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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXX, Nº 60. Lima-Hanover, 2do. Semestre de 2004, pp. 229-249 CATÁLOGO, COLECCIÓN Y COLONIALISMO INTERNO: UNA LECTURA DE LA DESCRIPCIÓN DE LA PATAGONIA DE THOMAS FALKNER (1774) Álvaro Fernández Bravo Universiad de San Andrés, CONICET, Argentina En 1774, dos años antes de la fundación del Virreinato del Río de la Plata, se publicó en Hereford, Inglaterra la Descripción de la Patagonia y de las partes contiguas de la América del Sur de Tho- mas Falkner 1 . El libro comprende seis capítulos con una introduc- ción y un prefacio y fue acompañado por dos mapas del litoral marítimo del extremo sur de Sud América, las islas Malvinas y el interior del territorio, con sus ríos y principales accidentes geográ- ficos. Los mapas incluyen ilustraciones de una pareja de indígenas patagónicos, de sus viviendas y de algunos animales. La informa- ción sobre la región, con datos sobre puertos, producción agrope- cuaria, recursos naturales, distancias geográficas y un detallado mapa étnico de los habitantes indígenas es la primera descripción exhaustiva del interior del extremo austral de Sudamérica. Según declara Falkner en la introducción, se propone describir un reino desconocido en Europa apoyándose en su contacto directo con el territorio, que recorrió ampliamente durante los 38 años de su re- sidencia en Sudamérica como sacerdote jesuita, hasta la expulsión de la Orden de San Ignacio en 1767. En este trabajo intentaré dar cuenta de tres problemas en rela- ción con el libro de Falkner. En primer lugar, me propongo leer la Descripción en el marco de la creciente centralidad del mundo atlántico y analizar el impacto de la literatura de viajes del siglo XVIII en la formación de una nueva conciencia planetaria. El libro de Falkner permite reconocer un tipo de articulación entre litera- tura de viajes y saber científico, diferente al que predominó en las Relaciones de Indias de los siglos XVI y XVII. La atención asigna- da a especies vegetales y animales, recursos económicos, relaciones hispano-indígenas y etnias aborígenes señala una nueva configu- ración del archivo americano, escrito en otras lenguas además del español. Me interesa situar la Descripción en el contexto de lo que

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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXX, Nº 60. Lima-Hanover, 2do. Semestre de 2004, pp. 229-249

CATÁLOGO, COLECCIÓN Y COLONIALISMO INTERNO: UNA LECTURA DE LA DESCRIPCIÓN

DE LA PATAGONIA DE THOMAS FALKNER (1774)

Álvaro Fernández Bravo Universiad de San Andrés,

CONICET, Argentina

En 1774, dos años antes de la fundación del Virreinato del Río de la Plata, se publicó en Hereford, Inglaterra la Descripción de la Patagonia y de las partes contiguas de la América del Sur de Tho-mas Falkner1. El libro comprende seis capítulos con una introduc-ción y un prefacio y fue acompañado por dos mapas del litoral marítimo del extremo sur de Sud América, las islas Malvinas y el interior del territorio, con sus ríos y principales accidentes geográ-ficos. Los mapas incluyen ilustraciones de una pareja de indígenas patagónicos, de sus viviendas y de algunos animales. La informa-ción sobre la región, con datos sobre puertos, producción agrope-cuaria, recursos naturales, distancias geográficas y un detallado mapa étnico de los habitantes indígenas es la primera descripción exhaustiva del interior del extremo austral de Sudamérica. Según declara Falkner en la introducción, se propone describir un reino desconocido en Europa apoyándose en su contacto directo con el territorio, que recorrió ampliamente durante los 38 años de su re-sidencia en Sudamérica como sacerdote jesuita, hasta la expulsión de la Orden de San Ignacio en 1767.

En este trabajo intentaré dar cuenta de tres problemas en rela-ción con el libro de Falkner. En primer lugar, me propongo leer la Descripción en el marco de la creciente centralidad del mundo atlántico y analizar el impacto de la literatura de viajes del siglo XVIII en la formación de una nueva conciencia planetaria. El libro de Falkner permite reconocer un tipo de articulación entre litera-tura de viajes y saber científico, diferente al que predominó en las Relaciones de Indias de los siglos XVI y XVII. La atención asigna-da a especies vegetales y animales, recursos económicos, relaciones hispano-indígenas y etnias aborígenes señala una nueva configu-ración del archivo americano, escrito en otras lenguas además del español. Me interesa situar la Descripción en el contexto de lo que

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Antonello Gerbi denominó la disputa del Nuevo Mundo. Obra con-temporánea de los debates sobre la naturaleza americana, si bien Falkner no manifiesta un conocimiento de los textos de los filósofos iluministas, su libro puede ser leído como una intervención en esa polémica, que interpone la perspectiva de un testigo ocular a las especulaciones filosóficas sobre América que circulaban en Europa y dialoga con la literatura de viajes publicada en el período. En se-gundo lugar me interesa analizar el inventario de especies y la función del mapa en el archivo imperial europeo. Falkner constru-ye una colección ambiciosa que describe la naturaleza y los habi-tantes, pero entre la acumulación aparentemente neutra de espe-cies aparecen consideraciones políticas y una crítica del sistema colonial. La crítica de Falkner precede y anticipa la de otros viaje-ros ilustres como Alexander von Humboldt y demuestra que ni mapas ni colecciones son acumulaciones inocuas de saber. Por último quiero interrogar la lectura y recuperación de la Descrip-ción en el período nacional en la Argentina, durante el cual fue publicada por primera vez en español, traducida y discutida por escritores y científicos. Según mi hipótesis, el libro resultó funcio-nal al proyecto de apropiación territorial implementado en la Ar-gentina durante el siglo XIX.

El museo atlántico

La atlantización del poder político europeo durante el siglo XVIII produjo un crecimiento del interés y el volumen de la litera-tura de viajes sobre el imperio colonial español en América publi-cada en Europa (Fabian, 1983; Lucena Giraldo, 1999). Los libros sobre las colonias españolas aumentaron en cantidad pero también cambiaron de registro. Tanto el mayor acceso de viajeros no espa-ñoles al territorio americano como la publicación y traducción de literatura de viajes sobre la región en un marco menos pautado que el de los cuestionarios e instrucciones que regulaban la publi-cación de escritos sobre América en España contribuyeron a esta transformación. Si las Relaciones de Indias eran gobernadas por una rígida retórica descriptiva –donde no obstante, según lo ha demostrado Elena Altuna, podían infiltrarse elementos como la crítica, la narración o la perspectiva personal de los autores– su horizonte de lectura estaba restringido a un ámbito administrativo y estatal que perseguía el control de los textos y de la difusión de información sobre América como un saber institucionalizado (Al-tuna, 1999 y 2002). Incluso las Cartas Anuas escritas por los jesui-tas participan de un pacto de lectura semejante: se trataba de do-cumentos destinados a una circulación restringida, donde los datos consignados responden a las expectativas de lectores que solicitan y esperan una información predeterminada.

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En contraste, la circulación de información sobre los territorios escasamente conocidos de América durante el siglo XVIII obedeció a intereses comerciales y científicos, políticos y estratégicos vincu-lados con la creciente centralidad del mundo atlántico. Los viajeros científicos buscaban alimentar el archivo imperial europeo con da-tos sobre zonas virtualmente ignotas y que adquirían un mayor peso en la formación de una nueva conciencia planetaria. Aunque también se esperaban ciertos datos, como mapas más exactos, in-formación sobre recursos económicos y situación política, el mar-gen de opinión de los autores era más laxo y la oportunidad para la crítica más amplia. La historia natural ocupó un lugar central en este esquema, con descripciones, observaciones, inventarios y cla-sificaciones de especies biológicas que aspiraban a la formación de un catálogo descriptivo universal (Pratt, 1992).

Sin embargo, la contribución del libro de Falkner a este catálo-go tuvo efectos concretos sobre todo en el nivel local. Fue una in-tervención decisiva para el establecimiento del Virreinato del Río de la Plata en 1776, al llamar la atención en la corte de Carlos III sobre el valor de la región y su estado de abandono por parte de las autoridades coloniales, en el marco de un crecimiento del valor es-tratégico de las colonias españolas como proveedoras de materias primas y como mercado para el tráfico de esclavos y manufacturas, y de un fortalecimiento del comercio entre Europa, Africa y Améri-ca a través del Océano Atlántico (Canals Frau, 1974; Brading, 1984; Weber, 1998). Luego de la publicación de la Descripción en Inglaterra, Machón realizó una imperfecta traducción que circuló en la corte causando alarma, e influyó en la nueva política hacia el Río de la Plata. De hecho, poco después de la publicación de la Descripción, las expediciones de Antonio Viedma (1780) y Basilio Villarino (1782) recorrieron la costa patagónica, donde fue fundada Carmen de Patagones.

La llegada de Falkner al Río de la Plata fue el resultado indi-recto de la Paz de Utrecht, que había garantizado en 1713 a los in-gleses el acceso a los puertos españoles para abastecerlos de escla-vos africanos –los Asientos que funcionaron entre ese año y 1739 (Studer, 1958; Rípodas de Ardanaz, 2002:15-20). Thomas Falkner, un joven médico británico que viajaba a bordo de un barco negrero, desembarcó en Buenos Aires luego de su paso por Africa en mayo de 1730. Nacido en Manchester en 1702, Falkner realizó estudios de medicina en Londres donde, según su más importante biógrafo, fue discípulo de Isaac Newton, cuyas teorías inspiraron el viaje de La Condamine (Furlong Cardiff, 1929:15). Luego de graduarse, fue empleado en la South Sea Company, dedicada al tráfico de escla-vos. En su viaje al Río de la Plata recibió el mandato de la Royal Society de Londres de estudiar las aguas y las propiedades medi-cinales de las hierbas locales2. Comercio y conocimiento, como ser-

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ía característico de muchos viajeros del siglo XIX, impulsaron su empresa.

El viajero desembarcó en Buenos Aires en 1730 y poco después enfermó gravemente3. Fue atendido por los sacerdotes jesuitas que lograron sanarlo y lo convirtieron al catolicismo. Poco después in-gresó en la Compañía de Jesús. Se dedicó a la labor misionera, re-corriendo el sur de la actual Provincia de Buenos Aires –en parti-cular la zona de la laguna de los Padres, entonces una frontera formada por tres reducciones de indígenas que Falkner contribuyó a fundar. También recorrió Santa Fe, Córdoba y Santiago del Es-tero, de lo cual da cuenta en su libro. Por su condición de británico, Falkner no fue enviado a las misiones jesuíticas del Paraguay, que permanecen fuera del foco de interés del libro4. Residió por perío-dos entre los indígenas en el sur de la actual provincia Buenos Ai-res y de allí proviene la mayor parte de la información recabada sobre la Patagonia (Nacuzzi, 1998; Iglesias, 2000). En Santa Fe fue administrador de una estancia jesuítica en Carcarañá, donde recogió restos fósiles y describió un animal prehistórico. En Córdo-ba, poco después de su llegada a Buenos Aires, realizó su forma-ción y ordenación como sacerdote, y luego de sus estadías en la zo-na de Laguna de los Padres y en Santa Fe, regresó la ciudad medi-terránea para ejercer la triple profesión de farmacéutico, médico y sacerdote. Algunos autores señalan a Falkner como el primer pro-fesor de matemática de la Universidad de Córdoba y del territorio que luego se llamaría Argentina (Canals Frau, 1974:17; Babini, 1986:53). En Córdoba permaneció sus últimos años en América hasta su expulsión junto a los jesuitas en 1767. A su regreso a Eu-ropa luego de un breve paso por España, estuvo en Italia y final-mente viajó a Inglaterra, donde se encontraba en septiembre de 1771, y donde permanecería hasta su muerte, en 1784 (Furlong, 1929:55, Lafone Quevedo, 1911:8).

La Descripción de la Patagonia puede ser leída como un aporte al intento de completar un mapa definitivo del mundo, completan-do las regiones menos conocidas. El mapa mundial al que los viaje-ros contribuyeron, enfrentaba espacios en blanco, como las regio-nes interiores escasamente cartografiadas de América, Asia y Afri-ca, que precisaban ser sometidas a la descripción y clasificación de la mirada europea (Duchet, 1975:25). Tal es el caso del litoral atlántico sudamericano y el interior de la región del Río de la Plata al que Thomas Falkner se referiría en su libro.

Aunque Lima y México continuaron siendo importantes en la segunda mitad del siglo XVIII (México todavía comprendía la mi-tad de la población de Hispanoamérica en ese período), se desarro-llaron nuevas bases en las hasta entonces marginales regiones del Río de la Plata, Caracas y Cuba, en el marco de un conjunto de re-formas administrativas, mercantiles y fiscales orientadas a forta-lecer el poder de la metrópolis sobre las colonias (Maxwell, 1999:

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80). Cabe señalar que en estos tres últimos casos se trataba de puertos volcados hacia el Océano Atlántico, eje del creciente inter-cambio comercial entre Europa, Africa y América y de la rivalidad entre las metrópolis europeas. La reapertura de la ruta del cabo de Hornos luego de la caída de Portobelo a manos de los ingleses en 1739, renovó la importancia estratégica del litoral Atlántico sur como ruta comercial. En el caso del Río de la Plata, también la presión portuguesa sobre Colonia del Sacramento forma parte del problema. El papel contenedor de las misiones jesuíticas (con el apoyo de los guaraníes) frente a la amenaza portuguesa había sido desarticulado por la expulsión de los jesuitas. Falkner dice al res-pecto:

Antes de la expulsión de los jesuitas de las misiones del Paraguay, [los españoles] podían haber sido auxiliados eficazmente por los indios gua-raníes, armados y bien disciplinados como estaban, y que habían ayuda-do a vencer a los insurgentes rebelados del Paraguay y a expulsar a los portugueses de Colonia del Sacramento, y así constituían la defensa más poderosa con que contaba este tan importante país. (115).

La importancia creciente del litoral atlántico hizo crecer la pre-sión de la férrea censura española que había controlado hasta en-tonces la edición de libros y escritos referentes a las colonias his-panoamericanas con el objeto de preservar su dominio de la codicia de potencias rivales, particularmente de Inglaterra y Francia (Pratt, 1992:17). Pero tanto el ingreso de viajeros no españoles en el continente, como la aparición en España de una tímida Ilustra-ción, permitieron la formación de una nueva biblioteca de viajes durante el siglo XVIII, en la que figuran autores como Amédée-Françoise Frezier, Charles Marie de La Condamine, Jorge Juan y Antonio Ulloa, Alessandro Malaspina y otros5. Como observa Bra-ding, la mera confrontación de la visión de Lima de Frezier –descripta como una capital decadente y pomposa, limítrofe con el ridículo por lo anacrónico de sus costumbres– en su A Voyage to the South Seas in the years 1712, 1713 and 1714 (Londres: 1717) con el texto oficial de Jorge Juan y Antonio Ulloa, la Relación histórica del viaje a la América meridional (Madrid: 1748) donde la capital del Perú recibe un trato mucho más benévolo, permite reconocer las (ineficaces) estrategias de control de la información ejercidas por la corona española (Brading, 1991:459). El título del otro libro de Juan y Ulloa, el informe confidencial Noticias secretas de América, donde brindan una versión notablemente distinta a la proporcionada en la Relación, publicado algunos años más tarde, permite comprobar el celo con el que la monarquía española vigi-laba la información sobre sus colonias.

Por lo tanto, la consolidación de un nuevo tipo de relato que vinculaba el viaje con la ciencia, y donde el viajero ocupaba un lu-gar menos rígido y más crítico, incluso en su manifiesta oposición

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a los philosophes ilustrados, marca un importante desplazamiento. Sergio Moravia ha sostenido que “el viajero criticaba a los filósofos: la realidad de la experiencia vivida y de las cosas vistas estaba ahora opuesta a una realidad distorsionada por ideas preconcebi-das y concepciones ideológicas” (1967:963). Los relatos de viaje in-tervienen entonces en una red que comprende tanto las ideas so-bre América que circulaban en la época como otros textos de viaje a los que, en un gesto frecuente en el género, los viajeros citan y corrigen. Falkner cita en su libro a media docena de ellos y pole-miza con la información incluida: el Viaje en la América del Sud, de Ulloa6 y la Histórica Relación del Reyno de Chile, de Ovalle aparecen referidos en la introducción (87-90); también cita en va-rias oportunidades a Lord George Anson, protagonista del Voyage around the World (1748), a quien también corrige7. Incluso las ex-pediciones españolas, como la de la Fragata San Antonio, empren-dida con la misión de vigilar las costas patagónicas para reconocer la presencia de extranjeros y en la que estuvieron los padres Car-diel y Strobel, sacerdotes jesuitas que luego acompañarían a Falk-ner en las misiones de la frontera, son mencionadas en el libro (Mandrini, 2000; Falkner, 2003:193). Por último, son citadas las obras de varios cartógrafos europeos –D’Anville, Bolton, Bougain-ville, Bernetti– para rectificarlas a partir de sus propias observa-ciones y de los datos obtenidos a través de informantes indígenas, españoles y criollos. La Patagonia y el Río de la Plata adquieren relieve propio en el museo de los viajeros atlánticos.

Falkner publicó su libro en 1774, a los 72 años, a instancias de Thomas Pennant, un naturalista británico a quien conoció luego de su regreso a Inglaterra. Pennant, amigo y corresponsal de Lin-neo y Buffon, tenía gran curiosidad por los indígenas de la Patago-nia y esto lo llevó a escribir él mismo un libro en el que se vale de datos proporcionados por Falkner8. Pennant tuvo entonces una in-fluencia significativa en la edición de la Descripción de la Patago-nia y a partir del diálogo entre él y Falkner, en el que el jesuita proporcionó precisiones geográficas y etnográficas sobre la natura-leza sudamericana, fue escrito Acerca de los patagones.

La intervención de Falkner contrapone al debate filosófico co-nocido como la disputa del Nuevo Mundo el testimonio de quien tuvo un contacto prolongado con la realidad americana y puede ser leído como un precursor de la investigación etnográfica. Falkner opone a la ideología la experiencia, el “haber estado allí” que ni Raynal ni De Pauw ni los demás philosophes podían sostener. Las ideas de Buffon, un severo exégeta de la naturaleza americana, fueron discutidas por otros jesuitas como Clavijero y Velasco. Este último fue un tenaz crítico de los filósofos de la Ilustración, a los que calificó de “una moderna secta de filósofos antiamericanos” (Brading, 1991:483; Gerbi, 1993:273). Clavijero por su parte, pu-blicó en Italia su Historia antigua de México (1780-1781), obra ex-

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presamente destinada a polemizar con las de De Pauw, Buffon, Raynal y Robertson. No obstante, la obra Falkner, a diferencia de otros viajeros por la Patagonia como Penerty, que visitó las islas Malvinas y se apoyó en su conocimiento del territorio para cues-tionar a De Pauw, no cita en ningún momento las obras de los filó-sofos de la Ilustración. Sin embargo el libro no permanece ajeno a los debates que tuvieron lugar en el período acerca de la naturale-za americana.

Como señala Furlong, poco sabemos del paso de Falkner por Italia, a su regreso de Sudamérica. Muchos jesuitas expulsados se dirigieron allí, y no sería raro que Falkner hubiera tomado contac-to con alguno de ellos, como Clavijero o Velasco. Aunque las obras de estos dos son posteriores a la de Falkner, los libros de Buffon, Raynal y De Pauw ya habían sido publicados y tenían una amplia difusión en los círculos educados cuando el jesuita regresa a Euro-pa. La Descripción de la Patagonia en ningún momento permite inferir que Falkner conociera los debates y ataques a la condición “enferma” y degeneradora del continente americano, pero su con-tinua insistencia en la fertilidad del territorio, la riqueza natural y la benevolencia del clima, así como las continuas comparaciones con Europa, en las que el Nuevo Mundo sale favorecido, parecen replicar a las acusaciones de los filósofos, que insistían en la este-rilidad de América.

La importancia otorgada a la Patagonia como territorio ignoto se manifiesta en el mapa que acompaña a la edición, cuya toponi-mia, descripta en los capítulos 3 al 5, se mantiene sin grandes di-ferencias con la actual. Los lagos Nahuel Huapi, Guachulafquen y los ríos Negro y Colorado dan testimonio de esta perdurable identi-ficación anotada por Falkner. Para nombrar los ríos, lagos y acci-dentes geográficos de la costa, el jesuita apela a informantes indí-genas y españoles frente a los que adopta una posición equidistan-te: se ubica por fuera de ambos grupos aunque, en general, sus jui-cios son más desfavorables a los españoles, a los que acusa de in-dolencia, excesiva codicia y, a veces, de responsables últimos de la violencia entre europeos e indígenas9. Entre los informantes indí-genas sobresale el cacique Cangapol, sobre quien dice:

No me acuerdo de haber visto indio alguno que aventajase a Cangapol en más de una o dos pulgadas, y Sausimian, su hermano, no pasaba de los seis pies de alto. Los Patagones o Puelches son gente corpulenta; más nunca tuve noticias de esa nación de gigantes tan mentada por otros, y esto que he visto individuos de todas las tribus de los indios aus-trales. (88).

El mito de los gigantes Patagones, enunciado por primera vez por Pigafetta, reapareció en el siglo XVIII entre quienes buscaban desafiar la tesis de De Pauw (Gerbi, 1993:104-109). El abate pru-siano en sus Recherches sur les Americaines sostenía que los ani-

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males autóctonos americanos eran más pequeños, débiles y cobar-des que los del Viejo Mundo y lo mismo ocurría con los seres humanos. Los europeos degeneraban en América y los mismos indígenas carecían de la fortaleza y virilidad de los europeos. La teoría del “león cobarde” americano había sido enunciada por Vol-taire en el Candide y tuvo gran eco entre los philosophes america-nistas. Falkner sin embargo, desacredita el mito de los gigantes patagones, así como el de la Ciudad de los Césares, aunque enfati-za la fortaleza y robustez de los nativos10. El texto privilegia así la información testimonial y cuestiona las leyendas construidas sobre el territorio patagónico, pero sobre todo se aleja del determinismo climático que sostenía un estado de barbarie fatal entre las cultu-ras autóctonas y una degeneración de las especies transplantadas, incluidos los seres humanos venidos de Europa.

El mapa que acompaña la edición contiene también una ilus-tración del cacique Cangapol y su mujer Huenec, informantes y ocasionales compañeros de viaje de Falkner en su recorrido por la zona de Laguna de los Padres. Los indígenas están retratados con vestimentas europeas y rasgos clásicos. Como observa Carretero, las armas no corresponden a los indígenas patagónicos, lo que puede ser interpretado como una característica deliberadamente favorable a los indígenas, que busca realzar su condición. Los ani-males que acompañan la ilustración, un tigre americano, un cuadrúpedo que podría ser un oso hormiguero o un ornitorrinco, un zorro y varios armadillos, reflejan el interés por las especies americanas y parecen evocar las teorías sobre animales más pe-queños y de menor desarrollo que los del Viejo Mundo. Nada de es-to se desprende del texto de Falkner, que insiste en la riqueza de la fauna y compara las especies americanas con las europeas, des-tacando el tamaño y características de frutos y animales, pero permite reconocer en la iconografía el eco de la disputa sobre la naturaleza del Nuevo Mundo y las tesis sobre la inferioridad de la naturaleza americana.

La Descripción de la Patagonia, entonces, puede ser leída como el emergente de una nueva situación comunicativa. Se trataba de libros que se dirigían a un público más amplio que las Relaciones de Indias impulsados por intereses científicos y también políticos. La descripción de las condiciones sociales llevaba a una crítica se-vera de la dominación española y a una observación de la incipien-te sociedad criolla. La posición de Falkner es coherente con un afán ilustrado y científico de mensura, clasificación e inventario de especies y difusión del conocimiento. Como en la Relation abrégé d’un voyage fait dans l’interieur de l’Amérique méridionale, de La Condamine, la Descripción presta atención a la topografía y las distancias exactas, buscando producir un mapa más ajustado a la realidad que los disponibles hasta entonces. En la introducción, Falkner cuestiona la extensión asignada a la región en el mapa de

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D’Anville “porque no me es posible conciliar lo que en él consta con las relaciones de los indios, ni con lo que yo mismo pude observar en cuanto a las distancias entre los lugares” (88). Como señala Mi-chael T. Bravo, la búsqueda de la precisión opera como un rasgo característico de los viajeros del siglo XVIII. Este afán de exactitud añadía una nueva dimensión –crítica y por momentos polémica con el contenido de la narrativa de viajes– en la cual podemos situar el libro de Falkner (Bravo, 1999:163).

Falkner coleccionista

La Patagonia, según vimos, fue objeto de numerosos relatos de viaje que atribuyeron a la región leyendas y mitos que completa-ban con imaginación y fantasía el déficit de información precisa. Desde el comienzo de su libro, Falkner descalifica la mitología y reconoce en la cultura indígena un objeto digno de clasificación, animado por el proyecto del viajero científico11. Los últimos tres capítulos del libro están dedicados a trazar un mapa de la etno-grafía patagónica, incluyendo un léxico de la lengua araucana, en un intento de ordenar los distintos grupos indígenas bajo una mi-rada taxonómica característica del siglo XVIII12. Esta clasificación ha sido objeto de diversos cuestionamientos y rectificaciones por parte de etnólogos contemporáneos, que escapan a la materia de nuestra lectura13.

El texto apela en numerosas ocasiones al testimonio de infor-mantes locales –indígenas, españoles y criollos– a partir de los cuales elabora su descripción, ubicándose en una posición que se nutre de los datos proporcionados sin objetar la identidad de sus autores y se apropia de nombres españoles o indígenas para desig-nar lugares, ríos y sitios geográficos. En algunos casos, incluso, anota múltiples denominaciones, como en el del río Segundo Des-aguadero. Dice sobre él:

Este río, que es el mayor de todos los de Patagonia, desagua en el océano occidental y se nombra de diferentes modos, como ser: el Segundo Des-aguadero, el Desaguadero Nahuellhuapi; los españoles lo llaman el gran río de los Sauces; algunos de los indios, el Choelehechel; los Puelches, Leuvú Camo, o el río, por antonomasia; y los Huilliches y Pehuenches, Cusu-Leuvu, esto es, río Negro. Donde se cruza del Primer al Segundo Desaguadero se llama Cholehechel. (148)

El río aparece nombrado con denominaciones en cinco lenguas diferentes sin que ninguno de los nombres predomine sobre otro. La mayor parte de los datos obtenidos por Falkner sobre la Pata-gonia provienen de su estada en 1744 y luego entre 1746 y 1751 en la región de Laguna de los Padres, próxima a lo que es hoy la ciu-dad de Mar del Plata en la Provincia de Buenos Aires. Su posición en la frontera lo convierte en un precursor de la literatura que re-presentó el paisaje pampeano. Allí trabó contacto con indígenas de

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distintas tribus, de los cuales obtuvo información sobre el vasto te-rritorio que hoy conocemos como Patagonia, pero que en realidad él nunca conoció, si asumimos la frontera como una línea inmóvil14. El relato está formado en gran medida por fuentes de viajeros indígenas que atravesaban enormes distancias y que, en algunos casos, llegaban hasta las misiones establecidas por los jesuitas, donde Falkner tuvo oportunidad de conocerlos. También apela en numerosas ocasiones al testimonio de viajeros españoles, cautivos y misioneros “chilenos” para completar referencias sobre los luga-res que no visitó. Así, dice que “El lago Nahuelhuapi es uno de los más grandes que forman las aguas de la cordillera; según lo que nos cuentan los misioneros chilenos, mide unas 15 leguas de largo” (151).

El lugar fronterizo de Falkner, exterior tanto a los españoles como a los indígenas y en diálogo con ambos grupos, otorga al tex-to un grado de distanciamiento peculiar y permite reconocer su vo-luntad de construir una perspectiva ubicada por fuera de los po-bladores europeos y aborígenes, pero incorporando el saber de unos y otros en el texto. Así, el mapa de la Descripción construye una topografía híbrida, formada por el contacto con informantes indígenas y criollos, españoles y cautivos, de los que obtiene datos para describir el territorio. El resultado es un texto polifónico, donde el cacique Cangapol o el hijo del Capitán Mansilla (que vivió 6 años entre los Tehuelches) ocupan posiciones complementarias y cuyas voces conviven y se rectifican mutuamente. La ubicación ex-terior de Falkner, le permite formular una crítica del sistema colo-nial español y, en un sentido más amplio, proponer un relato de pretensiones científicas en el que se escuchan testimonios contra-puestos.

Sin embargo, sería ingenuo suponer la crítica de Falkner a la codicia, el desperdicio y la mala administración del sistema colo-nial español como una mera constatación empírica. El desarrollo de la geografía y la etnografía y el nacimiento de un afán por acu-mular información más precisa en el que “lo maravilloso ya no era un elemento central en la nueva estructura de conocimiento” (Lar-ner, 1999:80), debe ser entendido en el marco de la política impe-rial europea. Se trata de un discurso donde los datos se intercalan con consideraciones políticas, como recomendaciones y propuestas para un uso más eficaz del territorio. Es posible reconocer un plan de ocupación colonial que subyace y se mezcla con la descripción “fáctica” de lugares y especies.

En el primer capítulo, refiriéndose a la presencia de ganado cimarrón, Falkner observa: “A la gran abundancia de caballos y ganado vacuno se atribuye el que los españoles e indios no cultiven sus tierras con ese cuidado y diligencia que se requiere y que la ociosidad haya cundido entre todos ellos” (103). En el siguiente capítulo, al describir la “banda septentrional del Río de la Plata”

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(el Uruguay), señala: “Es país muy fértil, produce toda clase de ce-reales, si se cultiva como es debido” (133). Abundan consideracio-nes como ésta, donde se enfatiza el pobre aprovechamiento de la tierra y el estado de virtual abandono en que se encuentra en ma-nos de los españoles. Sin duda la expulsión de los jesuitas tiene in-fluencia en los juicios negativos de Falkner sobre el sistema colo-nial. También las ideas acerca del efecto corruptor de la riqueza y abundancia de alimentos –en este caso, ganado– y sus efectos ne-fastos sobre la cultura operan en los fragmentos citados: como Darwin y Sarmiento, la abundancia de ganado cimarrón explica el atraso y la falta de ambición de la sociedad criolla15. Pero un ele-mento adicional puede ser leído en estas apreciaciones.

Si la Descripción contradice las opiniones sobre la naturaleza americana difundidas por los filósofos del siglo XVIII, participa por otro lado de los debates acerca del modo de apropiación colonial y de lo que Anthony Pagden definió como “the agriculturalist argu-ment” (Pagden, 1995:78). La doctrina res nullius, difundida en el siglo XVIII entre ingleses y franceses para cuestionar los derechos de España sobre los territorios americanos, sostenía que todas las “cosas vacías”, incluyendo las tierras desocupadas, permanecían como propiedad común de la humanidad hasta que fueran emplea-das con algún propósito, generalmente de tipo agrícola (Pagden, 1995:76). Colonia, plantación y trabajo aparecen así como términos equivalentes y es precisamente la ausencia de una política de ex-plotación de los abundantes recursos naturales y el desaprove-chamiento del territorio uno de los argumentos recurrentes del li-bro de Falkner para criticar a la administración colonial española.

Por otro lado, al catálogo de especies y riqueza desaprovecha-das se suma un discurso que enfatiza la pérdida derivada de la política colonial. “La codicia y el descuido de los españoles han des-truido a tal grado este ganado alzado, que a no ser por el hecho providencial de alguna gente más previsora, ya la carne se hubiese puesto carísima en aquellas regiones. En los primeros tiempos, no pasaba año sin que zarpasen de seis a ocho buques de Buenos Ai-res cargados de cueros en su mayor parte. Grandes matanzas se hacían sin que se aprovechase más que los cueros, la gordura y el sebo; pero la carne se tiraba al campo para que se pudriese” (102). El régimen de desperdicio impregna la sociabilidad rioplatense y habla tanto de oportunidades comerciales –como las que buscaba Inglaterra en América– como de la destrucción e indolencia que invitaban y justificaban una intervención extranjera. Se mezclan así, intereses económicos con razones morales. El discurso impe-rial, como lo ha demostrado Edward Said, incurre en “obligaciones metafísicas” que justifican la necesidad de gobernar y subordinar pueblos menos avanzados para protegerlos de su propia miseria e ineptitud (Said, 1993:10). En el texto de Falkner son los mismos

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europeos los responsables del atraso y el régimen colonial español la causa principal del gasto improductivo.

En este sentido, resulta interesante detenerse en los momentos en que la Descripción abandona el tono neutral y descriptivo y adopta el de una guía de intervención militar. El mapa y la colec-ción nunca son instrumentos inocuos. La colección no se construye por sus elementos, sino por el principio que regula su organización. La acumulación siempre supone un relato donde la selección, la combinación y el orden de los objetos cobran sentido. En estos momentos la descripción del paisaje, la flora y la fauna cede espa-cio a opiniones sobre puertos, localización de colonias y estimacio-nes sobre la adhesión o resistencia de la población a una eventual invasión extranjera. Pero antes de examinar las palabras de Falk-ner sobre esta cuestión, vale la pena detenerse en la participación de William Combe, defensor de la expansión militar británica y panfletista al servicio de William Pitt (1708-1770) en la publica-ción del libro. Combe conoció a Falkner en 1771 o 1772 y fue res-ponsable de la edición de la Descripción en Inglaterra (Furlong, 1929:61). En el prefacio que acompaña al texto de Falkner, atri-buido a Combe16, el editor hace explícitas las razones de su volun-tad por publicarlo: “El establecimiento de una colonia inglesa en las Malvinas, según dicen, se debe a la opinión del finado lord An-son, quien consideraba que se propendería a la extensión del co-mercio y del imperio marítimo de la Gran Bretaña si ésta se hacía de un buen puerto para los barcos ingleses en los mares australes de América” (57).

Combe declara también haber realizado algunas alteraciones al manuscrito de Falkner, y algunos lectores han atribuido a su edi-tor un rol significativo en la factura del libro17. Furlong sostiene que el prefacio no guarda relación con el contenido de la Descrip-ción y sólo reconoce a su autor el mérito de haber publicado la obra. Otros lectores, como Rojas o Canals Frau, han sugerido que la intervención de Combe podría haber ido más allá del ordena-miento. Si bien es verdad que el prefacio se extiende en considera-ciones sobre la importancia del comercio, y defiende la convenien-cia de un pacto entre España e Inglaterra a expensas del que en ese momento unía a los Borbones a ambos lados de los Pirineos, Combe hace explícita la necesidad de información para eventuales necesidades militares: “Como no está fuera de lo probable que nav-íos ingleses tengan que meterse algún día en el Río de la Plata, ora como amigos, ora como enemigos, se hace la descripción de los puertos de aquel río, y también relación de los peces que de él se sacan” (59).

Opiniones de este tenor explican la alarma de la corte de Carlos III y despertaron irritación entre los lectores nacionales del texto. Sin embargo, si las comparamos con algunas palabras del propio Falkner en el cuerpo de la obra, veremos que la distancia con las

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de su editor no es tan grande como parece. Refiriéndose a la pobla-ción de las gobernaciones de Buenos Aires y Tucumán, el jesuita sostiene:

La gente de estos países no son gran cosa como soldados, y tan descon-tentos se hallan con el gobierno español, mal estado de los negocios, ca-restía de todo lo que son mercaderías de ultramar, y lo que es peor, im-puestos exorbitantes, etcétera, que de buen grado se verían súbditos de cualquier otra nación que los libertara de la opresión en que se hallan sumidos. Y, todo esto no obstante, el país entero está sin más defensa que una poca tropa veterana en Buenos Aires y Montevideo; y bastaría tomar estas dos plazas para que todo el país se sometiera con sólo hacer un paseo militar por él; porque los criollos se harían uno con el enemigo, cualquiera que fuese. (115)

El fragmento se detiene en las razones del éxito de una inva-sión (descontento, malos negocios, carestía, impuestos: opresión) y en la débil resistencia militar; señala también, la existencia de un sujeto colectivo criollo que aparece como el aliado posible en caso de una intervención militar. Este conjunto de rasgos construye la imagen de un territorio pasible de ser ocupado, debilitado por la lógica interna del sistema colonial, que genera su propio deterioro y fabrica un enemigo interno que –sugiere Falkner– se puede con-vertir en aliado de los invasores. Sin duda la mirada sobre la iden-tidad colectiva es lo que habrá resultado más atractivo para sus lectores del siglo XIX: la postulación de la existencia de una comu-nidad criolla dispuesta a buscar la emancipación del poder espa-ñol.

En este mismo sentido, abundan recomendaciones para el esta-blecimiento de puertos y colonias en la costa patagónica, incluyen-do alternativas a una colonia en las islas Malvinas, descriptas co-mo un territorio inhóspito y poco adecuado para el control de las rutas comerciales británicas. La debilidad de los puertos y defen-sas coloniales permiten a Falkner especular sobre los efectos del establecimiento de una plaza británica en el continente. Opera una ficción de control geográfico que recomienda ubicaciones pre-cisas para ciudades pero también clasifica hierbas y peces para abastecer el archivo –y, eventualmente, a las tropas– del Imperio. Los datos, insisto, no permanecen inmóviles: son punto de partida para fantasías de dominación. Así, la pérdida de Buenos Aires, sostiene el jesuita, traería aparejada la del Perú y la de Chile, de-bido a la dependencia de éstas de las mulas exportadas desde la región del Río de la Plata, Córdoba y Salta hacia el norte, necesa-rias para el transporte de metales (114). Una colonia en la costa patagónica podría fácilmente dominar Valdivia y luego Valparaíso, apropiarse de la costa de Chile, además de competir con éxito fren-te al puerto inadecuado de Buenos Aires (154).

El archivo y la colección de datos recogidos en la Descripción de la Patagonia son dispositivos activos de intervención territorial:

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sirven para recortar el territorio, postular la existencia de una identidad colectiva criolla e imaginar estrategias de dominación para poblar ese mapa vacío. El libro se inserta así en un programa donde la ciencia e imperio se alimentan mutuamente. El saber abastece el archivo imperial y despierta el interés por el territorio que describe. La riqueza contradice las tesis de esterilidad y llama a la explotación allí donde hay desperdicio. Walter Mignolo ha ob-servado que son las descripciones del mundo las que lo hacen rele-vante, no su mera existencia (1995:227). En el caso de Falkner, el mapa de las cosas y las razas construye un conjunto nuevo, desco-nocido hasta entonces, que amplía el rango de la percepción al in-cluir un espacio no cartografiado y deriva en fantasías de domina-ción imperial. El conocimiento no permanece inmóvil en el museo textual: despierta deseos y ficciones de control político.

National Geographic

El impacto de la Descripción fue, sin embargo, mucho más sig-nificativo entre sus lectores en lengua española que entre los in-gleses. Como señalé antes, la traducción de Machón circuló en la corte de Carlos III, donde Pedro Rodríguez de Campomanes apre-suraba las reformas que buscaban corregir las deficiencias del sis-tema colonial y en particular la desatención de las fronteras, como en el caso de la Patagonia (Brading, 1984; Weber, 1998).

Aún mayor parece haber sido el interés por el libro entre los lectores luego de la Independencia. Las numerosas ediciones de la obra en la Argentina permiten reconocer este fenómeno y cabe preguntarse por las razones que lo impulsaron. Por un lado, la acumulación de información geográfica, etnológica e histórica hacen de la Descripción uno de los primeros tratados exhaustivos sobre la Patagonia. Si bien, según vimos, es posible pensar su con-tribución en un sentido universalista, como un aporte para la for-mación de una conciencia planetaria (Pratt, 1992), se puede plan-tear una lectura complementaria de ésta, donde al mapa opera en el contexto regional y hacia sus lectores locales, entre quienes fue leído y criticado. El sujeto colectivo criollo y la toponimia geográfi-ca aluden siempre a un territorio que se superpone con el de Ar-gentina y eso explica el éxito entre sus lectores nacionales. El foco de atención recorta una comunidad cuyas fronteras se aproximan a las de Argentina y también se refiere a las otras “naciones” –Chile y Uruguay– diferenciándolas entre sí (la Rivera Norte del Río de la Plata corresponde al Uruguay, que posee características propias; Chile aparece nombrado como una región de rasgos es-pecíficos, distinta de la Patagonia occidental, sobre la que concen-tra su interés el libro).

De modo que si bien la edición en inglés tuvo algunos efectos globales, como su circulación en España, las traducciones al

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alemán y al francés y el envío de nuevas expediciones, será en Ar-gentina donde el libro alcanzará un eco más sostenido, tendrá efec-tos performativos (expediciones locales, fundación de ciudades, ex-plotación de recursos naturales, política de fronteras) y se conver-tirá en materia de debates al insertarse en una tradición literaria. El primer editor del libro en español, Pedro De Angelis, intelectual de origen italiano al servicio de Rosas, realizó en su “Discurso pre-liminar a la edición castellana” una lectura crítica de la figura del jesuita, sugiriendo que éste “fue acopiando materiales para una obra que, según parece, destinaba al ministerio inglés” (1969:662). Las razones para este comportamiento pueden atribuirse, según De Angelis, a la persecución sufrida por los jesuitas por parte del gobierno español, pero su interpretación lo lleva a acusar a Falk-ner de conspirar contra el país y proporcionar ayuda a quienes as-piraban a invadirlo. “Sean cuales fueran los motivos del disgusto que tenga un extranjero contra el país que lo acoge, nunca debe conspirar contra él, ni proporcionar armas a los que aspiran a in-vadirlo o usurparlo” (ibid). ¿De qué país habla De Angelis en 1835? La nación rosista, crecientemente enfrentada a la presión imperial europea, impulsa una lectura nacionalista que sería luego cuestio-nada por Samuel Lafone Quevedo y Ricardo Rojas. Su referencia sin duda también está teñida por el recuerdo de las invasiones in-glesas a Buenos Aires que habían tenido lugar en 1806 y 1807 y por la presencia británica en las islas Malvinas, efectiva desde 183318.

No obstante, De Angelis publicó la Descripción y lo reconoció como un libro, “aunque no siempre exacto en sus detalles topográ-ficos” (1969:665), valioso por su condición de obra precursora en la representación de un territorio escasamente conocido. La misma inclusión de la Descripción en la Colección de Obras y Documentos contribuyó a establecer su posición en el corpus de la literatura de viajes sobre la Patagonia. En este sentido, la misma voluntad co-leccionista de Falkner resultó tempranamente reconocida por el Estado (es la Imprenta del Estado la que publica la Colección de De Angelis) que nacionalizó el texto y lo insertó en una tradición. El libro de Falkner es el primero en representar el paisaje pam-peano-patagónico, de una serie frecuentada por los escritores más relevantes del período, como Sarmiento, que describió la pampa en el Facundo (1845) sin haberla conocido, nutriéndose de los libros de viaje del cual la Descripción es precursor, o Echeverría, que en-contró inspiración en los viajeros ingleses que sucedieron al jesui-ta.

La literatura de viajes por el territorio argentino floreció du-rante el siglo XIX, primero a través de los viajeros ingleses que lo recorrieron, y luego de la conquista de la Patagonia por parte del Estado, en los libros de los viajeros nacionales19. El libro de Falk-ner es discutido en muchos de ellos, como La conquista de quince

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mil leguas, de Estanislao Zeballos, que rectifica la información ge-ográfica o La Australia argentina, de Roberto Payró, que lo toma como un antecedente de su propio viaje20.

Pero las sospechas de De Angelis sobre la lealtad de Falkner hacia el país que lo alojó no encontraron eco en los lectores argen-tinos de la obra. La imperfecta traducción de Machón fue acusada de un malentendido del que Falkner quedaba excusado. Samuel Lafone Quevedo, en la introducción de 1911, al referirse al proyec-to de establecer una colonia en la costa patagónica, observa:

Conviene que se lean los párrafos que preceden, porque así se compren-derá que se trata de una observación sensata de Falkner, quien llamaba la atención de las ventajas que sobre el puerto de Buenos Aires podía tener otro situado más al sur; y por otra parte hacía notar los peligros que encerraba la incuria de los españoles, por que dejaban bahías de más importancia que las de las islas Malvinas, y de más comodidad co-mo puertos de escala que el mismo Buenos Aires. Por consiguiente, no se trataba de ser desleal, sino de hacer una simple advertencia que aprove-chase a quien, ya sea otro si la cosa era res nullius, ya la corona de Cas-tilla si ello se incluía en los derechos del rey de España. (1911:6)

La invocación de la doctrina res nullius opera aquí no para jus-tificar las ambiciones de las potencias coloniales europeas, sino como argumento de la expansión territorial argentina y su proyec-to de colonialismo interior. Apropiarse del libro de Falkner y de su soporte ideológico constituye una estrategia donde el foco de aten-ción ya no se encuentra en el territorio sino en su representación. Esto explica la escasa atención dirigida hacia las ficciones de do-minación imperial presentes en el texto. Ricardo Rojas, en su His-toria de la literatura argentina, dice: “Una grave leyenda ha ro-deado este libro desde su aparición, pues se ha dicho que pretendió incitar a la corona inglesa para la conquista de la Patagonia (...). La divulgación de esta leyenda entre nosotros se debe a la temeri-dad de Pedro de Angelis” (Rojas, 1960:398). En un tono de disculpa semejante al de Lafone Quevedo, Rojas se entrega a la reivindica-ción de la figura de Falkner desde un ángulo nacional, minimizan-do su alineamiento con el imperio. En ambos casos, la lectura del libro cumple la función de incorporar la Descripción de la Patago-nia al Archivo Nacional (la publicación en la Colección de De An-gelis, la edición en la Biblioteca centenaria, la inclusión en la his-toria literaria de Rojas) para cambiar el lugar donde se encuentra depositada la información. El archivo, con su política de almace-namiento y apropiación, produce “afueras”: depositar la obra de Falkner en el Archivo Nacional modifica la posición del texto y permite leerlo de otro modo. Se puede postular que la apropiación territorial no tiene lugar hasta que el libro no resulta inserto en una red de lecturas. El domicilio define al archivo21 y las lecturas nacionales apresaron la obra en una constelación donde todavía se encuentra. La Descripción fue funcional a la apropiación de la Pa-

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tagonia no por parte de una potencia extranjera, sino desde el mismo Estado nacional que ejecutó la estrategia de apropiación enunciada en el libro, empleándola en la política de colonialismo interior en la que la literatura de viajes operó como un dispositivo eficaz y fructífero en la formación de la tradicion literaria. Antes que por los mapas, la descripción de los puertos y el cálculo del rédito económico, fue el mismo proyecto de ocupación lo que sedujo a sus lectores nacionales: incorporar el archivo argentino a un tex-to precursor en la cartografía de la subjetividad colectiva.

NOTAS

1. El título de la primera edición es A Description of Patagonia and the Adjoi-ning Parts of South America: Containing an Account of the Soil, Produce, Animals, Vales, Mountains, River, Lakes, etc. of Those Countries; the Reli-gion, Government, Policy Customs, Dress, Arms and Language of the Indian Inhabitants; and some Particulars to Falkland’s Islands. Hereford: C. Pough, 1774. Engraved by Mr. Kitchin, hydrographer to His Majesty. Prefa-ce pp. 1-23; text pp. 25-144, with two maps and 14 vignetes. Una copia del libro, que perteneciera a la biblioteca del Perito Francisco Pascasio Moreno se encuentra en la biblioteca del Jockey Club de Buenos Aires, otra en el Museo Etnográfico de la Universidad de Buenos Aires. La obra fue rápida-mente traducida al alemán (1775) y al francés (1785). La primera edición en español la hizo en la Argentina Pedro De Angelis en 1835 en su Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provin-cias del Río de la Plata (Buenos Aires: Imprenta del Estado). De Angelis empleó la imperfecta e incompleta traducción de Antonio Machón. Luego Samuel Lafone Quevedo volvió a publicarlo en 1911 en la Biblioteca Cente-naria de la Universidad Nacional de La Plata, en una nueva traducción que incluía los fragmentos eliminados. El libro tuvo varias reediciones durante el siglo XX y fue recientemente publicado con una introducción de Raúl Mandrini. Empleo esta última edición (Buenos Aires: Taurus, 2003).

2. Aunque Falkner publica su Descripción 55 años después de que se le enco-mendara la misión de estudiar las propiedades de las hierbas, incluye in-formación detallada sobre los tés cordobeses (famosos por sus propiedades medicinales y digestivas) y los compara con los de la China (109).

3. La información biográfica es contradictoria e imprecisa, aunque Furlong si-gue siendo la fuente más abundante, por su acceso a bibliografía archivada por los jesuitas. Furlong sostiene que la enfermedad de Falkner se produjo “a poco de llegar a Buenos Aires” y que habría sido atendido por el padre Sebastián de San Martín (1929:18). Mandrini sugiere que antes de su dolen-cia Falkner habría viajado a Santa Fe, Córdoba, Mendoza y Chile, aunque no señala las fuentes en que se apoya.

4. Furlong dice: “Creemos que los superiores de la Compañía nunca enviaron a Falkner a las misiones guaraníticas porque estaba entonces expresamente prohibido por el Rey el que se enviaran a ellas a ‘súbditos de nación que tenga fuerzas por mar’” (1929: 24).

5. Duchet incluye en esa biblioteca, minuciosamente estudiada en colecciones privadas como las de Voltaire y Diderot, tanto los relatos de viaje como las interpretaciones y exégesis de las “fuentes primarias”. Mi intención es des-agregar ese vasto corpus de escritos sobre América, distinguiendo los relatos

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de viaje propiamente dichos de las obras de los philosophes, entendiendo a éstas como lecturas o “fuentes secundarias” que se apoyan en la literatura de viajes para especular sobre la naturaleza americana.

6. Se trata probablemente de la Relación de un viaje a la América meridional antes citado.

7. David J. Weber señala el impacto del viaje de Anson en la política española hacia las regiones fronterizas del imperio hasta entonces descuidadas. La política hacia la periferia incluyó “enviar religiosos para conquistar a los na-tivos recalcitrantes mediante la persuasión” (1998:150). El viaje de Anson fue escrito por Richard Walter (A Voyage Round the World, in the years MDCCXL, I, II, III, IV. By Beorge Anson, esq; Commander in Chief of the Squadron of his Majesty’s Ships, Sent Upon an Expedition to the South Se-as. Compilado y publicado en Londres por John y Paul Knapton, 1748).

8. Furlong atribuye este libro de Pennant, titulado Acerca de los Patagones a Falkner, aunque la bibliografía más reciente descacredita esta opinión. Véanse Carretero (1969:646) y Mandrini (2003).

9. Así ocurre en el relato del malón comandado por Cangapol que atacó Mag-dalena, en la Provincia de Buenos Aires, según Nacuzzi uno de los más fero-ces que asolaron Buenos Aires.

10. Falkner reconoce sin embargo, la existencia de huesos de tamaño descomu-nal que podrían haber pertenecido a gigantes. Cita al Inca Gracilaso de la Vega “que hace mención de estos huesos en el Perú, y nos cuenta que, según la tradición de los indios, unos gigantes habitaban antiguamente estos paí-ses, y que fueron destruidos por el delito de sodomía” (121). Aunque predo-mina un tono científico, su catálogo no está completamente exento de mons-truos: la descripción del yaguarú o tigre de agua, “un animal descomunal” observado en 1752 en el río Paraná, así lo atestigua.

11. Resulta interesante notar que Falkner regresa a Inglaterra con algunos ob-jetos que podrían haber abastecido un eventual museo patagónico. Pennant, en Of the Patagonians, dice que Falkner volvió “llevando consigo un traje o vestimenta indígena, un vaso de asta y un pequeño pote fabricado de cobre chileno; los únicos frutos que los españoles le dejaron después de 38 años de labor misionera”. Citado por Furlong (1929:55).

12. Carolus Linneo sería el representante más evidente. Según vimos, Pennant fue su corresponsal.

13. Como señala Raúl Mandrini, algunos de los ataques a la clasificación et-nográfica sin duda imperfecta de Falkner provienen de debates como los que tuvieron lugar a partir de los años 30 en la Argentina, donde la llamada Es-cuela Histórico-Cultural cuestionó muchas de las afirmaciones de la Des-cripción. Otra polémica tuvo como protagonistas a Rodolfo Casamiquela y a Roberto Lehmann Nitsche. Lehman Nitsche fue responsable de una teoría sobre las lenguas het, inspirada en el libro de Falkner, desacreditada por Casamiquela. Mandrini ha demostrado con solvencia el desajuste de esos debates, más atentos a defender las posiciones epistemológicas de sus con-tendientes que a considerar el valor documental, por momentos inexacto pe-ro de gran importancia histórica, de la obra de Falkner (Mandrini, 2003). Nacuzzi defiende la precisión de la información etnográfica; Molinari cues-tiona la validez de los datos geográficos (1962).

14. Se puede cuestionar el desconocimiento de Falkner de una región que en cierto modo él mismo contribuyó a fundar. El mismo término “Patagonia” era inestable entonces. Según ha demostrado Harley (1988; 1989), los ma-pas no son posteriores a los territorios descriptos sino que más bien los cons-truyen y proyectan. No obstante, la línea de frontera se corrió hacia el sur y

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la literatura posterior tiende a distinguir la llanura pampeana de la Pata-gonia. Sobre la relación entre mapas e imaginación véase Craib (2000).

15. La tesis acerca de la inferioridad de los habitantes de los trópicos, derivada de sus escasas necesidades y de la abundancia de recursos naturales fue sostenida por Hume en su célebre ensayo “On National Characters”.

16. Las ediciones actuales atribuyen el prefacio a Combe, pero en la edición príncipe de 1774 el prefacio no lleva firma. Es Furlong quien sostiene que ese prefacio lo escribió William Combe (1929:62).

17. “Algunas alteraciones me he permitido hacer en el lenguaje y en el orde-namiento de lo que él escribiera; pero nada se le ha agregado a la relación del viejo viajero” (57-8).

18. Bajo el mando del General William Carr Beresford se produjo en 1806 la primera invasión inglesa al Río de la Plata, con tropas enviadas desde Sudá-frica. Este intentó fracasó. En 1807 se realizó un segundo intento bajo el mando del General John Whitelocke. También recibieron una derrota mili-tar en su intento de ocupar Buenos Aires. La exitosa resistencia a la acción militar afianzó las incipientes ideas independentistas entre los habitantes de Buenos Aires. Véase al respecto Gallo (1994).

19. Sobre los viajeros ingleses véase Adolfo Prieto. Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina (Buenos Aires: Sudamericana, 1996); sobre los viajeros nacionales, Alvaro Fernández Bravo. Literatura y frontera: procesos de territorialización en las cultura argentina y chilena del siglo XIX (Buenos Aires: Sudamericana, 1999) y Jens Andermann. Mapas de poder: una arqueología literaria del espacio argentino. (Rosario: Beatriz Viterbo, 2000).

20. Estanislao Zeballos. La conquista de quince mil leguas (Buenos Aires: His-pamérica, 1986 [1878]). Zeballos discute la Descripción en las páginas 20-22. Roberto J. Payró. La Australia argentina (Buenos Aires: CEAL, 1982 [1898]), t. I, Jacques Derrida define la capacidad del archivo como aquella que domicilia, consigna, esto es, localiza bajo “arresto domiciliario” los sig-nos y la prueba escrita. Cf. Derrida (1995:11-17).

21. Jacques Derrida define la capacidad del archivo como aquélla que domicilia, consigna, esto es, localiza bajo “arresto domiciliario” los signos y la prueba escrita. Cf. Derrida (1995:11-17

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ÁLVARO FERNÁNDEZ BRAVO

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