano encontraba los vasos escondidos. Yosé que ella notaba que yo estababebiendo pues si me hacía algunapregunta sobre sus tareas y yo abría laboca, inmediatamente su expresiónfacial cambiaba y se notaba sufrustración, su desilusión y su tristeza.Dejó de pedirme ayuda con su tarea yme sentí mejor pues así podía estar másaislada con mi botella.

En este punto mi vida no podía sermás miserable; me sentía muy mal,avergonzada, culpable y aterrada. Nosabía qué hacer. No tenía deseos deseguir viviendo y bebiendo pero no

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sabía cómo vivir sin beber. Meacostumbré a esa vida, pensar en labebida, beber, emborracharme.

En verdad, no sé cómo me vino laidea de volver a A.A., lejos de casa, almediodía. Pensé que podía encontrarmujeres en esa reunión. Llegué al grupocon otra actitud, me sentíacompletamente derrotada y lloré durantetoda la reunión. Era una reunión deprincipiantes. No creo que fuera porcoincidencia, había nueve mujeres allíese día, algunos varones, y todoscomenzaron a hablar de ellos mismos,de lo que es el alcoholismo y elprograma de A.A. Era mucho para

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entenderlo todo en una hora pero síentendí que las reuniones eranimportantes. Me dieron una moneda de24 horas y muchos números de teléfono.Salí de allí y me fui a comprar mibotella. Continué asistiendo a lasreuniones todos los días y tuve el valorde decir que había bebido cada vez quelo hacía. Nadie me dijo nada más que«sigue viniendo». Conseguí una madrinay comencé a leer el Libro Grande. Noestaba bebiendo todos los días pero sipasaba por algún sitio donde vendieranvino lo compraba y me lo bebía.Comencé a visitar otros grupos y meconseguí una segunda madrina. Con la

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primera insistí en comenzar a practicarlos Pasos y la segunda me ayudó a llegara mi casa hablando por teléfono y sindetenerme a comprar vino.

Cuando llegaba a mi casa de mitrabajo iba directamente a la cama. Mihija, de quince años entonces, cocinaba,atendía a los perros y me ayudaba en lacasa pues yo no podía hacer nada sinbeber. Yo me quedaba acostada hastaque llegaba el momento de ir a lareunión por la noche. Mi esposo mellevaba a la reunión y luego me traía acasa. Y así pasaban mis 24 horas sinbeber. Yo iba a mi trabajo pero en casano podía hacer nada. Por lo tanto, allí

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me quedaba, en la cama, esperando lareunión, la hora de ir a trabajar, laspróximas 24 horas.

Entendí sin dificultad que yo soyimpotente ante el alcohol (ya lo sabía) yque mi vida era ingobernable. Mi últimotrago fue un día del año 2002.Comenzaron a pasar los días y yo noestaba bebiendo, no funcionaba bien,pero no tenía que beber. Cuando medijeron que sólo un poder superior a mípodría devolverme el sano juicio, tuveque volver a pensar en Dios. ¿Qué iba ahacer Él por mí? Tenía que estarenojado conmigo por todas las cosasque yo había hecho y por todo lo que

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herí a mi hija. Me dijeron en A.A. queme imaginara un Dios distinto al queconocía, que lo creara como yo queríaque Él fuera. Decidí que Él no es uncastigador ni un justiciero; Él es, paramí, un padre perfecto lleno de amorhacia sus hijos, lleno de perdón, sinsentimientos de venganza, sinresentimientos, capaz de perdonar a suhijo, no importa lo que haya sucedido.Ése es Dios como yo lo concibo. ¿Sanojuicio? Hace tiempo que lo habíaperdido.

El Tercer Paso fue para mí el másimportante. En este punto yo entendí queyo, como hija de Dios como yo lo

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concibo, fui creada por Él para ser unapersona feliz. Entendí que sería unapersona feliz si hago la voluntad de Él yno la mía. La mía me llevó a vivir demanera miserable y eso no es lo que Élquiere para mí. Su voluntad es que yo nobeba. Entendí que soy una personacontroladora que quiere hacer todo a sumanera. Además, en el Libro Grande sedice que el alcohol que yo bebía es unsíntoma. ¡Eso sí que es verdad! Tuveque mirar dentro de mí. Comencé aentregar, todos los días, mi vida y mivoluntad al cuidado de Dios, a practicarlos Pasos de recuperación y amantenerme sobria un día a la vez. Cada

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día se me hacía más fácil que el díaanterior.

Poco a poco, comencé a recuperarmi fe, mi esperanza y mi dignidad. Hoysé lo que hice ayer y el día anterior, notengo secretos, no tengo culpas ni meavergüenzo de nada. Hoy me respeto amí misma, he vuelto a confiar en mímisma, el alcohol no controla mi vida yeso es un milagro. Se me quitó laobsesión y no necesito beber para vivir,siempre que no me tome el primer trago.Ahora tengo a Dios como yo lo conciboy tengo a A.A. No vivo en soledad.

Hoy estoy viva, no soy ni mejor nipeor que otro ser humano, quepo en mi

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piel y me puedo mirar en el espejo. Hoymi hija es mi mejor amiga, me quiere yme respeta. Hoy quiero vivir, mi vida noes miserable. Tampoco la vida es fácil,ni los problemas desaparecieron, perocon fe, el programa de 24 horas, mismadrinas y mis amigos de A.A., no mesiento nunca sola. Puedo lidiar con mismiedos y evitar los resentimientos quetanto daño me hacen. Hoy soy unapersona mucho mejor que la que era ytrato de vivir la vida como se presenta.Todo esto lo he logrado porque un díallegué a creer que A.A. podría funcionarpara mí también.

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(3)

LA DIGNIDADRECOBRADA

Creía haber superado el problemaque tenía con la bebida en su juventudy que podía dejar de tomar cuandoquisiera, pero cada contacto que tuvocon el alcohol le convirtió en otro ser.

LLEGUÉ AL PAÍS en el que vivobuscando una mejor posicióneconómica. Me instalé con un tío mío

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que residía aquí desde hacía algo másde treinta años. Mi sueño, como el demuchos inmigrantes, era el de conseguiralgún dinero y volver a mi tierra natalpara comenzar un negocio. Al salir demi país pensaba que mi único problemaera el ser pobre, pero viviendo fuera medi cuentade que mi mayor problema erael alcoholismo.

Inicié muy joven mi carreraalcohólica. A la edad de ocho o nueveaños ya había probado el alcohol. Vengode una familia con un padre alcohólico yuna madre neurótica. Me gustaba laforma en que mi padre bebía elaguardiente. Me fascinaban los gestos

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que hacía al ingerir cada copa y meencantaba como ningún otro olor, elaroma del alcohol. Puedo decir queinicié mi alcoholismo por el ejemplo demi padre. Yo quería ser como él, queríatomar como él, quería hacer los gestosque él hacía, y por supuesto quería olercomo él. Comencé a beber de lossobrados de mi padre, cuando él llegababorracho le gustaba que yo loacompañara hasta que se acababa labotella que traía. A mí también megustaba acompañarlo, puesto que leprendía los cigarrillos y en muchasocasiones me los fumaba enteros porqueél, de lo borracho que estaba, no podía

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ni fumar. Cuando mi padre se levantabapara ir al baño yo aprovechaba laocasión y brindaba solo, tomándomevarios aguardientes. Me gustó elalcohol, me fascinaba el efecto y meencantaba el olor. En muchas ocasionespresumía ante mis amigos de que yo erauna persona grande porque meemborrachaba con mi papá.Desgraciadamente para todos en nuestrohogar, la situación empeoraba conformepasaba el tiempo. El alcoholismo de mipadre y el mío avanzaban a pasosagigantados. La situación se volvíacaótica y yo me refugiaba cada vez másen el alcohol. Yo ya no sólo tomaba con

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mi padre, sino que empecé a frecuentarlas tiendas donde se vendía alcohol ycomencé a entablar amistades conbebedores, en su mayoría mayores queyo. A la edad de trece o catorce años, yaexperimentaba fugas geográficas,lagunas mentales y borracheras de dos otres días consecutivos. En muchasocasiones, después de una borrachera,no me acordaba de lo que había hecho lanoche anterior. A la edad de diecisieteaños abandoné completamente misestudios y mi vida se volvióingobernable. Llegué hasta el extremo derobar para poder comprar bebidasalcohólicas. A mi madre le sacaba

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dinero de la cartera y, cuando noencontraba dinero, sacaba cosas de lacasa para empeñarlas. Los conflictoscon mi padre eran cada vez peores,hasta el punto que nuestra relación ya noera de padre e hijo, sino de enemigo aenemigo. Recuerdo que en una ocasiónllegó mi padre borracho a reclamarmediciéndome que yo era un vago, unsinvergüenza, que ni trabajaba niestudiaba. En esa ocasión, como enmuchas ocasiones más, me echó de lacasa y me dijo que no quería volver averme. Mi madre intervino en mi favor yél, ofuscado, la golpeó. Yo no pudecontenerme y me abalancé contra él,

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golpeándolo salvajemente. Esa nocheme fui a beber y no volví a casa hastadespués de varios días. Siempre quevolvía a casa, llegaba hecho unpordiosero, con hambre, sucio yalcoholizado. Mi alcoholismo llegóhasta la fase crónica en mis años dejuventud. Bebía sin importarme lo quefuera a pasar; continuamente metemblaban las manos por el exceso dealcohol en mi cuerpo y siempre estabapreocupado por cómo conseguir un tragode aguardiente o una cerveza. Losvecinos y la misma familia meesquivaban, porque cuando meemborrachaba no sabían cómo iba a

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actuar. Algunas veces me dormía pero lamayoría del tiempo, perdía el control yme volvía violento. Era lo que se puededecir un borracho problema. En losmomentos de lucidez añoraba una vidadiferente, quería que todo fueradiferente, pero no podía dejar de tomar.No pasaba un fin de semana sin que nome emborrachara. Desesperado de misituación, siempre buscaba culpables, yjustificaba mi forma de beber, diciendoque yo era el incomprendido y que granculpa de mi situación la tenían mispadres. Cansado del maltrato de mispadres y preocupado porque misborracheras eran más prolongadas,

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decidí alejarme del ambiente familiar yme enlisté en el ejército. Los tresprimeros meses los pasé encerrado enun cuartel. Esos tres meses me ayudaronmucho, puesto que me desintoxiqué unpoco. Otra gran ayuda paradesintoxicarme fue el intensoentrenamiento y mi larga estadía en lasselvas. Fui parte del ejército dieciochomeses, meses en los que pocas veces meemborraché. Como dejé de tomar pormeses, pensé que ya me había curadodel alcoholismo. Pero cuál no fue misorpresa al ver que, cuando comencé abeber nuevamente, mis borracheras eranaún más severas que antes de irme al

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ejército. Un mes de octubre salí delejército y ya para diciembre del mismoaño estaba nuevamente alcoholizado.Ese diciembre lo recuerdo como uno delos meses más críticos de mi carreraalcohólica. Durante ese mes tomé casitodos los días, hasta el punto que meintoxiqué. Por esos días mi madre seenfermó gravemente de diabetes, y creoque parte de su enfermedad fue por mimanera de beber. Afortunadamente salióde la crisis y pudimos viajar a otro país.

En el nuevo país no he conseguidomi sueño de volverme millonarioeconómicamente, pero sí conseguí unagran riqueza que no la cambiaría por

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todo el dinero de este mundo, la benditasobriedad. Pisé por primera vez ungrupo de Alcohólicos Anónimos en1997, a los treinta años de edad y, desdeese día, no he vuelto a ingerir ningunabebida alcohólica. Desde mi llegada aeste país han pasado muchas cosas en mivida. En un principio pude dejar labebida algunos meses, puesto que yocreía que lo que me hacía tomar eran lasmalas amistades y el maltrato de mispadres. Pero me di cuenta de que elborracho, es borracho aquí y encualquier parte del mundo.

Conseguí un trabajo en una cadenade comida rápida y comencé una vez

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más a relacionarme con bebedores. Mefascinó el tequilita y desde el momentoen que lo probé y hasta mi llegada aAlcohólicos Anónimos fue micompañero inseparable. Mi tío, conquien vivía, detectó mi problema delalcoholismo desde un principio y, encierta forma, fue gracias a él que yo medecidí a pedir ayuda para dejar debeber. La muerte de mi tío a unatemprana edad, a consecuencia delalcohol, hizo que meses después de supartida yo decidiera, de una vez portodas, buscar un grupo de A.A. Mi tíonunca perteneció a A.A., pero tenía ungran conocimiento de la enfermedad del

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alcoholismo, puesto que desde unprincipio me dijo que esta enfermedadera hereditaria y quedesafortunadamente yo la habíaheredado también. En 1994 contrajematrimonio con una gran mujer, hermosae inteligente a la vez. En un principio fuefácil esconderle mi problema delalcohol, puesto que por esos años podíamantenerme sin beber por varios meses.Nuestro corto noviazgo impidió que ellase percatara de mi grave problema, y fueasí como nos casamos sin muchosinconvenientes. En un principio todo fueuna luna de miel, pero cuando comencéa tomar, comenzó la pesadilla. Yo veía

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que después de prolongados meses desobriedad, cuando empezaba a tomar denuevo, eran peores las borracheras. Enrealidad fueron muy pocas lasborracheras de 1994 a 1997, pero fueronlas suficientes para recapacitar sobre mienfermedad del alcoholismo y sobrecómo, cada vez que tenía contacto con elalcohol, mi mente se transformaba y meconvertía en otro ser. En cadaborrachera de éstas, el sufrimiento de laresaca era cada vez peor, con deliriosde persecución y una tembladeraconstante. Sin darme cuenta, la pesadillaalcohólica que viví en mis años dejuventud la estaba reviviendo

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nuevamente.Mi última borrachera fue en 1997.

En esta borrachera tuve una gran lagunamental que me impidió recordar muchascosas desagradables, que mi esposa sinningún problema y muy enojada merecordó. Una de esas locuras fue elhaber manejado completamente ebrio.Al escuchar de boca de mi esposa mislocuras por causa del alcohol, y al vercómo mi vida se volvía nuevamenteingobernable, decidí buscar ayuda y laencontré en Alcohólicos Anónimos. Ungrupo me dio la bienvenida y gracias atodos los compañeros que, noche anoche, con sus experiencias y

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sugerencias, me recordaban muchas delas verdades que mi tío alguna vez medijo, he podido dejar de beber. Laprimera sugerencia fue que, por los tresprimeros meses, asistiera todos los díasa mis reuniones, cosa que hice, y fue asícomo un día tuve las agallas de declararen tribuna las siguientes palabras quecambiaron mi vida por completo: «Soyalcohólico».

Admitir que era alcohólico fue lomás difícil para mí. Aun sabiendo quetenía problemas con mi manera debeber, yo pensaba que no eraalcohólico, puesto que creía que elalcohólico era aquel que ya lo había

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perdido todo y no tenía ni dónde dormir.Aprendí que el alcoholismo es unaenfermedad incurable y que la únicaforma para poder alcanzar la sobriedades decirle «no» a esa primera copa, ytratar de poner en práctica los DocePasos sugeridos de AlcohólicosAnónimos como programa derecuperación. El poner en práctica elprograma de recuperación no fue nadafácil, especialmente cuando tuve queadmitir que sólo Dios podríadevolverme el sano juicio. Al llegar aeste Paso hubo un conflicto dentro de miser, puesto que yo me engañaba alpensar que podía dejar de tomar cuando

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quisiera. Mi defensa era que yo era unser libre y que nada ni nadie meobligaba a tomar y que nada ni nadie meobligaba a parar de tomar. Pero lo queno quería reconocer era que, cuandocomenzaba a beber, no podía parar. Eladmitir que hay un Dios todopoderoso,me ayudó a ser consciente de mienfermedad alcohólica. Pude entender,en este Paso, que tengo que pedirle aDios, no que me ayude a parar cuandotenga que parar, sino que me ayude a nocomenzar, es decir a no tomarme esaprimera copa. Y es así como, desde uninicio dentro de A.A., todas lasmañanas, por sugerencia de mi padrino,

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le pido a Dios que me aleje de todatentación y que me dé la fuerza de decir«no» a esa primera copa, al mismotiempo que me comprometo conmigomismo y con Dios a no beber laspróximas 24 horas. Puedo decir que eléxito de mi sobriedad hasta estemomento radica en este sencillo ritualdiario y, de 24 horas en 24 horas, se vansumando semanas, meses y años. Ya voysumando casi ocho años de sobriedad.

Hoy puedo decir que la historia demi vida se divide en dos partes; antes deAlcohólicos Anónimos y después deAlcohólicos Anónimos. Antes de A.A.yo era un ser que no enfrentaba la vida y

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sus problemas, siempre huía y merefugiaba en el alcohol. Hoy en día soyuna persona que no necesita el alcoholpara enfrentar los problemas del diariovivir. Trato de solucionarlos de la mejormanera posible, siempre acudiendo a miPoder Superior a través de la oración.Gracias al alcohol perdí la vergüenza ylos mejores días de mi juventud, ya quepreferí el aguardiente y la cerveza alestudio. Gracias a AlcohólicosAnónimos recobré mi dignidad como serhumano y Dios me dio nuevamente laoportunidad de regresar a mis estudios.Una vez en A.A. decidí recobrar eltiempo perdido y tuve la dicha de

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graduarme, no una, sino tres veces. Enestos momentos digo orgulloso que soyun miembro más de AlcohólicosAnónimos. A.A. me devolvió la fe en mímismo. Estoy plenamente convencido deque A.A. no es sólo para dejar de tomar.A.A. es para vivir una vida mejor. Espor eso que sigo asistiendo a misreuniones. Asisto a grupos de A.A. parano olvidar que soy alcohólico yrecuerdo que parte de mi recuperaciónes pasar el mensaje al alcohólico queaún está sufriendo. Si crees tenerproblemas con tu manera de beber yquieres una vida mejor, no lo piensesdos veces: Alcohólicos Anónimos es la

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solución.

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(4)

NACIDA DE LUTO

Tras años de búsqueda, diversascarreras y residencias en trescontinentes, se dejó, sin saberlo, guiarpor el temor. A los cincuenta años seencontró en el principio de su vida.

DE NIÑA vivía con mi hermana y misdos hermanos —los tres eran bastantemayores que yo—, mis padres y misabuelos maternos. Ocupábamos una casa

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que habían construido mis bisabuelos.Mi bisabuela vivió con mi familia hastasu muerte, la cual ocurrió una semanaantes de nacer yo. Es como si yo hubieranacido de luto.

Empecé a abusar del alcohol a losonce años cuando en una Nochevieja micuñado subió a mi cuarto y me dio unvaso de champán. Por miedo, vergüenza,y curiosidad, lo tomé entero. Me gustó yme quitó el miedo de él que yo tenía.Pero él sí se asustó, al ver la facilidadcon que yo tragaba con tan poca edad.Seguro que él pensaba que me iba aponer enferma pero, después de aquellanoche, pasé muchos años tomando todo

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tipo de bebidas alcohólicas sin sentir nimareo ni náusea.

Poco después de tomar mi primervaso de champán aquella noche,comencé a buscar compañeros quepodían conseguir alcohol. No solíaasistir a las fiestas de los chicos de miedad, ya que no había nada ahí que meinteresara, ni tampoco iba a los bailessin haber tomado «algo» primero. Condieciocho años, mi vida había alcanzadoun estado de apatía. No me importaba nimi familia, ni mis estudios, ni miscompañeros. Decidí viajar a otro paísporque yo creía que si cambiaba desitio, cambiaría también de actitud.

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¡Vaya error! La verdad es que allí bebíamás que nunca, ya que en aquellostiempos no existían tabúes acerca delalcohol en gran parte del país a dondefui. Se tomaba a cualquier hora y concualquier edad. Los «jóvenes», es decir,más jóvenes que yo, tomaban cervecitaso vino con gaseosa. Los «mayores deedad», como yo, tomábamos vermú porla mañana, cervezas o sangría con lacomida, y cubatas o whiskey en lasdiscotecas. Pero hoy día sé que éramostan solo los mayores alcohólicos losque tomábamos así.

Mucho antes de mi huida, mihermano mayor demostraba problemas

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mentales que no eran diagnosticados porningún médico. Mi familia ignoraba elproblema, con la consecuencia de que élabusaba de sus hermanos, más que nadade mí, por ser la más pequeña. Sinembargo, yo lo quería mucho, y cuandopor fin se marchó de casa, yo me sentímuy sola. Me había acostumbrado a sutratamiento. Cuando él volvía a casa devisita, siempre me traía algún regalo yme solía llevar a sitios divertidos comoel parque, a comer helados, etc. Contrece años, empezaba a comprarmealcohol porque, más que nada, eso era loque yo deseaba. Me daba tambiénmarihuana y otras drogas, pero yo

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siempre prefería tomar vino. Compartíalo demás con los amigos del colegio yme servía para hacerme muy popular.

Con catorce años me hice amigaíntima de una joven cuya familia se vinoa vivir a la casa de al lado de la mía.Ella no bebía alcohol jamás, ni teníaganas de probarlo. Su padrastro eraalcohólico y ella y su madre habíansufrido una barbaridad a manos de él.Más tarde me enteré de que aquel señorera miembro de A.A., y que intentabamantener su sobriedad un día a la vez.Mi amiga y su madre asistían areuniones de Al-Anon en aquellos días.

Como nuestras casas se ubicaban en

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un barrio urbano bastante pobre y lospadres de mi amiga tenían miedo de lasmalas influencias que existían allí, semudaron a las afueras de la ciudad y yotenía que desplazarme más paravisitarla. Después de una operación muygrave que tuvo su madre, mientras éstase recuperaba en el hospital, elpadrastro de mi amiga se volvió aemborrachar. Entonces me di cuenta dela seriedad del problema que él tenía.Pero todavía no sabía que elalcoholismo era una enfermedad.También en aquellos tiempos mi cuñadoy mi hermano estaban drogándose muchoy tratando de involucrarnos a mi amiga y

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a mí en su vida de drogas, alcohol yotros vicios. En algunas ocasionesaceptábamos la oferta, en otras no.

Como mi amiga era muy guapa ycariñosa, ella no tuvo ninguna dificultaden echarse novio. Parecía que ella teníasu vida solucionada con él. Pero yo mevolví a sentir muy sola, y empecé afrecuentar las tabernas de la ciudad yaque aparentaba tener la edad suficientepara beber. Bebía sin problema; todavíano me enfermaba apenas. Al cabo depoco tiempo, yo no sabía vivir sin mi«medicamento». Trabajaba en unabotica y cada tarde al cerrar el negociome iba directamente al bar a tomar

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cerveza hasta la hora de cerrar. En losbares y tabernas yo siempre estabarodeada de gente —bailando, riendo; sinembargo, me seguía sintiendo muy sola— más sola que nunca.

Entonces fue cuando decidímarcharme a Europa. En mi colegioofrecían estudios de ultramar en uninstituto internacional, y la idea decolocarme tan lejos de mis problemas yquerellas me seducía. En aquellostiempos mis padres se habían metido enun negocio con otro hermano mío y noprestaban atención a lo que hacía yo.Así que me despedí de mi trabajo,agarré el dinero que me habían regalado

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en mis «quince» y me escapé de mi vidao, por lo menos, así pensaba.

El colegio me colocó en undormitorio con una chica norteamericanade veintiún años de edad… ¡que bebíacon el mismo entusiasmo que yo! Elprimer día en la ciudad nosemborrachamos con sangría y casidestrozamos nuestra alcoba. Así siguiónuestra vida diaria hasta que unassemanas más tarde las dos estuvimos apunto de suspender el curso. Ladiferencia entre ella y yo era que cuandoella se vio con problemas algo serios,dejó de tomar diariamente y se puso aestudiar y cumplir con las obligaciones

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colegiales. Yo, en cambio, dejé elcolegio y me fui con un nuevo amigo a lacosta.

Regresé a la ciudad y, cuando se meacabó el dinero, volví a América y mepuse otra vez a trabajar dando clasespara ganar dinero y poder volver aEuropa. Pero esta vez me llevé a miamiga, que ya había roto con su novio.En Europa las dos buscamos trabajo,pero debido a que ella no manejaba tanbien el idioma, la única que conseguítrabajo fui yo, en una academia bilingüe.Mi amiga limpiaba nuestro apartamento,preparaba la comida, hacía la compra, ylavaba la ropa.

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Al principio me divertía muchoenseñándole los museos, los parques ylos otros sitios de interés de la ciudad,pero al poco empecé a no volver a casadespués del trabajo. Pasaba primero porel bar o la taberna para tomarme un parde copas, que siempre llegaban a sermuchas más. Algunas noches yo noaparecía en casa hasta la madrugada,donde solía encontrar a mi compañeratranspuesta en el sofá, con un cigarrillomedio fumado entre sus dedos. Por lasmañanas o reñíamos o no noshablábamos en absoluto. Ella reconocíaquizás mi comportamiento alcohólicopor haber vivido tantos años con su

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padrastro.Las cosas fueron de mal a peor. Una

mañana, anticipando que ella iba aenfadarse por mi costumbre de pasar porel bar después del trabajo, inventé unamentira. Le conté que tenía que asistir auna reunión de la escuela. Pero unacolega mía le contó que no habíaninguna reunión y terminamosdiscutiendo de todos modos. Como yoera quien ganaba el dinero en la casa,tenía todo el poder. Le dije queconsiguiera trabajo… o la iba a mandarotra vez a su casa.

Era casi imposible encontrar trabajoen aquella época, así que mi pobre

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amiga se vio obligada a marcharse.Hasta hoy mismo tengo la imagen de surostro grabada en mi mente en elmomento que la metí en un taxi rumbo alaeropuerto. Ni siquiera nos abrazamos.Fue la última vez que la vi. Unos mesesdespués de volver con sus padres, contan solo veinte años de edad, se murióde repente, víctima de una hemorragiacerebral.

Al enterarme de la muerte de miamiga, me puse a beber como nunca.Durante siete u ocho semanas, todas lasnoches me quedaba hasta las tantas enlos bares —o algunas veces en casa—bebiendo whiskey. Por las mañanas, lo

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primero que hacía antes del trabajo erafumarme un cigarrillo y tomarme unvermú para remediar el malestar decabeza y de estómago. Algunas veces, amedia mañana, me quedaba dormida enclase con la cabeza encima de la mesa.Los niños me tenían que despertar.¡Mejor ellos que la directora de laescuela, pensaba yo!

Una noche de fin de semana, mequedé hasta aún más tarde que decostumbre. Me junté con unos hombresen el bar de un hotel prestigioso. Loshombres estaban en viaje de negocios yno sabían bien las costumbres del país,así que yo me encargué de enseñarles

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las palabrotas. Un señor y su esposa,huéspedes del hotel, me imagino, seofendieron al oír el lenguaje que usabayo en mi borrachera. Me tomaron porprostituta y reclamaron a laadministración del hotel. El dueño delestablecimiento pidió a mis compañerosque me acompañaran fuera del hotel.Menos mal que yo no me di cuentaenseguida de lo que estaba ocurriendo, oseguro que hubiera terminado en lacárcel aquella noche. Yo tenía miorgullo; a mí nadie me iba a echar deningún sitio. ¡Yo era profesora de una delas academias más prestigiosas de laciudad!

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Aquella misma noche, yo iba por lascalles de la ciudad, rumbo a casa, perosin ningún deseo de llegar allí. Un amigomío, el mismo que había hecho el viajeconmigo dos años antes, me encontró yme llevó a casa. Aquella noche me pusede rodillas y recé en voz alta a Dios queme ayudara. No: ¡que me obligara a nobeber más! Al día siguiente, no teníaningún deseo de tomar la copita decostumbre antes del trabajo. Aquellatarde no fui al bar, ni me quedé en casabebiendo. Pero, a partir de aquellanoche, empecé a caminar por la ciudadbuscando algo. Entraba en tiendas;tomaba café sola, observando a la gente,

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fijándome en las familias que a mí meparecían felices, y decidí volver a estarcon la mía. En cuanto pude encontrar ycapacitar a una maestra para encargarsede mis clases, me marché otra vez a mipaís de origen.

Me gustaría decir que mi historiacon el alcohol termina ahí. Yo sabía queun Poder Superior me había quitado lacompulsión de beber, pero no encontréla comunidad y la ayuda de A.A. hastaveinte años más tarde. El amigo que meayudó a llegar a casa aquella noche enque me echaron del hotel se mudó a otropaís para trabajar y me escribió unacarta pidiendo que me casara con él.

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Como yo lo consideraba mi ángel de laguarda, ya que me había «salvado» demí misma aquella noche, acepté suproposición y me mudé aCentroamérica. Yo no tenía nada mejor .Al llegar a mi país el mes anterior,encontré que la situación en mi familiatenía un efecto tóxico para mí. Decidíviajar a Centroamérica para casarme,volví a tomar el remedio geográfico tansintomático de nuestra enfermedad.

En Centroamérica no bebí. Pero me«emborrachaba» mucho con contar lahistoria, a quien la escuchara, de laforma en que Dios me había quitado lacompulsión de beber. Presumía mucho

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de ello, pero no me acuerdo de habersentido nada de gratitud, solamenteorgullo y superioridad.

A mi nuevo marido se le acabaronpronto los deseos de vivir enCentroamérica y decidió que nosmudáramos a mi ciudad natal, donde mifamilia le daría trabajo en su nuevaempresa.

Después de volver, empecé a visitarotra vez los bares mientras mi maridotrabajaba. Una noche él sospechó que yohabía estado bebiendo y reñimos tantoque yo temí por mi vida. Paraapaciguarlo tuve relaciones sexuales conél. Esa noche me quedé embarazada.

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Tuve la buena suerte de que losmalestares típicos del embarazo tambiénhacían que no tuviera deseos de tomaralcohol. Estuve durante todo elembarazo y el período de dar el pechosin beber. Pero unas semanas después dedejar de dar de mamar, me entraronnuevas ganas de tomar. Los nervios queproducía el ser madre, con todas lasresponsabilidades que yo me imaginabaeran solamente mías, ya que no me fiabade nadie, me causaban deseos de tomarotra vez alcohol. Lástima que porentonces no sabía que en los salones deA.A. se reunían madres iguales que yo.Ellas sabían lo que era vivir una vida

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cotidiana, con todas susresponsabilidades adultas, sin tener que«medicarse» con el alcohol.

Durante la crianza de mi hija, intentémuchas veces dejar de beber. Estuvealgunas veces meses enteros sin tomar,pero no tenía a una comunidad de genteque me apoyara. Pasé muchos añoscriando a mi hija y siendo la mejoresposa que supe ser. Pero el papel deesposa y ama de casa —por muy bienque lo desempeñara— me daba pocasatisfacción. Cuando mi hija tuvo edadsuficiente para estar sin mí, trabajando,saliendo con sus amigos, yo meencontraba con una casa muy limpia y un

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corazón muy vacío. Mi marido y yo noteníamos nada en común. Así que volvía la botella con más fuerza que nunca.

Viendo mi desolación, una amiga mepersuadió para ir a consultar a unaterapeuta. Con esta profesional descubríque, empezando en mi niñez, siemprehabía dejado que el miedo me guiara.Había permitido siempre que mishermanos y otros familiares mayores meimpidiesen que yo fuera quiennecesitaba ser para mi propia autoactualización, salud y bienestaremocional y mental. Después de missesiones con la terapeuta, iba directo albar a «pensar y analizar» todo lo que

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habíamos hablado y descubierto juntas.Pronto, iba a darme cuenta de que elalcohol era tan sólo un síntoma de miproblema. Mi problema verdadero erayo, el yo que mostraba al mundo y el yoque ocultaba del mundo.

Unas semanas después de empezar ainvestigar mi pasado y todos lossecretos escondidos en él, le tuvieronque sacar cuatro muelas impactadas a mihija, y a mí me tocó quedarme en casacon ella después de su operación y darlesu comida y sus medicamentos. Duranteesos tres días y medio no pude ir a losbares. Empezaban a temblarme losdedos de las manos y entonces reconocí

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lo muy grave que era mi situación.Cuando ella se recuperó lo suficientepara estar sola en casa (mi maridosiempre estaba trabajando) fui enseguidarumbo al bar. Pero el automóvil mellevó a otro sitio: ¡a una reunión deAlcohólicos Anónimos! Hoy díacomprendo que no fue el coche el queme llevó, sino mi Poder Superior.

En la reunión —mi primera reuniónfue sólo para mujeres— me encontrécomo en casa. No conocía a ninguna delas que estaban ahí; sin embargo, meparecían todas hermanas. Éramos demundos muy distintos, pero éramostodas iguales, con el mismo problema

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del alcoholismo. Nada más decir laspalabras «soy alcohólica», sentí que seme quitaba un gran peso de encima y micorazón empezó a llenarse de algo…algo que todavía no sabía definir nidescribir.

Fui a diez reuniones aquella primerasemana. Leí toda la literatura que pude:el Libro Grande de A.A., Los DocePasos y Las Doce Tradiciones, Como loVe Bill , etc. Usé como manual ViviendoSobrio, ya que éste ofrece sugerenciassimples sobre cómo vivir diariamentesin tener que volver a la botella. Prontopedí a una mujer a quien yo habíaescuchado en las reuniones si le gustaría

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ser mi madrina, y aceptó. Con ellacomencé a dar los primeros Pasos, queme conducirían a la vida que tengo hoy—una vida serena, sobria y hermosísima— mucho mejor de lo que me hubierapodido imaginar.

Es difícil describir las vueltas tanenormes que dio mi vida desde que meencontré a mí misma en AlcohólicosAnónimos. Lo que buscaba en los bares,lo encontré por fin donde menos loesperaba, entre gente que se esforzabapor no tomar alcohol. Aquí heencontrado amigos, mentores, familia yhasta una compañera en la vida.Después de tres años de sobriedad, mi

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marido y yo nos separamos, ya que porfin acepté que soy lesbiana. Hoy día élvive muy feliz con su nueva pareja, y yoestoy sobria y feliz con la mía.

Trabajo mucho también en variospuestos de servicio en la Comunidad deAlcohólicos Anónimos, ya que sé queesto me ayuda mucho a mantener misobriedad.

Jamás pensé que la vida podía serasí, que la verdad me liberaría. Lo queintentaba ocultar durante años mehubiera terminado matando algún día yaque la enfermedad del alcoholismo noconoce límites. Sin embargo, con casicincuenta años de andar por la tierra,

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estoy tan sólo en el principio de mi vida.Hoy día, con ocho años de

sobriedad, no siento orgullo nisuperioridad, sino humildad,acompañada de muchísima gratitud.

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MALO SI BEBÍA Y MALOSI NO…

«A los 21 años de edad […]después de llevar seis años yendo acuantos médicos me enviaban, despuésde buscarme enfermedades como VIH,lupus, metales en la sangre, lepra, unacostilla flotante, cáncer y un mundo decosas raras, fui sincera por primeravez en mi vida con un médico y le dijeque consumía mucho licor…»

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MI HISTORIA es igual a la de muchasmujeres alcohólicas, que no sabíamosque sufríamos de alcoholismo y cuandosupimos que era una enfermedad,pensábamos que sólo les daba a loshombres.

Comencé a ingerir licor desde muytemprana edad. Más o menos cuandotenía seis años, en unas fiestas de fin deaño, junto con mi hermano mayor merobé una bandeja que estaba lista paraser repartida con muchas copas deaguardiente y desde aquí comenzó micarrera alcohólica. Solo que lo vine asaber cuando había entrado al programa

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de Alcohólicos Anónimos 20 años mástarde.

Yo iba aumentando en edad y en mimanera de consumir licor. Mientrasestudiaba la primaria sólo consumíalicor en las fiestas de fin de año, luegoya en la secundaria, veía con normalidadtomar vino y cerveza en los fines desemana, pero cada vez eran másfrecuentes las ansias que mantenía por labebida, se me iba despertando lo quellamamos la «tripa aguardentera». Éstasse recrudecieron más cuando salí de launiversidad, allí pasé a tragos másfuertes. Cuando terminé mis estudios mesalió la práctica en otra ciudad; era

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mucho más grande; tenía tres veces elnúmero de habitantes de aquellapequeña ciudad en la que yo habíanacido.

El mundo se abrió ante mis pies yme deslumbró, me había dado elpermiso de tomar y hacer todo lo que seme antojara. Fui bebiendo cada día másy cada vez más cantidad, pero menoscalidad. Pasé de tragos finos a tragosfuertes y baratos. Los fines de semanaeran una fiesta para seguir con el elixirde la vida, la fórmula secreta de laalegría y el derroche. El rey alcohol fueganando cada vez más la partida, meenlagunaba siempre que ingería alcohol,

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eran escasos los días en que recordabatodo lo que había hecho, los amigos yano me invitaban a sus fiestas porquesiempre formaba algún problema, mevolví agresiva y violenta. Si alguien mehacía algún reclamo por mi forma debeber, lo agredía físicamente. Perosiempre encontré el ángel de la guardaque no me dejaba ni de noche, ni de día.Para este tiempo ya no sabía dóndeestaba mi problema, porque con cincocervezas ya estaba borracha, la lenguase me enredaba y todos mis movimientosse volvían lentos; para la sexta cervezano recordaba nada. Aquí llegué al puntoque mi vida se convirtió en un

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verdadero problema: Malo si bebía ymalo si no lo hacía.

Antes de ingresar a AlcohólicosAnónimos, fui a un supermercado acomprarme una cadena y cuatrocandados para amarrarme a la cama,todo el fin de semana, porque si lolograba estaba segura de que no tomaríapor lo menos en quince días o saldríavictoriosa ese fin de semana. Pero noencontré lo que buscaba, porque lascadenas no las vendían soldadas comolas necesitaba.

Luego llegó el fin de semana másdesastroso del mundo porque meenloquecí de tanto beber y le rompí la

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cabeza a una amiga con la tapa de unaolla a presión, le fracturé un dedo a otra,al amigo lo insulté porque era gay y alotro porque estaba metido en malosnegocios. Pensé al otro día que éstasería mi última borrachera y tomé eldirectorio telefónico y llamé a A.A.,pero me dio miedo que fueran por mí ala casa de mi abuelita que era con quienvivía en esta ciudad, me llené de pánicoy colgué, pero luego recapacité y medije si vienen por mí digo que nosvemos allá. Yo no tenía ni idea cómofuncionaba Alcohólicos Anónimos.

Estuve entrando y saliendo de losgrupos de A.A. por espacio de tres años,

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cuando empecé a sentir que mi cuerpoestaba saturado por el licor y empecé aver que no me respondían los brazos ylas piernas. Para este momento ya tenía21 años de vida, tuve que ir al médico, yme remitió al neurólogo. Después depasar por tres neurólogos más, meremitieron a un equipo médico. Eransiete especialistas: un médico general,un psiquiatra, un neurólogo, unortopedista y otros tres más que norecuerdo su especialización. A todasesas y después de llevar seis años yendoa cuanto médico me enviaban, despuésde buscarme enfermedades como VIH,lupus, metales en la sangre, lepra, una

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costilla flotante, cáncer y un mundo decosas raras, fui sincera por primera vezen mi vida con un médico y le dije queconsumía mucho licor, que habíaempezado a asistir a las reuniones deAlcohólicos Anónimos, pero que elprograma me parecía muy difícil. Laverdad es que no lo había comenzado enserio hasta ese día.

Este buen hombre me dijo que teníauna polineuropatía alcohólica, y que lomejor que podía hacer por mi salud eradejar de consumir licor, porque siseguía así, podría quedar en una silla deruedas, si es que no me moría antes. Conesta sentencia decidí hacer algo por mi

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vida, seguí asistiendo a las reuniones deAlcohólicos Anónimos como si fueranmi única medicina, que me estabanregalando y que esta vez tenía queaceptarla porque me estaba suicidandolentamente.

Los primeros días no fueronsencillos, no podía conciliar el sueño,me levantaba de madrugada y tenía queir a trabajar temprano. Se me descuadróel reloj biológico. Mi nueva enfermedadera igual al alcoholismo que se detienepero no se cura; tenía que aprender aconvivir con estas dos enfermedades.

Hoy después de muchos añostodavía no he recuperado del todo mi

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salud, es más, me volví una paciente deproblemática, porque cuando necesitouna cirugía, por sencilla que sea, deboestar en un hospital especializado,porque dicen que la anestesia es muyarriesgada… secuelas de mi desordende beber.

Después de saber esto y de haberdesorganizado mi vida de esta manera,Alcohólicos Anónimos era lo único quepodía ayudarme y me dispuse paraacoger esos Doce Pasos y empecé acaminar al lado de los verdaderosamigos. En esos días una vieja amiga detragos me dijo que yo no era buenacompañía porque no bebía, que esos

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alcohólicos me habían frustrado, que mehabía vuelto muy aburridora. Díasdespués ella se suicidó de un tiro alcorazón. No pudo entender que la vidano era sólo licor, paseo y fiesta.

Seguí pues con mi programa. Seguíleyendo y llegué a las Doce Tradiciones;le encontré sentido a cada una de ellas yentendí para qué fueron diseñadas; queno podemos quedarnos en nuestrarecuperación, que tenemos que empezara llevar este mensaje a quien lo necesite,que debemos ayudar al grupo a manteneresas puertas abiertas para cuando lleguealguien más así como un día llegué yo,que debemos ser dadivosos con nuestro

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grupo y nuestras oficinas, que todossomos los «socios de ellas», quedebemos compartir cuando tenemos, nosólo cuando nos sobra. Y por últimoempecé a leer los Doce Conceptos; quepor cierto me parecían muy complicadosy aburridores, pero me di cuenta de queallí es dónde está escrita la inmensidadde la Comunidad, que no estamos solosy que somos muchos, en muchas partesdel mundo, alcohólicos y noalcohólicos, sin importarnos la clase,raza, sexo, religión, costumbres, idioma.Todos hablamos el mismo lenguaje delcorazón.

Somos muchos los alcohólicos

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recuperados con este milagro. Sonmuchos los dolores que me ha ahorradoAlcohólicos Anónimos, hasta el día dehoy. Sólo por 24 horas, y con la ayudade todos estoy segura de que seguiré poreste camino, grande, ancho, espacioso yfeliz, que me obsequió AlcohólicosAnónimos, con la ayuda infinita de esePoder Superior como yo lo concibo.

Gracias a todos los AlcohólicosAnónimos por ser mis hermanos endonde quieran que estén.

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EL FIN DE UNA CORTACARRERA

Un domingo por la mañanatemprano este joven alcohólico,solitario e introvertido, se despertótirado en el patio de una casadesconocida, experiencia que le dio lasuficiente motivación como parabuscar ayuda en Alcohólicos Anónimos.

ES UN pequeño poblado en la

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montaña. La gente se dedica a laagricultura y depende mucho de la lluviapara que sus cosechas se logren. Es muycomún el uso de bebidas embriagantespor los campesinos del lugar. Lasbebidas más populares son la cerveza yel pulque, que es una bebida local quese extrae del maguey (agave), y su usose remonta a tiempos prehispánicos.También existe una bebida fuerte que seextrae de la caña: el aguardiente. En estelugar nací y, desde muy pequeño, vi decerca los estragos que produce enhombres y mujeres el abuso de estas trespopulares bebidas embriagantes.

Fui el segundo de catorce hermanos,

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siete hombres y siete mujeres, de loscuales sólo sobrevivimos diez. Siemprehabía un nuevo miembro en la familiaque llegaba a nuestro hogar parareclamar un lugar. Los cuatro mayoresnacimos en el campo, los otros dieznacieron en la ciudad. Mi padre luchabapara cubrir las necesidades básicas detodos y siempre tuvimos un hogar y algopara comer. Mí madre también luchaba,tratando de criarnos a todos de la mejormanera posible. La vida en estos lugareses muy dura. M padre no tenía nada,había pobreza; por lo tanto, crecimoscon limitaciones materiales, de atencióny cariño.

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A mi padre le gustaba el trago, ycomo resultado de esa actividad,tuvimos que emigrar a la capital. Mimadre también tomaba y, ya instaladosen la ciudad, la forma de beber deambos empeoró. Yo contaba con ochoaños de edad.

Asistí a la escuela los primeros seisaños de educación básica y midesempeño, a pesar de todo, fue muybueno. Hasta allí el propósito mío erano tomar nunca ninguna bebidaembriagante. Después de terminar laeducación primaria mi deseo más grandeera asistir a la siguiente etapa, que era lasecundaria pero, debido a que ya había

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demasiados hermanos, mi padre ya nopodía darnos apoyo; es más, losmayores tuvimos que trabajar paracubrir nuestras necesidades personales.

Fue una frustración tremenda paramí. Yo pensaba que era la obligación demi padre darnos lo elemental para vivir.A esa temprana edad ya tenía una malaimpresión de mi padre por los abusosque, como bebedor, cometía contranosotros. Era muy rígido en su forma dedisciplinarnos. Cuando no loobedecíamos, hacía uso de los golpes ylas palabras obscenas, no sólo contranosotros sino también contra nuestramadre. Y esa actividad duró desde la

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infancia hasta, en mi caso, laadolescencia. Esto me causó unatremenda inseguridad, miedo, deseos devenganza y otros sentimientos ypensamientos enfermizos que duraronpor muchos años arraigados en mimente. Traté de entender sucomportamiento violento contra nosotrospero, a esa edad, no es fácil entendermuchas cosas. No puedo culpar a mipadre por mi alcoholismo. Tampococreo que mi alcoholismo lo hayaheredado de mis padres ya que el restode mis hermanos no tienen problemascon la bebida.

Empecé a trabajar aproximadamente

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a los trece años, aunque desde los ochoaños hacía cualquier cosa y ganabaalgunos pesos. Ayudaba a un señor queera ciego a vender dulces en la entradade una escuela. Un año después fui atrabajar de ayudante de construcción enuna escuela que estaban construyendo.Allí, al finalizar la primera semana detrabajo y para celebrar con miscompañeros de trabajo mi primersalario, hice contacto con la cerveza, ymi decisión de no tomar nunca bebidasembriagantes quedó en el olvido.Andaba entre los catorce y quince añosde edad y mi carrera alcohólica habíacomenzado. Desde el principio encontré

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en la bebida alivio para lashumillaciones, limitaciones y miedosque, según yo pensaba, la vida me habíadado. La bebida adormecía en mi mentey ahogaba en mi pecho un padecimientointerno. Es cierto, el alcoholismo es unaenfermedad física, mental y espiritual.La bebida me ayudó también a venceresa inseguridad para comunicarme conlos demás y, sólo con la bebida, se mesoltaba la lengua y podía hablar concualquiera de cualquier cosa. Sí, labebida era el elixir mágico que curaba yeliminaba muchas de mis limitacionesfísicas y mentales, al menos eso era loque pensaba en esos días. Incluso,

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borracho podía sentirme un gran galán yenamorar a una mujer. Sí, el alcoholtiene poder y, al ingerirlo, yo metransformaba y hacía el papel depersonaje.

En el ambiente donde me desarrollé,el tomar, fumar y enamorar a unamuchacha eran manifestaciones de queestaba en el camino correcto paraconvertirme en un verdaderohombrecito.

El día de esa primera borracheracon seis cervezas, no llegué al hogardonde vivía por miedo a sufrir lasconsecuencias por parte de mi padre.Llegué al siguiente día y, para mi

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sorpresa, mi padre no me dijo nada, nitampoco lo hizo mi madre. Sentí alivio ya la vez me sentí libre de volver a tomarsi lo deseaba. Racionalizaba que siganaba mi dinero era correcto que logastara como quisiera, y si deseabaemborracharme nadie tenía por quéprohibirme nada. Después de esaprimera borrachera, sólo tomaba aescondidas, de forma ocasional, sinllegar a la embriaguez.

Se acabó ese trabajo y me fui aacompañar a mi padre, que también eraayudante de la construcción, ytrabajamos en tres construcciones más.Por supuesto que allí la bebida

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abundaba, pero yo no tomaba por miedoa mi padre allí presente.

Después, como a los dieciséis años,mi abuela y un tío me ayudaron aconseguir un trabajo en una fábrica debicicletas. ¡Imagínense mi inseguridad,que no podía yo solo conseguir untrabajo! Allí ganaba un poco más dedinero y también empecé a beber lascervezas con los compañeros de trabajo.En esas borracheras hubo másirregularidades en mi conducta a las queno puse atención. Abusaba de mi formade hablar y utilizaba el lenguaje obscenocontra los demás compañeros deborrachera. Un compañero de trabajo

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casi me dispara con una pistola despuésde hablar mal de su madre. En otraocasión agarré una borrachera con uncompañero de trabajo y amanecí en lacárcel por escandalizar en un hotel. Yono recuerdo nada debido a las «lagunasmentales» que ya se hacían presentes encasi cada borrachera.

Tenía una novia que era muy buenapersona pero que yo no supe valorar.Trabajábamos en la misma fábrica, y envarias ocasiones la dejé «plantada»esperándome para regresar juntos a lacolonia donde vivíamos. Esosdesplantes eran porque yo prefería ir albillar o a tomar las cervezas con mis

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compañeros de trabajo. Esa situaciónduró más de dos años. Finalmente elladecidió dejarme y romper esecompromiso de matrimonio quehabíamos hecho debido a que mi formade beber no cambiaba y, por elcontrario, empeoraba.

Aunque hice un tibio intento defortalecer mi cuerpo y mentepracticando el fútbol, no funcionódebido a que era yo muy frágilfísicamente, y demasiado débilmentalmente, para competir como todoslos hombres lo hacen para alcanzar unlugar en la sociedad. Terminé bebiendolas cervezas en la orilla del campo de

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juego, gritando y exigiendo a miscompañeros de equipo que hicieran loque yo no pude hacer. Así es que seguíacumulando decepciones y frustracionesy llenando mi estómago de cerveza ytequila para ahogarlas. Por aquel tiempohice todo lo posible para alejarme de lafamilia y también de todaresponsabilidad de mi parte hacia ellos.No sé cómo hicieron mis hermanos parasobrevivir. Yo no pude ayudarlos en sueducación escolar ni tampoco conningún tipo de ayuda económica.

En una ocasión tomé la decisión dealejarme de la ciudad y buscar mejoreshorizontes en otra parte. Junto con otro

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borracho, fuimos a parar a las playas deun complejo turístico en el océanoPacífico.

No estuvimos allí ni veinticuatrohoras. Nos embriagamos y por la nochedecidimos irnos a otra ciudad, más alnorte, donde el turismo y el puertoofrecían la posibilidad de un empleo.Estuvimos allí una semana pero losintentos de conseguir un trabajo erannulos, pero había bebida y casi a diarioestábamos borrachos. Decidimosregresar a la capital y lo hicimostotalmente derrotados. La fugageográfica para solucionar mi problemacon la bebida y cambiar mi vida había

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fracasado. El alcoholismo es unaenfermedad que se lleva en la mente yno importa el lugar, allí me iba aacompañar. Cuando quise explicarle aldueño de la compañía (antes de irmeaún trabajaba) mi ausencia de más deuna semana, no quiso escuchar y me dijoque ya había sido despedido. Estoyresumiendo un período deaproximadamente cuatro años en los quehubo más borracheras y, por supuesto,varios problemas más. Lo único buenoque alcancé a rescatar de ese tiempo fueun consejo que me dio un compañero detrabajo para que tomara un curso decapacitación gratuito en el Seguro

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Social.Después de haber sido despedido

decidí tomarlo pero tuve que hacer unesfuerzo tremendo para quitar de mimente la idea de beber, aunque tambiénhabía un deseo interno de cambiar mivida. No me emborraché en siete meses,aunque me tomaba unas cervezas,digamos de forma controlada.

Al terminar ese curso decapacitación trabajé en otra compañía.Allí también abandoné el trabajoporque, según yo, no valoraban micapacidad de trabajador. Despuésconseguí trabajo en una fábrica deenvases de vidrio. El resultado fue el

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mismo: después de seis meses, unamañana llegué borracho a trabajar y medespidieron. Después anduve vagandopor algún tiempo. En una borrachera meagarré a golpes con mi padre queriendosacar todo mi resentimiento guardadopor muchos años contra él. El resultadofue que tuve que cambiar mi lugar deresidencia. Mi antiguo compañero detrabajo, el que me había dado el consejode que estudiara, me prestó un espaciodonde vivir. Aunque conseguí un trabajono recuerdo haberle pagado nada por eltiempo que viví en su casa.

Por aquel tiempo me sentíatotalmente muerto en vida, incluso

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consideré el suicidio, pero como uncobarde, sólo lo pensé. No sentía ningúntipo de motivación para vivir y mi vidase había llenado de amargura, casisiempre estaba de mal humor por todo ycontra todos, y este mal humor me durómuchos años. Había perdido lacapacidad de sonreír. Era un tipototalmente confundido, sin brújula. Mehabía convertido en un individuosolitario e introvertido. Varias veces meembriagué sólo, y aquello fuetremendamente horrible.

En diferentes momentos, algunasamistades trataron de ayudarme. Uno deellos me invitó a que asistiera al culto

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de su iglesia. No me agradó la idea yaque, desde muy joven y por varios años,rechacé cualquier idea de someterme aalguna religión. Otra señora también meinvitó a que asistiera a las reunionesjuveniles de su congregación. Está demás decir que no asistí. Otra señora,vecina del lugar, me aconsejó que mecasara y tal vez así cambiaría mi vida.No lo intenté debido a mi característicamachista de ver a la mujer, no comocompañera sino como alguiendesechable. Un alcohólico es unapersona que no se ama a sí misma ytampoco sabe dar amor a los demás.Para esta época apenas tenía veintiún

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años de vida.Por ese tiempo que viví con mi

antiguo compañero de trabajo, algoincreíble sucedió. Escuchábamos laradio por la noche. Por aquellos añostransmitían un programa de discusiónmuy bueno en el que se considerabandiferentes temas, algunos controvertidos.En uno de esos programas, dividido endos partes, invitaron a los AlcohólicosAnónimos a pasar la información alpúblico. Escuché muy atentamente doslunes consecutivos la información quedieron los A.A. Mi amigo, que conocíami forma de beber, ya que en ocasionesbebíamos juntos, me sugirió que fuera a

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buscar ayuda en un grupo. Mi rechazomental fue inmediato, pero algo, muy enlo interno, me decía que estos A.A.tenían algo que yo necesitaba. Le dije ami amigo que sería bueno probar,aunque no lo hice inmediatamente. Lasemilla de Alcohólicos Anónimos y suprograma de recuperación había sidosembrada, afortunadamente para mí, enterreno fértil.

Algunos meses después de recibir elmensaje, fui a vivir con uno de mishermanos y seguí bebiendo tres añosmás. Cuando había dinero bebía, juntocon borrachos ocasionales, en loscabarets baratos del centro de la ciudad.

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Allí, en la compañía de alguna mujer demuy dudosa reputación, me engañaba amí mismo creyendo que era un granamante. Por supuesto que mi madre yhermanos tenían necesidad de ayudaeconómica de mi parte, pero yo no podíaver eso y tiraba mi dinero en esosburdeles. ¡Cuánta ceguera la de unalcohólico!

Mi última borrachera fue eldetonante para llegar a AlcohólicosAnónimos. En aquella ocasión uncompañero de trabajo se casó y fuimos ala fiesta. Había bastante bebida yempecé a tomar de forma compulsiva.Sólo recuerdo los primeros tragos, el

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resto de la fiesta me la tuvieron quecontar mis compañeros de trabajo.Totalmente embriagado, me atreví aacompañar a mis amigos a otra fiesta.Debido a mi embriaguez quisieronllevarme a casa pero yo les dije que noy me dejaron en el camino. Perdido deborracho me dirigí a quién sabe dónde.El resultado fue que amanecí tirado en elpatio de una casa, muy lejos de donde yovivía. El frío de la mañana me despertóy empecé a caminar tratando deubicarme. Era un domingo por lamañana y poco más tarde había salido elsol. A mí me parecía el día más negrode mi vida. La gente iba de camino a la

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iglesia, al mercado o a disfrutar sudomingo en algún lugar. Y yo ibacamino al infierno. Pedí a la gentealgunas monedas para tomar el autobúspara regresar a donde vivía. No olvidola forma piadosa en la que esosdesconocidos veían mi derrotada figura.

Esta escena de quedar tirado por laembriaguez ya me había sucedido enotras ocasiones. Me asaltaron ygolpearon en tres ocasiones por andarde borrachera, sin contar otras escenastambién humillantes para la dignidad deun ser humano. Ese domingo llegué a micuarto y pensé muy profundamente quéiba ser de mi vida. Me sentía mal física

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y mentalmente. Descansando la cruda,oía y me imaginaba cosas que no eranreales. Esto me había sucedidoanteriormente. Mi compañero de cuartome invitó a comer. Me preguntó qué eralo que había pasado. No pude decirnada. Ese día bebí mi última cerveza. Alsiguiente día tomé la decisión de probarseriamente Alcohólicos Anónimos.Aunque algunos meses antes había hechodos tibios intentos por asistir a un grupo,no tuve el valor de entrar. Pero esanoche me dirigí a un grupo que yo sabíaque existía en el vecindario. Caminandopor la avenida tropecé con otro gruponuevo que recién se había abierto y allí

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me quedé afuera, pensando. Cruzar lapuerta del grupo fue lo más difícil. Lopensé una y mil veces. Intenté regresar ami cuarto y volver al siguiente día.Caminé y me detuve en la esquina. Medije a mí mismo: «¿Qué vas a hacer contu vida? ¿Vas a continuar con laborrachera y llevando una vidamiserable, como algunos miembros de tufamilia lo han hecho?» El PoderSuperior puso en mi mente la respuesta.Caminé de regreso y entré al local delgrupo.

Era un lunes de 1980, minutos antesde las ocho de la noche. Las personasallí presentes me indicaron que me

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sentara, que la reunión iba a empezar enunos minutos. Lo hice y escuché por vezprimera a mis nuevos amigos. Y mesumergí en este mundo mágico que esAlcohólicos Anónimos. No recuerdoqué dijeron, pero lo que sí recuerdo esque hablaban con una sinceridad que norecuerdo haber escuchado antes enningún ser humano. Seguí las sencillassugerencias que aquellos alcohólicossobrios gratuitamente me dieron y desdeaquella fecha no he tomado el primertrago.

A pesar de la diferencia de edades(iba a cumplir veinticuatro años de edady la mayoría de ellos pasaba de los

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treinta y cinco), encontré algo que hoyentiendo es un puente de comprensión,alguien en quien pudiera ver laprogresiva degradación de mi vida.

Esas charlas eran algo que memostraba que estos hombres sabían deldolor interno de un alcohólico. Meinicié en el período de recuperación delsano juicio porque, al final de cuentas,el beber hasta la embriaguez es unalocura. Asistía casi diario a lasreuniones de este grupo de hombres ymujeres que disfrutaban de la mutuacompañía. Aprendí a reír, bromear y aconvivir con ellos. Me enseñaron que lavida es también alegría y que tiene

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sentido y no tiene por qué ser unmartirio. También me enseñaron elrespeto a los demás seres humanos sinimportar su condición económica, socialo física. Mi grupo tenía reuniones departicipación libre y también sesionesde estudio, así que aprendí desde elprincipio un poco sobre el programa deA.A. y su papel vital en la vida de unalcohólico.

Años después regresé a la escuela.Hice los tres años de educaciónsecundaria en una escuela paratrabajadores y logré alcanzar unpromedio alto. Mi récord y estabilidaden mi trabajo mejoraron bastante. Tuve

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la oportunidad de reparar daños con mipadre. No pude hacerlo con mi madreporque, debido a su alcoholismo, unsábado de otoño de 1985 amaneció enestado de coma y falleció al siguientedía. La cirrosis se la había llevado a laedad de cuarenta y nueve años. M padrecorrió la misma suerte, el alcoholismose lo llevó en el otoño de 2001.

Ciertamente el alcoholismo es unaenfermedad mortal. Traté de ingresar aambos a Alcohólicos Anónimos pero sinéxito. A mi padre le gustó pero no quisoasistir a las reuniones. Mi madre muriósobria. Logró la sobriedad en un grupode A.A. sólo su último mes de vida.

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He tenido situaciones difíciles ycrisis emocionales pero, con la ayuda demi Poder Superior manifestado a travésde mis compañeros de A.A., he logradosuperarlas y seguir adelante. Miscompañeros me enseñaron desde elprincipio que siempre debo tener ungrupo base y tengo que estarfrecuentemente en contacto con losmiembros de este grupo.

También he tenido grandessatisfacciones en la práctica, por mínimaque sea, del programa de A.A. Una delas más grandes ha sido el reajuste delas relaciones interpersonales. Helogrado borrar las distancias que había

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puesto entre mis hermanos y yo. Mereúno con ellos y sus familias paracompartir durante los días de fin de año.Comemos, platicamos, reímos,bailamos, «levantamos nuestro fondo» y,sin dolor, nos damos cuenta de que sólofuimos víctimas de una terribleenfermedad que azota a los sereshumanos que ingieren algún tipo debebida embriagante.

Aún asisto a dos reuniones porsemana, como mínimo, en mi grupobase. Cuando tengo la oportunidad y seme solicita, acepto algún servicio en migrupo. He aprendido que AlcohólicosAnónimos es sólo eso, amor y servicio

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para los seres humanos que me dieroneso mismo en mis días de borrachera.De esta forma estoy devolviendo unpoco de lo mucho que se me ha dado. Elprograma de Alcohólicos Anónimosfunciona sólo si yo lo hago funcionar.

Mi corta trayectoria alcohólicapuede que no sea un libreto para unapelícula. Mis años de actividadalcohólica son apenas el inicio paraotros. Lo que sí pude experimentar esque el deterioro físico, mental yespiritual de un alcohólico puede sermás rápido y difícil de soportar paramuchos. Las tempranas manifestacionesde la enfermedad me convirtieron, al

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final de mi carrera, en un tipo incapaz,antisocial y solitario.

Los pocos o muchos años dealcoholismo de una persona no lo hacenmás o menos apto para recibir elmensaje de A.A. La recepción yadaptación de este programa dependende un deseo interno de parte de unalcohólico de aferrarse a la vida y de unesfuerzo sincero para ser feliz y útil.

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(7)

«CÓMO NOSENGAÑAMOS CON EL

ALCOHOL…»

Siempre prefería vivir en un mundode fantasía. La bebida parecíafacilitarle la entrada a ese amenoaunque inventado reino imaginario queal fin se convirtió en un caos y unacatástrofe.

ESCRIBIR esta historia me parece uno

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de los proyectos más difíciles de mivida, quizás porque tiene que sertotalmente sincera. La sinceridad y lahonestidad no han formado parte de mivocabulario hasta que entré enAlcohólicos Anónimos y dejé de beber.No recuerdo haberme sentido nuncamejor que desde el último día que toméla última copa, hoy por lo menos y demomento, desde que me levanté estamañana, y lo único que espero es quesea así el resto de mis días. Mi gratitudes infinita a A.A. y a todas las personasque he conocido dentro de los diversosgrupos, que me han ayudado a apreciarmi vida tal como es, y a poder

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enfrentarme a los problemas de maneradirecta y sin miedo. Dentro de A.A. hedescubierto que usaba el alcohol paraevitar enfrentarme a la realidad de lavida. Sin alcohol me siento como un serhumano, he adquirido el valor necesariopara poder mirar de frente a todo lo quese presente, sea triste, desagradable,fantástico, o sea como sea.

Nací en el seno de una familia conuna serie de problemas y dificultadesque posiblemente no sean muy distintasde las de muchas otras personas. Sé queeso no justifica mi comportamiento ni miadicción al alcohol. Sé también quemuchas personas han tenido una infancia

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y unas experiencias peores a las mías yno se han refugiado en el alcohol ni sehan comportado como yo lo he hecho endemasiadas ocasiones. Ahora sé quenací con la propensión hacia el alcoholy que, más tarde o más temprano, lohabría adoptado como quien recibe a unamigo, aunque en realidad fuera mienemigo.

Para mí el alcohol fue siempre elmétodo que utilicé para evitarenfrentarme a la realidad, para aislarmey para crear un mundo irreal. Larealidad era inaceptable para mí;prefería crearme un mundo de fantasía y,por este motivo, tendría que inventarme

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otro mundo irreal. El alcohol sería mifiel distorsionador, tan fiel que sumundo acabaría absorbiéndome cadavez más. Un mundo que al principiocreía que era agradable, aunqueinventado, pero eventualmente seconvertiría en caótico y me arrastraría aldesastre de mis últimos tiempos derelación con el alcohol.

Crecí prácticamente como hijaúnica, pues mis hermanos eran muchomayores que yo y ya no vivían en casa.Mi mundo era totalmente imaginario y,aunque era una niña muy sociable ysimpática, siempre pensé que eradistinta y superior a todos los demás

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humanos, fueran menores o mayores. Fuibuena estudiante y desde muy jovenquería irme de casa. En retrospectiva ydespués de mucho indagar hedescubierto que comencé a beber a solasa los diecisiete años. Aunque mis padresno bebían, tenían siempre un bar contodo tipo de botellas de alcohol para lasvisitas. Recuerdo que al principiotomaba licor de menta a escondidas.Recordando la experiencia, el sabor deaquel licor de menta me pareceactualmente execrable. Ya entonces megustaba el efecto aunque recuerdo queno me gustaba su sabor. Recuerdoperfectamente y como si fuera hoy el

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efecto que me producía al principio, unavaga sensación de mareo y de felicidad,o por lo menos eso era lo que yo mecreía. Eventualmente, sé que comencétambién a beber coñac y otras cosas, enpequeñas dosis, hasta que un día meemborraché. La primera vez que meemborraché recuerdo perfectamente quepor la mañana fui a la playa con unosamigos y por la noche había quedadocon un amigo. Era la primera vez quesalía con un chico sola. Mentí a mispadres y les dije que me iba al cine conmis amigas. Tenía que regresar a lasdiez y media de la noche. Como noestaba muy segura de cómo me tenía que

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comportar con este chico que, además,era mucho mayor que yo, bebí más de lacuenta y me emborraché, bien pormiedo, por timidez, o simplementeporque mi enfermedad empezaba aasomarse. Recuerdo aquella noche haberido a varios bares, comido tapas ybebido vino. Sé que me empecé a sentirun poco mareada pero tenía unasensación de «supermujer» y todos mismiedos y mi timidez habíandesaparecido. Me doy perfectamentecuenta de que buscaría esa sensacióndurante todos los años que seguíbebiendo y que, por cierto, fuerondemasiados. Al llegar a casa recuerdo

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que mi madre le dijo a mi padre: «Estáborracha». Yo lo negué y dije quesimplemente me había tomado un par decopas de vino pero que los efectos delsol del día de playa me habían afectadoy que tenía más bien una insolación. Éstafue la primera mentira que dijerelacionada con mi enfermedad. Me fuia dormir y a la mañana siguiente melevanté con dolor de cabeza, que atribuía la presunta insolación. En mi casa nose volvió a hablar del tema.

Aquel mismo verano me fui aestudiar a otro país durante un año. Norecuerdo beber asiduamente pero sírecuerdo haber sido invitada a una boda

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a la que fui con la familia donde vivía, yhaberme emborrachado. Recuerdo quedurante la noche la madre de la casa mesugirió que la próxima vez que fuera auna función semejante bebiera té. Estaspalabras se me quedaron grabadas, pueslas recuerdo como si fuera ayer, peroobviamente no las tomé como consejo nicomo pauta de comportamiento. ¡Ojalálo hubiera hecho!

A mi regreso comencé a estudiar enla universidad. Recuerdo quedarmeleyendo al final de la noche, o inclusoestudiando, a menudo y, más y más amenudo, con una copita de vino. Cadavez que salía con amigos, tomaba un

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poco más de la cuenta y tambiénrecuerdo haberme presentado aexámenes orales después de habertomado. Era buena estudiante y tuvesuerte, pero a partir de entonces sé quemi enfermedad comenzó un proceso deincremento. La verdad es que ahora mepregunto cómo pude lograr saliradelante con mis estudios.

Me casé a los veinte años y, enretrospectiva, sé perfectamente que nome casé amando a mi marido, hasta elpunto que ahora recuerdo que incluso fuia la iglesia borracha. Parecía «alegre»para todo el mundo, pero yo sabíaclaramente que había estado tomando

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alcohol para adormecer la realidad. Estaboda para mí fue ya entonces otra formade escape. No me sentía bien conmigomisma, quería salir de nuevo de mi país,que entonces consideraba una sociedadopresiva y, junto con mis padres, consus ideas anticuadas me impedíandesarrollar lo que yo pensaba que queríaser. Obviamente este «escape» a travésde un matrimonio me entrampó más queotra cosa. Mi marido era extranjero ymayor que yo. Muy pronto me di cuentade que no estaba feliz con él yeventualmente me divorcié, me fui a otropaís a terminar mis estudios y duranteeste tiempo mi enfermedad me mantenía

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en lo que yo veía erróneamente comouna especie de equilibrio. Estoy segurade que mi alcoholismo no era solamenteuna enfermedad física, sino que era unaenfermedad espiritual. A pesar detrabajar mucho y de tener amigos y unavida agradable, sentía como siconstantemente me faltara algo, y así mesentía siempre, vacía por dentro. Nosabía lo que me faltaba ni tampoco sabíaexactamente lo que quería. Fui a ver a unpsiquiatra y recuerdo que él atribuía miinsatisfacción al estrés de mis estudios.Todo parecía bien por fuera, pero pordentro yo me sentía vacía, insatisfecha ysabía que me faltaba algo. Yo ya me

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daba perfectamente cuenta entonces deque ir a ver al psiquiatra no me servíapara nada; me recetó sedantes que creome tomé dos veces, pero mi únicamedicina seguía siendo el alcohol,aunque todavía mi enfermedadalcohólica no había alcanzado el nivelque alcanzaría años más tarde.

Por aquella época conocí al hombrecon quien después me casaría. Nuestrarelación empezó en una fiesta abriendouna botella de vino y seguimos duranteaños bebiendo juntos. Tuvimos dos hijosy, a pesar de que yo había terminado undoctorado, decidimos que lo mejor eraque me quedara en casa cuidando de la

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casa y ejerciendo de madre. Aunqueestaba feliz con mis niños seguíasintiendo que me faltaba algo y mesentía muy sola, así que comencé abeber sola cada vez más y más.

Entré en una progresión infernal,sintiéndome en una absoluta soledad,con dos niños pequeños en casa, yfrustrada con otro tipo de ambicionesprofesionales que cada vez eran másinalcanzables. Todos mis compañerosya estaban encauzados en sus carreras.Sentía que yo ya había perdido el tren yen el fondo me sentía más y másfrustrada. La enfermedad alcohólica yaestaba desarrollándose. No me

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reconocía como persona y, cada vez mása menudo, comenzaba a pensar que lomejor que me podía pasar era morirme,que nadie me echaría en falta. Al fin y alcabo no era una buena madre pues bebíacon mis hijos en casa. ¿Qué se podíaesperar de mí? Me sentía sin valor,como si no fuera nada. Sabía que nitenía un trabajo, ni una profesión y nisiquiera me parecía que fuera una buenamadre. Una mezcla de culpabilidad, dedesasosiego y, al mismo tiempo, lasensación de que el mundo no menecesitaba y que simplemente era unestorbo para todos, iban en incremento.La relación con mi marido se iba

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deteriorando también y los últimos añosantes de dejar la bebida y encontrarAlcohólicos Anónimos resultaron ser unverdadero infierno para mí y para todami familia.

Mi matrimonio era un fracaso total.Mi marido seguía bebiendo conmigopero más adelante, cuando yo intentabadejar de beber, él comenzó a fumarmarihuana más y más. Durante estosaños recuerdo pensar a veces queposiblemente yo tuviera un problemacon el alcohol y recuerdo haber hecholas pruebas que de vez en cuando unoencuentra en revistas e incluso en laInternet. Alguna vez estuve a punto de

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entrar en un centro de rehabilitaciónpara alcohólicos que se encontrabacerca de casa y pedir información o,simplemente, que me acogieran. Llegabasiempre a la puerta, miraba conaprehensión hacia dentro, con ganas almismo tiempo de que me llamaran desdedentro, pero nunca me atrevía a entrarpor mi propia voluntad. Posiblementetemía que me dijeran que me quedara,pues mi sitio estaba efectivamente allí.¡Ojalá lo hubiera hecho!

Me sentía culpable y me daba cuentadel daño que les estaba haciendo a mishijos, pero al mismo tiempo sé que meestaba engañando a mí misma por no

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reconocer que lo que tenía era unproblema de adicción al alcohol. Elinfierno en el que estaba se convirtió enun lugar familiar en el que, en el fondo,yo ya sentía que estaba atrapada y delque no veía la manera de salir. Miautoestima era inexistente y lo único queveía era que todo el mundo medespreciaba y mi marido me insultabacon su actitud y humillación. Pensé ensuicidarme más de una vez, aunquenunca lo intenté. Hablaba del suicidiomás y más a menudo y ahora enretrospectiva pienso que entré en unagran depresión provocada por el mismoalcohol. Lo que inicialmente pensaba

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que era una sustancia que me producíabienestar y euforia, más tarde aprenderíaque era una sustancia depresiva. ¡Cómonos engañamos a nosotros mismos con elalcohol! Y qué traicionera es estaenfermedad que nos hace creer quesomos otra cosa, que nos hace creer quenos produce euforia y buen estado deánimo cuando en realidad el resultado estodo lo contrario. Me doy cuenta ahorade que me pasaba todo el tiempobuscando salidas pero no encontraba laspuertas, buscaba soluciones pero noveía cuáles eran los problemas, buscabaemociones pero me sentía vacía ytotalmente desprovista de energía. Me

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sentía totalmente confundida, deprimiday sin ánimos. Decidí ingresarme dosveces en un hospital psiquiátrico,presuntamente para descansar y para queme cuidaran, y fue allí donde aprendí(aunque al principio no hice caso) quemi problema verdadero era midependencia y adicción al alcohol. Unavez que salí del hospital tuve la actitudtípica del alcohólico, la de la soberbia.Por supuesto decidí que podía logrardejar de beber sola, que no necesitabaayuda y que A.A. no me servía a mípues, al fin y al cabo, yo no tenía unproblema tan grave como las personasque encontraba en las pocas reuniones

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de A.A. a las que asistía. Comencé denuevo a mentirme a mí misma y a losdemás: mi problema no era el alcohol,pensaba. Mi problema era todo lo queme rodeaba, el mundo, la gente, mifamilia. Obviamente, recaí y volví arecaer cada vez que intentaba dejar debeber sola. Las últimas semanas queestuve bebiendo llegaron a ser lo peorque recuerdo de toda mi vida, aunque séque me acuerdo solamente de unapequeña parte. No veía la diferenciaentre el día y la noche, alucinaba y loúnico que quería era dormir y novolverme a despertar. Mi autoestimahabía desaparecido por completo.

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El dolor que provoqué a mi familiaes algo que espero que me perdonenalgún día. La relación con mis hijos hamejorado muchísimo pero sé que lasheridas están todavía cicatrizándose.Parte de mí me hace pensar que les robéparte de su infancia, pero por otro ladomiro al presente con esperanza y con fe.Sé que han visto un cambio y que puedenretomar su confianza en mí. Es unproceso que se desarrolla de día en díay poco a poco, que no ocurre de repente,al igual que nuestra enfermedad tampocose crea ni se desarrolla de repente. Aveces la veo como una serpiente muylarga, semitransparente, que nos acecha

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y cuando menos lo esperamos se nosenrosca y no nos deja movernos,asfixiándonos lentamente. He idoaprendiendo poco a poco, pero lo que heaprendido dentro de AlcohólicosAnónimos, es a vivir. Estoycomenzando, aunque a veces pienso quelentamente, a apreciar la vida de otramanera, a estar siempre alerta,descubriendo nuevas cosas, sentimientosy sensaciones que jamás se me hubieranocurrido que existieran y, al mismotiempo, sigo intentando mejorar poco apoco.

Nunca quise creer que Diosexistiera. Pensé que nosotros los

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humanos, pero sobre todo yo, éramosreyes y soberanos de todo, que yoespecialmente era mejor que nadie, yesto lo llegué a pensar incluso en mispeores momentos. Llegué a pensar que siestaba bebiendo era porque nadie mecomprendía y por eso me sentía sola.Por supuesto que nadie me comprendíasi solamente hablaba conmigo misma y,además, estaba borracha. Poco a pocohe llegado a la conclusión de que Diosesta ahí y está con nosotros en la medidaen que nosotros estamos también con ély le pedimos ayuda. Una vez quesalimos de nuestro propio egoísmo yvemos el mundo a nuestro alrededor con

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aceptación, con humildad y sin orgullo,la vida cambia. Esto es lo que hedescubierto durante estos últimostiempos. En cuanto tomamos una actitudpositiva hacia la vida, nos enfrentamos anuestros problemas de manera directa,intentamos poco a poco salir de nuestroegoísmo, pedimos ayuda a Dios eintentamos ayudar a los que nosnecesitan, las cosas cambiandrásticamente. Efectivamente, losproblemas no se resuelven solos, la vidanos trae cosas mejores y otras peores,pero a pesar de todo, mi vida nunca hasido mejor que ahora que tengo el regalodiario de la sobriedad. Mi vida ha

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cambiado radicalmente, he comenzado atrabajar, me siento contenta y llena degratitud.

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(8)

TENÍA MIL MÁSCARAS

Tocó su fondo emocional y llegójoven a A.A., ahorrándose así años desufrimiento.

EMPECÉ a beber a los doce años deedad y dejé de beber por la gracia deDios a través del programa de A.A. alos dieciocho años de edad. No pasémuchos años bebiendo. No bebía todoslos días. No bebía en cantidades

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exageradas. De niña era muy delgada asíque con poco me emborrachaba. Nuncagasté un centavo en alcohol. Me tomabael alcohol en las neveras de las casasque yo visitaba, me invitaban misamistades, o me lo bebía en fiestas. Noperdí casa ni auto ni familia ni dinero.Vivía con mi madre y mi hermana. Noteníamos dinero así que tomábamos elautobús. Tenía buenas calificaciones. Sihubiera querido tener una excusa paradecir que yo no era alcohólica, podríahaberme refugiado en cualquiera de lasmencionadas. Pero la realidad es queera alcohólica porque sufría de laobsesión y la compulsión características

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del alcoholismo; porque todas misintenciones de no beber siemprefallaban; porque tenía un gran hueco enel alma que quería llenar con cualquiercosa, ya fuera alcohol, pastillas, drogas,comida, sexo, dinero, cualquier cosa queme hiciera sentir bien de inmediato;porque dentro de mí yo sentía que novalía nada; porque mis defectos decarácter y miedos habían vuelto mi vidaingobernable y, en momentos, hubierapreferido morir que sentir lo que sentíay ser lo que era.

Cuando llegué al grupo de A.A., yono llegué buscando ayuda para mialcoholismo. Llegué buscando

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información de lo que era A.A. porquemi novio tenía tres años en A.A. y seenteró de que yo estaba bebiendo en suausencia. Él me dijo que su madre habíasido alcohólica y que no quería estarcon una mujer que bebiera. Así que lepedí a un amigo de él de A.A. que mellevara a una reunión para yo poderentender cuál era el problema de él.Resultó que más bien encontré cuál erael problema mío. En el grupo casi nohabía mujeres ni jóvenes; casi todos loshombres eran mayores de cincuentaaños. Y aquí llego yo, una joven dedieciocho años, con lo que yoconsideraba ser un fondo alto. Más tarde

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me di cuenta de que los fondos no sonexteriores sino interiores, de que sonemocionales y no materiales. Por esoexisten alcohólicos que han perdidotodo lo material y social y aún nopueden admitir su derrota; porque aúnno ha habido un fondo emocional. Ledoy gracias a Dios por abrir mi mente yporque pude darle su valor a mi propiosufrimiento. Yo busqué, no lasdiferencias entre mis compañeros y yo,sino lo que teníamos en común.

A través del apadrinamiento y losDoce Pasos pude verme con objetividady compasión y pude ver la verdad de mipasado, que bebía para ser amada y

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aceptada por la gente porque no meamaba y aceptaba a mí misma. Comogran actriz, tenía mil máscaras para serlo que pensaba que otros querían que yofuera; bebía para escapar del infiernoque estaba viviendo con mi familia. Mimadre sufría de una enfermedad mentalla cual no le permitía darme el apoyoemocional, material y espiritual quenecesitaba de niña. Más bien yo pasé aser madre de ella. El concepto de Diosque ella me inculcó era que si hacíamossuficientes oraciones, Dios nos daríatodos nuestros deseos, nos convinieran ono. Que si no se nos concedían eraporque alguien nos había echado mal de

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ojo. Por causa de sus problemasemocionales, me hizo temer que todaslas personas estaban tratando delastimarnos y yo empecé a desconfiar detodo el mundo. Luego, cuando entré en lapubertad a los doce años, fui abusadasexualmente por mi padre. Esto me llenóde resentimientos hacia todos loshombres y pasé mi adolescenciaqueriendo desquitarme con ellos obuscando desesperadamente que meamaran. En varias ocasiones pensé en elsuicidio pero, como creía en lareencarnación, siempre pensé que si memataba iba a tener que volver a nacer yvivir lo mismo otra vez. Así que mejor

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empecé a beber y drogarme paraolvidarme del mundo, muchas vecessola y a escondidas. Mi vida se volvióingobernable. La vergüenza por misacciones y el miedo formaron parteregular de mí.

Cuando me hice miembro de A.A.,mi autoestima estaba tan baja quepensaba que ni siquiera merecía seraceptada por los alcohólicos. Por lagracia de Dios, uno de los más viejosdel grupo me dijo que no importaba siera alcohólica o no, que sólo importabasi tenía el deseo de dejar de beber. Yole dije que sí lo tenía y él me dijo queentonces yo podía ser miembro de A.A.

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Gracias a Dios que el viejo me lo pusotan simple porque si yo hubiera tenidoque decidir si era alcohólica o no, nohubiera sabido lo suficiente de lacomplejidad de una enfermedad queataca la mente, el cuerpo y el alma,como para poder decidir en esemomento.

Luego, con sólo dos meses en elprograma, me obsesioné con el amigo deA.A. que me estaba llevando al grupo.Por la gracia de Dios, él llevaba diezaños sin beber y me dijo que, aunque yotambién le gustaba, él estaba tratando depracticar un programa de recuperación ycambiar de actitud. Que él quería serle

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fiel a su novia y respetar a su amigo, queera mi novio. Además, que yo era nuevaen el programa y no sabía lo que estabahaciendo y me debía enfocar en mirecuperación. Me sugirió que meconsiguiera una madrina y trabajara enlos Doce Pasos. Años más tarde, yo ledi las gracias a él por haber puestoprimero los principios, porque si yo mehubiera involucrado con él, lo másprobable es que hoy no estaría en A.A.Dios le dio un momento de lucidez y élpuso a un lado su egoísmo para darme amí la oportunidad de quedarme en A.A.Por supuesto, en ese momento no lo viasí y me sentí tan despreciada que de

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coraje fui y me enredé con una personafuera de A.A. Por causa de eso, minovio quiso romper conmigo y yo tuvelo que fue mi fondo. Yo había queridosólo dejar de beber pero quería seguiractuando igual que antes y eso nocoincide con el programa de A.A.Cuando mi novio me echó de la casa,agarré el auto y empecé a manejar a 65millas por hora en unas montañaspeligrosas donde la velocidad máximaera de 35 millas. De momento, escuchéuna voz tranquila y amorosa que medijo: «Tranquila, ésta no es lasolución». Detuve el auto y empecé allorar. Fue mi primer despertar

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espiritual. Pensé que si morir no era lasolución, entonces mejor beber. Peroempecé a recordar a todos mis nuevosamigos de A.A., que ya tenía cincomeses sin tomar y no los queríadefraudar; y me di cuenta de que ya nopodía regresar hacia atrás. Ese díadecidí que estaba dispuesta a hacercualquier cosa por no beber. Busqué unamadrina que me amadrinó con laliteratura y los Doce Pasos y empecé aservir en el programa de A.A.

Luego de esa pelea, me contenté conel novio y a los dos años nos casamos.Desafortunadamente, nosotros nosjuntamos cuando ambos teníamos

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muchos traumas, defectos yresentimientos y nos lastimamos mucho.Eventualmente tuve que admitir querealmente nunca habíamos sidocompatibles y que queríamos distintascosas de la vida. En mi caso, me tomótrece años de trabajar en el programa yconocerme a mí misma para tener lasuficiente fortaleza espiritual paradesprenderme de esa relación. Y másque nada, de poder irme sin odio nidolor, sino con compasión y perdónhacia él y hacia mí misma.

Hoy en día, dieciséis años despuésde haber dejado de beber, disfruto deuna relación maravillosa con un

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compañero de A.A. que conocí en elservicio. Por primera vez en mi vida sélo que es una relación de pareja dondeexiste el amor y la aceptaciónincondicional. Compartimos el gozo delservicio y el amor a A.A. Caminamosmano a mano en el camino de larecuperación y llevamos juntos elmensaje de A.A. a aquellos que aúnsufren. Es un privilegio poder servir amis compañeros y un verdadero gozo elser testigo de cómo, poco a poco, sonconvertidos por la gracia de Dios enhombres y mujeres con dignidad.

Hoy soy actriz de profesión. Todaslas máscaras que me ponía antes para

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que otros me quisieran, ahora me laspongo, pero para mi carrera artística. Enmi vida real no utilizo máscaras, puedoser quien soy. Soy amada y respetadapor mi esposo, mi familia, mis amigos,mis patrones y mis compañeros de A.A.Gracias a A.A. he podido aceptar a mimamá así como es y trato de ser la mejorhija que puedo ser para una madreenferma. Gracias a A.A. he podidoperdonar a mi padre sus errores y meenfoco en sus aciertos. Gracias a A.A.he encontrado el amor propio y el valordel ser humano. Por mucho tiempo yofluctué entre un complejo de inferioridady delirios de grandeza. Ahora empiezo a

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comprender la palabra humildad, la cualpara mí es el saber que todos tenemos elmismo valor; que sólo hay uno que esmás grande y ése es Dios, el cualpreside sobre todo. Esto es muyimportante para mí, puesto que comoactriz recibo la admiración de laspersonas y es fácil perder estaperspectiva. Realmente es sólo otramanera, aparte de pasar el mensaje deA.A., de compartir aquello que Dios meha dado.

La palabra «gracia» significa«regalo». Es algo que no se merece poresfuerzos personales. Es algo que Diosregala simplemente como expresión de

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su gran amor por sus hijos. Todo lo quesoy, todo lo que tengo, todo lo que hago,es por la gracia de Dios. Cada día,quiero despertar sobria, dando gracias ala Comunidad de A.A. que salvó mi viday alabando a Dios que, por amarmetanto, me llevó a sus puertas.

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(9)

EXTRANJERO ENTRELOS HOMBRES

Se sentía como un extraterrestre,caído a la Tierra por causadesconocida. La bebida, que parecíaofrecerle entrada a otro mundo, lo dejóaislado del actual y presente.

LAS PRIMERAS sensaciones querecuerdo son de extrañamiento, desingularidad y rareza. La discrepancia

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está en la raíz más profunda de mi ser ysin duda ha condicionado mis difícilesrelaciones con la vida. Si al nacerhubiera sabido ponerle palabras a missentimientos, hubiera razonado de estamanera:

No pertenezco al mundo, ni siquieraa la galaxia. Procedo de una lunaingrávida y transparente donde nadiesabe lo que es el miedo. La vida es allíuna caricia y se necesitan menos capasde piel para afrontarla. Por causas quedesconozco, quizás alguna falta, losdioses me desterraron a este planeta. Encuanto caí a la tierra sentí en mis carnesla herida de la existencia. Soy un

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extranjero entre los hombres, unextranjero que se pregunta: «¿Por qué nosoy como los otros?»

Soy el segundo hijo de cincohermanos. Mi padre trabajaba y mimadre cuidaba de la casa. Que yorecuerde, fui un niño querido y tuve unaprimera infancia feliz.

Empecé mi formación escolar en uncolegio católico. Un gigantesco Cristocon el pecho atravesado de espadaspendía de la fachada. De mi paso por lasmonjas conservo en mi interior dosepisodios puntuales. El primero es labofetada que me dio una de las hermanaspor dibujar un tren en vez de sumar unos

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números. Con aquel cachete aprendí loque era el miedo, y de propina, la rabiay la impotencia. Al día siguiente, alvolver al colegio, experimenté miprimer resentimiento y supe del inmensopoder de la imaginación. Cuando nopuedes matar a alguien en la realidad,siempre puedes hacerlo con la mente.Cuando la realidad no te gusta, siemprepuedes cambiarla en tu cabeza.

El segundo episodio me enseñó quepuedo sentirme culpable simplementepor estar vivo, y me hizo experimentarel temor al castigo antes de que éste seprodujera. Fue también en clase. Faltabapoco para que sonara el timbre cuando

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descubrí bajo el pupitre un gran charcoamarillo. Intenté secarlo con hojas delcuaderno, pero el papel era pocoabsorbente. Esta vez la monja no se diocuenta, pero eso fue lo de menos porqueyo, arrodillado en el suelo, me castiguéa mí mismo con una buena reprimenda.Mi mente aprendió a vivir en el pasado,reviviendo sensaciones que lotransformaban, y en el futuro,anticipándose a los acontecimientos.Desde bien pequeño me olvidé de vivirel presente.

Descubrí que la mayoría de losadultos te quieren más si eres perfecto.Los niños que adoptaban determinados

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comportamientos recibían palmaditas ybesos. Eran los buenos. Al otro lado dela línea estaban los rebeldes. Yo mearrimé a los primeros sin plantearmesiquiera si era lo que yo quería hacer.Sólo buscaba el terrón de azúcar con elque se premia a un caballo dócil. Eracapaz de hacer cualquier cosa porconseguirlo. Así, casi sin querer, meconvertí en un niño perfecto.

La perfección si bien se mira, damucho juego. Por un lado es la negaciónde un mundo a todas luces incompleto,el mundo al que yo había sido arrojadodesde mi luna ingrávida. Empeñarse enser perfecto en un mundo imperfecto es

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una forma de protesta. Por otro lado, sihaces lo que se espera de ti, todo elmundo te quiere, al menos en apariencia.Yo disponía en mi alma de un enormeagujero que quería llenar de amor, perolo único que había a mano era laaceptación de los demás. A falta de unsentimiento auténtico, utilicé elsucedáneo. Tenía cinco años y todavíano había bebido una gota de alcohol.

Cuando cumplí los seis pasé a uncolegio de los Padres católicos, dondepermanecí hasta los diecisiete. Allíquien no se sabía la lección recibía unreglazo en las yemas de los dedos. Laatención de los escolares, siempre más

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fija en el vuelo de una mosca que en elteorema de la pizarra, se centraba con untirón de patillas o un masaje en loscarrillos. Años después, no pude ser eleslabón abierto de la cadena y repetíestos esquemas con mis hijos. Lasvíctimas, cuando crecen, suelenconvertirse en verdugos. Ésa es sucondena. También fue la mía. Elalcohol, que ya por entonces consumíasin medida, multiplicó la ira. Micerebro, siempre dispuesto a justificarlo injustificable, llamó «educación» y«firmeza» al maltrato físico ypsicológico de unos niños indefensos.Intenté ser el que recibe el daño y no lo

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trasmite, pero no pude vencerme a mímismo.

A los once años se inició mi largoromance con las botellas. Fue en elcolegio. Dos o tres compañerosquedamos en llevar bebidas al aula. Yorellené un bote de plástico con alguno delos licores dulces que había en casa.Quería explorar nuevas sensaciones eimitar a los adultos, que bebían que eraun gusto.

Además, las clases eran unaburrimiento. Recuerdo las risitas demis compañeros cuando me sacaron a lapizarra, colorado como un campesino,para balbucear la lección. Lo pasé mal,

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pero me encantó el protagonismo.Aprendí que la gente te mira si haces unpoco el payaso, y esto resulta fácil, casinatural cuando vas un poco entonado.

Llegó la adolescencia y con ella seagudizaron mis carencias. Supe entoncesque aquel líquido mágico que me aturdíadurante las interminables tardesescolares era capaz de proporcionarmetodo aquello que necesitaba.Desenroscaba un tapón, dejaba bajar ellíquido por la garganta y al instante mimente manejaba todo un universo deposibilidades. Un par de tragos deginebra me hacían crecer unos pocoscentímetros, unas cervezas aguzaban mi

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inteligencia, unos cuantos tragos de roncon soda me volvían locuaz con laschicas, el whisky me transformaba en elrey de la pista de baile. Con el alcoholbrotaba de mi interior una personalidadmaravillosa que sólo existía en missueños, una especie de príncipe azul delsubconsciente que me redimía de larealidad insuficiente. Con alcohol lavida era perfecta, completa, sin fisuras.Yo seguía sin encajar en el mundo, y esome arañaba, pero el alcohol era unbálsamo milagroso que disponía sobremi alma las capas de piel que mefaltaban. Cuando algo dañaba misemociones me tomaba unas cuantas

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copas y todo me resbalaba.El alcohol no me transformó,

simplemente potenció los mecanismosque mi mente desarrollaba paradefenderme de la realidad hostil, unarealidad que ni entendía ni me gustaba.Ya había descubierto en las páginas delos libros y en las pantallas de cine lamaravillosa posibilidad de olvidarmede mí mismo y encarnarme en los otros.Me fascinaba la capacidad de vivir conla mente vidas ajenas. Construí un lugardonde me sentía a salvo de las heridasemocionales, donde no me alcanzaba elroce de las cosas. No sabía entonces quelos refugios que están hechos con miedo

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protegen, pero también encarcelan. Yo,que nunca me había integrado en la vida,me aislaba sin remedio.

El alcohol era legal, pero otrassustancias estaban prohibidas, y esto ledaba mucho morbo a un espíritudelirante como el mío. Cuando lasmezclé con el alcohol, los mundosimaginarios se multiplicaron dentro demí hasta desgajarme de la realidad.Entretanto mi autoestima descendía sinfreno hacia el subsuelo y mi sistemanervioso se deprimía. Pero, comodecían algunos actores en la pantalla, nohabía nada que no arreglara un whiskycon soda. El alcohol empezó a despertar

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en mi interior un monstruo de soberbiacon el que compensaba todas miscarencias.

La soberbia es un curiososentimiento en una persona como yo, queno se creía merecedora de nada, nisiquiera de la existencia. Con soberbiaequilibraba precariamente mi bajaautoestima y conseguía una personalidadde extremos, la única posible para mí enaquella época. La soberbia, casisiempre asociada a la envidia y alresentimiento, es otra cárcel que meobligaba a vivir siempre mirando dereojo la vida de los otros. La vida erainjusta y les daba a los demás lo que me

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correspondía por derecho propio. Yo,en vez de trabajar para conseguirlo, meemborrachaba.

Mi soberbia siempre ha sido de tipointelectual. Las copas me convertían enun experto en cualquier campo delsaber. Filatelia, carburadores,relaciones internacionales, agriculturade subsistencia…, nada se me resistíacuando el whisky engrasaba mi cerebro.Con unos cuantos tragos era el escritorincomprendido que descubrirían lasgeneraciones venideras, o un habilidososaxofonista, o un intrépido navegantesolitario. Todas las noches, tumbado enla cama, el mundo, rendido a mis pies,

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reconocía mis méritos. Todas lasnoches, mirando las grietas del techo,pronunciaba discursos, y a veces meentrevistaban.

La vida, entretanto, seguía su cursoinexorable, ajena a mis delirios.Terminó la adolescencia y empezó laprimera juventud. Concluí los estudios yempecé a trabajar. Me casé, nacieronmis tres hijos. El tiempo pasaba y yoseguía en mi nube, que hacía flotar abase de alcohol y drogas.

Mi carácter empezó a cambiar.Pasaba, sin solución de continuidad, dela euforia a la ira. Nadie en casa sabía aqué atenerse. En el descenso vertiginoso

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hacia las alcantarillas de mi enfermedadme fui quedando cada día más solo.Intentaba comunicar mis pensamientos ymis emociones, pero nadie parecíainteresado en aguantar mis balbuceossalvo si les pagaba unas cervezas, ycuando le mostraba a alguien misescritos, me los devolvía envueltos enun piadoso silencio.

Un día me di cuenta de que unadroga me esclavizaba y la dejé. Eraincapaz de ver mis otras adicciones. Medesenganché sin ayuda, pero el huecoque dejó esa droga fue ocupado deinmediato por otra. Cambiaba de parejacircunstancial pero permanecía fiel al

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alcohol, mi amor permanente. No queríarenunciar al placer de creerme por unashoras Henry Miller o Humphrey Bogart.

Con el alcohol y la nueva drogaingresé definitivamente en la locura. Mimente segregaba continuamente deliriosy justificaciones. «No pasa nada», merepetía constantemente. Tú no tienesproblemas. Los problemas los tienen losotros, que no saben vivir, que son unos«capullos» y no se enteran de nada. Yoera el listo, el que lo tenía todo bajocontrol. En realidad estaba tan mal queno sabía lo mal que estaba. Los que merodeaban se apresuraron a ponerse asalvo. Perdí definitivamente el control

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de mis actos y descendí círculo a círculohasta el fondo del infierno. Desde allí,chapoteando en mi propia inmundicia,sólo se vislumbran dos caminos: beberhasta la muerte o pedir ayuda.

Llamé desde una cabina aAlcohólicos Anónimos. En el tiempoque me concedió la moneda escuché porprimera vez palabras de aliento. Mehablaba alguien que comprendía lo queme estaba pasando porque había pasadopor ello. Me estremecí y una emocióndesconocida me recorrió el cuerpo. Noestaba solo.

Acudí a una reunión. Se palpaba enel aire un amor radical y una sencilla

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sabiduría que no se aprende en loslibros. Me sentí aliviado. Allí estaba loque había buscado durante años en labotella. Supe al instante que aquellapandilla de borrachos me enseñaría asobrevivir en un mundo que hastaentonces había negado.

Aquellos alcohólicos no tomaronmis datos, ni me exigieron asistencia, nime dieron consejos, ni informaron a mifamilia. Me hablaron de servidores, node jefes, y sólo me impusieron unanorma: nadie interrumpe al compañeroque está hablando. Más adelante entendípor qué los alcohólicos no necesitamosreglamento pormenorizado ni una ley

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escrita. El alcohol se encarga devigilarnos. Si haces lo que debes, elcamino conduce a la vida plena, útil yfeliz. Si insistes en querer salirte con latuya vuelves a beber.

Me dijeron que cada uno seresponsabiliza de su propiarecuperación y que aquello era comohacerse un traje a medida. Por primeravez en mi vida hice caso a otros sereshumanos y escuché lo que me decían.Hasta ese momento la soberbia me habíaobturado los oídos. Mi forma habitualde vivir era autopropulsada, pero elsufrimiento había derretido los taponesde mis orejas. La información entraba en

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mi cabeza y empezaba a despertarme elentendimiento.

Me dijeron que cuando unalcohólico habla con otro de susemociones, a los dos se les pasan lasganas de beber. No hay más misterio queése. El lenguaje que brota directamentedel corazón es lo que nos sana, porquesale teñido de emociones. Me puse atrabajar. Escuchaba lo que otros sentíany me esforzaba por poner missentimientos en palabras. También en míse produjo la magia.

Aquellos alcohólicos me dijeron quetenían un programa. Me dijeron que eraun programa sugerido, que allí nadie

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obliga a nada.Lo que he aprendido en A.A. lo

aplico no sólo dentro de la comunidadde Alcohólicos Anónimos, sino en todoslos ámbitos de mi existencia. Paramantener mi condición espiritual esimportante que trabaje para poner elmensaje de esperanza al alcance dequien tenga problemas con el alcohol.Mejoro mis relaciones con Dios a travésde la oración y la meditación y doygratis a los demás lo que a mí no mecostó nada: la sabiduría necesaria paraestar un día más sin beber.

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(10)

LA BENDICIÓNDISFRAZADA

Acostumbrado a disimular todoproblema, este sacerdote, lejos de latierra familiar, se iba poniendo cadavez más soberbio en su negación. Unanoche, ante el mismo obispo, seemborrachó y tocó su fondo.

POR SER YO el tercero de cincohermanos, desde pequeño, mi

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temperamento ha sido algo introvertido.Cuando tenía cinco años tuvimos queenfrentamos con la pobreza, porque mipapá y su hermano sufrieron la quiebrade su empresa constructora. Nunca serecuperó del todo esa fuente de ingresos,de tal manera que a veces estábamosmuy cortos de dinero. A pesar de eso, oquizás a causa de eso, tuvimos un hogardonde reinaba la solidaridad, el amor yun gran calor humano. De todos modos,mis padres no acostumbraban amanifestar amor y cariño abiertamente yese estilo de vida pasó de forma naturala nosotros, los hijos. No había abuso delalcohol en mi hogar aunque más tarde

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llegué a sospechar que alguien teníaproblemas con el trago, pues mi tíopasaba tiempo internado en un hospital,creo que por alcoholismo.

Todos nosotros, los cinco hermanos,teníamos bastante capacidad intelectualy mis padres se sentían orgullosos desus hijos, de tal manera que sacarbuenas notas en la escuela primaria eraalgo muy valorado y motivo de granaprecio y afecto de papá y de mamá.También nos exigían que nosaplicáramos muy seriamente a losestudios, hasta tal punto que uno de ellosrevisaba nuestros trabajos escolares confrecuencia. Con eso se exigía una

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disciplina en nuestro comportamientoque facilitaba un progreso superior al denuestros compañeros. Todos nosotrosfigurábamos entre los estudiantes másavanzados del curso. La formaciónreligiosa en la iglesia católica iba por elmismo camino. Así que, aun de niño,tenía gran aprecio por mi fe católica, yal llegar a secundaria decidí, con elapoyo gozoso de mis padres, entrar en elseminario con la gran ilusión de sersacerdote, pues admiraba mucho a lossacerdotes de mi parroquia natal. Eranhombres buenos y también mostrabangran afecto a mi familia. Puesto que eramuy buen estudiante, las autoridades me

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dejaban seguir adelante aunque nopodíamos pagarlo todo. En esosprimeros años no mostraba ningunatendencia de tener dificultad con eltrago. Era buen estudiante, me gustaba eldeporte y, en general, me llevaba biencon mis compañeros del seminario.

Más o menos a los diecisiete añoscomencé a probar la cerveza y muypronto descubrí que la bebida meayudaba a superar la timidez que meimpedía participar plenamente en lavida social. Aunque en esos años abusédel alcohol algunas veces, no quisedejarlo del todo porque me facilitabauna vida social más plena y agradable.

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Sin que me diera cuenta, estabacruzando esa línea invisible que separaa los bebedores normales de losbebedores problema. Me gustababastante el efecto del alcohol así queseguía tomando, especialmente cuandome tocaba asistir a una reunión o fiestasocial, pues el trago me facilitabaparticipar plenamente e incluso hastaconvertirme en el animador de la fiesta.A veces perdía el control, pero no meparecía tan grave mi comportamiento.Mi enfermedad estaba avanzando sinque lo supiera.

Puesto que la vida en el seminarioera bastante controlada, el avance de mi

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alcoholismo era lento y así lasautoridades no descubrieron elproblema.

Recibí la ordenación sacerdotal y fuidestinado a trabajar en una parroquiadonde también era profesor de uncolegio de la iglesia local. Como elbeber me causaba resaca al díasiguiente, nunca tomaba durante lasemana, pues me resultabatremendamente doloroso enfrentarmecon varios grupos de estudiantes en esacondición, así que otros compañeros yyo sólo tomábamos los viernes despuésde las clases, mientras resolvíamos losproblemas del colegio y del mundo.

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Siempre dejábamos de tomar a lamedianoche, y aunque manejaba mi autoen una laguna mental para llegar a lacasa parroquial, con unas horas dedescanso ya podía trabajar al díasiguiente, aunque con resaca. De esamanera no di motivos de escándalo a lagente de la parroquia. Algunos debieronde haber notado en la misa del sábado,que el «Reverendo Padre» no estaba deltodo bien, pero no tocaron el «timbre dealarma». Así protegían al sacerdote yeso, a fin de cuentas, sólo servía paraque yo siguiera tomando.

Después de unos cinco años elobispo pidió voluntarios para trabajar

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en otros países, y me ofrecí con gusto.Así es como llegué a un nuevo país muycontento de haber dado ese paso.Cuando me llegaban las frustraciones deaprender un nuevo idioma, deacostumbrarme a un nuevo clima,comida, cultura y costumbres muydiferentes, tenía el remedio siempre amano: una botellita de trago «espantafrustraciones». Reconocía de maneraalgo vaga que no estaba todo muy bien,pero suponía que con el paso del tiempotodo iba a arreglarse poco a poco. Asípasaron los años sin que se mepresentaran complicaciones graves.Lógicamente, durante estos años, fui

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desarrollando una tremenda capacidadde encubrir, tapar y disimularlo todo, detal manera que, aparentemente, todoandaba viento en popa. Pero en realidad,mis compañeros han debido dereconocer que las cosas iban de mal enpeor. Sólo que no sabían por dóndeagarrar el problema, puesto que en minegación me había vuelto muy arrogante,engreído y prepotente. En unaoportunidad le pregunté a una hermanareligiosa por qué ningún compañeroofrecía comentarios a mis «brillantes»sugerencias, y ella me respondió:«¿Piensas tú que alguien se atrevería acontradecirte?» Era una invitación de su

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parte a cuestionarme a mí mismo. Perono lo hice.

Así iba progresando en nuestraenfermedad, que se define comoprogresiva, incurable y fatal. Más tardeconocí a una mujer que llevaba muchosaños en el programa, que siempreagregaba la palabra «paciente» a«progresiva, incurable y fatal», puesdecía ella que el alcohol nos estabaesperando a la vuelta de la esquina. Mehacía mucha falta una experiencia muydramática y vergonzosa para quereconociera mi realidad de ser unalcohólico «hecho y derecho». Es lo quenosotros en A.A. llamamos «tocar

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fondo».Esa «bendición disfrazada» me llegó

de la siguiente manera: Mi obispo mepidió atender a cuatro parroquiasabandonadas y muy lejos de la ciudad.Llegar a esas parroquias era todo undesafío, y más todavía en tiempo delluvias, porque los caminos se poníantotalmente intransitables. Acepté esenombramiento de muy buena gana, perodespués de relativamente poco tiempocaí en la cuenta de que ese trabajo erano sólo difícil sino imposible. ¿Por qué?Porque iba viajando de un lado a otrocon mucha frecuencia, de tal manera quenunca estaba mucho tiempo en ninguna

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parroquia. Era como un picaflorpasando de un lugar para otro sin tenerla posibilidad de cultivar una relaciónhumana con nadie. Como dice el refrán:«El que mucho abarca poco aprieta». Alcaer más y más en la cuenta de que mimanera de insertarme era muyequivocada, comencé a sentirresentimiento para con el obispo quien,según mi pensamiento, me habíaencomendado una misión no sólo difícil,sino una tarea condenada al fracasoantes de comenzarla. Y luego, en vez deplantearle al obispo el problema talcomo yo lo veía, me guardaba elresentimiento adentro porque ya me

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había acostumbrado a disimular todoproblema y actuar como si no existiera.Pasaron muchos meses, mientras ibacreciendo mi resentimiento contra alobispo. Después de un tiempo meencontré en la misma casa con el obispoy comencé a tomar tragos fuertesdirectamente de la botella, sorbo trassorbo. Así que entré en cólera ysubiendo al cuarto donde estaba elobispo, descargué todo mi resentimientocontra él, inclusive con palabrasgroseras. Al día siguiente ni meacordaba de lo pasado la noche anterior,pues, estaba en una laguna mental en queel alcohol no dejaba funcionar

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normalmente la memoria.Uno de mis hermanos sacerdotes me

contó todo lo que había pasado la nocheanterior incluyendo todos los detallestan vergonzosos. Eso fue para mí, tocarfondo. Estaba lleno de vergüenza, depena y de deseos de borrar todo loocurrido, aunque evidentemente no eraposible hacer eso. Luego me fui dondeel obispo para pedirle perdón. Y él,mirándome con gran cariño fraternal, medijo: «Tú no eres un hombre malo, puestú y yo hemos realizado muchas obrasmuy hermosas y valiosas en bien de lagente. Lo que pasa es que tienes unaenfermedad que se llama alcoholismo y

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esa enfermedad te está minando todo lobueno que el Señor Dios te ha dado através de tu vida larga y hermosa. Tepido de hinojos que aceptes eltratamiento que necesitas para quepuedas comenzar tu vida de nuevo ygozar de una sobriedad creciente un díaa la vez».

Como mis hermanos sacerdotes meestaban sugiriendo lo mismo, acepté, untanto de mala gana, la invitación ainternarme en un centro de tratamientoexclusivamente para sacerdotesalcohólicos. Al estar allí poco tiempollegué a reconocer mi condición dealcohólico… pero a regañadientes. Me

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costó mucho no sólo reconocerlo, sinotambién aceptar tranquilamente mirealidad.

Intelectualmente no podía seguirnegándolo, pero al nivel de lasemociones, no podía aceptarlo conserenidad. Rezaba hasta con lágrimasdurante mucho tiempo hasta que, poco apoco, fui llegando a una paz másprofunda conmigo mismo y con micondición de alcohólico. Lo que mesalvaba el pellejo era el hecho de queasistía a reuniones de A.A. tres o cuatroveces por semana. Esos compañeros ycompañeras del programa de los 12Pasos fueron mis maestros, mis

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compañeros y mis amigos de verdad;pues me aceptaban con gran cariño yrespeto, pese a mis defectos yproblemas, que no eran pocos. Llegué auna aceptación aun gozosa de micondición de alcohólico enrecuperación. Y, ¿cómo pasó todo eso?Pues, en un determinado momento,comencé a apreciar el hecho de misobriedad y tomé la decisión de nuncarehusar una petición de servicio a lagran familia de A.A. Al hacerlo,comencé a descubrir que mi PoderSuperior estaba valiéndose de mí paraservir a mis hermanos alcohólicos quenecesitaban recibir la buena noticia de

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que hay una solución. Así que el Diosque conozco muy poco, pero que meconoce a mí y me ama muy de veras, meestaba abriendo todo un nuevo caminode servicio. Al tratar de compartir elprograma y de acompañar a muchaspersonas en un camino nuevo hacia unasobriedad y una serenidad nuevas ymaravillosas, estaba caminando yomismo por ese nuevo camino. Llegué aver claramente que mi alcoholismo eraen realidad una gran bendicióndisfrazada.

En mis primeras reuniones de A.A.,a veces escuchaba a un compañerodecir: «Yo me llamo Pedro y soy un

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alcohólico muy agradecido». Semejantedeclaración me daba rabia y hasta ascoy pensaba: «Basta de teatro; no nos hacefalta, Don Pedro, que figures como ungran héroe y campeón». Pero poco apoco, al escuchar los testimonios demuchas personas en el programa, yomismo llegué a ver muy claramente queel Dios que no conozco muy bien meestaba llamando a esa nueva vida depaz, de serenidad, de gozo y de utilidadpara servir a mis hermanos y hermanas.Es que durante mis años de bebedoractivo, me estaba separando poco apoco de la gran familia humana. Yahora, con la bendición de Dios que me

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llegaba por el programa de A.A., meencuentro reunido nuevamente con todosmis hermanos y hermanas… y muyparticularmente, con los que nosjuntamos en una relación de respeto, deafecto fraternal y de amor sincero ygeneroso los unos para con los otros, yaun más allá, con todos los demás.

Gracias a la «bendición disfrazada»de mi alcoholismo, vivo con unasobriedad y una serenidad crecientes.Tengo el gusto de acompañar en nuestrogrupo local a varios hermanos yhermanas en su esfuerzo diario paracrecer en el programa de A.A. Tambiéntengo el privilegio de compartir mi

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«experiencia, fortaleza, esperanza» ydebilidad con muchos compañeros quebuscan una salida de esa vida que vivenen las tinieblas y en la jaula de nuestraenfermedad antes de A.A. Luego, cuandoveo a un hermano agarrarse fuertementea nuestro programa bendito de los 12Pasos, siento un gozo íntimo e inmensoporque me doy cuenta de que mi PoderSuperior se vale de mí para hacermaravillas a favor de mis hermanos dela gran familia humana. Realmente hevuelto a unirme con esa gran familia yme siento muy en casa. Aun cuando misesfuerzos de ayudar a algún hermano noresulten todo un éxito, no me desanimo

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porque sé que al contemplar laresistencia de aquel hermano, estoycontemplándome a mí mismo durante loslargos años de mi resistencia. Además,sé muy bien que nunca es demasiadotarde para entrar en A.A. y que nunca esdemasiado temprano para salir de lajaula y encontrar una verdadera paz enla sobriedad y la serenidad que nosofrece el programa de A.A.

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(11)

TOMABA PORQUE LOGOZABA

Creía poder lograr lo que fuera sise esforzaba lo suficiente, pero se diocuenta de que ningún esfuerzo personalsería suficiente para controlar suforma de beber.

DE TODOS los adjetivos que medescriben, el que en sí define quién soyes «alcohólica». El alcoholismo se

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manifestó en mi vida desde un principioy es claro que ha dictado el curso de mivida profundamente; tantonegativamente, llevándome al abismo dela desesperación, como positivamente,por medio de la recuperación, dándomeoportunidades inimaginables decrecimiento. La progresión delalcoholismo me transformó de unabebedora alegre que le daba vida a lafiesta, a una bebedora triste y sola quetenía que beber antes y después de lafiesta.

Soy la hija menor de una madresoltera. A mi padre lo sacó de la casa lapolicía cuando yo tenía cinco años,

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debido a sus violentas borracheras.Desde entonces él no vivió con nosotrosy se convirtió en un borracho de la calle.Mi mamá decía que él era un buenhombre pero que su vicio lo dominaba.Me crié con mi madre y mis doshermanas, una, ocho años y la otra,dieciséis años mayor que yo. Criándomecon ellas me sentía como que tenía tresmadres. La hermana mayor me dabacariño, la de en medio me llevaba afiestas y mi mamá me daba castigos.

Mi madre me mandaba queacompañara a mi hermana cuando iba afiestas. Fue ahí, a la edad de doce años,donde probé el licor y en el licor

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encontré el porqué de vivir. Fuera de losmomentos felices que el alcohol mepermitía en ocasiones sociales, missentimientos predominantes eran elmiedo y la ira. A temprana edaddescubrí que la vida requiere arduotrabajo y que, hiciera lo que hiciera,siempre iba a estar mal con mi mamá.Aprendí que no podía depender de nadani de nadie, que tenía que sercompletamente autosuficiente. Que,fuera lo que fuera que quisiera lograr, lopodía lograr si me esforzaba losuficiente.

Cuando tenía diecisiete años, mihermana, que había emigrado dos años

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antes a otro país, me invitó a vivir conella. No tuvo que ofrecérmelo dosveces. Yo hubiera ido al fin del mundopara escapar las rabias de mi mamá.Todavía recuerdo el día que salí.Sentada en el avión que me traía, conlágrimas rodando en mis mejillas, medecía a mí misma: «¡Nunca regresaré aeste lugar… nunca!»

Mucho tiempo después, a través demi trabajo con los Pasos, me di cuentade que ese lugar no necesariamente erami país, sino el lugar interno en quevivía. Desde que estoy en A.A. no hetenido que regresar a ese lugar.

Al llegar al nuevo país vi la

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oportunidad de crear una buena vida.Cuando me preguntaban de mi pasado,inventaba cosas buenas. Decidídedicarme a trabajar y a estudiar, parademostrarle a mi mamá lo equivocadaque estaba cuando en sus furias me decíaque yo nunca iba a ser nada. Además deestudiar y trabajar, me distraía bebiendopara ahogar el resentimiento y celebrarlos éxitos.

En la universidad era bien popularporque mantenía el baúl de mi carrobien surtido de vodka y lo necesariopara hacer buenos martinis. Cuando meestablecí profesionalmente, me hiceparte del grupo de compañeros que

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salían a almorzar con tragos y al fin deldía iban a divertirse y cerraban todoslos bares. Después era yo quien losllevaba a casa a todos porque estabandemasiado borrachos para manejar y yo,muy borracha para darme cuenta. Luego,cuando comencé a trabajar en mi propiaempresa, ya no tenía los compañeros detrago, sino que iba a almorzar a mi casay me quedaba trabajando en casa con unbuen vaso de ginebra o vodka en miescritorio.

Según progresaba mi alcoholismocomencé a despertar con resaca, y nohabía habido fiesta la noche antes.Muchas veces me decía que no iba a

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beber ese día y terminabaemborrachándome. Quería creer quetomaba sólo porque me gustaba tomar.Me encontré con una antigua amiga detragos, y empecé a salir con ella enbúsqueda de excusas para beber. Unanoche estábamos las dos borrachas y medijo que yo era alcohólica y que ellasabía que también lo era. No sé dedónde me salió, pero le dije, «Bueno, sisomos alcohólicas, tenemos que ir aA.A.» Al día siguiente llamé al númerode A.A. que encontré en la guíatelefónica. Me dieron la dirección y lahora de una reunión en mi pueblo.

Llamé a mi amiga y le dije que la

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recogería el martes para ir a nuestraprimera reunión de A.A. Lo que más mepreocupaba cuando íbamos de caminoera que pudiera encontrar a alguien queme conociera. Estando en la reunión nosentí que tenía nada en común con lagente presente. Eran mayores que yo,hablaban de tomar y no tomaban. Peroalgo me hizo decidir que íbamos aseguir yendo. Le dije a mi amiga que labuscaría los martes para ir a la reunión yella dijo que sí. En mí no cambió nadamás que los martes no tomaba. Perocomo le había dicho a mi compañeraque estaba asistiendo a reuniones deA.A., cuando tomaba tenía que tomar a

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escondidas. Luego, en anticipación delas fiestas navideñas, decidí que iba aser normal nuevamente y que iba a bebersocialmente. Pero entonces el trago notenía el mismo efecto que antes. Siestaba triste, me ponía más triste. Siestaba enojada me ponía más enojada.Empecé a tener momentos deslumbrantesdonde me daba cuenta de que no podíatomar y no podía no tomar. Y aunquehubo noches que me acosté deseando nodespertar, generalmente sacaba esospensamientos de mi mente mas rápido delo que llegaban, y me decía que no teníaningún problema, y que tomaba porquelo gozaba.

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Durante mi alcoholismo encontré elamor de mi vida en una compañera deestudios. Este año celebramos nuestrotrigésimo año juntas. Ella no esalcohólica, pero había algo en su ser queencajaba completamente bien con los«ismos» de mi alcoholismo. Mialcoholismo estaba afectando nuestrarelación, y una noche ella me confrontóy me dijo que quería que buscara ayuda.Algo me hizo reconocer entonces que yoestaba a punto de perder a la únicapersona que tenía valor en mi vida, yque al perderla, yo le daría mi vida alalcohol como lo hizo mi padre. Sucadáver lo encontraron descompuesto en

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una huesera. Yo ya tenía una cita con mimédico para mi examen físico anual. Yuna de las preguntas que me hizo eldoctor cuando terminó de examinarmefue: «Ud. no bebe, ¿verdad?» Yo lerespondí: «Una de las razones de mivisita es que creo que tomo demasiado».Me preguntó: «¿Cuánto bebe?» Le dije:«Una cerveza de vez en cuando». Él,sabiamente, llamó a una consejera dealcoholismo y me puso en el teléfonocon ella allí mismo. Hice una cita parair a verla, la cumplí, y fui por primeravez completamente honesta en cuánto ycómo bebía. Ella me dijo que no sabía siyo era alcohólica, pero que podía

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obtener ayuda por medio de consejería,terapia, tratamiento interno o externo.También me dijo que A.A. daba losmejores resultados. Salí de su oficinapensando que con consejería semanal searreglaría el problema. Pero cuando mellamó por la tarde para explicarme lodel seguro, la interrumpí y le dije que yahabía decidido ir a tratamiento interno.Entonces no sabía de dónde me habíansalido esas palabras. Ahora creo que lagracia de Dios intervino.

Empecé a conocer el programa y laComunidad de Alcohólicos Anónimosen ese centro de tratamiento, dondeestuve interna veintiocho días. Allí me

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introdujeron a los Pasos, al concepto delapadrinamiento, a la necesidad de ir areuniones continuamente, y a ser fiel alos principios de A.A. Fue durante miestadía en tratamiento que logréconcebir un Poder Superior. Yo habíallegado a creer que no había nada ninadie de quien yo pudiera dependerexcepto de mí misma. Con esaconvicción, se me hizo obvio cuando memostraron el segundo Paso que para míno había esperanza. En el Segundo Pasoyo entendí que se necesitaba fe en Diosy yo sabía sin ninguna duda que Dios noexistía. La consejera me dijo que yotenía un problema y me sugirió que

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hablara con la capellana. Actué de unmodo atípico debido a midesesperación, y seguí el consejo. Lacapellana me dijo que yo tenía elprincipio de la fe porque tenía el deseo.En realidad no tenía el deseo de tener fe,pero tenía el deseo de recurrir acualquier extremo para no vivirsintiéndome como me sentía. Ella merecomendó que le escribiera a Diosdiariamente. Yo me reí y pensé que esareceta era ridícula. Pero, nuevamente,gracias a la desesperación que elprofundo dolor en mi alma me causaba,seguí el consejo. Comencé a escribirle adiario a alguien que llamaba Dios.

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Poquito a poco, después de un par desemanas, empecé a sentir un canal decomunicación entre una fuerza espiritualde la cual me sentía parte, y de la cuales parte todo lo que vive, y mi propioser. Le llamé Dios porque no tenía otronombre que darle. Como consecuenciade esa conexión espiritual, desdeentonces he sentido un sinfín desentimientos, pero no he sentidosoledad.

A los seis meses de estar enAlcohólicos Anónimos me di cuenta deque me faltaba algo, no sabía qué. Iba acinco reuniones a la semana. No teníadeseos de beber. Disfrutaba de mis

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nuevas amistades; mi compañera y yoestábamos trabajando fuerte en nuestrarelación. Pero había un vacío en mí.Temerosa de ese sentimiento, hice unacita para ver a mi consejera del centrode tratamiento. Ella me dijo que todavíale estaba guardando luto a mi viejoamigo Don Alcohol. Me recomendó queme volviera activa en A.A. Lo hice.Obtuve mi primer trabajo de «cafetera».Luego, presté otros servicios en otrosgrupos.

Desde entonces nunca he estado sinparticipar en el servicio en A.A. Através de mi trayectoria de servicio enA.A. he forjado fuertes relaciones con

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otros compañeros servidores deconfianza y estoy sumamente agradecidapor ello. A través de la práctica de losConceptos y las Tradiciones, mi vidatiene un nuevo significado desde queempecé a participar en el servicio.

A los once años de estar en A.A.tuve un fondo emocional y espiritual y,siguiendo la sugerencia de mi madrina,me interné unos días en un lugar derecuperación que sigue nuestroprograma. Mi compañera y yo noshabíamos hecho cargo de dos niñitascuyos padres se encontraban en laprofundidad de la adicción. Yo,aparentemente, había dado casi más de

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lo que tenía. En la finca lo único que mesucedió fue que estuve apartada del caosque existía en mi casa; también estuverodeada de alcohólicos recién llegadosque me acercaron a mi pasado.Estudiamos el Libro Grande todos losdías, comencé los Pasos formalmentedesde el primero otra vez, y adquirí lacostumbre de rezar de rodillas lasoraciones del Tercer y Séptimo Pasostodos los días. Regresé a mi casa, queestaba igual que cuando salí. Yo, sinembargo, no era la misma y enfrentamosla situación con mis herramientasafiladas. No se rompió mi familia,pudimos ayudar a las niñas, y no tuve

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que beber.En A.A. he podido alumbrar mis

adentros con la luz de nuestro programaespiritual de recuperación para podermever tal cual soy, y ofrecerme a Dios paraque me sane un día a la vez. Con elapoyo de mi madrina, y con una gran redde apoyo que incluye a mi grupo base ymuchísimos compañeros más, puedoenfrentarme cada día con lo bueno y conlo malo, sabiendo que no vendrá nadaque mi Poder Superior y yo no podamosmanejar. He tenido oportunidad deasistir a reuniones en otros lugares y enotros países, y cada vez ha sido comollegar a casa.

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Regresé a mi país después de unaausencia de veinticuatro años. Laexperiencia fue como un lienzo desalvia. Pude ver a viejos familiares yconocer familiares nuevos. Mi abuelapaterna estaba a punto de morir y pudecoger su mano en las mías antes de quefalleciera. Fue una experiencia para mímuy simbólica, porque al mismo tiempome encontré con la hija recién nacida demi prima. Verdaderamente me encontréen el círculo de la vida. Unos añosdespués, mis dos hermanas y yoviajamos juntas a mi país. Compartimosel amor de la patria, de familiares,amigos y hermanas.

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Son increíbles los logros que seobtienen viviendo en sobriedad. Hoy endía tengo el amor y el respeto de toda mifamilia, la biológica y la escogida.Siento amor y compasión por mi madre,quien tiene ahora 91 años de edad yconfía y depende de mí. Le pido a Diosque me guíe y me dé fuerza para hacer suvoluntad todos los días.

Tengo muchos sobrinos para quienessiempre estoy disponible. Tengo unasobrina muy allegada a nosotros. Unavez, cuando ella era chiquita, no mequiso abrazar porque me sintió olor alicor y me dijo: «Usted apesta otra vez».Esa misma sobrina, en el día de su boda,

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se paró para agradecer en público a micompañera y a mí nuestra contribución.Después, tuvimos el honor de estarpresentes en el nacimiento de su hija.

Los beneficios que he recibido porser miembro sobria de A.A. soninnumerables; y el amor y gratitud quellenan mi corazón, inmensos.

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(12)

«LO QUE MAS ODIÉ, YOFUI…»

Como un púgil vencido pasó variosdías tendido en la cama sin siquierapoder levantarse. Cuando su fielesposa volvió a sugerirle la alternativade probar A.A., aceptó.

NACÍ hace cincuenta años en el senode una familia sencilla, muy numerosa, yen unos años difíciles en la historia de

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mi país.Fui creciendo y me daba cuenta de

los problemas que el alcohol estabacausando en mi familia. Infinidad deveces observaba a mi madre llorarporque mi padre no sólo tomabaalcohol, sino que gastaba en la bebida elpoco dinero que había para comprarescasamente el pan para los oncemiembros de la familia.

Fui el único de los hermanos quepudo ir al colegio, por ser el menor. Allítuve mi primer contacto con el alcohol y,a partir de ese momento, mi vida iba aestar marcada por él. Acompañaba a mipadre una y otra vez a los bares para ser

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siempre su vigilante. Me enviaba mimadre y siempre era el bastón donde mipadre se apoyaba para llegar de lamejor manera.

Comencé a trabajar muy joven.Cuando salía del colegio, aprovechabalos claros del día que quedaban paraayudar a mi madre a recolectar algodón.Cuando cumplí los trece años, tuve miprimer empleo; pero el alcohol hacíatambién más daño a mi cuerpo, ypasados unos pocos días me despidierondel trabajo. Me inventé una historia y ledije a mi familia que, como teníaalgunos estudios, quería ser algo másque un peón, pero a los pocos días me

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volvieron a dar el empleo y continuéunos años en el puesto, siempreadvertido de expulsión.

En el puesto de trabajo conocí a laque hoy es mi esposa. Fueron unos añosfelices, en los que más de una vez elalcohol me tumbó, pero ella siempreestaba allí. Nuestras salidas eransiempre infernales; cuando me pasaba enla bebida terminaba llorando ymaldiciendo a mi familia porque no mequerían, no me daban dinero y muchascosas más, que ella soportaba conmucho amor. Me ayudó siempre, hastaeconómicamente. Un día decidí ingresaren el ejército; quería seguir la carrera de

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las armas, pero mi vida se fuecomplicando de tal manera por elalcohol que hizo que pasara variasveces por los calabozos por mi manerade beber. Un día que tenía que ser muyespecial para toda la familia, el día demi santo, estaba de servicio y abandonémi puesto. Al regresar al cuartel eloficial de guardia se dispuso aarrestarme y quitarme el arma, pero yoestaba tan bebido que me lancé sobre él,y con el arma montada se la puse en laboca dispuesto a matarle. Loscompañeros evitaron lo peor. Mearrebataron el arma y me encerraron enun hospital por depresión y tuve que

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abandonar el ejército.Como yo no quería trabajar solicité

el ingreso a la policía. Lo conseguíporque en aquellos días todos valían.Los estudios que poseía y la fuerza queme daba el alcohol hicieron que prontoascendiera y que un cuerpo que erarepresivo aceptara a una persona taninhumana como era yo.

Contraje matrimonio enseguida queobtuve un destino. Una y otra vezllegaba bebido a casa. Siempre leprometía a mi esposa que dejaría labebida pero cuando volvía al amanecerno me acordaba de lo dicho. Pasó tansólo un año y tuvimos nuestro primer

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hijo. Parecía que todo cambiaría pero nofue así. Mi vida se hacía imposible sinalcohol.

La situación política de mi país y elalcohol marcarían para siempre midestino. Me encontraba en un control decarreteras toda la noche, de servicio, ycon una botella de alcohol. Un vehículose saltó la señal de «stop» y realicéunos disparos. El vehículo se detuvo yfue analizado por mis superiores. Por lagracia de Dios no pasó nada gracias alos refuerzos de chapa del vehículo y losasientos, que frenaron la trayectoria delas balas. Los ocupantes salieron ilesos.Durante varios días y noches no pude

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conciliar el sueño. Tomé la decisión deabandonar la policía y trasladarme atrabajar en las explotaciones agrariasque poseía el padre de mi esposa. Pocoa poco me fui ganado su confianza. Eraun hombre rudo pero de un gran corazón.Quería ver si su hija era feliz de una vezpor todas; pero no tuvo que pasar muchotiempo para que viera todos sus bienesembargados. Pero jamás me echó nadaen cara; continuamos juntos y un terribleaccidente lo imposibilitó en una silla deruedas y me hice cargo junto a su hijo detodo el negocio. Cada día que pasabaestaba todo peor. Por aquellos díasnació mi hija y mi esposa pensó que eso

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me haría estar cada día más en casa,cosa que no pasó. Estaba más lejos.

El alcohol había dominado ya todami vida, mi cuerpo y mi salud; pero mifamilia estaba siempre apoyándome paraque yo lo dejara. Un buen día meencontraba regando uno de nuestroscampos, llorando. Necesitaba beber y noquería. Me habían puesto en tratamientopsiquiátrico. No sé nada de lo que pasó.Aparecí encerrado en un centrosanitario, con un vigilante. Me contaronque había intentado quitarme la vida.Estando en el centro mi esposa me dio laalternativa: me ofreció la comunidad deAlcohólicos Anónimos. Yo me irrité

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mucho; le grité a mi esposa y le dije queeso no era para mí.

No me echaron de casa pero ya nocontaba para nada. Mis hijos me teníanmiedo, mi esposa no dormía esperandolo peor. Conforme pasa el tiempo, elalcohol me hunde más. No coopero encasa, no atiendo a mis hijos, y elsufrimiento es tan fuerte en la familiaque una y otra vez me tienen queingresar. Una mañana me encontrabatendido en la cama, como un púgilvencido por uno más fuerte que él. Todome daba vueltas. La habitación parecíaun reactor en marcha; tenía miedo,pánico y estaba solo. Así pasé varios

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días en los que sólo me rodeaban misimaginaciones. Entró mi esposa y medijo: «Creo que necesitas algo más queayuda médica, ¿por qué no lo intentas?»Mi respuesta afirmativa tuvo frutoenseguida. Dos miembros deAlcohólicos Anónimos aparecieron enla habitación. No pude ni levantarme.Estaba enroscado como una pelota. Merecosté y escuché a estas dos personas.Me impactaron y más cuando me dijeronque ellos se estaban beneficiando conestar allí. Decidí probar.

Aquella noche aparecieron en uncoche destartalado y me llevaron a ungrupo de A.A. Allí las sonrisas y las

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sugerencias de tantas personas mepusieron en el camino. No recobré a lamujer que tengo, porque jamás la perdí.Fue siempre más fuerte que yo. Pasaronlos días y recuperé a mis hijos, queéstos si los había perdido. Siempre quesu padre entraba ellos salían corriendo.Y, lo que es mejor, los conseguí sintener que hacer ningún regaloeconómico, tan sólo abrirles el corazón.

Cuando conseguí un poco desobriedad, empecé a trabajar de lleno enmi empresa día tras día. Se me hacíaimposible recuperar todo lo que habíaperdido, pero con un adelantamientoconstante, las aguas fueron volviendo a

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su cauce.Fueron llegando los primeros

conflictos. Quería serlo todo, buenpadre, esposo y empresario; pero habíadejado de serlo y además había hundidoel barco de todo lo que poseía cuandobebía. Y había unas personas quetuvieron que hacer frente a mi abandonoy a ellas les fue duro. Tuve que aprendera compartir responsabilidades, cariño,amor, dinero, negocios y tranquilidad,que tan sólo lo conseguí con la humildadque el programa de AlcohólicosAnónimos me estaba dando.

Así fui consiguiendo la confianza demis seres queridos. Un día me di cuenta

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del vacío que Don Alcohol había dejadoen mi corazón y, poco a poco, me fuiincorporando a la vida familiar yempecé a dar todo lo que olvidé enaquellos años. Sintiendo el deber,comencé a dar lo que un día me dieron amí, por la obligación de ser un buennacido y para que mi sobriedad no setambalee.

Un día odié a mi padre por sualcoholismo; yo soy un alcohólico. Undía mi padre se alegró de que yoestuviera en Alcohólicos Anónimos. Mishijos se enorgullecen. Fui el sustento demi padre, el de mis hijos también.

Creo que mi vida llegó a ser lo que

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yo más odié, pero cuando estuvehundido en la miseria del alcohol,apartado de todos, solo, con miltemores, llegando incluso a robar a mipropia familia dinero, tiempo y otrascosas más —tras la visión de los dosseñores, que tuve tumbado en la cama—llegó un mensaje que transformó a un serinútil en útil, en un padre de familia yamigo y compañero para la Comunidad.

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(13)

INSISTIÓ EN DISFRUTARDE LA VIDA

Bebedora periódica, seguíaingiriendo alcohol para sentirse libre yasí pasarlo bien con sus amigos, apesar de las úlceras, las resacas y laslagunas mentales. Acabó encontrandola verdadera libertad y amistad en lassalas de Alcohólicos Anónimos.

TIEMPO atrás yo no sabía lo que la

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palabra «gratitud» significaba. Hoy esdiferente. Para mí, «gratitud» essalvación y sobriedad.

Me crié en un hogar muy cariñoso;pero desafortunadamente muchosmiembros de mi familia (por amboslados) han sido bebedores, y algunosaún ingieren bebidas alcohólicas. Tengodos hermanos y una hermana gemela;todos bebíamos en exceso. Hoy yo soyla única que ha logrado la sobriedad.Nuestros padres hicieron todo lo quepudieron para educarnos bien. Sinembargo, ya que nuestra familia era muyconservadora, no nos enseñaron a hablarlibremente acerca de nuestros

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sentimientos ni mucho menos a hablar aotras personas acerca del alcohol queestaba reinando en nuestro hogar; y norecuerdo haber escuchado nunca en mifamilia la palabra alcoholismo ni muchomenos Alcohólicos Anónimos.

Tuve mi primera experiencia con elalcohol en el último año de la escuelasecundaria. Era la época de la fiesta degraduación. Ese día tomé y no recuerdoexactamente si me emborraché o no.Luego llegó el verano y, días antes deingresar en la universidad, salí ydescubrí el mundo de los bares. Mesentía fabulosamente, libre, y sóloquería bailar y, por supuesto, el alcohol

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me ayudó a hacerlo.Durante mi época de universitaria

tomé más alcohol y como consecuenciafue un período de oscuridad. Era unabebedora periódica. Bebía para pasar unbuen rato con mis amigas. No bebía adiario, ni cada semana; pero cuando lohacía bebía en exceso. También era unabebedora que experimentaba lagunasmentales. Como ya he dicho, aunque escierto que bebía ocasionalmente, cuandolo hacía me volvía una borracha feliz obien una borracha fastidiosa. Muyraramente tuve resaca, posiblementeporque bailaba y sudaba mucho.

En una de las ocasiones en las que

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bebí demasiado acabé en la enfermeríade la universidad y allí me dijeron quetenía una úlcera, causada por la cerveza.Me pareció que la mejor solución eradejar de tomar cerveza, y cambiarla porotra clase de bebida.

La noche en que cumplí veinte años,en una época en que estaba tomandomedicinas para las úlceras y al mismotiempo bebiendo, tuve un graveaccidente. Destruí totalmente el cochede una amiga. No obstante, nadiemencionó en aquel momento que losucedido fue una consecuencia de lomucho que había tomado. Yo eraconsciente de que mis amigas bebían

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mucho, pero no me daba cuenta decuánto bebía yo. Nadie me dijo quebebía demasiado.

A la edad de veinticinco años, en laoficina donde trabajaba, a la hora delalmuerzo, ingería mucho alcohol yregresaba así al trabajo, algo quereconozco con mucha pena porque erapoco profesional. Un colega cubría pormí y por eso no me despidieron.

A los veintiocho años tuve dosborracheras que nunca olvidaré. Laprimera comenzó un típico fin de semanade octubre. Por lo general salía con misamigos y «disfrutábamos» juntos. Unsábado por la tarde —que terminó de

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manera horrible— yo me separé de misamigas, algo que no solía hacer.Caminando por la calle, lleguétambaleándome a un lugar donde losturistas se congregan para ver lasactuaciones de los artistas callejeros.No me gustaba la manera en que secomportaban los turistas, o sea, no seestaban comportando a mi gusto; y, poresa razón, decidí «enseñarles» a serbuenos turistas. En el suelo había unsombrero en el que la gente echabadinero para los artistas y yo lo tomé y lopuse delante de la cara de cada uno delos turistas diciéndoles que echarandinero en el sombrero. Les dije algo

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como: «No sean tan tacaños, estos tiposestán tratando de ganarse la vida. Echenun poco de dinero en el sombrero». Laplaza estaba llena de artistas y demúsicos, y alrededor de la plaza habíaunos botes de basura hechos de hierro.Yo estaba tan enfocada en hacer pasarun mal rato a los turistas, y como nocaminaba bien y me daba vueltas lacabeza, perdí el equilibrio y me choquécontra un bote de basura. Comoresultado me salió un moretóngigantesco que tardó seis semanas endesaparecer.

Pero eso no fue suficiente. Esemismo día, después del gran golpe,

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continué caminando, o mejor dichotambaleándome por el barrio y llegué auna heladería. Recuerdo que había unperro que se estaba comiendo el resto deun helado que a alguien se le habíacaído al suelo y yo me dije que el perronecesitaba ayuda y me puse de rodillas acomer helado con el perro. Ahora digo¡menuda vergüenza!, pero eso no mehumilló lo suficiente. Después decompartir el helado con el perro, alvolver al bar donde estaban mis amigos,vi a un vagabundo que caminaba haciamí. Me paré ante él, lo besé, y sinpensar le di todo el dinero que llevabaen mis bolsillos, cerca de setenta

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dólares.Al llegar al bar comí media docena

de ostras, pero de lo que pasó despuésno les puedo contar porque no lo puedorecordar. Solamente sé que me dijeronque tuve envenenamiento alcohólico yque pude haber muerto.

Pasado un mes, un día me bebí trescervezas y me puse totalmente fuera decontrol. El alcohol ya no me hacía elefecto que yo deseaba, no me sentíafabulosamente, ni feliz, ni libre.

Comencé a beber a los diecisieteaños de edad e ingresé en el programade AA recién cumplidos los veintinueve.Algunos pueden decir que no pasé

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mucho tiempo en el mundo del alcohol,pero en realidad para mí sí lo pasé,porque de continuar bebiendo nohubiese sido capaz de escribir estahistoria.

Afortunadamente, en el trabajoteníamos un programa de «Ayuda alempleado» y allí me dirigieron a unapsicóloga. La doctora era una personacalmada y cariñosa; realmente nuncahabía conocido a nadie así. No se tomómucho tiempo en hacerme unas veintepreguntas y rápidamente reconocer quehabía fallado a la primera, «¿Tienelagunas mentales?» Yo habíacontestado: «Sí, casi siempre», y creía

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que esto era normal.Ella se dio cuenta muy pronto de que

yo era alcohólica, y una de sus primerasestrategias como profesional fuepedirme en una de las sesiones queanotara la clase de bebida que tomaba;en la siguiente sesión me pidió queescribiera la cantidad que tomaba; luegome pidió que le informara sobre eltiempo que pasaba bebiendo, y asísucesivamente la doctora fuepidiéndome más información sobre laforma en que yo ingería alcohol.

A la siguiente semana me preguntó sideseaba ir a una reunión. Yo dudé unpoco, pero al final le contesté que

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«seguro que sí iría». Ella ya teníaanotada la información sobre lasreuniones. Me sugirió que fuera a unareunión que se efectuaba los domingosal mediodía.

Para mí el 31 de diciembre de cadaaño era un día muy esperado porque eratemporada de fiestas y ocasión de bebermucho, mucho alcohol.Inconscientemente, el 31 de diciembrede 1989, por primera vez en muchosaños, tuve una celebración diferente.Fue una noche de paz porque no huboalcohol. El día de Año Nuevo fui a casade una amiga para jugar a los naipes;mientras estaba en la cocina para

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prepararme un champaña con jugo denaranja, tomé la botella y en esemomento decidí volver a poner labotella en su sitio y me dije a mí misma«yo no quiero esto».

Pronto fui a mi primera reunióncomo mi psicóloga había sugerido y mesenté en la última fila, en la silla delpasillo. No escuché ni una palabra de loque dijeron, solamente oí decir: «Si éstaes su primera reunión, hablaremosacerca del Primer Paso» y me dijeronque yo era la persona más importantedel grupo. Cuando la reunión estaba porfinalizar, preguntaron si alguien queríauna medalla por estar sobrio durante 24

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horas. Yo no reaccioné al principio,pero entonces el coordinador debió dehaber adivinado algo acerca de mí ydijo: «O un deseo de no beber hoy».Estas palabras fueron muy impactantespara mí. En ese momento me puse allorar y levanté la mano. Fui al podio yme dieron una medalla. Entoncesdijeron: «Siga viniendo», algo que nadiejamás me había dicho. Volví a lareunión de las seis de la tarde y a la delas ocho de la noche del mismo día.

Así empezó mi periplo en lasobriedad. Fui por lo menos a unareunión al día durante cinco años. A loscinco años de sobriedad, conseguí un

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trabajo diferente que me requería viajary por eso no podía asistir diariamente alas reuniones.

Hoy, quince años después, voy acinco reuniones a la semana. Cuandotomé la decisión de no beber el 1 deenero de 1990, no pensé que sería miúltimo trago (por la gracia de Dios, undía a la vez). La compulsión se fue esemismo día. Estoy totalmente agradecidaa mi Dios por haberme dado la gracia dedejar de beber después del episodiohorrible que pasé en aquel mes deoctubre.

De no haber sucedido esto, lo másseguro es que yo hubiese continuado

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bebiendo más tiempo y podría habermuerto. Me siento muy afortunada yagradecida desde el primer día de misobriedad.

Me encantó A.A. desde el primer díay trabajé con los Doce Pasos lo mejorque pude. También participéentusiasmadamente en las actividades deservicio dentro de A.A. desde elprincipio de mi sobriedad.

Hoy comparto mi vida con otroalcohólico en recuperación. Me doycuenta de que soy todavía un bebé eneste programa y debo estar dispuesta ahacer cualquier cosa para servir a otrosalcohólicos y yo «insisto absolutamente

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en disfrutar de la vida».

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SE CONSIDERABA UNTOMADOR SOCIAL

Más fiel y firme defensor de labotella por no poder concebir la vidasin alcohol, seguía fallando a sus seresqueridos y a sí mismo hasta tocarfondo e ir a pedir ayuda a un amigo,miembro de A.A.

ESTUVE tomando por espacio dedieciséis años, hasta la edad de treinta y

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un años en que llego a A.A. Losprimeros quince años de mi vida estuvebajo la tutela directa de mis padres y lossiguientes dieciséis años fue el alcoholel que manejó mi vida. Me hizo creerque la vida no tenía significado algunosi él no estaba presente.

En el comienzo el alcohol meliberaba de mi timidez extrema, mepermitía compartir con otros y meproporcionaba el valor hasta para sacara bailar a las muchachas. Este estadoinicial, aparentemente bueno, fueprontamente convirtiéndose en unproblema, a medida que la obsesiónmental y la compulsión física por el

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alcohol fueron progresando.Ahora reconozco que, para cuando

me gradué de la escuela superior, yo yahabía traspasado la línea imaginaria debebedor normal a bebedor problema,desde donde no hay regreso. Sinembargo, para esa fecha estaba muylejos de reconocer y, mucho menos deadmitir, mi condición de alcohólico.

Mi vida continuó, tratando de sersiempre un bebedor social,justificándome porque, por lo general,tomaba durante los fines de semana.Logré un título universitario y progreséen mi profesión a pesar de mi actividadalcohólica, lo que hacía muy difícil el

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reconocer un problema de alcoholismoen mi vida.

Mis problemas mayores comenzaroncuando contraje matrimonio con unabuena muchacha y no existían loselementos ni la compatibilidad decarácter necesarios para fortalecer estarelación, como el alcohol me habíahecho ver y creer.

Durante los tres años que duró estarelación me entregué a la bebida conmás frecuencia y tomaba hasta lainconsciencia. En ese estado, maltratabaverbal y físicamente a mi esposa. Nopodía controlar mi forma de beber, perojustificaba todos estos actos,

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atribuyéndoselos a la infelicidad en elhogar.

Cuando este matrimonio terminó,después de una hija con meses denacida, mi compulsión por tomar seacentuó, pero continuaba justificándolacon la excusa de que me encontraba enun período de adaptación.

«Mas por la gracia de Dios», en unmomento de mi vida en que meencontraba muy confundido, conocí aquien es hoy mi esposa. Ahora estabaconvencido de que por fin podría logrartodas mis metas y alcanzar la felicidad,ya que tenía a mi lado a un sermaravilloso a quien amaba y me sabía

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ser bien correspondido. Naturalmenteesto se llevaría a cabo mientras yocontinuaría bebiendo «socialmente» yaque no concebía la vida sin el alcohol.

Estuve tomando durante los primerosdos años de este matrimonio y esto mecausaba problemas en todos losaspectos de mi vida. Durante esteperíodo mi esposa abortó en cuatroocasiones, mis amnesias alcohólicaseran cada vez más frecuentes, micapacidad de asimilar el alcohol seredujo grandemente, mi matrimonio setambaleaba. Para mi esposa era como siestuviera casada con dos personasdiferentes, el de lunes a jueves y el de

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fin de semana.El alcohol me hacía reaccionar de

diversas formas, con agresividad o consentimientos de pena y culpa y hasta deservirle de payaso a las demás personas.Nada de esto era normal, pero yo seguíadefendiendo mi botella.

El 1 de febrero de 1974 inicié lo quehasta hoy ha sido mi última borrachera.Salí de la oficina acompañado de tresauditores de la compañía que habíanfinalizado su auditoría anual en untiempo inferior a lo previsto y, además,ese día marcaba mi tercer año con laempresa, por lo que me sentía eufórico.

Aunque para esa época había

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tomado la resolución de no ir a bares atomar —estaba convencido de que esteambiente era el que me causaba losproblemas y no el alcohol— estaocasión ameritaba que los invitara a untrago.

Un trago llevó al otro y a otro más.Hora y media más tarde, dos de losauditores decidieron marcharse y yo melas arreglé para que el tercero meacompañara a un trago más. Continuébebiendo compulsivamente y unas horasmás tarde estaba completamenteborracho y provoqué una pelea en ellugar, donde estuve muy próximo aperder la vida. Mi acompañante se

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ofreció a conducir mi carro hasta micasa pero yo insistí en que estaba bien yél optó por irse y dejarme solo.

Salí de este negocio conduciendo micarro y tomé la dirección contraria haciami casa. Serían, aproximadamente, las9:30 de la noche, y de aquí en adelanteno recuerdo nada de lo que me sucedió,ni dónde estuve hasta la 1:45 de lamañana del día siguiente en que lapolicía me detuvo en un pueblo al oestede mi residencia. Hoy considero queesto fue por la gracia de Dios, ya que dehaber continuado manejando…

Me arrestaron y tuve que recurrir ami cuñado y a un amigo abogado para

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que me liberaran y no pasara la noche enla cárcel. Recuerdo que cuando llegué ami casa cerca de las seis de la mañaname tomé un trago más «porque estohabía sido otra aventura y había quecelebrarlo» y me tiré en la cama.

Desperté como a la una de la tardeangustiado, desesperado, avergonzado ysintiéndome la persona másdespreciable de este mundo. Le habíafallado a mi esposa nuevamente, mehabía fallado a mí mismo. Yo no queríaser así, ¿qué me estaba pasando?

Salí de la casa en el carro de mihermana —el mío se había dañado lanoche anterior— sin dirección fija y sin

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saber qué hacer. En ese momento y porla gracia de Dios vino a mi pensamientoel nombre de un amigo que cinco añosantes me había invitado a una reunión deAlcohólicos Anónimos. En cuestión desegundos fue como si me pasaran unapelícula donde pude ver el cambiopositivo que se había operado en la vidade este amigo. Había terminado susestudios, tenía un buen trabajo, se habíacasado, tenían unas niñas fruto de esematrimonio y, sobre todo, no bebía y seveía feliz sin beber.

En cambio, yo me encontrabasumergido en un profundo hoyo sin sabercómo salir de él. Considero que esta

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experiencia provocó que realmentetocara fondo, y me dirigí a su casa apedirle ayuda. Nunca olvidaré esteencuentro, en que lloré mucho. Me dicuenta de lo equivocado que estaba altratar de lograr la felicidad en la vida através del uso de bebidas alcohólicas, yacepté asistir a mi primera reunión deA.A.

Llegué al programa de A.A. y, unavez que acepté mi impotencia ante elalcohol, comencé a vivir un estilo devida nuevo. ¡Vivir en sobriedad! Medejé guiar por los compañeros y, amedida que fui conociendo los DocePasos de recuperación del programa,

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éstos fueron constituyendo la base sobrela cual comencé a edificar mi nuevaforma de vida. Con la práctica delprograma y por la gracia de Dios me hemantenido sobrio, día a día, durantetodos estos años.

En el programa de A.A. fuicomprendiendo el valor inmenso de lasDoce Tradiciones. Las fui adaptando enmi vida para utilizarlas efectivamente enel compartir con mis compañeros yfortalecer la unidad de mi grupo base.

A través del servicio en las tareasde mi grupo base he experimentado elcrecimiento espiritual del cual nos hablala literatura.

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El servicio que más disfruto escuando mis compañeros de grupo,utilizando el método de rotación deservidores cada tres meses, me dan laoportunidad de servirles, ya seahaciendo el café, como tesorero,secretario o coordinador de reuniones.He comprendido la importancia de quelas puertas de nuestro grupo semantengan abiertas para cumplir connuestro propósito de mantenernossobrios y de llevar nuestro mensaje derecuperación al alcohólico que aúnsufre. De la unidad de A.A. dependennuestras vidas y las vidas de los quevendrán.

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En mi caminar por el sendero de lasobriedad he disfrutado de larealización de las promesas de A.A. enmi vida. He vuelto a ser útil, miautoestima fue creciendo, pudemantenerme y progresar en mi trabajopor espacio de veintisiete años. Todoesto por la gracia de Dios.

En el aspecto familiar, mimatrimonio se vio fortalecido y de estarelación nacieron tres hijos —un varón ydos mujeres— que han contribuido a lafelicidad de nuestro hogar. El primerode estos hijos nació después de ochoaños de matrimonio y seis de sobriedady lo recibimos como un regalo de Dios,

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quien también permitió la llegada denuestra primera hija a los once meses denacido el primero, y cuatro años mástarde fuimos igualmente bendecidos conla llegada de nuestra hija menor.

Nuestra vida familiar la hemosllevado basándonos en los principiosespirituales que componen el programade A.A. Toda nuestra familia estáagradecida por ello y yo estoyconsciente de que padezco unaenfermedad incurable y que soy elresponsable, día a día, de decidir el tipode alcohólico que quiero ser. Elalcohólico que hace uso de bebidasalcohólicas y se crea problemas y afecta

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adversamente a las personas a sualrededor, o el alcohólico anónimo ensobriedad que, por la gracia de Dios, helogrado ser. Por esto yo también soyresponsable. Hoy, gracias a Dios y aA.A., disfruto de una vida sobria y feliz.La vivo pidiéndole a mi Poder Superiorque me conceda la serenidad y lafortaleza necesarias para vivirlaconforme a Su Voluntad y hacer de cada24 horas las más felices de mi vida.

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PREPARADA PARAEMPEZAR

Después de pasar una durísimacarrera de alcoholismo activo, llegó aentender que la única copa que podíacontrolar era la primera. Al verse apunto de emprender su viaje derecuperación, se dio cuenta de lanecesidad de revisar su equipaje paradejar lo innecesario, lo inaprovechabley lo demasiado pesado.

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ESCRIBO estas líneas para compartircon todos mi experiencia derecuperación. Qué menos que dedicaruna pequeña parte de mi tiempo despuésde todo lo que se me ha entregado: eltestimonio de fe y esperanza que mesalvó la vida y mi bien más preciado: lasobriedad.

Nací en el seno de una familia mediay «aparentemente normal» donde noexistía el consumo de alcohol u otrasdrogas por parte ni de mis padres ni demis dos hermanos.

Tuve una madre abnegadísima en susobligaciones laborales, implicada en la

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formación, el cuidado y los estudios desus hijos… pero me faltó algoimportantísimo para mí: su cariño.

Desde muy pequeño mi hermanomayor fue tremendamente problemáticoy eso requirió la máxima atención demis padres hacia él. Supongo que yo,sintiéndome desplazada, quise reclamarel amor de mis padres de alguna manera.Ya desde muy pequeña empecé a teneruna relación extraña con la comida,robaba dinero a mis padres y comprabacosas a escondidas. Me empecé aconstruir así un personaje, que mepreocupé de alimentar a lo largo de mivida, con todas las virtudes que yo

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carecía y que me parecía que mis padresvaloraban y que eso haría que mequisieran mucho más. Se inició así unacarrera de competencia con mi hermano,que mantuve durante toda mi vida.Quería ser mejor que él, ser mejor hija,más responsable y entregada a mispadres. En definitiva, que mis padres mequisieran a mí más que a mis hermanos.

Crecí además cargada de complejosde inferioridad: no era físicamente comoyo quería; intelectualmente no erabrillante como yo deseaba… perotampoco luchaba por conseguirlo,simplemente me lamentaba de mi malasuerte. No sabía lo que era la

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constancia, el esfuerzo o la disciplina.Mi vacío lo llenaba con fantasías de loguapísima, interesantísima einteligentísima que sería de mayor y queeso me permitiría vengarme de todasaquellas personas que en ese momentono me prestaban la atención que yo creíaque merecía.

Mi adolescencia transcurrió entreestudios, trabajo y mi obsesión porgustar a los chicos. Hoy en día hedescubierto lo poco que yo misma mequería. Eso me llevó a mantenerrelaciones malsanas, a no saber estarnunca sin pareja y a «venderme» por unpoco de cariño. Ya a esas alturas de mi

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vida yo me valoraba tanto como losdemás me dijeran que yo valía. Y medespreciaba tanto como los demás memostraran. Establecí así una relación dedependencia con el mundo.

Con quince años tuve mi primercontacto con el alcohol. Resultado:borrachera. Y así fue por el resto de mivida. Siempre que entraba en contactocon el alcohol era para emborracharme.Nunca supe parar a tiempo. Es ciertoque en ese período no era un consumoconstante, sino esporádico, y no mehacía sentir aún muy mal. Eso sí, yo yaera consciente de que para pasármelobien necesitaba beber.

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Siempre he vivido deprisa: conveintidós años ya me había casado, conveinticinco años decidí «yo» que queríaser madre y así se lo expuse a mimarido, que aceptó (difícil llevarme lacontraria), con veintiséis años fuimadre, a los treinta y dos ya me habíaseparado…

Tenía grandes expectativas de mimaternidad. Creí que me iba a cambiarla vida, a hacerme por fin feliz, pero apesar de estar contentísima, ese vacíointerior no se llenó.

Yo ya trabajaba desde los veintidósaños en la empresa familiar. Siemprecreí que había renunciado a mi vida y a

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mi carrera por ayudar a mis padres.A.A. me lo hizo ver: estaba muerta demiedo. Miedo a enfrentarme con la vida;a mi vida, que ya desde tan joven mecostaba vivir. No la vivía, sino que lasufría. Así que decidí quedarme bajo elabrigo de la vida familiar. Tremendoerror. Mi familia, psicológicamentemaltratada por mi hermano, y mis padressin capacidad para enfrentarse a esarealidad, decidió que era más fácilautoconvencerse de que esa situaciónpasaba en todas las familias. Esa faltade capacidad para plantar cara a losproblemas es una de las herencias quemás daño me ha causado y más me ha

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costado cambiar.Con esa sensación de vacío, a pesar

de tener todo lo que yo creía que eranecesario en esta vida para ser feliz, conel afán de ser querida por todo elmundo, con ese perfeccionismo que meconsumía sin yo saberlo, encontré en elalcohol mi motor y mi compañero ideal.Me preocupé mucho en creerme mipersonaje y mis mentiras hasta que ya nolas pude mantener más. Mi vida erabeber lo suficiente para no ver, no sentiry no sufrir, pero que los demás no me lonotaran. Fue una carrera en activodurísima en los tres últimos años antesde llegar a la Comunidad. Consumía

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desde que me levantaba hasta altas horasde la madrugada; descuidé mi salud y mihigiene; podía pasar días sin comer y,por supuesto, no podía hacerme cargo demi hija, que ponía al cuidado de laniñera. Muchas fueron las veces queconduje el coche totalmente ebria con mipequeña en la parte trasera.

Gastaba dinero sin control, el quetenía y el que no. Cada mañana era uninfierno de remordimientos y culpas yme juraba a mí misma que no volvería abeber. No pasaba ni media hora y volvíaa hacerlo. Sentía que no podía dejarlo,me sentía realmente incapaz. Me repetíaa mí misma que no tenía la suficiente

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fuerza de voluntad para liberarme de eseinfierno.

Ese sufrimiento fue losuficientemente duro e intenso comopara llevarme a pedir ayuda. Así entrépor primera vez en el que hoy es migrupo: derrotada, perdida, asustada,desconsolada, deprimida y cargada deculpabilidad, sintiéndome sucia, viciosay desesperada.

Acudí a mi primera reunión en unade tantas reuniones informativas. Mesorprendió gratamente ver a tanta gentediversa y dispar: mujeres, hombres,jóvenes y mayores, de distinta condiciónsocial y económica, sonrientes y, sobre

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todo, me impactó la serenidad que metransmitían.

Me recibieron con amor, cariño,comprensión. Me hablaron de susexperiencias y pensé que estabancontando mi historia. Me explicaron quela única copa que yo podía controlar erala primera. Era ésa la copa que yo podíadecidir si tomar o no. Que no eracuestión de fuerza de voluntad sino debuena voluntad. Que podía llamar acualquier hora del día si tenía ganas debeber o estaba angustiada. Me brindarondesde el primer minuto su apoyoincondicional y sobre todo me dijeronque habían llegado en las mismas

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condiciones que yo y llevaban tiemposin beber; pero lo más importante eraque estaban felices y vivían bien.

Por primera vez me entendí; porprimera vez pusieron nombre a missentimientos y me aliviaron el dolor queyo sentía. Me explicaron que elalcoholismo es una enfermedad y que yono escogí tenerla. Que era mortal eincurable pero que la podía detener.

Entendí enseguida que era unaenfermedad física porque ya sufría susconsecuencias. Entendí un poco mástarde que era una enfermedad emocionaly espiritual porque yo la sufría a diario,aún cuando ya no consumía. Me di

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cuenta entonces de que lo más difícil nohabía sido dejar de beber, sino qué iba aser vivir sin beber, que el alcohol habíasido mi vía de escape, mi muleta paraandar por la vida. Eso fue lo que meayudó a entender lo que yo tanto meresistía a creer, que era una enfermedadmental.

También me han ayudado aentenderlo y, cada día que pasa, más meconvenzo de lo lejos que llega mienfermedad. Que para mí, el beber hasido el último síntoma, pero que yo yaestaba enferma antes de empezar aconsumir.

Me dieron el valor suficiente para ir

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conociéndome a mí misma, condiciónindispensable para poder empezar acambiar mis actitudes ante la vida, antemí misma.

Que yo era impotente ante elalcohol, lo sentía ferozmente en miinterior. Pero en algún momento meresistí a creer que mi vida eraingobernable. Intenté seguir haciendo lomismo que hacía sin beber. ¿Cómo yo,tan joven, iba a renunciar a tantas cosas,iba a renunciar a disfrutar de la vida?Ésa era mi constante queja y lamento alos veteranos «porque ellos eran másmayores y no les debía ser difícilrenunciar a salir, a los mismos amigos, a

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disfrutar…»Gracias a Dios, mi realidad no tardó

mucho en venirme a buscar y estallarmeen las manos. Mi propia realidad fue laque les dio la razón. Pero todosestuvieron ahí para consolarme yayudarme a «tragar esa realidad» quetan desconsoladamente me hizo llorar.

Entonces me dijeron: «Si haciendolas cosas como las has hecho, elresultado ha sido nefasto, según tú, ¿porqué crees que haciéndolo de la mismamanera, aunque sin beber, el resultadova a ser distinto?»

Me explicaron que era entoncescuando estaba preparada para empezar

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un apasionante viaje, el de mirecuperación; pero que quizás para estenuevo viaje no me valía el mismoequipaje que había utilizado hastaentonces, que debía vaciar las maletas yempezar a llenarlas sólo con aquello quehoy podía serme útil y que, poco a poco,podría ir eligiendo qué me eraaprovechable y qué era innecesario odemasiado pesado.

Por primera vez he sido obediente,por pura necesidad, soy consciente.«Ven a las reuniones, habla y explícanoscómo te sientes, busca una madrina, leenuestra literatura, usa todas lasherramientas que A.A. te ofrece y todo

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saldrá bien», eso me dijeron y eso estásucediendo. Poco a poco hemos idoponiendo algo de orden en mi vida, muylentamente para mi carácter impaciente,pero sí es cierto que con paso lento yseguro.

Y hablo en plural porque todos loslogros que he obtenido son gracias aA.A. y a mi madrina, que de forma muyconcreta y pragmática me ha ayudado aenfrentarme a todas aquellas situacionesque me desbordan, que nonecesariamente son grandes cosas, sinomi día a día. Ordenar los armarios,asearme y arreglarme, hacer las tareasdomésticas con cariño, regir mis gastos,

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establecer unos límites con mi hija y,sobre todo, hacer que A.A. forme partede mi vida, cada día.

He descubierto que discutir sobre untema no significa gritar más que el otro.Hoy soy capaz, con esfuerzo, desentarme ante una taza de café y hablarde mi hija con mi ex marido, soy capazde decir «no» en situaciones que no meconvienen y razonar mi decisión. Estoyaprendiendo a vivir según unosprincipios y a dejar vivir a los demáscon los suyos.

Hoy, entiendo que mi relación contodo lo que me rodea es enfermiza. Soyconsciente de que soy alcohólica las 24

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horas del día. Y por eso me lo hanpuesto tan fácil: sólo por hoy.

Aprendo que tengo la fortuna depoder consultar todas mis decisiones,que ya no las tengo que tomar sola. Esasdecisiones son muy distintas a las quetomaba antes. Ya no son fruto de lairreflexión y la compulsión. Hoy tengola libertad de poder elegir.

Poco a poco se va formando en míun carácter más sereno, más seguro, másmaduro. Aprendo a diario que despuésde tomar esas decisiones y ponerme enacción, el resultado no depende de mí yademás he hecho un grandescubrimiento: ¡Me puedo equivocar y

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rectificar! ¡Cuánta sabiduría tienen!Hoy ya no me vale hacer lo mismo

que hacía en activo pero sin beber.Debo aprender día a día a abordarsituaciones que para mí sin beber sonnuevas y me cuesta, me asusta y meabruma; pero por fin lo hago. Ya nohago ver que los problemas no existen,ya no huyo de ellos, sino que los afrontocon la ayuda y la fortaleza que todos mebrindan. Hoy en día trabajo a diario larelación con mi hija preadolescente, conmi pareja. En el ámbito laboral, ordenomi economía, las relaciones familiares ysobre todo voy conociendo y siendoconsciente de mis limitaciones. Ya no

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juego a ser quien no soy.Lo mejor de todo es que sé que lo

mejor aún está por venir. Por primeravez en mi vida me siento contenta ysatisfecha con mis esfuerzos por crecer,aún sintiendo dolor. Satisfecha porluchar contra mi enfermedad día a día, apesar de que en ocasiones decaigo,porque ya no estoy, ni me siento sola.Satisfecha por sentir por primera vezuna gratitud genuina.

Me siento afortunada por tener unasegunda oportunidad. Afortunada porcontar con tanta gente a la que quiero,con mis compañeros, en este camino decontinuo descubrimiento. Afortunada por

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saber que ya no dependo de mí, que unPoder Superior a mí dispondrá y yo,acompañada por todos, aprenderé asortear la suerte como venga.

Es un duro trabajo pero nunca medijeron que sería fácil. Me dijeron quese podía conseguir y me lo creo. Todolo que se me ha prometido en A.A. se hacumplido, ¿por qué no va a continuarsiendo así?

Doy gracias a Dios y a todos loscompañeros por darme constanciacuando yo soy inconstante, disciplinacuando yo soy indisciplinada, valorcuando yo soy miedosa, ánimo cuandoestoy cansada, luz cuando estoy a

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oscuras y perdida.Por todo ello, ¡gracias!

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(16)

UN GIRO DE 180 GRADOS

Pasó su primera juventud sinilusiones, vacío y amargado, unesclavo del alcohol, creyéndose raro,queriendo ser una persona normal.Tras torturas y tribulaciones, la paz levino inesperadamente.

EN MI FAMILIA nunca vi a nadieborracho, ni había ningún caso dealcoholismo de ésos que se notan a

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leguas o se comentan en toda la familiadurante años.

Empecé a beber a los doce años máso menos, como una cosa de lo másnormal, pues ya empezaba a ser«mayor» y me animaron a beber;empezaba a ser un «hombre». Bebí porprimera vez en casa de unos tíos, porNavidad. Yo era un niño con problemasde personalidad, con muchos complejosy bastante tímido e introvertido, y eltrago que tomé me produjo el efecto desentirme seguro de mí mismo, eufórico ycapaz de hacer cualquier cosa que mepropusiera, así que relacioné el bebercon sentirme bien y seguro de mí mismo.

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No paré de beber hasta después demuchos años. Comencé a trabajar a lostrece; tuve que dejar el colegio. Siempretuve dinero en el bolsillo; bebía cuantome apetecía. Mi adolescencia fue unaetapa en la que estuve muerto en vida,pues vivía apoyado artificialmente en elalcohol. No maduré ni crecí comopersona.

Mientras estuve en el serviciomilitar mi alcoholismo empeoró. Meenviaron muy lejos de casa. Teníamiedo: el no tener cerca a mi familia meproducía angustia y ansiedad. Todo esetiempo bebí compulsivamente, lo que meprodujo muchos problemas. Cuando por

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fin terminé, estaba en un estadolamentable: bebía cada vez más y mitolerancia iba disminuyendo. Comencé amentir, a esconderme para que no mevieran beber.

En el trabajo tenía muchosproblemas con los jefes y compañeros.Me tuve que casar pues mi novia quedóembarazada. Yo no estaba preparadopara tanta responsabilidad; laconvivencia con mi mujer eraimposible: continuas riñas y peleas. Eraagresivo cuando me decía que tenía quedejar de beber. Yo creía que eraimposible dejarlo, ya que para mísuponía la vida. Con sólo pensar en

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dejar de beber me estremecía. Estabamuy mal: vacío, sin ilusión alguna,amargado y atormentado. Si bebía mesentía mal y si no bebía me sentía peor.Tenía muchos resentimientos; creía quetodos estaban en contra mía; deseabaprofundamente morirme y acabar de unavez.

Ésta era mi situación a losveinticinco años. El que creía que erami mejor amigo, mi aliado y mi dioscuando comencé mi carrera alcohólica alos doce años, con el paso del tiempo seconvirtió en mi peor enemigo, en eldiablo en persona. Tuve que vivir laexperiencia del delirium tremens.

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Trabajando subido en una escalera,borracho como estaba, me caí y me partíun tobillo. Al ingresarme en el hospital yal no beber debido a las circunstancias ya que el médico tampoco se percató demi alcoholismo, sufrí un deliriumtremens. Se me fue la cabeza; estabacomo loco, fuera de mí y de la realidad.Veía bichos, figuras amenazantes quevenían por mí. Creía que la mafia veníaa torturarme todas las noches; deliraba einsultaba al médico; a mi familia no lareconocía.

El médico le preguntó a mi madre siyo era bebedor, pero mi madre (comobuena madre) lo negó, y ocultó al

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médico mi alcoholismo. Mi madredesconocía la enfermedad que tengo.

Cuando me dieron el alta médica loprimero que hice fue celebrarlocogiendo una borrachera a las nueve dela mañana en el bar del hospital.

Me llevaron al médico de cabecerapara solucionar mi «rareza», ya quenadie hablaba de alcohol nialcoholismo; después me llevaron alpsicólogo, a un psiquiatra e incluso auna curandera.

No recuerdo que nadie me dijeraclaramente cuál era mi problema. Ibabebido a todos estos sitios yacompañado de mi madre que, debido a

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su desconocimiento y amor de madre,tampoco hablaba de mi forma de beber.

Yo me consideraba un bicho raro;creía que había nacido así y así me teníaque morir. Me sentía esclavo delalcohol. Deseaba con toda mi alma seruna persona normal. También tuve ladesgracia de sustituir el alcohol por otradroga, los fármacos, ya que trabajaba enuna farmacia. Cuando me reprendían pormi manera de beber, bebía menos ytomaba pastillas que me hacían el mismoefecto y que, además, ligadas con elalcohol potenciaban el efecto de éste.He tomado muchas pastillas que porpoco no me llevaron a la muerte o a la

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locura.Por el alcohol he robado, engañado,

mentido y he llegado a lo más bajo yruin como persona. No me echaron deltrabajo por lástima; siempre hetrabajado en el mismo sitio y me hanaguantado y soportado mucho, hasta queme dieron la última oportunidad: ocambiaba o iba a la calle. También mimujer me dejó y se fue durante unos díascon su familia.

En esos momentos de mi vida novaloraba tener una mujer como la quetengo. El alcohol había atrofiado yenfermado mis sentidos, mis emocionesy sentimientos. Era como un monstruo;

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no había disfrutado ni de mi mujer, ni demi hija, ni de nada. No sabía vivir, lavida era un tormento, estaba derrotado,pero no deseaba dejar de beber.

Un compañero de trabajoperteneciente al comité de empresa mehizo las gestiones para localizar aAlcohólicos Anónimos y me acompañóhasta un grupo.

Mi primera reunión no la olvidaréjamás. Por fin me identifiqué conaquellas personas que compartieron suexperiencia con el alcohol conmigo. Yano era un bicho raro: había más gentecomo yo que sufría, que sentía como yoy además tenía una solución para mi

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«rareza».Salí de allí muy reconfortado y con

mucha esperanza, pero yo me resistía adejarlo totalmente y empecé a buscaruna excusa, diciéndome que era muyjoven para ser alcohólico. Teníaveintisiete años cuando conocíAlcohólicos Anónimos. Todos los quehabía en el grupo eran mayores que yo;continué yendo al grupo pues de locontrario hubiera perdido el trabajo yeso no podía ser. Traté de aprender abeber —como anteriormente habíacambiado de una bebida a otra— puescreía que los licores tenían la culpa demi estado. También había intentado

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muchas fórmulas para lograr noemborracharme, pero todo era inútil.

Mi aprendizaje duró unos nuevemeses. Creía que si no bebía durante untiempo más o menos largo, cuandocomenzara otra vez, lo haríamoderadamente y pasaría mucho tiempohasta estar en el estado tan lamentableen que me encontraba. Iba a todas lasreuniones que podía. Nadie jamás mereprochó nada. Tuvieron unacomprensión y un trato exquisitoconmigo, pues la mayoría de las vecesiba bebido.

Después de dedicarme un tiempo aeste intento de aprender a beber, creí

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que ya estaba curado y me dio porcontar las cervezas que tomaba. Asítambién me ponía a prueba: el primerdía sólo me tomé una; no necesité beberpor la mañana, lo cual confirmó mi errory mi creencia de haber logrado lacuración. El segundo día tomé dos otres. Creí que mi mujer, que había vueltoconmigo, no había notado nada, y en eltrabajo sabían que iba al grupo, pues mevigilaban. Todo marchaba más o menosbien, me sentía seguro y eufórico de queel alcohol no me iba a poder más.

Del tercer día no me acuerdo nada.Sólo que era de madrugada y estabadentro del coche en las afueras de la

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ciudad, en un carril de un parajedeshabitado. Cuando desperté meencontraba desorientado, lleno demiedo. No sabía dónde estaba. Junto amí, en el otro asiento del coche, habíauna botella de coñac vacía. En esemomento creo que toqué fondo. Sabíaque si continuaba bebiendo me moriría;allí me sentí impotente ante el alcohol.Me sentí derrotado ante él.

Tuve la convicción de que al díasiguiente no bebería nada. Esa seguridadme traumatizó, me causaba pavor saberque no bebería pero estaba seguro deque sería así. Por mi cabeza pasórápidamente el caos que era mi vida:

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sentí que era un fracasado, un inútil queno había hecho otra cosa en la vida quebeber, mentir, engañar, sufrir y hacersufrir a los que me rodeaban.

Estaba de vacaciones y en esetiempo pasé, sin saberlo, el síndrome deabstinencia. Encerrado en casa,enroscado en la cama temblaba de frío,sudaba de calor, tenía espasmos ycalambres. Parecía que me había pasadoun tren por encima. Tenía miedo a lagente, a salir de casa, a enfrentarme conla realidad. Había envejecido; pensabamuchas veces en el suicidio; teníamuchas lagunas mentales. Había dado elPrimer Paso aquella noche en el coche

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sin saberlo, y sin saberlo empecé a darel Segundo Paso. Sabía que no estaba enmi sano juicio y no dejaba de pensar enese poder superior que podíadevolvérmelo, y empecé a pedírselo.

El síndrome de abstinencia me duróunos veinte días. Estaba muy nervioso einseguro, pero me dejaba llevar. Lasreuniones me parecían pocas, a mipadrino lo utilicé como nunca. Todo enAlcohólicos Anónimos, lo queescuchaba, lo que leía, todo teníasentido: los Pasos, las Tradiciones, loslemas, la literatura. Hasta que un díasucedió; no sé cómo, mientras pensabaen mi vida pasada y en mi enfermedad,

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me vino una sensación de paz y debienestar tremenda. Era lo que habíadeseado siempre. Experimenté unalibertad y un gozo como nunca habíasentido, y sin tomar nada. Era algoauténtico. Comprendí lo que es dejar debeber y no sufrir por ello. En mipetición de sano juicio y de todo unpoco comprobé cómo ese poder habíaacudido en mi ayuda.

Esa pequeña fe con la que conté alprincipio me había dado resultado. Mife era creer que yo, un día tarde otemprano, me pondría bien, según lo quecompartían conmigo los compañeros deAlcohólicos Anónimos. También que yo

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solo no iría a ningún lado; necesitabaayuda. Yo solo no podía; me apoyé enlos compañeros y en un poder superior amí mismo que me fabriqué a mi manera,ya que no tenía experiencia religiosa, nime habían educado en ninguna religión.Era un hombre nuevo pero no sabíadesenvolverme en la vida, o sea quetenía que aprender a vivir sin alcohol, yAlcohólicos Anónimos me sugería unprograma de vida.

Siempre tuve la suerte de utilizartodas las herramientas que AlcohólicosAnónimos ponía a mi disposición parareconstruir la ruina que era mi vida.Desde que pisé las puertas del grupo,

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aún bebiendo, participé en el servicio.También desde entonces tengo padrino,comparto con mucha gente, leoliteratura, pido orientación cada vez quela necesito y tomo decisiones de vez encuando. Me acepto tal como soy, y tomola vida tal como me viene, tratando devivir un día a la vez según el programade Alcohólicos Anónimos.

No he vuelto a beber ni una gota. Mivida ha dado un giro de 180 grados.Continúo en mi trabajo; llevo 31 años enel mismo sitio. He recuperado el respetoy la estima de mis jefes y compañeros.Me siento útil y realizado como persona.Continúo con mi mujer, me he vuelto a

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enamorar de ella. Tenemos dos hijosmás, que nacieron estando yo ensobriedad.

Estoy en plena madurez de mi vida amis cuarenta y cinco años. Creo que lavida es maravillosa a pesar de todo ycontinúo aprendiendo a vivir sin alcoholdentro de Alcohólicos Anónimos, puesaquí me siento como en mi propia casa.

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TERCERA PARTE

CASI LO PERDIERON TODO

Las quince historias en esta secciónnos cuentan lo peor del alcoholismo.

Algunos lo habían probado todo:hospitales, tratamientos especiales,sanatorios, manicomios, cárceles.Nada les dio el resultado deseado. Lasoledad, la angustia física y mental,esto es lo que tenían en común. Lamayoría había sufrido pérdidasdevastadoras en casi todos los aspectosde su vida. Algunos seguían intentando

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vivir con el alcohol. Otros queríanmorirse.

El alcoholismo no respetaba anadie, ni ricos ni pobres, ni personascultas ni iletradas. Todos se vieronencaminados hacia la mismadestrucción y parecía que no podíanhacer nada para detenerla.

Ahora con años de sobriedad, noscuentan cómo se recuperaron.Demuestran a plena satisfacción decasi cualquier persona que nunca esdemasiado tarde para probarAlcohólicos Anónimos.

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(1)

LA RIQUEZA DE UNALCOHÓLICO

Se vio privado de su infancia,cargado con duras obligaciones a unatierna edad. La bebida le facilitabapasar a «otra realidad» mejor. Tuvoque ver esfumarse todos sus sueños deprosperidad antes de encontrar laauténtica abundancia espiritual.

VINE en el año 1962 al pueblo donde

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vivo con la firme idea de hacerme rico;el propósito de mi narración escompartir cómo obtuve mi riqueza.

Acerca de mi infancia podría tenergratos recuerdos del pintoresco y alegrepueblito donde nací, si no fuera por elmal trato que recibí de los adultos.Únicamente cursé el primer año en laescuela, porque a mis ocho años de edadmi padrastro consideró necesariollevarme a ayudarlo en las faenas delcampo, en el cultivo de maíz y frijol,bajo las pesadas condiciones de aquellaépoca, sin tractores ni tecnología.Siempre me dolió que la vida me quitaralos libros y las clases a cambio del

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extenuante trabajo en las parcelas, y sinsalario.

Ya había cumplido mis nueve añoscuando cambiaron mis labores: caminardesde el rancho hasta el cerro, con unburro, para cortar leña y llevarla avender hasta el pueblo que estaba comoa quince millas.

Siempre he creído que esasobligaciones me robaron la infancia.Además, siempre que me castigaban congolpes e insultos, me decían que lomerecía por portarme mal o por nohacer bien las cosas; entonces empecé adesarrollar el sentimiento de culpa.

Fue en aquella etapa infantil cuando

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apareció el alcohol. Alrededor de losocho años de edad me emborraché porprimera vez. Sucedió en una fiesta delpueblo, ésas donde todos beben, cuandouna preparación a base de fruta yalcohol me transportó a otra realidad.Sin duda que cualquier «otra realidad»era mucho mejor que la que estabaviviendo. Ciertamente era muy chico,pero me di cuenta de que aquella bebidatraía sensaciones agradables.

El destino de la familia dio un giro.Tenía yo diez años cuando tuvimos queabandonar el pueblito y fuimos a parar auna gran ciudad. Ya jovencito, tomé untrabajo de albañil, mi primer oficio

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formal. ¡Qué diferencia! Ahora recibíaun sueldo, trabajando diariamente; paramí representó un gran paso a laprosperidad y superación. Entonces yacontaba con dinero para beber todos losfines de semana.

Recuerdo una anécdota con unalbañil de unos cuarenta años de edad;me retó a una apuesta que consistió entomarnos un cuarto de litro de tequila deun solo jalón e, inmediatamente después,había que caminar por una viga de tresmetros de longitud, pero con sólo cuatrocentímetros de ancho, y de una alturasuficiente para matarse de una probablecaída. Ninguno perdió la apuesta,

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salimos vivos los dos. Pero,irónicamente, de regreso a mi casa mecaí como diez veces de la bicicleta. Erael franco vaticinio de una larga yatropellada carrera de alcoholismo.

Al paso del tiempo me casé, emigréa otro país solo, dejando a la mujer«encargada» en la casa de mi madre. Milarga ausencia fue la que sin duda obligóa aquella mujer a irse con otro hombre.Sin embargo, en aquel entonces yo lointerpreté como la gran afrenta a midignidad y, por supuesto, significó laperfecta justificación para sumirme en laconmiseración y beber con mayorautodestrucción.

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¿Para qué volver a mi país? Esorepresentaba la infelicidad. Aúnconservaba buenas cualidades comotrabajador, además, posiblemente menotaron alguna característica deliderazgo, ya que en 1966 me asignaroncomo mayordomo en el cultivo de lalechuga. Era una posición que en elmedio socioeconómico de la regiónrepresentaba poder y prestigio, queobviamente no supe manejar porque mialcoholismo iba en aumento. Ganémucho dinero, alguno honradamente y lamayor parte de manera desleal.

Me casé, llegaron los hijos, y meduele mucho reconocer que causé mucho

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daño a mi familia. Ahora la bebidaestaba presente todos los días… y claroque llegó el momento en que medespidieron. Tuve la suerte de recibiruna buena liquidación, de la cual nollegó ni un centavo a la casa.

Encontré un nuevo trabajo, ahí mesentí como pez en el agua; me lo dieronde «tallador» en las mesas de póker enun bar. ¡Qué más le podía pedir a lavida!, un trabajo donde abundaban elalcohol, la droga, las mujeres, y denoche; el pretexto ideal para no dormiren casa. Hasta en ese tipo de trabajosson inservibles los empleadosborrachos, también de ahí me corrieron.

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Aún me quedaban algunos amigos y,gracias a Dios, conseguí trabajo comochófer de camiones pesados.

En esa época mi forma de beber seacentuó, con el agravante de miincursión en el mundo de la droga. Yatenía cuarenta y cinco años de edadcuando empecé, y aquí quiero detenermepara resaltar un detalle importante:como ya estaba en edad «madura», dealguna manera creí que no me afectaríatanto. Caí en el mito de que la drogasólo descompone a los muchachitosinexpertos en la vida. Pues no. Ladiabólica mancuerna de alcohol y drogaagravó mi salud mental, trastornó mis

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sentimientos y mis emociones. Cada vezera mayor y más recurrente el dañohacia las personas que me rodeaban,especialmente mi esposa y mis hijos. Apulso me gané el desprecio de mifamilia, sólo Dios sabe las lágrimas quellegué a derramar al no explicarmecómo conseguí el odio y resentimientode mi esposa y mis hijos. En unaocasión, una de mis hijas, estando yajovencita, se me abalanzó con uncuchillo en la mano, gritando «ya metienes harta», siendo detenidaoportunamente por su madre, quien apesar de todo salió en mi defensa. Pobremujer de un alcohólico, a pesar de ser la

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víctima primaria, ella sigue defendiendoa su borracho.

Ah, pero tarde o temprano, tambiénla esposa se cansa. Desde hacía muchosaños ya mi esposa estaba desilusionada,decepcionada, desesperanzada. Miimagen ante ella era muy diferente a laque me vio el día que nos casamos.Miren, yo estoy seguro que si en nuestraboda el padre se hubiera dirigido a lanovia con las siguientes palabras: «¿Lejura usted amor a éste hombre, sabiendoque se va a emborrachar cada fin desemana y luego diariamente, que la va agolpear y a dejar sin comer?»; la noviahubiera contestado: «Que hinque a su

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madre, adiós». Pues a ver, díganmequién estaría dispuesta a someterse asemejante infierno. Pues ese infiernollevé a mi hogar, y lo peor de todo, sinhabérmelo propuesto ni haberloplaneado así. Al contrario, si yo sufrítanto la falta de amor y cuidado, sesupone que a cualquier precio yoconseguiría dicha y felicidad para mimujer y mis pequeños. Nunca me percatéde que el alcohol me alejó de esosnobles propósitos.

Llegó el día que me echaron de micasa. Qué sentimiento tan feo, unamezcla de humillación y dolor: sercorrido de tu propia casa, sentir que los

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seres que supuestamente más te quierensean quienes te están dando la espalda.Pero la mayor confusión consiste encreer que tú eres la víctima, cuando enverdad ellos están actuando asíprecisamente por ser las auténticasvíctimas. Por lo pronto, a pasar lasnoches en mi camioneta.

El día que mi esposa me corrió,también corrí a buscar a un primo quemilitaba en los grupos de AlcohólicosAnónimos. Qué gusto le dio verme ysobre todo mi actitud de pedir ayuda.Desde años atrás mi esposa me pedíaque fuera a esos grupos, pero siempretuve respuestas para justificar que no era

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necesario: «Yo no tengo problemas, ¿ocuándo te he dejado sin comer?», «Todoel mundo toma, tus papás, tushermanos», «Yo paro de beber cuandoyo quiera, sin la ayuda de nadie».

Fue entonces, en 1989, cuandollegué a mi grupo base. Ahí vislumbré laverdadera libertad, primero melibertaron del grillete de la botella, yluego, poco a poco, encontré la libertadmental, la libertad emocional y lalibertad espiritual.

A los pocos meses en el grupo, yasin beber ni drogarme, recuperé mi lugaren el hogar y también aquel puesto demayordomo. Entonces empezó la

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aventura de la sobriedad, que no sé sisea poca o mucha, pero como sea, estoymuy agradecido a Dios y a miscompañeros.

Alcohólicos Anónimos me ha dadosatisfacciones personales muyvivificantes. El día de hoy me sientorico. No porque tenga dinero opropiedades. Estoy convencido de querico no es el que más tiene, sino el quemenos necesita para vivir bien. Lariqueza la encontré en la mano franca delos amigos en A.A., en la ayudadesinteresada que me brindaron desdemis primeros días de sobriedad.

La riqueza del alma la encontré

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después de haber superado los odios yresentimientos que por muchos años lesguardé a aquellos adultos que no medieron amor. Experimenté la riquezaespiritual después de haber perdonado ami padrastro, a quien llamé padre y conquien cultivé una buena relación en losúltimos años de su vida. Me siento ricoen amor porque aquella muchachita queuna vez intentó agredirme con uncuchillo ahora es una profesional y conquien sostengo una excelentecomunicación. Mi esposa nuevamenteme ve como el jefe de la casa.

El alcoholismo me privó de años deamor con mis hijos, pero soy

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inmensamente feliz con mis nietos, comoque con ellos estoy dando lo que no supeni pude dar anteriormente. Y también esuna riqueza.

Alcohólicos Anónimos me hizo rico,y esa riqueza la intento dar a esosnuevos que Dios nos pone en el camino.Sólo compartiendo la experiencia, lariqueza se sigue alimentando de másriqueza. Gracias a Dios.

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(2)

DEJADO A MERCED DELA SUERTE

Se crió en un ambiente hostil,violento, ocasionado por elalcoholismo paternal y a los 13 años deedad, tuvo su primera borrachera,resaca y laguna mental. Tras pasardécadas de beber descontroladamenteacabó creyendo que el único remedioestaba en poner fin a su vida, como lohicieron tres hermanos suyos.

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SOY UN alcohólico sobrio yagradecido de un Poder Superior que metrajo un día a las puertas de este benditoprograma.

El alcoholismo comenzó a afectarmedesde que tengo uso de razón oposiblemente, desde el vientre de mimadre. Tuve la desdicha de nacer ycriarme en un hogar disfuncional debidoparticularmente a las borracheras de mipadre, que no era un alcohólicocualquiera. Mi padre era un borracho detipo violento, cuyos actos de hostilidady agresividad no sólo los manifestaba enlos negocios del barrio, sino que

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también los trasladaba a nuestra casa.Durante los fines de semana el ambientefamiliar en mi casa se podía compararcon una obra trágica, un padre en estadode locura lanzando insultos y buscandoarmas para atentar contra lo que fuera,incluyendo contra sí mismo, y unosniños llorando y temblando de miedoante aquellas escenas de terror. En eseambiente creció este servidor y demásestá decir que el tipo de personalidadque fui desarrollando fue una de odio,temores, inseguridad y frustración.

A pesar de detestar aquel ambiente,a la edad de trece años, junto a variosotros adolescentes de mi edad, se me

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ocurrió probar ron caña, un tipo debebida no muy bien elaborada que seproducía en los montes de manera ilegal.Ésa fue mi primera experiencia yborrachera con el alcohol y hay unosdetalles de esa experiencia que no hepodido olvidar jamás. Recuerdo que unavez que me tomé el primer trago, el cualno tuvo un sabor muy agradable, sedesató en mí una ansiedad sin controlpor seguir tomando, lo que me llevó aperder el conocimiento. Al siguiente día,aparte de la horrible resaca que tenía, nopude recordar la mayor parte de lascosas que hice. A esa corta edad yahabía confrontado dos de las

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características más comunes delalcoholismo, la compulsión a seguirtomando y la laguna mental, aspectosque me acompañaron siempre en mietapa activa. Después de esaexperiencia estuve por un tiempo sinbeber alcohol, creo que fue alrededor deun año, pero luego comencé a darmetraguitos de ron y una que otra cervezaen las actividades sociales a las que iba.A pesar de ser un adolescente, hacía usode bebidas alcohólicas sin escondermede nadie, lo cual generaba comentariosde las personas adultas.

Completé la escuela superior a duraspenas y con un promedio académico

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bien bajito —en mi país lo llaman«raspa cum laude»— lo que en realidadno me importaba ya que había decididolo que iba a hacer con mi vida. Misopciones eran irme a vivir y trabajar aotro país o alistarme en el ejército demanera voluntaria. La segundaalternativa no fue necesaria gracias aque mi hermano mayor, que residía enotro estado, me envió el pasaje para queme fuera a vivir con él. Llegué a unpueblo pequeño de ese estado y deinmediato comencé a trabajar y tambiéna beber descontroladamente los fines desemana en compañía de mi hermano, queconfrontaba problemas con las bebidas

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alcohólicas. Al aumentar la cantidad debebidas que ingería comencé aexperimentar por otro lado cambiosdrásticos en mi personalidad; metornaba agresivo y perdía el temor alpeligro. Al cabo de varios meses tuve elprimer episodio violento al enredarme apelear con mi hermano una noche en quebebíamos juntos. En esa reyerta salí conla mano derecha bien lastimada alpegarle al cristal de la puerta de suapartamento, las heridas que sufrí medejaron con uno de mis dedosprácticamente inútil. Dos días despuésde aquel desagradable incidente, me fuia vivir a otra ciudad con otro de mis

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hermanos, pero no permanecí muchotiempo ya que al enterarme de que mihermano mayor se había ido, regresé avivir al mismo pueblo de donde habíasalido. Esta vez viví solo y sin tener queresponderle a nadie por mis actos. Enesa época, el alcohol me llevó a cometerbarbaridades; formaba trifulcas en losbares del pueblo, lo que causó que meencarcelaran en muchas ocasiones por elfin de semana. Tuve también variosaccidentes de auto, y por uno de ellospasé dos semanas en el hospital y perdíla licencia de conducir indefinidamente.Finalmente terminé cumpliendo un añoen probatoria por una estupidez durante

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una borrachera. Al cabo de dos años deresidir en ese pueblo me fui a vivir aotra ciudad, lugar que, como todaciudad, estaba llena de peligros. Aquícontinué con mis borracheras y peleascallejeras y creo que sobreviví por dosrazones: formé parte de grupos opandillas y porque decidí a tiemporegresar a mi país. Antes de regresar ami país estuve preso alrededor de unmes en una cárcel del condado por unode mis actos delictivos, motivado, comosiempre, por el alcohol.

En el año 1972 regresé a casa demis padres luego de seis años y a losnueve meses decidí casarme, buscando

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la manera de cambiar mi vida. Mi vidano cambió mucho: los fines de semaname emborrachaba y volvía a lo mismo, alas peleas en la calle. Transcurrieronsiete años de aquel matrimonio y laprocreación de cuatro hijos, y llegó loque tenía que llegar, el divorcio. Lotriste del caso es que vi con ciertasimpatía aquel rompimiento, por laúnica razón de que iba a tener la libertadde beber a mis anchas y ya nadie iba aentorpecer mis borracheras. Después deldivorcio, el alcoholismo hizo estragosen mí. Las lagunas mentales o amnesiasalcohólicas se repetían con mayorfrecuencia, al igual que los accidentes

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de auto. Sin embargo, al cabo de nuevemeses, se me presentó la oportunidad deun buen trabajo con una buena paga. Eltipo de trabajo era de mi agrado y creoque lo hacía bien. Empecé arelacionarme en asuntos mas allá deltrabajo con la persona que me contrató ycon quien me casé un año más tarde. Nopasó mucho tiempo para que mi esposase percatara de que no podía controlarla bebida y de mi carácter violento unavez que me emborrachaba. Al principio,cuando llegaba ebrio, me ayudaba allegar hasta la cama y muchas vecessalía a buscarme por algunas de lascarreteras donde me estacionaba y me

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acostaba a dormir en mi auto. Noobstante, llegó un momento en que secansó de hacer esto y optó por dejarme amerced de la suerte. En este segundomatrimonio, con frecuencia teníaperíodos de abstinencia que duraban detres a seis meses y en una ocasión hastaun año. De esta manera pude estudiar yhacerme de una profesión, pero no pormotivación propia sino por estímulos yayuda de mi esposa. A pesar de losmúltiples sacrificios que tuvimos quehacer para que completara los estudios,cuando terminé no me interesé nisiquiera en asistir a los actos degraduación. Debo admitir que, para ese

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entonces, había perdido el aprecio porla vida y el suicidio se estabaconvirtiendo en un pensamientoobsesivo. Sabía que era cuestión detiempo, que el momento llegaría comollegó para tres de mis hermanos quienes,agobiados por el alcohol, habíanculminado sus vidas de esta maneratrágica. Dos de ellos fueron con quienesviví cuando era jovencito.

En 1992 me vi en la obligación detener que trabajar en lo que habíaestudiado, trabajo que traté de evitartres años porque no quería estar en unambiente donde tuviera que usar corbatay chaqueta. La primera vez que fui a

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aquel hospital regional donde me habíandestinado, era sábado y fui con laintención de llevar algunos de mis librosy manuales. Al llegar a la institución, enuna camioneta que tenía abolladurashasta en la capota, porque me habíavolteado en ella en una borrachera, elguardia de seguridad no me permitió laentrada ya que no me creyó que era eladministrador. En este trabajo elalcoholismo tuvo un avanceextraordinario; bebía a diario y en horaslaborables. Tenía escondidas en mioficina botellas de ron y whisky que meregalaban. Casi al finalizar mi contratode un año en aquel lugar, una noche

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mientras me encontraba borracho en micasa, ocurrió un suceso inexplicable.Comencé a llorar y a arrepentirme detoda esa vida miserable que arrastraba yle pedí a mi esposa que me llevara aalgún lugar donde pudieran darmeayuda. De inmediato, aquella mujer quetanto había sufrido con mi alcoholismome llevó a un grupo de A.A. donde merecibieron con un amor y una sinceridadincalculables. Esa noche, debido a miestado de ebriedad, no pude entendermucho; sin embargo, al siguiente día, elcompañero que hoy es mi padrino mellevó a una reunión de historiales y esanoche no había bebido y pude

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identificarme con aquellas personas. Esanoche me dije a mí mismo, «Si estagente pudo dejar de beber, yo tambiénpuedo hacerlo». Actualmente llevo doceaños sin beber gracias a un PoderSuperior que tenía otros planes paraconmigo y evitó que perdiera mi vidaque tantas veces expuse. Hoy día tengouna explicación para el acontecimientode esa noche que pedí ayuda. Todosestos años que llevo en este programalos he dedicado al servicio. Latransformación que el programa haobrado en mí, gracias a la práctica delos Doce Pasos ha sido radical. En laactualidad me considero una persona

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juiciosa, serena y en control de misemociones. Puedo expresar amor ysiento un gran respeto y aprecio por mivida y por la vida de los demás.

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(3)

EL QUE LO VEÍA TODONORMAL

Por normal que todo le pareciera,acabó al borde de la locura condelirios e ideas de suicidio. Decidiópor fin pedir ayuda y encontró su mejorrecurso en un grupo de A.A.

FUI EL único varón de mi familia y elmás mimado en el tiempo que mi padrevivía. Desde niño tuve muchos

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complejos y problemas emocionales;como el de no aceptar la familia en quehabía nacido, mi nombre, mi apellido ymi estatura, ya que los demás niños seburlaban de mí.

Recuerdo que de niño yo visitaba auna familia que frecuentementecelebraba fiestas religiosas y lo primeropara esas fiestas era el alcohol. Muchasveces los niños recogíamos todos losrestos que dejaban las personas hastallenar una o más copas, y fue así cómoempecé a emborracharme.

Cuando mi madre por fin me iba abuscar, muchas veces me tenía quecargar porque yo había perdido el

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conocimiento. Luego venían los regañosy no más visitas a esa casa. Pero meseguía escapando a espaldas de mimadre porque me gustaba ese ambienteen el cual yo sentía el afecto de esaspersonas porque nunca me rechazaron,al contrario me decían que viniera.

En el hogar siempre estuvo presenteel alcohol. Muchas veces cuandodespertaba mis padres estabandiscutiendo. Cuando se peleaban loúnico que yo escuchaba era que mimadre se iba de la casa.

Yo me iba para la escuela y cuandoregresaba ya no encontraba a nadie en lacasa y nadie que me diera razón de lo

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sucedido. Mi padre se iba detrás de mimadre para rogarle que volvieramientras que yo me quedaba solo en lacasa. Y a mí me daba un gran miedo lasoledad y mi padre buscaba a otrapersona para que me cuidara.

Por fin nos mudamos a otro lugarlejos del pueblo donde vivíamos,porque mi padre iba a poner una tiendadonde la cerveza nunca iba a faltar paravender.

En ese tiempo mi padre tenia uncamión y sus trabajadores me decíansiempre que les sacara una botella devino de la tienda y, a cambio, ellos meiban a enseñar a manejar el camión,

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cosa que a mi me entusiasmaba mucho.A mí me gustaba cuando mi padre

me decía que me fuera con lostrabajadores como el hijo del patrón.Luego ellos me llenaban la cabeza y elego diciéndome que tomara como elloslo hacían. Como a mí me gustaba, yo lohacía creyendo que era la única formade vida. Si mi padre lo hacía, ¿por quéyo no?

Recuerdo que cuando salí de laescuela primaria le dije a mi padre queya no quería estudiar. Más bien le dijeque prefería trabajar y su respuesta fueque me iba a golpear. Entonces, le dijeque me iba a ir de la casa y él me dijo

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que era un estúpido. Recuerdo una vezque me dijo que me fuera con él a lacapital y lo acompañé. En ese viajeocurrió un accidente que dio razón paraque mi padre se quedara y yo regresarasolo a casa. Me dijo que él llegaría esamisma noche y me recomendó muchoque cuando llegara a casa no salierapara nada. Algo que yo ignoré porcompleto.

Yo salí de mi casa como si nada,llevando una botella de vino paratomármela con mis amigos. Lo que noesperaba era que por causa del licor unode ellos por poco mata a otro de unapedrada en la cabeza. A causa de eso me

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arrestaron en la madrugada y fue un granproblema porque fui a parar a la cárcela la edad de quince años. Mi padre,enojado, me cogió del cuello y megolpeó. Recuerdo que yo le decía queme matara porque no sentía dolor sinorabia contra él. De allí en adelante meprohibieron muchas cosas y privilegiosque yo tenía.

Muy a regañadientes me inscribí enla escuela secundaria, donde mistomadas a escondidas continuaron.Siempre tomaba mis cervecitas y cuandoteníamos excursiones de la escuelasiempre cargábamos alcohol en nuestrasbolsas. No es raro que me volviera más

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borracho cuando también los maestrostomaban con los estudiantes.

Ya iba en el tercer año cuando mipadre murió. Lejos de sentir dolor sentíun gran alivio porque ya no me iba aestar diciendo lo que tenía que hacer.No sentí ninguna tristeza ni compasiónpor él sino, al contrario, sentí alegríaporque iba a hacer lo que más meconvenía. La misma noche que loestábamos velando comencé a beber.

Allí empezó mi calvario porque meretiré de la escuela y empecé a trabajar,creyendo que tenía el mundo a mis piesy que era el rey del universo. Lascircunstancias cambiaron drásticamente

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para mí porque a los dieciséis años meenamoré locamente de una bellamuchacha. El día en que me declaré medijo que la dejara pensarlo y que laviera cerca de su casa a las seis de latarde. Yo fui bien puntual a conocer surespuesta y me dijo que estaba bien.Sentí que me dio vueltas el mundo y mefui a celebrarlo y terminé bien borracho.Ese tiempo para mí fue como una nuevavida. Lo malo fue que los padres de minovia le dijeron que conmigo no tendríaningún futuro, porque la mayor parte deltiempo asistía borracho a las citas.Luego sus padres me vieron muchasveces tirado en la calle y esto resultó en

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la disolución de mi noviazgo. Ella medijo que, a pesar de que me amaba, yano quería nada conmigo.

Seguí bebiendo con más frecuencia ymayores cantidades. Recuerdo que lanoche que me despidió mi novia sentítanta rabia que mi única salida fue irmea tomar a un bar. Me tomaba los tragosde licor como si fueran agua, poníacanciones para apaciguar missentimientos, y luego despertaba al díasiguiente como a la una de la tardetodavía bien borracho. Vinieron losreclamos de mi madre y me tuve quesalir de la casa para no tener que darlecuentas. También vinieron más

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problemas porque comenzamos apelearnos por los bienes que mi padrehabía dejado.

Le di tantos problemas a mi familiaque por fin los cansé, hasta llegar a serun indeseable, ya que ellos preferíanverme muerto que en esas condiciones.Decidí irme lejos de mi pueblo natalpensando que tal vez cambiando delugar dejaría de beber, cosa que nuncapude lograr por mis propios medios.

Llegué a la etapa crónica de mialcoholismo y anduve como unvagabundo sin dónde vivir o caermuerto. Andaba de lugar en lugar sinningún porvenir hasta llegar al punto de

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dormir bien borracho para no sentir elfrío. Regresé nuevamente a mi pueblo,donde viví la mayor parte de mialcoholismo. Por lo menos allí sabía delugares baldíos y lugares dondeguardaban los animales donderefugiarme por la noche.

Tuve más problemas y traté de dejarde beber, y lograba dejarlo uno o dosdías. Muchas personas me decían que nosabía tomar y yo me enojaba porqueveía a mis amigos emborracharse y aldía siguiente iban a trabajar como sinada, algo que yo ya no podía hacer.Siempre quise ser como esas personas ydemostrarles que sí podía. Empezaron

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las entradas a la cárcel y las lagunasmentales, que venían desde mis primerasborracheras. Cuando preguntaba que porqué estaba allí me decían que porescandalizar en la calle. O por cargar unarma punzante o un revólver. Pero nisiquiera en la cárcel podía dejar debeber porque mis amigos me llevabanalcohol. Y si alguien pagaba la multa medejaban salir para seguir en lo mismo.

Un día, desesperado, traté desuicidarme cortándome las venas. Habíavisto a otras personas hacerlo y porfortuna para mí no funcionó. Sólo mequedan las cicatrices. Otra vez traté deintoxicarme tomándome cien cápsulas

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que ni sé de qué eran y tampoco me dioresultado.

Después de ese intento de suicidio,conseguí trabajo manejando un camión ymi patrón era de esos que para comertenía que tomarse un trago. Me quedé unlargo tiempo con ellos trabajando y ennuestras conversaciones me decían quepor qué no buscaba una novia, que talvez casándome podría dejar de tomar yasí lo hice. Pero fue peor porque yo noestaba acostumbrado a convivir con otrapersona y menos a tener que compartirmi salario, que me servía paraemborracharme. Así que vinieron másproblemas creados por el alcohol.

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Muchas veces, para quedar bien conmis suegros, yo les llevaba licor paratomar con ellos. También a ellos lesgustaba tomar y yo me aprovechaba deello. Tomaba por todo y por nada.Tomaba porque mi esposa no salíaembarazada después de un año de estarjuntos. Esto era también causa dediscusiones y peleas con ella.Frecuentemente nos peleábamos y ellame echaba de la casa porque vivíamosen la casa de sus padres. Mi esposa medecía que era su casa y nos separábamosdos o tres semanas y yo volvía a rogarle.Por fin se quedó embarazada y de laalegría me fui a celebrar.

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No me duró mucho el gusto ya quetodo el período de su embarazo ella tuvomuy mal carácter; no se le podía decirabsolutamente nada. Cuando hablabacon mis amigos de parranda ellos medecían que tal vez cambiaría después dedar a luz, cosa que no sucedió.

Cuando nació mi hijo yo ya tenía tresmeses de estar tomando. Con más razónfui a comprar otra botella de ron porquefue varón. Incluso le di un trago a lacomadrona ya que no se conoce otramanera de celebrar.

Al mes siguiente bautizamos a mihijo y para celebrar nos buscamos unospadrinos también borrachos. Recuerdo

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que mi compadre y yo nos fuimos al bar,mientras que la comadre y mi esposabautizaban al niño en la iglesia. Sóloesperamos que salieran para seguir lafiesta y ya no recuerdo nada de lo quepasó ese día. Al otro día me desperté yme contaron todo el ridículo que habíahecho. Lamentablemente el matrimoniosólo duró cuatro años.

Años atrás, un gran amigo de mipadre, al ver cómo me estabadestruyendo, siempre trataba de hablarconmigo para ayudarme. Por mi orgullocreía saberlo todo. Estaba ciego a larealidad de la vida y siempre teníapretextos para no aceptar que tenía

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problemas. Él era mecánico decamiones en el tiempo que yo manejabay era también el único mecánico quehabía en la zona. Por fuerza teníamosque ir con él para que nos arreglara elcamión. Él siempre intentabapreguntarme cómo me encontraba.Aunque me moría de la resaca yo decíaque estaba bien. Incluso le queríademostrar que podía controlar la bebida.En cierta ocasión le invité a un almuerzoy me tomé sólo una cerveza. Ésa fue talvez la única vez que lo hice.

Ese hombre siempre me hablaba deAlcohólicos Anónimos. Yo habíaasistido a una reunión una vez y fui más

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bien por compromiso, para que dejarade molestarme con sus alcohólicos. Laidea de que yo podía ser uno de ellos mehacía pensar en el qué dirán y me dabauna gran vergüenza. Tener que admitirque yo no podía controlarlo sin ayudame llenaba de pavor. La primera vez queasistí dijeron que si alguien teníaproblemas con el alcohol y deseabapertenecer, sólo tenía que ponerse depie o levantar la mano. Yo no hiceninguna de las dos cosas.

Un amigo de borrachera que me vioentrar al grupo, me esperó afuera y medijo que no me fuera a meter con losalcohólicos ya que era lo más bajo que

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podía caer. Yo le aseguré que no habíahecho ningún compromiso con losalcohólicos y se lo demostré bebiendo.Los problemas siguieron y yo todavíadecía que para qué ir a esas reuniones sino era alcohólico. Yo trabajabademasiado y sólo estaría perdiendo eltiempo; pero poco después tambiénperdí el empleo.

En mis últimas borracheras me di lamano con la locura. Era lo último que yoesperaba y no lo creí hasta que lo vivíen carne propia. Tenía delirios visualesy auditivos en pleno día y llegué tambiéna vomitar sangre. Fue de la únicamanera que por fin me decidí a pedirle

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ayuda a un Dios y dejar de sufrir. Elmejor recurso para comenzar fue ungrupo de A.A.; el grupo que siemprehabía estado a media cuadra de mi casa.En medio de mis delirios escuché unavoz que me decía «allí hay un grupo deA.A.» Aunque muy en contra de miorgullo, tuve que ir a pedir ayuda. Tuveque rendirme ante el alcohol y admitirque no podía beber más.

Fui muy de mañana con aquel amigode mi padre miembro de A.A. paradecirle que ahora sí necesitaba de A.A.A él le dio tanto gusto el hecho que lofuera a buscar que pasó todo el díaconmigo apagando la borrachera.

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Después de seis meses, aunque tuve quepasar muchos tropiezos, mi esposa mepidió que escogiera si me quedaba conella o con los alcohólicos. Fue unadecisión difícil pero al final opté porA.A. y hasta el día de hoy la considerouna buena decisión.

Yo había visto a mi padre muchasveces ir al manicomio pero nunca habíaoído que el alcoholismo fuera unaenfermedad. Vi también a muchosfamiliares morirse de alcoholismo, perolos médicos siempre le echaban la culpaa otras cosas. Por ejemplo, decían queno se alimentaban bien y por eso yo loveía todo normal. A tal grado llegaba mi

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ignorancia que muchas veces le dicerveza a mi hijo de un año porque ésaera la costumbre. Mi esposa quedó bienafectada y neurótica. Me tenía un odiotan grande que me dijo que ya nunca mequería ver ni muerto. Por fin nosseparamos definitivamente y cada cualse fue a vivir por su lado con un hijo depor medio. La vida que había vivido mehabía dejado con muchos malosrecuerdos y me dije a mí mismo que yanunca me iba a casar y empecé a asistira las reuniones de A.A.

Pronto me di cuenta de loequivocado que había vivido. Fue unagran lucha empezar una nueva vida sin

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nada, sin nadie y sin dónde vivir.Envidiaba a mis compañeros de escuelaque terminaron sus carreras, mientrasque yo era un fracasado. Pero el asistir amuchas reuniones de A.A. me ayudó aver que no estaba solo. También meayudó escuchar experiencias de loscompañeros que habían tenido que pasarlo mismo que yo. Comencé a aceptar quelo que se había perdido tenía quequedarse en el pasado, y que yo tendríaque vivir el día de hoy enfrentando a larealidad de la vida un día a la vez.

Después de un tiempo encontré a laque es mi actual esposa y formamos unhogar. Estamos casados por todas las

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leyes y tuvimos tres hijos dentro deAlcohólicos Anónimos. Gracias a Dioshe tenido el apoyo de mi esposa parahacer servicios en A.A.

Cuando emigré a otro país loprimero que hice fue buscar un grupo deA.A. y estoy sirviendo desde que llegué,porque he encontrado una nueva vida.Todo lo que creía normal hoy veo queno es normal. Todo tiene solución, perohay que buscarla y tener la suficientevoluntad. Todo lo que me prometieronya se cumplió en mi vida, siempre ycuando me mantenga sobrio y en acción.

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(4)

CAMINO A LA DERROTA

Desafiante, celosa de su autonomía,seguía diciéndose a sí misma alprincipio que no sabía si A.A. era ellugar apropiado, pero iba escuchandolas historias e identificándose con losintegrantes del grupo. Todos erancomo ella; les habría gustado serbebedores normales, pero nuncapudieron serlo.

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NACÍ en una familia normal de clasemedia alta, con una activa vida social.Teníamos reuniones familiares todos losfines de semana con grandes comilonas,música, bebidas, mesas de póker, etc.Los chicos teníamos nuestras reunionesparalelas que también tenían música ybaile. Así recuerdo mi primeraborrachera a los ocho años: robamosuna jarra de licor con frutas y bailé máslibre que nunca hasta que me mandaron adormir «en penitencia» junto a mihermana y mis primas, que habíancompartido conmigo la travesura.

Era normal en aquel tiempo que los

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chicos tomaran un poquitito de alcoholen las comidas, o bebidas de bajagraduación alcohólica en las reuniones.Yo nunca dejé escapar estasoportunidades porque siempre megustaron las bebidas con alcohol. Unode mis juegos favoritos era el depreparar experimentos con los restos delos vasos y después los tomaba como«prenda» de algún juego.

Ya a los 14 era una chica particular,bastante buena en el estudio, respetuosay cariñosa con mis padres cuandoestaban en casa; pero muy soberbia,autosuficiente y desafiante en la calle ycon mis amigos. En las fiestas, había

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aprendido que para estar bien podíavomitar cuando empezaba a estar muymareada, y así seguir tomando. En micasa todo lo que tenía que hacer eraagachar la cabeza, decir a todo que sí yprometer no hacerlo nunca más. Estaactitud de obediencia hizo que terminaramis estudios.

Todo estaba bien mientras miconducta se podía justificar con la edad.No tenía problemas para tener alcoholporque en casa había una pequeñabodega y mis padres estaban todo el díaen el trabajo. Además, era amiga detodos los organizadores de las fiestasque me daban bebida libre.

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Me fui a terminar de estudiar a lacapital. Cuando el alcohol no me dejabaestudiar, tomaba anfetaminas. Cada vezque tenía problemas pensaba en quétomar para regular mi conducta o misalud, nunca se me cruzaba no tomar. Merecibí de traductora y terminé losestudios para profesora. No obtuve eltítulo porque para ello tenía que trabajartres días más dando clases, y yoconsideraba que ya había hecho losuficiente. Igual me independicéeconómicamente a los 21 años.

Tuve muchos trabajos, pero el mejorpara mí era en turismo, porque si bien elsueldo era pobre, la vida era de fiestas

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continuas. Todos los días al terminar eltrabajo o antes de empezar una guardia,pasaba por un bar vecino, sola oacompañada, y pedía un vaso de «agüitafresca». El barman me servía un vasogrande de gaseosa lleno de bebidablanca incolora con hielo. Después deun año, dejé ese trabajo porque habíahecho varios papelones en reuniones,había tenido algunas discusiones concompañeros dentro y fuera de la oficinay alguno de mis jefes me había vistoborracha. La excusa fue que el trabajono me brindaba oportunidades decrecimiento y tenía otra buena oferta.

A los 26 años me junté con un grupo

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de gente más pesada. Estaba todo el díaen casa porque hacía mis traduccionespor fax. Pasaba los días consumiendopermanentemente con mi «novio» delmomento y sus amigos, y participando enalgunos negocios nonsantos, que incluíanel comercio de drogas. Me sentía comola novia de la mafia, y ese prestigio medaba el afecto que necesitaba.

La última transacción fue muygrande y peligrosa. Esta vez mi juegohabía llegado demasiado lejos. Measusté y otra vez me escapé

Me fui a otro país donde viví tresaños de locura absoluta. Fui hippie,cocinera, pintora (de paredes),

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profesora de buceo, cazadorasubmarina, lavaplatos, artesana,alcohólica y drogadicta. Me enamoraba,me desenamoraba, quería hijos y micuerpo los rechazaba y cada dos por tresmi pareja me rechazaba también. Cumplí30 años y todavía estaba jugando.

Supuse que si volvía a mi ciudadtendría que portarme bien, porque no meatrevería a mantener esa vida frente a mifamilia, así que regresé. Fueron tres díasde reflexión, sola y pensando mucho:tendría que dejar las drogas y el sexofácil, conseguir un trabajo y quedarmetranquila en la casa de mis padres.Jamás pensé en dejar el alcohol. Me

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daba cuenta de que todos los amigos quehabía tenido ya no estaban. El que no sehabía matado en un accidente estabapreso o en algún otro lugar del mundo.Aquellos conocidos casados, con hijos ytrabajo nunca habían sido mis amigos.

Dejé las drogas, pero los hombres…fue más difícil. Al poco tiempo estabasaliendo con el padre de mi hijo mayor,drogadicto. A los tres meses quedéembarazada sin querer, y eso me ayudó aabrir un poco los ojos. Me separé deeste hombre y me cuidé durante miembarazo. Reafirmé mi decisión deparar con la locura, pero me ganó laobsesión, y ni bien mi hijo dejó de

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mamar, ya tomaba tanto como siempre.Asumir mi responsabilidad significabaterminar de trabajar rápido para poderempezar a tomar tranquila. Así cuandollegaba la noche, me desmayaba en lugarde dormirme.

Como consecuencia de un brevereencuentro con un ex, quedéembarazada nuevamente. Estaba taninconsciente que no me di cuenta hastalos cuatro meses.

Con dos hijos, ya estaba asustada,así que cuando el menor no tenía un añofui a ver a un especialista enalcoholismo, que insistió en llevarme alos grupos de A.A. Yo le decía que mi

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problema era más serio que el alcohol.Alcohólicos Anónimos no era para mí.Tras análisis, muchas vitaminas para micuerpo dañado y pastillas para controlarla ansiedad, entré en abstinencia. Tal fuemi recuperación que a los pocos mesesestaba tomando, pero esta vez con tantaculpa que durante los cinco añossiguientes tomé a escondidas en mi casa.No salía a ningún lado porquenecesitaba tomar todo el día, y de vez encuando justificaba el uso de pastillaspara no deprimirme mucho.

Para hacer las cosas bien con mishijos, seguía las instrucciones de algúnlibro, y así cumplían rigurosos horarios

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para las comidas, el baño, el juego alaire libre, etc. Desde la cocina y con unvaso en la mano yo me dedicaba amirarlos y a pensar en cómo podíamejorar sus vidas. En mi casa reinaba elsilencio de tres personas enterradas envida: mis hijos de 5 y 7 años, y yo, 39.No había música. No había risas. Novenían visitas. Nadie quería ver talpanorama.

En el momento más duro, llena dedeudas y con problemas con la policía,mi madre, alcohólica también, tuvo unarecaída que casi le cuesta la vida.Durante casi diez días de internamientola visitaba, le cambiaba los pañales,

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trataba de que me entendiera en sutremendo delirio, quería que se calmara.Tomaba algo antes de ir a verla paratener valor, y después tomaba algo parapoder estar con mis hijos sin pensar enel dolor que la situación me causaba.

En cierto momento, ella entró enestado de coma. Los médicos dijeronque sería irreversible y que moriría enun par de horas. Lloré su muerte conalivio, porque entendía que ese sería elfinal de una vida de sufrimiento, y fui ami casa a preparar a mis hijos para elvelorio. Sus compañeros de A.A.llamaron a un pastor para que le diera laextremaunción. Su muerte era un hecho.

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Horas más tarde, con todos los A.A.a su alrededor, ella empezó a darseñales de vida. Los médicos lallevaron al quirófano y se encontraronque lo que ellos suponían que era untumor cerebral era un estallido de lasvenas debilitadas por el alcohol que lehabía inundado de sangre gran parte delcerebro, y le extirparon la parte dañada.

Increíblemente, mi madre se empezóa recuperar. «Otra vez», pensé yo contristeza. De nuevo vendría una nueva ydura etapa de recuperación. En mimadre veía mi futuro, en mis hijos, mipasado. El dolor que yo sentía en esemomento lo sentirían mis hijos. Tal vez

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algún día, mis hijos también podríandesear mi muerte. Yo era la única quepodía hacer algo para cambiar lahistoria, y eso era asumir que habíaperdido, que hasta ese día el únicoganador había sido el alcohol.

Con esos tremendos pensamientos enmi mente, me aferré más a mis hijos ycon más culpa, al alcohol. Me manteníaen un estado de permanente confusión,«a medio tanque» dicen los borrachines,para anestesiar mi pena, y tomandoantidepresivos para tratar de parar midolor.

Cuando limpiaba la cocina a lanoche, y lavaba mi vaso, decía para mis

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adentros que ese sería el último, pero aldía siguiente cuando me acordaba de mipromesa, ya había estado tomando sinpensar, así que la postergaba para elotro día.

En esos días me visitó una señoraque me conocía a través de mi madre.Me empezó a contar sobre su historiacon el alcohol, los problemas que lehabía causado y cómo estabarecuperando, desde hacía ocho años, díaa día, la capacidad de vivir ensobriedad, aceptando las dificultadescotidianas, en lugar de esconderlasdentro de una botella. Yo le expliquéque yo estaba muy ocupada con mis

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propios problemas y que si su vidahabía sido tan terrible y tenía tantasdificultades, debería ir a un psicólogoen lugar de pretender que yo la ayudara.

Más tarde me enteré que ella habíahablado con una de mis hermanas, y quevenía a transmitirme el mensaje deAlcohólicos Anónimos. Ella me contóque ese día salió de mi casa sintiendoque había fracasado y que yo iba a serun caso muy difícil de recuperar.

Pero no tardé mucho en reaccionar atodas las voces que sonaban dentro demí y a mi alrededor: dos semanas mástarde, al mediodía, caminaba con mi hijomenor de la mano, y me pidió una

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monedita para caramelos. Le expliquéque no tenía dinero; sin embargo, sítenía todo reservado para conseguir unpar de litros de bebida para la tarde. Elme dijo: «Tienes lo mejor para ti,alcohol, cigarrillos…». Me partió lacabeza y el alma. Mi Poder Superior ymis seres queridos se movieron contanta coordinación que ese mismo díavino a charlar conmigo la mujer de mipapá. Hablamos de mi estado, del de mimadre y de los grupos. Se ofreció paracuidar a los chicos si yo iba ese día aA.A. Acomodé mi casa, bañé a loschicos y dejándolos en pijama, me fui ensu auto a mi nuevo grupo. Ese sería el

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principio de esta nueva vida que estoyintentando aprender a vivir.

En un primer momento, estabaterriblemente enojada. A esa hora, en undía normal, yo estaría tranquila en micasa, tomando algo y leyéndole a loschicos para que se durmiesen. Sinembargo estaba ahí, esperando paraencontrar a un montón de gente queseguramente ya había conocido en elhospital junto a mi madre.

Allí estaba mi amiga, que a pesar deestar muy enferma, fue a recibirme.También había mucha gente que veía porprimera vez y todos me recibieron conmucho cariño. Yo creí que todos me

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conocían y que me estaban esperando.Eso de ser el centro de atención fue unacaricia para mi ego. Pensaba que através de mi madre conocían mi historia,y por una cuestión de educaciónrespondí a cada saludo de bienvenida.Entendía que había entrado a una terapiade grupo y que debía intentar escuchar yhablar.

Escuché que alguien dijo que teníaque ser paciente y asistir a las reunioneslo más que pudiese. Esta vez misoberbia actuó a mi favor. Pensédesafiante que iba a «ir todos los días alas siete y media como si fuese untrabajo y después veríamos». Para que

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mi familia supiese que era obediente, lespediría ayuda por primera vez para quecuidasen a mis hijos. Como no loshabían cuidado nunca antes, tenía lasecreta esperanza de que dijesen que no,todavía pensando en que podríaarreglármelas sola. Para mi sorpresa lamujer de mi papá me dijo: «Yo ya séque hay que ir todos los días, ¿y tú?».

En este momento la elección eratotalmente mía. Tenía que darle la razóna todos los que me habían advertido queel alcohol me estaba haciendo mal.Debía admitir en voz alta que no podíacontrolar mi manera de beber y quenecesitaba ayuda.

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Durante los primeros días repetíaconstantemente que no sabía si era ellugar para mí. Más adelante, bajo laexcusa de no compartir el lugar deterapia de mi madre, decía que elprograma era bueno, pero tal vez ese nofuera el grupo apropiado. Defendía miautonomía y con ella, a la copa.

A medida que escuchaba a «esagente» hablar, iba entendiendo cosassobre mí. En realidad, me ibaidentificando con cada uno de losintegrantes del grupo de una u otramanera. Empecé a entender que todoseran como yo. Que a todos les hubiesegustado ser bebedores normales, pero

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que, al igual que yo, no podían, porqueeran enfermos alcohólicos. Entendí queesta no era una enfermedad que pudiesecurar la medicina, que mi maneraobsesiva de beber era tan sólo unsíntoma de que algo no andaba bien enmi manera de obrar y de sentir.

Hablaban de un Poder Superior,necesario para empezar mirecuperación, y comprendí que tantagente junta que podía estar sin tomar yque tenía ganas de estar un poco mejortodos los días debería generar esaenergía positiva que me calmaba en miabstinencia y que me atraía para volveral día siguiente. Así que, por lógica, el

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grupo sería mi Poder Superior.Más adelante, un hombre sugirió que

practicase la oración a diario y que la fese me iría metiendo en el corazón, comolo hace la llovizna suave que parece queno moja, pero que al cabo de un tiemponos deja empapados. Tenía lógica.

Un compañero con muchos años desobriedad me explicó con muchaclaridad lo que significaba el símbolode A.A. Me decía: «Mira, los tres ladosdel triángulo son iguales. Tenemos querecuperamos juntos y ayudando a losdemás. Un alcohólico solo no puederecuperarse, y si no hacemos serviciopara contar lo que nos está pasando

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mucha gente se va a quedar sin entrar eneste círculo de amor, entonces es menosla ayuda que vamos a tener. Cadapersona que se queda se engancha comoel eslabón de una cadena, y pasa aformar parte de todo esto que esmaravilloso».

Esa idea de «un gran todo» tambiénme resultó atractiva. Podía tener unobjetivo común con esa gente quehablaba como yo, que en lugar decensurarme, me entendía, que de algunau otra forma había pasado por lo mismoque yo.

A la semana de estar en A.A. estudiéel encabezado de Los Doce Pasos, para

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ver qué era lo que se suponía que debíahacer; después, soberbia y obstinada, leíLas Doce Tradiciones, buscando algúntipo de reglamento o defecto en elfuncionamiento del grupo. Más tarde ypara probar mis conocimientos, leía alazar una reflexión de un libro (Como love Bill) y trataba de acertar el tema. Asíque tuve que asumir que no sabía nadadel comportamiento humano y menos delmío.

A los veinte días, y por falta deservidores, me pidieron que ayudase enlas reuniones de servicio y unos díasmás tarde fui con mi amiga a ver a unaseñora que bebía en exceso. Mientras

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ella le contaba que no tenía problemascon la bebida, yo pensaba casi conalegría «yo sí». Ese día sentí un granalivio interior. Dejé de usar la lógicapara empezar a usar el corazón.Entonces pasé a ser una más de «esagente». Sentí el valor de charlar conalguien que necesitaba ayuda ya que erauna forma perfecta para ayudarme a mímisma a ver mi problema. Empecé aentender que esta era una manera deintegrarme. Cuando mi inquietud no mepermitía quedarme quieta durante lasreuniones cerradas, vaciaba ceniceros,acomodaba los estantes de literatura,tratando de no hacer ruido para no

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molestar. Nadie me dijo nada. Así pudeempezar a sentir que yo pertenecía a eselugar.

Practicando las primerassugerencias me dediqué a mantenermeocupada para evitar mi parloteo mentalpermanente. Empecé a leer con máscalma, y mantuve sobre mí unaexagerada observación. Lo primero quenoté fue el gran silencio que reinaba enmi casa. Lo único que se escuchaba eraun «te amo» que de vez en cuando ledecía a alguno de mis hijos, o que ellosme decían a mí. Empecé a romper elsilencio, explicándoles que yo estabaenferma, pero que si iba al grupo todos

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los días, tal vez pudiese mejorar lascosas. Les conté sencillamente lo queera el alcoholismo, les hice recordaralgunas conductas mías propias de laenfermedad, como el hecho de vomitar adiario, para que lograsen entender; y leshablé del programa de AlcohólicosAnónimos. Lo puse en palabras sencillasy les relaté los Doce Pasos como sifueran un cuento. A ellos les encantó, y ami me sirvió para ver que la propuestade A.A. era mucho más sencilla de loque parecía.

A medida que se calmaba miansiedad, mi actitud hosca y misexigencias desmesuradas iban

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desapareciendo, y con ello, los chicosse fueron animando a jugar fuera de lahabitación primero, a compartir conotros chicos después, y a ser mástolerantes uno con el otro. Con mirecuperación empezaba también la deellos.

Hoy siento que Dios siempre estuvoallí, pero que yo con mis acciones, ledaba la espalda. Pude ver que podía ircambiando mis sentimientos poco apoco. Por ejemplo, en un primermomento abrigaba grandesresentimientos contra mi madre, porqueno comprendía su enfermedad y laculpaba de la mía. A medida que pasó el

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tiempo, empecé evitar la palabra culpay a cambiarla por responsabilidad.Entendí que yo era responsable de misactos, y que mi enfermedad era unapredisposición que había nacidoconmigo. Toleraba el hecho de no tenerla madre que hubiese querido y mástarde la acepté como es, esperando queella me acepte a mí. Enfrentarla con misdefectos resultaba más que difícil, perohoy ella asiste a un grupo de A.A. en unhospital, y yo voy también para poderestar con ella bajo la protección de unPoder Superior. Ese recuperar a mimadre es otro de los regalos que me estábrindando mi sobriedad en Alcohólicos

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Anónimos.Sigo asistiendo a las reuniones

porque me brindan un mejoramientodiario, y cuando una persona llega,reviso con ella mis primeros días detorpeza y de soberbia y trato de corregirel rumbo. Entiendo que la sobriedad esun «ir de camino» hacia la superacióncontinua.

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(5)

NOCHES ALEGRES –DESPERTARES TRISTES

Durante 20 años de su vida adulta,este supuesto superhombre se creíaimponente. A los 40 años de edad seencontró solo, atemorizado, inmaduro,sintiéndose torpe y resentido con lavida.

SOY el mayor de seis hermanos. Mipapá siempre fue independiente y sus

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tíos me contaban que varias veces habíatenido problemas; pero nunca me dijeronpor qué.

En casa siempre había gente y lossábados a mediodía o de noche sehacían asados. Cuando algunos de mishermanos o yo nos acercábamos a laparrilla, mi padre nos agarraba del peloy nos llevaba para la casa diciendo queése no era lugar para los chiquilines.

En esos asados se compraba vino y,si sobraba, se guardaba en casa. Querecuerde, mi papá siempre tomó alcohol.Así que una tarde que estaba solo conmis hermanos, decidí tomar un poco devino. Todavía recuerdo el gusto

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desagradable y cómo cayó en miestómago. Escupí todo lo que no habíatragado. Esa «viveza» a la edad de diezaños me costó una paliza que me dejónegros los muslos y las nalgas. Apartede los asados o parrilladas de lossábados, dos o tres domingos por mes sereunía la familia de mi papá. El motivoera cualquiera, pero era la oportunidadde conversar, hacer negocios y comer ybeber a pierna suelta. Cada tía o tío traíasu especialidad, las unas la comida y losotros la bebida; la abuela, cosas dealmacén y vino normal y mi padre poníael asado. Eso significaba una mesa muylarga, llena de comida casera y

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pasábamos todo el día comiendo,tomando y jugando a las cartas. A mí metocaba hacer la ensalada y estar todo eldía «dale que dale», porque mi padreera de estar todo el día dando órdenes.La abuela traía algún refresco y cuandose terminaba, nos tomábamos laespumita de cerveza o lo que quedabade vino en el fondo de algún vaso.

Cuando cursaba sexto grado deescuela, mi papá me castigó en la mesadurante el almuerzo y me fui de casa.Estuve visitando compañeros ymintiendo. Cuando llegó la noche meescondí en unos matorrales cerca decasa hasta que me encontraron.

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A los quince años, nuevamente tuveun altercado con mi padre y estuvecuatro días internado con un ataque denervios. Por esa etapa de mi vida, notenía ganas de estar en casa, y me iba alclub social de mi barrio a juntarme conlos mayores. Practicaba deportes y teníaque ser bueno para que los grandes medejaran jugar con ellos. Así descubríque siendo precoz y sobresaliendo, elpremio era el compañerismo y elalcohol. Se me reconocía por lo quehacía, cosa que en mi casa no pasaba; yencontraba amistad o cariño quetampoco tenía en casa. Por esa época delos quince o dieciséis me agarré mi

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primera borrachera. La cama se movía,el techo daba vueltas, la cabeza se caíade un lado a otro; fue terrible. La resacaduró dos días que fueron un infierno.

Cuando tenía dieciocho años, mimamá falleció y se agrandó el caos enmi familia. Mis dos hermanos menores(un varón y una nena) pasaron a estarbajo la tutela de una tía. A los veinte mecasé tratando de fugarme del dominio demi padre, y fue peor. Ya tomaba todoslos días y a toda hora y, aunque eraquerido en todos los ámbitos dondefrecuentaba, cada vez tomaba más. Dejéde estudiar y comencé a cambiar detrabajos, y cada vez era mayor el miedo

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que sentía. Mi señora se quedóembarazada y comenzaron mis grandesfugas geográficas. Conocí a mi hijacuando estaba por cumplir tres meses deedad. Viví en la casa de mi padre, no mellevaba bien. Viví en la casa de missuegros y, aunque no tenía problemas, nome sentía a gusto. Nació otra hija: másmiedo; sólo lo resolvía trabajandodieciséis horas por día y tomando a todahora.

Durante veinte años me sentígrandioso, poderoso, un superhombre.No había tenido problemas con la ley.En los trabajos se me quería por lo quetrabajaba. Tenía una esposa que me

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entendía y tres hijas sanas, inteligentes ybellas.

Eso me creía yo. No tuve problemascon la ley porque nadie me denunció, nisiquiera mi esposa. En los trabajos seme tenía lástima, y me ayudaban por mifamilia. A mi esposa le hice la vidaimposible durante los veinte años queestuvo a mi lado.

Durante veinticinco años, el alcoholme dio todas las alegrías que quisetener, pero un día las cosas empezaron acambiar. Las noches alegres teníandespertares tristes. Los calambres eranconstantes. Tenía sudores en plenoinvierno, resacas, más resacas y miedo a

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todo. Y el alcohol comenzó a cobrarse.Se terminaron los buenos trabajos; seterminó el poder alquilar una casa; seterminaron las hijas en casa; se terminóla esposa.

A los cuarenta años de edad estabasolo y con más miedo que a losdieciocho; inmaduro, me sentía tonto y,para peor, resentido con la vida. Porsugerencia de una tía psiquiatra,comencé a visitar a una psicóloga queme atendía gratis (obviamente yo notenía ningún problema; eran los demásque no me entendían). Ella me comentóque hay gente que tiene problemasparecidos a los míos y que se ayudan

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entre sí. Nunca me dijo cómo sellamaban o dónde podía encontrarlos,pero creí que podían ser mi solución.Ellos convencerían a mi esposa de lobuen marido que yo era. Le dirían a mipatrón que me aumentara el sueldo y yotrabajaría mejor y lograrían soluciones amis problemas.

En mayo del año 1992, en unaborrachera en soledad, desesperado ycontra todo sentido común por miformación y por mi manera de actuar,imploré: «Dios, si realmente existes,ayúdame a dejar de tomar». Caí derodillas y el coma alcohólico duró dosdías.

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En julio de ese año, borracho y sinsaber por qué ni cómo, golpeé la puertade un grupo de A.A. La persona queabrió la puerta me preguntó si teníaproblemas con el alcohol y me invitó apasar. Cuando golpeé la puerta, sentícomo que estaban rezando, después meenteré de que era el final de la reunión.Cuando pasé había ocho personassentadas alrededor de una mesa; nadiese movió. Todos se quedaron a pasarmeel mensaje y hasta el día de hoy no hebebido.

En todo este cúmulo de 24 horas, heaprendido y me han pasado un montónde cosas. Aprendí que no había sido tan

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buen hijo, ni tan buen hermano. Ni quetampoco había sido un buen esposo ymenos un padre ejemplar. Que no habíasido tan buen compañero de trabajo nitan buen ciudadano, pero que podíaserlo si me lo proponía. Aprendí que fuiel asesino de los sueños de mi esposa.Que la defraudé, porque nunca fui elhombre que ella creyó que yo era, quefui un ladrón de mi propia familia,violador de mi esposa. Que nunca fuiesposo, amante, padre, hermano o hijo.

Tiempo al tiempo, tómalo concalma, si hoy es lunes, no quieras estarbien para el jueves. Todo esto loescuché en los grupos y luego lo fui

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descubriendo en los libros. Y la acciónpuesta en todas estas 24 horas comenzóa dar sus frutos. Lentamente recuperé amis hijas y, aunque con miedo, un díapude decirles «te quiero».

Hoy puedo hablar con la que fue miesposa y respetarla, sin que su pareja metenga miedo. Hoy soy un padre paracuando mis hijas me necesitan. Soy unhermano y, aunque ya no tengo a mispadres, hablo de ellos con respeto y lesagradezco lo que intentaron hacer de mí,porque cada vez que estoy endificultades sólo tengo que recordar loque ellos hacían y muchas veces,problema resuelto.

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Tengo dos bellos nietos, una nuevaesposa, y disfruto de un hogar; uncorazón agradecido y lleno de felicidad;unos amigos que no conocía, como losocho que me recibieron; y algo quenunca llegué a pensar que podía existir,una nueva familia, la familia deAlcohólicos Anónimos.

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(6)

MI CAMINO INDIRECTOA A.A.

Pese a ver a su padre morir dealcoholismo, iba inventando pretextospara beber hasta acabar entre rejasencadenado al alcohol. Un compañerode celda le indicó la forma de librarsede su obsesión.

MI HISTORIA es muy parecida aotras muchas. En mi familia siempre

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estuvo presente el alcohol. Nací en unpequeño pueblo en la ribera de un lago.Mi niñez fue bonita. De mi infanciahasta la edad de ocho años tengo pocosrecuerdos. Éramos una familia grande.Mi padre padecía de la enfermedad delalcoholismo y pude darme cuenta de loque el alcoholismo podía hacerle a unapersona, ya que cuando iba a cumplirnueve años vi en mi padre las funestasconsecuencias de beber alcohol. Enmuchas ocasiones mi madre hacía loimposible por ayudarlo, pero era pocolo que sabían de la enfermedad, y lacirrosis acabó con el hígado de mipadre. El cuadro que vi era muy triste:

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mi madre sentada al borde de la cama,mi padre con los ojos amarillos rojizospor la enfermedad, vomitando a baldes.Fue muy desagradable ver a mi padredeshacerse por culpa del alcohol.Recuerdo que en su lecho de muerte tuvoun momento de lucidez y le dijo a mimamá que lo perdonara, que nunca supocómo dejar de beber, que en realidadsentía mucha pena y dolor al dejarlasola con la gran carga de diez hijos ydesamparada a la edad de 39 años. Mipadre murió, y recuerdo que no lloré, nosentía dolor, más bien sentía pena ytristeza por ver morir a un hombre deesa forma.

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Después de los nueve años empecé aandar con mucha vergüenza por lo quesentía; me sentía muy mal de que lagente me viera como huérfano. Meafectó mucho y me empecé a aislar detodos.

A los once años tuve mi primercontacto con el alcohol. Me daba miedopor lo que pudiera pasar, pero nuncapensé que terminaría como mi padre;sólo sentí el efecto y me gustó. Mi caraempezó a ponerse roja y caliente yparecía que mi cuerpo estuvieraanestesiado. Sentía las piernas y todo elcuerpo pesados. Experimenté un cambiode personalidad. Mis miedos se

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esfumaron. Pude gritar y hasta pelearcon un muchacho del barrio que a diariome maltrataba y me ninguneaba. Esaprimera vez se empezaron a burlar demí; me decían que me iba a ponerborracho si seguía tomando rápido. Y miprimo me decía que eso se tomabadespacio; pero yo quería apurar unostragos más porque quería sentir másvalor y poderme liberar. No recuerdo elfinal porque perdí el conocimiento. Mequedé dormido. Fue mi primeraborrachera, primera laguna mental y miprimera cruda. Al otro día sentí aún másvergüenza y miedo al recordar un pocode lo que había dicho y hecho, pues me

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daba miedo enfrentarme a lasconsecuencias y siempre lo evitaba.

Pasé algún tiempo sin tomar. Estabaen la secundaria y en un «día delestudiante», no podía bailar nisocializar, así que un amigo y yo fuimosa robar una botella de la tienda de sucasa, la trajimos a la escuela yempezamos a beber. De ahí en adelantese hicieron más frecuentes lasborracheras. Dejé de ir al campo atrabajar. Sólo iba porque me mandaban,pero yo prefería estar con los amigos. Aveces salía a la calle bañado ycambiado sin saber a dónde ir. No mesentía bien, me volvía a mi casa

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frustrado. No podía andar solo; siempretenía que andar con algún amigo yempezamos a ir a las esquinas, a latienda y tomar cerveza. A veces no nosemborrachábamos por falta de dinero.Con otros amigos que tenían carroempezamos a salir más lejos y a tomarpor las tardes. Me recuerdo que entretodos juntábamos el dinero ycomprábamos cerveza. Nos gustaballenar las mesas de botellas vacías y quela gente lo viera, y se nos hizo másgrande el hábito.

Como era de esperar, tuvimos elprimer accidente con la camioneta de unamigo por ir tomando. Al intentar

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adelantar a otro carro, chocamos contraunos caballos. El daño fue sólo a lacamioneta. Nos prohibieron juntarnos.Los papás de mis amigos decían que yoera el culpable de que ellos tomaran, yaque mi padre había muerto de borrachoy yo seguía sus pasos. Eso me doliómucho y me sentí muy lastimado, perome convencí: yo no soy ni seré como él.Él tomaba mucho y nunca paraba. Yotomo de vez en cuando y me divierto.Además, cuando quiero, paro de beber.Basta con que yo me lo proponga. Asícontinué cambiando de lugar, parandode beber y volviendo a beber. Me fui aotro país creyendo que allí no iba a

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beber como en mi tierra y era mentira.Después de un tiempo volví a mi paíspara cambiar mi forma de beber pero yaestaba fuera de mi control.

Consumía diferentes drogas. Fueempeorando mi situación. Me arrestaronpor primera vez por manejar borracho yel juez me mandó a A.A. y fui. Pocorecuerdo de las reuniones. Me llamó laatención la palabra «padrino» y escuchéa muchos que la decían. Entre elloshabía uno que era muy veterano y quehablaba fuerte y parecía enojado todo eltiempo. Recuerdo que me dijo: «Mira,muchachito, si has llegado dondenosotros, te puedes ahorrar de diez a

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quince años de verdadero infiernoporque el alcoholismo nunca te va allevar a triunfar en nada». Yo teníaveinte años y no me interesó el mensaje.En la parte baja del edificio había uncentro de baile y después de la junta mereunía con unos amigos y allí mismo nostomábamos unas cuantas. Trataba dedemostrarme a mí mismo que podíaparar cuando yo quisiera y no aceptabami situación. A partir de ahí tuvemuchos problemas con la ley; variasveces caí en la cárcel; tuve muchosaccidentes pero seguía sin entender porqué. Llegué a quedarme sin amigos y acansar a mi familia. Era una carga. Ya

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no podía estar ni acá ni allá, por todaspartes tenía problemas.

Me casé cuando tenía veinticincoaños con la firme decisión de cambiar,pero ya estaba muy avanzado en lasdrogas y el alcohol. Tenía destruido elsistema nervioso y sentía la impotenciay los celos que me causaba miinseguridad. Empecé a hacer de mimatrimonio un infierno, pues lleguéhasta pensar que mi hijo era de otro;acusaba a mi compañera, y eso meservía de excusa para seguir bebiendo,pues al hacerla sentirse culpable, ellatenía que aceptar la situación. Llegué alabuso doméstico. Ya no sabía lo que

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hacía. Empecé a tener momentos en losque me daba cuenta de que estaba mal,que el alcohol había convertido mi vidaen lo que más odié en mi infancia. Yabebía por necesidad; caí en unatremenda depresión cuando tuve unaccidente y me quedé casi dos añosdesempleado y viviendo del seguro, otropretexto para beber. En ocasiones sufríatanto que quería parar, pero no sabíacómo. Cuando dejaba de beber cuatro ocinco días me ponía bien neurótico.Todo me molestaba, hasta el llanto delos niños. No podía soportar misituación y mi compañera me decía: «Esmejor que busques algo para que te

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calmes los nervios, pues estás peor quecuando bebes». No sabía qué hacer.Pasé un tiempo sin beber; sólo fumabamarihuana. Después de pasar unosmeses sin beber, un amigo me preguntóque si yo no tomaba, porque no me habíavisto tomar, y me autoengañé pensandoque podría beber unas cuantas. Miintención, como en otras ocasiones, noera perder el control, pero esa vez,como todas las anteriores, terminó endesastre. Tomé hasta casi perder elsentido. Me volví a sentir prepotente yno dejé que me ayudaran. Sentía corajeconmigo mismo. Tomé las llaves de micamioneta y me eché a manejar. Sólo

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recuerdo por lapsos que iba peleandocon otro conductor que manejabaimprudentemente. Cuando terminó lacalle me fui por una carretera solitaria.Cuando llegué a mi casa por la calle deentrada había varias patrullasesperándome. Me di cuenta de queestaba en problemas. Supe que elconductor del otro vehículo me habíadenunciado, que lo había amenazado demuerte. No recuerdo mucho. Mellevaron a la cárcel y cuando estaba enla celda empecé a hablar acerca de loque me sucedió y de mi problema, conotro compañero de celda hasta que secansó de oír mis quejas y se fue. Pero

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había otra persona que me estuvoescuchando y me abordó, me llamó pormi nombre y me dijo: «Yo he estadoescuchando todo lo que dijiste y quierohablar contigo». Me empezó a regalar suexperiencia y me dijo que me llevaría aun lugar donde podría dejar de beber yencontrar la ayuda que necesitaba; y medijo que si quería, podríamos ir en esemomento. Me dijo que era una junta deA.A. dentro de la cárcel que se llevabaa cabo los lunes y los miércoles, y mellevó. Yo no quería ir, pero fueagradable estar allí porque escuché casimi misma historia de boca de otros. Medijo que si yo estaba dispuesto a dejar

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de beber, podría ayudarme. Sentí muchaconfianza en él pues, aunque no meconocía, me trataba bien. Me enseñó elaspecto espiritual del programa. Me dijoque él estaba en la cárcel porque estabacumpliendo una condena por unasinfracciones pasadas. No parecíapreocuparse por nada. Él me dio miprimera lección acerca de A.A. Me dijoque la cárcel de la que debería cuidarmey liberarme era mi propia cárcel mental;que yo estaba encadenado a mienfermedad y sin la ayuda de otro serhumano que hubiera pasado lo mismo,no habría ningún poder que mearrancase de la locura o de la muerte. El

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juez me sentenció a seis meses de cárcely cinco años de libertad vigilada, y medijo: «Tú eres un criminal y no puedesestar en las calles. Debes ir aAlcohólicos Anónimos de por vida».Cuando llegué, mi amigo ya habíaconseguido su libertad y me sentí muysolo. Quería hablar con alguien peroespecialmente con él. Pregunté por él ysu cama estaba vacía, y alguien me dijoque me había dejado su número deteléfono y había dicho que cuandosaliera, lo llamara; que le echara ganas.Guardé el teléfono y me sentí bien.Seguí yendo a las juntas y aunque tuvemuchas invitaciones a beber dentro de la

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cárcel, no lo hice. Yo en verdad creí enlo que me dijo este amigo, que más tardefue mi primer padrino en A.A. Cuandosalí de la cárcel lo llamé con muchogusto. Pronto vino por mí, siempresonriendo, y me llevó a mi primer grupo.Conocí a otros compañeros y a supadrino. Él se preocupó por recogermetodos los días aunque a veces yo noquería ir y me escondía de él, perosiempre estuvo allí para ayudarme. Meintrodujo a los servicios de A.A. y medijo: «Si no quieres beber, métete en losservicios. Si lo haces de buena voluntades como comprar un boleto de garantía:mientras hagas un servicio en A.A. no

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vas a beber». Y empecé a echarle ganas.Me enseñó a sentirme parte de losdemás; y me puse bien ayudando a otrosalcohólicos.

Mi padrino de hoy me ha ayudado amadurar, a formar mi carácter, a cortarcon dependencias, a ser libre; lo quieromucho. Siempre le agradezco a Dios porhaberme regalado esta vida. A través deA.A. he llegado a entender elsignificado de «amarás a tu prójimocomo a ti mismo». Mi padrino me lo hainculcado. Le pido a Dios que tome todolo bueno y malo que soy, lo transforme ylo utilice para ayudar a otro, porque hoypuedo decir con mucho orgullo: «Soy

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alcohólico y hoy no bebo». Antes medaba vergüenza decirlo, pero hoy me davergüenza ser borracho y deshonesto.Sigo estando dispuesto a salvar mi vida,ayudando a salvar la de otro,contribuyendo, compartiendo, sirviendocafé, contestando el teléfono ypracticando los Pasos de A.A. funcionasi tú estás dispuesto.

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(7)

VÍCTIMA DEL DESTINO

Se creía abandonada, desgraciada,sin salida ni esperanza. Ahora, con elapoyo de su Poder Superior y suscompañeros de A.A., vive tranquila yagradecida, pasando el mensaje derecuperación.

PASÉ veinticinco años tomandoalcohol, pero dejé de beber hace pocomás de tres. Tenía treinta y nueve años y

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recuerdo todavía aquella mañana: meestaba tomando la que sería mi últimacerveza. No la saboreaba porque cadatrago me hacía sufrir; había pasadovarios días bebiendo y sabía quenecesitaba parar de tomar. Temblaba,pues sentía mucho frío y sabía lo quevendría después. Sufría una de tantas ytantas resacas; tenía comezón en losbrazos y en la cara. Miraba aquellabotella como si fuera mi únicasalvación, pero lejos de sentirme mejorme sentía aún peor. Me dolía el cuerpo,pero sentía un dolor más allá del físico,era una punzada en el alma.

Esa mañana me encontraba en el

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departamento de mi hermana. Ella medejó quedarme ahí mientras «todo searreglaba». Caminaba de un lugar a otroy no encontraba mi lugar. Entré al bañoy olía a limpio. Me paré frente al espejoy sentía tanta vergüenza de mí quecuando me miré solté el llanto. Mesentía sucia y vacía por dentro, ymientras vomitaba pensaba: «¿Por qué?»Ya llevaba muchos años sufriendo cadavez que me emborrachaba y eso era muyseguido. Después de cada borrachera,hacía una promesa, me hincaba y legritaba a Dios. En muchas ocasiones loculpaba y le decía, «Tú sabes que yo noquiero vivir así; haz algo, yo sé que

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puedes». Pero siempre sentía que no meescuchaba y que no me merecía que meescuchara. Me dolía mucho haberdiscutido con mi hija mayor, pero yosabía que ella tenía razón; no obstante,me sentía yo la víctima, siempredependiendo de mi enfermedad.

Mis hijas me vieron tomar desdesiempre, pero el alcoholismo fuecreciendo y yo fui empeorando junto conlos problemas. No me perdonabahaberme emborrachado cuando meconfiaron el cuidado de mi nieta deapenas dos años. Aunque no era laprimera vez que tomaba de esa manera,esta vez anduve manejando por toda la

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ciudad en un carro que apenas caminaba.Y anduvimos así, de un lado a otro, pormuchas horas, mi hija de nueve años y lanieta de dos, y yo en estado de ebriedad.

Mi hija nos estuvo buscando. Sabíaque yo no andaba bien. Fuimos a visitara otras personas que también bebían yfue allí donde me encontró y me hizosaber su miedo y su coraje.

Como pude, me regresé a casa yvolvimos a discutir. Ella tenía razón,pero yo le reclamaba su comportamientode los últimos meses, y así terminamosdecidiendo que cada quien se fuera porsu lado. Yo me sentía ofendida y optépor salirme de nuestra casa. Las dos

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teníamos el compromiso de mantener lacasa que compramos con muchasilusiones. Fue un compromiso queadquirimos en un corto tiempo que dejéde beber a fuerza de voluntad, pensandoque nunca más volvería a tomar nadaque tuviera alcohol. Pero con una mentetrastornada y con mi historia dealcoholismo, me fue muy difícilmantenerme sin beber. Lo intenté a lolargo de mi carrera alcohólica y entodas las ocasiones fracasé. Pero estavez había el compromiso de una casa.Yo sabía que ni ella podía sola, ni yopodría ni quería afrontarlo.

Empecé a tomar desde el hogar

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materno, sirviendo los tragos a los tíosque nos visitaban muy seguido. Cadavaso que servía lo probaba primero y,después de algunos sorbos, empezaba asentirme bien y me quedaba dormida enel baño o en cualquier rincón de la casa.Me gustaba esa sensación porque mesentía otra.

Fui muy callada en la escuela; mesentía menos que los demás alumnos. Noentendía el idioma ya que habíamosvenido de otro país hacía muy pocosaños, y cambiamos de escuela tantasveces que era difícil cada vez que habíaque empezar. Así que amistades teníapocas y buenas amigas, ninguna. No

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tenía confianza, venía de «otro lado».Decía que tomaba y me embriagaba

porque cuando éramos niños nos habíanabandonado con los abuelos. No medaba cuenta de la necesidad de unamadre soltera de ayudar en la economíade su pobre hogar para hacer realidad susueño de una vida mejor. Y por eso tuvoque dejarnos al cuidado de alguien.Llegué a darme cuenta de que yo no erala única que había sufrido. Estaban misotros tres hermanos y ellos no eranalcohólicos.

Bebía mucho; creía que la vida medebía algo y que yo era la víctima de lassituaciones malas. Viví muchos años con

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esa muleta y, cuando estaba ebria, sialguien me preguntaba por qué tomabatanto, mi respuesta era larga y triste.Siempre fui muy impulsiva y de esamanera decidí un día irme de mi casacon el hombre que fue el padre de mishijas. De esa misma manera me salí desu vida porque él era un borracho y unmujeriego y yo no estaba dispuesta avivir así. Aunque yo nunca dejé debeber, pensaba que él era peor y noquise ver la verdad.

Cuando empecé a vivir sola, creíque eso era lo mejor. Y así empecé sinningún freno, con muchas desveladas ycrudas. Las lagunas mentales las

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experimenté de inmediato y asimismoperdía el dinero que ganaba trabajandoen un taller de costura. Ganaba losuficiente para vivir tranquila con mishijas pero, en vez de buscar algo bueno,rentaba dos cuartos en un segundo pisotapizado de cucarachas y ni un bañoprivado tenía. Me mudé varias vecesintentando ajustarme con lo poco que mequedaba, y trabajaba muchas horasextras. Trabajar tanto fue la razón por laque mis hijas quedaban abandonadas pormí y abandonadas por el papá, queentonces vivía su luna de miel.

Peor aún, la bebida se fue haciendomás común, ya también tomaba entre

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semana y aunque en ese tiempo todavíatenía fuerzas para levantarme e ir atrabajar, me deterioraba cada vez más.Experimentaba fracaso tras fracaso,tanto moral como emocionalmente. Enuna de mis borracheras perdí elconocimiento una Navidad. Me toméunos jarabes muy fuertes combinadoscon una botella de ron, y después intentéquitarme la vida.

Desperté en un hospital y la familiame preguntaba por qué lo había hecho.¿Hecho qué? No recordaba nada, perofue muy doloroso saber que no megustaba vivir. Por lo menos eso creía,porque lo volví a intentar. Esta vez

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quería saltar por la ventana. Me odiabaa mí misma y no podía o no sabía quéhacer.

En ese entonces encontré un médicocon quien platicar y le confiaba muchasde mis cosas. Pero me enredéemocionalmente y a los dos años mevolví a quedar embarazada.

Tuvimos problemas porque yoseguía bebiendo y con esa excusa él medejó. Estaba sola otra vez, y ésa fue otrarazón para retomar el camino delalcohol. Cuando nació mi niña, el padreestuvo ahí, pero sólo se mantuvo encontacto los dos primeros años.

De ahí decidí seguir mi vida sola y,

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cuando volví a agarrar la botella, fuecon dobles ganas. Tal vez me queríavolver loca para no enfrentarme a nada.No me gustaba mi manera de vivir; quiseterminar la escuela y fracasé por seguirbebiendo. Eso me derrotaba aún más;me sentía sin valor alguno, pero todostenían la culpa, menos yo.

De pronto me di cuenta de que algoandaba mal y busqué ayuda. Después dellamar a algunos hospitales encontré unlugar en donde se requería estarinternada. Pero cuando me entrevistaron,me asustó pensar que debía quedarmeseis meses y pensé que no podría dejar amis hijas tanto tiempo sin mí. No me

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daba cuenta de que no me tenían; y pasévarios años más de locura evitando larealidad.

Me acerqué después a la religión.Quería creer, pero no tenía ni fe nihumildad. Decidí buscar viejasamistades y por recurrir siempre a esa«amiga», pasé más de seis añosbebiendo y destrozando mis sueños deser maestra. Eso era lo que quería, perosin autoestima no lograba terminar laescuela. Empezaron las promesas yjuramentos; ya mis hijas mayores teníannueve y diez años y empezaban a vertodo lo que su mamá andaba haciendo.Traté de dejar la bebida a fuerza de

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voluntad, pero cuando me tomaba sólouna ya no podía detenerme. Ya no salíani a trabajar porque no podía mantenerun trabajo mucho tiempo. Trabajaba undía; la vergüenza no me dejaba ir acobrar, y volvía a buscar otro trabajo.

Hasta que un día se me presentó laoportunidad de un trabajo que, porinconsciente e impulsiva, me llevó aparar mucho tiempo en una prisión. Estavez sí tuve en cuenta a mis parientes,pues necesitaba que se hicieran cargo demi familia. Fue muy difícil, ya que enprisión empecé a ver todo lo que habíahecho, y a sufrir por no tener cerca a mishijas. El miedo de pensar que algo les

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pasara me atormentaba. Así que sóloesperaba el día que llegara mi fecha desalida para empezar una nueva vida allado de mis hijas, que ya eran unasseñoritas.

Por fin llegó el día y cuando al finbajé del autobús que me llevó hastadonde me esperaban, entre risas,abrazos y mucha emoción, les aseguréque nos esperaba algo nuevo.

Mi hija me dio la noticia de que yoiba a ser abuela. Hacía más de dos añosque su papá se había muerto en unaccidente, así que le dije que yo seríamamá y papá y que juntas nosarreglaríamos bien.

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Pasaron algunos meses y el SeñorAlcohol me esperaba paciente y seguro.Así fue como me volví a entregar encuerpo y alma a lo que conocí toda lavida, y aunque intenté frenarlo, ya habíahecho su trabajo conmigo. Otra vez másno sabía qué hacer y me encontré en lamisma situación.

Ya era abuela y aún así nada medetenía. Las resacas y las lagunasmentales eran más crueles, pero no veíala solución. Me sentía tan desgraciada yme decía a mí misma que no quería esavida, pero no sabía qué hacer paracambiarla. La familia entera estabadesilusionada, y con mucha razón. Así

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pasaron otros dos años de infierno. Notenía perdón y me avergonzaba pedirle aDios ayuda porque sentía que no lamerecía.

Una mañana de resaca moral, volví abuscar «algo» en la guía de teléfonos.No sabía qué, pero necesitaba algo másque no fuera alcohol. Encontré «A.A.» yllamé. Me informaron de los grupos yasistí a ellos un par de semanas. No sécómo, tal vez por la confianza de creerque ya no volvería a emborracharme,volví una vez más a estar en las puertasdel infierno.

En pocos meses viví lo que no habíavivido en mi alcoholismo, y toqué un

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profundo fondo tras otro. Me convertí enuna carga para mi familia, y mi estadofísico y moral quedó muy deteriorado.Sabía que me estaba comportando mal,pero también sabía que existía un lugardonde se deja de beber y,principalmente, se deja de sufrir. Sedeja también la autoconmiseración y,sobre todo, se deja de hacer sufrir a lafamilia y a la gente que nos quiere deverdad.

Aquella mañana en el departamentode mi hermana estuve pensando queDios no me tenía abandonada, porqueme dio la oportunidad de saber quehabía un lugar donde otras personas

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dejaron de beber.Esta vez no me mandó el juez como

en otras ocasiones. Llegué a un grupoque apenas empezaba y así empecé yotambién. Al principio batallaba porqueseguía culpando a otros; estaba atrasadaen todos mis pagos y me seguíasintiendo víctima del destino. Pero,poco a poco, al pasar por variasexperiencias, me fui dando cuenta deque el programa de los Doce Pasos espara mí y nadie más.

Llevo muy poco tiempo en estacomunidad tan diferente de lo que yocreía que era, pero los logrosemocionales, morales y, por qué no,

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también espirituales, se dejan sentir.Ando muy ocupada con mi nuevo estilode vida, pero necesito estar así. Entre elgrupo, el servicio y visitas a centros detratamiento, yo soy quien más sebeneficia.

Hoy sé que no estoy sola y que miPoder Superior nunca me soltó de sumano. Fue más paciente que el mismoalcohol. Busco la recuperación día a díay aunque aún tengo algunos problemas,los puedo enfrentar sin alcohol. Tengo amis hijas cerca de mí y —otro regalo deDios que viene en camino— el apoyo deun buen hombre que también es A.A.Cada día que pasa, algo o alguien me

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dice que lo mejor está por venir.Me acostumbré a vivir una vida de

infierno, de actos impulsivos y muchainestabilidad, pero nunca me gustó eltraje. Yo sabía que no me venía bienpero no sabía qué hacer para cambiarlo.Hoy trato de vivir este día agradecida yvivo tranquila.

Sólo me resta darle las gracias aDios por haberme acercado a A.A. Laúnica forma de pagarle y mostrarmeagradecida es pasar el mensaje y noolvidarme de dónde salí.

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(8)

«TANGOBAR»

Este «hombre de los miles detrabajos» estaba en fuga constante.Volvió, décadas después, a la casapaterna donde se había emborrachadopor vez primera y allí se le abrió elcamino hacia la sobriedad.

OCTUBRE, otoñal y brillante, conolor a nieve, con aire renovador yvibrante, mi mes favorito. La Serie

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Mundial de béisbol. Posibles gananciasen las apuestas. Mi comité cerebral encontrol alcohólico. Ese incontrolablesentido de fatalidad, un pendientesentimiento del desastre que sucedería,sin duda alguna. La salida, un par detragos más, y esa desesperación seevaporaba, y volvía la falsa algarabía, yun rayito de esperanza de que esto algúndía fuera a cambiar. Lo presentía, endesesperada vacilación. Sudandocopiosamente a pesar del frío deoctubre, entré a mi bar favorito. Habíaalgunos comensales en la barra;saludándome, el bartender me preparóun trago de scotch y una cerveza.

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Automáticamente me acerqué a la viejavictrola, donde hacía años repetía lasmismas canciones y dejé caer unamoneda de veinticinco centavos y apretéla tecla de un tango. Sin saberlo, era miúltima selección, en mi apodado«tangobar». Aquella selección sería laúltima, así como mi último trago enaquel bar y ciudad que me recibieran enmi juventud. Tomé varios tragos, y salíal frío de la tarde; una brisa glaciar medespejó, aunque temporalmente, de lacruda moral interna. Desde allí tomé untaxi al aeropuerto, hacia mi encuentrocon Dios, A.A. y mi destino.

Semanas atrás había recibido la

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terrible noticia en el correo, de que meestaban buscando los federales para unaauditoría de impuestos, y querían unpedazo de mi humanidad. Actuando condesafío y locura, decidí, una vez más,escaparme de las responsabilidades dela vida. Siempre lo había hecho. Uncambio geográfico temporal me daríaespacio. Llamé por teléfono justo antesde abordar mi vuelo para postergar micita. La postergaron un par de meses, ymi adrenalina explotó. Yo podía desdeun teléfono compaginar mi vida. Miescape era una ciudad donde fluía lacachaza y la cerveza. Después de tresdías de borrachera, otra ciudad, una

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semana. De retorno, otra parada, saludara la banda de amigotes, y luego midestino final. Habiendo trabajado enaviación comercial, ésta era mi ruta, yame conocían. El campo estaba fértil,éste era el momento en mi vida en que elmilagro iba a suceder. Pero antes,necesito, como en el trabajo de losPasos, retornar al principio, donde todocomenzó…

Nací en un lugar donde aprendí acabalgar antes que caminar, y dondebeber era absolutamente natural. Así queanduve siempre entre caballos y grappa,una bebida que se produce del zumo dela uva, con un peculiar olor y una

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extraordinaria potencia.Mi padre era un hombre ejemplar y

dedicado a su familia, hasta el momentode empezar a beber. Una de lascomplejidades del alcoholismo esalcanzar a comprender que mi padre,que Dios lo tenga en su gloria, meenseñó a jugar al ajedrez, de muy niño,entre tragos. Nuestro clan era famosopor un cóctel que llamábamos«potrillo», porque corcoveaba y tederribaba: una mezcla de amargo convermouth y hielo en un vaso de dieciséisonzas.

Mi madre era una hormiguita:guardaba todo en las buenas épocas para

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el invierno. Una de sus tantas conservaseran las uvas del viejo parral. Enalcohol etílico puro, envasaba las uvasverdes en unos inmensos botellones decinco galones y los cerrabaherméticamente. Los inviernos en esaregión son muy rigurosos,particularmente en las madrugadas, yantes de partir hacia la escuela, mimadre nos daba una uvita con «juguito».A espaldas de mi madre, mi hermano yyo nos intoxicábamos con aquel elixir dealcohol y fruta. Yo pasé la mayor partede mi educación secundaria bajo losefectos de aquel alcohol. Además,hacíamos vino casero, dulce y

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abundante. Un día de marzo de 1953, mihermano y yo nos bebimos dos litros deaquel vino. Borracho, me llevé unarepisa de vidrio por delante y mereventé el ojo izquierdo. Aquelacontecimiento en 1953 iba a marcar unaetapa trascendental en mi desarrollohacia el alcoholismo. De tal manera que,exactamente treinta años después, en elmilagroso año de 1983, iba a llegar a laComunidad de A.A. Después delaccidente, marcas quedarían de porvida. Perdí mi capacidad de atleta,particularmente en los camposcompetitivos, natación, béisbol, judo ytenis: todos amores míos deportivos. Y

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comencé a usar, por necesidad, lentesoscuros, recetados por los médicos, delos cuales no me desprendería por másde 35 años. Desde aquel día, comencé asentirme «diferente». No veía por mi ojoizquierdo y odiaba la palabra «tuerto»,pero eso es lo que era. Sentí que nopodía competir en la conquista demuchachas, y comenzó mi martiriodepresivo, el cual era aliviadosolamente por el alcohol en grandescantidades. Éramos una banda en laescuela que bebíamos cerveza; primero,botellas, luego, cajas, y finalmente,barriles; una gran cantidad era unaabsoluta necesidad. Dos del famoso trío

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cervecero dejaron de existir en laplenitud, a los 47 años, época en la cualDios me había sacado de los vacíos demi alcoholismo activo.

Lo mío fue una revancha; perdí lavisión, y con mi sentimiento dedepresión y diferencia de los demás medije: «Alguien las pagará». Y así me tiréa beber con toda impunidad. Y mientrasmás bebía, más capacidad de aceptacióntenía. Me sentía invencible, capaz decualquier hazaña, de cualquier desafío.

Después de un bachilleratoalcohólico, con buenas notas, intentéuniversidades, no una, sino dos. Queríaser abogado, escritor, periodista.

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¡Cuántas cosas quería! Y comencé unitinerario gitano que me llevaría por elmundo a una decadencia final. Apenassalí de mi país y aterricé en otro dondeme enamoré de la famosa «caipirinha»,cachaza (ron sin destilar) y limón. Bajocondiciones normales uno bebe un par.Mi caso era empezar para no terminar.El amor con caipirinha fue «amor aprimer gusto», acompañado de cervezaen barriles. Rodeado de gente que bebíaigual o más que yo. Un matrimonio quenunca debería haber sido, y empecé arodar. En 1963 me dieron la llave deldespacho de bebidas alcohólicas ycigarrillos de una embajada foránea en

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mi país, para que lo administrara. Elmejor trabajo de toda mi vida. Todo elalcohol y cigarrillos disponibles y a mialcance.

A fines del 63 me largué en unescape geográfico a un nuevo país, y laspróximas dos décadas me«distinguirían» como consumadobebedor, tipo desastre. Tresmatrimonios. Decenas de trabajos.Inspirado por Hollywood, meidentificaba como el «hombre de los miltrabajos».

Durante los años de «vino y rosas»trabajé en la aviación comercial,recorriendo el mundo en una nebulosa

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de alcohol e irreverencias. Luego,comenzaron las pérdidas de posición,respeto, moralidad y capacidad paramanejar mi vida. En medio de estepanorama comencé a experimentar conotras sustancias químicas, pastillas y loque apareciera. Alrededor de unalcohólico activo hay siempre un río derecursos naturales de abuso de todo tipo.

Durante la década de los sesenta,alterné la mitad del tiempo entre dosciudades. Mi trabajo para compañías deaviación me permitía viajar mucho,particularmente los fines de semana. Mehabía asociado con una banda deborrachos y vivíamos prácticamente en

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los hipódromos, entre caballos ywhiskey. Nos movíamos entre loshipódromos de la región, entrando ysaliendo y siempre con alcohol. Dedónde sacábamos dinero, nunca lo supe.

Durante otra escapada, en Europa,pagué la cuenta del hotel con un chequesin fondos. Todavía no sé por qué lamente reacciona así, sabiendo que erainmoral tal actitud. Cuando me llamarondel banco, tuve un sentimiento devergüenza inolvidable. La cantidad noera importante, pero sí lairresponsabilidad de hacerlo, sabiendolos resultados. Así fue que me graduécomo profesional de los cheques sin

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fondo. En otra situación muycomprometida, tuve que ir al banco enpersona a dar la cara, y el gerente merecibió con una bienvenida bochornosaque me desmoralizó diciéndome: «Ah,usted es el famoso escritor de chequessin fondos». Tuve suerte de que no meprocesaran y aceptaran una restitución yel cierre de la cuenta bancaria. Estefondo moral sucedió muchos años antesde mi fondo alcohólico y siempre asociéese Primer Paso, a mi llegada a laComunidad, con la palabra queidentificó definitivamente mi existencia:ingobernabilidad. Por esta época,comencé a beber fuera de mi círculo, en

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bares oscuros y rancios que yo detestabay llamaba «de bajo fondo».

Ataques frecuentes de ciática mellevaron a depender de barbitúricos y lamezcla de ellos con scotch comenzaríaotra de las batallas con los demoniosque me dominaban. En 1972 tuve unagran oportunidad de negocios en mipaís. Retorné, pero el alcohol se habíaradicado de tal manera que mi vendavalparecía sin solución. Los próximos diezaños iban a ser devastadores.

Durante esta estadía en mi país,varios acontecimientos sucedieron comopreludio a los próximos años desufrimiento. Empecé a beber solo, y

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experimentar violencia. El suicidiocomenzó a rondar mi mente, algo quenunca había sucedido. Perdí micapacidad de funcionar como un serhumano. Mi familia empezó aesquivarme y a preocuparse. La palabralocura surgió. Después de habermetomado un par de botellas de vodka, unatarde de mucho calor, decidí que laúnica salida era eliminarme. Añosdespués, en mi trabajo de Cuarto Paso,comencé a ver la verdadera naturalezade esta dolencia, que a veces meconducía a cometer actos que eran máscómicos que trágicos. Creo que siempreestuve en el medio de ese dilema.

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Sentado en el suelo de una pequeñacocina, decidí abrir todas las llaves dela estufa y dejar que el gas me asfixiara.Pero antes de volver a sentarme con eltrago de vodka en la mano, y por lasdudas, abrí las ventanas.

Un día de marzo del 73, agredíviolentamente a mi pareja de entonces, ysu familia y la mía me dieron unultimátum: O te vas del país o teprocesamos. Estaba en el tobogánalcohólico donde no hay retomo. Conuna locura sin limites, dejé todo.Teníamos un hermoso departamento quehabíamos decorado con muebles hechosa mano, un hermoso presente, con

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promisorio futuro. Y sin embargo, nuncalo dudé. Así que emprendí otra fugageográfica. En bancarrota,desmoralizado, otra vez me fugué, unavez más, hacia el norte. A mi llegada, miex me pasó papeles de divorcio, mequedé sin casa, sin presente, con muchased y muchos sentimientos de venganza yrevancha. Así fue que retorné con lamente febril y vencido.

Mis sueños de periodista serealizaron, en parte, cuando comencé atrabajar en uno de los prestigiososservicios de noticias de aquella época,donde el alcohol corría a ríos y setransmitían por teletipo todas las

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carreras de todos los hipódromos delpaís. Era dificilísimo trabajarmadrugadas y beber parte del tiempo; lalabor era rigurosa, y no duré. Así comome corrieron de este trabajo, mecorrieron de una agencia de publicidad,de varios importadores, agencias denavegación y ad infinitum. Pero micapacidad para conseguir trabajo yhacer dinero nunca me abandonó.Necesitaba sobrevivir, miingobernabilidad me tenía atrapado.Estaba enajenado. En medio de estosdilemas de vida, me había envuelto enuna relación sentimental y destructivacon una pareja alcohólica.

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Así había llegado el otoño del 83 y,sentado bebiendo scotch al mediodía,ojeando un diario marítimo, encuentroun trabajo hecho a mi medida. Desdeallí, usando el teléfono del bar, llamé. Alas cinco de la tarde aquel puesto eramío. Había descubierto que podía actuarcomo mi propia agencia de empleosdesde mi cómoda butaca en el tangobar.Así que comencé a negociar para cuándoiba a comenzar a trabajar. Compaginécon mis nuevos patrones una fecha paracomenzar el nuevo empleo, y emprendíel vuelo hacia el encuentro con lacordura y mi despertar a la nueva vida,sin siquiera imaginarlo.

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En octubre de 1983 aterricé en mipaís con una borrachera atroz, y micuñado, otro borracho no declarado quejamás me había venido a recoger,apareció en el aeropuerto. La primeraparada, un bar cerca de la casa paterna,donde celebramos un par de horas millegada. Lo cómico era que la familiasiempre terminaba llamándome porteléfono, siempre a algún bar. Y aquellavez no fue la excepción; mi madre mellamó para preguntarme cuándo íbamosa llegar. Apuré el último trago, no sólode aquel momento, sino mi último trago.Sin saberlo, había consumido mi tragofinal.

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Mi llegada a la casa paterna y elencuentro familiar marcarían unaextraordinaria sensación de paz, unbienestar desconocido. Mi hermanoestaba sobrio casi dos años; aquelalmuerzo marcó una nueva etapa ennuestra relación, y mi curiosidad notenía límites. Uno del clan en A.A., casiinaudito.

Por la noche, me dejé guiar a unareunión de A.A. en la misma localidad.Era una reunión cerrada, y decidí noentrar, yo no era alcohólico, no todavía.Me recibieron en comité deapadrinamiento, fuera de la reunión. Alfinalizar la reunión, me invitaron a café,

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camaradería y mucha alegría. Meregalaron el fabuloso folleto «¿Es A.A.para Ud.?» y me dijeron: «Léelo encasa, solo y tranquilo. Tendrás larespuesta concreta, sin duda». Aquellanoche inolvidable sentí por primera vezla liberación del alcohol. De algunamanera ni pensé en beber. En medio delsopor que tenía después de una largaborrachera, sucedió lo que despuésllegué a conocer como «sobriedad degolpe», un impacto espiritual que mesacó del fondo del dolor a la luz delespíritu.

Dormí como un príncipe y, a lamañana siguiente después de haber leído

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las doce preguntas y contestado «sí» aonce, decidí, comprendí, acepté y meidentifiqué como alcohólico. Con unaseguridad absoluta entré al grupo aquelmilagroso día de octubre del 83, y elmilagro continúa repitiéndose en cadaetapa de mi existencia.

Como borracho de mediodía, visitéy me refugié en grupos que funcionan atal hora. Al conocer mi gitanería debeber en cada aeropuerto, los hermanosme regalaron su experiencia para notener que beber. Me hablaron de losintergrupos, de los teléfonos, del LibroGrande y de buscar ayuda. En cualquierpuerto, aeropuerto, posta, estación de

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trenes, ómnibus, no importa dónde, A.A.siempre está allí.

Los primeros días de gloria en laComunidad de A.A. fueron laintroducción maravillosa de la fuerza yeficacia de nuestro programa; laabnegación de sus miembros, quesacrifican lo que sea en pos de ayudar alhermano, muy especialmente al reciénllegado, que andaba como yo,completamente desorientado y viajando,y siempre con el peligro de la primeracopa. Retorné a una ciudad dondesiempre había bebido mucho, como lotenía previsto. Qué diferente fue todo.Llegué a mi hotel y a la media hora

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estaba hablando con los A.A. de laciudad, quienes me llevaron a tomarcafé. Luego me llevaron al grupo y mecobijaron y cuidaron. Verdaderamente,A.A. para mí ha sido una especie deejército de protección, particularmenteen aquel atribulado viaje de sobriedad.Por primera vez en mi vida me di cuentade que aquella ciudad era más quecachaza y caipirinha.

De regreso a la ciudad donde vivo,fue extraordinario continuarparticipando en el milagro que es elcírculo universal de A.A. Encontré ungrupo y asistí a la reunión. Tenía quincedías sobrio. Y cuando lo conté en aquel

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grupo, me dieron un aplauso que todavíalo siento en lo más profundo delcorazón.

La sensación de la que tantohablamos en A.A., «la nube rosada», enmi caso, nunca se ha disipado. Vivo enesa nube, no quiero nunca bajarme. Quénecesidad tengo, si vivo tan bien yconfortable, en paz conmigo mismo ycon el mundo. Es lo mejor de mi vida.

Lejos estaba de soñar lasbienaventuranzas por venir, los miles decolegas que intervendrían en mi vida,enriqueciéndola, en esta gran aventurade vida que es A.A. Gracias A.A.,gracias por mi vida.

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(9)

«¡¿TE RINDES O ACABOCONTIGO?!»

Al comienzo creyó haber llegado aA.A. en un «día aciago». No quiso dejarque se le quitara su único consuelo, labebida. Salió de su primera reuniónconfundido pero convencido de seralcohólico.

COMO una gran mayoría de losbebedores problema, empecé a consumir

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a los quince o dieciséis años, bebiendomuy moderadamente para «pasarlabien». Desde niño vivía atemorizado,acomplejado y con muchos problemas, ysentía que no servía para nada. El beberme resultó un refugio que me hacíaolvidar que tenía un hogar que pocotenía de tal, a excepción de mi madre ala que me unía un profundo cariño. Enesos tiempos, pese al control familiar,me las arreglaba para beber y megustaba el efecto que tenía en mí labebida. Me sentía en libertad deexpresarme abiertamente, casi«realizado», porque en general, sinbebida, me sentía como un ratón mojado.

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Así que el descubrir que la bebida mehacía sentir en la gloria fue grandioso.

No es de extrañar que esa condiciónde bebedor social durase pocos años. Alos veintiún años, ya casado, la bebida yuna conducta inclinada a lapromiscuidad eran ya un problema,porque faltaba al trabajo, descuidabamis obligaciones con la familia y teníaperíodos de amnesia que me hacíansufrir. Pero pasado un tiempo deabstinencia, creía estar bien y volvía alo mismo.

Entonces perdí esa familia. Desdeese momento, yo, que afirmaba que sólolos tontos bebían decepcionados por

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perder algo, comencé a beber en serio ycon mayores dificultades. En 1972, yasolo, me evadí geográficamente, eludíamigos, problemas, familia, yéndome aotras ciudades de mi país, pero elresultado fue que bebí con mayorintensidad. Tuve muchos y gravesproblemas, pero no pude escapar de mímismo.

Desacreditado, avergonzado, singanas de vivir siquiera, volví a miciudad natal después de cinco años dejolgorio pero también de sufrimientosincontables. No ahorré ni un centavo,pese al excelente salario que percibía.Ese mismo año conocí a una joven

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agradable. Sarcasmo del destino: ellaera agraciada y honesta, yo sólo un malborracho. Aceptó casarse conmigocreyendo en mi honestidad, que miforma de beber sería pasajera, que conamor y paciencia lograría cambiarme.

Qué ingenuidad. No conocía alcrápula que había escogido por esposo,porque pese a mis buenas intenciones,poco tiempo después, luego de un paroforzado para guardar las apariencias, laemprendí de nuevo con la bebida, lasdamas fáciles y actitudes deshonestaspara costear ese tren de vida. Otra vezlo mismo: evadirse para no dar la cara ala vida.

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A esta altura todo se precipitó másrápido. Quisieron ayudarme mi madre,amigos, mi esposa, pero ni ellos ni nadiepudieron hacer nada. Por años habíabebido una o dos veces al mes. Eso mehacía decir, cuando me molestaban conconsejos que no pedía, que yo no podíaser alcohólico, pues «ésos» bebían adiario. Pero mi consumo se hizo semanaly ya para el 88 me hallaba terriblementeconflictuado. Quien más me queríadecía: «Pobre, ¿qué muerte irá a tener?»Entonces los odiaba, ahora loscomprendo. Ya no era ese jovenpletórico, capaz de grandiososproyectos. Lo único que cumplí bien fue

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el ideal del abuelo cuando dijo: «Elhombre vale por oler a alcohol, tabaco ypólvora». Ese ideal me convirtió en undespreciable borracho, sin principios, yen alguien que se odiaba tanto que seponía toda clase de nombres ajenos,tratando de no ser él mismo.

Muchos aseguraban que ya no teníaremedio. En los sitios que viví, alprincipio decían: «Pobre muchacho,deberían ayudarlo», pero cuando meconocían mejor decían: «Borrachodegenerado, ¿por qué no lo expulsan?»Una noche de mayo del 89, decidí quelos tragos fuertes me dañaban más ypensé que beber tragos suavecitos y

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pausadamente sería la solución. Siempreintentando demostrar lo indemostrable,lo de siempre. No sé cuánto tomé. Dosdías después desperté en una acera, demadrugada, cubierto por completo debarro hediondo. Durante días lloré poresta situación y vinieron variasborracheras más para olvidar estebochornoso fracaso.

Pero dicen que aun el peor borrachono está perdido, sólo está confundido ycamina sin dirección. Éste era mi caso.Entonces, mi esposa, cansada de onceaños de tolerar mi mala conducta, depasar horas sin dormir esperándome, deverse obligada a lidiar con un

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caprichoso individuo que hacía lo que levenía en gana, y de las privaciones a quela obligaba junto a nuestras cuatro hijas,se puso a buscar ayuda para mí, para suverdugo, al que le interesaba sólo labotella. Sí, ese bueno para nada, fueinducido por ella a unirse a A.A., en unode los dos únicos grupos que había en laciudad. Fue un día junio de 1989 en elque sucedió un hecho extraño, lleno desorpresas, pero que me liberó de lascadenas que me ataban al alcohol.

La primera sensación extraña ymolesta es que esta gente, que no megustó nada por cierta actitud de«perdonavidas» que tenían, me

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convenció de que yo estaba gravementeafectado de algo que siempre me neguésiquiera a escuchar: alcoholismo.Aquello no sólo me había afectado a mí,sino a todo aquel que tenía que verconmigo. Qué rudo golpe, qué desilusióncomprobar que nunca fui lo que creía: untipo bueno, incomprendido, con unacostumbre inofensiva, que no dañaba anadie. Tomé conciencia de mi derrota.Tomé una decisión definitiva: dejaría debeber, sabiendo que al hacerlo meahorraría muchos pesares, seríaagradecido con mis pedantescompañeros que me dedicaban sutiempo tratando de explicarme algunas

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verdades que desconocía.Viendo en retrospectiva lo que

sucedió en ése, que al principio yollamaba «un día aciago», considero quefui convertido de un modo espectacular.Nunca antes había tenido creenciasdefinidas. Jamás consideré serconvertido en un beato aburrido comolos que conocía. Aunque fui invitadoreiteradas veces a hacerlo, me neguérotundamente, no porque creyera quetuviesen algo que reprochar, sino porqueyo no podía permitir que me quitaran elúnico refugio consolador de mis penasque tenía. Pero en A.A. todo se esfumó.

Me sentí como si tuviera la bota de

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alguien en mi cuello, preguntándomerudamente: «¡¿Te rindes o acabocontigo?!». Si no me rendía seríaaplastado como una sabandija y eseabusón, que no era otro que el alcohol,se dispondría a destruirme, olvidandoque yo le rendí pleitesía durante más deveintitrés años. Y me rendí. Al llegar aese denigrante estado, sentí como sihubiera caído a una sima profunda y allí,revolcado, recién me acorraló «doncocol», como lo llamamos los habitualesde los antros que abundan en mi ciudad.Me había trepado a una alta cima, portanto la caída fue muy dura. Eso metransformó en otra persona. Todavía

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confundido, pero sobrio, desperté a unavida diferente. Poco antes yo era uncadáver ambulante.

La segunda sensación extraña eintrigante fue un «no sé qué» al que esostipos llamaban «Poder Superior» y todauna monserga de corte místico queescuchaba molesto. «¿De manera queesto había gestionado mi esposa?» Hastauna oración se había inventado esaespecie de corte de los milagros.Hablaban como predicadores, sólo paraimpresionar. Al principio traté de ircontra corriente en este aspecto, traté deexhibir mi falso ateísmo y restregarlesen la cara que no había necesidad de

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toda esa parafernalia para recuperarse.Pero, hombre afortunado como fui, alescoger un padrino, éste, con tacto ycariño, me pidió que me retractara de miactitud absurda y que tratara deadaptarme al grupo y que no esperara locontrario, que por lo menos pensara quecreía en algo.

No me agradó la sugerencia; mecallé pero seguí asistiendo. Después demucho tiempo, muchos sinsabores yborracheras secas, capté lo que meestaban transmitiendo. Tenía que tenerun sentimiento, dejar mi adorado yo ysentir que alguien con mayor poder aúnque el grupo me amaba y se olvidaba de

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mis desmanes, dándome en cambio unasobriedad a todas luces inmerecida. Poreso, hoy, tímidamente, en mi soledad, leinvoco dándole gracias por enseñarme adar y recibir, por librarme de ese primertrago amargo, por mostrarme lo que Élquiere, con instrucciones de cómohacerlo. Para llegar a esa postura, nadieme obligó a creer en nada.

Han pasado muchos años desde querenací a una nueva vida. Yo no creo queningún testimonio pueda explicarextensamente lo que he visto y vivido,pero si de algo sirve lo que diga ahora,me daré por satisfecho. Es posible queno sea un buen exponente de lo que el

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programa sugiere. Después de todo,treinta y ocho años de vida retorcida,veintitrés de ellos bebiendo, no secambian en tres lustros y algo más.Cambié, pero no con la rapidez o lacalidad de otros más jóvenes y menosafectados. No quisiera ser soberbio,asegurando que por ser más dañadoprecisaba más tiempo para recuperarme.Pero sé que si persisto en practicar losDoce Pasos, el cambio llegará, no demaquillaje, con apariencia de bondad ytolerancia, sino de naturaleza. No corromás. Voy despacio porque llevo apuro.Soy una persona de hoy y de una copa.De hoy, porque mis fuerzas no alcanzan

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para proyectos descabellados. Y de unacopa, porque con ésa despertará mimonstruosa obsesión aletargada porestos quince años de bendita sobriedad.

No obstante, debo admitir con unasomo de humildad que las cosas, enalgún momento, se tornaron feas. En misegundo año tuve problemasinconmensurables. Empecé a soslayaresos pequeños secretos que hacengrande a A.A. Olvidé que en mi mundotodavía oscuro, sólo necesitaba la luz deA.A. El resultado fue una profundadesazón.

Si había un perfecto borracho seco,ése era yo. El problema salpicó a mi

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hogar y a mi trabajo. En casa casi no seme veía y mi llegada tarde la justificabadiciendo que había tenido un día duro yestaba además ayudando a losborrachos. En parte era cierto, aunquehabía más de las viejas actitudes y de unpésimo carácter. Eso enojó a mi esposa,que no sólo me reprochó, sino que dijo:«Eras mejor cuando bebías. A.A. no tesirve para nada. No te aguanto más». Yome pregunté: ¿Por qué me dice eso? Conel esfuerzo que hago para mantenermesobrio. Ella no me valoriza.

Entonces cometí otro disparate.Resentido, me marché a otra ciudad demi país, jurando no volver más. Me

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divorciaría y reharía mi vida. En esamisma ciudad, traté de iniciar otrogrupo, con pobres resultados. Me frustrémucho y empecé a pensar si no habíaperdido mi tiempo ingresando a algo queme daba sólo problemas y me habíaseparado de mi familia. Entonces,después de dos años, poco más o menos,pensé en beber, porque era muy posibleque pasado ese tiempo yo hubierarecobrado la normalidad. Pero comoseguía asistiendo a reuniones, un díaconocí a un miembro que tenía algúntiempo sobrio y amablemente me invitóa su casa. Su sinceridad me indujo acompartirle mis preocupaciones. Mi

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amigo al escucharme, preocupado, medijo: «Aun sobrio lo que has hecho eshuir de la realidad. Ésta es tu fugageográfica sin beber. Deberías tratar demadurar. Practica los Doce Pasos, tehacen mucha falta».

Yo pensé en una última autodefensa:«Otro que trata de regenerarme» y meretiré molesto. Esa noche, sin poderdormir, me puse a leer algunas páginasdel Libro Grande que había llevado yhojeando descubrí una frase que megolpeó duro. Decía: «Si no lolamentamos (lo que hemos hecho) ynuestra conducta sigue dañando a otro,es seguro que beberemos». Esto último

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me hizo reflexionar y me deprimió. Tuvemiedo de beber y retornar al infiernoque había sido mi vida anterior y decidíretornar a la paz de mi hogar. Miesposa, una vez más, perdonó misdesplantes y yo decidí practicar elprograma tal como se me sugería. Mepuse al servicio de Alguien más grandeque mi pobre orgullo. El «sólo por hoy»caló en mi vida con toda su potencia.

En A.A. me siento tan bien como encasa. Asisto constantemente a lasreuniones, porque es la forma que tengode aprender a vivir cada 24 horas. Pero,y esto es importante, aprendo más de losrecién llegados que se unen a nosotros,

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sufridos, avergonzados y equivocadoscomo yo estuviera un día.

Sólo me queda resaltar dosprincipios que encontré en A.A. Uno esla felicidad, una dama desconocida paramí. La vida en sobriedad es la felicidadmisma y la vivo día a día para gozarlaplenamente, a pesar de mistribulaciones.

El otro principio es el amor. Una vezdentro de A.A. supe que la persona nomoría cuando dejaba de existir, sinocuando dejaba de amar. Creía queamaba, pero mi «amor» era superficial,de boca. Sólo recibía, nunca daba.

Gracias a A.A. y a los Doce Pasos,

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sé que es mejor dar que recibir, pero darde mí mismo, sin limitaciones ocondiciones. No necesito abdicar de misansias de ser feliz. A.A. me enseñó algomás sublime aún. Es fácil amar cuandose encuentra en ello el propio provecho,pero es de gran elevación amar cuandopor la felicidad de otros es precisosacrificarse y hacerlo por gratitud.

Sólo así mi mundo cambiará, en lamedida en que yo me deje cambiar ysólo cambiaré si me valgo del programade A.A. y la guía de mi querido Dios.Estoy viviendo intensamente esecambio. Yo se lo puedo asegurar.

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(10)

«EL HOMBRE MACHO YFINO»

Como su padre que murió dealcoholismo, se creía capaz decontrolar su forma de beber, pero pormucho que se esforzara innumerablesveces por convertirse en bebedorsocial, acabó perdiendo el control desu vida.

NACÍ hace 51 años en una comunidad,

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y en una sociedad, donde el uso delalcohol era una forma de relacionarse yhasta de ser «más hombre». Había undicho que decía: «El hombre macho yfino debe oler a tabaco y vino».

Desde pequeño acompañaba a mipadre a la taberna en la cual él se bebíasus buenos vasos de vino, y recuerdoque me daba un poco, apenas nada, peroque lo bebía con agrado. En casatambién bebíamos vino con gaseosa enlas comidas, aunque los pequeños enmenor cantidad; pero ya le encontrabayo cierto gusto satisfactorio. A los doceaños, empecé a trabajar, y este hecho,más la bebida que me daban los

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oficiales, hacía que me sintiera superiora los niños de mi misma edad. Me creíaun hombrecito; tanto era así que cuandofuera mayor quería ser como un tío míocon el cual trabajaba: bebedor ymujeriego. Conforme voy creciendo eneste ambiente, observo que la timidezque tenía antes va desapareciendo, y quehago amistades con personas mayoresque yo, con las cuales me siento a gustosiempre que haya alcohol de por medio.A los amigos de mi edad los rechazo,son demasiado niños. A los trece años,cojo mi primera gran borrachera albeberme medio litro de coñac ¡de unatocada! Como era por época de

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Navidades, mis padres creyeron quehabía sido por algún tipo de broma dealguno de mis amigos, y aunque lesrecriminaron el acto, yo no dejé suamistad, ni mucho menos la bebida.

A los catorce, y por cuestioneslaborales de mi padre, nosencontrábamos en una gran ciudad.Empecé a trabajar y a relacionarme concompañeros, siempre mayores que yo,que se extrañaban de que siendo tanjoven bebiera como uno de ellos. Yo meufanaba de ello y les decía que asíéramos de valientes los de mi pueblo.

Conforme voy creciendo, siemprecon la bebida, observo que mi padre se

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va deteriorando cada vez más, y que sucomportamiento, aunque no violento, nome gusta nada. Empieza a tenerproblemas graves en el trabajo y en surelación con mi madre; las relacionesfamiliares se van distanciando cada vezmás, y oigo que empiezan a hablarle deir al médico, desintoxicación,alcoholismo, etc. Él se resiste, y diceque no es nada, que controla el alcohol.Pero la situación va empeorando;empiezo a odiarlo y a desear sudesaparición, cualquier cosa menosverlo, y mucho menos olerlo. No por elejemplo dejé de beber; sino al contrariome reafirmé con la bebida, en lo que

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quería ser de pequeño, bebedor ymujeriego como mi tío, pero noalcohólico como mi padre.

Por fin mis plegarias fueronescuchadas y lo ingresaron debido a sualcoholismo, agravado con deliriumtremens. De mala gana iba a visitarlolos domingos. Estas visitas meacortaban tiempo para hacer lo que yoya necesitaba, que era beber e ir conmujeres. En casa ya se daban cuenta deque bebía demasiado, y me advertían delo que le estaba pasando a mi padre. Yoles decía que no se preocuparan, que yocontrolaba el alcohol y que nunca seríacomo él, un alcohólico. Cierto domingo

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en que tenía que visitarle, me negué ahacerlo y pasé el tiempo bebiendo. Alllegar a casa excusé mi estado ebriodiciendo que no me habían dejadoentrar, porque se había hecho tarde paralas visitas; y que, enfadado porque nome habían dejado ver a mi queridopadre, había bebido un poco paramitigar la pena.

El día siguiente, lunes, mi padremurió solo, sin el cariño y respeto de suhijo mayor, al que consideraba, pese asu alcoholismo, su ojo derecho. Duranteveinte años viví con ese pesar, ytambién lo usé como una excusa máspara seguir bebiendo. Como dice el

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dicho, «A rey muerto rey puesto»; y aquíme ven con veintiún años como cabezade familia (madre y tres hermanosmenores) y siguiendo los mismos pasoscon el alcohol que la persona a quien noquería parecerme. Esta responsabilidadme daba miedo, pero para quitármelotenía a mi gran aliada, la botella.

Se suponía que como hermano mayordebía ser responsable de que nohubieran malas situaciones, o por lomenos de no crearlas. La realidad eraotra: «¡Cada día te pareces más a tupadre, y no sólo en el físico!», me decíami madre. Yo no lo veía así; creía quetodavía controlaba el alcohol, que sólo

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lo necesitaba para ser más decidido,menos inmaduro; decididamente, elabismo se había abierto para mí, y haciaél salté.

En el trabajo las cosas no iban muybien, los jefes se quejaban cada vez másde mis faltas laborales y de mi nulaproducción; los compañeros no queríantenerme como pareja al ser unirresponsable en trabajos de riesgo, enfin: era una auténtica joya laboral. Haysituaciones (o momentos) en la vida enque, incluso estando en el abismo,algunos privilegiados tienen la suerte detener a su lado a una persona que tiendesu mano para que salgas de él.

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Yo soy ese privilegiado; a losveinticinco años me casé con una chicaocho años más joven que yo. Yallevamos juntos veintiséis años, y nopuede existir mejor esposa, madre ycompañera. Pues bien, el casarme conella y tener a nuestros hijos fue el colmode mi inmadurez y cobardía; de mismiedos a «¡Y ahora qué hago!»Cualquier cosa que una persona normalde mi edad asumiría conresponsabilidad compartida con supareja, para mí era un suplicio quepodía subsanar con alcohol; y así fuenuestra vida: un caos.

Para colmo, me echan del trabajo, y

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la economía de casa, que ya era mala,empieza a empeorarse; hago trabajosesporádicos, pero no es suficiente paracubrir los gastos, empiezan a acumularselos impagados y las cartas de demora.Siento pánico y, en vez de enfrentarmecon la realidad, busco escaparme con elalcohol, y así lo hago, y parece ser quebien. Tengo la excusa perfecta: que ellasolucione el caos que yo creo, que sabehacerlo. Ya hasta comienza a darmeultimatums; si no pongo remedio a miafición al alcohol, se separará de mí; meentra el terror a quedarme solo, yaccedo a ir a un grupo donde danterapias sobre alcoholismo. También

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accedo a tomar más medicamentos paracombatir las ganas de beber. Y parecióque la cosa cambiaba para bien; iba amis terapias, tomaba mis medicamentos,mi casa parecía ir bien y, por si fuerapoco, me readmitieron en mi antiguotrabajo. Esta aparente felicidad durósiete meses. Una mañana al ir al trabajo,como siempre me tomo mismedicamentos, y al salir a la calle y sinvenir a cuento entro en un bar y pido uncoñac, me lo tomo ¡y no pasa nada! ¡Yaestoy curado!

Para celebrarlo, una segunda copa, yesta vez sí que hizo reacción. Vivo paracontarlo de milagro, pero nunca he visto

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tan cerca y lista para llevarme a laParca. Aquí quisiera hacer una reflexióny compartirla con ustedes, y es que sibien con esta terapia y estosmedicamentos había dejado de beber, mivida no había hecho ningún cambio,seguía siendo niño, inmaduro, tímido,cobarde; es decir, seguía siendo lamisma persona que cuando bebía: unalcohólico que no bebía, pero que novivía en sobriedad.

Pues bien, opté por enésima vez porser un bebedor social. Esta vez sí habíaaprendido la lección, y controlaría labebida.

Y vuelta otra vez a lo mismo, poco a

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poco, día a día, mi vida se hacíaingobernable y fue cuestión de pocotiempo el que volviera de nuevo a bebersin control.

De nuevo me invitaron a marcharmedel trabajo, y en mi casa me leyeron lacartilla. Como buen actor y mejorembustero que siempre he sido, excusémi recaída en el agobio en que vivía enuna ciudad grande; que si viviera en unamás pequeña y lejos de amigos que meinducían a beber, conseguiría dejarlo.Convencida de que el cambio de ciudadme iría bien, mi mujer accedió y,malvendiendo el piso que teníamos, nosfuimos a otra ciudad más tranquila,

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donde tenía yo una hermana que vivíajunto a su esposo e hijos. Mi hermanasabía de mi problema, y se ofreció congusto a ayudarnos, compartiendo sucasa, comida, y tambiéneconómicamente hasta que yo encontraratrabajo. Pero lo que encontré era quehabía más alcohol, ¡y más barato!, y eltrabajo lo dejé en segundo plano. Dostrabajos encontré; en el primero duréquince días, en el segundo, tres meses;motivos de despido: ir bebido, trabajarbebido.

El disgusto fue monumental; estabaacogido en una casa en la cual mehabían facilitado las cosas para

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cambiar, y los había decepcionado. Paracolmo, mi mujer y mi hija, cogían lasmaletas y se volvían a la otra ciudad,pero sin mí. No había remedio, sabíaque lo tenía todo perdido, y ya estabaconvencido de habitar alguna cueva delas muchas que hay por las montañas.Ante esta situación, mi hermana seofreció a buscarme y acompañarme aalgún sitio donde me pudieran ayudar.No había otra alternativa: o poníaremedio ya a mi enfermedad, o mi mujere hija se iban de mi lado. Ni qué decirque dije que sí, pero no porconvencimiento de que estuvieseenfermo, sino por miedo a quedarme

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solo. El cobarde, el actor, el inmaduro,actuaba de nuevo. El pensamientofilosófico fue: acepto = las aguasrevueltas se calman = y empiezo acontrolar la bebida (esta vez en serio).Total que mi hermana me habla de unacomunidad llamada AlcohólicosAnónimos. Y ya el nombre no me gustó,pero como mi pensamiento era elexpuesto arriba acepté. Este gruposesionaba los lunes, miércoles y viernes;y ella se ofreció a acompañarme todosestos días, más bien, porque si iba solotal vez (seguro) bebiera, para calmar micobardía. Casualmente, en el mismolugar se reunían familiares y amigos

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nuestros, me refiero a Al-Anon. Y mihermana aprovechó el acompañarmepara asistir a sus reuniones.

Durante mi época de alcoholismoactivo tuve una santa mujer que, pese alcalvario con que pagué su dedicación amí, me soportó y me sigue queriendo.También tuve un ángel en forma demujer que me cogió de la mano y no lasoltó, e hizo que diera el primer pasohacia una nueva vida.

Llegamos al sitio, subimos laescalera (yo con miedo) y nos abre lapuerta un señor muy mayor que, siemprecon una sonrisa, nos invita a pasar y nospregunta si es la primera vez que

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venimos; contestamos que sí, y que soyyo el enfermo. Nos dice que esperemosy, al poco rato, sale con otro hombrebien vestido y con tipo de médico, deayudante técnico sanitario, o algo por elestilo. ¡Ya está! el viejo es el portero yel otro es un psicólogo. Mi hermana sequeda en una salita con el más mayor, yyo paso con el «psicólogo».

«¡Hola!», me dice, «me llamo… ysoy alcohólico. Si tienes problemas conel alcohol y lo reconoces, has llegado abuen sitio»; y empieza a hablarme de suproblema con el alcohol y también de surecuperación. Ni qué decir que laimpresión fue tremenda; en Alcohólicos

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Anónimos yo esperaba encontrar gentemal vestida, mal aseada, oliendo aalcohol, y me veo todo lo contrario.Hasta creeré que el que se identificabacomo alcohólico era alguienperteneciente a la Sanidad. Hechas laspresentaciones y habiéndometransmitido nuestro Paso Doce, me hacepasar a una salita donde están reunidoshombres y mujeres. Me presento sólocon mi nombre, no con mi condición, ytodos a la vez me saludan «¡Hola!Bienvenido». Escucho lo que hablan yobservo que no les da vergüenza, que lohacen con la alegría de quien se sienteentendido; algunos ríen (qué poco

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serios); otros parecen que van a llorar(qué trágicos) y, al final de suintervención, todos les dan las graciaspor compartir con ellos.

Pienso que esto no va conmigo, lotengo decidido, tres meses estaré, yluego adiós. Pero lo que es la vida, mihermana sigue acompañándome lunes,miércoles y viernes y, conforme vanpasando los días y las semanas, midependencia del alcohol se vaapaciguando. Pero lo que sí me asusta, ya la vez hace que se vaya abriendo mimente, es que entiendo lo que dice estagente; más que entender, siento lo quedicen los compañeros; conforme los

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oigo, noto que su experiencia con elalcohol no es que se parezca, sino quees la mía, en lo siguiente: impotenciaante el alcohol y vida ingobernable.Cada día ya no oigo sino que escuchomás claro, que no soy un degenerado,que soy un enfermo, que entre nosotrosno curamos la enfermedad pero que lapasamos, etc. Y me voy sintiendo cadavez más identificado con los miembrosde A.A.

Cuando cumplí tres meses de ir a lasreuniones tres veces a la semana, le dijea mi hermana que si quería podíamosacompañarnos a nuestras reunionesrespectivas; pero que creía que yo había

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dado con el sitio y con la gente que mepodía ayudar. Con alegría recibió estanoticia, y me dejó ir solo. Ese mismodía, a los tres meses que me había dadoyo de plazo para estar en la Comunidad,me presenté a mi grupo, y cuando metocó compartir me presenté pero estavez entero: me llamo Antonio y soyalcohólico.

Ni qué decir que mi vida hacambiado en todo. No sólo no bebo,sino que esos defectos de carácter voylimándolos, con ayuda de la gente enA.A. Mi vida sí tiene sentido, me aceptoy me quiero; tengo a toda mi familia(quién lo iba a decir); tengo mi trabajo

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otra vez (gracias mil); estoy vivo paraver y compartir con mis nietos lo que nopude hacer con sus madres.

Los tengo a ustedes, hombres ymujeres anónimos, y ninguno me esindiferente. A ustedes los culpo de vivircon alegría, con ganas de servir, decompartir, de sentirme miembro de unacomunidad que hace que sus hombres ymujeres tengan el privilegio depertenecer a ella. Y como les sientoculpables de mi felicidad, los quiero, yla única manera y las más eficiente deexpresarles mi agradecimiento estransmitirlo.

Después de más de veinte años he

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ido donde reposa mi padre y le he dicholo que hice aquel día; humildemente lepedí perdón y creo que me lo concede.Quiero creer que se siente contento alver que, a la misma edad en que élmurió siendo un alcohólico activo, yovivo sobriamente.

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(11)

«POR COSAS DELDESTINO…»

Arrestado y hospitalizadonumerosas veces, seguía sin poderlibrarse de la sed obsesiva. Al final seacordó de las palabras que un miembrode A.A. visitante le había dirigido en lacárcel y cambió de rumbo.

EL ALCOHOL me persiguió por treintay cinco años. Soy de una familia de once

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hermanos. Mi padre y todos mishermanos tomamos alcohol hasta laembriaguez. Al nacer yo, mi padre, queno conocí hasta los dieciséis años, habíaemigrado al Norte a trabajar para sacaradelante a la familia, pero al pocotiempo se casó con otra mujer. Mi madrey los once hijos tuvimos que trabajarpara poder mantenernos nosotrosmismos, porque mi padre sólo nosmandaba de vez en cuando muy pocodinero. Sufrí mucho, tanto en el aspectoeconómico como también moral.

En el lado económico tuve que pasarpor muchas vergüenzas. Soy de unpueblito donde todos los habitantes se

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conocían y a mí me tocaba salir a venderde lo que había de frutas, legumbres,naranjas, y yo, siendo tan tímido, eso mecausó mucha inseguridad. Así fue comome la pasaba mientras estudiaba en laprimaria y la secundaria. Tuve quetrabajar desde muy chico para podercomprar ropa, zapatos y demásnecesidades.

Mi primer trago de vino lo tomé alos ocho años. Mi madre acostumbrabacomprar una clase de vino nutritivo paraque mis hermanas tomaran una copitaantes del almuerzo, pero a mí no medaban un traguito porque todavía era unniño. Entonces, cuando podía, robaba un

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traguito y me acuerdo que ese vino erade color rojo y cuando lo tomaba mehacía arder el estómago. Pienso que allí,sin saberlo, ya empezaba a entrar en elmundo oscuro de la enfermedad delalcoholismo.

En el tercer año de secundaría yacontaba con quince años de edad y eramuy popular, especialmente con lascompañeras de escuela; eso valió muchoporque me gradué de la secundaria conlibros que pedía prestados. En losúltimos meses de mi graduación me pasóalgo que hasta ahora no he podidoolvidar. Me enamoré por primera vez deuna compañera de escuela, y la falta de

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dinero me causó enojo conmigo mismoporque no podía invitarla a nada. Mitimidez no me permitía contarle misituación y hasta tuve que mentirlevarias veces cuando me invitaba a ir aalguna parte.

Esta situación me traía muypreocupado porque ya me habíaenamorado mucho de ella (pero nopodía decírselo). Una noche asistí a unbaile en un pueblo cerca del mío y,como no podía pagar mi entrada, estuvemirando por fuera del salón de baile.Grande fue mi sorpresa porque la vibailando con otro joven que sí tenía loque yo carecía, lo económico. Eso me

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causó tantos celos, enojo e incapacidadde controlar mis emociones, que loúnico que pude pensar fue en pedirprestado dinero a mi primo paracomprar cervezas. Me tomé tres y esofue suficiente para que el cielo me dieravueltas. No podía mantener el equilibrioy experimenté una laguna mental que nome acuerdo ni a qué horas, ni cómollegue a casa. Hoy sé que mi enfermedaddel alcoholismo estaba avanzando apasos muy acelerados. En septiembre de1973 me separé de los seres que másquiero en la vida, mi novia, mi madre ymis abuelos. Fue una tarde triste,nublada y de lágrimas.

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Pasé la frontera y llegué a vivir conunos amigos, todos ellos de mayor edad.Todos tomaban alcohol todos los días.La melancolía me abatió y extrañaba atodos, pero más a mi novia. Aquíencontré a mi padre, también borracho.

Mi madre me enseñó a respetar a lagente de mayor edad y por eso notomaba enfrente de él para apagar lanostalgia. Mi madre se quedó en lapobreza y yo le juré que la iba a sacarde eso, pero el alcoholismo de mi padreno le permitió ayudarme a ir a laescuela. Un amigo me consiguió trabajoen una empresa diciendo que yo teníadieciocho años de edad.

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Empecé a mandarle casi todo lo queganaba a mi madre semanalmente. En loeconómico empezaba a ver que ibaprogresando. A mi novia le escribí trescartas, pero sólo tuve una contestaciónmuy triste en la que me decía quetambién ella se había ido del pueblo avivir a otro estado, y que en lo referentea nuestro amor todo se había terminado.La carta venía sin dirección y sedespidió diciendo que me seguíaamando pero que lo nuestro eraimposible. Eso a mí me rompió elcorazón. Juré no enamorarme nunca más,pero empecé a tomar más seguido hastaemborracharme y perder la noción del

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tiempo en las lagunas mentales, quenunca me dejaron.

Dejé de mandar dinero a mi madreporque veía a mi padre, que se gastabatodo su dinero en las borracheras. Undía me armé de valor y tuve que decirleque empezara a ser responsable y que deese día en adelante yo iba a dirigir mipropia vida. Ésa fue una decisión muyequivocada porque el dinero que juntabasólo sirvió para destruir mi vida.Empecé a vivir la vida de una maneradescontrolada. Compré mi primer carroy fue una emoción tremenda el podermanejar un vehículo motorizado. Yo yatomaba más seguido y como todos

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hacían lo mismo, nunca pasó por mimente que manejar borracho era contrala ley, ni mucho menos que fuerapeligroso para la gente y para mí. Lleguéa manejar mi carro con lagunas mentalesmuchas veces. Era espantoso despertaral día siguiente y darme cuenta de queyo había manejado con el carro lleno depersonas sin acordarme de nada, pero noera suficiente para hacerme recapacitar,y lo volvía hacer de nuevo.

Otro de mis problemas fue que me dicuenta de que con las mujeres yo teníamucho «pegue», especialmente con lasmayores. Sin darme cuenta ya estabaenvuelto en la prostitución y seguí con la

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vida desenfrenada. A los diecisiete añosme operaron de una hernia y como notenía a nadie quien me atendiera al salirdel hospital, una amiga se ofreció aayudarme y me llevó a su casa a vivircon ella y su hijo. Después me recuperéy me quedé a vivir con ella. Nacierondos hijos que yo no quise aceptar yempecé a salir con otras mujeres.Nacieron otros dos hijos más condiferentes madres. Estos problemasfueron acompañados de unos quincearrestos por manejar borracho y así escomo conocí las cárceles del condado.Cada vez que me encerraban tenía quefaltar a mi trabajo varios días además de

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los días lunes que faltaba por tener unafuerte resaca.

Paré de conducir mi carro parapoder tomar alcohol y no meterme enproblemas con la ley, pero mialcoholismo aumentó. Llegó mi primerahospitalización. Me puse muy mal desalud por el alcohol. Me espanté y portres largos años no me tomé ni un tragode alcohol. Me ayudó estar en elhospital porque allí me explicaronmucho sobre la enfermedad delalcoholismo. Recuerdo que estando enla cárcel y en el hospital fueron unoscompañeros de Alcohólicos Anónimos.Recuerdo a uno de ellos que dijo que si

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estábamos allí por alcoholismo seríamejor que al salir de la cárcel o delhospital enseguida fuéramos a un grupode Alcohólicos Anónimos, porque si nolo hacíamos regresaríamos de nuevo a lacárcel o al hospital. Sabían de lo quehablaban porque después de tres años deno tomar volví a beber y tuve cincohospitalizaciones más.

En los primeros arrestos los policíasnada más me quitaban las llaves delcarro y las metían en la cajuela. Medejaban irme caminando y otras vecesme llevaban a donde vivía. Pero ya detantos arrestos fueron viendo que era unproblema. Mis arrestos eran más

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seguidos y empezaron mis problemascon la ley. Me mandaron a las reunionesde A.A. y fui varias veces pero nuncame quedaba. En los últimos arrestos mefijaron una fianza tan alta que unhermano tuvo que hipotecar su casa,nada más para seguir con lo mismo.

Mi supervisor me dio tantasoportunidades que hasta se hizoresponsable ante el juez de que yo iría atrabajar en el día y regresaría a dormiren la noche a la cárcel, cosa que nocualquiera quiere hacer. También tuveque incluir a otras personas que metenían que ir a esperar en la cárcel,llevarme a trabajar y después del

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trabajo regresar nuevamente a la cárcel.En mi trabajo siempre me llamaron

la atención con amenazas de despedirmepero esta vez ya era en serio. La últimavez, mi supervisor me pidió queescogiera entre mi trabajo o mialcoholismo y yo le dije que escogeríami trabajo. Él me dijo que esa vez loharía a su modo y me dio de baja tressemanas sin paga. También me pidió quefuera a ver un psicólogo y que fuera aAlcohólicos Anónimos. Si yo lo hacía,me daría mi trabajo de nuevo y si no,perdería mi empleo. Al salir de suoficina, me puse a ver hasta dónde mivida alcohólica me había llevado y me

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di cuenta de que habían pasadoveintidós años en los que sólo habíaconseguido hacer sufrir a mis seres másqueridos, especialmente a mi madre, mishijos, y a sus madres.

Tuve que ser hospitalizadonuevamente. Mi última cerveza lacompré recolectando los centavostirados junto a las paredes y debajo demi cama y, aunque borracho, le pedía aDios que me ayudara, pero esta vez se lopedía con el corazón. Fui al psicólogo ya Alcohólicos Anónimos a ver si podíanayudarme y esta decisión fue un milagro,porque el psicólogo me preguntó siestaba buscando otra clase de ayuda y le

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dije que estaba asistiendo a los gruposde A.A. Sin pensarlo me dijo: «Tú ya nome necesitas, quédate en ese programa,allí te van a recuperar». Esto sucedió en1992 y desde entonces no he vuelto abeber ni una gota de alcohol. Seguíasistiendo al programa de A.A. y porsuerte me encontré con un amigo deinfancia con quien estudié la primaria enmi pueblo cuando teníamos apenas ochoaños de edad. Él llevaba dos años en elprograma de A.A. y me presentó a lapersona que lo estaba ayudando. Estapersona me llamó mucho la atención porsu forma calmada de escuchar y deexplicar el programa de A.A. y al poco

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tiempo le pregunté si podría ser mipadrino. Fue otro milagro en mi vidaporque mi padrino fue un gran ejemplode sobriedad y servicio dentro de A.A.

Dentro de poco asistiré a la próximaConvención Internacional de A.A., yesta vez me acompañará mi esposa, lamisma mujer que fuera mi primera noviaen mi pueblo, que por cosas del destino(un milagro) Dios me devolvió. En mitrabajo, después de nueve años, medieron el gran privilegio de sersupervisor y ahora tengo mi licencia deconducir sin problemas. Toda mi familiavive en la ciudad en que vivo,incluyendo a mis padres, que hoy día

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quiero mucho.Hasta el día de hoy y, sólo por un

día a la vez, quiero pasar una mejor vidaaquí en el programa, y seguirmanteniéndome sin beber alcohol yayudando a otros que tengan estaenfermedad tan desconcertante,poderosa y de fatales consecuencias sino se detiene a tiempo.

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(12)

LIBRE ENTRE REJAS

Para esta mujer encarcelada, elalcohol había sido su coraje líquido.Un día, sola en su celda, abrumada porun cúmulo de dolores, cayó de rodillas,enojada con Dios, gritando que nopodía más. En ese momento devulnerabilidad absoluta, se sintióbañada por el amor divino.

MIS PADRES eran alcohólicos. Yo no

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digo que por eso sea alcohólica. Enrealidad yo nací así. Desde pequeñasiempre me sentí fuera de lugar, que nopertenecía a nadie, ni me sentía cómodaen ninguna parte. Tenía un vacío en elcorazón. Ansiaba encontrar algo quellenara ese vacío y buscaba en loslugares equivocados. Me sentíaincompleta y diferente a los demás. Algome decía que yo no sabía ni podía vivirla vida como la demás gente; sentíadolor emocional y tenía muchos temores.

Mis padres nos llevaron a vivir conmis abuelos maternos. Siempre mesentía resentida con ellos por habernosabandonado, sobre todo con mi mamá.

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Al recordarlo ahora, ella volvió sucabeza al partir mirándonos con unaexpresión de tristeza muy grande.

Mi abuela nos educó y fue una madremaravillosa para nosotras, mis treshermanas y yo. En realidad, por el hechode estar sin padres, desarrollamos unarelación especial que nunca se ha roto.A mi hermano lo enviaron a un internadode varones. Nos perdimos el crecerjuntos y él sintió una soledad aún mayorque la mía. Mis tres tías también fueronmadres para nosotras y ayudaron connuestra educación. Mi abuela muriócuando yo tenía quince años, y ese díame traté de suicidar. Por ese tiempo mis

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padres se separaron y mi mamá se vinoa vivir con nosotras y, la verdad, fueduro para todas pues ella continuabatomando.

Nos enviaron a otro país a estudiar.Yo me casé con un hombre mayor queyo, muy bueno, que me quería mucho. Deese matrimonio nació una hija. Al tenera mi niña en mis brazos yo le juré que nola iba a abandonar, que iba a ser unabuena madre, que la amaría mucho y laharía feliz.

El alcohol y mis demás problemasme impidieron cumplir esa promesa.Con mis emociones torcidas y mipercepción distorsionada de la realidad,

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es un milagro que no comenzara a tomarhasta los treinta años.

Tuve un accidente de auto, dondemurió un joven que había chocado concuatro autos antes de chocarme a mí. Losdos salimos muy golpeados. Nosllevaron a la sala de emergencia enambulancia y nos pusieron en la mismasala. Lo vi morir. No puedo olvidar sucara. Este joven estaba manejandoalcoholizado.

Dejé de dormir pues miraba la fazde ese chico en mis sueños. Un día, vinoun amigo y me dijo: «Tómate un whisky,eso te tranquilizará» y yo, como buenaalcohólica en potencia, pensé «un vaso

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será mejor». Para mí, más es siempremejor. En cosa de tres meses yo estabatomando una botella de whisky todas lasnoches. Poco tiempo después, dejé a miesposo e hija y me fui a vivir por esoscaminos hacia los que el alcoholismo telleva… sin rumbo hacia la destrucciónde los valores morales, principiosfundamentales, hacia la deshumanizaciónque te crea un odio hacia ti misma al veren lo que te estás convirtiendo. Rompícon todos los tabúes, hice todo lo queme enseñaron que no debe hacerse. Paséaños practicando un comportamientodestructivo, viviendo en una prisiónmental de temor, odio, desesperanza,

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resentimiento. De Dios yo no quería nisaber, me hacía sentir culpable. Entré enla negación y empecé a culpar a todospor mi situación, dentro de mí yo sabíaquién era la única culpable. ¡Yocompraba el whisky! ¡Yo lo servía! ¡Yolo tomaba! Nadie hacía eso por mí.

Comencé a juntarme con gentes quehacían cosas ilegales; para mí eraexcitante pues era algo tan diferente acomo fui educada que me envolví en esemundo. Cada día mi adicción al alcoholera más fuerte, hasta que llegó elmomento en que sabía que si seguía asíme moriría, pero al mismo tiempo me dicuenta de que ya no podía parar, que ya

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no podía vivir ni un momento sinalcohol. El alcohol me daba valor. Eracoraje líquido. Me quitaba el temor queyo sentía a la vida. El alcoholismo esuna enfermedad progresiva. En míprogresó muy rápido.

Mi madre estaba muy enferma y esosaños fueron los peores de mi adicción.Andaba en un viaje y mi mamá mellamó, me pidió perdón por no habersido una buena madre, y me dijo que nome sintiera culpable si un día yopensaba que no fui una buena hija. Queella sabía que yo tenía problemas con elalcohol y que si un día el dolor llegaba aser inaguantable que llamara a

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Alcohólicos Anónimos. Mi madre en susúltimos años fue miembro de A.A. Dosdías después de esa llamada muriósobria. Entré a una iglesia y dije esafamosa petición que decimos cuandosabes que te estás muriendo, cuando yano aguantas el dolor. «Dios mío,ayúdame… ¡perdóname!»

Emocionalmente no pudepresentarme al entierro y ver a mi madremuerta. No pude regresar a la casa de mimadre y no encontrarla en ella. Esosúltimos meses son como un sueño; tengorecuerdos pero como en una bruma.

Hice un viaje a otro país. Al llegaral aeropuerto fui arrestada por un crimen

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relacionado con drogas. Cuando meencontré en esa celda lo único que dijefue: «Qué le hice a mi hija ahora».Después de presentarme ante el juez, mellevaron a una prisión preventiva en otraciudad hasta que se terminara mi juicio.La desintoxicación fue dura. Estaba muyenferma: temblaba, no podía dormir, miestómago no podía aguantar la comida.Llegué a pesar 80 libras. Las guardiasfueron maravillosas. Me ayudaban acaminar y a bañarme; yo no tenía fuerzasde tanto vomitar. Dejaban la puertaabierta todo el día. Me traían helado ysopa. Yo no podía ni sostener la cucharade tanto temblar. Me dieron de comer

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hasta que yo lo pude hacer por mímisma. Sentí que el estar en prisiónhabía salvado mi vida. Dios me llevó aese lugar en donde recibí respeto, ayuday fui tratada como un ser humano, comouna dama, a pesar de todo.

Al pasar dos meses, me empecé asentir mejor. Llevaba tantos añosbebiendo que ni me acordaba de lo queera tener claridad de mente. Las manosme siguieron temblando un largo tiempo.Recordé las últimas palabras de mimadre: «Si el dolor llega a serinaguantable, llama a AlcohólicosAnónimos», y eso hice.

Un día me llamaron a la sala de

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visita, y una mujer hermosa, alta, conuna bella sonrisa, me dijo: «Soy Marta ysoy alcohólica». Y yo, por primera vezen mi vida, dije en alta voz lo que sabíaen mi alma… «Soy alcohólica». Ella meabrazó fuerte, y yo lloré. Cada vez queella venía, me abrazaba y yo lloraba. Metrajo un Libro Grande y me dijo quetodo lo que necesitaba saber paramantenerme sobria lo encontraría enesas páginas. Y así fue. Me visitó todaslas semanas durante tres años y medio.Me decía que me quería mucho; insistíaen que tenía que dar los Pasos, puesellos iban a ser mis herramientas parapoder vivir en el mundo sin tomar. Yo

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escuché su mensaje porque me fue dadocon amor y bondad. Quise aprender areconstruirme a mí misma y a tratar desanar las relaciones rotas de mi pasado.A.A. es para toda la vida. Mi madriname enseñó que yo tenía que ayudar aotros alcohólicos, debía pasar elmensaje que se me dio libremente si yodeseaba mantenerme sobria. Que teníaque ayudar a otra persona a salir de eselugar de desmoralización y dolor, acaminar de la oscuridad hacia la luz conla ayuda de Dios y los Pasos deAlcohólicos Anónimos.

Los miembros de A.A. del grupo demi madrina, que sin conocerlos me

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dieron tanta esperanza y cariño, meenviaban literatura. Ella traía a vecesotras personas a visitarme.

Cuando llegué a AlcohólicosAnónimos yo no era nada ni nada tenía.No era nada porque perdí todos misvalores morales y no tenía nada porqueno tenía a un Dios en mi vida. Escuchoen las reuniones que los alcohólicossomos mentirosos y ladrones. Creo quelo más grande que le robé a mi hija fuela tranquilidad, el sentido de seguridadfamiliar, del hogar que podría habertenido. Yo no llegué sola a A.A., traje ami hija conmigo. El alcoholismo es unaenfermedad que afecta a las familias

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también. Destruimos y herimosprofundamente a las personas máscercanas a nosotros, a quienes más nosaman, a quienes nosotros más amamos.El alcohol es más fuerte que el amor.

Mi hermana murió cuando yo estabaen prisión. Fue un golpe terrible elperder a mi hermana menor; ella sabíaen lo que yo me había convertido, y aúnasí siempre me decía que yo era buenapersona, que tenía muy buen corazón. Nopude enterrar a mi madre, tampoco a mihermana. La culpabilidad, el dolor y lavergüenza que eso me causó han sidoindescriptibles.

Me encontraba en mi celda y me

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dejé caer de rodillas llorandofuertemente. Estaba enojada con Dios, ygrité: «¿Por qué te la llevaste a ella queera tan especial?, ¿por qué no mellevaste a mí que no sirvo para nada?»Sentí que estaba enloqueciendo y grité:«Ya no aguanto el dolor». Y, de repente,escuché dentro de mi cabeza: «Sípuedes». Y empecé a sentir como unalluvia fina que caía sobre mi cabeza, yel dolor de toda una vida iba saliendopor los pies. De repente sentí muchoamor dentro de mí y a mi alrededor y alsentir ese amor tan grande sentí un gozosin medida. No sé cuanto tiempo duróesa experiencia. Cuando volví en mí

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estaba en el suelo en posición fetal, y mesentí muy débil, pero con una alegría sinpar. Desde ese día, yo sé que Dios meama y yo lo amo también y sé que noestoy sola nunca.

Llegó el día de mi libertad. Sentímucho miedo y mi madrina me recordóque yo tenía un Dios y las herramientasnecesarias, que tenía que ir a 90reuniones en 90 días y mantenerme encontacto con miembros de A.A. Esohice.

Cuando salí de la prisión viví conmi hermana y trabajé en su oficina dosaños. También recuperé a mi familia. Miesposo tuvo un derrame cerebral y a mi

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suegra le dio Alzheimers. Mi hija tuvoque dejar de ir a la universidad paracuidar a dos enfermos, y me pidió que laayudara. Yo vi la oportunidad que Diosme estaba ofreciendo para volver con mifamilia. Cuidamos de mi suegra cuatroaños hasta que falleció, y a mi esposo loestamos cuidando desde hace más dediez años. Me di cuenta de que Dios medio los medios de hacer reparacionescon estas dos personas que cuidaron demi hija y le brindaron mucho amor.Siento mucho el daño que les causé.

También mi vida cambió. Hoy díatrabajo de enfermera. Cuido personas deedad y lo trato de hacer con amor y

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bondad. Siempre pensé sólo en mí, enmi ego. Mi egoísmo era tal que nuncaconsideré a nadie más. El programa deA.A. y este trabajo me han brindado laposibilidad de dar de mi tiempo y de mímisma, a tener más paciencia ytolerancia, a practicar mi objetivoprimordial: ayudar a los alcohólicos queaún sufren y luego a las personas queson parte de mi existencia.

Estoy muy agradecida de que Diospusiera en mi vida a las personas que yonecesitaba para sentirme completa y útilpara poder llevar a cabo el trabajo queél me asignó en mi sobriedad.

En este camino de sobriedad surgen

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muchas paradojas. Yo siempre sentí queestaba en una prisión mental,cumpliendo una condena. Y resulta queestando en prisión encontré la libertadpor medio de Alcohólicos Anónimos, yme sentí «libre entre rejas». PorAlcohólicos Anónimos no he tenido quevolver a la prisión. Por AlcohólicosAnónimos tengo la libertad de no tomarmás. Por Alcohólicos Anónimosencontré la libertad de protegerme de mímisma, pues yo sola soy un peligro yatento contra el bienestar de mi vida,mente y espíritu. Gracias a los miembrosde A.A. por su apoyo y ejemplo.Gracias a mi familia por sus oraciones,

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por estar presentes en mi vida y amarmeaún en mis peores momentos. Graciaspor el apoyo que me brindan en misobriedad. Estoy muy agradecida por serlo que soy hoy: una persona sobria.

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(13)

EL EFECTO MÁGICO

Sólo con la bebida podía ser talcual era, por unos pocos momentos.Luego, desaparecidos los efectos, sesentía asqueado y avergonzado.Acosado por la «mala suerte»,obligado por la ley, asistía aregañadientes a las reuniones de A.A.En su siguiente visita al bar, doscervezas fueron lo suficiente paraconvencerle de ser alcohólico, de estarloco y en condición desesperada.

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NACÍ ya hace unos cuantos años,dentro de una familia de clase media.No teníamos mucho, pero sí lo suficientepara vivir. Mis padres eran buenospadres y de gran corazón. Tuve unainfancia normal, pero siempre me sentídiferente de otros niños. Sabía que erainteligente, mi familia me lo hacía saber.Sacaba buenas notas en la escuela, peroa la vez no quería ser así; en mi mente,quería ser como los otros niños. Nuncafui bueno en los deportes y eso memolestaba porque quería ser buenjugador de fútbol como los demás.Sufría de asma y eso me molestaba

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porque quería ser sano como los demás.Fui creciendo y me di cuenta de que noera popular como otros jóvenes de miedad. En cuanto a mi apariencia física,tenía acné en la cara y me dabavergüenza salir a la calle en esascondiciones. Por un lado, mi madre mesobreprotegió y, por otro lado, mi padreno podía guiarme como él hubieraquerido. Crecí muy distante de mi padre,a pesar de que lo veía todos los días.

Mi primera borrachera la tuve algraduarme de la secundaria. Todos loscompañeros de mi aula y unos cuantosprofesores fuimos a almorzar a unrestaurante y luego a beber vino. Bebí

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tanto que me enfermé del estómago;llegué a mi casa muy mal. La cabeza medaba vueltas, todo lo que comí y bebífue a parar al inodoro; mi mamá estabaasustada, mi papá no quiso vermeenfermo; aun así, ellos pensaban que misituación era graciosa. Odié la bebida ypensé que jamás volvería a hacerlo.

Quería ser como otros jóvenes de miedad: valiente, atlético, arrogante,conversador, galante, buen mozo. Peroera tímido, acomplejado de todo y denada. El asma me impedía haceresfuerzo físico. A la edad de veinte añosme convertí en un joven individuo llenode temores y sin ningún rasgo de

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confianza en mí mismo. Finalmentedescubrí que era diferente a los demás.Yo era homosexual. Eso me hacía sufriraún más. Por ese entonces mi madretuvo que viajar a otro país para ayudar ami hermana y se quedó allí; porconsiguiente, me quedé solo con mipadre. Al comienzo tuvimos una buenarelación.

Logré ingresar a una universidad yestudié leyes con la idea de convertirmeen abogado algún día. Adquirí lahabilidad de vivir una doble vida. Beberme daba valor para poder entrar endiscotecas. La idea de ser reconocido enlugares públicos me causaba mucho

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temor y vergüenza, así que usaba elalcohol para llenarme de coraje para darrienda suelta a mi sexualidad y ser loque yo era. Nunca me gustó el sabor delas bebidas alcohólicas, esa sensaciónde ardor en la boca, paladar, garganta yestómago era desagradable; pero elefecto que me causaban era mágico.Sólo con alcohol en mi cuerpo podía yoser tal cual era. Me aceptaba a mímismo de esa manera y era feliz. Cuandolos efectos del alcohol desaparecíanentonces sentía remordimiento, asco yvergüenza. Terminé mis estudiosuniversitarios pero nunca me gradué deabogado porque, al finalizar mis

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estudios, me di cuenta de que no meagradaba lo que hasta ese momentohabía estudiado. Conseguí un trabajo enel departamento legal de una compañíaconstructora y me mantuve allí poralgunos años. Mi carrera de bebedorcontinuaba desarrollándose. Mi padresufrió mucho con mi actitud hacia lavida. Me iba de parranda los fines desemana y algunas veces durante días desemana también. No le informaba anadie a dónde iba o le mentía sobre miparadero. Gracias a Dios tuve laoportunidad de viajar a reunirme con mimadre y mi hermana. Pienso que fue unalivio y una esperanza para mi padre el

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hecho de que yo viajara a un lugarlejano y fuera del alcance de las malascompañías en mi país. Por otro lado, yomismo pensé que ésa era una granoportunidad de salir de mi país y podertriunfar. Viví con mi familia un pocomás de un año y luego me independicé.Fui a vivir a un apartamento con unamigo. La búsqueda de alcohol empezóotra vez y se fue acelerandorápidamente. Una de las muchas vecesque yo salía de un bar, la policía medetuvo por manejar de noche con lasluces delanteras apagadas; me hicieronun examen de sobriedad, el cual no pasé,y en consecuencia obtuve mi primera

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sentencia por manejar ebrio. Además detodas las multas que tuve que pagar, fuienviado a seguir una clase deprevención a la cual me presentéembriagado. En ese entonces yo pensabaque no era justo lo que me estabapasando; alguna vez todos hemosmanejado un vehículo con unas cuantascopas encima y alguna vez también senos ha olvidado encender las lucesdelanteras de nuestros propios autos.

Me convencí a mí mismo de que esono me volvería a pasar. Por motivos detrabajo me mudé a otro estado y porsupuesto tenía más libertad que antes. Lacomunicación con mi familia fue

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disminuyendo a medida que mi actividadalcohólica iba creciendo. Cancelabareuniones, les mentía sobre mi vidapersonal. Me di cuenta de que era másfácil estar lejos de ellos para vivir mivida desenfrenada. La «mala suerte» mevisitó otra vez cuando fui detenido porsegunda vez manejando borracho. Tuveun «buen» abogado y nunca perdí milicencia de manejo, pero tuve que asistira cierto número de reuniones deAlcohólicos Anónimos. Cada díatomaba decisiones incorrectas y mitemperamento fue cambiando. Un día uncompañero de trabajo me preguntó si yoera alcohólico. Eso me ofendió

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enormemente. Le «seguí la cuerda»,como decimos en mi país, y me confesóque él conocía un lugar donde me podíanayudar. Me burlé en su cara y no lehablé por un tiempo. Luego me invitó asu casa para celebrar su cumpleaños.Me dijo que en su casa no se bebíaalcohol. Los pocos compañeros detrabajo y su familia la pasamos muy bieny sin beber. En el fondo de mi ser, mesentí alegre por él y a la vez fastidiadoporque él pensaba que yo eraalcohólico. Renuncié a mi buen trabajo yconseguí otro donde me pagaban muchomenos, pero pensé que eso estaba bien.Dejé mi apartamento para irme a vivir a

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una casa compartida con otras personas.Todas estas ideas eran producto de miracionalización en relación con mienfermedad alcohólica, que yo no podíaaceptar en ese momento.

En la búsqueda por un futuro mejordecidí hacer otro cambio geográfico yterminé en una ciudad muy hermosa conla oportunidad de ser un profesionalcomo yo lo había deseado desde hacemucho tiempo. Así que decidí hacer unanueva vida, trabajar mucho y estudiarduro para graduarme.

Me establecí en un pequeño cuartode dormir con las pocas cosas que mequedaban y con mi gran sueño dorado.

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Conseguí trabajo cerca de donde yovivía y me registré en la escuela que eraindicada para mis propósitos. Decidítambién conectarme con mi mundo.Conocí mucha gente y mi calendariosocial empezó a estar ocupado. Sindarme cuenta empecé con la mismarutina de siempre: trabajar, ir a losbares, faltar al trabajo de vez en cuandopor estar con la resaca de la nocheanterior, tener remordimiento, miedo yvergüenza por mis actos. Esta rutina serepetía más a menudo. Mis estudios sevieron perjudicados por la bebida. Yoya no era un buen estudiante como solíaserlo en mis épocas de escuela primaria

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y secundaria. Me tomaba más tiempoconcentrarme en los libros y luchar encontra de las tentaciones; la cerveza seconvirtió en mi bebida preferida por serla bebida más barata y la más fácil dedigerir. Ya no iba de vacaciones avisitar a mi familia. Mi relación con ladueña del cuarto donde dormía era cadadía más tensa, mi situación económicase volvía más ajustada, gastaba más delo que ganaba y tenía deudas que nopodía pagar a tiempo. Mi salud mentalse deterioraba cada vez más porquevivía en constante preocupación portodo. Bebía constantemente y, porsupuesto, manejaba muchas veces

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borracho. Tuve pequeños y grandesaccidentes antes de obtener mi tercerasentencia por manejar bajo la influenciadel alcohol. En esta oportunidad lalocura de mi enfermedad era bien fácilde percibir y yo no quería aceptarla.Gracias a Dios no hubo dañospersonales; pero sí inmensos dañosmateriales que reparar. La historia serepetía otra vez pero esta vez era másprofunda y penosa. Para aliviar esa granpena continué tomando. Yo no pensé quenada peor me podría ocurrir puesto queya no tenía carro ni licencia paramanejar. Así que me movilizaba pormedio de transporte público y la

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generosidad de otras personas. A pesarde las advertencias de la escuela, seguíbebiendo y asistiendo a la escuela, perono por mucho tiempo. Un día mepresenté a tomar un examen después deuna larga noche bebiendo. Una de lasprofesoras me detuvo en medio delexamen y me llamó aparte paracomunicarme que yo quedabasuspendido de la escuela porque el olora alcohol que emanaba de mi cuerpo eratan intenso que no se podía ocultar.Traté de negar las acusaciones pero notuve éxito. Esta mujer me explicó que suex esposo era alcohólico, por lo tantoella comprendía todos los síntomas de

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esta enfermedad y me dio la oportunidadde resolver mi problema primero paraluego continuar con mis estudios si yo loquería. Éste fue mi primer despertarespiritual en relación con mienfermedad. Aún no seguro de esto,continué bebiendo por un tiempo, y tuveque seguir un programa de sesiones deAlcohólicos Anónimos y pasar unprobatorio ordenado por la corte, asícomo participar en un programa estatalde supervisión para enfermeros conproblemas de adicción. Detestéenormemente las primeras reuniones deA.A., primero porque yo no sabía quéera un alcohólico. A pesar de que

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durante toda mi carrera alcohólica tuveseñales enviadas por Dios, yo no quisesaber nada de esas cosas y seguídivirtiéndome. Obligado por la ley,continué asistiendo a esas reuniones.Recuerdo que me tomaba alrededor deuna hora para llegar a esa reunión y otrahora para regresar a mi casa. Algunasveces me quedaba allí para escuchar dosreuniones. En ese edificio antiguo,maloliente, con una gran alfombra suciay con las paredes descoloridas por elhumo del cigarro fue donde llegué aconocer que el alcoholismo es unaenfermedad de la mente, cuerpo y alma.Allí aprendí acerca de admitir

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sinceramente mi derrota ante el alcohol.Después de tres meses de lucharconmigo mismo y cansado de escucharlas cosas extrañas que en esas reunionesse decían, tomé la decisión de volver ami bar predilecto. Me tomó solamentedos botellas de cerveza para darmecuenta de que yo era alcohólico, queestaba loco y también desesperado.Quería beber como los demás. Siempreme iba al extremo de beber más de loque yo podía, y la magia de los efectosdel alcohol ya no funcionaba más. Esamisma noche, llorando, llamé a unindividuo que pertenecía a AlcohólicosAnónimos y le confesé lo que había

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hecho. Después de una pausa mecontestó que él no podía ayudarme enese momento porque yo ya había bebido,pero que regresara al club al díasiguiente y que conversaríamos. Fui alclub a la mañana siguiente y no encontréa esa persona pero sí me quedé yempecé a prestar atención a lo que otroscon más experiencia decían. Sentí quehabía esperanza de una vida mejor paramí a condición de que me esforzara.Decidí tener un padrino pero no entendíamuy bien la mecánica de esa relación.Cambié de padrino varias veces peroahora entiendo el concepto deapadrinamiento mucho mejor. Todos mis

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padrinos me han ayudado a seguir losPasos de A.A. También me hanorientado en mis dudas, consolado enmis momentos de dificultad y me handicho siempre la verdad. Sólo con laverdad en la mano yo he podidorecuperarme. Los principios espiritualesde este programa son muy sencillos decomprender y seguir pero, como buenalcohólico que soy, tiendo acomplicarme la existencia y analizarlosprofundamente. He aprendido que éstees un programa diario y que mirecuperación está basada en lo que yohaga día a día. He encontrado un podersuperior a mí al cual he decidido

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denominarlo Dios. Este poder superiores el único que me ama tal como soy eincondicionalmente. También es elúnico que me ha liberado de esa terribleobsesión por el alcohol. La fe en Diosme sirve como guía espiritual en todoslos asuntos de mi vida, dentro y fuera deA.A. Durante mi recuperación he notadocuán difícil para mí fue admitir que yoera alcohólico; pero con la ayuda deDios, mi padrino y los compañeros enlas reuniones, he aceptado mienfermedad como parte de mi ser. Estaenfermedad debe ser tratada comocualquier otra, y las reuniones son mimedicina. En estas reuniones, que al

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principio odié con todo mi corazón, heaprendido muchísimo acerca de mí, demi enfermedad y de la vida cotidiana.También he encontrado buenas personasdentro de los grupos de A.A. que ahoraforman parte de mi vida. Poco despuésde un año de sobriedad me enteré de queno sólo existen Doce Pasos para larecuperación personal, sino que tambiénhay Doce Tradiciones para lasupervivencia de los grupos. Gracias aDios tengo un programa que me sugierelo que debo hacer para recuperarme ytambién para mantener un grupo activo yfuncionando. La práctica de estasTradiciones me ha enseñado humildad

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en general. Ya no todo es acerca de mí,sino de aquel individuo que estásufriendo y cómo puedo llegar a élcuando pida ayuda.

Puedo decir humildemente que megusta lo que hago ahora, y es mi formade pagar lo que otros han hecho por mídurante estos años. He pasado por muybuenos momentos en sobriedad, talescomo la culminación de mis estudios,así como he soportado muy malosmomentos, como la muerte de mi padreen mi país de origen.

En todo este tiempo me he dadocuenta de que este programa no sólo meha servido para dejar de beber sino que

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también me ha enseñado una nuevaforma de vida. Mi actitud ante la vida hacambiado. Me he aceptado como soy.Tengo todas las intenciones decomunicar mi verdad a todo aquel quedesee conocerla. Tengo deseo de vivirmi vida así como Dios lo decida. Micomunicación con Dios crece cada díamás. La sobriedad en AlcohólicosAnónimos es una experiencia fantásticaque no quiero dejar de disfrutar.

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(14)

SENTENCIADO A LASOLEDAD

En todas las actividades de su vidaquería ser el número uno, pero fue elúltimo en reconocer el daño que labebida estaba causando a su vida.

AHORA que sé el efecto que el alcoholtiene en las personas, estoy convencidode que desde que tomé el primer trago,el alcoholismo se apoderó de mí.

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Yo siempre era el que tomaba laprimera copa y el último ron con soda.Era el más gracioso en las reuniones, elque mejor jugaba a la pala, el que másrápido subía al monte, el que más…, elque más. ¿Por qué tenía esa necesidadimperiosa de ser el número uno en todo?¿Qué estaba tratando de reclamar? ¿Dequién quería llamar la atención? Cuántasveces me he preguntado y me he queridoconvencer a mí mismo: ¿a lo mejor fuivíctima de las circunstancias? Quiseestudiar y no pude; los trabajos que tuvedurante toda mi vida no eran los que yoquería; los amores a principios de lossetenta iban y venían; la relación con mi

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padre era nula, la situación en mi paísme arrastraba a una lucha: muchaspreguntas y pocas respuestas.

Pero creo que esto nada tiene quever con mi alcoholismo. Si no hubieransido éstas las causas, hubieran sidootras. La cuestión es que la enfermedadla he llevado conmigo durante treintaaños, de los cuales los ocho o diezúltimos, los pasé en el infierno.

Profesionalmente había triunfado.Con los estudios que yo tengo no sepodía llegar más alto. Era el capatazgeneral en una empresa de prefabricadosdel hormigón. Dedicaba todo mi tiempoa mi labor profesional y a beber, cosa

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que hacía durante todo el día y a todashoras, puesto que nadie me controlaba.En mi casa, lo único que hacía eradormir (casi nada) y decir que medejaran en paz. Qué osadía, cuando yohabía metido en mi casa a una legión dediablos.

Alegando que en el verano hacíamucho calor, mi mujer se iba a dormir aotra habitación (cada vez eran máslargos los veranos). En más de unaocasión, la he oído decir en algunasreuniones abiertas, que era insoportabledormir conmigo, por lo que sudaba y porel olor a alcohol que emanaba de micuerpo. No sé cómo ha podido

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soportarme tanto tiempo. Mis hijas yaeran mayores y, cada vez másfrecuentemente, mi esposa me decía queyo tenía problemas con el alcohol y mebrindaba toda su ayuda. Me habló deA.A., consultó con el médico decabecera, me trajo papeles para quefuera a ver a un psiquiatra, etc.; peroentre el alcohol y los resentimientos queyo tenía hacia ella, no quería o no podíaver mi realidad, y todas sus sugerencias,una a una, las rechazaba. Los dosveíamos que nuestro matrimonio se iba apique y me advirtió que, o yo tomabacartas en el asunto, o las tomaba ella.

Un día dije que no tomaría más

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alcohol y así lo hice. Lo sustituí porcerveza y licores sin alcohol. Pasabanlos días y las semanas; yo seguía con lasmismas pautas, cada vez más encerradoen mí mismo. Me estuvieron tratando deestrés, de depresión y de algunaenfermedad más de la mente, pero ahorasé que lo que me pasaba era que nosabía vivir sin beber. Entré en un estado,supongo que, de borrachera seca.

Recuerdo que un domingo al llegar ami casa a la hora de comer, ya estaba lamesa puesta y mis hijas y mi mujeresperándome; mi mujer me dijo que lasituación por la que estábamos pasandoera insostenible. No le di oportunidad

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para que dijera nada más; sentencié:«Me voy de casa». Ahora recuerdo laescena y se me saltan las lágrimas: lastres se pusieron a llorar, yo terminé decomer, supongo que no mucho, y me fuia ver una corrida de toros.

Como ya no tenía por quién dejar debeber, empecé a tomar mis tan queridosy echados de menos whiskys. A losquince días justos después de habermeido, me quedé sin trabajo, un hombroempezó a darme problemas, por lasnoches dejé de acostarme, no era capazde pegar ojo. Antes de que abrieran elprimer bar, a las cinco de la madrugada,ya estaba yo en la calle, porque los

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temblores no me dejaban estar en casade mi madre, que fue la que me recogióy aguantó todos mis malos modos, missoledades, mis odios hacia el mundo, midesesperanza y mi pérdida de hombría.

Aprovechando un viaje que mimadre hizo con los de la tercera edad,decidí que las paredes sólo blancas eranmuy sosas y, al más puro estilo de laCapilla Sixtina e imitando a MiguelÁngel, me puse manos a la brocha ysolamente con barniz de pintar laspuertas, empecé a plasmar sobre lasparedes toda mi creatividad. Losmotivos en los que me inspiré fueron: LaAlhambra de Granada, la Giralda de

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Sevilla, la Torre del Oro, barcas,playas, las tres carabelas de Colón, unperro, un arlequín y todo lo que miimaginación y el whisky dieron de sí.Cuando llegó mi madre, le enseñéaquella obra maravillosa y le dije: «ElMiguel Ángel ése tardó en pintar lacapilla ésa una eternidad y yo, fíjate, enun solo día lo que he hecho». Mi madreme dijo: «Muy bien, hijo mío, ni Dioscuando se puso a crear el mundo, hizonada tan maravilloso». Durante todo elverano tuvo la puerta de la calle abiertapara que todo el que quería mirar, vierami obra. A los seis o siete meses, un díaque mi mujer subió, no me acuerdo muy

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bien a qué, y vio aquel desaguisado, nopudo por menos que ponerse manos a labrocha también e intentar ocultar aqueldesastre. Siete u ocho manos de pinturablanca tuvo que darle, pero aún hoy endía se intuye lo que allí había pintado.

Menos mal que no me dio porconocer a otras mujeres, tal vez porqueen aquella época casi no tenía dinero ytodos mis ahorros y esfuerzos los usabapara beber. Estando una tarde en un bar,pensando en lo inútil de mi existencia,se me acercó un conocido, que pareceser que estaba peor que yo, y en aquelmomento más borracho, y me pidióayuda para que lo acompañara a su casa

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porque él no podía conducir. Loacompañé, pero en vez de a su casa, nosfuimos al primer bar con el quetropezamos. Seguimos bebiendo ycontándonos las desgracias por las queatravesábamos; me comentó que loestaba tratando un psicólogo paraayudarlo con el problema de la bebida.Yo no me podía creer lo que estabaoyendo de aquel hombre; reconocí, creoque por primera vez ante otra persona,que tenía dificultades para controlar elalcohol. Entonces él me dijo que me ibaa dar el teléfono de este psicólogo paraque a mí me tratara también, que a él leestaba ayudando mucho. A pesar de mi

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borrachera, le dije que si la ayuda eracomo la que le estaba dando a él, que nola quería. Porque los dos estábamosborrachos como una cuba y sujetándonosa una columna. En aquel momento decidíllamar a A.A. ¿Fue casualidad quealguien con quien no había tenidoninguna relación que no hubiera sidoprofesional, ese día me pidiera ayuda?¿O fue el Poder Superior a través de él,el que hizo que yo tomara conciencia demi realidad?

Fuera como fuera, llamé y me puseen contacto con un compañero, que elnombre que tiene me vino al pelo:«Salvador». Él hizo, con su experiencia

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y su talante, que yo me quedara en A.A.Hoy en día sigue siendo un ejemplo aseguir por mí. Aquella primera reunión ala que yo asistí, recuerdo que me llenóde gozo; por fin había encontrado unsitio en el que encajaba, por eso cuandosalí, me fui a celebrarlo tomándomeunas copas. Así estuve unos meses, hastaen el descanso de las reuniones me ibaal bar a tomar. Lo pasaba fatal.

Pero llegó el día y dejé de tomar eseprimer trago. Durante una semana nopude moverme del sofá, no era capaz decomer porque no podía tragar nada yporque no podía sujetar nada con lasmanos, casi no podía caminar. Al

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principio de mi abstinencia creía queDios me había mandado una enfermedadpara dejar de beber; pero ahora estoyconvencido de que fue al revés: estuve apunto de que me diera un deliriumtremens, pero no fue así, y desdeentonces no he vuelto a tomar ni una solagota de alcohol y, lo que todavía esmejor, desde ese primer día, aún con lostemblores, Dios hizo que se me quitarala obsesión por el alcohol.

Desde que decidí asistir a A.A., selo conté a mis hijas y les dije que, comomi esposa me había ofrecido tantasveces su ayuda y puesto que habíareuniones para familiares de

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alcohólicos, que si ella quería, podíaacompañarme a una reunión abierta. Miesposa dijo que sí y durante toda lareunión estuvo llorando y yohaciéndome el duro, pero con un nudo enla garganta.

No sé si todavía bebía o ya lo habíadejado, cuando un día de los que pasabaa recoger a mi mujer para ir a lasreuniones, no me preguntó, como era sucostumbre, que si había bebido, y a lavuelta tampoco. Para mí, ese día supeque algo iba a cambiar en nuestrasvidas. Empezamos a vernos y a salirotra vez como si fuéramos novios. Casiun año más tarde volví otra vez a mi

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casa, con la misma esposa que habíaaguantado tantos sinsabores.

Me comí mi orgullo y llamé a miantiguo jefe y, para mi sorpresa, volvióa darme trabajo. Eso de la humildaddaba resultado. Me operaron el hombroy se me curó después de una largarecuperación. Por fin la vida volvía asonreírme y todo ello por no tomarmeesa maldita primera copa.

Mucho han tenido que cambiar mispuntos de vista sobre todos los temasque me rodean y afectan. Hoy tengoinquietudes por aprender, por conocer alas personas y a las cosas. Estoydispuesto a conceder a mis semejantes

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las oportunidades que hagan falta, yestoy luchando conmigo mismo paraaceptar las cosas como son y no comome gustaría que fueran.

Desde donde me encuentro en estemomento, se ve mucho cielo.

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(15)

LA CHICA ALEGRE QUEQUERÍA DEJAR DE

SUFRIR

Se fue de su tierra para perseguirsu sueño, pero la bebida, que empezóquitándole la tristeza, acabóconduciéndola por penas y pesadillashasta el umbral de la muerte.

UN DÍA de noviembre de 1984. Todose oscurece… Quiero dormir. ¡Qué sed

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tengo! Quiero una cerveza. ¿Dóndeestoy? «¡Levántate! Ven a comer algo».Es la voz de mi amiga. ¿Cómo lleguéaquí?, me pregunto. No tengo la menoridea de qué está pasando. No quieropreguntarle a mi amiga. No quiero queme reproche. ¿Qué hice? ¿Dóndeestuve? Ah, sí, ya recuerdo… Lasmujeres, los policías… Una voz fuertedice, «¿Qué le pasa a esa muchacha?»«No sabemos, oficial», contestan vocesextrañas. «¿A dónde quieres ir, querida?¿Tienes alguna persona a la quepodemos llamar? ¿Tienes a dónde ir?»Es la voz de una mujer que yo noconozco y no entiendo lo que me dice.

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Dios mío, ¿dónde estoy? Quiero correr,pero ¿a dónde? Estoy temblando. Sientoque me voy a caer. Tengo mucho calor.El oficial de policía me pregunta sipuede llevarme a mi casa. Le digo quesí, pero no recuerdo dónde vivo. Oh, sí,estoy en el centro de la ciudad, Pero¿Cómo llegué aquí? ¿Mi carro? ¿Dóndeestá mi carro? Oh, sí, quiero ir a la calle16, allí vive mi amiga, allí puedodescansar. Ojalá que esté mi amiga allí.Oh, sí, mi amiga está allí. Abre la puertay sorprendida pregunta «¿Qué te pasó?»El oficial pregunta, «¿Usted la conoce?¿La podemos dejar aquí?» «Sí, sí, laconozco. Es mi amiga», responde.

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Esta escena se repitió varias vecesen mi actividad alcohólica, con algunasvariaciones pero siempre sin recordarmuchos detalles. ¿Qué pasó conmigo?Lo único que yo quería en la vida erasuperarme, ser alguien. Al tratar derecordar, no logro ver la lógica. Pero,¿es que hay lógica en el alcoholismo?Nací en un hogar de mucha disciplina,con altos valores morales y una religiónde acción. Emigré a otro país con elsueño de estudiar leyes. Yo quería serabogada. Mi madre quería que yo fuerafarmacéutica y como ella pagaba, yotenía que obedecer. En la escuela meenteré de que en otro país podría

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trabajar y pagarme yo misma launiversidad, así que a la primeraoportunidad salí de mi tierra paraperseguir mi sueño. Lastimosamente eraeso, un sueño. Tenía diecisiete años y noestaba preparada para todo lo que meesperaba, y mi sueño nunca se realizó.Con la ayuda de mis padres pasé losprimeros meses, encontré trabajo y logréjuntar el dinero para mi escuela.Primero estudiaría el idioma y después,de lleno leyes.

No tenía nadie que me guiara perotampoco nadie que me prohibiese nada.La incertidumbre me daba temor, peropronto el temor desapareció y empecé a

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disfrutar mi independencia. Tenía uncarácter muy alegre y esto me ayudó aconseguir muchos amigos. En la escuelaconocí al hombre con quien yo quisecompartir el resto de mi vida. Noscasamos, tuvimos dos hijos y vivimos enel paraíso por un tiempo. Pero elparaíso no duró mucho. Cuando losproblemas empezaron, ninguno de losdos éramos lo suficiente maduros paratratar de resolverlos, o tal vez no nosamábamos lo suficiente para luchar. Asíque nos separamos y me encontré solacon mis hijos.

Al principio no me importó porquepensé que podríamos salir adelante

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viviendo modestamente. Pero los niñoscrecen, se enferman, etc., y yo era laúnica responsable de su seguridad. Estaresponsabilidad y la incertidumbreempezaron a corroer mi alma y empecéa sentirme muy sola. Me invadía unasensación de tristeza; empecé a conocerla depresión. No busqué ayuda porqueme daba vergüenza admitir que mimatrimonio había fracasado; así que melo guardaba todo.

Un verano conocí a una muchacha ala que le gustaba beber cerveza («Por elcalor», decía) y me invitaba a beber(«Sólo una», me decía). Yo siempre larechazaba. Un día decidí probar una: el

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sabor era horrible, sabía a rancio, peroel efecto me encantó; me quitó la tristezay hasta me puse a cantar. ¡La chicaalegre había vuelto a nacer!

Naturalmente, quitarme la tristezacon cerveza se volvió tan rutinario comoquitarme el dolor de cabeza con unaaspirina. No sé cuánto tiempo me tomóempezar a beber durante los días desemana; ya no esperaba a los fines desemana ni a que mi amiga me trajera lacerveza. Esto me preocupó. Hice citacon el médico y le conté acerca de mimanera de beber. Él me preguntó:«¿Cuántas cervezas se toma?» «De tresa cinco… diarias», respondí. «¡Bah! no

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se preocupe; eso es muy común, esnormal». ¡Qué revelación! Regresétranquila a mi hogar, y seguí bebiendoya sin pena ni temor. Bebía porque meencantaba beber: me ponía de buenhumor, me quitaba la tristeza. Conformeel tiempo pasó, el uso y abuso delalcohol continuó. Llegó el día en quebebía porque tenía que beber. Era unaverdadera alcohólica mas yo no losabía.

Un día mis hijos necesitaron untratamiento médico y mi sueldo regularno me alcanzaba, y pensé en un trabajoextra. Le conté a una amiga y me dijoque en el club donde ella trabajaba se

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ganaba mucho. Me ofreció una entrevistapara el sábado siguiente. Me puse feliz.

El viernes anterior a la entrevistaestaba tan optimista que al llegar de mitrabajo regular lo primero que hice fueabrir una lata de cerveza. Mientras quelimpiaba, cocinaba, atendía a mis niñosy cantaba, seguí bebiendo hastaemborracharme. El sábado amanecí enun estado lamentable. Para entonces yasentía temblores y para podercontrolarlos tenía que beber de cuatro aseis cervezas por lo menos. Me toméuna cerveza, pero tenía la entrevista alas 10 de la mañana; ya no me dabatiempo de beber más cerveza. Tenía que

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tomar algo más fuerte para controlar lostemblores. ¿Qué hacer? Me acordé quehabía brandy en la despensa y me servíseis onzas para que me hiciera mejorefecto. Cuando llegué a la entrevistaestaba borracha. Mi posible jefe se diocuenta y me dijo que íbamos a hablarmás tarde. Al pasar por su oficina vi unabotella de licor y decidí tomarme untrago para «el camino». El efecto fuedevastador. Salí, arranqué mi carro yemprendí el regreso a mi hogar. Nohabía corrido ni tres cuadras cuando aldoblar a la izquierda, no vi al carro quevenía por la avenida y chocamos. Perdíel conocimiento. Más tarde me enteré de

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que me llevaron al hospital enambulancia. Hasta hoy no recuerdocuánto tiempo estuve allí, ni quién cuidóde mis hijos; solamente recuerdo que lepedí perdón a Dios y prometí no beber.Como consecuencia, perdí mi carro, mitrabajo regular, mi posible trabajo extra,y además me fracturé el hombro. Losque sufrieron más fueron mis niños,testigos silenciosos de aquel infierno.

Tres meses después fui a la iglesia aimplorar perdón y ayuda a Dios. Pasécinco años sin beber. Durante esetiempo envié a mis hijos a una academiafuera de la ciudad; esto fue un descansopara ellos aunque seguían siendo

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víctimas de mi neurosis. Me quedé sola.El primer fin de semana de

septiembre, se me ocurrió ir a visitar aunos viejos amigos, y oí un comentarioque trajo a mi mente la conmiseraciónde otros días. Pronto salí de allí y fui avisitar a mi amiga, la que mecomprendía. Le conté lo que me habíapasado y también le pedí que me dierauna cerveza. Ella me la dio dudando,porque sabía que yo había dejado debeber por algún tiempo. Yo le aseguréque no tenía nada que temer porquehabían pasado tantos años que ya no meafectaba como antes. ¡Qué tontería!

Ese día me tomé dos cervezas;

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después ya no me recuerdo. No sé cómopude mantener mi trabajo esta vez. Iba yvenía del apartamento de mi amiga,donde se bebía y se cantaba y adondemás tarde, en noviembre, me llevó lapolicía. Allí conocí a una pareja. Elesposo me estaba observando, y alofrecerme una cerveza yo hice elcomentario de «No sé por qué estoybebiendo si ya no quiero beber». Mecontestó que si quería saber por qué yobebía de esa manera, me podía llevar aun sitio donde me lo iban a decir. Ledije: «Pierde su tiempo, porque no creoen el espiritismo». Él me aseguró que noera nada de eso; que el viernes me

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llevaría, pero que no bebiera ese día.Ofendida, le respondí que yo no bebíadurante los días de trabajo. Pasé toda lasemana bebiendo. El viernes se volvió arepetir la historia de hace cinco años.Volví a beber brandy porque ya no medaba tiempo de beber toda la cervezaque «necesitaba». De todas maneras mellevó. Entramos en un salón oscuro,donde había muchos hombres, perocomo estaba borracha no me importó.Sólo sé que una persona hablaba y yo noentendía lo que decía. También había unhombre sentado detrás de un escritorio.Me imaginé que era un doctor. En unmomento dado, mi amigo me hizo

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levantar la mano. Yo no sabía por qué;sólo sé que todos los presentesaplaudieron. Al terminar la reunión mellevó a su casa; durante tres días suesposa me dio de comer, pues yo nopodía sostener la cuchara. Seguí yendoal local, aunque me sentía temerosa yavergonzada de estar allí. Algo me decíaque le diera tiempo al tiempo. Habíallegado a un grupo de AlcohólicosAnónimos.

Mi esperanza era dejar de sufrir. Losalcohólicos anónimos me dijeron quepara dejar de sufrir tenía que dejar debeber. Su falta de comprensión meenfureció; pero no dije nada. Después de

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todo, todos en el grupo me caían mal pordesordenados y malcriados. Mi orgulloy mis resentimientos no me dejaban verla luz. Tuve que sufrir más para podercomprender que mi sufrimiento nodependía de los demás, sino del alcoholque me dominaba y que me habíadespojado de toda cordura o sentidocomún. En enero de 1986 ingresé porsegunda vez a un hospital poralcoholismo. Días después la doctorame dijo «…está jugando con su vida,señora. Un trago más y ya no lahubiéramos podido salvar. Estabacompletamente saturada de alcohol». Yovolví la cara hacia un lado y vi a mi hijo

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pequeño. Vi su cara hermosa. Estaballorando. Le pedí perdón. Él mecontestó: «Nunca me avergonzaré de ti,porque tú eres mi madre».

Desde entonces ya no bebo. Ladoctora me dejó salir del hospital con lacondición de no faltar a las reuniones deAlcohólicos Anónimos. Regresé a migrupo a principios de 1986. He aceptadoque soy alcohólica, que pase lo quepase, no debo beber. Los días de dolor ypesadilla serán sólo una historiamientras no beba. El tiempo se encargóde demostrarme lo dulce y lo fuerte quees el amor de los alcohólicos anónimos.Aquellos desordenados y malcriados me

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enseñaron a amar y a servir. Con elservicio, por fin pude sentirme parte deese gran todo. Hoy sé que nadie viene aeste mundo con las manos vacías. Noscorresponde a nosotros decidir cómousarlas. Sé que en AlcohólicosAnónimos todo el mundo tiene su lugar ycuando a uno lo llaman a servir es el SerSuperior el que nos está ayudando aencontrar ese lugar. Ya no estoy sola.Por fin pude perdonarme. Tengo el amory el respeto de mis hijos y tengo unacarrera. En Alcohólicos Anónimosencontré el camino hacia un destinofeliz.

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APÉNDICES

I. La Tradición de A.A.II. La Experiencia Espiritual

III. El Punto de Vista Médico SobreA.A.

IV. El Premio LaskerV. La Perspectiva Religiosa Sobre

A.A.VI. Cómo Ponerse en Contacto con

A.A.VII. Doce Conceptos (Forma corta)

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I

LA TRADICIÓN DE A.A.

Para los que ahora estamos en su seno,Alcohólicos Anónimos ha hecho que ladesgracia se convierta en sobriedad, yfrecuentemente ha significado ladiferencia entre la vida y la muerte.A.A. puede, desde luego, significarjustamente esto mismo parainnumerables alcohólicos a quienes noha llegado todavía.

Por lo tanto, ninguna otra asociaciónde hombres y mujeres ha tenido nunca

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una necesidad más urgente de eficaciacontinua y unión permanente. Nosotroslos alcohólicos vemos que tenemos quetrabajar juntos y conservarnos unidos ode lo contrario la mayoría de nosotrospereceremos.

Las «12 Tradiciones» deAlcohólicos Anónimos son, segúncreemos los que pertenecemos a A.A.,las mejores respuestas que ha dado hastaahora nuestra experiencia a esas siempreapremiantes preguntas: «¿Cómo puedefuncionar A.A. de una manera óptima?»y «¿Cuál es la mejor manera deconservar la integridad de A.A., y deasegurar así que sobreviva?»

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A continuación aparecen las DoceTradiciones de A.A. en su llamada«forma breve», la cual en la actualidades de uso general. Esta es una versióncondensada de la forma larga originalque se publicó por primera vez en 1945.

LAS DOCE TRADICIONES

1. Nuestro bienestar común debetener la preferencia; larecuperación personal depende dela unidad de A.A.

2. Para el propósito de nuestrogrupo sólo existe una autoridadfundamental: un Dios amoroso tal

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como se exprese en la concienciade nuestro grupo. Nuestros líderesno son más que servidores deconfianza. No gobiernan.

3. El único requisito para sermiembro de A.A. es querer dejarde beber.

4. Cada grupo debe ser autónomo,excepto en asuntos que afecten aotros grupos o a A.A., consideradocomo un todo.

5. Cada grupo tiene un solo objetivoprimordial: llevar el mensaje alalcohólico que aún está sufriendo.

6. Un grupo de A.A. nunca deberespaldar, financiar o prestar elnombre de A.A. a ninguna entidadallegada o empresa ajena, para

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evitar que los problemas dedinero, propiedad y prestigio nosdesvíen de nuestro objetivoprimordial.

7. Todo grupo de A.A. debemantenerse completamente a símismo, negándose a recibircontribuciones de afuera.

8. A.A. nunca tendrá carácterprofesional, pero nuestros centrosde servicio pueden empleartrabajadores especiales.

9. A.A. como tal nunca debe serorganizada; pero podemos crearjuntas o comités de servicio quesean directamente responsablesante aquellos a quienes sirven.

10. A.A. no tiene opinión acerca de

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asuntos ajenos a sus actividades;por consiguiente su nombre nuncadebe mezclarse en polémicaspúblicas.

11. Nuestra política de relacionespúblicas se basa más bien en laatracción que en la promoción;necesitamos mantener siemprenuestro anonimato personal antela prensa, la radio y el cine.

12. El anonimato es la base espiritualde todas nuestras Tradiciones,recordándonos siempre anteponerlos principios a laspersonalidades.

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LAS DOCE TRADICIONES(Forma Larga)

Nuestra experiencia en A.A. nos haenseñado que:

1. Cada miembro de A.A. no es sinouna pequeña parte de una grantotalidad. Es necesario que A.A.siga viviendo o, de lo contrario, lamayoría de nosotros seguramentemorirá. Por eso, nuestro bienestarcomún tiene prioridad. Noobstante, el bienestar individual losigue muy de cerca.

2. Para el propósito de nuestro gruposólo existe una autoridadfundamentad, un Dios amoroso tal

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como se exprese en la concienciade nuestro grupo.

3. Nuestra Comunidad debe incluir atodos los que sufren delalcoholismo. Por eso, no podemosrechazar a nadie que quierarecuperarse. Ni debe el sermiembro de A.A. depender deldinero o de la conformidad.Cuando quiera que dos o tresalcohólicos se reúnan en interés dela sobriedad, podrán llamarse ungrupo de A.A., con tal de que,como grupo, no tengan otraafiliación.

4. Con respecto a sus propios asuntos,todo grupo de A.A. debe serresponsable únicamente ante la

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autoridad de su propia conciencia.Sin embargo, cuando sus planesatañen al bienestar de los gruposvecinos, se debe consultar con losmismos. Ningún grupo, comitéregional, o individuo debe tomarninguna acción que pueda afectarde manera significativa a laComunidad en su totalidad sindiscutirlo con los custodios de lajunta de Servicios Generales.Referente a estos asuntos, nuestrobienestar común es de altísimaimportancia.

5. Cada grupo de A.A. debe ser unaentidad espiritual con un soloobjetivo primordial, el de llevar elmensaje al alcohólico que aún

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sufre.6. Los problemas de dinero,

propiedad, y autoridad nos puedenfácilmente desviar de nuestroprincipal objetivo espiritual.Somos, por lo tanto, de la opiniónde que cualquier propiedadconsiderable de bienes de usolegítimo para A.A., debeincorporarse y dirigirse porseparado, para así diferenciar lomaterial de lo espiritual. Un grupode A.A., como tal, nunca debemontar un negocio. Las entidadesde ayuda suplementaria, tales comolos clubes y hospitales que suponenmucha propiedad o administración,deben incorporarse separadamente

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de manera que, si es necesario, losgrupos las puedan desechar concompleta libertad. Por eso, estasentidades no deben utilizar elnombre de A.A. La responsabilidadde dirigir estas entidades deberecaer únicamente sobre quieneslas sostienen económicamente. Encuanto a los clubes, normalmente seprefieren directores que seanmiembros de A.A. Pero loshospitales, así como los centros derecuperación, deben operartotalmente al margen de A.A., ybajo supervisión médica. Aunqueun grupo de A.A. puede cooperarcon cualquiera, esta cooperaciónnunca debe convertirse en

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afiliación o respaldo, ya sea real oimplícito. Un grupo de A.A. nopuede vincularse con nadie.

7. Los grupos de A.A. debenmantenerse completamente con lascontribuciones voluntarias de susmiembros. Nos parece convenienteque cada grupo alcance esta metalo antes posible; creemos quecualquier solicitud pública defondos que emplee el nombre deA.A. es muy peligrosa, ya seahecha por grupos, clubs, hospitalesu otras agencias ajenas; que elaceptar grandes donaciones decualquier fuente, o contribucionesque supongan cualquier obligación,no es prudente. Además nos causan

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mucha preocupación, aquellastesorerías de A.A. que siganacumulando dinero, además de unareserva prudente, sin tener paraello un determinado propósito A.A.A menudo, la experiencia nos haadvertido que nada hay que tengamás poder para destruir nuestraherencia espiritual que las disputasvanas sobre la propiedad, eldinero, y la autoridad.

8. A.A. debe siempre mantenerse noprofesional. Definimos elprofesionalismo como la ocupaciónde aconsejar a los alcohólicos acambio de una recompensaeconómica. No obstante, podemosemplear a los alcohólicos en los

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casos en que ocupen aquellostrabajos para cuyo desempeñotendríamos, de otra manera, quecontratar a gente no alcohólica.Estos servicios especiales puedenser bien recompensados. Peronunca se debe pagar por nuestroacostumbrado trabajo de PasoDoce.

9. Cada grupo debe tener un mínimode organización. La direcciónrotativa es la mejor. El grupopequeño puede elegir su secretario,el grupo grande su comité rotativo,y los grupos de una extensa áreametropolitana, su comité central ode intergrupo que a menudo empleaun secretario asalariado de plena

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dedicación Los custodios de lajunta de Servicios Generalesconstituyen efectivamente nuestroComité de Servicios Generales deA.A. Son los guardianes de nuestraTradición de A.A. y losdepositarios de las contribucionesvoluntarias de A.A., a través de lascuales mantenemos nuestra Oficinade Servicios Generales en NuevaYork. Tienen la autoridadconferida por los grupos parahacerse cargo de nuestrasrelaciones públicas a nivel global,y aseguran la integridad de nuestraprincipal publicación, el A.A.Grapevine. Todos estosrepresentantes deben guiarse por el

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espíritu de servicio, porque losverdaderos líderes en A.A. sonsolamente los fieles yexperimentados servidores de laComunidad entera. Sus títulos noles confieren ninguna autoridadreal; no gobiernan. El respetouniversal es la clave de su utilidad.

10. Ningún miembro o grupo debenunca, de una manera que puedacomprometer a A.A., manifestarninguna opinión sobre cuestionespolémicas ajenas, especialmenteaquellas que tienen que ver con lapolítica, la reforma alcohólica, o lareligión. Los grupos de A.A. no seoponen a nadie. Con respecto aestos asuntos, no pueden expresar

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opinión alguna.11. Nuestras relaciones con el público

en general deben caracterizarse porel anonimato personal. Opinamosque A.A. debe evitar la propagandasensacionalista. No se debenpublicar, filmar o difundir nuestrosnombres o fotografías,identificándonos como miembrosde A.A. Nuestras relacionespúblicas deben guiarse por elprincipio de «atracción en vez depromoción». Nunca tenemosnecesidad de alabarnos a nosotrosmismos. Nos parece mejor dejarque nuestros amigos nosrecomienden.

12. Finalmente, nosotros de

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Alcohólicos Anónimos creemosque el principio de anonimato tieneuna inmensa significaciónespiritual. Nos recuerda quedebemos anteponer los principios alas personalidades; que debemospracticar una verdadera humildad.Todo esto a fin de que lasbendiciones que conocemos no nosestropeen; y que vivamos encontemplación constante yagradecida de Él que preside sobretodos nosotros.

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II

EXPERIENCIAESPIRITUAL

Los términos «experiencia espiritual» y«despertar espiritual» son usadosmuchas veces en este libro,observándose, a través de su lecturadetenida, que el cambio de personalidadnecesario para dar lugar a larecuperación del alcoholismo se hamanifestado entre nosotros en muchasformas diferentes.

Sin embargo, es cierto que nuestra

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primera edición dio la impresión amuchos lectores de que estos cambiosde personalidad, o experienciasreligiosas, tienen que ser de una índolede súbitos y espectacularessacudimientos. Felizmente para todos,esta conclusión es errónea.

En los primeros capítulos sedescriben varios cambiosrevolucionarios. Aunque no era nuestraintención causar esa impresión, muchosalcohólicos a pesar de esto han llegadoa la conclusión de que para recuperarse,tienen que adquirir una inmediata yarrolladora «conciencia de Dios»,seguida inmediatamente de un gran

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cambio de sentimientos y de actitud.Entre los miles de miembros de

nuestra Comunidad que está siemprecreciendo, tales transformaciones sonfrecuentes aunque no son la regla. Lamayoría de nuestras experiencias son delas que el psicólogo William Jamesllama «variedad educacional», porquese desarrollan lentamente durante uncierto período de tiempo. Muyfrecuentemente, los amigos del reciénllegado se dan cuenta del cambio muchoantes que él. Éste se da cuenta por fin deque se ha operado en él un profundocambio en su reacción a la vida, y queese cambio difícilmente pudo haberse

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realizado por obra de él solo. Lo quesucede en unos cuantos meses rara vezpodría lograrse en años a base deautodisciplina. Con pocas excepciones,nuestros miembros encuentran que handescubierto un insospechado recursointerior, que pronto identifican con supropio concepto de un Poder superior aellos mismos.

La mayoría de nosotros pensamosque esta conciencia de un Podersuperior al nuestro es la esencia de laexperiencia espiritual. Nuestrosmiembros más religiosos la llaman«conciencia de Dios».

Queremos manifestar de la manera

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más enfática, que (a la luz de nuestraexperiencia) cualquier alcohólico capazde encarar honradamente sus problemaspuede recuperarse, siempre que nocierre su mente a todos los conceptosespirituales. Solamente puede serderrotado por una actitud de intoleranciao de negación beligerante.

Encontramos que nadie tiene por quétener dificultades con la espiritualidaddel programa. Buena voluntad,sinceridad y una mente abierta son loselementos para la recuperación. Peroestos son indispensables.

«Hay un principio que es una

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barrera para toda información, que esuna refutación de cualquier argumentoy que no puede fallar para mantener aun hombre en una perpetua ignorancia:el principio consiste en despreciarantes de investigar».

—HERBERT SPENCER

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III

EL PUNTO DE VISTAMÉDICO

Desde el momento en que el Dr.Silkworth dio su primera recomendaciónde A.A., muchas asociaciones médicasasí como multitud de médicos hanmanifestado su aprobación por laComunidad. A continuación aparecenalgunos extractos de los comentarios dealgunos médicos participantes en lareunión anual de la Asociación Médicadel Estado de Nueva York, en la que se

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presentó una ponencia sobre A.A.:El Dr. Foster Kennedy, neurólogo,

dice: «La organización de AlcohólicosAnónimos apela a dos de las fuentes másgrandes de poder conocidas por el serhumano, la religión y el instinto deasociarse con sus semejantes… elinstinto gregario. Creo que nuestraprofesión debe reconocer este magníficorecurso terapéutico. Si no lo hacemos,tendremos que declararnos culpables deesterilidad emocional y de haberperdido esa fe que mueve montañas, sinla cual es poco lo que la medicina puedehacer».

El Dr. G. Kirby Collier, psiquiatra,

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expone: «Tengo la impresión de queAlcohólicos Anónimos es unaasociación por y para sí misma y que susmejores resultados pueden conseguirsebajo su propia dirección, comoconsecuencia de su filosofía. Cualquierprocedimiento terapéutico o filosóficoque registre un índice de recuperacióndel 50% al 60% merece nuestraconsideración».

El Dr. Harry M. Tiebout, psiquiatra,explica: «Como psiquiatra, he meditadomucho sobre la relación entre miespecialidad y A.A. y he llegado a laconclusión de que nuestra funciónparticular puede ser muy a menudo la de

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preparar el terreno para que el pacienteacepte cualquier tipo de tratamiento oayuda ajena. La función del psiquiatra,como la concibo ahora, es acabar con laresistencia interna del paciente, a fin deque lo que tienen dentro de sí florezca,como lo hace bajo la actividad delprograma de A.A.»

Hablando bajo los auspicios de laAsociación Médica Norteamericana, enuna emisión de la NBC en 1946, el Dr.W.W. Bauer dijo: «Los AlcohólicosAnónimos no hacen ningún tipo decruzada, no se trata de una sociedad queaboga por la abstinencia de las bebidasalcohólicas. Los miembros de A.A.

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saben que no pueden beber nunca.Ayudan a otras personas con problemasparecidos… En este ambiente, elalcohólico frecuentemente supera suensimismamiento. Aprendiendo adepender de un poder superior y alpermitir que su trabajo con otrosalcohólicos le absorba, se mantienesobrio día a día. Los días se transformanen semanas, las semanas en meses yaños».

El Dr. John F. Stouffer, jefe dePsiquiatría del Hospital General dePhiladelphia, aludiendo a su experienciacon A.A. dijo: «Los alcohólicos queatendemos en nuestro hospital son en su

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mayor parte aquellos que no puedencostearse un tratamiento privado; A.A.es, con mucho, la mejor cosa que leshemos podido ofrecer. Incluso enaquellos que a veces reingresan en elhospital, vemos una transformaciónprofunda de personalidad. Apenas se lespuede reconocer».

La Asociación PsiquiátricaNorteamericana pidió en 1949 que fueraelaborada una ponencia por uno de losmiembros más experimentados de A.A.,para ser presentada ante la reunión anualde la Asociación ese mismo año. Mástarde, el discurso fue publicado en elnúmero de noviembre de 1949 de la

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Revista de Psiquiatría Norteamericana.(El discurso está disponible en

forma de folleto a un precio nominal através de la mayoría de los grupos deA.A. o en la G.S.O., Box 459, GrandCentral Station, New York, N.Y. 10163,con el título «Tres Charlas aSociedades Médicas por Bill W.»)

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IV

EL PREMIO LASKER

En 1951, el Premio Lasker fueconcedido a Alcohólicos Anónimos.Parte de la citación decía:

«La AsociaciónNorteamericana de SaludPública presenta el Premio delGrupo Lasker de 1951 aAlcohólicos Anónimos, enreconocimiento de su enfoqueúnico y sumamente acertado de

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ese antiguo problema de salud yproblema social, el alcoholismo[…] Al recalcar el hecho de queel alcoholismo es unaenfermedad, el estigma socialque acompañaba a estacondición está desapareciendo[…] Posiblemente, algún díalos historiadores reconoceránque Alcohólicos Anónimos hasido una aventura pionera en sucampo, que ha forjado un nuevoinstrumento para el progresosocial, una nueva terapiabasada en la afinidad entre losque tienen un sufrimiento en

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común, y que dispone de unpotencial enorme para lasolución de las innumerablesenfermedades de lahumanidad.»

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V

LA PERSPECTIVARELIGIOSA SOBRE A.A.

Los clérigos de casi todas lasdenominaciones han dado su bendición aAlcohólicos Anónimos:

El Padre Edward Dowling, C.J.,dice: «Alcohólicos Anónimos es natural;es natural en el mismo punto donde lanaturaleza se acerca más a losobrenatural; es decir, en lashumillaciones y en la consiguientehumildad. Los museos de bellas artes y

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las sinfonías tienen algo de espiritual, yla Iglesia Católica aprueba el uso quehacemos de éstos. También A.A. tienealgo de espiritual, y la participacióncatólica en esta Comunidad resulta, casisin excepción, en que los maloscatólicos se transformen en mejorescatólicos».

La redacción de la revista LivingChurch, publicada por la iglesiaepiscopal, observa: «La base delprograma de Alcohólicos Anónimos esel principio verdaderamente cristiano deque sólo ayudando a su prójimo, puedeun hombre ayudarse a sí mismo. Losmiembros de A.A. describen el

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programa como una «póliza personal deseguros». Para mucha gente que estaríadesesperadamente perdida sin la eficazy singular terapia del programa, esta«póliza» ha significado la recuperaciónde la salud física, mental y espiritual.

Hablando en una cena organizadapor John D. Rockefeller para presentar aAlcohólicos Anónimos a algunos de susamigos, el Dr. Henry Emerson Fosdickdijo:

«Creo que, desde un punto de vistapsicológico, el enfoque de estemovimiento tiene una ventaja que no sepuede duplicar. Creo que, si se dirigecon prudencia —y parece estar en

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manos prudentes— las oportunidadesque esperan a esta Comunidad en elfuturo tal vez sobrepasen los límites denuestra imaginación».

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VI

CÓMO PONERSE ENCONTACTO CON A.A.

La mayoría de los pueblos y ciudades enlos Estados Unidos y Canadá tienengrupos de A.A. En tales lugares sepuede encontrar A.A. a través de la guíatelefónica, la oficina del diario o laestación de policía locales, o al ponerseen contacto con curas o ministros delárea. En ciudades grandes, los gruposfrecuentemente mantienen oficinaslocales donde los alcohólicos o sus

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familias pueden hacer arreglos paraentrevistas u hospitalización. Estasllamadas asociaciones intergrupales seencuentran en las guías telefónicas bajo«A.A.» o «Alcohólicos Anónimos».

Alcohólicos Anónimos mantiene sucentro de servicios internacionales enNueva York, EE.UU. La junta deServicios Generales de A.A. (loscustodios) manejan la Oficina deServicios Generales de A.A., A.A.W.S.,Inc., y nuestra revista mensual, el A.A.Grapevine.

Si no puede encontrar A.A. en sulocalidad, envíe una carta dirigida a laGeneral Service Office, Box 459, Grand

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Central Station, New York, N.Y. 10163,EE.UU., y recibirá una respuestainmediata de este centro mundialindicándole el grupo más cercano. Si nohay ninguno cerca, se le invitará asostener una correspondencia quecontribuirá mucho a asegurarle susobriedad, no importa lo aislado queesté.

Si es usted pariente o amigo de unalcohólico que no demuestra ningúninterés en A.A., se sugiere que escribaa: Al-Anon Family Groups, Inc., 1600Corporate Landing Parkway, VirginiaBeach, VA 23454-5617, USA.

Este es un centro de información

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para los grupos de familia Al-Anon,mayormente constituido por esposas,esposos y amigos de los miembros deA.A. Esta sede le facilitará la direccióndel grupo familiar más cercano y, siusted lo desea, mantendrá unacorrespondencia con usted sobre susproblemas particulares.

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VII

LOS DOCE CONCEPTOS(FORMA CORTA)

Los Doce Pasos de A.A. son principiospara la recuperación personal. LasDoce Tradiciones aseguran la unidad dela Comunidad. Los Doce Conceptospara el Servicio Mundial, escritos porel co-fundador Bill W. ofrecen un grupode principios relacionados para ayudara asegurar que los varios elementos dela estructura de A.A. sean sensibles alas necesidades de quienes sirven y

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responsables ante ellos.La «forma corta» de los Conceptos,

que aparece a continuación, fuepreparada por la Conferencia deServicios Generales de 1974.

I. La responsabilidad final y laautoridad fundamental de losservicios mundiales de A.A. debensiempre residir en la concienciacolectiva de toda nuestraComunidad.

II. La Conferencia de ServiciosGenerales se ha convertido, en casitodos los aspectos, en la voz activay la conciencia efectiva de todanuestra Comunidad en sus asuntosmundiales.

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III. Para asegurar su dirección eficaz,debemos dotar a cada elemento deA.A. —la Conferencia, la Junta deServicios Generales, y sus distintascorporaciones de servicio,personal directivo, comités yejecutivos— de un Derecho deDecisión tradicional.

IV. Nosotros debemos mantener, atodos los niveles deresponsabilidad, un «Derecho deParticipación» tradicional,ocupándonos de que a cadaclasificación o grupo de nuestrosservidores mundiales les seapermitida una representación convoto, en proporción razonable a laresponsabilidad que cada uno tenga

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que desempeñar.V. En toda nuestra estructura de

servicio mundial, un «Derecho deApelación» tradicional debeprevalecer, asegurándonos así quese escuche la opinión de laminoría, y que las peticiones derectificación de los agraviospersonales sean consideradascuidadosamente.

VI. La Conferencia reconoce tambiénque la principal iniciativa y laresponsabilidad activa en lamayoría de estos asuntos, deben serejercida en primer lugar por losmiembros custodios de laConferencia, cuando ellos actúancomo la Junta de Servicios

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Generales de AlcohólicosAnónimos.

VII. La Carta Constitutiva y losEstatutos son instrumentos legales,y los custodios están, porconsiguiente, totalmenteautorizados para administrar ydirigir todos los asuntos deservicios. La Carta de laConferencia en sí misma no es uninstrumento legal; se apoya en lafuerza de la tradición y en lasfinanzas de A.A. para su eficacia.

VIII. Los Custodios son los principalesplanificadores y administradoresde los grandes asuntos de política yfinanzas globales. Con respecto anuestros servicios constantemente

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activos e incorporadosseparadamente, los Custodios,como síndicos fiscales, ejercen unafunción de supervisiónadministrativa, por medio de sufacultad de elegir a todos losdirectores de estas entidades.

IX. Buenos directores de servicio entodos los niveles sonindispensables para nuestrofuncionamiento y seguridad en elfuturo. La dirección básica delservicio mundial que una vezejercieron los fundadores deAlcohólicos Anónimos, tienenecesariamente que ser asumidapor los Custodios.

X. A cada responsabilidad de

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servicio, le debe corresponder unaautoridad de servicio equivalente,y el alcance de tal autoridad debeestar siempre bien definido.

XI. Los Custodios deben siemprecontar con los mejores comitéspermanentes y con directores de lascorporaciones de servicio,ejecutivos, personal de oficina yconsejeros bien capacitados. Lacomposición, cualidades,procedimientos de iniciación yderechos y obligaciones seránsiempre asuntos de verdaderointerés.

XII. La Conferencia cumplirá con elespíritu de las Tradiciones deA.A., teniendo especial cuidado de

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que la Conferencia nunca seconvierta en sede de peligrosariqueza o poder; que fondossuficientes para su funcionamiento,más una reserva adecuada, sean suprudente principio financiero, queninguno de los miembros de laConferencia sea nunca colocado enuna posición de autoridaddesmedida sobre ninguno de losotros, que se llegue a todas lasdecisiones importantes pordiscusión, votación siempre quesea posible, por unanimidadsubstancial; que ninguna actuaciónde la Conferencia sea punitiva apersonas, o una incitación acontroversia pública, que la

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Conferencia nunca deba realizarninguna acción de gobiernoautoritaria, y que como la Sociedadde Alcohólicos Anónimos, a la cualsirve, la Conferencia en sí mismasiempre permanezca democráticaen pensamiento y en acción.

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FOLLETOS DE A.A.

44 preguntasLa tradición de A.A., cómo se

desarrollóLos miembros del clero preguntan

acerca de A.A.Tres charlas a sociedades médicas

por Bill W.A.A. como recurso para los

profesionales de la salud A.A. en sucomunidad

¿Es A.A. para usted?¿Es A.A. para mí?Esto es A.A.

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Un principiante pregunta…¿Hay un alcohólico en el lugar de

trabajo?Preguntas y respuestas acerca del

apadrinamientoA.A. para la mujerA.A. para los alcohólicos

gays/lesbianasA.A. para el alcohólico de edad

avanzada, nunca es demasiado tarde¿Se cree usted diferente?Alcohólicos Anónimos por Jack

AlexanderLos jóvenes y A.A.El miembro de A.A., los

medicamentos y otras drogas

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¿Hay un alcohólico en su vida?Dentro de A.A.El grupo de A.A.R.S.G.Carta a un preso que puede ser

alcohólicoLos Doce Pasos ilustradosLas Doce Tradiciones ilustradasLos Doce Conceptos ilustradosSeamos amistosos con nuestros

amigosCómo cooperan los miembros de A.

A….A.A. en las instituciones

correccionalesA.A. en las instituciones de

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tratamientoUnir las orillasSi Usted es un profesionalEncuesta de los miembros de A.A.El punto de vista de un miembro de

A.A.Problemas diferentes del alcoholComprendiendo el anonimatoHablando en reuniones no-A.A.Una breve guía a Alcohólicos

AnónimosLo que le sucedió a José

(Historieta a todo color)Le sucedió a Alicia

(Historieta a todo color)Es mejor que estar sentado en una

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celda(Folleto ilustrado para los

presos)

Se pueden obtener formularios depedidos completos en la Oficina deServicios Generales de A.A.: Box 459Grand Central Station, New York, N.Y.10163.

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NOTAS[1] Ampliamente explicado en el

Apéndice II.[2] Ver el Apéndice II para

amplificación.[3] Esto es cierto cuando se publicó

este libro por primera vez. Un estudiohecho en 2004 de la Comunidad en losEE.UU. y Canadá indicó que la décimaparte de los A.A. tenían 30 años de edado menos.

[4] Por favor, no dejes de leer elApéndice sobre «ExperienciaEspiritual».

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[5] Escrito en 1939, en una época enla que había pocas mujeres miembros deA.A., este capítulo supone que elalcohólico en el hogar es en la mayoríade los casos el marido. No obstante,muchas de las sugerencias hechas alrespecto pueden adaptarse para ayudar ala persona que vive con una mujeralcohólica, sea que aún esté bebiendo oesté ya recuperándose en A.A. Al finaldel capítulo se menciona otro recurso.

[6] La asociación de los GruposFamiliares de Al-Anon se formó unostrece años después de escribirse estecapítulo. Aunque constituye unacomunidad completamente separada de

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Alcohólicos Anónimos, utiliza losprincipios generales del programa deA.A. como guías para los esposos,esposas, parientes, amigos y otraspersonas íntimas de los alcohólicos. Laspáginas anteriores, (aunque se dirigensolamente a las esposas) señalan losproblemas con los cuales éstas tal veztengan que enfrentarse. Alateen, para loshijos adolescentes de alcohólicos, formaparte de Al-Anon.

Si el número de teléfono de Al-Anonno se encuentra inscrito en su guía deteléfonos local, puede obtener mayorinformación escribiendo a su Oficina deServicio Mundial: 1600 Corporate

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Landing Parkway, Virginia Beach, VA23454-5617.

[7] Ver Apéndice VI. No duden encomunicarse con nosotros si podemosserles de ayuda.

[8] Esto se refiere al primerencuentro entre Bill y el Dr. Bob. Estosdos hombres fueron más tarde los co-fundadores de A.A. El texto del librocomienza con la historia de Bill; laSección de Experiencias empieza con ladel Dr. Bob.

[9] Esta historia se refiere a laprimera visita que Bill y el Dr. Bobhicieron al A.A. Número Tres. Tuvocomo resultado la formación del primer

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grupo de A.A. en Akron, Ohio.[10] Escrito en el año 1939.[11] Escrito en 1939. En 2008 hay

unos 115.000 grupos. A.A. tieneactividades en 180 países con unaafiliación total de más de 2.000.000 demiembros.

[12] Alcohólicos Anónimos tendrámucho gusto en recibir noticias de usted.La dirección es: P.O. Box 459, GrandCentral Station, New York N.Y. 10163,U.S.A.