pratchett terry - mundodisco 36 - haciendo dinero

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Terry Pratchett Haciendo Dinero MD 36 Traducción y edición digital: Norberto Agosto 2009 Correccion Tía Paca Nota del Autor Los dobladillos son una medida de las crisis nacionales: el autor agradecerá por siempre al renombrado historiador militar y estratega Sir Basil Liddell Hart por impartirle esta interesante observación en 1968. Puede explicar por qué la minifalda, desde los sesenta, nunca ha pasado verdaderamente de moda. Los estudiantes de historia de la computación reconocerán en Glooper un eco distante de la Computadora Económica Philips, construida en 1949 por Bill Philips, ingeniero devenido economista, quien también construyó un impresionante modelo hidráulico de la economía nacional. Aparentemente, no hubo Igores involucrados. Una de las primeras maquinas puede hallarse en el Museo de Ciencias de Londres, y hay alrededor de una docena expuestas alrededor del mundo para el observador interesado. Y finalmente, como siempre, el autor agradece a la Fundación de la Herencia del Chiste Británico, por su trabajo en asegurar que los viejos chistes buenos nunca mueren… Capitulo 1 Esperando en la oscuridad — Un negocio sellado — El hombre colgado — Golem vestido de azul — Crimen y castigo — Una oportunidad de hacer verdadero dinero real — La cadena de

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Page 1: Pratchett Terry - Mundodisco 36 - Haciendo Dinero

Terry Pratchett

Haciendo Dinero

MD 36

Traducción y edición digital:

NorbertoAgosto 2009

CorreccionTía Paca

Nota del Autor

Los dobladillos son una medida de las crisis nacionales: el autor agradecerá por siempre al renombrado historiador militar y estratega Sir Basil Liddell Hart por impartirle esta interesante observación en 1968. Puede explicar por qué la minifalda, desde los sesenta, nunca ha pasado verdaderamente de moda.

Los estudiantes de historia de la computación reconocerán en Glooper un eco distante de la Computadora Económica Philips, construida en 1949 por Bill Philips, ingeniero devenido economista, quien también construyó un impresionante modelo hidráulico de la economía nacional. Aparentemente, no hubo Igores involucrados. Una de las primeras maquinas puede hallarse en el Museo de Ciencias de Londres, y hay alrededor de una docena expuestas alrededor del mundo para el observador interesado.

Y finalmente, como siempre, el autor agradece a la Fundación de la Herencia del Chiste Británico, por su trabajo en asegurar que los viejos chistes buenos nunca mueren…

Capitulo 1

Esperando en la oscuridad — Un negocio sellado — El hombre colgado — Golem vestido de azul — Crimen y castigo — Una oportunidad de hacer verdadero dinero real — La cadena de casi oro — Sin crueldad para los osos — El Sr. Bent sigue el compás.

YACÍAN EN LA OSCURIDAD, protegiendo. No había forma de medir el paso del tiempo, ni inclinación alguna a medirlo. Hubo una época en que ellos no habían estado aquí, y presumiblemente habría una época, cuando ellos quisieran, una vez más, de no estar aquí. Estarían en otro lugar. El lapso de tiempo entre esos sucesos era inmaterial.

Sin embargo, algunos se habían hecho añicos, y algunos, los más jóvenes, habían quedado en silencio.

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El peso iba en aumento.

Había que hacer algo.

Uno de ellos levantó su mente en la canción.

Fue una negociación dura, difícil, pero ¿para quien? Ésa era la pregunta. Y el Sr. Ampolla, el abogado, no estaba obteniendo una respuesta. Le habría gustado una respuesta. Cuando hay partes interesadas en tierras poco atractivas, podría interesarles a partes más pequeñas comprar cualquier parcela vecina, en caso de que la primera parte hubiera escuchado algo, posiblemente en una fiesta.

Pero es difícil ver lo que hay que saber.

Le dio a la mujer del otro lado de su escritorio una adecuada sonrisa de preocupación.

—¿Usted entiende, Srta. Dearheart, que esta zona está sujeta a la ley de minería enana? Eso significa que todos los metales y minerales metálicos son propiedad del Bajo Rey de los enanos. Usted tendrá que pagarle un canon considerable sobre cualquier cosa que saque. No es que vaya a haber algo, estoy obligado a decirle. Se dice que es arena y limo todo el camino hacia abajo, y al parecer se trata de un muy largo camino hacia abajo.

Esperó alguna reacción de la mujer enfrente, pero ella sólo lo miró. El humo azul de su cigarrillo subió en espiral hacia el techo de la oficina.

—Luego está la cuestión de las antigüedades —dijo el abogado, observando su expresión tanto como podía a través del humo—. El Bajo Rey ha decretado que todas las joyas, armaduras, artículos antiguos clasificados como Artefactos, armas, vasijas, pergaminos o huesos extraídos por usted de la tierra en cuestión también serán objeto de un impuesto o confiscación.

La Srta. Dearheart hizo una pausa, como para comparar la letanía contra una lista interna, tiró su cigarrillo y dijo: —¿Hay alguna razón para creer que existe alguna de estas cosas allí?

—Ninguna en absoluto —dijo el abogado, con irónica sonrisa—. Todo el mundo sabe que se trata de un residuo árido, pero el Rey se asegura contra "lo que todo el mundo sabe " siendo injusto. A menudo lo es.

—¡Él está pidiendo mucho dinero por un alquiler muy breve!

—El cual usted está dispuesta a pagar. Esto pone nervioso a los enanos, sabe. Es muy poco habitual que un enano se separe de la tierra, incluso por unos pocos años. Tengo entendido que él necesita el dinero por todo este asunto del Valle de Koom.

—¡Estoy pagando la suma exigida!

—Seguro, seguro. Pero yo…

—¿Honrará él el contrato?

—Al pie de la letra. Eso por lo menos es seguro. Los enanos son quisquillosos en tales materias. Todo lo que necesita hacer es firmar y, lamentablemente, pagar.

La Srta. Dearheart alcanzó su bolsa y colocó una gruesa hoja de papel sobre la mesa. —Ésta es una nota bancaria de cinco mil dólares, emitida por el Banco Real de Ankh-Morpork.

El abogado sonrió. —Un nombre de confianza —dijo, y añadió: —tradicionalmente, al menos. Firme donde he puesto la cruz, ¿quiere?

La observó detenidamente, mientras firmaba, y ella tuvo la impresión de que él estaba conteniendo su aliento.

—Ya está —dijo, empujando el contrato a través del escritorio.

—¿Tal vez podría satisfacer mi curiosidad, señora? —dijo—. ¿Ahora que la tinta está secándose en el contrato?

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La Srta. Dearheart miró alrededor de la sala, como si los pesados libros viejos ocultaran una multitud de oídos. —¿Puede guardar un secreto, Sr. Ampolla?

—Oh, por cierto, señora. ¡En efecto!

Ella miró a su alrededor como un conspirador. —Aun así, esto debe decirse en voz baja —susurró ella.

Él asintió esperanzado, se inclinó hacia adelante, y por primera vez en muchos años sintió la respiración de una mujer en su oído: —Yo también —dijo.

Eso fue hace casi tres semanas…

Algunas de las cosas que puedes aprender arriba de un caño de desagüe por la noche son sorprendentes. Por ejemplo, la gente presta atención a los pequeños sonidos —el clic del pestillo de una ventana, el tintineo de una ganzúa— más que a los grandes, como la caída de un ladrillo en la calle o incluso (porque esto era, después de todo, Ankh-Morpork) un grito.

Éstos eran sonidos fuertes, que eran por lo tanto sonidos públicos, lo que a su vez significaba que eran el problema de todos y, por tanto, no el mío. Pero los sonidos pequeños eran cercanos y sugerían cosas como el sigilo traicionado, por lo que eran urgentes y personales.

Por lo tanto, trató de no hacer pequeños ruidos.

Por debajo de él, el patio de coches de la Oficina Central de Correos zumbaba como una colmena volcada. Tenían la plataforma giratoria trabajando muy bien ahora. Los coches nocturnos estaban llegando y el nuevo Volador de Uberwald brillaba a la luz de las lámparas. Todo iba bien, lo cual significaba, para el escalador nocturno, qué todo iba mal.

El escalador hundió un clavo de escalada en el mortero blando, desplazó su peso, movió su pie…

¡Maldita paloma! Voló en pánico, su otro pie resbaló, perdió el agarre de sus dedos sobre el desagüe, y cuando el mundo dejó de agitarse, le estaba debiendo el aplazamiento de su encuentro con el adoquinado distante a su asimiento del clavo de escalada que era, enfrentémoslo, nada más que un largo clavo plano con una pieza en T de agarre.

Y no puedes engañar a una pared, pensó. Si te balanceas podrías poner la mano y el pie en la tubería, o el clavo podría salirse.

Muy… bien…

Tenía más clavos y un pequeño martillo. ¿Podría golpear uno sin perder su agarre sobre el otro?

Por encima de él la paloma se unió a sus colegas sobre una cornisa superior.

El escalador metió el clavo en el mortero con tanta fuerza como se atrevió, sacó el martillo de su bolsillo y, cuando el Volador abajo partió con estrépito y tintineo, dio al clavo un golpe sólido.

Entró. Dejó caer el martillo, esperando que el sonido de su impacto fuera enmascarado por el bullicio general, y agarró el nuevo sostén antes de que el martillo golpease el suelo.

Muy… bien… Y ahora estoy… ¿atascado?

El tubo estaba a menos de tres pies de distancia. Estupendo. Esto funcionaría. Si movía ambas manos al nuevo soporte, si se balanceaba suavemente, si ponía su mano izquierda alrededor de la tubería, entonces podría arrastrarse a sí mismo a través de la brecha. Entonces estaría justo…

La paloma estaba nerviosa. Para las palomas, es su estado natural. Ésta eligió este punto para aligerar la carga.

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Muy… bien… Corrección: dos manos estaban ahora agarrando el de repente muy resbaladizo clavo.

Condenación.

Y en este punto, porque el nerviosismo pasa a través de las palomas más rápido que un corredor desnudo a través de un convento, comenzó un suave golpeteo.

Hay momentos en que “no obtendrás nada mejor que esto" no viene a la mente.

Y entonces una voz desde abajo dijo: —¿Quién está allí?

Gracias, martillo. Ellos no pueden verme, pensó. La gente mira hacia arriba desde el bien iluminado patio con su visión nocturna destruida. Pero ¿y qué? Ellos saben que estoy aquí ahora.

Muy… bien….

—De acuerdo, es un buen policía, patrón —gritó hacia abajo.

—Un ladrón, ¿eh? —dijo la voz a continuación.

—No he tocado nada, patrón. Podría hacerlo con una mano, patrón.

—¿Es usted del Gremio de Ladrones? Está utilizando su jerga.

—Yo no, patrón. Yo siempre uso la palabra patrón, patrón.

No podía mirar con facilidad hacia abajo ahora, pero los sonidos indicaban que los cuidadores de caballos y cocheros fuera de servicio se acercaban. Eso no iba a ser útil. Los cocheros enfrentaban mayormente a sus ladrones en caminos solitarios, donde los bandoleros rara vez se molestaban en hacer preguntas afeminadas como "¿Tu dinero o tu vida?" Cuando uno era capturado, la justicia y la venganza eran felizmente combinadas por medio de un largo manuable de caño de plomo.

Escuchó un murmullo debajo de él, y pareció haberse alcanzado un consenso.

—Correcto, Señor Ladrón de la Oficina de Correos —aulló una voz alegre—. Esto es lo que vamos a hacer, ¿de acuerdo? Vamos a entrar en el edificio, correcto, y bajarle una cuerda. No se puede decir que no es justo, ¿verdad?

—Bien, patrón.

Había sido la clase equivocada de alegría. Había sido la alegría de la palabra "amigo" como en "¿Me estás mirando a mí, amigo?" El Gremio de Ladrones pagaba veinte dólares por un ladrón no acreditado entregado vivo, y había, oh, tantas maneras de estar vivo todavía mientras eras arrastrado y derramado por el suelo.

Miró hacia arriba. La ventana del apartamento del Director General de Correos estaba justo por encima de él.

Muy… bien….

Sus manos y brazos estaban entumecidos y doloridos a la vez. Escuchó el traqueteo del gran ascensor de carga en el interior del edificio, el golpe sordo de una escotilla abriéndose, los pasos a través del techo, sintió la soga golpear su brazo.

—Agárrate o cae —dijo una voz cuando estiró la mano y no pudo asirse—. A largo plazo es todo lo mismo. —Se oyeron risas en la oscuridad.

Los hombres tiraron duro de la cuerda. La figura colgó en el aire, y luego pateó y se echó hacia atrás. Un vidrio se rompió, justo debajo de los canalones, y la cuerda quedó vacía. La partida de rescate se miró unos a los otros.

—¡Está bien, ustedes dos, a las puertas delantera y trasera ahora mismo! —dijo un cochero, que era más rápido en la asimilación—. ¡Córtenle la cabeza! ¡Bajen en el ascensor! ¡El resto de ustedes, vamos a exprimirlo, piso por piso!

A medida que bajaban ruidosamente por la escalera y corrían a lo largo del corredor, un

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hombre en bata sacó la cabeza desde una de las habitaciones, los miró con asombro y dijo: —¿Quiénes diablos son ustedes? ¡Vamos, tras él!

—¿Sí? ¿Y quién es usted? —dijo un caballerizo, frenando y mirándolo.

—¡Él es el señor Moist von Lipwick, eso es! —dijo un cochero a su espalda—. ¡Él es el Director General de Correos!

—¡Alguien atravesó la ventana, aterrizó justo entre… es decir, casi aterrizó sobre mí! —gritó el hombre de la bata—. ¡Corrió por el pasillo! ¡Diez dólares a cada hombre si lo capturan! ¡Y es Lipwig, en realidad!

Habrían reiniciado la estampida, pero el caballerizo dijo, con sospecha en la voz: —Oiga, diga la palabra "patrón ", ¿quiere?

—¿Qué estás haciendo? —dijo el cochero.

—Él suena medio como ese tipo —dijo el caballerizo—. ¡Y está sin aliento!

—¿Eres estúpido? —dijo el cochero—. ¡Él es el Director de Correos! ¡Tiene una maldita llave! ¡Tiene todas las llaves! ¿Por qué diablos querría irrumpir en su propia Oficina de Correos?

—Supongo que tenemos que echar un vistazo en ese cuarto —dijo el caballerizo.

—¿En serio? Bueno, supongo que lo que haga el Sr. Lipwig perder el aliento en su propia habitación es asunto suyo —dijo el cochero, dando un gran guiño a Moist—. Y supongo que diez dólares por hombre están huyendo de mí, porque estás siendo un carbonero. Perdón por esto, señor —dijo a Lipwig—, es nuevo y no tiene modales. Ahora lo dejamos, señor —añadió, tocando donde pensaba que estaba su frente —con más disculpas por cualquier inconveniente que pudiéramos haber causado. Ahora, ¡a correr, bastardos!

Cuando estuvieron fuera de la vista Moist volvió a su habitación y cerró la puerta cuidadosamente detrás de él.

Bueno, al menos tenía algunas habilidades. El ligero indicio de que había una mujer en su habitación definitivamente los había alejado. De todos modos, él era el Director General de Correos y tenía todas las llaves.

Era sólo una hora antes del amanecer. No llegaría a dormir de nuevo. Podría también levantarse formalmente, y mejorar una reputación de entusiasmo.

Podían haberle disparado y sacado de la pared, pensó, mientras acomodaba una camisa. Podrían haberlo dejado allí colgando y hacer apuestas sobre cuánto tiempo duraría antes de perder su agarre, lo cual sería a la manera de Ankh-Morpork. Era sólo su buena suerte que los había decidido a darle un golpe o dos antes de meterlo en el buzón del gremio. Y la suerte llega a los que dejan un espacio para ella…

Se escuchó una fuerte aunque de alguna manera cortés llamada a la puerta.

—¿Está Usted Decente, Sr. Lipwig? —retumbó una voz.

Lamentablemente sí, pensó Moist, pero dijo en voz alta: —Adelante, Gladys.

El piso crujió y se sacudieron los muebles al otro lado de la habitación cuando entró Gladys.

Gladys era un golem, un hombre de arcilla (o, por no discutir, una mujer de arcilla), que tenía casi siete pies de altura. Ella —bueno, con un nombre como Gladys "eso” era impensable y “él” simplemente no funcionaba— llevaba un vestido azul muy grande.

Moist sacudió la cabeza. Todo el tonto asunto había sido una cuestión de etiqueta, en verdad. La Srta. Maccalariat, que gobernaba los mostradores de la Oficina de Correos con una vara de acero y pulmones de bronce, se había opuesto a que un hombre golem limpiara los retretes de las señoras. Cómo había llegado la Srta. Maccalariat a la conclusión de que eran

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hombres, por naturaleza, más que por costumbre era un misterio fascinante, pero no había beneficio en discutir con ella.

Y así, con la adición de un gran vestido de algodón estampado, un golem se convirtió en femenino, lo suficiente para la Srta. Maccalariat. Lo curioso fue que Gladys era una mujer ahora, de alguna manera. No era sólo el vestido. Ella tendía a pasar todo el tiempo con las chicas del mostrador, quienes parecían aceptarla como miembro de la hermandad, a pesar de que pesaba media tonelada. Incluso le pasaban sus revistas de moda, aunque es difícil imaginar qué significaban los consejos para el cuidado de la piel en invierno para alguien de un millar de años de edad, con ojos que brillaban como agujeros en un horno.

Y ahora ella le estaba preguntando si estaba decente. ¿Cómo podía ella distinguir la diferencia?

Le había traído una taza de té y la edición de la Ciudad del Times, la tinta todavía fresca de la imprenta. Ambos fueron colocados, con cuidado, sobre la mesa.

Y… Oh dioses, habían impreso su imagen. ¡Su imagen real! ¡Él y Vetinari y varios notables ayer por la noche, todos mirando hacia la nueva araña de luces! Había logrado moverse un poco para que la imagen fuera algo borrosa, pero seguía siendo el rostro que lo miraba desde el espejo al afeitarse cada mañana. En todo el camino hasta Genua había personas que habían sido embaucadas, engañadas, estafadas y timadas por esa cara. Lo único que no había hecho era camelar, y sólo fue porque no había encontrado cómo.

Bueno, él tenía el tipo de cara multiuso que te recuerda a muchos otros rostros, pero era una cosa terrible verla impresa. Algunas personas pensaban que las imágenes podrían robarle su alma, pero estaba en la mente de Moist estaba la libertad.

Moist von Lipwig, pilar de la comunidad. Ja...

Algo le hizo mirar más de cerca. ¿Quién era ese hombre detrás de él? Parecía estar mirando por sobre del hombro de Moist. Cara gorda, pequeña barba parecida a la de Lord Vetinari, pero lo que en el Patricio era una perilla, sobre el otro hombre parecía el resultado de una afeitada descuidada. Alguien del banco, ¿verdad? Habían sido tantos rostros, tantas manos para estrechar, y todo el mundo quería entrar en la imagen. El hombre parecía hipnotizado, pero que tomen su imagen a menudo hace eso a la gente. Sólo otro huésped y solo otra función…

Y sólo habían utilizado la foto en la página uno porque alguien había decidido que la historia principal, que era de otro banco quebrado y de una multitud de clientes enojados tratando de colgar en la calle al administrador, no merecía ilustración. ¿Tenía el editor la decencia común para imprimir una imagen de eso y poner una chispa en el día de todos? ¡Oh, no, tenía que ser una imagen de Moist von maldito Lipwig!

Y los dioses, una vez que tenían un hombre contra las cuerdas, no podían resistirse a un rayo más. Ahí, más abajo en la primera página, estaba el título COLGARÁN AL FALSIFICADOR DE SELLOS. Iban a ejecutar a Owlswick Jenkins. ¿Y por qué? ¿Por asesinato? ¿Por ser un famoso banquero? No, sólo por hacer unos pocos cientos de hojas de sellos. Trabajo de calidad, también; la Guardia nunca hubiera tenido un caso si no hubiera irrumpido en su ático y encontrado media docena de hojas de medio penique rojos colgados a secar.

Y Moist había declarado, justo allí en el tribunal. Había tenido que hacerlo. Era su deber cívico. Falsificar sellos era considerado tan malo como falsificar monedas, y no pudo esquivarlo. Era el Director General de Correos, después de todo, una figura respetada en la comunidad. Él se hubiera sentido un poco mejor si el hombre hubiera maldecido o lo hubiera mirado con furia, pero simplemente estaba de pie en el banquillo de los acusados, una pequeña figura con una barba rala, con aspecto desconcertado y perdido.

Había falsificado sellos de medio penique, realmente lo había hecho. Te rompía el corazón, realmente. Oh, había hecho valores más altos también, pero ¿qué clase de persona se toma todos esos problemas por medio penique? Owlswick Jenkins lo había hecho, y ahora

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se encontraba en una de las celdas de condenados en el Tanty, con unos días para reflexionar sobre la naturaleza del cruel destino antes de que fuera sacado a bailar en el aire.

Estuve allí, hice eso, pensó Moist. Todo se volvió negro… y luego tuvo una nueva vida. Pero nunca pensé que ser un ciudadano respetable iba a ser tan malo.

—Eh… gracias, Gladys —dijo a la figura que se cernía gentilmente sobre él.

—Usted Tiene Una Cita Ahora Con Lord Vetinari—dijo la golem.

—Estoy seguro de que no.

—Hay Dos Guardias Fuera Quiénes Están Seguros De Que Sí, Señor Lipwig —retumbó Gladys.

Oh, pensó Moist. Una de esas citas.

—Y el momento de esta cita sería ahora, ¿verdad?

—Sí, Señor Lipwig.

Moist agarró su pantalón, y algún vestigio de su crianza decente le hizo dudar. Miró a la montaña de algodón azul delante de él.

—¿Te importa? —dijo.

Gladys dio media vuelta.

Ella es media tonelada de arcilla, pensó Moist tristemente, mientras forcejeaba por ponerse la ropa. Y la locura es contagiosa.

Terminó de vestirse, bajó de prisa la escalera de atrás y salió al patio de carruajes que había amenazado recientemente con ser su penúltimo lugar de descanso. El Servicio a Quirm estaba saliendo, pero él saltó al lado del cochero, saludó con la cabeza al hombre, y paseó en el esplendor por Calle Ancha Antihoraria hasta que saltó del coche en la entrada principal del palacio.

Sería bueno, reflexionó mientras subía corriendo los escalones, si su señoría considerara la idea de que una cita era algo hecho por más de una persona. Pero él era un tirano, después de todo. Tenía que tener un poco de diversión.

Nudodetambor, el secretario del Patricio, estaba esperando en la puerta de la Oficina Oblonga, y rápidamente lo lo acompañó hasta el asiento adelante del escritorio de su señoría.

Después de nueve segundos de escritura laboriosa, Lord Vetinari levantó la mirada de su papeleo.

—Días, señor Lipwig —afirmó—. ¿No usa su traje dorado?

—Lo están limpiando, señor.

—Confío en que el día vaya bien para usted Cómo hasta ahora, ¿verdad?

Moist miró a su alrededor, pasando deprisa a través de los últimos pequeños problemas de la Oficina de Correos. Aparte de Nudodetambor, que estaba de pie cerca de su patrón con una actitud de alerta deferencia, estaban solos.

—Mire, lo puedo explicar —afirmó.

Lord Vetinari levantó una ceja con la atención de quien, habiendo encontrado un trozo de oruga en su ensalada, levanta el resto de la lechuga.

—Le ruego continuar —dijo, reclinándose hacia atrás.

—Nos llevó un poco lejos —dijo Moist—. Hemos sido un poco demasiado creativos en nuestro pensamiento. Alentamos a las mangostas a que tengan cría en los buzones para controlar a las serpientes…

Lord Vetinari no dijo nada.

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—Eh… las que, por cierto, hemos introducido en los buzones para reducir la cantidad de sapos…

Lord Vetinari se repitió a sí mismo.

—Eh… los que, en verdad, el personal puso en los buzones para controlar los caracoles…

Lord Vetinari se mantuvo en silencio.

—Eh… Estos, en justicia, debo señalar, entraron en los buzones por su propia voluntad, con el fin de comer la cola de los sellos —dijo Moist, consciente de que estaba empezando a farfullar.

—Bueno, al menos se salvaron de la molestia de tener que introducirlos ustedes mismos —dijo alegremente Lord Vetinari—. Como usted indicó, éste puede muy bien haber sido un caso donde la fría lógica debería haber sido sustituida por el sentido común de, quizás, un pollo promedio. Pero eso no es la razón por la cual le pedí a usted que viniera aquí hoy.

—Si se trata la cola de sello con sabor a col… —comenzó Moist.

Vetinari agitó una mano. —Un divertido incidente —afirmó—, y creo que realmente nadie murió.

—Eh, ¿la Segunda Edición del sello de 50 centavos? —aventuró Moist.

—¿El que llaman el "Amantes"? —dijo Vetinari—. La Liga de la Decencia se quejó ante mí, sí, pero…

—¡Nuestro artista no se dio cuenta de lo que estaba dibujando! ¡Él no sabe mucho sobre agricultura! ¡Pensó que la joven pareja sembraba semillas!

—Ejem —dijo Vetinari—. Pero entiendo que el asunto de la ofensa sólo puede ser visto en detalle con una gran lupa, por lo que el delito, en caso de ser tal, es en gran parte auto-infligido. —Le dirigió una de sus ligeramente aterradoras sonrisitas—. Entiendo que las pocas copias en circulación entre los coleccionistas de sellos se colocan en un sobre de color marrón sin membrete—. Miró a la cara en blanco de Moist y suspiró. —Dígame, señor Lipwig, ¿le gustaría hacer algún dinero verdadero?

Moist pensó un poco y dijo, muy cuidadosamente: —¿Qué me va a pasar si digo que sí?

—Va a comenzar una nueva carrera de desafíos y aventuras, señor Lipwig.

Moist se movió incomodo. No necesitaba mirar alrededor para saber que, ahora, alguien estaba de pie en la puerta. Alguien pesadamente, pero no grotescamente, construido, en un traje negro barato, y sin ningún sentido del humor.

—Y, sólo en aras del argumento, ¿qué pasará si le digo que no?

—Puede salir por la puerta y el asunto no se planteará de nuevo.

Era una puerta en otra pared. No había entrado por ella.

—¿Esa puerta de allí? —Moist se levantó y señaló.

—Efectivamente, señor Lipwig.

Moist se dirigió a Nudodetambor. —¿Puedo tomar prestado su lápiz, señor Nudodetambor? Gracias. —Caminó hasta la puerta y la abrió. Luego, puso una mano ahuecada en su oído, teatralmente, y dejó caer el lápiz—. Vamos a ver cómo es de hon…

¡Clik! El lápiz rebotó y rodó sobre un piso de tablas de aspecto muy sólido. Moist lo recogió y lo miró, y luego regresó lentamente a su silla.

—¿No solía haber un hoyo profundo lleno de pinchos ahí abajo? —preguntó.

—No puedo imaginar por qué usted cree eso —dijo Lord Vetinari.

—Estoy seguro de que lo había —insistió Moist.

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—¿Puede usted recordar, Nudodetambor, la razón por la que nuestro señor Lipwig piensa que había un hoyo profundo lleno de pinchos detrás de esa puerta? —dijo Vetinari.

—No puedo imaginar por qué podría pensar eso, mi señor, —murmuró Nudodetambor.

—Estoy muy feliz en la Oficina de Correos, ya sabe —dijo Moist, y se dio cuenta de que sonaba defensivo.

—Estoy seguro de que lo está. Hace un magnífico Director General de Correos —dijo Vetinari. Se dirigió a Nudodetambor—. Ahora que he terminado esto, mejor trato con las cartas nocturnas de Genua —dijo, y puso cuidadosamente la carta doblada en un sobre.

—Sí, mi señor —dijo Nudodetambor.

El tirano de Ankh-Morpork se inclinó sobre su trabajo. Moist miró inexpresivamente cuando Vetinari tomó una pequeña pero pesada caja de un cajón del escritorio, sacó una barra negra de cera y derritió un pequeño charco en el sobre con un aire absorto que Moist encontró exasperante.

—¿Eso es todo? —dijo.

Vetinari levantó la mirada y pareció sorprendido al verlo todavía allí. —Bueno, sí, señor Lipwig. Puede usted irse. —Dejó a un lado la barra de cera y sacó un negro anillo de sello de la caja.

—Quiero decir, no hay algún tipo de problema, ¿verdad?

—No, en absoluto. Usted se ha convertido en un ciudadano ejemplar, señor Lipwig —dijo Vetinari, estampando cuidadosamente una V en la cera que se enfriaba—. Usted se levanta cada mañana a las ocho, está en su escritorio treinta minutos después. Ha convertido a la Oficina de Correos, partiendo de una calamidad, en una máquina que funciona sin problemas. Usted paga sus impuestos y un pajarito me dijo que se lo menciona para ser Presidente del Gremio de los Comerciantes el año próximo. ¡Bien hecho, señor Lipwig!

Moist se puso de pie para salir, pero vaciló. —¿Qué hay de malo con ser Presidente del Gremio de los Comerciantes, entonces? —dijo.

Con lenta y ostentosa paciencia, Lord Vetinari deslizó el anillo de nuevo en su caja y la caja de nuevo en el cajón. —¿Perdón, señor Lipwig?

—Es que usted dice eso como si hubiera algo de malo—dijo Moist.

—No creo haberlo hecho —dijo Vetinari, buscando a su secretario—. ¿Usé una inflexión peyorativa, Nudodetambor?

—No, mi señor. Usted ha observado a menudo que los comerciantes y tenderos del gremio son la columna vertebral de la ciudad —afirmó Nudodetambor, entregándole un grueso archivo.

—Voy a recibir una cadena de casi oro —dijo Moist.

—Él recibirá una cadena de casi oro, Nudodetambor —observó Vetinari, prestando atención a una nueva carta.

—¿Y que es tan malo acerca de eso? —exigió Moist.

Vetinari levantó la vista de nuevo con una expresión de genuina perplejidad. —¿Está usted bien, señor Lipwig? Parece que tiene algo mal en su oído. Ahora haga lo suyo. La Oficina Central de Correos abre en diez minutos y estoy seguro de que desea, como siempre, dar un buen ejemplo a su personal.

Cuando Moist hubo partido, el secretario tranquilamente dejó una carpeta delante de Vetinari. Estaba etiquetada como “Albert Spangler / Moist von Lipwig “.

—Gracias, Nudodetambor, pero ¿por qué?

—La pena de muerte de Albert Spangler está todavía vigente, mi señor —murmuró

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Nudodetambor.

—Ah. Entiendo —dijo Lord Vetinari—. ¿Crees que voy a señalar al Sr. Lipwig que, bajo su nomme de felonie de Albert Spangler podría ser ahorcado? ¿Tú crees que yo le podría sugerir que todo lo que tendría que hacer es informar a los periódicos de mi conmoción al encontrar que nuestro honorable señor Lipwig no es otro que el maestro ladrón, falsificador y tramposo que a lo largo de los años ha robado cientos de miles de dólares, obligando a quebrar a los bancos y enviando a la penuria a empresas honestas? ¿Crees que voy a amenazar con enviar a algunos de mis empleados de mayor confianza a la Oficina de Correos para auditar las cuentas y, estoy seguro, descubrir pruebas de la más flagrante malversación de fondos? ¿Crees que se encontrará, por ejemplo, que la totalidad del Fondo de Pensiones de la Oficina de Correos ha desaparecido? ¿Crees que voy a expresar al mundo mi horror ante la manera en que el infeliz Lipwig escapó a la soga del verdugo con la ayuda de personas desconocidas? ¿Crees que, en definitiva, voy a explicar la facilidad con que puedo hundir a un hombre tan bajo que sus antiguos amigos se tendrán que arrodillar para escupir sobre él? ¿Es eso lo que supones, Nudodetambor?

El secretario miró al techo. Sus labios se movieron por unos veinte segundos, mientras Lord Vetinari seguía con el papeleo. Luego, miró hacia abajo y dijo: —Sí, mi señor. Eso abarca todo, creo.

—¡Ah, pero hay más de una forma de poner a un hombre en el potro de tormentos, Nudodetambor .

—¿Boca arriba o boca abajo, mi señor?

—Gracias, Nudodetambor. Valoro tu cultivada falta de imaginación, como sabes.

—Sí, señor. Gracias, señor.

—De hecho, Nudodetambor, puedes hacerlo que construya su propio potro, y permitirle girar el tornillo por sí mismo.

—No estoy seguro de seguirlo, mi señor.

Lord Vetinari dejó su pluma a un lado. —Tienes que tener en cuenta la psicología del individuo, Nudodetambor. Cada hombre puede ser considerado como una especie de cerradura, para la que hay una llave. Tengo grandes esperanzas para el Sr. Lipwig en las próximas escaramuzas. Incluso ahora, todavía tiene los instintos de un criminal.

—¿Cómo puede decirlo, mi señor?

—Oh, hay todo tipo de pequeñas pistas, Nudodetambor. Pero creo que la más convincente es que se ha ido con tu lápiz.

Había reuniones. Siempre había reuniones. Y eran aburridas, que es parte de la razón por la que se producían reuniones. Aburridas como compañías.

La Oficina de Correos no iba más a lugares. Había ido a lugares. Se había llegado a los lugares. Ahora esos lugares necesitaban personal, y el personal de turnos, y salarios y pensiones, y el mantenimiento del edificio, y personal de limpieza que entra en la noche, y los horarios de recogida, y la disciplina y la inversión y sigue, y sigue...

Moist miraba desconsolado una carta de la Sra. Estressa Partleigh de la Campaña para Alturas Iguales. La Oficina de Correos, al parecer, no empleaba suficientes enanos. Moist había señalado, muy razonablemente, pensaba, que uno de cada tres de los funcionarios era enano. Ella había respondido que éste no era el punto. El punto era que desde que los enanos tenían, en promedio, dos tercios de la altura de los seres humanos, la Oficina de Correos, como autoridad responsable, debería emplear un enano y medio por cada humano empleado. La Oficina de Correos debe llegar a la comunidad enana, dijo la Sra. Partleigh.

Moist recogió la carta entre los dedos pulgar e índice y la tiró en el suelo. Si se trata de llegar abajo, Sra. Partleigh, llegan.

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También había habido algo acerca de valores fundamentales. Suspiró. Se había llegado a esto. Él era una autoridad responsable, y la gente podría aplicarle términos como "valores fundamentales" con total impunidad.

Sin embargo, Moist estaba preparado para creer que hay personas que encontraban una tranquila alegría contemplando columnas de cifras. Él no estaba incluido en ese grupo.

¡Habían pasado semanas desde la última vez que había diseñado un sello! Y mucho más desde que había tenido ese hormigueo, ese zumbido, esa sensación de volar que significaba una estafa que se cocina lentamente y estaba obteniendo lo mejor de alguien que pensaba que estaba recibiendo lo mejor de él.

Todo era tan… digno. Y era asfixiante.

Entonces pensó en esta mañana, y sonrió. Bueno, se había atascado, pero la sombría fraternidad nocturna de escalada estimaba que la Oficina de Correos era particularmente difícil. Y había logrado salir hablando del problema. En definitiva, se trataba de una victoria. Por un momento allí, entre los momentos de terror, él se había sentido vivo y volando.

Unos pesados pasos en el corredor indicaron que Gladys estaba en camino con su té de media mañana. Ella entró con la cabeza agachada para evitar el dintel y, con la habilidad de algo masivo, y sin embargo dotado de increíble coordinación, puso la taza y el plato sin una ondulación. Ella dijo: —El Carruaje De Lord Vetinari Está A La Espera Fuera, Señor.

Moist estaba seguro que había más agudos en la voz de Gladys estos días.

—¡Pero lo vi hace una hora! ¿Esperando qué? —dijo.

—A Usted, Señor—Gladys hizo una reverencia, y cuando un golem hace una reverencia, puedes oírlo.

Moist miró por su ventana. Un coche negro estaba fuera de la Oficina de Correos. El cochero estaba de pie junto a él, fumando tranquilo.

—¿Dijo que tengo una cita? —dijo.

—El Cochero Dijo Que Se Le Dijo Que Espere —dijo Gladys.

—¡Ja!

Gladys hizo otra reverencia antes de salir.

Cuando hubo cerrado la puerta detrás de ella, Moist regresó su atención el montón de papeles en su bandeja de entrada. El fajo superior se titulaba “Minutas de la Reunión del Comité de las Sub Oficinas de Correos”, pero se veían más bien como horas.

Recogió la taza de té. En ella estaba impreso: ¡USTED NO TIENE QUE ESTAR LOCO PARA TRABAJAR AQUÍ PERO AYUDA! La miró y, con la mente ausente, tomó un grueso lápiz negro y puso una coma entre "aquí" y "pero". También tachó los signos de exclamación. Odiaba los signos de exclamación, odiaba su maniática y desesperada alegría. Esto significa: Usted No Tiene Que Estar Loco Para Trabajar Aquí. ¡Nosotros Nos Ocupamos De Eso!

Se obligó a sí mismo a leer las minutas, percibiendo que su ojo se saltaba párrafos enteros en legítima defensa.

Entonces comenzó con el Informe Semanal de las Oficinas de Distrito. Después de eso, la Comisión de Accidentes y de Medicina desparramó sus acres de palabras.

Moist de vez en cuando echaba un vistazo a la taza.

A las once y veintinueve la alarma del reloj en su escritorio hizo 'Bing'. Moist se levantó, puso su silla bajo el escritorio, caminó hacia la puerta, contó hasta tres, lo abrió, dijo —Hola, Tildes—, mientras el anciano gato de la Oficina de Correos entraba, contó hasta diecinueve mientras el gato hacía su circuito de la habitación, dijo —Adiós, Tildes—, mientras el gato salía de nuevo al pasillo, cerró la puerta y volvió a su escritorio.

Acabas de abrir la puerta a un anciano gato que ha perdido el concepto de caminar

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alrededor de las cosas, se dijo a sí mismo, mientras daba cuerda a la alarma. Lo haces todos los días. ¿Crees que es la acción de un hombre sensato? Bueno, es triste verlo de pie durante horas con la cabeza contra una silla hasta que alguien la mueve, pero ahora te levantas cada día para mover la silla para él. Esto es lo que el trabajo honesto le hace a una persona.

¡Sí, pero el trabajo deshonesto casi me ahorcó!, protestó.

¿Y? Ser colgado sólo dura un par de minutos. ¡El Comité del Fondo de Pensiones dura toda la vida! ¡Es todo tan aburrido! ¡Estás atrapado en cadenas de casi oro!

Moist había finalizado cerca de la ventana. El cochero estaba comiendo una galleta. Cuando vio a Moist le hizo un saludo amistoso.

Moist casi saltó desde la ventana. Se sentó aprisa y visó formularios de requerimiento FG/2 durante quince minutos. Después salió al pasillo, que del otro lado estaba abierto a la gran sala, y miró hacia abajo.

Había prometido traer de nuevo las grandes arañas de luces, y ahora ambas estaban colgadas como brillantes sistemas estelares privados. El gran mostrador resplandecía brillante en su pulido esplendor. Se escuchaba el zumbido de la determinación y la gran actividad eficiente.

Él lo había hecho. Todo funcionaba. Era la Oficina de Correos. Y ya no era divertido.

Bajó hasta los cuartos de clasificación, se dejó caer en el vestuario de los carteros para tomar una taza de té como alquitrán de convivencia, vagó por todo el patio de coches y se puso en el camino de las personas que estaban tratando de hacer su trabajo, y por fin se arrastró de nuevo a su oficina, doblegado bajo el peso de la monotonía.

Le sucedió que miró a través de la ventana, como cualquiera podría hacerlo. ¡El cochero estaba comiendo su almuerzo! ¡Su maldita comida! ¡Tenía una pequeña silla plegable en la acera, y su comida en una pequeña mesa plegable! ¡Era un gran pastel de carne de cerdo y una botella de cerveza! ¡Tenía incluso un mantel blanco!

Moist bajó la escalera principal como un enloquecido bailarín de zapateo, y corrió a través de las grandes puertas dobles. En un abarrotado momento, mientras se apresuraba hacia el coche, comida, mesa, mantel y silla fueron almacenadas en algún compartimiento imperceptible, y el hombre estaba de pie junto a la invitadora puerta abierta.

—Mire, ¿de que se trata esto? —exigió Moist, con la respiración jadeante—. No tengo todo…

—Todo, señor Lipwig —dijo la voz de Lord Vetinari desde dentro—, es entrar. Gracias, Houseman, la Sra. Pródigo estará esperando. Apúrese, señor Lipwig, no voy a comerle. Acabo de tomar un aceptable sándwich de queso.

¿Qué daño puede hacer averiguarlo? Es una pregunta que ha dejado heridas durante siglos, más aún que "No puede hacer daño si tomo sólo una" y "Está bien si sólo lo hacen de pie”.

Moist subió hacia la sombra. Hubo un clic en la puerta detrás de él, y se volvió de repente.

—Oh, de veras —afirmó Lord Vetinari—. Está simplemente cerrada, no está con llave, Sr. Lipwig. ¡Serénese! —Junto a él, Nudodetambor estaba sentado remilgadamente con una gran cartera de cuero en su regazo.

—¿Qué es lo que quiere? —dijo Moist.

Lord Vetinari levantó una ceja. —¿Yo? Nada. ¿Qué quiere usted?

—¿Qué?

—Bueno, está en mi coche, señor Lipwig.

—¡Sí, pero me dijeron que estaba fuera!

—¿Y si le hubieran dicho que era negro, habría encontrado necesario hacer algo al

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respecto? Esa es la puerta, señor Lipwig.

—¡Pero usted ha estado estacionado aquí toda la mañana!

—Es una calle pública, señor —afirmó Lord Vetinari—. Ahora siéntese. Bueno.

El coche arrancó con una sacudida.

—Usted está inquieto, señor Lipwig —dijo Vetinari—. Usted ha descuidado su seguridad. La vida ha perdido su sabor, ¿verdad?

Moist no respondió.

—Hablemos de ángeles —dijo Lord Vetinari.

—Oh sí, ya sé de eso —dijo amargamente Moist—. Lo he oído. Eso es lo que me dio después que fui ahorcado…

Vetinari levantó nuevamente una ceja. —Ahorcado sólo en su mayor parte, creo que pueda decir. Una pulgada dentro de su vida.

—¡Lo que sea! ¡Fui ahorcado! Y la peor parte de ello es saber que sólo tengo dos párrafos en el Clarín de Tanty1! ¿Dos párrafos, puedo decir, para una vida de ingeniosa, inventiva y estrictamente no violenta actividad delictiva? ¡Podría haber sido un ejemplo para los jóvenes! ¡La página uno estaba monopolizado por el Asesino del Alfabeto Disléxico, y él sólo manejaba A y W!

—Confieso que el editor parece creer que no es verdaderamente un crimen a menos que alguien sea encontrado en tres callejones a la vez, pero ese es el precio de la libertad de prensa. Y nos conviene a ambos, que el paso de Albert Spangler por este mundo sea… ¿no memorable…?

—¡Sí, pero yo no esperaba una vida después de la muerte como ésta! ¿Tengo que hacer lo que me dicen por el resto de mi vida?

—Corrección, de su nueva vida. Ése es un resumen basto, sí —dijo Vetinari—. Permítame reformular las cosas, sin embargo. Por delante de usted, señor Lipwig, hay una vida de tranquila alegría respetable, de dignidad cívica y, por supuesto, en la plenitud de los tiempos, una pensión. Por no hablar de la orgullosa cadena de casi oro.

Moist hizo una mueca. —¿Y si no hago lo que dice?

—¿Eh? Oh, me comprendió mal, señor Lipwig. Eso es lo que va a pasar si usted rechaza a mi oferta. Si la acepta, usted sobrevivirá con su ingenio contra poderosos y peligrosos enemigos, con cada día presentando nuevos desafíos. Alguien puede tratar de matarle.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Usted molestará a la gente. Un sombrero va con el trabajo, por cierto.

—¿Y este trabajo hace dinero verdadero?

—Nada más que dinero, señor Lipwig. De hecho, es la de Maestro de la Real Casa de la Moneda.

—¿Qué? ¿Emitiendo peniques todo el día?

—En resumen, sí. Sin embargo, tradicionalmente va unido a un alto puesto en el Banco Real de Ankh-Morpork, que ocupará la mayor parte de su atención. Usted puede hacer dinero, por así decirlo, en su tiempo libre.

—¡Un banquero! ¿Yo?

—Sí, señor Lipwig.

—¡Pero no sé nada sobre el manejo de un banco!

1 Un periódico publicado en todos los Llanos, notorio por su cobertura de asesinatos (de preferencia horribles), juicios, escapes de prisión, y el mundo que generalmente está rodeado por una línea de tiza. Muy popular.

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—Bien. Nada de ideas preconcebidas.

—¡He robado bancos!

—¡Primordial! Solo revierta su pensamiento —afirmó Lord Vetinari, sonriendo ampliamente—. ¡El dinero debería estar adentro!

El coche frenó hasta detenerse.

—¿De qué se trata esto? —dijo Moist—. ¿En realidad, qué es?

—Cuando se hizo cargo de la Oficina de Correos, Sr. Lipwig, era una vergüenza. Ahora funciona muy eficientemente. Lo bastante eficiente como para ser aburrido, de hecho. ¿Por qué un hombre joven podría encontrarse a sí mismo trepando de noche, tal vez, o abrir cerraduras por la emoción, o incluso coquetear con Estornudos Extremos? ¿Cómo encontró las ganzúas, de paso?

Había sido en una minúscula tienda en un minúsculo callejón, y no había allí nadie más que la pequeña anciana que le había vendido las ganzúas. Todavía no sabía exactamente por qué las había comprado. Eran ilegales sólo geográficamente, pero le daba un poco de emoción el saber que estaban en su chaqueta. Era triste, como esos hombres de negocios que vienen a trabajar en ropa seria, pero usan corbatas de colores en un loco y desesperado intento de demostrar que existe un espíritu libre en alguna parte.

Oh dioses, me he convertido en uno de ellos. Pero al menos no parece saber sobre la cachiporra.

—No soy tan malo —dijo.

—¿Y la cachiporra? ¿Usted, que nunca ha golpeado a otro hombre? Usted trepa sobre los techos y abre las cerraduras de sus propios escritorios. ¡Es como un animal enjaulado, soñando con la selva! Me gustaría darle lo que anhela. Me gustaría tirarlo a los leones.

Moist comenzó a protestar, pero Vetinari levantó una mano.

—Usted tomó nuestro chiste de una Oficina de Correos, Sr. Lipwig, e hizo una promesa solemne. Pero los bancos de Ankh-Morpork, señor, son algo muy serio. Son burros serios, señor Lipwig. Ha habido demasiados fracasos. Están atascados en el barro, viven en el pasado, están hipnotizados por la clase y la riqueza, piensan que el oro es importante.

—Eh… ¿no lo es?

—No. Y por ladrón y estafador que sea, perdón, que una vez fuera, usted lo sabe, en el fondo. Para usted, era sólo una forma de mantener la puntuación —dijo Vetinari—. ¿Qué sabe el oro de valor verdadero? Mire por la ventana y dígame lo que ve.

—Hum, un pequeño perro astroso que mira a un hombre que mea en un callejón —dijo Moist—. Lo siento, pero eligió el momento equivocado.

—Si lo hubiera tomado menos literalmente —dijo Lord Vetinari, echándole una mirada—, hubiera visto una gran ciudad, llena de gente ingeniosa extrayendo riqueza de la común arcilla del mundo. Ellos construyen, edifican, tallan, cocinan, funden, moldean, forjan y diseñan extraños e inventivos crímenes. Pero conservan su dinero en medias viejas. Confían más en sus calcetines que en los bancos fiduciarios. La moneda es artificialmente escasa, por lo que sus estampillas son ahora una moneda de facto. Nuestro serio sistema bancario es un lío. Una broma, en realidad.

—Será una broma más grande si usted me pone a cargo —dijo Moist.

Vetinari le dio una breve sonrisita. —¿Lo será? —dijo—. Bueno, todos necesitamos a veces una risa.

El cochero abrió la puerta y salieron.

¿Por qué templos? pensó Moist, mientras miraba a la fachada del Banco Real de Ankh-Morpork. ¿Por qué siempre se construyen los bancos para parecerse a los templos, a pesar de

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que varias de las principales religiones a) están canónicamente en contra de lo que hacen dentro y b) tienen cuentas allí?

Lo había analizado antes, por supuesto, pero nunca se había molestado realmente en verlo hasta ahora. Como templo del dinero, este no era malo. El arquitecto, al menos sabía cómo diseñar una buena columna, y también sabía cuándo parar. Había puesto una cara como pedernal ante cualquier perspectiva de querubines, aunque por encima de las columnas había un gran friso algo alegórico involucrando doncellas y urnas. En la mayoría de las urnas, y, observó Moist, en algunas de las jóvenes, había aves que anidaban. Una enojada paloma miró hacia abajo a Moist desde un seno de piedra.

Moist había pasado por el lugar muchas veces. Nunca parecía muy concurrido. Y detrás de él estaba la Real Casa de la Moneda, que nunca mostraba ningún signo de vida.

Sería difícil imaginar un edificio más feo que no hubiera ganado un importante premio de arquitectura. La Casa de la Moneda era un lúgubre bloque de ladrillo y piedra, con ventanas altas y pequeñas, muchas y con barrotes, con sus puertas protegidas por rejas, toda la construcción diciendo al mundo: No Siquiera Lo Piensen.

Hasta ahora Moist ni siquiera había pensado en eso. Era una Casa de Moneda. Ese tipo de lugar en que te dan vuelta sobre un cubo y te sacuden duro antes de permitirte salir. Tenían guardias, y puertas con púas.

Y Vetinari quería hacerlo jefe de ella. Iba a ser una gran hoja de afeitar en un palo de algodón de azúcar de este tamaño.

—Dígame, mi señor —dijo cuidadosamente—. ¿Qué pasó con el hombre que solía ocupar el puesto?

—Pensé que preguntaría, por lo tanto averigüé. Murió a los noventa años de edad, de un infarto al corazón.

No sonaba demasiado mal, pero Moist sabía lo suficiente para sondear más.

—¿Alguna otra persona murió últimamente?

—Sir Joshua Pródigo, el presidente del banco. Murió hace seis meses en su propia cama, a los ochenta años.

—Un hombre puede morir de algunas formas muy desagradables en su propia cama —señaló Moist.

—Así lo creo —dijo Lord Vetinari—. En este caso, sin embargo, fue en los brazos de una joven mujer llamada Dulce después de una gran comida de ostras a la diabla. Cómo fue de desagradable supongo que nunca se sabrá.

—¿Ella era su esposa? Usted dijo que en su propia…

—Tenía un apartamento en el banco —afirmó Lord Vetinari—. Un beneficio tradicional que era útil cuando —aquí Vetinari hizo una pausa de una fracción de segundo— trabajaba hasta tarde. La Sra. Pródigo no estaba presente en el momento.

—Si él era un Lord, ¿no debería ser ella una Dama? —dijo Moist.

—Es bastante característico de la señora Pródigo que no desee ser una Dama —dijo Lord Vetinari—. Y me inclino ante sus deseos.

—¿Solía "trabajar" tarde a menudo? —dijo Moist, citando cuidadosamente.

—Con asombrosa regularidad para su edad, entiendo —dijo Vetinari.

—Oh, ¿de veras? —dijo Moist—. Sabe, creo recordar el obituario en el Times. Pero no recuerdo ese tipo de detalles.

—Sí, adónde está llegando la Prensa, se pregunta uno.

Vetinari giró y contempló el edificio. —De los dos, prefiero la honestidad de la Casa de la

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Moneda —dijo—. Le gruñe al mundo. ¿Qué piensa usted, señor Lipwig?

—¿Qué es esa cosa redonda que siempre veo asomando en el techo? —dijo Moist—. ¡Se parece a una alcancía con una gran moneda atascada en la ranura!

—Por extraño que parezca, solía ser conocida como la Moneda Falsa —dijo Vetinari—. Es una gran rueda para suministrar energía para el estampado de monedas y todo eso. Alguna vez fue movida por presos, cuando "servicio comunal" no era sólo una palabra. O incluso dos. Se consideró que era un castigo cruel e inusual, sin embargo, lo cual parece sugerir falta de imaginación. ¿Entramos?

—Mire, señor, ¿qué es lo que quiere que haga? —dijo Moist, mientras subían los escalones de mármol—.Sé un poco sobre la banca, pero ¿cómo dirigir una acuñadora?

Vetinari se encogió de hombros. —No tengo idea. La gente mueve palancas, supongo. Alguien les dice con qué frecuencia, y cuando parar.

—¿Y por qué alguien querría matarme?

—No podría decirlo, señor Lipwig. Pero hubo por lo menos un atentado contra su vida cuando usted era un inocente distribuidor de cartas, por lo que espero que su carrera en la banca será apasionante.

Llegaron a la parte superior de los escalones. Un anciano en lo que podría haber sido el uniforme de un general en uno de los más inestables tipos de ejército mantuvo la puerta abierta para ellos.

Lord Vetinari hizo a Moist un gesto de entrar primero.

—Voy a echar un vistazo alrededor, ¿de acuerdo? —dijo Moist, dando traspiés a través de la puerta—.Realmente no he tenido tiempo para pensar en esto.

—Es comprensible —dijo Vetinari.

—No me estoy comprometiendo a nada por esto, ¿verdad?

—A nada —dijo Vetinari. Paseó hasta un sofá de cuero y se sentó, haciendo a Moist un gesto de sentarse junto a él. Nudodetambor, siempre atento, se mantenía detrás de ellos.

—El olor de los bancos es siempre agradable, ¿no le parece? —dijo Vetinari—. Una mezcla de abrillantador, tinta y riqueza.

—Y ursura —dijo Moist.

—Eso sería crueldad con los osos. Se refiere a la usura, sospecho. Las iglesias no parecen estar tan en contra de ella en estos días. Por cierto, sólo el actual presidente del banco sabe de mis intenciones. Para todos los demás hoy, usted está llevando a cabo una breve inspección en mi nombre. Es solo también que no lleva el famoso traje de oro.

Había silencio en el banco, sobre todo porque el techo era tan alto que los sonidos acababan por perderse, pero en parte porque la gente reduce sus voces en presencia de grandes sumas de dinero. El terciopelo rojo y el bronce estaban muy en evidencia. Había imágenes por todos lados, de hombres serios vistiendo abrigos. A veces, se oía brevemente el eco de pasos sobre el suelo de mármol blanco, que de repente eran fagocitadas cuando su propietario caminaba sobre una isla de alfombra. Y los grandes escritorios estaban cubiertos de cuero verde salvia. Desde que era pequeño, un escritorio de cuero verde salvia había sido Riqueza para Moist. ¿Cuero rojo? ¡Pah! Eso era para parvenus y aspirantes. Verde salvia significa que habías llegado, y que tus antepasados llegaron también. Debía estar un poco desgastado, para un mejor efecto.

En la pared encima del mostrador un gran reloj, sostenido por querubines, marcaba la hora. Lord Vetinari estaba causando efecto en el banco. El personal se codeaba entre sí y señalaba con sus expresiones.

En verdad, comprendió Moist, no eran una pareja evidente. La naturaleza lo había bendecido con la capacidad de ser un rostro en el fondo, incluso cuando estaba a pocos pies

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de distancia. Él no era feo, no era guapo, era tan olvidable que a veces se sorprendía a sí mismo, mientras se afeitaba. Vetinari vestía de negro, que no es un color atrevido, pero no obstante, su presencia era como un peso de plomo sobre una lámina de goma. Distorsionaba el espacio a su alrededor. La gente no lo veía de inmediato, pero intuía su presencia.

Ahora la gente susurraba en los tubos de hablar. ¡El Patricio estaba aquí y nadie le había saludado formalmente! ¡Habría problemas!

—¿Cómo está la señorita Dearheart? —dijo Vetinari, aparentemente inconsciente de la creciente agitación.

—Ella está lejos —dijo sin rodeos Moist.

—¡Ah, el Fideicomiso ha ubicado otro golem enterrado, sin duda!

—Sí.

—¿Todavía tratando de llevar a cabo las órdenes que le dieron hace miles de años?

—Probablemente. Está en algún lugar en la naturaleza.

—Es infatigable —dijo Vetinari felizmente—. Esas personas han resucitado de la oscuridad para hacer girar las ruedas del comercio, para el bien general. Al igual que usted, señor Lipwig. Ella está haciendo un gran servicio a la ciudad. Y al Fideicomiso Golem también.

—Sí —dijo Moist, dejando pasar toda la cosa de la resurrección.

—Sin embargo, su tono dice lo contrario.

—Bueno… — Moist sabía que se estaba retorciendo, pero de todos modos lo dijo—. Ella siempre está corriendo porque han hallado rastros de otro golem en algún antiguo alcantarillado o algo así…

—¿Y no corre detrás de usted, por así decirlo?

—Y ha estado lejos por semanas en este caso —dijo Moist, haciendo caso omiso de la observación, ya que probablemente era exacta—, y no me dijo de qué se trataba. Sólo dice que es muy importante. Algo nuevo.

—Creo que está cavando —dijo Vetinari. Comenzó a golpear con su bastón sobre el mármol, lentamente. Hacía un sonido de timbre—. He oído que parece haber golems cavando minas en tierras enanas de este lado de Chimeria, cerca de la carretera para coches. De mucho interés para los enanos, debo añadir. El Rey arrendó la tierra al Fideicomiso y quiere asegurarse de dar una mirada a lo que se extraiga.

—¿Está en problemas?

—¿La señorita Dearheart? No. Conociéndola a ella, el rey de los enanos podría estarlo. Ella es una joven muy… serena, he notado.

—¡Ja! Usted no sabe ni la mitad de ella.

Moist hizo una nota mental para enviar un mensaje a Adora Belle tan pronto como esto hubiera terminado. La situación con los golems se calentaba una vez más, porque los gremios se quejaban de que ellos tomaran los puestos de trabajo. Ella era necesaria en la ciudad…para los golems, obviamente.

Se dio cuenta de un sutil ruido. Venía de abajo, y sonaba muy parecido a burbujas de aire a través de un líquido, o tal vez a agua vertiéndose de una botella con el familiar sonido blomp-blomp.

—¿Puede oír eso? —dijo.

—Sí.

—¿Sabe usted qué es?

—El futuro de la planificación económica, entiendo. —Lord Vetinari se veía, si no preocupado, al menos desacostumbradamente perplejo—. Algo tiene que haber pasado —

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afirmó—. El Sr. Bent suele engrasar su camino a través del piso en cuestión de segundos después de mi entrada. Espero que nada desagradable le haya sucedido.

Un par de grandes puertas de ascensor se abrieron en el otro extremo de la sala, y un hombre pasó por ellas. Por un momento, que probablemente pasó desapercibido para cualquier persona que nunca hubiera tenido que leer rostros en su vida, se vio ansioso y enojado, pero eso pasó velozmente cuando ajustó sus puños y puso en su cara la cálida, benévola sonrisa de alguien que está a punto de tomar un poco de dinero de ti.

El Sr. Bent era, en todos los sentidos, liso y sin arrugas. Moist estaba esperando un tradicional abrigo bancario, pero vestía una muy bien cortada chaqueta negra por encima de los pantalones a rayas. El Sr. Bent era también silencioso. Sus pies, silenciosos incluso sobre el mármol, eran excepcionalmente grandes para ese hombre pulcro, pero los zapatos, negros y pulidos, brillantes como espejos, estaban bien hechos. Tal vez él quería mostrarlos, porque caminaba como un caballo de exhibición, levantando cada uno de los pies muy deliberadamente antes de bajarlo de nuevo. Aparte de esa incongruencia, el Sr. Bent tenía el aire de alguien que está en silencio en un armario cuando no está en uso.

—¡Lord Vetinari, lo siento tanto! —comenzó—. Me temo que había asuntos pendientes…

Lord Vetinari se puso en pie. —Sr. Mavolio Bent, permítame presentarle al Sr. Moist von Lipwig —afirmó—. El Sr. Bent es el jefe de cajeros aquí.

—¿Ah, el inventor de la revolucionaria nota no garantizada de Un Penique? —dijo Bent, extendiendo una fina mano—. ¡Que audacia! Estoy muy contento de conocerlo, señor Lipwig .

—¿Nota de un penique? —dijo Moist, perplejo. El Sr. Bent, a pesar de su enfática declaración, no parecía satisfecho en absoluto.

—¿No escuchó lo que estaba diciendo? —dijo Vetinari—. Sus estampillas, señor Lipwig.

—Una moneda de facto —dijo Bent y la luz alboreó en Moist. Bueno, es cierto, lo sabía. Se suponía que los sellos eran pegados a las cartas, pero la gente había decidido, a su manera no sofisticada, que las estampillas de un penique que no eran más que un penique muy liviano, garantizado por el gobierno y, que además, se podían poner en un sobre. Las páginas de publicidad estaban llenas de las empresas que había germinado en la espalda del seductor sello transferible: “¡Aprenda Los Mas Grandes Secretos Del Cosmos! ¡Envíe 8 Peniques En Sellos Para El Folleto!" Una gran cantidad de estampillas funcionaba como moneda sin ver jamás el interior de un buzón.

Algo en la sonrisa de Bent molestó a Moist, sin embargo. No era tan amable cuando se miraba de cerca. —¿Qué quiere decir con "no garantizada"? —dijo.

—¿Cómo validar su reclamación para que valga un penique?

—Eh, ¿si la pega a una carta usted recibe el valor de un penique en viajes? —dijo Moist—. No veo adonde está yendo usted…

—El Sr. Bent es uno de los que creen en la preeminencia del oro, señor Lipwig —dijo Vetinari—. Estoy seguro de que se llevarán bien, exactamente igual que en una casa en llamas. Voy a dejarlos ahora, y a esperar su decisión con, ah, interés compuesto. Ven, Nudodetambor. ¿Tal vez pasará a verme mañana, señor Lipwig?

Moist y Bent los miraron partir. Luego Bent miró a Moist. —Supongo que debo mostrarle esto… señor —dijo.

—Tengo la sensación de que todavía no nos llevamos bien, Sr. Bent —dijo Moist.

Bent se encogió de hombros, una impresionante maniobra en ese marco atildado. Fue como ver una tabla de planchar amenazando desplegarse.

—No sé nada para su descrédito, señor Lipwig. Pero creo que el presidente y Lord Vetinari tienen un peligroso plan en mente, y que usted es su víctima, señor Lipwig, es su utensilio.

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—¿Eso sería el nuevo presidente?

—Eso es correcto.

—Particularmente no quiero ni tengo intención de ser un utensilio —dijo Moist.

—Bien por usted, señor. Pero los acontecimientos finalizarán…

Se escuchó un ruido de vidrios rotos abajo, y una débil voz apagada gritó: —¡Maldita sea! ¡Ahí va la Balanza de Pagos!

—Vamos a hacer esa gira, ¿quiere? —dijo brillantemente Moist—. ¿Comenzando por qué era eso?

—¿Esa abominación? —Bent tuvo un estremecimiento—. Creo que deberíamos dejarlo hasta que Hubert haya limpiado. Oh, ¿desea ver eso? Realmente es terrible…

El Sr. Bent cruzó a zancadas el piso hasta estar debajo del reloj grande y solemne. Lo miró como si le hubiera ofendido mortalmente, y chasqueó los dedos, pero un empleado subalterno ya se apresuraba con una pequeña escalera. El Sr. Bent subió los escalones, abrió el reloj, y movió la segunda manecilla dos segundos adelante. El reloj se cerró de golpe, los escalones fueron bajados, y el contable regresó con Moist, ajustando sus puños.

Miró a Moist de arriba a abajo. —Se pierde casi un minuto por semana. ¿Soy la única persona que encuentra esto ofensivo? Parece ser así, lamentablemente. Vamos a empezar con el oro, ¿sí?

—Ooh, sí —dijo Moist—. ¡Vamos!

Capítulo 2

La promesa de oro — Los Hombres de los Depósitos — El costo de un penique y la utilidad de las viudas — Gastos generales bajos — Seguridad, la importancia de la misma — Una fascinación con las transacciones — Un hijo de muchos padres — Presunta desconfianza en un caso de ropa interior en llamas — El Panopticon del mundo y la ceguera del Sr. Bent — Comentario De Un Arco

—De alguna manera estaba esperando algo más… grande —dijo Moist, mirando a través de las barras de acero al pequeño cuarto que contenía el oro. El metal, en bolsas y cajas abiertas, brillaba apagadamente a la luz de las antorchas.

—Eso es casi diez toneladas de oro —dijo Bent en son de reproche—. No tiene que verse grande.

—¡Pero todos los lingotes y bolsas juntas no son mucho más grande que la mesa afuera!

—Es muy pesado, señor Lipwig. Es el único y verdadero metal, puro y sin mancha —dijo Bent. Su ojo izquierdo palpitaba—. Este es el metal que nunca cayó en desgracia.

—¿En serio? —dijo Moist, comprobando que la puerta siguiera abierta.

—Y es también la única base de un sólido sistema financiero —prosiguió el Sr. Bent, mientras la luz de las antorchas se reflejaba en los lingotes y doraba su rostro—. ¡Aquí está el Valor! ¡Aquí está la Riqueza! Sin el ancla del oro, todo sería caos.

—¿Por qué?

—¿Quién establecería el valor del dólar?

—Nuestros dólares no son de oro puro, sin embargo, ¿o lo son?

—Ajá, sí. De color dorado, señor Lipwig —dijo Bent—. Menos oro que el agua de mar, casi oro. ¡Estamos adulterando nuestra propia moneda! ¡Infamia! ¡No puede haber crimen

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mayor! —Su ojo palpitó de nuevo.

—Eh… ¿el asesinato? —aventuró Moist. Sí, la puerta estaba todavía abierta.

El Sr. Bent agitó una mano. —Un asesinato sólo ocurre una vez —dijo—, pero cuando la confianza en el oro se rompe, el caos gobierna. Pero tenía que hacerse. Las abominables monedas son, por cierto, sólo casi oro, pero son, al menos, un sólido testimonio del oro verdadero en las reservas. ¡En su miseria, ellos no obstante reconocen la primacía de oro y nuestra independencia de las maquinaciones del gobierno! ¡Nosotros tenemos más oro que cualquier otro banco en la ciudad, y sólo yo tengo la llave de la puerta! Y el presidente tiene una también, por supuesto —añadió, como un rencoroso e indeseable pensamiento secundario.

—Leí en alguna parte que una moneda representa la promesa de entregar el valor de un dólar en oro —dijo amablemente Moist.

El Sr. Bent unió sus manos delante de la cara y alzó la mirada, como en oración.

—En teoría, sí —dijo después de unos momentos—. Yo preferiría decir que se trata de un entendimiento tácito de que vamos a cumplir nuestra promesa de cambiarlo por un dólar en oro siempre y cuando no sea, de hecho, solicitado.

—Así que… ¿no es realmente una promesa?

—Sin duda lo es, señor, en los círculos financieros. Se trata, puede ver, acerca de confianza.

—¿Quiere decir, confíe en nosotros, tenemos un gran edificio caro?

—Usted bromea, señor Lipwig, pero puede haber un grano de verdad en eso. —Bent suspiró—. Puedo ver que tiene mucho que aprender. Al menos usted me tiene a mi para que le enseñe. Y ahora, creo que le gustaría ver la Acuñadora. La gente siempre gusta de ver la Acuñadora. Son veintisiete minutos y treinta y seis segundos después de la una, por lo que deberían haber finalizado su hora de almuerzo.

Era una caverna. Moist se alegró de eso, por lo menos. Una acuñadora debería estar iluminada por llamas.

Su sala principal era de tres pisos de altura, y recogía una grisácea luz diurnas de las hileras de ventanas enrejadas. Y, en términos de arquitectura primaria, eso era todo. Todo lo demás eran depósitos.

Los depósitos estaban construidos en las paredes, e incluso colgados como nidos de golondrinas hasta cerca del techo, a los que se accedía por inseguras escaleras de madera. El piso desigual en sí era un pequeño pueblo de depósitos, colocados de cualquier manera, sin dos iguales, cada uno cuidadosamente techado contra la inexistente posibilidad de lluvia. Volutas de humo subían suavemente en espiral a través de la espesa atmósfera. Contra una pared una forja brillaba de un color naranja oscuro, proveyendo la adecuada atmósfera Estigia. El lugar parecía el destino después de la muerte para las personas que han cometido pecados pequeños y más bien aburridos.

Esto era, sin embargo, sólo el escenario. La sala estaba dominada por la Moneda Falsa. La noria era… extraña.

Moist había visto norias antes. Había habido una en el Tanty, adonde los reclusos podían fortalecer su sistema cardiovascular, queriéndolo o no. Moist había dado una o dos vueltas antes de aprender la manera de trampear al sistema. Había sido una cosa bestial, apretada, pesada y deprimente. La Moneda Falsa era mucho más grande, pero no parecía estar toda allí. Había un aro de metal que, desde aquí, parecía terriblemente delgado. Moist intentó en vano ver los rayos, hasta que se dio cuenta de que no había ninguno, sólo cientos de finos alambres.

—Muy bien, puedo ver que debe trabajar, pero… —comenzó, mirando a la enorme caja de cambios.

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—Funciona muy bien, tengo entendido —dijo Bent—. Ellos tienen un golem para moverla cuando sea necesario.

—¡Pero seguramente debería caer en pedazos!

—¿Debería? No estoy en condiciones de decirlo, señor. Ah, aquí vienen…

Las figuras se dirigían hacia ellos de diversos depósitos y desde la puerta en el otro extremo del edificio. Caminaban lenta y deliberadamente, y con un propósito, como los muertos vivientes.

Al final, Moist pensó en ellos como los Hombres de los Depósitos. No eran todos ellos tan viejos, pero incluso los más jóvenes, la mayoría de ellos, parecía haberse colocado el manto de la mediana edad muy temprano. Aparentemente, para conseguir un trabajo en la Casa de la Moneda, tenías que esperar hasta que alguien muriese; era un caso de Depósitos de Hombres Muertos. Iluminando el lado bueno, sin embargo, estaba el hecho de que cuando tu vacante futura estaviera disponible, tenías el trabajo, incluso si sólo estabas ligeramente menos muerto que el titular anterior.

Los Hombres de los Depósitos manejaban el depósito de pulido, el depósito de molienda, el depósito de acabado, la fundición (dos depósitos) y el de Seguridad (un depósito, pero muy grande) y el de almacenamiento, que tenía una cerradura que Moist podría haber abierto con un estornudo. El otro depósito era un misterio, pero era de suponer que se había construido para el caso de que alguien necesitase un depósito con urgencia.

Los Hombres de los Depósitos que habían pasado por dentro de los depósitos tenían nombres como: Alf, Joven Alf, Gobber, Chico Charlie, el rey Enrique… pero el que era, por así decirlo, el orador designado en el mundo más allá de los depósitos tenía un nombre completo.

—Este es señor Sospechoso Decimoctavo, señor Lipwig —dijo Bent—. El Sr. Lipwig es… sólo una visita.

—¿El Decimoctavo? —dijo Moist—. ¿Hay otros diecisiete de ustedes?

—Ya no más, señor —dijo Sospechoso, sonriendo.

—El señor Sospechoso es capataz hereditario, señor —añadió Bent.

—Capataz hereditario… — repitió Moist inexpresivamente.

—Así es, señor —dijo Sospechoso—. ¿Quiere el Sr. Lipwig conocer la historia, señor?

—No —dijo Bent firmemente.

—Sí —dijo Moist, igualando su firmeza y aumentándola enérgicamente.

—Oh, parece que sí lo hará —suspiró Bent. El señor Sospechoso sonrió.

Era una historia muy completa, y tomó un tiempo contarla. En un punto Moist estuvo seguro de que era el momento para una edad de hielo. Las palabras fluían a su lado, como aguanieve, pero al igual que el aguanieve, algo se pegaba. El puesto de capataz hereditario había sido tratado cientos de años antes, cuando el cargo de Maestro de la Casa de la Moneda era una sinecura entregada a un compañero de bebida del rey o patricio vigente, que lo utilizaba como una caja de dinero y no hacía nada más que aparecer una y otra vez con un gran saco, una resaca y una mirada significativa. El cargo de capataz fue instituido porque fue confusamente comprendido que alguien debería estar a cargo y, si era posible, sobrio.

—¿Así que usted realmente maneja todo esto? —dijo Moist rápidamente, para detener el muy interesante flujo de datos sobre el dinero.

—Así es, señor. Temporalmente. No ha habido un maestro por un centenar de años.

—¿Cómo le pagan?

Hubo un momento de silencio y, a continuación, el señor Sospechoso dijo, como un hombre hablando con un niño: —Ésta es una Casa de Moneda, señor.

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—¿Usted hace su propio salario?

—¿Quién más va a hacerlo, señor? Pero es todo oficial, ¿no es verdad, Sr. Bent? Él recibe todos los listados. Nos ponemos como límite el hombre medio, de verdad.

—Bueno, al menos tiene un negocio rentable —dijo alegremente Moist—. ¡Quiero decir, usted debe estar haciendo dinero rápidamente!

—Alcanzamos a cubrir los gastos, señor, sí —dijo Sospechoso, como si se tratara de algo trabajoso.

—¿Cubrir gastos? ¡Es una Casa de Moneda! —dijo Moist—. ¿Cómo puede usted no obtener un beneficio, al hacer dinero?

—Gastos generales, señor. Hay gastos generales por donde mire.

—¿Incluso bajo los pies?

—Allí también, señor —dijo Sospechoso—. Es ruinoso, señor, realmente lo es. Mire, cuesta medio penique hacer un fartin o cuarto de penique y casi un penique hacer medio penique. Un penique sale a un penique y cuarto. Las de seis peniques cuestan dos peniques y cuarto, por lo que ganamos. El medio dólar cuesta siete peniques. Y cuesta sólo seis peniques hacer un dólar, una clara mejora, pero eso es porque los hacemos aquí. Los verdaderos cabrones son los octavos de penique, porque cuestan seis peniques, porque es un trabajo complicado, son tan pequeñas y tienen ese agujero en el medio. La pieza de tres peniques, señor, tenemos solo un par de personas haciendo esas, una gran cantidad de trabajo que se ejecuta a siete peniques. ¡Y no me pregunte acerca de la pieza de dos peniques!

—¿Qué hay de las piezas de dos peniques?

—Me alegro de que usted me pregunte, señor. Buen trabajo, señor, sube hasta siete y un dieciseisavo peniques. Y sí, hay un dieciseisavo de penique, señor, el elim.

—¡Nunca he oído hablar de él!

—Bueno, no, señor, usted no, un caballero de clase como usted, pero tiene su lugar, señor, tiene su lugar. Una linda cosita, señor, con muchos pequeños detalles, realizados por viudas, de acuerdo con la tradición, cuesta todo un chelín hacerlo, porque el grabado es muy fino. Toma a las viejas chicas días para hacer uno, con su vista y todo eso, pero las hace sentir que están siendo útiles.

—Pero ¿un dieciseisavo de un penique? ¿Una cuarta parte de un fartin? ¿Qué se puede comprar con eso?

—Le sorprendería, señor, en algunas calles. Un cabo de vela, una pequeña patata que sólo está un poco verde —afirmó Sospechoso—. Tal vez un corazón de manzana que no ha sido totalmente comido. Y, por supuesto, es útil para poner en la caja de las limosnas.

¿Y el oro es el ancla? pensó Moist.

Miró a su alrededor el enorme espacio. Había alrededor de una docena de personas que trabajaban allí, si se incluía al Golem, de quienes Moist había aprendido a pensar como parte de una especie a ser tratados como “humanos para un determinado valor de los humanos”, y el chico que hacía el té, que no alcanzaba.

—Ustedes no parecen necesitar mucha gente —afirmó.

—Ah, bueno, sólo hacemos las de plata y de oro…

—Casi oro —intervino rápidamente el Sr. Bent.

—… casi oro aquí, vea. Y cosas inusuales, como medallas. Hacemos los cospeles para las de cobre y latón, pero los trabajadores externos hacen el resto.

—¿Externos? ¿Una Casa de Moneda a domicilio?

—Así es, señor. Al igual que las viudas. Ellos trabajan en casa. Eh, usted no puede

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esperar ver a los queridos viejos venir hasta aquí, ¡la mayoría de ellos necesita dos bastones para andar!

—La Casa de Moneda... es decir, el lugar que hace el dinero... ¿emplea a personas que trabajan en casa? Quiero decir, sé que es moda, pero me refiero a… bueno, ¿no lo cree extraño?

—¡Dios le bendiga, señor, hay familias que han estado allí, haciendo unos pocos cobres cada noche por generaciones! —dijo Sospechoso alegremente—. Papá dando los golpes de base, mamá haciendo el grabado y el acabado, los niños limpiando y puliendo… es tradicional. Nuestros trabajadores a domicilio son como una gran familia.

—Bueno, pero ¿qué pasa con la seguridad?

—Si ellos roban tanto como un fartin pueden ser ahorcados —dijo Bent—. Es considerado como una traición, ya sabe.

—¿Qué tipo de familias utiliza? —dijo Moist, horrorizado.

—Debo señalar que nadie lo ha hecho, sin embargo, porque son muy leales —dijo el capataz, mirando a Bent.

—Solía ser una mano cortada por un primer delito —dijo el Sr. Bent, el hombre de familia.

—¿Es que hacen un montón de dinero? —dijo Moist, con cuidado, poniendose entre los dos hombres—. Quiero decir, ¿en términos de salarios?

—Cerca de quince dólares al mes. Es trabajo detallado —dijo Sospechoso—. Algunas de las señoras de edad no reciben tanto. Recibimos una gran cantidad de elims malas.

Moist miró a la Moneda Falsa. Se levantaba a través del pozo central de la construcción y parecía frágil como una telaraña para ser algo tan grande. El solitario golem caminaba dentro; tenía una pizarra colgando del cuello, lo que significaba que era uno de los que no podía hablar. Moist se preguntó si el Fideicomiso Golem lo sabía. Tenían formas sorprendentes de encontrar golems.

Mientras miraba, la rueda pasó suavemente a un punto muerto. El silencioso golem se detuvo.

—Dígame —dijo Moist—. ¿Por qué molestarse con las monedas de casi oro? ¿Por qué no, bien, simplemente hacer los dólares de oro? ¿Tuvieron demasiados recortados y rebajados?

—Me sorprende que un caballero como usted conozca esos nombres, señor —dijo el capataz, sorprendido.

—Estoy muy interesado en la mente criminal —dijo Moist, ligeramente más rápido que lo que pretendía. Era cierto. Simplemente necesitabas un talento para la introspección.

—Bien por usted, señor. Oh sí, hemos tenido esos trucos y mucho más, ¡oh sí! Juro que los vimos todos. Y pintados y enchapados y enchufados. Incluso fundidas de nuevo, señor, adulteradas con cobre, muy prolijo. ¡Lo juro, señor, hay gente por ahí afuera que se pasará dos días intrigando y enredando para hacer la cantidad de dinero que puede ganar por medios honestos, en un solo día!

—¡No! ¿De verdad?

—Como que estoy aquí, señor —dijo Sospechoso—. ¿Y qué clase de mente sana hace eso?

Bueno, la mía, hace un tiempo, pensó Moist. Era más divertido. —Realmente no sé —afirmó.

—Por lo tanto, el ayuntamiento dijo que los dólares fuesen de casi oro, en su mayor parte de bronce naval, a decir verdad, porque brilla bien. Oh, todavía falsifican, señor, pero es difícil hacerlo bien y la Guardia cae con fuerza sobre ellos y por lo menos nadie se birla el oro —dijo

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Sospechoso—. ¿Eso es todo, señor? Es sólo que tenemos cosas para terminar antes de nuestra hora de salir del trabajo, vea, y si nos quedamos tarde tenemos que hacer más dinero para pagar nuestras horas extras, y si los chicos están un poco cansados, terminan ganando el dinero más rápido que lo que podemos hacerlo, lo que conduce a lo que sólo puedo llamar un dilema…

—¿Quiere decir que si hacen horas extras tienen que hacer más horas extras para pagarlas? —dijo Moist, aún reflexionando sobre cómo el pensamiento ilógicamente lógico puede existir si hay un comité lo bastante grande.

—Así es, señor —dijo Sospechoso—. Y por ese camino se encuentra la locura.

—Es un camino muy corto —dijo Moist, asintiendo—. Pero una última cosa, si me lo permite. ¿Qué hacen sobre la seguridad?

Bent tosió. —Es imposible entrar a la Casa de la Moneda desde el exterior del banco una vez que está cerrado, señor Lipwig. Por un acuerdo con la Guardia, oficiales fuera de servicio patrullan ambos edificios por la noche, junto con algunos de nuestros propios guardias. Ellos llevan uniformes del banco aquí, por supuesto, porque la Guardia está tan mal vestida, pero garantizan un enfoque profesional, usted comprende.

Bueno, sí, pensó Moist, que sospechaba que su experiencia en polis era bastante más profunda que la de Bent. El dinero probablemente está seguro, pero apuesto que consumes un infierno de café y lapiceras.

—Estaba pensando… durante el día —afirmó. Los Hombres de los Depósitos estaban mirándole con expresión en blanco.

—Oh, eso —dijo el Sr. Sospechoso—.Lo hacemos nosotros mismos. Nos turnamos. Muchacho Charlie es la Seguridad esta semana. Muéstrale tu porra, Charlie.

Uno de los hombres sacó un gran palo desde el interior de su abrigo y lo alzó tímidamente.

—Solía haber un distintivo, pero se perdió —dijo Sospechoso—. Pero eso no importa mucho, porque todos sabemos quién es. Y cuando salimos, seguro que él nos recuerda no robar nada.

Siguió un silencio.

—Bueno, eso parece cubrir todo muy bien —dijo Moist, frotándose las manos—. ¡Muchas gracias, señores!

Y enfilaron, cada hombre a su depósito.

—Probablemente, muy poco —afirmó el Sr. Bent, viéndolos irse.

—¿Hmm? —dijo Moist.

—Usted se preguntaba cuánto dinero está saliendo con ellos, creo.

—Bueno, sí.

—Muy poco, pienso. Ellos dicen que después de un tiempo el dinero se convierte en… una cosa —dijo el jefe de caja, yendo de nuevo hacia el banco.

—Cuesta más de un penique hacer un penique —murmuró Moist—. ¿Soy sólo yo, o es que está mal?

—Pero, verá, una vez que lo ha hecho, un penique continúa siendo un penique —afirmó el Sr. Bent—.Ésa es la magia de esto.

—¿Lo es? —dijo Moist—. Mire, es un disco de cobre. ¿En qué espera que se convierta?

—En el transcurso de un año, en casi todo —afirmó el Sr. Bent con suavidad—. Se convierte en algunas manzanas, parte de un carro, un par de cordones, algo de heno, una hora de ocupación del asiento de un teatro. Puede incluso convertirse en un sello y enviar una carta,

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señor Lipwig. Podría ser gastado trescientas veces y, sin embargo —y ésta es la parte buena— es todavía un penique, listo y dispuesto a ser gastado de nuevo. No es una manzana, que se echará a perder. Su valor es fijo y estable. No se consume. —Los ojos del Sr. Bent brillaban peligrosamente, y uno de ellos palpitaba—. ¡Y esto es así porque, en definitiva, vale una pequeña fracción del oro eterno!

—Pero es sólo un trozo de metal. Si usáramos las manzanas en lugar de monedas, podría por lo menos comer la manzana —dijo Moist.

—Sí, pero sólo se puede comer una vez. Un penique es, por así decirlo, una manzana eterna.

—La cual usted no puede comer. Y puede plantar un manzano.

—Usted puede usar el dinero para hacer más dinero —dijo Bent.

—Sí, pero ¿cómo hacer más oro? Los alquimistas no pueden, los enanos se aferran a lo que tienen, los Agateanos no nos dejan tener ninguno. ¿Por qué no ir al patrón plata? Es lo que hacen que en Bhang Bhangduc.

—Me imagino que sí, al ser extranjeros —dijo Bent—. Pero la plata se ennegrece. El oro es el metal que no pierde lustre. —Y una vez más hubo una palpitación: el oro tenía claramente un apretado control sobre el hombre—. ¿Ha visto lo suficiente, Sr. Lipwig?

—Un poco demasiado para mi comodidad, creo.

—Entonces vamos a reunirnos con el presidente.

Moist siguió el desigual paso de Bent, subiendo dos tramos de escalera de mármol y a lo largo de un corredor. Se detuvo frente a un par de puertas de madera oscura y el Sr. Bent golpeó, no una vez, pero con una secuencia de toques que sugería un código. Luego empujó la puerta, con mucho cuidado.

La oficina del presidente era grande, y amueblada simplemente con cosas muy caras. El bronce y el latón eran muy evidentes. Probablemente el último árbol de alguna rara especie exótica había sido tallado para hacer el escritorio del presidente, que era un objeto de deseo y lo suficientemente grande para enterrar a gente en él. Brillaba en un profundo, profundo verde, y hablaba de poder y probidad. Moist asumió, como cuestión de rutina, que estaba mintiendo.

Había un perro muy pequeño sentado en la bandeja de entrada de latón, pero fue sólo cuando Bent dijo —El señor Lipwig, señora Presidente—que Moist se dio cuenta de que en la mesa había también un ocupante humano. La cabeza de una muy pequeña y muy anciana mujer de cabellos grises lo espiaba por encima del mismo. Descansando sobre el escritorio a cada lado de ella, de brillante acero plata en este mundo de cosas de color de oro, dos ballestas cargadas, fijas sobre pequeños pivotes. Las delgadas manos de la dama se estaban retirando de las culatas.

—Oh sí, qué bien —gorjeo—. Yo soy la señora Pródigo. Tome asiento, señor Lipwig.

Lo hizo, tan fuera del campo de tiro de los arcos como le fue posible, y el perro saltó desde el escritorio a su regazo con feliz entusiasmo aplasta-escroto.

Era el perro más pequeño y más feo que Moist hubiera visto jamás. Se parecía a esos peces dorados, con los enormes ojos saltones que se veian como si estuvieran a punto de explotar. Su nariz, por otra parte, parecía evitarlo. Resoplaba, y sus piernas estaban tan arqueadas que debía tropezar con sus propios pies.

—Éste es el señor Quisquilloso —dijo la anciana—. Él no suele darse con la gente, señor Lipwig. Estoy impresionada.

—Hola, señor Quisquilloso —dijo Moist. El perro lanzó un pequeño ladrido y cubrió la cara de Moist con lo mejor en baba de perro.

— Usted le gusta, señor Lipwig —dijo la señora Pródigo aprobatoriamente—. ¿Puede

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adivinar la raza?

Moist había crecido con perros y era muy bueno para las razas, pero con el señor Quisquilloso no había por donde comenzar. Optó por la honestidad. —¿Todas ellas? —sugirió.

La Sra. Pródigo rió, y la risa sonaba por lo menos sesenta años más joven que ella.

—¡Muy bien! Su madre era una perro cuchara, muy popular en los palacios reales en los antiguos días. Pero ella salió una noche y escuchamos un montón de ladridos y me temo que el señor Quisquilloso es hijo de muchos padres, pobre cosa.

El señor Quisquilloso dirigió dos ojos llenos de sentimiento a Moist, y su expresión empezó a ser un poco más tensa.

—Bent, el señor Quisquilloso está incómodo —dijo la señora Pródigo—.Por favor, dele un pequeño paseo en el jardín, ¿quiere? Realmente no creo que los jóvenes empleados le den el tiempo suficiente.

Una breve tormenta pasó por la cara del cajero principal, pero obedientemente tomó una correa de color rojo de un gancho.

El perrito comenzó a gruñir.

Bent también tomó un par de pesados guantes de cuero y hábilmente se los colocó. Cuando el gruñido aumentó tomó al perro con mucho cuidado y lo sujetó bajo un brazo. Sin proferir una palabra, abandonó la sala.

—Así que usted es el famoso Director General de Correos —dijo la señora Pródigo—. El hombre en el traje dorado, nada menos. Pero no esta mañana, noto. Venga aquí, querido muchacho. Déjeme verlo a la luz.

Moist avanzó, y la vieja dama se levantó torpemente por medio de un par de bastones de mango de marfil. Luego dejó caer uno y agarró a Moist del mentón. Lo miró intensamente, girando la cabeza a un lado y otro.

—Hum —dijo, retrocediendo—. Es como yo pensaba… —El bastón restante dio a Moist un golpe en la parte de atrás de las piernas, guadañándole como a una paja. Mientras yacía sorprendido en la alfombra espesa, la señora Pródigo continuó, triunfalmente: —¡Eres un ladrón, un timador, un Charlie Artimañas y un artista de la estafa! ¡Admítelo!

—¡No lo soy! —protestó débilmente Moist.

—Mentiroso, también —dijo la señora Pródigo alegremente—. ¡Y probablemente un impostor! ¡Oh, no desperdicies tu mirar inocente en mí! ¡He dicho que eres un pícaro, señor! ¡No confiaría en ti con un cubo de agua si mis bragas estuvieran incendiadas!

Luego dio un duro empujón a Moist en el pecho. —Bueno, ¿vas a estar allí todo el día? —saltó—. ¡Levántate, hombre! ¡No dije que no me gustaras!

Con la cabeza dando vueltas, Moist se paró cautelosamente.

—Dame tu mano, señor Lipwig —dijo la señora Pródigo—. ¿Director General de Correos? ¡Eres una obra de arte! ¡Ponla aquí!

—¿Qué? Oh… —Moist agarró la mano de la anciana. Era como dar la mano a un pergamino frío.

La Sra. Pródigo rió. —Ah, sí. Igual que el franco y tranquilizador apretón de mi difunto marido. Ningún hombre honesto tiene un apretón de manos tan honesto como ese. ¿Cómo es que te ha tomado tanto tiempo encontrar el sector financiero?

Moist miró a su alrededor. Estaban solos, sus pantorrillas dolían, y no había gente para engañar. Lo que tenemos aquí, le dijo a sí mismo, es una Vieja Dama Festiva MK I: cuello de pavo, embarazoso sentido del humor, un placer jubiloso en la crueldad leve, una forma directa de hablar que coqueteaba con la rudeza y, más importante aún, también coqueteaba con el coqueteo. Le gusta pensar que ella no es “dama”. Juega con cualquier cosa que no conlleve el

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riesgo de caerse y con una mirada en sus ojos que dice "yo puedo hacer lo que me gusta, porque soy vieja. Y tengo un punto débil con los granujas”. Ancianas como ésa eran difíciles de engañar, pero no era necesario. Se relajó. A veces era un gran alivio dejar caer la máscara.

—Yo no soy un impostor, por lo menos —afirmó—. Moist von Lipwig es mi nombre.

—Sí, no puedo imaginar que hayas tenido ninguna opción en el tema —dijo la Sra. Pródigo, regresando a su asiento—. Sin embargo, pareces estar engañando a toda la gente todo el tiempo. Siéntate, señor Lipwig. No te voy a morder. —Esto último lo dijo con una mirada que transmitía: "¡Pero dame una media botella de ginebra y cinco minutos para encontrar mis dientes y veremos!” Señaló una silla junto a ella.

—¿Qué? ¡Pensé que estaba siendo despedido! —dijo Moist, siguiendo el juego.

—¿En serio? ¿Por qué?

—¿Por ser todas esas cosas que usted dice?

—Yo nunca dije que pensara que eras una mala persona —dijo la señora Pródigo—. Y al señor Quisquilloso le gustas y es un excelente juez de las personas. Además, has hecho maravillas con nuestra Oficina de Correos, como dice Havelock. —La Sra. Pródigo se inclinó a un lado y puso una gran botella de ginebra en el escritorio. —¿Un trago, señor Lipwig?

—Eh, no en este momento.

La Sra. Pródigo olfateó. —No tengo mucho tiempo, señor, pero, afortunadamente, tengo un montón de ginebra. —Moist la miró mientras echaba una medida marginalmente sub-letal en un vaso. —¿Tienes una joven? — preguntó, alzando el vaso.

—Sí.

—¿Sabe lo que haces?

—Sí. Se lo he dicho.

—No te creyó, ¿eh? Ah, ese es la conducta de una mujer enamorada —suspiró la señora Pródigo.

—No creo que le preocupe, en realidad. Ella no es una muchacha promedio.

—¡Ah, ¿y ella ve tu interior? ¿O, tal vez, el interior cuidadosamente construido en torno a ti para que la gente lo encuentre? Las personas como tú… —hizo una pausa y prosiguió: —… las personas como nosotros siempre mantenemos al menos un interior para los visitantes curiosos, ¿no?

Moist no se levantó ante esto. Hablar con la Sra. Pródigo era como estar delante de un espejo mágico que te despojaba hasta la médula. Solo dijo: —La mayoría de las personas que ella conoce son golems.

—¿Oh? ¿Grandes hombres de arcilla que son totalmente confiables y no tienen nada que declarar en el departamento de pantalones? ¿Qué ve ella en ti, señor Lipwig? —Lo empujó con un dedo como una paja de queso.

La boca de Moist se abrió.

—En contraste, yo confío —dijo la señora Pródigo, dándole palmaditas en el brazo—.Y ahora Havelock te ha enviado aquí para decirme cómo manejar mi banco. Puedes llamarme Topsy.

—Bueno, yo… —¿Decirle cómo manejar su banco? No había sido puesto así.

Topsy se inclinó hacia adelante. —Nunca me preocupé por Dulce, sabes —dijo, bajando un poco su voz—. Una chica bastante buena, pero espesa como una yarda de manteca de cerdo. Ella no fue la primera, tampoco. No por un largo trecho. Yo misma fui la amante de Joshua una vez.

—¿En serio? —Sabía que iba a escucharlo todo, quisiese o no.

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—Oh, sí —dijo la señora Pródigo—. La gente comprendía más entonces. Todo era bastante aceptable. Yo solía tomar el té con su esposa una vez al mes para ordenar su calendario, y ella siempre decía que le alegraba que se le fuera de debajo de los pies. Por supuesto, se esperaba que una amante fuese una mujer de algunos logros en esos días. —Suspiró—. Ahora, por supuesto, la capacidad de girar cabeza abajo en torno a un caño parece ser suficiente.

—Las normas están cayendo en todo el mundo —afirmó Moist. Era una buena apuesta. Siempre lo era.

—El Banco es realmente bastante similar —dijo Topsy, como si pensara en voz alta.

—¿Perdón?

—Me refiero al mero fin físico, en vista de que va a ser el mismo, pero el estilo debe contar para algo, ¿no te parece? Debe haber talento. Debería haber inventiva. Debería ser una experiencia mas que una simple función. Havelock dice que tú entiendes el negocio. —Lanzó una mirada inquisitiva a Moist—. Después de todo, has hecho de la Oficina de Correos una empresa casi heroica, ¿sí? Las personas ponen en hora sus relojes por la llegada del expreso de Genua. ¡Lo utilizaban para ajustar sus calendarios!

—El clac todavía produce pérdidas —dijo Moist.

—Una pequeña maravilla, mientras que enriquece al común de la humanidad en todo tipo de formas, y no me cabe duda de que los hombres de impuestos de Havelock tomarán su parte de eso. Tienes el don de entusiasmar a la gente, señor Lipwig.

—Bueno, yo… bueno, supongo que sí —logró decir—. Sé que si deseas vender la salchicha tienes que saber cómo vender el chisporroteo.

—Muy bien, muy bien —dijo Topsy—, pero espero que sepas sin embargo que hasta el vendedor de chisporroteo mas dotado, más tarde o más temprano debe ser capaz de producir la salchicha, ¿eh?. —Le hizo un guiño que hubiera enviado a una mujer más joven a la cárcel.

—Por cierto —continuó—, recuerdo haber escuchado que los dioses te han conducido a un tesoro que te ha ayudado a reconstruir la Oficina de Correos. ¿Que pasó realmente? Puedes decirle a Topsy.

Probablemente podría, decidió, y observó que, aunque su cabello era fino y casi blanco, todavía conservaba un rastro de color naranja pálido que sugería los vivos rojos en el pasado. —Era mi botín escondido de años de estafa —afirmó.

Las manos de la Sra. Pródigo aplaudieron. —¡Maravilloso! ¡Una salchicha efectivamente! Es tan… satisfactorio. Havelock ha tenido siempre un instinto para la gente. Él tiene planes para la ciudad, sabes.

—El Compromiso —dijo Moist—. Sí, lo sé.

—Calles subterráneas y muelles nuevos y todo eso —dijo Topsy—, y para eso un gobierno necesita dinero, y el dinero necesita de los bancos. Lamentablemente, la gente ha perdido su fe en los bancos.

—¿Por qué?

—Debido a que perdió su dinero, por lo general. En la mayoría de los casos no a propósito. Hemos sido muy golpeados en los últimos años. El crac del 88, el crac del 93, el crac del 98… aunque ése más bien fue un ding. Mi difunto marido era un hombre que prestaba imprudentemente, por lo que debemos acarrear deudas incobrables y los demás resultados de decisiones cuestionables. Ahora somos donde las ancianitas guardan su dinero, ya que siempre lo han hecho y los agradables jóvenes empleados son aún corteses y aún hay un recipiente de bronce en la puerta para que su perrito beba. ¿Podrías hacer algo al respecto? El suministro de señoras de edad se está agotando, soy muy consciente de eso.

—Bueno, eh, puedo tener algunas ideas —dijo Moist—. Pero todavía es un poco chocante. Realmente no comprendo cómo trabajan los bancos.

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—¿Nunca has puesto dinero en un banco?

—No adentro, no.

—¿Cómo crees que funcionan?

—Bueno, uno toma el dinero de los ricos y se lo presta a las personas adecuadas a interés, y da lo menos posible de interés de retorno.

—Sí, y ¿qué es una persona adecuada?

—¿Una persona que pueda demostrar que no necesita el dinero?

—Oh, eres un cínico. Pero tienes la idea general.

—¿No hay pobres, entonces?

—No en los bancos, señor Lipwig. Nadie con un ingreso inferior a ciento cincuenta dólares al año. Por esta razón, se inventaron los calcetines y los colchones. Mi difunto marido siempre decía que la única forma de sacar dinero de los pobres es manteniéndolos pobres. Él no era, en su vida empresarial, un hombre muy agradable. ¿Tienes alguna pregunta más?

—¿Cómo se convirtió en el presidente del banco? —dijo Moist.

—Presidente y director —dijo Topsy con orgullo.

— A Joshua le gustaba estar en control.

—Oh sí, no sólo a él —añadió, como para sí misma—. Y ahora tengo ambos a causa de un poco de magia llamada "retener el cincuenta por ciento de las acciones".

—Yo pensaba que un poco de magia era el cincuenta y uno por ciento de las acciones —dijo Moist—. ¿No pueden los demás accionistas forzar…?

Una puerta se abrió en el lado opuesto de la habitación y entró una mujer alta vestida de blanco, llevando una bandeja con su contenido oculto por una tela.

—Realmente es hora de su medicamento, señora Pródigo —dijo.

—¡Eso no me hace ningún bien, Hermana! —saltó la anciana.

—Usted sabe que el médico dijo que no más alcohol —dijo la enfermera. Miró acusadoramente a Moist—. Ella no debe tomar más alcohol —repitió, en la manifiesta suposición de que él tenía algunas botellas sobre su persona.

—¡Bueno, yo digo que no más doctor! —dijo la señora Pródigo, con un guiño de conspiración a Moist—. Mis llamados hijastros están pagando por esto, ¿puede usted creerlo? ¡Están decididos a envenenarme! Y dicen a todos que me he vuelto loca…

Hubo un golpe en la puerta, menos una petición para entrar que una declaración de intenciones. La señora se movió con velocidad impresionante y los arcos giraban cuando la puerta se abrió.

El Sr. Bent entró con el señor Quisquilloso bajo el brazo, todavía gruñendo.

—¡Le he dicho cinco veces, Sr. Bent! —gritó la Sra. Pródigo—. ¡Podría haber disparado al Sr. Quisquilloso! ¿No puede contar?

—Pido perdón —dijo Bent, poniendo con cuidado al Señor Quisquilloso en la bandeja de entrada—. Y puedo contar.

—¿Quién es un poco quisquilloso, entonces? —dijo la señora Pródigo, cuando el perrito casi explotó, con la loca emoción de ver a alguien que había visto por última vez hacía casi diez minutos. —¿Ha sido un buen muchacho? ¿Ha sido un buen chico, Sr. Bent?

—Sí, señora. En exceso. —Un helado de veneno de serpiente no podría haber sido más frío—. ¿Puedo regresar a mis deberes, ahora?

—El Sr. Bent piensa que no sé cómo manejar un banco, ¿no, Sr. Quisquilloso? —le canturreó la Sra. Pródigo al perro—. Él es un tonto Sr. Bent, ¿no es así? Sí, señor Bent, puede

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ir.

Moist recordó un antiguo proverbio de Bhang Bhangduc: “Cuando las ancianas hablan maliciosamente a su perro, ese perro es el almuerzo”. Parecía asombrosamente adecuado en un momento como éste, y un momento como éste no era un buen momento para estar cerca.

—Bueno, ha sido una agradable reunión, señora Pródigo —dijo, parándose—. Voy a… pensar las cosas más.

—¿Ha sido a ver Hubert? —dijo la señora Pródigo, al parecer para el perro—. Debe ver a Hubert antes de irse. Creo que está un poco confundido acerca de la financiación. Llévelo a ver Hubert, Sr. Bent. Hubert es tan bueno para explicar.

—Como quiera, señora —dijo Bent, mirando al Señor Quisquilloso—. Estoy seguro de que después de haber oído a Hubert explicar el flujo de dinero, dejará de estar algo confundido. Por favor, sígame, señor Lipwig.

Bent bajó en silencio la escalera. Levantaba sus sobredimensionados pies con cuidado, como un hombre caminando sobre alfileres.

—La señora Pródigo es un alegre palo viejo, ¿no? —aventuró Moist.

—Yo creo que es lo que se conoce como un "personaje", señor —dijo sombríamente Bent.

—¿Un poco aburrida a veces?

—No voy a hacer comentarios, señor. La Sra. Pródigo posee cincuenta y uno por ciento de las acciones de mi banco.

Su banco, notó Moist.

—Es extraño —dijo—. Ella recién me dijo que sólo le pertenece el cincuenta por ciento.

—Y el perro —dijo Bent—. El perro es propietario de una acción, un legado del fallecido Sir Joshua, y la señora es propietaria del perro. El difunto Sir Joshua tenía lo que creo que se llama un malicioso sentido del humor, señor Lipwig.

Y el perro es dueño de un pedazo de banco, pensó Moist. Qué gente alegre son los Pródigo, en efecto. —Puedo ver que usted no parece muy divertido, Sr. Bent —afirmó.

—Me complace decir que nada me parece gracioso, señor —respondió Bent, cuando llegó a la parte inferior de la escalera—. No tengo sentido del humor alguno. Ninguno en absoluto. Ha sido demostrado por la frenología. Tengo el síndrome de Nichtlachen-Keinwortz, que por alguna curiosa razón se considera una lamentable aflicción. Yo, por otra parte, considero que es un regalo. Estoy feliz de decir que considero que la visión de un hombre gordo deslizándose sobre una cáscara de banana como nada más que un desafortunado accidente que pone de relieve la necesidad de atención en la eliminación de los residuos domésticos.

—¿Ha probado… —comenzó Moist, pero Bent levantó una mano.

—¡Por favor! ¡Repito, no lo veo como una carga! ¡Y quiero decir que me molesta cuando la gente asume que lo es! ¡No se sienta impulsado a tratar de hacerme reír, señor! Si no tuviera piernas, ¿intentaría hacerme correr? ¡Estoy muy feliz, gracias!

Se detuvo en otro par de puertas, se calmó un poco y agarró las manijas.

—Y ahora, tal vez, debo aprovechar esta oportunidad para mostrarle adonde… puedo decir que se hace un trabajo serio, señor Lipwig. Solía ser llamado casa del recuento, pero yo prefiero pensar en él como —tiró de las puertas, que se abrieron majestuosamente — mi mundo.

Era impresionante. Y la primera impresión que tuvo Moist fue: éste es el Infierno el día que no pudo hallar los fósforos.

Miró a las filas de espaldas dobladas, garabateando frenéticamente. Nadie alzó la vista.

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—No voy a tener ábacos, Huesos de Cálculo ni otros dispositivos inhumanos bajo este techo, señor Lipwig —dijo Bent, caminando por el pasillo central—. El cerebro humano es capaz de infalibilidad en el mundo de los números. Dado que los inventamos, ¿cómo podría ser de otro modo? Somos rigurosos aquí, rigurosos… —En un rápido movimiento Bent tiró de una hoja de papel de la bandeja de salida de la mesa más cercana, la exploró brevemente y la dejó caer otra vez con un pequeño gruñido, que implicaba su aprobación porque el empleado tenía las cosas bien o su decepción porque no había encontrado nada malo.

La hoja estaba abarrotada de cálculos, y seguramente ningún mortal podía haberlos seguido en un solo vistazo. Pero Moist no habría apostado un penique a que Bent no había tenido en cuenta cada línea.

—Aquí en esta sala nos encontramos en el corazón del banco —dijo el jefe cajero con orgullo.

—El corazón —dijo inexpresivamente Moist.

—Aquí calculamos los intereses y gastos y las hipotecas y los costos y… todo, en realidad. Y no cometemos errores.

—¿Qué, nunca?

—Bueno, casi nunca. Ah, de vez en cuando algunas personas cometen un error —reconoció Bent, con disgusto—. Por suerte, compruebo cada cálculo. Los errores no pasan conmigo, puede depender de eso. Un error, señor, es peor que un pecado, debido a que un pecado es a menudo una cuestión de opinión o de punto de vista o, incluso, de momento, pero un error es un hecho y clama por corrección. Veo que se está cuidando de no burlarse, señor Lipwig.

—¿Sí? Digo, no. ¡No me burlo! —dijo Moist. Condenación. Había olvidado la sabiduría antigua: cuidar, cuando estés observando de cerca, de no ser observado de cerca.

—Pero está horrorizado, sin embargo —dijo Bent—. Usted utiliza palabras, y me dijeron que lo hace bien, pero las palabras son suaves y pueden ser aporreadas en diferentes significados por una lengua entrenada. Los números son duros. Oh, usted puede engañar con ellos pero no puede cambiar su naturaleza. Tres es tres. No puede persuadirlo a ser cuatro, incluso si le da un gran beso. —Hubo una muy débil risa disimulada en algún lugar de la sala, pero el Sr. Bent, aparentemente no se dio cuenta—. Y no son muy clementes. Trabajamos muy duro aquí, en las cosas que hay que hacer —afirmó—. Y aquí es donde me siento, en el mismo centro… —Habían llegado a la gran tarima reforzada en el centro de la sala. Cuando lo hicieron, una mujer delgada en una blusa blanca y larga falda negra se acercó respetuosamente y cuidadosamente colocó un fajo de papel en una bandeja donde ya se amontonaban muchos. Miró al Sr. Bent, quien dijo —Gracias, señorita Cortinas—. Estaba demasiado ocupado señalando las maravillas de la tarima, donde se había montado un escritorio semicircular de diseño complejo, para notar la expresión que pasó por su pálida carita. Pero Moist lo hizo, y leyó mil palabras, probablemente escritas en su diario y nunca mostradas a nadie.

—¿Ve usted? —dijo el jefe cajero con impaciencia.

—¿Hmm? —dijo Moist, mirando a la mujer irse apurada.

—¿Ve aquí, ve? —dijo Bent, sentándose y señalando con lo que casi parecía entusiasmo—. ¡Por medio de estos pedales puedo mover mi escritorio para enfrentarlo a cualquier lugar de la habitación! Es el panóptico de mi pequeño mundo. ¡No hay nada fuera de mi vista! —Pedaleó furiosamente y toda la tarima empezó a retumbar en su plataforma giratoria—. Y puede girar a dos velocidades, también, como puede ver, porque esta ingeniosa…

—Puedo ver que casi no hay nada fuera de su vista —dijo Moist cuando la señorita Cortinas se sentó—. Pero siento interrumpir su trabajo.

Bent echó un vistazo a la bandeja de entrada y se encogió de hombros. —¿Esa pila? No me tomará mucho —afirmó, ajustando el freno de mano y poniéndose de pie—. Además, creo

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que es importante que usted vea que nos concierne realmente en este momento, porque ahora tengo que llevarlo a ver a Hubert. —Tosió un poco.

—¿Hubert no es lo que concierne? —sugirió Moist, y se dirigió de nuevo a la sala principal.

—Estoy seguro de que quiere decir eso —dijo Bent, dejando las palabras colgando en el aire como un dogal.

En la sala prevalecía un silencio digno. Unas pocas personas se encontraban en los mostradores, una anciana miraba a su perrito beber del cuenco de bronce junto a la puerta, y las palabras se pronunciaban en una voz adecuadamente baja. Moist estaba por el dinero, era una de sus cosas favoritas, pero no tenía que ser algo que mencionabas en voz muy baja para el caso de que despertase. Si el dinero habla, aquí susurra.

El jefe abrió una pequeña y no muy grandiosa puerta detrás de la escalera, medio escondida por algunas macetas.

—Por favor, tenga cuidado, el suelo está siempre mojado aquí —dijo, y lo condujo por unos anchos escalones al sótano más grande que Moist hubiera visto jamás. Bellas bóveda de piedra soportaban hermosos techos de mosaico que se extendían a lo lejos en la oscuridad. Había velas por todas partes, y a media distancia algo destellaba y llenaba el espacio entre columnas con un resplandor blanco-azulado.

—Ésta era la cripta del templo —dijo Bent, indicando el camino.

—¿Me está diciendo que este lugar no sólo parece un templo?

—Fue construido como un templo, sí, pero nunca se utilizó como tal.

—¿En serio? —dijo Moist—. ¿De qué dios?

—Ninguno, tal como resultó. Uno de los reyes de Ankh lo mandó a construir alrededor de novecientos años atrás —dijo Bent—. Supongo que fue un caso de construcción especulativa. Es decir, no tenía un dios en mente.

—¿Confiaba en que apareciese uno?

—Exactamente, señor.

—¿Cómo un herrerillo azul? —dijo Moist, mirando alrededor—. ¿Este lugar era una especie de jaula de pájaros celestial?

Bent suspiró. —Usted se expresa en modo pintoresco, señor Lipwig, pero supongo que hay algo de verdad en eso. No funcionó, de todos modos. Luego, lo usaron como almacén para casos de asedio, se convirtió en un mercado interior, y así sucesivamente y, entonces, Jocatello La Vice tomó el lugar cuando la ciudad dejó impago un préstamo. Está todo en la historia oficial. ¿No es maravillosa la fornicación?

Después de una pausa bastante larga, Moist aventuró: —¿Lo es?

—¿No le parece? Hay más aquí que en cualquier otro lugar en la ciudad, me dijeron.

—¿En serio? —dijo Moist, mirando nerviosamente—. Eh, ¿tiene usted que venir aquí en algún momento especial?

—Bueno, normalmente en horario bancario, pero permitimos grupos con cita previa.

—Usted sabe —dijo Moist—, creo que esta conversación de alguna manera se ha alejado de mí…

Bent señaló vagamente al techo. —Me refiero a la maravillosa bóveda —afirmó—. La palabra deriva de fornix, que significa "arco".

—¡Ah! ¿Sí? ¡Correcto! —dijo Moist—. Sabe, no me sorprendería si no hay muchas personas que lo sepan.

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Y entonces Moist vio al Glooper, brillando entre los arcos.

Capitulo 3

El Glooper — Un buen Hubert — Un colchón muy grande — Algunas observaciones sobre el turismo — Gladys hace un sándwich — La Oficina de Cartas Ciegas —La posteridad de la Señora Pródigo — Una nota ominosa — Planificación de vuelo — Una nota aún más inquietante y, por cierto, más ominosa que la primera— El Señor Lipwig aborda el coche equivocado

MOIST HABÍA VISTO VIDRIO doblado y soplado, y se había maravillados por la destreza de la gente que lo hacía… maravillado, como sólo se puede maravillar un hombre cuya única habilidad es retorcer las palabras. Probablemente alguno de esos genios había trabajado en esto. Pero también sus homólogos del hipotético Otro Lado, fabricantes de cristal que habían vendido sus almas a algún dios fundidor por la habilidad de soplar vidrio en espirales y botellas intersectantes y en formas que parecen estar muy cerca, pero a cierta distancia, al mismo tiempo. El agua gorgoteaba, chapoteaba y, sí, gloopeaba a lo largo del tubo de vidrio. Había un olor a sal.

Bent codeó a Moist, indicando a un improbable perchero de madera, y sin palabras le entregó una larga capa amarilla impermeabilizada y un sombrero de lluvia a juego. Él ya se había colocado un traje similar, y había adquirido por arte de magia un paraguas en algún lugar.

—Es la Balanza de Pagos —dijo, mientras Moist luchaba por ponerse la capa—. Nunca la tiene bien. —Hubo un choque en algún lugar, y llovieron gotas de agua sobre ellos—.¿Ve? —añadió Bent.

—¿Qué está haciendo? —dijo Moist.

Bent blanqueó los ojos. —El Infierno lo sabe, el Cielo lo sospecha —afirmó. Levantó la voz. —¿Hubert? ¡Tenemos un visitante!

Un lejano chapoteo se hizo más fuerte y apareció una figura alrededor del borde del vidrio.

Con razón o sin ella, Hubert es uno de esos nombres a los que se le da una forma. Pueden ser Huberts altos y delgados, Moist sería el primero en acordar, pero este Hubert tenía la forma adecuada de un Hubert, es decir, regordete y rellenito. Tenía el pelo rojo, inusual, en la experiencia de Moist, para el Hubert modelo estándar. Crecía espeso, recto desde la cabeza, como las cerdas de un cepillo; a unas cinco pulgadas, parecía haber sido cortado con la ayuda de tijeras y un nivel de burbuja. Uno podría haber colocado un plato y una taza sobre él.

—¿Un visitante? —dijo Hubert nervioso—. ¡Maravilloso! ¡No recibimos muchos aquí abajo! —Hubert vestía una larga bata blanca, con un bolsillo lleno de lápices.

—¿En serio? —dijo Moist.

—Hubert, éste es el Sr. Lipwig —dijo Bent—. Está aquí para… aprender acerca de nosotros…

—Soy Moist —dijo Moist, avanzando con su mejor sonrisa y una mano tendida.

—Oh, lo siento. Deberíamos haber colgado los impermeables más cerca de la puerta2 —dijo Hubert. Miró a la mano de Moist como si se tratara de algún dispositivo interesante y la estrechó con cuidado. —Usted no nos ve en nuestro mejor momento, señor Lipwick —afirmó.

—¿En serio? —dijo Moist, todavía sonriendo. ¿Cómo hace el cabello para estar así?, se preguntó. ¿Utiliza pegamento, o qué?2 Juego de palabras: moist = húmedo. (N. d. T.)

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—El Sr. Lipwig es el Director General de Correos, Hubert —dijo Bent.

—¿Lo es? Oh. No salgo mucho del sótano estos días —dijo Hubert.

—¿En serio? —dijo Moist, su sonrisa ahora un poco vidriosa.

—No, estamos tan cerca de la perfección, verá —dijo Hubert—. Realmente creo que estamos cerca…

—El Sr. Hubert considera que este dispositivo… es una especie de bola de cristal para mostrar el futuro —dijo Bent, y blanqueó los ojos.

—Posibles futuros. ¿Puede que el Sr. Lipstick desee verla en funcionamiento? —dijo Hubert, vibrando con entusiasmo y deseo. Sólo un hombre con un corazón de piedra habría dicho no, por lo que Moist hizo un maravilloso intento para indicar que todos sus sueños se hacían realidad.

—Me encantaría —dijo— pero ¿qué es lo que realmente hace?

Demasiado tarde vio los signos. Hubert se agarró las solapas de la chaqueta, como si se dirigiera a una audiencia, hinchado con la necesidad de comunicar, o al menos hablar en detalle, en la creencia de que eran la misma cosa.

—El Glooper, como es cariñosamente conocido, es lo que yo llamo cita máquina analógica fin de la cita. Resuelve los problemas no por considerarlos como un ejercicio numérico, sino por la duplicación de ellos en una forma que puede manipular: en este caso, el flujo de dinero y sus efectos en nuestra sociedad se convierten en el agua que fluye a través de una matriz de vidrio… el Glooper. La forma geométrica de ciertos contenedores, el funcionamiento de las válvulas y, aunque sea yo quien lo diga, los ingeniosos cubos de desagüe y las hélices de caudal permiten a Glooper simular operaciones bastante complejas. Podemos cambiar las condiciones iniciales, también, para aprender las normas inherentes al sistema. Por ejemplo, podemos averiguar lo que sucede si usted reduce a la mitad la fuerza de trabajo en la ciudad mediante el ajuste de unas pocas válvulas, en lugar de salir a la calle y matar a gente.

—¡Una gran mejora! ¡Bravo! —dijo Moist desesperadamente, y empezó a aplaudir.

Nadie se sumó. Metió las manos en los bolsillos.

—Eh, ¿tal vez le gustaría una demostración menos, hum, dramática? —se ofreció Hubert.

Moist asintió. —Sí —afirmó—. Muéstreme… muéstreme lo que sucede cuando la gente se harta de los bancos —dijo.

—¡Ah, sí, una familiar! ¡Igor, instala el programa cinco! —gritó Hubert a alguna figura en el bosque de vidrio. Se escuchó un chirriante sonido de tornillos al ser ajustados y el glug de los depósitos llenándose.

—¿Igor? —dijo Moist—. ¿Usted tiene un Igor?

—Oh, sí —dijo Hubert—. Así es como tengo esta maravillosa luz. ¡Ellos conocen el secreto de almacenar relámpagos en frascos! Pero no se preocupe, señor Lipspick. Simplemente porque estoy empleando a un Igor y trabajo en un sótano no significa que soy una especie de loco, ja ja ja!

—Ja, ja —acordó Moist.

—¡Ja jah jah! —dijo Hubert—. Jajajajajaja! Ajajaja-jajaj!!!!!

Bent le golpeó en la espalda. Hubert tosió. —Lo siento mucho, es el aire de aquí abajo —murmuró.

—Sin duda… parece muy… compleja, esta cosa suya —afirmó Moist, corriendo por la normalidad.

—Eh, sí —dijo Hubert, un poco desconcertado—. Y estamos refinándolo todo el tiempo. Por ejemplo, los flotadores acoplados a ingeniosas puertas esclusa accionadas a muelle en

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otros lugares en el Glooper pueden permitir cambios en el nivel de un frasco para ajustar automáticamente los flujos en varios otros lugares en el sistema.

—¿Qué hay de eso? —dijo Moist, señalando al azar a una botella redonda en suspensión en el tubo.

—Válvula de Fase Lunar —dijo Hubert con prontitud.

—¿La luna afecta a cómo se mueve el dinero?

—No sabemos. Tal vez. El clima sí lo hace.

—¿En serio?

—¡Por supuesto! —sonrió Hubert—. Y estamos añadiendo nuevas influencias todo el tiempo. ¡De hecho, no estaré satisfecho hasta que mi maravillosa máquina pueda imitar por completo hasta el último detalle del ciclo económico de nuestra gran ciudad! —sonó una campana, y dijo: —¡Gracias, Igor! ¡Déjalo ir!

Algo sonó, y aguas coloreadas comenzaron a espumar, y a chapotear a lo largo de las tuberías más grandes. Hubert levantó no sólo su voz sino también un largo puntero.

—Ahora, si queremos reducir la confianza pública en el sistema bancario —vea ese tubo de allí— usted verá aquí un flujo de efectivo de los bancos y dentro del Frasco Veintiocho, normalmente designado El Viejo Calcetín Bajo El Colchón. Incluso los muy ricos no quieren su dinero fuera de su control. Vea el colchón llenándose, o quizá debería decir… ¿engordando?

—Eso es un montón de colchones —acordó Moist.

—Yo prefiero pensar que es como un colchón de un tercio de milla de altura.

—¿En verdad? —dijo Moist.

¡Plash! Se abrieron válvulas en algún lugar, y el agua corrió por un nuevo camino.

—¿Ahora ve cómo los préstamos de los bancos se vacían cuando el dinero es drenado en el Calcetín? —¡Gluglú! —Reservorio Once. Mire, por ahí. Esto significa que se está frenando la expansión de las empresas… ahí va, ahí va… —¡Plinc!

—Ahora mire el Balde Treinta y cuatro. Se está llenando, se está llenando… ¡ahí! La escala de la izquierda del Frasco Diecisiete muestra el colapso de las empresas, a propósito. ¿Ve como el Frasco Nueve se empieza a llenar? Eso son hipotecas. Pérdidas de puestos de trabajo es el Frasco Siete… y ahí va la válvula del Frasco Veintiocho, cuando se quitan los calcetines. —¡Flush! —¿Pero que hay para comprar? Por aquí vemos que Frasco Once también ha drenado… —Plinc.

Excepto por el ocasional gluglú, la actividad acuática había disminuido.

—Y terminamos en una posición donde no podemos avanzar porque estamos parados sobre nuestras propias manos, por así decirlo —dijo Hubert—. Empleo en fuga, las personas sin ahorros sufren, salarios bajos, las explotaciones agrícolas volviendo a ser silvestres, trolls enloquecidos bajan de las montañas…

—Ellos ya están aquí —dijo Moist—. Algunos de ellos están incluso en la Guardia.

—¿Está seguro? —dijo Hubert.

—Sí, tienen cascos y todo. Los he visto.

—Entonces espero que vayan a querer volver a las montañas —dijo Hubert—. Creo que lo querría yo si fuera ellos.

—¿Usted cree que todo puede realmente ocurrir? —dijo Moist—. ¿Un montón de tubos y cubos le puede decir eso?

—Ellos están relacionados a los acontecimientos muy cuidadosamente, señor Lips wick —dijo Hubert, que se veía herido—. La correlación es todo. ¿Sabía usted que es un hecho establecido que los dobladillos tienden a subir en tiempos de crisis nacional?

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—¿Quiere decir… ? —comenzó Moist, no muy seguro de cómo iba a terminar la frase.

— Los vestidos de mujer se acortan —dijo Hubert.

—¿Y eso causa una crisis nacional? ¿En serio? ¿Cómo van a ser de largos?

El Sr. Bent tosió pesadamente. —Creo que tal vez deberíamos irnos, señor Lipwig —afirmó—. Si ha visto todo lo que quería, sin duda, usted está apurado para salir. —Hubo un ligero énfasis en “salir”.

—¿Qué? Oh… sí —dijo Moist—. Probablemente debería irme. Bueno, gracias, Hubert. Ha sido educativo y no me equivoco.

—Simplemente no puedo librarme de las filtraciones —dijo el hombrecito, mirando cabizbajo—. Juro que cada junta es a prueba de agua, pero nunca terminamos con la misma cantidad de agua con que iniciamos.

—Por supuesto que no, Hubert —dijo Moist, dándole palmaditas en el hombro—. ¡Y eso es porque está a punto de alcanzar la perfección!

—¿Lo es? —dijo Hubert, los ojos muy abiertos.

—Claro que sí. Todo el mundo sabe que al final de la semana nunca tendrá tanto dinero como piensa que debería. ¡Es un hecho bien conocido!

El sol del placer amaneció en la cara de Hubert. Topsy tenía razón, se dijo a sí mismo Moist. Soy bueno con la gente.

—¡Ahora lo demuestra el Glooper! —jadeó Hubert—. ¡Voy a escribir un documento sobre esto!

—¡O usted podría escribirlo sobre papel! —dijo Moist, estrechándole la mano cálidamente—. ¡Muy bien, señor Bent, vamos a irnos!

Mientras caminaban hasta la escalera principal Moist dijo: —¿Cual es la relación de Hubert con el actual presidente?

—Sobrino —dijo Bent—. ¿Cómo supo…?

—Siempre me intereso en la gente —dijo Moist, sonriendo para sí mismo—. Y está el pelo rojo, por supuesto. ¿Por qué la señora Pródigo tiene dos ballestas en su escritorio?

—Herencia de familia, señor —mintió Bent. Era una deliberada y flagrante mentira, y debía tener la intención de que la consideren como tal. Herencia de familia. Y ella duerme en su oficina. Muy bien, ella es una inválida, pero la gente suele hacer eso en casa.

Ella no tiene la intención de salir de la habitación. Ella está en guardia. Y es muy exigente acerca de quién entra.

—¿Tiene usted algún interés, Sr. Bent?

—Hago mi trabajo con cuidado y atención, señor.

—Sí, pero ¿qué hace en las noches?

—Verificar los totales del día en mi oficina, señor. Contar me parece muy… satisfactorio.

—Usted es muy bueno en eso, ¿sí?

—Mejor de lo que usted puede imaginar, señor.

—Así que si ahorro noventa y tres dólares cuarenta y siete al año durante siete años al dos y cuarto por ciento, compuesto, cuanto…

—$ 835,13 calculado anualmente, señor —dijo con calma Bent.

Sí, y va el doble a que conoces la hora exacta, pensó Moist. Y que no miras al reloj. Eres bueno con los números. Inhumanamente bueno, tal vez…

—¿No toma vacaciones? —dijo en voz alta.

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—Hice un paseo por las principales casas de banca de Uberwald el pasado verano, señor. Fue muy instructivo.

—Eso debe haber tomado semanas. ¡Me alegro de que haya podido ir!

—Oh, fue fácil, señor. La Srta. Cortinas, que es empleado mayor, envió un clac codificado de la actividad del día de cada una de mis casas al cierre de operaciones todos los días. Tuve la oportunidad de examinarlos después de la cena junto con mi strudel y responder al instante con consejos e instrucciones.

—¿Es la Srta. Cortinas un miembro útil de su personal?

—En efecto. Ella realiza sus funciones con esmero y prontitud. —Hizo una pausa. Estaban en la parte superior de las escaleras. Bent giró y miró directamente a Moist. —He trabajado toda mi vida aquí, señor Lipwig. Tenga cuidado con la familia Pródigo. La Sra. Pródigo es la mejor de ellos, una mujer maravillosa. Los otros… están acostumbrados a seguir su propio camino.

Familia antigua, dinero antiguo. Esa clase de familia. Moist sintió una llamada distante, como el canto de la alondra. Volvía a mofarse de él, por ejemplo, cada vez que veía a un pueblerino en la calle con un mapa y una expresión perpleja, clamando ser aliviado de su dinero en alguna forma útil y difícil de seguir.

—¿Qué tan peligrosos? —dijo.

Bent pareció un poco afrentado ante esta franqueza. —Ellos no están acostumbrados a la decepción, señor. Han tratado de declarar loca a la señora Pródigo, señor.

—¿En serio? —dijo Moist—. ¿En comparación con quién?

El viento soplaba a través de la ciudad de Repollo Grande, que gustaba de llamarse el Corazón Verde de la Llanura.

Se llamaba Repollo Grande porque era el hogar de los más Grandes Repollos en el Mundo, y los habitantes de la ciudad no eran muy creativos cuando se trataba de nombres. La gente viajaba millas para ver esta maravilla; entraban a su interior de hormigón y miraban por las ventanas, compraban marcadores de libros de hoja de repollo, tinta de repollo, camisetas de repollo, muñecos del Capitán Repollo, cajas de música artesanal y cuidadosamente construidas de colinabo y coliflor, que tocaban la "Canción del Comedor de Repollo", mermelada de repollo, cerveza de repollo rizado, y cigarros verdes hecha de una especie de repollo desarrollada recientemente, y enrollados en los muslos de doncellas locales, presumiblemente porque a ellas les gustaba.

Luego estaba la excitación de Mundo Brassica, donde los niños muy pequeños podían irrumpir en gritos de terror en la enorme cabeza del Capitán Repollo mismo, junto con sus amigos Coliflor el Payaso y Billy Brócoli. Para los visitantes de más edad estaba, por supuesto, el Instituto de Investigaciones de Col, sobre el cual siempre colgaba una cortina verde y abajo de ella, plantas que tendían a ser bastante extrañas y, a veces, se giraban a mirarte cuando pasabas

Y entonces ... ¿qué mejor manera de grabar el día de tu vida que posar para una imagen a instancias del hombre de capa negra con el iconógrafo que tomaba a la familia feliz y prometía una imagen color enmarcada, enviada a tu casa, por sólo tres dólares, porte pagado, un dólar en depósito para cubrir los gastos, si es tan amable, señor, y me permito decir que maravillosos niños tienen allí, señora, son un crédito para usted y no me equivoco, oh, y diré que si usted no está satisfecho con la imagen enmarcada no envía más dinero y no vamos a decir nada más al respecto?

La cerveza de repollo rizado era en general bastante buena, y no hay tal cosa como demasiada adulación en lo que se refiere a las madres y, está bien, el hombre tenía los dientes bastante extraños, parecían decididos a salir de su boca, pero ninguno de nosotros es perfecto

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y ¿que hay que perder?

Lo qué había que perder era un dólar, y se sumaban. Quien dijo que no se puede engañar a un hombre honesto no era uno de ellos.

Cerca de la séptima familia, un vigilante comenzó a tomar un distante interés, por lo que el hombre en polvoriento negro hizo un show de tomar el último nombre y dirección y paseó hacia un callejón. Lanzó el iconógrafo roto a la pila de basura adonde lo había encontrado —era uno barato y los duendes se habían evaporado hacía mucho tiempo— y estaba a punto de desaparecer a través de los campos cuando vio el diario arrastrado por el viento.

Para un hombre que viajaba con su ingenio, un periódico era un tesoro útil. Metido bajo tu camisa, el viento se mantenía fuera de tu pecho. Puedes usarlo para encender fuego. Para los fastidiosos, ahorraba una necesidad diaria de bardana u otros vegetales de hoja ancha. Y, como último recurso, puedes leerlo.

Esta tarde, la brisa se estaba levantando. Dio simple vistazo a la primera página del documento un y lo metió bajo su chaleco.

Sus dientes intentaban decirle algo, pero nunca los escuchaba. Un hombre podría volverse loco, escuchando sus dientes.

Cuando volvió a la Oficina de Correos, Moist buscó la familia Pródigo en Quién Es Quién. Eran lo que se conoce como "dinero viejo", lo que significaba que se había hecho hacía tanto tiempo que los negros hechos que habían llenado las arcas eran históricamente irrelevantes. Divertido, eso: un padre bandido es algo que se mantiene en silencio, pero un pirata toma-esclavos como tatara-tatarabuelo era algo para jactarse. El tiempo convierte bastardos malos en pícaros, y la picaresca es una palabra con un brillo en los ojos y nada de que avergonzarse.

Habían sido ricos por siglos. Los actores clave en la actual cosecha de Pródigo, además de Topsy, eran primero su cuñado Marko Pródigo y su esposa Capricia Pródigo, hija de un famoso Fideicomiso. Vivían en Genua, tan lejos de los otros Pródigo como era posible, lo cual era una forma muy Pródigo de actuar. Luego estaban los hijastros de Topsy, los gemelos Cosmo y Pucci, que habían nacido, corría la historia, con sus pequeñas manos en torno a la garganta del otro, como verdaderos Pródigo. Había también muchos más primos, tías y parásitos genéticos, todos mirándose unos a otros como los gatos. Según lo que había escuchado, el negocio de la familia era tradicionalmente la banca, pero las generaciones recientes, alentadas por una compleja red de inversiones a largo plazo y antiguos fideicomisos, se habían diversificado en desheredarse y demandarse unos a otros, al parecer con gran entusiasmo y una encomiable falta de misericordia. Recordó las imágenes de ellos en las páginas de sociedad del Times, entrando o saliendo de elegantes coches negros y no muy sonrientes, por si el dinero escapaba.

No había mención de la parte Topsy de la familia. Eran Turvys, aparentemente no lo bastante grandes para ser Quién. Topsy Turvy… había un sonido a music-hall en la misma, y probablemente Moist podía creerlo.

La bandeja de entrada de Moist había sido llenada en su ausencia. Todo eran cosas sin importancia, y realmente no necesitaba nada de él, pero este nuevo e innecesario papel carbón era el problema. Tenía copias de todo, y eso tomaba tiempo.

No es que no fuera bueno en la delegación. Era muy bueno en la delegación. Pero ese talento requiere que las personas en el otro extremo de la cadena sean buenas para recibir la delegación. No lo eran. Algo en la Oficina de Correos desalentaba el pensamiento original. Las cartas van en las ranuras, ¿de acuerdo? No había lugar para la gente que quería experimentar con pegarlas en la oreja, sobre la chimenea o en el privado. Les vendría bien a…

Él vio el clac rosa pálido entre las otras cosas y lo alzó rápidamente.

¡Era de Spike!

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Leyó:

Éxito. Volviendo pasado mañana. Todo será revelado. S.

Moist lo bajó con cuidado. Obviamente ella lo había extrañado terriblemente y estaba desesperada por verlo de nuevo, pero era tacaña en gastar dinero del Fideicomiso Golem. Además, probablemente se había quedado sin cigarrillos.

Moist golpeteó con los dedos sobre la mesa. Hace un año que había pedido a Adora Belle Dearheart que fuese su esposa, y ella le explicó que en efecto él iba a ser su marido.

Iba a ser… bueno, iba a ser alguna vez en un futuro próximo, cuando la señora Dearheart finalmente perdiese la paciencia con la apretada agenda de su hija y organizase la boda ella misma.

Pero él era un hombre casi casado, como fuese que usted lo mirase. Y los hombres casi casados no se mezclan con la familia Pródigo. Un hombre casi casado es constante y fiable, y siempre tiene un cenicero al alcance de la mano de su esposa. Tenía que estar allí para sus hijos de algún día, y asegurarse de que durmieran en un dormitorio bien ventilado.

Alisó el mensaje.

Y él iba a detener las escaladas nocturnas, también. ¿Era cosa de adulto? ¿Era razonable? ¿Era un instrumento de Vetinari? ¡No!

Pero un recuerdo se agitaba. Moist se levantó y fue a su gabinete de archivo, que normalmente evitaba a toda costa.

Bajo el título "Sellos" encontró el pequeño informe que había llegado hacía dos meses de Stanley Howler, el Jefe de Sellos. Observó la gran venta de los sellos de uno y dos dólares, que era incluso superior a la que Stanley había esperado. Tal vez el “dinero de sellos” era más prevaleciente que lo que había pensado. Después de todo, tenía el respaldo del gobierno, ¿verdad? Era incluso fácil de llevar. Tenía que comprobar exactamente cuánto…

Se escuchó un delicado llamado a la puerta, y entró Gladys. Llevaba con extremo cuidado un plato de bocadillos de jamón, muy, muy finos, en la forma que sólo podía hacerlos Gladys, que era poner un jamón entre dos panes y bajar su mano del tamaño de una pala duramente sobre él.

—Anticipé Que No Habría Tomado El Almuerzo, Jefe De Correos — retumbó ella.

—Gracias, Gladys —dijo Moist, sacudiéndose mentalmente a sí mismo.

—Y Lord Vetinari Está Abajo —continuó Gladis—. Él Dice Que No Hay Prisa.

El sándwich se detuvo una pulgada de los labios de Moist. —¿Está en el edificio?

—Sí, Señor Lipwig.

—¿Está deambulando solo? —dijo Moist, montando en horror.

—Actualmente Está En La Oficina De Cartas Ciegas, Señor Lipwig.

—¿Qué está haciendo allí?

—Leyendo Cartas, Señor Lipwig.

No te precipites, pensó Moist lúgubremente. Oh, sí. Bueno, voy a terminar mi bocadillo que la buena señora golem ha hecho para mí.

—Gracias, Gladys —dijo él.

Cuando ella se hubo ido, Moist tomó un par de pinzas del cajón de su escritorio, abrió el sándwich y empezó a desentrañar los fragmentos de hueso causados por la técnica martillo de Gladys.

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Era un poco más de tres minutos más tarde, cuando el golem reapareció y se paró pacientemente delante de la mesa de trabajo.

—¿Sí, Gladys? —dijo Moist.

—Su Señoría Desea De Mí Informarle De Que Todavía No Hay Prisa.

Moist corrió abajo y Lord Vetinari estaba efectivamente sentado en la Oficina de Cartas Ciegas3 con las botas sobre un escritorio, un fajo de cartas en la mano y una sonrisa en el rostro.

—Ah, Lipwig —dijo, agitando los mugrientos sobres—. ¡Maravillosas cosas! ¡Mejor que el crucigrama! Me gusta este: "Duzbuns Hopsit pfarmerrsc". He puesto la dirección correcta en la parte inferior. —Pasó la carta a Moist.

Había escrito: K Whistler., Panadero, 3 Colina Pocilga.

—Hay tres panaderías en la ciudad de las que se puede decir que están enfrente de una farmacia —dijo Vetinari— pero Whistler hace esos bastante buenos bollos rizados que, lamentablemente, se ven como si un perro acabara de hacer su negocio en su plato y de alguna manera alcanzó añadir una gran gota de hielo.

—Bien hecho, señor —dijo débilmente Moist.

En el otro extremo de la habitación Frank y Dave, que pasaban su tiempo descifrando las ilegibles, mal escritas, mal dirigidas o, simplemente, las dementes cartas que llovían a través de la Oficina de Cartas Ciegas cada día, miraban a Vetinari en estado de choque y temor. En la esquina, Nudodetambor parecía estar preparando té.

—Creo que es sólo cuestión de meterse en la mente del escritor —siguió Vetinari, mirando una carta cubierta con mugrientas huellas dactilares y lo que parecía los restos del desayuno de alguien. Agregó: —En algunos casos, me imagino, hay un montón de espacio.

—Frank y Dave logran solucionar cinco de cada seis —dijo Moist.

—Son verdaderos magos —dijo Vetinari. Se dirigió a los hombres, que sonrieron nerviosamente y retrocedieron, dejando colgar las sonrisas torpemente en el aire, como protección. Él agregó: —¿Pero creo que es hora de su té?

Los dos miraron a Nudodetambor, que estaba vertiendo té en dos tazas.

—¿En otro lugar? —sugirió Vetinari.

Ninguna entrega urgente se hubiera movido más rápido que Frank y Dave. Cuando hubieron cerrado la puerta detrás de ellos, Vetinari dijo: —¿Usted ha estudiado todo el banco? ¿Sus conclusiones?

—Creo que prefiero meter mi pulgar en una máquina de picar carne que involucrarme con la familia Pródigo —dijo Moist—. Oh, probablemente podría hacer cosas con ella, y la Casa de Moneda necesita una buena sacudida. Sin embargo, el banco tiene que ser dirigido por alguien que entienda de bancos.

—La gente que entiende de bancos está en la posición en la actualidad —dijo Vetinari—. Y yo no me convertí en gobernante de Ankh-Morpork por mi comprensión de la ciudad. Como la banca, la ciudad es deprimentemente fácil de entender. He permanecido como gobernante haciendo que la ciudad me entienda.

—Lo comprendí, señor, cuando usted dijo algo sobre los ángeles, ¿recuerda? Bueno, funcionó. Soy un carácter reformado y actuaré como tal.

3 Una invención de los cuales estaba muy orgulloso Moist. La gente de Ankh-Morpork tomó un enfoque sencillo de la escritura de cartas que podrían resumirse del siguiente modo: si yo sé lo que quiero decir, tú también debes saberlo. Como resultado de ello, la Oficina de Correos estaba acostumbrada a los sobres dirigidos a a "Mi ermano Juan, alto, por el Brij" o "Sra. Smith que hace chistes, Ermanas Dolly". Los grandes y un poco preocupantes intelectos que trabajaban en la Oficina de Cartas Ciegas disfrutaban el reto, y durante su pausa de té jugaban ajedrez en sus cabezas.

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—¿Incluso en lo que respecta a la cadena de casi oro? —dijo Vetinari, cuando Nudodetambor le entregó una taza de té.

—¡Condenadamente cierto!

—La Sra. Pródigo se ha impresionado mucho con usted.

—¡Ella dijo que yo era un redomado ladrón!

—Procedente de Topsy, es de hecho una alta alabanza —dijo Vetinari. Suspiró—. Bueno, no puedo obligar a una persona reformada como usted a… —Hizo una pausa cuando Nudodetambor se inclinó a susurrar en su oído, y luego continuó: —…bien, claramente puedo forzarlo, pero en esta ocasión no creo lo haga. Nudodetambor, toma nota, por favor. "Yo, Moist von Lipwig, quiero dejar en claro que no tengo ningún deseo o intención de administrar o participar en la administración de ningún banco de Ankh-Morpork, prefiriendo en su lugar dedicar mis energías a la mejora de la Oficina de Correos y el sistema de clacs.” Deja un espacio para la firma del Sr. Lipwig y la fecha. Y después…

—Mire, ¿por qué es necesario esto… —comenzó Moist.

—… continúa: "Yo, Havelock Vetinari, etc, confirmo que efectivamente he discutido el futuro del sistema bancario de Ankh-Morpork con el Sr. Lipwig y acepto plenamente su deseo expreso de continuar su excelente labor en la Oficina de Correos, libremente y sin impedimento ni sanción". Espacio para la firma, etc. Gracias, Nudodetambor.

—¿Qué es todo esto? —dijo Moist, desconcertado.

—El Times parece pensar que tengo la intención de nacionalizar el Banco Real —dijo Vetinari.

—¿Nacionalizar? —dijo Moist.

—Robar —tradujo Vetinari—.No sé cómo se propagan estos rumores.

—Supongo que incluso los tiranos tienen enemigos —dijo Moist.

—Bien dicho, como de costumbre, señor Lipwig —dijo Vetinari, echándole una mirada aguda—. Dale a firmar el memorando, Nudodetambor.

Nudodetambor lo hizo, teniendo cuidado de recuperar el lápiz después con una mirada bastante engreída. Luego Vetinari se levantó y sacudió su túnica.

—Recuerdo muy bien nuestra interesante conversación acerca de los ángeles, señor Lipwig, y recuerdo que le dije que usted sólo tiene uno —dijo, un poco rígido—. Téngalo en cuenta.

—Parece que el leopardo no cambia sus manchas, señor —musitó Nudodetambor, como la niebla de la noche la deriva, alta hasta la cintura, a lo largo de la calle.

—Así parecería, en efecto. Pero Moist von Lipwig es un hombre de apariencias. Estoy seguro de que él cree todo lo que ha dicho, pero uno debe mirar más allá de la superficie al Lipwig de abajo, un alma honesta con una excelente mente criminal.

—Usted ha dicho algo parecido antes, señor —dijo el secretario, con la puerta del coche abierta—, pero parece que la honestidad tiene lo mejor de él.

Vetinari se detuvo con su pie en el escalón. —En efecto, pero tomo algo de coraje, Nudodetambor, dado el hecho de que, una vez más, te ha robado tu lápiz.

—¡En realidad no lo ha hecho, señor, porque he sido muy cuidadoso en ponerlo en mi bolsillo! —dijo Nudodetambor, en triunfo.

—Sí —dijo Vetinari, alegremente, hundiéndose en la piel crujiente mientras Nudodetambor comenzaba a palmearse a sí mismo con creciente desesperación—, lo sé.

Había guardias en el banco por la noche. Patrullaban los pasillos en forma pausada,

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silbando bajo, en la seguridad de que las mejores cerraduras mantenían a todos los malhechores afuera y de que la planta baja estaba pavimentada con mármol que, en el largo silencio de la noche, sonaba como una campana a cada paso. Algunos dormitaban, de pie con los ojos medio abiertos.

Pero alguien había hecho caso omiso de las cerraduras de hierro, pasó a través de los barrotes de latón, pisó silenciosamente en las baldosas cantarinas, se movió bajo las mismas narices de los hombres dormitantes. Sin embargo, cuando la figura cruzó las grandes puertas de la oficina del presidente, dos dardos de ballesta pasaron a través de él y astillaron el fino trabajo en madera.

—Bueno, no puede culpar a un cuerpo por intentarlo —dijo la señora Pródigo.

NO ME INTERESA SU CUERPO, SRA. TOPSY PRÓDIGO, dijo Muerte.

—Hace un buen tiempo ya que a nadie le interesa —suspiró Topsy.

ÉSTE ES EL RECUENTO, SRA. PRÓDIGO. LA CUENTA FINAL.

—¿Siempre usa alusiones bancarias en momentos como este? —dijo Topsy, irguiéndose. Algo siguió hundido en la silla, pero no era más la señora Pródigo.

INTENTO RECONOCER EL AMBIENTE, SRA. PRÓDIGO.

—"Clausura del Libro Mayor" hubiera sonado correctamente, también.

GRACIAS. VOY A TOMAR NOTA. Y AHORA, DEBE VENIR CONMIGO.

—Hice mi testamento justo a tiempo, parece —dijo Topsy, dejando caer su cabello blanco.

UNO SIEMPRE DEBE TENER CUIDADO CON LA PROPIA POSTERIDAD, SRA PRÓDIGO.

—¿Mi posteridad? ¡Los Pródigo pueden besar mi culo, señor! He arreglado con ellos para siempre. ¡Ah sí! ¿Y ahora qué, señor Muerte?

¿AHORA? dijo Muerte. AHORA, USTED PODRÍA DECIR, VIENE... LA AUDITORÍA.

—Oh. Hay una, ¿no? Bueno, no estoy avergonzada.

ESO CUENTA.

—Bueno. Debería —dijo Topsy.

Tomó el brazo de Muerte y lo siguió a través de las puertas y hacia el desierto negro bajo la interminable noche.

Después de un rato el señor Quisquilloso se sentó y comenzó a gimotear.

Hubo un pequeño artículo sobre el negocio bancario en el Times la mañana siguiente. Se utilizó bastante la palabra crisis.

Ah, aquí estamos, pensó Moist, cuando llegó al párrafo cuatro. O, más bien, aquí estoy.

“Lord Vetinari dijo al Times:

“Es cierto que, con el permiso del presidente del banco, hablé con el Director General de Correos sobre la posibilidad de su oferta de servicios al Banco Real en estos tiempos difíciles. Él ha declinado, y el asunto termina ahí. No es negocio del gobierno administrar los bancos. El futuro del Banco Real de Ankh-Morpork está en manos de sus directores y accionistas.

Y de la ayuda de los dioses, pensó Moist.

Hizo frente a la bandeja de entrada con vigor. Se lanzó al papeleo, control de datos, corrección de la ortografía, tarareando para sí mismo para ahogar la voz interior de la tentación.

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Llegó la hora de la comida, y con ella una bandeja con sándwiches de queso de un pie de ancho, entregados por Gladys, junto con la copia del mediodía del Times.

La Sra. Pródigo había muerto en la noche. Moist se quedó mirando las noticias. Decían que había fallecido tranquilamente en su sueño, después de una larga enfermedad.

Dejó el periódico y miró a la pared. Ella parecía mantenerse unida por puro apretar los dientes y ginebra. Aun así, esa vitalidad, esa chispa... bueno, no podía mantenerse para siempre. Entonces, ¿qué pasaría ahora? ¡Los dioses, él estaba bien afuera de eso!

Y probablemente no era un buen día para ser el Señor Quisquilloso. Se veía como el tipo de perro que anadeaba, así que era mejor que aprendiese a correr muy rápido.

El último mensaje que Gladys había traído contenía un largo y completamente usado sobre dirigido a él "personalmente" en gruesas letras negras. Abrió una rendija con el cortapapeles y lo sacudió sobre el recipiente para residuos, por si acaso.

Había un periódico doblado adentro. Era, resultó, el Times de ayer, y estaba Moist von Lipwig en la primera página. En un círculo.

Moist lo dio vuelta. Del otro lado, en pequeña y aseada escritura, estaban las palabras:

Estimado Señor: Tomé la pequeña precausion de registrar determinados affedavids con socios de confianza. Va a ganar aquí de mí.

un amigo

Tómalo lentamente, tómalo lentamente... No puede ser de un amigo. Todos los que puedo pensar como amigos saben deletrear. Esto debe ser algún tipo de timo, ¿sí? Pero no había esqueletos en su armario…

Oh, bien, si te vas a detener en los detalles, había suficientes esqueletos en su armario para llenar un gran cripta, incluso le quedaría lo suficiente para dotar a una Casa de los Horrores de feria y quizás también un macabro pero levemente divertido cenicero . Pero nunca asociados con el nombre Lipwig. Había sido cuidadoso con eso. Sus crímenes habían muerto con Albert Spangler. Un buen verdugo sabe exactamente cuanta cuerda dará a un hombre, y había caído fuera de una vida y dentro de otra.

¿Podría alguien haberle reconocido? ¡Pero él era la persona menos reconocible en el mundo cuando no llevaba su traje dorado! ¡Cuando era joven a veces su madre había ido de la escuela a casa con el niño equivocado!

Y cuando llevaba el traje, la gente reconocía el traje. Se ocultaba siendo notorio…

Tenía que ser una estafa de algún tipo. Sí, eso era todo. El viejo asunto del “secreto culpable”. Probablemente nadie llega a una posición como ésta sin acumular algunas cosas que preferiría no ver hechas públicas. Pero era un buen toque la parte sobre las declaraciones juradas. Estaba allí para poner a un hombre nervioso a preguntarse. Sugería que el remitente sabía algo tan peligroso que usted, el destinatario, podía tratar de silenciarlo, y él estaba en condiciones de poner sus abogados sobre usted.

¡Ja! Y le estaba algún tiempo en el que, presumiblemente, se guisaría. ¡A él! ¡Moist von Lipwig! Bueno, podrían averiguar que tan caliente se podría poner un guiso. Por ahora, metió el papel en un cajón de abajo. ¡Ja!

Se sintió un golpe en la puerta.

—Adelante, Gladys —dijo, rebuscando en la bandeja de nuevo.

Se abrió la puerta y la preocupada cara pálida de Stanley Howler apareció.

—Soy yo, señor. Stanley, señor —dijo.

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—¿Sí, Stanley?

—Jefe de Sellos en la Oficina de Correos, señor —añadió Stanley, en el caso de que se requierese mayor identificación.

—Sí, Stanley, lo sé —dijo pacientemente Moist—. Te veo todos los días. ¿Qué es lo que quieres?

—Nada, señor —dijo Stanley. Hubo una pausa, y Moist ajustó su mente al mundo visto a través del cerebro de Stanley Howler. Stanley era muy… preciso, y tan paciente como la tumba.

—¿Cuál es la razón para ti, de venir aquí, a verme, hoy, Stanley? —intentó Moist, enunciando cuidadosamente con el fin de emitir la sentencia en trozos del tamaño de un bocado.

—Hay un abogado abajo, señor —anunció Stanley.

—Pero no he hecho más que leer la amenaza… —comenzó Moist, y se relajó—. ¿Un abogado? ¿Te dijo por qué? —preguntó.

—Una cuestión de gran importancia, dijo. Hay dos vigilantes con él, señor. Y un perro.

—¿En serio? —dijo tranquilamente Moist—. Bueno, más vale que les muestres el camino, entonces.

Miró a su reloj.

Muy… bien... Nada bueno.

El Volador de Lancre saldría en cuarenta y cinco segundos. Él sabía que podía bajar por ese maldito desagüe en once segundos. Stanley estaba en camino hacia abajo para traerlos aquí, digamos treinta segundos, tal vez. Tenerlos fuera de la planta baja, esa era la cosa. Trepar a la parte posterior del coche, saltar cuando frenase en la Puerta Hubwards, recoger el cofre de lata que había escondido en las vigas del antiguo establo en Lobbin Clout, cambiar y ajustar el rostro, un paseo a través de la ciudad para tomar un café en esa tienda cerca de la Casa de la Guardia principal, mantener un ojo en el tráfico de clacs por un tiempo, un paseo por la Cancha de Gallinas y Pollos donde tenía guardado otro baúl con “No sé” Jack, cambiarse, dejar su pequeño bolso y su gorro de paño (que cambiaría por el viejo cuenco marrón de la bolsa en algunos callejones, sólo en caso de que Jack tuviera un repentino ataque de memoria provocada por el exceso de dinero), y deambular hasta el distrito de los mataderos, pasar por encima de Jeff el conductor y relajarse en el enorme y fétido bar del Águila delCarnicero, que era adonde los conductores tradicionalmente se sacudían el polvo del camino. Había un vampiro en la Guardia en estos días y habían tenido durante años un hombre lobo, también. Bueno, dejemos a esa famosas narices agudas olfatear el mezclado cóctel de hedor de estiércol, miedo, sudor, orina y despojos ¡y veamos cuanto le gusta! Y eso era en la barra… en todo caso, era peor en los mataderos.

Entonces tal vez esperaría hasta la noche para pedir que lo llevaran en el carro de estiércol humeante hasta salir de la ciudad, junto con los otros conductores borrachos. Los Guardias de la puerta nunca se molestaban en revisarlos. Por otro lado, si su sexto sentido seguía graznando, jugaría a los dedales con algunos borrachos hasta que tuviera suficiente para una pequeña botella de perfume y un barato, pero digno traje de tercera mano en alguna dudosa tienda y se dirigiría al Alojamiento Para Respetables Hombres de Trabajo de la Sra. Eucrasia Arcano, donde con un sombrero y unas gafas de alambre sería el Sr. Traspaso Hatchcock, un vendedor de lana, que se quedaba allí cada vez que sus negocios lo traían a la ciudad y que siempre le traía un pequeño regalo apropiado para una viuda de la edad que le gustaba que la gente pensase que tenía. Sí, sería una idea mejor. En casa de la señora Arcano la comida era sólida y abundante. Las camas eran buenas y raramente la tenías que compartir.

Entonces podría hacer planes reales.

El itinerario de la evasión pasó a través de su ojo interno a la velocidad de vuelo. El ojo

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exterior se ocupaba en algo menos agradable. Había un poli en el patio de coches, charlando con un par de los conductores. Moist reconoció al Sargento Fred Colon, cuyo deber principal parecía ser deambular alrededor de la ciudad charlando con viejos hombres de la misma edad y comportamiento que él mismo.

El vigilante vio a Moist en la ventana y le dirigió un saludito.

No, se iba a poner complicado y desordenado si corría. Había que llevar a cabo el farol aquí. Era como si no hubiera hecho nada malo, técnicamente. La carta se había arrojado hacia él, eso es todo lo que era.

Moist estaba sentado en su escritorio, viéndose ocupado, cuando regresó Stanley, anunciando al Señor Tendencioso, el abogado más conocido de la ciudad y, con 351 años, probablemente también el más antiguo. Estaba acompañado por la Sargento Angua y el cabo Nobbs, ampliamente rumoreado de ser el lobo secreto de la Guardia. El Cabo Nobbs iba acompañado por una gran cesta de mimbre y la sargento Angua llevaba un chirriante hueso de goma, que ella de vez en cuando, con mente ausente, hacia chillar. Las cosas se veían mejor, pero extrañas.

El intercambio de amabilidades no fue tan amable, tan cerca de Nobby Nobbs y el abogado, que olía a líquido de embalsamar, pero cuando finalizaron el Señor Tendencioso dijo: —Creo que visitó ayer la Sra. Topsy Pródigo, señor Lipwig.

—Oh, sí. Eh, cuando ella estaba viva —dijo Moist, y se maldijo a sí mismo y al desconocido escritor de la carta. Estaba perdiéndolo, realmente.

—No se trata de una investigación de asesinato, señor —dijo la sargento con calma.

—¿Está segura? En estas circunstancias…

—Hemos hecho nuestro trabajo para estar seguros, señor —dijo la sargento—, ¡en estas circunstancias!

—¿No cree que fue la familia, entonces?

—No, señor. Ni usted.

—¿Yo? —Moist abrió debidamente la boca ante la propuesta.

—Se sabía que la Sra. Pródigo estaba muy enferma —dijo el Sr. Tendencioso—. Y parece que ella quedó bastante impresionada con usted, señor Lipwig. Le ha dejado su pequeño perro, el señor Quisquilloso.

—Y también una bolsa de juguetes, alfombras, abrigos de tartán, botitas, ocho collares, incluyendo uno de diamantes y, oh, una gran cantidad de otras cosas —dijo la sargento Angua. Hizo chillar de nuevo el hueso de caucho.

La boca de Moist se cerró. —El perro —dijo con una voz hueca—. ¿Sólo el perro? ¿Y los juguetes?

—¿Usted esperaba algo más? —dijo Angua.

—¡No esperaba ni siquiera eso! —Moist miró al cesto. Estaba sospechosamente silencioso.

—Le di una de sus pequeñas pastillas azules —dijo Nobby Nobbs —. Lo voltean por un tiempo. No funcionan en las personas, sin embargo. Tienen gusto a anís.

—Todo esto es… un poco extraño, ¿no? —dijo Moist—. ¿Por qué la Guardia aquí? ¿El collar de diamantes? De todos modos, pensé que el testamento no se leería hasta después de los funerales…

El Señor Tendencioso tosió. Una polilla voló fuera de su boca. —De hecho sí. Pero conociendo el contenido de su voluntad, pensé que era prudente apresurarme al Banco Real y hacer frente a los más…

Hubo una larga pausa. Para un zombi, el conjunto de la vida es una pausa, pero parecía

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que él estaba buscando la palabra adecuada.

—…problemáticos legados de inmediato —finalizó.

—Sí, bueno, supongo que el perrito necesita alimentación —dijo Moist—, pero yo no habría pensado que…

—… El problema, si fuera tal, es en realidad su papeleo —afirmó el Sr. Tendencioso.

—¿Mal pedigrí? —dijo Moist.

—No es su pedigrí —dijo el Sr. Tendencioso, abriendo su maletín. —¿Es consciente de que el difunto Sir Joshua dejó un uno por ciento del banco al Sr. Quisquilloso?

Un frío y negro viento comenzó a soplar a través de la mente de Moist.

—Sí —afirmó—. Lo soy.

—La difunta Sra. pródigo le ha dejado otro cincuenta por ciento. Que, según la costumbre de los bancos, significa que él es el nuevo presidente, señor Lipwig. Y usted es su dueño.

—Espere, un animal no puede poseer…

—¡Oh, pero puede, señor Lipwig, puede! —dijo Tendencioso, con abogadoril alegría—. Hay un enorme cuerpo de jurisprudencia. Hubo incluso, una vez, un burro que fue ordenado y una tortuga que fue nombrada juez. Obviamente, las profesiones más difíciles no están tan bien representadas. Ningún caballo ha obtenido aún un puesto de trabajo como carpintero, por ejemplo. Pero un perro como presidente es relativamente habitual.

—¡Esto no tiene sentido! ¡Ella apenas me conocía! —Y en su mente un campanilleo: ¡oh, sí que lo ha hecho! ¡Te había valuado correctamente en un parpadeo!

—El testamento me fue dictado ayer por la noche, señor Lipwig, en presencia de dos testigos y el médico de la señora Pródigo, quien la declaró muy bien de la mente, si no del cuerpo. —El Señor Tendencioso se puso de pie—. El testamento, en definitiva, es legal. No tiene que tener sentido.

—Pero ¿cómo puede, bueno, usar la silla del presidente en las reuniones? ¡Todo lo que hace con las sillas es olfatear las patas!

—Supongo que, de hecho, actuará como presidente a través de usted —dijo el abogado. Vino un chillido desde la sargento Angua.

—¿Y qué pasa si se muere? —dijo Moist.

—Ah, gracias por recordármelo —dijo el Sr. Tendencioso, tomando un documento de la caja—. Sí, aquí dice: las acciones se distribuirán entre los restantes miembros de la familia.

—¿El resto de los miembros de la familia? ¿Cuál es, la familia del perro? ¡No creo que haya tenido mucha oportunidad de tener una!

—No, señor Lipwig —afirmó Tendencioso—, la familia Pródigo.

Moist sentía que el viento se enfriaba. —¿Cuánto tiempo vive un perro?

—¿Un perro ordinario? —dijo Nobby Nobbs—. ¿O un perro que está entre un grupo de Pródigo y otra fortuna?

—¡Cabo Nobbs, eso es un comentario pertinente! —saltó la Sargento Angua.

—Lo siento, sargento.

—Ejem. —La tos del Sr. Tendencioso liberó otra polilla—. El Sr. Quisquilloso acostumbra dormir en la Suite del Administrador en el banco, señor Lipwig —afirmó—. Usted va a dormir allí también. Se trata de una condición de la donación.

Moist se puso de pie. —No tengo que hacer nada de esto —saltó—. ¡No es como si hubiera cometido un crimen! No se puede manejar la vida de las personas de más allá de la tumb… , bien, usted puede, señor, no hay problema, pero ella solo no puede…

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La maleta produjo un nuevo sobre. El Señor Tendencioso estaba sonriendo, lo que nunca era una buena señal.

—La Sra. Pródigo también escribió esta carta personal para usted —dijo—. Y ahora, sargento, creo que deberíamos dejar al Sr. Lipwig solo.

Partieron, aunque después de unos segundos la sargento Angua volvió y sin decir una palabra ni mirarlo a los ojos fue hasta la bolsa de los juguetes y dejó caer el chirriante hueso de caucho.

Moist fue hasta la canasta y levantó la tapa. El Señor Quisquilloso lo miró, bostezó, y luego volvió a su cojín y gimió. Su cola se meneó con incertidumbre una o dos veces, con sus enormes ojos llenos de esperanza.

—No me mires, muchacho —dijo Moist, y le dio la espalda.

La carta de la Sra. Pródigo estaba empapada en agua de lavanda, ligeramente condimentada con ginebra. Ella escribía con una letra sumamente ordenada, de vieja dama:

Estimado Sr. Lipwig,

Creo que usted es un querido y dulce hombre que cuidará mi pequeño Señor Quisquilloso. Por favor, sea amable con él. Ha sido mi único amigo en tiempos difíciles. El dinero es una cosa grosera en estas circunstancias, pero la suma de 20.000 dólares anuales se pagará a usted (periodo vencido) por el ejercicio de este deber, que le pido aceptar.

Si no lo hace, o si él muere por causas no naturales, su culo le pertenecerá al Gremio de Asesinos. Han sido arreglados $100.000 con Lord Downey, y sus jóvenes caballeros lo cazarán y lo destriparán como la comadreja que es, Muchacho Inteligente.

Quieran los dioses bendecirlo por su amabilidad con una viuda en apuros.

Moist estaba impresionado. Palo y zanahoria. Vetinari utilizaba sólo el palo, o te golpeaba en la cabeza con la zanahoria.

¡Vetinari! ¡Ahora era un hombre con algunas preguntas para responder!

Los pelos de su nuca, entrenados por décadas de eludir, en cualquier caso, y hechos súbitamente más sensibles con las palabras de la Señora Pródigo todavía rebotando en su cráneo, se erizaron de terror. Algo pasó a través de la ventana y se clavó en la puerta. Pero Moist ya se había zambullido en la alfombra cuando se rompió el cristal.

Vibrando en la puerta había una flecha negra.

Moist se arrastró sobre la alfombra, se estiró, agarró la flecha y se zambulló otra vez.

En exquisita escritura blanca, como la inscripción en algunos anillos antiguos, estaban las palabras: GREMIO DE ASESINOS — “CUANDO EL ESTILO IMPORTA”.

Tenía que ser un disparo de advertencia, ¿no? Una pequeña nota elegante, ¿sí? ¿Una especie de énfasis? ¿Por las dudas?

El Señor Quisquilloso aprovechó esta oportunidad para saltar fuera de su cesta y lamer el rostro de Moist. Al Señor Quisquilloso no le importaba quién era o lo que él había hecho, sólo quería ser su amigo.

—Creo —dijo Moist, tomándolo—, que tú y yo debemos ir a caminar.

El perro lanzó un excitado ladridito y empujó la bolsa de accesorios, hasta que cayó. Desapareció dentro, meneando la cola locamente, y salió arrastrando una pequeña capa perruna de terciopelo rojo en la que estaba bordada la palabra “Martes”.

—Apuesta con suerte, muchacho —dijo Moist mientras la abrochaba. Eso fue difícil, porque estaba completamente bañada por baba de perro.

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—Eh, no sabes dónde está tu correa, ¿verdad? —aventuró Moist, tratando de no tragar. El Señor Quisquilloso fue otra vez a la bolsa y regresó con una correa de color rojo.

—Muy… bien… —dijo Moist. —Éste va a ser el paseo más rápido en la historia de los paseos. De hecho, va a ser una carrera…

Cuando alcanzaba la manija de la puerta, esta se abrió. Moist se encontró mirando a dos piernas de color terracota, tan gruesas como troncos de árboles.

—¿Espero Que No Esté Mirando Mi Vestido, Señor Lipwig? —retumbó Gladys, muy por encima.

¿Qué, exactamente? pensó Moist. —¡Ah, Gladys —dijo—. ¿Podrías pararte en la ventana? ¡Gracias!

Hubo un sonido de ¡tic! y Gladys se dio vuelta, sosteniendo otra flecha negra entre el pulgar y el índice. La súbita desaceleración repentina al asirla Gladys había provocado que se incendiase.

—Alguien Le Ha Enviado Una Flecha, Señor Lipwig —anunció.

—¿En serio? Sólo sóplala y ponla en la bandeja de entrada, ¿quieres? —dijo Moist, saliendo lentamente por la puerta—. Voy a ver a un hombre acerca de un perro.

Recogió al Sr. Quisquilloso y bajó de prisa por la escalera a través de la apiñada sala, bajó los escalones piedra… y allí, acercándose a la acera, había un coche negro. ¡Ja! El hombre siempre estaba un salto adelante, ¿verdad?

Abrió la puerta cuando el coche se detuvo, aterrizó en un gran asiento desocupado con el Sr. Quisquilloso ladrando alegremente en sus brazos, miró a través de la alfombra y dijo…

—Oh ... lo siento, pensé que éste era el coche de Lord Vetinari... —Una mano cerró la puerta de golpe. Usaba un gran guante, negro y muy caro, con cuentas de azabache bordadas en el. La mirada de Moist pasó de un brazo a un rostro, que dijo:

—No, señor Lipwig. Mi nombre es Cosmo Pródigo. Vine a verlo. ¿Cómo está?

Capítulo 4

El Anillo oscuro — Un mentón inusual — Un trabajo para toda la vida pero no por mucho tiempo — Comenzando — Diversión con Periodismo — Se refiere a la ciudad — Una milla en sus zapatos — Una Ocasión Pródigo

EL HOMBRE… HACÍA COSAS. Era un artesano olvidado, porque las cosas que hacía nunca acababan con su nombre sobre ellas. No, por lo general llevaban los nombres de muertos sobre ellas, de hombres que fueron maestros en su oficio. Él, a su vez, era el maestro de un oficio. Era el oficio de las apariencias.

—¿Tiene el dinero?

—Sí —. El hombre de la túnica marrón indicó al estólido troll a su lado.

—¿Por qué trae eso? No puedo aguantarlos.

—Quinientos dólares es mucho para llevar, señor Morpeth. Y mucho para pagar por joyería que ni siquiera plata es, puedo añadir —dijo el joven, cuyo nombre era Hastahora.

—Sí, bueno, ése es el truco, ¿no? —dijo el viejo—. Sé que esto no es exactamente correcto, lo que está haciendo. Y le dije que el estigio es más raro que el oro. Es sólo que no brilla… Bueno, a menos que haga las cosas mal. Créame, yo podría vender todo lo que consiga a los asesinos. Esos finos caballeros gustan de su negro, por eso lo compran. Les encanta hasta la locura.

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—No es ilegal. Nadie es dueño de la letra V. Mire, ya hemos pasado por esto. Déjeme verlo.

El viejo echó un vistazo a Hastahora, y luego abrió un cajón y colocó una pequeña caja en la parte superior de su escritorio. Ajustó los reflectores de las lámparas y dijo: —Bueno, ábralo.

El joven levantó la tapa, y allí estaba, negro como la noche, la V con serife, una sombra más profunda, mas definida. Respiró profundamente, alzó el anillo, y lo dejó caer con horror.

—¡Está caliente!

Se escuchó un bufido del hacedor de cosas que parecía: —Claro que sí. Eso es estigio, eso es. Bebe la luz. Si estuviera a plena luz del día, usted se chuparía los dedos y gemiría. Manténgalo en la caja cuando esté brillante fuera, ¿correcto? O lleve un guante sobre él si es pretencioso.

—¡Es perfecto!

—Sí. Lo es. —El viejo arrebató el anillo, y Hastahora empezó a caer en su infierno privado. —Es como la cosa real, ¿no es así? —gruñó el aparentador—. Oh, no se haga el sorprendido. ¿Cree que no sé lo que he hecho? He visto el verdadero un par de veces, y éste engañaría a Vetinari mismo. Esto tiene un montón de olvido.

—¡No sé lo que quiere decir! —protestó Hastahora.

—Usted es estúpido, entonces

—¡Se lo dije, nadie es dueño de la letra V!

—Usted se lo dirá a su señoría, ¿verdad? No, no lo hará. Pero tendrá que pagar otros quinientos. Estoy pensando en jubilarme de todos modos, un poco más y me voy muy lejos.

—¡Tenemos un acuerdo!

—Y ahora está teniendo otro —dijo Morpeth—. Esta vez está comprando el olvido. —El fabricante de cosas parecía irradiar felicidad. El joven parecía infeliz e inseguro.

—Este no tiene precio para alguien, ¿no? —apuntó Morpeth.

—Bueno, quinientos, maldita sea.

—Excepto que es un millar ahora —dijo el viejo—. ¿Ve? Usted va demasiado rápido. No regatea. Alguien necesita realmente mi pequeño juguete, ¿verdad? Mil quinientos todo incluido. Intente encontrar a alguien más en esta ciudad que pueda trabajar estigio como yo. Y si abre la boca para decir algo, más que "sí", van a ser dos mil. Téngalo a mi manera.

Hubo una pausa más larga, y Hastahora dijo: —Sí. Pero tendré que volver con el resto.

—Hágalo, señor. Voy a estar aquí esperando. Vamos, que no era tan difícil, ¿verdad? Nada personal, sólo negocios.

El anillo volvió a la caja, la caja volvió al cajón. A una señal del joven el troll dejó caer las bolsas al suelo y, terminado el trabajo, salió a la noche.

Hastahora giró de repente, y la mano derecha del aparentador voló por detrás del escritorio. Se relajó cuando el joven dijo: —Usted estará aquí más tarde, ¿sí?

—¿Yo? Yo siempre estoy aquí. Vaya saliendo.

—¿Usted estará aquí?

—Acabo de decir que sí, ¿no?

En la oscuridad del apestoso pasillo el joven abrió la puerta, su corazón golpeaba. Una figura vestida de negro entró. No pudo ver la cara detrás de la máscara, pero le susurró: —La caja está en el cajón superior izquierdo. Algún tipo de arma en el lado derecho. Conserve el dinero. Simplemente no… le hiera, ¿de acuerdo?

—¿Herirlo? ¡No es por eso qué estoy aquí! —siseó la figura oscura.

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—Lo sé, pero… hágalo muy bien, ¿de acuerdo?

Y Hastahora cerró la puerta detrás de él.

Estaba lloviendo. Se paró en la puerta de enfrente. Era difícil escuchar los ruidos por encima de la lluvia y el sonido de los canales desbordados, pero fantaseó que escuchaba, por encima de todo eso, un leve estruendo. Podía haber sido su imaginación, porque no escuchó la puerta abrirse ni la aproximación del asesino, y casi se tragó la lengua cuando el hombre apareció frente a él, metió la caja en su mano y desapareció en la lluvia.

Un olor a menta derivó hacia la calle; el hombre era minucioso, y utilizó una bomba de menta para cubrir su olor.

—¡Tú, estúpido, estúpido viejo tonto! —dijo Hastahora, en el torbellino de su cráneo—. ¿Por qué no tomar el dinero y callarte? ¡No tuve elección! ¡Él no quería arriesgarse a que se lo cuentes a nadie!

Hastahora sintió subir su estómago. ¡No había querido que fuera así! ¡No había querido que ninguna persona muriera! Y después vomitó.

Eso fue la semana pasada. Las cosas no habían mejorado nada.

Lord Vetinari tenía un coche negro.

Otras personas también tienen coches negros.

Por lo tanto, no todo el mundo en un coche negro es Lord Vetinari.

Se trataba de una idea filosófica importante que Moist, a su pesar, había olvidado en el calor del momento.

No hacía calor ahora. Cosmo Pródigo era frío, o al menos hacía un enérgico esfuerzo para serlo. Vestía de negro, por supuesto, como hace la gente para mostrar que son ricos, pero la verdadera revelación era la barba.

Era, técnicamente, una perilla similar a la de Lord Vetinari. Una fina línea de pelo negro bajaba por cada mejilla, hacía un rodeo para doblar igualmente delgada bajo la nariz, y se reunían en un triángulo negro justo debajo del labio, lo cual daba lo que Cosmo debe haber pensado era un aspecto de amenazadora elegancia. Y, de hecho, en Vetinari lo era. En Cosmo el elegante podado facial flotaba poco feliz sobre unas quijadas azules, brillantes con pequeñas cuentas de sudor, y producían el efecto de un mentón púbico.

Algún maestro barbero debía tratar con ella, cabello por cabello, todos los días, y su trabajo no se había hecho más fácil por el hecho de que Cosmo se había inflado un poco desde el día en que había adoptado el estilo. Hay un momento en la irreflexiva vida de un hombre joven en que su paquete de seis se convierte en un barril, pero para Cosmo se había convertido en una tina de manteca de cerdo.

Y entonces veías los ojos, y compensaban todo. Tenían la mirada lejana de un hombre que ya puede verte muerto…

Pero probablemente no los de un asesino en sí mismo, arriesgó Moist. Probablemente compraba muerte cuando la necesitaba. Es cierto que en los dedos, que eran ligeramente gordinflones para eso, había unos ostensiblemente nudosos anillos con veneno, pero seguramente nadie realmente en el negocio usaría tantos, ¿verdad? Los asesinos reales no se molestaban en anunciarse. ¿Y por qué estaba el elegante guante negro en la otra mano? Se trataba de una afectación del Gremio de Asesinos. Sí, formado en la escuela de formación gremial, entonces. Montones de niños de clase alta iban allí a educarse, pero no en el Plan de Estudios Negro. Probablemente llevó una nota de su madre diciendo que estaba excusado de apuñalamiento.

El Señor Quisquilloso temblaba de miedo o, quizás, de rabia. En los brazos de Moist estaba gruñendo como un leopardo.

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—¡Ah, el perrito de mi madrastra —dijo Cosmo cuando el coche comenzó a moverse—. Qué dulce. Yo no gasto palabras. Le daré diez mil dólares por él, señor Lipwig. —Tenía un trozo de papel en la mano sin guante—. Mi nota de pago por el dinero. Cualquiera en esta ciudad la aceptará.

La voz de Cosmo era una especie de suspiro modulado, como si hablar fuera de alguna forma doloroso. Moist leyó:

Por favor, pagar la suma de Diez Mil Dólares a Moist von Lipwig

Y estaba firmada a través de un sello de Un Penique por Cosmo Pródigo, con muchos floreos.

Firmado a través de un sello… ¿De dónde había salido eso? Pero se veía más y más en la ciudad, y si alguien preguntaba por qué, decían: “Porque lo hace legal, ¿ves?” Y era más barato que los abogados, por lo cual funcionaba.

Y aquí estaba, diez mil dólares que apuntaban directamente a él.

Cómo se atreve a tratar de sobornarme, pensó Moist. De hecho, ése fue su segundo pensamiento, el del pronto-a-ser-portador de una cadena de casi oro. Su primer pensamiento, por cortesía del antiguo Moist, fue: cómo se atreve a tratar de sobornarme con tan poco.

—No —dijo—. ¡De todos modos, voy a obtener más que eso por cuidar de él durante unos pocos meses!

—Ah sí, pero mi oferta es menos… arriesgada.

—¿Usted cree?

Cosmo sonrió. —Vamos, señor Lipwig. Somos hombres de mundo…

—Usted y yo, ¿sí? —terminó Moist—. Eso es tan predecible. Además, debería haberme ofrecido más dinero en primer lugar.

En este punto, algo sucedió en las cercanías de la frente de Cosmo. Ambas cejas comenzaron a torcerse como las del Sr. Quisquilloso cuando estaba desconcertado. Se retorcieron por un momento y, entonces, Cosmo vio la expresión de Moist, por lo cual se golpeó la frente y su momentánea mirada indicó que una muerte instantánea recompensaría cualquier comentario.

Se aclaró la garganta y dijo: —¿Por algo que puedo conseguir gratis? Tenemos un muy buen caso, mi madrastra estaba demente cuando escribió su testamento.

—Me pareció muy aguda a mí, señor —dijo Moist.

—¿Con dos ballestas cargadas sobre su escritorio?

—Ah, veo su punto. Sí, si ella hubiera sido realmente sensata habría contratado a un par de trolls con garrotes muy, muy grandes.

Cosmo dio a Moist una larga mirada evaluadora, o lo que él creía que lo era, pero Moist conocía esa táctica. Se suponía que iba a hacer pensar que estaba siendo medido para darle una seria patada, pero también podría decir fácilmente "Voy a echarle la vieja mirada dura mientras pienso qué hacer". Cosmo podía ser un hombre cruel, pero no era estúpido. Un hombre en un traje dorado era notorio, y alguien recordaría en qué coche había entrado.

—Me temo que mi madrastra lo ha metido en un montón de problemas —dijo Cosmo.

—He estado antes en problemas —dijo Moist.

—¿Oh? ¿Cuándo fue eso? —Y eso fue cortante y repentino.

Ah. El pasado. No era un buen lugar para ir. Moist intentaba evitarlo.

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—Se sabe muy poco acerca de usted, señor Lipwig —siguió Cosmo—. Usted ha nacido en Uberwald, y se convirtió en nuestro Director General de Correos. Entre…

—He logrado sobrevivir —dijo Moist.

—Un logro envidiable, de hecho —dijo Cosmo. Golpeó en el lateral del coche y comenzó a reducir la marcha—. Confío en que va a continuar. Entre tanto, permítame, al menos, darle a usted esto…

Desgarró el billete por la mitad y dejó caer la mitad que muy enfáticamente no llevaba su firma ni el sello en el regazo de Moist.

—¿Para qué es esto? —dijo Moist, recogiéndolo mientras trataba de frenar al frenético Sr. Quisquilloso con la otra mano.

—Oh, sólo una declaración de buena fe —dijo Cosmo, cuando el coche se detuvo—. Un día usted podría sentirse inclinado a pedirme la otra mitad. Pero entiéndame, señor Lipwig, no suelo tomarme la molestia de hacer las cosas de la manera difícil.

—No se moleste en hacerlo por mí, por favor —dijo Moist, abriendo la puerta. Fuera estaba Plaza Sator, llena de carros y personas y embarazosamente posibles testigos.

Por un momento la frente de Cosmo hizo esa… cosa de la ceja otra vez.

Él se dio una palmada, y dijo: —Señor Lipwig, usted entendió mal. Ésta fue la manera difícil. Adiós. Mis saludos a su chica.

Moist giró en los adoquines, pero la puerta se había cerrado de golpe y el coche se iba velozmente.

—¿Por qué no añadir "Sabemos a qué escuela van sus hijos?" —gritó después.

¿Y ahora qué? ¡Maldita sea, a él lo habían tirado allí!

Un poco más arriba en la calle, el palacio le hacía señas. Vetinari tenía algunas preguntas para responder. ¿Cómo había organizado esto el hombre? ¡La Guardia dijo que había muerto de causas naturales! Pero había sido entrenado como un asesino, ¿sí? Uno real, especializado en venenos, tal vez.

Entró a las zancadas por las puertas abiertas, pero los guardias lo detuvieron en el mismo edificio. Moist los conocía de antiguo. Probablemente existía un examen de ingreso para ellos. Si respondían a la pregunta "¿Cuál es tu nombre?" y se equivocaban, eran contratados. Había trolls que les ganaban a pensar. Pero no puedes engañarlos, o enredarlos. Tenían una lista de personas que podían entrar, y otra de personas que necesitaban hacer una cita. Si no te encontraban en ellas, no podías entrar.

Sin embargo, su capitán, lo suficientemente brillante como para leer letras grandes, reconoció “Director General de Correos" y "Presidente del Banco Real” y envió a uno de los muchachos nudilleando a ver a Nudodetambor, con una nota escrita. Para sorpresa de Moist, diez minutos más tarde fue conducido a la Oficina Oblonga.

Los asientos alrededor de la gran mesa de conferencia en un extremo de la habitación estaban completamente ocupados. Moist reconoció a algunos dirigentes de gremios, pero muy pocos se veían como ciudadanos promedio, hombres de trabajo, hombres que parecían incómodos bajo techo. Había mapas de la ciudad sembrados por toda la mesa. Había interrumpido algo. O más bien, Vetinari había interrumpido algo por él.

Lord Vetinari se levantó tan pronto como entró Moist, y le hizo señas de adelantarse.

—Por favor discúlpenme, señoras, señores, pero necesito cierto tiempo con el Director General de Correos. Nudodetambor, toma todas las cifras de nuevo, ¿quieres? Señor Lipwig, por aquí, por favor.

Moist pensó que oía sordas risas detrás de ellos mientras era conducido a lo que al principio creyó que era un corredor de techo alto, pero que resultó ser una especie de galería de arte. Vetinari cerró la puerta detrás de ellos. El clic le pareció a Moist sonar muy alto. Su ira

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bajó rápidamente, para ser sustituida por un sentimiento realmente frío. Vetinari era un tirano, después de todo. Si Moist nunca fuera visto de nuevo, la reputación de su señoría sólo sería mayor.

—Baje al Sr. Quisquilloso—dijo Vetinari—. Le hará bien correr un poco.

Moist bajó el perro a tierra. Fue como dejar caer un escudo. Y ahora podía observar lo que se exhibía en esta galería.

Lo qué había pensado que eran bustos de piedra tallada eran caras, hechas de cera. Y Moist sabía cómo y cuándo se hicieron, también.

Eran máscaras mortuorias.

—Mis predecesores —dijo Vetinari, paseando por la línea—. No es una colección completa, por supuesto. En algunos casos, la cabeza no pudo ser encontrada, o fue encontrada, como se podría decir, en un estado bastante desordenado.

Hubo un silencio. Tontamente, lo llenó Moist.

—Debe ser extraño, tenerlos mirando todos los días —logró decir.

—Oh, ¿eso cree? Tengo que decir que más bien los he mirado a ellos. Hombres tremendos en su mayor parte, codiciosos, venales y torpes. La astucia puede hacer el trabajo del pensamiento hasta cierto punto, y después mueres. La mayoría de ellos murió rico, gordo y aterrorizado. Dejaron a la ciudad, lo peor por su mandato y lo mejor por su muerte. Pero ahora la ciudad funciona, señor Lipwig. Progresamos. No lo haríamos si el gobernante fuese el tipo de hombre que mata a señoras de edad avanzada, ¿comprende?

—Nunca dije…

—Sé exactamente lo que nunca dijo. Usted se abstuvo de decirlo muy fuerte. —Vetinari levantó una ceja—. Estoy muy enojado, señor Lipwig.

—¡Pero he sido arrojado en esto!

—No por mí —dijo Vetinar—. Puedo asegurarle que si lo hubiera “arrojado en esto", como dice su mal asumido patois callejero, usted comprendería plenamente todos los significados de "arrojar" y tendría un conocimiento poco envidiable de "esto".

—¡Sabe a qué me refiero!

—Querido mío, ¿es éste el verdadero Moist von Lipwig hablando, o es sólo el hombre que espera su cadena de casi oro? Topsy Pródigo sabía que se iba y simplemente cambió su testamento. La saludo por eso. El personal lo aceptará con mayor facilidad, también. Y ella le ha hecho a usted un gran favor.

—¿Favor? ¡Me dispararon!

—Eso fue sólo el Gremio de Asesinos dejando una nota para decir que lo están vigilando.

—¡Hubo dos disparos!

—¿Énfasis posiblemente? —dijo Vetinari, sentándose en una silla cubierta de terciopelo.

—¡Mire, se supone que la banca es aburrida! ¡Números, pensiones, un trabajo para toda la vida!

—Para toda la vida, posiblemente, pero al parecer no por mucho tiempo —dijo Vetinari, disfrutando claramente de esto.

—¿No puede usted hacer algo?

—¿Acerca de Cosmo Pródigo? ¿Por qué debería? Ofrecer comprar un perro no es ilegal.

—Pero toda la familia es… ¿Cómo sabe eso? ¡Yo no lo dije!

Vetinari agitó una mano despectivamente. —Conocer al hombre, conocer el método. Conozco a Cosmo. En este tipo de situación no va a recurrir a la fuerza si el dinero funciona. Él

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puede ser muy personal cuando quiere.

—Pero he oído hablar del resto de ellos. Suenan como un grupo muy venenoso.

—No podría decirlo. Sin embargo, Topsy lo ha ayudado allí. El Gremio de Asesinos no tomará un segundo contrato sobre usted. Conflicto de intereses, verá. Supongo que técnicamente podían aceptar un contrato sobre el presidente, pero dudo que lo hagan. ¿Matar a un perro faldero? Eso no se vería bien en el curriculum de nadie.

—¡Yo no firmé para enfrentar algo como esto!

—No señor Lipwig, usted firmó para morir —soltó Vetinari, su voz de repente fría y mortal como la caída de un carámbano—. Usted firmó para ser justamente ahorcado por el cuello hasta la muerte por crímenes contra la ciudad, en contra del bien público, en contra de la confianza del hombre por el hombre. Y fue resucitado, porque la ciudad así lo requirió. Se trata de la ciudad, señor Lipwig. Se trata sobre todo de la ciudad. ¿Usted sabe, por supuesto, que tengo planes?

—Estaba en el Times. El Proyecto. Usted quiere construir caminos y desagües y calles bajo la ciudad. Hay alguna máquina enana que tenemos, llamada el Dispositivo. Y los enanos pueden hacer túneles a prueba de agua. El Gremio de Artífices está muy entusiasmado con todo eso.

—¿Entiendo por su tono sombrío que usted no lo está?

Moist encogió los hombros. Los motores de cualquier tipo nunca le interesaron.

—No pienso mucho en eso, de una u otra forma.

—Impresionante —dijo Vetinari, sorprendido—. Bueno, señor Lipwig, puede, al menos, suponer que es lo que se necesita en cantidades muy grandes para este proyecto.

—¿Palas?

—Financiamiento, señor Lipwig. Y me gustaría tenerlo, si tuviéramos un sistema bancario adecuado para estos tiempos. Tengo plena confianza en su capacidad para… agitar las cosas un poco.

Moist hizo un último intento.

—La Oficina de Correos me necesita… —comenzó.

—En este momento no es así, y le irrita ese pensamiento —afirmó Vetinari—. Usted no es un hombre para la monotonía. Por la presente le concedo la licencia de ausencia. El señor Groat ha sido su adjunto, y aunque él no puede tener su… talento, digamos, estoy seguro de que mantendrá las cosas en movimiento.

Se levantó, indicando que la audiencia había terminado.

—La ciudad sangra, señor Lipwig, y usted es el coágulo que necesito. Vaya y haga dinero. Desbloquee la riqueza de Ankh-Morpork. La señora Pródigo le dio en el banco en custodia. Manéjelo bien.

—¡Es el perro que tiene el banco, ya sabe!

—Y qué carita confiable tiene —dijo Vetinari, acompañando a Moist a la puerta—. No quiero detenerlo, señor Lipwig. Recuerde: se refiere a la ciudad.

Había otra protesta en marcha cuando Moist fue al banco. Había habido más y más últimamente. Era una cosa divertida, pero todos parecían querer vivir bajo el imperio despótico del tiránico Lord Vetinari. Se derramaban en la ciudad cuyas calles estaban aparentemente pavimentadas con oro.

No era oro. Pero la afluencia tenía efecto, sin duda. Los salarios estaban disminuyendo, para empezar.

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Esta marcha era contra el empleo de los golems, que hacían los trabajos sucios sin quejas, trabajaban todo el día, y eran tan honestos que pagaban sus impuestos. Pero no eran humanos y tenían los ojos brillantes, y la gente podría ponerse quisquillosa sobre ese tipo de cosas.

El Sr. Bent debía haber estado esperando detrás de un pilar. Moist aun no había pasado a través de las puertas del banco, con el señor Quisquilloso metido felizmente bajo el brazo, y el cajero jefe ya estaba a su lado.

—El personal está muy preocupado, señor —dijo, piloteando a Moist hacia las escaleras—. Me tomé la libertad de decirles que usted hablaría con ellos más tarde.

Moist era consciente de las miradas preocupadas. Y de otras cosas, también, ahora que las estaba estudiando con un ojo casi de propietario. Sí, el banco había sido bien construido y de materiales finos; dejabas pasar eso, y podías ver el abandono y las marcas del tiempo. Era como la ahora poco conveniente casa grande de una pobre viuda que ya no veía el polvo. El bronce estaba bastante empañado, las cortinas de terciopelo rojo estaban deshilachadas y un poco calvas en algunos lugares, el suelo de mármol era sólo erráticamente brillante…

—¿Qué? —dijo—. Oh, sí. Buena idea. ¿Puede hacer limpiar este lugar?

—¿Señor?

—Las alfombras están sucias, la cuerdas de felpa se desmoronan, las cortinas han visto mejores siglos y el bronce necesita un buen frotado. El banco debe ser elegante, Sr. Bent. Usted puede dar dinero a un mendigo, pero no se lo prestaría, ¿eh?

Bent levantó las cejas. —Y esa es la opinión del presidente, ¿verdad? —preguntó.

—¿El presidente? Oh, sí. El Señor Quisquilloso es muy aficionado a la limpieza. ¿No es verdad, señor Quisquilloso?

El Señor Quisquilloso dejó de gruñir al Sr. Bent el tiempo suficiente para ladrar un par de veces.

—¿Ve? —dijo Moist—. Cuando no sepa qué hacer, peine su cabello y limpie sus zapatos. Palabras de sabiduría, Sr. Bent. Aténgase a ellas.

—Voy a elevarme a lo mejor de mi capacidad, señor —dijo Bent—. Mientras tanto, una joven ha llamado, señor. Ella parecía renuente a dar su nombre pero dijo que a usted le gustaría verla. La he conducido a la sala pequeña de reuniones.

—¿Tuvo usted que abrir una ventana? —dijo Moist esperanzado.

—No, señor.

Eso descartaba a Adora Belle, entonces, para sustituirla con un horrible pensamiento.

—Ella no es de la familia Pródigo, ¿verdad?

—No, señor. Y es hora de que el señor… es el momento para el almuerzo del presidente, señor. Tiene pollo deshuesado frío a causa de su estómago. ¿Tendré que enviarlo a la sala pequeña de reuniones?

—Sí, por favor. ¿Podría hurtar algo para mí?

—¿Hurtar, señor? —Bent parecía perplejo—. ¿Se refiere a robar?

Ah, ese tipo de hombre, pensó Moist.

—Quiero decir encontrar algo para que yo coma —tradujo.

—Ciertamente, señor. Hay una pequeña cocina en la suite y tenemos un cocinero de guardia. La Sra. Pródigo ha vivido aquí durante algún tiempo. Será interesante contar con un Maestro de la Real Casa de la Moneda de nuevo.

—Me gusta el sonido de Maestro de la Real Casa de Moneda —dijo Moist—. ¿Qué te parece, señor Quisquilloso?

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Al recibir el pie, el presidente ladró.

—Hum —dijo Bent—. Una última cosa, señor. ¿Podría firmar esto? — Señaló un montón de papeleo.

—¿Qué son? No son minutas, ¿verdad? No hago minutas.

—Son diferentes trámites, señor. Básicamente, se suman a su firma un recibo por el banco en nombre del presidente, pero me han advertido que la marca de la pata del señor Quisquilloso debe aparecer en los lugares marcados.

—¿Tiene él que leer todo esto? —dijo Moist.

—No, señor.

—Entonces no lo haré. Es un banco. Usted me ha dado la gran gira. No es como si faltase una rueda. Sólo muéstreme donde firmar.

—Justo aquí, señor. Y aquí. Y aquí. Y aquí. Y aquí. Y aquí. Y aquí…

La dama en la sala de juntas era ciertamente una mujer atractiva, pero dado que trabajaba para el Times, Moist se sentía incapaz de adjudicarle el estado total de dama. Las damas no citan con crueldad exactamente lo que dijiste, pero no quisiste decir exactamente, ni te golpeaban en la oreja con preguntas inesperadamente difíciles. Bueno, puestos a pensar en ello, sí, muy a menudo, pero ella tuvo que pagar por eso.

Sin embargo, tenía que admitirlo, Sacharissa Mechoncrespo era divertida.

—¡Sacharissa! ¡Ésta es una sorpresa que debería haber esperado! —declaró, en cuanto entró en la habitación.

—¡Sr. Lipwig! ¡Siempre es un placer! —dijo la mujer—. ¿Así que es un cuerpo de perro ahora?

Ese tipo de diversión. Un poco como el malabarismo con cuchillos. Estabas constantemente en puntas de pie. Era tan bueno como un entrenamiento.

—¿Escribiendo ya los titulares, Sacharissa? —dijo—. Estoy simplemente cumpliendo los términos de la última voluntad de la señora Pródigo. —Puso al Sr. Quisquilloso sobre la pulida mesa y se sentó.

—¿Así que usted es ahora presidente del banco?

—No, el señor Quisquilloso, aquí, es el presidente —dijo Moist—. ¡Ladra con circunspección a la agradable dama del ocupado lápiz, señor Quisquilloso!

—Guau —dijo el Sr. Quisquilloso.

—El Sr. Quisquilloso es el presidente —dijo Sacharissa, blanqueando los ojos—. Por supuesto. Y usted toma las órdenes de él, ¿verdad?

—Sí. Soy Maestro de la Real Casa de la Moneda, de paso.

—Un perro y su amo —afirmó Sacharissa—. Qué bien. ¿Y supongo que usted puede leer sus pensamientos, debido a algún místico vínculo entre hombre y perro?

—Sacharissa, yo no habría podido decirlo mejor.

Se sonreían el uno al otro. Esto era sólo la primera ronda. Ambos sabían que estaban apenas calentándose.

—Entonces, ¿debo entender que usted no está de acuerdo con quienes dicen que esta última es una treta de la difunta Sra. Pródigo para mantener el banco fuera de las manos del resto de su familia, considerada por algunos como totalmente incapaz de dirigirlo en cualquier lugar, excepto bajo tierra? ¿O usted confirma la opinión de muchos de que el Patricio tiene la intención de poner a la poco cooperativa industria bancaria de la ciudad a sus pies, y encuentra en esta situación la oportunidad perfecta?

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—Algunos que creen, los que dicen… ¿Quiénes son estas misteriosas personas? —dijo Moist, tratando de alzar una ceja tan bien como Vetinari—. Y ¿cómo es que usted sabe tanto de ellos?

Sacharissa suspiró. —¿Y usted no describiría realmente al señor Quisquilloso como poco más que una marioneta?

—¿Guau? —dijo que el perro a la mención de su nombre.

—¡Creo que la pregunta es muy ofensiva! —dijo Moist—. ¡Y él también!

—Moist, usted ya no es divertido. —Sacharissa cerró su bloc de notas—. Está hablando como… bien, como un banquero.

—Me alegro de que lo crea. —¡Recuerda, sólo porque ella cerró el cuaderno no significa que puedas relajarte!

—¿No hay apuestas sobre sementales locos? ¿No hay nada que nos haga vitorear? ¿No hay sueños locos? —dijo Sacharissa.

—Bueno, ya estoy ordenando el vestíbulo

Sacharissa estrechó los ojos.

—¿Ordenando el vestíbulo? ¿Quién es usted y qué ha hecho con el verdadero Moist von Lipwig?

—No, hablo en serio. Tenemos que limpiarnos nosotros mismos antes de que podamos limpiar la economía —afirmó Moist, y sintió su cerebro cambiando seductoramente a una velocidad mayor—. Tengo la intención de tirar lo que no necesitamos. Por ejemplo, tenemos una habitación llena de metal inútil en la bóveda. Se tendrá que ir.

Sacharissa frunció el ceño.

—¿Está usted hablando del oro?

¿De donde había venido eso? Bueno, no intentes retroceder, o ella va a ir por tu garganta. ¡Sé fuerte ante las dificultades! Además, era bueno ver su asombro.

—Sí —afirmó.

—¡No puede hablar en serio!

El bloc de notas se abrió de nuevo al instante, y la lengua de Moist empezó a galopar. No podía detenerla. Hubiera sido bonito si hubiera hablado con él primero. Se hizo cargo de su cerebro, y dijo: —¡Muy en serio! Estoy recomendando a Lord Vetinari que venda todo, a los enanos. No lo necesitamos. Es una mercancía y nada más.

—Pero, ¿qué vale más que el oro?

—Prácticamente todo. Usted, por ejemplo. El oro es pesado. Su peso en oro no es mucho oro, en absoluto. ¿No vale más que eso?

Sacharissa parecía momentáneamente nerviosa, para la alegría de Moist—. Bueno, es una manera de decir…

—La única manera de decir que merece la pena hablar —afirmó rotundamente Moist—. El mundo está lleno de cosas que valen más que el oro. Pero excavar la maldita cosa y luego enterrarlo en un hoyo diferente. ¿Dónde está el sentido en eso? ¿Qué somos, urracas? ¿El brillo es todo? ¡Santo cielo, las patatas valen más que el oro!

—¡Seguramente no!

—Si naufraga en una isla desierta, ¿qué prefiere, una bolsa de patatas o una bolsa de oro?

—¡Sí, pero una isla desierta no es Ankh-Morpork!

—Y eso demuestra que el oro sólo es valioso porque estamos de acuerdo en eso,

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¿verdad? Es sólo un sueño. Pero una patata siempre tiene el valor de una patata y en cualquier lugar. Un poco de mantequilla y una pizca de sal y tengo una comida, en cualquier lugar. Entierre el oro y se preocupará por los ladrones para siempre. Entierre una papa y su debido tiempo usted podría estar viendo a un dividendo de un mil por ciento.

—¿Puedo asumir por un momento que no tiene la intención de ponernos en el patrón patata? —dijo Sacharissa bruscamente.

Moist sonrió. —No, no será así. Pero en pocos días voy a estar regalando dinero. No le gusta estar quieto, usted sabe. Le gusta salir y hacer nuevos amigos. —La pequeña parte del cerebro de Moist que estaba tratando de ponerse al día con su boca pensó: Me gustaría tomar notas sobre esto, no estoy seguro de que pueda recordarlo todo. Pero las conversaciones del último día se golpeaban en su memoria y hacían una especie de música. No estaba seguro de tener todas las notas, pero podía tararear algunas partes. Sólo tenía que escucharse a sí mismo durante el tiempo suficiente para averiguar de que estaba hablando.

—Con dar quiere decir… —dijo Sacharissa.

—Entregar. Hacer un regalo. En serio.

—¿Cómo? ¿Por qué?

—¡Todo a su debido tiempo!

—¡Se está burlando de mí, Moist!

No, estoy congelado porque he escuchado lo que dice mi boca, pensó Moist. No tengo una idea, solo algunos pensamientos al azar. Es…

—Se trata de las islas desiertas —afirmó—. Y por qué esta ciudad no es una.

—¿Y eso es todo?

Moist se frotó la frente. —Señorita Mechoncrespo, señorita Mechoncrespo… esta mañana me levanté con nada mas serio en la mente que realizar el papeleo de la Oficina de Correos y tal vez lamer el problema del sello Especial de 25 peniques Repollo Verde Especial. Ya sabe, ¿el que va a crecer como un repollo si se planta? ¿Cómo puede esperar que se me ocurra una nueva iniciativa fiscal a la hora del té?

—Está bien, pero…

—Me va a tomar por lo menos hasta el desayuno.

La vio anotar eso. Luego, metió el cuaderno en su bolso.

—Esto va a ser divertido, ¿no? —dijo, y Moist pensó: nunca confíes en ella cuando aparta su cuaderno, jamás. Ella tiene buena memoria.

—En serio, creo que esta es mi oportunidad de hacer algo grande e importante para mi ciudad de adopción —dijo Moist, en su voz sincera.

—Es su voz sincera —dijo ella.

—Bueno, estoy siendo sincero —dijo Moist.

—Pero, ya que plantea la cuestión, Moist, ¿qué estaba haciendo con su vida antes de que los ciudadanos de Ankh-Morpork lo recibieran con las manos abiertas?

—Sobrevivir —dijo Moist—. En Uberwald el antiguo imperio estaba quebrándose. No era inusual que un gobierno cambiara dos veces para el almuerzo. He trabajado en todo lo que pude para ganarme la vida. Por cierto, creo que quiso decir "los brazos" recién —añadió.

—Y cuando llegó aquí impresionó tanto a los dioses le que le han conducido a un tesoro de modo que usted pudiera reconstruir nuestra Oficina de Correos.

—Me siento muy humilde al respecto —dijo Moist, tratando de mirarla.

—Siiií. Y el oro entregado por los dioses era de la moneda utilizada en las ciudades de los Llanos…

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—¿Sabe qué?, a menudo he permanecido despierto pensando en eso —dijo Moist—, y llegué a la conclusión de que los dioses, en su sabiduría, decidieron que el regalo debía ser negociable inmediatamente. —No puedo seguir así durante el tiempo que te gustaría, pensó él, y estás tratando de jugar al póker sin cartas. ¡Puedes sospechar todo lo que gustes, pero devolví ese dinero! Bueno, lo robé en primer lugar, pero devolverlo cuenta, ¿no? La pizarra está limpia, ¿no? Bueno, aceptablemente mugrienta, ¿sí?

La puerta se abrió lentamente, y entró sigilosamente una mujer joven y nerviosa, llevando un plato de pollo frío. El señor Quisquilloso brillaba cuando lo colocó delante de él.

—Lo siento, ¿puedo ofrecerle un café o algo? —dijo Moist, mientras la muchacha regresaba a la puerta.

Sacharissa se puso de pie. —Gracias, pero no. Estoy en horario de cierre, señor Lipwig. Estoy segura de que vamos a hablar de nuevo muy pronto.

—Estoy seguro de ello, Srta. Mechoncrespo —dijo Moist.

Ella dio un paso hacia él y bajó su voz.

—¿Sabe quién era esa chica?

—No, no conozco a nadie todavía.

—¿Así que no sabe si puedes confiar en ella?

—¿Confiar en ella?

Sacharissa suspiró. —Esto no típico de usted, Moist. Ella acaba de darle un plato de comida al perro más valioso en el mundo. Un perro que algunas personas podrían querer ver muerto.

—¿Por qué no debería… —comenzó Moist. Ambos se volvieron a Señor Quisquilloso, que ya estaba lamiendo el plato vacío a todo lo largo de la mesa con un agradecido ruido de gronf-gronf.

—Eh… ¿puede salir sola? —dijo Moist, apresurándose hacia la placa deslizante.

—¡Si tiene dudas, métale los dedos por la garganta! —dijo Sacharissa desde la puerta con una cantidad inapropiada de diversión, consideró Moist.

Agarró al perro y se apresuró a través de la puerta posterior, detrás de la chica. Conducía a un estrecho y no muy bien decorado corredor con una puerta verde al final, desde la que llegaba el sonido de voces.

Moist irrumpió a través de ella.

En la pequeña y pulcra cocina más allá, un cuadro lo saludó. La joven estaba apoyada contra una mesa, y un hombre con barba en traje blanco esgrimía un gran cuchillo. Se veían conmocionados.

—¿Qué pasa? —gritó Moist.

—Eh, eh… ¿sólo entra corriendo por la puerta y grita? —dijo la chica—. ¿Pasa algo malo? Siempre le doy al Sr. Quisquilloso su aperitivo a esta hora.

—Y yo estoy preparando su plato principal —dijo el hombre, bajando el cuchillo en una bandeja de menudos—. Es cogote de pollo relleno con menudos, con su pudín especial de caramelo de postre. ¿Y quién pregunta?

—Yo soy el… Soy su propietario —dijo Moist, tan arrogantemente como pudo.

El chef se quitó su sombrero blanco.

—Lo siento, señor, por supuesto que lo es. El traje de oro y todo eso. Ésta es Peggy, mi hija. Soy Aimsbury, señor.

Moist había logrado calmarse un poco.

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—Lo siento —dijo—. Estaba preocupado por que alguien pudiera tratar de envenenar al señor Quisquilloso…

—Estábamos hablando de eso —dijo Aimsbury—. Yo pensaba que… Espere, no quiere decir eso de mí, ¿verdad?

—¡No, no, por cierto queno! —dijo Moist al hombre que tenía el cuchillo.

—Bueno, está bien —dijo Aimsbury, calmándose—. Usted es nuevo, señor, usted no sabe. ¡Ese Cosmo pateó al Sr. Quisquilloso una vez!

—Envenenaría a cualquiera, él —dijo Peggy.

—Pero voy al mercado todos los días, señor, y selecciono la comida del perrito yo mismo. Y está almacenada abajo en la habitación fresca, y tengo la única llave.

Moist se relajó.

—¿No podría hacerme una tortilla? —dijo.

El chef miró con pánico. —Eso es huevos, ¿verdad? —dijo nervioso—. Nunca realmente me involucré con cocinar huevos, señor. Él come uno crudo en su carne tártara los viernes y la señora Pródigo solía tomar dos crudos en su ginebra y jugo de naranja cada mañana, y eso es todo entre los huevos y yo. Tengo una cabeza de cerdo en escabeche si le apetece un poco. Tengo lengua, corazón, ossobucco, cabeza de oveja, un lindo trozo de papada, chicharrones, quijada, bofes, hígado, riñones…

En su juventud, a Moist le habían servido muchas veces ese menú. Es exactamente el tipo de comida que debes servir a los niños si quieres que crezcan expertos en el arte de la mentira descarada, el juego de manos y el camuflaje. Por norma Moist había escondido esas extrañas carnes oscilantes con sus verduras: en una ocasión había conseguido una patata de doce pulgadas de alto.

La luz se hizo.

—¿Cocinó mucho para la señora Pródigo? —dijo Moist.

—Noseñor. Vivía de ginebra, sopa de verduras, su “levántame” por la mañana y…

—Gin —dijo Peggy firmemente.

—¿Así que usted es básicamente un cocinero de perros?

—Canes, señor, si es lo mismo para usted. ¿Puede que haya leído mi libro? ¿Cocinando con Cerebros? —dijo Aimsbury con bastante desesperanza, y con razón.

—Un camino inusual para seguir —dijo Moist.

—Bueno, señor, me permite… es más seguro… bueno, la verdad es que tengo una alergia, señor. —El chef suspiró—. Muéstrale, Peggy.

La chica asintió y sacó una tarjeta mugrienta de su bolsillo.

—Por favor, no diga esta palabra, señor —dijo, y la levantó.

Moist se quedó mirando.

—Usted simplemente no puede evitarlo en el negocio de la comida, señor —dijo Aimsbury miserablemente.

Este no era el momento, realmente no era el momento. Pero si no estás interesado en las personas, entonces no tienes el corazón de un tramposo.

—¿Usted es alérgico al a… esto? —dijo, corrigiéndose a sí mismo justo a tiempo.

—No, señor. La palabra, señor. Puedo manejar el allium en cuestión, puedo incluso comerlo, pero el sonido del mismo, bien…

Moist miró de nuevo la palabra, y sacudió la cabeza tristemente.

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—Así que tengo que huir de los restaurantes, señor.

—Puedo ver eso. ¿Cómo está usted con la palabra… "ajónjoli"?

—Sí, señor, ya sé por donde va, he estado allí. Ajonjolí, ají… ningún efecto en absoluto.

—Sólo el ajo, entonces… Oh, lo siento…

Aimsbury se congeló, con una expresión distante en su rostro.

—Dioses, cuánto lo siento, honestamente no quería… —comenzó Moist.

—Lo sé —dijo Peggy cansinamente—. La palabra sale a la fuerza, ¿sabe? Va a estar así durante quince segundos, y luego va a tirar el cuchillo lejos de él, y hablará con fluidez en Quirmiano por unos cuatro segundos, y luego va a estar bien. Aquí tiene —entregó a Moist un cuenco que contenía una gran masa marrón— vuelva allá con el pudin de caramelo y me esconderé en la despensa. Estoy acostumbrada. Y puedo hacerle una tortilla, también. —Empujó a Moist a través de la puerta y la cerró detrás de él.

Bajó el cuenco, al inmediato y totalmente enfocado interés del Sr. Quisquilloso.

Ver a un perro intentando masticar un gran pedazo de caramelo es un pasatiempo apropiado para los dioses. Al Señor Quisquilloso la mezcla de ascendencias le había dado una destreza en la mandíbula realmente impresionante. Daba felices saltos mortales por el piso haciendo caras como una gárgola de goma en una lavadora.

Después de unos segundos Moist escuchó claramente la vibración de un cuchillo en la madera, seguido por un grito de: "Nom d'une bouilloire! Pourquoi est-ce que je suis sous hardiment ri sous cape a part les dieux?”

Se oyó un golpe en las puertas dobles, seguida inmediatamente por la entrada de Bent. Llevaba una gran caja redonda.

—La suite está lista para usted, Maestro —anunció—. Es decir, para el Sr. Quisquilloso.

—¿Una suite?

—Oh, sí. El presidente tiene una suite.

—Oh, esa suite. ¿Tiene que vivir arriba de la tienda, por así decirlo?

—En efecto. El Señor Tendencioso ha tenido la amabilidad de darme una copia de las condiciones del legado. El presidente debe dormir en el banco todas las noches.

—Pero yo tengo un apartamento perfecto en…

—Ejem. Son las Condiciones, señor —dijo Bent—. Usted puede usar la cama, por supuesto —añadió generosamente—. El Sr. Quisquilloso dormirá en su bandeja de entrada. Nació en ella, dicho sea de paso.

—¿Tengo que permanecer encerrado aquí todas las noches?

De hecho, cuando Moist vio la suite la perspectiva pareció mucho menos una penitencia. Tuvo que abrir cuatro puertas antes de encontrar una cama. Tenía un comedor, un vestidor, un baño, una ducha privada separada, un dormitorio extra, un paso a la oficina que era una especie de sala, y un pequeño estudio privado. El dormitorio principal contenía una enorme cama de roble con dosel con colgaduras de damasco, y Moist se enamoró de ella al instante. La probó por el tamaño. Era tan suave que era como flotar en un enorme charco cálido…

Se enderezó de golpe.

—¿La señora Pródigo…? —comenzó, con pánico creciente.

—Ella murió sentada en su escritorio, Maestro —dijo Bent con calma, mientras desataba la cuerda de la gran caja redonda—. Hemos sustituido la silla. Por cierto, ella será sepultada mañana. Dioses Menores, al mediodía, sólo los miembros de la familia por solicitud.

—¿Dioses Menores? Eso es un poco barato para un Pródigo, ¿no?

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—Creo que una cantidad de antepasados de la Sra. Pródigo están enterrados allí. Una vez me dijo en un momento de confianza, que sería condenada si iba a ser una Pródigo para toda la eternidad.

Hubo un susurro de papel, doblado y agregó: —Su sombrero, señor.

—¿Qué sombrero?

—Para el Maestro de la Real Casa de la Moneda. —Bent lo alzó.

Se trataba de un sombrero negro de seda. Una vez había sido brillante. Ahora era principalmente calvo. Había viejos vagabundos que llevaban sombreros mejores.

Podría haber sido diseñado para parecerse a un gran montón de dólares, podría haber sido una corona, podría haber sido decorado con pequeñas escenas enjoyadas representando la malversación de fondos a través de los años, la progresión de la moneda negociable desde moco a pequeñas conchas blancas y a vacas y todo el camino hasta el oro. Podría haber dicho algo acerca de la magia del dinero. Podría haber sido bueno.

Un sombrero de copa negro. Sin estilo. Ningún tipo de estilo.

—Sr. Bent, ¿puede arreglar para que alguien vaya a la Oficina de Correos y traiga mis cosas aquí? —dijo Moist, mirando tristemente la ruina.

—Por supuesto, Maestro.

—Creo que con "señor Lipwig" va a estar bien, gracias.

—Sí, señor. Por supuesto.

Moist se sentó en el enorme escritorio y pasó sus manos con amor por la piel verde desgastada.

Vetinari, maldito sea, había tenido razón. La Oficina de Correos lo había hecho cauteloso y defensivo. Se había quedado sin retos, sin diversión.

Los truenos murmuraban, lejos en la distancia, y el sol de la tarde era amenazado por nubes de color azul oscuro. Una de esas pesadas tormentas de toda la noche estaba rodando desde las llanuras. Existía una tendencia a haber más crímenes en noches de lluvia en estos días, de acuerdo con el Times. Al parecer era por el hombre lobo en la Guardia: la lluvia hacía los olores difíciles de rastrear.

Después de un rato Peggy le llevó una tortilla que no contenía absolutamente ninguna mención de la palabra «ajo». Y poco después de eso, Gladys llegó con su guardarropa. Todo él, incluida la puerta, transportado debajo de un brazo. Iba rebotando por las paredes y el techo mientras ella se movía pesadamente por la alfombra y lo dejaba caer en medio de la gran habitación.

Moist fue a seguirla, pero ella alzó sus enormes manos con horror.

—¡No, Señor! ¡Permítame Salir Primero!

Se aproximó en el pasillo. —Eso Fue Casi Muy malo —dijo.

Moist esperó para ver si algo más se aproximaba y, a continuación, dijo: —¿Por qué, exactamente?

—Un Hombre Y Una Mujer Joven No Deben Estar En La Misma Habitación —dijo el golem con solemne certeza.

—Eh, ¿qué edad tienes, Gladys? —dijo Moist cuidadosamente.

—Mil Cincuenta Y Cuatro Años, Señor Lipwig.

—Eh, correcto. Y estás hecha de arcilla. Quiero decir, todos estamos hechos de arcilla, de alguna manera, pero, como golem, eres, por así decirlo, eh… muy de barro…

—Sí, Señor Lipwig, Pero No Estoy Casada.

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Moist gruñó.

—Gladys, ¿qué te dieron las chicas del mostrador para leer esta vez? —dijo.

—Es Prudente Asesoramiento De La Señora Deirdre Waggon Para Las Mujeres Jóvenes —dijo Gladys—. Es Muy Interesante. Es Cómo Se Hacen Las Cosas. —Sacó un delgado libro de los grandes bolsillos de su vestido. Se veía llamativo.

Moist suspiró. Era el tipo de antiguo libro de etiqueta que te explicaba Diez Cosas Para No Hacer Con Su Sombrilla. —Ya veo —dijo.

No sabía cómo explicar. Aún peor, no sabía lo que había que explicar. Los golems eran… golems. Grandes trozos de arcilla con la chispa de la vida en ellos. ¿Ropa? ¿Para qué? Incluso los golems hombres de la Oficina de Correos sólo tenían una lamida de pintura azul y oro para hacerlos verse inteligentes… ¡Espera, ahora lo había agarrado! ¡No había hombres golems! ¡Los golems eran golems, y habían sido felices de ser sólo golems por miles de años! Y ahora se encontraban en la moderna Ankh-Morpork, donde toda clase de razas y de personas e ideas estaban mezcladas y era increíble lo que goteaba de la botella.

Sin una palabra más Gladys cruzó el pasillo, se dio la vuelta y se detuvo. El brillo en sus ojos disminuyó a un rojo oscuro. Y eso fue todo. Ella había decidido quedarse.

En su bandeja de entrada, el señor Quisquilloso roncaba.

Moist sacó la mitad de billete que le había dado Cosmo.

Isla desierta. Isla desierta. Sé que pienso mejor cuando estoy bajo presión, pero ¿a qué exactamente me refiero?

En una isla desierta el oro no vale nada. La comida te lleva a través de los tiempos de no oro mucho mejor que el oro a través de tiempos de no alimentación. Si vamos a eso, el oro no vale nada en una mina, tampoco. El medio de intercambio en una mina de oro es la piqueta.

Hum. Moist miró el billete. ¿Qué hace que esto tenga un valor de diez mil dólares? El sello y la firma del Cosmo, eso es. Todo el mundo sabe que es bueno para eso. Bueno para nada más que el dinero, el bastardo.

Los bancos utilizan esto todo el tiempo, pensó. Cualquier banco en los Llanos me daría el efectivo, con la retención de una comisión, por supuesto, porque los bancos te esquilman por arriba y por abajo. Sin embargo, es mucho más fácil de cargar que las bolsas de monedas. Por supuesto, tengo que firmarlo también, de otro modo no sería seguro.

Quiere decir, si estuviese en blanco después de “páguese”, cualquier persona podría utilizarlo.

Isla desierta, isla desierta… En una isla desierta una bolsa de verduras vale más que el oro, en la ciudad el oro es más valioso que la bolsa de verduras.

Ésta es una especie de ecuación, ¿sí? ¿Dónde está el valor?

Miró con fijeza.

Está en la propia ciudad. La ciudad dice: a cambio de oro, tendrás todas estas cosas. La ciudad es el mago, el alquimista en reversa. Torna al inútil oro… en todo.

¿Cuánto vale Ankh-Morpork? ¡Suma todo! Los edificios, las calles, la gente, las habilidades, el arte en las galerías, los gremios, las disposiciones legales, las bibliotecas… ¿miles de millones? No. No sería suficiente dinero.

La ciudad era una gran barra de oro. ¿Qué necesitas para respaldar la moneda? Sólo necesitas la ciudad. La ciudad dice que un dólar vale un dólar.

Era un sueño, pero Moist era bueno en la venta de sueños. Y si pudiera vender el sueño a una cantidad suficiente de personas, nadie se atrevería a despertar.

En un pequeño estante en el escritorio había una almohadilla de tinta y dos sellos de caucho, que mostraban el escudo de armas de la ciudad y el sello del banco. Pero en los ojos

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de Moist, había una neblina de oro alrededor de estas simples cosas, también. Tenían valor.

—¿Sr. Quisquilloso? —dijo Moist. El perro se sentó en su bandeja, mirando expectante.

Moist se levantó las mangas y flexionó los dedos.

—¿Vamos a hacer un poco de dinero, señor Presidente? —dijo.

El presidente expresó su acuerdo incondicional por medio de un "¡Guau!"

"Páguese Al Portador La Suma De Un Dólar," escribió Moist sobre un trozo de crujiente papel de banco.

Estampó el papel con los sellos, y le dio al resultado una larga mirada crítica. Era necesario algo más. Tenías que dar a la gente un espectáculo. El ojo era todo.

Necesitaba… un toque de seriedad, al igual que el propio banco. ¿Quién pondría un banco en una cabaña de madera?

Hum.

Ah, sí. Se trata de la ciudad, ¿verdad? Debajo de él escribió, en grandes letras ornamentadas:

AD URBEM PERTINET

Y, en letras pequeñas, después de reflexionar:

Promitto fore ut possessori postulanti nummum unum solvent, an apte satisfaciam.

Firmado Moist von Lipwig p/El Presidente.

—Disculpe, señor presidente —dijo, y se llegó hasta el perro. Fue tarea de un momento presionar una pata delantera sobre la almohadilla y dejar una pequeña y clara huella al lado de la firma.

Moist hizo esto más de una docena de veces, escondió cinco de los billetes resultantes bajo el papel secante y llevó el resto del dinero nuevo, y al presidente, a pasear.

Cosmo Pródigo miró su reflejo en el espejo. A menudo, conseguía hacerlo en el vidrio tres o cuatro veces seguidas, y luego —¡oh, vergüenza!— lo habría intentado en público y la gente, si fueran tan tontos para mencionarlo, diría: “¿Tiene algo en el ojo?”

Él incluso hizo construir un dispositivo que tiraba de una ceja repetidamente, por medio de un mecanismo de relojería. Había envenenado al hombre que lo hizo, allí y entonces, mientras se lo entregaba, charlando con él en su pequeño taller apestoso, mientras la cosa hacía efecto. Él hombre había tenido casi ochenta años, y Cosmo había sido muy cuidadoso, por lo que nunca llegó a la atención de la Guardia. De todos modos, a esa edad en realidad no debería contar como asesinato, ¿verdad? Era más como un favor, de veras. Y obviamente no podía arriesgarse a que el viejo tonto se lo soltase feliz a alguien después de que Cosmo se hubiera convertido en Patricio.

Pensándolo bien, pensó, debería haber esperado hasta estar seguro de que la máquina de entrenamiento de la ceja estuviera trabajando correctamente. Se le había puesto negro un ojo antes de que le hiciera algunos vacilantes ajustes.

¿Cómo lo hacía Vetinari? Era lo que le había dado el Patriciado, Cosmo estaba seguro de eso. Bueno, un par de misteriosos asesinatos habían ayudado, es cierto, pero era la forma en que el hombre podía levantar una ceja lo que lo mantenía allí.

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Cosmo había estudiado a Vetinari durante mucho tiempo. Era bastante fácil, en reuniones sociales. También había recortado todas las imágenes que aparecieron en el Times. ¿Cuál era el secreto que mantenía al hombre tan poderoso e indemne? ¿Cómo podía entenderse?

Y entonces un día había leído en algún libro o algo así: “Si usted quiere entender a un hombre, camine una milla en sus zapatos".

Y había tenido una grande y gloriosa idea…

Suspiró aliviado y tiró del guante negro.

Había sido enviado a la Escuela de Asesinos como era costumbre. Era el destino natural para los hombres jóvenes de una cierta clase y acento. Había sobrevivido, y había estudiado los venenos, porque había escuchado que era la especialidad de Vetinari, pero el lugar lo había aburrido. Era tan estilizado ahora. Se habían envuelto en algunos conceptos ridículos del honor y la elegancia que parecían olvidar lo que se suponía que iba a hacer un asesino...

El guante quedó libre, y allí estaba.

Oh sí...

Hasta ahora lo había hecho magníficamente.

Cosmo miró la cosa maravillosa, moviendo su mano para que capturase la luz. La luz hacía cosas extrañas al estigio: a veces reflejaba plata, a veces, un aceitoso color amarillo, a veces se mantenía decididamente negro. Y era cálido, incluso aquí. Bajo la luz directa del sol podía estallar en llamas. Se trataba de un metal que podría haber sido destinado a esas personas que se mueven en la sombra…

El anillo de Vetinari. El anillo de sello de Vetinari. Tan poca cosa, y sin embargo tan poderoso. No tenía ninguna ornamentación, a menos que contara el delgado borde de la voluta que rodeaba, afiladamente incisa y con serife, la única letra:

V

Él sólo podía adivinar todas las cosas que su secretario había tenido que hacer para conseguirlo. Habían hecho una réplica de "diseño inverso", sea eso lo que fuese, a partir de la cera de los sellos de cera que había estampado. Y había habido sobornos (caros) e insinuaciones de reuniones apresuradas y cautelosos intercambios y cambios de última hora para obtener la réplica exacta…

Y aquí estaba la realidad, en su dedo. En gran parte de su dedo, en realidad. Desde el punto de vista de Cosmo, Vetinari tenía dedos muy delgados para un hombre, y pasar el anillo sobre el nudillo había sido un verdadero esfuerzo. Hasta ahora se había preocupado por agrandarlo, sin comprender, tontamente, que esto lo arruinaría por completo. La magia, y sin duda Vetinari tenía su propia magia, se escaparía. No sería más la cosa verdadera.

Sí, había dolido como el infierno por unos días, pero ahora flotaba por encima del dolor, en un claro cielo azul.

Se enorgullecía de no ser tonto. Habría sabido al instante si su secretario hubiera tratado de engañarlo con una simple copia. La conmoción que subió por su brazo cuando se puso el anillo, de acuerdo, cuando forzó al anillo sobre el nudillo, fue suficiente para decirle que la cosa era verdadera. Ya podía sentir que sus pensamientos eran mas agudos y más rápidos.

Frotó el índice sobre la V profundamente cortada y miró a Nudode… a Hastahora.

—Pareces preocupado, Hastahora —dijo amablemente.

—El dedo se le ha puesto muy blanco, señor. Casi celeste. ¿Está seguro de que no

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duele?

—Ni un poco. Me siento… totalmente en control. Pareces muy… preocupado últimamente Hastahora. ¿Estás bien?

—Hum… bien, señor —dijo Hastahora.

—Debes entender que envié al Sr. Arándano contigo por el mejor de los motivos —dijo Cosmo—. Morpeth se lo habría dicho a alguien, tarde o temprano, por mucho que le pague.

—Pero el muchacho en la tienda de sombreros…

—Exactamente la misma situación. Y fue una lucha justa. ¿No fue ése el caso, Arándano?

La brillante cabeza calva de Arándano levantó la vista desde su libro.

—Sí, señor. Él estaba armado.

—Per… — comenzó Hastahora.

—¿Sí? —dijo Cosmo con calma.

—Eh… nada, señor. Usted tiene razón, por supuesto. —En posesión de un cuchillo pequeño y muy borracho. Hastahora se preguntó cuánto contaba eso contra de un asesino profesional.

—La tengo, ¿verdad? —dijo Cosmo en una voz amable—, y tú eres excelentes en lo que haces. Como lo es Arándano. Voy a tener otra pequeña búsqueda para ti pronto, me parece. Ahora ve y toma tu cena.

Cuando Hastahora abrió la puerta, Arándano miró a Cosmo, quien sacudió la cabeza casi imperceptiblemente. Por desgracia, para Hastahora, tenía una excelente visión periférica.

¡Él va a averiguarlo, va a averiguarlo, va a averiguarloooo! gimió para sí mismo mientras se escabullía por los corredores.

¡Es el maldito anillo, eso es! ¡No es mi culpa que Vetinari tenga dedos delgados! ¡Él habría olido a rata si la condenada cosa le hubiera quedado bien! ¿Por qué no me dejó hacer que lo agrandaran? ¡Ja, y si lo hubiera hecho, él habría enviado a Arándano mas tarde a asesinar al joyero! ¡Sé que lo va a enviar en pos de mí, lo sé!

Hastahora tenía miedo de Arándano. El hombre era silencioso y vestía modestamente. Y cuando Cosmo no requería sus servicios se sentaba y leía libros todo el día. Eso molestaba a Hastahora. Si el hombre fuera un matón analfabeto, las cosas, de alguna extraña manera, habrían sido mejores, más… comprensibles. El hombre aparentemente no tenía vello corporal, tampoco, y el brillo de su cabeza podría cegarte a la luz del sol.

Y todo había comenzado con una mentira. ¿Por qué Cosmo le creyó? Porque estaba loco, pero lamentablemente no todo el tiempo, era una especie de loco por hobby. Tenía esa… cosa con Lord Vetinari.

Hastahora no había notado que, al principio, sólo se había preguntado por qué Cosmo había armado un escándalo acerca de su altura en la entrevista de trabajo. Y cuando Hastahora le dijo que había trabajado en el palacio había sido contratado al momento.

Y ésa fue la mentira, justo allí, aunque Hastahora prefería pensar que se trataba de una desafortunada conjunción de dos verdades.

Hastahora había estado efectivamente empleado por un tiempo en el palacio, y hasta el momento Cosmo no había sabido que fue como jardinero. Había sido secretario menor en el Gremio de Armeros antes de eso, por lo que se sintió seguro al decir "yo fui secretario menor y trabajé en el palacio", una frase que, en su opinión Lord Vetinari habría examinado con mucho más cuidado que lo que el encantado Cosmo hizo. Y ahora estaba aquí, asesorando a un muy importante e inteligente hombre, sobre la base de tantos rumores como podía recordar o, en su desesperación, construir. Y se le estaba escapando. En sus tratos comerciales cotidianos, Cosmo era astuto, despiadado y afilado como una tachuela, pero cuando se trataba de algo

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relacionado con Vetinari, era crédulo como un niño.

Hastahora había observado en ocasiones que su jefe lo llamaba por el nombre del secretario del Patricio, pero le pagaba cincuenta dólares al mes, la comida y cama propia, y por ese tipo de dinero hubiera respondido a "Margarita". Bueno, quizás no a Margarita, pero sin duda a Clive.

Y entonces, había comenzado la pesadilla y, a la manera de las pesadillas, los objetos cotidianos adquirieron una siniestra importancia.

Cosmo había pedido un par de botas viejas de Vetinari.

Eso había sido un problema; Hastahora nunca había estado en el interior del palacio, pero entró esa noche escalando la cerca junto a la vieja puerta verde del jardín, se reunió con uno de sus antiguos compañeros que tenía que permanecer despierto toda la noche para mantener en marcha las calderas del invernadero, tuvo una pequeña charla, y la noche siguiente volvió por un par de viejas, pero reparables botas negras, tamaño ocho, y la información del muchacho de las botas de que su señoría usaba el taco izquierdo ligeramente más bajo que el derecho.

Hastahora no podía ver ninguna diferencia en las botas presentadas, y nadie en realidad reivindicó como un hecho que se tratara de las legendaria Botas De Vetinari, pero las gastadas aunque aún útiles botas descendían desde los pisos superiores hasta los cuartos de los sirvientes en una marea de nobleza obliga, y si éstas no eran las botas del hombre mismo, entonces casi con toda seguridad, por lo menos, a veces se encontraron en la misma habitación que sus pies.

Hastahora entregó diez dólares por ellas y pasó una noche gastando el taco izquierdo lo suficiente para se notara.

Cosmo le pagó cincuenta dólares, sin chistar, aunque hizo muecas cuando trató de ponérselas.

—Si quieres entender a un hombre, camina una milla en sus zapatos —había dicho, cojeando a lo largo de su oficina. Qué idea habría cosechado si fueran los zapatos del hombre, Hastahora no podía adivinarlo, pero después de media hora Cosmo pidió un cuenco de agua fría y algunas hierbas balsámicas, y los zapatos no habían hecho su aparición desde entonces.

Y, además, estaba el birrete negro. Había tenido un golpe de suerte en este asunto. Era incluso auténtico. Era una apuesta segura que Vetinari lo había comprado a los Bolters en el Maul, y Hastahora había ubicado el lugar, había entrado cuando los socios mayores salieron a almorzar, se dirigió al joven indigente que trabajaba en la humeante habitación de limpieza y planchado en la parte de atrás… y encontró el que había sido enviado para su limpieza. Hastahora salió con él, sin limpiar, dejando al joven muy rico y con instrucciones de lavar un nuevo birrete para retornar al palacio.

Cosmo estaba a su lado y quiso saber todos los detalles.

La noche siguiente, resultó que el rico joven pasó la noche en un bar y murió en una reyerta de borrachos cerca de la medianoche, falto de dinero e incluso más falto de respiración. Hastahora estaba en la habitación de al lado de la de Arándano. Pensándolo bien, había escuchado al hombre llegar tarde esa noche.

Y ahora era el anillo de sello. Hastahora había dicho a Cosmo que podía conseguir una réplica y usar sus contactos —sus muy caros contactos— en el palacio para que lo cambiaran por el verdadero. ¡Había pagado cinco mil dólares!

¡Cinco mil dólares!

Y el jefe estaba encantado. Encantado y loco. Él tenía un anillo falso, pero juraba que tenía el espíritu de Vetinari fluyendo en él. Tal vez lo hacía, porque Arándano se convirtió en parte del acuerdo. Si te metías con la pequeña afición de Cosmo, comprendió Hastahora demasiado tarde, te morías.

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Llegó a su habitación, se precipitó adentro, y cerró la puerta. Después se apoyó contra ella. Debería correr, ahora mismo. Sus ahorros comprarían un montón de distancia. Pero el temor disminuyó un poco cuando sus pensamientos se serenaron.

Le dijeron: relájate, relájate. La Guardia no había golpeado aun. Arándano es un profesional, y el jefe está lleno de gratitud.

Así que… ¿por qué no un último truco? ¡Hacer verdadero dinero! ¿Qué podría "obtener" para que el jefe le pagara otros cinco mil?

Algo simple pero impresionante, eso sería el truco, y para el momento en que lo descubriera —si alguna vez lo hacia— Hastahora estaría al otro lado del continente, con un nuevo nombre y bronceado más allá de todo reconocimiento.

Sí… la cosa verdadera…

El sol estaba caliente, y también los enanos. Eran enanos de montaña y no se sentían cómodos bajo el cielo abierto.

¿Y para que estaban aquí? El Rey quería saber si algo valioso había sido sacado del agujero excavado por los golems para la loca mujer fumadora, pero no se les permitía poner un pie en él, porque eso sería ilegal. De modo que se sentaron a la sombra y sudaron, mientras que, aproximadamente una vez al día, la mujer loca que fumaba tabaco todo el tiempo venía y ponía… cosas en una tosca mesa de caballete delante de ellos. Las cosas tenían algo en común: eran aburridas.

No había nada para minar aquí, todo el mundo lo sabía. Era limo estéril y arena todo el camino hacia abajo. No había agua dulce. Las plantas sobrevivían aquí almacenando la lluvia de invierno, en hinchadas raíces huecas, o vivían de la humedad de la niebla marina. El lugar no contenía nada de interés, y lo que salía de la larga pendiente de este túnel llegaba hasta el punto de aburrimiento.

Había huesos de antiguos barcos, y, en ocasiones, los huesos de antiguos marineros. Hubo un par de monedas, una de plata, una de oro, que no fueron bastante aburridas y fueron debidamente confiscadas. Había macetas rotas y pedazos de estatua, que estaban mezcladas, parte de un caldero de hierro, un ancla con algunos eslabones de la cadena.

Era evidente, consideraron los enanos sentados a la sombra, que nada vino aquí, salvo en barco. Pero recuerda: en materia de comercio y de oro, nunca confíes en nadie que pueda ver por encima de tu casco.

Y luego estaban los golems. Ellos odiaban a los golems, porque se movían en silencio, con todo su peso, y parecían trolls. Llegaban y partían todo el tiempo, yendo a buscar maderas vaya uno a saber adónde, marchando hacia la oscuridad…

Y entonces un día los golems brotaron del agujero, hubo un largo debate y la mujer fumadora marchó hacia los observadores. Ellos la miraron con nerviosismo, como hacen los combatientes cuando se aproxima un civil confiado en sí mismo, que sabe que no están autorizados a matar.

En enanés quebrado les dijo que el túnel se había derrumbado, y que iba a abandonar. Todas las cosas que había extraído, dijo, eran regalos para el Rey. Y se fue, llevando a los miserables golems con ella4.

Eso fue la semana anterior. Desde entonces, el túnel se había desplomado completamente y la arena voladora había cubierto todo.

El dinero se cuidaba solo. Navegaba por los siglos, enterrado en papeleo, oculto detrás de los abogados, arreglado, invertido, desviado, convertido, lavado, secado, planchado y pulido y 4 Los enanos no pensaron en contarlos y mirar si había quedado alguno detrás. Eso no hubiera hecho ninguna

diferencia, pero después el Rey no les habría gritado tanto.

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mantenido a salvo de daños y de impuestos y, sobre todo, mantenido a salvo de los Pródigo mismos. Conocían a sus descendientes —los habían criado, después de todo— y así el dinero venía con guardaespaldas de síndicos, gerentes y alianzas, vertiendo sólo una cantidad medida de sí mismo a la siguiente generación, lo suficiente para mantener el estilo de vida para el que su nombre se había convertido en sinónimo y con un poco más que era dejado para que pudieran participar en la tradición familiar de la lucha entre ellos, acerca de, sí, el dinero.

Ahora estaban llegando, cada rama de la familia y, a menudo cada individuo, con su propio abogado y guardaespaldas, muy cuidadosos de a quén habían designado para la notificación, sólo en caso de que inadvertidamente sonrieran a alguien que estaban demandando actualmente. Como familia, decía la gente, los Pródigo se llevaban tan bien como una bolsa de gatos. Cosmo los había visto en el funeral, y pasaron todo su tiempo mirándose uno al otro, como gatos, cada uno esperando que alguien atacara. Pero aún así hubiera sido una ocasión decentemente digna, si al menos el tonto sobrino que la vieja perra había permitido vivir en el sótano no hubiera aparecido con una mugrienta bata blanca y un sombrero de lluvia amarillo, para moquear durante toda la ceremonia. Había echado a perder completamente la ocasión para todo el mundo.

Pero ahora el funeral había terminado y los Pródigo estaban haciendo lo que siempre hacían después de los funerales, que era hablar de Dinero.

Uno no puede sentar a los Pródigo alrededor de una mesa. Cosmo había dispuesto mesas pequeñas según un patrón que representaba lo mejor de su conocimiento sobre el estado actual de las alianzas y las guerras fratricidas menores, pero hubo gran cantidad de desplazamientos y arañazos, y amenazas de acciones judiciales antes de que la gente se sentara. Detrás de ellos las alertas filas de sus abogados prestaban cuidadosa atención, ganando todo un dólar de cada cuatro segundos.

Al parecer, el único pariente que tenía Vetinari era una tía, meditó Cosmo. Ese hombre tenía toda la suerte. Cuando él fuera Vetinari, habría una matanza selectiva.

—Señoras y señores —dijo, cuando los silbidos e insultos se acallaron—, estoy muy contento de ver a tantos de ustedes aquí hoy…

—¡Mentiroso!

—Sobre todo tú, Pucci —dijo Cosmo, sonriendo a su hermana. Vetinari no tenía una hermana como Pucci, tampoco. Nadie la tenía, Cosmo estaba dispuesto a apostarlo. Ella era un demonio con forma vagamente humana.

—Todavía tienes algo mal en tu ceja, sabes —dijo Pucci. Tenía una mesa para ella sola, una voz como una sierra al encontrar un clavo, con un ligero toque de sirena de niebla adicional, y siempre se referían a ella como "una belleza de sociedad", lo cual demostraba lo ricos que eran los Pródigo. Cortada a la mitad, podría hacer dos bellezas de sociedad, pero no, en ese momento, muy bellas. Si bien se decía que los hombres que había despreciado saltaron de puentes en su desesperación, la única persona conocida que lo había dicho era la misma Pucci.

—Estoy seguro de que todos ustedes saben… —comenzó Cosmo.

—¡Gracias a la total incompetencia de tu lado de la familia que nos ha perdido el banco!

Eso vino desde la esquina lejana de la sala, pero desencadenó un creciente coro de denuncias.

—Somos todos Pródigo aquí, Josefina —dijo severamente—. Algunos de nosotros incluso nacimos Pródigo.

Eso no funcionó. Debería haberlo hecho. Lo habría hecho para Vetinari, Cosmo estaba seguro de eso. Pero para Cosmo, sólo había alterado a las personas. Los gruñidos de oposición se hicieron más fuertes.

—¡Algunos de nosotros hacemos sacamos mejor provecho de eso! —saltó Josephine.

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Llevaba un collar de esmeraldas, que reflejaban una luz verdosa sobre su cara. Cosmo estaba impresionado.

Siempre que era posible, los Pródigo se casaban con primos lejanos, pero no era raro que unos pocos, en cada generación, se casaran afuera, a fin de evitar toda esa situación de “tres dedos pulgares”. Las mujeres encontraban maridos guapos que hacían lo que se les decía, mientras que los hombres encontraban esposas que, sorprendentemente, eran muy buenas en adquirir la petulancia y la susceptibilidad de mono afeitado que eran la marca de un verdadero Pródigo.

Josefina se sentó con una venenosa mirada de satisfacción por el murmurado coro de acuerdo. Ella saltó una vez más: —¿Y qué piensas hacer acerca de esta situación imperdonable? ¡Tu rama ha puesto a un charlatán al control de nuestro banco! ¡Otra vez!

Pucci se giró en su asiento. —¡Cómo te atreves a decir eso sobre Padre!

—¡Y cómo te atreves a decir eso sobre el Sr. Quisquilloso! —dijo Cosmo.

Eso habría funcionado para Vetinari, lo sabía. Habría hecho ver a Josefina como tonta y levantado las acciones de Cosmo en la habitación. Eso habría funcionado para Vetinari, que podía levantar su ceja como un redoble visual.

—¿Qué? ¿Qué? ¿De qué hablas? —dijo Josefina—. ¡No seas tan tonto, niño! ¡Estoy hablando de esta criatura Lipwig! ¡Él es un cartero, por favor! ¿Por qué no se le ofreció dinero?

—Lo hice —afirmó Cosmo, y añadió para su oído interno: recordaré lo de “niño”, vieja bota cara de suero de leche. ¡Cuando sea un maestro de la ceja veremos entonces lo que dices!

—¿Y?

—Creo que él no está interesado en el dinero.

—¡Tonterías!

—¿Qué pasa con el perrito? —dijo una voz de edad avanzada—. ¿Qué pasa si muere, los dioses lo prohíban?

—El banco vuelve a nosotros, tía Cuidadosa —dijo Cosmo, a una anciana muy pequeña vestida de encaje negro, que estaba ocupada en algunos bordados.

—¿No importa cómo muere el perrito? —dijo la tía Cuidadosa Pródigo, prestando fastidiosa atención a su costura—. Siempre existe la opción del veneno, estoy segura.

Con un audible whoosh el abogado de la tía Cuidadosa se paró y dijo: —Mi cliente quiere dejar claro que ella no hace más que referirse a la disponibilidad general de sustancias nocivas, en general, y no es su intención ser, y de ninguna manera debe tomarse como, la adhesión a cualquier curso de acción ilegal.

Se sentó de nuevo, ganada su tarifa5.

—Lamentablemente, la Guardia estaría sobre nosotros como malla de cadena barata —dijo Cosmo.

—¿Guardias en nuestro banco? ¡Ciérrales la puerta!

—Los tiempos han cambiado, Tía. Ya no podemos hacer eso.

—¡Cuando tu bisabuelo empujó a su hermano por el balcón la Guardia incluso se llevó el cuerpo por cinco chelines y una pinta de cerveza para todos!

—Sí, tía. Lord Vetinari es el Patricio ahora.

—¿Y él le permitiría a los vigilantes amontonarse en nuestro banco?

—Sin lugar a dudas, tía.

5 Por considerar implicaciones e intervenir con la debida aclaración: $ 12,98

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—Entonces no es un caballero —observó con tristeza la tía.

—Él permite hombres lobo y vampiros en la Guardia —dijo la Srta. Tarantella Pródigo—. Es repugnante, la forma en que les está permitido caminar por las calles, como personas reales.

…y algo hizo ping en la memoria de Cosmo.

—Él es como la gente real —dijo la voz de su padre.

—¡Este es tu problema, Cosmo Pródigo! —dijo Josefina, que no quería ver los objetivos conmutados—. Fue tu miserable padre, quien…

—Cállate —dijo Cosmo con calma—. Cállate. Y las esmeraldas no te quedan bien, de paso.

Esto fue inusual. Los Pródigo podían demandar y conspirar, menospreciar y calumniar, pero había tal cosa como los buenos modales, después de todo.

En la cabeza de Cosmo hubo otro ping, y su padre decía: —Y él consiguió ocultar muy bien lo que es, y con gran dolor. Lo que él fuese, probablemente, ni siquiera esté ahí. Pero es mejor que lo sepas, en caso de que comience a actuar de manera extraña…

—Mi padre reconstruyó el negocio del banco —dijo Cosmo, la voz aun resonando en su cabeza cuando Josefina tomó aliento para una diatriba —y todos ustedes se lo permitieron. Sí, lo dejaron. A ustedes no les importaba lo que él hiciera mientras tuvieran el banco a su disposición para todos sus pequeños planes, los que tan cuidadosamente ocultan y no mencionan. Compró la parte de todos los pequeños accionistas, y no les importó, siempre y cuando recibieran dividendos. Era una lástima que su elección de amigos fuera defectuosa…

—¡No tan mala como su elección de esa advenediza muchacha de music-hall! —dijo Josefina.

—…A pesar que la elección de su última esposa, sin embargo, no lo fue —continuó Cosmo —. Topsy era astuta, retorcida, implacable y despiadada. El problema que tengo es simplemente que ella era mejor en todo esto que ustedes. Y ahora tengo que pedirles a todos que se marchen. Voy a recuperar nuestro banco. Salgan ahora.

Se levantó, caminó hasta la puerta, la cerró con cuidado detrás de él y corrió como un infierno hacia su estudio, donde se paró de espaldas a la puerta y se regodeó, un ejercicio para el que se prestaba la cara.

¡El viejo Papá! Por supuesto, esa pequeña conversación había sido cuando él tenía diez años y aún no tenía su propio abogado, y no había adoptado plenamente la tradición Pródigo de irritable y cautelosa participación. Pero papá había sido sensato. No sólo había dado consejos a Cosmo, le había dado municiones que podía utilizar contra los demás. ¿Para qué otra cosa era un padre?

¡El Sr. Bent! Era… no sólo el Sr. Bent. Era algo salido de una pesadilla. En ese momento la revelación había asustado al joven Cosmo, y más tarde había estado dispuesto a demandar a su padre por esas noches sin dormir, en la mejor tradición Pródigo, pero había dudado, y fue igual de bien. Todos habría salido a la luz en los tribunales y él habría tirado un regalo maravilloso.

Así que el compañero Lipwig pensaba que controlaba el banco, ¿verdad? Bueno, no podía manejar el banco sin Mavolio Bent, y para esta hora de mañana él, Cosmo Pródigo, poseería al Sr. Bent. Hum, sí… tal vez lo deje un poco más. Otro día de tratar con la extraña temeridad de Lipwig terminaría con el pobre Sr. Bent hasta el punto de que el especial poder de persuasión de Arándano no sería necesario. Oh, sí.

Cosmo levantó su ceja. Le estaba encontrando la vuelta, estaba seguro. Había sido como Vetinari ahí fuera, ¿o no? Sí, sin duda. ¡Las miradas de la familia cuando había dicho a Josefina que se callara! Hasta el recuerdo hizo hormiguear su columna vertebral…

¿Era éste el momento? Sí, sólo por un minuto, tal vez. Se lo merecía… giró la llave de un

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cajón de su escritorio, buscó adentro, y apretó el botón oculto. Del otro lado de la mesa un compartimiento secreto salió deslizándose. De él, Cosmo tomó un pequeño birrete negro. Parecía tan bueno como nuevo. Hastahora era un genio.

Cosmo bajó el birrete sobre la cabeza con gran solemnidad.

Alguien llamó a la puerta del estudio. Inútilmente, ya que fue abierta de golpe.

—¿Encerrándote en tu habitación de nuevo, hermano? —dijo Pucci triunfalmente.

Al menos Cosmo había estrangulado el impulso de arrancarse el birrete de la cabeza como si hubiera sido atrapado haciendo algo sucio.

—No estaba, de hecho, encerrado, como ves —dijo—, y tienes prohibido acercarte a menos de quince metros de mí. Tengo un mandamiento judicial.

—Y no se te permite estar dentro de los veinte metros de mí, por lo que lo rompiste primero —dijo Pucci, tirando de una silla. Se sentó a horcajadas, y descansó sus brazos en el respaldo. La madera crujía.

—Yo no fui el que se movió, en mi opinión.

—Bueno, cósmicamente, es todo lo mismo —dijo Pucci—. Sabes, es una peligrosa obsesión la que tienes allí.

Ahora Cosmo se quitó el birrete.

—Simplemente estoy tratando de llegar al interior del hombre —afirmó.

—Una muy peligrosa obsesión.

—Sabes a qué me refiero. Quiero saber cómo funciona su mente.

—¿Y esto? —dijo Pucci, agitando una mano hacia la gran imagen que colgaba en la pared frente al escritorio.

—William Pouter. “Hombre con perro”. Es una pintura de Vetinari. Fíjate en cómo los ojos te siguen alrededor de la sala.

—¡La nariz del perro me sigue por la habitación! ¿Vetinari tiene un perro?

—Tenía. Wuffles. Murió hace algún tiempo. Hay una pequeña tumba en los terrenos del palacio. Él va solo allí una vez por semana y pone una galleta de perro sobre ella.

—¿Vetinari hace eso?

—Sí.

—¿Vetinari el frío, sin corazón, el tirano calculador? —dijo Pucci.

—¡En efecto!

—Estás mintiendo a tu dulce querida hermana, ¿sí?

—Puedes elegir creer eso, si lo deseas. —Cosmo se alegró, en su interior. Le gustaba ver la expresión de furiosa curiosidad en el rostro de su hermana; parecía un pollo enojado.

—Información como ésa vale dinero —dijo ella.

—En efecto. Y yo sólo estoy diciéndotela porque es inútil a menos que sepas adónde va, en qué momento, y en qué día. Sólo puede ser, querida dulce Pucci, que lo que tú llamas mi obsesión es, de hecho, de gran utilidad práctica. Miro, estudio y aprendo. Y creo que Moist von Lipwig y Vetinari deben compartir algún secreto peligroso que podría incluso…

—¡Pero sólo fuiste y ofreciste un soborno a Lipwig! —Se podía decir esto acerca de Pucci: era fácil confiar en ella, porque nunca se molestaba en escuchar. Ella utilizaba el tiempo para pensar en qué decir a continuación.

—Uno ridículamente pequeño. Y una amenaza, también. Y ahora cree que sabe todo acerca de mí —dijo Cosmo, ni siquiera intentaba no parecer engreído—. Y no sé nada sobre él,

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lo que es aún más interesante. ¿Cómo aparece de la nada y de inmediato obtiene uno de los más altos empleos en…?

—¿Qué diablos es eso? —exigió Pucci, cuya curiosidad masiva era obstaculizada por la dispersión de la atención, similar a un gatito. Ella señalaba al diorama enfrente de la ventana.

—¿Eso? Oh…

—Parece un cuadro-ventana ornamental. ¿Es un Toytown? ¿Qué es todo eso? ¡Dime ahora mismo!

Cosmo suspiró. En realidad no le disgustaba su hermana —bueno, no más que la sensación física básica de fastidio que todos los Pródigo sentían el uno por el otro—, pero era difícil gustar de esa voz fuerte, nasal, y perpetuamente irritada, que trataba a lo que Pucci no entendía inmediatamente, lo cual era prácticamente todo, como una afrenta personal.

—Es un intento de lograr, por medio de modelos a escala, una vista similar a la que se ve desde la Oficina Oblonga de Lord Vetinari —explicó—. Me ayuda a pensar.

—Eso es una locura. ¿Qué clase de galletas de perro? —dijo Pucci.

La información viajaba también a través de la comprensión de Pucci a diferentes velocidades. Debe de ser todo ese cabello, pensó Cosmo.

—Yums de Tracklement —afirmó—. En forma de hueso, vienen en cinco colores diferentes. Pero nunca deja una amarilla por que a Wuffles no le gustaban.

—¿Sabes que dicen que Vetinari es un vampiro? —dijo Pucci, pasando de una tangente a otra tangente.

—¿Lo crees? —dijo Cosmo.

—¿Porque él es alto y delgado y viste de negro? ¡Creo que se necesita un poco más que eso!

—¿Y es reservado y calculador? —dijo Cosmo.

—¿No lo crees, verdad?

—No, y no hace ninguna diferencia si lo es, ¿verdad? Pero hay otras personas con secretos más… peligrosos. Peligrosos para ellos, quiero decir.

—¿El Sr. Lipwig?

—Él podría ser uno, sí.

Los ojos Pucci se iluminaron. —Sabes algo, ¿no?

—No exactamente, pero creo que sé dónde hay algo para saber.

—¿Dónde?

—¿Realmente quieres saberlo?

—¡Claro que sí!

—Bueno, no tengo intención de decírtelo, —dijo Cosmo, sonriendo. —¡No permitas que te demore! —añadió, cuando Pucci salió como un vendaval de la habitación.

No permitas que te demore. Qué maravillosa frase había concebido Vetinari. El disonante doble sentido creaba corrientes subterráneas de inquietud en la más inocente de las mentes. El hombre había encontrado una forma de tiranía no sangrienta que avergonzaba al potro.

¡Qué genio! Y allí, si no fuese por una ceja, estaba Cosmo Pródigo.

Él tendría que compensar los fallos de la cruel naturaleza. El misterioso Lipwig era la clave para Vetinari, y la clave para Lipwig…

Había llegado el momento de hablar con el Sr. Bent.

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Capitulo 5

Haciendo compras — Inconveniencia de los masajes de golem — Repartiendo dinero — Algunas observaciones sobre la naturaleza de la confianza — El Sr. Bent tiene un visitante — Uno de la Familia

¿DÓNDE PRUEBAS una idea financiera? No en un banco, por cierto. Necesitas probarla donde la gente presta mucha más atención al dinero, y hace malabarismos con las finanzas, en un mundo de riesgo constante donde una fracción de segundo en una decisión significa la diferencia entre beneficios triunfantes y pérdida ignominiosa. Genéricamente es conocido como el mundo real, pero una de sus denominaciones es Calle Décimo Huevo.

La Tienda de Novedades y Bromas Boffo, en la Calle Décimo Huevo, prop. J. Proust, era un puerto para todos aquellos que pensaban que pedo en polvo era la última palabra en humor, que en muchos aspectos lo es. Había captado la atención de Moist, sin embargo, como una fuente de material para disfraces y otras cosas útiles.

Moist siempre había sido cuidadoso con los disfraces. Un bigote que podría arrancarse de un tirón no tenía lugar en su vida. Pero dado que tenía la cara más olvidable del mundo, una cara que era todavía un rostro en la multitud, incluso cuando era él mismo, ayudaba, a veces, a dar a la gente algo que decir a la Guardia. Los lentes eran una opción obvia, pero Moist obtenía muy buenos resultados con su propio diseño de nariz y orejas peludas. Muestra a un hombre un par de orejas donde al parecer habían anidado los pájaros, observa el cortés horror en sus ojos, y podías estar seguro de que eso sería todo lo que recordaba.

Ahora, por supuesto, Moist era un hombre honesto, pero parte de él sentía que era necesario mantener la mano, por si acaso.

Hoy compró un bote de cola y un paquete de fino polvo de oro, porque podía ver una utiidad para ellos.

—Eso será treinta y cinco peniques, señor Lipwig —afirmó el Sr. Proust—. ¿Algún sello nuevo?

—Uno o dos, Jack —dijo Moist—. ¿Cómo está Ethel? Y el pequeño Roger —añadió, después de apenas un momento de buscar en los archivos de su cabeza.

—Muy bien, gracias por preguntar. ¿Quiere algo más? —añadió Proust con esperanza, en caso de que Moist pudiera tener un repentino recuerdo de que la vida se vería considerablemente mejorada por la compra de una docena de narices falsas.

Moist dio un vistazo a la gama de máscaras, espeluznantes manos de caucho y narices de broma, y consideró sus necesidades satisfechas. —Sólo mi cambio, Jack —dijo, y cuidadosamente depositó una de sus nuevas creaciones en el mostrador—. Déme sólo medio dólar.

Proust se quedó mirando eso como si pudiera explotar o soltar algunos de esos gases que alteran la mente. —¿Qué es esto, señor?

—Una nota de un dólar. Un dólar billete. Es lo último.

—¿Tengo que firmar o algo?

—No. Ésa es la parte interesante. Es un dólar. Puede ser de cualquiera.

—¡Me gustaría que sea mío, gracias!

—Lo es, ahora —dijo Moist—. Pero puede usarlo para comprar cosas.

—No hay oro en esto —dijo el comerciante, levantándolo y manteniéndolo lejos de su cuerpo, por si acaso.

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—Bueno, si hubiera pagado en chelines y peniques tampoco habría oro en ellos, ¿verdad? Tal como es, ganará quince peniques, y ese es un buen lugar donde estar, ¿de acuerdo? Y esa nota vale un dólar. Si la lleva mi banco, le daremos un dólar por ella.

—¡Pero ya tengo un dólar! Eh, ¿lo tengo? —añadió Proust.

—¡Buen hombre! Entonces, ¿por qué no salir a la calle y gastarlo ahora mismo? Vamos, quiero ver cómo funciona.

—¿Esto es como los sellos, señor Lipwig? —dijo Proust, agarrándose de algo que podía comprender—. A veces la gente me paga con sellos, hago un montón de pedidos por correo…

—¡Sí! ¡Sí! ¡Exactamente! Piense en esto como un gran sello. Mire, le diré que, se trata de una oferta introductoria. Gaste ese dólar y le daré otro billete por un dólar, de modo que todavía tenga un dólar. ¿Qué arriesga?

—Sólo que si se trata de, pues, uno de los primeros billetes de dólar, correcto… bueno, mi muchacho compró algunos de los primeros sellos que usted hizo, correcto, y ahora valen más por ser nuevos, por lo que de acuerdo a eso, esto tendrá más valor algún día…

—¿Vale dinero ahora? —gimió Moist. Ése era el problema con la gente lenta. Dale un tonto cualquier día. A las personas lentas les lleva un tiempo ponerse al día, pero cuando lo hacen ruedan directo sobre ti.

—Sí, pero, vea —y aquí el comerciante sonrió lo que probablemente pensó era una sonrisa ingeniosa que, de hecho, le hizo parecerse al Sr. Quisquilloso a medio camino a través de un caramelo— usted es un astuto con esos sellos, señor Lipwig, sacando unos diferentes todo el tiempo. Mi abuelita dice que si es verdad que un hombre tiene suficiente hierro en su sangre para hacer un clavo, entonces usted tiene suficiente bronce en el cuello para hacer un pomo de puerta, sin ofender, ella dice lo que pasa por su mente, mi abuela…

—He hecho funcionar el correo a tiempo, ¿no?

—Oh, sí, abuelita dice que usted puede ser un granuja, pero sabe hacer las cosas, no cabe duda…

—¡Correcto! Vayamos a gastar un maldito dólar, entonces, ¿de acuerdo? —¿Es algún tipo de poder mágico adicional que tengo, se preguntó, que permite a la señoras de edad ver a través de mí, pero les gusta lo que ven?

Y, por tanto, el señor Proust decidió arriesgar su dólar en la tienda de al lado, en una onza de tabaco de pipa Jolly Sailor, algunos dulces y una copia de ¿Qué novedad?. Y el señor 'Natty' Poleforth, una vez que el ejercicio fue explicado, aceptó la nota y se la llevó cruzando la carretera al Sr. Drayman el carnicero, que la aceptó con cautela, después de haber establecido las cosas justas para él, en pago de algunos embutidos y también dio un hueso a Moist “para su perrito". Era más que probable que el Sr. Quisquilloso no hubiera visto nunca antes un hueso verdadero. Dio vueltas en círculos con cautela, esperando a que chillase.

Calle Décimo Huevo era una calle de pequeños comerciantes, que venden pequeñas cosas en pequeñas cantidades por pequeñas sumas con pequeños beneficios. En una calle así, uno tenía que ser estrecho de miras. No era lugar para grandes ideas. Tenías que ver el detalle. Éstos eran hombres que veían muchos más peniques que dólares.

Algunos de los otros comerciantes ya bajaban las persianas y cerraban por el día. Atraídos por el instinto Ankh-Morporkiano hacia algo interesante, los comerciantes derivaron para ver lo que estaba pasando. Todos se conocían unos a otros. Todos ellos trataban el uno con el otro. Y todo el mundo conocía a Moist von Lipwig, el hombre del traje de oro. Las notas se examinaron con mucho cuidado y solemne debate.

—Es sólo un pagaré o promesa, en realidad.

—Está bien, pero ¿suponga que usted necesita el dinero?

—Pero, corríjanme si me equivoco, ¿no es dinero un pagaré?

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—Está bien entonces, ¿quién se lo debe a usted?

—Eh… Jack aquí, porque… No, espere… esto es el dinero, ¿verdad?

Moist sonrió, mientras el debate se bamboleaba de ida y vuelta. Enteramente nuevas teorías del dinero crecían aquí al igual que las setas, en la oscuridad y basadas sobre mierda. Sin embargo, estos eran hombres que contaban cada medio penique y dormían por la noche con la caja bajo la cama. Pesaban harina y pasas y cientos-y-miles con sus ojos ferozmente centrados en el puntero de la escala, porque eran hombres que vivían en el margen. Si podía pasarles la idea del papel moneda entonces estaría en casa y, si no seco, por lo menos sólo Moist6.

—¿Así que ustedes piensan que podrían andar? —dijo, durante una pausa.

El consenso fue, sí, podrían, pero deberían verse “más elegantes”, en palabras de Natty Poleforth: “Usted sabe, con más letras de fantasía y cosas similares”

Moist estuvo de acuerdo, y entregó un billete a cada hombre, como recuerdo. Valía la pena.

—Y si todo esto empieza a apestar como la wahoonie7 —dijo el señor Proust—, usted tiene el oro todavía, ¿verdad? ¿Encerrado ahí abajo en el sótano?

—Oh, sí, tiene que tener el oro —dijo el Sr. Drayman.

Hubo un murmullo general de acuerdo, y Moist sintió su espíritu deprimirse.

—Pero yo pensé que estábamos todos de acuerdo en que no necesitamos el oro —dijo. De hecho, eso no había ocurrido, pero valía la pena el intento.

—Ah, sí, pero tiene que estar allí en algún lugar —dijo el Sr. Drayman.

—Mantiene a los bancos honestos —dijo el Sr. Poleforth, en ese tono de vinosa certeza que es el sello del más conocedor de los seres, El Hombre En El Bar.

—Pero yo pensé que entendían —dijo Moist—. ¡Ustedes no necesitan el oro!

—Bien, señor, correcto —dijo Poleforth con calma—. En tanto esté ahí.

—Eh, ¿sabe por qué tiene que estar allí? —dijo Moist.

—Mantiene a los bancos honestos —dijo Poleforth, sobre la base de que la verdad se logra mediante la repetición. Y, con todo el mundo asintiendo, éste era el sentimiento de la Calle Décimo Huevo. En tanto el oro estuviese en alguna parte, los bancos se mantienen honestos y todo está bien. Moist se sentía humillado por esa fe. Si el oro estaba en algún lugar, las garzas ya no comerían ranas, tampoco. De hecho, no había poder en el mundo que pudiera mantener un banco honesto si no quería serlo.

Sin embargo, no era un mal comienzo para su primer día, aún así. Podría construir algo con eso.

Empezó a llover, no mucho, sino el tipo de lluvia fina de la que casi se puede escapar sin un paraguas. Los coches de alquiler no se molestaban en buscar clientas por la Calle Décimo Huevo, pero había uno en el bordillo de la Calle Pérdida, el caballo hundido en el arnés, el conductor encorvado en su capote, las luces parpadeando en la penumbra. Con la lluvia llegando a la etapa de enormes gotas que empapaban, era un espectáculo para los pies mojados.

Él se apresuró más, subió, y una voz en las tinieblas dijo: —Buenas noches, señor Lipwig. Es tan bueno conocerlo por fin. Soy Pucci. Estoy segura de que vamos a ser amigos…

—Ahora, mira, eso fue bueno —dijo el sargento Colon de la Guardia, mientras la figura de

6 Moist se traduce como húmedo.7 La fruta más apestosa del Mundodisco (N. del T.)

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Moist von Lipwig desaparecía a la vuelta de la esquina, todavía acelerando—. Pasó derecho a través de la ventana del coche sin tocar los costados, rebotó en el tipo que tomaba imágenes, muy buena rodada cuando aterrizó, pensé, y aún sujetaba al perrito todo el tiempo. Lo había hecho antes, ni hay que preguntarlo. No obstante, estoy obligado, a fin de cuentas, a considerarlo un idiota.

—El primer coche —dijo el cabo Nobbs, sacudiendo su cabeza—. ¡Oh cielos, oh cielos, oh cielos. Yo no habría pensado eso de un hombre como él.

—Ése es mi punto, exactamente —dijo Colón—.Cuando sabes que tienes enemigos en cantidad, nunca, nunca tomes el primer coche. Hechos de la vida. Hasta las cosas que viven bajo las piedras lo saben.

Miraron al ex iconografador recogiendo tristemente los restos de su iconógrafo, mientras Pucci le gritaba desde el coche.

—Apuesto a que cuando el primer coche fue construido, nadie se atrevió a entrar en él, ¿eh, sargento? —dijo Nobby alegremente—. Apuesto a que el primer conductor acostumbraba a irse a casa cada noche con hambre porque todos lo sabían, ¿verdad?

—Oh, no, Nobby, la gente sin enemigos en cantidad es suficiente. Ahora vayamos a informar.

—¿Qué significa "en cantidad", de todos modos? —dijo Nobby, mientras ambulaban hacia el Cuartel de la Guardia de la Calle Chittling y la perspectiva segura de una taza de té dulce y caliente.

—Esto significa grandes enemigos, Nobby. Es tan claro como la nariz en la cara. Especialmente la tuya.

—Bueno, ella es una gran chica, esa Pucci Pródigo.

—Y una desagradable enemiga para tener, esa familia —opinó Colón—. ¿Cuál es la apuesta?

—¿La apuesta, sargento? —dijo Nobby inocentemente.

—Estás levantando apuestas, Nobby. Siempre levantas apuestas.

—No puedo conseguir ningún apostador, sargento. El resultado es inevitable —dijo Nobby.

—Ah, bien. Sensato. ¿Lipwig estará dentro una marca de tiza el domingo?

—No, sargento. Todo el mundo piensa que va a ganar.

Moist se despertó en la gran cama suave y ahogó un grito.

¡Pucci! ¡Aaaj! Y en un estado de lo que la gente de inclinaciones delicadas llama deshabillé. Él siempre se preguntó a qué se parecía deshabillé, pero nunca esperó ver tanto de eso de una sola vez. Incluso ahora algunas de sus células de memoria estaban intentando morir.

Pero él no sería Moist von Lipwig si una cierta cantidad de indiferencia no fuese a curar las heridas. Pudo salir, después de todo. Oh, sí. No era como si fuera la primera ventana a través de la que había saltado. Y el sonido del grito de rabia de Pucci fue casi tan alto como el crack que hizo el iconógrafo del hombre al golpear los adoquines. El viejo juego de la trampa de miel. Ja. Pero ya era hora de que hiciera algo ilegal, sólo para poner su mente de nuevo en un estado de auto-preservación cínica. No habría entrado en el primer coche hace un año, eso era seguro. Piensa, sería un extraño jurado el que creyese que podría sentirse atraído por Pucci Pródigo; no podía imaginar eso delante del tribunal.

Se levantó, se vistió y escuchó esperando signos de vida desde la cocina. En su ausencia, se hizo algo de café negro.

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Armado con el café hizo su camino hasta la oficina, donde el Sr. Quisquilloso dormía en su bandeja y el sombrero de copa oficial se sentaba, acusadoramente negro.

Ah, sí, iba a hacer algo al respecto, ¿no?

Buscó en el bolsillo y sacó el pequeño bote de cola, que era uno de los más cómodos, con un pincel en la tapa, y después de una cuidadosa distribución comenzó a verter los copos brillantes tan parejos como pudo.

Estaba aún absorto en este ejercicio cuando Gladys asomó en su visión como un eclipse de sol, llevando lo que resultó ser un sándwich de huevo y tocino de dos pies de largo y un octavo de pulgada de espesor. También llevaba su copia del Times.

Gruñó. Ocupaba la primera página. Generalmente lo hacía. Era su boca atlética. Corría cuando veía un bloc de notas.

Eh... había ocupado también la página dos. Ah, y la página editorial. Que fastidio, la caricatura política, también, la que nunca daba mucha risa.

Primer golfillo: —¿Por qué no es Ankh-Morpork como una isla desierta?

Segundo golfillo: —¡Porque cuando estás en una isla desierta los tiburones no pueden morderte!

Te hacía partir de risa.

Sus ojos borrosos volvieron de nuevo al editorial. Ellos, por otra parte, podrían ser bastante divertidos, ya que se basaban en el supuesto de que el mundo sería un lugar mucho mejor si fuese dirigido por los periodistas. Eran… ¿Qué? ¿Qué era eso?

Hora de considerar lo impensable... un viento de cambio que sopla a través de las bóvedas al fin... indudable éxito de la nueva Oficina de Correos... sellos ya son una moneda de facto… nuevas ideas son necesarias... los jóvenes a la cabeza ...

¿Juventud a la cabeza? Esto era de William de Worde, que casi seguro tenía la misma edad que Moist pero escribía editoriales, que sugerían que su culo estaba relleno con tweed.

A veces era difícil saber entre todas esas reflexiones lo que realmente pensaba de Worde acerca de nada, pero al parecer el Times creía, a través de la niebla de polisílabos, que Moist von Lipwig, en su conjunto y considerando todas las cosas, teniendo la visión a largo plazo y una cosa con otra, era probablemente el hombre adecuado en el trabajo correcto.

Fue consciente de Gladys detrás de él cuando la luz roja se reflejó en el bronce del escritorio.

—Usted Está Muy Tenso, Sr. Lipwig —dijo.

—Sí, claro —dijo Moist, leyendo el editorial de nuevo. Oh dioses, el hombre realmente escribía como si tallase las letras en piedra.

—Había Un Interesante Artículo Sobre Masajes De Espalda En La Revista De Las Damas —continuó Gladys. Más tarde, Moist consideró que tal vez debería haber prestado atención a la nota de esperanza en su voz. Pero él estaba pensando: no sólo tallada, sino con grandes serifes, también.

—Son Muy Buenos Para Aliviar La Tensión Causada Por El Bullicio De La Vida Moderna —entonó Gladys.

—Bueno, no queremos nada de eso —dijo Moist, y todo se puso negro.

Lo extraño era, pensó cuando Peggy y Aimsbury le dieron forma y los huesos hicieron clic

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de nuevo en el hueco correcto, que realmente se sentía mucho mejor. Tal vez ésa era la idea. Tal vez el horrible dolor al rojo blanco estaba allí para que te dieras cuenta de que había cosas peores en el mundo que una punzada ocasional.

—Lo Siento Mucho —dijo Gladys—. Yo No Sabía Que Iba A Suceder. Decía En La Revista Que El Beneficiario Experimentaría Un Encantador Escalofrío.

—No creo que eso signifique que uno sea capaz de ver a su propio globo ocular —dijo Moist, frotándose el cuello. Los ojos de Gladys se apagaron, lo que lo movió a agregar: —Me siento mucho mejor ahora, sin embargo. Es muy bueno mirar hacia abajo y no ver mis talones.

—No lo escuches, no fue tan malo —dijo Peggy, con sentimientos de hermandad femenina—. Los hombres siempre hacen un gran alboroto sobre un poco de dolor.

—Son Grandes Peluches Bebés, En Realidad —dijo Gladys. Eso provocó una pausa de reflexión.

—¿De dónde viene eso? —dijo Moist.

—La Información Fue Impartido A Mí Por Glenda En El Mostrador De Sellos.

—Bueno, a partir de ahora no quiero que…

Las grandes puertas oscilaron al abrirse. Dejaron entrar el ruido de los pisos debajo, y cabalgando el ruido como una especie de auditivo fonético estaba el Sr. Bent, saturnino y demasiado brillante para esta hora de la mañana.

—Buenos días, Maestro —dijo heladamente—. La calle está llena de gente. ¿Y podría aprovechar esta oportunidad para felicitarlo por refutar una teoría muy en boga actualmente en la Universidad Invisible?

—¿Huh? —dijo Moist.

—Existe, les gusta sugerir a algunos, un número infinito de universos para permitir que todo lo que puede ocurrir tenga un lugar adonde suceder. Esto es absurdo, por supuesto, y lo consideramos sólo porque creemos que las palabras son lo mismo que la realidad. Ahora, sin embargo, no puedo probar mi punto, ya que en esa infinidad de mundos habría de ser uno donde se aplaudan sus últimas acciones y, permítame asegurarle, señor, ¡el infinito no es tan grande! —El orador se señaló a sí mismo—. ¡La gente está martillando en las puertas! ¡Quieren cerrar sus cuentas! ¡Le dije que la banca se basa en la confianza!

—Oh cielos —dijo Moist.

—¡Preguntan por el oro!

—Pienso que eso es lo que prom…

—¡Es sólo una promesa metafórica! ¡Se lo dije, se basa en el entendimiento de que nadie realmente lo demande!

—¿Cuántas personas quieren retirar su dinero? —dijo Moist.

—¡Casi veinte!

—Entonces están haciendo mucho ruido, ¿no?

El Sr. Bent parecía incómodo.

—Bueno, hay algunos otros —afirmó—. Algunas personas equivocadas están tratando de abrir cuentas, pero…

—¿Cuántas?

—Alrededor de doscientas o trescientas, pero…

—¿Abrir cuentas, dice? —dijo Moist. El Sr. Bent se retorcía.

—Sólo por sumas insignificantes, unos pocos dólares aquí y allá —dijo despectivamente—. Parece que piensan que tiene “algo en la manga ". —Las comillas se estremecieron como

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una chica bien educada recogiendo una rata muerta.

Algo en Moist retrocedió. Pero parte de él comenzó a sentir el viento en el rostro.

—Bueno, no vamos a defraudarlos, ¿sí? —dijo, levantando el sombrero de copa dorado, que estaba todavía un poco pegajoso. Bent lo miró.

—Los otros bancos están furiosos, ya sabe —dijo, apurándose detrás de Moist cuando el Maestro de la Casa de Moneda se dirigió a la escalera.

—¿Eso es bueno o malo? —dijo Moist por sobre el hombro—. Escuche, ¿cuál es la regla sobre préstamos bancarios? Lo escuché una vez. Se trata de intereses.

—¿Quiere decir "tomar prestado a la mitad, prestar a dos, ir a casa a tres"? —dijo Bent.

—¡Correcto! He estado pensando en eso. Podríamos ajustar los números, ¿verdad?

—¡Esto es Ankh-Morpork! ¡Un banco tiene que ser una fortaleza! ¡Eso es caro!

—Pero podríamos modificarlos un poco, ¿no? Y no pagamos intereses sobre los saldos de menos de cien dólares, ¿correcto?

—Sí, es así.

—Bueno, a partir de ahora cualquier persona puede abrir una cuenta con cinco dólares y empezaremos a pagar interés mucho antes. Eso va a suavizar los bultos en los colchones, ¿no es verdad?

—¡Maestro, protesto! ¡El banco no es un juego!

—Estimado Sr. Bent, es un juego, y es un viejo juego llamado "¿Cómo podemos salir impunes?"

Se alzó un vitoreo. Habían alcanzado un descanso que miraba desde arriba al hall del banco como un púlpito sobre los pecadores, y un campo de caras miró a Moist en silencio durante un momento. Entonces alguien gritó: —¿Va a hacernos ricos a todos, señor Lipwig?

Oh maldición, pensó Moist. ¿Por qué están todos aquí?

—¡Bueno, voy a hacer lo mejor para poner mis manos sobre su dinero! —prometió.

Eso obtuvo un vitoreo. Moist no se sorprendió. Dile a alguien que vas a robarle y todo lo que pasa es que obtienes una reputación de hombre veraz.

Los oídos expectantes aspiraron su lengua, y su sentido común se escondió. Escuchó a su boca añadir: —Y para que puedan obtener más, pienso —es decir, el presidente piensa— que deberíamos hablar de un uno por ciento de interés sobre todas las cuentas que tengan cinco dólares por un año entero.

Se escuchó un sonido de asfixia del cajero principal, pero no hubo gran revuelo entre la multitud, la mayoría de los cuales eran de la religión Calcetín Bajo El Colchón. De hecho, la noticia no pareció gustar. Entonces alguien levantó la mano y dijo: —Eso es mucho pagar por sólo mantener nuestro dinero en su sótano, ¿no?

—No, es lo que yo pago para que su dinero quede en mi sótano durante un año —dijo Moist.

—¿Usted?

—Claro que sí. Confíe en mí.

La cara del curioso se torció en la conocida máscara de un pensador lento tratando de acelerar.

—¿Dónde está el truco? —logró decir.

En todos lados, pensó Moist. Por un lado, no voy a guardarlo en mi sótano, sino en el bolsillo de alguien más. Pero realmente no tienes que saberlo que en este momento.

—No hay trucos —afirmó—. Si pone un centenar de dólares en depósito, después de un

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año, tendrá un valor de ciento un dólares.

—Eso esta todo muy bien para lo que usted dice, pero ¿dónde recibirían los que son como yo un centenar de dólares?

—Justo aquí, si usted invierte un solo dólar y espera… ¿cuánto tiempo, Sr. Bent?

El jefe cajero rió. —¡Cuatrocientos sesenta y un años!

—Bueno, es un poco para esperar, pero sus tatara-tatara-etc-nietos, estarán orgullosos de usted —dijo Moist, por encima de la risa—. Pero le diré lo que haré: si abre una cuenta aquí hoy, de, oh, cinco dólares, le daremos un dólar gratis el lunes. Un dólar gratis para llevar, señoras y señores, y ¿dónde van a obtener un mejor trato que…?

—¿Un verdadero dólar, perdón, o una de esas falsificaciones?

Hubo una conmoción, cerca de la puerta, y Pucci Pródigo barrió hacia adentro. O, al menos, intentó barrer. Pero un buen barrido necesita planificación, y, probablemente, un ensayo. Usted no puede lanzarse y esperar. Todo lo que se obtiene es un montón de empujones.

Los dos pesados que estaban para abrir camino a través de la gente prensada fueron derrotados por los números, lo que significó que el joven bastante más delgado que llevaba sus exquisitamente criados perros rubios quedó atascado detrás de ellos. Pucci tuvo que empujar con el hombro para abrirse camino.

Podría haber sido tan bueno, sintió Moist. Tenía todos los ingredientes: los matones vestidos de negro, tan amenazantes, los perros tan elegantes y rubios. Pero Pucci misma había sido bendecida con brillantes ojitos sospechosos y un generoso labio inferior que combinado con el cuello largo ponía en la mente del honesto observador un pato que había sido ofendido por una trucha que pasaba.

Alguien debería haberle dicho que el negro no era su color, que las costosas pieles se veían mejor en sus propietarios originales, que si iba a usar tacones altos, esta semana la moda es no llevar gafas de sol al mismo tiempo, porque cuando sales de la luz brillante del sol en la oscuridad relativa de, por ejemplo, un banco, perderás todo el sentido de la orientación y empalarás el pie de uno de tus propios guardaespaldas. Alguien debería haberle dicho, de hecho, que el verdadero estilo viene de cierta innata astucia y falsedad. No puedes comprarlo.

—¡La señorita Pucci Pródigo, señoras y señores! —dijo Moist, comenzando a aplaudir cuando Pucci se quitó sus gafas de sol y avanzó hacia el mostrador con muerte en los ojos—. Uno de los directores que se nos unirá a todos en hacer dinero.

Hubo algunos aplausos de la multitud, la mayoría de los cuales nunca habían visto a Pucci antes, pero querían función gratuita.

—¡Yo digo! ¡Escúchenme! Todo el mundo me escucha — mandó ella. Una vez más agitó lo que pareció a Moist uno de los billetes de dólar experimentales—. ¡Esto es sólo papel sin valor! ¡Esto es lo que les darán!

—No, es lo mismo que un cheque o una nota bancaria —dijo Moist.

—¿En serio? ¡Vamos a ver! ¡Digo! ¡Buena gente de Ankh-Morpork! ¿Alguno de ustedes piensa que este trozo de papel podría valer un dólar? ¿Alguien me da un dólar por él? —Pucci agitó despectivamente el documento.

—No sé. ¿Qué es? —dijo alguien, y se escuchó un zumbido en la multitud.

—Un billete experimental —dijo Moist, sobre el creciente bullicio—. Sólo para probar la idea.

—¿Cuántos de ellos hay, entonces? —dijo el preguntón.

—Alrededor de doce —afirmó Moist.

El hombre se dirigió a Pucci. —Le doy cinco dólares por él, ¿qué hay de eso?

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—¿Cinco? ¡Dije que vale uno! —dijo Pucci, horrorizada.

—Sí, claro. Cinco dólares, señorita.

—¿Por qué? ¿Está loco?

—¡Estoy tan cuerdo como el próximo hombre, gracias, señorita!

—¡Siete dólares aquí! —dijo el próximo hombre, levantando de una mano.

—¡Esto es una locura! —gimió Pucci.

—¿Locura? —dijo el próximo hombre. Señaló con el dedo a Moist—. ¡Si hubiera comprado un puñado de los sellos de un penique negro cuando ese tipo los lanzó el año pasado sería un hombre rico!

—¿Alguien recuerda el triangular azul? —dijo otro postor—. Cincuenta centavos, es el costo. Puse uno en una carta a mi tía, para el momento en que llegó allí valía cincuenta dólares! ¡Y la vieja no me lo devolvió!

—Tiene un valor de ciento sesenta ahora —dijo alguien detrás de él—. Subastada en el Emporio de Sellos y Alfileres de Dave la semana pasada. ¡Diez dólares es mi oferta, señorita!

—¡Quince aquí!

Moist tenía una buena vista desde la escalera. Un pequeño consorcio se había formado en la parte trasera de la sala, trabajando sobre la base de que era mejor disponer de pocas acciones que no tener ninguna.

¡Filatelia! Había comenzado el primer día y se infló como alguna gran… cosa, ejecutando extrañas, locas reglas. ¿Existía algún otro campo en el que los defectos hacen valer más las cosas? ¿Comprarías un traje sólo porque un brazo era más corto que el otro? ¿O porque un poco de tela sobrante estaba todavía pegada? Por supuesto, cuando Moist lo notó había puesto fallas a propósito, como una cuestión de entretenimiento público, pero ciertamente no había planeado que la cabeza de Lord Vetinari apareciese al revés sólo una vez en cada hoja de Azules. Uno de los impresores había estado a punto de destruirla cuando Moist lo bajó con un tackle.

Todo el negocio era irreal, e irreal era el mundo de Moist. Cuando era un niño travieso había vendido sueños, y el gran vendedor de ese mundo era el que te hacía muy rico por un golpe de suerte. Había vendido vidrio como diamantes, porque la avaricia nubla los ojos de los hombres. Gente razonable, bien parada, que trabaja duro todos los días, creía sin embargo, contra toda experiencia, en dinero por nada. Pero el coleccionista de estampillas… creía en las pequeñas perfecciones. Es posible obtener una pequeña parte del mundo. E incluso si no puede hacerlo bien, por lo menos sabían que pedacito faltaba. Podría ser, por ejemplo, el 50 peniques Triangular Azul fallado, pero todavía hay seis de ellos allí afuera, y ¿quien sabía que parte de suerte podría acompañar al buscador dedicado?

Más bien, sería necesaria una gran parte, tuvo que admitir Moist, ya que cuatro de ellos estaban a salvo, escondidos para un día lluvioso, en una pequeña caja de plomo bajo el suelo de la oficina de Moist. Aún así, había dos de ellos por ahí en algún lugar, tal vez destruidos, perdidos, o comidos por los caracoles, o —y aquí la esperanza era espesa como la nieve de invierno— todavía en algún inobservado paquete de cartas en la parte de atrás de un cajón.

Y la señorita Pucci, simplemente no sabía cómo trabajar una multitud. Ella pateó y exigió atención e intimidó e insultó y no ayudó que ella los llamase “buena gente”, porque a nadie le gusta una mentirosa declarada. Y ahora estaba perdiendo los estribos, por que las posturas habían llegado a treinta y cuatro dólares. Y ahora…

…¡lo desgarró!

—¡Eso es lo que creo de este tonto dinero! —anunció, arrojando los trozos al aire. Estaba allí mirando y jadeando triunfante, como si hubiera hecho algo inteligente.

Una patada en los dientes para todo el mundo allí. Te daban ganas de llorar, realmente.

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Oh, bueno…

Moist extrajo uno de los nuevos billetes de su bolsillo y lo levantó.

—¡Señoras y señores! —anunció—. He aquí uno de los cada vez más raros billetes de primera generación de Un Dólar —tuvo que hacer una pausa para las risas— firmado por mí y por el presidente. ¡Ofertas de más de cuarenta dólares, por favor! ¡Todos los ingresos a los niños pequeños!

Llegó hasta cincuenta, rebotando un par de ofertas contra la pared. Pucci permaneció ignorada y humeando de rabia por un rato y luego salió airadamente. Fue una buena salida, también. Ella no tenía ni idea de cómo manejar gente y trató de que la autoestima hiciera el trabajo del auto-respeto, pero la chica podía salir mejor que un pavo gordo en un trampolín.

El afortunado ganador ya estaba rodeado por sus compañeros apostadores de mala suerte para cuando llegó a las puertas del banco. El resto de la multitud fue en oleada hacia los mostradores, no seguros de lo que estaba pasando, pero decididos a tener una parte.

Moist ahuecó sus manos y gritó: —¡Y esta tarde, señoras y señores, el Sr. Bent y yo mismo estaremos disponibles para discutir préstamos bancarios! —Esto causó otro revuelo.

—Humo y espejos, señor Lipwig —dijo Bent, apartándose de la barandilla—. Nada más que humo y espejos…

—¡Pero hecho sin humo y en total ausencia de espejos, Sr. Bent! —dijo alegremente Moist.

—¿Y los “niños”? —dijo Bent.

—Encuentre algunos. Debe haber un orfanato que necesite cincuenta dólares. Será una donación anónima, por supuesto.

Bent se veía sorprendido.

—¿Realmente, señor Lipwig? Voy a ser franco al decir que me parece el tipo de hombre que hace un gran bullicio al dar dinero a la caridad. —Hizo sonar bullicio como alguna perversión esotérica.

—Bueno, no lo soy. Haz el bien sigilosamente, ese es mi lema. —Se descubrirá pronto, añadió para sí mismo y, entonces, no soy sólo un buen tipo, sino uno decentemente modesto, también.

Me pregunto… ¿Soy un cabrón de verdad o sólo soy realmente bueno en pensar como uno?

Algo lo codeó en la mente. Los diminutos pelos en su nuca temblaban. Algo estaba mal, fuera de lugar... peligroso.

Se volvió y miró hacia abajo a la sala. La gente estaba caminando alrededor, formando líneas, hablando en grupos…

En un mundo en movimiento, el ojo es atraído por la inmovilidad. En el centro del hall del banco, ignorado por la multitud, un hombre estaba de pie, como congelado en el tiempo. Estaba todo de negro, con un gran sombrero plano, de los usados a menudo por las más sombrías sectas Omnianas. Solo estaba... parado. Y observaba.

Sólo otro tipo mirando boquiabierto el espectáculo, se dijo Moist, y al instante supo que estaba mintiendo. El hombre estaba causando un peso en su mundo.

He presentado las declaraciones juradas...

¿Él? ¿Sobre qué? Moist no tenía pasado. ¡Oh, una docena de alias habían logrado un muy ocupado y agitado pasado entre ellos, pero ya se habían evaporado, junto con Albert Spangler, colgados por el cuello hasta estar no-bastante-muertos y despertado por Lord Vetinari, que había ofrecido a Moist von Lipwig una vida toda brillante y nueva…

¡Por los dioses, se estaba poniendo nervioso, sólo porque un tipo viejo lo miraba con una

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sonrisita divertida! ¡Nadie lo conocía! ¡Era el Señor Olvidable! Si caminaba por la ciudad sin el traje de oro, era sólo otra cara.

—¿Está bien, señor Lipwig?

Moist giró, y miró al rostro del jefe de caja.

—¿Qué? Oh... no. Quiero decir sí. Eh... ¿alguna vez ha visto ese hombre antes?

—¿Qué hombre sería?

Moist se volvió, para señalar al hombre de negro, pero se había ido.

—Parecía un predicador —murmuró—. Estaba… Bien, él me estaba mirando.

—Bueno, usted invita a hacerlo. ¿Tal vez esté de acuerdo en que el sombrero dorado fue un error?

—¡Me gusta el sombrero! ¡No hay otro sombrero como éste!

Bent asintió.

—Afortunadamente, eso es cierto, señor. Oh, cielos. Papel moneda. Una práctica utilizada únicamente por los infieles Agateanos…

—¿Infieles? ¡Tienen muchos más dioses que nosotros! ¡Y allá el oro vale menos que el hierro!

Moist cedió. La cara de Bent, generalmente muy controlada y distante, se había arrugado como una hoja de papel.

—Mire, he estado leyendo. Los bancos emiten monedas por cuatro veces la cantidad de oro que tienen. Eso es una tontería de la que podríamos prescindir. Es un mundo de ensueño. ¡Esta ciudad es lo suficientemente rica para ser su propia barra de oro!

—Están confiando en usted sin buenas razones —dijo Bent—. Ellos confían en usted, porque los hace reír. Yo no hago reír a la gente, y éste no es mi mundo. No sé sonreír como usted ni hablar como lo hace. ¿No entiende? Debe haber algo que tenga un valor que vaya más allá de la moda y la política, un valor que perdure. ¿Está usted poniendo a Vetinari a cargo de mi banco? ¿Qué garantiza los ahorros que las personas ponen sobre nuestro mostrador?

—No qué, quién. Soy yo. Personalmente voy a ver que este banco no falle.

—¿Usted?

—Sí.

—Oh sí, el hombre del traje de oro —dijo Bent amargamente—. ¿Y si todo falla, va a rezar?

—Funcionó la última vez —dijo con calma Moist.

El ojo de Bent palpitó. Por primera vez desde que conoció a Moist parecía… perdido.

—¡No sé qué quiere que haga!

Era casi un lamento. Moist le palmeó el hombro.

—Manejar el banco, al igual que siempre ha hecho. Creo que debemos establecer unos préstamos, con todo este dinero en efectivo ingresando ¿Es un buen juez de carácter?

—Pensaba que lo era —dijo Bent—. ¿Ahora? No tengo ni idea. Sir Joshua, lamento decir, no lo era. La señora Pródigo era muy, muy buena, en mi opinión.

—Mejor que lo que posiblemente sepa —dijo Moist—. Bueno. Voy a llevar al presidente a su paseo, y luego... vamos a desparramar un poco de dinero. ¿Qué le parece?

El Sr. Bent se estremeció.

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El Times hizo una primera edición de la tarde con una gran imagen en la primera página de la cola saliendo del banco. La mayor parte de la cola quería entrar en el acto, cualquiera que resultase ser el acto, y el resto hacía cola basándose en que podría haber algo interesante en el otro extremo. Había un niño vendiendo el periódico, y la gente lo compraba para leer la historia titulada "Enorme Cola Inunda Banco", lo cual le parecía un poco extraño a Moist. Estaban en la cola, ¿no es así? ¿Era real sólo si leían al respecto?

—Hay algunas… personas que desean informarse sobre los préstamos, señor —dijo Bent, detrás de él—. Le sugiero que me deje tratar con ellos.

—No, nosotros lo haremos, Sr. Bent —dijo Moist, apartándose de la ventana—. Muéstreles la oficina de abajo, por favor.

—Realmente creo que debe dejarme esto a mí, señor. Algunos de ellos son nuevos a la idea de la banca —persistió Bent —. De hecho no creo que algunos de ellos haya estado en un banco antes, salvo quizá durante las horas de oscuridad.

—Me gustaría que esté presente, por supuesto, pero voy a tomar la decisión final —dijo Moist, tan pomposamente como pudo—. Ayudado por el presidente, por supuesto.

—¿El Señor Quisquilloso?

—Oh sí.

—Él es un juez experto, ¿verdad?

—¡Oh, sí!

Moist recogió al perro y se dirigió a la oficina. Podía sentir la mirada del cajero jefe en la espalda.

Bent estaba en lo cierto. Algunas de las personas que esperaban verle sobre un préstamo estaban pensando en términos de un par de dólares hasta el viernes. Eran bastante fáciles de tratar. Y luego hubo otros…

—El Sr. Escurridizo, ¿no? —dijo Moist. Sabía quién era, pero tenías que hablar así cuando te has sentado detrás de un escritorio.

—Así es, señor, hombre y niño —dijo el Sr. Escurridizo, que tenía una permanente expresión ansiosa, como de roedor en su rostro—. Yo podría ser alguien más si lo desea.

—Y usted vende tartas de carne de cerdo, salchichas, rata-en-un-palo…

—Eh, yo los proveo, señor —corrigió Escurridizo—, por ser un proveedor.

Moist lo miró por sobre el papeleo. Yafar Vincent Armand Loiu Rouald Escurridizo, un nombre más grande que el hombre mismo. Todo el mundo conocía a Y. V. A.L.R. Escurridizo. Vendía pasteles y embutidos en una bandeja, por lo general a las personas que eran adictas al trago que luego se convertía en adictas a los pasteles.

Moist había comido el raro pastel de cerdo y ocasionalmente salchichas en un panecillo, sin embargo, y estaba muy interesado en el hecho. Había algo en la mercadería que te obligaba a volver por más. Tenía que haber algún ingrediente secreto, o tal vez el cerebro no acaba de creer lo que decían las papilas gustativas, y quería sentir una vez más la inundación de sustancias calientes, grasosas, no del todo orgánicas, ligeramente crujientes que navegaban a través de la lengua. Así que comprabas otro.

Y, hay que decirlo, había momentos en que la salchicha en un panecillo de Escurridizo era exactamente lo que querías. Triste, pero cierto. Todo el mundo tenía momentos como ése. La vida te llevaba tan abajo que por unos segundos vitales ese revoltijo de extrañas grasas y texturas preocupantes era tu único amigo en todo el mundo.

—¿Tiene usted una cuenta con nosotros, Señor Escurridizo?

—Sisseñor, graciasseñor —dijo Escurridizo, que había rechazado una invitación a deponer su bandeja y se sentó en frente a él con ella alzada a la defensiva. El banco parecía

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poner nervioso al comerciante callejero. Por supuesto, eso se pretendía. Esa era la razón de todos los pilares y mármoles. Estaban allí para que te sientieras fuera de lugar.

—El Sr. Escurridizo ha abierto una cuenta con cinco dólares —dijo Bent.

—Y he traído una salchicha para su perrito —dijo Escurridizo.

—¿Por qué necesita un préstamo, señor Escurridizo? — dijo Moist, observando el señor Quisquilloso olfatear la salchicha con cuidado.

—Quiero ampliar el negocio, señor —dijo Escurridizo.

—Usted ha estado en el comercio de más de treinta años —dijo Moist.

—Sisseñor, graciasseñor.

—Y sus productos son, creo que puedo decir, únicos…

—Sisseñor, graciasseñor.

—¿Así que me imagino que ahora necesita nuestra ayuda para abrir una franquicia comercial de la cadena de cafés de comercio con el nombre Escurridizo, ofreciendo una variedad de comidas y bebidas que lleven su distintiva semejanza? —dijo Moist.

El Señor Quisquilloso saltó desde el escritorio sosteniendo suavemente la salchicha en la boca, la dejó caer en la esquina de la oficina, e intentó industriosamente patear la alfombra sobre ella.

Escurridizo miró a Moist, y dijo: —Sisseñor, si usted insiste, pero en realidad estaba pensando en un carrito.

—¿Un carrito? —dijo Bent.

— Sisseñor. Sé dónde puedo conseguir uno bueno de segunda mano con un horno y todo. Bien pintado, también. Wally el Rengo está saliendo del negocio de las papas asadas por culpa del estrés y lo da por quince dólares, en efectivo. Una oportunidad para-no-ser-perdida, señor. —Miró nervioso al Sr. Bent y añadió: —Yo podría pagar un dólar por semana.

—A veinte semanas —dijo Bent.

—Diecisiete —dijo Moist.

—Pero el perro recién trató de… —comenzó Bent.

Moist rechazó la objeción con un gesto.

—¿De modo que tenemos un acuerdo, señor Escurridizo?

—Sisseñor, graciasseñor —dijo Escurridizo—. Es una buena idea que tiene ahí, sobre la cadena y todo eso, sin embargo, y le doy las gracias. Pero me parece que en este negocio vale la pena ser móvil.

El Sr. Bent contó los quince dólares de mala gana, y comenzó a hablar tan pronto como la puerta se cerró detrás del comerciante.

—Ni siquiera el perro la quiso…

—Pero los humanos sí, Sr. Bent —dijo Moist—. Y ahí reside el genio. Creo que hace la mayor parte de su dinero con la mostaza, pero ahí hay un hombre que puede vender chisporroteo, Sr. Bent. Y eso es un mercado de vendedores.

El último prestatario en perspectiva se anunció en primer lugar por un par de hombres musculosos que tomaron posiciones a ambos lados de la puerta y, a continuación, por un olor que anuló incluso la persistente fragancia de una salchicha Escurridizo. No era un olor particularmente malo, que te pone en la mente patatas viejas o túneles abandonados; era lo que tienes cuando se comienza con un muy mal olor y luego lo limpias con dureza pero sin eficacia, y rodeaba a Rey como a un emperador su manto.

Moist estaba sorprendido. El Rey del Río de Oro, lo llamaban, porque la base de su

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fortuna era la recogida diaria que hacían sus hombres de la orina de cada hotel y bar en la ciudad. Los clientes le pagaban por llevársela, y los alquimistas, curtidores y tintoreros le pagaban para que se las llevase a ellos.

Pero eso había sido sólo el comienzo. Los hombres de Harry Rey se llevaban todo. Veías sus carros en todos lados, especialmente alrededor de la madrugada. Cada hombre de trapos-y-huesos, cada tamizador de basura, cada buceador de retrete, cada recolector de mierda, cada comerciante de chatarra... tú trabajas para Harry Rey, decían, porque una pierna rota era mala para los negocios, y Harry era todo en el negocio. Decían que si un perro en la calle parecía incluso un poco tenso, un hombre del Rey estaría allí en un instante sosteniendo una pala debajo de su culo, porque la suciedad de perro de primera cotizaba a nueve peniques el cubo con los curtidores de la clase alta. Le pagaban a Harry. La ciudad le pagaba a Harry. Todo el mundo le pagaba a Harry. Y lo que no podía volver a venderles en forma más fragante iba a alimentar a sus montones gigantescos de abono río abajo, que en días de helada producían penachos de vapor tan grandes que los niños los llamaban la fábrica de nubes.

Además de su ayuda contratada, el Rey estaba acompañado por un joven flaco abrazando un maletín.

—Un buen lugar tiene aquí —dijo Harry, sentándose en la silla frente Moist—. Muy sólido. La mujer ha dicho que le gustan las cortinas como estas. Soy Harry Rey, Sr. Lipwig. Acabo de poner cincuenta mil dólares en su banco.

—Muchas gracias, señor Rey. Haremos todo lo posible para cuidar de él.

—Usted lo hace. Y ahora me gustaría pedir prestado cien mil, gracias —dijo Harry, sacando un gordo cigarro.

—¿Tiene alguna garantía, señor Rey? —dijo Bent.

Harry Rey ni siquiera lo miró. Encendió el cigarro, dio una bocanada para avivarlo, e hizo un gesto en la dirección general de Bent.

—¿Quién es éste, señor Lipwig?

—El Sr. Bent es nuestro jefe de caja —dijo Moist, sin atreverse a mirar la cara de Bent.

—Un empleado, entonces —dijo Harry Rey despectivamente—, y ésa fue la pregunta de un empleado.

Se inclinó hacia adelante. —Mi nombre es Harry Rey. Esa es su garantía, solo esa, y debe ser bueno para un centenar de grandes en estas partes. Harry Rey. Todo el mundo me conoce. Pago lo que debo y tomo lo adeudado, mi palabra, no solo yo. Mi apretón de manos es mi fortuna. Harry Rey.

Golpeó su enorme mano sobre la mesa. Excepto por el meñique de su mano izquierda, el cual faltaba, tenía un pesado anillo de oro en cada dedo de la mano, y cada anillo estaba grabado con una letra. Si veías que venían hacia ti, como por ejemplo, en un callejón, porque buscabas algo que tomar, el último nombre que verías sería H•A•R•R•Y•R•E•Y . Era un hecho que valía la pena tener en la vanguardia de tu cerebro, en aras de conservar la vanguardia de tu cerebro.

Moist miró a los ojos del hombre.

—Necesitaremos mucho más que eso —gruñó Bent, desde algún lugar por encima de Moist.

Harry Rey no se molestó en mirar. Dijo: —Sólo hablo con el organillero.

—Sr. Bent, ¿podría salir por unos minutos —dijo alegremente Moist— . ¿Y tal vez los… asociados del Sr. Rey hagan lo mismo?

Harry Rey asintió casi imperceptiblemente.

—Sr. Lipwig, realmente yo…

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—Por favor, señor Bent.

El cajero jefe resopló, pero siguió a los matones fuera de la oficina. El joven con el maletín se alzó como para salir, pero Harry le hizo señas de volver a su asiento.

—Tiene que vigilar a ese Bent —afirmó—. Hay algo gracioso en él.

—Peculiar, tal vez, pero a él no le gustaría ser llamado gracioso —dijo Moist—. Entonces, ¿por qué Harry Rey necesita dinero, Sr. Rey? Todo el mundo sabe que es rico. ¿Ha salido del negocio de la porquería de perro? ¿O viceversa?

—Yo estoy con-sol-id-ando —afirmó Rey—. Este negocios del Emprendimiento … va a haber algunas oportunidades para un hombre en el lugar correcto. Hay tierra que comprar, palmas que untar... sabe cómo es eso. Pero los otros bancos, no le prestarían al Rey del Río de Oro, para todos son mis muchachos los que mantienen sus pozos negros fragantes como una violeta. Esos maricones presumidos estarían hasta los tobillos en su propia orina, si no fuera por mí, pero levantan la nariz cuando camino por ahí, oh sí. —Se detuvo, como si se le hubiera ocurrido un pensamiento, y dijo: —Bueno, la mayoría de la gente lo hace, por supuesto, no es como que un hombre pueda tomar un baño cada cinco malditos minutos, pero ese montón de banqueros todavía me da la espalda incluso cuando la esposa me ha fregado hasta despellejarme. ¿Cómo se atreven? Soy un mejor riesgo que la mayoría de sus zalameros clientes, puede apostarlo. Yo doy trabajo a un millar de personas en esta ciudad, señor, de una manera u otra. Eso es un millar de familias buscándome para su cena. Yo podría estar cerca del estiércol, pero no cago por ahí.

Él no es un delincuente, se recordó Moist. Se sacó a sí mismo de la cuneta y golpeó su camino hasta la cima en un mundo en el que un tramo de tubería de plomo era la herramienta estándar de negociación. Ese mundo no confiaba en el papel. En ese mundo, la reputación era todo.

—Cien mil es mucho dinero —dijo en voz alta.

—Usted me lo dará, sin embargo—dijo Rey, sonriendo—. Sé que lo hará, porque usted es un apostador, lo mismo que yo. Puedo olerlo en usted. Huelo un muchacho que hizo una o dos cosas en su tiempo, ¿eh?

—Todos tenemos que comer, señor Rey.

—Claro que sí. Claro que sí. Y ahora podemos sentarnos como un par de jueces y ser almohadas8 de la comunidad, ¿eh? Así que vamos a darnos la mano como los caballeros que no somos. Este aquí, —dijo, poniendo una gran mano en el hombro del joven—, es Wallace, mi secretario, qué hace las sumas para mí. Es nuevo, porque al último que tuve lo sorprendí trampeando. ¡Fue motivo de risa, como usted puede imaginar! —Wallace no sonreía.

—Probablemente pueda—dijo Moist. Harry Rey vigilaba sus diversas instalaciones con criaturas que sólo podrían ser llamadas perros, porque los lobos no son tan dementes. Y eran mantenidos con hambre. Había rumores, y Harry Rey era probablemente feliz por eso. Servía como publicidad. No podías trampear a Harry Rey. Pero funcionaba en ambos sentidos.

—Wallace puede hablar de los números con su mono —dijo Harry, parándose—. Usted me querrá apretar, justo lo suficiente. El negocio es el negocio, y no lo conozco. ¿Qué dice?

—Bueno, yo diría que tenemos un acuerdo, Sr. Rey —dijo Moist. Luego escupió en su mano y la extendió.

Valía la pena, para ver la cara del hombre.

—Yo no sabía que los banqueros hicieran eso —dijo Harry.

—Ellos no suelen dar la mano a Harry Rey, entonces —dijo Moist. Eso fue probablemente exagerado, pero Rey hizo un guiño, escupió en su propia mano, y apretó la de Moist. Moist se había preparado, pero aún así el apretón del hombre le juntó los huesos de los dedos.

8 Juego de palabras. Rey confunde “Pillars”, pilares, con “Pillows”, almohadas. (N. d. T.)

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—Está más lleno de mierda que un rebaño asustado en pastos frescos, señor Lipwig.

—Gracias, señor. Lo tomo como un cumplido.

—Y sólo para mantener a su mono feliz, voy a depositar las escrituras de la fábrica de papel, el patio grande y algunas otras propiedades —dijo Harry—. Dáselas al hombre, Wallace.

—Debería haberlo dicho en primer lugar, señor Rey —afirmó Moist, cuando algunos impresionantes pergaminos le fueron entregados.

—Sí, pero no lo hice. Quería asegurarme de usted. ¿Cuándo puedo tener mi dinero?

—Pronto. Cuando lo imprima.

Harry Rey arrugó la nariz. —Oh, sí, las cosas de papel. A mí, me gusta el dinero que tintinea, pero Wallace aquí dice que el papel es la próxima cosa. —Pestañeó—. Y no es que me pueda quejar, ya que el viejo Bobinas me compra su papel estos días. No puedo dar vuelta la nariz a mi propia fabricación ahora, ¿verdad? ¡Buen día para usted, señor!

El Sr. Bent entró de nuevo en la oficina veinte minutos más tarde, su rostro como una demanda de impuestos, para encontrar a Moist mirando vagamente a una hoja de papel sobre la desgastada mesa de cuero verde.

—Señor, tengo que protestar…

—¿Le sacó una buena tasa? —dijo Moist.

—Me enorgullece haberlo hecho, pero la forma en que usted…

—Lo haremos bien para Harry Rey, Sr. Bent, y el lo hará bien para nosotros.

—Pero usted está volviendo mi banco en una especie de…

—Sin contar al amigo Harry, recibimos más de cuatro mil dólares hoy. La mayor parte de ellos eran de lo que usted llama gente pobre, pero hay muchos más que gente rica. Podemos poner ese dinero a trabajar. Y no prestaremos a sinvergüenzas esta vez, no se preocupe por eso. Soy un sinvergüenza, y puedo notarlos desde una milla. Por favor, transmita nuestros respetos al personal del mostrador. Y ahora, Sr. Bent, el señor Quisquilloso y yo vamos a ver a un hombre acerca de hacer dinero.

Abarrotado & Bobinas habían llegado alto en el mundo debido al gran contrato de sellos. Habían hecho siempre los mejores trabajos de impresión en cualquier caso, pero ahora tenían los hombres y los músculos para licitar en todos los grandes contratos. Y podías confiar en ellos. Moist siempre se sentía bastante culpable cuando entraba en el lugar; Abarrotado & Bobinas parecía representar todo lo que él sólo pretendía ser.

Había un montón de luces cuando entró. Y el Sr. Bobinas estaba en su oficina, escribiendo en un libro mayor. Levantó la vista y cuando vio a Moist sonrió con la sonrisa que guardas para tu mejor cliente.

—¡Sr. Lipwig! ¿Qué puedo hacer por usted? ¡Tome asiento! ¡No lo vemos mucho en estos días!

Moist se sentó y charlaron, porque al Sr. Bobinas le gustaba charlar.

Las cosas eran difíciles. Las cosas eran siempre difíciles. Hay muchas más prensas en estos días. A & B se mantenía por delante en el juego por mantenerse en la cima del mismo. Lamentablemente, dijo el Sr. Bobinas, con el semblante serio, sus “amistosos” rivales, los magos de la Imprenta de la Universidad Invisible, habían fracasado con sus libros parlantes…

—¿Libros parlantes? Suena como una buena idea —dijo Moist.

—Posiblemente —dijo Bobinas con un resoplido—. Pero no se trataba de que hablaran, y ciertamente no se quejan de la calidad de su cola ni de la torpeza del cajista. Y, por supuesto, ahora la universidad no puede hacerlos pulpa.

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—¿Por qué no?

—¡Piense en los gritos! No, me enorgullezco de que todavía estamos cabalgando la ola. Eh… ¿había algo especial que quería?

—¿Qué puede hacer usted con esto? —dijo Moist, poniendo uno de los nuevos dólares en la mesa.

Bobinas lo recogió y leyó con cuidado. Luego, en una voz lejana, dijo: —Escuché algo. ¿Vetinari sabe que está pensando hacer eso?

—Sr. Bobinas, le apuesto a que él sabe el tamaño de mi zapato y lo que comí para el desayuno.

El impresor bajó el billete como si fuese a picar.

—Puedo ver lo que está haciendo. Tan poca cosa, y al mismo tiempo tan peligrosa.

—¿Puede imprimirlos? —dijo Moist—. Oh, no ése. Hice un lote sólo para probar la idea. Me refiero a billetes de alta calidad, si puedo encontrar un artista para dibujarlos.

—Oh, sí. Somos un sinónimo de calidad. Estamos construyendo una nueva prensa para seguir el ritmo de la demanda. ¿Pero qué pasa con la seguridad?

—¿Qué, aquí? Nadie le ha molestado hasta ahora, ¿no?

—No, no lo han hecho. Pero hasta ahora no hemos tenido mucho dinero alrededor, si entiende lo que quiero decir.

Bobinas levantó el billete y lo dejó caer. Flotó suavemente de un lado a otro hasta que aterrizó sobre el escritorio.

—Demasiado liviano, también —dijo—. No habría ningún problema para llevar unos pocos miles de dólares.

—Pero difíciles de fundir. Mire, construya la nueva prensa en la Casa de Moneda. Hay un montón de espacio. Fin del problema —dijo Moist.

—Bueno, sí, eso tendría sentido. Pero una prensa es una cosa grande para mover, ya sabe. Va a tomar días desplazarla. ¿Está apurado? Por supuesto que lo está.

—Contrate algunos golems. Cuatro golems levantan cualquier cosa. Imprímame dólares para pasado mañana y los primeros mil serán una bonificación.

—¿Por qué siempre tanta prisa, señor Lipwig?

—Porque a la gente no le gusta el cambio. Pero haga el cambio con la suficiente rapidez y pasa de un tipo de normal a otro.

—Bueno, se podrían contratar algunos golems, supongo —dijo el impresor—. Pero me temo que hay otras dificultades más difíciles de superar. ¿Se da cuenta que si comienza a imprimir dinero entonces usted tendrá falsificaciones? No vale la pena, tal vez, por un sello de veinte peniques, pero si quiere, digamos, ¿un billete de diez dólares...? —Levantó las cejas.

—Probablemente, sí. ¿Problemas?

—Grandes problemas, mi amigo. Oh, podemos ayudarle. Papel de lino decente, con un patrón de hilos en relieve, marca de agua, una buena tinta de alcohol, cambiar las placas a menudo para mantenerlas nítidas, pequeños trucos con el diseño... y hacerlo complicado, también. Eso es importante. Sí, podemos hacerlo para usted. Será caro. Sugiero enérgicamente encontrar un grabador tan bueno como este… —El Sr. Bobinas abrió uno de los cajones más bajos de su escritorio y lanzó una hoja de sellos de 50 peniques Verde “Torre del Arte" sobre el papel secante. Luego entregó a Moist una gran lupa.

—Es la más alta calidad en papel, por supuesto —dijo el impresor cuando Moist la miró.

—Usted lo está haciendo muy bien. Puedo ver todos los detalles —suspiró Moist, estudiando minuciosamente la hoja.

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—No —dijo Bobinas, con cierta satisfacción—. De hecho, no puede. Es posible, sin embargo, con esto. —Abrió un armario y entregó a Moist un pesado microscopio de latón.

—Él ha puesto más detalles que los que pusimos nosotros —dijo, mientras Moist enfocaba—. Está en el límite de lo que el metal y el papel pueden ser persuadidos a hacer. Es, declaro, la obra de un genio. Él sería su salvación.

—Increíble —dijo Moist—. ¡Bueno, tenemos que conseguirlo! ¿Para quién trabaja ahora?

—Para nadie, señor Lipwig. Él está en prisión, en espera de la soga.

—¿Owlswick Jenkins?

—Usted declaró en su contra, señor Lipwig —dijo suavemente Bobinas.

—¡Bueno, sí, pero sólo para confirmar que eran nuestros sellos los copiados, y cuánto podíamos perder! ¡Yo no esperaba que fuese ahorcado!

—Su señoría es siempre sensible cuando se trata de un caso de traición a la ciudad, como él la describe. Creo que Jenkins fue mal representado por su abogado. Después de todo, su trabajo hizo parecer a nuestros sellos las verdaderas falsificaciones. Sabe, me dio la impresión de que el pobre tipo no se dio cuenta de que lo que estaba haciendo estaba mal.

Moist recordó los aguados ojos asustados y la expresión de perplejidad impotente.

—Sí —afirmó—. Usted puede tener razón.

—Podría utilizar su influencia con Vetinari…

—No. No funcionaría.

—Ah. ¿Está seguro?

—Sí —afirmó rotundamente Moist.

—Bueno, mire, hay tanto que podemos hacer. Podemos incluso numerar los billetes automáticamente ahora. Pero las ilustraciones han de ser de la mejor clase. Oh cielos. Lo siento. Me gustaría ayudar. Estamos en deuda con usted, una gran deuda, señor Lipwig. Viene tanto trabajo oficial ahora que necesitaríamos el espacio en la Casa de Moneda. ¡Palabra, somos prácticamente la impresora del gobierno!

—¿En serio? —dijo Moist—. Eso es muy… interesante.

Llovía sin gracia. Las canaletas gorgoteaban, y trataban de escupir. Ocasionalmente el viento capturaba la cascada desbordada de los tejados y abofeteaba con una lámina de agua la cara de cualquiera que mirase hacia arriba. Pero ésta no era una noche para mirar hacia arriba. Esta era una noche para escabullirse, doblado en dos, hacia el hogar.

Las gotas de lluvia golpeaban las ventanas de la pensión de la señora Cake, especialmente la de la habitación trasera ocupada por Mavolio Bent, a razón de veintisiete por segundo, más o menos el quince por ciento.

Al Sr. Bent le gustaba contar. Uno puede confiar en los números, excepto tal vez por pi, pero él estaba trabajando en eso en su tiempo libre y estaría seguro de que cedería tarde o temprano.

Se sentó en la cama, mirando los números bailar en su cabeza. Siempre habían bailado para él, incluso en los malos tiempos. Y los malos tiempos habían sido muy malos. Ahora, quizás, había más por delante.

Alguien llamó a su puerta. Él dijo —Adelante, señora Cake. —La propietaria empujó la puerta.

—Usted siempre sabe que soy yo, señor Bent —dijo la señora Cake, que estaba más que un poco nerviosa por su mejor inquilino. Pagaba el alquiler a tiempo —exactamente a tiempo— y mantenía escrupulosamente limpia su habitación y, por supuesto, era un caballero

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profesional. Muy bien, tenía un aspecto fantasmal, y estaba ese extraño asunto de ajustar el reloj con cuidado antes de ir a trabajar todos los días, pero ella estaba dispuesta a soportarlo. No había escasez de huéspedes en esta ciudad hacinada, pero esos limpios, que pagaban regularmente, y nunca se quejaban por la comida, eran lo bastante escasos para que valiera la pena cuidarlos, y si ponía un extraño candado en su ropero, bueno, al menos dijo que sería reparado lo antes posible.

—Sí, señora Cake —dijo Bent—. Siempre sé que es usted porque hay un tiempo distintivo de uno punto cuatro segundos entre los golpes.

—¿En serio? ¡Quién lo habría dicho! —dijo la señora Cake, a quien le gustó bastante el sonido de “distintivo”—. Yo siempre digo que usted es el hombre para sumar. Eh, habrá tres caballeros abajo preguntando por usted…

—¿Cuándo?

—En unos dos minutos —dijo la señora Cake.

Bent se puso de pie desplegándose, como un muñeco sorpresa.

—¿Hombres? ¿Qué ropa estarán usando?

—Bueno, eh, sólo, ya sabe, ¿ropa? —dijo la señora Cake con incertidumbre—. Ropa negra. Uno de ellos me entregará su tarjeta, pero no voy a ser capaz de leerla porque voy a tener puestos mis lentes equivocados. Por supuesto, podría ir y ponerme los correctos, obviamente, pero me da un fuerte dolor de cabeza si no dejo seguir una premonición correctamente. Eh... y ahora va a decir "Por favor, hágamelo saber en el momento de su llegada, señora Cake". —Ella le miró expectante—. Lo siento, pero he tenido la premonición de que venía a decirle que he tenido una premonición, por lo que lo pensé mejor. Es un poco tonto, pero ninguno de nosotros puede cambiar la forma en que está hecho, siempre digo.

—Por favor, hágamelo saber en el momento de su llegada, señora Cake —dijo Bent. La señora Cake le lanzó una mirada agradecida antes de salir.

El Sr. Bent se sentó de nuevo. La vida con las premoniciones de la señora Cake podía ser un poco complicada a veces, sobre todo ahora que se estaban volviendo recurrentes, pero era parte del espíritu de Calle Olmo ser caritativo con las debilidades de los demás, con la esperanza de una actitud similar hacia las propias. Le gustaba la señora Cake, pero estaba equivocada. Podías cambiar la forma en que estabas hecho. Si no podías, no había ninguna esperanza.

Después de un par de minutos oyó el sonido de la campana, la conversación en silencio, y pasó a través de los movimientos de sorpresa cuando ella llamó a su puerta.

Bent inspeccionó la tarjeta de visita.

—¿El Sr. Cosmo? Oh. Qué raro. Mejor hágalos subir. —Se paró, y miró a su alrededor. La subdivisión era moneda corriente en la ciudad ahora. La habitación era exactamente el doble del tamaño de la cama, y era una cama estrecha. Tres personas aquí tendrían que conocerse bien uno del otro. Cuatro se conocerían entre sí, quisieran o no. Había una silla pequeña, pero Bent la mantenía arriba del ropero, fuera del camino.

—Tal vez sólo el señor Cosmo —sugirió.

El hombre fue acompañado con orgullo un minuto más tarde.

—Bueno, éste es un maravilloso pequeño escondite, Sr. Bent —comenzó Cosmo—. Tan útil para, hum…

—Lugares cercanos —dijo Bent, bajando la silla del armario—. Aquí tiene, señor. No suelo tener visitantes.

—Voy a ir directamente al grano, Sr. Bent —dijo Cosmo, sentándose—. A los directores no les gusta la, ah, dirección en que van las cosas. Estoy seguro de que a usted tampoco.

—Yo quisiera que fueran de otro modo, señor, sí.

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—¡Tendría que haber celebrado una reunión de directores!

—Sí, señor, pero las normas bancarias dicen que no es necesario hacerlo por una semana, me temo.

—¡Arruinará el banco!

—De hecho estamos obteniendo muchos clientes nuevos, señor.

—¿No estará, posiblemente, gustándole el hombre? ¿No a usted, señor Bent?

—Él es fácil de gustar, señor. Pero usted me conoce, señor. Yo no confío en los que se ríen con demasiada facilidad. El corazón de un tonto está en la casa de la risa. Él no debería estar a cargo de su banco.

—Me gusta pensar que es nuestro banco, Sr. Bent —dijo Cosmo generosamente—, porque, de una manera muy real, es nuestro.

—Es usted muy amable, señor —dijo Bent, mirando hacia abajo a las tablas del piso, visibles a través del agujero en el hule barato que a su vez estaba al descubierto, de una manera muy real, por la parte desgastada de la alfombra que, en una forma muy real, era suya.

—Usted se unió muy joven a nosotros, creo —continuó Cosmo—. Mi propio padre le dio un trabajo como aprendiz, ¿no?

—Eso es correcto, señor.

—Él era muy... comprensivo, mi padre —dijo Cosmo—. Y con razón. No tiene sentido dragar en el pasado. —Se detuvo un momento para que eso penetrara. Bent era inteligente, después de todo. No había necesidad de utilizar un martillo cuando una pluma flotaría con el mismo efecto.

—Tal vez podría encontrar alguna forma que le permitiera ser removido de su cargo sin problemas ni derramamiento de sangre. Debe haber algo —dijo—. Nadie puede aparecer de la nada. Pero la gente sabe aún menos acerca de su pasado que lo que saben sobre, por decir algo, el suyo.

Otro pequeño recordatorio. El ojo de Bent palpitó. —Pero el Sr. Quisquilloso seguirá siendo presidente —murmuró, mientras la lluvia sacudía el cristal.

—Oh sí. Pero estoy seguro de que será atendido por alguien que sea, digamos, más capaz de traducir sus ladridos a algo un poco más tradicional.

—Ya veo.

—Y ahora debo irme —dijo Cosmo, levantándose—. Estoy seguro de que usted tiene un montón de cosas para… —miró alrededor de la habitación estéril que no mostraba ningún signo de una verdadera ocupación humana, no había imágenes, no había libros, ningún desecho de la vida, y concluyó—…hacer.

—Voy a ir a dormir pronto —dijo el Sr. Bent.

—Dígame, señor Bent, ¿cuánto le pagamos? —dijo Cosmo, echando un vistazo al guardarropas.

—Cuarenta y un dólares por mes, señor —dijo Bent.

—¡Ah, pero por supuesto que tiene una maravillosa seguridad en el trabajo!

—Así lo había creído hasta ahora, señor.

—Me pregunto ¿por qué decidió usted vivir aquí?

—Me gusta lo aburrido, señor. No espera nada de mí.

—Bueno, es hora de irme —dijo Cosmo, ligeramente más rápido que lo que realmente debería—. Estoy seguro de que puede ser de ayuda, Sr. Bent. Usted siempre ha sido de gran ayuda. Sería una lástima si no pudiera ser de ayuda en este momento.

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Bent miraba el suelo. Estaba temblando.

—Hablo en nombre de todos nosotros cuando digo que pensamos en usted como uno más de la familia —siguió Cosmo. Replanteó esta frase con referencia al peculiar encanto de los Pródigo y añadió: —pero de una buena manera.

Capítulo 6

Evasión — La perspectiva del sándwich de riñón — El golpe del barbero-cirujano — El suicidio por pintura, la inconveniencia de — Ángeles a cierta distancia — Igor va de compras — El uso de suplentes en la horca, reflexiones sobre — Lugares adecuados para poner una cabeza — Moist a la espera del sol — Trucos con tu cerebro — “Vamos a necesitar algunas notas más grandes” — Diversión con las hortalizas — El atractivo de los portapapeles — El gabinete imposible

EN EL TECHO DEL Tanty, la cárcel más antigua de la ciudad, Moist estaba más que húmedo. Había llegado al punto en que estaba tan mojado que se aproximaba a la sequedad por el otro extremo.

Con cuidado, levantó la última de las lámparas de aceite de la pequeña torre de semáforo en la azotea, y arrojó su contenido a la noche aullante. Estaba apenas medio llena, en cualquier caso. Era sorprendente que alguien se hubiera molestado siquiera en encenderla en una noche como ésta.

Tanteó el camino de vuelta al borde del techo y localizó su áncora, moviéndola suavemente alrededor de la firme almena y luego dejando correr la cuerda para bajarla hasta el suelo invisible. Ahora que tenía la soga alrededor de la gran piedra se deslizó hacia abajo sujetando los dos cabos y tiró de la cuerda hacia abajo detrás de él. Escondió el áncora y la cuerda entre los escombros en un callejón; serían robados en una hora o cosa así.

Correcto, entonces. Ahora a eso…

La armadura de la Guardia que había afanado del vestuario del banco le iba como un guante. Él hubiera preferido que le fueran como un casco y una coraza. Pero en verdad, probablemente no se vería mejor en su propietario, que actualmente presumía por los corredores del banco en su propia armadura, brillante ya que no práctica. Era bien sabido que el enfoque de la Guardia hacia los uniformes era un-tamaño-no-va-bien-a-nadie, y que el Comandante Vimes desaprobaba las armaduras que no tenían ese aspecto de haber sido pateadas por trolls. Le gustaban las armaduras que declaraban abiertamente que habían estado haciendo su trabajo.

Moist se tomó su tiempo para recobrar el aliento, caminó hacia la gran puerta negra y tocó la campana. El mecanismo traqueteó y golpeó. No iban a apresurarse, no en una noche como ésta.

Él estaba tan desnudo y expuesto como un bebé langosta. Esperaba haber cubierto todos los ángulos, pero los ángulos eran… cómo los llamaban, él había ido a una conferencia en la universidad... ah, sí. Los ángulos eran fractales. Cada uno está lleno de pequeños ángulos. No puedes cubrirlos a todos. El vigilante en el banco podría ser llamado de nuevo a trabajar y encontrar su casillero vacío, alguien podría haber visto a Moist tomarlo, Jenkins podría haber sido trasladado... Al infierno con él. Cuando el tiempo apremia tenías que girar la rueda y estar listo para correr.

O, en este caso, levantar la aldaba en la enorme puerta con las dos manos y bajarla drásticamente, en dos ocasiones, sobre la uña. Esperó hasta que, con dificultad, se deslizó una pequeña escotilla en la puerta.

—¿Qué? —dijo una voz petulante en una cara sombría.

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—Traslado de prisionero. De nombre Jenkins.

—¿Qué? ¡En el medio de la condenada noche!

—Tengo un Formulario 37 firmado —dijo Moist, estólido.

La pequeña escotilla fue cerrada de golpe. Esperó en la lluvia de nuevo. Esta vez fueron tres minutos antes de que se abriese.

—¿Qué? —dijo una nueva voz, marinada en sospecha.

Ah, bueno. Era Bellyster. Moist se alegró por ello. Lo que iba a hacer esta noche iba a poner a uno de los guardianes en una posición muy incómoda, y algunos de ellos eran bastante decentes, sobre todo en el Pasillo de la Muerte. Pero Bellyster era un verdadero guardián de la vieja escuela, un artesano de las pequeñas maldades, el tipo de matón que aprovecha todas las oportunidades para hacer miserable la vida de un preso. No se trataba solamente de que escupiese en tu tazón de guiso grasiento, ni siquiera tenía la decencia de hacerlo donde no podías verlo. Escogía a los débiles y asustados, también. Y había otra cosa buena. Bellyster odiaba a la Guardia, y el sentimiento era mutuo. Un hombre podría utilizar eso.

—Vengo por un prisionero —se quejó Moist—. ¡Y he estado de pie bajo la lluvia durante cinco minutos!

—Y seguirás haciéndolo, hijo, oh, sí, de hecho, hasta que yo esté listo. ¡Muéstrame la lista!

—Dice aquí Jenkins, Owlswick —dijo Moist.

—¡Déjame ver, entonces!

—Ellos me dijeron que la entregue cuando ustedes me den el prisionero —dijo Moist, un modelo de estólida insistencia.

—Oh, tenemos un abogado aquí, ¿verdad? Muy bien, Abe, deja entrar a mi sabio amigo.

La escotilla se cerró y, después de más golpes, una puerta se abrió. Moist pasó a través de ella. Estaba lloviendo igual de duro en el interior del recinto.

—¿Te he visto antes? —dijo Bellyster, la cabeza inclinada.

—Empecé la semana pasada —dijo Moist. Detrás de él, la puerta fue cerrada de nuevo. El golpe de los pernos hizo eco en su cabeza.

—¿Por qué hay sólo uno de ustedes? —exigió Bellyster.

—No sé, señor. Tiene que preguntar a mi mamá y mi papá.

—¡No seas gracioso conmigo! ¡¡Debería haber una escolta de dos!

Moist le dio un mojado encogimiento de hombros cansados de puro desinterés.

—¿Debería? No me pregunte. Sólo me dijeron que es una pequeña meada que no será ningún problema. Puede comprobarlo si quiere. He escuchado que el palacio quiere verlo de inmediato.

El palacio. Eso cambió el fulgor en los desagradables ojos del guardián. Un hombre razonable no se mete en el camino del palacio. Y el envío de algún novato tonto a hacer una tarea en una noche como ésta tenía sentido; era exactamente lo que habría hecho Bellyster.

Levantó su mano, y exigió: —¡Documentos!

Moist entregó el endeble documento. El hombre lo leyó, los labios en movimiento perceptible, claramente dispuesto a encontrar un error de alguna manera. Allí no había problema, por mucho que el hombre mirase; Moist había embolsado un puñado de formularios, mientras que el Sr. Bobinas estaba haciendo una taza de café.

—Lo van a colgar en la mañana —dijo Bellyster, levantando la hoja hasta la linterna—. ¿Qué quieren de él ahora?

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—No sé —afirmó Moist—. Muévete, ¿quieres? Entraré en mi descanso en diez minutos.

El guardián se inclinó hacia adelante.

—Sólo por eso, amigo, voy a ir y comprobar. ¿Sólo un acompañante? No se puede ser demasiado cuidadoso, ¿verdad?

Muy bien, pensó Moist. Todo va según lo planeado. Él va a estar diez minutos con una buena taza de té, sólo para darme una lección, tardará cinco minutos para saber que el clac no funciona, alrededor de un segundo para decidir que lo emplumen si va a resolver la falla en una noche como ésta, otro segundo para pensar: el papeleo estaba bien, había controlado la marca de agua, y eso era lo principal... digamos veinte minutos, más o menos.

Por supuesto, podía estar equivocado. Cualquier cosa podía ocurrir. Bellyster podía estar juntando un par de sus compañeros en este momento, o tal vez había hecho a alguien salir por la parte de atrás y buscar a un poli real. El futuro era incierto. La exposición podía estar a unos segundos de distancia.

No se necesitaba nada mejor que esto.

Bellyster salió por veintidós minutos. Unos pasos se acercaban, lentamente, y Jenkins apareció, tambaleante bajo el peso de los hierros, con Bellyster empujándolo de vez en cuando con su bastón. No había forma de que el hombrecito pudiera caminar más rápido, pero él iba empujándolo de todos modos.

—Creo que no voy a necesitar las cadenas —dijo rápidamente Moist.

—No las vas a llevar —dijo el guardián—. ¡La razón es que ustedes, bastardos, nunca las traen de nuevo!

—Bueno —dijo Moist—. Vamos, está helando aquí afuera.

Bellyster gruñó. No era un hombre feliz. Se inclinó, abrió los grilletes, y se levantó de nuevo con su mano una vez más en el hombro del hombre. La otra levantaba un portapapeles.

—¡Firme! —mandó. Moist lo hizo.

Y entonces vino la magia. Por eso la documentación era tan importante, en el grasiento mundo de los gira-llaves, atrapa-ladrones y golpea-mendigos, porque lo que realmente importaba en cualquier momento era el hábeas corpus: ¿qué mano se encuentra en el cuello? ¿Quién es responsable de este cuerpo?

Moist había pasado por esto antes como el cuerpo en cuestión, y conocía el ejercicio. El preso se movía sobre un sendero de papel. Si era encontrado sin la cabeza, entonces la última persona que ha firmado por un preso cuyo sombrero no descansa sobre su cuello bien podría tener que responder a algunas severas preguntas.

Bellyster empujó al prisionero hacia adelante y dijo las palabras honradas por el tiempo: —¡A usted, señor! —ladró—. ¡Tenga este cuerpo!

Moist empujó de vuelta el portapapeles y puso su mano sobre el otro hombro de Owlswick. —¡De usted, señor! —respondió—. ¡Yo tengo este culo muy bien!

Bellyster gruñó y retiró su mano. El acto estaba terminado, la ley observada, el honor satisfecho y Owlswick Jenkins…

… levantó la vista tristemente a Moist, lo pateó duro en la ingle, y se fue por la calle como una liebre.

Moist se dobló; de todo lo que era consciente afuera de su pequeño mundo de dolor fue el sonido de la risa tonta de Bellyster gritando: —¡Su pájaro, milord! ¡Usted le tenía bien! ¡Suerte!

Moist había logrado caminar normalmente cuando llegó a la pequeña habitación que alquilaba a “No-sé” Jack. Luchó para ponerse el traje dorado, secó la armadura, la amontonó en la bolsa, salió al callejón y se apresuró a volver al banco.

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Era mas difícil entrar que lo que había sido salir. Los guardias cambiaban al mismo tiempo que el personal salía, y en el alboroto general alrededor de Moist, que tenía el gastado traje gris que usaba cuando quería dejar de ser Moist von Lipwig y convertirse en el más no-recordable hombre del mundo, había salido de paseo sin ser interrogado. Todo estaba en la mente: la guardia nocturna comenzaba la vigilancia cuando todos se habían ido a casa, ¿verdad? Así que la gente que se va a casa no era problema o, si lo era, no era el mío.

El guardia que finalmente acudió a ver quién estaba luchando para abrir la puerta le dio un poco de problema hasta que un segundo guardia, que era capaz de una modesta inteligencia, señaló que si el presidente quería entrar en el banco a la medianoche estaba bien. Era el maldito jefe, ¿no? ¿No lees los diarios? ¿Ves el traje de oro? ¡Y tenía una llave! ¿Y qué si tenía una gran bolsa gorda? Estaba entrando con ella, ¿verdad? Si estuviese saliendo con ella podía ser un asunto diferente, jo jo, sólo una pequeña broma, señor, lo siento señor…

Es increíble lo que puedes hacer si tienes el valor de intentarlo, pensó Moist mientras daba las buenas noches a los hombres. Por ejemplo, había sido tan teatral al mover la llave en la cerradura, porque era una llave de la Oficina de Correos. No tenía una para el banco aún.

Incluso poner la armadura en el armario no fue un problema. Los guardias caminaban por rutas establecidas y los edificios eran grandes y no muy bien iluminados. El vestuario estaba vacío y descuidado durante horas.

Una lámpara estaba aún encendida en su nuevo departamento. El señor Quisquilloso roncaba de espaldas en el centro de la bandeja de entrada. Una luz de noche ardía en la puerta de la habitación. En realidad eran dos, y eran rojas, los ojos ardientes de Gladys.

—¿Quiere Que Le Haga Un Sándwich, Señor Lipwig?

—No, gracias, Gladys.

—No Sería Ningún Problema. Hay Riñones En El Cuarto Del Hielo.

—Gracias, pero no, Gladys. Realmente no tengo hambre —dijo Moist cerrando la puerta con cuidado.

Moist se sentó en la cama. Aquí arriba, el edificio estaba totalmente silencioso. Se habíaacostumbrado a su cama en la Oficina de Correos, donde siempre venía ruido desde el patio.

Pero no fue el silencio lo que lo mantuvo despierto. Miraba en el techo y pensaba: ¡Estúpido, estúpido, estúpido! En pocas horas habrá un cambio de turno en la Tanty. La gente no estará demasiado preocupada por la ausencia de Owlswick hasta que el verdugo se presentase, con aspecto ocupado, y después habría un momento de nervios cuando decidieran quien iba a ir al palacio para ver si había alguna posibilidad de que se les permitiera colgar a su prisionero esta mañana.

El hombre estaría a millas de distancia ahora, y ni siquiera un hombre lobo le podía oler en una noche húmeda y ventosa como esta. No podían conectar nada con Moist pero en la fría y húmeda luz de las dos de la mañana podía imaginar al condenado Comandante Vimes preocupado por esto, recolectando datos a su manera estúpida.

Parpadeó. ¿Hacia dónde correría el hombrecito? No era parte de una pandilla, de acuerdo con la Guardia. Simplemente hacía sus propias estampillas. ¿Qué clase de hombre se toma el trabajo de falsificar un sello de medio penique?

Qué clase de hombre…

Moist se sentó. ¿Podría ser así de fácil?

Bueno, podía ser. Owlswick era lo suficientemente loco, en una suave, desconcertada manera. Tenía la mirada de alguien que había renunciado hace mucho tiempo a tratar de entender el mundo más allá de su caballete, un hombre para quien causa y efecto no tenían vinculación evidente. ¿Donde se ocultaría un hombre como ése?

Moist encendió la luz y caminó hasta los maltratados restos de su ropero. Una vez más,

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seleccionó el sobado traje gris. Tenía un valor sentimental: había sido ahorcado con él. Y era un traje no memorable para un hombre no memorable, con la ventaja adicional, a diferencia del negro, de no aparecer en la oscuridad. Pensando en el futuro, se dirigió a la cocina, también, y robó un par de trapos de sacudir de un armario.

El corredor estaba razonablemente bien iluminado por las lámparas cada pocas yardas. Pero las lámparas creaban sombras y en una de ellas, al lado de un gran jarrón de la dinastía Ping proveniente de Hunghung, Moist era sólo un parche de color gris sobre gris.

Un guardia pasó caminando, traicioneramente silencioso sobre la espesa alfombra. Cuando se fue, Moist bajó deprisa el tramo escalones de mármol y se escondió detrás de una palmera en maceta que alguien había considerado necesario poner allí.

Todos los pisos del banco se abrían sobre el salón principal que, como el de la Oficina de Correos, iba desde la planta baja hasta el techo. A veces, dependiendo de la posición, un guardia en un piso de arriba podía ver el piso de abajo. A veces, los guardias caminaban sobre mármol sin alfombrar. A veces, en las plantas superiores, cruzaban las partes de fino mosaico que tintineaban como una campana.

Moist se detuvo y escuchó, tratando de pescar el ritmo de las patrullas. Había más de los que esperaba. Vamos, muchachos, que están trabajando en seguridad: ¿qué pasa con el tradicional póquer de toda la noche? ¿No saben cómo comportarse?

Era como un maravilloso rompecabezas. ¡Era mejor que la escalada nocturna, mejor incluso que el Estornudo Extremo! Y lo bueno de verdad era esto: si era capturado, vaya, ¡era una prueba de la seguridad! Bien hecho, muchachos, me encontraron…

Pero no debía ser capturado.

Un guardia subió la escalera, caminando lenta y deliberadamente. Se inclinó contra la barandilla, y para molestia de Moist, encendió la colilla de un cigarrillo. Moist observó entre las frondas, mientras que el hombre se inclinaba cómodamente sobre el mármol, mirando hacia abajo, al piso inferior. Estaba seguro de que no se supone que los guardias hagan esto. ¡Y fumar, además!

Después de unas pitadas reflexivas, el guardia tiró la colilla, la pisó y continuó subiendo la escalera.

Dos pensamientos luchaban por el dominio de la mente de Moist. El que gritaba ligeramente más alto decía: ¡Tiene una ballesta! ¿Es que disparaban primero para evitar tener que hacer preguntas más tarde? Pero también allí, vibrando de indignación, estaba una voz que decía: ¡Tiró el maldito cigarrillo justo sobre el mármol! ¡Esos comosellamen altos de bronce con los cuencos de arena blanca están ahí por una razón, sabes!

Cuando el hombre desapareció por encima de él Moist corrió el resto del tramo, resbaló por el mármol pulido con su botas cubiertas de polvo, encontró la puerta que conducía al sótano, la abrió rápidamente y recordó justo a tiempo cerrarla silenciosamente detrás de él.

Cerró los ojos y esperó gritos o sonidos de persecución.

Abrió los ojos.

Se veía la habitual luz brillante al final de la cripta, pero no escuchaba correr el agua. Sólo el goteo ocasional ponía de manifiesto la profundidad del silencio, por otro lado omnipresente.

Moist caminó cuidadosamente más allá del Glooper, que tintineaba ligeramente, y se metió en la inexplorada sombra debajo de la maravillosa fornicación.

Si lo construimos nosotros, ¿habríais vos venido? pensó. Pero el dios esperado nunca llegó. Era triste, pero, de alguna celestial manera, un poco estúpido. Bueno, ¿no? Moist había escuchado que había tal vez millones de dioses menores flotando alrededor del mundo, viviendo bajo las rocas, soplados por el viento como rodaderas, aferrándose a las ramas más altas de los árboles... Esperaban el gran momento, el golpe de suerte que podría terminar con un templo y un sacerdote y fieles que podías llamar tuyos. Pero no habían venido aquí, y era

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fácil ver por qué.

Los dioses querían fe, no pensamiento racional. La construcción del templo primero era como dar un magnífico par de zapatos a un hombre sin piernas. La construcción de un templo no significa que creas en dioses, sólo significa que crees en la arquitectura.

Algo parecido a un taller había sido construido en la pared final de la cripta, en torno a una enorme y antigua chimenea. Un Igor estaba trabajando sobre una intensa llama blanco azulada, doblando cuidadosamente un pedazo de tubo de vidrio. Detrás de él, verdes líquidos crecían y burbujeaban en botellas gigantes: los Igors parecía tener una natural afinidad con los rayos.

Siempre se puede reconocer a un Igor. Salían de su camino para ser reconocidos. No eran sólo los mohosos y polvorientos trajes antiguos, ni siquiera el ocasional dígito extra o los ojos no coincidentes. Era que probablemente podrías poner una pelota en la parte superior de su cabeza sin que caiga.

Igor lo miró. —Buenoss díass, sseñor. ¿Y ussted ess?

—Moist Von Lipwig —dijo Moist—. Y usted debe ser Igor.

—Lo acertó a la primera, sseñor. He esscuchado muchass cossass buenass acerca de ussted.

—¿Aquí abajo?

—Ssiempre tenemoss un oído en el ssuelo, sseñor.

Moist resistió el impulso de mirar hacia abajo. Los Igors y las metáforas no van bien juntos.

—Bueno, Igor… la cosa es… que quiero traer a alguien al edificio sin que los guardias se preocupen, y me preguntaba si había otra puerta aquí.

Lo que no dijo, pero que pasó entre ellos por el éter, fue lo siguiente: eres un Igor, ¿verdad? Y cuando la multitud afila sus hoces y trata de derribar la puerta, Igor nunca está allí. Los Igors eran maestros de la salida discreta.

—Exisste una pequeña puerta que ussamos, sseñor. No sse puede abrir dessde afuera, assí que nunca esstá vigilada.

Moist miró ansiosamente a la ropa de lluvia en su soporte. —Bien. Estupendo. Voy a salir, entonces.

—Ussted ess el jefe, sseñor.

—Y a la brevedad vendré de nuevo con un hombre. Eh, un caballero que no está ansioso por reunirse con la autoridad civil.

—Totalmente de acuerdo, sseñor. Daless una horca y pienssan que posseen el maldito lugar, sseñor.

—Pero él no es un asesino ni nada.

—Ssoy un Igor, sseñor. No hago preguntass.

—¿En serio? ¿Por qué no?

—No lo ssé, ssseñor Yo no pregunto.

Igor llevó a Moist a una pequeña puerta que se abrió a una mugrienta escalera llena de basura, semi inundada por la lluvia incesante. Moist hizo una pausa en el umbral, con el agua mojando ya su traje barato. —Sólo una cosa, Igor…

—¿Ssí, sseñor?

—Cuando pasé junto al Glooper recién, no había agua en él.

—Oh, ssí, sseñor. ¿Ess esso un problema?

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—Se movía, Igor. ¿Debería estar sucediendo a esta hora de la noche?

—¿Eso? Oh, ssolo variabless ssifónicass, sseñor. Passa todo el tiempo.

—Oh, la vieja sifónica, ¿eh? Ah, bueno, eso es un alivio…

—Ssolo dé un toque de barbero-cirujano cuando regresse, sseñor.

—¿Qué es el…?

La puerta estaba cerrada.

Dentro, Igor volvió a su trabajo y encendió el gas de nuevo.

Algunos de los pequeños tubos de vidrio que se extendían a su lado sobre un pedazo de fieltro verde parecían… extraños, y reflejaban la luz de manera desconcertante.

El punto sobre los Igors... la cosa acerca de los Igors... Bueno, la mayoría de la gente no veía más allá del traje mohoso, el cabello lacio, las cicatrices cosméticas de clan y las costuras, y el ceceo. Y esto se debía probablemente a que, aparte del ceceo, eso era todo lo que había para ver.

Y la gente olvidaba, por lo tanto, que la mayoría de las personas que empleaban Igors no eran convencionalmente cuerdas. Pídeles que construyan un atractor de tormentas y un conjunto de frascos de almacenamiento de rayos y se reirán de ti9. Necesitaban, oh, cómo necesitaban, a alguien en posesión de un cerebro en pleno funcionamiento, y cada Igor está garantizado de tener al menos uno. Los Igors eran, de hecho, inteligentes, que es la razón por la que siempre estaban en otro lugar cuando las antorchas encendidas golpeaban el molino.

Y eran perfeccionistas. Pídeles que te construyan un dispositivo y no obtienes lo que solicitaste. Obtienes lo que querías.

En su red de reflexiones, el Glooper gloopeaba. El agua subía en un delgado tubo de vidrio y goteaba en un pequeño cubo de vidrio, que apuntaba a un pequeño balancín y causaba que una pequeña válvula se abriera.

La más reciente residencia de Owlswick Jenkins, de acuerdo con el Times, era Callejón Corto. No había un número en la casa, porque Callejón Corto era apenas lo bastante grande como para una puerta. La puerta en cuestión estaba cerrada, pero colgando de una bisagra. Un trozo de cuerda de amarilla y negra indicaba, para los que no habían descubierto la pista de la puerta, que el lugar había llegado a la atención reciente de la Guardia.

La puerta se cayó de la bisagra cuando Moist la empujó, y aterrizó en el arroyo de agua que brotaba del callejón.

No fue tanto una búsqueda, porque Owlswick no se había molestado en ocultarse. Estaba en una habitación en el primer piso, rodeado de espejos y velas, con una mirada de ensueño en la cara, pintando pacíficamente.

Dejó caer el pincel cuando vio a Moist, agarró un tubo que estaba sobre un banco, y lo sostuvo frente a su boca, listo para tragar.

—¡No me haga usar esto! ¡No me haga usar esto! —trinó, con todo su cuerpo temblando.

—¿Es algún tipo de pasta de dientes? —dijo Moist. Inhaló el muy usado aire del estudio y agregó: —Eso podría ayudar, sabe.

—¡Esto es Amarillo Uba, la pintura más venenosas en el mundo! ¡Atrás o moriré horriblemente! —dijo el falsificador—. Eh, de hecho la más venenosa es probablemente Blanco Agateano, pero me he quedado sin, lo que es muy irritante. —Se le ocurrió a Owlswick que había perdido un poco el tono, y rápidamente levantó su voz de nuevo—. ¡Pero esto es bastante venenoso, da lo mismo!

Un aficionado talentoso aprende mucho, y Moist siempre había encontrado interesantes a 9 De hecho, probablemente se reirían de ti si decías “salchicha”. Se ríen de un montón de cosas.

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los venenos. —Un compuesto de arsénico, ¿eh? —dijo. Todo el mundo conocía el Blanco Agateano. No había oído hablar de Amarillo Uba, pero el arsénico se producía en muchos tonos invitadores. Simplemente no lama su pincel.

—Es una horrible manera de morir —añadió—. Uno más o menos se derrite durante varios días.

—¡Yo no voy a volver! ¡Yo no voy a volver! —chilló Owlswick.

—Solían usarlo para hacer la piel mas blanca —dijo Moist acercándose un poco.

—¡Atrás! ¡Voy a usarlo! ¡Le juro que voy a usar!

—Ahí es donde tenemos la frase “cayó magníficamente muerto" —dijo Moist acercándose.

Agarró a Owlswick, que empujó el tubo en su boca. Moist lo sacó, empujando las pegajosas manitos del falsificador fuera del camino, y lo examinó.

—Como pensaba —dijo, poniendo el tubo en el bolsillo—. Se olvidó de quitar la tapa. ¡Es el tipo de error que siempre cometen los aficionados!

Owlswick dudó y dijo: —¿Quiere decir hay personas que cometen suicidio profesionalmente?

—Mire, Sr. Jenkins, estoy aquí para… —comenzó Moist.

—¡Yo no voy de nuevo a la cárcel! ¡Yo no voy de nuevo! —dijo el hombrecito, retrocediendo.

—Eso está bien para mí. Quiero ofrecerle un…

—Ellos me vigilan, sabe —dijo Owlswick voluntariamente—. Todo el tiempo.

Ah. Esto era ligeramente mejor que el suicidio por pintura, pero apenas.

—Eh… ¿se refiere a la cárcel? —dijo Moist sólo para asegurarse.

—¡Me vigilan en todas partes! ¡Hay uno de ellos justo detrás de usted!

Moist se detuvo a sí mismo antes de girar, porque de esa manera se instalaba la locura. Teniendo en cuenta que mucho de ella estaba de pie aquí en frente de él.

—Siento escuchar eso, Owlswick. Por eso…

Él vaciló, y pensó: ¿por qué no? Había trabajado en él.

—Es por eso que voy a contarle acerca de los ángeles —afirmó.

La gente dice que había más tormentas ahora que los Igors viven en la ciudad. No hubo más truenos ahora, pero la lluvia caía como si tuviera toda la noche.

Algo de ella se arremolinaba sobre las botas de Moist cuando se situó delante de la discreta puerta lateral del banco y trató de recordar el toque del barbero-cirujano.

Oh, sí. Era el viejo, que era: ¡rat-tat tat-tat TAT TAT!

O, dicho de otro modo: Afeitado y un corte de pelo… ¡no las piernas!

La puerta se abrió al instante.

—Me gusstaría dissculparme ssobre la falta de crujidoss, sseñor, pero lass bissagrass ssimplemente no parecen…

—Sólo deme una mano con este lote, ¿quiere? —dijo Moist, doblado bajo el peso de dos grandes cajas—. Este es el Sr. Jenkins. ¿Puede hacer una cama para él aquí? Y ¿hay alguna oportunidad de que pueda cambiar su aspecto?

—Máss de lo que ussted podría possiblemente imaginar, sseñor —dijo Igor felizmente.

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—Yo estaba pensando, bien, una afeitada y un corte de pelo. Puede hacer eso, ¿verdad?

Igor lanzó una mirada dolorida a Moist.

—Ess cierto que técnicamente un cirujano puede realizar operacioness de tonssura…

—No, no, no toque su garganta, por favor.

—Esso ssignifica ssí, puedo darle un corte de pelo, sseñor —suspiró Igor.

—Me sacaron las amígdalas cuando tenía diez años —dijo Owlswick.

—¿Le gusstaría alguna máss? —dijo Igor, en busca de algún borde brillante en la situación.

—¡Esta luz es maravillosa! —exclamó Owlswick, ignorando la oferta—. ¡Es como el día!

—Muy buena —dijo Moist—. Ahora duerma un poco, Owlswick. Recuerde lo que le dije. Por la mañana, va a diseñar el primer verdadero billete de un dólar, ¿entiende?

Owlswick asintió, pero su mente ya estaba en otro lugar.

—¿Está conmigo en esto, ¿verdad? —dijo Moist—. ¿Un billete tan bueno que nadie más pueda hacerlo? Le mostré mi intento, ¿sí? Sé que puede hacerlo mejor, por supuesto.

Miró nervioso al hombrecito. No era demente, Moist estaba seguro, pero era claro que, para él, el mundo mayormente sucedía en algún otro lado.

Owlswick hizo pausa en el acto de desembalar su caja.

—Hum... no puedo hacer las cosas —afirmó.

—¿Qué quieres decir? —dijo Moist.

—No sé cómo hacer las cosas —dijo Owlswick, mirando un pincel como si esperase que silbe.

—¡Pero es un falsificador! ¡Sus estampillas se ven mejor que las nuestras!

—Eh, sí. Pero no tengo su... No sé cómo empezar... quiero decir, necesito algo para empezar a trabajar... quiero decir, una vez que está ahí, yo puedo...

Deben ser alrededor de las cuatro, pensó Moist. ¡Cuatro en punto! Odio cuando hay dos cuatro en punto en el mismo día...

Arrebató un pedazo de papel de la caja de Owlswick, y sacó un lápiz.

—Mire —dijo—, comience con…

¿Qué?

—Riqueza —dijo, en voz alta—, riqueza y solidez, como el frente del banco. Mucha ornamentación, que es difícil de copiar… Un panorama, un paisaje urbano... ¡Sí! ¡Es Ankh-Morpork, todo sobre la ciudad! La cabeza de Vetinari, porque es lo que esperarían, y un gran Uno para que reciban el mensaje. Oh, el escudo de armas, debemos tenerlo. Y aquí abajo —el lápiz hizo garabatos rápidos— un espacio para la firma del presidente, perdón, quiero decir la impresión de la pata. En la parte de atrás... bueno, estamos hablando de detalle fino, Owlswick. Algún dios nos daría un poco de seriedad. Uno de los más alegres. ¿Cuál es el nombre de ese dios con el triple tenedor? Uno como él, de todos modos. Líneas finas, Owlswick, eso es lo que queremos. Ah, y un barco. Me gustan los barcos. Dígales que vale un dólar, de nuevo, también. Hum... sí, las cosas místicas no duelen, la gente creerá en cualquier maldita cosa si suena antigua y misteriosa. "¿No es que un penique a la viuda eclipsa al no conquistado sol?"

—¿Qué significa eso?

—No tengo la más nebulosa idea —dijo Moist—. Acabo de crearlo. —Esbozó por un momento y empujó el papel hacia Owlswick. —Algo así —dijo—.Tiene un principio. ¿Cree que puedes hacer algo de westo?

—Voy a intentarlo —prometió Owlswick.

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—Bueno. Lo veré maña… más tarde. Igor lo cuidará.

Owlswick ya estaba mirando a la nada. Moist llevó a Igor a un lado.

—Sólo una afeitada y un corte de pelo, ¿de acuerdo?

—Como ussted dessee, sseñor ¿Tengo razón al penssar que el caballero no quiere enredoss con la Guardia?

—Correcto.

—No hay problema, sseñor ¿Podría ssugerir un cambio de nombre?

—Buena idea. ¿Alguna sugerencia?

—Me gussta el nombre Cepo, sseñor Y por primer nombre, Exorbit me ssurge a la mente.

—¿En serio? ¿De donde surge? No, no responda a eso. Exorbit Cepo... —Moist dudó, pero a esta hora de la noche, ¿para qué discutir? Especialmente cuando era esta hora de la mañana. — Exorbit Cepo será, entonces. Asegúrese de que olvide incluso el nombre de Jenkins, —añadió Moist, lo cual, como comprendió posteriormente, fue, en las circunstancias del caso, una clara falta de previsión.

Moist se deslizó de vuelta a la cama sin tener que esconderse. Ningún guardia se encuentra en su mejor momento en la madrugada. El lugar estaba bien cerrado, ¿no? ¿Quién podría entrar?

En la bien fornicada bóveda, el artista antes conocido como Owlswick miraba los bosquejos de Moist y sentía que su cerebro comenzaba a bullir. Es cierto que no era, en cualquier sentido, un verdadero loco. Era, por determinadas normas, muy cuerdo. Frente a un mundo demasiado ocupado, complejo e incomprensible para tratar, lo había reducido a una pequeña burbuja apenas lo bastante grande para contenerlos a él y a su paleta. Era lindo y tranquilo adentro. Todos los ruidos estaban muy lejos, y Ellos no podía espiarlo.

—¿Sr. Igor? —dijo.

Igor miró desde una caja en la que estaba revolviendo. Sostenía lo que parecía un colador de metal en sus manos. —¿Cómo puedo sservirlo, sseñor?

—¿Puede conseguirme algunos libros antiguos con imágenes de dioses y barcos y, quizás, algunas vistas de la ciudad también?

—De hecho, sseñor, exisste un librero anticuario en Lobbin Clout. —Igor puso el dispositivo de metal a un lado, sacó una maltratada bolsa de cuero de bajo de la mesa y, después de pensar un momento, puso un martillo en ella.

Incluso en el mundo del recién emplumado señor Cepo, seguía siendo tan tarde en la noche que era demasiado temprano en la mañana. —Eh, estoy seguro de que puedo esperar hasta que haya luz del día —ofreció.

—Oh, yo ssiempre compro por la noche, sseñor —dijo Igor—. Cuando esstoy busscando… gangass.

Moist despertó demasiado pronto, con el Sr. Quisquilloso parado en su pecho y haciendo chirriar fuertemente su hueso de goma. Como resultado de ello, Moist estaba no poco babeado.

Detrás del Sr Quisquilloso estaba Gladys. Detrás de ella había dos hombres en trajes negro.

—Su señoría ha accedido a verlo, señor Lipwig —dijo uno de ellos muy alegremente.

Moist trató limpiar la baba de su solapa, y sólo tuvo éxito en hacer brillar el traje.

—¿Quiero verlo?

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Uno de los hombres sonrió.

—¡Ooooh, sí!

—La horca siempre me produce hambre —dijo Lord Vetinari, trabajando cuidadosamente en un huevo duro—. ¿No le parece así?

—Hum... sólo he estado una vez en un ahorcamiento —dijo Moist—. No sentí muchos deseos de comer.

—Creo que es el aire frío de la madrugada —dijo Vetinari, al parecer sin escuchar—. Afila el apetito.

Miró directamente a Moist por primera vez, y pareció interesado.

—Oh cielos, ¿usted no está comiendo, señor Lipwig? Debe comer. Se ve un poco paliducho. Confío en que su trabajo no lo esté agobiando.

En algún lugar en ruta hacia el palacio, pensó Moist, debo haber pasado a otro mundo. Tenía que ser algo como eso. Era la única explicación.

—Eh, ¿quién fue ahorcado? —dijo.

—Owlswick Jenkins, el falsificador —dijo Vetinari, dedicándose de nuevo a la extirpación quirúrgica del blancos de la yema—. Nudodetambor, ¿tal vez el Sr. Lipwig gustaría alguna fruta? ¿O algo de la mezcla de granos y frutos secos lacera-intestinos que tanto prefieres?

—En efecto, señor —dijo el secretario.

Vetinari se inclinó hacia adelante como si invitara a Moist a participar en una conspiración, y añadió: —Creo que el cocinero hizo arenques para los guardias. Muy fortalecedor. Realmente se lo ve bastante pálido. ¿No crees que se ve pálido, Nudodetambor?

— Lindando lo macilento, señor.

Fue como tener ácido goteando lentamente en el oído. Moist pensó frenéticamente, pero a lo mejor que pudo llegar fue: —¿Fue bien acompañado el colgado?

—No mucho. No creo que haya sido debidamente aconsejado —dijo Vetinari—, y por supuesto, su crimen no estaba asociado con baldes de sangre. Eso siempre anima a la multitud. Pero Owlswick Jenkins estaba allí, sí. Nunca cortó una garganta pero sangró a la ciudad, gota a gota.

Vetinari había retirado y comido todo el blanco del huevo, dejando la yema brillante y sin mancha.

¿Qué habría hecho yo si fuese Vetinari y encontrase que mi prisión estaba a punto de ser el hazmerreír? No hay nada como la risa para socavar la autoridad, pensó Moist. Más importante aún, ¿qué habría hecho, si fuese él, lo cual, por supuesto, él era…?

Colgarías a alguien, eso es lo que harías. Encontrarías a algún infeliz con la forma general correcta que estaba esperando en la prisión para bailar el fandango del cáñamo y le ofrecerías un trato. ¡Oh, colgaría con todo derecho, pero bajo el nombre de Owlswick Jenkins! Las noticias dirían que el suplente había sido perdonado, pero murió accidentalmente o algo, y su querida vieja mamá o su esposa y sus hijos recibirían una anónima bolsa de parné y escaparían un poco a la vergüenza.

Y la gente tendría su ahorcamiento. Ahora, con suerte, Bellyster tenía trabajo lavando escupideras; la justicia, o algo vagamente similar, se habría aplicado, y habría sido enviado el mensaje de que los crímenes contra la ciudad deberían ser contemplados exclusivamente por aquellos con cuello-de-hierro, e incluso entonces sólo tal vez.

Moist se dio cuenta que estaba tocando su propio cuello. A veces se despertaba en la noche, incluso ahora, un momento después de abrirse el vacío bajo sus pies…

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Vetinari lo estaba mirando. No había exactamente una sonrisa en su rostro, pero Moist sentía tirones en la nuca, la sensación de que, cuando trataba de pensar como Vetinari, su señoría resbalaba en los pensamientos como una gran araña negra en un montón de plátanos y escapaba adonde no debía.

Y la certeza lo golpeó. Owlswick no habría muerto de todos modos. No con un talento como ese. Habría caído a través de la puerta-trampa a una nueva vida, tal como había sucedido a Moist. Habría despertado para recibir la oferta del ángel, que para Owlswick hubiera sido una buena habitación iluminada en algún lugar, tres comidas al día, su orinal vaciado a pedido y toda la tinta que quisiera. Owlswick, desde su punto de vista, habría llegado al cielo… Y Vetinari tendría al mejor falsificador del mundo, trabajando para la ciudad.

Oh, maldición. Estoy en su camino. Estoy en el camino de Vetinari.

La pelota naranja-oro de la yema rechazada por Vetinari brillaba sobre el plato.

—¿Sus maravillosos planes para papel moneda está progresando? —dijo su señoría—. He escuchado mucho sobre ellos.

—¿Qué? Oh, sí. Eh, me gustaría poner su cabeza en el billete de un dólar, por favor.

—Pero, por supuesto. Un buen lugar para poner la cabeza, teniendo en cuenta todos los lugares donde uno podría poner la cabeza.

Como en una pica, sí. Él me necesita, pensó Moist, mientras se hundía la totalmente-no-amenaza. ¿Pero cuánto?

—Mire, yo…

—Posiblemente su fértil mente me pueda ayudar con un pequeño rompecabezas, señor Lipwig. —Vetinari se secó los labios y empujó hacia atrás su silla—. Sígame. Nudodetambor, por favor trae el anillo. Y las tenazas, por supuesto, por si acaso.

Salió a la terraza, seguido por Moist y se inclinó sobre la barandilla dando la espalda a la brumosa ciudad.

—Todavía hay una gran cantidad de nubes, pero creo que el sol debería romper en cualquier momento, ¿no? —dijo.

Moist miró al cielo. Había una mancha de oro pálido entre las nubes, como la yema de un huevo. ¿Qué estaba haciendo el hombre?

—Muy pronto, sí —aventuró.

El secretario entregó a Vetinari una pequeña caja.

—Ésa es la caja de su anillo de sello —dijo Moist.

—¡Bien hecho, señor Lipwig, observadorcomo siempre! Tómelo.

Cautelosamente, Moist recogió el anillo. Era negro y tenía una extraña sensación orgánica. La V parecía mirarlo.

—¿Encuentra algo inusual en él? —dijo Vetinari, mirándole atentamente.

—Se siente caliente —dijo Moist.

—Sí, así es, ¿no es cierto —dijo Vetinari—. Es porque está hecho de estigio. Lo llaman un metal, pero creo firmemente que es una aleación, y una construida mágicamente. Los enanos a veces lo encuentran en la región de Loko, y es muy caro. Un día voy a escribir una monografía sobre su fascinante historia, pero por ahora todo lo que diré es que por lo general es sólo de interés para aquellos que por inclinación o estilo de vida se mueven en la oscuridad… y también, por supuesto, para laos que encuentran que una vida sin peligro apenas vale la pena vivirla. Puede matar, mire. Bajo la luz directa del sol se calienta en pocos segundos a una temperatura que derretirá hierro. Nadie sabe por qué.

Moist miró al cielo brumoso. El huevo hervido que era el resplandor del sol derivaba hacia

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otro banco de niebla. El anillo se enfriaba.

—De vez en cuando hay una moda de anillos de estigio entre los jóvenes asesinos. Clásicamente, se usa un guante negro adornado sobre el anillo durante el día. Todo se trata de riesgos, señor Lipwig. Se trata de vivir con la Muerte en el bolsillo. Se lo juro, hay gente que tirará de la cola de un tigre por travesura. Por supuesto, las personas que están interesadas en el fresco en lugar del peligro simplemente llevan el guante. Sea como sea, hace menos de dos semanas el único hombre en la ciudad que posee una cantidad de estigio y sabe como trabajarlo fue asesinado, tarde en la noche. El asesino lanzó una bomba de menta después. ¿Quién cree usted que lo hizo?

No voy a levantar la vista, pensó Moist. Esto es sólo un juego. Quiere que sude.

—¿Qué se llevaron? —dijo.

—La Guardia no lo sabe porque, usted ve, lo que se llevaron, de hecho, no estaba.

—Muy bien, ¿que quedó atrás? —dijo Moist y pensó: él tampoco mira al cielo…

—Algunas gemas y algunas onzas de estigio en la caja fuerte —afirmó Vetinari—. Usted no preguntó la forma en que el hombre fue asesinado.

—¿Cómo fue…?

—Disparo de ballesta a la cabeza, mientras estaba sentado. ¿Es esto emocionante, señor Lipwig?

—Un mercenario, entonces —dijo Moist desesperadamente—. Estaba planeado. No pagó una deuda. Tal vez era un reducidor y trató de estafar a alguien. ¡No hay suficiente información!

—Nunca la hay —dijo Vetinari—. Mi birrete vuelve de la limpieza sutilmente cambiado, y un joven que trabaja allí fallece en una reyerta. Un antiguo jardinero viene aquí en la oscuridad de la noche a comprar un par de gastadas botas viejas de Nudodetambor. ¿Por qué? Tal vez nunca se sepa. ¿Por qué una imagen de mí mismo fue robada de la Real Galería de Arte el mes pasado? ¿Quién se beneficia?

—Uh, ¿por qué fue dejado ese estigio en la caja fuerte?

—Buena pregunta. La llave estaba en el bolsillo del hombre. Entonces, ¿cuál es nuestra motivación?

—¡No hay suficiente información! ¿Venganza? ¿Silencio? ¿Tal vez había hecho algo que no debía? ¿Puede hacer una daga de esto?

—Ah, creo que está entrando en calor, señor Lipwig. No se trata de un arma, porque los añadidos de estigio mucho más grandes que un anillo tienden a explotar sin previo aviso. Pero él era un hombre codicioso, eso es verdad.

—¿Un argumento sobre algo? —dijo Moist—. ¡Sí, me estoy calentando, gracias! ¿Y para que son las tenazas? ¿Para recogerlo, después de que haya pasado a través de mi mano?

La luz estaba creciendo; podía ver sombras débiles en la pared, sentía el sudor bajando la columna vertebral…

—Una interesante reflexión. Devuélvame el anillo —dijo Vetinari, extendiendo la caja.

¡Ja! Así que fue sólo un espectáculo para asustarme, después de todo, pensó Moist, sacudiendo el miserable anillo en la caja. ¡Nunca antes he oído hablar de estigio! Debe haberlo hecho…

Sintió el calor y vio el anillo de fuego ponerse al rojo blanco, al caer en la caja. La tapa se cerró, dejando un agujero púrpura en la visión de Moist.

—Notable, ¿verdad? —dijo Vetinari—. Por cierto, creo que fue innecesariamente tonto sostenerlo todo este tiempo. Yo no soy un monstruo, sabe.

No, los monstruos no juegan trucos con tu cerebro, pensó Moist. Al menos, mientras está

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todavía dentro de tu cabeza…

—Mire, sobre Owlswick, no he querido… —comenzó, pero Vetinari alzó una mano.

—No sé de qué está hablando, señor Lipwig. De hecho, lo invité aquí, en su calidad de vicepresidente de facto del Banco Real. Quiero que me preste —es decir, a la ciudad— medio millón de dólares al dos por ciento. Usted está, por supuesto, en libertad de rechazarlo.

Tantos pensamientos buscaban la salida de emergencia en el cerebro de Moist que sólo uno se conservó.

Vamos a necesitar algunos billetes más grandes...

Moist corrió de vuelta al banco, directamente a la pequeña puerta bajo la escalera. Le gustaba la cripta. Era fresca y tranquila, aparte del gorgoteo del Glooper y los gritos. Esto último estaba mal, ¿no?

Los venenos rosa del insomnio involuntario se derramaban en torno a su cabeza cuando corrió una vez más.

El ex Owlswick estaba sentado en una silla, al parecer limpiamente afeitado excepto por una pequeña barba puntiaguda. Algún tipo de casco de metal había sido sujetado a su cabeza, y los cables corrían hasta un brillante y cliqueteante dispositivo que sólo Igor entendía. El aire olía a tormenta.

—¿Qué está haciendo a este pobre hombre? —gritó Moist.

—Cambiar ssu mente, sseñor —dijo Igor, tirando de un enorme interruptor a cuchilla.

El casco zumbó. Cepo parpadeó. —Hace cosquillas —afirmó—. Y por alguna razón tiene gusto a fresas.

—¡Está poniendo un rayo justo en su cabeza! —dijo Moist—. ¡Es bárbaro!

—No, sseñor. Loss Bárbaross no tienen la capacidad —dijo Igor sin problemas—. Todo lo que esstoy haciendo, sseñor, ess ssacar todass lass malass memoriass y almacenarlass —aquí tiró una tela a un lado para revelar un gran frasco lleno de líquido verde, en el que había algo redondeado aún más tachonado con cables— ¡en essto!

—¿Está poniendo su cerebro en una chirivía...?

—Ess un nabo —dijo Igor.

—Es sorprendente lo que pueden hacer, ¿no? —dijo una voz por el codo de Moist. Miró hacia abajo.

El señor Cepo, ahora sin casco, le sonreía. Parecía brillante y alerta, como una mejor clase de vendedor de zapatos. Igor había incluso hecho un trasplante de traje.

—¿Está bien? —dijo Moist.

—¡Muy bien!

—¿Como se sintió eso?

—Difícil de explicar —afirmó Cepo—.Sin embargo, sonaba como el olor a gusto de frambuesa.

—¿En serio? Oh. Supongo que está bien, entonces. ¿Y se siente bien? ¿En si mismo? —dijo Moist sondeando la terrible desventaja. Tenía que estar allí. Sin embargo, Owls… Exorbit parecía feliz, lleno de confianza y vigoroso, un hombre dispuesto a tomar lo que le tirase la vida y derrotarla en la corte.

Igor estaba enrollando su cableado, con un aspecto muy engreído sobre lo que probablemente constituía, bajo todas las cicatrices, su rostro.

Moist sintió un retorcijón de culpabilidad. Era un muchacho de Uberwald, que había

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llegado al Paso Vilinus como todo el mundo, tratando de buscar su fortuna —corrección, la fortuna de todo el mundo— y no tenía derecho a recoger los prejuicios de moda en las tierras bajas contra el clan de los Igors. Después de todo, ¿no estaban simplemente poniendo en práctica lo que tantos sacerdotes profesaban creer: que el cuerpo era sólo una ropa bastante pesada de material barato que vestía la invisible alma eterna, y por lo tanto, el intercambio de pedazos y partes como piezas de recambio no era seguramente peor que tener una tienda de ropa usada? Era una fuente constante de doloroso asombro para los Igors que la gente no pudiera ver que esto era a la vez sensato y previsor, al menos hasta el momento en que el hacha resbalaba y la gente necesitaba a alguien para echar una mano en un apuro. En un momento como ése, hasta un Igor era bien mirado.

La mayoría de ellos eran… reparables. Los Igors, con su conciencia del dolor, las estupendas ayudas a la curación y la maravillosa capacidad de llevar a cabo cirugía sobre sí mismos con la ayuda de un espejo de mano, presumiblemente no podrían verse como un mayordomo bajito que había sido dejado en la lluvia durante un mes. Todas las Igorinas parecían impresionantes, pero invariablemente había algo —una bellamente curvada cicatriz bajo el ojo, un anillo de costura decorativa alrededor de una muñeca— para la Mirada. Eso era desconcertante, pero un Igor siempre tenía su corazón en el lugar correcto. Al menos un corazón.

—Bueno, eh... bien hecho, Igor —dijo Moist—. ¿Listo para empezar con el viejo billete de un dólar, entonces, señor, eh... Cepo?

La sonrisa del señor Cepo estaba llena de rayos de sol.

—¡Ya está hecho! —anunció—. ¡Lo hice esta mañana!

—¡Seguramente no!

—¡Efectivamente lo hice! ¡Vengan y vean! —El hombrecito caminó a lo largo de una mesa y levantó una hoja de papel.

El billete resplandecía, en púrpura y oro. Le salían rayos de dinero. Parecía flotar sobre el papel como una pequeña alfombra mágica. Decía riqueza y misterio y tradición…

—¡Vamos a hacer tanto dinero! —dijo Moist. Será mejor, añadió para sí mismo—. Tendremos que imprimir por lo menos 600.000 de éstos, a menos que puede hacer algunas denominaciones más grandes.

Pero allí estaba, tan hermoso que quería llorar, y hacer muchos como él, y ponerlos en tu billetera.

—¿Cómo lo ha hecho tan rápidamente?

—Bueno, un montón de él no es más que geometría —dijo el Sr. Cepo—. El Sr. Igor aquí ha tenido la amabilidad de hacerme un pequeño dispositivo que fue una gran ayuda allí. No está terminado, por supuesto, y ni siquiera he comenzado con el otro lado todavía. Creo que voy a empezar ahora, de hecho, mientras estoy todavía fresco.

—¿Cree que puedes hacerlo mejor? —dijo Moist, asombrado en presencia del genio.

—Me siento tan... ¡lleno de energía! —dijo Cepo.

—Eso sería el fluido elécktrico, espero —dijo Moist.

—¡No, quiero decir que puedo ver tan claramente lo que hay que hacer! ¡Antes, todo era como un horrible peso que tenía que levantar, pero ahora todo está claro y luminoso!

—Bueno, me complace escucharlo —dijo Moist, no totalmente seguro de eso—. Discúlpeme, tengo un banco para manejar.

Se apresuró a través de los arcos y entró en la sala principal por una puerta sin pretensiones, a tiempo para casi chocar con Bent.

—¡Ah, señor Lipwig, me preguntaba donde est…

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—¿Esto va a ser importante, Sr. Bent?

El jefe cajero se veia ofendido… como si nunca hubiera molestado a Moist con cualquier cosa que no era importante.

—Hay muchos hombres fuera de la Casa de Moneda —dijo—. Con trolls y carretas. Ellos dicen que usted desea instalar una —Bent se estremeció— ¡una máquina impresora!

—Así es —dijo Moist—. Son de Abarrotado y Bobinas. Hay que imprimir el dinero aquí. Se verá más oficial y podemos controlar lo que sale por las puertas.

—Sr. Lipwig. Usted está convirtiendo el banco... ¡en un circo!

—Bueno, yo soy el hombre con el sombrero de copa, Sr. Bent, ¡así que supongo que soy el jefe de pista! —dijo con una risa, para aligerar un poco el humor, pero la cara de Bent fue una repentina nube de tormenta.

—¿Realmente, señor Lipwig? ¿Y quien le dijo que el jefe de pista maneja el circo? ¡Usted está muy equivocado, señor! ¿Por qué excluye a los demás accionistas?

—Porque ellos no saben de que se trata de un banco. Venga conmigo a la Casa de la Moneda, ¿quiere? —Pasó a grandes pasos a través de la sala principal, teniendo que esquivar y zigzaguear entre las colas.

—¿Y usted sabe de qué se trata un banco, ¿verdad, señor? —dijo Bent, siguiéndolo con su desigual paso de flamenco.

—Estoy aprendiendo. ¿Por qué tenemos una cola en frente de cada empleado? —exigió Moist—. Eso significa que si un cliente toma un montón de tiempo, toda la cola tiene que esperar. Luego, empezarán a saltar de un lado a otro en las colas y lo siguiente que usted sabe es que alguien tiene una fea herida en la cabeza. Forme una gran cola y dígale a la gente que vaya al próximo empleado libre. La gente no se preocupa por una cola larga si pueden ver que se está moviendo… ¡Lo siento, señor!

Esto fue para un cliente con el que había chocado, que se estabilizó a sí mismo, sonrió a Moist y dijo, con la voz de un pasado que debería haber permanecido enterrado: —¿Vaya, no esh mi viejo amigo Albert? Estásh shacando provecho, ¿no esh así? —El forastero farfullaba sus palabras a través de dientes mal montados: —¡Tú en tu traje de lucesh!

La vida pasada de Moist destellaba ante sus ojos. Ni siquiera era necesario molestarse en morir, aunque él sentía como si fuese a suceder.

¡Era Cribbins! ¡Sólo podía ser Cribbins!

La memoria de Moist ponía sacos de arena, un saco tras otro. ¡Los dientes! ¡Esos malditos dientes postizos! Eran el orgullo y la alegría del hombre. ¡Los había arrancado de la boca de un viejo hombre que había robado, mientras que el pobre diablo moría de miedo! ¡Había bromeado que tenían una mente propia! ¡Y farfullaban y hacían ruido y sorbían y calzaban tan mal que una vez se dieron vuelta en su boca y lo mordieron en la garganta! ¡Solía sacárselos y hablarles! ¡Y, aargh, eran tan viejos, y los dientes manchados había sido tallados en marfil de morsa y el resorte era tan fuerte que a veces había que forzar la parte superior de su cabeza hacia abajo hasta que pudiera ver directo la nariz!

Todo volvió, como una ostra en mal estado.

Era sólo Cribbins. Nadie sabía su primer nombre. Moist se había unido con él, oh, hace diez años y habían hecho el viejo timo del legado en Uberwald un invierno. Él era mucho más viejo que Moist y todavía tenía el grave problema personal que le hacía oler a bananas.

Y era una persona desagradable. Los profesionales tienen su orgullo. Tiene que haber algunas personas a las que no robas, algunas cosas que no robas. Y tienes que tener estilo. Si no tienes estilo, nunca volarás.

Cribbins no tenía estilo. Él no era violento, a menos que no hubiera absolutamente ninguna posibilidad de represalias, pero había alguna generalizada, miserable, camelante

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malicia en el hombre que se llevaba bien con el alma de Moist.

—¿Hay algún problema, señor Lipwig? —dijo Bent, mirando a Cribbins.

—¿Qué? Oh... no... —dijo Moist. Es un chantaje, pensó. La condenada imagen en el periódico. Pero él no puede probar una cosa, ni una cosa.

—Usted se equivoca, señor —dijo Moist. Miró a su alrededor. Las colas se movían, y nadie les prestaba ninguna atención.

Cribbins puso la cabeza a un lado y le lanzó a Moist una divertida mirada. —¿Equivocado, sheñor? Shí. Podría sher. Podría eshtar equivocado. La vida en la carretera, hacer nuevosh amigosh todosh losh díash, ushted shabe… bueno, ushted no, ushted, considerando que no esh Albert Shpangler. Divertido, shin embargo, porque ushted tiene shu shonrisha, sheñor, esh difícil de cambiar la shonrisha de un hombre, y shu shonrisha esh, puesh, en frente de shu cara, como shi eshtuviera ashomado detrásh de ella. Al igual que la shonrisha del joven Albert. Muchacho brillante ea, muy rápido, muy rápido, le ensheñé todo lo que shabía.

…y eso tomó unos diez minutos, pensó Moist, y un año para olvidar algunas de ellas. Tú eres del tipo que les da un mal nombre a los delincuentes…

—Naturalmente, sheñor, ushted eshtá preguntándoshe, ¿el leopardo puede cambiar sush manchas?

¿Puede ese viejo ladino que conocí años atrás haber abandonado la vía amplia y oscilante por la recta y estrecha?

Miró a Moist y enmendó: —¡Whoopsh! No, claro que no lo esh, porque nunca me vio antesh. Pero yo eshtaba enjaulado en Pseudopolish, mire, tirado en la cárcel por entretenimiento maliciosho, y allí fue donde encontré a Om.

—¿Por qué? ¿Qué hizo él? —Fue estúpido, pero Moist no pudo resistir.

—No esh broma, señor, no esh broma —dijo solemnemente Cribbins—.Shoy un hombre cambiado, un hombre cambiado. Esh mi tarea transhmitir lash buenash noticiash, sheñor. —Aquí, con la velocidad de la lengua de una serpiente, Cribbins extrajo una maltratada lata desde el interior de su grasienta chaqueta.

—Mish crímenesh me pesan como cadenash de hierro caliente, sheñor, como lash cadenash, pero yo soy un hombre desheosho de deshcargarse el mishmo por medio de buenash obrash y la confeshión, shiendo la última la másh importante. Tengo que shacar un montón de mi pecho antesh de que pueda dormir fácilmente, sheñor. —Sacudió la caja—. ¿Para losh niñosh, sheñor?

Esto, probablemente, funcionaría mejor si no lo hubiera visto hacer antes, pensó Moist. El ladrón arrepentido debe ser uno de los más antiguos timos en el libro.

—Bueno, me complace escuchar eso, señor Cribbins —dijo—. Lo siento, no soy el viejo amigo que está buscando. Permítame darle un par de dólares... para los niños.

Las monedas tintinearon en el fondo de la lata. —Muchash graciash, sheñor Spangler —dijo Cribbins.

Moist destelló una pequeña sonrisa. —En realidad no soy el Sr. Spangler, señor…

¡Lo llamé Cribbins! ¡Justo ahora! ¡Lo llamé Cribbins! ¿Me dijo su nombre? ¿Lo notó? ¡Debe haberlo notado!

—…Perdón, quiero decir reverendo —logró decir, y una persona promedio no habría notado la pequeña pausa y el bastante hábil esquive. Pero Cribbins no era promedio.

—Muchash graciash, sheñor Lipwig —dijo, y Moist escuchó el prolongado “señor” y el sardónicamente explosivo “Lipwig”. Significaban “te agarré”.

Cribbins guiñó a Moist y salió paseando a través de la sala del banco, sacudiendo su lata, sus dientes acompañándolo con una mezcla de horribles ruidos dentales.

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—¡Desgraciash y tresh vecesh desgraciash, para el hombre que roba con palabrash, porque shu lengua she clavará en el techo de shu boca! ¡Deje unos cobresh para losh pobresh huérfanosh! ¡Hermanosh y hermanash! A eshosh que serán dados generalmente hablando…

—Voy a llamar a los guardias —dijo el Sr. Bent con firmeza—. No permitimos mendigos en el banco.

Moist agarró su brazo.

—No —dijo con urgencia—, no con todas esas personas aquí. Maltratar a un hombre de la iglesia y todo eso. No se vería bien. Creo que se irá pronto.

Ahora me dejará sufrir, pensó Moist mientras Cribbins se dirigía indiferentemente hacia la puerta. Esa es su manera. Lo va a prolongar. Entonces me pedirá por dinero, una y otra vez.

De acuerdo, pero ¿qué podía probar Cribbins? Pero, ¿era necesario que existan pruebas? Si comenzara a hablar de Albert Spangler, podría resultar mal. ¿Lo arrojaría Vetinari a los lobos? Podría. Probablemente lo haría. Podrías apostar tu sombrero a que no jugaría el juego de la resurrección sin un montón de planes de contingencia.

Bueno, tenía algo de tiempo, por lo menos. Cribbins no iría por una muerte rápida. Le gustaba mirar retorcerse a las personas.

—¿Está usted bien? —dijo Bent. Moist volvió a la realidad.

—¿Qué? Oh, bien —dijo.

—Usted no debe alentar este tipo de personas aquí adentro, sabe.

Moist se sacudió a sí mismo. —Tiene usted razón en eso, Sr. Bent. Vamos a llegar a la Casa de Moneda, ¿sí?

—Sí, señor. ¡Pero les advierto, señor Lipwig, a estos hombres no los convencerá con palabras de fantasía!

—Inspectores… —dijo el Sr. Sospechoso, diez minutos más tarde, haciendo rodar la palabra en la boca como un dulce.

—Necesito gente que valore las altas tradiciones de la Casa de Moneda —dijo Moist, sin añadir: como hacer monedas muy, muy lentamente y llevar el trabajo a casa.

—Inspectores —dijo el Sr. Sospechoso de nuevo. Detrás de él, los Hombres de los Depósitos sostenían su gorra en las manos y miraban a Moist como búhos, salvo cuando el Sr. Sospechoso estaba hablando, entonces miraban la nuca del hombre.

Estaban todos en el cobertizo oficial del señor Sospechoso, que estaba construido muy arriba en la pared, como un nido de golondrina. Crujía cada vez que alguien se movía.

—Y, por supuesto, algunos de ustedes todavía serán necesarios para tratar con los trabajadores externos —continuó Moist—, pero su trabajo principal será ver que los hombres del señor Bobinas lleguen a tiempo, se comporten como es debido y observen la adecuada seguridad.

—Seguridad —dijo el señor Sospechoso, como degustando la palabra. Moist vio un parpadeo de luz malvada en los ojos de los hombres. Decía: estos fastidiosos van a tomar nuestra Casa de Moneda, pero tendrán que pasar por nosotros para salir por la puerta. ¡Jo jo!

—Y, por supuesto, ustedes pueden conservar los Depósitos —dijo Moist—. También tengo planes de monedas conmemorativas y otros artículos, por lo que sus habilidades no serán en vano. ¿Es bastante bueno?

El señor Sospechoso miró sus compañeros y luego de vuelta a Moist.

—Nos gustaría hablar de esto —afirmó.

Moist asintió, a ellos y a Bent, y se dirigió hacia abajo por la crujiente y balanceante

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escalera hasta el piso de la Casa de la Moneda, donde las partes de la nueva impresora ya se apilaban. Bent se estremeció un poco cuando las vio.

—No van a aceptar, ya sabe —dijo con desembozada esperanza en su voz—. ¡Han estado haciendo las cosas de la misma manera aquí durante cientos de años! ¡Y son artesanos!

— También lo fueron las personas que hacían los cuchillos de pedernal —dijo Moist. En verdad, se había sorprendido a sí mismo. Debía haber sido el encuentro con Cribbins. Había hecho correr a su cerebro. —Mire, no me gusta ver talentos desperdiciados —afirmó—, pero voy a darles mejores salarios, un trabajo decente y el uso de los cobertizos. No recibiránuna oferta como ésta en cien años…

Alguien estaba bajando la tambaleante escalera. Moist lo reconoció como Joven Alf, quien, sorprendentemente, había logrado ser empleado en la Casa de Moneda cuando era aún demasiado joven para afeitarse, pero definitivamente con la edad suficiente para tener granos.

—Eh, ¿los Hombre dicen que habrá insignias? —dijo el muchacho.

—En realidad, yo estaba pensando en uniformes —dijo Moist—. Coraza de plata con las armas de la ciudad sobre ella, y cota de malla liviana de plata, para verse impresionantes cuando tengamos visitantes.

El niño sacó un pedazo de papel de su bolsillo y lo consultó.

—¿Qué hay de portapapeles? —dijo.

—Ciertamente —dijo Moist—. Y silbatos, también.

—Y, eh, está confirmado lo de los cobertizos, ¿correcto?

—Soy un hombre de palabra —dijo Moist.

—Usted es un hombre de palabras, señor Lipwig —dijo Bent cuando el chico se escabulló por los escalones—, pero me temo que nos conducirá a la ruina. El banco necesita solidez, fiabilidad... ¡todo lo que representa el oro!

Moist giró en redondo. No había sido un buen día. No había sido una buena noche, tampoco.

—Sr. Bent, si no le gusta lo que estoy haciendo, siéntase libre de partir. ¡Tendrá una buena referencia y todos los salarios adeudados!

Bent parecía haber sido abofeteado.

—¿Dejar el banco? ¿Dejar el banco? ¿Cómo podría hacerlo? ¡Cómo se atreve usted!

Una puerta golpeó por sobre ellos. Levantaron la vista. Los Hombres de los Depósitos estaban bajando la escalera en solemne procesión.

—Ahora vamos a ver —siseó Bent—. Estos son hombres de valores sólidos. Ellos no tienen nada que ver con su chillona oferta, señor... ¡jefe de pista!

Los Hombres llegaron al final de la escalera. Sin una palabra todos ellos miraron al señor Sospechoso, excepto el Sr. Sospechoso, que miró a Moist.

—Los Depósitos se quedan, ¿correcto? —dijo.

—¿Están cediendo? —dijo el Sr. Bent, horrorizado—. ¿Después de cientos de años?

—Bieeen —dijo el Sr. Sospechoso—, yo y los muchachos tuvimos una pequeña conversación y, en un momento como éste, un hombre tiene que pensar en su cobertizo. Y los trabajadores externos estarán bien, ¿verdad?

—Sr. Sospechoso, he ido a las barricadas por los elim —afirmó Moist.

—Y hablamos con algunos de los muchachos de la Oficina de Correos anoche y dijeron que podíamos confiar en la palabra del señor Lipwig porque él es tan recto como un sacacorchos.

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—¿Un sacacorchos? —dijo Bent, conmocionado.

—Sí, preguntamos eso, también —dijo sombra—.Y dijeron que él actúa torcido, pero que está bien, porque saca muy bien los corchos.

La expresión del Sr. Bent se puso en blanco.

—Oh —dijo—. Esto es claramente una especie de broma de juicio nublado, que no entiendo. Si me disculpa, tengo mucho trabajo que atender.

Con sus pies subiendo y bajando, como si estuviera caminando sobre una especie de escalera movediza, el Sr. Bent partió con brusca prisa.

—Muy bien, señores, gracias por su amable actitud —dijo Moist observando la figura en retirada—, y por mi parte voy a ordenar los uniformes esta tarde.

—Usted es de movimientos rápidos, Maestro —dijo el Sr. Sospechoso.

—¡Quédate quieto y tus errores te atraparán! —dijo Moist. Se rieron, por lo que él había dicho, pero la cara de Cribbins se levantó en su mente y, bastante inconscientemente, puso la mano en el bolsillo y tocó la cachiporra. Tenía que aprender a utilizarla ahora, porque un arma que levantas y no sabes cómo utilizarla, pertenece a tu enemigo.

La había comprado… ¿por qué? Porque era como la ganzúa: una señal para demostrar, al menos para sí mismo, que no había cedido, no todo el camino, que una parte de él todavía era libre. Era como las otras identidades preparadas, los planes de fuga, los depósitos de dinero y la ropa. Se le dijo que cualquier día podía dejar todo esto, fundirse en la multitud, decir adiós al papeleo y el horario y las interminables, interminables carencias.

Se le dijo que podría renunciar en cualquier momento que quisiese. A cualquier hora, en cualquier minuto, en cualquier segundo. Y porque podía, no lo hacía... cada hora, cada minuto, cada segundo. Tenía que haber una razón porqué.

—¡Sr. Lipwig! ¡Señor Lipwig! —Un joven empleado esquivó y zigzagueó a través de la atareada Casa de Moneda, y se detuvo frente a Moist jadeando.

—¡Sr. Lipwig, hay una señora en el pasillo para verlo a usted y le hemos agradecido por no fumar, tres veces, y ella sigue haciéndolo!

La imagen del miserable Cribbins desapareció y fue sustituida por una mucho mejor.

Ah, sí. Por esa razón.

La Srta. Adora Belle Dearheart, conocida para Moist como Spike estaba de pie en el centro del salón del banco. Moist se guió por el humo.

—Hola, tú —dijo, y eso fue todo—. ¿Puedes llevarme lejos de todo esto? —Ella gesticuló con la mano que no fumaba. El personal la había rodeado de manera significativa con sus altos ceniceros de bronce, llenos de arena blanca.

Moist desplazó un par de ellos, y la dejó salir.

—¿Cómo estuvo… —comenzó, pero ella lo interrumpió.

—Podemos hablar por el camino.

—¿A dónde vamos? —preguntó Moist esperanzado.

—Universidad Invisible —dijo Adora Belle, dirigiéndose a la puerta. Tenía una gran bolsa tejida sobre su hombro. Parecía rellena con paja.

—¿Nada de almuerzo, entonces? —dijo Moist.

—El almuerzo puede esperar. Esto es importante.

—Oh.

Era la hora del almuerzo en la Universidad Invisible, donde cada comida es importante.

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Era difícil encontrar un momento en que una u otra comida no estuviese en progreso. La Biblioteca estaba inusitadamente vacía, y Adora Belle caminó hasta el mago más cercano que no parecía lucrativamente ocupado y exigió:

—¡Quiero ver el Gabinete de Curiosidades de inmediato!—No creo que tengamos nada así —dijo el mago—. ¿Por quién es?

—Por favor, no mienta. Mi nombre es Adora Belle Dearheart, de modo que como puede imaginar soy irascible. Mi padre me llevó con él cuando ustedes le pidieron que viniera a ver el Gabinete, hace unos veinte años. Ustedes querían saber cómo funcionaban las puertas. Alguien debe recordar. Era una gran sala. Una habitación muy grande. Y había montones y montones de cajas. Y lo divertido sobre ellas era…

El asistente levantó su mano con rapidez, como para prevenir más palabras. —¿Puede esperar un minuto? —sugirió.

Esperaron cinco. Ocasionalmente una cabeza con sombrero puntiagudo asomaba en torno a una estantería para mirarlos, y se escondía enseguida como si pensase que había sido notada.

Adora Belle encendió un nuevo cigarrillo. Moist señaló un cartel que decía "Si usted está fumando, gracias por ser golpeado en la cabeza."

—Eso es sólo para mostrar —dijo Adora Belle, expulsando una corriente de humo azul—. Todos los magos fuman como chimeneas.

—No aquí, me doy cuenta —dijo Moist— y posiblemente sea porque todos los libros son altamente inflamables. Podría ser una buena idea…

Sintió el susurro del aire y un tufillo de la selva mientras algo pesado encima oscilaba por encima y desaparecía en la penumbra, seguido ahora por una corriente de humo azul.

—Hey, alguien tomó mi… —comenzó Adora Belle, pero Moist la empujó fuera del camino cuando la cosa pasó de nuevo y una banana le sacó el sombrero.

—Son un poco más definitivos acerca de las cosas aquí —dijo, recogiendo su sombrero—. Si es de algún consuelo, el Bibliotecario probablemente intentaba pegarme. Él puede ser bastante galante.

—¡Ah, usted es el señor Lipwig, reconozco el traje! —dijo un mago mayor, que claramente esperaba aparecer como por arte de magia, pero, de hecho, había salido de detrás de una estantería—. Sé que soy el Director de Estudios Indefinidos aquí, por mis pecados. Y usted, ajaja, por un proceso de eliminación, ¿será la señorita Dearheart, que recuerda el Gabinete de Curiosidades? —El Director de Estudios Indefinidos se acercó con aspecto conspiratorio. Bajó su voz. —¿Me pregunto si puedo persuadirla a olvidarse de él?

—Ni una posibilidad —dijo Adora Belle.

—Nos gusta pensar en él como uno de nuestros secretos mejor guardados, mire…

—Bueno. Voy a ayudarlos a mantenerlo —dijo Adora Belle.

—¿Nada que pudiera decir podría cambiar su opinión?

—No sé —afirmó Adora Belle—. ¿Abracadabra, tal vez? ¿Tiene su libro de hechizos? —Moist quedó impresionado. Ella podría ser tan... punzante.

—Oh... ese tipo de dama —dijo cansinamente el Director de Estudios Indefinidos—. Moderna. Bueno, supongo que es mejor que venga conmigo, entonces.

—¿De qué se trata todo esto, por favor? —siseó Moist mientras seguían al mago.

—Necesito algo traducido —dijo Adora Belle— de prisa.

—¿No te alegra verme?

—Oh sí. Un montón. Pero necesito algo traducido de prisa.

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—¿Y esa cosa gabinete puede ayudar?

—Tal vez.

—¿Tal vez?

"Tal vez" podía esperar hasta después del almuerzo, ¿o no? Si era "definitivamente", ahora, podría haber entendido el punto…

—Oh cielos, me temo que estoy perdido de nuevo, y no por culpa mía, podría agregar —murmuraba el Director de Estudios Indefinidos—. Me temo que los parámetros cambian y tienen fugas. No lo sé, que con una cosa y otra no puedes llamar propia a tu propia puerta en estos días…

—¿Cuáles fueron sus pecados? —dijo Moist, renunciando a Adora Belle.

—¿Perdón? ¡Oh cielos, ¿qué son esas manchas en el techo? Probablemente sea mejor no saber…

—¿Cuáles fueron los pecados que cometió para convertirse en el Director de Estudios Indefinidos? —persistió Moist.

—Oh, solo tiendo a decir eso por algo que decir —dijo el mago, abriendo una puerta y cerrándola de nuevo rápidamente—. Pero ahora mismo me inclino a pensar que debo haber cometido unos pocos, y que deben haber sido descomunales. Es bastante insoportable por el momento, por supuesto. Ellos están diciendo que todas las cosas en todo el miserable universo es técnicamente indefinible, pero ¿qué se supone que voy a hacer al respecto? Y, por supuesto, este maldito Gabinete está haciendo estragos con el lugar de nuevo. Pensé que habíamos visto el último hace quince años... ¡Oh, sí, cuidado el calamar, estamos un poco desconcertados acerca de eso, en realidad... ¡Ah, aquí está la puerta correcta. —El Director inhaló—. Y está a veinticinco pies de distancia de donde debería ser. Qué les dije...

La puerta se abrió y fue sólo una cuestión de saber por dónde empezar. Moist optó por dejar caer la mandíbula, lo que era limpio y simple.

La habitación era más grande que lo que debería ser. Ninguna habitación debería ser más de una milla de ancho, sobre todo cuando desde fuera en el pasillo, que era muy normal si ignorabas el calamar gigante, parecía tener habitaciones perfectamente normales a ambos lados de él. No debería tener un techo tan alto que no lo podías ver, tampoco. Simplemente no encajaría.

—Es bastante fácil hacer esto, en realidad —dijo el Director de Estudios Indefinidos, mientras miraban—. Al menos eso me dijeron —añadió con melancolía—. Aparentemente, si reduces el tiempo, puedes expandir el espacio.

—¿Cómo hacen eso? —preguntó Moist, mirando la… estructura que era el Gabinete de Curiosidades.

—Estoy orgulloso de decir no tengo la menor idea —dijo el Director—. Francamente, tengo miedo de haberme perdido desde el momento en que dejamos de utilizar velas babeantes. Sé que técnicamente es mi departamento, pero me parece mejor permitirles llevarse bien con él. Ellos insisten en tratar de explicar las cosas, lo cual por supuesto no ayuda…

Si Moist hubiera tenido alguna imagen mental, habría esperado un gabinete. Después de todo, así se llamaba, ¿sí? Pero lo que llenaba la mayor parte de la habitación era un árbol imposible, con la forma general de un venerable roble extendido. Era la de un árbol en invierno, no tenía hojas. Y entonces, cuando la mente había encontrado un símil familiar y amistoso, tenía que aceptar el hecho de que el árbol estaba hecho de archivadores. Que parecían ser de madera, pero eso no ayudaba mucho.

Muy arriba, en lo que deberían llamar las ramas, unos magos en escobas se dedicaban a quién-sabe-qué. Parecían insectos.

—Es un poco sorprendente cuando uno lo ve por primera vez, ¿no? —dijo una voz.

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Moist miró alrededor a un mago joven, al menos joven según los estándares de los magos, que tenía gafas redondas, un portapapeles, y el brillante tipo de expresión que dice: Yo probablemente sé más que lo que posiblemente puedas imaginar, pero todavía soy razonablemente feliz de hablar, incluso con personas como tú.

—Usted es Ponder Stibbons, ¿verdad? —dijo Moist—. ¿El único que hace cualquier trabajo en la universidad?

Otros magos dieron vuelta a sus cabezas ante eso, y Ponder se puso rojo.

—¡Eso es bastante falso! Acabo de subir de peso, al igual que cualquier otro miembro de la facultad —dijo, pero un ligero tono de su voz sugirió que tal vez los demás miembros de la facultad tenían demasiado peso y no suficiente empuje—. Estoy a cargo del Gabinete de Proyectos, por mis pecados.

—¿Por qué? ¿Qué hizo? —dijo Moist, navegando en un mundo de pecado—. ¿Algo peor?

—Eh, me ofrecí a tomarlo —dijo Ponder—. Y tengo que decir que hemos aprendido más en los últimos seis meses que en los anteriores veinticinco años. El Gabinete es un artefacto verdaderamente sorprendente.

—¿Dónde lo encontraron?

—En el ático, escondido detrás de una colección de ranas de peluche. Creemos que la gente dejó de tratar de hacerlo funcionar hace años. Por supuesto, eso fue en la era de las velas babeantes —dijo Ponder, ganándose un bufido del Director de Estudios Indefinidos—. La tecnomancia moderna es algo muy útil.

—Muy bien, entonces —dijo Moist—, ¿Para qué sirve?

—No sabemos.

—¿Cómo funciona?

—No sabemos.

—¿De dónde vino?

—No sabemos.

—Bueno, eso parece ser todo —dijo sarcásticamente Moist—. ¡Oh, no, una última: ¿qué es? Y déjenme decirles, estoy ansioso.

—Ésa puede ser la clase equivocada de pregunta —dijo Ponder, sacudiendo la cabeza—. Técnicamente, parece ser una clásica Bolsa de Contención, pero con n bocas, donde n es el número de elementos en un universo de once dimensiones que actualmente no están vivas, no rosados y caben en un cajón cúbico de 14,14 pulgadas de lado, dividido por P.

—¿Que es P?

—Ése puede ser el tipo equivocado de pregunta.

—Cuando era una niña era sólo una caja mágica —prorrumpió Adora Belle, con voz soñadora—. Fue en una sala mucho más pequeña y cuando se desplegó un par de veces había una caja con un pie de golem en ella.

—Ah, sí, en la tercera iteración —dijo Ponder—. Ellos no podían ir mucho más allá en esos días. ¡Ahora, por supuesto, tenemos la recursión controlada y el objetivo de impulsión plegable que reduce de manera efectiva el boxeo colateral a 0,13 por ciento, una mejora de doce veces sólo el año pasado!

—¡Eso es grandioso! —dijo Moist, con la sensación de que era lo menos que podía hacer.

—Srta. Dearheart ¿quiere ver el objeto de nuevo? —dijo Ponder, en voz baja. Adora Belle todavía tenía una mirada lejana en sus ojos.

—Creo que sí —dijo Moist—. Ella es muy grande con los golems.

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—Estábamos a punto de plegar para el día de hoy, en cualquier caso —dijo Ponder—. No hará daño recoger el Pie por el camino.

Tomó un gran megáfono de un banco y lo llevó a sus labios.

—EL GABINETE CIERRA EN TRES MINUTOS, CABALLEROS. TODOS LOS INVESTIGADORES EN EL ÁREA DE SEGURIDAD AHORA, POR FAVOR. ¡ESTE ALLÍ O SEA CUADRICULADO!

—¿Estar allí o ser cuadriculado? —dijo Moist cuando Ponder bajó el megáfono.

—Oh, hace un par de años alguien hizo caso omiso de la advertencia y, hum, cuando el Gabinete se plegó temporalmente se convirtió en una curiosidad.

—¿Quiere decir que terminó dentro de un cubo de catorce pulgadas? —dijo Moist, horrorizado.

—En su mayor parte. Mire, realmente seríamos muy felices si no le dice a nadie acerca del Gabinete, gracias. Sabemos cómo usarlo, creemos, pero tal vez esta no sea la forma en que fue destinado a ser utilizado. No sabemos qué es, como usted dijo, o quién lo construyó, o incluso si estas preguntas son completamente equivocadas. Nada en él es mayor que unas catorce pulgadas cuadradas, pero no sabemos por qué es así o quién es el que decide que son curiosos, o por qué, y indudablemente no sabemos la razón por la que no contiene nada de color rosa. Es muy embarazoso. ¿Estoy seguro de que puede guardar un secreto, señor Lipwig?

—Le sorprendería.

—¿Oh? ¿Por qué?

—Ése es el tipo equivocado de pregunta.

—Ustedes saben algo muy importante sobre el Gabinete —dijo Adora Belle, aparentemente despierta—. Ustedes saben que no se construyó para una chica entre cuatro y, oh, once años de edad.

—¿Cómo sabemos eso?

—No hay rosa. Confíe en mí. Ninguna niña de ese grupo etario puede dejar afuera el color rosa.

—¿Está segura? ¡Eso es maravilloso! —dijo Ponder, haciendo una nota en su portapapeles—. Eso sin duda vale la pena saberlo. Vamos a por el pie, entonces, ¿de acuerdo?

Los magos que montaban los palos de escoba habían bajado ahora. Ponder aclaró su garganta y recogió el megáfono. ¿TODOS ABAJO? MARAVILLOSO. HEX… ¡SE BUENO Y PLIÉGATE, POR FAVOR!

Hubo silencio por un rato, y luego un lejano ruido estrepitoso comenzó a crecer, cerca del techo. Sonaba como dioses mezclando naipes de madera de una milla de altura.

—Hex es nuestra máquina de pensar —dijo Ponder—. Difícilmente seríamos capaces de explorar la caja sin él.

El estrépito se estaba haciendo más fuerte y más rápido.

—Usted podría sentir dolor en los oídos —dijo Ponder, elevando la voz—. Hex intenta controlar la velocidad, pero toma un tiempo finito a los ventiladores meter aire de nuevo en la sala. ¡EL VOLUMEN DEL GABINETE CAMBIA MUY RÁPIDO, VERÁ!

Esto fue gritado contra el trueno de los cajones colapsando. Se golpeaban entre sí demasiado rápido para que el ojo humano los siguiera mientras el edificio se reducía y se plegaba y resbalaba y se sacudía hasta el tamaño de una casa, el tamaño de un cobertizo y, por último, en el centro del enorme espacio —a menos que fuera algún tipo de tiempo— se convertía en un pequeño gabinete pulido, de un pie y medio de lado, de pie sobre cuatro patas bellamente talladas.

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Las puertas del Gabinete hicieron clic al cerrarse.

—Desplegar lentamente el espécimen 1.109 —dijo Ponder, en el resonante silencio.

Las puertas se abrieron. Un profundo cajón resbaló hacia afuera.

Continuó deslizándose.

—Sólo síganme —dijo Ponder, paseando hacia el Gabinete—. Es bastante seguro.

—Eh, un cajón de un centenar de yardas de largo acaba de deslizarse fuera de una caja de catorce pulgadas cuadradas —dijo Moist , en caso de que él fuera el único en notarlo.

—Sí. Eso es lo que pasa —dijo Ponder, mientras el cajón se deslizaba hacia atrás la mitad del tamaño. Su costado, vio Moist era una línea de cajones. Así pues, los cajones se abrían… de los cajones. Por supuesto, pensó Moist, en el espacio de once dimensiones era la manera equivaocada de pensar.

—Es un rompecabezas deslizante —dijo Adora Belle—, pero con muchas más direcciones para deslizarse.

—Esa es una analogía muy gráfica que facilita maravillosamente la comprensión, mientras que está, en rigor, equivocada de todas las maneras posibles —dijo Ponder.

Los ojos Adora Belle se estrecharon. No había fumado un cigarrillo durante diez minutos.

El cajón largo proyectó otro cajón en ángulo recto. Todo a lo largo de sus costados había, sí, más cajones. Uno de ellos se extendió lentamente.

Moist corrió el riesgo, y dio un golpecito en lo que parecía ser madera perfectamente normal. Hizo un ruido perfectamente normal. —¿Debería preocuparme porque acabo de ver un cajón deslizarse a través de otro cajón? —dijo.

—No —dijo Ponder—. El Gabinete está tratando de hacer un sentido de cuatro dimensiones de algo que está ocurriendo en once o, posiblemente, diez dimensiones.

—¿Intentar? ¿Quiere decir que está vivo?

—¡Ajá! ¡El tipo de pregunta correcta!

—Apuesto a que no sabe la respuesta, sin embargo.

—Usted está en lo cierto. Pero debe admitir que es una pregunta interesante para no saber la respuesta. Y, sí, aquí tenemos el Pie. Mantener y colapsar, por favor, Hex.

Los cajones se hundieron de nuevo en sí mismos en una serie de ruidos, mucho más corta y menos espectacular que antes, dejando al Gabinete recatado, antiguo y con las patas levemente arqueadas. Tenía pequeñas garras como patas, una afectación de los ebanistas que siempre molestó a Moist en bajo grado. ¿Pensaban que las cosas se movían por la noche? O tal vez el Gabinete realmente lo hacía.

Y las puertas del Gabinete se abrieron. Situado en el interior, y cabiendo apenas, estaba el pie de un golem, o al menos la mayor parte de uno.

Una vez, los golems fueron hermosos. Una vez, los mejores escultores probablemente los hicieron para rivalizar con las más bellas estatuas, pero desde hacía mucho, los torpes de manos, los que apenas podían hacer una serpiente de arcilla, hallaron que meter la cosa a presión en la forma de un masivo hombre de pan de jengibre funcionaba igual de bien.

Este pie era uno de la clase inicial. Estaba hecho de una arcilla blanca como porcelana, con patrones de pequeñas marcas en amarillo, negro y rojo. Una pequeña placa de bronce en el frente tenía grabado en Uberwaldiano: «Pie de Golem Umniano, Periodo Medio."

—Bueno, quien hizo el Gabinete viene de…

—Quien quiera que mire la etiqueta la ve en su lengua materna —dijo Ponder, cansinamente—. Las marcas aparentemente indican que ciertamente proviene de la ciudad de Um, de acuerdo con el difunto Profesor Cabeza.

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—¿Eh? —dijo Moist—. Um, ¿qué? ¿No estaban seguros de cómo llamar al lugar?

—Sólo Um —dijo Ponder—. Muy antigua. Unos sesenta mil años, creo. En la Edad de Arcilla.

—Los primeros fabricantes de golems —dijo Adora Belle. Descolgó la bolsa y empezó a revolver en la paja.

Moist tocó el pie. Parecía delgado como una cáscara de huevo.

—Es una especie de cerámica —dijo Ponder—. Nadie sabe cómo lo hicieron. Los Umnianos horneaban incluso barcos con esa cosa.

—¿Funcionaba?

—Hasta cierto punto —dijo Ponder—. De todos modos, la ciudad fue totalmente destruida en la primera guerra con los gigantes de hielo. No hay nada allí ahora. Creemos que el pie se puso en el gabinete hace mucho tiempo.

—¿O se excavará en algún momento en el futuro, tal vez? —dijo Moist.

—Ése podría muy bien ser el caso —dijo Ponder gravemente.

—En cuyo caso, ¿no será un pequeño problema? Quiero decir, ¿puede estar en la tierra y en el Gabinete al mismo tiempo?

—Eso, señor Lipwig, es…

—¿El tipo equivocado de pregunta?

—Sí. Existen en la caja diez o posiblemente once dimensiones. Prácticamente cualquier cosa puede ser posible.

—¿Por qué sólo once dimensiones?

—No sabemos —dijo Ponder—. Podría ser simplemente que sería tonto tener más.

—¿Puede tomar el pie, por favor? —dijo Adora Belle, que ahora cepillaba las hebras de paja de un paquete largo.

Ponder asintió, levantó la reliquia con gran cuidado, y la puso suavemente en el banco detrás de ellos.

—¿Qué hubiera pasado si la hubiera dejado caer…? —comenzó Moist.

—¡Pregunta equivocada, señor Lipwig!

Adora Belle puso el paquete junto al pie y lo desenvolvió con cuidado. Contenía una parte del brazo de un golem, de dos pies de largo.

—¡Lo sabía! ¡Las marcas son las mismas! —dijo—. Y hay muchas más en mi pieza. ¿Puede traducir esto?

—¿Yo? No —dijo Ponder—. Las Artes no son mi especialidad — añadió, de una forma que sugería que el suyo era un campo superior, con flores bastante mejores en él—. Necesita al profesor Pulgoso.

—¿Quiere decir el que está muerto? —dijo Moist.

—Él está muerto en este momento, pero estoy seguro de que en aras de la discreción mi colega el Dr. Hicks puede hacer los arreglos para que el profesor hable con usted después del almuerzo.

—¿Cuando él estará menos muerto? —dijo Moist.

—Cuando el Dr. Hicks haya almorzado —dijo Ponder pacientemente—. El profesor estará encantado de recibir visitas, eh, especialmente a la señorita Dearheart. Él es el experto mundial en Umniano. Cada palabra tiene cientos de significados, entiendo.

—¿Puedo tomar el Pie? —dijo Adora Belle.

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—No —dijo Ponder—. Es nuestro.

—Ése es el tipo equivocado de respuesta —dijo Adora Belle, recogiendo el Pie—. En nombre del Fideicomiso Golem, estoy adquiriendo este golem. Si usted puede probar la propiedad, se le pagará un precio justo por ello.

—Ojalá fuera así de simple —dijo Ponder, quitándoselo cortésmente—, pero, sabe, si se lleva una Curiosidad fuera de la Sala del Gabinete por más de catorce horas y catorce segundos, el Gabinete deja de funcionar. La última vez nos llevó tres meses reiniciarlo. Pero puede dejarse caer en cualquier momento a, eh, comprobar que no estamos maltratándolo.

Moist puso una mano en el brazo de Adora Belle para prevenir un Incidente.

—Ella es muy apasionada acerca de los golems —dijo—. El Fideicomiso los excava todo el tiempo.

—Eso es muy loable —dijo Ponder—. Voy a hablar con el Dr. Hicks. Él es el jefe del Departamento de Comunicaciones Post-Mortem.

—Comunicaciones Post-Mortem —comenzó Moist—. ¿No es lo mismo que necroman…?

—¡Dije el Departamento de Comunicaciones Post-Mortem! —dijo Ponder con firmeza—. Le sugiero que vuelva a las tres.

—¿Hubo algo sobre esa conversación que te sonara normal? —dijo Moist cuando salieron a la luz del sol.

—En realidad, pienso que fue muy bien —dijo Adora Belle.

—Así no era como me imaginaba tu regreso a casa —dijo Moist—. ¿Por qué la prisa? ¿Hay algún problema?

—Mira, hemos encontrado cuatro golems en la excavación —dijo Adora Belle.

—Eso es… bueno ¿sí? —dijo Moist.

—¡Sí! ¿Y sabes qué tan profundo estaban?

—No podría adivinar.

—¡Adivina!

—¡No lo sé! —dijo Moist desconcertado al tener que jugar repentinamente a "¿Cuál es mi profundidad?"—. ¿Doscientos pies? Eso es más que…

—Mas de media milla.

—¡Imposible! ¡Eso es más profundo que el carbón!

—Habla bajo, ¿quieres? Mira, ¿hay algún lugar adonde podamos ir y hablar?

—¿Qué tal… el Banco Real de Ankh-Morpork? Hay un comedor privado.

—¿Y nos dejarán comer allí?

—Oh sí. El presidente es un gran amigo mío —dijo Moist.

—¿Lo es?

—¡Lo es, sin duda —dijo Moist—. ¡Esta mañana lamía mi cara!

Adora Belle se detuvo y se dio vuelta a mirarlo.

—¿De veras? —dijo—. Entonces estuve bien al volver ahora.

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Capítulo 7

El Placer de Tajadas — El Sr. Bent sale a almorzar — Las Bellas Artes Oscuras — Actores aficionados, elusión de vergüenza por — ¡La Pluma del Destino! — El profesor Pulgoso se pone cómodo — “La lujuria viene en muchas variedades " — ¡Un héroe de la Banca! — La taza de Cribbins se llena.

EL SOL BRILLÓ A TRAVÉS de la ventana del comedor del banco en un escenario de perfecto placer.

—Deberías vender entradas —dijo Adora Belle soñadoramente, con la barbilla en sus manos—. Las personas deprimidas podrían venir aquí y curarse.

—Es ciertamente difícil observar como ocurre y estar triste —dijo Moist.

—Es la manera entusiasta en que intenta dar vuelta a su boca —dijo Adora Belle.

Hubo un glup del Sr. Quisquilloso cuando el último de los caramelos pegajosos bajó. Dio vuelta el cuenco con la esperanza de que hubiera más. Nunca había, pero el Sr. Quisquilloso no era un perro que se sometiera a las leyes de la causalidad.

—Así que…—dijo Adora Belle—, una vieja loca… muy bien, una vieja loca muy astuta… murió y te dio su perro, que lleva este banco en su collar, y le has dicho a todos que el oro vale menos que las patatas, y sacaste un criminal de la Línea de la Muerte, está en el sótano diseñando "billetes" para ti, has molestado a la peor familia en la ciudad, la gente hace cola para unirse al banco,porque los haces reír ... ¿que he olvidado?

—Creo que mi secretaria está, uh, poniéndose dulce conmigo. Bueno, digo secretaria, asumiendo que sea “ella”.

Algunas novias habrían irrumpido en lágrimas o gritos. Adora Belle se rió.

—Y ella es un golem —dijo Moist.

La risa se detuvo.

—Eso no es posible. No funcionan así. De todos modos, ¿por qué un golem creería que es mujer? Nunca pasó antes.

—Apuesto a que no ha habido muchos golems emancipados antes. Además, ¿por qué creería que es masculino? Y ella agita sus pestañas hacia mi… bueno, eso es lo que ella piensa que está haciendo, creo. Las chicas del mostrador están detrás de esto. Mira, hablo en serio. El problema existe, y también “ella”.

—Voy a tener una palabra con él… o, como tu dices, ella.

—Bueno. La otra cosa es, está este hombre…

Aimsbury pasó su cabeza por la puerta. Estaba enamorado.

—¿Le gustaría algo más de tajada picada, señorita? —dijo, moviendo sus cejas, como para indicar que los placeres de la tajada picada eran un secreto conocido sólo a unos pocos10.

—¿Todavía tienes más? —dijo Adora Belle, mirando hacia su plato. Ni siquiera el Sr. Quisquilloso podría haberlo limpiado mejor, y ella ya lo había limpiado en dos ocasiones.

—¿Sabes que es? —dijo Moist, que se había decantado de nuevo por una tortilla, hecha por Peggy.

—¿Y tú?

—¡No!

10 Afortunadamente, este es el caso.

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—Tampoco yo. Sin embargo, mi abuela solía hacerlas, y es uno de mis recuerdos felices de la infancia, muchas gracias. No lo estropees. —Adora Belle sonrió al deleitado cocinero —. Sí, por favor, Aimsbury, un poco más, entonces. Y podría decir que el sabor podría ser realzado con tan sólo un toque de aj…

—No está comiendo, Sr. Bent —dijo Cosmo—. ¿Tal vez un poco de este faisán?

El cajero jefe miró a su alrededor con nerviosismo, inquieto en esta gran casa llena de arte y sirvientes.

—Yo… yo quiero dejar claro que mi lealtad hacia el banco es…

—…Fuera de toda duda, Sr. Bent. Por supuesto. —Cosmo empujó una bandeja de plata hacia él—. Coma algo, ahora que ha llegado hasta aquí.

—¡Pero usted apenas come, señor Cosmo. ¡Sólo pan y agua!

—Creo que me ayuda a pensar. Ahora, que es lo que quería a…

—¡A todos ellos les gusta él, Sr. Cosmo! ¡Sólo habla con la gente y les gusta! Y realmente está empeñado en descartar el oro. ¡Piense en ello, señor! ¿Dónde encontraremos el verdadero valor? ¡Dice que es todo sobre la ciudad, pero eso nos pone a merced de los políticos! ¡Es el engaño de nuevo!

—Un poco de brandy le haría bien a usted, creo —dijo Cosmo—. Y lo que dice es una verdad de oro macizo, pero ¿dónde está el camino a seguir?

Bent dudó. No le gustaba la familia Pródigo. Se arrastraban sobre el banco, como la hiedra, pero al menos no trataban de cambiar las cosas y al menos creían en el oro. Y no eran tontos.

Mavolio Bent tenía una definición de "tonto" que la mayoría de la gente habría considerado un poco del lado amplio. La risa es tonta. El teatro, la poesía y la música son tontos. La ropa que no es gris, negra o, al menos, de tela sin teñir es tonta. Las imágenes de cosas que no eran reales son tontas (las imágenes de cosas que eran reales son innecesarias). El estado básico del ser era la necedad, que tenia que superarse con cada fibra mortal.

Misioneros de la más estricta de las religiones habrían encontrado en Mavolio Bent un converso ideal, salvo que la religión era muy tonta.

Los números no son tontos. Los números mantienen todo unido. Y el oro no era tonto. Los Pródigo creen en las cuentas y en el oro. ¡El señor Lipwig trataba a los números como si fueran algo para jugar y decía que el oro era plomo de vacaciones! Eso era más que una tontería, era un comportamiento inadecuado, un flagelo que había arrancado de su pecho después de años de lucha.

Un hombre tenía que arrancar. Bent se había abierto camino hasta los niveles de la banca durante muchos años, luchando contra todas las desventajas naturales, ¡y no había sido para ver a esta… persona hacer una burla de todo! ¡No!

—Ese hombre llegó al banco una vez más hoy —afirmó—. Él era muy extraño. Y parecía conocer al señor Lipwig, pero lo llamó Albert Spangler. Habló como si lo conociera desde hace mucho tiempo y creo que el Sr. Lipwig estaba molesto. Se llama Cribbins, o así lo llamó el señor Lipwig. Ropa muy vieja, muy polvorienta. Aparentaba ser un hombre santo, pero no lo creo.

—¿Y eso era lo extraño?

—No, señor Cosmo.

—Llámeme Cosmo a secas, Malcolm. Seguramente no tenemos que andar con ceremonias.

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—Eh... sí —dijo Mavolio Bent—. Bueno, no, no era eso. Eran sus dientes. Eran esos mastica-comida, y se movían y sacudían cuando hablaban, lo que le hacía sorber.

—¡Ah, el tipo antiguo con resortes! —dijo Cosmo—. Muy bien. ¿Y Lipwig estaba molesto?

—Oh, sí. Y la cosa extraña es que dijo que no lo conocía, pero lo llamó por su nombre.

Cosmo sonrió.

—Sí, eso es extraño. ¿Y el hombre salió?

—Bueno, sí, seño… Cosmo —dijo Bent—. Y luego vine aquí.

—¡Ha hecho usted muy bien, Mateo! En caso de que el hombre venga de nuevo, ¿podría seguirle y tratar de averiguar donde se hospeda?

—Si puedo, seño… Cosmo.

—¡Buen hombre! —Cosmo ayudó a Bent a salir de su silla, le estrechó la mano, lo llevó bailando a la puerta, abrió y le hizo salir en un suave movimiento de ballet.

—¡Dese prisa en volver, Sr. Bent, el banco lo necesita! —dijo, cerrando la puerta—. Es una extraña criatura, ¿no te parece, Nudodetambor?

Desearía que dejase de hacer eso, pensaba Hastahora. ¿Cree que es Vetinari? ¿Cómo es que llaman a los peces que nadan junto a los tiburones, haciéndose útiles para que no se los coman? Eso soy yo, eso es lo que estoy haciendo, simplemente estar aquí, porque es mucho más seguro que dejar ir.

—¿Cómo encontraría Vetinari a un hombre mal vestido, nuevo en la ciudad, con los dientes mal ajustados, Nudodetambor? —dijo Cosmo.

Cincuenta dólares al mes y todos los gastos, pensó Hastahora, saliendo de una breve pesadilla marina. Nunca lo olvides. Y en unos pocos días más serás libre.

—Él hace mucho uso del Gremio de los Mendigos, señor —dijo.

—Ah, por supuesto. Véalos.

—Habrá gastos, señor.

—Sí, Nudodetambor, soy consciente del hecho. Siempre hay gastos. ¿Y el otro asunto?

—Pronto, señor, pronto. Esto no es un trabajo de Arándano, señor. Tengo que sobornar al más alto nivel. —Hastahora tosió—. El silencio es caro, señor...

Moist acompañó a Adora Belle de vuelta a la universidad en silencio. Pero lo importante es que nada se había roto y nadie había sido asesinado.

Entonces, como si llegara a una conclusión después de mucha reflexión, Adora Belle dijo: —He trabajado en un banco por un tiempo, sabes, y casi nadie fue apuñalado.

—Lo siento, me olvidé de avisarte. Y yo te empujé fuera del camino a tiempo.

—Debo admitir que la forma en que me tiraste al suelo casi gira mi cabeza.

—Mira, lo siento, ¿de acuerdo? ¡Y así es Aimsbury! ¿Y ahora me dirás de qué se trata todo esto? Encontraste cuatro golems, ¿verdad? ¿Los has traído?

—No, el túnel se derrumbó antes de que llegáramos tan lejos. Te lo dije, estaban media milla bajo millones de toneladas de arena y lodo. Por lo qué valga, pensamos que era un dique natural de hielo arriba en las montañas, que se rompió e inundó la mitad del continente. Las historias acerca de Um dicen que fue destruida en una inundación, lo que encaja. Los golems fueron arrastrados con los escombros, que terminaron contra algunos acantilados de creta junto al mar.

—¿Cómo los hallaron allí? Es… bien, ¡es en ninguna parte!

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—La forma habitual. Uno de nuestros golems escuchó un canto. Imagina eso. Ha estado sepultado por sesenta mil años…

En la noche bajo el mundo, en la presión de la profundidad, en la trituración de la oscuridad… un golem cantaba. No había palabras. La canción era más antigua que las palabras, más antigua que las lenguas. Era la llamada de la arcilla común, y era transportada por millas. Viajó a lo largo de las fallas, hizo cantar en armonía a los cristales en la oscuridad sin medida de las cavernas, seguido ríos que nunca vieron el sol…

... y salió de la tierra y hasta las piernas de un golem del Fideicomiso Golem, que estaba tirando de un vagón cargado de carbón por la única carretera de la región. Cuando llegó a Ankh-Morpork, se lo dijo al Fideicomiso. Eso fue lo que hacía el Fideicomiso: encontraba golems.

Las ciudades, los reinos, los países iban y venían, pero los golems que sus sacerdotes habían horneado de barro y llenado de fuego sagrado tendían a seguir para siempre. Cuando no tenían más órdenes, no más agua que buscar ni bosque que talar, tal vez porque la tierra estaba ahora en el fondo del mar o la ciudad estaba inconvenientemente debajo de cincuenta pies de ceniza volcánica, no hacían nada sino esperar a la próxima orden. Eran, después de todo, una propiedad. Cada uno obedecía las instrucciones estaban escritas en el pequeño rollo en su cabeza. Tarde o temprano, la roca se erosiona. Tarde o temprano una nueva ciudad se erige. Un día habrá órdenes.

Los golems no tienen concepto de la libertad. Ellos sabían que eran objetos; algunos incluso aún tenían, en su arcilla, las marcas de los dedos de un sacerdote largamente muerto. Habían sido hechos para ser propiedad.

Siempre hubo unos pocos en Ankh-Morpork, haciendo recados, realizando tareas, bombeando agua subterránea profunda, invisibles y silenciosos, y sin ponerse en el camino de nadie. Entonces un día, alguien liberó a un golem insertándole en la cabeza el recibo del dinero que había pagado por él. Y luego le dijo que se poseía a si mismo.

Un golem no puede ser liberado por órdenes, o una guerra, o un capricho. Pero puede ser liberado por el propietario. Cuando has sido una posesión, entonces realmente entiendes lo que significa la libertad, en todo su magnífico terror.

Dorfl, el primer golem liberado, tenía un plan. Trabajó duro, todo el día, y compró otro golem. Los dos golems trabajaron duro y compraron un tercer golem... y ahora era el Fideicomiso Golem, que compraba golems, encontraba golems enterrado bajo tierra o en las profundidades del mar, y ayudaba a los golems a comprarse a si mismos.

En la pujante ciudad los golems valían su peso en oro. Aceptaban salarios pequeños, pero lo devengaban por veinticuatro horas al día. Todavía era una ganga —más fuertes que trolls, más fiables que los bueyes, y más infatigables e inteligentes que una docena de cada uno, un golem podía mover a cada máquina en un taller.

Eso no los hacía populares. Siempre había una razón para que no te guste un golem. No beben, ni comen, ni juegan, juran o sonríen. Trabajan. Si estallaba un incendio, se apresuraban en masa a apagarlo y luego volvían a lo que habían estado haciendo. Nadie sabía por qué una criatura que había sido horneada a la vida tenía la necesidad de hacer esto, pero todo lo que esto les ganaba era una especie de resentimiento incómodo. No puedes estar agradecido a una cara inmóvil con los ojos brillantes.

—¿Cuántos están allá abajo? —dijo Moist.

—Te lo dije. Cuatro.

Moist se sintió aliviado. —Bien, eso es bueno. Bien hecho. ¿Podemos celebrar con una comida esta noche? ¿De algo a que el animal no estuviera tan apegado? Y luego, quién sabe…

—Puede haber un problema —dijo Adora Belle lentamente.

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—¿No, en serio?

—Oh, por favor. —Adora Belle suspiró—. Mira, los Umnianos fueron los primeros constructores de golem, ¿comprendes? La leyenda Golem dice que los Umnianos inventaron los golems. Es fácil de creer, también. Algún sacerdote hornea un exvoto, dicen las palabras adecuadas, y la arcilla se sienta. Fue su única invención. No era necesario nada más. Los golems construyeron su ciudad, los golems labraron sus campos. Ellos inventaron la rueda, pero como un juguete para niños. No necesitaban ruedas, ves. No necesitas armas, tampoco, cuando tienes golems en lugar de murallas. Ni siquiera necesitas palas…

—No me vas a decir que construyeron golems asesinos de cincuenta pies de alto, ¿verdad?

—Sólo un hombre puede pensar en eso.

—Es nuestro trabajo —dijo Moist—. Si no piensas en primer lugar en golems asesinos de cincuenta pies de alto, alguien más lo hará.

—Bueno, no hay pruebas de ellos —dijo Adora Belle rápidamente—. Los Umnianos ni siquiera trabajaron el hierro. Ellos hicieron el trabajo en bronce, sin embargo... y oro.

Había algo acerca de la forma en que “oro” quedó colgando que a Moist no le gustó.

—Oro —dijo.

—El Umniano es el idioma más complejo —dijo Adora Belle rápidamente—. Nadie del Fideicomiso Golem sabe mucho sobre él, por lo que no podemos estar seguros…

—Oro —dijo Moist, pero su voz era de plomo.

—Así que cuando el equipo de excavación llegó a las cuevas allí llegamos con un plan. El túnel estaba inestable de todos modos por lo que lo cerramos, dijimos que se había derrumbado, y ahora algunos del equipo habrán llevado los golems bajo el mar y están llevándolos bajo el agua todo el camino a la ciudad —dijo Adora Belle.

Moist señaló el brazo del golem en su bolsa.

—Esto no es oro— dijo esperanzado.

—Hemos encontrado una gran cantidad de restos de golem a mitad de camino —dijo Adora Belle con un suspiro—. Los otros están más profundos… eh, quizás porque son más pesados.

—El oro tiene el doble del peso del plomo —dijo tristemente Moist.

—El golem enterrado canta en Umniano —dijo Adora Belle—. No puedo estar segura de nuestra traducción, así que pensé, vamos a empezar por llevarlo a Ankh-Morpork, donde va a estar seguro.

Moist respiró profundamente.

—¿Sabes cuántos problemas puedes obtener por romper un contrato con un enano?

—¡Oh, vamos! ¡No estoy empezando una guerra!

—¡No, estás comenzando una acción legal! ¡Y con los enanos es peor! ¡Me dijiste que el contrato dice que no puedes sacar metales preciosos de la tierra!

—Sí, pero estos son golems. Que están vivos.

—Mira, has tomado…

—… puedo haber tomado…

—… está bien, puedes haber tomado, santo cielo, toneladas de oro de la tierra enana…

—… tierra del Fideicomiso Golem…

—¡Está bien, pero hubo un pacto! ¡Que se rompió cuando tomaste…

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—… no tomé. Se marcharon por sí mismos —afirmó Adora Belle con calma.

—¡En nombre del cielo, sólo una mujer puede pensar así! ¿Piensas que porque crees que hay una justificación perfectamente buena para tus acciones, las cuestiones jurídicas no importan? ¡Y aquí estoy, cerca de persuadir a esta gente de aquí que un dólar no tiene que ser redondo y brillante, y encuentro que en cualquier momento cuatro grandes golems brillantes se van a pasear por la ciudad, saludando y brillando a todo el mundo!

—No hay necesidad de ponerse histérico —dijo Adora Belle.

—¡Sí, la hay! ¡Lo que no hay es la necesidad de mantener la calma!

—Sí, pero eso es cuando cobran vida, ¿verdad? Ahí es cuando el cerebro funciona mejor. Siempre encontrarás una forma, ¿verdad?

Y no había nada que pudieras hacer con una mujer como ésa. Ella sólo se transformaba en un martillo y tú corrías directo a ella.

Afortunadamente.

Habían llegado a la entrada a la universidad. Asomaba por encima de ellos la estatua prohibida de Alberto Malich, el fundador. Tenía un orinal en la cabeza. Eso era inconveniente para la paloma que, por tradición familiar, pasaba la mayor parte de su tiempo encaramada en la cabeza de Alberto y ahora llevaba en su cabeza una versión en miniatura del mismo recipiente de cerámica.

Debe ser de nuevo la Semana de Trapo, pensó Moist. Estudiantes, ¿eh? Los amas o los odias, no puedes golpearlos con una pala.

—Mira, golems o no, vamos a cenar esta noche, sólo tú y yo, en la suite. A Aimsbury le encantará. No tiene a menudo la oportunidad de cocinar para seres humanos y eso le haría sentir mejor. Él va a hacer lo que tú quieras, estoy seguro.

Adora Belle le dio una mirada de soslayo. —Pensé que sugerirías eso, así que ordené cabeza de oveja. Estaba encantado.

—¿Cabeza de ovejas? —dijo Moist tristemente—. Sabes que odio la comida que te devuelve la mirada. Ni siquiera voy a mirar una sardina en la cara.

—Prometió que te vendaría los ojos.

—Oh, bien.

—Mi abuela hacía una maravillosa cabeza de oveja en molde —dijo Adora Belle—. Eso es cuando usas patas de cerdo para espesar el caldo de modo que cuando se enfríe…

—¿Sabes que a veces existe algo como demasiada información? —dijo Moist—. Esta noche, entonces. Ahora vamos a ir y ver a su mago muerto. Deberías disfrutarlo. Con seguridad hay cráneos.

Había cráneos. Había cortinas negras. Había símbolos complejos dibujados en el suelo. Había espirales de incienso desde turíbulos negros. Y en medio de todo esto el Jefe de Comunicaciones Post-Mortem, con una temible máscara, jugueteando con una vela.

Se detuvo cuando los oyó entrar, y se enderezó de prisa.

—Oh, han llegado temprano —dijo, con su voz un poco apagada por los colmillos—. Lo siento. Se trata de las velas. Deben ser de sebo barato para el buen humo negro, pero no saben, me han dado de cera de abejas. Les dije que el goteo solo no me sirve, lo que queremos es humo acre. O lo que ellos quieren, de todos modos. Lo siento, John Hicks, jefe de departamento. Ponder me ha dicho todo sobre usted.

Se quitó la máscara y extendió una mano. El hombre parecía que había intentado, al igual que cualquier nigromante con auto-respeto, tener una apropiada barba de chivo, pero debido a alguna escasez básica de malevolencia, se había convertido en algo ovejuna. Después de

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unos segundos Hicks comprendió por qué estaban mirando, y tiró de la parte falsa de goma con las uñas negras.

—Pensaba que la necromancia estaba prohibida —dijo Moist.

—Oh, no hacemos necromancia aquí —dijo Hicks—. ¿Qué le hizo pensar eso?

Moist miró a su alrededor al mobiliario, se encogió de hombros y dijo: —Bueno, supongo que cruzó por mi mente por primera vez cuando vi la forma en que la pintura se descamaba de la puerta y todavía puedes ver una tosca calavera y las letras NECR...

—Historia antigua, historia antigua —dijo Hicks rápidamente—. Somos el Departamento de Comunicaciones Post-Mortem. Una fuerza para el bien, usted entiende. Necromancia, por otra parte, es una muy mala forma de magia hecha por magos malvados.

—Y dado que ustedes no son magos malvados, ¿lo que está haciendo no se puede llamar necromancia?

—¡Exactamente!

—Y, eh, ¿qué define a un mago malvado? —dijo Adora Belle.

—Bueno, hacer necromancia estaría sin duda a la cabeza de la lista.

—¿Podría usted recordarnos lo que va a hacer?

—Vamos a hablar con el difunto profesor Pulgoso —dijo Hicks.

—El cual está muerto, ¿sí?

—Muchísimo. Muy muerto.

—¿No es un poquito como necromancia?

—¡Ah, pero, verá, la necromancia requiere cráneos y huesos y, en general, sentimiento necromántico —dijo el Dr. Hicks. Miró a sus expresiones—. Ah, ya veo por donde va aquí —afirmó, con un risita que estaba un poco agrietada por los bordes—. No se dejen engañar por las apariencias. No necesito todo esto. El Profesor Pulgoso lo necesita. Él es un poco tradicionalista y no saldría de su urna con nada menos que todo el Rito de las Almas completo, con la Pavorosa Máscara de la Convocatoria. —Hizo vibrar un colmillo.

—Y esa es la Pavorosa Máscara de la Convocatoria, ¿no? —dijo Moist. El mago dudó por un momento antes de decir: —Por supuesto.

—Sólo que se ve igual que la máscara Pavorosa de Hechicero que venden en la tienda Boffo, en la Calle Décimo Huevo —dijo Moist—. Una compra excelente por cinco dólares, pienso.

—Yo, eh, creo que debe estar equivocado —dijo Hicks.

—No lo creo —dijo Moist—. Usted dejó la etiqueta.

—¿Dónde? ¿Dónde? —Él Yo-no-soy-un-nigromante-para-nada se arrancó la máscara y la dio vuelta en sus manos, buscando…

Vio la sonrisa de Moist y blanqueó los ojos.

—Bueno, sí —murmuró—. Hemos perdido la verdadera. Todo se pierde por aquí, usted simplemente no lo creería. No están esclareciendo los hechizos correctamente. ¿Hay un enorme calamar en el pasillo?

—No esta tarde —dijo Adora Belle.

—Sí, ¿cuál es la razón para el calamar?

—¡Oooh, déjenme decirles acerca de los calamares! —dijo Hicks.

—¿Sí?

—¡Ustedes no quieren saber nada sobre el calamar!

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—¿En verdad?

—¡Créanme! ¿Están seguros de que no estaba allí?

—Es el tipo de cosa que uno nota —dijo Adora Belle.

—Con un poco de suerte ése desapareció, entonces —dijo Hicks, relajándose—.Realmente se está poniendo imposible. La semana pasada, todo en mi archivo estaba en la "W". Nadie parece saber por qué.

—Y usted iba a contarnos acerca de los cráneos —dijo Adora Belle.

—Todos falsos —dijo Hicks.

—¿Perdón? —La voz era seca y crepitante y venía de las sombras en la esquina lejana.

—Aparte de Charlie, por supuesto —añadió Hicks de prisa—. ¡Él ha estado aquí por siempre!

—Yo soy la columna vertebral del departamento —dijo la voz, con una sombra de orgullo.

—Mire, ¿vamos a empezar? —dijo Hicks, hurgando en un saco de terciopelo negro—. Hay algunas túnicas negras con capucha en el gancho detrás de la puerta. Son sólo para mostrar, por supuesto, pero la nec… las Comunicaciones Post-Mortem tienen que ver con el teatro, en realidad. La mayoría de las personas que… se comunican con nosotros son magos, y francamente no les gusta el cambio.

—No vamos a hacer nada... macabro, ¿verdad? —dijo Adora Belle, mirando con dudas una túnica.

—Aparte de hablar con alguien que ha muerto hace trescientos años —afirmó Moist. Él no estaba, naturalmente, a gusto en presencia de cráneos. Los seres humanos han sido programados genéticamente para no estarlo desde los tiempos del mono, porque a) cualquiera que convirtió el cráneo en un cráneo podría estar alrededor y tienes que dirigirte a un árbol, ahora, y b) los cráneos parece que están riendo a tus expensas.

—No se preocupe por eso —dijo Hicks, tomando un pequeño frasco ornamental de la bolsa negra y puliéndolo en la manga—. El Profesor Pulgoso legó su alma a la universidad. Él es un poco temperamental, tengo que decir, pero puede ser cooperativo si montamos un buen espectáculo. —Se paró de nuevo—. Vamos a ver... velas espeluznantes, el Círculo de Namareth, la Copa del Tiempo Silencioso, la Máscara, por supuesto, las Cortinas de, eh, Cortinas y —aquí puso una pequeña caja junto a la jarra— los ingredientes vitales.

—¿Perdón? ¿Se refiere a que todas esas cosas que suenan caras no son vitales? —dijo Moist.

—Son más como… escenografía —dijo Hicks, ajustándose la capucha—.Quiero decir, todos podríamos sentarnos en círculo leyendo en voz alta el libreto, pero sin el vestuario y la escenografía, ¿quien quiere aparecer? ¿Está usted interesado en el teatro? —añadió, con esperanza en la voz.

—Voy cuando puedo —dijo cautelosamente Moist, porque reconoció la esperanza.

—¿Usted no vio por casualidad “Esta Compasiva Es Instructora En El Combate Sin Armas” en el Pequeño Teatro recientemente? Fue interpretada por el Elenco Hermanas Dolly.

—Uh, no, me temo que no.

— Yo interpreté a Sir Andrew Fartswell —afirmó el Dr. Hicks, en caso de que Moist tuviera un ataque repentino de recuerdos.

—Oh, ¿ése era usted? —dijo Moist, quien se había reunido antes con actores—. ¡Todos en el trabajo hablaban de él!

Estoy bien mientras él no pregunte de que noche hablaban, pensó. Siempre hay una noche en cada obra en que sucede algo terriblemente divertido. Pero fue afortunado; un actor con experiencia sabe cuándo no empujar su suerte.

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En cambio Hicks dijo: —¿Sabe lenguas antiguas?

—Puedo hacer Zumbido Básico —dijo Moist.

—¿Es esto lo bastante antiguo para usted? —dijo Adora Belle, y a Moist le hormigueó la columna vertebral. El idioma privado de los golems por lo general era un infierno en la lengua humana, pero sonó insoportablemente sexy cuando Adora Belle lo pronunció. Era como plata en el aire.

—¿Qué fue eso? —dijo Hicks.

—La lengua común de los golems de los últimos veinte mil años —dijo Adora Belle.

—¿En serio? Muy, eh, movida … eh… Vamos a empezar…

En la casa de recuento nadie se atrevía a mirar al escritorio del cajero jefe retumbando en la plataforma giratoria como algún antiguo carro de abono. Los papeles volaban bajo las manos de Mavolio Bent mientras su cerebro se ahogaba en venenos y los pies pedaleaban continuamente para liberar las oscuras energías que asfixiaban su alma.

No calculaba, no como los otros hombres lo veían. El cálculo era para las personas que no podían ver la respuesta girando suavemente en su cabeza. Ver es conocer. Siempre había sido así.

El montículo de papeleo acumulado se reducía mientras la furia de su pensamiento lo atormentaba.

Había nuevas cuentas que se abrían todo el tiempo. ¿Y por qué? ¿Era por la confianza? ¿Probidad? ¿Una urgencia por el ahorro? ¿Era por algo que pudiera llamarse un valor?

¡No! ¡Era debido a Lipwig! Personas que el Sr. Bent nunca había visto antes y esperaba no volver a ver nunca se vertían en el banco, su dinero en cajas, su dinero en alcancías cerdito y muchas veces su dinero en calcetines. ¡A veces estaban en realidad usando los calcetines!

¡Y estaban haciendo esto por las palabras! Estaban llenando las arcas del banco, porque el miserable señor Lipwig hacía reír a la gente y daba esperanza a la gente. A la gente le gustaba. Nadie había querido al Sr. Bent, hasta donde era consciente. Oh, había estado el amor de una madre y los brazos de un padre, uno frío, el otro demasiado tarde, pero ¿dónde lo habían llevado? Al final lo habían dejado solo. Así que había huido y encontró la caravana gris y entró en una nueva vida basada en números y en valor y sólido respeto, y él había trabajado su camino y, sí, era un hombre de valor y, sí, tenía respeto. Sí, respeto. Incluso el Sr. Cosmo lo respetaba.

¿Y de dónde era Lipwig, y quién era? Nadie parecía saberlo, excepto el hombre sospechoso con los dientes inestables. ¡Un día no había Lipwig, al día siguiente, era el Director General de Correos! ¡Y ahora estaba en el banco, un hombre cuyo valor estaba en su boca y que no mostraba ningún respeto por nadie! Y hacía reír a la gente… ¡y el banco se llenó de dinero!

¿Y los pródigos Pródigo hicieron algo por ti? dijo una voz familiar en la cabeza. Era una odiada pequeña parte de sí mismo que había sido golpeada y hambreada y empujada en su ropero durante años. No era la voz de su conciencia. Él era la voz de su conciencia. Era la voz de la… la máscara.

—¡No! —saltó Bent. Algunos de los empleados más cercanos miraron al desacostumbrado ruido y se apuraron a bajar la cabeza, por temor a ser capturados por su ojo. Bent miraba fijamente a la hoja delante de él, viendo los pasar los números. ¡Confía en los números! Ellos no te decepcionarán…

Cosmo no te respeta, tonto, tonto. ¡Has manejado su banco para ellos y amasado fortunas para ellos! Tú haces, ellos gastan… y se ríen de ti. Tú sabes lo que hacen. Tonto Sr. Bent con su andar gracioso, tonto, tonto, tonto...

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—¡Aléjate de mí, apártate! —susurró.

La gente gusta de él porque a él le gusta la gente. A nadie le gusta el Sr. Bent.

—Pero tengo valor. ¡Tengo mérito! —El Sr. Bent sacó otra hoja y buscó consuelo en sus columnas. Pero era perseguido…

¿Dónde estaba su valor y el mérito cuando hizo que los números bailen, Sr. Bent? ¿Los números inocentes? ¡Usted les hizo bailar y dar volteretas cuando hizo chasquear su látigo, y bailaron en los lugares equivocados, porque Sir Joshua exigió su precio! ¿Dónde bailó el oro, Sr. Bent? ¡Humo y espejos!

—¡No!

En la casa de recuento todas las plumas cesaron en su movimiento por unos segundos, antes de hacer garabatos de nuevo con frenética actividad.

Con los ojos lagrimeando de vergüenza y rabia, el Sr. Bent intentó desenroscar la parte superior de su pluma patentada. En el silencio de la sala del banco, el clic de la verde pluma al desplegarse hizo el mismo efecto que el sonido del hombre del hacha afilando su cuchilla. Cada empleado se inclinó frente a su escritorio. El Sr. Bent Había Encontrado Un Error. Todo lo que cualquier persona podía hacer era mantener sus ojos sobre el papel en frente y esperar contra toda esperanza que no fuese suyo.

Alguien, y pluguiese a los dioses no serlo, debería pararse delante del alto escritorio. Sabían que al Sr. Bent no le gustaban los errores: el Sr. Bent consideraba que los errores eran el resultado de una deformidad del alma.

Ante el sonido de la Pluma del Destino, una de las empleadas mayores fue de prisa al lado del Sr. Bent. Aquellos trabajadores que corrieron el riesgo de ser convertidos en agua por la ferocidad de la mirada del Sr. Bent y ensayaron una mirada rápida, vieron mostrado el documento infractor. Hubo un lejano sonido tut-tut. Su andar cuando ella bajó los escalones y cruzó el piso se hizo eco en el mortal y suplicante silencio. Ella no lo sabía mientras iba, los botones de las botas destellando, hasta el escritorio de uno de los más jóvenes y nuevos empleados, pero estaba a punto de reunirse con un joven que estaba destinado a pasar a la historia como uno de los grandes héroes de la banca.

La oscura música de órgano llenó el Departamento de Comunicaciones Post-Mortem. Moist supuso que era parte del ambiente, aunque el estado de ánimo se habría obtenido con mayor precisión si la melodía que estaba tocando no pareciese ser Cantata y Fuga para Alguien Que Tiene Problemas Con Los Pedales.

Cuando la última nota murió, después de una larga enfermedad, el Dr. Hicks giró en redondo en el taburete y levantó la máscara.

—Lo siento mucho, a veces tengo dos pies izquierdos. ¿Podrían cantar un poco mientras hago el saludo místico, por favor? No se preocupen por las palabras. Cualquier cosa parece funcionar si suena bastante sepulcral.

Mientras él caminaba alrededor del círculo cantando variantes sobre oo! y raah! Moist se preguntó cuántos banqueros levantaban a los muertos en el transcurso de una tarde. Probablemente no era un número elevado. Él no debería estar haciendo esto, sin duda. Él debería andar por ahí haciendo dinero. Owls… Cepo debía tener terminado el diseño ahora. ¡Podría tener en sus manos su primer billete para mañana! Y luego estaba el maldito Cribbins, que podría estar hablando con cualquiera. Es cierto que el hombre tenía un prontuario largo como una toalla de rodillo, pero la ciudad funcionaba con alianzas, y si se reunió con los Pródigo, entonces la vida de Moist se vería desarrollada todo el camino de regreso a la horca…

—En mis días, al menos alquilábamos una máscara decente —gruñó una anciana voz—. Digo, ¿eso de allí es una mujer?

Una figura apareció en el círculo, sin ningún tipo de molestia ni problemas, aparte de las

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quejas. Era en todos los sentidos la imagen de un mago —túnica, sombrero puntiagudo, barbudo y de edad avanzada— con la adición de un efecto plateado monocromático global y alguna transparencia leve.

—¡Ah, Profesor Pulgoso —dijo Hicks— es muy amable al unirse a nosotros...

—Sabes que me trajiste aquí y no es como si tuviera otra cosa que hacer —afirmó Pulgoso. Se dirigió de nuevo a Adora Belle y su voz se convirtió en puro jarabe. —¿Cuál es su nombre, querida?

—Adora Belle Dearheart. —El tono de advertencia se desperdició en Pulgoso.

—Qué encantador —dijo, dándole una sonrisa gomosa. Lamentablemente, esto hizo vibrar las pequeñas cuerdas de saliva en la boca, como la red de una araña muy antigua—. ¿Y usted me creería si le dijera que posee un asombrosoparecido con mí amada concubina Fenti, que murió más de trescientos años atrás? ¡La semejanza es asombrosa!

—Yo diría que esta en la línea de levante —dijo Adora Belle.

—Oh cielos, qué cinismo —suspiró el difunto Pulgoso, girando al Jefe de Comunicaciones Post-Mortem—. Aparte del canto maravilloso de esta joven dama, esto es francamente un lío, Hicks —dijo bruscamente. Trató de palmear la mano de Adora Belle, pero sus dedos la atravesaron.

—Lo siento, profesor, simplemente no recibimos la financiación en estos días —dijo Hicks.

—Lo sé, lo sé. Fue siempre así, doctor. Incluso en mis días, si necesitabas un cadáver ¡tenías que salir y encontrar uno propio! ¡Y si no podías encontrarlo, alegremente tenías que hacer uno! Está todo tan bien ahora, tan malditamente correcto. Así que un huevo fresco técnicamente hace el truco, pero ¿que sucedió con el estilo? Me dicen que han hecho una máquina que puede pensar ahora, pero, por supuesto, ¡las Bellas Artes son siempre lo último en la cola! Y así soy traído a esto: ¡un apenas competente Comunicador Post-Mortem y dos personas del Centro de Gemidos!

—¿La Necromancia es una de las Bellas Artes? —dijo Moist.

—Ninguna más bella, joven. Haga las cosas sólo un poco mal y los espíritus de los muertos vengativos pueden entrar en su cabeza a través de sus oídos y sacar a golpes sus sesos por la nariz.

Los ojos de Moist y Adora Belle se centraron en el Dr. Hicks como los de un arquero en su blanco. Él agitó frenéticamente las manos y musitó: —¡No muy a menudo!

—¿Qué hace una bella mujer joven como tú aquí? —dijo Pulgoso, tratando de agarrar la mano de Adora Belle nuevamente.

—Estoy tratando de traducir una frase del Umniano —dijo, dándole una sonrisa de madera y limpiando inconscientemente su mano en su vestido.

—¿Las mujeres pueden hacer ese tipo de cosas en estos días? ¡Qué divertido! Una de mis mayores lamentaciones, ya sabes, es que cuando estaba en posesión de un cuerpo no pasé suficiente tiempo en compañía de señoritas…

Moist miró a su alrededor para ver si existía algún tipo de palanca de emergencia. Tenía que haber algo, aunque fuese sólo en caso de explosión nasal del cerebro.

Se acercó furtivamente hasta Hicks.

—¡ Esto se va a poner muy mal en un momento! —siseó.

—Está bien, puedo expulsarlo a la Zona De Nomuertos en un momento —susurró Hicks.

—¡No será lo bastante lejos si ella pierde la calma! ¡Una vez la vi clavar su taco aguja a través del pie de un hombre mientras fumaba un cigarrillo. ¡No ha fumado durante más de quince minutos, no puedo decirle lo que hará!

Pero Adora Belle había sacado el brazo del golem de su bolsa, y los ojos del difunto

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profesor Pulgoso brillaron con algo más irresistible que el romance. La lujuria viene en muchas variedades.

Recogió el brazo. Esa fue la segunda cosa sorprendente. Y entonces Moist comprendió que el brazo todavía estaba allí, junto a los pies de Pulgoso, y lo que él estaba levantando era un nacarado, tenue fantasma.

—¡Ah, parte de un golem Umniano —afirmó—. Mala condición. Sumamente rara. Probablemente desenterrado en el sitio de Um, ¿sí?

—Posiblemente —afirmó Adora Belle.

—Hmm. Posiblemente, ¿eh? —dijo Pulgoso, girando el brazo espectral —. ¡Miren la delgadez de oblea! ¡Liviano como una pluma, pero fuerte como el acero, mientras que los fuegos ardan dentro! ¡No ha habido nada como ellos desde entonces!

—Yo podría saber dónde esos fuegos todavía arden —dijo Adora Belle.

—¿Después de sesenta mil años? ¡Creo que no, señora!

—Yo pienso otra cosa.

Ella podía decir las cosas en ese tono de voz y cambiar las cabezas. Proyectaba una certeza absoluta. Moist había trabajado duro durante años para tener una voz así.

—¿Está usted diciendo que un golem Umniano ha sobrevivido?

—Sí. Cuatro de ellos, creo —dijo Adora Belle.

—¿Pueden cantar?

—Al menos uno puede.

—Daría cualquier cosa por ver uno antes de morir —dijo Pulgoso.

—Eh… —comenzó Moist.

—Figura retórica, figura retórica—dijo Pulgoso, agitando una mano, irritado.

—Creo que podría arreglarse —dijo Adora Belle—. En el ínterin, hemos trascrito su canción en la Runas Fonéticas de Boddely. —Se sumergió en su bolso y extrajo un pequeño rollo. Pulgoso lo alcanzó y, una vez más, un fantasma iridiscente del rollo se encontró en sus manos.

—Parece ser un galimatías —afirmó, echándole un vistazo— aunque tengo que decir que el Umniano siempre lo parece a primera vista. Voy a necesitar algo de tiempo para solucionarlo. El Umniano es un lenguaje totalmente contextual. ¿Has visto a estos golems?

—No, nuestro túnel se derrumbó. Ni siquiera podemos hablar más con los golems que estuvieron cavando. La canción no viaja bien bajo el agua salada. Pero creemos que son… golems inusuales.

—Oro, probablemente —dijo Pulgoso; las palabras dejaron un reflexivo silencio a su paso.

Adora Belle dijo: —Oh. —Moist cerró los ojos; en el interior de los párpados las reservas de oro de Ankh-Morpork caminaban hacia arriba y hacia abajo, brillantes.

—Cualquier persona que investiga Um encuentra la leyenda del golem dorado —dijo Pulgoso—. Sesenta mil años atrás, algún médico brujo se sentó cerca de un fuego e hizo una figura de arcilla y aprendió cómo hacer para que esté viva y fue el único invento que necesitaron jamás, ¿comprende? Incluso había caballos golems, ¿lo sabía? Nadie ha sido capaz de crear uno desde entonces. ¡Sin embargo, los Umnianos nunca trabajaron el hierro! ¡Nunca inventaron la pala ni la rueda! ¡Los Golems cuidaban a sus animales y hacían su tela! Los Umnians hacían sus propias joyas, sin embargo, que consistían en gran medida en escenas de sacrificio humano, mal ejecutadas en todo el sentido de la palabra. Eran increíblemente inventivos en ese ámbito. Una teocracia, por supuesto —añadió, con un encogimiento de hombros—. No sé que tienen las pirámides, que sacan afuera lo peor de un

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dios... En cualquier caso, sí, trabajaron el oro. Vestían a sus sacerdotes con él. Muy posiblemente hicieron unos pocos golems con él. O, igualmente, el "Golem de oro" era una metáfora refiriéndose al valor de los golems para los Umnianos. Cuando las personas desean expresar el concepto de valor, "oro" es siempre la palabra elegida…

—No es justo —murmuró Moist.

—… o es simplemente una leyenda sin fundamento. La exploración del sitio nunca ha encontrado nada, excepto unos pocos fragmentos de golem rotos —dijo Pulgoso, sentándose y poniéndose cómodo en el aire vacío.

Hizo un guiño a Adora Belle.

—¿Tal vez usted buscó en otros lugares? ¿Una historia nos dice que tras la muerte de todos los seres humanos, los golems caminaron hacia el mar...? —El signo de interrogación colgó en el aire como el gancho que era.

—Qué historia interesante —dijo Adora Belle, con cara de póquer.

Pulgoso sonrió. —Voy a encontrar el sentido de este mensaje. Por supuesto que vendrán a verme de nuevo ¿mañana?

A Moist no le gustó el sonido de eso, independientemente de lo que fuera. No ayudó el que Adora Belle estuviera sonriendo.

Pulgoso añadió:

'

—¿De veras, señor? —dijo Adora Belle, riendo.

—¡No, pero tengo una excelente memoria!

Moist frunció el ceño. Le gustaba más cuando ella daba de lado al viejo diablo. —¿Podemos irnos ahora? —dijo.

El Secretario Junior Aprendiz a Prueba Hammersmith Coot miró a la Srta. Cortinas aproximarse cada vez más con algo menos de aprensión que sus colegas de más edad, y ellos sabian que era porque el pobre chico no había estado allí el tiempo suficiente para conocer el significado de lo que estaba a punto de suceder.

La empleada mayor puso el documento sobre su escritorio con cierta fuerza. El total había sido rodeado en tinta verde, que todavía estaba húmeda. —El Sr. Bent —dijo, con un tinte de satisfacción —dice que usted debe hacer esto de nuevo correctamente.

Y porque Hammersmith era un joven bien educado y porque se trataba de su primera semana en el banco, dijo: —Sí, señorita Cortinas —tomó el papel ordenadamente y se puso a trabajar.

Se contaron muchas historias acerca de lo que sucedió después. En años por venir, los empleados medían su experiencia de banca por lo cerca que estaban cuando La Cosa Sucedió. Hubo desacuerdos sobre lo que realmente se dijo. Ciertamente no hubo violencia, no importa lo que algunas de las historias implicaban. Pero fue un día que puso el mundo, o al menos la parte del mismo que incluye el casa de recuento, de rodillas.

Todos concuerdan en que Hammersmith pasó algún tiempo trabajando en los porcentajes. Dicen que sacó un bloc de notas —un bloc de notas personal, que es un delito en sí mismo— e hizo algún trabajo en el. Luego, algunos dicen que después de quince minutos, algunos dicen que casi media hora, caminó hasta la mesa de la Srta. Cortinas, y declaró: —Lo siento, señorita Cortinas, pero no puedo encontrar donde está el error. He comprobado mi trabajo y creo que mi total es correcto.

Su voz no era fuerte, pero la habitación quedó en silencio. De hecho, era más que silencio. La mera tensión de cientos de orejas significó que las arañas que hilaban telarañas

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cerca del techo se tambalearon en el vacío. Fue enviado de vuelta a su escritorio para "hacerlo de nuevo y no pierda el tiempo de la gente” y después de otros diez minutos, algunos dicen quince, la Srta. Cortinas fue a su escritorio y miró sobre su hombro.

La mayoría de las personas concuerdan en que después de medio minuto o cosa así ella recogió el papel, sacó un lápiz del moño apretado sobre la parte posterior de su cabeza, ordenó al joven salir de su asiento, se sentó y pasó algún tiempo mirando a los números. Ella se levantó. Fue a la mesa de otro empleado mayor. Juntos estudiaron el pedazo de papel. Un tercer empleado fue convocado. Él copió las columnas ofensivas, trabajó en ellas durante un rato y levantó la vista, con el rostro gris. Nadie precisó decirlo en voz alta. Para este momento, todo el trabajo había cesado, pero el Sr. Bent, en el alto taburete, seguía absorto en los números delante de él y, significativamente, estaba musitando en voz baja.

La gente lo sentía en el aire.

El Sr. Bent había Cometido un Error.

Los más altos empleados conferenciaron precipitadamente en un rincón. No había ninguna autoridad superior a la que se pudiera apelar. El Sr. Bent era la autoridad superior, segundo sólo al inexorable Señor de Matemática. Al final, le dejaron a la infortunada Srta. Cortinas, quien tan recientemente había sido el agente del disgusto del Sr. Bent, escribir en el documento, “Lo siento, señor Bent, creo que el joven tiene razón”. Lo colocó en el fondo de una serie de hojas de trabajo que llevó a la bandeja de entrada, las dejó caer en la bandeja cuando pasó retumbando y, a continuación, el sonido de sus pequeñas botas hizo eco mientras se apresuraba, llorando, a la sala de señoras, donde se puso histérica.

El resto de los miembros del personal miró a su alrededor, con recelo, como antiguos monstruos que pueden ver que un segundo sol se hace cada vez mayor en el cielo, pero que no tienen ninguna idea de lo que deberían hacer al respecto. El Sr. Bent era un hombre rápido con la bandeja de entrada y por el aspecto pasarían cerca de dos minutos o menos antes de que se enfrentara con el mensaje. De repente, y todos a la vez, huyeron por las salidas.

—¿Y cómo estuvo para ti? —dijo Moist, al salir a la luz del sol.

—¿Detecto una nota de mal humor? —dijo Adora Belle.

—Bueno, mis planes para el día de hoy no incluían caer en una charla con un pervertido de trescientos años de antigüedad.

—Creo que te refieres a él, y de todos modos era un fantasma.

—¡Estaba insinuándose!

—Todo está en su mente —dijo Adora Belle—. En tu mente, también.

—¡Normalmente, te pones loca si la gente trata de ser condescendiente contigo!

—Es cierto. Pero la mayoría de las personas no son capaces de traducir un lenguaje tan antiguo que incluso los golems apenas pueden comprender una décima parte de él. Obtén un talento como ése y podrás conseguir chicas cuando lleves muerto tres siglos.

—¿Coqueteaste para conseguir lo que querías?

Adora Belle paró de golpe en el centro de la plaza para enfrentarse a él.

—¿Y? Coqueteas con la gente todo el tiempo. ¡Coqueteas con todo el mundo! Eso es lo que te hace interesante, porque eres más como un músico que un ladrón. Quieres tocar el mundo, especialmente la parte complicada del violín. Y ahora me voy a casa por un baño. Me bajé del coche esta mañana, ¿recuerdas?

—Esta mañana —dijo Moist— encontré que uno de mis colaboradores había intercambiado la mente de otro de mis colaboradores con la de un nabo.

—¿Es eso bueno? —dijo Adora Belle.

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—No estoy seguro. De hecho sería mejor ir y comprobar. Mira, ambos hemos tenido un día ajetreado. Voy a enviar un coche a las siete y media ¿correcto?

Cribbins disfrutaba de sí mismo. Nunca había sido muy inclinado a la lectura, hasta ahora. Oh, podía leer, y escribir también, con una bonita cursiva que la gente pensaba que era muy distinguida. Y siempre le había gustado el Times, por su fuente clara y legible, y había, con la ayuda de unas tijeras y un bote de pasta, aceptado a menudo su asistencia en la elaboración de esas misivas que atraen la atención, no por la bella letra, sino por que los mensajes habían sido creados en letras recortadas, y palabras y hasta frases, si eras afortunado. Leer por placer le había pasado de largo, sin embargo. Pero ahora estaba leyendo, oh sí, y era muy agradable, ¡buen dios que sí! ¡Es increíble lo que podías encontrar si sabías lo que estabas buscando! Y ahora, todos sus Padrepuercos estaban a punto de venir a la vez…

—¿Una taza de té, reverendo? —dijo una voz a su lado. Era la señora regordeta a cargo del departamento de números atrasados del Times, que lo había tomado para si tan pronto como se quitó el sombrero frente a ella. Tenía la mirada algo melancólica, algo hambrienta de tantas mujeres de cierta edad, cuando habían decidido confiar en los dioses por la imposibilidad absoluta de seguir confiando en los hombres.

—Vaya, graciash, hermana —dijo, sonriendo—. ¿Y no eshtá eshcrito: "La taza del limoshnero esh másh digna que la gallina arrojada "?

Entonces notó la pequeña y discreta cuchara de plata pinchada en su pecho, y que sus pendientes eran dos pequeños cuchillos de pescado. Los símbolos sagrados de Anoia, sí. Acababa de leer sobre ella en las páginas religiosas. De moda en estos días, gracias a la ayuda del joven Spangler. Comenzó abajo en la escala como la Diosa De Las Cosas Que Se Quedan Atascadas En Los Cajones, pero las páginas religiosas decían que estaba apuntando a ser la Diosa De Las Causas Perdidas, un área rentable, muy rentable, de hecho, para un hombre con una propuesta flexible pero, y suspiró por dentro, no era tan buena idea hacer negocios cuando el dios en cuestión estaba en activo, en caso de que Anoia se enfadase y encontrase un nuevo uso para un cuchillo de pescado. Además, pronto estaría en condiciones de dejar todo eso detrás. ¡Qué muchacho inteligente resultó ser el joven Spangler! ¡Pequeño diablo hipócrita! Esto no iba a terminar rápido, oh no. Esto iba a ser una pensión de por vida. Y sería una larga, larga vida, o bien…

—¿Hay algo más que pueda darle, reverendo? —dijo la mujer ansiosamente.

—Mi taza eshtá llena, hermana —dijo Cribbins.

La ansiosa expresión de la mujer se intensificó. —Oh, lo siento, espero que no haya pasado en el…

Cribbins puso cuidadosamente su mano sobre la taza. —Quiero decir que eshtoy másh que satishfecho —dijo, y lo estaba. Era un maldito milagro, eso es lo que era. Si Om iba a entregarlos así, podría incluso empezar a creer en Él.

Y se hacía mejor cuanto más pensaba en ello, se dijo Cribbins, cuando la mujer se fue. ¿Como lo ha hecho el chico? Debe haber tenido compinches. El verdugo, por un lado, un par de carceleros...

Reflexivamente, se quitó los dientes con un tuang, los lavó suavemente en el té, los secó con su pañuelo y luchó para ponerlos de vuelta en la boca unos segundos antes de que los pasos de la mujer dijeran que regresaba. Estaba vibrando positivamente con gentil valentía.

—Disculpe, reverendo, pero ¿puedo pedirle un favor? —dijo, sonrojándose.

—Og orsk ... ugger! Usht arg ogent —Cribbins le dio la espalda, y contra un coro de chasquidos y dos ing arrastró la desdichada prótesis por el camino correcto. ¡Maldita cosa! Por qué se había molestado en sacarlas fuera de la boca del viejo, nunca lo supo.

—Perdón, hermana, un pequeño percance dental allí... —murmuró él, acomodando la

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cosa en su boca. —Le ruego continuar.

—Es gracioso que diga eso, reverendo —dijo la mujer, sus ojos brillantes, con nerviosismo— porque pertenezco a un pequeño grupo de señoras que tienen, bien, un club del dios del mes. Eh... es decir, elegimos un dios y creemos en él... o ella, obviamente, o eso, aunque trazamos la línea en esos con dientes y demasiadas piernas, eh, y a continuación, les oramos durante un mes y luego nos sentamos y debatimos. Bien, hay tantos, ¿no? ¡Miles! Realmente no hemos considerado a Om, sin embargo, pero si quisiera darnos una pequeña charla el próximo martes ¡estoy segura de que estaremos encantadas de intentarlo!

Los resortes resonaron cuando Cribbins le dio una gran sonrisa. —¿Cuál esh shu nombre, hermana? —preguntó.

—Berenice —dijo—. Berenice, eh, Houser.

¡Ah, ya no utiliza el nombre del desgraciado, muy sabio, pensó Cribbins.

—Qué maravillosha idea, Berenice —afirmó—. ¡Lo conshideraré un placer!

Ella sonrió.

—¿No habría unash galletash allí, Berenice? —añadió Cribbins.

La Sra. Houser se sonrojó. —Creo que tengo algo de chocolate en algún lugar —ofreció ella, como si le revelase un gran secreto.

—Que Anoia haga sonar sush cajonesh, hermana —dijo Cribbins retirándose.

Maravilloso, pensó, cuando ella se apresuró a salir, sonrojada y feliz. Escondió el cuaderno en su chaqueta, se recostó, escuchó el reloj en la pared y los suaves ronquidos de los mendigos, que eran los visitantes normales de esta oficina en una tarde cálida. Todo estaba tranquilo, ordenado, organizado, como debería ser la vida.

Ésta iba a ser la salsera para él desde este día en adelante.

Si era muy, muy cuidadoso.

Moist corrió a lo largo de las bóvedas hacia la luz brillante al final. Era un cuadro de paz. Hubert estaba de pie delante del Glooper, tocando ocasionalmente una tubería. Igor estaba soplando alguna curiosa creación de vidrio sobre su pequeña forja y el señor Cepo, antes conocido como Owlswick Jenkins, estaba sentado en su escritorio con una expresión distanteen su rostro.

Moist sintió la fatalidad por delante. Algo estaba mal. Podía no ser una cosa en particular, era simplemente un absoluto mal platónico… y no le gustaba la expresión del señor Cepo para nada.

Sin embargo, el cerebro humano, que sobrevive por esperar de un segundo a otro, siempre se esforzará por posponer el momento de la verdad. Moist se acercó al escritorio, frotándose las manos.

—¿Cómo va entonces, Owl… quiero decir Sr. Cepo —dijo—. Finalizado, ¿verdad?

—Oh, sí —dijo Cepo, una extraña sonrisita sin alegría en su rostro—. Aquí está.

Sobre la mesa delante de él estaba la otra cara del primer billete apropiado de un dólar jamás diseñado. Moist había visto imágenes muy similares, pero había sido cuando tenía cuatro años en la guardería. El rostro de lo que presumiblemente era Lord Vetinari tenía dos puntos por ojos y una amplia sonrisa. El panorama de la vibrante ciudad de Ankh-Morpork parecía consistir en un lote de casas cuadradas, con una ventana, todo cuadrado, en cada esquina y una puerta en el centro.

—Creo que es una de las mejores cosas que he hecho —dijo Cepo.

Moist le palmeó el hombro amistosamente y marchó hacia Igor, que parecía ya la

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defensiva.

—¿Qué ha hecho con ese hombre? —dijo Moist.

—Lo he convertido en una perssonalidad bien balanceada, ya no afectada por la anssiedad, los miedoss y el demonio de la paranoia —afirmó Igor.

Moist echó un vistazo al banco de trabajo de Igor, una cosa valiente para hacer desde cualquier punto de vista. Sobre él había un frasco con algo indefinido flotando en ella. Moist miró más de cerca, otro acto de heroísmo menor cuando estabas en un ambiente rico en Igor.

No era un nabo feliz. Tenía manchas. Rebotaba suavemente de un lado a otro del frasco, dando vueltas de vez en cuando.

—Ya veo —dijo Moist—. Pero al parecer, lamentablemente, por dar a nuestro amigo la actitud relajada y la esperanza ante la vida de, para no poner un punto demasiado fino en eso, un nabo, le ha dado también las habilidades artísticas, y no dudo en el uso de la misma palabra, un nabo.

—Pero ess mucho máss feliz conssigo missmo —afirmó Igor.

—De acuerdo, pero ¿cuánto de sí mismo es, y realmente no deseo repetirme, de la naturaleza de una raíz vegetal?

Igor consideró esto durante algún tiempo. —Como médico, sseñor —dijo— debo conssiderar lo mejor para el paciente. En esste momento esstá feliz y ssatisfecho y no tiene penass en el mundo. ¿Por qué tendría que renunciar a todo essto por una mera facilidad con un lápiz?

Moist era consciente de un insistente bonk-bonk. Era el nabo golpeando contra el lateral del frasco.

—Ése es un punto interesante y filosófico —afirmó, una vez más en busca de la todavía poco feliz expresión de Cepo—. Pero me parece que todos esos pequeños detalles desagradables eran lo que hacían de él, bueno, él. —El frenético golpear de la hortaliza creció más alto. Igor y Moist miraban del frasco al inquietante hombre sonriente.

—Igor, no estoy seguro de que sepas lo que mueve a las personas.

Igor dio una sonrisa de tío.

—Oh, créame, sseñor…

—¿Igor? —dijo Moist.

—Ssí, Maesstro —dijo Igor tristemente.

—Vaya a buscar los malditos cables de nuevo.

—Ssí, Maesstro.

Moist subió la escalera para encontrarse en medio de un pánico. Una llorosa Srta. Cortinas lo vió y llegó haciendo clic, clic, a toda velocidad.

—Es el Sr. Bent, señor. ¡Él sólo salió, gritando! ¡No podemos encontrarlo en ningún lugar!

—¿Por qué lo está buscando? —dijo Moist y se dio cuenta que había hablado en voz alta—. Quiero decir, ¿cuál es la razón para que usted lo busque?

La historia se desenrrolló. Cuando la Srta. Cortinas habló Moist dio la impresión de que todos los demás oyentes tenían el punto y él no.

—Así que, bueno, él ha cometido un error —afirmó—. No hizo daño, ¿no? Ha sido solucionado, ¿no? Un poco vergonzoso, me atrevo a decir... —Sin embargo, se recordó a sí mismo, un error es peor que un pecado, ¿no?

Pero eso es clara chifladura, señaló su sensato ego. Él podría haber dicho algo así como:

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“¿Lo ven? ¡Incluso yo puedo cometer un error en un momento de falta de atención! ¡Debemos estar siempre atentos!” O podía haber dicho: “¡Lo hice a propósito para probarlo a usted!” Hasta los maestros de escuela saben ésa. Puedo pensar en media docena de formas de escabullirme de algo así. Pero entonces soy escurridizo. No creo que él se haya escurrido nada en su vida.

—Espero que no haya hecho algo... tonto —dijo la Srta. Cortinas, pescando un pañuelo arrugado de la manga.

Algo… tonto, pensó Moist. Ésa es la frase que utilizaba la gente cuando pensaba en alguien saltando en el río, o tomando todo el contenido de la caja de medicinas de una sola vez. Cosas tontas como ésa.

—Nunca he conocido a un hombre menos tonto —afirmó.

—Bueno, eh... siempre nos hemos preguntado acerca de él, para ser honesto —dijo un empleado—. Quiero decir, él está adentro al amanecer y uno de los limpiadores me dijo que está aquí a menudo en horas de la noche… ¿Qué? ¿Qué? ¡Eso me dolió!

La Srta. Cortinas, quien lo había codeado duramente, ahora le susurró en el oído con urgencia. El hombre se desinfló y miró torpemente a Moist. —Lo siento, señor, hablé fuera de turno —murmuró.

—El Sr. Bent es un buen hombre, señor Lipwig —dijo la Srta. Cortinas—. Él se impulsa a sí mismo duramente.

—Los impulsa duramente a todos ustedes, me parece a mí —afirmó Moist.

Este intento de solidaridad con las masas trabajadoras no pareció dar en el blanco.

—Si no puedes soportar el calor, saca la olla, eso es lo que digo —dijo un empleado mayor, y hubo un rumor de acuerdo general.

—Eh, creo que es salir de la cocina —dijo Moist—. "Sacar la olla" es la alternativa cuando…

—La mitad de los cajeros jefe de los Llanos ha trabajado en esta sala —dijo la Srta. Cortinas—. Y una buena cantidad de gerentes, ahora. Y la Srta. Lee, quien es directora adjunta del Banco Comercial de Apsly en Sto Lat, ella consiguió el trabajo por la carta que el Sr. Bent escribió. Entrenados por Bent, mire. Eso cuenta mucho. Si tienes una referencia del Sr. Bent, puedes ir a cualquier banco y obtener un trabajo con un chasquido de dedos.

—Y si te quedas, aquí la paga es mejor que en cualquier lugar —agregó un empleado—. Él le dijo a la Junta, ¡si quieren al mejor, tendrán que pagar por él!

—Oh, es exigente —dijo otro empleado—, pero he oído a los que están trabajando para un Gerente de Recursos Humanos del Banco de Pipeworth ahora, y si se llega a eso prefiero al Sr. Bent cualquier día de la semana. Al menos piensa que soy una persona. ¡Estaba escuchando que ella controlaba cuánto tiempo pasaba la gente en el privado!

—Lo llaman Estudio de Tiempos y Movimientos —dijo Moist—. Miren, espero que el Sr. Bent sólo quiera estar solo por un tiempo. ¿A quién estaba gritando, al muchacho que había cometido un error? ... o no, quiero decir.

—Ése fue el joven Hammersmith —dijo la Srta. Cortinas—. Ya lo hemos enviado a su casa porque estaba en un poco nervioso. Y no, el Sr. Bent no estaba realmente gritándole a él. Él no estaba realmente gritándole a nadie. Él estaba… —Ella hizo una pausa, buscando una palabra.

—Farfullando —dijo el empleado que había hablado fuera de turno, dando al turno otro giro— y no tienen que mirarme todos así. Todos ustedes lo escucharon. Y se veía como si hubiera visto un fantasma.

Los empleados deambulaban de nuevo por la casa de recuento de a uno y de a dos. Habían buscado por todas partes, fue el acuerdo general, y había un fuerte apoyo a la teoría de

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que él había ido a la Casa de Moneda, que estaba bastante ocupada con todo el trabajo en curso. Moist lo dudaba. El banco era viejo, y los viejos edificios tienen todo tipo de grietas, y el Sr. Bent ha estado aquí por…

—¿Cuánto tiempo ha estado aquí? —se preguntó en voz alta.

El consenso general era “desde que la mente del hombre puede recordar”, pero la Srta. Cortinas, quien al parecer, por alguna razón, estaba bien informada sobre el tema de Mavolio Bent, dijo que eran treinta y nueve años y que había obtenido un puesto de trabajo cuando tenía trece años sentándose en los escalones toda la noche hasta que el presidente vino a trabajar y lo impresionó con su dominio de los números. Fue de mensajero a cajero jefe en veinte años.

—Rápido —dijo Moist.

—Nunca ha tomado un día libre por enfermedad, tampoco —concluyó la Srta. Cortinas.

—Bueno. Tal vez tenga derecho a algunos ahora —dijo Moist—. ¿Sabe usted dónde vive, señorita Cortinas?

—En la pensión de la Señora Cake.

—¿En serio? Eso es un poco —se detuvo y eligió entre una serie de opciones— de alquiler bajo, ¿no?

—Él dice que como es soltero cumple con sus necesidades —dijo la Srta. Cortinas, y evitó la mirada de Moist.

Moist podía sentir como el día se le escapaba. Pero estaban todos mirándolo. Había una sola cosa que podía decir si iba a mantener su imagen.

—Entonces pienso que debemos ver si ha ido allí —dijo Moist. Sus rostros irrumpieron en sonrisas de alivio. Agregó: —Pero creo que uno de ustedes debe venir conmigo. Después de todo, ustedes lo conocen. —Parece como si yo no, pensó.

—Voy a buscar mi abrigo —dijo la Srta. Cortinas. La única razón por la que sus palabras salieron a la velocidad del sonido fue que no podía hacer que fueran más rápido.

Capítulo 8

Abajo, como Arriba — No hay ganancia sin dolor — Una mente para palabras cruzadas — El triste pasado del Sr. Bent — Algo en el ropero — Maravilloso dinero — Reflexiones sobre la locura, por Igor — Una olla se espesa.

HUBERT GOLPEÓ CUIDADOSAMENTE uno de los tubos de Glooper. —¿Igor? —dijo.

—¿Ssí, Maesstro? —dijo Igor, detrás de él.

Hubert saltó. —¡Pensé que estaba arriba junto a las celdas de relámpagos! —logró decir.

—Yo esstaba, sseñor, pero esstoy aquí ahora. ¿Que ess lo que quería?

—Has cableado todas las válvulas, Igor. ¡No puedo hacer ningún cambio!

—Ssí, sseñor —dijo Igor con calma—. Habría ssorprendentess conssecuenciass terribless, sseñor.

—Pero quiero cambiar algunos parámetros, Igor —dijo Hubert, con la mente ausente, tomando un sombrero de lluvia de la clavija.

—Me temo que hay un problema, sseñor Ussted me pidió que hiciera a Glooper tan precisso como ssea posible.

—Bueno, por supuesto. La precisión es vital.

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—Ess… extremadamente precisso señor —dijo Igor, con aspecto incómodo—. Possiblemente demassiado precisso, señor.

Ese "posiblemente” causó que Hubert buscase un paraguas—. ¿Cómo puede ser algo demasiado preciso?

Igor miró alrededor. De repente estaba nervioso.

—¿Le molestaría que disminuya un poco el ceceo?

—¿Puede hacer eso?

—Oh ssí ... o, de hecho, sí, señor. Pero es una cosa del clan, mire. Es lo esperado, al igual que las costuras. Pero creo que encontrará la explicación bastante difícil de entender tal como es.

—Bueno, eh, muchas gracias. Adelante, por favor.

Fue una larga explicación. Hubert escuchó con atención, la boca abierta. El término “culto de carga” giraba delante, y fue seguido por una breve disertación sobre la hipótesis de que toda el agua, en todas partes, sabe dónde está toda la demás agua, algunos datos interesantes sobre el silicio guionado y lo que le sucede al mismo en presencia de queso, los beneficios y riesgos de la resonancia mórfica en zonas de alta magia de fondo, la verdad sobre los gemelos idénticos y el hecho de que si la máxima fundamental oculta "Arriba, como abajo" es cierta, también lo era "Abajo, como arriba”...

El silencio que siguió sólo fue roto por el gotear de agua en el Glooper, y el sonido del viejo lápiz de Owlswick cuando trabajaba con fantasmal habilidad.

—¿Le importa volver al ceceo, por favor? —dijo Hubert—. No sé por qué, sólo que suena mejor de esa manera.

—Muy bien, sseñor.

—Muy bien. Ahora, ¿está realmente diciendo que puedo cambiar la vida económica de la ciudad mediante el ajuste del Glooper? ¿Es como una muñeca de cera de bruja y tengo todos los alfileres?

—Esso ess correcto, sseñor Una analogía muy buena.

Hubert miraba la obra maestra de cristal. La luz en la cripta estaba cambiando todo el tiempo mientras la vida económica de la ciudad se bombeaba a sí misma alrededor de los tubos, algunos de ellos no más gruesos que un cabello.

—Es un modelo económico, de hecho, ¿cual es el real?

—Elloss sson idénticoss, sseñor.

—¿Así que con un golpe de martillo podría arrojar la ciudad en una irrevocable ruptura económica?

—Ssí, sseñor ¿Quiere que bussque un martillo?

Hubert miraba a la cosa apurada, goteante y espumante que era el Glooper y sus ojos se abultaron. Comenzó como una risita pero creció muy rápidamente carcajada.

—¡Jaja! Ajajaja! ¡AJAJAJAJA!... ¿Puede darme un vaso de agua, por favor?... ¡Jajajaja! ¡Jajajajaja!... ¡Jaja jaja !!! —La risa se detuvo abruptamente—. Eso no puede estar bien, Igor.

—¿De veras, sseñor?

—¡Sí! ¡Mire a nuestro viejo amigo Frasco 244a! ¿Puede verlo? ¡Está vacío!

—¿Efectivamente, sseñor?

—Efectivamente en realidad —dijo Hubert—. El frasco 244a representa el oro en nuestras propias bóvedas, Igor. ¡Y diez toneladas de oro no se levantan y se van lejos! ¿Eh? ¡Jajajaja! ¿Podría darme el vaso de agua que he pedido? ¡Jajaja AJA!... ¡Jaja jaja !!!…

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Una sonrisa jugaba en los labios de Cosmo, el cual era un campo de juego peligroso para algo tan inocente como una sonrisa.

—¿Todos ellos? —dijo.

—Bueno, todos los empleados de casa de recuento —dijo Hastahora—. Sólo salieron corriendo a la calle. Algunos de ellos lloraban.

—Un pánico, de hecho —murmuró Cosmo. Miró la imagen de Vetinari frente a su escritorio y estaba seguro de que le hizo un guiño.

—Aparentemente era un problema con el jefe de cajeros, señor.

—¿El Sr. Bent?

—Al parecer cometió un error, señor. Dijeron que estaba murmurando para sí mismo y salió corriendo de la sala. Dijeron que algunos de los funcionarios habían ido a buscarlo.

—¿Mavolio Bent cometió un error? Creo que no —dijo Cosmo.

—Dicen que salió corriendo, señor.

Cosmo casi levantó una ceja sin ayuda mecánica. Estuvo así de cerca.

—¿Salió corriendo? ¿Llevaba algunas bolsas grandes y pesadas? Suelen hacerlo.

—Creo que no, señor —dijo Hastahora.

—Eso habría sido… de utilidad.

Cosmo se reclinó en su silla, se quitó el guante negro por tercera vez hoy, y alzó su mano con el brazo extendido. El anillo se veía impresionante, sobre todo contra el azul pálido de su dedo.

—¿Alguna vez has visto una corrida en un banco, Nudodetambor? —dijo—. ¿Alguna vez has visto a las multitudes luchar por su dinero?

—No, señor —dijo Hastahora, que estaba empezando a preocuparse de nuevo. Las botas apretadas eran, bueno, divertidas, pero seguramente un dedo no debería verse de ese color.

—Es una terrible visión. Es como ver una ballena varada que es comida viva por los cangrejos —afirmó Cosmo, girando su mano para que la luz resaltara la sombría V. —Puede retorcerse en su agonía, pero sólo puede haber un resultado. Es algo terrible, si se hace correctamente.

Así es como piensa Vetinari, se alegró su alma. Los planes pueden desplomarse. Uno no puede planear el futuro. Sólo los tontos presuntuosos planean. El hombre sabio dirige.

—Como director del banco y, por supuesto, un ciudadano preocupado —dijo soñadoramente— voy a escribir ahora una carta al Times.

—Sí, señor, por supuesto —dijo Hastahora—, ¿y debo enviar por un joyero, señor? Entiendo que tienen algunos excelentes alicates pequeños…

—No hay dolor sin ganancia, Nudodetambor. Esto agudiza mi pensamiento. —El guante fue puesto de nuevo.

—Eh... —Y Hastahora abandonó. Había intentado lo mejor que podía, pero Cosmo se empeñaba en su propia destrucción, y todo lo que un hombre sensato podía hacer era ganar tanto dinero como fuese posible y permanecer vivo para gastarlo.

—He tenido otro golpe de suerte, señor —se aventuró. Le hubiera gustado más tiempo, pero era evidente que el tiempo se estaba acortando.

—¿En verdad? ¿Qué es esto?

—Ese proyecto en que he estado trabajando...

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—¿Ése muy costoso? ¿Sí?

—Creo que puedo conseguirle el bastón de Vetinari, señor.

—¿Te refieres a su bastón-estoque?

—Sí, señor. Por lo que sé la hoja nunca se ha sacado con ira.

—Entendí que estaba siempre cerca de él.

—No dije que sería fácil, señor. O barato. Pero después de mucho, mucho trabajo ahora veo una manera clara —dijo Hastahora.

—Dicen que el acero de la hoja fue tomada del hierro en la sangre de un millar de hombres…

—Así he oído, señor.

—¿La has visto?

—Muy brevemente, señor.

Por primera vez en su carrera, Hastahora se encontró sintiendo compasión por Cosmo. Había una especie de anhelo en la voz del hombre. Él no quería usurpar a Vetinari. La ciudad estaba llena de gente que quería usurpar a Vetinari. Pero Cosmo quería ser Vetinari.

—¿Cómo es? —La voz era suplicante. El veneno debía haber llegado a su cerebro, pensó Hastahora. Pero su mente era bastante venenosa para empezar. Tal vez se harán amigos.

—Eh... bueno, el mango y la vaina son como la suya, señor, pero un poco gastados. La hoja, sin embargo, es gris y se ve…

—¿Gris?

—Sí, señor. Se ve vieja y un poco picada. Pero aquí y allá, cuando la luz las captura, hay pequeñas motas de color rojo y oro. Tengo que decir que parece de mal agüero.

—La motas de luz deben ser la sangre, por supuesto —dijo pensativo Cosmo—, o, posiblemente, sí, muy posiblemente, las almas atrapadas de los que murieron para hacer la terrible hoja.

—No había pensado en eso, señor —dijo Hastahora, que había pasado dos noches con una hoja nueva, algo de hematites, un cepillo de latón y algunos productos químicos para producir un arma que se viese como si saltara a tu garganta por su propia iniciativa.

—¿La puedes obtener esta noche?

—Creo que sí, señor. Será peligroso, por supuesto.

—Y requiere aún más gastos, me imagino —dijo Cosmo, con más lucidez que la que Hastahora habría esperado en su estado actual.

—Hay tantos sobornos, señor. No será feliz cuando se entere, y yo no me atrevo a arriesgar el tiempo que tomará para hacer un reemplazo exacto.

—Sí. Ya veo.

Cosmo se quitó el guante negro de nuevo y miró su mano. Su dedo parecía tener un tono verdoso ahora, y se preguntó si había algo de cobre en la aleación del anillo. Sin embargo, las rosadas, casi rojas rayas que se desplazaban por su brazo parecían muy saludables.

—Sí. Obtén el bastón —murmuró, alzando su mano para atrapar la luz de las lámparas. Extraño, sin embargo, no podía sentir el calor en el dedo, pero eso no importaba.

Podía ver el futuro con tanta claridad. Los zapatos, la gorra, el anillo, el bastón... Sin duda, cuando llenase el espacio oculto ocupado por Vetinari, el infeliz hombre se sentiría más débil y confuso, y entendería mal las cosas y cometería errores... —Encárgate de eso, Nudodetambor —dijo.

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Havelock, Lord Vetinari se apretó el puente de la nariz. Había sido un largo día y claramente ésta va a ser una larga noche.

—Creo que necesito un momento para relajarme. Vamos a terminar con esto —dijo.

Nudodetambor fue hasta la mesa larga, que a esa hora del día tenía copias de varias ediciones del Times, porque a su señoría le interesaba seguir la pista de lo que la gente pensaba que estaba pasando.

Vetinari suspiró. La gente le decía cosas todo el tiempo. Mucha gente había estado diciéndole cosas en la última hora. Le decían cosas por todo tipo de razones: para ganar algo de crédito, para ganar algo de dinero, por un favor quid pro quo, por malicia, travesura o, sospechosamente, por una profesa consideración por el bien público. No se sumaban a la información, sino a una enorme bola vigilante de pocos y meneados factoides, fuera de los cuales la información puede, con cuidado, ser burlada.

Su secretario puso delante de él el documento, cuidadosamente plegado en la correcta página y lugar, el que estaba ocupado por un cuadrado lleno de una gran cantidad de pequeños cuadrados, algunos de los cuales contenían números.

—Hoy es "Jikan no Muda", señor —dijo. Vetinari le echó un vistazo durante unos segundos y se lo entregó de nuevo.

El Patricio cerró los ojos y tamborileó con los dedos en el escritorio por un momento.

—Hum... 9 6 3 1 7 4 —Nudodetambor escribió apresuradamente la secuencia de números y, finalmente, llegó a la conclusión —8 4 2 3. Y estoy seguro de que utilizaron ese el mes pasado. Un lunes, creo.

—Diecisiete segundos, señor —dijo Nudodetambor, su lápiz aun escribiendo.

—Bueno, ha sido un día agotador —dijo Vetinari—. ¿Y cuál es el punto? Los números son fáciles de burlar. No pueden pensar. La gente que elabora los crucigramas, ahora ellos son ciertamente retorcidos. ¿Quién sabe que "pysdxes" son antiguos soportes de aguja Ephebianos tallados en hueso?

—Bueno, usted, señor, por supuesto —dijo Nudodetambor, apilando cuidadosamente los archivos—, y el curador de Antigüedades Ephebianas en el Real Museo de Arte, "Palabras Cruzadas" del Times y la Srta. Gracia Parlante, que dirige la tienda de animales en Escalones Pellicool.

—Tenemos que mantener un ojo en esa tienda de animales, Nudodetambor. ¿Una mujer con una mente como ésa que se contenta con vender alimentos para perros? Creo que no.

—En efecto, señor. Voy a hacer una nota.

—Me complace saber que sus nuevas botas han dejado de crujir, de paso.

—Gracias, señor. Se han amoldado muy bien.

Vetinari miraba pensativo los archivos del día. —El Sr. Bent, el Sr. Bent, el Sr. Bent —dijo—. El misterioso señor Bent. Sin él, el Banco Real estaría en muchos más problemas de lo que está. Y ahora que no está se derrumbará. Gira a su alrededor. Lata a su pulso. El viejo Pródigo tenía miedo de él, estoy seguro. Dijo que pensaba que Bent era un... —Hizo una pausa.

—¿Señor? —dijo Nudodetambor.

—Vamos a aceptar el hecho de que haya demostrado, en todos los sentidos, ser un modelo de ciudadano —afirmó Vetinari—. El pasado es un país peligroso, ¿ verdad?

—No hay ningún archivo de él, señor.

—Él nunca ha llamado la atención sobre sí mismo. Todo lo que sé con certeza es que llegó aquí cuando niño, sobre un carro de propiedad de algunos contadores viajeros...

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—¿Qué, como caldereros y adivinos? —dijo Moist, mientras el coche se sacudía a su paso por las calles que crecían en estrechez y oscuridad.

—Supongo que podría decirse así —dijo la Srta. Cortinas con un toque de desaprobación—. Ellos hacen grandes circuitos, sabe, por todo el camino hasta las montañas, haciendo los libros para las pequeñas empresas, ayudando a la gente con sus impuestos, ese tipo de cosas. —Se aclaró la garganta—. Familias enteras de ellos. Tiene que ser una vida maravillosa.

—Todos los días un nuevo libro —dijo Moist, asintiendo gravemente—, y por la noche beben cerveza y los contables riendo felices bailan la Polka de Doble Entrada al sonido de acordeones...

—¿De veras? —dijo la Srta. Cortinas nerviosamente.

—No lo sé. Sería bueno pensar así —dijo Moist—. Bueno, eso explica algo, al menos. Él era, obviamente, ambicioso. Todo lo que podía esperar en el camino era que se le permitiera conducir el caballo, supongo.

—Tenía trece años—dijo la Srta. Cortinas, y sopló su nariz audiblemente—. Es tan triste. —Dio vuelta la llorosa cara hacia Moist—. Hay algo terrible en su pasado, Sr. Lipstick. Dicen que un día llegaron unos hombres al banco y preguntaron…

—Aquí es señora Cake —dijo el cochero, deteniéndose bruscamente—, y va a ser once peniques y no me pidan que espere porque tendrán el caballo sobre ladrillos y le quitarán las herraduras en un parpadeo.

La puerta de la pensión fue abierta por la mujer con más cabello que Moist había visto nunca, pero en la zona de Calle Olmo aprendías a dar por descontado ese tipo de cosas. La señora Cake era famosa por dar acogida a los no-muertos recién llegados la ciudad, dándoles un refugio seguro y comprensión hasta que podían pararse sobre sus pies, que muchos poseían.

—¿La señora Cake? —dijo.

—Madre está en la iglesia —dijo la mujer—. Ella dijo que lo esperaba a usted, señor Lipwig.

—¿Usted tiene al Sr. Bent alojado aquí, creo?

—¿El banquero? Habitación Siete en el segundo piso. Pero no creo que esté. Él no está en problemas, ¿verdad?

Moist explicó la situación, consciente de todas las puertas que se abrían una fracción en las sombras más allá de la mujer. El aire picaba con el fuerte olor a desinfectante; la señora Cake creía en la limpieza más de lo que confiaba en la piedad y, además, sin la nota fuerte del pino, la mitad de la clientela se volvería loca por el olor de la otra mitad.

Y en medio de todo esto estaba el silencioso y anónimo cuarto del Sr. Bent, cajero jefe. La mujer, que dijo llamarse Ludmilla, los dejó entrar, muy a regañadientes, con una llave maestra.

—Él siempre ha sido un buen huésped —dijo—, nunca un momento de dificultad.

Un vistazo abarcaba todo: la estrecha sala, la estrecha cama, la ropa colgando cuidadosamente alrededor de las paredes, y el pequeño conjunto de jarra y lavabo, el armario incongruentemente grande. Vivir acumula desorden, pero el Sr. Bent no. A menos que, por supuesto, todo estuviese en el armario.

—La mayoría de sus clientes a largo plazo son no-muer…

—…vivos diferentes —dijo Ludmilla bruscamente.

—Sí, por supuesto, por lo que me pregunto... ¿por qué el Sr. Bent se quedaría aquí?

—Sr. Lipwick, ¿qué está sugiriendo? —dijo la Srta. Cortinas.

—Usted debe admitir que es bastante inesperado —dijo Moist. Y, porque estaba ya bastante angustiada, no añadió: no tengo que sugerir nada. Se sugiere a sí mismo. Alto.

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Oscuro. Entra antes de amanecer, sale después que oscurece. El Señor Quisquilloso le gruñe. Contador compulsivo. Obsesivo en los detalles. Te da un suave ataque de piel de gallina que te hace sentir menos vergüenza. Duerme en una cama larga y estrecha. Reside en la señora Cake, donde los vampiros cuelgan. No es muy difícil encajar todas las piezas.

—Esto no es sobre el hombre que estuvo aquí la otra noche, ¿no? —dijo Ludmilla.

—¿Qué hombre sería ese?

—No dio su nombre. Sólo dijo que era un amigo. Todo de negro, tenía un bastón negro con un cráneo de plata sobre él. Horrible trabajo, dijo mamá. La verdad es que —añadió Ludmilla—, ella dice eso acerca de casi todos. Tenía un coche negro.

—No era Lord Vetinari, ¿no es cierto?

—¡Oh, no, mamá es muy partidaria de él, excepto que ella piensa que debería colgar más personas. No, éste era bastante corpulento, dijo mamá.

—Oh, ¿realmente? —dijo Moist—. Bueno, gracias, señora. Tal vez deberíamos irnos. Por cierto, ¿usted por casualidad tiene la llave del armario?

—No hay llave. Puso una nueva cerradura hace años, pero mamá no se queja porque nunca trae ningún problema. Es una de esas mágicas que venden en la Universidad —continuó Ludmilla, cuando Moist examinó la cerradura. El problema con los desdichados magos era que cualquier cosa podría ser una llave, de una palabra a un toque.

—Es bastante extraño que cuelgue toda su ropa en las paredes, ¿no? —dijo, enderezándose.

Ludmilla parecía desaprobar. —Nosotros no utilizamos la palabra extraña en este hogar.

—¿Diferentemente normal? —sugirió Moist.

—Eso está mejor. —Hubo un centelleo de advertencia en los ojos de Ludmilla—. ¿Quién puede decir quién es realmente normal en este mundo?

Bueno, alguien cuyas uñas no crezcan visiblemente cuando está molesto sería un claro candidato, pensó Moist.

—Bueno, tenemos que volver al banco —afirmó—. Si el Sr. Bent llega, le dice que la gente está buscándolo.

—Y que se preocupan por él —dijo la Srta. Cortinas rápidamente; puso una mano sobre su boca y se sonrojó.

Yo sólo quería hacer dinero, pensó Moist, mientras conducía a la temblorosa Srta. Cortinas, a la zona donde los coches se atrevían a ir. Pensaba que la vida en los bancos era un aburrimiento rentable, puntuado por grandes cigarros. En cambio, ha resultado diferentemente normal. La única persona realmente en su sano juicio aquí es Igor, y, posiblemente, el nabo. Y no estoy seguro sobre el nabo.

Dejó a la sollozante Srta. Cortinas en su alojamiento en Jabón Bienvenido, con la promesa de hacerle saber cuando el errante Sr. Bent apareciese, y tomó el coche hacia el banco. Los guardias nocturnos ya habían llegado, pero un buen número de empleados seguía dando vueltas, aparentemente incapaces de llegar a un acuerdo con la nueva realidad. El Sr. Bent había sido una parte fija, como los pilares.

Cosmo había ido a verlo. No habría sido una visita social.

¿Qué había sido? ¿Una amenaza? Bueno, a nadie le gusta ser vapuleado. Pero tal vez era más sofisticado. Tal vez era decir a la gente que eres un vampiro. A lo que una persona sensata respondería: mételo donde el sol no brilla. Eso habría sido una amenaza hace veinte años, ¿pero hoy en día? Había un montón de vampiros en la ciudad, neuróticos como el infierno, usando la Cinta Negra para demostrar que habían firmado la promesa y, en general, para llevarse bien con, a falta de una palabra mejor, su vida. Mayormente, la gente lo aceptaba. Día tras día pasaba sin problemas, por lo que la situación se consideraba como normal.

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Diferentemente normal, pero aún normal.

Bueno, el señor Bent había mantenido silencio sobre su pasado, pero eso apenas era un asunto a considerar. Había estado sentado en un banco durante cuarenta años haciendo sumas, en nombre de los cielos.

Pero quizás él no lo veía así. Unos miden el sentido común con una regla, otras personas lo miden con una patata.

No escuchó acercarse a Gladys. Sólo se dio cuenta que ella estaba de pie detrás de él.

—Estuve Muy Preocupada Por Usted, Señor Lipwig —retumbó.

—Gracias, Gladys —dijo con cautela.

—Le Haré Un Sándwich. ¿Le Gustan Mis Sándwiches?

—Eso sería amable de tu parte, Gladys, pero la Srta. Dearheart se unirá en breve conmigo a cenar arriba.

El brillo en los ojos del Golem se perdió por un momento y luego se hizo más brillante.

—Srta. Dearheart.

—Sí, ella estuvo aquí esta mañana.

—Una Dama.

—Ella es mi novia, Gladys. Ella estará aquí mucho tiempo, espero.

—Novia —dijo Gladys—. Ah, Sí. Estoy Leyendo Veinte Consejos Para Hacer Tu Boda Con Swing.

Sus ojos se atenuaron. Se dio la vuelta y se arrastró hacia las escaleras.

Moist se sentía como un tirano. Por supuesto que era un tirano. Pero eso no lo hizo sentir mejor. Por otra parte, ella… maldición, él… eso... Gladys era la culpa de la solidaridad femenina fuera de lugar. ¿Qué podría esperar alcanzar en contra de eso? Adora Belle tendría que hacer algo al respecto.

Era consciente de que uno de los empleados mayores se cernía educadamente.

—¿Sí? —dijo—. ¿Puedo ayudarle?

—¿Qué quiere que hagamos, señor?

—¿Cuál es su nombre?

—Saliva, señor. Robert Saliva.

—¿Por qué me pregunta, Bob?

—Debido a que el presidente ladra, señor. Las cajas de caudales necesitan ser cerradas. Lo mismo sucede con la sala del libro mayor. El Sr. Bent tenía todas las llaves. Es Robert, señor, si no le importa.

—¿Hay algunas llaves de repuesto?

—Pueden estar en la oficina del presidente, señor —dijo Saliva.

—Mire... Robert, quiero ir a casa y obtener una buena noche de sueño, ¿de acuerdo? Y voy a encontrar las llaves y cerrar cada cerradura que pueda encontrar. Estoy seguro de que el Sr. Bent estará con nosotros mañana, pero si no, llamaré a una reunión de los empleados mayores. Quiero decir, ja, ¡usted debe saber cómo funciona todo!

—Bueno, sí. Por supuesto. Sólo… bien... pero... —la voz del empleado se perdió en el silencio.

Pero no hay Sr. Bent, pensó Moist. Y él delegaba con la misma facilidad con que las ostras bailan tango. ¿Qué diablos vamos a hacer?

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—¿Hay gente aquí? Vaya con las horas de los banqueros —dijo una voz desde la puerta—. En problemas de nuevo, por lo que escuché.

Era Adora Belle y, por supuesto, quería decir "¡Hola! Es bueno verte”.

—Se te ve sensacional —dijo Moist.

—Sí, lo sé —dijo Adora Belle—. ¿Qué pasa? El cochero me dijo que todo el personal había salido de tu banco.

Más tarde Moist pensó: allí fue cuando todo salió mal. Tienes que saltar sobre el semental del Rumor antes de que salga del patio, de modo que seas capaz de tirar de las riendas. Debías haber pensado: ¿como se ve al personal salir corriendo del banco? Debías haber corrido a la oficina del Times. Deberías haberte subido en la silla de montar y dar la vuelta, allí y entonces.

Pero Adora Belle se veía genial. Además, todo lo que había sucedido era que un miembro del personal había tenido un ataque de locuray había abandonado el edificio. ¿Qué podría hacer alguien con eso?

Y la respuesta, por supuesto, fue: todo lo que quería.

Era consciente de otra persona detrás de él.

—¿Ssr. Lipwig, sseñor?

Moist giró. Es mucho menos divertido ver a Igor cuando acabas de ver a Adora Belle.

—Igor, este realmente no es el momento… —comenzó Moist.

—Ssé que no sse ssupone que ssuba lass escaleras, sseñor, pero el sseñor Cepo finalizó ssu dibujo. Creo que ess muy bueno.

—¿Qué fue todo eso? —dijo Adora Belle—. Creo que casi entendí dos de las palabras.

—Oh, hay un hombre en la Forni… el sótano que diseñó un billete de un dólar para mí. Papel moneda, en realidad.

—¿En serio? Me encantaría ver eso.

—¿Tú?

Era realmente maravilloso. Moist, miró los dibujos y modelos para el reverso y la parte delantera del billete de dólar. Bajo las brillantes luces blancas de Igor se veía rico como pudín de ciruela y más complicado que un contrato enano.

—Vamos a hacer mucho dinero —dijo en voz alta—. ¡Maravilloso trabajo, Señor Owl… Cepo!

—Voy a conservar el Owlswick —dijo el artista nerviosamente—. Es el Jenkins lo que importa, después de todo.

—Bueno, sí —dijo Moist—, debe haber decenas de Owlswicks alrededor. —Miró a Hubert, que estaba en una escalera y miraba desesperado la cañería.

—¿Cómo va, Hubert? —dijo—. El dinero sigue corriendo bien, ¿no?

—¿Qué? Oh, bien. Estupendo. Bien —dijo Hubert, casi cayendo de la escalera en su prisa por bajarse. Miró a Adora Belle con una expresión de temor incierto.

—Ésta es Adora Belle Dearheart, Hubert —dijo Moist, en caso de que el hombre estuviese a punto de huir—. Ella es mi prometida. Ella es una mujer —añadió, en vista de la mirada preocupada.

Adora Belle extendió la mano y dijo:—Hola, Hubert .

Hubert se quedó mirándola.

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—Está bien dar la mano, Hubert —dijo Moist cuidadosamente—. Hubert es economista. Que es como un alquimista, pero menos desordenado.

—¿Así que sabe cómo se mueve el dinero, ¿verdad, Hubert? —dijo Adora Belle, estrechando una mano que no se resistía.

Al fin la noción de discurso alboreó en Hubert. —Yo soldé mil noventa y siete juntas —dijo—, y soplé la Ley De Rendimientos Decrecientes.

—No creo que nadie lo haya hecho antes —dijo Adora Belle.

Hubert brillaba. ¡Esto era fácil!

—¡Nosotros no estamos haciendo nada malo, sabe! —dijo.

—Estoy seguro de que no—dijo Adora Belle, tirando de su mano para sacarla.

—Puede seguir el rastro de cada dólar en la ciudad, sabe. ¡Las posibilidades son infinitas! Pero, pero, pero, hum, ¡por supuesto, no estamos alterando las cosas de ninguna manera!

—Me alegra mucho oírlo, Hubert —dijo Adora Belle, tirando más fuerte.

—¡Por supuesto que estamos teniendo problemas iniciales! ¡Pero todo se está haciendo con gran cuidado! ¡Nada se ha perdido porque dejamos una válvula abierta o algo así!

—¡Que intrigante! —dijo Adora Belle, poniendo su mano libre sobre el hombro de Hubert y arrancando la otra de su garra.

—Nos tenemos que ir, Hubert —dijo Moist—. Mantenga el buen trabajo, sin embargo. Estoy muy orgulloso de usted.

—¿Lo está? —dijo Hubert—. ¡El Sr. Cosmo dijo que yo era demente, y quería que la Tía vendiera el Glooper como chatarra!

—Típicos de pensadores anticuados, de mente estrecha —dijo Moist—. Éste es el Siglo De La Anchoa. El futuro pertenece a los hombres como usted, que nos pueden decir cómo funciona todo.

—¿De verdad? —dijo Hubert.

—Recuerde mis palabras —dijo Moist, escoltando firmemente a Adora Belle hacia la lejana salida.

Cuando se hubieron ido, Hubert olfateó la palma de su mano y se estremeció.

—Eran buena gente, ¿verdad? —dijo.

—Ssí, maesstro.

Hubert miró los brillantes, goteantes tubos del Glooper, fiel reflejo de las bajas y flujos de las mareas del dinero alrededor de la ciudad. Un solo golpe pondría nervioso al mundo. Era una terrible responsabilidad.

Igor se unió a él. Permanecieron en un silencio roto únicamente por el chapoteo del comercio.

—¿Qué debo hacer, Igor? —dijo Hubert.

—En el Viejo Paíss tenemoss un aforissmo —dijo Igor amablemente.

—¿Un qué?

—Un aforissmo. Decimoss: "Si no quieress el monsstruo no tiress de la palanca".

—No cree que me he vuelto loco, ¿verdad, Igor?

—Muchoss grandess hombress han ssido conssideradoss locoss, sseñor Hubert. Inclusso el Dr. Hanss Forvord fue llamado loco. Pero le digo essto: ¿podría un loco haber creado un revolucionario extractor de cerebross vivoss?

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—Hubert es bastante… ¿normal? —dijo Adora Belle, mientras subía las escaleras de mármol hacia la cena.

—¿Por las normas de un hombre obsesivo que no sale a la luz del sol? —dijo Moist—. Bastante normal, diría.

—¡Pero actuó como si nunca antes hubiera visto una mujer!

—Él no está acostumbrado a cosas que no vienen con un manual —dijo Moist.

—Ja —dijo Adora Belle—. ¿Cómo es que sólo los hombres se ponen así?

Gana un pequeño salario trabajando para los golems, pensó Moist. Escribe graffitis y rompe ventanas por los golems. Acampa en páramos, discute con hombres poderosos. Todo por los golems. Pero él no dijo nada, porque él sí había leído el manual.

Habían llegado a la planta de gerencia. Adora Belle inhaló.

—¿Hueles eso? ¿No es simplemente maravilloso? —dijo—. ¿No haría volver carnívoro a un conejo?

—Cabeza de oveja —dijo tristemente Moist.

—Sólo para hacer el caldo —dijo Adora Belle—. Todos los blandos trozos bamboleantes han sido sacados primero. No te preocupes. Has sido alcanzado por la vieja broma, eso es todo.

—¿Qué vieja broma?

—¡Oh, vamos! Un niño entra en una carnicería y dice: "Mamá dice si, por favor, tiene una cabeza de oveja y que tiene que dejar los ojos porque tiene que vernos toda la semana." ¿No lo entiendes? Está usando "ver" en el sentido de "durar" y también en el sentido de, bueno, ver...

—Sólo pienso que es un poco injusto para las ovejas, eso es todo.

—Interesante —dijo Adora Belle—. ¿Tú comes agradables trozos anónimos de animales, pero crees que es injusto comer los demás trozos? ¿Crees que la cabeza piensa: por lo menos no me comieron? Estrictamente hablando, más comemos de un animal, más feliz debería ser su especie, ya que no tendríamos que matar a muchos de ellos.

Moist abrió las puertas dobles, y el aire estaba lleno de incorrección de nuevo.

No estaba el Señor Quisquilloso. Normalmente esperaba en su bandeja de entrada, listo para saludar a Moist con una gran bienvenida babosa. Pero la bandeja estaba vacía.

La habitación parecía más grande, también, y esto era porque no contenía a Gladys.

Había un pequeño collar azul en el suelo. El olor de la cocina llenaba el aire.

Moist corrió por el pasillo a la cocina donde estaba el golem parado solemnemente junto a la estufa, mirando la trepidante tapa de una olla grande. Una espuma mugrienta resbalaba y goteaba en la cocina.

Gladys giró cuando vio a Moist.

—Estoy Cocinando Su Cena, Señor Lipwig.

Los oscuros muñecos del pavor jugaban su paranoica rayuela a través de los ojos interiores de Moist.

—¿Podría usted bajar el cucharón y alejarse de la olla, por favor? —dijo Adora Belle, de repente a su lado.

—Estoy Cocinando La Cena Del Señor Lipwig —dijo Gladys, con un toque de desafío. Las mugrientas burbujas, le pareció a Moist, eran cada vez mayores.

—Sí, y parece que está casi hecho —dijo Adora Belle—. Así que me gustaría verlo, Gladys.

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Hubo un silencio.

—¿Gladys?

En un movimiento el golem le entregó el cucharón y retrocedió, media tonelada de viviente arcilla moviéndose tan silenciosa y ligera como el humo.

Cautelosamente, Adora Belle levantó la tapa de la olla y hundió el cucharón en la masa en plena ebullición.

Algo rascó la bota de Moist. Miró hacia abajo a los preocupados ojos de pez dorado del Sr. Quisquilloso.

Luego, miró a lo que estaba saliendo de la olla, y se dio cuenta de que habían pasado por lo menos treinta segundos desde el último aliento.

Peggy entró animada. —¡Oh, aquí estás, muchacho travieso! —dijo, recogiendo el perrito—. ¡Creería usted que hizo todo el camino hasta el cuarto frío! —Ella miró a su alrededor, quitándose el cabello de los ojos—. ¡Oh, Gladys, te dije que lo movieras a la placa fría, cuando empezara a espesar!

Moist miró el ascendente cucharón, y en el flujo del alivio diversas observaciones incómodas trepaban para ser oídas.

He estado en este trabajo menos de una semana. El hombre del que realmente dependo huyó gritando. Voy a ser expuesto como un criminal. Eso es la cabeza de una oveja...

Y —gracias por el pensamiento, Aimsbury— usa gafas de sol.

Capítulo 9

Cribbins lucha con sus dientes — Consejos teológicos — Eso es lo que yo llamo “entretenimiento” — El juguete mágico del Sr. Quisquilloso — Los libros de Sir Joshua — Irrumpiendo en la banca — La mente de los policías — ¿Y el oro? — Cribbins se calienta — El retorno del profesor Pulgoso, por desgracia — Moist cuenta sus bendiciones — Un hombre lobo revelado — Splot: eso te hace bien — Tiempo de rezar

—ME TEMO QUE TENGO que cerrar la oficina ahora, reverendo. —La voz de la Sra. Houser irrumpió en los sueños de Cribbins—. Abrimos de nuevo a las de nueve de mañana —añadió, esperanzada.

Cribbins abrió los ojos. El calor y el constante tic-tac del reloj lo habían adormecido en un maravilloso dormitar.

La Sra. Houser estaba allí, no gloriosamente desnuda y rosa, tal como aparecía recientemente en la ensoñación, sino en una chaqueta marrón claro y un inadecuado sombrero con plumas.

Súbitamente despierto, buscó con urgencia en el bolsillo sus dientes, no confiándolos a la custodia de su boca mientras dormía. Dio vuelta la cabeza con desacostumbrada vergüenza, mientras luchaba para conseguir que entren y, después, luchó de nuevo para obtener la posición correcta. Se defendieron. En la desesperación se los arrancó y los golpeó fuertemente en el brazo de la silla una o dos veces para quebrasu espíritu antes de embutirlos en su boca una vez más.

—¡Wshg! —dijo Cribbins, abofeteando su mejilla. —Vaya, graciash, señora —dijo, dándose unos toques en la boca con un pañuelo. —Lo lamento, pero shoy un mártir de ellosh, she lo juro.

—No quería molestarlo —continuó la Sra. Houser, mientras su expresión horrorizada desaparecía—. Estoy segura de que necesitaba su sueño.

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—No eshtaba durmiendo, sheñora, shino contemplando —dijo Cribbins, poniéndose de pie—. Contemplando la caída de losh injustosh y la elevación de losh santosh. ¿No eshtá dicho que losh últimosh sherán losh primerosh y losh primerosh sherán losh últimosh?

—Usted sabe, siempre he estado un poco preocupada por eso —dijo la Sra. Houser—. Quiero decir, ¿qué ocurre con las personas que no son primeros, pero no son realmente últimos, tampoco? Ya sabe... correr mientras pueda, hacer lo mejor —paseó hacia la puerta de una manera que, no tan sutilmente como ella pensaba, lo invitaba a acompañarla.

—Un enigma de hecho, Berenice —afirmó Cribbins, siguiéndola—. Losh textosh shagradosh no lo mencionan, pero no tengo ninguna duda de que... —Su frente se arrugó. Rara vez Cribbins se preocupaba por cuestiones religiosas, y ésta era una muy difícil. Se enfrentó a la misma como un teólogo nato—. ¡No tengo ninguna duda de que se losh encontrará aun corriendo, pero poshiblemente en la dirección opueshta!

—¿Volver al Último? —dijo ella, con mirada preocupada.

—¡Ah, querida sheñora, recuerde que por entoncesh sherán losh Primerosh.

—Oh sí, no lo había pensado así. Ésa es la única forma en que podría trabajar, a menos que, por supuesto, el Primero original espere al Último para ponerse a la par.

—Esho shería un milagro, en efecto —dijo Cribbins, mirándola cerrar la puerta detrás de ellos. El aire de la noche era punzante y poco acogedor después de la calidez de la sala de prensa, y la perspectiva de otra noche en la pensión en la Calle del Mono parecía doblemente antipática. Él necesitaba su propio milagro ahora mismo, y tenía la sensación de que uno se perfilaba aquí.

—Supongo que es muy difícil para usted, reverendo, encontrar un lugar donde quedarse —dijo la Sra. Houser. Él no podía ver su expresión en la oscuridad.

—Oh, tengo fe, hermana —afirmó—. Si Om no viene, Él deshcien…— ¡Arrg! ¡Y en un momento como este! ¡Un resorte había escapado! ¡Se trataba de un juicio!

Pero agonizante como estaba, tal vez aún tenía su bendición. La Sra. Houser estaba avanzando hacia él con la mirada de una mujer decidida a hacer el bien a cualquier precio. Oh, eso duele, sin embargo; se había cerrado sobre su lengua.

Una voz detrás de él dijo: —Perdón, no pude dejar de notar... ¿Es usted el señor Cribbins, por casualidad?

Enfurecido por el dolor en la boca, Cribbins dio vuelta con el asesinato en su corazón, pero —Es Reverendo Cribbins, gracias — dijo la Sra. Houser, y sus puños se abrieron.

—Shoy yo —murmuró.

Un pálido joven en una anticuada túnica de empleado estaba mirándolo. —Mi nombre es Hastahora —dijo— y si es Cribbins sé de un hombre rico que quiere conocerle. Podría ser su día de suerte.

—¿Esh ashí? —murmuró Cribbins—. Y shi eshe hombre esh llamado Coshmo, quiero conocerlo. Podría sher shu día de suerte, también. ¡No shoy el único con shuerte!

—Debes haber tenido un momento de terror —afirmó Moist, mientras se relajaba en el salón de estar con piso de mármol. Al menos Adora Belle se relajaba. Moist buscaba.

—No sé de qué estás hablando —dijo mientras él abría un armario.

—Los Golems no fueron construidos para ser libres. No saben cómo manejar... cosas.

—Van a aprender. Y ella no habría lastimado al perro —dijo Adora Belle, mirándole pasear por la sala.

—No estabas segura. Escuché la forma en que le estabas hablando. "Baja el cucharón y da vuelta lentamente", ese tipo de cosas. —Moist abrió un cajón.

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—¿Estás buscando algo?

—Algunas llaves del banco. Debe haber un juego en algún lado.

Adora Belle se le unió. Era eso o discutir sobre Gladys. Además, la suite tenía una gran cantidad de cajones y armarios, y era algo que hacer mientras se preparaba la cena.

—¿Para qué es esta llave? —preguntó, después de unos pocos segundos. Moist giró. Adora Belle levantó una llave plateada en un anillo.

—No, deberían ser muchas más que eso —dijo Moist—. ¿Dónde la encontraste, de todos modos?

Ella señaló al gran escritorio. —Solo toqué el costado aquí y… Oh, no lo hizo esta vez...

Le tomó a Moist más de un minuto encontrar el gatillo que deslizaba el pequeño cajón. Cerrado, desaparecía sin fisuras en el grano de la madera.

—Debe ser para algo importante —afirmó, dirigiéndose a otro escritorio—. Tal vez el resto de las llaves se guardaban en otro lugar. Inténtalo en todos lados. Sólo he estado acampando aquí, en realidad. No sé lo que hay en la mitad de estos cajones.

Regresó al escritorio y estaba hurgando en su contenido cuando se oyó un clic y un crujido detrás de él y Adora Belle dijo, en una voz sin inflexiones: —Has dicho que Sir Joshua entretenía a señoritas aquí, ¿verdad?

—Aparentemente, sí. ¿Por qué?

—Bueno, esto es lo que yo llamo entretenimiento.

Moist giró. La pesada puerta de un armario estaba abierta.

—¡Oh, no —afirmó—. ¿Qué es todo eso?

—¿Estás bromeando?

—Bueno, sí, correcto. Pero es todo tan... tan negro.

—Y de cuero —dijo Adora Belle—. Posiblemente de goma, también.

Avanzaron en el museo de erótica inventiva recién revelado. Algunos de ellos, por fin liberados del confinamiento, se desarrollaron, resbalaron o, en algunos casos, rebotaron en el suelo.

—Este... —Moist empujó algo, que hizo poing—... es, sí, de goma. Definitivamente de goma.

—Pero todo esto es con volantes —dijo Adora Belle—. Debe haberse quedado sin ideas.

—O eso o no había más ideas para tener. Creo que tenía ochenta cuando murió —afirmó Moist, cuando un desplazamiento sísmico causó que más pilas se deslizaran hacia abajo.

—Bien por él —dijo Adora Belle—. Ah, y hay un par de estanterías de libros, también —continuó, investigando la oscura la parte trasera del armario—. Justo aquí, detrás de la silla bastante curiosa y los látigos. Lectura para antes de dormir, supongo.

—No lo creo —dijo Moist, tirando de un volumen encuadernado en piel y abriéndolo en una página al azar—. Mira, es el diario del viejo muchacho. Años y años de lo mismo. ¡Buen cielo, hay décadas!

—Vamos a publicarlo y hacer una fortuna —dijo Adora Belle, pateando el montón—. Cubierta lisa, por supuesto.

—No, no entiendes. ¡Puede haber algo aquí sobre el Sr. Bent! Hay algunos secretos... —Moist pasó un dedo a lo largo del lomo—. Vamos a ver, él tiene cuarenta y siete, llegó aquí cuando tenía unos trece años, y unos meses más tarde algunas personas vinieron a buscarlo. Al viejo Pródigo no le gustó el aspecto de ellos… ¡Ah! —Sacó un par de volúmenes—.Éstos deberían decirnos algo, son de la fecha correcta...

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—¿Qué son éstos, y por qué tintinean? —dijo Adora Belle, sosteniendo un par de extraños artefactos.

—¿Cómo voy a saberlo?

—Eres un hombre.

—Bueno, sí. ¿Y? Quiero decir, no me meto con estas cosas.

—Sabes, creo que es como el rábano picante —dijo Adora Belle pensativa.

—¿Perdón?

—Como... bueno, el rábano picante es bueno en un sándwich de carne de vaca, así que le pones un poco. Pero un día una cucharada simplemente no corta la mostaza…

—Como si fuera —dijo Moist, fascinado.

—… entonces le pones dos, y luego tres, y eventualmente hay más rábano que carne y un día te das cuenta de que la carne se cayó y no la has visto.

—No creo que la metáfora sea la que estás buscando —dijo Moist—, porque sé que te haces sándwiches de rábano picante.

—Está bien, pero es todavía buena —dijo Adora Belle. Se agachó y recogió algo del suelo—. Tus llaves, creo. Lo que estaban haciendo ahí no lo vamos a saber nunca, con suerte.

Moist las tomó. El anillo era pesado, con llaves de todos los tamaños.

—¿Y qué vamos a hacer con todo esto? —Adora Belle pateó el montón de nuevo. Este se estremeció, y en algún lugar adentro algo chilló.

—¿Ponerlo de nuevo en el armario? —sugirió Moist con incertidumbre. La pila de frivolidad desapasionada tenía un aspecto melancólico, extraño, como algún monstruo marino del abismo que se hubiera arrastrado sin ceremonias desde sus tiniebla nativas a la luz del sol.

—Creo que no podría afrontarlo —afirmó Adora Belle—. Vamos a dejar la puerta abierta y que entre de nuevo por sí mismo. ¡Hey! —Era el señor Quisquilloso, quien trotó con elegancia fuera de la habitación con algo en la boca.

—Dime que era un viejo hueso de goma —dijo—. ¿Por favor?

—No-o —dijo Moist, sacudiendo la cabeza—. Pienso que sería definitivamente la descripción equivocada. Creo que era... era... no era un viejo hueso de goma, es lo que era.

—Mire —dijo Hubert— ¿no cree que sabríamos si el oro hubiera sido robado? ¡La gente habla de ese tipo de cosas! Estoy casi seguro de que es un fallo en el cruce multiválvula, aquí mismo. —Golpeó con el dedo un delgado tubo de vidrio.

—No creo que el Glooper essté mal, sseñor —dijo Igor tristemente.

—Igor, ¿se da cuenta de que si el Glooper está en lo cierto, tendré que creer que prácticamente no hay oro en nuestras bóvedas?

—Creo que el Glooper no sse equivoca, sseñor —Igor tomó un dólar de su bolsillo y caminó hasta el pozo.

—¿Ssería tan amable de mirar la columna "Dinero Perdido", sseñor? —dijo, y dejó caer la moneda en las aguas oscuras. Brilló por un momento antes de hundirse más allá de los bolsillos de la Humanidad.

En una esquina de la enrevesada tubería de vidrio del Glooper una pequeña burbuja azul derivó perezosamente de un lado a otro mientras subía, y rompió en la superficie con un leve “glup”.

—Oh cielos —dijo Hubert.

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La convención cómica, cuando dos personas están comiendo en una mesa diseñada para acomodar a veinte, es que se sienten en los extremos. Moist y Adora Belle no lo intentaron, en cambio se acurrucaron juntos. Gladys se situó en el otro extremo, una servilleta encima de un brazo, sus ojos dos hoscos resplandores.

El cráneo de oveja no ayudaba al estado de ánimo de Moist para nada. Peggy la había preparado como una pieza central, con flores a su alrededor, pero las frías gafas de sol lo ponían nervioso.

—¿Qué tan bueno es un golem escuchando? —dijo.

—Extremadamente —dijo Adora Belle—. Mira, no te preocupes, tengo un plan.

—Oh, bien.

—No, en serio. Voy a sacarla mañana.

—¿No puedes tan solo… —Moist dudó y musitó:—…cambiar las palabras en su cabeza?

—¡Ella es una golem libre! —dijo Adora Belle cortante—. ¿Te gustaría a ti?

Moist recordó a Owlswick y el nabo. —No mucho —admitió.

—Con los golems libres deberías cambiar su mente por persuasión. Creo que puedo hacerlo.

—¿No llegan mañana tus golems de oro?

—Espero que sí.

—Va a ser un día ajetreado. Voy a lanzar el papel dinero y tú vas a hacer marchar oro por las calles.

—No podríamos dejarlos bajo tierra. De todos modos, puede que no sean de oro. Voy a ir a ver a Pulgoso en la mañana.

—Vamos a ir a verlo. ¡Juntos!

Ella palmeó el brazo de Moist.

—No importa. Puede haber cosas peores que golems de oro.

—No puedo pensar cuáles sean —dijo Moist, una frase que más tarde lamentó—.Me gustaría sacar el oro fuera de la mente de las personas.

Se detuvo, mirando a la oveja, que le devolvió la mirada en una forma tranquila y enigmática. Por alguna razón sintió Moist que debería haber un saxofón y una pequeña boina negra.

—Seguramente miraron en la bóveda —dijo en voz alta.

—¿Quiénes miraron? —dijo Adora Belle.

—Ahí es donde iría. La única cosa en que puedes confiar, ¿verdad? ¿La base de todo lo que tiene valor?

—¿Quién iría?

—¡El Sr. Bent está en la bóveda del oro! —dijo Moist, parándose tan rápido que su silla cayó. —¡Él tiene todas las llaves!

—¿Perdón? ¿Ése es el hombre que dejó de funcionar después de cometer un simple error?

—Ése es él. Él tiene un Pasado.

—¿Uno de ésos con P mayúscula?

—Exactamente. ¡Vamos, vayamos allí!

—Pensé que íbamos a tener una noche romántica.

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—¡La tendremos! ¡Inmediatamente después de sacarlo!

El único sonido en las bóvedas era el tac-tac-tac del pie de Adora Belle. Realmente molestaba a Moist mientras paseaba arriba y abajo en frente de la sala del oro, a la luz de los candelabros de plata que habían agraciado la mesa del comedor.

—Sólo espero que Aimsbury mantenga el caldo caliente —dijo Adora Belle. Tac-tac-tac.

—Mira —dijo Moist—. En primer lugar, para abrir una caja fuerte como ésta es necesario que tengas un nombre como Dedos McGee, y en segundo lugar, estas pequeñas ganzúas no son para este trabajo.

—Bueno, vayamos a buscar al Sr. McGee. Él probablemente tiene del tipo correcto. —Tac-tac-tac.

—Eso no sería bueno porque, en tercer lugar, probablemente no existe esa persona y, en cuarto lugar, la bóveda está bloqueada desde el interior y creo que dejó la llave en la cerradura, por lo que ninguna de éstas funciona. —Alzó el llavero—. En quinto lugar, estoy tratando de girar la llave de este lado con unas pinzas, un viejo truco que, resulta, ¡no funciona!

—Bueno. ¿Podemos volver a la suite? — Tac-tac-tac.

Moist espió una vez más a través de la pequeña mirilla en la puerta. Una pesada placa había sido puesta sobre ella en el interior, y podía ver el resplandor de una luz en los bordes. Había una lámpara adentro. Lo que no había, por lo que él sabía, era algún tipo de ventilación. Parecía como si la bóveda se hubiera construido antes de que la idea de la respiración se hubiese extendido. Era una cueva hecha por el hombre, construida para contener algo que nunca se tuvo la intención de sacar. El oro no se asfixia.

—No creo que tengamos esa opción —dijo—, porque, en sexto lugar, está la falta de aire. ¡Puede incluso estar muerto!

—Si él está muerto, ¿podemos dejarlo hasta mañana? Está helando aquí. — Tac-tac-tac.

Moist miró el techo. Estaba hecho de antiguas vigas de roble, unidas con bandas de hierro. Él sabía cómo podía ser el roble antiguo. Podía ser como el acero, sólo que peor intencionado. Quitaba el filo a las hachas y hacía rebotar los martillos hacia las caras de sus propietarios.

—¿No pueden ayudar los guardias? —aventuró Adora Belle.

—Lo dudo —dijo Moist—. De todos modos, no quiero fomentar la idea en particular de que pueden pasar la noche irrumpiendo en la bóveda.

—Pero son principalmente de la Guardia de la Ciudad, ¿no?

—¿Y? Cuando un hombre está corriendo hacia el horizonte con la mayor cantidad de oro que puede llevar, no se preocupa mucho acerca de su antiguo trabajo. Soy un criminal. Confía en mí.

Caminó hacia las escaleras, contando en voz baja.

—Y ahora, ¿qué estás haciendo?

—Averiguar qué parte del banco se encuentra directamente sobre el oro —dijo Moist—. Pero ¿sabes qué? Creo que ya lo sé. La sala de oro está directamente debajo de su escritorio.

La lámpara ya ardía menos, y el humo aceitoso se arremolinaba y se asentaba sobre los sacos donde el Sr. Bent yacía enroscado en una apretada bola.

Había sonidos por encima, y voces amortiguadas por el antiguo techo. Una de ellas dijo: —No puedo mover esto. Muy bien, Gladys, es tuyo.

—¿Es Esta Conducta De Dama? —retumbó una segunda voz.

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—Oh sí, cuenta como el movimiento de muebles —dijo una voz que era claramente femenina.

—Muy Bien. Lo Levantaré Y Sacaré El Polvo Debajo De Él.

Se sintió el tronar de madera que raspaba en madera, y un poco de polvo cayó en los lingotes apilados.

—Efectivamente Hay Mucho Polvo. Voy A Buscar Una Escoba.

—En realidad, Gladys, quisiera que levantes ahora el piso —dijo la primera voz.

—¿Puede Haber Polvo Debajo De Eso También?

—Estoy seguro de ello.

—Muy Bien.

Hubo varios golpes que hicieron crujir las vigas y, a continuación, un retumbar de: —¡No Dice Nada De Quitar Polvo Debajo Del Piso En El Libro Gestión De La Familia De La Señora Waggon!

—¡Gladys, un hombre se puede morir ahí!

—Ya Veo. Eso Sería Desorden. —Las vigas temblaron por un golpe. —La Señora Waggon Dice Que Cualquier Cuerpo Encontrado Durante Una Reunión De Fin De Semana Deberá Eliminarse Discretamente, En Caso De Escándalo.

Tres golpes más, y una viga cayó destrozada.

—La Señora Waggon Dice Que Los Guardias Son Irrespetuosos Y No Limpian Sus Botas Sucias.

Otra viga crujió. Una luz perforó abajo. Una mano del tamaño de una pala apareció, agarró una de las tiras de hierro, y la quebró…

Moist se asomó en la penumbra, mientras que el humo se esparcía.

—¡Está ahí abajo! ¡Los dioses, esto apesta!

Adora Belle miró sobre su hombro.

—¿Está vivo?

—Eso espero. —Moist se metió entre las vigas y cayó sobre las cajas de lingotes.

Después de un momento gritó: —Tiene pulso. Y hay una llave en la cerradura, también. ¿Pueden bajar la escalera y darme una mano?

—Eh, tenemos visitantes —gritó Adora Belle hacia abajo.

Un par de cabezas con casco se perfilaban ahora contra la luz. ¡Maldición! Usar vigilantes fuera de servicio estaba muy bien, pero tendían a llevar sus insignias siempre con ellos, y eran el tipo de gente que salta a conclusiones simplemente porque habían encontrado un hombre de pie sobre los restos de una bóveda de banco después de hora. Las palabras “Miren, puedo explicarlo” se presentaron, pero las estranguló justo a tiempo. Era su banco, después de todo.

—Bueno, ¿qué quieren? —demandó.

Esto fue bastante inesperado para desconcertar a los hombres, pero uno de ellos se recuperó.

—¿Es ésta su bóveda de banco, señor? —dijo.

—¡Yo soy el vicepresidente, idiota! ¡Y hay un hombre enfermo aquí!

—¿Se cayó cuando rompieron la bóveda, señor?

Oh dioses, simplemente no puedes hacer cambiar de opinión a un poli nato. Sólo seguía su camino, en ese paciente tono de molienda. Cuando eras un policía, todo era un crimen.

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—Oficial… Usted es poli, ¿no?

—Agente Eglefino, señor.

—Bueno, agente, ¿podemos llevar a mi colega al aire fresco? Está respirando con dificultad. Voy a abrir la puerta aquí abajo.

Eglefino asintió al otro guardia, que se apresuró hacia la escalera.

—Si había una llave, señor, ¿por qué irrumpió?

—¡Para llegar a él, por supuesto!

—Entonces, cómo…

—Es perfectamente razonable —dijo Moist—.Una vez que salgamos de aquí todos reiremos.

—Yo espero eso con interés, señor —dijo Eglefino—, porque me gusta reír.

Hablar con la Guardia era como bailar zapateado en un deslizamiento de tierras. Si eres ágil puedes permanecer de pie, pero no puedes dirigir y no puedes frenar y sólo sabías que iba a terminar en un lío.

Ya no era más el Agente Eglefino. Había dejado de ser el Agente Eglefino tan pronto como el Agente Eglefino había encontrado que los bolsillos del Maestro de la Real Casa de Moneda contenían un rollo de terciopelo con ganzúas y una cachiporra, y entonces se convirtió en el Sargento Detritus.

Las ganzúas, como Moist sabía, no eran técnicamente ilegales. Poseerlas estaba bien. Poseerlas mientras estabas en la casa de otra persona no estaba bien. Poseerlas mientras eras encontrado en una bóveda de banco destrozada estaba tan lejano de bien que podías ver la curvatura del universo.

Hasta el momento, para el Sargento Detritus, todo bien. Sin embargo, la comprensión del sargento comenzó a deslizarse frente a la evidencia de que Moist tenía legítimamente las llaves de la bóveda en que había irrumpido. Esto le pareció al troll un acto criminal en sí mismo, y jugueteó por un momento con el cargo de "Perder el tiempo de Guardia irrumpiendo cuando usted no tenía necesidad"11. Él no comprendía la necesidad visceral de ganzúas; los trolls no tienen una palabra para machismo12 de la misma manera que los charcos no tienen una palabra para agua. También tenía un problema con la mentalidad y las acciones del casi difunto Sr. Bent. Los trolls no se vuelven locos, se enojan. Así que se rindió, y se convirtió en el Capitán Zanahoria.

Moist lo conocía de antiguo. Era grande y olía a jabón y su expresión normal era de inocencia con ojos azules. Moist no podía ver detrás de ese rostro amable, simplemente no podía ver nada. Podía leer a la mayoría de la gente, pero el capitán era un libro cerrado bajo llave en un librero. Y el hombre era siempre cortés, de esa manera realmente molesta de la policía.

Él dijo —Buenas noches —educadamente, mientras se sentaba frente a Moist en la pequeña oficina que se había convertido de repente en una sala de entrevistas—.¿Puedo empezar, señor, por preguntarle sobre los tres hombres en el sótano? ¿Y la gran… cosa de vidrio?

—El Sr. Hubert Turvy y sus colaboradores —dijo Moist—. Están estudiando el sistema económico de la ciudad. No están involucrados en esto. Ahora que lo pienso, yo no estoy involucrado en esto tampoco. De hecho, no hay esto. Le he explicado todo esto al sargento.

—El Sargento Detritus piensa que usted es demasiado inteligente, señor Lipwig —dijo el

11 “Perder el tiempo de la Guardia” es un delito cometido por ciudadanos que habían hallado modos de perder dicho tiempo aun no inventados por la Guardia misma.

12 En castellano en el original (N. del T.)

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Capitán Zanahoria, abriendo su libreta.

—Bueno, sí, supongo que él cree eso acerca de la mayoría de las personas ¿no?

La expresión de Zanahoria no cambió ni un ápice.

—¿Puede usted decirme por qué hay un golem abajo que usa un vestido y manda a mis hombres a limpiar sus botas sucias? —dijo.

—No sin sonar como un loco, no. ¿Qué tiene esto tiene que ver con nada?

—No lo sé, señor. Espero averiguarlo. ¿Quién es Lady Deirdre Waggon?

—Ella escribe libros bastante anticuados sobre la etiqueta y la administración del hogar para jóvenes damas que quieren ser el tipo de mujeres que tienen tiempo para arreglar flores. Mire, ¿esto es relevante?

—No lo sé, señor. Me estoy esforzando por evaluar la situación. ¿Puede usted decirme por qué un perrito está corriendo por todo el edificio en posesión de lo que voy a llamar un item a cuerda de naturaleza íntima?

—Creo que es porque mi cordura se está perdiendo —dijo Moist—. Mire, la única cosa importante aquí es que el Sr. Bent tuvo... un desagradable ataque y se encerró a sí mismo en la bóveda de oro. Tenía que sacarlo rápidamente.

—Ah, sí, la bóveda del oro —dijo el capitán—. ¿Podemos hablar del oro por un momento?

—¿Qué pasa con el oro?

—Tenía la esperanza de que podría decírnoslo, señor. ¿Creo que quería venderlo a los enanos?

—¿Qué? Bueno, sí, he dicho eso, pero era sólo para marcar un punto…

—Un punto —dijo el Capitán Zanahoria solemnemente, anotando.

—Mire, yo sé va cómo este tipo de cosas —dijo Moist—. Sólo me mantiene hablando con la esperanza de que pronto voy a olvidar dónde estoy y decir algo estúpido y que me incrimine, ¿verdad?

—Gracias por eso, señor —dijo el Capitán Zanahoria, pasando otra página en su cuaderno.

—¿Gracias por qué?

—Por decirme que usted sabe cómo va este tipo de cosas, señor.

¿Ves? —se dijo Moist dijo a sí mismo. Esto es lo que sucede cuando te pones demasiado cómodo. Pierdes la ventaja. Incluso un poli puede más astuto que tu.

El capitán levantó la vista.

—Le diré, señor Lipwig, que parte de lo que usted dice ha sido corroborado por un testigo imparcial que no podría ser un cómplice.

—¿Usted habló con Gladys? —dijo Moist.

—¿Quién sería Gladys?

—Ella es la que insiste sobre las botas sucias.

—¿Cómo puede un golem ser una "ella", señor?

—Ah, ya sé ésta. La respuesta correcta es: ¿cómo puede un golem ser un "él"?

—Un punto interesante, señor. Explica el vestido, entonces. Sólo por interés, ¿cuánto peso diría usted que puede llevar un golem?

—No lo sé. Un par de toneladas, tal vez. ¿Adonde quiere llegar?

—No sé, señor —dijo Zanahoria alegremente—. El Comandante Vimes dice, cuando la

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vida te da un montón de espagueti, sigue tirando hasta que encuentres la albóndiga. De hecho, su versión de los hechos concuerda, en la medida en que entiende las cosas por el momento, con la dada a nosotros por un señor Quisquilloso.

—¿Habló con el perro?

—Bueno, él es el presidente del banco, señor —dijo el capitán.

—¿Cómo entiende lo que…? Ah, usted tiene un hombre lobo, ¿verdad? —dijo Moist, sonriendo.

—Nosotros no confirmamos eso, señor.

—Todo el mundo sabe que es Nobby Nobbs, ya sabe.

—¿Lo saben, señor? Vaya. De todos modos, sus movimientos de esta noche son explicados.

—Bueno. Gracias. —Moist comenzó a levantarse.

—Sin embargo, sus movimientos anteriores esta semana, señor, no lo son. —Moist se sentó de nuevo.

—¿Y bien? ¿No tengo que explicarlos?

—Eso podría ayudarnos, señor.

—¿Cómo los ayudaría?

—Podría ayudarnos a entender por qué no hay oro en la bóveda, señor. Es un pequeño detalle en el gran esquema de las cosas, pero es algo desconcertante.

En este punto, en algún lugar al alcance de la mano, el señor Quisquilloso comenzó a ladrar...

Cosmo Pródigo estaba sentado en su escritorio con los dedos unidos delante de su boca, mirando comer a Cribbins. No muchas personas en condiciones de elegir habrían hecho esto durante más de treinta segundos.

—¿La sopa está buena? —dijo.

Cribbins bajó la taza después de un largo gluglú final. —Campeón, su señoría. —Sacó un trapo gris de su bolsillo y…

Va a sacarse los dientes, ahora, aquí en la mesa, pensó Cosmo. Increíble. Ah, sí, y aún hay pedazos de zanahoria en ellos...

—No dude en arreglar los dientes —dijo, cuando Cribbins sacó un tenedor doblado de un bolsillo.

—Shoy un mártir de ellosh, señor —dijo Cribbins—. Juraría que ellosh me tienen a mí. —Los resortes resonaron mientras luchaba con el tenedor y luego, al parecer satisfecho, luchaba para ponerlos de vuelta en sus encías grises y los masticó en su lugar.

—Esho eshtá mejor —anunció.

—Bueno —dijo Cosmo—. Y ahora, en vista de la naturaleza de sus alegaciones, las cuales ha transcrito cuidadosamente Nudodetambor y usted ha firmado, permítame preguntarle: ¿por qué no ha ido a Lord Vetinari?

—He conocido a hombreshh eshcapadosh al lazo, sheñor —dijo Cribbins—. No esh demashiado difícil si lo tienesh preparado. Pero nunca he oído hablar de obtener el trabajo de la gran ciruela al día shiguiente. Trabajo del gobierno, también. Entoncesh de repente él esh un banquero, no menosh. Alguien vela por él, y no creo que shea una maldita hada. Shi tuviera que ir a Vetinari, entoncesh, titubearía un poco, ¿verdad? Pero él tiene shu banco, y ushted no, que esh una vergüenza. Así que shoy su hombre, sheñor.

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—A un precio, no me cabe duda.

—Bueno, shí, algo para los gashtosh ayuda, shí.

—¿Y usted está seguro de que Lipwig y Spangler son uno y el mismo?

—Esh la shonrisha, sheñor. Nunca she olvida. Y él tiene eshte don de charlar con la gente, que hace que la gente quiera hacer lash cosash a shu manera. Esh como magia, el pequeño deshagradecido.

Cosmo se quedó mirándolo y dijo: —Dale al reverendo cincuenta dólares, Nudo… Hastahora, y dirígelo a un buen hotel. Uno en el que pueda tener un baño caliente disponible.

—¿Cincuenta dollaresh? —gruñó Cribbins.

—Y por favor, sigue adelante con la pequeña adquisición, ¿quieres?

—Sí, señor. Por supuesto.

Cosmo sacó un pedazo de papel, mojó una pluma en el tintero, y comenzó a escribir furiosamente.

—¿Cincuenta dollaresh? —dijo Cribbins de nuevo, consternado por el mínimo salario del pecado.

Cosmo levantó la cabeza y miró al hombre como viéndolo por primera vez y no disfrutando de la novedad.

—Ja, sí. Cincuenta dólares por el momento, reverendo, —dijo Cosmo con calma—. Y en la mañana, si su memoria sigue siendo tan buena, veremos con interés un futuro más rico y justo. No quiero detenerlo.

Regresó a su papeleo.

Hastahora agarró a Cribbins del brazo y lo arrastró fuera de la sala. Había visto lo que estaba escribiendo Cosmo.

VetinariVetinariVetinariVetinariVetinariVetinari

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VetinariVetinariVetinariVetinariVetinariVetinari

VetinariVetinariVetinariVetinariVetinariVetinari...

Era hora del bastón-estoque, pensó. Conseguirlo, entregarlo, tomar el dinero y correr.

Las cosas estaban tranquilas en el Departamento de Comunicaciones Post-Mortem. Nunca fueron muy ruidosas en el mejor de los tiempos, aunque siempre escuchabas, cuando los sonidos de la universidad se deslizaban al silencio, las aflautadas voces de tamaño mosquito que fugaban del Otro Lado.

El problema era, pensaba Hicks, que muchos de sus predecesores nunca habían tenido ningún tipo de vida fuera del departamento, donde las habilidades sociales no eran una prioridad, e incluso después de muertos fallaron completamente en tener una vida. Así que rondaban el departamento, reacios a abandonar el lugar. A veces, cuando se sentía fuerte y el Elenco Hermanas Dolly estaba haciendo una nueva producción, los dejaba salir a pintar la escenografía.

Hicks suspiró. Ese era el problema con trabajar en el DCPM, nunca podías ser exactamente el jefe. En un trabajo corriente las personas se jubilaban, vagaban por el viejo lugar de trabajo un par de veces, mientras había quien se acordaba de ellos y después se perdían en el pasado cada vez más tumefacto. Pero el personal anterior aquí nunca parecía

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irse...

Había un dicho: “Los viejos necrománticos jamás mueren”. Cuando les decía esto, la gente diría: "¿... y?". Y Hicks tendría que responder: “Eso es todo, me temo. Sólo “Los viejos necrománticos jamás mueren”.

Estaba ordenando para la noche cuando, desde su rincón sombrío, Charlie dijo —Alguien viene. Bueno, digo algún cuerpo...

Hicks giró en redondo. El círculo mágico estaba brillando y un perlado sombrero puntiagudo ya surgía a través del piso sólido.

—¿Profesor Pulgoso? —dijo.

—Sí, y debemos darnos prisa, muchacho —dijo la sombra de Pulgoso, aun surgiendo.

—¡Pero yo lo he desterrado a usted! ¡He utilizado el Borrado Nueve Veces! El que destierra todo.

—Yo lo escribí —dijo Pulgoso, engreído—.Oh, no te preocupes, yo soy el único en quien no funciona. Ja, sería un maldito tonto para diseñar un hechizo que funcione sobre mí mismo, ¿eh?

Hicks señaló con un dedo tembloroso.

—Usted lo puso en un portal oculto, ¿verdad?

—Por supuesto. Uno condenadamente bueno. No te preocupes, yo soy el único que sabe donde está, también. —Todo Pulgoso estaba flotando por encima del círculo ahora—. Y no trates de buscarlo; un hombre de tu limitado talento nunca encontrará las runas escondidas.

Pulgoso miró alrededor de la habitación.

—¿No está esa maravillosa joven aquí? —dijo esperanzado—. Bueno, no importa. Me debes sacar de este lugar, Hicks. ¡Quiero ver la diversión!

—¿Diversión? ¿Qué diversión? —dijo Hicks, un hombre planeando revisar el hechizo de Borrado Nueve Veces letra por letra, muy, muy cuidadosamente.

—¡Sé qué clase de golems está viniendo!

Cuando era niño Moist había rezado cada noche antes de acostarse. Su familia era muy activa en la Iglesia De La Papa Simple, que rechazaba los excesos de la Antigua Y Ortodoxa Iglesia De La Papa. Sus seguidores eran retraidos, industriosos e inventivos, y su estricta adhesión a las lámparas de aceite y los muebles de fabricación casera se destacaba en la región, donde la mayoría de la gente utilizaba velas y se sentaba sobre las ovejas.

Odiaba rezar. Se sentía como si estuviera abriendo un gran agujero negro en el espacio, y que en cualquier momento algo pudiera cruzar a través de él y agarrarte. Esto puede haber sido debido a que la oración estándar de la hora de dormir incluye la línea "Si muero antes de despertar", que en las noches malas lo motivaba a tratar de quedarse sentado hasta la mañana.

Había también instrucciones de usar las horas antes del sueño para contar sus bendiciones.

Echado aquí y ahora, en la oscuridad del banco, bastante frío y significativamente solo, buscó algunas.

Sus dientes estaban bien y no sufría de pérdida prematura del cabello. ¡Allí estaba! No era tan difícil, ¿verdad?

Y la Guardia no lo había arrestado, propiamente dicho. Pero había un troll custodiando la bóveda, que lucía ominosas cuerdas negro y amarillo a su alrededor.

Nada de oro en la bóveda. Bueno, aunque no era del todo cierto. Había cinco libras de él,

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al menos, en el revestimiento de los lingotes de plomo. Alguien había hecho un buen trabajo allí. Se trataba de un revestimiento laminado, ¿verdad? Al menos es algo de oro. No era como si no hubiera absolutamente nada de oro, ¿verdad?

Estaba solo, porque Adora Belle estaba pasando una noche en las celdas por agredir a un agente de la Guardia. Moist consideró que eso era injusto. Por supuesto, dependiendo de qué tipo de día ha tenido un poli no hay acción, salvo estar físicamente en otro lugar, que no pudiera ser interpretada como asalto, pero Adora Belle no había asaltado al Sargento Detritus, ella simplemente había tratado de apuñalar su enorme pie con su zapato, lo que resultó en un taco roto y un tobillo torcido. El Capitán Zanahoria dijo que eso había sido tomado en consideración.

Los relojes de la ciudad dieron las cuatro, y Moist consideró su futuro, específicamente en términos de longitud.

Mira el lado bueno. Tan solo podría ser ahorcado.

Debería haber ido a la bóveda en el Día 1, con un alquimista y un abogado a remolque. ¿Nunca auditaban las bóvedas? ¿Lo había hecho un grupo de alegres muchachos decentes que habían metido la cabeza en la bóveda de otros muchachos y firmado rápidamente a fin de no perderse el almuerzo? No puedes dudar de la palabra de uno de los muchachos, ¿eh? Especialmente cuando no querías que se dudase de la tuya.

Tal vez el difunto Sir Joshua ha convertido todo en exóticos artículos de cuero y jóvenes damas. ¿Cuántas noches en los brazos de una hermosa mujer vale un saco de oro? El precio de una buena mujer era proverbialmente superior al de los rubíes, por lo que una hábilmente mala tenía presumiblemente un valor mucho mayor.

Se sentó y encendió la vela, y sus ojos cayeron sobre el diario de Sir Joshua, sobre la mesita de luz.

Treinta y nueve años atrás... bueno, era el año correcto, y por el momento no tenía nada más que hacer...

La suerte que había estado drenando de sus botas todo el día volvió a él. A pesar de que no estaba seguro de lo que estaba buscando, lo encontró en la sexta página al azar:

“Un par de personas de aspecto gracioso entró al banco hoy, preguntando por el niño Bent. Ordené al personal que los sacasen afuera. Él lo está haciendo sumamente bien. Uno se pregunta lo que debe haber sufrido.”

Mucho del diario parecía estar en algún tipo de código, pero la naturaleza de los símbolos secretos sugería que Sir Joshua registraba minuciosamente cada asunto amoroso. Tenías que admirar su carácter directo, por lo menos. Había trabajado para obtener lo que él quería de la vida, y había empezado por obtener tanto como podía. Moist tuvo que sacarse el sombrero frente al hombre.

¿Y que quería él? Nunca se sentó a pensarlo. Pero sobre todo, quería un mañana diferente a hoy.

Miró su reloj. Cuatro y quince, y nadie alrededor, sólo los guardias. Había vigilantes en las puertas principales. De hecho, no estaba arrestado, pero éste era uno de esos pequeños arreglos civilizados: no estaba arrestado, siempre que no tratase de actuar como un hombre que no estaba bajo arresto.

Ah, pensó, mientras se ponía el pantalón, había otra pequeña bendición: había estado allí cuando el señor Quisquilloso declaró al hombre lobo…

…que estaba, para entonces, balanceándose sobre una de las grandes urnas ornamentales que crecían como hongos en los corredores del banco. Se mecía. Así era el Cabo Nobbs, que se reía hasta enfermarse de…

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…Señor Quisquilloso, que estaba rebotando arriba y abajo con un entusiasmo maravillosamente optimista. Pero mantenía en la boca su nuevo juguete, que misteriosamente parecía que le habían dado cuerda, y el destino benéfico había decretado que en la cima de cada salto su acción desequilibrante causase que el perrito diese una voltereta lenta en el aire.

Y Moist pensó: de modo que el lobo es mujer y tiene una insignia de la Guardia en su collar, y he visto ese color de pelo antes. ¡Ja!

Pero su mirada había ido hacia atrás, al Sr. Quisquilloso, que estaba saltando y girando con una mirada de total felicidad en su pequeña cara…

… y el Capitán Zanahoria lo había cogido en el aire, el lobo había huido, y el show había terminado. Pero Moist siempre tendría el recuerdo. La próxima vez que caminase cerca de la Sargento Angua gruñiría en voz baja, a pesar de que probablemente constituyese asalto.

Ahora, completamente vestido, se fue a dar un paseo por los interminables pasillos.

La Guardia había puesto un montón de nuevos guardias en el banco por la noche. El Capitán Zanahoria era inteligente, tenía que concederle eso. Eran trolls. Los trolls son muy difíciles de persuadir a tu punto de vista.

Podía sentirlos mirándolo a donde fuese. No había ninguno en la puerta de la cripta, pero el corazón de Moist se hundió cuando se acercó a la piscina de luz brillante alrededor del Glooper y vio a uno parado en la puerta a la libertad.

Owlswick estaba acostado en un colchón y roncaba, con su pincel en la mano. Moist sintió envidia.

Hubert e Igor estaban trabajando en la maraña de objetos de vidrio, que, Moist podría jurarlo, parecía más grande cada vez que venía aquí.

—¿Qué tiene de malo?

—¿Malo? Nada. ¡No tiene nada de malo! —dijo Hubert—. ¡Está todo bien! ¿Algo está mal? ¿Por qué cree que algo está mal? ¿Qué le hace pensar que hay algo mal?

Moist bostezó. —¿Algo de café? ¿Té? —sugirió.

—Para ussted, señor Lipwig —dijo Igor— haré Ssplot.

—¿Splot? ¿Verdadero Splot?

—En efecto, sseñor —dijo Igor con suficiencia.

—No se puede comprar aquí, sabe.

—Ssoy conssciente de esso, sseñor Ha ssido prosscrito en la mayor parte del viejo paíss, también —dijo Igor, hurgando en un saco.

—¿Proscrito? ¡Es ilegal! ¡Pero es sólo una bebida a base de plantas! ¡Mi abuelita acostumbraba hacerlo!

—De hecho, era muy tradicional —acordó Igor—. Hace crecer el pelo en ssu pecho.

—Sí, solía quejarse por eso.

—¿Es una bebida alcohólica? —dijo Hubert nerviosamente.

—Absolutamente no —dijo Moist—. Mi abuela nunca tocaba el alcohol. —Pensó por un momento y luego añadió: —Salvo quizá después de afeitarse. El Splot está hecho de la corteza de los árboles.

—¿Oh? Bueno, eso suena bien —dijo Hubert.

Igor se retiró a su selva de equipos, y comenzó el tintineo de vidrio. Moist se sentó en el desordenado banco.

—¿Cómo va en su mundo, Hubert? —dijo—. El agua gorgotea bien, ¿no?

—¡Está bien! ¡Estupendo! ¡Está todo bien! ¡No hay nada malo en absoluto! —Hubert se

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puso blanco, pescó su cuaderno, echó un vistazo a una página, y lo guardó de nuevo. —¿Cómo está usted?

—¿Yo? Oh, genial. Salvo que debería haber diez toneladas de oro en las bóvedas del oro y no las hay.

Sonó como si un cristal se hubiese roto en la dirección de Igor, y Hubert miró con horror a Moist.

—¿Ja? Jajajaja? —dijo—. ¡Ja ja ja ja un JAJAJA! JA JA JA! JA-JA.

Hubo un movimiento borroso cuando Igor saltó a la mesa y agarró a Hubert. —Lo lamento, sseñor Lipwig —dijo sobre su hombro— essto puede sseguir por horass…

Abofeteó a Hubert dos veces en el rostro y sacó un frasco de su bolsillo.

—¿Sr. Hubert? ¿Cuántoss dedoss esstoy levantando?

Hubert enfocó lentamente. —¿Trece? —dijo con voz temblorosa.

Igor se relajó y dejó caer el frasco de su bolsillo.

—Jussto a tiempo. ¡Bien hecho, sseñor!

—Lo siento mucho —comenzó Hubert.

—No te preocupes. Me siento un poco de esa manera yo también —dijo Moist.

—Así que... este oro... ¿tiene idea de quién lo tomó?

—No, pero debe haber sido un trabajo interno —dijo Moist—. Y ahora la Guardia va a cargármelo a mí, sospecho.

—¿Quiere decir que no estará a cargo? —dijo Hubert.

—Dudo que me permitan dirigir el banco desde el interior de la Tanty.

—Oh cielos, —dijo Hubert, mirando a Igor—. Hum... ¿qué pasaría si lo metieran de nuevo?

Igor tosió fuerte.

—Creo que es poco probable, ¿no? —dijo Moist.

—¡Sí, pero Igor me dijo que cuando la Oficina de Correos se quemó el año pasado los dioses mismos le dieron el dinero para reconstruirla!

—Harrumph —afirmó Igor.

—Dudo de que se dé dos veces —dijo Moist—. Y no creo que haya un dios de la banca.

—Se podría considerar como publicidad —dijo Hubert desesperadamente—. Podría ser el valor de la oración.

—¡Harrumph! —dijo Igor, esta vez más fuerte.

Moist miraba a uno y otro. Bueno, pensó, algo pasa, y no voy a ser informado de lo que es.

¿Orar a los dioses para obtener un gran montón de oro? ¿Cuando había funcionado? Bueno, el año pasado funcionó, cierto, pero era porque yo ya sabía donde había un gran montón de oro enterrado. Los dioses ayudan a los que se ayudan a sí mismos, y, palabra, yo no me ayudo a mí mismo.

—¿Cree que realmente vale la pena? —dijo Moist.

Una pequeña taza humeante fue colocada delante de él.

—Ssu Ssplot —dijo Igor. Las palabras “Ahora, por favor tome la bebida y váyase” la acompañaban en todos los aspectos, excepto la parte vocal.

—¿Cree que debería rezar, Igor? —dijo Moist, mirándolo a la cara.

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—No podría decirlo. La posición Igor sobre la oración es que no es más que esperanza con un ritmo.

Moist se inclinó más y le susurró: —Igor, como un muchacho de Uberwald a otro, su ceceo desapareció.

Igor frunció el ceño. —Lo ssiento, sseñor, tengo mucho en mi mente —dijo, rodando los ojos para indicar al nervioso Hubert.

—Es mi culpa, estoy interrumpiendo a la buena gente —dijo Moist, vaciando la taza de un trago—. En cualquier momento ahora el dhdldlkp; kvyv vbdf [; jvjvf; llljvmmk; wbvlm bnxgcgbnme…

Ah sí, Splot, pensó Moist. Que contiene hierbas y todos ingredientes naturales. Pero la belladona es una hierba, y el arsénico es natural. No había alcohol en él, decía la gente, porque el alcohol no podría sobrevivir. Sin embargo, una taza caliente de Splot saca a los hombres de la cama y a trabajar cuando había seis pies de nieve afuera y el pozo se congelaba. Te dejaba con la cabeza clara y el pensamiento rápido. Era sólo una lástima que la lengua humana no pudiera seguir el ritmo.

Moist parpadeó una o dos veces y dijo: —Ughx...

Dijo su adiós, incluso si fue su “gnyrxs", y volvió por la cripta, la luz del Glooper empujando su sombra delante de él. Los trolls le miraron con recelo cuando subió los escalones, tratando de evitar que los pies volasen lejos de él. Su cerebro zumbaba, pero no tenía nada que hacer. No había nada a que aferrarse, de donde preocuparse por una solución. Y en una hora o cosa así la edición del Times estaría en la calle y, muy poco después, lo estaría él. Habría una corrida en el banco, lo cual es una cosa horrible en el mejor de los casos, y los demás bancos no le ayudarían, porque él no era un amigo. La Vergüenza y la Ignominia y el Sr. Quisquilloso lo miraban en la cara, pero sólo uno de ellos se la lamía.

Llegó con éxito a su oficina. El Splot sin duda quitaba de tu mente todos los pequeños problemas empaquetándolos en uno de los grandes, manteniendo la totalidad de ti mismo en un planeta. Aceptó el babeante beso ritual del perrito, de rodillas, se levantó, y tuvo éxito en lo que respecta a la silla.

Bueno sentarse, podía hacerlo. Pero su mente se disparaba.

La gente estará aquí pronto. Habría demasiadas preguntas sin respuesta. ¿Qué hacer, qué hacer? ¿Rezar? Moist no era demasiado entusiasta por la oración, no porque pensase que los dioses no existían, sino porque temía que lo hicieran. Muy bien, Anoia había obtenido mucho de él y había notado su brillante nuevo templo el otro día, su fachada ya con exvotos colgados, rebanadoras de huevo, implementos de fondant, cucharones, enmantecadores de chirivía y muchos otros aparatos inútiles donados por agradecidos fieles que se habían enfrentado a la perspectiva de una vida con sus cajones atascados. Anoia entregaba, porque estaba especializada. Ella ni siquiera pretendía ofrecer un paraíso, verdades eternas o cualquier tipo de salvación. Ella sólo te dejaba con un suave tirón y el acceso a los tenedores. Y prácticamente nadie creía en ella antes de que él la hubiera elegido, al azar, como uno de los dioses al que dar las gracias por el inesperado milagro. ¿Lo recordaría?

Si él tuviera algo de oro atascado en un cajón, tal vez. Convertir la escoria en oro, probablemente no. Sin embargo, te dirigías a los dioses, cuando todo lo que te quedaba era una oración.

Vagó por la pequeña cocina y descolgó un cucharón. Luego regresó a la oficina y lo metió en un cajón del escritorio, donde se atascó, siendo ésta la principal función de los cucharones en el mundo. Haz sonar tus cajones, eso era todo. Ella se sentía atraída por el ruido, al parecer.

—Oh Anoia —dijo, tirando de la manija del cajón —soy yo, Moist von Lipwig, pecador arrepentido. ¿No sé si recuerdas? Somos, todos nosotros, meros utensilios, atrapados en los cajones de nuestra propia creación, y ninguno más que yo. Si pudieras encontrar tiempo en tu

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apretada agenda para desatascarme en mi hora de necesidad no encontrarás en mí falta de gratitud, efectivamente, cuando pongamos las estatuas de los dioses en la azotea de la nueva Oficina de Correos. Nunca me gustaron las urnas en la antigua. Cubiertas en pan de oro también, por cierto. Gracias por anticipado. Amén.

Dio el último tirón al cajón. Saltó el cucharón, tañendo por el aire como un salmón saltando, y rompió un florero en la esquina.

Moist decidió tomarlo como un signo esperanzador. Se suponía que se olía el humo de cigarrillos si Anoia estaba presente, pero desde que Adora Belle había pasado más de diez minutos en esta sala no tenía ningún sentido olfatear.

¿Ahora qué? Bueno, los dioses ayudan a quienes se ayudan a sí mismos, y siempre existe una última opción amistosa de Lipwig. Flotaba en su mente: levantar vuelo.

Capítulo 10

Hacerlo con estilo — El presidente ladra — Harry Rey ahorra — El griterío comienza — Un beso, sin lengua —Consejo de guerras — Moist se hace cargo — Un poco de magia, con estampillas —- Despertando el interés del profesor - Una visión de Paraíso

¡ADELANTE! NO QUEDA NADA. ¿Recuerdas la cadena de casi oro? Éste es el otro extremo del arco iris. Habla de una situación de la que no puedes salir hablando. Haz tu propia suerte. Monta un espectáculo. Si te caes, hazles recordar cómo lo convertiste en una zambullida. A veces la mejor hora es la última.

Fue al ropero y sacó el mejor traje dorado, el que usaba en ocasiones especiales. Luego buscó y encontró a Gladys, que estaba mirando por la ventana.

Tuvo que decir su nombre en voz muy alta antes de que ella girase para enfrentarlo, muy lentamente.

—Ellos Están Llegando —dijo.

—Sí, así es —dijo Moist— y tengo que verme mejor. ¿Podrías planchar este pantalón, por favor?

Sin palabras, Gladys tomó el pantalón, lo sostuvo contra la pared, y le pasó una enorme palma hacia abajo antes de devolverlo. Moist podría haberse afeitado con el pliegue. Luego se volvió de nuevo a la ventana.

Moist se unió a ella. Ya había una multitud frente al banco, y los coches llegaban mientras él miraba. Había un buen número de guardias alrededor, también. Un breve flash indicó que Otto Chriek del Times ya tomaba imágenes. Ah, sí, una delegación se formaba ahora. La gente quería asistir a su muerte. Tarde o temprano, alguien martillaría en la puerta. A cagar. No podía permitir que eso ocurriera.

Lavarse, afeitarse, recortarse los pelos de la nariz, limpiar dientes. Peinar cabello, lustrar botas. Ponerse el sombrero, bajar las escaleras, abrir la puerta muy despacio para que el clic sea poco probable que se escuche fuera, esperar hasta escuchar los pasos haciéndose más fuertes…

Moist abrió la puerta bruscamente.

—¿Bien, caballeros?

Cosmo Pródigo se tambaleó cuando el golpe no conectó, pero se recuperó y empujó una hoja de papel hacia él.

—Auditoria de emergencia —afirmó—. Estos caballeros —y aquí señaló a una serie de hombres de aspecto digno detrás de él— son representantes de los principales gremios y

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algunos de los otros bancos. Éste es un procedimiento estándar y no puede obstaculizarlo. Notará que hemos traído al Comandante Vimes de la Guardia. Cuando hayamos establecido que de hecho no hay oro en la bóveda, voy a instruirle su detención por sospecha de robo.

Moist echó un vistazo al comandante. No le gustaba mucho el hombre, y estaba seguro de que a Vimes no le gustaba él en absoluto. Estuvo aún más seguro, sin embargo, de que Vimes no recibiría fácilmente órdenes de Cosmo Pródigo.

—Estoy seguro de que el comandante hará lo que estime conveniente —dijo mansamente Moist—. Usted conoce el camino a la bóveda. Lo siento, hay un poco de desorden por el momento.

Cosmo dio media vuelta para asegurarse de que la gente oyera todo lo dicho.

—Usted es un ladrón, señor Lipwig. Un tramposo y un mentiroso, un malversador y no tiene sentido alguno del vestido.

—Digo, eso es un poco duro —dijo Moist cuando los hombres pasaron—. ¡Creo que estoy elegantemente vestido!

Ahora estaba solo en la escalinata, frente a la multitud. No era una multitud, pero podía ser sólo una cuestión de tiempo.

—¿Puedo ayudar a alguien? —dijo.

—¿Qué pasa con nuestro dinero? —dijo alguien.

—¿Qué pasa con él? —dijo Moist.

—Dice en el periódico que no tiene oro —dijo el interrogador.

Empujó una húmeda copia del Times hacia Moist. El periódico, en general, había sido bastante discreto. Había esperado malas noticias, pero la historia era una sola columna en la primera página y estaba llena de “entendemos que” y "creemos que” y “el Times ha sido informado de que” y todas las frases que usan los periodistas cuando están tratando con hechos acerca de grandes sumas de dinero que no comprenden del todo y no están muy seguros de si lo que han dicho es cierto.

Miró a la cara de Sacharissa Mechoncrespo.

—Lo siento —dijo ella—, pero había vigilantes y guardias por todo el lugar anoche y no teníamos mucho tiempo. Y francamente, el… ataque del Sr. Bent era suficiente historia por derecho propio. Todo el mundo sabe que dirige el banco.

—El presidente dirige el banco —dijo rígidamente Moist.

—No, Moist, el presidente ladra —dijo Sacharissa—. Mire, ¿no firmó nada cuando se hizo cargo del trabajo? ¿Un recibo o algo?

—Bueno, tal vez. Hubo una gran cantidad de papeleo. Solo firmé donde me dijeron. También lo hizo el señor Quisquilloso.

—Por los dioses, los abogados se divertirían con eso —dijo Sacharissa, su bloc de notas apareciendo por arte de magia en la mano—. Y no es broma13, tampoco. ¡Él puede acabar en la cárcel por deudor!

—Perrera —dijo Moist—. Ladra, ¿recuerdas? Y eso no va a suceder.

Sacharissa se inclinó para palmear al Señor Quisquilloso en su cabecita, y se congeló a mitad de camino. —¿Qué tiene él en su…? —comenzó.

—Sacharissa, ¿podemos entrar en eso más tarde? Realmente no tengo tiempo ahora. Lo juro por tres dioses en los que crea, a pesar de que es periodista, que cuando esto termine le daré una historia que pondrá a prueba incluso la capacidad del Times para evitar temas poco elegantes y sugestivos. Confíe en mí.

13 Lo extraño acerca de que los abogados se divertirían con eso es que nadie más ve la broma.

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—Sí, pero parece un… —comenzó.

—Ah, así que sabe lo que es y no es necesario explicarle nada —dijo rápidamente Moist.

Entregó el periódico a su preocupado propietario. —Usted es el Señor Cusper, ¿no? —dijo—. ¿Usted tiene un saldo de AM$ 7 con nosotros, creo?

Por un momento el hombre pareció impresionado. Moist era realmente bueno con las caras.

—Le dije que no nos preocupa el oro aquí —dijo Moist.

—Sí, pero… —empezó el hombre—. Bueno, no es mucho un banco si la gente puede sacar el oro de él, ¿no? —dijo.

—Sin embargo, no hace ninguna diferencia —dijo Moist—. Se los dije a todos ustedes.

Se veían inseguros. En teoría, deberían estar entrando en estampida por los escalones. Moist sabía lo que los mantenía atrás. Era la esperanza. Era la pequeña voz adentro que decía: esto no está sucediendo realmente. Era la voz que llevaba a la gente a dar vuelta el mismo bolsillo tres veces en una infructuosa búsqueda de las llaves perdidas.

Era la loca fe en que el mundo está obligado a trabajar bien de nuevo, si creo sinceramente, y allí estarán las llaves. Era la voz que decía “Esto no puede estar sucediendo” muy fuerte, con el fin de ahogar el creciente temor de que sí está ocurriendo.

Tenía unos treinta segundos, mientras durase la esperanza.

Y entonces la multitud se abrió. Pucci Pródigo no sabía cómo hacer una entrada. Harry Rey, por otro lado, sí sabía. La movediza e incierta multitud se abrió como el mar en frente de un profeta hidrófobo, dejando un canal que de súbito fue bordeado a ambos lados por grandes hombres de aspecto curtido, con narices rotas y una útil sección de cicatrices. A lo largo de esta reciente avenida llegó a grandes pasos Harry Rey dejando un rastro de humo de cigarro. Moist consiguió conservar su posición en tierra hasta que el Sr. Rey estuvo un pie de distancia, y se aseguró de mirarlo a los ojos.

—¿Cuánto dinero he puesto en su banco, señor Lipwig? —preguntó Harry.

—Eh, creo que eran cincuenta mil dólares, señor Rey —afirmó Moist.

—Sí, creo que fue algo así —dijo el Sr. Rey—. ¿Puede adivinar lo que voy a hacer ahora, señor Lipwig?

Moist no adivinó. El Splot todavía circulaba por su sistema y en su cerebro la respuesta resonó como una campana fúnebre.

—¿Va a poner algunos más, señor Rey?

Harry Rey sonrió, como si Moist fuera un perro que acababa de hacer un nuevo truco.

—¡Así es, señor Lipwig! Pensé para mí: Harry, pensé. Cincuenta mil dólares parecen un poco solitarios, así que he venido para redondearlo a sesenta mil.

A una señal, más hombres de Harry Rey llegaron detrás de él, llevando grandes cofres entre ellos.

—La mayor parte es oro y plata, señor Lipwig —dijo Harry—. Pero yo sé que tiene un montón de brillantes jóvenes que pueden contar todo para usted.

—Esto es muy amable de su parte, señor Rey —afirmó Moist—, pero en cualquier momento los auditores van a volver y el banco va a estar en grandes, grandes problemas. ¡Por favor! No puedo aceptar su dinero.

Harry se inclinó más hacia Moist, lo que lo envolvió en humo de cigarro y un toque de col descompuesta.

—Sé que está en algo —susurró, tocando el costado de su nariz—. ¡Los bastardos vienen por usted, puedo ver eso! Conozco un ganador, cuando veo uno, y sé que tiene algo en su

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manga, ¿eh?

—Sólo mis brazos, Sr. Rey, sólo mis brazos —dijo Moist.

—Y los puede conservar largo tiempo—dijo Harry, palmeándolo en la espalda.

Los hombres pasaron junto a Moist y depositaron sus cajas en el suelo.

—No necesito un recibo —dijo Harry—. Usted me conoce, señor Lipwig. Usted sabe que puede confiar en mí, al igual que sé que puedo confiar en usted.

Moist cerró los ojos, sólo por un momento. Para pensar que se había preocupado de terminar el día ahorcado.

—Su dinero está a salvo conmigo, señor Rey —afirmó.

—Lo sé —dijo Harry Rey—. Y cuando se haya ganado el día, voy a enviar al joven Wallace y él tendrá una pequeña charla con su mono acerca de cuanto interés voy a cobrar por este pequeño lote, ¿de acuerdo? ¿Lo justo es justo?

—Sin duda lo es, señor Rey.

—Correcto —dijo Harry—. Ahora me voy a comprar algo de tierra.

Hubo cierto murmullo indeciso en la multitud, cuando él partió. El nuevo depósito los había asombrado. Había asombrado a Moist, también. La gente se preguntaba qué sabía Harry Rey. También Moist. Era una cosa terrible tener a alguien como Harry creyendo en ti.

Ahora la multitud había evolucionado a un portavoz, quien dijo: —Mire, ¿qué sucede? ¿El oro se ha ido o no?

—No lo sé —afirmó Moist—. No he ido a mirar hoy.

—Lo dice como si no importara —dijo Sacharissa.

—Bueno, como he explicado —dijo Moist— la ciudad está todavía aquí. El banco está todavía aquí. Todavía estoy aquí. —Dirigió una mirada hacia la amplia espalda de Harry Rey, retirándose—. Por el momento. Por lo tanto, no parece que necesitemos el oro abarrotando el lugar, ¿verdad?

Cosmo Pródigo apareció en la puerta detrás de Moist.

—Por lo tanto, señor Lipwig, parecería que es un tramposo hasta el final.

—¿Perdón? —dijo Moist.

Otros miembros del grupo del comité de auditoría ad hoc fueron empujando para salir, viéndose satisfechos. Habían, después de todo, despertado muy temprano en la mañana y los que se despiertan muy temprano en la mañana esperan matar antes del desayuno.

—¿Ha terminado ya? —dijo Moist.

—Seguramente debe saber por qué nos trajeron aquí —dijo uno de los banqueros—. Usted sabe muy bien que ayer por la noche la Guardia de la ciudad no encontró oro en sus bóvedas. Podemos confirmar este desgraciado estado de cosas.

—Bueno, usted sabe cómo es con el dinero —dijo Moist—. Crees estar quebrado y allí estaba todo el tiempo en el otro pantalón.

—No, señor Lipwig, la broma es sobre usted —dijo Cosmo—. El banco es una farsa. —Levantó la voz—. ¡Yo aconsejaría a todos los inversores que han sido engañados tomar su dinero de vuelta, mientras puedan!

—¡No! ¡Escuadra, a mí!

El Comandante Vimes se abrió camino a través de los banqueros desconcertados al mismo tiempo que media docena de oficiales troll tomaron por asalto los escalones y terminaron hombro a hombro frente a las puertas dobles.

—¿Es usted un maldito tonto, señor? —dijo Vimes, nariz a nariz con Cosmo—. ¡Eso me

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sonó como incitación a la revuelta! ¡Este banco está cerrado hasta nuevo aviso!

—Soy un director de banco, comandante —dijo Cosmo—. No me puede mantener fuera.

—Míreme —dijo Vimes—. Le sugiero que dirija su queja a su señoría. ¡Sargento Detritus!

—¡Síseñor!

—Nadie entra sin una orden firmada por mí. Y, Sr. Lipwig, no salga de la ciudad, ¿entendido?

—Sí, comandante. —Moist se dirigió a Cosmo—. Sabe, usted no se ve bien —dijo—. No es una buena cara la que tiene.

—No más palabras, Lipwig —Cosmo se inclinó hacia abajo. De cerca, su rostro parecía aún peor, como el rostro de una muñeca de cera, en caso de que una muñeca de cera pudiera sudar—. Nos veremos en los tribunales. Es el final de la calle, señor Lipwig. ¿O debería decir... Señor Spangler?

Oh, dioses, debería haber hecho algo respecto a Cribbins, pensó Moist. Estaba demasiado ocupado tratando de hacer dinero…

Y ahí estaba Adora Belle, siendo escoltada a través de la multitud por un par de vigilantes que también actuaban como muletas. Vimes se apresuró a bajar los escalones como si hubiera estado esperando por ella.

Moist se dio cuenta que el ruido de fondo de la ciudad era más alto. La multitud lo había notado también. En algún lugar, algo grande estaba ocurriendo, y este pequeño enfrentamiento era sólo un elemento marginal.

—¿Usted cree que es inteligente, señor Lipwig? —dijo Cosmo.

—No, sé que soy inteligente. Creo que tengo mala suerte —afirmó Moist. Pero pensaba: yo no tenía tantos clientes, ¿verdad? ¡Puedo escuchar los gritos!

Con Cosmo gritando triunfalmente detrás de él, se abrió camino hacia Adora Belle y el grupo de polis.

—Tus golems, ¿verdad? —dijo.

— Todos los golems en la ciudad dejaron de moverse —dijo Adora Belle. Sus miradas se encontraron.

—¿Están viniendo? —dijo Moist.

—Sí, creo que son ellos.

—¿Quiénes son ellos? —dijo Vimes con sospecha.

—Eh, ¿ellos? —dijo Moist, señalando.

Unas pocas personas llegaron corriendo dando vuelta la esquina del Maul y pasaron a toda velocidad, con los rostros grises, más allá de la multitud fuera del banco. Pero eran sólo las manchas de espuma impulsadas delante de la oleada de personas que huía de la zona del río, y la ola de personas se rompió sobre el banco como si fuera una roca en el camino de la inundación.

Pero flotando en el mar de cabezas, por así decirlo, había una lona circular de unos diez pies, de la clase que se utiliza para atajar personas que muy sabiamente saltan de los edificios en llamas. Las cinco personas que la transportaban eran el Dr. Hicks y otros cuatro magos y en este punto se notaba el círculo de tiza y los símbolos mágicos. En el centro del círculo mágico portátil estaba sentado el Profesor Pulgoso, criticando a los magos, sin éxito, con su bastón etéreo. Fueron a parar junto a los escalones mientras la multitud corría hacia adelante.

—Lo siento acerca de esto —jadeó Hicks—. Era la única forma en que podría llegar aquí y él insistió, oh cómo insistió…

—¿Dónde está la joven? —gritó Pulgoso. Su voz era apenas audible en la viviente luz del

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día. Adora Belle se abrió camino a través de los policías.

—¿Sí, profesor Pulgoso? —dijo.

—¡He encontrado la respuesta a su pregunta! ¡He hablado con varios Umnianos!

—¡Pensaba que todos murieron hace miles de años!

—Bueno, es un departamento de necromancia —dijo Pulgoso—. Pero debo admitir que fueron un poquito imprecisos, incluso para mí. ¿Me puede dar un beso? ¿Un beso, una respuesta?

Adora Belle miró a Moist. Él se encogió de hombros. El día estaba más allá de él por completo. No volaba más, simplemente era soplado por el vendaval.

—Muy bien —dijo ella—.Pero nada de lengua.

—¿Lengua? —dijo Pulgoso tristemente—.Deseo.

Fue el más breve de los picotazos, pero el nigromante fantasmal sonrió. —Maravilloso —dijo—. Me siento por lo menos un centenar de años más joven.

—¿Ha hecho usted la traducción? —dijo Adora Belle. Y en ese momento Moist sintió una vibración bajo los pies.

—¿Qué? Oh eso —dijo Pulgoso—. Eran los golems de oro de que usted hablaba…

… y otra vibración, suficiente para causar una sensación de incomodidad en las entrañas…

—… aunque resulta que la palabra en el contexto no significa oro en absoluto. Hay más de ciento veinte cosas que puede significar, pero en este caso en relación con el resto del párrafo significa mil.

La calle se sacudió de nuevo.

—Cuatro mil golems, creo que encontrará —dijo Pulgoso alegremente. —¡Oh, y aquí están!

Llegaron a lo largo de las calles, de seis en fondo, de pared a pared y de diez pies de alto. Agua y barro caían en cascada de ellos. La ciudad hacía eco a su marcha.

No pisaban a las personas, pero los simples puestos de mercado, y los coches se astillaban bajo sus masivos pies. Se extendían mientras se movían, abriéndose en abanico a través de la ciudad, atronando en las calles laterales, dirigiéndose a las puertas de Ankh-Morpork, siempre abiertas, porque no tenía sentido disuadir a los clientes.

Y allí estaban los caballos, quizás no más de una veintena en toda la apresurada multitud, las monturas construidas en la arcilla de sus lomos, adelantando a los golems de dos patas, y no hubo un hombre que los mirase sin pensar: ¿Dónde puedo conseguir uno de esos?

Un solo golem con forma de hombre se detuvo en el centro de la Plaza Sator, alzó un puño, como si saludase, cayó sobre una rodilla, y se quedó quieto. Los caballos se detuvieron junto a él, como a la espera de los jinetes.

El resto de los golems marchó con el sonido del trueno, saliendo de la ciudad. Y cuando la ciudad de muchas murallas de Ankh-Morpork tuvo otra muralla, más allá de las puertas, se detuvieron. Como uno solo, levantaron su mano derecha en un puño. Hombro con hombro, rodeando la ciudad, los golems... vigilaron. Se hizo el silencio.

En la Plaza Sator, el Comandante Vimes miró al puño sereno y a Moist.

—¿Estoy bajo arresto? —dijo mansamente Moist.

Vimes suspiró. —Sr. Lipwig —dijo— no hay palabra para describirlo a usted.

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La gran cámara de consejo de la planta baja del palacio estaba llena. La mayoría de las personas tuvo que quedarse de pie. Cada gremio, cada grupo interesado y todos los que sólo querían decir que habían estado allí... estaban ahí. La multitud desbordó en el palacio y en las calles. Los niños escalaban sobre el golem en la plaza, a pesar de los esfuerzos de los vigilantes que lo custodiaban14.

Había una gran hacha enterrada en la gran mesa, observó Moist; la fuerza del golpe había dividido la madera. Claramente había estado allí durante algún tiempo. Tal vez era algún tipo de advertencia, o algún tipo de símbolo. Éste era un consejo de guerra, después de todo, pero sin la guerra.

—Sin embargo, ya estamos recibiendo algunas notas amenazantes de las otras ciudades —dijo Lord Vetinari—, por lo que es sólo cuestión de tiempo.

—¿Por qué? —dijo el Archicanciller Ridcully de la Universidad Invisible, que había logrado obtener un asiento a fuerza de elevar a su ocupante protestando fuera de él—. Todo lo que están haciendo es estar de pie fuera de los muros, ¿sí?

—Algo así —dijo Vetinari—. Y se llama defensa agresiva. Que es prácticamente una declaración de guerra. —Lanzó un pequeño suspiro triste, el signo de un cerebro haciendo un cambio de marcha—. Les recuerdo el famoso dictum del General Tacticus: “Aquellos que desean la guerra, prepárense para la guerra”. Nuestra ciudad está rodeada por un muro de criaturas, cada una de las cuales, tengo entendido, sólo podría ser detenida por un arma de sitio. La Srta. Dearheart —hizo una pausa para dar a Adora Belle una pequeña y súbita sonrisa— ha tenido la amabilidad de traer a Ankh-Morpork un ejército capaz de conquistar el mundo, aunque estoy feliz de aceptar su garantía de que no significa que lo hará realmente.

—Entonces ¿por qué no nosotros? —dijo Lord Downey, jefe del Gremio de los asesinos.

—Ah, Lord Downey. Sí, pensé que alguien diría eso —dijo Vetinari—. ¿Srta. Dearheart? Usted ha estudiado a estos golems.

—¡He tenido media hora! —protestó Adora Belle—. ¡Saltando en un pie, podría añadir!

—No obstante, usted es nuestra experta. Y usted ha tenido la asistencia del famoso difunto Profesor Pulgoso.

—¡Siguió intentando mirar bajo mi vestido!

—¿Por favor, señora?

—Ellos no tienen un chem al que yo pueda llegar —dijo Adora Belle—. No hay forma de abrir sus cabezas. En la medida de lo que podemos decir tienen una necesidad imperiosa, que es la defensa de la ciudad. Y eso es todo. Está realmente tallada en su arcilla.

—No obstante, existe una cosa como defensa preventiva. Que podrían considerarse como "custodia". En su opinión, ¿podrían atacar otra ciudad?

—No lo creo. ¿Con que ciudad le gustaría probar, mi señor? —Moist se estremeció. A veces a Adora Belle no le importaba.

—Ninguna —dijo Vetinari—. No vamos a tener otro miserable imperio mientras sea patricio. Apenas hemos terminado el último. Profesor Pulgoso, ¿ha sido capaz de darles algunas instrucciones?

Todas las cabezas se giraron a Pulgoso y su círculo portátil, que había permanecido cerca de la puerta ante la absoluta imposibilidad de seguir entrando en la habitación.

—¿Qué? ¡No! ¡Estoy seguro de que tienen la esencia de Umnian, pero no puedo hacer que se muevan un paso! He intentado todas las posibilidades de mando, en vano. ¡Es muy irritante! —Hizo una seña con el bastón al personal del Dr. Hicks—.Vamos, sean útiles, compañeros. ¡Un intento más!

14 Quien estaba siendo guardado de quien no era, en este punto, ni claro ni pertinente. Guardar era un proceso que ocurría.

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—Creo que podría ser capaz de comunicarme con ellos —dijo Moist, mirando el hacha, pero su voz se perdió en el alboroto mientras los refunfuñones estudiantes trataban de forzar el círculo mágico portátil a través del hacinado umbral.

Permítanme trabajarlo un poco, pensó. Sí… sí… En realidad es sencillo. Demasiado sencillo para un comité.

—Como presidente del, Gremio de, Mercaderes señores permítanme, señalar que estas cosas representan una valiosa fuerza de trabajo en esta ciudad —dijo el Sr. Robert Parker15.

—¡No hay esclavos en Ankh-Morpork! —dijo Adora Belle, señalando con el dedo a Vetinari—. ¡Usted siempre ha dicho eso!

Vetinari levantó una ceja hacia ella. Luego dejó allí la ceja y levantó una nueva ceja. Pero Adora Belle era desvergonzada.

—Srta. Dearheart, usted misma explicó que no tienen chem. Usted no puede liberarlos. Estoy sentenciando que son herramientas, y ya que se consideran a sí mismos como sirvientes de la ciudad, voy a tratarlos como tales. —Levantó ambas manos ante el alboroto general, y prosiguió: —No serán vendidos y serán tratados con cuidado, como deben serlo las herramientas. Van a trabajar por el bien de la ciudad y…

—¡No, eso sería una idea terriblemente mala! —Una bata blanca estaba luchando para llegar a la parte delantera de la multitud. Estaba rematada por un sombrero de lluvia amarillo.

—¿Y usted es ...? —dijo Vetinari.

La figura se quitó su sombrero amarillo, miró a su alrededor y se puso rígido. Un gemido logró escapar de su boca.

—¿No es Hubert Turvy? —dijo Vetinari. La cara de Hubert se mantuvo bloqueada en una máscara de terror, de modo que Vetinari, en tono amable, agregó: —¿Quiere algo de tiempo para pensar en la última pregunta?

—Yo… sólo… acabo de escuchar… sobre… —comenzó Hubert. Miró a su alrededor a los cientos de rostros, y parpadeó.

—¿El Sr. Turvy, el alquimista de dinero? —apuntó Vetinari—. ¿Puede estar escrito en alguna parte en su ropa?

—Creo que puedo ayudar aquí —dijo Moist, y se abrió paso a codazos hacia el tímido economista.

—Hubert —dijo, poniendo una mano sobre el hombro del hombre—, todas las personas están aquí porque quieren escuchar su sorprendente teoría que demuestra la inconveniencia de poner estos nuevos golems a trabajar. Usted no quiere decepcionarlas, ¿verdad? Sé que usted no se reúne con muchas personas, pero todo el mundo sabe de su magnífico trabajo. ¿Puede ayudarlos a comprender lo que acaba de gritar?

—Estamos emocionados —afirmó Lord Vetinari.

En la cabeza de Hubert el creciente terror a la multitud fue anulado por la necesidad de impartir conocimiento a los ignorantes, lo que significaba todos excepto él. Sus manos aferraron las solapas de su chaqueta. Se aclaró la garganta.

—Bueno, el problema es que, considerados como una fuerza de trabajo, los golems son capaces de hacer el trabajo diario de ciento veinte mil hombres.

—¡Piense en lo que podían hacer por la ciudad! —dijo el Sr. Cowslick del Gremio de Artífices.

—Bueno, sí. Para empezar, dejar a ciento veinte mil hombres sin trabajo —dijo Hubert—, pero eso sólo sería el comienzo. Ellos no necesitan alimentos, ni ropa ni refugio. La mayoría de las personas gastan su dinero en comida, vivienda, ropa, entretenimiento y, no menos 15 Como miembro de la Antigua y Venerable Orden de los Verduleros, el Sr. Parker tenía a honra no poner jamás

la puntuación en el lugar correcto.

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importante, los impuestos. ¿En qué gastan estos golems? La demanda de muchas cosas se reduciría aún más y el resultado será más desempleo. Verá, la circulación es todo. El dinero va por ahí, creando riqueza al circular.

—¡Usted parece estar diciendo que estas cosas podrían convertirnos en mendigos! —dijo Vetinari.

—Habría… tiempos difíciles —dijo Hubert.

—Entonces, ¿qué curso de acción propone usted, señor Turvy?

Hubert parecía perplejo.

—No lo sé, señor. No sabía que también tenía que encontrar soluciones.

—Cualquiera de las otras ciudades nos atacaría si tuvieran estos golems —dijo Lord Downey—, y seguramente no tenemos que pensar en sus puestos de trabajo, ¿verdad? ¿Seguramente un poco de conquista estaría bien?

—¿Un imperito, tal vez? —dijo Vetinari amargamente—. ¿Utilizamos nuestros esclavos para crear más esclavos? Pero, ¿queremos hacer frente a todo el mundo en armas? Porque eso es lo que haríamos, al final. Lo mejor que podemos esperar es que algunos de nosotros pueda sobrevivir. Lo peor es que podríamos triunfar. Triunfar y podrirnos. Ésa es la lección de la historia, Lord Downey. ¿No somos suficientemente ricos?

Eso inició otro clamor.

Moist, inadvertido, se abrió camino a través de la multitud hasta llegar al Dr. Hicks y su equipo, los que luchaban para abrirse camino de regreso al gran golem.

—¿Puedo ir con ustedes, por favor? —dijo—. Quiero intentar algo.

Hicks asintió, pero mientras el círculo portátil era arrastrado a la calle dijo: —Creo que la Srta. Dearheart ha intentado todo. El profesor estaba muy impresionado.

—Hay algo que no ha intentado. Confíe en mí. Hablando de confianza, ¿quiénes son estos chicos que llevan la manta?

—Mis estudiantes —dijo Hicks, tratando de mantener el círculo estable.

—¿Ellos quieren estudiar necro…eh, comunicaciones post mortem? ¿Por qué?

—Al parecer es bueno para conseguir chicas —suspiró Hicks. Hubo risas disimuladas.

—¿En un departamento de necromancia? ¿Qué tipo de chicas consiguen?

—No, es porque cuando se gradúan pueden usar el traje negro con capucha y el anillo con el cráneo. Creo que el término utilizado por uno de ellos fue "imán para nenas".

—Pero pensé que a los magos no se les permite el matrimonio.

—¿Matrimonio? —dijo Hicks—.¡Oh, no creo que piensen en eso!

—¡Nosotros nunca lo hicimos en mis días! —gritó Pulgoso, que estaba siendo sacudido hacia adelante y hacia atrás mientras el círculo era arrastrado a través de la multitud—. ¿No puedes hacer estallar algunas de estas personas con Fuego Negro, Hicks? ¡Eres un nigromante, por los siete infiernos! ¡No se supone que seas bueno! ¡Ahora que puedo ver lo que pasa creo que tendré que pasar mucho más tiempo en el departamento!

—¿Podríamos tener una palabra tranquila? —susurró Moist a Hicks—. Los muchachos pueden manejar esto por sí mismos, ¿no cree? Dígales que nos alcancen en el gran golem.

Se apuró, y no se sorprendió en absoluto al encontrar a Hicks apurándose para alcanzarlo. Metió al no-realmente-un-nigromante al abrigo de una entrada y dijo: —¿Confía en sus alumnos?

—¿Está loco?

—Es sólo que tengo un pequeño plan para salvar el día, el lado malo del cual es que el

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profesor Pulgoso, por desgracia, ya no estará disponible para usted en su departamento.

—¿Por no disponible quiere decir...?

—¡Ay, nunca lo volverá a ver —dijo Moist—. Puedo decir que sería un golpe.

Hicks tosió.

—Oh cielos. ¿No sería capaz de volver en absoluto?

—Creo que no.

—¿Está seguro? —dijo Hicks cuidadosamente—. ¿Ninguna posibilidad?

—Estoy casi seguro.

—Hm. Bueno, por supuesto, sería efectivamente un golpe.

—Un gran golpe. Un gran golpe —acordó Moist.

—Yo no quisiera herirlo..., por supuesto.

—Cualquier cosa menos eso. Cualquier cosa menos eso —dijo Moist, tratando de no reírse. Nosotros los seres humanos somos buenos en este pensar retorcido, ¿no?, pensó.

—Y él ha tenido buenas entradas, cuando todo está dicho y hecho.

—Dos de ellas —dijo Moist—, cuando te pones a pensar en ello.

—¿Qué quiere que hagamos? —dijo Hicks, contra los gritos lejanos del fantasmal profesor reprendiendo a los estudiantes.

—¿Hay algo, creo, como un insorcismo...?

—¿Eso? ¡No estamos autorizados a hacer eso! ¡Está totalmente en contra de las normas de la universidad!

—Bueno, usar el traje negro y el anillo con el cráneo tiene que contar para algo, ¿no? Quiero decir, sus predecesores se darían vuelta en sus oscuros ataúdes si pensasen que usted no está de acuerdo con la travesura menor que tengo en mente... —explicó Moist, en una frase simple.

Fuertes gritos y maldiciones indicaban que el círculo portátil estaba casi sobre ellos.

—¿Bien, doctor? —dijo Moist.

Un complejo espectro de expresiones se perseguía unas a otras a través de la cara del Dr. Hicks.

—Bueno, supongo...

—¿Sí, doctor?

—Bueno, sería como enviarle al Cielo, ¿no?

—¡Exactamente! ¡No lo podría haber dicho mejor yo mismo!

—¡Cualquiera puede hacerlo mejor que este estúpido grupo! —soltó Pulgoso, justo detrás de él—. ¡El departamento ha sido autorizado a ir cuesta arriba desde mis días! ¡Bueno, veremos qué podemos hacer acerca de eso!

—Antes de hacerlo, profesor, tengo que hablar con el golem —dijo Moist—. ¿Puede usted traducir para mí?

—Puedo, pero no lo haré—soltó Pulgoso.

—Ha intentado ayudar a la Srta. Dearheart anteriormente.

—Ella es atractiva. ¿Por qué debería legarle a usted los conocimientos que me tomó un siglo adquirir?

—¿Porque están estos tontos allí atrás que quieren utilizar a estos golems para iniciar una guerra?

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—Entonces se reducirá el número de tontos.

Delante de ellos estaba el golem solitario. Incluso de rodillas, su cara estaba a nivel con los ojos de Moist. La cabeza giró para mirarlo inexpresivamente. Los guardias alrededor del golem, por otro lado, miraron a Moist con profunda sospecha.

—Vamos a realizar un poco de magia, oficiales —les dijo Moist.

El cabo a cargo parecía como si esto no contase con su aprobación.

—Tenemos que vigilarlo —señaló, ojeando la túnica negra y al trémulo profesor Pulgoso.

—Eso está bien, podemos trabajar alrededor suyo—dijo Moist—. Por favor, permanezca aquí. Estoy seguro de que no hay mucho riesgo.

—¿Riesgo? —dijo el cabo.

—Aunque tal vez sería mejor si se distribuyen para mantener al público lejos —continuó Moist—. No queremos que ocurra nada a los miembros del público. ¿Tal vez, si pudieran hacerlos retroceder un centenar de yardas más o menos?

—Me dijeron que permanezca aquí —dijo el cabo, mirando de arriba a abajo a Moist. Bajó su voz. —Eh, ¿no es usted el Director General de Correos?

Moist reconoció la mirada y el tono. Aquí vamos...

—Sí, en efecto —dijo.

El vigilante bajó aún más su voz.

—Así que, eh, ¿usted por casualidad tiene alguno de los Azul…?

—No puedo ayudarlo en eso —dijo Moist rápidamente, buscando en el bolsillo— pero ocurre que tengo aquí una estampilla muy rara 20p Col Verde con la muy divertida "errata" que causó un poco de revuelo el año pasado, puede que recuerde. Ésta es la única que queda. Muy coleccionable.

Un pequeño sobre apareció en su mano. Así de rápido, desapareció en el bolsillo del cabo.

—No podemos permitir que suceda nada a los miembros del público —dijo—, así que sugiero que es mejor que los mantengamos a un centenar de yardas más o menos.

—Bien pensado —dijo Moist.

Unos minutos más tarde Moist tenía la plaza para sí mismo, los vigilantes habían trabajado bastante rápido porque cuanto más lejos del peligro empujaran al público, más lejos de dicho peligro estarían.

Y ahora, pensó Moist, era el Momento de la Verdad. Si fuese posible, sin embargo, se convertiría en el Momento de las Mentiras Plausibles, ya que la mayoría de las personas eran más felices con ellas.

Los golems Umnianos eran más grandes y más pesados que los que comúnmente se veían por la ciudad, pero eran hermosos. Por supuesto que lo eran… probablemente habian sido hechos por golems. Y sus constructores les habían dado algo que parecía músculos, y caras calmas y tristes. En la última hora o cosa así, en desafío a los vigilantes, los adorables niños de la ciudad habían logrado garabatear un negro bigote en éste.

Muy bien. Ahora el profesor...

—Dígame, profesor, ¿disfruta estar muerto? —dijo.

—¿Disfrutar? ¿Cómo puede alguien disfrutarlo, tonto? —dijo Pulgoso.

—¿No hay mucha diversión?

—Joven, la palabra " diversión " no es aplicable a la existencia más allá de la tumba —dijo Pulgoso.

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—¿Y ésa es la razón por la cual ronda por el departamento?

—¡Sí! Tal vez está dirigido por aficionados en estos días, pero siempre hay algo sucediendo.

—Ciertamente —dijo Moist—. No obstante, me pregunto si alguien de su... interés no se encontraría mejor en algún lugar donde siempre haya algo sucediendo.

—No entiendo su significado.

—Dígame, profesor, ¿ha oído hablar del Club del Minino Rosado?

—No, no lo he hecho. Los gatos no son normalmente de color rosa en estos tiempos, ¿no?

—¿De veras? Bueno, déjeme contarle acerca del Club del Minino Rosado —dijo Moist—. Disculpe, Dr. Hicks. —Hizo señas a Hicks de alejarse, que hizo un guiño y llevó de vuelta a sus alumnos a la multitud. Moist puso su brazo alrededor de los hombros fantasmales. Era incómodo sostenerlo allí sin un hombro real que recibiera el peso, pero el estilo lo era todo en estos asuntos.

Algunos urgentes susurros pasaron de un lado a otro y, a después Pulgoso dijo: —¿Quieres decir... que es obsceno?

Obsceno, pensó Moist. Es realmente viejo.

—Oh, sí. Incluso, podría ir tan lejos como para decir, provocativo.

—¿Es que muestran sus tobillos...? —dijo Pulgoso, los ojos brillantes.

—Tobillos —dijo Moist—. Sí, sí, creo más bien lo hacen. —Los dioses, se preguntó, ¿es tan viejo?

—¿Todo el tiempo?

—Veinticuatro horas al día. Nunca se visten —afirmó Moist—. Y a veces giran cabeza abajo alrededor de un poste. Créame, profesor, para usted, la eternidad no será lo bastante larga.

—¿Y sólo quiere unas palabras traducidas?

—Un pequeño glosario de instrucciones.

—¿Y después me puedo ir?

—¡Sí!

—¿Tengo su palabra?

—Confíe en mí. Voy a explicar esto al Dr. Hicks. Puede tomar algo de tiempo persuadirlo.

Moist paseó hacia el montón de personas que no eran nigromantes en absoluto. La respuesta del comunicador post mortem fue distinta a la que esperaba. Los segundos pensamientos estaban creciendo.

—¿Me pregunto si estaríamos haciendo lo correcto, soltándolo en un establecimiento de baile en caño? —dijo Hicks con dudas.

—Nadie lo verá. Y él no puede tocar. Son muy estrictos en no tocar en ese lugar, me dijeron.

—Sí, supongo que todo lo que podemos hacer es mirar con lujuria a las señoritas. —Hubo algunas risitas de los estudiantes.

—¿Y? Son pagadas para que se las mire con lujuria —dijo Moist—.Ellas son profesionales en ser miradas con lujuria. Es un establecimiento para mirar con lujuria. Para miradores con lujuria. Y usted escuchó lo que está pasando en el palacio. Podríamos estar en guerra en un día. ¿Confía en ellos? Confíe en mí.

—Usted utiliza esa frase un montón, señor Lipwig —dijo Hicks. —Bueno, soy muy digno

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de confianza. ¿Listo, entonces? Espere hasta que lo llame, y entonces puede llevarlo a su lugar de último descanso.

Había gente en la multitud con almádenas. Uno tendría trabajo para acabar con un golem, si él no quería, pero debía sacarlos de aquí lo antes posible.

Esto probablemente no funcionaría. Era demasiado simple. Pero Adora Belle lo había pasado por alto, y también Pulgoso. El cabo que ahora con tanta valentía frenaba a la gente no lo tendría, porque todo era acerca de órdenes, pero nadie le había preguntado. Sólo tenías que pensar un poco.

—Vamos, joven —dijo Pulgoso, aún adonde sus porteadores lo habían dejado—.Vamos a continuar con esto, ¿sí?

Moist inspiró profundamente. —Dígame cómo decir: "Confíen en mí, y sólo en mí. Formen filas de cuatro y marchen diez millas de la ciudad hacia el Eje. Caminen lentamente” —dijo.

—Ji, ji. ¡Usted es agudo, señor Lipstick! —dijo Pulgoso, con su mente llena de tobillos—. Pero no va a funcionar, sabe. Hemos probado cosas así.

—Yo puedo ser muy persuasivo.

—No va a funcionar, le digo. No he encontrado una sola palabra que los haga reaccionar.

—Bueno, profesor, no es lo que usted dice, es la forma en que lo dice, ¿no? Tarde o temprano, todo se tarta de estilo.

—¡Ja! Usted es un tonto, hombre.

—¿Pensé que teníamos un trato, profesor? Y querré una serie de frases. —Miró a su alrededor a los golem caballos, tan quietos como estatuas—. Y una frase que necesitaré es el equivalente de “Arre”, y mientras pienso en otra, voy a necesitar "Soo", también. ¿O quiere volver al lugar donde nunca han oído hablar de baile en el caño?

Capítulo 11

Los golems avanzan — Valor verdadero — En el trabajo: servidores de una verdad superior — Otra vez en problemas — La bella mariposa — La locura de Vetinari — El Sr. Bent despierta — Misteriosos requisitos

LAS COSAS SE IBAN CALENTANDO en la sala de conferencias. Esto, para Lord Vetinari, no era un problema. Era un gran creyente en permitir que miles de voces fueran escuchadas, porque eso significaba que todo lo que realmente tenía que hacer era escuchar sólo a los que tenían algo útil que decir, “útil” en este caso siendo definido en la forma clásica del servicio civil como “inclinación a mi punto de vista”. En su experiencia, se trataba de un número generalmente inferior a diez. La gente que quería mil, etc., en realidad significaba que quería que su propia voz fuera escuchada, mientras que las otras 999 fueran ignoradas, y para este fin los dioses había inventado los comités. Vetinari era muy bueno en los comités, especialmente cuando Nudodetambor tomaba las minutas. Lo que la Dama de Hierro era para los estúpidos tiranos, el comité era para Lord Vetinari; era sólo ligeramente más caro16, mucho menos desordenado, considerablemente más eficiente y, lo mejor de todo, tenías que obligar a la gente a entrar en la Dama de Hierro.

Estaba a punto de designar a las diez personas más ruidosas en un Comité Golem, que podría ser encerrado en una oficina distante cuando apareció un Empleado Oscuro, al parecer salido de una sombra, y susurró algo al oído de Nudodetambor. El secretario se inclinó hacia su amo.16 El único gasto real eran el té y los bizcochos de media tarde, lo cual raramente ocurría con la Dama de Hierro.

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—Ah, parece que los golems se han ido —dijo Vetinari alegremente, cuando el disciplinado Nudodetambor retrocedió.

—¿Ido? —dijo Adora Belle, tratando de mirar a través de la ventana—. ¿Qué quiere decir con ido?

—No están más aquí —dijo Vetinari—. El Sr. Lipwig, al parecer, se los ha llevado. Están dejando la vecindad de la ciudad de manera ordenada.

—¡Pero él no puede hacer eso! —se enfureció Lord Downey—. ¡No hemos decidido qué hacer con ellos todavía!

—Sin embargo, lo ha hecho —dijo Vetinari, sonriendo.

—¡No se le debe permitir que abandone la ciudad! ¡Es un ladrón de bancos! ¡Comandante Vimes, cumpla su deber y deténgalo! —Esto vino de Cosmo.

La mirada de Vimes habría congelado a un hombre sensato. —Dudo que vaya lejos, señor —dijo—. ¿Qué desea que haga, su señoría?

—Bueno, el ingenioso señor Lipwig parece tener un propósito —dijo Vetinari—, así que quizás deberíamos ir y averiguar qué es.

La multitud fue para la puerta, donde quedó atorada y luchó consigo misma.

Cuando se amontonó en la calle, Vetinari puso las manos detrás de la cabeza y se reclinó con los ojos cerrados.

—Amo la democracia. Puedo escuchar todo el día. Saca el coche, Nudodetambor.

—Eso se está haciendo en este momento, señor.

—¿Usted lo puso en esto?

Vetinari abrió los ojos.

—Srta. Dearheart, siempre un placer —murmuró, alejando el humo con la mano—. Pensé que se había ido. Imagine mi placer al encontrar que no lo ha hecho.

—Bueno, ¿lo hizo? —dijo Adora Belle, acortando notablemente su cigarrillo de una pitada. Fumaba como si se tratara de una especie de guerra.

—Srta. Dearheart, creo que sería imposible para mí poner a Moist von Lipwig en algo que pueda ser más peligroso que las cosas que encuentra para hacer por su propia y libre voluntad. Mientras usted estaba fuera se dedicó a la escalada de edificios altos por diversión, abrió todas las cerraduras de la Oficina de Correos y se unió a la fraternidad Estornudos Extremos, quienes son francamente dementes. Necesita el olor embriagador del peligro para que su vida merezca la pena vivirla.

—¡Él nunca hace ese tipo de cosas cuando estoy aquí!

—En efecto. ¿Puedo invitarla a pasear en coche conmigo?

—¿Qué quiere decir con un "en efecto" como ése? —dijo Adora Belle con recelo.

Vetinari levantó una ceja. —Por ahora, si he sido hábil para juzgar la manera en que su novio piensa, deberíamos ir a ver un enorme agujero...

Vamos a necesitar piedra, pensó Moist mientras los golems excavaban. Montones de piedra. ¿Pueden hacer el mortero? Por supuesto que pueden. Son la navaja de herramientas del ejército de Lancre.

Era terrible, la manera en que podían cavar, incluso en este agotado suelo sin esperanza. El polvo se alzaba en el aire como una fuente. A media milla de distancia, la Vieja Torre del Mago, un hito en el camino de Sto Lat, se alzaba sobre una zona de matorrales y desolación que era inusual en la gran llanura de granjas. Mucha magia había sido utilizada aquí una vez. Las plantas crecían torcidas o no crecían en absoluto. Los búhos que frecuentaban las ruinas

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se aseguraban de que sus comidas vinieran de cierta distancia. Era el lugar perfecto. Nadie lo quería. Se trataba de un baldío, y no se debería permitir que un terreno baldío se desperdicie.

Qué arma, pensó, mientras su caballo golem rodeaba a los excavadores. Podrían derrumbar una ciudad en un día. Qué terrible fuerza que serían en las manos equivocadas.

Gracias a las deidades que están en las mías...

La multitud se mantenía a distancia, pero también era cada vez más y más grande. La ciudad había salido a ver. Ser un verdadero ciudadano de Ankh-Morpork es que nunca te pierdas un espectáculo. En cuanto al Sr. Quisquilloso, al parecer estaba teniendo el mejor momento de su vida de pie sobre la cabeza del caballo. Nada le gusta más a un perrito que un lugar alto desde el cual ladrar locamente a la gente... No, en realidad lo había, y el presidente había logrado calzar su juguete entre una oreja de arcilla y una pata, y detenía su ladrido para gruñir cada vez que Moist hacía una tentativa de agarrarlo.

—¡Sr. Lipwig!

Miró alrededor para ver a Sacharissa apresurándose hacia él, agitando su bloc de notas. ¿Cómo lo hacía? se preguntó, viendo como, mientras el polvo llovía a su alrededor, ella se escabullía pasando las líneas de golems excavadores. Llegó aquí incluso antes que la Guardia.

—Tiene un caballo golem, veo —gritó cuando llegó a él—. Se ve hermoso.

—Es un poco como montar una maceta que no se puede gobernar —dijo Moist, teniendo que gritar para hacerse oír sobre el ruido—. La silla podría utilizar algo de relleno, también. Bueno, pienso, ¿no? ¿Observa cómo esquiva todo el tiempo, exactamente como la cosa real?

—¿Y por qué están los golems enterrándose a sí mismos?

—¡Yo se los ordené!

—¡Pero son inmensamente valiosos!

—Sí. Por lo tanto, debemos mantenerlos a salvo, ¿verdad?

—¡Pero pertenecen a la ciudad!

—Están ocupando un montón de lugar, ¿no le parece? ¡No estoy reclamando derechos sobre ellos, en todo caso!

—Pueden hacer cosas maravillosas para la ciudad, ¿no? —Más personas iban llegando ahora, y gravitaban hacia el hombre con el traje dorado porque siempre era una buena relación calidad-precio.

—¿Como implicarnos en una guerra o crear un ejército de mendigos? ¡Mi manera es mejor!

—¡Estoy segura de que va a decirnos que es ésto! —gritó Sacharissa.

—¡Quiero basar la moneda en ellos! ¡Quiero hacerlos dinero! ¡El oro que se custodia a sí mismo! ¡No puedes falsearlo!

—¿Nos quiere poner en el patrón golem?

—¡Por supuesto! ¡Mírelos! ¿Cuánto valen? —gritó Moist, cuando su caballo retrocedió muy convincente—. ¡Podrían construir canales y presas para inundaciones, nivelar montañas y hacer caminos! ¡Si los necesitamos, ellos los harán! ¡Y si no lo hacemos, entonces nos ayudarán a hacernos ricos sin hacer nada! ¡El dólar va a ser tan fuerte que los trolls podrían rebotar en él!

El caballo, con un asombroso dominio de las relaciones públicas, retrocedió de nuevo cuando Moist señaló a las masas trabajadoras.

—¡Eso es valor! ¡Eso es riqueza! ¿Cuál es el valor de una moneda de oro en comparación con la destreza de la mano que la sostiene? —Repitió la línea en la cabeza y añadió: —Ése sería un buen eslogan publicitario en la página uno, ¿no le parece? ¡Y es Lipwig con G!

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Sacharissa rió.

—¡La página ya está llena! ¿Qué va a pasar con estas cosas?

—¡Se quedan aquí hasta que las cabezas frías decidan qué hacer a continuación!

—¿Y de qué están cuidando a la ciudad ahora, exactamente?

—¡De la estupidez!

—Una última cosa, Moist. Es el único que sabe el secreto de los golems, ¿sí?

—¡Inexplicablemente, ése parece ser el caso!

—¿Por qué?

—¡Supongo que soy sólo una persona muy persuasiva! —Esto produjo otra risa.

—¿Que sucede al que comanda a un gran ejército imparable? ¿Qué exigencias va a hacer?

—¡Ninguna! No, pensándolo mejor un café estaría bien. ¡No tomé el desayuno! —Eso produjo una risa mucho mayor de la multitud.

—¿Y piensa que los ciudadanos deben alegrarse de que esté en la montura, como está?

—¡Diablos, sí! ¡Confíe en mí! —dijo Moist, desmontando y levantando a un reacio señor Quisquilloso de su percha.

—Bueno, usted debe saber acerca de eso, señor Lipwig. —Esto produjo una ronda de aplausos—.Usted no tiene intención de decirnos qué pasó con el oro del banco, ¿verdad?

— ¡Lo está usando! —gritó un chistoso en la multitud, para animar.

—Srta. Mechoncrespo, su cinismo es, como siempre, una daga en mi corazón! —dijo Moist—. Tenía la intención de llegar al fondo de eso hoy, pero "los mejores planes" y todo eso. ¡Parece que no soy capaz de limpiar mi escritorio!

Incluso esto produjo una risa, y no era muy gracioso.

—¿Sr. Lipwig? Quiero que venga conmigo... —el Comandante Vimes se abrió camino a través de la multitud, con otros vigilantes materializándose detrás de él.

—¿Estoy bajo arresto?

—¡Diablos, sí! ¡Usted salió de la ciudad!

—Creo que podría argumentar con éxito, comandante, que la ciudad ha venido con él.

Todas las cabezas giraron. Un camino se despejó a sí mismo para Lord Vetinari; los caminos se hacen para los hombres que se sabe que tienen mazmorras en sus sótanos. Y Adora Belle cojeó pasándolo, se tiró sobre Moist y empezó a golpearlo en el pecho, gritando: —¿Cómo llegaste a ellos? ¿Cómo los hiciste entender? ¡Dímelo o nunca voy a casarme contigo otra vez!

—¿Cuáles son sus intenciones, señor Lipwig? —dijo Vetinari.

—Tenía previsto entregarlos al Fideicomiso Golem, señor —dijo Moist, rechazando a Adora Belle tan suavemente como fue posible.

—¿Lo hará?

—Pero no los caballos golem, señor. Apuesto a que son más rápidos que cualquier criatura de carne y hueso. Hay diecinueve de ellos, y si usted acepta mi consejo, señor, le dará uno al rey de los enanos, porque me imagino que está un poco enojado ahora. Depende de usted lo que hace con los demás. Pero me gustaría pedir media docena de ellos para la Oficina de Correos. En el ínterin, el resto de ellos estará seguro bajo tierra. Quiero que sean la base de la moneda, porque…

—Sí, no pude dejar de escuchar —dijo Vetinari—. Bien hecho, señor Lipwig, puedo ver

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que ha estado pensando en esto. Nos ha presentado una sensata manera de avanzar, de hecho. También he estado pensando mucho en la situación, y todo lo que me queda es…

—Oh, no son necesarias las gracias…

—…decir detenga a este hombre, comandante. Sea tan bueno como para esposarlo a un oficial fornido y ponerlo en mi coche.

—¿Qué? —dijo Moist.

—¿Qué? — gritó Adora Belle.

—Los directores del Banco Real están presentando acusaciones de malversación de fondos en contra de usted y el presidente, señor Lipwig. —Vetinari se agachó y levantó al Sr. Quisquilloso por el pescuezo. El pequeño perro se hamacó suavemente hacia delante y hacia atrás en la mano del Patricio, los ojos abiertos del terror, su juguete vibrando en disculpas en su boca.

—No puede culparlo seriamente de nada —protestó Moist.

—¡Ay, él es el presidente, señor Lipwig! Sus patas se encuentran en los documentos.

—¿Cómo puede hacer esto después de lo que Moist ha pasado? —dijo Adora Belle—. ¿No acaba de salvar el día?

—Posiblemente, aunque no estoy seguro de que ha salvado para quien. La ley debe ser obedecida, Srta. Dearheart. Incluso los tiranos tienen que obedecer la ley. —Se paró, con expresión pensativa y continuó: —No, le digo una mentira, los tiranos no tienen que obedecer la ley, obviamente, sino que tienen que observar las sutilezas. Al menos, yo.

—Pero él no… —comenzó Adora Belle.

—Mañana a las nueve en punto, en el Gran Salón —dijo Vetinari—. Invito a todas las partes interesadas a asistir. Vamos a llegar al fondo de esto. —Levantó la voz—. ¿Hay directores del Banco Real aquí? ¡Ah, señor Pródigo! ¿Está usted bien?

Cosmo Pródigo, caminando inestable, se abrió camino a través de la multitud, sostenido por un brazo por un hombre joven con una túnica marrón.

—¿Ustedes le han arrestado? —dijo Cosmo.

—Un hecho indiscutible es que el Sr. Lipwig, en nombre del Sr. Quisquilloso, formalmente asumió la responsabilidad por el oro.

—De hecho lo hizo —dijo Cosmo, mirando a Moist.

—Pero en las circunstancias creo que debería examinar todos los aspectos de la situación.

—Estamos de acuerdo allí —dijo Cosmo.

—Y para ello estoy organizando que mis empleados entren en el banco esta noche y examinen sus archivos —continuó Vetinari.

—No puedo aceptar su solicitud —dijo Cosmo.

—Afortunadamente, no se trataba de una solicitud. —Lord Vetinari se puso al Sr. Quisquilloso bajo el brazo, y continuó: —Tengo conmigo el presidente, ve. Comandante Vimes, conduzca al señor Lipwig a mi coche, por favor. Vea que la Srta. Dearheart sea escoltada a su casa, ¿quiere? Vamos a arreglar las cosas en la mañana.

Vetinari miró la torre de polvo que ahora envolvía a los industriosos golems, y añadió: —Todos hemos tenido un día muy ocupado.

En el callejón detrás del Club del Minino Rosado la insistente y retumbante música era sorda pero todavía omnipresente. Oscuras figuras acechaban...

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—¿Dr. Hicks, señor?

El Director del Departamento de Comunicaciones Post-Mortem hizo una pausa en el acto de dibujar una runa complicada entre los menos complejos graffiti de todos los días y miró el rostro preocupado de su estudiante.

—¿Sí, Barnsforth?

—¿Es esto exactamente legal bajo las normas de la universidad, señor?

—¡Por supuesto que no! ¡Piense en lo que podría ocurrir si este tipo de cosas cae en las manos equivocadas! Sostenga la lámpara mas alta, Goatly, estamos perdiendo la luz.

—¿Y en manos de quién estaría eso, señor?

—Bueno, técnicamente las nuestras, como una cuestión de hecho. Pero es perfectamente correcto si el Consejo no lo averigua. Y no lo hará, por supuesto. Ellos saben mejor que nadie ir en torno a la búsqueda de las cosas.

—¿Por lo tanto, es ilegal, técnicamente?

—Bien ahora —dijo Hicks, dibujando un glifo que flameó azul por un momento—, ¿quien entre nosotros, cuando llegas a ello, puede decir qué está bien y qué está mal?

—¿El Consejo del Colegio, señor? —dijo Barnsforth.

Hicks tiró la tiza y se enderezó.

—¡Ahora escúchen, ustedes cuatro! Vamos a insorcizar a Pulgoso, ¿entienden? ¡Para su satisfacción eterna y el no inconsiderable bien del departamento, créanme! Este es un ritual difícil pero si me ayudan serán Doctores de Comunicaciones Post-Mortem al final del periodo, ¿comprenden? ¡Directo para muchos de vosotros y, por supuesto, el anillo con el cráneo! Dado que hasta ahora han logrado hacer una tercera parte de un ensayo entre todos, yo diría que es una ganga, ¿no lo crees, Barnsforth?

El estudiante parpadeó ante la fuerza de la pregunta, pero el talento natural vino en su ayuda. Tosió en una forma curiosamente académica, y dijo: —Creo que comprendo, señor. Lo que estamos haciendo aquí va más allá de las definiciones mundanas del bien y del mal, ¿no? Servimos a una verdad más alta.

—Bien hecho, Barnsforth, hará un largo camino. ¿Todo el mundo entendió eso?

Verdad más alta. ¡Bueno! ¡Ahora vamos a decantar al viejo cabrón y salir de aquí antes de que alguien nos agarre!

Un oficial troll en un coche es difícil de ignorar. Simplemente preocupa. Ésa era la pequeña broma de Vimes, tal vez. El sargento Detritus se sentó al lado de Moist, sujetándolo de manera efectiva en su asiento. Lord Vetinari y Nudodetambor se sentaron enfrente, su señoría cruzó las manos en el cabezal de plata de su bastón y descansó la barbilla sobre las manos. Observaba intensamente a Moist.

Existía el rumor de que la espada en el bastón había sido hecha con el hierro de la sangre tomada a un millar de hombres. Parecía un desperdicio, pensó Moist, cuando por un poco de trabajo adicional podías obtener suficiente para hacer una reja de arado. ¿Quién inventaba estas cosas, de todos modos?

Pero con Vetinari parecía posible, si bien un poco desordenado.

—Mire, si se permite a Cosmo —comenzó.

—Pas devant le gendarme —dijo Lord Vetinari.

—Ezo zignifica no hablar delante de yo —suministró el Sargento Detritus amablemente.

—¿Entonces podemos hablar de ángeles? —dijo Moist, después de un período de silencio.

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—No, no podemos. Señor Lipwig, usted parece ser la única persona capaz de mandar el ejército más grande desde los tiempos del Imperio. ¿Cree que es una buena idea?

—¡Yo no quería! ¡Acabo de averiguar la forma de hacerlo!

—Usted sabe, señor Lipwig, matarlo a usted ahora resolvería una cantidad increíblemente grande de problemas.

—¡Yo no intenté esto! Bueno... no exactamente así.

—Nosotros no teníamos la intención del Imperio. Simplemente se convirtió en un mal hábito. Por lo tanto, señor Lipwig, ahora que tiene sus golems, ¿qué más piensa usted hacer con ellos?

—Poner uno en cada torre de clac para dar energía. Los molinos a burro nunca han funcionado correctamente. Las otras ciudades no pueden oponerse a ello. Será una bendición para las hum… para las personas y los burros no se opondrán tampoco, espero.

—Eso supondrá unos pocos cientos, tal vez. ¿Y el resto?

—Tengo la intención de convertirlos en oro, señor. Y creo que van a resolver todos nuestros problemas.

Vetinari levantó una inquisitiva ceja. —¿Todos nuestros problemas?

El dolor estaba comenzandode nuevo, pero era de alguna manera tranquilizador. Se estaba convirtiendo en Vetinari, sin duda. El dolor era bueno. Era un buen dolor. Se concentró él, le ayudaba a pensar.

En este momento, Cosmo estaba pensando que Pucci realmente debería haber sido estrangulada en el momento del nacimiento, lo que el folclore que la familia decía que había tratado de lograr. Todo acerca de ella era molesto. Era egoísta, arrogante, codiciosa, vana, cruel, testaruda y totalmente carente de tacto y de la menor cantidad de introspección.

No eran, dentro del clan, considerados inconvenientes en una persona, uno no puede hacerse rico si uno se preocupa todo el tiempo acerca de si lo que estaba haciendo estaba mal o bien. Pero Pucci pensaba que era hermosa, y eso hacía rechinar sus nervios. Ella tenía buen pelo, eso era verdad, ¡pero esos tacones altos! ¡Parecía un globo atado! La única razón por la que tenía una figura era por las maravillas de la corsetería. Y, si bien había escuchado que las niñas gordas tienen personalidad encantadora, ella sólo tenía un montón, y toda ella era Pródigo.

Por otro lado, era de su edad y al menos tenía ambición y un maravilloso don para el odio. No era perezosa, como el resto de ellos. Pasaban sus vidas amontonados alrededor del dinero. No tenían visión. Pucci era alguien con quien podía hablar. Ella veía las cosas desde una perspectiva suave y femenina.

—Deberías haber matado a Bent — dijo—. Estoy segura de que sabe algo. Vamos a colgarlo de uno de los puentes por los tobillos. Eso es lo que solía hacer Abuelito. ¿Por qué todavía usas ese guante?

—Él ha sido un leal servidor del banco —dijo Cosmo, haciendo caso omiso de la última observación.

—¿Y bien? ¿Qué tiene que ver con eso? ¿Tienes todavía algo mal en la mano?

—Mi mano está bien —dijo Cosmo, cuando otra rosa roja de dolor floreció todo el camino hasta el hombro. Estoy tan cerca, pensó. ¡Tan cerca! ¡Vetinari piensa que me tiene, pero yo lo tengo! ¡Oh, sí! Sin embargo... quizás ha llegado el momento de empezar a ordenar.

—Voy a enviar a Arándano a ver al Sr. Bent esta noche —dijo—. El hombre ya no es de utilidad ahora que tengo a Cribbins.

—Bien. Y luego Lipsbig irá a la cárcel y tendremos de nuevo nuestro banco. No te ves

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bien, sabes. Estás muy pálido.

—¿Tan pálido como Vetinari? —dijo Cosmo, señalando a la pintura.

—¿Qué? ¿De qué hablas? No seas tonto —dijo Pucci—. Y hay un olor raro aquí, también. ¿Algo ha muerto?

—Mis pensamientos están claros. Mañana será el último día de Vetinari como Patricio, te lo aseguro.

—Estás haciendo el tonto de nuevo. Y tan sudoroso, debo añadir —dijo Pucci—. Sinceramente, tu barbilla está goteando. ¡ Anímate!

—Me imagino que la oruga se siente morir cuando empieza a convertirse en una hermosa mariposa —dijo Cosmo soñadoramente.

—¿Qué? ¿Qué? ¿Quién sabe? ¿Qué tiene que ver con nada? —exigió Pucci—. Así no es cómo funciona en cualquier caso, porque, escucha, esto es muy interesante: la oruga muere, correcto, y se convierte en puré y, después, un poco de ella, como un riñón o algo así, de repente se despierta y se come la sopa de oruga, y eso es lo que sale como mariposa. Es una maravilla de la naturaleza. Tienes un poco de gripe. No seas un bebé grande. Tengo una cita. Nos vemos en la mañana.

Ella salió con grandes gestos, dejando a Cosmo solo con excepción de Arándano, que estaba leyendo en la esquina.

Se le ocurrió a Cosmo que realmente sabía muy poco sobre el hombre. Como Vetinari, por supuesto, pronto conocería todo sobre todos.

—¿Estuviste en la Escuela de Asesinos, Arándano? —dijo.

Arándano tomó un pequeño marcador de plata de su bolsillo superior, lo colocó cuidadosamente en la página, y cerró el libro.

—Sí, señor. Chico becado

—Oh, sí. Me acuerdo de ellos, escabulléndose todo el tiempo. Tendían a ser intimidados.

—Sí, señor. Algunos de nosotros sobrevivimos.

—Nunca te intimidé, ¿no?

—No, señor. Lo hubiera recordado.

—Eso es bueno. Eso es bueno. ¿Cuál es tu primer nombre, Arándano?

—No lo sé, señor. Expósito.

—¡Qué triste! Tu vida debe haber sido muy dura.

—Sí, señor.

—El mundo puede ser muy duro a veces.

—Sí, señor.

—¿Serías tan bueno como para matar el Sr. Bent esta noche?

—He hecho una nota mental, señor. Voy a tomar un asociado y a realizar la tarea una hora antes del amanecer. La mayor parte de los huéspedes de la señora Cake estará fuera en ese momento y la niebla será más espesa. Afortunadamente, la señora Cake se queda con su vieja amiga la señora Harms-Beetle en Jabón Bienvenido esta noche. Lo he comprobado antes, anticipando esta eventualidad.

—Eres un artesano, Arándano. Te saludo.

—Gracias, señor.

—¿Has visto a Hastahora en algún sitio?

—No, señor.

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—¿Me pregunto dónde ha ido? Ahora vete y toma tu cena, de todos modos. No voy a cenar esta noche.

—Mañana voy a cambiar —dijo en voz alta, cuando se hubo cerrado la puerta detrás de Arándano.

Se agachó y sacó la espada. Era una cosa bella.

En la imagen enfrente, Lord Vetinari levantó una ceja y dijo: —Mañana serás una hermosa mariposa.

Cosmo sonrió. Estaba cerca de allí. Vetinari se había vueltocompletamente loco.

El Sr. Bent abrió los ojos y miró al techo.

Después de unos segundos esta aburrida visión fue reemplazada por una enorme nariz, con el resto de un rostro preocupado a cierta distancia más allá.

—¡Está despierto!

El Sr. Bent parpadeó y se reorientó y miró a la Srta. Cortinas, una sombra contra la luz de la lámpara.

—Usted tuvo un ataque un poco divertido, Sr. Bent —dijo, en la lenta y cuidadosa voz que utilizan las personas para hablar con los enfermos mentales, los ancianos y los peligrosamente armados.

—¿Un ataque divertido? ¿Hice algo gracioso? —Levantó la cabeza de la almohada, y olfateó.

—¿Está usando un collar de ajos, Srta. Cortinas? —dijo.

— Es… una precaución —dijo la Srta. Cortinas, con expresión culpable—, contra... los resfriados... sí, los resfriados. No se puede ser demasiado cuidadoso. ¿Cómo se siente usted, en sí mismo?

El Sr. Bent dudó. No estaba seguro de cómo se sentía. No estaba seguro de quién era. Parecía haber un agujero en él. No había nada de sí mismo en sí mismo.

—¿Qué ha estado ocurriendo, Srta. Cortinas?

—Oh, usted no quiere preocuparse por todo eso —dijo la Srta. Cortinas, con alegría frágil.

—Yo creo que sí, Srta. Cortinas.

—El médico dijo que no fuera a emocionarse, Sr. Bent.

—Con lo mejor de mi conocimiento nunca me he emocionado en mi vida, Srta. Cortinas.

La mujer asintió. Por desgracia, la declaración era muy fácil de creer.

—Bueno, ¿usted conoce al señor Lipwig? Dicen que se robó todo el oro de la bóveda... —Y la historia se desarrolló. En muchas partes era especulación, de primera y de segunda mano, y porque la Srta. Cortinas era una lectora regular de la Corneta de Tanty fue relatado en el estilo y lenguaje en que se discuten los cuentos de “asesinato horrible”.

La conmovió la manera en que el hombre yacía allí. Una o dos veces él le pidió que volviera sobre un detalle, pero su expresión nunca cambió. Ella trató de añadir emoción, pintó las paredes con signos de exclamación, y él no cambió.

—…y ahora está encerrado en el Tanty —dijo la Srta. Cortinas—. Dicen que será colgado por el cuello hasta morir. Creo que es peor eso que sólo ser ahorcado.

—Pero no pudieron encontrar el oro... —susurró Mavolio Bent, apoyando la espalda contra la almohada.

—¡Eso es! ¡Algunos dicen que ha sido sacado por terribles cómplices! —dijo la Srta. Cortinas—. Dicen que las informaciones han sido puestas en su contra por el Sr. pródigo.

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—Soy un hombre maldito, Srta. Cortinas, juzgado y condenado —dijo el Sr. Bent, mirando a la pared.

—¿Usted, señor Bent? ¡Ésa no es manera de hablar! ¿Usted, que nunca ha cometido un error?

—Pero he pecado. ¡Oh, lo he hecho! ¡He adorado falsos ídolos!

—Bueno, a veces no puedes encontrar a los verdaderos —dijo la Srta. Cortinas, palmeando su mano y preguntándose si debería llamar a alguien—. Mire, si quiere la absolución, entiendo que los Ionianos están haciendo dos pecados por uno esta semana…

—Eso me atrapó —susurró—. Oh cielos, Srta. Cortinas. ¡Hay algo creciendo dentro de mí que quiere salir!

—No se preocupe, tenemos un cubo —dijo la Srta. Cortinas.

—¡No! ¡Debería irse ahora! ¡Esto será terrible!

—No voy a ningún lugar, Sr. Bent —dijo la Srta. Cortinas, un estudio en determinación—. Sólo está teniendo un ataque divertido, eso es todo.

—¡Ja! —dijo el Sr. Bent—. Ja... ja... jaja... —La risa creció por su garganta como algo desde la cripta.

Su cuerpo flaco se puso rígido y arqueado como si estuviera levantándose del colchón. La Srta. Cortinas se arrojó a través de la cama, pero era demasiado tarde. El hombre levantó la mano, temblando, y extendió un dedo hacia el ropero.

—¡Aquí estamos de nuevo! —gritó Bent.

La cerradura hizo clic. Las puertas se abrieron.

En el armario había una pila de libros, y… algo envuelto. El Sr. Bent abrió los ojos y los levantó hacia la Srta. Cortinas.

—Yo lo traje conmigo —dijo, como si hablara consigo mismo—. Lo odiaba tanto pero lo traje conmigo. ¿Por qué? ¿Quién dirige el circo?

La Srta. Cortinas estaba en silencio. Lo único que sabía era que iba a seguir esto hasta el final. Después de todo, había pasado la noche en la habitación de un hombre, y Lady Deirdre Waggon tenía mucho que decir acerca de eso. Ella era técnicamente una Mujer Arruinada, lo que parecía injusto, dado que, más técnicamente aun, no lo era.

Ella observó mientras el Sr. Bent... se cambiaba. Tuvo la decencia de hacerlo de espaldas, pero ella cerró los ojos de todos modos. Entonces recordó que estaba Arruinada, así que no tenía mucho sentido, ¿verdad?

Los abrió de nuevo.

—¿Srta. Cortinas? —dijo el Sr. Bent soñadoramente.

—¿Sí, señor Bent? —dijo, a través de dientes castañeteantes.

—Tenemos que encontrar... una panadería.

Arándano y su socio entraron en la habitación, y se detuvieron de golpe. Esto no estaba de acuerdo con el plan.

—Y, posiblemente, una escalera —dijo el Sr. Bent. Sacó una tira de caucho de color rosa de su bolsillo, y se inclinó.

Capítulo 12

No hay ayuda desde lo alto — Nudodetambor informa — Un posible chiste — El señor Quisquilloso toma el escenario — Cosas extrañas en el aire — El regreso del Sr. Bent —

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"¡Cuidado, tiene una margarita!” — El gran momento de Pucci — Cosmo necesita una mano

HABÍA PAJA LIMPIA en la celda de Moist y era bastante cierto que nadie había escupido en el guiso, que contenía lo que, si se viera obligado a nombrarla, tendría que reconocer que era carne. La noticia había corrido de alguna manera de que Moist era la razón por la que Bellyster ya no estaba en el personal. Incluso sus compañeros carceleros habían odiado al intimidante bastardo, por lo que Moist tuvo una segunda ración sin pedirla, sus zapatos limpios y una copia del Times a la mañana.

La marcha de los golems había llevado a los problemas del banco a la página 5. Los golems ocupaban toda la primera página, y muchas de las páginas interiores estaban llenos de Vox Populi —lo que significa gente de la calle, que no sabía nada, dijeron lo que sabían a otras personas — y largos artículos de personas que tampoco sabían nada, pero podían decirlo muy elegantemente en 250 palabras.

Estaba justo mirando al crucigrama17 cuando alguien golpeó muy educadamente en la puerta de la celda. Era el alcaide, que esperaba que el Sr. Lipwig disfrutara de su breve estancia con ellos, querría mostrarle su transporte, y esperaba el placer de su custodia nuevamente si hay posteriores dudas temporales acerca de su honestidad. En el ínterin, agradecería que el Sr. Lipwig fuera tan amable de usar estos grilletes livianos, por el aspecto de la cosa, y cuando fueran retirados de él, lo que seguramente sería cuando su persona fuera demostrada ser impecable, por favor recordar al funcionario a cargo que eran propiedad de la prisión, muchas gracias.

Había una multitud fuera de la prisión, aunque estaban de pie detrás del gran golem que, sobre una rodilla y con un puño en el aire, estaba esperando fuera de la puerta. Había aparecido anoche y si el señor Lipwig podía lograr que se moviera, dijo el alcaide, todo el mundo estaría muy agradecido. Moist trató de verse como si lo hubiera esperado. Él había dicho a Bigote Negro que esperase nuevas órdenes. No había previsto esto.

En efecto, siguió al coche todo el camino hasta el palacio. Había un montón de vigilantes bordeando la ruta y parecía haber una figura vestida de negro en cada techo. Parecía que Vetinari no le dejaba posibilidades de escapar. Había más guardias esperando en el patio de atrás —más que lo que era eficiente, podría decir Moist, ya que puede ser más fácil para un hombre de pensamiento rápido escapar de veinte hombres que de cinco. Pero alguien estaba Haciendo Una Declaración. No importaba lo que era, siempre y cuando pareciese impresionante.

Fue conducido por oscuros pasajes a la repentina luz de la Gran Sala, que estaba abarrotada. Hubo un conato de aplauso, uno o dos vitoreos, y una repetida serie de “buus” de Pucci, que estaba sentada junto a su hermano en la primera fila del gran bloque de asientos. Moist fue llevado a un pequeño estrado que iba a hacer el trabajo de banquillo de acusado, desde donde podía mirar a los dirigentes de los gremios, altos magos, sacerdotes y miembros importantes de los Grandes y los Buenos o, al menos, los Grandes y los Ruidosos. Estaba Harry Rey, sonriéndole, y la nube de humo que indicaba la presencia de Adora Belle y —oh sí, la nueva Alta Sacerdotisa de Anoia, su corona de cucharas brillantes dobladas, su cucharón ceremonial sostenido en alto, su cara rígida por nervios e importancia. Me lo debes, muchacha, pensó Moist, porque hace un año tenías que trabajar en un bar por la noche para ganarte la vida y Anoia era sólo una de media docena de semi-diosas que compartían un altar que, seamos sinceros, era tu mesa de cocina con un trapo encima. ¿Qué es un pequeño milagro, comparado con eso?

Se escuchó un batir de telas y de repente Lord Vetinari estaba en su asiento, con Nudodetambor a su lado. El zumbido de conversación cesó, cuando el Patricio miró a alrededor de la sala.

—Gracias por venir, señoras y señores —dijo—.Pongámonos a eso, ¿sí? Ésto no es un

17 1 Vertical Jugadores sacudidos desplazan la carga (9 letras). Lord Vetinari se había burlado de eso.

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tribunal de leyes, propiamente dicho. Es un tribunal de investigación, que he convocado para examinar las circunstancias que rodearon la desaparición de diez toneladas de lingotes de oro del Banco Real de Ankh-Morpork. El buen nombre del banco se ha puesto en tela de juicio, por lo que consideramos todas las cuestiones aparentemente relativas…

—¿No importa adónde conduzcan?

—En efecto, Sr. Cosmo Pródigo. No importa adónde conduzcan.

—¿Tenemos su garantía sobre eso? —insistió Cosmo.

—Creo que ya la he dado, señor Pródigo. ¿Podemos continuar? He designadoal erudito Sr. Tendencioso, de Maspanal, Tendencioso y Lugarmiel, como Consejero de la Investigación. Él examinará y volverá a examinar como considere oportuno. Creo que es conocido por todos que el Sr. Tendencioso dispone del total respeto de la profesión jurídica de Ankh-Morpork.

El Señor Tendencioso saludó con la cabeza a Vetinari y dejó que su inmutable mirada tomara el resto de la habitación. Esta permaneció mucho tiempo en las filas de los Pródigo.

—En primer lugar, la cuestión del oro —dijo Vetinari—. Presento a Nudodetambor, mi secretario y oficinista jefe, que pasó la noche con un equipo de empleados superiores en el banco…

—¿Estoy en el banquillo de los acusados aquí? —dijo Moist.

Vetinari le echó un vistazo y miró a sus papeles.

—He aquí su firma en un recibo de unas diez toneladas de oro —afirmó—. ¿Usted discute su autenticidad?

—¡No, pero pensé que era sólo una formalidad!

—Diez toneladas de oro es una formalidad, ¿verdad? ¿Y luego irrumpió en la bóveda?

—Bueno, sí, técnicamente. No podía desbloquearla porque el Sr. Bent se desmayó dentro y había dejado la llave en la cerradura.

—Ah, sí, el Sr. Bent, el jefe de cajeros. ¿Está hoy con nosotros?

Una rápida encuesta encontró la habitación sin Bent.

—Entiendo que se encontraba en un estado algo afligido, pero no seriamente herido —afirmó Lord Vetinari—. Comandante Vimes, por favor sería tan amable para enviar a algunos hombres a su alojamiento, ¿quiere? Me gustaría que se una a nosotros.

Se dirigió de nuevo a Moist.

—No, señor Lipwig, usted no está en juicio, por el momento. En términos generales, antes de que alguien sea puesto en juicio, ayuda tener clara la razón para hacerlo. Se considera más prolijo. Debo señalar, sin embargo, que tomó la responsabilidad formal por el oro, el cual tenemos que asumir era claramente oro y estaba claramente en la bóveda en ese momento. Para tener una comprensión cabal de la disposición del banco en este momento le pedí a mi secretario una auditoria de los asuntos del banco, que él y su equipo han hecho anoche…

—Si no estoy realmente siendo juzgado en este momento ¿puedo deshacerme de estas cadenas? Provocan prejuicios que hacen al caso contra mí —dijo Moist.

—Sí, muy bien. Guardias, encárguense deeso. ¿Ahora, señor Nudodetambor, si le place?

Voy a ser colgado a secar, pensó Moist, cuando Nudodetambor empezó a hablar. ¿A qué estaba jugando Vetinari?

Él miraba a la multitud cuando Nudodetambor pasó a través de la tediosa letanía de la contabilidad. Justo enfrente, en una gran masa de negro, estaba la familia Pródigo. Desde aquí se veían como buitres. Esto iba a llevar mucho tiempo, por el sonido del serio zumbido de Nudodetambor. Le iban a poner una trampa, y Vetinari… Ah, sí, y entonces sería, en alguna tranquila habitación: —Señor Lipwig, si pudiera en manera clara decirme cómo se controlan los

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golems...

Una conmoción cerca de la puerta vino como un alivio bienvenido, y ahora el Sargento Fred Colon, seguido por su inseparable asociado Nobby Nobbs, prácticamente nadaba a través de la multitud. Vimes se abrió camino hacia ellos, con Sacharissa derivando en su estela. Hubo una conversación apresurada, y una onda de excitación horrorizada rodó a través de la multitud.

Moist captó la palabra “¡Asesinado!”

Vetinari se levantó y bajó su bastón de plano sobre la mesa, poniendo fin al ruido como la puntuación de los dioses.

—¿Que ha ocurrido, Comandante? —dijo.

—Cuerpos, señor. ¡En el alojamiento del Sr. Bent!

—¿Él ha sido asesinado?

—¡Nosseñor! —Vimes conferenció brevemente y de manera urgente con su sargento—. Cuerpo identificado provisionalmente como Profesor Arándano, señor, no un verdadero profesor, sino un desagradable asesino a sueldo. Pensábamos que había abandonado la ciudad. Suena como que el otro es Costillar Jack, quien fue pateado hasta la muerte —hubo otra información susurrada, pero el comandante Vimes tendía a elevar la voz cuando se enojaba— ¿por qué? ¿En el segundo piso? ¡No seas tonto! Entonces, ¿qué tiene de Arándano? ¿Eh? ¿Acabas de decir lo que pienso que has dicho?

Se enderezó.

—Lo siento, señor, voy a tener que ir y ver por mí mismo. Creo que alguien está haciendo un chiste.

—¿Y el pobre Bent? —dijo Vetinari.

—No hay rastro de él, señor.

—Gracias, comandante. —Vetinari agitó una mano—. Vuelva rápido cuando sepa más. No podemos tener chistes. Gracias, Nudodetambor. Tengo entendido que no encontró nada desfavorable, aparte de la falta de oro. Estoy seguro de que es un alivio para todos nosotros. La palabra es suya, señor Tendencioso.

El abogado se levantó con un aire de dignidad y de naftalina.

—Dígame, señor Lipwig, ¿cuál era su trabajo antes de que usted llegase a Ankh-Morpork? —dijo.

Muy… bien, pensó Moist, mirando a Vetinari, lo he resuelto. Si soy bueno y digo lo correcto, podré vivir. A un precio. Bueno, no gracias. Todo lo que quería era hacer algo de dinero.

—¿Su trabajo, señor Lipwig? —repitió Tendencioso.

Moist miró a lo largo de las filas de los observadores, y vio el rostro de Cribbins. El hombre guiñó.

—¿Hmm? —dijo.

—¡Le pregunté cual era su trabajo antes de llegar a esta ciudad!

Fue en este punto que Moist se percató de un desgraciadamente familiar sonido, un zumbido, y desde su elevada posición él fue el primero en ver al presidente del Banco Real aparecer desde detrás de las cortinas en el otro extremo de la sala con su magnífico juguete nuevo anclado firmemente en su boca. Algún truco de las vibraciones impulsaba al señor Quisquilloso hacia atrás a través del brillante mármol.

La gente en la audiencia estiró sus cuellos mientras, meneando la cola, el perrito pasó detrás de la silla de Vetinari y desapareció detrás de las cortinas en el lado opuesto.

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Estoy en un mundo en el que eso acaba de ocurrir, pensó Moist. Nada importa. Fue una visión de increíble liberación.

—Sr. Lipwig, le hice una pregunta, —gruñó Tendencioso.

—Oh, lo siento. Yo era un maleante —... ¡y voló! ¡Eso fue! ¡Esto fue mejor que colgar fuera de algún edificio antiguo! ¡Mira la expresión en el rostro de Cosmo! ¡Mira a Cribbins! Tenían todo planeado, y ahora se ha alejado de ellos. ¡Tenía a todos en su mano, y se fue volando!

Tendencioso dudó.

—Por maleante quiere decir…

—Embaucador. Falsificador ocasional. Me gustaba pensar que yo era más que un truhán, para ser sincero.

Moist vio las miradas que pasaron entre Cosmo y Cribbins, y se alegró en su interior. No, esto no se suponía que sucediese. Y ahora vas a tener que correr para estar a la altura...

El Señor Tendencioso ciertamente tenía problemas en esa área.

—¿Puedo ser claro aquí? ¿Usted violaba la ley como medio de vida?

—Principalmente he aprovechado la codicia de otras personas, señor Tendencioso. Creo que hubo un elemento de educación, también.

El Señor Tendencioso sacudió su cabeza asombrado, haciendo caer a un bicho, con un agudo sentido de lo adecuado, fuera de su oído.

—¿Educación? —dijo.

—Sí. Mucha gente aprendió que nadie vende un anillo de diamantes por una décima parte de su valor.

—¿Y entonces entró en uno de los más altos cargos públicos en la ciudad? —dijo el Sr. Tendencioso, por encima de la risa. Fue una liberación. La gente había contenido la respiración durante demasiado tiempo.

—Tuve que hacerlo. Era eso o ser colgado —dijo Moist, y añadió: —de nuevo.

El Señor Tendencioso se veía nervioso, y giró los ojos a Vetinari.

—¿Está seguro de que desea que continúe, mi señor?

—Oh sí, —dijo Vetinari—. Hasta la muerte, señor Tendencioso.

—Eh... ¿ha sido colgado antes? —dijo Tendencioso a Moist.

—Oh, sí. No deseo que se convierta en un hábito.

Eso produjo otra risa.

El Señor Tendencioso miró de nuevo a Vetinari, que estaba sonriendo levemente.

—¿Es esto cierto, mi señor?

—En efecto —dijo Vetinari con calma—. El Sr. Lipwig fue ahorcado el año pasado bajo el nombre de Albert Spangler, pero resultó que tenía un cuello muy duro, como se comprobó cuando fue colocado en su ataúd. ¿Es usted consciente, señor Tendencioso, del antiguo principio Quia Ego Sic Dico? ¿Un hombre que sobrevive a ser colgado puede haber sido elegido por los dioses para otro destino, aún sin cumplirse? Y puesto que la fortuna le había favorecido, resolví, por lo tanto, ponerlo en libertad condicional y encargarle la resurrección de la Oficina de Correos, una tarea que ya había cobrado la vida de cuatro de mis empleados. Si él tenía éxito, muy bien. Si no, la ciudad se habría ahorrado el costo de otra ejecución. Era una broma cruel que, me complace decir, produjo una recuperación general. ¿No creo que nadie discuta que la Oficina de Correos es ya una verdadera joya de la ciudad? ¡De hecho, el leopardo puede cambiar sus manchas!

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El Señor Tendencioso asintió automáticamente, se recordó a sí mismo, se sentó y dejó caer sus notas. Había perdido su lugar.

—Y ahora llegamos a, eh, la cuestión de los bancos

—La Sra. Pródigo, una señora que muchos de nosotros tuvimos el privilegio de conocer, recientemente me confió que ella se estaba muriendo —dijo Señor Vetinari rápidamente—. Ella me pidió consejo sobre el futuro del banco, dado que sus herederos obvios eran, en sus palabras, “tan desagradable como un montón de comadrejas como usted no puede esperar encontrar”…

Los treinta y un abogados de los Pródigo se levantaron y hablaron a la vez, incurriendo en un costo total a sus clientes de AM $ 119,28.

El Señor Tendencioso los miró.

El Señor Tendencioso, a pesar de lo dicho, no había ganado el respeto de la profesión jurídica de Ankh-Morpork. Se había ganado su miedo. La muerte no había disminuido su memoria enciclopédica, su astucia, su talento para el razonamiento retorcido y el vitriolo de su mirada. No se cruce conmigo este día, aconsejaba a los abogados. No se cruce conmigo, si lo hace voy a tener la carne de sus huesos y su médula misma. ¿Conoce los tomos de cuero que tiene en la pared detrás de su escritorio para impresionar a sus clientes? He leído todos ellos, y escribí la mitad. No me pruebe. No estoy de buen humor.

Uno por uno, se sentaron18.

—¿Se me permite continuar? —dijo Vetinari—. Entiendo que la señora Pródigo posteriormente entrevistó al Sr. Lipwig y consideró que sería un excelente administrador en las mejores tradiciones de la familia Pródigo y el guardián ideal para el perro Señor Quisquilloso, que es, por la costumbre del banco, su presidente.

Cosmo se levantó lentamente y salió al centro del piso.

—Me opongo enérgicamente a la sugerencia de que este canalla se encuentra en la mejor tradición de mi… —comenzó.

El Señor Tendencioso estuvo sobre sus pies como impulsado por un muelle. Rápido como era, Moist fue más rápido.

—¡Objeción! —dijo.

—¿Cómo se atreven a objetar —escupió Cosmo—, cuando han admitido a un arrogante quebranta leyes?

—Objeto el alegato de Lord Vetinari de que tenga algo que ver con las finas tradiciones de la familia Pródigo —dijo Moist, mirando a los ojos que ahora parecían estar llorando lágrimas verdes—. Por ejemplo, nunca he sido un pirata ni comerciante de esclavos…

Hubo un gran levantarse de abogados.

El Señor Tendencioso miró. Hubo una gran sentada.

—Ellos lo admiten —dijo Moist—. ¡Está en la propia historia oficial del banco!

—Eso es correcto, señor Tendencioso —dijo Vetinari—. Lo he leído. Volenti non fit injuria se aplica claramente.

El zumbido comenzó de nuevo. El Señor Quisquilloso regresaba por otro lado. Moist se obligó a no mirar.

—¡Oh, esto es bajo de hecho! —gruñó Cosmo—. ¿La historia de quien podría soportar este tipo de malicia?

Moist alzó una mano. —¡Ooo, ooo, esto lo sé! —dijo—. La mía puede. Lo peor que he hecho fue robar a personas que pensaban que me estaban robando a mí, pero nunca he usado la violencia y devolví todo. Bueno, robé un par de bancos, bueno, defraudé, en realidad, pero 18 Costo total incluyendo tiempo y desembolsos AM$ 253,16

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sólo porque lo hicieron tan fácil…

—¿Lo devolvió? —dijo Tendencioso, buscando algún tipo de respuesta de Vetinari. Pero el Patricio miraba sobre las cabezas de la multitud, casi todos absortos en el tránsito del señor Quisquilloso y meramente levantó un dedo en reconocimiento o despido.

—Sí, usted puede recordar que he visto el error de mi camino el año pasado, cuando los dioses… —comenzó Moist.

—¿Robó un par de bancos? —dijo Cosmo—. Vetinari, ¿vamos a creer que a sabiendas puso el más importante banco de la ciudad a cargo de un conocido ladrón de bancos?

Las masivas filas de los Pródigo se levantaron, unidas en defensa del dinero. Vetinari siguió mirando hacia el techo.

Moist levantó la vista. Un disco, algo de color blanco, giraba a través del aire cerca del techo; descendió haciendo un círculo, y golpeó a Cosmo entre los ojos. Un segundo disco pasó sobre la mano de Moist y aterrizó en los pechos de los Pródigo.

—¿Debía haberlo dejado en manos de desconocidos ladrones de banco? —gritó una voz, mientras cremas colaterales aterrizaban en cada traje negro—. ¡Aquí estamos de nuevo!

Una segunda ola de pasteles ya estaba en el aire, circulando por la habitación en trayectorias que caían en los luchadores Pródigo. Y, entonces, una figura luchaba por salir de la multitud, ante los gemidos y gritos de los que estaban temporalmente en su camino; era porque los que lograron escapar de tener los pies pisoteados por los grandes zapatos saltaron hacia atrás a tiempo para ser segados por la escalera que llevaba al recién llegado. Inocentemente giró para ver qué había causado el caos, y el balanceo de la escalera hizo caer a todos los demasiado lentos para alejarse. Había un método para eso, sin embargo: como Moist vio, el payaso se alejó de la escalera, dejando a cuatro personas atrapadas entre los peldaños de tal manera que cualquier intento de salir causaría enorme dolor a los otros tres y, en el caso de uno de los vigilantes, un grave deterioro en sus perspectivas de matrimonio.

Con nariz roja y sombrero haraposo, rebotó en la arena a grandes pasos, saltando, batiendo sus enormes botas en el piso con cada paso familiar.

—¿Sr. Bent? —dijo Moist—. ¿Es usted?

—¡Mi buen amigo el alegre señor Lipwig! —gritó el payaso—.Cree que el jefe de pista dirige el circo, ¿verdad? ¡Sólo con el consentimiento de los payasos, señor Lipwig! ¡Sólo con el consentimiento de los payasos!

Bent llevó hacia atrás el brazo y arrojó un pastel a Lord Vetinari.

Pero Moist ya estaba en pleno salto antes de que el pastel comenzara su viaje. Su cerebro aportó un pobre tercer pensamiento, y entregó todas sus opiniones de una sola vez, diciéndole lo que sus piernas al parecer habían elaborado por sí mismas: que la dignidad de los grandes rara vez puede sobrevivir con la cara llena de crema, que una foto de un encremado Patricio en la primera página del Times impactaría el poder político de la ciudad, y sobre todo, que en un mundo post-Vetinari él, Moist, no vería mañana, que era uno de sus ambiciones de toda la vida.

Como en un sueño silencioso navegó hacia la némesis que llegaba, alcanzando con ritmo de caracol a tocar con los dedos el pastel, mientras que giraba a su cita con la historia.

Le dió en la cara.

Vetinari no se había movido. La crema voló y cuatrocientos fascinados ojos observaron mientras un globo de la cosa se dirigía hacia el Patricio, que lo ha capturó con una mano alzada. El pequeño golpe, cuando aterrizó en la palma de la mano fue el único sonido en la sala.

Vetinari inspeccionó la crema atrapada. Sumergió un dedo en ella y saboreó el resto. Miró hacia arriba, pensativo, mientras que la sala contenía su aliento comunal y dijo, pensativamente: —Creo que es de piña.

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Hubo un tronar de aplausos. Tenía que ser; aun si odiabas a Vetinari, había que admirar la sincronización.

Y ahora estaba bajando los escalones, avanzando hacia un congelado y temeroso payaso.

—Los payasos no dirigen mi circo, señor —dijo, agarrando al hombre por su gran nariz roja y tirando de ella hasta extender todo el elástico. —¿Entendido?

El payaso extrajo un bulboso cuerno y lanzó un fúnebre honk.

—Bien. Me alegro de que esté de acuerdo. Y ahora quiero hablar con el Sr. Bent, por favor.

Hubo dos honks esta vez.

—Oh, sí que está —dijo Vetinari—. ¿Vamos a dejarlo salir para los niños y niñas? ¿Cuánto es el 15,3 por ciento de 59,66?

—¡Déjelo solo! ¡Sólo déjelo solo!

La maltratada multitud se abrió una vez más, esta vez para una desaliñada Srta. Cortinas, tan ultrajada e indignada como una madre gallina. Estaba estrechando algo pesado contra su escaso pecho, y Moist se dio cuenta de que era una pila de libros.

—¡Esto es de lo que se trata todo! —anunció triunfalmente, abriendo anchos los brazos—. ¡No es su culpa! ¡Ellos se aprovecharon de él!

Apuntó un dedo acusador a las rotas filas de los Pródigo. Si a una diosa de la batalla se le permitiera tener una respetable blusa y el pelo escapando rápidamente de un apretado moño, entonces la Srta. Cortinas podría haber sido deificada. —¡Fueron ellos! ¡Ellos vendieron el oro hace años! —Esto causó un alboroto general y entusiasta de todas las partes que no contenían un Pródigo.

—¡Habrá silencio! —gritó Vetinari.

Los abogados se levantaron. El Señor Tendencioso miró. Los abogados se hundieron.

Moist quitó la crema de piña de sus ojos justo a tiempo.

—¡Cuidado! ¡Tiene una margarita! —gritó, y pensó: He gritado “¡Cuidado! ¡Tiene una margarita!”, y creo que voy a recordarlo para siempre, qué vergonzoso.

Lord Vetinari miró hacia abajo a la improbable gran flor en el ojal del payaso. Una pequeña gota de agua relucía en la casi bien ocultada boquilla.

—Sí —dijo—, lo sé. Ahora, señor, yo creo que de hecho es el Sr. Bent. Reconozco el andar, mire. Si no lo es, entonces todo lo que tiene que hacer es apretar. Y todo lo que tengo que hacer es dejarlo ir. Repito: me gustaría saber del Sr. Bent.

A veces, los dioses no tienen el buen sentido de la oportunidad, pensó Moist. Debería haber un trueno, un tono resonante, un coro de tensión, algún tipo de reconocimiento celeste de que era el momento de la ver…

—9,12798 —dijo el payaso.

Vetinari sonrió y le palmeó el hombro. —Bienvenido a casa —dijo, y miró a su alrededor hasta que encontró el Dr. Whiteface del Gremio de Bufones.

—Doctor, ¿podría hacerse cargo del Sr. Bent, por favor? Creo que debe estar entre los suyos.

—Sería un honor, señor. ¿Siete pasteles en el aire a la vez y un nudo de cuatro hombres y una escalera? ¡Ejemplar! Quienquiera que sea, hermano, le ofrezco la broma del apretón de manos de bienvenida...

—Él no va a ninguna parte sin mí —dijo la Srta. Cortinas lúgubremente, cuando el payaso de cara blanca dio un paso adelante.

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—En efecto, ¿quién podría imaginar cómo podría hacerlo él? —dijo Vetinari—. Y por favor amplíe la cortesía de su gremio a la joven dama del Sr. Bent, doctor —añadió, para sorpresa y deleite de la Srta. Cortinas, que se aferraba a diario a la "dama", pero a regañadientes, había dicho adiós a la “joven” hacia años.

—¿Y por favor alguien que libere a las personas de esa escalera? Creo que se requiere una sierra —continuó Vetinari—. Nudodetambor, reúna estos nuevos libros de intriga que la joven dama del Sr. Bent tan amablemente ha proporcionado. Y creo que el Sr. Pródigo necesita de atención médica…

—¡Yo... no... lo… hice! —Cosmo, goteando crema, estaba tratando de mantenerse de pie. Era doloroso de ver. Logró apuntar un furioso pero vacilante dedo a los libros caídos—. ¡Ésos —declaró—, son propiedad del banco!

—Sr. Pródigo, es evidente para todos nosotros que está enfermo —comenzó Vetinari.

—Sí, le gustaría que todo el mundo crea eso… ¡impostor! —dijo Cosmo, balanceándose visiblemente. En su cabeza la multitud vitoreó.

—El Banco Real de Ankh-Morpork —dijo Vetinari, sin sacar los ojos de Cosmo— se enorgullece de sus libros de cuero rojo, que sin falta están repujados con el sello de la ciudad, en hoja de oro. ¿Nudodetambor?

—Estos son baratos, con tapas de cartón, señor. Puede comprarlos en cualquier lugar. El escrito en el interior, sin embargo, es la inconfundible fina caligrafía de la mano del Sr. Bent.

—¿Usted está seguro?

—Oh, sí. Hace una cursiva maravillosa.

—Falso —dijo Cosmo, como si su lengua tuviera una pulgada de espesor— todo falso. ¡Robado!

Moist miró a la gente que observaba, y vio la expresión compartida. Pensaras lo que pensaras de él, no era bueno ver a un hombre caer a pedazos donde está. Un par de vigilantes se desplazaban con cuidado hacia él.

—¡Yo nunca robé nada en mi vida! —dijo la Srta. Cortinas, con un enojo de campeonato—. Estos se encontraban en su armario… —dudó, y decidió que había que ser más bien escarlata que gris—. ¡No me importa lo que piense Lady Waggon Deirdre! ¡Y he echado un vistazo dentro de ellos, también! ¡Su padre tomó el oro y lo vendió y lo obligó a disfrazarlo en los números! ¡Y eso no es ni la mitad!

—...Hermosa mariposa —dijo Cosmo arrastrando las palabras, parpadeando hacia Vetinari—.Usted no es más yo. ¡Caminé millas en sus zapatos!

Moist también se acercó despacio. Cosmo tenía la mirada de alguien que podría explotar en cualquier momento, o colapsar, o posiblemente caer sobre el cuello de Moist murmurando cosas como: “Eres mi mejor amigo, lo eres, somos tú y yo contra el mundo, compañero”.

Un sudor verdoso corría por la cara del hombre.

—Creo que necesita una siesta, señor Pródigo —dijo alegremente Moist. Cosmo trató de centrarse en él.

—Es un buen dolor —confió el hombre goteante—. Tengo el birrete, tengo la espada de mil hombres…—y con un susurro de acero una hoja gris, con un maligno brillo rojo en ella, estaba apuntando entre los ojos de Moist. No temblaba. Detrás de ella, Cosmo temblaba y tiritaba, pero la espada estaba inmóvil y rígida.

Los vigilantes que avanzaban frenaron un poco. Su trabajo tenía una pensión.

—Que nadie haga algún movimiento, por favor. Creo que puedo hacer frente a esto —dijo Moist, bizqueando a lo largo de la hoja. Éste era un momento para la delicadeza...

—Oh, esto es tan tonto —dijo Pucci, pavoneándose adelante con un ruido de tacones—.

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No hay nada de qué avergonzarse. Es nuestro oro, ¿no? ¿A quién le importa lo que él anotó en sus libros?

La falange de abogados Pródigo se levantó muy cautelosamente, mientras que los dos empleados de Pucci empezaron a susurrarle urgentemente. Ella los ignoró. Todo el mundo la estaba mirando a ella ahora, no a su hermano. Todo el mundo le estaba prestando atención a ella.

—¿Podría usted hacer silencio, Srta. Pródigo? —dijo Moist. La inmovilidad de la hoja le preocupaba. Alguna parte de Cosmo estaba funcionando muy bien.

—¡Oh sí, esperaba que me hiciera callar, y no voy a hacerlo! —dijo Pucci con júbilo. Como Moist enfrentado a un cuaderno abierto, ella triunfalmente se hundió sin cuidado: —No podemos robar lo que ya nos pertenece, ¿verdad? ¿Y qué si Padre dio un mejor uso a ese miserable oro? ¡Solo estaba allí! Honestamente, ¿por qué son ustedes tan densos? Todo el mundo lo hace. No es robar. Quiero decir, el oro todavía existe, ¿sí? En anillos y cosas. No es como si alguien lo fuese a tirar a la basura. ¿A quién le importa dónde está?

Moist resistió el impulso de mirar a los otros banqueros en la habitación. Todo el mundo lo hace, ¿eh? Pucci no iba a tener muchas tarjetas de Padrepuerco este año. Y su hermano estaba mirándola con horror. El resto del clan, los que no estaban todavía absortos descremándose, estaba concentrados en dar la impresión de que nunca habían visto antes a Pucci. ¿Quién es esta mujer loca? decían sus rostros. ¿Quien la dejó entrar? ¿De qué está hablando?

—Creo que su hermano está muy enfermo, señorita —dijo Moist.

Pucci retorció su admitidamente fino cabello despectivamente. —No se preocupe por él, simplemente está haciendo el tonto —dijo—.Sólo lo hace para atraer la atención. Tontas cosas de muchacho acerca de querer ser Vetinari, como si nadie en su sano juicio quisiera…

—Está goteando verde —afirmó Moist, pero nada cortaba la barrera del parloteo. Miró la cara asolada de Cosmo, y todo tuvo sentido. Barba. Birrete. Bastón estoque, sí, con la vulgar idea de alguien sobre cómo debe verse una hoja hecha con la sangre de un millar de hombres. ¿Y qué hay sobre el asesinato del hombre que hacía los anillos? ¿Qué hay en ese apestoso guante...?

—Éste es mi mundo. Sé cómo hacer esto.

—¿Perdón? Usted es Lord Vetinari, ¿no? —dijo.

Por un momento Cosmo se detuvo a sí mismo y una chispa de soberbia brilló a través. —¡En efecto! Sí —dijo, elevando una ceja. La ceja se aflojó, y su cara hinchada se aflojó con ella.

—Tengo el anillo. El anillo de Vetinari —murmuró—. Es mío de verdad. Buen dolor...

La espada había caído, también.

Moist agarró la mano izquierda del hombre y desgarró el guante. Salió con un sonido de succión y un olor que era inimaginable, haciendo daño a la nariz. El guardia más cercano vomitó. Tantos colores, pensó Moist. Tantas... cosas agitándose…

Y allí, todavía visible en la masa supurante, el inconfundible brillo hosco del estigio.

Moist agarró la otra mano de Cosmo.

—Creo que debería salir, mi señor, ahora usted es el Patricio —dijo en voz alta—. Debe cumplir con la gente...

Una vez más algún Cosmo interior tuvo un agarre resbaladizo, lo suficiente como para hacer que la boca goteante pronunciase: —Sí, eso es muy importante... —antes de volver a: —Me siento mal. El dedo se ve raro...

—El sol le hará bien —dijo Moist, remolcándolo con cuidado—. Confíe en mí.

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Capítulo 13

Gladys Lo Hace Para Sí Misma — A la Casa de la Alegría — La historia del Sr. Bent — Utilidad de payasos como enfermeras en tela de juicio —Owlswick tiene un ángel — El secreto de oro (no exactamente dragón mágico) — El retorno de los dientes — Vetinari mira hacia adelante — El Banco Triunfante — El pequeño regalo de Glooper — Cómo echar a perder un día perfecto

EN EL PRIMER DÍA del resto de su vida Moist von Lipwig despertó, que era agradable, ya que cualquier día en particular una cantidad de personas no lo hacían, pero despertó solo, lo que era menos placentero.

Eran las 6 de la mañana, y la niebla parecía pegada a las ventanas, tan densa que debería haber incluido cubos de pan frito. Pero le gustaban estos momentos, antes de que los fragmentos de ayer se volvieran a juntar.

Espera, ésta no era la suite, ¿verdad? Ésta era su habitación en la Oficina de Correos, con todo el lujo y el confort que normalmente asociarías con la frase “provisto por la administración pública”.

Un pedazo de ayer cayó en su lugar. Oh sí, Vetinari había ordenado cerrar el banco, mientras sus empleados miraban todo esta vez. Moist les deseó suerte con el armario especial del difunto Sir Joshua...

No estaba el Señor Quisquilloso, lo cual era una lástima. No aprecias una babeada de madrugada hasta que se ha ido. Y no estaba Gladys, tampoco, lo que era preocupante.

Ella no apareció mientras se vestía, tampoco, y no había ninguna copia del Times en su escritorio. Era necesario planchar su traje, también.

Finalmente la encontró empujando un carro del correo en la sala de clasificación. El vestido azul se había ido, para ser sustituido por uno gris que, según el incipiente nivel golem en materia de ropa, parecía bastante elegante.

—Buenos días, Gladys —aventuró Moist—. ¿Alguna posibilidad de un planchado de pantalones?

—Siempre Hay Una Plancha Caliente En El Vestuario De Los Carteros, Señor Lipwig.

—¿Oh? Ah. Correcto. ¿Y, eh... el Times?

—Cuatro Copias Se Entregan En La Oficina Del Señor Groat Cada Mañana, Señor Lipwig —dijo Gladys en reproche.

—Supongo que un sándwich está totalmente fuera de…

—Debo Continuar Con Mis Deberes, Señor Lipwig —dijo el golem en reproche.

—Sabes, Gladys, no puedo dejar de pensar que hay algo diferente acerca de ti —dijo Moist.

—¡Sí! Lo Estoy Haciendo Para Mí Misma —dijo Gladys, con sus ojos brillantes.

—¿Hacer qué, exactamente?

—No Lo He Comprobado Todavía, Pero He Leido Tan Solo Diez Páginas En El Libro.

—Ah. ¿Has estado leyendo un nuevo libro? Pero no uno de la señora Deirdre Waggon, apostaría.

—No, Porque Ella Está Fuera De Contacto Con El Pensamiento Moderno. Me Río Con Desprecio.

—Sí, me imagino que sí —dijo pensativo Moist—. ¿Y supongo que la Srta. Dearheart te

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dio dicho libro?

—Sí. Se Titula ¿Por Qué Los Hombres Se Ponen Bajo Tus Pies? Por Releventia Omiso —dijo Gladys con seriedad.

Y empezamos con la mejor de las intenciones, pensó Moist: encontrarlos, desenterrarlos, liberarlos. Pero no sabemos lo que estamos haciendo, o a qué se lo que estamos haciendo.

—Gladys, la cosa acerca de los libros... bueno, la cosa... quiero decir, sólo porque está escrita, no tiene que... es decir, que no significa que sea... lo que estoy diciendo es que cada libro es…

Se detuvo. Ellos creen en las palabras. Las palabras le dan vida. No puedo decirle que tan solo las lanzamos alrededor como malabaristas, cambiando su significado para adaptarlas a nosotros mismos...

Palmeó a Gladys el hombro. —Bueno, léelos a todos y toma tus propias decisiones, ¿eh?

—ÉseFue Un Toque Casi Inapropiado, Señor Lipwig.

Moist comenzó a reír, y se detuvo a la vista de su seria expresión.

—Eh, sólo para la Sra. Omiso, espero —dijo, y fue a buscar un Times antes de que fueran robados todos.

Debía haber sido otro día agridulce para el editor. Después de todo, sólo puede haber una primera página. Al final había puesto todo: la línea “Yo creo que es piña”, más la imagen, con los goteantes Pródigo en el fondo, y, oh sí, aquí estaba el discurso de Pucci, en detalle. Era maravilloso. Y ella había seguido y seguido. Todo era muy claro desde su punto de vista: ella tenía razón y todo el mundo era tonto. Estaba tan enamorada de su propia voz que los vigilantes tuvieron que escribir su amonestación oficial sobre un pedazo de papel y sujetarla en frente de ella antes de que fuera remolcada, aún hablando...

Y alguien había obtenido una imagen del anillo de Cosmo capturando la luz del sol. Fue cirugía casi perfecta, dijeron en el hospital, y probablemente le salvó la vida, dijeron, y cómo había sabido Moist qué hacer, dijeron, cuando la totalidad de los conocimientos médicos de Moist eran que el dedo no debe tener setas verdes creciendo en él…

El periódico fue arrancado de sus manos.

—¿Qué has hecho con el profesor Pulgoso? —exigió Adora Belle—. ¡Sé que has hecho algo! No mientas.

—¡No he hecho nada! —protestó Moist, y verificó la redacción. Sí, técnicamente cierto.

—¡He estado en el Departamento de Comunicaciones Post-Mortem, sabes!

—Y ¿qué dicen?

—¡No lo sé! ¡Había un calamar bloqueando la puerta! ¡Pero has hecho algo, lo sé! Él te dijo el secreto para llegar a los golems, ¿no?

—No. —Absolutamente cierto. Adora Belle dudó.

—¿No?

—No. Tengo un poco de vocabulario, pero eso es ningún secreto.

—¿Va a funcionar para mí?

—No. —Actualmente cierto.

—¿Ellos sólo reciben órdenes de un hombre? ¡Apuesto a que es eso!

—No lo creo. —Bastante cierto.

—¿Por lo tanto, existe un secreto?

—Realmente no es un secreto. Pulgoso nos lo dijo. Él no sabía que era un secreto. —Verdadero.

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—¿Es una palabra?

—No. —Verdadero.

—Mira, ¿por qué no me lo dices? ¡Sabes que puedes confiar en mí!

—Bueno, sí. Por supuesto. ¿Pero puedo confiar en ti si alguien pone un cuchillo en tu garganta?

—¿Por qué harían eso?

Moist suspiró.

—¡Porque sabrás cómo comandar el ejército más grande que nunca ha existido! ¿Has mirado afuera? ¿No viste todos los polis? ¿Que aparecieron justo después de la audiencia?

—¿Qué polis?

—¿Los trolls reponiendo los adoquines? ¿Con qué frecuencia ves que eso pasa? ¿La fila de coches que no están interesados en pasajeros? ¿El batallón de mendigos? Y el patio de coches está lleno de parásitos, holgazaneando y mirando las ventanas. Esos polis. Se llama vigilancia secreta, y yo soy la carne…

Hubo un golpe en la puerta. Moist lo reconoció: trataba de alertar sin molestar.

—Adelante, Stanley —dijo. La puerta se abrió.

—¡Soy yo, señor! —dijo Stanley, que pasaba por la vida con el cuidado de un hombre leyendo un manual traducido de una lengua extranjera.

—Sí, Stanley.

—Jefe de Sellos, señor —dijo Stanley.

—¿Sí, Stanley?

—Lord Vetinari se encuentra en el patio de coches, señor, la inspección automática del nuevo mecanismo de recolección. Él dice que no hay prisa, señor.

—Él dice que no hay prisa —dijo Moist a Adora Belle.

—¿Mejor nos damos prisa, entonces?

—Exacto.

—Sorprendentemente parecido a un patíbulo —dijo Lord Vetinari, mientras que detrás de él retumbaban los coches entrando y saliendo.

—Va a permitir a un coche rápido recoger el correo sin detenerse —dijo Moist—. Eso significa que las cartas que vienen de oficinas en los países pequeños pueden viajar sin frenar el coche expreso. Se podría ahorrar unos minutos en un viaje largo.

—Y, por supuesto, si le permito tener algunos de los caballos golem los coches podrían viajar a un centenar de millas por hora, me dijeron, y me pregunto si esos brillantes ojos podrían ver incluso a través de esta tiniebla.

—Si, señor. Pero, de hecho, ya tengo todos los caballos golem—dijo Moist.

Vetinari le lanzó una mirada fría, y dijo: —Ja! Y también tiene todas sus orejas. ¿De qué tasa de cambio estamos hablando?

—Mire, no es que quiera ser Señor de los Golems —comenzó Moist.

—En el camino, por favor. Únase a mí en mi coche —dijo Vetinari.

—¿A dónde vamos?

—Casi ninguna distancia. Vamos a ver al Sr. Bent.

El payaso que abrió la pequeña puerta corrediza en los portones prohibidos del Gremio de

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Bufones miró de Vetinari a Moist y a Adora Bella, y no se sentía muy feliz acerca de ninguno de ellos.

—Estamos aquí para ver el Dr. Whiteface —dijo Vetinari—. Le requiero que nos introduzca con un mínimo de alegría

La puerta chasqueó. Se escucharon ciertos susurros apresurados y un clank, y una mitad de las puertas dobles se abrió un poco, lo suficiente para que la gente camine a través en una única fila. Moist, dio un paso adelante, pero Vetinari puso una restrictiva mano en el hombro y señaló con su bastón.

—Éste es el Gremio de Bufones —dijo—. Espere... diversión.

Había un cubo equilibrado sobre la puerta. Él suspiró y le dio un empujón con su bastón. Hubo un ruido sordo y un salpicón desde el otro lado.

—No sé por qué persisten en esto, realmente —dijo, pasando—. No es divertido y pueden herir a alguien. Cuidado con la crema. —Hubo un gemido en la oscuridad detrás de la puerta.

—El Sr. Bent nació como Charlie Benito, según el Dr. Whiteface —dijo Vetinari, abriéndose camino a través de la tienda que ocupaba el patio del gremio—. Y nació payaso.

Docenas de payasos hicieron una pausa en su entrenamiento diario para verlos pasar. Los pasteles quedaron sin arrojar, los pantalones no se llenaron de lechada, perros invisibles se detuvieron a medio orinar.

—¿Nació como payaso? —dijo Moist.

—En efecto, Sr. Lipwig. Un gran payaso, de una familia de payasos. Usted lo vio ayer. El maquillaje Charlie Benito se ha transmitido durante siglos.

—¡Pensé que se había vuelto loco!

—El Dr. Whiteface, por otra parte, cree que ha recobrado sus sentidos. El joven Bent tuvo una terrible infancia, tengo entendido. Nadie le dijo que era un payaso hasta que tuvo trece. Y su madre, por razones propias, desalentó toda payasitud en él.

—A ella deben haberle gustado los payasos, una vez —dijo Adora Belle. Ella miró a su alrededor. Todos los payasos se apresuraron a mirar a otro lado.

—Ella amaba a los payasos —dijo Vetinari—. O debería decir, a un payaso. Y para una noche.

—Oh. Ya veo —dijo Moist—. ¿Y luego el circo se trasladó?

—Como hacen los circos, por desgracia. Después de lo cual sospecho que se alejó de hombres con narices rojas.

—¿Cómo sabe todo esto? —dijo Moist.

—Algunas son conjeturas informadas, pero la Srta. Cortinas obtuvo mucho de él en el último par de días. Ella es una dama de cierta profundidad y determinación.

En el lado más alejado de la gran carpa había otra puerta, donde el jefe del gremio estaba esperando por ellos.

Era todo blanco —sombrero blanco, botas blancas, traje blanco, y cara blanca— y sobre esa cara, delineada en líneas delgadas de maquillaje rojo, una sonrisa desmentía el verdadero rostro, que era frío y orgulloso como el de un príncipe del infierno.

El Dr. Whiteface hizo un gesto con la cabeza a Vetinari. —Mi señor...

—Dr. Whiteface —dijo el Patricio—. ¿Y cómo está el paciente?

—¡Oh, si sólo hubiera venido a nosotros cuando era joven —dijo Whiteface—, que payaso habría sido! ¡Qué sincronización! Ah, por cierto, no se suele permitir que las mujeres visiten el edificio del gremio, pero en estas circunstancias especiales estamos renunciando a esta regla.

—Oh, estoy tan contenta —dijo Adora Belle, cada sílaba grabada con ácido.

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—Es simplemente que, a pesar de lo que el grupo de Bromas para Mujeres dice, las mujeres no son divertidas.

—Es un terrible padecimiento —acordó Adora Belle.

—Una dicotomía interesante, de hecho, ya que tampoco son payasos —dijo Vetinari.

—Siempre he pensado eso —dijo Adora Belle.

—Ellas son trágicas —dijo Vetinari—, y nos reímos de su tragedia como reímos de la nuestra. La sonrisa pintada nos mira con lascivia desde la oscuridad, burlándose de nuestra insana fe en el orden, la lógica, el estado, la realidad de la realidad. La máscara sabe que nacimos en la cáscara de banana que conduce a la tapa de alcantarilla abierta del destino, y todo lo que podemos esperar son los vítores de la multitud.

—¿Dónde encajan los animales de globo chirriantes? —dijo Moist.

—No tengo ni idea. Pero entiendo que cuando los aspirantes a asesinos irrumpieron el Sr. Bent estranguló a uno con un bastante realista elefante rosa hecho de globos.

—Imagínense el ruido —dijo alegremente Adora Belle.

—¡Sí! ¡Qué número! ¡Y sin ningún entrenamiento! ¿Y el asunto con la escalera? ¡Pura batalla de payasos! ¡Magnífica! —dijo Whiteface—. Lo sabemos todo ahora, Havelock. Después de que su madre murió, su padre regresó y, por supuesto, se lo llevó al circo. Cualquier payaso podía ver que el niño tenía huesos divertidos. ¡Esos pies! ¡Deberían haberlo enviado con nosotros! ¡Un niño de esa edad, puede ser muy difícil! Pero no, fue incluido en el antiguo equipo de su abuelo, y empujado hacia la pista de alguna pequeña ciudad, y, bueno, ahí es donde los payasos perdieron un rey.

—¿Por qué? ¿Qué pasó? —dijo Moist.

—¿Por qué piensa usted? Se rieron de él.

Estaba lloviendo, y las ramas húmedas lo azotaban mientras rebotaba por el bosque, la lechada aun goteando de sus pantalones anchos. Los pantalones mismos rebotaban arriba y abajo en sus tirantes elásticos, golpeándolo ocasionalmente debajo de la barbilla.

Las botas eran buenas, sin embargo. Eran botas increíbles. Eran las únicas que había tenido que le iban bien.

Pero su madre lo había criado correctamente. La ropa debe ser de un respetable gris, la alegría era indecente, y el maquillaje era un pecado.

¡Bueno, el castigo ha llegado bastante rápido!

Al amanecer encontró un granero. Se raspó la crema seca y la capa de maquillaje y se lavó en un charco. ¡Oh, esa cara! La nariz gorda, la boca enorme, la lágrima blanca pintada… la recordaría en pesadillas, lo sabía.

Al menos aún tenía su propia camisa y calzones, que cubrían todos las partes importantes. Estaba a punto de tirar todo lejos, cuando lo detuvo una voz interior. Su madre había muerto y él no había sido capaz de detener a los alguaciles tomando todo, incluso el anillo de latón que Madre pulía todos los días. Él nunca vio a su padre de nuevo... tenía que quedarse con algo, tenía que haber algo, algo para que él pudiera recordar quién fue y por qué y de dónde había venido, e incluso por qué se había ido. El granero le proporcionó un saco lleno de agujeros; era suficientemente bueno. El odiado traje fue metido adentro.

Más tarde ese mismo día había llegado a algunas caravanas aparcadas bajo los árboles, pero no eran los chillones vagones del circo. Probablemente eran religiosos, pensó, y Madre había aprobado las religiones más silenciosas, siempre que los dioses no fueran extranjeros.

Le dieron estofado de conejo. Y cuando miró sobre el hombro de un hombre sentado tranquilamente en una pequeña mesa plegable, vio un libro lleno de números, todo escrito. Le

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gustaban los números. Siempre tenían sentido en un mundo que no lo tenía. Y luego había preguntado al hombre, muy educadamente, qué era el número abajo, y la respuesta fue: —Es lo que llamamos el total —y él respondió: —No, ese no es el total, es tres farthings menos del total. —¿Cómo lo sabes? —dijo el hombre, y él le dijo: —Lo puedo ver —y el hombre había dicho: —¡Pero sólo lo miraste! —Y él había dicho: —Bueno, sí, ¿no es así cómo se hace?

Y, entonces, se abrieron más libros y las personas se reunieron alrededor y le dieron sumas que hacer, y todo fue así, tan fácil...

Era toda la diversión que el circo no podía ser, y no involucraba crema, nunca.

Abrió los ojos, y distinguió las figuras borrosas.

—¿Voy a ser detenido?

Moist miró a Vetinari, que agitó una mano vagamente.

—No necesariamente —dijo Moist con cuidado—. Sabemos sobre el oro.

—Sir Joshua dijo que haría que se sepa acerca de mi… familia.

—Sí, lo sabemos.

—La gente se reiría. No podría soportarlo. Y entonces pensé que... ¿ sabe, creo que me convencí de que el oro era todo un sueño? Con la condición de que nunca lo buscara, todavía estaría allí. —Se detuvo, como si los pensamientos al azar hicieran cola para utilizar la boca. —El Dr. Whiteface ha tenido la gentileza de mostrarme la historia de la cara de Charlie Benito... —Otra pausa—. Me dicen que arrojé pasteles de crema con considerable precisión. Quizá mis antepasados se enorgullecerán.

—¿Cómo se siente ahora? —dijo Moist.

—Oh, muy bien conmigo mismo —dijo Bent—. Quienquiera que sea.

—Bueno. Entonces quiero verlo en el trabajo mañana, Sr. Bent.

—¡No le puede pedir que vuelva tan pronto! —protestó la Srta. Cortinas.

Moist se dirigió a Whiteface y Vetinari.

—¿Podrían ustedes por favor dejarnos, caballeros?

Hubo una expresión de afrenta en la cara del jefe payaso, agravada por la permanente sonrisa feliz, pero cerró la puerta detrás de ellos.

—Escuche, Señor Bent —dijo Moist con urgencia—. Estamos en un lío…

—Yo creía en el oro, usted sabe —dijo Bent—. No sabía dónde estaba, pero yo creía.

—Bueno. Y probablemente todavía existe en el joyero de Pucci —dijo Moist—. Pero quiero abrir el banco de nuevo mañana, y la gente de Vetinari ha pasado a través de cada hoja de papel en el lugar, y puede usted adivinar qué tipo de desorden dejan. Y quiero lanzar los billetes mañana, ¿sabe? ¿El dinero que no necesita de oro? Y el banco no necesita oro. Lo sabemos. ¡Trabajó durante años con una bóveda llena de basura! Sin embargo, el banco necesita de usted, señor Bent. Los Pródigo están en un verdadero problema, Cosmo encerrado en algún lugar, el personal por todo el lugar y mañana, Sr. Bent, el banco abre y usted debe estar allí. ¿Por favor? Ah, y el presidente ha tenido la amabilidad de ladrarme asintiendo a que le ponga un sueldo de sesenta y cinco dólares al mes. Sé que usted no es un hombre que sea influenciado por el dinero, ¿pero el aumento podría merecer ser considerado por un hombre que contempla un, ah, cambio en sus arreglos domésticos?

No fue un tiro en la oscuridad. Se trataba de un tiro en la luz, clara luz ardiente. La Srta. Cortinas era definitivamente una mujer con un plan, y tenía que ser uno mejor que el resto de una vida pasado en una estrecha habitación en Calle Olmo.

—Es su elección, por supuesto —dijo, levantándose—. ¿Lo han tratado correctamente, Srta. Cortinas?

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—Sólo porque estoy aquí —dijo ella con elegancia—. ¡Esta mañana vinieron tres payasos con una gran cuerda y un pequeño elefante y quisieron tirar de uno de sus pobres dientes! ¡Y apenas los había sacado cuando entraron dos y empezaron a blanquear la habitación, muy ineficientemente, en mi opinión! ¡Los saqué de aquí en muy poco tiempo, le puedo decir!

—¡Bien hecho, Srta. Cortinas!

Vetinari estaba esperando fuera del edificio con la puerta del coche abierta.

—Va a entrar —dijo.

—En realidad es una muy corta distancia a pie…

—Entre, señor Lipwig. Vamos a ir casi por el camino bello.

—Yo creo que usted piensa que nuestra relación es un juego —dijo Vetinari, cuando el coche arrancó—. Usted cree que todos los pecados serán perdonados. Así que le voy a decir esto.

Tomó un bastón negro, rematado con una calavera de plata, y tiró del mango.

—Esta curiosa cosa estaba en posesión de Cosmo Pródigo —dijo, cuando la hoja se deslizó fuera.

—Lo sé. ¿No es una réplica de la suya? —dijo Moist.

—¡Oh, realmente! —dijo Vetinari—. ¿Soy el tipo de gobernante con una “espada hecha de la sangre de un millar de hombres”? Lo siguiente será una corona de calaveras, supongo. Creo que Cosmo la hizo fabricar.

—¿Así que es una réplica de un rumor? —Fuera del coche, se abrieron algunas puertas.

—En efecto —dijo Vetinari—. Una copia de algo que no existe. Uno sólo puede esperar que no sea auténtica en todos los aspectos.

La puerta del coche se abrió, y Moist bajó en los jardines del palacio. Se veían como era la costumbre de esos lugares —aseado, ordenado, montones de grava y puntiagudos árboles y nada de verduras.

—¿Por qué estamos aquí? —dijo Adora Belle—. Se trata de los golems, ¿no?

—Srta. Dearheart, ¿qué piensan nuestros golems acerca de este nuevo ejército?

—A ellos no les gusta. Piensan que será causa de problemas. No tienen un chem que pueda ser cambiado. Son peores que los zombis.

—Gracias. Otra pregunta: ¿van a matar?

—Históricamente, los constructores de Golems han aprendido a no hacer golems que matan…

—¿Es eso un no?

—¡Es un no lo sé!

—Estamos avanzando. ¿Es posible darles una orden que no pueda ser revocada por otra persona?

—Bueno, eh... Sí. Si nadie más conoce el secreto.

—¿Cuál es? —Vetinari se volvió a Moist, y sacó la espada.

—Debe ser la forma de dar las órdenes, señor —dijo Moist, bizqueando a la hoja por segunda vez. Realmente hacía bizquear.

Estaba preparado para lo que ocurrió, salvo que sucedió en su totalidad por el camino equivocado.

Vetinari le entregó la espada y dijo: —Srta. Dearheart, realmente no deseo que deje la ciudad durante largos períodos. Eso hace a este hombre buscar el peligro. Cuéntenos el

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secreto, señor Lipwig.

—Creo que podría ser demasiado peligroso, señor.

—Sr. Lipwig, ¿necesito una placa que diga tirano?

—¿Puedo hacer un trato?

—Por supuesto. Soy un hombre razonable.

—¿Va a atenerse a el?

—No. Pero haré un trato diferente. La Oficina de Correos puede tener seis caballos golems. Los otros guerreros golems serán considerados pupilos del Fideicomiso Golem, pero el uso de cuatrocientos de ellos para mejorar el funcionamiento del sistema clacs, estoy seguro, encontrará la aprobación internacional. Reemplazaremos el oro con golems como base de nuestra moneda, como usted ha invocado de manera tan elocuente. Ustedes dos han hecho que la situación internacional sea muy... interesante.

—Lo siento, ¿por qué estoy sosteniendo esta espada? —dijo Moist.

—… y usted nos dice el secreto y, lo mejor de todo, usted vive —terminó Vetinari—, y ¿quien va a hacerle una oferta mejor?

—Oh, está bien —dijo Moist—. Sabía que tendría que suceder. Los golems me obedecen porque…

—…porque se pone un traje dorado y, por tanto, ante sus ojos, debe ser un sacerdote Umniano —dijo Vetinari—. Porque para que una orden sea completamente cumplida la persona adecuada debe decir las palabras adecuadas al destinatario correcto. Y yo solía ser un gran erudito. Es una cuestión de razonamiento. No siga allí con la boca abierta.

—¿Usted ya sabía?

—No fue exactamente un dragón mágico.

—¿Y por qué me dio esta horrible espada?

—Es de mal gusto, ¿no es así? —dijo Vetinari, tomándola de nuevo—. Uno podría imaginarla perteneciendo a alguien con un nombre como Krax el Poderoso. Sólo estaba interesado en ver si usted era más temeroso cuando la sostenía. Realmente no es un hombre violento, ¿verdad...?

—¡Eso no era necesario! —dijo Moist. Adora Belle estaba sonriendo.

—-Sr. Lipwig, señor Lipwig, señor Lipwig, ¿nunca va a aprender? —dijo Vetinari, enfundando la espada—. Uno de mis predecesores acostumbraba a desmembrar gente usando tortugas silvestres. No era una muerte rápida. Él pensaba que era divertido. Perdóneme si mis placeres son un poco más cerebrales, ¿quiere? Déjeme ver, ahora, ¿cuál era la otra cosa? Oh sí, lamento decirles que un hombre llamado Owlswick Cepo ha muerto.

Había algo acerca de la forma en que lo decía que...

—¿Un ángel lo ha llamado?

—Muy probablemente, señor Lipwig. Pero si usted se encuentra en la necesidad de más diseños, estoy seguro que puedo encontrar a alguien en el palacio para ayudar.

—Tenía que suceder, estoy seguro —dijo Moist—. Me alegro de que se haya ido a un lugar mejor.

—Menos humedad, sin duda. Ahora vaya. Mi coche está a su disposición. ¡Usted tiene un banco para abrir! El mundo gira, y esta mañana está girando en mi escritorio. Ven, Señor Quisquilloso.

—¿Puedo hacer una sugerencia que podría ayudar? —dijo Moist, cuando Vetinari giró para irse.

—¿Qué es?

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—Bueno, ¿por qué no les dice a todos los demás gobiernos de los Llanos el secreto de oro? Eso significaría que nadie podría utilizarlos como soldados. Eso aliviaría la presión.

—Hmm, interesante. ¿Y usted está de acuerdo con eso, Srta. Dearheart?

—¡Sí! ¡No queremos ejércitos golem! ¡Es una muy buena idea!

Vetinari se agachó y dio al señor Quisquilloso una galleta de perro. Cuando se enderezó había un cambio casi imperceptible en su expresión.

—Anoche —dijo— algún traidor envió el secreto de oro a los gobernantes de cada ciudad importante de los Llanos a través de un mensaje clac, cuyo origen parece ser desconocido. No era usted, ¿verdad, señor Lipwig?

—¿Yo? ¡No!

—Pero usted acaba de sugerirlo, ¿verdad? Algunos lo llamarían traición, por cierto.

—Yo sólo lo mencioné —dijo Moist—. ¡No me lo puede cargar! De todos modos era una buena idea —añadió, tratando de no ver los ojos de Adora Belle—. ¡Si usted no piensa en usar asesinos golems de cincuenta pies de alto en primer lugar, alguien más lo hará!

Escuchó su pequeña risa, por primera vez en la historia.

—¿Ha encontrado asesinos golems de cuarenta pies ahora, Srta. Dearheart? —dijo Vetinari, con expresión severa, como si pudiera añadir: “¡Bueno, espero que sea suficiente para todo el mundo!”

—No, señor. No los hay —dijo Adora Belle, tratando de verse seria sin tener éxito.

—Bueno, no importa. Estoy seguro de que algún ingenioso ideará una para usted finalmente. Cuando lo hagan, no dude en evitar que los traigan a casa. En el ínterin, tenemos este desgraciado fait accompli. —Vetinari sacudió su cabeza en lo que Moist estaba seguro era genuina irritación planeada y dijo: —Un ejército que obedecerá a cualquier persona con una chaqueta brillante, un megáfono y las palabras Umnianas para “caven un agujero y entiérrense” tornaría la guerra en nada más que una farsa entretenida. Puede estar seguro, estoy reuniendo una comisión de investigación. No va a descansar, además de los descansos de té y galletas, hasta que haya encontrado el culpable. Voy a tener un interés personal, por supuesto.

Por supuesto, pensó Moist. Y sé que mucha gente me escuchó gritar comandos Umnianos, pero estoy apostando a un hombre que piensa que la guerra es un malvado desperdicio de clientes. Un hombre que es mejor artista de la estafa que lo que nunca voy a ser, que piensa que los comités son una especie de canasta de papeles, que puede cambiar chisporroteo en salchichas todos los días...

Moist y Adora Belle se miraron entre sí. Sus miradas acordaron: es él. Por supuesto, es él. Downey y todo el resto de ellos saben que es él. Las cosas que viven en las paredes húmedas sabrán que es él. Y nadie nunca lo demostrará.

—Usted puede confiar en nosotros —dijo Moist.

—Sí. Lo sé —dijo Vetinari—. Ven, Señor Quisquilloso. Puede haber torta.

Moist no apetecía otro viaje en coche. Los coches acarreaban algunas desagradables asociaciones ahora.

—Ganó, ¿no? —dijo Adora Belle, cuando la niebla onduló alrededor de ellos.

—Bueno, tiene al presidente comiendo de su mano.

—¿Está permitido hacer eso?

—Creo que está bajo el imperio de la Quia Ego Sic Dico.

—Sí, ¿qué significa eso?

—"Porque yo lo digo", creo.

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—¡Eso no suena mucho como una regla!

—En realidad, es lo único que necesita. Todos en todo lo que podría ser…

—Me debesh cinco grandesh, Mishter Spangler!

La figura estuvo fuera de la oscuridad y detrás de Adora Belle en un movimiento.

—Shin trucosh, sheñorita, lo dice eshte cuchillo —dijo Cribbins. Moist escuchó la fuerte inspiración de Adora Belle—. Tu amigo me lo prometió por contarlo, y deshde que lo dijishte tu mishmo y lo enviashte a la casha de losh locosh shupongo que me lo debesh, ¿verdad?

Moist movió lentamente la mano y encontró su bolsillo, pero fue privado de ayuda. Sus pequeños ayudantes habían sido confiscados; al Tanty no le gusta que lleves porras y ganzúas contigo, y espera que compres esas cosas a los guardianes, como todo el mundo.

—Aleja el cuchillo y podemos hablar —afirmó.

—¡Oh sí, hablemosh! ¡Te gushta hablar, sheguro! ¡Tienesh una lengua mágica, tú! ¡Te he vishto! ¡La hacesh ondear y eresh el chico de oro! ¡Lesh dicesh que lesh vash a robar y ellosh se ríen! ¿Cómo lidiar con esho, eh?

Cribbins mascaba y escupía con rabia. La gente enojada comete errores, pero no es cómodo cuando están con un cuchillo a unos cuantos centímetros de los riñones de tu novia. Ella estaba pálida, y Moist tenía la esperanza de que se percatase que éste no era momento de estampar su pie. Por sobre todo, tenía que dejar de mirar sobre el hombro de Cribbins, porque en el borde de su visión estaba seguro de que alguien estaba acercándose.

—No es el momento para movimientos precipitados —dijo en voz alta. La sombra en la niebla pareció detenerse.

—Cribbins, esta es la razón por la que nunca lo lograste —continuó Moist. —Quiero decir, ¿esperas que yo tenga ese dinero encima?

—Hay muchosh lugaresh por aquí para eshtar cómodosh mientrash eshperamosh, ¿eh?

Tonto, pensó Moist. Tonto, pero peligroso. Y un pensamiento dijo: es cerebro contra cerebro. Y un arma que él no sabe cómo usar te pertenece a ti. Presiónalo.

—Volvamos atrás y olvidaremos habernos visto —dijo—. Ésa es la mejor oferta que vas a conseguir.

—¿Vash a tratar de hablar para salir de eshto, bashtardo aceitoso? Voy a…

Hubo un fuerte tuang, y Cribbins hizo un ruido. Era el sonido de alguien tratando de gritar, salvo que hasta gritar era demasiado doloroso. Moist agarró a Adora Belle cuando el hombre se dobló, apretándose la boca. Se oyó un ping, y apareció sangre en la mejilla de Cribbins, lo que le hizo gemir y enrollarse en una pelota. Incluso entonces, se escucharon más tuangs cuando la dentadura de un hombre muerto, maltratada y mal utilizada a lo largo de los años, finalmente entregó el espíritu, que hizo un decidido esfuerzo para llevarse al odiado Cribbins con él. Más tarde, el médico dijo que un resorte había llegado incluso a sus senos nasales.

El Capitán Zanahoria y Nobby Nobbs salieron de la niebla y miraron hacia el hombre que se sacudía ahora de nuevo con un ping.

—Lo siento, señor, lo hemos perdido en las tinieblas —dijo Zanahoria—. ¿Qué pasó con él?

Moist sostuvo a Adora Belle apretadamente.

—Su dentadura postiza explotó —dijo.

—¿Cómo pudo suceder eso, señor?

—No tengo ni idea, capitán. ¿Por qué no hace una buena obra y lo llevar al hospital?

—¿Querrá presentar cargos, Sr. Lipwig? —dijo Zanahoria, levantando al gimoteante Cribbins con cuidado.

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—Yo prefiero un brandy —dijo Moist. Pensó que tal vez Anoia estaba esperando su momento. Será mejor que vaya a su templo y cuelgue un gran, gran cucharón. Podía no ser una buena idea ser desagradecido...

El secretario Nudodetambor entró en la oficina de Lord Vetinari con pies de terciopelo.

—Buenos días —dijo su señoría, apartándose de la ventana—. La niebla tiene un muy agradable tono amarillo esta mañana. ¿Ninguna noticia sobre Hastahora?

—La Guardia de Quirm está buscándolo señor —dijo Nudodetambor, poniendo la edición de la ciudad del Times delante de él.

—¿Por qué?

—Él compró un billete para Quirm.

—Pero comprará al cochero otro para Genua. Correrá tan lejos como pueda. Envía un breve clacs a nuestro hombre allí, ¿quieres?

—Espero que usted tenga razón, señor.

—¿En verdad? Yo espero estar equivocado. Será bueno para mí. Ah. Ajaja.

—¿Señor?

—Veo que el Times ha puesto color en la portada de nuevo. El anverso y el reverso del billete de un dólar.

—Sí, señor. Muy bonito.

—Tamaño real, también —dijo Vetinari, todavía sonriendo—. Veo que aquí se trata de familiarizar a las personas con el aspecto de la cosa. Incluso ahora, Nudodetambor, incluso ahora, los ciudadanos honestos están cortando cuidadosamente los dos lados del billete y pegándolos juntos.

—¿Debería a tener una palabra con el editor, señor?

—No. Será más entretenido dejar que las cosas tomen su curso.

Vetinari se reclinó en su silla y cerró los ojos con un suspiro. —Muy bien, Nudodetambor, ahora me siento bastante fuerte para escuchar lo que parece la caricatura política.

Hubo un crujir de papel mientras Nudodetambor encontraba la página correcta.

—Bueno, hay una muy buena imagen del Sr. Quisquilloso. —Debajo de la silla de Vetinari el perro abrió los ojos al sonido de su nombre. Al igual que su nuevo patrón, con más urgencia.

—¿Sin duda no tiene nada en su boca?

—No, señor —dijo con calma Nudodetambor—.Éste es el Times de Ankh-Morpork, señor.

Vetinari se relajó de nuevo. —Continúa.

—Tiene una correa, señor, y se ve desacostumbradamente feroz. Usted está sosteniendo la correa, señor. Delante de él, y retrocediendo nerviosamente hacia una esquina, hay un grupo de gatos gordos. Ellos están usando sombreros de copa, señor.

—Como hacen los gatos, sí.

—Y tienen las palabras "Los Bancos" en ellos —añadió Nudodetambor.

—¡Sutil en efecto!

—Mientras usted, señor, agita un puñado de papel moneda y la burbuja dice…

—No me digas. ¿"Esto no tiene gusto a piña”?

—Bien hecho, señor. Dicho sea de paso, sucede que los presidentes del resto de los bancos de la ciudad desean verlo a usted, a su conveniencia.

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—Bueno. Esta tarde, entonces.

Vetinari se levantó y caminó a la ventana. La niebla aclaraba, pero su nube derivando oscurecía todavía la ciudad.

—El Sr. Lipwig es un joven muy... popular, ¿verdad, Nudodetambor? —dijo Vetinari, mirando a la oscuridd.

—Oh sí, señor —dijo el secretario, hasta plegando el periódico—. Extremadamente.

—Y con mucha confianza en sí mismo, creo.

—Yo diría así.

—¿Y leal?

—Él recibió un pastel por usted, señor.

—Un pensador táctico veloz, entonces.

—Oh sí.

—Teniendo en cuenta que su propio futuro cabalgaba en el pastel también.

—Él es, por cierto, sensible a las corrientes políticas, no hay duda —dijo Nudodetambor, recogiendo su paquete de carpetas.

—Y, como tú dices, popular —dijo Vetinari, aún un triste esbozo contra la niebla.

Nudodetambor esperó. Moist no era el único sensible a las corrientes políticas.

—Un elemento valiosopara la ciudad, de hecho —dijo Vetinari, después de un rato—. Y no debemos desperdiciarlo. Obviamente, sin embargo, él debe estar en el Banco Real el tiempo suficiente para torcerlo a su satisfacción —musitó.

Nudodetambor no dijo nada, pero organizó algunas de las carpetas en un orden más agradable. Un nombre lo asombró, y pasó una carpeta a la parte superior.

—Por supuesto, entonces se pondrá inquieto una vez más y un peligro para los demás, así como para sí mismo...

Nudodetambor sonrió a sus carpetas. Su mano se cernía...

—A propósito de nada, ¿qué edad tiene el Sr. Creaser?

—¿El Maestro de Impuestos? En sus setenta, señor, —dijo Nudodetambor, abriendo la carpeta que acaba de seleccionar—. Sí, setenta y cuatro, dice aquí.

—Hemos ponderado recientemente sus métodos, ¿verdad?

—En efecto, señor. La semana pasada.

—No es un hombre con una forma flexible de pensar, siento. Un poco incómodo con el mundo moderno. Sostener a alguien boca abajo sobre un cubo y darle una buena sacudida no es el camino a seguir. No voy a culparlo cuando decida tomar una honorable y bien merecida jubilación.

—Sí, señor. ¿Cuando le gustaría que él lo decidiera, señor? —dijo Nudodetambor.

—No hay prisa —dijo Vetinari—. No hay prisa.

—¿Ha pensado en su sucesor? No es un trabajo que cree amigos —dijo Nudodetambor—. Es necesario un tipo especial de persona.

—Voy a reflexionar sobre ello —dijo Vetinari—. Sin duda un nombre ha de presentarse.

El personal del banco estaba temprano en el trabajo, empujando a través de la multitud que iba llenando la calle porque a) era otro acto en el maravilloso teatro callejero de Ankh-Morpork y b) iba a ser un gran problema si su dinero había desaparecido. No había, sin

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embargo, ninguna señal del Sr. Bent o la Srta. Cortinas.

Moist estaba en la Casa de Moneda. Los hombres del Sr. Bobinas habían, bien, hecho todo lo posible. Es una frase apologética, comúnmente usada en el sentido de que el resultado es apenas un paso por encima de mediocre, pero su todo lo posible era un salto por encima de magnífico.

—Estoy seguro de que podemos mejorarlas —dijo el Sr. Bobinas, mientras Moist se regodeaba.

—¡Son perfectos, Señor Bobinas!

—No del todo. Sin embargo, es amable que usted lo diga. Hemos hecho setenta mil hasta ahora.

—¡Nada suficiente!

—Con todo respeto, no estamos imprimiendo un periódico aquí. Pero estamos mejorando. ¿Usted ha hablado de otras denominaciones...?

—Oh, sí. Dos, cinco y diez dólares para empezar. Y los de cinco y los de diez hablarán.

Nada suficiente, pensó, cuando los colores del dinero fluyeron a través de sus dedos. Las personas harán cola por esto. ¡Ellos no querrán las mugrientas y pesadas monedas, no cuando vean esto!

¡Respaldado por golems! ¿Qué es una moneda en comparación con la mano que la sostiene? ¡Eso vale! ¡Eso es valor! Hum, sí, eso se vería bien en los billetes de dos dólares, también, mejor me acuerdo de eso.

—El dinero... ¿hablará? —dijo cuidadosamente el Sr. Bobinas.

—Duendes —afirmó Moist—. Son sólo una especie de hechizo inteligente. Ni siquiera tienen que tener una forma. Vamos a imprimirlos en las denominaciones más altas.

—¿Cree usted que la universidad estará de acuerdo con eso? — dijo Bobinas.

—Sí, porque voy a poner la cabeza de Ridcully en el billete de cinco dólares. Voy a ir y hablar con Ponder Stibbons. Esto parece un trabajo de Magia Desaconsejable Aplicada si alguna vez he visto uno.

—Y ¿qué dirá el dinero?

—Todo lo que desee. "¿Es realmente necesaria la compra?" tal vez, o "¿Por qué no guardarme para un día de lluvia?" ¡Las posibilidades son infinitas!

—Por lo general, a mí me dice adiós —dijo un impresor, para diversión de todos.

—Bueno, quizás podamos hacer que le sople un beso, también —dijo Moist. Se dirigió a los Hombres de los Depósitos, que estaban sonrientes y radiantes con su recién hallada importancia—. Ahora, si alguno de ustedes señores me ayuda a llevar este montón al banco...

Las manecillas del reloj se perseguían en el extremo de la hora cuando llegó Moist, y todavía no había señales del Sr. Bent.

—¿Está bien el reloj? —dijo Moist, cuando las manecillas comenzaron el relajante paseo a la media hora.

—Sí, señor —dijo un empleado de mostrador—. El Sr. Bent la ajusta dos veces al día.

—Tal vez, pero no ha estado aquí por más de…

Las puertas se abrieron, y allí estaba. Moist, por alguna razón había esperado la ropa de payaso, pero estas eran las suaves, brillantes y planchadas ropas de Bent, con elegante chaqueta y pantalones a rayas y…

… la nariz roja. Y estaba del brazo con la Srta. Cortinas.

El personal miraba todo, demasiado conmocionado para una reacción.

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—Damas y caballeros —dijo Bent, su voz haciendo eco en el silencio repentino—, debo tantas disculpas. He cometido muchos errores. De hecho, toda mi vida ha sido un error. Yo creía que el verdadero valor se alojaba en trozos de metal. Gran parte de lo que creía es inútil, de hecho, pero el Sr. Lipwig cree en mí y aquí estoy hoy. Hagamos que el dinero no se base en un truco de la geología, sino en el ingenio de las manos y el cerebro. Y ahora… —Se detuvo, porque la Srta. Cortinas había apretado su brazo.

—Oh, sí, ¿cómo pude olvidarme? —continuó Bent —. Lo que ahora creo con todo mi corazón es que la Srta. Cortinas se casará conmigo en la Capilla de la Diversión en el Gremio de Bufones el sábado, la ceremonia será llevada a cabo por el Reverendo Hermano “Whacko” Whopply. Están todos invitados, por supuesto…

—…pero cuidado con lo que vistan, ya que es una boda de lechada, —dijo la Srta. Cortinas tímidamente, o lo que probablemente pensó que era tímidamente.

—Y con eso sólo me queda… —intentó seguir Bent, pero el personal había comprendido lo que sus oídos habían escuchado, y se cerraron sobre la pareja, la mujer atraída a pronto-no-a-ser-Srta. Cortinas por la legendaria alta gravedad de un anillo de compromiso, mientras que los hombres pasaron a palmear al Sr. Bent en la espalda hasta lo impensable, lo que supuso llevarlo alrededor de la sala sobre sus hombros.

Finalmente fue Moist quién tuvo que ahuecar las manos y gritar: —¡Miren la hora, damas y caballeros! ¡Nuestros clientes están esperando, damas y caballeros! ¡No nos crucemos en el camino de hacer dinero! ¡No debemos ser un dique en el flujo económico!

... y se preguntó qué estaría haciendo Hubert ahora...

Con la lengua fuera por la concentración, Igor quitó un delgado tubo de las gorgoteantes entrañas de Glooper.

Unas pocas burbujas subieron en zigzag a la parte superior de la unidad hidráulica central y rompieron en la superficie con un glup.

Hubert lanzó un profundo suspiro de alivio.

—Bien hecho, Igor, sólo uno más... ¿Igor?

—Aquí, sseñor —dijo Igor, saliendo de detrás de él.

—Parece que funciona, Igor. ¡Buen silicio guionado! ¿Pero está seguro de que podrá seguir el trabajo como un modelador económico después?

—Ssí sseñor. Tengo gran confianza en la nueva gama de válvulass. La ciudad afectará al Glooper, ssi quiere, pero no al revéss.

—Aun así, sería terrible si cayera en malas manos, Igor. Me pregunto si debo presentar el Glooper al gobierno. ¿Qué piensa usted?

Igor reflexionó. En su experiencia una de las principales definiciones de “malas manos“ era “el gobierno”.

—Creo que usssted debería aprovechar la oportunidad para ssalir un poco máss, sseñor, —dijo amablemente.

—Sí, supongo que he exagerado —dijo Hubert—. Hum... acerca del señor Lipwig...

—¿Ssí?

Hubert parecía un hombre que había estado luchando con su conciencia y tiene una rodilla en su ojo. —Quiero poner de nuevo el oro en la bóveda. Eso detendrá todo este problema.

—Pero fue robado hace añoss, sseñor —explicó Igor pacientemente—. No fue ssu culpa.

—No, pero se culpa al Señor Lipwig, que siempre ha sido muy amable con nosotros.

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—Creo que ssaldrá de essta, sseñor.

—Pero podríamos ponerlo de nuevo —insistió Hubert—. Volverlo desde donde fue llevado, ¿no es cierto?

Igor se rascó la cabeza, causando un ligero ruido metálico. Él había seguido los acontecimientos con mucho más cuidado que el que Hubert empleaba y hasta donde podía ver el oro faltante había sido gastado por los Pródigo años atrás. El Señor Lipwig había estado en problemas, pero a Igor le parecía que los problemas golpeaban al Señor Lipwig como una gran ola golpea una flotilla de patos. Después no había ola, pero todavía había un montón de patos.

—Tal vez —admitió.

—Así que sería una buena cosa, ¿sí? —insistió Hubert—. Y él ha sido muy amable con nosotros. Le debemos ese pequeño favor.

—No creo…

—¡Eso es una orden, Igor!

Igor sonrió. ¡Por fin! Toda esta cortesía lo ponía nervioso. Lo que esperaba un Igor eran órdenes dementes. Para eso nacía un Igor (y hasta cierto punto, se hacía). ¿Una orden para hacer algo de dudosa moralidad, con un resultado imprevisible? ¡Dulce!

Por supuesto, truenos y relámpagos hubieran sido más apropiados. En cambio no había nada más que el burbujeo de Glooper y suaves ruidos vidriosos que siempre hacían pensar a Igor que se encontraba en una fábrica de carillones de viento. Pero, a veces, sólo tienes que improvisar.

Completó el pequeño frasco de Reserva de Oro hasta el marcador de diez toneladas, toqueteó el brillante conjunto de válvulas por un minuto o dos, y retrocedió.

—Cuando gire essta rueda, maesstro, el Glooper depossitará un análogo del oro en la bóveda y luego cerrará la conexión.

—Muy bien, Igor.

—Eh, ¿no le gustaría gritar algo, por favor? —indicó.

—¿Como qué?

—Oh, no lo sé... talvez: "Dijeron ellos... lo siento, elloss ... lo ssiento… ¡Yo esstaba loco, pero essto les mosstrará!"

—Eso no es realmente mio.

—¿No? —dijo Igor—. ¿Tal vez una rissa, entoncess?

—¿Eso ayudaría?

—Ssí, sseñor —dijo Igor—. Esso me ayudará.

—Oh, muy bien, si piensa que le ayudará —dijo Hubert. Tomó un sorbo de la jarra que Igor había utilizado, y se aclaró la garganta.

—Ja —dijo— Eh jajajj jaj JA JA JA JA JA JA...

Qué desperdicio de un don maravilloso, pensó Igor, y giró la manija.

¡Gloop!

Incluso desde aquí abajo en las bóvedas se podía oír el zumbido de la actividad en el hall del banco.

Moist caminó bajo el peso de un cajón de billetes de banco, para molestia de Adora Belle.

—¿Por qué no puedes ponerlos en una caja fuerte?

—Porque están llenas de monedas. De todos modos, tenemos que mantenerlos aquí por

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ahora, hasta que los acabemos.

—Es realmente como una victoria, ¿no? Tu triunfo sobre el oro.

—Un poco, sí.

—Te has salido con la tuya de nuevo.

—Yo no lo diría exactamente así. Gladys ha presentado una solicitud para ser mi secretaria.

—He aquí un consejo: no dejes que se siente en tu regazo.

—¡Lo digo seriamente! ¡Ella es feroz! ¡Probablemente quiere mi trabajo ahora mismo! ¡Ella cree todo lo que lee!

—No hay respuesta, entonces. ¡Por los dioses, ella es el menor de tus problemas!

—Cada problema es una oportunidad —dijo con gazmoñería Moist.

—Bueno, si molestas a Vetinari de nuevo tendrás la oportunidad única de no comprar nunca otro sombrero.

—No, creo que le gusta un poco de oposición.

—¿Y eres bueno en saber cuánta?

—No. Eso es lo que me gusta. Obtienes una vista maravillosa desde el punto de no retorno.

Moist abrió la bóveda, y puso el cajón en un estante. Parecía un poco perdida y sola, pero podía escuchar el golpe de la prensa en la Casa de Moneda mientras los hombres del Sr. Bobinas trabajaban duro para dotarlo de compañía.

Adora Belle se apoyó en el marco, mirándolo cuidadosamente.

—Me dicen que mientras yo estaba lejos hiciste todo tipo de cosas riesgosas. ¿Es eso cierto?

—Me gusta coquetear con el riesgo. Siempre ha sido parte de mi vida.

—Pero no haces ese tipo de cosas mientras estoy cerca —dijo Adora Belle—. ¿Así que soy bastante emocionante, no?

Ella avanzó. Los tacones ayudaron, por supuesto, pero Spike podría moverse como una serpiente tratando de moverse de forma casual, y los severos, estrictos y ostensiblemente modestos vestidos que usaba dejaban todo a la imaginación, lo que es mucho más inflamatorio que no dejar nada. La especulación es siempre más interesante que los hechos.

—¿En qué piensas ahora mismo? —dijo. Tiró su cigarrillo y lo aplastó, con un tacón.

—Cajas de dinero —afirmó Moist al instante.

—¿Cajas de dinero?

—Sí, en la forma del banco y la Casa de Moneda. Para enseñar a los niños los hábitos de ahorro. El dinero podría entrar en la ranura adonde está la Moneda Falsa…

—¿Estás realmente pensando en cajas de dinero?

—Eh, no. Estoy coqueteando con el riesgo de nuevo.

—¡Eso es mejor!

—Aunque hay que admitir que es una bonita…

Adora Belle Moist lo agarró por los hombros. —Moist Von Lipwig, si no me das un gran beso húmedo ahora… ¡Ay! ¿Hay pulgas aquí abajo?

Se sentía como una granizada. El aire en la bóveda se había convertido en una neblina dorada. Hubiera sido bonita, si no fuera tan pesadao. Pinchaba donde te tocaba.

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Moist agarró su mano y la arrastró fuera cuando la lluvia se convirtió en un torrente de partículas. Afuera, él se quitó el sombrero, que ya estaba tan pesado que ponía en peligro sus orejas, y sacudió una pequeña fortuna en oro sobre el piso. La bóveda ya estaba medio llena.

—Oh no — gimió él—. Justo cuando todo iba tan bien...

Epílogo

BLANCURA, FRESCURA, olor a almidón.

—Buenos días, mi señor.

Cosmo abrió sus ojos. Una cara femenina, rodeada por una gorra de color blanco, lo estaba mirando.

Ah, así que había funcionado. Lo sabía.

—¿Le gustaría levantarse? —dijo la mujer, retrocediendo. Había un par de hombres pesadamente construidos detrás de ella, también de blanco. Era justo como debía ser.

Miró hacia abajo al lugar donde debía haber un dedo completo, y vio un muñón cubierto por una venda. No podía recordar bien cómo había sucedido, pero eso estaba bien. Después de todo, para cambiar, algo tenía que perder, y algo que ganar. Eso estaba bien. Así que éste era un hospital. Eso estaba bien.

—Esto es un hospital, ¿sí? —dijo, sentado en la cama.

—Bien hecho, su señoría. Usted está en la sala Lord Vetinari, de hecho.

Eso está bien, pensó Cosmo. Yo doté una sala en algún momento. Eso estaba muy orientado hacia mi futuro.

—¿Y los hombres son guardaespaldas? —dijo, señalando con la cabeza a los hombres.

—Bueno, están aquí para ver que no sufra daño —dijo la enfermera—, así que supongo que es verdad.

Había una cantidad de otros pacientes en la larga sala, todos con ropa blanca, algunos de ellos sentados y jugando juegos de mesa, y varios de ellos de pie en la gran ventana, mirando hacia afuera. Estaban parados en poses idénticas, las manos detrás de la espaldas. Cosmo los miró por un rato.

Luego miró a la pequeña mesa donde dos hombres estaban sentados uno frente a otro, al parecer, tomando turnos para medir la frente del otro. Tuvo que prestar especial atención durante algún tiempo antes comprender lo que estaba pasando. Pero Lord Vetinari no era un hombre para saltar a conclusiones.

—Disculpe, enfermera —dijo Cosmo, y ella se acercó de prisa. Le hizo señas de acercarse más, y los dos hombres corpulentos vinieron más cerca, también, mirándole atentamente.

—Sé que esas personas no son totalmente cuerdas —afirmó—. Ellos piensan que son Lord Vetinari, ¿tengo razón? Esta es una sala para esas personas, ¿sí? ¡Estos dos tienen una competencia de alzar la ceja!

—Tiene usted toda la razón —dijo la enfermera—. Bien hecho, mi señor.

—¿No se desconciertan cuando se ven uno al otro?

—No realmente, mi señor. Cada uno piensa que es el real.

—¿Así que no saben que yo soy el verdadero?

Uno de los guardias se inclinó hacia adelante. —No, mi señor, estamos manteniendo mucho silencio al respecto —dijo, guiñando un ojo a su colega.

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Cosmo asintió. —Muy bien. Éste es un maravilloso lugar para alojarme mientras estoy mejorando. El lugar perfecto para estar de incógnito. ¿Quién podría pensar en buscarme en esta sala de pobres locos tristes?

—Ése es exactamente el plan, señor.

—Usted sabe, algún tipo de horizonte artificial haría las cosas más interesantes para las pobres almas en la ventana —afirmó.

—Ah, podemos decir que usted es la cosa real, señor —dijo el hombre.

Cosmo sonrió. Y dos semanas más tarde, cuando ganó la competencia de alzar la ceja, fue más feliz que lo que nunca había sido antes.

El Club del Minino Rosado estaba lleno… a excepción del asiento siete plazas (fila, al centro).

La marca de permanencia para cualquier persona en el asiento siete era de nueve segundos. La perpleja gerencia había sustituido los cojines y los resortes en varias ocasiones. No hacía diferencia. Por otro lado, todo lo demás iba tan inexplicablemente bien, parecía haber un buen ambiente en el lugar, especialmente entre las bailarinas, que estaban trabajando muy duro ahora que alguien había inventado un dinero que podía meterse en una liga. El lugar era feliz, llegó a la conclusión la gerencia. Eso bien valía un asiento, especialmente en vista de lo que había sucedido cuando intentaron sacar la maldita cosa afuera...