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1 2 “EN EL PRINCIPIO ERA LA PALABRA” 1 Nada llegó a ser si la palabra “En el principio era la Palabra, Y la Palabra estaba ante Dios, Y la palabra era Dios. Por ella se hizo todo, Y nada llegó a ser sin Ella”. 1 Los versículos iniciales del Evangelio de San Juan ofrecen la introducción adecuada a este segundo capítulo, dedicado al “derecho a la palabra”. No por su contenido religioso o su intención evangelizadora sino por la belleza y la suge- rencia de la metáfora utilizada por el autor y por la fuer- za con que “la palabra” es presentada como principio y eje de la vida misma. Más allá de las diversas interpretaciones que se han hecho de estos versículos, y con prescindencia de que se los lea desde la fe o sin ella, resulta sugerente y fascinante com- probar la centralidad que el autor le asigna a la palabra, como que la da por presente desde el momento mismo en que el hombre puede llamarse tal y la absoluta necesidad de su concurso a la hora de hacer que las cosas sean. La palabra es aquí mostrada como la poderosa fuerza que hoy sabemos que es; agente insustituible en la definición de la identi- dad y la expresión de la interioridad y herramienta impres- cindible en la construcción de la vida en sociedad. 2 Derecho propio de la especie Si el privilegio de ser “el derecho más importante de la especie” seguramente está reservado para el derecho a la vida no cabe duda de que el derecho a la palabra puede ser calificado como el “derecho propio de la especie”. La pala- bra, la capacidad de simbolización que descansa en la pala- bra, es lo que nos diferencia de las otras especies. La pa-

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1

2 “EN EL PRINCIPIO ERA LA PALABRA”

1 Nada llegó a ser si la palabra

“En el principio era la Palabra,

Y la Palabra estaba ante Dios,

Y la palabra era Dios.

Por ella se hizo todo,

Y nada llegó a ser sin Ella”.1

Los versículos iniciales del Evangelio de San Juan ofrecen

la introducción adecuada a este segundo capítulo, dedicado

al “derecho a la palabra”. No por su contenido religioso o

su intención evangelizadora sino por la belleza y la suge-

rencia de la metáfora utilizada por el autor y por la fuer-

za con que “la palabra” es presentada como principio y eje

de la vida misma.

Más allá de las diversas interpretaciones que se han hecho

de estos versículos, y con prescindencia de que se los lea

desde la fe o sin ella, resulta sugerente y fascinante com-

probar la centralidad que el autor le asigna a la palabra,

como que la da por presente desde el momento mismo en que

el hombre puede llamarse tal y la absoluta necesidad de su

concurso a la hora de hacer que las cosas sean. La palabra

es aquí mostrada como la poderosa fuerza que hoy sabemos

que es; agente insustituible en la definición de la identi-

dad y la expresión de la interioridad y herramienta impres-

cindible en la construcción de la vida en sociedad.

2 Derecho propio de la especie

Si el privilegio de ser “el derecho más importante de la

especie” seguramente está reservado para el derecho a la

vida no cabe duda de que el derecho a la palabra puede ser

calificado como el “derecho propio de la especie”. La pala-

bra, la capacidad de simbolización que descansa en la pala-

bra, es lo que nos diferencia de las otras especies. La pa-

2

labra es lo que nos singulariza como individuos y nos con-

forma como sociedad.

El derecho a la palabra es el derecho a poder decir – y es-

to hace a la posibilidad de constituirnos como sociedad – y

a poder decirnos - y esto hace a la posibilidad de consti-

tuirnos como individuos -. El derecho a la palabra es el

derecho a poder expresar la interioridad con libertad, pro-

fundamente, con propiedad, con sutileza. Es el derecho a

sumarse a la experiencia colectiva ancestral condensada en

la palabra, a apropiarse de la historia y de la vida conte-

nidas en ella. Es el derecho al disfrute, al goce, a la

fiesta de recibirla y de exprimir de ella toda su savia y

su sentido, el derecho a transformarla y a cargarla de nue-

vos sentidos, a depositar en ella nuestra libido, a cono-

cerla y, por ella, a conocernos.

El derecho a la palabra es un derecho tan básico que es,

quizás antes que nada, un derecho para sí mismo. Es la po-

sibilidad de decirse. Es necesaria para decirle algo a otro

pero también es necesaria para decirse algo a uno mismo,

para pensarse, para entenderse, para construirse. Un “dia-

rio íntimo”, escrito por un pequeño o por un joven, es po-

siblemente el símbolo más claro de este sentido profunda-

mente interior y propio, y también profundamente necesario,

del derecho a la palabra.

Es sabido que todo derecho engendra una obligación. El hom-

bre tiene el derecho a la palabra pero también tiene una

responsabilidad histórica y social sobre la palabra. La ha

recibido como don precioso de generaciones anteriores, aho-

ra debe cuidarla, cargarla de nuevos sentidos y entregarla

perfeccionada a las generaciones siguientes. Ella nos cons-

truye y nos dignifica Por eso, en lugar de dañarla acha-

tando o empobreciendo la multiplicidad de sus sentidos, el

3

hombre debería enriquecerla y cuidarla como el tesoro que

es.

3 El goce de la palabra

Como ya hemos visto, el derecho a la comunicación, se en-

cuentra consagrado por el artículo 19 de la Declaración

Universal de los Derechos Humanos, que dice

“Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y

de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado

a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir in-

formaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limita-

ción de fronteras, por cualquier medio de expresión”.

Siguiendo la misma senda la Convención Americana sobre De-

rechos Humanos, también conocida como “Pacto de San José de

Costa Rica”, dice en el inciso 1 de su artículo 13

“Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento

y de expresión. Este derecho comprende la libertad de

buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda

índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente,

por escrito o en forma impresa o artística, o por cual-

quier otro procedimiento de su elección”.

El inciso 3 del mismo artículo refuerza el concepto con un

señalamiento que, como se verá, aporta a la idea central de

este capítulo, “No se puede restringir el derecho de expre-

sión por vías o medios indirectos…”.

Como se ve, la estructura expositiva de los dos documentos

citados es la misma.

En la primera cita se enuncia el derecho – definido en un

caso como de “opinión y expresión” y en otro como de “pen-

samiento y expresión” – y en los párrafos siguientes se

mencionan los derechos incluidos, o comprendidos en éste.

Esta secuencia nos permite dos importantes puntualizacio-

nes. La primera es que el derecho a la comunicación encuen-

tra sus raíces en el derecho a la libertad de “pensamiento-

expresión” y resulta su consecuencia directa; la segunda es

4

que la comunicación es la forma privilegiada en que ese de-

recho se objetiva o se practica.

De todo esto se puede deducir algo que está fácilmente vi-

sible pero del que, quizás por su evidencia, se habla poco.

Es que todo lo sostenido por los documentos citados depen-

de, casi absolutamente, de la posibilidad que los hombres

tengan de poseer y usar la palabra, de su posesión más com-

pleta y profunda posible, de la posibilidad de utilizarla

con el máximo de riqueza y significatividad que para cada

individuo sea posible.

En síntesis, dada esta importancia de la palabra y la esca-

sa visibilidad que ha alcanzado hasta el presente, parece

necesario señalar, aunque sea una obviedad, que toda la es-

tructura formada por el derecho a la libertad de “pensa-

miento-expresión” y el derecho a la comunicación y todas

sus muchas y ricas implicancias posteriores, tienen una ar-

ticulación privilegiada con, casi diríamos que dependen de,

el pleno goce de un derecho anterior, un derecho indiscuti-

blemente básico, el derecho a la palabra.

4 Los “niños lobo”. Palabra y pensamiento

Todos conocemos seguramente el mito de Rómulo y Remo, los

dos hermanos criados por una loba a los que se les atribuye

la fundación de Roma. Lo que quizás sea menos sabido es

que la historia registra un cierto número de casos reales

de niños que, por diversas razones, fueron criados por ani-

males o vivieron en condiciones de casi total aislamiento y

falta de contacto con otros seres humanos.

La historia viene a cuento puesto que las consecuencias de

la falta de contacto humano que se comprobaron en todos es-

tos casos reales, algunos no tan lejanos en el tiempo, fue-

ron la imposibilidad de estos niños de expresarse mediante

la palabra, sus enormes dificultades para adquirir siquiera

un lenguaje rudimentario y su pobrísimo, y por lo general

5

casi irrecuperable, desarrollo intelectual. Otra dolorosa

comprobación de las consecuencias de sus años de aislamien-

to humano fue la imposibilidad, o la muy extrema dificul-

tad, de estos “niños-lobo”, como se los denomina, para re-

lacionarse con otras personas y para vivir en sociedad.2

Esto a pesar de los muchos y prolongados intentos de recu-

peración que en algunos casos se hicieron. Así resultó por

ejemplo en el caso de Víctor, conocido también como “el ni-

ño salvaje de Aveyrón”, quien incluso convivió durante

aproximadamente cinco años con un médico y pedagogo, el Dr.

Jean-Marc-Gaspard Itard, que se había empeñado especialmen-

te en lograr su desarrollo.

Estos casos vienen a demostrar, dolorosa demostración por

cierto, la íntima e indisoluble relación que existe entre

la posesión y dominio de palabra y el desarrollo del pensa-

miento y entre la posibilidad de uso de la palabra y la po-

sibilidad de relacionarse y llevar adelante la vida en so-

ciedad. En resumen, la estrecha e indisoluble relación que

hay entre la palabra y la posibilidad de que un individuo

se desarrolle, alcance y disfrute, profunda y plenamente,

su condición de ser humano. Así de esenciales, determinan-

tes y definitivas son las raíces del derecho humano a la

palabra.

Algunos aspectos del tema no están, sin embargo, exentos de

polémica. En efecto, ya desde la antigüedad clásica se dis-

cute acerca de la relación precisa entre lenguaje y pensa-

miento.

Las posturas son varias y varios también los matices que es

posible distinguir en cada una de ellas. Sin embargo esas

diferentes posturas pueden ser clasificadas en grandes gru-

pos de acuerdo a como respondan la pregunta acerca de si el

lenguaje está antes o después del pensamiento.

6

Una afirmación del poeta, médico y político cubano José

Martí expresa con claridad la postura de quienes entienden

que el lenguaje está primero que el pensamiento “La lengua

no es caballo del pensamiento sino su jinete”, Así, la

lengua no sólo sería anterior al pensamiento sino que in-

fluiría en él y, de alguna manera, lo condicionaría. Dentro

de esta corriente se destaca el aporte de la teoría de la

“gramática generativa” de Noam Chomsky según la cual la ap-

titud para desarrollar el lenguaje es innata y es precisa-

mente el lenguaje la guía sobre la que se van a estructurar

la percepción, la memoria y el pensamiento.

Otras corrientes, en cambio, no admiten la existencia de

una programación genética innata y desatacan que la exis-

tencia de diferentes idiomas con diferentes gramáticas es

la demostración de que la lengua es aprendida mediante el

aprendizaje. Para esta postura el pensamiento está antes

que el lenguaje, es decir que el lenguaje se desarrolla a

partir del pensamiento. Uno de los defensores de esta idea

es Jean Piaget cuya concepción podría resumirse diciendo

que:

“el grado de asimilación del lenguaje por parte del niño,

y también el grado de significación y utilidad que repor-

te el lenguaje a su actividad mental. . .depende de que

el niño piense con preconceptos, operaciones concretas u

operaciones formales”.3

En tercer lugar tenemos la “teoría simultánea”, sostenida

por el psicólogo bielorruso Lev S. Vigotsky, quien afirma

que el lenguaje y el pensamiento están íntimamente ligados

entre sí y que se desarrollan en una interrelación dialéc-

tica, de forma que la existencia de cada uno de ellos de-

pende del otro.

“La relación entre pensamiento y palabra no es un hecho

sino un proceso, un continuo ir y venir del pensamiento a

7

la palabra y de la palabra al pensamiento . . El pensa-

miento no se expresa simplemente en palabras, sino que

existe a través de ellas”.4

En este proceso de ida y vuelta cuanto más se desarrolle el

lenguaje mayor será la posibilidad del hombre de precisar

significados y de definir conceptos. A su vez también será

mayor la posibilidad de expresarlos profunda y acabadamen-

te.

Las divergencias entre las tres posiciones sintéticamente

expuestas no afectan, como puede verse, lo que decíamos

acerca del carácter básico de la lengua en el proceso de

humanización del individuo. Por el contrario en todas, cada

una a su manera, se sigue sosteniendo su condición de bien

indispensable para que el hombre pueda llamarse tal. Dicho

desde otra perspectiva, su condición de derecho humano fun-

damental.

5 La “lengua de Adán”, silencio y soledad.

Una historia, o en realidad varias, parecida a la de los

“niños lobo” nos sirve para comenzar a pensar en la rela-

ción entre palabra y comunicación.

Desde muy antiguo existió el interés de saber cuál había

sido el primero de los idiomas que habló el hombre y si ese

idioma era un idioma “natural”, es decir si era un idioma

que venía incluido en el bagaje genético con que nace cada

individuo. Se lo llamó “la lengua de Adán” o “la lengua ce-

leste” y se supuso que, aunque perdido o deformado durante

el transcurso de los siglos, debía permanecer en la mente

virgen de los recién nacidos. Según parece fueron varios

los que intentaron recuperarlo recurriendo para ello a un

experimento cruel, aislar a niños recién nacidos, hacer que

nadie les dirigiera la palabra ni hablara en su presencia y

esperar su crecimiento para comprobar entonces en qué idio-

ma se expresaban y descubrir así el idioma “original” con

8

que Dios habría provisto al ser humano. Entre los experi-

mentadores se menciona a un faraón, Psammetichus (Dinastía

vigésimo sexta de Egipto, 656 A.C.), y a varios reyes, entre

ellos el Rey Jaime IV de Escocia (Siglo XV)y el emperador

mogol Akbar Khan (principios del siglo XVI). Ésta última es

la experiencia de la se tienen más precisiones. Akbar Khan

ordenó aislar a varios niños recién nacidos y destinó a su

cuidado un grupo de personas sordomudas que tenían además

la misión de que no recibieran ningún estímulo verbal de

otras personas. La historia, descrita en la Historia Gene-

ral del Imperio Mogol escrita por sacerdotes jesuitas a co-

mienzos del siglo XVIII, cuenta que cuando los niños cum-

plieron 12 años el emperador, junto con un grupo de perso-

nas capaces de entender las principales lenguas, se reunió

con los niños y los interrogó. La frustración debió ser muy

grande pues lo único que descubrieron fue que los niños no

solo no hablaban la “lengua de Adán” sino que tampoco

hablaban ninguna otra lengua, simplemente no hablaban. Los

pobres chicos eran totalmente mudos y su única forma de co-

municación era gestual.

La crueldad del experimento se manifiesta además en algo

que hoy sabemos. Cuando un niño no oye hablar nunca a otras

personas antes de los seis o siete años ya no hablará o lo

hará con muchas y grandes limitaciones. Esto ocurre porque

la exposición a una lengua es el estímulo imprescindible

para que se activen y desarrollen los mecanismos neuronales

que hacen posible la adquisición del habla, y el período en

el que el cerebro puede realizar este desarrollo termina

alrededor de los siete años.

Palabra y comunicación están entonces intrínsecamente uni-

das. Es obvio que la palabra es la forma de comunicación

por excelencia pero ahora vemos que esto es tan cierto como

que es la comunicación verbal lo que permite el habla. To-

9

dos, al nacer, tenemos la posibilidad de llegar a poseer un

lenguaje, pero lo que hace que esa potencialidad se con-

vierta en acto es el vivir insertos en una sociedad. Quien

no ha oído hablar no puede hablar. Esto ha llevado a afir-

mar que, de alguna forma, la palabra, y la posibilidad de

valernos de ella para comunicarnos, es un don gratuito que

nos hace la comunidad a la que pertenecemos.

Esta gratuidad de la lengua es sin embargo materia opina-

ble. Al transmitirnos el lenguaje, la sociedad nos está

transmitiendo su cultura y sus normas y valores. El lengua-

je no es un código abstracto sino el instrumento que permi-

te nuestra acción sobre la particular realidad en la que

estamos insertos.

El “peso” de esta herencia que recibimos con la lengua, la

forma o el grado en que condicionarían al pensamiento y, en

consecuencia, la forma en la que podrían modelar nuestra

conducta y la sociedad que formamos, ha sido objeto de una

larga discusión.

El “determinismo lingüístico” es la hipótesis que sostiene

que el pensamiento del hablante está determinado por la es-

tructura y las categorías de la lengua materna. Esta hipó-

tesis reconoce antecedentes en autores del siglo XVII y aún

anteriores.

Durante la primera mitad del siglo XX Edward Shapir, prime-

ro, y Benjamin Lee Whorf, después, formularon el “Principio

de relatividad lingüística”. De este principio se conocen

varias formulaciones. Las versiones más duras se encuadran

dentro del “determinismo lingüístico” que, como hemos dicho

establece que percibimos la realidad según la forma de or-

ganización y clasificación que nuestra lengua nos propone,

forma que encarna una visión propia, y en un extremo intra-

ducible, del mundo. De esta forma la lengua guía los pensa-

mientos y moldea las ideas de todos sus hablantes.

10

Esa interpretación está hoy muy cuestionada, especialmente

desde la psicolingüística. Se la acepta más en sus formas

débiles, las que en síntesis afirman que la lengua, aunque

no determina al pensamiento, tiene influencia en la forma

en el que percibimos la realidad y en como la recordamos.

Esto a su vez incidiría en la destreza mental con que re-

solvemos algunas tareas. Se reconoce la existencia de di-

vergencias conceptuales entre las diferentes lenguas, pero

se acepta también que éstas no son tan profundas como para

tornar imposible la comprensión entre sus hablantes. Cues-

tionando la validez, al menos la validez absoluta, del an-

tiguo adagio italiano “Traduttore, ¡traditore!” (Traduc-

tor, !Traidor!), hoy se admite que nada existe en una len-

gua que no pueda decirse en otra, aunque sea a través de un

circunloquio. Que una palabra no exista en una lengua no

significa que sus hablantes no sean capaces de entender el

concepto que expresa. La lengua de los Dani, tribu de Nueva

Guinea, tiene sólo dos vocablos para designar los colores.

Uno para el blanco y los colores claros y otro para el ne-

gro y los colores oscuros. Otra comunidad de habla, los

Hopi, originarios habitantes de Arizona, Estados Unidos,

carecen de numerales y sólo tienen vocablos para designar

uno, varios, muchos. Pero esto no quiere decir ni que los

Dani no puedan distinguir los colores ni que los Hopi sean

incapaces de contar. Significa simplemente que las categor-

ías que utilizan les resultan suficientes para satisfacer

las necesidades de los hablantes y el resto son considera-

das irrelevantes o inútiles.

Algunos ejemplos de signo contrario aclararán aun más el

concepto. Los esquimales tienen alrededor de cuarenta voca-

blos para designar la nieve y más de treinta formas distin-

tas de nombrar el blanco. De igual forma algunos aborígenes

del Amazonas tienen numerosos vocablos para definir el ver-

11

de. Esto no significa que esas comunidades tengan una capa-

cidad de percepción de las diferencias de textura o las di-

ferencias cromáticas mayor que la nuestra. Significa sí que

ni esas diferencias de textura ni esas diferencias de tono

de un color resultan significativas para nosotros pero sí

resultan significativas, vitales quizás, para quienes habi-

tan esas regiones.

Cada nación prioriza una parte de la realidad según sus ne-

cesidades y, al darle nombre, la incorpora a su lengua.

Cuando las necesidades varíen variará la lengua. La varia-

ción supondrá la aparición de nuevos vocablos o el cambio

de sentido de los ya existentes.

Las lenguas son por ello el resultado, la sedimentación de

la experiencia de cada pueblo. No sólo de la experiencia

de su contacto con la naturaleza, como los ejemplos dados

podrían erróneamente sugerir, sino de toda su experiencia

histórica, de sus tragedias y de sus victorias, de todos

los acontecimientos que forjaron sus valores, su idiosin-

crasia y su cosmovisión. Condensación que por ello viene a

resultar secular y única, particular e irrepetible.

En este punto es donde resulta conveniente replantearse la

validez, al menos en el terreno de la literatura y la poes-

ía, del “Traduttore, ¡Traditore!” porque si bien es cierto

que, como ya se dijo, no hay concepto absolutamente intra-

ducible también es cierto que las palabras pueden connotar

sentidos o evocar sensaciones que no connotan ni evocan sus

equivalentes en otras lenguas.

“Los ingleses hablan en sentencias (sentences), es decir

se sienten jueces dirigiéndose a acusados; nosotros en

oraciones, dirigiéndonos como creyentes, a través de

nuestros interlocutores, a Dios; más prácticos y raciona-

les, los holandeses hablan de significados (zinnen); y

los franceses, típicamente, incurren en frases (phrases),

12

ya que la frase es la unidad rítmica fundamental. Metafó-

ricamente, el inglés considera el acto de hablar como un

juicio, el holandés como una afirmación de sentido, el

francés como una danza y el español como una ocasión de

rezar…” 5

6 La lengua no es sólo un medio de comunicación

La lengua no es, por lo tanto, un surtido de signos verba-

les y no verbales agrupado de manera casual o caótica. Por

el contrario es una selección racional que responde a la

experiencia vital e histórica de sus hablantes, es una nun-

ca acabada, democrática y gigantesca obra colectiva a la

que cualquiera de los hablantes puede incorporar en todo

momento nuevas expresiones y nuevos sentidos.

Por eso es que las lenguas no son sólo el código que utili-

za el hombre como instrumento para solucionar su necesidad

de comunicar ideas y sentimientos a aquellos que participan

del mismo mundo lingüístico. Considerarlo exclusivamente

como una herramienta de comunicación, es una forma de de-

gradarlo, una forma de olvidar que el lenguaje

“no es sólo un medio, sino también el fin de la comunica-

ción…(olvidar) que el lenguaje es ante todo un placer, un

placer sagrado, una forma, acaso la más elevada, de amor

y de conocimiento…el lenguaje pone de manifiesto nuestra

capacidad innata de revestir la libido en palabras, obje-

tos verbales inagotables …que nos relacionan a la vez con

los otros y con nosotros mismos”6

El lenguaje no sólo nos permite comunicar a otros activida-

des, hechos e ideas sino que también nos hace posible ana-

lizar y reflexionar a partir del conocimiento, la belleza y

la sabiduría que compendia y ofrece. Por lo que al conside-

rar las funciones del lenguaje reduciéndolas a una sola di-

mensión, a una dimensión instrumental, cometemos más que un

grave error, cometemos una suerte de autoagresión. Caemos

en una forma de obturación de la posibilidad de conocernos

13

profundamente, una forma de enajenación de la experiencia

de siglos que la lengua pone a nuestra disposición y del

cúmulo de experiencias pasadas que han quedado secretamente

expresadas en sus vocablos y en la estructura gramatical

que los articula.

Como dice Guillermo Boido, citado por Ivonne Bordelois,”La

poesía es un intento de preguntarle a las palabras qué so-

mos. Como los sueños, ellas saben mucho de nosotros, quizás

más que nosotros mismos”

Y si esto ocurre, si la palabra encierra este maravilloso

don es porque ella, la palabra

“viene de una tradición de experiencia humana que nos su-

pera en el tiempo y en el espacio…estas palabras nos pre-

ceden, nos presencian y se prolongarán mucho más allá de

nosotros en el tiempo: podríamos decir que somos sus

vehículos; no su fuente misma y mucho menos sus propieta-

rios.”7

7 Lengua, identidad y nación

Entre muchas otras razones la palabra es uno de los dere-

chos humanos básicos y fundamentales porque ella nos nutre

y nos alimenta como personas y como sociedad. Porque el

lenguaje es tan indispensable como el aire, porque igual

que ocurre con el aire, el lenguaje se respira, se asimila,

se vive en él y de él. Es uno de los derechos humanos

básicos y fundamentales porque es la savia que nos da iden-

tidad y la argamasa que nos mantiene unidos.

“El lenguaje está antes y después de nosotros, pero tam-

bién está, felizmente, entre nosotros. Es el tejido re-

lacional del cual los otros dependen: un tejido fuerte y

subsistente y tan necesario a nuestras vidas como la nu-

trición”8

Por el lenguaje y con el lenguaje nos alzamos desde la bio-

logía al sujeto. Herramienta primordial y compañero inse-

parable en la construcción de nuestra identidad, tarea que

14

empezamos muy temprano pero que está destinada a no termi-

narse nunca. Como el sujeto mismo, que siempre está en

construcción, que nunca está terminado. Que nos acompaña y

acompañamos en cada cambio, hasta el cambio final, cuando

lo dejamos, cargado en alguna misteriosa medida con nuestra

propia experiencia, para que otros sigan la interminable

tarea de construirlo, y de construir con él su propia iden-

tidad social e individual.

Victor Klemperer – filólogo judío que vivió, y sufrió, en

Alemania durante los años del nazismo y se dedicó, secreta

y minuciosamente, a registrar los cambios que la presión de

la ideología dominante producía sobre el lenguaje, sobre su

forma de uso y sobre sus significados – sostenía que nada

nos muestra mejor el alma de un pueblo que el análisis de

su lenguaje, de las expresiones que utiliza cotidianamente

y del contexto discursivo en que son utilizadas.9

8 “Los límites de mi mundo…”

La identidad entre el lenguaje y la sociedad que lo habla,

la manera en que cada lengua y, en especial, sus particula-

ridades de uso reflejan y expresan la idiosincrasia de sus

hablantes, la forma única en que esas particularidades per-

miten a los hablantes expresar profunda y cabalmente sus

sentimientos y su experiencia, hacen de la lengua propia un

recurso irremplazable. El modo en que cada lengua y su uso

encierran y transportan los valores, los códigos, los re-

chazos y las adhesiones, los juicios y los prejuicios, los

amores y los odios de la sociedad que la habla, hace de esa

lengua una contraseña infalible, un código de reconocimien-

to, un motivo de encuentro y comunión, un medio contra la

soledad, una garantía contra la anomia.

La famosa afirmación de L.Wittgenstein “Los límites de mi

mundo son los límites de mi lenguaje”, sintetiza admirable-

mente esos conceptos.

15

Todo esto lo ha sabido el hombre desde siempre. ¿Por qué si

no la prohibición o la destrucción de la lengua materna ha

sido uno de los recursos a que han apelado tantos invasores

y dominadores de la historia? Desde siempre el ocupante su-

po, llamativa intuición, que el camino más corto para do-

blegar la resistencia del ocupado, para reducirlo y para

apoderarse de su tierra y de sus bienes, es despojarlo de

su lengua. Y así despojarlo también de su identidad y su

cultura.

No es casual que Colón, inmediatamente después del descu-

brimiento, confiara en su diario su intención de llevarse

un grupo de indios para que “aprendan a hablar”.

Cuenta Eduardo Galeano:

“El shamán de los indios chamacocos, de Paraguay, canta a

las estrellas, a las arañas y a la loca Totila, que deam-

bula por los bosques y llora. Y canta lo que le cuenta el

martín pescador.

Pero los misioneros de una secta evangélica han obligado

al chamán a dejar sus plumas y sus sonajas y sus cánti-

cos, por ser cosas del Diablo.

El shamán dice:

<< Dejo de cantar y me enfermo. Mis sueños no saben adón-

de ir y me atormentan. Estoy viejo, estoy lastimado. Al

final, ¿de qué me sirve renegar de lo mío?>>”10

Es, como se ve, el caso del castellano, que fuera impuesto

por los colonizadores españoles a los habitantes origina-

rios de América.

Luego vinieron otras lenguas, muchas otras. La conocida, y

opinable, expresión “crisol de razas”, que se aplica para

aludir a la diversidad de aportes migratorios con que se

compuso la población americana, debería ser mejor “crisol

de lenguas”

Un crisol en el que lentamente se fue mezclando y transfor-

mando el castellano original, adaptándolo e incorporándole

16

vocablos de otros orígenes con vistas a que nos represente

y nos permita expresar cabalmente lo que queremos o necesi-

tamos decir.

Un proceso de años durante el cual fuimos conservando lo

que resultó útil, creando nuevas voces cuando el repertorio

no fue suficiente y descartando lo que no pudo adaptarse a

nuestras pretensiones comunicativas.

Quedan sin embargo resabios del desprecio colonial.

En el texto ya citado, Galeano hace referencia a dos casos

quizás excepcionales. Paraguay y Perú. En Paraguay la len-

gua de los colonizados, el guaraní, sigue siendo “el idioma

nacional unánime. Y sin embargo, la mayoría de los paragua-

yos opina, según las encuestas, que quienes no entienden

español son como animales”. En Perú la Constitución Nacio-

nal dice que los idiomas oficiales son dos, el quechua y el

español, a pesar de ello:

“El Perú trata a los indios como África del Sur trata a

los negros. El español es el único idioma que se enseña

en las escuelas y el único que entienden los jueces y los

policías y los funcionarios”.11

Quedan también resabios de las lenguas originarias, quedan

en muchos vocablos que hemos incorporado y también en suti-

les inflexiones del lenguaje. Un gran poeta nacional, Anto-

nio Esteban Agüero, nos habla de la imposición del idioma:

“El idioma nos vino con las naves,/sobre arcabuces y me-

tal de espada,/cabalgando la muerte y destruyendo /la me-

moria y el quipo del Amauta; /fue contienda también la

del Idioma,/dura guerra también, sorda batalla”.

Del sufrimiento por la pérdida de la lengua original

“rotas fueron las voces ancestrales,/ perseguidas, mordi-

das, martilladas / por un loco rencor sobre la boca / del

hombre inerme y la mujer violada”

Y de su sobrevivencia

17

“No tenemos bandera que nos cubra / tremolando en el aire

de la plaza . . . / pero tenemos esta luz secreta,/ esta

música nuestra soterrada,/ este leve clamor, esta caden-

cia,/ este cuño solar, esta venganza,/ este oscuro puñal

inadvertido / este perfil oral, esta campana,/ este mági-

co son que nos describe,/ esta flor en la voz: nuestra

Tonada”.12

9 Las invasiones virtuales

Claro que las sombras sobre la lengua no provienen hoy tan-

to de invasiones físicas como de invasiones virtuales, las

invasiones que en nombre de la globalización y la economía

de mercado – que como dice Eduardo Galeano son los nuevos

nombres artísticos del imperialismo y el capitalismo – nos

llegan a través de los medios.

En otras palabras, ya no hace falta que el Derecho a la Pa-

labra nos sea cercenado groseramente por una fuerza invaso-

ra que nos impone otra lengua. Hoy son los multimedios,

brazo armado de las grandes corporaciones, los que llevan

adelante el ataque contra la lengua y no lo hacen su-

plantándola por otra sino empobreciéndola, quitándole reso-

nancia y capacidad de expresión, cargándola de un sentido

unidimensionalmente mercantil y limitándola a un uso ins-

trumental.

“Una primera y muy extendida forma de violencia que sufre

la lengua (...) es el prejuicio que la define exclusiva-

mente como un medio de comunicación (...) se olvida que

el lenguaje (...) no es sólo el medio, sino también el

fin de la comunicación”13

No creamos sin embargo que estos intentos de instrumentali-

zación de la lengua son nuevos. Entre los ejemplos que se

mencionan no puede obviarse el de la Alemania nazi, caso

especialmente documentado y analizado por el ya citado Vic-

tor Klemperer en su "LTI, La lengua del Tercer Reich”, uno

18

de los trabajos más importantes acerca del lenguaje totali-

tario.

Klemperer, judío de origen, se salvó de los campos de ex-

terminio por estar casado con una no-judía. Eso no impidió

sin embargo que fuera despojado de sus cátedras y confinado

a vivir hacinado en un gueto. Prohibida su entrada a cual-

quier biblioteca y obligado a trabajar en una fábrica,

Klemperer trató de no enloquecer dedicándose a registrar

minuciosamente en su diario las modificaciones que el na-

cionalsocialismo en el poder fue realizando sobre la lengua

hasta lograr transformarla primero en una eficaz herramien-

ta de difusión ideológica y luego, y esto es mucho más gra-

ve, en una lengua en la que gran parte de sus términos ex-

presaban el contenido profundo de la ideología nazi.

Dando cauce a su vocación Klemperer registró cuidadosamente

no sólo la forma en que hablaban los agentes de la Gestapo

sino también cómo lo hacían sus compañeros en la fábrica y

aún sus vecinos del gueto e hizo, con esas observaciones,

un cuidadoso análisis filológico.

De esta forma consiguió demostrar cómo lo que él llama la

LTI, es decir la Lingua Tertii Imperii, creció, se expandió

y terminó, con rapidez sorprendente, constituyéndose casi

en el único lenguaje,

“se apoderó de todos los ámbitos públicos y privados: de

la política, de la jurisprudencia, de la economía, del ar-

te, de la ciencia, de la escuela, del deporte, de la fa-

milia, de los jardines de infancia y de las habitaciones

de los niños”14.

La LTI, formada por esas palabras que, como dice Klemperer,

“pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico”, resultó tan

efectiva que penetró también en aquellos contra los que era

dirigida, en los judíos y los gitanos, los perseguidos y

19

los encerrados en guetos, aun los políticamente más con-

cientes de la situación.

Tal fue la penetración de la LTI y sus significados que no

resulta exagerado afirmar que a ella se debió una parte im-

portante de la penetración que alcanzó el nacionalsocialis-

mo, o sea, la ideología que expresaba.

Otro ejemplo citable de una lengua violentada por el tota-

litarismo lo encontramos en una novela que sólo en parte

puede considerarse como ficción. Se trata de la “Neolengua”

descripta por George Orwell en “1984”.

Para la creación de la “Neolengua”, se ha dicho repetidas

veces, Orwell tomó como modelo tanto el lenguaje del nazis-

mo, es decir la LTI, como el lenguaje de la propaganda del

régimen marxista soviético. Cada vocablo de esa nueva len-

gua debía tener la particularidad de dar a los miembros del

partido dominante la posibilidad de expresar exactamente lo

que según la doctrina debía ser expresado pero al mismo

tiempo excluir cualquier otro sentido no permitido.

La “Neolengua” también debía bloquear la posibilidad de que

se llegara a los sentidos prohibidos por vías indirectas.

Para lograr este objetivo el idioma debía ser recortado y

empobrecido al máximo. Se inventaban palabras con signifi-

cados únicos y precisos, se eliminaban las que tenían acep-

ciones secundarias, en especial las que podían remitir a

los sentidos prohibidos y se cambiaba por su opuesto el

significado de las palabras que no podían cambiarse. Uno de

los lemas preferidos del régimen “La Paz es la Guerra” es

un ejemplo claro de este último mecanismo.

El objetivo último de la “Neolengua” era, mediante la re-

ducción de las palabras disponibles y el estrechamiento ex-

tremo de los significados posibles, reducir la libertad de

pensamiento y anular la creatividad de los hablantes. Para

esto había que destruir la “Viejalengua”, la que proveía a

20

las personas de palabras y sentidos, de ideas, deseos y

sueños que debían ser definitivamente desterrados. El nuevo

idioma, en cambio, haría imposible el pensamiento crítico,

la imaginación y las aventuras intelectuales que pudieran

llevar a los individuos a cuestionar al orden establecido,

es decir a cometer lo que en “Nuevalengua” se denomina un

“crimental” (crimen mental o crimen de pensamiento)

Caricatura grotesca de la realidad o fantasía, “1984” y la

“Nuevalengua” sirven, como sirve la LTI, para señalar la

posibilidad de que la palabra, lo más propio, lo intrínseco

de la condición humana, pueda ser utilizado precisamente

como una forma de negación del derecho a la palabra.

Sirve para preguntarse si la actual etapa del desarrollo

capitalista, la etapa de la “economía de mercado” no está

generando una suerte de “nuevalengua”, una lengua que no

sólo sea funcional a su voracidad por las ganancias sino

que “naturalice” su lógica. Una lengua cuyos términos ex-

presen y justifiquen su racionalidad, es decir, la ideolog-

ía que lo sustenta.

Una lengua que disimule las peores consecuencias de esta

etapa en la que el mercado – dicho con más precisión, el

resultado que las grandes corporaciones obtengan en el mer-

cado – es la medida de todas las cosas.

“…Las víctimas del imperialismo se llaman países en vías

de desarrollo, que es como llamar niños a los enanos. El

oportunismo se llama pragmatismo. La traición se llama

realismo. Los pobres se llaman carentes, o carenciados, o

personas de escasos recursos. La expulsión de los niños

pobres del sistema educativo se conoce con el nombre de

deserción escolar. El derecho del patrón a despedir al

obrero sin indemnización, ni explicación, se llama flexi-

bilización del mercado laboral”15

21

Pero no sólo eso necesita el mercado. Necesita también des-

truir la identidad, el sistema social y la conciencia

crítica que la lengua materna ha grabado en el inconciente.

“…el presente sistema está claramente decidido a formar

esclavos del trabajo, de la información y del consumo, y

nada favorece y robustece más la esclavitud que la pérdi-

da del lenguaje”16

Para alcanzar este objetivo, la destrucción del lenguaje y

su instrumentalización, el mercado cuenta con la fuerza de

sus multimedios de comunicación. Ellos se ocupan de la ta-

rea. Tres son las estrategias principales de las que se va-

len para ejecutarla.

Una de ellas es empobrecer la expresión reduciendo al míni-

mo el vocabulario mediante el uso diario, exclusivo y repe-

titivo de un número increíblemente pequeño de palabras.

Otra es quitarle riqueza, expresividad y matices valiéndose

de una adjetivación hiperbólica y catastrofista repetida

sin vergüenza hasta el hartazgo. Así el tránsito ciudadano

se ha convertido en un eterno “caos”, los incendios siempre

serán “voraces”, las bailarinas serán unánimemente “sensa-

cionales”, todos los delincuentes serán “hienas” o “chaca-

les” como todos los electrodomésticos resultarán “impres-

cindibles”, la protesta social hará que la ciudad “colapse”

cotidianamente, los vestidos de la diva serán invariable-

mente “maravillosos”, los espectáculos “inigualables” y así

sucesivamente.

La tercera, y la más importante, es lograr que las palabras

cambien su uso y su sentido y pasen a sugerirle a sus

hablantes los nuevos valores, las nuevas metas y también,

naturalmente, los nuevos límites que debe aceptar para que

el mercado funcione satisfactoriamente para las corporacio-

nes. Palabras que prediquen que los ciudadanos son ahora

22

meros consumidores y que les hablen de las ventajas del te-

ner sobre el ser.

Sin embargo el lenguaje, como el hombre que lo habla, no es

fácilmente doblegable y no se entrega sin luchar. Aunque el

sentido de muchas palabras sea adulterado o que nuevas pa-

labras resulten caballos de Troya de la ideología del mer-

cado, y aun que fueran adoptadas por amplios grupos de

hablantes, todo esto no garantiza la penetración ni el éxi-

to de esa ideología. Como el lenguaje es un producto colec-

tivo por excelencia, “sistema gratuito de creación e inter-

cambio de bienes (…) maravillosa feria libre en donde todos

los días se acuñan nuevas expresiones y canciones (…) fies-

ta indetenible del inconciente”17, los hablantes no se li-

mitan a incorporar mecánicamente los vocablos y los senti-

dos que los medios les proponen. Por el contrario, lo fil-

tran a su modo, adoptan algunas de esas voces, otras las

rechazan y a otras les cambian el sentido, a veces incluso

dándoles uno opuesto al propuesto desde las usinas del sis-

tema. De esa forma o por la creación lisa y llana de pala-

bras y sentidos, la lengua sigue conectándonos con nuestros

deseos, nuestro goce, nuestras angustias, nuestras raíces y

nuestra libertad.

En eso, en su capacidad de creación y de resemantización,

reside la fuerza de la palabra. Y la nuestra. Por eso la

necesidad del mercado de envilecerla, de reducirla a puro

instrumento. Por eso la necesidad de abrigarla, de no re-

signarse a su instrumentalización, de reconocerla como uno

de nuestros tesoros y uno de nuestros más sagrados dere-

chos. Y de exigir que cómo tal se lo respete.

1 EVANGELIO DE SAN JUAN, Biblia Latinoamericana, Ediciones San Pa-blo/Editorial Verbo Divino, España, 1995, Cap. 1, vers. 1 a 3

23

2 Al respecto se recomienda ver el film: “El anigma de Kaspar Hauser”, Werner Herzog, 1974 o también “El pequeño salvaje (de Aveyrón)”, Fran-çois Truffaut, 1970. 3 RICHMOND, P. Introducción a Piaget. Editorial Fundamentos, Madrid, 2000, 139. 4 VIGOTSKY,L. Pensamiento y lenguaje, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1982.166. 5 BORDELOIS, I. La palabra amenazada, Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2003, 61 6 BORDELOIS, I. La palabra amenazada, 11 7 BORDELOIS, I. La palabra amenazada, 23 8 BORDELOIS, I. La palabra amenazada, 25 9 KLEMPERER, V., LTI. La lengua del Tercer Reich, Barcelona, Minúscula, 2001. 10 GALEANO, E.,”Cinco siglos de prohibición del arco iris en el cielo americano” http://www.rebelion.org/,2004. 11 GALEANO, E.,”Cinco siglos de prohibición del arco iris en el cielo americano”. 12 AGÜERO, A., “Un hombre dice su pequeño país” 13 BORDELOIS, I. La palabra amenazada, 11 14 KLEMPERER, V., LTI. La lengua del Tercer Reich, Barcelona, Minúscula,

2001, 37 15 GALEANO, E.,”Patas arriba: la escuela del mundo al revés, Siglo XXI

editores, México, 2004, 41 16 BORDELOIS, I. La palabra amenazada, 26

17 BORDELOIS, I. La palabra amenazada, 26