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Amor'è furbo Leopoldo Alas Clarín Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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Amor'è furbo

Leopoldo Alas Clarín

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Advertencia de Luarna Ediciones

Este es un libro de dominio público en tantoque los derechos de autor, según la legislaciónespañola han caducado.

Luarna lo presenta aquí como un obsequio asus clientes, dejando claro que:

1) La edición no está supervisada pornuestro departamento editorial, de for-ma que no nos responsabilizamos de lafidelidad del contenido del mismo.

2) Luarna sólo ha adaptado la obra paraque pueda ser fácilmente visible en loshabituales readers de seis pulgadas.

3) A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Luarna.

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Era la época en que el drama lírico, gene-ralmente clásico o bucólico, hacía las delicias dela grandeza romana.

Orazio Formi, poeta milanés, educado enFlorencia, y después pretendiente en Roma,alcanzaba por fin en la capital del mundo cató-lico el logro de sus esperanzas bien fundadas.Brunetti, su amigo, compositor mediano, escri-bía para las obras líricas de Formi una músicapegajosa y monótona, pero cuya dulzura dema-siado parecida al merengue, decía bien con laslarguísimas tiradas de versos endecasílabos yheptasílabos que el poeta ponía en boca de suspastores y de sus héroes griegos.

Formi creía en una Grecia parecida a lospaisajes de Poussin; en cuanto a los dioses y alos héroes se los figuraba demasiado parecidosal Gran Condé, al ilustre Spínola y a FranciscoI. Veía a Eurípides a través de Racine; amaba aGrecia según se la imponía la Francia del siglode oro.

Brunetti, cuya verdadera vocación era lacirugía, pero que acosado por el hambre, habíallegado a vivir del cornetín (un cornetín estri-dente que tocaba el pobre napolitano con todoel furor de los rencores de su vocación parali-zada), Brunetti se había dedicado al fin a com-poner música para óperas y dramas líricos,considerando que las partituras se parecíanunas a otras hasta la desesperación del pobreinstrumentista, y que vista una ópera, estabanhechas todas. Por consiguiente las inventó él, nimejores ni peores que las había aprendido deotros, y desde entonces dejó de soplar en elmetal ingrato y ganó más dinero aunque nomucho. Cuando Formi se dio a conocer en elteatro de Roma por su Leandro, drama senti-mental y muy a propósito para las melodíassimplicísimas que Brunetti sabía combinar, elcompositor le buscó y le propuso su colabora-ción. Aceptó Formi, que aún no podía escogermúsico a su gusto, y su segunda obra se cantóya con melodías de la fábrica Brunetti. Se lla-

maba la ópera Filena; era una larguísima églo-ga, extremadamente fastidiosa, falsa, absurda,pero tan del gusto predominante en la cortepontificia, que la fama de Orazio Formi llegó alas nubes, y Brunetti, si no de la gloria, partici-pó de los beneficios contantes y sonantes.Agradecido a su buen milanés, como él le lla-maba, el napolitano le procuró la amistad quemás podía agradarle al poeta enamorado detodo lo francés, de todo lo que fuera siglo deoro y aun de los días de Luis XV; le hizo amigode la famosa actriz y tiple ilustre Gaité Proven-ze, que en Italia quiso llamarse la Provenzalli, yasí llegó a ser célebre en la península como an-tes en su patria lo había sido con su apellidoverdadero. Gaité -cuyo nombre de pila no de-bía de ser este, pero que así decía llamarse- erauna encarnación de todo lo que tenía de feme-nino el espíritu francés de aquellos tiempos.Amaba a Molière y deliraba por Racine, peroprefería a Scarron y aun se deleitaba con lospoetas de tercer orden; era la cortesana hecha

artista; para ella el galanteo y la poesía se fun-dían en el arte del bel canto y de la declamaciónacadémica, afectada, falsa y estirada; no teníamás religión que la del pentágrama y la cesuradel alejandrino; desafinar o destrozar un hemis-tiquio era el colmo del mal; engañar a un aman-te, tener ciento, burlarse de todos los hombresdel mundo, le parecía asunto de poca monta,ajeno por completo a la jurisdicción de la mo-ral.

Tenía Gaité su filosofía. En el principio elmundo era una égloga inmensa; todos loshumanos eran pastores o zagalas, según elsexo, vestidos decentemente y adornados concintas y galones de oro y plata, como en el tea-tro. La vida era una representación continua dealgo como el Pastor fido o Aminta. La corrupciónvino después, cuando los hombres empezarona pensar en cosas serias, y prohibieron el amoromnilateral en los campos y en los bosques. Poruna aberración, que se explica en una mujer

educada como la Provenzalli, el mundo era loaccesorio, el teatro lo principal: en vez de en-contrar bien las comedias que se parecían a lavida, le parecía hermosa y buena la vida cuan-do tomaba aires de comedia; por esto tenía unaafición desmedida a los embrollos, y era unaexcelente casamentera. Entre las partes de pormedio de su compañía, cuyo tirano era, habíaarreglado varios escándalos eróticos con ma-trimonios no menos escandalosos, pero que aella le parecían excelentes por el corte teatralque tenían, por lo que semejaban a tantos ytantos desenlaces de intrigas de la escena. «Yohubiera querido nacer hombre y ser Sganare-lle», decía.

Cualquier asunto sencillo le causaba has-tío; sabía complicarlo todo, y cuando llegaba elmomento de las explicaciones en los continuosconflictos de sus intrigas, prefería a los diálogosconcisos, entrecortados, las grandes y numero-sas parrafadas que se parecían a los versos de

sus autores amados. Hablaba como un oradorinspirado, y había en su estilo mucho de lo queaprendía de memoria en las comedias, trage-dias y óperas que representaba. La música leparecía un adorno muy propio y digno de lapoesía, pero a pesar de sus excelentes faculta-des para el bel canto no ocultaba que era secun-daria vocación en ella. «La melodía ayuda a laexpresión del sentimiento; hay motivos en lasideas y en las emociones, que no expresa biendel todo la palabra sola; entonces el canto sirvemucho; pero en cambio, cuando el argumentoque se expone es un poco sutil, necesita muchosmiembros la oración y la lógica es aguda, com-plicada, cantar es ridículo y la frase queda os-curecida». Como se ve por estas opiniones su-yas, Gaité pensaba seriamente en el arte. «Eralo principal; el amor un hermoso pasatiempo,que tenía además la utilidad indudable de en-señar mucho para la expresión de los afectos enel teatro». La gran pasión de la Provenzalli erala égloga representada. ¡Oh, si el público tuvie-

ra el gusto bastante delicado para poder sufrir,sin dormirse, cinco actos puramente bucólicos,sin más atractivo que las sentidas quejas deSalicios y Nemorosos y los diálogos tiernos ynunca bastante conceptuosos ni demasiada-mente largos de Galateas y Polifemos!

¡Polifemo! Este había sido mucho tiemposu sueño secreto. ¡Cuántas veces, en brazos deun amante, había pensado con tristeza que lesobraba un ojo!, y entonces, como acariciándo-le, le tapaba los dos con las blanquísimas ma-nos, y le miraba a la frente donde ella hubieraquerido ver centellear la pupila solitaria delcíclope. En vez del ojo, el amante acababa portener en la frente la insignia del minotauro, ytodo era mitología.

Brunetti había conocido a Gaité en Mar-sella; de allí habían ido juntos a Florencia; enotras ciudades de Italia se habían visto y trata-do mucho. El empresario del teatro de Roma,aseguraba que el gran negocio que estaba

haciendo con la contrata de Gaité y compañíadebíalo a Brunetti, que le había inspirado laidea de llamar a su coliseo a la gran actriz fran-cesa.

Agradecido el compositor a los serviciosdel poeta, quiso pagárselos procurándole laamistad, que no tardó en ser íntima, de Gaité.También ella estimó el regalo que Brunetti lehacía facilitándole el trato de un poeta comoOrazio Formi, que más de su gusto no podíasoñarlo. En las primeras semanas de su amistadel poeta y la cantarina hablaron casi exclusiva-mente del arte, y de la literatura francesa enparticular. Gaité sintió halagado su patriotismo y gozó deliquios puramente espirituales en laconversación de Formi que acertaba a formular,con esplendorosa elocuencia, muchas ideas ysentimientos que ella había creído suyos y queno había sabido nunca expresar cumplidamen-te.

Brunetti veía crecer más y más la reputa-ción de Orazio; otras dos óperas del ya famosolibretista habían aumentado no poco su gloria ysu caudal; el compositor -siempre Brunetti-, erael que no adelantaba gran cosa. El público (es-pecialmente los críticos, que ya entonces loshabía, aunque no cobraban ni publicaban ordi-nariamente sus censuras) empezaba a murmu-rar: ya se decía: ¡lástima que Formi se hayaenamorado de ese estúpido de Brunetti, quecompone eternamente las mismas romanzaspastoriles! Formi merecía un músico bueno: suslibros morirían necesariamente muy pronto porculpa del músico. Bien comprendía Brunetti,más industrial que artista, que estas censuraslas tenía merecidas: ¿cómo no echar de ver quela flauta de Pan, que eternamente tenían en laboca sus tenores y tiples, no bastaba, ni siquieravenía a cuento cuando Agamenón (última óperade Formi) se decidía a sacrificar a Ifigenia, apesar de las buenas razones del comedidoAquiles? Desde la representación del Oreste

(otro drama lírico de Formi) Gaité comenzó aunir su nombre al de Orazio en el aplauso pú-blico. Ella fue Electra, y en los recitados, queeran muchos, y todo lo conceptuosos y almiba-rados que a ella le parecía bien, se lució de ve-ras.

Aquella noche, al acostarse, Formi deci-dió que era llegado el momento de declararsedefinitivamente enamorado de la Provenzalli.

Pero no se atrevió a decírselo todavía.Tenía miedo que la generosa actriz tomase amal una declaración que daría un carácter inte-resado al trato puramente poético y artísticoque habían tenido hasta entonces. Además, unpoeta predominantemente erótico como él, quehabía hecho todas las declaraciones amorosasde que dejó memoria la antigüedad clásica enversos fácilmente cantables, no podía, así, debuenas a primeras, decir su amor lisa y llana-mente. Necesitaba discurrir algo muy nuevo,sonoro, retorcido y alambicado para que tan

preciosa confesión fuese digna del autor deOrestes y digna de Electra.

Entre tanto pasaba el tiempo. Brunettitemía que a lo mejor se le acercase Formi a de-cirle en buenas palabras que hasta allí habíanllegado, que él necesitaba otro músico. El ex-cornetín se presentaba cada dos o tres días aGaité y con miel en los labios preguntaba:

-¿Y nuestro autor?

-Tace -decía Gaité con la dulzura delmundo y con la malicia más graciosa.

-Pues es necesario que se explique, perlamía. Tu pasión por las artes te pierde. No lehables tanto del teatro. Háblale más de nuestronegocio.

-¡El negocio, el negocio! Áyax (nombre deBrunetti), ¿quieres que yo le precipite, y yo leseduzca y le fuerce? Además, Áyax, tú sabes

que somos amigos del alma; l'amour gâtera tout(Gaité hablaba en francés y en italiano según sele ocurría más pronto la frase en una u otralengua).

-¡Cómo se entiende! –gritaba Brunettihecho ya acíbar-. ¡Tú quieres mi ruina, nuestraruina!

-La mía no, Áyax.

-¡Cómo!, ¿te olvidas?...

-No olvido nada, Áyax; pero mi gloria vaunida a su gloria, mi fortuna a su fortuna. ¿Túquieres que seamos amantes? Lo seremos, perocon una condición; consiento en esta infamia siha de ser una infamia más una pasión verdade-ra. Yo no te seré infiel por el vil interés.

-¡Cómo vil, señora cantarina! Si Formi noestá sujeto por los encantos de Circe, si tú no letienes amarrado, el mejor día se nos escapa,

busca otro músico mejor, (sí mejor, porque yono soy músico, yo soy a nativitate 2cirujano), yme deja en la calle. Es necesario que esto seprecipite...

-Pues bien. Ya que tú lo quieres, sea. Meinsinuaré.

-Eso, eso.

-Pero te advierto que mi pasión no serácosa de teatro, será verdadera. Le amaré comonunca he podido amar a mi señor cirujano.

El cirujano Brunetti, enternecido tendiólos brazos a la Provenzalli y depositó un castobeso en su boca fresca y sabrosa.

*

* *

A Orestes habían seguido Antígona, Yocas-ta, Endimión, Proteo, Calipso y la más famosa detodas las óperas de Formi «Erato» obra maestradel poeta más bucólico del mundo. En ella hizomaravillas la Provenzalli, que ya era, pública-mente, la querida de Orazio. Pero... ¡ay!, el mí-sero poeta rabiaba de celos. Gaité era demasia-do alegre, y demasiado hermosa, y demasiadocélebre y demasiado libre para que la murmu-ración no se cebase en ella. Se decía que el car-denal della Gamba, el príncipe polaco Froski yun general francés, enviado de la corte de Paríscon una misión especial y de gran importancia,el marqués de Mably, habían puesto sitio a lafortaleza teatral de la Provenzalli y que a todosestos conquistadores se había rendido. Si no locreía seguro, tampoco lo negaba el mismo For-mi, que por propia experiencia había probadola flaqueza de aquella muralla.

Orazio, a pesar de su continuo trato conmúsicos y danzantes, a pesar de su educación

descuidada, en cuanto a la moral, y a pesar desus aficiones bucólicas, no vivía contento en ladegradación de aquella vida relajada, unido porlazos non sanctos a la Provenzalli; había en él unfondo de honradez que por creerlo ridículo, ysobre todo inoportuno en la sociedad en quevivía, procuraba esconder y hasta olvidar; peroel amor sincero que llegó a sentir por Gaitédespertó esos buenos instintos y, en fin, Formise decidió a casarse con la cantarina.

Pero... necesitaba la seguridad absolutade su fidelidad.

Una tarde, en el abandono de las cariciassuaves que sucedían a los arrebatos de pasión,Orazio tomó entre sus manos la cabeza de Gai-té, y quedo, muy quedo, le dijo, besando la bientorneada oreja: ¿quieres ser mi mujer?

Gaité, oculto el rostro bajo la abundantecabellera, sonrió con tal sonrisa, que de haberlavisto Formi allí hubieran concluido sus propó-

sitos honestos. Pero el amante no pudo notaraquel gesto de burla mezclada de lástima. Lacómica tardó apenas dos segundos en requerirla seriedad necesaria para que en su cara hubie-ra la expresión propia del caso.

Para mejor contener la risa recordó que alfin y al cabo ella también amaba sinceramente aFormi, aunque no hasta el punto de exponersea la cólera y la venganza de Brunetti, si por unrasgo de honradez y abnegación declaraba alpoeta lo desatinado que era su buen intento.Después de clavarle los labios en la boca, vueltaya del pasmo de amor, que creyó oportuno entan grave momento, Gaité dijo así, fija la mira-da en la del amante:

-Orazio, lo que me propones sería el col-mo de mi dicha. En sueños me he permitidoalgunas veces gozar de la felicidad que seríallamarme tuya ante Dios y los hombres honra-dos; pero no sé si merezco tanta gloria; sé defijo que la opinión de los maldicientes, que son

los más de los hombres, me condena sin cono-cerme, y eso basta para que tu reputación pa-dezca, si me haces tu esposa.

Más se inflamó Orazio con tal respuesta,y sintiendo profundísima ternura en que elamor se mezclaba a las dulzuras de la caridad,dijo con lágrimas en los ojos:

-Serás mía, serás mi esposa amada; de laopinión de los malvados nada me importa; masya que tú has sido tan noble y sincera, decla-rándome que tu fama padece, yo voy a ser nomenos franco, diciéndote, que si como caballerome guardaré de ofenderte, creyendo de ti, loque sería una infamia por el engaño, comoamante sí estoy celoso, y de celos muero, o me-jor diré, de sospechas; que a celos no llegan,que si llegaran, o yo no estaría ya en Roma, ono estarías tú en el mundo.

Con esta mesura y discreción hablaronmucho y bien los amantes retóricos hasta con-

venir en que Orazio no ofendía a Gaité sospe-chando, como amante celoso, que el cardenaldella Gamba no iba a confesarla a las altashoras de la noche, que el general diplomático,el gallardo Mably, no traía del rey de Franciamisión alguna para la Provenzalli, y que elpríncipe Froski no tenía con ella el trato quecon una cantante ilustre puede tener cualquieradiletante 4. Pero si bien esto era cierto, no lo eramenos que Formi ninguna prueba, ni aun indi-cio, tenía, como caballero, que le permitieradudar de la virtud de Gaité. Por todo lo cual,convenía que el amante celoso se convencierapor sus propios ojos de la inocencia de su ama-da. Entonces, y sólo entonces consentiría Gaitéen ser su esposa, ante Dios y los hombres hon-rados. Era preciso buscar una manera de alcan-zar esa prueba concluyente de la fidelidad de laProvenzalli, y la prueba se buscaría. Había quedejarla consultar con la almohada.

La almohada era Brunetti.

-¿No te parece que es graciosísimo? -preguntaba Gaité, muerta de risa después dereferirle su conversación con Orazio.

-¡Es preciso dar gusto a ese mentecato! Tecasarás con él ¡por Baco! ¡Que un hombre tanmajadero entusiasme al público! Gaité, es preci-so pasar por todo.

-Pero ¿cómo se va a hacer?

-Lo principal, y lo más difícil es demos-trarle que no son tus amantes ni el cardenal, niel general, ni el príncipe. Sin embargo, como sílo son, a Dios gracias, ¡qué se creería ese maja-dero!, como sí lo son, no será imposible probar-le a un necio que no hay tal cosa. Imposiblesería si no lo fueran.

-¿Y lo del matrimonio? ¿Cómo se arregla?

-¡Bah!, ¡bah! Yo proveeré. Déjame ahoradiscurrir la traza que necesitamos para engañar

a ese estúpido, que cada vez me es más útil...absolutamente necesario.

Pocos días después se puso por obra latraza que discurrió Brunetti.

*

* *

Orazio escondido en la alcoba de Gaitéesperaba la hora de la cita dada por la cómica alcardenal della Gamba.

Era a las ocho de la noche. El cardenal sehizo esperar diez minutos. -Su eminencia -anunció Casilda, doncella de la Provenzalli.Della Gamba penetró en la estancia, en trajenegro, mixto de seglar y clérigo, algo a lo abatedel tiempo.

Tendría, según la apariencia, de cincuen-ta a cincuenta y cinco años; pero su talle era

arrogante; esbelta la figura, aunque la estaturano pasaba de mediana. Silbaba las eses alhablar muy bajo y con ceremoniosa parsimonia.Deshízose en galanterías, desde el momento enque estuvo al lado de la cómica, y besó su ma-no. Hablaba como un pastor de los de Formi, yno tardó en recitar unos versos de la Filena quevenían a cuento. Formi, que le oía, se lo agrade-ció en el alma, a pesar de que la conversaciónaún no había disipado sus sospechas. Gaitéestaba colocada de manera que le fuese puntomenos que imposible hacer la menor seña sinque Formi desde su escondite la viera. El car-denal estaba en la sombra, detrás de la pantallade raso que dejaba en tinieblas gran parte delgabinete.

-En fin, señora -decía el cardenal, al cabo,para alivio del alma atribulada del poeta-, con-fieso que habéis sido harto imprudente consin-tiendo estas visitas, que de ser descubiertas osinfamarían y os harían perder el amor de ese

hombre infausto, cuyos encantos deben de sergrandes cuando yo mismo, su rival, su enemi-go, para ensalzar vuestra hermosura me valgode los poéticos conceptos de sus divinas com-posiciones; confieso que soy inoportuno, terco,y hasta traidor, abusando de vuestra caridadsublime; sé que por no perder a ese Brunetti,cuya suerte está en mis manos, consentís oírmeaunque no rendiros. Mas si todo esto confieso,también os digo, que la paciencia mía está ago-tada, que la castidad propia de mi estado, y quehasta aquí guardé fielmente, de virtud santa setrueca en aguijón enemigo, y que ya no podréresistir más, y para evitar el escándalo de arro-jarme sobre vos, brutalmente, donde quiera queos vea... -y el cardenal se puso en pie y se acer-có a Gaité, que retrocedió un paso. Formi diootro en la alcoba, con ansias locas de arrojarsesobre aquel monstruo, si fue como lo pensóGaité que notó el ruido. Pero no fue necesario.Pudo seguir oculto. El cardenal se contuvo,volvió a la sombra, y dijo:

-Perdonad, señora; pero muy grande esmi amor cuando aún puedo contener la fuerzadel apetito.

-Cardenal -contestó Gaité, digna pero noaltiva, con el mismo tono con que Penélope (enel último drama de Formi) rechazaba las tenta-ciones de sus adoradores-; Cardenal, si consien-to vuestras visitas a tales horas, vuestras impor-tunas declaraciones, vuestras galanterías queme enojan, bien sabéis, y vos lo confesáis, queno es por daros esperanzas; jamás seré vuestrani de nadie más que del hombre a quien sabéisque adoro. Y ahora debo advertiros que hoyconcluyen vuestras visitas y mi tolerancia;piérdase Brunetti, y salvemos mi honra y elhonor de mi Orazio; si sois tan malvado quedelatéis al miserable músico, cuyo sacrilegio esvuestro secreto, yo no seré cómplice; a tantacosta no quiero salvar el cuerpo de un semejan-te perdiendo mi alma y mi dicha. Por otra par-te, vuestra actitud de ha un instante me prueba

que de continuar estas visitas peligrosas seríaiscapaz de un atentado... Cardenal, sois libre; siqueréis podéis convertiros en delator infame...yo continuaré siendo honrada.

-¡Honrada y amáis a Formi y sois suya!

-Y ante el altar legitimaré muy en breveeste amor santo...

-Y vos mismo, cardenal, seréis testigo, ojuro a Dios que no salís de esta casa con vida. Yahora mismo se haga, que ni mi amor ni vues-tra honra, hermosa Gaité, consienten dilacio-nes. De vuestra alcoba salgo, porque la indig-nación me venció y más no pude; mas si estafue indiscreción, satisfágase lo que con ella pa-dece el decoro, aunque sea a costa de la sangrevil de este monstruo; disponeos a morir o aobedecerme en todo, por extraño que os parez-ca y por mucho que os mortifique.

Y diciendo y haciendo, Orazio, que espa-da en mano había salido de repente al gabinete,sujetó por el cuello al cardenal, que antes que anada acudió a ocultar el rostro con el embozodel manto o capa negra, pues era prenda epicenala que le cubría.

Pasmada había quedado la cómica, queno esperaba aquella salida del poeta, y no sabíaqué decir, como quien olvida el papel en el tea-tro, o ve que de pronto le cambian la comedia yse representa otra que no sabe.

Por fin dijo con voz que parecía amena-zada de síncope, y dándose a improvisar, inspi-rada por el susto.

-Mi bien, mi señor; ¿qué haces?, no eraeso lo convenido, ni tal desmán necesario paraprobarte mi inocencia.

-Un cordel, señora mía, y no se hable másde eso; que por tener segura tu honra hago loque hago. Un cordel pronto.

Dudaba la cantarina si el cardenal seprestaría a dejarse ahorcar o poco menos; yvacilaba entre buscar lo que el otro pedía, cadavez con más ira y con más prisa, o impedir acualquier precio las violencias del furioso Ora-zio. El cardenal callaba y escondía el rostro.

-Gaité -gritaba entre tanto el poeta-, notemas que mi justa indignación traspase loslímites en que me encierra el respeto de tu hon-ra.

-Mira amigo mío, que matar a ese hom-bre es un crimen innecesario y dejarle con viday agraviado un gran peligro.

-Nada temas, bien mío, que lo que inten-to en nada le lastima, si no es que aún persisteen amarte y tenerse por rival mío este mal sa-

cerdote de Cristo. Tráeme un cordel o haré demis manos tenazas que le ahoguen; y aquí Ora-zio apretó un poco al cardenal para darle unaidea de las tenazas aludidas.

Trajo, en fin, el cordel la cómica; ató a lospies del lecho monumental el poeta al purpu-rado, y tras esto salió diciendo: -Aguarda, seño-ra, y aquí me verás en breve acompañado dequien pueda poner fin honroso a todo esto.

-Desátame, que me ahogo -gritó el carde-nal en cuanto sintió que el amante estaba fuera.

-No, en mi vida -respondió la actriz malrepuesta del susto-, que luego no sabré hacerlos nudos que él hizo y descubrirá el enredo.

-Pues aparéjate a contraer matrimoniocon el endiablado poeta, si no prefieres huirconmigo de esta casa; escapemos del peligro yyo te dejaré con Brunetti o quien digas.

-No, y mil veces no; que Formi es midueño y si el matrimonio que intenta no pega,porque llueve sobre mojado, bastará que él secrea mi esposo, aunque siga siendo sólo miamante, que para mi gusto con eso basta; queyo le quiero es seguro y convencido está de queel cardenal en vano me asedia.

-A bien que pronto se dio por vencido, yen confiar tanto da a entender que el casamien-to lo tomó por lo serio, pues ya parece maridopor lo ciego.

-Ya ves si cree en mi virtud; no aguardó ala segunda prueba siquiera.

-Pues lo siento, no sólo por esta sogamaldita que me desuella, sino porque el papelde general francés lo tenía yo muy bien ensa-yado, y en el de príncipe Froski pensaba lucir-me.

-Ay, mi querido Agamenón, que sientopasos; me parece que vuelve tu verdugo.

-Yo me descubro -replicó Agamenón.

-Saldrás de mi compañía si tal haces.Cardenal serás hasta que de mi casa te arrojen,a coces probablemente.

Calló el cardenal Agamenón, porque yasonaba en la escalera ruido de pasos. Con dis-creto modo dieron los de fuera golpes suaves ala puerta.

-Adelante -dijo la cantarina- y pasarondos caballeros, muy bien parecidos y de todagala vestidos. Hicieron muchos saludos cere-moniosos y el más viejo habló así: -Somos ami-gos de Orazio Formi, y por su ruego asistimosen calidad de testigos a un matrimonio clandes-tino que con la señora Gaité Provenzalli quierecontraer el querido poeta. Suplicamos en sunombre a esta sublime artista, gloria de la esce-

na, se digne esperar breves instantes, que seránlos que tarde Orazio en traer consigo al sacer-dote facultado para esta clase de funciones.

Poco sabía, o no sabía nada la Provenzallide los ritos católicos, ni de las condiciones quepara celebrar el sacramento del matrimonio serequieren; y así, empezó a turbarse con la pre-sencia y las palabras de los testigos, y ya sospe-chaba si aquel matrimonio sería más verdaderode lo que convenía, para no tener que ver luegocon la justicia.

Callaba el cardenal atado allá en la alco-ba, guardaron silencio y tomaron asiento lostestigos, y pasado apenas un cuarto de horasonaron otros golpes discretos y penetró en laestancia un venerable sacerdote, muy parecidoal figurón que todos conocemos por don Basi-lio, el del Barbero. Saludó el eclesiástico deluenga barba; sacó de los pliegues del manteoun libro viejo, un hisopo, una taza con aguabendita y dos cabos de cera. Improvisó un al-

tarcico sobre el tocador de Gaité, encendió loscabos, todo en silencio, y postrado de hinojosante el espejo, al que había arrimado una cruzde palo, quedose en oración, murmurando lati-nes.

Sin saber lo que hacía, y dando una im-portancia real a cuanto veía, Gaité arrodillosetambién, y ya que rezar apenas sabía, diose atemblar con todo el fervor de su alma. Los tes-tigos también se arrodillaron.

Poco después entró en la estancia Orazio,vestido de raso blanco, con el traje más cumpli-do de novio, según el refinado lujo de la época.

-Señor párroco -dijo-, pues autorizado es-táis para intervenir y facilitar esta clase de ma-trimonios, que por deudas de la honra no admi-ten dilaciones; pues Su Santidad os da el poderde atar estos indisolubles lazos que quiero meunan a Gaité Provenzalli, aquí, en el silencio dela noche, en el secreto de esta ocasión clandes-

tina, os pido y humildemente ruego me deispor esposa a esta señora de mis pensamientos.

Púsose en pie el clérigo, y haciendo unaseña al más viejo de los testigos, acercose a laatribulada esposa, sobre cuya cabeza puso am-bas manos. Entonces el testigo requerido ex-clamó:

-Señora, acaso ignoráis, y por eso os ad-vierto que el sacerdote que asiste en un matri-monio secreto no puede hablar, porque el ritole supone mudo, en señal de que le falta lenguapara divulgar lo que oculto se quiere.

-Nada sé -respondió la cómica temblan-do-, disponed de mí como queráis.

-En tal caso, el testigo de más edad llevala palabra y el sacerdote hace la maniobra (lla-mémosla así).

Miró Formi con inquietos ojos a su espo-sa, temiendo que aquello de la maniobra lahubiese puesto en cuidado; mas ella todo lotenía por serio y bueno, y aunque la hubiesencasado por los ritos del Zend-Avesta nadahubiera sospechado.

Entonces el testigo viejo preguntó lo quese pregunta en todos los matrimonios. Quisie-ron, recibieron y otorgaron la cómica y el poetacuanto hacía al caso, y el clérigo que, en silen-cio, había hecho mil aspavientos, como sancio-nando cuanto el seglar decía, apagó los cabosde cera a sendos soplos, recogió el hisopo, conque había hecho quinientas aspersiones, guar-dó el Cristo y se dirigió a la puerta, después dehacer genuflexiones humildísimas. Fuéronsetras él los testigos, y en cuanto quedaron solosOrazio se arrojó en los brazos de su legítimaesposa, de cuya virtud hizo el más cumplidoelogio, marcando los superlativos con ardoro-sos y muy sonoros besos que le repartía por el

cuerpo. Tras esto pareciole oportuno tomarfiera venganza del cardenal, que aún yacía bajoel lecho, vacilando entre el miedo de sofocarsey el de perder su plaza en la compañía de Pro-venzalli, donde representaba papeles serios, talcomo el de Agamenón, cuyo nombre le habíaquedado, el de Néstor, el de Ulises, el de viejopastor en las comedias bucólicas y otros pare-cidos.

Discurrió Formi que pasaran la nocheprimera de sus amores lícitos en aquel lechoque había sido el de sus devaneos; el cardenalvelaría su sueño atado debajo de la cama, comoestaba.

Quiso Gaité disuadir al novio, pero fueen vano. El cardenal callaba, porque si por suculpa se descubría la trampa cardenalicia, ¿quésería de su suerte? ¿En qué otra compañía ga-naría lo que ganaba con la famosa cómica fran-cesa?

Formi fue inflexible. Acostáronse en lablanda pluma los amantes, y fue en vano elcrujir de dientes del cardenal, como vanas fue-ron las súplicas de la compasiva esposa, quetemblaba temiendo ver concluida a cada instan-te la paciencia del pacientísimo Agamenón.

El mísero, abrumado con el peso de sucadena, o mejor diré del lecho, que ahora car-gaba sobre sus espaldas, y no menos sofocadopor la vergüenza, quiso echarlo a rodar todo,cuando creyó a los felices novios más olvidadosde su pena y más atentos a la propia dicha. Así,como Titán que siente el peso de un mundo,sacudió la vergonzosa carga, bramó desespera-do y dijo con voz que parecía salir de un subte-rráneo:

-Ténganse allá, ténganse allá, que noquiero más sufrir por culpas que no son mías.Yo diré quién soy.

-No es menester -respondió desde arribaOrazio, ya tranquilo y satisfecho-; no es menes-ter que tú te declares, mal cómico, que por tal tehe descubierto. Cardenal Agamenón, mal pen-saste creyendo engañar con una comedia al quelas inventa. Bien fingida estaba la voz del car-denal della Gamba; cierta es su lascivia que malse contiene en público, pero aun cuando estallea solas con su barragana, no será como tú laimitaste, sino meliflua, comedida en la aparien-cia, y más parecida a la del gato que a la delcaballo fogoso: tus groseros instintos de his-trión no pueden comprender cómo es el viciode un príncipe de la Iglesia; superior a tus fuer-zas es el remedo que emprendiste, tu lenguajeinverosímil, y así, pronto empecé a dudar quefueras quien decías, y de duda en duda llegué aconocerte, porque al decir aquellas lindezasimitadas de mis comedias, recitábaslas con lafalsa entonación que en los ensayos tantas ve-ces te he reprendido; con que ahora, purga conesta pena el delito de mal farsante, ya que no

eres el Cardenal culpable; a quien desde luegoperdono, y admito como partícipe en las deli-cias de este tálamo.

-¿Cómo?, esposo mío... -gritó la Proven-zalli- ¿tú sospechas?... ¿tú sabes?... ¿tú permi-tes?...

-Sí, cara esposa, sospecho que todo estrazas de amor, sé que me engañas, y permitoque no a mí solo quieras, pues no es posibleotra cosa.

-Pero tu honor...

-Mi honor fuera se queda, que no esprenda el honor para lucida en tales sitios; teconfieso que con el engaño descubierto se aca-bó la fe, mas no el amor, que no por tu perfidiate veo menos hermosa; con que así, me desen-gaño y quiero ser tu amante preferido, mas noel único, que cardenales, príncipes y embajado-res no son para despreciados.

-Pero, esposo mío, ¿y tu honor?

-Así soy yo tu esposo, como este Agame-nón que bufa bajo nuestros colchones es carde-nal en Roma.

-¿Y el matrimonio clandestino... y el sa-cerdote mudo... y los testigos, y el hisopo?

-Poco entiendes tú de casar. Todo fue unacomedia que yo inventé, y como soy del oficiotuvo mejor apariencia, y tú no pensaste en misuspicacia. Has de saber que el sacerdote mudoera Brunetti.

-¡Mi marido!

El cardenal Agamenón, que blasfemaba agritos, soltó una carcajada que hizo saltar a losamantes en el lecho.

Tampoco Gaité pudo contener la risa.Formi se enojó al verse burlador burlado; perocedió al fin a la influencia de las carcajadas. Por

un paje de teatro se envió recado a Brunettipara que viniese a cenar con los novios; Aga-menón perdonó lo del cordel y la cama por unaopípara mesa. A las doce estaban borrachosBrunetti, Formi, la Provenzalli y Agamenón,dormido debajo de la mesa. Brunetti, prudenteaun en su embriaguez, salió con disimulo delgabinete y fue a buscar a la doncella Casilda.

El matrimonio secreto quedó solo por fin,y al compás del ruido de las copas que choca-ban, cantaron un dúo que empezaba así:

Amor'è furbo, e nondimeno è amore...

*

* *

La Provenzalli murió a los cincuentaaños, viuda de Brunetti, dejando su fortunaenvidiable al poeta Orazio Formi, pobre y para-lítico.