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EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS EN ESPAÑA 69 EL TESORO Y L A S PRIMERAS EXCAVACIONES DE EBORA (Sanliicar de Barrameda) Memoria redactada por J. de M . Carriazo MINISTERIO DE EDUCACION Y CIENCIA. DIRECCION GENERAL DE BELLAS ARTES SERVICIO NACIONAL DE EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS

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E X C A V A C I O N E S A R Q U E O L O G I C A S E N E S P A Ñ A

69 EL TESORO Y L A S

PRIMERAS E X C A V A C I O N E S DE E B O R A

(Sanliicar de Barrameda)

Memoria redactada por

J. de M . Carriazo

MINISTERIO DE E D U C A C I O N Y CIENCIA. DIRECCION G E N E R A L DE BELLAS ARTES

SERVICIO N A C I O N A L DE E X C A V A C I O N E S A R Q U E O L O G I C A S

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E X C A V A C I O N E S A R Q U E O L O G I C A S E N E S P A Ñ A

69 EL TESORO Y LAS

PRIMERAS EXCAVACIONES DE EBORA

(Sanlúcar de Barrameda)

Memoria redactada por

J. de M . Carriazo

MINISTERIO DE EDUCACION Y CIENCIA. DIRECCION GENERAL DE BELLAS ARTES

SERVICIO NACIONAL DE EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS

Page 3: EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS EN ESPAÑA 69

Langa y Cía. MADRID.—Depósito legal: M . 675-1970.

soledad.hernandez
Texto escrito a máquina
DOI: 10.4438/675-1970
soledad.hernandez
Texto escrito a máquina
soledad.hernandez
Texto escrito a máquina
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I. EL TESORO DE EBORA

1.—OBSERVACIONES PRELIMINARES.

El conjunto que ahora llamamos tesoro de Ebora es la reagrupación de piezas obtenidas en tres momentos y por tres procedimientos muy diferentes, pero todas procedentes de un mismo lugar, en el que segura­mente estaban reunidas: a poco más de 30 m. al Norte de la casa-cortijo de Ebora, término de Sanlúcar de Barrameda, provincia de Cádiz. Pro­bablemente estarían dentro de un cacharro que, roto por la reja de des­fonde de un tractor, nadie vio ni ha dejado resto identificable. Pérdida muy de lamentar, porque ese recipiente nos ayudaría mucho para fijar la fecha de ocultación del tesoro.

Por su procedencia inmediata y por el procedimiento de obtención, este conjunto, que reúne 93 piececitas de oro y 43 de cornalina, y que no está completo (faltan, por lo menos, 9 piezas de la gran diadema), se descompone en los tres lotes siguientes:

a) Las piezas encontradas sobre el terreno, recién arado, por el niño de ocho años Francisco Bej araño Ruiz, en la tarde del domingo 23 de noviembre de 1958, fueron unas 43 piezas de oro, que se clasifican así:

1 extremo triangular de la gran diadema, con su anilla. 4 estuches o piezas articuladas de la diadema, con caras humanas. 1 estuche o pieza articulada de la diadema, terminada en doble arco. 4 piezas rectangulares, con bordes ondulados, de la diadema. 4 piezas cuadradas y articuladas, de la misma diadema. 2 anillos con el chatón grabado. 2 arracadas con labor de filigrana. 2 cadenas y 2 colgantes, que se enlazan.

10 abridores o pendientes amorcillados. 10 cuentas de collar, de oro, como todo lo demás. 1 barra estrecha de oro, a modo de torques.

Este lote nos fue entregado para su estudio y presentación al Estado el día 10 de diciembre de 1958 por don Antonio de León Manjón. Enton-

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ees les dimos a las piezas un primer montaje, que luego resultó erróneo, y más tarde las devolvimos para unas diligencias judiciales. Con esta ocasión se fotografiaron de nuevo en Cádiz, y con nuestro montaje pro­visional se publicaron por la señora Concepción Blanco y por el señor Maluquer, al que facilitamos nuestras fotografías.

b) Por recuperación de algunas piezas que habían sido escondidas en el garaje de la finca y por algunos cavoteos desordenados en el lugar del hallazgo se formó un segundo lote, con 20 piezas de oro y 5 de cor­nalina, a saber:

1 segundo extremo, triangular, de la diadema, con su anilla. 2 estuches o piezas articuladas de la diadema, con caras. 1 estuche o pieza articulada de la diadema, terminada en doble arco. 2 piezas rectangulares, articuladas, de la misma diadema. 2 barriletes o cilindros cerrados, cubiertos de filigrana. 1 colgante de collar en forma de palmeta. 8 cuentas de collar bicórneas. 2 cuentas de collar en forma de farolitos. I tubito final de una cadena, de oro, como todo lo anterior. 5 cuentas de collar en cornalina.

Este lote nos fue entregado por don Antonio de León Manjón, en representación de todos los propietarios del cortijo de Ebora, y en San-lúcar de Barrameda, el día 27 de julio de 1959, mientras realizábamos la excavación oficial del yacimiento.

c) Por último, el lote de piezas que obtuvimos en nuestra excavación sistemática del terreno durante los meses de julio y agosto de 1959. Este lote lo constituyeron 30 piececitas de oro y 38 de cornalina, distribuidas de este modo:

3 estuches o piezas articuladas de la diadema, terminadas en doble arco.

5 piezas cuadradas y articuladas de la misma diadema. II cuentas de collar, mayores. 7 cuentas de collar, menores. 1 cuenta de collar en forma de farolito. 2 estuches o colgantes de collar. 1 fragmento, indeterminado, de oro, como todo lo anterior.

38 cuentas de collar en cornalina.

Los dos primeros lotes fueron ofrecidos en venta al Estado, que los adquirió (mejor dicho, los indemnizó) por la cantidad de 55.000 pesetas. Los tres lotes se entregaron, juntos, en el Museo Arqueológico Provincial de Sevilla el día 13 de junio de 1961. Los entregamos con el montaje defi­nitivo de la gran diadema (27 piezas, sin contar aparte 2 cuadrados, so­brantes, y las 2 anillas terminales), los 2 colgantes o adornos para las mejillas, con cadenas y tonelitos (4 piezas cada uno) y un collar en el que montamos juntos 4 colgantes, 39 cuentas de oro y 43 cuentas de cornalina.

En suma, y sin duda alguna, el conjunto más copioso y más primoroso de la joyería prehistórica española. Y el único (antes del de Villena) del

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que una parte, cuando menos, ha sido obtenida en una excavación regu­lar, con su estratigrafía y su contexto arqueológico.

Estas circunstancias verdaderamente excepcionales, que la ciencia arqueológica sabrá estimar en todo su valor, justifican el estudio meti­culoso que venimos realizando, del que las páginas siguientes son apenas un resumen y un avance provisional. Estamos seguros de que la gran diadema de Ebora será pronto una pieza famosa.

2.—PRIMER MONTAJE, PRIMEROS ESTUDIOS.

Durante el tiempo que tuvimos por primera vez en nuestras manos las piezas del primer lote de joyas recogidas en Ebora iniciamos su estu­dio, simultaneándolo con el de las joyas y el fondo de cabana de E l Ca-rambolo, que para entonces ya habíamos excavado. Las grandes lluvias del invierno 1958-1959 retrasaron Ja posibilidad de visitar el lugar del hallazgo, y todavía más la de excavarlo, cosa que no fue posible iniciar hasta los meses de julio y agosto de 1959. Teníamos justa impaciencia por dar a conocer más detenidamente que en nuestras primeras comu­nicaciones el tesoro y el yacimiento de E l Carambolo Alto, y dimos pre­ferencia a una monografía de conjunto, que estuvo preparada en pocos meses y que no se publicó entonces por razones ajenas a nuestra volun­tad. Con ello las joyas de Ebora quedaron un poco postergadas; y para no retrasar demasiado su conocimiento cedimos a nuestro compañero señor Maluquer la oportunidad de una primera publicación, enviándole nuestras fotografías de Sevilla, propias y del señor González-Nandín.

De primera intención observamos, como era forzoso, todas las dife-renciasjjue separan las joyas de Ebora de las grandes piezas de E l Ca­rambolo. Por lo pronto, con su tamaño mucho menor, su trabajo más primoroso, con las novedades técnicas, que culminan en el uso intensivo del granulado, que en E l Carambolo apenas aparece. Luego, la circuns­tancia de que casi todas aquellas piezas de oro están construidas para insertarlas en conjuntos articulados, mediante canutillos que encajan entre sí, por los que se pasarían hilos metálicos, o mediante orificios de suspensión.

Entonces ensayamos un primer montaje (mediante hilitos de cobre, como en el definitivo), distribuyendo las piezas de armar en tres conjun­tos : una diadema o brazalete, un collar y un par de colgantes con cade­nas. Todos vimos que este montaje era uno de tantos posibles y que cabría mejorarlo, como hemos podido hacer, disponiendo de todas las piezas.

Uniendo las piezas cuadradas y rectangulares con doble articulación, cuatro de cada especie, formamos un brazalete que encajaba perfecta­mente; como que se hicieron para estar unidas, dos a dos, una de cada especie, en la gran diadema definitiva. Los colgantes o estuches, cuatro con caras humanas y uno terminado en doble arco, que entonces se co­nocían, las armamos en un collar, alternando con las seis grandes cuen­tas de collar bicónicas. En este caso nos guiamos por el collar de La Ali­seda; pero no quedamos nada convencidos de la combinación. Finalmen­te, vimos ya que las cadenas con los nudos de Hércules y los colgantes

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con cuatro caritas y dos crecientes se completaban, y esta montura ha sido matenida, uniéndole los barrilitos, incorporados después.

Por este montaje nuestro se han hecho las dos publicaciones de este primer lote que ya existen. La de Maluquer, Nuevos hallazgos en el área tartésica (Zephyrvs, IX-2, Salamanca, 1958, págs. 201-218), y la de Con­cepción Blanco de Torrecillas, El tesoro del cortijo de Evora (Archivo Español de Arqueología, X X X I I , núm. 99-100, Madrid, 1955, págs. 50-57), que aparecieron después de la fecha que llevan las respectivas revistas. Y han quedado doblemente superadas por la aparición de muchas más piezas del único yacimiento y por montajes más correctos. Con todo lo que la excavación ha añadido para la estratigrafía y el contexto arqueo­lógico.

No queremos, en modo alguno, subestimar estos estudios. E l de Ma­luquer reproduce como entrada un texto de Schulten: «La investigación arqueológica del reino de Tartessos, que ha sido la región más rica y más culta de la España antigua, constituye la misión más importante de la Arqueología española». Luego pasa revista a las últimas aportaciones al problema de Tartessos y a su vieja preocupación por el tema, centrada en la publicación, que le cedimos, del que llamó bronce Carriazo, para destacar los descubrimientos de E l Carambolo y su presencia por nues­tra invitación a una fase de las excavaciones del fondo de cabana. Así llega al tema principal, refiriéndose a las primeras noticias de la direc­tora del Museo Arqueológico de Cádiz en la prensa local (Diario de Cádiz, 19-XII-1858).

«Las joyas —dice— no constiluyen, en modo alguno, un conjunto homogéneo. Son todas de oro puro, pero pertenecen a corrientes distin­tas, unas claramente orientalizantes, otras, sin la menor duda, célticas peninsulares. Aunque no se tienen detalles fidedignos de la forma en que han aparecido, de su análisis arqueológico, pues pertenecen a épocas dis­tintas, deducimos que corresponden al expolio de una necrópolis. Una ciu­dad que vive por lo menos desde el siglo v i l a. de C. hasta la época impe­rial romana, tuvo varias necrópolis. Mil años de vida dejan restos apre-ciables, y auguramos a los excavadores éxitos de importancia. Para nos­otros, la excavación del cortijo de Evora representará revivir una ciudad tartésica en su origen y, por consiguiente, de la máxima importancia».

En efecto, las joyas de Ebora, añadidas las que después se descubrie­ron, ofrecen diversidad de técnicas y de influencias. La excavación ha demostrado, por lo pronto, que las joyas estaban depositadas dentro del recinto urbano.

«De los lotes de joyas que describimos —asegura después— se deduce la existencia de unas concomitancias técnicas con el mundo orientali-zante etrusco del siglo v i l , muy claras en el brazalete y collar con gra­nulado, sin que nos decidamos a considerarlas como verdadera importa­ción etrusca. E l brazalete articulado, con las reservas que formularemos, es una pieza del más alto interés y muy nueva. Las figuras de granulado, por el contrario, reflejan un conocimiento de las figuras etruscas de gra­nulado técnicamente análogas, pero desde un punto de vista artístico mucho más perfectas».

Para Maluquer, el par de colgantes con cadenas, o, como él dice, «el collar con máscaras en los extremos, con el símbolo tan característico

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del disco y los crecientes lunares, refleja tradiciones más puras del Medi­terráneo oriental, Fenicia y Chipre, principalmente. Piezas de este tipo explicarán más tarde, a nuestro juicio, las piezas de E l Carambolo, en las que la roseta se transforma en motivo dominante casi exclusivo. Es­tas joyas serán, por consiguiente, más antiguas que las de E l Carambolo, probablemente igual que las anteriores, aún del siglo v i l a. de C. E l frag­mento de diadema será algo posterior (siglos vi-v)... Lo mismo podemos decir de las arracadas circulares..., algo más tardías, aunque quizás deban fecharse a fines del siglo v i a. de C».

Por otra parte, «las piezas sencillas, los dos anillos con chatón y el torques o brazalete liso... son, sin duda, piezas de tradición céltica, que perduraron muchísimo tiempo... Históricamente existe influencia céltica en el bajo Guadalquivir desde el siglo v i a. de C , pero no olvidemos que incluso en el siglo II existían tropas célticas entre las ciudades taifas turdetanas. Estas sortijas y torques pueden fecharse en cualquier mo­mento entre el siglo v i y el II, aunque las sortijas pudieran quizás ceñirse mejor a los siglos m-ii».

Tras de este avance cronológico, Maluquer va examinando las piezas una por una. Del que armamos primero como brazalete, «una de las joyas más interesantes», piensa que está incompleto y que debió constar de seis piezas de cada clase, en vez de cuatro y cuatro. De la pieza, entonces única, del cuadrado con orejetas, opina que «corresponde real­mente al primer elemento del brazalete, que tendría otra pieza análoga, hoy perdida, en el extremo opuesto». Y añade: «Este brazalete, que por la técnica de su decoración, se relaciona estrechamente con los res­tos de un collar que a continuación describiremos, constituidos por cinco estuches con una representación figurada de filigrana y siete cuentas bicónicas, también decoradas con granulado. Todas estas piezas creemos que son obra de la misma mano, y aún tenemos la duda de si se trata en realidad de un brazalete y un collar o son todos elementos de una sola joya, que podría ser un collar». La técnica «pertenece, sin género de dudas, al siglo vi a. de C». Establece un paralelo con Cerdeña, e insiste: «Repetimos que es muy posible que nos hallemos ante los restos de un collar, en el que cada uno de los estuches con figuras colgara a su vez de dos elementos articulados, una placa rectangular y otra cuadrada, res­pectivamente, separadas entre sí por cuentas bicónicas».

Examina luego el que armamos como collar. «De un bellísimo collar se conservan cinco estuches con representación figurada y siete cuentas bicónicas, todo decorado con granulado finísimo, del mejor arte y téc­nica del siglo vil». Y va describiendo los elementos. De los estuches con caras humanas dice que «la forma en realidad reproduce la de los car­tuchos egipcios, y debe atribuirse concretamente a una aportación feni­cia, a través de la artesanía fenicia y de la chipriota». De las caras, que «la primera impresión es que se trata de simples máscaras; incluso en uno de los ejemplares el rectángulo de granulos que dibujan la boca sugiere la presencia de unos bigotes, que le asemejan a determinadas representaciones de carátulas de Sileno, como por jemplo las del bellí­simo collar de Ruvo, del Museo de Ñapóles». Y ensaya una interpreta­ción de lo que representa, sobre la que volveremos en otro lugar, cuando tratemos de los elementos figurativos en el arte tartésico. En cuanto al

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entonces único colgante, terminado en doble arco, «no vemos claro si esta decoración tiene algún significado o se trata de un mero alarde decorativo». Y de las grandes cuentas de collar, en oro, «la forma bicó­rnea, bellísima, de estas cuentas, reproduce las perlas frecuentísimas, en piedra caliza, calaíta, etc., de hondo arraigo peninsular, particularmente en la cultura andaluza».

De las arracadas o grandes pendientes reconoce la decoración en espi­ral de hilo de oro trenzado y la placa triangular, «lisa y como dispuesta para albergar pasta de color». Señala los paralelos en la joyería etrusca del período orientalizante. «La aparición de este tipo de arracadas en Ebora tiene muchísimo interés y viene a confirmar las conclusiones recientes de Blanco Frijeiro sobre la orientación mediterránea de estos tipos de joya, que luego hicieron furor en la Península, creándose gran número de variedades locales, que afectan desde el área castreña del Noroeste hasta la cuenca del Ebro. La aparición del tipo con el apéndice triangular, que Blanco se pregunta cuál fuera su origen, pues falta en prototipos mediterráneos, podemos atribuirlo a invención de la joyería andaluza, pues el carácter local de estas joyas parece muy probable.» A nosotros nos parece seguro.

Maluquer se interesa mucho, a justo título, por los dos colgantes de cadenas decorados con rosetas, pensando que «constituiría probablemen­te otro collar decorado con placas de rosáceas. Se han recuperado las dos partes extremas del supuesto collar y dos fragmentos de cadenas anudadas en un extremo. La disposición de la pieza originar es difícil de establecer. Tenemos la impresión de que la parte recuperada consti­tuye una mínima parte de lo que sería el collar primitivo, pero la exis­tencia de los extremos les da un gran interés». En su lugar recogemos lo que opina sobre el aspecto figurativo: «Las rosetas intercaladas en el collar recuerdan principalmente algunas joyas rodias... En conjunto, estos fragmentos de colar (?) presentan un grandísimo interés, y lamen­tamos vivamente no tener más datos de la forma de hallazgo en que apareció y sobre todo si se halló en la misma tumba (no nos cabe la menor duda de que todas estas joyas de Evora proceden de una zona de necrópolis) que el lote anteriormente descrito de joyas granuladas. En todo caso pertenecen a otra corriente de inspiración, dentro, cierto, del mundo orientalizante andaluz».

En cuanto al extremo triangular de una diadema, semejante a los de las diademas de La Aliseda y Jávea, Maluquer lo encuentra más sencillo, aunque no menos interesante: «La reiteración en España que supone la aparición de esta nueva diadema muestra claramente que el tipo con los apéndices triangulares, de lejano origen egipcio, que a través de los feni­cios pasó tímidamente al arte griego y (fue) luego aplicado por los etrus-cos a brazaletes, en el Sur de España toma carta de naturaleza para fijar un tipo singular de diademas o collares típico de lo español y que por consiguiente, en cuanto al tipo, podemos calificar de tartésicas. La deco­ración de estas placas triangulares, que tanto habrá de influir en el desarrollo de la temática decorativa ibérica en general, con rico floreci­miento en la industria de broches de cinturón de bronce con nielados, e incluso en la cerámica pintada, quizás no sean tan modernas como se ha supuesto. En todo caso debemos reconocer que se está perfilando la

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existencia de un arte orientalizante hispánico, al que venimos calificando de tartésico, cuya valoración está todavía en sus comienzos».

Finalmente, Maluquer enumera los diez aretes de oro lisos y el pe­queño torques, relacionado con «el grupo de la joyería peninsular enla­zada con el mundo céltico... E l mismo carácter céltico parece marcarse en dos sortijas con chatón circular, decorado con un círculo crucifero de incisiones troqueladas en forma de ángulos y cuyos paralelos se hallan en sortijas de las necrópolis de la Meseta, incluidas por la expansión celtibérica».

La señora Concepción Blanco de Torrecillas, por su parte, empieza su estudio con el relato de cómo apareció y estuvo a punto de perderse el lote inicial de joyas de Ebora, en el que cuenta 47 piezas, con un peso total de 83,73 gramos de oro puro. Ella lo conoció cuando fue llevado a Cádiz para unas diligencias judiciales, ya con nuestra primera mon­tura; y utilizó las fotografías que entonces hizo el profesor Ferrer, cate­drático de aquella Facultad de Medicina.

Divide el lote en dos series: la una, formada por el pequeño torques, los zarcillos amorcillados y los anillos, y la otra, por todo lo demás. De los zarcillos dice que «son del tipo amorcillado, comunes en los hallaz­gos gaditanos, pero sin el cierre de hilo arrollado, que rara vez falta en éstos. Los anillos son laminares, con la decoración troquelada en el chatón circular. Del mismo tipo se han hallado en Drieves y en las exca­vaciones de Las Cogotas, y en bronce han aparecido en otros puntos de la región».

En cuanto a la otra serie, la más rica, «una misma técnica, que sinte­tizamos, se ha empleado para el resto del conjunto: están formadas por dobles láminas de oro trabajadas sobre moldes, sin retoque de buril, soldadas longitudinalmente y huecas. E l dibujo lo trazan sartas de pe­queños glóbulos aplicados directamente sobre la lámina y que al co­rrerse o desaparecer no dejan huella... La pieza peor conservada es la placa triangular, posible remate de diadema... Es una lámina sencilla, enmarcada por sus mismos bordes doblados, a los que con un fino buril se les ha dado apariencia de hilo torso. La decoración va sobrepuesta con laminillas repujadas rodeadas de globulillos. Con sus SS contrapues­tas, a manera de liras abiertas, rematadas por una palmeta con efecto de capitel protojónico, y su doble serie de animalillos afrontados, no hay duda que es un trasunto claro del repetido tema oriental del árbol de la vida... Elementos de diadema o de brazalete pudieron ser las ocho placas cuya articulación enlaza perfectamente en la forma que se pre­senta en el detalle de la fotografía... E l collar se ha formado reuniendo las cuentas y los amuletos en forma que bien pudiera aproximarse a su distribución original... Una de las joyas más interesantes es el par de zarcillos o arracadas».

La señora Blanco examina algunos paralelos de estas joyas, y se de­tiene en los colgantes con cadenas que presentan el disco solar, las cre­cientes y las cuatro dobles cabecitas: «Con su frente estrecha y depri­mida y sus rasgos acentuados, se asemejan más estas cabecitas a tipos negroides, y no pueden asimilarse a las cabezas de trofeo de origen cél­tico, que en nada las recuerdan. Ridder tiene a las cabezas de negros como uno de los motivos más antiguos en el arte desde la época arcaica.

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Tampoco hay que olvidar que en la antigüedad se habló de la existencia de etíopes en la costa Sur de España (Estrabón), y concretamente en Cádiz (Scymno). La mezcla de estos elementos es nueva, para nosotros, en la joyería andaluza». Especialmente se interesa por las rosetas con ani­llos y el colgante, entonces único: «Para describir esta pieza tenemos que invertirla, descubriendo un primoroso capitel de volutas protojónico. Cuidadosamente moldurada, parece apreciarse la corona de pétalos anu­dados bajo las volutas que caracterizan a los capiteles eólicos de Nean-dria, de fines del siglo vil».

Y como apreciación de conjunto, «individualmente, estas joyas tienen algunos rasgos comunes con las de otros conjuntos penisulares, pero creemos que tienen una personalidad propia que las separa y define». Su técnica es totalmente distinta a la de las abundantes joyas obtenidas en las necrópolis gaditanas», que se han fechado en los siglos v al n i . «Te­nemos, pues, una fecha tope para nuestras joyas, el siglo v, pues no es aceptable, en época de plena supremacía de Gadir sobre Tartessos, la existencia de dos focos artísticos tan próximos y dispares».

A reserva de comprobaciones más minuciosas, «bástenos decir que si bien acusan influjos griegos, están más fuertemente impregnadas de orientalismos, en algo más profundo que una forma, en símbolos que ex­presan creencias y sentimientos muy arraigados. No es casual su extensa difusión y larga supervivencia. La próxima vecindad y antiguas relacio­nes comerciales con los fenicios explican estas influencias. ¿Fueron im­portaciones o se debieron a talleres indígenas? Para responder a esta cuestión se precisan nuevos hallazgos que confirmen una manera especial de hacer, un estilo propio. Su eclecticismo y dominio técnico acusa la mano hábil del orfebre fenicio, si bien nada impide suponerlo trabajan­do en un taller local, en el ambiente suntuoso de la corte de un Argan-thonios. Su momento bien pudo coincidir con el patriarcal gobierno de este rey longevo».

Tales son los dos estudios que dieron a conocerse de un modo inme­diato las joyas del primer hallazgo de Ebora. Tanto más estimables y va­liosos cuanto que el profesor Maluquer hizo el suyo sin conocer las piezas directamente, sólo por las fotografías que le facilitamos. Y la señora Blanco se lamenta de «la rápida revisión que hicimos de las joyas, sin tiempo ni elementos para efectuar su estudio completo».

3.—PECULIARIDADES TÉCNICAS.

Ahora, con más de otras tantas piezas, sobre las ya publicadas, con un estudio directo y detenido, que nos permitió el montaje defini­tivo de la gran diadema, estamos en mejores condiciones para apreciar las joyas de Ebora. Hemos podido analizar a placer los aspectos técnicos y estilísticos, y disfrutamos la inmensa ventaja de aprovechar los resul­tados de la excavación del lugar donde apareció el tesoro. Otro singular privilegio ha sido poder realizar a fondo la comparación de las joyas de Ebora con las de E l Carambolo; reunidas todas, en este momento, en la misma sala del Museo Arqueológico provincial de Sevilla.

Lo inmediato e inexcusable es la comparación entre los dos tesoros. En una exposición de caridad realizada en el Ayuntamiento de Sevilla, a

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comienzos de 1959, fue posible presentar juntos el tesoro de E l Carambo-lo y el lote primero de Ebora. La inolvidable exposición aneja al VIII Con­greso Arqueológico Nacional, en Sevilla, en octubre de 1963, gozó en la vitrina de honor los dos tesoros completos; y el de Ebora, por primera vez, con su montaje definitivo. Pero había en esta exposición tantas y tan importantes novedades (los expolios de Matarrubilla y de la cueva de Don Juan, la cerámica pintada de E l Carambolo, las ánforas de alabastro de Almuñécar), que tal vez no lucieron todo lo debido. Para nosotros quedó aliviada la preocupación por el retraso de este libro (del que no somos los únicos responsables) y por el goce casi egoísta de tales ma­ravillas, que allí pudieron ser admiradas y fotografiadas sin reserva.

E l paralelo entre los tesoros de E l Carambolo y de Ebora resalta mucho más, de momento, lo que tienen de diferente que lo que tienen de común. Para quien los contempla por primera vez, son dos mundos dis­tintos. En el uno, la masa imponente de metal noble, repartida en pocas piezas robustas y como macizas, con su profusa y vigorosa decoración, en fuerte relieve, puramente geométrica. En el otro, la extremada economía de la materia, compensada por un trabajo delicadísimo, de técnicas re­finadas, con hábiles articulaciones e inclusión de elementos figurativos. Se hace difícil aceptar, de momento, que sean hermanos y contemporá­neos, productos de la misma región bajo-andaluza y de la misma civili­zación de Tartessos. Pero esto es adelantar conclusiones.

Luego, cuando se les estudia más cerca y más despacio, las diferen­cias se van atenuando y los parentescos se acentúan. Sobre todo, desde que se llega a la conclusión de que lo que hace más distintos estos dos conjuntos de joyas es su destino respectivo. Las de E l Carambolo son joyas masculinas, fabricadas para un rey o un gran sacerdote, como acen­tuada ostentación de riqueza y de poder. Las de Ebora son joyas feme­ninas, destinadas a impresionar por la finura de su labor, y no por la cantidad de oro. Esa distinción que hacemos, parte de un hecho real y funcional: el peso de los brazaletes de E l Carambolo y su diámetro in­terior convienen al brazo de un hombre fornido, y en modo alguno al de una mujer. Casi lo mismo puede decirse del peso y del tamaño de las otras piezas de E l Carambolo. Las esculturas chipriotas que llevan joyas semejantes, incluso y hasta especialmente collares, son masculinas.

En cambio, las piezas de Ebora nos introducen en el pimpante gine-ceo de las figuras de barro de Ebusus, cuajadas de joyas menudas, como collares, colgantes articulados con cadenas y diademas de rosetas. O, si se quiere, en el mundo solemne de las damas levantinas, en piedra, casi enterradas bajo verdaderas cataratas de filigrana.

Admitida esta distinción, por el sexo de sus destinatarios, las joyas de E l Carambolo y de Ebora son mucho menos diferentes de lo que nos han podido parecer a primera vista. Sus diferencias son más de escala que de técnica. Lo que define mejor, industrialmente, el arte de las joyas de Ebora es el uso del granulado, que parece faltar en E l Carambolo. En realidad no falta, pues lo encontramos en los colgantes en forma de sello del magno collar; aunque empleado con más parsimonia. Del mis­mo modo, las rosetas estampadas, que tanto se prodigan en los brazale­tes, en uno de los pectorales y en ocho placas de E l Carambolo, aparecen

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también en Ebora, pero menos repetidas: sólo en los colgantes con cadenas.

Lo que relaciona más a fondo las joyas de ambos tesoros, es la estruc­tura de sus elementos o piezas sueltas, grandes y pequeños. Se trata, siem­pre, de dobles placas de oro, unidas por sus contornos, o de placas sen­cillas, rebordeadas, sobre las que se deposita la decoración, ya directa­mente, ya por medio de placas menudas, soldadas a la principal. Es decir, que el elemento primario lo constituye una especie de bolsa plana, un estuche, que da la silueta general y sirve de base a la ornamentación.

La decoración, a su vez, está realizada, ya por la superposición de piezas moldeadas, ya por el granulado o la filigrana; o sea, mediante granulos menudos de oro, o con hilos lisos, torsos o sogueados. En cam­bio, el repujado no existe, o es rarísimo. En cuanto a la adición de pie­dras o esmaltes sólo es segura la de algo como un esmalte azul en uno de los colgantes del collar de E l Carambolo, que ha dejado leves vestigios. Otras posibles cajas o cabujones para recibir piedras finas, en E l Ca­rambolo y en Ebora, son sólo eso, posibles, y es ocioso especular sobre hipótesis.

E l ingrediente más destacado en la decoración de las joyas de Ebora es el granulado. Una remota invención egipcia, al parecer, ampliamente aprovechada por los fenicios, los griegos y los etruscos, y como ahora venimos a reconocer, por los tartesios. E l granulado es una de las mara­villas de la técnica en el mundo antiguo, tanto para la obtención de los minúsculos esferiolos como para su soldadura en una superficie lisa. E l granulado se empleaba unas veces para dibujar el trazado de la de­coración, que es el caso de Ebora (reforzando o contorneando, en oca­siones, un resalte moldeado o repujado), y otras veces para formar un campo uniforme, de fondo, sobre el que resalta un dibujo en reserva, cosa que no se da en Ebora.

Otro procedimiento decorativo empleado en las joyas de Ebora es el de la filigrana, adorno que se realiza con hilos de oro, soldados y com­binados delicadamente. Hay una filigrana calada, la de la diadema de Jávea, por ejemplo, y una filigrana sobre lámina de oro, que es la que se da en Ebora y en E l Carambolo. La filigrana es, también, uno de los más antiguos procedimientos de la orfebrería, y el predilecto de la es­pañola, que lo ha conservado a través de todos nuestros florecimientos artísticos, hasta nuestros días.

E l moldeado, que repite una misma decoración en relieve, estampada por moldes rígidos sobre laminitas de oro, constituye el procedimiento dominante en E l Carambolo, con sus innumerables rosetas iguales y sus uniformes semiesferas con el polo rehundido. En Ebora se emplea tam­bién, pero mucho menos que en E l Carambolo; unas veces en combina­ción con el granulado, y otras no.

En resumen, el repertorio de procedimientos técnicos de la orfebrería tartésica es más bien reducido, pero muy selecto y evolucionado. Más reducido y hasta monótono en E l Carambolo; más rico y en composi­ciones más sabias en Ebora. Aquí, el mecanismo articulado de sus joyas refuerza la sensación de riqueza y de singularidad.

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4.—DESCRIPCIÓN DE LAS JOYAS : LA GRAN DIADEMA.

La más rica y singular de las joyas de Ebora (y acaso de toda la orfe­brería antigua española) es la gran diadema, cuyo montaje definitivo, al que se hubiera llegado más pronto o más tarde, nos llenó un día de satis­facción y defendemos con toda firmeza y entusiasmo.

Nuestros predecesores en la publicación, que afortunadamente resul­tó parcial, del tesoro de Ebora, disponiendo de uno solo de los extremos triangulares y de muy pocas piezas, se dieron cuenta, como nosotros mis­mos, de que el montaje provisional que hicimos era uno entre tantos posibles. Y Maluquer vaciló sobre si el extremo triangular lo sería de un collar o de una diadema. Los cinco canutillos soldados al reverso podían servir para lo uno y para lo otro.

Nosotros creímos siempre que era el extremo de una diadema, y lo confirmamos cuando tuvimos en la mano el otro extremo. E l parestesco, evidente, con las otras dos diademas de Jávea y de La Aliseda no deja lugar a dudas. Lo que tardamos en reconocer es que teníamos ya todos los tipos de elementos de la diadema; aunque no todos los elementos, pues muchos nos siguen faltando.

La diadema, tal como la hemos armado, está compuesta por cinco clases de piezas o elementos articulados, a saber: siete piezas sensible­mente cuadradas, con dobles articulaciones de un canutillo; siete piezas rectangulares, con bordes ondulados y dobles articulaciones de dos ca­nutillos; seis estuches o piezas decoradas con caras humanas, con ar­ticulaciones de un canutillo por un solo lado; cinco piezas con articulacio­nes de un canutillo por un solo lado y el otro terminado en doble arco; finalmente, las dos piezas terminales, en forma de triángulos rectángu­los, con cinco canutillos en el dorso de la hipotenusa y una anilla en cada ángulo recto. Suponiendo que la diadema no tuviera más que las tales nueve piezas cuadradas, nos faltarían dos rectangulares y de bor­des ondulados, tres con caras y cuatro terminadas en doble arco. Pero nos faltarán muchos más elementos, si comparamos nuestra diadema con sus dos hermanas de Jávea y de La Aliseda, ambas en el Museo Arqueológico Nacional.

Hicimos esa comparación y vimos juntas las tres diademas el día 27 de octubre de 1960. Fue una experiencia impresionante, por la que guardamos viva gratitud a nuestros amigos del Museo Arqueológico Nacional, que la vivieron con la misma intensidad que nosotros.

Vistas juntas las tres diademas, pudimos apreciar a placer sus se­mejanzas y sus diferencias. La semejanza mayor está en la composición general, a base de una faja continua, cuyos elementos se repiten unifor­memente, terminada en dos triángulos simétricos. La diferencia más ostensible está en el tamaño respectivo: la de Jávea mide 372 mm. de longitud por 82 de anchura; la de La Aliseda, cerca de 195 mm. de larga por algo más de 44 de ancha. Es decir, la de Jávea tiene un tamaño casi el doble que el de su compañera; lo que significa, probablemente, que la primera se destinaba a una mujer y la segunda a una niña.

Es cosa notable que la proporción entre el largo y el ancho es la misma en ambas diademas: exactamente, 4,39 veces. En consecuencia, es legítimo imaginar que la diadema de Ebora pudo tener las mismas

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proporciones. Su anchura es de 78,6 mm., cifra que multiplicada por 4,39 nos lleva a una longitud, hipotética, de 345 mm. En nuestra montura actual tiene menos de la mitad, 158,5. Como los triángulos terminales de la nuestra son más estrechos (rectángulos) que los de las otras dos (acu-tángulos), la faja seguida compensaría la diferencia, tal vez. Realizados los cálculos correspondientes venimos a la conclusión de que la diadema de Ebora tendría 27 grupos transversales de a cuatro elementos, en vez de los siete que ahora tiene montados; con un total de 108 piezas articu­ladas, en vez de las 27 que tenemos. Es decir, que se han perdido 81 pie­zas articuladas; si es correcta la hipótesis de que nuestra diadema tuvo las mismas proporciones que las otras dos.

Sobre otros aspectos de la comparación entre las tres diademas in­sistiremos más adelante. Volvamos ahora a nuestra descripción de la de Ebora.

La gran novedad de esta diadema consiste en su estructura de piezas rígidas y articuladas, en el muy bien pensado y muy bien resuelto sis­tema de montaje y articulación. E l cuerpo de la joya está formado por grupos de cuatro tipos de elementos, ensamblados unos con otros me­diante canutillos marginales que encajan perfectamente entre sí. Por el interior de estos canutillos corren los hilos de suspensión, que se ama­rran en las baterías de cinco canutillos soldadas al dorso de los dos trián­gulos terminales, precisamente a lo largo de la línea de hipotenusa. Ahora bien, estos canutillos finales, con posiciones simétricas en ambos triángulos, están a distancias diferentes unos de otros. E l problema del montaje estuvo resuelto cuando comprobamos que los dos espacios entre los tres canutillos centrales, casi paralelos, tenían la misma lon­gitud que las dos piezas con doble articulación; mientras que los dos canutillos oblicuos de los ángulos, coincidían con la distancia que en cada serie de piezas mayores (las que tienen caras y las de doble arco), de una sola articulación, separa ésta de la perforación transversal que todas estas piezas tienen. Esta distancia es mayor en los estuches con caras, y menor en los estuches de doble arco. De esta suerte, cada serie y hasta cada pieza encajan perfectamente en su lugar. Y la suspensión es a la vez suave y firmísima.

Todos los estuches de cada una de las cuatro series parecen idénticos, y como si se hubieran obtenido de un mismo troquel, prensando las lá­minas de oro en unos mismos moldes rígidos. En realidad, presentan al­gunas diferencias que ahora veremos. Sobre ese relieve moldeado, con­torneándolo o trazando un dibujo de din torno, se superponen las líneas de granulado, con una finura y una seguridad de trazo extraordinarias. También estos dibujos parecen idénticos, y tampoco lo son por completo.

Las piezas más pequeñas, de aspecto cuadrado, con un canutillo de enlace por lados opuestos, son las más diferenciadas entre sí. Por lo pronto, hay dos subseries, que se reparten por mitad, una con orejetas redondas en los lados sin canutillos, y otra sin ellas. Estas orejetas rellenan, animándola, esa separación transversal entre pieza y pieza, que a primera vista parece recta y en realidad es curva, reentrante. Y luego varía el dibujo con granulado, que parece como una reja con cua­tro barrotes verticales: los barrotes marginales unas veces tienen, a la

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mitad y hacia afuera, grupos de tres granulos; otras veces dos grupos de tres granulos, y otras, ningún grupo.

Las otras piezas rectangulares, con lados largos ondulados y dobles canutillos en los lados menores, parecen las más iguales, aunque también tienen pequeñas diferencias. La serie de piezas largas, terminadas en doble arco, con perforación transversal a mitad de la longitud, también parecen más iguales, y no lo son del todo. Hay grupitos de granulos de más o de menos, de unas a otras. En cuanto a la significación del dibujo, si la tiene, nosotros no la hemos encontrado. Ese dibujo se divide en dos partes, por una entrecalle medial que va sobre la perforación interior. Es curiosa la asimetría del aspa de la mitad inferior, que parece un so­bre cerrado. La otra mitad, exterior, parece un juego de tablillas, o un díptico. Alguien diría las Tablas de la Ley (¡?). En el ejemplar del dibujo, con un orificio accidental, moderno, una de las tablillas tiene rehundi­das cinco líneas horizontales, como pauta de escritura, o para depositar granulos. Un enigma más.

Pero el enigma más perturbador es el de los otros estuches con caras humanas. Visto lo que ocurre con las piezas terminadas en doble arco, pensamos que la faja medial, sobre la perforación para reforzar el mon­taje, que atraviesa de parte a parte, tal vez no tengan ninguna significa­ción especial, limitándose a acusar el trazado de ese conducto interior. Nos resistimos a pensar, con Maluquer, que las ondas cuadradas repre­sentan senos, porque son cuadradas y porque la figura es masculina. En las caras existe la diferencia de que cuatro tienen pupilas, que son unos glóbulos mayores, como de repujado, y las otras dos no las tienen. Y las bocas, cinco las tienen marcadas con una línea rehundida y enmar­cadas de líneas de glóbulos, y una sola formada con un trazo de glo-bulitos tan sólo. En cuanto al dibujo de la parte inferior, cintrada, no acertamos a encontrarle una explicación plausible. Alguien nos ha sugerido que pueden ser elefantes. Acaso sean la estilización de un aderezo. En las caras, las líneas oblicuas de las mejillas pueden indicar la barba.

Estas caras dibujadas con filigrana de estos estuches de la diadema del cortijo de Ebora tienen un paralelo inquietante, que proponemos con todo género de reservas. Es la máscara de Tharsis, representando un hombre barbado y diademado, que estudiamos en nuestro libro inédito Tartessos y El Carambolo, pero que ya está reproducida en los Anales de la Fundación Juan March, I, 1965, página 206. Con todas las diferencias del material y de la técnica, estas dos figuraciones tienen un evidente aire de familia, como si representaran a una misma persona. La nariz más bien corta, los ojos grandes, la ondulación del bigote, la indicación obli­cua de la barba, y, sobre todo, la silueta general, presentan un tremendo parecido.

Luego están las dos piezas triangulares de los extremos, con dibujo simétrico de pares de SS opuestas, parejas de animales, que nos parecen ovejas, y una venera central; todo ello en planchuelas de oro superpues­tas a la lámina de base, que es única, y contorneado de líneas de glóbu­los. En cada ángulo de extremo, asas de hilo de oro, idénticas a las de la diadema de Jávea.

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5.—LOS COLGANTES CON CADENAS Y BARRILETES.

No tan hermosa como la diadema, pero no menos interesante, es otra pieza, doble, del tesoro de Ebora: los dos colgantes, con cadenas anuda­das, rosetas sobre anillas movibles, placas dobles troqueladas y figura­tivas, y, casi seguramente, sendos cilindros cerrados y adornados con filigrana, que son objetos completamente nuevos e inéditos. Tenemos por muy probable que todo ello se enlazara con la gran diadema, por sus anillas terminales de los triángulos, y con todo un sistema de co­llares, para los que los cilindros tienen asitas de enganche, sencillas y dobles. Así quedaría constituido una especie de gran aderezo, de aire profundamente hispánico, con paralelos muy seguros en la escultura. Es como si tuviéramos en las manos las joyas de la Dama de Elche, y justificadas su abundancia y su barroquismo.

Los elementos esenciales e inseparables de estas joyas son sus cade­nas y sus colgantes. Las cadenas, muy semejantes a las del collar de E l Carambolo, constan de dos tramos, que se enlazan mediante asas ter­minales y recíprocamente cruzadas, que es lo que se llama un nudo de Hércules, ampliamente documentado en el mundo oriental y en el arte griego. Por cierto, un nombre que suena bien en la orfebrería hispánica, y concretamente tartésica. Una de las ramas o tramos de cada cadena se inserta en un cilindrito, decorado en bandas, que termina en una doble anilla; mientras que la otra rama se introduce en un cilindro liso, que es la armadura central del colgante. Este enlace es seguro, aunque se haya roto accidentalmente. En el asa del nudo de Hércules y en el tramo recto de la cadena tenemos rosetas troqueladas e iguales, muy cóncavas y con muchos pétalos, que arrancan de un circulito o bo­tón central.

Los colgantes, idénticos entre sí, son piezas singulares y complejas. A un tubo central que, por un lado, recibe las cadenas, y por el otro, ter­mina en asa sencilla, vienen a soldarse, lateralmente, dos caras y dos crecientes lunares, repetidos por cada frente. Las cuatro caras de ambas cabezas bifrontes parecen obtenidas en un mismo molde. Tienen ojos y labios grandes y carnosos, y pómulos salientes, lo que les da un aspec­to negroide. Sobre uno de los lados del tubo central, cubriendo también la parte inferior de las caras de ese lado y una parte de los crecientes, hay unas semiesferas rebajadas o casquetes esféricos, rodeados de un cordón, y debajo, dos espacios casi cuadrados, lisos, limitados por finos tabiquitos, que han podido ser campos para piedras finas, esmaltes o pastas vitreas.

Todo este conjunto complejo de las cadenas con nudos de Hércules y los colgantes hace pensar, inevitablemente, en las joyas, también a base de cadenas, que enmarcan el rostro de la Dama de Elche, detrás de las grandes ruedas características. Y mucho más, sobre todo por las rosetas, en la pizpireta y deslumbradora Dama de Ebusus; literalmente cubierta además, hasta en los nudos de las sandalias, de todas las joyas imagi­nables. Pero especialmente recordamos, por su asociación con una ca­dena del mismo tipo que la nuestra, las dos cadenitas, mucho más sim­ples, del tesoro de Jávea, también con una roseta y un colgante de filigrana. Lo que constituye un precioso paralelismo.

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A este conjunto de la doble cadena con colgante hay que añadir, en nuestro concepto, otras piezas, también dobles, que debieron estar enla­zadas con ellos. Son un par de primorosos barriletes o cilindros cerra­dos, cubiertos de filigrana, con dobles asas en cada una de las cuatro tapas y otras asas laterales, dos en un ejemplar y una en el otro, que habrá perdido la segunda. Miden 25 mm. de longitud, con las asas, por unos 14 mm. de diámetro. La superficie cilindrica está repartida en fajas lisas resaltadas y otras con espirales planas de hilos menudísimos, soldados, separadas entre sí por otros hilos sogueados. Una especie de cierre sogueado une por un lugar las dos tapas.

Estas sorprendentes joyitas, delicadamente realizadas, en perfecta conservación, creemos que fueron un complemento de los colgantes con las cabezas negroides. Juegan con ellas, en su pequenez, los tubos con asas dobles también, que terminan por el otro lado las cadenas; y el colgante de las cabezas negroides termina, a su vez, en una asita, que en­garzaría entre las dos de los barriletes. Cilindros menudos por el estilo se han empleado como pendientes en el mundo griego, y como colgantes de cadenas en Chipre, según veremos. Pero aquí lo más sorprendente son las otras anillas de enlace, dobles y sencillas, que llevan por el otro extremo y por los lados. Deben significar que con ellas enlazaban estas piezas a otros colgantes y a collares, complicando así hasta lo increíble este aderezo de una dama de Ebora.

6.—LAS CUENTAS Y COLGANTES DEL COLLAR.

La abundancia de collares es una constante de la orfebrería proto-histórica española, tanto en piezas auténticas como en las figuradas de la escultura. E l tesoro de Ebora no lo desmiente; por el contrario, pre­senta un repertorio tan copioso como primoroso de los más bellos ele­mentos de collar. Tenemos, en efecto, cuentas de collar en oro, cuentas de collar en cornalina y estuches o pendientes de collar en oro. Un col­gante de collar en cornalina, en forma de diente de carnívoro, que incor­poramos al collar, no salió en el mismo yacimiento excavado, sino a un centenar de metros, en el cerro detrás del cortijo de Ebora.

Naturalmente, prescindimos de considerar colgantes de collar los estuches con caras humanas y con dípticos que montamos así, de primera intención, y ahora están incorporados a la gran diadema, que es su lugar seguro.

Las cuentas de collar en oro del tesoro de Ebora son de dos tipos. Las mayores (de 1 cm.) y más ricas tienen forma bicónica, con cada tronco de cono dividido en espacios alternativamente trapeciales y trian­gulares, recuadrados por filas de granulado. Los espacios triangulares están recorridos por un fino hilo de oro; los trapeciales tienen grupos de globulitos unidos a cada fila marginal, formando pequeñas pirámides, de diez globulitos sobre la base del triángulo, de tres o de seis en los otros tres lados. Semejante decoración resulta idéntica a la de las piezas articuladas de la gran diadema, demostrando la unidad de estilo, de taller y de destino.

E l otro tipo de cuentas de collar en oro, hasta completar el total de 39 piezas, son de una especie bastante distinta. En vez de la sólida cons-

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trucción bicórnea presentan una flexible estructura de laminillas, ahue­cadas en forma de jaula o de farol, con o sin anillo de ecuador. Por su fragilidad están muy deformadas, por lo que no acabamos de saber si se acercaban más a la esfera o al doble cono. Y son de varios tamaños, todos muy pequeños, desde 5 mm. para abajo.

Más abundantes que las cuentas de collar en oro son las de cornalina (aquí 43), que tanto se prodigan en la orfebrería gaditana. Salvo dos cilindricas, de distinto tamaño, una ancha y corta, otra larga y estrecha, todas las demás son esféricas, y de distintos calibres. Parece natural que se montaran como las hemos entregado en el Museo Arqueológico de Sevilla, alternando con las cuentas de collar en oro; pero también pudie­ron estar aparte, organizándose collares de cuentas de cornalina y colla­res sólo con cuentas de oro. Es pieza singular una cuenta de color azul, al parecer de pasta vitrea, que no sabemos hasta qué punto se pueda relacionar con las famosas cuentas azules de abolengo oriental que tanto han dado que decir a nuestros prehistoriadores.

Luego tenemos los colgantes de collar en oro. Son cuatro piezas dife­rentes : una, del primer hallazgo; otra, recuperada después; y dos, obte­nidas en nuestra excavación. Estas últimas son las más pequeñas y más sencillas: dos estuches del tipo más corriente en la orfebrería mediterrá­nea, como bolsitas planas, cerradas, con anilla para la suspensión, tales como las más simples de los collares de La Aliseda. La una, un poco mayor, tiene forma acorazonada y es lisa; la otra, muy pequeña, está moldeada imitando una concha o venera.

La del lote primero, por la que se interesó muy especialmente la se­ñora Blanco, es una linda joya. Está formada por una lámina de oro, vigorosamente moldeada en forma de flor, de silueta triangular, cuyo pedicelo fuera una banda ancha y acanalada, que se incurva para formar el pasador y queda soldada en el dorso. La parte más ancha presenta dos círculos amorcillados, que incluyen aritos de hilos torsos, soldados a la plancha. La señora Blanco los interpreta como las volutas de un capitel proto-jónico, cosa que no nos parece ni imposible ni segura. Debajo que­da un espacio periforme, abierto, delimitado por otro hilo de oro, liso; y a los lados y en el vértice, otras tres coronitas de hilo retorcido. La se­ñora Blanco piensa que todos estos espacios «debieron alojar piedras». Los dos circulitos mayores presentan por el dorso un repujado que es más bien razón en contra. Pero todo es posible. En resumen, una pieza muy bella y bien realizada.

Menos perfecta, pero todavía más interesante, resulta la cuarta pieza de colgar, que ahora se publica por primera vez. A diferencia de la ante­rior, es más ancha (25 mm.) que alta, con una silueta general como de ave. La estructura es muy semejante, y el sistema de suspensión idéntico, aunque el ancho vastago soldado por detrás es más corto. También aquí es una plancha de oro, que más que moldeada parece repujada, en cuya cara principal se dibujan con hilitos torsos, soldados debajo del asa, un triángulo y una pera o gota de agua, opuestos por el vértice, y de cada lado una especie de alas desplegadas; en realidad, la famosa palmeta de abolengo oriental, aquí dibujada con hilos lisos. Todos los campos están

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profusamente rayados por el dorso, con trazos paralelos, y es problemá­tico si esto se ha hecho por toda decoración o para que agarre mejor un esmalte. Sobre su interpretación volveremos más adelante.

7.—ARRACADAS, ZARCILLOS, ANILLOS Y TORQUES.

Todavía tenemos otra pareja de piezas selectas del tesoro de Ebora. Son dos grandes zarcillos o arracadas, de cuerpo amorcillado, hueco, formado por dos láminas casi circulares y abombadas, unidas por sus contornos. Cubriendo las uniones en posición radial, corren por el inte­rior y el exterior de ambas piezas series de pequeños cilindritos, solda­dos sobre cintas, con otros cilindritos minúsculos en los extremos. Cada uno de los ejemplares tiene una de las bandas amorcilladas lisas, pero de ellas cuelgan racimos de nueve roleos de hilos muy finos, soldados horizontalmente. Por los otros lados están decorados: el uno, que con­serva una asita de suspensión, con un hilo desplegado en estrechos y cerrados meandros, y el otro, con una fila de SSS opuestas por sus extre­mos, con granulos en los senos. En los dos, por estas caras más ricas, los racimos de roleos están casi cubiertos por unas placas triangulares, con rebordes de alambre, que recibirían piedras —como piensa la señora Blanco—, esmaltes o pastas vitreas. Son piezas de copioso abolengo his­pánico y dilatados antecedentes y paralelos orientales, como veremos.

Ahora nos quedan por describir las piezas menos valiosas del tesoro. Así, una pareja de anillos, toscos, de ancho y plano chatón circular, que tienen grabadas por orlas sendas filas de CCC, y dentro de ellas, cruces; en un ejemplar, formada por otras CCC, y en el otro, por unos circulitos. Parecen la obra de un aficionado, en contraste con las maravillas an­teriores.

Luego tenemos un grupo de cinco pares de zarcillos amorcillados, bastante delgados, de los que dos pares tienen sección cuadrada y los otros tres pares sección circular. La pareja mayor (15 mm. de diámetro) termina en cabos muy finos, que se arrollan haciendo de cierre. Son enteramente semejantes a los que se siguen usando en muchas partes de Andalucía con el nombre de abridores, porque son los primeros que se ponen a las niñas al abrirles las orejas.

Para terminar, una pieza anómala, una varilla de oro de sección trian­gular, de unos 24 cm. de longitud, terminada en pequeñas bolas o bello­tas. Parece conformada en arco cerrado, como un torques, pero es dema­siado dúctil y delgada para ser un torques verdadero. Más bien será como una especie de ceñidor o sujetador del cabello. Si no es un collar rígido o la armadura de un collar.

Tales son las piezas que integran hoy por hoy el tesoro de Ebora. Flota en el aire la pregunta de si estas que tenemos serán todas las que se enterraron junto al actual cortijo de Ebora. Y la segunda pregunta, si lo que se depositó fue un joyero completo, en uso, o simplemente una masa de metal noble. Ya hemos visto que la diadema está incompleta, y hasta muy incompleta. Pero es sorprendente que de todas las otras pie­zas que por naturaleza son dobles tengamos exactamente la pareja; y

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hasta cinco parejas, como los abridores. Esto habla en favor de que el tesoro quedara oculto mientras el poblado, cuyas ruinas aparecen tan degradadas, estaba habitado todavía.

8.—PARALELOS Y CRONOLOGÍA.

Si quisiéramos apurar todas las comparaciones, antecedentes y deri­vaciones que pueden alegarse en torno del tesoro de Ebora, necesitaría­mos todo un libro. Nuestro objeto es ya demasiado extenso para que podamos detenernos en un aspecto parcial. Pero son tan acuciantes y atractivos los problemas que suscitan las joyas, que no podemos dejar de considerar algunos paralelos de urgencia.

Empezando por la diadema, como es justo, dada la importancia de esta joya, sus paralelos más inmediatos son las diademas de Jávea y de La Aliseda, con las que ya empezamos a compararla. E l parentesco entre las tres no puede ser más evidente. La organización general es la misma: esa ancha faja, distribuida en zonas longitudinales de distinta anchura, y esos triángulos de los extremos. Como también la flexibilidad o articu­lación para adaptarse a la forma de la frente, pues no cabe dudar de que son diademas frontales. Hasta el sistema de proporciones es idén­tico, según vimos antes. Y la decoración de los triángulos terminales, con sus SSS afrontadas.

A la vez que estas semejanzas, se dan diferencias de consideración entre las tres diademas. Las de Jávea y La Aliseda son más parecidas entre sí que cualquiera de ellas con la de Ebora. La diferencia principal consiste en la estructura del cuerpo de la joya, que en la de Ebora está formada por estuches o cartuchos planos, rígidos y articulados, y en las otras dos por bandas flexibles y caladas de filigrana. Los triángulos ter­minales, rectángulos en la de Ebora y acutángulos en las otras dos, en éstas distribuyen su decoración entre una zona inmediata a la banda, con una decoración distinta, de elementos circulares, y la zona final del trián­gulo, que es donde están las SSS afrontadas.

Pero con todas estas diferencias el parentesco se impone, y culmina en detalles de organización interna, como el sistema general de propor­ciones y la diversa anchura de las zonas de la banda general, anchura que en Ebora y en Jávea es decreciente de abajo a arriba, como tenden­cia general; aunque en la de Ebora la zona superior, con la fila de dípti­cos o dobles arcos, vuelve a ser ancha, equivalente a la inferior. Por supuesto, decimos arriba y abajo porque los estuches con las caras es de rigor que los pongamos verticales y no invertidos.

Con estas tres diademas de un mismo tipo general, que ahora nadie podrá negar que son indígenas, la orfebrería tartésica cuaja un modelo de joya fastuosísimo, en el que la ostentación de la masa de metal, propia de E l Carambolo, se sustituye por un refinamiento de la técnica y del arte, muy de acuerdo también con las tendencias y la madurez del mundo tartésico. Por otra parte, nuestras diademas confirman con ejem­plares reales el gusto por joyas enteramente semejantes, que acredita la escultura levantina y de influencia griega que llamamos ibérica.

Fuera de la Península, en cambio, sólo tenemos paralelos parciales. Por ejemplo, para los cartuchos con caras, los relieves estampados en

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lámina de oro, con el dibujo recorrido por granulaciones, de un gran pendiente de la tumba Regolini-Galassi, ahora en el Museo Gregoriano del Vaticano, que se atribuyen al siglo vn antes de Cristo (1). Hay en ellos un moldeado o repujado'plástico que no aparece en nuestra dia­dema, pero la idea de un friso de figuras iguales y el dibujo con líneas de granulado son muy semejantes.

Esto de dibujar con líneas de granulado lo tenemos también con otras hermosas joyas españolas, como son las dos arracadas y los dos brazaletes de La Aliseda, de una belleza incomparable. Y en las soberbias arracadas de Santiago de la Espada, sobre las que ahora volveremos. Ya es imposible desconocer el lazo de familia que liga todas estas mag­nas creaciones de nuestra orfebrería protohistórica. Es un círculo que se cierra cada vez más.

Algo de esto vemos también, todavía menos ostensiblemente, en otro grupo de piezas relacionado con el de las diademas. Es el complejo, que restituimos, de los dos colgantes con cadenas de nudos de Hércules, pla­cas con las cabecitas negroides y barriletes. Combinaciones así, y hasta más complicadas, las tenemos en el mundo fenicio y en el área tartésica. Entre las primeras, baste remitir a las referencias de W. Culican (2), al publicar una joya no muy ajena a las nuestras, procedente acaso de Tharros, en Cerdeña, ahora en el Ashmolean Museum de Oxford. De arri­ba para abajo se enlazan en ella una arracada, dos anillas (que equivalen a la cadena con el nudo de Hércules), un pájaro, otra articulación, un cilindrito con racimos de granulado y un glande o bellota, mayor, con granulados e hilos soldados, todo lo cual constituye un paralelo notable.

En España, el primer antecedente de estas joyas, que estarían pen­dientes de los extremos de la diadema y cubriendo las orejas, son el par de colgantes del mismo tipo que lleva la Dama de Elche, casi cubiertos con las grandes ruedas de filigrana. Cada uno de estos colgantes tiene arriba una pieza rígida y gruesa, con dos roleos superpuestos en el borde, que parece una especie de peineta. De ella arrancan, enfiladas, siete u ocho cadenas colgantes que terminan en las perillas bicónicas, que des­cansan ya en los hombros de la Dama. La sucesión de placas, cadenas y colgantes en estas joyas figuradas nos sugiere otro montaje posible de las nuestras, poniendo arriba las placas con las cabecitas negroides y en 10 más bajo los barriletes. En realidad nos está haciendo falta un estudio sistematizado de tantas joyas como aparecen figuradas en la escultura hispánica. Ayudaría mucho para montar y estudiar las joyas auténticas.

Por lo pronto tenemos dos joyas complejas que parecen muy diferen­tes entre sí, cuando responden a un mismo espíritu. Una es el que A. Blan-

(1) G . BECATTI: Oreficerie antiche (Roma, 1955), lám. L , núms . 238 y 239, pág. 175 Sobre todo L . PARETTI: La tomba Regolini-Galassi del Museo Gregoriano Etrusco (Cita del Vaticano, 1947).

(2) W . CULICAN : Essay on a phoenician ear-ring (Palestine Exploration Quarterly, 11 de 1958). Otra joya casi idéntica, que parece copiada algo sumariamente de la anterior, procedente también de Tharros, se conserva en el Museo Arqueológico Nacional de Cagliari y ha sido publicada por GENNARO PESCE : Sardegna púnica (Ca-gliari, 1961, fig. 129, pág. 113), donde la fecha en los siglos VII-VI antes de Cristo. Algo recuerda a estas joyas el extremo del collar de oro de la Valleta del Valeroso («Zephyrus», I, 1950.. pág. 64); y reproducido por él mismo en Los pueblos de la España ibérica (Historia de España, dirigida por R. Menéndez Pidal, 1-3, Madrid, 1954, figs. 232-234).

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co Freijeiro ha llamado amuleto número 5 del Instituto de Valencia de Don Juan (3), ya alegado para el tesoro de E l Carambolo, con su combi­nación de placas decoradas y de cadenas, formando pisos articulados, y los canutillos finales, con ganchos para más piezas complementarias. Otra es la soberbia pareja de arracadas de Santiago de la Espada (4), en las que aparece el elemento figurativo con las mujeres aladas, en bulto redondo, oferentes de un plato y un ave, y el gran colgante acorazonado, macizo, de una barroca decoración de rosetas, semiesferas, SSS enfiladas y filas y racimos de granulos. Joyas así sólo han podido producirse en un mundo de exultante riqueza, de acumulación de poder, de progreso técnico y de refinamiento como fue la monarquía tartésica.

Si estos paralelos se imponen para el conjunto de nuestros colgantes de Ebora, cada uno de sus elementos se autoriza con otros paralelos particulares. E l nudo de Hércules se encuentra en muchas joyas medite­rráneas y del Asia anterior, generalmente más tardías. Por ejemplo, en una sortija de oro macizo, procedente de Grecia y de fines del siglo iv al n i antes de Cristo, ahora en el Louvre (5). O la fastuosa diadema áurea del Museo Benaki, de Atenas (6), procedente de Tesalia y fechada en el siglo n i antes de Cristo, formada por dos cintas de malla que terminan hacia el centro de la joya en dos como capiteles de pilastra, entre los que se enlaza el nudo de Hércules, toda ella cuajada de esmaltes, gra­nates, cornalinas y filigrana. Acaso este nudo de Hércules tuvo en el mundo antiguo una significación profiláctica, como la higa en nuestra joyería del Renacimiento.

Para nuestras placas con las cabecitas negroides ya alegamos las ca­denas con rosetas y colgantes de Jávea, que deben estar bastante incom­pletas; pero la relación más próxima es con la sortija de oro de La Ali­seda, que lleva por adorno cuatro rostros humanos de pasta vitrea azul, uno de ellos roto. Otro paralelo del área griega es el pendiente en forma de cáliz de flor de muchos pétalos, con dos cabezas dedálicas, dos cabeci­tas de oro y dos moscas, todas de oro, mirando hacia un cabuchón central con un granate. Procede de la isla de Milo y de la antigua colección Luy-nes, se conserva en el Gabinete de Medallas de la Biblioteca Nacional de París y se fecha hacia el 630 a. de C. (7). Cuando empezaba a reinar Argantonio.

Los barriletes o cilindros cerrados, nuevos en la Arqueología espa­ñola, encuentran términos de comparación en Etruria y en Chipre, como tantas otras cosas tartésicas. Hay un pendiente áureo en forma de baúl, cilindrico, cubierto de fastuosa decoración, en estilo etrusco-jónico, de los siglos vi-v a. de C , que se conserva en el Antiquarium de Mu­nich (8). Y en el Louvre, procedente de la antigua colección Campana,

(3) A . BLANCO FREIJEIRO: Origen y relaciones de la orfebrería castreña («Cuader­nos de Estudios Gallegos», XII, Santiago de Compostela, 1957), lám. V I L

(4) J . C A B R É : El tesoro de orfebrería de Santiago de la Espada («Archivo Espa­ñol de Arqueología», XVI , 1943, págs. 343 y ss.); A. BLANCO: Origen..., láms. XV-XVII, páginas 48-51.

(5) E . C O C H E DE LA F E R T É : Les bijoux antiques (París , 1956), lám. XXII-1, pág. 117. (6) G. BECATTI: Oreficerie antiche, lám. L, núms . 238-239, pág. 175. (7) C O C H E DE LA F E R T É : Les bijoux..., lám. XIV-2, pág. 115. (8) BECATTI: Oreficerie antiche, lám. H , 9b.

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dos zarcillos en forma de barrilete realizados en placas de oro caladas, con filigrana y granulado, arte etrusco del siglo v i a. de C. (9).

En el mundo chipriota, cilindros como colgantes de collares los tene­mos a la vez en la escultura en piedra y como joyas reales. En uno y otro caso los collares son de cuentas bicónicas, semejantes a las de nuestro collar de Ebora (10). Las esculturas que los llevan, bastante numerosas, son de hacia el año 600 a. de C. En los ejemplares reales, los cilindros y las cuentas de collar bicónicas llevan decoración de granulado, con lo que se acercan más a nuestro tesoro.

De todas las joyas de Ebora, las que cuentan con un panorama de paralelos más dilatado son los grandes zarcillos o arracadas (el Diccio­nario de la Academia distingue entre zarcillo, «pendiente», y arracada, «arete con adorno colgante»). Resultan pertenecer a un tipo que ha teni­do la mayor difusión mediterránea y la mejor aceptación española, espe­cialmente andaluza y castreña (11). A las piezas estudiadas por A. Blanco Freijeiro conviene añadir, por haberse publicado después, la arracada del castro de Berducedo (Asturias), con la forma de creciente lunar y la decoración de hilos sogueados, glóbulos y granulado (12). Glóbulos semi-esféricos bordean el contorno exterior.

E l paralelo más inmediato de nuestras piezas son los dos pendientes de Curium (Chipre), en el Museo Metropolitano de Nueva York (13), con su corona radial de glóbulos cabalgando sobre otros mayores, pero sólo hacia afuera, y su decoración de hilos formando SSS afrontadas, con glóbulos en los senos. Becatti los fecha a fines del siglo v a. de Cristo. Pero el paralelo más próximo en el espacio y en el tiempo es el pendiente encontrado en el término de Utrera, en 1952, ahora en el Mu­seo Arqueológico de Sevilla (14), con el mismo apéndice triangular for­mado por nueve espirales de hilo de oro, en parte cubiertas por unos recuadros que tal vez engarzaron piedras de color. Estamos conformes en que ha de ser indígena, y en su mezcla de elementos de origen griego y de origen fenicio, pero no con que sea necesariamente tardío. Nuestras arracadas de Ebora suministran ahora el paradigma del tema de las espi­rales, llamado a tan gran fortuna.

Debemos examinar los términos de comparación de los elementos de collar. Nuestras cuentas bicónicas, con decoración de granulado, son muy semejantes a las que vemos en las esculturas en piedra de Chipre, antes citadas, y sobre todo a los ejemplares reales de la misma proceden­cia (15). En los dos casos las cuentas son más aplastadas, más lenticu­lares que las nuestras; y la decoración de granulado es solamente lineal, radios y contornos, sin los racimos de granulos que enriquecen nuestras

(9) C O C H E DE LA F E R T É : Les bijoux..., lám. X X X I V 34, pág. 120. (10) The Swedish Cyprus Expedition, III , láms . C L X X X V I y C C V 34. (11) BLANCO: Origen y relaciones de la orfebrería castreña, págs . 48-79. (12) J . M A N U E L GONZÁLEZ y J . MANZANARES RODRÍGUEZ: Arracada de oro proce­

dente de un castro de Berducedo («Archivo Español de Arqueología», X X X I I , 1959, páginas 115-120).

(13) BECATTI: Oreficerie antiche, núm. 296. (14) C . FERNÁNDEZ-CHICARRO, en Memorias de los Museos Arqueológicos provin­

ciales, X I V , 1953, lám. X X I I I - 1 , págs . 62-64; BLANCO: Origen y relaciones de la orfe­brería castreña, fig. 25, págs. 52-53.

(15) The Swedish Cyprus Expedition, III , láms . C L X X X V I y C C V 34.

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cuentas de Ebora. Las otras cuentas, más sencillas, en forma de jaula o de farol, sin decoración, no tienen paralelos útiles.

De los colgantes de collar, los dos pequeños, en forma de bulla o estuche, son el tipo más corriente de su especie, relacionable con los de La Aliseda y con los de las esculturas ibéricas. En cambio, los otros dos, mayores, son piezas interesantísimas por sí mismas y por sus relaciones y alusiones. La señora Blanco destacó muy justamente el único que co­noció, viendo en él la evocación de un capitel de volutas protojónico, inviniendo la pieza: «Cuidadosamente moldurado, parece apreciarse la corona de pétalos anudados bajo las volutas que caracterizan a los capi­teles eólicos de Neandria de fines del siglo vil» (16). Ahora encontrará reforzada su hipótesis a la vista del nuevo colgante que aquí damos a conocer, en el que de un modo igualmente dislocado parece que se ha querido interpretar también un capitel de tipo arcaico.

En su posición normal, el nuevo colgante presenta algo así como la silueta de un ave centrada sobre una cola redonda. Pero si lo invertimos, poniendo el asa para abajo, vemos en el centro un triángulo agudo, al que se superpone, opuesta por el vértice, una palmeta lisa; y a los lados dos volutas inversas, arrolladas hacia el interior. Salvo esta última anomalía, tenemos aquí la conocida composición del capitel protojónico, de cuyas diversas interpretaciones en distintas artes, escuelas y materias ha hecho un ágil recorrido César Pemán, estudiando un capitel de estilo protojónico encontrado en Cádiz (17). Además de en este capitel de pie­dra, el tema se repite en capiteles de Megido, Palestina (hacia 955 a. de Cristo); Tamassos y Athienu, en Chipre (siglos vi y v); en las puertas de bronce de Balavat (hacia 850 a. de C) ; en el vaso de Amathus, Chipre (hacia 500 a. de C) ; en la sala del trono de Nabucodonosor, en Babilo­nia, de la primera mitad del siglo — v i ; y en España, en las asas de los jarros de bronce de la colección Calzadilla y del Instituto Valencia de don Juan, que ahora sabemos tartésicos, y en los extremos de las pulseras de oro de La Aliseda.

La lista de paralelos es más extensa; y a ella ha venido a unirse uno que se da en una minúscula y primorosa joya del Museo de Linares, un amuleto de oro (16 X 12 mm.), como estuche o colgante de collar, con sus dos caras cubiertas de una fina decoración de hilos de oro y gra­nulado, cuyo tema central son dos volutas segmentadas o colgantes, con los extremos enrollados hacia adentro, entre una palmeta superior y otra inferior (18). La pieza ha sido acertadamente comparada con un amuleto áureo, de origen desconocido, probablemente andaluz, y otro de Asturias, ambos en el Instituto Valencia de Don Juan (19), el primero de los cuales a su vez se relaciona estrechamente, por la composición, con una gruesa placa de oro, con discos y rosetas caladas, menudos pro-

(16) «Archivo Español de Arqueología», X X X I I , 1959, pág. 55. (17) CÉSAR PEMÁN: El capitel de tipo protojónico de Cádiz («Archivo Español de

Arqueología», XXIII, 1959, págs. 58-70). (18) A. BLANCO FREIJEIRO: Amuleto áureo de un collar ibérico («Oretania», nú­

mero 4, Linares, 1960, págs . 166-174). (19) Id., id., figs. 5 y 6.

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tomos de animales y una figura femenina, dedálica, en repujado, todo con retoques de granulado finísimo (20).

Poco hay que decir de las cinco parejas de abridores, los dos anillos y el delgadísimo torques o cinta triangular para sujetar el cabello. Es plausible la idea de Maluquer que apunta un atenuado celtismo. Para nosotros representan a la vez un elemento popular indígena, añadido a este conjunto de orfebrería, tan notable por su maestría técnica como por su refinada belleza.

Ahora queda hablar de la fecha del tesoro. La señora Blanco de To­rrecilla acepta la unidad cronológica del primer lote: «Su eclecticismo y dominio técnico acusa la mano hábil del orfebre fenicio, si bien nada impide suponerlo trabajando en un taller local, en el ambiente suntuoso de la corte de un Arganthonios». En todo caso, «tenemos una fecha tope para nuestras joyas, el siglo v, pues no es aceptable, en época de plena supremacía de Gadir sobre Tartessos, la existencia de dos focos artís­ticos tan próximos y dispares» (21). Voto de calidad, por su experiencia de la orfebrería gaditana.

Maluquer, en cambio, opina que «las joyas no constituyen, en modo alguno, un conjunto homogéneo. Son todas de oro puro, pero pertenecen a corrientes distintas, unas claramente orientalizantes, otras sin la menor duda célticas peninsulares». No se olvide que Maluquer es una de nues­tras primeras autoridades para la Edad del Hierro española. Después de encontrar paralelismos con el mundo orientalizante etrusco del si­glo — vi l , principalmente en lo que estaba montado como brazalete y collar con granulado, Maluquer advierte que «el collar con máscaras en los extremos, con el símbolo tan característico del disco y los crecientes lunares, refleja tradiciones más puras del Mediterráneo oriental, Fenicia y Chipre». Y añade que «piezas de este tipo explicarán más tarde, a nues­tro juicio, las piezas de E l Carambolo, en las que la roseta se transforma en motivo dominante casi exclusivo. Estas joyas serán, por consiguiente, más antiguas que las de E l Carambolo, probablemente, igual que las anteriores, aun del siglo v i l a. de C».

Ahora sabemos que el extremo triangular de una diadema encontró su pareja, y que de esa diadema forman parte las piezas entonces mon­tadas como brazaletes y colgantes de collar. Maluquer, que no podía adivinarlo, opina que «el fragmento (triangular) de diadema será poste­rior (siglos iv-v)». En cuanto a las arracadas, «en las que el apéndice triangular inferior debe considerarse como un desarrollo tartésico desti­nado a un largo futuro..., son sin duda algo más tardías, aunque quizás deban fecharse a fines del siglo vi a. de C». Por lo que hace a las piezas menores, lisas y los anillos, «pueden fecharse en cualquier momento en­tre el siglo vi y el II, aunque las sortijas pudieran quizás ceñirse mejor a los siglos III-II» (22).

Todas éstas son opiniones muy razonables, dignas de tenerse muy en cuenta para un juicio definitivo. Pero están formuladas sin una base de

(20) C O C H E DE F E R T É : Les bijoux antiques, lám. VI-2 , pág. 113. La pieza procede de Aidin (Tralles), en Lidia, se encuentra en el Louvre y se fecha hacia 640-620 antes de Cristo.

(21) «Archivo Español de Arqueología», X X X I I , 1959, pág. 56. (22) «Zephyrus», IX-2 , 1958, págs. 204-206.

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información importantísima, como es el desarrollo de nuestras primeras excavaciones en el lugar, y el análisis de los otros materiales obtenidos en ellas. Como va dicho en el relato del primer hallazgo y de nuestra excavación, en el intervalo, y sobre todo en los muy primeros días, las gentes del cortijo cavotearon el lugar del hallazgo, con lo que se borró toda huella de cómo había estado depositado el tesoro; aparte de que el arado de desfonde que lo puso al descubierto para Paquito destruiría el recipiente que lo contuviera, sacando una parte a la superficie y ente­rrando más el resto. Tanto enterró una parte que escapó a dicho cavo-teo y quedó reservada para nuestra excavación; pero ya en un medio revuelto, sin estratigrafía y sin la ayuda del recipiente que debió con­tener las joyas.

De todos modos, la excavación comprobó que el tesoro no había sido enterrado con la profundidad que podría esperarse, si hubiera sido una medida de protección. Todas las joyitas que nosotros encontramos salieron en un espacio reducido, apenas superior a un metro cuadrado, a unos seis metros y medio de la pared Norte del cortijo. Y todas en el primer estrato arqueológico, una capa de 30 cm. de potencia. Si estaban allí todavía, era, al menos en parte, porque los excavadores codiciosos de primera hora trabajaron, seguramente, de noche, y no cernían la tierra: esa modesta precaución que vale tantos éxitos a los arqueólogos profesionales. Todos los informes sobre el terreno de quienes intervinie­ron en el hallazgo localizaban éste en el mismo lugar que aún fue para nosotros fértil, porque nos dio más piezas de oro, pero no útil como do­cumento estratigráfico.

Aún así, nos dio un contexto de materiales arqueológicos, cuyo es­tudio es de interés principalísimo para la calificación y para la cronolo gía del tesoro. Vamos a verlos.

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II. EL POBLADO DE EBORA

9.—DESCUBRIMIENTO Y ANTECEDENTES.

Apenas siete semanas después que el tesoro de E l Carambolo, precisa­mente el domingo 23 de noviembre de 1958, se realizaba el hallazgo ca­sual del tesoro de Ebora. E l cortijo de este nombre se encuentra en el tér­mino, y seis kilómetros al Este, de Sanlúcar de Barrameda, entre la ca­rretera que conduce a Trebujena y la marisma del Guadalquivir. La im­portancia histórica y arqueológica de este lugar está reconocida de an­tiguo, como ahora veremos.

Este cortijo de Ebora, hoy de los señores de León Manjón, hijos de la condesa de Lebrija, y de otros familiares, perteneció a los duques de Medinasidonia. Investigando en el archivo de la Casa, en su palacio de Sanlúcar de Barrameda, por cortesía de la actual duquesa, encontramos en una «Relación de los maravedíes e pan trigo e ceuada e otras cosas que el señor duque ha de aver este año de mili e quatrogientos e nouen-ta e tres años en esta su villa de Sanlúcar de Barrameda», la partida siguiente: «Que ovo de aver su Señoría este dicho año de las Rentas del donadío de Evora e Monteagudo, de que es arrendador Pedro Rogel, ve­cino de Xerez, ciento e ochenta cahizes de pan, tergiado, de que es los giento e veinte de trigo e los sesenta de geuada; de los quales se haze cargo el mayordomo Alfonso Dias en el libro de cuentas de este año».

Estas tierras de Ebora salieron de la propiedad de los Medinasidonia en una ocasión penosa. Fue cuando el IX Duque, don Gaspar Alonso Pérez de Guzmán y Sandoval, por la intentada e insensata sublevación de Andalucía, en 1641, obra del marqués de Ayamonte, fue condenado a pagar un servicio de 200.000 ducados y a perder el señorío de Sanlúcar de Barrameda. Para reunir dinero, el 1.° de octubre de 1648 se vendió el cortijo de Ebora, con sus 630 aranzadas de tierra de labor y 800 de ma­risma, caserío y demás, en 20.275 ducados.

La ocasión del hallazgo del tesoro fue la roturación de unas tierras hasta entonces no cultivadas, en los ruedos para descanso del ganado, al Sur de la casa-cortijo. Esta se encuentra muy bien emplazada, en una hondonada en forma de herradura, en cuyo ámbito se abren unos pozos

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que son el principal punto de agua de toda la región, casi al extremo de una pequeña línea de colinas (Loma de la Maina) que penetra en la marisma, entre las dos penínsulas de La Algaida y Monteagudo. Desde la cresta occidental de la herradura se domina una gran extensión de marisma, que ayer fue mar y hoy se está transformando en tierra culti­vable. Los pozos son tan abundantes de agua, que en la invernada rebo­san y corren como un manantial. Durante el verano, el agua se saca en cubos pendientes de un balancín con su contrapeso, como se hace desde la más remota antigüedad en las orillas del Nilo y de tantos otros ríos y pozos orientales. Una mancha de juncos, en la ladera al fondo (y al Norte) de la herradura, señala el lugar de una antigua fuente. Aquí en Ebora hacen su provisión de agua para todos los cortijos del contorno, y acuden a abrevar directamente numerosos ganados de vacas, nietas de los toros de Gerión, y de cabras, cerdos y corderos.

Sin duda alguna, es a tal abundancia de agua potable, muy rara en la comarca, y a la misma natural bondad de los terrenos circundantes, pero sobre todo a lo primero, a lo que se debe la temprana ocupación humana de este lugar y el establecimiento en él de un importante centro de población, más o menos relacionado con el santuario del Lucero que está en los orígenes de Sanlúcar. Un buen punto de aguada, no lejos del mar, en el estuario de un río navegable, y muy navegado, es siempre un buen emplazamiento; pero sobre todo, si se encuentra oculto para quien llega desde el Océano, y a una prudente distancia de él, para prevenir las sorpresas. Podría suponerse, a la vista de un mapa, sin conocer el lugar, que existió allí, desde tiempos muy remotos, una aglomeración humana. Y nuestra excavación y las exploraciones anteriores lo han comprobado plenamente, corroborando la indicación de las fuentes his­tóricas.

E l nombre antiguo de este lugar es Ebura, topónimo que se repite dentro y fuera de la Península, y tal vez en relación con el pueblo de los ¿hurones. Parece que hubo una Ebura de los edetanos, mencionada por Toiomeo, que se ha querido localizar en la Puebla de Albortón. Mela cita tres Eboras: la nuestra (III, 4: «el castillo de Ebora», en la costa at­lántica de la Bética, no lejos de Asta); otra, no lejos del cabo Roca (III, 7), que debe ser la portuguesa Evora, y una tercera en Galicia (III, 11), junto a la desembocadura del Tambre. Plinio menciona una «Evora que dicen Cerealis» (III, 10), entre Urgao (hacia Mengíbar y Ar-jona) e Iliberri, junto a Granada; y entre los oppida de la Lusitania que disfrutan del Derecho latino, «Ebora, apellidada también Liberalitas Julia» (IV, 17), que ha de ser la Evora portuguesa. Finalmente, Estra-bón, describiendo las costas de la Península (III, 1, 9), dice que «remon­tando el Baitis está la ciudad de Eboura y el santuario de Phosphóros, llamado también Lux Divina» (traducción de García Bellido), o bien, «allí empieza la subida del Betis y se encuentra la ciudad Ebura y el templo del Lucero, al cual llaman Lux Divina» (traducción de Schulten). García Bellido comenta: «Eboúra (ou = u), ciudad desconocida (Sanlú­car de Barrameda?), citada también por Mela («Ebora castellum», III, 4). Un cortijo de Evora hay aún cerca de Sanlúcar, acaso resto tópico de

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Eboúra antiguo» (23). Y Schulten: «Ebura estaba a 6 km. al Este de Sanlúcar de Barrameda, en el cortijo de Ebora, donde hay muchas seña­les de la población antigua. Ebora estaba en la orilla Sur de la marisma que en tiempo antiguo era un lago (Ligustino), como todavía hoy en in­vierno, de manera que a Ebora se llegaba en barco. E l nombre de Ebora se repite en otras poblaciones y parece céltico» (24). Todavía en el Madoz aparece una «Ebura, ciudad carpetana, recordada por la historia, proba­blemente hoy Talavera la Vieja».

E l cortijo de Ebora ha sido visitado varias veces por arqueólogos y anticuarios. Hay allí la memoria confusa de la visita de un sacerdote, que hizo una pequeña excavación, en la que descubrió una figura de bronce. Y noticias más seguras de las visitas de Bonsor y de Schulten. A ellas debe referirse un dibujo de Bonsor, en lápiz repasado a tinta, que se conserva en su Museo del castillo de Mairena del Alcor. La cartela infe­rior, en lápiz, dice: «Antigua Ebora, hoy cortijo de Evora, término de Sanlúcar de Barrameda. General Lammerer. Sep. 1923». Es un apunte bastante apurado, con el relieve dado por curvas de nivel, donde se lo­calizan bien el pozo y el cortijo, así como el camino antiguo y los restos de una alberca y de unas cisternas. La colina a espaldas del cortijo se sombrea y tiene una indicación topográfica no pasada a tinta, Ebora, como indicando el emplazamiento exacto de la ciudad. Realmente, como pudimos comprobar recorriendo detenidamente el terreno y practicando algunas catas, la ciudad primitiva ocupaba todo el semicírculo de colinas en torno al vallecito de los pozos.

E l hallazgo del tesoro, de sus primeras piezas, se hizo donde está en dicho dibujo la E de Ebura. Con el aumento de valor de los cereales y la mecanización de las labores, los propietarios habían decidido roturar y sembrar los ruedos del cortijo. La operación se realizó con un tractor y un arado de discos. En la vieja agricultura, el labrador, con su mano en la mancera del arado, que hasta hace poco era el arado romano, ve el surco que va abriendo la reja, y lo que ésta pone al descubierto. En la agricultura mecanizada, la roturación la hace un tractorista que no puede ver lo que hacen las rejas que arrastra su tractor. Allí debió ocu­rrir que una de ellas descubriría y rompería una vasija llena de joyas de oro, que quedaron sobre el terreno. Al día siguiente, domingo 23 de noviembre, amaneció lloviendo, y se pasó así casi toda la jornada. Pero al fin de la tarde el tiempo despejó, y el vaquero mayor de la finca, Fran­cisco Bejarano Ramos, ordenó a su hijo, el pequeño porquero Paquito, entonces de ocho años, que sacara a unos cerdos al terreno roturado la víspera.

Nuestro amigo Paquito tiene el hábito de ir mirando la tierra que recorre el ganado, para recoger los trozos de metal inútiles que la agri­cultura mecanizada va sembrando también. Luego los lleva a los chata­rreros de Sanlúcar, que le dan unas monedas para los caramelos o el

(23) ANTONIO GARCÍA Y BELLIDO: España y los españoles hace dos mil años, según la Geografía de Estrabón (Madrid, 1945, «Colección Austral», núm. 515, pági­nas 72-73). Del mismo autor, La España del siglo primero de nuestra Era, según P. Mela y C. Plinio (Madrid, 1947, «Colección Austral», núm. 744, págs . 34-36, 53, 54, 125, 143 y 252).

(24) ESTRABÓN: Geografía de Iberia. Edición, traducción y comentario por Adolfo Schulten (Fontes Hispaniae Antiquae, fase. VI, Barcelona, 1952, págs . 94 y 150).

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cine. Esa tarde, ya entre dos luces, lo que encontró fueron las joyas que el arado del tractor había desenterrado la víspera: —Las cogí en una almorzada —explica Paquito, juntando las manos abiertas— y se las llevé a mi madre—. Lo que ocurrió inmediatamente después resulta más des­agradable de contar, y a nosotros no nos corresponde esclarecerlo. E l padre de Paquito enseñó las joyas al tractorista, y juntos las llevaron a un joyero, que se las compró en 2.565 pesetas, apartando un lote de ellas para fabricar unas alianzas. Pero algo se supo en el cortijo, fue advertida la guardia civil y las joyas pasaron al juzgado y los joyeros a la cárcel.

No hemos llegado a saber con seguridad el número de piezas labra­das de oro que se descubrieron entonces, porque algunas no llegaron al juzgado, quedando enterradas en el garaje del tractor, en el mismo cor­tijo, donde se recuperaron más tarde. Y a la vez, el lugar del hallazgo fue ansiosa y torpemente revuelto, encontrándose nuevas piezas. E l lote pri­mero comprendería de 41 a 47 piezas.

Nuestras primeras noticias del hallazgo las tuvimos de don Manuel Esteve Guerrero, excavador de Asta Regia, delegado local en Jerez de la Frontera del Servicio Nacional de Excavaciones Arqueológicas, en carta de 25 de noviembre: «Acabo de recibir la visita de don Antonio León Manjón, de Sanlúcar de Barrameda, que ha venido a darme cuenta y mostrarme un conjunto de piezas de oro, halladas recientemente en el cortijo de Evora, de su propiedad, próximo a dicha población y en el que, como Vd. sabe, se localizan las ruinas de la antigua Ebura. Los obje­tos corresponden a piezas de collar, varios zarcillos, etc.; y como se trata de un asunto propio del Servicio Nacional de Excavaciones Arqueológi­cas le he aconsejado a dicho señor se ponga en contacto con Vd., porque además el lugar del hallazgo pudiera proporcionar más piezas del mis­mo, si, según me dice, se procede a su excavación».

Don Antonio de León nos escribió el 5 de diciembre, justificando co­rrectamente la tardanza; y en la tarde del 10 de diciembre ponía en nuestras manos 42 piezas del tesoro, de las que se hizo un primer mon­taje provisional, siendo fotografiadas por don Antonio González Nandín. Algo más tarde, las fotografió también el profesor don Diego Ferrer, ca­tedrático de Histología de la Facultad de Medicina de Cádiz; y con estas fotos de nuestro primer montaje publicaba una primera noticia del ha­llazgo la directora del Museo Arqueológico de Cádiz, doña Concepción Blanco de Torrecillas (25).

Las copiosas y persistentes lluvias del invierno de 1958-1959 hicieron imposible durante largos meses la excavación del lugar del hallazgo, y hasta la misma visita del cortijo de Ebora. Los señores de León Manjón habían ofrecido desde el primer momento toda suerte de facilidades; y a propuesta nuestra dejaron de sembrar ese año el terreno donde había aparecido el tesoro.

Por fin, el 26 de abril de 1959 pudimos realizar nuestra primera visita, llegando a Ebora, desde la carretera, en caballos y en coche de dos rue­das. Aquella visita será para nosotros inolvidable. Las lluvias de la in­vernada habían traído una magnífica vegetación y floración primaveral.

(25) CONCEPCIÓN BLANCO DE TORRECILLAS: Nuevos hallazgos arqueológicos en Cádiz y su provincia («Diario de Cádiz», 19-XII-1958).

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E l lugar del hallazgo del tesoro estaba cubierto de cardos gigantes, que alcanzaban la altura de un hombre; pero aún así podía reconocerse qué zona del terreno había sido removida, y por todas partes aparecían frag­mentos de cerámicas antiguas. Desde lo alto de la colina, a espaldas del cortijo, la marisma se extendía hasta perderse de vista, secándose, cu­bierta de flores y cortada hacia Noroeste por la península de La Algaida, tras la que alzaban sus penachos de humo los barcos que navegaban por el río Guadalquivir, oculto pero presentido.

En una segunda visita, el 28 de junio, perfilamos los planes para la excavación del terreno en el que se hizo el descubrimiento. Y esta exca­vación se realizó, finalmente, desde el 23 de julio al 23 de agosto de 1959. Llevamos con nosotros a nuestro capataz de confianza, Manuel Romero Rueda, ya entrenado en la excavación de E l Carambolo; y formamos nuestra cuadrilla con obreros eventuales del cortijo, que por la mañana trabajaban en la excavación y por la tarde en las labores de la finca.

Lo primero fue rozar y quemar los cardos gigantescos que habían crecido en el lugar donde apareció el tesoro, en el que no se habían hecho otras labores, reservándolo para la excavación. A raíz del descu­brimiento de las joyas, ese terreno fue removido, desordenadamente, en una zona de unos 20 metros cuadrados; ignoramos hasta qué profundi­dad, pero debió ser muy poca. Y como es natural, no cribaron las tierras. Al parecer, no encontraron muros, ni cerámica, ni otros objetos que reclamaran especialmente su atención.

Decidimos empezar el trabajo abriendo una zanja exploratoria de un metro de anchura y diez de longitud, en el borde más bajo, a Poniente, de la zona revuelta; con intención de llegar hasta la tierra virgen y poder darnos cuenta de la estratigrafía. Esta zanja quedaba por su extremo más próximo a 26,80 m. de la casa-cortijo, por el Sur. Un mes des­pués, al terminar la pequeña excavación, se había explorado un rectán­gulo de 190 metros cuadrados, 10 por 19, aproximadamente orientado por los ángulos.

Levantamos una primera capa de tierra, de unos 30 cm. de profun­didad, cavada por Manuel Romero, a todo lo largo de la zanja; e inme­diatamente se procedió a desmenuzar los terrones y a cribar toda la tierra. Desde el primer momento, como ya en la misma superficie, apare­cieron fragmentos de cerámica pintada, de tipo ibérico, un fragmento pe­queño de tipo campaniense y otro bruñido y charolado, algo semejante a otros de E l Carambolo. Casi a los primeros golpes apareció una mo­neda ilegible.

A medida que los otros cuatro obreros terminaban la limpieza de los cardos, iban tomando las cribas para cerner la tierra. A las 11,15 de aquella primera mañana de excavación, casi en el centro de la zanja (exactamente a 6,30 del extremo Norte y 3,70 de su extremo Sur), el obrero Manuel Rodríguez Caballero encontraba la primera pieza de oro: una plaquita casi cuadrada, de doble chapa soldada por el contorno, con engarces por dos de sus bordes, por un lado con decoración de líneas de granulado; por completo semejante a otras cuatro del primer hallaz­go, que entonces teníamos montadas en un brazalete o pulsera articu­lada. Sus medidas, 10 por 8,5 mm.

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Pocos minutos después, el mismo obrero encontraba en su criba una segunda piececita de oro. Esta vez, un colgante de collar o estuche de tipo tipo púnico, de 15 mm. de alto, con su asita, y 12 de anchura mayor. Una pieza nueva, respecto de las que formaban el lote inicial, pero muy corriente en la orfebrería gaditana, y de un trabajo mucho más grosero. Todavía el mismo obrero Manuel Rodríguez sacaba de un terrón de tierra compacta una tercera pieza de oro, cuando eran todavía las 11,35 de la misma mañana. Entonces fue una cuenta de collar bicónica, con la superficie decorada con pequeños alambres rebordeados de granulos finísimos. Idéntica a las otras siete encontradas allí mismo nueve meses antes. Trabajo fino, conservación desigual, buena en un cono y deficiente en el otro.

Todas estas piezas y las que vinieron después las encontramos en el mismo lugar en que apareció el tesoro; según nos confirmaron otros obre­ros del cortijo, que acudieron para curiosear, y la misma madre de Pa­quito, el descubridor, que visitaba también las excavaciones. Por lo visto, todo lo que entonces encontraron estaba en la misma superficie.

No será preciso añadir de qué manera identificó y hasta entusiasmó a los obreros con su tarea este éxito inicial, dando un tono de optimismo a todo el resto de la excavación. E l repetido obrero Manuel Rodríguez encontró en seguida una cuenta de collar de cornalina y otra de oro, calada, muy pequeña; y entre él y Manuel Romero, otras ocho cuentas de cornalina, de distintos calibres.

Cuando cortamos el trabajo, a la una de la tarde, estaba cavada toda la zanja, con sus 10 m. de longitud, hasta 30 cm. de profundidad, y la mitad de la tierra levantada había pasado ya por la criba. E l capa­taz, Manuel Romero, quedó instalado en el cortijo y dedicaría la tarde a cerner el resto de la tierra. E l encargado de la finca, Luis Ruiz Sumavía, colaboró con todo entusiasmo y nos informó de otros lugares de los con­tornos en los que habían aparecido cosas antiguas, como huesos y ladri­llos. Un hombre, Manuel Caballero Romero, que llevaba muchos años por aquellas tierras y había trabajado durante veinte seguidos en el mismo cortijo de Ebora, refirió que unos quince años atrás, un poco más abajo de donde trabajábamos, buscando un conejo que se había escon­dido en una grieta del terreno, encontraron una bóveda de ladrillo. Hay tradición por estas tierras de que a unos trescientos metros a Levante del cortijo de Ebora está escondido un caballo de oro (según otros, un cura de oro), metido en una urna de cristal. Y todos saben cierto refranillo que ya nos había adelantado don Antonio de León: «En Evora, donde está el toro está el tesoro». Por cierto, un folklore prometedor.

10.—DESARROLLO DE LA EXCAVACIÓN.

En el segundo día de las excavaciones del cortijo de Ebora, 24 de julio de 1959, continuaron los buenos sucesos. La tarde anterior, en su tarea de cerner la tierra ya excavada, Manuel Romero había encontrado otra cuenta de collar bicónica, de oro, algo más pequeña y mejor con­servada que la que apareció por la mañana. Este segundo día empezó con el hallazgo de otra pieza cuadrada de oro, de doble chapa y doble engarce, semejante a la de la víspera, pero con dos orejetas laterales, no

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perforadas; pieza en todo idéntica a otra del hallazgo inicial, hasta en­tonces única, y de un trabajo excelente.

Terminado el cernido de tierras de la primera capa de la zanja I, que se llamó nivel A, empezamos la excavación de una segunda capa, nivel B, de los 30 a los 60 cm., siempre con la misma anchura de un metro. La tierra era de un color y de una contextura diferentes, con in­clusión de nodulos de cal. Aparecieron las primeras piedras, testimonios de muros que nunca habían sido removidos por las labores, y junto a la cerámica pintada con colores muy vivos, de aire ibérico, salieron frag­mentos de cerámica romana, incluidos dos pedazos de regulas. Ningún hallazgo metálico; pero en el cribado de las tierras removidas del nivel A se encontró una pequeña pieza, casi triangular, de bronce, con un ojal o charnela en un extremo, que parece la tapadera articulada de un sello-precinto romano.

Esa segunda mañana, aprovechando el buen tiempo, recorrimos las laderas de la colina en cuya vertiente Sudoeste están el cortijo y el yaci­miento. Por todas partes aparecían fragmentos de cerámica pintada, con líneas marrones y francas rojas, o bien completamente pintados de un rojo rosáceo. Se comprende que todo este cerro ha estado ocupado por gentes de la época prerromana. Hay bastantes piedras sueltas, algo escuadradas, pero no verdaderos sillares. Por el Oeste afloran los cortes de una pequeña cantera de arenisca gredosa blanca.

Cuando regresamos al tajo, los obreros estaban muy animados, por­que durante nuestra pequeña ausencia habían aparecido tres nuevas piezas de oro: una plaquita con dos engarces y orejetas, como la ante­rior, y dos cuentas de collar bicónicas, semejantes a las de la víspera. En el resto de la mañana salieron otra cuentecita minúscula de oro y ocho o nueve cuentas de collar de cornalina. Se fue limpiando y clasi­ficando la cerámica, reconociéndose un trozo de sigillata, seis microlitos de sílex atípicos, una pequeña masa como de escoria mineral, un mi­núsculo fragmento de vidrio dorado y otro, pequeñísimo, de marfil.

En el tercer día de la excavación, 25 de julio, día de Santiago, traba­jamos la mañana, porque en Sanlúcar había misas vespertinas y no era prudente interrumpir el tajo. En la tarde anterior, nuestro capataz y el encargado del cortijo habían realizado una prospección por los alrede­dores, recogiendo un trozo de ladrillo moldurado, varios trozos de tégu-las y de cerámica pintada de tipo ibérico, otro de sigillata y dos micro­litos de sílex, todo procedente de un lugar llamado La Mazmorrilla.

Manuel, por su parte, había explorado un corte natural del terreno sobre la vaguada que empieza delante del cortijo, en dirección Sur, para torcer en seguida al Este, rodeando la colina de la excavación. En nuestra segunda visita nos había llamado la atención la abundancia, allí, de cerá­mica pintada y la presencia de muros cortados y de posibles pavimentos. Manuel recogió un molino de mano barquiforme, un sillar plano de pie­dra jabaluna y un sillarejo de la que llaman en el país piedra de cal, caliza gredosa, blanquísima, que aflora en varios lugares por todo el con­torno de la colina, y que debe formar su zócalo. La misma vaguada del nacimiento de agua de Ebora, en su salida para la marisma, ha descar­nado esta ladera, y donde ha encontrado tierra blanda se ha hundido en el terreno, formando una pequeña pero verdadera cárcava.

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En aquel mismo tercer día de las excavaciones de Ebora acometimos la exploración de una zona de silos, visibles en dicha ladera descarnada. En nuestro viaje anterior reconocimos la existencia de dos de ellos, a menos de doscientos metros de la casa-cortijo, separados entre sí 35,25 metros. E l primero que excavamos resultó reducido a la sola base de la botella, de 1,34 m. de diámetro, con una altura máxima de pared de 0,42. Cernida la tierra que contenía, su relleno resultó revuelto y ano­dino : pequeños restos de oveja, cerámica poco abundante, en las varie­dades de pintada, romana y vidriada moderna. E l segundo silo, el más próximo al cortijo, tenía casi el mismo diámetro de base, 1,35, pero las paredes algo más altas, 0,68 por el Este y 0,26 por el Oeste; y su exca­vación fue también decepcionante, predominando lo romano, como algu­nos trozos de tégulas, junto a pocos fragmentos ibéricos y un lebrillo moderno.

Mientras se excavaba y se cernía la tierra de estos silos fue cuando conocimos y pudimos retratar al niño descubridor del tesoro, Francisco Bejarano Díaz, muchacho de aire triste y carácter muy poco comunica­tivo. Nos refirió que encontró las joyas todas juntas, en la misma super­ficie del terreno, la tarde de un domingo, después de puesto el sol. Le enseñamos las fotografías publicadas en Zephyrus, y a nuestras pregun­tas contestó, sin demasiada vivacidad, que no había recogido más piezas que aquéllas. Se veía que el niño había quedado con una fuerte impre­sión de las peripecias judiciales y policiales que siguieron al hallazgo, aunque se procuró mantenerlo aparte.

Entre tanto, en el tajo de la excavación se había seguido cortando y cerniendo la tierra de la zanja I en su nivel B, entre los 30 y los 60 centímetros de profundidad, con resultados muy mediocres. Salieron hasta cuatro piezas pequeñas de aspecto marfileño, que deben ser dientes de pequeños animales, y el extremo cónico de un colmillo de marfil. Entre la cerámica de esa zanja y nivel descubierta en la jornada desta­caron el borde de un tazón de sigillata, un fragmento de vaso micácico y granuloso, de aire neolítico; otro de barro rojizo, pintado al exterior de color marrón chocolate, y, finalmente, otro con las dos superficies ocu­padas por fajas (no líneas) bruñidas o espatuladas. Lo más interesante fue un fragmento pequeño y triangular (35 por 15 mm.) de un fino vaso esférico griego, con la superficie exterior de color cuero, pintada con una red de rombos blancos y circulitos negros dentro de cada uno; al parecer, de un lekitos aribálisco ático del silo vi .

En metal obtuvimos ese día lo siguiente: un chapita curva y calada de bronce (17 mm.), que parece la silueta de una boca y recuerda aque­llos ex-votos de dentaduras que aparecen en Despeñaperros: una barrita de bronce, ochavada (12 mm.), con algo de patinación verde, y un pe­queño cubo y un clavo de hierro, éste fuertemente oxidado. Finalmente, los obreros encontraron fuera del tajo, en las tierras inmediatas, una cuenta de collar de cornalina, cilindrica (7 m. de longitud, 6 de diáme­tro), y otra pieza de collar en forma de glande, de piedra rosada (19 mm.).

E l cuarto día de las excavaciones, 26 de julio, continuamos en la mis­ma zanja I, pasando del nivel B, o segundo (0,30-0,60), al nivel C, o ter­cero (0,60-0,90). En la tarde anterior, nuestro capataz, Manuel, había seguido cavando y cerniendo tierra y había encontrado otra cuenta de

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collar, de cornalina, que hacía el número 19 de nuestra cosecha. Ahora el resultado más apreciable fue comprobar la existencia de un muro en el extremo Sur de la zanja, y con dos filas de piedras; y en el otro extremo, Norte, hacia el cortijo, la aparición de un tosco pavimento empedrado, que en la parte cortada por la zanja presentaba un aspecto triangular, parecido al de otros que aparecieron en E l Carambolo y a los que cu­bren algunas tumbas célticas.

Segunda novedad de la jornada fue que la cerámica de este nivel C de la zanja I resultaba más variadas y a la vez más específica, con frag­mentos de bocas y asas de tipo púnico, piezas de carácter indígena más grandes que las encontradas hasta entonces, sobre todo platos pintados, y varios fragmentos de cerámica negra campaniense, con uno minúsculo y primoroso de cerámica negra de pinturas rojas, con unas gotas o pos­tas. Entonces empezaron a salir juntas piezas contiguas de un mismo vaso, con fractura antigua, como indicando un nivel muy poco revuelto. No intacto, sin embargo, ya que también aparecieron, aunque pocos, al­gunos fragmentos de cerámica vidriada de la Edad Moderna.

Otra novedad interesante de este nivel y zanja en esta jornada fue que salió el primer fussaiolo de la excavación, de barro gris, compacto, roto casi por la mitad, a lo largo del eje y agujero. Sus medidas, 12 mi­límetros de altura y 30 de diámetro en la base.

En el quinto día de la excavación, 27 de julio, hacía un calor ago­biante, sin un soplo de brisa, pero la moral de los obreros era excelente y les mereció una justa subida del jornal. La víspera, por la tarde, Ma­nuel, nuestro capataz, y Luis, el encargado del cortijo, habían seguido explorando las inmediaciones del mismo y encontrado más cerámica de tipo ibérico. Se había limpiado bien de matojos el terreno cercano a la zanja, y en el corte de ésta, a unos 30 cm. de profundidad, Manuel había recogido una larga barra aguzada de bronce, especie de aguja de talabartero, pero sin ojo.

Cuando llegamos al tajo, se veía mucho mejor, con el resto de la zanja más limpio, el tosco pavimento triangular descubierto en la jorna­da anterior. La superficie, a unos 35 cm. de profundidad, aparecía empe­drada con dos pequeños sillarejos y otras piedras menudas e irregulares, sujetas con una especie de mortero blanquecino de poca consistencia, cuyo espesor se acusaba en el corte. Antes de explorar el resto del con­torno de estos empedrados decidimos explorar la región Este de la zan­ja I, con la apertura de una zanja Ib, perpendicular a la primera, preci­samente por el sitio en el que se encontró el tesoro, entre los 6,30 metros del extremo Norte y los 3,80 del extremo Sur de la zanja I.

En la primera cava, de 30 cm., y en el primer tramo de esta nueva zanja Ib, tuvimos pronto la sorpresa más agradable con el descubri­miento de un objeto precioso: una figurita de bronce representando un delfín, con la cola para arriba, sobre un soporte que parece la estilización de una ola. La base de este soporte se ensancha, formando como un escudito gótico triangular, con la base cóncava y los dos lados con tres concavidades también; y toda la superficie de esta base, cóncava igual­mente, parece haber estado soldado a una superficie esférica, segura­mente la panza de un gran recipiente de bronce. Pensamos desde el primer momento en los protomos de grifos y otros animales que for-

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man las asas o adornos de grandes cráteras y lebes de bronce del arcaís­mo griego, y se repiten en lo etrusco. Por comparación con sus congéne­res más inmediatos, en España y en Chipre (26), esta pieza debe remon­tarse a los siglos VII-VI, aunque algunos paralelos bajen al IV-III. Bronce fundido, patinación verde cubierta por concreciones claras: altura, 65 milímetros.

Siguiendo la excavación y cernido de tierras de esta nueva zanja Ib se encontraron aquel día hasta seis cuentas de collar de cornalina, de diversos calibres, siempre pequeños, y una cuentecita de collar de oro, de tipo farol, semejante a otras tres del lote del tesoro. También salieron otros fragmentos de apariencia marfileña, que serán dientes de anima­les, probablemente de peces, y numerosas piezas de cerámica pintada de tipo ibérico, que ahora debemos acostumbrarnos a decir turdetano.

Ese mismo día 27 de julio de 1959, por la tarde, en Sanlúcar, don Antonio de León Manjón nos hizo entrega de un segundo lote de piezas, recuperadas de los descubridores después del depósito legal del tesoro, o encontradas más tarde, que son los 25 números siguientes:

1) Placa triangular de lámina sencilla de oro, con una anilla, que es el extremo de una diadema, idéntico al que ya teníamos de Ebora y se­guramente de la misma joya, como después hemos comprobado. La una cara, lisa, lleva soldados en el lado opuesto al vértice de la anilla cinco cilindritos o tubos de engarce; la otra cara profusamente decorada, con cuatro animales enfrentados dos a dos, adornos en forma de SS y una venera en el centro, todo el dibujo siluetado con granulos y esferiolos. Mide 61 mm. en la base y 41 de altura, con la anilla. La pieza estaba muy maltratada, con 19 agujeros recientes, y ennegrecida a trechos por el dorso, con varias líneas de fractura. Parece que se recuperó en el cortijo, en el mismo garaje del tractor.

2-3) Dos colgantes de oro, cilindricos, con las paredes muy decora­das, cerrados por ambos extremos con placas lisas que llevan pares de anillitas soldadas en el centro, y otras anillas (dos en un ejemplar y una en el otro) soldadas a media altura del cilindro. Miden 19 mm. de altura, sin las anillas, y 15 mm. de diámetro. La decoración consiste en estrechas fajas, alternativamente resaltadas y rehundidas, lisas o con labor de so-geados y arquitos cabalgados. La conservación, excelente.

4-5) Dos piezas rectangulares de oro, formadas con dobles chapas unidas por el contorno, que en los dos lados largos dibujan cuatro arcos y en los lados cortos tienen un doble tubo de engarce: la una chapa, lisa; la otra, con dibujo de granulado. Son idénticas a otras cuatro piezas del lote original del tesoro. Miden 28 mm. de longitud y 10 de anchura. Buena conservación.

6-7) Dos estuches o colgantes de oro, de forma rectangular y doble chapa, con un extremo redondeado y el otro recto y con un cilindro de engarce o suspensión; una cara es lisa, y la otra presenta el dibujo de un rostro humano, sobre otras cosas no definidas, hecho todo en gra­nulado. Son idénticos a otras dos piezas del lote original, que tienen

(26) ANTONIO GARCÍA Y BELLIDO: LOS hallazgos griegos en España, Madrid, 1936, páginas 22-23, lám. I; The Swedish Cyprus Expedition, tomo III, Stockolm, 1937, pl. C L X X V I , núm. 7; texto, pág. 497.

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también pupilas, mientras que salieron otros dos ejemplares sin ellas. Miden 20 mm. de longitud y 6 de anchura. Conservación excelente.

8) Otro estuche o colgante de oro, de doble chapa, que por un ex­tremo hace doble arquería y por el otro tiene doble tubo de engarce; una cara, lisa; la otra, con decoración geométrica de granulado. Es idén­tico a otro que hasta aquel momento era único del lote original del tesoro. Mide 11 mm. de largo y 5 de ancho. Bien conservado. Esta pieza, como la primera y las cuatro anteriores, se ha visto después, en nuestro estudio, que forman parte de una rica diadema articulada, cuyos extre­mos eran la placa triangular, número 1, y su pareja.

9-16) Ocho cuentas de collar, de oro, de forma bicónica, con adornos de granulado, semejantes a las otras seis ya conocidas del tesoro. De ta­maño y estado de conservación muy desiguales; la mejor conservada es la más pequeña, de 9 mm. de longitud.

17-18) Otras dos cuentas de collar, de oro, en forma de farolitos, es decir, caladas; iguales a otras tres de la parte conocida del tesoro. Miden 7 mm. de altura y otros 7 mm. de diámetro.

19) Un pequedo tubo de oro, con adornos de bandas, que por un extremo está cerrado y tiene soldadas dos asitas paralelas (como las de los dos cilindros grandes), mientras que por el otro extremo recibe el de una cadena de finísimos e intrincados eslabones, rota violentamente. También esta pieza, de 16 mm. de longitud, tiene su paralelo en el lote primitivo del tesoro, y debe ser el cabo del nudo de Hércules de una de las arracadas.

20) Un colgante de oro, pieza nueva y única, formada por una chapa con anilla de suspensión, que dibuja en silueta como un ave con las dos alas desplegadas, por un lado casi lisa, marcando apenas un resalte el di­bujo que hay por el otro lado, formado por unos tabiquitos como los del esmalte cloissonné, y que acaso tuvo una pasta o esmalte, de la que no queda el menor rastro. Mide 19 mm. entre las puntas de las alas. E l tema es el de la palmeta oriental, como la interpretaron los fenicios.

21-25). Cinco cuentas de collar de cornalina. Es muy de advertir cómo estas nuevas piezas se completan con las

del primer lote y con las que entonces estábamos obteniendo en nuestras excavaciones del cortijo de Ebora, demostrando que formaron parte de un mismo conjunto, acaso de un solo aderezo.

El sexto día de las excavaciones de Ebora, 28 de julio, fue mucho más benigno de temperatura, con una agradable brisa, y en él seguimos cortando y cerniendo la tierra de la zanja Ib, con gran interés por parte de los obreros. Obtuvimos tres cuentas de collar, de oro, bicónicas, y otras tres muy pequeñas, del tipo de farol, es decir, caladas; más una semejante a estas últimas, pero doble, hasta entonces ejemplar único. También salieron dos cuentas de collar, esféricas, de cornalina, mediana y pequeña, respectivamente; y una tercera grande y cilindrica, con extre­mos redondeados, de 7 mm.

(El hipotético lector que llegue a estas páginas de nuestro estudio se preguntará, tal vez, qué interés puede llevarnos a consignar día por día todas las incidencias de nuestra primera campaña de excavaciones en el cortijo de Ebora.) Diremos que, aparte del valor humano y anecdótico de esta investigación, que siempre resulta sabroso al cabo del tiempo,

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en estos trabajos de Ebora se han dado, entre otras circunstancias, una única, que convenía resaltar. Por primera vez, entonces, en la historia de la Arqueología española (después se ha dado el caso de Villena) ocurre aquí la cosa, absolutamente excepcional, de que habiendo podido excavar el terreno en el que se ha hecho el hallazgo casual de un tesoro protohis-tórico, la excavación descubra nuevas piezas del mismo tesoro, algunas de ellas pertenecientes a las mismas joyas de las que ya salieron otras partes en el hallazgo inicial. De aquí la importancia que ha tenido el consignar con toda puntualidad el proceso y las circunstancias de nues­tro trabajo, seguros de que nos lo agradecerán más pronto o más tarde, unos por espíritu de objetividad científica y otros por curiosidad de lo pintoresco).

Desde esta sexta jornada pusimos especial empeño en el estudio de los cortes de la zanja I, que se limpiaron cuidadosamente y se fueron analizando y fotografiando. Ya a aquellas alturas del trabajo parecía clara la existencia de tres niveles o estratos: a) un estrato A, superficial o agrícola, con la tierra más suelta y oscura, abundantes raíces y poca cerámica; su espesor o potencia, de unos 30 cm.; b) un estrato B, segun­do, o arqueológico superior, con muchas menos raíces y más cerámica, en el que afloran las partes superiores de muros y pavimentos, con tie­rras más claras, de mucha parte de cal; su potencia, de 35 a 40 cm., y c) un estrato C, tercero, o arqueológico inferior, por entonces sin agotar, con menos cerámica y tierras más compactas y de coloración más tostada.

La cerámica que siguió saliendo en la zanja Ib era predominante­mente de la especie indígena y pintada que hasta ahora se ha venido llamando ibérica, y que nosotros propondremos llamar turdetana, al describirla, en su lugar. La pintura era, sobre todo, de líneas marrones o de franjas rojizas. En ese mismo día salió el primer fussaiolo com­pleto, que era troncocónico y con la base mayor un poco cóncava, de barro grisáceo y duro; altura, 19 mm.; diámetro superior, 22, e inferior 30 mm.

También apareció ese día un fragmento de cerámica correspondiente a la parte esférica de un vaso globular, con la superficie decorada con cuatro acanaladuras, que parecen excavadas en la pasta y rellenas de otro barro amarillento, del que hay algunas concreciones fuertemente adheri­das por el interior de la vasija. Las paredes son muy gruesas, y la pasta del vaso tiene un aspecto exterior achocolatado. Como hallazgo fuera de la excavación, se recogió ese día, en la corona del cerro del cortijo, un medio catino primoroso, con el borde vuelto hacia el interior, que parece indígena de aire púnico.

En el séptimo día de las excavaciones, 29 de julio, se continuó exca­vando y cerniendo tierra de la zanja Ib, en su nivel B, por debajo de los 30 cm., obteniéndose unos pocos fragmentos de cerámica turdetana y otros de carácter punicoide. Luego decidimos levantar toda la tierra del nivel A, en el cuadrante Nordeste de la zona acotada, que llamamos sec­tor A, pensando reservar el cuadrante Sudeste como zona testigo. Que­ríamos, en primer término, apurar las posibilidades de encontrar nuevas piezas de oro en las inmediaciones del lugar en que fue hallado el tesoro,

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y luego tener la visión horizontal del yacimiento, como ya teníamos dos cortes o secciones.

Apenas tomada la resolución e iniciado el levantamiento de esta capa superficial de tierra, menudearon los descubrimientos. E l más impor­tante fue el de una moneda pequeña y de grueso flan (16 mm de diáme­tro y 2 de grueso), muy oxidada, que a la primera limpieza mostró por un área una cabeza bardada, a la izquierda, y por la otra un caballo delante de una palmera: una acuñación cartaginesa.

La cerámica se hizo más abundante y variada, destacando algunos fragmentos pequeños de cerámica con esmalte rojo brillante, como la que viene estudiando el señor Cuadrado (27), con otros de cerámica pin­tada con líneas o filetes, que seguiremos llamando turdetana, y algunas piezas de bocas de ánforas de tipo púnico. También apareció un sílex cuadrado.

En poco tiempo salieron de este sector hasta siete joyitas de oro. Por lo pronto, dos eslabones cuadrados de doble chapa y de doble engarce, uno con aletas y otro sin ellas, de los que por aquel entonces suponíamos piezas de una pulsera articulada y ahora sabemos que lo son de una gran diadema, en la que han quedado montados. Luego, tres cuentas de collar bicónicas, diversamente conservadas, otra cuenta de collar de tipo farol, en perfecta conservación, y un estuche o colgante de collar, pequeño, en forma de bulla, con su anilla de suspensión y un dibujo repujado, por ambas caras, como de una venera; todo ello de oro, naturalmente. Por último, salieron también seis cuentas de collar de cornalina, de distintos calibres pequeños.

En el octavo día de las excavaciones de Ebora, 30 de julio, empeza­mos por recoger dos piezas más de oro que Manuel, nuestro capataz, había obtenido en la criba la tarde anterior: dos estuches o colgantes idénticos a los otros dos que ya teníamos, uno del hallazgo primitivo y otro de la segunda entrega, de los que terminan en doble semicírculo y tienen doble engarce, dibujando por un lado con granulos algo como un sobre cerra­do y un díptico. En aquella misma tarde, Manuel exploró la zona de los silos y encontró un tercero, cuya excavación reveló la misma mezcla de ajuar que los dos anteriores: framentos de cerámica turdetana, romana y moderna, y nada neo-eneolítico.

En dicho octavo día, la limpieza del sector A, que continuamos, si­guió dando cerámica turdetana, conchas y huesos de animales, que guar­damos cuidadosamente y que luego fueron estudiados en la Facultad de Veterinaria de Córdoba, con el resultado que se reseña aparte. De joyas salió tan solo una cuenta de collar de cornalina.

En vista de la calma relativa de la jornada, dedicamos una gran parte de aquella mañana a reconocer la casa-cortijo y sus. inmediaciones. E l edificio es una confusa construcción utilitaria de poco carácter. Sobre la gran puerta cuadrada, en letras de cerámica trianera, Cortijo de Evora,

(27) E . CUADRADO: Materiales ibéricos: Cerámica roja de procedencia incierta («Zephyrus», IV, 1953) y otras monograf ías posteriores. También, y a la vez, los estudios de M . TARRADELL: Sobre un tipo de cerámica prácticamente inédito («Ar­chivo Español de Arqueología», X X V I , 1953) y Aportación a la cronología de la cerámica de barniz rojo (V Congreso Nacional de Arqueología. Zaragoza, 1958), entre otros.

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y un azulejo de la Virgen de Regla. Encima, un palomar. Pasados dos arcos, un patio rectangular rodeado de graneros. A la izquierda, el se­ñorío, departamento de los dueños o encargados, con el techo a dos ver­tientes sostenido por un gran arco. Más al fondo, un segundo patio, em­pedrado, en el que alguna vez se hizo una excavación, nadie sabe por quién ni para qué. Y detrás y a los lados, casas de guardas y pastores, cuadras y corralizas, almacén de abonos y garaje de tractores. Detrás del cortijo, en alto, las eras.

Después recorrimos una vez más el anfiteatro de colinas, abierto ha­cia el Sur, en cuyo centro están los pozos. Todas ellas han estado ocupa­das por una población antigua. Ese día nos dimos cuenta de que los res­tos romanos abundan más en la cumbre central del anfiteatro y en su extremo Norte; mientras que la población indígena se extendería por las laderas interiores, más cerca del agua y más oculta de quien llegara por el río, por la marisma, entonces seguramente navegable. Con la paz ro­mana, sin inquietud por los piratas, la población ganaría la cumbre de las colinas, con más brisa y horizontes.

Por la tarde, Manuel, nuestro capataz, siguió la exploración de los silos, excavando dos más. E l que hacía número 3 de todo el grupo, tenía hasta 1,05 de altura, 1,17 de diámetro en la boca y 1,30 de diámetro en el fondo; y dio mucha cerámica, siempre muy fragmentada, predomi­nantemente turdetana. E l otro, número 4 de la serie, estaba reducido al fondo, muy ancho, de 1,73 de diámetro, pero con solo 32 cm. de al­tura máxima de pared, y sin contenido alguno reseñable.

E l día noveno de la excavación, 31 de julio, se siguió levantando el nivel A (los 30 cm. superiores) del sector A, cuadrante Nordeste del terreno trabajado. Salió más cerámica que otros días, principalmente pintada, dándose varios fragmentos de un mismo vaso, lo que indicaba una tierra poco revuelta. Apareció un primer fragmento de vidrio, muy pequeño, de paredes muy delgadas, algo agallonado. Y ya al final de la media jornada apareció un pequeño disco de oro, con orificio central, que resultó ser la mitad, muy aplastada, de una cuenta de collar bicóni­ca, con vestigios de su decoración de granulado.

E l décimo día de las excavaciones, 1.° de agosto, fue muy caluroso y aburrido, cuando el anterior había sido fresco y animado. Se terminó de levantar la capa superior, nivel A, de este sector A, cuadrante Nordeste de la zona de excavaciones; sector que mediría 30 metros cuadrados (5,50 por 6,10, exactamente). Siguió saliendo una gran cantidad de cerá­mica turdetana, es decir, indígena de tipo ibérico, pintada en líneas o fajas, de uno o dos colores, y otras cerámicas atípicas.

Después, y para apurar todas las posibilidades de encontrar más res­tos del tesoro, realizamos una corta exploración en el cuadrante Sudeste de la zona acotada para las excavaciones, por las partes más próximas al lugar del hallazgo de las primeras joyas, cerniendo bien toda la tierra removida por los descubridores que había quedado en esta parte. Aun­que a la postre, como no salía nada de provecho, resolvimos reservar el resto de este sector para zona-testigo.

Volvimos a trabajar ese día en el sector de los silos, de los que ya iban siete explorados. Se excavó el octavo, algo más profundo que los

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otros, que nos dio la mezcla ya conocida de fragmentos de cerámica tur-detanos, romanos y modernos.

En el undécimo día de las excavaciones, 3 de agosto (el día 2, domin­go, no se trabajó), con un tiempo caluroso, seguimos trabajando en el sector o zanja Id, cuadrante Sudeste de la zona, y en su nivel A, de superficie. No salió otra cosa que cerámica, predominantemente turde­tana; pero ni muros ni otra suerte de ajuar; y en vista de ello decidimos empezar un nuevo tajo, abriendo una zanja paralela a la Ib, por el ex­tremo Sur, que llamamos zanja le.

Ese día, acompañados por don Pedro de León Manjón, uno de los hermanos propietarios principales del cortijo, fuimos a visitar al almi­rante don Eduardo Gener, jefe español de la base conjunta de Rota, en su despacho de la base. Allí tuvimos un amplio cambio de impresiones sobre los aspectos arqueológicos de toda la región, que él conoce muy bien, por ser hijo de la tierra y por su colaboración en los trabajos reali­zados en la provincia de Cádiz bajo los auspicios de la antigua Comisa­ría general de Excavaciones, de la que fue delegado comarcal, y especial­mente en los hermosos hornos de cerámica romanos del término de Puerto Real. Después visitamos juntos la pequeña colección arqueoló­gica reunida por su iniciativa en el mismo Ayuntamiento de Puerto Real, que encontramos en obras. Allí se guardan ánforas romanas, que aparecen por todas partes, mientras faltan las formas púnicas; con pe­queñas series de sílex, algunas lucernas y dos o tres espejos romanos de bronce, varias fíbulas y un colgante fálico. Producto de excavaciones del propio almirante, en unas tumbas de inhumación abiertas en la roca, hay cerámica como la del cementerio visigodo de Castiltierra.

Al paso, en el Puerto de Santa María, visitamos a don Francisco de Ciria, entusiasta erudito local, en su casa, a la entrada del puente sobre el Guadalete, y desde su azotea nos enseñó lo que él supone el emplaza­miento de una primitiva Gades, sobre la orilla derecha del Guadalete. También sostiene que el río de San Pedro es el Tartesos, y que en su separación del Guadalete estaba Tartesos-ciudad.

El duodécimo día de las excavaciones, 4 de agosto, seguimos excavan­do en la zanja le, y se acabó de cerner la tierra sacada del cuadrante Sudeste, zanja Id. Aquí, en el nivel A, apareció una moneda muy borrosa, de 12 mm. de diámetro. En el mismo sector, poco después, salió un fussaiolo minúsculo, en tronco de cono, de barro blanquecino, de 15 mi­límetros de altura, 18 de diámetro mayor y 7 de diámetro menor. Tam­bién se encontraron dos trozos de hierro, unas barras de sección cua­drada y de mucha irregularidad, la una recta y la otra doblada como un arco o estribo.

E l hallazgo más interesante de ese día, realizado en la zanja Id, ni­vel A, fue el de un fragmento de cerámica oscura y pulimentada, como trozo del borde de una taza, que presenta por el interior unas gruesas fajas bruñidas, y es el primero de su especie. En el sector de la zanja le, apenas iniciada la excavación y el cernido de tierras del nivel A, apareció una pequeña cuenta de collar de cornalina. Y luego salió una cuenta de collar de oro, bicónica, con su guarnición de granulado bastante estro­peada. Hacía ya mucho tiempo que no salían piezas del tesoro.

Mientras tanto, en el nivel B de esta zanja le aparecía una cantidad

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fabulosa de cerámica, con fragmentos de mayor tamaño que los encon­trados en otros sectores, predominando las piezas sin pintar. Pero tam­bién se daban fragmentos de cerámica pintada, correspondientes a pie­zas que serían muy bellas, con predominio de platos y vasos de cuello estrangulado.

En el decimotercero día de las excavaciones, 5 de agosto, se puede considerar que terminó un primer ciclo del trabajo y se inició el segun­do, con un tiempo fresco y algo nublado. Hasta entonces nos había preocupado fundamentalmente la recuperación de la totalidad de las piezas que compusieron el tesoro descubierto a partir del domingo 23 de noviembre de 1958. Desde los primeros momentos de la apertura de nuestro tajo pudimos darnos cuenta de que una gran parte del tesoro había quedado en el terreno y podríamos obtenerla con un cernido cui­dadoso de las tierras; como hicimos con toda constancia y determina­ción. Todas las inmediaciones del lugar señalado por los descubridores las habíamos ya cavado y cernido la tierra meticulosamente. La cosecha no había sido mala; más de 20 piececitas de oro, más de 25 cuentas de collar de cornalina.

Todavía, en aquella mañana de la decimotercera jornada, tuvimos el hallazgo de otras tres piezas del tesoro. Fue al levantar la capa superior, nivel A, de una faja, de un metro de anchura también, a lo largo de la zanja I, por el Oeste, que se había cavado el día anterior y entonces se estaba cribando. La pieza más valiosa fue un quinto colgante de oro de doble chapa y dos engarces, terminado en doble arquería y con una su­perficie que dibuja en labor de granulado algo como el sobre de una carta, cerrado, y un díptico. La otra pieza, áurea, fue una minúscula cuen­ta de collar del tipo de farol, y la tercera, una cuenta de collar de cor­nalina, de calibre pequeño. También salió algo como una media perla, semiesférica, bien cortada, de escasos 6 mm. de diámetro.

11. EXTENSIÓN DEL CAMPO EXCAVADO.

Con los hallazgos anteriores quedaba agotada la investigación del lugar preciso donde apareció el tesoro; espacio muy reducido, apenas su­perior a un metro cuadrado. En él se hizo el primer descubrimiento ca­sual y se habían obtenido todas las piezas recuperadas por nosotros.

Empezamos entonces una segunda tarea, menos espectacular pero mucho más valiosa científicamente: la de investigar las características del establecimiento humano en cuyo ámbito se había realizado el descu­brimiento del tesoro. Si se piensa que hasta aquella fecha no conocíamos ningún poblado indígena y prerromano de la Baja Andalucía, pues tanto la población de Belo, excavada por Pierre París y sus compañeros de equipo, como el establecimiento de salazón de La Algaida, excavado por Manuel Esteve, son romanos, mientras que los restos más completos hasta ahora de Asta Regia, excavada por el mismo Esteve, son musulma­nes, se comprende bien la importancia de averiguar cómo era un habi­táculo de esta región en los tiempos protohistóricos. Como es natural, ello nos había preocupado desde antes de iniciar la excavación, y había­mos ido reconociendo y conservando con mimo todos los restos de

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construcción, hasta los más modestos o hipotéticos. Desde aquel punto, esto pasaba a ser la tarea preferente.

Por ejemplo, aquella misma mañana estábamos estudiando la con­tinuación de un muro cortado oblicuamente por la zanja I, muro que seguía más allá de un macizo de albañilería descubierto al Oeste de la misma zanja, de planta vagamente semicircular. Había seguido saliendo abundante cerámica, pero con relativa escasez de las especies pintadas. Y habíamos obtenido un pequeño fragmento de cerámica griega de figu­ras negras, de buena calidad.

En la decimocuarta jornada de excavaciones, el 6 de agosto, empren­dimos la apertura de una zanja II, perpendicular a la zanja I por su ex­tremo Norte y prolongada 12 m. hacia el Oeste y la parte más baja del terreno. Esta nueva zanja cortaba pronto en dos lugares construc­ciones que de momento no se determinaban bien; obras de tosca mani­postería, sin mortero, con piedras irregulares, como la otra construc­ción redondeada que cortamos en la zanja I. Sobre la superficie de uno de estos dos macizos aparecían incorporados algunos huesos grandes y trozos de cerámica; como si fuera una labor de última hora en la vida del poblado.

En este sector de la zanja II, sobre todo en la parte más alejada de la zanja I y más baja en el terreno, salía gran cantidad de cerámica, pero de mala calidad. Obtuvimos dos trozos grandes de un ánfora de tipo púnico, y unos pocos fragmentos de cerámica pintada, pero éstos en las partes más próximas a la zanja I. También salió una piedra plana y redonda, con un agujero en el centro, acaso un peso de red de pescar, y una especie de gran aguja de alambre plano y retorcido, con un extre­mo aplastado en forma de paleta. Otros semejantes salieron en La Al­gaida, y se conservan en el Colegio de Santo Tomás, en Sanlúcar de Barrameda. Finalmente, aparecieron dos punzones de hueso.

En el decimoquinto día de las excavaciones, 7 de agosto, con tiempo fresco y cielo entoldado, nos dedicamos al sector de la zanja II, ya ahondado esta misma, ya extendiendo la excavación a partir de esa zanja hacia el Sur, con ánimo de dejar levantado todo este sector C de la zona acotada para excavar. A los dos macizos de albañilería aparecidos el día anterior se añadió un tercero, en el mismo extremo Poniente de la zanja.

Siguió saliendo cerámica, no demasiado abundante, salvo en el maci­zo o construcción del centro de esta zanja II, donde se dio con pro­fusión. Toda esta cerámica de la porción occidental de las excavaciones parecía mucho más basta que la del sector de la zanja I, y entre ella eran rarísimos los ejemplares de las especies pintadas, en el otro lugar tan abundantes. Por supuesto, siempre que decimos cerámica ha de enten­derse fragmentos, más o menos pequeños. Las cerámicas que entonces aparecían eran o bien vasos de gran capacidad, como cántaros, de barros lisos y claros, o bien cerámica vidriada, de fines de la Edad Media y comienzos de la Moderna, con algún asa horizontal curiosa y rameados de mucho carácter, distinguiéndose una variedad de vidriado más ama­rillo y otra de vidriado más verdoso; aparte de otras especies muy varia­das y minoritarias, incluida la cerámica pintada indígena que venimos aquí llamando turdetana.

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De este último grupo heterogéneo destacaron dos fragmentos nota­bles, el uno de una gran olla, de borde vuelto y barro amarillento, con unas como grandes SS de trazo grueso y color rojo, dispuestas diagonal-mente por toda la superficie exterior del vaso; el otro, un pequeño frag­mento pintado de color rojo pálido, el primero hasta aquel entonces con la conocida decoración de semicírculos concéntricos, tan característica de la cerámica ibérica de la Alta Andalucía. También tuvimos aquel día la novedad de dos fragmentos de lucernas, la primera de tipo romano, muy grosero; la segunda de tipo musulmán, reducida a la robusta pi­quera, de aire muy arcaico. Por último, ese día salieron una anilla de hierro y un flan de moneda completamente barrido y deformado.

Ese mismo día, de regreso en Sanlúcar, visitamos el colegio-academia de Santo Tomás, donde se conservan, depositados por el Ayuntamiento, los ajuares obtenidos en las excavaciones de La Algaida, conducidas y publicadas por Manuel Esteve (28). Nos atendieron don Tomás Barbadi-11o, que siendo alcalde subvencionó y controló las excavaciones, y el erudito local señor Zambrano. Hay una colección interesante de térra sigillata, con algunos ejemplares de Acco y otros de adorno en relieve, más otros vasos romanos groseros y alguno de tipo púnico. Luego, mone­das, fíbulas, lucernas, un trozo de espejo, una campanilla o tintinábu-lum, algunos framentos de vidrio y, muy de acuerdo con el estableci­miento de salazones que era el edificio excavado, varios anzuelos. En suma, un conjunto puramente romano, que presenta un vivo contraste con los ajuares turdetanos que estábamos sacando en Ebora.

La decimosexta jornada de excavaciones, día 8 de agosto, estuvo prin­cipalmente dedicada a ahondar una nueva zanja III, abierta a lo largo del lado occidental y más bajo de la zona acotada. También se procuró rodear por el mismo lado Oeste el macizo de albañilería, y una especie de tosco pavimento descubierto por la zanja I cerca y al Noroeste del lugar del tesoro. También se inició una prolongación a Levante de la zanja II, que designamos en los planos como zanja If. Con ello iba que­dando rodeado y casi cerrado por zanjas el terreno que nos proponíamos acabar de excavar.

Durante aquel día se confirmaron las mismas características apunta­das en jornadas anteriores. Toda la región de la zanja II y sus prolonga­ciones se distingue de la de aquella zanja I y las suyas, aparte de que en ella no salían joyas, en ofrecer menos cerámica turdetana y más ce­rámica lisa y gruesa con otros restos romanos, incluso fragmentos de tégulas. En cambio, la zanja If presentó desde el primer momento, otra vez, la misma abundancia conocida de la cerámica pintada indígena.

Esta diferencia podía interpretarse de dos maneras: o bien pensan­do que en la parte de Levante estábamos entre los cimientos de edificios más antiguos, casi puramente indígenas, y en la parte de Poniente entre construcciones más modernas, completamente romanas; o bien que sien­do una misma construcción recaerían por el Este departamentos de vida, con cerámicas más finas, y hacia el Oeste departamentos de servicio, o bien de industrias domésticas, con cerámicas más bastas.

(28) M A N U E L ESTEVE GUERRERO: Sanlúcar de Barrameda (Cádiz): Fábrica de salazón romana en La Algaida («Notic iario arqueológico hispánico», I, 1953, pági­nas 126-133).

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En cuanto a las construcciones que íbamos encontrando, eran algo así como zapatas de cimientos, de piedras irregulares tomadas con ba­rro, o a todo lo más con mortero de poca cal. Eran de un aspecto con­fuso. Incluso se diría que habían sido destruidas de antiguo, quién sabe si buscando joyas, al haberse encontrado algunas sobre el terreno (nues­tra diadema de Ebora está incompleta). Más fácil será imaginar que lo degradado y discontinuo de estos cimientos se deberá al aprovechamien­to de sus materiales para otros edificios, en un terreno que no tiene buena piedra. Una segunda piquera de lucerna musulmana, encontrada en la región de la zanja II, podría ser indicio para datar semejantes re­mociones. Y puede serlo también la abundancia en este sector de cerá­mica vidriada de los siglos XVI-XVIII, de la que guardamos algunas mues­tras representativas.

Por la tarde de ese día 8 de agosto realizamos una útil excursión a San Fernando, para ver el lugar donde se decía que habían salido unas sepulturas fenicias. Desde Puerto Real nos acompañó don Bernardo Ca-veda, a quien debíamos la noticia, y en San Fernando don Manuel Cara­ma Díaz y don Luis Roncero Candiel, que nos mostró algunos restos de los ajuares: un Bes púnico, y todo lo demás romano. Lo ocurrido había sido que en el Cerro de los Mártires, de propiedad militar, se había ins­talado una batería, y para rodearla de un escarpe de protección se había permitido la extracción de la mala piedra que forma la estructura de esa colina tan estratégica, y precisamente por su lado meridional, que mira a Sancti Petri. Los trabajos de la cantera, en cierto modo clandes­tinos, habían cortado un cementerio romano, con sepulturas de inhuma­ción en fosas cubiertas con tégulas, entre un amontonamiento gigantes­co de restos de ánforas romanas, como si por allí hubieran existido en tiempos del Imperio un gran puerto con almacenes y hornos de cerámica.

Entre San Fernando y ese cerro de los Mártires, en el que en otro tiempo se han investigado restos más antiguos y que constituye un ya­cimiento importantísimo, existe otro cabezo, que llaman el Castro. Su corona de tierra y roca blanda está rodeada de un foso cuadrado, y en el centro existe una gran fosa o galería descubierta que comunica con dos túneles acodados, cubiertos por bóvedas rebajadas, vaciadas en la roca. Don Pelayo Quintero lo publicó, admitiendo la posibilidad de que fuese «un castro de época fenicia y tal vez la acrópoli de la población comer­cial, fundada por los navegantes que llegaban de Asia en busca de los metales»; aunque «en virtud de sus cualidades estratégicas bien elegidas, muestra señales de haberse utilizado con el mismo fin en tiempos de la Reconquista y en la guerra de la Independencia, en que se instalaron unas piezas de artillería para la defensa del Caño de Sancti Petri» (29). Lo último parece mucho más seguro que lo primero. E l lugar merece ser bien estudiado, y que se evite su destrucción por los canteros.

E l domingo 9 de agosto, jornada decimoséptima de las excavaciones, no asistimos a ellas por enfermedad, y no se hizo cosa reseñable. En la jornada decimoctava, día de San Lorenzo, 10 de agosto, nos dedicamos a limpiar la tierra acumulada en la zanja II y en su prolongación la zan-

(29) PELAYO QUINTERO A T A U R I : Excavaciones en Cádiz: Excavaciones en la Isla de León, Collado Ursiniano, año 1932 (Junta Superior de Excavaciones y Antigüe­dades. Memoria núm. 122, Madrid, 1933, págs . 6-7).

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ja If; y luego a levantar el nivel B, por debajo de los 30 cm., de las in­mediaciones del lugar de la zanja I en el que salió el tesoro. Esto lo hicimos con el mayor cuidado, para venir a comprobar que el tesoro es­taba todo entero en la capa superficial del terreno, nivel A, pues ya no salió ninguna otra pieza de oro.

En cambio, salió una gran cantidad de cerámica, especialmente pin­tada, sobresaliendo una gran boca, de gallardo perfil, con el exterior y una faja superior por dentro pintados de un rojo pálido. Grupos de es­tos fragmentos de cerámica turdetana parecían corresponder a un mis­mo cacharro, siendo la fractura antigua. Salieron varios bordes y sole­ros, de diversos perfiles, y entre la cerámica lisa dos soleros de pequeñas ánforas, terminados en botones, de acentuado carácter púnico. En el sector de la zanja II, el hallazgo más interesante de la jornada fue el de un fussaiolo troncocónico, de barro gris claro, que hacía el número cuatro de los encontrados en la excavación.

E l día 11 de agosto, jornada decimonovena de la excavación, el tajo tuvo el máximo de obreros, ocho, y el máximo de visitantes, entre ellos la secretaria de la duquesa de Medina Sidonia. Se trabajó en la zanja II y en la región del sector A, cuadrante Nordeste de la zona de excavación. Los resultados fueron alentadores.

En el tajo de la zanja II siguió saliendo en abundancia la cerámica basta, incluso trozos de tejas y de grandes vasijas lisas. En presencia de la señorita Berta, ocurrió, a 60 cm. de profundidad, el descubrimiento de una pieza de hueso trabajada, que debe ser una torre de un juego de ajedrez árabe del siglo xi , como otra de Tíscar (Quesada), ahora en el Museo de la Alhambra, una tercera del solar de la caja de Ahorros de la Diputación, en la calle Sierpes, en el Museo Arqueológico de Sevilla, y alguna más. Mide 85 mm. de altura y 10 de diámetro, y es una pieza in­completa, reducida a la mitad longitudinal. En el mismo sector de la zanja II salió también un elemento de gran valor arqueológico, una fíbu­la de arco, incompleta, falta de la aguja y del muelle.

En el sector de la zanja I siguen saliendo grupos de fragmentos ce­rámicos que corresponden a unos mismos vasos, al parecer. Todos los pintados lo estaban a fajas anchas y líneas estrechas, siempre paralelas a la boca del vaso, en rojo que tira a morado, vinoso y violeta, sobre ba­rros claros y rosados. Salieron también algunos tesones de cerámica ne­gra y lisa, que a veces llega a parecer campaniense, y algún solero en forma de botón, punicoide.

Especial mención debe hacerse, entre la cerámica que obtuvimos di­cho día, de un fragmento de un tipo nuevo, tanto por la contextura de la pasta, de una dureza casi de pedernal, como por la decoración pin­tada en rojo de almagra, con dos filetes, unos dientes de lobo y dos cuadrados blancos reservados en la faja de pintura; combinación inu­sitada, de todo punto excepcional. También tenía su interés un gran fragmento triangular con el borde troncocónico de un vaso de barro gris marrón, espatulado, que recuerda otro de Setefilla y la cerámica pulimentada de E l Carambolo.

En la tarde de aquel día nos visitó en Sanlúcar don José Cortines Murube, de Lebrija, y nos hizo entrega de un trozo de madera y un clavo de bronce procedentes de un barco antiguo descubierto y destruido el

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verano anterior por una cuadrilla del Instituto Nacional de Coloniza­ción, al pie de las Mesas de Asta. Estos restos, con los que recibimos des­pués de la misma mano y procedencia, los depositamos más tarde en el Museo Naval de Madrid, en manos de don Julio Guillen. No parece nece­sario añadir el comentario de condenación que se impone.

La jornada vigésima de las excavaciones de Ebora, día 12 de agosto, fue una de las más tranquilas. Trabajaron ocho obreros en el nivel B, a Levante de la zanja I y de sus prolongaciones. Siguió la gran abundan­cia de cerámica pintada, con variedad de galbos y de tonos de color, sien­do muy de lamentar que esta cerámica saliera tan fragmentada, de an­tiguo, pues debería corresponder a vasos bellísimos. En cuanto a las formas, salían vasos casi esféricos, de cuello estrangulado y boca estre­cha, y otros más bien cilindricos; cuellos anchos, en gola de cisne, y otros robustos y aplastados.

En cuanto a la pintura de los vasos, apareció de muchos tonos, desde un rojo carmín a un rosa, pasando por un rojo morado. Esta pintura aparece en anchas zonas o en delgadas líneas, siempre horizontales. Por excepción, encontramos un fragmento, muy pequeño, que además de las fajas horizontales tenía unas líneas verticales, sin que alcanzara a seña­larse el tema completo de la composición. Otra pieza excepcional, un trozo de asa negra, de aire griego, al parecer de una copa, o kylix. Tam­bién salió un fragmento de colador en el solero plano de un vaso muy fino, de barro más bien rosado, mucho más regular que los coladores de E l Carambolo.

Durante aquella jornada salió, también, una pequeña bola de barro cocido, un corto punzón de cobre o bronce, demasiado grueso para ser aguja de fíbula, y un pedernal hialino, trabajado en dientes de sierra; probablemente un elemento de una hoz. Siempre aparecían huesos de animales, recogidos con todo cuidado, y esos días un asta de toro, que forzosamente nos hizo recordar los ganados de Gerión.

En la jornada vigésimo primera de las excavaciones, día 13 de agos­to, tuvimos en el tajo la visita de los dos eruditos de Lebrija, el historia­dor don José Bellido y el arqueólogo don José Cortines Murube, que nos llevaba algunos trozos, más grandes que el primero que nos había entregado, del barco antiguo destrozado al pie de las Mesas de Asta. Ese día se trabajó en ahondar la gran zanja II, marginal por el Norte de la zona excavada, y en varios niveles de la región de la zanja I. Allí apareció todo un nivel de tejas, que buza hacia Levante desde el macizo existente en el ángulo Noroeste y que tiene encima huesos y cerámica. Este lecho seguido de pedazos de tejas demuestra que el edificio que existió en aquel lugar debió arruinarse de golpe, y sin mediar incendio, pues las tejas no están quemadas. Acaso por un terremoto.

En el sector de la zanja Ib apareció, como siempre, mucha cerámica pintada, y con variedad de formas y colores. También salió un molino de mano, naviforme, de arenisca esponjosa y dura, del que ya teníamos el solero y ese día salió la moledera. Y en honor de nuestros visitantes levantamos las dos piedras que veníamos observando desde algunas fechas antes como posibles tapaderas de un silo, y que en efecto lo eran. La tierra que rellenaba el silo, y que vaciamos ese día hasta los 50 cm., era oscura, suelta y muy menuda de grano, como si hubiera sido filtrada por

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las lluvias hasta una cavidad hueca. Era la cavidad del silo, que los an­tiguos dejaron completamente vacía.

Aquella tarde, acompañados por el almirante Gener, realizamos una inolvidable excursión a la isla de Sancti Petri. Pasando por San Fernan­do y Chiclana, fuimos hasta la factoría del Consorcio Nacional Almadra­bero, en el caño de Sancti Petri, donde ya estaban preparados para reci­birnos y nos tenían prevenido un falucho, el Bermúdez, matrícula de Isla Cristina, que nos llevó al islote en menos de media hora. Empeza­mos por rodearlo, para poderlo fotografiar con luces favorables, y luego desembarcamos en su pequeña playa de Levante. En la visita detenida estudiamos sus posibilidades arqueológicas.

La jornada vigésimo segunda de las excavaciones de Ebora, día 14 de agosto, siguió la limpieza de la zanja II, marginal por el Norte, acusán­dose bien en el corte, perfectamente soleado, los tres niveles que por to­das partes presentaba el yacimiento: a) De superficie, o capa vegetal-agrícola, allí de potencia de unos 30 cm.; b) Arqueológico superior, allí de potencia de unos 45 cm., en el que se cortan las construcciones o zapatas de muros, y abunda la cerámica pintada, ye) Arqueológico infe­rior, de poca potencia y cerámica muy escasa, con ia tierra sólo remo­vida para abrir los cimientos.

Manuel, nuestro capataz, había continuado excavando y cerniendo tierra en el sector a Levante de la zanja I, nivel B, sacando mucha cerá­mica pintada, menos bordes de cerámica gris y dos fragmentos de si­gillata, uno de ellos el mayor obtenido hasta el momento. Luego conti­nuó limpiando el silo central, profundizando desde los 60 a los 85 cm. La tierra era siempre suelta, húmeda y mullida, y muy fina, como introdu­cida en una cavidad casi cerrada mediante la filtración del agua de llu­via. Salió poquísima cerámica, y esa poca demasiado atípica. Algunas conchas, en especial menudos pectem y una de las que en estas playas llaman cañadillas y que se parecen al múrice de la púrpura.

E l 15 de agosto no se trabajó, naturalmente. E l 16, jornada vigésimo tercera de las excavaciones, nuestros obreros no acudieron al tajo, ca­vando sólo Manuel, que removió mucha tierra en el sector a Levante de la zanja I, nivel B, por las proximidades del lugar del tesoro. Allí salía siempre mucha cerámica turdetana, bastante cerámica grisácea, unos pocos bordes de ánforas de tipo púnico y algunos barros oscuros de aire céltico. En dicho sector salieron muchos huesos de animales, espe­cialmente de bóvidos. E l resto de la jornada lo dedicamos a estudiar los monumentos de Sanlúcar.

La jornada vigésimo cuarta de las excavaciones, 17 de agosto, empezó ahondando hasta 1,25 m. en la zanja Ib, ya que resultaba ser el lugar más rico en cerámica, siempre con predominio de la turdetana, pintada en variedad de tonos y con galgos muy diversos, desde unas escudillas minúsculas hasta unas grandes ollas de cuello vuelto. Fueron novedades de aquella jornada los hallazgos de un pequeño fragmento de cerámica griega, de fondo negro; de un clavo de hierro, corto y cuadrado, de ca­beza grande, que pareció bien antiguo; de una pesa de bronce, bicónica y taladrada, con el agujero macizo por la exidación; de una concha tra­bajada, el vértice de una patela cuidadosamente recortada, con unas como concreciones calizas muy fuertes, que le dan aspecto de cuchara.

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Nuestro capataz, Manuel, siguió vaciando el silo, situado casi en el centro del campo excavado y casi debajo del lugar donde salió el tesoro. Con gran dificultad, por lo estrecho del espacio, fue agotando la tierra negra y mullida del interior, hasta encontrar casi por todas partes el blanco amarillento del alberizo, que allí es la tierra virgen. En las capas medias y profundas no tenía nada de cerámica; sólo algunas Conchitas doradas. Se confirmó que los antiguos lo habían dejado vacío, y que se había ido rellenando poco a poco, con la tierra menuda que lleva­ba en suspensión el agua de lluvia, filtrada en el terreno; una cierta desilusión para todos. Cuando quedó limpio y se pudo medir, la boca, ovalada, tenía 1,10 por 0,70; y el todo, un metro casi justo de profun­didad.

Por la tarde de ese día seguimos recorriendo la parte monumental de Sanlúcar de Barrameda, en especial el castillo de Santiago, que nos pareció del siglo xv, salvo la torre del Homenaje, que puede ser del xiv. Esa misma tarde nos visitaron los señores jueces de Instrucción de San­lúcar y Jerez de la Frontera, con los que examinamos la cuestión jurídica del tesoro y diversos temas de la arqueología local.

En la jornada vigésimo quinta de las excavaciones, 18 de agosto, se continuó ahondando la zanja Ib hasta la tierra virgen,.a una profundi­dad de 1,44 m. En las capas más profundas, la tierra era compacta y no aparecieron ni cerámica ni huesos de animales. Por el sector de la zanja Ic, en su nivel B, siguió saliendo cerámica pintada; haciendo todos la misma observación de que esta cerámica pintada abundaba más cuando nos acercábamos al lugar del tesoro, y escaseaba a medida que nos alejábamos de él. Entre los fragmentos retirados aquel día destacó uno pequeño de cerámica griega, finísimo, de color tabaco.

Ese mismo día, para comprobar la presunción que habíamos ido formando sobre la extensión de nuestro poblado de Ebora, decidimos practicar una cata en el cerro frontero al cortijo, ladera Sur de la hondo­nada de los pozos. Se llama esta colina Los Barros, y ofrece a la vista muchas piedras sueltas y fragmentos de cerámicas diversas. Los obreros nos informaron de que las labores allí eran difíciles, porque los arados tropezaban en piedras y muros. En aquel momento, el terreno estaba dividido en pequeñas parcelas de melonar y tomateras, labrados por los empleados fijos del cortijo.

Señalamos para practicar la cata un sector especialmente despejado, que no tenía melones ni tomates. Levantada la capa superficial o agríco­la, muy pronto empezó a salir una gran cantidad de piedras, incluso dos grandes sillares bien escuadrados, que no estaban en línea. Cuando las levantamos, debajo sólo había tierra oscura y arena, ya que estas colinas, por lo menos en gran parte, no son más que antiguas dunas consolidadas. Nos confirmamos en la idea de que todos los contornos del cortijo habían estado edificados en las épocas turdetana y romana, y ave­riguamos que las primeras construcciones se debieron hacer, por lo menos en parte, sobre las mismas dunas marginales del río; lo que ex­plica la falta de restos más antiguos. Allí nos salió cerámica pintada, menos abundante que en la zona excavada, y cerámica grisácea, de aire céltico. En el estrato B, al nivel de los presuntos cimientos de edi-

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ficios, salió un jussaiolo excepcionalmente grande y aplastado, 8 mm. de altura y 36 de diámetro.

En la tarde de ese día, don Manuel de Argüeso y Hortal nos llevó por primera vez al cortijo del Agostado, propiedad de don Julio Hidalgo Am-brosy, donde, con motivo de la apertura del gran vaso para construir el depósito común de la conducción de aguas a Sanlúcar de Barrameda y Chipiona, se habían descubierto cosas antiguas, que pronto identifica­mos como un dolmen: el dolmen de Hidalgo, que se estudia en otro lugar, y varias supulturas eneolíticas de fosa.

En la jornada vigésimo sexta de las excavaciones, día 19 de agosto, se intensificó el trabajo, reteniendo a los obreros mañana y tarde, para po­der dejar terminada la zona reservada para la excavación. En ese día se regularizó el estudio de la zanja III, ya iniciado, y se empezó la zan­ja IV, para dejar de este modo cerrado todo el perímetro del sector C. En la última de estas zanjas, y en su segundo estrato, recogimos hasta cuatro fragmentos que parecían de un mismo vaso y ofrecían la novedad de tener pintadas, además de las consabidas fajas horizontales> zonas con semicírculos concéntricos, en el mismo tono de color, rojo morado o vinoso. Con ello teníamos una pieza absolutamente excepcional en aque­lla latitud, cuando es tan corriente en la Alta Andalucía. Acaso una im­portación recibida por el río; acaso una imitación, ya que los semicírcu­los concéntricos están hechos con evidente torpeza.

En la jornada vigésimo séptima de las excavaciones, día 20 de agosto, trabajamos principalmente en el sector C, o porción Sudoeste de la zona de excavación. Al ahondar las zanjas III y IV aparecieron los muros más gruesos y más claros que habíamos descubierto hasta el momento, y ahora siempre diagonales al rectángulo de la zona de trabajo. Sacamos una moneda, al parecer un óvolo, en el que quisimos ver un elefante, y mucha cerámica pintada, siempre con gran variedad de galbos, barros y colores. Como el día anterior, pasamos la tarde en el dolmen de Hidalgo, practicando su excavación.

En la jornada vigésimo octava de las excavaciones, día 21 de agosto, repetimos otra cata en el cerro frontero al cortijo, al Sur de la anterior, comprobando los mismos cimientos y la misma cerámica que en la cata anterior. Y trabajamos en el sector de las zanjas III y IV; apareciendo en la segunda el pavimento más regular descubierto hasta el momento. Lo formaban algunas losas planas, tomadas con mortero, y salió en el nivel B de dicha zanja IV. También se aclararon más los muros oblicuos. Y entre otros materiales, salieron un pondus (al fondo de la zanja III), una pequeña moneda ilegible, un prisma de bronce y un clavo de hierro. También pasamos la tarde en E l Agostado.

La jornada vigésima novena, día 22 de agosto de 1959, fue la última efectiva de nuestras excavaciones en el cortijo de Ebora. Por la mañana hicimos un rápido viaje a Cádiz, para comunicar los trabajos con los colegas gaditanos, especialmente con don César Pemán, que no había podido acompañarnos en el tajo, como era nuestro deseo. Visitamos al señor fiscal de la Audiencia, sobre la causa por ocultación del tesoro, y en el Museo Arqueológico pudimos comparar nuestras joyas de Ebora con la orfebrería gaditana visible en aquel momento.

Por la tarde, en el tajo, vimos cómo habían aparecido nuevos muros

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y se habían aclarado los ya descubiertos. Seguía saliendo mucha cerámi­ca. E l hallazgo más destacado fue el de una tégüla entera, aunque que­brantada, que salió horizontal en el nivel B, casi en el centro de este sector C. Y el de un vaso pintado, esférico y casi completo, el único de toda la campaña que reveló su integridad, pintado con fajas anchas y estrechas, con dos tonos en rojo. Salió a 65 cm. de profundidad, es decir, en el nivel B, cerca de la zanja IV. Estaba lleno de tierra, que vaciamos nosotros mismos con todo cuidado, y no tenía nada, para desilusión de obreros y curiosos.

12.—RESUMEN Y CONCLUSIONES.

En la mañana del día 23 de agosto, jornada trigésima de la primera campaña de excavaciones en el cortijo de Ebora, realizamos una excur­sión por el Guadalquivir en una gasolinera, con desembarco en el coto de Doñana, por el muelle de la Plancha, y paseo hasta el palacio de La Marismilla. En el jardín, adosadas a un pozo, había unas ánforas que fotografiamos, y unas vértebras de ballena. En la casa, dispuesta como un hotel para cómoda instalación de muchos cazadores, una lápida de una visita de don Alfonso XIII, trofeos de caza y algunos animales dise­cados, entre ellos un precioso lince. Sobre una pared de la escalera, un plano general de Doñana, que estudiamos y fotografiamos también.

Por la tarde, con la ayuda de nuestros hijos y de Manuel, nuestro ca­pataz, se levantó el plano general de la pequeña zona excavada. Resulta ser un rectángulo, orientado por los ángulos, con el eje mayor en direc­ción Nordeste-Sudeste, de 10 por 19,20 m. Es decir, 192 metros cua­drados : una insignificancia en relación con el tamaño presumible del po­blado, que debió extenderse, en torno de la vaguada de los pozos, unos 400 m. en dirección Este-Oeste y unos 300 en dirección Norte-Sur (supo­niendo que la alberca y la cisterna registradas en el apunte de Lammerer estuvieran ya fuera de poblado), lo que supone más de 100.000 me­tros cuadrados.

En la pequeña zona excavada se ha puesto bien de relieve una estra­tigrafía bastante uniforme, en la que se distinguen tres pisos:

a) Capa vegetal, de un espesor entre 20 y 30 cm., con materiales muy mezclados y las piedras de los muros levantadas por las labores de otros tiempos.

b) Nivel arqueológico superior, de unos 30 cm. de potencia, con ce­rámica muy mezclada, incluso piezas vidriadas de la baja Edad Media y modernas, con empedrados de gruesos guijarros y débiles muros de lo mismo, que son sensiblemente paralelos a los lados, a los límites de la zona excavada.

c) Nivel arqueológico inferior, de unos 20 a 30 cm., con la misma mezcla de cerámica, un pavimento de losas irregulares, hacia el ángulo Sur, y muros más abundantes y más gruesos, con sillares irregulares algo semejantes a nuestros adoquines, que sistemáticamente son obli­cuos (los muros) a los lados de la zona excavada. La tierra virgen apa­rece por unos lados a los 80 cm., mientras que debajo de la zanja Ib no salió hasta la profundidad de 1,44 m.; cosa perfectamente natural, por la remoción obligada para abrir los cimientos que allí afloran.

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Todos los muros que encontramos estaban rotos y en su mayor parte vaciados de antiguo, como indicaba la presencia de cerámica en la pro­longación de los tramos subsistentes. Las destrucciones del nivel inferior se explican por haber servido de cantera para los edificios levantados más tarde, y las del nivel superior, por las labores agrícolas de otro tiempo. Los materiales cerámicos se encontraban siempre muy mezcla­dos, en todos los niveles, y muy fragmentados, atestiguando lo uno y lo otro la intensidad de las remociones.

La historia de la ocupación humana en los terrenos del cortijo de Ebora empieza, por lo menos, en los tiempos del Neo-eneolítico, como indican los silos, tanto el grupo de nueve excavado en la ladera gredosa al SSE. del cerro del cortijo como el encontrado casi en el centro de la excavación. Contra nuestros deseos y esperanzas, todos estos silos carecían de cualquier ajuar contemporáneo de su apertura, como el que se encuentra en tantos otros de las tierras bajas de la provincia de Se­villa. Habían sido ya vaciados en la misma antigüedad, lo más tarde en la época romana, y removidos después varias veces, como indicaba su expolio, cernido cuidadosamente. Ni un sílex, ni un pequeño fragmento de cerámica del vaso campaniforme, o de cualquier otra especie eneolí­tica. Por supuesto, el poblado construido sobre el silo que se encontró vacío casi al centro de la zona excavada constituye un término ante quem de la apertura de ese silo, comprobándose con ello que él y sus congéne­res son prehistóricos y no romanos ni medievales.

En la zona de la tierra blanca gredosa, la erosión de la lluvia, el des­gaste del camino que pasa por el pie y quién sabe si la salida de las aguas de la hondonada de los pozos en tiempos de su mayor rendimiento, han rebajado tanto la superficie del terreno que los silos han quedado reducidos casi al fondo de la botella. Este desgaste empezaría pronto, y sería en los comienzos más activo, de suerte que los silos estuvieron demasiado abiertos y a la vista para no excitar la curiosidad y la codicia. En el silo de la zona excavada su conservación era excelente, hasta con su cerramiento de dos piedras planas; pero todo su ajuar antiguo, el que tuviera, había volado también, acaso antes de la construcción de los muros que hay al lado.

La instalación neolítica está perfectamente justificada, como la del cortijo moderno, por la existencia del punto de agua dulce, muy raro por estas costas y sus inmediaciones, como en los últimos tramos del estuario del río. E l llamado lago Ligustino, que fue un día la región de las Marismas, después de haber sido un golfo, sería de agua salada. A los atractivos del buen terreno agrícola y de la pesca se unirían probable­mente los del comercio. La edad neolítica de estos silos en forma de botella es cosa muy segura. Pero aunque no lo fuera, el descubrimiento y excavación del dolmen de Hidalgo, en el mismo término de Sanlúcar de Barrameda, que fue uno de los acontecimientos de nuestra estancia en la desembocadura del Guadalquivir en julio y agosto de 1959, vino a corroborar la intensa ocupación eneolítica en la orilla izquierda de la boca del estuario. Y la precocidad de su agricultura cerealista.

Como viene siendo normal en toda la cuenta inferior del río, nuestra corta exploración parecía confirmar el enrarecimiento de la vida humana en esta región durante la temprana Edad del Bronce. N i el más pequeño

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hallazgo argárico ni, por supuesto, del Bronce europeo. En cambio, un gran florecimiento en la Edad del Hierro y época de las colonizaciones, cuando se establecería nuestro poblado; florecimiento que se mantiene durante la época romana. Luego, una ocupación musulmana muy pre­caria (o emplazada en otro lugar de las inmediaciones de los pozos) se documenta con el hallazgo de la torre de ajedrez de hueso y unas pocas especies cerámicas vidriadas, que también pueden ser ya cristianas, y con la característica larga piquera de un candil árabe. Y una modesta ocupación en la Edad Moderna, reducida a una casa de labor. E l gran florecimiento comercial de Sanlúcar de Barrameda desde el descubri­miento de América, y sobre todo en el siglo xvin, extendería el cultivo de la vid, que no necesita riego, y el de cereales de secano. En el camino alto, desde la carretera de Lebrija hasta el cortijo de Ebora, se cruza una casa-cortijo abandonada que debe ser de entonces, con sus gruesos mu­ros y sus dobles contrafuertes en cada fachada, que le dan un aspecto de fortaleza.

A juzgar por la parte excavada, el poblado de Ebora fue una pobla­ción indígena y no un establecimiento colonial de orientales o púnicos. Sus ajuares domésticos, así la cerámica, tan abundante, como los raros pero significativos elementos que son un molino de mano barquiforme, un mortero de piedra, un pendas o peso de telar y varios fussaiolos, resultan idénticos a los de otros poblados del interior de Andalucía, como hemos comprobado en el corte estratigráfico de Carmona y en el poblado de E l Carambolo. Nada se opone a que nuestra Ebora fuese un poblado turdetano de nombre céltico. Los elementos exóticos revelados por la excavación han sido muy raros: el delfín de bronce y los peque­ños fragmentos de cerámica griega son los más importantes y los más útiles para la cronología. Lo púnico pesa mucho menos (aparte de lo que revele el estudio de las monedas) y es menos característico.

La zona excavada en Ebora fue demasiado pequeña para que hubié­ramos podido descubrir la planta completa de un edificio algo complejo. Pero fue suficiente, con las dos catas complementarias practicadas al otro lado de la hondonada, para evidenciar que, como quiera que hayan sido en cualquier tiempo, las construcciones de Ebora fueron después tan destruidas que apenas será posible encontrar, en una excavación com­pleta, otra cosa que zapatas de cimientos. Desde luego, por ninguna parte aflora sobre el terreno ni un muro ni cualquier elemento arquitectónico, siendo tan extensa la zona de población y tan rica como revela la cerá­mica. Sólo en la región de los silos, por el extremo Sur de la colina del cortijo, la erosión descubre en corte algo como pavimentos y toscos muros; pero todo ello pobrísimo y casi en la misma superficie. Téngase en cuenta, además, la naturaleza del terreno, en el que aparece pronto la arena de la duna, y que la obra de la erosión ha trabajado siempre, destruyendo las construcciones de las cuestas de las colinas, mientras que la hondonada de los pozos habrá sido siempre inadecuada para edi­ficar en ella.

No aparece clara o evidente la razón de ese arrasamiento general. Tal vez la sola erosión y el abandono durante mucho tiempo no lo expliquen todo. Habrá que suponer, o bien que las edificaciones fueron de un tipo muy liviano, como hemos visto después, en el poblado bajo de E l Caram-

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bolo, en el que la parte verdaderamente construida se reducía a un ci­miento de guijarros de río tomados con barro y el resto de los muros y cubiertas eran pilares de adobes y paredes y techos de ramas y barro; o bien que ha mediado una fuerza destructora especial. No encontramos huellas de incendio, sin embargo, y se hace difícil pensar en que los materiales de construcción de Ebora hayan sido levantados para utili­zarlos en cortijos de los contornos, que son pocos y muy espaciados, o en la misma Sanlúcar de Barrameda. Aunque tampoco es imposible. Quede aquí y así la interrogación.

Como está dicho y repetido, los muros revelados por nuestra pequeña excavación son de dos clases y salieron en dos niveles diferentes, en el nivel B, o arqueológico superior, entre los 20-30 y los 50-60 cm. de pro­fundidad, aparecieron principalmente muros más estrechos, y más raros, en dirección sensiblemente paralela a los lados largos del rectángulo excavado; mientras que en el nivel C, o arqueológico inferior, entre los 50-60 y los 80-? cm., se revelaron muros más gruesos y más abundantes, que por lo general siguen una dirección oblicua a los lados de nuestro campo de excavación. Ni en un caso ni en el otro se definió una sola pieza cerrada. En el nivel superior son apenas dos muros definidos y paralelos, cuyas prolongaciones están separadas entre sí unos 3 m. y no definen nada. En el nivel inferior, cuando prolongamos sobre el papel los restos de muros subsistentes, parece que se definen dos edificios, o dos partes de un mismo edificio, de carácter diferente. En la mitad Nordes­te los muros son más delgados y se definen dos crujías, una de 3 me­tros de anchura y otra de cuatro, mientras que en la mitad Sudoeste se dibuja un edificio de muros más robustos, hasta de 1 m. y aun más de espesor, con una crujía de 3 m. de anchura y otra que no se cierra y debería tener por lo menos 4 m. de amplitud.

Como está dicho más arriba, en el centro de la mitad Nordeste de la excavación, dentro de la crujía más ancha de los muros más débiles, está el silo; y encima, el lugar donde salió el tesoro. Es por allí por donde ha salido la cerámica pintada en mayor abundancia, mientras que en la mitad Sudoeste, y más baja en la pendiente natural del terreno, ha salido menos cerámica pintada y más fragmentos de vasos de capacidad, sin decoración. Ya está apuntada la hipótesis de que la región del silo y del tesoro correspondería a las habitaciones de vida de una residencia, y la otra a las habitaciones de servicio o de alguna industria agrícola. Pero tal vez sea demasiada imaginación.

E l gran problema que aquí, como en toda excavación, se plantea es el de la cronología. Naturalmente, quisiéramos saber cuándo se hicieron y estuvieron ocupadas estas construcciones y por quiénes. Para ello los muros por sí mismos no dicen nada, con su pobreza y aparejo atípico y su falta de cualquier elemento arquitectónico. Olvidamos mencionar a su tiempo una piedra con parte de un orificio y unas líneas de rozadura en su contorno, que salió en la región de los muros gruesos, fuera de lugar, y debió corresponder a una quicialera.

Pero tenemos la cerámica, el elemento arqueológico más útil para una datación, y tenemos el resto de los ajuares. Las monedas, que serían tan valiosas, están de tal modo borradas que servirán de muy poco, aun­que, naturalmente, instamos el dictamen de los especialistas. La más

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clara, con una cabeza por un área y un caballo delante de una palmera por la otra, anepígrafe, la supusimos cartaginesa, acaso de Cartagonova y de la segunda mitad del siglo n i a. de C. Pero el profesor don Felipe Matéu Llopis ha examinado la pieza y nos ha dado su clasificación co­rrecta: «Moneda de bronce de Carthago, del 340-240 a. de C. Anverso: cabeza de Perséfone, a la izquierda. Reverso: caballo parado, a la dere­cha, y detrás palmera. (Véase Head, Historia nummorum.)» Es de ad­vertir que las monedas no pueden fechar la población. Han podido llegar allí en cualquier tiempo, incluso antes de la fundación del poblado, o des­pués de su destrucción.

Más útiles son los otros bronces. E l bellísimo delfín, que fue asa o agarradero de un lebes, como el protomo del grifo publicado por García Bellido (30), pieza griega arcaica, del siglo v i l al vi. E l trozo de una fíbula de arco, por estar incompleta, lo mismo puede ser del Bronce final que de la Edad del Hierro, y será algo más moderna que el delfín, tal vez. La pieza bicónica perforada que suponemos pesa puede ya ser romana. Y es romano el fragmento con un ojal o charnela que parece la tapadera de un sello de precinto. Todo esto se reparte entre los seis o siete siglos primeros antes de la Era. La cronología mínima que atribuimos al poblado.

En cuanto a la cerámica, está llamada a ser la base más segura de datación para el poblado de Ebora, como para cualquier yacimiento que la contiene. Empezando por los fragmentos griegos, pese a su pequenez (y a su rareza), podemos datarlos entre los siglos v i y rv a. de C ; mien­tras que los vestigios de sigillata, por sus caracteres y por su escasez, nos ponen en los comienzos del Imperio romano. Entre estos dos extre­mos debe contarse la mayor parte de la cerámica indígena, abrumadora-mente más numerosa.

Pero ocurre que esta cerámica indígena, en las variedades que estu­diamos por separado, no tiene todavía entre nosotros una fecha segura. Precisamente estas excavaciones de Ebora, como las de Carmona y E l Carambolo, van a servir de base para su clasificación. Adelantemos aquí y ahora que esta cerámica pintada de la Baja Andalucía, que llamamos turdetana, debe cubrir una cronología más amplia, pero culmina en los siglos v al n i antes de la Era. Entonces tenía su apogeo el poblado de Ebora.

Sabemos perfectamente quiénes ocupaban entonces las tierras de la cuenca inferior del Guadalquivir. Eran los turdetanos, que habían suce­dido en su propio emplazamiento a los tartesios, y que probablemente eran sus descendientes directos. A las brillantes iniciativas culturales y a la riqueza y autoridad de la monarquía tartésica había sucedido algo como un período de Taifas, dividido el país en minúsculas entidades po­líticas, encabezadas por régulos de poco poder, cuyos nombres empeza­mos a conocer con la segunda intervención cartaginesa y la segunda guerra púnica en España. La civilización sufre también un descenso, o mejor un cambio de tono. Se hace más utilitaria e industrializada. Tras la destrucción o el empobrecimiento de Tartessos, a raíz de la pri­mera intervención de los cartagineses, hacia el — 500, los griegos, antes

(30) ANTONIO GARCÍA BELLIDO: LOS hallazgos griegos de España, págs. 22-23, lám. I.

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desplazados de la región del Estrecho, habían vuelto a visitar los mer­cados indígenas del Sur de la Península. La marina gaditana culmina y extiende su radio de acción. Y una cierta prosperidad general se extiende por todo el país, con una cultura de tipo menor, alimentada por las supervivencias tartésicas y los contactos con griegos y púnicos.

Esa cultura turdetana es la que ahora nos interesa investigar para conocer sus ingredientes, sus tendencias y sus caracteres específicos. Ebora se nos ha revelado como un ejemplo representativo. Nuestra pe­queña excavación ha sido suficiente para mostrar en qué proporción se encuentran los elementos indígenas y los importados. Aquéllos predomi­nan de un modo absoluto, revelando una civilización autóctona, tan sólo matizada por las importaciones, principalmente griegas. La expresión más cabal de ese mundo turdetano es su cerámica, para cuyo estudio, que hacemos por separado, los ajuares obtenidos en Ebora han sido una información excelente.

Quisiéramos saber cómo era exactamente la relación entre los tur-detanos y los colonizadores extranjeros instalados en las costas españo­las del Estrecho. Pero sólo tenemos noticias de los primeros siglos antes de la Era. De suerte que en vez de explicar nuestros hallazgos por los textos tenemos que suplir la falta de textos con la información que se deduce del estudio de los ajuares. Y lo que éstos nos dicen es la plenitud e individualidad de un mundo indígena que vive de la agricultura y la ganadería, completadas con la minería y el comercio, y que tiene algo que ofrecer a los comerciantes del Mediterráneo central y oriental a cambio de sus productos de lujo, como bronces, vidrios, cerámica y joyas. Productos cuya apetencia y disfrute es ya un índice de sensibili­dad y refinamiento, plenamente confirmados con sus propias creaciones, en especial con su cerámica. A su hora, en el resumen final, ofreceremos las conclusiones que hemos sacado de su estudio.

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III. AJUARES DE EBORA: METAL, HUESO, PIEDRA, MONEDAS

13.—PANORAMA GENERAL.

Como ya queda dicho, la zona que excavamos junto al cortijo de Ebora en el verano de 1959, en el lugar donde había aparecido el tesoro, abarcó sólo un rectángulo de 10 t>or 19,20 m., orientado por los ángu­los. Es decir, 192 metros cuadrados; una parte pequeñísima del pobla­do que allí se desarrolló desde los tiempos protohistóricos hasta me­diada la Edad Media, poblado cuya máxima superficie pasaría de los 100.000 metros cuadrados.

La excavación se hizo mediante zanjas de exploración en el lugar del hallazgo de las joyas y en el contorno del espacio acotado, y levantando luego la tierra por niveles y por sectores, para pasarla toda ella por la criba. Un dibujo adjunto muestra la distribución de zanjas y sectores, y a él remitimos para localizar dónde fueron apareciendo cada una de las piezas que vamos a reseñar.

Nuestra excavación reveló, como ya se ha repetido, tres niveles ar­queológicos :

a) Capa vegetal, de un espesor entre 20 y 30 cm., con materiales muy mezclados, y entre ellos las piedras de las construcciones que allí hubie­ra, levantadas por las labores agrícolas.

b) Nivel arqueológico superior, de unos 30 cm. de potencia, con cerámica muy mezclada, incluso piezas vidriadas medievales y moder­nas, empedrados de gruesos guijarros y débiles muros, sensiblemente paralelos al contorno de la zona excavada.

c) Nivel arqueológico inferior, de unos 20 a 30 cm., con la misma mezcla de cerámica, un pavimento de losas irregulares hacia el ángulo Sur y muros más abundantes y más gruesos, con sillares irregulares y orientación oblicua a los lados de la zona excavada. La tierra virgen aparece, por unos lados, a los 80 cm., y por otros, a 1,44 m. de pro­fundidad.

Nota general fue el predominio absoluto de la cerámica, su fragmen­tación extremada y la mezcla de especie muy diversas, desde las varie-

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dades protohistóricas que aquí empezamos a llamar turdetanas hasta cerámicas vidriadas medievales y modernas, incluyendo fragmentos grie­gos, tégulas y térra sigillata romanas y candiles de larga piquera, musul­manes. Pero la cerámica indígena predominó del modo más absoluto. Tan sólo un ejemplar salió prácticamente entero.

En contraste con la abundancia de la cerámica, los demás materiales arqueológicos escasean notoriamente. Y en ellos se dan también, junto a piezas indígenas, otras importadas (un pequeño delfín de bronce, grie­go) y medievales (una torre de ajedrez, de hueso, musulmana). N i una sola inscripción y muy pocas monedas. Verdaderamente útiles, una mo­neda de Cartago de los años 340-240 a. de C , y otra de las primeras acuñaciones musulmanas para la Península, de los primeros años de la conquista.

Puesto que el examen de la cerámica ha de ocuparnos más tiempo y más lugar, empezaremos por presentar los materiales restantes para des­tacarlos como merecen.

14.—BRONCES Y OTROS METALES.

El repertorio de piezas metálicas de las excavaciones iniciales de Ebora es muy reducido. Apenas diez objetos de bronce y seis de hierro, estos últimos anodinos. Pero entre los bronces hay uno de verdadera importancia, con el que queremos iniciar nuestra relación:

1) Figurita de bronce fundido, de un delfín que salta sobre la cresta de una ola, montado sobre un escudete de siete lados cóncavos, que es­tuvo soldado sobre una superficie convexa, seguramente de un gran vaso de bronce. Fundición plena; patinación gris, rugosa. Altura, 66 mm. Peso, 69,5 gramos.

Fue encontrado en los primeros días de nuestra excavación, el 27 de julio de 1959, justamente al empezar el trabajo en la zanja I b, y en el primer estrato, de 30 cm. No hemos hecho nada que altere su patinación y el estado en que ha llegado hasta nosotros, aunque para ello renuncia­mos a descubrir detalles ahora tapados o borrosos.

Nuestro bronce resulta simplista y primitivo en la ejecución del ani­mal marino, pero al mismo tiempo complicado y pintoresco en la com­posición. Además del hocico ganchudo, apenas se adivinan los ojos, pe­queños, mientras que la parte más cuidada es la cola, bífida, con un fino rayado de buril que indica sus canales. Otras líneas de buril, casi invisi­bles, normales al eje de la figura, representan las escamas caudales. Y nada más.

E l delfín está violentamente contorsionado, al saltar por encima de una ola, cuyas dos crestas escalonadas le sostienen como una horquilla. Nuevo esquematismo arcaico. La ola brota de un escudito acorazonado, con punta aguda para abajo, un arco mayor para arriba y tres arcos más pequeños (los siete, cóncavos) a cada lado. Este escudete presenta por el lado opuesto al delfín una superficie cóncova esférica, con restos de la soldadura que le unió a una pieza mayor. Seguramente, a un gran caldero, al que serviría de asa o de adorno lateral. Calderos así, del tipo

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lebes, son muy conocidos en el arcaísmo griego. Y se fechan en el si­glo v i l a. de C.

La pieza más semejante, hasta ahora única, que teníamos en España, es un protomo de grifo, de 12 cm. de altura, y al parecer, procedente de Andalucía, que ha publicado García Bellido (31). Este recuerda, a su pro­pósito, el texto de Herodoto (IV, 152) referente al viaje de Kolaios de Samos hasta Tartessos. Cuando el marino volvió a Samos, colmado con los regalos de los tartesios, consagró en el templo de Hera un gran vaso de bronce, un lebes, que estaba adornado «con unas cabezas de grifos salientes alrededor del borde».

En los trabajos de la expedición arqueológica sueca en Chipre, tan magníficamente publicados (32), se reproduce el asa de un vaso de bron­ce, representando a un delfín, procedente del yacimiento de Soli, de 81 mm. de altura y fechado, con interrogante, en los siglos iv-m. Está en posición invertida respecto del nuestro y es mucho menos gracioso.

E l hallazgo de una pieza así, tan definida y fechable, es algo que enno­blece nuestro yacimiento. Desde luego, es el primer bronce arcaico grie­go encontrado en España en una excavación regular.

2) Placa triangular y curvada de bronce, que por un lado está rota y por el otro tiene una charnela u orificio de fijación. Mide 28 mm. de longitud y 14 de anchura máxima. Se diría la tapadera articulada de un sello de precintar romano, pero puede ser cualquier otra cosa. Apareció el día 24 de julio en el nivel A de la zanja I.

3) Chapita curva y calada de bronce (17 mm. de larga, 8 mm. de ancha), que parece una de esas estilizaciones de ojos o de bocas que se encuentran entre los ex-votos de los santuarios de Sierra Morena; acaso una dentadura, como otras, más definidas, de Despeñaperros. Salió cerca de la siguiente.

4) Barra de bronce ochavada, o cuadrada con las esquinas aplana­das (12 mm. de longitud y 7 de lado), de aspecto grisáceo, con algo de patinación verde. Esta y la anterior salieron en la zanja I, nivel B, el día 25 de julio.

5) Larga y aguda punta de bronce, que por el lado opuesto a la punta termina en cubo profundo, como un regatón de lanza, pero del­gadísima (larga de 160 mm.; ancho mayor, 5). Se diría una aguja de talabartero, pero sin ojo. Será una pieza para fijar el peinado. Apareció el día 27 de julio en el corte de la zanja I, a 30 cm. de profundidad.

6) Delgada y larga pieza, como de alambre de bronce, plano, retor­cido, con un extremo aplastado en forma de paleta. Salió en la zanja II,

(31) A . GARCÍA BELLIDO: LOS hallazgos griegos en España, lám. L , págs . 22-23; La colonización griega (Historia de España, dirigida por R . Menéndez Pidal. 1-2, Ma­drid, 1952, fig. 455, pág. 517). Un protomo de grifo semejante acaba de aparecer en el estupendo nuevo depósito de bronces de Olimpia (The Illustrated London News, núm. 6.521, 25-VII-1964, pág. 120), donde ya había salido otro: A . FURTWAEN-GLER: (Die Bronzen von Olympia, 1890, pág. 115). Un lebes completo, con cuatro pro­tomos de grifos y su trípode de hierro, se encuentra en el Museo de Chátillon, pro­cedente de un túmulo de las inmediaciones (DÉCHELETTE : Manuel d'Archéologie pre-historique, III, pág. 526; S. R E I N A C H : Catalogue illustré du Musée... de Saint-Ger-main-en-Laye, II, París, 1921, fig. 127, págs . 229-230; R . LANTIER: Guide illustré du Musée... de Saint-Germain-en-Laye (París, 1952, fig. 26).

(32) The Swedish Cyprus Expedition, III, Stockolm, 1937, lám. CLXXVI-7, pá­gina 497.

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nivel B, el día 6 de agosto. Otras piezas semejantes salieron en la penín­sula de La Algaida, cerca de Sanlúcar de Barrameda (33), y se conservan en la pequeña colección arqueológica municipal depositada en la Aca­demia Santo Tomás, allí en Sanlúcar. Serán también agujas para el cabello.

7) Fragmento de una fíbula de arco, precisamente el arco sólo, de tipo de sanguijuela, que es el único elemento de tan interesante especie arqueológica encontrado en Ebora. En un extremo del arco, la cama para el extremo de la aguja, que falta. Apareció en la zanja II, nivel B, el día 11 de agosto.

8) Un corto punzón de bronce, demasiado grueso para ser la aguja de una fíbula. Salió en la zanja I, nivel B, el día 12 de agosto. Fragmen­tos de otros dos y de dos piezas arqueadas.

9) Un pequeño prisma de bronce, romo, que salió en el nivel B de la zanja IV el día 21 de agosto, casi al terminar las excavaciones.

10) Una pesa de bronce, bitronco-cónica, taladrada, de 15 mm. de alta y 20 mm. de diámetro en cada cara. Pesa 57 gramos. Se encontró el día 17 de agosto en el nivel C de la zanja I b. Es interesante esta apor­tación de nuestro yacimiento a la metrología antigua, protohistórica, muy bien representada en Levante y muy mal en Andalucía. Sin embar­go, en el Museo Arqueológico Provincial de Sevilla tenemos un juego de ocho pesas de bronce, que se suponen de época bizantina, con sus signos de valor embutidos en plata y en caracteres griegos (34). Nuestra pesa queda entre el quadrans, de 82,59 gramos, y la uncia, de 27,23; y su per­foración es muy grande, mientras que las del juego del Museo, que pro­cede de la alcazaba de Málaga, son muy estrechas.

11) Una grande y robusta aguja de bronce, de unos 194 mm. de lon­gitud y unos 7 de diámetro, con la punta aguda y el otro extremo aplas­tado y con el ojo redondo. Parece una aguja de talabartero.

12) Un clavo, despuntado, de 60 mm. de longitud, cuerpo decre­ciente, de 7 mm. de diámetro medio, con una gruesa cabeza en forma de lenteja.

Aún cabe señalar cinco piezas de plomo. Tres son planchas arrolla­das (sin letras) y las otras dos son discos perforados. Todas serán pesos para redes de pescar.

Como vemos, la docena de objetos de bronce obtenidos en nuestra excavación inicial de Ebora son poca cosa en proporción con las joyas y la cerámica. Pero el interés, de todo punto excepcional, del asa de lebes con un delfín, fechable en el siglo — v i l , compensa sobradamente la modestia del inventario y del resto del contenido. Esta pieza por sí sola documenta la temprana ocupación del lugar y las relaciones preco­ces con el mundo griego arcaico, autorizando la información de las fuen­tes escritas. También refuerza la posibilidad de que la otra pieza seme­jante, el protomo de grifo, proceda de Andalucía; y acompaña con toda dignidad, precediéndoles un poco en el tiempo, a los dos cascos griegos encontrados en el área tartésica: el del Guadalete, en el Museo de Jerez,

(33) M . E S T E V E GUERRERO: Sanlúcar de Barrameda: Fábrica de salazones..., páginas 126-133.

(34) C . FERNÁNDEZ-CHICARRO: El Museo Arqueológico de Sevilla («Guías de los Museos de España», VII, Madrid, 1957), lám. XXVIII , págs. 64-65.

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y el de la ría de Huelva, en la Real Academia de la Historia; el uno, de fines del siglo v i l , y el otro, de la segunda mitad del v i a. de C. (35). El comercio y aun la presencia de los griegos en Tartessos se autoriza cada vez más con muy expresivos documentos arqueológicos.

Las siete piezas de hierro que recogimos en nuestras excavaciones son absolutamente insignificantes, y ni siquiera podemos asegurar que sean todas antiguas. Hay tres clavos, dos de ellos cortos y gruesos, de cabeza grande; los tres, de niveles inferiores. Hay una pieza cúbica, de lados irregulares y rugosos (19 por 21 mm.), encontrada junto a uno de los clavos en el nivel B de la zanja I. Y luego, dos barras peque­ñas, de sección cuadrada, la una formando arco, encontradas en el ni­vel A del sector I d; y una anilla, encontrada en la zanja II el día 7 de agosto. No vale la pena detenernos en otras precisiones.

Esta escasez de piezas de hierro, mayor todavía que la de objetos de bronce, no deja de ser un dato, aunque negativo, sobre la vida y la cro­nología del poblado de Ebora. Demuestra que el lugar no era un centro metalúrgico y que su poblamiento es muy antiguo. Pero sobre semejan­tes argumentos negativos no es prudente insistir.

15.—HUESO: UNA TORRE DE AJEDREZ HISPANO-MUSULMANA.

E l repertorio de piezas de hueso y de marfil de Ebora es todavía más corto que el de las metálicas. Sólo una de ellas encierra verdadero inte­rés, aunque no es protohistórica, sino probablemente medieval. Lo du­doso de su clasificación hará que nos detengamos en ella especialmente.

1) Fragmento como de un cuarto de círculo de placa de marfil, rota, de poco más de 1 cm. de diámetro, que acaso estuvo embutida en un mueble o en una joya. Se encontró al comienzo de la excavación en el nivel A de la zanja I.

2) E l extremo, roto, de un diente cónico de animal indeterminado (8 mm.), que presenta como el final de una perforación por el eje y mu­cho pulimento por el uso. Se encontró el mismo día y en el mismo lugar que el anterior.

3) Dos como bolitas de marfil, que la una no llega y la otra apenas pasa de 5 mm. de diámetro, con huellas de haber estado adheridas a algo, acaso una joya, mediante una perforación parcial. Se encontraron en el nivel B de la zanja I el día 25 de julio.

4) Una minúscula anillita irregular de aire marfileño, de unos 5 mi­límetros de diámetro, encontrada con las perillas esféricas anteriores.

5) Dos punzones de hueso, de tipo eneolítico, semejantes al de E l Carambolo Alto, encontrados en la zanja II el día 6 de agosto.

6) Una pieza de hueso labrado, hueco, partida ya de antiguo verti-calmente, con pérdida de más de la mitad del objeto. Mide 85 mm. de alta y tendría cuando estaba completa cosa de 20 mm. de diámetro exte-

(35) A. S C H U L T E N : Un casco griego en España («Invest igación y Progreso», V, Madrid, 1931, pág. 76); C. PEMÁN: Sobre el casco griego del Guadalete («Archivo Es­pañol de Arqueología», núm. 44, 1941); A. GARCÍA BELLIDO: LOS hallazgos griegos de España (Madrid, 1936), y Nuevos hallazgos griegos en España («Archivo Español de Arqueología», núm. 45, 1941).

Gl

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rior; lo mismo por los dos extremos. Se encontró a 60 cm. de profundi­dad en el nivel B de la zanja II el día 11 de agosto.

Nuestro objeto está cubierto de dos clases de labores. Por una parte, está torneado, primero para dividirlo en tres secciones diferentes, sepa­radas por dobles filetes angulares de mucho resalte, y luego para marcar en cada sección varios grupos de tres canales, angulares también. Por otra parte, rellenando espacios libres entre los filetes rehundidos a ca­nales, hay cuatro filas de círculos profundamente grabados y con el centro marcado: dos de círculos mayores, separados, y otras dos de círculos menores, tangentes o secantes. La sección más corta (15 mm.) es tronco-cónica y un poco abocinada, y lleva entre dos ranuras exterio­res y tres interiores una zona de circulitos de 3 mm. de diámetro, lige­ramente secantes, y en un lugar dos superpuestos, como si por allí hubie­ra empezado y acabado el trabajo de este adorno. La sección central (18 mm.), redondeada, lleva entre los dos grupos de tres ranuras una zona de círculos mayores (7 mm.). La sección tercera y más larga (41 mi­límetros), ligeramente tronco-cónica, lleva hacia el interior, entre sus dos grupos de tres filetes, una zona de los círculos mayores, hacia el centro; luego, una zona lisa, y finalmente, entre los consabidos grupos de tres ranuras, otra zona de circulitos pequeños, tangentes y secantes, en los que se ve también el final de la tarea, mal distribuida. Termina, en el borde, con un resalte plano. E l grueso de la pared de este hueso tubular viene a ser de unos 3 mm. En las partes hundidas hay como vestigios de un relleno entre gris y azulado; pero en la parte interior las hendiduras naturales tienen el mismo depósito, que de este modo ha de ser ajeno al trabajo primitivo. Toda la pieza está muy pulimentada.

Objetos semejantes, que a primera vista se dirían mangos labrados de leznas o de punzones, y acaso trabajo de pastores, se encuentran en diversos Museos con distintas atribuciones, sobre todo como elementos de flautas y como goznes de articulación para cajas con armadura de madera. Pero éste nuestro y los otros más semejantes no son ni lo uno ni lo otro. Para partes de flautas les falta la articulación para empal­marlos y el encaje del dispositivo sonador. Para goznes de cajas, como lo serán, seguramente, otros más cortos y lisos, les sobra la decoración.

Por fortuna, disponemos de ejemplares suficientes para intentar una clasificación más ceñida de estas piezas, hasta ahora dudosas. Los más útiles para el caso son los siguientes:

A) La más semejante a la de Ebora es una pieza de hueso encon­trada en Ceuta, en el subsuelo de la calle Dueñas, junto a otros materia­les islámicos. Está torneada y dividida en las mismas tres partes que la nuestra, pero la base es cuadrada, no tiene circulitos y las molduras son, principalmente, baquetones convexos. Alto, 102 mm.; diámetro, 24 mm. Debemos su conocimiento a don Carlos Posac.

B) Pieza de hueso encontrada hace más de 40 años en el santua­rio de Tiscar, término de Quesada (Jaén), en las ruinas de una casa mu­sulmana que sería anterior al año 1319, cuando conquista aquel cas­tillo fronterizo el infante don Pedro, tío y regente de Alfonso X I . La pieza pasó de nuestras manos a las de nuestro maestro don Manuel Gó­mez-Moreno, que luego la donó al Museo de la Alhambra, donde tiene

(52

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el número de registro, 2.840. Altura, 100 mm.; diámetro superior, 24 mm. La superficie del hueso está muy erosionada y ha perdido casi por com­pleto una decoración de fajas de fino reticulado. Se distribuye en las mismas tres partes que la de Ebora, con proporciones semejantes, pero la base presenta unos arquitos calados que parecen de herradura.

C) Pieza procedente de un anticuario de Córdoba, en el mismo Mu­seo de la Alhambra. Número del registro, 3.058. Altura, 95 mm.; diáme­tro superior, 17 mm. La parte superior es semejante a la de esta de Ebora, tronco-cónica, con ranuras y con una zona de menudos circulitos; pero la parte central es cilindrica, y la parte inferior es un tronco de pirámide cuadrada, con las esquinas achaflanadas, y en la parte baja de sus cuatro lados tiene otros tantos arquitos de medio punto.

D) Pieza de marfil encontrada en la misma Alhambra, que se con­serva en su Museo. Número del registro de entrada, 3.071. Altura, 98 mi­límetros, diámetro superior, 26 mm. Está dividida en las mismas tres partes que las anteriores, pero la central es más larga y más oblonga que esférica, y la inferior es más baja, cuadrada y con tres perforaciones a modo de ventanas o celosías. Los ángulos de esta base cuadrada están hendidos horizontalmente, presentando una boca con dientes, y arriba y abajo se insinúan los rasgos de una cabeza de animal. La decoración se concentra en la parte central, con una faja media de moldura cóncava, entre filetes, cruzada por dos trazados sobrepuestos y alternados de grandes círculos tangentes, entre los que campean grupos de tres circu­litos con agujero central. La pieza está incompleta, faltándole más de una mitad longitudinal. Debemos fotografías y noticias de estas tres pie­zas del Museo de la Alhambra a la cortesía de su director, don Jesús Ber-múdez Pareja.

E) Pieza de hueso, probablemente incompleta, de la que subsisten la parte inferior, abocinada, y la central, oblonga, y faltará la parte supe­rior. En la separación de las dos partes conservadas, una moldura cilin­drica con circulitos, sobre un campo rehundido entre filetes. Se encontró en Ceuta, en el subsuelo de la calle Cervantes, dentro de un silo con cerámica musulmana anterior al siglo xv. Alto, 72 mm.; diámetro, 22 mm.

F) Pieza de hueso, incompleta, encontrada junto a la anterior en la calle Cervantes, de Ceuta. E l cuerpo inferior presenta unos entalles ver­ticales, que dibujan una especie de contrafuerte. E l cuerpo central, oblon­go, tiene una decoración semejante a la de la Alhambra, con círculos grandes, secantes, y otros pequeñitos en el interior. E l cuerpo superior falta casi por completo, pero por un pequeño arranque, astillado, parece cilindrico. Altura, 86 mm.; diámetro mayor, 22 mm. Estas dos piezas de Ceuta fueron dadas a conocer por el profesor Carlos Posac y Mon (36) al lado de su contexto arqueológico.

(36) C. POSAC M O N : Datos para la arqueología musulmana de Ceuta (Hespéris-Tamuda, 1-1, Rabat, 1960, lám. IV, págs. 157-164). Como piezas de hueso procedentes de Tamuda en el Museo de Tetuán, só lo conocemos las que reproduce PELAYO QUINTERO A T A U R I : Excavaciones en Tamuda: Memoria resumen de las excavacio­nes practicadas en 1940 (Larache, 1941, láms . 4 y 11). A las piezas anteriores pode­mos añadir otras inéditas , que con generosidad nos comunica don Carlos Posac. Son variantes de las anteriores de la Alhambra y de Ceuta.

En alternativa con estos paralelos i s lámicos , que desarrollamos en el texto, es preciso registrar otros paralelos mucho m á s remotos, en el aspecto formal y en

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G) Pieza semejante a todo este grupo, encontrada hacia 1958 en un solar de la calle Sierpes, 62, en Sevilla, con candiles de larga piquera y otra cerámica musulmana.

Estas siete piezas y la nuestra de Ebora forman una especie arqueo­lógica de caracteres muy semejantes, que se repiten de unas a otras. E l tamaño, la materia, la división en tres cuerpos y el sistema decorativo son muy análogos. Cuando han salido con otros materiales arqueoló­gicos, estos materiales son siempre medievales e islámicos; luego no son antiguas, ni mucho menos prehistóricas. Podemos fecharlas, amplia­mente, por los siglos x al xn i , y para algunas de ellas cabría dar fechas más ceñidas. Por ejemplo, la de Ebora nos parece del siglo x i .

Pero el problema más intrigante de estas piezas es el de su destino. E l señor Posac, al dar a conocer los ejemplares E y F, los llama, sin vaci­lación, «mangos de hueso decorados con incisiones geométricas, que tienen cierto parecido con piezas conservadas en el Museo Arqueológico de Tetuán, procedentes de Tamuda» (37). No conocemos los ejemplares de Tamuda, y desde luego admitimos que esas dos piezas, sueltas, pare­cen mangos. Pero si las comparamos con los otros seis objetos que ahora reunimos, de parentesco indiscutible, se hace difícil que hayan servido para enmangar cualquier cosa. La forma de las bases en las pie­zas B, C y D, con sus ángulos, aristas y entrantes arqueados o calados, las hace poco adaptables a la mano. Y, sobre todo, la forma tronco-có­nica y más o menos abocinada del otro extremo parece inadecuada para adaptar (y sostener sin romperse) una herramienta metálica, ni cual­quier otra cosa, como, por ejemplo, un espejo. Finalmente, tampoco son estuches.

Lo que nos han parecido siempre, a medida que hemos ido conocién­dolas, desde que tuvimos en nuestras manos el ejemplar de Tíscar (nom­bre de resonancias entrañables), es que son, sencillamente, unas torres de ajedrez. Las bases de los ejemplares B y C, hasta por su indicación de puertas, lo sugieren con toda vehemencia. Y lo confirman las bases cua­dradas de los ejemplares A y D, e incluso las garras o contrafuertes del ejemplar F. De suerte que casi resultan excepcionales las bases redon­das de nuestro ejemplar de Ebora y de la pieza E, que por otra parte no se oponen al uso que suponemos, aunque no lo sugieran inmediata­mente.

Con todo, se nos ocurre una dificultad, que ya estará en la mente del lector, con la pregunta de cómo es que al lado de estas presuntas torres no hayan aparecido hasta ahora, en ningún yacimiento que co­nozcamos, ninguna otra pieza de ajedrez que pueda relacionarse con ellas. el espacio y en el tiempo. Por una parte, cierto mango de hueso, con adornos grabados, encontrado en una de las antiguas necrópol is de Jericó por miss Kathe-len M . Kenyon (Excavations at Jericho: Volunte one: The tombs excavated in 1952-54, London, 1960, fig. 48); por otra parte, dos supuestos mangos, de hueso, encontrados en las excavaciones de Biblos (MAURICE DUNAND: Fouilles de Byblos, II , París, 1950-58, figura 995 y lám. C L I ) . Aquí volvemos a encontrar los haces de ranuras y los circulitos concéntricos , que son formas decorativas impuestas por la naturaleza del material, el hueso. Pero falta el torneado, con ensanchamientos y estrangulaciones, que es una característ ica esencial, c o m ú n con los paralelos i s lámicos .

(37) C . POSAC: Datos para la arqueología musulmana de Ceuta, pág. 163.

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Las piezas de ajedrez que se conocen hasta la fecha como corrientes en la España musulmana son de dos clases muy diferentes, unas en cris­tal de roca y otras en marfil. Las primeras son importaciones, proce­dentes del Egipto fatimí. «Labradas en cristal de roca y procedentes de famosos monasterios, se han salvado tres series de piezas de ajedrez; la más copiosa, con 44, salió de Ager, en Cataluña; está en la colección de la condesa de Béhague, en París, y es bien conocida; ocho piezas que­dan en el monasterio de Celanova, manoseadas quizá por San Rosendo, y dos más en la urna de San Millán de la Cogolla. Todas se adornan con hojas y palmetas talladas, resultando, al parecer, menos antiguas las de Ager; las otras son sencillas y corresponden al siglo x» (38). De la otra especie existen en Santiago de Peñalba «cuatro piezas de ajedrez, de marfil, que se tienen por reliquias de San Genadio, y bien pudieron al­canzarle. Dos son grandes, de caras rectangulares y formando lomo cón­cavo por arriba, como unas supuestas de Cario Magno, y llevan circulitos grabados; las otras son cilindricas, rematando en semiesferas, con una o dos protuberancias por un lado, y doblando la segunda pieza en ta­maño a su compañera» (39). Incluso tenemos la nota pintoresca de unas piezas complicadas, con figuras sentadas en tronos, que querrán ser los reyes del juego, falsificaciones modernas, acaso del valenciano Pa­llas (1859-1926), una de las cuales se ha vendido en Nueva York por 5.600 dólares (40).

Una de las piezas más importantes de esta especie es la supuesta torre de ajedrez que donó Ch. Stein al Museo del Louvre en 1892. «Es de forma rectangular alargada, con una escotadura en la parte supe­rior, análoga a algunas de las mozárabes guardadas en Santiago de Pe­ñalba. Se decora en todos sus lados; uno de los mayores presenta dos caballeros vestidos con cota de malla y cubiertos con cascos cónicos, montados sobre caballos, cuyas sillas arrastran sus adornos por el suelo, armados de escudos largos; luchan con sus lanzas. En el otro lado figura a Adán y Eva de pie y desnudos y a cada lado del árbol del Bien y del Mal, alrededor del cual se enrolla la serpiente. Adán tiene una manzana; Eva, dos. Los lados menores representan a Adán con jubón corto traba­jando la tierra, y a Eva, también con jubón corto, hilando. En la parte superior, en los dos compartamentos rectangulares, bordeados por dis­cos, se presentan animales —un perro (?) y un jabalí— groseramente es­culpidos. Conserva rastros de pintura y dorado. Mide 65 mm. de alto por 68 de ancho por 24 de espesor. Son, probablemente, españolas las piezas de ajedrez número 3.448 del Museo del Louvre y la número 332 del catá­logo de la venta de la colección de Mr. Guilhou» (41).

(38) M . GÓMEZ-MORENO: El arte árabe español hasta los almohades («Ars His-paniae», III , Madrid, 1951, pág. 341); J . CAMÓN A Z N A R : Las piezas de cristal de roca y arte fatimí encontradas en España: Lote del monasterio de Celanova («Cróni-ca arqueológica de la España musulmana», V, en Al-Andalus, IV-2, 1939, págs. 396-405, con láminas y dibujos); M . GÓMEZ-MORENO: Iglesias mozárabes (Madrid, 1919, lámi­na C X X X V , págs. 375-376).

(39) M . GÓMEZ-MORENO: Catálogo monumental de España: Provincia de León (Madrid, 1925, pág. 124).

(40) M . GÓMEZ-MORENO: Los marfiles cordobeses y sus derivaciones («Archivo Español de Arte y Arqueología», n ú m . 9, Madrid, 1927, figs. 21-25, págs . 238-239).

(41) JOSÉ FERRANDIS: Marfiles y azabaches españoles («Colección Labor», nú­mero 159-160, Barcelona, 1928, lám. LX-2, págs. 183-185).

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Además, tenemos representaciones de las piezas de este juego en las miniaturas del Libro de los Juegos del Ajedrez, Dados y Tablas, del rey Alfonso X . Las piezas hendidas por arriba, como las de cristal de roca ya citadas y la de marfil en el Louvre, parece que son en estas mi­niaturas alfonsíes reyes y reinas, mientras que las torres han de ser las piezas cilindricas, con ranuras o resaltes horizontales y una torrecita central (42).

16. —PIEDRA Y VIDRIO.

Las piezas de piedra más significativas obtenidas en nuestra excava­ción de Ebora fueron molinos de mano, todos de un mismo tipo: navi­formes y labrados en caliza conchífera. En los dos yacimientos de E l Ca­rambolo hemos tenido muchos ejemplares, más anchos y planos en el fondo de cabana, estrechos y naviformes en el poblado bajo. En Ebora se encontraron muy pocos, y uno solo completo, incluso con la piedra moledera. No son tan anchos como los de E l Carambolo Alto ni tan estrechos como los de E l Carambolo Bajo. E l más completo salió en el nivel B de la zanja I b el día 15 de agosto.

Se obtuvieron también dos morteros de piedra, el uno muy tosco, sobre una piedra irregular y con una cazoleta pequeña, el otro grande y regular, sobre una piedra bien labrada, pero reducido a un fragmento como de una sexta parte.

Otra pieza representativa fue un trozo de perdernal hialino, trabaja­do en dientes de sierra. Son esas piezas tan abundantes en el eneolítico de la Baja Andalucía, con las que Bonsor llegó a montar una hoz com­pleta, y que salen en todos los yacimientos. Apareció en el nivel B de la zanja I. También es interesante una pieza plana y redonda, con un aguje­ro en el centro, de las que conocemos como pesos de redes. Salió en la zanja II el día 6 de agosto.

En el nivel A de la zanja I, y en el primer día de nuestra pequeña excavación, salió un pequeño fragmento de vidrio dorado. E l día 31 de julio, en el nivel A del sector I c, apareció un fragmento de vidrio muy pequeño, de paredes muy delgadas y algo agallonado.

17. — L A S MONEDAS : UNA CARTAGINESA, DOS MUSULMANAS Y UNA MODERNA.

Nuestra pequeña excavación de Ebora nos dio también monedas. Muy pocas, desgraciadamente, y muy poco útiles; pero son las únicas que han aparecido hasta ahora en la excavación regular de un yacimiento tartésico o turdetano. Aunque no son ni turdetanas ni tartésicas. He aquí su corta nómina y las circunstancias de su hallazgo:

A) Apenas dados los primeros golpes de pico, en el primer día de nuestra exploración, muy cerca del lugar donde apareció el tesoro, en­contramos ya una moneda. Una pieza sumamente irregular, casi un cua­drado con los ángulos redondeados, de bronce, muy oxidada, de unos

(42) J H O N G . W H I T E : El Tratado de Ajedrez ordenado por mandato del Rey Don Alonso el Sabio en el año 1283 (2 vols. Leipzig, 1913); J . GUERRERO LOVILLO: Miniatura gótica castellana, siglos XIII y XIV (Madrid, 1956, láms. 38-39).

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20-25 mm. de diámetro. Cuando empezamos a limpiarla, pareció por un momento que una de las áreas nos daba la cabeza de Hércules, de frente, de algunas de las monedas primitivas de Cádiz. Pero al seguir limpiando, aquella semejanza desapareció, quedando una vulgar moneda reacuñada, de la Edad Moderna, en la que no se ve nada claro.

B) Por fortuna, la segunda moneda de Ebora fue una pieza bien definida y antigua. Un disco de bronce, con fuerte patinación verdosa, de 15 mm. de diámetro, en el que desde el primer momento empezamos a ver un caballo y una palmera. Salió en el nivel A del sector I c él día 29 de julio, ya sabemos que de 1959. Luego, sin querer limpiarla mucho, se ha confirmado el caballo y la palmera, y se definió por el anverso una cabeza. En efecto, la autoridad de nuestro compañero Felipe Matéu Llopis nos ha dado su clasificación correcta, que es así: «Moneda de bronce de Carthago, del 340-240 a. de C. Anverso, cabeza de Perséfo-ne, a la izquierda. Reverso, caballo parado, a la derecha, y detrás una palmera. Véase: HEAD, Historia nummorum, pág. 739».

C) La tercera moneda salió en el nivel A del sector Id el día 4 de agosto. Un minúsculo disco de bronce de 12 mm. de diámetro y 2 mm. de grueso, sumamente borrado por la patinación verdosa. Se ha ido lim­piando poco a poco, sin que lo esté por completo, por miedo de es­tropearla. Ya se ven por sus dos áreas leyendas árabes. Con esto basta para definirla como uno de esos menudos y gruesos feluses de los co­mienzos de la dominación musulmana en España, probablemente de la segunda década del siglo vm. Está pendiente de estudio definitivo por un especialista.

D) La cuarta moneda salió en la zona Sur el día 20 de agosto. Diá­metro, 13 mm.; grueso, 1,5. Parece semejante a la anterior, pero es di­fícil decidirlo, por estar fuertemente borradas ambas superficies. Algu­nas veces nos parece ver letras árabes; otras hemos querido adivinar diversos tipos, pero ninguno se ha confirmado. Acaso los especialistas puedan resolverlo. Provisionalmente, nos inclinamos a una clasificación semejante a la de la moneda anterior.

En suma, nuestras cuatro monedas de Ebora nos dan un cuadro muy resumido de su historia. Las relaciones con Cartago, en la época de su esplendor; la ocupación musulmana, desde los muy primeros tiem­pos; los trabajos agrícolas modernos. No hay que decir cuánto hubiéra­mos deseado encontrar sobre el mismo emplazamiento del tesoro las monedas de la ceca local prerromana, pocas y mal conocidas. O las que acreditasen una relación con otras ciudades indígenas. La ausencia de monedas de Cádiz es todo lo significativa que puede ser una indicación negativa.

A nombre de una Ebora que algunos numismáticos (Zobel) identi­fican con la Evora portuguesa, capital del Alemtejo, mientras que otros (Delgado) dejan entre las inciertas, se conocen dos series de monedas indígenas, cada una con ases y dupondios. La primera hace en el anverso cabeza varonil barbada, dentro de una corona de laurel, y en el reverso dos peces, y entre ellos la leyenda AIPORA en caracteres de aspecto ar­caico. La segunda serie tiene la cabeza de Augusto en el anverso y uten­silios para los sacrificios en el reverso, con inscripciones a nombre del

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Emperador (43). No parece muy lógico atribuir la moneda con los peces a una ciudad del interior, situada muy lejos del mar y sin un río impor­tante al lado. Más justo será dejar a nuestra Ebora de la desemboca­dura del Guadalquivir las monedas de los peces, alusivas a sus seguras pesquerías.

18.—FAUNA DE EBORA.

Alertados por la importancia que revelaron los huesos de animales recogidos en la excavación del fondo de cabana de E l Carambolo, estu­diados por el profesor Rafael Martín Roldan, en la pequeña excavación inicial de Ebora pusimos el mismo cuidado en recoger todos los huesos de animales que aparecieron; y los pusimos en manos del mismo profe­sor Martín Roldan, que les ha dedicado otra monografía (44). De dicho estudio recogemos las consecuencias siguientes:

E l material de trabajo fue aquí mucho más reducido que en los dos yacimientos de E l Carambolo (393 en el fondo de cabana y 1.450 en el poblado bajo), reducido a 180 huesos o fragmentos. Pero bastaron para caracterizar una fauna bien diferenciada.

Ciento trece de los fragmentos recibidos corresponden a las familias Canidae, Suidae y Cervidae y a las subfamilias Bovinae, Ovinae y Equi-nae. No existen fragmentos óseos humanos. Treinta y tres fragmentos, por escasez de detalles diferenciales, se estudian sólo anatómicamente. Treinta y cuatro fragmentos más han perdido totalmente los detalles anatómicos y se agrupan bajo el epígrafe de esquirlas óseas. Estadísti­camente, las piezas bien identificables se agrupan así:

a) Subfamilia Bovinae (vacunos): 64 fragmentos (57,52 %). En E l Carambolo, 32,54 y 48,82 %.

b) Subfamilia Equinae (equinos): 13 fragmentos (11,51 %). En E l Carambolo, 0,34 y nada.

c) Subfamilia Ovinae (ovinos): 12 fragmentos (10,60%). En E l Ca­rambolo, 45,19 y 23,78 %.

d) Familia Suidae (porcinos): 9 fragmentos (7,96 %). En E l Caram­bolo, 13,82 y 24,96 %.

e) Familia Canidae (perros): 8 fragmentos (7,07%). En E l Caram­bolo, 0,17 y nada.

f) Familia Cervidae (ciervos): 7 fragmentos (6,19 %). En E l Caram­bolo, 3,05 y 1,86 %.

E l canal medular de los huesos largos está raspado en toda su lon­gitud. E l aspecto y la forma de las fracturas son muy variados. Hay hue­sos que sólo tienen partido un extremo, limpiamente, mientras que otros están totalmente rotos, por percusión, y los trozos conservados se notan cascados. Existen marcadas señales producidas por instrumentos de filo al golpear sobre los huesos.

(43) CASTO M A R Í A DEL RIVERO: La colección de monedas ibéricas del Museo Arqueológico Nacional (Madrid, 1923, págs . 26-27, lám. VII, 7-9).

(44) RAFAEL M A R T Í N ROLDAN: Estudio taxonómico de los fragmentos óseos pro­cedentes de las excavaciones arqueológicas del cortijo de Evora, Sanlúcar de Ba­rrameda (Cádiz) («Bole t ín de Zootecnia», núms . 159, 161 y 162, Córdoba, 1960. Con tirada aparte).

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Como vemos, el panorama f aunístico ha evolucionado mucho desde el fondo de cabana de E l Carambolo hasta el poblado de Ebora. E l ganado ovejuno, que allí predominaba, se ha reducido a poco más de un 10,5 %, mientras que el ganado vacuno, que allí no llegaba al 33 %, salta a repre­sentar el 57 y pico. Todo esto significa que las gentes que han vivido en E l Carambolo, tanto en el yacimiento superior como en el inferior, han sido más ganaderas y han dependido en mayor escala de la alimentación animal, mientras que las gentes que han vivido en Ebora, muy cerca de la misma desembocadura del Guadalquivir, han sido menos ganaderas, como acaso también menos agricultoras, consagradas más bien a la pesca y al comercio, viviendo de los productos del mar. Lo más notable en Ebora es el predominio de las vacas y bueyas, cosa que no podemos dejar de relacionar con los ganados de Gerión.

19.—PANORAMA DE LA CERÁMICA DE EBORA.

Lo más importante, hasta ahora, del yacimiento de Ebora, aparte de las joyas, es la cerámica. En una excavación tan reducida como la que pudimos practicar en el verano de 1959, la cosecha de tesoros cerámicos, por lo general muy fragmentados, fue magnífica. Todos fueron recogidos minuciosamente. Hecha una selección sobre el terreno, después de bien limpios, dejamos en el mismo cortijo de Ebora, en sacos cerrados, todos los trozos voluminosos de tégulas, dolia y ladrillos romanos, y los frag­mentos de cerámicas indígenas menos útiles, por no estar decorados y no definir formas. Después de esta selección, todavía vinieron a Sevilla^ para su estudio en nuestro Seminario de Prehistoria, más de cincuenta saquitos de cerámica, clasificada por sectores y niveles.

E l estudio completo no está terminado y requerirá diversas mono­grafías, pero ya podemos adelantar las líneas generales. Tenemos con­ciencia de que en estos menudos fragmentos de barro cocido se encuen­tra hoy por hoy la clave principal que puede encaminarnos hacia la exacta valoración de lo que fue el mundo de las colonizaciones orientales en la región del estrecho de Gibraltar y la respuesta del mundo indígena. Pero su estudio es muy difícil, por falta de paralelos seguros, y aun por la misma fragmentación, que impide servirse de la comparación de las formas. Nuestras perplejidades son las de todos los eminentes arqueó­logos con los que hemos comunicado estos materiales. Hay cosas segu­ras, con las que ya podemos contar en adelante, cosas probables y cosas dudosas, en la lectura de estas cerámicas. La publicación que iniciamos aquí es una invitación para el diálogo.

La cerámica de Ebora presenta un núcleo principal, coherente y ho­mogéneo, que se caracteriza por barros claros, amarillo-rosados, con pintura en anchas bandas y en filetes, de una gama de colores que va del ocre al rojo inglés; excepcionalmente, con la bicromía de unos filetes intermedios, en diversos tonos verde seda. En cuanto a las formas, sólo dos son seguras: una olla o vaso bicónico, con el cuello vuelto, sin asas; y unos platos, que van desde la escudilla con el cuello estrangulado, cor­to, hasta el plato con borde vuelto o sin borde. Ninguno tiene su equi­valente inmediato en los cuadros generales de formas de la cerámica

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griega ni en el muy cuidadoso establecido por Cintas para la cerámica púnica, y, en cambio, se corresponden con otros de la cerámica ibérica de la Alta Andalucía. Han de ser, pues, autóctonos. Desde ahora, y para entendernos sin rodeos, les llamamos turdetanos. E l tipo de la olla es el único que nos dio la excavación prácticamente entero.

Esta cerámica turdetana de Ebora está toda ella fabricada a torno, con barros depurados, bien cocida. Paredes finas, compactas y sonoras. La pintura es resistente a la humedad, casi indeleble. No se parece en nada a la cerámica tartesia del fondo de cabana de E l Carambolo, pero sí un poco a la de E l Carambolo Bajo y otro poco más a la de la Alta Andalucía (Tugia, Tútugi), pero con diferencias esenciales. Por ejemplo, no hay retícula bruñida, que tanto abunda en todo E l Carambolo, y no hay semicírculos concéntricos (salvo una sola excepción) de los que caracterizan la cerámica prerromana del alto y medio Guadalquivir. Se tiene la sensación de un mundo aparte, más relacionado con la Ore-tania que con la Tartéside. No es, de ninguna manera, la vajilla de una colonia ni de una cultura de importación. Es un medio indígena que vive de su propia sustancia.

Pero es, al mismo tiempo, un mercado. Junto a esas cerámicas tur-detanas, que predominan de un modo absoluto, encontramos otras, mu­cho menos numerosas, prácticamente excepcionales, que proceden, no del más inmediato centro púnico, sino del Mediterráneo oriental. Entre ellas identificamos cerámicas griegas tempranas y bien definidas, como la de Fikellura, y otras samias y foceas, peor definidas. Y por el otro extremo, el más reciente, fragmentos campanienses y térra sigillata, muy escasa. Incluso cerámica vidriada, medieval y moderna. E l poblado duró mucho más tiempo que los de E l Carambolo, y el lugar ha sido frecuentado siempre por razón de sus pozos. Estas mismas relaciones exteriores son las que acreditan la figurita del delfín griega del si­glo — vi l y la moneda cartaginesa del — iv.

Por lo pronto, las cerámicas de Ebora cubren un espacio de tiempo mucho más dilatado que las de E l Carambolo, incluyendo la época ro­mana, representada por tégulas, ánforas y sigillata, y la Edad Media musulmana, representada por cerámicas vidriadas de fondo amarillo, que antes creíamos mucho más modernas y ahora, gracias a las excava­ciones de Medina Azzahara y de Mesas de Asta y a las exploraciones en el subsuelo de Sevilla, sabemos que abundan desde el mismo califato.

Faltan en Ebora algunas de las especies más ricas de la vajilla de E l Carambolo, en especial esa pintada primitiva que llamamos tartésica y la de retícula bruñida, y es muy rara, y no muy buena, la de esmalte rojo. En cambio, son abundantes las ollas y los platos, fabricados a torno, con barros de color amarillo avellana, que a veces tiran a roji­zos, y decorados con anchas fajas y filetes de una pintura roja, entre carminosa y morada, color de heces de vino, perfectamente característi­ca. En algunas ocasiones, la pintura es de un color cuero claro, seme­jante a una variedad de la cerámica de esmalte rojo de E l Carambolo.

Encontramos, además, en Ebora una representación, reducida y por desgracia muy fragmentada, de cerámicas griegas: estilo de Fikellura

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(siglo —vi) , cerámica ática del siglo —v y una imitación local de la campaniense. Esta modestísima representación de la vajilla griega basta para demostrarnos relaciones que pueden haber sido directas, o a través de fenicios y cartagineses, y constituye un magnífico elemento fechador para el yacimiento. También ayuda en este sentido la presencia de la cerámica que antes se llamaba gris ampuritana, en parte de muy buena calidad y probablemente importada, en parte de fabricación indígena, como ya se demuestra en E l Carambolo.

Por lo demás, junto a esta cerámica selecta, abundan en Ebora otras lisas y anodinas, a torno, que serán de la época romana, principalmente, y que han quedado depositadas en el mismo cortijo de Ebora para pos­teriores estudios monográficos.

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L A M I N A S

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Tesoro del cortijo de Ebora, en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Conjunto del tesoro, tal como lo hemos montado y entregado en el Museo Arqueo lóg i co Provincial de Sevilla. Las piezas, siem­pre sueltas, proceden del primer hallazgo de superficie, de los cavoteos de sus descubridores y de nuestra propia excavac ión

s i s t e m á t i c a . (Foto Carriazo.)

LÁMINA I

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L A M I N A III

Tesoro de Ebora.—La gran diadema articulada e incompleta, vista por el dorso, mostrando los canutillos de las articulaciones, y su correspondencia con las piezas triangulares. Las piezas largas de los dos bordes de la diadema estaban perforadas por la mitad de su

longitud, para fijarlas del modo m á s perfecto. (Foto Carriazo.)

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LAMINA IV

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L A M I N A V

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L A M I N A VI

Tesoro de Ebora.—Montaje primero y provisional, que re su l tó ser erróneo , de las primeras piezas seria­das del tesoro, como una pulsera articulada y un collar. (Foto A. Gz. N a n d í n . )

Tesoro de Ebora.—La barra o delgado torqucs de oro y una cuenta de collar de vidrio azul.

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L A M I N A VII

Tesoro de Ebora.—Uno de los extremos triangulares de la gran diadema, y una sarta formada con diez pendientes amorcillados, o abridores. (Foto A. Gz. N a n d í n . )

Tesoro de Ebora.—Chatones de los dos anillos de oro. (Foto A. Gz. N a n d í n . )

Page 83: EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS EN ESPAÑA 69

L A M I N A VIII

Tesoro de Ebora—Tres cuentas de collar, de oro, caladas, del tipo que llamamos de farol.

Tesoro de Ebora.—Colgantes, arracadas y pendientes de oro, integrantes del gran aderezo que constituye la parte principal del tesoro. (Foto A. Gz. Nandín . )

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L A M I N A IX

Tesoro de Ebora.—Uno de los dos barriletes, tamborcillos o ci­lindros cerrados, con dobles anillas en las tapas y la superficie curva adornada con filigrana, de oro, que formar ían parte del

gran aderezo. (Dibujo de J. Carriazo Ramírez . )

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L A M I N A X

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L A M I N A XI

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L A M I N A XII

Poblado de Ebora,—El cortijo de Ebora ( S a n l ú c a r de Barrameda), con su pozo principal, del que s?can el agua con un ba lanc ín o c igüeñal , como los del Nilo y el E ú l r a t e s . (Foto

Carriazo.)

Poblado de Ebora—-El ganado bovino de las Marismas del Guadalquivir, que empiezan detrás de estas colinas, acude para abrevar a los pozos del cortijo de Ebora, como lo

hicieron los bueyes de Gerión. (Foto Carriazo.)

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L A M I N A XIII

Poblado de Ebora.—Una zona de silos, a un lado de la vaguada de los pozos de Ebora, demuestra la precocidad de la agricultura en esta reg ión . (Foto Carriazo.)

Poblado de Ebora.—La ladera donde se encuentran los silos ha sido muy erosionada, de manera que de los silos apenas se conservan los fondos, y con el ajuar muy revuelto.

(Foto Carriazo.)

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L A M I N A XIV

Poblado de Ebora.—La e x c a v a c i ó n cuidadosa de los silos de Ebora dio un ajuar muy mez­clado, turdetano, romano y moderno; pero proceden del Eneo l í t i co . (Foto Carriazo.)

Poblado de Ebora.—Los silos de la Baja Andaluc ía son yacimientos muy ricos cuando se encuentran cerrados. Estos de Ebora es tán casi arrasados por la eros ión . (Foto Carriazo.)

Page 90: EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS EN ESPAÑA 69

LAMINA XV

Poblado de Ebora.—EA hinco señala el lugar preciso donde estaba el tesoro. En la foto, se ha excavado la zanja I y se ha levantado el primer nivel de tierra del sector A. (Foto

Carriazo.)

Poblado de Ebora.—El lugar del hallazgo del tesoro y de la p e q u e ñ a zona excavada, al norte del cortijo moderno. (Foto Carriazo.)

Page 91: EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS EN ESPAÑA 69

L A M I N A XVI

Excavaciones de Ebora.—Algunas piezas representativas del ajuar: a) dos largas leznas con cubos para el enmangamiento; b) figurita de un delf ín, en bronce, que es asa de un lebes griego del siglo Vil; c) concha y pesa de bronce b i t roncocón ica ; d) cilindro de hue­so labrado, que probablemente es una ¿orre de ajedrez, musulmana, del siglo xi. (Foto

Carriazo.)

Page 92: EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS EN ESPAÑA 69

L A M I N A XVII

Excavaciones de Ebora.—El ú n i c o vaso casi completo de la excavac ión , en c e r á m i c a turde-tana, a torno, con pintura en bandas. (Foto Carriazo.)

Excavaciones de Ebora.—Fragmentos de un vaso o cuenco, a torno, de pasta clara y pintura rojo-vinosa en el cuello reentrante. (Foto

Carriazo.)

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L A M I N A XVIII

Excavaciones de Ebora.—Platos de cerámica turdetana de influencia med i t erránea , con diversidad de bordes planos y curvos, y de pinturas. (Foto Carriazo.)

Excavaciones de Ebora.—Plato de cerámica turdetana, de influencia m e d i t e r r á n e a , con pintura roja. (Foto Carriazo.)

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RECIENTES PUBLICACIONES DE LA INSPECCION GENERAL DE EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS

EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS EN ESPAÑA

1. LANCIA, por FRANCISCO JORDÁ CERDA. 2. HERRERA DE PISUERGA, por A . GARCÍA Y BELLIDO, A . FERNÁNDEZ DE AVILES, ALBERTO

BALIL Y MARCELO VICIL. 3. MEGALITOS DE EXTREMADURA, por MARTÍN ALMACRO BASCH. 4. MEGALITOS DE EXTREMADURA (ID, por MARTÍN ALMACRO BASCH. 5. TOSSAL DEL MORO, por JUAN MALUQUER DE MOTES. 6. AiTZBiTARTE, por JOSÉ MICUEL DE BARANDIARÁN. 7. SANTIMAMIÑE, por JOSÉ MICUEL DE BARANDIARÁN. 8. LA ALCUDIA, por ALEJANDRO RAMOS FOLQUES. 9. AMPURIAS, por MARTÍN ALMACRO BASCH.

10. TORRALBA, por F . C . HOWELL, W . BUTZER y E . ACUIRRE. 11. LAS NECROPOLIS DE MERIDA, por ANTONIO GARCÍA Y BELLIDO. 12. CERRO DEL REAL (GALERA), por MANUEL PELLICER y WILHELM SCHÜLE. 13. LAS FORTIFICACIONES DEL MONTGO, CERCA DE DENIA (ALICANTE), por HER-

MANFRID SCHUBART, DOMINCO FLETCHER VALLS y JOSÉ OLIVER Y DE CÁRDENAS. 14. NECROPOLIS Y CUEVAS ARTIFICIALES DE S'ON SUNYER (PALMA DE MALLOR­

CA), por GUILLERMO ROSSELLÓ BORDOY. 15. EXCAVACIONES EN "ES VINCLE VELL" (PALMA DE MALLORCA), por GUILLERMO

ROSSELLÓ BORDOY. 16. ESTRATIGRAFIA PREHISTORICA DE LA CUEVA DE NERJA, por MANUEL PELLICER

CATALÁN. 17. EXCAVACIONES EN LA NECROPOLIS PUNICA "LAURITA", DEL CERRO DE SAN

CRISTOBAL (ALMUÑECAR, GRANADA), por MANUEL PELLICER CATALÁN. 18. INFORME PRELIMINAR SOBRE LOS TRABAJOS REALIZADOS EN CENTCELLES,

por HELMUT SCHLUNK y THEODOR HAUSCHILD. 19. LA VILLA Y EL MAUSOLEO ROMANOS DE SADABA, por ANTONIO GARCÍA Y BELLIDO. 20. EXCAVACIONES EN SEPULCROS MEGALITICOS DE VALDOSERA (QUEROL, TA­

RRAGONA), por JUAN MALUQUER DE MOTES, P . GIRÓ y J . M . MASACHS. 21. CUEVA DE LAS CHIMENEAS, por JOAQUÍN GONZÁLEZ ECHECARAY. 22. EL CASTELLAR (VILLAJIMENA, PALENCIA), por M . A . GARCÍA GUINEA, P. JOAQUÍN

GONZÁLEZ ECHECARAY y BENITO MADARIACA DE LA CAMPA. 23. UNA CUEVA SEPULCRAL DEL BARRANCO DEL AGUA DE DIOS, EN TEGUESTE

(TENERIFE), por Luis DIECO CUSCOY. 24. LA NECROPOLIS DE "SON REAL" y la "ILLA DELS PORROS", por MICUEL TARRADELL. 25. POBLADO IBERICO DE EL MACALON (ALBACETE), por M . A . GARCÍA GUINEA y

J . A . SAN MIGUEL RUIZ. 26. CUEVA DE LA CHORA (SANTANDER), por P . J . GONZÁLEZ ECHECARAY, Dr. M . A . GAR­

CÍA GUINEA, A . BECINES RAMÍREZ (Estudio Arqueológico); y B . MADARIACA DE LA CAMPA (Estudio Paleontológico).

27. EXCAVACIONES EN LA PALAIAPOLIS DE AMPURIAS, por MARTÍN ALMACRO. 28. POBLADO PRERROMANO DE SAN MIGUEL VALROMANES (MONTORNES, BAR­

CELONA), por E . RIPOLL PERELLÓ, J . BARBERA FARRAS y L MONREAL ACUSTÍ. 29. FUENTES TAMARICAS, VELILLA DEL RIO CARRION (PALENCIA), por ANTONIO GAR­

CÍA BELLIDO y AUCUSTO FERNÁNDEZ DE AVILES. 30. EL POBLADO IBERICO DE ILDURO, por MARIANO RIBAS BERTRÁN. 31. LAS GANDARAS DE BUDIÑO (PORRINO, PONTEVEDRA), por EMILIANO ACUIRRE. 32. EXCAVACIONES EN LA NECROPOLIS DE SAN JUAN DE BAÑOS (PALENCIA), por

PEDRO DE PALOL. 33. EXCAVACIONES EN LA VILLA ROMANA DEL "CERCADO DE SAN ISIDRO"

(DUEÑAS, PALENCIA), por el RVDO. D . RAMÓN REVILLA VIELVA, ILMO. SR. D . PEDRO DE PALOL SALELLAS y D . ANTONIO CUADROS SALAS.

34. CAPARRA (CACERES), por J . M . BLÁZQUEZ. 35. EXCAVACIONES EN EL CONJUNTO TALAYOTICO DE SON OMS (PALMA DE MA­

LLORCA, ISLA DE MALLORCA), por GUILLERMO ROSSELLÓ BORDOY. 36. EL TESORO DE VILLENA, por JOSÉ MARÍA SOLER GARCÍA. 37. TRES CUEVAS SEPULCRALES GUANCHES (TENERIFE), por Luís DIECO CUSCOY. 38. LA CANTERA DE LOS ESQUELETOS (TORTUERO, GUADALAJARA), por EMETERIO

CUADRADO, MICUEL FUSTE y RAMÓN JUSTE, S. J .

Page 95: EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS EN ESPAÑA 69

39. EL COMPLEJO ARQUEOLOGICO DE TAURO ALTO (EN MOGAN, ISLA DE GRAN CANARIA), por SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ.

40. POBLADO DE PUIG CASTELLAR (SAN VICENTE DELS HORTS, BARCELONA), por E. RIPOLL PERELLÓ, J. BARBERA FARRAS y M . LLONCUERAS.

41. LA NECROPOLIS CELTIBERICA DE LAS MADRIGUERAS (CARRASCOSA DEL CAMPO, CUENCA), por MARTÍN ALMACRO GORBEA.

42. LA ERETA DEL PEDREGAL (NAVARRES, VALENCIA), por DOMINGO FLETCHER VALLS, ENRIQUE P Í A BAIXESTER y ENRIQUE LLOBRECAT CONESA.

43. EXCAVACIONES EN SEGOBRIGA, por HELENA LOSADA GÓMEZ y ROSA DONOSO GUERRERO. 44. MONTE BERNORIO (AGUILAR DE CAMPOO, PALENCIA), por JULIÁN SAN VALERO

APARISI. 45. MERIDA: LA GRAN NECROPOLIS ROMANA DE LA SALIDA DEL PUENTE (Memoria

segunda y última), por ANTONIO GARCÍA Y BELLIDO. 46. EL CERRO DE LA VIRGEN, por WILHELM SCHÜLE y MANUEL PELLICER. 47. LA VILLA ROMANA DE LA TORRE LLAUDER DE MATARO, por MARIANO RIBAS

BERTRÁN. 48. S'ILLOT, por GUILLERMO ROSSELLÓ BORDOY y OTTO HERMANN FREY. 49. LAS CASAS ROMANAS DEL ANFITEATRO DE MERIDA, por EUCENIO GARCÍA SANDOVAL. 50. MEMORIA DE LA EXCAVACION DE LA MEZQUITA DE MEDINAT ALZAHRA, por

BASILIO PAVÓN MALDONADO. 51. EXCAVACIONES EN EL CIRCULO FUNERARIO DE "SON BAULO DE DALT" (SANTA

MARGARITA, ISLA DE MALLORCA), por GUILLERMO ROSSELLÓ BORDOY. 52. EXCAVACIONES EN EL CERRO DEL REAL (GALERA, GRANADA), por MANUEL PE­

LLICER y WILHELM SCHÜLE. 53. CUEVA DEL OTERO, por P. J. GONZÁLEZ ECHECARAY, DR. M. A. GARCÍA GUINEA y

A B ECINES RAMÍREZ 54. CAPARRA II (CACERES), por J. M. BLÁZQUEZ. 55. CERRO DE LOS SANTOS (MONTEALEGRE DEL CASTILLO, ALBACETE), por

A. FERNÁNDEZ DE AVILES. 56. EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS EN IBIZA, por MARÍA JOSÉ ALMACRO GORBEA. 57. EXCAVACIONES EN NIEBLA (HUELVA), por JUAN PEDRO GARRIDO ROIZ y ELENA

M." ORTA GARCÍA. 58. CARTEIA, por DANIEL E . WOODS, FRANCISCO COLLANTES DE TERÁN y CONCEPCIÓN FER­

NÁNDEZ-CHICHARRO. 59. LA NECROPOLIS DE "ROQUES DE SAN FORMATGE" (EN SEROS, LERIDA), por

RODRICO PITA MERCÉ y Luís DÍEZ-CORONEL Y MONTULL. 60. EXCAVACIONES EN LA NECROPOLIS CELTIBERICA DE RIBAS DE SAUCES, por

EMETERIO CUADRADO. 61. EXCAVACIONES EN MONTE CILDA (OLLEROS DE PISUERGA, PALENCIA), por

M. A. GARCÍA GUINEA, J. GONZÁLEZ ECHECARAY y J. A. SAN MICUEL RUIZ. 62. OTRA CUEVA ARTIFICIAL EN LA NECROPOLIS "MARROQUIES ALTOS", DE JAEN

(CUEVA IV), por M.* ROSARIO LUCAS PELLICER. 63. EXCAVACIONES EN HUELVA, EL CABEZO DE LA ESPERANZA, por JUAN PEDRO

GARRIDO ROIC. 64. AVANCE AL ESTUDIO DE LAS CUEVAS PALEOLITICAS DE LA HOZ Y LOS CA­

SARES (GUADALAJARA), por ANTONIO BELTRÁN MARTÍNEZ e ÍCNACIO BARANDIARÁN MAESTU.

65. EXCAVACIONES EN LA "TORRE DE PILATOS" (TARRAGONA), por ALBERTO BALIL. 66. TOSCANOS, por HERMANFRID SCHUBERT, HANS GEORC NIEMEYER y MANUEL PELLICER CATALÁN. 67. CAPARRA III, por J. M. BLÁZQUEZ. 68. EL TESORO Y LAS PRIMERAS EXCAVACIONES EN "EL CARAMBOLO", por J. DE

M. CARRIAZO. 69. EL TESORO Y LAS PRIMERAS EXCAVACIONES DE EBORA, por J. DE M. CARRIAZO.

NOTICIARIO A R Q U E O L O G I C O HISPANO

Tomo VIII-IX. 1964-1965.

D i r e c c i ó n :

INSPECCION GENERAL DE EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS Medinaceli, 4. Apartado 1.039, MADRID

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