octavio paz, cuadrivio, fernando pessoa

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Fernando Pessoa r. EL DESCoNocIDo DE ulsl'o Estas páginas sobre un poeta portugués que fue nuestro contemporáneo deben comenzar con una confesión: la primera vez que oí hablar de Fernando Pessoa fue en Pa- rís, una noche del otoño de 1958. Había cenado con unos amigos, en una casa del Marais; uno de los presen- tes, Nora Mitrani, me preguntó mi opinión sobre el «caso>) Fernando Pessoa cle Pessoa; no sin confusión, tLrve que decirle que apenas si sabía algo de la literatura moderna portuguesa. Unos días después Nora me envió un número de Le Surréa- lisme, Méme, en el que aparecían algunos poemas de pes- soa-Caeiro, traducidos por ella. Esos textos despertaron mi curiosidad. Me procuré las traducciones y estudios de Armand Guilbert. Su lectura me reveló a un gran poeta, casi desconocido entre nosotros. Poco a poco descubrí que existía un reducido círculo de lectores de Pessoa, dis- perso en todo el mundo; la pintora Vieira da Silva me prestó la Obra poética, en la edición de R"ío de Janeiro; conseguí el tomo de ensayos de Adolfo Casais Monteiro; más tarde, no sin dificultades, adquirí los volúmenes de la edición portuguesa. Casi sin darme cuenta empecé a traducir algunos poemas de Álvaro de Campos. Insensi- blemente pasé a los otros heterónimos. Mientras traducía, cambiaban mis preferencias; iba de Campos a Reis, de Reis a Caeiro; y siempre regresaba a Pessoa. Advertí que Caei- ro, Reis y Campos no podrían vivir sin Pessoa, es decir, descubrí la unidad poética de la obra. Los heterónimos no son criaturas independientes; o lo son a la manera... Me explicaré más tarde. Antes de proseguir, quisiera decir algo: hace unos meses murió Nora Mitrani; creo que le habría alegrado saber que aquella conversación de 1958 despertó una pasión. Esa pasión es el origen de este pe- queño libro. Mis traducciones no son un trabajo de eru- dición sino el fruto espontáneo, talvez un poco agrio, del fervor. Los poetas no tienen biogra{ía. Su obra es su biografía. Pessoa, que dudó siempre de la realidad de este rnundo, aprobaria sin vacilar que fuese directamente a sus poemas, olvidando los incidentes y los accidentes de su existencia terrestre. Nada en su vida es sorprendente -nada, excep- to sus poemas. No creo que su <<caso», hay que resignar- se a emplear esa antipática palabra, los explique; creo ro3

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Octavio Paz, ensayo sobre Fernando Pessoa

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Page 1: Octavio Paz, Cuadrivio, Fernando Pessoa

Fernando Pessoa

r. EL DESCoNocIDo DE sÍ ulsl'o

Estas páginas sobre un poeta portugués que fue nuestro

contemporáneo deben comenzar con una confesión: la

primera vez que oí hablar de Fernando Pessoa fue en Pa-

rís, una noche del otoño de 1958. Había cenado con

unos amigos, en una casa del Marais; uno de los presen-

tes, Nora Mitrani, me preguntó mi opinión sobre el «caso>)

Fernando Pessoa

cle Pessoa; no sin confusión, tLrve que decirle que apenassi sabía algo de la literatura moderna portuguesa. Unosdías después Nora me envió un número de Le Surréa-lisme, Méme, en el que aparecían algunos poemas de pes-

soa-Caeiro, traducidos por ella. Esos textos despertaronmi curiosidad. Me procuré las traducciones y estudios deArmand Guilbert. Su lectura me reveló a un gran poeta,casi desconocido entre nosotros. Poco a poco descubríque existía un reducido círculo de lectores de Pessoa, dis-perso en todo el mundo; la pintora Vieira da Silva meprestó la Obra poética, en la edición de R"ío de Janeiro;conseguí el tomo de ensayos de Adolfo Casais Monteiro;más tarde, no sin dificultades, adquirí los volúmenes dela edición portuguesa. Casi sin darme cuenta empecé atraducir algunos poemas de Álvaro de Campos. Insensi-blemente pasé a los otros heterónimos. Mientras traducía,cambiaban mis preferencias; iba de Campos a Reis, de Reisa Caeiro; y siempre regresaba a Pessoa. Advertí que Caei-ro, Reis y Campos no podrían vivir sin Pessoa, es decir,descubrí la unidad poética de la obra. Los heterónimos noson criaturas independientes; o lo son a la manera... Meexplicaré más tarde. Antes de proseguir, quisiera deciralgo: hace unos meses murió Nora Mitrani; creo que lehabría alegrado saber que aquella conversación de 1958despertó una pasión. Esa pasión es el origen de este pe-queño libro. Mis traducciones no son un trabajo de eru-dición sino el fruto espontáneo, talvez un poco agrio, delfervor.

Los poetas no tienen biogra{ía. Su obra es su biografía.Pessoa, que dudó siempre de la realidad de este rnundo,aprobaria sin vacilar que fuese directamente a sus poemas,olvidando los incidentes y los accidentes de su existenciaterrestre. Nada en su vida es sorprendente -nada, excep-to sus poemas. No creo que su <<caso», hay que resignar-se a emplear esa antipática palabra, los explique; creo

ro3

Page 2: Octavio Paz, Cuadrivio, Fernando Pessoa

to5fo4 Lxt ursiott,'s/l n, u rs¡t )ttL's Fernando Pessoa

con su madre, viuda de nuevo; el resto, en domicilios in-ciertos. Ve a los amigos en la calle y en el café. Bebedorsolitario en tabernas y fondas del barrio viejo. ¿Otros de-talles? F.n r9t6 proyecta establecerse como astrólogo. Elocultismo tiene sus riesgos y en una ocasión Pessoa se veenvuelto en un lío) urdido por la policía contra el magoy «satanista" ingiés E.A. Crowley-Aleister, de paso porLisboa en busca de adeptos para su orden místico-eróti-ca. En r92o se enamora, o cree que se enamora, de unaempleada de comercio; la relación no dura mucho: "midestino -dice en la cafia de ruptura- pertenece a otraLe¡ cuya existencia no sospecha usted siquiera [...]». §sse sabe de otros amor:es. Hay una corriente de homose-xualismo doloroso enla Oda marítima y en la Salutacióna'Wbitman, grandes composiciones q¡.re hacen pensar en

las que, quince años más tarde, escribiría el García Lorcade Poeta en Nueua York. Pero Álva.o de Campos, profe-sional de la provocación, no es todo Pessoa. Hay otrospoetas en Pessoa. Casto, todas sus pasiones son imagina-rias; mejor dicho, su gran vicio es la imaginación. Por eso

no se mueve de su silla. Y hay otro Pessoa, que no perte-nece ni a la vida de todos los días ni a la literatura: el dis-cípuio, el inicrado. Sobre este Pessoa nada puede ni debedecirse. ¿Revelación, engaño, autoengaño? Todo iunto,tal vez. Como el maestro de uno de sus sonetos herméti-cos, Pessoa conbece e cala,

Anglómano, miope, cortés, huidizo, vestido de obscu-ro, reticente y familiar, cosmopolita que predica el nacio-nalismo, inuestigador solerune de cosas fútiles, humoristaque nunca sonríe y nos hiela la sangre, inventor de otrospoetas y destructor de sí mismo) autor de paradojas cla-ras como el agua y, como ella, vertiginosas; fingir es co-nocerse) misterioso que no cultiva el misterio, misteriosocomo la luna del mediodía, taciturno fantasma del me-tlrodía portugués, ¿quién es Pessoa? Pierre Hourcade, que

-l

l

ri

L

i

que, a la luz de sLls poemas, su <<caso>> deja de serlo' Su

secreto, por lo demás, está escrito en su nombte: Pessoa

quiere decir persona en portugués y viene de persona,

máscara de los actores romanos. Máscara, personaje de

ficción, ninguno: Pessoa. Su historia podría reducirse al

tránsito entre la irrealidad de su vida cotidiana y la tea-

lidad de sus ficciones. Estas ficciones son los poetas Al-

berto Caeiro, Álrra.o de Campos, Ricardo Reis ¡ sobre

todo, el mismo F'ernando Pessoa. Así, no es inútil recor-

dar los hechos más salientes de su vida, a condición de sa-

ber que se trata de las huellas de una sombra' El verdade-

ro Pessoa es otro.Nace en Lisboa, en r888. Niño, queda huérfano de pa-

dre. Su madre vuelve a casarse; en t896 se traslada, con

sus hijos, a Durban, Africu del Sur, adonde su segundo

esposo había sido enviado como cónsul de Portugal'

Educación inglesa. Poeta bilingüe, la influencia sajona

será constante en su pensamiento y en su obra' En r9o5,

cuanclo está a punto de ir-rgresar en la Universidad del

Cabo, debe regresar a Portu¡1al .En r9o7 abandona la Fa-

cultad de l,etras cle Lisboa e instala una tipografía.Fraca-so, palabra que se repetirá con frecuencia en su vida' Tra-

bajá despr-rés como correspondetxte estrangeiro, es decir,

.o.no r"án.tor ambulante de cartas comerciales en inglés

y francés, empleo modesto que le dará de comer durante

casi toda su vida. Cierto, en alguna ocasión se le entrea-

bren, con discreción, las puertas de Ia carrera universita-

ria; con el orgullo de los tímidos, rehúsa la oferta' Escribí

discreción y orgwllct; quizá debía haber dicho desgano y

realismo: en t93z aspira al puesto de archivista en una

biblioteca y lo rechazan. Pero no hay rebelión en su vida:

apenas una modestia parecida al desdén.

Desde su regreso de África no vuelve a salir de Lisboa'

Primero vive en r-rna vieja casa, con una tía solterona y

una abuela loca; despr-rés con otra tía; una temporada

Page 3: Octavio Paz, Cuadrivio, Fernando Pessoa

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Escribe en inglés sus primeros poemas, entre r9o5 yr9o8. En aquella época leía a Milton, Shelle¡ Keats,

Poe" Más tarde descubre a Baudelaire y frecuenta varios.subpoetas portugueses". Insensiblemente vuelve a su

lengua materna, aunque nunca deiará de escribir en in-glés. Hasta tgtz la influencia de la poesía simbolista y

del nsaudosismo, es preponderante. En ese año publicasus primeras cosas, en la revista A Aguia, órgano delorenacimiento portugués". Su colaboración consistió en

una serie de artículos sobre la poesía portuguesa. Es muyde Pessoa esto de iniciar su vida de escritor como críticoliterario. No menos significativo es el título de uno de

sus textos: Na Floresta do Albeamento. LI tema de laenajenación y de la br.isqueda de sí, en el bosque encan-

tado o en la ciudad abstracta, es algo más que un tema:

es Ia substancia de su obra. En esos años se busca; notardará en inventarse.

En r9r3 conoce a dos ióvenes que serán sus compañe-

ros más seguros en la breve aventura futurista: el pintorAlmada Negreira y el poeta Mário de Sá-Carneiro. Otrasamistades: Armando Córtes-Rodrigues, Luis de Montal-vor, José Pacheco. Presos aún en el encanto de la poesía

.decadenter, aquellos muchachos intentan vanamente

renovar ia corriente sirnbolista. Pessoa inventa sl "paulis-mor. Y de pronto, a través de Sá-Carneiro, que vive en

París y con el que sostiene una correspondencia febril, larevelación de la gran insurrección moderna: Marinetti.La fecundidad del futurismo es innegable, aunque su res-

plandor se haya obscurecido después por las abdicacio-nes de su fundador. La repercusión del movimiento fue

instantánea acaso porque, rnás llue una revolución, era

un motín. Fue la primera chispa, la chispa que hace volarla pólvora. El fuego corrió de un extren-lo a otro, de Mos-cú a Lisboa. Tres grandes poetas: Apollinaire, Maya-l<ovski y Pessoa. El año siguiente, t9r4, setía para el por-

Fernando Pessoato6 bl x c Lr s i on e s / I n c ur s kt trc s

1o conoció al final de su vida, escribe: nNunca, al despe-

dirme, me atreví a volver la cara; tenía miedo de verlo

desvanecerse, disuelto en el aire'. ¿Olvido algo? Murióen 1935, en Lisboa, de un cólico hepático' Deió dos pla-

qrnítit' d" poemas en inglés, un delgado libro de Yersos

po.rrgu.r., y un baírl lieno de manuscritos' Todavía no

se publican todas sus obras.

Su vida pública, de alguna manera hay que llamarla,

tror.r.urra en Ia penumbra. Literatura de las afueras,

zona mal alumbrada en la que se mueven -¿conspira-dores o lunáticos?- las sombras indecisas de Álvaro de

Campos, Ricardo Reis y Fernando Pessoa' Durante un

insta-nte, los bruscos reflectores del escándalo y la po-

lémrca los iluminan. Después, Ia obscuridad de nuevo'

El casi-anonimato y la casi-celebridad' Nadie ignora el

nombre de Fernando Pessoa pero pocos saben quién es y

qué hace. Reputarciones portugtlesas, españolas e hispa-

áoame.icanas: nstt nombre me suena, ¿es usted periodis-

ta o director de cine?,. Me imagino que a Pessoa no le

desagradaba el equívoco. Más bien io cultivaba' Tempo-

,aduí d. agitación literaria seguidas por períodos de abu-

lia. Si sus apariciorres son aisladas y espasmódicas, golpes

de mano para aterrorizar a los cuatro gatos de la literatu-

ra oficial, su trabajo solitario es constante' Como todos

los grandes perezosos, se pasa la vida haciendo catálogos

.1. ob.n, q.r. ,-rrrr.u escribirá; y según les ocurre también

a los abúlicos, cuando son apasionados e imaginativos,

para no estallar, para no volverse loco, casi a hurtadillas,

ul -n.g", de sus grandes proyectos, todos los días escri-

be un poema, un artículo, una reflexión' Dispersión y

tensión. T<¡do marcado por una misma señal: esos textos

fueron escritos por necesidad. Y esto, la fatalidad, es 1o

que distingue a un escritor auténtico de uno que simpie-

mente tiene talento.

Page 4: Octavio Paz, Cuadrivio, Fernando Pessoa

ro8 F.x cur s ion e s / Incur sione s Fernando Pessoa r09

zá por las intemperancias de Alvaro de Campos, escurrenel bulto. Sá-Carneiro, siempre inestable, regresa a París.Un año después se suicida. Nueva tentativa en r9r7iel único número de Portugal Fwturista, dirigida por A1-mada Negreira, en el que aparece el'tJbimatum de Álvarode Campos. Hoy es difícil leer con interés ese chorro dediatribas, allnque algunas guardan aún su saludalrle viru-lencia: "D'Annunzio, don Juan en Patmos; Shaw, tumorfrío del ibsenismo; I(ipling, imperialista cle la chata-rra...». El episodio de Orpheu termina en la dispersióndel grupo y en la muerte de uno de sus guías. Habrá queesperar quince años y una nueva generación. Nada deesto es insólito. I-o asombroso es la aparición del grupo,adelante de su tiempo y de su sociedad. ¿Qué se escribíaen España y en Hispanoamérica por esos años?

Ei siguiente período es de relativa obscuridad. Pessoapublica dos cuadernos de poesía inglesa, j 5 Sannets y An-tinous, que comentan e\ Times de Londres y eI GlasgowHerald con mucha cortesía y poco entusiasmo. En tgzzaparece la primera colaboración de Pessoa en Contem-poránea, Lrna nueva revista literaria: O Banqweiro Anar-quista. También son de esos años sus veleidades políticas:elogios del nacionalismo y del régimen autoritario. I-a rea-lidad lo desengaña y lo obliga a desmentirse: en dos oca-siones se enf¡enta al poder público, a la Iglesia y a la mo-ral social. La primera para defender a Antonio Botro,autor de Cangóes, poemas de amor uranista. f.a segundacontra la "Liga de acción de los estudiantes", que perse-guía al pensamiento libre con ei pretexto de acabar con lallamada "literatura de Sodoma". César es siempre mora-lista. Álvaro de Campos distribuye una hoja: Auiso porcausa da moral; Pessoa publica un manifiesto; y el agredi-do, Raúl l-eal, escribe el folleto: Uma ligact de moral aosestudantes de Lisbc¡a e o descaratnento da Igreja Católica.El centro de gravedad se ha desplazado del arte libre a la

tugués el año clel descubrimiento o, más exactamente, del

nacimiento: aparecen Alberto Caeiro y sus discípulos, el

futurista Álvaro cle Campos y el neoclásico Ricardo Reis'

La irrupciíln de los heterónimos, acontecirniento inte-

rior, prepar¿r el acto público: la explosión de Orphew'Fn

abril <Ie r9 r,5 sale ei primer número de la revista; en julio,

el segundo y último. ¿Poco? Más bien demasiado' E'l gru-

po ni, "., homogéneo. El mismo nombre, Orpheu, osten-

ia la huella simbolista. Aún en Sá-Carneiro, a pesar de su

violencia, los críticos portuglleses advierten la persisten-

cia clel .decadentis1116,. En Pessoa la división es neta:

Álvaro de Campos es un futurista integral pero Fernando

Pessoa sigue siendo un lroeta 'paulista». El público reci-

bió la revista con indignación. Los textos de Sá-Carneiro

y <1e Campos provocaron la furia habitual de los perio-

iirrnr. A los iniultos sucedieron las burias; a las burlas, el

silencio. Se curnplió el ciclo. ¿Qr-rerdó algo? E'n el primer

número apareciá la Odtt triunfal; en el segundo,la Oda

marítima. El primero es Llil pocma qlre, a despecho de sus

tics y afectaciones, posee ya el tono directo de Tabaque'

ría,lavísiónclel 1'roco pcso del hornbre frente al peso bru-

to de la vida social' El segundo es algo ¡r-rás que los fuegos

de artificio de la poesía futurista: un gran espíritu delira

en voz alta y su grito nunc:r es animal ni sohrehumano' E'l

poeta no es un «peqtleño Dios' sino un ser caído' Los

áo, po.-u, recuerdan más a \Whitman qlre a Marinetti, a

,., \i(¡hit**n entusiasmado y negador. No es esto todo'

La contradicción es el sistema, la forma de su coherencia

vital: al mismo tiempo que las dos odas, escribe A Guar-

dadc¡r de Rebanhos, libro póstumo de Alberto Caeiro,

los poenras latinizantes de Reis y Epithalamiwm y Anti'nois, tlois poetl'tds ingléses mews' mwito indecentes, e

l)ortanto impu blicáueis em lnglaterra.La aventu ra de Or¡tberl se interrumpe bruscamente' Al-

gunos, anfe los ataques de ios periodistas y asustados qui-

Page 5: Octavio Paz, Cuadrivio, Fernando Pessoa

Ii.r r ursi t ¡nes/ I n cursi¡¡ na s

libertad del arte. l,¿r índole de nuestra sociedad es tal que

el creador está condenado a la heterodoxia y a la oposi-ción. El artist¿r lúcido no esquiva ese riesgo moral.

En t 924. un¿l nueva revista: Atena. Dura sólo cinco nú-meros. Nrrnc¿,t segundas partes fueron buenas" En reali-dad, Atcnd es un puente entre Orpbew y los jóvenes de

Prescnqa (rgzZ). Cada generación escoge, al aparecer, su

traclicirin. El nuevo grupo descubre a Pessoa: al fin haencoutrado interlocutores. Demasiado tarde, como siem-pre. Poco tiempo después, un año antes de su muerte,ocurre el grotesco incidente del certamen poético de laSccretaría de Propaganda Nacional. EI tema, claro está,era un canto a las glorias de la nación y del imperio. Pes-

soa envía Mensagem, poemas que son una interpretación

"ocultista" y simbólica de la historia portuguesa. Ei librodebe haber dejado perplejos a los funcionarios encarga-dos del concurso. Le dieron un premio de "segunda cate-goría". Fue su úitima expericncia litcraria.

Todo empieza el 8 de marz<¡ de r9t4. Pero es mejortranscribir un fragmento de una carta de Pessoa a uno de

los muchachos de Presenga, Adolfo Casais Monteiro:

"Por ahí de r 9 r z me vino la idea de escribir unos poemasde índole pagana. Pergeñé unas cosas en verso irregular(no en el estilo de Álvaro de Campos) y luego abandonéel invento. Con todo, en la penumbra confusa, entreví unvago retrato de la persona que estaba haciendo aquello(había nacido, sin que yo lo supiera, Ricardo Reis). Añoy medio, o dos años después, se me ocurrió tomarle el

pelo a Sá-Carneiro -inventar un poeta bucólico, un tantocomplicado, y presentarlo, no me acuerdo ya en qué for-ma, como si fuese un ente real. Pasé unos días en esto sinconseguir nada. Un día, cuando finalmente había desis-tido -fue el B de marzo de t9t4- me acerqué a una có-moda ¡ tomando un rlanojo de papeles, comencé a escri-

Fernando Pessoa

Lrir de pie, como escribo siempre que puedo. Y escribítreinta y tantos poemas seguidos, en una suerte de éxtasiscuya naturaleza no podría defrnir. Fue el día triunfal demi vida y nunca tendré otro así. Ernpccé con un título, Elgwardián de rebaños. Y lo que siguió fue la aparición dealguien en mí, al que inmediatamente llamé AlbertoCaeiro. Perdóneme 1o absurdo de la frase: en mí apareciómi maestro. Ésa fue la sensación inmediata que tuve. Ytanto fue así que, apenas escritos los treinta poemas, enotro papel escribí, también sin parar, Lluuia oblicua, deFernando Pessoa inmediata y enteramente... F'ue el regre-so de Fernando Pessoa-Alberto Caeiro a Fernando Pes-soa a secas. O mejor: fue la reacción de Fernando Pessoacontra su inexistencia como Alberto Caeiro... AparecidoCaeiro, traté luego de descubrirle, inconsciente e instintiva-mente, unos discípulos. Arranqué de su falso paganismo alRicardo Reis latente, le descubrí un nombre y lo ajusté a

sí mismo, porque a esas alturas ya lo ueía. Y de pronto,derivación oplresta de Reis, surgió impetuosamente otroindividuo. De un trazo, sin interrupción ni enmienda,brotó la Oda triunfal, de Álvaro de Campos" La oda conese nombre y el hombre con el nombre que tiener. No sé

qué podría agregarse a esta confesión.La psicología nos ofrece varias explicaciones. El mismo

Pessoa, que se interesó en su caso) propone dos o tres.Una crudamente patológis¿¡ «probablemente soy un his-térico-neurasténico [...] y esto explica, bien o mal, el ori-gen orgánico de los heterónimos,. Yo no diría "bien omal, sino poco. EI defecto de estas hipótesis no consisteen que sean falsas: son incompletas. Un neurótico es unposeído; el que domina sus trastornos: ¿es un enfermo?El neurótico padece sus obsesiones; el creador es su due-ño y las transforma. Pessoa cuenta que desde niño vivíaentre personajes imaginarios. ("I.{o sé, por supuesto, siellos son los que no existen o si soy yo el inexistente: en

Page 6: Octavio Paz, Cuadrivio, Fernando Pessoa

fr2 It.xt tttsi¡ ¡ncs/l ncursictnes

estos casos no clcbemos ser dogmáticos.») Los heteróni-mos están rodeaclos de una masa fluida de semiseres: el

barón de Tcivc;.fean Seul, periodista satírico francés; Ber-nardo Soarcs, fantasma del fantasmal Vicente Guedes;

Pacheco, nrrrla copia de Campos... No todos son escrito-res: hay un Mr. Cross, infatigable participante en los con-cursos clc charadas y crucigramas de las revistas inglesas(rncclio infalible, creía Pessoa, pafa salir de pobre), Ale-xancler Search y otros. Todo esto -como su soledad, su

¿rlcoh<>lismo discreto y tantas otras cosas- nos da luces

s<rbrc su caráctü pero no nos explica sus poemas, que es

lo úrrico que en verdad nos importa.l,o mismo sucede con la hipótesis «ocultista», a la que

Pessoa, demasiado analítico, no acude abiertamente peroque no deja de evocar. Sabido es que los espíritus que

guían la pluma de los mediums, inclusive si son los de

Eurípides o Shakespeare, revelan una desconcertante tor-pezaliteraria. O una sospechosa maestría para hablar en

el idioma del médium. H,s sabido que los espíritus que

participaban en las sesiones del círculo de Victor Hugo,en Jerse¡ se expresaban invariablemente en francés y en

verso, así fuesen los de Esquilo, Moisés, Caín, el JudíoErrante o el León de Androcles; Victor Hugo interrogó al

espíritu de Shakespeare y el poeta inglés le respondió que

su preferencia se debía a la superioridad de la lengua

francesa sobre la suya. Algunos aventuran que los hete-

rónimos son una mistificación. El error es doblementegrosero: ni Pessoa es un mentiroso ni su obra es una su-

perchería. Hay algo terriblemente soez en la mente mo-derna; la gente, que tolera toda suerte de mentiras indig-nas en la vida real, y toda suerte de realidades indignas,no soporta la existencia de la fábula. Y eso es la obra de

Pessoa: una fábula, una ficción. Olvidar que Caeiro, Reis

y Campos son creaciones poéticas, es olvidar demasiado.Como toda creación, esos poetas nacieron de un juego.

Fernando Pessoa

El arte es un juego -y otras cosas. Pero sinarte.

no hay

La autenticidad de los heterónimos depende de su co-herencia poética, de su verosimilitud. Fueron creacionesnecesarias, pues de otro modo Pessoa no habría consa,grado su vida a vivirlos y crearlos; lo que cuenta ahorano es que hayan sido necesarios para su autor sino si 1o

son también para nosotros. Pessoa, su primer lector, nodudó de su realidad. Reis y Campos dijeron lo que quizáél nunca habría dicho. Al contradecirlo, lo expresaron; alexpresarlo, lo obligaron a inventarse. Escribimos paraser lo que somos o pafa ser aquello que no somos. En unoo en otro caso, nos buscamos a nosotros mismos. Y si te-nemos la suerte de encontrarnos -señal de creación- des-cubriremos que somos un desconocido. Siempre el otro,siempre é1, inseparable, ajeno, con tu cara y la mía,tú siempre conmigo y siempre solo.

Los heterónimos no son antifaces literarios: ul-o queescribe Fernando Pessoa pertenece a dos categorías deobras, que podríamos llamar ortónimas y heterónimas.No se puede decir que son anónimas o pseudónimas por-que de veras no 1o son. La obra pseudónima es del autoren su persona, salvo que firma con otro nombre; la hete-rónima es del aufor fuera de su persona [...]". Gérardde Nerval es el pseudónimo de Gérard Labrunie: la mis-ma persona y la misma obra; Caeiro es el heterónimo dePessoa: imposible confundirlos. Más próximo, el casode Antonio Machado es rambién diferente. Abel Martíny Juan de Mairena no son enteramente el poeta AntonioMachado. Son máscaras pero máscaras transparentes: untexto de Machado no es distinto a uno de Mairena. Ade-más, Machado no está poseído por sus ficciones, no soncriaturas que lo habitan, lo contradicen o lo niegan. Encambio, Caeiro, Reis y Campos son los héroes de una no-vela que nunca escribió Pessoa. .Soy un poeta dramáti-

Page 7: Octavio Paz, Cuadrivio, Fernando Pessoa

rt4 l, ¡ t rt r s i t ¡ trc s/ ln cur sione s

co», confía cll ulrit carta a J.G. Simóes. Sin embargo' la

relaci<in clttrc l)cssoa y sus heterónimos no es idéntica a

la clel drrtnraturgo o el novelista con sus personajes. Noes un invcl'ttor: cle personajes-poetas sino un creador de

obr¿'rs-clc tr)oetas. La diferencia es capital. Como dice Ca-

sris Morrtciro: «Inventó las biografías para las obras y no

las ohrrrs para las biografías". Esas obras -y los poemas

clc l)cssoir, escritos frente, por y contra ellas* son su obra

¡xróticrr. Él mismo se convierte en una de las obras de su

obre. Y ni siquiera tiene el privilegio de ser el crítico de

t's;t c<¡terie: Reis y Campos lo tratan con cierta condes-

ccrrclencia; el barón de Teive no siempre 1o saluda; Vicen-

tc Cuedes, el archivista, se ie asemeja tanto que cuando

lo encuentra, en una fonda de barrio, siente un poco de

piedad por sí mismo. Es el encantador hechizado, tan to-talmente poseído por sus fantasmagorías qr're se siente

mirado por eilas, acaso despreciado, acaso compadecido.Nuestras creaciones tt.ls jttzg;lrt.

Alberto Caeiro es mi maestro' Esta afirmación es la pie-

dra de toque de toda su vida. Y podría agregarse que la

obra de Caeiro es la única afirmacién que hizo Pessoa.

Caeiro es el sol y en torno suyo giran Reis, Campos y el

mismo Pessoa. En todos ellos hay partículas de negación

o de irrealidad: Reis cree en la forma, Campos en ia sen-

sación, Pessoa en los símbolos. Caeiro no cree en nada:

existe. El sol es la vida henchida de sí; el sol no mira por-que todos sus rayos son miradas convertidas en calor ylr-rz; el sol no tiene conciencia de sí porque en é1 pensar

y scr son uno y lo mismo. Caeiro es todo 1o que no es Pes-

soa y, además, todo lo que no puede ser ningún poeta

moclenro: cl hombre reconciliado con la naturaleza. An-

tes del cristiirrrisrno, sí, pero también antes del trabajo y

de la historia. Antes de la conciencia. Caeiro niega, por el

mero hecho de cxistiri n<; soiamente la estética simbolista

Fernando Itesst¡d

de Pessoa sino todas las estéticas, todos los valores, todasIas ideas. ¿No queda nada? Queda todo, limpio ya de losfantasmas y telarañas de la cultura. El mundo existe por-que me lo dicen mis sentidos; y al decírmelo, mc dicen queyo también existo. Sí, moriré y morirá el mundo, peromorir es vivir. La afirmación de Caeiro anula la muerte;al suprimir a la conciencia, suprime a la nada. No afirmaque todo es pues eso sería afirmar una idea; dice que todoexiste. Y aírn más: dice que sólo es lo que existe. El restoson ilusiones. Campos se encarga de poner el punto sobrela i: "Mi maestro Caeiro no era pagano; era el paganis-mo". Yo diría: una idea del paganismo.

Caeiro apenas si frecuentó las escuelas'. Al enterarse deque lo llamaban «poeta materialista» quiso saber en quéconsistía esa doctrina. Al oír la explicación de Campos,no ocultó su asombro: «¡Es t¡na idea de curas sin reii-gión! ¿Dice usted que dicen que el espacio es infinito?¿En qué espacio han visto eso?,. Ante la estupefacción desu discípulo, Caeiro sostuvo que el espacio es finito: .Loque no tiene límites no existe...». El offo replicó: «¿Y losnúmeros? Después del34 viene el 35 y luego el 36 y asísucesivamente. . . » . Caeiro se le quedó viendo con piedad:«¡Pero ésos son só/o números!», y continuó, com umaformidáuel infáncia: n¿Acaso hay un número 34 en larealidad?,. Otra anécdota: le pregllntaron: «¿Está con-tento consigo mismo?r. Y respondió: .No, estoy conten-to». Caeiro no es un filósofo: es un sabio. Los pensadorestienen ideas; para el sabio vivir y pensar no son actos se-parados. Por eso es imposible exponer las ideas de Sócra-tes o Lao-tse. No dejaron doctrinas, sino un puñado deanécdotas, enigmas y poemas. Chuang-tse, más fiel que

r. N:rci<i en Lisboa, en 1889; murió en la misma ciudad, en r9r5. Viviór;rsi toda su vida en la quinta de Ribatejo. Obras: O Guardador de Reban-

/,os (r9r r-r9rzl1 O Pdstc¡r Amorosol Poemas lnconjuntos (r9r3-r9r5).

II5

Page 8: Octavio Paz, Cuadrivio, Fernando Pessoa

L16 lt.l tu rsionesl ln ctLrsiones

Platórr, no prctcr¡cle comunicarnos una filosofía sino con-

tarnos trnas historietas: la filosofía es inseparable dei

cuento, cs cl cuento. La doctrina dei fitrósofo incita a la

refrltaciírrr; l¡ vida del sabio es irrefutable. Ningún sabio

ha proclrrrttrrclo que la verdad se aprende; lo que han di-

cho t«rtl«rs, o casi todos, es que io único que vale la pena

clc vivirsc es la experiencia de la verdad" I-a debilidad de(lrrciro n<> reside en sus icleas (más bien ésa es su fuerza);

c«rnsiste en la irrealidad de la experiencia que dice en-

cll il ) 11r.

Aclán en una quinta de la provincia portuguesa, sin

rrrujer, sin hijos y sin creador: sin conciencia, sin trabajo y

sin religión. Una sensación entre 1as sensaciones, un exis-

tir entre ias existencias. La piedra es piedra y Caeiro es

C)rreiro, en este instante' Después, cada uno será otra

cosa. O la rnisma cosa. Es igual o es distinto: todo es

igual por ser todo diferente. Nombrar es ser' [.a palabra

con que nombra a la pieclra tlo es la piedra pero tiene

la misma realidac'l dc [a piedra. C]¿reiro no se propone nom-

[-¡rar a los seres y por eso 1]unca nos dice si la piedra es un

ágata o un guijarro, si el árbol es un pino o una encina.

Tampoco pretcrrcle establecer relaciones entre las cosas;

Ia palabra como t'to figura en su vocabutrario; cacla cosa

está sumerflid¿r en su propia realidad. Si Caeiro habla es

porque el hombre es un animal de palabras, corno el pá-

jaro es un anirnal alado. El hornbre habla como el río co-

rre o la lluvia cae. E1 poeta inocente no necesita nornbrar

las cosas; sus palabras son árboles, nubes, arañas, lagar-

tijas. No esas arañas que veo, sino estas que digo. Caeiro

sr: ¿rsonrbra ante Ia idea de que la realidad es inasible: ahí

está, frente a nosotros, basta tocarla. Basta hablar.

No scrírr clifícil demostrarle a Caeiro que la realidad

nlrnca está rr la lrano y que debemos conquistarla (aun a

riesgo de quc crr cl ircto de la conquista se nos evapore o

se nos convierta el't otra cosa: idea, utensilio). El poeta

Lern¡ndo Pess<td

inocente es un r.nito pero es un mito que funda a la poe-sía. El poeta real sabe que las palabras y las cosas no sonlo rnismo y por eso, para restablecer una precaria unidadentre el hombre y el mundo, nombra las cosas con irnáge-nes, ritmos, símbolos y comparaciones. Las palabras noson ias cosas: son los puentes que tendemos entre ellas ynosotros. El poeta es la conciencia de las palabras, es de-cir, la nostalgia de la realidad real de las cosas. Cierto, laspalabras también fueron cosas antes de ser nombres decosas. Lo fueron en ei mito del poeta inocente, esto es,antes del lenguaje. Las opacas paiabras del poeta realevocan el habla de antes del lenguaje, el entrevisto acucr-do paradisíaco. Habla inocente: siiencio en el que nada se

dice porque todo está dicho, todo está cliciéndose. El len-guaje del poeta se alimenta de ese silencio que es hablainocente. Pessoa, poeta real y hombre escéptico, necesita-ba inventar a un poeta inocente para justificar su propiapoesía. Reis, Campos y Pessoa dicen palabras mortales yfechadas, palabras de perdición y dispersión: son el pre-sentimiento o la nostalgia de la unidad. Las oímos contrael fondo de silencio de esa unidad. No es un azar queCaeiro muera joven, antes de que sus discípulos iniciensu obra. Es su fundamento, el silencio que los sustenta.

El más natural y simple de los heterónimos es el menosreal" Lo es por exceso de realidad. El hombre, sobre todoel hombre moderno, no es del todo real. No es un entecompacto como la naturaleza o las cosas; la concienciade sí es su realidad insubstancial. Caeiro es una afirma-ción absoh-rta del existir y de ahí que sus palabras nos pa-rezcaÍ7 verdades de otro tiempo, ese tiempo en el quetodo era uro y lo mismo. ¡Presente sensible e intocabie:apenas lo nombramos se evapora! La rnáscara de inocen-cia que nos muestra Caeiro no es la sabiduría: ser sabio es

rcsignarse a saber que no somos inocentes. Pessoa, que losrrbía, estaba más cerca de la sabiduría.

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rr8 l:.x c u r s i one s /[n cur s ione s Fernando Pessod II9

EI otro extreuro es Álvaro de Campos'. Caeiro vive en el

presente intcur¡roral de los niños y los animales; el futu-rista C)arlp<)s es el instante. Para el primero, su aldea es el

ceritr() clcl rrur.rdo; el otro, cosmopolita, no tiene centro,dcstcrr¡cl«r en ese ningún lado que es todas partes. Sin

enrbrrrg«r, se parecen: los dos cultivan el verso libre; los

clt>s atropellan el portugués; los dos no eluden los pro-srrísnros. No creen sino en lo qr-re tocan, son pesimistas,

rrrirn la realidad concreta, no aman a sus semejantes,

rlcsprecian a las ideas y viven fuera de la historia, unocn la plenitud del ser, otro en su más extrema priva-ción. Caeiro, el poeta inocente, es lo que no podía ser

Pessoa; Campos, el dandy vagabundo, es lo que hubierapodido ser y no fue. Son las imposibles posibilidades vi-tales de Pessoa.

El primer poema de Campos posee una originalidadengañosa. La Oda triwnfal es en apariencia un eco bri-llante de §Thitman y de los futuristas. Apenas se comparaeste poema con los que, por los mismos años, se escribían

en Francia, Rusia y otros países, se advierte la diferencia'.§Thitman creía realmente en el hombre y en las máqui-nas; mejor dicho, creía que el bombre natural no era in-compatible con las máquinas. Su panteísmo abarcabatambién a la industria. La mayor parte de sus descendien-

r" Nace en Tariva, el r 5 de octubrc dc I 89o. La fecha coincide con su ho-

róscopo, dice Pessoa. Estudios de liceo; después, en Glasgow, de Ingeniería

Naval. Ascendencia judaica. Viajes a Oriente. Paraísos artificiales y otros.

Partidario de una estética no aristotélica, que ve realizada en tres poetas:

\rVhitn.ran, Caeiro y él mismo. Usaba monóculo. Irascible impasible.

z. En cspañol no hubo nada semejante hasta la generación de Lorca y Ne-

ruda. Había, sí, la prosa del gran Ramón Gómez de la Serna. En México

tuvimos un tínticlo comienzo, sólo un comienzo: Tablada. En 19r8 surge

realmente la poesíe tnodcrna en lengua española. Pero su iniciador, Vicente

Huidobro, es un poeta clc tt¡no mr.ry distinto.

tes no incurren en estas ilusiones. Algunos ven en las má-quinas juguetes marayillosos. Pienso en Valéry Larbaudy en su Barnabooth, que tiene más de un parecido conAirraro de Campos '. La actitucl de I-arbaud ante la má-quina es epicúrea; la de los futuristas, visionaria" La vencorno el agente destructor del falso humanismo y, por su-puesto, del hombre naturdl. No se proponen humanizara la máquina sino construir una nueva especie humanasemejante a ella. Una excepción sería Mayakovski y auné1... La Oda triwnfal no es ni epicúrea ni rornántica nitriunfal: es un canto de rabia y derrota. Y en esto radicasu originalidad.

Una fábrica es «u11 paisale tropical" poblado de bestiasgigantescas y lascivas. Fornicación infinita de ruedas,émbolos y poleas. A medida que el ritmo mecánico se re-dobla, el paraíso de hierro y electricidad se fransforma ensala de tortura. Las máquinas son órganos sexuaies dedestrucción: Campos quisiera ser triturado por esas héli-ces furiosas. Esta extraña visión es menos fantástica de loque parece y no sólo es una obsesión de Campos. Las má-quinas son reproducción, simplificación y multiplicaciónde los procesos vitales. Nos seducen y horripilan porquenos dan la sensación simultánea de la inteiigencia y la in-consciencia: todo lo que hacen lo hacen bien pero no sa-ben io que hacen. ¿No es ésta una imagen del hombremoderno? Pero las máquinas son una cara de la civiliza-

l. Me parece casi imposible que Pessoa no haya conocido cl libro de Lar-

baucl. La edición definitiva de Barnabc¡ct¿D cs de 19r j, año de intensa co-

rrespondencia con Sá-Carneiro. Detalle curioso: Larl¡aud visitó Lisboa en

t.126;Cómez de la Serna, que vivía por entonces cn esa ciudad, lo presentó

con los escritores jóvenes, que le ofrecier:on un banquete. En 1a crónica que

consagra a este epi sodi o ll,ettre de Lisbonne, en J aune bleu blanc) Larbaud

lr,rbla con elogio clc Almada Negreir:a pero no cita a lessoa. ¿Se cono-

, itlr¡n ?

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f 2-o

ción contemporánea. La offa es la promiscuidad social.

La Oda triwnfal termina en un alarido; transformado en

bulto, caja, paquete, rueda, Alvaro de Campos pierde el

uso de la palabra: silba, chirría, repiquetea, martillea,traqLretea, estalla. La palabra de Caeiro evoca la unidad

del hombre, la piedra y el insecto; la de Campos, el ruidoincoherente de la historia. Panteísmo y panmaquinismo,

dos modos de abolir la conciencia.Tabaqwería es el poema de la conciencia recobrada. Caei-

ro se pregunta ¿qué soy?; Campos, ¿quién soy? Desde

su cuarto contempla Ia calle: automóviles, transeúntes,

perros, todo real y todo hueco, todo cerca y todo lejos.

Enfrente, seguro de sí mismo como un dios, enigmático y

sonriente como un dios, frotándose las manos como Dios

Padre después de su horrible creación, aparece y desapa-

rece el Dueño de la Tabaquería. Llega a su caverna-tem-

plo-tendejón, Esteva el despreocupado, sem metafísica,

que habla y come, tiene emociones y opiniones políticas y

guarda las fiestas de guardar. Desde su Yentana, desde su

conciencia, Campos mira a los dos monigotes ¡ al verlos,

se ve a sí mismo. ¿Dónde estálarealidad: en mí o en Este-

va? El Dueño de la Tabaquería sonríe y no responde. Poe-

ta futurista, Campos comienza por afirmar que la única

realidad es la sensación; unos años más tarde se pregunta

si él mismo tiene alguna realidad.Al abolir la conciencia de sí, Caeiro suprime la historia;

ahora es la historia la que suprime a Campos. Vida mar-

ginal: sus hermanos, si algunos tiene, son las prostitutas,

los vagos, el dandy,el mendigo, la gentuza de arriba y de

abajo. Su rebelión no tiene nada que Yer con las ideas

de redención o de justicia: Náo: twdo menos ter razáo!

Tudo menos importarme com a hwmanidade! Tudo me'

nos ceder ao bwmanitarismo! Campos se rebela también

contra la idea de la rebelión. No es una virtud moral, un

estado de conciencia -es la conciencia de una sensación:

Fernand,o Pessoa

"Ricardo Reis es pagano por convicción; António Morapor inteligencia; yo lo soy por rebelión, esto es, por tem-peramento». Su simpatía por los malvivientes está teñidade desprecio, pero ese desprecio lo siente ante todo por símismo:

Siento simpatía por toda esa gente,Sobre todo cuando no merece simpatía.Sí, yo también soy vago y pedigüeño. . .

Ser vago y mendigo no es ser vago y mendigo:Es estar fuera de la jerarquía social...Es no ser Juez de la Corte Suprema, empleado fijo, prosti-

tuta,Pobre de solemnidad, obrero explorado,Enfermo de una enfermedad incurable,Sediento de justicia o capitán de caballería,Es no ser, en fin, esos personajes sociales de los novelistas

Que se hartat de letras porque tienen razón para llorar sus

lágrimasY se rebelan contra la vida social porque les sobra raz6npara

hacerlo...

Su vagancia y mendicidad no dependen de ninguna cir-cunstancia; son irremediables y sin redención. Ser vagoasí es ser isolado na alma. Y más adelante, con esa bruta-lidad que escandalizaba a Pessoa: Nem tenbo a defensade poder ter opi\es sociais... Sow lúcido. Nada de estéti-cas com coragáo: sow lúcido. Merda! Sou lúcido.

La conciencia del destierro es una nota constante de lapoesía moderna, desde hace siglo y medio. Gérard deNerval se finge príncipe de Aquitania; Álvaro de Camposescoge la máscara del vago. El tránsito es revelador. Tro-vador o mendigo, ¿qué oculta esa máscara? Nada, quizá.111 poeta es la conciencia de su irrealidad histórica. Sólor¡r-re si esa conciencia se retira de la historia, Ia sociedad se

I i, x cu r s k¡n e s / I n cur s io n e s r2t

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ll

1 2.2.

abisma en su propi:r opacidad, se vuelve Esteva o el Due-ño dc la Tabrrclucría. No faltará quien diga que la actitudde Crrnrpos ¡11¡ e5 «positiva". Ante críticas semejantes,

Casrris Montciro r:espondía: "La obra de Pessoa redlmen-/c cs rn)i.r obra negativa. No sirve de modelo, no enseña nir solrcnrar: ni a ser gobernado. Sirve exactamente para loc«»rtrari<¡: para indisciplinar los espíritus".

( )enrpos no se lanza, como Caeiro, a ser todo sino a ser

Ioclos y estar en todas partes. La caída en la pluralidad se

pxsa con la pérdida de la identidad. Ricardo Reis escoge

lrr r¡tra posibilidad latente en la poesía de su maestro'.l{cis es un ermitaño corno Campos es un vagabundo. Su

crmita es una filosofía y una forma. La filosofía es una

rnezcla de estoicismo y epicureísmo. I-a forma, el epigra-ma, la oda y la elegía de los poetas neoclásicos. Sólo que

el neoclasicisrno es una nostalgia, es decir, es un romanti-cismo que se ignora o que se disfraza. Mientras Camposescribe sus largos monólogos, cada vez más cerca de laintrospección que del himno, su amigo Reis pule peque-

ñas odas sobre ei placer, la fuga del tiernpo, las rosas de

Lidia, la libertad ilusoria del hombre, la vanidad de los

dioses. Educado en un colegio de jesuitas, médico de pro-fesión, monárquico, desterrado en el Brasil desde r9r9,pagano y escéptico por convicción, latinista por educa-ción, Reis vive fuera del ticrnpo. Parece, pero no es, unhombre del pasado: ha escogido vivir en una sagcsse in-temporal. Cioran señalaba recientemente que nuestro si-

r. Nacií¡ en Oporto, en r887. Es el más mediterráneo de los heterónimos:

(l¿ciro era rr-rbio y de ojos azr-rles; Oampos nentre blanco y moreno,, alto,

flaco, y con un aire intemacional; Reis «moreno ¡1¿¡s", más cerca del espa-

ñol y portugués meridionales. Las Odas no son su única obra. Se sabe que

escribir-r un Dcbatc ?stético entre Ricdrdo Reis y Áluaro de Campos. Sus

notas críticas sobrc Crreiro y Can'rpos son un modelo de precisión verbal y

de incomprensión estcltic¡.

glo, que ha inventado tantas cosas, no ha creado la quemás falta nos hace. No es extraño así que algunos la bus-quen en Ia tradición oriental: taoísmo, budismo, zeni enrealidad, esas doctrinas cumplen la misma función quelas filosofías morales del fin del mundo anriguo. El estoi-cismo de Reis es una manera de no estar en el mundo-sin dejar de estar en é1. Sus ideas políticas rienen un sen-tido semejante: no son un programa sino una negacióndel estado de cosas contemporáneo. No odia a Cristo nilo quiere; aborrece al cristianismo aunque, esteta al fin,cuando piensa en Jesús admite que «sll sombría formadolorosa nos trajo algo que faitaba". El verdadero diosde Reis es el Hado y todos, hombres y mitos, estamos so-metidos a su imperio.

La forma de Reis es admirable y monótona, como todolo que es perfección artificiosa. En esos pequeños poemasse percibe, más que la familiaridad con los originales lati-nos y griegos, una sabia y destilada mixtura del neoclasi-cismo lusitano y de la Antología griega traducida al in-glés. La corrección de su lengua inquietaba a Pessoa:nCaeiro escribe mal el portugués; Campos Io hace razo-nablemente, aunque incurre en cosas como decir "yopropio" por "yo mismo"; Reis mejor que yo pero con unpurismo que considero exagerado". La exageración so-námbula de Campos se convierre, por un moyimiento decontradicción muy natural, en la precisión exageradade Reis.

Ni la forma ni la filosofía defienden a Reis: defiendenrr un fantasma. La verdad es que Reis tampoco existe y élIo sabe. Lúcido, con una lucidez más penetrante que lacxasperada de Campos, se contempla:

No sé de quién recuerdo mi pasado,

Otro io fui, ni me conozco

A1 sentir con mi alma

I i,r L' t t su t ne s / I n c ur s ione s Ferndndo I'esscn

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I i,r,: u r s tr t ru: s / I nctn'sione s

Acluclla ajena que al sentir reclrerdo.

l)c un día a otro flos desamparamos.

N¡cla cierto nos une con nosotros,

Sornos quien somos y es

Cosa vista por dentro lo clue fuimos.

lrl lrrbcrinto en que se pierde Reis es el cle sí rnismo. Lanrir¡cle irrterior del poeta, algo muy distinto a la intros-

¡rr.'r;r-'i¡!¡1, lo acerca a Pessoa. Aunque ambos usan metrosy lormas fijas, no los une el tradicionalismo porquepcrtenecen a tradiciones diferentes. Los une el sentimien-to del tiempo -no como algo que pasa frente a nosotrossino como algo que se vuelve nosotros. Presos en el ins-tante, Caeiro y Campos afirman de un tajo el ser o la au-sencia de ser. Reis y Pessoa se pierden en los vericuetosde su pensamiento, se alcanzan en un recodo y, al fundir-se con ellos mismos, abraz.an una sombra. Ei poema noes la expresión del ser sino la conmemoraciíln de ese mo-nlento de {usión. Monurnento vacío: Pessoa edifica untemplo a 1o desconocido; Reis, más sobrio, escribeun epigrama que es también un epitafio:

La suerte, menos verla,

Niégr-rerne toclo: estoico sin dureza,

La sentenci¿r grirb;rda del Destino,

Gozarla letra a letra.

Álvaro de Campos citaba una frase de Ricardo Reis:

"Odio la mentira porque cs una inexactitud". Estas pala-

bras tan'rbién podrían aplicarse a Pessoa, a condición de

no confundir ¡rrentira con imaginación o exactitud conrigide'2. tr.il poesía de Reis es precisa y simple como un di-bujo lincal; la c1e Pessoa, exacta y compleja como la mú-sica. Complejo y vario, se mueve en distintas direcciones:la prosa, la poesía en portugués y la poesía en inglés (hay

Fernando Pessoa

que olvidar, por insignificantes, los poemas franceses).Los escritos en prosa, aún no publica<los enteramente,pureden dividirse en dos grandes categorías: los firmadoscon su nombre y los de sus pseudónimos, principahnenteel barón de Teive, aristócrata venido a merlos, y BernardoSoares, empregado de comercio. En varios pasajes subra-ya Pessoa que no son heterónimos: nambos escriben conun estilo que, bueno o malo, es ei mío [...]». No es indis-pensable detenerse en ios poemas ingleses; su interés es li-terario y psicológico pero no agregan mucho, me parece,a la poesía inglesa. La obra poética en portugués, desdergoz hasta r935, compremde Mensdgem,la poesía líricay los poemas drar-náticos. Estos últirnos, a mi juicio, tie-nen un valor marginal. Aun si se apartan, queda unaobra poética extensa.

Primera diferencia: los heterónimos escriben en unasola dirección y en una sola corriente temporal; Pessoa se

bifurca como un delta y cada uno de sus brazos nos ofre-ce la imagen, las imágenes, de un momento. La poesíalírica se ramifica en Mensagem, el Cancionero (con losinéditos y dispersos) y los poemas herméticos. Comosiempre, Ia clasificación no corresponde a la realidad.Cancionero es un libro simboiista y está impregnado dehermetismo, aunque el poeta no recurra expresarnente alas irnágenes de la tradición oculta. Mensagem es, sobretodo, un libro de heráldica -y Ia heráldica es una parte dela alquimia. En fin, los poemas hennéticos son, por sufornra y espíritu, simbolistas; no es necesario ser un .ini-ciado" para penetrar en ellos ni su comprensión poéticaerige conocimientos especiales. Esos poemas, como elresto de su obra, piden más bien una comprensión espiri-tual, ia más alta y difícil. Saber que Rimbaud se inreresó.'n la cábala v que rdentificó poesía y alquimia, es útil ynos acerca a su obra; para penetrarla realmente, sin em-lr:rr'So, nos hace falta algo más y algo menos. Pessoa defi-

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t26 I :.x c ttrsi o n e s / Incur sion e s

nía ese algo de este modo: simpatía; intuición; inteligen-cia; comprcnsi¿)n; y lo más difícil, gracia. Tal vez parezcaexcesiva est¿l cnumeración. No veo cómo, sin estas cincocondicioncs, pueda leerse de veras a Baudelaire, Cole-ridgc o Ycats. En todo caso, las dificultades de la poesíade Pcsso¿r son menores que las de Hólderlin, Nerval,M¿rll¿rrnró... En todos los poetas de la tradición modernala pocsía es un sistema de símbolos y analogías paralelorrl clc las ciencias herméticas. Paralelo pero no idéntico:cl poema es una constelación de signos dueños de luzpropia.

Pessoa concibió Mensagem como un ritwal; o sea: co-rno un libro esotérico. Si se atiende a la perfección exter-na, ésta es su obra más completa. Pero es un libro fabri-cado, con lo cual no quiero decir que sea insincero sinoque nació de las especulaciones y no de las intuiciones delpoeta. A primera vista es un himno a las glorias de Portu-galy una profecía de un nuevo imperio (el Quinto), queno será material sino espiritual; sus dominios se extende-rán más allá del espacio y del tiempo históricos (un lectormexicano recuerda inmediatamente la "raza cósmica" de

Vasconcelos). El libro es una galería de personajes histó-ricos y legendarios, desplazados de su realidad tradicio-nal y transformados en alegorías de otra tradición y deotra realidad. Quizá sin plena conciencia de lo que hacía,Pessoa volattliza la historia de Portugal ¡ en su lugar,presenta otra, puramente espiritual, que es su negación.EI carácter esotérico de Mensagem nos prohíbe leerlocomo un simple poema patriótico, según desearían algu-nos críticos oficiales. Hay que agregar que su simbolismono lo redime. Para que los símbolos lo sean efectivamen-te es necesario que dejen de simbolizar, que se vuelvansensibles, criaturas vivas y no emblemas de museo. Comoen toda obra en que interviene más la voluntad que la ins-piración, pocos son los poemas de Mensagem qúe alcan-

r27

zan ese estado de gracia que distingue a la poesía de la be-lla literatr"rra. Pero esos pocos viven en el mismo espaciomágico de Ios mejores poerxas del Cancionero, aT lado dealgunos de los sonetos herméticos. Es imposible definiren qué consiste ese espacio; para mí es el de la poesía pro-piamente dicha, territorio real, tangible y que otra luzilumina. No importa que sean pocos. Benn decía: "Na-die, ni los más grandes poetas de nuestro tiempo, ha de-jado más de ocho a diez poesías perfectas... ¡Para seis

poemas) treinta o cincuenta años de ascetismo, de sufri-miento, de combate!r.

El Cancionero: mundo de pocos seres y muchas som-bras. Falta la mujer, el sol central. Sin mujer, el universosensible se desvanece, no hay ni tierra firme, ni agua niencarnación de lo impalpable. Faltan los placeres terri-bles. Falta la pasión, ese amor que es deseo de un ser úni-co, cualquiera que sea. Hay un yago sentimiento de fra-ternidad con la naturaleza: árboles, nubes, piedras, todofugitivo, todo suspendido en un vacío temporal. lrrea-lidad de las cosas, reflejo de nuestra irreairdad. Hay ne-gación, cansancio y desconsuelo. En el Liuro de Desas-soss¿S'o, Pessoa describe su paisaje moral: pertenezco a

una generación que nació sin fe en el cristianismo y quedejó de tenerla en todas las otras creencias; no fuimosentusiastas de la igualdad social, de la belleza o del pro-greso; no buscamos en orientes y occidentes otras formasreligiosas ("cada civilizació¡ tiene una filiación con la re-ligión que la representa: al perder la nuestra, perdimostodasr); algunos, entre nosotros, se dedicaron a la con-quista de lo cotidiano; otros, de mejor estirpe, nos abstu-vimos de la cosa pública, nada queriendo y nada des-eando; otros se entregaron al culto de Ia confusión y elruido: creían vivir cuando se oían, creían amar cuandochocaban contra las exterioridades del amor; y otros

"Raza del Fin, límite espiritual de la Hora \,{¡sy¡¿», vivi-

I:ernando Pessoa

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Ex cur s i one s / lncur s i one s

mos en negación, descontento y desconsuelo. Este retratono es el de Pessoa pero sí es el fondo sobre el que se des-

taca su figura y con el que a veces se confunde. Límite es-

piritual de la Hora Muerta: el poeta es un hombre vacío

que, en su desamparo, crea un mundo para descubrir su

verdadera identidad. Toda la obra de Pessoa es búsqueda

de la identidad perdida.En uno de sus poemas más citados dice que el poeta "es

un fingidor que finge tan completamente que llega a fin-gir que es dolor el dolor que de veras siente". Al decir la

verdad, miente; al mentir, la dice. No estamos ante una

estética sino ante un acto de fe. La poesía es la revelaciónde su irrealidad:

Entre o lwar e a folhagem,Entre o sosságo e o aruoredo,Entre o ser noite e bauer atagem

Passa wn segrédo.

Segue-o minha alma na Pdssdgem.

Ese que pasa, ¿es Pessoa o es otro? La pregunta se repi-

te a 1o largo de los años y de los poemas. Ni siquiera sabe

si lo que escribe es suyo. Mejor dicho, sabe que, aunque

lo sea, no Io es: «ipor eué, engañado, juzgo que es mío loque es mío?,. La búsqueda del yo -perdido y encontradoy vuelto a perder- termina en el asco: "Náusea, voluntadde nada: existir por no morir".

Só1o desde esta perspectiva puede percibirse la signifi-cación cabal de los heterónimos. Son una invención lite-raria y una necesidad psicológica pero son algo más. En

cierto modo son lo que hubiera podido o querido ser Pes-

soa; en otro, más profundo, lo que zo quiso ser: una per-

sonalidad. En el primer movimiento, hacen tabla rasa del

idealismo y de las convicciones intelectuales de su autor;en el segundo, muestran que la sdgesse inocente, la plaza

Itz8 Fernando Pessoa r29

pública y la ermita filosófica son ilusiones. El instante es

inhabitable como el futuro; y el estoicismo es un remedioque mata. Y sin embargo, la destrucción del yo, pues esoes 1o que son los heterónimos, provoca una fertilidad se-

creta. El verdadero desierto es el yo y no sólo porque nosencierra en nosotros mismos, y así nos condena a vivircon un fantasma, sino porque marchita todo lo que toca.La experiencia de Pessoa, quizá sin que él mismo se lopropusiera, se inserta en la tradición de los grandes poe-tas de la era moderna, desde Nerval y los románticos ale-manes. El yo es un obstáculo, es el obstáculo. Por eso es

insuficiente cualquier juicio meramente estético sobre suobra. Si es verdad que no todo 1o que escribió tiene lamisma calidad, todo, o casi todo, está marcadp por lashuellas de su búsqueda. Su obra es un paso hacia lo des-conocido. Una pasión.

El mundo de Pessoa no es ni este mundo ni el otro. Lapalabra ausencia podría definirlo, si por ausencia se en-tiende un estado fluido, en el que la presencia se desvane-ce y la ausencia es anuncio de ¿qué? -momento en que lopresente ya no está y apenas despunta aquello que, talyez) va a ser. El desierto urbano se cubre de signos: laspiedras dicen algo, el viento dice, la ventana iluminada yel árbol solo de la esquina dicen, todo está diciendo algo,no esto que digo sino otra cosa, siempre otra cosa, la mis-ma cosa que nunca se dice. La ausencia no es sólo priva-ción sino presentimiento de una presencia que jamás se

muestra enteramente. Poemas herméticos y cancionescoinciden: en la ausencia, en la irrealidad que somos,algo está presente. Atónito entre gentes y cosas, el poetacamina por una calle del barrio viejo. Entra en un parquey las hojas se mueven. Están a punto de decir... No, nohan dicho nada.krealidad del mundo, en la última luz delrr tarde. Todo está inmóvil, en espera. El poeta sabe ya(lue no tiene identidad. Como esas casas, casi doradas,

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Ex cur sio n e s I I n cur si o ne sr30

casi reales, como esos árboles suspendidos en la hora' é1

ir*Ui¿" ,irpn d," sí mismo' Y no aparece el otro' el do-

b1", "1

u.rdJd.ro Pessoa. Nunca aparecerát no hay otro'

;;;;..., se insinúa, 1o otro, lo que no tiene nombre' 1o

qo. ,o áe dice y que nuestras pobres palabras invocan'

¿E, la poesía? No,la poesía es lo que queda y nos consue-

iu, 1" .'or.i"ncia de la ausencia' Y de nuevo' casi imper-

;ñi;;;; ,r*o, de algo: Pessoa o la inminencia de lo

desconocido París, r96t

nEl desconocido de sí mismo' es el prólogo ala Antología de Fer-

nando Pessoa, selección y traducción de Octavio Paz' México'

196r. Se publicó en Cuadriuio,México, JoaqtínMottiz' t965'

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E xcursiones / IncursionesDominio extranjero

Fundación y disidenciaDominio hispánic<r

BprcróN DELAUToR

OCTAVIO PAZ

OBRAS COMPLETAS II

GALAXIA GUTENBERGcÍnculo DE LECToRES

Page 17: Octavio Paz, Cuadrivio, Fernando Pessoa

Ptimera edición: Círculo de Lectores''?" -^"'

Segunda edición: Galaxia i""U*stcí'culo de Lectores' zooo