schlögel, karl - en el espacio leemos el tiempo

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Introducción

La historia no se desenvuelve sólo en el tiempo, también en el espacio. Ya nuestra lengua no deja duda acerca de que espacio y tiempo se corres­ponden indisolublemente. Los sucesos <<tienen lugar>> en algún sitio. La historia tiene <<escenarios>>. Hablamos de <<lugar de los hechos>>. Nombres de capitales pueden convertirse en rúbrica de épocas e imperios enteros. Hablamos de <<campos de batalla de la historia>> y de <<campo de acción>>, de esfuerzos <<del pueblo llano>> o relaciones en un <<plano de igualdad>> y también de <<altos mandos>> y <<alturas del poder>>, de <<VÍa crucis de sufri­mientos>> como de <<horizontes de expectativas>>. El espacio resuena en las metáforas del <<panorama político>> con su <<derecha>>, su <<centro>> y su <<izquierda>>. Aun en la abstracción de un metalenguaje nos vemos remiti­dos a <<tópicos>> o a la <<posición>> histórica y social de las ideas. Esos enun­ciados son tan elementales y parecen entenderse por sí solos hasta tal punto que rápidamente se desechan juzgándolos << lugar común>> o ni siquiera se los encuentra merecedores de comentario alguno. Pero a veces lo nuevo comienza por una conversación acerca de algo que por mucho tiempo se ha venido entendiendo obvio, o aun por el mero recuerdo de algo caído en el olvido: en el presente caso, lo espacial de toda historia humana.

Al escribir historia se sigue habitualmente el orden del tiempo; el patrón fundamental de la historiografía es la crónica, la secuencia tempo­ral de acontecimientos. Ese predominio de lo temporal en la narración histórica como en el pensamiento filosófico ha adquirido poco menos que un derecho consuetudinario que se acepta tácitamente sin preguntar más, como ya señalaran Reinhart Koselleck y Otto Friedrich Bollnow. La caren­cia de dimensión espacial no llama ya la atención. Pero luego hay momen­tos históricos en que se diría que una venda cae de los ojos. De golpe se hace claro que <<ser y tiempo>> no abarcan la entera dimensión de la exis­tencia humana, que Fernand Braudel tenía razón cuando titulaba al espa­cio <<enemigo número l>>: la historia humana como lucha contra el horror

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vacui, esfuerzo incesantemente encaminado a domeñar el espacio, domi­narlo, y finalmente apropiárselo. El presente libro pretende averiguar qué ocurre cuando se piensa y describe también en términos espaciales y loca­les procesos históricos. Hacerlo así es tomar en serio la unidad de acción, tiempo y lugar, y pretende llegar a hacerse una idea de aquello que los estadounidenses llaman con tino y concisión incon1parables Spacing His­tory. En lo que sigue, el mundo que nos encontremos se leerá a modo de libro de historia grande y singular en que el ser humano ha inscrito sus jeroglíficos. Pero si ya Hans Blumenberg era cauto sobremanera al utilizar la metáfora <<legibilidad del mundo>>, y señalaba que no se trataba de leerlo a modo de libro, ello vale aún más para el presente ensayo: no es tanto leer textos cuanto salir al mundo y moverse en él en la forma paradigmática y primaria de explorar y descubrir. De ahí que esa frase de Friedrich Ratzel, <<en el espacio leemos el tiempo>>, parezca el lema más preciso que quepa pensar para las incursiones e intentos de descifrar e interpretar la historia del mundo emprendidos en el presente libro.

En calidad de historiador que por lo demás trabaja en temas de historia de la Europa oriental, rusa para ser más preciso, quizás deba su autor indi­car razones por las que se ocupa así de cuestiones de historiografía más generales, teóricas y metodológicas. Es el caso que una forma expositiva que gire en tomo al lugar histórico ha resultado ser la más adecuada para figurarme y hacerme presente la historia. Así fue en mis estudios sobre Moscú, la modernidad en Petersburgo o el Berlín ruso de entreguerras, así como en numerosos ensayos sobre ciudades de la Europa central y orien­tal. El lugar siempre se acreditó el más adecuado escenario y marco de referencia para hacerse presente una época en toda su complejidad. El lugar mismo ya parecía salir fiador de la complejidad. Tenía derecho de veto frente a esa parcelación y segmentación del objeto favorecida por la división en disciplinas y por la del trabajo de investigación. El lugar mante­nía en pie al contexto, y directamente exigía reproducir en lo intelectual esa yuxtaposición y sincronía de asincrónicos. Referir al lugar conllevaba siempre el callado alegato en pro de una histoire totale, al menos a título de ideal e imagen de la meta, aunque seguramente en la realización no se lograra. De ahí se desprendían también registros y modos narrativos de exposición: responsables en conjunto de la unidad temática, o tópica pre­cisamente, de esa <<sincronía de asincrónicos>>, de la copresencia de los actores. Eso conllevaba grandes dificultades, había que descubrir otras

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fuentes y hacer accesibles desde nuevos costados algunas ya conocidas; pero también franqueaba formas expositivas totalmente nuevas. Escribir historia top·ográficamente centrada se deriva primariamente del objeto, no del propósito de dotar a una historia <<árida>> de una pizca de colorido o sabor local. Pero no se escribe un libro por evitar malentendidos, ni tam­poco para entenderse uno. Se trata en primer término de probar posibili­dades historiográficas, de pasar revista de medios expositivos buscando aquellos que permitan escribir historia a la altura de la época, es decir, del siglo XX con todos sus horrores, discontinuidades, rupturas y cataclismos.

Este libro consta de historias, exploraciones y reflexiones, pero aun así no es una recopilación. Todas giran en torno a una idea: ¿qué pasa si se piensa conjuntamente historia y lugar? Todas responden a la cuestión que atraviesa el libro como hilo conductor: ¿qué ganamos en percepción y perspicacia histórica si nos tomamos en serio por fin (de nuevo) espacios y lugares? Si las introducciones son como itinerarios, descripciones de ruta por tanto, ¿adónde lleva el viaje de este libro? Son unos cincuenta estu­dios, que se podría llamar paradas, incursiones, tentativas, ejercicios. Tie­nen algo de entradas de marinos que tantean salientes, islas, cabos. Aun la marcha de la exposición en lo formal tiene que ver con la clave en que interpreta el movimiento. Semeja antes tantear y rondar que caminar resuelto de A a B. Se funda en la inteligencia, ya vieja, de que a menudo se entera uno mejor dando un rodeo que yendo por lo derecho. Aunque desde luego, ni que decir tiene, hay un rumbo escondido que se expresa en los cuatro epígrafes principales, a manera casi de jornadas.

El retomo del espacio. Pese a tanto hablar de <<fin de la historia>> y tanto presumir el <<desvanecimiento del espacio>> , vivimos de lleno en una histo­ria en marcha, acaso una que rompe a diluviar sobre nosotros, y en medio de un derrumbamiento de ese espacio a cuya estabilidad, y acaso aun <<eternidad>>, tanto nos habíamos acostumbrado durante medio siglo de Guerra Fría. Ese espacio, el conflicto Este-Oeste, ya no existe. Algo ha tocado a su fin. De nuevo nos vemos practicando <<exploración del terreno>>, como se llamara en su día a la Geografía [Erdkunde], aunque no en su ran­cio significado por cuanto ya no existe tampoco esa antigua Geografía antaño competente en lo tocante a la <<naturaleza muerta>>. La sentencia de Schille.r, <<Con crudeza chocan los contrarios en el espacio>>, vuelve por sus fueros, entra un buen chorro de materialismo en discursos tanto tiempo

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dando vueltas a simulacros y virtualidades. Ante nuestros ojos surge un espacio nuevo, un orden nuevo del mundo, mientras conceptos y lenguaje en que captarlo siguen sin preparar. Es época propicia para recobrar una tradición teórica extinta en Alemania, contaminada por el discurso nazi. <<Espacio >> no es idéntico con el discurso nazi sobre <<espacio vital>> , <<pue­blo sin espacio>>, <<espacio oriental>> y demás. Hay una genealogía del pen­samiento espacial más vieja que un nazismo con el que nada tiene que ver. Viene señalada por los nombres de Alexander von Humboldt, Carl Ritter, Friedrich Ratzel y Walter Benjamin, que rara vez, desde luego, se nombran juntos de un tirón. Es la situación histórica posterior a 1989 y al 11 de sep­tiembre de 2001 la que se ha ocupado de que se vean más nítidos y se pien­sen de modo nuevo los aspectos espaciales de lo político. Quien así lo quiera, puede llamar a eso spatial tum; pero hay algo más importante que trabajar en una historia aparte, otra más, la del espacio: renovar la manera de contar historia. Enriquecida con la percepción de espacio y tiempo, la narración histórica dejará atrás las estrecheces culturalistas de todo tipo para poner rumbo a una historia de la civilización y reanudar, despachado hace ya mucho el antiguo determinismo geográfico, un pensamiento vuelto a entornos y contextos espaciales complejos de lo político. Es más: ya hace mucho se atisba que espacialidad y espacialización de la historia humana se convertirán en el quid de la reorganización y nueva configura­ción de antiguas disciplinas desde la Geografía a la Semiótica, de la Histo­ria al Arte, de la Literatura a la Política. Las fuentes del spatial tum manan en abundancia y la corriente que nutren es poderosa, más poderosa que diques y barreras entre disciplinas.

Leer mapas. No es éste un capítulo sobre historia de la cartografía, sino una serie de estudios y ejercicios en torno a qué logran los mapas, y qué no, en tanto formas de representar espacio. Aquí los mapas figuran otra <<fenomenología del espíritu>> , << tiempo contenido>> en mapas. Para los his­toriadores son de ordinario meros recursos auxiliares, mientras en verdad son mucho más: imágenes, réplicas, proyecciones de mundo para las que rige todo cuanto de ordinario rige para textos históricos: los criterios de la crítica de fuentes e ideologías. Los mapas son réplicas de poder, e instru­mentos de poder. Cada época tiene su propia imagen de que es un mapa, su propia retórica cartográfica, su propia narrativa cartográfica. No hay nada que no quepa reproducir y replicar cartográficamente: guerra, ase-

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dio,, huida, rutas de peregrinación, dominios imperiales, ámbito de vigen­cia de valores culturales ... Pero la mayor ventaja de la representación car­tográfica, replicar yuxtaposición y simultaneidad, también es patente­mente su limitación: los mapas no dejan de ser estáticos, a lo sumo pueden insinuar movimiento. Los mapas no sólo replican, construyen y proyectan espacios, y así hacen de espacios territorios por vez primera. Aquí se repa­san fugazmente algunos ejemplos: la medición de Francia por Cassini en tiempos de la Ilustración, la medición de la India británica, la construc­ción territorial de Estados Unidos o la formación del Estado nacional moderno. Otros estudios sobre espionaje y cartografía, arte cartográfico y cartografia en el arte, paisajes imaginarios o uso estratégico de mapas por los poderosos muestran cuán entretejidos están con las imágenes cartográ­ficas todos los aspectos de la vida.

Traba.jo visual. No padecemos de falta de imágenes, sino de una inun­dación de imágenes. El ojo tiene antes que pertrecharse, disponerse, ponerse en situación de poder aún discernir y leer. Así es que no se trata de un alegato en pro del uso de los sentidos, sino de la cuestión de cómo se los puede agudizar para la percepción histórica. Se podría hacer una carrera de Historia que fuera a trechos adiestramiento de sentidos y trai­ningde la vista: con ciudades y paisajes por documentos. Saber cómo hacer ver no es cuestión de un par de trucos literarios o teóricos, presupone para empezar el esfuerzo de mirar. Todo recibe entonces otro aspecto y empieza a hablamos: aceras, paisajes, relieve, planos de ciudad, perfiles de edifi­cios. Todo cuanto en otro caso se usa sólo como recurso auxiliar, guías de itinerarios, listines telefónicos y directorios, ganan una fuerza expresiva totalmente nueva tan pronto se los trata y se les interroga como a docu­mentos sui generis. Nos abren espacios de ciudades arruinadas y despliegan ante nosotros movimientos grandes y complejos que hace ya mucho se paró o se pararon: coreografías del trato humano, guiones de socialización humana. Asombrados tomamos conocimiento de que hay relación entre triángulos geodésicos y huellas dactilares, entre medición de la superficie terrestre y medición del cuerpo, aspectos por igual de una empresa de dominio y apropiación. En tres estudios posteriores -construcción de Cen­troeuropa en el Baedeker, poesía del highway estadounidense y el mito del espacio ruso- se pretende señalar hasta dónde puede llegarse con estudios fenomenológicos de ese género, y qué· no pueden dar.

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Europa diáfana. La última sección recopila estudios referentes a Europa. Estamos solamente en los comienzos de tin modo de escribir his­toria que deja atrás el marco de la historiografía del Estado nacional y con­cibe Europa como un todo. Europa vuelve a ser medida, retrospectiva­mente y en lo presente. La europeización del horizonte histórico es mucho más dificultosa de lo que permiten conjeturar retóricas baratas que tienen a Europa por lugar común. Hay que empaparse de Europa entera, no sólo de aquellas partes de que vienen siendo hechura hasta hoy disci­plinas y campos profesionales. Y ahí no se trata ya de conocer, sino de

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familiarizarse con formas, estilos y usos transnacionales y cómo se han modelado en concreto en cada caso. Europa es más que la suma de histo­rias y culturas nacionales. Europa es ante todo escenario de una cantidad inabarcable de historias entrelazadas; hacerlas transparentes y diáfanas exigirá el esfuerzo de más de una generación de historiadores. Europa diá­fana contiene un par de historias y excursos que insinúan de qué se trata: de una historia de condensación y difusión cultural (el caso Diaghilev), del trazado que diera a Europa el huracán de violencia que descargó en la topografía y los mundos de los campos de concentración desde Dachau a Workuta, o en los torrentes de fugitivos y desarraigados; de los cemente­rios europeos a fuer de imagen insuperablemente exacta del vivir y morir en Europa. Europa no es sólo una idea, una recopilación de valores, sino un lugar. Y los nombres del horror de la historia europea no son metáfo­ras, sino nombres de lugares en que Europa se vino abajo o se irguió de nuevo, según. El capítulo fmal sobre Herodoto en Moscú y Walter Benja-

,,, minen Los Angeles es una fantasía con miras sistemáticas. ¿Qué se pon-drían a hacer los maestros de una percepción histórica de tantas y tan grandes dimensiones, de una exposición histórica de tal riqueza y comple­jidad como la suya, puestos en los lugares históricos del siglo XX o del XXI?

¿Qué podría aprenderse de ellos, pero también de literatura, arte y cine­matografía, de cara a encontrar un lenguaje a la altura de la época? Quizás cupiera hallar respuestas a la pregunta de cómo escribir uno grandes narraciones tras el fin de la gran narrativa.

El libro no ofrece ninguna teoría compacta, ni instrucciones de uso para el estudio de la historia, y tampoco lo pretende. No se trata de un compendio abreviado de historia de la cartografía ni de una introducción a Semiótica o Geografía de la cultura, sino de búsquedas y ejercicios, por ver hasta dónde lleva confiar de nuevo en los sentidos propios y agudizar-

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los sistemáticamente. No es meta de esta exposición ser exhaustiva, y a más de uno decepcionará que no aparezcan ni Carl Schmitt ni Georg Simmel, como tampoco Aby Warburg ni Ernst Cassirer. Tampoco está su meta en proclamar un nuevo paradigma. A veces menos es más. En este caso se trata lisa y llanamente de aumentar la atención, de la experiencia de que tin mundo visto espacialmente es más rico, complejo, multidimensional. Una vez probada ya no hay vuelta. Fue una experiencia afortunada toparse en el curso de estas investigaciones con avezados compañeros de viaje, movidos o moviéndose por perspectivas y conclusiones pasmosamente similares e idénticas en parte. La lectura de contemporáneos, lo mismo se trate de David Harvey, Edward Soja, Derek Gregory, Paul Carter, Matthew H. Edney o Allan Pred, fue la mejor prueba de que nos hallamos hace mucho en pleno spatial tum. Algo de esos afortunados encuentros se le ofrece al lector mediante citas por extenso y la configuración del texto, que no ve en montaje o collage defecto sino cantera: donde seguir uno por su cuenta sus propias excavaciones.

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Berlín, mayo de 2003

Karl Schlogel

o

<<Atrofia espacial>>. Desvanecimiento del espacio

La tesis de que el espacio se esté desvaneciendo se funda ante todo en la revolución de las técnicas info1·1náticas durante los dos o tres decenios últimos. Incomparablemente más potentes que cualquiera de los medios precedentes -vapores, telégrafo, teléfono, radio o televisión-, nuevas tec­nologías como Internet, correo electrónico, fax o teléfono móvil no coo­peran a una mera contracción del espacio, así afirma esa argumentación, sino más propiamente a que se esté consumiendo hasta desvanecerse9

• Se ha desarrollado toda una literatura en tomo a esos tópicos, el <<desvaneci­miento del espacio>> o la <<inmovilidad vertiginosa>> de que habla Paul Viri­lio: <<La idea de que las telecomunicaciones ''contraen la distancia'' hace que [el ciberespacio, K S.] parezca análogo de otras mejoras en transporte y comunicaciones. Sin embargo, eso no atina en lo esencial de las teleco­municaciones avanzadas, que precisamente no está en disminuir ese ''roza­miento'' que es la distancia, sino en quitarle todo significado. Si el tiempo que se precisa para comunicarse a diez mil millas no es discernible del requerido a una milla, se ha llegado a la convergencia de "espacio-tiempo'' en alguna magnitud fundamental. Y como toda relación geográfica se basa implícita o explícitamente en ese rozamiento que la distancia genera, resulta forzosamente que negarlo en todas sus formas pone en cuestión la base en que la Geografía descansaba hasta ahora como en algo obvio>>1º. Pero aun esta concepción va demasiado lejos para los teóricos del ciberes­pacio. Pues no hay duda, ciertamente, de que <<las tecnologías de informa­ción y comunicación interrumpen ~bruptamente la lógica de la sociedad moderna, pero no la dejan simplemente inválida. La Geografía sigue desempeñando un papel, a título de principio organizador y constituyente de relaciones sociales; no se la puede eliminar totalmente ... No es admisi­ble pasar por alto que los seres humanos siguen viviendo en un mundo material y necesitan alimento, vivienda y trato humano >> 11

• Según esto, la revolución de los medios lleva más bien a que el espacio geográfico se amplíe o se estratifique, no a que se desvanezca: <<Al geográfico se super-

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pone un espacio virtual que permite así a personas y organizaciones reac­cionar con más flexibilidad al espacio geográfico real. Creemos que esas formas de acumulación y movilidad espaciales, acrecentadas y flexibles, indican que vivimos una era en que la lógica espacial es ya modernidad tar­día, una era en que se construye un nexo socioespacial nuevo>> 12

De todos modos, ese argumento u opinión de que el espacio se desva­nece es más antiguo que las recientes revoluciones tecnológicas, y se apoya en estratos más densos, con mucho, que ese progreso técnico que quiere hacer constar, con toda razón. La cuestión gira en torno a una forma de pensar, un hábito, una fafon de parler. Una en que el horizonte temporal y la narrativa histórica imperan sin más, como si ello fuera obvio. Su materia prima es el habla, el texto, el discurso. Reinhardt Koselleck ha hablado de una primacía del tiempo sobre el espacio aceptada espontáneamente, como cosa comprensible de suyo. <<Puesta ante la alternativa formal tiempo o espacio, una abrumadora mayoría de historiadores optaría por una hege­monía teórica del tiempo sin más que una débil fundamentación teórica>>13

YEdward Soja coloca en el centro de su proyecto de geografía posmodema la tesis del desvanecimiento del espacio, como reflejo inverso del triunfo de un historicismo que sólo ahora toca a su fin: <<Mi meta es espacializar la narrativa histórica (to spatialize the historical narrative), vincular la durée con una Geografía Humana duradera y crítica ... hacer que análisis y teoría social contemporáneos tomen conciencia de una perspectiva espacial crí­tica. Al menos durante el siglo pasado, tiempo e historia han tomado pose­sión de un puesto privilegiado en la conciencia práctica y teórica del mar­xismo occidental y la teoría crítica. Comprender cómo se hace historia fue la más importante fuente de .conocimiento emancipatorio y conciencia política práctica, receptáculo amplio y variable de interpretaciones críticas de la vida y práctica sociales. Aun así, hoy son consecuencias del espacio antes que del tiempo las que nos están ocultas, antes ''hacer geografía'' que hacer historia lo que el mundo práctico y teórico pone ante nuestros ojos. Ahí está, apremiante, el requisito y promesa de la geografía posmoderna>>. Según Edward Soja, en adelante la cuestión está en <<intentar deconstruir y recomponer de nuevo la rígida narrativa histórica, escapar de la prisión que es la temporalidad del lenguaje y de la teoría crítica convencional de un historicismo similarmente carcelario, para dejar espacio a intuiciones de una Geografía Humana comprensiva, a una hermenéutica espacial. Con ello se cortaría el flujo de lo secuencial una y otra vez y se desviaría a recu-

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perar y componer simultaneidades y yuxtaposiciones de mapas, con que sería posible subirse a la narración casi en cualquier punto a voluntad sin perder de vista el planteamiento general del trabajo, que podría parafra­searse así: crear accesos críticos a la vinculación de tiempo y espacio, histo­ria y geografía, época y región, sucesión y simultaneidad>> 1·

1•

La obsesión del siglo XIX fue el historicismo, el tiempo: durée, no espace. El historicismo concebía el cambio en términos de consecución temporal, no de yuxtaposición. Desplegó la imaginación social, a veces hasta la hiper­trofia, en tanto la geográfica siguió en todo momento entumecida y en una posición periférica. Soja habla incluso de sometimiento del espacio por el pensamiento social crítico.

También Nicolaus Sombart remite a un estrato situado mucho más hondo si se trata de describir y luego explicar abreviaturas textuales y tem­porales de nuestras interpretaciones en ciencias del espíritu e historia de la cultura: <<Nuestra hermenéutica se cuenta entre las ciencias del espíritu. En otras palabras, se refiere a textos y a su cronología a la manera de Mai­mónides, del Talmud, del protestantismo; interpreta el mundo como un libro, conforme a una secuencia de páginas; en el orden de sus letras intenta descifrar un sentido secreto que supone oculto tras ellas. Todo gira siempre en torno al ''desvelamiento''. En torno a la interpretación del sen­tido de un fenómeno cultural que es siempre cifra, en que siempre hay que seguir indagando ''más atrás''. El mundo de la vida, con toda su con­creción sensible, no se toma en serio. Es sólo apariencia que oculta al ser. La démarche científica tiene por meta dar con indicios de algún engaño al que pillar con las manos en la masa. El ''desvelamiento'' se torna en ''desen­mascaramiento'', ése es el gesto de la crítica cultural moderna. Donde pre­sentar pruebas quiere decir por lo general aducir pasajes textuales. La interpretación se aferra a la letra. La topología de esa hermenéutica carece de lugar ... Frente a ella se alzaría una hermenéutica de las ciencias de la cultura que piensa en cuerpos, referida al espacio, tridimensional, morfológica, geográfica. El mundo del ser humano es el planeta con sus continentes y océanos; su historia y su destino terreno están ligados a luga­res y espacios concretos. La tópica de esa hermenéutica es topografía. Cada lugar ha de ser entendido más allá de la iconografia a él asignada. No son épocas y transcursos temporales lo decisivo, sino cuerpos sociales y círculos culturales. Se buscan patrones de sentido en terrenos y referen­cias espaciales y geográficas, se percibe el fenómeno in situ, como for1na y

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figura que es. No hay, desligados del mundo sensible, unas ciencias y un mundo del espíritu que sólo existen en un espectral mundo de espíritus como el de los textos canónicos. Todo es localizable. Podría hablarse de hermenéuti.ca topográfica. El patrón fundamental a qu.e se incorporan todos los datos del continuo histórico-social son los cuatro cuadrantes de la rosa de los vientos con los rumbos del cielo, Este y Oeste, Norte y Sur; en el ce11tro, con los dos pies en la tierra, la cabeza bien alta, el ser humano en la tridimensionalidad de su cuerpo, desde el que se define arriba y abajo, delante y detrás, derecha e izquierda. Ninguna pregunta por el sen­tido de algo puede encontrar respuesta sino en estas coordenadas en que no vale ''indagar'' ni ''desenmascarar'', donde cabe hallar respuestas en la medida en que se le reconozca decisivo sistema de asignaciones simbólicas que determina a una cultura y su fisonomía>> 15

¿Y dónde está entonces la cuestión?: <<¿Es que al final todo está en que la topografía cultural de que aquí se habla se ha hecho tan obvia a nuestros hábitos de pensamiento y tradiciones intelectuales que cualquier com­prensión del mundo en cualquier grado del conocimiento, desde el mundo de la vida cotidiana a una ''visión del mundo'' de fundamento filo­sófico o científico, pasando por la comprensión de contextos políticos o históricos, cualquier crítica de ideología o cultura, lo adviertan o no, de un modo u otro, siempre se despliegan en un mismo sistema de coordenadas, el de localización espacial-geográfica, corporal y antropomórfica ... ?>> 16

Hubo un tiempo en que esas cuestiones aún llegaban a plantearse, en que el dominio del tiempo sobre el espacio aún no era algo que se enten­diera de suyo, en que espacio y tiempo, Geografía e Historia, aún estaban en una relación compensada. Antes de poder contar la historia del triunfo del historicismo, que al mismo tiempo lo es de un destierro, es forzoso regresar al punto de partida. No es preciso retroceder hasta la Antigüedad, en cuya historiografía siempre se describe un mundo complejo donde via­jes, descripciones del país, obseivaciones del clima, sucesos, mito e historia real, actos cotidianos lo mismo que acciones decisivas o de Estado, coexis­ten sin ne,cesidad de explicaciones. Tucídides o Jenofonte, Herodoto o Estrabón, Plutarco o Tácito, siempre se parte de una unidad de tiempo, lugar y acción. Otro tanto vale, si bien de diferente modo, de los cronistas medievales, las descripciones de viajes a Tierra Santa y aun parte de la pri­mera literatura de los descubrimientos. Con los comienzos de la moderna manera de escribir historia se escinde en el siglo XVIII lo que originaria-

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mente se aunaba en una misma mano o una sola persona. <<La contraposi­ción de las categorías espacio y tiempo en Historia y en Ciencias de la natu­raleza es moderna. De la antigua ''historia'' como ciencia general de la experiencia formaban parte así la doctrina de la naturaleza y la Geografía en sentido estricto como la cronología>> 17

• Con el desarrollo de las discipli­nas los caminos se separaron -en el Laocoonte de Lessi11g, donde se dice en 1776 que espacio y cuerpos son asunto del pintor, tiempo y acciones, del escritor; o en Kant, donde la Historia se define como disciplina de la suce­sión, y la Geografía, como historia de la yuxtaposición18

-, pero aún entra­ban ambos en un mismo campo visual.

A comienzos del XIX, sin embargo, la Geografía ya había ido a dar a una posición en que se veía forzada a justificarse. <<Desde entonces la Geografía ha venido a parar en una precaria posición intermedia, tener que ser parte de las puras ciencias naturales así como de las sociales y del espíritu, en tanto Geografía humana, cultural, etcétera>>; sólo se puede <<entender correctamente como ciencia interdisciplinar, mientras que la Historia de aquel entonces, consciente y ~agada de sí, la degradaba por lo general al rango de ciencia auxiliar>> 19

• No queda claro en los textos de Carl Ritter, escritos en la primera mitad del XIX, si se trata de escaramuzas para cubrir la retirada de una disciplina que ha pasado a la defensiva y quisiera aún ampararse en la unidad de la ciencia, o bien de fundamentar de nuevo la relación entre Historia y Geografía, una vez rota su ingenua comprensión mutua. En cualquier caso, el gran mérito de Carl Ritter, pero también de los hermanos Humboldt como más adelante de Friedrich Ratzel y Karl Lamprecht, está en <<haber hecho tema de la complexión espaciotemporal de las historias empíricas>>2º. Carl Ritter formuló toda la riqueza de una

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Geografía sabedora de su carácter histórico en su conferencia << Uber das his-torische Element in der geographischen Wissenschaft [Sobre el componente his­tórico en la ciencia geográfica]>>, pronunciada el 10 de enero de 1833. Ahí se refiere a la <<unidad natural>> de lo histórico y lo geográfico en los auto­res de la Antigüedad clásica.

<<Pues la coexistencia simultánea de las cosas, yuxtaposición puramente pensada, a efectos de realidad no es manejable sin su sucesión. Así, la cien­cia de las relaciones espaciales que se cumplen en la Tierra puede prescin­dir de medida temporal o relación cronológica tan escasamente como puede la ciencia de las relaciones temporales que se cumplen en la Tierra prescindir de un escenario en que forzosamente han de desarrollarse. La

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Carl Ritter (1779-1859). Oleo de A. Bemert.

<<Desde entonces la Geografía ha venido a parar

en una pr·ecaria posición intermedia. >>

Historia lo necesita para desplegarse, en sus configuraciones siempre ten­drá que dar cabida por doquier a un componente geográfico, expreso o no, y otro tanto en sus exposiciones escritas; ya sea que lo anticipe en un gran panorama desde el comi.enzo mismo, como Tucídides o Johannes Müller en sus historias, ya se entreteja al hilo de sus exposiciones como en Hero­doto, Tácito y otros maestros, o en fin, se pase por alto como aún ocurre en otros, y se mantenga sólo en el tono o la coloración del conjunto. En una filosofia de la Historia como la concibieran antes de estos tiempos Bacon y Leibniz, la esbozara luego Herder y se haya intentado llevar adelante por diversos modos r.ecientemente, por fuerza se tendría que dejar espacio cada vez más significativo a ese componente geográfico, a las relaciones espaciales del globo terrestre21 >> . Sin embargo, el peso principal de su argu­mentación recae sobre lo histórico de la ciencia geográfica y la crítica de una visión <<meramente de mapa, sin vida>> 22

: <<Pero, asimismo, la ciencia geográfica tampoco puede prescindir del componente histórico si pre­tende ser doctrina viva de las relaciones espaciales terrestres y no artefacto abstracto, no un compendio en que cierta.mente se ofrecen marco y anda­miaje desde los que escrutar un amplio paisaje, pero no el cumplimiento mismo del espacio en sus relaciones esenciales, en su regularidad interna y externa ... De ahí que desde siempre algo, sentimiento oscuro o necesidad claramente sabida, hayan llevado a colocar a las ciencias geográficas a ren­glón seguido de las históricas>>. De los geógrafos antig~os, Recateo, Dicear­co, Estrabón y los géografos árabes y chinos, dice Ritter a título de recono­cimiento que <<configuraron su Geografía de un modo casi enteramente histórico>>23

• Critica Ritter una Geografía meramente física que nada sabe de Historia, <<el empobrecimiento y en cierta medida parálisis que sufre de inmediato la vida de la ciencia geográfica cada vez que en esos débiles intentos de compendio se desprende, por depurarse, de toda riqueza que pudiera proceder de lo histórico>>; y proyecta una que perciba y analice su objeto en el cambio y el desarrollo. Señala cómo el efecto de procesos de origen natural se va restringiendo merced al trabajo y la actividad humana. <<Es imposible ignorar que las fuerzas de la Naturaleza tuvieron que ir cediendo más y más influencia decisiva a los rasgos personales del desarro­llo de los distintos pueblos, en la misma medida en que éstos daban pasos adelante ... La humanidad civilizada, como el individuo humano, se des­prende cada vez más de esas cadenas de la naturaleza y de su lugar de resi­dencia que le condicionan de manera inmediata. Así, idénticas relaciones

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naturales e idénticos emplazamientos telúricos en el espacio efectivamente existente no ejercen idéntica influencia en todo tiempo>>24

• En tanto Ritter no pierde de vista en ningún momento la fuerza del trabajo humano para configurar la naturaleza en el planeta, <<establecimiento educativo del género humano>> , el pensamiento social en trance de surgir-Fourier, Marx o Comte- emprenderá raudo el camino a un antropocentrismo que corta o deja atrás toda vinculación con las fuerzas de atracción del entorno natural. A diferencia de ese ignorar lo espacial en las ciencias sociales emergentes, Ritter despliega por su parte una historia de la producción de espacios sociales, como lo formularían más de un siglo después Henri Lefebvre y otros. Habla así por ejemplo de la transformación de los Alpes, de barrera natural en paso transitable, al hilo del desarrollo de los medios de circula­ción y transporte. Costas y mares pierden su función de freno y separación: <<Antes eran costas, mares y océanos tan sólo obstáculos en el orbe del pla­neta ... en el presente los mares no separan como antaño países y continen­tes; son ·ellos quienes vinculan a los pueblos y anudan sus destinos, y aun con la mayor seguridad desde que la navegación ha madurado en arte con­st1mado, y ha venido a ser medio de enlace entre los pueblos cultos un transporte más rápido y fácil merced a las fuerzas que animan a los elemen­tos líquidos, los que cubren parte mayor con mucho de la superficie del pla­neta (3/ 5 frente a 2/ 5) ... el progreso de la navegación transoceánica incluso ha hecho otra la posición con respecto a tiempos pasados de las par­tes terrestres, de los continentes y otras islas>>. Merced a tales <<revoluciones espaciales>> , dice Ritter, Santa Elena se ha convertido en una <<isla vecina a nuestro continente>> , el viaje de Europa al cabo de Buena Esperanza, en rutina, y el viaje hasta la China se ha acortado desde el siglo XVIII a la mitad, cuatro meses. <<Así el océano Atlántico se ha transformado prácticamente en un exiguo brazo de mar o un gran canal gracias a ello [al progreso de la navegación, K S.]. >> Abrir al tráfico el sistema fluvial ha hecho accesible el interior de los continentes, y << la fisica hasta ahora inamovible de la rígida corteza terrestre >> ha dejado de ser efectiva25

• El progreso técnico ha cam­biado relaciones, desplazado centros y periferias. Trasladado al Atlántico su centro, y en múltiples relaciones con Asia, Europa ha proyectado <<SU cen­tro cultural de antaño a las comarcas litorales, ha vuelto afueras sus aden­tros y se ha hundido por contra repetidamente en desiertos centrales>>. Indias Orientales y Occidentales parecen <<casi departamentos marítimos del mundo europeo con que están en contacto ininterrumpido, en ince-

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sante tráfico en ambos sentidos, sin atender a las amplias distancias>>. Se han convertido en <<regiones hermanadas>> del planeta26

• Pero Carl Ritterva aún más lejos, al tender un puente entre <<ciencias de la Tierra>> y <<del espí­ritu>> y establecer relación entre <<la acción espacial conjunta del entero sis­tema natural en cada fenómeno local>> y las <<producciones teosóficas, filo­sóficas y poéticas>>, al tiempo que pone límite firme a las deducciones monocausales, y llega casi a insinuar un programa que hoy se suscribe con el nombre de <<Geocultura>>. Así, <<la poesía osiánica en las desnudas plani­cie.s del áspero y nuboso páramo escocés se corresponde con el carácter diferenciado de su tierra natal, como el canto del bosque de los canadien­ses, la canción negra en los arrozales de Yoliba, el canto del oso de los pobladores de Kamchatka, el canto de pesca de los pueblos insulares, todas voces singulares de un tono, de un desarrollo anímico e intelectual predo­minan tes que la acción conjunta del sistema natural que les rodea, la impresión total de su elemento natural de que forman parte han troque­lado en los pueblos naturales, desde los que otra vez se alza y resuena luego>>27

Visto desde ese rico programa de una Geografía segura de sí en tomo a 1830, el desarrollo posterior semeja un continuo descenso, o mejor, margi­nalización de una disciplina entera. En cualquier caso los pesos se despla­zan. Paralelamente llega a su desenlace la incontenible ascensión del his­toricismo, que es a la vez la historia de la expulsión y marginalización de lo espacial. Una que no gira tanto en torno a una hostilidad y una imposición de hegemonía francas, manifiestas y declaradas, sino ante todo a un desva­necerse en silencio, un <<silencing spatiality>> (Edward Soja), a un desinterés en trance de volverse constitutivo. Las relaciones espaciales ya sólo son a modo de container, black box, escenario pasivo para actores históricos. Mien­tras la historia y sus actores se ponen en escena a sí mismos con el mayor derroche y aparato y la mayor fidelidad en los detalles, la escena como tal sigue muerta. No tiene ni historia ni tiempo propios. En lo que no dejan de tener parte de culpa la Geografía y los científicos del espacio que han naturalizado y en ocasiones aun petrificado y <<geologizado>> las relaciones espaciales, sin tener una mirada siquiera para el hecho de que había influencias e injerencias humanas, no sólo un making of history, sino tam­bién un making of geography.

En Hegel todo concepto y tradición firmes se hacen fluidos, se licúan en componentes y trances de un proceso, el movimiento por sí solo del

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espíritu absoluto. Con todo, aun su dialéctica del proceso histórico estaba referida a un lugar, un territorio: el Estado burgués nacional alias reino de Prusia. En el vuelco marxista de esa dialéctica el capital es promovido a motor de la historia universal, a título de absoluto que se pone a sí mismo y refiere allende sí mismo; y nadie habría celebrado con más entusiasmo que Marx la misión histórica del capital en la producción de un mundo en figura de mercado mundial. Cierto que Marx dejó a deber a los lectores una exposición por extenso del capítulo anunciado sobre el <<mercado mundial>> , pero sus observaciones dispersas apuntan a que disponía de una comprensión extremadamente fina de los condicionantes naturales de la génesis del modo capitalista de producción; todo habla en favor de que tenía vívidamente en su cabeza el proceso de producción de un específico espacio capitalista e imperialista. En el conjunto de su obra domina desde luego ·el proceso de producción y plusvalía, de autoconciencia y autodes­trucción, que incluye la producción de aquella clase que habría de condu­cir a la salida del capitalismo. En el marxismo que siguió a Marx, sin que se le pueda hacer responsable de ello, el proceso de formación social y de clase, la ejecución de <<leyes históricas>> y el sujeto revolucionario ascen­dido a colectivo singular alcanzan plenamente el lugar central de <<el>> mar­xismo. El discurso crítico y la vulgata materialista siempre habían apostado por la mutabilidad de ser humano, sociedad y naturaleza, y se habían rev11elto contra universalizaciones abstractas y ahistóricas tales como <<naturaleza humana>>, <<la esencia de la sociedad>> y similares, denun­ciando cualquier alusión que recordara constantes antropológicas o <<con­diciones naturales >> como determinista, ahistórica, y en su consecuencia política, fatalista. Todo ello llevó a convertir calladamente lo espacial en tabú, o como lo llamó Edward Soja, a una << creation of critical siknce>>28

En Lenin, quien verdaderamente no perdía de vista un momento la topografia social de metrópolis y periferias europeas, también predomina

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<<el>> imperialismo en toda su expansiva extensión, pero en realidad no convierte centro y periferia en tema; ni siquiera referido a Rusia, la tierra extensa par excell,encey el lugar de un vivo discurso sobre la relación mutua entre geografía e historia, desde Piotr Chadaiev hasta Piotr Kropotkin. Cierto que aparecen en su discurso <<ciudad>> y << campo>>, pero nunca desa­rrollados espacialmente, sino enajenados siempre en conceptos como <<proletariado>> , <<burguesía>> y <<campesinado>>. Así, no hay propiamente en Lenin aldea, gran país ni Rusia alguna, sólo el lugar abstracto de una abs-

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tracta configuración de clases. En parte alguna aparecen horror vacui, miedo al espacio y angustia de perderse en el inmenso Imperio ruso con más claridad que en ese callar de la infinitud del espacio ruso. Dominio significa aquí desde el principio dominio sobre los campesinos, sobre la aldea, sobre el espacio inmensurable en que se pierden los enclaves urba­nos. La sistemática eliminación de la Geografía en el pensamiento produc­tivista y terrorista de la época de Stalin, o la mera tolerancia en figura de <<Geografía económica>> sólo son otro indicio de que aquél ni siquiera en sueños podía per·mitirse pensar en mirar cara a cara las relaciones reales, o habría estado perdido. El régimen del terror es también intento desespe­rado de no capitular ante la extensión, de someterla a cualquier precio.

También en otros grandes pensadores de la época venidos a figuras de ,,

las que hacen historia, Emile Durkheim, Max Weber, Georg Simmel, dominan procesos, estructuras, formaciones tipológicas, aparatos, colecti­vos singulares, metáforas de producción, desarrollo de abajo arriba, la ilu­sión evolucionista de la época, a veces revolucionariamente pasada de revoluciones.

Y con todo, por lo que tiene de tajante y unilateral no es sostenible la tesis de Edward Soja, una despacialization que recorre el pensamiento de los siglos XIX y XX. El mismo siglo que hizo del historicismo lugar común pro­dujo también oposición al mismo, y su figura opuesta, una conciencia agu­dizada del espacio con todo lo que conlleva: acuñación del moderno Estado nacional y territorial, producción de mental maps que lo respalden -desde la aparición de las modernas fronteras estatales hasta la edición obligatoria de un atlas nacional, establecimiento del mercado mundial e interiorización de todos los emblemas de poder de una civilización y una cultura mundiales, sometimiento y cartografiado del mundo por los pode­res coloniales, descomunal necesidad de medios para someter, medir y cartografiar, impregnación cultural de territorios ultramarinos adquiridos por la violencia, apertura al tráfico del mundo entero mediante vapores, expresos de Oriente, transiberianos y transcontinentales de la Union Paci­fic-. Ferrocarril, comercio, tráfico, y por último aunque no en importan­cia, ejércitos y flotas: cabe conjeturar que nunca en la historia se había dado tan gran necesidad de mastering space, vencer, dominar, esclarecer e investigar el espacio, y a escala mundial. Por eso a la instauración de los espacios de los modernos Estados nacionales y la red de dominio de poten­cias europeas sobre el mundo entero le sigue como una sombra un movi-

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miento de reflexión cuyo núcleo constituyen, en lo científico, el naci­miento de la Geografía moderna, y en lo político, el de la moderna Geo­política. No es azar que se concentre en torno a 1900 la entrada en escena de los adelantados de la Geografía moderna, quienes por su parte habían de crear significadas escuelas nacionales: Friedrich Ratzel, Paul Vidal de la Blache, FrederickJackson Turner, Piotr Semionov-Tian--Schanskiy. No es azar que en esa época se viniera a institucionalizar la Geografía y fundar sociedades geográficas casi al mismo tiempo en todos los países adelanta­dos, Gra11 Bretaña, Francia, Alemania, Rusia o Japón. Y no es azar que arrastrada por el torbellino de la gran política tome forma una disciplina con sus figuras principales, Mackinder, Mahan, lord Curzon, Karl Hausho­fer o Rudolf Kiellén. Así, el imperialismo del siglo XIX y comienzos del XX

no sólo trajo desespacialización y deslocalización, sino también una agre­siva conciencia territorial.

Algo queda de cierto en la crítica de Edward Soja y otros a la <<desespa­cialización>> : que las cuestiones tocantes al espacio han sido desterradas o desplazadas del pensamiento social e histórico, de suerte que el balance de resultados que sociólogos críticos como Allan Pred, Pierre Bourdieu, Henri Lefebvre o Anthony Giddens ofrecían al finalizar el siglo XX tenía su parte de acierto: << [ ... ] la mayoría de teorías sociales han descuidado tomar suficientemente en serio no sólo la condición temporal de las conductas sociales, sino también sus cualidades espaciales. A primera vista nada parece más banal y sin alcance que afirmar que el comportamiento social tiene lugar en el espacio y en el tiempo. Pero ni tiempo ni espacio se han incorporado al centro de la teoría social, antes bien han sido tratados

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como ''entorno'' en que aquel comportamiento se incluye>> 29• Y una vez

más, en palabras de Anthony Giddens, <<a excepción de los trabajos geo­gráficos más recientes ... los científicos sociales han descuidado remodelar su pensamiento en esos modi, espacio y tiempo, en que está constituido todo sistema social. En cambio quisiera reafirmarme en mi posición de qt1e investigar ese problema no es un tipo especial o un campo particular de la ciencia social que uno puede tomarse en serio o dejar estar. Antes bien se trata del corazón de la teoría social, y debiera contemplarse como asunto de extraordinaria importancia a la hora de llevar a cabo investiga­ción empírica en ciencias sociales>> 3º.

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