libro alcoholicos anonimos edición 2008

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Libro Alcohólicos Anónimos Ultima Edición - 2008

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ALCOHÓLICOS ANÓNIMOSTERCERA EDICIÓN

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dos de ellas traducciones de interés histórico, y otras doce narradas por miembros de habla hispana provenientes de diversas partes del mundo.

Para esta nueva edición, la tercera en español, preparada conforme con una Acción de la Conferencia de 2004, además de haber hecho una detenida revisión del texto básico, se ha actualizado la sección de historias personales agregando otras 32 más de miembros hispanohablantes para así presentar una más rica y amplia variedad de experiencia.

Al enviar a la imprenta esta edición del Libro Grande en español, se calcula que hay en el mundo más de 2,000,000 de miembros de A.A. Publicamos este libro con la esperanza de que, al leer la explicación que se ofrece del programa de A.A. y los testimonios personales de que este programa da resultados, mucha más gente se encamine hacia su recuperación.

Publicada Originalmente en Inglés en 1939, año en que A.A. contaba solamente con unos 100 miembros, la primera edición de este libro tuvo una distribución de más de 300,000 ejemplares. La segunda edición en inglés, que apareció en 1955, cuando ya había más de 150,000 miembros, aumentó esta cifra hasta llegar a una distribución total de más de 1,450,000 ejemplares. En 1976 cuando, según un cálculo moderado, el número de miembros en el mundo había ascendido a un millón, se publicó la tercera edición del libro, nueva y revisada, con un mayor número de historias personales para dar una más amplia muestra representativa de la Comunidad. Sumadas todas las tiradas, se han distribuido aproximadamente 21 millones de ejemplares de las tres primeras ediciones. En la cuarta edición, publicada en 2001, aparecieron 24 historias nuevas para ofrecer experiencias contemporáneas que puedan facilitar la identificación de los principiantes de los primeros años del Siglo XXI.

La primera traducción al español del libro publicada por A.A.W.S., Inc., tuvo su presentación en 1986. Contenía el texto básico, o sea los primeros once capítulos, lo que constituye el mensaje de A.A., tal como había aparecido en inglés, sin cambios, desde la primera publicación en 1939 del libro que dio su nombre a la joven Comunidad, así como la historia del Dr. Bob y los Apéndices. En 1990, se publicó la primera edición ampliada del libro. En esa edición, se reunían catorce historias personales,

ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS Tercera Editión

2007

Alcoholics Anonymous World Services Inc.Box 549, Grand Central StationNew York, NY 10163

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OTROS LIBROS

DOCE PASOS Y DOCE TRADICIONES

Un comentario interpretativo del programa de A.A.escrito por uno de los cofundadores

A.A. LLEGA A SU MAYORÍA DE EDAD

Una corta historia de las dos primeras décadas de A.A.

COMO LO VE BILL

(anteriormente LA MANERA DE VIVIR DE A.A.)Una selección de escritos del cofundador de A.A.

EL DR. BOB Y LOS BUENOS VETERANOS

Una biografía con recuerdos de los comienzos de A.A.en el oeste central de los EE.UU.

TRANSMÍTELO…La historia de la vida de Bill: cómo llegó el mensaje de A.A. al mundo

REFLEXIONES DIARIAS

Un libro de reflexiones escritas por miembros de A.A.para miembros de A.A.

DE LAS TINIEBLAS HACIA LA LUZ

Traducciones de todas las historias publicadasen la Cuarta Edición del Libro Grande en inglés

LIBRILLOSLLEGAMOS A CREER

Las experiencias espirituales de 75 miembros de A.A.

VIVIENDO SOBRIO

Sugerencias prácticas que se han oído en reuniones

A.A. EN PRISIONES: DE PRESO A PRESO

Artículos publicados originalmente en el Grapevine escritos porpersonas que encontraron A.A. en prisiones

ALCOHÓLICOSANÓNIMOS

El relato deCómo Muchos Miles de Hombres y Mujeres

Se Han Recuperado del Alcoholismo

TERCERA EDICIÓN

ALCOHOLICS ANONYMOUS WORLD SERVICES, INC.new york city

2008

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CONTENIDOCapítulo Página

Prólogo a la Tercera Edición en Español xi

Prefacio xiii

Prólogo a la Primera Edición en Inglés xv

Prólogo a la Segunda Edición en Inglés xvii

Prólogo a la Tercera Edición en Inglés xxiv

Prólogo a la Cuarta Edición en Inglés xxv

La Opinión del Médico xxvii1 La Historia de Bill 12 Hay una Solución 173 Más Acerca del Alcoholismo 304 Nosotros los Agnósticos 445 Cómo Funciona 586 En Acción 727 Trabajando con los Demás 898 A las Esposas 1049 La Familia Después 12210 A los Patrones 13611 Una Visión Para Ti 151

HISTORIAS PERSONALES

Primera PartePioneros de A.A.

La Pesadilla del Dr. Bob 171Cofundador de Alcohólicos Anónimos. El nacimiento de

nuestra Sociedad data del primer día de su sobriedad permanente:el 10 de junio de 1935.

1 El Alcohólico Anónimo Número Tres 182Miembro pionero del Grupo Nº 1 de Akron, el primer grupo de

A.A. en el mundo. Preservó su fe, y por esto, él y otros muchosencontraron una vida nueva.

Copyright © 1939, 1955, 1976, 2001 porAlcoholics Anonymous World Services, Inc.

Edición en español Copyright © 1986, 1990, 2008Alcoholics Anonymous World Services, Inc.

Todos los derechos reservados

Segunda Edición, 199025 impresiones desde 1990 hasta 2007Tercera edición, nueva y revisada 2008

Primera impresión, febrero 2008Segunda impresión, junio 2008Tercera impresión, abril 2009

La historia personal que aparece en la página 379 es propiedadliteraria © de The AA Grapevine, Inc., reimpresa con permiso

Esta literatura está aprobada por laConferencia de Servicios Generales.

Alcoholics Anonymous, Alcohólicos Anónimos y A.A. son marcasregistradas ® de Alcoholics Anonymous World Services, Inc.

Número de Control de la Biblioteca del Congreso:2008920577

ISBN 978-1-893007-95-6

Impreso en los Estados Unidos

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Página2 Las Mujeres También Sufren 193

A pesar de tener grandes oportunidades, el alcohol casi terminócon su vida. Pionera en A.A., difundió la palabra entre las mujeresde nuestra etapa primera.

3 El Despertar de un Viajante 201En todos su viajes, no podía eludir la botella ni a sí mismo,

logró por fin emerger de una vida amarga y desolada y llegó a seruno de los primeros mensajeros de A.A. en Puerto Rico.

4 La Montaña Rusa 210Creía poder dominar los frenéticos altibajos de la bebida, hasta

verse precipitado sin recursos hacia la última parada. Pero laProvidencia le tenía reservado otro destino.

5 Podía Aguantar Mucho Bebiendo 219Parecía tener una mayor resistencia al alcohol que sus

compañeros de parranda. Acabó agotado, sin la menor esperanzade poder rechazarlo. Desamparado, desesperado, encontró a A.A.

6 A.A. le dio la Luz que Necesitaba 225De niño, los vecinos le pusieron el nombre “lechuza” por dormir

toda la noche en el monte. A.A. le ofreció un nuevo y verdaderoamanecer.

7 Hasta la Flor más Bella seMarchita con el Alcohol 228Frustrada en sus aspiraciones intelectuales, esta mujer se fue

en busca de la libertad, sólo para encontrar la esclavitud de unaborracha. A.A. le quitó las cadenas.

8 Despertó a Punto de Morir 239Oficial de Marina, descubrió que no era “capitán de su alma”.

La bebida le hizo perder su brújula y le pilotó al naufragio. EnA.A. recuperó su norte.

9 Nacido Para Bebedor, Bailarín y Ladrón 247Andaba perdido sin más que perder, descendiendo al abismo de

la degradación. El vago recuerdo de algunas palabras deesperanza le enseñaron la salida.

10 La Oveja Extraviada 255Sintiéndose aislada, oyó repetirse un viejo cántico que le guió,

después de largos y penosos ambages, al calor del rebaño.

11 “...Ni Perro que me Ladre” 264Superó su primera aversión a la bebida para después lanzarse a

una vida desenfrenada de beber, donde nada le podía quitar lased. En la hora más funesta le vino un resquicio de esperanza.

vi CONTENIDO

Página12 El Señor Alcohol y Yo 270

Vetarano de guerra, profesor de escuela superior, su largotrato con el Sr. Alcohol lo dejó solo y deprimido, lleno derencores y lástima de sí mismo. En un momento de lucidezrecordó el nombre de Alcohólicos Anónimos.

Segunda ParteDejaron de beber a tiempo

1 Del Amor al Odio y de A.A. al Amor 283Asistía a las reuniones esperando la llegada de su esposo que

nunca llegó, pero con el tiempo, en compañía de los A.A., alescuchar sus historias personales, se dio cuenta de que ellatambién estaba afligida de la enfermedad del alcoholismo.

2 En las Garras del Miedo y la Ira 290Dondequiera que fuera le acompañaba su saco de culpas y

secretos.

3 La Dignidad Recobrada 300Creía haber superado el problema que tenía con la bebida en su

juventud y que podía dejar de tomar cuando quisiera, pero cadacontacto que tuvo con el alcohol le convirtió en otro ser.

4 Nacida de Luto 307Tras años de búsqueda, diversas carreras y residencias en tres

continentes, se dejó, sin saberlo, guiar por el temor. A los cincuentaaños se encontró en el principio de su vida.

5 Malo si Bebía y Malo si no 316“A los 21 años de edad...después de llevar seis años yendo a

cuantos médicos me enviaban, después de buscarme enfermedadescomo VIH, lupus, metales en la sangre, lepra, una costilla flotante,cáncer y un mundo de cosas raras, fui sincera por primera vez enmi vida con un médico y le dije que consumía mucho licor…”

6 El Fin de una Corta Carrera 321Un domingo por la mañana temprano este joven alcohólico,

solitario e introvertido, se despertó tirado en el patio de una casadesconocida, experiencia que le dio la suficiente motivación comopara buscar ayuda en Alcohólicos Anónimos.

7 “Cómo nos Engañamos con el Alcohol…” 332Siempre prefería vivir en un mundo de fantasía. La bebida

parecía facilitarle la entrada a ese ameno aunque inventado reinoimaginario que al fin se convirtió en un caos y una catástrofe.

CONTENIDO vii

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Página8 Tenía Mil Máscaras 341

Tocó su fondo emocional y llegó joven a A.A., ahorrándose asíaños de sufrimiento.

9 Extranjero Entre los Hombres 347Se sentía como un extraterrestre, caído a la Tierra por causa

desconocida. La bebida, que parecía ofrecerle entrada a otro mundo,lo dejó aislado del actual y presente.

10 La Bendición Disfrazada 354Acostumbrado a disimular todo problema, este sacerdote, lejos de

la tierra familiar, se iba poniendo cada vez más soberbio en sunegación. Una noche, ante el mismo obispo, se emborrachó y tocó sufondo.

11 Tomaba Porque lo gozaba 361Creía poder lograr lo que fuera si se esforzaba lo suficiente,

pero se dio cuenta de que ningún esfuerzo personal sería suficientepara controlar su forma de beber..

12 “Lo que más Odié yo fui” 368Como un púgil vencido pasó varios días tendido en la cama sin

siquiera poder levantarse. Cuando su fiel esposa volvió a sugerirlela alternativa de probar A.A., aceptó..

13 Insistió en Disfrutar de la Vida 373Bebedora periódica, seguía ingiriendo alcohol para sentirse libre

y así pasarlo bien con sus amigos, a pesar de las úlceras, las resacasy las lagunas mentales. Acabó encontrando la verdadera libertad yamistad en las salas de Alcohólicos Anónimos.

14 Se Consideraba un Tomador Social 379Más fiel y firme defensor de la botella por no poder concebir la

vida sin alcohol, seguía fallando a sus seres queridos y a sí mismohasta tocar fondo e ir a pedir ayuda a un amigo, miembro de A.A..

15 Preparada para Empezar 385Después de pasar una durísima carrera de alcoholismo activo,

llegó a entender que la única copa que podía controlar era laprimera. Al verse a punto de emprender su viaje de recuperación,se dio cuenta de la necesidad de revisar su equipaje para dejar loinnecesario, lo inaprovechable y lo demasiado pesado.

16 Un Giro de 180 Grados 393Pasó su primera juventud sin ilusiones, vacío y amargado, un

esclavo del alcohol, creyéndose raro, queriendo ser una personanormal. Tras torturas y tribulaciones, la paz le vino inesperadamente.

viii CONTENIDO

PáginaTercera Parte

Casi lo perdieron todo

1 La Riqueza de un Alcohólico 405Se vio privado de su infancia, cargado con duras obligaciones a

una tierna edad. La bebida le facilitaba pasar a “otra realidad”mejor. Tuvo que ver esfumarse todos sus sueños de prosperidadantes de encontrar la auténtica abundancia espiritual.

2 Dejado a Merced de la Suerte 411Se crió en un ambiente hostil, violento, ocasionado por el

alcoholismo paternal y a los 13 años de edad, tuvo su primeraborrachera, resaca y laguna mental. Tras pasar décadas de beberdescontroladamente acabó creyendo que el único remedio estabaen poner fin a su vida, como lo hicieron tres hermanos suyos.

3 El que lo Veía todo Normal 417Por normal que todo le pareciera, acabó al borde de la locura

con delirios e ideas de suicidio. Decidió por fin pedir ayuda yencontró su mejor recurso en un grupo de A.A.

4 Camino a la Derrota 425Desafiante, celosa de su autonomía, seguía diciéndose a sí

misma al principio que no sabía si A.A. era el lugar apropiado,pero iba escuchando las historias e identificándose con losintegrantes del grupo. Todos eran como ella; les habría gustado serbebedores normales, pero nunca pudieron serlo.

5 Noche Alegres — Despertares Tristes 435Durante 20 años de su vida adulta, este supuesto superhombre

se creía imponente. A los 40 años de edad se encontró solo,atemorizado, inmaduro, sintiéndose torpe y resentido con la vida.

6 Mi Camino Indirecto a A.A. 440Pese a ver a su padre morir de alcoholismo, iba inventando

pretextos para beber hasta acabar entre rejas encadenado al alcohol.Un compañero de celda le indicó la forma de librarse de su obsesión.

7 Víctima del Destino 446Se creía abandonada, desgraciada, sin salida ni esperanza. Ahora,

con el apoyo de su Poder Superior y sus compañeros de A.A., vivetranquila y agradecida, pasando el mensaje de recuperación.

8 “Tangobar” 453Este “hombre de los miles de trabajos” estaba en fuga constante.

Volvió, décadas después, a la casa paterna donde se habíaemborrachado por vez primera y allí se le abrió el camino hacia lasobriedad.

CONTENIDO ix

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Página9 “¡¿Te rindes o Acabo contigo?!” 462

Al comienzo creyó haber llegado a A.A. en un “día aciago”. Noquiso dejar que se le quitara su único consuelo, la bebida. Salió desu primera reunión confundido pero convencido de ser alcohólico.

10 “El Hombre Macho y Fino” 470Como su padre que murió de alcoholismo, se creía capaz de controlar su

forma de beber, pero por mucho que se esforzara innumerables veces porconvertirse en bebedor social, acabó perdiendo el control de su vida.

11 “Por Cosas del Destino…” 478Arrestado y hospitalizado numerosas veces, seguía sin poder librarse

de la sed obsesiva. Al final se acordó de las palabras que un miembrode A.A. visitante le había dirigido en la cárcel y cambió de rumbo.

12 Libre entre Rejas 484Para esta mujer encarcelada, el alcohol había sido su coraje líquido.

Un día, sola en su celda, abrumada por un cúmulo de dolores, cayó derodillas, enojada con Dios, gritando que no podía más. En ese momentode vulnerabilidad absoluta, se sintió bañada por el amor divino.

13 El Efecto Mágico 491Sólo con la bebida podía ser tal cual era – por unos pocos momentos. Luego,

desaparecidos los efectos, se sentía asqueado y avergonzado. Acosado por la“mala suerte”, obligado por la ley, asistía a regañadientes a las reuniones deA.A. En su siguiente visita al bar, dos cervezas fueron lo suficiente paraconvencerle de ser alcohólico, de estar loco y en condición desesperada.

14 Sentenciado a la Soledad 499En todas las actividades de su vida quería ser el número uno,

pero fue el último en reconocer el daño que la bebida estabacausando a su vida.

15 La Chica Alegre que Quería Dejar de Sufrir 505Se fue de su tierra para perseguir su sueño, pero la bebida, que

empezó quitándole la tristeza, acabó conduciéndola por penas ypesadillas hasta el umbral de la muerte.

ApéndicesI La Tradición de A.A. 513

II La Experiencia Espiritual 519III El Punto de Vista Médico 521IV El Premio Lasker 523V La Perspectiva Religiosa Sobre A.A. 524

VI Cómo Ponerse en Contacto con A.A. 525VII Doce Conceptos (Forma corta) 526

x CONTENIDO

xi

PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓNEN ESPAÑOL

ESTA EDICIÓN, la tercera, del Libro Grande en español,Alcohólicos Anónimos, es fruto de un largo trabajo

colaborativo que se originó en el año 2004, con una AcciónRecomendable de la 54ª Conferencia de Servicios Generalesde los Estados Unidos y Canadá. La Conferencia, por mediode esa acción, recomendó que se elaborara un borrador deuna tercera edición del Libro Grande, Alcohólicos Anóni-mos, en español. Con este objetivo se formó sin demora unsubcomité encargado de 1] hacer una detenida revisión deltexto básico y 2] ampliar la sección de historiassustancialmente de manera que sea de un tamaño parecidoal de la cuarta edición en inglés con miras a alcanzar a cadavez más personas de diversa procedencia, clase y condición.Al seleccionar las nuevas historias los miembros del comitétenían el cometido de utilizar los mismos criterios basadosen las sugerencias de Bill W. que se utilizaron para lapreparación de la Cuarta Edición del Libro Grande eninglés. Según el texto de la recomendación: “Cada historia,conforme con lo recomendado por Bill, debe poder alcanzaral recién llegado que todavía busca la solución de A.A y cadahistoria debe ser una historia típica de A.A. que cuenta cómoera, lo que sucedió y cómo es ahora.”

El comité revisó detenidamente el texto básico, hizovarias correcciones y unánimamente propuso algunasrevisiones. Entonces, copias del texto básico con lasrevisiones indicadas fueron distribuidas a todas las oficinasde servicio de países de habla hispana para así aseguraruna mayor cohesión y una más amplia conciencia degrupo. Mientras tanto, como respuesta a una solicitud de

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manuscritos publicada por la OSG, llegaron a la oficinacasi doscientos manuscritos. Al final, tras un duro yesmerado proceso de selección, los miembros del comitécoincidieron en publicar 32 de las historias.

Estas historias las cuentan miembros de A.A.hispanohablantes de tres continentes y más de diez países:entre ellos, un maestro, un militar, una profesora, unagricultor, un hombre y una mujer de negocios, un policía,un camionero y un sacerdote. Todas estas personas, pormuy diferentes que fuesen, tenían en común el mismosufrimiento y numerosas experiencias que compartir. Casitodos insistían largo tiempo en poder controlar su formade beber, a pesar de las repetidas y cada vez máscontundentes pruebas de lo contrario. Al final, cada unopor su propio camino, todos tuvieron que admitir suderrota y lo irresistible que les era el alcohol. Algunos secreían ya perdidos; otros se dieron cuenta de que, a pasolento o acelerado, se estaban acercando a la ruina total, ala locura o a la muerte. Todos cruzaron el umbral de A.A.armados nada más que con la humilde admisión de suimpotencia ante el alcohol y, una vez adentro, rodeadospor sus compañeros de fatigas, encontraron la posibilidadde reponerse y de vivir una nueva vida de alegría yutilidad.

Estas historias te ayudarán, tal vez, a decidir si eresalcohólico y si Alcohólicos Anónimos tiene algo queofrecerte, algo que más de 2,000,000 de alcohólicos detodas partes del mundo aprovechan hoy día: la libertad yla oportunidad de vivir rica y plenamente en sobriedad.

xii PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN EN ESPAÑOL

xiii

PREFACIO

ESTE ES el prefacio de la Cuarta Edición [en inglés] dellibro Alcohólicos Anónimos. La primera edición

apareció en abril de 1939 y en los siguientes 16 años sepusieron en circulación más de 300,000 ejemplares. Lasegunda edición, publicada en 1955, alcanzó unacirculación total de más de 1,150,000 ejemplares. Latercera edición, que salió de la imprenta en 1976, tuvo unacirculación de unos 19,550,000 ejemplares en todos losdiversos formatos.

Ya que se ha convertido en el texto básico de nuestraComunidad y ha ayudado a grandes cantidades dealcohólicos y alcohólicas a recuperarse, hay un fuertesentimiento en contra de hacer cambios drásticos en ellibro. Por lo tanto, con referencia a las revisiones que sehan hecho en la segunda, tercera y cuarta ediciones, laprimera sección de este volumen, en la que se describe elprograma de recuperación de A.A. se ha dejado en sumayor parte sin cambiar. La sección titulada “La opinióndel médico” queda en la forma en que fue escritaoriginalmente en 1939 por el difunto Dr. William D.Silkworth, el gran benefactor médico de nuestra Sociedad.

A la segunda edición se añadieron las apéndices, lasDoce Tradiciones y las indicaciones de cómo ponerse encontacto con A.A. Pero el cambio más importante se hizoen la sección de historias personales, que se amplió parareflejar el desarrollo de la Comunidad. “La historia deBill”, “La pesadilla del Dr. Bob”, y otra historia de laprimera edición quedaron sin cambiar; tres fueronrevisadas y a una de ellas se le puso un nuevo título; seescribieron nuevas versiones de dos historias con nuevos

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títulos; se añadieron 30 historias nuevas; y la sección dehistorias fue dividida en tres partes, con los mismosencabezamientos que se utilizan ahora.

En la tercera edición, Parte I (“Pioneros de A.A.”)quedó sin cambiar. En la segunda parte (“Dejaron debeber a tiempo”) se dejaron nueve historias de la segundaedición y se añadieron ocho historias nuevas. En la terceraparte (“Casi lo perdieron todo”) se dejaron ocho historiasy se añadieron cinco nuevas.

En la cuarta edición se incluyen los Doce Conceptospara el Servicio Mundial y se ha revisado la sección dehistorias personales de la siguiente manera: Se ha añadidouna historia a la primera parte y dos que originalmenteaparecieron en la tercera parte ahora aparecen en laprimera parte; se han quitado seis historias. En la segundaparte se mantienen seis historias, se han añadido oncenuevas y se han quitado once. En la tercera parte ahorahay doce historias nuevas; se han quitado ocho (aparte delas dos que se trasfirieron a la primera parte).

Todos los cambios que se han hecho a lo largo de losaños en el Libro Grande (el nombre que los A.A. hanpuesto cariñosamente a este volumen) han tenido elmismo propósito: representar más fielmente lacomposición de la Comunidad de Alcohólicos Anónimos yde esta manera llegar a más alcohólicos. Si tienes unproblema con la bebida, esperamos que al leer una de las42 historias personales hagas una pausa y digas: “Sí, esome pasó a mí”; o, más importante, “Sí, yo me sentía así”; oaún más importante, “Sí, creo que este programa me darábuenos resultados a mí también”.

xiv PREFACIO

xv

PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN ENINGLÉS

Éste es el Prólogo tal como apareció en la primeraimpresión de la primera edición en 1939

NOSOTROS, los Alcohólicos Anónimos, somos másde un centenar de hombres y mujeres que nos

hemos recuperado de un estado de mente y cuerpoaparentemente incurable.

El propósito principal de este libro es mostrarle a otrosalcohólicos precisamente cómo nos hemos recuperado. Es-peramos que estas páginas les resulten tan convincentes queno les sea necesaria más autenticación. Creemos quenuestras experiencias le ayudarán a cada uno a entendermejor al alcohólico. Muchos no comprenden que elalcohólico es una persona muy enferma. Y además, estamosseguros de que nuestro modo de vivir tiene sus ventajas paratodos.

Es importante que nosotros permanezcamos anónimosporque en el presente somos muy pocos para atender elgran número de solicitudes personales que pueden resultarde esta publicación. Siendo la mayoría gente de negocios oprofesionales, no podríamos realizar bien nuestro trabajoen tal evento. Quisiéramos que se entienda que nuestralabor alcohólica no es profesional.

Cuando escribimos o hablamos públicamente sobre elalcoholismo, recomendamos a cada uno de nuestrosmiembros omitir su nombre, presentándose en cambiocomo “un miembro de Alcohólicos Anónimos”.

Muy seriamente le pedimos a la prensa también observar

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esta recomendación, de otra manera estaremosgrandemente incapacitados.

Nosotros no somos una organización en el sentidoconvencional de la palabra. No hay honorarios ni cuotas deninguna clase. El único requisito para ser miembro es undeseo sincero de dejar la bebida. No estamos aliados conninguna religión en particular, secta o denominación, ni nosoponemos a ninguna. Simplemente deseamos serserviciales para aquellos que sufren esta enfermedad.

Estamos interesados en saber de las experiencias deaquellos que están obteniendo resultados de este libro,particularmente de los que han empezado a trabajar conotros alcohólicos. Nos gustaría ser serviciales en tales casos.

Las preguntas de sociedades científicas, médicas yreligiosas serán bien recibidas.

Alcohólicos Anónimos.

xvi PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN EN INGLÉS

xvii

PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN ENINGLÉS

Las cifras citadas en este prólogo describen laComunidad tal como era en 1955

Desde que se redactó el prólogo original de este libroen 1939, ha ocurrido un milagro de grandes

proporciones. En nuestra primera edición se expresabala esperanza de que “todo alcohólico que viaje, al llegara su destino, encuentre la Comunidad de AlcohólicosAnónimos”. El texto original continúa diciendo: “Ya hanbrotado en otros pueblos grupos de dos, tres y cinco denosotros”.

Han transcurrido 16 años entre la aparición de nuestraprimera edición y la publicación en 1955 de la segunda. Eneste corto plazo, Alcohólicos Anónimos ha crecido con unarapidez dramática y ahora cuenta con casi 6,000 gruposcompuestos por mucho más de 150,000 alcohólicosrecuperados. Se encuentran grupos en todos los estados delos EE.UU. y todas la provincias del Canadá. Hay gruposde A.A. que prosperan en las Islas Británicas, los paísesescandinavos, Sudamérica, África del Sur, México, Alaska,Australia y Hawai. En total se han hecho comienzosprometedores en unos 50 países extranjeros y territorios delos EE.UU. Algunos grupos han empezado a tomar formaen Asia. Muchos de nuestros amigos nos dan ánimodiciendo que esto no es más que un comienzo, solamenteel augurio de un desarrollo futuro más grande.

En Akron, Ohio, en junio de 1935, de una conversaciónentre un corredor de Bolsa de Nueva York y un médico deAkron, se produjo la chispa que iba a convertirse en el

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primer grupo de A.A. Seis meses antes, después de unencuentro con un amigo alcohólico que había estado encontacto con los Grupos Oxford de aquel entonces, unasúbita experiencia espiritual le había quitado al corredor debolsa la obsesión por beber. También le había ayudadomucho el ahora difunto Dr. William Silkworth, unespecialista en alcoholismo de Nueva York, a quien los A.A.de hoy día consideran como un santo de la medicina, y cuyanarración de los primeros días de nuestra Sociedad apareceen páginas posteriores. Por intervención de este médico, elcorredor comprendió la gravedad del alcoholismo. Aunqueno podía aceptar todos los preceptos de los Grupos Oxford,estaba convencido de la necesidad de un inventario moral,una confesión de los defectos de la personalidad,reparación a quienes se había hecho daño, así como de lanecesidad de ser de utilidad y ayuda a otros y de creer enDios y depender de Él.

Antes de viajar a Akron, el corredor de bolsa habíatrabajado duramente con muchos alcohólicos, basándoseen la teoría de que sólo un alcohólico podía ayudar a otroalcohólico; pero sólo logró mantenerse sobrio a sí mismo.Estaba en Akron por un asunto de negocios que, por haberfracasado, le dejó con gran miedo de volver a beber. Se diocuenta repentinamente de que, para salvarse a sí mismo,tenía que llevar el mensaje a otro alcohólico. Ese otroalcohólico resultó ser el médico de Akron.

Ese doctor había tratado repetidas veces de resolver sudilema alcohólico por medios espirituales, sin poderlograrlo. Pero cuando el corredor de bolsa le comunicó ladescripción dada por el Dr. Silkworth del alcoholismo y dela desesperanza de quien lo sufre, el médico comenzó abuscar el remedio espiritual de su enfermedad con unabuena voluntad que nunca antes había tenido. Logró susobriedad y, por el resto de su vida —murió en 1950— novolvió a beber. Esto parecía demostrar que un alcohólico

xviii PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN EN INGLÉS

podía afectar a otro de una forma en que ninguna personano alcohólica pudiera hacerlo. Indicaba también que untrabajo arduo y dedicado, de un alcohólico con otro, eravital para la recuperación permanente.

Desde ahí, los dos hombres empezaron a trabajar casifrenéticamente con los alcohólicos que llegaban al pabellóndel Hospital Municipal de Akron. Su primer caso, uno muyextremo, se recuperó inmediatamente, convirtiéndose enel A.A. número tres. Nunca volvió a beber. Siguieronhaciendo trabajos en Akron durante todo el verano del1935. Hubo muchos fracasos, pero, aquí y allá, un éxitoalentador. Cuando el corredor de Bolsa regresó a NuevaYork en el otoño de 1935, se había formado el primer grupode A.A., aunque en aquel entonces, nadie se dio cuenta deesa realidad.

Otro grupo pequeño prontamente tomó forma en NuevaYork, seguido en 1937 por la formación en Cleveland deltercer grupo. Aparte de estos tres grupos, había otrosalcohólicos esparcidos que habían captado las ideas básicasen Akron o Nueva York y estaban intentando formar otrosgrupos en otras ciudades. Para fines de 1937, el número demiembros que llevaban sobrios un tiempo sustancial erasuficiente como para convencer a todos los miembros deque una nueva luz había penetrado el mundo oscuro delalcohólico.

A estos primeros grupos, aún poco seguros, les parecióque ya era hora de comunicar al mundo su mensaje yexperiencia única. Esa resolución dio fruto en la primaverade 1939 con la publicación de este volumen. En esa fecha,había alrededor de 100 miembros, hombres y mujeres. Lasociedad, todavía en ciernes y sin nombre, empezó aconocerse entonces por el del título de su libro —Alcohólicos Anónimos. El período de volar a ciegasterminó y A.A. entró en una nueva fase de sus tiempospioneros.

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Con la aparición del nuevo libro, empezaron a sucedermuchas cosas. El Dr. Harry Emerson Fosdick, clérigodistinguido, hizo una reseña halagadora del texto. En elotoño de 1939, Fulton Oursler, editor en aquel entoncesde Liberty, publicó un artículo en la revista titulado “LosAlcohólicos y Dios”. El artículo suscitó una avalancha deunas 800 desesperadas solicitudes de información quellegaron a la pequeña oficina que se había establecido enNueva York. Cada solicitante recibió una respuestadetallada; se enviaron folletos y libros por correo. A losviajantes de negocios, miembros de grupos de A.A. yaexistentes, se les informó de estos posibles principiantes.Se iniciaron nuevos grupos, y para el asombro de todos, sevio que el mensaje de A.A. podía transmitirse tanto porcorreo como de boca en boca. A fines de 1939, seestimaba que unos 800 alcohólicos estaban en camino derecuperación.

En la primavera de 1940, John D. Rockefeller, Jr.celebró una cena para muchos de sus amigos, a la cualinvitó a unos A.A. para que contaran sus historias. Lasagencias de noticias internacionales hicieron reportajesacerca del evento; otra vez, la oficina fue abrumada porsolicitudes de información y mucha gente iba a las libreríasbuscando ejemplares del libro “Alcohólicos Anónimos.”Para marzo de 1941, el número de miembros habíaascendido rápidamente a 2,000. Luego, Jack Alexanderredactó una crónica que aparecería como artículo principalen el Saturday Evening Post, la cual pintaba una imagentan convincente de A.A. para el público en general queexperimentamos una verdadera inundación de alcohólicosque necesitaban ayuda. Para fines de 1941, A.A. tenía unos8,000 miembros y estaba creciendo a toda velocidad. A.A.se había convertido en una institución nacional.

Entonces, nuestra Sociedad entró en el períodotumultuoso y emocionante de su adolescencia. La prueba a

xx PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN EN INGLÉS

la que tenía que enfrentarse era la siguiente: ¿Podríanreunirse y trabajar en armonía estos numerosos y una vezerráticos alcohólicos? ¿Habría disputas acerca de losrequisitos para ser miembro, acerca de la dirección y delmando, y del dinero? ¿Habría aspiraciones de poder y deprestigio? ¿Habría diferencias de opinión que pudierancausar un cisma en A.A.? Pronto A.A. se vio asediada porestos mismos problemas en todas partes y en todo grupo.Pero de esa experiencia, al principio espantosa ytrastornadora, surgió el convencimiento de que los A.A.tenían que mantenerse unidos o morir solos. Teníamos queunificar A.A. o desaparecer de la escena.

Así como habíamos descubierto los principios según loscuales el alcohólico individual podría vivir, de la misma ma-nera tuvimos que desarrollar principios según los cuales losgrupos de A.A. y A.A. como un todo pudieran sobrevivir yfuncionar con eficacia. Se creía que no se podría excluir aningún hombre o mujer de nuestra Sociedad; que nuestroslíderes podrían servir, pero nunca gobernar; que cada grupodebería ser autónomo y que no debería haber ningún tipode terapia profesional. No habría honorarios ni cuotas; secubrirían nuestros gastos por nuestras contribucionesvoluntarias. No debería haber sino un mínimo deorganización, incluso en nuestros centros de servicio. Nues-tras relaciones públicas se basarían en la atracción y no en lapromoción. Se decidió que todos los miembros deberían seranónimos ante la prensa, la radio, la TV y el cine. Y nodeberíamos, bajo ningún concepto, dar recomendacionesa entidades ajenas, forjar afiliaciones o meternos encontroversias públicas.

Esto era la sustancia de las Doce Tradiciones de A.A.,enunciadas completamente en las páginas 262-63 de estelibro. Aunque ninguno de estos principios tenía la fuerzade regla ni ley, para 1950 habían llegado a tener unaaceptación tan generalizada que fueron confirmados por

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nuestra primera Convención Internacional, efectuada enCleveland. Hoy día, la unidad extraordinaria de A.A. es unade la ventajas más grandes que tiene la Sociedad.

Según se iban allanando las dificultades de nuestraadolescencia, la aceptación de A.A. por parte del públicoen general iba creciendo a pasos agigantados. Para estohabía dos razones principales: el gran número derecuperaciones, y de familias reunidas. En todas partes,estos hechos dejaban su impresión. El 50% de losalcohólicos que llegaron a A.A. e hicieron un esfuerzosincero lograron la sobriedad y se mantenían sobrios; el25% logró la sobriedad después de algunas recaídas, y,entre los demás, los que se quedaban en A.A. mejoraban.Otros miles llegaron a A.A. y, al comienzo, decidieron queno querían el programa. Pero muchos de ellos —alrededorde los dos tercios— empezaron a volver a A.A. con el pasodel tiempo.

Otra razón para la extensa aceptación de A.A. eran losbuenos oficios de nuestros amigos de la medicina, lareligión y la prensa, quienes, con otros incontables, seconvirtieron en competentes y dedicados partidariosnuestros. Sin su apoyo, A.A. no habría hecho sino unprogreso lentísimo. Algunas de las recomendaciones de losprimeros amigos de A.A. de la medicina y la religión seencuentran en páginas posteriores.

Alcohólicos Anónimos no es una organización religiosa.Ni tampoco ha adoptado A.A. ningún punto de vistamédico en particular, aunque cooperamos mucho y muy amenudo con los médicos y los clérigos.

Ya que el alcohol no respeta a nadie, constituimos unamuestra representativa de la población norteamericana, y,en otros países, se está desenvolviendo el mismo procesodemocrático de igualación. Entre nuestros miembroscontamos con católicos, protestantes, judíos e hindúes, así

xxii PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN EN INGLÉS

como con algunos musulmanes y budistas. Más del 15% delos miembros son mujeres.

En la actualidad, el número de miembros va aumentandoen un 20% cada año. Hasta la fecha, sólo hemos arañado lasuperficie del problema global del alcoholismo, de losmillones de alcohólicos y posibles alcohólicos del mundo.Con toda probabilidad, nunca podremos tocar más que unafracción razonable del problema del alcohol con todas susramificaciones. Ciertamente no tenemos el monopolio de laterapia para el alcohólico. No obstante, nuestra granesperanza es que aquellos que todavía no han encontradouna respuesta, puedan empezar a encontrarla en las páginasde este libro y que pronto se unirán a nosotros en el caminode una nueva libertad.

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PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓNEN INGLÉS

En MARZO de 1976, al enviar la presente edición a laimprenta, según un cálculo moderado, hay en el

mundo casi 1,000,000 de miembros de A.A., y unos 28,000grupos que se reúnen en 90 países.

Las encuestas que se han realizado en los EstadosUnidos y Canadá indican que A.A. no solamente estáalcanzando cada vez a más gente, sino también a unavariedad de individuos cada vez más amplia. Las mujeresrepresentan un cuarto del total de la Comunidad; entre losnuevos miembros, la proporción es de casi un tercio; elsiete por ciento de los A.A. encuestados son menores de 30años de edad, incluidos muchos jóvenes adolescentes.

Parece que los principios básicos de A.A. se aplican conla misma eficacia a gente de muy diversa condición ymanera de vivir, así como el programa ha llevado a larecuperación a individuos de muchas nacionalidadesdistintas. Los Doce Pasos que resumen el programapuede que se llamen The Twelve Steps en algún país y LesDouze Étapes en otro; no obstante, señalan el mismocamino hacia la sobriedad que abrieron los primerosmiembros de Alcohólicos Anónimos.

A pesar del gran aumento en tamaño y alcance, lacomunidad permanece en su corazón sencilla y personal.Cada día, en alguna parte del mundo, empieza larecuperación cuando un alcohólico habla con otro,compartiendo su experiencia, fortaleza y esperanza.

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PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓNEN INGLÉS

La cuarta edición en inglés del libro AlcohólicosAnónimos salió de la imprenta en noviembre de

2001, al comienzo de un nuevo milenio. Desde lapublicación en 1976 de la tercera edición en inglés, elnúmero de miembros de A.A. del mundo entero casi se haduplicado, alcanzando a dos millones o más en casi100,800 grupos que se reúnen en unos 150 países de todaspartes del mundo.

La literatura ha desempeñado un papel significativo enel desarrollo de A.A., y un fenómeno impresionante delpasado cuarto de siglo ha sido la traducción de nuestraliteratura básica a multitud de idiomas y dialectos. En lospaíses donde se ha sembrado, la semilla de A.A. hagerminado y arraigado, y el brote ha venido creciendolentamente al comienzo y luego, al estar disponible laliteratura, a pasos agigantados. Hasta la fecha el libroAlcohólicos Anónimos ha sido traducido a 43 idiomas.

Conforme el mensaje de recuperación ha llegado a másgente, ha tocado la vida de una más amplia variedad dealcohólicos enfermos. Cuando en 1939 se escribió la frase“Somos gente que en circunstancias normales no nosmezclaríamos” (ver página 17 de este libro) se refería auna Comunidad compuesta en su mayor parte de hombres(y unas pocas mujeres) de procedencia y circunstanciasocial, étnica y económica bastante similares. Así comootras muchas frases del texto básico de A.A., eseenunciado también ha resultado ser mucho más visionariode lo que los cofundadores se hubieran podido imaginar.Las historias que se han añadido a esta edición reflejan

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una comunidad cuyas características de edad, sexo, raza ycultura han cambiado y se han ampliado para incluir a casitodo individuo a quien los cien primeros miembroshubieran podido esperar a alcanzar.

Al mismo tiempo que nuestra literatura ha preservadola integridad del mensaje de A.A., ha habido cambiosradicales en la sociedad en general que se ven reflejadosen nuevas costumbres y prácticas dentro de laComunidad. Por ejemplo, aprovechando los adelantostecnológicos, los miembros de A.A. con computadoraspueden participar en reuniones en línea y compartir consus compañeros alcohólicos de todas partes del país y delmundo. En todas las reuniones, en cualquier rincón de latierra, los A.A. comparten experiencia, fortaleza yesperanza, unos con otros, con el fin de mantenersesobrios y ayudar a otros alcohólicos. Módem-a-módem, ocara-a-cara, los A.A. hablan el lenguaje del corazón contodo su poder y sencillez.

xxvi PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN EN INGLÉS

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LA OPINIÓN DEL MÉDICO

Los que pertenecemos a Alcohólicos Anónimosconsideramos que puede interesar al lector la

opinión médica acerca del plan de recuperación que sedescribe en este libro. No cabe duda de que un testimonioconvincente debe venir de médicos que han tenidoexperiencia de nuestros sufrimientos y presenciado nuestroretorno a la salud. Un eminente doctor, que es el directormédico de un hospital conocido nacionalmente yespecializado en el tratamiento de adictos al alcohol y alas drogas, dio a Alcohólicos Anónimos la siguiente carta:

A quien corresponda:Durante muchos años me he especializado en el

tratamiento del alcoholismo.A fines del año 1934 atendí a un paciente que, a pesar

de haber sido un competente hombre de negocios, conmucha aptitud para ganar dinero, era un alcohólico de untipo que yo había llegado a considerar como irremediable.

En el transcurso de su tercer tratamiento adquirióciertas ideas sobre un posible método de recuperación.Como parte de su rehabilitación, empezó a dar a conocersus conceptos a otros alcohólicos, inculcándoles lanecesidad de que ellos a su vez hicieran lo mismo conotros. Esto ha llegado a ser la base de una agrupación deestos hombres y sus familiares, la cual está creciendorápidamente. Parece que este individuo y más de otroscien se han recuperado.

Personalmente conozco decenas de casos del tipo conel cual han fallado por completo otros métodos.

Estos hechos parecen tener una gran importanciamédica; debido a las extraordinarias posibilidades de

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crecimiento inherentes a este grupo, pueden marcar unanueva época en los anales del alcoholismo. Estos hombresbien pueden tener un remedio para miles de esassituaciones.

Usted puede tener absoluta confianza en cualquiermanifestación de los Alcohólicos Anónimos sobre ellosmismos.

Su atento y seguro servidor,William D. Silkworth, M.D.

El médico que a petición nuestra nos facilitó esta cartaha tenido la bondad de ampliar sus ideas en otradeclaración que exponemos a continuación. En ésta,confirma que los que hemos sufrido la tortura alcohólicatenemos que creer que el cuerpo del alcohólico es tananormal como su mente. No nos convencía la explicaciónde que no podíamos controlar nuestra manera de bebersencillamente porque estábamos desadaptados a la vida;porque estábamos en plena fuga de la realidad; o porqueteníamos una franca deficiencia mental. Estas cosas eranverídicas hasta cierto punto y, de hecho, en gradoconsiderable en algunos de nosotros, pero además estamosconvencidos de que nuestros cuerpos también estabanenfermos, y opinamos que es incompleto cualquier cuadrodel alcohólico que no incluya este factor físico.

La teoría del doctor, de que tenemos una alergia alalcohol, nos interesa. Aunque nuestra opinión, noprofesional, sobre su validez signifique poco, como exbebedores del tipo que se convierte en problema, podemosdecir que esa explicación parece aceptada. Aclara muchascosas que de otro modo nosotros no podíamos explicar.

Aunque nosotros trabajamos por nuestra solución en unplano espiritual y altruista, estamos a favor de lahospitalización del alcohólico que está muy agitado o con lamente nublada. La mayoría de las veces será necesario

xxviii LA OPINIÓN DEL MÉDICO

esperar hasta que se aclare la mente del individuo paraconversar con él, ya que entonces habrá más posibilidadesde que entienda y acepte lo que podemos ofrecerle.

El doctor escribe:

Me parece que el tema presentado en este libro es de sumaimportancia para quienes están afligidos de la adición alcohólica.

Digo esto después de muchos años de experiencia comodirector médico de uno de los más antiguos hospitales del paísespecializado en el tratamiento de la adicción al alcohol y a lasdrogas.

Por lo tanto, sentí verdadera satisfacción cuando se me pidióla contribución de unas cuantas palabras sobre el tema tratado enestas páginas tan detalladamente, y con tanta maestría.

Desde hace mucho tiempo los médicos nos hemos dadocuenta de que alguna forma de psicología moral es deapremiante importancia para el alcohólico, pero su aplicaciónpresentaba dificultades fuera de nuestros conceptos. Las normasultramodernas y el enfoque científico que aplicamos a todopueden ser la causa de que estemos mal preparados para aplicarlos poderes del bien que no encajan en nuestros conocimientossintéticos.

Hace muchos años, uno de los principales colaboradores deeste libro estuvo bajo nuestro cuidado en este hospital y duranteese tiempo adquirió algunas ideas que inmediatamente llevó a lapráctica.

Más adelante, solicitó permiso para contar su historia a otrospacientes y, con cierta desconfianza, se lo concedimos. Loscasos que hemos observado en todo su transcurso han sidosumamente interesantes y de hecho muchos de ellos hanresultado asombrosos. La abnegación, la falta total de un afánde lucro y su espíritu comunitario, son algo realmenteinspirador para quien ha trabajado fatigosamente —y pormucho tiempo —en el terreno del alcoholismo. Creen en ellosmismos, pero mucho más en el Poder que arranca a losalcohólicos crónicos de las garras de la muerte.

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Naturalmente. el alcohólico necesita ser liberado de su deseoimperioso por el alcohol y esto requiere, con frecuencia, unprocedimiento definido de hospitalización para poder obtener elmáximo de beneficios de las medidas psicológicas.

Creemos, y así lo sugerimos hace unos años, que la acción delalcohol en estos alcohólicos crónicos es la manifestación de unaalergia; que el fenómeno del deseo imperioso sólo se presenta enesta clase y nunca en la de los bebedores moderados comunes.Estos tipos alérgicos nunca pueden usar sin peligro el alcohol,cualquiera que sea la forma de éste. Cuando ya han adquirido elhábito y se han percatado de que no pueden liberarse de él,cuando ya han perdido la confianza en las cosas humanas y enellos mismos, sus problemas se acumulan y se vuelvensorprendentemente difíciles de resolver.

El estímulo emocional de un consejo bien intencionadoraramente les basta. El mensaje que puede interesar y mantenersu interés tiene que ser profundo y de peso. En casi todos loscasos, sus ideales tienen que cimentarse en un poder superior aellos mismos, si es que han de rehacer sus vidas.

Si hay algunos que creen que, como psiquiatras dirigentes deun hospital para alcohólicos, parecemos algo sentimentales, lesinvitamos a que nos acompañen a la línea de fuego; que vean lastragedias, las esposas desesperadas, los pequeños hijos; que lasolución de este problema sea parte de su trabajo cotidiano yhasta de sus momentos de reposo, y aun el más escéptico no sesorprenderá de que hayamos aceptado y alentado estemovimiento. Creemos, después de muchos años de experiencia,que no hemos encontrado nada que haya contribuido más a larehabilitación de estos hombres que el movimiento altruista quese está desarrollando entre ellos.

Los hombres y las mujeres beben, esencialmente, porque lesgusta el efecto que produce el alcohol. La sensación es tanevasiva que, aunque admiten lo dañino, no pueden después dealgún tiempo discernir la diferencia entre lo verdadero y lo falso.Les parece que su vida alcohólica es la única normal. Estáninquietos, irritables y descontentos hasta que no vuelven a

xxx LA OPINIÓN DEL MÉDICO

experimentar la sensación de tranquilidad y bienestar queinmediatamente les produce apurar unas cuantas copas, copasque ven a otros tomar con impunidad. Después de haber vueltoa sucumbir al deseo imperioso, como les sucede a muchos, pasanpor todas las bien conocidas etapas de la borrachera, emergiendode ésta llenos de remordimientos y con la firme resolución de novolver a beber. Esto se repite una y otra vez y, a menos que lapersona pueda experimentar un cambio psíquico completo, haymuy pocas esperanzas de que se recupere.

Por otra parte, por extraño que parezca a quienes no loentienden, una vez que ha ocurrido el cambio psíquico, lamisma persona que parecía condenada a muerte, que teníatantos problemas y se creía incapaz de resolverlos,repentinamente descubre que puede fácilmente controlar sudeseo por el alcohol y que el único esfuerzo para ello es el deseguir unas sencillas normas.

Algunos individuos han recurrido a mí, presas de ladesesperación, y me han dicho con sinceridad: “¡Doctor, nopuedo seguir así! ¡Tengo toda la vida por delante! ¡Tengo queparar pero no puedo! ¡Usted tiene que ayudarme!”

Cuando se tiene que afrontar este problema, si el médico essincero consigo mismo, a veces tiene que sentir su propiainsuficiencia. A pesar de que dé todo lo que pueda dar, confrecuencia no es suficiente. Uno piensa que se necesita laintervención de algo más que el poder humano para que seproduzca el cambio psíquico esencial. Aunque el conjunto derecuperaciones como resultado de esfuerzos psiquiátricos esconsiderable, los médicos tenemos que admitir que hemoshecho poca mella en el problema en conjunto. Hay muchos tiposque no responden al enfoque psicológico ordinario.

No estoy de acuerdo con los que creen que el alcoholismo esenteramente un problema de control mental. He tratado amuchos individuos que, por ejemplo, habían trabajado porespacio de meses en un problema o negocio que tenía queresolverse favorablemente para ellos en determinada fecha. Sehabían bebido una copa, uno o dos días antes de esa fecha, y el

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fenómeno del deseo imperioso había adquirido unapreponderancia inmediata sobre los demás intereses y, por lotanto, no habían cumplido con aquel compromiso tanimportante. Estos individuos no bebían para escapar; estabanbebiendo para aplacar un deseo imperioso que estaba más allá desu control mental.

Hay muchas situaciones motivadas por el fenómeno del deseoimperioso que impulsa a los hombres a consumar el supremosacrificio en vez de seguir luchando.

La clasificación de los alcohólicos parece sumamente difícil, yel tratar de hacerla con detalle está fuera de los propósitos deeste libro. Existe, por ejemplo, el psicópata, mentalmentedesequilibrado. Todos estamos familiarizados con este tipo, elque constantemente está diciendo que va a dejar de beber parasiempre. Siente un arrepentimiento exagerado y hace muchasresoluciones pero nunca toma una decisión.

Existe el individuo que no está dispuesto a admitir que nopuede beber ni una copa; planea distintas maneras de beber ycambia de marca o de lugar. Tenemos el que cree que despuésde un período de haber estado sin beber, puede hacerlo sinpeligro. También tenemos el maniaco-depresivo —tal vez éstesea el que menos pueden comprender sus amigos— acerca delcual puede escribirse todo un capítulo.

Luego están los individuos enteramente normales en todos losaspectos, excepto en el que se refiere al efecto que el alcoholproduce en ellos. Estos son frecuentemente individuos capaces,inteligentes y amigables.

Todos los citados y muchos otros tienen un síntoma encomún; no pueden empezar a beber sin que se presente en ellosel fenómeno del deseo imperioso. Este fenómeno, como lohemos sugerido, puede ser la manifestación de una alergia quedistingue a esta gente de los demás y que la sitúa en un grupodistinto. Nunca ha sido posible erradicarlo con ninguno de losmétodos conocidos. El único método que podemos sugerir es laabstinencia completa.

Esto nos precipita inmediatamente en un hervidero de

xxxii LA OPINIÓN DEL MÉDICO

discusiones. Mucho se ha dicho y escrito a favor y en contra, perola opinión generalizada entre los médicos parece ser la de que lamayoría de los alcohólicos crónicos no tiene remedio.

¿Cuál es la solución? Tal vez pueda contestar mejor a estapregunta relatando una de mis experiencias.

Aproximadamente un año antes de tener esta experiencia,trajeron a un individuo para que se le tratara su alcoholismocrónico. Se había recuperado parcialmente de una hemorragiagástrica y parecía ser un caso de deterioro mental patológico.Había perdido todo lo que valía la pena en la vida y solamentevivía para beber. Admitió francamente, y lo creía, que no habíaremedio para él. Después de que se hubo desalojado al alcoholde su organismo, se comprobó que no había ninguna lesióncerebral permanente. Aceptó el plan que se expone en este libro.Un año después vino a verme y tuve una extraña sensación. Loconocía por su nombre y pude reconocer parcialmente susfacciones, pero eso era todo. De una ruina temblorosa ydesesperada, había surgido un individuo radiante de alegría y deconfianza en sí mismo. Estuve hablando con él un rato pero nopodía convencerme de que lo conocía. Para mí, era un extraño ylo fue hasta que se marchó. Ha pasado mucho tiempo y no havuelto a probar el alcohol.

Cuando siento la necesidad de levantarme el ánimo, pienso amenudo en un caso que trajo un eminente médico de NuevaYork. El paciente había hecho su propio diagnóstico y,decidiendo que su situación era irremediable, fue a encerrarseen un granero vacío decidido a morir; ahí lo encontraron unaspersonas que lo buscaban y me lo trajeron en una condicióndesesperada. Después de su rehabilitación física, tuvo unaconversación conmigo, y con entera franqueza, me manifestóque consideraba una pérdida de esfuerzos el tratamiento amenos de que yo pudiera asegurarle lo que nadie había hechonunca: que en el futuro tendría “la fuerza de voluntad” necesariapara resistir el impulso de beber.

Su problema alcohólico era tan complejo y su depresión tangrande, que pensamos en la entonces llamada “psicología moral”

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como única esperanza para él, y dudando de que aun ésta tuviesealgún efecto.

Sin embargo, lo convencieron las ideas que encierra este libro.No ha bebido ni una copa en muchos años. Lo veo de vez encuando y es un espécimen de la naturaleza humana tan excelentecomo uno pueda imaginarse.

Aconsejo muy seriamente a todo alcohólico que lea conatención todo el libro y, aunque es posible que a primera vista lotome como objeto de burla, quizás después se quede meditandoy eleve una oración.

William D. Silkworth, M.D.

xxxiv LA OPINIÓN DEL MÉDICO

Capítulo 1

LA HISTORIA DE BILL

La fiebre de la guerra era alta en el pueblecito deNueva Inglaterra, al que fuimos destinados los jóvenes

oficiales de Plattsburg. Nos sentimos muy halagados cuandolos primeros ciudadanos nos llevaban a sus casas y nos trata-ban como héroes. Allí estaban el amor, los aplausos y la gue-rra: momentos sublimes con intervalos de júbilo. Por fin,estaba yo viviendo la vida y en medio de esa conmoción, des-cubrí el licor. Al descubrirlo, olvidé las serias advertencias ylos prejuicios de mi familia respecto a la bebida. Llegó elmomento en que nos embarcamos para Europa; entoncesme sentí muy solo y nuevamente recurrí al alcohol.

Desembarcamos en Inglaterra. Visité la catedral de Win-chester; muy conmovido me dediqué a pasear por sus exte-riores, y llamó mi atención una vieja lápida en la que leí estainscripción:

“Aquí yace un granadero de Hampshirequien encontró su muertebebiendo cerveza fría.Un buen soldado nunca es olvidadosea que muera por mosquete

o por jarra de cerveza”.

Amenazadora advertencia a la que no hice caso.Veterano de guerra en el extranjero a la edad de veintidós

años, regresé a mi hogar. Me imaginaba ser un líder, porque¿no era cierto que los hombres de mi batería me habían dadouna muestra de su especial estimación? Yo imaginaba que,por mi talento para el liderazgo, llegaría a estar al frente deimportantes empresas que manejaría con sumo aplomo.

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ALCOHÓLICOS ANÓNIMOSTERCERA EDICIÓN

Seguí un curso nocturno de leyes y obtuve un empleo comoinvestigador en una compañía de seguros. Había emprendidoel camino para el logro del triunfo, y le demostraría al mundolo importante que yo era. Mi trabajo me llevaba a Wall Streety poco a poco empecé a interesarme en elmercado de valores,en el que muchos perdían dinero pero algunos se hacían muyricos. ¿Por qué no había de ser yo uno de estos afortunados?Estudié economía y comercio a la vez que leyes. Como alcohó-lico potencial que era, estuve a punto de ser suspendido enleyes; en uno de los exámenes finales estaba demasiado borra-cho para pensar o escribir. Aunque mi manera de beber toda-vía no era continua, preocupaba a mi esposa; teníamos largasconversaciones al respecto, en las que yo desvanecía sus temo-res argumentando que los hombres geniales concebían mejorsus proyectos cuando estaban borrachos; y que las más majes-tuosas concepciones de la filosofía habían sido originadas así.

Cuando terminé el curso de leyes comprendí que esa pro-fesión no era para mí. El atrayente torbellino de Wall Streetme tenía en sus garras. Los líderes en los negocios y en lasfinanzas eran mis héroes. De esta aleación de la bebida y laespeculación, comencé a forjar el arma que un día se conver-tiría en bumerán y casi me haría pedazos. Viviendo modes-tamente, mi esposa y yo ahorramos mil dólares, que inverti-mos en unos valores que entonces estaban a un precio bajoy que no eran muy populares; acertadamente penséque algún día tendrían una considerable alza. No pude con-vencer a mis amigos corredores de bolsa para que me envia-ran en una gira para visitar fábricas y otros negocios, pero sinembargo, mi esposa y yo decidimos hacerla. Desarrollé lateoría de que la mayoría de la gente perdía dinero con losvalores debido a una falta de conocimiento de los mercados.Después descubrí muchos otros motivos.

Renunciamos a nuestros empleos y emprendimos lamarcha en una motocicleta cuyo carro lateral abarrotamoscon una tienda de campaña, cobertores, una muda de ropa

2 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

y tres enormes libros de consulta para asuntos financieros.Nuestros amigos pensaron que debía nombrarse una comi-sión para investigar nuestra locura. Tal vez tenían razón.Había tenido algunos éxitos con la especulación y por elloteníamos algún dinero, aunque una vez tuvimos que traba-jar en una granja para no tocar nuestro pequeño capital.Éste fue el último trabajo manual honrado que haría enmucho tiempo. En un año recorrimos toda la parte este delos Estados Unidos. Al finalizar el año, mis informes a WallStreet me valieron un puesto allí con una cuenta muy libe-ral para mis gastos. Una operación de bolsa nos dejó unbeneficio de varios miles de dólares ese año.

Durante unos cuantos años más, la fortuna me deparódinero y aplausos. Había triunfado. Mis ideas y mi crite-rio eran seguidos por muchos al son de las ganancias enpapel. La gran bonanza del final de los años veinte estabaen plena ebullición y expansión. La bebida estaba desem-peñando un importante y estimulante papel en mi vida, yen la euforia que tenía. Se hablaba a gritos en los sitios dejazz de Manhattan. Todos gastaban miles y hablaban demillones. Podían burlarse los que quisieran. ¡Al diablocon ellos! Tuve muchos amigos de ocasión.

Mi manera de beber asumió proporciones más serias,pues bebía todos los días y casi todas las noches. Lasadvertencias de mis amigos terminaban en pleito y meconvertí en un lobo solitario. Hubo muchas escenas des-agradables en nuestro suntuoso apartamento. No huborealmente infidelidades porque la lealtad a mi esposa,ayudada a menudo por mis borracheras extremas, evita-ban que me enredara en esos líos.

En 1929 contraje la fiebre del golf. Inmediatamentenos fuimos al campo, mi esposa a aplaudirme y yo a supe-rar a Walter Hagen. Pero el licor me ganó antes de quepudiera alcanzar a Walter. Empecé a estar tembloroso porlas mañanas. El golf me permitía beber todos los días y

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todas las noches. Me causaba satisfacción pasear por elexclusivo campo de golf, que tanto admiraba de mucha-cho, luciendo la impecable tez tostada que suelen tenerlos caballeros acomodados. El banquero local observabacon divertido escepticismo el movimiento de chequesgrandes.

En octubre de 1929 se derrumbó repentinamente elmercado de valores de Nueva York. Después de uno deesos días infernales, me fui tambaleando del bar de unhotel a la oficina de un corredor de bolsa. Eran las ocho,cinco horas después del cierre del mercado de valores. Elindicador de cotizaciones todavía matraqueaba; azorado,vi una pulgada de la cintilla con la inscripción XYZ-32.En la mañana estaba a 52. Estaba arruinado y muchos demis amigos también. Los periódicos daban las noticias deindividuos que saltaban de las distintas torres de WallStreet. Eso me repugnó. Yo no saltaría. Regresé al bar.Mis amigos habían perdido varios millones. ¿De qué mepreocupaba yo? Mañana sería otro día. Mientras bebía, laantigua y fiera determinación de triunfar se apoderó demí nuevamente.

A la mañana siguiente telefoneé a un amigo de Montreal.Le quedaba bastante dinero y creía que era mejor que yofuera al Canadá. Para la primavera estábamos viviendo enla forma a que nos habíamos acostumbrado. Me sentíacomo Napoleón regresando de Elba. ¡Para mí no habríaSanta Elena! Pero la bebida me ganó la partida otra vez, ymi generoso amigo tuvo que despedirme. Esta vez estába-mos arruinados.

Nos fuimos a vivir con los padres de mi esposa.Encontré trabajo, y lo perdí luego por causa de una peleacon un taxista. Gracias a Dios, nadie sospecharía que noiba a tener un empleo real en cinco años, ni estar sobriocasi ni un solo momento. Mi esposa empezó a trabajar enuna tienda, llegando agotada a casa para encontrarme

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borracho. En los círculos de la bolsa se llegó a considerar-me como un allegado indeseable.

El licor dejó de ser un lujo; se convirtió en una necesi-dad. Mi dosis cotidiana era de dos o tres botellas de gine-bra de fabricación casera. En ocasiones, alguna pequeñaoperación me dejaba unos cientos de dólares con los quepagaba mis deudas en bares y tiendas de comestibles.Esta situación se prolongaba indefinidamente y empecé adespertar tremendamente tembloroso; necesitaba beber-me una copa de ginebra seguida de media docena debotellas de cerveza para poder desayunar. A pesar de esto,aún creía que podía controlar la situación y tenía períodosde sobriedad que hacían renacer las esperanzas de miesposa.

Paulatinamente, las cosas empeoraban. Tomó posesiónde la casa el hipotecario; murió mi suegra; mi esposa y misuegro enfermaron.

En esos días se me presentó la oportunidad de un nego-cio prometedor. Las acciones estaban en el punto más bajode 1932 y, de alguna manera, yo había formado un grupode compradores. Mi participación en las utilidades seríaventajosa; pero entonces emprendí una borrachera tre-menda y esa oportunidad se esfumó.

Desperté. Eso no podía seguir; me di cuenta de que nopodía tomar ni una copa. Dejaría de beber para siempre.Anteriormente había hecho muchas promesas, pero estavez mi esposa notó con alegría que había seriedad en miactitud; y así era.

Poco después llegué borracho a la casa; no había hechoningún esfuerzo para evitarlo. ¿Dónde estaba mi firmeresolución? Sencillamente no lo sabía. Alguien me habíapuesto una copa enfrente y la tomé. ¿Estaba yo loco?Empecé a pensarlo, porque tamaña falta de perspectivaparecía acercarse a la locura.

Renovando mi resolución, hice otra prueba. Pasó algún

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tiempo y la confianza empezó a ser reemplazada por elengreimiento. ¡Podía reírme de la ginebra! Ahora podíahacerlo. Un día entré a un café para usar el teléfono. Enmenos que canta un gallo estaba golpeando el mostradorde la barra y preguntándome cómo había sucedido. Mien-tras el whisky se me subía a la cabeza, me decía que la pró-xima vez lo haría mejor pero que, por lo pronto, lo sensatoera emborracharme bien, y así lo hice.

El remordimiento, el terror y la desesperación de lamañana siguiente son inolvidables. No tenía suficientevalor para luchar. Mis pensamientos volaban descontrola-dos y me atormentaba el terrible presentimiento de unacalamidad. Casi no me atrevía a cruzar la calle por miedo aque me atropellara algún camión. Apenas comenzó a ama-necer, entré a un lugar que permanecía abierto día y nochey ahí me sirvieron una docena de vasos de cerveza quecalmó mis atormentados nervios. En un periódico leí queel mercado de valores se había derrumbado de nuevo.Bueno ¡pues yo también! El mercado podía recuperarse,pero yo no. Resultaba duro pensarlo. ¿Debía suicidarme?¡No! Ahora no. Entonces me envolvió una densa nieblamental. Con ginebra se arreglaría todo. Por lo pronto, dosbotellas y a olvidar.

La mente y el cuerpo son mecanismos maravillosos, yaque los míos soportaron esta agonía más de dos años.Cuando el terror y la locura se apoderaban de mí por lamañana había veces que robaba a mi esposa el poco dine-ro que tenía en su bolso; otras veces me asomaba a la ven-tana y sentía vértigo, o me paraba vacilante frente al boti-quín del baño —en el que sabía que había veneno— y medecía que yo era un débil. Mi mujer y yo íbamos de la ciu-dad al campo y del campo a la ciudad, tratando de escapar.Luego hubo una noche en la que la tortura física y mentalfue tan infernal que creí que iba a saltar por la ventana.Como pude, llevé el colchón al piso de abajo para no saltar

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al vacío. Fue a verme un médico y me recetó un fuertesedante; al día siguiente estaba tomando el sedante, y laginebra. Esta combinación pronto me causó un descalabro.Temían que enloqueciera; yo también. Comía poco o nadaporque no podía hacerlo, y mi peso llegó a ser cuarentalibras menos del normal.

Mi cuñado es médico y gracias a é1 y a mi madre, se meinternó en un hospital para la rehabilitación física y mentalde alcohólicos, conocido nacionalmente. Bajo el tratamien-to de belladona se aclaró mi cerebro; la hidroterapia y losejercicios ligeros ayudaron mucho. Lo mejor de todo fueque conocí a un médico que me explicó mi caso diciéndo-me que aunque yo había actuado egoísta e imprudente-mente, también era cierto que estaba gravemente enfermofísica y mentalmente.

Me produjo cierto alivio enterarme de que la voluntaddel alcohólico se debilita sorprendentemente cuando setrata de combatir el licor, aunque en otros aspectos puedaseguir siendo fuerte. Estaba explicado mi proceder anteun deseo vehemente de dejar de beber. Comprendién-dome ahora, me sentí alentado por nuevas esperanzas.Durante tres o cuatro meses las cosas marcharon bien.Iba a la ciudad con regularidad y hasta ganaba algún dine-rito. Seguramente en eso estaba la solución; conocerse así mismo.

Pero no lo estaba, porque llegó el día temible en quevolví a beber. La trayectoria de mi decaimiento, físico ymoral descendió como la curva que describe el esquiadoren un salto de altura. Después de algún tiempo regresé alhospital. Me parecía que aquello era el fin, la caída deltelón. Mi esposa, fatigada y desesperada, recibió el infor-me de que en un año todo acabaría con una falla del cora-zón durante un delirium tremens o tal vez con un edemacerebral. Pronto tendrían que llevarme a un manicomio oa una funeraria.

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No tenían que decírmelo. Lo sabía y casi acogía conregocijo la idea. Fue un golpe devastador para mi orgu-llo. Yo, que tenía un concepto tan bueno de mí mismo,de mis aptitudes, de mi capacidad para vencer obstácu-los, estaba por fin acorralado. Ahora me sumiría en laoscuridad, uniéndome al interminable desfile de borra-chines que me precedían. Pensé en mi pobre esposa. Apesar de todo, habíamos sido muy felices. ¡Qué nohubiera dado yo para poder reparar los daños! Pero esoya había pasado.

No hay palabras para describir la soledad y desespera-ción que encontré en ese cenagal de autoconmiseración;sus arenas movedizas se extendían por todos lados. Nopude más. Estaba hundido. El alcohol era mi amo.

Tembloroso, salí del hospital totalmente doblegado. Eltemor me sostuvo sin beber por algún tiempo. Pero volvióla locura insidiosa de la primera copa y el Día del Armis-ticio de 1934 volví a beber. Todos se resignaron a la certe-za de que se me tendría que encerrar en algún sitio o quedando tumbos llegaría a mi fin miserable. ¡Qué oscuroparecía todo antes de amanecer! En realidad, eso era elprincipio de mi última borrachera. Pronto sería lanzadocomo por una catapulta hacia lo que me da por llamar cuar-ta dimensión de la existencia. Llegaría a saber lo que son lafelicidad y la tranquilidad; el ser útil en un modo de vivirque va siendo más maravilloso a medida que transcurre eltiempo.

Al finalizar aquel frío mes de noviembre, estaba sen-tado en la cocina de mi casa bebiendo. Con cierta satis-facción pensé que tenía escondida suficiente ginebrapara esa noche y el día siguiente. Mi esposa estaba en sutrabajo. Dudé si me atrevería a esconder una botellacerca de la cabecera de la cama. La necesitaría antes delamanecer.

Mis cavilaciones fueron interrumpidas por el timbre

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del teléfono. La alegre voz de un antiguo compañero decolegio me preguntaba si podía ir a verme. Estabasobrio. No podía recordar ninguna ocasión anterior enla que mi amigo hubiese llegado a Nueva York en esascondiciones. Me quedé sorprendido, pues se decía quelo habían internado por demencia alcohólica. ¿Cómohabría logrado escapar? Claro que vendría a cenar yentonces podría beber libremente con él. Sin preocu-parme de su bienestar, sólo pensé en revivir el espíritude días pasados. ¡Hubo una ocasión en que alquilamosun avión para completar la juerga! Su visita era un oasisen el desierto de la futilidad. ¡Exactamente eso, unoasis! Los bebedores son así.

Se abrió la puerta y ahí estaba él, fresco el cutis y radian-te. Había algo en sus ojos. Era inexplicablemente diferen-te. ¿Qué era lo que le había sucedido?

En la mesa, le serví una copa; no la aceptó. Desilusio-nado pero lleno de curiosidad, me preguntaba qué lehabría sucedido al individuo. No era el mismo.

“Vamos, ¿de qué se trata?” —le pregunté. Me miró a lacara; con sencillez y sonriendo me contestó: “Encontré lareligión”.

Me quedé estupefacto. ¡Así es que era eso! El pasadoverano un alcohólico chiflado y ahora, sospechaba, un pocomás chiflado por la religión. Tenía esa mirada centelleante.Sí, el hombre ciertamente ardía en fervor. Pero, ¡que dije-ra disparates si así le convenía! Además, mi ginebra duraríamás que sus sermones.

Pero no desvarió. En una forma muy natural me contócómo se habían presentado dos individuos ante el juez soli-citando que se suspendiera su internación. Habían expues-to una idea religiosa sencilla y un programa práctico deacción. Hacía dos meses de eso y el resultado era evidentede por sí. Surtió efecto.

Había venido para pasarme su experiencia — si yo

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quería aceptarla. Me sentía asustado pero a la vez intere-sado. Tenía que estarlo, puesto que no había más reme-dio para mí.

Estuvo horas hablando. Los recuerdos de la niñez acu-dieron a mi memoria. Me parecía estar sentado en lafalda de la colina, como en aquellos tranquilos domingos,oyendo la voz del ministro; recordé la promesa del jura-mento de temperancia, que nunca firmé; el despreciobonachón de mi abuelo hacia alguna gente de la iglesia ysus actos; su insistencia en que los astros realmente tení-an su música, y también su negación del derecho quetenía el ministro de decirle cómo interpretar las cosas; sufalta de temor al hablar de esto poco antes de morir.Estos recuerdos surgían del pasado. Me hacían sentir unnudo en la garganta. Recordé aquel día en la pasadaguerra, en la catedral de Winchester.

Siempre había creído en un Poder superior a mí mismo.Muchas veces me había puesto a pensar en estas cosas. Yono era ateo. Pocas personas lo son en realidad, porque estosignifica tener una fe ciega en la extraña proposición deque este universo se originó de la nada y que marcharaudo, sin destino. Mis héroes intelectuales, los químicos,los astrónomos y hasta los evolucionistas, sugerían que erangrandes leyes y fuerzas las que operaban. A pesar de lasindicaciones contrarias, casi no tenía duda de que había depor medio una fuerza y un ritmo poderosos. ¿Cómo podríahaber leyes tan perfectas e inmutables sin que hubiera unaInteligencia? Sencillamente, tenía que creer en un Espíritudel Universo que no sabe de tiempo ni limitaciones. Perosólo hasta aquí.

De los clérigos y de las religiones del mundo, de esoprecisamente era de lo que yo me separaba. Cuando mehablaban de un Dios personal que era amor, poder sobre-humano y dirección, me irritaba y mi mente se cerraba aesa teoría.

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A Cristo le concedía la certeza de ser un gran hombre,no seguido muy de cerca por aquellos que lo invocaban. Suenseñanza moral, óptima. Había adoptado para mí lo queme parecía conveniente y no muy difícil; de lo demás nohacía caso.

Las guerras que se habían librado, los incendios y losembrollos que las disputas religiosas habían provocado mecausaban repugnancia. Yo dudaba sinceramente de que,haciendo un balance, las religiones de la humanidad hu-biesen hecho algún bien. A juzgar por lo que había visto enEuropa, el poder de Dios en los asuntos humanos resulta-ba insignificante y la hermandad entre los hombres erauna broma. Si existía el Diablo, éste parecía ser el amouniversal, y ciertamente me tenía dominado.

Pero mi amigo, sentado frente a mí, manifestó categó-ricamente que Dios había hecho por é1 lo que él no habíapodido hacer por sí mismo. Su voluntad humana habíafallado; los médicos lo habían desahuciado; la sociedadestaba lista para encerrarlo. Como yo, había admitido unacompleta derrota. Entonces, efectivamente, había sidoresucitado de entre los muertos, sacado repentinamentedel montón de desperdicios y conducido a un plano devida mejor de lo que él nunca había conocido.

¿Se había originado en él este poder? Obviamente nohabía sido así. No había existido en él más poder del quehabía en mí mismo en ese momento, y en mí no habíaabsolutamente ningún poder.

Eso me dejó maravillado. Empezó a parecerme que,después de todo, la gente religiosa tenía razón. Aquí estabatrabajando en un corazón humano algo que había hecho loimposible. En esos mismos momentos revisé drásticamen-te mis ideas sobre los milagros. No importaba el triste pasa-do, aquí estaba un milagro, sentado a la mesa frente a mí.En voz alta proclamaba las buenas nuevas.

Me di cuenta de que mi amigo había experimentado

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algo más que una simple reorganización interior. Estabasobre una base diferente. Sus raíces habían agarrado unanueva tierra.

A pesar del ejemplo viviente de mi amigo, todavía que-daban en mí vestigios de mi viejo prejuicio. La palabra“Dios” todavía despertaba en mí cierta antipatía, y estesentimiento se intensificaba cuando se hablaba de quepodía haber un Dios personal. Esta idea no me agradaba.Podía aceptar conceptos tales como Inteligencia Crea-dora, Mente Universal o Espíritu de la Naturaleza; perome resistía al concepto de un Zar de los Cielos, por másamoroso que fuera Su poder. Desde entonces he habladocon decenas de personas que pensaban lo mismo.

Mi amigo sugirió lo que entonces parecía una ideaoriginal. Me dijo: ¿Por qué no escoges tu propio concep-to de Dios?”

Esto me llegó muy hondo; derritió la montaña de hielointelectual a cuya sombra había vivido y tiritado muchosaños. Por fin me daba la luz del sol.

Sólo se trataba de estar dispuesto a creer en un Podersuperior a mí mismo. Nada más se necesitaba de mí paraempezar. Me di cuenta de que el crecimiento podía par-tir de ese punto. Sobre una base de completa y buenavoluntad, podría yo edificar lo que veía en mi amigo.¿Quería tenerlo? Claro que sí, ¡lo quería!

Así me convencí de que Dios se preocupa por noso-tros los humanos cuando a Él lo queremos lo suficiente.Al fin de mucho tiempo, vi, sentí y creí. La venda delorgullo y el prejuicio cayó de mis ojos. Un mundo nuevoestuvo a la vista.

El verdadero significado de mi experiencia en la Cate-dral se me hizo evidente de golpe. Por un breve instantehabía necesitado y querido a Dios. Había tenido unahumilde voluntad de que estuviera conmigo y vino. Perosu presencia fue borrada por los clamores mundanos, más

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aún por los que bullían dentro de mí. ¡Y así había sidosiempre! ¡Qué ciego había estado yo!

En el hospital me quitaron el alcohol por última vez. Seconsideró indicado el tratamiento porque daba señales dedelirium tremens.

Allí me ofrecí humildemente a Dios, tal como lo conce-bía entonces, para que se hiciera en mí su voluntad; mepuse incondicionalmente a su cuidado y bajo su dirección.Por primera vez admití que por mí mismo no era nada; quesin Él estaba perdido. Sin ningún temor encaré mis peca-dos y estuve dispuesto a que mi recién encontrado Amigome los quitara de raíz. Desde entonces no he vuelto abeber ni una sola copa.

Mi compañero de escuela fue a visitarme y lo puse altanto de mis problemas y mis deficiencias. Hicimos unalista de las personas a quienes había dañado o contra lasque tenía resentimientos. Yo expresé mi completa disposi-ción para acercarme a esas personas, admitiendo mis erro-res. Nunca debería criticarlas. Repararía esos daños lo mejorque pudiese.

Pondría a prueba mi manera de pensar con el nuevoconocimiento consciente que tenía de Dios. De esta forma,el sentido común se convertiría en sentido no común.Cuando estuviera en duda, permanecería en quietud y lepediría a Él dirección y fortaleza para enfrentarme a misproblemas tal y como Él lo dispusiera. En mis oracionesnunca pediría para mí excepto cuando mis peticiones estu-viesen relacionadas con mi capacidad para servir a losdemás; solamente entonces podría yo esperar recibir; peroeso sería en gran escala.

Mi amigo prometió que cuando hiciera todo esto entra-ría en una nueva relación con mi Creador; que tendría loselementos de una manera de vivir que era la respuesta atodos mis problemas. La creencia en el poder de Dios, másla suficiente buena voluntad, honradez y humildad para

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establecer y mantener el nuevo orden de cosas, eran losrequisitos esenciales.

Sencillo, pero no fácil; tenía que pagarse un precio.Significaba la destrucción del egocentrismo. En todas lascosas debía acudir al Padre de la Luz que preside sobretodos nosotros.

Éstas eran proposiciones revolucionarias y drásticas,pero en el momento en que las acepté el efecto fue elec-trificante. Tuve una sensación de victoria, seguida poruna paz y serenidad como nunca había conocido. Habíauna confianza total. Me sentí transportado, como si meinvadiera el aire puro de la cumbre de una montaña.Dios llega a la mayoría de los hombres gradualmente,pero Su impacto en mí fue súbito y profundo.

Momentáneamente me alarmé y llamé a mi amigo eldoctor, para preguntarle si yo todavía estaba cuerdo.Escuchó sorprendido mientras yo hablaba.

Finalmente movió la cabeza diciendo: “Le ha sucedi-do a usted algo que no comprendo. Pero es mejor que seaferre a ello. Cualquier cosa es mejor que lo que teníausted”. Ese buen doctor ve ahora a muchos hombresque han tenido tales experiencias. Sabe que son reales.

Mientras estuve en el hospital me vino la idea de quehabía miles de alcohólicos deshauciados que estarían feli-ces de tener lo que tan gratuitamente se me había dado.Tal vez podría ayudar a algunos de ellos. Ellos a su vezpodrían trabajar con otros.

Mi amigo había hecho hincapié en la absoluta necesi-dad de demostrar estos principios en todos los actos demi vida. Era particularmente imperioso trabajar conotros, tal como él lo había hecho conmigo. La fe sinobras es fe muerta, me dijo ¡Y cuán cierto es, tratándosede alcohólicos! Porque si un alcohólico deja de perfec-cionar y engrandecer su vida espiritual a través del tra-bajo y del sacrificio por otros, no podrá sobrellevar las

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pruebas y decaimientos que con certeza vendrán másadelante. Si él no trabajaba era seguro que volvería abeber, y si bebía, seguramente moriría. La fe estaríamuerta entonces. Tratándose de nosotros, es precisa-mente así.

Mi esposa y yo nos entregamos con entusiasmo a laidea de ayudar a otros alcohólicos a resolver su proble-ma. Afortunadamente fue así porque las personas conlas que había tenido tratos de negocios permanecieronescépticas por más de un año, durante el cual pude con-seguir poco trabajo. No estaba muy bien entonces; meacosaban olas de autoconmiseración y de resentimiento.Esto, a veces, casi me llevaba a la bebida; pero prontopercibí que, cuando todas las otras medidas me fallaban,el trabajo con otros alcohólicos salvaba el día. Estandodesesperado, he ido muchas veces a mi viejo hospital. Alhablar con alguien de allí, me sentí asombrosamente rea-nimado, parado sobre mis propios pies. Es un plan devida que funciona cuando las cosas se ponen duras.

Empezamos a hacer muchos amigos, y entre nosotrosha crecido una agrupación de la cual, el ser parte es algomaravilloso. Sentimos la alegría de vivir aun bajo tensio-nes y dificultades. He visto a cientos de familias ponersus pies en el sendero que sí llega a alguna parte; hevisto componerse las situaciones domésticas más impo-sibles; peleas y amarguras de todas clases eliminadas. Hevisto salir de manicomios a individuos para reasumir unlugar vital en la vida de sus familias y de sus comunida-des. Hombres y mujeres que recuperan su posición. Nohay casi ninguna clase de dificultad y de miseria que nohaya sido superada entre nosotros. En una ciudad delOeste hay un millar de nosotros y de nuestras familias.Nos reunimos con frecuencia para que los recién llega-dos puedan encontrar la agrupación que ellos buscan. Aestas reuniones informales suelen asistir entre 50 y 200

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personas. Estamos creciendo en número así como enfortaleza”.

Un alcohólico en sus copas es un ser despreciable.Nuestra lucha con ellos puede ser fatigosa, cómica o trági-ca. Un infeliz se suicidó en mi casa. No podía o no queríadarse cuenta de nuestra manera de vivir.

Sin embargo, dentro de todo esto queda un amplio mar-gen para divertirse. Me imagino que algunos pueden es-candalizarse ante esta mundanalidad y ligereza; pero detrásde esto hay una gran seriedad. La fe tiene que operar en ya través de nosotros las venticuatro horas del día, o de locontrario pereceremos.

La mayoría de nosotros creemos que ya no necesitamosbuscar más la Utopía. La tenemos entre nosotros aquí yahora. Aquella sencilla charla de mi amigo en la cocina demi casa se multiplica más, cada día, en un círculo crecien-te de paz en la tierra y de buena voluntad para con los hom-bres.

Bill W., cofundador de A.A,.murió el 24 de enero de 1971.

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Capítulo 2

HAY UNA SOLUCIÓN

NOSOTROS, los que pertenecemos a AlcohólicosAnónimos, conocemos a miles de hombres y mu-

jeres para quienes, como para Bill, no había remedio.Casi todos se han recuperado; han resuelto el problemade la bebida.

Somos americanos típicos. Todos los sectores de estepaís y muchas de las ocupaciones están aquí representa-das, así como muchos de los medios políticos, sociales,económicos y religiosos. Somos gente que en circunstan-cias normales no nos mezclaríamos. Pero existe entrenosotros un compañerismo, una amistad y una compren-sión indescriptiblemente maravillosas. Somos como lospasajeros de una gran embarcación recién salvados de unnaufragio, cuando la camaradería, la democracia y la ale-gría prevalecen en el barco desde las bodegas hasta lamesa del capitán; pero, a diferencia del sentir de los pasa-jeros del barco, nuestra alegría por haber escapado deldesastre no decrece al ir cada cual por su lado. La sensa-ción de haber participado en un peligro común es uno delos poderosos elementos que nos unen. Pero eso, en sí,nunca nos hubiera mantenido unidos tal como lo estamos.

El hecho tremendo para cada uno de nosotros es quehemos descubierto una solución común. Tenemos unasalida en la que podemos estar completamente deacuerdo, y a través de la cual podemos incorporarnos ala acción fraternal y armoniosa. Ésta es la gran noticia, labuena nueva que este libro lleva a los que padecen delalcoholismo.

Una enfermedad de esta clase, y hemos llegado al con-17

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vencimiento de que es una enfermedad, afecta a los quenos rodean como no lo hace ningún otro padecimientohumano. Si una persona tiene cáncer, todos sienten penapor ella y nadie se enfada ni se siente dolido. Pero no asícon el enfermo de alcoholismo, porque con este malviene la aniquilación de todas las cosas que valen la penaen la vida; involucra a todas aquellas vidas que están rela-cionadas en alguna forma con la del enfermo; acarreamalentendidos, resentimiento feroz, inseguridad econó-mica, vidas torcidas de niños inocentes, esposas y padresapesadumbrados, amigos y patrones descontentos. Cual-quiera puede aumentar esta lista.

Deseamos que este libro informe y consuele a los queestán o pudieran estar afectados. Hay muchos de ellos.

Psiquiatras competentes en alto grado, que han tratadocon nosotros, han encontrado a veces imposible persuadir aun alcohólico para que discuta abiertamente su situación.Resulta bastante extraño que los familiares y amigos íntimosnos encuentren aún más inaccesibles que el psiquiatra o elmédico.

Pero el ex bebedor que ha encontrado la solución de suproblema y que está equipado adecuadamente con loshechos acerca de sí mismo, generalmente puede ganarsetoda la confianza de otro alcohólico en unas cuantashoras. Mientras no se llegue a tal entendimiento, poco onada puede lograrse.

El hecho de que el individuo que está abordando a otroha tenido la misma dificultad, que obviamente sabe de quéestá hablando, que todo su comportamiento le dice al candi-dato a toda voz que tiene la verdadera respuesta, que su acti-tud no es de santurrón, que no le mueve absolutamentenada más que el sincero deseo de poder ayudar, que no haycuotas ni honorarios que pagar, que no hay asperezas quelimar, nadie con quien se tenga que “quedar bien”, no haysermones que soportar — éstas son las condiciones que

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hemos encontrado más favorables. Muchos individuos, des-pués de haber sido abordados de esta forma, “toman sulecho y vuelven a andar”.

Ninguno de nosotros hace de este trabajo su sola vocación,ni creemos que aumentaría su efectividad si así lo hiciéramos.Creemos que el abstenernos de beber no es más que el prin-cipio. Una demostración más importante de nuestros princi-pios nos espera en nuestros respectivos hogares, ocupacionesy asuntos. Todos nosotros dedicamosmucho de nuestro tiem-po libre al tipo de labor que vamos a describir; unos cuantostienen la suerte de estar en una situación que les permitededicar casi todo su tiempo a esa labor.

Si continuamos por el camino que estamos siguiendo, nohay duda de que mucho bien se logrará; pero aun así apenasse habría arañado la superficie del problema. Los que vivi-mos en grandes ciudades nos sentimos anonadados al pensarque muy cerca de nosotros hay tantos que caen en el olvidotodos los días. Muchos podrían recuperarse si tuvieran lamisma oportunidad que nosotros. ¿Cómo entonces, pode-mos presentar eso que tan generosamente se nos ha dado?

Hemos optado por publicar un libro anónimo para expo-ner el problema tal como lo vemos nosotros. Aportaremos ala tarea el conjunto de nuestras experiencias y de nuestrosconocimientos. Esto debe sugerir un programa útil paracualquiera que esté afectado por un problema con la bebida.

Necesariamente, tendrán que discutirse asuntos médicos,psiquiátricos, sociales y religiosos. Sabemos que éstos sonmateria contenciosa por su misma naturaleza. Nada nosagradaría más que escribir un libro que no diera ningunabase a contenciones o discusiones. Haremos todo lo posiblepara lograr este ideal. La mayoría de nosotros siente que laverdadera tolerancia de los defectos y puntos de vista de losdemás y el respeto a sus opiniones son actitudes que hacenque podamos servir mejor a nuestros semejantes. Nuestrasmismas vidas, como ex bebedores problema que somos, de-

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penden de nuestra constante preocupación por otros y de lamanera en que podamos satisfacer sus necesidades.

El lector probablemente ya se habrá preguntado porqué todos nosotros nos enfermamos por la bebida. Sinduda sentirás curiosidad por descubrir cómo y cuándo, encontra de la opinión de los expertos, nos hemos recupe-rado de una irremediable condición del cuerpo y de lamente. Si tú eres un alcohólico que quiere sobreponerse aesa condición, tal vez ya te estés preguntando: “¿Qué es loque tengo que hacer?”

El propósito de este libro es contestar específicamentea esas preguntas. Te diremos qué es lo que nosotros hemoshecho. Pero antes de entrar en una discusión pormenori-zada, conviene resumir algunos puntos tal y como losvemos.

Cuántas veces nos han dicho: “Yo puedo beber o nobeber, ¿por qué no puede él?”; “Si no puedes bebercomo la gente decente, ¿por qué no lo dejas?”; “Estetipo no sabe beber”; “¿Por qué no bebes vino o cervezasolamente?”; “Deja la bebida fuerte”; “Debe tener muypoca fuerza de voluntad”; “Él podría dejar de beber sile diera la gana”; “Es una mujer tan agradable que éldebería dejar de beber por ella”; “Ya le dijo el médicoque si volvía a beber se moriría y ahí está con la granborrachera”.

Éstas son observaciones comunes acerca de los bebedo-res, que se oyen en todo momento. En el fondo de ellas hayun abismo de ignorancia, y falta de comprensión. Nos damoscuenta de que estas observaciones se refieren a personascuyas reacciones son muy diferentes a las nuestras.

Los bebedores moderados tienen poca dificultad paradejar el licor completamente si tienen una buena razón parahacerlo. Pueden tomarlo o dejarlo.

Luego tenemos cierto tipo de bebedor que bebe conexceso. Puede tener el hábito en tal forma que gradualmen-

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te llegará a perjudicarle en lo físico y en lo mental. Puedecausarle una muerte prematura. Si se presenta una razónsuficientemente poderosa —mala salud, enamoramiento,cambio de medio ambiente, o la advertencia de un médi-co— este individuo puede también dejar de beber o hacer-lo con moderación, aunque esto le resulte difícil o tal vezhasta necesite ayuda médica.

Pero ¿qué pasa con el verdadero alcohólico? Puede em-pezar como bebedor moderado; puede o no volverse unbebedor asiduo. Pero en alguna etapa de su carrera comobebedor, empieza a perder todo control sobre su consumode licor una vez que empieza a beber.

Aquí tenemos al individuo que te ha motivado la con-fusión, especialmente por su falta de control. Hace cosasabsurdas, increíbles, o trágicas mientras está bebiendo.Es un verdadero “Dr. Jekyll y Mr. Hyde” (El Hombre y elMonstruo). Rara vez se embriaga a medias. En mayor omenor grado, siempre tiene una borrachera loca.Mientras está bebiendo, su modo de ser se parece muypoco a su naturaleza normal. Puede ser una magníficapersona; pero, si bebe un día, probablemente se volverárepugnante, y hasta peligrosamente antisocial. Tiene ver-dadero talento para embriagarse exactamente en elmomento más inoportuno, y particularmente cuandotiene alguna decisión importante que tomar o compromi-so que cumplir. Con frecuencia es perfectamente sensatoy bien equilibrado en todo menos en lo que concierne alalcohol; en este respecto es increíblemente egoísta y faltode honradez. Frecuentemente posee habilidades y aptitu-des especiales, y tiene por delante una carrera promete-dora. Usa sus dones para labrar un porvenir para él y lossuyos echando luego abajo lo que ha construido, con unaserie de borracheras insensatas. Es el individuo que seacuesta tan borracho que necesitaría dormir 24 horas; sinembargo, a la mañana siguiente busca como un loco la

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botella — y no se acuerda dónde la puso la noche ante-rior. Si su situación económica se lo permite, puede tenerlicor escondido por toda la casa para estar seguro de quenadie le quite toda su reserva para tirarla por el fregade-ro. A medida que empeoran las cosas, empieza a tomaruna combinación de sedantes potentes y de licor paraaplacar sus nervios y poder ir a su trabajo. Entonces llegael día en que sencillamente no puede hacerlo, y se vuelvea emborrachar. Tal vez vaya al médico para que le dé mor-fina o algún otro sedante para irse cortando la borracherapoco a poco. Pero entonces empieza a ingresar en hospi-tales y sanatorios.

Esto no es de ninguna manera un cuadro completo delalcohólico, ya que nuestras maneras de comportarnos varían.Pero esta descripción debería identificarlo de un modogeneral.

¿Por qué se comporta así? Si cientos de experiencias lehan demostrado que una copa significa otro desastre contodos los sufrimientos y humillaciones que lo acompañan,¿por qué se toma esa primera copa? ¿Por qué no puedeestarse sin beber? ¿Qué ha pasado con el sentido común y lafuerza de voluntad que todavía muestra con respecto a otrosasuntos?

Quizá no haya nunca una respuesta completa para estaspreguntas. Las opiniones varían considerablemente acercade por qué el alcohólico reacciona de forma diferente quela gente normal. No sabemos por qué. Una vez que se hallegado a cierto punto, es bien poco lo que se puede hacerpor él. No podemos resolver este acertijo.

Sabemos que mientras el alcohólico se aparta de la bebi-da, como puede hacerlo por meses o por años, sus reaccio-nes son muy parecidas a las de otros individuos. Tenemos lacerteza de que, una vez que se introduce en su sistema cual-quier dosis de alcohol, algo sucede, tanto en el sentido físicocomo en el mental, que le hace prácticamente imposible

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parar de beber. La experiencia de cualquier alcohólico con-firma esto ampliamente.

Estas observaciones serían académicas y no tendrían obje-to si nuestro amigo no se tomara nunca la primera copa,poniendo así enmovimiento el terrible ciclo. Por consiguien-te, el principal problema del alcohólico está centrado en sumente más que en su cuerpo. Si se le pregunta por quéempezó esa última borrachera, lo más probable es que tengaa mano una de las cien coartadas que hay para esos casos.Algunas veces estos pretextos tienen cierta plausibilidad,pero en realidad, ninguno de ellos tiene sentido a la luz delestrago que causa la borrachera de un alcohólico. Tales pre-textos se parecen a la filosofía del individuo que teniendodolor de cabeza se la golpea con un martillo para no sentir eldolor. Si se le señala lo falaz de este razonamiento a un alco-hólico, lo tomará a broma o se enfadará, negándose a hablarde ello.

De vez en cuando puede decir la verdad. Y la verdad,extraño como parezca, es que generalmente no tienemás idea que la que tú puedes tener de por qué bebióesa primera copa. Algunos bebedores tienen pretextoscon los que se satisfacen parte del tiempo; pero en susadentros no saben realmente por qué lo hicieron. Unavez que este mal se arraiga firmemente, hace de ellosunos seres desconcertantes. Tienen la obsesión de quealgún día, de alguna manera, podrán ser los ganadoresde este juego. Pero frecuentemente sospechan que estánfuera de combate.

Pocos se dan cuenta de lo cierto que es esto. Sus familia-res y sus amigos se dan cuenta vagamente de que estos bebe-dores son anormales, pero todos aguardan esperanzados eldía en que el paciente saldrá de su letargo y hará valer sufuerza de voluntad.

La trágica verdad es que, si el individuo es realmente unalcohólico, ese día feliz puede no llegar. Ha perdido el con-

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trol. En cierto punto de la carrera de bebedor de todo alco-hólico, éste pasa a un estado en que el más vehemente deseode dejar de beber es absolutamente infructuoso. Esta trági-ca situación se presenta prácticamente en cada caso, muchoantes de que se sospeche que exista.

El hecho es que la mayoría de los alcohólicos, por razonesque todavía son oscuras, cuando se trata de beber, han per-dido su capacidad para elegir. Nuestra llamada fuerza devoluntad se vuelve prácticamente inexistente. Somos incapa-ces a veces de hacer llegar con suficiente impacto a nuestraconciencia el recuerdo del sufrimiento y la humillación dehace apenas una semana o un mes. Estamos indefensos con-tra la primera copa.

Las casi seguras consecuencias que suceden despuésde tomar, aunque sólo sea un vaso de cerveza, no acu-den a nuestra mente para detenernos. Si se nos ocurrenestos pensamientos, son vagos y fácilmente suplantadospor la vieja y usada idea de que esta vez podremos con-trolarnos como lo hacen los demás. Hay una falta totaldel tipo de defensa que evita que pongamos la mano enel fuego.

El alcohólico puede decirse en la forma más natural:“Esta vez no me quemaré; así es que, ¡salud!” O tal vez nopiense en nada. Cuántas veces hemos empezado a beberen esta forma despreocupada y, después de la tercera ocuarta copa, hemos golpeado el mostrador de la cantinacon el puño diciéndonos: “Por el amor de Dios, ¿cómoempecé de nuevo?” Solamente para suplantar ese pensa-miento con el de “Bueno, a la sexta paro”, o “Ahora, ¿quémás da?”

Cuando esta manera de pensar se establece plenamenteen un individuo con tendencias alcohólicas, probablemen-te ya se ha colocado fuera del alcance de la ayuda humanay, a menos que se le encierre, puede morirse o volverseloco para siempre. Esta dura y espantosa realidad ha sido

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confirmada por legiones de alcohólicos en el transcurso deltiempo. A no ser por la gracia de Dios, habría miles más deconvincentes demostraciones. ¡Hay tantos que quierendejar de beber, pero no pueden!

Hay una solución. A casi ninguno de nosotros le gustó elexamen de conciencia, la nivelación del orgullo o la confe-sión de las faltas, que requiere este proceso para su consu-mación. Pero vimos que era efectivo en otros, y habíamosllegado a reconocer la inutilidad y la futileza de la vida talcomo la habíamos estado llevando. Por consiguiente, cuandose nos acercaron aquellos cuyo problema ya había sido re-suelto, lo único que tuvimos que hacer fue tomar el simplejuego de instrumentos espirituales que ponían en nuestrasmanos. Hemos descubierto un rincón del paraíso y hemossido propulsados a una cuarta dimensión de la existencia conla que ni siquiera habíamos soñado.

Ésta es la gran realidad y nada más: que hemos tenidoexperiencias espirituales profundas y efectivas* que hantransformado toda nuestra actitud ante la vida, hacianuestros semejantes y hacia el universo de Dios. El hechocentral en nuestras vidas es actualmente la certeza de quenuestro Creador ha entrado en nuestros corazones y ennuestras vidas en una forma ciertamente milagrosa. Haempezado a realizar por nosotros cosas que nosotros nopodríamos hacer solos.

Si tu estado alcohólico es tan grave como era el nues-tro, creemos que no existe ninguna solución a medias.Nosotros estábamos en una situación en que la vida seestaba volviendo imposible y, si pasábamos a la región dela que no se regresa por medio de la ayuda humana,teníamos sólo dos alternativas: Una era la de llegar hastael amargo fin, borrando la conciencia de nuestra intolera-ble situación lo mejor que pudiésemos; y la otra, aceptar

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* Ampliamente explicado en el Apéndice II.

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ayuda espiritual. Esto último fue lo que hicimos porquehonestamente queríamos hacerlo, y estábamos dispuestosa hacer el esfuerzo necesario.

Cierto hombre de negocios, apto y con buen sentido,durante años estuvo pasando de un sanatorio a otro y enconsultas con los más conocidos psiquiatras norteameri-canos. Luego se fue a Europa, sometiéndose al trata-miento de un célebre médico (el psiquiatra Dr. Jung).Pese a que su experiencia lo había hecho escéptico, ter-minó el tratamiento con una confianza no habitual en él.Física y mentalmente su condición era excepcionalmen-te buena. Creía haber adquirido tal conocimiento delfuncionamiento interior de su mente y de sus resortesescondidos, que una recaída era algo inimaginable. Apesar de esto, al poco tiempo estaba borracho. Lo másdesconcertante era que no podía explicarse satisfactoria-mente su caída.

Por lo tanto, regresó donde este médico, a quien admi-raba, y le preguntó sin rodeos por qué no se recuperaba.Por encima de todo, quería recobrar el control de símismo. Parecía bastante racional y bien equilibrado conrespecto a otros problemas. A pesar de esto, no teníaabsolutamente ningún control sobre el alcohol. ¿Por qué?

Le suplicó al médico que le dijera toda la verdad, y elmédico se la dijo: Era un caso desahuciado; nunca máspodría recuperar su posición en la sociedad y tendría queencerrarse bajo llave o tener un guardaespaldas si espe-raba vivir largo tiempo. Esa fue la opinión de un granmédico.

Pero este hombre vive todavía, y es un hombre libre.No necesita de un guardaespaldas y no está internado.Puede ir a cualquier parte del mundo como cualquierhombre libre, sin que le suceda ningún desastre, siempreque conserve la buena voluntad de mantener cierta senci-lla actitud.

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Algunos de nuestros lectores alcohólicos pensarán, quizá,que pueden pasarla sin ayuda espiritual. Permítasenos porlo tanto, contar el resto de la conversación que nuestroamigo tuvo con el médico.

El médico le dijo: “Tiene usted la mente de un alcohólicocrónico. En los casos en los que han existido estados menta-les similares al suyo, nunca he visto recuperarse a nadie”.Nuestro amigo se sintió como si las puertas del infierno sehubiesen cerrado con estruendo tras él.

Preguntó al médico: “¿No hay ninguna excepción?”“Sí”, le contestó el médico, “sí la hay. Las ha habido

desde tiempos remotos. Aquí y allá, de vez en cuando,algunos alcohólicos han tenido experiencias espiritualesvitales. Para mí estos casos son fenómenos. Parecen seruna especie de enormes desplazamientos y reajustes emo-cionales. Desechadas repentinamente las ideas, emocio-nes y actitudes que fueron una vez las fuerzas directricesde las vidas de estos hombres, un conjunto completamen-te nuevo de conceptos y motivos empezó a dominarlos. Dehecho, yo he estado tratando de producir dentro de ustedun arreglo emocional de esa índole. He empleado estosmétodos con muchos individuos y han dado resultadossatisfactorios, pero nunca he tenido éxito con un alcohóli-co de sus características”.*

Al oír esto, nuestro amigo se sintió algo tranquilizado, por-que pensó que después de todo era fiel a sus prácticas reli-giosas. Esta esperanza se la echó abajo el doctor diciéndoleque, en tanto que sus convicciones religiosas eran muy bue-nas, en su caso no significaban la experiencia espiritual fun-damental que era necesaria.

Éste era el tremendo dilema en que se encontraba nues-tro amigo cuando tuvo la extraordinaria experiencia que,como hemos dicho, lo convirtió en un hombre libre.

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* Ver el Apéndice II para amplificación.

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Por nuestra parte, nosotros hemos buscado la mismasalida con toda la desesperación del hombre que se estáahogando. Lo que al principio parecía un endeble junqui-llo ha resultado ser la amante y poderosa mano de Dios.Se nos ha dado una vida nueva o, si se prefiere, “un planpara vivir” que resulta verdaderamente efectivo.

El distinguido psicólogo norteamericano William Jamesseñala en su libro Varieties of Religious Experience (Lasvariedades de la Experiencia Religiosa) una multitud demodos en que los hombres han descubierto a Dios. No tene-mos ninguna intención de convencer a nadie de que sola-mente hay una manera de adquirir la fe. Si lo que hemosaprendido, sentido y visto, significa algo, quiere decir quetodos nosotros, cualquiera que sea nuestro color, raza ocredo, somos criaturas de un Creador viviente con el quepodemos establecer una relación basada en términos senci-llos y comprensibles tan pronto como tengamos la buenavoluntad y la honradez suficiente para tratar de hacerlo. Losque profesan algún credo no encontrarán aquí nada que per-turbe sus creencias o sus ceremonias. No hay desavenenciasentre nosotros por estos motivos.

Consideramos que no nos concierne la cuestión de lasagrupaciones religiosas con las que se identifican en loindividual nuestros miembros. Este debe ser un asuntoenteramente personal que cada uno decida por sí mismo ala luz de sus asociaciones pasadas o de su elección presen-te. No todos nosotros ingresamos en agrupaciones religio-sas, pero la mayoría estamos en favor de esas afiliaciones.

En el siguiente capítulo aparece una explicación delalcoholismo, tal como nosotros lo entendemos, y luegoviene un capítulo dirigido al agnóstico. Muchos de los queuna vez estuvieron dentro de esa clasificación se cuentanentre nuestros miembros. Aunque parezca sorprendente,encontramos que esas convicciones no son un gran obs-táculo para una experiencia espiritual.

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Más adelante se dan indicaciones claras que muestrancómo nos recuperamos. Éstas van seguidas de historias deexperiencias personales.

En las historias personales, cada individuo describe, consu propio lenguaje y desde su propio punto de vista, lamanera en que él ha establecido su relación con Dios.Estas historias nos ofrecen una muestra representativa denuestros miembros y una idea clara de lo que realmente hasucedido en sus vidas.

Esperamos que nadie considere estos relatos personalescomo de mal gusto. Nuestra esperanza es que muchos alco-hólicos, hombres y mujeres, desesperadamente necesitados,vean estas páginas, y creemos que solamente descubriéndo-nos a nosotros mismos y hablando francamente de nuestrosproblemas, ellos serán persuadidos a decir, “sí, yo soy uno deellos también; yo debo obtener esto”.

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Capítulo 3

MÁS ACERCA DEL ALCOHOLISMO

LA MAYORÍA de nosotros hemos estado poco dispuestos aadmitir que éramos realmente alcohólicos. A nadie le

agrada pensar que es física y mentalmente diferente a sussemejantes. Por lo tanto, no es extraño que nuestras carrerasde bebedores se hayan caracterizado por innumerables yvanos esfuerzos para probar que podíamos beber como otraspersonas. La idea de que de alguna forma, algún día, llegará acontrolar sumanera de beber y a disfrutar bebiendo, es la granobsesión de todo bebedor anormal. La persistencia de esta ilu-sión es sorprendente. Muchos la persiguen hasta las puertasde la locura o de la muerte.

Llegamos a comprender que teníamos que admitir ple-namente, en lo más profundo de nuestro ser, que éramosalcohólicos. Éste es el primer paso hacia la recuperación.Hay que acabar con la ilusión de que somos como la demásgente, o de que pronto lo seremos.

Nosotros, los alcohólicos, somos hombres y mujeres quehemos perdido la capacidad para controlar nuestramanera debeber. Sabemos que no hay nadie realmente alcohólico querecupere jamás ese control. Todos nosotros creímos a vecesque estábamos recobrando el control, pero esos intervalos,generalmente breves, eran inevitablemente seguidos de to-davía menos control, que con el tiempo nos llevaba a una las-timosa e inexplicable desmoralización. Unánimemente esta-mos convencidos de que los alcohólicos de nuestro tipopadecemos de una enfermedad progresiva. Después decierto tiempo empeoramos, nunca mejoramos.

Somos como individuos que han perdido las piernas; aéstos nunca les salen otras. Tampoco parece haber ninguna

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clase de tratamiento que haga que los alcohólicos como no-sotros seamos como la demás gente. Hemos probado todoslos remedios imaginables. En algunos casos ha habido unarecuperación pasajera, seguida siempre por una recaída másgrave. Los médicos que están familiarizados con el alcoholis-mo están de acuerdo en que no hay manera de convertir aun alcohólico en un bebedor normal. Puede ser que la cien-cia lo logre algún día, pero todavía no lo ha hecho.

No obstante todo lo que podamos decir, muchos que real-mente son alcohólicos no van a creer que pertenecen a esaclase. Tratarán, a base de toda clase de ilusiones y de experi-mentos, de convencerse a sí mismos de que son la excepcióna la regla y, por consiguiente, que no son alcohólicos. Si cual-quiera que está demostrando incapacidad para controlarsecon la bebida puede cambiar completamente y beber comoun caballero, nos descubrimos ante él. ¡SóloDios sabe lo quehemos hecho durante tanto tiempo para beber como otraspersonas!

Éstos son algunos de los métodos que hemos probado:Beber únicamente cerveza, limitar el número de copas,nunca beber solo, nunca beber por la mañana, beber sola-mente en casa, nunca tener bebida en casa, nunca beberdurante las horas de trabajo, beber solamente en fiestas,cambiar una clase de licor fuerte por otro, beber solamen-te vinos naturales, prometer renunciar al empleo si llegára-mos a emborracharnos en el trabajo, hacer un viaje, nohacer un viaje, jurar dejar de beber para siempre (con o sinsolemnidad), hacer más ejercicio físico, leer libros condu-centes a la inspiración, ir a granjas de salud y sanatorios,aceptar voluntariamente ser internados en centros de tra-tamiento… Podríamos prolongar la lista hasta el infinito.

No nos gusta decirle a un individuo que es alcohólico,pero tú mismo puedes diagnosticarte rápidamente. Entraal bar más cercano y trata de beber en forma controlada.Trata de beber y dejar de hacerlo bruscamente. Haz la

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prueba más de una vez. No tardarás mucho en poder deci-dir, si eres sincero contigo mismo. Puede valer la penasufrir una gran temblorina, si con esto te das cuenta cabalde tu condición.

Aunque no hay manera de comprobarlo, creemos quepudimos haber dejado de beber al principio de nuestrascarreras de bebedores, pero la dificultad está en que sonpocos los alcohólicos que tienen el suficiente deseo dedejar de beber mientras todavía les queda tiempo parahacerlo. Hemos oído de algunos casos en que individuos,con señales definidas de alcoholismo, y debido a un impe-rioso deseo de hacerlo, pudieron dejar de beber por unlargo período.

Uno de esos casos es el de un individuo de treinta años deedad, que vivía en continuas parrandas. A la mañana siguien-te de una borrachera estaba muy nervioso y se calmaba conmás licor. Tenía la ambición de triunfar en los negocios, perose daba cuenta de que nada lograría si seguía bebiendo. Unavez que empezaba, ya no tenía absolutamente ningún con-trol. Tomó la decisión de no probar ni una gota hasta quehubiera triunfado en los negocios y se hubiera jubilado.Hombre excepcional, estuvo seco hasta los tuétanos duranteveinticinco años, retirándose cuando cumplió los cincuenta ycinco, después de una carrera productiva y afortunada.Entonces fue víctima de una creencia que tiene práctica-mente todo alcohólico: que su largo período de sobriedad yautodisciplina le había capacitado para beber como lasdemás personas. Se puso las pantuflas y descorchó la bote-lla… A los dos meses estaba en un hospital, confuso y humi-llado. Trató de regular su manera de beber durante algúntiempo mientras experimentaba algunos internamientos enel hospital. Entonces, reuniendo todas sus fuerzas, trató dedejar de beber totalmente, y se dio cuenta de que no podía.Estaban a su disposición todos los medios que podían conse-guirse con dinero para resolver su problema. Todas las ten-

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tativas fallaron. A pesar de que al retirarse de los negociosera un hombre robusto, se desmoronó rápidamente y muriócuatro años después.

Este caso encierra una lección importantísima. La mayo-ría de nosotros hemos creído que si permanecíamos sobriospor bastante tiempo, después podríamos beber normalmen-te. Pero aquí tenemos el caso de un individuo que a los cin-cuenta y cinco años se dio cuenta de que estaba exactamen-te donde había quedado a los treinta. Hemos visto estaverdad demostrada una y otra vez, “Una vez alcohólico, alco-hólico para siempre”. Si comenzamos a beber después de unperíodo de sobriedad, al poco tiempo estamos tan mal comosiempre. Si estamos haciendo planes para dejar de beber, nodebe haber reserva de ninguna clase, ni ninguna idea ocultade que algún día seremos inmunes al alcohol.

La experiencia del individuo antes citado puede motivara los jóvenes a creer que es posible dejar de beber a basede fuerza de voluntad, tal como él lo hizo. Dudamos de quemuchos puedan hacerlo porque ninguno querrá realmentedejar de beber. Y será muy raro el que lo haga, debido a lapeculiar característica mental que ya se habrá adquirido.Algunos de los de nuestra agrupación, individuos de trein-ta años de edad, y aún menos, habían estado bebiendodurante pocos años, pero se encontraron en una situacióntan desesperada como la de los que habían estado bebien-do veinte años.

Para estar gravemente afectado no es necesario que unohaya estado bebiendo durante mucho tiempo, ni que bebatanto como lo hicimos algunos de nosotros. Esto es particu-larmente cierto en las mujeres. Las alcohólicas en potencia amenudo se convierten en tales, y en pocos años su caso estámuy avanzado. Ciertas bebedoras, que se sentirían grave-mente ofendidas si se les llamara alcohólicas, se sorprendende su incapacidad para dejar de beber. Nosotros, que esta-mos familiarizados con los síntomas, vemos un gran número

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de alcohólicos potenciales entre los jóvenes en todas partes.¡Pero trata de hacer que ellos lo vean!*

Mirando al pasado, nos damos cuenta de que habíamosseguido bebiendo muchos años después del momento en quenos hubiera sido posible dejar de hacerlo a base de nuestrafuerza de voluntad. Si alguien duda de que ya haya entrado eneste peligroso terreno, que haga la prueba de apartarse dellicor durante un año. Si realmente es un alcohólico y su casoestámuy avanzado, hay escasas posibilidades de éxito. Al prin-cipio de nuestra época de bebedores hubo ocasiones en quepermanecimos sin beber por un año o más tiempo, para des-pués transformarnos en serios bebedores. Pese a que unopueda dejar de beber por un período considerable, puede ser,sin embargo, un alcohólico potencial. Creemos que pocos delos que sientan el llamamiento de este libro pueden permane-cer sin beber aun durante un año. Algunos estarán borrachosal día siguiente de haber hecho sus resoluciones; lamayoría deellos, en unas cuantas semanas.

Para los que no pueden beber con moderación, el proble-ma consiste en cómo dejar de hacerlo totalmente. Nos supo-nemos, desde luego, que el lector quiere dejar de beber. Elque la persona que está en esas condiciones pueda dejar debeber sobre una base no espiritual, depende del grado en quehaya perdido el poder de elegir entre beber o no beber.Muchos de nosotros creíamos que teníamos mucho carácter.Existía siempre el tremendo apremio de dejar de beber. Apesar de esto, nos resultaba imposible hacerlo. Ésta es lacaracterística desconcertante del alcoholismo, tal como loconocemos; esa total incapacidad para dejar la bebida sinimportar lo grande que sea la necesidad o el deseo de hacerlo.

¿Cómo podremos, entonces, ayudar a nuestro lector adecidir, a su propia satisfacción, si es uno de nosotros? El

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* Esto era cierto cuando se publicó este libro por primera vez. Un estudio hecho en2004 de la comunidad en los EE.UU. y Canadá indicó que la décima parte de los A.A.tenían 30 años de edad o menos.

experimento de dejar de beber por un tiempo ayudará; perocreemos poder hacer un servicio más grande a los que pade-cen del alcoholismo, y tal vez incluso a la profesión médica.Por lo tanto, describiremos algunos de los estados mentalesque preceden a la recaída en la bebida, porque obviamenteéste es el punto crucial del problema.

¿Qué clase de pensamiento predomina en el alcohólicoque repite una y otra vez el desesperante experimento dela primera copa? Los amigos que han razonado con él,después de una borrachera que lo ha llevado hasta elpunto del divorcio o la bancarrota, se quedan desconcer-tados cuando lo ven ir directamente a la cantina. ¿Por quélo hace? ¿En qué está pensando?

Nuestro primer ejemplo es el amigo a quien llamare-mos Jim. Este individuo tiene una esposa y una familiaencantadoras. Heredó una lucrativa agencia de automó-viles; tiene una recomendable hoja de servicios de laGuerra Mundial; es un buen vendedor y goza de simpa-tías generales. Es un hombre inteligente; normal hastadonde podemos ver, excepto por su índole nerviosa. Nobebió hasta los treinta y cinco. Al cabo de unos cuantosaños se ponía tan violento cuando bebía, que hubo nece-sidad de internarlo. Al salir del centro de tratamiento secomunicó con nosotros.

Le hablamos de lo que sabíamos acerca del alcoholis-mo y de la solución que habíamos hallado. Puso manos ala obra. Su familia se reunió nuevamente, y empezó a tra-bajar como vendedor en el negocio que había perdidopor sus borracheras. Todo marchó bien por algún tiem-po, pero no cultivó su vida espiritual. Para su consterna-ción, se emborrachó media docena de veces en rápidasucesión. En cada una de estas ocasiones trabajamos conél examinando cuidadosamente lo que había sucedido.Estuvo de acuerdo en que era un alcohólico y que sucondición era grave. Sabía que se enfrentaba a otra

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estancia en el centro de tratamiento si seguía bebiendo.Más aún, perdería a su familia, por la que sentía un grancariño.

Pese a todo esto, volvió a emborracharse. Le pedimosque nos dijera exactamente cómo había sucedido. Ésta esla historia: “Fui a trabajar el martes por la mañana. Re-cuerdo que me sentí disgustado porque tenía que servendedor en un negocio del que antes había sido dueño.Crucé unas palabras con el patrón, pero no fue nadaserio. Entonces decidí irme al campo en mi automóvil aver a un posible cliente. En el campo sentí hambre y medetuve en un lugar donde hay una cantina. No teníaintención de beber; solamente pensé en comerme unsandwich. También se me ocurrió que podía encontraralgún cliente en ese lugar ya conocido porque lo habíafrecuentado durante años. Me senté ante una mesa ypedí un sandwich y un vaso de leche. Todavía no pensa-ba en beber. Luego pedí otro sandwich y decidí tomarmeotro vaso de leche.

“Repentinamente cruzó por mi mente la idea de que si lepusiera una onza de whisky a la leche no podría hacermedaño teniendo el estómago lleno. Pedí el whisky y se lo echéa la leche. Vagamente percibí que no estaba siendo muyvivo, pero me tranquilicé pensando que estaba bebiendo ellicor con el estómago lleno. El experimento iba tan bien,que pedí otro y lo eché en más leche. Esto no pareciómolestarme, así que lo repetí”.

Así empezó para Jim un viaje más al centro de trata-miento. Existía ahora la amenaza del encierro, la pérdidade la familia y del empleo, sin mencionar el intenso sufri-miento físico y mental que la bebida le causaba siempre.Se conocía bien como alcohólico. A pesar de esto, fueronapartadas fácilmente todas las razones para no beber enfavor de la disparatada idea de que podía tomar whisky silo mezclaba con leche.

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Cualquiera que sea la definición precisa de la palabra,nosotros la llamamos simplemente locura. ¿Cómo puedellamársele de otro modo a semejante desproporción en lacapacidad para pensar con cordura?

Puedes creer que éste es un caso extremo. Para nosotrosno lo es, porque esta manera de pensar ha sido caracterís-tica de cada uno de nosotros. A veces hemos reflexionadomás que Jim acerca de las consecuencias, pero siempre seprodujo el curioso fenómeno mental de que, paralela al ra-zonamiento cuerdo, corrió alguna excusa dementementetrivial para tomar la primera copa. Nuestra cordura no fuesuficiente para frenarnos; la idea descabellada predominó.Al día siguiente nos preguntábamos, con toda seriedad ysinceridad, cómo había podido suceder eso.

En algunas circunstancias hemos ido a emborracharnosdeliberadamente, sintiéndonos justificados por el nervio-sismo, la ira, la preocupación, la depresión, los celos ocualquier otra cosa por el estilo. Pero aun tratándose deesta forma de empezar, estamos obligados a admitir quenuestra justificación para una borrachera fue insensata-mente insuficiente teniendo en cuenta lo que siemprehabía pasado. Ahora vemos que, cuando empezábamos abeber deliberadamente en vez de casualmente, duranteel período de premeditación nuestra manera de pensar enlo que podrían ser las terribles consecuencias era pocoseria o efectiva.

Con respecto a la primera copa nuestro proceder es tanabsurdo e incomprensible como el del individuo, ponga-mos por caso, que tiene la manía de cruzar a media calle.Siente cierto placer en saltar frente a vehículos que van agran velocidad. Durante unos años se divierte así, a pesarde las amistosas advertencias. Hasta aquí, tú lo calificaráscomo un tonto con ideas raras acerca de lo que es divertir-se. Más tarde la suerte lo abandona y es lastimado leve-mente varias veces seguidas. Pensarías que aquel indivi-

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duo, si es normal, no lo volvería a hacer. Al poco tiempo, sinembargo, reincide, y esta vez sufre una fractura de cráneo.Después de una semana de salir del hospital le atropella untranvía y le rompe un brazo. Te dice que ha decidido dejarde cruzar a media calle de una vez por todas, pero a laspocas semanas le rompen las dos piernas.

A través de los años continúa esta conducta, acompaña-da de sus promesas de ser cuidadoso y de alejarse de lacalle del todo. Por fin, ya no puede trabajar, su esposa sedivorcia de él y queda en ridículo ante todos. Trata portodos los medios imaginables de quitarse de la cabeza laidea de cruzar a media calle. Se encierra en un centro detratamiento con la esperanza de enmendarse, pero el díaque sale, se cruza enfrente de un carro de bomberos que lerompe la columna vertebral. Un individuo como éste tieneque estar loco. ¿No es así?

Puede parecerte que nuestra ilustración es muy ridícula.Pero, ¿es así? Nosotros, que hemos tenido experiencias

agobiantes, tenemos que admitir que si se sustituyera“manía de cruzar a media calle” por “alcoholismo” la ilus-tración encajaría perfectamente en nuestro caso. Por muyinteligentes que hayamos demostrado ser en otros aspec-tos, en lo que concierne al alcohol hemos sido extraña-mente dementes. Éstas son palabras duras pero ¿no sonciertas?

Algunos de ustedes estarán pensando: “Sí, lo que diceses cierto, pero no del todo aplicable. Admitimos que tene-mos algunos de esos síntomas, pero no hemos llegado a losextremos que ustedes llegaron; ni parece que llegaremos,porque nosotros nos comprendemos tan bien después de loque nos dijeron que tales cosas no podrán volver a suceder.No hemos perdido todo en la vida por la bebida y desdeluego no tenemos la intención de que así suceda. Graciaspor la información”.

Eso puede ser verdad para ciertas personas no alcohólicas,

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que si bien bebían irresponsablemente y en exceso puedenparar o moderarse porque su cerebro y su cuerpo no se handañado como pasó con los nuestros. Pero el que es efectivay potencialmente alcohólico, con casi ninguna excepción,será absolutamente incapaz de dejar de beber a base delconocimiento de sí mismo. Éste es un punto que queremosenfatizar y reenfatizar para que les entre bien en la cabeza anuestros lectores alcohólicos así como se nos ha sido revela-do a nosotros a través de la amarga experiencia. Pasemos aotro ejemplo.

Fred es socio de una bien conocida empresa de conta-bilidad. Sus entradas son buenas, tiene un magníficohogar, está casado felizmente y es padre de muchachosprometedores de edad universitaria. Tiene una personali-dad muy atractiva que hace amistad con todos. Si ha habi-do un hombre de negocios próspero, Fred lo es. Segúntodas las apariencias, es un individuo estable y bien equi-librado. A pesar de todo esto, Fred es un alcohólico. Lovimos por primera vez hace un año en un hospital, al quehabía ido a recuperarse de un tembloroso ataque de ner-vios. Era su primera experiencia de esa clase y estaba muyavergonzado de lo que le pasaba. Lejos de admitir que eraalcohólico, se decía a sí mismo que había ido al hospital acalmar los nervios. El médico le indicó con firmeza quepodía estar peor de lo que creía. Durante unos días se sin-tió deprimido por su condición. Tomó la resolución dedejar de beber totalmente. Nunca pensó que tal vez no lopudiera hacer, a pesar de su carácter y de su posición. Nocreía ser un alcohólico y mucho menos aceptaba un reme-dio espiritual para su problema. Le dijimos lo que sabía-mos acerca del alcoholismo. Se interesó y concedió quetenía algunos de esos síntomas, pero distaba mucho deadmitir que no podía hacer nada por sí mismo. Estabaconvencido de que esta humillante experiencia, unida alos conocimientos que había adquirido, lo mantendría

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sobrio el resto de la vida. El conocimiento de sí mismo loarreglaría todo.

No volvimos a oír de Fred por algún tiempo. Un díanos dijeron que había regresado al hospital. Esta vez esta-ba muy tembloroso. Pronto indicó que estaba ansioso devernos. La historia que nos contó es sumamente instruc-tiva, porque se trata de un individuo absolutamente con-vencido de que tenía que dejar de beber, que no teníaninguna excusa para beber, que demostraba un juicio yuna determinación extraordinarios en todos sus otrosasuntos, pero que a pesar de todo esto era impotente antesu problema.

Dejemos que sea él quien te lo cuente: “Me impresio-nó mucho lo que ustedes dijeron acerca del alcoholismoy francamente no creí posible que yo volviera a beber.Aprecié mucho sus ideas sobre la sutil demencia queprecede a la primera copa, pero tenía confianza en queno me podía suceder a mí después de lo que había sabi-do. Razoné que mi caso no estaba tan avanzado como losde la mayoría de ustedes, que había tenido un éxitoexcepcional en vencer mis otros problemas personales yque, por consiguiente, también tendría un buen éxitodonde ustedes habían fallado. Sentía que tenía todas lasrazones para tener confianza en mí mismo, que sólo eracuestión de ejercer mi fuerza de voluntad y de mante-nerme alerta.

“En este estado de ánimo volví a mi vida normal y todofue bien por algún tiempo. No tenía dificultad en rehusarlas copas que me brindaban y empecé a pensar si yo nohabía estado complicando un asunto tan sencillo. Un díafui a Washington para presentar unos comprobantes decontabilidad en un departamento del gobierno. Ya mehabía ausentado con anterioridad durante este período deabstinencia, así es que no era nada nuevo. Físicamenteme sentía muy bien; tampoco tenía problemas o preocu-

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paciones apremiantes. Mi negocio salió bien, estaba satis-fecho y sabía que también lo estarían mis socios. Era elfinal de un día perfecto y no había ninguna nube en elhorizonte.

“Me fui a mi hotel y me vestí despacio para ir a cenar. Alcruzar el umbral del comedor me vino a la mente la idea deque sería agradable tomar un par de cócteles antes de lacena. Eso fue todo; nada más. Pedí un cóctel y mi cena;luego pedí otro cóctel. Después de la cena decidí dar unpaseo. Cuando regresé al hotel se me ocurrió que me sen-taría bien un traguito antes de acostarme; entré al bar y metomé uno… Recuerdo haber tomado algunos más esanoche y bastantes el día siguiente. Tengo el recuerdo nebu-loso de haber estado en un avión rumbo a Nueva York y dehaber encontrado en el aeropuerto a un taxista muy servi-cial, en vez de a mi esposa. Aquel taxista fue una especie decuidador mío durante varios días. Poco sé de adónde fui ode lo que oí o dije… por fin, me encontré en el hospital conun insoportable sufrimiento físico y mental.

“Tan pronto como recobré la capacidad de pensar,repasé cuidadosamente lo sucedido aquella noche enWashington. No solamente había estado desprevenidosino que no había opuesto ninguna resistencia a la prime-ra copa. Esta vez no había pensado para nada en las con-secuencias. Había empezado a beber tan descuidadamen-te como si los cócteles fueran simples refrescos. Recordéentonces lo que me habían dicho mis amigos alcohólicos;me habían vaticinado que si tenía mentalidad de alcohóli-co, el momento y el lugar se presentarían: volvería abeber. Habían dicho que a pesar de que opusiera resis-tencia, ésta se derrumbaría por fin ante cualquier pretex-to trivial para beber una copa. Pues bien, eso fue precisa-mente lo que pasó, y algo más, porque lo que habíaaprendido acerca del alcoholismo no me vino a la mentepara nada. Desde ese momento supe que tenía una men-

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talidad de alcohólico. Me di cuenta de que la fuerza devoluntad y el conocimiento de uno mismo no podríanremediar esas extrañas lagunas mentales. Nunca habíapodido comprender a las personas que decían que unproblema los había derrotado irremediablemente. Enton-ces lo comprendí. Fue un golpe demoledor.

“Dos miembros de Alcohólicos Anónimos vinieron a visi-tarme. Sonrieron al verme, lo cual no me agradó mucho;me preguntaron si esta vez ya creía que era un alcohólico yque estaba derrotado. Tuve que aceptar ambas cosas. Medieron un montón de pruebas al efecto de que una menta-lidad de alcohólico como la que yo había manifestado enWashington era una condición desesperada. Citaron doce-nas de casos basados en su propia experiencia. Este proce-dimiento apagó la última llama de la convicción de que yomismo podía realizar la tarea.

“Entonces delinearon la solución espiritual y el progra-ma de acción que cien de ellos habían seguido con éxito. Apesar de que solamente había sido miembro nominal deuna iglesia, sus propuestas no me eran difíciles de aceptar,intelectualmente. Pero el programa de acción, aunqueenteramente sensato, era bastante drástico; quería decirque tendría que arrojar por la ventana varios conceptos quehabía tenido toda mi vida. Eso no era fácil. Pero en elmomento en que me decidí a poner en práctica el procedi-miento, tuve la curiosa sensación de que mi condición alco-hólica se aliviaba, como resultó en efecto.

“Más importante fue el descubrimiento de que serían losprincipios espirituales los que resolverían mis problemas.Desde entonces he sido conducido a un modo de vivir infi-nitamente más satisfactorio y, espero, una vida más prove-chosa que la que llevé antes. Mi antigua manera de vivir notenía nada de malo, pero no cambiaría sus mejoresmomentos por los peores que tengo ahora. No regresaría aella ni aunque pudiera hacerlo”.

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La historia de Fred es elocuente por sí misma. Quisié-ramos que les llegara a lo más hondo a miles como él. Élllegó a sentir sólo los primeros dolores del tormento. Lamayoría de los alcohólicos tienen que llegar a estar bastan-te destrozados antes de empezar a resolver realmente susproblemas.

Muchos médicos y psiquiatras están de acuerdo connuestras conclusiones. Uno de éstos, médico de un hospi-tal de renombre mundial, recientemente nos hizo la decla-ración siguiente: “Lo que dicen ustedes acerca de la irre-mediabilidad general de la condición del alcohólico es, enmi opinión, correcto. En lo que respecta a dos de ustedescuyas historias he conocido, no me cabe ninguna duda deque eran ciento por ciento irremediables, salvo por inter-vención divina. Si se hubieran presentado como pacientesa este hospital, de haberlo podido evitar, no los habría acep-tado. Personas como ustedes destrozan el corazón. Aunqueno soy una persona religiosa, siento un respeto profundo porel enfoque espiritual en casos como los de ustedes. Para lamayoría de estos casos, prácticamente no hay otra solución”.

Una vez más insistimos en que, en ciertas ocasiones, elalcohólico no tiene ninguna defensa mental efectiva contrala primera copa. Excepto en unos cuantos casos raros, ni élni ningún otro ser humano puede proveer tal defensa. Sudefensa tiene que venir de un Poder Superior.

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Capítulo 4

NOSOTROS LOS AGNÓSTICOS

EN LOS CAPÍTULOS anteriores has aprendido algo sobreel alcoholismo. Nuestro deseo es que hayamos esta-

blecido con claridad la diferencia entre el alcohólico y elque no lo es. Si cuando deseándolo sinceramente te dascuenta de que no puedes dejarlo del todo, o si cuandobebes, tienes poco control de la cantidad que tomas, pro-bablemente eres alcohólico. Si éste es el caso, tú puedesestar sufriendo de una enfermedad que sólo una expe-riencia espiritual puede vencer.

A aquel que se considera ateo o agnóstico, tal experien-cia le parece imposible, pero seguir siendo como es signi-fica el desastre, especialmente si es un alcohólico del tipoque no tiene remedio. No siempre es fácil enfrentarse ala alternativa de estar condenado a una muerte por alco-holismo o vivir sobre una base espiritual.

Pero no es tan difícil. Casi la mitad de los miembros denuestra agrupación original eran exactamente de ese tipo.Al principio, algunos de nosotros tratamos de eludir eltema, esperando contra toda esperanza que no fuéramosrealmente alcohólicos. Pero después de algún tiempotuvimos que enfrentarnos al hecho de que teníamos queencontrar una base espiritual para nuestra vida, o si noatenernos a las consecuencias. Tal vez éste sea tu caso.Pero alégrate, casi la mitad de nosotros nos considerába-mos ateos o agnósticos. Nuestra experiencia demuestraque no debes sentirte desconcertado.

Si un mero código de moral o una mejor filosofía de lavida fueran suficientes para superar el alcoholismo, muchosde nosotros ya nos hubiéramos recuperado desde hace largo

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tiempo. Pero descubrimos que tales códigos y filosofías nonos salvaban, por mucho que lo intentáramos. Podíamosdesear ser morales, podíamos desear ser confortados filosó-ficamente; en realidad, podíamos desear todo esto con todasnuestras fuerzas, pero el poder necesario no estaba ahí.Nuestros recursos humanos bajo el mando de nuestravoluntad no eran suficientes; fallaban completamente.

Falta de poder; ese era nuestro dilema. Teníamos queencontrar un poder por el cual pudiéramos vivir, y teníaque ser un Poder superior a nosotros mismos. Obviamente.¿Pero dónde y cómo íbamos a encontrar ese Poder?

Pues bien, eso es exactamente de lo que trata este libro.Su objetivo principal es ayudarte a encontrar un Podersuperior a ti mismo que resuelva tu problema. Eso quie-re decir que hemos escrito un libro que creemos es espi-ritual así como también moral. Y quiere decir, desde luego,que vamos a hablar acerca de Dios. Aquí surge la dificul-tad con los agnósticos. Muchas veces hablamos con unnuevo individuo y vemos despertarse sus esperanzas amedida que discutimos sus problemas alcohólicos y que leexplicamos de nuestra agrupación. Pero frunce el ceñocuando hablamos de asuntos espirituales, especialmentecuando mencionamos a Dios, porque hemos reabierto untema que nuestro hombre creía haber evadido hábilmen-te o completamente ignorado.

Sabemos cómo él se siente. Hemos compartido sus sin-ceros prejuicios y dudas. Algunos de nosotros hemos sidoapasionadamente antirreligiosos. Para otros, la palabra“Dios” traía una idea particular de Él, con la que alguienhabía tratado de impresionarlos en su niñez. Tal vezrechazamos este concepto particular porque nos parecíainadecuado. Quizá imaginábamos que con ese rechazohabíamos abandonado por completo la idea de Dios. Nosmolestaba la idea de la fe y la dependencia de un Poderajeno era en cierta forma débil e incluso cobarde. Veía-

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mos con profundo escepticismo a este mundo de indivi-duos en guerra, de sistemas teológicos en pugna y de cala-midades inexplicables. Mirábamos con recelo a muchosque decían ser piadosos, ¿Cómo podía un Ser Supremotener algo que ver con todo esto? Y de todos modos¿quién podía comprender a un Ser Supremo? Sin embar-go, en otros momentos, al sentir el encanto de una nocheestrellada pensábamos: “¿Quién, pues, hizo todo esto?”Había un momento de admiración y de asombro, pero erafugaz y pronto pasaba.

Sí, nosotros los agnósticos hemos tenido esos pensa-mientos y experiencias. Nos apresuramos en asegurártelo.Nos dimos cuenta de que tan pronto como pudimos hacera un lado el prejuicio y manifestar siquiera la voluntad decreer en un Poder superior a nosotros mismos, comenza-mos a obtener resultados; aunque le fuera imposible acualquiera de nosotros definir o comprender cabalmentea ese Poder, que es Dios.

Para gran consuelo nuestro, descubrimos que no nece-sitábamos tomar en cuenta el concepto que cualquier otrotuviera de Dios. Nuestro propio concepto, por muy ina-decuado que fuese, era suficiente para acercarnos y efec-tuar un contacto con Él. Tan pronto como admitimos laposible existencia de una Inteligencia creadora, de unespíritu del Universo como razón fundamental de todaslas cosas, empezamos a estar poseídos de un nuevo senti-do de poder y dirección, con tal de que diéramos otrospasos sencillos. Encontramos que Dios no impone condi-ciones muy difíciles a quienes le buscan. Para nosotros, elReino del Espíritu es amplio, espacioso, siempre inclusi-vo nunca exclusivo o prohibitivo para aquellos que lo bus-can con sinceridad. Nosotros creemos que está abierto atodos los seres humanos.

Por consiguiente, cuando te hablamos de Dios, nosreferimos a tu propio concepto de Dios. Esto se aplica

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también a otras expresiones espirituales que puedesencontrar en este libro. No dejes que ningún prejuicioque puedas tener en contra de los términos espirituales teimpida preguntarte sinceramente a ti mismo lo que signi-fican para ti. Al principio, esto era todo lo que necesitába-mos para comenzar el desarrollo espiritual, para efectuarnuestra primera relación consciente con Dios, tal como loconcebíamos. Después, nos encontramos aceptando mu-chas cosas que entonces parecían inaccesibles. Eso era yaun adelanto. Pero si queríamos progresar, teníamos queempezar por alguna parte. Por lo tanto, usamos nuestropropio concepto a pesar de lo limitado que fuese.

Solamente necesitábamos hacernos una breve pregun-ta: “¿Creo ahora, o estoy dispuesto a creer siquiera, quehay un Poder superior a mí mismo?” Tan pronto comouna persona pueda decir que cree o que está dispuesta acreer, podemos asegurarte enfáticamente que ya va porbuen camino. Repetidamente se ha comprobado entrenosotros que sobre esta primera piedra puede edificarseuna maravillosamente efectiva estructura espiritual.*

Esa fue una gran noticia para nosotros porque había-mos supuesto que no podíamos hacer uso de principiosespirituales a menos que aceptáramos muchas cosas sobrela fe que parecían difíciles de creer. Cuando nos presen-taban enfoques espirituales, cuántas veces dijimos: “Yoquisiera tener la fe que tiene esa persona; estoy seguro deque me daría resultado si creyera como ella cree. Pero nopuedo aceptar como una verdad segura muchos artículosde fe que son tan claros para ella”. Así que fue reconfor-tante aprender que podíamos empezar en un nivel mássencillo.

Además de una aparente incapacidad para aceptarmuchas cosas por fe, frecuentemente nos encontrábamos

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* Por favor, no dejes de leer el Apéndice sobre “Experiencia Espiritual”.

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limitados por la obstinación, la sensibilidad y los prejui-cios irracionales. Muchos de nosotros hemos sido tan sus-ceptibles que hasta la referencia casual a cosas espiritua-les nos hacía encrespar de antagonismo. Esta manera depensar tuvo que ser abandonada. Aunque algunos de no-sotros nos resistimos, no encontramos muy difícil dese-char tales sentimientos. Viéndonos frente a la destrucciónalcohólica, pronto nos volvimos tan receptivos con losasuntos espirituales como habíamos tratado de serlo conotras cuestiones. En este aspecto, el alcohol fue un instru-mento efectivo de persuasión. Finalmente a base de gol-pes nos hizo entrar en razón. A veces resultaba un proce-so tedioso; no le deseamos a nadie que mantenga susprejuicios tanto tiempo como algunos de nosotros.

Puede ser que el lector todavía se pregunte por quédebe creer en un Poder superior a é1 mismo. Creemos quehay buenas razones para ello. Vamos a examinar algunas:

El individuo práctico de hoy en día da mucha importan-cia a los hechos y a los resultados. A pesar de eso, en el sigloveinte se aceptan fácilmente teorías de todas clases, siem-pre que estén sólidamente basadas en hechos. Tenemosnumerosas teorías; acerca de la electricidad, por ejemplo.Todos creen en ellas sin un reproche ni una duda. ¿Por quéesta fácil aceptación? Sencillamente, porque es imposibleexplicar lo que vemos, sentimos, dirigimos y usamos, sinuna suposición razonable como punto de partida.

En la actualidad todos creen en docenas de suposicio-nes de las que hay buena evidencia, pero ningún testimo-nio visual perfecto. Y, ¿no demuestra la ciencia que el tes-timonio visual es el más inseguro? Constantemente seestá demostrando, a medida que se va estudiando elmundo material, que las apariencias externas no son deninguna manera la realidad interior. Ilustraremos esto:

La prosaica viga de acero es una masa de electronesgirando uno alrededor del otro a una velocidad increíble.

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Estos cuerpos insignificantes son gobernados por leyesprecisas, y estas leyes son válidas en todo el mundo mate-rial. La ciencia nos dice que así es; no tenemos ningunarazón para dudarlo. Pero cuando se sugiere la perfec-tamente lógica suposición de que, detrás del mundomaterial, tal como lo vemos, hay una Inteligencia Todopo-derosa, Dirigente, y Creadora, ahí mismo salta a la super-ficie nuestra perversa vanidad y laboriosamente nos dedi-camos a convencernos de que no es así. Leemos librosatiborrados de pedante erudición y nos enfrascamos endiscusiones pomposas pensando que no necesitamos deningún Dios para explicamos o comprender este univer-so. Si fuesen ciertas nuestras pretensiones, resultaría deellas que la vida se originó de la nada, que no tiene nin-gún significado y que va hacia la nada.

En vez de considerarnos como agentes inteligentes,puntas de lanza de la siempre progresiva Creación deDios, nosotros los agnósticos y los ateos preferimos creerque nuestra inteligencia humana es la última palabra, Alfay Omega, principio y fin de todo. ¿No parece algo vanido-so de nuestra parte?

Nosotros, los que recorrimos este ambiguo camino, tesuplicamos que hagas a un lado los prejuicios, incluso aque-llos en contra de la religión organizada. Hemos aprendidoque, cualesquiera que sean las debilidades humanas de losdistintos credos, esos credos han proporcionado un propó-sito y una dirección a millones de seres. La gente de fetiene una idea lógica del propósito de la vida. En realidad,no teníamos absolutamente ningún concepto razonable.Nos divertíamos criticando cínicamente las creencias yprácticas espirituales en vez de observar que la gente detodas las razas, colores y credos estaba demostrando ungrado de estabilidad, felicidad y utilidad que nosotros mis-mos debíamos haber buscado.

En vez de hacerlo, mirábamos los defectos humanos de

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estas personas y a veces nos basábamos en sus faltas indi-viduales para condenarlas a todas. Hablábamos de intole-rancia mientras que nosotros mismos éramos intoleran-tes. Se nos escapaba la belleza y la realidad del bosqueporque nos distraía la fealdad de algunos de sus árboles.Nunca escuchamos con imparcialidad las cosas relativas ala parte espiritual de la vida.

En nuestras historias individuales puede encontrarseuna amplia variación en la forma en que cada uno de losrelatores enfoca y concibe a un Poder que es superior a élmismo. El que estemos de acuerdo o no con determinadoenfoque o concepto, parece que tiene poca importancia.La experiencia nos ha enseñado que, para nuestro propó-sito, estos son asuntos acerca de los cuales no necesitamospreocuparnos. Son asuntos que cada individuo resuelvepor sí mismo.

Sin embargo, hay un asunto en el que estos hombres ymujeres están sorprendentemente de acuerdo. Cada unode ellos ha encontrado un Poder superior a sí mismo y hacreído en Él. Este Poder ha logrado en cada caso lo mila-groso, lo humanamente imposible. Como lo ha expresadoun célebre estadista americano: “Veamos el expediente”.

He aquí a miles de hombres y mujeres, con experienciade la vida, ciertamente. Declaran categóricamente quedesde que empezaron a creer en un Poder superior a ellosmismos, a tener cierta actitud hacia ese Poder y hacer cier-tas cosas sencillas, ha habido un cambio revolucionario ensu manera de pensar y de vivir. Ante el derrumbamiento ydesesperación, ante el fracaso completo de sus recursoshumanos, encontraron que un poder nuevo, una paz, unafelicidad y un sentido de dirección afluía en ellos. Esto lessucedió poco después de haber cumplido de todo corazóncon unos cuantos sencillos requisitos. Antes confundidos ydesconcertados por la aparente futilidad de su existencia,demuestran las razones subyacentes por las que les resul-

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taba difícil la vida. Dejando a un lado la cuestión de labebida, cuentan por qué la vida les resultaba tan insatisfac-toria. Demuestran cómo se produjo el cambio en ellos.Cuando muchos cientos de personas pueden decir que elconocimiento consciente de la Presencia de Dios es hoy elhecho más importante de sus vidas, están presentando unapoderosa razón por la que uno debe tener fe.

Este mundo nuestro ha realizado en un siglo más pro-gresos materiales que en todos los miles de años anterio-res. Casi todos conocen la razón. Los investigadores de lahistoria antigua nos dicen que la inteligencia de los hom-bres de entonces era igual a la de los de la actualidad. Apesar de eso, en la antigüedad era penosamente lento elprogreso material. El espíritu moderno de indagación,investigación e inventiva científica era casi desconocido.En el dominio de lo material, la mente del hombre esta-ba encadenada por la superstición, la tradición y todaclase de obsesiones. Algunos de los contemporáneos deColón consideraban como algo absurdo el que la Tierrafuera redonda. Otros estuvieron a punto de dar muerte aGalileo por sus herejías astronómicas.

Nosotros nos preguntamos lo siguiente: ¿No somos tanirrazonables y estamos tan predispuestos en contra deldominio del espíritu como lo estaban los antiguos respec-to al dominio de lo material? Aún en el presente siglo, losperiódicos americanos tuvieron miedo de publicar el rela-to del primer vuelo venturoso que los hermanos Wrighthicieron en Kitty Hawk. ¿No habían fracasado todos losintentos de volar? ¿No se había hundido en el río Poto-mac la máquina voladora del profesor Langley? ¿No eracierto que los más grandes matemáticos habían compro-bado que el hombre no podría volar nunca? ¿No habíadicho la gente que Dios había reservado ese privilegiopara los pájaros? Solamente treinta años después, la con-

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quista del aire era historia antigua y los viajes en aviónestaban en pleno apogeo.

Pero en la mayoría de los terrenos, nuestra generaciónha presenciado una completa liberación de nuestra mane-ra de pensar. Si se le enseña a cualquier estibador unperiódico en el que se informe un proyecto para llegar ala luna en un cohete, exclamará: “Apuesto a que lo harán,y pronto”. ¿No se caracteriza nuestra época por la facili-dad con que se cambian viejas ideas por nuevas, con quedesechamos una teoría o un aparato que ya no sirve porotros que sí sirven?

Tuvimos que preguntarnos por qué no aplicábamos anuestros problemas humanos esa aptitud para cambiarnuestro punto de vista. Teníamos dificultades en nuestrasrelaciones interpersonales, no podíamos controlar nuestranaturaleza emocional, éramos presa de la angustia y de ladepresión, no encontrábamos un medio de vida, teníamosla sensación de ser inútiles, estábamos llenos de temores,éramos infelices, parecía que no podíamos servirles paranada a los demás. ¿No era más importante la solución bási-ca de estos tormentos que la posibilidad de ver la noticiade un viaje a la luna? Desde luego que lo era.

Cuando vimos a otros resolver sus problemas medianteuna confianza sencilla en el Espíritu del Universo, tuvi-mos que dejar de dudar en el poder de Dios. Nuestrasideas no servían; pero la idea de Dios sí.

La casi infantil fe de los hermanos Wright en que po-dían construir un aparato que volara, fue el principalmóvil de su realización. Sin eso, nada hubiera pasado. Losque éramos agnósticos y ateos nos estuvimos aferrando ala idea de que la autosuficiencia resolvería nuestros pro-blemas. Cuando otros nos demostraron que la “depen-dencia de Dios” les daba resultados, empezamos a sentir-nos como aquellos que insistieron en que los hermanosWright nunca volarían.

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La lógica es una gran cosa. Nos gustaba. Todavía nosgusta. No se nos dio por casualidad la facultad de razonar,de examinar la evidencia de nuestros sentidos y de llegara conclusiones. Éste es uno de los atributos magníficosdel ser humano. Los que nos inclinamos al agnosticismono nos sentiríamos satisfechos con una proposición queno se preste a ser abordada o interpretada razonablemen-te. De ahí que nos esforcemos tanto por explicar por quécreemos que nuestra fe actual es razonable, por qué pen-samos que es más sensato y lógico creer que no creer; porqué decimos que nuestra antigua manera de pensar eradébil y exageradamente sentimental cuando, llenos deduda, levantábamos las manos diciendo: “No sabemos”.

Cuando nos volvimos alcohólicos, aplastados por unacrisis que nosotros mismos nos habíamos impuesto y queno podíamos posponer o evadir, tuvimos que encarar sinningún temor el dilema de que Dios lo es todo o de otramanera Él no es nada. Dios es, o no es. ¿Qué íbamos aescoger?

Llegados a este punto, nos encontramos cara a cara conla cuestión de la fe. No pudimos evadir el asunto. Algunosde nosotros ya habíamos andado un buen trecho sobre elPuente de la Razón con rumbo a la deseada ribera de lafe. El delineamiento y la promesa de la Nueva Tierrahabían dado brillo a nuestros ojos fatigados y nuevo valora nuestros postrados espíritus. Manos amistosas se habíantendido para darnos la bienvenida. Estábamos agradeci-dos de que la Razón nos hubiera llevado tan lejos. Pero decualquier manera, no podíamos bajar a tierra. Quizá en laúltima milla estábamos apoyándonos demasiado en laRazón y no queríamos perder nuestro apoyo.

Eso era natural, pero pensémoslo con un poco más dedetenimiento. ¿No habríamos sido conducidos, sin saber-lo, hasta donde estábamos por determinada clase de fe?Porque, ¿no creíamos en nuestro propio razonamiento?

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¿No teníamos confianza en nuestra propia capacidad parapensar? ¿Qué era eso, sino cierta clase de fe? Sí, había-mos tenido fe, una fe ciega y servil en el Dios de la Razón.Por lo tanto, descubrimos en una forma u otra que la fehabía tenido que ver con todo, todo el tiempo.

También descubrimos que habíamos sido adoradores.¡La emoción que esto nos producía! ¿No habíamos adora-do indistintamente a personas, objetos, dinero y a noso-tros mismos? Y, por otra parte y con mejor razón, ¿nohabíamos contemplado con adoración la puesta del sol, elmar o una flor? ¿Quién de entre nosotros no había amadoa alguna persona o alguna cosa? ¿Cuánto tenían que vercon la razón pura esos sentimientos, ese amor, esa adora-ción? Poco o nada, como pudimos ver por fin. ¿No eranestas cosas los hilos que formaban el tejido de nuestrasvidas? ¿No determinaban estos sentimientos, después detodo, el curso de nuestra existencia? Era imposible decirque no teníamos capacidad para la fe, para el amor y laadoración. En una u otra forma habíamos estado viviendopor la fe, y casi por nada más.

¡Imagínate la vida sin la fe! Si no hubiera nada más querazón pura, no sería vida. Pero creíamos en la vida —¡claro que creíamos en ella! No podíamos comprobarla enel sentido en que se puede comprobar que la distanciamás corta entre dos puntos es la línea recta; pero sinembargo, ahí estaba. ¿Podíamos decir todavía que todono era más que una masa de electrones creada de la nada,sin ningún significado, girando hacia un destino que es lanada? Desde luego que no podíamos. Los mismos elec-trones parecían demostrar mayor inteligencia. Cuandomenos eso nos aseguraba la Química.

De allí que nos dimos cuenta de que la razón no lo estodo. Tampoco es la razón, en la forma que la mayoría denosotros la usamos, algo de lo que se pueda dependerpor completo aunque venga de las mentes más privilegia-

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das. Y ¿qué de los que probaron que el hombre jamásvolaría?

Sin embargo, habíamos estado viendo otra clase devuelo: una liberación espiritual de este mundo, gente quese elevaba por encima de sus problemas. Decían que Dioshacía posibles estas cosas, y nosotros sólo sonreíamos.Habíamos visto la liberación espiritual, pero nos gustabadecirnos a nosotros mismos que no era verdad.

En realidad, nos estábamos engañando a nosotros mis-mos, porque en lo más profundo de cada hombre, mujery niño, está la idea fundamental de Dios. Puede ser oscu-recida por la calamidad, la pompa o la adoración de otrascosas; pero de una u otra forma, allí está. Porque la fe enun Poder superior al nuestro y las demostraciones mila-grosas de ese poder en las vidas humanas, son hechos tanantiguos como el mismo hombre.

Nos dimos cuenta, por fin, de que la fe en alguna clasede Dios era parte de nuestra manera de ser, como puedeserlo el sentimiento que tenemos para con algún amigo.Algunas veces tuvimos que buscar sin temor, pero allíestaba Él. Él era un hecho tan real como lo éramos no-sotros. Encontramos la Gran Realidad en lo más profun-do de nosotros mismos. En última instancia, solamenteallí es donde Él puede ser encontrado. Así sucedió connosotros.

Nosotros podemos solamente aclarar el terreno unpoco. Si nuestro testimonio ayuda a barrer los prejuicios,te permite pensar objetivamente y te estimula a buscardiligentemente dentro de ti mismo, entonces puedes, siasí lo deseas, unirte a nosotros en el camino ancho. Conesta actitud, no puedes fallar. El conocimiento conscientede tu creencia te llegará con seguridad.

En este libro leerás algo sobre la experiencia de unindividuo que creía ser ateo. Su historia es tan interesan-te, que vale la pena contar parte de ella ahora. El cambio

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que se operó en su corazón fue dramático, convincente yconmovedor.

Nuestro amigo era hijo de un ministro religioso. Asistióa una escuela de su iglesia en donde se rebeló contra loque creía ser una dosis excesiva de educación religiosa.Durante los años siguientes las dificultades y frustracio-nes lo persiguieron. Fracasos en los negocios, demencia,enfermedades graves, suicidio — todas estas calamidadesocurridas entre sus familiares cercanos lo amargaron ydeprimieron. La desilusión de la postguerra, un alcoholis-mo cada vez más grave, el inminente colapso físico y men-tal, lo llevaron al punto de la autodestrucción.

Una noche, estando confinado en un hospital, se leacercó un alcohólico que había tenido una experienciaespiritual. Sintiéndose harto de aquello, gritó amarga-mente: “Si es que hay un Dios, no ha hecho nada por mí”.Pero más tarde, estando solo en su cuarto, se preguntó:“¿Es posible que estén equivocadas todas las personas re-ligiosas a quienes he conocido?” Mientras estuvo tratandode contestarse, se sintió muy mal; pero de pronto, comoun rayo, le vino una idea que opacó todo lo demás:

“¿Quién eres tú para decir que no hay Dios?”Este individuo relata que se levantó precipitadamente

de la cama para caer de rodillas. Al cabo de unos segun-dos se sintió abrumado por la convicción de la Presenciade Dios. Lo saturó la seguridad y majestuosidad de unamarea creciente. Las barreras que había construido a tra-vés de los años fueron arrolladas. Estaba ante la Presenciadel Poder Infinito y del Amor. Había pasado del puente ala orilla. Por primera vez vivía en compañía conscientecon su Creador.

Así fue colocada en su lugar la piedra angular de nues-tro amigo. Ninguna vicisitud posterior la ha hecho tamba-lear. Su problema alcohólico fue eliminado. Esa mismanoche, hace años, el problema desapareció. Salvo algunos

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breves momentos de tentación, el pensamiento de bebernunca ha vuelto a su mente; y en esos momentos de ten-tación ha sentido una gran repulsión. Es aparente que nopodría beber, ni aun queriendo hacerlo. Dios le ha de-vuelto la cordura.

¿Qué es esto sino un milagro de recuperación? Sinembargo, sus elementos son sencillos. Las circunstanciashicieron que estuviera dispuesto a creer. Humildementese ofreció a su Hacedor — entonces supo.

De igual manera, Dios nos ha devuelto el sano juicio.Para este individuo, la revelación fue súbita. A algunos denosotros nos llega más lentamente. Pero Él ha llegado atodos los que lo han buscado sinceramente.

Cuando nosotros nos acercamos a Él, Él se nos reveló.

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Capítulo 5

CÓMO FUNCIONA

RARA VEZ hemos visto fracasar a una persona quehaya seguido concienzudamente nuestro camino.

Los únicos que no se recuperan son los individuos que nopueden, o no quieren entregarse de lleno a este sencillo pro-grama; generalmente son hombres y mujeres incapaces, porsu propia naturaleza, de ser sinceros con ellos mismos. Hayseres desventurados como éstos. No son culpables; por loque parece, han nacido así. Por su naturaleza, son incapacesde entender y de realizar un modo de vida que exige la másrigurosa sinceridad. Para éstos, las probabilidades de éxitoson pocas. Existen también los que sufren graves trastornosemocionales y mentales, aunque muchos de ellos logran re-cuperarse si tienen la capacidad de ser sinceros.

Nuestras historias expresan de un modo general cómoéramos, lo que nos aconteció y cómo somos ahora. Si túhas decidido que quieres lo que nosotros tenemos y estásdispuesto a hacer todo lo que sea necesario para conse-guirlo, entonces estás en condiciones de dar ciertos pasos.

Nosotros nos resistimos a algunos de ellos. Creímos quepodríamos encontrar un camino más fácil y cómodo. Perono pudimos. Es por ello que, con toda seriedad, te suplica-mos que seas valiente y concienzudo desde el mismísimocomienzo. Algunos de nosotros tratamos de aferrarnos anuestras viejas ideas y el resultado fue nulo hasta que nosdeshicimos de ellas sin reserva.

Recuerda que tratamos con el alcohol: astuto, descon-certante y poderoso. Sin ayuda resulta demasiado paranosotros. Pero, hay Uno que tiene todo el poder — Dios.¡Ojalá Lo encuentres!

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Las medidas parciales no nos sirvieron para nada.Estábamos en el punto de cambio. Entregándonos total-mente, le pedimos a Dios su protección y cuidado.

He aquí los pasos que dimos, y que se sugieren comoprograma de recuperación:

1. Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol,que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables.

2. Llegamos a creer que un Poder superior a nosotrosmismos podría devolvernos el sano juicio.

3. Decidimos poner nuestras voluntades y nuestrasvidas al cuidado de Dios, como nosotros lo conce-bimos.

4. Sin temor, hicimos un minucioso inventario moralde nosotros mismos.

5. Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos, y anteotro ser humano, la naturaleza exacta de nuestrosdefectos.

6. Estuvimos enteramente dispuestos a dejar que Diosnos liberase de todos estos defectos de carácter.

7. Humildemente le pedimos que nos liberase denuestros defectos.

8. Hicimos una lista de todas aquellas personas aquienes habíamos ofendido y estuvimos dispuestosa reparar el daño que les causamos.

9. Reparamos directamente a cuantos nos fue posi-ble, el daño causado, excepto cuando el hacerloimplicaba perjuicio para ellos o para otros.

10. Continuamos haciendo nuestro inventario personaly cuando nos equivocábamos lo admitíamos inme-diatamente.

11. Buscamos, a través de la oración y la meditación,mejorar nuestro contacto consciente con Dios,como nosotros lo concebimos, pidiéndole solamen-te que nos dejase conocer su voluntad para connosotros y nos diese la fortaleza para cumplirla.

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12. Habiendo obtenido un despertar espiritual comoresultado de estos pasos, tratamos de llevar estemensaje a otros alcohólicos y de practicar estosprincipios en todos nuestros asuntos.

Muchos de nosotros exclamamos: “¡Vaya tarea! Yo nopuedo llevarla a cabo”. No te desanimes. Ninguno de no-sotros ha podido mantenerse apegado a estos principiosen forma ni siquiera aproximada a la perfección. Nosomos santos. Lo importante es que estamos dispuestos adesarrollarnos de una manera espiritual. Los principiosque hemos establecido son guías para nuestro curso. Loque pretendemos es el progreso espiritual y no la perfec-ción espiritual.

Nuestra descripción del alcohólico, el capítulo sobrelos agnósticos y nuestras aventuras personales antes y des-pués, ponen en claro tres ideas pertinentes:

(a) Que éramos alcohólicos y que no podíamos gober-nar nuestras propias vidas.

(b) Que probablemente ningún poder humano hubie-ra podido remediar nuestro alcoholismo.

(c) Que Dios podía remediarlo y lo remediaría, si Lobuscábamos.

Llegados a este convencimiento, estábamos en el TercerPaso, lo cual quiere decir que pusimos nuestra vida ynuestra voluntad al cuidado de Dios, tal como cada cuallo concibe. Exactamente, ¿qué es lo que queremos decircon eso, y qué es justamente lo que haremos?

El primer requisito es que estemos convencidos de queuna vida llevada a base de fuerza de voluntad, difícilmen-te puede ser venturosa. Sobre esa base siempre estamosen conflicto con algo o con alguien, aunque nuestros mo-tivos sean buenos. La mayoría de la gente trata de vivirpor “autopropulsión”. Cada persona es como un actor quequiere dirigir todo el espectáculo; que siempre está tra-

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tando de arreglar las luces, el ballet, el escenario y losdemás actores según sus propias ideas. Si las cosas que-daran como él quiere y las personas hicieran lo que éldesea, el espectáculo resultaría magnífico. Todos, inclusoél mismo, estarían satisfechos; la vida sería maravillosa. Altomar estas disposiciones nuestro actor puede ser a vecesun dechado de virtudes; puede ser amable, considerado,paciente y generoso, hasta modesto y dispuesto a sacrifi-carse. Por otro lado, puede ser vil, egoísta, interesado yfalso. Pero, como en la mayoría de los seres humanos, esprobable que sus características varíen.

¿Qué es lo que generalmente pasa? El espectáculo no salemuy bien. Empieza a pensar que la vida no lo trata bien.Decide esforzarse nuevamente. En esta ocasión es más exi-gente o más condescendiente, según sea el caso. A pesar detodo, la función no le parece bien. Admitiendo que en partepuede estar errado, está seguro de que otros son más culpa-bles. Se encoleriza, se indigna y se llena de autoconmisera-ción. ¿Cuál es su dificultad básica? ¿No es un individuo quepiensa primero en sí mismo aun cuando está tratando de serbondadoso? ¿No es víctima de la ilusión de que puede arran-carle satisfacciones y felicidad a este mundo, si lo hace bien?¿No es evidente para todos los demás actores que éstas sonlas cosas que él quiere? ¿Y sus acciones no hacen que cadauno de ellos quiera desquitarse sacando del espectáculo todolo que pueda? ¿No es él, hasta en sus mejores momentos,una fuente de confusión y no de armonía?

Nuestro actor está concentrado en sí mismo, es un ego-céntrico como dice la gente en la actualidad. Es como elhombre de negocios retirado que está tendido al sol enFlorida durante el invierno y se lamenta de la mala situaciónque hay en el país; como el ministro de una religión que sus-pira por los pecados del siglo veinte; como los políticos yreformistas que están seguros de que todo sería utopía si elresto del mundo se portara bien; como el proscrito descerra-

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jador de cajas fuertes que cree que la sociedad lo ha maltra-tado o como el alcohólico que lo ha perdido todo y estáencarcelado. Cualesquiera que sean nuestras protestas —¿no estamos la mayoría preocupados por nosotros mismos,por nuestros resentimientos y nuestra autoconmiseración?

¡Egoísmo — concentración en sí mismo! Creemos queesta es la raíz de nuestras dificultades. Acosados por cienformas de temor, de vana ilusión, de egoísmo, de autocon-miseración, les pisamos los pies a nuestros compañeros yéstos se vengan. A veces nos hieren aparentemente sin pro-vocación, pero invariablemente encontramos que algunavez en el pasado tomamos decisiones egoístas que más tardenos colocaron en posición propicia para ser lastimados.

Así es que nuestras dificultades, creemos, son básicamen-te producto de nosotros mismos; surgen de nosotros, y elalcohólico es un ejemplo extremo de la obstinación desboca-da, aunque él piense que no es así. Por encima de todo, noso-tros los alcohólicos tenemos que librarnos de ese egoísmo.¡Tenemos que hacerlo o nos mata! Dios hace que esto seaposible. Y frecuentemente parece que no hay otra manera delibrarse completamente del “yo” más que con su ayuda.Muchos de nosotros teníamos gran cantidad de conviccionesmorales y filosóficas, pero no podíamos vivir a la altura deellas a pesar de que hubiéramos querido hacerlo. Tampocopodíamos reducir nuestra concentración en nosotros mismoscon sólo desearlo y tratar de hacerlo a base de nuestro propiopoder. Tuvimos que obtener la ayuda de Dios.

Éste es el cómo y el porqué de ello. Ante todo, tuvimos quedejar de “jugar a ser Dios”. No resultaba. Después, decidi-mos que en lo sucesivo, en este drama de la vida, Dios iba aser nuestro Director. Él es el Jefe; nosotros somos Sus agen-tes. Él es el Padre y nosotros Sus hijos. La mayoría de lasbuenas ideas son sencillas y este concepto fue la piedra clavedel nuevo arco triunfal por el que pasamos a la libertad.

Cuando asumimos sinceramente esa actitud, toda clase

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de cosas admirables sucedieron. Teníamos un nuevoPatrón. Siendo Todopoderoso, Él proveía todo lo quenecesitábamos si nos manteníamos cerca de Él y desem-peñábamos bien Su trabajo. Establecidos sobre esta base,empezamos a interesamos cada vez menos en nosotrosmismos, en nuestros pequeños planes y proyectos. Nosinteresamos cada vez más en ver con qué podíamos con-tribuir a la vida. A medida que sentimos afluir en nosotrosun poder nuevo, que gozamos de tranquilidad mental,que descubrimos que podíamos encarar la vida satisfacto-riamente, que llegamos a estar conscientes de Su Pre-sencia, empezamos a perder nuestro temor al hoy, al ma-ñana o al futuro. Renacimos.

Estábamos ahora en el Tercer Paso. Muchos de nosotrosle dijimos a nuestro Creador, tal como lo concebimos: “Dios,me ofrezco a Ti para que obres en mí y hagas conmigo Tuvoluntad. Líbrame de mi propio encadenamiento para quepueda cumplir mejor con Tu voluntad. Líbrame de mis difi-cultades y que la victoria sobre ellas sea el testimonio paraaquellos a quien yo ayude de Tu Poder, Tu Amor y de lamanera que Tú quieres que vivamos. Que siempre haga TuVoluntad”. Pensamos detenidamente antes de dar este paso,cerciorándonos de que estábamos listos para hacerlo; quefinalmente podíamos abandonarnos completamente a Él.

Encontramos muy conveniente dar este paso espiritualcon una persona comprensiva, tal como nuestra esposa,nuestro mejor amigo o nuestro consejero espiritual. Peroes mejor reunirse con Dios solo, que con alguien que talvez no comprenda. Las palabras eran, desde luego, com-pletamente opcionales, siempre que expresáramos la ideasin ninguna reserva. Esto fue solamente el principio, perocuando se hacía sincera y humildemente, se sentía inmedia-tamente un efecto a veces muy grande.

Después nos encaminamos por un derrotero de acciónvigorosa, en el que el primer paso consiste en una limpieza

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personal de nuestra casa, la cual muchos de nosotros nuncahabíamos intentado. Aunque nuestra decisión fue un pasofundamental y decisivo, su efecto permanente no podía sermucho a menos que fuera seguido inmediatamente por unesfuerzo enérgico para encarar las cosas que había en nos-otros, que nos estaban obstaculizando, y desprendernos deellas. El licor que bebíamos no era más que un síntoma; porlo tanto teníamos que ir a las causas y las condiciones.

Consecuentemente, empezamos a hacer un inventario per-sonal. Éste era el Cuarto Paso. Un negocio del cual no se haceinventario con regularidad va generalmente a la quiebra. Elinventario comercial es un proceso para encontrar y encarar loshechos.Es un esfuerzo por descubrir la verdad sobre lamercan-cía que se tiene.Unode los fines es encontrar cuál es lamercan-cía deterioradao inserviblequehayparadeshacerseprontamen-te de ella sin lamentarlo. Si ha de tener éxito el propietario delnegocio, no podrá engañarse acerca del valor de sumercancía.

Nosotros hicimos exactamente lomismo con nuestras vidas.Hicimos un inventario sincero. Primero, buscamos las fallas denuestro carácter que causaron nuestro fracaso. Estando con-vencidos de que el ego, manifestado en distintas formas, noshabía vencido, consideramos sus manifestaciones comunes.

El resentimiento es el ofensor número uno. Destruye másalcohólicos que cualquier otra cosa. De éste se derivan todaslas formas de enfermedad espiritual, ya que nosotros hemosestado no solamente física y mentalmente enfermos, sinotambién espiritualmente. Cuando es superado el mal espiri-tual, nos componemos mental y físicamente. Cuando trata-mos los resentimientos los escribimos en un papel. Hicimosuna lista de personas, instituciones o principios con los queestábamos molestos, y nos preguntamos el porqué. En lamayoría de los casos se descubrió que nuestro amor propio,nuestra cartera, nuestras relaciones personales (incluyendolas sexuales) estaban lastimados o amenazados. Así es queestábamos molestos. Estábamos furiosos.

64 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

En nuestra lista de rencores pusimos frente a cada nombrelos daños quenos causaban. ¿Erannuestro amor propio, nues-tra seguridad, nuestras ambiciones, nuestras relaciones perso-nales o sexuales, las que habían sido molestadas? General-mente fuimos tan precisos como en el siguiente ejemplo:

Estoy resentidocon La causa Afecta mi(s):El Sr. B. Sus atenciones hacia Relaciones sexuales

mi esposa Amor propio (temor)Le contó a mi esposa Relaciones sexuales

lo de mi amante. Amor propio (temor)El señor B. puede Seguridad.

ocupar mi puesto Amor propio (temor)en la oficina.

La Sra. C. Es una maniática. Me Relaciones personaleshizo un desaire. Amor propio (temor)Internó a su esposoen un hospital porbeber. Él es miamigo. Ella es unachismosa.

Mi patrón Es irrazonable, Amor propioinjusto, dominante. Seguridad (temor)Me amenaza condespedirme porbeber e inflar micuenta de gastos.

Mi esposa Malinterpreta las Orgullo —Relacionescosas y me regaña. Le sexuales ycae bien el Sr. B. personales—Quiere que la casa Seguridad (temor)se ponga a sunombre.

Miramos en retrospectiva nuestras vidas. Solamente con-taban la minuciosidad y la sinceridad. Cuando terminamos,consideramos cuidadosamente el resultado. La primera

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cosa aparente fue que este mundo y su gente frecuente-mente estaban muy equivocados. La mayoría de nosotrossólo pudo llegar a la conclusión de que los demás estabanequivocados. El resultado común era que la gente continua-ba siendo injusta con nosotros y que seguíamos molestos. Aveces era remordimiento y entonces nos molestábamos connosotros mismos. Cuanto más luchábamos por amoldar elmundo a nuestro deseo, más empeoraban las cosas. Comoen la guerra, el victorioso solamente parecía ganar. Nuestrosmomentos de triunfo eran de corta duración.

Es evidente que una vida en la que hay resentimientosprofundos sólo conduce a la futileza y a la infelicidad. En elgrado exacto en que permitimos que esto ocurra, malgasta-mos unas horas que pudieron haber sido algo que valiera lapena. Pero con el alcohólico, cuya esperanza es el manteni-miento y el desarrollo de una experiencia espiritual, esteasunto de los resentimientos es infinitamente grave. Noso-tros nos dimos cuenta de que es fatal porque cuando esta-mos abrigando estos sentimientos nos cerramos a la luz delespíritu. La locura del alcohol regresa y volvemos a beber; ypara nosotros beber es morir.

Si íbamos a vivir, teníamos que estar libres de la ira. Eldescontento y la agitación mental no eran para nosotros.Pueden ser un dudoso lujo para personas normales, peropara los alcohólicos estas cosas son veneno.

Regresamos a la lista que habíamos hecho, porque conte-nía la clave del futuro. Estábamos preparados para exami-narla desde un punto de vista enteramente diferente. Em-pezamos a percibir que el mundo y la gente que hay en ésteen realidad nos dominaban. En ese estado, las maldades deotros, imaginarias o reales, tenían el suficiente poder paramatar. ¿Cómo podíamos salvarnos? Nos dimos cuenta deque había que dominar estos resentimientos. ¿Pero cómo?No podíamos hacerlo con sólo desearlo, como tampocopodíamos hacerlo en el caso del alcohol.

66 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

Éste fue el curso que seguimos: Nos dimos cuenta de quela gente que era injusta con nosotros tal vez estuviera enfer-ma espiritualmente. A pesar de que no nos parecían bien sussíntomas y la forma en que éstos nos alteraban, ellos, comonosotros mismos, también estaban enfermos. Le pedimos aDios que nos ayudara a demostrar la misma tolerancia,paciencia y compasión que gustosamente tendríamos paracon un amigo enfermo. Cuando alguien nos ofendía nosdecíamos a nosotros mismos: “Está enfermo ¿Cómo ayudar-lo? Dios me libre de enojarme. Hágase Tu Voluntad”.

Evitamos el desquite o la discusión. No trataríamos así aquien estuviese enfermo. Si lo hacemos, destruimos la opor-tunidad que tenemos de ayudar. No podemos ayudar a todala gente, pero cuando menos Dios nos mostrará cómo vercon tolerancia a todos y cada uno de nuestros semejantes.

Refiriéndonos una vez más a nuestra lista, quitando denuestras mentes los errores que los demás habían cometido,buscamos resueltamente nuestras propias faltas. ¿Cuándohabíamos sido egoístas, interesados, faltos de sinceridad yhabíamos tenido miedo? Aunque no enteramente culpablesde una situación, tratamos de hacer a un lado completamen-te a la otra persona involucrada en ella. ¿En qué estaba nues-tra culpabilidad? El inventario era nuestro inventario y nodel otro. Cuando nos dábamos cuenta de nuestras faltas, lasapuntábamos. Las poníamos frente a nosotros en “blanco ynegro”. Admitíamos sinceramente nuestras faltas y estába-mos dispuestos a enmendarlas.

Fíjese el lector en que la palabra “temor” está entre parén-tesis a un lado de las dificultades con el Sr. B., la Sra. C., elpatrón y la esposa.Esta corta palabra (temor) toca de unmodou otro casi todos los aspectos de nuestra vida. Era una hebramaligna y corrosiva; la trama de nuestra existencia la llevabaentrecruzada. Ponía en movimiento una sucesión de circuns-tancias que nos acarreaban desgracias que no creíamos mere-cernos. Pero ¿no fuimos nosotros mismos los que echamos a

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rodar la pelota? A veces creemos que el temor debería clasifi-carse junto con el robo. Parece que causa aún más daño.

Analizamos concienzudamente nuestros temores. Los es-cribimos en el papel aunque no tuviésemos resentimientosrelacionados con ellos. Nos preguntamos por qué los tenía-mos. ¿No era porque la confianza en nosotros mismos noshabía fallado? La confianza en unomismo era buena pero nobastaba. Algunos de nosotros tuvimos alguna vez gran con-fianza en nosotros mismos, pero ésta no resolvía completa-mente nuestro problema con el temor, ni ningún otro.Cuando esta confianza nos volvía engreídos, la cosa era peor.

Tal vez haya una forma mejor. Nosotros así lo creemos.Porque ahora estamos basándonos en algo diferente: nosbasamos y confiamos en Dios. Confiamos en Dios Infinitoen vez de en nuestros “egos” limitados. Estamos en el mundopara desempeñar el papel que Él nos asigne. Justamentehasta el punto en que obramos como creemos que Él lodesea y humildemente confiamos en Él, así Él nos capacitapara enfrentamos con serenidad ante las calamidades.

Nunca nos excusamos ante nadie por depender de nuestroCreador. Podemos reírnos de aquellos que creen que la espi-ritualidad es la senda de la debilidad. Paradójicamente, es lasenda de la fortaleza. El veredicto de los siglos es que la fe sig-nifica fortaleza. Los que tienen fe, tienen valor; confían en suDios. Nosotros nunca hacemos apología de Dios. En vez deello, dejamos que Él demuestre, a través de nosotros, lo queÉl puede hacer. Le pedimos a Él que nos libre de nuestrotemor y guíe nuestra atención hacia lo que Él desea que sea-mos. Inmediatamente comenzamos a superar el temor.

Ahora lo referente al sexo.Muchos de nosotros necesitába-mos una revisión en este sentido. Pero por encima de todo,tratamos de ser sensatos en esta cuestión. ¡Es tan fácil desca-rrilarse! Aquí encontramos opiniones humanas que van a losextremos, quizá extremos absurdos. Una serie de voces clamaque el sexo es un apetito de lo más bajo de nuestra naturale-

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za; un bajo instinto de procreación. Luego tenemos las vocesque claman por sexo y más sexo; las que deploran la institu-ción del matrimonio; las que creen que la mayoría de las difi-cultades de la raza humana tienen su causa en motivos de lasexualidad. Creen que no tenemos suficiente, o que no es deuna índole apropiada. Ven su importancia por todas partes.Una escuela no le permite al hombre sazonar sus viandas y laotra quiere que todos estemos a dieta ininterrumpida depimienta. Nosotros queremos estar fuera de la controversia.No queremos ser árbitros de la conducta sexual de nadie.Todos tenemos problemas sexuales. Difícilmente seríamoshumanos si no los tuviéramos. ¿Qué podemos hacer con ellos?

Examinamos nuestra conducta de los años pasados. ¿Enqué habíamos sido egoístas, faltos de sinceridad o desconsi-derados? ¿A quiénes habíamos herido? ¿Despertamos injus-tificadamente celos, sospechas o resentimientos? ¿En quéhabíamos sido culpables, y qué pudimos haber hecho paraevitarlo? Escribimos todo esto en un papel y lo examinamos.

De esta manera tratamos de formarnos un ideal cuerdo ysólido de nuestra futura vida sexual. Pusimos cada relación aesta prueba: ¿Era egoísta o no? Le pedimos a Dios que mol-deara nuestros ideales y nos ayudara a vivir a la altura deellos. Recordamos siempre que Dios nos había dado nues-tros poderes sexuales y por consiguiente eran buenos, nopara ser usados a la ligera o egoístamente, ni para ser menos-preciados o aborrecidos.

Cualquiera que resulte ser nuestro ideal, tenemos queestar dispuestos a que se arraigue en nosotros. Tenemos queestar dispuestos a hacer reparaciones en los casos en quehayamos causado daño, siempre y cuando al hacerlo no cau-semos más daño aún. En otras palabras, tratamos el proble-ma sexual como lo haríamos con cualquier otro. En medita-ción, preguntamos a Dios lo que debemos hacer en cadaasunto determinado. Si lo deseamos, nos llegará la respues-ta correcta.

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Solamente Dios puede juzgar nuestra situación sexual.Es conveniente consultar a otras personas, pero dejamosque la decisión final sea la de Dios. Nos damos cuenta deque algunas personas son tan puritanas con respecto al sexocomo otras son libertinas. Evitamos pensar o recibir conse-jos en forma histérica.

Suponiendo que faltamos al ideal escogido y que tropeza-mos, ¿quiere decir esto que vamos a emborracharnos? Algu-nos nos dicen que así sería. Pero esto solamente es una ver-dad a medias. Esto depende de nosotros y de nuestrosmotivos. Si lamentamos lo que hemos hecho y tenemos eldeseo sincero de que Dios nos conduzca a cosas mejores,creemos que seremos perdonados y que habremos aprendi-do nuestra lección. Si no lo lamentamos y nuestra conductasigue dañando a otros, es seguro que beberemos. No estamosteorizando. Estos son hechos de nuestra propia experiencia.

Para resumir lo referente al sexo. Oramos sinceramentepor un ideal recto, por una guía para cada situación dudo-sa, por cordura y por fortaleza para hacer lo que es debido.Si el sexo es muy dificultoso, nos dedicamos a trabajar másintensamente para ayudar a otros. Pensamos en sus necesi-dades y trabajamos para atenderlas. Esto nos hace salir denosotros mismos; calma el impulso imperioso cuando cedersignificaría un pesar.

Si hemos sido concienzudos en nuestro inventario perso-nal, habremos puesto mucho por escrito. Hemos catalogadoy analizado nuestros resentimientos; hemos empezado a versu futilidad y fatalidad y a comprender su terrible poder des-tructivo. Hemos empezado a aprender la tolerancia, la pa-ciencia y la buena voluntad hacia los hombres, aun hacianuestros enemigos, porque los vemos como a enfermos.Hemos hecho una relación de las personas a quienes hemosofendido con nuestro comportamiento y estamos dispuestosa reparar el pasado si podemos.

En este libro leerás una y otra vez que la fe hizo por no-

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sotros lo que solos no pudimos hacer por nosotros mismos.Esperamos que ahora estés convencido de que Dios puedelibrarte de toda la obstinación que te haya separado de Él. Siya has tomado una decisión y has hecho un inventario de tusimpedimentosmás notorios, ya has logrado un buen comien-zo. Siendo así, ya has tragado y digerido grandes trozos de laverdad sobre ti mismo.

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Capítulo 6

EN ACCIÓN

DESPUÉS de haber hecho nuestro inventario personal,¿qué hacemos con él? Hemos estado tratando de

lograr una nueva actitud, una nueva relación con nuestroCreador, y de descubrir los obstáculos que hay en nuestrocamino. Hemos admitido ciertos defectos; hemos determi-nado en forma general lo que está mal, e indicado exacta-mente los puntos débiles que hay en nuestro inventariopersonal. Ahora estos defectos están a punto de ser descar-tados. Esto requiere acción de nuestra parte, lo cual signi-fica, cuando lo hayamos consumado, que hemos admitidoante Dios, ante nosotros mismos y ante otro ser humano lanaturaleza exacta de nuestros defectos. Esto nos lleva alQuinto Paso del programa de recuperación que se ha men-cionado en el capítulo anterior.

Tal vez esto sea difícil, especialmente el hablar de nues-tros defectos con otra persona. Pensamos que ya hemoshecho bastante con admitirlos nosotros mismos. Hay dudasrespecto a esto. En la práctica real, generalmente encon-tramos que una autoadmisión solitaria no es suficiente.Muchos de nosotros creímos que era necesario ir muchomás lejos. Nos avendremos mejor a discutir sobre nosotrosmismos con otra persona cuando nos demos cuenta de quehay buenas razones para hacerlo. La mejor razón es: Si sal-tamos este vital paso, puede ser que no superemos la bebi-da. Una y otra vez los recién llegados han tratado de guar-darse ciertos hechos de sus vidas. Tratando de evadir estahumillante experiencia, se han acogido a ciertos métodosmás fáciles. Casi invariablemente se han emborrachado.Habiendo perseverado con el resto del programa, se pre-

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guntan por qué han recaído. Creemos que la razón es quenunca acabaron su limpieza interior. Hicieron bien suinventario pero se aferraron a algunos de los peores artícu-los de sus existencias. Solamente creyeron que habían per-dido su egoísmo y su temor; solamente creyeron que ha-bían sido humildes. Pero no habían aprendido lo suficientesobre humildad, intrepidez y sinceridad, en el sentido quecreemos necesario, hasta que le contaron a otro toda la his-toria de su vida.

Más que la mayoría de las personas, el alcohólico llevauna vida doble. Tiene mucho de actor. Ante el mundo exte-rior, representa su papel de actor. Éste es el único que legusta que vean sus semejantes. Quiere gozar de ciertareputación pero sabe en lo más íntimo de su ser que no sela merece.

La inconsistencia es agrandada por las cosas que hacedurante sus borracheras. Al volver en sí se siente asqueadopor algunos episodios que recuerda vagamente. Estos re-cuerdos son una pesadilla. Tiembla al pensar que alguienlos pudo haber presenciado. Hasta donde puede, guardaestos recuerdos en lo más profundo de su ser. Tiene espe-ranzas de que no salgan a relucir nunca. Está constante-mente en un estado de temor y de tensión — el cual haceque beba más.

Los psicólogos se inclinan a estar de acuerdo con noso-tros. Hemos gastado miles de dólares en exámenes. Sóloconocemos pocos casos en los que les hayamos dado unaoportunidad justa a estos doctores. Raramente les hemosdicho toda la verdad o seguido sus consejos. Hemos esta-do poco dispuestos a ser sinceros con estos hombres com-pasivos, y no hemos sido sinceros con nadie más. No essorprendente, pues, que los de la profesión médica tenganuna mala opinión de los alcohólicos y de sus oportunida-des de recuperación.

Si esperamos vivir largo tiempo o felizmente en este

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mundo, necesariamente tenemos que ser completamentesinceros con alguien. Justa y naturalmente, lo pensamosbien, antes de escoger a la persona o personas con quienesdar este paso íntimo y confidencial. Aquellos de nosotrosque pertenezcamos a una religión en la que se requiereconfesión, debemos y querremos acudir a la autoridaddebidamente designada para recibirla. Aunque no tenga-mos ninguna conexión religiosa, podemos, a pesar de ello,hacer bien en hablar con alguien que esté ordenado poruna religión establecida. Con frecuencia encontramos queuna persona así se da cuenta rápidamente de nuestro pro-blema y lo comprende. A veces por supuesto tropezamoscon personas que no comprenden a los alcohólicos.

Si no podemos o preferimos no hacer esto, buscamosentre nuestros conocidos a algún amigo reservado y com-prensivo. Puede ser que nuestro médico o psicólogo sea lapersona indicada. Puede ser alguien de nuestra propiafamilia, pero no podemos revelar a nuestras esposas ni anuestros padres nada que pueda lastimarlos y hacerlos des-graciados. No tenemos ningún derecho a salvar nuestropropio pellejo a costa de otro. Estas partes de nuestra his-toria se las contamos a alguien que comprenda pero que noresulte afectado. La regla es que debemos ser duros connosotros mismos pero siempre considerados con los demás.

No obstante la gran necesidad de hablar sobre nosotrosmismos con alguien, puede que estemos en una situación talque no encontremos a la persona indicada. Si éste fuese elcaso, este paso puede posponerse siempre que nosmantenga-mos completamente dispuestos a realizarlo en la primeraoportunidad que tengamos. Decimos esto porque estamosmuy ansiosos de hablar con la persona idónea. Es importanteque esa persona pueda guardar el secreto; que comprenda yapruebe plenamente lo que estamos proponiéndonos hacer;que no trate de cambiar nuestro plan. Pero no debemosvalernos de esto como una nueva excusa para posponerlo.

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Cuando decidimos quién va a escuchar nuestra historia,no perdemos tiempo. Tenemos un inventario escrito y esta-mos preparados para una larga conversación. Le explica-mos a nuestro confidente lo que estamos a punto de hacery por qué tenemos que hacerlo. Debe comprender queestamos empeñados en algo que es cuestión de vida omuerte. La mayoría de las personas que son abordadas enesta forma nos ayudarán gustosamente; se sentirán honra-das porque ponemos en ellas nuestra confianza.

Nos despojamos de nuestro orgullo y ponemos manos ala obra, esclareciendo todos los rasgos de nuestro caráctery todos los resquicios del pasado. Una vez que hemos dadoeste paso, sin retener nada, nos sentimos encantados. Po-demos mirar de frente al mundo; podemos estar solos yperfectamente tranquilos y en paz; nuestros temores desa-parecen. Empezamos a sentir la proximidad de nuestroCreador. Podemos haber tenido ciertas creencias espiri-tuales, pero ahora empezamos a tener una experienciaespiritual. La sensación de que el problema de la bebidaha desaparecido frecuentemente se sentirá con intensidad.Sentimos que vamos andando por el Camino Ancho toma-dos de la mano con el Espíritu del Universo.

Al regresar a casa buscamos la manera de estar solosdurante una hora para meditar cuidadosamente sobre loque hemos hecho. Le damos gracias a Dios desde el fondode nuestro corazón por conocerlo mejor. Tomamos estelibro y lo abrimos en la página en que están los DocePasos. Leyendo cuidadosamente las cinco primeras propo-siciones, nos preguntamos si hemos omitido algo, porqueestamos construyendo un arco por el que pasaremos parallegar a ser, por fin, hombres libres ¿Es firme lo quehemos construido hasta ahora? ¿Están las piedras en sulugar? ¿Hemos escatimado el cemento que usamos para labase? ¿Hemos tratado de hacer sin arena la mezcla decemento?

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Si podemos contestarnos satisfactoriamente, entoncespasamos al Sexto Paso. Hemos insistido en que la buenavoluntad es indispensable. ¿Estamos ahora dispuestos adejar que Dios elimine de nosotros todas esas cosas quehemos admitido son inconvenientes? ¿Puede Él, ahora,quitárnoslas todas — todas sin excepción? Si todavía nosaferramos a alguna, de la que no queremos desprender-nos, le pedimos a Dios que nos ayude a tener buena vo-luntad para hacerlo.

Cuando estamos dispuestos, decimos algo como esto:“Creador mío, estoy dispuesto a que tomes todo lo que soy,bueno y malo. Te ruego que elimines de mí cada uno de losdefectos de carácter que me obstaculizan en el caminopara que logre ser útil a Ti y a mis semejantes. Dame la for-taleza para que al salir de aquí, cumpla con Tu Voluntad.Amen”. Entonces hemos completado el Séptimo Paso.

Ahora necesitamos más acción, sin la cual encontramosque “la fe sin obras es fe muerta”. Veamos el Octavo yNoveno Pasos. Tenemos una lista de personas a las quehemos perjudicado y estamos dispuestos a reparar esosdaños. La hicimos al hacer nuestro inventario. Nos some-timos a una autoevaluación drástica. Ahora vamos a nues-tros semejantes y reparamos el daño que hemos causadoen el pasado. Tratamos de barrer los escombros acumula-dos como resultado de nuestro empeño en vivir obstina-dos y manejarlo todo a nuestro capricho. Si aún no tene-mos la voluntad de hacerlo, la pedimos hasta que nosllegue. Recordemos que al principio estuvimos de acuer-do en que haríamos todo lo que fuese necesario para sobre-ponernos al alcohol.

Probablemente todavía nos quedan algunas dudas. Almirarla relación de conocidos de negocios y de amigos a quieneshemos hecho daño, puede que nos sintamos renuentes a ir aver a algunos de ellos en un plan espiritual. Tranquilicé-monos. Con algunos de ellos no necesitaremos y probable-

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mente no tendremos que dar énfasis a la parte espiritual laprimera vez que los abordemos. Podríamos predisponerlosen contra nuestra. Por el momento tratamos de poner enorden nuestras vidas; pero esto no es una finalidad en sí.Nuestro verdadero propósito es ponernos en condicionespara servir al máximo a Dios y a los que nos rodean. Raravez resulta prudente abordar a un individuo que todavíaestá dolido por alguna injusticia nuestra para con él y comu-nicarle que nos hemos vuelto religiosos. Esto en boxeo seríadejar la mandíbula descubierta. ¿Por qué correr el riesgo deque se nos tilde de fanáticos o majaderos religiosos? Podría-mos truncar una futura oportunidad para llevar un mensajebeneficioso. Pero es seguro que a nuestro hombre le impre-sione un deseo sincero de corregir lo que está mal. Le inte-resará más una demostración de buena voluntad que nues-tra charla sobre descubrimientos espirituales.

No nos valemos de esto para desviarnos del tema deDios. Cuando sea para cualquier fin bueno, estamos dis-puestos a declarar nuestras convicciones con tacto y consentido común. Surgirá el problema de cómo acercarnos alindividuo que odiábamos. Puede ser que nos haya hechomás daño del que le hemos causado y que, a pesar de queya hayamos adoptado una mejor actitud hacia él, no este-mos todavía muy dispuestos a admitir nuestros defectos. Apesar de esto, cuando se trata de una persona que nos desa-grada, nos empeñamos en hacerlo. Es más difícil ir a ver aun enemigo que a un amigo, pero encontramos que es másbeneficioso para nosotros. Le abordamos con el mismodeseo de ser serviciales y de perdonar, confesando nuestroantiguo rencor y expresando nuestro pesar por ello.

Bajo ningún pretexto criticamos a tal persona ni discuti-mos con ella. Sencillamente le decimos que nunca dejare-mos de beber mientras no hayamos hecho todo lo posiblepor enderezar nuestro pasado. Estamos aquí para barrernuestro lado de la calle, comprendiendo que no podremos

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hacer nada que valga la pena hasta que lo hagamos, nuncatratando de decirle qué es lo que él debe hacer. No se dis-cuten sus defectos; nos limitamos a los nuestros. Si nues-tra actitud es calmada, franca y abierta, quedaremos com-placidos con el resultado.

En nueve de cada diez casos sucede lo inesperado.Algunas veces la persona a quien vamos a ver admite supropia culpa, acabándose así en una hora lo que ha sidouna enemistad de años. Rara vez fallamos en lograr unprogreso satisfactorio. Nuestros antiguos enemigos a vecesalaban lo que estamos haciendo y nos desean el bien: oca-sionalmente ofrecerán su ayuda. No debemos dar impor-tancia, sin embargo, a que alguien nos eche de su oficina.Hemos hecho nuestra demostración, hemos cumplido connuestra parte. Lo que pasó, pasó.

La mayoría de los alcohólicos deben dinero. Nosotros noesquivamos a nuestros acreedores. Al decirles lo que esta-mos tratando de hacer no ocultamos lo de nuestramanera debeber; de todos modos, generalmente lo saben aunque crea-mos lo contrario. Tampoco tememos revelar nuestro alcoho-lismo, basándonos en que ello puede causar un daño econó-mico. Abordado en esta forma, el acreedor más despiadadonos sorprenderá a veces. Al concertar el mejor arreglo posi-ble, podemos hacerles saber a estas personas lo apenadosque estamos. Nuestra manera de beber nos ha hecho moro-sos con nuestros pagos. Tenemos que perder el miedo a losacreedores, sin importar lo mucho que necesitemos hacerpara lograrlo, porque estamos expuestos a beber si tenemosmiedo de encararlos.

Tal vez hayamos cometido un delito que nos pudierahacer ir a parar a la cárcel, si llegase a conocimiento de lasautoridades. Puede que hayamos malversado fondos que nopodamos reponer. Quizá se lo hayamos confesado a otra per-sona; pero estamos seguros de que, si se nos descubriera,podríamos perder nuestro trabajo, o incluso podrían encar-

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celarnos. Tal vez sea un delito leve, como haber inflado nues-tra cuenta de gastos. La mayoría de nosotros hemos hechoesa clase de cosas. Tal vez estemos divorciados y nos haya-mos vuelto a casar pero no estemos cumpliendo con el pagode la pensión a la primera esposa. Por ese motivo, ella se haindignado y tiene una orden de arresto contra nosotros. Estetipo de dificultad es común.

Aunque estas reparaciones tienen innumerables for-mas, hay algunos principios generales que nos parecenorientativos. Recordándonos a nosotros mismos quehemos decidido hacer todo lo que fuese necesario paraencontrar una experiencia espiritual, pedimos que se nosdé fortaleza y se nos dirija hacia lo que es debido sin im-portar cuáles pudiesen ser las consecuencias personales.Podemos perder nuestra posición o nuestra reputación oafrontar la cárcel, pero estamos dispuestos. Tenemos queestarlo; no debemos amedrentarnos ante nada.

Sin embargo, generalmente hay otras personas implica-das. Por lo tanto, no hemos de ser el precipitado y tontomár-tir que innecesariamente sacrifique a otros para salvarse decaer en el abismo del alcoholismo. Un individuo que conoci-mos se había vuelto a casar. Debido a los resentimientos y ala bebida no había pagado la pensión de divorcio a su prime-ra esposa. Ésta estaba furiosa; acudió a la Corte y consiguióuna orden de arresto contra él. Él había empezado a llevarnuestra manera de vivir, había asegurado una posición yempezaba a levantar cabeza. Hubiera sido de una heroicidadimpresionante por su parte presentarse ante el juez y decir-le: “Aquí estoy”.

Pensamos que debía estar dispuesto a hacerlo si fuesenecesario, pero que estando en la cárcel no podría sufragarlos gastos de ninguna de las dos familias. Le sugerimos queescribiera a la primera esposa admitiendo sus faltas y pidién-dole perdón. Así lo hizo, incluyendo también una pequeñasuma de dinero. Le explicó lo que trataría de hacer en el

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futuro. Le dijo que estaba absolutamente dispuesto a ir a lacárcel si ella insistía. Desde luego que ella no insistió y todaesa situación quedó resuelta satisfactoriamente hace tiempo.

Antes de proceder drásticamente en algo que puedeimplicar a otras personas, les pedimos su consentimiento.Si lo hemos obtenido, si hemos consultado el caso conotros, si hemos pedido a Dios que nos ayude y si es indi-cado dar ese drástico paso, no debemos retroceder.

Esto nos trae a la memoria una historia acerca de unode nuestros amigos. Cuando bebía, aceptó una suma dedinero de un rival suyo en los negocios a quien odiabaamargamente, sin darle ningún recibo por dicha suma.Posteriormente negó haber recibido el dinero y se valiódel incidente para desacreditar a su rival. En esa forma, supropia falta la usó como medio para destruir la reputaciónde otro. En efecto, su rival se arruinó.

Creía que había causado un daño imposible de reme-diar. Si desenterraba aquel viejo asunto, ello destruiría lareputación de su socio, acarrearía deshonra a su familia yla privaría de sus medios de sustento económico. ¿Quéderecho tenía a implicar a aquellos que dependían de él?¿Cómo sería posible hacer una declaración pública exone-rando a su rival?

Después de consultar con su esposa y con su socio llegó ala conclusión de que era mejor arrostrar esos riesgos antesque comparecer ante su Creador culpable de una difama-ción tan funesta. Comprendía que tenía que poner el resul-tado en manos de Dios o pronto volvería a beber, y todo seperdería entonces. Asistió a la iglesia por primera vez enmuchos años. Después del sermón se levantó y serenamen-te explicó lo sucedido. Su acción tuvo una aprobación gene-ral y actualmente es uno de los ciudadanos que goza demayor confianza en esa población. Esto sucedió hace años.

Lo probable es que tengamos dificultades domésticas.Tal vez estemos enredados con mujeres en una forma que

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no quisiéramos que se pregone. Dudamos que los alcohó-licos sean fundamentalmente peores en este sentido quelas demás gentes; pero la bebida sí complica las relacionessexuales en el hogar. Después de unos cuantos años conun alcohólico, una esposa se cansa y se vuelve resentida ypoco comunicativa. ¿Cómo podría ser de otro modo? Elmarido empieza a sentirse solo y a compadecerse de símismo; comienza a buscar en centros nocturnos y otroslugares de diversión, algo más que licor. Tal vez tengaamoríos secretos y emocionantes con alguna “muchachacomprensiva”. Con toda imparcialidad podemos aceptarque ella comprenda, pero ¿qué vamos a hacer con unasituación como ésta? Un hombre que está enredado enesa forma frecuentemente tiene muchos remordimientos,especialmente si está casado con una mujer leal y valien-te cuya vida, literalmente, ha sido un infierno por sucausa.

Cualquiera que sea el caso, generalmente tenemos quehacer algo. Si estamos seguros de que nuestra esposa noestá enterada, ¿debemos decírselo? Creemos que nosiempre. Si ella sabe, en forma general, que hemos sidoalocados, ¿debemos ponerla al tanto de los pormenores?Indudablemente debemos admitir nuestra falta. Tal vezella insista en conocer todos los detalles, querrá saberquién es la mujer y dónde está. Nosotros pensamos quedebemos contestarle que no tenemos ningún derecho ainvolucrar a otra persona. Sentimos lo que hemos hechoy, Dios mediante, no volverá a suceder. No podemoshacer nada más que eso; no tenemos derecho a ir máslejos. Aunque puede haber excepciones justificables yaunque no queremos fijar regla de ninguna clase, hemosencontrado que éste es el mejor camino que se puedeseguir.

Nuestro plan de vida no es una calle de dirección única.Es tan conveniente para la esposa como para el marido. Si

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nosotros podemos olvidar, también ella puede. Es mejor, sinembargo, que no nombre uno innecesariamente a una per-sona en la cual ella pueda desahogar sus celos.

Quizá haya algunos casos en los que se requiere la mayorfranqueza. Ningún extraño puede evaluar debidamenteuna situación íntima. Puede ser que ambos decidan que, deacuerdo con el sentido común y la bondad del amor, lo másindicado es considerar que lo pasado ya pasó. Cada unopuede rezar por ello, pensando en primer lugar en la feli-cidad del otro. Es necesario tener presente siempre queestamos tratando con esa terrible emoción humana: loscelos. El buen táctico militar puede decidir que se ataqueel problema por el flanco en vez de arriesgarse a un com-bate frente a frente.

Si no tenemos complicaciones de esa clase, hay todavíamucho que hacer en casa. A veces oímos decir a algún alco-hólico que la única cosa que necesita es mantener susobriedad. Ciertamente tiene que mantenerse sobrio por-que no habría hogar si no lo hace. Pero todavía dista muchode estar haciendo bien a la esposa o a los padres, a quienespor años ha tratado espantosamente. Rebasa toda com-prensión la paciencia que madres y esposas han tenido conlos alcohólicos. De no haber sido así, muchos de nosotroshoy en día no tendríamos hogares y tal vez estuviéramosmuertos.

El alcohólico es como un huracán rugiente que pasa porlas vidas de otros. Se destrozan corazones. Mueren las dul-ces relaciones. Los afectos se desarraigan. Hábitos egoístasy desconsiderados han tenido el hogar en un constantealboroto. Creemos que es un irreflexivo el hombre quedice que le basta con abstenerse de beber. Esa actitud escomo la del campesino que, después de la tormenta, salede su escondite y sin poner atención a su hogar arruinadodice a su mujer: “No te fijes: aquí no ha pasado nada. Lobueno es que el viento ha cesado”.

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Sí, hay por delante un largo período de reconstrucción.Tenemos que tomar la iniciativa. Musitar llenos de remordi-mientos que estamos arrepentidos es algo que de ningunamanera será suficiente. Debemos sentarnos con nuestrosfamiliares a analizar francamente el pasado tal como lovemos ahora, teniendo mucho cuidado de no criticarlos aellos. Sus defectos pueden ser muy notorios, pero es proba-ble que nuestros propios actos sean parcialmente la causa deéstos. Así que dejamos todo en claro con la familia, pidiendocada mañana que nuestro Creador nos enseñe el camino dela paciencia, de la tolerancia, de la bondad y del amor,

La vida espiritual no es una teoría. Tenemos que practi-carla. A menos que la familia de uno exprese el deseo devivir sobre una base de principios espirituales, no debemosapurarlos. No debemos hablarles incesantemente de asun-tos espirituales. Ya cambiarán con el tiempo. Nuestrocomportamiento les convencerá mejor que nuestras pala-bras. Debemos recordar que diez o veinte años de borra-cheras hacen que cualquiera se vuelva escéptico.

Puede haber ciertos agravios que hayamos hecho quenunca puedan repararse completamente. Si podemosdecirnos sinceramente que los repararíamos si pudiéra-mos, no nos preocupamos por ellos. Hay personas a quie-nes no podemos ver y por lo tanto les enviamos una cartasincera. Y en algunos casos puede haber una razón válidapara posponer este paso. Pero no nos demoramos, si pode-mos evitarlo. Debemos tener sentido común y tacto, serconsiderados y humildes, sin ser serviles o rastreros. Comocriaturas de Dios llevamos la frente en alto; no nos arras-tramos ante nadie.

Si nos esmeramos en esta fase de nuestro desarrollo, nossorprenderemos de los resultados antes de llegar a la mitaddel camino. Vamos a conocer una libertad y una felicidadnuevas. No nos lamentaremos por el pasado ni desearemoscerrar la puerta que nos lleva a él. Comprenderemos el sig-

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nificado de la palabra serenidad y conoceremos la paz. Sinimportar lo bajo que hayamos llegado, percibiremos cómonuestra experiencia puede beneficiar a otros. Desapare-cerá ese sentimiento de inutilidad y lástima de nosotrosmismos. Perderemos el interés en cosas egoístas y nos inte-resaremos en nuestros compañeros. Se desvanecerá la am-bición personal. Nuestra actitud y nuestro punto de vistasobre la vida cambiarán. Se nos quitará el miedo a la gentey a la inseguridad económica. Intuitivamente sabremosmanejar situaciones que antes nos desconcertaban. Depronto comprenderemos que Dios está haciendo por no-sotros lo que por nosotros mismos no podíamos hacer.

¿Son éstas promesas extravagantes? No lo creemos. Estáncumpliéndose entre nosotros, a veces rápidamente, a veceslentamente, pero siempre se realizarán si trabajamos paraobtenerlas.

Este pensamiento nos lleva al Décimo Paso, el cual su-giere continuar con nuestro inventario personal y seguirenmendando todas las nuevas faltas que cometamos.Vigorosamente comenzamos a llevar este nuevo modo devida a medida que rectificamos nuestro pasado. Hemosentrado al mundo del Espíritu. Nuestra siguiente tarea escrecer en entendimiento y eficacia. Éste no es asunto pararesolver de la noche a la mañana. Es una tarea para todanuestra vida. Continuamos vigilando el egoísmo, la desho-nestidad, el resentimiento y el miedo. Cuando estos sur-gen, enseguida le pedimos a Dios que nos libre de ellos.Los discutimos inmediatamente con alguien y hacemosprontamente las debidas reparaciones a quien hayamosofendido. Entonces, resueltamente encaminamos nuestrospensamientos hacia alguien a quien podamos ayudar. Elamor y la tolerancia para con otros son nuestro código.

Y hemos cesado de pelearnos con todo y con todos, auncon el alcohol; porque para entonces se habrá recuperadoel sano juicio. Rara vez nos interesaremos por el licor; si

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sentimos tentación, nos alejamos como si se tratara de unallama candente. Reaccionamos juiciosa y normalmente, ypercibimos que esto ha sucedido automáticamente.Comprenderemos que nuestra nueva actitud ante el alco-hol nos ha sido otorgada sin pensamiento o esfuerzo algu-nos de nuestra parte. Sencillamente ha llegado. Ahí está elmilagro. No estamos ni peleando ni evitando la tentación.Nos sentimos como si hubiéramos sido colocados en unaposición de neutralidad, seguros y protegidos. Ni siquierahemos hecho un juramento. En lugar de eso, el problemaha sido eliminado. Ya no existe para nosotros. No somosengreídos ni estamos temerosos. Esa es nuestra experien-cia. Así es como reaccionamos, siempre que nos mantenga-mos en buena condición espiritual.

Es fácil descuidarnos en el programa espiritual de accióny dormirnos en nuestros laureles. Si lo hacemos, estamosbuscando dificultades porque el alcohol es un enemigo sutil.No estamos curados del alcoholismo. Lo que en realidadtenemos es una suspensión diaria de nuestra sentencia, quedepende del mantenimiento de nuestra condición espiritual.Cada día es un día en el que tenemos que llevar la visión dela voluntad de Dios a todos nuestros actos: “¿Cómo puedoservirte mejor?; hágase Tu Voluntad (no la mía)”. Estos sonpensamientos que deben acompañarnos constantemente.En este sentido podemos ejercitar la fuerza de voluntad todolo que queramos. Éste es el uso adecuado de la voluntad.

Mucho se ha dicho acerca de recibir fortaleza, inspiracióny dirección de Él, que tiene todo el conocimiento y el poder.Si hemos seguido detenidamente las instrucciones, hemosempezado a sentir dentro de nosotros mismos el flujo de SuEspíritu. Hasta cierto grado hemos obtenido un conoci-miento consciente de Dios. Hemos empezado a desarrollareste vital sexto sentido. Pero tenemos que ir más lejos, y estosignifica más acción.

El Paso Undécimo sugiere la oración y la meditación. No

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debemos ser tímidos en cuanto a la oración. Hombresmejores que nosotros la emplean constantemente. Funcio-na, si tenemos la debida actitud y nos empeñamos en usar-la. Sería fácil andarse con vaguedades sobre este asunto; sinembargo, creemos que podemos hacer algunas sugerenciasprecisas y valiosas.

Por la noche, cuando nos acostamos, revisamos construc-tivamente nuestro día: ¿Estuvimos resentidos, fuimos egoís-tas, faltos de sinceridad o tuvimos miedo? ¿Le debemos aalguien una disculpa? ¿Hemos retenido algo que debimoshaber discutido inmediatamente con otra persona? ¿Fui-mos bondadosos y afectuosos con todos? ¿Qué cosa hubié-ramos podido hacer mejor? ¿Estuvimos pensando la mayorparte del tiempo en nosotros mismos? o ¿estuvimos pensan-do en lo que podríamos hacer por otros, en lo que podría-mos aportar al curso de la vida? Pero tenemos que tenercuidado de no dejarnos llevar por la preocupación, elremordimiento o la reflexión mórbida porque eso disminui-ría nuestra capacidad para servir a los demás. Después dehaber hecho nuestra revisión, le pedimos perdón a Dios yaveriguamos qué medidas correctivas deben tomarse.

Al despertar, pensemos en las veinticuatro horas quetenemos por delante. Consideremos nuestros planes para eldía. Antes de empezar, le pedimos a Dios que dirija nuestropensamiento, pidiendo especialmente que esté libre de au-toconmiseración y de motivos falsos y egoístas. Bajo estascondiciones podemos usar nuestras facultades mentalesconfiadamente porque, después de todo, Dios nos ha dadoel cerebro para usarlo. El mundo de nuestros pensamientosestará situado en un plano mucho más elevado cuandonuestra manera de pensar esté libre de motivos falsos.

Al pensar en nuestro día tal vez nos encontremos indecisos.Tal vez no podamos determinar el curso a seguir. En este casole pedimos a Dios inspiración, una idea intuitiva o una deci-sión. Procuramos estar tranquilos y tomamos las cosas con

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calma, no batallamos. Frecuentemente quedamos sorprendi-dos de cómo acuden las respuestas acertadas después dehaber ensayado esto durante algún tiempo. Lo que antes erauna “corazonada” o una inspiración ocasional gradualmente seconvierte en parte operante de la mente. Carentes aún deexperiencia y recién hecho nuestro contacto consciente conDios, es probable que no recibamos inspiración todo el tiem-po. Tal vez paguemos esta presunción con toda clase de ideasy actos absurdos. Sin embargo, encontramos que, a medidaque transcurre el tiempo, nuestra manera de pensar está másy más al nivel de la inspiración. Llegamos a confiar en ello.

Generalmente concluimos el período demeditación oran-do para que se nos indique a lo largo del día cuál ha de sernuestro siguiente paso, que se nos conceda lo que fuesenecesario para atender esos problemas. Pedimos especial-mente ser liberados de la obstinación y nos cuidamos de nopedir sólo para nosotros. Sin embargo, podemos pedir paranosotros siempre que esto ayude a otros. Nos cuidamos deno orar nunca por nuestros propios fines egoístas. Muchosde nosotros hemos perdido mucho tiempo haciéndolo, y noresulta. Fácilmente puedes ver el porqué.

Si las circunstancias lo permiten, pedimos a nuestrasesposas o a nuestros amigos que nos acompañen en lameditación de la mañana. Si pertenecemos a alguna reli-gión en la que se requiera asistir a actos de devoción en lamañana también asistimos. Si no se es miembro de ningúnorganismo religioso, a veces escogemos y memorizamosunas cuantas oraciones que ponen de relieve los principiosque hemos estado discutiendo. También hay muchos librosque son muy útiles. Nuestro sacerdote, ministro o rabinopuede hacernos sugerencias en este sentido. Prepáratepara darte cuenta en dónde están en lo cierto las personasreligiosas. Haz uso de lo que ellos te brindan.

A medida que transcurre el día, hacemos una pausa siestamos inquietos o en duda, y pedimos que se nos conce-

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da la idea justa o la debida manera de actuar. Nos recorda-mos constantemente que ya no somos quienes dirigen elespectáculo, diciéndonos humildemente a nosotros mis-mos muchas veces al día: “Hágase Tu Voluntad”. Entoncescorremos menos peligro de excitarnos, de tener miedo, ira,preocupación, o de tomar disparatadas decisiones. Nos vol-vemos mucho más eficientes. No nos cansamos con tantafacilidad porque no estamos desperdiciando energías ton-tamente, como lo hacíamos cuando tratábamos de hacerque la vida se amoldara a nosotros.

Funciona, realmente funciona.Nosotros los alcohólicos somos indisciplinados. Por lo

tanto, dejamos que Dios nos discipline de la manera sencillaque acabamos de describir.

Pero eso no es todo. Hay acción y más acción. “La fe sinobras es fe muerta”. El siguiente capítulo está dedicadoenteramente al Paso Doce.

88 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

Capítulo 7

TRABAJANDO CON LOS DEMÁS

LA EXPERIENCIA práctica demuestra que no hay nadaque asegure tanto la inmunidad a la bebida como el

trabajo intensivo con otros alcohólicos. Funciona cuandofallan otras actividades. Ésta es nuestra duodécima suge-rencia: ¡Llevar este mensaje a otros alcohólicos! Tú pue-des ayudar cuando nadie más puede. Tú puedes ganartesu confianza cuando otros no pueden. Recuerda queestán muy enfermos.

La vida tendrá un nuevo significado. Ver a las personasrecuperarse, verlas ayudar a otras, ver cómo desaparece lasoledad, ver una comunidad desarrollarse a tu alrededor,tener una multitud de amigos — ésta es una experienciaque no debes perderte. Sabemos que no querrás perdérte-la. El contacto frecuente con recién llegados y entre unos yotros es la alegría de nuestras vidas.

Tal vez no conozcas a bebedores que quieran recuperar-se. Puedes encontrar fácilmente a algunos de ellos pregun-tando a unos cuantos doctores, sacerdotes y ministros, o enlos hospitales. Te ayudarán con mucho gusto. No tomesactitudes de evangelista o de reformador moralista. Desa-fortunadamente hay muchos prejuicios. Estarás en desven-taja si los despiertas con esas actitudes. Los clérigos y losmédicos son personas competentes y, si tú quieres, puedesaprender mucho de ellos, pero ocurre que, por tu propiaexperiencia con la bebida, puedes ser singularmente útil aotros alcohólicos. Así es que coopera; no critiques nunca.Ser útiles es nuestro único propósito.

Cuando descubras a un candidato para AlcohólicosAnónimos, averigua todo lo que puedas sobre él. Si no

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quiere dejar de beber, no pierdas el tiempo tratando depersuadirlo. Puedes echar a perder una oportunidad pos-terior. Este consejo es también para la familia. Debentener paciencia, dándose cuenta de que están tratandocon una persona enferma.

Si hay alguna indicación de que quiere dejar de beber,ten una conversación amplia con quien esté más interesa-do en él — generalmente su esposa. Fórmate una idea desu comportamiento, sus problemas, su medio ambiente,la gravedad de su estado y sus inclinaciones religiosas.Necesitas esta información para ponerte en su lugar, paradarte cuenta de cómo querrías que él te abordara si lospapeles estuvieran invertidos.

A veces es prudente esperar a que agarre una borra-chera. La familia puede poner objeciones a esto pero, amenos de que esté en una condición física peligrosa, esmejor arriesgarse. No trates con él cuando esté muyborracho, a menos que se ponga de tal forma que la fami-lia necesite tu ayuda. Espera a que la borrachera llegue asu fin o cuando menos que tenga un intervalo de lucidez.Entonces deja que su familia o un amigo le pregunte siquiere dejar de beber de una vez por todas, y si estaríadispuesto a hacer lo que sea necesario para lograrlo. Sidice que sí, entonces debe procurarse que se fije en ticomo persona recuperada. Deben hablarle de ti como dealguien que pertenece a una comunidad, cuyos miembrostratan de ayudar a otros como parte de su propia recupe-ración, y decirle que tendrías mucho gusto en hablar conél en caso de que le interese verte.

Si no quiere verte, no trates nunca de forzar la situa-ción. Tampoco debe la familia suplicarle histéricamenteque haga nada ni hablarle mucho de ti. Deben esperar aque termine su próxima borrachera. Mientras tanto,podría dejarse este libro donde él pueda verlo. Aquí no sepuede dar ninguna regla específica. La familia es la que

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tiene que decidir estas cosas. Pero recomiéndales que nose inquieten demasiado, porque esto podría echar a per-der las cosas.

Usualmente la familia no debe tratar de contar tu his-toria. Siempre que sea posible, evita conocer a un indivi-duo alcohólico a través de su familia. Es mejor el acerca-miento a través de un médico o de una institución. Si elindividuo alcohólico necesita hospitalización, debe serinternado, pero sin forzarlo a menos que esté violento.Deja que sea el médico, si a él le parece, quien le digaque tiene algo que puede ser una solución para su pro-blema.

Cuando el enfermo se sienta mejor, el doctor puedesugerir que uno lo visite. Aunque hayas hablado con lafamilia, no la menciones en la primera entrevista. En esascondiciones, el entrevistado verá que no está bajo pre-sión. Sentirá que puede tratar contigo sin verse acosadopor la familia. Visítalo cuando aún esté nervioso. Puedeque sea más receptivo estando deprimido.

De ser posible, aborda a tu candidato cuando esté solo.Al principio conversa con él en forma general. Despuésde un rato, lleva la conversación a alguna fase de la bebi-da. Háblale lo suficiente sobre tus costumbres de bebe-dor, síntomas y experiencias, para animarlo a que hable desí mismo. Si quiere hablar, deja que lo haga. Así te forma-rás una idea mejor de cómo debes proceder. Si no escomunicativo, hazle un resumen de tu carrera de bebedorhasta que dejaste de beber. Pero por el momento no ledigas nada acerca de cómo lo conseguiste. Si él se mues-tra serio e interesado, háblale de las dificultades que tecausó el alcohol, teniendo cuidado de no moralizar o ser-monear. Si está alegre, cuéntale algún episodio jocoso detu carrera de bebedor. Haz que él te cuente uno de lossuyos.

Cuando él se dé cuenta de que tú lo sabes todo en el

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terreno de la bebida, empieza a describirte a ti mismocomo un alcohólico. Háblale de lo desconcertado queestuviste, cómo supiste finalmente que estabas enfermo.Cuéntale de las dificultades que tuviste para dejar debeber. Hazle ver la peculiaridad mental que conduce a laprimera copa de una borrachera. Te sugerimos que hagasesto tal como nosotros lo hemos hecho en el capítulosobre alcoholismo. Si él es un alcohólico, te entenderáenseguida. Comparará tus contradicciones mentales conalgunas de las suyas propias.

Si estás convencido de que él es alcohólico, empieza arecalcar la característica incurable del mal. Demuéstralede acuerdo con tu propia experiencia, cómo la extrañacondición mental que impulsa a esa primera copa impi-de el funcionamiento normal de la fuerza de voluntad.En esta primera etapa no te refieras a este libro, amenos que él ya lo haya visto y quiera discutirlo. Y tencuidado de no tildarlo de alcohólico. Deja que él saquesus propias conclusiones. Si se obstina en la idea de quetodavía puede controlar su manera de beber, dile que esposible si su alcoholismo no está muy avanzado. Peroinsiste en que, si está gravemente afectado, puede habermuy pocas probabilidades de que se recupere por sísolo.

Sigue hablando del alcoholismo como una enfermedad,como un mal fatal. Háblale de las condiciones físicas ymentales que lo acompañan. Mantén su atención centra-da principalmente en tu propia experiencia personal.Explícale que hay muchos que están sentenciados amuerte y que nunca se dan cuenta de su situación. Losmédicos tienen razón de estar poco dispuestos a decírse-lo todo a sus pacientes alcohólicos a menos que sirva paraun buen fin. Pero tú puedes hablarle a él de lo incurabledel alcoholismo, porque le ofreces una solución. Prontotendrás a tu amigo admitiendo que tiene muchos, si no

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todos, los rasgos del alcohólico. Si su propio médico estádispuesto a decirle que es alcohólico, mucho mejor. Apesar de que tu protegido puede no haber admitido ple-namente su condición, ya siente mucha más curiosidadpor saber cómo te pusiste bien. Déjale que te lo pregun-te. Dile exactamente qué fue lo que te sucedió. Haz hinca-pié sin reserva en el aspecto espiritual. Si el hombre fueseagnóstico o ateo, dile enfáticamente que no tiene queestar de acuerdo con el concepto que tú tienes de Dios.Puede escoger el concepto que le parezca, siempre quetenga sentido para él. Lo principal es que esté dispuesto acreer en un Poder superior a él mismo y que viva de acuer-do a principios espirituales.

Cuando trates con este tipo de individuo, es mejor queuses un lenguaje corriente para describir principios espi-rituales. No hay necesidad de suscitar ningún prejuicioque pueda tener él contra ciertos términos y conceptosteológicos acerca de los cuales puede estar confundido.No provoques discusiones de esta índole, cualesquieraque sean tus convicciones.

Puede ser que tu candidato pertenezca a alguna reli-gión. Puede ser que su educación y formación religiosassean muy superiores a las tuyas. En ese caso él se pre-guntará cómo podrás agregar algo a lo que él ya sabe.Pero sentirá curiosidad por saber por qué sus propiasconvicciones no le han dado resultado y por qué las tuyasparecen darlo. Él puede ser un ejemplo de lo cierto quees que la fe por sí sola es insuficiente. Para ser vital, la fetiene que estar acompañada por la abnegación, por laacción generosa y constructiva. Deja que se dé cuenta deque tú no tienes la intención de instruirlo en religión.Admite que probablemente él sepa más de religión de loque tú sabes, pero señálale el hecho de que por profun-dos que sean su fe y sus conocimientos, él no pudo apli-carlos, pues, de haberlo hecho, él no bebería. Tal vez tu

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historia le ayude a ver en dónde ha fallado en aplicar ypracticar los mismos preceptos que conoce tan bien.Nosotros no representamos a ningún credo o religión de-terminados. Estamos tratando solamente con principiosgenerales que son comunes a la mayoría de las religiones.

Delinéale el programa de acción, explicándole cómohiciste tu propio inventario personal, cómo desenredastetu pasado y por qué estás ahora tratando de ayudarlo. Esimportante para él que se dé cuenta de que tu tentativade pasarle esto a él desempeña un papel vital en tu pro-pia recuperación. En realidad, él puede estar ayudándotemás de lo que tú le estés ayudando. Pon de manifiestoque él no tiene ninguna obligación contigo; que solamen-te esperas que él trate de ayudar a otros alcohólicos cuan-do salga de sus propias dificultades. Indícale lo importan-te que es anteponer el bienestar de otros al suyo propio.Aclárale que no lo estás presionando, que no tiene quevolver a verte si no quiere. No debes ofenderte si él quie-re suspender la entrevista, porque él te ha ayudado más ati que tú a él. Si tu conversación ha sido razonable, sere-na y llena de comprensión humana, tal vez hayas hechoun amigo. Tal vez lo hayas inquietado en lo de la cuestióndel alcoholismo. Todo esto es para bien. Mientras másdesesperado se sienta, mejor. Habrá más probabilidadesde que acepte tus sugerencias.

Tu candidato puede dar razones de por qué él no nece-sita seguir todo el programa. Puede que se rebele ante laidea de una limpieza drástica de su propia vida que lerequiere hablar con otra gente. No contradigas sus puntosde vista sobre el particular. Explica que tú también tuvis-te el mismo modo de pensar y sentir, pero que dudas deque hubieras progresado mucho de no haber puestomanos a la obra. En tu primera visita háblale de la agru-pación de Alcohólicos Anónimos. Si muestra interés,préstale tu ejemplar de este libro.

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A menos que tu amigo quiera seguir hablando de símismo, no lo canses con tu visita. Dale la oportunidadde pensarlo. Si te quedas, déjalo que lleve la conver-sación en el sentido que desee. A veces el candidatoestá ansioso de proceder con rapidez y tú puedes sen-tir la tentación de permitírselo. Esto es a veces unerror. Si tiene dificultades más adelante, es probableque diga que tú lo precipitaste… Tendrás más éxitocon los alcohólicos si no exhibes ninguna pasión porlas cruzadas o reformas. Nunca le hables a un alcohó-lico desde una cumbre moral o espiritual; sencilla-mente muéstrale el juego de herramientas espiritua-les para que él las inspeccione. Demuéstrale cómofuncionaron para ti. Ofrécele tu amistad y compañe-rismo. Dile que, si quiere ponerse bien, tú harás cual-quier cosa por ayudarlo.

Si no está interesado en tu solución, si espera que actúescomo banquero para sus dificultades económicas o comoenfermero en sus borracheras, puede que tengas quedejarlo hasta que cambie de modo de pensar. Puede quelo haga después de haberse lastimado algo más.

Si él está sinceramente interesado y quiere verte otravez, pídele que lea este libro antes. Después de que lohaga, deberá decidir por él mismo si quiere proseguir. Nodebe ser empujado ni incitado a hacerlo por ti, su esposao sus amigos. Si él va a encontrar a Dios, el deseo debevenir de adentro.

Si él cree que puede hacerlo de alguna otra forma, oprefiere algún otro enfoque espiritual, aliéntalo a seguirel dictado de su propia conciencia. No tenemos ningúnmonopolio de Dios; únicamente tenemos un enfoqueque nos ha dado buen resultado. Pero indícale que no-sotros, los alcohólicos, tenemos mucho en común y quetú quisieras, en cualquier caso, ser su amigo. Deja lacosa así.

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No te desanimes si tu candidato no responde ensegui-da. Busca a otro alcohólico y trata otra vez. Seguro queencontrarás alguno que esté tan desesperado que acepteansioso tu oferta. Creemos que es una pérdida de tiem-po andar tras un individuo que no puede o que no tienevoluntad para cooperar contigo. Si dejas solo a un indivi-duo como éste, puede suceder que pronto se convenzade que no puede recuperarse por sí mismo. Gastardemasiado tiempo en una determinada situación esnegarle a otro alcohólico la oportunidad de vivir y serfeliz. Uno de los de nuestra agrupación fracasó con susprimeros seis candidatos. Frecuentemente dice que, sihubiera seguido trabajando con ellos, podría haber priva-do de la oportunidad a muchos otros que desde entoncesse han recuperado.

Supongamos ahora que tú estás haciendo una segundavisita a un individuo. Él ha leído este volumen y dice queestá preparado para llevar a la práctica los Doce Pasos delprograma de recuperación. Habiendo tenido ya tú mismoesa experiencia, puedes hacerle indicaciones prácticas.Hazle saber que estás disponible si quiere tomar unadecisión y contar su historia, pero no insistas en esto si élprefiere consultarle a otro.

Tal vez esté sin dinero y no tenga hogar. Si es así, pue-des ayudarlo a conseguir trabajo o darle alguna pequeñaayuda económica. Pero para hacerlo no debes privar deldinero que les corresponde a tus familiares y acreedores.Tal vez desees tenerlo en tu casa por unos días; pero sédiscreto. Asegúrate de que tu familia lo recibirá bien y deque él no está tratando de embaucarte para obtenerdinero, relaciones y alojamiento. Permíteselo y solamen-te lo estarás perjudicando. Estarías haciéndole posible elno ser sincero. Eso sería contribuir a su destrucción másque a su recuperación.

Nunca eludas estas responsabilidades, pero si las asu-

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mes, asegúrate de que estás haciendo lo correcto. Ayudara otros es la piedra fundamental de tu propia recupera-ción. Un acto bondadoso de vez en cuando no es suficien-te. Tienes que hacer de Buen Samaritano todos los días sifuese necesario. Esto puede significar la pérdida demuchas noches de sueño y frecuentes interrupciones entus distracciones y negocios. Puede significar compartir tudinero y tu hogar, aconsejar a esposas y otros familiaresdesesperados, visitar comisarías, sanatorios, hospitales,cárceles y manicomios.

Tu teléfono puede sonar a cualquier hora del día o dela noche. Tu esposa puede decir a veces que te olvidas deella. Algún borracho puede romperte los muebles de tucasa o quemar un colchón. Quizá tengas que pelear con élsi se pone violento. Algunas veces tendrás que llamar almédico y dar a tu candidato sedantes bajo su dirección.Otras veces puede ser que tengas que llamar a la policía oa una ambulancia. Ocasionalmente tendrás que enfren-tarte a esas situaciones.

Nosotros rara vez le permitimos a un alcohólico viviren nuestra casa por mucho tiempo. No es bueno paraél y algunas veces crea serias complicaciones para lafamilia.

A pesar de que un alcohólico no responda, no hay razónpara que olvides a su familia. Debes seguir siendo amiga-ble y ofrecerle a esa familia tu propio modo de vida. Siaceptan y practican principios espirituales, las probabili-dades de que el jefe de la misma se recupere serán mayo-res. Y aunque éste continúe bebiendo, la familia tendráuna vida más llevadera.

Tratándose del tipo de alcohólico capaz y deseoso demejorarse, es muy poca la caridad que, en el sentidoordinario de la palabra, se necesita o se requiere. Losindividuos que lloran por dinero o alojamiento antesde haberse sobrepuesto al alcohol, van por mal cami-

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no. Sin embargo, cuando tales acciones son justifica-das, nosotros nos esforzarnos grandemente por darnosestas mismas cosas los unos a los otros. Esto puedeparecer contradictorio, pero nosotros creemos que nolo es.

No se trata de una cuestión de dar, sino de cuándo ycómo hacerlo. En esto está frecuentemente la diferenciaentre el éxito y el fracaso. En el momento en que ledamos a nuestro trabajo carácter de servicio, el alcohóli-co comienza a atenerse a nuestra ayuda en vez de a la deDios. Clama por esto o aquello sosteniendo que nopuede dominar el alcohol mientras no sean atendidas susnecesidades materiales. Tonterías. Algunos de nosotroshemos recibido golpes muy fuertes para aprender estaverdad: Con empleo o sin empleo, con esposa o sin espo-sa, sencillamente no dejamos de beber mientras ante-pongamos la dependencia de otras personas a la depen-dencia de Dios.

Graba en la conciencia de cada individuo el hecho deque se puede poner bien a pesar de cualquier otra perso-na. La única condición es que confíe en Dios y haga unalimpieza de su interior.

Ahora, el problema doméstico: Puede haber divorcio,separación o relaciones tirantes. Cuando tu candidatohaya hecho a sus familiares las reparaciones que hayapodido, y les haya explicado detenidamente los nuevosprincipios de acuerdo con los cuales está viviendo, debeproceder a llevar a la práctica esos principios en su casa.Eso sí, si es afortunado en tener un hogar. Aunque sufamilia esté equivocada en muchos aspectos, esto nodebe importarle. Debe concentrarse en su propiademostración espiritual. Las discusiones y el encontrardefectos deben evitarse a toda costa. Esto es algo muydifícil de lograr en muchos hogares, pero hay que hacer-lo si se espera algún resultado. Si se persevera en ello

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durante unos cuantos meses, es seguro que el efecto quecausará en la familia del individuo será grande. Las per-sonas más incompatibles descubren que tienen una basesobre la cual pueden estar de acuerdo. Poco a poco, lafamilia puede ver sus propios defectos y admitirlos. Estospueden discutirse entonces en un ambiente de ayuda yamistad.

Después de que hayan visto resultados palpables, losfamiliares tal vez quieran participar. Estas cosas sucede-rán naturalmente y a su debido tiempo, siempre que elalcohólico continúe demostrando que puede estar sobrioy ser considerado y servicial a pesar de lo que cualquieradiga o haga. Por supuesto, no llegamos a este nivel fre-cuentemente; pero debemos tratar de reparar la averíainmediatamente, de lo contrario pagamos la pena con unaborrachera.

Si hubiese divorcio o separación, la pareja no debedarse demasiada prisa para volver a unirse. El individuodebe estar seguro de su recuperación; la esposa debecomprender plenamente el nuevo modo de vivir de él. Sisu relación anterior ha de reanudarse, tiene que sersobre una base mejor, ya que la anterior no resultó satis-factoria. Esto significa una actitud y un ánimo nuevo entodo sentido. A veces resulta muy positivo que una pare-ja permanezca separada. Es obvio que no puede darseuna regla fija. Hay que dejar que el alcohólico continúedía a día con su programa. Cuando llegue el momentooportuno de que vuelvan a vivir juntos, éste será eviden-te para ambos.

No dejes que ningún alcohólico te diga que no puederecuperarse a menos de que recupere a su familia. Estosimplemente no es así. En algunos casos, por una u otrarazón, la esposa no regresará nunca. Recuérdale al can-didato que su recuperación no depende de la gente,sino de su relación con Dios. Hemos visto ponerse bien

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a individuos que nunca recobraron su familia; hemosvisto recaer a otros cuya familia regresó demasiadopronto.

Tanto tú como el principiante tienen que ir día a díapor el camino del progreso espiritual. Si perseveras, suce-derán cosas admirables. Cuando miramos hacia atrás, nosdamos cuenta de que las cosas que recibimos cuando nospusimos en manos de Dios eran mejores de lo que noshubiésemos imaginado. Sigue los mandatos de un PoderSuperior y pronto vivirás en un mundo nuevo y maravillo-so, no importa cuál sea tu situación actual.

Cuando estés tratando de ayudar a un individuo y asu familia, debes cuidarte de no participar en sus dispu-tas. Si lo haces, puedes perder la oportunidad de ayu-dar. Pero recomienda mucho a los familiares del alcohó-lico que no olviden que éste ha estado muy enfermo yque es necesario tratarlo como corresponde. Debesprevenirlos para que no susciten el resentimiento o loscelos. Debes señalar que sus defectos de carácter novan a desaparecer de la noche a la mañana. Demués-trales que ha entrado en un período de desarrollo.Cuando se impacienten, diles que recuerden el hechobendito de su sobriedad.

Si has tenido éxito al resolver tus propios problemasdomésticos, cuéntales a los familiares del principiantecómo lo lograste. De esta forma puedes orientarlos debi-damente sin criticarlos. La historia de cómo tú y tu espo-sa arreglaron sus dificultades valdrá más que cualquiercrítica.

Dado que estamos preparados espiritualmente, pode-mos hacer toda clase de cosas que se supone no debenhacer los alcohólicos. La gente ha dicho que no debemosir a lugares donde se sirve licor; que no debemos tenerloen nuestra casa; que debemos huir de los amigos quebeben; que debemos evitar las películas en las que hay

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escenas donde se bebe; que no debemos ir a bares; quenuestros amigos deben esconder las botellas cuando vamosa su casa; que no se nos debe recordar para nada el alco-hol. Nuestra experiencia demuestra que esto no es nece-sariamente así.

Tropezamos con estas situaciones todos los días. Unalcohólico que no puede encararlas todavía tiene unamentalidad alcohólica; algo le pasa a su estado espiritual.La única probabilidad de sobriedad para él sería queestuviera en el casquete glaciar de Groenlandia, y aun allípodría aparecer un esquimal con una botella de licor, loque echaría a perder todo. Pregúntale a alguna mujerque haya enviado a su marido a algún lugar lejano basán-dose en la teoría de que así escaparía del problema de labebida.

En nuestra opinión, cualquier plan para combatir elalcoholismo que esté basado en escudar al enfermo con-tra la tentación, está condenado al fracaso. Si un alcohóli-co trata de escudarse, puede tener éxito por algún tiem-po, pero generalmente acaba explotando más que nunca.Hemos probado esos métodos. Los intentos de hacer loimposible siempre nos han fallado.

Por lo tanto, nuestra norma no es evitar los lugaresdonde se bebe, si tenemos una razón legítima para estarallí. Estos incluyen bares, centros nocturnos, bailes, re-cepciones, bodas e incluso fiestecitas informales. A unapersona que haya tenido experiencia con un alcohólico,puede que esto le parezca tentar a la Providencia, pero noes así.

Notarás que hemos puesto una condición importante.Por consiguiente, en cada ocasión, pregúntate a timismo: “¿Tengo alguna buena razón personal, de nego-cios o social para ir a ese lugar?” o “¿estoy esperandorobar un poco de placer indirecto del ambiente de esossitios?” Si se contesta satisfactoriamente a estas pregun-

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tas, no hay por qué sentir aprensión. Entra o aléjate deellos según te parezca apropiado. Pero asegúrate de quepisas un terreno espiritual firme antes de ir allí y de quetu motivo para ir sea enteramente bueno. No pienses enlo que vayas a sacar de la situación; piensa en lo que pue-des aportar a ella. Pero si vacilas, es mejor que busques aotro alcohólico.

¿Para qué ir a sentarse con cara de mártir en lugaresdonde se bebe, suspirando por “aquellos buenos tiem-pos”? Si es una ocasión feliz, trata de hacer la ocasión aunmás placentera para los que están presentes; si es unareunión de negocios, ve y trata el tuyo con entusiasmo; siestás con una persona que quiere ir a comer a un bar,¡acompáñala! Hazles saber a tus amigos que no han decambiar sus costumbres por ti. En el lugar y el momentooportunos, explícales a tus amigos por qué no te sientabien el alcohol. Si haces esto concienzudamente, seránpocos los que te inviten a beber. Mientras estuvistebebiendo, ibas retirándote de la vida poco a poco; ahoraestás regresando a la vida social de este mundo. Noempieces a retirarte otra vez sólo porque tus amigosbeben licor.

Tu tarea ahora consiste en estar donde puedas ser demáxima ayuda a otros. Así que no vaciles en ir a dondesea si allí puedes ayudar; no debes titubear en ir al lugarmás sórdido si es con ese fin. Mantente en la línea defuego de la vida por esos motivos, y Dios te conservarásano y salvo.

Muchos de nosotros acostumbramos a tener licor ennuestras casas. A veces lo necesitamos para aplacar losgraves temblores de algún nuevo candidato, después deuna gran borrachera. Algunos de nosotros lo servimos anuestros amigos, siempre que no sean alcohólicos. Perootros de los nuestros creen que no debemos servirlo anadie. Nunca discutimos este punto. Creemos que cada

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familia debe decidirlo a la luz de sus propias circuns-tancias.

Tenemos mucho cuidado de no demostrar nunca into-lerancia u odio por la bebida como parte de la sociedad.La experiencia demuestra que esa actitud no ayuda anadie. Cada uno de los alcohólicos recién llegados buscaesa actitud entre nosotros y siente un alivio enorme cuan-do se da cuenta de que no somos tan puritanos. Un espí-ritu de intolerancia repelería a alcohólicos a quienes podríahabérseles salvado la vida de no haber sido por semejan-te estupidez. Ni siquiera le haríamos ningún bien a lacausa de la bebida en moderación, porque no hay un alco-hólico entre mil al que le guste que le diga algo del alco-hol alguien que lo odia.

Esperamos que algún día Alcohólicos Anónimos ayudeal público a darse mejor cuenta de la gravedad del pro-blema alcohólico; pero serviremos de poco si nuestraactitud es de amargura y hostilidad. Los bebedores nuncala tolerarán.

Después de todo, nosotros creamos nuestros problemas.Las botellas fueron solamente un símbolo. Además, hemosdejado de pelear contra todos y contra todo. ¡Tenemos quehacerlo!

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Capítulo 8

A LAS ESPOSAS*

CON POCAS EXCEPCIONES, hasta aquí en nuestro libro sólose ha tratado de hombres; pero lo que hemos dicho es

igualmente aplicable a las mujeres. Nuestras actividades enfavor de las mujeres van en aumento. Hay claros indicios deque las mujeres recobran la salud tan prontamente como loshombres, cuando ponen a prueba nuestras sugerencias.

Pero por cada hombre que bebe hay otras personas impli-cadas: la esposa que tiembla demiedo ante la próxima borra-chera; la madre y el padre que ven al hijo consumiéndose.

Entre nosotros hay esposas, parientes y amigos cuyo pro-blema ha sido resuelto, así como algunos que todavía nohan encontrado una feliz solución. Queremos que las espo-sas de los Alcohólicos Anónimos se dirijan a las esposas deindividuos que beben demasiado. Lo que dicen a continua-ción es aplicable a casi todas las personas que estén ligadasa un alcohólico por lazos de sangre o de afecto.

Como esposas de Alcohólicos Anónimos, quisiéramosque usted se dé cuenta de que nosotras comprendemos elproblema como tal vez pocos puedan. Queremos analizarerrores que hemos cometido. Queremos que se quedeusted con la sensación de que ninguna situación es dema-siado difícil y ninguna infelicidad demasiado grande paraser superadas.

No cabe duda que hemos recorrido un camino rocoso.

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* Escrito en 1939, en una época en la que había pocas mujeres miembros de A.A., estecapítulo supone que el alcohólico en el hogar es en la mayoría de los casos el marido.No obstante, muchas de las sugerencias hechas al respecto pueden adaptarse para ayu-dar a la persona que vive con una mujer alcohólica — sea que aún esté bebiendo o estéya recuperándose en A.A. Al final del capítulo se menciona otro recurso.

Hemos tenido largas citas con el amor propio lastimado,la frustración, la autoconmiseración, la desavenencia y elmiedo. Estos no son compañeros agradables. Nos hemosdejado llevar a una compasión sensiblera y a amargosresentimientos. Algunas de nosotras hemos ido de unextremo al otro, siempre con la esperanza de que nuestrosseres queridos volvieran a ser ellos mismos.

Nuestra lealtad y el deseo de que nuestros maridoslevantaran cabeza y fueran como otros hombres, han ori-ginado toda clase de situaciones difíciles. Hemos sido des-prendidas y abnegadas. Hemos dicho infinidad de men-tiras para proteger nuestro orgullo y la reputación denuestros maridos. Hemos rezado, hemos suplicado, hemossido pacientes. Hemos arremetido con malicia. Hemoshuido. Hemos estado histéricas. Hemos estado atemoriza-das. Hemos buscado la comprensión de los demás. Paravengarnos, hemos tenido aventuras amorosas con otroshombres.

Muchas noches nuestras casas se han vuelto campos debatalla. A la mañana siguiente nos hemos reconciliado. Senos ha aconsejado abandonar a nuestros maridos y lohemos hecho muy decididas, sólo para regresar al pocotiempo, siempre con esperanza. Nuestros maridos hanjurado con gran solemnidad que nunca volverían a beber;nosotras les hemos creído cuando nadie más quería opodía hacerlo. Luego, después de días, semanas o meses,comenzaban de nuevo.

Rara vez recibíamos a nuestras amistades en casa, por-que no sabíamos nunca cómo y cuándo se presentarían loshombres de la casa. Nuestros compromisos sociales eranreducidos; llegamos a vivir casi solas. Cuando nos invita-ban a ir a alguna parte, nuestros maridos se tomaban tan-tos tragos a escondidas que echaban a perder la ocasión.Si, por otra parte, no bebían nada, su autoconmiseraciónlos volvía unos aguafiestas.

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Nunca había seguridad económica. Siempre corríanpeligro de perder sus puestos o los perdían. Ni un carroblindado hubiera sido suficiente para que la paga llegaraa casa. Los fondos de la cuenta del banco se derretíancomo la nieve en junio.

A veces había otras mujeres; ¡qué desconsolador eradescubrirlo; qué cruel que le dijeran a una que ellas loscomprendían como no podíamos nosotras!

Cobradores, policías, taxistas enojados, vagos y amigo-tes llamaban a la puerta y a veces incluso traían mujeres acasa. ¡Y nuestros maridos creían que nosotras no éramoshospitalarias! “Aguafiestas, regañonas”, decían de noso-tras. Al día siguiente volvían a ser ellos mismos, y nosotraslos perdonábamos, y tratábamos de olvidar.

Hemos tratado de mantener vivo el cariño de nuestroshijos para con su padre. Decíamos a nuestros hijos peque-ños que su padre estaba enfermo, lo cual se aproximaba ala verdad mucho más de lo que creíamos. Les pegaban alos niños, pateaban las puertas, rompían la loza, arranca-ban las teclas del piano. En medio de todo ese caos, salíanamenazando con irse a vivir definitivamente con la otramujer. De tan desamparadas que estábamos, a veces tam-bién nos emborrachábamos. El resultado inesperado eraque aquello parecía gustarles.

Tal vez al llegar a este punto nos divorciamos y lleva-mos a los niños a vivir a casa de nuestros padres. Entoncesnuestros suegros nos criticaban con dureza por el abando-no. Generalmente no nos íbamos; nos quedábamos. Fi-nalmente buscábamos empleo, en vista de que la miserianos amenazaba.

Empezamos a buscar consejo médico a medida quelas borracheras se repetían más frecuentemente. Losalarmantes síntomas físicos y mentales, la cada vezmayor tristeza por el remordimiento, la depresión y elsentimiento de inferioridad que se apoderaba de

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nuestros seres queridos: todas estas cosas nos aterro-rizaban y perturbaban. Como animales en una cintarodante, pacientes y cansadas trepábamos para caerexhaustas después de cada vano esfuerzo por pisarterreno firme. La mayoría de nosotras hemos llegadoa la etapa final con los internamientos en casas desalud, sanatorios, hospitales y cárceles. A veces sepresentaban el delirio y la locura. La muerte frecuen-temente rondaba cerca.

En estas circunstancias, naturalmente cometíamosequivocaciones. Algunas eran causadas por la ignoranciaacerca del alcoholismo. A veces percibíamos vagamenteque estábamos tratando con hombres enfermos. Dehaber comprendido cabalmente la naturaleza de la en-fermedad, podríamos habernos comportado en formadiferente.

¿Cómo podían ser tan irreflexivos, tan duros y tan crue-les esos hombres que querían a sus esposas y a sus hijos?Pensábamos que no podía haber amor en tales personas.Y precisamente cuando estábamos convencidas de su faltade corazón, nos sorprendían con nuevos propósitos y conatenciones. Por algún tiempo volvían a ser afables comoantes, sólo para romper en pedazos otra vez la nuevaestructura de afecto. Si se les preguntaba por qué habíanvuelto a beber, salían con excusas tontas o no contestaban.¡Eso era tan desconcertante y desalentador! ¿Podíamoshabernos equivocado tanto con los hombres con quienesnos casamos? Cuando bebían eran extraños. Algunasveces eran tan inaccesibles que parecían estar rodeadospor una muralla.

Y, aunque no quisieran a sus familias, ¿cómo podríanestar tan ciegos acerca de ellos mismos? ¿Qué había pasa-do con su capacidad de discernir, su sentido común, sufuerza de voluntad? ¿Por qué no podían ver que la bebi-da significaba su ruina? ¿Por qué era que cuando se les

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señalaba el peligro, lo reconocían y aun así se emborra-chaban inmediatamente?

Éstas son algunas de las preguntas que pasan por lamente de toda mujer que tiene un marido alcohólico.Tenemos la esperanza de que este libro haya contesta-do algunas de ellas. Tal vez su marido haya estadoviviendo en ese extraño mundo del alcoholismo en elque todo está distorsionado y exagerado. Puede usteddarse cuenta de que él la quiere con lo mejor de su ser.Desde luego existe la incompatibilidad, pero casi entodos los casos el alcohólico sólo parece ser nada cari-ñoso y desconsiderado; generalmente, dice y hace estascosas espantosas por tener una personalidad deformaday ser un enfermo. En la actualidad, la mayoría de nues-tros hombres son mejores maridos y padres de lo quenunca fueron.

Trate de no condenar a su marido alcohólico, a pesar delo que diga o haga. Sencillamente, es una persona muyenferma e irrazonable. Trátelo, cuando pueda, como si tu-viera pulmonía. Cuando la enoje, recuerde que está muyenfermo.

Hay una excepción muy importante a lo anterior. Nosdamos cuenta de que algunos hombres son completamen-te malintencionados, que, por más paciencia que haya, nose cambia nada. Un alcohólico de esta índole puede valer-se enseguida de este capítulo como arma contra usted. Nodeje que lo haga. Si está completamente segura de que esde ese tipo, puede parecerle que lo mejor es abandonarlo.¿Es correcto, acaso, dejarlo arruinar la vida de usted y lade sus niños? Especialmente cuando tienen disponibleuna manera de dejar de beber y de cometer abusos, si esque quiere pagar el precio.

El problema con el cual usted lucha, generalmente,pertenece a una de estas cuatro categorías.

Uno: Puede que su marido sea solamente una persona

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que bebe mucho. Puede ser que beba constantemente oque solamente lo haga con exceso en ciertas ocasiones.Tal vez gasta demasiado en licor. Puede que la bebida loesté deteriorando física y mentalmente, sin que él se décuenta. A veces pone en situaciones penosas a usted y asus amistades. Él se siente seguro de que puede contro-larse cuando bebe, que no hace daño a nadie, que beberes algo necesario en sus negocios. Probablemente se sen-tirá insultado si se le llama alcohólico. Este mundo estálleno de personas como él. Algunos llegan a moderarse odejar de beber completamente, y otros no. De los quesiguen bebiendo, un buen número se vuelven alcohólicosdespués de algún tiempo.

Dos: Su marido está demostrando falta de control, por-que no puede apartarse de la bebida ni cuando quierehacerlo. Frecuentemente se pone desenfrenado cuandobebe. Lo admite, pero está seguro de que la próxima vezlo hará mejor. Ha empezado a probar, con o sin su ayuda,distintas maneras de moderarse o de mantenerse sin beber.Tal vez está empezando a perder amigos. Puede ser quesus negocios estén sufriendo las consecuencias. Se sientepreocupado a veces y comienza a percibir que no puedebeber como otras personas. A veces bebe por la mañana,y también durante todo el día para mantener a raya susnervios. Se siente arrepentido después de las borracherasy dice que quiere dejar de hacerlo. Pero cuando se le pasa,empieza a pensar de nuevo en cómo poder hacer parabeber con moderación la próxima vez. Creemos que estapersona corre peligro. Tiene las condiciones inequívocasde un verdadero alcohólico. Tal vez pueda todavía aten-der sus negocios bastante bien. No lo ha arruinado todo,de ninguna manera. Como decimos entre nosotros: “Quierequerer dejar de beber”.

Tres: Este marido ha ido mucho más lejos que elnúmero dos. Aunque una vez estuvo como éste, se puso

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mucho peor. Sus amigos han huido, su casa es casi unaruina y no puede conservar ningún puesto. Tal vez ya sehaya llamado al médico y haya empezado la fatigosaperegrinación a sanatorios y hospitales. Admite que nopuede beber como otras personas, pero no ve por qué. Seaferra a la idea de que todavía encontrará la manera dehacerlo. Puede que haya llegado al punto en que deses-peradamente quiere dejar de beber pero no puede. Sucaso presenta interrogantes adicionales que trataremosde responder. Usted puede tener bastantes esperanzasen un caso como éste.

Cuatro: Puede ser que esté completamente desespe-ranzada con su marido. Ha sido internado una y otra vez.Es violento o parece completamente loco cuando estáborracho. A veces bebe apenas sale del hospital. Tal vezhaya tenido un delirium tremens. Tal vez los médicoshayan perdido toda esperanza y le hayan dicho que lointerne. Tal vez se haya visto obligada a encerrarlo. Estecuadro puede que no sea tan sombrío como parece.Muchos de nuestros maridos estaban así de avanzados. Apesar de eso, se mejoraron.

Volvamos ahora al marido número uno. Aunque parez-ca extraño, frecuentemente es difícil de tratar. Disfrutacon la bebida; despierta su imaginación; se siente máscerca de sus amigos bebiendo con ellos. Tal vez ustedmisma disfrute bebiendo con él, mientras no se pasa dela raya. Ustedes han pasado juntos noches felices char-lando junto a la chimenea. Tal vez a los dos les gusten lasfiestas, que resultarían aburridas sin licor. Nosotras mis-mas hemos gozado de noches como esa: nos divertíamos.Sabemos lo que es el licor como lubricante social. Algunas,no todas, creemos que tiene sus ventajas cuando se usamoderadamente.

El primer principio para el éxito consiste en no enojar-se nunca. Aunque su marido se vuelva insoportable y

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tenga que dejarlo temporalmente, debe irse sin rencor, sipuede hacerlo. La paciencia y la ecuanimidad son suma-mente necesarias.

Pensamos que no debe usted decirle nunca qué es loque él debe hacer sobre su manera de beber. Si se le meteen la cabeza la idea de que es usted una regañona y unaaguafiestas, serán pocas las probabilidades que tengausted de lograr algún resultado. Eso le servirá a él demotivo para beber más. Dirá que no se le comprende.Esto puede conducir a que pase noches muy solas. Puedeque él busque a otra persona para que lo consuele, nosiempre a otro hombre.

Esté decidida a que la manera de beber de su maridono va a estropear las relaciones de usted con sus niños ycon sus amistades. Ellos necesitan su ayuda y su compa-ñía. Es posible que tenga una vida plena y útil, pese a quesu marido siga bebiendo. Conocemos a mujeres que nosienten temor, incluso son felices en tales circunstancias.No ponga todo su afán en reformar a su marido. Pormucho que se esfuerce en hacerlo, puede ser que ustedsea incapaz de lograrlo.

Sabemos que estas indicaciones son difíciles deseguir a veces, pero se ahorrará muchos pesares si lograobservarlas. Su marido puede llegar a apreciar su razo-namiento y su paciencia. Esto puede preparar el terre-no para una conversación con él sobre su problemaalcohólico. Trate de que sea él mismo el que saque arelucir el tema. Esté segura de no criticar en una char-la de esas. En vez de esto, trate de ponerse en el lugarde él. Haga usted que se dé cuenta de que quiere ayu-darlo y no criticarlo.

Cuando surja una conversación, puede sugerirleque lea este libro o cuando menos el capítulo sobrealcoholismo. Dígale que ha estado preocupada, aun-que tal vez innecesariamente; que usted cree que

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debe conocer mejor el tema, ya que todos deben com-prender con claridad el riesgo que corren si bebendemasiado. Demuéstrele que tiene usted confianzaen que puede dejar de beber o moderarse. Dígale queno quiere ser una aguafiestas; que solamente quiereque cuide su salud. Así, tal vez logre interesarlo en elalcoholismo.

Probablemente haya varios alcohólicos entre las amis-tades de él. Puede sugerirle que ustedes dos se interesenen ellos. A los bebedores les gusta ayudar a otros bebedo-res. Su marido puede estar dispuesto a hablar con algunode ellos.

Si este enfoque del asunto no atrae la atención de sumarido, puede ser mejor dejar el tema; pero despuésde una charla amistosa, su marido será generalmenteel que vuelva a tocarlo. Esto puede requerir esperarpacientemente, pero bien valdrá la pena. Mientrastanto, usted puede tratar de ayudar a la esposa de otrobebedor que esté mal. Si obra usted de acuerdo a estosprincipios, su marido puede dejar de beber o mode-rarse.

Supongamos, sin embargo, que su marido se ajus-ta a la descripción del número dos. Deben practicar-se los mismos principios que se aplican en el casonúmero uno. Pero después de su siguiente borrache-ra, pregúntele si realmente quiere librarse de labebida para siempre. No le pida que lo haga porusted ni por nadie más. Unicamente, si le gustaríahacerlo.

Lo probable es que quiera hacerlo. Muéstrele su ejem-plar de este libro y dígale qué es lo que ha descubiertosobre el alcoholismo. Demuéstrele que, como alcohólicos,los que escribieron este libro lo comprenden. Háblelesobre algunas de las historias interesantes que usted haleído. Si cree que puede desconfiar de un remedio espiri-

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tual, dígale que le dé una ojeada al capítulo sobre alcoho-lismo. Tal vez se interese entonces en continuar.

Si se entusiasma, la cooperación suya significarámucho. Si su actitud es tibia o cree que no es alcohólico,le sugerimos que lo deje solo. Evite apremiarlo a seguir elprograma. La semilla se ha sembrado en su mente. Sabeque miles de hombres que son como él en muchos aspec-tos se han recuperado. Pero no le recuerde esto despuésde que haya estado bebiendo porque puede enojarse.Tarde o temprano es posible que lo vea usted volviendo aleer este libro. Espere a que sus repetidos tropiezos loconvenzan de que tiene que actuar; porque mientras máslo apremie, más se puede demorar su recuperación.

Si tiene un marido como el número tres, puede que seaafortunada. Estando segura de que quiere dejar de beber,puede usted ir a él con este libro tan contenta como si lehubiera tocado la lotería. Tal vez él no comparta su entu-siasmo, pero es casi seguro que leerá este libro y puedeser que se decida enseguida a probar el programa. Si nofuese así, es probable que no tenga usted que esperarmucho. Una vez más, no debe presionarlo; deje que sea élmismo el que decida. Ayúdelo de buen grado a salir desus borracheras. No le hable de su condición ni de estelibro más que cuando él saque a relucir el tema. En algu-nos casos puede ser preferible que sea alguien fuera de lafamilia quien le dé este libro. Pueden urgirlo a ponermanos a la obra sin suscitar hostilidad. Si su marido es unapersona normal en otros sentidos, en este caso existiránbastantes probabilidades para la recuperación.

Tal vez usted suponga que los hombres que están dentrode la clasificación número cuatro no tienen ningún reme-dio, pero no es así. Muchos de los Alcohólicos Anónimoseran así. Todos los habían deshauciado. La derrota pare-cía segura. Sin embargo, estos individuos frecuentementetenían una recuperación firme y espectacular.

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Hay excepciones. Algunos hombres se han deterioradotanto por el alcohol que ya no pueden dejar de beber. Aveces se presentan casos en los que el alcoholismo estácomplicado con otros desórdenes. Un buen médico o psi-quiatra puede determinar si esas complicaciones sonserias. En cualquier caso, procure que su marido lea estelibro. Su reacción puede ser de entusiasmo. Si ya estáinternado en alguna institución, pero puede convencerlesa usted y a su médico de que está dispuesto a tomar lacosa en serio, déle una oportunidad para probar nuestrométodo, a menos de que el médico opine que su condi-ción mental es demasiado anormal o peligrosa. Hacemosesta recomendación con cierta confianza. Durante añoshemos estado tratando a alcohólicos internados en institu-ciones. Desde que se publicó por primera vez este libro,A.A. ha sacado de manicomios y hospitales de todas clasesa miles de alcohólicos. La mayoría no han regresadonunca. El poder de Dios llega muy lejos.

Puede ser que le encuentre en una situación diame-tralmente distinta. Tal vez su marido ande suelto perodebiera estar internado. Algunos hombres no quieren ono pueden superar el alcoholismo. Creemos que, cuandose vuelven demasiado peligrosos, encerrarlos es un actode bondad; pero desde luego siempre debe consultarsecon un médico. Las esposas y los hijos de estos individuossufren horrorosamente, pero no más que ellos mismos.

Algunas veces ocurre que usted tiene que empezar suvida de nuevo. Conocemos a mujeres que lo han hecho.Si las mujeres que están en esta situación adoptan unamanera espiritual de vivir, su tarea será más fácil.

Si su marido es un bebedor, probablemente usted sepreocupa por lo que está pensando la gente y odia encon-trarse con sus amigos. Se encierra en sí misma más y másy cree que todos están hablando de las condiciones queprevalecen en su hogar. Elude el tema de la bebida hasta

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cuando habla con sus propios padres. No sabe qué decira sus hijos. Cuando su marido está mal, se convierte enuna reclusa temblorosa, deseando que nunca se hubierainventado el teléfono.

Encontramos que casi todas estas dificultades son inne-cesarias. Por una parte, no tiene que hablar prolijamentede lo que le sucede a su marido; pero por otra parte, puedeexplicar discretamente la naturaleza de su enfermedad.Sin embargo, debe tener cuidado de no avergonzar o las-timar a su marido.

Cuando haya explicado cuidadosamente a esas perso-nas que él es un enfermo, habrá creado un ambientenuevo. Las barreras que habían surgido entre usted y susamistades desaparecerán con el desarrollo de una com-prensión compasiva. Dejará de sentirse cohibida y decreer que tiene que excusar a su marido como si fuese undébil de carácter. Puede que él sea todo menos eso. Elvalor y buen genio recién adquiridos por usted, y el nosentirse cohibida, le darán maravillosos resultados so-cialmente.

Los mismos principios son aplicables para el trato conlos hijos. A menos de que realmente necesiten ser prote-gidos contra su padre, es mejor no ponerse de ningúnlado en cualquier discusión que surja entre él y ellosmientras el padre está bebiendo. Emplee todas sus ener-gías para promover un mejor entendimiento entre todos.Así disminuirá esa terrible tensión que se apodera delhogar de un bebedor problema.

Con frecuencia se ha visto obligada a decirle al patróny a los amigos de su marido que éste estaba enfermo,cuando en realidad estaba borracho. Evite, todo lo quepueda, contestar a esa clase de preguntas; cuando seaposible, deje que su marido dé las explicaciones. El deseoque tiene de ayudarlo no debe ser motivo para que mien-ta a las personas que tienen derecho a saber dónde está y

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qué está haciendo. Hable de esto con él cuando no estébebiendo y esté de buen humor. Pregúntele qué es lo quedebe usted hacer si la pone en tal situación otra vez. Perotenga cuidado de no estar resentida por la última vez quese lo hizo.

Hay otro temor que resulta paralizante: Quizá tengausted miedo a que su marido pierda su puesto y esté pen-sando en las desgracias y en los días difíciles que eso lesacarrearía a usted y a sus hijos. Esto puede llegar usted aexperimentarlo, o tal vez le haya sucedido ya varias veces.De volver a sucederle, considérelo desde un punto de vistadiferente. ¡Tal vez resulte ser una bendición! Ya que puedeconvencer a su esposo de que quiera dejar de beber parasiempre, y ahora sabe usted que puede dejar de beber siquiere hacerlo. Una y otra vez, esta aparente calamidad haresultado ser una dádiva que se nos otorga, porque haabierto el camino que conduce al descubrimiento de Dios.

Ya hemos comentado anteriormente lo mucho mejorque es la vida cuando se vive en un plano espiritual. Si Diospuede resolver el antiquísimo enigma del alcoholismo,también puede resolver los problemas de usted. Nosotraslas esposas encontramos que, como todos los demás, pade-cíamos de orgullo, autoconmiseración, vanidad y todo loque contribuye a que una persona sea egocéntrica; que noestábamos por encima del egoísmo y de la falta de honra-dez. A medida que nuestros maridos empezaron a aplicaren sus vidas los principios espirituales, también nosotrasempezamos a ver la conveniencia de hacer lo mismo.

Al principio, algunas de nosotras no creíamos que nece-sitábamos esta ayuda; pensábamos que, en general, éramosmujeres bastante buenas, capaces de ser mejores si nuestrosmaridos dejaban de beber. Pero la idea de que éramosdemasiado buenas para necesitar de Dios era bastantetonta. Ahora tratamos de emplear los principios espiritualesen todos los aspectos de nuestras vidas. Cuando lo hacemos,

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encontramos que eso también resuelve nuestros problemas;la consecuente falta de miedo, de preocupación y de amorpropio lastimado resulta algo maravilloso. Recomendamosencarecidamente que prueben nuestro programa, porquenada ayudará tanto al marido como cambiar radicalmentenuestra actitud hacia él, actitud que Dios le mostrará austed cómo adquirir. Acompañe a su marido si le es posible.

Si usted y su marido encuentran una solución al apre-miante problema de la bebida, serán muy felices sin duda,pero no todos los problemas se resolverán enseguida. Lasemilla ha empezado a germinar en la tierra nueva pero elcrecimiento apenas ha comenzado. A pesar de su reciénencontrada felicidad, habrá altas y bajas; todavía tendrámuchos de los viejos problemas. Así es como debe ser.

La fe y la sinceridad de ustedes dos serán sometidas aprueba. Estos ejercicios deben considerarse como partede su educación, porque así estará usted aprendiendo avivir. Cometerá errores, pero si está tomando la cosa enserio, éstos no la hundirán; por el contrario, podrá capita-lizarlos. Un modo de vivir mejor surgirá cuando estoserrores sean superados.

Algunos de los obstáculos que encontrará son la irrita-ción, el amor propio lastimado y el resentimiento. Sumarido será a veces irrazonable y usted querrá criticarlo.Una mancha insignificante en el horizonte domésticopuede convertirse en tormentosos nubarrones de disputa.Estas diferencias familiares son muy peligrosas, especial-mente para su marido. A menudo tendrá usted que llevarla carga de evitarlas o de mantenerlas controladas. Noolvide nunca que el resentimiento es un grave riesgo paraun alcohólico. No queremos decir que tenga usted queestar de acuerdo con su marido cuando haya una sinceradiferencia de opinión, únicamente que tenga cuidado deno estar en desacuerdo de una manera resentida o con unespíritu crítico.

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Usted y su marido encontrarán que pueden deshacersede los problemas serios más fácilmente que de los trivia-les. La próxima vez que usted y él tengan una discusiónacalorada, no importa cuál sea el tema, cualquiera deustedes dos debe tener derecho a sonreír y decir: “Esto seestá poniendo serio. Siento haberme alterado. Hablemosde ello más adelante”. Si su marido está tratando de vivirsobre una base espiritual, él también estará haciendo todolo que esté dentro de sus posibilidades para evitar el de-sacuerdo y las disputas.

Su marido sabe que le debe a usted más que la sobrie-dad. Quiere mejorar. Sin embargo, usted no debe esperardemasiado. Su manera de pensar y actuar ya son hábitosde años. Paciencia, tolerancia, comprensión y amor son laconsigna. Muéstrele en usted estas cosas y las volverá arecoger después reflejadas en él. Vive y deja vivir, es laregla. Si ustedes dos demuestran buena voluntad enremediar sus propios defectos, habrá poca necesidad decriticarse el uno al otro.

Las mujeres llevamos en nosotras la imagen del hom-bre ideal, de la clase de individuo que quisiéramos quefueran nuestros maridos. Una vez que está resuelto suproblema con la bebida, la cosa más natural del mundo escreer que entonces va a estar a la altura de ese apreciadoideal. Las probabilidades son de que no sea así, porque,como usted misma, él apenas ha empezado a desarrollar-se. Tenga paciencia.

Otro sentimiento que es muy probable que abriguemoses el resentimiento de que el amor y la lealtad no pudie-ron curar a nuestro marido del alcoholismo. No nos gustala idea de que el contenido de un libro o la labor de otroalcohólico haya logrado en unas cuantas semanas aquellopor lo que nosotras luchamos durante años. En esos mo-mentos olvidamos que el alcoholismo es una enfermedadsobre la que no podíamos haber tenido ningún poder. Su

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marido será el primero en decir que el afecto y los cuida-dos de usted lo llevaron al punto en el que le fue posibletener una experiencia espiritual; que sin usted, ya estaríahecho polvo hace mucho tiempo. Cuando acudan pensa-mientos de resentimiento, trate de hacer una pausa y enu-merar las bendiciones que ha recibido. Después de todo,su familia está unida nuevamente, el alcohol ya no es unproblema, y usted y su marido están trabajando juntospara un futuro nunca antes soñado.

Otra dificultad más es que puede llegar a estar celosa delas atenciones que él tenga con otras personas, especial-mente alcohólicos. Ha estado usted sedienta de su compa-ñía y sin embargo se pasa largas horas ayudando a otroshombres y a sus familiares. Usted piensa que ahora debe-ría ser todo suyo. El hecho es que él tiene que trabajar conotros para sostener su propia sobriedad. Algunas vecesestará tan interesado que se volverá muy negligente. Sucasa se llenará de extraños, y tal vez no le caigan bien algu-nos de ellos. Él se interesará en los problemas y en las difi-cultades de ellos, pero para nada en los de usted. De pocoservirá que se lo indique y lo apremie a que le preste mayoratención. Creemos que es un verdadero error enfriar suentusiasmo en el trabajo relacionado con el alcoholismo.Debe unirse a él todo lo que pueda en sus esfuerzos enese sentido. Le sugerimos que dedique algunos de suspensamientos a las esposas de sus nuevos amigos alcohó-licos; ellas necesitan el cariño de una mujer que ha pasa-do por lo que usted ha pasado.

Probablemente sea cierto que usted y su marido hayanestado viviendo demasiado solos, porque la bebidamuchas veces aísla a la esposa de un alcohólico. Por lotanto, es probable que usted necesite nuevos intereses yuna gran causa como meta en su vida, como los tiene sumarido. Si usted coopera, en vez de quejarse, encontraráque el exceso de entusiasmo en él se modera. En ustedes

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dos se despertará un sentido de responsabilidad por losdemás. Usted, lo mismo que su marido, debe pensar en loque puede aportar a la vida en vez de en cuánto puedesacar de ella. Inevitablemente, sus vidas estarán más lle-nas al hacerlo. Perderá la vida antigua para encontrar unamucho mejor.

Tal vez su marido tenga un buen comienzo sobre lanueva base, pero precisamente cuando las cosas estánmarchando muy bien, la desconsuela llegando a casa bo-rracho. Si usted cree que realmente quiere dejar de beber,no tiene por qué alarmarse. Aunque es infinitamentemejor que no tenga ninguna recaída, como ha sido el casocon muchos de nuestros hombres, no es de ninguna mane-ra malo en algunos casos. Su esposo se dará cuenta ense-guida de que necesita redoblar sus actividades espiritualessi espera sobrevivir; usted no necesita recordarle su defi-ciencia espiritual. Él la sabe. Anímelo y pregúntele cómopuede usted ayudarlo aún más.

La más insignificante señal de miedo o de intoleranciapuede mermar las probabilidades de recuperación quetenga su marido. En un momento de debilidad puede tomarla antipatía de usted hacia sus amigos de “vida alegre” comouno de esos pretextos insensatamente triviales para beber.

Nosotras no tratamos nunca de arreglar la vida de unhombre para protegerlo de la tentación. La más insignifi-cante disposición de parte de usted para dirigir sus citas osus asuntos para que no sea tentado, será notada por él.Haga que se sienta absolutamente libre de ir y venir comole parezca. Esto es importante. Si él se emborracha, no seculpe usted por ello. Dios le ha quitado su problema alco-hólico, o no se lo ha quitado. Si no lo ha hecho, es mejordarse cuenta de ello enseguida; entonces podrán usted ysu marido volver a examinar los fundamentos. Si ha deevitarse una repetición, pongan el problema con todo lodemás en manos de Dios.

120 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

Nos damos cuenta de que hemos estado dando muchasindicaciones y muchos consejos. Puede parecer quehemos estado sermoneando. Si es así, lo sentimos porquea nosotras mismas no siempre nos caen bien quienes nossermonean. Pero lo que hemos relatado está basado ennuestras experiencias, algunas de ellas dolorosas. Tuvimosque aprender estas cosas de una manera muy dura. Poreso deseamos que usted comprenda y que evite las difi-cultades innecesarias.*

Así es que, a ustedes las que están ahí fuera y que pron-to pueden estar con nosotras, les deseamos buena suerte,y que Dios las bendiga.

A LAS ESPOSAS 121

* La asociación de los Grupos Familiares de Al-Anon se formó unos trece años despuésde escribirse este capítulo. Aunque constituye una comunidad completamente separa-da de Alcohólicos Anónimos, utiliza los principios generales del programa de A.A. comoguías para los esposos, esposas, parientes, amigos y otras personas íntimas de los alco-hólicos. Las páginas anteriores, [aunque se dirigen solamente a las esposas] señalan losproblemas con los cuales éstas tal vez tengan que enfrentarse. Alateen, para los hijosadolescentes de alcohólicos, forma parte de Al-Anon.

Si el número de teléfono de Al-Anon no se encuentra inscrito en su guía de teléfo-nos local, puede obtener mayor información escribiendo a su Oficina de ServicioMundial: 1600 Corporate Landing Parkway, Virginia Beach, VA 23454-5617

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Capítulo 9

LA FAMILIA DESPUÉS

EN EL CAPÍTULO anterior se han indicado ciertas actitu-des que puede adoptar una esposa para con el mari-

do que se está recuperando. Tal vez esas indicacioneshayan creado la impresión de que debe envolvérsele enalgodones y ponerlo en un pedestal. Un reajuste satisfac-torio significa justamente lo contrario. Todos los miem-bros de la familia deben tener como base, de comúnacuerdo, la tolerancia, la comprensión y el cariño. Estosupone un proceso de desinflamiento. El alcohólico, suesposa, sus hijos, sus suegros, es probable que cada unode ellos tenga determinadas ideas acerca de la actitud dela familia hacia él o ellos mismos. Cada uno tiene interésen que se respeten sus deseos. Encontramos que, cuantomás exige un miembro de la familia que se ceda a susdemandas, más resentidos se vuelven los demás. Estocontribuye a la discordia y la infelicidad.

¿Y por qué? ¿No es porque cada uno quiere ser elactor principal? ¿No está tratando cada uno de arreglarla familia de acuerdo con lo que le parece? ¿No está tra-tando de ver qué puede sacar de la familia, en vez dedarle?

El dejar de beber no es más que el primer paso para elalejamiento de una condición tensa y anormal. Un médi-co nos ha dicho: “Años de convivencia con un alcohólicopuede volver neuróticos a cualquier esposa o niño. Todala familia está enferma hasta cierto grado”. Hay que hacerque los familiares se den cuenta, al comenzar el viaje, deque no siempre va a hacer buen tiempo. Cada uno a suvez puede cansarse o puede rezagarse. Puede haber sen-

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deros y atajos seductores por los que pueden errar y per-der su camino.

Suponga que le decimos cuáles son algunos de losobstáculos que encontrará una familia, y que le sugeri-mos cómo pueden evitarse, incluso cómo pueden ser deutilidad para otros. La familia del alcohólico ansía elretorno de la felicidad y de la seguridad. Sus miembrosrecuerdan cuando papá era cariñoso, considerado ypróspero. La vida de hoy se compara con la de añosanteriores y, si no llega a esa altura, la familia puede sen-tirse infeliz.

La confianza que la familia siente en papá aumenta.Creen que pronto volverán los días buenos. ¡Algunasveces exigen que papá haga que vuelvan inmediatamente!Creen que Dios casi les debe esta recompensa por unadeuda que ya venció. Pero el jefe de la casa se ha pasadoaños echando abajo la estructura de los negocios, el amor,la amistad, la salud — cosas que ahora están en ruinas odañadas. Se necesitará tiempo para quitar los escombros.A pesar de que los edificios viejos son reemplazados even-tualmente por otros mejores, las nuevas estructuras tarda-rán años en ser acabadas.

Papá sabe que él tiene la culpa; tal vez le cueste añosde duro trabajo reestablecerse económicamente, pero lafamilia no debe reprochárselo. Quizá nunca vaya a tenermucho dinero. No obstante, su comprensiva familia leadmirará no por sus ambiciones económicas, sino por suempeño en transformar su vida.

De vez en cuando los familiares serán molestados porlos espectros del pasado, porque la carrera de bebedor decasi todo alcohólico ha sido marcada por aventuras joco-sas, humillantes, vergonzosas o trágicas. El primer impul-so será el de guardar bajo llave en algún lugar escondidoesos trapos sucios. Quizá la familia está bajo la influenciade la idea de que la felicidad futura sólo puede basarse en

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el olvido del pasado. Nosotros creemos que ese punto devista es egocéntrico y diametralmente opuesto al nuevomodo de vivir.

Henry Ford hizo una vez un atinado comentario en elsentido de que la experiencia es la cosa de valor supremoen la vida. Eso resulta cierto solamente si uno está dis-puesto a aprovechar el pasado. Crecemos por nuestrabuena voluntad para encarar y rectificar errores y conver-tirlos en logros. Así, el pasado del alcohólico se convierteen el principal recurso de la familia y frecuentemente encasi el único.

Este doloroso pasado puede ser de enorme valorpara otras familias que todavía están luchando con suproblema. Creemos que cada familia que ha sido libe-rada de su problema le debe algo a aquellas que no lohan sido. Y cuando lo requiera la ocasión, cada uno desus miembros debe estar enteramente dispuesto asacar a relucir antiguos errores, por muy penosos quesean. El mostrarle a otros que sufren cómo se nosayudó, es precisamente lo que hace ahora que la vidanos parezca de tanto valor. Confíe en la idea de que eltenebroso pasado, estando en manos de Dios, es sumás preciada posesión, clave de la vida y de la felicidadde otros. Con ella puede usted evitarles a otros lamuerte y el sufrimiento.

Es posible desenterrar actos pasados de mala conduc-ta, de manera que estos se convierten en una calamidad,una verdadera plaga. Por ejemplo, conocemos de situa-ciones en las que el alcohólico o su esposa han tenidointrigas amorosas. Llevados por la animación inicial deldesarrollo espiritual, se perdonaron mutuamente y seunieron más. El milagro de la reconciliación estaba amano. Luego, debido a una u otra provocación, el agra-viado desenterraba la vieja intriga y lleno de ira aventabasus cenizas. Unos cuantos de nosotros hemos padecido

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los dolores del crecimiento, y duelen mucho. Maridos yesposas se han visto a veces obligados a separarse por untiempo hasta poder obtener una nueva perspectiva y unanueva victoria sobre el amor propio. En la mayoría de loscasos el alcohólico sobrelleva esta prueba sin recaer, perono siempre. Por lo tanto creemos que, a menos que sir-van para un buen propósito, no debemos hablar dehechos pasados.

En las familias de Alcohólicos Anónimos son pocos lossecretos del pasado que escondemos. Cada uno conoce lasdificultades que los otros tienen con el alcohol. Ésta es unasituación que en la vida ordinaria produciría infinidad depesares; podría ser motivo de un chismorreo escandaloso,de risa a costa de otras personas, y de una tendencia a sacarventaja del conocimiento de asuntos de carácter íntimo.Entre nosotros esto sólo sucede raras veces. Hablamosmucho el uno del otro, pero casi invariablemente templaesas conversaciones un espíritu de tolerancia y de afecto.

Otro principio que observamos cuidadosamente es elde no contar las experiencias íntimas de otra persona, amenos que estemos seguros de que ésta lo aprobaría.Encontramos que es mejor, cuando se puede, limitarnosa nuestra propia historia. Un individuo puede criticarse oreírse de sí mismo y esto afectará favorablemente a otros,pero cuando es otro el que lo critica o ridiculiza, se pro-duce el efecto contrario. Los miembros de una familiadeben tener especial cuidado con estas cuestiones porquese ha dado el caso de que una observación atolondrada ydesconsiderada arme un lío. Nosotros los alcohólicossomos personas sensibles; algunos tardamos mucho tiem-po en superar esa desventaja.

Muchos alcohólicos son entusiastas. Se van a los extre-mos. Al principio de su recuperación tomarán, por reglageneral, una de estas dos direcciones: Pueden meterse decabeza en un esfuerzo desesperado para salir adelante en

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los negocios, o encontrarse con su ánimo tan dominadopor su nueva vida que no hablen ni piensen en nada más.En cualquiera de los casos surgen ciertos problemas defamilia. Hemos tenido experiencia con muchísimos deestos casos.

Creemos peligroso que se precipite de lleno a su pro-blema económico. La familia también resultará afectada,al principio agradablemente al ver que están por resolver-se sus problemas de dinero, luego no tan agradablementecuando se sienten olvidados. El padre puede estar cansa-do por la noche y preocupado por el día; puede interesar-se poco por los niños y enfadarse cuando se le reprochansus actos de mala conducta. Si no está irritable, puedeparecer desanimado y aburrido y no alegre ni afectuosocomo la familia quisiera que fuera. La madre puede que-jarse de la falta de atención. Todos se sienten defraudadosy muchas veces se lo demuestran. Simultáneamente, alcomienzo de esas quejas se levanta una barrera. Él estáforzando sus nervios todo lo posible para recuperar eltiempo perdido; está empeñándose en recuperar su fortu-na y reputación, y piensa que lo está haciendo bien.

A veces la esposa y los hijos no piensan que sea así.Como en el pasado han sido olvidados y maltratados, pien-san que el padre les debe más de lo que están recibiendo.Quieren que haga la gran alharaca con ellos. Esperan queles proporcione los ratos agradables de que disfrutabanantes de que él empezara a beber tanto, y que se muestrearrepentido por lo que han sufrido. Pero papá no da de símismo fácilmente. Crece el resentimiento; se vuelve aúnmenos comunicativo. A veces explota por una menuden-cia. La familia está desconcertada; lo critican, señalándolecómo está decayendo en su programa espiritual.

Esta clase de cosas puede evitarse. Tanto el padrecomo la familia están equivocados, aunque cada partetenga alguna justificación. De poco sirve discutir y sólo

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empeora el atolladero. La familia tiene que darse cuentade que papá, aunque maravillosamente mejorado, todavíaestá convaleciente. Deben estar agradecidos de que semantenga sobrio y pueda estar de nuevo en este mundo.Que elogien sus progresos; que recuerden que la bebidacausó toda clase de daños y que la reparación de éstospuede tardar. Si perciben estas cosas, no tomarán tan enserio sus períodos de mal humor, depresión o apatía, loscuales desaparecerán cuando haya tolerancia, cariño ycomprensión espiritual.

El jefe de la casa debe recordar que él es el principalculpable de lo que le ha sucedido a su hogar. Apenaspodría saldar la cuenta en todo el curso de su vida. Perodebe ver el peligro de concentrarse demasiado en el éxitoeconómico. Aunque la recuperación económica esté encamino para muchos de nosotros, encontramos que nopodíamos anteponer el dinero a todo. Para nosotros, elbienestar material siempre siguió al espiritual; nunca loprecedió.

Dado que el hogar ha sido afectado más que ningunaotra cosa, es bueno que un hombre se esfuerce allí. No esprobable que consiga mucho si no logra demostrar des-prendimiento y cariño bajo su propio techo. Sabemos quehay esposas y familias difíciles, pero el individuo que estésuperando el alcoholismo debe recordar que él contribu-yó mucho a hacerlas así.

A medida que cada miembro de una familia resentidaempieza a ver sus propios defectos y los admite ante losotros, sienta la base para una discusión provechosa. Estasconversaciones en la familia serán constructivas, si pue-den tenerse sin discusión acalorada, sin autoconmisera-ción y sin autojustificación o crítica resentida. Poco a pocola madre y los hijos se darán cuenta de que piden dema-siado y el papá se dará cuenta de que da muy poco. Dar,en vez de recibir, será el principio que sirva de guía.

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Supongamos por otra parte, que el padre ha tenido alempezar un despertar espiritual. De la noche a la maña-na, digamos, es un hombre nuevo. Se vuelve muy reli-gioso; no puede concentrarse en nada más. Tan prontocomo se empieza a tomar su sobriedad como algo comúny corriente, puede ser que la familia empiece a ver alextraño nuevo papá, primero con aprensión y luego conirritación. Hay charlas sobre asuntos espirituales día ynoche. Puede ser que exija que la familia encuentre aDios enseguida, o que demuestre una sorprendenteindiferencia hacia ellos y diga que está por encima de lasconsideraciones mundanas. Puede ser que diga a laesposa, devota durante toda su vida, que ella no sabenada del asunto y que lo mejor sería que adoptara sumodo espiritual de vivir mientras tenga la oportunidadde hacerlo.

Cuando el padre actúa de esta forma, la familia puedereaccionar desfavorablemente; pueden sentirse celososde que Dios les haya robado el cariño del padre. Aunqueestén agradecidos de que él ya no beba, puede ser que noles guste la idea de que Dios haya logrado el milagro entanto que ellos fracasaron. Frecuentemente se olvidan deque papá ya estaba fuera de toda ayuda humana. Puedeser que no vean por qué su cariño y su dedicación no locorrigieron. Dirán que el padre no es tan espiritual, des-pués de todo. Si tiene intenciones de reparar sus pasadoserrores, ¿por qué tanta preocupación por todo el mundo,menos por su propia familia? y ¿qué pensar acerca de loque dice, de que Dios cuidará de ellos? Sospechan que supadre está un poco “chiflado”.

No está tan desequilibrado como puede suponerse.Muchos de nosotros hemos experimentado la euforia deeste padre. Nos hemos entregado a esa embriaguez espi-ritual. Como el demacrado explorador, después de apre-tarse el cinturón a la barriga vacía, hemos encontrado oro.

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La alegría que sentimos por la liberación de toda unavida de frustraciones no tuvo límites. Papá piensa que haencontrado algo mejor que el oro. Durante algún tiempopuede ser que trate de abrazarse solo al nuevo tesoro.Puede ser que, de momento, no haya visto que apenas haarañado un filón inagotable, que le dará dividendos sola-mente si lo trabaja el resto de su vida e insiste en regalartodo el producto.

Si la familia coopera, el padre pronto se dará cuenta deque está padeciendo de una distorsión de valores.Percibirá que un desarrollo espiritual que no incluya susobligaciones con la familia no puede ser tan perfectocomo él lo suponía. Si la familia considera que la conduc-ta del padre no es más que una fase de su desarrollo, todomarchará bien. En el seno de una familia afín y compren-siva, estas extravagancias del desarrollo espiritual del padredesaparecerán pronto.

Lo contrario puede suceder si la familia censura y cri-tica. El padre puede pensar que, durante años, su mane-ra de beber lo ha situado desventajosamente en cadadiscusión, pero que ahora, con Dios de su parte, se havuelto una persona superior. Si la familia insiste en lacrítica, este error puede arraigarse más en él. En vez detratarla como debería hacerlo, puede ser que se retraigamás y crea que tiene una justificación espiritual parahacerlo.

A pesar de que la familia no esté completamente deacuerdo con las actividades espirituales del padre,deben dejarle hacer lo que quiera. Aun cuando demues-tre cierta despreocupación e irresponsabilidad con lafamilia, es bueno dejarlo que llegue al nivel que deseeen su ayuda a otros alcohólicos. Durante esos primerosdías de convalecencia, eso contribuirá más que nada aasegurar su sobriedad. Aunque algunas de las manifesta-ciones que tiene son alarmantes y desagradables, cree-

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beber constantemente hacía que no tuviera razón. Lamadre lo planeaba y dirigía todo. Cuando el padre esta-ba sobrio, generalmente obedecía. De esa forma, lamadre, sin proponérselo, se acostumbró a llevar los pan-talones en la familia. El padre, al volver a la vida derepente, con frecuencia empieza a hacerse valer. Estotrae dificultades, a menos de que la familia vigile las ten-dencias de ambas partes y se llegue a un mutuo entendi-miento amistoso.

La bebida aísla del mundo exterior a la mayoría delos hogares. Puede ser que el padre haya hecho a unlado desde hace años todas las actividades normales,tales como las de los clubes, círculos cívicos y losdeportes. Cuando se renueva su interés en tales cosas,esto puede dar lugar a celos. La familia puede pensarque tiene una hipoteca tan fuerte sobre el padre queno quede ninguna cantidad para nadie más que ellosmismos. En vez de emprender nuevas actividades, lamadre y los hijos exigen que él se quede en casa y suplala falta de éstas.

Desde el mismo principio la pareja debe enfrentarse alhecho de que cada uno va a tener que ceder de vez encuando si es que la familia va a desempeñar un papelefectivo en la nueva vida. El padre necesitará pasarmucho tiempo con otros alcohólicos, pero esta actividaddebe ser equilibrada. Puede hacer amistad con personasno alcohólicas y tomar en consideración sus necesidades.Los problemas de la comunidad también solicitarán suatención. Aunque la familia no tenga conexiones de carác-ter religioso, puede ser que sus miembros deseen tenercontacto con algún organismo religioso o hacerse miem-bros de alguno.

A los alcohólicos que se han burlado de la gente devo-ta, les ayudará esa clase de conexiones. Al tener una expe-riencia espiritual, el alcohólico encontrará que tiene

LA FAMILIA DESPUÉS 131mos que él estará sobre una base más firme que el indi-viduo que está poniendo el éxito económico o profesio-nal por delante del desarrollo espiritual. Será menosprobable que beba de nuevo, y cualquier cosa es prefe-rible antes que eso.

Aquellos de nosotros que hemos pasado mucho tiem-po en un mundo de ensueño, eventualmente nos hemosdado cuenta de la puerilidad de ello. Ese mundo deensueño ha sido reemplazado por un gran sentido de ladeterminación acompañado de una creciente concien-cia del poder de Dios en nuestras vidas. Hemos llegadoa creer que Él quisiera que tuviéramos la cabeza con Élen las nubes, pero que nuestros pies deben estar firme-mente plantados en la tierra. Aquí es donde están nues-tros compañeros de viaje y donde tiene que realizarsenuestro trabajo. Éstas son nuestras realidades. Nohemos encontrado nada incompatible entre una pode-rosa experiencia espiritual y una vida de sana y felizutilidad.

Una sugerencia más: Ya sea que la familia tenga o noconvicciones espirituales, sería bueno que examinase losprincipios con los cuales está tratando de regir su vida elalcohólico de la familia. Es difícil que puedan dejar deaprobar estos sencillos principios, aunque el jefe de lacasa todavía falle algo en seguirlos. Nada puede ayudarmás al individuo que se va por una tangente espiritual quela esposa que adopta el mismo programa, haciendo mejoruso práctico de ello.

Habrá otros cambios profundos en el hogar. El licorincapacitó al padre durante tantos años, que la madre seconvirtió en jefe de la casa; se enfrentó a estas responsa-bilidades valerosamente. Por la fuerza de las circunstan-cias, frecuentemente se veía obligada a tratar al padrecomo a un niño enfermo o descarriado. Aun cuando élquería hacerse valer, no podía porque su manera de

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mucho en común con esta gente, aunque no esté deacuerdo con ellos en muchas cuestiones. Si no discutesobre religión, hará nuevos amigos y es seguro que en-cuentre nuevos derroteros de utilidad y de placer. Él y sufamilia pueden ser motivo de alegría en esas congregacio-nes. Puede ser que lleve nueva esperanza y nuevo valor amuchos sacerdotes, ministros o rabinos que dan todo desí mismos para servir a este nuestro angustiado mundo.En lo anterior sólo nos anima el deseo de hacerle unasugerencia útil; no hay nada de obligatorio en ello. Comogrupo no sectario no podemos tomar decisiones por otros.Cada individuo debe consultar con su propia conciencia.

Le hemos estado hablando a usted de cosas serias y aveces trágicas. Hemos estado tratando con el alcohol ensu peor aspecto. Pero no somos una partida de malhumo-rados. Si los recién llegados no pudieran ver la alegría y elgozo que hay en nuestra vida, no la desearían. Insistimosabsolutamente en disfrutar la vida. Tratamos de no caeren el cinismo en lo que se refiere a la situación de lasnaciones y de no llevar sobre nuestros hombros las difi-cultades del mundo. Cuando vemos a un hombre hun-diéndose en el fango del alcoholismo, le damos los prime-ros auxilios y ponemos lo que tenemos a su disposición.Por su bien, relatamos y casi volvemos a vivir los horroresde nuestro pasado. Pero aquellos de nosotros que hemostratado de cargar con todo el peso de las dificultades deotros, encontramos que pronto nos rinden.

Así es que creemos que la alegría y el sano reír contri-buyen a la utilidad. Los extraños a veces se escandalizancuando soltamos la carcajada por una aparentemente trá-gica experiencia del pasado. Pero ¿por qué no hemos dereír? Nos hemos recuperado y se nos ha dado el poderpara ayudar a otros.

De todos es sabido que los que están mal de salud y losque rara vez se divierten, no ríen mucho. Así es que cada

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familia debe divertirse junta o separadamente, todo lo quelas circunstancias lo permitan. Estamos seguros de queDios quiere que seamos felices, alegres y libres. No pode-mos endosar la creencia de que la vida es un valle de lágri-mas, aunque en ocasiones haya sido justamente eso paramuchos de nosotros. Pero es bien claro que nosotros mis-mos forjamos nuestra propia desgracia. Dios no lo hizo.Por lo tanto, evite forjar deliberadamente una desgracia;pero si se presentan dificultades, aprovéchelas como opor-tunidades para demostrar la omnipotencia de Él.

Ahora, algo acerca de la salud. No es frecuente que unorganismo seriamente quemado por el alcohol se recupe-re de la noche a la mañana, ni que los pensamientos torci-dos y la depresión desaparezcan en un abrir y cerrar deojos. Estamos convencidos de que la manera espiritual devivir es un poderoso reconstituyente de la salud. Nosotros,los que nos hemos recuperado de un grave problema conla bebida, somos milagros de salud mental. Pero hemosvisto transformaciones notables en nuestros organismos:raro es entre nosotros el que conserva señas de disipación.

Pero esto no quiere decir que hagamos caso omiso delas medidas humanas de salud. Dios ha dado a este mundoabundancia de magníficos médicos, psicólogos y especia-listas en varias ramas de la medicina. No vacile en consul-tar a personas como éstas acerca de su problema de salud.La mayoría de ellos dan de sí mismos generosamente paraque sus semejantes puedan disfrutar de cuerpos y mentessanos. Trate de recordar que, aunque Dios ha hecho mila-gros entre nosotros, nunca debemos menospreciar los co-nocimientos de un buen médico o psiquiatra; sus serviciosson a veces indispensables para tratar a un recién llegadoy darle seguimiento después.

Uno de los muchos médicos que tuvo oportunidad de leerel manuscrito de este libro nos dijo que frecuentemente erabeneficioso para el alcohólico consumir dulces, pero siempre

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de acuerdo con el consejo del médico. Opinaba que todos losalcohólicos deben tener dulces de chocolate a lamano, por suvalor como reconstituyente rápido de energía cuando hay can-sancio; añadió que ocasionalmente se presentaba por la nocheun deseo indefinido que podría satisfacerse con dulces. Mu-chos de nosotros hemos notado una tendencia a comer dulcesy hemos encontrado que esa costumbre es beneficiosa.

Una palabra acerca de las relaciones sexuales. El alco-hol estimula tanto sexualmente a algunos hombres queéstos han abusado en ese sentido. Las parejas ocasional-mente se sienten consternadas al descubrir que cuando sesuspende la bebida, el hombre tiende a ser impotente. Amenos de que se comprenda la razón de esto, puede pre-sentarse un trastorno emocional. Algunos de nosotroshemos tenido esta experiencia, para disfrutar a los pocosmeses de una intimidad más hermosa que nunca. Si lacondición persiste, no se debe vacilar en consultar a unmédico o psicólogo. No sabemos de muchos casos en losque se haya prolongado demasiado esta dificultad.

El alcohólico puede encontrar que le es difícil reanudarrelaciones amigables con sus hijos; esas mentes jóvenesfueron impresionadas mientras él estuvo bebiendo. Sindecirlo, puede ser que lo odien cordialmente por lo queles ha hecho a ellos y a su madre. Muchas veces domina alos hijos una dureza y un cinismo patéticos. Parece que nopueden olvidar y perdonar. Esto puede durar meses,mucho más de lo que la madre se ha demorado en acep-tar la nueva manera de vivir del padre.

Con el tiempo se darán cuenta de que él es un hombrenuevo, y, a su modo, se lo harán notar. Cuando suceda esto,puede invitarlos a participar en la meditación de la maña-na, y pueden tomar parte en la discusión diaria sin rencorni prejuicios. De este punto en adelante el progreso serárápido. Frecuentemente se producen resultados maravillo-sos después de una reconciliación como ésta.

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Ya sea que la familia siga sobre una base espiritual o no,el miembro que es alcohólico tiene que hacerlo si se ha derecuperar. Los otros tienen que estar convencidos de sunueva posición sin ninguna duda. Ver es creer para lamayoría de los miembros de una familia que han tenidoque vivir con un bebedor.

Aquí tenemos un caso muy a propósito de lo que se estátratando: Uno de nuestros amigos era un bebedor de caféy un fumador exagerado. No había duda de que abusabaen ese sentido. Viendo esto y con el ánimo de ayudarlo, suesposa empezó a reprenderlo. El admitió que se estabaextralimitando, pero le dijo con toda franqueza que noestaba dispuesto a dejar de hacerlo. Como su esposa esuna de esas personas que realmente creen que hay algopecaminoso en esos hábitos, lo estuvo regañando y con suintolerancia hizo que finalmente estallara en cólera. Seemborrachó.

Desde luego que nuestro amigo estaba equivocado,completamente equivocado. Tuvo que admitirlo dolorosa-mente y reparar sus defensas espirituales. Aunque actual-mente es un miembro muy eficaz de Alcohólicos Anóni-mos, todavía fuma y bebe café; pero ni su esposa ni nadiemás lo juzga. Ella se da cuenta de que no tenía razón endiscutir acaloradamente un asunto como ése, cuando susmales más graves estaban remediándose rápidamente.

Tenemos tres pequeños lemas que son pertinentes:

Lo primero es lo primeroVive y deja vivirPoco a poco se va lejos

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Capítulo 10

A LOS PATRONES

DE ENTRE los muchos patrones de hoy en día, pensa-mos en un miembro que ha pasado una gran parte

de su vida en el mundo de los grandes negocios. Ha con-tratado y despedido a cientos de hombres. Conoce alalcohólico desde el punto de vista del patrón. Sus opinio-nes actuales deben resultar excepcionalmente útiles a loshombres de negocios de todas partes.

Pero dejemos que él le hable a usted:

Una vez fui subgerente de la división de una corpora-ción que daba empleo a seis mil seiscientas personas. Undía mi secretaria me avisó que el señor B. insistía enhablar conmigo por teléfono. Le dije que le dijera queno me interesaba hablar con él. Le había advertidovarias veces que solamente tenía una oportunidad más,y poco tiempo después me había llamado por teléfonodos días consecutivos, tan borracho que casi no podíahablar. Le dije que habíamos terminado con él definiti-vamente.

Regresó mi secretaria a decirme que no era el señor B.el que estaba al teléfono sino un hermano de él y quetenía un recado para mí. Todavía me esperaba que se tra-tara de otra súplica de clemencia, pero estas fueron laspalabras que me llegaron por el auricular: “Solamentequería decirle que mi hermano se tiró por la ventana deun hotel y que dejó una nota diciendo que usted fue elmejor patrón que tuvo y que no debía culpársele denada”.

Otra vez, al abrir una carta que había sobre mi escrito-

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rio cayó de ella un recorte de periódico. Era la noticia dela defunción del mejor vendedor que había tenido.Después de dos semanas de beber, había disparado conel dedo del pie una escopeta cuyo cañón se había puestoen la boca. Seis semanas antes lo había despedido porbeber.

Una experiencia más: La voz de una mujer me llegabadébilmente por teléfono, desde Virginia. Quería saber sitodavía estaba en vigor el seguro que su marido tenía enla compañía. Cuatro días antes se había colgado en suleñera. Me había visto obligado a despedirlo por la bebi-da, a pesar de que era eficiente y alerta, uno de los mejo-res organizadores que había conocido.

Aquí tenemos tres casos: tres hombres excepcionalesperdidos para este mundo porque yo no comprendía elalcoholismo como lo comprendo ahora. ¡Qué ironía, yomismo me volví alcohólico! Y si no hubiera sido por laintervención de una persona comprensiva, podría haberseguido los pasos de ellos. Mi caída le costó a la comuni-dad de negocios quién sabe cuántos miles de dólares, por-que cuesta mucho dinero adiestrar a un individuo para unpuesto de ejecutivo. Esta clase de pérdidas sigue sin dis-minuir. Creemos que la trama de los negocios está atrave-sada de parte a parte por una situación que podría mejo-rarse mediante un buen entendimiento entre las partesinteresadas.

Casi todo patrón moderno siente una responsabilidadmoral por el bienestar de sus empleados y trata de cum-plir con estas responsabilidades. El que no lo haya hechosiempre con el alcohólico es fácil de comprender. A él leha parecido frecuentemente que el alcohólico es untonto de primera magnitud. Debido a la capacidad espe-cial del empleado o al afecto especial que siente por él, aveces el patrón conserva en su trabajo a un hombre comoéste mucho más tiempo de lo razonable. Algunos patro-

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nes han probado todos los remedios que se conocen. Sóloen pocos casos ha habido falta de paciencia y de toleran-cia. Y nosotros, que hemos abusado de los mejores patro-nes, no podemos culparlos por haber sido bruscos connosotros.

He aquí un ejemplo típico: Un funcionario de una delas más grandes instituciones bancarias de Norteaméricasabe que ya no bebo. Un día me habló de un ejecutivo delmismo banco, el cual de acuerdo con su descripción, eraindudablemente alcohólico. Esto me pareció una oportu-nidad de ser servicial y estuve dos horas hablando delalcoholismo, la enfermedad, y describiendo los síntomas ylos resultados lo mejor que pude. Su comentario fue, “muyinteresante, pero estoy seguro de que este hombre ha ter-minado con la bebida. Ha regresado después de un per-miso de tres meses; ha estado sometido a una cura, se leve muy bien, y para rematarlo todo, la junta directiva le hacomunicado que esta es su última oportunidad”.

La única respuesta que pude darle fue que si el indivi-duo seguía la norma común, agarraría una borracheramayor que las anteriores. Creía que esto era inevitable yme preguntaba si el banco no estaría cometiendo unainjusticia con este individuo. ¿Por qué no ponerlo en con-tacto con algunos de los de nuestro grupo? Podría ser unaoportunidad para él. Señalé que yo no había bebido nadaen tres años, y esto teniendo en cuenta que había tenidodificultades que hubieran conducido a beber a la granmayoría de las personas. ¿Por qué no brindarle, cuandomenos, la oportunidad de oír mi historia? “¡Ah, no!”, dijomi amigo, “O este hombre deja de beber, o se queda sinempleo. Si tiene la fuerza de voluntad y el valor de usted,logrará su propósito”.

Me sentí desconcertado porque vi que había fracasadoen ayudar a comprender a mi amigo el banquero. Sen-cillamente él no podía creer que su colega ejecutivo

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sufriera una grave enfermedad. No quedaba más queesperar.

Al poco tiempo el individuo recayó y fue despedido.Después de su despido, nos pusimos en contacto con él.Sin mucho trabajo aceptó los principios y procedimientosque nos habían ayudado a nosotros. Está indudablemen-te en vía de recuperación. Para mí, este incidente ilustrala falta de comprensión acerca de lo que realmente afligeal alcohólico, y la falta de conocimientos sobre el papelque los patrones pueden desempeñar provechosamenteen la salvación de sus empleados enfermos.

Si usted desea ayudar, estaría bien que hiciera casoomiso de su propia manera de beber, o del hecho de queno bebe. Ya sea que usted beba mucho, moderadamenteo no beba, puede tener ideas muy arraigadas y tal vez pre-juicios. Los que beben moderadamente pueden sentirsemás molestos por un alcohólico que el que no bebe;bebiendo ocasionalmente y comprendiendo sus propiasreacciones, le es posible llegar a estar seguro de muchascosas que en lo que se refiere al alcohólico no son siem-pre así. Como bebedor moderado puede usted tomar odejar el licor; siempre que usted quiere, controla su ma-nera de beber. Puede correrse una parranda moderadauna noche, levantarse a la mañana siguiente, sacudir lacabeza y marcharse a su trabajo. Para usted el alcohol noes un verdadero problema; no puede ver por qué tieneque serlo para nadie, a menos que se trate de un débil ode un estúpido.

Cuando se trata con un alcohólico puede causarle unamolestia natural el pensar que un hombre puede ser tandébil, estúpido e irresponsable. Aun cuando usted com-prenda mejor el mal, puede que este sentimiento aumente.

Una mirada al alcohólico que está en su organización, aveces aclara muchas cosas. ¿No es, por regla general, talen-toso, ágil de pensamiento, imaginativo y agradable? Cuando

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está sobrio, ¿no trabaja duro y tiene cierto don para hacerlas cosas? ¿Si tuviera estas cualidades y no bebiera, no val-dría la pena conservarlo? ¿Debe tenérsele las mismas con-sideraciones que a los demás empleados enfermos? ¿Vale lapena salvarlo? Si su decisión es afirmativa, ya sea por moti-vos humanitarios o económicos o de las dos clases, entonceslas indicaciones siguientes pueden serle útiles.

¿Puede usted desechar el sentimiento de que solamen-te está tratando con un hábito, con una terquedad o conuna voluntad débil? Si le es difícil deshacerse de estascreencias, valdría la pena releer los capítulos segundo ytercero, en los que la enfermedad del alcoholismo se dis-cute extensamente. Usted, como hombre de negocios,quiere conocer las necesidades antes de considerar elresultado. Si concede que su empleado está enfermo,¿puede perdonársele lo que ha hecho en el pasado?¿Pueden echarse al olvido los actos absurdos de su pasa-do? ¿Puede considerarse que ha sido víctima de unamanera de pensar torcida, causada directamente por laacción del alcohol en su cerebro?

Recuerdo bien el susto que recibí cuando un eminentemédico de Chicago me habló de casos en los que la pre-sión del líquido espinal causaba de hecho una ruptura delcerebro. ¡Con razón el alcohólico es tan extrañamenteirracional! ¿Quién no lo sería con un cerebro tan febril?Los bebedores normales no son afectados así, ni puedenentender las aberraciones de un alcohólico.

Su hombre tal vez haya estado tratando de escondervarios líos, que probablemente están bastante enredados,y puede que sean repugnantes. Puede que usted no acier-te a entender cómo un individuo aparentemente tan fran-co haya podido enredarse así. Pero estos líos, sin importarlo graves que sean, pueden generalmente atribuirse a laacción anormal del alcohol en su mente. Cuando estábebiendo o se le está pasando la borrachera, un alcohóli-

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co que a veces es modelo de honradez cuando está nor-mal, hará cosas increíbles. Después tendrá una tremendarepulsión. Casi siempre, estas extravagancias no indicanmás que una condición temporal.

Esto no quiere decir que todos los alcohólicos seanhonrados y probos cuando no están bebiendo; desdeluego que no es así. Puede darse el caso de que traten deabusar de usted. Al ver los esfuerzos que usted hace porcomprender y tratar de ayudar, hay quienes pretenderánaprovecharse de su bondad. Si usted está seguro de quesu hombre no quiere dejar de beber, lo mejor es despe-dirlo y mientras más pronto, mejor. No le está haciendoningún favor manteniéndolo en su empleo; despedir a talindividuo puede significar una bendición para él. Puedeser precisamente la sacudida que necesita. Sé que en mipropio caso, nada de lo que la empresa hubiera hecho pormí me habría detenido porque, mientras pudiera conser-var mi puesto, no me era posible darme cuenta de lograve que era mi situación. Si me hubieran despedido pri-mero y luego dado los pasos necesarios para que llegara amí la solución que contiene este libro, podría haber regre-sado a ellos —ya estando bien— seis meses después.

Pero hay muchos hombres que quieren dejar de bebery con ellos puede usted hacer mucho. El tratamientocomprensivo de sus casos le producirá dividendos.

Tal vez ya tenga en mente a esa clase de individuo: unoque quiera dejar de beber y al que usted quiere ayudar,aunque no sea más que una cuestión de negocios. Ahorasabe usted más acerca del alcoholismo; puede darse cuen-ta de que él está física y mentalmente enfermo; está usteddispuesto a pasar por alto su conducta pasada. Supon-gamos que lo aborda así:

Manifiéstele usted que sabe cómo bebe y que necesitadejar de hacerlo. Puede decirle que estima sus aptitudesy quisiera retenerlo, pero que esto no será posible si sigue

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bebiendo. Una actitud firme a esta altura nos ha ayudadoa muchos de nosotros.

Luego puede asegurarle que no trata de sermonearlo,moralizarlo o condenarlo; que si anteriormente huboalgo de esto fue por un malentendido. Si es posible,demuéstrele que no guarda ningún resentimiento haciaél. En este punto podría ser bueno explicarle lo que es elalcoholismo, como enfermedad; dígale que cree que él esuna persona gravemente enferma, que su condiciónpuede ser fatal y pregúntele si quiere ponerse bien;explíquele que si le hace esa pregunta es porque haymuchos alcohólicos que, apartados del camino recto eintoxicados, no quieren dejar de beber. Pero ¿quiere él?¿Dará todos los pasos necesarios y se someterá a todo loque se requiera para ponerse bien, y así dejar de beberpara siempre?

Si dice que sí, ¿quiere realmente decir sí o está pen-sando para sus adentros que lo está engañando y que,después de un descanso y un tratamiento, podrá salirsecon la suya tomándose unas copas de vez en cuando?Asegúrese de que no le esté engañando, o engañándosea sí mismo.

El que mencione este libro o no, depende del criteriosuyo. Si él contemporiza y todavía cree que puede volvera beber, aunque sea una cerveza, lo mejor es despedirlodespués de la próxima borrachera que, si es alcohólico, escasi seguro que pescará. Debe entender esto perfecta-mente bien. ¿Está usted tratando con un individuo quepuede y quiere ponerse bien? Si no quiere, ¿para quéperder el tiempo con él? Esto puede parecer muy duropero generalmente es el mejor camino.

Después de que usted se haya cerciorado de que suhombre quiere recuperarse y de que hará todo lo posi-ble para lograrlo, puede indicarle un curso definitivo deacción. Para la mayoría de los alcohólicos que están

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bebiendo o acaban de salir de una borrachera, es con-veniente y hasta, a veces, imprescindible cierto gradode tratamiento médico. Este es un asunto que debe,desde luego, ponerse en manos de su propio médico.Cualquiera que sea el método que se siga, su finalidades la de dejar el organismo y la mente limpios de losefectos del alcohol. En manos competentes, esto rara-mente cuesta o tarda mucho. Le irá mucho mejor a suhombre si se le deja en condiciones físicas que le per-mitan pensar correctamente y de no sentir ansia por ellicor. Si le propone usted un procedimiento como éste,puede ser necesario un anticipo para cubrir el costo deltratamiento; pero creemos que debe aclarársele quecualquier gasto le será deducido de su sueldo más ade-lante. Es mejor para él que se sienta totalmente res-ponsable.

Si su hombre acepta la oferta que le hace, debe seña-lársele que el tratamiento fisiológico no es más que unapequeña parte del procedimiento. Aunque usted le estéproporcionando la mejor atención médica posible, debecomprender que necesita cambiar de sentimientos. Parasobreponerse a la bebida necesitará experimentar unatransformación de su manera de pensar y de su actitud,Todos tuvimos que dar prioridad a nuestra recuperación,porque sin recuperación habríamos perdido hogar ynegocio, todo.

¿Puede usted sentir completa confianza en la capaci-dad de él para recuperarse? ¿Puede usted adoptar unaactitud en el sentido de que, en lo concerniente a usted,esto será un asunto estrictamente privado y que los des-cuidos alcohólicos de él y el tratamiento que está porseguirse nunca serán discutidos sin el conocimiento de él?Sería bueno tener con él una amplia conversación a suregreso.

Pero volvamos a la materia de que trata este libro. Este

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contiene indicaciones completas para que el empleadopueda resolver su problema. Algunas de estas ideas sonnuevas para usted; tal vez no simpatice del todo con elenfoque que sugerimos. De ninguna manera lo ofrece-mos como algo inmejorable, pero en lo que respecta anosotros nos ha dado resultados satisfactorios. Despuésde todo ¿no está usted buscando resultados más quemétodos? Su empleado, aunque no le guste, conocerá lainflexible verdad acerca del alcoholismo. Eso no puedehacerle ningún mal, aunque no sea partidario de esteremedio.

Le sugerimos que mencione este libro al médico quevaya a atender a su paciente durante el tratamiento. Si elpaciente lee el libro en el momento que pueda, mientrastenga una depresión aguda, puede que se dé cuenta de sucondición.

Esperamos que el médico le diga la verdad al pacienteacerca de su condición, cualquiera que ésta sea. Cuandose entregue este libro al individuo, es mejor que nadie lediga que tiene que seguir sus sugerencias. Él debe deci-dirlo por su cuenta.

Desde luego está usted apostando a que, con el cam-bio de actitud más este libro, se resolverá el problema.En algunos casos será así, y en otros puede que no. Perocreemos que, si persevera, el porcentaje de éxitos ledará muchas satisfacciones. A medida que se extiendenuestra labor y el número de nosotros aumenta, espera-mos que sus empleados puedan ponerse directamenteen contacto con algunos de nosotros. Mientras tanto,creemos que puede lograrse mucho con el sólo empleode este libro.

Cuando regrese su empleado, hable con él. Pregúntelesi cree que ya ha encontrado las respuestas. Si se sientecon libertad para discutir sus problemas con usted; si sabeque usted comprende y piensa que no le desconcertará

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nada de lo que él quiera decir, probablemente se encami-ne rápidamente.

Respecto a esto, ¿puede usted conservar su serenidadsi el individuo le cuenta cosas horribles? Por ejemplo,puede revelarse que ha alterado a su favor su cuenta paragastos o que ha planeado quitarle a usted sus mejoresclientes. En realidad, puede decir casi cualquier cosa siha aceptado nuestra solución, la cual, como usted sabe,exige una rigurosa sinceridad. ¿Puede olvidar esto comouna deuda perdida y comenzar de nuevo con él? Si ledebe dinero, puede ser que usted quiera llegar a un arre-glo con él.

Si él habla de la situación de su hogar, es indiscutibleque usted puede hacerle sugerencias útiles. ¿Puedehablar francamente con usted siempre que sea discretorespecto a los negocios y no critique a sus compañeros detrabajo? Con esta clase de empleado, tal actitud impondráuna lealtad imperecedera.

Los enemigos más grandes que tenemos los alcohóli-cos son los resentimientos, los celos, la envidia, la frus-tración y el miedo. Dondequiera que haya hombresagrupados para algún negocio, existirán rivalidades ycomo derivación de éstas, cierto grado de “política deoficina”. Algunas veces nosotros los alcohólicos tenemosla idea de que la gente está tratando de hacernos caer.Frecuentemente no es así de ninguna manera. Peroalgunas veces nuestra manera de beber se utilizará confines políticos.

Cabe recordar el caso de un individuo malicioso quesiempre estaba haciendo chistes sobre las hazañas de unalcohólico cuando bebía. En esta forma estaba chismean-do disimuladamente. En otro caso, un alcohólico fueinternado en un hospital para su tratamiento; al principiosólo sabían esto unos cuantos, pero al poco tiempo losupieron todos. Naturalmente, esto disminuyó la probabi-

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lidad de recuperación del individuo. Muchas veces elpatrón puede proteger a la víctima contra esa clase derumores. El no puede ser parcial, pero siempre puededefender al individuo contra provocaciones innecesarias ycríticas injustas.

Como clase, los alcohólicos son gente enérgica. Tra-bajan con brío y se divierten igualmente. Su hombre debeestar dispuesto a hacerlo, y lo mejor posible. Estandoalgo debilitado y afrontando un reajuste físico y mentala una vida sin alcohol, puede excederse. Puede que lesea necesario refrenar su deseo de trabajar 16 horas aldía. Puede que usted tenga que animarlo a que se divier-ta de vez en cuando. Puede ser que quiera hacer muchopor otros alcohólicos y que algo de esto surja en las horasde trabajo. Un grado razonable de libertad le servirá demucho. Este tipo de trabajo es muy necesario para queconserve su sobriedad.

Después de que su hombre haya pasado sin beberunos meses, es posible que pueda usted valerse de susservicios con otros empleados que le están causandodificultades, siempre que a éstos les parezca bien laintervención de un tercero. Un alcohólico que se harecuperado, aunque ocupe un puesto de relativamentepoca importancia, puede hablarle a uno que ocupe unomás alto. Como ya sigue una norma de vida radical-mente diferente, nunca tratará de aprovecharse de lasituación.

Puede tener confianza en él. Es natural que se sientadesconfianza después de una larga experiencia con lasexcusas del alcohólico. La próxima vez que llame suesposa para avisar que está enfermo, puede que llegue ala conclusión de que está borracho. Si lo está, pero estátratando de recuperarse, lo admitirá, aunque signifiquela pérdida de su trabajo. Porque se dará cuenta de que,si espera vivir, tiene que ser sincero. Le agradecerá

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saber que usted no se preocupa demasiado por él, queno tiene sospechas y no está tratando de controlar suvida para protegerlo contra la bebida. Si está siguiendoconcienzudamente el programa de recuperación, puedeir a cualquier parte que su oficina necesite mandarlo.

En el caso de que recaiga aunque sea una vez, tendráque decidir si lo va a despedir. Si está usted seguro de queno está tomando la cosa en serio, no cabe duda de quedebe ser despedido. Si, por el contrario, está seguro deque él está haciendo todo lo que puede, es posible quequiera darle otra oportunidad. Pero no debe sentir ningu-na obligación para retenerlo, porque usted ya ha cumpli-do con su obligación.

Hay otra cosa que posiblemente usted desee hacer. Sila organización es grande, podría poner este libro enmanos de sus ejecutivos subalternos. Puede hacerlessaber que no tiene nada en contra de los empleadosalcohólicos de su organización. Estos ejecutivos subal-ternos frecuentemente están en una situación difícil. Amenudo se da el caso de que las personas a su cargo sonamigos suyos. Así que, por una u otra razón, los encu-bren con la esperanza de que mejoren las cosas. A vecesponen en peligro sus propios empleos tratando de ayu-dar a individuos que beben en exceso, a los que se debióhaber despedido desde hace mucho tiempo o haberlesdado una oportunidad para ponerse bien.

Después de haber leído este libro, uno de esos ejecuti-vos puede acercarse a nuestro individuo y decirle más omenos esto: “Mira José ¿quieres o no quieres dejar debeber? Me pones en un aprieto cada vez que te emborra-chas. Esto no es justo ni para mí ni para la empresa. Heestado aprendiendo algo acerca del alcoholismo. Si eresun alcohólico como parece ser, estás muy enfermo. Lafirma quiere ayudarte en esto y si te interesa, hay unamanera de salir de la dificultad. Si aceptas, tu pasado será

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olvidado y no se mencionará el hecho de que has estadoausente para someterte a un tratamiento. Pero si no pue-des o no quieres dejar de beber, creo que debes renunciara tu empleo”.

Puede ser que el ejecutivo subalterno no esté de acuer-do con el contenido de este libro. No necesita y a menu-do no debe enseñárselo al candidato alcohólico; pero,cuando menos, comprenderá el problema y no se dejarállevar por promesas. Podrá asumir una actitud equitativacon un individuo de este tipo. Ya no tendrá por qué encu-brir más a un empleado alcohólico.

Se resume en lo siguiente: Nadie debe ser despedidosólo porque es alcohólico. Si quiere dejar de beber, debeproporcionársele una oportunidad real. Si no puede o noquiere dejar de beber, debe despedírsele. Las excepcio-nes son pocas.

Creemos que con este enfoque se logran varias cosas.Se permitirá la rehabilitación de hombres buenos. A lamisma vez, no se vacilará en librarse de aquellos que nopueden o no quieren dejar de beber. El alcoholismopuede estar causando muchos daños a su organizaciónpor pérdidas en concepto de tiempo, hombres y prestigio.Deseamos que nuestras sugerencias le ayuden a evitarestos daños, que a veces son serios. Creemos que somossensatos al instarle a detener ese desperdicio y darle unaoportunidad al empleado que se la merezca.

El otro día se abordó al vicepresidente de una empre-sa industrial grande. Su comentario fue éste: “Me alegromucho de que ustedes se hayan sobrepuesto a la bebida.Pero la política de esta compañía es no intervenir en lascostumbres de sus empleados. Si uno de nuestros hom-bres bebe tanto que perjudica su trabajo, le despedimos.No veo cómo podrían ustedes ayudarnos; porque, comoven, no tenemos ningún problema de alcoholismo”. Esamisma compañía gasta millones cada año en investiga-

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ción. El costo de su producción es calculado hasta unafracción mínima. Proporciona medios de recreo a susempleados y los asegura. Existe un verdadero interés,tanto humano como económico, por los empleados. Pero¿el alcoholismo? pues, sencillamente no creen que seaun problema.

Tal vez sea ésta una actitud típica. Nosotros que,colectivamente, hemos visto mucho del mundo de losnegocios, cuando menos desde el punto de vista delalcoholismo, tuvimos que sonreírnos por la sincera opi-nión de este caballero. Podría asustarse si supiera cuán-to le está costando al año a su organización el alcoholis-mo. En esa compañía puede haber muchos alcohólicosde hecho o potencialmente. Nosotros creemos que losgerentes de las grandes empresas tienen poca idea de lomuy generalizado que está este problema. Aun cuandousted piense que su empresa no tiene ningún problemaalcohólico, puede que valga la pena fijarse con más dete-nimiento. Puede que haga algunos descubrimientos in-teresantes.

Desde luego, este capítulo se refiere a los alcohólicos,hombres enfermos, trastornados. Lo que tenía en la mentenuestro amigo el vicepresidente era el bebedor habitual, elbebedor que lo hace para divertirse. Con este tipo debebedor, su política resulta indudablemente muy sana,pero no hizo distinción entre esta gente y los que son alco-hólicos.

No es de esperar que a un empleado alcohólico se lededique tiempo y atención en forma desproporcionada.No debe haber favoritismo con él. El individuo recto, elque quiere recuperarse, no querrá este tratamiento; noabusará. Lejos de eso, trabajará muy duro y le estará agra-decido toda la vida.

En la actualidad soy dueño de una pequeña compañía.Hay en ella dos empleados alcohólicos que rinden lo que

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cinco vendedores normales. Pero ¿por qué no? Tienenuna nueva actitud y han sido salvados de una muerte envida. Ha sido un verdadero gusto para mí cada uno de losmomentos que he empleado para encaminarlos a su recu-peración.*

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* Ver Apéndice VI. No duden en comunicarse con nosotros si podemos serles deayuda.

Capítulo 11

UNA VISIÓN PARA TI

PARA LA MAYORÍA de la gente normal, beber signifi-ca cordialidad, compañerismo y una imaginación

vivaz. Quiere decir liberación de las inquietudes, delaburrimiento y de la preocupación. Es alegre intimidadcon los amigos y sentimientos de que la vida es buena.Pero no así para nosotros en esos últimos días de beberexcesivo. Se fueron los placeres de antes. Eran sólo unrecuerdo. Nunca pudimos recuperar los buenosmomentos del pasado. Había un anhelo persistente degozar de la vida como lo hicimos una vez y una dolorosaobsesión de que algún nuevo milagro de control nos per-mitiese hacerlo. Siempre había un intento más — y unfracaso más.

Cuanto menos nos toleraba la gente, más nos retirába-mos de la sociedad, de la vida misma. Al convertimos envasallos del Rey Alcohol, en temblorosos súbditos de suirracional reino, la fría bruma que es la soledad se asenta-ba sobre nosotros ennegreciéndose cada vez más. Algu-nos de nosotros buscábamos lugares sórdidos, esperandoencontrar compañía comprensiva y aprobación. Momen-táneamente las encontrábamos — luego venía el olvido, yel terrible despertar para enfrentarse a los espantososCuatro Jinetes: Terror, Aturdimiento, Frustración y De-sesperación. ¡Los infelices bebedores que lean estos pá-rrafos comprenderán!

De vez en cuando, alguien que bebe mucho y está secopor el momento exclamará: “No me hace ninguna falta ellicor; me siento mejor ahora; trabajo mejor y me diviertomás”. Como ex bebedores problema que somos, esta sali-

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da nos hace sonreír. Sabemos que este amigo es como elniño que silba en la oscuridad para darse valor. Se estáengañando. En sus adentros daría cualquier cosa porpoder tomarse media docena de copas y salir impune conellas. Eventualmente hará la prueba otra vez con el viejojueguito, porque no se siente feliz con la sobriedad quetiene. No puede concebir la vida sin alcohol. Llegará eldía en que no podrá concebirla sin éste ni con éste.Entonces conocerá como pocos la soledad. Estará en elmomento de dar el salto al otro lado. Deseará que llegueel fin.

Nosotros hemos demostrado cómo salimos del fondo.Tú dirás: “Sí, estoy dispuesto. Pero, ¿se me va a conde-nar a una vida en la que seré un estúpido, aburrido y mal-humorado como algunas personas ‘virtuosas’ que conoz-co? Sé que tengo que arreglármelas para vivir sin alcohol,pero ¿cómo voy a hacerlo? ¿Tienen ustedes algún subs-tituto?”

Sí, hay un substituto y es mucho más que eso. Es laparticipación en la comunidad de Alcohólicos Anónimos.Allí encontrarás la liberación de las inquietudes, del abu-rrimiento y de la preocupación. Tu imaginación encon-trará estímulos. La vida tendrá al fin un significado. Losaños más satisfactorios de tu existencia están por delan-te. Eso encontramos en la comunidad y tú también loencontrarás.

“¿Cómo va a suceder eso?”, te preguntarás. “¿Dóndevoy a encontrar a esa gente?”

Vas a conocer a estos nuevos amigos en tu propia comu-nidad. Cerca de ti hay alcohólicos que se están muriendosin ningún auxilio, como los náufragos de un barco que sehunde. Si vives en una población grande, hay cientos deellos. De la clase alta y de la baja, ricos y pobres: estos sonlos futuros miembros de Alcohólicos Anónimos. Entreellos encontrarás amigos para toda la vida. Te unirán a

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ellos nuevos y excelentes lazos, porque habrán escapadojuntos del desastre Y, hombro con hombro, iniciarán elcamino común. Entonces sabrás lo que es dar de ti mismopara que otros puedan sobrevivir y volver a descubrir lavida. Aprenderás el significado completo de “Amarás a tuprójimo como a ti mismo”.

Puede parecer increíble que estos hombres vayan a serde nuevo felices, respetados y útiles. ¿Cómo pueden so-breponerse a tanta desgracia, mala reputación, y desespe-ranza? La respuesta positiva es que ya que estas cosas hansucedido entre nosotros, también pueden sucederte a ti.Si las deseas por encima de todo y si estás dispuesto avalerte de nuestra experiencia, estamos seguros de que lasobtendrás. Todavía vivimos en la era de los milagros.Nuestra propia recuperación lo prueba.

Nuestra esperanza es que cuando este libro sea lan-zado a la marea mundial del alcoholismo, los bebedo-res derrotados se aprovecharán de él siguiendo susindicaciones. Estamos seguros de que muchos se pon-drán en pie por sí mismos para emprender la marcha.Ellos se acercarán a más enfermos y, así, podrán surgircomunidades de Alcohólicos Anónimos en cada ciudady aldea, refugios para quienes tienen que encontraruna solución.

En el capítulo “Trabajando con los demás” pudiste darteuna idea de cómo abordamos a otros y los ayudamos arecuperar la salud. Supongamos que a través de ti variasfamilias han adoptado esta manera de vivir; querrás saberalgo más acerca de cómo proceder a partir de ese punto.Quizá la mejor manera de obsequiarte con un destello detu futuro sea describir el desarrollo de la comunidad entrenosotros. He aquí un breve relato:

Hace años, en el 1935, uno de nuestros miembros hizoun viaje a cierta ciudad del oeste. Desde el punto de vistade los negocios, el viaje le fue mal. Si hubiera tenido éxito

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en su empresa se habría podido levantar económicamen-te lo cual, entonces, parecía de vital importancia. Pero laoperación terminó en un litigio y fracasó completamente.En lo sucedido hubo mucho de mala voluntad y de con-troversia.

Amargamente desilusionado, un día se encontró en unlugar extraño, desacreditado y casi sin un centavo. Toda-vía débil físicamente y sobrio sólo unos meses, se diocuenta de que su situación era difícil. Sentía mucha nece-sidad de hablar con alguien; pero ¿con quién?

Una tarde triste, paseaba por el salón de entrada de suhotel preguntándose cómo iba a pagar su cuenta. En unrincón del lugar había una vitrina con un directorio de lasiglesias locales. Al fondo del salón, una puerta daba a unatractivo bar. Podía ver la gente alegre allí adentro. Ahíencontraría compañía y liberación. Pero, a menos que setomara unas copas, no tendría valor para trabar amistadcon nadie y pasaría un fin de semana muy solo.

Por supuesto que no podía beber pero ¿por qué no sen-tarse a una mesa con un refresco? Después de todo, ¿nohabía estado sobrio seis meses? Tal vez pudiera con, diga-mos, tres copas — ¡ni una más! El temor se apoderó de él.Su posición era débil. Otra vez esa vieja e insidiosa locu-ra: esa primera copa. Se dirigió temblando a donde esta-ba el directorio de las iglesias. La música y la alegre char-la le llegaban desde el bar.

Pensó en sus responsabilidades: su familia y aquelloshombres que morirían porque no sabrían cómo ponersebien; sí, aquellos otros alcohólicos. Sin duda había mu-chos de ellos en esa población. Telefonearía a algún cléri-go. Le volvió la cordura y dio gracias a Dios. Después deescoger al azar una iglesia entró en la cabina y descolgó elteléfono.

Su llamada al clérigo lo llevó finalmente a cierto resi-dente de la población, el cual, aunque había sido un hom-

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bre capaz y respetado, estaba entonces acercándose alpunto más bajo de la desesperación alcohólica. La situa-ción era la de siempre: el hogar en peligro, la esposaenferma, los hijos desorientados, las cuentas sin pagar y lareputación por los suelos. Tenía un deseo desesperado dedejar de beber, pero no encontraba la salida después dehaber ensayado casi todas las vías de escape. Dolorosa-mente consciente de que había algo anormal en él, elhombre no podía darse cuenta cabalmente de lo que que-ría decir ser alcohólico.*

Cuando nuestro amigo contó su experiencia, el que loescuchaba estuvo de acuerdo en que toda la fuerza devoluntad de que pudiera hacer acopio no podría hacerledejar de beber por mucho tiempo. Convino en que eraabsolutamente necesario tener una experiencia espiritual,pero que, sobre la base que se sugería, parecía demasiadoalto el precio que había que pagar por ella. Habló decómo vivía constantemente preocupado por aquellos quepodían enterarse de su alcoholismo. Tenía, por supuesto,la muy conocida obsesión alcohólica de que pocos estabanenterados de su manera de beber. ¿Por qué, sostenía,había de perder lo que quedaba de su negocio, solamen-te para acarrear aún más sufrimiento a su familia, al admi-tir estúpidamente su apuro ante personas con las queganaba su subsistencia? Dijo que él haría cualquier cosa,menos eso.

Pero como se quedó intrigado, invitó a su casa a nues-tro amigo. Algún tiempo después, y justamente cuandocreía que estaba logrando un control en su consumo delicor, pescó una tremenda borrachera. Para él, ésta fue laque puso fin a todas sus borracheras. Se dio cuenta deque tendría que enfrentarse a todos sus problemas con

UNA VISIÓN PARA TI 155

* Esto se refiere al primer encuentro entre Bill y el Dr. Bob. Estos dos hombres fue-ron más tarde los co-fundadores de A.A. El texto del libro comienza con la historia deBill; la Sección de Experiencias empieza con la del Dr. Bob.

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toda sinceridad para que Dios pudiera concederle eldominio necesario.

Una mañana agarró al toro por los cuernos y empezó adecirles a todos aquellos a quienes temía cuál era el malque padecía. Se sorprendió de lo bien que fue recibido yse enteró de que muchos sabían cómo bebía. Se subió asu coche e hizo un recorrido de las personas a quieneshabía perjudicado. Temblaba mientras iba del uno al otro,porque eso podría significar su ruina; especialmente tra-tándose de alguna persona dedicada a la misma actividadque él.

A media noche regresó a casa exhausto pero muy feliz.Desde entonces no ha bebido ni una copa. Como vere-mos, él significa mucho para la comunidad, y las mayorescuentas pendientes de treinta años de beber excesiva-mente han sido saldadas con creces.

Pero la vida no era fácil para los dos amigos. Se presen-taban infinidad de dificultades. Ambos se dieron cuentade que tenían que mantenerse activos espiritualmente.Un día llamaron a la directora de enfermeras de un hos-pital local; le explicaron la necesidad que tenían y le pre-guntaron si tenía algún candidato alcohólico de primeraclase.

Ella contestó: “Sí, tenemos uno de primera. Es un indi-viduo que acaba de golpear a dos enfermeras. Pierde lacabeza completamente cuando está bebiendo; pero esuna magnífica persona cuando está sobrio, aunque haestado aquí ocho veces en los últimos seis meses. Debodecirles que ha sido un abogado muy conocido en la ciu-dad, pero en estos momentos lo tenemos bien atado”.*

Allí había un candidato, sin duda, pero por la descrip-ción el caso no parecía muy prometedor. El empleo de

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* Esta historia se refiere a la primera visita que Bill y el Dr. Bob hicieron al A.A.Número Tres. Tuvo como resultado la formación del primer grupo de A.A. en Akron,Ohio.

principios espirituales en tales circunstancias no se com-prendía tan bien como ahora. Pero uno de los dos amigosdijo: “Póngalo en un cuarto privado. Luego iremos averlo”.

Dos días después, un futuro miembro de AlcohólicosAnónimos miraba con ojos vidriosos a los extraños sujetossentados cerca de su cama. “¿Quiénes son ustedes, y porqué estoy en este cuarto privado? Antes siempre habíaestado en una sala común con otros pacientes”.

Uno de los visitantes le dijo: “Le estamos dando un tra-tamiento para el alcoholismo”.

La cara del individuo demostraba a las claras una totalfalta de esperanza al replicar: “¡Ah! Pero de nada servirá.Nada hay que pueda componerme; soy un hombre perdi-do. Las últimas tres veces me emborraché saliendo deaquí para ir a mi casa. Tengo miedo de salir por esa puer-ta. No puedo comprenderlo”.

Durante una hora los dos amigos estuvieron hablándo-le de sus experiencias. Y una y otra vez decía: “Ese soy yo,ese soy yo. Así bebo yo”.

Se le explicó a aquel hombre que sufría una intoxica-ción aguda, cómo ésta deteriora el organismo de un alco-hólico y cómo desvía su mente. Se habló mucho sobre elestado mental que precede a la primera copa.

“Sí, ese soy yo”, repetía el enfermo, “es mi propia ima-gen. Ustedes entienden esto, pero no veo de qué puedeservir. Cada uno de ustedes es alguien, yo también lo fuipero ahora soy un don nadie. Por lo que me dicen, sémejor que nunca que no puedo dejar de beber”. Al escu-char esto, los dos visitantes soltaron la carcajada. El futu-ro miembro de Alcohólicos Anónimos comentó: “¡Caram-ba! No veo que nada de esto sea motivo de risa”.

Los dos amigos hablaron de su experiencia espiritual, yle contaron del plan de acción que llevaron a cabo.

Él los interrumpió: “Yo estaba muy a favor de la Iglesia,

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pero eso no lo arreglará. Esas mañanas de borracheras leoraba a Dios y le juraba que no volvería a beber ni unagota, pero a las nueve de la mañana ya estaba más borra-cho que una cuba”.

Al siguiente día el candidato estaba más receptivo.Había estado considerándolo. “Tal vez tengan ustedesrazón”, les dijo, “Dios debe poder hacer cualquier cosa”.Luego añadió: “Ciertamente no hizo mucho por mí cuan-do estuve tratando de combatir las borracheras solo”.

Al tercer día, aquel abogado decidió entregarse al cuidadodeDios ymanifestó que estaba dispuesto a hacer todo lo quefuese necesario. Su esposa fue a verlo, apenas atreviéndose atener esperanzas aunque ya creyó ver en su esposo algo dife-rente. Había empezado a tener una experiencia espiritual.

Ese mediodía se vistió y salió del hospital convertido enun hombre libre. Tomó parte en una campaña política, pro-nunciando discursos, frecuentando centros de reunión dehombres de todas las clases, y con frecuencia, pasando envela toda la noche. Perdió sólo por un escaso margen. Perohabía encontrado a Dios y, al hacerlo, se había encontradoa sí mismo.

Eso sucedió en junio de 1935. Jamás volvió a beber. Éltambién ha llegado a ser un miembro respetado y útil desu comunidad. Ha ayudado a otros a recuperarse y es unapersona respetada en su iglesia, de la cual estuvo aparta-do por mucho tiempo.

Así es que, como verás, había tres alcohólicos en esapoblación que sentían que tenían que dar a otros lo quehabían encontrado o de lo contrario se hundirían. Despuésde varios fracasos para encontrar a otros, apareció un cuar-to hombre. Había acudido por conducto de una amistadque había oído las buenas nuevas. Resultó ser un joven alque no le importaba nada y cuyos padres no podían darsecuenta de si quería dejar de beber o no. Eran personas muydevotas que estaban escandalizadas por la negativa de su

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hijo a tener nada que ver con la iglesia. Sufría horriblemen-te a consecuencia de sus borracheras, pero parecía que nose podía hacer nada por él. Sin embargo, consintió en ir alhospital en el que ocupó precisamente el cuarto que habíadesocupado recientemente el abogado.

Tuvo tres visitantes. Al poco rato de oírlos dijo: “Laforma en que ustedes ponen la cosa espiritual tiene senti-do. Estoy listo para entrar en tratos. Supongo que los vie-jos tenían razón, después de todo”. Así se sumó uno mása la Comunidad.

Nuestro amigo, el del incidente en el hotel donde sehospedaba, permaneció en esa ciudad durante tres meses.Cuando regresó a su casa, había dejado allí al que habíaconocido primero, al abogado y al despreocupado joven.Estos hombres habían encontrado algo completamentenuevo en la vida. Aunque sabían que tenían que ayudar aotros alcohólicos para permanecer sobrios, este motivo sevolvió secundario. Fue superado por la felicidad queencontraron en darse a otros. Compartían sus casas y susescasos recursos, y gustosamente dedicaban sus horaslibres a compañeros de fatigas. Estaban dispuestos, día ynoche, a internar a uno nuevo en el hospital para ir a visi-tarlo luego. Crecieron en número. Tuvieron unos cuan-tos fracasos penosos, pero en esos casos se esforzabanpor atraer a los familiares del individuo a una maneraespiritual de vivir, aliviándose así sus preocupaciones ysufrimientos.

Año y medio más tarde, estos tres habían tenido éxitocon siete más. Como se veían muy a menudo, era rara lanoche que no hubiese una pequeña reunión en casa dealgunos de aquellos hombres y mujeres, felices por su libe-ración y pensando constantemente en cómo poder dar sunuevo descubrimiento al recién llegado. Además de estasreuniones informales, se volvió costumbre apartar un díade la semana para una sesión a la que podía asistir cual-

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lia. Sabían que tenían muchos nuevos amigos y les pare-cía como si estos extraños hubiesen sido sus conocidos desiempre. Habían visto milagros y ahora uno se iba a rea-lizar en ellos. Habían percibido la Gran Realidad: SuAmado y Todopoderoso Creador.

Actualmente esa casa no tiene cabida suficiente paralos que la visitan semanalmente, que suman de sesenta aochenta por lo general. Los alcohólicos son atraídos desdecerca y desde lejos. Familias de las poblaciones circunve-cinas viajan para estar presentes. En una de las poblacio-nes cercanas hay quince miembros de Alcohólicos Anóni-mos. Siendo ésta una ciudad bastante grande, creemosque algún día su comunidad ascenderá a centenares.*

Pero la vida entre los Alcohólicos Anónimos entrañaalgo más que la asistencia a reuniones y visitas a los hos-pitales. Es necesario limar viejas rencillas; ayudar a arre-glar desavenencias familiares; abogar por el hijo desca-rriado y desheredado ante padres coléricos; prestarsocorro económico y conseguir trabajo a miembros endesgracia y llevar a cabo muchos otros cometidos cuandolas circunstancias lo requieran. Nadie se ha desprestigia-do ni se ha hundido demasiado como para no ser bienve-nido entre nuestros miembros, si es que se acerca conbuenas intenciones. Distinciones sociales, recelos y riva-lidades son cosas que brillan por su ausencia en nuestrosgrupos. Habiendo naufragado en el mismo barco, ha-biendo sido rescatados y reunidos bajo un Dios, concorazones y mentes afines al bienestar de otros, las cosasque son tan importantes para otras personas, dejan detener importancia para nosotros. ¿Cómo habrían detenerla?

En condiciones que son sólo ligeramente distintas, lomismo está sucediendo en muchas ciudades del este. En

UNA VISIÓN PARA TI 161

* Escrito en 1939.

quiera o todos aquellos interesados en una manera de vivirespiritual. Aparte de la compañía y la sociabilidad, el obje-to primordial era el de proporcionar la ocasión y el lugarpara que otros llevasen sus problemas.Personas ajenas a la agrupación empezaron a enterarse.

Un individuo y su esposa pusieron su casa, que era gran-de, a la disposición de este extrañamente variado conjun-to. Esta pareja se ha interesado tanto desde entonces, quehan dedicado su casa a esta labor. Más de una esposa atur-dida ha visitado esa casa para encontrar compañía com-prensiva y cariñosa entre mujeres que conocían su pro-blema, para oír de boca de los maridos de éstas lo que lesocurría a ellos, para que se le indicara cómo su propiomarido descarriado podía ser hospitalizado y abordadocuando tropezara la próxima vez.Más de un hombre, todavía ofuscado por su experien-

cia en el hospital, ha traspuesto el umbral de esta casapara encontrar la libertad. Más de un alcohólico que haentrado allí ha salido con una solución. Se ha rendidoante esa alegre turba que se reía de sus propios infortu-nios y comprendía los de él. Impresionado por aquellosque lo visitaron en el hospital, capituló completamentecuando escuchó después, en un cuarto de esta casa, lahistoria de algún individuo cuya experiencia tenía muchaconcordancia con la suya. La expresión en la cara de lasmujeres, ese algo indefinido en los ojos de los hombres,el ambiente estimulante y conmovedor del lugar, contri-buyeron a hacerle saber que había tocado, por fin, puer-to seguro.El muy práctico enfoque de sus problemas, la ausen-

cia de intolerancia de cualquier índole, la falta de cere-monia, la genuina democracia y la maravillosa compren-sión de esa gente, eran irresistibles. Él y su esposa salíande allí alborozados por la idea de lo que ahora podríanhacer por algún amigo atacado de ese mal y por su fami-

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una de éstas hay un conocido hospital para el tratamientodel alcoholismo y la drogadicción. Hace seis años, uno denuestro grupo estuvo internado allí. Muchos de nosotroshemos sentido por primera vez la Presencia y el Poder deDios dentro de sus paredes. Tenemos una deuda de gra-titud con el médico responsable de ese establecimiento,porque, aunque podría perjudicar su propio trabajo, nosha dicho de su creencia en el nuestro.

Cada dos o tres días, este doctor nos indica a uno de suspacientes para abordarlo. Como comprende nuestralabor, puede hacer esto con buen ojo para seleccionar aaquellos que están deseosos y pueden recuperarse sobreuna base espiritual. Muchos de nosotros, antiguos pacien-tes, vamos allí a ayudar. En esa ciudad también hay reu-niones informales como las que hemos descrito y en lasque ahora pueden verse docenas de miembros. Se trabanamistades con la misma facilidad, existe la misma servicia-lidad del uno hacia el otro que se encuentra entre nues-tros amigos del oeste. Se viaja mucho del este al oeste yprevemos un gran incremento de este útil intercambio.

Tenemos la esperanza de que algún día todo alcohólicoque viaje encuentre en su lugar de destino una comuni-dad de Alcohólicos Anónimos. Esto ya es verdad hastacierto punto. Algunos de nosotros somos vendedores yviajamos, vamos de un lado a otro. Pequeños grupos dedos, tres o cinco de nosotros han surgido en varias comu-nidades a través de contactos con nuestros dos grandescentros. Aquellos de nosotros que viajamos acudimos aellos cada vez que podemos. Esta costumbre nos permiteechar una mano, a la vez que evitar ciertas seductorasatracciones del camino, sobre las que cualquier agente deventas puede informarte.*

Así crecimos y así puede sucederte a ti aunque no seas

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* Escrito en 1939. En 2008 hay unos 115,000 grupos. A.A. tiene actividades en 180países con una afiliación total de más de 2,000,000 de miembros.

más que un individuo con este libro en tus manos.Creemos y tenemos la esperanza de que éste contengatodo lo que necesitas para empezar.

Sabemos lo que estás pensando. Te estás diciendo a timismo: “Estoy tembloroso y me siento solo. Yo no podríahacerlo”. Pero sí puedes. Se te olvida que acabas de en-contrar una fuente de poder mucho más grande que túmismo. Con este respaldo, puedes hacer lo mismo quehemos hecho nosotros. Sólo es cuestión de buena volun-tad, paciencia y una labor perseverante.

Conocemos a un alcohólico que vivía en una comunidadgrande. Después de estar allí apenas unas semanas, pudodarse cuenta de que en aquel lugar probablemente habíaun porcentaje mayor de alcohólicos que el de cualquieraotra ciudad de este país. Esto sucedía unos días antes deescribir estas palabras (año 1939). Las autoridades dellugar estaban muy preocupadas. Nuestro amigo se puso encontacto con un eminente psiquiatra que había asumido laresponsabilidad de velar por la salud mental de la comuni-dad. Este doctor resultó ser muy capaz y estaba realmen-te interesado en adoptar cualquier sistema factible parapoder manejar aquella situación. Por lo tanto, le preguntóa nuestro amigo cuál era la idea que tenía.

Nuestro amigo procedió a explicarle, con tan buenresultado que el doctor estuvo de acuerdo en hacer unensayo entre sus pacientes y otros alcohólicos de una clí-nica que él atendía. También se hicieron arreglos con eljefe de psiquiatría de un hospital público para seleccionarotros más de entre el flujo de miseria que pasaba por esainstitución.

Así es que nuestro compañero de labores pronto ten-drá muchísimos amigos. Puede ser que algunos de elloscaigan, y tal vez no se levanten nunca; pero si nuestraexperiencia puede servir de criterio, más de la mitad deaquellos a quienes se aborde llegarán a ser miembros de

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Alcohólicos Anónimos. Cuando unos cuantos individuosde esa ciudad se hayan descubierto a sí mismos y hayandescubierto la alegría de ayudar a otros a encarar la vidade nuevo, no se darán tregua hasta que todos los de dichapoblación hayan tenido su propia oportunidad para recu-perarse, si pueden y quieren hacerlo.

Todavía podrías decir: “Pero yo no tendré la oportuni-dad de entrar en contacto con los que escribieron estelibro”. ¡Quién lo sabe! Dios será quien lo determine; asíes que tienes que recordar que tu verdadera dependenciasiempre recae en Él. Él te enseñará cómo formar la Agru-pación que anhelas.*

Nuestra intención al escribir este libro es que su conte-nido tenga un carácter de sugerencia. Nos damos cuentade lo poco que sabemos. Dios constantemente nos reve-lará más, a ti y a nosotros. Pídele a Él, en tu meditaciónpor la mañana, que te inspire lo que puedes hacer ese díapor el que todavía está enfermo. Recibirás la respuesta situs propios asuntos están en orden. Pero, obviamente, nose puede transmitir algo que no se tiene. Ocúpate, pues,de que tu relación con Él ande bien y grandes aconteci-mientos te sucederán a ti y a infinidad de otros. Ésta espara nosotros la Gran Realidad.

Entrégate a Dios, tal como tú Lo concibes. Admite tusfaltas ante Él y ante tus semejantes. Limpia de escombrostu pasado. Da con largueza de lo que has encontrado yúnete a nosotros. Estaremos contigo en la Fraternidad delEspíritu, y seguramente te encontrarás con algunos denosotros cuando vayas por el Camino del Destino Feliz.

Que Dios te bendiga y conserve hasta entonces.

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* Alcohólicos Anónimos tendrá mucho gusto en recibir noticias de usted. La direcciónes: P.O. Box 459, Grand Central Station, New York N.Y. 10163, U.S.A.

HISTORIAS PERSONALES

Cómo cuarenta y cuatro alcohólicosse recuperaron de su enfermedad.

Comenzando con el relato del Dr. Bob, co-fundadorde A.A. aquí se presentan tres grupos de historias per-sonales

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PRIMERA PARTE

LOS PIONEROS DE A.A.

Este grupo de trece relatos muestra que la sobriedaden A.A. puede durar

SEGUNDA PARTE

DEJARON DE BEBER A TIEMPO

Dieciséis relatos que pueden ayudarle a decidir si ustedes alcohólico; también, si A.A. es para usted

TERCERA PARTE

CASI LO PERDIERON TODO

Aquellos que creen que su forma de beber no tieneesperanza pueden encontrar otra vez esperanza en estas

quince impresionantes historias

PRIMERA PARTE

PIONEROS DE A.A.

El Dr., Bob y los 12 hombres y mujeres que a conti-nuación cuentan sus historias figuraban entre los prime-ros miembros de los grupos pioneros.

Hoy día hay otros centenares de miembros de A.A.que llevan sobrios 50 años o más sin recaer..

Todos éstos entonces, son los pioneros de A.A. Sirvencomo una prueba patente de que es posible liberarse delalcoholismo permanentemente.

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LA PESADILLA DEL DOCTOR BOB

Co-fundador de Alcohólicos Anónimos. El nacimientode nuestra Sociedad data del primer día de su sobriedadpermanente: el 10 de junio de 1935.

Hasta 1950, año en que falleció, llevó el mensaje deA.A. a más de 5,000 hombres y mujeres alcohólicos, yprestó a todos ellos sus servicios sin pensar en cobrar.

En este prodigio de servicio contó con la eficaz ayudade la Hermana Ignacia, en el Hospital Santo Tomás, deAkron, Ohio, una de las mejores amigas que jamás podrátener nuestra Comunidad.

NACÍ EN un pueblo de Nueva Inglaterra, de unassiete mil almas. La norma general de moral era,

según recuerdo, muy superior a la prevaleciente en aqueltiempo. No se vendía cerveza ni licor en la vecindad; sola-mente en la agencia del Estado había la posibilidad deconseguir una pinta si se podía convencer al agente deque uno la necesitaba realmente. Sin una prueba a eseefecto, el comprador esperanzado se veía obligado a mar-charse con las manos vacías, sin nada de aquello que lle-gué a creer más tarde era la panacea para todos los males.Aquellos que recibían sus pedidos de licor por correoexpreso desde Nueva York o Boston, eran vistos conmucha desconfianza y desaprobación por la mayoría delos vecinos. El pueblo estaba bien dotado de iglesias yescuelas en las que desarrollé mis primeras actividadeseducacionales.

Mi padre fue un profesional de reconocida capacidad,y tanto él como mi madre participaban muy activamenteen asuntos de la iglesia. Ambos tenían una inteligenciaque estaba por encima de lo común.

171

Desgraciadamente para mí, fui hijo único; lo cual talvez creó en mí el egoísmo que tuvo tanto que ver en quese presentara en mí el alcoholismo.

Desde mi niñez hasta que empecé a cursar estudios enla escuela secundaria, se me obligó más o menos a ir a laiglesia, a la doctrina y servicios dominicales nocturnos, alos servicios de los lunes y algunas veces a las oraciones delos miércoles por la noche. Por eso, decidí que, cuandoestuviera libre del dominio de mis padres, nunca volveríaa pisar la puerta de una iglesia. Cumplí con constanciaesta resolución durante cuarenta años, excepto cuando lascircunstancias parecían indicar que sería imprudente nopresentarme.

Después de la escuela secundaria estudié dos añosen una de las mejores universidades del país, en la quebeber parecía ser la principal actividad al margen delplan de estudios. Parecía que casi todos participabanen ella. Yo lo hice más y más, y me divertía mucho sinsufrir ni física ni económicamente. A la mañanasiguiente parecía recuperarme mejor que la mayoría demis amigos que tenían la mala suerte (o tal vez labuena) de levantarse con fuertes náuseas. Nunca en lavida he tenido un dolor de cabeza, hecho que me hacecreer que fui un alcohólico casi desde el principio.Toda mi vida parecía estar concentrada alrededor dehacer lo que yo quería hacer, sin tener en cuenta losderechos, deseos o prerrogativas de nadie más; un esta-do de ánimo que llegó a ser más y más predominantecon el transcurso de los años. Me gradué con los máxi-mos honores ante la fraternidad de los bebedores, perono ante el decano de la universidad.

Los siguientes tres años los pasé en Boston, Chicago yMontreal como empleado de una importante compañíamanufacturera, vendiendo repuestos para ferrocarriles,motores de gasolina de todas clases y muchos otros

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artículos de ferretería pesada. Durante esos años bebítodo lo que mi bolsillo me permitía, todavía sin pagarmucho por las consecuencias, a pesar de que a vecesempezaba a estar tembloroso por las mañanas. Duranteestos tres años sólo perdí medio día de trabajo.

Mi paso siguiente consistió en emprender el estudiode la medicina, ingresando en una de las universidadesmás grandes del país. Allí me dediqué a la bebida conmucho mayor empeño del que hasta entonces habíademostrado. Debido a mi enorme capacidad para bebercerveza, fui elegido como miembro de una de las socie-dades de bebedores y pronto llegué a ser uno de susprincipales miembros. Muchas mañanas me encaminabaa las clases y, aunque iba completamente bien prepara-do, regresaba a la casa de la fraternidad porque, debidoa los temblores que tenía, no me atrevía a entrar al aulapor miedo a hacer una escena si se me pedía que diesela lección.

Esto fue de mal en peor hasta la primavera de misegundo año de estudios en que, después de un largotiempo de estar bebiendo, decidí que no podía terminarel curso; hice mi maleta y me fui al sur a pasar un mesen una gran hacienda de un amigo mío. Cuando se medespejó la mente, decidí que sería una gran tonteríadejar la escuela y que era mejor regresar y continuar misestudios. Cuando llegué a la escuela descubrí que el pro-fesorado tenía otras ideas sobre el particular, Despuésde muchas discusiones me permitieron regresar y pre-sentar mis exámenes, todos los cuales pasé honrosamen-te. Pero estaban muy disgustados y me dijeron que tra-tarían de arreglárselas sin mí. Después de muchasdiscusiones penosas, me dieron al fin mis créditos y memarché a otra de las principales universidades del país,entrando en ella ese otoño como estudiante del penúlti-mo año.

LA PESADILLA DEL DOCTOR BOB 173Allí empeoró tanto mi manera de beber, que los

muchachos de la casa de la fraternidad donde vivía sevieron obligados a llamar a mi padre, el cual hizo unlargo viaje con el inútil propósito de corregirme. Pocoefecto surtió esto pues seguí bebiendo — y más licorque en años anteriores.

Al llegar a los exámenes finales, agarré una borra-chera bastante grande. Cuando traté de escribir mispruebas, me temblaban tanto las manos que no podíasostener el lápiz. Entregué tres libretas, por lo menos,completamente en blanco. Por supuesto, se me llamóa cuentas en seguida y el resultado fue que tuve querepetir dos trimestres y abstenerme completamentede beber para poder graduarme. Lo hice y tuve laaprobación del profesorado, tanto en conducta comoen estudios.

Me porté tan honorablemente que pude conseguir uncodiciado internado en una ciudad del oeste, en la queestuve dos años. Durante esos dos años me tuvieron tanocupado que casi no salía del hospital para nada. Por lotanto, no podía meterme en dificultades.

Al cabo de esos dos años puse un consultorio en elcentro de la ciudad. Tenía algún dinero, disponía demucho tiempo y padecía bastante del estómago. Prontodescubrí que un par de copas me aliviaban mis doloresgástricos por lo menos por unas horas y por lo tanto nome fue difícil volver a mis antiguos excesos.

Para entonces estaba empezando a pagarlo muy carofísicamente y, con la esperanza de encontrar alivio, meencerré voluntariamente en uno de los sanatorios loca-les al menos una docena de veces. Ahora estaba “entreEscila y Caribdis” porque si no bebía me torturaba miestómago y si bebía, eran mis nervios los que me tortu-raban. Después de tres años de esto acabé en un hos-pital donde trataron de ayudarme; pero yo hacía que

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algún amigo me llevara licor a escondidas, o robaba elalcohol en el edificio; de manera que empeoré rápida-mente.

Por fin, mi padre tuvo que mandar del pueblo a unmédico que se las arregló para llevarme a casa, y estuvedos meses en cama antes de poder salir a la calle.Permanecí allí unos dos meses más y regresé a reanudarla práctica de mi profesión. Creo que debí de haberestado verdaderamente asustado de lo que había pasado,o del médico, o probablemente de las dos cosas, y por lotanto no bebí una copa hasta que se decretó la ley secaen el país.

Con la promulgación de la “Ley Seca” me sentí bastan-te seguro. Sabía que todos comprarían botellas o cajas delicor, según sus posibilidades, y que pronto se acabaría.Por lo tanto no importaba mucho que yo bebiera algo.Entonces no me daba cuenta del abastecimiento casi ili-mitado que el gobierno nos permitía a los médicos, nitenía ninguna idea del contrabandista de licor que pron-to apareció en escena. Al principio bebía con modera-ción, pero tardé relativamente poco tiempo en volver aesos hábitos que tan desastrosos resultados me habíandado antes.

Con el transcurso de unos cuantos años más, se de-sarrollaron en mí dos fobias: Una era el miedo a nodormir y la otra, el miedo a quedarme sin licor. Al noser un hombre rico, sabía que si no estaba lo suficien-temente sobrio para ganar dinero, se me acabaría ellicor. Por eso no me tomaba ese trago que tanto ansia-ba por la mañana, pero en vez de esto tomaba grandesdosis de sedantes para aplacar los temblores que tantome angustiaban. De vez en cuando me rendía al tragode la mañana, pero cuando lo hacía, a las pocas horasya no estaba en condiciones de trabajar. Esto disminu-ía las probabilidades que tenía de meter a escondidas

LA PESADILLA DEL DOCTOR BOB 175en la casa algo de licor por la noche, lo que a la vez sig-nificaría una noche de dar vueltas en la cama en vano,seguida por una mañana de insoportables temblores.Durante los siguientes quince años tuve el suficientesentido común para no ir nunca al hospital ni general-mente, recibir pacientes si había estado bebiendo. Porentonces adopté la costumbre de irme a veces a uno delos clubes a los que pertenecía, y a veces, acostumbra-ba a alojarme en algún hotel inscribiéndome con unnombre ficticio; pero generalmente mis amigos meencontraban y me iba a mi casa, si me prometían noregañarme.

Si mi esposa decidía salir por la tarde, yo comprabauna buena provisión de licor, la metía a escondidas enla casa y la escondía en la carbonera, entre la ropasucia, sobre los batientes de las puertas o en los resqui-cios del sótano. También me servían los baúles y cofres,el recipiente de las latas viejas e incluso el de la ceniza.Nunca usé el depósito de agua del excusado porque meparecía demasiado fácil. Después descubrí que miesposa lo inspeccionaba frecuentemente. Cuando losdías de invierno eran suficientemente oscuros, metíabotellas chicas de alcohol en un guante y las tiraba alporche de atrás. El contrabandista que me surtía,escondía licor en la escalera de atrás para que yo lotuviera a mano. Solía metérmelo en los bolsillos, perome los registraban y esto se volvió muy arriesgado.También solía meterme botellas pequeñas en los calce-tines; esto dio muy buen resultado hasta que mi espo-sa y yo fuimos al cine a ver una película y descubrió mitruco.

No voy a relatar todas mis experiencias en hospitales ysanatorios.

Durante todo este tiempo nuestros amigos nos con-denaron más o menos al ostracismo. No podían invita-

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mos porque era seguro que me emborracharía y miesposa no se atrevía a invitar a nadie por la mismarazón. Mi fobia por el insomnio imponía que me embo-rrachara cada noche, pero para poder conseguir licorpara la siguiente tenía que estar sobrio por la mañana yabstenerme de beber hasta las cuatro de la tarde por lomenos. Proseguí con esta rutina durante diecisiete añoscon pocas interrupciones. En realidad era una pesadillahorrible ese ganar dinero, conseguir licor, meterlo aescondidas a la casa, emborracharme, temblar por lasmañanas, tomar grandes dosis de sedantes para poderganar más dinero y así ad nauseam. Les prometía queno volvería a beber a mi esposa, a mis hijos y a mis ami-gos — promesas que raramente me mantenían sobrio nidurante un día a pesar de haber sido muy sincero alhacerlas.

Para beneficio de los inclinados a los experimentos,debo mencionar el llamado experimento de la cerveza.Poco tiempo después de suspenderse la prohibición devender cerveza, creí que estaba a salvo. La cerveza meparecía inocua; podía beber toda la que quisiera. Nadiese emborrachaba con cerveza. Con el consentimientode mi buena esposa llené de cerveza el sótano hasta lostopes. Al poco tiempo estaba consumiendo cuandomenos una caja y media de botellas por día. Subí de pesotreinta libras en unos dos meses, parecía un cerdo y mesentía incómodo por falta de respiración. Entonces seme ocurrió que, cuando todo uno olía a cerveza, nadiepodía decir lo que había bebido, así que empecé a refor-zar mi cerveza con puro alcohol. Desde luego, el resul-tado fue muy malo, y esto puso fin al experimento de lacerveza.

Más o menos en la época de este experimento fui adar con un grupo de personas que me atraían por suaparente equilibrio, buena salud y felicidad. Habla-

LA PESADILLA DEL DOCTOR BOB 177ban sin ninguna turbación, cosa que yo nunca podíahacer, se les veía muy reposados en cualquier ocasióny parecían muy saludables. Por encima de estos atri-butos, parecían felices. Me sentía cohibido e intran-quilo la mayor parte del tiempo, mi salud era precariay me sentía completamente infeliz. Tuve la sensaciónde que ellos tenían algo que yo no tenía y que podríaaprovechar de buena gana. Supe que se trataba dealgo de índole espiritual, lo cual no me atraía muchopero pensé que no podría hacerme ningún daño. Ledediqué mucho tiempo y estudié el asunto durantedos años y medio, pero a pesar de eso me emborra-chaba todas las noches. Leí todo lo que pude encon-trar y hablé con todo el que creía que sabía algo acer-ca de ello.

Mi esposa se interesó mucho y fue su interés el quesostuvo el mío a pesar de que entonces no veía quepudiera ser una solución para mi problema con ellicor. Nunca sabré cómo mi esposa conservó su fe y suvalor durante todos esos años, pero lo hizo. Si nohubiera sido así, sé que desde hace mucho yo estaríamuerto. Quién sabe por qué, nosotros los alcohólicosparece que tenemos el don de escoger a las mujeresmejores del mundo. Por qué han de ser sometidas alas torturas que les infligimos es algo que no puedoexplicarme.

Por aquellos días una señora llamó a mi esposa un sába-do por la tarde para decirle que quería que yo fuese a sucasa esa noche, a conocer a un amigo de ella que podríaayudarme. Era la víspera del Día de la Madre y había lle-gado a casa bien borracho llevando una planta en unamaceta que puse en la mesa; acto seguido subí a mi cuar-to y perdí el conocimiento. Al día siguiente volvió a llamaraquella señora. Queriendo ser cortés aunque me sentíamuy mal, dije: “Vamos a hacer la visita” e hice a mi espo-

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sa prometerme que no nos quedaríamos más de quinceminutos.

Llegamos a su casa a las cinco y eran las once y cuar-to cuando salimos. Tuve posteriormente dos conversa-ciones más breves con este hombre y dejé de beberrepentinamente. Este período seco duró como tressemanas. Entonces fui a Atlantic City para asistir a unareunión de una sociedad nacional de la que era miem-bro y que duró algunos días. Me bebí todo el whiskyque llevaban en el tren y compré varias botellas decamino al hotel. Esto sucedió un domingo; me embo-rraché esa noche, estuve sin beber el lunes hasta des-pués de la comida y procedí a embriagarme otra vez.Bebí todo lo que me atreví a beber en el bar y me fuia mi cuarto a terminar la borrachera. El martes empe-cé por la mañana y por la tarde ya estaba bien arregla-do. No quise quedar mal y por eso pagué mí cuenta yme fui del hotel. En el camino a la estación del ferro-carril compré licor. Tuve que esperar algún tiempo lasalida del tren. A partir de entonces no recuerdo nadasino hasta que desperté en la casa de un amigo quevivía en un pueblo cercano. Esas buenas personas avi-saron a mi esposa y ella mandó a mi nuevo amigo paraque me llevara a mi casa. Llegó, me llevó, me acostó,me dio unas copas esa noche y una botella de cervezael día siguiente.

Eso fue el 10 de junio de 1935, y fue mi última copa. Alescribir esto han pasado casi cuatro años.

La pregunta que podría venirte a la mente sería:“¿Qué fue lo que dijo o hizo ese hombre que fue tandiferente de lo que otros habían dicho o hecho?”Debe recordarse que yo había leído mucho y habladocon todo aquel que sabía, o creía que sabía, algo acer-ca del alcoholismo. Pero este era un hombre quehabía pasado por años de beber espantosamente, que

LA PESADILLA DEL DOCTOR BOB 179había tenido la mayoría de las experiencias de borra-cho conocidas por el hombre, pero que se había recu-perado por los mismos medios que había yo estado tratan-do de emplear, o sea: el enfoque espiritual. Me dioinformación sobre el tema del alcoholismo que induda-blemente fue de gran ayuda. Mucho más importante fueel hecho de que él era el primer ser humano con quien yohablaba que sabía por experiencia personal de lo que esta-ba hablando cuando se refería al alcoholismo. En otraspalabras, hablaba mi propio idioma. Sabía todas las res-puestas y ciertamente, no porque las hubiese sacado desus lecturas.

Es una maravillosa bendición estar liberado de la terri-ble maldición que pesaba sobre mí. Mi salud es buena yhe recobrado el respeto de mí mismo y el de mis colegas.Mi vida hogareña es ideal y mis negocios todo lo buenoque pueda esperarse en estos tiempos inseguros. Dedicomucho tiempo a pasar lo que aprendí a otras personas quelo quieren y necesitan mucho. Los motivos que tengopara hacerlo son:

1. Sentido del deber2. Es un placer.3. Porque al hacerlo estoy pagando mi deuda al hom-

bre que se tomó el tiempo para pasármela a mí.4. Porque cada vez que lo hago me aseguro un poco

más contra una posible recaída.A diferencia de la mayoría de nosotros, no me sobrepu-

se totalmente al ansia de licor durante los primeros dosaños y medio. Casi siempre la sentía; pero nunca estuve nisiquiera próximo a ceder a ella. Me inquietaba terrible-mente ver a mis amigos beber, sabiendo que yo no podía,pero me discipliné a creer que, aunque una vez habíatenido ese mismo privilegio, había abusado de él tanespantosamente que me había sido retirado. Así que nome corresponde protestar porque, después de todo, nadie

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tuvo nunca que tirarme al suelo para echarme el licor porel gaznate.

Si crees que eres un ateo, un agnóstico, un escéptico, otienes cualquiera otra forma de orgullo intelectual que teimpida aceptar lo que hay en este libro, lo siento por ti. Sicrees que todavía tienes fuerzas suficientes para ganarsolo la partida, es cuestión tuya. Pero si verdaderamentequieres dejar de beber de una vez por todas, y sincera-mente sientes que necesitas ayuda, sabemos que tenemosuna solución para ti. Nunca falla, si uno se dedica a ellocon la mitad del ahínco que tenía la costumbre de demos-trar cuando estaba tratando de conseguir otra copa.

¡Tu Padre Celestial nunca te abandonará!

LA PESADILLA DEL DOCTOR BOB 181

182

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EL ALCOHÓLICO ANÓNIMONÚMERO TRES

Miembro pionero del Grupo Nº 1 de Akron, el primergrupo de A.A. en el mundo. Preservó su fe, y por esto, él yotros muchos encontraron una vida nueva.

UNO DE CINCO HIJOS, nací en una granja en el conda-do de Carlyle, Kentucky. Mis padres eran gente

acomodada y un matrimonio feliz. Mi esposa, oriundatambién de Kentucky, me acompañó a Akron, dondeterminé mis estudios de Leyes en la Facultad de Dere-cho de Akron.

El mío es en cierto modo un caso inusitado. No huboepisodios de infelicidad durante mi niñez que pudieranexplicar mi alcoholismo. Aparentemente, tenía unapropensión natural a la bebida. Estaba felizmente casa-do y, como he dicho, nunca tuve ninguno de los moti-vos, conscientes o inconscientes, que a menudo secitan para beber. No obstante, como indica mí historial,llegué a convertirme en un caso grave.

Antes de que la bebida me derrotara completamen-te, logré tener algunos éxitos apreciables, habiendoservido como miembro del consejo municipal y admi-nistrador financiero de Kenmore, un suburbio quemás tarde se incorporó a la ciudad misma. Pero todoesto se fue esfumando según bebía cada vez más. Asíque, cuando llegaron Bill y el Dr. Bob, mis fuerzas sehabían agotado.

La primera vez que me emborraché, tenía ocho

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años. No fue culpa de mi padre ni de mi madre, quie-nes se oponían fuertemente a la bebida. Un par de tra-bajadores estaban limpiando el granero de la finca, y yoles acompañaba montado en el trineo. Mientras elloscargaban, yo bebía sidra de un barril que había en elgranero. Después de dos o tres recorridos, en un viajede vuelta, perdí el conocimiento y me tuvieron que lle-var a casa. Recuerdo que mi padre tenía whisky en lacasa con propósitos medicinales y para servir a los invi-tados, y yo lo bebía cuando no había nadie a mi alrede-dor y luego añadía agua a la botella para que mispadres no se dieran cuenta.

Seguí así hasta que me matriculé en la universidadestatal y, pasados cuatro años, me di cuenta de que eraun borracho. Mañana tras mañana me despertabaenfermo y temblando, pero siempre disponía de unabotella colocada en la mesa al lado de mi cama. Lacogía, me echaba un trago y, a los pocos minutos, melevantaba, me echaba otro, me afeitaba, desayunaba,me metía en el bolsillo un cuarto de litro de licor, y meiba a la universidad. En los intervalos entre mis clases,corría a los servicios, bebía lo suficiente como para cal-mar mis nervios y me dirigía a la siguiente clase. Esofue en 1917.

En la segunda parte de mi último año en la universi-dad, dejé mis estudios para alistarme en el ejército. Enaquel entonces, a esto lo llamaba patriotismo. Mástarde, me di cuenta de que estaba huyendo del alcohol.En cierto grado, me ayudó, ya que me encontré enlugares en donde no podía conseguir nada de beber, yasí logré romper el hábito.

Luego entró en vigor la Prohibición, y el hecho deque lo que se podía obtener era tan malo, y a vecesmortal, unido al de haberme casado y tener un traba-jo que no podía descuidar, me ayudaron durante un

EL ALCOHÓLICO ANÓNIMO NÚMERO TRES 183período de unos tres o cuatro años; aunque cada vezque podía conseguir una cantidad de licor suficientepara empezar, me emborrachaba. Mi esposa y yo per-tenecíamos a algunos clubs de bridge, en donde secomenzaba a fabricar y a servir vino. No obstante,después de dos o tres intentos, supe que esto no meconvencía, ya que no servían lo suficiente para satisfa-cerme, así que rehusé beber. Ese problema, sinembargo, pronto se resolvió cuando empecé a llevar-me mi propia botella conmigo y a esconderla en elretrete o entre los arbustos.

Según pasaba el tiempo, mi forma de beber iba empe-orando. Me ausentaba de la oficina durante dos o tressemanas; días y noches espantosas en las que me veía tira-do en el suelo de mi casa, buscando la botella a tientas,echándome un trago y volviéndome a hundir en el olvido.

Durante los primeros seis meses de 1935, me hospi-talizaron ocho veces por embriaguez y me ataron a lacama durante dos o tres días antes de que supieradónde estaba.

El 26 de junio de 1935, llegué otra vez al hospital, yme sentí desanimado, por no decir más. Cada una delas siete veces que me había ido del hospital durantelos últimos seis meses, salí resuelto a no emborrachar-me — por lo menos durante ocho meses. No fue así; nosabía cuál era el problema, y no sabía qué hacer.

Aquella mañana me trasladaron a otra habitación, yallí estaba mi esposa. Pensé: “Bueno, me va a decir quehemos llegado al fin”. No podía culparla, y no teníaintención de tratar de justificarme. Me dijo que habíahablado con dos personas acerca de la bebida. De estome resentí mucho, hasta que me informó que eran unpar de borrachos como yo. Decírselo a otro borrachono era tan malo.

Me dijo: “Vas a dejarlo”. Esto valió mucho, aunque no

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lo creía. Luego me dijo que los borrachos con quieneshabía hablado, tenían un plan a través del cual creíanque podían dejar de beber, y una parte del plan era elcontárselo a otro borracho. Esto iba a ayudarles a man-tenerse sobrios. Toda la demás gente que había habladoconmigo quería ayudarme, y mi orgullo no me dejabaescucharlos, creándome únicamente resentimientos. Mepareció, no obstante, que sería una mala persona si noescuchaba por un rato a un par de hombres, si esto lespodría curar. También me dijo que no podía pagarlesaunque quisiera y tuviera el dinero para hacerlo, dineroque no tenía.

Entraron y empezaron a instruirme en el programaque más tarde se conocería como Alcohólicos Anónimos,y que en aquel entonces no era muy extenso.

Los miré, dos hombres grandes, de más de seis piesde altura, y de apariencia muy agradable. (Más tardesupe que eran Bill W. y el Dr. Bob). Poco despuésempezamos a relatar algunos acontecimientos de nues-tro beber y, naturalmente, me di cuenta rápidamenteque ambos sabían de lo que estaban hablando, porquecuando se está borracho, uno puede sentir y oler cosasque no se pueden en otros momentos. Si me hubieraparecido que no sabían de lo que estaban hablando, nohabría estado dispuesto en absoluto a hablar con ellos.

Pasado un rato, Bill dijo: “Bueno, has estado hablan-do mucho; deja que hable yo por unos minutos”. Asíque, después de escuchar un poco más de mi historia,se volvió hacia el Dr. Bob —creo que él no sabía que looía— y dijo: “Bueno, me parece que vale la pena traba-jar con él y salvarle”. Me preguntaron: “¿Quieres dejarde beber? Tu beber no es asunto nuestro. No estamosaquí para tratar de quitarte ningún derecho o privile-gios tuyos; pero tenemos un programa a través del cualcreemos que podemos mantenernos sobrios. Una parte

EL ALCOHÓLICO ANÓNIMO NÚMERO TRES 185de este programa consiste en que lo pasemos a otrapersona, que lo necesite y lo quiera. Si no lo quieres,no malgastaremos tu tiempo, y nos iremos a buscar aotro”.

Luego, querían saber si yo creía que podía dejar debeber por mis propios medios, sin ayuda alguna; sipodía simplemente salir del hospital para no bebernunca. Si así fuera, sería una maravilla, y a ellos lesagradaría conocer a un hombre que tuviera tal capaci-dad. No obstante, buscaban a una persona que supieraque tenía un problema que no podía resolver por símisma y que necesitara ayuda ajena. Luego me pre-guntaron si creía en un Poder Superior. Eso no mecausó ninguna dificultad, ya que nunca había dejado decreer en Dios, y había tratado repetidas veces de con-seguir ayuda, sin lograrla. Luego me preguntaron siestaría dispuesto a recurrir a este Poder para pedirayuda, tranquilamente y sin reservas.

Me dejaron para que reflexionara sobre esto, y mequedé echado en mi cama del hospital, pensando en mivida pasada y repasándola. Pensé en lo que el alcoholme había hecho, en las oportunidades que había perdi-do, en los talentos que se me habían dado y en cómolos había malgastado; y finalmente llegué a la conclu-sión de que, aunque no deseara dejar de beber, debe-ría desearlo, y que estaba dispuesto a hacer cualquiercosa para dejarlo.

Estaba dispuesto a admitir que había tocado fondo,que me había encontrado con algo con lo que no sabíaenfrentarme solo. Así que, después de meditar sobreesto, y dándome cuenta de lo que la bebida me habíacostado, acudí a este Poder Superior, que para mí eraDios, sin reserva alguna, y admití que yo era impoten-te ante el alcohol, y que estaba dispuesto a hacer cual-quier cosa para deshacerme del problema. De hecho,

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admití que estaba dispuesto, de allí en adelante, aentregar mi dirección a Dios. Cada día trataría de bus-car su voluntad y de seguirla, en vez de tratar de con-vencer a Dios de que lo que yo pensaba era lo mejorpara mí. Entonces, cuando ellos volvieron, se lo dije.

Uno de los hombres, creo que fue el Dr. Bob, mepreguntó: “Bueno, ¿quieres dejar de beber?” Res-pondí: “Sí, me gustaría dejarlo, por lo menos duranteunos seis u ocho meses, hasta que pueda poner miscosas en orden y vuelva a ganarme el respeto de miesposa y de algunos otros, arreglar mis finanzas, etc…”Y los dos con esto se echaron a reír de buena gana, yme dijeron: “Sería mejor que lo que has estado hacien-do, ¿verdad?” lo que era, por supuesto, la verdad. Y medijeron: “Tenemos malas noticias para ti. A nosotrosnos parecieron malas noticias, y a ti probablemente telo parecerán también. Aunque hayan pasado seis días,meses o años desde que tomaste tu último trago, si tetomas una o dos copas acabarás atado a la cama en elhospital, como has estado durante los seis meses pasa-dos. Eres un alcohólico”. Que recuerde yo, esta fue laprimera vez que presté atención a aquella palabra. Meimaginaba que era simplemente un borracho, y ellosme dijeron: “No, sufres de una enfermedad y noimporta cuánto tiempo pases sin beber, después detomarte uno o dos tragos, te encontrarás como estásahora”. En aquel entonces, esa noticia me fue verdade-ramente desalentadora.

Seguidamente me preguntaron: “Puedes dejar debeber durante 24 horas, ¿verdad?” Les respondí: “Sí,cualquiera puede dejarlo — durante 24 horas”. Medijeron: “De esto precisamente hablamos. Vein-ticuatro horas cada vez”. Esto me quitó un peso deencima. Cada vez que comenzaba a pensar en la bebi-da, me imaginaba los largos años secos que me espera-

EL ALCOHÓLICO ANÓNIMO NÚMERO TRES 187ban sin beber; esta idea de las veinticuatro horas, y elque la decisión dependiera de mí, me ayudaronmucho.

(En este punto, la Redacción se interpone sólo lo sufi-ciente como para complementar el relato de Bill D., elhombre en la cama, con el de Bill W., el que estaba senta-do al lado de la cama). Dice Bill W.

Este último verano hizo 19 años que el Dr. Bob y yo levimos (a Bill D.) por primera vez. Echado en su cama delhospital, nos miraba con asombro.

Dos días antes, el Dr. Bob me había dicho: “Si tú y yovamos a mantenernos sobrios, más vale que nos pongamosa trabajar”. En seguida, Bob llamó al Hospital Municipalde Akron y pidió hablar con la enfermera encargada de larecepción. Le explicó que él y un señor de Nueva Yorktenían una cura para el alcoholismo. ¿Tenía ella algúnpaciente alcohólico con quien la pudiéramos probar? Ellaconocía al Dr. Bob desde hacía tiempo, y le replicó brome-ando: “Supongo que ya la ha probado usted mismo”.

Sí, tenía un paciente — y de primera clase. Acababa dellegar con delirium tremens. A dos enfermeras les habíapuesto los ojos morados, y ahora le tenían atado fuertemen-te. ¿Serviría éste? Después de recetarle medicamentos,Bob ordenó: “Ponle en una habitación privada. Le visitare-mos cuando se despeje”.

A Bill D. no pareció causarle mucha impresión. Concara triste, nos dijo cansadamente: “Bueno, todo eso espara ustedes estupendo; pero para mí no puede serlo. Micaso es tan malo que me aterra hasta la idea de salir delhospital. Y tampoco tienen que venderme la religión. Unavez fui diácono, y todavía creo en Dios. Parece que El ape-nas cree en mí”.

Entonces, el Dr. Bob le dijo: “Bueno, quizá te sentirásmejor mañana. ¿Te gustaría vernos otra vez?”

“¡Cómo no!” respondió Bill D., “tal vez no sirva paranada — pero no obstante me gustaría verles. No cabe dudade que saben de lo que están hablando”.

Al pasar más tarde por su habitación, le encontramoscon su esposa Henrietta. Nos señaló con el dedo diciendo

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con entusiasmo: “Estos son los hombres de quienes te esta-ba hablando — los que entienden”.

Luego Bill nos contó que había pasado casi toda lanoche despierto, echado en la cama. En el abismo de sudepresión nació de alguna manera una nueva esperanza.Le había cruzado por la mente como un relámpago la idea:“Si ellos pueden hacerlo yo también lo puedo hacer”. Se lodijo repetidas veces a sí mismo. Finalmente, de su esperan-za surgió una convicción. Estaba seguro. Le vino entoncesuna profunda alegría. Sintió por fin una gran tranquilidad,y se durmió.

Antes de terminar nuestra visita, Bill se volvió hacia suesposa y le dijo: “Tráeme mis ropas, querida. Vamos alevantarnos e irnos de aquí.” Bill D. salió del hospital comoun hombre libre y nunca más volvió a beber.

El Grupo Número Uno de A.A. data de ese mismo día.(A continuación sigue la historia de Bill D.)

Durante los siguientes dos o tres días, llegué por fina la decisión de entregar mi voluntad a Dios y de seguirel programa lo mejor que pudiera. Sus palabras y susacciones me habían infundido una cierta seguridad.Aunque no estaba absolutamente seguro. No dudabade que el programa funcionara, dudaba de que yopudiera atenerme a él; llegué no obstante a la conclu-sión de que estaba dispuesto a dedicar todos misesfuerzos a hacerlo, con la gracia de Dios, y que de-seaba hacer precisamente esto. En cuanto llegué a estadecisión, sentí un gran alivio. Supe que tenía alguienque me ayudaría, en el que podía confiar, que no mefallaría. Si pudiera apegarme a El y escuchar, consegui-ría lo deseado. Recuerdo que, cuando los hombres vol-vieron, les dije: “Acudí a este Poder Superior, y le dijeque estoy dispuesto a anteponer Su mundo a todo lodemás. Ya lo he hecho, y estoy dispuesto a hacerlo otravez ante ustedes, o a decirlo en cualquier sitio, en cual-quier parte del mundo, de aquí en adelante, sin tener

EL ALCOHÓLICO ANÓNIMO NÚMERO TRES 189vergüenza”. Y esto, como ya he dicho, me deparómucha seguridad; parecía quitarme una gran parte demi carga.

Me acuerdo haberles dicho también que iba a sermuy duro, porque hacía otras cosas: fumaba cigarrillos,jugaba al póquer y a veces apostaba a los caballos; y medijeron: “¿No te parece que en el presente la bebida teestá causando más problemas que cualquier otra cosa?¿No crees que vas a tener que hacer todo lo que pue-das para deshacerte de ella?” Les repliqué a regaña-dientes: “Sí, probablemente será así”. Me dijeron:“Dejemos de pensar en los demás problemas; es decir,no tratemos de eliminarlos todos de un golpe, y con-centrémonos en el de la bebida”. Por supuesto, había-mos hablado de varios de mis defectos y hecho un tipode inventario que no fue difícil de hacer, ya que teníamuchos defectos que eran muy obvios, porque losconocía de sobra. Luego me dijeron. “Hay una cosamás. Debes salir y llevar este programa a otra personaque lo necesite y lo desee”.

Llegado a este punto, mis negocios eran práctica-mente no existentes. No tenía ninguno. Durante bas-tante tiempo, tampoco gocé, naturalmente, de mibuena salud. Me llevó un año y medio empezar a sen-tirme bien físicamente. Me fue algo duro, pero prontoencontré a gente que antes habían sido amigos y, des-pués de haberme mantenido sobrio durante un tiempo,vi a esta gente volver a tratarme como lo habían hechoen años pasados, antes de haberme puesto tan maloque no prestaba mucha atención a las ganancias econó-micas. Pasé la mayor parte de mi tiempo tratando derecobrar estas amistades y de compensar de algunaforma a mi mujer, a quien había lastimado mucho.

Sería difícil calcular cuánto A.A. ha hecho por mí.Verdaderamente deseaba el programa y quería seguir-

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lo. Me parecía que los demás tenían tanto alivio, unafelicidad, un no sé qué, que yo creía que toda personadebía tener. Estaba tratando de encontrar la solución.Sabía que había aún más, algo que no había captadotodavía. Recuerdo un día, una o dos semanas despuésde que salí del hospital, en el que Bill estaba en mi casahablando con mi esposa y conmigo. Estábamos almor-zando, y yo estaba escuchando, tratando de descubrirpor qué tenían ese alivio que parecían tener. Bill miróa mi esposa y le dijo: “Henrietta, Dios me ha mostradotanta bondad, curándome de esta enfermedad espanto-sa, que yo quiero únicamente seguir hablando de estoy seguir contándoselo a otras gentes”.

Me dije: “Creo que tengo la solución”. Bill estabamuy, muy agradecido por haber sido liberado de estacosa tan terrible y había atribuido a Dios el mérito dehaberlo hecho y está tan agradecido que quiere contár-selo a otras gentes. Aquella frase: “Dios me ha mostra-do tanta bondad, curándome de esta enfermedadespantosa, que únicamente quiero contárselo a otrasgentes”, me había servido como un texto dorado para elprograma de A.A. y para mí.

Por supuesto, mientras pasaba el tiempo y yo empe-zaba a recuperar mi salud, sentí que no tenía queesconderme siempre de la gente — y esto ha sidomaravilloso. Todavía asisto a las reuniones, porque megusta hacerlo. Me encuentro con gente con quien megusta hablar. Otro motivo que tengo para asistir es queestoy aún tan agradecido de tener tanto el programacomo la gente que lo compone, que todavía quiero par-ticipar en las reuniones —y tal vez la cosa más maravi-llosa que me ha enseñado el programa— lo he vistomuchas veces en el “A.A. Grapevine”, y muchas perso-nas me lo han dicho personalmente, y he visto a otrasmuchas ponerse de pie en las reuniones y decirlo — es

EL ALCOHÓLICO ANÓNIMO NÚMERO TRES 191lo siguiente: “Vine a A.A. únicamente con el propósitode lograr mi sobriedad, pero a través del programa deA.A. he encontrado a Dios”.

Esto me parece lo más maravilloso que una personapuede hacer.

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(2)

LAS MUJERES TAMBIÉN SUFREN

A pesar de tener grandes oportunidades, el alcohol casiterminó con su vida. Pionera en A.A., difundió la palabraentre las mujeres de nuestra etapa primera.

¿QUÉ ESTABA diciendo?… De lejos, como en undelirio, oí mi propia voz llamando a alguien,

“Dorotea”, hablando de tiendas de ropa, de trabajos…las palabras se fueron haciendo más claras… el sonidode mi propia voz me asustaba al irse acercando… y derepente, allí estaba, hablando no sé de qué, con alguiena quien no había visto nunca antes de aquel momento.De golpe, paré de hablar. ¿Dónde me encontraba?

Había despertado antes en habitaciones extrañas,completamente vestida, sobre una cama o un sofá;había despertado en mi propia habitación, dentro osobre mi propia cama, sin saber qué hora del día era,con miedo a preguntar… pero esto era diferente. Estavez parecía estar ya despierta, sentada derecha en unasilla grande y cómoda, en el medio de una animada con-versación con una mujer joven, que no parecía extrañar-se de la situación. Ella estaba charlando, cómoda y agra-dablemente.

Aterrorizada, miré a mi alrededor. Estaba en unahabitación grande, oscura, y amueblada de una manerabastante pobre — la sala de estar de un apartamento enel sótano de la casa. Escalofríos empezaron a recorrermi espalda; me empezaron a castañear los dientes; mismanos empezaron a temblar y las metí debajo de mí

193

para evitar que salieran volando. Mi miedo era real,pero no era el responsable de esas violentas reacciones.Yo sabía muy bien lo que eran — un trago lo arreglaríatodo. Debía de haber pasado mucho tiempo desde miúltima copa — pero no me atrevía a pedirle una a estaextraña. Tengo que salir de aquí. De cualquier forma,tengo que salir de aquí antes de que se descubra miabismal ignorancia de cómo llegué aquí, y ella se décuenta de que yo estoy totalmente loca. Estaba loca —debía de estarlo.

Los temblores empeoraron y yo miré mi reloj — lasseis en punto. La última vez que recuerdo mirar la horaera la una. Había estado sentada cómodamente en unrestaurante con Rita, bebiendo mi sexto martini y espe-rando que el camarero se olvidara de nuestra comida —o, por lo menos, lo suficiente como para tomarme un parde ellos más. Me había tomado sólo dos con ella, perohabía conseguido tomarme cuatro en los quince minutosque la estuve esperando, y, naturalmente, los incontadostragos de la botella según me levantaba dolorosamente yme vestía de manera lenta y espasmódica. De hecho, ala una me encontraba muy bien — sin sentir dolor algu-no. ¿Qué podía haber pasado? Aquello ocurrió en elcentro de Nueva York, en la ruidosa calle 42… esto eraobviamente una tranquila zona residencial. ¿Por qué mehabía traído aquí Dorotea? ¿Quién era esta mujer?¿Cómo la había conocido? No tenía respuestas y noosaba preguntar. Ella no daba señal de que nada estuvie-ra mal. Pero, ¿qué había estado haciendo en esas cincohoras perdidas? Mi cerebro daba vueltas. Podía haberhecho cosas terribles. ¡Y ni siquiera lo sabía!

De alguna forma, salí de allí y caminé cinco manza-nas. No había ningún bar a la vista, pero encontré laestación del Metro. El nombre no me era familiar ytuve que preguntar por la línea de Grand Central. Me

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llevó tres cuartos de hora y dos trasbordos llegar allí —de vuelta en mi punto de partida. Había estado en lasremotas zonas de Brooklyn.

Esa noche me puse muy borracha, lo cual era normal,pero recordé todo, lo que era muy extraño. Me acordéde estar en lo que, mi hermana me aseguró, era mi pro-ceso de todas las noches, de tratar de buscar el nombrede Willie Seabrook en la guía de teléfonos. Recordé mifirme decisión de encontrarle y pedirle que me ayudaraa entrar en esa “casa de recuperación”, de la que habíaescrito. Recordé que aseguraba que iba a hacer algo alrespecto, que no podía seguir… Recordé el haber mira-do con ansia a la ventana como una solución más fácil,y me estremecía con el recuerdo de esa otra ventana,tres años antes, y los seis agonizantes meses en una salade un hospital de Londres. Recordé cuando llenaba deginebra la botella del agua oxigenada que guardaba enmi armarito de las medicinas, en caso de que mi herma-na descubriera la que escondía debajo del colchón. Yrecordé el pavoroso horror de aquella interminablenoche en que dormí a ratos y me desperté goteandosudor frío y temblando con una total desesperación,para terminar bebiendo apresuradamente de mi botellay desmayándome de nuevo. “Estás loca, estás loca, estásloca” martilleaba mi cerebro en cada rayo de conoci-miento, para ahogar el estribillo con un trago.

Todo siguió así hasta que dos meses más tarde aterri-cé en un hospital y empezó mi lucha por la vuelta a lanormalidad. Había estado así durante más de un año.Tenía treinta y dos años de edad.

Cuando miro hacia atrás y veo ese horrible últimoaño de constante beber, me pregunto cómo pude sobre-vivir tanto física como mentalmente. Había habido,naturalmente, períodos en los que existía una claracomprensión de lo que había llegado a ser, acompañada

LAS MUJERES TAMBIÉN SUFREN 195por recuerdos de lo que había sido, y de lo que habíaesperado ser. El contraste era bastante impresionante.Sentada en un bar de la Segunda Avenida, aceptandotragos de cualquiera que los ofreciese, después de gas-tar lo poco que tenía; o sentada en casa sola, con elinevitable vaso en la mano, me ponía a recordar y, alhacerlo, bebía más de prisa, buscando caer rápidamen-te en el olvido. Era difícil reconciliar este horrorosopresente con los simples hechos del pasado.

Mi familia tenía dinero — nunca había sido privada deningún deseo material. Los mejores internados, y unaescuela privada de educación social en Europa me habíapreparado para el convencional papel de debutante yjoven matrona. La época en la que crecí (la era de laProhibición inmortalizada por Scott Fitzgerald y JohnHeld, Jr.) me había enseñado a ser alegre con los másalegres; mis propios deseos internos me llevaron a supe-rarles a todos. El año después de mi presentación en lasociedad, me casé. Hasta aquel momento, todo iba bien— todo de acuerdo al plan indicado, como otros tantosmiles. Entonces la historia empezó a ser la mía propia.Mi marido era alcohólico — yo sólo sentía desprecio poraquellos que no tenían para la bebida la misma asombro-sa capacidad que yo — el resultado era inevitable. Midivorcio coincidió con la bancarrota de mi padre, y mepuse a trabajar, deshaciéndome de todo tipo de lealtadesy responsabilidades hacia cualquiera que no fuera yomisma. Para mí, el trabajo era un medio para llegar almismo fin, poder hacer aquello que quisiera.

Los siguientes diez años, hice sólo eso. Buscando máslibertad y emoción me fui a vivir a ultramar. Tenía mipropio negocio, de suficiente éxito como para permitir-me la mayoría de mis deseos. Conocía a toda la genteque quería conocer. Veía todos los lugares que queríaver. Hacía todas las cosas que quería hacer — y era cada

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vez más desgraciada. Testaruda, obstinada, corría deplacer en placer y encontraba que las compensacionesiban disminuyendo hasta desvanecerse. Las resacasempezaron a tener proporciones monstruosas, y el tragode por la mañana llegó a ser de urgente necesidad. Laslagunas mentales eran cada vez más frecuentes, y raravez me acordaba de cómo había llegado a casa. Cuandomis amigos insinuaban que estaba bebiendo demasiado,dejaban de ser mis amigos. Iba de grupo en grupo, delugar en lugar, y seguía bebiendo. Con sigilosa insidia,la bebida había llegado a ser más importante que cual-quier otra cosa. Ya no me proporcionaba placer, simple-mente aliviaba el dolor; pero tenía que tenerla. Eraamargamente infeliz. Sin duda había estado demasiadotiempo en el exilio; debía volver a América. Lo hice y,para sorpresa mía, mi problema empeoró.

Cuando ingresé en un hospital psiquiátrico para untratamiento intensivo, estaba convencida de que teníauna seria depresión mental. Quería ayuda y traté decooperar. Al ir progresando el tratamiento, empecé aformarme una idea más clara de mí misma, y de esetemperamento que me había causado tantos problemas.Había sido hipersensible, tímida, idealista. Mi incapaci-dad para aceptar las duras realidades de la vida mehabía convertido en una escéptica desilusionada, reves-tida de una armadura que me protegía contra la incom-prensión del mundo. Esa armadura se había convertidoen los muros de una prisión, encerrándome en ella conmi miedo y mi soledad. Todo lo que me quedaba erauna voluntad de hierro para vivir mi propia vida a pesardel mundo exterior. Y allí me encontraba yo: una mujeraterrorizada por dentro y desafiante por fuera, quenecesitaba desesperadamente un apoyo para continuar.

El alcohol era ese apoyo, y yo no veía cómo podíavivir sin él. Cuando el doctor me decía que no debía de

LAS MUJERES TAMBIÉN SUFREN 197beber nunca más, no pude permitirme el creerle. Teníaque insistir en mis intentos por enderezarme, tomandolos tragos que necesitara, sin que se volvieran en micontra. Además, ¿cómo podía él entender? No erabebedor, no sabía lo que era necesitar un trago, ni loque un trago podía hacer por uno en un apuro. Yo que-ría vivir, no en un desierto, sino en un mundo normal. Ymi idea de un mundo normal era estar rodeada de genteque bebía; los abstemios no estaban incluidos. Estabasegura de que no podía estar con gente que bebía, sinbeber. En esto tenía razón; no me sentía a gusto conningún tipo de persona sin estar bebiendo. Nunca lohabía estado.

Naturalmente, a pesar de mis buenas intenciones yde mi vida protegida tras de los muros del hospital, meemborraché varias veces y quedé asombrada — y muytrastornada.

Fue en aquel momento cuando mi doctor me dio ellibro Alcohólicos Anónimos para que lo leyera. Los pri-meros capítulos fueron una revelación para mí. ¡Yo noera la única persona en el mundo que se sentía y com-portaba de esa manera! No estaba loca, ni era unadepravada; era una persona enferma. Padecía unaenfermedad real que tenía un nombre y unos síntomas,como los de la diabetes o el cáncer. ¡Y una enfermedadera algo respetable, no un estigma moral! Pero entoncesencontré un obstáculo. No tragaba la religión y no megustaba la mención de Dios o de cualquiera de las otrasmayúsculas. Si aquella era la salida, no era para mí. Yoera una intelectual y necesitaba una respuesta intelec-tual, no emocional. Así de claro se lo dije a mi doctor.Quería aprender a valerme por mí misma, no cambiarun apoyo por otro, y mucho menos por uno tan intangi-ble y dudoso como aquél era. Así continué varias sema-nas, abriéndome camino a regañadientes a través del

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ofensivo libro y sintiéndome cada vez más desesperada.Entonces, ocurrió el milagro. ¡A mí! A todo el mundo

no le ocurre tan de repente, pero tuve una crisis perso-nal que me llenó de cólera justificada e incontenible.Mientras bufaba desesperadamente de la cólera y pla-neaba coger una buena borrachera para enseñarles, misojos captaron una frase del libro que estaba abiertosobre la cama, “No podemos vivir con cólera”. Losmuros se derrumbaron y la luz apareció. No estaba atra-pada; no estaba desesperada. Era libre, y no tenía quebeber para enseñarles. Esto no era la “religión” ¡eralibertad! Libertad de la cólera y del miedo, libertadpara conocer la felicidad y el amor.

Fui a una reunión para conocer por mí misma algrupo de locos y vagabundos que habían realizado estaobra. Ir a una reunión de gente era una de esas cosasque toda mi vida —desde el día en que dejé mi mundoprivado de libros y sueños para encontrarme en elmundo real de la gente, las fiestas, y el trabajo— mehabía hecho sentir como una intrusa, y para ser parte deellas necesitaba el estímulo animador de la bebida. Mefui temblando a una casa en Brooklyn llena de gente demi clase. Hay otro significado de la palabra hebrea quese traduce como “salvación” en la Biblia, y éste es: “vol-ver a casa”. Había encontrado mi “salvación”. Ya noestaba sola.

Aquel fue el principio de una nueva vida, una vidamás completa y feliz de lo que nunca había conocido ocreído posible. Había encontrado amigos, amigos com-prensivos que a menudo sabían mejor que yo misma, loque pensaba y sentía y que no me permitían refugiarmeen una prisión de miedo y soledad por una ofensa oinsulto imaginarios. Comentando las cosas con ellos,grandes torrentes de iluminación me mostraban a mímisma como en realidad yo era, y era como ellos. Todos

LAS MUJERES TAMBIÉN SUFREN 199nosotros teníamos en común cientos de rasgos caracte-rísticos, de miedos y fobias, gustos y aversiones. Derepente pude aceptarme a mí misma, con defectos ytodo, como yo era — después de todo, ¿no éramos todosasí? Y, aceptando, sentí una nueva paz interior, y lavoluntad y la fuerza para enfrentarme a las característi-cas de una personalidad con las que no había podidovivir.

La cosa no paró allí. Ellos sabían lo que hacer conesos abismos negros que bostezaban, listos para tragar-me cuando me sentía deprimida o nerviosa. Había unprograma concreto, diseñado para asegurarnos a nos-otros, los evasivos de siempre, la mayor seguridad inte-rior posible. Según iba poniendo en práctica los DocePasos, se iba disolviendo la sensación de desastre inmi-nente que me había perseguido durante años.¡Funcionó!

Miembro en activo de A.A. desde 1939, al fin mesiento un miembro útil de la raza humana. Tengo algocon lo que puedo contribuir a la humanidad, ya queestoy peculiarmente cualificada, como compañera defatigas, para prestar ayuda y consuelo a aquellos quehan tropezado y caído en este asunto de enfrentarse conla vida. Tengo mi mayor sensación de logro al saber quehe tomado parte en la nueva felicidad que han conse-guido otros muchos como yo. El hecho de poder traba-jar y ganarme la vida de nuevo, es importante, perosecundario. Creo que mi fuerza de voluntad, una vezexagerada, ha encontrado su justo lugar, porque puedodecir muchas veces al día, “Hágase Tu voluntad, no lamía”… y ser sincera al decirlo.

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EL DESPERTAR DE UN VIAJANTE

En todos sus viajes, no podía eludir la botella ni a símismo, logró por fin emerger de una vida amarga ydesolada y llegó a ser uno de los primeros mensajeros deA.A. en Puerto Rico.

COMENCÉ a beber a la edad de dieciséis años, en laciudad de Nueva York. Años más tarde, mientras

trabajaba como viajante por toda la América del Sur ylas Antillas, de bebedor social me convertí en bebedorfuerte. Al llegar a la edad de 43 años, me di perfectacuenta de que tenía un problema con el alcohol, pues loque hasta entonces había considerado como un hábito,se había trocado en una obsesión de tal índole que nopodía pasármelas sin el “trago”.

Preocupado por ese problema, acudí donde dos psi-quiatras, uno del Presbyterian Medical Center y el otro,el Dr. X, asociado de uno de los más connotados psi-quiatras de Estados Unidos. El primero que fui a ver enel Centro Médico Presbiteriano, supo desentrañar loque me ocurría porque hasta me habló de AlcohólicosAnónimos, cuyo movimiento estaba para entonces enlos comienzos. Eso sucedió allá por el año 1939.Recuerdo que aquel médico me dijo que había oídohablar de un grupo de hombres y mujeres que estabanhaciendo algo eficaz para resolver su problema alcohó-lico y que si era de mi agrado conocer a esa gente podíaponerme en contacto con ellos. Pero A.A. no me intere-só en esa época y así se lo hice saber. De mi experien-

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cia con el otro psiquiatra haré mención más adelante.Comprendiendo que el problema de la bebida seguía

complicándoseme, decidí ir a Hot Spring, Arkansas, atomar los baños, pensando que me harían bien, y efecti-vamente, físicamente fue así porque estaba padeciendode artritis alcohólica y tuve gran alivio por cerca de unaño. Entonces comencé de nuevo a sentirme mal y fui aver al Dr. X, asiduo cliente de mi restaurant-bar. Medijo que no me ocurría nada, que no tenía por qué preo-cuparme ya que él creía que yo no tenía ningún proble-ma con el alcohol. Y me dijo que pronto pasaría por miestablecimiento para que nos tomáramos algunos tragosde Dubonnet. En efecto, el domingo siguiente el Dr. Xme dispensó una visita, obsequiándome con un par deDubonnets que gustosamente reciproqué con varios“Old Fashions”. A esos tragos siguieron otros, despuésde los cuales el mozo del restaurant y yo tuvimos quellevar al doctor a su casa porque estaba tambaleándose.

Al ver que los médicos no podían ayudarme a contro-lar la bebida, pensé que tal vez un cambio de ambientepodría librarme de esa tenaz obsesión alcohólica. Sabíaque estaba bebiendo exageradamente y no sabía a quéatribuirlo, si echarle la culpa a mi mujer por su carácterdominante, a mi socio, o a lo que fuera. La verdad esque no tenía la respuesta del porqué estaba haciendolas cosas que venía haciendo en mi negocio y en mi vidapersonal casi sin objetivos. De manera que puse manosa la obra, vendí mi participación en el negocio, di lamitad de lo que obtuve en metálico a mi señora y des-pués de conseguir algunas agencias de casas america-nas, me vine para Puerto Rico en 1941.

Después de mi llegada a la Isla, me hospedé en elHotel Palace, y a pesar de que traía varias botellas quelos amigos me habían dado al despedirme en NuevaYork para que trajera conmigo en el viaje y las cuales no

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había usado, y a pesar de tener también conmigo un parde cajas de vino “San Benito”, marca que representabaen Puerto Rico, por una semana me mantuve abstemioen tierra puertorriqueña. Entonces repentinamentecomencé a beber de nuevo, con tal ímpetu que a los tresmeses de continuas borracheras fui a parar al HospitalPresbiteriano. Allí estuve bajo tratamiento de un simpá-tico doctor que me recetó muchas vitaminas para forta-lecerme. Aquel médico bonachón, después que merepuse con el tratamiento vitamínico, me aconsejó queno bebiese licores fuertes; que cuando sintiera ganas debeber me tomara una botella de cerveza y todo marcha-ría bien. Claro está, el que le hable a un borracho de“una botella de cerveza” lo pone a pensar enseguida enuna de esas botellonas grandes de cerveza de cincogalones. De más está decir que el experimento de lacerveza no dio resultado.

Poco después de salir del Hospital Presbiteriano esta-lló la Segunda Guerra Mundial, paralizándose mi nego-cio debido al gran descenso en las importaciones. Apesar de ese revés, decidí quedarme aquí. Un buenamigo me ofreció un empleo, que acepté, en elGobierno Federal, como capataz. Me aseguró que deahí subiría pronto a otro puesto mejor. Así ocurrió.Trabajé en ese puesto por uno o dos meses cuando cier-to día vino a hablar conmigo un oficial del ejército quese estaba haciendo cargo de la transportación generalpor mar y tierra del equipo pesado del ejército. Le caíbien porque notó que hablaba bastante el castellano y seenteró de que yo había vivido aquí por algunos años. Mepropuso que trabajase al lado de él cumplimentando susinstrucciones. Con el permiso del Superintendente deConstrucciones que me consiguiera el primer empleo,pasé a trabajar como asistente administrativo a las órde-nes del oficial, devengando una buena paga. Duré en

EL DESPERTAR DE UN VIAJANTE 203ese empleo hasta 1944. Durante ese período no bebítanto como antes debido a la disciplina a que estabasujeto, estando bajo órdenes de oficiales. También pare-ce que el oficial conocía al dedillo mi debilidad porquecuando se imaginaba que estaba llegando algún períodopeligroso para mí, me mandaba tranquilamente a Cuba,a Antigua o a cualquier punto cercano. En esas ocasio-nes yo lo contemplaba de hito en hito diciéndome: “Estetipo me conoce mejor que yo mismo”. Si acaso inquiríapara qué me mandaba a ese sitio, él replicaba: “Preparesu equipaje y adelante. Allá es donde lo necesitamosahora”. La verdad es que yo no tenía nada que hacer enninguno de esos lugares y era de suponer que queríadarme una semana o dos para que me desquitara de mi“sed”, bebiendo todo lo que yo quisiera. Pero sucedíatodo lo contrario. En aquellos sitios no bebía tanto comohubiera bebido en Puerto Rico pues estaba entre coro-neles y otros superiores que allí frecuentaban.

Cuando la guerra estaba para cesar y todos se perca-taban de eso al ver que disminuía el trabajo en las ofici-nas, apenas si había transportación y los negocios ibanestancándose, cogí una borrachera colosal. Me quedéen la casa y como borracho al fin, me dispuse a celebrarsin pérdida de tiempo el acontecimiento del cese dehostilidades que aún no había tenido lugar, bebiéndomeno sé cuántas cajas de whisky escocés; después remachécon ron y antes de que me echaran presenté la renun-cia porque sabía que si no lo hacía me iban a poner“AWOL” (ausente sin licencia). Así fue que aceptaronmi renuncia, pudiendo dar gracias a Dios de que mirécord en el gobierno federal sea bueno.

Tuve la suerte de que los barcos comenzaron a mover-se de nuevo, trayendo carga a la Isla con regularidad,precisamente cuando conseguía una magnífica repre-sentación con la que devengué mucho dinero. En vez

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del borrachón diario me volví entonces un borrachónperiódico. Cuando recibía el cheque de la casa a fines demes entraba enseguida en una borrachera de varios díasy al regresar a la oficina recuerdo que siempre mi secre-tario salía para coger la suya y permanecía fuera comouna semana. Tal parecía que nos turnáramos en el traba-jo y la bebida de común acuerdo. El pobre vendedor eraquien se volvía loco entre “dos locos”, pues era él unmuchacho que no tenía ningún problema con la botella.

Eso prosiguió así hasta el año 1945, cuando por cier-to motivo que no viene al caso, renuncié la representa-ción que tenía para hacerme cargo de otra. Me dientonces a beber más y más y así de bebedor periódicovolví otra vez a la fase de bebedor diario. Poco a pocofui abandonando mi negocio de una manera lastimosa.No iba apenas a la oficina y me pasaba la horas en elUnion Club bebiendo licor, hasta que llegó el día enque francamente me daba bochorno de que mis amigosme vieran siempre allí tomando. Algunos me pregunta-ban: “¿Cuál es el motivo?” Y yo les respondía: “¡Sisupiera el motivo se lo diría! ¡No sé! ¡No sé por québebo así!”

Así fui de mal en peor hasta que comencé a frecuen-tar cantinas de ornato mucho más pobre. Me iba a bus-car los lugares humildes — allí me pasaba la mañanatomando ron. Iba luego al apartamento a dormir un parde horas para pasarme después el resto del día bebien-do hasta las diez o las once de la noche.

Ante esa crítica situación comprendí que el alcohol meestaba aniquilando y en vano trataba de librarme deaquella lucha desigual. A propósito, recuerdo que enmedio de esa borrasca puse en juego un experimentopara ver si lograba arreglarme. Una mañana, mientrasesperaba que abrieran una cantina, me encontré con unraro sujeto continental, vistiendo pantalones sucísimos

EL DESPERTAR DE UN VIAJANTE 205que una vez fueron blancos y zapatos de esos que usanlos trabajadores del fango. El individuo se me acercódiciendo: “¡Buenos días! ¿Tiene un cigarrillo?” Le di elcigarrillo. “¿Tiene usted un fósforo?” Le di el fósforo. Yya le iba a preguntar si quería que me fumara el cigarri-llo por él para completar la obra, cuando me interrogó sipodía sentarse junto a mí. “La calle es pública y puedeusted acomodarse dondequiera”, repuse. Estábamos sen-tados cerca del bar que yo visitaba y que estaba esperan-do que abrieran. “¿Qué espera usted aquí?” me pregun-tó. “Pues espero”, le dije, “a que abran ese pequeño barpara tomar el ‘trago de los nervios’”. Se me quedó miran-do y me dijo: “¿Sabe usted de dónde vengo yo ahora?Pues vengo de la cárcel. Estaba preso por borrachera. Notenía con qué pagar los dos pesos de multa. ¿Podría serusted tan bondadoso que me pagara un ‘trago’ cuandoabran ahí?” Le dije que no tenía ningún inconvenienteen complacerlo y cuando abrieron la cantina, al servírse-nos los ‘tragos’, por primera vez en mi vida se me ocurrióque si yo lograba enderezar a aquel tipo borrachón quizápodría él ayudarme a aguantar la bebida. Eso me aconte-ció sin que supiera todavía nada de AlcohólicosAnónimos. Como él era un poco más vivo, me dijo que sicomprábamos un litro de ron rendiría más que ordenan-do la bebida por vasitos. De manera que compramos ellitro, con su correspondiente Seven Up y hielo, y nospusimos a charlar. Entonces vino a verme un mensajeroy guardaespaldas que yo tenía y a quien cariñosamentellamaba “Mundito”. Le dije al continental que iba apagarle un recorte y una afeitada en la barbería deenfrente y que no se preocupara por el “trago” que leenviaría ron y Seven Up con “Mundito” para que bebie-ra mientras lo arreglaba el barbero. Después que serecortó lo llevé a mi apartamento, hice que se diera unbaño y se cambiara la ropa. Fuimos a un restaurant

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donde él comió opíparamente mientras yo bebía, con-templando el cambio que ya se notaba en el porte delsujeto. Eso sucedía en la época en que yo me retirababorracho a dormir a las diez de la noche y cuando le dijeque iba a acostarme, él me pidió que lo dejara dormir enel suelo. Me contó que había estado durmiendo realengodebajo de las casas. En vez de dejarlo dormir en el suelolo puse a dormir en un canapé mientras yo me acostabaen la cama. Como de costumbre, al otro día tempranoestaba de regreso en la cantina. El me acompañó nueva-mente y así pasó otro día. Ese día sucedió algo que noesperaba. Yo guardo mi dinero en el bolsillo del chaque-tón y además tenía algunos pesos en el baúl, que teníatrancado. No desconfiaba de aquel tipo; pero como a lasdos de la mañana — yo no sabía que él había salido — seme presentó con un par de “hembras” y unos guitarristas.Huelga decir que eso no me cayó en gracia. Le dije quese fuera con todos ellos al infierno. Mandó la gente a quese retirara y se acostó. Cuando me levanté al otro díanoté que me faltaban cinco pesos. No dije nada mientrasestábamos en el apartamento. Cuando llegamos a la can-tina pedí un Seven Up y él se me quedó mirando. “¿Quépasa?” y le dije “No pasa nada. Tenía cinco pesos en mibolsillo y han caminado. Yo no sabía que los billetestuvieran patas”. Compungido me confesó que había cogi-do los cinco pesos. No cogí coraje. Sencillamente le dijeque se fuera de mi lado. De manera que no resultó comoesperaba el experimento.

Después de eso no pensé en otra cosa nada más queen seguir bebiendo. No tenía la menor idea de trabajar.Estaba en un hoyo. No sabía cómo salir. Al cabo enfer-mé. Los pies se me hincharon. Llamé al médico. El doc-tor que vino a verme me dijo que habría que sacar elfluido de las piernas con una aguja. Me hizo recluir en elHospital Presbiteriano donde me atendió otro amigo

EL DESPERTAR DE UN VIAJANTE 207médico quien logró poner mis piernas en buen estadosin necesidad de usar agujas.

Más o menos había acabado con mi negocio y moral-mente no me sentía con ánimo de ir a visitar a la cliente-la, a pesar de que no tenía nada que reprocharme de mimanera de proceder para con ella. Decidí volver a NuevaYork y un buen amigo me consiguió prioridad en avión. Eldoctor antes de partir me había recetado un elixir quecontenía un gran por ciento de alcohol. Cuando todos misamigos me repetían: “No bebas”, me daban una medicinaprecisamente a base de alcohol. Al llegar a Nueva Yorktuve que averiguar ciertas cosas sobre el status domésticomío. No sabía si estaba casado o divorciado. Después queme puse al tanto de esas cuestiones y en vista de mi serioproblema con la bebida, mis familiares me llevaron a unareunión de Alcohólicos Anónimos. Estaba bajo la influen-cia del alcohol. Tratábase del Grupo Manhattan, que cele-bra reuniones en la calle 41 y 8va. Avenida. Hice muchaspreguntas. Quería saber qué clase de negocio promovíany les pedí me dijeran dónde estaban los borrachos porqueallí no veía ninguno. Me dieron algunos folletos y me dije-ron que las puertas de A.A. estaban abiertas y que cual-quier día que cambiara de idea, fuera a visitarles. Les dilas gracias y les supliqué que perdonaran la molestia queles había dado con mis comentarios. Ya estaba para salircuando me tropecé con Herman, sobrio pero con el “bailede San Vito” y le dije: “¿Tú cómo te mantienes sobrio?” alo que respondió sereno y sentencioso: “¡Pues mirando aborrachos como tú!” Ese sí fue un gran disparo certero.No pude menos que reconocer que allí había algo.

La familia quería que pasara la noche en el aparta-mento de mi esposa, a lo que yo me negué por motivosque ellos desconocían. Fui al hotel y noté que mi caja dewhisky había desaparecido. Busqué la cartera y vi quetambién me habían quitado la plata, que no era mucha.

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Entonces llamé a mi ex socio y le pedí prestado cincuen-ta pesos que me entregó personalmente. Aquella nocheyo iba a decidir mi problema en una cantina. Esa era miidea, pero no sé por qué cambié de pensamiento y medije. “Voy a comer algo, jamón y huevos, y café”. Nohabía comido ese día. Después de comer cogí un taxique me llevó al hotel y antes de llegar paré el taxi paraentrar a la cantina donde pedí una cerveza en recipien-te pues no se podía expender licores después de las11:00. Me dio el recipiente y me llevé al hotel la cerve-za que coloqué en la parte de afuera de la ventana paraque no se calentase, mientras me quitaba el abrigo, arre-glé la lámpara y comencé a leer los folletos deAlcohólicos Anónimos. A medida que leía las historiasme decía: “¡Ese mismo soy yo! ¡Ese soy yo!”

No bebí aquella cerveza. Esa fue la primera noche enmucho tiempo que dormí sin alcohol y sin temores. Alotro día me levanté. No me sentía muy bien, natural-mente, y pedí mantecado con soda una y otra vez hastael punto que el mozo llegó a preguntar: “Mantecado ysoda, ¿y no quiere jamón y huevos?” Y volví a pedirlemantecado y soda.

Esa misma noche fui a una reunión de A.A. Al entrarme dijeron los muchachos: “¡Caramba, no le esperábamostan pronto de vuelta!” “Pues aquí me tienen”, respondí:“He leído esos folletos y ahora sé que aquí hay algoimportante para mí. Quiero saber cómo puedo conseguireso que ya tienen ustedes. A eso vengo, a buscarlo”.

Desde esa noche memorable estoy en AlcohólicosAnónimos, sin haber tenido dificultades con el alcoholen todos esos años, excepto al comienzo cuando tuveuna pequeña recaída de diez días. Han sido años verda-deramente gratos de sobriedad los que he disfrutado ysigo disfrutando en Alcohólicos Anónimos, a base delplan de 24 horas.

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LA MONTAÑA RUSA

Creía poder dominar los frenéticos altibajos de labebida, hasta verse precipitado sin recursos hacia laúltima parada. Pero la Providencia le tenía reservadootro destino.

NACÍ en el pueblo de Naguabo, en la costa orien-tal de Puerto Rico, que tan famoso se hiciera

allá por la época de la Ley Seca, pues a sus playas can-tarinas llegaba el mayor cúmulo de veleros contraban-distas de bebidas alcohólicas de toda la isla.

Mi padre era uno de esos bondadosos agricultoresboricuas. Por aquel entonces se hallaba en magníficascondiciones económicas, pero al transcurrir de los añosvinieron los reveses de la postguerra y, al agudizarse lacrisis de 1930, se convirtió en otra de las víctimas delcolapso financiero. Era un bebedor fuerte y ese golperudo de la mala fortuna, le sirvió de motivo para hacerde la bebida bálsamo de consolaciones. Aunque sólo eraun chiquillo, recuerdo que mi hogar era el centro defrecuentes francachelas en las que mi padre agasajaba asus íntimos amigos con suntuosos banquetes y bebidasexquisitas. El ambiente divertido de aquellos jolgorios,había de dejar una huella indeleble en mi memoria,pues en mi infantil pensamiento me daba a imaginarque cuando fuese mayor y ganara dinero, yo iba a sertan obsequioso y divertido como mi padre. Mientrastanto, el alcohol fue haciendo cada vez más precaria lasituación del hogar. En el año 1936 mi padre se trasla-

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dó con toda la familia a la capital. Acá pensaba él hallarmejores oportunidades para ganar dinero y educar a laprole. Sin embargo, su quebrantada salud, debido alestrago causado por la bebida, cedió en ese mismo añoa la inclemencia de las parcas y murió, quedando nues-tro hogar huérfano, pobre y entristecido.

Yo estudiaba en la Escuela Superior y al ver las difi-cultades que confrontaba mi buena madre, decidí aban-donar las aulas para ayudarla. Pronto conseguí una colo-cación de ascensorista en un banco. Animado de losmejores propósitos durante los primeros meses mecomporté como todo un joven juicioso y abstemio. Pocodespués comencé a ensayar, tomando algunas copas lossábados y domingos por las noches, pero de una mane-ra muy moderada. Más tarde, en 1942, obtuve empleoen una agencia federal y aquí comencé a beber torren-cialmente, a tal extremo que faltaba a menudo a mi tra-bajo. Para esa época, ya el licor estaba interfiriendo enmi vida de hogar y en mi vida de trabajo.

Para el año 1943, según hoy puedo percatarme, habíapasado la línea imaginaria que separa al bebedor fuertedel bebedor alérgico y el compulsivo alcohólico. Tra-bajaba en el Departamento del Interior y mis “bebela-tas” se prolongaban aún después del fin de semana,teniendo que beber muchas veces durante los días labo-rables, debido a la sed irresistible por el licor que medevoraba. Precisamente en aquel período fui llamado aexamen físico por el ejército para entrar en las honrosasfilas del Tío Sam. De más está decir que acudí al exa-men sufriendo los estragos de la borrachera estruendo-sa que me había durado diez o doce días, despidiéndo-me de todos los amigos de bohemia y dando vítoresclamorosos por la causa de la libertad, ¡cual si fuese yaun soldado alistado camino de la guerra! Ay, pero losdoctos médicos del ejército no vieron en mí el gran

LA MONTAÑA RUSA 211“prospecto” que yo imaginaba. Al ser llamado para exa-men, me hallaba en estado físico tan calamitoso quetodo mi cuerpo temblaba cual árbol frágil azotado porun ventarrón. Al notar el doctor mi quijotesca contextu-ra me mandó a sacar la lengua —cuentan los reclutasque allí estaban que hasta mi lengua temblaba como unala en revuelo y casi no podía sacarla— y después deanotar mi descorazonador peso mosca de 104 libras, notuvo más alternativa que rechazarme. Me dieron cua-renta y siete centavos para la transportación de regresoal hogar. Al salir me reuní con dos o tres jóvenes quetambién habían sido rechazados y en el primer restoránque hallamos en las afueras del campamento Buchanan,cogimos una sonada borrachera con los centavos delpasaje.

Llegué a mi hogar por la noche completamente ebrio.Al inquirir mi madre lo que me había acontecido, le dijecompungido que me habían rechazado, haciendo bienpatente mi pena a guisa de excusa para la próxima borra-chera, que fue atronadora, pues me sirvió para decantar“la gran injusticia” que conmigo se había cometido al nodarme la oportunidad de ir a pelear por la democracia.

Después de ese episodio que, como dije antes, marcael inicio de mi derrota alcohólica, me propuse arreglarmi vida. Había tomado exámenes del Servicio Civil ycuando menos lo esperaba, recibí una terna para empleoen el gobierno insular. A pesar de la resolución quehabía tomado en el sentido de ajustarme a una vidamoderada, tan pronto recibí mi primer cheque volví alas andanzas bebiendo descontroladamente. Trabajabacomo pagador en la Lotería de Puerto Rico y tenía quehacer de tripas corazones —y aquí cabe la frase— conlos nervios tan alterados como siempre los tenía, parapoder contar el dinero de los premios sin equivocarme.Fue menester que suplicara a mi buen jefe que me diera

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otro puesto en que no tuviera que intervenir ni conbilletes ni con el público, pues las miradas curiosas de lagente me desconcertaban. Aquel hombre bondadosoaccedió y pude trabajar G.A.D., bajo sus órdenes en elotro puesto, a pesar de mis ausencias, sin ser despedido,hasta el año 1946. Pero me daba perfecta cuenta de queera un hombre derrotado; de manera que decidí renun-ciar mi empleo e irme para Estados Unidos, pensandoque un cambio de ambiente me sería favorable.

Así lo hice y un buen día embarqué para el Norte enel transporte de guerra “Marine Tiger”, arreglado paraservicio de pasajeros entre San Juan y Nueva York. Metocó de compañero un viejo amigo de “parranda” quellevaba en su camarote varias botellas de licor. Aunquetemeroso, acepté el primer “trago” que, como de cos-tumbre, fue el preludio de una recia borrachera paraambos durante el transcurso de la travesía. Me acostababorracho, me levantaba borracho y pasaba el día borra-cho en el barco. No sé ni cómo ni cuándo pasamos fren-te a la Estatua de la Libertad. ¡Y eso me sucedía a pesarde los propósitos que llevaba de enmendar mi vida y serun hombre distinto en el nuevo ambiente de la granmetrópoli! Después del desembarco, al llegar a la casade unos parientes que me recibieron jubilosos, hice otravez la resolución de enmienda.

Por algunos días las cosas marchaban según me habíaprometido; pero a los parientes se les ocurrió celebraruna fiestecita para festejar mi llegada. Y ahí fue Troya.Cogí una borrachera A-1. Al día siguiente, bajo los efec-tos torturantes de la terrible “cruda” uno de mis primosme invitó a que fuese con él a Palisade Park para dis-traerme un rato. Pensé que si se trataba de “un parquede recreo” efectivamente, iba a componerme recreán-dome. Pero la recreación allí era violenta. A instanciasdel primo monté con él en un coche, nada menos que la

LA MONTAÑA RUSA 213“montaña rusa”, que se elevaba y descendía con rapidezvertiginosa, escalofriante… Al salir a tierra después dela corrida mis canillas temblaban y mi garganta se meapretujaba como sí algo la anudase. Estaba loco por unbuen trago para calmar mi sistema y fui rápido a unacantina. En vez de uno pedí dos tragos largos que notardaron en serenarme, mientras discurría si “Palisade”tendría alguna relación con “palizada”.

El castigo que estaba recibiendo de S.M. el alcoholera ya demasiado y con la mayor formalidad puse enpráctica, después de este incidente, mi gran propósitode enmienda en el nuevo ambiente. Esta vez por lomenos me enderecé un poco. Conseguí una colocaciónen una importante casa exportadora hispanoamericanay durante tres meses me mantuve en total abstinencia.

Pero cuando más seguro de mí mismo me creía tuveun nuevo coqueteo con el licor. Asistí a una fiesta delDía de Acción de Gracias en un Centro Español. Habíael tradicional pavo y bebida abundante. Acercóse unsimpático españolito a mí, diciéndome: “Veo que sedivierte poco. Tómese una copita de Cognac Domecq,que es alimenticio y le alegrará.” Rechacé la copadiciéndole que no usaba licor, mientras la miraba con elrabo del ojo. “Tómela, no le va a hacer daño” insistió,“¡es uvita pura de la Vieja España!” “Oh, no, no, muchasgracias” le dije, haciendo el último esfuerzo por librar-me de la tentación. Al rato se me acercaron unos ami-gos boricuas para que mirase a través de la ventana.Estaba nevando a cántaros. Al percatarse de que yo noestaba bebiendo, con pícara seriedad me dijeron que enNueva York había que tomar whiskey porque si no pes-caba uno una pulmonía. Eso bastó. Rápido, con tanplausible excusa, apuré un enorme trago de whiskey, yluego otro, y otro. Al poco rato era yo el más alborota-dor de la fiesta y naturalmente, el más borracho. Al día

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siguiente continué tomando durante todo el día, y pro-seguí la borrachera viernes, sábado y domingo. El lunesamanecí enfermo. Cuando volví al trabajo ya había otroen mi puesto. Me habían despedido.

De ahí en adelante mi vida en la metrópoli neoyor-quina fue un desastre. De vez en cuando hacía trabajos“extras” de cantinero, de lavaplatos, de lo que fuese,con tal de conseguir dinero para beber. Me convertí enuna carga onerosa para mis parientes quienes se vieronen la necesidad de escribirle a mi señora madre paraque mandara el pasaje de retorno a Puerto Rico porqueellos no podían bregar ya más conmigo.

Llegué a Puerto Rico derrotado. Mis sueños doradosrodaron hechos añicos y sólo me quedaba el remordi-miento, el desconsuelo y la frustración. Afortunada-mente mi querida madre me había hecho las diligenciaspara una colocación valiéndose de cierto amigo político,y no tardé en empezar a trabajar en el Departamento deAgricultura y Comercio, en la Sección de Información.Ese empleo se prestaba para que bebiera a mis anchas ylo obtuve precisamente cuando mi obsesión alcohólicahabía llegado a su punto culminante. Bebía todos losdías, ausentándome del hogar frecuentemente. Mi santamadre salía a buscarme por calles y mesones de San Juany Santurce. Cuando llegaba al hogar estaba completa-mente borracho sin que pudiera apenas subir la escalera.

Ante esa pavorosa situación, mi madre hizo arreglospara hospitalizarme. El 9 de diciembre de 1949, día enque se me dio de alta, recibí la visita de una dama con-tinental que me habló de Alcohólicos Anónimos y meinvitó a una reunión, a la cual acudí. Me interesó laidea, pero estaba lleno de complejos y reservas. Dadami temprana edad, todavía no quería resignarme a laderrota. Pensaba que en alguna forma podría bebermoderadamente. Esas reservas me llevaron a beber otra

LA MONTAÑA RUSA 215vez y para enero de 1950, fui despedido fulminante-mente de mi empleo. Este fracaso en el trabajo, sirvióde pretexto para que me entregase a una continuaborrachera. Recuerdo que el 31 de enero fui a buscarmi último cheque. Invité a un amigo de parranda ycompré un litro de ron. Dije al amigo que me esperaraen el bar mientras iba a llevar a mi madre algún dinero.Ella al verme me imploraba que no continuase ingirien-do licor, asegurándome que estaba destruyendo mi viday amargando la de ella. Pero como alcohólico derrotadoal fin, no hice caso. Regresé a la taberna y no volví alhogar hasta que no me sentí totalmente borracho,exhausto y semi inconsciente.

Desesperada, mi madre recurrió a la ayuda de la reli-gión. Mi situación era horrible, pues estaba al borde deldelirium tremens. Fuimos a un servicio religioso dondeme aconsejaron y tocaron a las puertas de mi corazón,despertando fibras sentimentales que hasta entonceshabían estado durmientes. Valiéndome de la ayuda reli-giosa, permanecí en la abstinencia alrededor de diezmeses (y aquello era un récord para mí); sin embargo,todavía albergaba la esperanza de que después de recu-perarme física, moral y espiritualmente, podría bebercon control como otras personas lo hacían.

Durante esos meses de sobriedad estuve en algunasreuniones de Alcohólicos Anónimos, pero siempre conla reserva mental de que en un futuro no lejano podríaconvertirme en un bebedor moderado. Hasta que llegóel día en que me dispuse a hacer la prueba, que resultóla debacle. En enero de 1951 me encontraba en las mis-mas condiciones calamitosas, físicas y mentales, en queestuviera en febrero de 1950. Durante cinco o seismeses estuve zozobrando en el maremágnum del alco-hol. Allá para la primera semana de julio fui a parar conun compañero de empleo a mi famoso pueblo natal de

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Naguabo. (Hoy día ese amigo es un entusiasta y asiduomiembro de Alcohólicos Anónimos). La borrachera quecon él cogiera en aquella época, se prolongó por tresdías, mientras mi madre desesperada en Santurce, mebuscaba por todos los mesones. Alguien le puso un tele-grama para que fuera a buscarme y en la mañana del 8de julio me trajo al hogar. Todo ese día, que era lunes,y al otro día, martes, estuve recluido en cama, dándomecuenta de que en realidad yo no podía beber normal-mente, que yo era un enfermo alcohólico y que seguiríasiendo un alcohólico para toda la vida. Imploré a Diosfervorosamente para que me indicara el camino aseguir. Poco rato después, me levanté para ir al come-dor a beber agua y al fijarme en el almanaque vi que eramartes y en seguida pensé en la reunión que celebrabaesa noche Alcohólicos Anónimos. El resto de ese día lasletras de A.A. aparecían como dos símbolos de salvaciónen mi mente y hasta me parecía oír que alguien lashacía sonar como dos campanadas junto a mi lecho, ysentía que mi espíritu revivía con un entusiasmo y anhe-lo de renovación que nunca había experimentado. Esanoche, bien temprano, encaminé mis pasos hacia laCasa Parroquial San Agustín, en Puerta de Tierra, dondecelebraba sus reuniones el Grupo San Juan de Alcohó-licos Anónimos. En esa reunión memorable para mí, del9 de julio, por primera vez me di cuenta del problematan grande que tenía con el licor. Me convencí de queera un enfermo y que mi salvación estaba en AlcohólicosAnónimos que tan gratuitamente me ofrecía el medioeficaz para arrestar el insidioso padecimiento alcohólico.Vi entonces con claridad meridiana lo que por año ymedio no había podido comprender, debido a que mimente no había sido lo suficientemente receptiva: lanecesidad que tenía de dar con sinceridad y sin ningunareserva el primer paso del programa de recuperación.

LA MONTAÑA RUSA 217Esa noche mi admisión fue incondicional. Acepté quesoy impotente contra el alcohol y que mi vida se habíahecho indisciplinable, y me dispuse a seguir con humil-dad y entusiasmo, en su cronología y secuencia, los otrosonce Pasos del programa recuperativo.

Desde entonces he ido progresando en A.A., siguien-do los axiomas “poco a poco se va lejos” y “lo primeroprimero”, que es la sobriedad.

Muchas han sido las bendiciones que Dios ha derra-mado sobre mí desde que A.A. me franqueara la puertaque conduce a una nueva forma de vida. He alcanzadouna existencia relativamente feliz, sujetándome al plande 24 horas. Mediante la meditación y la oración, a par-tir del 9 de julio de 1951 hasta el día de hoy, he ido acer-cándome más y más a mi Poder Superior, que llamoDios y cuantas veces siento desasosiego, elevo a El laPlegaria de A.A., para que me conceda en todo momen-to, la serenidad para aceptar las cosas que no puedacambiar, valor para cambiar lo remediable y la sabiduríanecesaria para conocer la diferencia.

Un dato curioso para mí en el transcurso de mi placen-tera sobriedad en Alcohólicos Anónimos, es el hecho deque Dios parece derramar sus bienaventuranzas mejoresen mi nueva vida el día 9. Un día 9 de septiembre de1951 conocí a la que es hoy mi adorada esposa y tambiénfue un día 9 el de mi boda. Un día 9 mi esposa me obse-quió con un hijo, que nació el mismo día del primer ani-versario de nuestra boda.

Todo esto lo he logrado a virtud del Programa deRecuperación de Alcohólicos Anónimos… y algo más, lainmensa satisfacción que siento al mirarme en los ojosde mi madre y ver en ellos reflejada la felicidad.

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PODÍA AGUANTAR MUCHO BEBIENDO

Parecía tener una mayor resistencia al alcohol quesus compañeros de parranda. Acabó agotado, sin lamenor esperanza de poder rechazarlo. Desamparado,desesperado, encontró a A.A.

HACE algún tiempo ante un grupo de hombres ymujeres, con humildad y sinceridad, admití que

soy un alcohólico y a la hora que escribo estas líneasestoy sobrio, sintiéndome relativamente feliz al lado demis seres más queridos.

No es una degradación admitir que soy alcohólicopuesto que la ciencia médica ha reconocido que el alco-holismo es una enfermedad. Además, me parece que esuna demostración de buen sentido común aceptar laderrota y hacer algo eficaz para arrestar la enfermedad,en vez de andar borracho por esos mundos de Dios.Debo indicar, sin embargo, que no es fácil llegar a estaconclusión porque a nadie le agrada declararse derrota-do. Pero en el caso del alcohólico, al admitir la derrotase coloca uno en la senda del triunfo en el camino deuna nueva vida.

Llegué al movimiento de Alcohólicos Anónimos el 17de mayo de 1950 y he podido arrestar mi enfermedad,día a día, 24 horas a la vez, según se me indicó por losmiembros de más experiencia en el Grupo San Juan laprimera noche que asistí a una reunión de AlcohólicosAnónimos. Si menciono la fecha es para dejar demos-trado que A.A. funciona y no para hacer alarde de ello,

219

pues mañana podría estar borracho como el más borra-cho, ya que llevaré siempre conmigo la enfermedad delalcoholismo y sólo me separa de una borrachera ese“primer trago” que no es sino veneno para mí.

Cuando asistí a mi primera reunión de A.A. yo busca-ba una tabla de salvación. Sabía que el alcohol estabadestrozando mi vida y la de los que me rodeaban, perono podía librarme del poder que sobre mí ejercía el mal-dito licor. Había probado todo cuanto estaba a mi alcan-ce: la religión, la medicina, el espiritismo, los remedioscaseros, y todo, todo resultaba ineficaz, aun los consejosde mi santa madre y los de mi buena esposa. Ninguno deesos recursos y remedios me había dado resultado posi-tivo y de ahí que cada día que transcurría me hundieramás y más en la arena movediza en que zozobraba.

Empecé a beber en la época en que entraba en vigoren Puerto Pico la prohibición y lo hice como todo bebe-dor social, aunque noté que aparentaba tener mayorresistencia para la bebida que mis compañeros deparrandas. Eso me hizo sentir bien por ese prurito demuchacho inexperto que no sabía el riesgo que había decorrer con el uso y abuso de la bebida. En aquellos díasse decía que el que no tomaba algunas copas no era unhombre. Hoy lo veo de distinta manera gracias a esePoder Superior que yo llamo Dios.

Al correr del tiempo los tragos pasaron a jugar unpapel importante los fines de semana. Comenzaba conlos viernes sociales y terminaba el domingo. Más tardese me hizo difícil el levantarme para ir a trabajar ellunes después de un fin de semana tan borrascoso y,como dicen que “un clavo saca otro clavo” nada mejorentonces que un buen trago para calmar los nervios.Aquí, amigo mío, fue donde empezó el problema en mivida. Ya estaba el alcohol tomando un puesto prominen-te en mi rutina diaria.

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En el año 1942 surgió una de esas cosas que le suce-den a los hombres jóvenes por falta de experiencia y esofue suficiente para llenarme de complejos y alejarme demis buenos amigos creyendo que el mundo se me habíacaído encima. No supe afrontar la situación y usé elmaldito licor como un escape, costándome esto el pri-mer fracaso de mi vida. Fui obligado a renunciar a unpuesto con el Tío Sam como resultado del uso excesivodel alcohol.

Teniendo nosotros los alcohólicos una sobrenaturalprotección divina, no tardé en conseguir otro trabajomejor. Pero éste tampoco duró mucho. Me parecía quemis superiores estaban acechándome para eliminarmede él y como me sentía culpable de algo que a mi enten-der había hecho —cosa que no existía— renuncié a esacolocación.

En el año 1945 fue cuando empecé a sentirme ver-daderamente enfermo. Deprimido, lleno de complejosy de temores, decidí cambiar de ambiente e irme aEstados Unidos a empezar una nueva vida. Puedo ase-gurar que era sincero en mi propósito, pero abrigaba laesperanza de que algún día yo podría beber como losdemás. No admitía la derrota. Al llegar a aquel paísprometí a mi madre y a mis hermanos permanecersobrio y expliqué a ellos mi propósito. ¡Tantas prome-sas que hemos hecho y ninguna hemos cumplido! Pudemantenerme sobrio por cuatro meses, pero un día,encontrándome solo y sintiéndome infeliz por la vidamonótona que llevaba huyendo del licor, decidí entrara una barra a buscar compañía. Entré en aquel malditositio sin la menor intención de ingerir un trago.Escuché alguna música y empezó mi mente alcohólicaa divagar, haciéndome la siguiente pregunta: “¿Por quéesas damas que están alrededor de esa barra puedentomar y yo no? ¿Acaso soy menos que ellas en la cues-

PODÍA AGUANTAR MUCHO BEBIENDO 221tión del trago? Voy a probar, pero esta vez la bebida nome dominará. Yo soy un hombre. Pondré a trabajar mifuerza de voluntad y pararé cuando quiera”. Ordené unvaso de cerveza. Esta vez iba a cambiar la bebida poruna más suave, pues yo era bebedor de ron y whiskey yno uno de cerveza. La cerveza no me haría daño —pensaba yo. Pude controlarme y a las tres cervezas mefui a mi casa. No había sucedido nada. Me sentía feliz.Pude pasar la semana sobrio, pero al siguiente domin-go tuve que ir a parar al mismo sitio. Ya no había otracosa en mi mente que aquella barra. Esta segunda vezme embriagué un poco, pero llegué sin novedad alhogar. No sabía que estaba jugando con fuego. Estoquedó demostrado al tercer domingo. Volví a emborra-charme, pero esta vez desastrosamente. Fue tan gran-de la borrachera como la última que había dejado atrásen Puerto Rico. Continué bebiendo y mi hermano mayorme hizo abandonar su casa, pues le estaba creando pro-blemas a él y a los demás. Decidí vivir solo, pero estotampoco dio resultado.

En el año 1947 decidí casarme con la que hoy es miesposa. Los primeros meses bebí periódicamente, algu-no que otro día, pero cuando empezaron a surgirpequeños problemas en el hogar volví a la carga repeti-damente. Mi esposa trató de ayudarme todo lo quepudo, pero no le fue posible hacer nada por mí.Continué mi carrera desenfrenada y sufrí una de lasexperiencias más grandes de mi vida al tener querecluirme en un hospital de psiquiatría. Pude estarsobrio por un tiempo a base de miedo, pero el miedopoco a poco se me fue quitando, olvidé esa triste expe-riencia y volví a beber.

Son muchos los tropiezos que tuve en mi vida alcohó-lica, y ahora quiero relatar mi última experiencia, la queme dio a conocer al Grupo de A.A.

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Hacía dos meses que estaba sobrio haciendo unesfuerzo sobrehumano. Un pequeño problema emocio-nal me llevó a ese primer trago y volví a caer en laderrota, pero gracias a Dios, para conseguir el triunfo.Estuve bajo los efectos del licor por espacio de cincomeses. Pedía a Dios todas las noches antes de acostar-me que me alejara de ese primer trago al siguiente día.Visité a mi doctor, me sometí a los tratamientos másrigurosos; visité templos religiosos y nada de eso fueefectivo. Pero como siempre digo, llegó un día en quemi Poder Superior oyó mis ruegos. En aquellos días detortura y llevando una vida muy insegura, conocí a unjoven —hoy mi buen amigo y compañero de A.A.—quien tenía el problema de la bebida igual que yo yestaba buscando solución al mismo. Este buen hombreme dijo que existía un grupo de ex borrachos que sereunía para mantenerse sobrios, todas las semanas. Mesorprendí mucho al oír que se trataba de “ex borrachos”que se reunían para resolver su propio problema. Perodecidí visitarlos.

Era viernes, 17 de marzo de 1950, la fecha que marcóese mi Poder Superior para que yo empezara una nuevavida. Nunca podré olvidar aquella noche. Entré a aquelpequeño salón lleno de complejos, de rencores y demiedo. Estaba muy nervioso. Creía que iban a recrimi-narme por las faltas que había cometido. Pero cuál nosería mi asombro al ver la sinceridad con que se me tra-taba y al ver la humildad con que aquellos hombres ymujeres admitían ser alcohólicos. Me sentí mejor, puesen aquel momento me di exacta cuenta de que no esta-ba solo y que este grupo de hombres y mujeres de A.A.estaba presto a ayudarme. Fue tal mi alegría, que pedípermiso para decir algunas palabras. Tenía muchascosas en mi adentro que me estaban mortificando yesperaba que se me presentara una oportunidad como

PODÍA AGUANTAR MUCHO BEBIENDO 223ésa para decírselas a alguien que entendiera mi proble-ma. Ese era el momento anhelado, estaba entre losmíos y sabía que iban a entenderme.

Esa misma noche, para bien mío, con humildad y sin-ceridad admití ser un alcohólico.

Desde entonces he permanecido sobrio día a día, lle-vando siempre en mi mente, a cada paso que doy, elhecho de que soy un enfermo alcohólico y que conozcola solución a mi problema: Dios y Alcohólicos Anónimos.

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(6)

A.A. LE DIO LA LUZ QUE NECESITABA

De niño, los vecinos le pusieron el nombre “lechuza”por dormir toda la noche en el monte. A.A. le ofreció unnuevo y verdadero amanecer.

MI INFANCIA fue muy triste, pero muy triste; fueun pasado muy difícil de olvidar. Mi padre un

ebrio consuetudinario, no se preocupaba nunca de mimadre, de mis hermanas; menos de mí, su único hijo.

Descuidó mi educación por dedicarse por completo ala bebida; y más doloroso todavía, se olvidó de nuestracomida, de nuestro vestuario y hasta del más pequeñitojuguete que tanto deseé y tanto envidié a los que sí lopodían disfrutar; mi pobre madre era la imagen delmismo dolor, era una esclava víctima del vicio (decía yo)de su esposo, y víctima del esfuerzo que tenía que rea-lizar para medio vestir a sus seis hijos.

Lo normal para nosotros era que mi padre llegaraebrio y casi siempre a ultrajar a mi madre. Nosotros(hijos) nos refugiábamos en los matorrales ya que vivía-mos en el campo. Por tal motivo los vecinos nos llama-ban por el sobrenombre de las lechuzas, ya que nohabía semana que no nos tocara dormir en el monte.

Yo nunca pensé que mi padre sufriera una enferme-dad (alcoholismo) y por tal motivo tuve muchos resen-timientos hacia él y hasta llegué a odiarlo.

Todas esas humillaciones, escándalos, problemas quese vivieron en casa, me dejaron desarmado moral, espi-ritual y sicológicamente para enfrentarme a la vida, y me

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hizo un ser totalmente insociable, con muchos comple-jos que paso a paso me fueron encerrando en la soledad;llegando a ser un pobre desdichado, enfermo moral-mente, sin voluntad ni ilusión de la vida, me encontrécondenado a transitar por el mundo solo y triste.

Tuve que retirarme del colegio por la vergüenza queme daba el hecho de estar mendigando entre mis com-pañeros, para que me prestaran sus libros de estudio, yaque a mi padre no le alcanzaba sino para beber: esadecisión hizo que tuviera que marcharme de mi casa. Yasí empezó mi carrera alcohólica, lejos de mi madre queal fin y al cabo era mi único consuelo; empecé a beberpara disipar la tristeza de estar lejos de mi casa. Deregreso a mi hogar, después de unos años, ya bebía porcualquier cosa: porque me disgustaba con la novia oporque estaba contento con ella, cuando ganaba elSantafecito de mi alma o cuando perdía, en fin cual-quier pretexto era bueno para beber.

¡Qué tragedia Dios mío! cuando llegué a A.A. ya eratotalmente un irresponsable que no ganaba ni para ves-tirme, únicamente para beber.

De pronto, en esa tragedia en 1972 no sé cómo meencontré trabajando con un miembro de A.A., quien sinpérdida de tiempo me invitó a una reunión de A.A.; porla necesidad del trabajo acepté acompañarlo, mas no por-que considerara que mi problema era la bebida; él nuncame dijo que mi problema era ese, pero eso sí, me llevabaconstantemente a reuniones. Duré acompañándolocomo dos años sin aceptar mi enfermedad, pero lo queme causó impresión fue el ejemplo que él me daba en sudiario vivir y eso me hizo reflexionar sobre mi vida, sobremi pasado y en 1974 a regañadientes acepté mi proble-ma, que mi vida era ingobernable y que con el alcohollógicamente la agravaba más; desde esa fecha soy un A.A.

Después de dos años de estar en la cuerda floja, expe-

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rimenté la más hermosa y productiva experiencia queme regaló A.A., como fue el darme la oportunidad dedesarrollar el sentimiento de servir en algo a los demás;y sin saberlo en ese entonces el más beneficiado fui yoy mi familia. A través del servicio, al principio con unsentimiento equivocado, buscando satisfacer mi ego, fuidescubriendo una transformación en mi insociable einsensible personalidad; poco a poco me di cuenta deque no todo había terminado para mí. A.A. a través detodo su programa me mostraba un camino a seguir, aun-que con dificultades, con muchas perspectivas para elfuturo, si yo así lo deseaba.

La experiencia que he experimentado a través de losdiferentes niveles de servicio, las satisfacciones, loslogros y también las dificultades, es algo inolvidablepara mí y que con palabras no se puede expresar. Comoservidor he cometido muchos errores, pero siempre hetratado de aportar algo a mi comunidad; día a día mepreparo emocionalmente, intelectualmente y sicológi-camente, porque, al menos a nivel de mi zona, soy unlíder y un líder debe pensar más con la cabeza que conel corazón y por eso debe prepararse constantemente.

Hoy, después de 12 años en el programa, deseo queA.A. cada día esté más disponible, y seguir colaborandoun poco para ello. A.A. y Dios me han devuelto la luzque yo necesitaba, y deseo que aquellos que están entinieblas también algún día puedan ver la luz de la vida,y que si algún día mis hijos tienen problemas con labebida, A.A. tenga las puertas abiertas para ellos.

Gracias a Dios, gracias a A.A., gracias a mi padrino ya los compañeros que me han regalado sus experienciasy por su confianza muchas gracias, porque por todosustedes, hoy estoy disfrutando la felicidad de vivirsobrio.

A.A. LE DIO LA LUZ QUE NECESITABA 227

(7)

HASTA LA FLOR MÁS BELLA SEMARCHITA CON EL ALCOHOL

Frustrada en sus aspiraciones intelectuales, estamujer se fue en busca de la libertad, sólo para encontrarla esclavitud de una borracha. A.A. le quitó las cadenas.

ESCRIBIR MI HISTORIA no me resulta sencillo. Narrarlaante los grupos de compañeros Alcohólicos Anóni-

mos no ha sido difícil, puesto que he tenido facilidad depalabra y, al fin y al cabo “las palabras se las lleva el vien-to”, pero escribir lo que fui, lo que me sucedió y lo queahora soy, es algo que por un lado me da miedo y por elotro me fascina.

Creo que dos problemas en mi edad infantil fuerondeterminantes para crearme un tipo de personalidadinsegura, origen de muchos de mis defectos de carácter.

El primero se originó a la edad de cuatro años cuan-do mi madre trajo al mundo a mis hermanos gemelos(niño y niña) y yo sentí que vinieron a quitarme el lugarde “reina del hogar”. A partir de aquel momento bus-qué de mil formas agradar a los demás para sentirmeaceptada.

El segundo, basado en mi inseguridad, originó unadependencia emocional casi patológica hacia mispadres, y como el carácter de ellos nunca fue estable, yoviví con mis emociones a la deriva y de acuerdo a susvariantes estados de ánimo.

Por lo demás, viví una vida de pequeña-burguesa,cimentada en una educación católica y con algo que

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siempre me ha ayudado muchísimo: la práctica constan-te de algún deporte. De niña fui una buena nadadora,pero el temor a no llegar a ser “la mejor” me hizo aban-donar un equipo donde empezaba a realizarme bien.Esa ha sido una característica de personalidad que meacompañó hasta hace muy poco: fui de “o todo, o nada”.

Mi paso de la niñez a la pubertad sucedió a la edadde once años. En aquel entonces tuve mi primer con-tacto con el alcohol; mi madre preparaba tés de canelacon ron para aliviar los cólicos mensuales y yo me aficio-né a tomar varios cada período, hasta que me dormía.Recuerdo que me encantaba esa sensación de “dejadez”que sobrevenía.

Por esa época fue cuando ingresé en las “Guías”,donde fui realmente feliz: Conocí a un Dios bondadosoque me llenaba de paz espiritual: supe que “dando escomo recibimos”; y conocí el sentimiento de amor a lanaturaleza, que afortunadamente nunca perdí.

A los 14 años me convertí en una jovencita físicamen-te atractiva; terminé la secundaria con un buen prome-dio en una escuela pública que me encantó. También aesa edad cambié mis actividades de fin de semana porlas de ir a tomar café con muchachos de mi edad y asis-tir a mis primeras fiestas. Fue mi época del despertar delsexo y la sublimación del amor. Me consideraba unachica muy profunda y sin intereses materiales, por loque buscaba muchachos que estuvieran de acuerdo conmi forma de pensar. Para mí, el amor era lo más impor-tante del mundo.

En aquel tiempo, mis principios morales eran muyfuertes y sentía un gran miedo al castigo, tanto de Dioscomo de mis padres, lo que me permitió vivir la adoles-cencia tranquila y de acuerdo a los intereses de mismayores, aunque de ninguna manera significaba que yoestuviera de acuerdo con todo lo que se me decía: me

HASTALAFLORMÁSBELLASEMARCHITACONELALCOHOL 229paralizaba el miedo, más que la convicción de estaforma de ser, pensar y vivir.

Al terminar la secundaria, me frustré porque mipadre no me permitió ingresar en una preparatoriapública, lo que me ocasionó una serie de resentimientoshacia él. Ingresé a una escuela de monjas, donde empe-cé a decepcionarme de la religión debido a ciertas acti-tudes mezquinas que observé: La directora (madresuperiora), era la antítesis de la humildad. Poco antesde terminar el primer año, renuncié a seguir estudian-do allí: el ambiente de niñas ricas y monjas hipócritasme era insoportable. Me cambié a una academia desecretarias en inglés-español, donde cursé una carrerabrillante con muchachas de mi clase social.

A la edad de 18 años y con mi título de Secretaria,entré a trabajar en la Universidad Nacional en uno desus institutos de investigación científica.

Considero que en ese momento se inició un procesode cambio tanto en mi ideología como en mi filosofía dela vida: la mayoría de los científicos tenían a la Cienciapor Dios y, como yo los admiraba y respetaba, suinfluencia me fue penetrando lentamente. Al mismotiempo me nació la afición por las lecturas feministas ytomé un curso en la Carrera de Letras donde analiza-mos varias novelas de crítica social Latinoamericana.Todas estas influencias gestaron en mí a una mujer dife-rente; empezaba a vivir crisis existenciales y a tenerserios problemas con mi padre, al que consideraba clá-sico “macho hispano”.

Históricamente, el país vivía el movimiento estudian-til de 1968. En el ambiente en que yo me movía, habíaconferencias, mesas redondas, películas, etc., sobre lasituación social, económica y política del país, desde elpunto de vista de los intelectuales de izquierda. Minatural inclinación hacia los desposeídos (basada en mi

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filosofía cristiana), favoreció que, poco a poco, miestructura mental fuera cambiando hasta convertirmeen marxista… de café. Me fascinaba ir a una cafeteríadonde se reunían bohemios y comunistas, ¡ese era milugar preferido de toda la ciudad!

Entonces viví un noviazgo que yo considero largo(cuatro años) con un muchacho que estudiaba la carre-ra de Física. Al principio fui muy feliz con él, pero alcabo, nuestra relación empezó a deteriorarse. Discu-tíamos mucho; era muy posesivo y celoso; me prohibióingresar a estudiar la preparatoria (lo que para mí eramuy importante, porque yo soñaba ser algún día estu-diante universitaria y me sentía frustrada por no ha-berlo logrado con anterioridad). Al fin vino la rupturainevitable.

Mi crisis existencial se agravó. Vi cómo a dos de mishermanas les iba muy mal en sus matrimonios y la infe-licidad de la mayoría de los matrimonios que conocía.Mi acentuado “feminismo” se agravó cuando me perca-té de la infidelidad masculina general, situación quenunca vi en casa de mis padres.

Pensé: “¡A mí eso nunca me pasará!” Creí que la“relación perfecta”, debería ser para mí la unión libre.Realmente estaba muy influenciada por autoras comoSimone de Beauvoir y Rosario Castellanos, también poruna maestra feminista de la Facultad de LetrasEspañolas.

Decidí “cambiar de aires”. Viajé durante mes y mediopor el extranjero. Llevaba la esperanza de encontraruna respuesta a todas mis inquietudes al salirme de unambiente que me agobiaba.

Cuando subí al avión tuve una sensación de libertad.Por primera vez manejaría las riendas de mi carreta. Mesentía optimista, hermosa y tenía fe en mí misma y, deuna u otra forma intuía que mi vida cambiaría a partir

HASTALAFLORMÁSBELLASEMARCHITACONELALCOHOL 231de ese momento. ¡Efectivamente cambió: empezó ladebacle!

En España aprendí que vivir con un poco de vino“entre pecho y espalda”, era agradable.

Allá todo el mundo bebía durante la comida y en lacena; en el internado en donde me alojé nos ponían enla mesa todas las botellas de vino que quisiéramos con-sumir. Por las tardes acostumbrábamos ir a tomar un“chato de manzanilla con pinchos”, y por las nochesdespués de la cena, íbamos a las “peñas” a beber en“porrón”, en lo que me volví una campeona. Pensé:“esto es felicidad: Al fin me liberé de miedos, angustias,complejos, represiones, prejuicios y perfeccionis-mos…” ¡Se había iniciado mi carrera alcohólica!

Hubo un síntoma alarmante que no capté en todo susignificado: Una tarde se me “apagó el switch” en elcomedor y desperté al otro día, en mi habitación; sentícomplejo de culpa, ese sentimiento que se volvería tancaracterístico después de mis borracheras.

Cuando regresé a mi país, venía decidida a ser unamujer diferente: Ingresé a estudiar la preparatoria, porlas tardes; en las mañanas seguí trabajando en la univer-sidad, e inicié una relación liberal con un científico quehabía conocido en mi trabajo y con el cual me sentíaplenamente identificada: me enamoré de él profunda-mente.

Por supuesto mi nueva vida vino acompañada degrandes conflictos familiares, (mi padre nunca aceptómi situación y mi madre, al principio tampoco) pero elvino y el amor me daban valor y confianza.

Así viví casi toda mi actividad alcohólica. Él era unbebedor fuerte; no recuerdo que pasáramos juntostiempos libres sin beber.

Al principio fue muy excitante. Ambos trabajábamosen la universidad. Él me alentaba en mis estudios; me

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había propuesto llegar a ser universitaria y, con suayuda, sin duda lo conseguiría. Sin embargo los fines desemana bebíamos muchísimo; las lagunas mentales sevolvieron rutina, aunque todavía no las identificabacomo tales y me decía: “me quedé dormida, ¡eso estodo!” Pero, en un viaje después de una borrachera, élse enojó conmigo y fue así como descubrí que, dentrode mis borracheras, había períodos en los que yo seguíaactuando maquinalmente pero luego no recordaba loque había sucedido.

En aquella época ingresé a la Facultad de CienciasPolíticas y Sociales, y me volví de izquierda radical; ahípertenecí a un Grupo Estudiantil donde estudiábamosEl Capital, de Marx, y, con mi pareja, éramos sindicalis-tas de nuestro trabajo y como tales, participamos envarios movimientos huelguísticos.

Sin embargo toda mi vitalidad de esos años, decayócuando él realizó un viaje largo al extranjero y me dicuenta de la dependencia emocional tan enorme quetenía hacia su persona. En su ausencia tuve la peorlaguna mental hasta ese momento; perdí mi coche en elaeropuerto al irlo a recibir y tuve que vivir experienciasmuy desagradables que me hicieron reflexionar: “tal vezsoy una alcohólica …” me dije.

En ese tiempo, mi hermana la mayor, regresó deEstados Unidos en donde había conocido el programade Alcohólicos Anónimos, aunque ella casi no bebe;tenía amigos que asistían a los grupos y me dio un“autodiagnóstico” para que decidiera por mí misma siera alcohólica o no. Lo contesté honestamente ¡y supeque era una alcohólica!; sin embargo no acepté asistir alos grupos por miedo a dejar de beber… para siempre.Y empecé un largo peregrinar de cerca de dos añosdonde traté de aprender a beber: dejé las bebidas fuer-tes y sólo tomé vino; me reprimía y no bebía hasta el fin

HASTALAFLORMÁSBELLASEMARCHITACONELALCOHOL 233de semana; trataba de dosificarme las copas… peroirremediablemente llegaba a la pérdida del control y laborrachera terminaba en una laguna mental y la conse-cuente resaca moral.

Mi inseguridad se acentuó. Envidiaba el prestigioprofesional de mi pareja. Cada día me volvía más pose-siva y celosa. Me estaba amargando y busqué una salidaequivocada: quise adquirir seguridad en la coquetería.

Sé que todas esas fueron manifestaciones del avancede mi alcoholismo y consecuentemente de mi locura.

Por supuesto la relación con mi pareja se deterioró ya mis veintiocho años de edad, derrotada ante mí mismay consciente de mi principal problema, mi alcoholismo,me separé de él.

Viví nueve meses de infierno. Traté de no beber abase de fuerza de voluntad, con la práctica del yoga, conejercicio… ¡pero no lo logré! Llevaba dos meses nues-tra separación cuando llegué a mi fondo alcohólico.Vivía con una amiga y supe que él saldría de viaje; mecomuniqué con él y me propuso que en su ausenciaocupara el apartamento si lo creía conveniente. Y así lohice. Allí, en la soledad, sin él, bebí muchísimo, auto-agrediéndome, lacerándome y con la idea del suicidiocomo única salida. Al amanecer, ebria, quise trasladar-me a mi trabajo en mi auto y perdí el control… Cuandovolví en mí estaba en el fondo de un pequeño barranco,ilesa físicamente, pero totalmente destruida mental yespiritualmente. ¡Había llegado al fondo de mi sufri-miento!

Anímicamente estaba tristísima; el sentimiento desoledad me aislaba; sentía lástima de mí misma, ¡estabacompletamente derrotada por el alcohol!

Algunos meses después, en noviembre de 1979, lesupliqué a mi hermana: “¡Llévame a un grupo deAlcohólicos Anónimos!” Con gran esfuerzo había acu-

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mulado un mes sin beber, lo que me permitió entenderalgunas de las experiencias que oí, y pude identificarmecon ellas.

En el grupo, la mayoría de la gente estaba contenta ytranquila. Me felicitaron por haber tenido el valor decruzar la puerta de un grupo de Alcohólicos Anónimosy algunos me contaron sus historiales. Me agradó. Sentíun puente de comunicación con ellos; por primera vezen mi vida sentí que había llegado al lugar al cual per-tenecía: ellos también habían llegado sintiéndose com-pletamente solos y fracasados. Supe que esos son senti-mientos comunes entre las personas que tenemosproblemas con nuestra forma de beber.

Salí del grupo con la esperanza de cambiar. ¡Unnuevo cambio! Quería darme una oportunidad. Sin con-cienciarlo me había derrotado ante el alcohol y habíadecidido dejar mi problema en manos de un PoderSuperior amoroso, que para mí, en aquél entonces, erael grupo de hombres y mujeres que habían logrado algoque yo no podía: vivir contentos y tranquilos sin beber.

El grupo al que llegué, sesionaba martes, jueves ysábados. A partir de ese momento empecé a asistir conregularidad y a tratar de seguir humildemente las suge-rencias de mis compañeros; yo sabía que para mí nohabía alternativa posible, debería de actuar como medijeran aunque mi razón, muchas veces, no estaba deacuerdo con su filosofía, y otras veces ni siquiera enten-día el lenguaje que utilizaban.

Han transcurrido cuatro años desde aquel día y gra-cias a Dios y al programa de Alcohólicos Anónimos nohe vuelto a beber. Cambios trascendentales en mi per-sonalidad se han ido sucediendo atribuibles al programade A.A., por lo que lo conceptúo como un programa devida nueva.

Llegué y ya no bebí. Esto fue vital y aunque acepta-

HASTALAFLORMÁSBELLASEMARCHITACONELALCOHOL 235ba de corazón mi alcoholismo, no podía aceptar que mivida había sido ingobernable. Durante mi primer añoen A.A. persistí en mis actitudes y me conformaba conno beber y cumplir con mis obligaciones cotidianas, quecomo perfeccionista que soy, había incrementado de talmanera que no me dejaban tiempo ni para respirar.Vivía compulsivamente: trabajaba, estudiaba, hacíayoga, asistía a mis juntas de A.A., corría de madruga-da… pero también me alejaba de la gente, tenía miedode ser agredida, me sentía marginada e inferior. Ya sinel anestésico del alcohol, resurgieron todos mis comple-jos e inseguridad. Los fines de semana comía y dormíatambién exageradamente.

Por otro lado, durante ese primer año sin beber mellené de resentimientos hacia mis padres: los culpabapor mi alcoholismo. Parecía que nunca podríamos vol-ver a vivir en armonía.

El segundo año conocí al compañero que habría deser mi padrino en A.A. Con su orientación descubrí quemi principal problema era el espiritual: ¡Había enterra-do a mi espiritualidad en lo más profundo de mi incons-ciente y eso me hacía estar profundamente amargada yresentida con todo lo que me rodeaba! Aprendí a per-donarme y a perdonar a mis padres: regresé a vivir conellos, porque, como me dijo mi padrino: “Tienes queaceptar tu origen y necesitas reparar los daños que hasocasionado. Sin esas dos cosas, no podrás empezar aprogresar dentro del programa de AlcohólicosAnónimos”.

Le hice caso, pedí perdón a mis padres y regresé avivir con ellos; sin embargo, mis resentimientos no mepermitían vivir armónicamente. En la tribuna del grupoacepté en voz alta todo lo que me molestaba y poco apoco el malestar fue desapareciendo.

Mi padrino desempeñaba un servicio dentro de A.A.,

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y yo andaba con él “de la Ceca a la Meca”; trabajé eninstituciones que atienden a alcohólicos, en reunionesde información al público en la capital y en el interior,lo acompañé a pasar el mensaje a otros alcohólicos, visi-té cárceles… En fin, viví por primera vez el placer deservir al prójimo y de ser útil.

Sin embargo la experiencia más importante en eseaño fue la de sentir que la idea de Dios no era incom-patible con mi nueva manera de pensar y vivir. Tuveesperanza y fe en un cambio profundo que me ofrecie-ra la tranquilidad interior.

Considero que en ese año aterricé de un largo viaje:volvía del mundo de la locura.

Un Poder Superior me devolvía el sano juicio y cono-cí al fin una existencia equilibrada. Al tercer año de minueva vida, la relación con mis padres y mis parientesen general, mejoró muchísimo.

Terminé la carrera de Sociología. Y empecé a disfru-tar mi trabajo como técnico académico en una depen-dencia del gobierno. Liberada de ciertos complejos deinferioridad, emprendí el viaje hacia el conocimiento demí misma, paralelamente a la aceptación de mis caren-cias: Trabajé defectos tales como la envidia, la ira, lagula, la lujuria, el perfeccionismo, la autoconmiseracióny los resentimientos, con los medios que nos brinda elprograma de A.A.

Mi cuarto año en A.A. fue bellísimo: ¡encontré elamor! Un compañero de la comunidad me ha hechoinmensamente feliz. El amor me ha permitido un equi-librio emocional y un crecimiento espiritual comonunca hubiera soñado alcanzar.

El día de nuestra boda sentí que Dios me entregabaun libro en blanco y me daba la oportunidad de escribirnuevamente mi historia en base a todo un pasado deerrores, sufrimientos y algunos aciertos.

HASTALAFLORMÁSBELLASEMARCHITACONELALCOHOL 237Hoy mi marido y yo disfrutamos de la alegría de vivir.

Creo que hacemos una buena mancuerna dentro de losgrupos de Alcohólicos Anónimos. Esperamos un bebé.

Las viejas ideas de que el matrimonio y la maternidadno eran para mí, se han ido.

Hoy me amo y me respeto, amo y respeto a mi mari-do y empiezo a amar y respetar a mi prójimo.

Vivo… ¡muy sabroso!

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(8)

DESPERTÓ A PUNTO DE MORIR

Oficial de Marina, descubrió que no era “capitán desu alma”. La bebida le hizo perder su brújula y le pilo-tó al naufragio. En A.A. recuperó su norte.

EN ESTA FECHA, hace 12 años, un día desperté en unasala extraña. Abrí los ojos y el fuerte olor a desin-

fectante más el sinnúmero de aparatos médicos que merodeaban, hicieron que me diera cuenta de dónde esta-ba. Me toqué la cara y noté que dos tubos de plásticosalían de mis orificios nasales. Mis antebrazos estabanpinchados con agujas también conectadas a tubos deplástico y uno de ellos venía de una botella de suero quecolgaba de un gancho.

De repente me llegó un poco de claridad mental porhaberse despejado la nube que obstruía mi cerebro ymis pensamientos comenzaron a tener sentido.

Estaba en una sala de cuidado intensivo en una clínicade Guayaquil. Había estado al borde de la muerte. Lossusurros del personal médico y las caras atemorizadas delos pocos familiares que me visitaban, me indicaron quemi estado era crítico. Concentré mis pensamientos tra-tando de encontrar una razón y de pronto, vino a mimente la escena del día anterior cuando en desespera-ción había tomado una sobredosis de barbitúricos con laintención deliberada de poner fin a mi trágica vida.

Cerré los ojos otra vez e hice un recuento mental delos sucesos que me habían llevado hasta el borde de lamuerte.

239

Nací en un pequeño puerto de un pintoresco país enla costa del Océano Pacífico de Sudamérica, el Ecuador.Pueblo tan pequeño como era, toda la gente se conocíay especialmente se conocía a mi familia debido a que mipadre era el gerente de la única sucursal bancaria de lapoblación. Mi padre, hombre de muy buena educacióny de reconocido buen comportamiento moral, cristianoen principios y acción, respetado y apreciado. Mi madre,una mujer bella procedente de una familia prominentede la provincia, educada en los Estados Unidos, domi-naba tanto el idioma inglés como el español. Era muyquerida y festejada por su franqueza de carácter ydones sociales.

Irónico, pero como era natural en nuestro medio, fuiextremadamente mimado por mis padres y demás fami-liares, de tal manera que me convertí en un niño muymal educado durante ese período de tiempo. Algo terri-ble, a mi parecer, me sucedió a esa edad; un cuarto hijofue agregado a la familia y justamente desde que nacióempecé a odiar a mi hermanito menor. Imaginé quesolamente había venido a quitarme el lugar que ya yotenía en la familia. Me había despojado de esa coronaimaginaria que yo creía haber llevado como el príncipede la familia.

Mi padre acostumbraba a tomar un vaso de vino demesa con todas sus comidas. Un buen vino que impor-taba de Francia ya que se creía era el mejor vino delmundo. A mi hermana y hermano mayores y a mí, senos permitía tomar un vaso de sangría que consistía enmedio vaso de vino con medio vaso de limonada dulcey hielo. ¡Cómo me gustaba esa bebida! Me gustaba nosolamente el aroma sino también ese sentimiento debienestar que me causaba. Yo siempre pedía un segun-do vaso para el cual mi padre nunca dio su consenti-miento. Un buen día, a la edad de ocho años, muy

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secretamente tomé una jarra de limonada, suficientehielo y armado con la llave del sótano donde se guarda-ba el generoso vino, bajé y empecé a prepararme ybeber la suficiente sangría hasta que experimenté la pri-mera laguna mental de mi vida.

Todo lo que recuerdo es que cuando volví en mí, mimadre estaba parada al frente mío con un látigo en lamano. Así es que fui castigado, no solamente con el láti-go sino que además fui confinado al dormitorio por unasemana y no me fue permitido ir a un gran encuentrode box que se realizaba ese fin de semana. Todos esoscastigos me dolieron mucho pero no fueron de ningúnbeneficio porque a mí me continuó gustando el sabordel vino y principalmente el efecto que me producía.

Yo tenía diez años de edad cuando se levantó una revo-lución militar en el país que causó la quiebra del bancopara el cual trabajaba mi padre. Se vio precisado a ven-der la magnífica residencia que teníamos y nos mudamosa la capital. Yo ocupaba el tercer lugar en una familia decuatro, una hermana y hermano mayores y mi hermanitomenor. Ya no era el benjamín de la familia pero yo nuncaacepté ese hecho. Siempre seguí tratando de reconquis-tar el puesto de predilecto que tuve por siete años. Ya nose me mimaba ni se me consentía pero yo seguía siendoun engreído de mí mismo, En mis años de adolescente,cada vez que tenía la oportunidad de beber alcohol, lohacía con mucho agrado porque la bebida me hacía sen-tir como si fuera el “rey de todo el mundo”.

Era yo ya un joven de catorce años cuando se celebra-ba haber logrado el primer envase de un primer coci-miento de cerveza en una fábrica en la que mi padretenía participación. La cerveza corría entre los emplea-dos quienes bebían alegremente. Naturalmente, yo tam-bién me uní al júbilo y bebí cerveza hasta sentirme ya“todo un hombre”. De regreso a la casa, sintiéndome un

DESPERTÓ A PUNTO DE MORIR 241“super macho” empecé a molestar con intenciones sexua-les a una empleada joven que había sido criada con nos-otros más como un miembro de la familia que como unasirvienta. Esto causó graves disgustos a mis padres quie-nes me reprendieron enérgicamente, pero a mí mesiguió gustando el efecto que me producía cualquierbebida alcohólica.

Durante mi niñez fui considerado como un mucha-cho de conducta desordenada, sin embargo pude termi-nar mi escuela. Como adolescente mi vida continuósiendo la misma, agravada por esporádicos episodios debebida excesiva. Esto continuó hasta que ingresé a laEscuela Naval donde los cadetes no teníamos permisopara beber, así es que no tomé ni un solo trago durantelos cuatro años siguientes. Pero llegó el día de la gra-duación y después de la ceremonia, durante el baile depromoción, un oficial más antiguo, brindándome uncóctel, me dijo que un miembro de la Armada tenía quetomar y consecuentemente tenía que aprender a beber.Desde ese día en adelante empecé a tratar de aprendera tomar sin que jamás pudiera lograrlo.

Siendo ya adulto, un oficial y una persona de muchashabilidades, pues tenía don de gentes, humor muy fino,alegría innata, inclinaciones artísticas musicales, dibujoy pintura, bailarín, siempre fui considerado buen com-pañero en los deportes y mi amistad era codiciada. Sepensaba que mi éxito en la vida era una cosa asegurada.Sin embargo, desde algunos años atrás, ya minaba en míla base misma de la existencia de una enfermedad queen esa época no se reconocía como tal.

Tratando de escapar de mi vida licenciosa, contrajematrimonio creyendo que así tomaría menos. Pero nofue ese el caso. Me retiré del servicio en las fuerzasarmadas, ingresé en la marina mercante, fui capitán deun barco, pero esos cambios no dejaban de ser nada más

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que escapes. En el año 1950, cuando ya tenía 33 años,sentí la necesidad de escapar otra vez. El estado cadavez más agravado de mi vicio me hizo emprender la másfácil huida a mis propias flaquezas. Con una amante ydigna esposa y dos hijos pequeños emigré a los EstadosUnidos. Me radiqué en Los Angeles. El cambio en mivida fue dramático. Trabajé como jefe de ventas y dise-ñador, estudié y practiqué la ingeniería mecánica. Lafamilia creció con la llegada de dos hijos más, y con elamor de mi esposa los criamos a todos ellos en una casaque compré dentro de un típico barrio residencial nor-teamericano.

Pero siempre llevaba clavadas en mis espaldas las des-piadadas y agobiantes garras de la dolencia alcohólica.El aplastante peso de mi enfermedad fue demasiado ydesmoronó la unidad familiar. Perdí toda la fe que algu-na vez tuve en Dios y me burlaba irónicamente de losprincipios religiosos y morales que se me habían dadodesde niño. El divorcio se hizo inevitable. Perdí buenasoportunidades de trabajo y me transformé en un paria.

Sacando fuerzas de donde ya no había casi ninguna,después de vivir veintitrés años en los Estados Unidos,decidí escapar nuevamente. Vendí la casa y me fuguégeográficamente a mi país de origen. Siempre llevandoa cuestas mi tristeza, mis fracasos y mi incurable enfer-medad. Poco me duró el capital que llevé. Cuando mevi sin un centavo, sin un amigo, sin una salida, sin Diosni ley, creí que para mí había una sola fuente de paz: elsuicidio.

Después de un mes de permanecer entre la vida y lamuerte en el hospital, me recuperé en algo físicamentey regresé a casa de uno de mis hijos en California. Mialcoholismo se hizo más agudo entonces, estaba ya enla última etapa de la fatal enfermedad. Borracho, un“wino” completo, me quedaba dormido en los callejo-

DESPERTÓ A PUNTO DE MORIR 243nes de la ciudad. Unos dos o tres tragos del vino másbarato que pudiera conseguir, era lo único que necesi-taba para entrar en la inconsciencia de la borrachera.La única manera de no darme cuenta de que todavíaexistía. Mi vida había quedado reducida a un ensayo devergüenza y dolor.

Fue de ahí, de ese estado de postración y desgracia,de donde me sacó la mano de ayuda de AlcohólicosAnónimos. Mi hijo había hablado previamente y habíasido informado que irían a verme solamente si era yoquien lo pedía.

La angustia era inmensa, mi desesperación era indes-criptible, pero justamente esa situación en que mehallaba en esos momentos, hizo que aceptara el conse-jo de mi hijo y le pidiera que llamara a A.A.

Los A.A. no se hicieron esperar. Una llamada telefó-nica y 30 minutos después llegaron en mi ayuda. Mesaludaron como si fuéramos viejos amigos, pidieron café—algo inusitado para mí ¿alcohólicos que beben café?—y se sentaron cómodamente a conversar conmigo. ¿Quéme dijeron? No lo sé, pero sí recuerdo que después deuna hora se despidieron dejando en mí un pequeño rayode esperanza. Sí, pequeñísimo, pero aún así pude distin-guirlo a distancia. Al día siguiente me llevaron a una reu-nión de grupo. Tembloroso y desaseado como estaba, fuirecibido muy cariñosamente. Se trataba de una reuniónde aniversario. De uno en uno fueron pasando a la tribu-na. Primero el miembro que cumplía su aniversarioseguido por otro que había sido su padrino.

Los pasajes de sus vidas que narraban iban dejandohuellas un poco más profundas en mí y así empezó miproceso de identificación. Me parecía que hablabanúnica y exclusivamente para mí. Lo que más me gustófue la franqueza y sinceridad que vi en todos ellos.

Todos me decían “Keep coming back” y yo seguía

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yendo. Me divertía mucho el ambiente de sana camara-dería que existía. Había días en que me desanimabaporque creía que necesitaría mucha fuerza de voluntadque yo no tenía, pero todos me decían que lo que yonecesitaba era buena voluntad. Empecé a ver que yo notendría que emprender una fuerte y encarnizada batallacontra quien yo creía era mi peor enemigo, el alcohol.Comencé a darme cuenta de que mi verdadero enemi-go era yo mismo. Estos A.A. me hacían ver que miadversario era mi propio ego. Me hacían comprendercon claridad que para luchar contra este enemigo nece-sitaría la ayuda de un Poder Superior.

La herencia que yo había recibido de mi mal com-prendida religión era que yo había nacido equivocado.Que sin reglamentos y sin guardianes que vigilaran aldemonio que había en mí, torrentes de veneno y demaldad se desencadenarían naturalmente de mi serpara devastar y destruir todo lo bueno que había en micamino. Vi que se había presentado un conflicto en milarga vida. La pregunta había sido ¿yo o Dios? Yo mehabía escogido a mí, a mi propio y querido ego. Peroesto lo había hecho muy secretamente. Durante mijuventud había sido un agradable y aceptable hipócrita.Que Dios, siendo el espía cósmico que yo creía que erapara mí, y que yo, sabiendo que estaba equivocado, mehabía convertido en un normal, moderno y culpablealcohólico-neurótico.

Por estos doce años pasados, todo parece habersetransformado de una jornada de ser “debido a” en otrajornada de ser “a pesar de”, y el responsable de esto esel milagro de Alcohólicos Anónimos. Lo que yo creíaser solamente una comedia de desobediencia moral, desexo y de alcohol, ha sido transformada por el programade los Doce Pasos, en una lección de despertar al cono-cimiento consciente. No eran pecados los que había,

DESPERTÓ A PUNTO DE MORIR 245era solamente la separación de Dios, la falta de unidad.Antes había existido una separación consciente de unPoder Superior, separación consciente de los demásseres humanos y eventualmente, una desintegración demí mismo. A.A. y su programa de los Doce Pasos hanhecho que yo pueda unificar a mi ego, mi mente y miespíritu.

Hoy en día tengo el convencimiento en lo más pro-fundo de mi ser, de que en la vida existe solamente unpeligro para que todo se convierta en problemas. Elpeligro de la separación. Permitir que el ego gobiernela vida separado de la mente y del espíritu. Pero tam-bién estoy convencido de que hay una sola salvaguardiapara ese peligro. El convencimiento de la existencia deun Poder Superior, sinónimo de Vida, Bondad, Dios.En A.A. empecé a unificar mi vida de separación con elprograma de los Doce Pasos. Admisión, convicción y libe-ración. Limpieza de casa y mantenimiento. Todo esto esuna nueva vida para mí, pero no solamente nueva, tam-bién es la vida más maravillosa que yo jamás haya vivi-do. Vivo en una total espera de guía y dirección, y laobtengo. Y si alguien me pregunta: “¿Cómo lo sabes?”Tengo la más simple de las reglas en el mundo para con-testar. Nunca lo he pasado tan bien. Mi vida en A.A. esla única buena vida que he conocido. La única vida queha sido fácil y sencilla durante mis largos años de exis-tencia. Estoy viviendo los mejores años de mi vida. Vivouna vida de gratitud porque no he bebido licor desdehace doce años, porque vivo en paz conmigo, con missemejantes y con Dios.

Desde el invierno de 1976 cambié totalmente la trayec-toria de mi conducta. “Dejé de beber de una vez portodas”, mi manera de vivir y de beber me estaba destro-zando. Por la gracia de Dios he podido rehacer mi vida.Ahora vivo feliz en medio del cariño de una nueva familia.

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(9)

NACIDO PARA BEBEDOR, BAILARÍN YLADRÓN

Andaba perdido sin más que perder, descendiendo alabismo de la degradación. El vago recuerdo de algunaspalabras de esperanza le enseñaron la salida.

SOY ALCOHÓLICO como mi madre que murió vícti-ma del mal. Yo estoy vivo.

Era yo muy chico; vagamente recuerdo que mi madredormía debajo de las camas, pero no alcanzaba a distin-guir por qué. Me han dicho que se hizo alcohólica aconsecuencia de vender ilícitamente alcohol en unatiendecita que aparentaba ser miscelánea; otros me handicho que se vio obligada a refugiarse en la bebida debi-do al mal trato que recibía de mi padre. Vendía ella todaclase de mejunjes. Cuando murió estaba yo en terceraño de primaria; a mediodía fueron por mí a la escuelay me llevaron al hospital donde estaba falleciendo aconsecuencia de su manera de beber.

Quedamos solos mis dos hermanos, mi padre y yo,con el negocio. Me encargaron del suministro de alco-hol para su venta; me acompañaban otros muchachos. Aveces tomábamos de ese alcohol, por pura travesura.Una vez nos lo acabamos y tuve que romper la botella ymentir; “¡Me caí y se me rompió!” Otra vez completa-mos el contenido con agua. Naturalmente las golpizas yregaños menudearon por mi temprana inclinación aingerir “paquiderma”, como llamábamos a la combina-ción de refresco de naranja con alcohol. No sólo bebía

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yo, como tengo dicho; también mis amigos. Una vez elpadre de uno de ellos, a quien se le pasó la mano y saca-mos de la casa totalmente borracho, vino por él y a gol-pes con un alambre de la plancha se lo llevó. Luegoregresó para acusarme ante mi tía: —¡Es el causante deesta maldad!— le dijo. Yo estaba durmiendo la borra-chera como otras veces, a mediodía, argumentando queestaba enfermo. Mi tía esperó que se me bajara laborrachera y luego a golpes me despertó, me bañó y mecondujo a la escuela donde me exhibió como vicioso yrebelde.

Cuando murió mi madre me sacaron de la escuela endonde ella me tenía porque era cara la colegiatura y meinscribieron en otra, muy barata y por supuesto muydistinta. Después de que fui señalado por borracho antetodos en esa escuela, jamás volví.

Como ya no estudiaba me quedé al frente del nego-cio de venta de mejunjes y aprendí a distinguir toda lamiseria y nivel de la degradación en el desfile intermi-nable de viciosos, enfermos, pordioseros, borrachos,bebedores fuertes, agresivos, arrastrados, sucios… Mequedé solo en la casa de mi madre y la sentía enorme yvacía. Cuando ya tenía unos catorce o quince años,luego de trabajar en la tienda por horas y horas, huía dela soledad y, en ocasiones especiales, buscaba compañíay nos tomábamos algunas copas.

Una vez, estando en la tienda, alguien a quien apre-cio en mis recuerdos, me motivó y ayudó para que con-tinuara estudiando: ya había terminado la primaria yesta persona me convenció para que me inscribiera enla secundaria. Alentado me inscribí pero se me dificul-taban los estudios; allí me enviaron a un psiquiatraquien mandó que me hicieran varias pruebas, las cualesno aprobé, y me dijo que yo no estaba bien de mis facul-tades mentales.

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Me sentí muy mal con esa opinión médica y fui dadode baja de la escuela luego de cuatro años sin haberaprobado ni siquiera el primer año.

Ya para entonces pensé que había nacido para bebe-dor, bailarín y ladrón, motivo por el cual me adherí agrupos de borrachos y rateros.

Así empecé a hacer todos los destrampes y aberracio-nes que vi hacer en el desfile de beodos que pasó por latienda de mi infancia; con esto quiero decir que robé,golpeé, violé y falté a la moral en todas sus formas…sólo me faltó matar. Quien me liberaba de los proble-mas con la justicia y de la degradación, era mi hermana,¡pero también a ella golpeé cuando, desesperada por miconducta, me arrojó una de las ollas de barro que fabri-caba! ¡Fue de ese modo que sentí que carecía de prin-cipios de toda índole!

No puedo decir que por beber yo perdí a mi familia,mi capital, mi trabajo, porque no tuve ni familia ni dine-ro ni trabajo… ni moral. Me da risa cuando me acuerdoque hubo quien me preguntó: “¿Por qué no te casas?”Me da risa la ingenuidad de la pregunta; ¿quién se casa-ría con un tipo que cuando no anda crudo, anda borra-cho? Debo decir que yo era muy afecto al baile; no eramuy buen bailarín, nada de eso; me gustaban laspachangas porque eran origen de grandes parrandas.Fui al carnaval durante cinco años consecutivos; recuer-do del viaje de ida y de cómo llegaba al puerto, pero,¿del regreso? ¡nada!

La ley andaba muy cerca, tras de mí, para ponermeen mi lugar; por esto viajaba y no tenía lugar fijo de resi-dencia. Una vez acudí a mi padre para que me auxiliaraen los descomunales líos en que andaba metido, merecibió y le expliqué de qué se trataba y que necesitabadesesperadamente dinero. “Tengo cien pesos, ¿te sir-ven?” me dijo. “¡Cómo crees!” le dije. “¡Necesito miles!”

NACIDO PARA BEBEDOR, BAILARÍN Y LADRÓN 249“¿No te sirven?” me volvió a decir: “Entonces: ¡Lár-gate!…” Me fui.

Llegué a la ciudad, en donde, por primera vez, con-seguí dejar de beber, tratando de sentar cabeza…durante mes y medio.

Otra vez borracho y en las mismas, me sucedió algoque voy a contar. Fui a una ciudad del este. Me metí enun establecimiento de mala muerte en donde estuvebebiendo en demasía, hasta que discutí con el dueñopor ¡quién sabe qué causa! El problema se puso bastan-te serio e intervino el hijo del dueño, contra los que melié a golpes y perdí. Fui golpeado con bates de béisbol.Medio muerto me sacaron del tugurio aquel y me aban-donaron en medio de un camino. Mal herido volví enmí y me encontré bañado en sangre. Regresé al estable-cimiento golpeando las puertas, las paredes de tablas,escandalizando, sin que me abrieran.

Me fui a la vivienda que habitaba, saqué petróleo yme dirigí al jacal dispuesto a acabar con él y con todossus moradores. Justamente cuando acababa de rociar elpetróleo y prendía el fuego, aparecieron los policías quefrustraron mis propósitos y me recluyeron en la cárcelde aquella población. Salí, y de nuevo me metí en pro-blemas por lo que tuve que abandonar, corriendo, laciudad.

Visité muchas cárceles debido a mi conducta ingo-bernable y mi desenfrenada manera de beber. Ya enotra ciudad se me clavó la idea de cambiar de vida y elpropósito de no volver a beber. Sólo un mes lo conseguíy, de nuevo, me encontré sumido en mi triste realidad.“No es creíble que mi situación sea tan crítica que nopueda con la botella”, pensé.

Tenía un padrino que me aconsejaba y que hacíatiempo que me insistía para que hiciera algo que meayudara a dejar de tomar. Él me llevó algunas veces,

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infructuosamente, a jurar no beber; en una ocasión mellevó a un santuario, donde me hizo que jurara por unaño. Juré, pero mis pensamientos andaban errabundosrecordando los frustrados juramentos anteriores. “Nocumpliré” me dije. Pero la imagen del Santo Señor y sujusticia, me hicieron reflexionar seriamente: “aquelladrón, borracho, lascivo, mentiroso, que viene a jurar yno cumple, es duramente castigado…”

Por esta vez cumplí mi juramento. Paré de beber, y,en ese período de abstinencia, me sentí motivado arecomenzar mi vida. Con ayuda conseguí entrar a estu-diar Turismo, pero el año de juramento terminó y ter-minaron mis propósitos y buenas intenciones; volví abeber.

Hubo gente buena que trató de ayudarme. Apoyadopor una de esas personas y una credencial de la escuelaen que había estado inscrito, conseguí entrar de mozoen una clínica del seguro social a la cual vivo agradeci-do. Soportaron muchos de los problemas que originé:amenazas a mis superiores, ausentismo, etc. Hoyentiendo que no me despidieron porque les causabalástima. Mediante este trabajo logré reinscribirme en lasecundaria y terminé en cinco años, gracias a que uncompañero me hizo el favor de hacerme las pruebas, sino ¡jamás habría logrado terminar!

Las borracheras y los pleitos continuaron. Hubovarias golpizas más, pero distintas a las anteriores, quefueron riñas de jóvenes; estas fueron distintas, hubosaña, mala intención. Todavía conservo huellas de esosduros golpes recibidos, como una cicatriz de una heridaen un pleito en el que quedé debatiéndome entre lavida y la muerte. Afortunadamente mi hermana melocalizó, reconociéndome por unos zapatos blancos queme había puesto al salir de la casa… Esta situación mehizo pensar en andar armado y en la venganza, pero

NACIDO PARA BEBEDOR, BAILARÍN Y LADRÓN 251todo quedó en eso, en pensamiento, porque yo estabaya muy lastimado por esa vida y por el alcohol.

Nadie me había hablado de A.A. pero yo sabía quehabía grupos de esos. Una vez pasé frente a uno y measomé: vi muchos cuadros y letreros; daba la sensaciónde una secta religiosa. Me dije: “Esta gente está acaba-da…” Y no entré.

Al fin, ya no dejaba de beber ni para cobrar. Luego deuna parranda de tres o cuatro días, todo sucio, me diri-gí a cobrar a la clínica donde se suponía que estabaempleado. No me reconocieron y no me querían pagar.Ya no llevaba identificación alguna: “Estoy enfermo” lesdecía y suplicaba que me pagaran. En verdad me sentíamuy mal. Los convencí y me dieron mi cheque.Entonces vino otro problema en el banco; sin papelalguno que me identificara y sin poder firmar no mequisieron hacer efectivo mi pago. Una vez más, arras-trándome, fui a suplicar al gerente que autorizara elpago porque realmente me sentía cada vez peor y elaspecto que tenía no era nada agradable. Tal vez por esome pagaron. Ya con el dinero busqué un bar y todos seme hicieron remotos. Creí que no llegaría. Como pudealcancé un bar y con los primeros tragos sentí cierto ali-vio; al continuar bebiendo nuevamente volví a perder elconocimiento.

Al atardecer volví en mí. Estaba tirado en la calle.Enfrente vi un anuncio de la “Oficina Intergrupal deA.A.” Dificultosamente me puse en pie y entré.

—¿Aquí hacen milagros?— pregunté con voz caver-nosa.

Las personas que estaban ahí se sorprendieron de mipresencia, y se deshicieron de mí: me dieron un papelcon un montón de preguntas y me sugirieron que vol-viera cuando estuviera en mi juicio puesto que, asícomo iba, no entendería nada.

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Me fui, maldiciéndolos.Tres días después terminé de beber y acudí a mi casa,

crudo, sin dinero, sin esperanza. Urgué en los bolsillosy encontré el “Autodiagnóstico” que me habían dado enla intergrupal. Lo contesté y con él regresé a aquellaoficina de A.A. Ahí me dieron el horario y dirección deun grupo y, ese mismo día, me presenté.

Al principiar la sesión preguntaron: “¿Hay algunapersona que nos visite por primera ocasión para saberqué es A.A.?” Dos personas se pusieron de pie pero yono. Luego hablaron varios de los asistentes y me impac-taron las palabras que pronunciaron: “Honradez, Sin-ceridad, Integridad”…

Volví, y durante seis meses sin faltar un solo día memantuve asistiendo sin participar. Me concretaba a salu-dar y escuchar. Con ese tiempo sin beber creí equivoca-damente que había aprendido suficiente como parabeber sin daño alguno. Bebí de nuevo y trágicamentecomprobé que mi enfermedad era irreversible y que eraun loco temible.

De la manera más triste, en plena ebriedad, insulté ami padre. Le reclamé: “¿Por qué nunca tuviste el valorde frenarme en mi forma de beber, cuando era tiem-po?” le gritaba “¡Eres el culpable de mi situación!¡Tienes que darme de beber!” Sé que me encontrabaensangrentado y con vagas imágenes de la pelea con mipadre, ¡con mi propio padre!

Me encerré víctima del remordimiento, creí que novolvería a recobrar un sano juicio. Merecía el peor delos castigos. Afortunadamente algunas frases escucha-das en A.A. me sacaron de aquel triste estado y, condecisión, fui a ver a mi doctor de la clínica. Le expusemi problema y mi situación. Me escuchó y me recomen-dó que fuera a un grupo de A.A. Tristemente le confe-sé que ya había estado en uno. Se sorprendió y enton-

NACIDO PARA BEBEDOR, BAILARÍN Y LADRÓN 253ces optó por enviarme al psiquiatra. En el tratamientome aplicaron electrochoque y luego de un tiempo volvícon mi doctor, quien me volvió a recomendar que asis-tiera a un grupo de A.A.

Reingresé y no he vuelto a tomar.Ciertamente se han operado cambios profundos.

Acepté que el alcohol me había derrotado; entendí ypractiqué el Plan de 24 horas: hoy no bebo pase lo quepase, ¿mañana? ¡Ya llegará! ¿ayer? ¡Ya se fue! Físi-camente me restablecí. He aprendido a respetar y serrespetado, por medio del ejemplo de mis compañeros yde la literatura de A.A.; creo haber leído toda la que haestado a mi alcance. Comparto mi experiencia de bebe-dor y de cómo soy ahora, con quienes acuden al grupo asaber de A.A.; creo que soy portador de un testimoniode la efectividad de Alcohólicos Anónimos: ¡Si yo hepodido, sin duda ellos también podrán!

Como ya no ando ni borracho, ni crudo, conseguíquien me quiera y me ha aceptado por esposo. En mitrabajo considero que estoy cumpliendo y estoy satisfe-cho. Soy un hombre con demasiada buena suerte. ¡Eshermosa esta nueva vida dentro de A.A.! Busco el éxitode realizarme como persona, superar las frustracionespor lo que desperdicié en mi juventud, alcanzar el éxitoen la empresa que tanto me toleró y me ha dado, ser unbuen esposo y buen amigo y padre de mis hijos, y hoy,en la Sociedad, ser más responsable e íntegro.

…Si Dios me lo permite.

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LA OVEJA EXTRAVIADA

Sintiéndose aislada, oyó repetirse el viejo cántico quele guió, después de largos y penosos ambages, al calordel rebaño.

TERMINABA el otoño de 1978, la ciudad se aprestabaa otra época navideña y aparecían tras las ventanas

de las casas los primeros arreglos que lo mostraban.¡Cuánto dolor, cuánta tristeza me provocaban el ruidode la gente al pasar y la alegría de los niños al jugar!

“Eran cien ovejas que había en el rebaño,“Eran cien ovejas…”Había salido de mi sexto internamiento, el más doloroso,

el más prolongado, debido a mi alcoholismo. En los hoga-res había calor, había hijos, madres, un esposo tal vez…

No tenía adónde ir. La caridad de buenas personasme había permitido estar recluida en un hospital gratui-to para alcohólicos, donde había conseguido dejar debeber, y en un sanatorio donde mi vitalidad se habíarestablecido. Estaba viva, y no tenía adónde ir, ni quécomer, ni dónde dormir. Me detuve, alcé los ojos y mur-muré: “Ya sabes Dios que no quiero vivir. Sabes quetengo hambre, que tengo frío…”

“…Pero en una tarde, al contarlas todas,“le faltaba una y triste lloró…”—¿Qué voy a hacer, Dios?— Pregunté. Mi devoción

religiosa me había fallado, yo había fallado a mi padreadoptivo, la medicina no me había servido… ni en A.A.había conseguido restablecerme.

255

Las estrofas de un himno conocido se repetían en mimente; era un cántico que en mis delirios escuchaba yque acompañaba tercamente mis vagos impulsos místicos:

“…Las noventa y nueve dejó en el aprisco“y por las montañas a buscarla fue… ”Creo que grité: —¡Tengo miedo! ¡Quiero volver a

tomar!“…La encontró llorando, temblando de frío.“La tomó en sus brazos, curó sus heridas“y al redil volvió…”Estaba parada frente a un templo. Automáticamente

entré. Los cánticos iban tras de mí. Me arrodillé y bus-qué a Dios. Lloré; vi las imágenes de mis hijos, esos trespequeñitos a los que tanto había dañado, la de mimadre que no conocí, la de mi padre adoptivo que tantohabía sufrido conmigo, la del bondadoso doctor que mehabía auxiliado una vez, y las puertas de A.A. abiertas,esperando mi regreso.

¿Valdría la pena un nuevo intento de regresar alredil?

Nací en un pueblecito muy hermoso. Era un bebécuando murió mi madre, al nacer mi único hermano. Mipadre nos abandonó en casa de mi abuela maternadonde un tío nos dio su afecto: fue siempre como miverdadero padre.

Huérfana, busqué desde niña, insistente y desespera-damente, el amor. Al principio lo encontré en mi abue-la que fue en ese tiempo la que más ternura me mostró;cuando murió sentí un total desamparo. Tenía sólo ochoaños y bebí por primera vez. Tomé pulque y, cuandomis tíos vieron que me comportaba rara llamaron aldoctor. Estaba borracha.

Pero a los 17 años fue cuando se inició mi “carreraalcohólica” que rápidamente se agravó. A esa edad fuinombrada reina del Club más aristocrático del rumbo.

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En esa fiesta de coronación se bailó y brindó, y yo bailéy brindé. Después bailé menos y brindé más. Al fin sólobrindé…; luego no sé qué pasó.

Al día siguiente desperté con el vestido de fiestapuesto. No recordaba qué había pasado. Me dio miedo;no quería preguntar qué había hecho.

La sirvienta al verme despierta se me acercó y medijo: —¡Ay, señorita, todo lo que pasó ayer!— Fingírecordar y le pedí un jugo. Cuando me lo trajo, me dijo:—Con esto no se va a componer; voy a ponerle un pocode lo que estuvo tomando…

Al tomarlo paulatinamente me sentí mejor y le pedíque me preparara otro “jugo” y le dije: Cuéntame loque pasó anoche. Escuché el ridículo y boberías quehabía hecho, pero el calorcito que invadía mi cuerpopor el “jugo” era como un antídoto contra mi sentido deculpabilidad. A partir de ese día, beber se me hizo hábi-to; mediante el licor aligeraba mi disgusto interno; mitemor a no ser amada.

Pensé que debía encontrar el amor, que un noviazgoformal llenaría el vacío de mi vida y la responsabilidaddel matrimonio sería una solución. Busqué un novio, loconseguí, me comporté como quería la gente que debíacomportarse una señorita casadera y, anhelando la segu-ridad, la comprensión y el amor, me casé. Tenía 18 años.¡Qué sorpresa fue para mí el matrimonio! Nada de loque había soñado se produjo y mi irresponsable mane-ra de beber afloró; salía con mi marido a frecuentesreuniones y visitas que aprovechaba para tomar más dela cuenta. Mi esposo se molestaba y yo me las ingenia-ba para seguir bebiendo, por lo que nuestra relación setransformó en vida de “perros y gatos”.

Y perdí mi primer bebé. ¡Qué frustración y qué moti-vo para beber más!

Me embaracé de nuevo e ilusionada, pensé que el

LA OVEJA EXTRAVIADA 257nacimiento de un hijo traería el amor a mi hogar; loesperé con ansiedad. Nació, pero nuestro matrimoniocontinuaba desbarrancándose sin remedio. Volví a recu-rrir a la botella y desde entonces con escasos intervalosestuvo por muchos años junto a mí.

Ni el nacimiento de nuestro segundo hijo ni el deltercero me detuvo ya.

En ese tiempo tomaba vinos y licores, como brandis,ginebra, ron. Mi marido era propietario de un billardonde se permitía la ingestión de bebidas alcohólicas.Esto facilitaba mi suministro de alcohol. Tenía las llavesy con cien artilugios me las ingeniaba para sustraerbotellas.

Mi tribulación empezó cuando me quitó las llaves y,una mañana, temblando por una gran necesidad dealcohol, me aventuré por las calles del pueblo hasta unacantina de suburbio y tomé aguardiente de ínfima cali-dad con los borrachos considerados ruines por la gente.Desde entonces ese aguardiente barato fue la bebidaque más frecuentemente ingerí.

Las reclamaciones, los gritos, las amenazas, volvíannuestra vida infernal. A pesar de todo yo no entendía.Mi marido llegaba a la casa y la encontraba en total de-sorden, los niños desatendidos y yo abotagada y suciapor el alcohol; no aguantó más y me dejó, reclamando lapatria potestad de nuestros hijos. Lloré, supliqué, pro-metí no beber; lo intenté y no pude lograrlo. Sin embar-go me dieron una última oportunidad: me dejaron a mishijos si dejaba de tomar. No lo conseguí: iba con ellospor la calle y me quedé tirada en la acera… Cuandorecapacité, huí a la capital a buscar a mi padre y, cuan-do lo encontré, me rechazó. Esto fue el golpe final a miesfuerzo por vivir, a mi necesidad de comprensión yayuda.

Ya sin hijos volví a la casa de mi tío, que a partir de

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entonces traté como al padre que quería tener; él meacogió sin reproches y me trató con bondad. ¿Qué meestaba pasando? Había tenido fe, había rezado, habíajurado… y había vuelto a “pecar”. La gente del pueblome veía como a la viciosa irremediable.

Por entonces llegó un primo que, al ver mi estado, conmucho tiento me dijo que quizás un tratamiento psiquiá-trico podría ayudarme; me convenció y me fui con él a lacapital. Estaba tan desvalida. Llegué sumamente agotaday, con mucho dolor, desesperanza y miedo, nos traslada-mos al sanatorio donde el médico, del que me habíahablado mi primo, prestaba sus servicios. Me aterroricécuando vi un letrero: Higiene Mental. ¿Estoy loca? pensé.

La presencia del doctor me tranquilizó; era suma-mente bondadoso y con mucha calma me atendió eintrodujo a un local donde se celebraba una extrañareunión. Todos los presentes eran hombres y el médi-co me dijo que eran alcohólicos en recuperación. Mimiedo era enorme, pero el dolor por la separación demis hijos me dio valor para quedarme. Me sentí bien,comprendida por aquellos pacientes que intentaban lomismo que yo, y protegida por aquel médico que en losmeses que estuve con él me dio la ternura que tantonecesitaba. No bebí. Supe que era una enferma y nouna viciosa o pecadora. Pero mi deseo ferviente derecuperar a mis hijos era el principal motivo para esfor-zarme en mi recuperación. No tenía medios de sosteni-miento; nadie veía por mí, sólo el médico me ayudabadándome la oportunidad de serle útil en la medida demis posibilidades con trabajo en el hospital y en la tera-pia de grupo.

¡Cómo recuerdo la ocasión en que, al arreglar suescritorio encontré un folleto que me impactó: “Alco-hólicos Anónimos”! Allí encontré una oración que, supedespués, se atribuye a San Francisco de Asís.

LA OVEJA EXTRAVIADA 259“…Que no busque ser consolado

sino consolar,“…Que no busque ser amado

sino amar…”La mecanografié y se la mostré al doctor: —Haga

muchas copias, repártalas y guárdese varias porque lasva a necesitar— me dijo. Ya le había exteriorizado miintención de partir a mi pueblo e intentar recuperar amis hijos. El había tratado de disuadirme y, el día quedecidí partir, me dijo: Está usted en la cuerda floja; si sequeda hay probabilidad de que se rehabilite; pero si seva hay toda seguridad de que reincidirá y caerá hasta elfondo del abismo…

No le escuché. Tenía casi un año de abstinencia,deseos enormes de ver a mis hijos y de que me vieransin beber para intentar recuperarlos. Me llevé las copiasde la Oración y, por primera vez, la confianza en quehabía gente que me comprendía y ayudaba.

Regresé a mi pueblo y mis grandes proyectos (de queno sucedería nada de lo que el doctor me había dicho)duraron una semana. La nostalgia de la compañía deaquellos ex bebedores que había conocido, la falta delapoyo de aquel buen doctor, y la realidad de la incom-prensión de mi ex marido, sin hijos, volví a beber.

Como el doctor pronosticara perdí la dignidad, ¡todo!¡Caí hasta el fondo de la abyección! Bebí incesantemen-te; tuve períodos de trabajo en los intentos por dejar debeber. No volví a ver a mis hijos, avergonzada. Sufrí misprimeros internamientos. Fueron muchos años de locu-ra y delirios interminables.

Nada daba resultado. Juraba a Vírgenes y a todos losSantos, ¡y nada! En una guarapeta me buscaron unhombre y tres mujeres que pidieron hablarme. Rebeldeles exclamó: —¿Qué tienen que hablar conmigo?

—Por favor… — me dijeron.

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—¡Ah, sí! ¡Dénme veinte pesos para alcohol y losescucho!

Viendo mi estado tan deprimente me dijeron: —Unicamente le diremos esto; recuérdelo: ¡Dios la ama!

Solté la carcajada y les respondí: —Si me quisiera nome hubiera quitado a mi madre, a mis hijos, mi hogar.¿Por qué me quitó todo amor y me dio este amor a labotella? ¿Por qué no me quita este amor?

—¿No será porque no se lo ha pedido?— me dijeron.Con los veinte pesos que me dieron seguí la borra-

chera, pero en mi mente distorsionada se había fijado laidea de un Dios que me amaba, así como era, sucia,borracha. Tal vez por ello soporté tantos años de de-mencia y ebriedad.

Una noche fui recluida en un hospital en tal estadoque tuve que ser amarrada. Dos días después me quita-ron las amarras. Era época de Navidad. Entoncesempecé a oír los lamentos de otra borracha que agoni-zaba; al principio traté de sobrellevarlos pero no me eraposible y me llené de miedo. Había un pino de navidady unas muñecas en un rincón y vi cómo cobraban vida ytomaban formas grotescas y, cobrando movimiento, meatacaban. Pedí auxilio pero las enfermeras estaban ocu-padas con la que había gemido y que había muerto ya.Clamé, exigí a Dios que me ayudara; me deslicé aterro-rizada hasta la cama de la muerta y, tomando sus ropas,me las puse y huí.

Mi tío sufría tanto como yo por mi problema sin solu-ción. Un día me dijo que me arreglara porque habíaencontrado la manera de ayudarme. Me llevó a la capi-tal. Llegué con una cruda terrible. Fuimos a un grupode A.A. Había hombres y mujeres, ¡mujeres también!,que narraban que habían padecido como yo padecía yse las veía sanas y alegres. Me tranquilicé; dije: “Este esmi lugar”.

LA OVEJA EXTRAVIADA 261Desgraciadamente tuvimos que regresar a mi pueblo.

La ilusión de que me llevarían a otra reunión me permi-tió permanecer sin beber durante unos días. No me lle-varon y seguí bebiendo. Con la esperanza de asistir aA.A. y encontrarme, dejé mi pueblo y me trasladé a lacapital. Localicé un grupo cercano a donde me alojaba,dejé de beber, conseguí un trabajo y, al fin, supe quehabía encontrado mi camino en la vida. Al poco tiempopude volver a ver a mis hijos y, sin embargo, no me sos-tuve en mis propósitos y volví a lo mismo. Desesperada,me dije: —ni religión, ni psiquiatría, ni AA. ¿Qué onda,ahora, Señor?

“…Las noventa y nueve dejó en el aprisco…”Llevaba bebiendo cuarenta días con sus noches cuan-

do, en un lapso de lucidez, llamé por teléfono a unoscompañeros del grupo. Acudieron por mí y me interna-ron en un hospital gratuito para alcohólicos donde pudecortarme la borrachera; allí permanecí quince días peromi estado físico era tan lamentable que me trasladarona un sanatorio donde conseguí sobrevivir.

“…La encontró llorando, temblando de frío…”¿Valdría la pena intentarlo de nuevo?¡Sí, había que intentarlo!Salí del templo donde había estado orando y recor-

dando y me dirigí a un grupo de A.A. Cuando entré,sentí el refugio que permanecía esperándome, las pal-madas de aliento. El café que me sirvieron. La sesión.La fortaleza y la esperanza. ¡A reempezar otra vez! Con-seguí donde dormir (un cuartucho modesto sin luz eléc-trica) y un trabajo. Subsistí, pero en la soledad de lanoche lloraba y me rebelaba: “¿Por qué a mí, Señor?”Envidiaba a las mujeres que tenían hogar, familia y dig-nidad. Y fue en una noche, en que la vela que iluminabael cuartucho se extinguía, en que me volvió el terror a lanoche, al abandono, a la soledad, a la vuelta de las aluci-

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naciones, al delirio, a la demencia, tomé un libro condesesperación y un papel cayó de su interior: “…Que nobusque ser comprendido sino comprender; que no bus-que ser amado sino amar, porque dando es como recibi-mos; perdonando es como Tú nos perdonas…”

Era una de las viejas copias de la oración encontradaen uno de los folletos de A.A. La vela se extinguió peroya había luz en mi interior…

Han pasado los años y mi vida ha cambiado. En elúltimo invierno, al celebrar la Nochebuena, tuve elcalor de mis hijos a mi lado, de mis nueras, de mis nie-tos, y el recuerdo y compañía espiritual de todos los quesufriendo como yo sufrí se han levantado a una nuevavida.

Dentro de mi querida Agrupación he aprendido areír, a llorar, como fue en aquel día en que mi padreadoptivo (ese hombre que tanto me amó) se fue parasiempre, pero viéndome renovada, luchando y feliz.

LA OVEJA EXTRAVIADA 263

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“…NI PERRO QUE ME LADRE”

Superó su primera aversión a la bebida para despuéslanzarse a una vida desenfrenada de beber, donde nadale podía quitar la sed. En la hora más funesta le vino unresquicio de esperanza.

DESDE NIÑO vivía aislado de mis semejantes. Erahuérfano y creía que serlo era un estigma. Vivía

con una familia adoptiva, Busqué y traté de encontrar amis padres y nunca supe de ellos. En la escuela medecían que mi madre había sido una de esas… No teníaun regazo donde refugiarme, ni donde desahogarme.No sé por qué desde niño me autocriticaba: me reclina-ba en la pared y miraba fijamente al sol por largo tiem-po; deseaba quedarme ciego. En la escuela siempredestaqué; me gustaba el estudio y, además, no queríaser igual que los otros. Ya no quería enrojecer al sersaludado, ya no quería vivir en una casa de vecinos.

Pasó el tiempo y dejé la escuela para dedicarme a tra-bajar como mecánico. Siempre andaba vestido con unmono sucio y grasiento. Tampoco me gustó ese trabajoni los compañeros. Quería ser diferente, estar más lim-pio, ser más inteligente y no mediocre, y así me dediquéa estudiar teatro.

Fue peor. En ese ambiente me sentí marginado: Creíaque todos eran superiores a mí, de modo que traté decambiar mi carácter taciturno aceptando ir a reuniones.Allí naturalmente se bebía y traté de beber; mi primertrago fue de cerveza, pero mi estómago no la soportó y

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tampoco me gustó su sabor. A los catorce años tomé unaimportante decisión: “Yo no tomaré nunca más”.

Pero mi timidez seguía en aumento, al mismo ritmoque mi soledad y mis inquietudes. Pensé que era mejorabandonar también el teatro y tratar lo menos posiblecon la gente.

Busqué otro empleo y por circunstancias del ambien-te me creí obligado a ir a fiestas caseras, donde se toma-ba con cierta moderación y bebí. Pronto descubrí que,con otro tipo de bebida, aunque seguía sin gustarme elsabor, había un efecto agradable; hablaba sin miedo, yano enrojecía tanto, no me sentía menos que los demás.Esta sensación duró varios años en los que me habituéa beber.

Era un adolescente. Por mis complejos empecé atener fracasos de índole sentimental, de tal modo quedecidí desinhibirme bebiendo un poco más y, por pri-mera vez, encontré que tenía éxito en mis relaciones:¡buen motivo para celebrarlo bebiendo¡ Aprendí queese éxito era inconsistente y el fracaso volvió a mí: ¡unamayor razón para mitigar mis penas bebiendo!

Me volví un bebedor periódico. Mi monótona exis-tencia se llenó de tedio, de aburrimiento; empecé abuscar la falsa y efímera alegría de vivir a través de labotella, bebiendo más de lo acostumbrado los fines desemana; casi nunca llegué a beber al día siguiente pormiedo, puesto que había empezado a tener “lagunasmentales” y remordimientos.

Mi vida se envolvió en un cielo insoportable: mi sole-dad aumentaba angustiosamente al unísono de misbebetorias. Por las noches tardaba en adormecerme y,cuando un sopor de ebriedad me envolvía, parecía quemi cuerpo se desplomaba al vacío y despertaba sudoro-so y sobresaltado. Sentía como si mis ideas se solidifica-ran en mi cerebro, aglomerándose en total confusión,

“…NI PERRO QUE ME LADRE” 265hasta el punto de hacerlo estallar; trataba de poner lacabeza sobre la almohada pero el acelerado golpear demi sangre la llenaba de ruidos y, semiasfixiado por laangustia, tenía que erguirme y, temeroso, prefería pasarla noche fumando un cigarro tras otro. Cuando la fatigaconseguía vencer mi insoportable vigilia, una melodíase confundía con mis sueños… ¡estaba cruzando unabarrera invisible hacia el otro lado de la cordura!

Pretendí fugarme de mi destino sin saber cómo. Seme ofreció un trabajo en el extranjero que acepté deinmediato. Era la oportunidad deseada para despren-derme de mí mismo. Una fuga excelente al no tener querendir cuentas a nadie.

En Europa, otra vez el tedio. Me encontraba muylejos de mi patria y todavía muy cerca de mí: volví a misactitudes rutinarias. Comencé a beber todos los días,casi siempre al atardecer.

Ensimismado escuchaba el tañido nostálgico de lascampanas. La luz del sol me molestaba al despertar, elcanto de los pájaros también; el único ruido que meagradaba era la caída de agua que brotaba de una fuen-te. Tenía sed y solía curarme la cruda bebiendo litros deleche fría. Perdí el apetito; la comida me daba náuseas.El transcurso del día era una nueva y angustiosa sole-dad. ¡Celos! ¿de quién, en mi soledad? Tenía celos de lagente que reía y a la que envidiaba en aparente tranqui-lidad. Llegué a envidiar a mi compañero (porque paraentonces había conseguido una compañía en mi sole-dad: no tenía padre, ni madre, ni amistades pero yatenía un compañero: un perro que era mi único fielamigo). Envidié a mi perro al que no le hacía falta embo-rracharse como yo.

De mi lejana familia adoptiva recibí malas noticias:uno después de otro se fueron muriendo en un lapso decuatro meses… me sentí más solo que nunca. Por for-

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tuna ellos no supieron del infierno alcohólico en queme hundía; pero su desaparición fue un magnífico pre-texto para seguir bebiendo… Y, luego, también miperro murió.

El sufrimiento por beber aumentó hasta lo intolera-ble y comenzó mi lucha. Traté de dejar la bebidatomando voluntariamente pastillas. No me dieron resul-tado.

Se apoderó de mí el miedo a vivir y continué bebien-do como acostumbraba, por las tardes. En las “crudas”mi sensación de soledad aumentaba: los ojos enrojeci-dos, el aliento pestilente; me repudiaba a mí mismo; meocultaba de todos, buscaba las calles más solitarias; pre-fería el cielo gris y el mal tiempo, iban a tono con micarácter.

Hice un descubrimiento demente: encontré que nole hacía falta a nadie. Los celos, la envidia, mis frustra-ciones y mi soledad, me acosaban. Mentalmente trama-ba venganza contra todos. Era como si mi alma estuvie-ra llena de rabia. Renegué de mis padres desconocidos;renegué de Dios ¡y perdí toda fe!

Cansado de vivir de esa manera intenté el suicidio:alcohol, barbitúricos, y… cuando desperté sediento yfebril, estaba atado con una camisa de fuerza y tenía lasmuñecas vendadas. Días nefastos y amargos.

Fui internado en una clínica psiquiátrica en donde,en mis interminables días de encierro, mi deseo de ven-ganza contra el mundo me obsesionaba. Dado de alta,volví a beber a los pocos meses y la historia del suicidiovolvió a repetirse. Cuando salí una vez más de la clínicaya no tenía trabajo, ya no tenía casa, ya no tenía amista-des…; de nuevo solo en un país extraño.

Regresé a mi país y tuve otro internamiento, esta vezdebido a una hepatitis viral. Entre un internamiento yotro acumulé casi diez meses sin beber. Pero mis resen-

“…NI PERRO QUE ME LADRE” 267timientos me dominaban tanto en abstinencia comoborracho. Mi capacidad de sufrimiento llegó a su puntomás bajo. Perpetua batalla de una doble personalidad:odio-amor, muerte-vida, creer-blasfemar, renegar-implo-rar… Durante mi internamiento alguien me habló deAlcohólicos Anónimos, pero no le hice caso. Me habíaconsiderado yo mismo un caso perdido que caía, caía másy más.

…Una botella escondida. ¿Dónde?; buscarla meticu-losa, apremiantemente; la laguna mental. Despertarrevolviéndolo todo y, al fin: ¡su encuentro! Hermosa,brillante, semillena botella de licor. Temblores, risa,sudor en las manos, y el tapón demasiado apretado.¡Blasfemar! y la botella hermosa, brillante, hecha peda-zos en el suelo. Gemir angustiado y caer al piso paraabsorber el licor desparramado… Vergüenza. Llantoamargo, mordiendo un cojín que ahogara los gritos dedolor…

Varios días después de ese acontecimiento crucial mepude levantar. Estaba muy débil y decidí poner un pocode orden a mi alrededor. Entonces encontré un folletode A.A. y lo estrujé en mi puño, pensé: “¡eso de A.A. talvez pueda ayudarme!” Finalmente, una noche, me diri-gí a un grupo. No tuve miedo de entrar, más bien tuvemiedo de no ser aceptado. Sabía que era un alcohólico,pero ignoraba que era un enfermo. Mi identificaciónfue inmediata: mi aceptación lenta.

Por la gracia de Dios, y con la ayuda de AlcohólicosAnónimos, ahora ya no estoy solo. La mano tendida deesos hombres y mujeres de buena voluntad salvaron mivida.

Actualmente sigo viviendo sin compañía, pero lasexperiencias de mis compañeros, sus sugerencias y susobriedad siempre están conmigo. En mi diario vivir,sigo aprendiendo de ellos; ellos me guían. Debo aclarar

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que no dejé de beber por mi familia puesto que no latenía, no dejé de beber por mi trabajo que tampocotenía, ni dejé de beber por nadie, pues estaba solo. Dejéde beber por una necesidad imperiosa, deseaba dejarde sufrir. ¡Beber o no beber! Ese era el problema de mivida. Gracias a Alcohólicos Anónimos, encontré a Dios,recuperé la fe en mí y en los demás.

Nací en 1931 y morí en alguna de aquellas terriblesnoches de ebriedad, pero gracias a A.A., volví a nacer el5 de diciembre de 1969.

“…NI PERRO QUE ME LADRE” 269(12)

EL SEÑOR ALCOHOL Y YO

Veterano de guerra, profesor de escuela superior, sulargo trato con el Sr. Alcohol lo dejó solo y deprimido,lleno de rencores y lástima de sí mismo. En un mo-mento de lucidez recordó el nombre de AlcohólicosAnónimos

EL SEÑOR ALCOHOL y yo hemos tenido una relacióninterpersonal durante muchos años. Me uní a A.A. a

la edad de cuarenta años y ahora llevo cuarenta años en laComunidad.

La noche en que nací, según me contaron mis padres,se escuchaba una sinfonía de balazos y tiroteos proceden-tes de un enfrentamiento entre los traficantes de alcoholilegal y las autoridades de la patrulla fronteriza. Ésta erala época de la ley contra la elaboración, consumo y ventade bebidas alcohólicas en los Estados Unidos. El contra-bando de alcohol era tan lucrativo entonces como hoy díaes el contrabando de las drogas. Mi barrio era un corre-dor frecuentado por los traficantes, porque se encuentraescondido en la línea divisoria a la orilla del río. Consideroel haber nacido rodeado por el Señor Alcohol como unpresagio de lo que me esperaba en los futuros años de mivida.

Al poco tiempo después de mi nacimiento mi familia setrasladó hacia el norte para radicarse en un pueblo peque-ño. Allí pasé mi niñez y mi juventud hasta llegar a la edadde casi quince años. El Señor Alcohol y yo empezamosuna relación muy especial. Desde el principio me gustó elalcohol. Producía en mí una cierta alegría, un bienestarinigualable.

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Mi padre era maestro sastre y cortador y le daba porestablecer negocios y talleres. Por medio de su empeño ydedicación, la familia llegó a estar muy bien puesta en lacomunidad del pueblo. Yo era el hijo primogénito de mipadre y él siempre fue muy bueno conmigo. Estaba muyorgulloso de su hijo. Me compraba de todo: buena ropa,juguetes, y demás. He sido rico y también he sido muypobre y prefiero ser rico.

En casa mi madre usaba el vino para cocinar, comoaperitivo, y como una especie de brindis ofrecido despuésde las comidas y en ciertas ocasiones sociales. Al principiome daban a probar una copita, pero no tardaron en obser-var que yo no era de los que se toman sólo una copita.

Cuando yo tenía apenas cinco o seis años de edad, mipadre y algunos de sus compañeros decidieron utilizaruna receta especial para la elaboración de cerveza casera.Descubrí dónde tenían guardada la cerveza después deembotellarla. Cogí dos o tres cervezas y tomé hastaponerme ebrio. Luego fui al taller de mi padre donde seencontraban algunos clientes, empleados y amigos. Allíles presenté un acto teatral y les desempeñé un papel depayasito como en el circo. La gente me aplaudió y sedivirtió al ver al borrachito. En casa hubo una gran discu-sión para establecer medios de evitar que yo volviera areunirme con mi compañero, el Señor Alcohol. Reco-nozco hoy en día que a esa temprana edad yo no era unniño vicioso, sino que padecía y aún padezco de una com-pulsión física mezclada con una obsesión mental que meconducen a seguir ingiriendo alcohol desde el momentoque empiezo a tomarlo.

Para la década de los treinta, mi padre perdió sus nego-cios y empezó a vender todos sus bienes para así poderseguir existiendo. Llegué a saber lo que es la vil pobreza,el hambre y la humillación. Con el tiempo me fui llenan-do de ira y resentimientos al ver a mi familia carente de

EL SEÑOR ALCOHOL Y YO 271alimentos, alojamiento y ropa. Culpaba al gobierno y atodo el mundo; especialmente a aquellos que poseíanbienes y no compartían con los que no tenían nada. A ésoslos miraba con odio y recelo.

En 1935 se revocó la ley de la prohibición del alcohol yuna cervecería muy grande almacenó una gran cantidadde cerveza en una vieja bodega a las orillas del pueblo.Mis compañeritos y yo pronto encontramos la manera deextraer cervezas por una apertura escondida en la parteposterior de la bodega. Cada fin de semana nos reunía-mos para pasar la tarde hablando y bebiendo nuestras cer-vecitas. Teníamos unos diez, once, o no más de doce añosde edad. Mis amigos se tomaban solamente dos o tres cer-vezas y se iban a sus casas o a otros lugares. Tenían miedoa embriagarse, a ser descubiertos en el acto del robo, obien no les agradaba la cerveza tanto como a mí.

A mí me encantaba llevarme mis cervezas a la orilla delrío y beber a mis anchas bajo los árboles. Soñaba despier-to que algún día llegaría a ser un gran ingeniero o arqui-tecto y me haría rico en la construcción de grandes edifi-cios, puentes, y magníficas residencias. Me quedabadormido y soñaba con tener una linda esposa y unos hijosmuy cariñosos y bien educados. Despertaba asustado yluego me llenaba de ira al enfrentarme con la realidad demi situación. A veces me volvía a embriagar para escapar-me de la realidad. Continuaban mis relaciones con elSeñor Alcohol.

Mi familia y yo sobrevivíamos un invierno muy duro enuna casita sin calefacción. No teníamos para comprarcombustible y carecíamos de ropa invernal. Esto hacíaque me llenara más y más de ira y odio. Culpaba algobierno y las gentes avarientas e inhumanas. Yo creía enla existencia de un Dios, pero éste era un Dios que notenía compasión de mi familia ni del resto de la gentepobre de nuestro pueblo. Parecía que mis plegarias a Él

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caían en oídos sordos. Era un Dios demasiado injusto consu gente. Era un Dios que moraba muy lejos, allá en loscielos alejado de nosotros.

Mi padre no encontraba un trabajo fijo o duradero. Yoganaba unos cuantos centavos vendiendo periódicos ycomo ayudante en las tiendas de abarrotes y panaderías.Me levantaba muy temprano y asistía sin falta a mis clasesde primer año en la escuela superior. Estudiaba en cadamomento posible y trataba de no retrasarme con mistareas. Mi padre me aconsejaba que no dejara la escuelaporque la educación adquirida nadie nos la puede arran-car. Me gustaba asistir a la iglesia pero lo hacía como algoque se aprende de niño y que se convierte en una cos-tumbre sin gran significado.

Volví a mi pueblo natal a la edad de casi quince años.En la escuela superior encontré amigos y amigas de mibarrio natal y a muchos condiscípulos que habitaban enotros barrios de la ciudad.

Yo siempre escogía como amigos a los que les gustabatomar, y reanudaba mi compañerismo con el SeñorAlcohol. Por falta de dinero o miedo a emborracharmeme limitaba en la bebida que tomaba. Pero siempre mequedaba con el deseo de volver a tomar. Un día de mayode 1940 algunos amigos y yo compramos una botella detequila y nada más recuerdo que empezamos a tomar. Miscompañeros regresaron a sus casas y yo amanecí tirado enun parque, debajo de una estatua, con la botella vacía enlas manos. Ésta fue mi primera laguna mental. No meacordaba de nada de lo que había sucedido después dehaber empezado a tomar. Dejé completamente de tomardurante largo tiempo. El Señor Alcohol había encontradomi talón de Aquiles y sabía cómo tomar posesión de mí.

Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1943, me alis-té con el resto de mis compañeros en la Marina MilitarAmericana. En la víspera de nuestra salida empecé de

EL SEÑOR ALCOHOL Y YO 273nuevo a tomar y el resultado fue que ellos me tuvieronque llevar al tren la mañana siguiente para presentarme ala hora debida en la base de entrenamiento. Llevaba con-migo al Señor Alcohol.

Terminé mi entrenamiento básico y obtuve la especia-lidad de electricista marino y enseguida fui estacionadoen una base naval en el frente de batalla. En mi taller deelectricista había un congelador que producía todo elhielo para la base. Allí llegaban marinos y soldados detodas partes a pedir hielo y siempre me dejaban unas cer-vezas de propina. El Señor Alcohol y la señora tentaciónme perseguían tenazmente.

En una ocasión desperté a orillas de un pantano llenode cocodrilos en una selva cercana sin saber cómo habíallegado allí. Sólo Dios sabe cómo sobreviví. Se dice queDios cuida a los niños inocentes y a los borrachos. Yo yano era ni un niño ni un inocente.

Cuando terminó la guerra, destapé una botella de whis-key que estaba guardando para la ocasión y la compartícon mis compañeros. Al día siguiente me dijeron que yono sabía tomar whiskey. Éstas no eran palabras nuevaspara mí. Me sentía avergonzado al ver que los demás meveían tan diferente. Reconocía que tenía que encontrar lamanera de cambiar mi forma de beber. A los veinte añosde edad no creía ser alcohólico. Me esperaban otros vein-te años de lucha contra el Señor Alcohol.

Al darme de baja de la marina militar regresé a mi pue-blo natal a reanudar mis estudios en la universidad esta-tal. Como veterano de la guerra recibí una beca delgobierno. Estudiaba para ingeniero electricista y trabaja-ba un horario limitado como dibujante en una oficina deingenieros. Estos me ayudaban con mis tareas de cienciasy matemáticas porque las encontraba difíciles después detres años de ausencia de los estudios académicos.

Acepté una invitación a una reunión juvenil en el cen-

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tro de actividades de la catedral ubicada cerca de la uni-versidad. Me sentía fuera de lugar al ver que los asisten-tes venían de un sector social superior al mío, pues mifamilia aún vivía en la pobreza. De momento sentí comoque alguien me miraba con intensidad. Al voltear la cabe-za me di cuenta que una linda jovencita fijaba su miradaen mí. Ella se encontraba entre un grupo de jóvenes, unpoco alejada de mí. Con un mayor esfuerzo me le acerquéy me atreví a presentarme y allí principiamos una conver-sación amistosa. No me imaginaba que este momento ini-ciaría una relación mutua que duraría toda una vida.

Mis padres me aconsejaron que no me metiera en unarelación que pudiera resultar en un matrimonio prematu-ro. Me recomendaron que me concentrara en mis estu-dios para capacitarme en una carrera que me proporcio-nara los medios económicos necesarios para aceptar laresponsabilidad de un noviazgo serio.

Me dediqué a mis estudios y a mi trabajo, con buenosresultados en el primer semestre. En el segundo semes-tre reanudé mi amistad con el Señor Alcohol con el pre-texto de que tomando comedidamente me animaba másen mis estudios. Esta falsedad me llevó al descuido de misclases, faltas a mi trabajo, y a menudo terminaba en la cár-cel por ebrio. Mis familiares pagaban las multas y me lle-vaban a mi casa, pero al fin dejaron de hacerlo. Mi situa-ción se deterioró hasta llegar al punto en que mesuspendieron la beca de la universidad por un año. Ya ibapor mal camino.

Tomé un descanso y me trasladé a otro lugar pensandoque el cambio de ambiente me alejaría de mi compañero,el Señor Alcohol. Algunos le llaman a esto la fuga geográ-fica. Encontré un buen empleo en una fábrica de motoresy generadores eléctricos y el resultado fue que la tenta-ción del alcohol me volvió de nuevo. Al fin de un añoregresé a mi pueblo natal.

EL SEÑOR ALCOHOL Y YO 275Mi amiga fiel y yo habíamos mantenido corresponden-

cia durante mi ausencia. Ella había terminado la escuelasuperior y se preparaba para matricularse en la universi-dad. Me animó a que regresara a la universidad.

En las oficinas de veteranos me hicieron unas pruebasde aptitud escolar y me concedieron una beca para estu-dios de ciencias sociales en lugar de ciencias exactas. Conla ayuda de la joven que un día llegaría a ser mi novia y miesposa, logré capacitarme como maestro de inglés al nivelde escuela superior.

En 1950 conseguí un puesto en una escuela superior dela ciudad. No tardamos mucho en contraer matrimonio.Al año mi esposa me dio una hija y dos años después naciónuestro primer hijo. Vivíamos muy felices, ella como amade casa, y yo de maestro. Estuve abstemio durante esetiempo.

En seguida empecé mis estudios para capacitarmecomo consejero orientador académico y vocacional.Empecé a tomar de nuevo y pronto me di cuenta de queyo era “tomador de carrera larga” y una vez que empeza-ba a tomar continuaba haciéndolo hasta la embriaguez. Aldescubrir esto me esforcé mucho por poder mantenermeabstemio hasta completar mi capacitación como conseje-ro orientador.

Entonces me encontré con otro problema: una luchaconmigo mismo, pues sufría de períodos de depresión,ansiedad y soledad. Me llenaba de ira y autoconmisera-ción en los momentos más inoportunos. Renegaba por-que no me ascendían a un puesto mejor. Empecé a beberalcohol de nuevo y mi situación se empeoró hasta quellegó el día en que mi linda esposa ya no pudo aguantar-me más y se fue a vivir con sus padres, llevándose a loshijos. Era el verano de 1965, durante mis vacaciones esco-lares. Yo seguí bebiendo. Empeoró mi situación cuando eldirector de la escuela me avisó que estaba a punto de per-

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der mi empleo. Me llené de tristeza y pensé en el suici-dio. El Señor Alcohol ya no me ayudaba; al contrario, mehabía traicionado.

En un momento de lucidez recordé una de las muchasveces que mi esposa me había pedido que buscara laayuda de Alcohólicos Anónimos. Jamás le había hechocaso pero, al momento, hice la llamada que cambiaría elresto de mi vida. Me recomendaron que asistiera a unareunión en el noreste de la ciudad.

Asistí a mi primera reunión de Alcohólicos Anónimos aprincipios de agosto de 1965 y, gracias a mi Poder Su-perior tal como yo lo concibo y la ayuda de un gran núme-ro de personas de la agrupación de Alcohólicos Anóni-mos, no me ha sido necesario volver a ingerir nada quecontenga alcohol hasta la presente fecha.

Llegué un poco tarde a la reunión pero allí encontré aun compañero de trabajo que me presentó al grupo. Lesconté mi doloroso problema y ellos inmediatamente mehicieron sentirme en casa contándome un poco de sushistoriales y urgiéndome a que siguiera asistiendo a lassesiones. Mi compañero, que ya llevaba más de un año enel programa, actuó como mi primer padrino. Asistimos amuchas reuniones consecutivas en varias áreas de la ciu-dad hasta asegurarnos de que no iba a comenzar a tomarde nuevo.

Hablé con mi esposa y le conté que anhelaba algo enmi vida sin saber lo que era; pero estaba seguro de quepor fin había encontrado lo que buscaba y que con estehallazgo había perdido el deseo de ingerir el alcohol. Mesentía liberado del Señor Alcohol y estaba seguro de quemi vida había cambiado. Esta vez no le pedí que volvieraconmigo como lo había dicho tantas veces antes, pero ellay mis hijos volvieron de nuevo a mi lado.

Al poco tiempo mi padrino y yo fuimos ascendidos apuestos administrativos del distrito escolar con aumentos

EL SEÑOR ALCOHOL Y YO 277de sueldo. Al mismo tiempo asistíamos a reuniones deAlcohólicos Anónimos en muchos lugares y en muchasciudades.

Me habían recomendado que iniciara un grupo deAlcohólicos Anónimos en español en nuestra ciudad y lologré con la ayuda de un compañero que llevaba mástiempo que yo en el programa. De este grupo nacieronalgunos otros grupos de habla hispana. Hoy en día existenmuchos grupos en español en nuestra área.

Mi esposa y la de mi compañero iniciaron los primerosgrupos familiares de Al-Anón en español en esta ciudad yen las ciudades vecinas. Mi esposa falleció en 1995 des-pués de darme 45 años de comprensión y cariño. Los últi-mos treinta años los gozamos felices en el amable ambien-te que solamente se encuentra en la comunidad deAlcohólicos Anónimos y en los grupos familiares de Al-Anón.

Sigo viviendo abstemio y contento, esforzándome porhacer un poquito más de progreso espiritual, un día a lavez. Si Dios quiere, nos encontraremos algún día cami-nando por el sendero de vida conocido como “el caminodel destino feliz”. Ojalá que así sea.

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SEGUNDA PARTE DEJARON DE BEBER A TIEMPO

Entre los principiantes que se unen a A.A. hoy en día, haymuchosquenohanprogresadohasta lasúltimas etapasdel alco-holismo, aunque con el tiempo es posible que todos lo hubieranhecho.

La mayoría de estos compañeros afortunados no tienen lamenor familiaridad con los deliriums tremens, los hospitales, losmanicomios y las cárceles. Algunos eranmuybebedores y habíanpasado por algunos episodios graves, Pero para otros muchos labebida no era sino una ocasional molestia incontrolable. Raravez perdieron su salud, sus negocios, su familia o sus amigos.

¿Por qué se unen a A.A. personas así?Los DIECISÉS individuos que ahora cuentan sus experiencias

responden a esta pregunta. Se dieron cuenta de haberse conver-tido en alcohólicos, reales o potenciales, aunque aún no se ha-bían causado graves daños.

Se dieron cuenta de que el no poder controlar su forma debeber, a pesar de repetidos intentos, cuando realmente queríancontrolarla era el síntoma fatal de tener un problema con labebida. Esto, junto con los cada vez más graves y frecuentestrastornos emocionales, les convenció de que el alcoholismocompulsivo ya sehabía apoderadode ellos; que la ruina total erasolamente cuestión de tiempo.

Al ser conscientes de este peligro, acudieron a A.A. Se dieroncuenta de que el alcoholismo podría acabar siendo tan mortalcomoelcáncer; claroqueningunapersonacuerdaesperaríaaqueun tumor maligno llegara a ser intratable antes de buscar ayuda.

Por lo tanto, estos DIECISÉIS miembros de A.A., y cientos demiles como ellos, se han ahorrado años de infinitos sufrimientos.Lo resumen más o menos así: “No esperamos a tocar fondo por-que, gracias a Dios, podíamos ver el fondo. De hecho el fondosubió y nos tocó a nosotros. Esto nos convenció de acudir aAlcohólicos Anónimos”.

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(1)

DEL AMOR AL ODIO Y DE A.A. AL AMOR

Asistía a las reuniones esperando la llegada de suesposo que nunca llegó, pero con el tiempo, en com-pañía de los A.A., al escuchar sus historias persona-les, se dio cuenta de que ella también estaba afligidade la enfermedad del alcoholismo.

V ivía y trabajaba en un pueblo chico lleno de árbolesde naranja. Durante siete años desde que llegué

aquí me había dedicado a trabajar en la agricultura. Miesposo y yo éramos una familia feliz. Tres de mis hijos noeran de él, pero los amaba como si lo fueran. En 1991hubo una tremenda helada que acabó con todos los árbo-les frutales del pueblo y el área fue declarada zona dedesastre por el gobierno. Todo el pueblo se quedó sin tra-bajo. Teníamos mucho tiempo para quedarnos en casa yconvivir más. Entonces me di cuenta de que el alcoholis-mo de mi esposo estaba bastante avanzado; lo veía tomarpor la mañana, dormía y se levantaba sólo para volverse aemborrachar. Eso me provocaba rabia, impotencia y frus-tración; y aunque yo sabía que fui yo quien le invitó a laprimera borrachera, no lo había reconocido, y eso nos fuealejando poco a poco. Habíamos sido felices ocho años yyo creía que tenía el matrimonio perfecto

Este último año estaba pasando lo peor de mi vida. Nosólo había perdido mi trabajo, sino que estaba perdiendolo que más había amado en mi vida. Él era todo para míy, día tras día, se me estaba hundiendo cada vez más en elpantano del alcohol. Aunque estábamos cerca todo el día,

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lo sentía ausente. Dejamos de comunicarnos. Ya no habíabesos. Dejamos de compartir nuestra cama y yo me sen-tía cada día más sola y triste. Y también tomaba, peropodía controlar mis tragos. Al menos eso pensaba enton-ces: que el problema era de él y no mío. Desde diciembrede 1990 hasta octubre del 91 lo pasamos entre insultos ypleitos. Se cruzó una mujer en el camino y vino la infide-lidad, lo cual me hizo tocar fondo. Sentí que me habíanquitado parte de mi vida. Sin él no podía vivir. Me habíanmutilado. Mi dolor era muy grande porque él se había lle-vado a la otra mujer en una de sus borracheras. Ahora erayo la que tomaba a diario y a solas. Quería morirme. Nopodía soportar mi dolor y mi tristeza. No me importabaque mis hijos me vieran consumirme; ni los escuchaba.Varias veces tuvieron que romper la ventana de mi cuar-to para saber cómo estaba, pues yo me encerraba a tomary llorar. Mi hijo más pequeño un día me dijo: “Mami, note dejes morir que yo te necesito”. Pero yo sólo pensabaen mi esposo y su traición. El dolor y el odio me estabanconsumiendo. Cada día pensaba en él; no podía dormir.El techo de mi cuarto se convertía en una pantalla de ciney los imaginaba de la peor manera. Todo era horrible.Hubiera querido estar loca y en un manicomio y quecuando saliera, me dijeran que todo era una pesadilla:“Aquí no ha pasado nada”. Pero todo era realidad; cadanoche buscaba sus brazos para dormir en ellos y no esta-ban. Y más odiaba y más tomaba. Los problemas econó-micos no se hicieron esperar y no pude pagar la casa ni elcarro. Me tuve que declarar en bancarrota. Tenía quevender la casa, y rápido. La casa era grande sin él. Todome recordaba lo feliz que ahí había sido y ahora no teníanada. Con el pretexto de vender la casa, lo busqué, puesyo sabía dónde estaba. Ya no vivía con la otra pues sólo sela llevó en esa borrachera que acabó con mi vida, y la demi hermano — porque esa mujer era la esposa de mi her-

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mano, a la cual yo había recibido en mi casa dos añosantes, cuando todo era maravilloso entre nosotros. Ahorayo culpaba a mi hermano de tener una cualquiera comomujer y él me culpaba a mí por tener un marido que nolo respetó a él y, después de estar tan unidos como fami-lia, todo se había acabado. Perdí mucho peso por nocomer y tomar tanto. Mi odio no tenía límite y empecé aplanear mi venganza. Quería matarlo pero lo amaba. Misemociones me estaban volviendo loca. Amaba y odiaba.Un día cuando salí del baño, pasé frente al espejo y no megustó lo que vi: una mujer flaca y demacrada que no erani la sombra de lo que yo había sido. Ese día decidí novolver a tomar. Hablé con mi esposo por teléfono paraque viniera a firmar la venta de la casa. No se negó y acep-tó venir. Fui por él al aeropuerto. Cuando lo volví a ver,después de tres meses, se me olvidó todo. Yo sólo queríaestar con él, pero venía borracho y traía una botella demezcal. Caminamos sin hablar y estaba tan temblorosoque la botella se le cayó al suelo, y a mí me dio gusto; peroél se enojó tanto que empezamos a pelear. Así llegamos ala casa después de ocho horas. En casa lloramos, nos pedi-mos perdón, hablamos con mis hijos y ellos dijeron:“Pues, si se aman tanto, dense otra oportunidad; nosotrosno nos oponemos”. Así empezamos a vivir; pero todo fuediferente: siempre callados, con el ceño arrugado, peleascontinuas y reclamos. Pasaron treinta días. Un día llegómi hermano lleno de dolor y lo agarró a golpes; por pocono lo mata. Días después mi esposo me dijo: “Te tengouna sorpresa para demostrarte que quiero cambiar”. Esanoche no podía dormir; se la pasó dando vueltas de unlado a otro y diciendo: “No puedo entender por qué hehecho tanto daño. No tengo perdón, pero quiero cambiar.Ya no quiero tomar”. Pero temblaba por falta de alcohol.Así amaneció y llegó una noche de marzo del 92 y me dijo:“Acompáñame. Necesito que estés conmigo”. Salimos sin

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saber adónde íbamos. Llegamos a una sala de A.A. Ben-dita noche y bendito grupo. Cuando el coordinador pre-guntó: “¿Hay algún nuevo entre nosotros?”, mi esposo separó frente a todos y dijo: “Quiero que me ayuden a dejarde tomar, porque no puedo dejar de hacerlo”. Yo estabaviendo a todos esos hombres que fumaban, y cuadros quecolgaban de la pared, y no entendía nada. Un hombre cor-pulento se paró y subió a la tribuna para dar información.Vi que estaba lleno de tatuajes, y empezó a relatar suexperiencia. Pensé: “Y éstos, ¿en qué nos van a ayudar siestán peor que nosotros?” Aunque yo estaba como idapude ver que pasaron varios y que le dijeron: “Quédatecon nosotros”. Acabó la junta y varios de ellos nos rodea-ron y amablemente me dijeron: “Señora, siga apoyándo-lo”. Sentí que ellos podrían ayudarnos, pero cuando llega-mos a casa, mi esposo volvió a tomar. No podía vivir sin elalcohol. Y yo volví a la carga con mis reclamos; le decíaque era un hipócrita que no deseba dejar de tomar. Asípasó una semana. Seguíamos yendo al grupo con peleas einsultos. Un día manejando empezó la pelea y le arrebatéel volante y forcejeamos; quería estrellarnos y matarnos.Estaba totalmente loca de rabia y dolor. Al no conseguirmi propósito tuve una crisis de llanto, y lloramos los dos ynos dijimos cuánto nos amábamos, pero que no podíamosvivir juntos porque nos estábamos haciendo mucho daño.Acordamos que él se fuera de la casa cuando yo no loviera, porque si lo veía no lo dejaría partir. Para mí era miotra mitad.

Pasó otra semana. Una tarde, cuando llegó a casa des-pués del trabajo, yo estaba enojada como siempre y le dijeque me acompañara a la tienda a comprar la comida parala semana. Él aceptó y me metí a bañar. Cuando salí noestaba. Corrí como loca a buscarlo. Me acordé de lo con-venido y fui al parqueo. El carro no estaba, y supe en esemomento que se había ido. Teníamos el dinero que había-

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mos ganado de la casa y fui a contarlo. Sólo se había lle-vado cien dólares. Fui a buscarlo a la estación del bus máscercana, y no estaba. Lloré mucho pero me sentí aliviada.Sabía que había hecho lo correcto. Tuve muchas ganas detomar pero no lo hice. Me acordé de aquel grupo de hom-bres que decían: “Pase lo que pase, no tomamos”. Elcarro que se había llevado apareció tres días después enuna huerta de naranjos y la policía me avisó. Seguí yendoal grupo con la ilusión de que algún día él regresaría y meencontraría allí. Pensé: “aquí me va a encontrar”.

A.A. no era para él. Nunca llegó, y yo me quedé nochetras noche esperándolo.

Empecé a abordar la tribuna para contarles mi dolor,mi odio y mis tristezas. Todos me escuchaban muy aten-tos; eso me gustó. Alguien me ponía atención y no me juz-gaban, sólo me decían: “Siga viniendo”. Después de seismeses y tanto escuchar, me di cuenta de que yo tambiéntenía el problema del alcoholismo. Me habían hechorecordar todo lo que yo había pasado y no quería aceptar-lo. Había hecho eso y más que él, así que un día, no supecuándo ni cómo, me paré en la tribuna y dije: “Soy Maríay soy alcohólica”. Todos me aplaudieron y me dijeron:“Sólo faltaba que tú lo dijeras”. Cuando acepté mi condi-ción alcohólica empecé con mi Primer Paso y, con laayuda de un buen compañero, comencé a practicarlo.Después me decía: “Ora mucho por él, para que puedasperdonarlo”. Yo creí que estaba loco: ¿cómo iba a pedirlea Dios por alguien que me había hecho tanto daño? Y micompañero me volvía a decir: “¿Quieres estar bien?”“Claro”, le contestaba. “Entonces sigue orando por él”.Pasé por muchas cosas: en mi familia, cada uno se fue porsu lado; mis hijos dejaron la escuela. Cuando me di cuen-ta, estaban metidos en la droga y el alcohol; pero ya noestaba sola. En el grupo encontré muchos esposos, padrese hijos que con sus experiencias me hicieron saber lo

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buena que era mi vida. Me devolvieron el deseo de vivir,de ser buena madre, esposa y hermana. El programa deA.A. entró en mi corazón. Me enamoré del programa. Delodio vino el amor. Me enseñaron a tener fe, esperanza y aperdonar, y que las promesas se cumplen, a veces prontoy otras lentamente, pero se cumplen. Nunca más volví arecordarlo con odio. Siempre guardé lo mejor que vivi-mos y empecé a vivir feliz y disfrutar lo que ahora tengo,pues aprendí a vivir sólo por 24 horas. Jamás pensé en laposibilidad de verlo algún día y mucho menos de estarjuntos. Después de ocho años, me divorcié en su ausenciay así quedé libre otra vez. Y todo lo puse en manos deDios.

Como nos indica el Tercer Paso, solo Él sabe sus planespara mí. Mis dos primeros hijos, después de estar yo diezaños en el programa, llegaron a un programa hermano.Hoy disfruto de ellos y mis nietos cada día y podemoshablar como compañeros al mismo tiempo. Pero la vidada vueltas como la ruleta. Pasaron dos años: mis hijos ensu grupo, y la calma en nuestro hogar. Después de nosaber nada de mi ex marido —habían pasado ya catorceaños desde la separación y siete desde el divorcio— undía recibí una llamada por teléfono y era mi ex, pidiéndo-me perdón y diciéndome que nunca me había dejado deamar ni me había olvidado, y que estaba solo y esperandoun milagro; y, si yo lo perdonaba, que quería casarse con-migo otra vez. Yo hacía mucho que lo había perdonado ytambién seguía estando en mi corazón, pero jamás penséque él siguiera solo y que pensara en mí. Continuamoscon la comunicación por teléfono y quedamos en vernosen mis próximas vacaciones. Yo quería saber cómo iba yoa reaccionar después de tanto tiempo sin verlo. Ya nohabía odio en mi corazón, pero no sabía qué sentiría cuan-do lo tuviera cara a cara. No pude esperar mucho tiempo;al cabo de tres meses nos encontramos. Vi a un hombre

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lleno de canas y físicamente mal. El alcohol había acaba-do con su hígado y el cigarro con sus pulmones, pero sucorazón era el mismo. Todo fue sin emoción. Con muchamadurez hablamos, nos pedimos perdón y otra vez llora-mos —como en la última pelea, pero ahora sin odio y conmucho amor. Le platiqué que soy alcohólica anónima,que gracias a este programa lo perdoné y que gracias a élyo me quedé en el grupo, y conservé mi amor por él.Gracias a ese compañero que me enseñó a orar y perdo-nar, yo acepté ser su novia como hace veintidós años,cuando lo conocí. Ahora yo tengo 53 años y él 49, y tene-mos planes de casarnos por segunda vez. Él no está enA.A. pero dejó de tomar hace once años. Hay muchosobstáculos por salvar por parte de mi familia, por todo elpasado, pero si es la voluntad de Dios, Él pondrá losmedios como siempre.

Ahora no estoy sola. Tengo fe, muchos compañeros, unprograma maravilloso y muchas ganas de vivir feliz. Nopienso en el pasado, ni quiero pensar en el futuro, sólo enel día de hoy. Acepto la voluntad de Dios. Nuestros pla-nes son casarnos y vivir hasta que la muerte nos separe.Los planes de Dios no los sé: Él dará el resultado y yo loaceptaré.

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EN LAS GARRAS DEL MIEDO Y LA IRA

Dondequiera que fuera le acompañaba su saco deculpas y secretos.

HOY TENGO poco más de tres años de continuasobriedad y esto es gracias a mi Poder Superior,

Dios como yo lo concibo, y a A.A., que me dio la solucióna mi problema. Ésta es mi historia:

Yo no empecé a beber muy joven, sin embargo, desdeque puedo recordar, siempre me gustó la cerveza, susabor era increíblemente agradable para mí. También dis-frutaba mucho del vino y del champán, pero nunca habíaestado ni cercanamente borracha. Cuando llegué a mimadurez (veintiocho años más o menos), creo que noestaba preparada para vivir la vida en sus propios térmi-nos. Estaba “felizmente” casada, sin grandes problemas.La frustración y el miedo se apoderaron de mi vida.Miedo a perder lo que tenía, miedo a no tener lo que yoquería, miedo a estar sola, miedo a todo. Me convertí enuna persona ansiosa y deprimida, lloraba mucho y a veceshasta temblaba de miedo. Me sentía frustrada, sola y nosabía qué hacer. Dentro de mi ser estaba llena de rabiapor muchas cosas que pasaban y no quería aceptar, nimucho menos admitir.

Luego de un tiempo encontré una medicina que mepermitía sentirme mejor, más relajada, menos ansiosa, yme hacía ver las cosas desde un punto de vista más posi-tivo. Además, esta medicina me hacía sentir menos lasoledad en que me encontraba; esta medicina era el alco-

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hol. Al principio funcionó a las mil maravillas. Comencébebiendo whisky a pesar de que nunca me gustó. Nuncahe llegado a entender por qué. Quizás fue porque a miesposo le gustaba esta bebida o quizás porque eso bebíauna tía mía. Cuando yo era adolescente, esta señora esta-ba casada con mi tío y cuando ella llegaba con éI a su casadel trabajo como a las 7:00 p.m., él se iba y ella comenza-ba a hacer la cena, el lavado de la ropa y a recoger su casa,todo esto siempre con un vaso de whisky en la mano. Yopensaba que ella se debía de sentir muy sola, pues obvia-mente, mi tío la dejaba en la casa y se iba, pero en cam-bio ella se reía, hacía bromas con nosotros (mis primas,nuestras amistades y yo) y se veía muy feliz por la casa. Yosabía que era alcohólica.

Cuando comencé a beber por las tardes en mi casa,no era alcohólica, no tenía que beber todos los días, notenía que pensar en la bebida y todo marchaba muybien. Poco a poco, la obsesión por el alcohol comenzó acrecer y la necesidad de ese primer trago se hacía másfrecuente cada vez. Llegó el día en que tenía que tomar-me un trago tanto si tenía deseos como si no los tenía.Tenía que beber como fuera. Le pedí a mi esposo queme ayudara con este problema, y éI guardó toda la bebi-da que había en casa en un archivo con llave y lo cerró,pero yo tenía copia de esa llave. Allí había de todo yseguí bebiendo.

Comencé a pedirle ayuda a Dios y a la Virgen María,pero no funcionó. Estábamos en proceso de adoptar unniño y yo quería parar de beber. Visité un psiquiatra y medijo “Si tienes problemas con el alcohol debes ir aAlcohólicos Anónimos; yo no puedo hacer nada por ti”.¡Ay Dios mío! Qué clase de susto me llevé, ¡yo enAlcohólicos Anónimos, imposible! Continuó tratándomepor depresión y por ataques de pánico y yo más nunca levolví a decir que tenía problemas con el alcohol. Seguí

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bebiendo pero le prometí a Dios que iba a dejar de bebertan pronto como mi hijo llegara.

Mi bebé llegó a mi casa y luego de doce años de matri-monio me convertí en madre. Pude parar de beber comopor tres meses. Sin embargo, después de ese período,comencé otra vez. A las seis de la tarde, a la hora de darleel biberón a mi bebé y ponerla en su cuna, me preparabaun trago y me sentaba en el sillón con mi bebé en la falday en el lado derecho del sillón, en el suelo, el trago. Estocomenzó a suceder día tras día. Los domingos, mi esposono trabajaba y dormía hasta tarde en las mañanas; yo melevantaba tempranito —a veces antes de las seis de lamañana— a cuidar de mi bebé, y a esa hora comenzaba abeber. Comencé a sentirme culpable y avergonzada de mímisma. A veces tomaba la decisión de no beber pero fácil-mente cambiaba de opinión y en un segundo me servíaun trago. Un sábado por la tarde, cuando mi bebé teníacomo seis meses de nacida, me encontré a las tres de latarde en el sillón dándole la leche, y a mi lado derecho, enel piso, una botella vacía de vino tinto. Cuando me levan-té con la niña dormida en mis brazos me di en la frentecon la puerta de un armario que estaba medio abierta ycomencé a sangrar. Esta escena fue muy vergonzosa paramí y pensaba, “mira dónde estoy, borracha a las tres de latarde con mi bebé en los brazos”, una niña que yo habíaestado esperando doce años. Era una escena patética, mehacía sentir muy culpable, la peor madre, la peor mujer.Me defraudé a mí misma más que nunca y sentí quehabía defraudado a esa joven mujer que entregó a subebé en adopción para que recibiera una mejor vida.

Y por otro lado, no cumplí las promesas que hice aDios; por lo tanto, dentro de mí estaba esperando un grancastigo por todo lo que estaba haciendo y por no habercumplido con mi palabra de dejar de beber cuando llega-ra el bebé. Entonces comencé a crear mi gran saco de

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culpas, una carga bien secreta. Mi esposo sospechaba queyo estaba bebiendo pero no me confrontó nunca. Yopuedo contar estas cosas hoy pues ya he hecho mis repa-raciones y, con la ayuda de mi madrina, me pude perdo-nar a mí misma. Pero en aquel momento esa culpa y ver-güenza conmigo misma me hacían beber más, no importalo que sucediera, yo no podía parar de beber. Nadie losabía, ni mi familia, ni mis amistades, ni mis compañerosde trabajo. Éste era mi gran secreto, que crecía y crecíadentro de mi cabeza, de mi corazón y de mi espíritu. Miesposo trabajaba mucho y cuando llegaba en la noche yoestaba dormida. La excusa era que la niña se despertabade madrugada, quizás él sabía que yo había bebido, perono tenía ni idea del entrampamiento en que estaba meti-da por el alcohol.

Cuando mi bebé tenía poco más de dos años, no sébien cómo pude parar de beber. Quizás fue por que micuñado entró en Alcohólicos Anónimos y eso me aterro-rizó, pues yo no quería terminar ahí. Quizás fue porqueuna tía se enfermó de gravedad y su prognosis era muyseria; pensamos que se moría y en la familia comenzamosa rezar con desesperación, en grupos de oración y pornosotros mismos. Yo ni me acordaba de beber, sólo laqueríamos ayudar. El milagro de su recuperación se dio yes posible que el milagro de que mi obsesión por beberse haya ido, también ocurriera en ese momento.

No sé qué fue en realidad, pero desde ese momentoparé de beber. Quizás socialmente bebía pero nunca encasa sola, jamás. Me pude aliviar de tener que beber,pude romper con el patrón de beber todos los días. Sinembargo, ser una borracha seca me llevó adonde estabaantes; mis resentimientos y mis miedos siempre estuvie-ron ahí y yo no sabía cómo lidiar con ellos.

En 1995, compramos una casita en la playa y allí, unacerveza fría era muy normal para todos. Dos o tres por la

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mañana y dos o tres por la tarde. Recibíamos amigos ysiempre bebían y con las comidas, vino por supuesto. Alprincipio no hubo problemas pero, lenta pero segura, laprogresión de mi enfermedad comenzó.

Comencé nuevamente a beber por las tardes en micasa, luego de regresar del trabajo o de las clases de pianoo de baile de mi hija. En ocasiones, la niña me pregunta-ba qué era lo que estaba tomando, y siempre le mentía.Una vez probó de mi vaso de vino tinto y le dije que erajugo de uvas pero que se había dañado y lo boté por elfregadero. Entonces me serví otro vaso de vino a escon-didas (mi saco de culpas y secretos me volvió a acompa-ñar). Las botellas en mi casa comenzaron a vaciarse o adesaparecer. Cuando mi esposo preguntaba, tenía quementir. Comencé a llenar las botellas con agua; a vecesera muy difícil hacerlo y estaba hasta una hora llenandouna botella vacía con agua. Verdaderamente ya no teníasano juicio. En ocasiones iba al supermercado a reponeruna botella que me había bebido el día anterior, pero alllegar a mi casa me la bebía otra vez. Era un círculo vicio-so del que no sabía cómo salir. La enfermedad continuóprogresando, cada vez comenzaba a beber más temprano,tan pronto salía de trabajar. Iba borracha a recoger a mihija a la escuela, así la llevaba a sus clases de baile y yocargaba en secreto con más culpa y vergüenza, que mehacían beber más. Me prometía a mí misma que no iba abeber ese día, pues mi hija tenía clases de piano, perobebía igual. Yo tenía mis vasos de vino escondidos en dife-rentes lugares de la casa, gabinetes de cocina, gabinetesdel baño, debajo de la computadora, dentro del maletínde mi trabajo, dentro de los cestos de papel, por todoslados, de manera que podía beber a escondidas en cual-quier parte de la casa. Continuaba prometiéndome a mí ya Dios que no iba a beber más pero no pude cumplir niuna de estas promesas. Cada vez la culpa era mayor.

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En la casa de la playa, comencé a beber más pues melevantaba temprano, a las seis de la mañana, y con cerve-za o trago en mano, comenzaba a hacer la limpieza de lacasa. Mantenía siempre una botella grande de vinagreblanco, detrás del vinagre en uso, esta botella estaba llenade vodka de manera que cada vez que fuese a la cocinapodía aumentar o mantener la “nota” que quizás habíacomenzado con un par de cervezas frente a la visita. Si mesentía demasiado borracha, comía algo y seguía bebiendo.

Hablé con mi esposo y decidimos entre los dos sacartoda la bebida de la casa. Él lo hizo, no había bebida encasa, pero yo tenía que beber y como hay supermercadospor todas partes, era fácil parar en alguno para comprarvino todos los días. Siempre teniendo el cuidado de no iral mismo supermercado dos días consecutivos. La progre-sión continuó, había veces en que me quedaba dormida ala hora de ir a buscar a mi hija a la escuela. Ella llamabaa casa por teléfono y yo no oía el timbre, mi esposo teníaque salir de la oficina para ir a recogerla a la escuela paraluego encontrarme dormida en mi casa. Ella se asustabapues pensaba que algo me había sucedido. Yo siempre lesdecía que estaba muy cansada pues me levantaba muytemprano para ir a trabajar.

La culpa y los secretos aumentaban cada día. Ver-daderamente me quería morir. Llegó el tiempo en quetenía que salir por la tarde, a las cinco, a comprar unasegunda botella de vino. Entonces decidí comprar mediogalón de vino a la una para no tener que volver a salir acomprar. La progresión continuó y llegó el momento enque, o me bebía el vino de cocinar o salía como fuera acomprar otra botella de vino, pues tenía que beber hastala inconsciencia.

Me sentía muy temerosa de Dios y sabía que él me ibaa castigar por ser una mala persona, mentirosa, sin volun-tad, completamente imposible de confiar, y que merecía

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un castigo. Me convertí en una hipocondríaca, pero seguíbebiendo.

Un viernes por la noche, en el año 2000, llevé a mi hijay algunas amigas a una fiesta. Cuando volví a mi casa mefue imposible recordar dónde era la fiesta ni cómo habíaregresado a mi casa. Me asusté tanto que decidí haceralgo. Fui a una reunión de Alcohólicos Anónimos lasemana siguiente; me encontré allí con un montón decaballeros hablando de cosas que me recordaban a miesposo. No me sentí bien allí; no volví.

Vendimos la casa de la playa y los fines de semana pre-fería que mi esposo trabajara o saliera con la niña de com-pras o a las reuniones sociales a las que nos invitaban. Yono iba a las fiestas ni a las reuniones familiares porque noquería beber ni estar entre gente bebiendo. Mi esposoentendía, y se iba con mi hija. Cada vez que salían de lacasa, yo esperaba un par de minutos y me iba al super-mercado. Continué bebiendo y traté de hacer una seriede cosas para ver si me ayudaban a romper el patrón esta-blecido: trabajo, supermercado, beber, dormir, ésa era mivida.

Me matriculé en un gimnasio para ir al salir del traba-jo. No funcionó, dejé de ir. Decidí hacer una dieta con mihija, pensando que el reto de rebajar de peso me podíaayudar. No funcionó. Fui a la librería y compré el LibroGrande de A.A., el libro Reflexiones Diarias y el “Doce yDoce”. Yo sabía que A.A. funcionaba; mi cuñado, en doceaños, era otra persona. Pero mis secretos eran muy secre-tos. Yo no podía ir a reuniones. Tampoco funcionó.

Continué bebiendo diariamente hasta la inconsciencia.Todos los días tenía amnesia alcohólica y ni sabía quécociné, cómo lo hice, ni quién comió ni cuándo. Sólo esta-ba en casa, aislada de mi hija, en mi propio mundo con misaco de secretos.

Mi hija sabía que yo bebía pero ya no encontraba los

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vasos escondidos. Yo sé que ella notaba que yo estababebiendo pues si me hacía alguna pregunta sobre sustareas y yo abría la boca, inmediatamente su expresiónfacial cambiaba y se notaba su frustración, su desilusióny su tristeza. Dejó de pedirme ayuda con su tarea y mesentí mejor pues así podía estar más aislada con mibotella.

En este punto mi vida no podía ser más miserable; mesentía muy mal, avergonzada, culpable y aterrada. Nosabía qué hacer. No tenía deseos de seguir viviendo ybebiendo pero no sabía cómo vivir sin beber. Me acos-tumbré a esa vida, pensar en la bebida, beber, emborra-charme.

En verdad, no sé cómo me vino la idea de volver a A.A.,lejos de casa, al mediodía. Pensé que podía encontrarmujeres en esa reunión. Llegué al grupo con otra actitud,me sentía completamente derrotada y lloré durante todala reunión. Era una reunión de principiantes. No creoque fuera por coincidencia, había nueve mujeres allí esedía, algunos varones, y todos comenzaron a hablar deellos mismos, de lo que es el alcoholismo y el programade A.A. Era mucho para entenderlo todo en una horapero sí entendí que las reuniones eran importantes. Medieron una moneda de 24 horas y muchos números deteléfono. Salí de allí y me fui a comprar mi botella.Continué asistiendo a las reuniones todos los días y tuveel valor de decir que había bebido cada vez que lo hacía.Nadie me dijo nada más que “sigue viniendo”. Conseguíuna madrina y comencé a leer el Libro Grande. No esta-ba bebiendo todos los días pero si pasaba por algún sitiodonde vendieran vino lo compraba y me lo bebía.Comencé a visitar otros grupos y me conseguí una segun-da madrina. Con la primera insistí en comenzar a practi-car los Pasos y la segunda me ayudó a llegar a mi casahablando por teléfono y sin detenerme a comprar vino.

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Cuando llegaba a mi casa de mi trabajo iba directamen-te a la cama. Mi hija, de quince años entonces, cocinaba,atendía a los perros y me ayudaba en la casa pues yo nopodía hacer nada sin beber. Yo me quedaba acostadahasta que llegaba el momento de ir a la reunión por lanoche. Mi esposo me llevaba a la reunión y luego me traíaa casa. Y así pasaban mis 24 horas sin beber. Yo iba a mitrabajo pero en casa no podía hacer nada. Por lo tanto, allíme quedaba, en la cama, esperando la reunión, la hora deir a trabajar, las próximas 24 horas.

Entendí sin dificultad que yo soy impotente ante elalcohol (ya lo sabía) y que mi vida era ingobernable. Miúltimo trago fue un día del año 2002. Comenzaron a pasarlos días y yo no estaba bebiendo, no funcionaba bien,pero no tenía que beber. Cuando me dijeron que sólo unpoder superior a mí podría devolverme el sano juicio,tuve que volver a pensar en Dios. ¿Qué iba a hacer Él pormí? Tenía que estar enojado conmigo por todas las cosasque yo había hecho y por todo lo que herí a mi hija. Medijeron en A.A. que me imaginara un Dios distinto al queconocía, que lo creara como yo quería que Él fuera.Decidí que Él no es un castigador ni un justiciero; Él es,para mí, un padre perfecto lleno de amor hacia sus hijos,lleno de perdón, sin sentimientos de venganza, sin resen-timientos, capaz de perdonar a su hijo, no importa lo quehaya sucedido. Ése es Dios como yo lo concibo. ¿Sanojuicio? Hace tiempo que lo había perdido.

El Tercer Paso fue para mí el más importante. En estepunto yo entendí que yo, como hija de Dios como yo loconcibo, fui creada por Él para ser una persona feliz.Entendí que sería una persona feliz si hago la voluntad deÉl y no la mía. La mía me llevó a vivir de manera misera-ble y eso no es lo que Él quiere para mí. Su voluntad esque yo no beba. Entendí que soy una persona controlado-ra que quiere hacer todo a su manera. Además, en el

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Libro Grande se dice que el alcohol que yo bebía es unsíntoma. ¡Eso sí que es verdad! Tuve que mirar dentro demí. Comencé a entregar, todos los días, mi vida y mivoluntad al cuidado de Dios, a practicar los Pasos de recu-peración y a mantenerme sobria un día a la vez. Cada díase me hacía más fácil que el día anterior.

Poco a poco, comencé a recuperar mi fe, mi esperanzay mi dignidad. Hoy sé lo que hice ayer y el día anterior, notengo secretos, no tengo culpas ni me avergüenzo denada. Hoy me respeto a mí misma, he vuelto a confiar enmí misma, el alcohol no controla mi vida y eso es un mila-gro. Se me quitó la obsesión y no necesito beber paravivir, siempre que no me tome el primer trago. Ahoratengo a Dios como yo lo concibo y tengo a A.A. No vivoen soledad.

Hoy estoy viva, no soy ni mejor ni peor que otro serhumano, quepo en mi piel y me puedo mirar en el espe-jo. Hoy mi hija es mi mejor amiga, me quiere y me respe-ta. Hoy quiero vivir, mi vida no es miserable. Tampoco lavida es fácil, ni los problemas desaparecieron, pero confe, el programa de 24 horas, mis madrinas y mis amigosde A.A., no me siento nunca sola. Puedo lidiar con mismiedos y evitar los resentimientos que tanto daño mehacen. Hoy soy una persona mucho mejor que la que eray trato de vivir la vida como se presenta. Todo esto lo helogrado porque un día llegué a creer que A.A. podría fun-cionar para mí también.

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LA DIGNIDAD RECOBRADA

Creía haber superado el problema que tenía con labebida en su juventud y que podía dejar de tomarcuando quisiera, pero cada contacto que tuvo con elalcohol le convirtió en otro ser.

LlEGUÉ AL PAÍS en el que vivo buscando una mejorposición económica. Me instalé con un tío mío

que residía aquí desde hacía algo más de treinta años. Misueño, como el de muchos inmigrantes, era el de conse-guir algún dinero y volver a mi tierra natal para comenzarun negocio. Al salir de mi país pensaba que mi único pro-blema era el ser pobre, pero viviendo fuera me di cuentade que mi mayor problema era el alcoholismo.

Inicié muy joven mi carrera alcohólica. A la edad deocho o nueve años ya había probado el alcohol. Vengo deuna familia con un padre alcohólico y una madre neuróti-ca. Me gustaba la forma en que mi padre bebía el aguar-diente. Me fascinaban los gestos que hacía al ingerir cadacopa y me encantaba como ningún otro olor, el aroma delalcohol. Puedo decir que inicié mi alcoholismo por elejemplo de mi padre. Yo quería ser como él, quería tomarcomo él, quería hacer los gestos que él hacía, y porsupuesto quería oler como él. Comencé a beber de lossobrados de mi padre, cuando él llegaba borracho le gus-taba que yo lo acompañara hasta que se acababa la bote-lla que traía. A mí también me gustaba acompañarlo,puesto que le prendía los cigarrillos y en muchas ocasio-nes me los fumaba enteros porque él, de lo borracho que

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estaba, no podía ni fumar. Cuando mi padre se levantabapara ir al baño yo aprovechaba la ocasión y brindaba solo,tomándome varios aguardientes. Me gustó el alcohol, mefascinaba el efecto y me encantaba el olor. En muchasocasiones presumía ante mis amigos de que yo era unapersona grande porque me emborrachaba con mi papá.Desgraciadamente para todos en nuestro hogar, la situa-ción empeoraba conforme pasaba el tiempo. El alcoholis-mo de mi padre y el mío avanzaban a pasos agigantados.La situación se volvía caótica y yo me refugiaba cada vezmás en el alcohol. Yo ya no sólo tomaba con mi padre,sino que empecé a frecuentar las tiendas donde se vendíaalcohol y comencé a entablar amistades con bebedores,en su mayoría mayores que yo. A la edad de trece o cator-ce años, ya experimentaba fugas geográficas, lagunasmentales y borracheras de dos o tres días consecutivos.En muchas ocasiones, después de una borrachera, no meacordaba de lo que había hecho la noche anterior. A laedad de diecisiete años abandoné completamente misestudios y mi vida se volvió ingobernable. Llegué hasta elextremo de robar para poder comprar bebidas alcohóli-cas. A mi madre le sacaba dinero de la cartera y, cuandono encontraba dinero, sacaba cosas de la casa para empe-ñarlas. Los conflictos con mi padre eran cada vez peores,hasta el punto que nuestra relación ya no era de padre ehijo, sino de enemigo a enemigo. Recuerdo que en unaocasión llegó mi padre borracho a reclamarme diciéndo-me que yo era un vago, un sinvergüenza, que ni trabajabani estudiaba. En esa ocasión, como en muchas ocasionesmás, me echó de la casa y me dijo que no quería volver averme. Mi madre intervino en mi favor y él, ofuscado, lagolpeó. Yo no pude contenerme y me abalancé contra él,golpeándolo salvajemente. Esa noche me fui a beber y novolví a casa hasta después de varios días. Siempre que vol-vía a casa, llegaba hecho un pordiosero, con hambre,

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sucio y alcoholizado. Mi alcoholismo llegó hasta la fasecrónica en mis años de juventud. Bebía sin importarme loque fuera a pasar; continuamente me temblaban lasmanos por el exceso de alcohol en mi cuerpo y siempreestaba preocupado por cómo conseguir un trago deaguardiente o una cerveza. Los vecinos y la misma fami-lia me esquivaban, porque cuando me emborrachaba nosabían cómo iba a actuar. Algunas veces me dormía perola mayoría del tiempo, perdía el control y me volvía vio-lento. Era lo que se puede decir un borracho problema.En los momentos de lucidez añoraba una vida diferente,quería que todo fuera diferente, pero no podía dejar detomar. No pasaba un fin de semana sin que no me embo-rrachara. Desesperado de mi situación, siempre buscabaculpables, y justificaba mi forma de beber, diciendo queyo era el incomprendido y que gran culpa de mi situaciónla tenían mis padres. Cansado del maltrato de mis padresy preocupado porque mis borracheras eran más prolonga-das, decidí alejarme del ambiente familiar y me enlisté enel ejército. Los tres primeros meses los pasé encerrado enun cuartel. Esos tres meses me ayudaron mucho, puestoque me desintoxiqué un poco. Otra gran ayuda para des-intoxicarme fue el intenso entrenamiento y mi larga esta-día en las selvas. Fui parte del ejército dieciocho meses,meses en los que pocas veces me emborraché. Como dejéde tomar por meses, pensé que ya me había curado delalcoholismo. Pero cuál no fue mi sorpresa al ver que,cuando comencé a beber nuevamente, mis borracheraseran aún más severas que antes de irme al ejército. Unmes de octubre salí del ejército y ya para diciembre delmismo año estaba nuevamente alcoholizado. Ese diciem-bre lo recuerdo como uno de los meses más críticos de micarrera alcohólica. Durante ese mes tomé casi todos losdías, hasta el punto que me intoxiqué. Por esos días mimadre se enfermó gravemente de diabetes, y creo que

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parte de su enfermedad fue por mi manera de beber.Afortunadamente salió de la crisis y pudimos viajar a otropaís.

En el nuevo país no he conseguido mi sueño de volver-me millonario económicamente, pero sí conseguí unagran riqueza que no la cambiaría por todo el dinero deeste mundo, la bendita sobriedad. Pisé por primera vezun grupo de Alcohólicos Anónimos en 1997, a los treintaaños de edad y, desde ese día, no he vuelto a ingerir nin-guna bebida alcohólica. Desde mi llegada a este país hanpasado muchas cosas en mi vida. En un principio pudedejar la bebida algunos meses, puesto que yo creía que loque me hacía tomar eran las malas amistades y el maltra-to de mis padres. Pero me di cuenta de que el borracho,es borracho aquí y en cualquier parte del mundo.

Conseguí un trabajo en una cadena de comida rápida ycomencé una vez más a relacionarme con bebedores. Mefascinó el tequilita y desde el momento en que lo probé yhasta mi llegada a Alcohólicos Anónimos fue mi compa-ñero inseparable. Mi tío, con quien vivía, detectó mi pro-blema del alcoholismo desde un principio y, en ciertaforma, fue gracias a él que yo me decidí a pedir ayudapara dejar de beber. La muerte de mi tío a una tempranaedad, a consecuencia del alcohol, hizo que meses despuésde su partida yo decidiera, de una vez por todas, buscarun grupo de A.A. Mi tío nunca perteneció a A.A., perotenía un gran conocimiento de la enfermedad del alcoho-lismo, puesto que desde un principio me dijo que estaenfermedad era hereditaria y que desafortunadamente yola había heredado también. En 1994 contraje matrimoniocon una gran mujer, hermosa e inteligente a la vez. En unprincipio fue fácil esconderle mi problema del alcohol,puesto que por esos años podía mantenerme sin beberpor varios meses. Nuestro corto noviazgo impidió que ellase percatara de mi grave problema, y fue así como nos

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casamos sin muchos inconvenientes. En un principiotodo fue una luna de miel, pero cuando comencé a tomar,comenzó la pesadilla. Yo veía que después de prolonga-dos meses de sobriedad, cuando empezaba a tomar denuevo, eran peores las borracheras. En realidad fueronmuy pocas las borracheras de 1994 a 1997, pero fueronlas suficientes para recapacitar sobre mi enfermedad delalcoholismo y sobre cómo, cada vez que tenía contactocon el alcohol, mi mente se transformaba y me convertíaen otro ser. En cada borrachera de éstas, el sufrimientode la resaca era cada vez peor, con delirios de persecucióny una tembladera constante. Sin darme cuenta, la pesadi-lla alcohólica que viví en mis años de juventud la estabareviviendo nuevamente.

Mi última borrachera fue en 1997. En esta borracheratuve una gran laguna mental que me impidió recordarmuchas cosas desagradables, que mi esposa sin ningúnproblema y muy enojada me recordó. Una de esas locu-ras fue el haber manejado completamente ebrio. Al es-cuchar de boca de mi esposa mis locuras por causa delalcohol, y al ver cómo mi vida se volvía nuevamente ingo-bernable, decidí buscar ayuda y la encontré en Alcohó-licos Anónimos. Un grupo me dio la bienvenida y graciasa todos los compañeros que, noche a noche, con sus expe-riencias y sugerencias, me recordaban muchas de las ver-dades que mi tío alguna vez me dijo, he podido dejar debeber. La primera sugerencia fue que, por los tres prime-ros meses, asistiera todos los días a mis reuniones, cosaque hice, y fue así como un día tuve las agallas de decla-rar en tribuna las siguientes palabras que cambiaron mivida por completo: “soy alcohólico”.

Admitir que era alcohólico fue lo más difícil para mí.Aun sabiendo que tenía problemas con mi manera debeber, yo pensaba que no era alcohólico, puesto que creíaque el alcohólico era aquel que ya lo había perdido todo

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y no tenía ni dónde dormir. Aprendí que el alcoholismo esuna enfermedad incurable y que la única forma parapoder alcanzar la sobriedad es decirle “no” a esa primeracopa, y tratar de poner en práctica los Doce Pasos suge-ridos de Alcohólicos Anónimos como programa de recu-peración. El poner en práctica el programa de recupera-ción no fue nada fácil, especialmente cuando tuve queadmitir que sólo Dios podría devolverme el sano juicio. Alllegar a este Paso hubo un conflicto dentro de mi ser,puesto que yo me engañaba al pensar que podía dejar detomar cuando quisiera. Mi defensa era que yo era un serlibre y que nada ni nadie me obligaba a tomar y que nadani nadie me obligaba a parar de tomar. Pero lo que noquería reconocer era que, cuando comenzaba a beber, nopodía parar. El admitir que hay un Dios todopoderoso,me ayudó a ser consciente de mi enfermedad alcohólica.Pude entender, en este Paso, que tengo que pedirle aDios, no que me ayude a parar cuando tenga que parar,sino que me ayude a no comenzar, es decir a no tomarmeesa primera copa. Y es así como, desde un inicio dentrode A.A., todas las mañanas, por sugerencia de mi padrino,le pido a Dios que me aleje de toda tentación y que medé la fuerza de decir “no” a esa primera copa, al mismotiempo que me comprometo conmigo mismo y con Diosa no beber las próximas 24 horas. Puedo decir que el éxitode mi sobriedad hasta este momento radica en este sen-cillo ritual diario y, de 24 horas en 24 horas, se van suman-do semanas, meses y años. Ya voy sumando casi ocho añosde sobriedad.

Hoy puedo decir que la historia de mi vida se divide endos partes; antes de Alcohólicos Anónimos y después deAlcohólicos Anónimos. Antes de A.A. yo era un ser queno enfrentaba la vida y sus problemas, siempre huía y merefugiaba en el alcohol. Hoy en día soy una persona queno necesita el alcohol para enfrentar los problemas del

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diario vivir. Trato de solucionarlos de la mejor maneraposible, siempre acudiendo a mi Poder Superior a travésde la oración. Gracias al alcohol perdí la vergüenza y losmejores días de mi juventud, ya que preferí el aguardien-te y la cerveza al estudio. Gracias a Alcohólicos Anónimosrecobré mi dignidad como ser humano y Dios me dionuevamente la oportunidad de regresar a mis estudios.Una vez en A.A. decidí recobrar el tiempo perdido y tuvela dicha de graduarme, no una, sino tres veces. En estosmomentos digo orgulloso que soy un miembro más deAlcohólicos Anónimos. A.A. me devolvió la fe en mímismo. Estoy plenamente convencido de que A.A. no essólo para dejar de tomar. A.A. es para vivir una vidamejor. Es por eso que sigo asistiendo a mis reuniones.Asisto a grupos de A.A. para no olvidar que soy alcohóli-co y recuerdo que parte de mi recuperación es pasar elmensaje al alcohólico que aún está sufriendo. Si creestener problemas con tu manera de beber y quieres unavida mejor, no lo pienses dos veces: Alcohólicos Anóni-mos es la solución.

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NACIDA DE LUTO

Tras años de búsqueda, diversas carreras y resi-dencias en tres continentes, se dejó, sin saberlo, guiarpor el temor. A los cincuenta años se encontró en elprincipio de su vida.

DE NIÑA vivía con mi hermana y mis dos hermanos—los tres eran bastante mayores que yo—, mis

padres y mis abuelos maternos. Ocupábamos una casaque habían construido mis bisabuelos. Mi bisabuela viviócon mi familia hasta su muerte, la cual ocurrió una sema-na antes de nacer yo. Es como si yo hubiera nacido deluto.

Empecé a abusar del alcohol a los once años cuando enuna Nochevieja mi cuñado subió a mi cuarto y me dio unvaso de champán. Por miedo, vergüenza, y curiosidad, lotomé entero. Me gustó y me quitó el miedo de él que yotenía. Pero él sí se asustó, al ver la facilidad con que yotragaba con tan poca edad. Seguro que él pensaba que meiba a poner enferma pero, después de aquella noche, pasémuchos años tomando todo tipo de bebidas alcohólicassin sentir ni mareo ni náusea.

Poco después de tomar mi primer vaso de champánaquella noche, comencé a buscar compañeros que podíanconseguir alcohol. No solía asistir a las fiestas de los chi-cos de mi edad, ya que no había nada ahí que me intere-sara, ni tampoco iba a los bailes sin haber tomado “algo”primero. Con dieciocho años, mi vida había alcanzado unestado de apatía. No me importaba ni mi familia, ni mis

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estudios, ni mis compañeros. Decidí viajar a otro país por-que yo creía que si cambiaba de sitio, cambiaría tambiénde actitud. ¡Vaya error! La verdad es que allí bebía másque nunca, ya que en aquellos tiempos no existían tabúesacerca del alcohol en gran parte del país a donde fui. Setomaba a cualquier hora y con cualquier edad. Los “jóve-nes”, es decir, más jóvenes que yo, tomaban cervecitas ovino con gaseosa. Los “mayores de edad”, como yo, tomá-bamos vermú por la mañana, cervezas o sangría con lacomida, y cubatas o whiskey en las discotecas. Pero hoydía sé que éramos tan solo los mayores alcohólicos los quetomábamos así.

Mucho antes de mi huida, mi hermano mayor demos-traba problemas mentales que no eran diagnosticados porningún médico. Mi familia ignoraba el problema, con laconsecuencia de que él abusaba de sus hermanos, másque nada de mí, por ser la más pequeña. Sin embargo, yolo quería mucho, y cuando por fin se marchó de casa, yome sentí muy sola. Me había acostumbrado a su trata-miento. Cuando él volvía a casa de visita, siempre me traíaalgún regalo y me solía llevar a sitios divertidos como elparque, a comer helados, etc. Con trece años, empezabaa comprarme alcohol porque, más que nada, eso era loque yo deseaba. Me daba también marihuana y otras dro-gas, pero yo siempre prefería tomar vino. Compartía lodemás con los amigos del colegio y me servía para hacer-me muy popular.

Con catorce años me hice amiga íntima de una jovencuya familia se vino a vivir a la casa de al lado de la mía.Ella no bebía alcohol jamás, ni tenía ganas de probarlo.Su padrastro era alcohólico y ella y su madre habían sufri-do una barbaridad a manos de él. Más tarde me enteré deque aquel señor era miembro de A.A., y que intentabamantener su sobriedad un día a la vez. Mi amiga y sumadre asistían a reuniones de Al-Anon en aquellos días.

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Como nuestras casas se ubicaban en un barrio urbanobastante pobre y los padres de mi amiga tenían miedo delas malas influencias que existían allí, se mudaron a lasafueras de la ciudad y yo tenía que desplazarme más paravisitarla. Después de una operación muy grave que tuvosu madre, mientras ésta se recuperaba en el hospital, elpadrastro de mi amiga se volvió a emborrachar. Entoncesme di cuenta de la seriedad del problema que él tenía.Pero todavía no sabía que el alcoholismo era una enfer-medad. También en aquellos tiempos mi cuñado y mihermano estaban drogándose mucho y tratando de invo-lucrarnos a mi amiga y a mí en su vida de drogas, alcoholy otros vicios. En algunas ocasiones aceptábamos la ofer-ta — en otras no.

Como mi amiga era muy guapa y cariñosa, ella no tuvoninguna dificultad en echarse novio. Parecía que ellatenía su vida solucionada con él. Pero yo me volví a sentirmuy sola, y empecé a frecuentar las tabernas de la ciudadya que aparentaba tener la edad suficiente para beber.Bebía sin problema; todavía no me enfermaba apenas. Alcabo de poco tiempo, yo no sabía vivir sin mi “medica-mento”. Trabajaba en una botica y cada tarde al cerrar elnegocio me iba directamente al bar a tomar cerveza hastala hora de cerrar. En los bares y tabernas yo siempre esta-ba rodeada de gente —bailando, riendo; sin embargo, meseguía sintiendo muy sola— más sola que nunca.

Entonces fue cuando decidí marcharme a Europa. Enmi colegio ofrecían estudios de ultramar en un institutointernacional, y la idea de colocarme tan lejos de mis pro-blemas y querellas me seducía. En aquellos tiempos mispadres se habían metido en un negocio con otro hermanomío y no prestaban atención a lo que hacía yo. Así que medespedí de mi trabajo, agarré el dinero que me habíanregalado en mis “quince” y me escapé de mi vida o, por lomenos, así pensaba.

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El colegio me colocó en un dormitorio con una chicanorteamericana de veintiún años de edad… ¡que bebíacon el mismo entusiasmo que yo! El primer día en la ciu-dad nos emborrachamos con sangría y casi destrozamosnuestra alcoba. Así siguió nuestra vida diaria hasta queunas semanas más tarde las dos estuvimos a punto de sus-pender el curso. La diferencia entre ella y yo era quecuando ella se vio con problemas algo serios, dejó detomar diariamente y se puso a estudiar y cumplir con lasobligaciones colegiales. Yo, en cambio, dejé el colegio yme fui con un nuevo amigo a la costa.

Regresé a la ciudad y, cuando se me acabó el dinero,volví a América y me puse otra vez a trabajar dando cla-ses para ganar dinero y poder volver a Europa. Pero estavez me llevé a mi amiga, que ya había roto con su novio.En Europa las dos buscamos trabajo, pero debido a queella no manejaba tan bien el idioma, la única que conse-guí trabajo fui yo — en una academia bilingüe. Mi amigalimpiaba nuestro apartamento, preparaba la comida,hacía la compra, y lavaba la ropa.

Al principio me divertía mucho enseñándole los mu-seos, los parques y los otros sitios de interés de la ciudad,pero al poco empecé a no volver a casa después del traba-jo. Pasaba primero por el bar o la taberna para tomarmeun par de copas, que siempre llegaban a ser muchas más.Algunas noches yo no aparecía en casa hasta la madruga-da, donde solía encontrar a mi compañera transpuesta enel sofá, con un cigarrillo medio fumado entre sus dedos.Por las mañanas o reñíamos o no nos hablábamos enabsoluto. Ella reconocía quizás mi comportamiento alco-hólico por haber vivido tantos años con su padrastro.

Las cosas fueron de mal a peor. Una mañana, anticipan-do que ella iba a enfadarse por mi costumbre de pasar porel bar después del trabajo, inventé una mentira. Le contéque tenía que asistir a una reunión de la escuela. Pero una

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colega mía le contó que no había ninguna reunión y termi-namos discutiendo de todos modos. Como yo era quienganaba el dinero en la casa, tenía todo el poder. Le dije queconsiguiera trabajo… o la iba a mandar otra vez a su casa.

Era casi imposible encontrar trabajo en aquella época,así que mi pobre amiga se vio obligada a marcharse.Hasta hoy mismo tengo la imagen de su rostro grabada enmi mente en el momento que la metí en un taxi rumbo alaeropuerto. Ni siquiera nos abrazamos. Fue la última vezque la vi. Unos meses después de volver con sus padres,con tan solo veinte años de edad, se murió de repente,víctima de una hemorragia cerebral.

Al enterarme de la muerte de mi amiga, me puse abeber como nunca. Durante siete u ocho semanas, todaslas noches me quedaba hasta las tantas en los bares —oalgunas veces en casa— bebiendo whiskey. Por las maña-nas, lo primero que hacía antes del trabajo era fumarmeun cigarrillo y tomarme un vermú para remediar el males-tar de cabeza y de estómago. Algunas veces, a mediamañana, me quedaba dormida en clase con la cabezaencima de la mesa. Los niños me tenían que despertar.¡Mejor ellos que la directora de la escuela, pensaba yo!

Una noche de fin de semana, me quedé hasta aún mástarde que de costumbre. Me junté con unos hombres enel bar de un hotel prestigioso. Los hombres estaban enviaje de negocios y no sabían bien las costumbres del país,así que yo me encargué de enseñarles las palabrotas. Unseñor y su esposa, huéspedes del hotel, me imagino, seofendieron al oír el lenguaje que usaba yo en mi borra-chera. Me tomaron por prostituta y reclamaron a la admi-nistración del hotel. El dueño del establecimiento pidió amis compañeros que me acompañaran fuera del hotel.Menos mal que yo no me di cuenta enseguida de lo queestaba ocurriendo, o seguro que hubiera terminado en lacárcel aquella noche. Yo tenía mi orgullo; a mí nadie me

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iba a echar de ningún sitio. ¡Yo era profesora de una de lasacademias más prestigiosas de la ciudad!

Aquella misma noche, yo iba por las calles de la ciudad,rumbo a casa, pero sin ningún deseo de llegar allí. Unamigo mío, el mismo que había hecho el viaje conmigodos años antes, me encontró y me llevó a casa. Aquellanoche me puse de rodillas y recé en voz alta a Dios queme ayudara. No: ¡que me obligara a no beber más! Al díasiguiente, no tenía ningún deseo de tomar la copita decostumbre antes del trabajo. Aquella tarde no fui al bar,ni me quedé en casa bebiendo. Pero, a partir de aquellanoche, empecé a caminar por la ciudad buscando algo.Entraba en tiendas; tomaba café sola, observando a lagente, fijándome en las familias que a mí me parecíanfelices, y decidí volver a estar con la mía. En cuanto pudeencontrar y capacitar a una maestra para encargarse demis clases, me marché otra vez a mi país de origen.

Me gustaría decir que mi historia con el alcohol termi-na ahí. Yo sabía que un Poder Superior me había quitadola compulsión de beber, pero no encontré la comunidad yla ayuda de A.A. hasta veinte años más tarde. El amigo queme ayudó a llegar a casa aquella noche en que me echarondel hotel se mudó a otro país para trabajar y me escribióuna carta pidiendo que me casara con él. Como yo lo con-sideraba mi ángel de la guarda, ya que me había “salvado”de mí misma aquella noche, acepté su proposición y memudé a Centroamérica. Yo no tenía nada mejor. Al llegara mi país el mes anterior, encontré que la situación en mifamilia tenía un efecto tóxico para mí. Decidí viajar aCentroamérica para casarme — volví a tomar el remediogeográfico tan sintomático de nuestra enfermedad.

En Centroamérica no bebí. Pero me “emborrachaba”mucho con contar la historia, a quien la escuchara, de laforma en que Dios me había quitado la compulsión debeber. Presumía mucho de ello, pero no me acuerdo de

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haber sentido nada de gratitud, solamente orgullo y su-perioridad.

A mi nuevo marido se le acabaron pronto los deseos devivir en Centroamérica y decidió que nos mudáramos ami ciudad natal, donde mi familia le daría trabajo en sunueva empresa.

Después de volver, empecé a visitar otra vez los baresmientras mi marido trabajaba. Una noche él sospechóque yo había estado bebiendo y reñimos tanto que yotemí por mi vida. Para apaciguarlo tuve relaciones sexua-les con él. Esa noche me quedé embarazada.

Tuve la buena suerte de que los malestares típicos delembarazo también hacían que no tuviera deseos de tomaralcohol. Estuve durante todo el embarazo y el período dedar el pecho sin beber. Pero unas semanas después dedejar de dar de mamar, me entraron nuevas ganas detomar. Los nervios que producía el ser madre, con todaslas responsabilidades que yo me imaginaba eran solamen-te mías, ya que no me fiaba de nadie, me causaban deseosde tomar otra vez alcohol. Lástima que por entonces nosabía que en los salones de A.A. se reunían madres igua-les que yo. Ellas sabían lo que era vivir una vida cotidia-na, con todas sus responsabilidades adultas, sin tener que“medicarse” con el alcohol.

Durante la crianza de mi hija, intenté muchas vecesdejar de beber. Estuve algunas veces meses enteros sintomar, pero no tenía a una comunidad de gente que meapoyara. Pasé muchos años criando a mi hija y siendo lamejor esposa que supe ser. Pero el papel de esposa y amade casa —por muy bien que lo desempeñara— me dabapoca satisfacción. Cuando mi hija tuvo edad suficientepara estar sin mí, trabajando, saliendo con sus amigos, yome encontraba con una casa muy limpia y un corazónmuy vacío. Mi marido y yo no teníamos nada en común.Así que volví a la botella con más fuerza que nunca.

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Viendo mi desolación, una amiga me persuadió para ira consultar a una terapeuta. Con esta profesional descu-brí que, empezando en mi niñez, siempre había dejadoque el miedo me guiara. Había permitido siempre quemis hermanos y otros familiares mayores me impidiesenque yo fuera quien necesitaba ser para mi propia autoactualización, salud y bienestar emocional y mental.Después de mis sesiones con la terapeuta, iba directo albar a “pensar y analizar” todo lo que habíamos hablado ydescubierto juntas. Pronto, iba a darme cuenta de que elalcohol era tan sólo un síntoma de mi problema. Mi pro-blema verdadero era yo — el yo que mostraba al mundoy el yo que ocultaba del mundo.

Unas semanas después de empezar a investigar mipasado y todos los secretos escondidos en él, le tuvieronque sacar cuatro muelas impactadas a mi hija, y a mí metocó quedarme en casa con ella después de su operacióny darle su comida y sus medicamentos. Durante esos tresdías y medio no pude ir a los bares. Empezaban a tem-blarme los dedos de las manos y entonces reconocí lomuy grave que era mi situación. Cuando ella se recuperólo suficiente para estar sola en casa (mi marido siempreestaba trabajando) fui enseguida rumbo al bar. Pero elautomóvil me llevó a otro sitio: ¡a una reunión deAlcohólicos Anónimos! Hoy día comprendo que no fue elcoche el que me llevó, sino mi Poder Superior.

En la reunión —mi primera reunión fue sólo paramujeres— me encontré como en casa. No conocía a nin-guna de las que estaban ahí; sin embargo, me parecíantodas hermanas. Éramos de mundos muy distintos, peroéramos todas iguales, con el mismo problema del alcoho-lismo. Nada más decir las palabras “soy alcohólica”, sentíque se me quitaba un gran peso de encima y mi corazónempezó a llenarse de algo… algo que todavía no sabíadefinir ni describir.

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Fui a diez reuniones aquella primera semana. Leí todala literatura que pude: el Libro Grande de A.A., Los DocePasos y Las Doce Tradiciones, Como lo Ve Bill, etc. Usécomo manual Viviendo Sobrio, ya que éste ofrece suge-rencias simples sobre cómo vivir diariamente sin tenerque volver a la botella. Pronto pedí a una mujer a quienyo había escuchado en las reuniones si le gustaría ser mimadrina, y aceptó. Con ella comencé a dar los primerosPasos, que me conducirían a la vida que tengo hoy —unavida serena, sobria y hermosísima— mucho mejor de loque me hubiera podido imaginar.

Es difícil describir las vueltas tan enormes que dio mivida desde que me encontré a mí misma en AlcohólicosAnónimos. Lo que buscaba en los bares, lo encontré porfin donde menos lo esperaba, entre gente que se esforza-ba por no tomar alcohol. Aquí he encontrado amigos,mentores, familia y hasta una compañera en la vida.Después de tres años de sobriedad, mi marido y yo nosseparamos, ya que por fin acepté que soy lesbiana. Hoydía él vive muy feliz con su nueva pareja, y yo estoy sobriay feliz con la mía.

Trabajo mucho también en varios puestos de servicioen la Comunidad de Alcohólicos Anónimos, ya que sé queesto me ayuda mucho a mantener mi sobriedad.

Jamás pensé que la vida podía ser así — que la verdadme liberaría. Lo que intentaba ocultar durante años mehubiera terminado matando algún día ya que la enferme-dad del alcoholismo no conoce límites. Sin embargo, concasi cincuenta años de andar por la tierra, estoy tan sóloen el principio de mi vida.

Hoy día, con ocho años de sobriedad, no siento orgulloni superioridad, sino humildad, acompañada de muchísi-ma gratitud.

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MALO SI BEBÍA Y MALO SI NO…

“A los 21 años de edad...después de llevar seis añosyendo a cuantos médicos me enviaban, después debuscarme enfermedades como VIH, lupus, metales enla sangre, lepra, una costilla flotante, cáncer y unmundo de cosas raras, fui sincera por primera vez enmi vida con un médico y le dije que consumía mucholicor…”

MI HISTORIA es igual a la de muchas mujeres alco-hólicas, que no sabíamos que sufríamos de alco-

holismo y cuando supimos que era una enfermedad, pen-sábamos que sólo les daba a los hombres.

Comencé a ingerir licor desde muy temprana edad.Más o menos cuando tenía seis años, en unas fiestas de finde año, junto con mi hermano mayor me robé una ban-deja que estaba lista para ser repartida con muchas copasde aguardiente y desde aquí comenzó mi carrera alcohó-lica. Solo que lo vine a saber cuando había entrado al pro-grama de Alcohólicos Anónimos 20 años más tarde.

Yo iba aumentando en edad y en mi manera de consu-mir licor. Mientras estudiaba la primaria sólo consumíalicor en las fiestas de fin de año, luego ya en la secunda-ria, veía con normalidad tomar vino y cerveza en los finesde semana, pero cada vez eran más frecuentes las ansiasque mantenía por la bebida, se me iba despertando lo quellamamos la “tripa aguardentera”. Éstas se recrudecieronmás cuando salí de la universidad, allí pasé a tragos másfuertes. Cuando terminé mis estudios me salió la práctica

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en otra ciudad; era mucho más grande; tenía tres veces elnúmero de habitantes de aquella pequeña ciudad en laque yo había nacido.

El mundo se abrió ante mis pies y me deslumbró, mehabía dado el permiso de tomar y hacer todo lo que se meantojara. Fui bebiendo cada día más y cada vez más can-tidad, pero menos calidad. Pasé de tragos finos a tragosfuertes y baratos. Los fines de semana eran una fiesta paraseguir con el elixir de la vida, la fórmula secreta de la ale-gría y el derroche. El rey alcohol fue ganando cada vezmás la partida, me enlagunaba siempre que ingería alco-hol, eran escasos los días en que recordaba todo lo quehabía hecho, los amigos ya no me invitaban a sus fiestasporque siempre formaba algún problema, me volví agre-siva y violenta. Si alguien me hacía algún reclamo por miforma de beber, lo agredía físicamente. Pero siempreencontré el ángel de la guarda que no me dejaba ni denoche, ni de día. Para este tiempo ya no sabía dónde esta-ba mi problema, porque con cinco cervezas ya estababorracha, la lengua se me enredaba y todos mis movi-mientos se volvían lentos; para la sexta cerveza no recor-daba nada. Aquí llegué al punto que mi vida se convirtióen un verdadero problema: Malo si bebía y malo si no lohacía.

Antes de ingresar a Alcohólicos Anónimos, fui a unsupermercado a comprarme una cadena y cuatro canda-dos para amarrarme a la cama, todo el fin de semana, por-que si lo lograba estaba segura de que no tomaría por lomenos en quince días o saldría victoriosa ese fin de sema-na. Pero no encontré lo que buscaba, porque las cadenasno las vendían soldadas como las necesitaba.

Luego llegó el fin de semana más desastroso delmundo porque me enloquecí de tanto beber y le rompí lacabeza a una amiga con la tapa de una olla a presión, lefracturé un dedo a otra, al amigo lo insulté porque era gay

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y al otro porque estaba metido en malos negocios. Penséal otro día que ésta sería mi última borrachera y tomé eldirectorio telefónico y llamé a A.A., pero me dio miedoque fueran por mí a la casa de mi abuelita que era conquien vivía en esta ciudad, me llené de pánico y colgué,pero luego recapacité y me dije si vienen por mí digo quenos vemos allá. Yo no tenía ni idea cómo funcionabaAlcohólicos Anónimos.

Estuve entrando y saliendo de los grupos de A.A. porespacio de tres años, cuando empecé a sentir que micuerpo estaba saturado por el licor y empecé a ver que nome respondían los brazos y las piernas. Para este momen-to ya tenía 21 años de vida, tuve que ir al médico, y meremitió al neurólogo. Después de pasar por tres neurólo-gos más, me remitieron a un equipo médico. Eran sieteespecialistas: un médico general, un psiquiatra, un neuró-logo, un ortopedista y otros tres más que no recuerdo suespecialización. A todas esas y después de llevar seis añosyendo a cuanto médico me enviaban, después de buscar-me enfermedades como VIH, lupus, metales en la sangre,lepra, una costilla flotante, cáncer y un mundo de cosasraras, fui sincera por primera vez en mi vida con un médi-co y le dije que consumía mucho licor, que había empe-zado a asistir a las reuniones de Alcohólicos Anónimos,pero que el programa me parecía muy difícil. La verdades que no lo había comenzado en serio hasta ese día.

Este buen hombre me dijo que tenía una polineuropa-tía alcohólica, y que lo mejor que podía hacer por misalud era dejar de consumir licor, porque si seguía así,podría quedar en una silla de ruedas, si es que no memoría antes. Con esta sentencia decidí hacer algo por mivida, seguí asistiendo a las reuniones de AlcohólicosAnónimos como si fueran mi única medicina, que meestaban regalando y que esta vez tenía que aceptarla por-que me estaba suicidando lentamente.

318 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

Los primeros días no fueron sencillos, no podía conci-liar el sueño, me levantaba de madrugada y tenía que ir atrabajar temprano. Se me descuadró el reloj biológico. Minueva enfermedad era igual al alcoholismo que se detie-ne pero no se cura; tenía que aprender a convivir conestas dos enfermedades.

Hoy después de muchos años todavía no he recupera-do del todo mi salud, es más, me volví una paciente deproblemática, porque cuando necesito una cirugía, porsencilla que sea, debo estar en un hospital especializado,porque dicen que la anestesia es muy arriesgada... secue-las de mi desorden de beber.

Después de saber esto y de haber desorganizado mivida de esta manera, Alcohólicos Anónimos era lo únicoque podía ayudarme y me dispuse para acoger esos DocePasos y empecé a caminar al lado de los verdaderos ami-gos. En esos días una vieja amiga de tragos me dijo queyo no era buena compañía porque no bebía, que esosalcohólicos me habían frustrado, que me había vueltomuy aburridora. Días después ella se suicidó de un tiro alcorazón. No pudo entender que la vida no era sólo licor,paseo y fiesta.

Seguí pues con mi programa. Seguí leyendo y llegué alas Doce Tradiciones; le encontré sentido a cada una deellas y entendí para qué fueron diseñadas; que no pode-mos quedarnos en nuestra recuperación, que tenemosque empezar a llevar este mensaje a quien lo necesite,que debemos ayudar al grupo a mantener esas puertasabiertas para cuando llegue alguien más así como un díallegué yo, que debemos ser dadivosos con nuestro grupoy nuestras oficinas, que todos somos los “socios de ellas”,que debemos compartir cuando tenemos, no sólo cuandonos sobra. Y por último empecé a leer los DoceConceptos; que por cierto me parecían muy complicadosy aburridores, pero me di cuenta de que allí es dónde está

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escrita la inmensidad de la Comunidad, que no estamossolos y que somos muchos, en muchas partes del mundo,alcohólicos y no alcohólicos, sin importarnos la clase,raza, sexo, religión, costumbres, idioma. Todos hablamosel mismo lenguaje del corazón.

Somos muchos los alcohólicos recuperados con estemilagro. Son muchos los dolores que me ha ahorradoAlcohólicos Anónimos, hasta el día de hoy. Sólo por 24horas, y con la ayuda de todos estoy segura de que seguirépor este camino, grande, ancho, espacioso y feliz, que meobsequió Alcohólicos Anónimos, con la ayuda infinita deese Poder Superior como yo lo concibo.

Gracias a todos los Alcohólicos Anónimos por ser mishermanos en donde quieran que estén.

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EL FIN DE UNA CORTA CARRERA

Un domingo por la mañana temprano este jovenalcohólico, solitario e introvertido, se despertó tiradoen el patio de una casa desconocida, experiencia quele dio la suficiente motivación como para buscarayuda en Alcohólicos Anónimos.

ES UN pequeño poblado en la montaña. La gente sededica a la agricultura y depende mucho de la lluvia

para que sus cosechas se logren. Es muy común el uso debebidas embriagantes por los campesinos del lugar. Lasbebidas más populares son la cerveza y el pulque, que esuna bebida local que se extrae del maguey (agave), y suuso se remonta a tiempos prehispánicos. También existeuna bebida fuerte que se extrae de la caña: el aguardien-te. En este lugar nací y, desde muy pequeño, vi de cercalos estragos que produce en hombres y mujeres el abusode estas tres populares bebidas embriagantes.

Fui el segundo de catorce hermanos, siete hombres ysiete mujeres, de los cuales sólo sobrevivimos diez.Siempre había un nuevo miembro en la familia que llega-ba a nuestro hogar para reclamar un lugar. Los cuatromayores nacimos en el campo, los otros diez nacieron en laciudad. Mi padre luchaba para cubrir las necesidades bási-cas de todos y siempre tuvimos un hogar y algo para comer.Mí madre también luchaba, tratando de criarnos a todos dela mejor manera posible. La vida en estos lugares es muydura. M padre no tenía nada, había pobreza; por lo tanto,crecimos con limitaciones materiales, de atención y cariño.

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A mi padre le gustaba el trago, y como resultado de esaactividad, tuvimos que emigrar a la capital. Mi madretambién tomaba y, ya instalados en la ciudad, la forma debeber de ambos empeoró. Yo contaba con ocho años deedad.

Asistí a la escuela los primeros seis años de educaciónbásica y mi desempeño, a pesar de todo, fue muy bueno.Hasta allí el propósito mío era no tomar nunca ningunabebida embriagante. Después de terminar la educaciónprimaria mi deseo más grande era asistir a la siguienteetapa, que era la secundaria pero, debido a que ya habíademasiados hermanos, mi padre ya no podía darnosapoyo; es más, los mayores tuvimos que trabajar paracubrir nuestras necesidades personales.

Fue una frustración tremenda para mí. Yo pensaba queera la obligación de mi padre darnos lo elemental paravivir. A esa temprana edad ya tenía una mala impresión demi padre por los abusos que, como bebedor, cometía con-tra nosotros. Era muy rígido en su forma de disciplinar-nos. Cuando no lo obedecíamos, hacía uso de los golpes ylas palabras obscenas, no sólo contra nosotros sino tam-bién contra nuestra madre. Y esa actividad duró desde lainfancia hasta, en mi caso, la adolescencia. Esto me causóuna tremenda inseguridad, miedo, deseos de venganza yotros sentimientos y pensamientos enfermizos que dura-ron por muchos años arraigados en mi mente. Traté deentender su comportamiento violento contra nosotrospero, a esa edad, no es fácil entender muchas cosas. Nopuedo culpar a mi padre por mi alcoholismo. Tampococreo que mi alcoholismo lo haya heredado de mis padresya que el resto de mis hermanos no tienen problemas conla bebida.

Empecé a trabajar aproximadamente a los trece años,aunque desde los ocho años hacía cualquier cosa y gana-ba algunos pesos. Ayudaba a un señor que era ciego a ven-

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der dulces en la entrada de una escuela. Un año despuésfui a trabajar de ayudante de construcción en una escue-la que estaban construyendo. Allí, al finalizar la primerasemana de trabajo y para celebrar con mis compañeros detrabajo mi primer salario, hice contacto con la cerveza, ymi decisión de no tomar nunca bebidas embriagantesquedó en el olvido. Andaba entre los catorce y quinceaños de edad y mi carrera alcohólica había comenzado.Desde el principio encontré en la bebida alivio para lashumillaciones, limitaciones y miedos que, según yo pen-saba, la vida me había dado. La bebida adormecía en mimente y ahogaba en mi pecho un padecimiento interno.Es cierto, el alcoholismo es una enfermedad física, men-tal y espiritual. La bebida me ayudó también a vencer esainseguridad para comunicarme con los demás y, sólo conla bebida, se me soltaba la lengua y podía hablar con cual-quiera de cualquier cosa. Sí, la bebida era el elixir mágicoque curaba y eliminaba muchas de mis limitaciones físicasy mentales, al menos eso era lo que pensaba en esos días.Incluso, borracho podía sentirme un gran galán y enamo-rar a una mujer. Sí, el alcohol tiene poder y, al ingerirlo,yo me transformaba y hacía el papel de personaje.

En el ambiente donde me desarrollé, el tomar, fumar yenamorar a una muchacha eran manifestaciones de queestaba en el camino correcto para convertirme en un ver-dadero hombrecito.

El día de esa primera borrachera con seis cervezas, nollegué al hogar donde vivía por miedo a sufrir las conse-cuencias por parte de mi padre. Llegué al siguiente día y,para mi sorpresa, mi padre no me dijo nada, ni tampocolo hizo mi madre. Sentí alivio y a la vez me sentí libre devolver a tomar si lo deseaba. Racionalizaba que si ganabami dinero era correcto que lo gastara como quisiera, y sideseaba emborracharme nadie tenía por qué prohibirmenada. Después de esa primera borrachera, sólo tomaba a

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escondidas, de forma ocasional, sin llegar a la embriaguez.Se acabó ese trabajo y me fui a acompañar a mi padre,

que también era ayudante de la construcción, y trabaja-mos en tres construcciones más. Por supuesto que allí labebida abundaba, pero yo no tomaba por miedo a mipadre allí presente.

Después, como a los dieciséis años, mi abuela y un tíome ayudaron a conseguir un trabajo en una fábrica debicicletas. ¡Imagínense mi inseguridad, que no podía yosolo conseguir un trabajo! Allí ganaba un poco más dedinero y también empecé a beber las cervezas con loscompañeros de trabajo. En esas borracheras hubo másirregularidades en mi conducta a las que no puse aten-ción. Abusaba de mi forma de hablar y utilizaba el lengua-je obsceno contra los demás compañeros de borrachera.Un compañero de trabajo casi me dispara con una pistoladespués de hablar mal de su madre. En otra ocasión aga-rré una borrachera con un compañero de trabajo y ama-necí en la cárcel por escandalizar en un hotel. Yo norecuerdo nada debido a las “lagunas mentales” que ya sehacían presentes en casi cada borrachera.

Tenía una novia que era muy buena persona pero queyo no supe valorar. Trabajábamos en la misma fábrica, yen varias ocasiones la dejé “plantada” esperándome pararegresar juntos a la colonia donde vivíamos. Esos desplan-tes eran porque yo prefería ir al billar o a tomar las cerve-zas con mis compañeros de trabajo. Esa situación durómás de dos años. Finalmente ella decidió dejarme y rom-per ese compromiso de matrimonio que habíamos hechodebido a que mi forma de beber no cambiaba y, por elcontrario, empeoraba.

Aunque hice un tibio intento de fortalecer mi cuerpo ymente practicando el fútbol, no funcionó debido a queera yo muy frágil físicamente, y demasiado débil mental-mente, para competir como todos los hombres lo hacen

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para alcanzar un lugar en la sociedad. Terminé bebiendolas cervezas en la orilla del campo de juego, gritando yexigiendo a mis compañeros de equipo que hicieran loque yo no pude hacer. Así es que seguí acumulandodecepciones y frustraciones y llenando mi estómago decerveza y tequila para ahogarlas. Por aquel tiempo hicetodo lo posible para alejarme de la familia y también detoda responsabilidad de mi parte hacia ellos. No sé cómohicieron mis hermanos para sobrevivir. Yo no pude ayu-darlos en su educación escolar ni tampoco con ningúntipo de ayuda económica.

En una ocasión tomé la decisión de alejarme de la ciu-dad y buscar mejores horizontes en otra parte. Junto conotro borracho, fuimos a parar a las playas de un complejoturístico en el océano Pacífico.

No estuvimos allí ni veinticuatro horas. Nos embriaga-mos y por la noche decidimos irnos a otra ciudad, más alnorte, donde el turismo y el puerto ofrecían la posibilidadde un empleo. Estuvimos allí una semana pero los inten-tos de conseguir un trabajo eran nulos, pero había bebiday casi a diario estábamos borrachos. Decidimos regresar ala capital y lo hicimos totalmente derrotados. La fuga geo-gráfica para solucionar mi problema con la bebida y cam-biar mi vida había fracasado. El alcoholismo es una enfer-medad que se lleva en la mente y no importa el lugar, allíme iba a acompañar. Cuando quise explicarle al dueño dela compañía (antes de irme aún trabajaba) mi ausencia demás de una semana, no quiso escuchar y me dijo que yahabía sido despedido. Estoy resumiendo un período deaproximadamente cuatro años en los que hubo más borra-cheras y, por supuesto, varios problemas más. Lo únicobueno que alcancé a rescatar de ese tiempo fue un conse-jo que me dio un compañero de trabajo para que tomaraun curso de capacitación gratuito en el Seguro Social.

Después de haber sido despedido decidí tomarlo pero

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tuve que hacer un esfuerzo tremendo para quitar de mimente la idea de beber, aunque también había un deseointerno de cambiar mi vida. No me emborraché en sietemeses, aunque me tomaba unas cervezas, digamos deforma controlada.

Al terminar ese curso de capacitación trabajé en otracompañía. Allí también abandoné el trabajo porque,según yo, no valoraban mi capacidad de trabajador.Después conseguí trabajo en una fábrica de envases devidrio. El resultado fue el mismo: después de seis meses,una mañana llegué borracho a trabajar y me despidieron.Después anduve vagando por algún tiempo. En unaborrachera me agarré a golpes con mi padre queriendosacar todo mi resentimiento guardado por muchos añoscontra él. El resultado fue que tuve que cambiar mi lugarde residencia. Mi antiguo compañero de trabajo, el queme había dado el consejo de que estudiara, me prestó unespacio donde vivir. Aunque conseguí un trabajo norecuerdo haberle pagado nada por el tiempo que viví ensu casa.

Por aquel tiempo me sentía totalmente muerto en vida,incluso consideré el suicidio, pero como un cobarde, sólolo pensé. No sentía ningún tipo de motivación para vivir ymi vida se había llenado de amargura, casi siempre esta-ba de mal humor por todo y contra todos, y este malhumor me duró muchos años. Había perdido la capacidadde sonreír. Era un tipo totalmente confundido, sin brúju-la. Me había convertido en un individuo solitario e intro-vertido. Varias veces me embriagué sólo, y aquello fuetremendamente horrible.

En diferentes momentos, algunas amistades trataron deayudarme. Uno de ellos me invitó a que asistiera al cultode su iglesia. No me agradó la idea ya que, desde muyjoven y por varios años, rechacé cualquier idea de some-terme a alguna religión. Otra señora también me invitó a

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que asistiera a las reuniones juveniles de su congregación.Está de más decir que no asistí. Otra señora, vecina dellugar, me aconsejó que me casara y tal vez así cambiaríami vida. No lo intenté debido a mi característica machistade ver a la mujer, no como compañera sino como alguiendesechable. Un alcohólico es una persona que no se ama así misma y tampoco sabe dar amor a los demás. Para estaépoca apenas tenía veintiún años de vida.

Por ese tiempo que viví con mi antiguo compañero detrabajo, algo increíble sucedió. Escuchábamos la radiopor la noche. Por aquellos años transmitían un programade discusión muy bueno en el que se consideraban dife-rentes temas, algunos controvertidos. En uno de esos pro-gramas, dividido en dos partes, invitaron a los AlcohólicosAnónimos a pasar la información al público. Escuché muyatentamente dos lunes consecutivos la información quedieron los A.A. Mi amigo, que conocía mi forma de beber,ya que en ocasiones bebíamos juntos, me sugirió quefuera a buscar ayuda en un grupo. Mi rechazo mental fueinmediato, pero algo, muy en lo interno, me decía queestos A.A. tenían algo que yo necesitaba. Le dije a miamigo que sería bueno probar, aunque no lo hice inme-diatamente. La semilla de Alcohólicos Anónimos y su pro-grama de recuperación había sido sembrada, afortunada-mente para mí, en terreno fértil.

Algunos meses después de recibir el mensaje, fui a vivircon uno de mis hermanos y seguí bebiendo tres años más.Cuando había dinero bebía, junto con borrachos ocasio-nales, en los cabarets baratos del centro de la ciudad. Allí,en la compañía de alguna mujer de muy dudosa reputa-ción, me engañaba a mí mismo creyendo que era un granamante. Por supuesto que mi madre y hermanos teníannecesidad de ayuda económica de mi parte, pero yo nopodía ver eso y tiraba mi dinero en esos burdeles. ¡Cuántaceguera la de un alcohólico!

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Mi última borrachera fue el detonante para llegar aAlcohólicos Anónimos. En aquella ocasión un compañerode trabajo se casó y fuimos a la fiesta. Había bastantebebida y empecé a tomar de forma compulsiva. Sólorecuerdo los primeros tragos, el resto de la fiesta me latuvieron que contar mis compañeros de trabajo.Totalmente embriagado, me atreví a acompañar a misamigos a otra fiesta. Debido a mi embriaguez quisieronllevarme a casa pero yo les dije que no y me dejaron en elcamino. Perdido de borracho me dirigí a quién sabedónde. El resultado fue que amanecí tirado en el patio deuna casa, muy lejos de donde yo vivía. El frío de la maña-na me despertó y empecé a caminar tratando de ubicar-me. Era un domingo por la mañana y poco más tardehabía salido el sol. A mí me parecía el día más negro demi vida. La gente iba de camino a la iglesia, al mercado oa disfrutar su domingo en algún lugar. Y yo iba camino alinfierno. Pedí a la gente algunas monedas para tomar elautobús para regresar a donde vivía. No olvido la formapiadosa en la que esos desconocidos veían mi derrotadafigura.

Esta escena de quedar tirado por la embriaguez ya mehabía sucedido en otras ocasiones. Me asaltaron y golpe-aron en tres ocasiones por andar de borrachera, sin con-tar otras escenas también humillantes para la dignidad deun ser humano. Ese domingo llegué a mi cuarto y pensémuy profundamente qué iba ser de mi vida. Me sentíamal física y mentalmente. Descansando la cruda, oía y meimaginaba cosas que no eran reales. Esto me había suce-dido anteriormente. Mi compañero de cuarto me invitó acomer. Me preguntó qué era lo que había pasado. Nopude decir nada. Ese día bebí mi última cerveza. Alsiguiente día tomé la decisión de probar seriamenteAlcohólicos Anónimos. Aunque algunos meses anteshabía hecho dos tibios intentos por asistir a un grupo, no

328 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

tuve el valor de entrar. Pero esa noche me dirigí a ungrupo que yo sabía que existía en el vecindario.Caminando por la avenida tropecé con otro grupo nuevoque recién se había abierto y allí me quedé afuera, pen-sando. Cruzar la puerta del grupo fue lo más difícil. Lopensé una y mil veces. Intenté regresar a mi cuarto y vol-ver al siguiente día. Caminé y me detuve en la esquina.Me dije a mí mismo: “¿Qué vas a hacer con tu vida? ¿Vasa continuar con la borrachera y llevando una vida misera-ble, como algunos miembros de tu familia lo han hecho?”El Poder Superior puso en mi mente la respuesta.Caminé de regreso y entré al local del grupo.

Era un lunes de 1980, minutos antes de las ocho de lanoche. Las personas allí presentes me indicaron que mesentara, que la reunión iba a empezar en unos minutos.Lo hice y escuché por vez primera a mis nuevos amigos.Y me sumergí en este mundo mágico que es AlcohólicosAnónimos. No recuerdo qué dijeron, pero lo que sírecuerdo es que hablaban con una sinceridad que norecuerdo haber escuchado antes en ningún ser humano.Seguí las sencillas sugerencias que aquellos alcohólicossobrios gratuitamente me dieron y desde aquella fecha nohe tomado el primer trago.

A pesar de la diferencia de edades (iba a cumplir vein-ticuatro años de edad y la mayoría de ellos pasaba de lostreinta y cinco), encontré algo que hoy entiendo es unpuente de comprensión, alguien en quien pudiera ver laprogresiva degradación de mi vida.

Esas charlas eran algo que me mostraba que estoshombres sabían del dolor interno de un alcohólico. Meinicié en el período de recuperación del sano juicio por-que, al final de cuentas, el beber hasta la embriaguez esuna locura. Asistía casi diario a las reuniones de estegrupo de hombres y mujeres que disfrutaban de la mutuacompañía. Aprendí a reír, bromear y a convivir con ellos.

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Me enseñaron que la vida es también alegría y que tienesentido y no tiene por qué ser un martirio. También meenseñaron el respeto a los demás seres humanos sin im-portar su condición económica, social o física. Mi grupotenía reuniones de participación libre y también sesionesde estudio, así que aprendí desde el principio un pocosobre el programa de A.A. y su papel vital en la vida de unalcohólico.

Años después regresé a la escuela. Hice los tres años deeducación secundaria en una escuela para trabajadores ylogré alcanzar un promedio alto. Mi récord y estabilidaden mi trabajo mejoraron bastante. Tuve la oportunidad dereparar daños con mi padre. No pude hacerlo con mimadre porque, debido a su alcoholismo, un sábado deotoño de 1985 amaneció en estado de coma y falleció alsiguiente día. La cirrosis se la había llevado a la edad decuarenta y nueve años. M padre corrió la misma suerte, elalcoholismo se lo llevó en el otoño de 2001.

Ciertamente el alcoholismo es una enfermedad mortal.Traté de ingresar a ambos a Alcohólicos Anónimos perosin éxito. A mi padre le gustó pero no quiso asistir a lasreuniones. Mi madre murió sobria. Logró la sobriedad enun grupo de A.A. sólo su último mes de vida.

He tenido situaciones difíciles y crisis emocionalespero, con la ayuda de mi Poder Superior manifestado através de mis compañeros de A.A., he logrado superarlasy seguir adelante. Mis compañeros me enseñaron desdeel principio que siempre debo tener un grupo base ytengo que estar frecuentemente en contacto con losmiembros de este grupo.

También he tenido grandes satisfacciones en la prácti-ca, por mínima que sea, del programa de A.A. Una de lasmás grandes ha sido el reajuste de las relaciones interper-sonales. He logrado borrar las distancias que había pues-to entre mis hermanos y yo. Me reúno con ellos y sus

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familias para compartir durante los días de fin de año.Comemos, platicamos, reímos, bailamos, “levantamosnuestro fondo” y, sin dolor, nos damos cuenta de que sólofuimos víctimas de una terrible enfermedad que azota alos seres humanos que ingieren algún tipo de bebidaembriagante.

Aún asisto a dos reuniones por semana, como mínimo,en mi grupo base. Cuando tengo la oportunidad y se mesolicita, acepto algún servicio en mi grupo. He aprendidoque Alcohólicos Anónimos es sólo eso, amor y servicio paralos seres humanos que me dieron eso mismo en mis días deborrachera. De esta forma estoy devolviendo un poco de lomucho que se me ha dado. El programa de AlcohólicosAnónimos funciona sólo si yo lo hago funcionar.

Mi corta trayectoria alcohólica puede que no sea unlibreto para una película. Mis años de actividad alcohóli-ca son apenas el inicio para otros. Lo que sí pude experi-mentar es que el deterioro físico, mental y espiritual deun alcohólico puede ser más rápido y difícil de soportarpara muchos. Las tempranas manifestaciones de la enfer-medad me convirtieron, al final de mi carrera, en un tipoincapaz, antisocial y solitario.

Los pocos o muchos años de alcoholismo de una perso-na no lo hacen más o menos apto para recibir el mensajede A.A. La recepción y adaptación de este programadependen de un deseo interno de parte de un alcohólicode aferrarse a la vida y de un esfuerzo sincero para serfeliz y útil.

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“CÓMO NOS ENGAÑAMOS CON ELALCOHOL…”

Siempre prefería vivir en un mundo de fantasía.La bebida parecía facilitarle la entrada a ese amenoaunque inventado reino imaginario que al fin se con-virtió en un caos y una catástrofe.

ESCRIBIR esta historia me parece uno de los proyectosmás difíciles de mi vida, quizás porque tiene que ser

totalmente sincera. La sinceridad y la honestidad no hanformado parte de mi vocabulario hasta que entré enAlcohólicos Anónimos y dejé de beber. No recuerdohaberme sentido nunca mejor que desde el último díaque tomé la última copa, hoy por lo menos y de momen-to, desde que me levanté esta mañana, y lo único queespero es que sea así el resto de mis días. Mi gratitud esinfinita a A.A. y a todas las personas que he conocido den-tro de los diversos grupos, que me han ayudado a apreciarmi vida tal como es, y a poder enfrentarme a los proble-mas de manera directa y sin miedo. Dentro de A.A. hedescubierto que usaba el alcohol para evitar enfrentarmea la realidad de la vida. Sin alcohol me siento como un serhumano, he adquirido el valor necesario para poder mirarde frente a todo lo que se presente, sea triste, desagrada-ble, fantástico, o sea como sea.

Nací en el seno de una familia con una serie de proble-mas y dificultades que posiblemente no sean muy distin-tas de las de muchas otras personas. Sé que eso no justi-fica mi comportamiento ni mi adicción al alcohol. Sé

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también que muchas personas han tenido una infancia yunas experiencias peores a las mías y no se han refugiadoen el alcohol ni se han comportado como yo lo he hechoen demasiadas ocasiones. Ahora sé que nací con la pro-pensión hacia el alcohol y que, más tarde o más tempra-no, lo habría adoptado como quien recibe a un amigo,aunque en realidad fuera mi enemigo.

Para mí el alcohol fue siempre el método que utilicépara evitar enfrentarme a la realidad, para aislarme y paracrear un mundo irreal. La realidad era inaceptable paramí; prefería crearme un mundo de fantasía y, por estemotivo, tendría que inventarme otro mundo irreal. Elalcohol sería mi fiel distorsionador, tan fiel que su mundoacabaría absorbiéndome cada vez más. Un mundo que alprincipio creía que era agradable, aunque inventado,pero eventualmente se convertiría en caótico y me arras-traría al desastre de mis últimos tiempos de relación conel alcohol.

Crecí prácticamente como hija única, pues mis herma-nos eran mucho mayores que yo y ya no vivían en casa. Mimundo era totalmente imaginario y, aunque era una niñamuy sociable y simpática, siempre pensé que era distintay superior a todos los demás humanos, fueran menores omayores. Fui buena estudiante y desde muy joven queríairme de casa. En retrospectiva y después de mucho inda-gar he descubierto que comencé a beber a solas a los die-cisiete años. Aunque mis padres no bebían, tenían siem-pre un bar con todo tipo de botellas de alcohol para lasvisitas. Recuerdo que al principio tomaba licor de mentaa escondidas. Recordando la experiencia, el sabor deaquel licor de menta me parece actualmente execrable.Ya entonces me gustaba el efecto aunque recuerdo queno me gustaba su sabor. Recuerdo perfectamente y comosi fuera hoy el efecto que me producía al principio, unavaga sensación de mareo y de felicidad, o por lo menos

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eso era lo que yo me creía. Eventualmente, sé quecomencé también a beber coñac y otras cosas, en peque-ñas dosis, hasta que un día me emborraché. La primeravez que me emborraché recuerdo perfectamente que porla mañana fui a la playa con unos amigos y por la nochehabía quedado con un amigo. Era la primera vez que salíacon un chico sola. Mentí a mis padres y les dije que meiba al cine con mis amigas. Tenía que regresar a las diez ymedia de la noche. Como no estaba muy segura de cómome tenía que comportar con este chico que, además, eramucho mayor que yo, bebí más de la cuenta y me embo-rraché, bien por miedo, por timidez, o simplemente por-que mi enfermedad empezaba a asomarse. Recuerdoaquella noche haber ido a varios bares, comido tapas ybebido vino. Sé que me empecé a sentir un poco marea-da pero tenía una sensación de “supermujer” y todos mismiedos y mi timidez habían desaparecido. Me doy per-fectamente cuenta de que buscaría esa sensación duran-te todos los años que seguí bebiendo y que, por cierto,fueron demasiados. Al llegar a casa recuerdo que mimadre le dijo a mi padre: “está borracha”. Yo lo negué ydije que simplemente me había tomado un par de copasde vino pero que los efectos del sol del día de playa mehabían afectado y que tenía más bien una insolación. Éstafue la primera mentira que dije relacionada con mi enfer-medad. Me fui a dormir y a la mañana siguiente melevanté con dolor de cabeza, que atribuí a la presuntainsolación. En mi casa no se volvió a hablar del tema.

Aquel mismo verano me fui a estudiar a otro paísdurante un año. No recuerdo beber asiduamente pero sírecuerdo haber sido invitada a una boda a la que fui conla familia donde vivía, y haberme emborrachado.Recuerdo que durante la noche la madre de la casa mesugirió que la próxima vez que fuera a una función seme-jante bebiera té. Estas palabras se me quedaron grabadas,

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pues las recuerdo como si fuera ayer, pero obviamente nolas tomé como consejo ni como pauta de comportamien-to. ¡Ojalá lo hubiera hecho!

A mi regreso comencé a estudiar en la universidad.Recuerdo quedarme leyendo al final de la noche, o inclu-so estudiando, a menudo y, más y más a menudo, con unacopita de vino. Cada vez que salía con amigos, tomaba unpoco más de la cuenta y también recuerdo haberme pre-sentado a exámenes orales después de haber tomado. Erabuena estudiante y tuve suerte, pero a partir de entoncessé que mi enfermedad comenzó un proceso de incremen-to. La verdad es que ahora me pregunto cómo pudelograr salir adelante con mis estudios.

Me casé a los veinte años y, en retrospectiva, sé perfec-tamente que no me casé amando a mi marido, hasta elpunto que ahora recuerdo que incluso fui a la iglesiaborracha. Parecía “alegre” para todo el mundo, pero yosabía claramente que había estado tomando alcohol paraadormecer la realidad. Esta boda para mí fue ya entoncesotra forma de escape. No me sentía bien conmigo misma,quería salir de nuevo de mi país, que entonces considera-ba una sociedad opresiva y, junto con mis padres, con susideas anticuadas me impedían desarrollar lo que yo pen-saba que quería ser. Obviamente este “escape” a través deun matrimonio me entrampó más que otra cosa. Mi mari-do era extranjero y mayor que yo. Muy pronto me dicuenta de que no estaba feliz con él y eventualmente medivorcié, me fui a otro país a terminar mis estudios ydurante este tiempo mi enfermedad me mantenía en loque yo veía erróneamente como una especie de equili-brio. Estoy segura de que mi alcoholismo no era solamen-te una enfermedad física, sino que era una enfermedadespiritual. A pesar de trabajar mucho y de tener amigos yuna vida agradable, sentía como si constantemente mefaltara algo, y así me sentía siempre, vacía por dentro. No

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sabía lo que me faltaba ni tampoco sabía exactamente loque quería. Fui a ver a un psiquiatra y recuerdo que élatribuía mi insatisfacción al estrés de mis estudios. Todoparecía bien por fuera, pero por dentro yo me sentíavacía, insatisfecha y sabía que me faltaba algo. Yo ya medaba perfectamente cuenta entonces de que ir a ver alpsiquiatra no me servía para nada; me recetó sedantesque creo me tomé dos veces, pero mi única medicinaseguía siendo el alcohol, aunque todavía mi enfermedadalcohólica no había alcanzado el nivel que alcanzaría añosmás tarde.

Por aquella época conocí al hombre con quien despuésme casaría. Nuestra relación empezó en una fiesta abrien-do una botella de vino y seguimos durante años bebiendojuntos. Tuvimos dos hijos y, a pesar de que yo había termi-nado un doctorado, decidimos que lo mejor era que mequedara en casa cuidando de la casa y ejerciendo demadre. Aunque estaba feliz con mis niños seguía sintien-do que me faltaba algo y me sentía muy sola, así que co-mencé a beber sola cada vez más y más.

Entré en una progresión infernal, sintiéndome en unaabsoluta soledad, con dos niños pequeños en casa, y frus-trada con otro tipo de ambiciones profesionales que cadavez eran más inalcanzables. Todos mis compañeros yaestaban encauzados en sus carreras. Sentía que yo yahabía perdido el tren y en el fondo me sentía más y másfrustrada. La enfermedad alcohólica ya estaba desarro-llándose. No me reconocía como persona y, cada vez mása menudo, comenzaba a pensar que lo mejor que mepodía pasar era morirme, que nadie me echaría en falta.Al fin y al cabo no era una buena madre pues bebía conmis hijos en casa. ¿Qué se podía esperar de mí? Me sen-tía sin valor, como si no fuera nada. Sabía que ni tenía untrabajo, ni una profesión y ni siquiera me parecía quefuera una buena madre. Una mezcla de culpabilidad, de

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desasosiego y, al mismo tiempo, la sensación de que elmundo no me necesitaba y que simplemente era unestorbo para todos, iban en incremento. La relación conmi marido se iba deteriorando también y los últimos añosantes de dejar la bebida y encontrar AlcohólicosAnónimos resultaron ser un verdadero infierno para mí ypara toda mi familia.

Mi matrimonio era un fracaso total. Mi marido seguíabebiendo conmigo pero más adelante, cuando yo intenta-ba dejar de beber, él comenzó a fumar marihuana más ymás. Durante estos años recuerdo pensar a veces queposiblemente yo tuviera un problema con el alcohol yrecuerdo haber hecho las pruebas que de vez en cuandouno encuentra en revistas e incluso en la Internet. Algunavez estuve a punto de entrar en un centro de rehabilita-ción para alcohólicos que se encontraba cerca de casa ypedir información o, simplemente, que me acogieran.Llegaba siempre a la puerta, miraba con aprehensiónhacia dentro, con ganas al mismo tiempo de que me lla-maran desde dentro, pero nunca me atrevía a entrar pormi propia voluntad. Posiblemente temía que me dijeranque me quedara, pues mi sitio estaba efectivamente allí.¡Ojalá lo hubiera hecho!

Me sentía culpable y me daba cuenta del daño que lesestaba haciendo a mis hijos, pero al mismo tiempo sé queme estaba engañando a mí misma por no reconocer quelo que tenía era un problema de adicción al alcohol. Elinfierno en el que estaba se convirtió en un lugar familiaren el que, en el fondo, yo ya sentía que estaba atrapada ydel que no veía la manera de salir. Mi autoestima erainexistente y lo único que veía era que todo el mundo medespreciaba y mi marido me insultaba con su actitud yhumillación. Pensé en suicidarme más de una vez, aun-que nunca lo intenté. Hablaba del suicidio más y más amenudo y ahora en retrospectiva pienso que entré en una

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gran depresión provocada por el mismo alcohol. Lo queinicialmente pensaba que era una sustancia que me pro-ducía bienestar y euforia, más tarde aprendería que erauna sustancia depresiva. ¡Cómo nos engañamos a nos-otros mismos con el alcohol! Y qué traicionera es estaenfermedad que nos hace creer que somos otra cosa, quenos hace creer que nos produce euforia y buen estado deánimo cuando en realidad el resultado es todo lo contra-rio. Me doy cuenta ahora de que me pasaba todo el tiem-po buscando salidas pero no encontraba las puertas, bus-caba soluciones pero no veía cuáles eran los problemas,buscaba emociones pero me sentía vacía y totalmentedesprovista de energía. Me sentía totalmente confundida,deprimida y sin ánimos. Decidí ingresarme dos veces enun hospital psiquiátrico, presuntamente para descansar ypara que me cuidaran, y fue allí donde aprendí (aunqueal principio no hice caso) que mi problema verdadero erami dependencia y adicción al alcohol. Una vez que salí delhospital tuve la actitud típica del alcohólico, la de lasoberbia. Por supuesto decidí que podía lograr dejar debeber sola, que no necesitaba ayuda y que A.A. no meservía a mí pues, al fin y al cabo, yo no tenía un problematan grave como las personas que encontraba en las pocasreuniones de A.A. a las que asistía. Comencé de nuevo amentirme a mí misma y a los demás: mi problema no erael alcohol, pensaba. Mi problema era todo lo que merodeaba, el mundo, la gente, mi familia. Obviamente,recaí y volví a recaer cada vez que intentaba dejar debeber sola. Las últimas semanas que estuve bebiendo lle-garon a ser lo peor que recuerdo de toda mi vida, aunquesé que me acuerdo solamente de una pequeña parte. Noveía la diferencia entre el día y la noche, alucinaba y loúnico que quería era dormir y no volverme a despertar.Mi autoestima había desaparecido por completo.

El dolor que provoqué a mi familia es algo que espero

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que me perdonen algún día. La relación con mis hijos hamejorado muchísimo pero sé que las heridas están toda-vía cicatrizándose. Parte de mí me hace pensar que lesrobé parte de su infancia, pero por otro lado miro al pre-sente con esperanza y con fe. Sé que han visto un cambioy que pueden retomar su confianza en mí. Es un procesoque se desarrolla de día en día y poco a poco, que no ocu-rre de repente, al igual que nuestra enfermedad tampocose crea ni se desarrolla de repente. A veces la veo comouna serpiente muy larga, semitransparente, que nos ace-cha y cuando menos lo esperamos se nos enrosca y no nosdeja movernos, asfixiándonos lentamente. He ido apren-diendo poco a poco, pero lo que he aprendido dentro deAlcohólicos Anónimos, es a vivir. Estoy comenzando,aunque a veces pienso que lentamente, a apreciar la vidade otra manera, a estar siempre alerta, descubriendo nue-vas cosas, sentimientos y sensaciones que jamás se mehubieran ocurrido que existieran y, al mismo tiempo, sigointentando mejorar poco a poco.

Nunca quise creer que Dios existiera. Pensé que nos-otros los humanos, pero sobre todo yo, éramos reyes ysoberanos de todo, que yo especialmente era mejor quenadie, y esto lo llegué a pensar incluso en mis peoresmomentos. Llegué a pensar que si estaba bebiendo eraporque nadie me comprendía y por eso me sentía sola.Por supuesto que nadie me comprendía si solamentehablaba conmigo misma y, además, estaba borracha. Pocoa poco he llegado a la conclusión de que Dios esta ahí yestá con nosotros en la medida en que nosotros estamostambién con él y le pedimos ayuda. Una vez que salimosde nuestro propio egoísmo y vemos el mundo a nuestroalrededor con aceptación, con humildad y sin orgullo, lavida cambia. Esto es lo que he descubierto durante estosúltimos tiempos. En cuanto tomamos una actitud positivahacia la vida, nos enfrentamos a nuestros problemas de

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manera directa, intentamos poco a poco salir de nuestroegoísmo, pedimos ayuda a Dios e intentamos ayudar a losque nos necesitan, las cosas cambian drásticamente.Efectivamente, los problemas no se resuelven solos, lavida nos trae cosas mejores y otras peores, pero a pesar detodo, mi vida nunca ha sido mejor que ahora que tengo elregalo diario de la sobriedad. Mi vida ha cambiado radi-calmente, he comenzado a trabajar, me siento contenta yllena de gratitud.

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TENÍA MIL MÁSCARAS

Tocó su fondo emocional y llegó joven a A.A., aho-rrándose así años de sufrimiento.

EMPECÉ a beber a los doce años de edad y dejé debeber por la gracia de Dios a través del programa de

A.A. a los dieciocho años de edad. No pasé muchos añosbebiendo. No bebía todos los días. No bebía en cantida-des exageradas. De niña era muy delgada así que conpoco me emborrachaba. Nunca gasté un centavo en alco-hol. Me tomaba el alcohol en las neveras de las casas queyo visitaba, me invitaban mis amistades, o me lo bebía enfiestas. No perdí casa ni auto ni familia ni dinero. Vivíacon mi madre y mi hermana. No teníamos dinero así quetomábamos el autobús. Tenía buenas calificaciones. Sihubiera querido tener una excusa para decir que yo noera alcohólica, podría haberme refugiado en cualquierade las mencionadas. Pero la realidad es que era alcohóli-ca porque sufría de la obsesión y la compulsión caracterís-ticas del alcoholismo; porque todas mis intenciones de nobeber siempre fallaban; porque tenía un gran hueco en elalma que quería llenar con cualquier cosa, ya fuera alco-hol, pastillas, drogas, comida, sexo, dinero, cualquier cosaque me hiciera sentir bien de inmediato; porque dentrode mí yo sentía que no valía nada; porque mis defectos decarácter y miedos habían vuelto mi vida ingobernable y,en momentos, hubiera preferido morir que sentir lo quesentía y ser lo que era.

Cuando llegué al grupo de A.A., yo no llegué buscando

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ayuda para mi alcoholismo. Llegué buscando informaciónde lo que era A.A. porque mi novio tenía tres años en A.A.y se enteró de que yo estaba bebiendo en su ausencia. Élme dijo que su madre había sido alcohólica y que no que-ría estar con una mujer que bebiera. Así que le pedí a unamigo de él de A.A. que me llevara a una reunión para yopoder entender cuál era el problema de él. Resultó quemás bien encontré cuál era el problema mío. En el grupocasi no había mujeres ni jóvenes; casi todos los hombreseran mayores de cincuenta años. Y aquí llego yo, unajoven de dieciocho años, con lo que yo consideraba ser unfondo alto. Más tarde me di cuenta de que los fondos noson exteriores sino interiores, de que son emocionales yno materiales. Por eso existen alcohólicos que han perdi-do todo lo material y social y aún no pueden admitir suderrota; porque aún no ha habido un fondo emocional.Le doy gracias a Dios por abrir mi mente y porque pudedarle su valor a mi propio sufrimiento. Yo busqué, no lasdiferencias entre mis compañeros y yo, sino lo que tenía-mos en común.

A través del apadrinamiento y los Doce Pasos pudeverme con objetividad y compasión y pude ver la verdadde mi pasado, que bebía para ser amada y aceptada por lagente porque no me amaba y aceptaba a mí misma. Comogran actriz, tenía mil máscaras para ser lo que pensaba queotros querían que yo fuera; bebía para escapar del infier-no que estaba viviendo con mi familia. Mi madre sufría deuna enfermedad mental la cual no le permitía darme elapoyo emocional, material y espiritual que necesitaba deniña. Más bien yo pasé a ser madre de ella. El concepto deDios que ella me inculcó era que si hacíamos suficientesoraciones, Dios nos daría todos nuestros deseos, nos con-vinieran o no. Que si no se nos concedían era porquealguien nos había echado mal de ojo. Por causa de sus pro-blemas emocionales, me hizo temer que todas las perso-

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nas estaban tratando de lastimarnos y yo empecé a des-confiar de todo el mundo. Luego, cuando entré en lapubertad a los doce años, fui abusada sexualmente por mipadre. Esto me llenó de resentimientos hacia todos loshombres y pasé mi adolescencia queriendo desquitarmecon ellos o buscando desesperadamente que me amaran.En varias ocasiones pensé en el suicidio pero, como creíaen la reencarnación, siempre pensé que si me mataba ibaa tener que volver a nacer y vivir lo mismo otra vez. Asíque mejor empecé a beber y drogarme para olvidarme delmundo, muchas veces sola y a escondidas. Mi vida se vol-vió ingobernable. La vergüenza por mis acciones y elmiedo formaron parte regular de mí.

Cuando me hice miembro de A.A., mi autoestima esta-ba tan baja que pensaba que ni siquiera merecía ser acep-tada por los alcohólicos. Por la gracia de Dios, uno de losmás viejos del grupo me dijo que no importaba si eraalcohólica o no, que sólo importaba si tenía el deseo dedejar de beber. Yo le dije que sí lo tenía y él me dijo queentonces yo podía ser miembro de A.A. Gracias a Diosque el viejo me lo puso tan simple porque si yo hubieratenido que decidir si era alcohólica o no, no hubiera sabi-do lo suficiente de la complejidad de una enfermedadque ataca la mente, el cuerpo y el alma, como para poderdecidir en ese momento.

Luego, con sólo dos meses en el programa, me obsesio-né con el amigo de A.A. que me estaba llevando al grupo.Por la gracia de Dios, él llevaba diez años sin beber y medijo que, aunque yo también le gustaba, él estaba tratan-do de practicar un programa de recuperación y cambiarde actitud. Que él quería serle fiel a su novia y respetar asu amigo, que era mi novio. Además, que yo era nueva enel programa y no sabía lo que estaba haciendo y me debíaenfocar en mi recuperación. Me sugirió que me consi-guiera una madrina y trabajara en los Doce Pasos. Años

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más tarde, yo le di las gracias a él por haber puesto pri-mero los principios, porque si yo me hubiera involucradocon él, lo más probable es que hoy no estaría en A.A. Diosle dio un momento de lucidez y él puso a un lado suegoísmo para darme a mí la oportunidad de quedarme enA.A. Por supuesto, en ese momento no lo vi así y me sentítan despreciada que de coraje fui y me enredé con unapersona fuera de A.A. Por causa de eso, mi novio quisoromper conmigo y yo tuve lo que fue mi fondo. Yo habíaquerido sólo dejar de beber pero quería seguir actuandoigual que antes y eso no coincide con el programa de A.A.Cuando mi novio me echó de la casa, agarré el auto yempecé a manejar a 65 millas por hora en unas montañaspeligrosas donde la velocidad máxima era de 35 millas.De momento, escuché una voz tranquila y amorosa queme dijo: “tranquila, ésta no es la solución”. Detuve el autoy empecé a llorar. Fue mi primer despertar espiritual.Pensé que si morir no era la solución, entonces mejorbeber. Pero empecé a recordar a todos mis nuevos ami-gos de A.A., que ya tenía cinco meses sin tomar y no losquería defraudar; y me di cuenta de que ya no podíaregresar hacia atrás. Ese día decidí que estaba dispuestaa hacer cualquier cosa por no beber. Busqué una madri-na que me amadrinó con la literatura y los Doce Pasos yempecé a servir en el programa de A.A.

Luego de esa pelea, me contenté con el novio y a losdos años nos casamos. Desafortunadamente, nosotros nosjuntamos cuando ambos teníamos muchos traumas,defectos y resentimientos y nos lastimamos mucho.Eventualmente tuve que admitir que realmente nuncahabíamos sido compatibles y que queríamos distintascosas de la vida. En mi caso, me tomó trece años de tra-bajar en el programa y conocerme a mí misma para tenerla suficiente fortaleza espiritual para desprenderme deesa relación. Y más que nada, de poder irme sin odio ni

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dolor, sino con compasión y perdón hacia él y hacia mímisma.

Hoy en día, dieciséis años después de haber dejado debeber, disfruto de una relación maravillosa con un compa-ñero de A.A. que conocí en el servicio. Por primera vez enmi vida sé lo que es una relación de pareja donde existe elamor y la aceptación incondicional. Compartimos el gozodel servicio y el amor a A.A. Caminamos mano a mano enel camino de la recuperación y llevamos juntos el mensa-je de A.A. a aquellos que aún sufren. Es un privilegiopoder servir a mis compañeros y un verdadero gozo el sertestigo de cómo, poco a poco, son convertidos por la gra-cia de Dios en hombres y mujeres con dignidad.

Hoy soy actriz de profesión. Todas las máscaras que meponía antes para que otros me quisieran, ahora me laspongo, pero para mi carrera artística. En mi vida real noutilizo máscaras, puedo ser quien soy. Soy amada y respe-tada por mi esposo, mi familia, mis amigos, mis patronesy mis compañeros de A.A. Gracias a A.A. he podido acep-tar a mi mamá así como es y trato de ser la mejor hija quepuedo ser para una madre enferma. Gracias a A.A. hepodido perdonar a mi padre sus errores y me enfoco ensus aciertos. Gracias a A.A. he encontrado el amor propioy el valor del ser humano. Por mucho tiempo yo fluctuéentre un complejo de inferioridad y delirios de grandeza.Ahora empiezo a comprender la palabra humildad, lacual para mí es el saber que todos tenemos el mismovalor; que sólo hay uno que es más grande y ése es Dios,el cual preside sobre todo. Esto es muy importante paramí, puesto que como actriz recibo la admiración de laspersonas y es fácil perder esta perspectiva. Realmente essólo otra manera, aparte de pasar el mensaje de A.A., decompartir aquello que Dios me ha dado.

La palabra “gracia” significa “regalo”. Es algo que no semerece por esfuerzos personales. Es algo que Dios rega-

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la simplemente como expresión de su gran amor por sushijos. Todo lo que soy, todo lo que tengo, todo lo quehago, es por la gracia de Dios. Cada día, quiero despertarsobria, dando gracias a la Comunidad de A.A. que salvómi vida y alabando a Dios que, por amarme tanto, mellevó a sus puertas.

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EXTRANJERO ENTRE LOS HOMBRES

Se sentía como un extraterrestre, caído a la Tierra porcausa desconocida. La bebida, que parecía ofrecerle entra-da a otro mundo, lo dejó aislado del actual y presente.

LAS PRIMERAS sensaciones que recuerdo son de extra-ñamiento, de singularidad y rareza. La discrepancia

está en la raíz más profunda de mi ser y sin duda ha con-dicionado mis difíciles relaciones con la vida. Si al nacerhubiera sabido ponerle palabras a mis sentimientos,hubiera razonado de esta manera:

No pertenezco al mundo, ni siquiera a la galaxia.Procedo de una luna ingrávida y transparente donde nadiesabe lo que es el miedo. La vida es allí una caricia y se nece-sitan menos capas de piel para afrontarla. Por causas quedesconozco, quizás alguna falta, los dioses me desterrarona este planeta. En cuanto caí a la tierra sentí en mis carnesla herida de la existencia. Soy un extranjero entre los hom-bres, un extranjero que se pregunta “¿por qué no soy comolos otros?”

Soy el segundo hijo de cinco hermanos. Mi padre traba-jaba y mi madre cuidaba de la casa. Que yo recuerde, fuiun niño querido y tuve una primera infancia feliz.

Empecé mi formación escolar en un colegio católico. Ungigantesco Cristo con el pecho atravesado de espadas pen-día de la fachada. De mi paso por las monjas conservo enmi interior dos episodios puntuales. El primero es la bofe-tada que me dio una de las hermanas por dibujar un trenen vez de sumar unos números. Con aquel cachete apren-

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dí lo que era el miedo, y de propina, la rabia y la impoten-cia. Al día siguiente, al volver al colegio, experimenté miprimer resentimiento y supe del inmenso poder de la ima-ginación. Cuando no puedes matar a alguien en la realidad,siempre puedes hacerlo con la mente. Cuando la realidadno te gusta, siempre puedes cambiarla en tu cabeza.

El segundo episodio me enseñó que puedo sentirme cul-pable simplemente por estar vivo, y me hizo experimentarel temor al castigo antes de que éste se produjera. Fue tam-bién en clase. Faltaba poco para que sonara el timbre cuan-do descubrí bajo el pupitre un gran charco amarillo. Intentésecarlo con hojas del cuaderno, pero el papel era pocoabsorbente. Esta vez la monja no se dio cuenta, pero eso fuelo de menos porque yo, arrodillado en el suelo, me castiguéa mí mismo con una buena reprimenda. Mi mente aprendióa vivir en el pasado, reviviendo sensaciones que lo transfor-maban, y en el futuro, anticipándose a los acontecimientos.Desde bien pequeño me olvidé de vivir el presente.

Descubrí que la mayoría de los adultos te quieren más sieres perfecto. Los niños que adoptaban determinadoscomportamientos recibían palmaditas y besos. Eran losbuenos. Al otro lado de la línea estaban los rebeldes. Yo mearrimé a los primeros sin plantearme siquiera si era lo queyo quería hacer. Sólo buscaba el terrón de azúcar con elque se premia a un caballo dócil. Era capaz de hacer cual-quier cosa por conseguirlo. Así, casi sin querer, me conver-tí en un niño perfecto.

La perfección si bien se mira, da mucho juego. Por unlado es la negación de un mundo a todas luces incompleto,el mundo al que yo había sido arrojado desde mi lunaingrávida. Empeñarse en ser perfecto en un mundo imper-fecto es una forma de protesta. Por otro lado, si haces loque se espera de ti, todo el mundo te quiere, al menos enapariencia. Yo disponía en mi alma de un enorme agujeroque quería llenar de amor, pero lo único que había a mano

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era la aceptación de los demás. A falta de un sentimientoauténtico, utilicé el sucedáneo. Tenía cinco años y todavíano había bebido una gota de alcohol.

Cuando cumplí los seis pasé a un colegio de los Padrescatólicos, donde permanecí hasta los diecisiete. Allí quienno se sabía la lección recibía un reglazo en las yemas de losdedos. La atención de los escolares, siempre más fija en elvuelo de una mosca que en el teorema de la pizarra, se cen-traba con un tirón de patillas o un masaje en los carrillos.Años después, no pude ser el eslabón abierto de la cadenay repetí estos esquemas con mis hijos. Las víctimas, cuan-do crecen, suelen convertirse en verdugos. Ésa es su con-dena. También fue la mía. El alcohol, que ya por entoncesconsumía sin medida, multiplicó la ira. Mi cerebro, siem-pre dispuesto a justificar lo injustificable, llamó “educa-ción” y “firmeza” al maltrato físico y psicológico de unosniños indefensos. Intenté ser el que recibe el daño y no lotrasmite, pero no pude vencerme a mí mismo.

A los once años se inició mi largo romance con las bote-llas. Fue en el colegio. Dos o tres compañeros quedamosen llevar bebidas al aula. Yo rellené un bote de plástico conalguno de los licores dulces que había en casa. Queríaexplorar nuevas sensaciones e imitar a los adultos, quebebían que era un gusto.

Además, las clases eran un aburrimiento. Recuerdo lasrisitas de mis compañeros cuando me sacaron a la pizarra,colorado como un campesino, para balbucear la lección. Lopasé mal, pero me encantó el protagonismo. Aprendí quela gente te mira si haces un poco el payaso, y esto resultafácil, casi natural cuando vas un poco entonado.

Llegó la adolescencia y con ella se agudizaron miscarencias. Supe entonces que aquel líquido mágico queme aturdía durante las interminables tardes escolares eracapaz de proporcionarme todo aquello que necesitaba.Desenroscaba un tapón, dejaba bajar el líquido por la gar-

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ganta y al instante mi mente manejaba todo un universo deposibilidades. Un par de tragos de ginebra me hacían cre-cer unos pocos centímetros, unas cervezas aguzaban miinteligencia, unos cuantos tragos de ron con soda me vol-vían locuaz con las chicas, el whisky me transformaba en elrey de la pista de baile. Con el alcohol brotaba de mi inte-rior una personalidad maravillosa que sólo existía en missueños, una especie de príncipe azul del subconscienteque me redimía de la realidad insuficiente. Con alcohol lavida era perfecta, completa, sin fisuras. Yo seguía sin enca-jar en el mundo, y eso me arañaba, pero el alcohol era unbálsamo milagroso que disponía sobre mi alma las capasde piel que me faltaban. Cuando algo dañaba mis emocio-nes me tomaba unas cuantas copas y todo me resbalaba.

El alcohol no me transformó, simplemente potenció losmecanismos que mi mente desarrollaba para defendermede la realidad hostil, una realidad que ni entendía ni megustaba. Ya había descubierto en las páginas de los libros yen las pantallas de cine la maravillosa posibilidad de olvi-darme de mí mismo y encarnarme en los otros. Me fasci-naba la capacidad de vivir con la mente vidas ajenas.Construí un lugar donde me sentía a salvo de las heridasemocionales, donde no me alcanzaba el roce de las cosas.No sabía entonces que los refugios que están hechos conmiedo protegen, pero también encarcelan. Yo, que nuncame había integrado en la vida, me aislaba sin remedio.

El alcohol era legal, pero otras sustancias estaban prohi-bidas, y esto le daba mucho morbo a un espíritu delirantecomo el mío. Cuando las mezclé con el alcohol, los mun-dos imaginarios se multiplicaron dentro de mí hasta desga-jarme de la realidad. Entretanto mi autoestima descendíasin freno hacia el subsuelo y mi sistema nervioso se depri-mía. Pero, como decían algunos actores en la pantalla, nohabía nada que no arreglara un whisky con soda. El alco-hol empezó a despertar en mi interior un monstruo de

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soberbia con el que compensaba todas mis carencias.La soberbia es un curioso sentimiento en una persona

como yo, que no se creía merecedora de nada, ni siquierade la existencia. Con soberbia equilibraba precariamentemi baja autoestima y conseguía una personalidad de extre-mos, la única posible para mí en aquella época. La sober-bia, casi siempre asociada a la envidia y al resentimiento, esotra cárcel que me obligaba a vivir siempre mirando dereojo la vida de los otros. La vida era injusta y les daba a losdemás lo que me correspondía por derecho propio. Yo, envez de trabajar para conseguirlo, me emborrachaba.

Mi soberbia siempre ha sido de tipo intelectual. Lascopas me convertían en un experto en cualquier campo delsaber. Filatelia, carburadores, relaciones internacionales,agricultura de subsistencia…, nada se me resistía cuando elwhisky engrasaba mi cerebro. Con unos cuantos tragos erael escritor incomprendido que descubrirían las generacio-nes venideras, o un habilidoso saxofonista, o un intrépidonavegante solitario. Todas las noches, tumbado en la cama,el mundo, rendido a mis pies, reconocía mis méritos. Todaslas noches, mirando las grietas del techo, pronunciaba dis-cursos, y a veces me entrevistaban.

La vida, entretanto, seguía su curso inexorable, ajena amis delirios. Terminó la adolescencia y empezó la primerajuventud. Concluí los estudios y empecé a trabajar. Mecasé, nacieron mis tres hijos. El tiempo pasaba y yo seguíaen mi nube, que hacía flotar a base de alcohol y drogas.

Mi carácter empezó a cambiar. Pasaba, sin solución de con-tinuidad, de la euforia a la ira. Nadie en casa sabía a qué ate-nerse. En el descenso vertiginoso hacia las alcantarillas de mienfermedad me fui quedando cada día más solo. Intentabacomunicar mis pensamientos y mis emociones, pero nadieparecía interesado en aguantarmis balbuceos salvo si les paga-ba unas cervezas, y cuando le mostraba a alguien mis escritos,me los devolvía envueltos en un piadoso silencio.

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Un día me di cuenta de que una droga me esclavizaba yla dejé. Era incapaz de ver mis otras adicciones. Me desen-ganché sin ayuda, pero el hueco que dejó esa droga fueocupado de inmediato por otra. Cambiaba de pareja cir-cunstancial pero permanecía fiel al alcohol, mi amor per-manente. No quería renunciar al placer de creerme porunas horas Henry Miller o Humphrey Bogart.

Con el alcohol y la nueva droga ingresé definitivamenteen la locura. Mi mente segregaba continuamente delirios yjustificaciones. “No pasa nada”, me repetía constantemen-te. Tú no tienes problemas. Los problemas los tienen losotros, que no saben vivir, que son unos “capullos” y no seenteran de nada. Yo era el listo, el que lo tenía todo bajocontrol. En realidad estaba tan mal que no sabía lo mal queestaba. Los que me rodeaban se apresuraron a ponerse asalvo. Perdí definitivamente el control de mis actos y des-cendí círculo a círculo hasta el fondo del infierno. Desdeallí, chapoteando en mi propia inmundicia, sólo se vislum-bran dos caminos: beber hasta la muerte o pedir ayuda.

Llamé desde una cabina a Alcohólicos Anónimos. En eltiempo que me concedió la moneda escuché por primeravez palabras de aliento. Me hablaba alguien que compren-día lo que me estaba pasando porque había pasado por ello.Me estremecí y una emoción desconocida me recorrió elcuerpo. No estaba solo.

Acudí a una reunión. Se palpaba en el aire un amor radi-cal y una sencilla sabiduría que no se aprende en los libros.Me sentí aliviado. Allí estaba lo que había buscado duranteaños en la botella. Supe al instante que aquella pandilla deborrachos me enseñaría a sobrevivir en un mundo quehasta entonces había negado.

Aquellos alcohólicos no tomaron mis datos, ni me exigie-ron asistencia, ni me dieron consejos, ni informaron a mifamilia. Me hablaron de servidores, no de jefes, y sólo meimpusieron una norma: nadie interrumpe al compañero

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que está hablando. Más adelante entendí por qué los alco-hólicos no necesitamos reglamento pormenorizado ni unaley escrita. El alcohol se encarga de vigilarnos. Si haces loque debes, el camino conduce a la vida plena, útil y feliz. Siinsistes en querer salirte con la tuya vuelves a beber.

Me dijeron que cada uno se responsabiliza de su propiarecuperación y que aquello era como hacerse un traje amedida. Por primera vez en mi vida hice caso a otros sereshumanos y escuché lo que me decían. Hasta ese momentola soberbia me había obturado los oídos. Mi forma habitualde vivir era autopropulsada, pero el sufrimiento habíaderretido los tapones de mis orejas. La información entra-ba en mi cabeza y empezaba a despertarme el entendi-miento.

Me dijeron que cuando un alcohólico habla con otro desus emociones, a los dos se les pasan las ganas de beber. Nohay más misterio que ése. El lenguaje que brota directa-mente del corazón es lo que nos sana, porque sale teñidode emociones. Me puse a trabajar. Escuchaba lo que otrossentían y me esforzaba por poner mis sentimientos en pala-bras. También en mí se produjo la magia.

Aquellos alcohólicos me dijeron que tenían un progra-ma. Me dijeron que era un programa sugerido, que allínadie obliga a nada.

Lo que he aprendido en A.A. lo aplico no sólo dentro dela comunidad de Alcohólicos Anónimos, sino en todos losámbitos de mi existencia. Para mantener mi condiciónespiritual es importante que trabaje para poner el mensajede esperanza al alcance de quien tenga problemas con elalcohol. Mejoro mis relaciones con Dios a través de la ora-ción y la meditación y doy gratis a los demás lo que a mí nome costó nada: la sabiduría necesaria para estar un día mássin beber.

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LA BENDICIÓN DISFRAZADA

Acostumbrado a disimular todo problema, estesacerdote, lejos de la tierra familiar, se iba poniendocada vez más soberbio en su negación. Una noche,ante el mismo obispo, se emborrachó y tocó su fondo.

POR SER YO el tercero de cinco hermanos, desdepequeño, mi temperamento ha sido algo introver-

tido. Cuando tenía cinco años tuvimos que enfrentamoscon la pobreza, porque mi papá y su hermano sufrieron laquiebra de su empresa constructora. Nunca se recuperódel todo esa fuente de ingresos, de tal manera que a vecesestábamos muy cortos de dinero. A pesar de eso, o quizása causa de eso, tuvimos un hogar donde reinaba la solida-ridad, el amor y un gran calor humano. De todos modos,mis padres no acostumbraban a manifestar amor y cariñoabiertamente y ese estilo de vida pasó de forma natural anosotros, los hijos. No había abuso del alcohol en mihogar aunque más tarde llegué a sospechar que alguientenía problemas con el trago, pues mi tío pasaba tiempointernado en un hospital, creo que por alcoholismo.

Todos nosotros, los cinco hermanos, teníamos bastantecapacidad intelectual y mis padres se sentían orgullososde sus hijos, de tal manera que sacar buenas notas en laescuela primaria era algo muy valorado y motivo de granaprecio y afecto de papá y de mamá. También nos exigíanque nos aplicáramos muy seriamente a los estudios, hastatal punto que uno de ellos revisaba nuestros trabajosescolares con frecuencia. Con eso se exigía una disciplina

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en nuestro comportamiento que facilitaba un progresosuperior al de nuestros compañeros. Todos nosotros figu-rábamos entre los estudiantes más avanzados del curso.La formación religiosa en la iglesia católica iba por elmismo camino. Así que, aun de niño, tenía gran apreciopor mi fe católica, y al llegar a secundaria decidí, con elapoyo gozoso de mis padres, entrar en el seminario con lagran ilusión de ser sacerdote, pues admiraba mucho a lossacerdotes de mi parroquia natal. Eran hombres buenosy también mostraban gran afecto a mi familia. Puesto queera muy buen estudiante, las autoridades me dejabanseguir adelante aunque no podíamos pagarlo todo. Enesos primeros años no mostraba ninguna tendencia detener dificultad con el trago. Era buen estudiante, megustaba el deporte y, en general, me llevaba bien con miscompañeros del seminario.

Más o menos a los diecisiete años comencé a probar lacerveza y muy pronto descubrí que la bebida me ayuda-ba a superar la timidez que me impedía participar plena-mente en la vida social. Aunque en esos años abusé delalcohol algunas veces, no quise dejarlo del todo porqueme facilitaba una vida social más plena y agradable. Sinque me diera cuenta, estaba cruzando esa línea invisibleque separa a los bebedores normales de los bebedoresproblema. Me gustaba bastante el efecto del alcohol asíque seguía tomando, especialmente cuando me tocabaasistir a una reunión o fiesta social, pues el trago me faci-litaba participar plenamente e incluso hasta convertirmeen el animador de la fiesta. A veces perdía el control, perono me parecía tan grave mi comportamiento. Mi enfer-medad estaba avanzando sin que lo supiera.

Puesto que la vida en el seminario era bastante contro-lada, el avance de mi alcoholismo era lento y así las auto-ridades no descubrieron el problema.

Recibí la ordenación sacerdotal y fui destinado a traba-

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jar en una parroquia donde también era profesor de uncolegio de la iglesia local. Como el beber me causabaresaca al día siguiente, nunca tomaba durante la semana,pues me resultaba tremendamente doloroso enfrentarmecon varios grupos de estudiantes en esa condición, así queotros compañeros y yo sólo tomábamos los viernes des-pués de las clases, mientras resolvíamos los problemas delcolegio y del mundo. Siempre dejábamos de tomar a lamedianoche, y aunque manejaba mi auto en una lagunamental para llegar a la casa parroquial, con unas horas dedescanso ya podía trabajar al día siguiente, aunque conresaca. De esa manera no di motivos de escándalo a lagente de la parroquia. Algunos debieron de haber notadoen la misa del sábado, que el “Reverendo Padre” no esta-ba del todo bien, pero no tocaron el “timbre de alarma”.Así protegían al sacerdote y eso, a fin de cuentas, sólo ser-vía para que yo siguiera tomando.

Después de unos cinco años el obispo pidió voluntariospara trabajar en otros países, y me ofrecí con gusto. Así escomo llegué a un nuevo país muy contento de haber dadoese paso. Cuando me llegaban las frustraciones de apren-der un nuevo idioma, de acostumbrarme a un nuevoclima, comida, cultura y costumbres muy diferentes,tenía el remedio siempre a mano: una botellita de trago“espanta frustraciones”. Reconocía de manera algo vagaque no estaba todo muy bien, pero suponía que con elpaso del tiempo todo iba a arreglarse poco a poco. Asípasaron los años sin que se me presentaran complicacio-nes graves. Lógicamente, durante estos años, fui desarro-llando una tremenda capacidad de encubrir, tapar y disi-mularlo todo, de tal manera que, aparentemente, todoandaba viento en popa. Pero en realidad, mis compañeroshan debido de reconocer que las cosas iban de mal enpeor. Sólo que no sabían por dónde agarrar el problema,puesto que en mi negación me había vuelto muy arrogan-

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te, engreído y prepotente. En una oportunidad le pregun-té a una hermana religiosa por qué ningún compañeroofrecía comentarios a mis “brillantes” sugerencias, y ellame respondió: “¿Piensas tú que alguien se atrevería acontradecirte?” Era una invitación de su parte a cuestio-narme a mí mismo. Pero no lo hice.

Así iba progresando en nuestra enfermedad, que sedefine como progresiva, incurable y fatal. Más tardeconocí a una mujer que llevaba muchos años en el progra-ma, que siempre agregaba la palabra “paciente” a “pro-gresiva, incurable y fatal”, pues decía ella que el alcoholnos estaba esperando a la vuelta de la esquina. Me hacíamucha falta una experiencia muy dramática y vergonzosapara que reconociera mi realidad de ser un alcohólico“hecho y derecho”. Es lo que nosotros en A.A. llamamos“tocar fondo”.

Esa “bendición disfrazada” me llegó de la siguientemanera: Mi obispo me pidió atender a cuatro parroquiasabandonadas y muy lejos de la ciudad. Llegar a esasparroquias era todo un desafío, y más todavía en tiempode lluvias, porque los caminos se ponían totalmenteintransitables. Acepté ese nombramiento de muy buenagana, pero después de relativamente poco tiempo caí enla cuenta de que ese trabajo era no sólo difícil sino impo-sible. ¿Por qué? Porque iba viajando de un lado a otrocon mucha frecuencia, de tal manera que nunca estabamucho tiempo en ninguna parroquia. Era como un pica-flor pasando de un lugar para otro sin tener la posibilidadde cultivar una relación humana con nadie. Como dice elrefrán: “el que mucho abarca poco aprieta”. Al caer másy más en la cuenta de que mi manera de insertarme eramuy equivocada, comencé a sentir resentimiento paracon el obispo quien, según mi pensamiento, me habíaencomendado una misión no sólo difícil, sino una tareacondenada al fracaso antes de comenzarla. Y luego, en

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vez de plantearle al obispo el problema tal como yo loveía, me guardaba el resentimiento adentro porque ya mehabía acostumbrado a disimular todo problema y actuarcomo si no existiera. Pasaron muchos meses, mientras ibacreciendo mi resentimiento contra al obispo. Después deun tiempo me encontré en la misma casa con el obispo ycomencé a tomar tragos fuertes directamente de la bote-lla, sorbo tras sorbo. Así que entré en cólera y subiendo alcuarto donde estaba el obispo, descargué todo mi resen-timiento contra él, inclusive con palabras groseras. Al díasiguiente ni me acordaba de lo pasado la noche anterior,pues, estaba en una laguna mental en que el alcohol nodejaba funcionar normalmente la memoria.

Uno de mis hermanos sacerdotes me contó todo lo quehabía pasado la noche anterior incluyendo todos los deta-lles tan vergonzosos. Eso fue para mí, tocar fondo. Estaballeno de vergüenza, de pena y de deseos de borrar todo loocurrido, aunque evidentemente no era posible hacer eso.Luego me fui donde el obispo para pedirle perdón. Y él,mirándome con gran cariño fraternal, me dijo: “Tú no eresun hombre malo, pues tú y yo hemos realizado muchasobras muy hermosas y valiosas en bien de la gente. Lo quepasa es que tienes una enfermedad que se llama alcoholis-mo y esa enfermedad te está minando todo lo bueno queel Señor Dios te ha dado a través de tu vida larga y hermo-sa. Te pido de hinojos que aceptes el tratamiento quenecesitas para que puedas comenzar tu vida de nuevo ygozar de una sobriedad creciente un día a la vez”.

Como mis hermanos sacerdotes me estaban sugiriendolo mismo, acepté, un tanto de mala gana, la invitación ainternarme en un centro de tratamiento exclusivamentepara sacerdotes alcohólicos. Al estar allí poco tiempo lle-gué a reconocer mi condición de alcohólico... pero a rega-ñadientes. Me costó mucho no sólo reconocerlo, sino tam-bién aceptar tranquilamente mi realidad.

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Intelectualmente no podía seguir negándolo, pero alnivel de las emociones, no podía aceptarlo con serenidad.Rezaba hasta con lágrimas durante mucho tiempo hastaque, poco a poco, fui llegando a una paz más profundaconmigo mismo y con mi condición de alcohólico. Lo queme salvaba el pellejo era el hecho de que asistía a reunio-nes de A.A. tres o cuatro veces por semana. Esos compa-ñeros y compañeras del programa de los 12 Pasos fueronmis maestros, mis compañeros y mis amigos de verdad;pues me aceptaban con gran cariño y respeto, pese a misdefectos y problemas, que no eran pocos. Llegué a unaaceptación aun gozosa de mi condición de alcohólico enrecuperación. Y ¿cómo pasó todo eso? Pues, en un deter-minado momento, comencé a apreciar el hecho de misobriedad y tomé la decisión de nunca rehusar una peti-ción de servicio a la gran familia de A.A. Al hacerlo,comencé a descubrir que mi Poder Superior estabavaliéndose de mí para servir a mis hermanos alcohólicosque necesitaban recibir la buena noticia de que hay unasolución. Así que el Dios que conozco muy poco, pero queme conoce a mí y me ama muy de veras, me estaba abrien-do todo un nuevo camino de servicio. Al tratar de compar-tir el programa y de acompañar a muchas personas en uncamino nuevo hacia una sobriedad y una serenidad nuevasy maravillosas, estaba caminando yo mismo por ese nuevocamino. Llegué a ver claramente que mi alcoholismo eraen realidad una gran bendición disfrazada.

En mis primeras reuniones de A.A., a veces escuchabaa un compañero decir: “Yo me llamo Pedro y soy un alco-hólico muy agradecido”. Semejante declaración me dabarabia y hasta asco y pensaba: “basta de teatro; no nos hacefalta, Don Pedro, que figures como un gran héroe y cam-peón”. Pero poco a poco, al escuchar los testimonios demuchas personas en el programa, yo mismo llegué a vermuy claramente que el Dios que no conozco muy bien

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me estaba llamando a esa nueva vida de paz, de sereni-dad, de gozo y de utilidad para servir a mis hermanos yhermanas. Es que durante mis años de bebedor activo,me estaba separando poco a poco de la gran familiahumana. Y ahora, con la bendición de Dios que me llega-ba por el programa de A.A., me encuentro reunido nue-vamente con todos mis hermanos y hermanas... y muyparticularmente, con los que nos juntamos en una rela-ción de respeto, de afecto fraternal y de amor sincero ygeneroso los unos para con los otros, y aun más allá, contodos los demás.

Gracias a la “bendición disfrazada” de mi alcoholismo,vivo con una sobriedad y una serenidad crecientes. Tengoel gusto de acompañar en nuestro grupo local a varios her-manos y hermanas en su esfuerzo diario para crecer en elprograma de A.A. También tengo el privilegio de compar-tir mi “experiencia, fortaleza, esperanza” y debilidad conmuchos compañeros que buscan una salida de esa vidaque viven en las tinieblas y en la jaula de nuestra enferme-dad antes de A.A. Luego, cuando veo a un hermano aga-rrarse fuertemente a nuestro programa bendito de los 12Pasos, siento un gozo íntimo e inmenso porque me doycuenta de que mi Poder Superior se vale de mí para hacermaravillas a favor de mis hermanos de la gran familiahumana. Realmente he vuelto a unirme con esa gran fami-lia y me siento muy en casa. Aun cuando mis esfuerzos deayudar a algún hermano no resulten todo un éxito, no medesanimo porque sé que al contemplar la resistencia deaquel hermano, estoy contemplándome a mí mismodurante los largos años de mi resistencia. Además, sé muybien que nunca es demasiado tarde para entrar en A.A. yque nunca es demasiado temprano para salir de la jaula yencontrar una verdadera paz en la sobriedad y la serenidadque nos ofrece el programa de A.A.

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TOMABA PORQUE LO GOZABA

Creía poder lograr lo que fuera si se esforzaba losuficiente, pero se dio cuenta de que ningún esfuerzopersonal sería suficiente para controlar su forma debeber.

DE TODOS los adjetivos que me describen, el que ensí define quién soy es “alcohólica”. El alcoholismo

se manifestó en mi vida desde un principio y es claro queha dictado el curso de mi vida profundamente; tantonegativamente, llevándome al abismo de la desespera-ción, como positivamente, por medio de la recuperación,dándome oportunidades inimaginables de crecimiento.La progresión del alcoholismo me transformó de unabebedora alegre que le daba vida a la fiesta, a una bebe-dora triste y sola que tenía que beber antes y después dela fiesta.

Soy la hija menor de una madre soltera. A mi padre losacó de la casa la policía cuando yo tenía cinco años, debi-do a sus violentas borracheras. Desde entonces él no viviócon nosotros y se convirtió en un borracho de la calle. Mimamá decía que él era un buen hombre pero que su viciolo dominaba. Me crié con mi madre y mis dos hermanas,una, ocho años y la otra, dieciséis años mayor que yo.Criándome con ellas me sentía como que tenía tresmadres. La hermana mayor me daba cariño, la de enmedio me llevaba a fiestas y mi mamá me daba castigos.

Mi madre me mandaba que acompañara a mi hermanacuando iba a fiestas. Fue ahí, a la edad de doce años,

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donde probé el licor y en el licor encontré el porqué devivir. Fuera de los momentos felices que el alcohol mepermitía en ocasiones sociales, mis sentimientos predo-minantes eran el miedo y la ira. A temprana edad descu-brí que la vida requiere arduo trabajo y que, hiciera loque hiciera, siempre iba a estar mal con mi mamá.Aprendí que no podía depender de nada ni de nadie, quetenía que ser completamente autosuficiente. Que, fueralo que fuera que quisiera lograr, lo podía lograr si meesforzaba lo suficiente.

Cuando tenía diecisiete años, mi hermana, que habíaemigrado dos años antes a otro país, me invitó a vivir conella. No tuvo que ofrecérmelo dos veces. Yo hubiera idoal fin del mundo para escapar las rabias de mi mamá.Todavía recuerdo el día que salí. Sentada en el avión queme traía, con lágrimas rodando en mis mejillas, me decíaa mí misma: “¡Nunca regresaré a este lugar...nunca!”

Mucho tiempo después, a través de mi trabajo con losPasos, me di cuenta de que ese lugar no necesariamenteera mi país, sino el lugar interno en que vivía. Desde queestoy en A.A. no he tenido que regresar a ese lugar.

Al llegar al nuevo país vi la oportunidad de crear unabuena vida. Cuando me preguntaban de mi pasado, inven-taba cosas buenas. Decidí dedicarme a trabajar y a estu-diar, para demostrarle a mi mamá lo equivocada que esta-ba cuando en sus furias me decía que yo nunca iba a sernada. Además de estudiar y trabajar, me distraía bebiendopara ahogar el resentimiento y celebrar los éxitos.

En la universidad era bien popular porque mantenía elbaúl de mi carro bien surtido de vodka y lo necesario parahacer buenos martinis. Cuando me establecí profesional-mente, me hice parte del grupo de compañeros que salíana almorzar con tragos y al fin del día iban a divertirse ycerraban todos los bares. Después era yo quien los lleva-ba a casa a todos porque estaban demasiado borrachos

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para manejar y yo, muy borracha para darme cuenta.Luego, cuando comencé a trabajar en mi propia empre-sa, ya no tenía los compañeros de trago, sino que iba aalmorzar a mi casa y me quedaba trabajando en casa conun buen vaso de ginebra o vodka en mi escritorio.

Según progresaba mi alcoholismo comencé a despertarcon resaca, y no había habido fiesta la noche antes.Muchas veces me decía que no iba a beber ese día y ter-minaba emborrachándome. Quería creer que tomabasólo porque me gustaba tomar. Me encontré con unaantigua amiga de tragos, y empecé a salir con ella en bús-queda de excusas para beber. Una noche estábamos lasdos borrachas y me dijo que yo era alcohólica y que ellasabía que también lo era. No sé de dónde me salió, perole dije, “Bueno, si somos alcohólicas, tenemos que ir aA.A.” Al día siguiente llamé al número de A.A. queencontré en la guía telefónica. Me dieron la dirección y lahora de una reunión en mi pueblo.

Llamé a mi amiga y le dije que la recogería el martespara ir a nuestra primera reunión de A.A. Lo que más mepreocupaba cuando íbamos de camino era que pudieraencontrar a alguien que me conociera. Estando en la reu-nión no sentí que tenía nada en común con la gente pre-sente. Eran mayores que yo, hablaban de tomar y no toma-ban. Pero algo me hizo decidir que íbamos a seguir yendo.Le dije a mi amiga que la buscaría los martes para ir a lareunión y ella dijo que sí. En mí no cambió nada más quelos martes no tomaba. Pero como le había dicho a mi com-pañera que estaba asistiendo a reuniones de A.A., cuandotomaba tenía que tomar a escondidas. Luego, en anticipa-ción de las fiestas navideñas, decidí que iba a ser normalnuevamente y que iba a beber socialmente. Pero entoncesel trago no tenía el mismo efecto que antes. Si estaba tris-te, me ponía más triste. Si estaba enojada me ponía másenojada. Empecé a tener momentos deslumbrantes donde

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me daba cuenta de que no podía tomar y no podía notomar. Y aunque hubo noches que me acosté deseando nodespertar, generalmente sacaba esos pensamientos de mimente mas rápido de lo que llegaban, y me decía que notenía ningún problema, y que tomaba porque lo gozaba.

Durante mi alcoholismo encontré el amor de mi vida enuna compañera de estudios. Este año celebramos nuestrotrigésimo año juntas. Ella no es alcohólica, pero había algoen su ser que encajaba completamente bien con los “ismos”de mi alcoholismo. Mi alcoholismo estaba afectando nues-tra relación, y una noche ella me confrontó y me dijo quequería que buscara ayuda. Algo me hizo reconocer enton-ces que yo estaba a punto de perder a la única persona quetenía valor en mi vida, y que al perderla, yo le daría mi vidaal alcohol como lo hizo mi padre. Su cadáver lo encontrarondescompuesto en una huesera. Yo ya tenía una cita con mimédico para mi examen físico anual. Y una de las preguntasque me hizo el doctor cuando terminó de examinarme fue:“Ud no bebe, ¿verdad?” Yo le respondí: “Una de las razonesde mi visita es que creo que tomo demasiado”. Me pregun-tó: “¿Cuánto bebe?” Le dije: “Una cerveza de vez en cuan-do”. Él, sabiamente, llamó a una consejera de alcoholismoy me puso en el teléfono con ella allí mismo. Hice una citapara ir a verla, la cumplí, y fui por primera vez completa-mente honesta en cuánto y cómo bebía. Ella me dijo que nosabía si yo era alcohólica, pero que podía obtener ayuda pormedio de consejería, terapia, tratamiento interno o externo.También me dijo que A.A. daba los mejores resultados. Salíde su oficina pensando que con consejería semanal se arre-glaría el problema. Pero cuando me llamó por la tarde paraexplicarme lo del seguro, la interrumpí y le dije que yahabía decidido ir a tratamiento interno. Entonces no sabíade dónde me habían salido esas palabras. Ahora creo que lagracia de Dios intervino.

Empecé a conocer el programa y la Comunidad de

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Alcohólicos Anónimos en ese centro de tratamiento,donde estuve interna veintiocho días. Allí me introdujerona los Pasos, al concepto del apadrinamiento, a la necesidadde ir a reuniones continuamente, y a ser fiel a los princi-pios de A.A. Fue durante mi estadía en tratamiento quelogré concebir un Poder Superior. Yo había llegado a creerque no había nada ni nadie de quien yo pudiera dependerexcepto de mí misma. Con esa convicción, se me hizoobvio cuando me mostraron el segundo Paso que para míno había esperanza. En el Segundo Paso yo entendí que senecesitaba fe en Dios y yo sabía sin ninguna duda queDios no existía. La consejera me dijo que yo tenía un pro-blema y me sugirió que hablara con la capellana. Actué deun modo atípico debido a mi desesperación, y seguí elconsejo. La capellana me dijo que yo tenía el principio dela fe porque tenía el deseo. En realidad no tenía el deseode tener fe, pero tenía el deseo de recurrir a cualquierextremo para no vivir sintiéndome como me sentía. Ellame recomendó que le escribiera a Dios diariamente. Yome reí y pensé que esa receta era ridícula. Pero, nueva-mente, gracias a la desesperación que el profundo doloren mi alma me causaba, seguí el consejo. Comencé aescribirle a diario a alguien que llamaba Dios. Poquito apoco, después de un par de semanas, empecé a sentir uncanal de comunicación entre una fuerza espiritual de lacual me sentía parte, y de la cual es parte todo lo que vive,y mi propio ser. Le llamé Dios porque no tenía otro nom-bre que darle. Como consecuencia de esa conexión espiri-tual, desde entonces he sentido un sinfín de sentimientos,pero no he sentido soledad.

A los seis meses de estar en Alcohólicos Anónimos medi cuenta de que me faltaba algo, no sabía qué. Iba acinco reuniones a la semana. No tenía deseos de beber.Disfrutaba de mis nuevas amistades; mi compañera y yoestábamos trabajando fuerte en nuestra relación. Pero

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había un vacío en mí. Temerosa de ese sentimiento, hiceuna cita para ver a mi consejera del centro de tratamien-to. Ella me dijo que todavía le estaba guardando luto a miviejo amigo Don Alcohol. Me recomendó que me volvie-ra activa en A.A. Lo hice. Obtuve mi primer trabajo de“cafetera”. Luego, presté otros servicios en otros grupos.

Desde entonces nunca he estado sin participar en elservicio en A.A. A través de mi trayectoria de servicio enA.A. he forjado fuertes relaciones con otros compañerosservidores de confianza y estoy sumamente agradecidapor ello. A través de la práctica de los Conceptos y lasTradiciones, mi vida tiene un nuevo significado desde queempecé a participar en el servicio.

A los once años de estar en A.A. tuve un fondo emocio-nal y espiritual y, siguiendo la sugerencia de mi madrina,me interné unos días en un lugar de recuperación quesigue nuestro programa. Mi compañera y yo nos habíamoshecho cargo de dos niñitas cuyos padres se encontraban enla profundidad de la adicción. Yo, aparentemente, habíadado casi más de lo que tenía. En la finca lo único que mesucedió fue que estuve apartada del caos que existía en micasa; también estuve rodeada de alcohólicos recién llega-dos que me acercaron a mi pasado. Estudiamos el LibroGrande todos los días, comencé los Pasos formalmentedesde el primero otra vez, y adquirí la costumbre de rezarde rodillas las oraciones del Tercer y Séptimo Pasos todoslos días. Regresé a mi casa, que estaba igual que cuandosalí. Yo, sin embargo, no era la misma y enfrentamos lasituación con mis herramientas afiladas. No se rompió mifamilia, pudimos ayudar a las niñas, y no tuve que beber.

En A.A. he podido alumbrar mis adentros con la luz denuestro programa espiritual de recuperación para poder-me ver tal cual soy, y ofrecerme a Dios para que me saneun día a la vez. Con el apoyo de mi madrina, y con unagran red de apoyo que incluye a mi grupo base y muchí-

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simos compañeros más, puedo enfrentarme cada día conlo bueno y con lo malo, sabiendo que no vendrá nada quemi Poder Superior y yo no podamos manejar. He tenidooportunidad de asistir a reuniones en otros lugares y enotros países, y cada vez ha sido como llegar a casa.

Regresé a mi país después de una ausencia de veinti-cuatro años. La experiencia fue como un lienzo de salvia.Pude ver a viejos familiares y conocer familiares nuevos.Mi abuela paterna estaba a punto de morir y pude cogersu mano en las mías antes de que falleciera. Fue unaexperiencia para mí muy simbólica, porque al mismotiempo me encontré con la hija recién nacida de miprima. Verdaderamente me encontré en el círculo de lavida. Unos años después, mis dos hermanas y yo viajamosjuntas a mi país. Compartimos el amor de la patria, defamiliares, amigos y hermanas.

Son increíbles los logros que se obtienen viviendo ensobriedad. Hoy en día tengo el amor y el respeto de todami familia, la biológica y la escogida. Siento amor y com-pasión por mi madre, quien tiene ahora 91 años de edady confía y depende de mí. Le pido a Dios que me guíe yme dé fuerza para hacer su voluntad todos los días.

Tengo muchos sobrinos para quienes siempre estoydisponible. Tengo una sobrina muy allegada a nosotros.Una vez, cuando ella era chiquita, no me quiso abrazarporque me sintió olor a licor y me dijo: “Usted apesta otravez”. Esa misma sobrina, en el día de su boda, se parópara agradecer en público a mi compañera y a mí nuestracontribución. Después, tuvimos el honor de estar presen-tes en el nacimiento de su hija.

Los beneficios que he recibido por ser miembro sobriade A.A. son innumerables; y el amor y gratitud que llenanmi corazón, inmensos.

TOMABA PORQUE LO GOZABA 367

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“LO QUE MAS ODIÉ, YO FUI.....”

Como un púgil vencido pasó varios días tendido enla cama sin siquiera poder levantarse. Cuando su fielesposa volvió a sugerirle la alternativa de probarA.A., aceptó.

NACÍ hace cincuenta años en el seno de una fami-lia sencilla, muy numerosa, y en unos años difíci-

les en la historia de mi país.Fui creciendo y me daba cuenta de los problemas que

el alcohol estaba causando en mi familia. Infinidad deveces observaba a mi madre llorar porque mi padre nosólo tomaba alcohol, sino que gastaba en la bebida el pocodinero que había para comprar escasamente el pan paralos once miembros de la familia.

Fui el único de los hermanos que pudo ir al colegio,por ser el menor. Allí tuve mi primer contacto con el alco-hol y, a partir de ese momento, mi vida iba a estar marca-da por él. Acompañaba a mi padre una y otra vez a losbares para ser siempre su vigilante. Me enviaba mi madrey siempre era el bastón donde mi padre se apoyaba parallegar de la mejor manera.

Comencé a trabajar muy joven. Cuando salía del cole-gio, aprovechaba los claros del día que quedaban paraayudar a mi madre a recolectar algodón. Cuando cumplílos trece años, tuve mi primer empleo; pero el alcoholhacía también más daño a mi cuerpo, y pasados unospocos días me despidieron del trabajo. Me inventé una

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historia y le dije a mi familia que, como tenía algunosestudios, quería ser algo más que un peón, pero a lospocos días me volvieron a dar el empleo y continué unosaños en el puesto, siempre advertido de expulsión.

En el puesto de trabajo conocí a la que hoy es mi espo-sa. Fueron unos años felices, en los que más de una vezel alcohol me tumbó, pero ella siempre estaba allí.Nuestras salidas eran siempre infernales; cuando mepasaba en la bebida terminaba llorando y maldiciendo ami familia porque no me querían, no me daban dinero ymuchas cosas más, que ella soportaba con mucho amor.Me ayudó siempre, hasta económicamente. Un día deci-dí ingresar en el ejército; quería seguir la carrera de lasarmas, pero mi vida se fue complicando de tal manera porel alcohol que hizo que pasara varias veces por los calabo-zos por mi manera de beber. Un día que tenía que sermuy especial para toda la familia, el día de mi santo, esta-ba de servicio y abandoné mi puesto. Al regresar al cuar-tel el oficial de guardia se dispuso a arrestarme y quitar-me el arma, pero yo estaba tan bebido que me lancésobre él, y con el arma montada se la puse en la boca dis-puesto a matarle. Los compañeros evitaron lo peor. Mearrebataron el arma y me encerraron en un hospital pordepresión y tuve que abandonar el ejército.

Como yo no quería trabajar solicité el ingreso a la poli-cía. Lo conseguí porque en aquellos días todos valían.Los estudios que poseía y la fuerza que me daba el alco-hol hicieron que pronto ascendiera y que un cuerpo queera represivo aceptara a una persona tan inhumana comoera yo.

Contraje matrimonio enseguida que obtuve un desti-no. Una y otra vez llegaba bebido a casa. Siempre le pro-metía a mi esposa que dejaría la bebida pero cuando vol-vía al amanecer no me acordaba de lo dicho. Pasó tan sóloun año y tuvimos nuestro primer hijo. Parecía que todo

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cambiaría pero no fue así. Mi vida se hacía imposible sinalcohol.

La situación política de mi país y el alcohol marcaríanpara siempre mi destino. Me encontraba en un control decarreteras toda la noche, de servicio, y con una botella dealcohol. Un vehículo se saltó la señal de “stop” y realicéunos disparos. El vehículo se detuvo y fue analizado pormis superiores. Por la gracia de Dios no pasó nada graciasa los refuerzos de chapa del vehículo y los asientos, quefrenaron la trayectoria de las balas. Los ocupantes salie-ron ilesos. Durante varios días y noches no pude conciliarel sueño. Tomé la decisión de abandonar la policía y tras-ladarme a trabajar en las explotaciones agrarias que po-seía el padre de mi esposa. Poco a poco me fui ganado suconfianza. Era un hombre rudo pero de un gran corazón.Quería ver si su hija era feliz de una vez por todas; perono tuvo que pasar mucho tiempo para que viera todos susbienes embargados. Pero jamás me echó nada en cara;continuamos juntos y un terrible accidente lo imposibili-tó en una silla de ruedas y me hice cargo junto a su hijode todo el negocio. Cada día que pasaba estaba todo peor.Por aquellos días nació mi hija y mi esposa pensó que esome haría estar cada día más en casa, cosa que no pasó.Estaba más lejos.

El alcohol había dominado ya toda mi vida, mi cuerpoy mi salud; pero mi familia estaba siempre apoyándomepara que yo lo dejara. Un buen día me encontraba regan-do uno de nuestros campos, llorando. Necesitaba beber yno quería. Me habían puesto en tratamiento psiquiátrico.No sé nada de lo que pasó. Aparecí encerrado en un cen-tro sanitario, con un vigilante. Me contaron que habíaintentado quitarme la vida. Estando en el centro mi espo-sa me dio la alternativa: me ofreció la comunidad deAlcohólicos Anónimos. Yo me irrité mucho; le grité a miesposa y le dije que eso no era para mí.

370 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

No me echaron de casa pero ya no contaba para nada.Mis hijos me tenían miedo, mi esposa no dormía esperan-do lo peor. Conforme pasa el tiempo, el alcohol mehunde más. No coopero en casa, no atiendo a mis hijos, yel sufrimiento es tan fuerte en la familia que una y otravez me tienen que ingresar. Una mañana me encontrabatendido en la cama, como un púgil vencido por uno másfuerte que él. Todo me daba vueltas. La habitación pare-cía un reactor en marcha; tenía miedo, pánico y estabasolo. Así pasé varios días en los que sólo me rodeaban misimaginaciones. Entró mi esposa y me dijo: “Creo quenecesitas algo más que ayuda médica, ¿por qué no lointentas?” Mi respuesta afirmativa tuvo fruto enseguida.Dos miembros de Alcohólicos Anónimos aparecieron enla habitación. No pude ni levantarme. Estaba enroscadocomo una pelota. Me recosté y escuché a estas dos perso-nas. Me impactaron y más cuando me dijeron que ellos seestaban beneficiando con estar allí. Decidí probar.

Aquella noche aparecieron en un coche destartalado yme llevaron a un grupo de A.A. Allí las sonrisas y las suge-rencias de tantas personas me pusieron en el camino. Norecobré a la mujer que tengo, porque jamás la perdí. Fuesiempre más fuerte que yo. Pasaron los días y recuperé amis hijos, que éstos si los había perdido. Siempre que supadre entraba ellos salían corriendo. Y, lo que es mejor,los conseguí sin tener que hacer ningún regalo económi-co, tan sólo abrirles el corazón.

Cuando conseguí un poco de sobriedad, empecé a tra-bajar de lleno en mi empresa día tras día. Se me hacíaimposible recuperar todo lo que había perdido, pero conun adelantamiento constante, las aguas fueron volviendoa su cauce.

Fueron llegando los primeros conflictos. Quería serlotodo, buen padre, esposo y empresario; pero había deja-do de serlo y además había hundido el barco de todo lo

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que poseía cuando bebía. Y había unas personas quetuvieron que hacer frente a mi abandono y a ellas les fueduro. Tuve que aprender a compartir responsabilidades,cariño, amor, dinero, negocios y tranquilidad, que tan sólolo conseguí con la humildad que el programa deAlcohólicos Anónimos me estaba dando.

Así fui consiguiendo la confianza de mis seres queridos.Un día me di cuenta del vacío que Don Alcohol habíadejado en mi corazón y, poco a poco, me fui incorporan-do a la vida familiar y empecé a dar todo lo que olvidé enaquellos años. Sintiendo el deber, comencé a dar lo queun día me dieron a mí, por la obligación de ser un buennacido y para que mi sobriedad no se tambalee.

Un día odié a mi padre por su alcoholismo; yo soy unalcohólico. Un día mi padre se alegró de que yo estuvieraen Alcohólicos Anónimos. Mis hijos se enorgullecen. Fuiel sustento de mi padre, el de mis hijos también.

Creo que mi vida llegó a ser lo que yo más odié, perocuando estuve hundido en la miseria del alcohol, aparta-do de todos, solo, con mil temores, llegando incluso arobar a mi propia familia dinero, tiempo y otras cosas más—tras la visión de los dos señores, que tuve tumbado enla cama— llegó un mensaje que transformó a un ser inútilen útil, en un padre de familia y amigo y compañero parala Comunidad.

372 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

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INSISTIÓ EN DISFRUTAR DE LA VIDA

Bebedora periódica, seguía ingiriendo alcohol parasentirse libre y así pasarlo bien con sus amigos, apesar de las úlceras, las resacas y las lagunas menta-les. Acabó encontrando la verdadera libertad y amis-tad en las salas de Alcohólicos Anónimos.

TIEMPO atrás yo no sabía lo que la palabra “gratitud”significaba. Hoy es diferente. Para mí, “gratitud” es

salvación y sobriedad.Me crié en un hogar muy cariñoso; pero desafortuna-

damente muchos miembros de mi familia (por amboslados) han sido bebedores, y algunos aún ingieren bebidasalcohólicas. Tengo dos hermanos y una hermana gemela;todos bebíamos en exceso. Hoy yo soy la única que halogrado la sobriedad. Nuestros padres hicieron todo loque pudieron para educarnos bien. Sin embargo, ya quenuestra familia era muy conservadora, no nos enseñarona hablar libremente acerca de nuestros sentimientos nimucho menos a hablar a otras personas acerca del alcoholque estaba reinando en nuestro hogar; y no recuerdohaber escuchado nunca en mi familia la palabra alcoholis-mo ni mucho menos Alcohólicos Anónimos.

Tuve mi primera experiencia con el alcohol en el últi-mo año de la escuela secundaria. Era la época de la fiestade graduación. Ese día tomé y no recuerdo exactamentesi me emborraché o no. Luego llegó el verano y, días antesde ingresar en la universidad, salí y descubrí el mundo delos bares. Me sentía fabulosamente, libre, y sólo quería

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bailar y, por supuesto, el alcohol me ayudó a hacerlo.Durante mi época de universitaria tomé más alcohol y

como consecuencia fue un período de oscuridad. Era unabebedora periódica. Bebía para pasar un buen rato conmis amigas. No bebía a diario, ni cada semana; pero cuan-do lo hacía bebía en exceso. También era una bebedoraque experimentaba lagunas mentales. Como ya he dicho,aunque es cierto que bebía ocasionalmente, cuando lohacía me volvía una borracha feliz o bien una borrachafastidiosa. Muy raramente tuve resaca, posiblemente por-que bailaba y sudaba mucho.

En una de las ocasiones en las que bebí demasiadoacabé en la enfermería de la universidad y allí me dijeronque tenía una úlcera, causada por la cerveza. Me parecióque la mejor solución era dejar de tomar cerveza, y cam-biarla por otra clase de bebida.

La noche en que cumplí veinte años, en una época enque estaba tomando medicinas para las úlceras y al mismotiempo bebiendo, tuve un grave accidente. Destruí total-mente el coche de una amiga. No obstante, nadie mencio-nó en aquel momento que lo sucedido fue una consecuen-cia de lo mucho que había tomado. Yo era consciente deque mis amigas bebían mucho, pero no me daba cuenta decuánto bebía yo. Nadie me dijo que bebía demasiado.

A la edad de veinticinco años, en la oficina donde tra-bajaba, a la hora del almuerzo, ingería mucho alcohol yregresaba así al trabajo — algo que reconozco con muchapena porque era poco profesional. Un colega cubría pormí y por eso no me despidieron.

A los veintiocho años tuve dos borracheras que nuncaolvidaré. La primera comenzó un típico fin de semana deoctubre. Por lo general salía con mis amigos y “disfrutá-bamos” juntos. Un sábado por la tarde —que terminó demanera horrible— yo me separé de mis amigas, algo queno solía hacer. Caminando por la calle, llegué tambaleán-

374 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

dome a un lugar donde los turistas se congregan para verlas actuaciones de los artistas callejeros. No me gustabala manera en que se comportaban los turistas — o sea, nose estaban comportando a mi gusto; y, por esa razón,decidí “enseñarles” a ser buenos turistas. En el suelohabía un sombrero en el que la gente echaba dinero paralos artistas y yo lo tomé y lo puse delante de la cara decada uno de los turistas diciéndoles que echaran dineroen el sombrero. Les dije algo como “No sean tan tacaños,estos tipos están tratando de ganarse la vida. Echen unpoco de dinero en el sombrero”. La plaza estaba llena deartistas y de músicos, y alrededor de la plaza había unosbotes de basura hechos de hierro. Yo estaba tan enfoca-da en hacer pasar un mal rato a los turistas, y como nocaminaba bien y me daba vueltas la cabeza, perdí el equi-librio y me choqué contra un bote de basura. Comoresultado me salió un moretón gigantesco que tardó seissemanas en desaparecer.

Pero eso no fue suficiente. Ese mismo día, después delgran golpe, continué caminando, o mejor dicho tambale-ándome por el barrio y llegué a una heladería. Recuerdoque había un perro que se estaba comiendo el resto de unhelado que a alguien se le había caído al suelo y yo me dijeque el perro necesitaba ayuda y me puse de rodillas acomer helado con el perro. Ahora digo ¡menuda vergüen-za!, pero eso no me humilló lo suficiente. Después decompartir el helado con el perro, al volver al bar dondeestaban mis amigos, vi a un vagabundo que caminabahacia mí. Me paré ante él, lo besé, y sin pensar le di todoel dinero que llevaba en mis bolsillos — cerca de setentadólares.

Al llegar al bar comí media docena de ostras, pero de loque pasó después no les puedo contar porque no lo puedorecordar. Solamente sé que me dijeron que tuve envene-namiento alcohólico y que pude haber muerto.

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Pasado un mes, un día me bebí tres cervezas y me pusetotalmente fuera de control. El alcohol ya no me hacía elefecto que yo deseaba, no me sentía fabulosamente, nifeliz, ni libre.

Comencé a beber a los diecisiete años de edad e ingre-sé en el programa de AA recién cumplidos los veintinue-ve. Algunos pueden decir que no pasé mucho tiempo enel mundo del alcohol, pero en realidad para mí sí lo pasé,porque de continuar bebiendo no hubiese sido capaz deescribir esta historia.

Afortunadamente, en el trabajo teníamos un programade “Ayuda al empleado” y allí me dirigieron a una psicó-loga. La doctora era una persona calmada y cariñosa; real-mente nunca había conocido a nadie así. No se tomómucho tiempo en hacerme unas veinte preguntas y rápi-damente reconocer que había fallado a la primera,“¿Tiene lagunas mentales?” Yo había contestado “Sí, casisiempre”, y creía que esto era normal.

Ella se dio cuenta muy pronto de que yo era alcohóli-ca, y una de sus primeras estrategias como profesional fuepedirme en una de las sesiones que anotara la clase debebida que tomaba; en la siguiente sesión me pidió queescribiera la cantidad que tomaba; luego me pidió que leinformara sobre el tiempo que pasaba bebiendo, y asísucesivamente la doctora fue pidiéndome más informa-ción sobre la forma en que yo ingería alcohol.

A la siguiente semana me preguntó si deseaba ir a unareunión. Yo dudé un poco, pero al final le contesté que“seguro que sí iría”. Ella ya tenía anotada la informaciónsobre las reuniones. Me sugirió que fuera a una reuniónque se efectuaba los domingos al mediodía.

Para mí el 31 de diciembre de cada año era un día muyesperado porque era temporada de fiestas y ocasión debeber mucho, mucho alcohol. Inconscientemente, el 31de diciembre de 1989, por primera vez en muchos años,

376 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

tuve una celebración diferente. Fue una noche de pazporque no hubo alcohol. El día de Año Nuevo fui a casade una amiga para jugar a los naipes; mientras estaba enla cocina para prepararme un champaña con jugo denaranja, tomé la botella y en ese momento decidí volver aponer la botella en su sitio y me dije a mí misma “yo noquiero esto”.

Pronto fui a mi primera reunión como mi psicólogahabía sugerido y me senté en la última fila, en la silla delpasillo. No escuché ni una palabra de lo que dijeron, sola-mente oí decir “Si ésta es su primera reunión, hablaremosacerca del Primer Paso” y me dijeron que yo era la perso-na más importante del grupo. Cuando la reunión estabapor finalizar, preguntaron si alguien quería una medallapor estar sobrio durante 24 horas. Yo no reaccioné al prin-cipio, pero entonces el coordinador debió de haber adivi-nado algo acerca de mí y dijo “o un deseo de no beberhoy”. Estas palabras fueron muy impactantes para mí. Enese momento me puse a llorar y levanté la mano. Fui alpodio y me dieron una medalla. Entonces dijeron “sigaviniendo”, algo que nadie jamás me había dicho. Volví a lareunión de las seis de la tarde y a la de las ocho de lanoche del mismo día.

Así empezó mi periplo en la sobriedad. Fui por lomenos a una reunión al día durante cinco años. A loscinco años de sobriedad, conseguí un trabajo diferenteque me requería viajar y por eso no podía asistir diaria-mente a las reuniones.

Hoy, quince años después, voy a cinco reuniones a lasemana. Cuando tomé la decisión de no beber el 1 deenero de 1990, no pensé que sería mi último trago (por lagracia de Dios, un día a la vez). La compulsión se fue esemismo día. Estoy totalmente agradecida a mi Dios porhaberme dado la gracia de dejar de beber después delepisodio horrible que pasé en aquel mes de octubre.

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De no haber sucedido esto, lo más seguro es que yohubiese continuado bebiendo más tiempo y podría habermuerto. Me siento muy afortunada y agradecida desde elprimer día de mi sobriedad.

Me encantó A.A. desde el primer día y trabajé con losDoce Pasos lo mejor que pude. También participé entu-siasmadamente en las actividades de servicio dentro deA.A. desde el principio de mi sobriedad.

Hoy comparto mi vida con otro alcohólico en recupera-ción. Me doy cuenta de que soy todavía un bebé en esteprograma y debo estar dispuesta a hacer cualquier cosapara servir a otros alcohólicos y yo “insisto absolutamenteen disfrutar de la vida”.

378 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

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SE CONSIDERABA UN TOMADOR SOCIAL

Más fiel y firme defensor de la botella por no poderconcebir la vida sin alcohol, seguía fallando a susseres queridos y a sí mismo hasta tocar fondo e ir apedir ayuda a un amigo, miembro de A.A.

ESTUVE tomando por espacio de dieciséis años, hasta laedad de treinta y un años en que llego a A.A. Los pri-

meros quince años de mi vida estuve bajo la tutela direc-ta de mis padres y los siguientes dieciséis años fue el alco-hol el que manejó mi vida. Me hizo creer que la vida notenía significado alguno si él no estaba presente.

En el comienzo el alcohol me liberaba de mi timidezextrema, me permitía compartir con otros y me propor-cionaba el valor hasta para sacar a bailar a las muchachas.Este estado inicial, aparentemente bueno, fue pronta-mente convirtiéndose en un problema, a medida que laobsesión mental y la compulsión física por el alcohol fue-ron progresando.

Ahora reconozco que, para cuando me gradué de laescuela superior, yo ya había traspasado la línea imagina-ria de bebedor normal a bebedor problema, desde dondeno hay regreso. Sin embargo, para esa fecha estaba muylejos de reconocer y, mucho menos de admitir, mi condi-ción de alcohólico.

Mi vida continuó, tratando de ser siempre un bebedorsocial, justificándome porque, por lo general, tomabadurante los fines de semana. Logré un título universitarioy progresé en mi profesión a pesar de mi actividad alco-

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hólica, lo que hacía muy difícil el reconocer un problemade alcoholismo en mi vida.

Mis problemas mayores comenzaron cuando contrajematrimonio con una buena muchacha y no existían loselementos ni la compatibilidad de carácter necesariospara fortalecer esta relación, como el alcohol me habíahecho ver y creer.

Durante los tres años que duró esta relación me entre-gué a la bebida con más frecuencia y tomaba hasta lainconsciencia. En ese estado, maltrataba verbal y física-mente a mi esposa. No podía controlar mi forma debeber, pero justificaba todos estos actos, atribuyéndoselosa la infelicidad en el hogar.

Cuando este matrimonio terminó, después de una hijacon meses de nacida, mi compulsión por tomar se acen-tuó, pero continuaba justificándola con la excusa de queme encontraba en un período de adaptación.

“Mas por la gracia de Dios”, en un momento de mi vidaen que me encontraba muy confundido, conocí a quien eshoy mi esposa. Ahora estaba convencido de que por finpodría lograr todas mis metas y alcanzar la felicidad, yaque tenía a mi lado a un ser maravilloso a quien amaba yme sabía ser bien correspondido. Naturalmente esto sellevaría a cabo mientras yo continuaría bebiendo “social-mente” ya que no concebía la vida sin el alcohol.

Estuve tomando durante los primeros dos años de estematrimonio y esto me causaba problemas en todos losaspectos de mi vida. Durante este período mi esposaabortó en cuatro ocasiones, mis amnesias alcohólicas erancada vez más frecuentes, mi capacidad de asimilar el alco-hol se redujo grandemente, mi matrimonio se tambalea-ba. Para mi esposa era como si estuviera casada con dospersonas diferentes, el de lunes a jueves y el de fin desemana.

El alcohol me hacía reaccionar de diversas formas, con

380 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

agresividad o con sentimientos de pena y culpa y hasta deservirle de payaso a las demás personas. Nada de esto eranormal, pero yo seguía defendiendo mi botella.

El 1 de febrero de 1974 inicié lo que hasta hoy ha sidomi última borrachera. Salí de la oficina acompañado detres auditores de la compañía que habían finalizado suauditoría anual en un tiempo inferior a lo previsto y, ade-más, ese día marcaba mi tercer año con la empresa, por loque me sentía eufórico.

Aunque para esa época había tomado la resolución deno ir a bares a tomar —estaba convencido de que esteambiente era el que me causaba los problemas y no elalcohol— esta ocasión ameritaba que los invitara a untrago.

Un trago llevó al otro y a otro más. Hora y media mástarde, dos de los auditores decidieron marcharse y yo melas arreglé para que el tercero me acompañara a un tragomás. Continué bebiendo compulsivamente y unas horasmás tarde estaba completamente borracho y provoquéuna pelea en el lugar, donde estuve muy próximo a per-der la vida. Mi acompañante se ofreció a conducir micarro hasta mi casa pero yo insistí en que estaba bien y éloptó por irse y dejarme solo.

Salí de este negocio conduciendo mi carro y tomé ladirección contraria hacia mi casa. Serían, aproximada-mente, las 9:30 de la noche, y de aquí en adelante norecuerdo nada de lo que me sucedió, ni dónde estuvehasta la 1:45 de la mañana del día siguiente en que la poli-cía me detuvo en un pueblo al oeste de mi residencia.Hoy considero que esto fue por la gracia de Dios, ya quede haber continuado manejando….

Me arrestaron y tuve que recurrir a mi cuñado y a unamigo abogado para que me liberaran y no pasara lanoche en la cárcel. Recuerdo que cuando llegué a mi casacerca de las seis de la mañana me tomé un trago más

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“porque esto había sido otra aventura y había que cele-brarlo” y me tiré en la cama.

Desperté como a la una de la tarde angustiado, deses-perado, avergonzado y sintiéndome la persona más des-preciable de este mundo. Le había fallado a mi esposanuevamente, me había fallado a mí mismo. Yo no queríaser así, ¿qué me estaba pasando?

Salí de la casa en el carro de mi hermana —el mío sehabía dañado la noche anterior— sin dirección fija y sinsaber qué hacer. En ese momento y por la gracia de Diosvino a mi pensamiento el nombre de un amigo que cincoaños antes me había invitado a una reunión de AlcohólicosAnónimos. En cuestión de segundos fue como si me pasa-ran una película donde pude ver el cambio positivo que sehabía operado en la vida de este amigo. Había terminadosus estudios, tenía un buen trabajo, se había casado, teníanunas niñas fruto de ese matrimonio y, sobre todo, no bebíay se veía feliz sin beber.

En cambio, yo me encontraba sumergido en un pro-fundo hoyo sin saber cómo salir de él. Considero que estaexperiencia provocó que realmente tocara fondo, y medirigí a su casa a pedirle ayuda. Nunca olvidaré esteencuentro, en que lloré mucho. Me di cuenta de lo equi-vocado que estaba al tratar de lograr la felicidad en la vidaa través del uso de bebidas alcohólicas, y acepté asistir ami primera reunión de A.A.

Llegué al programa de A.A. y, una vez que acepté miimpotencia ante el alcohol, comencé a vivir un estilo devida nuevo. ¡Vivir en sobriedad! Me dejé guiar por loscompañeros y, a medida que fui conociendo los DocePasos de recuperación del programa, éstos fueron consti-tuyendo la base sobre la cual comencé a edificar mi nuevaforma de vida. Con la práctica del programa y por la gra-cia de Dios me he mantenido sobrio, día a día, durantetodos estos años.

382 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

En el programa de A.A. fui comprendiendo el valorinmenso de las Doce Tradiciones. Las fui adaptando enmi vida para utilizarlas efectivamente en el compartir conmis compañeros y fortalecer la unidad de mi grupo base.

A través del servicio en las tareas de mi grupo base heexperimentado el crecimiento espiritual del cual noshabla la literatura.

El servicio que más disfruto es cuando mis compañerosde grupo, utilizando el método de rotación de servidorescada tres meses, me dan la oportunidad de servirles, yasea haciendo el café, como tesorero, secretario o coordi-nador de reuniones. He comprendido la importancia deque las puertas de nuestro grupo se mantengan abiertaspara cumplir con nuestro propósito de mantenernossobrios y de llevar nuestro mensaje de recuperación alalcohólico que aún sufre. De la unidad de A.A. dependennuestras vidas y las vidas de los que vendrán.

En mi caminar por el sendero de la sobriedad he dis-frutado de la realización de las promesas de A.A. en mivida. He vuelto a ser útil, mi autoestima fue creciendo,pude mantenerme y progresar en mi trabajo por espaciode veintisiete años. Todo esto por la gracia de Dios.

En el aspecto familiar, mi matrimonio se vio fortaleci-do y de esta relación nacieron tres hijos —un varón y dosmujeres— que han contribuido a la felicidad de nuestrohogar. El primero de estos hijos nació después de ochoaños de matrimonio y seis de sobriedad y lo recibimoscomo un regalo de Dios, quien también permitió la llega-da de nuestra primera hija a los once meses de nacido elprimero, y cuatro años más tarde fuimos igualmente ben-decidos con la llegada de nuestra hija menor.

Nuestra vida familiar la hemos llevado basándonos enlos principios espirituales que componen el programa deA.A. Toda nuestra familia está agradecida por ello y yoestoy consciente de que padezco una enfermedad incura-

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ble y que soy el responsable, día a día, de decidir el tipode alcohólico que quiero ser. El alcohólico que hace usode bebidas alcohólicas y se crea problemas y afecta adver-samente a las personas a su alrededor, o el alcohólico anó-nimo en sobriedad que, por la gracia de Dios, he logradoser. Por esto yo también soy responsable. Hoy, gracias aDios y a A.A., disfruto de una vida sobria y feliz. La vivopidiéndole a mi Poder Superior que me conceda la sere-nidad y la fortaleza necesarias para vivirla conforme a SuVoluntad y hacer de cada 24 horas las más felices de mivida.

384 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

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PREPARADA PARA EMPEZAR

Después de pasar una durísima carrera de alcoho-lismo activo, llegó a entender que la única copa quepodía controlar era la primera. Al verse a punto deemprender su viaje de recuperación, se dio cuenta dela necesidad de revisar su equipaje para dejar lo inne-cesario, lo inaprovechable y lo demasiado pesado.

ESCRIBO estas líneas para compartir con todos mi expe-riencia de recuperación. Qué menos que dedicar una

pequeña parte de mi tiempo después de todo lo que seme ha entregado: el testimonio de fe y esperanza que mesalvó la vida y mi bien más preciado: la sobriedad.

Nací en el seno de una familia media y “aparentementenormal” donde no existía el consumo de alcohol u otrasdrogas por parte ni de mis padres ni de mis dos hermanos.

Tuve una madre abnegadísima en sus obligacioneslaborales, implicada en la formación, el cuidado y losestudios de sus hijos... pero me faltó algo importantísimopara mí: su cariño.

Desde muy pequeño mi hermano mayor fue tremen-damente problemático y eso requirió la máxima atenciónde mis padres hacia él. Supongo que yo, sintiéndome des-plazada, quise reclamar el amor de mis padres de algunamanera. Ya desde muy pequeña empecé a tener una rela-ción extraña con la comida, robaba dinero a mis padres ycompraba cosas a escondidas. Me empecé a construir asíun personaje, que me preocupé de alimentar a lo largo demi vida, con todas las virtudes que yo carecía y que me

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parecía que mis padres valoraban y que eso haría que mequisieran mucho más. Se inició así una carrera de compe-tencia con mi hermano, que mantuve durante toda mivida. Quería ser mejor que él, ser mejor hija, más respon-sable y entregada a mis padres. En definitiva, que mispadres me quisieran a mí más que a mis hermanos.

Crecí además cargada de complejos de inferioridad: noera físicamente como yo quería; intelectualmente no erabrillante como yo deseaba... pero tampoco luchaba porconseguirlo, simplemente me lamentaba de mi malasuerte. No sabía lo que era la constancia, el esfuerzo o ladisciplina. Mi vacío lo llenaba con fantasías de lo guapísi-ma, interesantísima e inteligentísima que sería de mayory que eso me permitiría vengarme de todas aquellas per-sonas que en ese momento no me prestaban la atenciónque yo creía que merecía.

Mi adolescencia transcurrió entre estudios, trabajo ymi obsesión por gustar a los chicos. Hoy en día he descu-bierto lo poco que yo misma me quería. Eso me llevó amantener relaciones malsanas, a no saber estar nunca sinpareja y a “venderme” por un poco de cariño. Ya a esasalturas de mi vida yo me valoraba tanto como los demásme dijeran que yo valía. Y me despreciaba tanto como losdemás me mostraran. Establecí así una relación dedependencia con el mundo.

Con quince años tuve mi primer contacto con el alco-hol. Resultado: borrachera. Y así fue por el resto de mivida. Siempre que entraba en contacto con el alcohol erapara emborracharme. Nunca supe parar a tiempo. Escierto que en ese período no era un consumo constante,sino esporádico, y no me hacía sentir aún muy mal. Esosí, yo ya era consciente de que para pasármelo bien nece-sitaba beber.

Siempre he vivido deprisa: con veintidós años ya mehabía casado, con veinticinco años decidí “yo” que quería

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ser madre y así se lo expuse a mi marido, que aceptó (difí-cil llevarme la contraria), con veintiséis años fui madre, alos treinta y dos ya me había separado...

Tenía grandes expectativas de mi maternidad. Creí queme iba a cambiar la vida, a hacerme por fin feliz, pero apesar de estar contentísima, ese vacío interior no se llenó.

Yo ya trabajaba desde los veintidós años en la empresafamiliar. Siempre creí que había renunciado a mi vida y ami carrera por ayudar a mis padres. A.A. me lo hizo ver:estaba muerta de miedo. Miedo a enfrentarme con lavida; a mi vida, que ya desde tan joven me costaba vivir.No la vivía, sino que la sufría. Así que decidí quedarmebajo el abrigo de la vida familiar. Tremendo error. Mifamilia, psicológicamente maltratada por mi hermano, ymis padres sin capacidad para enfrentarse a esa realidad,decidió que era más fácil autoconvencerse de que esasituación pasaba en todas las familias. Esa falta de capaci-dad para plantar cara a los problemas es una de las heren-cias que más daño me ha causado y más me ha costadocambiar.

Con esa sensación de vacío, a pesar de tener todo loque yo creía que era necesario en esta vida para ser feliz,con el afán de ser querida por todo el mundo, con eseperfeccionismo que me consumía sin yo saberlo, encontréen el alcohol mi motor y mi compañero ideal. Me preocu-pé mucho en creerme mi personaje y mis mentiras hastaque ya no las pude mantener más. Mi vida era beber losuficiente para no ver, no sentir y no sufrir, pero que losdemás no me lo notaran. Fue una carrera en activo durí-sima en los tres últimos años antes de llegar a laComunidad. Consumía desde que me levantaba hastaaltas horas de la madrugada; descuidé mi salud y mi higie-ne; podía pasar días sin comer y, por supuesto, no podíahacerme cargo de mi hija, que ponía al cuidado de laniñera. Muchas fueron las veces que conduje el coche

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totalmente ebria con mi pequeña en la parte trasera.Gastaba dinero sin control, el que tenía y el que no.

Cada mañana era un infierno de remordimientos y culpasy me juraba a mí misma que no volvería a beber. No pasa-ba ni media hora y volvía a hacerlo. Sentía que no podíadejarlo, me sentía realmente incapaz. Me repetía a mímisma que no tenía la suficiente fuerza de voluntad paraliberarme de ese infierno.

Ese sufrimiento fue lo suficientemente duro e intensocomo para llevarme a pedir ayuda. Así entré por primeravez en el que hoy es mi grupo: derrotada, perdida, asus-tada, desconsolada, deprimida y cargada de culpabilidad,sintiéndome sucia, viciosa y desesperada.

Acudí a mi primera reunión en una de tantas reunionesinformativas. Me sorprendió gratamente ver a tanta gentediversa y dispar: mujeres, hombres, jóvenes y mayores, dedistinta condición social y económica, sonrientes y, sobretodo, me impactó la serenidad que me transmitían.

Me recibieron con amor, cariño, comprensión. Mehablaron de sus experiencias y pensé que estaban contan-do mi historia. Me explicaron que la única copa que yopodía controlar era la primera. Era ésa la copa que yopodía decidir si tomar o no. Que no era cuestión de fuer-za de voluntad sino de buena voluntad. Que podía llamara cualquier hora del día si tenía ganas de beber o estabaangustiada. Me brindaron desde el primer minuto suapoyo incondicional y sobre todo me dijeron que habíanllegado en las mismas condiciones que yo y llevaban tiem-po sin beber; pero lo más importante era que estaban feli-ces y vivían bien.

Por primera vez me entendí; por primera vez pusieronnombre a mis sentimientos y me aliviaron el dolor que yosentía. Me explicaron que el alcoholismo es una enferme-dad y que yo no escogí tenerla. Que era mortal e incura-ble pero que la podía detener.

388 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

Entendí enseguida que era una enfermedad física por-que ya sufría sus consecuencias. Entendí un poco mástarde que era una enfermedad emocional y espiritual por-que yo la sufría a diario, aún cuando ya no consumía. Medi cuenta entonces de que lo más difícil no había sidodejar de beber, sino qué iba a ser vivir sin beber, que elalcohol había sido mi vía de escape, mi muleta para andarpor la vida. Eso fue lo que me ayudó a entender lo que yotanto me resistía a creer, que era una enfermedad mental.

También me han ayudado a entenderlo y, cada día quepasa, más me convenzo de lo lejos que llega mi enferme-dad. Que para mí, el beber ha sido el último síntoma, peroque yo ya estaba enferma antes de empezar a consumir.

Me dieron el valor suficiente para ir conociéndome amí misma, condición indispensable para poder empezar acambiar mis actitudes ante la vida, ante mí misma.

Que yo era impotente ante el alcohol, lo sentía feroz-mente en mi interior. Pero en algún momento me resistía creer que mi vida era ingobernable. Intenté seguirhaciendo lo mismo que hacía sin beber. ¿Cómo yo, tanjoven, iba a renunciar a tantas cosas, iba a renunciar a dis-frutar de la vida? Ésa era mi constante queja y lamento alos veteranos “porque ellos eran más mayores y no lesdebía ser difícil renunciar a salir, a los mismos amigos, adisfrutar...”

Gracias a Dios, mi realidad no tardó mucho en venir-me a buscar y estallarme en las manos. Mi propia realidadfue la que les dio la razón. Pero todos estuvieron ahí paraconsolarme y ayudarme a “tragar esa realidad” que tandesconsoladamente me hizo llorar.

Entonces me dijeron: “si haciendo las cosas como lashas hecho, el resultado ha sido nefasto, según tú, ¿porqué crees que haciéndolo de la misma manera, aunquesin beber, el resultado va a ser distinto?”

Me explicaron que era entonces cuando estaba prepa-

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rada para empezar un apasionante viaje, el de mi recupe-ración; pero que quizás para este nuevo viaje no me valíael mismo equipaje que había utilizado hasta entonces,que debía vaciar las maletas y empezar a llenarlas sólocon aquello que hoy podía serme útil y que, poco a poco,podría ir eligiendo qué me era aprovechable y qué erainnecesario o demasiado pesado.

Por primera vez he sido obediente, por pura necesidad,soy consciente. “Ven a las reuniones, habla y explícanoscómo te sientes, busca una madrina, lee nuestra literatu-ra, usa todas las herramientas que A.A. te ofrece y todosaldrá bien” —eso me dijeron y eso está sucediendo. Pocoa poco hemos ido poniendo algo de orden en mi vida,muy lentamente para mi carácter impaciente, pero sí escierto que con paso lento y seguro.

Y hablo en plural porque todos los logros que he obte-nido son gracias a A.A. y a mi madrina, que de forma muyconcreta y pragmática me ha ayudado a enfrentarme atodas aquellas situaciones que me desbordan, que nonecesariamente son grandes cosas, sino mi día a día.Ordenar los armarios, asearme y arreglarme, hacer lastareas domésticas con cariño, regir mis gastos, establecerunos límites con mi hija y, sobre todo, hacer que A.A.forme parte de mi vida, cada día.

He descubierto que discutir sobre un tema no significagritar más que el otro. Hoy soy capaz, con esfuerzo, desentarme ante una taza de café y hablar de mi hija con miex marido, soy capaz de decir “no” en situaciones que nome convienen y razonar mi decisión. Estoy aprendiendoa vivir según unos principios y a dejar vivir a los demáscon los suyos.

Hoy, entiendo que mi relación con todo lo que merodea es enfermiza. Soy consciente de que soy alcohólicalas 24 horas del día. Y por eso me lo han puesto tan fácil:sólo por hoy.

390 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

Aprendo que tengo la fortuna de poder consultar todasmis decisiones, que ya no las tengo que tomar sola. Esasdecisiones son muy distintas a las que tomaba antes. Ya noson fruto de la irreflexión y la compulsión. Hoy tengo lalibertad de poder elegir.

Poco a poco se va formando en mí un carácter mássereno, más seguro, más maduro. Aprendo a diario quedespués de tomar esas decisiones y ponerme en acción, elresultado no depende de mí y además he hecho un grandescubrimiento: ¡Me puedo equivocar y rectificar!¡Cuánta sabiduría tienen!

Hoy ya no me vale hacer lo mismo que hacía en activopero sin beber. Debo aprender día a día a abordar situa-ciones que para mí sin beber son nuevas y me cuesta, measusta y me abruma; pero por fin lo hago. Ya no hago verque los problemas no existen, ya no huyo de ellos, sinoque los afronto con la ayuda y la fortaleza que todos mebrindan. Hoy en día trabajo a diario la relación con mihija preadolescente, con mi pareja. En el ámbito laboral,ordeno mi economía, las relaciones familiares y sobretodo voy conociendo y siendo consciente de mis limita-ciones. Ya no juego a ser quien no soy.

Lo mejor de todo es que sé que lo mejor aún está porvenir. Por primera vez en mi vida me siento contenta ysatisfecha con mis esfuerzos por crecer, aún sintiendodolor. Satisfecha por luchar contra mi enfermedad día adía, a pesar de que en ocasiones decaigo, porque ya noestoy, ni me siento sola. Satisfecha por sentir por primeravez una gratitud genuina.

Me siento afortunada por tener una segunda oportuni-dad. Afortunada por contar con tanta gente a la que quie-ro, con mis compañeros, en este camino de continuo des-cubrimiento. Afortunada por saber que ya no dependo demí, que un Poder Superior a mí dispondrá y yo, acompa-ñada por todos, aprenderé a sortear la suerte como venga.

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Es un duro trabajo pero nunca me dijeron que seríafácil. Me dijeron que se podía conseguir y me lo creo.Todo lo que se me ha prometido en A.A se ha cumplido,¿por qué no va a continuar siendo así?

Doy gracias a Dios y a todos los compañeros pordarme constancia cuando yo soy inconstante, disciplinacuando yo soy indisciplinada, valor cuando yo soy miedo-sa, ánimo cuando estoy cansada, luz cuando estoy a oscu-ras y perdida.

Por todo ello, ¡gracias!

392 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

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UN GIRO DE 180 GRADOS

Pasó su primera juventud sin ilusiones, vacío yamargado, un esclavo del alcohol, creyéndose raro,queriendo ser una persona normal. Tras torturas ytribulaciones, la paz le vino inesperadamente.

EN MI FAMILIA nunca vi a nadie borracho, ni había nin-gún caso de alcoholismo de ésos que se notan a leguas

o se comentan en toda la familia durante años.Empecé a beber a los doce años más o menos, como

una cosa de lo más normal, pues ya empezaba a ser“mayor” y me animaron a beber; empezaba a ser un“hombre”. Bebí por primera vez en casa de unos tíos, porNavidad. Yo era un niño con problemas de personalidad,con muchos complejos y bastante tímido e introvertido, yel trago que tomé me produjo el efecto de sentirme segu-ro de mí mismo, eufórico y capaz de hacer cualquier cosaque me propusiera, así que relacioné el beber con sentir-me bien y seguro de mí mismo.

No paré de beber hasta después de muchos años.Comencé a trabajar a los trece; tuve que dejar el colegio.Siempre tuve dinero en el bolsillo; bebía cuanto me ape-tecía. Mi adolescencia fue una etapa en la que estuvemuerto en vida, pues vivía apoyado artificialmente en elalcohol. No maduré ni crecí como persona.

Mientras estuve en el servicio militar mi alcoholismoempeoró. Me enviaron muy lejos de casa. Tenía miedo: elno tener cerca a mi familia me producía angustia y ansie-dad. Todo ese tiempo bebí compulsivamente, lo que me

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produjo muchos problemas. Cuando por fin terminé,estaba en un estado lamentable: bebía cada vez más y mitolerancia iba disminuyendo. Comencé a mentir, a escon-derme para que no me vieran beber.

En el trabajo tenía muchos problemas con los jefes ycompañeros. Me tuve que casar pues mi novia quedóembarazada. Yo no estaba preparado para tanta responsa-bilidad; la convivencia con mi mujer era imposible: conti-nuas riñas y peleas. Era agresivo cuando me decía quetenía que dejar de beber. Yo creía que era imposibledejarlo, ya que para mí suponía la vida. Con sólo pensaren dejar de beber me estremecía. Estaba muy mal: vacío,sin ilusión alguna, amargado y atormentado. Si bebía mesentía mal y si no bebía me sentía peor. Tenía muchosresentimientos; creía que todos estaban en contra mía;deseaba profundamente morirme y acabar de una vez.

Ésta era mi situación a los veinticinco años. El quecreía que era mi mejor amigo, mi aliado y mi dios cuandocomencé mi carrera alcohólica a los doce años, con elpaso del tiempo se convirtió en mi peor enemigo, en eldiablo en persona. Tuve que vivir la experiencia del deli-rium tremens.

Trabajando subido en una escalera, borracho comoestaba, me caí y me partí un tobillo. Al ingresarme en elhospital y al no beber debido a las circunstancias y a queel médico tampoco se percató de mi alcoholismo, sufrí undelirium tremens. Se me fue la cabeza; estaba como loco,fuera de mí y de la realidad. Veía bichos, figuras amena-zantes que venían por mí. Creía que la mafia venía a tor-turarme todas las noches; deliraba e insultaba al médico;a mi familia no la reconocía.

El médico le preguntó a mi madre si yo era bebedor,pero mi madre (como buena madre) lo negó, y ocultó almédico mi alcoholismo. Mi madre desconocía la enfer-medad que tengo.

394 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

Cuando me dieron el alta médica lo primero que hicefue celebrarlo cogiendo una borrachera a las nueve de lamañana en el bar del hospital.

Me llevaron al médico de cabecera para solucionar mi“rareza”, ya que nadie hablaba de alcohol ni alcoholismo;después me llevaron al psicólogo, a un psiquiatra e inclu-so a una curandera.

No recuerdo que nadie me dijera claramente cuál erami problema. Iba bebido a todos estos sitios y acompaña-do de mi madre que, debido a su desconocimiento y amorde madre, tampoco hablaba de mi forma de beber.

Yo me consideraba un bicho raro; creía que había naci-do así y así me tenía que morir. Me sentía esclavo del alco-hol. Deseaba con toda mi alma ser una persona normal.También tuve la desgracia de sustituir el alcohol por otradroga, los fármacos, ya que trabajaba en una farmacia.Cuando me reprendían por mi manera de beber, bebíamenos y tomaba pastillas que me hacían el mismo efectoy que, además, ligadas con el alcohol potenciaban el efec-to de éste. He tomado muchas pastillas que por poco nome llevaron a la muerte o a la locura.

Por el alcohol he robado, engañado, mentido y he lle-gado a lo más bajo y ruin como persona. No me echarondel trabajo por lástima; siempre he trabajado en el mismositio y me han aguantado y soportado mucho, hasta queme dieron la última oportunidad: o cambiaba o iba a lacalle. También mi mujer me dejó y se fue durante unosdías con su familia.

En esos momentos de mi vida no valoraba tener unamujer como la que tengo. El alcohol había atrofiado yenfermado mis sentidos, mis emociones y sentimientos.Era como un monstruo; no había disfrutado ni de mimujer, ni de mi hija, ni de nada. No sabía vivir, la vida eraun tormento, estaba derrotado, pero no deseaba dejar debeber.

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Un compañero de trabajo perteneciente al comité deempresa me hizo las gestiones para localizar a AlcohólicosAnónimos y me acompañó hasta un grupo.

Mi primera reunión no la olvidaré jamás. Por fin meidentifiqué con aquellas personas que compartieron suexperiencia con el alcohol conmigo. Ya no era un bichoraro: había más gente como yo que sufría, que sentíacomo yo y además tenía una solución para mi “rareza”.

Salí de allí muy reconfortado y con mucha esperanza,pero yo me resistía a dejarlo totalmente y empecé a bus-car una excusa, diciéndome que era muy joven para seralcohólico. Tenía veintisiete años cuando conocí Alco-hólicos Anónimos. Todos los que había en el grupo eranmayores que yo; continué yendo al grupo pues de lo con-trario hubiera perdido el trabajo y eso no podía ser. Tratéde aprender a beber —como anteriormente había cam-biado de una bebida a otra— pues creía que los licorestenían la culpa de mi estado. También había intentadomuchas fórmulas para lograr no emborracharme, perotodo era inútil.

Mi aprendizaje duró unos nueve meses. Creía que si nobebía durante un tiempo más o menos largo, cuandocomenzara otra vez, lo haría moderadamente y pasaríamucho tiempo hasta estar en el estado tan lamentable enque me encontraba. Iba a todas las reuniones que podía.Nadie jamás me reprochó nada. Tuvieron una compren-sión y un trato exquisito conmigo, pues la mayoría de lasveces iba bebido.

Después de dedicarme un tiempo a este intento deaprender a beber, creí que ya estaba curado y me dio porcontar las cervezas que tomaba. Así también me ponía aprueba: el primer día sólo me tomé una; no necesitébeber por la mañana, lo cual confirmó mi error y mi cre-encia de haber logrado la curación. El segundo día tomédos o tres. Creí que mi mujer, que había vuelto conmigo,

396 ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS

no había notado nada, y en el trabajo sabían que iba algrupo, pues me vigilaban. Todo marchaba más o menosbien, me sentía seguro y eufórico de que el alcohol no meiba a poder más.

Del tercer día no me acuerdo nada. Sólo que era demadrugada y estaba dentro del coche en las afueras de laciudad, en un carril de un paraje deshabitado. Cuandodesperté me encontraba desorientado, lleno de miedo.No sabía dónde estaba. Junto a mí, en el otro asiento delcoche, había una botella de coñac vacía. En ese momen-to creo que toqué fondo. Sabía que si continuaba bebien-do me moriría; allí me sentí impotente ante el alcohol. Mesentí derrotado ante él.

Tuve la convicción de que al día siguiente no beberíanada. Esa seguridad me traumatizó, me causaba pavorsaber que no bebería pero estaba seguro de que sería así.Por mi cabeza pasó rápidamente el caos que era mi vida:sentí que era un fracasado, un inútil que no había hechootra cosa en la vida que beber, mentir, engañar, sufrir yhacer sufrir a los que me rodeaban.

Estaba de vacaciones y en ese tiempo pasé, sin saberlo,el síndrome de abstinencia. Encerrado en casa, enrosca-do en la cama temblaba de frío, sudaba de calor, teníaespasmos y calambres. Parecía que me había pasado untren por encima. Tenía miedo a la gente, a salir de casa, aenfrentarme con la realidad. Había envejecido; pensabamuchas veces en el suicidio; tenía muchas lagunas men-tales. Había dado el Primer Paso aquella noche en elcoche sin saberlo, y sin saberlo empecé a dar el SegundoPaso. Sabía que no estaba en mi sano juicio y no dejabade pensar en ese poder superior que podía devolvérmelo,y empecé a pedírselo.

El síndrome de abstinencia me duró unos veinte días.Estaba muy nervioso e inseguro, pero me dejaba llevar.Las reuniones me parecían pocas, a mi padrino lo utilicé

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como nunca. Todo en Alcohólicos Anónimos, lo que escu-chaba, lo que leía, todo tenía sentido: los Pasos, lasTradiciones, los lemas, la literatura. Hasta que un díasucedió; no sé cómo, mientras pensaba en mi vida pasaday en mi enfermedad, me vino una sensación de paz y debienestar tremenda. Era lo que había deseado siempre.Experimenté una libertad y un gozo como nunca habíasentido, y sin tomar nada. Era algo auténtico. Comprendílo que es dejar de beber y no sufrir por ello. En mi peti-ción de sano juicio y de todo un poco comprobé cómo esepoder había acudido en mi ayuda.

Esa pequeña fe con la que conté al principio me habíadado resultado. Mi fe era creer que yo, un día tarde otemprano, me pondría bien, según lo que compartíanconmigo los compañeros de Alcohólicos Anónimos.También que yo solo no iría a ningún lado; necesitabaayuda. Yo solo no podía; me apoyé en los compañeros y enun poder superior a mí mismo que me fabriqué a mimanera, ya que no tenía experiencia religiosa, ni me habíaneducado en ninguna religión. Era un hombre nuevo perono sabía desenvolverme en la vida, o sea que tenía queaprender a vivir sin alcohol, y Alcohólicos Anónimos mesugería un programa de vida.

Siempre tuve la suerte de utilizar todas las herramien-tas que Alcohólicos Anónimos ponía a mi disposición parareconstruir la ruina que era mi vida. Desde que pisé laspuertas del grupo, aún bebiendo, participé en el servicio.También desde entonces tengo padrino, comparto conmucha gente, leo literatura, pido orientación cada vez quela necesito y tomo decisiones de vez en cuando. Me acep-to tal como soy, y tomo la vida tal como me viene, tratan-do de vivir un día a la vez según el programa deAlcohólicos Anónimos.

No he vuelto a beber ni una gota. Mi vida ha dado ungiro de 180 grados. Continúo en mi trabajo; llevo 31 años

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en el mismo sitio. He recuperado el respeto y la estima demis jefes y compañeros. Me siento útil y realizado comopersona. Continúo con mi mujer, me he vuelto a enamo-rar de ella. Tenemos dos hijos más, que nacieron estandoyo en sobriedad.

Estoy en plena madurez de mi vida a mis cuarenta ycinco años. Creo que la vida es maravillosa a pesar detodo y continúo aprendiendo a vivir sin alcohol dentro deAlcohólicos Anónimos, pues aquí me siento como en mipropia casa.

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TERCERA PARTE CASI LO PERDIERON TODO

Las quince historias en esta sección mos cuentan lopeor del alcoholismo.

Algunos lo habían probado todo —hospitales, trata-mientos especiales, sanatorios, manicomios, cárceles. Nadales dio el resultado deseado. La soledad, la angustia físicay mental— esto es lo que tenían en común. La mayoríahabía sufrido pérdidas devastadoras en casi todos losaspectos de su vida. Algunos seguían intentando vivir conel alcohol. Otros querían morirse.

El alcoholismo no respetaba a nadie, ni ricos ni pobres,ni personas cultas ni iletradas. Todos se vieron encamina-dos hacia la misma destrucción y parecía que no podíanhacer nada para detenerla.

Ahora con años de sobriedad, nos cuentan cómo serecuperaron. Demuestran a plena satisfacción de casicualquier persona que nunca es demasiado tarde paraprobar Alcohólicos Anónimos.

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LA RIQUEZA DE UN ALCOHÓLICO

Se vio privado de su infancia, cargado con durasobligaciones a una tierna edad. La bebida le facilita-ba pasar a “otra realidad” mejor. Tuvo que ver esfu-marse todos sus sueños de prosperidad antes deencontrar la auténtica abundancia espiritual.

V INE en el año 1962 al pueblo donde vivo con lafirme idea de hacerme rico; el propósito de mi

narración es compartir cómo obtuve mi riqueza.Acerca de mi infancia podría tener gratos recuerdos del

pintoresco y alegre pueblito donde nací, si no fuera por elmal trato que recibí de los adultos. Únicamente cursé elprimer año en la escuela, porque a mis ocho años de edadmi padrastro consideró necesario llevarme a ayudarlo enlas faenas del campo, en el cultivo de maíz y frijol, bajo laspesadas condiciones de aquella época, sin tractores ni tec-nología. Siempre me dolió que la vida me quitara loslibros y las clases a cambio del extenuante trabajo en lasparcelas, y sin salario.

Ya había cumplido mis nueve años cuando cambiaronmis labores: caminar desde el rancho hasta el cerro, conun burro, para cortar leña y llevarla a vender hasta el pue-blo que estaba como a quince millas.

Siempre he creído que esas obligaciones me robaron lainfancia. Además, siempre que me castigaban con golpese insultos, me decían que lo merecía por portarme mal opor no hacer bien las cosas; entonces empecé a desarro-llar el sentimiento de culpa.

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Fue en aquella etapa infantil cuando apareció el alco-hol. Alrededor de los ocho años de edad me emborrachépor primera vez. Sucedió en una fiesta del pueblo, ésasdonde todos beben, cuando una preparación a base defruta y alcohol me transportó a otra realidad. Sin duda quecualquier “otra realidad” era mucho mejor que la que esta-ba viviendo. Ciertamente era muy chico, pero me di cuen-ta de que aquella bebida traía sensaciones agradables.

El destino de la familia dio un giro. Tenía yo diez añoscuando tuvimos que abandonar el pueblito y fuimos aparar a una gran ciudad. Ya jovencito, tomé un trabajo dealbañil, mi primer oficio formal. ¡Qué diferencia! Ahorarecibía un sueldo, trabajando diariamente; para mí repre-sentó un gran paso a la prosperidad y superación.Entonces ya contaba con dinero para beber todos losfines de semana.

Recuerdo una anécdota con un albañil de unos cua-renta años de edad; me retó a una apuesta que consistióen tomarnos un cuarto de litro de tequila de un solojalón e, inmediatamente después, había que caminar poruna viga de tres metros de longitud, pero con sólo cua-tro centímetros de ancho, y de una altura suficiente paramatarse de una probable caída. Ninguno perdió laapuesta, salimos vivos los dos. Pero, irónicamente, deregreso a mi casa me caí como diez veces de la bicicleta.Era el franco vaticinio de una larga y atropellada carre-ra de alcoholismo.

Al paso del tiempo me casé, emigré a otro país solo,dejando a la mujer “encargada” en la casa de mi madre.Mi larga ausencia fue la que sin duda obligó a aquellamujer a irse con otro hombre. Sin embargo, en aquelentonces yo lo interpreté como la gran afrenta a mi digni-dad y, por supuesto, significó la perfecta justificación parasumirme en la conmiseración y beber con mayor autodes-trucción.

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¿Para qué volver a mi país? Eso representaba la infeli-cidad. Aún conservaba buenas cualidades como trabaja-dor, además, posiblemente me notaron alguna caracterís-tica de liderazgo, ya que en 1966 me asignaron comomayordomo en el cultivo de la lechuga. Era una posiciónque en el medio socioeconómico de la región representa-ba poder y prestigio, que obviamente no supe manejarporque mi alcoholismo iba en aumento. Gané muchodinero, alguno honradamente y la mayor parte de mane-ra desleal.

Me casé, llegaron los hijos, y me duele mucho recono-cer que causé mucho daño a mi familia. Ahora la bebidaestaba presente todos los días… y claro que llegó elmomento en que me despidieron. Tuve la suerte de reci-bir una buena liquidación, de la cual no llegó ni un centa-vo a la casa.

Encontré un nuevo trabajo, ahí me sentí como pez enel agua; me lo dieron de “tallador” en las mesas de pókeren un bar. ¡Qué más le podía pedir a la vida!, un trabajodonde abundaban el alcohol, la droga, las mujeres, y denoche; el pretexto ideal para no dormir en casa. Hasta enese tipo de trabajos son inservibles los empleados borra-chos, también de ahí me corrieron. Aún me quedabanalgunos amigos y, gracias a Dios, conseguí trabajo comochófer de camiones pesados.

En esa época mi forma de beber se acentuó, con el agra-vante de mi incursión en el mundo de la droga. Ya teníacuarenta y cinco años de edad cuando empecé, y aquí quie-ro detenerme para resaltar un detalle importante: como yaestaba en edad “madura”, de alguna manera creí que nome afectaría tanto. Caí en el mito de que la droga sólo des-compone a los muchachitos inexpertos en la vida. Pues no.La diabólica mancuerna de alcohol y droga agravó mi saludmental, trastornó mis sentimientos y mis emociones. Cadavez era mayor y más recurrente el daño hacia las personas

LA RIQUEZA DE UN ALCOHÓLICO 407que me rodeaban, especialmente mi esposa y mis hijos. Apulso me gané el desprecio de mi familia, sólo Dios sabe laslágrimas que llegué a derramar al no explicarme cómo con-seguí el odio y resentimiento de mi esposa y mis hijos. Enuna ocasión, una de mis hijas, estando ya jovencita, se meabalanzó con un cuchillo en la mano, gritando “ya me tie-nes harta”, siendo detenida oportunamente por su madre,quien a pesar de todo salió en mi defensa. Pobre mujer deun alcohólico, a pesar de ser la víctima primaria, ella siguedefendiendo a su borracho.

Ah, pero tarde o temprano, también la esposa se cansa.Desde hacía muchos años ya mi esposa estaba desilusio-nada, decepcionada, desesperanzada. Mi imagen ante ellaera muy diferente a la que me vio el día que nos casamos.Miren, yo estoy seguro que si en nuestra boda el padre sehubiera dirigido a la novia con las siguientes palabras: “¿lejura usted amor a éste hombre, sabiendo que se va aemborrachar cada fin de semana y luego diariamente, quela va a golpear y a dejar sin comer?”; la novia hubieracontestado: “que hinque a su madre, adiós”. Pues a ver,díganme quién estaría dispuesta a someterse a semejanteinfierno. Pues ese infierno llevé a mi hogar, y lo peor detodo, sin habérmelo propuesto ni haberlo planeado así. Alcontrario, si yo sufrí tanto la falta de amor y cuidado, sesupone que a cualquier precio yo conseguiría dicha y feli-cidad para mi mujer y mis pequeños. Nunca me percatéde que el alcohol me alejó de esos nobles propósitos.

Llegó el día que me echaron de mi casa. Qué senti-miento tan feo, una mezcla de humillación y dolor: sercorrido de tu propia casa, sentir que los seres que supues-tamente más te quieren sean quienes te están dando laespalda. Pero la mayor confusión consiste en creer que túeres la víctima, cuando en verdad ellos están actuando asíprecisamente por ser las auténticas víctimas. Por lo pron-to, a pasar las noches en mi camioneta.

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El día que mi esposa me corrió, también corrí a buscara un primo que militaba en los grupos de AlcohólicosAnónimos. Qué gusto le dio verme y sobre todo mi acti-tud de pedir ayuda. Desde años atrás mi esposa me pedíaque fuera a esos grupos, pero siempre tuve respuestaspara justificar que no era necesario: “yo no tengo proble-mas, ¿o cuándo te he dejado sin comer?”, “todo el mundotoma, tus papás, tus hermanos”, “yo paro de beber cuan-do yo quiera, sin la ayuda de nadie”.

Fue entonces, en 1989, cuando llegué a mi grupo base.Ahí vislumbré la verdadera libertad, primero me liberta-ron del grillete de la botella, y luego, poco a poco, encon-tré la libertad mental, la libertad emocional y la libertadespiritual.

A los pocos meses en el grupo, ya sin beber ni drogar-me, recuperé mi lugar en el hogar y también aquel pues-to de mayordomo. Entonces empezó la aventura de lasobriedad, que no sé si sea poca o mucha, pero como sea,estoy muy agradecido a Dios y a mis compañeros.

Alcohólicos Anónimos me ha dado satisfacciones per-sonales muy vivificantes. El día de hoy me siento rico.No porque tenga dinero o propiedades. Estoy convenci-do de que rico no es el que más tiene, sino el que menosnecesita para vivir bien. La riqueza la encontré en lamano franca de los amigos en A.A., en la ayuda desinte-resada que me brindaron desde mis primeros días desobriedad.

La riqueza del alma la encontré después de habersuperado los odios y resentimientos que por muchosaños les guardé a aquellos adultos que no me dieronamor. Experimenté la riqueza espiritual después dehaber perdonado a mi padrastro, a quien llamé padre ycon quien cultivé una buena relación en los últimos añosde su vida. Me siento rico en amor porque aquellamuchachita que una vez intentó agredirme con un cuchi-

LA RIQUEZA DE UN ALCOHÓLICO 409llo ahora es una profesional y con quien sostengo unaexcelente comunicación. Mi esposa nuevamente me vecomo el jefe de la casa.

El alcoholismo me privó de años de amor con mis hijos,pero soy inmensamente feliz con mis nietos, como quecon ellos estoy dando lo que no supe ni pude dar anterior-mente. Y también es una riqueza.

Alcohólicos Anónimos me hizo rico, y esa riqueza laintento dar a esos nuevos que Dios nos pone en el cami-no. Sólo compartiendo la experiencia, la riqueza se siguealimentando de más riqueza. Gracias a Dios.

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(2)

DEJADO A MERCED DE LA SUERTE

Se crió en un ambiente hostil, violento, ocasionadopor el alcoholismo paternal y a los 13 años de edad,tuvo su primera borrachera, resaca y laguna mental.Tras pasar décadas de beber descontroladamenteacabó creyendo que el único remedio estaba en ponerfin a su vida, como lo hicieron tres hermanos suyos.

SOY UN alcohólico sobrio y agradecido de un PoderSuperior que me trajo un día a las puertas de este

bendito programa.El alcoholismo comenzó a afectarme desde que tengo

uso de razón o posiblemente, desde el vientre de mimadre. Tuve la desdicha de nacer y criarme en un hogardisfuncional debido particularmente a las borracheras demi padre, que no era un alcohólico cualquiera. Mi padreera un borracho de tipo violento, cuyos actos de hostili-dad y agresividad no sólo los manifestaba en los negociosdel barrio, sino que también los trasladaba a nuestra casa.Durante los fines de semana el ambiente familiar en micasa se podía comparar con una obra trágica, un padre enestado de locura lanzando insultos y buscando armaspara atentar contra lo que fuera, incluyendo contra símismo, y unos niños llorando y temblando de miedo anteaquellas escenas de terror. En ese ambiente creció esteservidor y demás está decir que el tipo de personalidadque fui desarrollando fue una de odio, temores, inseguri-dad y frustración.

A pesar de detestar aquel ambiente, a la edad de trece

411

años, junto a varios otros adolescentes de mi edad, se meocurrió probar ron caña, un tipo de bebida no muy bienelaborada que se producía en los montes de manera ile-gal. Ésa fue mi primera experiencia y borrachera con elalcohol y hay unos detalles de esa experiencia que no hepodido olvidar jamás. Recuerdo que una vez que metomé el primer trago, el cual no tuvo un sabor muy agra-dable, se desató en mí una ansiedad sin control porseguir tomando, lo que me llevó a perder el conocimien-to. Al siguiente día, aparte de la horrible resaca quetenía, no pude recordar la mayor parte de las cosas quehice. A esa corta edad ya había confrontado dos de lascaracterísticas más comunes del alcoholismo, la compul-sión a seguir tomando y la laguna mental, aspectos queme acompañaron siempre en mi etapa activa. Despuésde esa experiencia estuve por un tiempo sin beber alco-hol, creo que fue alrededor de un año, pero luegocomencé a darme traguitos de ron y una que otra cerve-za en las actividades sociales a las que iba. A pesar de serun adolescente, hacía uso de bebidas alcohólicas sinesconderme de nadie, lo cual generaba comentarios delas personas adultas.

Completé la escuela superior a duras penas y con unpromedio académico bien bajito —en mi país lo llaman“raspa cum laude”— lo que en realidad no me importa-ba ya que había decidido lo que iba a hacer con mi vida.Mis opciones eran irme a vivir y trabajar a otro país oalistarme en el ejército de manera voluntaria. La segun-da alternativa no fue necesaria gracias a que mi herma-no mayor, que residía en otro estado, me envió el pasajepara que me fuera a vivir con él. Llegué a un pueblopequeño de ese estado y de inmediato comencé a traba-jar y también a beber descontroladamente los fines desemana en compañía de mi hermano, que confrontabaproblemas con las bebidas alcohólicas. Al aumentar la

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cantidad de bebidas que ingería comencé a experimen-tar por otro lado cambios drásticos en mi personalidad;me tornaba agresivo y perdía el temor al peligro. Al cabode varios meses tuve el primer episodio violento al enre-darme a pelear con mi hermano una noche en que be-bíamos juntos. En esa reyerta salí con la mano derechabien lastimada al pegarle al cristal de la puerta de suapartamento, las heridas que sufrí me dejaron con unode mis dedos prácticamente inútil. Dos días después deaquel desagradable incidente, me fui a vivir a otra ciu-dad con otro de mis hermanos, pero no permanecímucho tiempo ya que al enterarme de que mi hermanomayor se había ido, regresé a vivir al mismo pueblo dedonde había salido. Esta vez viví solo y sin tener que res-ponderle a nadie por mis actos. En esa época, el alcoholme llevó a cometer barbaridades; formaba trifulcas enlos bares del pueblo, lo que causó que me encarcelaranen muchas ocasiones por el fin de semana. Tuve tambiénvarios accidentes de auto, y por uno de ellos pasé dossemanas en el hospital y perdí la licencia de conducirindefinidamente. Finalmente terminé cumpliendo unaño en probatoria por una estupidez durante una borra-chera. Al cabo de dos años de residir en ese pueblo mefui a vivir a otra ciudad, lugar que, como toda ciudad,estaba llena de peligros. Aquí continué con mis borra-cheras y peleas callejeras y creo que sobreviví por dosrazones: formé parte de grupos o pandillas y porquedecidí a tiempo regresar a mi país. Antes de regresar ami país estuve preso alrededor de un mes en una cárceldel condado por uno de mis actos delictivos, motivado,como siempre, por el alcohol.

En el año 1972 regresé a casa de mis padres luego deseis años y a los nueve meses decidí casarme, buscandola manera de cambiar mi vida. Mi vida no cambió mucho:los fines de semana me emborrachaba y volvía a lo

DEJADO A MERCED DE LA SUERTE 413mismo, a las peleas en la calle. Transcurrieron siete añosde aquel matrimonio y la procreación de cuatro hijos, yllegó lo que tenía que llegar, el divorcio. Lo triste delcaso es que vi con cierta simpatía aquel rompimiento,por la única razón de que iba a tener la libertad de bebera mis anchas y ya nadie iba a entorpecer mis borracheras.Después del divorcio, el alcoholismo hizo estragos en mí.Las lagunas mentales o amnesias alcohólicas se repetíancon mayor frecuencia, al igual que los accidentes de auto.Sin embargo, al cabo de nueve meses, se me presentó laoportunidad de un buen trabajo con una buena paga. Eltipo de trabajo era de mi agrado y creo que lo hacía bien.Empecé a relacionarme en asuntos mas allá del trabajocon la persona que me contrató y con quien me casé unaño más tarde. No pasó mucho tiempo para que mi espo-sa se percatara de que no podía controlar la bebida y demi carácter violento una vez que me emborrachaba. Alprincipio, cuando llegaba ebrio, me ayudaba a llegarhasta la cama y muchas veces salía a buscarme por algu-nas de las carreteras donde me estacionaba y me acosta-ba a dormir en mi auto. No obstante, llegó un momentoen que se cansó de hacer esto y optó por dejarme a mer-ced de la suerte. En este segundo matrimonio, con fre-cuencia tenía períodos de abstinencia que duraban detres a seis meses y en una ocasión hasta un año. De estamanera pude estudiar y hacerme de una profesión, perono por motivación propia sino por estímulos y ayuda demi esposa. A pesar de los múltiples sacrificios que tuvi-mos que hacer para que completara los estudios, cuandoterminé no me interesé ni siquiera en asistir a los actosde graduación. Debo admitir que, para ese entonces,había perdido el aprecio por la vida y el suicidio se esta-ba convirtiendo en un pensamiento obsesivo. Sabía queera cuestión de tiempo, que el momento llegaría comollegó para tres de mis hermanos quienes, agobiados por

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el alcohol, habían culminado sus vidas de esta maneratrágica. Dos de ellos fueron con quienes viví cuando erajovencito.

En 1992 me vi en la obligación de tener que trabajaren lo que había estudiado, trabajo que traté de evitar tresaños porque no quería estar en un ambiente dondetuviera que usar corbata y chaqueta. La primera vez quefui a aquel hospital regional donde me habían destinado,era sábado y fui con la intención de llevar algunos de mislibros y manuales. Al llegar a la institución, en unacamioneta que tenía abolladuras hasta en la capota, por-que me había volteado en ella en una borrachera, elguardia de seguridad no me permitió la entrada ya queno me creyó que era el administrador. En este trabajo elalcoholismo tuvo un avance extraordinario; bebía a diarioy en horas laborables. Tenía escondidas en mi oficinabotellas de ron y whisky que me regalaban. Casi al fina-lizar mi contrato de un año en aquel lugar, una nochemientras me encontraba borracho en mi casa, ocurrió unsuceso inexplicable. Comencé a llorar y a arrepentirmede toda esa vida miserable que arrastraba y le pedí a miesposa que me llevara a algún lugar donde pudierandarme ayuda. De inmediato, aquella mujer que tantohabía sufrido con mi alcoholismo me llevó a un grupo deA.A. donde me recibieron con un amor y una sinceridadincalculables. Esa noche, debido a mi estado de ebrie-dad, no pude entender mucho; sin embargo, al siguientedía, el compañero que hoy es mi padrino me llevó a unareunión de historiales y esa noche no había bebido ypude identificarme con aquellas personas. Esa noche medije a mí mismo, “si esta gente pudo dejar de beber, yotambién puedo hacerlo”. Actualmente llevo doce añossin beber gracias a un Poder Superior que tenía otrosplanes para conmigo y evitó que perdiera mi vida quetantas veces expuse. Hoy día tengo una explicación para

DEJADO A MERCED DE LA SUERTE 415el acontecimiento de esa noche que pedí ayuda. Todosestos años que llevo en este programa los he dedicado alservicio. La transformación que el programa ha obradoen mí, gracias a la práctica de los Doce Pasos ha sidoradical. En la actualidad me considero una persona jui-ciosa, serena y en control de mis emociones. Puedoexpresar amor y siento un gran respeto y aprecio por mivida y por la vida de los demás.

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(3)

EL QUE LO VEÍA TODO NORMAL

Por normal que todo le pareciera, acabó al bordede la locura con delirios e ideas de suicidio. Decidiópor fin pedir ayuda y encontró su mejor recurso enun grupo de A.A.

FUI EL único varón de mi familia y el más mimado enel tiempo que mi padre vivía. Desde niño tuve

muchos complejos y problemas emocionales; como el deno aceptar la familia en que había nacido, mi nombre, miapellido y mi estatura, ya que los demás niños se burlabande mí.

Recuerdo que de niño yo visitaba a una familia quefrecuentemente celebraba fiestas religiosas y lo primeropara esas fiestas era el alcohol. Muchas veces los niñosrecogíamos todos los restos que dejaban las personashasta llenar una o más copas, y fue así cómo empecé aemborracharme.

Cuando mi madre por fin me iba a buscar, muchasveces me tenía que cargar porque yo había perdido elconocimiento. Luego venían los regaños y no más visitasa esa casa. Pero me seguía escapando a espaldas de mimadre porque me gustaba ese ambiente en el cual yo sen-tía el afecto de esas personas porque nunca me rechaza-ron, al contrario me decían que viniera.

En el hogar siempre estuvo presente el alcohol.Muchas veces cuando despertaba mis padres estaban dis-cutiendo. Cuando se peleaban lo único que yo escuchabaera que mi madre se iba de la casa.

417

Yo me iba para la escuela y cuando regresaba ya noencontraba a nadie en la casa y nadie que me diera razónde lo sucedido. Mi padre se iba detrás de mi madre pararogarle que volviera mientras que yo me quedaba solo enla casa. Y a mí me daba un gran miedo la soledad y mipadre buscaba a otra persona para que me cuidara.

Por fin nos mudamos a otro lugar lejos del pueblodonde vivíamos, porque mi padre iba a poner una tiendadonde la cerveza nunca iba a faltar para vender.

En ese tiempo mi padre tenia un camión y sus trabaja-dores me decían siempre que les sacara una botella devino de la tienda y, a cambio, ellos me iban a enseñar amanejar el camión, cosa que a mi me entusiasmabamucho.

A mí me gustaba cuando mi padre me decía que mefuera con los trabajadores como el hijo del patrón. Luegoellos me llenaban la cabeza y el ego diciéndome quetomara como ellos lo hacían. Como a mí me gustaba, yo lohacía creyendo que era la única forma de vida. Si mipadre lo hacía, ¿por qué yo no?

Recuerdo que cuando salí de la escuela primaria le dijea mi padre que ya no quería estudiar. Más bien le dije queprefería trabajar y su respuesta fue que me iba a golpear.Entonces, le dije que me iba a ir de la casa y él me dijoque era un estúpido. Recuerdo una vez que me dijo queme fuera con él a la capital y lo acompañé. En ese viajeocurrió un accidente que dio razón para que mi padre sequedara y yo regresara solo a casa. Me dijo que él llegaríaesa misma noche y me recomendó mucho que cuando lle-gara a casa no saliera para nada. Algo que yo ignoré porcompleto.

Yo salí de mi casa como si nada, llevando una botella devino para tomármela con mis amigos. Lo que no esperabaera que por causa del licor uno de ellos por poco mata aotro de una pedrada en la cabeza. A causa de eso me

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arrestaron en la madrugada y fue un gran problema por-que fui a parar a la cárcel a la edad de quince años. Mipadre, enojado, me cogió del cuello y me golpeó.Recuerdo que yo le decía que me matara porque no sen-tía dolor sino rabia contra él. De allí en adelante me pro-hibieron muchas cosas y privilegios que yo tenía.

Muy a regañadientes me inscribí en la escuela secunda-ria, donde mis tomadas a escondidas continuaron.Siempre tomaba mis cervecitas y cuando teníamos excur-siones de la escuela siempre cargábamos alcohol en nues-tras bolsas. No es raro que me volviera más borracho cuan-do también los maestros tomaban con los estudiantes.

Ya iba en el tercer año cuando mi padre murió. Lejosde sentir dolor sentí un gran alivio porque ya no me iba aestar diciendo lo que tenía que hacer. No sentí ningunatristeza ni compasión por él sino, al contrario, sentí alegríaporque iba a hacer lo que más me convenía. La mismanoche que lo estábamos velando comencé a beber.

Allí empezó mi calvario porque me retiré de la escuelay empecé a trabajar, creyendo que tenía el mundo a mispies y que era el rey del universo. Las circunstancias cam-biaron drásticamente para mí porque a los dieciséis añosme enamoré locamente de una bella muchacha. El día enque me declaré me dijo que la dejara pensarlo y que laviera cerca de su casa a las seis de la tarde. Yo fui bienpuntual a conocer su respuesta y me dijo que estaba bien.Sentí que me dio vueltas el mundo y me fui a celebrarloy terminé bien borracho. Ese tiempo para mí fue comouna nueva vida. Lo malo fue que los padres de mi noviale dijeron que conmigo no tendría ningún futuro, porquela mayor parte del tiempo asistía borracho a las citas.Luego sus padres me vieron muchas veces tirado en lacalle y esto resultó en la disolución de mi noviazgo. Ellame dijo que, a pesar de que me amaba, ya no quería nadaconmigo.

EL QUE LO VEÍA TODO NORMAL 419Seguí bebiendo con más frecuencia y mayores cantida-

des. Recuerdo que la noche que me despidió mi noviasentí tanta rabia que mi única salida fue irme a tomar aun bar. Me tomaba los tragos de licor como si fueranagua, ponía canciones para apaciguar mis sentimientos, yluego despertaba al día siguiente como a la una de latarde todavía bien borracho. Vinieron los reclamos de mimadre y me tuve que salir de la casa para no tener quedarle cuentas. También vinieron más problemas porquecomenzamos a pelearnos por los bienes que mi padrehabía dejado.

Le di tantos problemas a mi familia que por fin loscansé, hasta llegar a ser un indeseable, ya que ellos prefe-rían verme muerto que en esas condiciones. Decidí irmelejos de mi pueblo natal pensando que tal vez cambiandode lugar dejaría de beber, cosa que nunca pude lograr pormis propios medios.

Llegué a la etapa crónica de mi alcoholismo y anduvecomo un vagabundo sin dónde vivir o caer muerto.Andaba de lugar en lugar sin ningún porvenir hasta llegaral punto de dormir bien borracho para no sentir el frío.Regresé nuevamente a mi pueblo, donde viví la mayorparte de mi alcoholismo. Por lo menos allí sabía de luga-res baldíos y lugares donde guardaban los animales donderefugiarme por la noche.

Tuve más problemas y traté de dejar de beber, y logra-ba dejarlo uno o dos días. Muchas personas me decíanque no sabía tomar y yo me enojaba porque veía a misamigos emborracharse y al día siguiente iban a trabajarcomo si nada, algo que yo ya no podía hacer. Siemprequise ser como esas personas y demostrarles que sí podía.Empezaron las entradas a la cárcel y las lagunas mentales,que venían desde mis primeras borracheras. Cuando pre-guntaba que por qué estaba allí me decían que por escan-dalizar en la calle. O por cargar un arma punzante o un

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revólver. Pero ni siquiera en la cárcel podía dejar debeber porque mis amigos me llevaban alcohol. Y sialguien pagaba la multa me dejaban salir para seguir en lomismo.

Un día, desesperado, traté de suicidarme cortándomelas venas. Había visto a otras personas hacerlo y por for-tuna para mí no funcionó. Sólo me quedan las cicatrices.Otra vez traté de intoxicarme tomándome cien cápsulasque ni sé de qué eran y tampoco me dio resultado.

Después de ese intento de suicidio, conseguí trabajomanejando un camión y mi patrón era de esos que paracomer tenía que tomarse un trago. Me quedé un largotiempo con ellos trabajando y en nuestras conversacionesme decían que por qué no buscaba una novia, que tal vezcasándome podría dejar de tomar y así lo hice. Pero fuepeor porque yo no estaba acostumbrado a convivir conotra persona y menos a tener que compartir mi salario,que me servía para emborracharme. Así que vinieron másproblemas creados por el alcohol.

Muchas veces, para quedar bien con mis suegros, yo lesllevaba licor para tomar con ellos. También a ellos les gus-taba tomar y yo me aprovechaba de ello. Tomaba por todoy por nada. Tomaba porque mi esposa no salía embaraza-da después de un año de estar juntos. Esto era tambiéncausa de discusiones y peleas con ella. Frecuentementenos peleábamos y ella me echaba de la casa porque vivía-mos en la casa de sus padres. Mi esposa me decía que erasu casa y nos separábamos dos o tres semanas y yo volvíaa rogarle. Por fin se quedó embarazada y de la alegría mefui a celebrar.

No me duró mucho el gusto ya que todo el período desu embarazo ella tuvo muy mal carácter; no se le podíadecir absolutamente nada. Cuando hablaba con mis ami-gos de parranda ellos me decían que tal vez cambiaríadespués de dar a luz, cosa que no sucedió.

EL QUE LO VEÍA TODO NORMAL 421Cuando nació mi hijo yo ya tenía tres meses de estar

tomando. Con más razón fui a comprar otra botella de ronporque fue varón. Incluso le di un trago a la comadronaya que no se conoce otra manera de celebrar.

Al mes siguiente bautizamos a mi hijo y para celebrarnos buscamos unos padrinos también borrachos. Recuer-do que mi compadre y yo nos fuimos al bar, mientras quela comadre y mi esposa bautizaban al niño en la iglesia.Sólo esperamos que salieran para seguir la fiesta y ya norecuerdo nada de lo que pasó ese día. Al otro día me des-perté y me contaron todo el ridículo que había hecho.Lamentablemente el matrimonio sólo duró cuatro años.

Años atrás, un gran amigo de mi padre, al ver cómo meestaba destruyendo, siempre trataba de hablar conmigopara ayudarme. Por mi orgullo creía saberlo todo. Estabaciego a la realidad de la vida y siempre tenía pretextospara no aceptar que tenía problemas. Él era mecánico decamiones en el tiempo que yo manejaba y era también elúnico mecánico que había en la zona. Por fuerza teníamosque ir con él para que nos arreglara el camión. Él siempreintentaba preguntarme cómo me encontraba. Aunque memoría de la resaca yo decía que estaba bien. Incluso lequería demostrar que podía controlar la bebida. En cier-ta ocasión le invité a un almuerzo y me tomé sólo una cer-veza. Ésa fue tal vez la única vez que lo hice.

Ese hombre siempre me hablaba de Alcohólicos Anóni-mos. Yo había asistido a una reunión una vez y fui más bienpor compromiso, para que dejara de molestarme con susalcohólicos. La idea de que yo podía ser uno de ellos mehacía pensar en el qué dirán y me daba una gran vergüen-za. Tener que admitir que yo no podía controlarlo sinayuda me llenaba de pavor. La primera vez que asistí dije-ron que si alguien tenía problemas con el alcohol y desea-ba pertenecer, sólo tenía que ponerse de pie o levantar lamano. Yo no hice ninguna de las dos cosas.

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Un amigo de borrachera que me vio entrar al grupo,me esperó afuera y me dijo que no me fuera a meter conlos alcohólicos ya que era lo más bajo que podía caer. Yole aseguré que no había hecho ningún compromiso conlos alcohólicos y se lo demostré bebiendo. Los problemassiguieron y yo todavía decía que para qué ir a esas reunio-nes si no era alcohólico. Yo trabajaba demasiado y sóloestaría perdiendo el tiempo; pero poco después tambiénperdí el empleo.

En mis últimas borracheras me di la mano con la locu-ra. Era lo último que yo esperaba y no lo creí hasta que loviví en carne propia. Tenía delirios visuales y auditivos enpleno día y llegué también a vomitar sangre. Fue de laúnica manera que por fin me decidí a pedirle ayuda a unDios y dejar de sufrir. El mejor recurso para comenzarfue un grupo de A.A.; el grupo que siempre había estadoa media cuadra de mi casa. En medio de mis deliriosescuché una voz que me decía “allí hay un grupo de A.A.”Aunque muy en contra de mi orgullo, tuve que ir a pedirayuda. Tuve que rendirme ante el alcohol y admitir queno podía beber más.

Fui muy de mañana con aquel amigo de mi padremiembro de A.A. para decirle que ahora sí necesitaba deA.A. A él le dio tanto gusto el hecho que lo fuera a buscarque pasó todo el día conmigo apagando la borrachera.Después de seis meses, aunque tuve que pasar muchostropiezos, mi esposa me pidió que escogiera si me queda-ba con ella o con los alcohólicos. Fue una decisión difícilpero al final opté por A.A. y hasta el día de hoy la consi-dero una buena decisión.

Yo había visto a mi padre muchas veces ir al manicomiopero nunca había oído que el alcoholismo fuera unaenfermedad. Vi también a muchos familiares morirse dealcoholismo, pero los médicos siempre le echaban laculpa a otras cosas. Por ejemplo, decían que no se alimen-

EL QUE LO VEÍA TODO NORMAL 423taban bien y por eso yo lo veía todo normal. A tal gradollegaba mi ignorancia que muchas veces le di cerveza a mihijo de un año porque ésa era la costumbre. Mi esposaquedó bien afectada y neurótica. Me tenía un odio tangrande que me dijo que ya nunca me quería ver ni muer-to. Por fin nos separamos definitivamente y cada cual sefue a vivir por su lado con un hijo de por medio. La vidaque había vivido me había dejado con muchos malosrecuerdos y me dije a mí mismo que ya nunca me iba acasar y empecé a asistir a las reuniones de A.A.

Pronto me di cuenta de lo equivocado que había vivi-do. Fue una gran lucha empezar una nueva vida sin nada,sin nadie y sin dónde vivir. Envidiaba a mis compañerosde escuela que terminaron sus carreras, mientras que yoera un fracasado. Pero el asistir a muchas reuniones de A.A.me ayudó a ver que no estaba solo. También me ayudó es-cuchar experiencias de los compañeros que habían tenidoque pasar lo mismo que yo. Comencé a aceptar que loque se había perdido tenía que quedarse en el pasado, yque yo tendría que vivir el día de hoy enfrentando a larealidad de la vida un día a la vez.

Después de un tiempo encontré a la que es mi actualesposa y formamos un hogar. Estamos casados por todaslas leyes y tuvimos tres hijos dentro de AlcohólicosAnónimos. Gracias a Dios he tenido el apoyo de mi espo-sa para hacer servicios en A.A.

Cuando emigré a otro país lo primero que hice fue bus-car un grupo de A.A. y estoy sirviendo desde que llegué,porque he encontrado una nueva vida. Todo lo que creíanormal hoy veo que no es normal. Todo tiene solución,pero hay que buscarla y tener la suficiente voluntad. Todolo que me prometieron ya se cumplió en mi vida, siemprey cuando me mantenga sobrio y en acción.

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CAMINO A LA DERROTA

Desafiante, celosa de su autonomía, seguía dicién-dose a sí misma al principio que no sabía si A.A. erael lugar apropiado, pero iba escuchando las historiase identificándose con los integrantes del grupo. Todoseran como ella; les habría gustado ser bebedores nor-males, pero nunca pudieron serlo.

NACÍ en una familia normal de clase media alta,con una activa vida social. Teníamos reuniones

familiares todos los fines de semana con grandes comilo-nas, música, bebidas, mesas de póker, etc. Los chicos te-níamos nuestras reuniones paralelas que también teníanmúsica y baile. Así recuerdo mi primera borrachera a losocho años: robamos una jarra de licor con frutas y bailémás libre que nunca hasta que me mandaron a dormir “enpenitencia” junto a mi hermana y mis primas, que habíancompartido conmigo la travesura.

Era normal en aquel tiempo que los chicos tomaran unpoquitito de alcohol en las comidas, o bebidas de bajagraduación alcohólica en las reuniones. Yo nunca dejéescapar estas oportunidades porque siempre me gustaronlas bebidas con alcohol. Uno de mis juegos favoritos erael de preparar experimentos con los restos de los vasos ydespués los tomaba como “prenda” de algún juego.

Ya a los 14 era una chica particular, bastante buena enel estudio, respetuosa y cariñosa con mis padres cuandoestaban en casa; pero muy soberbia, autosuficiente y desa-fiante en la calle y con mis amigos. En las fiestas, habíaaprendido que para estar bien podía vomitar cuando em-

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pezaba a estar muy mareada, y así seguir tomando. En micasa todo lo que tenía que hacer era agachar la cabeza,decir a todo que sí y prometer no hacerlo nunca más. Estaactitud de obediencia hizo que terminara mis estudios.

Todo estaba bien mientras mi conducta se podía justifi-car con la edad. No tenía problemas para tener alcohol por-que en casa había una pequeña bodega y mis padres esta-ban todo el día en el trabajo. Además, era amiga de todoslos organizadores de las fiestas que me daban bebida libre.

Me fui a terminar de estudiar a la capital. Cuando elalcohol no me dejaba estudiar, tomaba anfetaminas. Cadavez que tenía problemas pensaba en qué tomar pararegular mi conducta o mi salud, nunca se me cruzaba notomar. Me recibí de traductora y terminé los estudiospara profesora. No obtuve el título porque para ello teníaque trabajar tres días más dando clases, y yo considerabaque ya había hecho lo suficiente. Igual me independicéeconómicamente a los 21 años.

Tuve muchos trabajos, pero el mejor para mí era enturismo, porque si bien el sueldo era pobre, la vida era defiestas continuas. Todos los días al terminar el trabajo oantes de empezar una guardia, pasaba por un bar vecino,sola o acompañada, y pedía un vaso de “agüita fresca”. Elbarman me servía un vaso grande de gaseosa lleno debebida blanca incolora con hielo. Después de un año,dejé ese trabajo porque había hecho varios papelones enreuniones, había tenido algunas discusiones con compa-ñeros dentro y fuera de la oficina y alguno de mis jefes mehabía visto borracha. La excusa fue que el trabajo no mebrindaba oportunidades de crecimiento y tenía otrabuena oferta.

A los 26 años me junté con un grupo de gente máspesada. Estaba todo el día en casa porque hacía mis tra-ducciones por fax. Pasaba los días consumiendo perma-nentemente con mi “novio” del momento y sus amigos, y

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participando en algunos negocios nonsantos, que incluíanel comercio de drogas. Me sentía como la novia de lamafia, y ese prestigio me daba el afecto que necesitaba.

La última transacción fue muy grande y peligrosa. Estavez mi juego había llegado demasiado lejos. Me asusté yotra vez me escapé

Me fui a otro país donde viví tres años de locura abso-luta. Fui hippie, cocinera, pintora (de paredes), profeso-ra de buceo, cazadora submarina, lavaplatos, artesana,alcohólica y drogadicta. Me enamoraba, me desenamora-ba, quería hijos y mi cuerpo los rechazaba y cada dos portres mi pareja me rechazaba también. Cumplí 30 años ytodavía estaba jugando.

Supuse que si volvía a mi ciudad tendría que portarmebien, porque no me atrevería a mantener esa vida frentea mi familia, así que regresé. Fueron tres días de refle-xión, sola y pensando mucho: tendría que dejar las drogasy el sexo fácil, conseguir un trabajo y quedarme tranquilaen la casa de mis padres. Jamás pensé en dejar el alcohol.Me daba cuenta de que todos los amigos que había teni-do ya no estaban. El que no se había matado en un acci-dente estaba preso o en algún otro lugar del mundo.Aquellos conocidos casados, con hijos y trabajo nuncahabían sido mis amigos.

Dejé las drogas, pero los hombres… fue más difícil. Alpoco tiempo estaba saliendo con el padre de mi hijomayor, drogadicto. A los tres meses quedé embarazadasin querer, y eso me ayudó a abrir un poco los ojos. Meseparé de este hombre y me cuidé durante mi embarazo.Reafirmé mi decisión de parar con la locura, pero meganó la obsesión, y ni bien mi hijo dejó de mamar, yatomaba tanto como siempre. Asumir mi responsabilidadsignificaba terminar de trabajar rápido para poder empe-zar a tomar tranquila. Así cuando llegaba la noche, medesmayaba en lugar de dormirme.

CAMINO A LA DERROTA 427Como consecuencia de un breve reencuentro con un

ex, quedé embarazada nuevamente. Estaba tan incons-ciente que no me di cuenta hasta los cuatro meses.

Con dos hijos, ya estaba asustada, así que cuando elmenor no tenía un año fui a ver a un especialista en alco-holismo, que insistió en llevarme a los grupos de A.A. Yole decía que mi problema era más serio que el alcohol.Alcohólicos Anónimos no era para mí. Tras análisis,muchas vitaminas para mi cuerpo dañado y pastillas paracontrolar la ansiedad, entré en abstinencia. Tal fue mirecuperación que a los pocos meses estaba tomando, peroesta vez con tanta culpa que durante los cinco añossiguientes tomé a escondidas en mi casa. No salía a nin-gún lado porque necesitaba tomar todo el día, y de vez encuando justificaba el uso de pastillas para no deprimirmemucho.

Para hacer las cosas bien con mis hijos, seguía las ins-trucciones de algún libro, y así cumplían rigurosos hora-rios para las comidas, el baño, el juego al aire libre, etc.Desde la cocina y con un vaso en la mano yo me dedica-ba a mirarlos y a pensar en cómo podía mejorar sus vidas.En mi casa reinaba el silencio de tres personas enterradasen vida: mis hijos de 5 y 7 años, y yo, 39. No había músi-ca. No había risas. No venían visitas. Nadie quería ver talpanorama.

En el momento más duro, llena de deudas y con pro-blemas con la policía, mi madre, alcohólica también, tuvouna recaída que casi le cuesta la vida. Durante casi diezdías de internamiento la visitaba, le cambiaba los pañales,trataba de que me entendiera en su tremendo delirio,quería que se calmara. Tomaba algo antes de ir a verlapara tener valor, y después tomaba algo para poder estarcon mis hijos sin pensar en el dolor que la situación mecausaba.

En cierto momento, ella entró en estado de coma. Los

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médicos dijeron que sería irreversible y que moriría enun par de horas. Lloré su muerte con alivio, porqueentendía que ese sería el final de una vida de sufrimien-to, y fui a mi casa a preparar a mis hijos para el velorio.Sus compañeros de A.A. llamaron a un pastor para que lediera la extremaunción. Su muerte era un hecho.

Horas más tarde, con todos los A.A. a su alrededor, ellaempezó a dar señales de vida. Los médicos la llevaron alquirófano y se encontraron que lo que ellos suponían queera un tumor cerebral era un estallido de las venas debi-litadas por el alcohol que le había inundado de sangregran parte del cerebro, y le extirparon la parte dañada.

Increíblemente, mi madre se empezó a recuperar.“Otra vez”, pensé yo con tristeza. De nuevo vendría unanueva y dura etapa de recuperación. En mi madre veía mifuturo, en mis hijos, mi pasado. El dolor que yo sentía enese momento lo sentirían mis hijos. Tal vez algún día, mishijos también podrían desear mi muerte. Yo era la únicaque podía hacer algo para cambiar la historia, y eso eraasumir que había perdido, que hasta ese día el únicoganador había sido el alcohol.

Con esos tremendos pensamientos en mi mente, meaferré más a mis hijos y con más culpa, al alcohol. Memantenía en un estado de permanente confusión, “amedio tanque” dicen los borrachines, para anestesiar mipena, y tomando antidepresivos para tratar de parar midolor.

Cuando limpiaba la cocina a la noche, y lavaba mi vaso,decía para mis adentros que ese sería el último, pero aldía siguiente cuando me acordaba de mi promesa, yahabía estado tomando sin pensar, así que la postergabapara el otro día.

En esos días me visitó una señora que me conocía a tra-vés de mi madre. Me empezó a contar sobre su historiacon el alcohol, los problemas que le había causado y cómo

CAMINO A LA DERROTA 429estaba recuperando, desde hacía ocho años, día a día, lacapacidad de vivir en sobriedad, aceptando las dificulta-des cotidianas, en lugar de esconderlas dentro de unabotella. Yo le expliqué que yo estaba muy ocupada conmis propios problemas y que si su vida había sido tanterrible y tenía tantas dificultades, debería ir a un psicólo-go en lugar de pretender que yo la ayudara.

Más tarde me enteré que ella había hablado con una demis hermanas, y que venía a transmitirme el mensaje deAlcohólicos Anónimos. Ella me contó que ese día salió demi casa sintiendo que había fracasado y que yo iba a serun caso muy difícil de recuperar.

Pero no tardé mucho en reaccionar a todas las voces quesonaban dentro de mí y a mi alrededor: dos semanas mástarde, al mediodía, caminaba con mi hijo menor de la mano,y me pidió una monedita para caramelos. Le expliqué queno tenía dinero; sin embargo, sí tenía todo reservado paraconseguir un par de litros de bebida para la tarde. El medijo “tienes lo mejor para ti, alcohol, cigarrillos…”. Me par-tió la cabeza y el alma. Mi Poder Superior y mis seres que-ridos se movieron con tanta coordinación que ese mismodía vino a charlar conmigo la mujer de mi papá. Hablamosde mi estado, del de mi madre y de los grupos. Se ofreciópara cuidar a los chicos si yo iba ese día a A.A. Acomodé micasa, bañé a los chicos y dejándolos en pijama, me fui en suauto a mi nuevo grupo. Ese sería el principio de esta nuevavida que estoy intentando aprender a vivir.

En un primer momento, estaba terriblemente enojada.A esa hora, en un día normal, yo estaría tranquila en micasa, tomando algo y leyéndole a los chicos para que sedurmiesen. Sin embargo estaba ahí, esperando paraencontrar a un montón de gente que seguramente yahabía conocido en el hospital junto a mi madre.

Allí estaba mi amiga, que a pesar de estar muy enfer-ma, fue a recibirme. También había mucha gente que

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veía por primera vez y todos me recibieron con muchocariño. Yo creí que todos me conocían y que me estabanesperando. Eso de ser el centro de atención fue una cari-cia para mi ego. Pensaba que a través de mi madre cono-cían mi historia, y por una cuestión de educación respon-dí a cada saludo de bienvenida. Entendía que habíaentrado a una terapia de grupo y que debía intentar escu-char y hablar.

Escuché que alguien dijo que tenía que ser paciente yasistir a las reuniones lo más que pudiese. Esta vez misoberbia actuó a mi favor. Pensé desafiante que iba a “irtodos los días a las siete y media como si fuese un trabajoy después veríamos”. Para que mi familia supiese que eraobediente, les pediría ayuda por primera vez para quecuidasen a mis hijos. Como no los habían cuidado nuncaantes, tenía la secreta esperanza de que dijesen que no,todavía pensando en que podría arreglármelas sola. Parami sorpresa la mujer de mi papá me dijo: “Yo ya sé quehay que ir todos los días, ¿y tú?”.

En este momento la elección era totalmente mía. Teníaque darle la razón a todos los que me habían advertidoque el alcohol me estaba haciendo mal. Debía admitir envoz alta que no podía controlar mi manera de beber y quenecesitaba ayuda.

Durante los primeros días repetía constantemente queno sabía si era el lugar para mí. Más adelante, bajo laexcusa de no compartir el lugar de terapia de mi madre,decía que el programa era bueno, pero tal vez ese nofuera el grupo apropiado. Defendía mi autonomía y conella, a la copa.

A medida que escuchaba a “esa gente” hablar, ibaentendiendo cosas sobre mí. En realidad, me iba identifi-cando con cada uno de los integrantes del grupo de una uotra manera. Empecé a entender que todos eran comoyo. Que a todos les hubiese gustado ser bebedores nor-

CAMINO A LA DERROTA 431males, pero que, al igual que yo, no podían, porque eranenfermos alcohólicos. Entendí que esta no era una enfer-medad que pudiese curar la medicina, que mi maneraobsesiva de beber era tan sólo un síntoma de que algo noandaba bien en mi manera de obrar y de sentir.

Hablaban de un Poder Superior, necesario para empe-zar mi recuperación, y comprendí que tanta gente juntaque podía estar sin tomar y que tenía ganas de estar unpoco mejor todos los días debería generar esa energíapositiva que me calmaba en mi abstinencia y que me atraíapara volver al día siguiente. Así que, por lógica, el gruposería mi Poder Superior.

Más adelante, un hombre sugirió que practicase la ora-ción a diario y que la fe se me iría metiendo en el cora-zón, como lo hace la llovizna suave que parece que nomoja, pero que al cabo de un tiempo nos deja empapados.Tenía lógica.

Un compañero con muchos años de sobriedad meexplicó con mucha claridad lo que significaba el símbolode A.A. Me decía: “Mira, los tres lados del triángulo soniguales. Tenemos que recuperamos juntos y ayudando alos demás. Un alcohólico solo no puede recuperarse, y sino hacemos servicio para contar lo que nos está pasandomucha gente se va a quedar sin entrar en este círculo deamor, entonces es menos la ayuda que vamos a tener.Cada persona que se queda se engancha como el eslabónde una cadena, y pasa a formar parte de todo esto que esmaravilloso”.

Esa idea de “un gran todo” también me resultó atracti-va. Podía tener un objetivo común con esa gente quehablaba como yo, que en lugar de censurarme, me enten-día, que de alguna u otra forma había pasado por lomismo que yo.

A la semana de estar en A.A. estudié el encabezado deLos Doce Pasos, para ver qué era lo que se suponía que

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debía hacer; después, soberbia y obstinada, leí Las DoceTradiciones, buscando algún tipo de reglamento o defec-to en el funcionamiento del grupo. Más tarde y para pro-bar mis conocimientos, leía al azar una reflexión de unlibro (Como lo ve Bill) y trataba de acertar el tema. Asíque tuve que asumir que no sabía nada del comporta-miento humano y menos del mío.

A los veinte días, y por falta de servidores, me pidieronque ayudase en las reuniones de servicio y unos días mástarde fui con mi amiga a ver a una señora que bebía enexceso. Mientras ella le contaba que no tenía problemascon la bebida, yo pensaba casi con alegría “yo sí”. Ese díasentí un gran alivio interior. Dejé de usar la lógica paraempezar a usar el corazón. Entonces pasé a ser una másde “esa gente”. Sentí el valor de charlar con alguien quenecesitaba ayuda ya que era una forma perfecta para ayu-darme a mí misma a ver mi problema. Empecé a enten-der que esta era una manera de integrarme. Cuando miinquietud no me permitía quedarme quieta durante lasreuniones cerradas, vaciaba ceniceros, acomodaba losestantes de literatura, tratando de no hacer ruido para nomolestar. Nadie me dijo nada. Así pude empezar a sentirque yo pertenecía a ese lugar.

Practicando las primeras sugerencias me dediqué amantenerme ocupada para evitar mi parloteo mental per-manente. Empecé a leer con más calma, y mantuve sobremí una exagerada observación. Lo primero que noté fueel gran silencio que reinaba en mi casa. Lo único que seescuchaba era un “te amo” que de vez en cuando le decíaa alguno de mis hijos, o que ellos me decían a mí. Empecéa romper el silencio, explicándoles que yo estaba enfer-ma, pero que si iba al grupo todos los días, tal vez pudie-se mejorar las cosas. Les conté sencillamente lo que era elalcoholismo, les hice recordar algunas conductas míaspropias de la enfermedad, como el hecho de vomitar a

CAMINO A LA DERROTA 433diario, para que lograsen entender; y les hablé del progra-ma de Alcohólicos Anónimos. Lo puse en palabras senci-llas y les relaté los Doce Pasos como si fueran un cuento.A ellos les encantó, y a mi me sirvió para ver que la pro-puesta de A.A. era mucho más sencilla de lo que parecía.

A medida que se calmaba mi ansiedad, mi actitudhosca y mis exigencias desmesuradas iban desaparecien-do, y con ello, los chicos se fueron animando a jugar fuerade la habitación primero, a compartir con otros chicosdespués, y a ser más tolerantes uno con el otro. Con mirecuperación empezaba también la de ellos.

Hoy siento que Dios siempre estuvo allí, pero que yocon mis acciones, le daba la espalda. Pude ver que podíair cambiando mis sentimientos poco a poco. Por ejemplo,en un primer momento abrigaba grandes resentimientoscontra mi madre, porque no comprendía su enfermedad yla culpaba de la mía. A medida que pasó el tiempo, empe-cé evitar la palabra culpa y a cambiarla por responsabili-dad. Entendí que yo era responsable de mis actos, y quemi enfermedad era una predisposición que había nacidoconmigo. Toleraba el hecho de no tener la madre quehubiese querido y más tarde la acepté como es, esperandoque ella me acepte a mí. Enfrentarla con mis defectosresultaba más que difícil, pero hoy ella asiste a un grupode A.A. en un hospital, y yo voy también para poder estarcon ella bajo la protección de un Poder Superior. Eserecuperar a mi madre es otro de los regalos que me estábrindando mi sobriedad en Alcohólicos Anónimos.

Sigo asistiendo a las reuniones porque me brindan unmejoramiento diario, y cuando una persona llega, revisocon ella mis primeros días de torpeza y de soberbia y tratode corregir el rumbo. Entiendo que la sobriedad es un “irde camino” hacia la superación continua.

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NOCHES ALEGRES – DESPERTARES TRISTES

Durante 20 años de su vida adulta, este supuestosuperhombre se creía imponente. A los 40 años deedad se encontró solo, atemorizado, inmaduro, sin-tiéndose torpe y resentido con la vida.

SOY el mayor de seis hermanos. Mi papá siempre fueindependiente y sus tíos me contaban que varias

veces había tenido problemas; pero nunca me dijeronpor qué.

En casa siempre había gente y los sábados a mediodíao de noche se hacían asados. Cuando algunos de mis her-manos o yo nos acercábamos a la parrilla, mi padre nosagarraba del pelo y nos llevaba para la casa diciendo queése no era lugar para los chiquilines.

En esos asados se compraba vino y, si sobraba, se guar-daba en casa. Que recuerde, mi papá siempre tomó alco-hol. Así que una tarde que estaba solo con mis hermanos,decidí tomar un poco de vino. Todavía recuerdo el gustodesagradable y cómo cayó en mi estómago. Escupí todo loque no había tragado. Esa “viveza” a la edad de diez añosme costó una paliza que me dejó negros los muslos y lasnalgas. Aparte de los asados o parrilladas de los sábados,dos o tres domingos por mes se reunía la familia de mipapá. El motivo era cualquiera, pero era la oportunidadde conversar, hacer negocios y comer y beber a piernasuelta. Cada tía o tío traía su especialidad, las unas lacomida y los otros la bebida; la abuela, cosas de almacény vino normal y mi padre ponía el asado. Eso significaba

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una mesa muy larga, llena de comida casera y pasábamostodo el día comiendo, tomando y jugando a las cartas. Amí me tocaba hacer la ensalada y estar todo el día “daleque dale”, porque mi padre era de estar todo el día dandoórdenes. La abuela traía algún refresco y cuando se termi-naba, nos tomábamos la espumita de cerveza o lo quequedaba de vino en el fondo de algún vaso.

Cuando cursaba sexto grado de escuela, mi papá mecastigó en la mesa durante el almuerzo y me fui de casa.Estuve visitando compañeros y mintiendo. Cuando llególa noche me escondí en unos matorrales cerca de casahasta que me encontraron.

A los quince años, nuevamente tuve un altercado conmi padre y estuve cuatro días internado con un ataque denervios. Por esa etapa de mi vida, no tenía ganas de estaren casa, y me iba al club social de mi barrio a juntarmecon los mayores. Practicaba deportes y tenía que serbueno para que los grandes me dejaran jugar con ellos.Así descubrí que siendo precoz y sobresaliendo, el premioera el compañerismo y el alcohol. Se me reconocía por loque hacía, cosa que en mi casa no pasaba; y encontrabaamistad o cariño que tampoco tenía en casa. Por esaépoca de los quince o dieciséis me agarré mi primeraborrachera. La cama se movía, el techo daba vueltas, lacabeza se caía de un lado a otro; fue terrible. La resacaduró dos días que fueron un infierno.

Cuando tenía dieciocho años, mi mamá falleció y seagrandó el caos en mi familia. Mis dos hermanos menores(un varón y una nena) pasaron a estar bajo la tutela de unatía. A los veinte me casé tratando de fugarme del dominiode mi padre, y fue peor. Ya tomaba todos los días y a todahora y, aunque era querido en todos los ámbitos dondefrecuentaba, cada vez tomaba más. Dejé de estudiar ycomencé a cambiar de trabajos, y cada vez era mayor elmiedo que sentía. Mi señora se quedó embarazada y

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comenzaron mis grandes fugas geográficas. Conocí a mihija cuando estaba por cumplir tres meses de edad. Vivíen la casa de mi padre, no me llevaba bien. Viví en la casade mis suegros y, aunque no tenía problemas, no me sen-tía a gusto. Nació otra hija: más miedo; sólo lo resolvía tra-bajando dieciséis horas por día y tomando a toda hora.

Durante veinte años me sentí grandioso, poderoso, unsuperhombre. No había tenido problemas con la ley. Enlos trabajos se me quería por lo que trabajaba. Tenía unaesposa que me entendía y tres hijas sanas, inteligentes ybellas.

Eso me creía yo. No tuve problemas con la ley porquenadie me denunció, ni siquiera mi esposa. En los trabajosse me tenía lástima, y me ayudaban por mi familia. A miesposa le hice la vida imposible durante los veinte añosque estuvo a mi lado.

Durante veinticinco años, el alcohol me dio todas lasalegrías que quise tener, pero un día las cosas empezarona cambiar. Las noches alegres tenían despertares tristes.Los calambres eran constantes. Tenía sudores en plenoinvierno, resacas, más resacas y miedo a todo. Y el alcoholcomenzó a cobrarse. Se terminaron los buenos trabajos;se terminó el poder alquilar una casa; se terminaron lashijas en casa; se terminó la esposa.

A los cuarenta años de edad estaba solo y con másmiedo que a los dieciocho; inmaduro, me sentía tonto y,para peor, resentido con la vida. Por sugerencia de una tíapsiquiatra, comencé a visitar a una psicóloga que me aten-día gratis (obviamente yo no tenía ningún problema; eranlos demás que no me entendían). Ella me comentó quehay gente que tiene problemas parecidos a los míos y quese ayudan entre sí. Nunca me dijo cómo se llamaban odónde podía encontrarlos, pero creí que podían ser misolución. Ellos convencerían a mi esposa de lo buen mari-do que yo era. Le dirían a mi patrón que me aumentara el

NOCHES ALEGRES – DESPERTARES TRISTES 437sueldo y yo trabajaría mejor y lograrían soluciones a misproblemas.

En mayo del año 1992, en una borrachera en soledad,desesperado y contra todo sentido común por mi forma-ción y por mi manera de actuar, imploré: “Dios, si real-mente existes, ayúdame a dejar de tomar”. Caí de rodillasy el coma alcohólico duró dos días.

En julio de ese año, borracho y sin saber por qué nicómo, golpeé la puerta de un grupo de A.A. La personaque abrió la puerta me preguntó si tenía problemas con elalcohol y me invitó a pasar. Cuando golpeé la puerta, sentícomo que estaban rezando, después me enteré de que erael final de la reunión. Cuando pasé había ocho personassentadas alrededor de una mesa; nadie se movió. Todos sequedaron a pasarme el mensaje y hasta el día de hoy nohe bebido.

En todo este cúmulo de 24 horas, he aprendido y mehan pasado un montón de cosas. Aprendí que no habíasido tan buen hijo, ni tan buen hermano. Ni que tampocohabía sido un buen esposo y menos un padre ejemplar.Que no había sido tan buen compañero de trabajo ni tanbuen ciudadano, pero que podía serlo si me lo proponía.Aprendí que fui el asesino de los sueños de mi esposa.Que la defraudé, porque nunca fui el hombre que ellacreyó que yo era, que fui un ladrón de mi propia familia,violador de mi esposa. Que nunca fui esposo, amante,padre, hermano o hijo.

Tiempo al tiempo, tómalo con calma, si hoy es lunes, noquieras estar bien para el jueves. Todo esto lo escuché enlos grupos y luego lo fui descubriendo en los libros. Y laacción puesta en todas estas 24 horas comenzó a dar susfrutos. Lentamente recuperé a mis hijas y, aunque conmiedo, un día pude decirles “te quiero”.

Hoy puedo hablar con la que fue mi esposa y respetar-la, sin que su pareja me tenga miedo. Hoy soy un padre

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para cuando mis hijas me necesitan. Soy un hermano y,aunque ya no tengo a mis padres, hablo de ellos con res-peto y les agradezco lo que intentaron hacer de mí, por-que cada vez que estoy en dificultades sólo tengo querecordar lo que ellos hacían y muchas veces, problemaresuelto.

Tengo dos bellos nietos, una nueva esposa, y disfruto deun hogar; un corazón agradecido y lleno de felicidad; unosamigos que no conocía, como los ocho que me recibieron;y algo que nunca llegué a pensar que podía existir, unanueva familia, la familia de Alcohólicos Anónimos.

NOCHES ALEGRES – DESPERTARES TRISTES 439

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MI CAMINO INDIRECTO A A.A.

Pese a ver a su padre morir de alcoholismo, ibainventando pretextos para beber hasta acabar entrerejas encadenado al alcohol. Un compañero de celdale indicó la forma de librarse de su obsesión.

MI HISTORIA es muy parecida a otras muchas. Enmi familia siempre estuvo presente el alcohol.

Nací en un pequeño pueblo en la ribera de un lago. Miniñez fue bonita. De mi infancia hasta la edad de ochoaños tengo pocos recuerdos. Éramos una familia grande.Mi padre padecía de la enfermedad del alcoholismo ypude darme cuenta de lo que el alcoholismo podía hacer-le a una persona, ya que cuando iba a cumplir nueve añosvi en mi padre las funestas consecuencias de beber alco-hol. En muchas ocasiones mi madre hacía lo imposible porayudarlo, pero era poco lo que sabían de la enfermedad, yla cirrosis acabó con el hígado de mi padre. El cuadro quevi era muy triste: mi madre sentada al borde de la cama,mi padre con los ojos amarillos rojizos por la enfermedad,vomitando a baldes. Fue muy desagradable ver a mi padredeshacerse por culpa del alcohol. Recuerdo que en sulecho de muerte tuvo un momento de lucidez y le dijo ami mamá que lo perdonara, que nunca supo cómo dejarde beber, que en realidad sentía mucha pena y dolor aldejarla sola con la gran carga de diez hijos y desamparadaa la edad de 39 años. Mi padre murió, y recuerdo que nolloré, no sentía dolor, más bien sentía pena y tristeza porver morir a un hombre de esa forma.

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Después de los nueve años empecé a andar con muchavergüenza por lo que sentía; me sentía muy mal de que lagente me viera como huérfano. Me afectó mucho y meempecé a aislar de todos.

A los once años tuve mi primer contacto con el alcohol.Me daba miedo por lo que pudiera pasar, pero nuncapensé que terminaría como mi padre; sólo sentí el efectoy me gustó. Mi cara empezó a ponerse roja y caliente yparecía que mi cuerpo estuviera anestesiado. Sentía laspiernas y todo el cuerpo pesados. Experimenté un cambiode personalidad. Mis miedos se esfumaron. Pude gritar yhasta pelear con un muchacho del barrio que a diario memaltrataba y me ninguneaba. Esa primera vez se empeza-ron a burlar de mí; me decían que me iba a poner borra-cho si seguía tomando rápido. Y mi primo me decía queeso se tomaba despacio; pero yo quería apurar unos tra-gos más porque quería sentir más valor y poderme liberar.No recuerdo el final porque perdí el conocimiento. Mequedé dormido. Fue mi primera borrachera, primeralaguna mental y mi primera cruda. Al otro día sentí aúnmás vergüenza y miedo al recordar un poco de lo quehabía dicho y hecho, pues me daba miedo enfrentarme alas consecuencias y siempre lo evitaba.

Pasé algún tiempo sin tomar. Estaba en la secundaria yen un “día del estudiante”, no podía bailar ni socializar, asíque un amigo y yo fuimos a robar una botella de la tiendade su casa, la trajimos a la escuela y empezamos a beber.De ahí en adelante se hicieron más frecuentes las borra-cheras. Dejé de ir al campo a trabajar. Sólo iba porque memandaban, pero yo prefería estar con los amigos. A vecessalía a la calle bañado y cambiado sin saber a dónde ir. Nome sentía bien, me volvía a mi casa frustrado. No podíaandar solo; siempre tenía que andar con algún amigo yempezamos a ir a las esquinas, a la tienda y tomar cerve-za. A veces no nos emborrachábamos por falta de dinero.

MI CAMINO INDIRECTO A A.A. 441Con otros amigos que tenían carro empezamos a salir máslejos y a tomar por las tardes. Me recuerdo que entretodos juntábamos el dinero y comprábamos cerveza. Nosgustaba llenar las mesas de botellas vacías y que la gentelo viera, y se nos hizo más grande el hábito.

Como era de esperar, tuvimos el primer accidente con lacamioneta de un amigo por ir tomando. Al intentar adelan-tar a otro carro, chocamos contra unos caballos. El daño fuesólo a la camioneta. Nos prohibieron juntarnos. Los papásde mis amigos decían que yo era el culpable de que ellostomaran, ya que mi padre había muerto de borracho y yoseguía sus pasos. Eso me dolió mucho y me sentí muy lasti-mado, pero me convencí: yo no soy ni seré como él. Éltomaba mucho y nunca paraba. Yo tomo de vez en cuandoy me divierto. Además, cuando quiero, paro de beber. Bastacon que yo me lo proponga. Así continué cambiando delugar, parando de beber y volviendo a beber. Me fui a otropaís creyendo que allí no iba a beber como en mi tierra y eramentira. Después de un tiempo volví a mi país para cambiarmi forma de beber pero ya estaba fuera de mi control.

Consumía diferentes drogas. Fue empeorando misituación. Me arrestaron por primera vez por manejarborracho y el juez me mandó a A.A. y fui. Poco recuerdode las reuniones. Me llamó la atención la palabra “padri-no” y escuché a muchos que la decían. Entre ellos habíauno que era muy veterano y que hablaba fuerte y parecíaenojado todo el tiempo. Recuerdo que me dijo: “Mira,muchachito, si has llegado donde nosotros, te puedes aho-rrar de diez a quince años de verdadero infierno porqueel alcoholismo nunca te va a llevar a triunfar en nada”. Yotenía veinte años y no me interesó el mensaje. En la partebaja del edificio había un centro de baile y después de lajunta me reunía con unos amigos y allí mismo nos tomá-bamos unas cuantas. Trataba de demostrarme a mí mismoque podía parar cuando yo quisiera y no aceptaba mi

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situación. A partir de ahí tuve muchos problemas con laley; varias veces caí en la cárcel; tuve muchos accidentespero seguía sin entender por qué. Llegué a quedarme sinamigos y a cansar a mi familia. Era una carga. Ya no podíaestar ni acá ni allá, por todas partes tenía problemas.

Me casé cuando tenía veinticinco años con la firmedecisión de cambiar, pero ya estaba muy avanzado en lasdrogas y el alcohol. Tenía destruido el sistema nervioso ysentía la impotencia y los celos que me causaba mi inse-guridad. Empecé a hacer de mi matrimonio un infierno,pues llegué hasta pensar que mi hijo era de otro; acusaba ami compañera, y eso me servía de excusa para seguirbebiendo, pues al hacerla sentirse culpable, ella tenía queaceptar la situación. Llegué al abuso doméstico. Ya no sabíalo que hacía. Empecé a tener momentos en los que medaba cuenta de que estaba mal, que el alcohol había con-vertido mi vida en lo que más odié en mi infancia. Ya bebíapor necesidad; caí en una tremenda depresión cuando tuveun accidente y me quedé casi dos años desempleado yviviendo del seguro —otro pretexto para beber. En ocasio-nes sufría tanto que quería parar, pero no sabía cómo.Cuando dejaba de beber cuatro o cinco días me ponía bienneurótico. Todo me molestaba, hasta el llanto de los niños.No podía soportar mi situación y mi compañera me decía:“Es mejor que busques algo para que te calmes los nervios,pues estás peor que cuando bebes”. No sabía qué hacer.Pasé un tiempo sin beber; sólo fumaba marihuana.Después de pasar unos meses sin beber, un amigo me pre-guntó que si yo no tomaba, porque no me había vistotomar, y me autoengañé pensando que podría beber unascuantas. Mi intención, como en otras ocasiones, no era per-der el control, pero esa vez, como todas las anteriores, ter-minó en desastre. Tomé hasta casi perder el sentido. Mevolví a sentir prepotente y no dejé que me ayudaran. Sentíacoraje conmigo mismo. Tomé las llaves de mi camioneta y

MI CAMINO INDIRECTO A A.A. 443me eché a manejar. Sólo recuerdo por lapsos que iba pe-leando con otro conductor que manejaba imprudentemen-te. Cuando terminó la calle me fui por una carretera solita-ria. Cuando llegué a mi casa por la calle de entrada habíavarias patrullas esperándome. Me di cuenta de que estabaen problemas. Supe que el conductor del otro vehículo mehabía denunciado, que lo había amenazado de muerte. Norecuerdo mucho. Me llevaron a la cárcel y cuando estabaen la celda empecé a hablar acerca de lo que me sucedió yde mi problema, con otro compañero de celda hasta que secansó de oír mis quejas y se fue. Pero había otra personaque me estuvo escuchando y me abordó, me llamó por minombre y me dijo: “Yo he estado escuchando todo lo quedijiste y quiero hablar contigo”. Me empezó a regalar suexperiencia y me dijo que me llevaría a un lugar dondepodría dejar de beber y encontrar la ayuda que necesitaba;y me dijo que si quería, podríamos ir en ese momento. Medijo que era una junta de A.A. dentro de la cárcel que sellevaba a cabo los lunes y los miércoles, y me llevó. Yo noquería ir, pero fue agradable estar allí porque escuché casimi misma historia de boca de otros. Me dijo que si yo esta-ba dispuesto a dejar de beber, podría ayudarme. Sentímucha confianza en él pues, aunque no me conocía, metrataba bien. Me enseñó el aspecto espiritual del programa.Me dijo que él estaba en la cárcel porque estaba cumplien-do una condena por unas infracciones pasadas. No parecíapreocuparse por nada. Él me dio mi primera lección acer-ca de A.A. Me dijo que la cárcel de la que debería cuidar-me y liberarme era mi propia cárcel mental; que yo estabaencadenado a mi enfermedad y sin la ayuda de otro serhumano que hubiera pasado lo mismo, no habría ningúnpoder que me arrancase de la locura o de la muerte. El juezme sentenció a seis meses de cárcel y cinco años de liber-tad vigilada, y me dijo: “Tú eres un criminal y no puedesestar en las calles. Debes ir a Alcohólicos Anónimos de por

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vida”. Cuando llegué, mi amigo ya había conseguido sulibertad y me sentí muy solo. Quería hablar con alguienpero especialmente con él. Pregunté por él y su cama esta-ba vacía, y alguien me dijo que me había dejado su núme-ro de teléfono y había dicho que cuando saliera, lo llamara;que le echara ganas. Guardé el teléfono y me sentí bien.Seguí yendo a las juntas y aunque tuve muchas invitacionesa beber dentro de la cárcel, no lo hice. Yo en verdad creí enlo que me dijo este amigo, que más tarde fue mi primerpadrino en A.A. Cuando salí de la cárcel lo llamé conmucho gusto. Pronto vino por mí, siempre sonriendo, y mellevó a mi primer grupo. Conocí a otros compañeros y a supadrino. Él se preocupó por recogerme todos los días aun-que a veces yo no quería ir y me escondía de él, pero siem-pre estuvo allí para ayudarme. Me introdujo a los serviciosde A.A. y me dijo: “Si no quieres beber, métete en los ser-vicios. Si lo haces de buena voluntad es como comprar unboleto de garantía: mientras hagas un servicio en A.A. novas a beber”. Y empecé a echarle ganas. Me enseñó a sen-tirme parte de los demás; y me puse bien ayudando a otrosalcohólicos.

Mi padrino de hoy me ha ayudado a madurar, a formarmi carácter, a cortar con dependencias, a ser libre; loquiero mucho. Siempre le agradezco a Dios por habermeregalado esta vida. A través de A.A. he llegado a entenderel significado de “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.Mi padrino me lo ha inculcado. Le pido a Dios que tometodo lo bueno y malo que soy, lo transforme y lo utilicepara ayudar a otro, porque hoy puedo decir con muchoorgullo: “soy alcohólico y hoy no bebo”. Antes me dabavergüenza decirlo, pero hoy me da vergüenza ser borra-cho y deshonesto. Sigo estando dispuesto a salvar mi vida,ayudando a salvar la de otro, contribuyendo, compartien-do, sirviendo café, contestando el teléfono y practicandolos Pasos de A.A. A.A. funciona si tú estás dispuesto.

MI CAMINO INDIRECTO A A.A. 445

(7)

VÍCTIMA DEL DESTINO

Se creía abandonada, desgraciada, sin salida niesperanza. Ahora, con el apoyo de su Poder Superiory sus compañeros de A.A., vive tranquila y agradeci-da, pasando el mensaje de recuperación.

PASÉ veinticinco años tomando alcohol, pero dejé debeber hace poco más de tres. Tenía treinta y nueve

años y recuerdo todavía aquella mañana: me estaba toman-do la que sería mi última cerveza. No la saboreaba porquecada trago me hacía sufrir; había pasado varios días bebien-do y sabía que necesitaba parar de tomar. Temblaba, puessentía mucho frío y sabía lo que vendría después. Sufríauna de tantas y tantas resacas; tenía comezón en los brazosy en la cara. Miraba aquella botella como si fuera mi únicasalvación, pero lejos de sentirme mejor me sentía aún peor.Me dolía el cuerpo, pero sentía un dolor más allá del físico,era una punzada en el alma.

Esa mañana me encontraba en el departamento de mihermana. Ella me dejó quedarme ahí mientras “todo searreglaba”. Caminaba de un lugar a otro y no encontrabami lugar. Entré al baño y olía a limpio. Me paré frente alespejo y sentía tanta vergüenza de mí que cuando me mirésolté el llanto. Me sentía sucia y vacía por dentro, y mien-tras vomitaba pensaba “¿por qué?” Ya llevaba muchos añossufriendo cada vez que me emborrachaba y eso era muyseguido. Después de cada borrachera, hacía una promesa,me hincaba y le gritaba a Dios. En muchas ocasiones loculpaba y le decía, “Tú sabes que yo no quiero vivir así; haz

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algo, yo sé que puedes”. Pero siempre sentía que no meescuchaba y que no me merecía que me escuchara. Medolía mucho haber discutido con mi hija mayor, pero yosabía que ella tenía razón; no obstante, me sentía yo la víc-tima, siempre dependiendo de mi enfermedad.

Mis hijas me vieron tomar desde siempre, pero el alco-holismo fue creciendo y yo fui empeorando junto con losproblemas. No me perdonaba haberme emborrachadocuando me confiaron el cuidado de mi nieta de apenasdos años. Aunque no era la primera vez que tomaba deesa manera, esta vez anduve manejando por toda la ciu-dad en un carro que apenas caminaba. Y anduvimos así,de un lado a otro, por muchas horas, mi hija de nueveaños y la nieta de dos, y yo en estado de ebriedad.

Mi hija nos estuvo buscando. Sabía que yo no andababien. Fuimos a visitar a otras personas que también be-bían y fue allí donde me encontró y me hizo saber sumiedo y su coraje.

Como pude, me regresé a casa y volvimos a discutir.Ella tenía razón, pero yo le reclamaba su comportamien-to de los últimos meses, y así terminamos decidiendo quecada quien se fuera por su lado. Yo me sentía ofendida yopté por salirme de nuestra casa. Las dos teníamos elcompromiso de mantener la casa que compramos conmuchas ilusiones. Fue un compromiso que adquirimos enun corto tiempo que dejé de beber a fuerza de voluntad,pensando que nunca más volvería a tomar nada que tuvie-ra alcohol. Pero con una mente trastornada y con mi his-toria de alcoholismo, me fue muy difícil mantenerme sinbeber. Lo intenté a lo largo de mi carrera alcohólica y entodas las ocasiones fracasé. Pero esta vez había el compro-miso de una casa. Yo sabía que ni ella podía sola, ni yopodría ni quería afrontarlo.

Empecé a tomar desde el hogar materno, sirviendo lostragos a los tíos que nos visitaban muy seguido. Cada vaso

VÍCTIMA DEL DESTINO 447que servía lo probaba primero y, después de algunos sor-bos, empezaba a sentirme bien y me quedaba dormida enel baño o en cualquier rincón de la casa. Me gustaba esasensación porque me sentía otra.

Fui muy callada en la escuela; me sentía menos que losdemás alumnos. No entendía el idioma ya que habíamosvenido de otro país hacía muy pocos años, y cambiamosde escuela tantas veces que era difícil cada vez que habíaque empezar. Así que amistades tenía pocas y buenasamigas, ninguna. No tenía confianza, venía de “otro lado”.

Decía que tomaba y me embriagaba porque cuandoéramos niños nos habían abandonado con los abuelos. Nome daba cuenta de la necesidad de una madre soltera deayudar en la economía de su pobre hogar para hacer rea-lidad su sueño de una vida mejor. Y por eso tuvo quedejarnos al cuidado de alguien. Llegué a darme cuenta deque yo no era la única que había sufrido. Estaban misotros tres hermanos y ellos no eran alcohólicos.

Bebía mucho; creía que la vida me debía algo y que yoera la víctima de las situaciones malas. Viví muchos añoscon esa muleta y, cuando estaba ebria, si alguien me pre-guntaba por qué tomaba tanto, mi respuesta era larga ytriste. Siempre fui muy impulsiva y de esa manera decidíun día irme de mi casa con el hombre que fue el padre demis hijas. De esa misma manera me salí de su vida porqueél era un borracho y un mujeriego y yo no estaba dispues-ta a vivir así. Aunque yo nunca dejé de beber, pensabaque él era peor y no quise ver la verdad.

Cuando empecé a vivir sola, creí que eso era lo mejor. Yasí empecé sin ningún freno, con muchas desveladas y cru-das. Las lagunas mentales las experimenté de inmediato yasimismo perdía el dinero que ganaba trabajando en untaller de costura. Ganaba lo suficiente para vivir tranquilacon mis hijas pero, en vez de buscar algo bueno, rentabados cuartos en un segundo piso tapizado de cucarachas y

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ni un baño privado tenía. Me mudé varias veces intentan-do ajustarme con lo poco que me quedaba, y trabajabamuchas horas extras. Trabajar tanto fue la razón por la quemis hijas quedaban abandonadas por mí y abandonadaspor el papá, que entonces vivía su luna de miel.

Peor aún, la bebida se fue haciendo más común, yatambién tomaba entre semana y aunque en ese tiempotodavía tenía fuerzas para levantarme e ir a trabajar, medeterioraba cada vez más. Experimentaba fracaso tras fra-caso, tanto moral como emocionalmente. En una de misborracheras perdí el conocimiento una Navidad. Metomé unos jarabes muy fuertes combinados con una bote-lla de ron, y después intenté quitarme la vida.

Desperté en un hospital y la familia me preguntaba porqué lo había hecho. ¿Hecho qué? No recordaba nada,pero fue muy doloroso saber que no me gustaba vivir. Porlo menos eso creía, porque lo volví a intentar. Esta vezquería saltar por la ventana. Me odiaba a mí misma y nopodía o no sabía qué hacer.

En ese entonces encontré un médico con quien plati-car y le confiaba muchas de mis cosas. Pero me enredéemocionalmente y a los dos años me volví a quedarembarazada.

Tuvimos problemas porque yo seguía bebiendo y conesa excusa él me dejó. Estaba sola otra vez, y ésa fue otrarazón para retomar el camino del alcohol. Cuando naciómi niña, el padre estuvo ahí, pero sólo se mantuvo en con-tacto los dos primeros años.

De ahí decidí seguir mi vida sola y, cuando volví a aga-rrar la botella, fue con dobles ganas. Tal vez me queríavolver loca para no enfrentarme a nada. No me gustabami manera de vivir; quise terminar la escuela y fracasé porseguir bebiendo. Eso me derrotaba aún más; me sentíasin valor alguno, pero todos tenían la culpa, menos yo.

De pronto me di cuenta de que algo andaba mal y bus-

VÍCTIMA DEL DESTINO 449qué ayuda. Después de llamar a algunos hospitales encon-tré un lugar en donde se requería estar internada. Perocuando me entrevistaron, me asustó pensar que debíaquedarme seis meses y pensé que no podría dejar a mishijas tanto tiempo sin mí. No me daba cuenta de que nome tenían; y pasé varios años más de locura evitando larealidad.

Me acerqué después a la religión. Quería creer, pero notenía ni fe ni humildad. Decidí buscar viejas amistades ypor recurrir siempre a esa “amiga”, pasé más de seis añosbebiendo y destrozando mis sueños de ser maestra. Esoera lo que quería, pero sin autoestima no lograba termi-nar la escuela. Empezaron las promesas y juramentos; yamis hijas mayores tenían nueve y diez años y empezabana ver todo lo que su mamá andaba haciendo. Traté dedejar la bebida a fuerza de voluntad, pero cuando metomaba sólo una ya no podía detenerme. Ya no salía ni atrabajar porque no podía mantener un trabajo muchotiempo. Trabajaba un día; la vergüenza no me dejaba ir acobrar, y volvía a buscar otro trabajo.

Hasta que un día se me presentó la oportunidad de untrabajo que, por inconsciente e impulsiva, me llevó aparar mucho tiempo en una prisión. Esta vez sí tuve encuenta a mis parientes, pues necesitaba que se hicierancargo de mi familia. Fue muy difícil, ya que en prisiónempecé a ver todo lo que había hecho, y a sufrir por notener cerca a mis hijas. El miedo de pensar que algo lespasara me atormentaba. Así que sólo esperaba el día quellegara mi fecha de salida para empezar una nueva vida allado de mis hijas, que ya eran unas señoritas.

Por fin llegó el día y cuando al fin bajé del autobús queme llevó hasta donde me esperaban, entre risas, abrazos ymucha emoción, les aseguré que nos esperaba algonuevo.

Mi hija me dio la noticia de que yo iba a ser abuela.

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Hacía más de dos años que su papá se había muerto en unaccidente, así que le dije que yo sería mamá y papá y quejuntas nos arreglaríamos bien.

Pasaron algunos meses y el Señor Alcohol me esperabapaciente y seguro. Así fue como me volví a entregar encuerpo y alma a lo que conocí toda la vida, y aunqueintenté frenarlo, ya había hecho su trabajo conmigo. Otravez más no sabía qué hacer y me encontré en la mismasituación.

Ya era abuela y aún así nada me detenía. Las resacas ylas lagunas mentales eran más crueles, pero no veía lasolución. Me sentía tan desgraciada y me decía a mímisma que no quería esa vida, pero no sabía qué hacerpara cambiarla. La familia entera estaba desilusionada, ycon mucha razón. Así pasaron otros dos años de infierno.No tenía perdón y me avergonzaba pedirle a Dios ayudaporque sentía que no la merecía.

Una mañana de resaca moral, volví a buscar “algo” enla guía de teléfonos. No sabía qué, pero necesitaba algomás que no fuera alcohol. Encontré “A.A.” y llamé. Meinformaron de los grupos y asistí a ellos un par de sema-nas. No sé cómo, tal vez por la confianza de creer que yano volvería a emborracharme, volví una vez más a estar enlas puertas del infierno.

En pocos meses viví lo que no había vivido en mi alco-holismo, y toqué un profundo fondo tras otro. Me con-vertí en una carga para mi familia, y mi estado físico ymoral quedó muy deteriorado. Sabía que me estaba com-portando mal, pero también sabía que existía un lugardonde se deja de beber y, principalmente, se deja desufrir. Se deja también la autoconmiseración y, sobretodo, se deja de hacer sufrir a la familia y a la gente quenos quiere de verdad.

Aquella mañana en el departamento de mi hermanaestuve pensando que Dios no me tenía abandonada, por-

VÍCTIMA DEL DESTINO 451que me dio la oportunidad de saber que había un lugardonde otras personas dejaron de beber.

Esta vez no me mandó el juez como en otras ocasiones.Llegué a un grupo que apenas empezaba y así empecé yotambién. Al principio batallaba porque seguía culpando aotros; estaba atrasada en todos mis pagos y me seguía sin-tiendo víctima del destino. Pero, poco a poco, al pasar porvarias experiencias, me fui dando cuenta de que el pro-grama de los Doce Pasos es para mí y nadie más.

Llevo muy poco tiempo en esta comunidad tan diferen-te de lo que yo creía que era, pero los logros emocionales,morales y, por qué no, también espirituales, se dejan sen-tir. Ando muy ocupada con mi nuevo estilo de vida, peronecesito estar así. Entre el grupo, el servicio y visitas acentros de tratamiento, yo soy quien más se beneficia.

Hoy sé que no estoy sola y que mi Poder Superior nuncame soltó de su mano. Fue más paciente que el mismo alco-hol. Busco la recuperación día a día y aunque aún tengoalgunos problemas, los puedo enfrentar sin alcohol. Tengoa mis hijas cerca de mí y —otro regalo de Dios que vieneen camino— el apoyo de un buen hombre que también esA.A. Cada día que pasa, algo o alguien me dice que lomejor está por venir.

Me acostumbré a vivir una vida de infierno, de actosimpulsivos y mucha inestabilidad, pero nunca me gustó eltraje. Yo sabía que no me venía bien pero no sabía quéhacer para cambiarlo. Hoy trato de vivir este día agrade-cida y vivo tranquila.

Sólo me resta darle las gracias a Dios por haberme acer-cado a A.A. La única forma de pagarle y mostrarme agra-decida es pasar el mensaje y no olvidarme de dónde salí.

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(8)

“TANGOBAR”

Este “hombre de los miles de trabajos” estaba enfuga constante. Volvió, décadas después, a la casapaterna donde se había emborrachado por vez pri-mera y allí se le abrió el camino hacia la sobriedad.

OCTUBRE, otoñal y brillante, con olor a nieve, con airerenovador y vibrante, mi mes favorito. La Serie

Mundial de béisbol. Posibles ganancias en las apuestas.Mi comité cerebral en control alcohólico. Ese incontrola-ble sentido de fatalidad, un pendiente sentimiento deldesastre que sucedería, sin duda alguna. La salida, un parde tragos más, y esa desesperación se evaporaba, y volvíala falsa algarabía, y un rayito de esperanza de que estoalgún día fuera a cambiar. Lo presentía, en desesperadavacilación. Sudando copiosamente a pesar del frío deoctubre, entré a mi bar favorito. Había algunos comensa-les en la barra; saludándome, el bartender me preparó untrago de scotch y una cerveza. Automáticamente me acer-qué a la vieja victrola, donde hacía años repetía las mis-mas canciones y dejé caer una moneda de veinticincocentavos y apreté la tecla de un tango. Sin saberlo, era miúltima selección, en mi apodado “tangobar”. Aquella se-lección sería la última, así como mi último trago en aquelbar y ciudad que me recibieran en mi juventud. Tomévarios tragos, y salí al frío de la tarde; una brisa glaciar medespejó, aunque temporalmente, de la cruda moral inter-na. Desde allí tomé un taxi al aeropuerto, hacia miencuentro con Dios, A.A. y mi destino.

453

Semanas atrás había recibido la terrible noticia en elcorreo, de que me estaban buscando los federales parauna auditoría de impuestos, y querían un pedazo de mihumanidad. Actuando con desafío y locura, decidí, unavez más, escaparme de las responsabilidades de la vida.Siempre lo había hecho. Un cambio geográfico temporalme daría espacio. Llamé por teléfono justo antes de abor-dar mi vuelo para postergar mi cita. La postergaron unpar de meses, y mi adrenalina explotó. Yo podía desde unteléfono compaginar mi vida. Mi escape era una ciudaddonde fluía la cachaza y la cerveza. Después de tres díasde borrachera, otra ciudad, una semana. De retorno, otraparada, saludar a la banda de amigotes, y luego mi desti-no final. Habiendo trabajado en aviación comercial, éstaera mi ruta, ya me conocían. El campo estaba fértil, ésteera el momento en mi vida en que el milagro iba a suce-der. Pero antes, necesito, como en el trabajo de los Pasos,retornar al principio, donde todo comenzó…

Nací en un lugar donde aprendí a cabalgar antes quecaminar, y donde beber era absolutamente natural. Asíque anduve siempre entre caballos y grappa, una bebidaque se produce del zumo de la uva, con un peculiar olory una extraordinaria potencia.

Mi padre era un hombre ejemplar y dedicado a sufamilia, hasta el momento de empezar a beber. Una de lascomplejidades del alcoholismo es alcanzar a comprenderque mi padre, que Dios lo tenga en su gloria, me enseñóa jugar al ajedrez, de muy niño, entre tragos. Nuestro clanera famoso por un cóctel que llamábamos “potrillo”, por-que corcoveaba y te derribaba: una mezcla de amargo convermouth y hielo en un vaso de dieciséis onzas.

Mi madre era una hormiguita: guardaba todo en lasbuenas épocas para el invierno. Una de sus tantas conser-vas eran las uvas del viejo parral. En alcohol etílico puro,envasaba las uvas verdes en unos inmensos botellones de

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cinco galones y los cerraba herméticamente. Los invier-nos en esa región son muy rigurosos, particularmente enlas madrugadas, y antes de partir hacia la escuela, mimadre nos daba una uvita con “juguito”. A espaldas de mimadre, mi hermano y yo nos intoxicábamos con aquel eli-xir de alcohol y fruta. Yo pasé la mayor parte de mi edu-cación secundaria bajo los efectos de aquel alcohol.Además, hacíamos vino casero, dulce y abundante. Undía de marzo de 1953, mi hermano y yo nos bebimos doslitros de aquel vino. Borracho, me llevé una repisa devidrio por delante y me reventé el ojo izquierdo. Aquelacontecimiento en 1953 iba a marcar una etapa trascen-dental en mi desarrollo hacia el alcoholismo. De tal ma-nera que, exactamente treinta años después, en el mila-groso año de 1983, iba a llegar a la Comunidad de A.A.Después del accidente, marcas quedarían de por vida.Perdí mi capacidad de atleta, particularmente en los cam-pos competitivos, natación, béisbol, judo y tenis: todosamores míos deportivos. Y comencé a usar, por necesi-dad, lentes oscuros, recetados por los médicos, de los cua-les no me desprendería por más de 35 años. Desde aqueldía, comencé a sentirme “diferente”. No veía por mi ojoizquierdo y odiaba la palabra ‘tuerto’, pero eso es lo queera. Sentí que no podía competir en la conquista demuchachas, y comenzó mi martirio depresivo, el cual eraaliviado solamente por el alcohol en grandes cantidades.Éramos una banda en la escuela que bebíamos cerveza —primero, botellas, luego, cajas, y finalmente, barriles; unagran cantidad era una absoluta necesidad. Dos del famo-so trío cervecero dejaron de existir en la plenitud, a los 47años, época en la cual Dios me había sacado de los vacíosde mi alcoholismo activo.

Lo mío fue una revancha; perdí la visión, y con mi sen-timiento de depresión y diferencia de los demás me dije:“alguien las pagará”. Y así me tiré a beber con toda impu-

“TANGOBAR” 455nidad. Y mientras más bebía, más capacidad de acepta-ción tenía. Me sentía invencible, capaz de cualquier haza-ña, de cualquier desafío.

Después de un bachillerato alcohólico, con buenasnotas, intenté universidades, no una, sino dos. Quería serabogado, escritor, periodista. ¡Cuántas cosas quería! Ycomencé un itinerario gitano que me llevaría por elmundo a una decadencia final. Apenas salí de mi país yaterricé en otro donde me enamoré de la famosa “caipi-rinha”, cachaza (ron sin destilar) y limón. Bajo condicio-nes normales uno bebe un par. Mi caso era empezar parano terminar. El amor con caipirinha fue “amor a primergusto”, acompañado de cerveza en barriles. Rodeado degente que bebía igual o más que yo. Un matrimonio quenunca debería haber sido, y empecé a rodar. En 1963 medieron la llave del despacho de bebidas alcohólicas y ciga-rrillos de una embajada foránea en mi país, para que loadministrara. El mejor trabajo de toda mi vida. Todo elalcohol y cigarrillos disponibles y a mi alcance.

A fines del 63 me largué en un escape geográfico a unnuevo país, y las próximas dos décadas me “distinguirían”como consumado bebedor, tipo desastre. Tres matrimo-nios. Decenas de trabajos. Inspirado por Hollywood, meidentificaba como el “hombre de los mil trabajos”.

Durante los años de “vino y rosas” trabajé en la aviacióncomercial, recorriendo el mundo en una nebulosa dealcohol e irreverencias. Luego, comenzaron las pérdidasde posición, respeto, moralidad y capacidad para manejarmi vida. En medio de este panorama comencé a experi-mentar con otras sustancias químicas, pastillas y lo queapareciera. Alrededor de un alcohólico activo hay siempreun río de recursos naturales de abuso de todo tipo.

Durante la década de los sesenta, alterné la mitad deltiempo entre dos ciudades. Mi trabajo para compañías deaviación me permitía viajar mucho, particularmente los

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fines de semana. Me había asociado con una banda deborrachos y vivíamos prácticamente en los hipódromos,entre caballos y whiskey. Nos movíamos entre los hipó-dromos de la región, entrando y saliendo y siempre conalcohol. De dónde sacábamos dinero, nunca lo supe.

Durante otra escapada, en Europa, pagué la cuenta delhotel con un cheque sin fondos. Todavía no sé por qué lamente reacciona así, sabiendo que era inmoral tal actitud.Cuando me llamaron del banco, tuve un sentimiento devergüenza inolvidable. La cantidad no era importante,pero sí la irresponsabilidad de hacerlo, sabiendo los resul-tados. Así fue que me gradué como profesional de loscheques sin fondo. En otra situación muy comprometida,tuve que ir al banco en persona a dar la cara, y el gerenteme recibió con una bienvenida bochornosa que me des-moralizó diciéndome: “Ah, usted es el famoso escritor decheques sin fondos”. Tuve suerte de que no me procesa-ran y aceptaran una restitución y el cierre de la cuentabancaria. Este fondo moral sucedió muchos años antes demi fondo alcohólico y siempre asocié ese Primer Paso, ami llegada a la Comunidad, con la palabra que identificódefinitivamente mi existencia: ingobernabilidad. Por estaépoca, comencé a beber fuera de mi círculo, en baresoscuros y rancios que yo detestaba y llamaba “de bajofondo”.

Ataques frecuentes de ciática me llevaron a dependerde barbitúricos y la mezcla de ellos con scotch comenza-ría otra de las batallas con los demonios que me domina-ban. En 1972 tuve una gran oportunidad de negocios enmi país. Retorné, pero el alcohol se había radicado de talmanera que mi vendaval parecía sin solución. Los próxi-mos diez años iban a ser devastadores.

Durante esta estadía en mi país, varios acontecimientossucedieron como preludio a los próximos años de sufri-miento. Empecé a beber solo, y experimentar violencia.

“TANGOBAR” 457El suicidio comenzó a rondar mi mente, algo que nuncahabía sucedido. Perdí mi capacidad de funcionar como unser humano. Mi familia empezó a esquivarme y a preocu-parse. La palabra locura surgió. Después de habermetomado un par de botellas de vodka, una tarde de muchocalor, decidí que la única salida era eliminarme. Años des-pués, en mi trabajo de Cuarto Paso, comencé a ver la ver-dadera naturaleza de esta dolencia, que a veces me con-ducía a cometer actos que eran más cómicos que trágicos.Creo que siempre estuve en el medio de ese dilema.

Sentado en el suelo de una pequeña cocina, decidíabrir todas las llaves de la estufa y dejar que el gas measfixiara. Pero antes de volver a sentarme con el trago devodka en la mano, y por las dudas, abrí las ventanas.

Un día de marzo del 73, agredí violentamente a mipareja de entonces, y su familia y la mía me dieron unultimátum: O te vas del país o te procesamos. Estaba enel tobogán alcohólico donde no hay retomo. Con unalocura sin limites, dejé todo. Teníamos un hermosodepartamento que habíamos decorado con muebleshechos a mano, un hermoso presente, con promisoriofuturo. Y sin embargo, nunca lo dudé. Así que emprendíotra fuga geográfica. En bancarrota, desmoralizado, otravez me fugué, una vez más, hacia el norte. A mi llegada,mi ex me pasó papeles de divorcio, me quedé sin casa, sinpresente, con mucha sed y muchos sentimientos de ven-ganza y revancha. Así fue que retorné con la mente febrily vencido.

Mis sueños de periodista se realizaron, en parte, cuan-do comencé a trabajar en uno de los prestigiosos serviciosde noticias de aquella época, donde el alcohol corría aríos y se transmitían por teletipo todas las carreras detodos los hipódromos del país. Era dificilísimo trabajarmadrugadas y beber parte del tiempo; la labor era riguro-sa, y no duré. Así como me corrieron de este trabajo, me

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corrieron de una agencia de publicidad, de varios impor-tadores, agencias de navegación y ad infinitum. Pero micapacidad para conseguir trabajo y hacer dinero nuncame abandonó. Necesitaba sobrevivir, mi ingobernabilidadme tenía atrapado. Estaba enajenado. En medio de estosdilemas de vida, me había envuelto en una relación senti-mental y destructiva con una pareja alcohólica.

Así había llegado el otoño del 83 y, sentado bebiendoscotch al mediodía, ojeando un diario marítimo, encuen-tro un trabajo hecho a mi medida. Desde allí, usando elteléfono del bar, llamé. A las cinco de la tarde aquel pues-to era mío. Había descubierto que podía actuar como mipropia agencia de empleos desde mi cómoda butaca en eltangobar. Así que comencé a negociar para cuándo iba acomenzar a trabajar. Compaginé con mis nuevos patronesuna fecha para comenzar el nuevo empleo, y emprendí elvuelo hacia el encuentro con la cordura y mi despertar ala nueva vida, sin siquiera imaginarlo.

En octubre de 1983 aterricé en mi país con una borra-chera atroz, y mi cuñado, otro borracho no declarado quejamás me había venido a recoger, apareció en el aeropuer-to. La primera parada, un bar cerca de la casa paterna,donde celebramos un par de horas mi llegada. Lo cómicoera que la familia siempre terminaba llamándome porteléfono, siempre a algún bar. Y aquella vez no fue laexcepción; mi madre me llamó para preguntarme cuándoíbamos a llegar. Apuré el último trago, no sólo de aquelmomento, sino mi último trago. Sin saberlo, había consu-mido mi trago final.

Mi llegada a la casa paterna y el encuentro familiarmarcarían una extraordinaria sensación de paz, un bienes-tar desconocido. Mi hermano estaba sobrio casi dos años;aquel almuerzo marcó una nueva etapa en nuestra rela-ción, y mi curiosidad no tenía límites. Uno del clan enA.A., casi inaudito.

“TANGOBAR” 459Por la noche, me dejé guiar a una reunión de A.A. en

la misma localidad. Era una reunión cerrada, y decidí noentrar, yo no era alcohólico, no todavía. Me recibieron encomité de apadrinamiento, fuera de la reunión. Al finali-zar la reunión, me invitaron a café, camaradería y muchaalegría. Me regalaron el fabuloso folleto “¿Es A.A. paraUd.” y me dijeron: “Léelo en casa, solo y tranquilo.Tendrás la respuesta concreta, sin duda”. Aquella nocheinolvidable sentí por primera vez la liberación del alcohol.De alguna manera ni pensé en beber. En medio del soporque tenía después de una larga borrachera, sucedió loque después llegué a conocer como “sobriedad de golpe”,un impacto espiritual que me sacó del fondo del dolor ala luz del espíritu.

Dormí como un príncipe y, a la mañana siguiente des-pués de haber leído las doce preguntas y contestado “sí” aonce, decidí, comprendí, acepté y me identifiqué comoalcohólico. Con una seguridad absoluta entré al grupoaquel milagroso día de octubre del 83, y el milagro conti-núa repitiéndose en cada etapa de mi existencia.

Como borracho de mediodía, visité y me refugié engrupos que funcionan a tal hora. Al conocer mi gitaneríade beber en cada aeropuerto, los hermanos me regalaronsu experiencia para no tener que beber. Me hablaron delos intergrupos, de los teléfonos, del Libro Grande y debuscar ayuda. En cualquier puerto, aeropuerto, posta,estación de trenes, ómnibus, no importa dónde, A.A.siempre está allí.

Los primeros días de gloria en la Comunidad de A.A.fueron la introducción maravillosa de la fuerza y eficaciade nuestro programa; la abnegación de sus miembros,que sacrifican lo que sea en pos de ayudar al hermano,muy especialmente al recién llegado, que andaba comoyo, completamente desorientado y viajando, y siemprecon el peligro de la primera copa. Retorné a una ciudad

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donde siempre había bebido mucho, como lo tenía pre-visto. Qué diferente fue todo. Llegué a mi hotel y a lamedia hora estaba hablando con los A.A. de la ciudad,quienes me llevaron a tomar café. Luego me llevaron algrupo y me cobijaron y cuidaron. Verdaderamente, A.A.para mí ha sido una especie de ejército de protección,particularmente en aquel atribulado viaje de sobriedad.Por primera vez en mi vida me di cuenta de que aquellaciudad era más que cachaza y caipirinha.

De regreso a la ciudad donde vivo, fue extraordinariocontinuar participando en el milagro que es el círculo uni-versal de A.A. Encontré un grupo y asistí a la reunión.Tenía quince días sobrio. Y cuando lo conté en aquelgrupo, me dieron un aplauso que todavía lo siento en lomás profundo del corazón.

La sensación de la que tanto hablamos en A.A., “lanube rosada”, en mi caso, nunca se ha disipado. Vivo enesa nube, no quiero nunca bajarme. Qué necesidad tengo,si vivo tan bien y confortable, en paz conmigo mismo ycon el mundo. Es lo mejor de mi vida.

Lejos estaba de soñar las bienaventuranzas por venir,los miles de colegas que intervendrían en mi vida, enri-queciéndola, en esta gran aventura de vida que es A.A.Gracias A.A., gracias por mi vida.

“TANGOBAR” 461

(9)

“¡¿TE RINDES O ACABO CONTIGO?!”

Al comienzo creyó haber llegado a A.A. en un “díaaciago”. No quiso dejar que se le quitara su únicoconsuelo, la bebida. Salió de su primera reunión con-fundido pero convencido de ser alcohólico.

COMO una gran mayoría de los bebedores problema,empecé a consumir a los quince o dieciséis años,

bebiendo muy moderadamente para “pasarla bien”.Desde niño vivía atemorizado, acomplejado y con muchosproblemas, y sentía que no servía para nada. El beber meresultó un refugio que me hacía olvidar que tenía unhogar que poco tenía de tal, a excepción de mi madre a laque me unía un profundo cariño. En esos tiempos, peseal control familiar, me las arreglaba para beber y me gus-taba el efecto que tenía en mí la bebida. Me sentía enlibertad de expresarme abiertamente, casi “realizado”,porque en general, sin bebida, me sentía como un ratónmojado. Así que el descubrir que la bebida me hacía sen-tir en la gloria fue grandioso.

No es de extrañar que esa condición de bebedor socialdurase pocos años. A los veintiún años, ya casado, la bebi-da y una conducta inclinada a la promiscuidad eran ya unproblema, porque faltaba al trabajo, descuidaba mis obli-gaciones con la familia y tenía períodos de amnesia queme hacían sufrir. Pero pasado un tiempo de abstinencia,creía estar bien y volvía a lo mismo.

Entonces perdí esa familia. Desde ese momento, yo,que afirmaba que sólo los tontos bebían decepcionados

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por perder algo, comencé a beber en serio y con mayoresdificultades. En 1972, ya solo, me evadí geográficamente,eludí amigos, problemas, familia, yéndome a otras ciuda-des de mi país, pero el resultado fue que bebí con mayorintensidad. Tuve muchos y graves problemas, pero nopude escapar de mí mismo.

Desacreditado, avergonzado, sin ganas de vivir siquie-ra, volví a mi ciudad natal después de cinco años de jolgo-rio pero también de sufrimientos incontables. No ahorréni un centavo, pese al excelente salario que percibía. Esemismo año conocí a una joven agradable. Sarcasmo deldestino: ella era agraciada y honesta, yo sólo un mal borra-cho. Aceptó casarse conmigo creyendo en mi honestidad,que mi forma de beber sería pasajera, que con amor ypaciencia lograría cambiarme.

Qué ingenuidad. No conocía al crápula que había esco-gido por esposo, porque pese a mis buenas intenciones,poco tiempo después, luego de un paro forzado paraguardar las apariencias, la emprendí de nuevo con la bebi-da, las damas fáciles y actitudes deshonestas para costearese tren de vida. Otra vez lo mismo: evadirse para no darla cara a la vida.

A esta altura todo se precipitó más rápido. Quisieronayudarme mi madre, amigos, mi esposa, pero ni ellos ninadie pudieron hacer nada. Por años había bebido una odos veces al mes. Eso me hacía decir, cuando me moles-taban con consejos que no pedía, que yo no podía seralcohólico, pues “ésos” bebían a diario. Pero mi consumose hizo semanal y ya para el 88 me hallaba terriblementeconflictuado. Quien más me quería decía: “Pobre, ¿quémuerte irá a tener?” Entonces los odiaba, ahora los com-prendo. Ya no era ese joven pletórico, capaz de grandio-sos proyectos. Lo único que cumplí bien fue el ideal delabuelo cuando dijo: “El hombre vale por oler a alcohol,tabaco y pólvora”. Ese ideal me convirtió en un desprecia-

“¡¿TE RINDES O ACABO CONTIGO?!” 463ble borracho, sin principios, y en alguien que se odiabatanto que se ponía toda clase de nombres ajenos, tratan-do de no ser él mismo.

Muchos aseguraban que ya no tenía remedio. En lossitios que viví, al principio decían: “Pobre muchacho,deberían ayudarlo”, pero cuando me conocían mejordecían: “Borracho degenerado, ¿por qué no lo expulsan?”Una noche de mayo del 89, decidí que los tragos fuertesme dañaban más y pensé que beber tragos suavecitos ypausadamente sería la solución. Siempre intentandodemostrar lo indemostrable, lo de siempre. No sé cuántotomé. Dos días después desperté en una acera, de madru-gada, cubierto por completo de barro hediondo. Durantedías lloré por esta situación y vinieron varias borracherasmás para olvidar este bochornoso fracaso.

Pero dicen que aun el peor borracho no está perdido,sólo está confundido y camina sin dirección. Éste era micaso. Entonces, mi esposa, cansada de once años de tole-rar mi mala conducta, de pasar horas sin dormir esperán-dome, de verse obligada a lidiar con un caprichoso indivi-duo que hacía lo que le venía en gana, y de las privacionesa que la obligaba junto a nuestras cuatro hijas, se puso abuscar ayuda para mí, para su verdugo, al que le interesa-ba sólo la botella. Sí, ese bueno para nada, fue inducidopor ella a unirse a A.A., en uno de los dos únicos gruposque había en la ciudad. Fue un día junio de 1989 en elque sucedió un hecho extraño, lleno de sorpresas, peroque me liberó de las cadenas que me ataban al alcohol.

La primera sensación extraña y molesta es que estagente, que no me gustó nada por cierta actitud de “perdo-navidas” que tenían, me convenció de que yo estaba gra-vemente afectado de algo que siempre me negué siquie-ra a escuchar: alcoholismo. Aquello no sólo me habíaafectado a mí, sino a todo aquel que tenía que ver conmi-go. Qué rudo golpe, qué desilusión comprobar que nunca

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fui lo que creía: un tipo bueno, incomprendido, con unacostumbre inofensiva, que no dañaba a nadie. Tomé con-ciencia de mi derrota. Tomé una decisión definitiva: deja-ría de beber, sabiendo que al hacerlo me ahorraríamuchos pesares, sería agradecido con mis pedantes com-pañeros que me dedicaban su tiempo tratando de expli-carme algunas verdades que desconocía.

Viendo en retrospectiva lo que sucedió en ése, que alprincipio yo llamaba “un día aciago”, considero que fuiconvertido de un modo espectacular. Nunca antes habíatenido creencias definidas. Jamás consideré ser converti-do en un beato aburrido como los que conocía. Aunquefui invitado reiteradas veces a hacerlo, me negué rotunda-mente, no porque creyera que tuviesen algo que repro-char, sino porque yo no podía permitir que me quitaran elúnico refugio consolador de mis penas que tenía. Pero enA.A. todo se esfumó.

Me sentí como si tuviera la bota de alguien en mi cue-llo, preguntándome rudamente: “¡¿Te rindes o acabo con-tigo?!”. Si no me rendía sería aplastado como una saban-dija y ese abusón, que no era otro que el alcohol, sedispondría a destruirme, olvidando que yo le rendí plei-tesía durante más de veintitrés años. Y me rendí. Al llegara ese denigrante estado, sentí como si hubiera caído a unasima profunda y allí, revolcado, recién me acorraló “doncocol”, como lo llamamos los habituales de los antros queabundan en mi ciudad. Me había trepado a una alta cima,por tanto la caída fue muy dura. Eso me transformó enotra persona. Todavía confundido, pero sobrio, desperté auna vida diferente. Poco antes yo era un cadáver ambu-lante.

La segunda sensación extraña e intrigante fue un “no séqué” al que esos tipos llamaban “Poder Superior” y todauna monserga de corte místico que escuchaba molesto.“¿De manera que esto había gestionado mi esposa?”

“¡¿TE RINDES O ACABO CONTIGO?!” 465Hasta una oración se había inventado esa especie de cortede los milagros. Hablaban como predicadores, sólo paraimpresionar. Al principio traté de ir contra corriente eneste aspecto, traté de exhibir mi falso ateísmo y restregar-les en la cara que no había necesidad de toda esa parafer-nalia para recuperarse. Pero, hombre afortunado comofui, al escoger un padrino, éste, con tacto y cariño, mepidió que me retractara de mi actitud absurda y que tra-tara de adaptarme al grupo y que no esperara lo contra-rio, que por lo menos pensara que creía en algo.

No me agradó la sugerencia; me callé pero seguí asis-tiendo. Después de mucho tiempo, muchos sinsabores yborracheras secas, capté lo que me estaban transmitien-do. Tenía que tener un sentimiento, dejar mi adorado yoy sentir que alguien con mayor poder aún que el grupome amaba y se olvidaba de mis desmanes, dándome encambio una sobriedad a todas luces inmerecida. Por eso,hoy, tímidamente, en mi soledad, le invoco dándole gra-cias por enseñarme a dar y recibir, por librarme de eseprimer trago amargo, por mostrarme lo que Él quiere,con instrucciones de cómo hacerlo. Para llegar a esa pos-tura, nadie me obligó a creer en nada.

Han pasado muchos años desde que renací a una nuevavida. Yo no creo que ningún testimonio pueda explicarextensamente lo que he visto y vivido, pero si de algo sirvelo que diga ahora, me daré por satisfecho. Es posible queno sea un buen exponente de lo que el programa sugiere.Después de todo, treinta y ocho años de vida retorcida,veintitrés de ellos bebiendo, no se cambian en tres lustrosy algo más. Cambié, pero no con la rapidez o la calidad deotros más jóvenes y menos afectados. No quisiera sersoberbio, asegurando que por ser más dañado precisabamás tiempo para recuperarme. Pero sé que si persisto enpracticar los Doce Pasos, el cambio llegará, no de maqui-llaje, con apariencia de bondad y tolerancia, sino de natu-

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raleza. No corro más. Voy despacio porque llevo apuro.Soy una persona de hoy y de una copa. De hoy, porquemis fuerzas no alcanzan para proyectos descabellados. Yde una copa, porque con ésa despertará mi monstruosaobsesión aletargada por estos quince años de benditasobriedad.

No obstante, debo admitir con un asomo de humildadque las cosas, en algún momento, se tornaron feas. En misegundo año tuve problemas inconmensurables. Empecéa soslayar esos pequeños secretos que hacen grande a A.A.Olvidé que en mi mundo todavía oscuro, sólo necesitaba laluz de A.A. El resultado fue una profunda desazón.

Si había un perfecto borracho seco, ése era yo. El pro-blema salpicó a mi hogar y a mi trabajo. En casa casi nose me veía y mi llegada tarde la justificaba diciendo quehabía tenido un día duro y estaba además ayudando a losborrachos. En parte era cierto, aunque había más de lasviejas actitudes y de un pésimo carácter. Eso enojó a miesposa, que no sólo me reprochó, sino que dijo: “Erasmejor cuando bebías. A.A. no te sirve para nada. No teaguanto más”. Yo me pregunté: ¿Por qué me dice eso?Con el esfuerzo que hago para mantenerme sobrio. Ellano me valoriza.

Entonces cometí otro disparate. Resentido, me marchéa otra ciudad de mi país, jurando no volver más. Me divor-ciaría y reharía mi vida. En esa misma ciudad, traté de ini-ciar otro grupo, con pobres resultados. Me frustré muchoy empecé a pensar si no había perdido mi tiempo ingre-sando a algo que me daba sólo problemas y me habíaseparado de mi familia. Entonces, después de dos años,poco más o menos, pensé en beber, porque era muy posi-ble que pasado ese tiempo yo hubiera recobrado la nor-malidad. Pero como seguía asistiendo a reuniones, un díaconocí a un miembro que tenía algún tiempo sobrio yamablemente me invitó a su casa. Su sinceridad me indu-

“¡¿TE RINDES O ACABO CONTIGO?!” 467jo a compartirle mis preocupaciones. Mi amigo al escu-charme, preocupado, me dijo: “aun sobrio lo que hashecho es huir de la realidad. Ésta es tu fuga geográfica sinbeber. Deberías tratar de madurar. Practica los DocePasos, te hacen mucha falta”.

Yo pensé en una última autodefensa: “otro que trata deregenerarme” y me retiré molesto. Esa noche, sin poderdormir, me puse a leer algunas páginas del Libro Grandeque había llevado y hojeando descubrí una frase que megolpeó duro. Decía: “si no lo lamentamos (lo que hemoshecho) y nuestra conducta sigue dañando a otro, es segu-ro que beberemos”. Esto último me hizo reflexionar y medeprimió. Tuve miedo de beber y retornar al infierno quehabía sido mi vida anterior y decidí retornar a la paz de mihogar. Mi esposa, una vez más, perdonó mis desplantes yyo decidí practicar el programa tal como se me sugería.Me puse al servicio de Alguien más grande que mi pobreorgullo. El “sólo por hoy” caló en mi vida con toda supotencia.

En A.A. me siento tan bien como en casa. Asisto cons-tantemente a las reuniones, porque es la forma que tengode aprender a vivir cada 24 horas. Pero, y esto es impor-tante, aprendo más de los recién llegados que se unen anosotros, sufridos, avergonzados y equivocados como yoestuviera un día.

Sólo me queda resaltar dos principios que encontré enA.A. Uno es la felicidad, una dama desconocida para mí.La vida en sobriedad es la felicidad misma y la vivo día adía para gozarla plenamente, a pesar de mis tribulaciones.

El otro principio es el amor. Una vez dentro de A.A.supe que la persona no moría cuando dejaba de existir,sino cuando dejaba de amar. Creía que amaba, pero mi“amor” era superficial, de boca. Sólo recibía, nunca daba.

Gracias a A.A. y a los Doce Pasos, sé que es mejor darque recibir, pero dar de mí mismo, sin limitaciones o con-

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diciones. No necesito abdicar de mis ansias de ser feliz.A.A. me enseñó algo más sublime aún. Es fácil amarcuando se encuentra en ello el propio provecho, pero esde gran elevación amar cuando por la felicidad de otros espreciso sacrificarse y hacerlo por gratitud.

Sólo así mi mundo cambiará, en la medida en que yome deje cambiar y sólo cambiaré si me valgo del progra-ma de A.A. y la guía de mi querido Dios. Estoy viviendointensamente ese cambio. Yo se lo puedo asegurar.

“¡¿TE RINDES O ACABO CONTIGO?!” 469

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“EL HOMBRE MACHO Y FINO”

Como su padre que murió de alcoholismo, se creíacapaz de controlar su forma de beber, pero pormucho que se esforzara innumerables veces por con-vertirse en bebedor social, acabó perdiendo el controlde su vida.

NACÍ hace 51 años en una comunidad, y en unasociedad, donde el uso del alcohol era una forma

de relacionarse y hasta de ser “más hombre”. Había undicho que decía: “el hombre macho y fino debe oler atabaco y vino”.

Desde pequeño acompañaba a mi padre a la taberna enla cual él se bebía sus buenos vasos de vino, y recuerdoque me daba un poco, apenas nada, pero que lo bebía conagrado. En casa también bebíamos vino con gaseosa enlas comidas, aunque los pequeños en menor cantidad;pero ya le encontraba yo cierto gusto satisfactorio. A losdoce años, empecé a trabajar, y este hecho, más la bebidaque me daban los oficiales, hacía que me sintiera superiora los niños de mi misma edad. Me creía un hombrecito;tanto era así que cuando fuera mayor quería ser como untío mío con el cual trabajaba: bebedor y mujeriego.Conforme voy creciendo en este ambiente, observo quela timidez que tenía antes va desapareciendo, y que hagoamistades con personas mayores que yo, con las cualesme siento a gusto siempre que haya alcohol de por medio.A los amigos de mi edad los rechazo, son demasiadoniños. A los trece años, cojo mi primera gran borrachera

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al beberme medio litro de coñac ¡de una tocada! Comoera por época de Navidades, mis padres creyeron quehabía sido por algún tipo de broma de alguno de mis ami-gos, y aunque les recriminaron el acto, yo no dejé su amis-tad, ni mucho menos la bebida.

A los catorce, y por cuestiones laborales de mi padre,nos encontrábamos en una gran ciudad. Empecé a traba-jar y a relacionarme con compañeros, siempre mayoresque yo, que se extrañaban de que siendo tan joven bebie-ra como uno de ellos. Yo me ufanaba de ello y les decíaque así éramos de valientes los de mi pueblo.

Conforme voy creciendo, siempre con la bebida, obser-vo que mi padre se va deteriorando cada vez más, y quesu comportamiento, aunque no violento, no me gustanada. Empieza a tener problemas graves en el trabajo yen su relación con mi madre; las relaciones familiares sevan distanciando cada vez más, y oigo que empiezan ahablarle de ir al médico, desintoxicación, alcoholismo,etc. Él se resiste, y dice que no es nada, que controla elalcohol. Pero la situación va empeorando; empiezo aodiarlo y a desear su desaparición, cualquier cosa menosverlo, y mucho menos olerlo. No por el ejemplo dejé debeber; sino al contrario me reafirmé con la bebida, en loque quería ser de pequeño, bebedor y mujeriego comomi tío, pero no alcohólico como mi padre.

Por fin mis plegarias fueron escuchadas y lo ingresarondebido a su alcoholismo, agravado con delirium tremens.De mala gana iba a visitarlo los domingos. Estas visitas meacortaban tiempo para hacer lo que yo ya necesitaba, queera beber e ir con mujeres. En casa ya se daban cuenta deque bebía demasiado, y me advertían de lo que le estabapasando a mi padre. Yo les decía que no se preocuparan,que yo controlaba el alcohol y que nunca sería como él —un alcohólico. Cierto domingo en que tenía que visitarle,me negué a hacerlo y pasé el tiempo bebiendo. Al llegar

“EL HOMBRE MACHO Y FINO” 471a casa excusé mi estado ebrio diciendo que no me habíandejado entrar, porque se había hecho tarde para las visi-tas; y que, enfadado porque no me habían dejado ver a miquerido padre, había bebido un poco para mitigar la pena.

El día siguiente, lunes, mi padre murió solo, sin el cari-ño y respeto de su hijo mayor, al que consideraba, pese asu alcoholismo, su ojo derecho. Durante veinte años vivícon ese pesar, y también lo usé como una excusa más paraseguir bebiendo. Como dice el dicho, “a rey muerto reypuesto”; y aquí me ven con veintiún años como cabeza defamilia (madre y tres hermanos menores) y siguiendo losmismos pasos con el alcohol que la persona a quien noquería parecerme. Esta responsabilidad me daba miedo,pero para quitármelo tenía a mi gran aliada, la botella.

Se suponía que como hermano mayor debía ser respon-sable de que no hubieran malas situaciones, o por lomenos de no crearlas. La realidad era otra: “¡Cada día tepareces más a tu padre, y no sólo en el físico!”, me decíami madre. Yo no lo veía así; creía que todavía controlabael alcohol, que sólo lo necesitaba para ser más decidido,menos inmaduro; decididamente, el abismo se habíaabierto para mí, y hacia él salté.

En el trabajo las cosas no iban muy bien, los jefes sequejaban cada vez más de mis faltas laborales y de mi nulaproducción; los compañeros no querían tenerme comopareja al ser un irresponsable en trabajos de riesgo, en fin:era una auténtica joya laboral. Hay situaciones (o momen-tos) en la vida en que, incluso estando en el abismo, algu-nos privilegiados tienen la suerte de tener a su lado a unapersona que tiende su mano para que salgas de él.

Yo soy ese privilegiado; a los veinticinco años me casécon una chica ocho años más joven que yo. Ya llevamosjuntos veintiséis años, y no puede existir mejor esposa,madre y compañera. Pues bien, el casarme con ella ytener a nuestros hijos fue el colmo de mi inmadurez y

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cobardía; de mis miedos a “¡y ahora qué hago!” Cualquiercosa que una persona normal de mi edad asumiría conresponsabilidad compartida con su pareja, para mí era unsuplicio que podía subsanar con alcohol; y así fue nuestravida: un caos.

Para colmo, me echan del trabajo, y la economía decasa, que ya era mala, empieza a empeorarse; hago traba-jos esporádicos, pero no es suficiente para cubrir los gas-tos, empiezan a acumularse los impagados y las cartas dedemora. Siento pánico y, en vez de enfrentarme con la rea-lidad, busco escaparme con el alcohol, y así lo hago, yparece ser que bien. Tengo la excusa perfecta: que ellasolucione el caos que yo creo, que sabe hacerlo. Ya hastacomienza a darme ultimatums; si no pongo remedio a miafición al alcohol, se separará de mí; me entra el terror aquedarme solo, y accedo a ir a un grupo donde dan tera-pias sobre alcoholismo. También accedo a tomar másmedicamentos para combatir las ganas de beber. Y parecióque la cosa cambiaba para bien; iba a mis terapias, toma-ba mis medicamentos, mi casa parecía ir bien y, por sifuera poco, me readmitieron en mi antiguo trabajo. Estaaparente felicidad duró siete meses. Una mañana al ir altrabajo, como siempre me tomo mis medicamentos, y alsalir a la calle y sin venir a cuento entro en un bar y pidoun coñac, me lo tomo ¡y no pasa nada! ¡Ya estoy curado!

Para celebrarlo, una segunda copa, y esta vez sí quehizo reacción. Vivo para contarlo de milagro, pero nuncahe visto tan cerca y lista para llevarme a la Parca. Aquíquisiera hacer una reflexión y compartirla con ustedes, yes que si bien con esta terapia y estos medicamentoshabía dejado de beber, mi vida no había hecho ningúncambio, seguía siendo niño, inmaduro, tímido, cobarde;es decir, seguía siendo la misma persona que cuandobebía: un alcohólico que no bebía, pero que no vivía ensobriedad.

“EL HOMBRE MACHO Y FINO” 473Pues bien, opté por enésima vez por ser un bebedor

social. Esta vez sí había aprendido la lección, y controla-ría la bebida.

Y vuelta otra vez a lo mismo, poco a poco, día a día, mivida se hacía ingobernable y fue cuestión de poco tiempoel que volviera de nuevo a beber sin control.

De nuevo me invitaron a marcharme del trabajo, y enmi casa me leyeron la cartilla. Como buen actor y mejorembustero que siempre he sido, excusé mi recaída en elagobio en que vivía en una ciudad grande; que si vivieraen una más pequeña y lejos de amigos que me inducían abeber, conseguiría dejarlo. Convencida de que el cambiode ciudad me iría bien, mi mujer accedió y, malvendien-do el piso que teníamos, nos fuimos a otra ciudad mástranquila, donde tenía yo una hermana que vivía junto asu esposo e hijos. Mi hermana sabía de mi problema, y seofreció con gusto a ayudarnos, compartiendo su casa,comida, y también económicamente hasta que yo encon-trara trabajo. Pero lo que encontré era que había másalcohol, ¡y más barato!, y el trabajo lo dejé en segundoplano. Dos trabajos encontré; en el primero duré quincedías, en el segundo, tres meses; motivos de despido: irbebido, trabajar bebido.

El disgusto fue monumental; estaba acogido en unacasa en la cual me habían facilitado las cosas para cambiar,y los había decepcionado. Para colmo, mi mujer y mi hija,cogían las maletas y se volvían a la otra ciudad, pero sinmí. No había remedio, sabía que lo tenía todo perdido, yya estaba convencido de habitar alguna cueva de lasmuchas que hay por las montañas. Ante esta situación, mihermana se ofreció a buscarme y acompañarme a algúnsitio donde me pudieran ayudar. No había otra alternati-va: o ponía remedio ya a mi enfermedad, o mi mujer e hijase iban de mi lado. Ni qué decir que dije que sí, pero nopor convencimiento de que estuviese enfermo, sino por

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miedo a quedarme solo. El cobarde, el actor, el inmadu-ro, actuaba de nuevo. El pensamiento filosófico fue: acep-to = las aguas revueltas se calman = y empiezo a contro-lar la bebida (esta vez en serio). Total que mi hermana mehabla de una comunidad llamada Alcohólicos Anónimos.Y ya el nombre no me gustó, pero como mi pensamientoera el expuesto arriba acepté. Este grupo sesionaba loslunes, miércoles y viernes; y ella se ofreció a acompañar-me todos estos días, más bien, porque si iba solo tal vez(seguro) bebiera, para calmar mi cobardía. Casualmente,en el mismo lugar se reunían familiares y amigos nues-tros, me refiero a Al-Anon. Y mi hermana aprovechó elacompañarme para asistir a sus reuniones.

Durante mi época de alcoholismo activo tuve una santamujer que, pese al calvario con que pagué su dedicacióna mí, me soportó y me sigue queriendo. También tuve unángel en forma de mujer que me cogió de la mano y no lasoltó, e hizo que diera el primer paso hacia una nuevavida.

Llegamos al sitio, subimos la escalera (yo con miedo) ynos abre la puerta un señor muy mayor que, siempre conuna sonrisa, nos invita a pasar y nos pregunta si es la pri-mera vez que venimos; contestamos que sí, y que soy yoel enfermo. Nos dice que esperemos y, al poco rato, salecon otro hombre bien vestido y con tipo de médico, deayudante técnico sanitario, o algo por el estilo. ¡Ya está! elviejo es el portero y el otro es un psicólogo. Mi hermanase queda en una salita con el más mayor, y yo paso con el“psicólogo”.

“¡Hola!”, me dice, “me llamo… y soy alcohólico. Si tie-nes problemas con el alcohol y lo reconoces, has llegado abuen sitio”; y empieza a hablarme de su problema con elalcohol y también de su recuperación. Ni qué decir que laimpresión fue tremenda; en Alcohólicos Anónimos yoesperaba encontrar gente mal vestida, mal aseada, olien-

“EL HOMBRE MACHO Y FINO” 475do a alcohol, y me veo todo lo contrario. Hasta creeré queel que se identificaba como alcohólico era alguien perte-neciente a la Sanidad. Hechas las presentaciones yhabiéndome transmitido nuestro Paso Doce, me hacepasar a una salita donde están reunidos hombres y muje-res. Me presento sólo con mi nombre, no con mi condi-ción, y todos a la vez me saludan “¡Hola! Bienvenido”.Escucho lo que hablan y observo que no les da vergüen-za, que lo hacen con la alegría de quien se siente entendi-do; algunos ríen (qué poco serios); otros parecen que vana llorar (qué trágicos) y, al final de su intervención, todosles dan las gracias por compartir con ellos.

Pienso que esto no va conmigo, lo tengo decidido, tresmeses estaré, y luego adiós. Pero lo que es la vida, mi her-mana sigue acompañándome lunes, miércoles y viernes y,conforme van pasando los días y las semanas, mi depen-dencia del alcohol se va apaciguando. Pero lo que sí measusta, y a la vez hace que se vaya abriendo mi mente, esque entiendo lo que dice esta gente; más que entender,siento lo que dicen los compañeros; conforme los oigo,noto que su experiencia con el alcohol no es que se parez-ca, sino que es la mía, en lo siguiente: impotencia ante elalcohol y vida ingobernable. Cada día ya no oigo sino queescucho más claro, que no soy un degenerado, que soy unenfermo, que entre nosotros no curamos la enfermedadpero que la pasamos, etc. Y me voy sintiendo cada vezmás identificado con los miembros de A.A.

Cuando cumplí tres meses de ir a las reuniones tresveces a la semana, le dije a mi hermana que si queríapodíamos acompañarnos a nuestras reuniones respecti-vas; pero que creía que yo había dado con el sitio y con lagente que me podía ayudar. Con alegría recibió esta noti-cia, y me dejó ir solo. Ese mismo día, a los tres meses queme había dado yo de plazo para estar en la Comunidad,me presenté a mi grupo, y cuando me tocó compartir me

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presenté pero esta vez entero: me llamo Antonio y soyalcohólico.

Ni qué decir que mi vida ha cambiado en todo. No sólono bebo, sino que esos defectos de carácter voy limándo-los, con ayuda de la gente en A.A. Mi vida sí tiene senti-do, me acepto y me quiero; tengo a toda mi familia (quiénlo iba a decir); tengo mi trabajo otra vez (gracias mil);estoy vivo para ver y compartir con mis nietos lo que nopude hacer con sus madres.

Los tengo a ustedes, hombres y mujeres anónimos, yninguno me es indiferente. A ustedes los culpo de vivircon alegría, con ganas de servir, de compartir, de sentir-me miembro de una comunidad que hace que sus hom-bres y mujeres tengan el privilegio de pertenecer a ella. Ycomo les siento culpables de mi felicidad, los quiero, y laúnica manera y las más eficiente de expresarles mi agra-decimiento es transmitirlo.

Después de más de veinte años he ido donde reposa mipadre y le he dicho lo que hice aquel día; humildementele pedí perdón y creo que me lo concede. Quiero creerque se siente contento al ver que, a la misma edad en queél murió siendo un alcohólico activo, yo vivo sobriamente.

“EL HOMBRE MACHO Y FINO” 477

(11)

“POR COSAS DEL DESTINO…”

Arrestado y hospitalizado numerosas veces, seguíasin poder librarse de la sed obsesiva. Al final se acor-dó de las palabras que un miembro de A.A. visitantele había dirigido en la cárcel y cambió de rumbo.

EL ALCOHOL me persiguió por treinta y cinco años. Soyde una familia de once hermanos. Mi padre y todos

mis hermanos tomamos alcohol hasta la embriaguez. Alnacer yo, mi padre, que no conocí hasta los dieciséis años,había emigrado al Norte a trabajar para sacar adelante ala familia, pero al poco tiempo se casó con otra mujer. Mimadre y los once hijos tuvimos que trabajar para podermantenernos nosotros mismos, porque mi padre sólo nosmandaba de vez en cuando muy poco dinero. Sufrímucho, tanto en el aspecto económico como tambiénmoral.

En el lado económico tuve que pasar por muchas ver-güenzas. Soy de un pueblito donde todos los habitantes seconocían y a mí me tocaba salir a vender de lo que habíade frutas, legumbres, naranjas, y yo, siendo tan tímido,eso me causó mucha inseguridad. Así fue como me lapasaba mientras estudiaba en la primaria y la secundaria.Tuve que trabajar desde muy chico para poder comprarropa, zapatos y demás necesidades.

Mi primer trago de vino lo tomé a los ocho años. Mimadre acostumbraba comprar una clase de vino nutritivopara que mis hermanas tomaran una copita antes delalmuerzo, pero a mí no me daban un traguito porque

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todavía era un niño. Entonces, cuando podía, robaba untraguito y me acuerdo que ese vino era de color rojo ycuando lo tomaba me hacía arder el estómago. Pienso queallí, sin saberlo, ya empezaba a entrar en el mundo oscu-ro de la enfermedad del alcoholismo.

En el tercer año de secundaría ya contaba con quinceaños de edad y era muy popular, especialmente con lascompañeras de escuela; eso valió mucho porque me gra-dué de la secundaria con libros que pedía prestados. Enlos últimos meses de mi graduación me pasó algo quehasta ahora no he podido olvidar. Me enamoré por prime-ra vez de una compañera de escuela, y la falta de dinerome causó enojo conmigo mismo porque no podía invitar-la a nada. Mi timidez no me permitía contarle mi situa-ción y hasta tuve que mentirle varias veces cuando meinvitaba a ir a alguna parte.

Esta situación me traía muy preocupado porque ya mehabía enamorado mucho de ella (pero no podía decírse-lo). Una noche asistí a un baile en un pueblo cerca delmío y, como no podía pagar mi entrada, estuve mirandopor fuera del salón de baile. Grande fue mi sorpresa por-que la vi bailando con otro joven que sí tenía lo que yocarecía, lo económico. Eso me causó tantos celos, enojo eincapacidad de controlar mis emociones, que lo único quepude pensar fue en pedir prestado dinero a mi primo paracomprar cervezas. Me tomé tres y eso fue suficiente paraque el cielo me diera vueltas. No podía mantener el equi-librio y experimenté una laguna mental que no me acuer-do ni a qué horas, ni cómo llegue a casa. Hoy sé que mienfermedad del alcoholismo estaba avanzando a pasosmuy acelerados. En septiembre de 1973 me separé de losseres que más quiero en la vida, mi novia, mi madre y misabuelos. Fue una tarde triste, nublada y de lágrimas.

Pasé la frontera y llegué a vivir con unos amigos, todosellos de mayor edad. Todos tomaban alcohol todos los días.

“POR COSAS DEL DESTINO…” 479La melancolía me abatió y extrañaba a todos, pero más ami novia. Aquí encontré a mi padre, también borracho.

Mi madre me enseñó a respetar a la gente de mayoredad y por eso no tomaba enfrente de él para apagar lanostalgia. Mi madre se quedó en la pobreza y yo le juréque la iba a sacar de eso, pero el alcoholismo de mi padreno le permitió ayudarme a ir a la escuela. Un amigo meconsiguió trabajo en una empresa diciendo que yo teníadieciocho años de edad.

Empecé a mandarle casi todo lo que ganaba a mimadre semanalmente. En lo económico empezaba a verque iba progresando. A mi novia le escribí tres cartas,pero sólo tuve una contestación muy triste en la que medecía que también ella se había ido del pueblo a vivir aotro estado, y que en lo referente a nuestro amor todo sehabía terminado. La carta venía sin dirección y se despi-dió diciendo que me seguía amando pero que lo nuestroera imposible. Eso a mí me rompió el corazón. Juré noenamorarme nunca más, pero empecé a tomar más segui-do hasta emborracharme y perder la noción del tiempo enlas lagunas mentales, que nunca me dejaron.

Dejé de mandar dinero a mi madre porque veía a mipadre, que se gastaba todo su dinero en las borracheras.Un día me armé de valor y tuve que decirle que empeza-ra a ser responsable y que de ese día en adelante yo iba adirigir mi propia vida. Ésa fue una decisión muy equivo-cada porque el dinero que juntaba sólo sirvió para des-truir mi vida. Empecé a vivir la vida de una manera des-controlada. Compré mi primer carro y fue una emocióntremenda el poder manejar un vehículo motorizado. Yo yatomaba más seguido y como todos hacían lo mismo,nunca pasó por mi mente que manejar borracho era con-tra la ley, ni mucho menos que fuera peligroso para lagente y para mí. Llegué a manejar mi carro con lagunasmentales muchas veces. Era espantoso despertar al día

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siguiente y darme cuenta de que yo había manejado conel carro lleno de personas sin acordarme de nada, pero noera suficiente para hacerme recapacitar, y lo volvía hacerde nuevo.

Otro de mis problemas fue que me di cuenta de quecon las mujeres yo tenía mucho “pegue”, especialmentecon las mayores. Sin darme cuenta ya estaba envuelto enla prostitución y seguí con la vida desenfrenada. A los die-cisiete años me operaron de una hernia y como no tenía anadie quien me atendiera al salir del hospital, una amigase ofreció a ayudarme y me llevó a su casa a vivir con ellay su hijo. Después me recuperé y me quedé a vivir conella. Nacieron dos hijos que yo no quise aceptar y empe-cé a salir con otras mujeres. Nacieron otros dos hijos máscon diferentes madres. Estos problemas fueron acompa-ñados de unos quince arrestos por manejar borracho y asíes como conocí las cárceles del condado. Cada vez queme encerraban tenía que faltar a mi trabajo varios díasademás de los días lunes que faltaba por tener una fuerteresaca.

Paré de conducir mi carro para poder tomar alcohol yno meterme en problemas con la ley, pero mi alcoholismoaumentó. Llegó mi primera hospitalización. Me puse muymal de salud por el alcohol. Me espanté y por tres largosaños no me tomé ni un trago de alcohol. Me ayudó estaren el hospital porque allí me explicaron mucho sobre laenfermedad del alcoholismo. Recuerdo que estando en lacárcel y en el hospital fueron unos compañeros de Alco-hólicos Anónimos. Recuerdo a uno de ellos que dijo quesi estábamos allí por alcoholismo sería mejor que al salirde la cárcel o del hospital enseguida fuéramos a un grupode Alcohólicos Anónimos, porque si no lo hacíamos regre-saríamos de nuevo a la cárcel o al hospital. Sabían de loque hablaban porque después de tres años de no tomarvolví a beber y tuve cinco hospitalizaciones más.

“POR COSAS DEL DESTINO…” 481En los primeros arrestos los policías nada más me qui-

taban las llaves del carro y las metían en la cajuela. Medejaban irme caminando y otras veces me llevaban adonde vivía. Pero ya de tantos arrestos fueron viendo queera un problema. Mis arrestos eran más seguidos y empe-zaron mis problemas con la ley. Me mandaron a las reu-niones de A.A. y fui varias veces pero nunca me quedaba.En los últimos arrestos me fijaron una fianza tan alta queun hermano tuvo que hipotecar su casa, nada más paraseguir con lo mismo.

Mi supervisor me dio tantas oportunidades que hasta sehizo responsable ante el juez de que yo iría a trabajar enel día y regresaría a dormir en la noche a la cárcel, cosaque no cualquiera quiere hacer. También tuve que incluira otras personas que me tenían que ir a esperar en la cár-cel, llevarme a trabajar y después del trabajo regresarnuevamente a la cárcel.

En mi trabajo siempre me llamaron la atención conamenazas de despedirme pero esta vez ya era en serio. Laúltima vez, mi supervisor me pidió que escogiera entre mitrabajo o mi alcoholismo y yo le dije que escogería mi tra-bajo. Él me dijo que esa vez lo haría a su modo y me diode baja tres semanas sin paga. También me pidió que fueraa ver un psicólogo y que fuera a Alcohólicos Anónimos. Siyo lo hacía, me daría mi trabajo de nuevo y si no, perderíami empleo. Al salir de su oficina, me puse a ver hastadónde mi vida alcohólica me había llevado y me di cuentade que habían pasado veintidós años en los que sólo habíaconseguido hacer sufrir a mis seres más queridos, espe-cialmente a mi madre, mis hijos, y a sus madres.

Tuve que ser hospitalizado nuevamente. Mi última cer-veza la compré recolectando los centavos tirados junto alas paredes y debajo de mi cama y, aunque borracho, lepedía a Dios que me ayudara, pero esta vez se lo pedía conel corazón. Fui al psicólogo y a Alcohólicos Anónimos a ver

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si podían ayudarme y esta decisión fue un milagro, porqueel psicólogo me preguntó si estaba buscando otra clase deayuda y le dije que estaba asistiendo a los grupos de A.A.Sin pensarlo me dijo: “tú ya no me necesitas, quédate enese programa, allí te van a recuperar”. Esto sucedió en1992 y desde entonces no he vuelto a beber ni una gota dealcohol. Seguí asistiendo al programa de A.A. y por suerteme encontré con un amigo de infancia con quien estudiéla primaria en mi pueblo cuando teníamos apenas ochoaños de edad. Él llevaba dos años en el programa de A.A.y me presentó a la persona que lo estaba ayudando. Estapersona me llamó mucho la atención por su forma calma-da de escuchar y de explicar el programa de A.A. y al pocotiempo le pregunté si podría ser mi padrino. Fue otromilagro en mi vida porque mi padrino fue un gran ejem-plo de sobriedad y servicio dentro de A.A.

Dentro de poco asistiré a la próxima ConvenciónInternacional de A.A., y esta vez me acompañará mi espo-sa, la misma mujer que fuera mi primera novia en mi pue-blo, que por cosas del destino (un milagro) Dios medevolvió. En mi trabajo, después de nueve años, me die-ron el gran privilegio de ser supervisor y ahora tengo milicencia de conducir sin problemas. Toda mi familia viveen la ciudad en que vivo, incluyendo a mis padres, quehoy día quiero mucho.

Hasta el día de hoy y, sólo por un día a la vez, quieropasar una mejor vida aquí en el programa, y seguir man-teniéndome sin beber alcohol y ayudando a otros que ten-gan esta enfermedad tan desconcertante, poderosa y defatales consecuencias si no se detiene a tiempo.

“POR COSAS DEL DESTINO…” 483

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LIBRE ENTRE REJAS

Para esta mujer encarcelada, el alcohol había sidosu coraje líquido. Un día, sola en su celda, abrumadapor un cúmulo de dolores, cayó de rodillas, enojadacon Dios, gritando que no podía más. En ese momen-to de vulnerabilidad absoluta, se sintió bañada por elamor divino.

MIS PADRES eran alcohólicos. Yo no digo que poreso sea alcohólica. En realidad yo nací así.

Desde pequeña siempre me sentí fuera de lugar, que nopertenecía a nadie, ni me sentía cómoda en ningunaparte. Tenía un vacío en el corazón. Ansiaba encontraralgo que llenara ese vacío y buscaba en los lugares equi-vocados. Me sentía incompleta y diferente a los demás.Algo me decía que yo no sabía ni podía vivir la vida comola demás gente; sentía dolor emocional y tenía muchostemores.

Mis padres nos llevaron a vivir con mis abuelos mater-nos. Siempre me sentía resentida con ellos por habernosabandonado, sobre todo con mi mamá. Al recordarloahora, ella volvió su cabeza al partir mirándonos con unaexpresión de tristeza muy grande.

Mi abuela nos educó y fue una madre maravillosa paranosotras, mis tres hermanas y yo. En realidad, por elhecho de estar sin padres, desarrollamos una relaciónespecial que nunca se ha roto. A mi hermano lo enviarona un internado de varones. Nos perdimos el crecer juntosy él sintió una soledad aún mayor que la mía. Mis tres tías

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también fueron madres para nosotras y ayudaron connuestra educación. Mi abuela murió cuando yo teníaquince años, y ese día me traté de suicidar. Por ese tiem-po mis padres se separaron y mi mamá se vino a vivir connosotras y, la verdad, fue duro para todas pues ella conti-nuaba tomando.

Nos enviaron a otro país a estudiar. Yo me casé con unhombre mayor que yo, muy bueno, que me quería mucho.De ese matrimonio nació una hija. Al tener a mi niña enmis brazos yo le juré que no la iba a abandonar, que iba aser una buena madre, que la amaría mucho y la haría feliz.

El alcohol y mis demás problemas me impidieron cum-plir esa promesa. Con mis emociones torcidas y mi per-cepción distorsionada de la realidad, es un milagro que nocomenzara a tomar hasta los treinta años.

Tuve un accidente de auto, donde murió un joven quehabía chocado con cuatro autos antes de chocarme a mí.Los dos salimos muy golpeados. Nos llevaron a la sala deemergencia en ambulancia y nos pusieron en la mismasala. Lo vi morir. No puedo olvidar su cara. Este jovenestaba manejando alcoholizado.

Dejé de dormir pues miraba la faz de ese chico en missueños. Un día, vino un amigo y me dijo: “Tómate unwhisky, eso te tranquilizará” y yo, como buena alcohólicaen potencia, pensé “un vaso será mejor”. Para mí, más essiempre mejor. En cosa de tres meses yo estaba tomandouna botella de whisky todas las noches. Poco tiempo des-pués, dejé a mi esposo e hija y me fui a vivir por esoscaminos hacia los que el alcoholismo te lleva… sin rumbohacia la destrucción de los valores morales, principiosfundamentales, hacia la deshumanización que te crea unodio hacia ti misma al ver en lo que te estás convirtiendo.Rompí con todos los tabúes, hice todo lo que me enseña-ron que no debe hacerse. Pasé años practicando un com-portamiento destructivo, viviendo en una prisión mental

LIBRE ENTRE REJAS 485de temor, odio, desesperanza, resentimiento. De Dios yono quería ni saber, me hacía sentir culpable. Entré en lanegación y empecé a culpar a todos por mi situación, den-tro de mí yo sabía quién era la única culpable. ¡Yo com-praba el whisky! ¡Yo lo servía! ¡Yo lo tomaba! Nadie hacíaeso por mí.

Comencé a juntarme con gentes que hacían cosas ile-gales; para mí era excitante pues era algo tan diferente acomo fui educada que me envolví en ese mundo. Cadadía mi adicción al alcohol era más fuerte, hasta que llegóel momento en que sabía que si seguía así me moriría,pero al mismo tiempo me di cuenta de que ya no podíaparar, que ya no podía vivir ni un momento sin alcohol. Elalcohol me daba valor. Era coraje líquido. Me quitaba eltemor que yo sentía a la vida. El alcoholismo es una enfer-medad progresiva. En mí progresó muy rápido.

Mi madre estaba muy enferma y esos años fueron lospeores de mi adicción. Andaba en un viaje y mi mamá mellamó, me pidió perdón por no haber sido una buenamadre, y me dijo que no me sintiera culpable si un día yopensaba que no fui una buena hija. Que ella sabía que yotenía problemas con el alcohol y que si un día el dolor lle-gaba a ser inaguantable que llamara a AlcohólicosAnónimos. Mi madre en sus últimos años fue miembro deA.A. Dos días después de esa llamada murió sobria. Entréa una iglesia y dije esa famosa petición que decimos cuan-do sabes que te estás muriendo, cuando ya no aguantas eldolor. “Dios mío, ayúdame… ¡perdóname!”

Emocionalmente no pude presentarme al entierro yver a mi madre muerta. No pude regresar a la casa de mimadre y no encontrarla en ella. Esos últimos meses soncomo un sueño; tengo recuerdos pero como en unabruma.

Hice un viaje a otro país. Al llegar al aeropuerto fuiarrestada por un crimen relacionado con drogas. Cuando

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me encontré en esa celda lo único que dije fue: “Qué lehice a mi hija ahora”. Después de presentarme ante eljuez, me llevaron a una prisión preventiva en otra ciudadhasta que se terminara mi juicio. La desintoxicación fuedura. Estaba muy enferma: temblaba, no podía dormir,mi estómago no podía aguantar la comida. Llegué a pesar80 libras. Las guardias fueron maravillosas. Me ayudabana caminar y a bañarme; yo no tenía fuerzas de tanto vomi-tar. Dejaban la puerta abierta todo el día. Me traían hela-do y sopa. Yo no podía ni sostener la cuchara de tantotemblar. Me dieron de comer hasta que yo lo pude hacerpor mí misma. Sentí que el estar en prisión había salvadomi vida. Dios me llevó a ese lugar en donde recibí respe-to, ayuda y fui tratada como un ser humano, como unadama, a pesar de todo.

Al pasar dos meses, me empecé a sentir mejor. Llevabatantos años bebiendo que ni me acordaba de lo que eratener claridad de mente. Las manos me siguieron tem-blando un largo tiempo. Recordé las últimas palabras demi madre: “Si el dolor llega a ser inaguantable, llama aAlcohólicos Anónimos”, y eso hice.

Un día me llamaron a la sala de visita, y una mujer her-mosa, alta, con una bella sonrisa, me dijo: “Soy Marta ysoy alcohólica.” Y yo, por primera vez en mi vida, dije enalta voz lo que sabía en mi alma… “soy alcohólica”. Ellame abrazó fuerte, y yo lloré. Cada vez que ella venía, meabrazaba y yo lloraba. Me trajo un Libro Grande y me dijoque todo lo que necesitaba saber para mantenerme sobrialo encontraría en esas páginas. Y así fue. Me visitó todaslas semanas durante tres años y medio. Me decía que mequería mucho; insistía en que tenía que dar los Pasos,pues ellos iban a ser mis herramientas para poder vivir enel mundo sin tomar. Yo escuché su mensaje porque mefue dado con amor y bondad. Quise aprender a recons-truirme a mí misma y a tratar de sanar las relaciones rotas

LIBRE ENTRE REJAS 487de mi pasado. A.A. es para toda la vida. Mi madrina meenseñó que yo tenía que ayudar a otros alcohólicos, debíapasar el mensaje que se me dio libremente si yo deseabamantenerme sobria. Que tenía que ayudar a otra personaa salir de ese lugar de desmoralización y dolor, a caminarde la oscuridad hacia la luz con la ayuda de Dios y losPasos de Alcohólicos Anónimos.

Los miembros de A.A. del grupo de mi madrina, quesin conocerlos me dieron tanta esperanza y cariño, meenviaban literatura. Ella traía a veces otras personas avisitarme.

Cuando llegué a Alcohólicos Anónimos yo no era nadani nada tenía. No era nada porque perdí todos mis valoresmorales y no tenía nada porque no tenía a un Dios en mivida. Escucho en las reuniones que los alcohólicos somosmentirosos y ladrones. Creo que lo más grande que le robéa mi hija fue la tranquilidad, el sentido de seguridad fami-liar, del hogar que podría haber tenido. Yo no llegué sola aA.A., traje a mi hija conmigo. El alcoholismo es una enfer-medad que afecta a las familias también. Destruimos yherimos profundamente a las personas más cercanas anosotros, a quienes más nos aman, a quienes nosotros másamamos. El alcohol es más fuerte que el amor.

Mi hermana murió cuando yo estaba en prisión. Fue ungolpe terrible el perder a mi hermana menor; ella sabía enlo que yo me había convertido, y aún así siempre me decíaque yo era buena persona, que tenía muy buen corazón.No pude enterrar a mi madre, tampoco a mi hermana. Laculpabilidad, el dolor y la vergüenza que eso me causóhan sido indescriptibles.

Me encontraba en mi celda y me dejé caer de rodillasllorando fuertemente. Estaba enojada con Dios, y grité:“¿Por qué te la llevaste a ella que era tan especial?, ¿porqué no me llevaste a mí que no sirvo para nada?” Sentíque estaba enloqueciendo y grité: “Ya no aguanto el

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dolor”. Y, de repente, escuché dentro de mi cabeza: “Sípuedes”. Y empecé a sentir como una lluvia fina que caíasobre mi cabeza, y el dolor de toda una vida iba saliendopor los pies. De repente sentí mucho amor dentro de míy a mi alrededor y al sentir ese amor tan grande sentí ungozo sin medida. No sé cuanto tiempo duró esa experien-cia. Cuando volví en mí estaba en el suelo en posiciónfetal, y me sentí muy débil, pero con una alegría sin par.Desde ese día, yo sé que Dios me ama y yo lo amo tam-bién y sé que no estoy sola nunca.

Llegó el día de mi libertad. Sentí mucho miedo y mimadrina me recordó que yo tenía un Dios y las herramien-tas necesarias, que tenía que ir a 90 reuniones en 90 días ymantenerme en contacto con miembros de A.A. Eso hice.

Cuando salí de la prisión viví con mi hermana y trabajéen su oficina dos años. También recuperé a mi familia. Miesposo tuvo un derrame cerebral y a mi suegra le dioAlzheimers. Mi hija tuvo que dejar de ir a la universidadpara cuidar a dos enfermos, y me pidió que la ayudara. Yovi la oportunidad que Dios me estaba ofreciendo para vol-ver con mi familia. Cuidamos de mi suegra cuatro añoshasta que falleció, y a mi esposo lo estamos cuidandodesde hace más de diez años. Me di cuenta de que Diosme dio los medios de hacer reparaciones con estas dospersonas que cuidaron de mi hija y le brindaron muchoamor. Siento mucho el daño que les causé.

También mi vida cambió. Hoy día trabajo de enferme-ra. Cuido personas de edad y lo trato de hacer con amory bondad. Siempre pensé sólo en mí, en mi ego. Mi egoís-mo era tal que nunca consideré a nadie más. El programade A.A. y este trabajo me han brindado la posibilidad dedar de mi tiempo y de mí misma, a tener más paciencia ytolerancia, a practicar mi objetivo primordial: ayudar a losalcohólicos que aún sufren y luego a las personas que sonparte de mi existencia.

LIBRE ENTRE REJAS 489Estoy muy agradecida de que Dios pusiera en mi vida

a las personas que yo necesitaba para sentirme completay útil para poder llevar a cabo el trabajo que él me asignóen mi sobriedad.

En este camino de sobriedad surgen muchas paradojas.Yo siempre sentí que estaba en una prisión mental, cum-pliendo una condena. Y resulta que estando en prisiónencontré la libertad por medio de Alcohólicos Anónimos,y me sentí “libre entre rejas”. Por Alcohólicos Anónimosno he tenido que volver a la prisión. Por AlcohólicosAnónimos tengo la libertad de no tomar más. PorAlcohólicos Anónimos encontré la libertad de protegermede mí misma, pues yo sola soy un peligro y atento contrael bienestar de mi vida, mente y espíritu. Gracias a losmiembros de A.A. por su apoyo y ejemplo. Gracias a mifamilia por sus oraciones, por estar presentes en mi vida yamarme aún en mis peores momentos. Gracias por elapoyo que me brindan en mi sobriedad. Estoy muy agra-decida por ser lo que soy hoy: una persona sobria.

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EL EFECTO MÁGICO

Sólo con la bebida podía ser tal cual era — porunos pocos momentos. Luego, desaparecidos los efec-tos, se sentía asqueado y avergonzado. Acosado porla “mala suerte”, obligado por la ley, asistía a regaña-dientes a las reuniones de A.A. En su siguiente visitaal bar, dos cervezas fueron lo suficiente para conven-cerle de ser alcohólico, de estar loco y en condicióndesesperada.

NACÍ ya hace unos cuantos años, dentro de unafamilia de clase media. No teníamos mucho, pero

sí lo suficiente para vivir. Mis padres eran buenos padresy de gran corazón. Tuve una infancia normal, pero siem-pre me sentí diferente de otros niños. Sabía que era inte-ligente, mi familia me lo hacía saber. Sacaba buenas notasen la escuela, pero a la vez no quería ser así; en mi mente,quería ser como los otros niños. Nunca fui bueno en losdeportes y eso me molestaba porque quería ser buenjugador de fútbol como los demás. Sufría de asma y esome molestaba porque quería ser sano como los demás.Fui creciendo y me di cuenta de que no era popular comootros jóvenes de mi edad. En cuanto a mi apariencia físi-ca, tenía acné en la cara y me daba vergüenza salir a lacalle en esas condiciones. Por un lado, mi madre mesobreprotegió y, por otro lado, mi padre no podía guiarmecomo él hubiera querido. Crecí muy distante de mi padre,a pesar de que lo veía todos los días.

Mi primera borrachera la tuve al graduarme de la

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secundaria. Todos los compañeros de mi aula y unoscuantos profesores fuimos a almorzar a un restaurante yluego a beber vino. Bebí tanto que me enfermé del estó-mago; llegué a mi casa muy mal. La cabeza me daba vuel-tas, todo lo que comí y bebí fue a parar al inodoro; mimamá estaba asustada, mi papá no quiso verme enfermo;aun así, ellos pensaban que mi situación era graciosa.Odié la bebida y pensé que jamás volvería a hacerlo.

Quería ser como otros jóvenes de mi edad: valiente,atlético, arrogante, conversador, galante, buenmozo. Peroera tímido, acomplejado de todo y de nada. El asma meimpedía hacer esfuerzo físico. A la edad de veinte añosme convertí en un joven individuo lleno de temores y sinningún rasgo de confianza en mí mismo. Finalmente des-cubrí que era diferente a los demás. Yo era homosexual.Eso me hacía sufrir aún más. Por ese entonces mi madretuvo que viajar a otro país para ayudar a mi hermana y sequedó allí; por consiguiente, me quedé solo con mi padre.Al comienzo tuvimos una buena relación.

Logré ingresar a una universidad y estudié leyes con laidea de convertirme en abogado algún día. Adquirí lahabilidad de vivir una doble vida. Beber me daba valorpara poder entrar en discotecas. La idea de ser reconoci-do en lugares públicos me causaba mucho temor y ver-güenza, así que usaba el alcohol para llenarme de corajepara dar rienda suelta a mi sexualidad y ser lo que yo era.Nunca me gustó el sabor de las bebidas alcohólicas —esasensación de ardor en la boca, paladar, garganta y estóma-go era desagradable; pero el efecto que me causaban eramágico. Sólo con alcohol en mi cuerpo podía yo ser talcual era. Me aceptaba a mí mismo de esa manera y erafeliz. Cuando los efectos del alcohol desaparecían enton-ces sentía remordimiento, asco y vergüenza. Terminé misestudios universitarios pero nunca me gradué de abogadoporque, al finalizar mis estudios, me di cuenta de que no

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me agradaba lo que hasta ese momento había estudiado.Conseguí un trabajo en el departamento legal de unacompañía constructora y me mantuve allí por algunosaños. Mi carrera de bebedor continuaba desarrollándose.Mi padre sufrió mucho con mi actitud hacia la vida. Meiba de parranda los fines de semana y algunas vecesdurante días de semana también. No le informaba a nadiea dónde iba o le mentía sobre mi paradero. Gracias a Diostuve la oportunidad de viajar a reunirme con mi madre ymi hermana. Pienso que fue un alivio y una esperanzapara mi padre el hecho de que yo viajara a un lugar leja-no y fuera del alcance de las malas compañías en mi país.Por otro lado, yo mismo pensé que ésa era una gran opor-tunidad de salir de mi país y poder triunfar. Viví con mifamilia un poco más de un año y luego me independicé.Fui a vivir a un apartamento con un amigo. La búsquedade alcohol empezó otra vez y se fue acelerando rápida-mente. Una de las muchas veces que yo salía de un bar, lapolicía me detuvo por manejar de noche con las lucesdelanteras apagadas; me hicieron un examen de sobrie-dad, el cual no pasé, y en consecuencia obtuve mi prime-ra sentencia por manejar ebrio. Además de todas las mul-tas que tuve que pagar, fui enviado a seguir una clase deprevención a la cual me presenté embriagado. En eseentonces yo pensaba que no era justo lo que me estabapasando; alguna vez todos hemos manejado un vehículocon unas cuantas copas encima y alguna vez también senos ha olvidado encender las luces delanteras de nuestrospropios autos.

Me convencí a mí mismo de que eso no me volvería apasar. Por motivos de trabajo me mudé a otro estado y porsupuesto tenía más libertad que antes. La comunicacióncon mi familia fue disminuyendo a medida que mi activi-dad alcohólica iba creciendo. Cancelaba reuniones, lesmentía sobre mi vida personal. Me di cuenta de que era

EL EFECTO MÁGICO 493más fácil estar lejos de ellos para vivir mi vida desenfrena-da. La “mala suerte” me visitó otra vez cuando fui deteni-do por segunda vez manejando borracho. Tuve un “buen”abogado y nunca perdí mi licencia de manejo, pero tuveque asistir a cierto número de reuniones de AlcohólicosAnónimos. Cada día tomaba decisiones incorrectas y mitemperamento fue cambiando. Un día un compañero detrabajo me preguntó si yo era alcohólico. Eso me ofendióenormemente. Le “seguí la cuerda”, como decimos en mipaís, y me confesó que él conocía un lugar donde mepodían ayudar. Me burlé en su cara y no le hablé por untiempo. Luego me invitó a su casa para celebrar su cum-pleaños. Me dijo que en su casa no se bebía alcohol. Lospocos compañeros de trabajo y su familia la pasamos muybien y sin beber. En el fondo de mi ser, me sentí alegrepor él y a la vez fastidiado porque él pensaba que yo eraalcohólico. Renuncié a mi buen trabajo y conseguí otrodonde me pagaban mucho menos, pero pensé que esoestaba bien. Dejé mi apartamento para irme a vivir a unacasa compartida con otras personas. Todas estas ideaseran producto de mi racionalización en relación con mienfermedad alcohólica, que yo no podía aceptar en esemomento.

En la búsqueda por un futuro mejor decidí hacer otrocambio geográfico y terminé en una ciudad muy hermosacon la oportunidad de ser un profesional como yo lo habíadeseado desde hace mucho tiempo. Así que decidí haceruna nueva vida, trabajar mucho y estudiar duro para gra-duarme.

Me establecí en un pequeño cuarto de dormir con laspocas cosas que me quedaban y con mi gran sueño dora-do. Conseguí trabajo cerca de donde yo vivía y me regis-tré en la escuela que era indicada para mis propósitos.Decidí también conectarme con mi mundo. Conocímucha gente y mi calendario social empezó a estar ocupa-

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do. Sin darme cuenta empecé con la misma rutina desiempre: trabajar, ir a los bares, faltar al trabajo de vez encuando por estar con la resaca de la noche anterior, tenerremordimiento, miedo y vergüenza por mis actos. Estarutina se repetía más a menudo. Mis estudios se vieronperjudicados por la bebida. Yo ya no era un buen estu-diante como solía serlo en mis épocas de escuela primariay secundaria. Me tomaba más tiempo concentrarme enlos libros y luchar en contra de las tentaciones; la cervezase convirtió en mi bebida preferida por ser la bebida másbarata y la más fácil de digerir. Ya no iba de vacaciones avisitar a mi familia. Mi relación con la dueña del cuartodonde dormía era cada día más tensa, mi situación econó-mica se volvía más ajustada, gastaba más de lo que gana-ba y tenía deudas que no podía pagar a tiempo. Mi saludmental se deterioraba cada vez más porque vivía en cons-tante preocupación por todo. Bebía constantemente y,por supuesto, manejaba muchas veces borracho. Tuvepequeños y grandes accidentes antes de obtener mi terce-ra sentencia por manejar bajo la influencia del alcohol. Enesta oportunidad la locura de mi enfermedad era bienfácil de percibir y yo no quería aceptarla. Gracias a Diosno hubo daños personales; pero sí inmensos daños mate-riales que reparar. La historia se repetía otra vez pero estavez era más profunda y penosa. Para aliviar esa gran penacontinué tomando. Yo no pensé que nada peor me podríaocurrir puesto que ya no tenía carro ni licencia paramanejar. Así que me movilizaba por medio de transportepúblico y la generosidad de otras personas. A pesar de lasadvertencias de la escuela, seguí bebiendo y asistiendo ala escuela, pero no por mucho tiempo. Un día me presen-té a tomar un examen después de una larga noche bebien-do. Una de las profesoras me detuvo en medio del exameny me llamó aparte para comunicarme que yo quedaba sus-pendido de la escuela porque el olor a alcohol que ema-

EL EFECTO MÁGICO 495naba de mi cuerpo era tan intenso que no se podía ocul-tar. Traté de negar las acusaciones pero no tuve éxito. Estamujer me explicó que su ex esposo era alcohólico, por lotanto ella comprendía todos los síntomas de esta enferme-dad y me dio la oportunidad de resolver mi problema pri-mero para luego continuar con mis estudios si yo lo que-ría. Éste fue mi primer despertar espiritual en relacióncon mi enfermedad. Aún no seguro de esto, continuébebiendo por un tiempo, y tuve que seguir un programade sesiones de Alcohólicos Anónimos y pasar un proba-torio ordenado por la corte, así como participar en un pro-grama estatal de supervisión para enfermeros con pro-blemas de adicción. Detesté enormemente las primerasreuniones de A.A., primero porque yo no sabía qué era unalcohólico. A pesar de que durante toda mi carrera alco-hólica tuve señales enviadas por Dios, yo no quise sabernada de esas cosas y seguí divirtiéndome. Obligado por laley, continué asistiendo a esas reuniones. Recuerdo queme tomaba alrededor de una hora para llegar a esa reu-nión y otra hora para regresar a mi casa. Algunas veces mequedaba allí para escuchar dos reuniones. En ese edificioantiguo, maloliente, con una gran alfombra sucia y con lasparedes descoloridas por el humo del cigarro fue dondellegué a conocer que el alcoholismo es una enfermedadde la mente, cuerpo y alma. Allí aprendí acerca de admi-tir sinceramente mi derrota ante el alcohol. Después detres meses de luchar conmigo mismo y cansado de escu-char las cosas extrañas que en esas reuniones se decían,tomé la decisión de volver a mi bar predilecto. Me tomósolamente dos botellas de cerveza para darme cuenta deque yo era alcohólico, que estaba loco y también deses-perado. Quería beber como los demás. Siempre me iba alextremo de beber más de lo que yo podía, y la magia delos efectos del alcohol ya no funcionaba más. Esa mismanoche, llorando, llamé a un individuo que pertenecía a

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Alcohólicos Anónimos y le confesé lo que había hecho.Después de una pausa me contestó que él no podía ayu-darme en ese momento porque yo ya había bebido, peroque regresara al club al día siguiente y que conversaría-mos. Fui al club a la mañana siguiente y no encontré a esapersona pero sí me quedé y empecé a prestar atención alo que otros con más experiencia decían. Sentí que habíaesperanza de una vida mejor para mí a condición de queme esforzara. Decidí tener un padrino pero no entendíamuy bien la mecánica de esa relación. Cambié de padri-no varias veces pero ahora entiendo el concepto de apa-drinamiento mucho mejor. Todos mis padrinos me hanayudado a seguir los Pasos de A.A. También me han orien-tado en mis dudas, consolado en mis momentos de difi-cultad y me han dicho siempre la verdad. Sólo con la ver-dad en la mano yo he podido recuperarme. Los principiosespirituales de este programa son muy sencillos de com-prender y seguir pero, como buen alcohólico que soy,tiendo a complicarme la existencia y analizarlos profunda-mente. He aprendido que éste es un programa diario yque mi recuperación está basada en lo que yo haga día adía. He encontrado un poder superior a mí al cual hedecidido denominarlo Dios. Este poder superior es elúnico que me ama tal como soy e incondicionalmente.También es el único que me ha liberado de esa terribleobsesión por el alcohol. La fe en Dios me sirve como guíaespiritual en todos los asuntos de mi vida, dentro y fuerade A.A. Durante mi recuperación he notado cuán difícilpara mí fue admitir que yo era alcohólico; pero con laayuda de Dios, mi padrino y los compañeros en las reu-niones, he aceptado mi enfermedad como parte de mi ser.Esta enfermedad debe ser tratada como cualquier otra, ylas reuniones son mi medicina. En estas reuniones, que alprincipio odié con todo mi corazón, he aprendido muchí-simo acerca de mí, de mi enfermedad y de la vida cotidia-

EL EFECTO MÁGICO 497na. También he encontrado buenas personas dentro delos grupos de A.A. que ahora forman parte de mi vida.Poco después de un año de sobriedad me enteré de queno sólo existen Doce Pasos para la recuperación personal,sino que también hay Doce Tradiciones para la supervi-vencia de los grupos. Gracias a Dios tengo un programaque me sugiere lo que debo hacer para recuperarme ytambién para mantener un grupo activo y funcionando.La práctica de estas Tradiciones me ha enseñado humil-dad en general. Ya no todo es acerca de mí, sino de aquelindividuo que está sufriendo y cómo puedo llegar a élcuando pida ayuda.

Puedo decir humildemente que me gusta lo que hagoahora, y es mi forma de pagar lo que otros han hecho pormí durante estos años. He pasado por muy buenos mo-mentos en sobriedad, tales como la culminación de misestudios, así como he soportado muy malos momentos,como la muerte de mi padre en mi país de origen.

En todo este tiempo me he dado cuenta de que esteprograma no sólo me ha servido para dejar de beber sinoque también me ha enseñado una nueva forma de vida.Mi actitud ante la vida ha cambiado. Me he aceptadocomo soy. Tengo todas las intenciones de comunicar miverdad a todo aquel que desee conocerla. Tengo deseo devivir mi vida así como Dios lo decida. Mi comunicacióncon Dios crece cada día más. La sobriedad en AlcohólicosAnónimos es una experiencia fantástica que no quierodejar de disfrutar.

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SENTENCIADO A LA SOLEDAD

En todas las actividades de su vida quería ser elnúmero uno, pero fue el último en reconocer el dañoque la bebida estaba causando a su vida.

AHORA que sé el efecto que el alcohol tiene en laspersonas, estoy convencido de que desde que

tomé el primer trago, el alcoholismo se apoderó de mí.Yo siempre era el que tomaba la primera copa y el últi-

mo ron con soda. Era el más gracioso en las reuniones, elque mejor jugaba a la pala, el que más rápido subía almonte, el que más…, el que más. ¿Por qué tenía esanecesidad imperiosa de ser el número uno en todo? ¿Quéestaba tratando de reclamar? ¿De quién quería llamar laatención? Cuántas veces me he preguntado y me he que-rido convencer a mí mismo: ¿a lo mejor fui víctima de lascircunstancias? Quise estudiar y no pude; los trabajos quetuve durante toda mi vida no eran los que yo quería; losamores a principios de los setenta iban y venían; la rela-ción con mi padre era nula, la situación en mi país mearrastraba a una lucha: muchas preguntas y pocas res-puestas.

Pero creo que esto nada tiene que ver con mi alcoho-lismo. Si no hubieran sido éstas las causas, hubieran sidootras. La cuestión es que la enfermedad la he llevado con-migo durante treinta años, de los cuales los ocho o diezúltimos, los pasé en el infierno.

Profesionalmente había triunfado. Con los estudiosque yo tengo no se podía llegar más alto. Era el capataz

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general en una empresa de prefabricados del hormigón.Dedicaba todo mi tiempo a mi labor profesional y abeber, cosa que hacía durante todo el día y a todas horas,puesto que nadie me controlaba. En mi casa, lo único quehacía era dormir (casi nada) y decir que me dejaran enpaz. Qué osadía, cuando yo había metido en mi casa a unalegión de diablos.

Alegando que en el verano hacía mucho calor, mi mujerse iba a dormir a otra habitación (cada vez eran más lar-gos los veranos). En más de una ocasión, la he oído deciren algunas reuniones abiertas, que era insoportable dor-mir conmigo, por lo que sudaba y por el olor a alcohol queemanaba de mi cuerpo. No sé cómo ha podido soportar-me tanto tiempo. Mis hijas ya eran mayores y, cada vezmás frecuentemente, mi esposa me decía que yo teníaproblemas con el alcohol y me brindaba toda su ayuda.Me habló de A.A., consultó con el médico de cabecera,me trajo papeles para que fuera a ver a un psiquiatra, etc.;pero entre el alcohol y los resentimientos que yo teníahacia ella, no quería o no podía ver mi realidad, y todassus sugerencias, una a una, las rechazaba. Los dos veía-mos que nuestro matrimonio se iba a pique y me advirtióque, o yo tomaba cartas en el asunto, o las tomaba ella.

Un día dije que no tomaría más alcohol y así lo hice. Losustituí por cerveza y licores sin alcohol. Pasaban los díasy las semanas; yo seguía con las mismas pautas, cada vezmás encerrado en mí mismo. Me estuvieron tratando deestrés, de depresión y de alguna enfermedad más de lamente, pero ahora sé que lo que me pasaba era que nosabía vivir sin beber. Entré en un estado, supongo que, deborrachera seca.

Recuerdo que un domingo al llegar a mi casa a la horade comer, ya estaba la mesa puesta y mis hijas y mi mujeresperándome; mi mujer me dijo que la situación por laque estábamos pasando era insostenible. No le di oportu-

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nidad para que dijera nada más; sentencié: “me voy decasa”. Ahora recuerdo la escena y se me saltan las lágri-mas: las tres se pusieron a llorar, yo terminé de comer,supongo que no mucho, y me fui a ver una corrida detoros.

Como ya no tenía por quién dejar de beber, empecé atomar mis tan queridos y echados de menos whiskys. A losquince días justos después de haberme ido, me quedé sintrabajo, un hombro empezó a darme problemas, por lasnoches dejé de acostarme, no era capaz de pegar ojo.Antes de que abrieran el primer bar, a las cinco de lamadrugada, ya estaba yo en la calle, porque los tembloresno me dejaban estar en casa de mi madre, que fue la queme recogió y aguantó todos mis malos modos, mis soleda-des, mis odios hacia el mundo, mi desesperanza y mi pér-dida de hombría.

Aprovechando un viaje que mi madre hizo con los de latercera edad, decidí que las paredes sólo blancas eranmuy sosas y, al más puro estilo de la Capilla Sixtina e imi-tando a Miguel Ángel, me puse manos a la brocha y sola-mente con barniz de pintar las puertas, empecé a plasmarsobre las paredes toda mi creatividad. Los motivos en losque me inspiré fueron: La Alhambra de Granada, la Giral-da de Sevilla, la Torre del Oro, barcas, playas, las trescarabelas de Colón, un perro, un arlequín y todo lo quemi imaginación y el whisky dieron de sí. Cuando llegó mimadre, le enseñé aquella obra maravillosa y le dije: “elMiguel Ángel ése tardó en pintar la capilla ésa una eter-nidad y yo, fíjate, en un solo día lo que he hecho”. Mimadre me dijo: “Muy bien, hijo mío, ni Dios cuando sepuso a crear el mundo, hizo nada tan maravilloso”.Durante todo el verano tuvo la puerta de la calle abiertapara que todo el que quería mirar, viera mi obra. A los seiso siete meses, un día que mi mujer subió, no me acuerdomuy bien a qué, y vio aquel desaguisado, no pudo por

SENTENCIADO A LA SOLEDAD 501menos que ponerse manos a la brocha también e intentarocultar aquel desastre. Siete u ocho manos de pinturablanca tuvo que darle, pero aún hoy en día se intuye loque allí había pintado.

Menos mal que no me dio por conocer a otras mujeres,tal vez porque en aquella época casi no tenía dinero ytodos mis ahorros y esfuerzos los usaba para beber.Estando una tarde en un bar, pensando en lo inútil de miexistencia, se me acercó un conocido, que parece ser queestaba peor que yo, y en aquel momento más borracho, yme pidió ayuda para que lo acompañara a su casa porqueél no podía conducir. Lo acompañé, pero en vez de a sucasa, nos fuimos al primer bar con el que tropezamos.Seguimos bebiendo y contándonos las desgracias por lasque atravesábamos; me comentó que lo estaba tratandoun psicólogo para ayudarlo con el problema de la bebida.Yo no me podía creer lo que estaba oyendo de aquel hom-bre; reconocí, creo que por primera vez ante otra perso-na, que tenía dificultades para controlar el alcohol.Entonces él me dijo que me iba a dar el teléfono de estepsicólogo para que a mí me tratara también, que a él leestaba ayudando mucho. A pesar de mi borrachera, ledije que si la ayuda era como la que le estaba dando a él,que no la quería. Porque los dos estábamos borrachoscomo una cuba y sujetándonos a una columna. En aquelmomento decidí llamar a A.A. ¿Fue casualidad quealguien con quien no había tenido ninguna relación queno hubiera sido profesional, ese día me pidiera ayuda? ¿Ofue el Poder Superior a través de él, el que hizo que yotomara conciencia de mi realidad?

Fuera como fuera, llamé y me puse en contacto con uncompañero, que el nombre que tiene me vino al pelo:“Salvador”. Él hizo, con su experiencia y su talante, queyo me quedara en A.A. Hoy en día sigue siendo un ejem-plo a seguir por mí. Aquella primera reunión a la que yo

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asistí, recuerdo que me llenó de gozo; por fin habíaencontrado un sitio en el que encajaba, por eso cuandosalí, me fui a celebrarlo tomándome unas copas. Así estu-ve unos meses, hasta en el descanso de las reuniones meiba al bar a tomar. Lo pasaba fatal.

Pero llegó el día y dejé de tomar ese primer trago.Durante una semana no pude moverme del sofá, no eracapaz de comer porque no podía tragar nada y porque nopodía sujetar nada con las manos, casi no podía caminar.Al principio de mi abstinencia creía que Dios me habíamandado una enfermedad para dejar de beber; peroahora estoy convencido de que fue al revés: estuve apunto de que me diera un delirium tremens, pero no fueasí, y desde entonces no he vuelto a tomar ni una sola gotade alcohol y, lo que todavía es mejor, desde ese primerdía, aún con los temblores, Dios hizo que se me quitara laobsesión por el alcohol.

Desde que decidí asistir a A.A., se lo conté a mis hijasy les dije que, como mi esposa me había ofrecido tantasveces su ayuda y puesto que había reuniones para familia-res de alcohólicos, que si ella quería, podía acompañarmea una reunión abierta. Mi esposa dijo que sí y durantetoda la reunión estuvo llorando y yo haciéndome el duro,pero con un nudo en la garganta.

No sé si todavía bebía o ya lo había dejado, cuando undía de los que pasaba a recoger a mi mujer para ir a lasreuniones, no me preguntó, como era su costumbre, quesi había bebido, y a la vuelta tampoco. Para mí, ese díasupe que algo iba a cambiar en nuestras vidas. Empeza-mos a vernos y a salir otra vez como si fuéramos novios.Casi un año más tarde volví otra vez a mi casa, con lamisma esposa que había aguantado tantos sinsabores.

Me comí mi orgullo y llamé a mi antiguo jefe y, para misorpresa, volvió a darme trabajo. Eso de la humildad dabaresultado. Me operaron el hombro y se me curó después

SENTENCIADO A LA SOLEDAD 503de una larga recuperación. Por fin la vida volvía a son-reírme y todo ello por no tomarme esa maldita primeracopa.

Mucho han tenido que cambiar mis puntos de vistasobre todos los temas que me rodean y afectan. Hoytengo inquietudes por aprender, por conocer a las perso-nas y a las cosas. Estoy dispuesto a conceder a mis seme-jantes las oportunidades que hagan falta, y estoy luchan-do conmigo mismo para aceptar las cosas como son y nocomo me gustaría que fueran.

Desde donde me encuentro en este momento, se vemucho cielo.

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LA CHICA ALEGRE QUE QUERÍA DEJAR

DE SUFRIR

Se fue de su tierra para perseguir su sueño, perola bebida, que empezó quitándole la tristeza, acabóconduciéndola por penas y pesadillas hasta el umbralde la muerte.

UN DÍA de noviembre de 1984. Todo se oscurece…Quiero dormir. ¡Qué sed tengo! Quiero una cerve-

za. ¿Dónde estoy? “¡Levántate! Ven a comer algo”. Es lavoz de mi amiga. ¿Cómo llegué aquí?, me pregunto. Notengo la menor idea de qué está pasando. No quiero pre-guntarle a mi amiga. No quiero que me reproche. ¿Quéhice? ¿Dónde estuve? Ah, sí, ya recuerdo… Las mujeres,los policías… Una voz fuerte dice, “¿qué le pasa a esamuchacha?” “No sabemos, oficial”, contestan voces extra-ñas. “¿A dónde quieres ir, querida? ¿Tienes alguna perso-na a la que podemos llamar? ¿Tienes a dónde ir?” Es lavoz de una mujer que yo no conozco y no entiendo lo queme dice. Dios mío, ¿dónde estoy? Quiero correr, pero ¿adónde? Estoy temblando. Siento que me voy a caer.Tengo mucho calor. El oficial de policía me pregunta sipuede llevarme a mi casa. Le digo que sí, pero no recuer-do dónde vivo. Oh, sí, estoy en el centro de la ciudad,Pero ¿Cómo llegué aquí? ¿Mi carro? ¿Dónde está micarro? Oh, sí, quiero ir a la calle 16, allí vive mi amiga, allípuedo descansar. Ojalá que esté mi amiga allí. Oh, sí, miamiga está allí. Abre la puerta y sorprendida pregunta

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“¿Qué te pasó?” El oficial pregunta, “¿Usted la conoce?¿La podemos dejar aquí?” “Sí, sí, la conozco. Es miamiga”, responde.

Esta escena se repitió varias veces en mi actividadalcohólica, con algunas variaciones pero siempre sinrecordar muchos detalles. ¿Qué pasó conmigo? Lo únicoque yo quería en la vida era superarme, ser alguien. Altratar de recordar, no logro ver la lógica. Pero, ¿es quehay lógica en el alcoholismo? Nací en un hogar de muchadisciplina, con altos valores morales y una religión deacción. Emigré a otro país con el sueño de estudiar leyes.Yo quería ser abogada. Mi madre quería que yo fuera far-macéutica y como ella pagaba, yo tenía que obedecer. Enla escuela me enteré de que en otro país podría trabajary pagarme yo misma la universidad, así que a la primeraoportunidad salí de mi tierra para perseguir mi sueño.Lastimosamente era eso, un sueño. Tenía diecisiete añosy no estaba preparada para todo lo que me esperaba, y misueño nunca se realizó. Con la ayuda de mis padres pasélos primeros meses, encontré trabajo y logré juntar eldinero para mi escuela. Primero estudiaría el idioma ydespués, de lleno leyes.

No tenía nadie que me guiara pero tampoco nadieque me prohibiese nada. La incertidumbre me dabatemor, pero pronto el temor desapareció y empecé a dis-frutar mi independencia. Tenía un carácter muy alegre yesto me ayudó a conseguir muchos amigos. En la escue-la conocí al hombre con quien yo quise compartir elresto de mi vida. Nos casamos, tuvimos dos hijos y vivi-mos en el paraíso por un tiempo. Pero el paraíso no durómucho. Cuando los problemas empezaron, ninguno delos dos éramos lo suficiente maduros para tratar deresolverlos, o tal vez no nos amábamos lo suficiente paraluchar. Así que nos separamos y me encontré sola conmis hijos.

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Al principio no me importó porque pensé que podría-mos salir adelante viviendo modestamente. Pero los niñoscrecen, se enferman, etc., y yo era la única responsable desu seguridad. Esta responsabilidad y la incertidumbreempezaron a corroer mi alma y empecé a sentirme muysola. Me invadía una sensación de tristeza; empecé aconocer la depresión. No busqué ayuda porque me dabavergüenza admitir que mi matrimonio había fracasado; asíque me lo guardaba todo.

Un verano conocí a una muchacha a la que le gustababeber cerveza (“por el calor”, decía) y me invitaba abeber (“sólo una”, me decía). Yo siempre la rechazaba.Un día decidí probar una: el sabor era horrible, sabía arancio, pero el efecto me encantó; me quitó la tristeza yhasta me puse a cantar. ¡La chica alegre había vuelto anacer!

Naturalmente, quitarme la tristeza con cerveza se vol-vió tan rutinario como quitarme el dolor de cabeza conuna aspirina. No sé cuánto tiempo me tomó empezar abeber durante los días de semana; ya no esperaba a losfines de semana ni a que mi amiga me trajera la cerveza.Esto me preocupó. Hice cita con el médico y le contéacerca de mi manera de beber. Él me preguntó: “¿Cuán-tas cervezas se toma?” “De tres a cinco… diarias”, res-pondí. “¡Bah! no se preocupe; eso es muy común, es nor-mal”. ¡Qué revelación! Regresé tranquila a mi hogar, yseguí bebiendo ya sin pena ni temor. Bebía porque meencantaba beber: me ponía de buen humor, me quitabala tristeza. Conforme el tiempo pasó, el uso y abuso delalcohol continuó. Llegó el día en que bebía porque teníaque beber. Era una verdadera alcohólica mas yo no losabía.

Un día mis hijos necesitaron un tratamiento médico ymi sueldo regular no me alcanzaba, y pensé en un traba-jo extra. Le conté a una amiga y me dijo que en el club

LA CHICA ALEGRE QUE QUERÍA DEJAR DE SUFRIR 507donde ella trabajaba se ganaba mucho. Me ofreció unaentrevista para el sábado siguiente. Me puse feliz.

El viernes anterior a la entrevista estaba tan optimistaque al llegar de mi trabajo regular lo primero que hicefue abrir una lata de cerveza. Mientras que limpiaba,cocinaba, atendía a mis niños y cantaba, seguí bebiendohasta emborracharme. El sábado amanecí en un estadolamentable. Para entonces ya sentía temblores y parapoder controlarlos tenía que beber de cuatro a seis cer-vezas por lo menos. Me tomé una cerveza, pero tenía laentrevista a las 10 de la mañana; ya no me daba tiempode beber más cerveza. Tenía que tomar algo más fuertepara controlar los temblores. ¿Qué hacer? Me acordéque había brandy en la despensa y me serví seis onzaspara que me hiciera mejor efecto. Cuando llegué a laentrevista estaba borracha. Mi posible jefe se dio cuentay me dijo que íbamos a hablar más tarde. Al pasar por suoficina vi una botella de licor y decidí tomarme un tragopara “el camino”. El efecto fue devastador. Salí, arranquémi carro y emprendí el regreso a mi hogar. No habíacorrido ni tres cuadras cuando al doblar a la izquierda, novi al carro que venía por la avenida y chocamos. Perdí elconocimiento. Más tarde me enteré de que me llevaronal hospital en ambulancia. Hasta hoy no recuerdo cuántotiempo estuve allí, ni quién cuidó de mis hijos; solamen-te recuerdo que le pedí perdón a Dios y prometí nobeber. Como consecuencia, perdí mi carro, mi trabajoregular, mi posible trabajo extra, y además me fracturé elhombro. Los que sufrieron más fueron mis niños, testi-gos silenciosos de aquel infierno.

Tres meses después fui a la iglesia a implorar perdón yayuda a Dios. Pasé cinco años sin beber. Durante esetiempo envié a mis hijos a una academia fuera de la ciu-dad; esto fue un descanso para ellos aunque seguían sien-do víctimas de mi neurosis. Me quedé sola.

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El primer fin de semana de septiembre, se me ocurrióir a visitar a unos viejos amigos, y oí un comentario quetrajo a mi mente la conmiseración de otros días. Prontosalí de allí y fui a visitar a mi amiga, la que me compren-día. Le conté lo que me había pasado y también le pedíque me diera una cerveza. Ella me la dio dudando, por-que sabía que yo había dejado de beber por algún tiem-po. Yo le aseguré que no tenía nada que temer porquehabían pasado tantos años que ya no me afectaba comoantes. ¡Qué tontería!

Ese día me tomé dos cervezas; después ya no merecuerdo. No sé cómo pude mantener mi trabajo esta vez.Iba y venía del apartamento de mi amiga, donde se bebíay se cantaba y adonde más tarde, en noviembre, me llevóla policía. Allí conocí a una pareja. El esposo me estabaobservando, y al ofrecerme una cerveza yo hice el comen-tario de “No sé por qué estoy bebiendo si ya no quierobeber”. Me contestó que si quería saber por qué yo bebíade esa manera, me podía llevar a un sitio donde me lo ibana decir. Le dije: “Pierde su tiempo, porque no creo en elespiritismo”. Él me aseguró que no era nada de eso; queel viernes me llevaría, pero que no bebiera ese día. Ofen-dida, le respondí que yo no bebía durante los días de tra-bajo. Pasé toda la semana bebiendo. El viernes se volvió arepetir la historia de hace cinco años. Volví a beber brandyporque ya no me daba tiempo de beber toda la cervezaque “necesitaba”. De todas maneras me llevó. Entramosen un salón oscuro, donde había muchos hombres, perocomo estaba borracha no me importó. Sólo sé que unapersona hablaba y yo no entendía lo que decía. Tambiénhabía un hombre sentado detrás de un escritorio. Me ima-giné que era un doctor. En un momento dado, mi amigome hizo levantar la mano. Yo no sabía por qué; sólo sé quetodos los presentes aplaudieron. Al terminar la reunión mellevó a su casa; durante tres días su esposa me dio de

LA CHICA ALEGRE QUE QUERÍA DEJAR DE SUFRIR 509comer, pues yo no podía sostener la cuchara. Seguí yendoal local, aunque me sentía temerosa y avergonzada de estarallí. Algo me decía que le diera tiempo al tiempo. Habíallegado a un grupo de Alcohólicos Anónimos.

Mi esperanza era dejar de sufrir. Los alcohólicos anóni-mos me dijeron que para dejar de sufrir tenía que dejarde beber. Su falta de comprensión me enfureció; pero nodije nada. Después de todo, todos en el grupo me caíanmal por desordenados y malcriados. Mi orgullo y misresentimientos no me dejaban ver la luz. Tuve que sufrirmás para poder comprender que mi sufrimiento nodependía de los demás, sino del alcohol que me domina-ba y que me había despojado de toda cordura o sentidocomún. En enero de 1986 ingresé por segunda vez a unhospital por alcoholismo. Días después la doctora me dijo“…está jugando con su vida, señora. Un trago más y ya nola hubiéramos podido salvar. Estaba completamente satu-rada de alcohol”. Yo volví la cara hacia un lado y vi a mihijo pequeño. Vi su cara hermosa. Estaba llorando. Lepedí perdón. Él me contestó: “Nunca me avergonzaré deti, porque tú eres mi madre”.

Desde entonces ya no bebo. La doctora me dejó salirdel hospital con la condición de no faltar a las reunionesde Alcohólicos Anónimos. Regresé a mi grupo a princi-pios de 1986. He aceptado que soy alcohólica, que pase loque pase, no debo beber. Los días de dolor y pesadillaserán sólo una historia mientras no beba. El tiempo seencargó de demostrarme lo dulce y lo fuerte que es elamor de los alcohólicos anónimos. Aquellos desordenadosy malcriados me enseñaron a amar y a servir. Con el ser-vicio, por fin pude sentirme parte de ese gran todo. Hoysé que nadie viene a este mundo con las manos vacías.Nos corresponde a nosotros decidir cómo usarlas. Sé queen Alcohólicos Anónimos todo el mundo tiene su lugar ycuando a uno lo llaman a servir es el Ser Superior el que

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nos está ayudando a encontrar ese lugar. Ya no estoy sola.Por fin pude perdonarme. Tengo el amor y el respeto demis hijos y tengo una carrera. En Alcohólicos Anónimosencontré el camino hacia un destino feliz.

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513

APÉNDICES

I La Tradición de A.A.II La Experiencia Espiritual

III El Punto de Vista Médico Sobre A.A.IV El Premio LaskerV La Perspectiva Religiosa Sobre A.A.

VI Cómo Ponerse en Contacto con A.A.VII Doce Conceptos (Forma corta)

I

LA TRADICIÓN DE A.A.

Para los que ahora estamos en su seno, AlcohólicosAnónimos ha hecho que la desgracia se convierta ensobriedad, y frecuentemente ha significado la diferen-cia entre la vida y la muerte. A.A. puede, desde luego,significar justamente esto mismo para innumerablesalcohólicos a quienes no ha llegado todavía.

Por lo tanto, ninguna otra asociación de hombres ymujeres ha tenido nunca una necesidad más urgente deeficacia continua y unión permanente. Nosotros losalcohólicos vemos que tenemos que trabajar juntos yconservarnos unidos o de lo contrario la mayoría denosotros pereceremos.

Las “12 Tradiciones” de Alcohólicos Anónimos son,según creemos los que pertenecemos a A.A., las mejo-res respuestas que ha dado hasta ahora nuestra expe-riencia a esas siempre apremiantes preguntas: “¿Cómopuede funcionar A.A. de una manera óptima?” y “¿Cuáles la mejor manera de conservar la integridad de A.A.,y de asegurar así que sobreviva?”

A continuación aparecen las Doce Tradiciones de

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A.A. en su llamada “forma breve”, la cual en la actuali-dad es de uso general. Esta es una versión condensadade la forma larga original que se publicó por primeravez en 1945.

LAS DOCE TRADICIONES

1. Nuestro bienestar común debe tener la preferencia; larecuperación personal depende de la unidad de A.A.

2. Para el propósito de nuestro grupo sólo existe una autori-dad fundamental: un Dios amoroso tal como se exprese en laconciencia de nuestro grupo. Nuestros líderes no son más queservidores de confianza. No gobiernan.

3. El único requisito para ser miembro de A.A. es quererdejar de beber.

4. Cada grupo debe ser autónomo, excepto en asuntos queafecten a otros grupos o a A.A., considerado como un todo.

5. Cada grupo tiene un solo objetivo primordial: llevar elmensaje al alcohólico que aún está sufriendo.

6. Un grupo de A.A. nunca debe respaldar, financiar o pres-tar el nombre de A.A. a ninguna entidad allegada o empresaajena, para evitar que los problemas de dinero, propiedad yprestigio nos desvíen de nuestro objetivo primordial.

7. Todo grupo de A.A. debe mantenerse completamente a símismo, negándose a recibir contribuciones de afuera.

8. A.A. nunca tendrá carácter profesional, pero nuestros cen-tros de servicio pueden emplear trabajadores especiales.

9. A.A. como tal nunca debe ser organizada; pero podemoscrear juntas o comités de servicio que sean directamente respon-sables ante aquellos a quienes sirven.

10. A.A. no tiene opinión acerca de asuntos ajenos a sus acti-vidades; por consiguiente su nombre nunca debe mezclarse enpolémicas públicas.

11. Nuestra política de relaciones públicas se basa más bien enla atracción que en la promoción; necesitamos mantener siemprenuestro anonimato personal ante la prensa, la radio y el cine.

51412. El anonimato es la base espiritual de todas nuestras

Tradiciones, recordándonos siempre anteponer los principios alas personalidades.

LAS DOCE TRADICIONES

(Forma Larga)

Nuestra experiencia en A.A. nos ha enseñado que:1.—Cada miembro de A.A. no es sino una pequeña parte

de una gran totalidad. Es necesario que A.A. siga viviendo o,de lo contrario, la mayoría de nosotros seguramente morirá.Por eso, nuestro bienestar común tiene prioridad. No obs-tante, el bienestar individual lo sigue muy de cerca.

2.—Para el propósito de nuestro grupo sólo existe unaautoridad fundamentad — un Dios amoroso tal como seexprese en la conciencia de nuestro grupo.

3.—Nuestra Comunidad debe incluir a todos los quesufren del alcoholismo. Por eso, no podemos rechazar anadie que quiera recuperarse. Ni debe el ser miembro deA.A. depender del dinero o de la conformidad. Cuando quie-ra que dos o tres alcohólicos se reúnan en interés de lasobriedad, podrán llamarse un grupo de A.A., con tal de que,como grupo, no tengan otra afiliación.

4.—Con respecto a sus propios asuntos, todo grupo deA.A. debe ser responsable únicamente ante la autoridad desu propia conciencia. Sin embargo, cuando sus planes atañenal bienestar de los grupos vecinos, se debe consultar con losmismos. Ningún grupo, comité regional, o individuo debetomar ninguna acción que pueda afectar de manera significa-tiva a la Comunidad en su totalidad sin discutirlo con los cus-todios de la junta de Servicios Generales. Referente a estosasuntos, nuestro bienestar común es de altísima importancia.

5.—Cada grupo de A.A. debe ser una entidad espiritualcon un solo objetivo primordial — el de llevar el mensaje alalcohólico que aún sufre.

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6.—Los problemas de dinero, propiedad, y autoridad nospueden fácilmente desviar de nuestro principal objetivo espiri-tual. Somos, por lo tanto, de la opinión de que cualquier propie-dad considerable de bienes de uso legítimo para A.A., debeincorporarse y dirigirse por separado, para así diferenciar lomaterial de lo espiritual. Un grupo de A.A., como tal, nuncadebe montar un negocio. Las entidades de ayuda suplementa-ria, tales como los clubes y hospitales que suponen mucha pro-piedad o administración, deben incorporarse separadamente demanera que, si es necesario, los grupos las puedan desechar concompleta libertad. Por eso, estas entidades no deben utilizar elnombre de A.A. La responsabilidad de dirigir estas entidadesdebe recaer únicamente sobre quienes las sostienen económi-camente. En cuanto a los clubes, normalmente se prefierendirectores que sean miembros de A.A. Pero los hospitales, asícomo los centros de recuperación, deben operar totalmente almargen de A.A. — y bajo supervisión médica. Aunque un grupode A.A. puede cooperar con cualquiera, esta cooperación nuncadebe convertirse en afiliación o respaldo, ya sea real o implíci-to. Un grupo de A.A. no puede vincularse con nadie.

7.—Los grupos de A.A. deben mantenerse completamen-te con las contribuciones voluntarias de sus miembros. Nosparece conveniente que cada grupo alcance esta meta loantes posible; creemos que cualquier solicitud pública defondos que emplee el nombre de A.A. es muy peligrosa, yasea hecha por grupos, clubs, hospitales u otras agencias aje-nas; que el aceptar grandes donaciones de cualquier fuente,o contribuciones que supongan cualquier obligación, no esprudente. Además nos causan mucha preocupación, aquellastesorerías de A.A. que sigan acumulando dinero, además deuna reserva prudente, sin tener para ello un determinadopropósito A.A. A menudo, la experiencia nos ha advertidoque nada hay que tenga más poder para destruir nuestraherencia espiritual que las disputas vanas sobre la propiedad,el dinero, y la autoridad.

516 5178.—A.A. debe siempre mantenerse no profesional.

Definimos el profesionalismo como la ocupación de aconse-jar a los alcohólicos a cambio de una recompensa económica.No obstante, podemos emplear a los alcohólicos en los casosen que ocupen aquellos trabajos para cuyo desempeño ten-dríamos, de otra manera, que contratar a gente no alcohóli-ca. Estos servicios especiales pueden ser bien recompensa-dos. Pero nunca se debe pagar por nuestro acostumbradotrabajo de Paso Doce.

9.—Cada grupo debe tener un mínimo de organización. Ladirección rotativa es la mejor. El grupo pequeño puede elegirsu secretario, el grupo grande su comité rotativo, y los gruposde una extensa área metropolitana, su comité central o deintergrupo que a menudo emplea un secretario asalariado deplena dedicación Los custodios de la junta de ServiciosGenerales constituyen efectivamente nuestro Comité deServicios Generales de A.A. Son los guardianes de nuestraTradición de A.A. y los depositarios de las contribuciones vo-luntarias de A.A., a través de las cuales mantenemos nuestraOficina de Servicios Generales en Nueva York. Tienen la auto-ridad conferida por los grupos para hacerse cargo de nuestrasrelaciones públicas a nivel global — y aseguran la integridad denuestra principal publicación, el A.A. Grapevine. Todos estosrepresentantes deben guiarse por el espíritu de servicio, por-que los verdaderos líderes en A.A. son solamente los fieles yexperimentados servidores de la Comunidad entera. Sus títulosno les confieren ninguna autoridad real; no gobiernan. El res-peto universal es la clave de su utilidad.

10.—Ningún miembro o grupo debe nunca, de una mane-ra que pueda comprometer a A.A., manifestar ninguna opi-nión sobre cuestiones polémicas ajenas — especialmenteaquellas que tienen que ver con la política, la reforma alco-hólica, o la religión. Los grupos de A.A. no se oponen anadie. Con respecto a estos asuntos, no pueden expresar opi-nión alguna.

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11.—Nuestras relaciones con el público en general debencaracterizarse por el anonimato personal. Opinamos queA.A. debe evitar la propaganda sensacionalista. No se debenpublicar, filmar o difundir nuestros nombres o fotografías,identificándonos como miembros de A.A. Nuestras relacio-nes públicas deben guiarse por el principio de “atracción envez de promoción.” Nunca tenemos necesidad de alabarnosa nosotros mismos. Nos parece mejor dejar que nuestrosamigos nos recomienden.

12.—Finalmente, nosotros de Alcohólicos Anónimos cree-mos que el principio de anonimato tiene una inmensa signi-ficación espiritual. Nos recuerda que debemos anteponer losprincipios a las personalidades; que debemos practicar unaverdadera humildad. Todo esto a fin de que las bendicionesque conocemos no nos estropeen; y que vivamos en con-templación constante y agradecida de Él que preside sobretodos nosotros.

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519

II

EXPERIENCIA ESPIRITUAL

Los términos “experiencia espiritual” y “despertar espiri-tual” son usados muchas veces en este libro, observándose, através de su lectura detenida, que el cambio de personalidadnecesario para dar lugar a la recuperación del alcoholismo seha manifestado entre nosotros en muchas formas diferentes.

Sin embargo, es cierto que nuestra primera edición dio laimpresión a muchos lectores de que estos cambios de persona-lidad, o experiencias religiosas, tienen que ser de una índole desúbitos y espectaculares sacudimientos. Felizmente para todos,esta conclusión es errónea.

En los primeros capítulos se describen varios cambios revo-lucionarios. Aunque no era nuestra intención causar esa impre-sión, muchos alcohólicos a pesar de esto han llegado a la con-clusión de que para recuperarse, tienen que adquirir unainmediata y arrolladora “conciencia de Dios”, seguida inmedia-tamente de un gran cambio de sentimientos y de actitud.

Entre los miles de miembros de nuestra Comunidad queestá siempre creciendo, tales transformaciones son frecuen-tes aunque no son la regla. La mayoría de nuestras experien-cias son de las que el psicólogo William James llama “varie-dad educacional”, porque se desarrollan lentamente duranteun cierto período de tiempo. Muy frecuentemente, los ami-gos del recién llegado se dan cuenta del cambio mucho antesque él. Éste se da cuenta por fin de que se ha operado en élun profundo cambio en su reacción a la vida, y que ese cam-bio difícilmente pudo haberse realizado por obra de él solo.Lo que sucede en unos cuantos meses rara vez podría lograr-se en años a base de autodisciplina. Con pocas excepciones,nuestros miembros encuentran que han descubierto uninsospechado recurso interior, que pronto identifican con supropio concepto de un Poder superior a ellos mismos.

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La mayoría de nosotros pensamos que esta conciencia deun Poder superior al nuestro es la esencia de la experienciaespiritual. Nuestros miembros más religiosos la llaman “con-ciencia de Dios”.

Queremos manifestar de la manera más enfática, que (a laluz de nuestra experiencia) cualquier alcohólico capaz deencarar honradamente sus problemas puede recuperarse,siempre que no cierre su mente a todos los conceptos espiri-tuales. Solamente puede ser derrotado por una actitud deintolerancia o de negación beligerante.

Encontramos que nadie tiene por qué tener dificultadescon la espiritualidad del programa. Buena voluntad, sinceri-dad y una mente abierta son los elementos para la recupera-ción. Pero estos son indispensables.

“Hay un principio que es una barrera para toda información,que es una refutación de cualquier argumento y que no puedefallar para mantener a un hombre en una perpetua ignorancia:el principio consiste en despreciar antes de investigar”,

—HERBERT SPENCER

520

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III

EL PUNTO DE VISTA MÉDICO

Desde el momento en que el Dr. Silkworth dio su pri-mera recomendación de A.A., muchas asociaciones médi-cas así como multitud de médicos han manifestado suaprobación por la Comunidad. A continuación aparecenalgunos extractos de los comentarios de algunos médicosparticipantes en la reunión anual de la Asociación Médicadel Estado de Nueva York, en la que se presentó unaponencia sobre A.A.:

El Dr. Foster Kennedy, neurólogo, dice: “La organizaciónde Alcohólicos Anónimos apela a dos de las fuentes másgrandes de poder conocidas por el ser humano — la religióny el instinto de asociarse con sus semejantes… el instintogregario. Creo que nuestra profesión debe reconocer estemagnífico recurso terapéutico. Si no lo hacemos, tendremosque declararnos culpables de esterilidad emocional y dehaber perdido esa fe que mueve montañas, sin la cual espoco lo que la medicina puede hacer”.

El Dr. G. Kirby Collier, psiquiatra, expone: “Tengo laimpresión de que Alcohólicos Anónimos es una asociaciónpor y para sí misma y que sus mejores resultados puedenconseguirse bajo su propia dirección, como consecuencia desu filosofía. Cualquier procedimiento terapéutico o filosóficoque registre un índice de recuperación del 50% al 60%merece nuestra consideración”.

El Dr. Harry M. Tiebout, psiquiatra, explica: “Como psi-quiatra, he meditado mucho sobre la relación entre mi espe-cialidad y A.A. y he llegado a la conclusión de que nuestrafunción particular puede ser muy a menudo la de preparar elterreno para que el paciente acepte cualquier tipo de trata-miento o ayuda ajena. La función del psiquiatra, como la con-cibo ahora, es acabar con la resistencia interna del paciente,

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522a fin de que lo que tienen dentro de sí florezca, como lo hacebajo la actividad del programa de A.A.”

Hablando bajo los auspicios de la Asociación MédicaNorteamericana, en una emisión de la NBC en 1946, el Dr.W.W. Bauer dijo: “Los Alcohólicos Anónimos no hacen nin-gún tipo de cruzada — no se trata de una sociedad que abogapor la abstinencia de las bebidas alcohólicas. Los miembrosde A.A. saben que no pueden beber nunca. Ayudan a otraspersonas con problemas parecidos… En este ambiente, elalcohólico frecuentemente supera su ensimismamiento.Aprendiendo a depender de un poder superior y al permitirque su trabajo con otros alcohólicos le absorba, se mantienesobrio día a día. Los días se transforman en semanas, las se-manas en meses y años”.

El Dr. John F. Stouffer, jefe de Psiquiatría del HospitalGeneral de Philadelphia, aludiendo a su experiencia conA.A. dijo: “Los alcohólicos que atendemos en nuestro hospi-tal son en su mayor parte aquellos que no pueden costearseun tratamiento privado; A.A. es, con mucho, la mejor cosaque les hemos podido ofrecer. Incluso en aquellos que aveces reingresan en el hospital, vemos una transformaciónprofunda de personalidad. Apenas se les puede reconocer”.

La Asociación Psiquiátrica Norteamericana pidió en 1949que fuera elaborada una ponencia por uno de los miembrosmás experimentados de A.A., para ser presentada ante lareunión anual de la Asociación ese mismo año. Más tarde, eldiscurso fue publicado en el número de noviembre de 1949de la Revista de Psiquiatría Norteamericana.

(El discurso está disponible en forma de folleto a un pre-cio nominal a través de la mayoría de los grupos de A.A. o enla G.S.O., Box 459, Grand Central Station, New York, N.Y.10163, con el título “Tres Charlas a Sociedades Médicas porBill W.”)

523

IV

EL PREMIO LASKER

En 1951, el Premio Lasker fue conferido a AlcohólicosAnónimos. Parte de la citación decía:

“La Asociación Norteamericana de Salud Pública presentael Premio del Grupo Lasker de 1951 a Alcohólicos Anónimos,en reconocimiento de su enfoque único y sumamente acerta-do de ese antiguo problema de salud y problema social, elalcoholismo… Al recalcar el hecho de que el alcoholismo esuna enfermedad, el estigma social que acompañaba a estacondición está desapareciendo… Posiblemente, algún día loshistoriadores reconocerán que Alcohólicos Anónimos ha sidouna aventura pionera en su campo, que ha forjado un nuevoinstrumento para el progreso social, una nueva terapia basa-da en la afinidad entre los que tienen un sufrimiento encomún, y que dispone de un potencial enorme para la solu-ción de las innumerables enfermedades de la humanidad”.

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V

LA PERSPECTIVA RELIGIOSA SOBRE A.A.

Los clérigos de casi todas las denominaciones han dado subendición a Alcohólicos Anónimos:

El Padre Edward Dowling, C.J., dice: “Alcohólicos Anóni-mos es natural; es natural en el mismo punto donde la natu-raleza se acerca más a lo sobrenatural; es decir, en las humi-llaciones y en la consiguiente humildad. Los museos de bellasartes y las sinfonías tienen algo de espiritual, y la IglesiaCatólica aprueba el uso que hacemos de éstos. También A.A.tiene algo de espiritual, y la participación católica en estaComunidad resulta, casi sin excepción, en que los malos cató-licos se transformen en mejores católicos”.

La redacción de la revista Living Church, publicada por laiglesia episcopal, observa: “La base del programa de Alco-hólicos Anónimos es el principio verdaderamente cristiano deque sólo ayudando a su prójimo, puede un hombre ayudarsea sí mismo. Los miembros de A.A. describen el programacomo una “póliza personal de seguros”. Para mucha genteque estaría desesperadamente perdida sin la eficaz y singularterapia del programa, esta “póliza” ha significado la recupera-ción de la salud física, mental y espiritual.

Hablando en una cena organizada por John D. Rockefellerpara presentar a Alcohólicos Anónimos a algunos de sus ami-gos, el Dr. Henry Emerson Fosdick dijo:

“Creo que, desde un punto de vista psicológico, el enfoquede este movimiento tiene una ventaja que no se puede dupli-car. Creo que, si se dirige con prudencia —y parece estar enmanos prudentes— las oportunidades que esperan a estaComunidad en el futuro tal vez sobrepasen los límites denuestra imaginación”.

524 525

VI

CÓMO PONERSE EN CONTACTO CON A.A.

La mayoría de los pueblos y ciudades en los Estados Unidosy Canadá tienen grupos de A.A. En tales lugares se puedeencontrar A.A. a través de la guía telefónica, la oficina del dia-rio o la estación de policía locales, o al ponerse en contacto concuras o ministros del área. En ciudades grandes, los grupos fre-cuentemente mantienen oficinas locales donde los alcohólicos osus familias pueden hacer arreglos para entrevistas u hospitali-zación. Estas llamadas asociaciones intergrupales se encuentranen las guías telefónicas bajo “A.A.” o “Alcohólicos Anónimos.”

Alcohólicos Anónimos mantiene su centro de servicios interna-cionales en Nueva York, EE.UU. La junta de Servicios GeneralesdeA.A. (los custodios)manejan laOficina de ServiciosGenerales deA.A., A.A.W.S., Inc., y nuestra revista mensual, el A.A. Grapevine.

Si no puede encontrar A.A. en su localidad, envíe una cartadirigida a la General Service Office, Box 459, Grand CentralStation, New York, N.Y. 10163, EE.UU., y recibirá una res-puesta inmediata de este centro mundial indicándole el grupomás cercano. Si no hay ninguno cerca, se le invitará a sosteneruna correspondencia que contribuirá mucho a asegurarle susobriedad, no importa lo aislado que esté.

Si es usted pariente o amigo de un alcohólico que nodemuestra ningún interés en A.A., se sugiere que escriba a:Al-Anon Family Groups, Inc., 1600 Corporate LandingParkway, Virginia Beach, VA 23454-5617, USA.

Este es un centro de información para los grupos de fami-lia Al-Anon, mayormente constituido por esposas, esposos yamigos de los miembros de A.A. Esta sede le facilitará ladirección del grupo familiar más cercano y, si usted lo desea,mantendrá una correspondencia con usted sobre sus proble-mas particulares

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VII

LOS DOCE CONCEPTOS (FORMA CORTA)

Los Doce Pasos de A.A. son principios para la recuperaciónpersonal. Las Doce Tradiciones aseguran la unidad de laComunidad. Los Doce Conceptos para el Servicio Mundial,escritos por el co-fundador Bill W. ofrecen un grupo de princi-pios relacionados para ayudar a asegurar que los varios elemen-tos de la estructura de A.A. sean sensibles a las necesidades dequienes sirven y responsables ante ellos.

La “forma corta” de los Conceptos, que aparece a continua-ción, fue preparada por la Conferencia de Servicios Generalesde 1974.

I. La responsabilidad final y la autoridad fundamental delos servicios mundiales de A.A. deben siempre residir enla conciencia colectiva de toda nuestra Comunidad.

II. La Conferencia de Servicios Generales se ha convertido,en casi todos los aspectos, en la voz activa y la concien-cia efectiva de toda nuestra Comunidad en sus asuntosmundiales.

III. Para asegurar su dirección eficaz, debemos dotar a cadaelemento de A.A. —la Conferencia, la Junta de ServiciosGenerales, y sus distintas corporaciones de servicio, per-sonal directivo, comités y ejecutivos— de un Derechode Decisión tradicional.

IV. Nosotros debemos mantener, a todos los niveles de res-ponsabilidad, un “Derecho de Participación” tradicio-nal, ocupándonos de que a cada clasificación o grupo denuestros servidores mundiales les sea permitida unarepresentación con voto, en proporción razonable a laresponsabilidad que cada uno tenga que desempeñar.

V. En toda nuestra estructura de servicio mundial, un“Derecho de Apelación” tradicional debe prevalecer,

526

asegurándonos así que se escuche la opinión de la mino-ría, y que las peticiones de rectificación de los agraviospersonales sean consideradas cuidadosamente.

VI. La Conferencia reconoce también que la principal ini-ciativa y la responsabilidad activa en la mayoría de estosasuntos, deben ser ejercida en primer lugar por losmiembros custodios de la Conferencia, cuando ellosactúan como la Junta de Servicios Generales deAlcohólicos Anónimos.

VII. La Carta Constitutiva y los Estatutos son instrumentoslegales, y los custodios están, por consiguiente, total-mente autorizados para administrar y dirigir todos losasuntos de servicios. La Carta de la Conferencia en símisma no es un instrumento legal; se apoya en la fuer-za de la tradición y en las finanzas de A.A. para su efi-cacia.

VIII. Los Custodios son los principales planificadores y admi-nistradores de los grandes asuntos de política y finanzasglobales. Con respecto a nuestros servicios constante-mente activos e incorporados separadamente, losCustodios, como síndicos fiscales, ejercen una funciónde supervisión administrativa, por medio de su facultadde elegir a todos los directores de estas entidades.

IX. Buenos directores de servicio en todos los niveles sonindispensables para nuestro funcionamiento y seguridaden el futuro. La dirección básica del servicio mundialque una vez ejercieron los fundadores de AlcohólicosAnónimos, tiene necesariamente que ser asumida porlos Custodios.

X. A cada responsabilidad de servicio, le debe correspon-der una autoridad de servicio equivalente, y el alcancede tal autoridad debe estar siempre bien definido.

XI. Los Custodios deben siempre contar con los mejorescomités permanentes y con directores de las corporacio-nes de servicio, ejecutivos, personal de oficina y conse-

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jeros bien capacitados. La composición, cualidades, pro-cedimientos de iniciación y derechos y obligacionesserán siempre asuntos de verdadero interés.

XII. La Conferencia cumplirá con el espíritu de lasTradiciones de A.A., teniendo especial cuidado de que laConferencia nunca se convierta en sede de peligrosariqueza o poder; que fondos suficientes para su funcio-namiento, más una reserva adecuada, sean su prudenteprincipio financiero, que ninguno de los miembros de laConferencia sea nunca colocado en una posición deautoridad desmedida sobre ninguno de los otros, que sellegue a todas las decisiones importantes por discusión,votación siempre que sea posible, por unanimidad subs-tancial; que ninguna actuación de la Conferencia seapunitiva a personas, o una incitación a controversiapública, que la Conferencia nunca deba realizar ningu-na acción de gobierno autoritaria, y que como laSociedad de Alcohólicos Anónimos, a la cual sirve, laConferencia en sí misma siempre permanezca democrá-tica en pensamiento y en acción.

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Folletos de A.A.44 preguntasLa tradición de A.A. — cómo se desarrollóLos miembros del clero preguntan acerca de A.A.Tres charlas a sociedades médicas por Bill W.A.A. como recurso para los profesionales de la saludA.A. en su comunidad¿Es A.A. para usted?¿Es A.A. para mí?Esto es A.A.Un principiante pregunta…¿Hay un alcohólico en el lugar de trabajo?Preguntas y respuestas acerca del apadrinamientoA.A. para la mujerA.A. para los alcohólicos gays/lesbianasA.A. para el alcohólico de edad avanzada — nunca es demasiado tarde¿Se cree usted diferente?Alcohólicos Anónimos por Jack AlexanderLos jóvenes y A.A.El miembro de A.A. — los medicamentos y otras drogas¿Hay un alcohólico en su vida?Dentro de A.A.El grupo de A.A.R.S.G.Carta a un preso que puede ser alcohólicoLos Doce Pasos ilustradosLas Doce Tradiciones ilustradasLos Doce Conceptos ilustradosSeamos amistosos con nuestros amigosCómo cooperan los miembros de A.A.…A.A. en las instituciones correccionalesA.A. en las instituciones de tratamientoUnir las orillasSi Usted es un profesionalEncuesta de los miembros de A.A.El punto de vista de un miembro de A.A.Problemas diferentes del alcoholComprendiendo el anonimatoHablando en reuniones no-A.A.Una breve guía a Alcohólicos AnónimosLo que le sucedió a José

(Historieta a todo color)Le sucedió a Alicia

(Historieta a todo color)Es mejor que estar sentado en una celda

(Folleto ilustrado para los presos)

Se pueden obtener formularios de pedidos completos en la Oficina de ServiciosGenerales de A.A.: Box 459 Grand Central Station, New York, N.Y. 10163