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Concurso Interescolar de Cuentos 2012 Universidad Andrés Bello Con el patrocinio de la Sociedad de Escritores de Chile

Copyright © 2012 Registro de Propiedad Intelectual: ISBN: 978-956-7247- 69-1 Organización: Dirección de Interescolares Dirección General de Admisión y Difusión www.unab.cl

Producción y edición: Contacto con la cultura Ximena Troncoso [email protected]

Corrección de textos: Rolando Rojo Redolés, Marcela Sandoval, Ximena Troncoso

Jurados: Jaime Quezada, Reynaldo Lacámara, Pablo Azócar, Guido Eytel, Ro­lando Rojo, Juan Cameron, Silviana Riqueros y Marcela Sandoval.

Diseño, Diagramación, Portada: Dirección de Marketing Universidad Andrés Bello

Ninguna parte de este libro, total o parcial, puede ser reproducida sin permiso de la Universidad Andrés Bello o autores, excepto citas en revistas, diari os o libros, siempre que se mencione la procedenc ia de la misma.

e Universidad Andrés Bello

N

o E

S

Soci$dad de Escritores de Chile

IN DICE

SANTIAGO

• El balcón de Babel de José Tomás Fuenzalida Pag. 13

• Dos palabras: maldita noche de Jorge Ignacio Castillo Pag. 18

• Se me olvidó cómo llorar de Saña Carreña González Pag. 21

• Si una rosa pierde sus pétalos, ¿sigue siendo hermosa? de Andrea Opazo Araya Pag. 26

• La virgen María de Rocío Miranda Castillo Pag. 30

• La noche infestada de Matías Riquelme Ríos Pag. 34

• Más que una sil)lple persona de Tamara Pinto Alvarez Pag. 37

• Setenta veces siete de Raúl Ferrada Otero Pag. 40

• Danzando bajo la lluvia de Osvaldo Castro Rodríguez Pag. 44

• Entre las paredes de la memoria de Diana Aravena Galarce Pag. 47

• Corazón presa de un engaño de Eduardo Crasa Astica Pag. 50

• Es un lindo día de Diego Grez Cañete Pag. 54

• Andén de Constanza Puebla Pérez Pag . 56

• Pierdo, ¿pierdo? de Vicente Maldonado Leiva Pag. 59

• La búsqueda de Elías Giacaman Valdés Pag. 60

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VIÑA DEL MAR

• Piel color canela de Julie Boelken Eilers

• Mundo personal de Silvana Colman Castillo

• El escape de Ignacio Millies Valdivia

• Un caso lleno de indicios de Ismael Pérez Villar

• En un café te vi de Camila Murillo Valencia

• Ciegamente de Daniza Santos Silva

• Una noche pecaminosa de Javiera Ahumada Malina

• Un hada y un viejo de Cecilia San Martín Soto

• El testamento de Walter de Santiago Guevara Soto

• Visita al reino de las hadas de Loreto Jiliberto Jorquera

• El amor: Un sueño hecho realidad de Tomás Hodgson Oval le

• Joven campeón de Gonzalo Reyes Vera

• No te rindas en plena lucha con tu destino de Camila Balbontín Gallegos

• A un sólo paso de separarnos de Camila Sánchez Abarca

• Pasión por un sueño de Omar Escobar Montenegro

Pag. 65

Pag. 68

Pag. 72

Pag. 76

Pag. 79

Pag . 83

Pag. 87

Pag. 90

Pag. 94

Pag. 99

Pag . 103

Pag. 105

Pag. 108

Pag. 111

Pag. 114

CONCEPCION

• Sangre y aceite de Andrés González Belmar

• Arte de acero de Javier Escobar Venegas

• Vida novelesca de Osvaldo Valdés Godoy

• Suicidio de Dios de Stephanie Malina Estuardo

• Weichan de Osvaldo Valdés Godoy

• Sería la solución de Francisca Cartes Alarcón

• El valle de la locura de Marianne Besnier Besnier

• Historia Sísifo X de Andrés González

• El cazador cazado de Nayadeth Larrachea Urra

• Nada es lo que parece de Elinita Castro Neira

• Mírame de Javier Escobar Venegas

• La Zamacueca de Nayadeth Larrachea Urra

• Los secretos de Ramírez de José Manuel Navarro

• Voces, Gioconda y mil lágrimas de Richard Poblete Navarrete

• Perdidos en navidad de Homero Rissetti Villalobos

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Pag. 122

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9° lnterescolar de Cuentos en Español

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Presentación

Cada año la creación literaria nos sorprende durante el concurso Interescolar de Cuentos, que organiza en forma entusiasta la Dirección de Interescolares de la Universidad Andrés Bello y que cuenta con el patrocinio de la Sociedad de Escritores de Chile, SECH.

Esta iniciativa permite que cerca de mil jóvenes a lo largo de nuestro país, plasmen en una hoja de papel sus pensamientos

_ y los traduzcan en historias originales.

Valoramos esa dedicación y trabajo que culmina con la concreción de una obra. Tales relatos dan cuenta de nuestro tiempo, de las inquietudes, esperanzas y sueños de nuestra juventud. Es por ello que nuestra institución considera necesario entregar un registro escrito y hace suya la tarea de presentar a la comunidad este nuevo libro que reúne las obras galardonadas en el Interescolar de Cuentos en Español en su versión 2012.

En este ejemplar podrá encontrar los cuentos que atendiendo a características de originalidad, creatividad, riqueza del relato y sus personajes, el jurado ha determinado como ganadores, menciones honrosas y premios especiales en las sedes de Santiago, Concepción y Viña del Mar. Estos cuentos enviados desde todo Chile, incluyen además un breve párrafo que da cuenta de las motivaciones de sus autores y nos acercan a comprender mejor a nuestros jóvenes.

La comunicación oral y escrita son competencias fundamentales de la educación general que hemos ido rezagando y al generar instancias de participación que tiendan a fomentar la lectura y el libro, queremos contribuir a ese rescate. Valoramos por lo tanto la alianza y compromiso de la Sociedad de Escritores, que permitirá que los jóvenes participantes y la comunidad universitaria, tengan la ocasión de compartir en el lanzamiento de este libro, con escritores nacionales de vasta trayectoria y que son parte de nuestro acervo cultural.

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Esperamos que este concurso y la publicación de este libro de cuentos sean un aporte para estos estudiantes que tempranamente manifiestan una vocación por el arte y las letras.

Destacamos haber contado con la participación de escritores de gran trayectoria y reconocimiento como Jaime Quezada, Reynaldo Lacámara, Pablo Azócar, ·Guido Eytel, Rolando Rojo, Juan Cameron, Marcela Sandoval y Silviana Riqueros, como jurados del certamen, en la versión 2012 del Interescolar de Cuentos en español e inglés. A cada uno de ellos y a la SECH, nuestro reconocimiento.

También agradecemos la labor realizada por nuestros académicos y directores de carrera de la Facultad de Humanidades y Educación, en especial a los profesores Salvador Lanas, Stefanie Massmann, Norma Drouilly, Kristov Cerda y María Soledad Carriel, por su abnegada labor.

Por último, extendemos nuestro aprecio a los profesores que participaron en la preselección de los trabajos, como a los escritores responsables de la edición de este ejemplar. A nuestros auspiciadores, Librería Antártica y El Mercurio.

Es la ocasión de celebrar a cada uno de los jóvenes autores, leyendo cada una de las páginas de la presente edición.

Dr. Pedro Uribe Rector

Universidad Andrés Bello

Santiago, 2012.

Sede Santiago

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Primer Lugar

El balcón de Babel José Tomás Fuenzalida Colegio Tabancura de Vitacura

Hace unas cuantas semanas que aquella idea revoloteaba cada vez más constante e insistente en su cabeza. Era un insecto que había ido engordando y le dejaba ronchas de inquietud cada vez más grandes en su mente.

No fue una epifanía, no. Habíasele aparecido como un guiño, un impulso eléctrico y abyecto cargado de simpatía e ingenui­dad: ¿Qué tan grandioso sería vivir para morir?

¿valdría la pena?, ¿sería tan deleitoso?, ¿sería necesario? ¿Absolutamente necesario?

Un chirrido terrible, el bramido gangoso de una bocina, unos gritos coléricos y frenéticos y silencio repentino le hicieron volver en sí. Parpadeó y se vio clavado en mitad de la calle, alcanzó a divisar el Jeep rojo que lo hubiese embestido sin previo aviso, y lo vio perderse en la penumbra de la noche. Rió nervioso y tenso, y luego, divertido. Pero de pronto calló. Un destello amorfo y fugaz en su cerebro le hizo parpadear nuevamente, un presentimiento, una idea, una noción, como la sombra de un lobo estepario que llevaba mucho tiempo asechándolo y que de pronto vislumbró.

Estuvo bordeando la muerte, ese obscuro dominio que hace un instante ocupaba sus pensamientos. Se le apareció ante sus ojos la visión de su cuerpo masacrado, un abismo san­grante que de su gran hendidura escupía vísceras tembloro­sas. Una imperfecta figura que hacía de un elemento más en aquél terrible paisaje.

¿Era esa la muerte majestuosa, vistosa, psicodélica y triunfal que él tenía conceptuada, como los victoriosos sonidos con que finaliza una sinfonía?

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Como los victoriosos sonidos con que finaliza una sinfonía. Aquellas notas gloriosas, notas que dan sentido y vida a la obra. Toda esa infinidad de ejecuciones anteriores, de vaive­nes en una obra sólo sirven para inducir, introducir un apoteó­sico final.

¿De qué vale vivir como un dios si se muere como una ali­maña? Se ajustó la chaqueta, consultó la hora, y se dirigió apresu­rado a su hogar.

Fue entonces que comenzó a "cranear" su propia muerte, una muerte que trascendiera a sí misma. Él no sería otro turista de este mundo, ni quería convertirse en otro mero capricho de la naturaleza, otro nombre pronunciado y arrebatado por el viento y las eras. No, su muerte lo haría inmortal.

Pero, ¿cómo? iCuánto tiempo lo pensó! Tantas posibilidades y tantas estupideces. Su bóveda de inspiración se atiborraba de basura constantemente y, cuando sentía esa porquería bullendo en su cerebro, procedía con pena a desecharla, como un nostálgico maníaco de las ideas.

El tiempo pasaba y descubría con horror que su vida se iba extinguiendo. sutil, pero amenazadora. Debía actuar rápido.

Ya no era su cerebro el que ·operaba, quizás era su instinto, o quizás sus sentimientos. Pero lo cierto es que repentinamente se dirigió ciegamente y con paso rápido al balcón que aso­maba de su departamento. Era completamente perfecto.

Pero ¿cuántas almas han dejado así este mundo y han sido olvidadas, atrapado su nombre en el apartado de una página del diario del día siguiente, que ya no era más que alimento para chimeneas?

Debía llamar la atención de la gente a través de un espectá­culo único e inolvidable.

Tomó un cuchillo de la cocina y ya en el balcón de nuevo aca­rició lenta y amorosamente la vena que sobresalía de su brazo

izquierdo con el cuchillo. De inmediato su brazo comenzó a vomitar sangre tibia y resplandeciente. Acercó el índice dere­cho a su yaga y procedió a esbozar su obra en la pared. Res­balaba con fuerza su dedo en el cemento, su brazo le dolía abominablemente, pero aquél dolor le producía una satisfac­ción divina y desconocida para él. Comenzaba a comprender la mística y belleza del dolor.

Cinco pasos más abajo, la gente se agolpaba y murmuraba frenética . Miraban absortos a aquella sombra humana proyec­tada en el balcón que reproducía aquellas letras escarlata que relucían en el antiguo edificio. Todos pudieron leer aterrados lo que aquellas letras rezaban, todos ya conjeturaban el funesto desenlace.

Cinco pisos más arriba se delineaba una sonrisa al ver cómo el público miraba expectante su acto final.

¿final? Quizás el fin de ese movimiento, pero luego vendría otro, estaba seguro. Todo era una sinfonía inacabable. Luego de su muerte otro avatar arcaico y apático sería dotado con la herencia de su alma, estaba muy seguro. Su vida sería el preludio un nuevo ser omnipotente.

Reía, reía a carcajadas, sus ojos estaban desorbitados de la risa. Había por fin vencido a su humanidad sometida por el destino iCómo lo envidiarían en ese momento los dioses del Olimpo! iCómo estarían de atemorizados en ese momento! Los titiriteros eternos temblaban, se habían cortado los hilos de una de sus marionetas de barro y ésta comenzaba a impo­nerse elevada sobre ellos iCómo le temerían!

Se paró en la baranda, oyó los chillidos histéricos del público, alcanzó a divisar a la policía dirigiéndose apresurada hacia la entrada del edificio para detenerlo. Reclinó su cabeza hacia el cielo, desplegó sus brazos chorreantes de sangre como poten­tes alas, soltó una última risotada, pronunció algo ininteligible y voló altanero hacia el suelo.

Un segundo más tarde su cuerpo yacía cinco pisos más abajo rodeado por un pasto teñido de rojo.

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A la policía le fue relativamente fácil echar abajo la decrépita puerta de la residencia del suicida, pero una vez en el balcón debieron asomar sus cabezas hacia la acera para ver la bella, pero estremecedora figura inerte que flotaba en el verdor del pasto.

El jefe de policía se dio vuelta y confirmó sombrío las palabras que había alcanzado a leer rápidamente mientras corría hacia la entrada del edificio. Nuevamente tembló al releer la frase:

"Vivir para morir; morir para vivir".

Nadie, con el pasar de los años, se atrevió a borrar aquellas letras. Esa sangre, ya coagulada, que teñía la agrietada pared impresionaba a los transeúntes. Incluso a algunos les hacía dibujar gestos supersticiosos con las manos. Sin embargo, nunca hicieron mella ni se asentaron en las cabezas peregri­nas, nunca produjeron alguna inquietud existencial.

Pero sucedió que el heredero del alma nació, o así lo parecía, ya que poseía el mismo carácter, los mismos amores y odios, las mismas locuras y las mismas filosofías. Pero aún no había adoptado los escrúpulos de divinidad que habrían asesinado a su antecesor.

Cierto día salió a pasear tranquilamente por las calles y de pronto se detuvo. Se dio cuenta de que la inmensa mole que hace unas semanas vio que estaban construyendo ya había sido finalizada.

Miro fijamente hacia más o menos el quinto piso y avistó un balcón de bastante buen gusto. A su alrededor resplandecía la pintura fresca y blanquecina que hace poco se le había apli­cado al concreto.

Sintió la extraña sensación de que aquél balcón le era familiar. No como si lo recordara, sino que le evocaba cierta trascen­dencia, o quizás iba a tenerla en su vida, o algo por el estilo. Sintió cierta inherencia hacia aquél balcón, como si fuese parte de su ser.

Estos pensamientos le hicieron extrañarse de sí mismo y dibujó una sonrisa en su cara. Volvió en sí y siguió su inde­finido andar. Se detuvo a esperar a que un cabriolé pasara con sus caballos martillando los adoquines, se ajustó instin­tivamente su levita y se dispuso a cruzar la avenida Mien­tras tanto, a kilómetros de altura, los dioses del Olimpo reían estruendosamente.

José Tomás Fuenzalida 40 Medio Colegio Tabancura de Vitacura . Reseña: Me gusta escribir porque puedo crear espacios, situacio­nes, personajes y conceptos como yo quiera. Además de que a través de la palabra se crea una idea más abstracta en la mente del receptor abriendo así su mente y haciendo que la personalice más a través de su propia perspectiva.

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Segundo Luga r

Dos palabras: Maldita noche Jorge Ignacio Castillo Ovalle Colegio Alcántara de Talagante

Somnoliento, babeando, casi al borde infinito de una plaza y media compartida. Me despierto, no tengo sueño, mi panza vibra; volteo y respiro la calma de un tibio suspiro en mis fauces, con sus labios color carmesí, que con esta oscuridad, aquellos labios lujuriosos no son más que un boceto de la boca de un pez sollozando por agua. Con un vistazo entre sombras y penumbras alcanzo a ver las ropas de las que nos despoja­mos hace unas horas, también logro palpar con la mirada que está tapada hasta la cintura con mis sábanas. En mi nariz, mientras tanto, su aroma corporal se encuentra palpante, inci­tando a despertarla para continuar con el festín carnal.

Una vez más, toma una bocanada de aire para llenar sus pul­mones y lo suelta sobre mi pecho, pareciera que el viento tibio que sale de su nariz apuñalara mis ganas de despertarla para solamente dirigirle la palabra. Ahora cuando ya no recuerdo el diálogo entablado antes de llegar acá, al paraíso. Vagamente, recuerdo su risa, pero curiosamente, su sonrisa se graba en mi mente como si en ella la tacharan con un cincel. ..

Mis pies cosquillean al sentir el sutil roce con su piel, sus manos pequeñas me piden que la abrace, mientras que sus piernas delgadas y suaves, se cuelan entre mis piernas. Para cuando ella sepa lo que quiero, ¿me querrá como lo hizo hace unas horas?.

Mientras observo su cuerpo, con una tranquilidad que hasta a mí me sorprende, un haz de luz lunar me obsequia el placer de ver su cara, aquella pálida, pero cálida cara, con una nariz casi caricaturesca, con una perfección de la que no noté cuando la luz era rebosante en aquel lugar donde nos conocimos, pero que ahora, con un simple suspiro de luz, logro saborear todos

aquellos detalles que para muchos no fueron más que "más de su cara"· su quijada, liviana, redonda y ovalada, con una sim­pleza única, pero hermosura aún más extraña, hace parecer que aquella cara, en su totalidad fue hecha para besar. Subo tímidamente la mirada, mientras el aire que exhala de sus entrañas, ahora roza mi mentón, mis ojos quedan frente a los de ella, sus ojos entrecerrados parecen abrirse de par en par en cualquier milésima, pero continúan cubiertos por aquellos párpados suaves, aterciopelados.

Las horas avanzan, llevo un buen rato en esa posición, ya no es lo kinésico lo que me intriga, sino que mi mente ima­gina una historia de universos paralelos en los que podría vivir los pequeños placeres que entrega una sonrisa, su sonrisa, con ella, con nadie más que ella . Sigo, sigo y sigo inventando planes, narrando mi propia historia, pero hasta en mi propia historia, mi presencia se ve anonadada por su actuar, ella es la principal, el todo y la antagonista. Yo sólo soy aquel que presta la voz para darle vida a cada acto, a pesar de eso, amaría esa historia, aunque no fuese yo el que actúe en ella.

Una hora y algo, un minuto y menos, un segundo y nada; se me acaba el tiempo y aún no logro entender como fue, ni que fue lo que hice para atraer esta sirena, este monstruo, aunque sea por un rato, porque en ella, mis placeres más ocultos se lograban disfrazar de pequeños peluches de felpa, para ella no es daño, para mí es una herida mortal. Quiero despertarla para que sus ojos se enfoquen en mí, para sentir el placer de que ella me observe. Pero sus respiros parecen más pro­fundos, sus movimiento$ cada vez son más relativos. ¿Estará soñando mi amada?.

Es de madrugada, un frio intenso se cuela entre las sábanas y me congela los brazos. Mis ánimos, en cambio, siguen ardiendo por saber más de ella. Mientras la abrazo con las mantas para que no sienta el frio, logro descifrar que en su cuerpo hay huellas, quizás de pasados peores, pero no importa, cada his­toria pasada será una lágrima en el mar cuando se forme una nueva vida conmigo.

Ella es algo única, entre su ternura al dormir se nota su des-

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treza al presentir que hay alguien con ella, a ratos se acurruca dándome la espalda, como pidiendo algo. Pero por respeto a los diálogos emitidos antes de llegar acá, me abstendré y solo giraré mi cara para poder dormir embobado por su aroma, su calor y su imagen.

Queda una hora de oscuridad, veo en mi reloj y éste me sonríe de manera irónica, dándome cuenta que sólo queda un rato para estar con ella. Me siento confundido de manera tal que no sé si hablarle y despertarla, sabiendo que, en ese mismo momento, se puede ir de mi vida. O esperar que despierte e insistir por unos besos carnales que nos regalamos mutua­mente anoche.

En un intento bastardo por hacerle entender que no puede retirarse jamás de aquí, le susurro mil frases al oído, procu­rando con eso, convencerla, subconscientemente, para que al despertar mañana, esté aquí, a mi lado. Y que jamás vuelva a estar fuera de mi vida, ni de mi día. Y entre susurros y susu­rros, me confío y logro calmar el alterado ritmo cardiaco que tengo, para, por fin, poder dormirme.

El frío del alba me suspira en los pies, abro los ojos mirando a todos los lugares existentes dentro de estas cuatro paredes, esperando encontrar la imagen que ayer tanto amé. En vez de eso, sólo me topo con mis prendas tiradas por el lugar, y entre ellas, mi billetera, casi sin dinero, (aunque ayer estaba rebosando en verde), y con un papel medio arrugado con unos labios marcados de color rubí. .. "es mi trabajo, no te quise despertar en la mañana, porque parecías cómodo, he sacado de tu billetera lo que me parecía justo por esa noche, nos vemos, espero que pronto ... "

Jorge Ignacio Castillo Oval/e 4° Medio Colegio Alcántara de Talagante Reseña: Me gusta escribir porque es fascinante cómo se pueden crear mundos imposibles, cómo se pueden pensar cosas ilógica­mente correctas, y cómo en las escrituras se puede explicar hasta lo complejo de la simpleza, en síntesis, escribir complementa con la perfección de pensar y por eso me gusta.

Tercer Luga r

Se me olvidó cómo llorar Sofía Carreña González Colegio Mater Dei de Cerrillos

Vamos a ir al médico, me dijo.

Me subió a un auto con sus manos desgastadas. Pobre mamá, puedo ver las arrugas que dejó el tiempo, trazando en cada expresión, alguna vez ocupada en su vida.

Avanzamos por la calle. Pero cuánto ha cambiado. Parece que no salía hace mucho tiempo. Miré los árboles y sentí estar afuera, me sentí liviano como ellos.

Pese a mis 45 años, soy un hombre muy cansado, como si los años me hubieran golpeado con mayor intensidad.

Papá, ¿viene bien?

El chofer tenía alrededor de mi edad. ¿Quién era? Me hablaba directamente, en vez de hacer su trabajo: manejar.

¿y a este quién le preguntó? - le dije a mi madre -tú maneja que vamos a llegar tarde - le dije ahora al chofer, autoritaria­mente.

Pero ya se me había olvidado dónde iba.

Seguí mirando el cielo y me di cuenta que ya no se notaban los árboles. Llevábamos mucho tiempo en el auto, comenzaba a sofocarme. Tenía que bajarme, a ese paso no iba a llegar nunca.

Intenté abrir la puerta y sentí cómo mi mamá gritaba alterada a mi lado.

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zz

iNo te bajes, estamos en movimiento!

De alguna forma lograron mantenerme dentro, pero yo ya deseaba llegar.

No podía acordarme dónde era que tenía que ir. Me golpeaba la frente y parecía no funcionarme.

Dónde, dónde, dónde. Mejor me iba a la casa. Quizás no era nada importante.

Llegamos a la casa, pero no a la mía. Un sin fin de personas salieron y me saludaron. Yo no tenía la menor idea quién era quién.

Alberto Fuenzalida, mucho gusto- soy un hombre educado y sé cómo presentarme.

Les di la mano a todos y su mirada era bastante peculiar. Quise asegurar mi billetera en el bolsillo, pero al introducir la mano me percaté que no estaba.

Comencé a mirar el piso, busqué en el auto y todos querían calmarme. j¿Por qué todos quieren hacerlo todo tan calmado?! ¿Que no ven que se me acaba el tiempo? Y yo tengo que irme.

Sin mi billetera, yo no era nadie; mis documentos, mi plata, mis papeles con datos de los bares más frecuentados.

Después de todo el ajetreo, me iría a tomar unos traguitos con los buenos amigos, pero no me podía acordar de sus nom­bres ...

Bueno, ya lo buscaré en mi billetera.

¿Qué estaba haciendo? Ah, sí. Quería tomarme un té. Sentía que estaba deshidratado, sin líquido en mis venas.

Eso debía ser. Estaba con caña. Cuántos años sufriendo por lo mismo. Dejaría el trago, la sed me carcomía completamente.

Encontré la cocina, después de recorrer casi toda la casa. Nunca había estado por allí.

iAbuelito! -me gritó una joven.

Más respeto, no soy nah' un viejo. Don Alberto para ti, chi­quilla. Por alguna razón todos me miraban extraños otra vez. Parece que me querían robar y se estaban haciendo los desentendi­dos. iAh! Mi billetera. En algún lugar parece que la había dejado .. . Me puse a buscar en los sillones y me mandaron a acostar.

nan viejo me veo? Voy a dejar el trago, pero tengo harta sed.

¿Qué habría en esa casa para tomar?

Igual me terminaron acostando, como un niño. Tengo 48 años, ya no soy un niño.

Mi mamá se acostó a mi lado, como si necesitara de alguien para cuidarme. Sé hacerlo solo. Igual le tomé la mano, bien firme, para que no se me fuera.

No me acuerdo si dormí o no, pero llegué al otro día, de eso estaba seguro.

Me levanté y empecé a ponerme los pantalones. Me paré a buscar colonia, pero no la encontré. Me senté de vuelta en la cama y me puse los pantalones. Me quedaban un poco apre­tados al parecer. Pero Alberto - mamá me hablaba - acuéstate, si todavía no es de día.

Empezó a sacarme la ropa y a retarme de nuevo.

Te pusiste dos pantalones pues Alberto. Ya, acuéstate y deja de decirme mamá, si soy tu mujer.

Me devolvió a la cama.

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Yo tenía que salir temprano, tenía que ir a trabajar y no podía estar en la cama. Intenté levantarme otra vez, pero fue inútil.

Cuando sí fue de día (de día para el resto, seguramente iba a llegar tarde al trabajo por culpa de todos esos lentos), salimos en el auto, otra vez.

Llegamos a otra casa, parece que les gusta llevarme de casa en casa y eso es de pésima educación.

Pero, donde va mi madre, voy yo.

Entramos y había un montón de vejetes por todas partes, el ambiente tenía aroma a soledad, combinado con todos los años que se sumaban por las edades de los habitantes.

Don Alberto - era una señora muy buena moza - usted va a trabajar acá, ¿bueno? Tiene que ayudarnos a cuidar a los abuelitos. Ah, verdad. Mi trabajo.

Toda la multitud que me acompañaba se despidió y se fue, sin más. Total, yo trabajaba.

Estuve unas horas caminando sin saber qué hacer.

Señorita, ¿Qué hago acá? Me tengo que ir a la casa.

Pero Don Alberto, si usted está trabajando, ¿cómo se va a ir? Seguí paseándome por el lugar, era bien tranquilo.

Fui pieza por pieza mirando un papelito arriba de las camas: "Ester Lizama, 79 años - Párkinson"

"Juan Casas, 86 años - Insuficiencia cardiaca"

"Luisa Zavala, 81 años - Arritmias"

Pobres viejos, están todos demacrados - dije más para mí que para el resto.

El recorrido continuó y yo sin cansarme, con 39 años uno tiene unas reservas de energía.

"Alberto Fuenzalida, 75 años- Alzheimer."

Pobre viejo.

Me fui al patio, pero ya había olvidado qué estaba haciendo.

Sofía Carreña González 2° Medio Colegio Mater Dei de Cerrillos Reseña: Escribir siempre ha sido una de mis más grandes moti­vaciones. Siento que a veces las palabras son las únicas que me entienden. Vienen y van por mi mente queriendo escapar; muchas se van, otras se quedan. Las ideas surgen solas desde la tinta al papel, y se apoderan de mí. Me dedico a escribir, le doy su propio tiempo. Es un tipo de esca­patoria; de los problemas, de los sufrimientos y pensamientos. Es como que mi mente se escabullera a través de mis manos hasta materializarse en palabras. Este cuento lo escribí en base a experiencia propia. Yo vi la situa­ción desde fuera, anexa a los sentimientos y quise expresar lo que mi abuelo debió haber sufrido; su angustia, la confusión, el cómo la mente a veces nos puede manipular. Porque nadie se detuvo a ver las cosas a través de sus ojos; yo quise hacerlo para compartir con él esas vivencias, intentar ponerme en su lugar. Estas cosas son las que me motivan a escribir; el querer mostrarle al mundo que uno puede desahogarse en escritos. Incluso a veces es mejor que llorar.

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Premio Especial

Si una rosa pierde sus pétalos, ¿Sigue siendo hermosa? Andrea Opazo Araya Instituto Regional del Maule de San Javier

iMujer estúpida, dejarse morir y obligarme a mí a llorarle eter­namente sin que mis lágrimas la toquen! iMaldita la tumba que las absorbe y las seca! iMaldita la tierra que acuna a los gusanos que se alimentan de su cuerpo! iSu maldito cuerpo de azufre y ceniza, tierno terciopelo calcinado por la misma insufrible llama del tártaro! Llamas, sangre y sudor se mez­clan y forman tal dulce brebaje como el vino que sostengo. Bebo. Río. Me calmo y me siento.

Es hermoso romper cadenas. El sonido que hacen al estallar es la más exquisita rapsodia que mis oídos han contemplado. Y es que siendo un ser como yo; tan blanco como la nieve, y tan oscuro como el abismo, con la esencia misma de un dios terrenal -burda paradoja del ser al límite de lo humano y lo divino- no creo haber tenido en mi derecho tal gracia como lo es amar a un humano.

La amé, ciertamente, y la seguiré amando aún cuando el tiempo no deje sino sus carcomidos huesos. Probablemente ya lo estén, y amaré las sobras de su cuerpo mortal. Fatal osadía fue ante el cielo el haberme acercado a ella, el haber intimado; peor, más, haberla poseído.

Y es que sólo la lasciva presencia de su figura en mis más pro­fundos deseos se transformó en la excusa de tantas noches pasionales de las que sólo el cielo se enteró. Aquellas noches, la tierra temblaba, los cuerpos ardían y los gemidos negaban el frío silencio. Revolcaba sus rizos de oro en el pasto, que se impregnaba con su olor a porcelana perfumada, y capturaba su cuerpo con fuerza bajo el mío.

Adoraba posar mi cabeza sobre su pecho y sentir el vaivén de su respirar; el latir de su corazón. Corazón que ya no late. Adoraba peinarla y vestirla, sus hermosos vestidos blancos de largas mangas y frondosos velos. Aquellas noches la tenue luz de la luna a través de la ventana, apenas dibujaba temblo­rosa los contornos de su jovial anatomía, reflejando sobre mi cabeza falsas mariposas doradas, no llegando a ser más que el reflejo de las lentejuelas del ajustado corsé. Quitártelo te hacía suspirar del alivio. Suspiros ahogados por la muerte. No puedo reír esta noche; es su cumpleaños. Un año que pudo haber pasado viva, pero no lo hizo.

Si han de ser los pétalos quienes definan a la rosa, ¿por qué los pierde? Si ha de ser la vida quien defina a los hombres, ¿por qué muere?

¿será que si no pierde los pétalos, no es rosa, y que si no muere, no es hombre? ¿será que hemos de perder nuestro ser para ser realmente lo que somos?

Un cántico de mi madre debió atrofiar mi reloj. Desde enton­ces ya nada me perteneció, todo se iba con el tiempo, y yo me quedaba como un idiota, esperando atrapar algo que sabía luego se me escurriría otra vez. Y otra. Siempre.

Aquel día manchó todos los calendarios. Llueve. El incienso mojado me hace delirar. ..

El mundo calla, sus labios se han hecho mudos. El tacto engaña; mis vísceras siguen tibias, el golpe afina mi llanto y la agonía le da apertura. El mundo sigue callado, no muestra resistencia. La carne cierra, se abre, cruje . Mi piel sana. ¿cómo puede doler tanto, si no muero? El corazón sólo se toma un respiro, el cuerpo no responde, un gemido ahogado dice estoy vivo. Los ojos secos ya no saben llorar. Sin embargo, ella ... Ella se acerca, sonríe, acaricia con su suave mano mi demoniaco rostro. El dolor se va, la tristeza. Con desesperación la abrazo, la hago mía.

i Fuego infernal, miserable! ¿No pudiste quitarle su des­graciada vida gris sin marchitar sus labios? Los volviste de

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carbón, ígnea esencia, me quitaste su cuerpo. Aquel día quiso alimentarte más de lo debido y vendérsete por la ilusa espe­ranza de una vida en el paraíso. Ella, tú, mujer. Paraíso que compartirías con esa pequeña criatura iSin mi permiso! Te la arranqué de los brazos, te maldije iDios me ampare! Maldije tu enferma cabeza que creía capaz osarse a huir de mí. Si te hubieses esforzado un poco más, si no hubieses rechazado mis besos, ni mis susurros, ni obligado a usar tal bruta fuerza que pintara en tu piel violetas muertas, tal vez ... tal vez te hubiese creído que me amabas. Tal vez te hubiese perdonado, te hubiese sacado del averno. El fuego se apiadó de ti. Por eso te consumió, mientras yo te observaba. Y reía. Y jugaba con esa criatura. Mis ojos menguantes absorbieron el destellante rugir de las flamas y se tiñeron de carmesí. Como tu carne calcinada. El destello de las candelas. El dios de los sueños retira su rama de opio y extingue su antorcha invertida, dán­dole a los Oneiros orden de dejarme en lucidez. Despierto.

Estoy sentado en una silla de mimbre, callado, impávido, encendiendo humildes velas sobre un pastel, pequeño y dulce, delicado y blanco como ella. Pienso en ella. Las luces mismas se consumen y se apagan con sus derretidos cuerpos. Un ruido me hace voltear y, entre la oscuridad, se asoma una figura menuda y vacilante. Su boca apenas balbucea emo­ciones y sustantivos sencillos. Papá. Mamá. Para ella no hay diferencia y todo tiene el mismo sentido. Sólo necesito que diga te amo papá.

Suele despertarse en medio de la noche, temo sufra pesadi­llas; sus ojos cristalinos parecen negar a las lágrimas la huida por sus mejillas rosadas. La cojo y la llevo de vuelta a su cuna; todavía no entiendo cómo se sale de allí. Sobre el velador no hay más que una foto rasgada con el inmutable rostro de su madre; yo también aparecía en la fotografía, pero sería ridículo guardar testimonio eterno de mi ya inmortal aspecto. Para mí, el tiempo no pasa, pero ella crece tan rápido. Me relamo los labios al pensar que cada día se parece más a su madre.

Andrea Alejandra Opazo Araya 4° Medio Instituto Regional del Maule de San Javier Reseña: Cuentos. Son universos tan cómodamente empaquetados que se pueden traer en la mochila. Tomar un lápiz o teclear frente al computador le confiere a uno el poder absoluto sobre el escrito, porque sus escenarios, personajes y tiempos actuaran como a uno le plazca, con sólo escribirlo. Eso me gusta. Es una oportuni­dad inmejorable para plantearse los "qué pasaría si .. . " o los "como hubiese sido .. . " que probablemente nunca podríamos comprobar, formular ideas .. . esa libertad solo limitada por el individuo es el mayor de los placeres. Lo más divertido de escribir cuentos, a mi parecer, es que incluso puedes tomar la piel de un personaje total­mente ficticio y disfrazarte de él.

Es curioso: este cuento en particular nació cuando, caminando por el jardín corté una rosa -así de romántico- y le quité los péta­los sin razón alguna, puro aburrimiento. Entonces me pregunté porque dicen que la rosa es hermosa, si la que tenía en la mano, sin pétalo alguno, era una cosa fea. Incluso naturalmente las per­dería. Me quedaba definir cual era su afán de quedar fea ...

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Premio Especial

La virgen María Rocío Miranda Castillo Florida High School de La Florida

Un día yo desaparecí del mundo. Continuaba estando física­mente ahí. Seguía yendo a clases, cenando con mi familia. Pero yo no estaba realmente ahí. No emitía sonido alguno u opinaba sobre la comida, el clima. Un día dejé de hablar acerca de lo que me gustaba y comencé a adentrarme en mí misma y a reflexionar sobre muchas cosas que podrían tener signi­ficados importantes en mi vida. Un día dejé de juntarme con mis amigos cercanos. Yo seguía allí, en sus reuniones sociales, en esas tardes interminables en el mismo café de todos los domingos. Pero yo no estaba realmente ahí. Ya no me intere­saba lo que hablaban y dudaba que ellos entendieran lo que yo les hablaría. Mis pensamientos y la orientación que quería darle a mi vida estaban cambiando lentamente. Comencé a pensar en todos esos sueños locos que había tenido alguna vez y que había rechazado por el simple hecho de que no serían factibles económicamente. A veces, algo contaminada de toda esa rutina y de todo lo cotidiano que me corroe como el más ligero, frágil y descuidado metal, como si no fuese más que una pluma dejándose llevar por una ráfaga de viento, y que, en un determinado momento, sin quererlo, sin previo aviso, sin una carta certificada, ni mucho menos una noti­ficación personal, se deja caer un charco de agua, imposi­bilitándome seguir adelante, seguir el rumbo correcto de mi vida .. . ¿correcto? Qué estoy hablando, ¿qué es lo realmente correcto? Qué es lo que debemos hacer con nuestra vida ... bueno, todos dirán casarte virgen, tener una familia feliz, dos o tres hijos, ir a misa los domingos, poner a tus hijos en un particular subvencionado, que tu esposo sea Ingeniero, tener dos autos, uno para vacaciones y otro de ciudad, una casa amarilla de dos pisos en un condominio donde todas son igua­les ... ¿es eso? Pues yo te digo sin mayor prejuicio y con gran valentía, yo no quiero eso, yo no quiero seguir dentro de esa monotonía, quiero salir de ese molde, quiero ser otra, reve­larme a mí, a mis principios, a mi familia, a la religión, a todos

los cánones ya antes establecidos, no quiero ser ni una Juana de Arco, ni mucho menos una Margaret Thatcher. Yo quiero ser yo, real, única, renovada y extrañamente extraña, María Bernarda Abreu Machuca, todos me llaman Bernardita, pero me gusta Berni ... desde hoy soy Berni. Me gusta.

Me levanté hoy bien temprano, sin darme mucha cuenta de aquello, así que voy rápido a la ducha, un agua bien corta, para quedar limpia, no mucho detalle. Voy a mi pieza dando rápidas zancadas para no dejar tan mojado el piso. Abro mi closet, veo toda la ropa interior, toda blanca, grandes prendas, y sin nada de color ni tampoco de feminidad -Me parece raro no haberme percatado de eso antes- busco, y hurgo en los cajones hasta encontrar algo que realmente me guste. En el colgador encuentro un vestido que no me ponía hace harto ya que, a mi mamá no le gusta, pues a mí, sí. Color tur­quesa, bien prendido, haciendo combinación con mis ojos, un sombrero de arpillera, los lentes Armani Exchange que me regaló papá para navidad, tomo mi bolsa, zapatos de tacón bien puestos y a la calle.

Taconeando de lo lindo, caminando por Kennedy, buscando un café apropiado ¿apropiado para qué? A la mierda, tomas una micro, de las naranjas, "zona C" de Transantiago. Llegas hasta metro Tobalaba e intentas bajar un poco más allá de la Plaza Italia, pero poco te resulta. En un acto todo revelado, vas hasta el bella, si, el Bellavista.

Con tu pelo rubio al viento, tu vestido bailando como una bandera y tú, mirando a todos lados como una turista con el cuello ya torcido de mirar hacia los lados. Te detienes en un local, todo pintado de rojo y naranjo por fuera, con unos soles con caras de distintos tamaños, esparcidos por las pare­des exteriores Echas un vistazo hacía dentro. Música en vivo, camareros vestido como universitarios de la USACH o de la UTEM - iAh, no, qué atroz!- mesas rústicas, con un mantel de plástico. Representando todo el suburbio santiaguino en su máxima expresión. Entras tímidamente, mirando hacia todos lados, unos cuantos silbidos y piropos de construcción se escurren por todo el local, ruborizándote un poco, sueltas una pequeña y tímida sonrisita.

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Te das cuenta de que un tipo se acerca hacía ti y te dice: "Hola flaca ¿mesa para cuántos?". Mirándolo con un poco de despre­cio, piensas en qué decirle, sola, en ese local, te comen viva.

-Tómate algo conmigo, yo te invito -dices con toda la perso­nalidad del mundo, que ni tú misma te crees.

-ah, jugada la flaca ... mira, salgo en quince minutos, yo trabajo acá, espérame, y nos tomamos algo.

-Dale, te espero -dices algo asustada

Aarón que saldría en quince minutos de su turno de media tarde, te indica una mesa y te lleva hasta ella de la mano. Toda asustada y tiritona te sientas y comienzas a relajarte mirando el Smartphone, "una revisada de Facebook no le hace mal a nadie". En eso sin darte cuenta, Aarón llega a la mesa, con dos Kunstmann Gran Torobayo, y un gran platillo con maní.

-¿Y esto? -dice Berni sorprendida

-Cortesía de la casa. Te responde él, todo galante.

Villa cariño, sonando de fondo en esa velada romántica, a la luz de los pitos y las chelas, vasos sonando, y allí viene la pregunta interesante, cabrona e inquietante, excitante y emo­cionante también . -oye Berni. .. igual ya es tarde (Vamos a mi departamento?.

Algo extraño recorre todo tu cuerpo, haciéndolo sentir como un parlante de un concierto de The Doors, de Led Zeppelín o The Clash, haciéndolo retumbar tanto como todos los tipos decadentes, drogadictos, y perdidos de Tranispotting y cuando menos lo esperas, en un silencio que te pareció eterno, pero que más bien, no fue ni un segundo, abres tu cartera, revisas tu teléfono y tienes unas cuantas llamadas perdidas de mamá (sólo unas cuantas 23) .

La oportunidad perfecta para salir de ese molde, que mejor que esto para demostrar que ya eres una mujer autónoma, que quiere dejar todo los estereotipos establecidos por una

sucia sociedad, una sociedad que va en contra de tus deseos y de tus gustos. Y le dices:

-Aarón ¿vives muy lejos?

-No, ando en mi moto. Llegamos en diez minutos

-Perfecto, vamos ... ( considérate afortunado, bebé)

Te subes a su moto, subiéndote a la moto de tu nuevo des­tino, de tu nueva vida, de tu nueva forma de ser. De la nueva María Bernarda Abreu Machuca.

Rocío Naomi Miranda Castillo 4° Medio Florida High School de La Florida Reseña: Me gusta escribir, porque según mi punto de vista, la escritura libera el alma. Independiente de la temática,que haya­mos escogido para cualquiera de nuestras escrituras. Estas siem­pre van a estar influenciadas por nuestra forma de ver la vida y va a revelar quiénes realmente somos. Me encanta escribir, porque así también puedo conocerme más a mí misma y que los demás puedan comprender también quién soy.

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Premio Especial

La noche infestada Matías Riquelme Ríos Complejo Educacional Maipú

El frío del invierno atravesaba mi pesado abrigo, que hacía parecer a mi sombra una marejada de niebla que engullía todo a su paso, dejando atrás nada más y nada menos que lúgu­bres pensamientos que se expresaban en el neutro rostro de aquellos borregos que se paseaban por la vía, que se dirigían a consciencia a un lejano matadero del cual no podían escapar, y, lo que era más gracioso, un matadero al que ellos elegían ir lentamente, como si prefirieran agonizar eternamente.

A falta de algo que me hiciera dejar de pensar, caminé sin rumbo, chocando numerosas veces con seres amorfos que susurraban entre ellos y hablaban de una forma extraña, como si no se escucharan el uno al otro, se gritaban, no importaba que estuvieran caminando juntos, no podían evitar esa extraña forma de hablar, mientras conectaban sus pen­samientos a unos largos y monótonos hilos que salían de sus cráneos y llegaban a distintas partes de sus siluetas, como los bolsillos de sus abrigos, sus corazones y bolsos, como si qui­sieran leer los pensamientos de esos objetos particularmente sin vida, lo que quiero decir es ,¿quién querría conectar su mente con la del bolsillo de su abrigo o con un bolso? ¿qué puede decirte un bolso? Además, para escuchar a tu corazón, ya hay estetoscopios, así que no comprendí el uso de esos raros conductos.

El grisáceo tono que dominaba a mí alrededor dejaba derro­tado al débil verde de una pequeña hoja que caía sobre mi zapato. Me agaché para tomarla, mientras aquellos seres amorfos vociferaban con notable enfado mi repentina deten­ción en la vía. Ignoré lo que vociferaban -ya que su forma de hablar me hacía difícil comprender lo que decían- y me paré junto a un poste de luz que se volvía cada vez más poderoso, mientras la megalómana esfera nos hacía sacar las bufandas y los gorros de nuestras mochilas. Se desató la lluvia, y mi

alma no pudo contener un oscuro y desconocido pensamiento.

Las poderosas gotas caían sobre la enclenque hoja que recogí del suelo, rompiéndola y prácticamente, dejando sólo el pequeño tallo de esta, en mis manos, había presenciado algo que dominó mi vida desde que nací, pero que nunca logré asimilar correctamente. Era el poder, no de la naturaleza, era un poder nada más, que caía sobre algo que era más débil que él. Nunca presencié un ejemplo más objetivo y claro que éste, la fuerza de la lluvia destruyendo una moribunda hoja que un desalmado árbol desechó. Sucumbido por la crueldad de un acto que nadie más que yo notó, guardé el pequeño tallo en mi bolsillo y seguí caminando.

La lluvia no dejaba de caer, y mientras más avanzaba, mien­tras más me acercaba a un objetivo desconocido, más fuerte y violenta se volvía. Las masas vociferaban violentas palabras de odio que se reflejaban en sus patéticos rostros mojados, frustrados por un futuro incierto que no llegaba, angustiados por vivir en un mundo en el que el tiempo no avanzaba ni retrocedía, sino que se había estancado. Seguí caminando, y los postes de luz con los que me cruzaba eran cada vez más poderosos, la lluvia era cada vez más implacable, y el ruido era cada vez más desconcertante. Me vi atrapado en una masa de seres que no dejaban de hablar solos, siempre conectados a sus hilos, era un semáforo. El tiempo se detuvo, las luces me cegaban cada vez más, y la lluvia, tratando de librar al mundo del ruido, la luz y las despiadadas voces, se volvió granizo.

El pánico surgió, y las voces se convirtieron en gritos desespe­rados, las luces se volvieron rayos estremecedores, y el ruido, bueno, el ruido siguió siendo ruido, ya que eso es, ruido. Me quedé solo, esperando una luz verde que me permitiera seguir mi eterno camino a un lugar que desconocía. La calle se volvió una jaula, habían regresado las masas, más violentas, más sedientas de algo que ignoraba, más apresuradas. No pude atravesar el camino, y mi espíritu fue aplastado por estos amorfos seres que no notaban mi existencia, ni la de los que les rodeaban. La luz parpadeaba, aún tenía tiempo, pero el poder de la luz se convirtió en poderosos astros que quemaron mis ojos, fundieron mi mente, y me derrotaron, dejándome

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