alberto adriani (biografia)

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INTRODUCCION y NOTAS CORRESPONDIENTES A EDICIONES ANTERIORES

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Biografia de Alberto Adriani un venezolano hijo de emigrantes italianos, que dejo una estela de esperanza de sentir y la

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INTRODUCCION y NOTASCORRESPONDIENTES A

EDICIONES ANTERIORES

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INTRODUCCION

(De la Primera Edición)

Este no es un libro organizado, escrito para libro por unliterato Es mucho más. Es un libro orgánico escrito, casi consu propia vida, por un hombre. Esta es la hoja de temperatu­ra de esa pasión venezolanista que se apoderó del alma de Al­berto Adriani desde que asomó su inteligencia al panoramade la tierra, y que tan viva y pertinaz fué, que todavía, des­pués de su muerte. vibra y batalla.

No era la suya la pasión palabrera o el amartelamientomsípido de aquellos para quienes la Patria es sólo un motivode oratoria. Nunca pudo embriagarse de esa gloriola fácilquien tenía los ojos abiertos ante el desastre y buscaba in­terpretar las oscuras señales del destino colectivo. Su pasiónera la de conocer por la identificación y de salvar por elconocimiento.

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Cuando, todavía adolescente, Alberto Adriani eomienza a disciplinar su inteligencia, ya tiene el tino profundo delos hombres responsables. El no irá, como otros compañe­ros, a refugiarse en el cultivo de una literatura pálida, tampoco era de los que se drogan con sueños e ilusiones para ol­vidar la realidad. Comprendió, con la primera ojeada, quelos males de Venezuela arrancaban de más hondo y de máslejos que del personal transitorio que ejercía el Gobierno.que nada se lograría con un cambio de hombres. No se po­dría hacer una Venezuela distinta, sino con un venezolanodistinto.

La fórmula para obtener esa trasmutación fué el aCI­cate de toda su existencia. A lo largo de estas páginas, es'critas en todas las épocas de. su vida, resuena el angustiosojadeo de esa búsqueda. Era el hombre que voluntariamente.y en silencio, se había cargado con el destino de un puebloy.se negaba el derecho a descansar.

De su Mérida nativa, donde lo asfixia el ambiente ar­cáico, pasa a Caracas en busca de la Universidad. Lo que en­cuentra es la fábrica de Doctores y leguleyos. El buscabamaestros que lo enseñaran a conocer y a comprender a Ve­nezuela y a su tiempo, y encontraba códigos, pandectas, ex­cepciones dilatorias, nociones de derecho quiritario. Cuandose estudiaba la definición romana o francesa de la propiedad,no había quien le dijese cómo poseía el hombre de laslla­nuras, ni qué estructura social nacía del sistema de los co­nucos. Oía estupendas lecciones sobre las personas físicasy jurídicas, pero nadie le hablaba de los tremendos proble­mas de raza, educación y sanidad que condicionan el des­tino de Venezuela. Por la noche, en su alcoba de estudian­te, escribía en su libreto íntimo un programa de Gobierno:"Protección para el que trabaja, queremos levantar de susruinas la industria y el comercio; queremos dar un impul­so gigantesco a la instrucción; favoreceremos la inmigraciónque ha de traer a nuestras playas gente robusta de cuerpoy espíritu que levante nuestra raza que decae o se estacio­na; tendremos ferrocarriles, construiremos carreteras, im­pulsaremos nuestras comunicaciones marítimas, para que pormar y tierra transite sin tropiezos la riqueza nacional. Adon-

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de no llegue la iniciativa individual, allí estará la del Gobier­no". Afuera ardía la noche tibia incitando al devaneo, a lapereza y a la facilidad, ignorando aquella vigilia única y te­náz.

Después va a Europa. Pasa en Ginebra unos años deextraordinario aprendizaje. Entonces sí ha encontradomaestros que le hablen de las cosas que él siente vivir. Con­curre a las facultades de ciencias económicas y sociales ycomienza a comprender el proceso de la historia de una ma­nera distinta a la concepción heróica de nuestra historia ofi­cial. Mientras aprende a penetrar las claves decisivas de laeconomía, curiosea en las vecinas dependencias de la Socie­dad de las Naciones y mira a los prohombres de la hora in­tentar la construcción de un nuevo destino para el mundo.

El momento es extraordinario y excitante. En todoslos pueblos se inician nuevas formas de vida. Walter Rathe­nau, personifica en Alemania un tipo humano que lo fasci­na. Asoma en su Italia paterna la totalitaria tentativa delfascismo. Observa, estudia, toma rápidas notas, y entre ra­tos mira hacia su Venezuela indiferente que parece exhaus­ta, sentada a la orilla del camino por donde pasan los otrospueblos hacia la conquista del poderío y de la felicidad.

Su tierra atrasada y perezosa lo hostiga y le duele co­mo una angustia física. Ya no tiene sosiego. Envía artículossobre la actualidad mundial llenos de un detonante entu­siasmo por la energía constructiva. Pasan y caen. Anota ensu cuaderno: "Será necesario aprender la actividad verdade­ramente eficaz, hacer pragmáticas todas nuestras potencias.Será necesario, sobre todo, hacerse una naturaleza realiza­dora, que haga las cosas, aun cuando las haga mal comeaconsejaba Sarmiento"

De Ginebra pasa a Londres, de Londres a Washington.En todas partes se le ve en las universidades, en los Congre­sos, en los archivos, estudiando estadísticas, memorias, lí­bros, cultivos, transportes, monedas, migraciones, buscan­do la explicación de la grandeza de los pueblos.

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Se prepara y se amerita para desempeñar mejor la granmisión que, en lo secreto de su corazón, le ha confiado Ve·nezuela. Parece querer contar con todas las armas para cuan­do llegue la hora terrible de encararse con la realidad y ven­cerla. Sus cuadernos de notas de lectura dan testimonio desu curiosidad inagotable. Copia al azar los títulos de algunoslibros que comenta o cita en una' temporada: "The earth po­pulation posibilities and the consequences of the presenterate of increase of the earth 's inhabitants". "Memoria delMinistro de Fomento de Chile". "Land Polícy", por C.L.Alsberg. "La política agraria en Italia", por A. Serpieri."L 'Amerique du Sud", por Pierre Denis. "Documenta furonished by the Bureau of Reclamations, Dept. of Interior.Washington". "Problemas de la Población en el Japón""Historia de la Civilización Ibérica", por Oliveira Martins."Aportación de los colonizadores españoles a la prosperi­dad de América". "Los trabajos geográficos de la Casa deContratación", por M. Puentes de Oleas. "Selección de Le­yes de Indias". "The coming of the white man", por HerhertIngram Pristley. "The colonization of North América", porH.E. Bolten. "The economic development of the BritishOverseas Emprie", por L.C. A. Knowles. "The new colonialpolicy", por H. Key. "Spain in América", por E. G. Bourne."The American Indian", por Clark Wissler. "Tropical Ho-

. lland", por H.A. Van Coonen. "The United States and thePhilíppines", por D. R. WilIiam. "Spain Overseas", por Ber­nard Moses. "The partition and colonization of Africa",por Sir Charles Lucas. "The dual mandate in British Tropi­cal África", por Sir F. D. Lugard. "The history of coloniza­tion", por Henry C. Morris. "La traite negriere aux Indes deCastille", por Georges Scelle. "L'Argentina", por G. Bevione,etc.

Estaba, como en el símbolo de los poetas elementales,tocando con desesperado llamamiento a todas las puertas,pidiendo auxilio para su aventura. Todas las formas del co­nocimiento podían servir para encontrar la clave. Como enel poema de Whitman, él consideraba todas las partes dignasdel canto.

Cuando al fin regresa a Venezuela ya está presto parasaltar sobre la presa. Ya tiene sólido el músculo, rápido el

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pensamiento y dura la voluntad. Conoce todas las formasen que puede presentarse el enemigo y la manera de ven­cerlo en cada una. Desde su aldea natal mira acercarse lahora decisiva en que va a entrar al escenario de la actuaciónpública. Tiene conciencia de la víspera que vive. "Llevo unavida campesina, dice en una carta, pero no tan salvaje comopudiera suponerse, y disfruto de una tranquilidad que nopodría ser mayor en otra parte. Es bueno aquietarse los ner­vios".

Son los años en que la crisis mundial se desborda sobreVenezuela amenazando arruinarla. Desde el extranjero élha visto aparecer los primeros síntomas, y con una trágica in­sistencia 105 ha estado anunciando en artículos, que casi na­die lee o que nuestros entendidos miran con cierta desprecia­tiva superioridad. Es el bachillercito ese que desde Ginebra odesde Washington pretende darle consejos a los potentadoscafeteros. Que se atreve a hablar de cosas tan absurdas y des­cabelladas como la racionalización de la producción, la diver­sificación de los cultivos, el establecimiento de granjas expe­rimentales, la creación de una sociedad de defensa del fruto.En el inmenso buque de la estulticia de nuestros latifundis­tas, él corre desesperado anunciando la catástrofe que se ave­cina. Los precios del café van a derrumbarse, la ruina se acer­ca espantosamente. El quiere despertar a los que duermen,alertar a los que no comprenden, pero es en vano, nadie pue­de ni quiere comprenderlo. Su solitaria angustia recuerda unaimagen de tragedia clásica. Tiene momentos dolorosos en quesu voz llega al grito. "Venezuela, cuya prosperidad dependetanto del café, debe seguir atentamente las iniciativas que setoman en otros países para establecer la industria cafetera so­bre bases científicas". "Una industria cafetera brasileña quemantuviera su prosperidad sobre la base de la técnica cientí­fica y de precios mínimos de producción, significaría la rui­na de la industria cafetera venezolana". "Nuestros hacenda­dos no parecen darse cuenta de los peligros que se preparan"."La necesidad de reorganizar nuestra industria cafetera debe­ría mover a los conductores de nuestro país al análisis denuestra agricultura toda entera, más todavía, de nuestra ente­ra economía nacional". "Que nuestros productores de café

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sigan el buen ejemplo que acaban de darles los de Colombia,Guatemala, Costa Rica y otros países. Pueden estar segu­ros de que en el porvenir la prosperidad no será un pre­sente, sino el resultado de su propio esfuerzo. La política delavestruz, de las manos cruzadas, no podrá sino ser ruinosa.En todo caso merecería que lo fuera". Cita cifras, alega ex­plicaciones, presenta fórmulas impresionantes, todo en vano.Cuanta amargura se siente en la simple frase que escribedespués: "La crisis ha llegado y ha sido ruinosa para to­dos".

Desde su retiro de Zea mira al organismo nacional pe­reciendo, indefenso ante las repercusiones de la crisis. Hayveces en que no puede contenerse, y saltando por sobre lamás elemental prudencia dice las tremendas verdades queya no caben en su espíritu. La publicación de su ensayo"El dilema de nuestra moneda" fué uno de esos gestos au­daces.

Al fin suena la hora. El Presidente Gómez ha muerto.El hambre y la sed venezolanas hallan vía libre para expre­sarse. Alberto Adriani corre a Caracas en aquellos días tu­multuosos, llenos por igual de incertidumbre y de esperan­za.

A poco, fué nombrado Ministro de Agricultura yco­menzó la terrible experiencia para la que había estado pre­parándose por más de veinte años.

Nunca podré olvidar la atmósfera de energía y deconfianza que se respiraba en su presencia. Tenía la vozmetálica y apresurada y cierta brusquedad en el tono quecontrastaba con su afable naturaleza. Cuando comenzó atrabajar en la administración pública lo hizo como un ham­briento. Quería multiplicar las horas y los días para rendirla labor que le había sido negada por tantos años. Corriente­mente pasaba diez y ocho horas en su mesa de trabajo.

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Pertenecía a esa extraordinaria raza de hombres tóni­cos que en su presencia contagian una fiebre creadora. Asu alrededor solo se veían gentes entregadas entusiastarnen­te a su labor.

Pronto pasó al Ministerio de Hacienda. Tal vez desdelos días de Santos Michelena, no se había sentado un hom­bre más capaz en el sillón de aquel Despacho. Quient's ve­nían a hablar con el Ministro se sentían un poco incomo­dados de encontrar aquel joven, algo tímido, pero al termi­nar la breve entrevista no les quedaba la menor duda de haber estado en presencia de un representante nato de la au­toridad.

Los vientres perezosos engordados en los privilegios,los qu-e se habían hecho una industria de las condiciones delatraso venezolano, veían con desconfianza y rabia aquel jó­ven Ministro que había estudiado tanto y de quien no se co­nocían debilidades. No osaban ni el soborno, ni el halago. Pe­ro sabían que en el Palacio del Ministerio, estaba encendidahasta altas horas de la noche aquella lámpara, como una luzen el puente de mando, y que de allí saldría una Venezueladonde no encontrarían sitio.

Comenzó la sorda y solapada reacción. Se alegaba quee-ra demasiado joven o demasiado inexperto. Se llegó a acu­sarle de comunismo, por gentes que no podían comprenderhasta qué punto su arraigada concepción espiritualista te­nía que excluir pi materialismo histórico. Los que no eransus enemigos por el temor de sus intereses, lo eran por eldaño profundo que le hadan la incomprensión y la estul­ticia. El no podía admitir que opinasen quienes no sabían;ni que se agitase sin un fin constructivo inmediato; ni queflaquease el principio de autoridad; y menos aún, que enun momento decisivo se perdiese el tiempo en disputashizant mas sobre temas ide-ológicos de poi ítica abstracta.

El conocía la historia de Venezuela y sabía cuántasveces los ideólogos, los imbéciles y los agitadores habían con­tribuido a perderla mucho más que los puros y simples bár­baros. Veía con temor crecer la amenaza de un retomo de

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la "vieja plaga" leguleya, palabrera y vacía. Perder el tiem­po le resultaba sinónimo de traicionar.

Por aquellos días convulsivos de manifestaciones y al­garadas circuló la peligrosa noticia de que el nuevo Minis­tt-o' de Hacienda pensaba reducir los sueldos y presentarun Presupuesto comprimido draconianamente. En horascreció en' tomo a su nombre una ola de amarga ímpopu­laridad,

En esa ocasión fuí a verlo. Acababa de publicar uncomunicado de prensa desmintiendo el tumor. Lo encon­tré inclinado en su escritorio cubierto de papeles. Afuerala batahola de los pedigüeños y los solicitantes se apretu­jaban'contra la puerta.

Me recibió con su cordialidad seca y cálida. Hablamosde la infame propaganda que se le hacía. Se encogió dehombros con indiferencia y me dijo mirándome de frente,con extraordinaria firmeza: "No estoy aquí ,por interesespersonales, ni por conveniencias egoístas, sino porque creoque puedo ser útil, y mientras crea que puedo ser útil. Cuan­do están en juego intereses nacionales no me arredran lasIesponsabilidades. No me contendrían murmuraciones, ene­mistades, ni calumnias. Estoy dispuesto a cumplir integra­mente lo que creo que es mi deber".

Tenía una idea romana de la autoridad. De su razaitaliana le venía, con el gusto hondo por la política, f'l cultodel Estado fuerte, No concebía que pudiera haber ningúnderecho contra el de la colectividad representada en el Esta­do, pero tampoco concebía el Estado como un instrumentode dominación al servicio de un hombre o de una clase, si­no al servicio de la mayoría nacional.

En veces ante la avalancha de sandeces que le llegaba,reía con risa nerviosa y decía por todo comentario: "amigomío, ante la imbecilidad hasta los dioses mismos son impo-tentes". .

Su pasión venezolanista no conocía regiones ni épocas.Lo mismo se trasladaba al problema y a la época de los horn-

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bres de la primera patria, como se preocupaba por la situa­ción futura del país; e igualmente proyectaba vastos planesde industrialización en la cordillera como hablaba con feinquebrantable sobre el provenir maravilloso de las altas me­setas de Guayana. Era de la raza de los fundadores de impe­rios, de esos hombres que viven para transformar y multi­plicar la vida circunstante.

La formidable perspectiva de todo el trabajo que ha­bría que realizar para llegar a transformar la' estructura e­conómica y social de Venezuela en lugar de arredrarlo loexaltaba. En veces hojeando un expediente se tornaba conllano regocijo hacia los que lo rodeaban y decía: "Mis ami­gos, aquí tenernos trabajo para cinco, para siete, para diezbuenos años".

Ni los caciques surgidos de una raza contemporáneadel Padre Orinoco, ni los hombres que a puro heroísmoganaron la Independencia, ni los descendientes de los másantiguos colonos, han sido venezolanos, de modo más fun­cional y sustantivo, que este hijo dp italianos.

El destino acababa de poner en sus manos la palancacon la que podría alterar el ritmo fatal de nuestra historia.La hacienda pública, cuya estructura arcáica contraría ycomprime la economía venezolana, iba a recibir la formi­dable renovación que haría de ella el instrumento de unavasta y decisiva transformación nacional.

Nuestros Ministros de Finanzas habían llegado a lagestión pública obsesionados por un simple criterio fiscalde aumentar los ingresos, constituir reservas y presentarcuentas excedentes. Poca o escasa noción tuvieron de lasmil maneras como el sistema tributario canaliza y dirigela actividad económica de los pueblos.

Para Alberto Adriani, por el contrario, lo esencial erala economía del país y solo concebía la estructura fiscalcomo un modo de dirigirla y servirla. Pensaba en un siste-

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ma de impuestos directos que libertase de las cargas a (al'clases menesterosas, imaginaba un sistema nacional d~>

crédito, pensaba en una moneda al servicio de las grandesnecesidades del paú, y no en el país al servicio de los caprichos de la moneda.

Iba a crear un nuevo concepto de la política presu­puestaria y hacer que el erario actuase como la sangre quenutre y fortifica metódicamente las partes vitales del orga-nismo nacional. .

Había comenzado febrilmente por levantar el inven­tario estadístico de la situación venezolana. Primero era ne­cesario conocer a fondo la 'realidad antes de emprender laenérgica acción salvadora.

Después vendrían los grandes planes de inmigracióny colonización. Millares de hombres blancos y agresivosque vendrían a establecer su salud, su energía, su capacidadde producir riqueza, su ideología y su moral en una patrialibre y feliz.

Llevaba cuatro meses apenas de plenaria actividadal servicio de Venezuela, de comenzar a revelar su formi­dable capacidad creadora, de tener en las manos el ins­trumento adecuado para comenzar la obra que por tantotiempo había meditado.

Salió del Ministerio en la tarde de un Sábado cualquie­ra. Había estado trabajando y proyectando como todos losdías. Al lunes siguiente fué encontrado muerto en su lecho.

La brutal violencia de su desaparición añadió amargu­ra a la infinita amargura de los que sabíamos todo lo quequedaba negado para Venezuela por aquella boca muda yaquellos ojos cerrados.

Fué un oficio de duelo y renunciación para las grandesy altas esperanzas. que habíamos tendido como velas sobreel presente venezolano.

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Los hombres rudos que luchaban en aquella hora con­tra las condiciones adversas de una tradición antieconómi­ca, los labriegos dI' las montañas, los pastores a caballo enlas soledades de la llanura, los navegantes de los ríos, loshombros modestos de la clase media, ignoraban la gran promesa que quedaba fallida con aquella muerte.

Del hotel trasladaron el cadáver a la sala de autopsiasdel Hospital Vargas, en cuya capilla quedó expuesto todoese día.

Para llegar a la Capilla hay que atravesar todas las vas­tas galerías del Hospital, repletas de dolor venezolano, deterribles ejemplos de pobreza y miseria de una raza quelangu idece.

Allí VI hombres y mujeres, más pálidos entre las blan­cas ropas del Hospital, subir las gradas del catafalco Ji con­templar a través del cristal aquella fría sonrisa que conser­vaba en la muerte. En sus rostros de gente pueblerina sereflejaba la compasión natural de quien mira malogrado unhombre joven que había alcanzado una envidiable eminen­cia. Aquella piedad inconsciente venía a ser como pi h o­menaje que rendía la Venezuela maltrecha, enferma y aban­donada el hijo insigne que se extingui("\ luchando 1'01' sal­varla.

Aquella fue la verdadera ceremonia nacional do susfunerales. mucho más qur- la solemne parada en pi Capit.o­ho , con mil Lirios, flores, ('1 Ejecutivo, las altas jerarqu ías,las erguidas bayonetas de los honores militares y la hande­ra tendida sobre el ataúd.

No era posible que quienes conocimos a Alborto Adria­m y estuvimos junto a él e-n las más hermosas horas de suesperanzada angustia, nos resignásemos ~a dejarlo quieto ysilencioso bajo su lápida blanca, y a permitir que el murrnu­110 de los filisteos fuese echando paletadas de olvido sobretan formidable fuerza do vocación venozolanista.

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Venezuela está en una hora del'lslva de su vida, casi enesa hora crucial en que los pueblos como los hombres hande responder a la pregunta de la esfinge, a la pregunta deldestino con la respuesta de vida o muerte Es hora de mirar señales y de oir voces dispensadoras de fe. En la pleni­tud de ese momento la fatalidad selló la voz de AlbertoAdriani.

Quienes no nos resignamos a perderlo, lo hemos idoa buscar en estos escritos dispersos y distintos donde haquedado un eco de su terrible lucha en busca de la verdady del camino. El libro que ha resultado carece de coordina­ción y de método libresco, pero es una obra orgánica, terri­blemente viva y suscitadora, capaz de llegar hasta el fondode las almas venezolanas para hacerlas dignas del tiempoque las aguarda.

No se ha apagado en estas páginas la viva fiebre en queardía la mano que las escribió, ni duerme al fin la perpetuavigilia de aquel pensamiento, ni ha encontrado reposo aque­lla pugna sin tregua por hallarle un sentido venezolano a lavida venezolana. La semilla de esa angustia y de ese comba­te está latente en este libro, suscitando nuevos soldados pa­ra esa admirable aventura que consiste en trocar la propiavida por la faena trágica del destino de un pueblo.

Este puñado de páginas, que de las manos yertas deAlberto Adriani hemos arrancado sus amigos, sus hermanos,esta obra verdaderamente agónica, en el sentido unarnunia­no y batallador, la lanzamos como un mensaje a los hombresen quienes, a cada minuto, está naciendo y muriendo Ve·nezuela.

ARTURO USLAR PIETRI

Caracas, 1937

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PARA UN RETRATO DE

ALBERTO ADRIANI

(De la Primera Edición)

A los hombres jóvenes de Venezuela, enmemoria de una juventud laboriou, leríapara cumplir BU tarea, contrafda"y hon...ta en el servlcíe com6n como (pi la irre·parable juventud de Alberto Adriani.

MARIANO PlCON SALAB

No puedo decir aun en el ensimisma.nliéntoy. ~t\lPRJ'emocional de que no me recobro, la admíiacióri qUe 'íet{í¡ljla carga fecunda de grandes esperanzas venezolanas qué todoshabíamos puesto en Alberto Adríani, Comí en su compaiíía

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(y este es mi ultimo recuerdo), la noche del 24 de julio, con­memoración del Libertador, día en que llovió mucho en Ca­racas y en que nos reunimos como cada semana a conversary divagar frente a aquellas pastas italianas y la botellita devino Chianti del Restaurante de Contestabile. El era todoel Señor Ministro, uno de los hombres más consideradosde Venezuela pero para mi continuaba siendo el compañe­ro de colegio, el amigo de infancia con quien sobre cual­quiera otra posición oficial nos unía todo el tiempo pasa­do, los episodios comunes de nuestra adolescencia, una a­mistad sin dudas ni secretos que no lograron destruir losaños ni las distancias. A veces él estaba en Ginebra o en Lon­dres o en Nueva York o sencillamente en Zea, Estado Mé­rída, trabajando las tierras de sus padres y yo vivía en Chi:le, pero nuestras cartas valían por largas conversaciones. Ytoda nuestra evolución mental podía seguirse en eUas conlas dudas, los análisis, las rectificaciones de todo hombreque piensa. Cuando regresó a Venezuela en 1931 pasó porCaracas y algunos personajes oficiales rondaron en tomo su­yo para ofrecerle algunos puestos decorativos en RelacionesExteriores. En el extranjero había medido -y a veces era neocesarlo salir de Venezuela para tener una perspectiva exactade la tiranía-, todo el horror del gomecismo. Dedicó una tem­porada en Washington a estudiar la Economía latino-america­na en las estadísticas y documentos oficiales del Gobiernonorteamericano, y ya tenía una idea exacta de como debíaprocederse para convertir nuestra pobre Economía encade­nada en una Economía autónoma. "Pero con esta gente ra­paz e ignorante no se puede hacer nada" escribía en 1931. Apesar del gran peligro que comportaba no aceptar un puestoen aquellos días oprobíosos del "Jefe Unico", Adriani se fuéa Zeae internándose más en la montaña, empezó con verda­dero tesón 'atrabajar unas tierras del Alto Uribante.Desde allíme escribió una carta magnífica. El sentía como César, cuan­do leía la Vida de Alejandro Magno, la tragedia de que ya sehabí2in echado encima los treinta años y todavía no había ac­tuado ~ contemplaba con indignación patriótica y con protes­tá de hombre culto, lad.es~cción de nuestra nacionalidadpor una bandada de hombres ignaros y doctorcitos incapaces;pte4ía todo el dolor del atraso venezolano, y hasta como' pe­~ueño agricultor -él era en ese momento pequeño agricultor-

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vivía como propia la desolación del campo venezolano: elcosechero víctima de su rutina y esclavo siempre del comisio­nista, y el pobre pueblo labriego, analfabeto y enfermo, cu­ya vida sin historia apenas se marca por los sucesos meteo­rológicos: las lluvias que cayeron en el mes de Mayo, el vera­nito de Diciembre. Pero, en todo caso, había que esperar;estudiar, informarse, hacerse más fuerte y más libre, hastaque el tiempo estuviera maduro.

Recuerdo que le contesté aquella carta acordándome deBismark, cuando un joven altivo, lleno de energía pero incon­forme con su tiempo, resuelve internarse un día de 1847 enuna granja de Pomerania. Ya conoce el mundo y la sociedadde las grandes capitales y todo ello le parece inútil, falso, po­drido. El se siente capaz de transformar las cosan pero no estodavía el momento. La naturaleza -hasta ahora él ha descui­dado un poco la naturaleza-, le puede enseñar tanto como loslibros Y un campo bien sembrado de patatas; un campo queen una mañana de primavera aparece todo alborozado de tré­boles nuevos, es mucho más hermoso que aquellos salonesde Viena o de París por donde el jóven aristócrata prusia­no ha paseado hasta ahora su Juvenil fastidio.

"La corte gasta y temmiza a sus hombres" piensa Bis­mark; y no desea ser en una época más ruda y afirmativa quepide realidades tangibles, uno de lus tantos Von Bismark queestuvieron en la Corte. Anhela ser .y se prepara para Iograrlo-,una voluntad actuante y enérgica sobre las cosas.

Si en aquel momento de 1931 yo comparé el retiro deAdriani en Zea con el de Bismark en Pomerania, era porque¡-l estaba Ilamadu a ser en nuestra tierra el gran estadista crea­dor, el hombre que lleva su verdad y su destino definitivo porsobre toda otra contingencia; por sobre las tumbas, adelante,como decía el verso goethiano. Le conocía bien y sabía quesu inteligencia y su honestidad estaban a prueba de cualquiertentación y desliz ; que era orgánicamente virtuoso (no en elsentido de los incapaces o de los anémicos), sino en la tempe­ratura alta de la probidad, del sacrificio, de la voluntad proba­da como la mejor flecha.

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Por eso, cuando con la delicadeza de una amistad de tan­tos años, quiero ahora evocarlo más que el hombre públicoque en menos de seis meses de gobierno hizo tanto, pero noalcanzó a hacer todo lo que se había propuesto, me viene y seme presenta a la memoria el retrato del hombre privado, delAdriani íntimo que seguramente apenas conocieron -(pues élse empeñaba en decir que era un provinciano y un' campesi­no en Caracas}, las gentes que acompa.íiaron su cadáver eldía 11 de agosto. Y en pocos hombres ví esa coincidenciaentre lo privado y lo público; esta admirable armonía vitalque prefiguraba el gran papel histórico que le correspondíaen la actual resurrección de Venezuela.

Mi primer recuerdo y conocimiento va a un joven de16 ó 17 años que estudiaba su bachillerato en Mérida allápor 1916 y de quién los muchachos sabíamos hacemoslenguas en los escolares corrillos de la Plaza Bolívar. -Leeen francés, inglés e italiano y no lee precisamente novelassentimentales ni aventuras de cowboys. Posee unos atlasalemanes de Geografía Económica y conoce bien lo queproducen las principales potencias del mundo y cualesson sus recursos. En las clases de Geografía, avergonzan­do a esos profesores frecuentemente malos de la Provincia,puede seguir la ruta del Transiberiano llegando hasta eldistante Wladivostock en el Pacífico. Y esa complicada ofen­siva aliada en los Dardarrelos nadie la sabe seguir y explicarmejor que él. -Pregúntele a Adriani quién ganará la guerraeuropea. De los diez o quince mil habitantes que tendríala ciudad de Mérida, este muchacho rubio, un poco soli­tario pero de quién todos dicen que es el mejor y el másinteligente, sólo él podría contestarlo. Cuando le conocí,sin que ello fuera obstáculo para que hiciéramos una ex­cursión, y la termináramos infantilmente comiendo unosdulces, él me habló de sus preocupaciones filosóficas. -¿Erayo idealista o materialista?- porque uno de mis tíos era so­ciólogo positivista y había enseñado las doctrinas de Spen­cer, -con algún escándalo de la Curia, en la Universidad- yoen aquel momento estaba leyendo una obra de Sir JohnLubbock y otra viejísima de Blüchner titulada "Fuerza ymateria".En uno de esos libros había encontrado dos sen-

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tencías de no sé que pensador antiguo -Séneca o Luciano-i,sobre la muerte: "No hay nada después de la muerte y lamisma muerte no es nada". "Tu preguntas donde están lasalmas de los muertos? --en el mismo sitio que estaban an­tes de nacer".

Toda mi infantil filosofía se deshizo en aquella pri­mera conversación con Adriani. Los libros que yo leía enopinión de él, eran sumamente viejos. Ese materialismo oron­do y satisfecho del siglo XIX, ese materialismo que preten­día haber destruido todo misterio y ofrecer al burgués denuestra época un mundo perfectamente mensurable y clasi­ficable, ahora está en bancarrota; era demasiado simplistay grosero; y a medida que avanzaban las ciencias positivas,el límite de lo conocible se iba haciendo más vasto. Ata­mos, moléculas, ele-ctrones. Y sobre todo -advert ía mi ami­go- existe una Vida espiritual que no está enteramente suje­ta, como pensaban aquellos mate rialistas , a lo fisiológico."io es posible creer ya en un paralelismo psico-fisiológico,tan rígido, como el que prentendían haber determinado losmaterialistas de 1l:~50. -Pero yo no tengo vocación especialpara la Metafísica, porque prefiero la acción, me dijo Adria­ni En no sé que lectura él hab ía encontrado una frase deLeibniz y quería tornarla como lema: "La Vida es obras,es acción".

1920 nos encuentra en Caracas en una modesta casade estudiantes que hemos arrendado y toscamente amobladopara librarnos de la sopa clara y de la carne demasiado correo­sa de las pensiones baratas, en el puco aristocrático barrio deCano Amarillo. Humo: las chimeneas de algunas fábricas,los silbatos angustiosos del Ferrocarril de La Guaira, el oloracre de algunos depósitos de cafe. Pocos días antes de insta­larnos en la económica morada, había ocurrido en la casa inrnediatamente contigua, un espantoso crimen de un mucha­cho español, recién emigrado, que asesinó a su padre y a laamante de su padre; horrible y espeluznante circunstanciaque nos permitió que el dueño por razones de la trágica ve·cindad, nos rebajara cincuenta bolívares en pi cánon de arren­damiento, Lo que primero adquirió Adriani fue una sillade extensión y un estante de libros. La silla de extensión

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-nos lo advirtió- no es ninguna voluptuosidad especial si­no resulta absolutamente recomendable para leer con pro­vecho; y reposar las cosas leídas. Por esos días llegaban aCaracas los libros amarillos de la Colección la "CulturaArge-ntina", dirigida por José Ingenieros, que nos permi­tieron latinoamericanamente a varios muchachos, conocery apreciar la tradición histórica de aquel país que análogoa nuestra Venezuela por la Geografía, pudo convertir suspampas en granjas, vencer el desierto y situarse decidida­mente en el camino de la vida moderna. Esos libros nospresentaron con su propia lengua y en la agitación de suescenario histórico, vivos y palpables, aquellos hombresque como Sarmiento y Alberdi no habían sido para noso­tros hasta ese momento, sino próceres llenos de adjetivos.

Adriani intuía la necesidad de un pensamiento venezo­lano un poco pragmático, un pensamiento que fuera comootra forma de la acción, donde se esclareciera la oscura y turbulenta realidad de nuestro país, desconocida, velada, PI1­

tre UI1 manto adiposo de retórica y de literatura superflua.Universidades y escuelas excesivamente literarias y palabre­ras; intelectuales que eran dóciles escribanos de la bárbaratiranía gomecista, una carencia absoluta de estudios tecni­cos, la espontaneidad plañidera de nuestros -poetas erigidaen sistema artístico, abandono, improvisación, desarraigodel medio, era el balance de nuestra inteligencia venezola­na. y de pronto, desde el propio pasado de América, escu­chábamos aquellas voces tan criollas, tan aplicables a larealidad de Venezuela, de Sarmiento y de Alberdi que ha­bían conocido circunstancias como las nuestras: tiranos, de­siertos, barbarie, pero que a diferencia de nosotros, tuvie­ron la decisión de vencerlas. Este es el verdadero hombrede América dijimos, cuando entramos en relación con elcejijunto Don Domingo Faustino. Después de Bolívar nosparecía la pesonalidad más recia y más útil plasmada porla tierra americana. Periodista, pionner, maestro de escue­la. Así tomaba su pico de minero como salía al galope ensu caballo unitario -pues todos los que estaban contra eltirano Rozas eran unitarios-: , o escribía un método de es­critura y lectura por el novísimo método de Mr. HoraceMann. Y todo el tumulto de América cabe en su ancha

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prosa. A veces, cuando escribía un poco bárbaramente,contra Garcilaso ~omo placía decirle a nuestro ponde­rado Don Andrés Bello- uno se imagina que está talando unbosque. Sarmiento más analítico, más narrador de bellashistorias: Alberdi más sintético, economista nato -uno delos poquísimos economistas que ha producido la AméricaLatina. Mis preferencias estaban por Sarmiento; las de Adria­ni por aquel estilo un poco enjuto pero lleno de claridades,cargado de verdades americanas, de Don Juan Bautista Al­berdi.

-Tú debes ser el Alberdi de Venezuela, le dije un día.Tú, como Alberdi, en el año de gracia de 1852, debes escri­bir las "Bases" de nuestra nueva República. Contra la Re­tórica y el floripondio que nos han escondido tanto tiempola realidad venezolana, hay que inventariar allí -como lo hi­zo Alberdi en Argentina, hace tantos años- las posibilidadesde nuestra existencia nacional, crear una técnica, imponerun orden-- que no es el orden sepulcral del gomecismo, elorden del "plan de machete", sino el orden de la inteligen­cia creadora.

En estos años (1920-1921), en Venezuela se habla depaz; "El Nuevo Diario" escribe este sustantivo con mayúscu­la, pero es la paz de la boa que duerme después de engullir;la paz animal del instinto gomecista hecha de astucia, de e­goismo y de rapacidad.

¿Qué hacer? Leopoldo Ortega Lima, un gran amigonuestro, un muchachón en que ardía la llama de un destinoheroico, decidió -pobre estudíante-:-, hacer la revolución.Lo llamaban desde el fondo del tiempo unos Ortegas y unosLimas que en el matorral bravío de nuestras guerras civilesse jugaron la vida con la apostura y del desprendimientode viejos venezolanos. Y de su pensión caraqueña donde,entre el Derecho Romano de Monsieur Gastón May y los li­bros de Ingenieros y de Bunge se juntaban los planes utópi­cos que Leopoldo habría trazado para reformar el país,partió nuestro amigo en busca de la gran aventura. Cayó pre­so, naturalmente. Lo sacaron de la Rotunda ya tuberculoso.y semimoribundo (porque no había perdido el humor) en-

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treteniéndose en remedar los diálogos que sostenía con sucabo de presos, un tachirense de San Antonio del Táchira.Leopoldo era valenciano, y encontraba divertida aquellaenérgica parla tachirense donde se duplicaban las eses, ydonde ciertas palabras caían como machetazos. Si educára­mos a este pueblo nuestro, concluía diciendo Leopoldo. Esecabo de presos me molestaba no por andino, sino porque nole habían enseñado otra cosa. Se fué Leopoldo a convalecero a morir -rnás bien---, en un campo de los suyos, en los al­rededores de Valencia. Unos días después, en medio del si­lencio gomecista, porque pronunciar en público el nombrede Leopoldo era casi un delito y evidentemente un peligro,supimos su muerte. Desaparecido ya, siguió siendo un con-otertulio de nuestros diálogos. -"Cómo decía Leopoldo","Que hubiera pensado Leopoldo", eran frases que nos ata­ban como deberes cuando denso aleteaba y se detenía cercade nosotros la viviente tragedia venezolana. Pobre juventudla nuestra que no tenía otra evasión que el aguardiente malode los "botiquines"; el trueno con las mujerzuelas, los versi­tos lacrimosos que salen en la primera página de "El NuevoDiario" y si se exceden en el pensar o en el hablar, los grillosy los tortoles de "La Rotunda".

De América, de la América Latina que nosotros sentía­mos una en el gran sueño y en el gran compromiso boliva­riano, nos llegaban de pronto noticias de grandes cosas:la reforma educacional que Vasconcelos realizaba en Mé­jico; el movimiento de las juventudes de Córdoba, en Ar­gentina que habfan renovado su Universidad y pedían laincorporación de la juventud a la vida política y culturalde su país; el Congreso de estudiantes de la Gran Colom­bia que debía celebrarse en Guayaquil y del cual se le dijoa Atilano Camevali, por boca de un funcionario gomecis­ta, "que si algún venezolano asistía no esperara retomaral país".

Pero según Adriani, esa revolución contra la estúpidatiranía era necesario realizarla primero en nosotros "Gómezes, de cierta manera, la consecuencia de un estado social".Gómez manda porque nosotros hemos sido la indisciplina,la improvisación, la guachafita. Górnez es el gran culebrón

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que vino a gobernar sobre las ranas cuando estas pedían máapoder, según la fabula clásica. Muchos muchachos románticospiensan que se tumba a Gómez después de beber unos tragos,buscando camorra a un policía y apareciendo en la Plaza Bo­lívar al grito de "Abajo la tiranía". Este es un problema depreparación, de orden, de disciplina colectiva. "Antes de ha­cer la República debemos hacemos nosotros porque todavíano somos". Y para "hacerse" Adriani partió para Europa undía de 1921.

Esta ciudad de Ginebra, sede la Sociedad de las Nacio­nes, era en aquellos inquietos días de Post-Guerra, una espe­cie de microcosmos, de síntesis de nacionalidades y de co­rrientes políticas. Por las avenidas, a la orilla del Lago, solíaaparecer el sobretodo arrugado de Monsieur Arístides Briandfumando su "Céltique"; mal vestido, caviloso, con la enormecabeza gravitando sobre los hombres, y encendido de fuerzaespiritual, como los mejores franceses. Aparecían los delega­dos de esos países nuevos surgidos después del Tratado deVersailles: Polonia, Yugoeslavia, Checoeslovaquia. Personali­dades políticas como Benes o Titulescu. -Ese viejo de barbablanca y de oscuro ojo levantino, ojo que es adivinación yperspicacia, se Uama Venizelos, el creador de la política griegamoderna. Y, frente a las grandes personalidades, otros hom­bres no menos interesantes: redactores políticos de grandesdiarios; peritos en Economía, Sanidad o cuestiones adminis­trativas, todo el equipo de esta inteligencia técnica con queEuropa esperaba salvarse después del desastre de los cuatroaños. Colman las pensiones y hoteles de Ginebra; los cafés,las bibliotecas, las cervecerías. Aparecen también otras gen­tes que son en sí mismas verdaderos problemas de DerechoInternacional: emigrados rusos que con su pasaporte "Nan­ssen" de la Sociedad de las Naciones desean afrontar estatragedia de la nacionalidad que perdieron; príncipes y prin­cesas y falsos príncipes y falsas princesas que por 1l\S buenasgestiones de Monsieur Albert Thomas, uno de los directoresde orquesta de aquella exposición internacional, desean co­locarse y fijarse en algún sitio del ancho mundo.-En las ca­lles de Ginebra se están vendiendo constantemente por hom­bres sospechosos, los collares y los aderezos de la princesaTatiana. Yesos emigrados rusos, tan parecidos a los sura-

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mericanos en la fantasía, siempre cuentan una extraordina­ria historia.

Buen lugar, apasionante encrucijada del mundo, para unhombre de veinte años que quiere estudiar Economía, por­Ieccionar los idiomas extranjeros y entrar en contacto con losproblemas de la Política moderna. A pesar de estas gentescosmopolitas que ahora la pueblan, Ginebra continúa siendola ciudad un tanto calvinista y algo aburrida donde llueve confrecuencia, donde las gentes estudian, y como Rousseau,como Amiel, los grandes ginebrinos, desmenuzan y sutilizansus conflictos morales. Hay una revista paneuropea, "LaRevue de Genéve", dirigida con el mejor espíritu internacio-.nal por M. Robert de Traz, y cuyos artículos comentados ymarcados, son los primeros mensajes que Adriani me envía desu nueva residencia. Concurre ala Universidad y frecuenta losdebates públicos de la Sociedad de las Naciones, Con unaavidez de conocimiento observa los hombres, las institucio­nes. A propósito del Delegado chino a la Sociedad de lasNaciones en aquel año 21 ó 22, que se destacó con ex­cepcional inteligencia en los más complicados debates políti­cos, me escribe una carta curiosísima sobre la psicología delos orientales; sobre lo que puede significar el misteriosoOriente en una nueva y próxima etapa de la Historia moder­na. En Alemania, después de los años terribles de 18, 19 Y 20ha aparecido un político de genio: Walter Rathenau. Graneconomista, gran escritor. Las ideas mas caras a Adriani sobreel Estado, sobre el deber y la disciplina social, se expresan porla boca de este gran judío que es en ese momento --comodesmintiendo la oscura irracional filosofía racista-, el intér­prete conmovido y emocionado de todo un pueblo. (Escribesobre Rathenau un magnífico artículo titulado "La Alema­nia actual y Walter Rathenau") que debe haber quedado per­dido en algún número de la revista "Cultura venezolana". Enla Venez'liela gomecista no sabían leer estas cosas. Todo loque nos era desconocido en la ignorancia y el hermetismopolítico que sufría nuestra pobre patria, se nos revelaba enla prosa de Adriani: la política y economía de masas, la téc­nica al servicio del Estado, la aguda revisión que su fría enEuropa el liberalismo económico.

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No sé si fue ese excelente diplomático venezolano, hom­bre cordial y caballeroso que se llama ·C. Parra Pérez, el queconsiguió para Adriani un puesto entre el numeroso perso­nal extranjero de la Sociedad de las Naciones. Aquello lesignificaba completar de manera práctica las cosas que lehabían enseñado los libros. No es que él se hiciera en aque­lla Europa cansada que sufría aún las consecuencias pato­lógicas de la guerra, demasiadas ilusiones sobre el ideal wil­soniano y sobre la eficacia ejecutiva de la institución de Gi­nebra. Pocos son los pueblos europeos -me decía en unacarta--, que como la Checoeslovaquia de Masaryk, han sa­bido organizarse siguiendo las lineas claras y humanas deuna concepción jurídico-filosófica; en la mayoría prevale­ce el egoísmo, el interés de lo inmediato, el exhibicionis­mo del prestidigitador que se suele llamar político. Peroen esta Casa Internacional de Ginebra hay excelentes ar­chivos y noticias; se va elaborando, a pesar de todo, el De­recho y la Economía de Jos nuevos Estados. Y entre susleyes de trabajo, boletines estadísticos, reformas agrariasen los paises de la Europa Central o Sur Oriental, é] pasasus horas. De tiempo en tiempo, un corto viaje por Italia opor Francia. ~ tanto entusiasmo como las obras de artey los museos le suscitan aquellas obras no menos grandio­sas de la técnica moderna. La -agricultura en el Piamonte,la industria en la Lombardía. Patriota, piensa en las caí­das de agua y la riqueza hidro-eléctrica de Venezuela com­pletamente desaprovechada. En uno como sueño de patriafutura piensa que el paisaje de Mérida, en nuestros Andes,se parece por ejemplo, al de Turin o Milán; y nuestro Chamaandino guarda tantos caballos de fuerza como el Po. Te­nemos carbón, petróleo, hulla blanca; y la unidad nacio­nal --e] nuevo hombre venezolano, libre ya de todo rencorregionalista, dispuesto a la creación pacífica- podría for­marse acaso en aquellas tierras altas de Guayana, gran es­peranza, misterio maravilloso, sobre nuestro mapa vene­zolano. La prosa de sus cartas, tan precisa de datos y no­ticias, se alumbra de pronto con entusiastas visiones. "Sise pudiera vencer la incuria y la ígnoraneía de esos hombresimprevisores que en estos años de despilfarro y servidum­bre gomecista, pretenden dirigimos. Venezuela es entoncesun estado fuera del mundo; una factoría de petróleo ex-,

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traído por brazos esclavos. Gobiernan los más incapaces ylos peores". Y el ambiente de Europa, los duros inviernosque imponen los fuertes ejercicios físicos u obligan a estu­diar junto a la chimenea, le van templando la voluntad pa­ra aquellas lejanas "empresas. En la Ginebra de ese tiempose está realizando la educación de un estadista.

En 1932. yo vivo en Chile horas de prueba y de pobre­za. S~ había cerrado aquella casa estudiantil y caraqueña deCaño Amarillo y nos dispersamos a buscar ,nuestro propiodestino. Me gano la vida vigilando muchachos en un colegio,haciéndolos formar, desfilar, computando -cosa que me esbastante desagradable-, sus faltas de conducta. Como los pe:sos chilenos son escasos, hago de colaborador y repórter enuna empresa de publicidad, en un diccionario Biográfico,uno de esos "Who's who" que se escriben para satisfacer lavanidad de gentes que quieren pasar a la Historia pagando laentrada. A todos estos futuros próceres de la inmortalidad,los entrevisto para inquirir y escribir su maravillosa biogra­fía. Cuando hay juventud y humor resulta soportable todapobreza. El propietario de la obra cambia por 'Pesos mis adje­tivos. En los ratos libres estudio Pedagogía y me doy tiempopara concurrir a ese Pedagógico de Chile, tan cordial, dondesiempre se encuentran bajo la atmósfera sencilla y calurosade la hospitalidad chilena, tantos hombres y tantos rostroslatino-americanos. En ese tiempo las cartas de Adriani eranmi tónico más fuerte. Que hubiese dejado aquel Derecho Ro­mano que estudiábamos en Caracas por la Pedagogía; que mepreocupara de observar el movimiento social y político deChile, 'entonces apasionante, que hubiera impuesto al travésde los reveses, un plan a mi vida, eran cosas que merecían suestímulo. Y juvimos entonces un proyecto que nos daba es­peranza de trabajar, de adiestramos para un tiempo que seiba haciendo cada vez más lejano. "Celebro que hayas orien­tado tu vida por otros caminos que no son los usuales enla juventud venezolana, me decía en una carta. Y espero quecuando pasen estos amargos días y empiece a renacer Vene­zuela, nos encontremos para una empresa común, como porejemplo un periódico moderno, que contribuya a crear la pa­tria futura".

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];;"j¿b::unos a1~nas veces de escribimos cuatro o másmeses, pero un buen día necesitábamos hacer el inventario delo que habíamos hecho y pensado, de las rectificaciones quele habíamos impuesto a nuestra conciencia, y entonces secruzaban cartas de ocho a diez páginas. Las de él estabanfirmadas en Londres, en Washington, en Zea, Estado Mérida;yo, más sedentario, apenas cambiaba en los veranos algunoslugares y nombres de la Geografía administrativa de laRepública de Chile.

y damos vuelta en el calendario a esos años 25, 26, 27,28, 29, 30 en que ocurren tantas cosas en el mundo menosen la Venezuela de Juan Vicente Górnez. En 1928 hubo unterremoto en Cumaná y una sublevación de estudiantes.

¿Caerá Gómez? -¿Se morirá de viejo? Pero él era ya elgran faraón momificado e insensible en aquel hipogeo cerradocon muchas piedras y muchas llaves, que se llamaba el "régi­men de Diciembre"; el régimen de la "paz y el trabajo", co­mo le decían sus periodistas. Los escribas le cuentan los mi­llones y los rebaños; él recibe su plata, la guarda, y nuestropueblo moreno sigue arrastrando aquella existencia monóto­na, sin esperanza, condenada al silencio y la hipocresía. ~ ¿Mequiere mi pueblo? se preguntaba el déspota. -Tal vez, por­que los que no me quieren, están bien guardados. Los jóve­nes los de movimientos estudiantiles del año 13, del año18 ya empezaban a encanecer o a engordar, o eran cruda­danos sumisos, flotando apenas en las aguas muertas de aque­llos días sin ilusión ni anhelo. Un materialismo terrible co­rroía los hombres y las generaciones. Aqui no hay valores es­pirituales; jerarquías, doctrinas, ideas, eso por lo que se ufa­na y combate la juventud del mundo. Los hombres se dividenen los tontos y los vivos: tontos son los que piensan que Gó­mes es mortal y que en esta azotada tierra nuestra podrá edi­ficarse un régimen más justo y más sano; vivos son los quedespués de las visitas a Maracay cambian sus marcas de auto­móviL- ¿Qué hay que estudiar, prepararse, mirar a este enig­mático pueblo nuestro cuyos oscuros ojos se están cargandoya de preguntas: que ha resistido con su-arpa y su papelón, susombrero de cogollo y sus cotizas, este sistema de arbitrarie­dad, este gobierno de jefes civiles, de látigo y de peinilla, peroque a16>'Ún día inquirirá si no se puede estar mejor, y si no tic-

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ne también derecho al alfabeto y la cultura, a la tierra genero­sa acaparada por una docena de varones bárbaros? De los ma­cizos muros de las cárceles gornecistas, en el silencio de la altanoche, suele venir eJ grito de los hombres torturados. - Uno,dos, tres. La guardia hace su ronda y los látigos restallan so­bre las espaldas frías de pavor. ¿Quién los escucha? Para elmundo civilizado el régimen de Gómez es también un régi­men civilizado. Los diarios todos los días cantan la mismacantinela: "La paz, la riqueza, el Benemérito". y hasta enel extranjero hay grupos revolucionarios tan absurdos queno ven en este dolor, en esta lamentable etapa histórica,sino un pleito casero, un problema regionalista: -Venezuelaestá mal porque gobiernan los andinos-se dicen éllos-. Las.cosas se arrer''urán cuando dominen los caraqueños. Caraque­ños, andinos y orientales, todos van pasando por esta especiede pesadilla trágica y grotesca, por este sueño de veinte y sie­te años de que Venezuela, la Venezuela de Bolívar retardabaen recobrarse.

1930: El centenario del Libertador. (Ya conocemosesos centenarios. Valenilla y Arcaya, los sociólogos ofi­ciales, pronuncian discursos en que las guerras y los hé­roes de la Independencia, .son como el antecedente nece­sario de Juan Vicente Górnez. Bolívar y Oómez. Uno co­mienza el ciclo y el otro lo cierra. Y entre los dos, estamoslos venezolanos esperando). Pero en este 1930 hubo otronúmero del programa. En el momento en que se iniciabala gran catástrofe económica mundial, el prudente econo­mista que se llama el General Gómez, decide pagar la deu­da pública de Venezuela. El hubiera podido invertir conmás tino ese dinero en obras reproductivas dentro del país,y prevenir la-crisis y la cesantía que no se rigen por la volun­tad del Benemérito, sino por las posibilidades de un mundoproductor y consumidor, pero en tal caso esa medida noserviría para la propaganda exterior del régimen. "Que losextranjeros piensen bien de nosotros aunque nos falte tra­bajo, sanidad y escuelas". Ahora puede circular en los pe­riódicos del mundo entero una noticia venezolana. Y cuan­do en el extranjero decimos que somos venezolanos, se nosmira con gran curiosidad. como tratando de determinar si

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somos personas o somos entelequias, y se nos dice: "Ah,el señor es del país que pagó la deuda". No conocen nues­tra cultura ni nuestra tradición histórica; están sordos paranuestra tragedia, pero resalta aquel hecho que la ubicua Uni­ted Press difundió donde quiera: Venezuela pagó su deuda.

Es entonces cuando en un pequeño pueblo del EstadoMérida, Alberto Adriani se convierte en el testigo y el críti­co implacable de nuestra Economía. De la misma manera queRazetti cuando afrontó el problema biológico de Venezuela,y al colocar unas al lado de otras varias columnas de cifras,puso en evidencia nuestro estancamiento demográfico; aAdriani también le basta la elocuencia de los números. Conla crisis descienden bruscamente los precios del café. -"Ge­neral le habían dicho a Gomezv r-los agricultores de Vene­zuela ya no soportan más. El café no costea sus gastos deproducción". Y el Benemérito no encontró mejor remedioqur- repartir un poco de dinero fiscal entre los productoresende-udados. Gran noticia, suprema munificencia del Jefp,que merece los más gruesos títulos en "El Nuevo Diario".Los agricultores de Venezuela deben agradecerle directamen­te a Górnez por medio de un telegrama cuyo modelo y cuyaretórica les imponen los jefes civiles por aquella prueba dI'magnanimidad. En los artículos que escribe Adriani se han'la crítica prudente del sistema de auxilios. No imponer lamendicidad obligatoria y trocar los agricultores en mendi­gos que agradecen la dádiva, sino producir y saber qué vamosa producir, es lo que necesita la Economía venezolana. El es·tudia el proceso de la Agricultura mundial, y dI-' las cifras ylos cálculos estadísticos, desprende las líneas de una nuevapolítica agraria. Abarca al mismo tiempo en un inventariolleno de datos y de verdades, lo que se llama la "legendariariqueza venezolana". Porque, precisamente, uhora estamospobres y lo que tenemos no es nuestro, sino extranjero, hallegado el momento de empezar a crear una economía nacio­nal. Elocuentes de números y dialéctica, estos artículos queaparecen en periódicos de provincia saben conquistar y lle­gar hasta la Capital. "Lo que ha escrito este mozo Adríanies un poco escandaloso pero implacablemente cierto". Ypor su veracidad, y porque las verdades se convertían enton-

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ces en protestas, el nombre de Aberto Adriani fué en aque­llos días de un posible candidato a las cárceles gomecistas.

Para evitar tan peligrosa candidatura, Adriani hizo en­tonces un viaje por Colombia. Y en la nueva política econó­mica colombiana, infinitamente más sensata que la nuestra,él veía como una corroboración de sus doctrinas. "Colom­bia asciende en población, en vialidad, en recursos económi­cos, mientras nosotros descendemos" -me decía en una car­ta-. Y esta es la consecuencia de los veinte y tantos años dela paz decembrina. Hay que esperar que el viejo caimán apos­tado en el caño inmóvil de nuestra existencia nacional con­cluva de morirse; morirá de hartura, Entretanto. no se pue­de pasar, avanzar, hacer nada. No es sólo la crueldad y la rapi­ña el mal de aquel régimen; es la ignorancia, la incuria, la es­pantosa vejez y momificación de los hombres y las ideas.Venezuela se asfixia como bajo una compresora y enormecampana neumática. Nada puede volar ni expresarse en estecomo desierto lunar, sin atmósfera. Aquí no hay interés porconocer, aprender ni renovar nada. Y si Edison o Marconifueran nuestros compatriotas y hubieran enviado a Maracaysus máquinas y sus inventos maravillosos, no merecieran del"Benemérito" otra respuesta que su habitual: "He recibidoy en cuenta. Ajá". Es decir: no me moleste con sus ideas deprogreso: déjeme robar y agradézcame que todavía Ud. vivey está libre.

Ahora estamos en Caracas bajo este Febrero lleno deesperanzas de 1936. Los venezolanos abren de nuevo los ojos,estiran los músculos jubilosos y miran al día -tan bello-,después de un largo sueño. Del fondo de los años brota otravez el entusiasmo y todos quieren ir con esa Venezuela quenace, en la emoción y la fe colectiva. Pasó el gomecismo consus cinco lustros de oprobio, y puede ya pensarse en crearuna nació~. Comparece el pueblo venezolano ansioso de reve­larse y de surgir. Son días que recuerdan en la temperaturacaliente, de las almas, en la efusión de los rostros, en la Espe­ranza y la Fe, multánime que desfiló por las calles de Cara­cas la tarde del 14 de febrero de 1936. aquellos días muy le­janos de 1810 en que unos colonos de una pobre coloniade América, descubrieron el significado de la palabra Li-

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bertad. y para conocerla otra vez en la tierra de Bolívarhan venido por todos los caminos, gentes, venezolanos:que estaban dispersos en el mundo.

En una pieza de un hotel de Caracas converso con Al­berto Adriani. Salvó de estos años de prueba un tesoro in­valorable: el entusiasmo y la juventud. Se vino de su retiroprovinciano, y aunque los días eran febriles, no olvidó suspapeles y sus fuentes de información. Hasta ~a esta piezade hotel no dejaban de llegarle sus revistas inglesas y laspublicaciones sobre Economía. Y a pesar de todo, y cuan­do pI hombre está solo, viene bien la compañ ía de un clá­sico. El no amaba esa literatura pura en cuya busca de for­mas sin contenido, malgastó tanto tiempo la juvented de mipaís. Los viejos historiadores, los pensadores políticos, loshombres de acción que con un poco de desengaño escribensus memorias, enseñan bastante sobre la naturaleza humanay sobre ese extraño juego y conflicto de voluntades que sedenomina la Política. Y un economista -él muy bien lo sa­bía-, no es sólo un hombre que maneja cifras y calculaprecios, sino más bien el que sabe amoldar a la vida, a la nece­sidad biológica de consumir y de producir, el abstracto len­guaje de los números. Economía sin Historia, sin Sociología,sin Geografía Humana, sin Psicología, es sólo posible paraaquellos tontos graves que porque calculan bien su tasa deinteres y ejercen libremente la usura, se sienten y se llamanasí mismos, entre nosotros, financistas o economistas. Y loque sobre la naturaleza humana no le decían los cuadros es­tadísticos, él lo buscaba en los grandes historiadores o en lospensadores políticos.

Por su sangre italiana, calentada al trópico. Adriani saobía y lo propalaba, que a pesar de todo son los hombres devoluntad enérgica; los que pueden darse a uná idea y pelearsu destino, quienes en la última instancia realizan la historia.y del precipicio a donde nos arrojara una sucesión de go­biernos tiránicos o incapaces; de nuestra fatalidad tropical-clíma, mezcla de razas, analfabetismo de grandes masas- só­lo podría salvamos, como a los argentinos del año 62, unapolítica creadora, una política de grandes vistas que sobre lapequeñez actual previera y edificara el futuro. "Inteligencia,

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decisión, energía, honestidad" eran las cualidades que en es­ta hora de 1936 había que pedir a los venezolanos. Y puestoante el mapa de nuestra población y nuestra Economía, afir­maba con voz casi profética: -A veces los pueblos que hansufrido y se han destruido mucho como el nuestro, tienenun minuto para recobrarse y readquirir su tumo histórico.- Acuérdate de la Prusia de Federico el Grande y de la Ita­lia de Cavour. Aprovechemos este instante. Que la libertadque ahora gozamos no sea sólo entusiasmo sin norte; queno prolifere y 'se pierda en pura retórica tropical, en adorna­das palabras.

Se satisfizo toda la parte viviente del país; quienes se da-oban cuenta de que algo había cambiado y debería cambiaren Venezuela, cuando se vió a un hombre de 37 años sin 0­

tro empeño que sus méritos, sin otra recomendación que sucompetencia, al frente del Ministerio de Agricultura prime- .ro; al frente del Ministerio de Hacienda después, en este añode 1936. El joven pensador y economista comenzaha su vidaactiva.

Cada Sábado, al fin de una semana que para él estabaplena de luchas, de visitas de solicitantes, hasta de polémi­cas y comunicados de prensa para enseñar a gentes nerviosasy desordenadas cuestiones elementales de Economía y Admi­nistración, yo solía encontrarme con el señor Ministro. Meencontraba más bien con el muchacho de Mérida en 1916 ocon el estudiante de Caracas de 1921. Gustaba pasar de in­cógnito entre gentes que siempre están dispuestas a prodigarun adjetivo o a decirle que él constituía una esperanza de lapatria. Entonces se revelaba un brusco, con aquella brusque­dad de lo demasiado sensible o de lo demasiado modesto. Elbuscaba su fuerza sintiéndose un poco provinciano en Cara­cas; hombre 'de la montaña, para quien no se han hecho lasceremonias ni las frases pulidas, que huye de la sociedad en­volvente y hasta llega a pensar --con algún candor-:-, que esasociedad puede ser una Babilonia. Por entre las caras conoci­das y las mujeres hermosas, atravesábamos el café, ubicandoel rinconcito solitario donde beberíamos nuestro gingerale onuestra copa de cognac. Otras veces, el Sábado terminaba jun­to a los tallarines siempre calientes y a la botellita de vino

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Chianti del generoso Contestabile. O un nocturno paseo enautomóvil por aquellos caminos llenos de una extraña m~

coeuyos, estrellas, cañaverales, de los alrededores de Cara­caso Amábamos ese camino de Los Teques, un poco alpino,eon sus barrancos y sus helechos frescos. Y las casas blan­queadas y los pinares y la luna fría de Los Teques de noche,eran un extraordinario sedante después del pesado día cara­queño, hirviendo de discusión y de política.

El auto rueda y la esperanza en Venezuela hecha planes,programas, técnica, cae de sus palabras. Experiencia de susviajes, reflexiones de sus lecturas, anécdotas de su conviven­cia campesina con los hombres de nuestra tierra. Y yo veíaque sobre la rutina que nos oxidó tanto tiempo, algo empe­zaba a hacerse. Los hombres como él tomaban a Venezuelacomo una hacienda arruinada por cuyos campos pasó la de­solación, la imprevisión, el pillaje. La casa es buena y exten­sa <;01 ía decirme . Somos todav ía un poco bárbaros yesonos salva de la corrupción definitiva. En esta extensión delOrinoco a los Andes, es preciso comenzar a contar y medir.Nos dicen que somos ricos, pero la riqueza sólo tiene valoren cuanto puede intercambiarse con los hombres; en cuantoes una fuerza activa y dinámica, capaz de desplazar las enerogías humanas. En este espacio vacío hay que construir ungranero; en este pozo pútrido debe circular el agua fresca.y sin perdemos en un combate doctrinario, en la metafísi­ca beligerante de las teorías políticas, nuestro problema esde limpiar, de sanear, de contar y organizar bien. Más valeuna hectárea de buena sementera que cien de rastrojo; másla pequeña Bélgica que el enorme Sudán. Orden, técnica,claridad. Había que pasar sobre las ruinas de más de ochen­ta años de atropellos, de desorden, de incapacidad y vio­lencia, para que los nuevos venezolanos aprendan esa dis­ciplina que forma los Estados; el verdadero valor cívicoque es contención y equilibrio, justicia para los demás;responsabilidad de las cosas que hacemos.

A un Sábado de Julio llegó contento y con una noti­cia excepcional. Por aquella noticia podría perdonarse latribu de solicitantes, arbitraristas y majaderos que rondabanen torno de cada Ministro, en aquellos días primaverales de

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nuestra democracia. Gente impaciente, pedigüeña, que no de­ja .trabajar, Recogía ya al cabo de tres meses de Ministerio losfrutos inmediatos de una nueva organización. Y se iluminabala cara adolescente al trasmitirme la buena nueva: - Duranteel mes de Junio las aduanas de Venezuela habían recogidomáS dinero que en cualquiera otro mes de la historia fiscal'de Venezuela. No es que hayan auinentado mucho los nego­cios, me .dijo. Es que disminuye el contrabando y empiezaun' régimen' de honestidad. Salvaremos este año de prueba:aijoen que hay que perfeccionar los organismos de control,formar una 'administración eficiente, y el año próximo, siestamos, todavía aquí, pondremos al país a producir. "Unaeconomía nacional autónoma y próspera" era una frase que.el acuñaba corno una fórmula. '

Para hacerla y estudiarla, una lámpara estaba encendi­da hasta alta noche, en el segundo piso del Ministerio de Ha­cienda. A esta hora no hay visitas y en el caserón solitario lascifras estadísticas cobran vida; la producción, los caminos, laszonas de la variada tierra nuestra, parecen esperar esa nuevapolítica que las hará resurgir. El Orinoco, los llanos, las serra­nías de la costa. Margarita y el vasto litoral del Caribe, las tie­rras templadas de los Andes; petróleo, café, cacao, rebaños;tenemos la posibilidad de crear una Economía que nos libere,que 'multiplique en poco tiempo nuestro potencial humano yeconómico. Y como los problemas eran múltiples había queenumerarlos y ponerlos en serie. Alberto Adriani había di­cho: Colonización, Cooidinación de los transportes. Inmigra­ción europea. Educación y enseñanza agrícola a las grandesmasas de población campesina. Política de producción. Mo­neda que nos permita exportar.

- Si ahora no fuera Ministro de Hacienda, hahíame di­cho, me gustaría contribuir a realizar ese vasto inventario delo que existe; recorrer el país, palmo a palmo, gozando con sunuevo descubrimiento.

- Habría que traer primero y formar después, los geó­grafos y los estadísticos, que nos ayuden a la reconquista eco­nómica de Venezuela. Con éllo no sólo se hará una labor eco­nómica SIDO una profunda labor política; la de despertar para

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grandes empresas el alma un poco dormida de nuestra gente.El dominio y colonización de esas maravillosas tierras altas deGuayana, que todavía el venezolano de hoy no mira sino bajoun velo de fábula y de misterio, podría significar en nuestrahistoria actual una empresa de energía colectiva semejante ala de la conquista interior del Far West para los Estados Uni­dos. Daríamos espacio, destino, heroísmo, riqueza y posibi­lidad 8. muchos hombres que lo están esperando. Ante unagran empresa nacional, se acaba la rencilla lugareña de orien­tales contra andinos, de corianos, caraqueños y barquisime­tanos. Despertaría la emoción de una Venezuela más nurne­rosa y más grande.

Muchos proyectos por nacer, por cobrar cuerpo y arrai­gar en esta soñada nueva realidad venezolana, quedaron en lospapeles de su escritorio y en esa cabeza que inmovilizó súbi­tamente la muerte, una madrugada de Agosto de 1936. Ya noes hora de imprecar el destino. Los hombres y las vidas hu­manas siempre son más frágiles que las ideas que fecundan;que la capacidad de entusiasmo y de acción que pueden irra­diar. Alberto Adriani ha sido un nombre, de los más limpiosy mejores, en esta promoción de la historia venezolana. El sa­có de la tiniebla una vida nacional que estaba como ateriday muerta, la esperanza dI" hacer una nación mejor; se quemópor esta idea, y en el camino embrollado de nuestra improvi­sación y nuestra mdolencra criolla, trazó unas 1íneas que vanal futuro. Escribió; luchó, habló, reorganizó. El pensamientoque de pI queda en el ensayo económico, en ..1 plan político.en la decisión administrativa tiene calidad y materia para se­guir fructificando. Y es ejemplar la historia (en este país nues­tro de tantas historias inejemplares) de un hombre jóven ymodesto, nacido en un pequeño pueblo provinciano, cuyo ta­lento y cuya honestidad pudieron ofrecerle en plena juven­tud, un grandioso destino.

Hay también .: y no puedo olvidarlo en el momento deescribir - el rostro de un amigo inevitablemente ausente. Co­mo en la vieja canción de los combatientes que compartieronla misma trinchera y el mismo duro invierno y hasta el pany el vino familiar de la Pascua. uno puede decir con la ternu-

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ra un poco áspera de que somos capaces los hombres: "Yotenía un camarada". Es decir, uno a quién conocí y quiénme conoció bien; una mano fraternal que me daba confian­za y franqueza, unos pies que al lado de los nuestros nos a­compañaron a recorrer los misteriosos caminos del mundo.

MARIANO PleON-SALASPraga, Checoeslovaquia: Otoño de 1936.

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