la atlÁntida rifeÑa de emilio blanco izaga. vicente moga
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LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. La impronta de un militar español en Marruecos, 1927 - 1945. Las texturas izaguianas hilvanan con pinceles llenos de contrastes la cromática acuarela de un Rif que ya solo existe en el atlas de los arcanos. En 1927, Emiliio Blanco Izaga llega al norte de Marruecos exiguo de equipaje; ha tenido que atravesar la vieja Iberia de norte a sur, desde su natal Orduña... Fragmento del libro que comprende desde la página 1 a la 37. Diseño, maquetación y cubierta: Betlem PlanellsTRANSCRIPT
Para Agustín Blanco
Moro
LA ATLÁNTIDA RIFEÑAde EMILIO BLANCO IZAGA
La impronta de un militar español en Marruecos, 1927 - 1945
Edición de Vicente Moga Romero
Colección: «Biblioteca Amazige»; 8.
Diseño, maquetación y cubierta: Betlem Planells Compte.
Fotomontaje de la cubierta : Sidi Lahcen, hacia 1940, y casas de Er Karetz,
en 1997, con banderas de las Intervenciones Militares de Ketama cedidas
por Fran Hernández y Antonio Prieto.
Digitalización: Teresa Cobreros Rico y Carlos Campoy Gómez.
Ilustración de la p. 4: «El interventor», óleo sobre lienzo de
Mariano Bertuchi Nieto, 1941. 108 x 81 cm. Museo del Ejército.
Editan:
Ciudad Autónoma de Melilla. Consejería de Cultura y Festejos
Servicio de Publicaciones
UNED-Melilla
Instituto de las Culturas. Melilla
Ciudad Autónoma de Ceuta. Consejería de Educación, Cultura y
Mujer
Archivo General de Ceuta
© Texto: los autores
© Ilustraciones: Archivo General de Melilla. Colección fotográfica.
Colección Emilio Blanco Izaga
© De esta edición
Servicio de Publicaciones
Ciudad Autónoma de Melilla
Hospital del Rey
Plaza de la Parada, s/n
52001-Melilla
D.L. ML 10/2014
ISBN: 978-84-15891-13-0
Impreso en Gráficas Fernando
Políg. Juncaril, C/ Baza, 9-H. Albolote (Granada)
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad, ni parte de este libro
puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico
o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier
almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso
escrito de la editorial.
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Índice índice í ndice
LA ATLÁNTIDA RIFEÑAde EMILIO BLANCO IZAGA
La impronta de un militar español en Marruecos, 1927 - 1945
9 Presentación
INTRODUCCIÓN
15 Los trabajos y los días de Emilio Blanco Izaga en la Atlántida rifeña
Vicente Moga Romero
PERFILES DE UN INTERVENTOR ESPAÑOL EN EL RIF
62 Emilio Blanco Izaga, un interventor atípico
José Luis Villanova
66 El administrador tribal y las cofradías religiosas
Josep Lluís Mateo Dieste
70 Visión del Rif de Emilio Blanco Izaga
Mónica López Soler
74 La eclosión de una inaudita arquitectura rifeña.
Catálogo aproximativo
Antonio Bravo Nieto
78 La cerámica rifeña. Tierra, agua, fuego y manos femeninas
María José Matos
82 Las aristas de la condición femenina en la obra de Blanco Izaga
Sonia Gámez Gómez
86 El arte funerario en el norte de Marruecos
Enrique Gozalbes Cravioto
90 Entre pintores: Mariano Bertuchi, Emilio Blanco y Joaquina Albarracín
José Luís Gómez Barceló
LOS «CUADERNOS DE ARTE BERBERISCO»
95 La etnografía emocional de Emilio Blanco Izaga
Vicente Moga Romero
110 Las acuarelas etnográficas del interventor militar
Emilio Blanco Izaga
209 CRONOBIOGRAFÍA IZAGUIANA
Vicente Moga Romero
245 PAISAJES DE EMILIO BANCO IZAGA EN LA ACTUALIDAD
Textos y fotografías de Vicente Moga Romero
279 BIBLIOGRAFÍA
8
Las
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izag
uianas
hilvanan con pinceles llenos de contrastes la cromática acuarela de un Rif que ya solo existe en
el atlas de lo
s arcanos.
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Las texturas izaguianas hilvanan con pinceles llenos de contrastes la cromática acuarela
de un Rif que ya solo existe en el atlas de los arcanos. En 1927, Emilio Blanco Izaga llega
al norte de Marruecos exiguo de equipaje; ha tenido que atravesar la vieja Iberia de norte
a sur, desde su natal Orduña hasta los puertos que lo trasladan a las polis mediterráneas
e ístmicas de Ceuta y Melilla. Sin estas dos ciudades -«Puertas de socorro», las llamó
Rafael Pezzi- no se concibe la obra de este militar español: fronteras y antesalas del
Protectorado en el que Blanco veló sus armas de militar y artista entre las coordenadas de
un mundo apenas entrevisto hasta entonces, confundido entre montañeses orgullosos
de su reciedumbre; entre pescadores de pieles cuarteadas, como pergaminos castigados
por la solana; entre campesinas apegadas a la tierra pero imaginativas como cometas
en flor; velando las vigilias de sus días y sus trabajos entregado a los hombres y mujeres
del Rif, a los que, a menudo, vislumbraba como reflejos de un añorado espejismo, de un
mundo irrecuperable, que los ecos griegos, desde Platón, llaman la Atlántida.
La urdimbre de la obra de Blanco Izaga en el Rif está recorrida, como el propio
paisaje que la inspira, por los contrastes, por lo que representa y por lo que es, pero, por
encima de todas las dualidades posibles, por la capacidad única de este interventor para
legar una obra escrita y grafica que recrea como nadie la atmósfera rifeña de la primera
mitad del siglo XX. Este es su mejor legado, trazado jornada tras jornada, de fusina en
fusina, o en caballadas bajo la lluvia, por todas las balizas de una geografía emocional
que lo atrapó en la tela de araña de una empatía irrefrenable por las tribus que como
interventor estaba obligado a controlar.
Algunas de las aristas que delinean la figura rifeña de Blanco Izaga se recogen en
este libro, en cuyas páginas sobrevuela una escritura interdisciplinar e intercultural de
lo que representó su obra de más de veinte años en el norte de Marruecos. La estructura
del libro responde a esta necesidad, la de recolocar al personaje en sus escenarios,
presentándolo en sus diferentes facetas, como militar, etnógrafo, arquitecto y artista,
deslindando sus poliédricos perfiles y, a la vez, corroborando la unicidad de sus trabajos
que desembocan en sus magníficos «Cuadernos de Arte Berberisco».
Los autores que han participado en este libro, todos ellos vinculados a los estudios sobre
el Protectorado desde diferentes perspectivas, han bosquejado los complementarios
LA ATLÁNTIDA RIFEÑA de Emilio Blanco IzagaPresentación
10
contornos que presenta la obra izaguiana: José Luis Villanova (Universitat de Girona),
señala la atipicidad de Blanco como interventor, aportando unas notas producto de
un gran aparato investigador puesto de manifiesto en libros como Los interventores.
La piedra angular del Protectorado español en Marruecos (Barcelona, 2006); Josep Lluís
Mateo Dieste (Universitat Autònoma de Barcelona), analiza la interrelación entre el
administrador tribal y la esfera, en muchas ocasiones impermeable, de las cofradías
religiosas, sintetizando lo expuesto anteriormente en su libro La «hermandad» hispano-
marroquí: política y religión bajo el protectorado español en Marruecos (1912-1956) (Barcelona,
2003); Mónica López Soler (historiadora) da una visión del Rif tamizada por la de
Blanco Izaga, con la sencillez y el colorido que ha aportado en la reciente publicación
de Los colores de la memoria. Ruta de arquitectura para viajeros emocionales (Málaga, 2013);
Antonio Bravo Nieto (UNED-Melilla) estructura un catálogo aproximativo, pero muy
completo, de la inaudita arquitectura rifeña de Blanco que ha ido espigando en estudios
como Arquitectura y urbanismo español en el norte de Marruecos (Sevilla, 2000); María José
Matos (investigadora) describe el universo que representa la arcilla y la elaboración
de materiales cerámicos, como una metáfora del mundo femenino en el Rif, al hilo
de lo que ya señaló y fotografió en el libro Cerámica rifeña. Barro femenino (Valencia,
2009); Sonia Gámez Gómez (UNED-Melilla), incide sobre la delicada percepción del
interventor acerca de un cosmos femenino que le sirve de revulsivo etnográfico, artístico
y humano, presentándolo con la sutileza con la que ha realizado el documental Ziara.
Más allá del umbral (Melilla, 2013); Enrique Gozálbez Cravioto (Universidad de Castilla-
La Mancha), traza el papel de las estelas funerarias en la obra de Blanco, indicando
que su objetivo principal es la recuperación de estos elementos, imprescindibles para el
conocimiento de lo que se considera el «viejo paganismo berberisco», valiéndose de sus
numerosos trabajos y publicaciones como «Losas sepulcrales del Norte de Marruecos»
(Melilla, 2012); y, finalmente, José Luís Gómez Barceló (Archivo General de Ceuta) traza
un inédito triángulo de mutuas resonancias pictóricas entre tres artistas que sintieron
profundamente Marruecos, Mariano Bertuchi Nieto, Joaquina Albarracín y el propio
Emilio Blanco Izaga, reflejando la experiencia de trabajos sobre la pintura y la fotografía
del Protectorado, con trabajos como «Bertuchi y Tetuán» (Tetuán, 1996) y Tiempo de
guerra, imágenes de paz. Iconografía militar de Bartolomé Ros (Madrid, 2005).
Por mi parte, he vuelto a desovillar el hilo del imaginario izaguiano como ya había
hecho en otras ocasiones, sobre todo en El Rif de Emilio Blanco Izaga. Trayectoria militar,
arquitectónica y etnográfica en el Protectorado de España en Marruecos (Melilla-Barcelona,
2009), pero en esta ocasión intentando aumentar un tono más el diapasón emocional
que pone al descubierto el corazón de un hombre cuyo metrónomo latió de forma
Pre
sentación presentación
11
acompasada junto con el pueblo al que le tocó someter. En mi trabajo, como en el
resto de artículos, se presenta un corpus fotográfico procedente en su mayor parte de
las colecciones fotográficas del Archivo General de Melilla. Este repositorio, de difícil
autoría y datación, representa un discurso alternativo al textual, que visualiza el Rif y los
rifeños que conoció Emilio Blanco Izaga, y provoca el retorno del lector a los escenarios
en los que fueron gestados los trabajos del interventor; por ello, las fotografías no
solo acompañan a los textos, sino que adquieren una dimensión paralela que a veces
corrobora y otras contradice el sustrato textual.
Junto a la introducción a la figura y la obra de Emilio Blanco Izaga, me ha parecido
oportuno presentar también dos capítulos inéditos: el primero es una cronobiografía
que escalona algunos de los principales hechos y realizaciones que pespuntearon el
contexto de sus días y sus trabajos desde finales del siglo XIX hasta los años sesenta del
siglo XX; el segundo es una selección de algunas instantáneas realizadas en los últimos
veinte años en Marruecos, en una reactualización fotográfica de algunos de las geografías
que hicieron soñar a Blanco hace ocho décadas.
Todo este aparato documental y grafico estaría incompleto sino se señalara la
importancia que tiene en la obra de Blanco, la impronta artística y etnográfica de
los «Cuadernos de Arte Berberisco», concebidos por su autor como una suma de
conocimientos y sensibilidades, que, pese a sus esfuerzos, no pudo llegar a culminar. De
ahí, el especial tratamiento que se le otorga en este libro.
Por último, quiero expresar mi mayor agradecimiento a la familia de Emilio Blanco
Izaga y muy especialmente a su hijo, mi amigo Agustín Blanco Moro, que ha hecho
todo lo posible para que se conociera mejor la obra de su padre y que ha tenido la
generosidad de donar en el año 2013 su archivo a la ciudad de Melilla. De igual modo,
es preciso reconocer también el decidido apoyo prestado por las instituciones de Melilla
(Consejería de Cultura y Festejos; Centro UNED; Instituto de las Culturas) y Ceuta
(Consejería de Educación, Cultura y Mujer. Archivo General), en la edición de este libro
y, cómo no, el generoso trabajo de mis compañeros de los archivos de Melilla y Ceuta y
el magnífico diseño llevado a cabo por Betlem Planells Compte.
Vicente Moga RomeroMelilla, 4 de abril de 2014
12Los generales Silvestre y Monteverde, junto con el coronel Gabriel de Morales, y otros militares españoles, conferencian con notables rifeños, antes de la campaña de 1921.
13Grupo de oficiales en Tetuán, diciembre 1948. Fot. F. García Cortés.
«Tie
nes
alm
a de
art
ista
, tie
nes gra
n imaginación y tus párrafos adquieren vigor plástico, culminando en el gesto dign
o (a la sob
erbia la llam
amo
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nid
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e la ruptu
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».
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32
.
15
LA ATLÁNTIDA RIFEÑA
«Una m
ocita rifeña», 1927. Fot. Lázaro.
Vicente Moga Romero
LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS DE EMILIO BLANCO IZAGA en
El «alma de artista» que el comandante Edmundo Seco atribuye a Emilio Blanco
Izaga (Orduña, 1892 – Madrid, 1949), representa un diagnóstico tan certero como
representativo de la obra rifeña de este militar. Por eso es apasionante continuar
hilvanando nuevos itinerarios en la trayectoria de este administrador tribal del
Protectorado capaz de generar una obra arquitectónica, etnográfica y artística que
engloba algunas de las aportaciones más originales de la impronta colonial de España
en Marruecos en la primera mitad del siglo XX.
En este contexto se muestran en esta obra algunos apuntes de sus vivencias rifeñas,
desarrolladas entre 1927 y 1945, y, en especial, sus aportaciones plasmadas en los
«Cuadernos de Arte Berberisco», textos e imágenes del proyecto inconcluso abordado
durante su estancia en el Protectorado.
Escenas de los años veinte en el Rif:
Fuente de Imorabtin. Reclutamiento de «indígenas».
Madarsa (escuela coránica). Harka amiga.
Los «Ritos capilares» son tratados por Emilio Blanco Izaga, en
sus apuntes sobre «Los kanon rifeños de Bokoia». En estos reseña
que los cabellos cortados a los niños son cuidadosamente recogi-
dos y guardados en un agujero de la pared y que, en el caso de los
hombres, estos hacen un paquete y lo esconden en las chumberas.
Respecto de los muchachos que se cortaban la coleta o fantasía,
la guardaban y eran enterrados con ellos. También se utilizaban
los cabellos en exvotos colgados de los árboles, así como para la
realización de sortilegios.
17
El R
if: de espacio ignoto a territorio colonial
El Rif fue el paisaje en el que Emilio Blanco ejerció su tarea interventora,
el territorio diana que, como un espejo, retrató el refulgente reflejo de su
imaginario e impulsó sus días y sus trabajos más allá del ámbito militar.
En un sentido histórico, la percepción de este territorio «ignoto», en expresión
de Moulièras, ha sido dispar. Así, aunque el empleo del término Rif se detecta, como
señala Ahmed Tahiri, ya en el siglo X, referido «al lugar donde predomina la vida
urbana y abunda el agua», parece ser que la constatación de una confederación
rifeña diferenciada surge en el siglo XV, atribuida a un grupo de tribus situadas sobre
la parte oriental de la vertiente mediterránea, entre el río Mestassa y la península
de Tres Forcas. Posteriormente el término Rif se ha atribuido, en un sentido más
amplio, a toda la fachada montañosa del norte de Marruecos, por oposición al yebel
atlántico. La extensión del Rif a la totalidad de las regiones montañosas del norte de
Marruecos es, para muchos autores, caso de Gérard Maurer, reciente, ya que surge
desde la época de Abdelkrim.
En el periodo inmediatamente anterior a la instauración del Protectorado, aparece
una geografía de transición en la que prima la figura del viajero o expedicionario, que
basa sus descripciones en la experiencia real de sus itinerarios. Así ocurre con Gabriel
Delbrel, quien justifica su obra como un esfuerzo para desarrollar «el conocimiento
del Rif, vasta y casi desconocida provincia de Marruecos septentrional... », que dice
haber recorrido casi en su integridad en los años 1891, 1907 y 1908. Este autor, aunque
admite también la inexistencia de datos censuales, avanza que en 1911 la población
rifeña puede estimarse, «como mínimum, en 540.600 almas [...] constituida por el
elemento de 30 kábilas divididas en sedentarias, nómadas y seminómadas...». En
apoyo de estos datos, el explorador francés detalla en un «Cuadro sinóptico de las
18
Kábilas del Rif» el nombre, la «raza», la situación geográfica, la población, y las fuerzas,
con lo que arroja un total aproximativo «de la población y fuerzas rifeñas: 540.600
almas, 75.550 fusiles y 1.565 caballos».
Por lo que respecta al significado de la palabra Rif, Delbrel discute a los autores que
la traducen por «país montañoso» o «país cultivado», para decidirse por el de «límite
extremo»:
[…] los límites de los mahal, o campamentos militares
marroquíes, son llamados rif, y así podría suceder
[con] la provincia rifeña, la cual, en los siglos
pasados y en la época de las luchas que
siguieron a la expulsión de los moros de
España, el litoral Norte marroquí era la línea
directa de contacto del musulmán con el
cristiano invasor, de donde el calificativo de
rif -límite- pudo dársele, perpetuándose hasta
nuestros días.
En cuanto a la percepción durante el Protectorado, antes de la
llegada al Rif de Emilio Blanco en 1927, esta región, como ha estudiado
Manuela Marín, había sido objeto de una tipología descriptiva interesada
sobremanera en preparar a la opinión pública para la expansión marroquí. En las
tres décadas sucesivas de presencia española en el Imperio Cherifiano, la literatura
colonial codificó una imagen aceptada del territorio que, en gran medida, todavía hoy
permanece vigente.
En el caso concreto de los interventores militares la conceptuación espacial del
chateau d’eau del Rif, que cubre Le Maroc méditerranéen, estuvo condicionada por las
versiones geográficas y de todo tipo que circularon desde el periodo precolonial. Éstas,
ya impregnadas del espíritu africanista, se canalizaron poco antes de la instauración
del Protectorado y, en muchos casos, aparecieron oficializadas. De ahí que una de
las cuestiones básicas en relación con el rol jugado por los administradores tribales
en el Rif se concierte en torno a cuáles fueron las pautas de ocupación del territorio,
la planificación, reestructuración y control del espacio físico, tan unido al de las
mentalidades.
En el tafkunt, horno tradicional para la
elaboración de pan, ca. 1920.
La función interventora permite elaborar
ideas propias sobre la sociedad, desdeñando los
estereotipos proclamados por una propaganda
superficial europea o racial, cuando no egoísta,
interesada.... E. Blanco Izaga.
19
El zoco rifeño actúa tanto como centro de intercambio de mercancías como de
noticias; es un espacio abierto, que la tradición considera «un lugar sagrado y
un día bendito en el que se establece una tregua de paz», ca. 1930.
En lo que atañe al desentrañamiento poscolonial del concepto espacial del Rif, parece
existir actualmente un cierto consenso en apelar, sensu stricto, a su incardinación en
el contexto geográfico y cultural del arco mediterráneo, calificándolo incluso de
pequeño Atlas. Esto lo detalla McNeill, cuando al comparar la montaña rifeña
con la Alpujarra española y el Pindus griego, la señala como la más agreste
No obstante, entre los científicos sociales no siempre existe unanimidad.
El historiador Germain Ayache distingue por un lado el Rif extenso, el de los
geógrafos, que ocupa toda la cornisa mediterránea de Marruecos, entre el río
Muluya y el estrecho de Gibraltar; y, de otra parte, el mucho más reducido
le Rif des Rifains, extendido únicamente por la mitad de esta fachada. De la
misma opinión es el antropólogo David M. Hart, quien sostiene que, a menudo,
se confunde el Rif geográfico con el político, cuando en realidad se trata de
una misma montaña y dos sociedades diferentes, las de Yebala y Rif propiamente
considerado. En este aspecto, cabe considerar al paisaje rifeño subsumido en un
amplio arco mediterráneo que se extiende desde las estribaciones orientales del Atlas
marroquí hasta las del oeste argelino, con el Tell y la berberófona Kabilia.
Hijos de las jaimas.
La sagrada hospitalidad rifeña
en torno a un vaso de té, ca. 1930.
Los rifeños acogen voluntariamente a los
extranjeros y sobre todo a los renegados
españoles huídos de los presidios. La f´órmula
musulmana la ilaha illa Allah; Mouh’am-
med rasoul Allah (no hay más Dios que Allah;
Moh’ammed es su profeta), es un salvoconducto
mágico para todo europeo cuyo destino le lleve a
caer en manos de estos farrucos montañeses.
A Mouliéras, Le Marroc inconnu, 1895.
21
El R
if de
l M
anual al servicio del Of cial de Intervención en Marruecos, 1928
Dos años después de producida la pacificación, se retoman los trabajos
cartográficos con el levantamiento de nuevos mapas militares, y se
materializa la primera visión oficial de la geografía rifeña en el Manual
para el servicio del Oficial de intervención en Marruecos, editado en 1928
por la Inspección General de Intervención y Fuerzas Jalifianas Este
texto dedica el capítulo primero de su segunda parte a la geografía y
la historia, incluidas entre los «conocimientos que debe tener y ampliar el Interventor».
En el apartado geográfico uno de los presupuestos iniciales es la asimilación del paisaje
septentrional marroquí al meridional español: «Marruecos se asemeja a la provincia de
Andalucía y puede considerarse como un pedazo de España […] España y Marruecos
son como las dos mitades de una unidad geográfica…». Enseguida, el Manual enuncia las
tres zonas en las que se dividió Marruecos en el convenio de 1912 (francesa, española, e
internacional de Tánger), sus límites fronterizos, y las extensiones respectivas (572.000
km2, 28.000 km2, y 600 km2). A continuación desgrana las connotaciones geográficas de
la zona de influencia española, mediatizada en sus orografía, hidrografía y climatología
por la cordillera rifeña, a la que describe como el «pequeño Atlas de Ptolomeo […] un
enorme espinazo que, con más o menos sinuosidades, marcha desde Cabo de Agua hasta
Sierra Bullones, en Ceuta, adentrándose en el mar en soberbio peñasco de Beliunes, que
formaba la segunda columna de Hércules de la mitología griega».
No deja de señalar el Manual la impronta administrativa en la configuración territorial
al justificar que se ha compartimentado espacialmente «en atención a las condiciones
políticas de los habitantes y a las agrupaciones comunes, creadas por la costumbre o por
la unidad etnográfica en seis provincias…» y 66 cabilas:
22
- Kelaia, con 8 kabilas: Beni Bugafar, Beni Buifrur, Beni Buyahi, Beni Sicar,
Beni Sidel, Mazuza, Quebdana y Ulad Setut.
- Rif, con 14: Beni Ammart, Beni Bufrah, Beni Guemil, Beni Iteft,
Beni Said, Beni Tuzin, Beni Ulichek, Beni Urriaguel, Bocoia, Guesnaya,
Metalsa, Tafersit, Targuist y Tensaman.
- Senhaya, con 10: Beni Ahmed, Beni Bechir, Beni Buchibet, Beni
Buensar, Beni Jannus, Beni Meydui, Beni Seddat, Ketama, Tagsut y
Zarkat.
- Gomara, con 11: Beni Busera, Beni Ersin, Beni Guerir, Beni
Jaled, Beni Manzor, Beni Selmán, Beni Seyyel, Beni Smih, Beni Ziat,
Mestasa y Metiua el Behar.
- El Utaien, con 5: Ahl Serif, Beni Gorfet, Garbía (incluida Bedaua),
Jolot y Tilig, y Sahel.
- Yebala, con 18: El Ajmás, Anyera, Beni Ahmed-es-Surrak, Beni Arós, Beni
Hassan, Beni Hozmar, Beni Ider, Beni Issef, Beni Lait, Beni Mesauar, Beni Said,
Beni Skar, Beni Zerual, Guezaua, El Hauz, Sumata, Uadras y Yebel Hebib.
En lo que concierne a la caracterización antropológica de sus habitantes, el Manual
señala que, pese a la mezcla que constata, los bereberes son la «raza autóctona», a la
vez que destaca que la lengua, hábitos y costumbres de estos son diferentes de las de
los árabes, por lo que concluye que «se nota que árabes y bereberes no se quieren; se
injurian y discuten fuertemente, pretendiendo cada uno ser el más valiente, más noble
y más inteligente», para terminar anotando la ausencia de «verdaderos árabes en
Marruecos».
En este apartado, el Manual también perfila las aristas religiosas cuando
señala la uniformidad que presta a los musulmanes la religión islámica. En lo
que respecta a las normas sociales y políticas, recurre como fuente al libro El
mundo marroquí, de Paul Odinot, para anotar algunos perfiles de la «psicología
racial», tan afín al mundo colonial. Entre ellos no faltan las descalificaciones
del autor francés relativas al temperamento «indígena», y lo que considera
su viga maestra colonial, la mentira por necesidad o hábito: «África es el país
de la ficción: árabes y bereberes, han inventado la mentira […] Los marroquíes,
en una palabra, son los maestros del arte de mentir». En compensación, también
se enumeran algunas cualidades, como la hospitalidad y el trabajo, aunque
Vivienda tradicional rifeña.
Séquito de una boda rural con
dromedario, ca. 1930.
¿Sabéis lo que representa Melilla en la acción de
España en Marruecos? Subid a la Acrópolis […]
el símbolo de la tenacidad de la raza y de sus in-
mensas energías. Hoy, esas energías se redoblan
en el ambiente de la bendita paz, porque nuestra
ciudad aspira a ser potente faro que irradie sobre
el Rif la luz del progreso. Melilla es, señores,
escuela de energía y prueba fehaciente de la
transformación que en todos los órdenes de la
actividad se está produciendo en las Plazas de
Soberanía y Zona de Protectorado... Santiago S.
Otero, En el corazón del Rif..., 1930.
matizando que la primera es muchas veces interesada y que son «trabajadores, cuando
quieren». Este es el mismo sentimiento atribuido al rifeño que entra en contacto
con el hecho social en las ciudades españolas del norte del Protectorado, como
recoge González Burset, profesor mercantil y vicepresidente de la Sociedad
Excursionista Melillense:
En la ciudad de soberanía [Melilla] todos conocemos a ese indígena «internacional»,
con un barniz especial de civilización de campamento o de avanzada, de cantina, de
puerto, de mercado, hecho de astucias, de «gramática parda» […] es un indígena que se
arregló «a su medida» heterogéneas costumbres ajenas, sin dejar las propias, y que, por
conveniencia o por convencimiento, se va aproximando algo a la mayoría representativa
de una civilización más moderna.
Aduar del Rif.
Carboneras en un zoco, ca. 1930.
24
El Manual para el servicio del Oficial de Intervención en Marruecos plantea así, a modo
de pinceladas axiomáticas, el retrato del norte marroquí, que codifica y prepara
para suministrar sistemáticamente los datos que a partir de entonces empiezan a
generar las Intervenciones Militares. En este sentido, son inestimables las fuentes
aportadas por el caudal de los vademécums, que se ocupan de la extensión
territorial, la demografía y otros datos de interés para la administración tribal
y colonial.
La personalización de la percepción geográfica del Interventor la retoma
en 1930, dos años después de la publicación del Manual, el comandante
de Intervenciones Militares Jesús Jiménez Ortoneda, adjunto en ese año
del teniente coronel jefe de las Intervenciones de Melilla, en su Estudio de la
región del Rif. Ortoneda, que ya había participado en algunos trabajos literarios
publicados en 1927 por la Sociedad Excursionista Melillense en País rifeño: notas de
excursionismo, en su mejor trabajo, coetáneo de otros de cierto interés -como los Ramos
Charco-Villaseñor y J. Guillermo Sánchez-, comienza abordando una de las cuestiones
recurrentes del corpus colonial, cuando ofrece la información que conoce acerca de la
realidad histórica y filológica que transmite la palabra-concepto Rif:
En Tamazigt la palabra Rif carece de significado. En árabe, el diccionario dice: Rif, país cultivado
y fértil, situado sobre el borde de un mar o de un río caudaloso; borde o límite del mar o de un
río. Se deriva del verbo cóncavo «raf» (apacentar en un país fértil; ir a un país fértil); el verbo
hace el futuro en i y el plural del nombre es «ariaf» o «ruafa» [...] En los últimos años, la palabra
Rif adquirió el concepto de rebelde; y así no debe extrañarnos que a partir de la campaña
de 1909, los que tomaban parte en agresiones y combates, fueran llamados rifeños por los
indígenas que estaban a nuestro lado, calificativo que perdían al someterse. En general, hoy día
la palabra rifeño ha tomado un sentido despectivo: se le considera inculto y poco versado en
materia religiosa.
Jiménez Ortoneda ofrece un apunte estructural de las tribus que integran lo que
considera las cabilas propiamente rifeñas, aquellas que forman parte de lo que llama,
como Santiago Otero, «la médula o corazón del Rif»: Bokoia, Beni-Urriaguel, parte de
las de Beni-Iteft, Beni-Ammart y Guezennaia, Beni Tuzin, Temsamam y parte de las
de Beni Ulichek y Beni Said. En resumen, teoriza que: «El Rif propiamente dicho, está
formado por todas las kabilas situadas entre el río Kert, el Bufrah y el mar Mediterráneo y
Oteadores rifeños, ca. 1930.
La zona de protectorado español es de pura
estirpe bereber, si se salvan las cuatro ciudades
grandemente arabizadas y fajas del litoral
Atlántico y cuenca del Muluya. Ello es razón
poderosa para que sigamos los derroteros que
marcan quienes tienen especiales estudios y
poseen la experiencia de un siglo de
dominación en Argelia. Cándido Lobera,
«La política bereber del Protectorado», 1926.
25
Vista parcial de Puerto Capaz a inicios de los
años cuarenta. Col. Juan Martínez Borrego.
la línea de montes que constituye la divisoria de aguas entre el Mediterráneo y el Atlántico,
desde el nacimiento del Kert, en Azró Akchar, hasta el Iguermalet, en Beni-Ammar».
En cuanto al aspecto lingüístico caracterizador del sustrato cultural de la
región, Jiménez Ortoneda explica que el lenguaje familiar del territorio es el
rifeño, variante del amazige o bereber, y que muy pocos hombres tienen
conocimiento del árabe: «En el Rif se habla el “rifeño”, una de las modalidades
del idioma tamazigt que es el habla de los berberiscos, perteneciendo al
grupo de las lenguas hamíticas como la antigua egipcia, galla, somalí y otras
llamadas también protosemíticas».
Otro interventor militar, Andrés Sánchez Pérez, apreció una visible
transformación en el Protectorado entre 1915 y 1930, un lapso en el que en
un poco más de una docena de años, el Marruecos español experimentó un
cambio fundamental en todos los aspectos: «Se acometió, con la ocupación militar,
la organización del país. Los puertos, las carreteras y los puentes, en complicidad con
los automóviles y con toda clase de máquinas, terminaron [… con] el viejo Marruecos».
Esta transformación, tan poco realista, fue adjudicada por el autor de Cosas de Moros a
la labor desarrollada por las Intervenciones Militares: «Es difícil lograr el injerto de la
estandarizada civilización actual en el viejo árbol marroquí para que produzca frutos
selectos; pero es esa una labor que sólo podrán hacerla quienes se hayan acercado con
respeto al viejo tronco para admirar su belleza rústica y para gustar con fruición el
agridulce fruto primitivo».
En estos planteamientos, las publicitadas transformaciones no podían ocultar la
persistencia del mal conocimiento de un territorio cuya extensión calculaba en 1930 el
Vademécum de las Intervenciones Militares que era de 20.947,616 km2 para el conjunto
del Protectorado español, una superficie que suponía algo más del cinco por ciento de
los 398.627 km2 asignados a Francia. En cuanto a la región Oriental, que englobaba las
Intervenciones del Rif y Melilla, ocupaba 9.107 km2, con 278.677 habitantes.
Como ha señalado Cordero Torres, el solapamiento de la geografía de protectoría
con el entramado del sistema de Intervenciones en varios niveles concéntricos, no
impidió que a este respecto, todavía en 1943 se expresaran las dificultades de dar cifras
exactas:
En 1929 la población de Punta Pescadores fue
bautizada Puerto Capaz en recuerdo del militar
que dominó Gomara en el verano de 1926. El
dahir de 20 de junio, expedido por el Jalifa
Muley Hassan Ben-el-Mehedi Ben Ismail y
rubricado por el Alto Comisario, el Conde de
Jordana, apelaba al «deseo de testimoniar la
labor extraordinaria que el Coronel de Infante-
ría D. Fernando Capaz Montes, jefe político del
sector Gomara-Xauen viene llevando a cabo en
nuestra zona feliz». Anuario-Guía Oficial de
Marruecos y del África española…, 1927.
26
La superficie del Magreb no ha sido precisada de modo inequívoco. El General Aranda,
en 1928, calculaba una extensión próxima al millón de kilómetros cuadrados para
los cinco reinos tradicionales (Fez, Mekinez, Marrakech, Tafilete y Tremecén),
englobando un trozo del Sahara. Los franceses asignan a su zona (después de
las «rectificaciones» de frontera operadas en el siglo XIX en favor de Argelia)
398.627 kilómetros cuadrados, a los cuales hay que añadir los 20.842,94 de la
zona norte española (incluidos los 380 de la antigua de Tánger) y los 1.394
de Ifni y los presidios españoles, geográficamente marroquíes. En cambio,
es muy dudosa -geográficamente- la inclusión de la llamada «Zona Sur» del
Protectorado español (unos 23.000 kilómetros cuadrados).
Aparte de las ciudades, el Protectorado queda jalonado por poblados
surgidos, en su mayoría, después de la pacificación. Son los casos de: Targuist y
Tlata de Ketama, en una región dominada por el cultivo del kif, que comercializa
la Tabacalera de Tetuán, y que se impone como monocultivo a pesar de los esfuerzos
de los interventores por intensificar otros, como el maíz y la patata; y los poblados de
colonización, como Tafersit, Azib de Midar, etc.
No obstante, la pujanza de los centros poblacionales rurales y urbanos fue dispar
hasta el tramo final del Protectorado, de forma que lo que privó en la mayoría de ellos
no fueron las realizaciones, sino las expectativas. Bab Tazza resulta un ejemplo de esto.
La población que –según Touceda Fontenla- en 1927 fue testigo de cómo «la espada
toledana del general Sanjurjo se cimbreó para rubricar la orden que ponía fin a la
acción militar de España, [cuando] nadie podía presumir la felicidad de los tiempos
venideros», en 1950, cuando contaba con 16.000 habitantes y tenía de interventor
a Francisco Mena Díaz, vio cómo se había solicitado el cambio de nombre
por el de Villa Varela, para homenajear al Alto Comisario, el teniente general
Enrique Varela Iglesias, el bilaureado «amigo de los marroquíes, que ha dado
lo mejor de su vida, a la pacificación y prosperidad de Marruecos». En 1950,
la Corporación de Tetuán había dado el nombre de Avenida del General
Varela a la construida en ese año que enlazaba la ciudad con «su nueva y
ya populosa Barriada de Málaga», como reseña la revista Marruecos. En estas
fechas, el Delegado de Asuntos Indígenas era el general Larrea, y el Delegado
de Educación y Cultura, Tomás García Figueras.
Calle principal de Nador
en sus orígenes, a inicios del siglo XX.
Vista de la rada de Ceuta, con su puerto en
construcción, África, 1927.
27
Otras poblaciones, como Puerto Capaz, actual El Jebha, la primera en la que Emilio
Blanco actuó de interventor, apenas había sufrido transformaciones, pues aunque se
habían levantado algunas edificaciones y mejorado las comunicaciones de acceso
su ubicación la aislaba, determinando una producción ligada a las actividades
tradicionales de subsistencia, en especial –como señala Ahmed Chaara- las
relativas a las faenas pesqueras con los tradicionales barcos sardineros,
denominados chebbak.
En la década de los cincuenta ya se llegaba a Puerto Capaz por un ramal
de la carretera Tetuán-Melilla, al que se accedía en Bab-Tisichen; desde aquí
había que recorrer una pista de sesenta kilómetros que desciende desde los
1.600 metros hasta el nivel del mar y permite otear la población plantada a
la orilla del mar, resguardada del levante por el promontorio de Sidi Yahia el
Uardani. En 1950, año en que el Interventor Comarcal de Puerto Capaz era José
María Martínez Piñeiro, comandante de Infantería, y su adjunto, el teniente de
Ingenieros Luís Crespo Gavilán, la revista Marruecos, en el artículo «La prosperidad de
Puerto Capaz está en el mar», lo describe así:
Al aparecérsenos ante la vista Puerto Capaz se nos ofrecen en su totalidad resplandecientes
de blancura las terrazas de las casas alineadas en una bien trazada urbanización en la que en
perfecta armonía alternan las amplias plazas con los grupos de edificaciones encajadas en
calles rectas y espaciosas. Algunos edificios se destacan sobre los demás: el de la Intervención
Comarcal, la Mezquita, la Escuela Musulmana.
El desarrollo de otras poblaciones había seguido paralelo a la impronta económica
desarrollada en aspectos puntuales del Protectorado, como las de las explotaciones
agrícolas de los llanos del Garet, surgidas a impulsos de la Compañia Española de
Colonización Agrícola, casos de Zeluán y Monte Arruit; y de los núcleos levantados en
los cotos mineros de Guelaya y Rif, como San Juan de las Minas, Uixan, Setolazar, Afra y
Segangan. Todos ellos responden a una caracterización privativa, al ser, por definición,
poblados europeos y estar en muchos casos bajo la jurisdicción de empresas mineras
como la Compañia Española de Minas del Rif.
Extracto de un mapa que muestra la conexión
con Puerto Capaz, mediante un ramal de la ca-
rretera Ceuta-Tetuán-Melilla. Román Martínez
de Velasco, «La carretera de Bab Berret a Puerto
Capaz y su utilidad económica», 1946.
Para articular el territorio e implantar una
malla urbanística en el Protectorado era vital
comunicarlo de punta a punta. Por ello, desde
finales de los años veinte, la carretera del norte,
siguiendo el eje Ceuta-Tetuán-Melilla, se diseña
como una espina dorsal de casi 500 kilómetros
que hilvana estratégica, política, administrativa
y económicamente zonas hasta entonces
estructuralmente fragmentadas.
.
Escenas del Rif en el primer tercio del siglo XX:
«Rifeño», óleo de José Francés, La Esfera, 1915.
Componentes de una harka rifeña.
El capitán Redondo en Beni Bu Ifrur, 1912.
Los chiujs Chehca y Salah, autoridades tribales rifeñas.
.
El coronel Gabriel de Morales en Beni Bu Ifrur.
Asistentes a una fiesta en el morabo de Jenada (Beni Bufrah).
Nómadas delante de una jaima en la región de Garet.
Morabo de Sidi Alí el Hassani, en Zeluán.
Escuelas de la Policía Indígena, años veinte.
Carnicería en Cabo de Agua.
El té de la hospitalidad en una casa rifeña.
La política escolar ha de orientarse de modo que siendo la más
favorable al indígena beneficie también más al país protector.
Cándido Lobera, «Política rifeña del Protectorado», 1926.
31
En 1935 la Comisión Histórica de las Campañas de Marruecos edita el primer volumen
de la Geografía de Marruecos. Se trata de una publicación oficial que pretende dotar de
contenido científico a la acción colonial de España. En ella se describe la zona ocupada
por España como consecuencia de la implantación del Protectorado hispanofrancés
en Marruecos. Una vez más el punto de partida es la correspondencia territorial,
en su mayor parte, con la fachada mediterránea marroquí y la presencia de su más
destacado elemento geográfico, la cordillera rifeña: «La característica general de la zona
es la montaña, que la cubre en más de las tres cuartas partes de su superficie». Así, la
escasa fachada atlántica (Garb y Utauien), punteada por los asentamientos urbanos de
Larache (separada de la región del Garb, por el valle del río Lucus), Arcila, y Tánger
(no incluida en el Protectorado), dan enseguida paso, en Ceuta-Tetuán, a la región de
Yebala, y al arranque occidental de la costa rifeña. Esta se encuentra comprimida por
el sistema orográfico que la define, en un arco que se extiende hacia el este hasta la
desembocadura del río Muluya, línea hidrográfica que hace de frontera natural con
Argelia, en las cercanías de Melilla. Por el sur, el cierre de la cordillera se corresponde
con las depresiones de los ríos Muluya (a Oriente) y Sebú (a Occidente), pasillos naturales
hacia las estribaciones del Atlas Medio y sus mesetas precedentes.
«Vista desde el Mediterráneo, la cadena rifeña tiene el aspecto de un murallón
punto menos que infranqueable...». Esta es la marca que sustenta el dibujo de la
geografía, conocida de forma específica como Rif, aunque este concepto contiene una
regionalización que incluye: Yebala y Gomara (al Oeste), y el Rif (al centro y Este), con
La im
agen
colonial del Rif en la Geografía de Marruecos, 1935
32
dos vertientes: occidental -el Rif propiamente considerado, con Targuist como línea
divisoria- y oriental, con la frontera del río Kert, y la comarca de Guelaia en la región
de Melilla. A este respecto, en la Geografía de Marruecos puede leerse:
El Rif, propiamente dicho, con Yebala, constituyen la región marcadamente
montañosa que cubre la mayoría de la zona de nuestro Protectorado [...] El relieve
típico rifeño ofrece, sin embargo, algunas mesetas altas, tales como la de Targuist a
1.204 metros y la del llano Amarino, que se eleva a 1.490 [...]
El relieve de la zona, sumamente compartimentado por montañas y sierras, justifica,
singularmente en su parte central, la tradición rebelde del Rif, así como ha provocado
su parcelación en pequeñas cabilas, lo que ha impedido en nuestra ocupación utilizar
el régimen de los Grandes Caídes.
En nuestra zona existen nada menos que 71 cabilas. Por tanto, la extensión media de cada
una es de unos 300 kilómetros cuadrados solamente. Algunas de aquéllas, tales como la de
Tagsut y Targuist, tienen nada más que 46 y 37 kilómetros cuadrados, respectivamente.
Los datos que la Geografía de Marruecos recoge para 1931 –obtenidos a su vez de
los aportes estadísticos de la última edición del «Vademécum» de las Intervenciones
correspondientes a ese año-, indican que los 20.312,94 km2 de extensión que asigna
al Protectorado, cuentan con una población de 581.282 habitantes, lo que promedia
una densidad de 28,61 habitantes por km2. A estas cifras hay que sumar los 135.980
habitantes de los ochos términos municipales y los once poblados con junta vecinal de
la zona que, por disfrutar del régimen municipal, estaban fuera del control del Servicio
de Intervenciones. Igualmente, para obtener un retrato lo más completo posible, cabe
añadir los 116.742 habitantes de los 32,05 km2 de extensión de las plazas de soberanía de
Ceuta y Melilla. Todo ello arroja para el Marruecos español: 20.346 km2 de superficie,
834.004 habitantes, y una densidad de 41 habitantes por km2. Para 1933, la Geografía
de Marruecos anota los 720.273 habitantes que incluye la población urbana y rural del
Protectorado, clasificada en: 673.876 musulmanes, 32.804 españoles, 12.988 israelitas, y
605 extranjeros.
Para el cálculo de la extensión del Protectorado se utilizó en un primer momento
la cartografía publicada en 1926 por Angelo Ghirelli, que sirvió para delimitar la zona
fronteriza entre España y Francia, conforme al artículo 2º del Convenio hispano-francés,
firmado en Madrid, el 27 de noviembre de 1912. Posteriormente se realizaron diversos
Rifeño en una fuente
construida por los españoles en los años veinte.
Fuentes, aguadas, abrevaderos para los anima-
les, aperturas de pozos, etc., fueron algunas de
las realizaciones más tempranas y frecuentes
realizadas por los militares españoles desde los
primeros años del Protectorado. El acceso al
agua como elemento funcional, pero también
simbólico, dotaba de una visibilidad pragmática
a la presencia española en el Rif.
33
retoques con los datos aportados por las Intervenciones militares que actuaban sobre
el terreno. Así, en 1935 se consideraba en 20.313 km2 la extensión del Protectorado
español y 542.000 la del francés.
La misma confusión existente en torno a la superficie del Protectorado,
se traslada a su población, de la que siempre persistía su caracterización
mayoritariamente bereber. Las Intervenciones militares estimaban un
cómputo de 725.160 habitantes (589.179 de ellos asentados fuera de las
ciudades), con una densidad de 25 habitantes por km2, cifras que estaban muy
por debajo de los casi cinco millones de la zona francesa y sus 9 habitantes
por km2. Según anota la Geografía de Marruecos: «La población urbana de
Marruecos se evalúa en unos 640.000 indígenas, de los cuales corresponden
a la zona española 95.046 (82.840 musulmanes y 12.206 hebreos) y a la francesa
545.000 (462.000 musulmanes y 83.000 hebreos). La proporción entre ambas
zonas es de 1/6».
Para 1934, con datos recabados del Boletín de la Sociedad Geográfica Nacional, de
junio de ese año, la Geografía de Marruecos censa 592.782 habitantes repartidos en
cuatro regiones: atlántica (62.044 habitantes; 37,25 habitantes por km2), Yebala-Gomara
(225.604; 23,97), Rif Occidental (142.665; 32,12), y Rif Oriental (162.469; 33,85). A estos
datos hay que sumar los 127.491 habitantes de los poblados y ciudades –Tetuán, Xauen,
Arcila, Larache, Alcazarquivir, Villa Alhucemas, Nador, Zaio, Torres de Alcalá y Puerto
Capaz-, así como los de Ceuta y Melilla, «cuyos incrementos hacen subir la población del
Norte de Marruecos español a más de 837.000 habitantes, lo que significa una densidad
de 41,14 habitantes por kilómetro cuadrado».
La constancia de unas cifras tan exiguas, en comparación con las francesas,
configuraba la idea de ejercer el Protectorado sobre la parte menos «útil» de Marruecos,
una noción implementada con la certeza de administrar una zona adjetivada como no
sometida al Gobierno central marroquí. En esta suerte de geografía político-ideológica,
se impuso una doble consideración, la debilidad de Marruecos como Estado organizado,
además de su concepto «como nación muy reciente» y la responsabilidad del Rif en esta
anacrónica situación. Así lo resume la Geografía de Marruecos, trasladando a la oficialidad
colonial la presunta doble juriscicción imperante en Marruecos hasta la irrupción
española:
Existe una relación estrechísima entre el agua,
los árboles y los morabos. Estos son reminis-
cencias del culto pagano en los que los yenun
(demonios) estaban representados, o mejor dicho,
ejercían su influencia mediante el agua y los
árboles. Al implantarse el islamismo se sustituyó
la influencia de los yenun por la de los morabos,
cambiándose al efectuarse la mutación, en
representación bienhechora la acción de árbol y
el agua. Ignacio Iribarren Cuartero, «Morabos
de la kabila de Beni Said », 1929.
Amennai, jinete rifeño.
34
El país ha vivido en parte sometido de un modo constante al poder y voluntad de los sultanes,
única ley que le regía, y en parte también, por el contrario, totalmente independizado de
su jurisdicción. Así ha surgido la división original del Imperio, basada en esa realidad
histórica de Blad el Majzen, o sea el país del gobierno, sometido a aquella autoridad
absoluta, y Blad es Siba o territorios a donde el poder imperial no llegaba nunca o
solo lo hacía temporalmente por medio de expediciones de castigo enviadas por
el Sultán.
En sus trazos más etnográficos, la Geografía de Marruecos alude a
la población del Protectorado señalado un sustrato tan común como la
geografía, de los «bereberes o berberiscos», cuyos caracteres y cualidades, los
«asemejan mucho a los campesinos nuestros». En esta aseveración se introduce,
como en las más granadas obras precoloniales, las referencias clásicas y medievales
de Ptolomeo, Heródoto, Ibn Jaldún –considerado el «que más ha profundizado en el
origen de los bereberes...»-, hasta llegar a Tissot, sin dejar de aludir a los ancestros bíblicos.
Todo ello, con el único objetivo de plantear una vez más la dicotomía árabe-bereber, y
el reconocimiento de que es en Marruecos, de todo el norte de África, «donde la raza
berebere ha quedado más pura. Sobre todo, en las zonas montañosas del Rif y Yebala
la masa de la población está constituida por berberiscos, no habiéndose hecho sentir la
influencia del árabe más que en su periferia, conservando los aborígenes sus costumbres
e idiomas». En este tramo, la Geografía dedica sucesivos capítulos a las diferentes «razas»
marroquíes: berberiscos, árabes y árabes berberiscos, moros procedentes de al-Andalus
y moriscos expulsados de España, negros, descendientes de esclavos africanos,
hebreos, llegados originariamente al norte de África desde Palestina y Alejandría
en las épocas púnica y romana, a los que se incorporarían los llegados de España,
y, finalmente, los «europeos de Marruecos», con predominio de la colonia
española (33.000), y 600 extranjeros.
En el Censo de 1933, la población hebrea del Protectorado español
-excluidas las Plazas de Soberanía- se cifraba en 12.988 personas; se trata
de una población mayoritariamente urbana, distribuida en: Tetuán (6.428),
Larache (3.035), Alcazárquivir (2.422), Arcila (635), Nador (253), Torres de Alcalá
(152), Zaio (88), Xauen (85), Villa Alhucemas (44), y Puerto Capaz (26). Como
anota la Geografía, buena parte del comercio, la banca y la riqueza urbana de
estas ciudades -y de «las poblaciones de soberanía»- estaban en manos de los judíos.
Unos pescadores en la playa de Sidi Lahcen
(Bugafar) recogen el copo junto a sus cárabos.
35
En 1935, año en el que se edita el primer volumen de la Geografía de Marruecos,
esta aporta los siguientes porcentajes demográficos para el Protectorado
español: población «indígena» (93%), española (5%, aunque si se incluye el censo
de «las ciudades de soberanía», este porcentaje sube al 20%, con 135.000) y
hebrea (2%). En lo que atañe a la población europea en «Berbería» la mayor
parte corresponde a Argelia, con 5.113.000 «indígenas» y 833.000 europeos;
seguidos de Marruecos, con 4.411.000 y 95.000; Túnez, con 1.986.000 y
173.000; y para el Protectorado español, 673.876 y 33.409. La Geografía
de Marruecos, incluye también un cuadro de ciudades y poblados y otros
muy completos de superficie y población de Marruecos, que aportan datos
económicos, de comunicaciones, y elementos comparativos de las zonas
española y francesa.
En el inicio de la guerra civil española, la visión geográfica más simplista
respecto del Protectorado, como la que ofrece el Atlas geográfico y estadístico de España
y Portugal. Nuestras posesiones en África, recoge para 1936 una población de 700.000
habitantes asentada en una extensión de 28.200 km2 comprendida «entre el río Muluya
y el mar Mediterráneo, el océano Atlántico, el paralelo 35, el río Lucus, y una línea
arbitraria hacia el E. que llega hasta el Muluya».
En cuanto a la geografía económica, algunas publicaciones ofrecen en el horizonte
de 1936 una visión halagüeña. Destacan la pujanza de Tetuán, con 50.000 habitantes. La
capital del Protectorado, llamada en el mencionado Atlas «la ciudad de las fuentes y las
mezquitas…», es equiparada a Melilla en población y situada por encima de Ceuta, que
contaba 37.000 habitantes. Además se resalta su inscripción en una zona que cuenta con
«regiones fértiles, valles risueños y pintorescos, minas de hierro y plomo. Productos
agrícolas; naranjas, higos, alpiste, hortalizas. Carreteras muy buenas».
Tetuán se había convertido además en un centro cultural, donde el pintor Mariano
Bertuchi dirigía la Escuela de Bellas Artes. Su ensanche urbanístico, proyectado por el
arquitecto Carlos Óvilo Castelo (1883-1952), asentaba una ciudad moderna, por contraste
con la histórica medina fundada por Al-Mandari. Un grupo de nuevos arquitectos
introducen en la ciudad los estilos de moda, como José Larrucea, que aporta el art déco y
el racionalismo, dos de los que más influyeron en la arquitectura de Emilio Blanco Izaga.
En la zona oriental, la dinámica urbana corresponde a Melilla, pero al ser plaza de
soberanía, el status oficial de capital administrativa de esta zona del Protectorado osciló
entre Villa Sanjurjo y Villa Nador.
Tetuán. Puerta de Fez y
cuartel de Regulares.
La elección de Tetuán como la capital adminis-
trativa y política del Protectorado recayó sobre
la ciudad-medina más importante de la cornisa
mediterránea rifeña, centro tradicional de las
migraciones de este territorio, que representaba
para los españoles la evocación del imagina-
rio de la guerra de 1859-1860 («la guerra de
África»), primera irrupción armada de España
en Marruecos, y uno de los primeros referentes
periodísticos y literarios que nutrieron
las obras de Pedro Antonio de Alarcón,
Benito Pérez Galdós, etc.
Plano del Protectorado, 1947.