la atlÁntida rifeÑa de emilio blanco izaga. vicente moga

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LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. La impronta de un militar español en Marruecos, 1927 - 1945. Las texturas izaguianas hilvanan con pinceles llenos de contrastes la cromática acuarela de un Rif que ya solo existe en el atlas de los arcanos. En 1927, Emiliio Blanco Izaga llega al norte de Marruecos exiguo de equipaje; ha tenido que atravesar la vieja Iberia de norte a sur, desde su natal Orduña... Fragmento del libro que comprende desde la página 1 a la 37. Diseño, maquetación y cubierta: Betlem Planells

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Para Agustín Blanco

Moro

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LA ATLÁNTIDA RIFEÑAde EMILIO BLANCO IZAGA

La impronta de un militar español en Marruecos, 1927 - 1945

Edición de Vicente Moga Romero

Page 6: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

Colección: «Biblioteca Amazige»; 8.

Diseño, maquetación y cubierta: Betlem Planells Compte.

Fotomontaje de la cubierta : Sidi Lahcen, hacia 1940, y casas de Er Karetz,

en 1997, con banderas de las Intervenciones Militares de Ketama cedidas

por Fran Hernández y Antonio Prieto.

Digitalización: Teresa Cobreros Rico y Carlos Campoy Gómez.

Ilustración de la p. 4: «El interventor», óleo sobre lienzo de

Mariano Bertuchi Nieto, 1941. 108 x 81 cm. Museo del Ejército.

Editan:

Ciudad Autónoma de Melilla. Consejería de Cultura y Festejos

Servicio de Publicaciones

UNED-Melilla

Instituto de las Culturas. Melilla

Ciudad Autónoma de Ceuta. Consejería de Educación, Cultura y

Mujer

Archivo General de Ceuta

© Texto: los autores

© Ilustraciones: Archivo General de Melilla. Colección fotográfica.

Colección Emilio Blanco Izaga

© De esta edición

Servicio de Publicaciones

Ciudad Autónoma de Melilla

Hospital del Rey

Plaza de la Parada, s/n

52001-Melilla

[email protected]

D.L. ML 10/2014

ISBN: 978-84-15891-13-0

Impreso en Gráficas Fernando

Políg. Juncaril, C/ Baza, 9-H. Albolote (Granada)

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad, ni parte de este libro

puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico

o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier

almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso

escrito de la editorial.

Page 7: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

7

Índice índice í ndice

LA ATLÁNTIDA RIFEÑAde EMILIO BLANCO IZAGA

La impronta de un militar español en Marruecos, 1927 - 1945

9 Presentación

INTRODUCCIÓN

15 Los trabajos y los días de Emilio Blanco Izaga en la Atlántida rifeña

Vicente Moga Romero

PERFILES DE UN INTERVENTOR ESPAÑOL EN EL RIF

62 Emilio Blanco Izaga, un interventor atípico

José Luis Villanova

66 El administrador tribal y las cofradías religiosas

Josep Lluís Mateo Dieste

70 Visión del Rif de Emilio Blanco Izaga

Mónica López Soler

74 La eclosión de una inaudita arquitectura rifeña.

Catálogo aproximativo

Antonio Bravo Nieto

78 La cerámica rifeña. Tierra, agua, fuego y manos femeninas

María José Matos

82 Las aristas de la condición femenina en la obra de Blanco Izaga

Sonia Gámez Gómez

86 El arte funerario en el norte de Marruecos

Enrique Gozalbes Cravioto

90 Entre pintores: Mariano Bertuchi, Emilio Blanco y Joaquina Albarracín

José Luís Gómez Barceló

LOS «CUADERNOS DE ARTE BERBERISCO»

95 La etnografía emocional de Emilio Blanco Izaga

Vicente Moga Romero

110 Las acuarelas etnográficas del interventor militar

Emilio Blanco Izaga

209 CRONOBIOGRAFÍA IZAGUIANA

Vicente Moga Romero

245 PAISAJES DE EMILIO BANCO IZAGA EN LA ACTUALIDAD

Textos y fotografías de Vicente Moga Romero

279 BIBLIOGRAFÍA

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hilvanan con pinceles llenos de contrastes la cromática acuarela de un Rif que ya solo existe en

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Las texturas izaguianas hilvanan con pinceles llenos de contrastes la cromática acuarela

de un Rif que ya solo existe en el atlas de los arcanos. En 1927, Emilio Blanco Izaga llega

al norte de Marruecos exiguo de equipaje; ha tenido que atravesar la vieja Iberia de norte

a sur, desde su natal Orduña hasta los puertos que lo trasladan a las polis mediterráneas

e ístmicas de Ceuta y Melilla. Sin estas dos ciudades -«Puertas de socorro», las llamó

Rafael Pezzi- no se concibe la obra de este militar español: fronteras y antesalas del

Protectorado en el que Blanco veló sus armas de militar y artista entre las coordenadas de

un mundo apenas entrevisto hasta entonces, confundido entre montañeses orgullosos

de su reciedumbre; entre pescadores de pieles cuarteadas, como pergaminos castigados

por la solana; entre campesinas apegadas a la tierra pero imaginativas como cometas

en flor; velando las vigilias de sus días y sus trabajos entregado a los hombres y mujeres

del Rif, a los que, a menudo, vislumbraba como reflejos de un añorado espejismo, de un

mundo irrecuperable, que los ecos griegos, desde Platón, llaman la Atlántida.

La urdimbre de la obra de Blanco Izaga en el Rif está recorrida, como el propio

paisaje que la inspira, por los contrastes, por lo que representa y por lo que es, pero, por

encima de todas las dualidades posibles, por la capacidad única de este interventor para

legar una obra escrita y grafica que recrea como nadie la atmósfera rifeña de la primera

mitad del siglo XX. Este es su mejor legado, trazado jornada tras jornada, de fusina en

fusina, o en caballadas bajo la lluvia, por todas las balizas de una geografía emocional

que lo atrapó en la tela de araña de una empatía irrefrenable por las tribus que como

interventor estaba obligado a controlar.

Algunas de las aristas que delinean la figura rifeña de Blanco Izaga se recogen en

este libro, en cuyas páginas sobrevuela una escritura interdisciplinar e intercultural de

lo que representó su obra de más de veinte años en el norte de Marruecos. La estructura

del libro responde a esta necesidad, la de recolocar al personaje en sus escenarios,

presentándolo en sus diferentes facetas, como militar, etnógrafo, arquitecto y artista,

deslindando sus poliédricos perfiles y, a la vez, corroborando la unicidad de sus trabajos

que desembocan en sus magníficos «Cuadernos de Arte Berberisco».

Los autores que han participado en este libro, todos ellos vinculados a los estudios sobre

el Protectorado desde diferentes perspectivas, han bosquejado los complementarios

LA ATLÁNTIDA RIFEÑA de Emilio Blanco IzagaPresentación

Page 10: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

10

contornos que presenta la obra izaguiana: José Luis Villanova (Universitat de Girona),

señala la atipicidad de Blanco como interventor, aportando unas notas producto de

un gran aparato investigador puesto de manifiesto en libros como Los interventores.

La piedra angular del Protectorado español en Marruecos (Barcelona, 2006); Josep Lluís

Mateo Dieste (Universitat Autònoma de Barcelona), analiza la interrelación entre el

administrador tribal y la esfera, en muchas ocasiones impermeable, de las cofradías

religiosas, sintetizando lo expuesto anteriormente en su libro La «hermandad» hispano-

marroquí: política y religión bajo el protectorado español en Marruecos (1912-1956) (Barcelona,

2003); Mónica López Soler (historiadora) da una visión del Rif tamizada por la de

Blanco Izaga, con la sencillez y el colorido que ha aportado en la reciente publicación

de Los colores de la memoria. Ruta de arquitectura para viajeros emocionales (Málaga, 2013);

Antonio Bravo Nieto (UNED-Melilla) estructura un catálogo aproximativo, pero muy

completo, de la inaudita arquitectura rifeña de Blanco que ha ido espigando en estudios

como Arquitectura y urbanismo español en el norte de Marruecos (Sevilla, 2000); María José

Matos (investigadora) describe el universo que representa la arcilla y la elaboración

de materiales cerámicos, como una metáfora del mundo femenino en el Rif, al hilo

de lo que ya señaló y fotografió en el libro Cerámica rifeña. Barro femenino (Valencia,

2009); Sonia Gámez Gómez (UNED-Melilla), incide sobre la delicada percepción del

interventor acerca de un cosmos femenino que le sirve de revulsivo etnográfico, artístico

y humano, presentándolo con la sutileza con la que ha realizado el documental Ziara.

Más allá del umbral (Melilla, 2013); Enrique Gozálbez Cravioto (Universidad de Castilla-

La Mancha), traza el papel de las estelas funerarias en la obra de Blanco, indicando

que su objetivo principal es la recuperación de estos elementos, imprescindibles para el

conocimiento de lo que se considera el «viejo paganismo berberisco», valiéndose de sus

numerosos trabajos y publicaciones como «Losas sepulcrales del Norte de Marruecos»

(Melilla, 2012); y, finalmente, José Luís Gómez Barceló (Archivo General de Ceuta) traza

un inédito triángulo de mutuas resonancias pictóricas entre tres artistas que sintieron

profundamente Marruecos, Mariano Bertuchi Nieto, Joaquina Albarracín y el propio

Emilio Blanco Izaga, reflejando la experiencia de trabajos sobre la pintura y la fotografía

del Protectorado, con trabajos como «Bertuchi y Tetuán» (Tetuán, 1996) y Tiempo de

guerra, imágenes de paz. Iconografía militar de Bartolomé Ros (Madrid, 2005).

Por mi parte, he vuelto a desovillar el hilo del imaginario izaguiano como ya había

hecho en otras ocasiones, sobre todo en El Rif de Emilio Blanco Izaga. Trayectoria militar,

arquitectónica y etnográfica en el Protectorado de España en Marruecos (Melilla-Barcelona,

2009), pero en esta ocasión intentando aumentar un tono más el diapasón emocional

que pone al descubierto el corazón de un hombre cuyo metrónomo latió de forma

Pre

sentación presentación

Page 11: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

11

acompasada junto con el pueblo al que le tocó someter. En mi trabajo, como en el

resto de artículos, se presenta un corpus fotográfico procedente en su mayor parte de

las colecciones fotográficas del Archivo General de Melilla. Este repositorio, de difícil

autoría y datación, representa un discurso alternativo al textual, que visualiza el Rif y los

rifeños que conoció Emilio Blanco Izaga, y provoca el retorno del lector a los escenarios

en los que fueron gestados los trabajos del interventor; por ello, las fotografías no

solo acompañan a los textos, sino que adquieren una dimensión paralela que a veces

corrobora y otras contradice el sustrato textual.

Junto a la introducción a la figura y la obra de Emilio Blanco Izaga, me ha parecido

oportuno presentar también dos capítulos inéditos: el primero es una cronobiografía

que escalona algunos de los principales hechos y realizaciones que pespuntearon el

contexto de sus días y sus trabajos desde finales del siglo XIX hasta los años sesenta del

siglo XX; el segundo es una selección de algunas instantáneas realizadas en los últimos

veinte años en Marruecos, en una reactualización fotográfica de algunos de las geografías

que hicieron soñar a Blanco hace ocho décadas.

Todo este aparato documental y grafico estaría incompleto sino se señalara la

importancia que tiene en la obra de Blanco, la impronta artística y etnográfica de

los «Cuadernos de Arte Berberisco», concebidos por su autor como una suma de

conocimientos y sensibilidades, que, pese a sus esfuerzos, no pudo llegar a culminar. De

ahí, el especial tratamiento que se le otorga en este libro.

Por último, quiero expresar mi mayor agradecimiento a la familia de Emilio Blanco

Izaga y muy especialmente a su hijo, mi amigo Agustín Blanco Moro, que ha hecho

todo lo posible para que se conociera mejor la obra de su padre y que ha tenido la

generosidad de donar en el año 2013 su archivo a la ciudad de Melilla. De igual modo,

es preciso reconocer también el decidido apoyo prestado por las instituciones de Melilla

(Consejería de Cultura y Festejos; Centro UNED; Instituto de las Culturas) y Ceuta

(Consejería de Educación, Cultura y Mujer. Archivo General), en la edición de este libro

y, cómo no, el generoso trabajo de mis compañeros de los archivos de Melilla y Ceuta y

el magnífico diseño llevado a cabo por Betlem Planells Compte.

Vicente Moga RomeroMelilla, 4 de abril de 2014

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12Los generales Silvestre y Monteverde, junto con el coronel Gabriel de Morales, y otros militares españoles, conferencian con notables rifeños, antes de la campaña de 1921.

Page 13: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

13Grupo de oficiales en Tetuán, diciembre 1948. Fot. F. García Cortés.

Page 14: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

«Tie

nes

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n imaginación y tus párrafos adquieren vigor plástico, culminando en el gesto dign

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32

.

Page 15: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

15

LA ATLÁNTIDA RIFEÑA

«Una m

ocita rifeña», 1927. Fot. Lázaro.

Vicente Moga Romero

LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS DE EMILIO BLANCO IZAGA en

El «alma de artista» que el comandante Edmundo Seco atribuye a Emilio Blanco

Izaga (Orduña, 1892 – Madrid, 1949), representa un diagnóstico tan certero como

representativo de la obra rifeña de este militar. Por eso es apasionante continuar

hilvanando nuevos itinerarios en la trayectoria de este administrador tribal del

Protectorado capaz de generar una obra arquitectónica, etnográfica y artística que

engloba algunas de las aportaciones más originales de la impronta colonial de España

en Marruecos en la primera mitad del siglo XX.

En este contexto se muestran en esta obra algunos apuntes de sus vivencias rifeñas,

desarrolladas entre 1927 y 1945, y, en especial, sus aportaciones plasmadas en los

«Cuadernos de Arte Berberisco», textos e imágenes del proyecto inconcluso abordado

durante su estancia en el Protectorado.

Page 16: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

Escenas de los años veinte en el Rif:

Fuente de Imorabtin. Reclutamiento de «indígenas».

Madarsa (escuela coránica). Harka amiga.

Los «Ritos capilares» son tratados por Emilio Blanco Izaga, en

sus apuntes sobre «Los kanon rifeños de Bokoia». En estos reseña

que los cabellos cortados a los niños son cuidadosamente recogi-

dos y guardados en un agujero de la pared y que, en el caso de los

hombres, estos hacen un paquete y lo esconden en las chumberas.

Respecto de los muchachos que se cortaban la coleta o fantasía,

la guardaban y eran enterrados con ellos. También se utilizaban

los cabellos en exvotos colgados de los árboles, así como para la

realización de sortilegios.

Page 17: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

17

El R

if: de espacio ignoto a territorio colonial

El Rif fue el paisaje en el que Emilio Blanco ejerció su tarea interventora,

el territorio diana que, como un espejo, retrató el refulgente reflejo de su

imaginario e impulsó sus días y sus trabajos más allá del ámbito militar.

En un sentido histórico, la percepción de este territorio «ignoto», en expresión

de Moulièras, ha sido dispar. Así, aunque el empleo del término Rif se detecta, como

señala Ahmed Tahiri, ya en el siglo X, referido «al lugar donde predomina la vida

urbana y abunda el agua», parece ser que la constatación de una confederación

rifeña diferenciada surge en el siglo XV, atribuida a un grupo de tribus situadas sobre

la parte oriental de la vertiente mediterránea, entre el río Mestassa y la península

de Tres Forcas. Posteriormente el término Rif se ha atribuido, en un sentido más

amplio, a toda la fachada montañosa del norte de Marruecos, por oposición al yebel

atlántico. La extensión del Rif a la totalidad de las regiones montañosas del norte de

Marruecos es, para muchos autores, caso de Gérard Maurer, reciente, ya que surge

desde la época de Abdelkrim.

En el periodo inmediatamente anterior a la instauración del Protectorado, aparece

una geografía de transición en la que prima la figura del viajero o expedicionario, que

basa sus descripciones en la experiencia real de sus itinerarios. Así ocurre con Gabriel

Delbrel, quien justifica su obra como un esfuerzo para desarrollar «el conocimiento

del Rif, vasta y casi desconocida provincia de Marruecos septentrional... », que dice

haber recorrido casi en su integridad en los años 1891, 1907 y 1908. Este autor, aunque

admite también la inexistencia de datos censuales, avanza que en 1911 la población

rifeña puede estimarse, «como mínimum, en 540.600 almas [...] constituida por el

elemento de 30 kábilas divididas en sedentarias, nómadas y seminómadas...». En

apoyo de estos datos, el explorador francés detalla en un «Cuadro sinóptico de las

Page 18: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

18

Kábilas del Rif» el nombre, la «raza», la situación geográfica, la población, y las fuerzas,

con lo que arroja un total aproximativo «de la población y fuerzas rifeñas:  540.600

almas, 75.550 fusiles y 1.565 caballos».

Por lo que respecta al significado de la palabra Rif, Delbrel discute a los autores que

la traducen por «país montañoso» o «país cultivado», para decidirse por el de «límite

extremo»:

[…] los límites de los mahal, o campamentos militares

marroquíes, son llamados rif, y así podría suceder

[con] la provincia rifeña, la cual, en los siglos

pasados y en la época de las luchas que

siguieron a la expulsión de los moros de

España, el litoral Norte marroquí era la línea

directa de contacto del musulmán con el

cristiano invasor, de donde el calificativo de

rif -límite- pudo dársele, perpetuándose hasta

nuestros días.

En cuanto a la percepción durante el Protectorado, antes de la

llegada al Rif de Emilio Blanco en 1927, esta región, como ha estudiado

Manuela Marín, había sido objeto de una tipología descriptiva interesada

sobremanera en preparar a la opinión pública para la expansión marroquí. En las

tres décadas sucesivas de presencia española en el Imperio Cherifiano, la literatura

colonial codificó una imagen aceptada del territorio que, en gran medida, todavía hoy

permanece vigente.

En el caso concreto de los interventores militares la conceptuación espacial del

chateau d’eau del Rif, que cubre Le Maroc méditerranéen, estuvo condicionada por las

versiones geográficas y de todo tipo que circularon desde el periodo precolonial. Éstas,

ya impregnadas del espíritu africanista, se canalizaron poco antes de la instauración

del Protectorado y, en muchos casos, aparecieron oficializadas. De ahí que una de

las cuestiones básicas en relación con el rol jugado por los administradores tribales

en el Rif se concierte en torno a cuáles fueron las pautas de ocupación del territorio,

la planificación, reestructuración y control del espacio físico, tan unido al de las

mentalidades.

En el tafkunt, horno tradicional para la

elaboración de pan, ca. 1920.

La función interventora permite elaborar

ideas propias sobre la sociedad, desdeñando los

estereotipos proclamados por una propaganda

superficial europea o racial, cuando no egoísta,

interesada.... E. Blanco Izaga.

Page 19: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

19

El zoco rifeño actúa tanto como centro de intercambio de mercancías como de

noticias; es un espacio abierto, que la tradición considera «un lugar sagrado y

un día bendito en el que se establece una tregua de paz», ca. 1930.

Page 20: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

En lo que atañe al desentrañamiento poscolonial del concepto espacial del Rif, parece

existir actualmente un cierto consenso en apelar, sensu stricto, a su incardinación en

el contexto geográfico y cultural del arco mediterráneo, calificándolo incluso de

pequeño Atlas. Esto lo detalla McNeill, cuando al comparar la montaña rifeña

con la Alpujarra española y el Pindus griego, la señala como la más agreste

No obstante, entre los científicos sociales no siempre existe unanimidad.

El historiador Germain Ayache distingue por un lado el Rif extenso, el de los

geógrafos, que ocupa toda la cornisa mediterránea de Marruecos, entre el río

Muluya y el estrecho de Gibraltar; y, de otra parte, el mucho más reducido

le Rif des Rifains, extendido únicamente por la mitad de esta fachada. De la

misma opinión es el antropólogo David M. Hart, quien sostiene que, a menudo,

se confunde el Rif geográfico con el político, cuando en realidad se trata de

una misma montaña y dos sociedades diferentes, las de Yebala y Rif propiamente

considerado. En este aspecto, cabe considerar al paisaje rifeño subsumido en un

amplio arco mediterráneo que se extiende desde las estribaciones orientales del Atlas

marroquí hasta las del oeste argelino, con el Tell y la berberófona Kabilia.

Hijos de las jaimas.

La sagrada hospitalidad rifeña

en torno a un vaso de té, ca. 1930.

Los rifeños acogen voluntariamente a los

extranjeros y sobre todo a los renegados

españoles huídos de los presidios. La f´órmula

musulmana la ilaha illa Allah; Mouh’am-

med rasoul Allah (no hay más Dios que Allah;

Moh’ammed es su profeta), es un salvoconducto

mágico para todo europeo cuyo destino le lleve a

caer en manos de estos farrucos montañeses.

A Mouliéras, Le Marroc inconnu, 1895.

Page 21: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

21

El R

if de

l M

anual al servicio del Of cial de Intervención en Marruecos, 1928

Dos años después de producida la pacificación, se retoman los trabajos

cartográficos con el levantamiento de nuevos mapas militares, y se

materializa la primera visión oficial de la geografía rifeña en el Manual

para el servicio del Oficial de intervención en Marruecos, editado en 1928

por la Inspección General de Intervención y Fuerzas Jalifianas Este

texto dedica el capítulo primero de su segunda parte a la geografía y

la historia, incluidas entre los «conocimientos que debe tener y ampliar el Interventor».

En el apartado geográfico uno de los presupuestos iniciales es la asimilación del paisaje

septentrional marroquí al meridional español: «Marruecos se asemeja a la provincia de

Andalucía y puede considerarse como un pedazo de España […] España y Marruecos

son como las dos mitades de una unidad geográfica…». Enseguida, el Manual enuncia las

tres zonas en las que se dividió Marruecos en el convenio de 1912 (francesa, española, e

internacional de Tánger), sus límites fronterizos, y las extensiones respectivas (572.000

km2, 28.000 km2, y 600 km2). A continuación desgrana las connotaciones geográficas de

la zona de influencia española, mediatizada en sus orografía, hidrografía y climatología

por la cordillera rifeña, a la que describe como el «pequeño Atlas de Ptolomeo […] un

enorme espinazo que, con más o menos sinuosidades, marcha desde Cabo de Agua hasta

Sierra Bullones, en Ceuta, adentrándose en el mar en soberbio peñasco de Beliunes, que

formaba la segunda columna de Hércules de la mitología griega».

No deja de señalar el Manual la impronta administrativa en la configuración territorial

al justificar que se ha compartimentado espacialmente «en atención a las condiciones

políticas de los habitantes y a las agrupaciones comunes, creadas por la costumbre o por

la unidad etnográfica en seis provincias…» y 66 cabilas:

Page 22: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

22

- Kelaia, con 8 kabilas: Beni Bugafar, Beni Buifrur, Beni Buyahi, Beni Sicar,

Beni Sidel, Mazuza, Quebdana y Ulad Setut.

- Rif, con 14: Beni Ammart, Beni Bufrah, Beni Guemil, Beni Iteft,

Beni Said, Beni Tuzin, Beni Ulichek, Beni Urriaguel, Bocoia, Guesnaya,

Metalsa, Tafersit, Targuist y Tensaman.

- Senhaya, con 10: Beni Ahmed, Beni Bechir, Beni Buchibet, Beni

Buensar, Beni Jannus, Beni Meydui, Beni Seddat, Ketama, Tagsut y

Zarkat.

- Gomara, con 11: Beni Busera, Beni Ersin, Beni Guerir, Beni

Jaled, Beni Manzor, Beni Selmán, Beni Seyyel, Beni Smih, Beni Ziat,

Mestasa y Metiua el Behar.

- El Utaien, con 5: Ahl Serif, Beni Gorfet, Garbía (incluida Bedaua),

Jolot y Tilig, y Sahel.

- Yebala, con 18: El Ajmás, Anyera, Beni Ahmed-es-Surrak, Beni Arós, Beni

Hassan, Beni Hozmar, Beni Ider, Beni Issef, Beni Lait, Beni Mesauar, Beni Said,

Beni Skar, Beni Zerual, Guezaua, El Hauz, Sumata, Uadras y Yebel Hebib.

En lo que concierne a la caracterización antropológica de sus habitantes, el Manual

señala que, pese a la mezcla que constata, los bereberes son la «raza autóctona», a la

vez que destaca que la lengua, hábitos y costumbres de estos son diferentes de las de

los árabes, por lo que concluye que «se nota que árabes y bereberes no se quieren; se

injurian y discuten fuertemente, pretendiendo cada uno ser el más valiente, más noble

y más inteligente», para terminar anotando la ausencia de «verdaderos árabes en

Marruecos».

En este apartado, el Manual también perfila las aristas religiosas cuando

señala la uniformidad que presta a los musulmanes la religión islámica. En lo

que respecta a las normas sociales y políticas, recurre como fuente al libro El

mundo marroquí, de Paul Odinot, para anotar algunos perfiles de la «psicología

racial», tan afín al mundo colonial. Entre ellos no faltan las descalificaciones

del autor francés relativas al temperamento «indígena», y lo que considera

su viga maestra colonial, la mentira por necesidad o hábito: «África es el país

de la ficción: árabes y bereberes, han inventado la mentira […] Los marroquíes,

en una palabra, son los maestros del arte de mentir». En compensación, también

se enumeran algunas cualidades, como la hospitalidad y el trabajo, aunque

Vivienda tradicional rifeña.

Séquito de una boda rural con

dromedario, ca. 1930.

Page 23: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

¿Sabéis lo que representa Melilla en la acción de

España en Marruecos? Subid a la Acrópolis […]

el símbolo de la tenacidad de la raza y de sus in-

mensas energías. Hoy, esas energías se redoblan

en el ambiente de la bendita paz, porque nuestra

ciudad aspira a ser potente faro que irradie sobre

el Rif la luz del progreso. Melilla es, señores,

escuela de energía y prueba fehaciente de la

transformación que en todos los órdenes de la

actividad se está produciendo en las Plazas de

Soberanía y Zona de Protectorado... Santiago S.

Otero, En el corazón del Rif..., 1930.

matizando que la primera es muchas veces interesada y que son «trabajadores, cuando

quieren». Este es el mismo sentimiento atribuido al rifeño que entra en contacto

con el hecho social en las ciudades españolas del norte del Protectorado, como

recoge González Burset, profesor mercantil y vicepresidente de la Sociedad

Excursionista Melillense:

En la ciudad de soberanía [Melilla] todos conocemos a ese indígena «internacional»,

con un barniz especial de civilización de campamento o de avanzada, de cantina, de

puerto, de mercado, hecho de astucias, de «gramática parda» […] es un indígena que se

arregló «a su medida» heterogéneas costumbres ajenas, sin dejar las propias, y que, por

conveniencia o por convencimiento, se va aproximando algo a la mayoría representativa

de una civilización más moderna.

Aduar del Rif.

Carboneras en un zoco, ca. 1930.

Page 24: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

24

El Manual para el servicio del Oficial de Intervención en Marruecos plantea así, a modo

de pinceladas axiomáticas, el retrato del norte marroquí, que codifica y prepara

para suministrar sistemáticamente los datos que a partir de entonces empiezan a

generar las Intervenciones Militares. En este sentido, son inestimables las fuentes

aportadas por el caudal de los vademécums, que se ocupan de la extensión

territorial, la demografía y otros datos de interés para la administración tribal

y colonial.

La personalización de la percepción geográfica del Interventor la retoma

en 1930, dos años después de la publicación del Manual, el comandante

de Intervenciones Militares Jesús Jiménez Ortoneda, adjunto en ese año

del teniente coronel jefe de las Intervenciones de Melilla, en su Estudio de la

región del Rif. Ortoneda, que ya había participado en algunos trabajos literarios

publicados en 1927 por la Sociedad Excursionista Melillense en País rifeño: notas de

excursionismo, en su mejor trabajo, coetáneo de otros de cierto interés -como los Ramos

Charco-Villaseñor y J. Guillermo Sánchez-, comienza abordando una de las cuestiones

recurrentes del corpus colonial, cuando ofrece la información que conoce acerca de la

realidad histórica y filológica que transmite la palabra-concepto Rif:

En Tamazigt la palabra Rif carece de significado. En árabe, el diccionario dice: Rif, país cultivado

y fértil, situado sobre el borde de un mar o de un río caudaloso; borde o límite del mar o de un

río. Se deriva del verbo cóncavo «raf» (apacentar en un país fértil; ir a un país fértil); el verbo

hace el futuro en i y el plural del nombre es «ariaf» o «ruafa» [...] En los últimos años, la palabra

Rif adquirió el concepto de rebelde; y así no debe extrañarnos que a partir de la campaña

de 1909, los que tomaban parte en agresiones y combates, fueran llamados rifeños por los

indígenas que estaban a nuestro lado, calificativo que perdían al someterse. En general, hoy día

la palabra rifeño ha tomado un sentido despectivo: se le considera inculto y poco versado en

materia religiosa.

Jiménez Ortoneda ofrece un apunte estructural de las tribus que integran lo que

considera las cabilas propiamente rifeñas, aquellas que forman parte de lo que llama,

como Santiago Otero, «la médula o corazón del Rif»: Bokoia, Beni-Urriaguel, parte de

las de Beni-Iteft, Beni-Ammart y Guezennaia, Beni Tuzin, Temsamam y parte de las

de Beni Ulichek y Beni Said. En resumen, teoriza que: «El Rif propiamente dicho, está

formado por todas las kabilas situadas entre el río Kert, el Bufrah y el mar Mediterráneo y

Oteadores rifeños, ca. 1930.

La zona de protectorado español es de pura

estirpe bereber, si se salvan las cuatro ciudades

grandemente arabizadas y fajas del litoral

Atlántico y cuenca del Muluya. Ello es razón

poderosa para que sigamos los derroteros que

marcan quienes tienen especiales estudios y

poseen la experiencia de un siglo de

dominación en Argelia. Cándido Lobera,

«La política bereber del Protectorado», 1926.

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25

Vista parcial de Puerto Capaz a inicios de los

años cuarenta. Col. Juan Martínez Borrego.

la línea de montes que constituye la divisoria de aguas entre el Mediterráneo y el Atlántico,

desde el nacimiento del Kert, en Azró Akchar, hasta el Iguermalet, en Beni-Ammar».

En cuanto al aspecto lingüístico caracterizador del sustrato cultural de la

región, Jiménez Ortoneda explica que el lenguaje familiar del territorio es el

rifeño, variante del amazige o bereber, y que muy pocos hombres tienen

conocimiento del árabe: «En el Rif se habla el “rifeño”, una de las modalidades

del idioma tamazigt que es el habla de los berberiscos, perteneciendo al

grupo de las lenguas hamíticas como la antigua egipcia, galla, somalí y otras

llamadas también protosemíticas».

Otro interventor militar, Andrés Sánchez Pérez, apreció una visible

transformación en el Protectorado entre 1915 y 1930, un lapso en el que en

un poco más de una docena de años, el Marruecos español experimentó un

cambio fundamental en todos los aspectos: «Se acometió, con la ocupación militar,

la organización del país. Los puertos, las carreteras y los puentes, en complicidad con

los automóviles y con toda clase de máquinas, terminaron [… con] el viejo Marruecos».

Esta transformación, tan poco realista, fue adjudicada por el autor de Cosas de Moros a

la labor desarrollada por las Intervenciones Militares: «Es difícil lograr el injerto de la

estandarizada civilización actual en el viejo árbol marroquí para que produzca frutos

selectos; pero es esa una labor que sólo podrán hacerla quienes se hayan acercado con

respeto al viejo tronco para admirar su belleza rústica y para gustar con fruición el

agridulce fruto primitivo».

En estos planteamientos, las publicitadas transformaciones no podían ocultar la

persistencia del mal conocimiento de un territorio cuya extensión calculaba en 1930 el

Vademécum de las Intervenciones Militares que era de 20.947,616 km2 para el conjunto

del Protectorado español, una superficie que suponía algo más del cinco por ciento de

los 398.627 km2 asignados a Francia. En cuanto a la región Oriental, que englobaba las

Intervenciones del Rif y Melilla, ocupaba 9.107 km2, con 278.677 habitantes.

Como ha señalado Cordero Torres, el solapamiento de la geografía de protectoría

con el entramado del sistema de Intervenciones en varios niveles concéntricos, no

impidió que a este respecto, todavía en 1943 se expresaran las dificultades de dar cifras

exactas:

En 1929 la población de Punta Pescadores fue

bautizada Puerto Capaz en recuerdo del militar

que dominó Gomara en el verano de 1926. El

dahir de 20 de junio, expedido por el Jalifa

Muley Hassan Ben-el-Mehedi Ben Ismail y

rubricado por el Alto Comisario, el Conde de

Jordana, apelaba al «deseo de testimoniar la

labor extraordinaria que el Coronel de Infante-

ría D. Fernando Capaz Montes, jefe político del

sector Gomara-Xauen viene llevando a cabo en

nuestra zona feliz». Anuario-Guía Oficial de

Marruecos y del África española…, 1927.

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26

La superficie del Magreb no ha sido precisada de modo inequívoco. El General Aranda,

en 1928, calculaba una extensión próxima al millón de kilómetros cuadrados para

los cinco reinos tradicionales (Fez, Mekinez, Marrakech, Tafilete y Tremecén),

englobando un trozo del Sahara. Los franceses asignan a su zona (después de

las «rectificaciones» de frontera operadas en el siglo XIX en favor de Argelia)

398.627 kilómetros cuadrados, a los cuales hay que añadir los 20.842,94 de la

zona norte española (incluidos los 380 de la antigua de Tánger) y los 1.394

de Ifni y los presidios españoles, geográficamente marroquíes. En cambio,

es muy dudosa -geográficamente- la inclusión de la llamada «Zona Sur» del

Protectorado español (unos 23.000 kilómetros cuadrados).

Aparte de las ciudades, el Protectorado queda jalonado por poblados

surgidos, en su mayoría, después de la pacificación. Son los casos de: Targuist y

Tlata de Ketama, en una región dominada por el cultivo del kif, que comercializa

la Tabacalera de Tetuán, y que se impone como monocultivo a pesar de los esfuerzos

de los interventores por intensificar otros, como el maíz y la patata; y los poblados de

colonización, como Tafersit, Azib de Midar, etc.

No obstante, la pujanza de los centros poblacionales rurales y urbanos fue dispar

hasta el tramo final del Protectorado, de forma que lo que privó en la mayoría de ellos

no fueron las realizaciones, sino las expectativas. Bab Tazza resulta un ejemplo de esto.

La población que –según Touceda Fontenla- en 1927 fue testigo de cómo «la espada

toledana del general Sanjurjo se cimbreó para rubricar la orden que ponía fin a la

acción militar de España, [cuando] nadie podía presumir la felicidad de los tiempos

venideros», en 1950, cuando contaba con 16.000 habitantes y tenía de interventor

a Francisco Mena Díaz, vio cómo se había solicitado el cambio de nombre

por el de Villa Varela, para homenajear al Alto Comisario, el teniente general

Enrique Varela Iglesias, el bilaureado «amigo de los marroquíes, que ha dado

lo mejor de su vida, a la pacificación y prosperidad de Marruecos». En 1950,

la Corporación de Tetuán había dado el nombre de Avenida del General

Varela a la construida en ese año que enlazaba la ciudad con «su nueva y

ya populosa Barriada de Málaga», como reseña la revista Marruecos. En estas

fechas, el Delegado de Asuntos Indígenas era el general Larrea, y el Delegado

de Educación y Cultura, Tomás García Figueras.

Calle principal de Nador

en sus orígenes, a inicios del siglo XX.

Vista de la rada de Ceuta, con su puerto en

construcción, África, 1927.

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27

Otras poblaciones, como Puerto Capaz, actual El Jebha, la primera en la que Emilio

Blanco actuó de interventor, apenas había sufrido transformaciones, pues aunque se

habían levantado algunas edificaciones y mejorado las comunicaciones de acceso

su ubicación la aislaba, determinando una producción ligada a las actividades

tradicionales de subsistencia, en especial –como señala Ahmed Chaara- las

relativas a las faenas pesqueras con los tradicionales barcos sardineros,

denominados chebbak.

En la década de los cincuenta ya se llegaba a Puerto Capaz por un ramal

de la carretera Tetuán-Melilla, al que se accedía en Bab-Tisichen; desde aquí

había que recorrer una pista de sesenta kilómetros que desciende desde los

1.600 metros hasta el nivel del mar y permite otear la población plantada a

la orilla del mar, resguardada del levante por el promontorio de Sidi Yahia el

Uardani. En 1950, año en que el Interventor Comarcal de Puerto Capaz era José

María Martínez Piñeiro, comandante de Infantería, y su adjunto, el teniente de

Ingenieros Luís Crespo Gavilán, la revista Marruecos, en el artículo «La prosperidad de

Puerto Capaz está en el mar», lo describe así:

Al aparecérsenos ante la vista Puerto Capaz se nos ofrecen en su totalidad resplandecientes

de blancura las terrazas de las casas alineadas en una bien trazada urbanización en la que en

perfecta armonía alternan las amplias plazas con los grupos de edificaciones encajadas en

calles rectas y espaciosas. Algunos edificios se destacan sobre los demás: el de la Intervención

Comarcal, la Mezquita, la Escuela Musulmana.

El desarrollo de otras poblaciones había seguido paralelo a la impronta económica

desarrollada en aspectos puntuales del Protectorado, como las de las explotaciones

agrícolas de los llanos del Garet, surgidas a impulsos de la Compañia Española de

Colonización Agrícola, casos de Zeluán y Monte Arruit; y de los núcleos levantados en

los cotos mineros de Guelaya y Rif, como San Juan de las Minas, Uixan, Setolazar, Afra y

Segangan. Todos ellos responden a una caracterización privativa, al ser, por definición,

poblados europeos y estar en muchos casos bajo la jurisdicción de empresas mineras

como la Compañia Española de Minas del Rif.

Extracto de un mapa que muestra la conexión

con Puerto Capaz, mediante un ramal de la ca-

rretera Ceuta-Tetuán-Melilla. Román Martínez

de Velasco, «La carretera de Bab Berret a Puerto

Capaz y su utilidad económica», 1946.

Para articular el territorio e implantar una

malla urbanística en el Protectorado era vital

comunicarlo de punta a punta. Por ello, desde

finales de los años veinte, la carretera del norte,

siguiendo el eje Ceuta-Tetuán-Melilla, se diseña

como una espina dorsal de casi 500 kilómetros

que hilvana estratégica, política, administrativa

y económicamente zonas hasta entonces

estructuralmente fragmentadas.

Page 28: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

.

Escenas del Rif en el primer tercio del siglo XX:

«Rifeño», óleo de José Francés, La Esfera, 1915.

Componentes de una harka rifeña.

El capitán Redondo en Beni Bu Ifrur, 1912.

Los chiujs Chehca y Salah, autoridades tribales rifeñas.

Page 29: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

.

El coronel Gabriel de Morales en Beni Bu Ifrur.

Asistentes a una fiesta en el morabo de Jenada (Beni Bufrah).

Nómadas delante de una jaima en la región de Garet.

Morabo de Sidi Alí el Hassani, en Zeluán.

Page 30: LA ATLÁNTIDA RIFEÑA DE EMILIO BLANCO IZAGA. Vicente Moga

Escuelas de la Policía Indígena, años veinte.

Carnicería en Cabo de Agua.

El té de la hospitalidad en una casa rifeña.

La política escolar ha de orientarse de modo que siendo la más

favorable al indígena beneficie también más al país protector.

Cándido Lobera, «Política rifeña del Protectorado», 1926.

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31

En 1935 la Comisión Histórica de las Campañas de Marruecos edita el primer volumen

de la Geografía de Marruecos. Se trata de una publicación oficial que pretende dotar de

contenido científico a la acción colonial de España. En ella se describe la zona ocupada

por España como consecuencia de la implantación del Protectorado hispanofrancés

en Marruecos. Una vez más el punto de partida es la correspondencia territorial,

en su mayor parte, con la fachada mediterránea marroquí y la presencia de su más

destacado elemento geográfico, la cordillera rifeña: «La característica general de la zona

es la montaña, que la cubre en más de las tres cuartas partes de su superficie». Así, la

escasa fachada atlántica (Garb y Utauien), punteada por los asentamientos urbanos de

Larache (separada de la región del Garb, por el valle del río Lucus), Arcila, y Tánger

(no incluida en el Protectorado), dan enseguida paso, en Ceuta-Tetuán, a la región de

Yebala, y al arranque occidental de la costa rifeña. Esta se encuentra comprimida por

el sistema orográfico que la define, en un arco que se extiende hacia el este hasta la

desembocadura del río Muluya, línea hidrográfica que hace de frontera natural con

Argelia, en las cercanías de Melilla. Por el sur, el cierre de la cordillera se corresponde

con las depresiones de los ríos Muluya (a Oriente) y Sebú (a Occidente), pasillos naturales

hacia las estribaciones del Atlas Medio y sus mesetas precedentes.

«Vista desde el Mediterráneo, la cadena rifeña tiene el aspecto de un murallón

punto menos que infranqueable...». Esta es la marca que sustenta el dibujo de la

geografía, conocida de forma específica como Rif, aunque este concepto contiene una

regionalización que incluye: Yebala y Gomara (al Oeste), y el Rif (al centro y Este), con

La im

agen

colonial del Rif en la Geografía de Marruecos, 1935

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dos vertientes: occidental -el Rif propiamente considerado, con Targuist como línea

divisoria- y oriental, con la frontera del río Kert, y la comarca de Guelaia en la región

de Melilla. A este respecto, en la Geografía de Marruecos puede leerse:

El Rif, propiamente dicho, con Yebala, constituyen la región marcadamente

montañosa que cubre la mayoría de la zona de nuestro Protectorado [...] El relieve

típico rifeño ofrece, sin embargo, algunas mesetas altas, tales como la de Targuist a

1.204 metros y la del llano Amarino, que se eleva a 1.490 [...]

El relieve de la zona, sumamente compartimentado por montañas y sierras, justifica,

singularmente en su parte central, la tradición rebelde del Rif, así como ha provocado

su parcelación en pequeñas cabilas, lo que ha impedido en nuestra ocupación utilizar

el régimen de los Grandes Caídes.

En nuestra zona existen nada menos que 71 cabilas. Por tanto, la extensión media de cada

una es de unos 300 kilómetros cuadrados solamente. Algunas de aquéllas, tales como la de

Tagsut y Targuist, tienen nada más que 46 y 37 kilómetros cuadrados, respectivamente.

Los datos que la Geografía de Marruecos recoge para 1931 –obtenidos a su vez de

los aportes estadísticos de la última edición del «Vademécum» de las Intervenciones

correspondientes a ese año-, indican que los 20.312,94 km2 de extensión que asigna

al Protectorado, cuentan con una población de 581.282 habitantes, lo que promedia

una densidad de 28,61 habitantes por km2. A estas cifras hay que sumar los 135.980

habitantes de los ochos términos municipales y los once poblados con junta vecinal de

la zona que, por disfrutar del régimen municipal, estaban fuera del control del Servicio

de Intervenciones. Igualmente, para obtener un retrato lo más completo posible, cabe

añadir los 116.742 habitantes de los 32,05 km2 de extensión de las plazas de soberanía de

Ceuta y Melilla. Todo ello arroja para el Marruecos español: 20.346 km2 de superficie,

834.004 habitantes, y una densidad de 41 habitantes por km2. Para 1933, la Geografía

de Marruecos anota los 720.273 habitantes que incluye la población urbana y rural del

Protectorado, clasificada en: 673.876 musulmanes, 32.804 españoles, 12.988 israelitas, y

605 extranjeros.

Para el cálculo de la extensión del Protectorado se utilizó en un primer momento

la cartografía publicada en 1926 por Angelo Ghirelli, que sirvió para delimitar la zona

fronteriza entre España y Francia, conforme al artículo 2º del Convenio hispano-francés,

firmado en Madrid, el 27 de noviembre de 1912. Posteriormente se realizaron diversos

Rifeño en una fuente

construida por los españoles en los años veinte.

Fuentes, aguadas, abrevaderos para los anima-

les, aperturas de pozos, etc., fueron algunas de

las realizaciones más tempranas y frecuentes

realizadas por los militares españoles desde los

primeros años del Protectorado. El acceso al

agua como elemento funcional, pero también

simbólico, dotaba de una visibilidad pragmática

a la presencia española en el Rif.

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retoques con los datos aportados por las Intervenciones militares que actuaban sobre

el terreno. Así, en 1935 se consideraba en 20.313 km2 la extensión del Protectorado

español y 542.000 la del francés.

La misma confusión existente en torno a la superficie del Protectorado,

se traslada a su población, de la que siempre persistía su caracterización

mayoritariamente bereber. Las Intervenciones militares estimaban un

cómputo de 725.160 habitantes (589.179 de ellos asentados fuera de las

ciudades), con una densidad de 25 habitantes por km2, cifras que estaban muy

por debajo de los casi cinco millones de la zona francesa y sus 9 habitantes

por km2. Según anota la Geografía de Marruecos: «La población urbana de

Marruecos se evalúa en unos 640.000 indígenas, de los cuales corresponden

a la zona española 95.046 (82.840 musulmanes y 12.206 hebreos) y a la francesa

545.000 (462.000 musulmanes y 83.000 hebreos). La proporción entre ambas

zonas es de 1/6».

Para 1934, con datos recabados del Boletín de la Sociedad Geográfica Nacional, de

junio de ese año, la Geografía de Marruecos censa 592.782 habitantes repartidos en

cuatro regiones: atlántica (62.044 habitantes; 37,25 habitantes por km2), Yebala-Gomara

(225.604; 23,97), Rif Occidental (142.665; 32,12), y Rif Oriental (162.469; 33,85). A estos

datos hay que sumar los 127.491 habitantes de los poblados y ciudades –Tetuán, Xauen,

Arcila, Larache, Alcazarquivir, Villa Alhucemas, Nador, Zaio, Torres de Alcalá y Puerto

Capaz-, así como los de Ceuta y Melilla, «cuyos incrementos hacen subir la población del

Norte de Marruecos español a más de 837.000 habitantes, lo que significa una densidad

de 41,14 habitantes por kilómetro cuadrado».

La constancia de unas cifras tan exiguas, en comparación con las francesas,

configuraba la idea de ejercer el Protectorado sobre la parte menos «útil» de Marruecos,

una noción implementada con la certeza de administrar una zona adjetivada como no

sometida al Gobierno central marroquí. En esta suerte de geografía político-ideológica,

se impuso una doble consideración, la debilidad de Marruecos como Estado organizado,

además de su concepto «como nación muy reciente» y la responsabilidad del Rif en esta

anacrónica situación. Así lo resume la Geografía de Marruecos, trasladando a la oficialidad

colonial la presunta doble juriscicción imperante en Marruecos hasta la irrupción

española:

Existe una relación estrechísima entre el agua,

los árboles y los morabos. Estos son reminis-

cencias del culto pagano en los que los yenun

(demonios) estaban representados, o mejor dicho,

ejercían su influencia mediante el agua y los

árboles. Al implantarse el islamismo se sustituyó

la influencia de los yenun por la de los morabos,

cambiándose al efectuarse la mutación, en

representación bienhechora la acción de árbol y

el agua. Ignacio Iribarren Cuartero, «Morabos

de la kabila de Beni Said », 1929.

Amennai, jinete rifeño.

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El país ha vivido en parte sometido de un modo constante al poder y voluntad de los sultanes,

única ley que le regía, y en parte también, por el contrario, totalmente independizado de

su jurisdicción. Así ha surgido la división original del Imperio, basada en esa realidad

histórica de Blad el Majzen, o sea el país del gobierno, sometido a aquella autoridad

absoluta, y Blad es Siba o territorios a donde el poder imperial no llegaba nunca o

solo lo hacía temporalmente por medio de expediciones de castigo enviadas por

el Sultán.

En sus trazos más etnográficos, la Geografía de Marruecos alude a

la población del Protectorado señalado un sustrato tan común como la

geografía, de los «bereberes o berberiscos», cuyos caracteres y cualidades, los

«asemejan mucho a los campesinos nuestros». En esta aseveración se introduce,

como en las más granadas obras precoloniales, las referencias clásicas y medievales

de Ptolomeo, Heródoto, Ibn Jaldún –considerado el «que más ha profundizado en el

origen de los bereberes...»-, hasta llegar a Tissot, sin dejar de aludir a los ancestros bíblicos.

Todo ello, con el único objetivo de plantear una vez más la dicotomía árabe-bereber, y

el reconocimiento de que es en Marruecos, de todo el norte de África, «donde la raza

berebere ha quedado más pura. Sobre todo, en las zonas montañosas del Rif y Yebala

la masa de la población está constituida por berberiscos, no habiéndose hecho sentir la

influencia del árabe más que en su periferia, conservando los aborígenes sus costumbres

e idiomas». En este tramo, la Geografía dedica sucesivos capítulos a las diferentes «razas»

marroquíes: berberiscos, árabes y árabes berberiscos, moros procedentes de al-Andalus

y moriscos expulsados de España, negros, descendientes de esclavos africanos,

hebreos, llegados originariamente al norte de África desde Palestina y Alejandría

en las épocas púnica y romana, a los que se incorporarían los llegados de España,

y, finalmente, los «europeos de Marruecos», con predominio de la colonia

española (33.000), y 600 extranjeros.

En el Censo de 1933, la población hebrea del Protectorado español

-excluidas las Plazas de Soberanía- se cifraba en 12.988 personas; se trata

de una población mayoritariamente urbana, distribuida en:  Tetuán (6.428),

Larache (3.035), Alcazárquivir (2.422), Arcila (635), Nador (253), Torres de Alcalá

(152), Zaio (88), Xauen  (85), Villa Alhucemas (44), y Puerto Capaz (26). Como

anota la Geografía, buena parte del comercio, la banca y la riqueza urbana de

estas ciudades -y de «las poblaciones de soberanía»- estaban en manos de los judíos.

Unos pescadores en la playa de Sidi Lahcen

(Bugafar) recogen el copo junto a sus cárabos.

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En 1935, año en el que se edita el primer volumen de la Geografía de Marruecos,

esta aporta los siguientes porcentajes demográficos para el Protectorado

español: población «indígena» (93%), española (5%, aunque si se incluye el censo

de «las ciudades de soberanía», este porcentaje sube al 20%, con 135.000) y

hebrea (2%). En lo que atañe a la población europea en «Berbería» la mayor

parte corresponde a Argelia, con 5.113.000 «indígenas» y 833.000 europeos;

seguidos de Marruecos, con 4.411.000 y 95.000; Túnez, con 1.986.000 y

173.000; y para el Protectorado español, 673.876 y 33.409. La Geografía

de Marruecos, incluye también un cuadro de ciudades y poblados y otros

muy completos de superficie y población de Marruecos, que aportan datos

económicos, de comunicaciones, y elementos comparativos de las zonas

española y francesa.

En el inicio de la guerra civil española, la visión geográfica más simplista

respecto del Protectorado, como la que ofrece el Atlas geográfico y estadístico de España

y Portugal. Nuestras posesiones en África, recoge para 1936 una población de 700.000

habitantes asentada en una extensión de 28.200 km2 comprendida «entre el río Muluya

y el mar Mediterráneo, el océano Atlántico, el paralelo 35, el río Lucus, y una línea

arbitraria hacia el E. que llega hasta el Muluya».

En cuanto a la geografía económica, algunas publicaciones ofrecen en el horizonte

de 1936 una visión halagüeña. Destacan la pujanza de Tetuán, con 50.000 habitantes. La

capital del Protectorado, llamada en el mencionado Atlas «la ciudad de las fuentes y las

mezquitas…», es equiparada a Melilla en población y situada por encima de Ceuta, que

contaba 37.000 habitantes. Además se resalta su inscripción en una zona que cuenta con

«regiones fértiles, valles risueños y pintorescos, minas de hierro y plomo. Productos

agrícolas; naranjas, higos, alpiste, hortalizas. Carreteras muy buenas».

Tetuán se había convertido además en un centro cultural, donde el pintor Mariano

Bertuchi dirigía la Escuela de Bellas Artes. Su ensanche urbanístico, proyectado por el

arquitecto Carlos Óvilo Castelo (1883-1952), asentaba una ciudad moderna, por contraste

con la histórica medina fundada por Al-Mandari. Un grupo de nuevos arquitectos

introducen en la ciudad los estilos de moda, como José Larrucea, que aporta el art déco y

el racionalismo, dos de los que más influyeron en la arquitectura de Emilio Blanco Izaga.

En la zona oriental, la dinámica urbana corresponde a Melilla, pero al ser plaza de

soberanía, el status oficial de capital administrativa de esta zona del Protectorado osciló

entre Villa Sanjurjo y Villa Nador.

Tetuán. Puerta de Fez y

cuartel de Regulares.

La elección de Tetuán como la capital adminis-

trativa y política del Protectorado recayó sobre

la ciudad-medina más importante de la cornisa

mediterránea rifeña, centro tradicional de las

migraciones de este territorio, que representaba

para los españoles la evocación del imagina-

rio de la guerra de 1859-1860 («la guerra de

África»), primera irrupción armada de España

en Marruecos, y uno de los primeros referentes

periodísticos y literarios que nutrieron

las obras de Pedro Antonio de Alarcón,

Benito Pérez Galdós, etc.

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Plano del Protectorado, 1947.