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EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS EN ESPAÑA 68 EL TESORO Y LAS PRIMERAS EXCAVACIONES EN «EL CARAMBOLO» (Camas, Sevilla) Memoria redactada por J. de M . v^arnazo MINISTERIO DE EDUCACION Y CIENCIA. DIRECCION GENERAL DE BELLAS ARTES SERVICIO NACIONAL DE EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS

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E X C A V A C I O N E S A R Q U E O L O G I C A S E N E S P A Ñ A

68 EL TESORO

Y LAS PRIMERAS E X C A V A C I O N E S E N «EL CARAMBOLO»

(Camas, Sevilla)

Memoria redactada por

J. de M . v^arnazo

MINISTERIO DE E D U C A C I O N Y CIENCIA. DIRECCION G E N E R A L DE BELLAS ARTES

SERVICIO N A C I O N A L DE E X C A V A C I O N E S A R Q U E O L O G I C A S

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E X C A V A C I O N E S A R Q U E O L O G I C A S EN ESPAÑA

68 EL TESORO

Y LAS PRIMERAS EXCAVACIONES E N «EL CARAMBOLO»

(Camas, Sevilla)

Memoria redactada por

J. de M. Carriazo

MINISTERIO DE EDUCACION Y CIENCIA, DIRECCION GENERAL DE BELLAS ARTES SERVICIO NACIONAL DE EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS

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Langa y Cía. MADRID.—Depósito legal: M . 674-1970.

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I. E L TESORO D E E L C A R A M B O L O

1 . — E L TESORO: CIRCUNSTANCIAS DEL HALLAZGO.

E l descubrimiento de un tesoro de joyas prehistóricas que apareció, en las obras realizadas por la Sociedad de Tiro de Pichón de Sevilla para ampliar sus instalaciones en E l Carambolo, el ú l t imo día de septiembre de 1958, ha venido a tener, junto a su importancia intrínseca, la de ser el punto de partida para un ciclo de investigaciones arqueológicas en toda la región del Bajo Guadalquivir, cuyos resultados generales e in­terpretación de conjunto exponemos en libro aparte. Aquí nos ceñiremos a las excavaciones en E l Carambolo y al estudio del tesoro.

E n capítulo separado, al estudiar la topografía del lugar, como intro­ducción al relato de las excavaciones, se consignan con todo el detalle que pudimos averiguar las circunstancias especiales del hallazgo. Ahora vamos a examinar las joyas mismas y el estado en que han llegado hasta nosotros. Empecemos por recordar cómo aparecieron.

Componen el tesoro/veintiuna piezas de oro, al parecer de 24 quila­tes, con un peso total, aproximado, de 2,950 gramos. Constituyen un conjunto de evidente unidad, técnica y estilística, repartido en cuatro especies de preseas: un collar, dos brazaletes, dos pectorales y dieciséis placas.

Estas joyas habían sido enterradas después de acomodarlas cuidado­samente dentro de un gran vaso de gruesas paredes y forma baja y abierta que los obreros descubridores describieron como algo parecido a un lebrillo; vaso que estaba ya quebrantado, aunque completo, cuando se hizo el descubrimiento y que los obreros descubridores acabaron de romper, dispersando sus fragmentos, que luego no pudieron recobrar ni reconocer. Pero uno de ellos guardó como recuerdo un pequeño frag­mento, que más adelante nos entregó y que estudiaremos con la cerá­mica del yacimiento (y con todas las reservas del caso). Juzgando por él, la vasija corresponde a una de las variedades más representativas de la cerámica que luego recogimos en el fondo de cabana que nos fue dado excavar debajo y en torno del lugar donde apareció el tesoro, una cerámica fabricada a mano, de barro negruzco y cuajado de granulos de

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sílice, muy duro, con la superficie exterior alisada y de color cuero, que conserva restos de una concreción o engobe blanquecino, pero sin ningu­na de las formas de ornamentación característ icas de algunas de las otras piezas análogas de la misma especie y yacimiento.

Todas las joyas estaban dentro de este vaso, lamentablemente des­aparecido, puestas con todo cuidado y simetría; menos uno de los bra­zaletes, que estaba fuera y entre la tierra, aunque tenía su espacio reser­vado en la vasija. Esta circunstancia invita a pensar, o bien que en el momento en que se fue a enterrar el vaso quedó fuera el brazalete, acaso porque la operación se hizo apresuradamente, o bien que alguien encon­t ró después el tesoro, extrajo el brazalete para examinarlo y lo volvió a enterrar cerca pero fuera del vaso, en un nivel algo superior. E l lo ha sido providencial para su descubrimiento, pues de haberse conservado el brazalete dentro de la vasija, tal vez no se hubiera llegado a ésta, cuando por un acuerdo no menos providencial, de ú l t ima hora, vino a decidirse rebajar el nivel de la pequeña terraza que se estaba constru­yendo sobre el lugar de la ocultación del tesoro, haciendo así posible su hallazgo.

Parece evidente que el tesoro no formaba parte original del yacimien­to que inmediatamente excavamos, pues a la altura del nivel de su hallaz­go apareció alterada la estratigrafía, como a su hora explicaremos. Pero no es menos evidente el conjunto de unidades que enlazan el yacimiento con el tesoro, mucho más que por la inmediata contigüidad.

L a forma de ocultación del tesoro, puesto en aquella vasija como en un estuche y enterrado fuera de un nivel arqueológico normal, nos priva de cualquier indicación sobre su destino y modo de lucir tales joyas. Si éstas hubieran aparecido en una tumba, acaso hubiera sido posible deducirlo por su posición respectiva, como ocurre con ciertas preseas visigodas. Encontradas en el ajuar de un templo, podr íamos inferir su carácter l i túrgico o votivo. Pero se trata de joyas de uso con toda eviden­cia, y de un uso prolongado, que se acusa sobre todo en los brazaletes.

2.—OBSERVACIONES SOBRE E L CONJUNTO.

L a primera nota que se impone a quien contempla el tesoro de E l Ca­rambolo, después de la impresión de su masa preciosa, es la de su uni­formidad. Es una misma la calidad del oro, y una misma la técnica de fabricación. Todas las joyas están hechas a base de láminas del mismo espesor, con una cara interior lisa y otra exterior decorada. E n esa faz exterior, la decoración está obtenida mediante la adición de tiras solda­das, en las que se repite un mismo motivo, soldado también. E l reperto­rio de estos motivos ornamentales resulta muy reducido: semiesferas l i ­sas o con el polo rehundido, cápsulas con rosetas troqueladas de once hojas, circulitos lisos, arquitos imbricados o cabalgados unos sobre otros, filas de minúsculos conos agudos. Y nada más .

Esta uniformidad de la materia y del trabajo arguye unidad de proce­dencia y de fabricación. Estas joyas que hemos encontrado juntas se han elaborado al mismo tiempo, en el mismo lugar y en el mismo taller. Y han debido tener el mismo destino: probablemente, la ostentación y

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el arreo personal de un personaje de extraordinario poder, riqueza y re­finamiento. De un hombre, a juzgar por la masa y el peso del conjunto y de cada una de sus piezas. Es decir, de un sumo sacerdote, o de un rey.

La uniformidad de la materia y del trabajo, con la repetición insis­tente de unos mismos temas, produce una segunda impres ión : la de monotonía, que se salva en gran parte por la variedad de las formas y la alteración de los temas, de una pieza a otra, o dentro de la misma pieza. La ordenación por filas o ringleras alarga y aligera cada una de ellas; y cada fila de elementos resulta valorada y exaltada por el contraste con que van alternados, paralelamente, altos y bajos, grandes y pequeños , lisos y decorados, mates y brillantes.

Estas dos notas conducen a una tercera observación: la de maest r ía y perfección técnica. Nos damos cuenta ahora de que la sobriedad no es pobreza, que una sabia gramát ica decorativa preside la economía de la ornamentación, obteniendo grandes efectos con pocos elementos, logra­dos en serie, mediante un cómodo troquelado. Toda esta simplicidad parece una depuración madura, mejor que una improvisación.

Una úl t ima observación preliminar considera el carácter exclusiva­mente geométrico de la decoración de las joyas de E l Carambolo. Es muy notable esta ausencia de elementos figurativos, que casi siempre aparecen en preseas de este volumen y calidad, en casi todas las civiliza­ciones antiguas. Las excepciones más notorias que ahora recordamos son precisamente hispánicas. Pero ésta del tesoro de E l Carambolo es la más notable de todas, por lo deliberada y sistemática, por lo que con­tradice tantos precedentes, influencias y derivaciones. Por eso mismo resulta significativa. Y sin duda alguna obedece a una coincidencia excep­cional de tendencias anicónicas locales con la corriente general medite­r ránea del estilo geométrico. Un rasgo precioso para la filiación y crono­logía del tesoro.

3.—CLASIFICACIÓN DE LAS PIEZAS.

Las veintiuna joyas de E l Carambolo, dentro de su uniformidad de materia y estilo, presentan diferencias que permiten agruparlas por la forma, el tamaño, el destino y alguna modalidad de la decoración. Por lo pronto, en cuanto a la forma de las piezas, el tesoro se compone de los cuatro grupos siguientes: Un collar, dos pectorales, dos brazaletes y die­ciséis placas. Por la altura de las piezas, este úl t imo grupo se descompo­ne en dos de a ocho; y por la anchura de las placas uno de ellos se des­compone en dos subgrupos de a cuatro.

Atendiendo a la ornamentación, el tesoro puede dividirse en dos se­ries, que el informe sobre la tasación del tesoro, emitido por el maestro don Manuel Gómez-Moreno y don Joaquín María de Navascués, el 15 de septiembre de 1959, reconoce como dos aderezos diferentes, dejando aparte el collar.

E n cuanto al destino, es indiscutible el del collar, bien caracterizado por su cadena de suspensión con cierre, pasador y colgantes, y con para­lelos inmediatos en la plástica medi ter ránea; y muy seguro el de los dos brazaletes, adornos para el antebrazo precisamente, y para unos antebra-

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zos muy robustos, y en modo alguno para los tobillos, como alguien ad­mite en hipótesis posible. A primera vista puede parecer dudoso el em­pleo de los pectorales, que el informe citado denomina como «piezas cuadri láteras de lados curvos y cóncavos». Desde nuestras primeras co­municaciones y publicaciones del tesoro hemos defendido que estas dos piezas son precisamente pectorales, adornos para colgar sobre el pecho; guiados por el asa lateral que uno de ellos conserva y el otro ha tenido, sin duda alguna. Por ellas se colgarían, mediante una cinta o cadena. Quedan las placas, que no pueden ser joyas para usarlas aisladas cuando repiten una misma forma y tamaño; pero, además, todas ellas están per­foradas de parte a parte, por sus lados largos, de modo que pueden aco­plarse unas a otras. El lo sugiere, mediando diversos paralelos, que se usaran como placas de cinturón, o formando coronas.

E n cuanto al arte, ya está destacada la rotunda uniformidad del con­junto, mediante la adaptación para cada clase de pieza de un mismo repertorio y sistema ornamental, trabajado de la misma manera. Son notas comunes el exclusivo geometrismo, el troquelado de los elementos decorativos y la utilización exclusiva del oro. Apenas hace excepción el collar, donde se han advertido algunos rastros de esmalte o adorno de color, y la presencia del granulado.

4.—PRIMER ADEREZO: E L PECTORAL.

Convencionalmente llamamos primer aderezo al constituido por un pectoral, los dos brazaletes y las ocho placas en dos series, con una mis­ma decoración, a base de semiesferas, alternando con filas de cápsulas tapadas con discos que llevan troqueladas rosetas de once hojas. Una decoración vigorosa, de fuerte relieve y acusado claroscuro; y al mismo tiempo delicada, con muy notable equilibrio, cuya sobriedad y reitera­ción se resuelve en un cierto clasicismo.

E l pectoral, con su pareja del otro aderezo, son piezas singularísi­mas, que impresionan fuertemente. Un cuadri lá tero de lados curvos y cóncavos, formado por una placa de sustentación, a la que vienen a sol­darse todos los adornos. E n apariencia, está limitado por cuatro tubos arqueados, unidos dos a dos por los ángulos extremos, por donde ter­minan en dobles cápsulas abiertas, algo semejantes a los adornos ter­minales de algunos torques. Se diría que estos cuatro tubos marginales están preparados para pasar por ellos otros tantos cordones, que ser­virían para afianzarlos sobre el pecho, cruzándose estos cordones en la espalda. Pero había otra suspensión, mediante una anilla o asita, solda­da en el centro de uno de los lados estrechos, anilla que en el otro pec­toral se conserva muy bien y que en éste se ha roto y desprendido, de­jando, en el dorso de la pieza, vestigio suficiente de su presencia. Y así, por una anilla o asita unida a uno de los lados estrechos, se suspendían otras piezas de silueta análoga, aunque mucho más pequeñas, encontra­das en la Meseta, que recordaremos luego, entre los paralelos.

Los cuatro tubos marginales que contornean la pieza, dándole su forma, se encuentran todavía reforzados por una decoración de vivo resalte. Son dos filas de semiesferas lisas, soldadas sobre dos laminitas de oro, que recorren paralelas cada tubo por la cara anterior, arquea-

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da, y por la lateral, cóncava, como sendos collares de perlas. Mirando hacia el centro de la pieza, los tubos están recorridos por otras cintas con otras filas de semiesferas, mucho más menudas que las anteriores, a las que hacen así mayores, por contraste.

La composición del frente del pectoral tiene un eje de simetría que es su mismo eje mayor longitudinal. También aquí, con fuerte resalte sobre los lados, corre otra cinta, con otra fila de semiesferas del t amaño mayor. Todas estas cintas que sostienen las semiesferas tienen sus bor­des sogueados. Paralelas a los dos lados largos y cóncavos, corren otras cintas, que llevan soldadas unas carreras de cápsulas cubiertas con dis­quitos de contorno sogueado, en las que campean rosetas de once hojas y botón central, probablemente troqueladas. Entre estos dos arcos de rosetas y el eje central de semiesferas quedan cuatro espacios triangu­lares, abombados por repujado y contorneados por filetes de pequeños conos agudos.

De esta manera, toda la superficie y los cantos laterales de este cua­drilátero de lados cóncavos aparecen cuajados de decoración. Hay un evidente y como infantil exceso y recargamiento de adornos, un deseo demasiado notorio de riqueza y ostentación, salvado por el aligeramien­to que suponen las escotaduras de los lados curvos, y por la habilidad con que se marca el contraste entre las líneas directrices de la compo­sición (una especie de hebilla, por cierto) y los campos de relleno. E n suma, el consabido horror del vacío; que incluso se corrobora con el detalle de que algunas pequeñas y secundarias partes de la lámina de fondo, que quedaban lisas y visibles, fueron decoradas con un tosco ra­yado oblicuo.

E l reverso de este pectoral ofrece liso y desnudo el otro lado de la misma lámina de sustentación. Las dobles bellotas huecas de los ángu­los se acusan en bulto redondo, terminadas por un filete en los bordes y un doble filete en los arranques. Entre cada pareja de bulbos corre el perfil de las semiesferas del canto. Dentro de este marco de adornos, la placa de sustentación se presente lisa y demasiado frágil y delgada, como si en ella se hubiera escatimado el metal que se prodiga en la ornamen­tación de la cara noble. Tan frágil es, que la inserción de los elementos decorativos de la cara principal se acusa de este lado por líneas, rectas y curvas, que pueden responder a presiones que se hayan producido sobre la faz; o mejor, que atestiguan un trazado previo, como replanteo general de la ornamentación, realizando por el orfebre con una punta fina y dura. Así se acusan los dos arcos de cápsulas, y hasta las bases de estas mismas; y más rotundamente, las dos líneas paralelas del eje.

La conservación de esta pieza es en general buena, de las mejores del lote. Sin embargo, se han perdido una semiesfera de uno de los arcos laterales largos y otra de uno de los cortos, una de las rosetas, con su cápsula, y la asita o anilla de suspensión. Algunas de las dobles bellotas y bastantes semiesferas están algo abolladas. Y una raya o línea de fractura, como efecto de un golpe accidental, cruza oblicuamente el reverso, habiendo ocasionado la caída de una semiesfera y el casi des­prendimiento de otra.

Este pectoral pesa 245 gramos. Miden las cuerdas de sus arcos exte-

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riores, en sentido rectangular, 13 por 11,5 cm.; la parte maciza de la pieza, 10,5 por 6 cm. Medida diagonal, desde un par de bellotas al opues­to, 19 cm.

5.—Los DOS BRAZALETES.

Son dos piezas casi iguales, no idénticas de peso, aunque la diferen­cia puede depender de la pérdida de varios elementos de la decoración en la más ligera, que parece también algo más pequeña. L a decoración es casi igual a la del pectoral anterior, y a la de las ocho placas en dos series, pero no idéntica. La diferencia estriba en que las rosetas de los brazaletes están hundidas en el fondo de sus cápsulas, mientras que en el pectoral y en las placas los discos de las rosetas están soldados sobre el borde de cada cápsula, como tapándola.

Salvo esta pequeña diferencia, el sistema de la decoración es el mis­mo, en sus elementos y en la al ternación de los mismos; pero aquí mucho más regular, porque la forma cilindrica lo permite, y casi invita a ello. Tanto, que se diría que la ornamentación se ha concebido precisamente para los brazaletes, y luego se ha transportado a las otras piezas. No es inverosímil que los brazaletes hayan determinado el estilo general, por­que para ellos tenemos antecedentes más claros, en la ordenación por bandas horizontales de otros brazaletes y sítulas de bronce de Hallstatt. Por otra parte, los brazaletes son por su masa, su peso de metal precio­so y su volumen, las piezas más imponentes del tesoro, las que más he­rir ían la imaginación de los subditos del príncipe que los ostentara.

Cada uno de los brazaletes está formado por un cilindro de lámina de oro, con el borde rebordeado hacia afuera por cada extremo. Sobre esa lámina vienen a soldarse, por la superficie exterior, láminas anula­res, sobre las que están soldados a su vez los elementos de la decora­ción. Son cinco filas de semiesferas lisas, en las que alternan cuatro filas de cápsulas con rosetas; todas ellas separadas entre sí por otras cintas mucho más estrechas con filas de conos agudos pequeños, a su vez marginadas por dobles sogueados, muy menudos, que son parejas de hilos de oro retorcidos. Otras parejas de hilos semejantes sujetan las rosetas en el fondo de las cápsulas y adornan los bordes de estos cabujones, con extraordinaria habilidad de factura y delicadeza de mon­taje. Pues los que parecen cordones son simples hilos retorcidos.

E l contraste que ofrecen las semiesferas grandes y lisas con las rose­tas que adornan el fondo de las cápsulas, en acertado claroscuro, y con los delicados conitos y dobles sogueados, está mejor conseguido que en el pectoral y constituye una ordenación francamente clásica, que hace olvidar la monotonía de los elementos. Por el interior de los brazaletes se acusan las líneas de la composición decorativa del exterior, mediante verdugones de suave resalte.

La conservación de estas piezas es bastante buena, sobre todo en el brazalete mayor. E l más pequeño, que se encontró primero, fuera del recipiente, está fuertemente machacado por uno de los bordes, quedando allí aplastada la primera fila de semiesferas. E n otros lugares de una y otra pieza se observan deformaciones violentas, que han arrastrado y deformado piezas sueltas y cintas de sus tentac ión: una oportunidad para

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estudiar su montaje y su técnica. Las rosetas tienen once hojas, y han sido troqueladas; mientras que las semiesferas y los pequeños conos pueden ser troquelados o repujados.

E l brazalete mayor pesa 550 gr. de oro, y mide 12 cm. de altura. E l más pequeño, 525 gr. y 11,5 cm. Uno y otro tienen entre 11,5 y 12 cm., de diámetro exterior, y unos 10 cm. de diámetro interior. Entre los dos acaparan más de la tercera parte de la masa de metal precioso del tesoro, mientras que las otras escasas dos terceras partes se repar­ten entre diecinueve piezas.

6.—LAS OCHO PLACAS EN DOS SERIES.

Completan el primer aderezo, con ordenación muy semejante a las del pectoral y los dos brazaletes, ocho placas que forman dos grupos de distinto tamaño. Los elementos de la decoración son los mismos, pero sus tamaños respectivos son diferentes. Aquí las semiesferas son más pequeñas que en los brazaletes y en el pectoral, mayores las de los brazaletes y de t amaño intermedio las del pectoral. E n donde vemos ya un intento de diferenciación matizada, que otros detalles vienen a con­firmar.

Aquí el elemento más destacado del adorno son las rosetas, dispues­tas como en el pectoral, es decir tapando las cápsulas, mientras que en los brazaletes están hundidas en el fondo de dichos receptáculos; y las más pequeñas semiesferas son el elemento menudo de contraste. Otra diferencia es que las filas de conos están aquí más separadas de las de rosetas y semiesferas, destacándose mejor sobre sus márgenes soguea­dos. Una diferencia más consiste en que las placas de sustentación, que dan su forma a la pieza, son aquí dobles, mientras que en los brazale­tes y pectorales son sencillas; con lo que las piezas resultan huecas, del modo que ahora veremos.

Las ocho placas de este grupo son de la misma longitud, pero cuatro de ellas son más anchas que las otras cuatro. La ornamentación es idéntica, repartida en tres zonas en las placas anchas y en dos en las estrechas: Cada zona comprende una fila de trece rosetas de a once hojas, rodeadas de un doble filete sogueado y soldadas cubriendo su cápsula correspondiente, que es de menor diámetro; entre dos filas es­trechas de conitos agudos, marginadas de dos filetes sogueados. Cada una de estas zonas de filas de rosetas entre filas de conos se encuentra enmarcada por otras filas de semiesferas lisas, relevadas sobre unas planchetas correspondientes; que así forman también el contorno de las placas. Toda la composición respira finura y equilibrio.

Ahora podemos revelar un rasgo inédito, que hasta aquí no había­mos advertido quiénes con más o menos detenimiento nos hemos ocu­pado de estas joyas. La impresión de absoluta regularidad geométrica que producen estas placas no es tan rigurosa como parece. E n realidad, existe un margen de libre irregularidad, que seguramente no es ajeno a la buena impresión del conjunto. N i las placas están matemát icamente escuadradas, ni las filas de semiesferas tienen el mismo número de éstas. De ias cuatro placas más anchas, hay dos que tienen veintiuna se­miesferas en los lados largos, diecinueve en las dos entrecalles, doce en

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uno de los lados cortos y once en el otro. Otra tiene veintiuna semies-feras en los lados largos, pero diecinueve en una calle y veinte en otra. La cuarta placa tiene veintidós semiesferas, cuando los lados cortos tie­nen los dos a once. E n las cuatro placas estrechas, uno de los lados lar­gos tiene veintidós semiesferas y el otro veintiuna. Es decir, que predo­mina una invisible pero sistemática irregularidad, reveladora de un sabio artesanado del orfebre, que ha sido lo bastante hábil para dar movimien­to a la ornamentación mediante una libre cuenta irregular de los ele­mentos, perfectamente disimulada. Con lo que podemos hablar de una feliz asimetría.

Gran novedad en estas y en las otras placas es el estar formadas por dos chapas, que dejan un espacio interior hueco, recorrido transver-salmente por unas comunicaciones que las atraviesan, abiertas por vein­tiséis cazoletas perforadas a lo largo de los cantos mayores. Los veinti­séis recorridos, por los que podr ían pasarse cuerdas o fibras para fijar las placas o unirlas unas a otras, se acusan por el reverso en otros tantos surcos relevados. Como luego puntualizaremos, esta fijación permit i r ía acomodar las placas tanto sobre un cinturón como armando una corona o diadema.

La conservación de estas ocho placas es muy desigual. Dos de las pla­cas grandes y tres de las pequeñas están casi intactas, sólo con algunas semiesferas algo abolladas. Dos de las placas grandes están deformadas por golpes, que han arrastrado o destruido rosetas y semiesferas, do­blando o desplazando las tiras en las que están soldadas. La cuarta de las placas estrechas es una de las piezas peor conservadas de todo el tesoro. Más de dos quintas partes de uno de los lados largos ha perdido toda la franja marginal; aunque las partes arrancadas se conservan apar­te, y podrán ser reincorporadas en una cuidadosa restauración.

Las cuatro placas más anchas miden 11 cm. de longitud por 6 de anchura; y su peso total es de 453 gr. Las cuatro placas más estre­chas tienen los mismos 11 cm. de longitud, pero sólo 4,25 de anchura; su peso, 320 gr. E l grueso de cada una de las ocho placas var ía de 5 a 6 mm.

Todo este primer aderezo tiene un carácter más fastuoso, de más ostentación; mientras que el segundo aderezo tiene un carácter más refinado y de mayor perfección técnica.

7.—SEGUNDO ADEREZO: E L PECTORAL.

L a segunda mitad del tesoro, que podemos seguir llamando segundo aderezo, está compuesta de diez piezas: un pectoral, ocho placas y el co­llar, pieza de excepción que seguramente forma grupo con las otras nueve. Lo que estas joyas tienen de común es la decoración, con un re­pertorio de temas y una escala distintos de los del aderezo primero. Pero es mucho más importante lo que tienen de común los dos aderezos: estructura, formas generales, técnica y estilo. Como evidente demostra­ción de que la totalidad del tesoro constituye un conjunto de unidad in­discutible.

E n este segundo aderezo desaparecen las rosetas y las grandes semi­esferas lisas, las filas de pequeños rombos agudos y los perfiles soguéa­

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dos. E n cambio, aparecen otras semiesferas con los polos rehundidos, semiesferas lisas muy pequeñas y pequeños círculos y arcos cabalgados; y aunque se haya borrado casi por completo, podemos inferir la pre­sencia de una policromía, en forma de esmaltes o de plaquitas o piedras de color, mientras que en los colgantes del collar aparece el granulado. Todo ello representa un sentido algo diferente de la ornamentación, una escala de valores distinta y un sentido distinto del claroscuro. E n suma, algo más preciosista y rebuscado, algo bastante menos clásico.

E l pectoral de este aderezo es algo así como la pieza clave del todo, la que presta unidad al conjunto del tesoro. Por una parte se relaciona con el primer aderezo por el otro pectoral, que es su pareja más pró­xima, en forma y estructura y en la ordenación del decorado; mientras que por otra parte, en el detalle de dicho decorado, se relaciona con el collar y con las ocho placas iguales del segundo aderezo. Su forma es el mismo cuadri látero de lados cóncavos, terminado en los cuatro ángu­los por las mismas cápsulas o bellotas huecas y abiertas. Su estructura está formada por una lámina de sustentación a la que vienen a soldarse todos los otros elementos: los cuatro tubos arqueados que forman el contorno de la pieza y terminan en dichas bellotas, un eje central de si­metría, recorrido por semiesferas soldadas y, al borde y en el centro de uno de los lados estrechos, una anilla de suspensión. Todo esto como en el pectoral primero.

Lo que ahora es diferente es el detalle de la decoración. Su elemento más destacado es la fila de nueve semiesferas, a lo largo del eje central; que mientras en el primer aderezo son semiesferas lisas, y de mayor tamaño, aquí son más pequeñas y tienen el polo rehundido, como pre­parado para recibir una gema o esmalte.

Todo el resto de la decoración es mucho más menuda. E n los cuatro tubos marginales está formada por tres filas de pequeñísimas semiesfe­ras lisas, separadas por dos filas de pequeños aritos o círculos, que en realidad son también semiesferas, mucho más rehundidas que las del eje. Dos filas de aritos semejantes bordean las semiesferas mayores de dicho eje central, soldadas directamente a la lámina de sustentación; mientras que otros cuatro arcos de tales aritos enmarcan por el interior los tubos marginales. E l campo libre se rellena con dos series de arqui-tos cabalgados, o escamas, que son paralelas a los lados mayores y van dentro de un recuadro formado por un filete liso. Otros filetes seme­jantes enmarcan la banda central, determinando a los lados del eje cua­tro tr iángulos irregulares, lisos. Finalmente, el arranque de las cápsulas o dobles bultos terminales está decorado con filas de circulitos, entre dobles filetes muy menudos y unos pequeños verdugones, como los que recorren las bocas de los capullos o bellotas.

Los circulitos y arcos cabalgados de la decoración de esta pieza se parecen a los tabiquitos de un esmalte cloissonnee; y se repiten en el collar. E l asa lateral es de un tipo muy definido, formada por un arco muy aplastado de grueso alambre de oro. Lo curioso es que casi todo el hueco de semejante anilla aplastada está ocupado por una lámina delgada, lisa, salvo un surco longitudinal, soldada por la cara noble, que sólo deja libre una ranura estrecha, como para pasar por ella una cinta.

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Por el reverso, la plancha de sustentación acusa ní t idamente el decora­do de la cara principal, es decir, los círculos rotundos de la base de las semiesferas, 'os filetes longitudinales, los arcos y círculos menudos. Por ese lado no corre la fila de circulitos del empalme de las dobles bellotas, pero si los perfiles. Sobre la plancha de sustentación, que resulta dema­siado delgada y frágil, los detalles de la ornamentación del anverso se señalan con tanta intensidad en esta cara posterior, y de un modo tan regular, que no puede haber sido el efecto de presiones ejercidas por el otro lado, sino que, según pensamos para la pieza pareja, el orfebre ha debido marcar a punzón, previamente, el desarrollo general del orna­mento, y el lugar exacto de cada uno de sus elementos.

E l estado de conservación de esta pieza, que debía ser satisfactorio a la hora del descubrimiento, es hoy lamentablemente malo. Todo un án­gulo de la pieza está roto y casi desprendido, a consecuencia de haber querido uno de los obreros descubridores doblar nuestro pectoral, en demostración de que era de cobre y no de oro, como pensaban otros de sus compañeros . Él mismo autor del desastre nos lo confesó más tarde, profundamente arrepentido de su barbaridad.

Este pectoral del segundo aderezo es más cuadrado por los extremos que el anterior, siendo los arcos de un desarrollo muy parejo, pues las cuerdas de los cuatro dan unos 12 cm.; algo menos el que conserva la anilla y algo más los dos laterales. E n cambio, la parte central o maciza es muy rectangular, siendo la longitud el doble que la anchura: 10,5 por 5,5. Su peso es menor que el de la pieza pareja: unos 200 gr.

8.—LAS OCHO PLACAS IGUALES.

E l grupo más monótono dentro del tesoro lo forman ocho placas rec­tangulares del mismo tamaño y de la misma decoración. Esta decoración es semejante a la del pectoral anterior, pero más limitada de elementos, que se reducen a dos: las semiesferas con el polo rehundido, enfiladas en cuatro ringleras, y pequeñas celditas circulares, dispuestas en cinco filas, que alternan con las anteriores en la dirección del eje mayor de cada pieza, y corren también por el borde de los lados menores, enmar­cando así toda la composición. Por el canto de los lados largos, otras celdas perforadas, que permiten pasar cordones transversales, entre las dos planchas que son la armadura de cada placa, por carreras que se acusan en la plancha del reverso. Y nada más ; ni conos, ni arquitos ca­balgados, ni perfiles sogueados. Aparte la al ternación de sus dos únicos elementos decorativos, apenas contribuye a contrastarlos la diferencia de t amaño , y el que las celditas circulares están montadas sobre plan­chuelas longitudinales, mientras las semiesferas están soldadas directa­mente sobre el fondo de la placa. Incluso la asimetría, que también se da, es menor que en las otras placas.

Tal como ahora las vemos, estas ocho placas resultan desfavorecidas y parecen las piezas más sosas y menos valiosas de todo el tesoro. Pero probablemente serían de las más ricas y vistosas, gracias a la policro­mía, si, como pensamos, las celditas circulares y los polos rehundidos de las semiesferas estuvieron rellenos de esmaltes o pastas vitreas. E n una

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de la celdillas se ha reconocido algo como residuo de una materia roja, acaso vitrificada, que es un indicio vehemente de que todas las otras celdillas y los polos rehundidos de las semiesferas recibieron una nota de color; o mejor dicho, de diversos colores combinados, que ofrecerían un aspecto deslumbrador.

La conservación de estas ocho placas es bastante buena. Sólo una de ellas ofrece un golpe diagonal que ha abollado y desplazado algunas se­miesferas. Otras semiesferas están algo aplastadas. Las ocho placas jun­tas pesan 380 gramos; y todas miden 9 cm. de longitud por 5 de anchura.

9 . — E L COLLAR, PIEZA CUMBRE DEL TESORO.

La joya de las joyas del Carambolo es el collar, pieza verdaderamen­te extraordinaria, única por su estilo en toda la orfebrería antigua lle­gada hasta nosotros; aunque no le faltan paralelos figurativos, en la es­cultura chipriota, y otros, más remotos, en la orfebrería griega y etrusca. Por lo pronto es única dentro del tesoro, donde todas las otras están re­petidas; pero tiene con algunas de ellas las notas comunes que ahora veremos.

E l collar es una pieza articulada y completa, que se compone de cua­tro clases de elementos: 1) una cadena más gruesa, con dos ramales que terminan en una anilla y una muletilla, respectivamente, para el cierre; 2) un pasador fusiforme, que se desliza sobre un tubo por el que se afianzan en un extremo los dos ramales de la cadena mayor, y en el otro extremo las siguientes cadenitas; 3) dieciséis ramales de cadenitas, mucho más cortas y delgadas que la principal; 4) sostenidos por estas cadenitas, siete colgantes que recuerdan muy remotamente la forma de los anillos signatarios egipcios. Falta un octavo colgante, quedando cor­tadas las dos cadenitas que lo sostenían.

L a cadena mayor, delicada, fuerte y flexible como la m á s perfecta de nuestros días, está formada, en opinión de los joyeros que la han exami­nado, por eslabones en forma de ochos, perfectamente engarzados entre sí. Cada ramal tiene 28 cm. de longitud, terminando el uno en un peque­ño anillo y el otro en una muletilla, que juntos forman el cierre para col­gar el collar. Por los otros extremos, estos dos ramales de cadena se afianzan en el interior de un tubo cilindrico, cubierto por un pasador deslizable, en forma de dos troncos de cono, unidos por su base mayor. Cada cono de este pasador fusiforme, que mide 5 cm., es tá decorado con unos filetes que cierran espacios oblongos, acaso destinados a limitar campos de pasta vitrea. No se alcanza bien la razón de que este pasador pueda deslizarse sobre el tubo que tiene dentro, y que es algo m á s corto.

De este tubo salen por el otro extremo dieciséis delicadas cadenitas, cada dos de las cuales sostienen cada uno de los dijes o colgantes, redu­cidos a siete por la pérdida, bien lamentable, del octavo; cuyas cadenitas cuelgan sueltas, mientras las otras afianzan sus colgantes por unos tubos de hilo retorcido, soldados al arco que recuerda el anillo del sello sig­natario, que ya no es anillo ni sello. Estos colgantes son unas piezas muy curiosas. E l remoto modelo egipcio, un autént ico anillo, con un chatón giratorio, que casi siempre es un escarabeo, fue adoptado y refundido

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por los fenicios, que lo difundieron por todo el mundo medi ter ráneo. Como recuerdo de que estos chatones habían sido giratorios, los arcos que hacen el papel de los anillos se introducen en arandelas que pare­cen destinadas a favorecer la rotación.

Pero estos anillos están soldados a los chatones, que ni giran ni pue­den girar aunque hagamos violencia, porque casi todo el hueco de sus arcos, demasiado frágiles y demasiado aplastados, lo llenan unas plan­chuelas soldadas y decoradas. Decoradas en cuatro de los ejemplares con arcos dobles imbricados, en dos con círculos con un botón central, y en uno con la superficie dividida en tres espacios mediante dos filetes do­bles. E n estas mismas planchuelas se manifiesta ya una decoración de tipo nuevo, que no se da en el resto del tesoro. Son menudís imos gra­nulos, también de oro, enfilados para enmarcar la composición respec­tiva, o rellanando sus espacios libres en grupitos de a cuatro, como losanjes, o en grupos mayores triangulares, como racimos. Semejante granulado es la aplicación de una de las técnicas más admirables de la orfebrería antigua, originaria también de Egipto. Pero los espacios ma­yores de estas planchuelas muestran vestigios de haber tenido una deco­ración policroma, de esmaltes o pastas vitreas, de la que se advierten los vestigios más claros, de color verdoso, en la planchuela de tipo único, que tiene el espacio dividido en tres campos por dos pares de filetes.

A estas planchas que rellenan los aros en su mitad libre, más bien corrida, quedan también soldados los chatones, en los que, además, se introducen lo extremos de los muy delgados aros. Tales chatones, que conservan la silueta general plano-convexa de los escarabeos que cons­tituyen sus remotos modelos, son unos elementos muy ricos, cuajados de decoración. Una decoración que se reparte en tres campos: el lado plano, en realidad algo cóncavo, que equivale al lugar donde iban las leyendas, figuras o emblemas signatarios, el lado convexo, tangente y soldado a la planchuela, y el canto cilindrico. E n los tres campos, la or­namentación se compone con filetes, que forman diversos dibujos, con espacios mayores, que estarían ocupados de esmaltes o pastas vitreas, y con espacios marginales y más pequeños, ocupados con menudos gra­nulos de oro. Cuando estos granulados se relegan a campos secundarios, es que los campos principales estar ían destacados con la rica policromía de las pastas o esmaltes.

La decoración de los cantos es en cuatro de los chatones una serie de barretas oblicuas que separan campos triangulares, en dos de circu­litos con un botón central y en uno de dobles arcos superpuestos en imbricación. E n este úl t imo la decoración de la planchuela es también de dobles arcos encabalgados, y las de circulitos con botón central corres­ponden a planchuelas con el mismo adorno; pero tres de los cantos con tr iángulos alternados corresponden a planchuelas con arcos encabalga­dos, y el cuarto se acompaña con la planchuela de los tres campos se­parados por dobles barretas. Semejante combinación irregular significa una libre asimetría, que en cierto modo se corresponde con la que ya hemos señalado en las placas.

L a parte convexa de los chatones, soldada a las planchas de los arcos, lleva una ornamentación semejante, con arcos superpuestos en unos ejemplares y en otros con diversas composiciones, siempre con campos

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mayores para el color y menores para el granulado. E l lado más des­pejado y noble, el espacio algo cóncavo y ovalado que sería el de la gema o el signo signatario, recibe un adorno m á s complejo, que es de tres tipos: en uno el campo se reparte entre dos rombos partidos y dos como escudos oblongos, siempre de tabiquitos del mismo resalte, con un cierto aire de cartelas barrocas; y en los otros dos tipos el centro lo ocu­pa una especie de flor tetrafoliada, con márgenes arqueados y campos secundarios de granulado. E n suma, tanto por su estructura como por el complejo sistema decorativo, este complicado collar es una joya rica y primorosa como la que más . Y como veremos en seguida, se encuentra muy bien documentada de paralelos y antecedentes.

La conservación de esta joya es muy buena, salvo la falta del octavo colgante, que no podemos saber cuándo habrá ocurrido. Los chatones de los colgantes miden 12 mm. de gruesos, y 25 y 19 los ejes de sus óvalos. Los anillos, 40 mm. de diámetro mayor y 12 en el otro sentido, desde el chatón. Cada una de las cadenillas de las que penden los col­gantes tiene 45 mm. de larga. E n el interior de los colgantes hay pie-drecitas, o bolas metálicas, que los hacen sonar como cascabeles.

E l peso total del collar es de 260 gramos. Para dar idea proporcional del mér i to de cada una de las joyas del tesoro, nada mejor que con­signar que en el aprecio oficial formulado por don Manuel Gómez-Mo­reno y don Joaquín María de Navascués, de las 650.000 pesetas que se atribuyen al conjunto, se calculan 200.000 para el primer aderezo, 100.000 para el segundo y 350.000 para el collar. Lo que nos parece una propor­ción muy justa.

10.—APRECIACIONES TÉCNICAS Y ESTILÍSTICAS.

Decritas una a una las joyas que forman el tesoro de E l Carambolo, conviene insistir sobre la técnica con que han sido realizadas y sobre su estilo art íst ico. Así podremos apreciar su originalidad y sus relacio­nes, y prepararnos para estimar sus paralelos y su cronología.

E n contraste con su apariencia recargada y fastuosa, las joyas de nuestro tesoro están conseguidas con una técnica muy simple, a la vez que muy sabia y muy segura. E l granulado de los colgantes del collar es la única complicación algo extraordinaria, y se diría que no bien domi­nada por el taller constructor de estas joyas, pues se emplea con tanta parsimonia, y no con demasiada perfección, ya que a trechos se ha des­prendido. Como se sabe, este granulado, de ascendencia egipcia, es una de las maravillas de la orfebrería antigua, divulgada por los fenicios. E l granulado es aquí menudís imo, y cubre por igual pequeños campos, resaltado sobre unas planchitas, a modo de racimos de uvas, o sirve de marco y resalte, contorneando las composiciones geométricas de los óvalos cóncavos de los falsos sellos signatarios.

Salvo este granulado que las enriquece, las joyas de E l Carambolo es­tán elaboradas con procedimientos sencillísimos. L a gran cadena del collar, de aspecto tan moderno y tan perfecto, resulta simplemente de engarzar eslabones en forma de 8. Y todo lo demás son placas lisas o rayadas por sus reversos; y en lo que ha de quedar a la vista, cuajadas de una decoración que resulta de repetir en serie motivos elementales,

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obtenidos en molde o troquel. Nada de cincelado, ni de aposición de gemas. Apenas vestigios de una policromía de esmaltes o pastas vitreas.

E l efecto decorativo de estas joyas se consigue por la acumulación de adornos, repetidos sin empacho, con una evidente preocupación del horror vacui. E l tema más simple y más reiterado son semiesferas hue­cas, de diversos calibres, soldadas en fila sobre láminas estrechas y lar­gas, resaltadas sobre el fondo de las planchas de sustentación de las placas y de los brazaletes y pectorales. E n las ocho placas idénticas, es­tas medias bolas tienen sus polos rehundidos a troquel; lo que en cierta manera las hermana con las pequeñas cazoletas que les quedan con­tiguas.

También son troqueladas las rosetas, que se repiten, como elemento unificador, en los pectorales, los brazaletes y las placas. Son rosetas de once pétalos y botón central, obtenidas con troqueles no muy limpios, en los que dos hojas suelen aparecer pegadas, por mala distr ibución del campo circular en los once espacios. Lo que en cada pieza puede pa­recer monotonía , se hace variedad de unas piezas a otras por la diversa manera como aparecen montadas dichas rosetas, ya sobre cápsulas pe­queñas, obturándolas , ya embutidas en el fondo de cápsulas mayores. Y siempre enmarcadas con rebordes de filetes sogueados.

Junto al tema mayor de las ringleras de medias bolas o de rosetas, contorneándolas y dándoles valor por contraste, juegan su papel en estas joyas, como temas menores, los delgados filetes sogueados, generalmen­te dobles, y las filas de menudos conos agudos o púas , proporcionalmen-te espaciados. De un trabajo muy bello, por lo pequeño y regular, estos filetes representan un elemento de alta calidad, que matiza y ennoblece la reiterada monotonía de los temas mayores. Algo más sosos resultan los campos de filetes en arquerías sencillas o dobles, simples o super­puestas, imbricadas, que se dan en el pectoral menor y, con mayor ga­llardía, en los colgantes del collar.

L a fijación de las planchas de estructura y de los elementos decora­tivos en las joyas de E l Carambolo es una mezcla de soldadura y de em­butido o remachado, bastante eficaz para el uso corriente de las piezas, pero que no ha podido resistir las violencias que sufrieron a la hora de su hallazgo. Más que los golpes de azada de los descubridores, fueron torsiones y otros actos de fuerza, para poner a prueba la dureza del metal, cuando los inventores dudaban si las joyas eran de cobre o de oro. L a rotura de dos de las pequeñas cadenitas y la pérdida del colgan­te que sostenían parecen modernas. E n realidad se trata de una sola cadenita, que pasa por el tubito de hilo retorcido soldado al arco de los anillos de los colgantes, sin quedar soldado a él, pues cada tubito puede deslizarse sobre su cadena, de un extremo al otro.

Volviendo a examinarlas en su conjunto, las joyas de E l Carambolo ofrecen una unidad de estilo que se impone desde el primer momento. Esta unidad depende de otras tres: las de la materia, la técnica y la gra­mática decorativa. E l conjunto presenta una como solidaridad, en la que cada pieza viene a ser complementaria de las otras y cada elemento de­corativo se enlaza con todos los demás. Esta uniformidad coherente no llega a romperla esa única pieza solitaria que es el collar, pues por la

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forma de las anillas de los colgantes y la ornamentación de filetes se relaciona con el menor de los pectorales, y por él con todo el resto del lote. Lo más singular en esta joya, aparte del uso y la forma, es el granulado.

La unidad de estilo se refuerza con la ausencia de toda intención o realización figurativa, con la falta absoluta de motivos inspirados en el mundo de las formas vivas, animales o vegetales, realistas o estilizadas. Toda la decoración es puramente geométrica; incluso las rosetas, por su­puesto. Tratándose de tantas piezas y de tantas superficies decoradas, este exclusivo geometrismo no ha de ser algo accidental. Supone una incapacidad o una repugnancia por las representaciones, que deben tener causas profundas. Sobre todo, cuando resulta confirmada, como hemos de ver, en toda la decoración de la cerámica del yacimiento.

Entre los muchos y difíciles problemas que plantean las joyas de E l Carambolo se incluye el de cómo se usaron. A juzgar por la longitud y cierre de su cadena mayor, el collar se llevaría como tal, colgado del cuello. Caído sobre el pecho, sus colgantes chocarían entre sí, en la mar­cha o en cualquier movimiento, produciendo un tintineo reforzado por el de las piedrecitas que hay dentro de los colgantes y que los convierten en cascabeles. E l usarse como collar lo califica precisamente como joya masculina, al igual que todas las demás del tesoro, como confirman los paralelos.

Las dos piezas tubulares serían efectivamente brazaletes, de brazo y no de antebrazo; y de brazo robusto. Su peso y t amaño los hace inade­cuados para tobilleras. Por lo que hace a los pectorales, lo serían sin duda, atendiendo al sistema de suspensión doble: por el asa que el uno ha tenido y el otro conserva, soldadas en uno de los lados menores, y por cordones pasados por los tubos curvos marginales.

Por lo que hace a las placas, sus perforaciones paralelas al eje menor permit i r ían ensartarlas unas con otras, y montarlas, sea sobre un cintu-rón de cuero, sea para formar una corona articulada; para cada uno de cuyos usos hay suficientes ejemplos. De suerte que una sola persona, un varón, ya que además faltan los adornos específicamente femeninos de orejas, pudo llevar a la vez todas las piezas del tesoro: el collar en el centro del pecho, un pectoral a cada lado, un brazalete en cada brazo, una serie de ocho plazas en el frente del c inturón y la otra serie monta­da como una corona. Podemos figurárnoslo como una anticipada réplica masculina de la Dama de Elche, con su mismo recargamiento de ador­nos, tan fastuoso, tan anticlásico, tan bá rbaro .

Con un repertorio de temas muy simple, la decoración de las joyas de E l Carambolo consigue un efecto de riqueza deslumbradora, obtenido por acumulación. Este es un rasgo de primitivismo, muy de tener en cuenta al tratar de fijar la fecha y la oriundez. Otro rasgo importante es la unidad de estilo, sirviendo el pectoral menor de enlace entre el collar y el resto de las piezas. Pero el rasgo definitivo, el más peculiar y característ ico de este tesoro, es la ausencia de toda decoración figu­rativa, el exclusivo geometrismo. Volveremos sobre ello más adelante.

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11.—ALGUNOS PARALELOS Y COMPARACIONES.

E l tesoro de E l Carambolo es algo excepcional y aparte, ya se mire como conjunto, ya se consideren en particular cada una de sus piezas. Ninguna tiene su igual en ninguna parte. Pero sin perjuicio de esta ori­ginalidad esencial, existen algunos paralelos más o menos remotos, que merecen consideración y que, en todo caso, nos ayudan a comprenderlo.

Los repertorios de joyas masculinas más semejantes se encuentran en el arte de Chipre, y no con las piezas mismas, sino con sus represen­taciones en la escultura de piedra o de barro cocido, allí tan abundante. Estos materiales están recogidos en el magnífico repertorio de la expe­dición arqueológica sueca (1), que nos ha de dar otros paralelos para la cerámica, y en la antigua colección Cesnola (2), hoy en el Metropoli­tan Museum de Nueva York.

Un término de comparación muy expresivo nos lo dan algunas es­culturas en barro de Santa Irene (Ajia Irini), especialmente la de un personaje de larga túnica, dobles pendientes amorcillados en las orejas, dobles brazaletes en cada brazo, un cinturón con placas que parecen metálicas y lisas y un collar del que pende un sello signatario en forma de anillo, con aro de doble lóbulo (3). Otra figura en piedra, de Arsos, en el estilo más antiguo, ostenta tres collares de cuentas discoidales y colgantes cilindricos, y otro collar del que penden por dobles cadenillas tres sellos signatarios semejantes. Collares como los tres primeros, con cuentas bicónicas de oro y granulado y colgantes cilindricos, se han encontrado también como piezas reales, demostrando que las joyas figu­radas están bien copiadas en la realidad (4).

De Arsos proceden también, aunque son de los estilos finales del arte chipriota, ya de tiempos alejandrinos, unas cabezas femeninas, de piedra, con diademas formadas por placas, que unas veces están al mismo nivel y otras formando entrantes y salientes, como las murallas y torres de las coronas murales. Pero aquí se ve bien que deben ser placas metálicas las que han querido representarse (5).

Ninguna de estas joyas representadas en la plástica chipriota resulta igual ni muy parecida a las piezas correspondientes del Carambolo; pero su asociación es altamente significativa de un uso medi ter ráneo de tales preseas. Pese a tantas coincidencias, más que en una derivación nos sen­timos inclinados a pensar en un fenómeno de convergencia. E n cuanto a la fecha, los paralelos de Chipre más antiguos nos conducen hasta el siglo v i l antes de Cristo.

Después de esos paralelos de conjunto que las piezas del tesoro de E l Carambolo encuentran en Chipre, vamos a considerar los paralelos par­ticulares que tienen cada una de sus joyas. Para ello seguiremos el mis­mo orden con que hemos ido haciendo su descripción.

Empecemos por los pectorales, que son las únicas piezas de E l Caram­bolo que no tienen parentescos chipriotas. Su paralelo más remoto, y

(1) EINARD GJERSTAD y otros: The Swediah Cyprus Expedition. Estocolmo, 1935. (2) J O H N L. M Y R E S : Hanboock of the Cesnola Collection of antiquities from

Cyprus. Metropolitan Museum of Arts. Nueva York, 1916. (3) The Swedish Cyprus Expedition, II, pl. CCIX, fig. 1.724. (4) The Swedish Cyprus Expedition, III, pl. CCV, núm. 3-4. (5) The Swedish Cyprus Expedition, III, pl. CC, núm. 7-8.

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que hace muy al caso, son los lingotes de cobre y otros metales, en for­ma de tortuga o de piel de toro extendida, modelos de la Edad del Bron­ce que el comercio extendió desde Irlanda hasta el mar Rojo, por lo menos (6). Se han señalado también los amuletos en forma de reloj de arena de los campos de urnas centroeuropeos, para destacar la dificul­tad de relacionarlos con nuestros pectorales, pues aquellas piezas co­rresponden a los siglos x i y x antes de Cristo; y la continuidad de la forma, como motivo ornamental, en vasos micénicos, en los tableros de marfil, para juego, de Megiddo, en las pinturas de los palacios asidos y sirios de Khorsabad, Arslan-Tash, Tel-Barsib, etc. (7).

Pero el paralelo m á s inmediato entre los paralelos de E l Carambolo son unos pequeños colgantes de oro, que se suponen amuletos, conser­vados en el Instituto de Valencia de Don Juan y en el Museo Arqueoló­gico Nacional, en Madrid (8). Los del Instituto son cuatro piezas y un fragmento, de las que tres de procedencia asturiana y las otras sin proce­dencia conocida; las del Arqueológico Nacional son dos, que salieron en Ja provincia de Palencia. La más próxima a nuestros pectorales entre aquéllas es una joyita de 27 mm. de longitud total, los cuatro lados cón­cavos, con la misma proporc ión cuadrilonga, una anilla de suspensión en uno de los lados estrechos y dos moscas o abejas enfrentadas en el campo interior. Otras dos, de 34 y 32 mm. de longitud, tienen dos lados cónca­vos y los otros dos, opuestos y paralelos, son rectos, y a ellos están sol­dados anillos de suspensión; su principal decoración son semiesferas y filetes sogueados, obtenidos con hilos retorcidos. La otra pieza del Ins­tituto, semejante por su forma a las dos anteriores, es un poco mayor y forma parte de un conjunto complicado, con dos zonas cié seis y de cinco cadenitas y un cuerpo semicircular; el todo con pequeñas medias bolas y hábiles combinaciones de filetes lisos, sogueados, e hilos torsos. Los dos ejemplares del Museo Arqueológico Nacional son análogos, y pro­ceden el uno de Paredes de Nava (Palencia) y el otro de la ciudad de Palencia (9). Como ya señalamos en 1958, estas joyitas del Norte de la Península sólo pueden considerarse como derivaciones más o menos re­motas, y en ningún caso como prototipos de nuestros pectorales (10). Se han señalado como modelos de estos menudos colgantes otros de la Euro­pa Central y del Danubio, pero es más justo relacionarlos con sus para­lelos hispánicos, desde algunos ídolos almerienses hasta las conteras de puñales de Osera, Las Cogotas y otros del tipo de Miraveche. Ahora aprendemos que la culminación de tal esquema ocurre en los pectorales de E l Carambolo; acaso, el modelo general.

Hay en los pectorales del Carambolo un detalle sobre el que conviene (6) W . CULICAN: LOS pueblos navegantes (en El despertar de la civilización, di­

rigido por S. Piggott, traducción española, Barcelona, 1963), pág. 156. (7) E . K U K A H N y A BLANCO: El tesoro de El Carambolo («Archivo Español de

Arqueología», X X X I I , 1959, pág 42). (8) A. BLANCO: Origen y relación de la orfebrería castreña («Cuadernos de Es­

tudios Gallegos», XII, 1957, láms . V-VIII, págs. 16-24). (9) B. TARACENA: Adquisiciones del Museo Arqueológico Nacional, 1940-1945.

Madrid, 1957, págs . 83 y 104, lám. XXVII-2. (10) J. DE M. CARRIAZO: El mensaje de Tartessos. Discurso de ingreso en la Aca­

demia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, el 19-XI-1958 («Anales de la Uni­versidad Hispalense, XXI-1, Sevilla, 1960, págs . 2140).

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insistir, y son los tubos arqueados, terminados en capullos abiertos, que forman los cuatro lados cóncavos de cada pieza. La idea tiene sus para­lelos en los torques no macizos, algunos terminados en capullos o glan­des semejantes. Tubos marginales, pero ahora rectos, adornan los lados largos del broche de la Vega de Ribadeo, en el Museo Arqueológico Na­cional (11); que es también un paralelo interesante para nuestras placas, como después veremos. Y finalmente, existen los arcos tubulares que limitan algunos brazaletes, como el hermosís imo de Guimaraes, en el Museo de Belém (12), con sus adornos grabados de tipo arcaico y su plan­cha intermedia de filetes y filas de pequeños conos, semejantes a los de nuestro pectoral mayor y a los de nuestras placas de la serie más rica. Esto nos lleva a hablar de los brazaletes.

Los brazaletes, tal vez las piezas más viriles, rotundas e imponen­tes de nuestro tesoro, son las que a primera vista tienen más paralelos, y más inmediatos; aunque no resultan tan directos cuando los miramos de cerca. Brazaletes tubulares hay, ciertamente con abundancia, en la segunda Edad del Bronce; pero son de bronce, y por consiguiente ma­cizos y fundidos, y responden a una técnica y una estética muy dife­rentes.

Los paralelos más ciertos de los brazaletes del Carambolo son, en cambio, algunas joyas de oro, exclusivamente hispánicas. Digno hermano de los nuestros es el magnífico brazalete de Estremoz (Alentejo), hoy en nuestro Museo Arqueológico Nacional: único hasta ahora en muchos conceptos, empezando por su masa de oro (878,5 gr., según Alvarez-Osso-rio, 978 según Blanco Freijeiro) y su tamaño, 9 cm. de diámetro por 5 de altura. Es tá formado por cinco zonas de tres discos, alternando con cuatro zonas de conos agudos, bordeados de perforaciones cuadradas. Salvo estas perforaciones, todo lo demás, incluso los conos, es aquí ma­cizo; y salvo esos conos, en E l Carambolo huecos, todo lo demás es dis­tinto. E l verdadero parentesco lo da la reiteración de unos pocos temas; y la organización en zonas, aunque ésta se da igualmente en los braza­letes y hasta en las sítulas de bronce y del Bronce (13).

Las filas de conos relacionan también con los de Estermoz y E l Ca­rambolo el brazalete de Guimaraes, que es abierto, con un peso de 231,2 gramos de oro, y los desaparecidos de Ebora, más semejantes al de Es­tremoz. E n el de Guimaraes, los conitos son huecos y repujados. Vuelven a ser macizos en otro pequeño brazalete de Orense, publicado por López-Cuevillas (14).

Tenemos la satisfacción de poder ofrecer aquí la primera noticia de otro brazalete, compañero de ese de Orense y relacionable con los del

(11) A. BLANCO: Origen y relaciones de la orfebrería castreña, l áms . IIc y Ve, páginas 17-18.

(12) M A N U E L H E L E N O : Joias pré-romanas («Ethnos», I, Lisboa, 1935, págs . 252-254, figuras 12 y 32-34).

(13) S. R E I N A C H : Un bracelet espagnol en or («Revue Archéologique», X X , 1912, página 375); F . ALVAREZ-OSSORIO : Noticia acerca de una joya post-hallstáttica portu­guesa que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional («Corona de estudios de la Sociedad Española de Antropología», Madrid, 1941, pág. 35, lám. II); A. BLAN­CO FREIJEIRO: Origen y relaciones de la orfebrería castreña, págs. 2-6, figs. 1-3, lám. I.

(14) FLORENTINO L. CUEVILLAS: LOS brazaletes post-hallstátticos del Noroeste his­pánico («Archivo Español de Arte y Arqueología», núm. 24, Madrid, 1932, pági­nas 225-236).

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Carambolo. Se encuentra en Rotterdam, en poder de la señora Bakker-Pott, que tuvo la cortesía de comunicarnos su existencia, a raíz de nues­tras primeras publicaciones sobre el tesoro. Es una pieza de oro pálido, de aspecto macizo, cuya art iculación puede ser moderna. Fue adquirido en Andalucía, a mediados del siglo xix, por el ingeniero hidráulico holan­dés señoi Lambert Pott, al regreso de una estancia en Egipto, durante la cual se aficionó a los estudios arqueológicos. Las semiesferas de los brazaletes del Carambolo tienen aquí una base cuadrada, están separa­das unas de otras por filas de cuatro pequeñas bolas y se encuentran enmarcadas circularmente por dobles boceles sogueados. Sin haber teni­do la pieza en nuestra mano, es imposible pronunciarse sobre la exacta relación que pueda tener con las muestras; pero a la comunidad de pro­cedencia se agrega un aire de familia, imputable a la rei teración de un motivo principal, acompañado de unos mismos motivos secundarios. Todo hace creer que estamos en el mismo mundo tartésico.

E n cambio, el hermoso brazalete de Lebucao, ahora en el Museo de la Sociedad Martins Sarmentó de Guimaraes, aunque por su estructura gallonada se relaciona con la ordenación general de los nuestros de E l Carambolo, por el detalle y la técnica de su decoración pertenece a un mundo diverso y remoto, un mundo nórdico, amigo del grafismo menudo y de la rígida simetría del compás (15). E l estilo geométrico del Caram­bolo, por el contrario, se complace en las asimetr ías que ya hemos visto en sus joyas y en la traza incorrecta pero muy viva de su pintura cerá­mica, que veremos más adelante.

También las placas del tesoro del Carambolo son una cosa aparte en el panorama de la orfebrería antigua. L a igualdad de altura en cada una de las dos series, como las perforaciones horizontales de todas las piezas, atestiguan que éstas ir ían ensambladas, mediante fibras y cuer­das, con suficiente art iculación para montarlas sobre cinturones o como coronas. De lo uno y de lo otro hay términos de comparación muy expre­sivos, paralelos de la función mucho más que del sistema decorativo. Por delante de todas las placas y broches de cinturón, con adornos da­masquinados, que las excavaciones y los estudios de Cabré han documen­tado copiosamente (16), y por delante de las representaciones en los re­lieves de Osuna y en las figuritas de bronce de los santuarios oretanos, tenemos la placa de c inturón de bronce encontrada en un sepulcro de inhumanación de la Cañada de las Cabras (Carmona), publicada por Bonsor (17), en la que la rei teración de los temas decorativos y su enmar­que uniforme responde al mismo concepto ornamental; aunque con un sistema de fijación diferente.

(15) RICARDO SEVERO: O tesouro de Lebucao («Portugalia», II, 1905-1908); A. BLANCO: En torno a las joyas de Lebucao («Revista de Guimaraes», LXVIII, 1958). Severo admit ió que los temas decorativos que aparecen en los castros del Noroeste son de remoto origen mediterráneo y que fueron introducidos en la costa atlántica de la Península por las navegaciones comerciales de los tartesios.

(16) J. CABRÉ: Decoraciones hispánicas («Archivo Español de Arte y Arqueolo­gía», núm. 11, 1928, págs. 95-110); Broches de cinturón de bronce damasquinados de y plata («Archivo Español de Arte y Arqueología», núm. 38, 1937, págs . 93-126).

(17) G. BONSOR: Les colonies agricoles pré-romaines de la valtée du Betis («Re-vue Archéologique», X X X V , 1899, figs. 68-69); J. CABRÉ: Los broches de cinturón («Memorias de los Museos Arqueológicos Provinciales», V, 1944, págs . 130-135).

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Menos abundantes, pero no menos seguros, son los paralelos en co­ronas de placas articuladas. Los tenemos en el mismo círculo chipriota, evocado anteriormente (18), y en las coronas de la colección Schiller (19), una con nueve placas de 115 por 65 mm., otra con siete placas de 115 por 75 mm. E l sistema de montura es distinto, allí mediante charnelas articuladas, y es distinta la decoración, con figuras y temas vegetales, junto a los que no faltan series de rosetas, pero la idea y la proporción son idénticas. Pijoan coloca estas diademas en el Museo de Beyrut, y dice que eran coronas votivas para las fiestas de Astarté (20).

E n cuanto al collar, sus paralelos más inmediatos están en el mundo chipriota, donde encontramos collares cuyos colgantes imitan la forma de los anillos signatarios egipcios, utilizada como simple elemento deco­rativo. A las esculturas de barro cocido y de piedra de Ajia I r in i y de Arsos, ya alegadas, conviene añadi r otras figuras de barro de la antigua colección Cesnola, en el Metropolitan Museum de Nueva York (21), co­piosamente adornadas con collares; y en especial la figura descabezada de cuyo largo collar penden cinco anillos de aro aplastado, un anillo de aro redondo y un colgante antropomorfo.

Además de estas representaciones en la plástica chipriota, las tene­mos también en la coroplastia ebusitana. Nos es grat ís imo señalar este paralelo hispánico. Lo ofrece una figurita de barro cocido de Ibiza, ahora en el Museo Arqueológico Nacional. Representa un hombre desnudo, con pelo y barba rizados, adornado con una voluminosa diadema, poco de­terminada, los lóbulos de las orejas perforados para zarcillos, de los que conserva uno metálico, anular, y un collar con colgante en forma de ani­llo signatario (22).

Por otra parte, en relación con estas representaciones, tenemos algu­nas joyas auténticas, que nos dan las fases intermedias entre el remoto prototipo egipcio, el verdadero anillo signatario, y su transformación en una simple pieza de adorno. Así, el anillo de Vulc i (entre el lago de Bol-sena y el Tirreno), hoy en el Anticuario de Munich, con su aro elíptico, al que viene a soldarse un tubo para la suspensión, hecho de hilo arrolla­do, como los de E l Carambolo, y el gran chatón de forma ovalada, con es­cenas de cacerías representadas con polvo de oro (23), que es una hermo­sa pieza del siglo v i l . Y el otro anillo no menos hermoso del tesoro de L a Aliseda (24), con el aro todavía más aplastado, el mismo tubo para la suspensión y un sello de amatista que debe ser una pieza aprovechada.

Para los colgantes del collar de E l Carambolo, sus remotos modelos funcionales no son ya más que puros pretextos, un simple cañamazo so-

(18) The Swedish Cyprus Expedition, III , pl. CC, núm. 7-8. (19) R. Z A H N : Samíung Baurat Schiller, fig. 106, A-B. (20) L . PIJOAN: Arte del Asia Occidental ( « S u m m a Artis», II , Madrid, 1931, fi­

guras 594-595). (21) J . L . M Y R E S : Handboock of the Cesnola Collection, pág. 351, fig. 2.154. (22) Guías de los Museos de España: I, Museo Arqueológico Nacional. Ma­

drid, 1954, lám. I X . (23) GIOVANNI BECATTI : Oreficerie anliche dalle minoíche alie baubaniche, Roma,

1955, táv. L X I V , núm. 258-b. (24) J . R. MÉLIDA: Tesoro de La Aliseda. Madrid, 1921. Por un lapsus, sin duda,

és te y los otros anillos de La Aliseda figuran como «encontrados en 1912 en la zona de los glacis de Cádiz» y como conservados en el Museo Arqueológico gaditano, en dos libros modernos e importantes.

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bre el que se desarrolla con l ibérr ima iniciativa un sistema decorativo original, muy maduro y elaborado en graciosas y complicadas combina­ciones. La organización general se repite, con muchas variantes, en otros collares de cadena principal en dos ramas, pasador y colgantes, que pen­den de pequeñas cadenitas, procedentes de Kyme (Eubea), que guarda el Museo Británico (25). E l detalle y el montaje son diferentes, pero la idea es la misma.

E n una perspectiva más remota se hace preciso recordar las fastuosas arracadas de Santiago de la Espada (26), con sus rosetas, su granu­lado, sus semiesferas con pezones. Es un estilo distinto, más barroco, y con inclusión de elementos figurativos, recibidos de la colonización griega en Levante; pero la acumulación de adornos es una nota induda­blemente indígena, en la que podemos reconocer un eco lejano de las joyas de E l Carambolo, a la vez más clásicas y más primitivas, en su rí­gida ordenación por zonas.

E n cambio, no vemos relación estimable entre nuestras joyas y el casco de plata repujada de Caudete de las Fuentes (Valencia), como se ha insinuado. Los botones, discos y lunas en repujado del casco de Alcau-dete ni están dispuestos como en E l Carambolo, ni tienen la misma téc­nica, ni responden al mismo espíri tu. La relación directa del casco de Caudete es con la copa de oro de Zurich.

Sin parentesco ni relación directa alguna, tomando la palabra para­lelo en su sentido gramatical corriente y no en la aceptación arqueológica las joyas del Carambolo tiene un sorprendente paralelo en el extraor­dinario guerrero de Capestrano, del Museo de Chieti. Es una escultura funeraria en piedra de un héroe o caudillo itálico, encontrada en 1934, en la excavación de una necrópolis de los siglos v n al v antes de Cristo. Bajo un singularísimo sombrero, que Maiur i suponía tomado de un es­cudo, el guerrero abraza su rica espada y ostenta collares, brazaletes, cin­turón y un pectoral redondo, sujeto por bandas diagonales que le cruzan pecho y espalda (27). E l aire imponente de esta figura de aparato, ador­nada para un ceremonia, nos ayuda a imaginar el aspecto de un rey tartésico adornado con las joyas de E l Carambolo.

12.—CLASIFICACIÓN DEL TESORO: TEORÍAS DE BENOIT.

De todo cuanto antecede se deduce que las joyas de E l Carambolo, aunque puedan y deban relacionarse con ciertas técnicas y ciertas formas del arte, más fenicio que griego arcaico, de Chipre y de otros focos del Asia Anterior, responde en lo más profundo al espíri tu y a los antece­dentes eneolíticos de la tierra donde han aparecido. Responden, más que nada, a las ordenaciones horizontales, al grafismo y a la voluntad geo­métr ica de las ornamentaciones que se despliegan en la cerámica del vaso campaniforme, sobre la pizarra de los ídolos-placas y en las pin-

(25) F. H . M A R S H A L L : Catalogue of the Jewellery in the British Museum, Lon­dres, 1911, figs. 1.954-55.

(26) J. CABRÉ: El tesoro de orfebrería de Santiago de la Espada, Jaén («Archi­vo Español de Arte y Arqueología», XVI , 1043, pág. 343).

(27) AMEDEO M A I U R I : Arte e civiltá nell'Italia antica. Milano, 1960, pág. 34; táv. 16, núm. 55.

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turas murales o rupestres del tipo que culmina en Peña-Tu. Es la misma vocación lineal y anicónica, y es la misma acumulación barroca. A poco que se esté familiarizado con el r iquísimo Eneolítico andaluz, la rela­ción aparece con tanta evidencia que no necesita encarecimiento.

Por ello, cuantos se han ocupado hasta ahora de las joyas de E l Ca­rambolo han aceptado la autoctonía y la atr ibución a los tartesios que nosotros preconizamos desde el primer momento, desde el mismo instan­te en que nos fueron mostradas por primera vez a los arqueólogos sevilla­nos. Lo que para este que escribe empezó siendo una hipótesis de traba­jo, y casi una pura intuición, dada la falta absoluta, entonces, de térmi­nos de comparación plausiblemente tartésicos, se ha convertido cada vez más en una convicción científica. E l paralelo con la cerámica pintada del mismo yacimiento, que aquí damos a conocer, es concluyente.

Pero siempre son posibles otros pareceres. Nuestro amigo Fernand Benoit, del Instituto de Francia, director del Museo Arqueológico de Mar­sella (cháteau Borely), que ha sido uno de los arqueólogos que desde más pronto y con más atención han seguido los hallazgos y las investigaciones de E l Carambolo, supone que en los materiales de este yacimiento predo­minan las importaciones, y que el tesoro mismo es chipriota. Vale la pena considerar sus argumentos; y para no interpretarlos mal en nin­gún caso, hemos preferido reproducir los pasajes esenciales, con su texto genuino.

L a primera toma de posiciones de Benoit ocurre en un artículo sobre las relaciones comerciales entre el mundo íbero-púnico y el Mediodía de la Galía, desde la época arcaica hasta la romana (28). Siguiendo la crono­logía y los itinerarios del comercio fenicio en el extremo Occidente, a base de la cerámica, se detiene en las ánforas globulares de boca estrecha y pequeñas asas redondas, que supone exclusivamente fenicias: «Elles se trouvent également dans la región de Cadix et en particulier dans le riche gisement du Carambolo, sur la rive droite du Guadalquivir, p ré d'Italica, habitat de Tartessos, célebre par la découverte d'un t résor de bijoux d'or (la parure d'Arganthonios, le roi du cuivre et de l 'étain), parmi lesquels un collier avec pendeloques en forme de sceuax chyprio-tes, des bijoux émaillés et deux pectoraux affectant la forme de lingote de cuivre en peau de boeuf, cadeau des marchands chypro-phéniciens, qui a méme valeur symbolique que le chaudron de la Garenne et le cra tére de V i x donnés aux rois de l 'étain de la Celtique».

Esta opinión la desarrolla después Benoit en otro estudio sobre el mito de Europa y el nacimiento de la civilización de Occidente (29). «Me-taux rares et sel, d'Huelva et de Cadix, étaint les des mameües du royau-me de Tartessos, la Tharsis de la Bible (Ezéchiel, 27, 12), ou venaient s'approvisioner en argent, fer et étain, et certaisement aussi en or, les peuples de l 'Orient»; especialmente los fenicios. «C'est done directement de Phénice et de Chypre, que le Sud de l'Espagne recut les importations orientales, parares d'or, ivoires graves, céramiques, sans l'intermediaire

(28) F. BENOIT: Relations commerciales entre le monde ibéro-punique et le Midi de la Gaule de l'époque archaique á Vépoque romaine («Revue des Etudes Anciennes», LXIII, 3-4 julio-diciembre 1961, págs . 321-330, especialmente la pág. 324).

(29) F. BENOIT: Le mythe d'Europa et la naissance de la civilisation d'Occident («Annales de la Faculte des Lettres d'Aix», XXXVIII , 1964, págs. 273-296).

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de Carthague. La voie de Tartessos est phénicienne et non punique, com-me elle sera ionienne, sans l ' intermédiaire de Marseille, lorsque Colaios de Samos eut écouvert le royaume de Tartessos dans la seconde moitié du V I P siécle».

E l reconocimiento del gran mercado del estaño en el extremo Occi­dente del Mediterráneo corresponde con toda lógica, según Benoit, a los grandes centros de toréutica o trabajo del bronce en el mundo griego, como Sicione, Corinto y Samos. «Le trésor de Sicyone á Olympie con-servait une double chásse de bronze d'un poids de 50 talents (plus d'une tonne), qui aurait été dédiée par le tyran Myron, vainqueur aux Jeux Oympiques en 648: la tradition attibuait au metal une origine Tartes-sienne, d 'aprés Pausanias (VI, 19). Corinthe elle-méme, célebre par son travail du bronze, —d'oü vient sans doute la cratére de Vix , t rouvé dans un tumulus du Mont Lassois en Bourgogne—, trafiquait avec le pays de Tartessos, ainsí que le revele la présence de poteries corinthiennes, du V I I a et du V I a siécle, dans les comptoirs phéniciens et grecs de la región de Malaga, —Coupes et surtout aryballes de parfum, qui rivalisait dans les pays barbares de l'Occident avec les parfums exportes par l 'Egypte».

«Les Ioniens n'étaient pas absents dans cette compéti t ion. Un négo-ciant de Samos, Colaios, égaré par la tempéte, alors qu' i l se rendait en Egypte, aurait á son tour abordé á Tartessos avant 630. II avait acquis l 'amitié du roi Arganthonios et était rent ré á Samos ses vaisseaux char-gés d'argent: i l consacra le dixiéme de son gain á faire fondre par les aleliers de l'ile un chaudron d'airain á la mode d'Argos, orné de pro tomés de griffon, qu' i l déposa dans le temple d'Hera (Heredóte , I, 163; IV, 152). Le courant comercial de Samos est at testé en Occident par la découverte de pro tomés de griffon, provenant de la décoration de chaudrons en bronze, trouvés dans la región de Grenade. . .» A los que ahora podemos agregar el asa con un delfín, de un caldero semejante, obtenida en nues­tras excavaciones de Ebora : «C'est sans doute des mémes ateliers de Sa­mos que sorten les casques de bronze á paragnathides d'Huelva e des Baux, semblables a l 'un des casques t rouvé á l'Heraion de Samos». Be­noit piensa que se deben atribuir también al comercio rodio los jarros de bronce con palmetas repujadas encontrados en Granada (y en otros lu­gares de Extremadura y de la Baja Andalucía); pero los estudios de Gar­cía Bellido y Blanco Freijeiro han demostrado ya su oriundez hispánica.

«La reconnaissance de Colaios de Samos, la seule qui soit at testée par un texte, nétai t done pas due au hasard d'une tempete, comme le pen-sait H e r e d ó t e : elle répond á un mouvement d'expansion hellénique vers l'Occident á partir du milieu du V I I a siécle. Les Phocéens, écrit Heredóte , furent les premiers qui découvrirent Adria (l'Adriatique), la Tyrrhénie, l ' Ibérie et Tartessos (I, 163) et Strabon ajoute que les Rhodiens explori-rent l'Occident afin de se procurer les denrées necessaires au salut des hommes (VII, 2, 10). Sans doute le sel qui manquait á Rhodes et sur les cotes rocheuses de la Gréce et dont Ies étangs lagunaires du golfe du Lion pouvaient rivaliser avec ceux de Tartessos; et peut-étre l'etain pour forger les armes de bronze. Ainsi la découverte de la Méditerranée est-elle liée á la vie métallique de l'Age du Bronze qui crea l'unité medite- • rranéanne, á laquelle l'Est et l'Ouest avaient appor té les ressources de leur sol, de leur génie et de leur propre tempérament» .

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1 3 .—E L COMERCIO DE GRIEGOS Y FENICIOS CON OCCIDENTE.

Nos encontramos enteramente de acuerdo con nuestro ilustre colega y querido amigo en esta idea de una colaboración entre Oriente y Occi­dente para la formación de una cultura común medi ter ránea; idea que luego el mismo Benoit desvirtúa cuando atribuye todas las iniciativas al Oriente y relega al Occidente a un papel puramente receptivo y pasivo.

«Or, voici que les découvertes archéologiques toutes recentes á l'ex-t réme Occident de la Méditerranée écrairent le mythe d'Europa, la na-vigation t ransmédi te r ranénne des Phéniciens et celle de Colaios de Sa­mos, avant la colonisation del Phocéens á Marseille et a Ampurias. Au-delá des colonnes d'Heraclés, á Mogador sur le cote atlantique du Maroc, á Séville (Carambolo) et á Huelva dans le royaume de Tartessos, aux es-tuaires du Guadalquivir et du Tinto, et sur la cote medi ter ranéenne á Malaga (Torre del Mar), comptoir tartessien, que Strabon distingue de la colonie phocéenne de Mainaké, située plus a l 'Est (III, 4, 2), et dont l'ilot aujourd'hui disparu avait un temple dédié á la déesse lunaire (Avie-nus, v. 428), enfin á Almuñécar (Sexsi), célebres par leurs salaisons de poisson, apparaissent les témoignages d'un commerce de Tyr, que avait pris le reíais de Sidon détrui te par les Assyriens, de Chypre encoré sous la domination phénicienne et aussi de l'Egypte, dont les produits étaient exportes par les Phéniciens. Le témoignage de ees relations commerciales nous est donné par de riches parures d'or et des ivoires graves phéni­ciens, des urnes d 'albátre et des alabastres de parfum d'Egypte, des oeufs d'autruche á décor peinte, provenant d'Afrique, et d'innombrables amphores vinaires de Phénicie et de Chypre».

Muy justamente, Benoit insiste, a la vez, sobre la importancia del comercio del vino y de su envase, las ánforas vinarias: «Leur forme, héri tée de la jarre cananéenne et myeénienne du I I a millenaire, est carac-térisée par une embouchure sans col, bordee d'un ourlet, l'absence de pied et une panse plus ou moins piriforme, au haut de laquelle sont sou-dées deux anses boudinées en forme de fer á cheval, qui les apparentent aux amphores é t rusques . Sans doute sera-t-on amené a diferencier l'am-phore de Tyr, en forme de sac, aux anses plus épaises, connue par les fouilles de la cote libanaise et israélienne (Háldua prés Beyrouth, Tel Jaffa au musée de Tel Aviv, Atlit le cháteau Pelerin du moyen age aü débarquérent les Croisés) et l'amphore, á panse ogivale, avec anses plus gréles, parfois nervées, conservée aux musées de Nicosie, de Limasol, de Famagouste en Chypre. C'etait la monnaie d echange des Phéniciens dans les comptoirs oü ils achetaient les minerais et le sel de la Bétique. Si la voie du vin dans le M i d i de la Gaule est grecque, elle est phénicienne au royaume de Tartessos, comme elle l'est en Egypte, que les phéniciens four-nissaient en vin (Hérodote, III, 6)».

Benoit agrega que «l 'opposition entre les deux mondes est telle que lorsque lTberie et la Gaule produiront leurs vins, elles adopteront deux types différents d'amphores: en Espagne, non seulement dans le Sud, dont les ports de Jerez et de Málaga rendront les crus célebres, mais sur la cote catalane, á Ampurias et Ullastret, type d'amphore punique, analogue á celles de Carthage et d'Ibiza; á Marseille et sur le l i t toral narbonnais, type d'amphore grecque á panse sphérique puis ovoide, aux

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anses soudés au col, l'amphore massaliéte, issue de l'amphore archaique ionienne, connue par les exemplaires de Tanis, de Naucratis, de Cami-ros, de Théra».

Esto le lleva a reconocer una diferencia en la forma de los recipien­tes de la industria vinícola (los españoles derivados de los púnicos y los galos de los griegos arcaicos), como un trasunto de las diferencias de temperamento que separan la barroca acumulación de joyas y adornos de la Dama de Elche y de las esculturas de Osuna y del Cerro de los Santos, frente a la sobriedad enteramente helénica de las estatuas de En-tremont, santuario salió de la región massaliota. Y dice cómo las hue­llas del comercio fenicio pueden seguirse de una parte y de otra del Estrecho de Gibraltar, desde el litoral de Sierra Nevada hasta la costa atlántica de Africa, en Mogador, donde el vino era la moneda de cam­bio, como indican los innumerables restos de ánforas fenicio-chipriotas, asociadas a cerámicas chipriotas y de barniz rojo brillante, cuya tradi­ción se perpetuará en el sur de España y en Marruecos. Mientras que las importaciones iónicas se acreditan con ánforas cubiertas de un en-gobe blanco, «et peut-étre quelques tessons de céramique grise mono-chrome, sans décor, aanloeues á ceux du Carambolo, datan de la fin du V I P ou du debut du V P siécle».

14.—OPINIONES DE BENOIT SOBRE EBORA Y E L CARAMBOLO.

Ahora llega a la parte que nos intersa más especialmente: «Deux stations littorales ont été découvertes en 1958; elles atiesten par la r i -chesse des parares d'or importes, la valeur que les Phéniciens attachaient á ce m a r c h é : station romaine d'Ebora, prés de Sanlúcar de Barrameda, le Luciferi fanum des I t inéraires, sur la rive gauche de l'estuaire prés de Cadix, et plus haut sur la rive droite le Carambolo, entre Séville et Itálica». Adelantemos ya nuestras reservas sobre que pueda llamarse litoral el emplazamiento de E l Carambolo, sobre que Ebora sea una esta­ción romana y sobre que estos aderezos de oro sean importados.

«Le t résor d'Ebora comprend des colliers d'or á pendentifs, des brace-lets, des pendants d'oreille et des perles biconiques, dont la forme chv-priote ( t résor d'Arsos) se retrouve dans les bijoux de la Aliseda de ¿áceres et plus au Nord, au débouché de la piste d'Estremadure, á la Co-rogne, le port cantabrique de l'Ocean. Les pendentifs ornes de granula-tions, typiques de l 'orfévrerie chvpriote et é t rusque, figurent un masque apotropaique, analogue á ceux de la Aliseda et du sanctuaire de Santa Elena á Jaén. Le décor de volute éolienne d'un bracelet de la Aliseda ra-pelle celui d'un bracelt phénicienne de Tarros en Sardaigne et la forme méme des pendants d'oreille en croissant d'Ebora soutenus par une pla­que triangulaire est sembleble á celle d'un bijou de Curium (Chypre) aujourd'hui conservé au musée de New York. Ces bijoux d'or peuvent étre dates de la fin du V I P au du debut du V P ciécle par le contexte des anrohores phénicieinnes, á ourlet, trouvés dans l'habitat, semblables á celles du Carambolo; et leur provenance doit étre localissé a Chypre».

Aquí hay que plantear nuevas reservas. Aparte de la cuestión de fon­do, sobre la que volveremos, el collar con colgantes y el brazalete, en singular y no en plural, se refieren a nuestra primera montura del pri-

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mer lote de joyitas de Ebora, y el señor Benoit no es responsable del error a que le hemos inducido, ni de que la montura definitiva haya es­tado hasta ahora inédita.

«Le site du Carambolo —continúa—, au somment d'une colline qui domine un ancien bras du Guadalquivir, entre Séville et Itálica —nos­otros mismos le hemos acompañado hasta ella—, para í t correspondre á la situación d'une capitale de Tartesos que Scymos de Chios, d 'aprés les récits anciens, place sur la Baetis, á deux journés de navigación de Cadix: «Marché (emporion) tres opulent, ajoute-t'il, qui tranporte l'étain amené par voie fluviale de la Celtique, l'or et le cuivre en abon-dance» (v. 162-166). Ce serait la primitive Séville, l'Hispál de Pomponius Mela et de Pline, qui a donné son nom a l'Espagne. La fouille du prof. Juan de Mata Carriazo a determiné deux habitats —una ville double con-formément aux lois de l ' an t iqui té : la ville haute sur le plateau, acropole oü l'on se plairait á voir le résidence du roi de Tartessos, et étagée sur le flanc Nord de la colline, en face de Séville, l'agglomeration de la ville basse. L'aménegement du plateau en vue de la construction d'un Tir aux pigeons a mis au jour un trésor de parures d'or d'une incroyable riches-se, non point dans une tombe, mais sans doute dans l'habitat dont ont été reconnues les substruccions avec murs en torchis et briques d'argi-le crue».

«La céramique est tres ahondante: l'habitat supérieur a en particulier donné una vaiselle indigéne noire á décor incisé de chevrons et des plats ornes á l'interieur d'un quadrillage en forme de filet d'aü le nom de reticülado, variété de la céramique á stralucido de l'Italie du Nord, dont l'aire est médi ter ranéenne, ainsi que les prototypes de la céramique peinte ibérique, dont le décor géometr ique rectilinéaire, apparenté au decor protocorinthien, se retrouve dans la decoration des oeufs d'autru-che. A cette céramique est associée la vaisselle á vernís rouge brillant, dont la technique est deja connue au I I a millénaire á Samarie et á Gezer et a été transmise a Tartessos par la poterie phénicienne. Dans le deux habitats ont été trouvés des amphores vinaires de type chypriote, en grande abondance au Carambolo has, des oenochoés á bobéche et des lampes bicornes en feuille repliée du type de celles de Mogador, de L i -xus, de Huelva, de Villaricos et d'Almuñecar».

«Cest au commerce phénicien qu'i l faut tres certainement a t t r ibuér l 'importation des bijoux d'or» (en nota recalca que «l'origine tartassienne de ees bijoux est peu vraisemblable»; y remite a Kukahn y Blanco y a Maluquer que, como nosotros, lo admiten) «mis au jour dans l'habitat du Carambolo haut. Etait-ce les premiers? Une tradition fixe en ce lieu la légende du taureau d'or, la chévre d'or, a t taché á tous les sites anti-ques. D'un poids total de 3 k i l . , ils comprenent deux larges bracelets, un collier avec pendentifs en forme de scarabée, des plaques rectangulaires ayant servi de decoration á une ceinture ou á un diadéme et deux pecto-raux en forme de peau de boeuf, la forme des lingots de cuivre de l'épo-que myeénienne analogues á ceux qui ont été trouvés á Cagliari et dans l'épave du X I V e siécle récemment découverte au large de Chypre, sur la cote turque, au Cap Gélydonia». Y aquí repite el señor Benoit su apre­ciación del trabajo anterior: «Cadeau des rois du cuivre de Chypre aux

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rois de l'étain de Tartessos, qui a la méme valeur que la cratére de Vix trouvé dans le tumulus d'une princesse celte au Mont Lassois».

Nuestro ilustre amigo ensaya una justificación de estas afirmaciones: «La facture de cette orfévrerie, la technique de l 'émaillerie qui orne certains de ees bijoux, suffisent á montrer qu'i l ne peut s'agir d'imita-tions tartessiennes. L'analogie de luer ornamentation avec les bijoux d'or d'Enkomi, au musée du Louvre, d'Arsos et de Curium au musée de N i -cosie, de Bairakl i au musée de Smyrne, montre que le lieu de fabrica-tion doit étre recherché á Chypre. La technique del globules hémispheri-ques, des rosettes á pétales du type de la rosace rhodienne, des perles biconiques enrichies de grénetis et de l 'émaillerie est caractéris t ique de l'ornamentation du sceptre de Curium; les pendentifs du collier sont ornes du sceau chypriote en forme de scarabée, du type des sceau d'Ama-thonte, conservées au Bri t ish Museum et au musée de Limasol, á Chypre. II est figuré au cou des statues féminines d'Arsos et du sanctuaire d'Ayia Ir ini , du V P siécle, au musée de Nicosie. Le méme sceau mobile sur charniére, orné de grénetis, ets déjá connu par un exemplaire provenant de Cadix, dont la chatón représente un guerrier nu, casqué, chevauchant un cygne».

A continuación, Benoit indica los testimonios de la corriente comer­cial fenicia y de materiales de importación egipcia en las estaciones de la Bética. «La méme influence orientalisante est reconaissable sur les ivo-res phéniciens des tumulus de Carmona et de la nécropole de la Albufe-reta á Alicante et sur les sistres isiaques en bronze á tetes de cygne ou de canard de Sevilla (bronze Carriazo) et d'Osqua (Málaga)». Sobre todo, el descubrimiento de la necrópolis Laurita, en Almuñécar, demuestra esta asociación comercial entre Fenicia y Egipto. «Les importations d'Almuñécar n'ont pu parvenir sur la cote ibérique que par l ' intermé-diaire des Phéniciens et des Chypriotes: cette association est en effet at testée par la présence dans les tombes d'amphores vinaires de type chypriote, d'oénochóes á bobéche et á bec pincé, d'assiettes á vernis rouge brillant de Tyr et de lampes bicornes en feuille repliée, analogues á celles qui ont été trouvées á Chypre et á Malte, et aussi d'oeufs d'autru-che á décor géométr ique peint, que les phéniciens exportaient d'Afrique et que l'on a retrouvés au Carambolo et dans les nécropoles phénicien-nes de Bétique (Villaricos), jusqu'en Etrurie, ou parvenaient les pro-duits de l'Afrique et de l'Egypte par cet intermediare». Y que se fecha en el siglo — v u por la asociación de alabastros egipcios y vasos proto-corintios.

Luego se refiere a «quelques tessons de céramique grise monochrome dite de Larissa en Eolide, t rouvés au Carambolo, associés á de rares tessons de bucchero ñero é t rusques (canthares): assiettes á pá te gris clair, á surface lissé sans décorondé, analogues á celias de Mogador et pied de vase tronconique á rudenture, á pá te b runá t r e analogue á la céramique grise de Bai ' rakl i et de Larissa d'oú viennent sons doute les amphores á engobe blanc ou peintes á la brosse du comptoir de Moga­dor. Ces témoins céramiques du commerce ionien sont ancore rares; mais du moins apportent'ils une preuve certaine de la compéti t ion sur le marché des métaux entre les thalassocraties phénicienne et ionienne, et une illustration du texte d 'Hérodote concernant le voyage de Calaios

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de Samos á la fin du V I P siécle. l i s confirment l'origine des bronzes trouvés dans le Sud de l'Espagne, provenant de Samos, de Rhodes, ori­gine qui ne doit pas étre écartée pour ceux de la Gaule, dont les exem-plaires sont identiques á ceux de l 'Espagne».

E l descubrimiento del Sur de la Galia revela una corriente comer­cial diferente y más tardía. La explotación por los fenicios del Sur de España había obligado a los jonios a conquistar el mercado del Sur de la Galia, infinitamente menos rico, pero el único abierto aún a la colonir zación, y a fundar un establecimiento en Marsella. Por el valle del Ró­dano y las pistas que a través de la Céltica conducían a la desembo­caduras del Sena, del Loira y del Garona, Marsella recibía el estaño de las Casitérides, evitando la vía transoceánica por las columnas de Hércules, que estaban en poder de los fenicios. E l descubrimiento del extremo Occi­dente se hizo del O. al E . : las riquezas fabulosas del reino de Tartessos habían a t ra ído a los fenicios desde el II milenario. S i la fundación de Cádiz es anterior a la de Cartago, la apertura del mercado de la Bética para los jonios es anterior a la del mediodía de la Galia. Los rodios y los focenses se habían lanzado a estas navegaciones lejanas sobre la estela de los marinos de Tiro y de Chipre.

15.—OBSERVACIONES A LA TEORÍA DE BENOIT.

Tal es el sistema de F. Benoit, sobre el que pronto volveremos. E l au­tor ha publicado una tercera versión del mismo con el t í tulo Del delta del Ródano al delta del Guadalquivir (30). Con pequeñas variantes insiste sobre la importancia de las riquezas mineras del extremo Occidente, al otro lado de las columnas de Hércules : oro, plata, cobre, plomo, hierro, estaño de las Casitérides, pero también la sal y las salazones de pescado, que producen en abundancia las costas lagunares del S. de España y del Africa atlántica, y que en t rañan una tan gran parte en la alimentación de la antigüedad. E l descubrimiento de la sal, rara sobre las costas roco­sas de Grecia y del Asia Menor, y desconocida del mundo bárbaro , estaba también rodeada de leyendas. Metales raros y sal eran los dos pechos del reino de Tartesos, la Tharsis de la Bibl ia , a la que venían a aprovisio­narse de plata, hierro, es taño y plomo, y ciertamente también de oro, los pueblos del Oriente.

«Au-delá des colonnes d'Heraclés, á Mogador sur la cote atlantique du Maroc, á Huelva dans l'estuaire du rio Tinto et surtout dans celui du Guadalquivir á Cadix, á Asta Regia, la ville royale de Tartessos prés de Jerez de la Fontera, á Sanlúcar de Barrameda, au Carambolo, prés de Séville, mais aussi sur la cote médi terranée, á Malaga (Torre del Mar), comptoir tartessien que Strabon distingue de la colonie phocéen-ne de Mainake, située plus á l'est (III, 4, 2), enfin á Almuñecar prés de Malaga, célebres par leurs salaisons de poisson, ont eté mis au jour les témoins d'un commerce de Tyr, qui avait pris le reíais de Sidon, détrui-te par les Assyriens, de Chypre, encoré sous la domination phénicienne et aussi de l'Egypte, dont l'appui avait assuré l'empire de la mer aux

(30) F . BENOIT: DU delta du Rhóne au delta du Guadalquivir («Delta», X I , Mar­sella, s. a., págs . 6-17).

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Phéniciens, qui étaient les courriers du delta». Y describe las joyas de E l Carambolo, repitiendo que serían «cadeau des rois du cuivre de Chypre á la fin du V I F siécle aux rois de l'étain de Tartessos».

Hasta aquí Fernand Benoit. S i hemos dado una versión tan extensa, y en los puntos esenciales textual, de sus firmes y reiteradas opiniones, es porque así lo merecían la autoridad del autor y la importancia de sus ideas, ciertamente sugestivas. Pero también porque, aceptadas casi todas sus premisas, no compartimos sus conclusiones.

E l sistema de Benoit tiene un brillante planteamiento, en el que están muy bien valoradas las fuerzas culturales y económicas que ac­túan en el Mediterráneo en los comienzos del primer milenio antes de Cristo. E n este cuadro falta, sin embargo, la apreciación de las iniciati­vas y realizaciones andaluzas, en lo económico y en lo cultural, durante el Eneolítico y durante la primera Edad del Bronce, que son un ante­cedente insoslayable. Para él, todavía, el Occidente no ha creado casi nada, y lo ha recibido casi todo de Oriente. N i una palabra para el me-galitismo andaluz, para la cultura del vaso campaniforme, para el arte geométrico de las pinturas esquemáticas, de los ídolos-placas e ídolos-cilindros, para la iniciación de la metalurgia, para la cultura de E l Ar-gar. E l Mediodía peninsular no ha inventado nada. Es tan sólo el país de la sal y de los metales útiles y preciosos. Todas las elaboraciones, incluso la del vino, le vienen del Mediterráneo oriental. Y , desde luego, la orfebrería y la cerámica fina son en la Bética importaciones, lo mismo que los marfiles, los vasos de alabastro y los cascos de bronce.

Pero existe la circunstancia de que casi todos los grandes tesoros con piezas de oro labrado, anteriores al clasicismo griego y romano, han aparecido en la Península Ibérica, desde los veintiocho kilos de oro del tesoro de Caldas de Reyes hasta los diez kilos del tesoro de Villena. Y es evidente que la labor de estas piezas de oro se explica mucho me­jor por sus antecedentes y concomitancias peninsulares que por cual­quier relación exterior; que cuando se da, en cierta medida, mira más a la Europa central que al extremo oriental del Mediterráneo.

Sin duda alguna, el comercio de los fenicios y el de los otros pue­blos de la cuenca oriental del Mediterráneo, han introducido en nuestro suelo, a cambio de nuestros metales preciosos y primeras materias ali­menticias, objetos como los marfiles de Carmona, los vasos de alabas­tro y los cascos de bronce. Pero ello no significa en modo alguno que nuestros deslumbrantes conjuntos de orfebrería protohis tór ica hayan de ser, también, importados. Disponiendo aquí de la primera materia, en cantidad muy superior a la de cualquier otro lugar del mundo anti­guo, de tradiciones técnicas, enraizadas en los orígenes y progresos de la metalurgia, y del mercado mejor, en un país rico por la agricultura, por la ganadería, por la minería y por el comercio del estaño, esas joyas y esas vajillas áureas y argénteas se elaboraron aquí mismo, y por ar­tífices indígenas. Y a está demostrado para el conjunto con más afini­dades orientales, que es el tesoro de la Aliseda (Blanco). Y es evidente en el de Villena, como en el de Caldas de Reyes.

Ahora podemos comparar estos conjuntos indígenas con otro, tam­bién muy rico en su especie, de piezas seguramente importadas. Son los ajuares de la necrópolis Laurita, en Almuñécar (Granada), que nos han

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dado un repertorio de objetos de lujo perfectamente filiados y data­dos (31), todo un muestrario de materiales de importación, que forman vivo contraste, por la materia y por la técnica, con nuestros tesoros hispánicos. Estas son las cosas que t ra ían a la Península los comercian­tes orientales; y en estos ricos ajuares funerarios no hay joyas. Atribuir el tesoro del Carambolo a un regalo de los reyes del cobre de Chipre a los reyes del estaño de Tartesos, como repite Benoit, equivale a imagi­narse a los duques de Borgoña regalando vidrios artíst icos a la señoría de Venecia. Por lo pronto, los mayores reyes del cobre eran los dueños de Río Tinto; y que ese cobre se sabía extraer y manipular acá lo de­muestran infinitos yacimientos, unos muy precoces y otros muy ricos y de piezas muy perfectas, desde la necrópolis de E l Argar hasta el depósito de la ría de Huelva. Y no deben nada a Oriente: son originales o se relacionan con la Europa atlántica.

Pero miremos las cosas más de cerca. Para Benoit, como hemos vis­to, «el número de joyas de oro encontradas no solamente en el S. de España, sino también en el N E . , rico en minas de oro, atestigua la an­tigüedad del comercio fenicio; si los primeros pueden ser atribuidos a importaciones de Chipre y de Rodas, los segundos revelan un trabajo de orfebrería indígena, con influencias orientalizantes de la Edad del Hierro». Es decir, que acepta para la orfebrería gallega, suponemos que la castreña, un indigenismo que niega ya a la andaluza. Pero allí está el tesoro de Caldas, mucho más antiguo que la influencia orientali-zante de la Edad del Hierro y notoriamente autóctono.

No haremos hincapié en la opinión de que E l Carambolo haya sido la primitiva Sevilla, la Hispal de Pomponio Mela y de Plinio. N i nos detendremos ahora en la cerámica, sobre la que volveremos más tarde. Pero negamos rotundamente que sea al comercio fenicio al que haya que atribuir muy ciertamente la importación de las joyas de oro del Carambolo, ni que «el origen tartesio de estas joyas es poco verosímil». La forma en piel de buey, como los lingotes de cobre del comercio pri­mitivo de este metal, que han sido encontrados en un área muy dilata­da, desde Cornualles hasta el mar Rojo, además de en Cagliari y en la costa de Chipre, de nuestros dos pectorales, demuestran precisamente el origen tartésico, pues Tartesos es mucho más rico en cobre que Chi­pre. L a factura de esta orfebrería no demuestra la imposibilidad de que sea una imitación tartésica, antes bien la confirma, como demuestra hasta la saciedad la comparación con los brazaletes y recipientes de V i -llena, llenos de glóbulos hemisféricos (32). Las cuentas de collar bicó­rneas no son del Carambolo, sino de Ebora. Los pendientes del collar, en forma de escarabeos, no son específicamente chipriotas, aunque ten­gan paralelos en Chipre, pues se encuentran también en La Aliseda, y hasta en Cádiz, como indica el propio Benoit. No es posible argumen­tar sobre la técnica del esmalte, del que apenas queda un pequeño ves­tigio en uno de los colgantes del collar. Los otros paralelos señalados

(31) M A N U E L PELLICER CATALÁN: Excavaciones en la necrópolis púnica «Laurita» del Cerro de San Cristóbal (Almuñécar, Granada) («Excavaciones Arqueológicas en España», n ú m 17, Madrid, 1963).

(32) JOSÉ M A R Í A SOLER G A R C Í A : El tesoro de Villena («Excavaciones Arqueológi­cas en España», núm. 36, Madrid, 1965.

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por Benoit no demuestran que el lugar de fabricación de las joyas de E l Carambolo deba buscarse en Chipre, pues paralelos m á s directos y se­guros se encuentran en España; por ejemplo, los adornos de filas de púas, del tipo del brazalete de Estremoz, que ahora aparecen hasta la saciedad en Villena, demostrando que se trata de una peculiaridad his­pánica.

Es inútil seguir. Nuestra conclusión se cifra en una fórmula propues­ta por el mismo Benoit, que luego parece desentenderse de ella: «La découverte de la Méditerranée (occidental) est-elle liée á la vie métalli-que de l'Age du Bronze qui crea l'unité méditerranéenne, á laquelle l 'Est et l'Ouest avaient appor té les ressources de leur sol, de leur génie et de ieur propre tempérament» . Creemos firmemente en esa unidad medi ter ránea de la cultura del período geométrico. A esa unidad cultural, nuestra Andalucía aporta algo más que sus metales preciosos. Aporta precisamente su temperamento barroco, triunfante en E l Carambolo. Los paralelos chipriotas y en general orientales de nuestro tesoro, se explican en el cuadro de las interacciones o influencias recíprocas de esa unidad medi terránea.

16.—LA UNIDAD MEDITERRÁNEA DEL PERÍODO GEOMÉTRICO.

Esto mismo lo ha expresado con gran brillantez Pierre Demargne hablando de la expansión del arte micénico sobre la Europa denubiana y sobre Ital ia: «La acción del arte cretense en la historia general de las Artes hubiese sido insignificante si su sucesor y heredero, el arte micé­nico, aprovechando circunstancias históricas y económicas nuevas, no hubiese actuado mucho más sobre el mundo que le rodeaba. No esta­mos pensando ahora en las exportaciones que, por lo demás, se van multiplicando y permiten trazar el mapa de los contactos micénicos con el extranjero, sino en una influencia más profunda, infinitamente varia­ble según las regiones donde se ejerce... Unas culturas primitivas, en la región danubiana o en Sicilia, pasar ían a un nivel superior por haber aprendido de los mecénicos, en este final de la Edad del Bronce, menos un arte que unas técnicas nuevas. Resumamos: entramos en contacto con un gran acontecimiento de la historia del arte, pues unas civiliza­ciones hasta entonces cerradas en sí mismas, se abren unas a otras, in­tercambiando cada vez más objetos, y algo más que objetos, se compe­netran y, en cierta medida, vemos nacer unas artes mixtas... Las seme­janzas señaladas frecuentemente entre lo siciliano, o lo itálico, y lo egeo, quizá haya que atribuirlas también no a un comercio, sino a una primi­tiva comunidad medi terránea» (33). E n el mismo caso está Tartessos, aun­que el señor Demargne no haya podido sospecharlo. E l l a era ya una de las piezas maestras de dicha comunidad.

E l mismo Demargne, hablando de las exportaciones orientales y su papel en la t ransformación del arte griego, escribe: «La edad micénica habr ía conocido en el Egeo oriental un comercio muy activo: ¿por qué cesaría ese comercio, en tanto que toda la tradición histórico-literaria

(33) PIERRE DEMARGNE: Nacimiento del arte griego. Traducción de Arturo del Hoyo. Madrid, Aguilar, 1964, págs. 243-244.

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sugiere su importancia en los tiempos en que Tiro y Sidón se hallan en su apogeo, entre el siglo x i y e l VIII? Los textos bíblicos cantaban el es­plendor de Tirio y de su pode r ío : las caravanas de Asia llegaban a sus puertos, que veían salir a sus navios hacia Tharsis y el Occidente. L a Odi­sea, paralelamente, evocaba a los fenicios de Sidón, piratas y comercian­tes, fabricantes de hermosos tejidos y de obras capitales en metal. Los tejidos han desaparecido y sólo algunas veces están reproducidos por los relieves y la pintura, pero debieron de representar el mismo papel que en la Alta Edad Media los tejidos asirios conservados en los tesoros de nuestras catedrales». Y luego está el alfabeto, cuya introducción es un fenómeno orientalizante como el que más .

Sobre las rutas del Oriente hacia Grecia, Demargne piensa que «eran las mismas que en la Edad del Bronce. La principal, y la más antigua también, es la vía mar í t ima que enlaza a Grecia con los puertos fenicios, Tiro y Sidón, en el apogeo de su poderío; pero otros puertos deben te­nerse en cuenta: A l Mina, en las bocas del Orantes, y Meriné, en Cilicia. S i los primeros son a la vez las salidas tradicionales del Asia semítica y las etapas del comercio egipcio, los segundos han escogido más bien como Ugarit en la Edad del Bronce, el tráfico de la Siria del Norte, el de los Estados neohittitas, y, por el valle del Eufrates, el de las regiones armenias. Esta vía mar í t ima es la que toca a Chipre, costea el Sur del Asia Menor, llega primeramente a Rodas y a Creta, y sube desde allí hacia Samos y Mileto y hacia las Cicladas y el golfo Sarónico; también es la que, más allá de Creta, se prolonga hacia el Oeste medi ter ráneo, no sólo hacia el ámbi to púnico, sino también hacia Sicilia, Italia y, quizá, la Galia» (y aún la Península Ibérica, añadir íamos nosotros). «Por lo demás, no son obligatoriamente los navios fenicios los que han surcado esta ruta de un extremo a otro; griegos e insulares de Chipre, de Rodas, de las Cicladas y de Creta, han podido seguirlas también, y muy tempra­namente, y cabe imaginar un tráfico mucho más limitado, de pequeñas distancias, mediante etapas» (34).

Hacia Occidente, «la colonización, que fue ciertamente micénica, pero que puede haber tenido antecedentes cretenses, alcanzó a la región de Tarento, a la de Siracusa y, más allá, a las islas eólicas e Ischia; la re­gión que un día será la de Cartago hubiera podido atraerla también, pero no tenemos ninguna huella de que eso haya ocurrido. Tales son, según creemos, las posiciones extremas ocupadas por los prehelenos; habrá que esperar hasta la colonización griega del arcaísmo para que sea des­cubierta la cuenca occidental del Mediterráneo. Objetos aislados han podido viajar entonces a Provenza o a las Baleares, pero seguramente fueron acaso transportados por marinos indígenas. Nos parece inútil buscar a partir del II milenio, y con más razón a partir del III, una ruta del estaño regularmente transitada hasta España. Por el contrario, el pasillo adr iá t ico ha podido muy bien llegar a ser para los micénicos la ruta del ámbar , la gran vía de acceso hacia la Europa central. Pero, en estas costas, todo o casi todo está todavía por ser encontrado, comen­zando por la civilización de la propia Córcira» (35).

Sobre el caso concreto de la acción de Chipre, hay en el libro que (34) DEMARGNE: Nacimiento del arte griego, pág. 326. (35) DEMARGNE: Nacimiento del arte griego, pág. 23.

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venimos citando precisiones sumamente atinadas «Chipre fue el inter­mediario natural entre Oriente y Grecia, ya que, mantenida aparte de las invasiones, preservaría, al igual que el Asia más cercana, todas las artes y técnicas del Bronce reciente, sin conocer la misma decadencia que Grecia. Y sin embargo, como ya hemos visto, Chipre pasa por una fase propiamente geométrica, mucho más brillante que muchas escuelas geo­métr icas de Grecia. Incluso el siglo v n no parece que haya sido una gran época orientalizante: Chipre combina torpemente una aportación orien­tal con el recuerdo de un pasado micénico y eteo-chipriota. Es cierto, sin embargo, que entre el 750 y el 600, Chipre, a la que la t radición griega at r ibuía entonces una talasocracia, ha conocido un tiempo de apogeo. Exporta, en cantidad, cerámicas con decoración bastante pobre, y también una pequeña plástica, pero menos hacia el Oeste (Rodas es casi la única en la cerámica chipriota) que hacia las diversas civilizacio­nes orientales, desde Cilícia a Siria y a Egipto. Chipre, por poco grie­ga que sea en su arte, desempeña, sin embargo, un papel de adelantado del mundo griego frente al Oriente».

Es una lást ima que el señor Demargne no haya conocido nuestros materiales tartésicos y turdetanos, para que hubiera podido apreciarlos desde el punto de vista de su conocimiento de las culturas del Bronce final y del Hierro más antiguo, en la cuenca oriental del Mediterráneo y en la fachada del Asia anterior. Siempre estamos a tiempo de que los conozca. Pero sus síntesis ágiles y certeras, muy bien documentadas so­bre los materiales y sobre el terreno, colocan en su justo lugar el papel de Chipre, que el señor Benoit ha valorado con exceso. Existen parale­los evidentes, y anteriormente los tenemos registrados, pero ellos no fuer­zan a la conclusión de que las joyas de E l Carambolo tengan que ser chi­priotas. E n modo alguno. Son apenas la demostración de esa comunidad cultural del Mediterráneo en los comienzos del primer milenio antes de Cristo, entre lo micénico y lo griego arcaico. De ese mundo de lo geo­métr ico a lo orientalizante, que el propio Benoit nos ha sugerido, para luego desdeñar las iniciativas occidentales.

No podemos limitarnos a los paralelos chipriotas. E n el mismo mag­nífico libro de Demargne se nos ofrece para las placas de E l Carambolo en posible función de diademas otro interesante parentesco; la estatuita de la Hilandera, de arte jónico o lidio, procedente de Efeso y de finales del siglo v i l antes de Cristo, ahora en el Museo de Estambul.

Para nosotros no cabe duda de que el arte de las joyas de E l Caram­bolo es un arte indígena, con sus antecedentes inmediatos en la orfe­brer ía de la Edad del Bronce. Cualquier duda de úl t ima hora ha venido a resolverla el tesoro de Villena. Su filiación mediata viene de nuestro r iquísimo Eneolítico. La aportación oriental es un accidente de proce­dimientos técnicos (granulado), o de sugestiones temáticas (el anillo signatario reducido a colgante de adorno). E l material, el espíri tu y la mano de obra son indígenas.

Hasta ahora hemos hablado sólo de las joyas de E l Carambolo. E l te­soro es, sin duda, importante por sí mismo, pero para nosotros es mu­cho más importante porque, como hilo de Ariadna, nos ha conducido a la excavación del doble poblado de E l Carambolo, y con ella al descubri-

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miento de una cultura valiosísima, completamente olvidada y descono­cida, que para nosotros es la cultura de Tartessos. A los motivos de inte­rés del yacimiento y del tesoro, se añade el picante atractivo de un pro­blema, el de la relación entre el tesoro y el yacimiento.

Decimos doble poblado de E l Carambolo, porque en la colina del Tiro de Pichón se nos han revelado dos tipos de establecimientos humanos: en la cumbre, las ruinas de un fondo de cabana, en cuyo ámbi to vinieron a depositarse las joyas; en la ladera Norte, una maraña de construc­ciones de planta cuadrada que hemos llamado el poblado bajo. Expon­gamos ahora la excavación de uno y otro, y una primera apreciación de sus resultados.

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II. E L FONDO D E C A B A N A D E E L C A R A M B O L O

17.—EMPLAZAMIENTO Y HALLAZGO DEL TESORO.

E l punto de partida de nuestras actuales investigaciones tar tésicas y turdetanas fue el hallazgo casual de un tesoro de joyas de oro prehis­tóricas, realizado en E l Carambolo, tres ki lómetros al Oeste de Sevilla, el día 30 de septiembre de 1958.

E l Carambolo es la altura más próxima a Sevilla de las que forman el borde de la meseta del Aljarafe, desgarrado por la erosión. Este cerro, uno de los más altos de su alineación, con una cota de 91 metros sobre el nivel del mar, y de 60 sobre la vega de Triana, se alza sobre el barrio de L a Pañoleta, en la bifurcación de las carreteras de Sevilla a Huelva y de Sevilla a Badajoz; y está recortado por rápidas pendientes al Este, hacia Sevilla, al Norte, hacia Itálica, y al Sur, hacia San Juan de Az-nalfarache. Por el Oeste lo separa de la meseta del Aljarafe la pequeña vaguada del arroyo del Pantano, o del Repudio, que viene de Castilleja de la Cuesta. Su acceso más llano es por el Sudoeste, por donde le llega una carretera particular que se destaca de la de Sevilla a Huelva delan­te de la ermita de la Virgen de Guía y del nuevo gran depósito de la conducción de aguas a Sevilla.

Las tierras de la corona del cerro de E l Carambolo fueron adquiridas en 1940 por la Real Sociedad de Tiro de Pichón de Sevilla. Se atribuye al anterior propietario, don José María Gamero, la especie de haber lle­gado hasta él noticia tradicional de que en el cerro existía un tesoro: lo mismo que se dice de tantos lugares, con la misma falta de funda­mento, pero que aquí ha resultado cierto. La elección del lugar la hizo el arquitecto don Rodrigo Medina Benjumea, que ha proyectado y diri­gido las instalaciones. E n el mismo año 1940 se dispuso una primera explanada en la corona del cerro y se edificó el primer pabellón, am-pliándose luego las instalaciones el año 1956. Los señores arquitecto, perito aparejador y maestro de obras no encontraron entonces, n i en la superficie ni al abrir los cimientos, restos antiguos de ninguna clase. E n las obras de 1956 aparecieron unos emplazamientos artilleros, atri­buidos a los franceses, durante la guerra de la Independencia; y de ellos se conservan algunos proyectiles.

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E n el verano y otoño de 1958 se realizó una nueva ampliación del edificio y de las instalaciones deportivas, en vista de un concurso inter­nacional de tiro que se había de celebrar, y se celebró con gran con­curso y brillantez, en la primavera de 1959. Se extendió y perfeccionó el radio, es decir, el campo de tiro, y se amplió considerablemente el edi­ficio social. Un ancho túnel en curva, debajo del edificio, y otro más estrecho y largo debajo del radio, destinados a los servicios del tiro, aumentaron la remoción de tierras. Pero tampoco entonces se tropeza­ron construcciones antiguas. Sin embargo, los obreros encontraron en dos lugares pequeños pavimentos formados por conchas marinas, cui­dadosamente colocadas en filas unas junto a otras. E n el poblado bajo del mismo Carambolo hemos encontrado y conservado un pavimento se­mejante. Parece que en cierto lugar, hacia el centro del túnel mayor, se encontró una capa de tierra con numerosos fragmentos de cacharros de aspecto muy viejo; pero no se guardó ninguno. La prospección de las laderas del cerro ha recogido fragmentos de diversas cerámicas, inclu­so romanas, en muy pequeña proporción, y un pondus o peso de telar ibérico. Y al pie del cerro se recogieron hace años algunos sílex paleo­líticos.

E l día 30 de septiembre de 1958, una cuadrilla de veinticinco trabaja­dores, casi todos procedentes de la provincia de Cádiz, cavaban una pe­queña terraza trapecial, situada al Noroeste del edificio, entre el radio y una habitación de servicio, casi enterrada, que se ilumina sobre dicha terraza por nueve estrechas ventanas, distribuidas en tres grupos de a tres. E n una inspección de úl t ima hora, camino del aeropuerto para un viaje al extranjero, el arquitecto señor Medina encontró que las venta­nas de ese semisótano quedaban demasiado a nivel del piso de la terra­za, y decidió rebajar dicho piso unos quince cent ímetros. Sin tal reso­lución, la terraza se hubiera pavimentado arriba, con unas losas de ce­mento, y el tesoro y todo lo demás hubiera seguido enterrado, acaso para siempre. Por esa decisión, y por haber elegido el emplazamiento del Tiro en E l Carambolo, el señor Medina ha hecho posible el descubri­miento del tesoro y del yacimiento.

Poco después de las doce de aquel día, cuando los obreros rebajaban los quince cent ímetros del nivel de la terraza, la azada del joven Alonso Hinojos del Pino descubrió un objeto metálico, que pronto fue objeto de la curiosidad general. Era un pesado cilindro, de un metal dorado que casi todos supusieron cobre, con la superficie exterior muy decora­da. Cuando algunos pensaron, después, que el objeto podía ser de oro, ya que no estaba oxidado, revolvieron la tierra inmediata, para buscar algunos elementos de la decoración, que se habían desprendido al golpe de la azada. Y así llegaron, muy cerca del lugar donde apareció el cilin­dro, a un gran recipiente cerámico, lleno de objetos semejantes. Atraí­dos los veinticinco obreros, que estaban repartidos en diversas faenas, procedieron a limpiar sumariamente las piezas, y cada uno tomó de ellas las que quiso, sin atribuirles otro valor que el de objetos curiosos. Algunos machacaron o doblaron las suyas, para ver si tenían algo den­tro. Uno sugirió que serían imitaciones de joyas antiguas, como las que se ven en los teatros de ópera y en las películas históricas.

Finalmente, el encargado propuso que se guardaran todas las joyas

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en un saco, para presentarlas a los directivos de la Sociedad, y así se hizo, aunque dos piezas llegaron con algún retraso. Prevenido el presiden­te de la Sociedad, don Diego Benjumea Vázquez, que estaba fuera de Sevilla, regresó inmediatamente; y comprobado que se trataba de obje­tos antiguos y de oro puro, se nos avisó a los arqueólogos del Servicio Nacional de Excavaciones y del Museo Arqueológico para que pudiéra­mos examinarlos y dictaminar sobre ellos. E l día 2 de octubre, a las cuatro de la tarde, pudimos examinar el tesoro, en el Banco donde se le depositó. Desde el primer momento opinamos que eran joyas protohis-tóricas y andaluzas, probablemente tartésicas. Otros, entonces y des­pués, las supusieron visigodas, o célticas. Para todos era algo completa­mente nuevo.

Desde el mismo Banco, acompañados por el presidente y otros miem­bros de la junta directiva del Tiro de Pichón, nos trasladamos al lugar del hallazgo, que reconocimos detenidamente, interrogando a los obre­ros que realizaron el descubrimiento. No fue posible precisar a qué pro­fundidad estaba enterrado el gran vaso que contenía el tesoro, pues los obreros habían seguido cavando, debajo y alrededor, para ver si había más recipientes o más joyas. Sacamos la impresión, luego comprobada en las conversaciones mucho más detenidas y confiadas que mantuvimos con los obreros durante los días siguientes, de que el vaso se encontraba a una profundidad como entre medio metro y un metro. Era una gran vasija, de boca muy ancha, una especie de lebrillo con las paredes curvas y no troncocónicas. Su capacidad viene determinada por el volumen to­tal del tesoro que en ella se depositó; por cierto, con mucha regularidad. Según nos contaban los obreros, las dieciséis placas estaban colocadas en dos o tres pisos o niveles, una junto a otra, como las losas de un pavimento, cruzándose las del nivel superior con las del inferior. En­cima de las placas estaban las piezas mayores, el collar en el centro y a cada lado uno de los pectorales; y a los extremos, uno de los braza­letes y el liigar para el otro, que apareció suelto, como va dicho. La vasija estaba rellena de tierra muy fina y muy compacta; la del fondo, más negruzca y casi carbonosa. Para quitar la tierra del interior del segundo brazalete fue preciso recurrir a un cincel. E n cuanto al vaso, parece que estaba ya roto o quebrantado en el momento del hallazgo, y nadie cuidó de guardarlo. Uno de los obreros, sin embargo, tuvo el capricho de guardar como recuerdo un fragmento, que luego nos estu­dió y estudiamos en su lugar.

Inmediatamente solicitamos de la Junta del Tiro de Pichón el per­miso para practicar una excavación metódica del lugar del hallazgo. Nunca hasta entonces había sido posible en España excavar sobre la marcha el sitio donde se ha descubierto un tesoro de joyas prehistóri­cas. Después, sí se ha realizado en Ebora y en Villena. E l permiso nos fue concedido generosamente, como todas las facilidades para nues­tro trabajo que interesamos después; e incluso pudimos utilizar, mien­tras formábamos nuestra cuadrilla propia, los mismos obreros que ha­bían hecho el descubrimiento, que trabajaron con disciplina y entusias­mo. Por todo ello rendimos aquí el testimonio de nuestra gratitud a los miembros de la Junta del Tiro, a los técnicos que dirigieron las obras y las instalaciones y a los inteligentes y afortunados obreros que

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en seguida habían tomado el acuerdo de repartirse por partes iguales la indemnización a que tenían derecho.

Aquella misma tarde hicimos un pequeño tanteo del yacimiento, y desde el día siguiente, 3 de octubre de 1958, empezamos su excavación sistemática. E n ella fuimos asistidos por nuestro compañero en el Ser­vicio Nacional de Excavaciones don Francisco Collantes de Terán; la señori ta Concepción Fernández-Chicarro, entonces secretaria del Museo Arqueológico de Sevilla, y don Antonio González-Nandín, fotógrafo al servicio de la Arqueología, como él gusta llamarse. Conste aquí nuestro reconocimiento por la eficaz colaboración de los tres. Llamado por nosotros, asistió durante dos días a las excavaciones nuestro compañero don Juan Maluquer de Motes, entonces catedrát ico de Salamanca, y dis­frutamos los consejos de su experiencia como excavador de poblados prehistóricos. También visitaron el tajo otros arqueólogos españoles y extranjeros; y pudieron seguir la excavación nuestros alumnos de la Fa­cultad de Filosofía y Letras de Sevilla, algunos de los cuales se iniciaron en el dibujo de cortes estratigráficos. Fue una experiencia inolvidable.

La cumbre de E l Carambolo domina, por un lado, la vega de Triana, y por el otro una buena porción de la meseta del Aljarafe. Cinco kilóme­tros al N . están las ruinas de Itálica, y cuatro ki lómetros al S. las del castillo de Iznalfarach (San Juan de Aznalfarache). Tres kilómetros al Nordeste se encuentra la zona dolménica integrada por los monumentos de la Cueva de la Pastoral, Matarrubilla y el nuevo de Ontiveros, que hemos excavado y publicado (36). Por allí cerca estuvo la ciudad de Osset.

18.—DESARROLLO DE LA EXCAVACIÓN.

E l espacio de que disponíamos para excavar en torno al sitio donde había aparecido el tesoro es una terrada trapecial, limitada al W. y al S. por construcciones secundarias del edificio del Tiro; al N . y al E . por otras terrazas más altas que se extienden entre la construcción principal y el radio, a las que se sube desde nuestro campo de excavación por una escalera que se abre en su ángulo S E . Por el ángulo SW. baja otra esca­lera hasta el túnel de servicio y las habitaciones del guarda. E n total, la terraza mide unos 14 m. de longitud por unos 8 de anchura, que hacen 112 m 2 . Pero en el centro mismo de ella se había abierto ya una toma de agua, lo que significaba la remoción e inutilización de una cuarta parte de la superficie; mientras que, per otra parte, debíamos mantenernos a distancia de los muros recién construidos para no dañarlos y porque la apertura de sus cimientos había ya alterado la estratigrafía. Con todo lo cual, la superficie intacta y aprovechable quedaba sumamente reducida a poco más de 20 m 2 . Aunque pudimos ampliarla con algunas exploracio­nes marginales.

Hay que tener muy en cuenta que la corona del cerro de E l Carambolo estaba ya muy desfigurada por los trabajos de exploración necesarios para las instalaciones del Tiro de Pichón. La tierra obtenida al rebajar la cumbre, para hacer sitio a los edificios, se había vertido por el lado Norte

(36) J . DE M . CARRIAZO: El dolmen de Ontiveros ( «Homenaje al profesor Caye­tano de Mergelina», Murcia, 1961-62, págs . 209-229).

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para obtener la gran explanada en forma de herradura que es el radio (campo de tiro). E n todos estos trabajos se debieron cortar y destruir los elementos más superficiales de un posible poblado prehistórico, si es que ocupó toda la cumbre del cerro, y si la erosión no los había ya arra­sado por completo. E n todo caso, serían construcciones muy frágiles, como los fondos de cabana, sólo perceptibles para el ojo acostumbrado de un arqueólogo. E n zanjas abiertas en otros lugares y para otros fines, mientras duró nuestra excavación, pudimos advertir pequeños niveles arqueológicos con cenizas y fragmentos cerámicos, entre los que recogi­mos algunos tesones de aspecto ibérico y dos fussaiolos. Pero todo esta­ría ya removido por los emplazamientos artilleros de la guerra de la Independencia, de los que también encontramos testimonios en la zona de nuestra pequeña excavación.

E n estas condiciones, nuestro trabajo tuvo que limitarse a una ancha zanja en escuadra, con una rama más larga y más estrecha a lo largo de la pared del semisótano de las nueve ventanas, y otra rama más ancha y más corta, formando ángulo con la primera por su extremo N . Hacia el centro de ese ángulo de unión entre ambas zanjas quedaba el lugar donde apareció el tesoro, lugar que a lo largo de toda la excavación mantuvi­mos señalado con una estaca.

Es recusable el sistema de explorar un yacimiento pequeño e impor­tante, como era el nuestro, mediante pozos de sondeo. Pero como encon­tramos ya abierto el hoyo que habían hecho los obreros en torno y de­bajo del lugar del tesoro, decidimos aprovecharlo, regularizándolo, para darnos cuenta de la índole del yacimiento y orientarnos sobre su estrati­grafía. Con este objeto, lo ensanchamos un poco, para reducirlo a forma cuadrada, limpiamos sus paredes y avanzamos en profundidad. Así nos dimos cuenta de que la estratigrafía del contorno era bastante clara y regular, y fuimos reconociendo en los cuatro lados los cuatro niveles arqueológicos principales que luego analizaremos. La excavación ocasio­nal de los obreros había llegado al nivel III (contando desde arriba), en el que encontramos ya bastante cerámica, de diversas especies, algunas completamente nuevas. Incluso los restos de unos muy grandes y toscos vasos que los obreros encontraron semejantes al que contenía el tesoro. Todo muy roto y muy revuelto.

Luego, entre los 1,20 y los 1,40 m. empezó a salir una tierra más oscu­ra, correspodiente al nivel IV, con huellas de fuego, huesos de animales y pellas de barro endurecido, con imprimaciones de palos o cañas. Así nos dimos cuenta de que se trataba de un lugar de habitación, probable­mente un fondo de cabana, como luego se comprobó. Desde entonces dejamos de ahondar el pozo exploratorio y empezamos la verdadera exca­vación, levantando la tierra por capas horizontales, en las dos direccio­nes libres: hacia el S., delante y a lo largo del muro de las nueve venta­nas, y hacia el E. , partiendo del lugar del tesoro. Hasta dejar formada la escuadra irregular, de ángulo un poco agudo, que vino a ser el campo excavado.

La zanja N.-S., excavada capa a capa, resultó con un poco más de 8 m. de longitud, y cortó el fondo el cabana, de forma ovalada, a lo largo de su eje menor. Su corte occidental, a lo largo y delante del muro de las nueve ventanas, descubrió la estratigrafía más clara y uniforme, sólo al-

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terada en el lugar donde apareció el tesoro. L a otra zanja E.-W., que avanzó algo más de 5 m., resul tó paralela, aproximadamente, al eje ma­yor del fondo de cabana, y descubrió por el N . y el N E . unos como toscos empedrados, en los que detuvimos el trabajo; dejando sobre el más ex­tenso un prisma de tierra que hemos reservado como zona-testigo para no destruir las hiladas de adobes que en ella se hicieron notorias, y que así podrán comprobarse cuando convenga.

Aprovechando la mayor anchura disponible, dividimos esta segunda zanja en dos, dejando en medio un prisma de tierra, una especie de muro en reserva, casi paralelo y superpuesto al eje mayor del fondo de cabana. Con ello tuvimos un nuevo y doble campo vertical para estudiar la estratigrafía, que luego fue bien aprovechado para dibujarla, y más tarde para recoger con muy especial cuidado la cerámica y el resto del ajuar de cada uno de los niveles.

Desde que estuvo delimitado el contorno general de las zanjas, y re­gistrados los primeros niveles, preferimos levantar las capas de tierra partiendo de los extremos de dichas zanjas, más alejados del lugar del tesoro. Así pudimos darnos cuenta mejor de cómo se habían ido depo­sitando los estratos y pudimos reconocer la planta, aproximada, del fon­do de cabana, que no se acusaba por ninguna especie de muro, o de asiento de las paredes de ramas y barro, pero que quedó bien delimitada por la extensión de una capa inferior de tierra quemada y de cenizas. N i apareció cualquier especie de muro, o de cimiento seguido, ni pudimos reconocer en el piso inferior los pequeños hoyos circulares en que se afianzaran los palos o pies derechos que sostuvieran el techo de la cabana.

Nuestro fondo de cabana tenía forma oval, como va dicho, con el eje mayor en dirección E.-W., de poco más de 6 m. de longitud por algo menos de 4,5 de anchura, con inclinación general a Poniente, siguiendo la inclinación de la ladera del cerro, y con los bordes un poco más levan­tados, lo que dibuja una disposición naviforme. Debajo yacía una zona de cenizas, de hasta 70 cm. de espesor.

A l N . y al N E . del fondo de cabana y del área de nuestra excavación profunda, una ampliación exploratoria puso al descubierto un empedra­do de cantos irregulares y un macizo de maniposter ía de forma triangu­lar, con cinco hiladas de piedras, también irregulares, tomadas con un barro duro muy escaso de cal. Uno y otro quedaban a un nivel más alto que el fondo de cabana. Durante muchos días, después de limpiarlos bien, estuvimos esperando que el progreso de la excavación nos aclarara su significación y su destino. Alguna vez pensamos que podr ían ser como los empedrados que cubren algunas sepulturas de la Edad del Hierro. A l cabo, nos decidimos a levantarlos. E l presunto pavimento contenía entre las piedras materiales modernos, incluso una llave de lata de sardinas, y ningún resto antiguo. E l macizo de mampos te r ía triangular, con apariencia de proa de nave, conservaba entre sus pie­dras algunos fragmentos de cerámica, lisos y poco definidos, pero an­tiguos. Debajo de esta construcción, como debajo del tosco pavimento, la tierra no conservaba nada que pudiera tener significación arqueoló­gica, lo que desilusionó bastante a nuestros obreros, que esperaban que estuviera allí otro tesoro. Y , contagiados, un poco a nosotros mismos.

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Entre estos dos modestos testimonios de construcciones modernas, que acaso haya que relacionar con los emplazamientos artilleros de comienzos del siglo xix, quedó el prisma intacto de la zona-testigo, ele­gido en este lugar porque en él vimos claramente niveles de tierras de distinto color, unos más anchos y algo rojizos, otros muy estrechos y blancos, en lo que reconocimos algo como un pilar de adobes. Pero tan frágiles y fundidos con la tierra circundante que era imposible separar­los. Inmediatamente detrás no había nada, como comprobamos con una pequeña zanja; y más allá no nos era posible excavar. E n estas con­diciones, decidimos dejar intacta una especie de prisma vertical, o pilar cuadrado, para cualquier comprobación que quiera hacerse alguna vez.

De todo el proceso de nuestra pequeña excavación del fondo de cabana de E l Carambolo, el dato de experiencia más útil resultó ser el acuerdo de respetar hasta la úl t ima hora, para desmontarlo entonces meticulosamente, esa especie de muro en reserva de unos 40 cm. de grueso, que iba desde muy cerca de donde se encontró el tesoro hasta el extremo oriental de la zona excavada. Fue una gran ayuda para precisar la estratigrafía, conservándola completa mientras íbamos levantando sucesivamente los diversos niveles del yacimiento.

Pero ya es hora de hablar de estos estratos y del ajuar que encontra­mos en ellos.

19.—CLASIFICACIÓN DEL AJUAR.

Aunque reducida a un espacio tan limitado, la excavación del fondo de cabana de E l Carambolo proporcionó, además de la evidencia de un lugar de habitación de un tipo muy definido, un caudal de materiales sueltos notables ya por su cantidad, pero mucho más por su calidad, que no es inferior a la del mismo tesoro. La conveniencia de buscar el contexto arqueológico de las joyas, que fue nuestro punto de partida, se vio superada por la importancia del ajuar descubierto, que consti­tuye como la revelación de toda una cultura desconocida. Para nosotros, la de Tartessos precisamente.

La conciencia de este valor, que pronto se hizo evidente, nos llevó a estudiar con el mayor cuidado la estratigrafía del yacimiento, multi­plicando los cortes, afinando su lectura y registrando el nivel de cada hallazgo, para intentar reconstruir, del modo más exacto posible, el tipo de vida humana que se desarrol ló en este balcón del Aljarafe se­villano, y su posible evolución. L a interpretación de los estratos es a la vez la clave y la garant ía de autenticidad de nuestro documento arqueo­lógico. Con este objeto requerimos asistencias y controles.

Para la lectura correcta de los cortes o secciones, facilitando las re­ferencias necesarias, conviene presentar por adelantado una sucinta in­dicación de los diversos objetos y materiales revelados por nuestras excavaciones de octubre de 1958. Más adelante los estudiaremos, clase por clase. Ahora baste con un inventario elemental. Que es como sigue:

a) Metal.—Dos puntas de flecha, de cobre, de un tipo semejante a las del depósito de bronces de la r ía de Huelva y a las del túmulo de la Cueva de la Pastora. Varias barritas de cobre, algunas de punta aguda,

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que han podido ser agujas de fíbulas. Un arito de cobre. Varios menu­dos clavitos de cobre con la cabeza semiesférica. Una pequeña masa amorfa con apariencia de hierro.

b) Piedra.—Tres molinos de mano, de tipo arcaico, con la piedra de base alargada, barquiforme, y la moledera esférica, como un canto rodado, o bien algo alargada. Una placa de arquero, incompleta. Un ele­mento de sierra, o de hoz, de cuarzo; y cinco pequeños sílex, dos de los cuales parecen chisqueros modernos.

c) Hueso.^Muchos huesos de animales, perfectamente clasificados por la Facultad de Veterinaria de Córdoba, con la estadística y l a indivi­dualización de las especies. Un punzón de aspecto semejante a los neolí­ticos.

d) Conchas.—Muchas conchas de almejas grandes, preferentemente perforadas. Tres fragmentos de madreperla. Un cardium. Una patela.

e) Huevos de avestruz.—Varios fragmentos de cascaras de huevos de avestruz. Uno excepcionalmente grueso, fuerte y de aspecto marfi leño. Todos los demás, quemados.

f) Barro.—Muchas pellas de barro irregulares, endurecidas por la proximidad de un fuego, con imprimaciones de troncos o cañas. Tres o cuatro pellas de barro moldeadas como panes oblongos, de forma plano­convexa; la más completa y regular, con cuatro perforaciones cilindricas. Muchos presuntos adobes, muy frágiles, sin paja ni otro elemento de tra­bazón, que se desmenuzan al tratar de separarlos. Algunos trozos de ba­rro, endurecidos por el fuego, con una superficie plana en la que se mar­can unos surcos paralelos que unas veces parecen huellas de los dedos del alfarero, marcadas en la superficie de ciertos adobes, y otras veces se dirían imprimaciones de cañizos o esteras. Una cuchara o paleta de ba­rro cocido, con ranuras cruzadas en el lado cóncavo, de tipo eneolítico.

g) Cerámica.—Pero el elemento predominante en el yacimiento fue la cerámica, con una cantidad y una variedad casi increíbles, dadas las dimensiones tan reducidas de la zona excavada. Todas las piezas cerámi­cas aparecieron rotas de antiguo, como es normal en los ajuares domés­ticos, de tal suerte que no se ha obtenido ni un solo vaso completo, y para los de t amaño grande y mediano no tenemos fragmentos suficientes para definir la forma total. El lo constituye un inconveniente gravísimo para la clasificación, tanto más cuanto que se trata de tipos que en gran parte son nuevos, entre los que predominan las especies no decoradas, mientras faltan aquellas que se definen por un pequeño fragmento, como el vaso campaniforme, la sigillata, la excisa y la ibérica pintada; ésa con semicírculos concéntricos y caídas de líneas en zig-zas que hasta ahora se ha venido creyendo la representación genuina de la cerámica andaluza de la Edad del Hierro.

Esta increíble abundancia y diversidad de las cerámicas del fondo de cabana de E l Carambolo admite una clasificación provisional, que es como sigue:

1. Cerámica lisa, a mano, de formas grandes y abiertas y barro os­curo y bien cocido.

2. Cerámica a mano, de formas toscas y pequeñas y aspecto neolíti­co, hasta con muñones .

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3. Cerámica a mano, de barro oscuro y superficie pulimentada, como la argárica, sin sus formas.

4. Cerámica grisácea, a torno, bien cocida, de aspecto más semejan­te a la gris ampuritana que a la halstát t ica.

5. Anforas a torno, de barro amarillento, con asas pequeñas y re­dondas y bocas estrechas.

6. Fragmentos de una sola tinaja, de barro rojizo y boca estrecha, sin reborde.

7. Pequeños platos, a torno, de paredes muy delgadas y formas ele­gantes.

8. Cerámica de cuencos bruñidos al exterior y con el interior pinta­dos de un rojo deleznable.

9. Cerámica a torno, de barro amarillento claro, con pintura de an­chas fajas o sin pintura.

10. Fragmentos de un mismo vaso, a torno, con pintura de dobles círculos concéntricos y fajas.

11. Fragmentos de un mismo vaso, de barro amarillento, con man­chas grises y pintura mar rón .

12. Cerámica de pequeños vasos de barro amarillento, pintados con líneas rojizas y pardas.

13. Cerámica de vasos pequeños de paredes gruesas, en barro fino y engobe rojo.

14. Fragmentos de platos de barro excelente, pintados de esmalte rojo brillante.

15. Cerámica pintada groseramente a la almagra, con muchas va­riedades.

16. Cerámica de vasos medianos y bocas anchas, como cazuelas, con la superficie bruñida .

17. Cerámica a la rueda, con el exterior alisado y el interior deco­rado de retícula bruñida.

18. Cerámica de grandes vasos de boca acampanada, pintados con temas geométricos (tartesis).

19. Cerámica semejante a la anterior, de vasos más pequeños y con el interior pulido.

20. Vasos pequeños, con las paredes perforadas, como coladores o queseras.

Desde ahora conviene adelantar que en varias de estas especies cerá­micas se dan caracteres que son específicos de otras, indicando con esta mezcla y cruzamiento la unidad de procedencia local.

20.—Los CORTES : ANÁLISIS DE MALUQUER.

Elemento de juicio fundamental para deducir la índole del yacimien­to es aquí, como siempre, el estudio de los diversos niveles arqueológi­cos, es decir, su estratigrafía. E l l a ha sido, por tanto, una de las notas preferentes de nuestra excavación. Por fortuna, en este caso, la estrati-

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grafía del fondo de cabana de E l Carambolo resultó muy clara y bien definida.

La interpretación de un corte estratigráfico supone siempre, como toda lectura arqueológica, la intervención mayor o menor de elementos subjetivos, que hace aconsejable, cuando es posible, la colaboración de varios lectores y un control efectivo por especialistas ajenos al equipo excavador. Conscientes de nuestra responsabilidad desde que se hizo evi­dente la importancia del yacimiento, quisimos que el trabajo que hacía­mos fuese supervisado por persona de notoria capacidad y experiencia, libre de nuestras posibles preocupaciones y ajena a nuestras hipótesis de trabajo, que pudiese interpretar objetivamente los cortes que ya tenía­mos limpios, a las dos semanas de trabajo.

Dicha persona fue don Juan Maluquer de Motes, entonces catedrát ico de Arqueología en la Universidad de Salamanca y delegado de zona, allí, de nuestro Servicio Nacional de Excavaciones. A nuestra afectuosa invi­tación acudió prestamente, y nos acompañó sobre el tajo y en los diálo­gos de interpretación durante un par de intensas jornadas. He aquí sus observaciones, en la parte que ahora importa:

«El hallazgo fortuito del tesoro, el día 30 de septiembre, en las obras de nivelación del campo de Tiro de Pichón en E l Carambolo, motivaron la inmediata intervención del delegado de Zona del Servicio Nacional de Excavaciones Arqueológicas, doctor don Juan de Mata Carriazo, quien comprobó que el tesoro había aparecido en el área de un antiguo po­blado, destruido o por lo menos enmascarado en su mayor parte por las referidas obras. Iniciadas las excavaciones arqueológicas en el propio lugar del hallazgo, se puso inmediatamente de relieve que el lugar tenía un interés que rebasaba el propio de las joyas, por cuanto por vez prime­ra aparecían restos de lo que fuera la Sevilla prerromana, o al menos de un poblado que debía relacionarse directamente con la protohistoria de la ciudad. Las excavaciones se limitaron, ante las circunstancias de ur­gencia y apremio, a la realización de una cata irregular, en forma vaga de una T —o mejor, de una escuadra—, a la que servía de eje el punto mismo del hallazgo del tesoro, perfectamente fijado gracias a la rápida intervención técnica.

»Por graciosa invitación del señor Carriazo pude intervenir personal­mente en la excavación durante un par de días, que se aprovecharon para dibujar dos secciones de la cata de excavación una, en dirección SSE.-NNW. (166°), y otra, más completa, E.-W. (90°). Parte de esta sección fue dibujada bajo mi propia dirección por las señori tas F. Loscertales y M . Fernández, alumnas de Arqueología de la Universidad de Sevilla. E l estudio de estas secciones ha permitido, en primer lugar, fijar con pre­cisión la forma de ocultación del tesoro, y a la vez dejar constancia del estrato arqueológico en el que yacía, en relación a la sucesión de estratos arqueológicos que se superponen en el área del poblado de E l Carambo­lo, lo cual permi t i rá una primera valoración relativa al momento en que el tesoro fue escondido, puesto que la excavación ha puesto de manifies­to que no se trata de un hallazgo in situ, sino que nos hallamos ante un caso clásico de ocultación».

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Descripción de las Secciones.

«Antes de pasar a la descripción de las dos Secciones hemos de mani­festar que el área de la excavación afecta a dos zonas de sedimentación diversa, que dan por resultado una notable diferencia de estratificación. E n ambas zonas, sin embargo, la estratificación se presenta regular; pero en el mismo lugar de contacto de los dos sistemas de estratificación se observa una remoción antigua, que coincide con el área del hallazgo del tesoro y que sólo permite ser interpretada como restos de la zanja o pozo excavado por quienes enterraron el tesoro. Detalles amplios de esta zanja quedan sin comprobación posible, puesto que a su vez la zona fue afectada por la excavación de los obreros que al hallar la vasija con las joyas fueron agrandando el hoyo, destruyendo una buena parte de la primitiva brecha.

«Como nota característ ica de toda la estratificación es de notar la ho­rizontalidad relativa de los estratos, y únicamente se observa que todos ellos tienen una marcada inclinación en dirección W., como corresponde a unos estratos plásticos de habitación humana adaptados a la pendiente natural del cerro».

Sección I: SSE.-NNW.

«En el momento de dibujarse la Sección, la cata alcanza una longitud de 8 m., más allá de los cuales, hacia el N . , aparecía un tosco empedrado como a unos cent ímetros más bajo que la superficie del terreno. Esta superficie no corresponde al nivel originario del cerro, sino a una super­ficie horizontal creada artificialmente para nivelar la red de distribución de aguas de riego para el mantenimiento del césped artificial que como una alfombra decorativa decora el Campo de Tiro. S in embargo, por conservarse el nivel original en zonas próximas a la cata arqueológica y en un testigo que se dejó al iniciarse las excavaciones, hemos recons­truido en la sección los dos estratos superficiales, marcados con las si­glas X, Y, que no se prestan a comentario alguno; hecha la salvedad de que en conjunto alcanzaban una potencia media de 0,60, y que existían dos niveles, marcados por una coloración m á s oscura en el superior, que correspondería a un sendo nivel vegetal.

»E1 interés de la estratificación comienza a partir del suelo rebajado que marcamos con línea puntada. De 0 m. hacia el S., hasta la vertical de los 4,80 m., la estratificación se presenta totalmente regular, con seis estratos de potencia variable, que designamos con las siglas A, B, C, D, E y F. Entre el metro 5 y el 6 existe una brecha colmatada con tierra uniforme, que corresponde a la brecha de excavación del tesoro, y en los 2 metros restantes (hacia el N.) aparece una estratificación distinta, con cinco estratos que designamos a, b, c, d, e. Describiremos primero el sector meridional de la estratigrafía».

Estrato A.

«Estra to terroso, con una potencia media de 0,25 m., con oscilaciones entre 0,14 y 0,32 m. L a línea superior del estrato ahora es horizontal, pues corresponde a la superficie visible, aunque no puede asegurarse

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que sea en realidad la superficie auténtica del estrato, pues es el produc­to de la mencionada nivelación. Es más , incluso en algún punto se con­servan restos de haberse fabricado mortero en la superficie, por lo cual lo hemos marcado también en el dibujo. La línea inferior del estrato forma una línea curva, alcanzando la máxima potencia entre los metros 2 y 3, para disminuir en los extremos. El lo significa que al formarse este nivel existiría una leve oquedad, que puede ser motivada simplemente por la mayor plasticidad de los estratos inferiores entre los metros 2 y 3, o bien, por haber existido una pared, muro de contención o simple impedimento hacia el N . , y que existió una mayor acumulación en el centro de la zona.

»La coloración de la tierra de este estrato A tiene gran semejanza con la del estrato Y, en los lugares donde éste se conserva, lo que nos lleva a creer que en realidad ambos estratos podr ían agruparse en uno sólo. Ambos tienen un gran número de pequeños nodulos de una materia blanca (¿yeso, caliza?), que al parecer es característ ica de los terrenos ter­ciarios de la zona occidental del Guadalquivir. También los hallaremos intercalados en el estrato B, aunque en número menor.

»E1 único accidente a mencionar en este estrato es la aparición de tres pequeñas piedras (6-8 cm.) en la vertical del metro 4/5, situadas en la base del estrato».

Estrato B.

«De color amarillo intenso y uniforme. Muy compacto, como si se tratara de una marga amarilla, que se acusa bien en las fotografías. E l estrato es también regular, aunque alcanza su mayor potencia en los metros 3/5, es decir, con leve descentramiento en dirección N . , compa­rado con el estrato superior.

»En cuatro puntos del estrato hemos obtenido fragmentos de cerá­mica. Son todos iguales, de cerámica fina, de coloración clara y pasta porosa y superficie sin espatular. Se trata de una cerámica cocida en horno de temperatura elevada y fuego oxidante, y podr ía pensarse en cerámica de la llamada ibérica vulgar, con sección de color uniforme y no de bizcocho. E n dos de los fragmentos aparecían restos de pintura de bandas geométricas de color vinoso. Es difícil una clasificación cro­nológica por los cuatro fragmentos que observé personalmente».

Estrato C.

«Estra to débil, pero regular, cuyo grueso máximo no sobrepasa de 0,12-0,14 m., y en algún punto (metros 2/3) sólo 0,06 m. Es tá formado por una tierra de coloración oscura, de idéntica contextura a la del es­trato A, aunque de color más subido. A primera vista, el estrato parecía estéril, pero luego pude observar la presencia de algún huesecillo de conejo o ave, y en la excavación de los primeros metros, cuando los obre­ros cavaron el estrato, aparecieron varios fragmentos de cerámica peque­ños, de coloración parda oscura, junto a algún fragmento a torno del mismo tipo de los cuatro fragmentos del nivel superior ya mencionados».

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Estrato D. «Estrato intensamente rojo, de color parecido a la almagra, consti­

tuido por una arcilla o barro fino formado por pequeños glóbulos (la coloración rojiza es análoga a la que suelen tener ciertas areniscas triá-sicas). Desconozco por completo la verdadera naturaleza de este estrato, aunque la misma coloración observaremos en otros sectores de la estra­tigrafía, y sobre todo en el testigo, en el que al parecer se trata de un ladrillo cocido al sol o de un adobe muy pobre en materias orgánicas, según expondremos más adelante. Este estrato es, desde el punto de vista arqueológico, totalmente estéril, y tenemos la impresión de que pudiera tratarse aquí de un lecho de pavimento, puesto que el estrato es delgado (0,10-0,12 m.), pero bastante uniforme, y termina bruscamente en la vertical de los 4,90 m., adquiriendo mayor grosor, como si estuviera apoyado en un muro. E n realidad, el estrato está constituido por tierra exótica en E l Carambolo».

Estrato E.

«Potencia entre 0,28 y 0,12 m., disminuyendo hacia el N . Estrato te­rreo, poco compacto, muy abundante en cerámica. Tierra de coloración parecida al estrato A, aunque más suelta. E n la base del estrato empiezan a aparecer terrones chamuscados, alguno de los cuales conserva los pla­nos negativos o improntas de cañas; particularmente numerosos en la vertical de los metros 4/5. La cerámica del estrato es abundant ís ima, pero parece de arrastre. Nunca aparecen fragmentos agrupados de la misma vasija, y en 50 cm 2 se hallan a veces fragmentos de seis y más vasijas.

»Entre los fragmentos que he visto en la excavación, pertenecientes a la cava correspondiente a este estrato, he observado la presencia de fragmentos de barro negro con la superficie brillante, cerámica que en la cuenca del Ebro hubiéramos clasificado de hallstátt ica, pero que aquí, en Sevilla, no nos atrevemos a proponerlo. Junto a esta cerámica conti­núa la cerámica más gorda, que pertenece por lo menos a dos grupos: uno de pasta gruesa, con minúsculas piedrecillas intercaladas en la masa, y que al parecer son de cuarzo, y otra m á s fina, de pasta. Existe cerá­mica a mano y cerámica a torno, aunque no he visto ningún fragmento de cerámica fabricada a torno rápido, industrializada, sino que parece toda de fabricación casera. Tampoco he visto en este estrato ningún fragmento de cerámica que pudiera clasificarse de impor tada».

Estrato F.

«Estra to de incendio. Grueso y potente, de coloración negruzca con tonos rojizos en pegotes de barro que se han cocido por el propio in­cendio. E l estrato contiene muchos elementos de origen orgánico cal­cinados. Durante mi estancia en E l Carambolo no se había alcanzado aún la base del estrato, por lo que no sabemos su potencia total.

»Este estrato aparece r iquísimo en cerámica, con múlt iples varieda­des, y principalmente con cerámicas pintadas en rojo, bien uniforme­mente, por dentro y fuera de la vasija, o formando motivos geométri-

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eos de tipo escaleriforme, flecos, etc. E n relación con el hallazgo del tesoro, merece consignarse que este estrato de cremación estaba total­mente formado en el momento de esconderse las joyas, las cuales, como se verá, no mostraban el menor rastro de la tierra característ ica del estrato, sino que debe ponerse en relación con estratos superiores, toda vez que la base de la vasija que las contenía descansaba sobre la superficie de este estrato F».

Sección I: Sectores 5 a 6 m.

«Brecha o zanja antigua. E n el sector situado entre 5,30 y 6,10 m., los estratos A, B, C y E se interrumpen bruscamente, para formar un re­lleno uniforme, sobre todo a partir de la base del estrato A. Este re­lleno está formado por una tierra de coloración muy clara, muy abun­dante en fragmentos de cerámica a mano y a torno. Con toda evidencia se trata de una zanja o excavación antigua, aunque es difícil fijar de modo definitivo el momento de su excavación. E n efecto, nos ha pare­cido que el verdadero relleno comenzaba en la base del estrato A, cuya terminación en este sector es irregular y poco definida. Pero ello no im­plica una destrucción necesariamente antigua del estrato B, puesto que la forma regular y curvada en que termina este estrato B en la vertical de los 5,30 metros nos inclina a pensar que más al N . nunca existió este estrato; es decir, que con independencia de la posible zanja, y jus­tamente en la vertical aludida, cambiaba el ritmo de la estratificación. Una prueba adicional de ello la representa el estrato D, que termina en los 4,90 m., es decir, aún más hacia el S.

»Creemos firmemente que en este sector existió un muro en el que se apoyaba el estrato D y posiblemente el C, y que más tarde existió otro muro más hacia el N . , en el que se apoyaba el estrato B. Junto al para­mento N . del muro que cerraba los estratos C - D se escondió el tesoro, en el lugar marcado con una T en el dibujo.

»Si nuestra interpretación de esta estratigrafía es correcta, nos en­contramos con que el tesoro fue enterrado en un momento en que ya estaban formados no sólo el estrato incendiado F, sino el E y el D, y con menos seguridad el estrato B, puesto que no existía en este punto concreto. Tampoco la interrupción del estrato A debe relacionarse con el momento en que se enterraba el tesoro, puesto que también existía este estrato en la vertical del lugar del hallazgo. Por otra parte, la tierra de relleno de la brecha tiene ciertas concomitancias con el estrato b de 6-8 m., por lo cual puede muy bien suponerse que el momento de ente­rrarse el tesoro es contemporáneo a la formación de los estratos B y b, o bien anterior, no posterior.

»Bajo el lugar de hallazgo del tesoro aparece el estrato F con gran potencia, sin que se haya llegado al fondo del estrato durante mi es­tancia en la excavación.»

Estratificación en los metros 6/8.

«Ya hemos indicado que existe en esta zona una estratificación de tipo distinto. La causa de la diferencia estriba, a nuestro juicio, en el

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hecho que creemos firme de que nos hallamos ante un área exterior a una vivienda, mientras que hacia el S. nos hallamos en el interior de ella. Sobre este extremo, el estrato F no dejaba lugar a dudas.

«También en este sector hemos reconstruido sobre la superficie ac­tual, que corresponde al nivel superior del cemento de los pocilios para las tomas de agua, los dos estratos X, Y, a base de un testigo próximo, Bajo la superficie marcada por la línea de puntos, se desarrollan los estratos a, b, c, d, e. Veamos sus características».

Estrato a.

«Bajo, de idéntica naturaleza al estrato D de la zona meridional. Corresponde a nuestro juicio a la base de un muro de adobe (?), o mejor ladrillo seco al sol (carece de elementos orgánicos en su masa), que alcanzaría aproximadamente 0,20 m. de anchura y que se desplo­mar ía hacia el N . Arqueológicamente, es un estrato totalmente estéril».

Estrato b.

«Estra to terroso, de coloración oscura. Tierra suelta y gran potencia (hasta 0,47 m.). Estrato rico en cerámica a torno y a mano. La tierra tiene una característ ica parecida a la que rellenaba la brecha bajo los metros 5,30/6. E l contacto de la brecha con este estrato queda poco limpio, pero puede darse como seguro».

Estrato c.

«Grueso, terroso, macizo, de gran potencia, con más de 0,40 m.; con restos escasísimos de cerámica y algún hueso. Su coloración es más clara que el estrato superior inmediato, y no presenta otra característ ica sino que queda poco definido su límite inferior, que forma el estra­to d».

Estrato d.

«De modo insensible se pasa del estrato anterior a éste, formado por tierra de coloración análoga, aunque cruzado por cenizas blanquecinas y pequeños carboncillos hacia su mitad. Estos elementos no representan en modo alguno restos de cremación del estrato, sino un arrastre de superficie, durante una de las etapas de formación del estrato, que co­rresponde a un momento posterior al incendio documentado en el es­trato F. Durante mi estancia en la excavación no se excavó ningún sec­tor de este estrato, por lo que ignoro si es fértil en cerámica o no.

»Por debajo de la zona por donde cruzan las cenizas, aparece de nuevo la tierra de coloración clara en la vertical del metro 6/7; por lo que lo denominamos estrato e, cuyas característ icas ignoramos.

»Antes de cerrar el comentario de la Sección I, debemos indicar que en el metro 8 y en dirección al Norte se extiende un tosco empedrado de cantos de 15/20 cms., cuyo carácter desconocemos, sin excavación. La base de estos cantos se halla a 0,30 m. del nivel de la superficie ac­tual, como se desprende del dicho anejo del testigo N.».

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Sección II, E.-W. (105° en relación a la Sección I, en el metro 6).

«Esta Sección II en parte se ha dibujado y en parte se ha recons­truido, puesto que cruza el pozo hecho por los obreros para la extrac­ción del tesoro. Su valor es, por consiguiente, mucho más relativo que el de la Sección I. Los metros 3/5, en la profundidad de 0,90/2,30 m., fueron dibujados a la escala de 1/20, bajo mi inspección, por las se­ñori tas Felicidad Loscertales y Mercedes Fernández. Como nota desta­cada de esta Sección, la leve inclinación de los estratos hacia el W., correspondiendo a la vertiente del cerro; y el carácter cerrado y po­tentísimo del estrato de incendio F', que corresponde al F de la Sec­ción I, del que se marca perfectamente aquí el fondo de una vivienda. Los estratos de esta Sección se designan con las mismas letras utiliza­das en la Sección I. Los metros empiezan a contarse a partir de la pared moderna de la nave del Campo de Tiro, correspondiendo el comienzo de la Sección (metro 6 de la Sección I) a 1,30 m. de la pared, y el resto, en dirección Levante.

»Hemos dibujado igualmente los estratos superiores X e Y, a fin de tener presente la profundidad real de los restantes estratos; y sin otra finalidad. Los estratos A' y B' (éste es el estrato compacto amarillo) son exactamente idénticos a los estratos A y B de la Sección I, por lo que sobra su descripción. Anotemos, sin embargo, que en el estrato- B' aparecen también fragmentos de cerámica a torno, amarillenta y porosa.

»E1 ángulo que forma esta Sección con la Sección I explica el que no aparezcan estos dos estratos A' y B' en toda la Sección. Se interrumpen en la vertical de 2,60 m. por el hoyo del tesoro, pero sabemos que no continuaban mucho más hacia el W., porque en la vertical de 1,30/1,40 metros aparecen restos de la brecha excavada por quienes enterraron el tesoro. Este se halló en realidad en la vertical de 1,90 m.

»Bajo el estrato B' no aparecen ahora los estratos C y D, sino un es­trato potente e irregular E', que se corresponde con los tres estratos C, D, E y descansa directamente sobre el potente estrato incendiado, cuya estructura puede estudiarse perfectamente en la Sección, puesto que el día 17 de octubre se había alcanzado en la vertical del metro 3 la base del estrato, a la profundidad total de 2,30 m.».

Estrato F ' .

«Este estrato de incendio se puede descomponer en cuatro o cinco niveles de coloración distinta dentro de la unidad que sin la menor duda representa el estrato. Está formado por niveles negros, grises y rojizos, formados por una potente masa de escombros procedentes de un vio­lento incendio. La intensidad de color de los diversos niveles está mo­tivada por el predominio de carbones, cenizas o pegotes de barro l u ­brificado y cocido por el incendio. Muchos de estos pegotes conservan los planos negativos de los cañizos que revocaban, o de esteras y mim­bres. E n particular, en la vertiente de los 2,60/3,60 m. existe una zona particularmente densa en hallazgos de masas de barro de este tipo.

»Un nivel totalmente negro, de una potencia media de 0,12 m., dibu­ja un perfil curvo, como si se tratara del fondo de una oquedad. Este

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se apoya en un nivel más claro de color, aunque también negruzco, que a su vez se diluye en un estrato de ceniza pura, gris azulada, en la ver­tical de 4/5,40 m. Durante m i estancia en la excavación pudo observarse el final de este estrato F' en un sector concreto, pero no en toda su extensión.

«Arqueológicamente, este estrato F' es muy rico e interesante. E n él aparece abundante cerámica pintada, cascaras de huevo de avestruz, huesos y un pequeño objeto amorfo de hierro, hallado en mi presencia, el día 16 de octubre, así como una anillita de cobre o bronce. Entre los restantes objetos figuran unas tortas plano-convexas de barro y forma oblonga, cuya finalidad no se ve clara.

»En relación con los hallazgos cerámicos conviene mencionar que con gran frecuencia aparecen fragmentos del mismo vaso relativamente agrupados, al contrario de lo que sucedía en los estratos superiores del área de la excavación, lo que permit i rá sin duda reconstruir varias formas.

»De la descripción que antecede del estrato arqueológico en general puede deducirse que la zona excavada comprende, por una parte, el interior de una vivienda o choza, que pereció en un gran incendio, quizá repetidas veces, y por otra, una zona de vertedero exterior, que proba­blemente estuvo al aire libre durante la vida de aquella casa. A l derri­barse incendiada ésta, quedó marcada la oquedad dibujada por su pe­r ímetro , y comenzó a formarse lentamente un estrato de relleno, que llegó a regularizar la superficie. O bien se arregló artificialmente, para formar una plataforma sobre la que construir nuevas viviendas. Per­sonalmente nos inclinamos a admitir una etapa de abandono del lugar durante cierto tiempo, y un proceso de acumulación lenta después del incendio, ya que interpretamos el estrato d de la Sección I como con­secuencia de un verdadero lavado de la superficie incendiada, por las aguas residuales.

»E1 tesoro fue escondido excavándose en un estrato terreo, para que­dar depositada la vasija que contenía las joyas sobre la superficie del es­trato incendiado. E l punto concreto elegido para enterrar la vasija, al coincidir en el punto de contacto entre dos estratificaciones diversas, da a entender que existiría algún elemento visible, que se acusaba al exterior y que permit ía reconocer el sitio; y estamos inclinados a creer que sobresaldría de la tierra un muro, quizá el muro que cerraba por el N . la casa incendiada, o su sucesora en época posterior. Este muro sería simplemente de tapial, o de adobe, o aún un simple cañizo enlu­cido con barro. Su posición exacta correspondía a la parte excavada con anterioridad al 15 de octubre, coincidiendo con el final hacia el N . de la veta más negra».

«Ello permite una deducción segura del máximo interés. E l tesoro fue escondido en época posterior a la formación del estrato negro; y, por lo tanto, todo el complejo arqueológico de este estrato es anterior, más antiguo. El lo no presupone la fecha de la fabricación de las joyas, sino simplemente la fecha en que fue enterrada la vasija con ellas. E n cuanto a la fecha del estrato incendiado, puede desprenderse de un de­tenido estudio de la cerámica, que no estamos en condiciones de hacer».

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Hasta aquí el profesor Maluquer de Motes. A quien expresamos aho­ra, una vez más , nuestro reconocimiento por su eficaz colaboración.

21.—OBSERVACIONES SOBRE LA ESTRATIGRAFÍA.

E l análisis de las secciones de nuestra excavación del fondo de caba­na de E l Carambolo, realizado por el profesor Maluquer del modo que acabamos de ver, es irreprochable, y lo preferimos desde luego a decir por cuenta propia nuestras lecturas personales, en las que han podido deslizarse más fácilmente prevenciones deformadoras. Por eso lo hemos adoptado y lo insertamos a la letra. Pero a nuestro colega sólo le fue posible acompañarnos durante una corta fase de la excavación (los días 16 y 17 de octubre), aunque procuramos que fuese en una de las más decisivas, cuando estaba ya bien a la vista casi toda la estratigrafía. Le faltó, por consiguiente, la observación de las primeras fases explo­ratorias, y sobre todo la del momento final, cuando procedimos a de­moler demoradamente aquel muro-testigo que habíamos reservado casi en el eje del fondo de cabana, recogiendo meticulosamente sus materia­les, y apuramos todo el estrato inferior del yacimiento, hasta la tierra virgen. Las unas y las otras fueron también jornadas tensas e inolvida­bles; las primeras, cuajadas de interrogaciones y tanteos; la úl t ima, co­nocida ya la índole del yacimiento, con ansia de recopilar todos los in­dicios útiles para establecer la cronología y el ambiente histórico.

Desgraciadamente, nosotros también, los excavadores, quedamos pri­vados de conocer lo que hubiera sido argumento valioso como ninguno para decidir la naturaleza, la fecha y el modo de la deposición del teso­ro : el aspecto del terreno todavía intacto, y la aparición de la vasija con su contenido. Los obreros descubridores del tesoro dispersaron los fragmentos del gran vaso que lo contenía (con la excepción, siempre un poco dudosa, del trozo que luego examinaremos) y revolvieron la tierra inmediata. Así no nos fue posible estudiar la vasija, n i examinar el terre­no inmediatamente en torno. Pero con todo, es evidente, según reconoci­mos con Maluquer y él expone en estas páginas anteriores, que el teso­ro fue depositado en un punto en el que se rompe la horizontalidad de los estratos, mantenida en todo el resto del yacimiento. Esto se puede explicar de dos maneras: o por la apertura de un hoyo para enterrar el tesoro, o por la existencia de un muro que limitara por ese lado la cabana quemada, y que ha desaparecido. Lo primero resulta más pro­bable, ya que el sitio preciso en que aparecieron las joyas, según de­claración de los que las encontraron, estaba dentro de lo que hemos reconocido como recinto del fondo de cabana, y no en su periferia, o en su contorno.

Más difícil vino a ser averiguar la profundidad en que apareció la vasija con las joyas. Los primeros informes la colocaban casi en la superficie del terreno, tal como éste quedó después de la apertura de la poceta o punto de agua situado casi en el centro de la terraza; es decir, al nivel marcado por el lecho de la preparación del cemento. Pero como los obreros que trabajaban con nosotros en las primeras jornadas de la excavación fueron, por gentileza de la Sociedad del Tiro de Pichón,

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de la misma cuadrilla que venía trabajando en E l Carambolo y que hizo el descubrimiento, cuando merecimos su confianza pudimos ir pre­cisando las indicaciones de primera hora. Y así llegamos a saber que lo primero que se encontró fue uno de los brazaletes, y que buscando una de las rosetas, que tenía desprendida, fue como encontraron, cavando alrededor y debajo, la vasija con las joyas, que estaba varios decímetros más honda. Acaso, cerca de la misma capa calcinada.

Ahora bien, admitir que el cacharro con el tesoro ha podido depo­sitarse abriendo un hoyo en el terreno, después de haber quedado in­terrumpida la vida en la cabana, tal vez mediante un incendio final, y aun después de la formación de algunos estratos superiores, no quiere decir que esto haya ocurrido mucho tiempo después, ni con total inde­pendencia del yacimiento subyacente. Por nuestra parte, estimamos que entre el yacimiento y el tesoro hay una relación mayor que la pura­mente espacial. La deposición del tesoro en este lugar preciso no es una pura casualidad. Hay una concordancia muy notable entre el estilo de las joyas y el de la cerámica pintada y de retícula bruñida, las más característ icas del fondo de cabana, como luego precisaremos y con­viene adelantar aquí. Pero la índole exacta de esa relación entre tesoro y yacimiento se nos escapa por ahora. Será preciso esperar a que la aclaren definitivamente otros yacimientos; por ejemplo, la necrópolis de este poblado.

Todo esto obliga a una circunspección muy particular en el estudio estratigráfico del fondo de cabana, y en el de sus ajuares. Y justifica que hayamos buscado todas las garant ías de objetividad y de compro­bación.

Viniendo ya a nuestras propias observaciones, el desarrollo de la excavación se puede reducir a tres tiempos: extensión de la fosa abierta por los primeros descubridores, apertura de zanjas de exploración y levantamiento horizontal de los niveles del fondo de cabana. E n el pri­mer tiempo se impuso como nota predominante la índole compleja de los niveles arqueológicos, reflejada en la variedad de especies cerámi­cas. Pocas veces podrán verse reunidas en tan poco espacio (aunque reducidas a fragmentos, ¡ay!) vajillas tan dispares, desde vasos de aspec­to neolítico, de pastas muy groseras, trabajadas a mano, hasta vasos a torno de fina arcilla amarillenta, pasando por otros muchos géneros de barros grises, negruzcos o rojizos, con las superficies rugosas, pulimen­tadas o charoladas. Y la misma variedad en las formas, en cuanto per­mit ían inferior los siempre pequeños tiestos: vasos de gran capacidad, con paredes de hasta 20 mm., predominando los de bocas anchas, de bordes verticales alisados; vasos de boca estrecha, rebordeada, y asas pequeñas y redondas; vasos medianos, parduzcos, más o menos alisados por dentro o por fuera.

La segunda observación registrada fue la novedad de este panorama cerámico, con la ausencia completa o casi completa de las especies más definidas y mejor conocidas en este valle inferior del Guadalquivir, desde el Neolítico a la época romana. Entre tantos fragmentos cerá­micos, ni uno solo del vaso campaniforme, ni de las formas específicas del Algar, ni de las variedades andaluzas de la llamada cerámica ibérica,

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con pintura de semicírculos concéntricos y caídas en zig-zag; ni, por supuesto, de la térra sigillata y demás especies romanas. Apenas algu­nos tesones clasificables como de ánforas de tipo púnico, o afines de las formas más sencillas de Hallstatt. Y nada con las técnicas más notorias de la decoración en las cerámicas protohis tór icas pintada, excisa, cor-donada, cardial, etc. Es decir, que el yacimiento se presentaba como representativo de un mundo cultural distinto de todo lo conocido, nue­vo, no registrado en nuestros cuadros de clasificación. Apurando para­lelos, algunos apuntaban a cerámicas de Carmona y de Asta, no siem­pre con estratigrafía segura y contexto regularmente definido.

E n cuanto a la índole del yacimiento, pronto se hizo evidente, y se confirmó al llegar a la zona quemada, que era preciso elegir entre los restos de una pira funeraria y los de un fondo de cabana. Esto úl t imo se impuso, luego, al considerar los elementos del ajuar doméstico, como molinos de mano, huesos de animales, cerámica muy fragmentada y, sobre todo, los numerosos pegotes de barro con imprimaciones de pa­los y cañas. Puesto que la fosa abierta en torno y debajo del tesoro caía encima del piso de una vivienda prehistórica, urgía determinar su es­tructura, su ajuar y su contorno inmediato; y a esto se encaminó la segunda fase de la excavación.

Con la apertura de la fosa primera, centrada en el lugar donde apa­reció el tesoro, con poco más de metro y medio en cada una de las tres dimensiones, además de obtener los materiales cerámicos y comple­mentarios aludidos, se puso de manifiesto en sus cuatro paredes la estratigrafía esencial del yacimiento: arriba, las dos capas de relleno mo­derno; en el fondo, una capa con materiales quemados; entre aquéllas y ésta, dos o tres niveles intermedios, con muy abigarrado material ce­rámico. E n el lado de Poniente, hacia la pared de las nueve ventanas que fueron ocasión del hallazgo, se acusaba ya la brecha o rompimiento de la estratigrafía relacionable con el depósito del tesoro. Muy cerca de donde fue hallado, aún encontramos fragmentos de grandes vasos, toscos, de bocas anchas, que los obreros encontraban semejantes al re­cipiente que guardaba las joyas. Pero ninguno salió completo, ni siquie­ra en los elementos suficientes para dibujar su perfil.

E n la segunda fase de la excavación decidimos, como queda dicho, abrir zanjas exploratorias desde lo más lejos posible del lugar del te­soro, y en dirección a este lugar. E n realidad, dentro del terreno excava-ble (no edificado, o no removido), solo pudimos hacerlo desde Levante y desde el S. Así la totalidad del terreno explorado resultó como una especie de escuadra, con un brazo más ancho y más corto hacia el E. , en dirección de Sevilla (la llamamos zona A), y otro brazo más estrecho y más largo hacia Mediodía, en dirección del edificio del Tiro (zona B), con un ensanchamiento en el interior del vértice, hacia S.-E. (zona C). Una estaca clavada en la vertical del punto donde apareció el tesoro se ha conservado como referencia durante toda la excavación, y luego, al pavimentar la terraza, se marcó mediante una losa blanca, para me­moria del hallazgo.

E n el curso de las excavaciones tuvimos buen cuidado de conservar dos testigos, uno permanente, a N.-N.-E. del lugar del tesoro, para cual-

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quier posible comprobación futura; otro temporal, para la más segura determinación de la estratigrafía, casi en el eje del fondo de cabana, en dirección aproximada E.-W., separando las zonas A y C, que fue de­molido en la úl t ima fase del trabajo. De este modo pudimos registrar los niveles arqueológicos en todas las posiciones deseables, interiores y exteriores.

Por todo ello podemos decir que la lectura de los niveles principa­les hecha por Maluquer, con la asistencia y diálogo de los que formamos el equipo excavador, es correcta y vale para toda la amplitud del yaci­miento, con las diferencias de rigor en cada posición. E l cuidadoso des­monte del muro —testigo reservado casi en el eje del fondo de cabana, con el meticuloso inventario de sus materiales, vino a ser la corrobora­ción decisiva.

No hay nada que advertir sobre los niveles X e Y de Maluquer. Efec­tivamente, son rellenos modernos, con materiales muy mezclados, anti­guos y modernos. Baste recordar, como queda dicho, que sobre el tosco pavimento, a N.-N.-E. del lugar del tesoro y en el mismo nivel de los restos de preparación de mortero para la pileta, encontramos una llave de lata de sardinas; lo que ahorra todo comentario.

Los niveles A' y B' de Maluquer, que nosotros veníamos llamando I y II, han ofrecido una abigarrada confusión de materiales cerámicos. Se dan en ellos casi todas las especies del inventario provisional de más arriba (apartado 19), salvo la nueva cerámica pintada que hemos llama­do tartésica (clase 18), y es algo dudosa la de retícula bruñida (clase 17); es decir, dos de las variedades más valiosas y originales de nuestro yacimiento. E n cambio, se dieron con profusión la cerámica tosca a mano de aspecto neolítico (clase 2), los grandes vasos de paredes rugo­sas, la cerámica gris, a torno, intermedia entre la ampuritana y la cél­tica (clase 4); mientras era muy rara la cerámica charolada y la pintada a la almagra (clases 16 y 15). Es privativa de estos pisos la cerámica de barro amarillo, a torno, algo parecida a la ibérica (clase 8); como los fragmentos de grandes ánforas de boca estrecha y asas redondas, se­mejantes a las de la costa catalana y a las púnicas (clase 5). Se dan ya los huesos de animales, más abundantes en los niveles inferiores, y al­gunos molinos de mano.

Nuestro nivel III corresponde a los E' y F' de Maluquer, engloban­do la zona quemada y el estrato inmediatamente superior; mientras prescindimos de los niveles C, D y E de Maluquer, sólo acusados en la sección I (S.S.E.-N.N.W) y que faltan en el muro-testigo. Este nivel, que se identifica con el piso de la cabana y los materiales calcinados que cayeron sobre él, resulta, naturalmente, el más rico y de mayor interés arqueológico de todo el yacimiento. Mientras los estratos superiores presentan bastante horizontalidad, éste se presenta en declive hacia Po­niente, siguiendo la inclinación natural de la vertiente del cerro, y hacia el foco occidental de la elipse que viene a ser la planta del fondo de cabana; es decir, con una silueta general abarquillada.

Este nivel III representa uno de los dos grandes problemas del ya­cimiento, siendo el otro el de la relación entre el yacimiento y el tesoro. Se trata de la índole misma, de la exacta calificación arqueológica de esta nueva estación. La creemos un fondo de cabana, guiados por los

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elementos de juicio que se acumulan en este lugar, como son: la tierra negra o tostada y las cenizas y carbones, los presuntos adobes calcina­dos, las pellas de barro con imprimaciones de palos y cañas, endureci­das por el fuego, los numerosos huesos de animales, muchos de ellos quemados también, los molinos de mano, tan característ icos de los ajua­res domésticos, y la misma fragmentación y abundancia de la cerámica. Todo ello conviene con un lugar de habitación mejor que con ninguna otra clase de yacimiento; y lo confirma él estrato inferior, con su an­cha capa de cenizas. Es un sitio donde se ha cocinado y vivido durante mucho tiempo, y donde se han acumulado los restos de comida y otros muchos testimonios de vida doméstica.

Para no excluir en absoluto otras posibilidades, pensemos, por ejem­plo, en una pira funeraria, para lo que vendría muy bien el depósito su­perior de las joyas, y hasta la fragmentación de la cerámica, que enton­ces podría suponerse ritual. E n contra de esta incineración sepulcral combaten la presencia de los materiales de construcción y los restos de ajuar doméstico; junto con otros indicios, como la ausencia de armas, y aún el que los fragmentos de un mismo vaso no se encuentren casi nunca juntos. Por otra parte, el lecho principal de cenizas se encontra­ría encima y no debajo del nivel calcinado. Finalmente, los numerosos fragmentos de huesos, científicamente estudiados y clasificados en la Facultad de Veterinaria de Córdoba, como veremos en su hora, son to­dos de animales, y de especies muy diversas.

Ahora bien, la calificación del fondo de cabana no está exenta de al­guna vacilación. Principalmente por su riqueza cerámica, desproporcio­nada a la pobreza de los demás materiales y del sistema constructivo, y no se diga a la del mismo tesoro, si, como creemos, está en relación con el yacimiento. La verdad es que no estamos acostumbrados a ver fondos de cabana con un ajuar tan copioso, ni tan evolucionado. Nues­tros fondos de cabana son neo-eneolíticos, circulares y de ajuar mucho más simple; lo mismo que los silos, mucho más abundantes en esta re­gión del Bajo Guadalquivir. E l ajuar de E l Carambolo parece que está pidiendo una vivienda de mayor solidez y monumentalidad. Pero pen­semos que se nos está empezando a revelar una cultura nueva, y espe­remos otros yacimientos.

E n este nivel III están representadas todas las especies cerámicas de E l Carambolo, y con la mayor intensidad; salvo las cerámicas claras, a torno rápido, propias de los estratos superiores, y la más rica cerámi­ca pintada de la nueva especie tartésica (clase 18), que abunda más en el estrato IV. Aquí se dan, también, los otros materiales, que no es pre­ciso enumerar de nuevo, y con gran profusión los huesos de animales domésticos. Todo está roto de antiguo, y especialmente la cerámica, re­ducida a fragmentos muy pequeños, y dispersos, de suerte que pocas veces se ven juntos varios trozos de un mismo vaso, y nunca el vaso completo, ni una parte considerable. Apenas de algún ejemplar de los menudos y finísimos recipientes a torno, de barro gris o negruzco (cla­se 7), se han llegado a reunir los pedazos de poco más de la mitad de una pieza. Y muchos están alterados por el fuego.

Por úl t imo, el estrato IV, que es el piso de cenizas, por debajo del nivel F' de Maluquer (y que éste no llegó a ver), presenta una potencia

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de hasta 70 cm., bajo el extremo oriental del fondo de cabana, y va disminuyendo hasta 30 cm. y aún menos, a medida que se va hundien­do el piso de habitación, debajo del lugar donde apareció el tesoro. Bajo ese lecho de cenizas, de un aire bastante uniforme, está la tierra virgen, las margas terciarias que constituyen la arquitectura de estas colinas que son el borde, corroído por la erosión, de la meseta del A l ­jarafe; margas sembradas de nodulos de cal que las gentes del país llaman caliches.

E n este nivel IV, de ceniza apelmazada, separado de la tierra virgen por una estrechísima capa de tierra oscura con pequeños trozos de car­bón, se da con gran abundancia la mejor cerámica pintada de tipo tartésico (clase 18), y la mayor parte de la de retícula bruñida (clase 17) y de los platos menudos y finísimos, orientalizantes (clase 7); junto a la cerámica más tosca, de vasos grandes y abiertos, barros con muchos granulos silíceos y .manufactura grosera, pero valiente (clase 1). Todo ello fragmentado también, pero no tanto ni tan menudo como en el nivel III.

Es cosa extraña y digna de consideración que las cenizas, que repre­sentan el testimonio más elocuente de la vida y de la actividad culinaria en la cabana, se acumulen en la parte más alta, que es la oriental, res­pecto de la pendiente del cerro. Acaso estaban de esta parte los hogares. Bien es verdad que no sabemos cómo terminaba la cabana hacia Ponien­te, porque en esta parte quedó cortada con la construcción del semisóta-no de las nueve ventanas.

La colina de E l Carambolo, en la que se hizo el descubrimiento casual del tesoro y practicamos, inmediatamente después, la excavación del fondo de cabana, nos ha conservado otro yacimiento, algo relacionado con el fondo de cabana, pero más moderno y de un tipo distinto, que se extiende por un recinto bien determinado de la vertiente N . de la colina. Allí hemos localizado y excavado, en parte, un poblado de habitaciones cuadradas y planta laberíntica, que, para distinguirlo del fondo de caba­na, emplazado en la cumbre de la colina, hemos denominado poblado bajo de El Carambolo. A continuación presentamos el estudio de su descubrimiento y de la primera fase de su excavación.

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III. E L POBLADO BAJO D E E L C A R A M B O L O

22.—DESCUBRIMIENTO Y TOPOGRAFÍA.

Las excavaciones realizadas durante el mes de octubre de 1958 en la terraza del edificio de la Real Sociedad de Tiro de Pichón, en la que se había producido el descubrimiento casual del tesoro de E l Carambolo habían estado forzosamente limitadas por la exigüidad del terreno dis­ponible. Era absurdo, e imposible de todo punto, intentar la demolición de un edificio y de unas instalaciones que se estaban entonces terminan­do, con un gasto muy considerable y con el fin determinado de poder ce­lebrar allí un concurso internacional de dicho deporte; que efectivamen­te se desarrolló con gran brillantez, en la primavera de 1959. N i era ape­nas deseable, ya que las remociones del terreno para levantar el pabellón y extender el campo de tiro habían sido muy intensas. Sobre todo para los dos túneles de servicio abiertos bajo la casa y bajo el radio, con dis­locación y destrucción de cuanto allí hubiera. Los obreros y sus capataces no encontraron ni muros, ni cacharros enteros, ni otra cosa que les lla­mara la atención; salvo cierto pavimento hecho con conchas marinas, que sería semejante al que luego hemos descubierto en el poblado que vamos a estudiar en este capítulo.

Pero la riqueza y novedad de los ajuares revelados en el fondo de cabana, en especial de la cerámica, y la misma inseguridad sobre el ca­rácter del yacimiento, hacían absolutamente aconsejable la investigación del resto de la colina de E l Carambolo, en la que una simple prospec­ción superficial mostraba por todas partes, aunque sin gran profusión, fragmentos de cerámicas diversas, y otros restos. Durante el invierno de 1958-1959, las grandes lluvias impidieron realizar la exploración siste­mática a la que es tábamos determinados. Durante la primavera de 1959, fueron otros trabajos arqueológicos, sobre todo lo realización del corte estratigráfico de Carmona, los que retuvieron nuestra actividad; y en el verano, la inaplazable y muy atractiva excavación en el cortijo de Ebora (Sanlúcar de Barrameda), en donde se había descubierto otro tesoro, re­clamó toda nuestra atención.

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Llegado el otoño de 1959, cuando nos disponíamos a iniciar los tra­bajos exploratorios de la colina entera de E l Carambolo, con el plan que más tarde se desarrolló, surgió de un modo inesperado para nosotros una coyuntura que estimamos en toda su importancia: el inicio de la gigantesca excavación para abrir el doble vaso del gran depósito terminal de la t ra ída de aguas a Sevilla, en una magnífica meseta, al pie y a Me­diodía de la colina de E l Carambolo, y a escasos quinientos metros del lugar donde se encontró el tesoro. Unos 190.000 metros cúbicos de tierra iban a ser removidos, y se podían esperar importantes descubrimientos, desde la necrópolis del poblado tartésico hasta las ruinas de la antigua Osset, que estuvo entre E l Carambolo y San Juan de Aznalfarache. Cuan­do menos, contábamos con que se descubrir ían los restos (mosaicos, es­culturas, inscripciones) de alguna fastuosa villa rústica romana, que hu­biera querido aprovechar el más cómodo y próximo mirador sobre la llanura de Hispalis, la actual vega de Triana.

La excavación del gran depósito se realizó con un gran aparato de excavadoras eléctricas y un rosario de camiones para la evacuación de las tierras, pero el señor alcalde de Sevilla y los gerentes y capataces de la empresa nos permitieron vigilar los trabajos y nos prometieron colabo­ración si aparecían cosas de interés. Durante veinticinco semanas, desde comienzos de septiembre de 1959 hasta fines de marzo de 1960, ios dele­gados del Servicio Nacional de Excavaciones Arqueológicas visitamos asiduamente los tajos, y un capataz de toda confianza estuvo constante­mente al lado de las excavadoras, apartando cualquier resto antiguo y con instrucciones para detener la excavación en el punto en que se descubrie­se una obra fija, o un objeto arqueológico valioso.

Pero no se descubrió, práct icamente , nada: una ollita neolítica, lisa, que tenía entre la tierra de relleno una concha de peregrino (pectem Ja­cobeus), varias bocas de pequeñas ánforas modernas de relleno para evitar la humedad de los sótanos (una con tres letras enlazadas, A E R) y de tégülas, una moneda imperial del siglo n i , pequeños fragmentos de cerámicas y vidrios de la baja Edad Media y de la Moderna, una moneda de Felipe IV, dieciséis monedas del siglo x ix . . . y una campanilla romana, un tintinabulum, que pareció festejar nuestra decepción. Lamentamos el tiempo perdido, pero era inexcusable hacer lo que hicimos, y hubiera sido grave descuido el que por falta de vigilancia se perdiese la oportu­nidad de recoger y estudiar cualquier testimonio del pasado.

Entonces, despejada ya negativamente la incógnita del depósito, pu­dimos poner en marcha nuestra sistemática investigación de la colina de E l Carambolo, que habíamos recorrido muchas veces. Por ninguna parte aflora en el terreno muro ni cosa que lo parezca; pero ya teníamos una pista importante, suministrada por las fotografías desde el aire que ordenó hacer, por nuestro requerimiento, el general González-Gallarza, jefe de la Región Aérea del Estrecho, con experiencia personal de tales prospecciones. E n una de dichas fotografías, obtenida el 26 de noviem­bre de 1958, en la que aparece la colina de E l Carambolo proyectada sobre el fondo del Aljarafe, se ve perfectamente que en la parte septentrional de la corona del cerro hay como un recinto circular, más alto que el terreno circundante. E n él fijamos nuestra atención, como posible em­plazamiento de un poblado, y nuestra esperanza no quedó defraudada.

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Siempre con la amable y amplís ima autorización de la Real Sociedad propietaria del terreno, empezamos por tantear el subsuelo fuera del re­cinto acusado en la fotografía aérea, explorando la vertiente oriental de la colina, la que mira a Sevilla, mediante una serie de pozos, abiertos a distancias regulares a lo largo de las carnadas del olivar. Durante el mes de mayo de 1960 se realizó la apertura de doce de estos pozos explora­torios, profundizando hasta la tierra virgen. No se cortó ningún muro, ni apareció piedra labrada ni otro ajuar que fragmentos de cerámica, algunos de ellos semejantes a los que salieron en la excavación del fon­do de cabana, en sus especies más característ icas. Pero vimos que eran piezas rodadas desde la cumbre de la colina.

Luego, desde el 23 de mayo, continuamos la misma exploración por el interior del presunto recinto del poblado, al mismo pie del radio (cam­po de tiro), por su lado N.-E. Los pozos 13, 14 y 15 revelaron alguna abundancia de cerámica, pero ni muros ni otro ajuar; lo que empezó a inquietarnos. Por fin, el pozo número 16, abierto el día 28 de mayo, des­cubrió unas piedras, que parecían un tosco empedrado, y en dos pozos más , cada vez alejándonos del radio, casi al borde del pequeño repecho, se acusaron otros grupos de piedras, que por un momento admitimos la posibilidad de que fuesen los empedrados que cubren algunas tumbas célticas. Desde entonces, a partir del 4 de junio, decidimos trabajar en zanja y pusimos al descubierto el primer trozo de un muro del poblado. Otros muros, enlazados con el primero para determinar habitaciones, aparecieron desde el 17 de junio; y el 18 podíamos mostrarlos a un grupo de nuestros alumnos de la Facultad. Acababa de descubrirse el que he­mos llamado poblado bajo de E l Carambolo, para distinguirlo del fondo de cabana donde apareció el tesoro, distante unos 120 m. E l primer po­blado indígena, anterior a la romanización, excavado a orillas del Gua­dalquivir.

La magnífica foto aérea y el plano adjunto, muestran con toda clari­dad su emplazamiento. La colina de E l Carambolo es una especie de península, separada de la meseta del Aljarafe por el profundo valle del arroyo del Repudio, llamado también del Pantano, que arranca cerca de Castilleja de la Cuesta y llega a la llanura del Guadalquivir por Camas, a la altura de la. estación del ferrocarril de Huelva. E l istmo de esta península está cortado por la carretera de Huelva, una vez coronada la cuesta de Castilleja y pasado el poblado moderno de Coca y, paralelo a la carretera, el depósito de aguas de la conducción a Sevilla. E l terreno sube todavía más hasta el centro de la península, y en la cota superior tiene su emplazamiento el edificio del Tiro de Pichón.

Este feliz emplazamiento fue decidido a propuesta de don Rodrigo Medina Benjumea, arquitecto de la Sociedad, que luego hizo el proyecto y dirigió las obras, y que ha tenido la cortesía de facilitarnos sus planos de situación y del edificio. Cuando la Real Sociedad lo adquir ió, el terre­no de la cumbre de E l Carambolo no tenía construcción alguna, n i hue­llas visibles de haberla tenido. Y durante las obras sólo se hicieron no­torios unos emplazamientos artilleros de la guerra de la Independencia, fechables por los botones de uniforme franceses. Y nada más .

Es extraño que este estupendo belvedere no haya sido aprovechado antes para lugar de habitación o de recreo. Tal vez haya sido por la falta

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de agua; cuando el alto y agudo cerro de Santa Brígida, como a medio camino de Itálica, tiene un pozo potable. E l dicho del anterior propie­tario del terreno, cuando éste se adquirió, de que existía en su familia tradición de que allí estaba escondido un tesoro, puede conservar el re­cuerdo confuso de que alguna vez se haya encontrado en él alguna cosa antigua, o rara. Pero la existencia de tesoros se afirma de tantos lugares que en alguno puede resultar cierta.

Más extraño es aún que en esta eminencia no haya existido una ata­laya o castillo medieval, para vigilancia de la llanura y de dos accesos a la meseta del Aljarafe, por Castilleja de la Cuesta y por Castilleja de Guzmán, que desde allí se dominan. Precisamente la trocha o camino viejo de la Cuesta, que subía recta desde La Pañoleta, con gran inclina­ción, mientras la actual y doble curva de la carretera es una rectificación moderna para suavizarla, ha quedado cubierta con el gran túnel de eva­cuación y todo el vertedero de la tierra sacada para el depósito, con lo que se ha borrado un rasgo característ ico de la topografía antigua del borde del Aljarafe.

E n cambio, es perfectamente comprensible que en tiempos romanos no se pensara establecer por allí un centro de población, estando tan cerca los de Itálica, Hispalis y Osset, que sería el más próximo por el Sur. Sobre todo, careciendo de agua. Pero el emplazamiento del actual gran depósito sí podía tenerla, por lo que resulta incomprensible que no hayan salido allí, por lo menos, las ruinas de una villa rústica, o casa de campo.

Para los tiempos anteriores a la romanización, las condiciones resul­tan muy diferentes. Entonces no era tan imprescindible una gran dota­ción de agua de pie, o conseguida mediante costosos acueductos. Basta­rían cisternas, o algún pozo, que todavía no hemos encontrado; o las mujeres bajar ían a buscar el agua en el arroyo del Repudio, que tiene una buena fuente de agua dulce. Y en compensación de estas dificultades, que de alguna manera se resolverían, pues en la excavación hemos en­contrado ya dos pequeños canales, la colina de E l Carambolo asume un valor estratégico excepcional, dominando a la vez la llanura del Guadal­quivir y la meseta del Aljarafe, con dos de sus mejores caminos de acceso. Cualquier enemigo se puede ver llegar desde lejos, y la defensa es fácil por la posición eminente.

Por la abundancia de huesos de animales y de molinos de mano, po­demos imaginarnos que los habitantes de E l Carambolo vivirían del cul­tivo de cereales, de la ganadería y de la caza; acaso también de la mi­nería. Y para ello estaban muy bien situados, entre el Aljarafe, entonces monte de encinas y de pinos, y la siempre fértil vega de Triana, fecun­dada por las avenidas del Guadalquivir. Otras alturas de todo este borde del Aljarafe, desde las terrazas bajas de Itálica, en las que hemos encon­trado testimonios de la primera Edad del Bronce, hasta el cerro de San Juan en Coria del Río, donde en otro tiempo salieron restos neolíticos y ahora vestigios de una necrópolis turdetana, y aún desde más arriba y hasta más abajo, desde Alcalá del Río, antigua Hipa Magna hasta Pue­bla del Río, donde ahora exploramos un magnífico campo de silos eneo­líticos, todas estas eminencias que dominan la oril la derecha del Guadal­quivir han debido ser asiento de poblados en el Eneolítico, en la Edad

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del Bronce y en la época turdetana o del Hierro. Pero casi todos estos poblados habrán sido barridos por la romanización, por otras construc­ciones más modernas y por las labores agrícolas. E l cerro de E l Caram­bolo ha debido quedar libre de cualquier ocupación posterior, salvo el establecimiento de la bater ía francesa, y no ha recibido otras ofensas que la apertura de los hoyos para plantar los olivos con los que ha llegado a nuestros días, y que ahora están desapareciendo.

Hasta nuestras excavaciones de estos úl t imos años, de las que damos cuenta en este libro, el conocimiento de los centros de población pre-romanos del Bajo Guadalquivir no podía ser más deficiente. «La única evidencia de habitación en el Guadalquivir —ha escrito Arribas— está en Asta Regia (Jerez), que aunque no ha ofrecido estratigrafía ni plantas de cabanas presenta, en cambio, ricas cerámicas muy mezcladas... Tres agujeros para postes es todo lo que puede darnos una dimensión de los posibles fondos de cabanas, pero la falta de amplitud de las excavacio­nes impide tener una idea de su planimetr ía y hasta de sus diversas fases» (37). «Los arqueólogos españoles —dice Almagro— no hemos po­dido explorar aún n i uno solo de los posibles conjuntos arqueológicos de los cultos y ricos turdetanos, continuadores del reino tartesio y de sus tradiciones, por lo cual estamos muy mal informados sobre las eta­pas de su cultura. Es seguro, sin embargo, que existieron en Andalucía populosas y ricas ciudades, comparables a las de la Italia etrusca, o a las ciudades indígenas de la Magna Grecia, con una organización y una cultura muy superiores a cuanto en las otras regiones de España o de la Europa de la Edad del Hierro podemos hallar» (38).

Con las excavaciones de Ebora, de E l Carambolo y del corte estrati-gráfico de Carmona empezamos a tener idea de cómo eran estos centros de población, de los sistemas constructivos y de los ajuares, de su econo­mía y alimentación, de sus relaciones exteriores o cambios comerciales, y sobre todo de su capacidad técnica y sentido artíst ico, reflejados en la cerámica. Y todo ello con rigurosas estratigrafías, que nos dan la evo­lución y los sincronismos. Todavía no tenemos un centro urbano comple­tamente excavado, pero está comenzada la excavación de varios, impor­tantes y representativos; y con ellos y con sus expolios tenemos una pri­mera representación del contenido material de las culturas tartesia y tur-detana.

23.—PRIMERA C A M P A Ñ A D E E X C A V A C I O N E S .

La excavación del poblado bajo de E l Carambolo, como decidimos lla­marle para distinguirlo del fondo de cabana, se ha mantenido sin apenas interrupciones desde fines de mayo de 1960 hasta el 29 de julio de 1961. Hemos trabajado con muy pocos obreros, a temporadas con sólo el ca­pataz Manuel Romero Rueda, identificado con su tarea y muy cuidadoso con el ajuar. Durante las épocas de lluvia hemos procurado cubrir los muros y proteger los cortes; y con frecuencia hemos vuelto a llenar con

(37) ANTONIO ARRIBAS: El urbanismo peninsular durante el Bronce primitivo («Zephyrus», X , Salamanca, 1959, pág. 108).

(38) M A R T Í N ALMAGRO B A S C H : Prehistoria («Manual de Historia Universal», de Espasa-Calpe, vol. I, Madrid, 1960, pág. 832).

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tierra fina los pequeños departamentos más hondos, para evitar dete­rioros.

E n este tiempo se ha excavado un espacio rectangular de 25 m. de longitud por 15 de anchura, es decir, de 375 m 2 , sensiblemente orientado por los ángulos, con el eje mayor de N E . a SW. Si , como es probable, una diferencia de nivel entre el olivar de la Sociedad de Tiro de Pichón, al norte de los edificios del tiro, y los terrenos circundantes, más bajos y separados por un escarpe de una altura media de dos metros, señala el per ímetro del viejo poblado, éste vendría a tener una planta casi circular de unos 100 m. de diámetro. No sabemos bien lo que ocurrir ía en la misma corona de la colina, alterada profundamente por la explana­ción, y las construcciones del edificio del tiro, pero las fotografías aéreas y la simple prospección del suelo dejan entender que el poblado se ex­tendían casi enteramente por la vertiente septentrional del cabezo; acaso dejando fuera la misma cima, donde habr ían estado las cabanas oblon­gas de la anterior ocupación tartésica (correspondiente al Bronce final), mientras que las de nuestro poblado bajo, probablemente turdetanas (co­mienzos del Hierro), son ya habitaciones cuadradas.

Desde que confirmamos, en junio de 1960, que la pequeña meseta, in­clinada hacia el norte del olivar de la Sociedad, representaba el empla­zamiento de un poblado protohistórico, y tuvimos excavados sus prime­ros departamentos, quisimos averiguar si el escarpe o ribazo que la l imita señalaba el lugar de una cerca o muralla. Con buen acuerdo, del que después nos hemos felicitado muchas veces, no quisimos explorar este ribazo por el lugar donde comenzamos la excavación, que es donde tiene más altura, cerca de cuatro metros, para mantener aislada y pro­tegida la zona excavada, y sobre todo para evitar que en las lluvias tro­picales que a veces caen sobre Sevilla se formase allí una torrentera que arrasara todo el yacimiento. Así es que hemos buscado otro lugar, a SW., casi por debajo del centro de la curva del campo de tiro, y allí cortamos con dos zanjas el escarpe, lugar de la posible muralla. Pero no existía tal muralla, ni quedaba de ella el menor vestigio. Lo que quiere decir que el nuestro era un poblado abierto y desguarnecido, de gentes pací­ficas, hijas del país, que no temían ser atacadas. Cosa que va bien con lo que sabemos de tartesios y turdetanos, y excluye la interpretación del yacimiento como una colonia de extranjeros.

No cabe atribuir a esta exploración negativa de la muralla un valor definitivo. Pero ya es seguro que en dos lugares, separados entre sí unos diez metros, donde se acusa bien el ribazo, no hay en su interior ninguna especie de muralla. Más adelante, repetiremos la investigación por otros lugares. No lo hemos hecho ya por no debilitar la cerca de alambre es­pinoso e hincos de cemento del terreno de la Sociedad, que va sobre el ribazo. E n el lugar explorado, sin embargo, todo el ribazo queda in­cluido en la propiedad, y así pudimos investigarlo a placer.

Lo que a partir del pozo exploratorio número 16 y desde mayo de 1960 hemos ido descubriendo, estuvo claro desde muy pronto que era un lugar de habitación colectiva, un poblado; como acreditaron en seguida los pequeños bolsones de tierras quemadas, indicios seguros de hogares, los abundantes molinos de mano, los numerosos huesos de animales, muy fragmentados, los copiosos restos de cerámica, sobresaliendo los de va-

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sos de capacidad, ánforas o cántaros , y otras piezas de uso personal o domést ico : fíbulas, punzones, agujas, husos de hilar, pesos y tejoletas.

La primera observación de conjunto que conviene destacar es la ausen­cia completa de cualquier resto romano o posterior en los diversos ni­veles arqueológicos. N i siquiera en la superficie del terreno, donde po­drían encontrarse como material de acarreo, han aparecido cosas más re­cientes, salvo muy pocos fragmentos de cerámica medieval o moderna, como una tapadera de tinaja, o los restos de una aceitera de vidriado verde. Esto significa que el poblado es anterior a la romanización, y que debió quedar abandonado, si no antes, al ocurrir la conquista romana. Detalle impor tant ís imo para la cronología del poblado y de sus ajuares.

Otra observación importante es la diferencia entre estos ajuares del poblado bajo y los que obtuvimos en el fondo de cabana del lugar donde apareció el tesoro. E n conjunto, el yacimiento del fondo de cabana y el tesoro resultan más antiguos que el poblado. Hay cosas que son exclusi­vas del primero (aparte la forma oblonga de la pieza de habitación, sobre la que no es posible insistir por ser única investigable en el lugar y por su poco rotunda manera de definirse), como son las joyas y la más rica cerámica pintada, los restos de huevos de avestruz y algunas formas cerámicas singulares. Hay otras cosas que resultan comunes al fondo de cabana y al poblado, como son la presencia de pilares de adobes, las puntas de flecha de cobre o bronce, varias especies cerámicas selectas (la de barros ocres espatulados, la gris ampuritana, la de esmalte rojo y, sobre todo, la de retícula bruñida) y algunas piezas más escasas, como los pequeños silex, los molinos de mano, las cucharas de tipo eneolítico y los coladores. Y hay cosas exclusivas del poblado, como los muros de piedras y repisa de sillares, la abundancia de las pequeñas ánforas de boca estrecha y asas redondas, que se han supuesto púnicas y de la costa catalana y que debemos llamar del Mediterráneo occidental, la cerámica pintada en franjas y líneas horizontales que ahora llamamos tur detana, las fíbulas anulares, los soportes de vasos en bronce y cerámica y otras.

Esto quiere decir que la civilización del poblado bajo es una evolu­ción posterior de la del fondo de cabana, con una disminución de la potencia económica y de la capacidad creadora; o sea, el mismo descen­so de tono que podemos suponer entre lo tartésico y lo turdetano. Y que la vida del poblado bajo debió extenderse desde la decadencia de Tar­tessos hasta las vísperas de la presencia de Roma en Andalucía.

Aún podemos añadir , adelantando conclusiones, que la vida del po­blado bajo duró mucho tiempo, en sucesivas reconstrucciones de su ca­serío, separadas por períodos de ruina y de abandono. Hasta cuatro ni­veles arqueológicos hemos podido reconocer en la pequeña zona excavada, numerándolos de arriba a abajo, ignorándose todavía si aparecen otros más profundos en el resto del per ímet ro del poblado que queda por excavar. De estos cuatro niveles, los tres superiores tienen sus muros sensiblemente superpuestos, como si respondieran a un mismo trazado, y sus ajuares son también más uniformes; mientras que los muros del nivel IV y más profundo no quedan directamente por debajo de los an­teriores, sino que los cortan y vienen a cruzarse en el centro de los de­partamentos o espacios abiertos. También su espolio es más rico.

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Con estas anticipaciones se entenderá mejor lo que sigue, que es el proceso de nuestra excavación del poblado bajo de E l Carambolo, durante su primera campaña, de fines de mayo de 1960 a fines de julio de 1961.

24.—NIVELES, M A T E R I A L E S Y S I S T E M A C O N S T R U C T I V O .

La zona excavada ha sido un rectángulo de 25 m. de longitud por 15 de anchura, en el extremo más a N E . y más bajo de la meseta, redonda e inclinada, del antes presunto y ahora seguro emplazamiento del pobla­do; a lo largo y por encima del ribazo que lo limita, y que limita también la propiedad del Tiro de Pichón. Esta posición periférica, en el borde inferior del habitáculo y junto a un declive acusado del terreno, de la zona investigada, ha tenido sus consecuencias, que nuestra excavación ha puesto de relieve. La más importante ha sido comprobar cómo la erosión ha arrasado las capas superiores del poblado, en las inmediacio­nes del ribazo, de modo que los primeros muros descubiertos en nuestra primera zanja exploratoria correspondían, como pudimos comprobar más tarde, al nivel III del poblado. Comparando los cuatro niveles del poblado con una casa de cuatro pisos, enterrada entera, podr íamos decir que nuestra excavación empezó por el piso principal, y no por el tejado.

Como puede verse en el plano de conjunto (en el que se han querido marcar los diversos niveles con colores diferentes) sólo unos pocos mu­ros de ese nivel III llegan hasta el ribazo. Los muros del nivel II se ale­jan de él cuatro metros, y los del nivel I más de ocho metros. Este es-calonamiento viene a ser paralelo a la misma pendiente del terreno, y re­presenta algo así como el nivel de equilibrio de la erosión.

Ahora conviene examinar un tema importante, mejor aún, decisivo, para nuestra interpretación de las excavaciones. A saber, si lo que hemos supuesto niveles arqueológicos distintos y suprepuestos, correspondien­tes a cuatro épocas sucesivas de ocupación del poblado, lo son efectiva­mente; o si no significan otra cosa que una lógica y natural acomodación de los edificios a la pendiente del terreno, en cuyo caso todas estas cons­trucciones serían contemporáneas y no sucesivas.

Confesemos que en favor de esta segunda hipótesis, conspira la rela­tiva homogeneidad del tipo constructivo y de los ajuares. Pero esta homo­geneidad es mucho más aparente que real, pues dentro del mismo sis­tema de muros, común a toda la historia del poblado reflejada en sus restos, existen las diferencias que luego veremos; y en cuanto a los ajuares, hay también una pequeña evolución, que trataremos de pun­tualizar.

E n realidad, la hipótesis de la contemporaneidad de todos los pre­suntos niveles del poblado se hace inadmisible por el hecho patente y repetido de que en muchos lugares los muros de un nivel se extienden por debajo o por encima de los muros de los otros niveles, o los cortan por la mitad. N i la fragilidad del sistema constructivo, ni la corta sepa­ración de un nivel a otro, ni la escasa pendiente del terreno permiten imaginar la existencia de viviendas superpuestas y simultáneas; como las de tantos pueblos modernos construidos en rápidas pendientes, en las

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que puede entrarse a pie llano en diversas plantas desde calles situadas a diferentes alturas.

Pero vengamos, que ya es hora, al proceso de nuestra excavación. Lo que el pozo 16 y siguientes y sus zanjas de enlace pusieron al descubier­to, a fines de mayo y comienzos de junio de 1960, fueron como unos toscos empedrados de pequeñas piedras irregulares y pequeñas lajas de pizarra. Cuando esas zanjas se ampliaron y empezamos a levantar el te­rreno por capas horizontales, se vio que los aparentes empedrados eran unos muros.

Hay alguna licencia en llamar muros a estos que apenas son cimien­tos. Es tán formados con piedras irregulares de diversos calibres, casi todas cantos rodados o piedras de río, tomadas con barro; de las que con buen instinto se ponen las mayores hacia los paramentos y las más pequeñas en el relleno interior. Estos muros son de anchura variable, entre 40 y 70 cm. por término medio, por lo general de unos 50. Cada lecho tiene un promedio de cuatro filas de piedras; y cada muro, uno, dos o tres lechos superpuestos, excepcionalmente cuatro, lo que hace un máximo de medio metro de altura.

Con excelente instinto constructivo, los muros más anchos, más altos y más largos son los que siguen, aproximadamente, las curvas de nivel de la suave pendiente del poblado; y han venido a ser paralelos a los lados largos de la zona excavada. Con ello, sus constructores trataban de contener el deslizamiento natural de las tierras y la obra de la erosión, seguramente muy activa en este cabezo despejado y abierto a todos los vientos.

Pero ni aún esos mismos, y mucho menos los otros, merecen el nom­bre de muros, dada su poca altura. E l sistema de excavación y conserva­ción de los trechos excavados que venimos siguiendo les hace parecer mayores, por el prisma de tierra que les hemos dejado debajo. Pero no son más que cimientos o apeos, destinados a sostener con cierta firmeza los verdaderos elementos de elevación, las paredes y cubiertas de estas habitacions, que serían empinados techos de ramas y barro, sostenidos por pies derechos de madera, o por pilares de adobes. Todo lo que fuera materia vegetal ha desaparecido por completo. N i siquiera tenemos los hoyos en el suelo para encajar pies derechos, como han aparecido en otros poblados, ni la abundancia de tortas de barro con huellas de cañas o pequeños troncos que nos dio el inmediato fondo de cabana del mismo Carambolo.

Tenemos, en cambio, los pilares de adobes. Son verdaderos adobes, es decir, ladrillos groseros, no cocidos, sino simplemente secos al sol. No tienen el tamo, largas pajuelas que dan bastante coherencia a los adobes que siguen usándose en la Andalucía seca. Esta falta de tamo los hace muy deleznables, de modo que apenas se distinguen de la tierra fuertemente arcillosa que forma las capas superiores de la colina y lo que l lamar íamos el campo operatorio de la excavación. Se han fundido con esa tierra circundante y es muy difícil separarlos de ella, y hasta ver­los. Sin embargo, en algunos casos estos adobes están hechos de una arcilla rojiza, o rosada, y entonces se acusan bien en los cortes; aunque se desmenuzen al tratar de separarlos. Con prodigios de habilidad y de paciencia de nuestro capataz hemos podido recoger algunos fragmentos,

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que nos dan su grueso, unos 8 cm., pero no el largo n i el ancho. E n los que están patentes en los cortes, sólo se distingue la masa, por el color; y en un solo caso, en el departamento de la repisa de ocho sillajeros, frente a éstos, se ven hasta doce o catorce pisos de adobes rosados, se­parados por llagas de barro claro.

No sabemos qué alturas llegarían a medir estos pilares de adobes. Todo lo que sobresalieran de los muros se pulverizaría al quedar las viviendas (mejor sería decir chozas) abandonadas o arrasadas. Y a es maravilla que se haya conservado visible eso poco que ahora se ve.

E l aspecto de estas viviendas tenemos que figurárnoslo semejante al de las barracas de la huerta valenciana, o al de los chozos de la Baja An­dalucía, con una pared muy enana, que es lo único que ha subsistido, altos pilares de adobes sentados, o pies derechos de madera, sosteniendo la cubierta a dos vertientes, y uno o dos tabiques triangulares de adobes puestos de canto en las fachadas de cerramiento. Todo esto sería muy semejante, como sistema constructivo, al del fondo de cabana donde se encontró el tesoro. Pero hay una diferencia esencial, que es planta, oblonga en el fondo de cabana y rectangular aquí en el poblado bajo, lo que permite adosar unas vivendas a otras indefinidamente. Semejan­te contigüidad de las viviendas, junto con el establecimiento de servi­cios de utilidad común, como la calle, las conducciones de agua y en su caso las murallas, está en la base misma del urbanismo y representa un elemento progresivo de inmensa importancia..

Desgraciadamente, la porción del poblado bajo que hemos excavado es demasiado pequeña para decidir sobre su urbanización. Más vale que empecemos a describirla, haciendo la pequeña historia de las excavacio­nes, para luego sacar sus consecuencias y presentar sus problemas.

25.—DESARROLLO D E L A E X C A V A C I Ó N .

La excavación empezó por el sector del ángulo oriental del poblado, el ángulo que mira hacia Santiponce. Lo que los pozos exploratorios 16.° y 17.° y la primera zanja de relación pusieron al descubierto, además de muchos fragmentos de cerámica, fueron aquellos pequeños empedra­dos que por un momento admitimos la posibilidad de que fuesen cu­biertas de tumbas célticas, pero que pronto se reveló que marcaban la línea seguida de un muro. Este muro nos condujo a una esquina y a otros muros, que fueron delimitando habitaciones.

Pronto nos dimos cuenta de que tales muros eran simples hiladas de piedras, sin ninguna profundidad. Para sostenerlos y que no se borrasen decidimos dos cosas: primera, no levantar ninguna piedra, ni apartarla de su sitio, aunque pareciera suelta; segunda, dar a los frágiles muros verdadera apariencia de tales, reservando todo el prisma de tierra que quedaba debajo de cada uno de ellos. La experiencia nos demostró que la tierra arcillosa de la colina es lo bastante compacta para poderla cortar sin que se desmorone, y que los cortes se mantienen bastante bien con la sola protección de esas pocas filas de piedras que son los muros verdaderos. Esta comprobación nos ha permitido desarrollar todo un sistema de excavaciones conservadoras que nos parece una verdadera

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adquisición, y que podrá aplicarse donde quiera que se den la misma arcilla compacta y el mismo clima más bien seco de E l Carambolo.

E n la excavación normal de un yacimiento con varios niveles ar­queológicos, una vez comprobada esa pluralidad mediante cortes claros y seguros, es obligado a i r levantando cada nivel para descubrir el que yace debajo; y así sucesivamente. La excavación es, pues, destructiva del yacimiento que investiga, cuya completa estratigrafía sólo podrá seguirse en adelante en los planos y fotografías del excavador; aparte la obligada reserva de una zona-testigo, intacta, para posibles comprobaciones pos­teriores. Pues bien, en esta excavación del poblado bajo de E l Carambolo hemos ensayado otro sistema de investigación, que quiere ser conserva­tivo del yacimiento. Consiste en imaginar que los muros, en este caso tan poco profundos, se prolongan hacia abajo indefinidamente, y cor­tar la tierra en la vertical de su contorno, por uno y otro lado, hasta llegar a otro muro inferior, o hasta la tierra virgen. E n E l Carambolo, estos falsos muros, de tierra sola, han resistido más que medianamente, sólo con la precaución de protegerlos en tiempo de lluvias.

Este sistema tiene la ventaja de que no destruye nada y hace paten­tes, de un solo golpe de vista, todos los niveles de un yacimiento. Pre­senta, sin embargo, dos inconvenientes: que deja ocultas las partes de los niveles inferiores que quedan bajo la vertical de un muro superior, con toda la parte de ajuar incluida en el espesor de los falsos muros; y que éstos han de tener una vida limitada y precaria, pues que al fin y al cabo no son otra cosa que tierra puesta en pie. Para prolongar su vida sería preciso un tratamiento, que consultamos incansablemente con arquitectos, arqueólogos y químicos; algo que hiciera cohesivos y sóli­dos a tan livianos paramentos, sin alterar su carácter. Las soluciones sugeridas han sido variadísimas, desde pulverizaciones con gomas o con cementos líquidos, que cambiar ían su aspecto, hasta una sustitución a escala justa por otros muros de verdad, lo que sería una falsificación. Lo más prudente, tal vez, será lo que a primera vista parece más ex­travagante : dejar el yacimiento como está y colocar sobre el terreno un pequeño techo ligero y sólido, sostenido por delgados tubos de hie­rro. No unas lonas impermeables, porque tomar ían viento y volarían con el yacimiento entero.

Mientras discutimos este problema, los falsos muros siguen en pie. Unicamente hemos tenido que eliminar prismas demasiado altos, que sostenían una sola piedra, a lo mejor rodada. Lo peor que puede ocurrir es que en tanto que discutimos sobre ellos los falsos muros vayan cayén­dose. Pero entonces no habrá pasado nada malo: levantaremos la tierra y las piedras, ya bien fotografiadas y llevadas a planos, y dejaremos lim­pio el nivel inferior, como en un yacimiento corriente.

L a primera habitación descubierta (departamento 1), en el lado N.-E. , como va dicho, medía 2,50 por 3,50 m. Tenía como una entrada en su ángulo E. , y una prolongación, como bodega o alacena, de 1 por 2 m. hacia el W. E n el muro de enfrente a la presunta puerta, algo más altas que los muros de su per ímetro , aparecieron (y se conservan en su lugar, como todo lo otro) dos grandes lajas de pizarra, que no tienen deba­jo nada más que tierra, como comprobaron antes que nosotros unos salteadores nocturnos que creyeron encontrar allí otro tesoro. No fue

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poyo de hornillas, como decían nuestros obreros, porque las pizarras no estaban quemadas; ni base para sostener un pie derecho de la techumbre, como pensamos nosotros, porque las pizarras se hubieran quebrado. Aca­so fuera un simple poyo para descansar vasos u otras cosas, o parte del pavimento; o estaría en relación con el departamento contiguo de la repisa de losas, del que la separa un solo muro. Otro muro suelto y oblicuo (uno de los pocos muros oblicuos de toda la excavación) salió en seguida al N . y quedó pronto cortado. Como hemos visto después, esta habitación y muro suelto corresponden al nivel III del yacimiento, contando desde la superficie; mientras que los niveles I y II, superiores, habrán sido arrasados por la erosión, más fuerte en este borde del po­blado.

La segunda habitación descubierta (departamento 2 del plano) corres­ponde al nivel II del poblado y ha sido para nosotros una de las más in­trigantes. Es la más larga, 6 m., y sumamente estrecha, menos de 2 m., y presenta una especie de solería, harto incompleta, de seis losas alar­gadas e irregulares, tres de ellas de pizarra. Cuando la es tábamos exca­vando nos pareció una calle, y en realidad no es de todo punto imposible que alguna vez lo haya sido. Pero luego aparecieron los cuatro muros de su per ímetro, y quedó como otro lugar cerrado, con dos entradas, a uno y otro lado de su ángulo oriental. Para evitar el peligro de que los curiosos indiscretos fueran levantando las piedras, cuando nosotros vimos, con mucho cuidado, que no tenían nada debajo, cubrimos toda la habitación de tierra fina, como después hemos ido haciendo en todas las partes débiles. No sabemos todavía si debajo de esa habitación habrá alguna cosa correspondiente a los niveles III y IV.

Los dos muros largos de la habitación anterior son de los más fuer­tes de todo el poblado, más anchos y altos y mejor paramentados. E l más oriental tiene uno de los dos huecos de la pieza, solado y con el arranque de las jambas, que es caso único. E l más occidental es uno de los más importantes de todo el poblado, y en el que puede apreciarse mejor la superposición de los tres niveles superiores III, II y I. E l pri­mero está representado por el muro de la despensa del departamento 1°, que entra por debajo del cerramiento septentrional de esta habitación 2.a. E l segundo es el propio de este nivel, y el tercero carga encima, aunque no a plomo, dejando ver perfectamente la altura que media entre los niveles I y II.

A l W. de semejante gran muro, hasta el corte de este lado, se extien­den dos crujías de habitaciones, como más superficiales peor conser­vadas, que ostentan muros de los niveles I y II. Por lo general son depar­tamentos más angostos, lo que har ía pensar que la vida del poblado en sus úl t imos tiempos fue más pobre que en los niveles inferiores. Se ex­ploraron a continuación del departamento de la solería, en una gran zanja transversal con la que quisimos darnos cuenta ráp idamente de la estratigrafía de esta parte del yacimiento. Los muros son aquí menos rectos, y las divisiones menos claras. E l ajuar de este sector se distinguió por un gran predominio de los vasos de capacidad, a torno, especialmen­te ánforas de pequeñas asas redondas.

Así llegamos al corte occidental de la zona excavada, el más alto en el terreno. Este largo corte, de 23 m., aún acusa muy bien la sedimentación

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horizontal de las capas de tierra superficiales de la colina. Los horizontes de tierras más claras y más oscuras guardan casi perfecto paralelismo, y en ellos se intercalan algunos bolsones de hogares, un pilar de adobes muy claro y, cerca del ángulo N . , junto a un pequeño hogar, dos mure-tes paralelos que pueden ser un caño. Las partes inmediatas de este án­gulo N . del poblado son las más confusas de la zona excavada, con un caótico nivel de piedras, entre las que no se definen las que correspon­den a cada muro, segura o probablemente. Por allí había un olivo, cuyas raíces habrán contribuido a esta confusión.

Durante una parte de la excavación hemos estado respetando los olivos plantados en todo el presunto emplazamiento del poblado, aún después que la Sociedad del Tiro de Pichón nos autorizara para talar cuantos fueran estorbando. Tenemos un gran respeto por todos los árbo­les, pero especialmente por los olivos, entre los que se puede decir que nos hemos criado. Nos consuela de haber sido ocasión de que aquí se abatieran cuatro, el haber plantado cien en otro lugar. Y antes de que acabara esta primera campaña de excavaciones, la Sociedad había deci­dido talar todos los suyos, para plantar coniferas; con lo que se disipa­ron nuestros escrúpulos.

Entre los pequeños espacios recayentes entre la pieza de las losas y el largo corte N . , hay un departamento, rodeado por muros de los nive­les I y II, que tiene en el centro dos lajas de pizarra unidas en ángulo recto. Aquí sería más posible aquello que ya imaginamos para la habi­tación 1.A, que tales pizarras signifiquen puntos de apoyo de troncos que sostuvieron la cubierta; pero nada lo confirma específicamente. Más bien parecen mesas.

E n el ángulo occidental, que apunta al edificio del tiro, la excavación estuvo detenida algún tiempo, en respeto de uno de los olivos. Cuando se pudo avanzar, encontramos los muros más superficiales de toda la exca­vación : y luego, más alto que en ninguna parte, a la altura del nivel II, el terreno virgen del cabezo, una greda amarillo-verdosa que se distin­gue muy bien de la arcilla de los niveles arqueológicos.

26.—EXPLORACIÓN D E L A Z O N A O R I E N T A L .

Despejada así la presentación de los niveles superiores del yacimiento en la porción central y occidental de la parte excavada, decidimos inves­tigar más a fondo (en los dos sentidos de la expresión) la porción orien­tal, en la que la falta de los niveles I y II permi t i rá estudiar con más desembarazo y sin tener que desmontar ningún resto superior, los nive­les III y IV. Desde julio de 1960, antes de levantar los olivos incluidos en nuestro campo arqueológico, que luego se fueron eliminando, volvimos con el tajo a las proximidades del corte oriental y del ribazo que sus­tenta la alambrada, límite de la propiedad.

Empezamos por continuar la excavación del muro descubierto en la primera zanja exploratoria y sus inmediaciones. Y aquí fue donde, en la mañana del 26 de julio, tuvimos una de las grandes sorpresas de toda la excavación, con el descubrimiento de la pieza de bronce abocinada, seguramente la base o soporte de un recipiente de gran capacidad, de

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tipo griego arcaico, que en el tajo fue bautizada como la trompeta de Argantonio. Salió pegada al borde oriental del muro, a 1,15 m. de profun­didad; y ni entonces n i después ha salido ninguna otra pieza que pueda relacionarse con ella. E l paralelo más inmediato para nosotros es el delfín, asa o adorno de otro vaso de bronce, que encontramos en las excavaciones de Ebora.

E n los días inmediatos, 28, 29 y 30 de julio, tuvimos en el tajo la compañía de profesor Carlos Posac, del Instituto de Ceuta. Con su asis­tencia, muy estimada, procedimos a la limpieza de los pequeños depar­tamentos existentes entre el muro que acababa de darnos la trompeta y el departamento de las grandes losas. Son tres piezas bastante regulares de planta, en contraste con las plantas irregulares del sector occidental; lo que puede tener la significación de que el nivel III corresponda a un poblado de traza más elaborada y orgánica, y los niveles II y, sobre todo, el / , a una población más pobre y menos sistematizadora. Otros indicios nos conducen a la misma conclusión.

E n estos pequeños y regulares departamentos del nivel III, contiguos, a Levante, de la sala con grandes losas irregulares, encontramos los tes­timonios más intensos de vida doméstica de todo el poblado. Por ninguna otra parte ha salido tantas bolsas de tierra quemada, testigos ciertos de hogares, tantas pequeñas repisas o vasares, tantos molinos de mano, tantas y tan completas porciones de grandes vasos, quebrantadas, pero no removidas de su lugar. Teníamos la sensación de estar penetrando en las piezas de servicio de una vivienda abandonada, pero no arrasada ni destruida violentamente.

Esta sensación se hizo más aguda en una estancia minúscula, que bien pronto llamamos la cocina. Poco más de metro y medio de larga, por uno y cuarto de ancha. E n el corte de la pared medianera con el departa­mento de las losas, superpuestos bolsones negros de hogares y muchos fragmentos de cerámica. A la derecha, entrando, y en alto, una repisa empedrada; y al pie de ella, delante de dicha medianera, otra repisa con la porción inferior de un gran cántaro y una especie de pequeño pavi­mento de trozos de cerámica tomados con barro. Una cocina completa, con hogar, fregadero y vasar, según decidieron nuestros obreros.

Manteniendo el nivel III pasamos la excavación al departamento con­tiguo por el S., al pie de un olivo casi rodeado ya por las excavaciones y que más tarde desapareció. Es una pieza mucho mayor, semejante a la primera descubierta, en la que luego aparecieron algunas divisiones interiores. Fuimos levantando la tierra capa por capa, con extraordina­rio cuidado, recogiendo muchos fragmentos de cerámica, de diversas es­pecies, y en el fondo, delante de la pared medianera con el salón largo enlosado, otra mitad inferior de un ánfora, quebrantada en veinte peda­zos, pero conservada en el lugar donde estuvo empotrada; en el que la hemos respetado. Esta especie de pila valió a la habi tación el nombre de lavadero, que le dieron nuestros cavadores y que también hemos conser­vado. E n esta pieza encontrar íamos después, al excavar el nivel IV, un poyete empedrado de conchas.

Una de las úl t imas tareas del otoño fue explorar el ángulo W. de la zona de excavaciones, el que apunta al radio (campo de tiro) de E l Ca­rambolo. Allí se había conservado hasta muy tarde uno de los olivos afec-

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tados por la excavación, y en sus inmediaciones habían salido muchos vasos de capacidad, ánforas de boca estrecha y pequeñas asas redondas. Salían en pedazos grandes, que no concertaban, como si esta capa super­ficial hubiera sido muy removida. E n el ángulo mismo apareció una habi­tación recortada por muretes de planta irregular, que no han logrado aclararse. E n el corte de fondo, el occidental de toda la excavación, se acusaban bien dos estratos, de menos de un metro de altura cada uno; y en el inferior, a la derecha del corte, una masa de tierra saturada por gruesos núcleos de cal, lo que nuestros cavadores llaman caliches.

E n el borde delantero de esa habitación, cubierta casi por completo por un tosquísimo múre te , apareció una piedra horizontal, cuya super­ficie visible parecía labrada casi como una media columna. La limpia­mos y levantamos con sumo respeto, pensando que habíamos encontrado el primer elemento noble de arquitectura de todo el poblado. Pero en­tonces se vio que era una piedra natural, y que en todo caso no estaba labrada en verdadera semicolumna; por lo que la restituimos a su sitio. Encima tiene un gran bloque de sílex negro, que casi parece obsidiana. Dir íamos que el constructor o inquilino de este departamento sentía cu­riosidad por las piedras raras.

Con esto llegamos a las lluvias de la otoñada y del invierno. Tenía­mos la mayor inquietud sobre cómo resistir ían esta prueba los frágiles muros y los fragilísimos falsos muros o prismas de tierra del poblado. Una fuerte tormenta de comienzos del otoño, en la que llovió mucho y muy fuerte, resultó un ensayo de conjunto poco tranquilizador. Los mu­ros se agrietaron, los cortes se corroyeron y los falsos muros quedaron con socabones alarmantes en sus bases, mientras algunos demasiado al­tos y delgados, a veces para sostener muy pocas piedras, se derrengaron lamentablemente. Pareció que el sistema de excavación ensayado iba a fracasar.

Entonces, con buenos asesoramientos y la intuición de nuestros obre­ros, fuimos discurriendo remedios. Se vio que los lugares de máximo peligro eran la base de los cortes, donde el agua estancada disolvía las paredes de arcilla como si fueran de azúcar; y el coronamiento de los muros auténticos, faltos de un mínimo de cohesión. Neutralizamos el primer peligro rellenando más o menos las habitaciones de tierra fina, que absorviera la lluvia, y poniendo taludes de la misma tierra suelta reforzando los falsos muros. E n cuanto a los muros auténticos, por un momento pensamos quitar la tierra que hay entre sus piedras, y que al­gún día fue barro, y sustituirla por un buen mortero del mismo color. Por diversas dificultades no lo hicimos, de modo que quedaron y siguen tal como estaban, intactos y verdaderos, con esa autenticidad absoluta que nuestra ciencia y nuestra sensibilidad reclaman. E n cambio, procu­ramos cubrirlos con cartones y sacos impermeables, sujetos con piedras sueltas; y esta protección resultó eficiente. De modo que nuestro pobla­do bajo de E l Carambolo salió del invierno casi indemne.

Pensamos que a ello contribuyeron poderosamente dos precauciones, que recomendamos para casos análogos. La primera fue abrir en la lade­ra de la colina, por encima de la zona excavada, unas como pequeñas acequias, que recogieran y llevaran fuera del poblado toda el agua de l lu­via que pudiera correr sobre el terreno; como hicieron, con excelente

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rendimiento. La segunda, procurar que quedasen aislados, casi como compartimientos estancos, cada uno de los niveles de la excavación, para evitar pequeñas torrenteras, que hubiesen sido demoledoras. Para ello se cargaron con caballones de tierra todas las comunicaciones en desni­vel; de modo que la lluvia caída sobre cada departamento se quedase en él y se fuese filtrando en la tierra que habíamos puesto en el fondo de casi todos ellos. Sobre todo, la precaución definitiva fue una vigilancia asidua, que acudió inmediatamente a remediar cualquier conato de pe­ligro.

Pasadas las lluvias, fue necesario retallar los cortes y hacer un repaso general de los pequeños desperfectos. Algunos departamentos se queda­ron con su relleno protector de tierras. Se pudo entonces eliminar todo elemento superfluo, respetado a la hora de la excavación si parecía du­doso : piedras sueltas que no habíamos levantado hasta quedar bien per­suadidos de que no tenían ninguna significación; indicios de muros que no resultaban confirmados. Con esta revisión se despejó y aclaró mucho todo el campo ya excavado, y se orientó la fase siguiente de la excavación.

27.—ULTIMA FASE DE LA EXCAVACIÓN : E L NIVEL IV.

Entonces pudimos valorar con más exactitud la planimetr ía y la es­tratigrafía del yacimiento. Se apreciaron mejor en los cortes los diver­sos tramos de cada estrato arqueológico, y se localizaron con más preci­sión las líneas de tierra apelmazada que representan pisos, y los bolso­nes de tierra oscura o quemada que representan hogares. Algunos de éstos se revelaron especialmente potentes; sobre todos, el emplazado debajo y detrás del primer ángulo de la habitación descubierta al empe­zar las excavaciones, que tiene una potencia muy uniforme, de unos 15 mm., y aparece cortado en sus dos extremos por unos fragmentos de cerámica puestos verticalmente.

Cuando tuvimos hecho el repaso general del yacimiento, apenas ter­minado el período de lluvias más intensas y continuadas, emprendimos la investigación de lo que hubiera debajo del nivel III a lo largo de toda la banda oriental de la zona excavada, allí donde la falta de los nive­les I y /Y, por las razones ya dichas, permit ía trabajar con desembarazo. Y así llegamos a descubrir la existencia de un nivel IV, que desde el pri­mer momento se reveló interesantís imo.

Fue casi a la mitad del lado corto y más septentrional de la zona excavada, al N . de la primera habitación y del muro suelto contiguo, don­de descubrimos, el día 12 de enero de 1961, un andén o repisa de ocho sillares bastante bien labrados y escuadrados, de unos 20 X 40 cm. y unos 8 de altura, semejantes a robustos ladrillos, puestos horizontales, ado­sados a un muro, como un banco seguido. Eran los primeros y siguen siendo los únicos testimonios de una arquitectura noble empleados en el poblado de un modo sistemático. Encima de los sillares no había nada que pudiera orientar sobre su destino; ni siquiera, más denso, el depósito de fragmentos de cerámica, que en este deportamento y nivel ha sido abundant ís ima, de las especies más selectas, como los soportes de vasos, doblemente acampanados, que han salido aquí de modo casi exclusivo.

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Los ocho sillarejos son de la misma medida, aunque hay uno algo incompleto y otro reducido a menos de la cuarta parte, y todos están sentados con buena horizontalidad, sobre un macizo de albañilería. Cuan­do los vimos por primera vez, no pudimos evitar el recuerdo del asiento corrido en la sala del trono del palacio de Cnosos.

La aparición de esta repisa de sillería significaba, a la vez, la existen­cia de un nivel IV en el yacimiento, y la demostración precoz de que ese nivel es el más rico, más que los tres superiores. Lo mismo estaba de­mostrando la cerámica, y la vecindad del pilar de adobes más claro de todo el poblado, que cortamos al mismo nivel de la repisa y a medio metro de distancia, con los caracteres que anteriormente determinamos. Con todo ello llegamos inmediatamente a la conclusión de que el nivel IV, el más antiguo reconocido hasta ahora en el poblado bajo de E l Caram­bolo, representa un tipo de vida más potente y refinado que los de todas las ocupaciones posteriores de este lugar de habitación.

Demostrada la existencia de un nivel IV en la región del ángulo Este del poblado, quisimos ver lo que ocurría en el ángulo S., el que apunta a Sevilla, donde la excavación estaba detenida en dor grandes habitacio­nes del nivel III, cerradas al S. por un gran muro en rampa, el único hasta ahora en todo el poblado que parece ser común a dos etapas, los niveles III y 77. Apenas iniciada esta exploración, alcanzamos también el nivel IV, precisamente en un doble muro, separado por un canal in­termedio, por el que ha corrido y ha estado detenida el agua, pues el relleno era de tierra legamosa y en los cortes se veían muy bien las di­versas coloraciones de la tierra en los diversos niveles de las aguas, unas más claras, más calizas, y otras más oscuras, con más humus.

Este caño, en el supuesto de que lo sea efectivamente, demuestra mu­chas cosas. Por lo pronto, que el poblado tenía agua en cantidad, ya fue­se de cisternas, o de pozos, o conseguida por otro procedimiento que ignoramos; y ello representa un alto refinamiento de urbanismo. La si­tuación periférica del caño, encaminado al exterior, autoriza a pensar que sería una salida de aguas residuales, una pequeña cloaca bierta; pero también pudo ser, tan sólo, una salida para las aguas de lluvia, con objeto de que no hicieran torrentera o excavaran una cárcava. E n todo caso, la existencia de este caño mayor refuerza el que también lo sea el otro caño pequeño descubierto en el extremo opuesto diagonal de la zona excavada.

Puesto que el descubrimiento del caño confirmaba la presencia de un nivel IV en la región del ángulo S. del territorio excavado, resolvimos explorar a uno y otro lado de su doble muro para investigar ese cuarto nivel. Entonces quedó al descubierto un muro del nivel IV que hace ángulo con la pared septentrional del caño y se mete por debajo del muro del nivel III del que el caño parece salir; y se fueron destacando en el corte oriental, que en ese momento se regularizó, algunas cabezas de muro, por lo general robustas. Y más al N . , y hacia el centro de esa ban­da, delante de una esquina de la habitación del nivel III que llamamos el lavadero, se presentó una especie de contrafuerte circular, más hondo y perfectamente justificado por la pendiente natural del terreno; otro

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refinamiento arquitectónico del cuarto nivel. Es tábamos ya en marzo de 1961.

E l día 12 de abril visitaba nuestra excavación el prehistoriador fran­cés J. J. Jully, interesado especialmente por el estudio de las cerámicas pintadas de la primera Edad del Hierro en el Mediterráneo occidental. Dos días después se descubría entre el caño y el contrafuerte redondo, a un metro más de profundidad, un robusto empedrado, de unos diez me­tros cuadrados de superficie, en dos niveles, con un escalón que parece mordido por agua corriente, y con una entrada hacia la habitación con­tigua al lavadero, en la que por cierto se encontraron entonces dos moli­nos de mano. E l día 15 de abril visitaba nuestro tajo de excavaciones el insigne biblista fray Serafín de Ausejo, acompañado de otro padre capu­chino, profesor de Teología. E l corte oriental de la excavación, desde el caño hacia el Norte, presentaba el aspecto que aparece en la fotografía que recuerda esta visita, en la que puede verse el corte mismo, a tres me­tros de profundidad, y la zona en torno al empedrado. Fray Serafín, que venía de visitar detenidamente los Santos Lugares y sus yacimientos ar­queológicos, quedó impresionado por el urbanismo de este poblado tur-detano, habitado ya, probablemente, cuando Salomón e Hi rám comercia­ban con los tartesios.

Comprobada la existencia de un nivel IV en los dos extremos de la banda oriental de la zona excavada, importaba averiguar si este nivel se extendía por el ámbi to intermedio de los pequeños departamentos de la segunda cirugía de ese lado, y si existía la posibilidad de un nivel V. Una justificada impaciencia nos llevó a empezar por lo úl t imo, y volvi­mos con el tajo a la habi tación de los sillares y el pilar de adobes, y a sus inmediaciones. Ahondando en el pequeño y rico recinto, se hicieron patentes en los cortes nuevos bolsones de hogares y abundante cerámica; pero pronto fueron desapareciendo los unos y la otra sin que aparecieran nuevos muros, y decidimos no profundizar demasiado para no debilitar la seguridad de los ricos elementos a la vista, y pasamos la excavación al pequeño departamento enclavado en el mismo ángulo E . de la zona excavada.

Primero se acabó de limpiar el muro divisorio entre ambas estancias, la de los sillares y la del ángulo, y luego se retallaron y ahondaron los cortes de esta úl t ima. La sorpresa más importante fue la de reconocer hacia el interior del muro dicho, unos 20 cm. más hondo, un horizonte de tierra dura y apelmazada, cubierto con una capa de mortero; segu­ramente, un pavimento, que aquí no se ha disgregado, no sabemos por qué. La segunda sorpresa fue comprobar que a medida que ahondaba la excavación se hacía más rara y acabó por desaparecer completamente la cerámica. Llegamos hasta cerca de los cinco metros de profundidad sin encontrar ningún material arqueológico, pero sin llegar a la verda­dera tierra virgen. Y entonces decidimos no ahondar más , porque ya era dificilísimo el trabajo en un verdadero pozo, y los cortes se debilitaban de un modo alarmante.

A continuación pasamos el tajo a los departamentos contiguos, hacia el S., a los lados de los primeros muros descubiertos en mayo de 1960, que ahora quedan a espaldas de la repisa de los sillares. A l llegar a la

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habitación primera fuimos levantando la tierra por capas delgadas, le­yendo en los cortes sucesivos pavimentos y bolsones de hogares, y, al pie del poyete con dos lajas de pizarra, acabamos por descubrir los prime­ros muros del nivel IV. Con la sorpresa de que esos muros no van más o menos por debajo de los del nivel III, sino que los cortan, cruzándose en el centro de los espacios libres o abiertos. Es decir, que el nivel IV representa una planta del poblado enteramente distinta a las de los tres niveles superiores, que se superponen aproximadamente.

De la habitación primera pasamos la excavación al departamento con­tiguo por el S., que en el nivel III habíamos llamado la cocina. Dejando reservada sobre su prisma subyacente de tierra la base de ánfora que nuestros obreros habían llamado el fregadero, fuimos ahondando hasta encontrar el nivel IV, que presentaba las mismas característ icas anterio­res : los muros cruzándose en el centro de las habitaciones del nivel su­perior; y entre ellos, un muro doble, con apariencia de ser también un caño. Se confirmaba la no correlación en el plano de los niveles III y IV.

Luego, excavamos la habitación contigua por el S., la que en el ni­vel III llamamos lavadero. Volvimos a descubrir la otra base de ánfora, rota en muchos pedazos, conservados en su posición, que desde antes de las lluvias del invierno habíamos dejado protegida, y la pequeña repisa con un como pavimento de pequeños trozos de cerámica; y seguimos ahondando. Así llegamos hasta los muros del nivel IV, que también esta­ban cruzados con los del nivel III. Pero antes nos esperaba una sorpre­sa : una repisa, puesta inexplicablemente en la dirección de un muro, con un pavimento de conchas, exactamente 41, puestas en siete filas irregu­lares, probablemente sobre un lecho de barro. Se diría una de esas ar­quitecturas efímeras que los niños construyen en las playas. Recordamos inmediatamente los pavimentos de conchas puestas regularmente que los obreros de la construcción del tiro de pichón encontraron al abrir los cimientos del edificio y al abrir los dos túneles de servicio.

Entretenimiento infantil, u obra deliberada de mayores, cuya signifi­cación se nos escapa, el pequeño pavimento de conchas es a su modo otro refinamiento que nos viene a confirmar la superior calidad y fuerza de iniciativas de las gentes del nivel IV. Unidos los muros de este nivel, dibujan una planta distinta y más regular que las de los niveles superio­res; y también sus ajuares nos han dado cerámicas más finas, en especial de las especies de esmalte rojo y de retícula bruñida.

E l cruce de estos muros del nivel IV, precisamente en el centro de los ya reducidos espacios del nivel III, hace imposible, sin destruirlos, exca­var más abajo. E n vista de ello, fuimos a intentar la investigación de si existe un nivel V en el ángulo S., el que apunta a Sevilla, donde teníamos espacios más amplios. Aprovechando para dar resistencia al corte el mis­mo muro meridional del caño, hemos excavado, casi en pozo, una honda zanja, que hemos llevado hasta una profundidad de 6,50 m., al pie del corte general de Levante. Pues aquí tampoco se ha cortado muro ni otro elemento arquitectónico, y también, como en el ángulo E. , la cerámica se ha ido rarificando hasta desaparecer por completo desde los 4,50 m. de profundidad. E n los dos restantes, la tierra seguía siendo oscura y suelta, como si alguna vez se hubiera removido, pero no tenía ni piedras,

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ni cerámica, ni huesos. Y al final pareció que afloraba ya tierra virgen, sin mucha seguridad.

La ú l t ima exploración de esta primera campaña anual de trabajos en el poblado bajo de E l Carambolo se ha ceñido al largo muro en rampa, paralelo al corte meridional de la zona. E l muro se descubrió ya al des­aparecer un olivo que tenía encima y la tierra subyacente, con una fuer­te curva o inflexión hacia el S., como si hubiera recibido alguna vez en este sentido una presión no compensada. Emprendimos la excavación por ambos lados, y también aquí aparecieron los muros del nivel IV, que tampoco ahora coinciden con los del nivel III. A l avanzar hacia el ángu­lo W., casi a la mitad del corte de este lado, llegamos a la autént ica tierra virgen, la greda azul-verdosa, lo que nos hace pensar que, por este lado al menos, el nivel IV no rebasa la altura de la crujía tercera, partiendo del corte largo de Levante. Y ahí dejamos interrumpida la excavación.

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V

IV. A J U A R E S D E L POBLADO BAJO D E E L C A R A M B O L O

28.—OBSERVACIONES G E N E R A L E S .

E l interés de las plantas y demás dispositivos arquitectónicos del poblado bajo de E l Carambolo se acrecienta con el de los ajuares domés­ticos recogidos en los cuatro niveles arqueológicos de la zona hasta aho­ra excavada. No hay entre ellos ninguna pieza excepcional. No han salido más joyas de oro, ni monedas y esculturas de bronce, como en Ebora, ni verdaderas inscripciones, tan vehemente deseadas, salvo los grafitos que veremos, ni una especie nueva de cerámica. Pero las piezas recogi­das, y muy en especial las cerámicas, son tan abundantes y variadas que en su conjunto y correlación presentan el más alto valor técnico y etnológico, permit iéndonos adivinar cómo vivían y cómo comían aque­llas gentes, cuáles eran sus técnicas y sus refinamientos, cuáles sus bases económicas y sus relaciones exteriores. L a ausencia de cualquier forma superior de Arte resulta ser también un dato, aunque negativo.

La nota común e inmediata del conjunto de estos ajuares resulta ser su carácter de ajuares domésticos, precisamente. Todos ellos son objetos de la vida corriente, de los que se encuentran en un lugar de habitación. Nada hace pensar en un lugar de culto, de enterramiento o de trabajo industrial. Los muros descubiertos en la zona excavada son testimonios de viviendas, y los materiales encontrados en su interior son piezas de la vida común y diaria, con las huellas de un uso prolongado. Así los numerosos molinos de mano, destinados a triturar cereales, los pesos para husos de hilar y de artefactos de tejer, los broches o fíbulas, agujas, punzones, clavos y anzuelos; y así, sobre todo, la cerámica, con su varie­dad de formas, de especies y de capacidades, destinadas a cada una de las necesidades de una vida relativamente refinada. Algunas de una cali­dad y una belleza excepcionales.

Adelantemos que muchos de estos ajuares del poblado bajo de E l Carambolo resultan ser una continuación de los del fondo de cabana en­contrado por debajo del lugar donde apareció el tesoro. Y a hemos dicho cómo hay cosas exclusivas del fondo de cabana, otras que le son comu­nes con el poblado bajo, y otras que son exclusivas de éste. Pues bien,

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las úl t imas representan, sin excepción, especies más modernas que las primeras. Estamos en presencia de una evolución sobre el terreno de la cultura que floreció con las joyas y la más rica cerámica pintada. Evolu­ción que, tomada en bloque, es progreso en la arquitectura, pero no siem­pre en los ajuares.

Ya está dicho, también, que toda la vida del poblado bajo es anterior a la conquista romana, ya que no hemos encontrado en él nada romano. La única excepción, insignificante, es un trozo de tégula, que nuestros excavadores de Itálica llaman tejas de ribete. Apareció en el nivel II y en el centro de la zona excavada. Pero seguramente no fue abandonada allí antes de empezar la vida del nivel I, o superficial, sino que sería introducida ocasionalmente al abrir la poza para sembrar el olivo que hubo encima; como las otras cosas modernas encontradas allí, y bajo las toconas de los otros olivos, como fragmentos de cerámica medieval y vidriada moderna, y hasta unos gemelos de puño de camisa, con bolas de filigrana, casi de nuestros días. Por consiguiente, el fragmento de tégula se habrá deslizado allí desde la superficie, donde, por lo demás, no se encuentran otros restos romanos, como los que abundan en todos aquellos cabezos del borde del Aljarafe, de suerte que estaría allí por otra casualidad. De esta manera, toda la vida del poblado bajo de E l Ca­rambolo, con sus cuatro niveles superpuestos, transcurre entre los últi­mos tiempos de la vida del poblado alto, con cabanas oblongas, como la del tesoro, y la llegada de los romanos.

Podemos imaginar que este poblado bajo empezó siendo una amplia­ción, algo así como un arrabal exterior del poblado alto; y que mientras en él se renovó la población hasta cuatro veces, el poblado alto quedó abandonado muy pronto. E l fin del poblado bajo es mucho más reciente, pero anterior a la romanización; probablemente mucho anterior. Nos lo dice la circunstancia de que no hayan aparecido en él cosas inmediata­mente prerromanas; por ejemplo, de la más reciente Edad del Hierro.

Como esto úl t imo es un dato negativo, y por lo tanto poco decisivo, también es posible que el abandono del poblado bajo haya sido contem­poráneo de la llegada a la Turdetania de los romanos; y quién sabe si de­terminado por ellos. Lo único cierto, por ahora, es que los romanos no se instalaron en E l Carambolo. Esto representa una inmensa ventaja, pues nos permite conocer cómo eran los centros de población indígenas antes de recibir la impronta de Roma. L a romanización de esta tierra fue luego rápida e intensa, más que en ninguna otra región de la penín­sula. Por doquiera, la urbanización romana destruyó las viviendas indí­genas, como susti tuyó la lengua, las instituciones y las costumbres.

Hasta ahora sabíamos poquís imo de las casas y de los ajuares domés­ticos de las poblaciones protohis tór icas del valle inferior del Guadalqui­vir, mientras conocíamos bastante bien sus tumbas y sus ajuares fune­rarios, principalmente en Los Alcores. Las excavaciones de Mulva, la antigua Munigua en término de Villanueva del Río y Minas, que viene realizando el Instituto Arqueológico Alemán de Madrid, con la colabora­ción de nuestro Servicio Nacional de Excavaciones, han puesto al des­cubierto un pequeño poblado indígena, sobre parte del cual se edificó en la época romana un magnífico santuario en terrazas. Pero aquella era una aldea romanizada en la que resulta dudosa la cronología de los ele-

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mentos indígenas. También pasó la romanización por el poblado de Ebora.

Más útil para establecer paralelos y fechas relativas ha sido el corte estratigráfico de Carmona (39). Pero la pequeña superficie explorada en profundidad no ha permitido recoger para cada estrato nada más que unos pocos elementos representativos de ajuar. N i una sola habitación completa, ni un repertorio extenso de los materiales de cada nivel. Un verdadero suplicio de Tántalo, teniendo como teníamos a la vista los muros de las viviendas turdetanas y no poder profundizar en ellas por­que excedía de nuestros medios y del programa trazado.

E n cambio, aquí, en el poblado bajo de E l Carambolo, sí nos ha sido posible investigar todo un sector, que no ha resultado suficiente para descubrir el sistema de urbanización (en el caso de que lo haya), pero ha permitido recoger ajuares domésticos muy completos y diversificados, en departamentos cerrados, de fecha uniforme. E n esto reside su gran valor, como conjunto, pese a la modestia de cada pieza particular. Apar­te de la cerámica, que predomina en cantidad y calidad, estos ajuares de El Carambolo Bajo presentan un repertorio de piezas de piedra, hueso, barro y metal, que estudiamos seguidamente.

29.—OBJETOS D E P I E D R A .

Molinos

Los objetos de piedra labrada más abundantes en el poblado bajo de E l Carambolo han sido los molinos de mano. E n su inmensa mayoría son de un mismo tipo, barquiforme, y de un mismo material, arenisca conchífera, de la que llaman en las costas gaditanas piedra ostrionera. Tienen un promedio de 35 a 45 cm. de longitud y de 12 a 14 cm. de an­chura. Casi todos los ejemplares están rotos y todos presentan señales de un uso prolongado. Como esta clase de piedra no se encuentra en la región, hay que suponer que se traer ía de la costa, lo que supone una relación inmediata con ella. Son excepcionales otros molinos de la mis­ma forma y clase de piedra, pero mucho más grandes, hasta de 30 cm. de anchura. Ninguno de éstos está completo.

Los molinos de mano se han encontrado en todos los niveles y en casi todos los departamentos. Tomando esta indicación al pie de la le­tra podría decirse que casi todas las habitaciones, puesto que tenían mo­linos de mano, y en muchas ocasiones un hogar, servirían cada una para toda una familia. Pero el hecho de que la mayor parte de los molinos de mano estén rotos indica, mejor, que son piezas de desecho, utilizadas como materiales de construcción en un país sin piedra, y que el número de familias del poblado sería menor que el de habitaciones.

De todas formas, la abundancia de molinos de mano acredita la in­tensidad de la vida agrícola y del consumo de cereales en la alimenta­ción. L a procedencia de las piedras indica bien que los habitantes de E l Carambolo procedían de la oril la del mar, o mejor, que mantenían

(39) J . DE M . CARRIAZO y K . RADDATZ: Primicias de un corte estratigráfico en Carmona («Archivo Hispalense», núms . 103-104, Sevilla, 1960, págs . 333-369); JUAN DE M . CARRIAZO und K L A U S RADDATZ: Ergebnisse einer ersten stratigraphischen un-tersuchung in Carmona («Madrider Mitteilungen», II, Heidelberg, 1961, págs . 71-106).

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una comunicación activa con la costa, navegando por el Guadalquivir. La intensidad de la agricultura cerealista ha quedado brillantemente co­rroborada, más tarde, con el descubrimiento del campo de silos de Pue­bla del Río.

Utiles

Junto a la treintena de molinos de mano, casi todas las otras piezas de piedra son insignificantes por su rareza. Algunas de ellas representan la conservación accidental de utensilios antiguos abandonados sobre el te­rreno, o bien conservados por curiosidad. E n este caso están una como hacha o cincel de granito casi negro, rota por el corte, y una pequeña y primorosa hachita de pizarra verdosa, con el corte bien conservado, pero rota por el otro extremo. Luego tenemos un cuchillo de sílex, algo curva­do, de sección triangular, t ípicamente eneolítico, y dos puntas de flecha, la una con péndulo rudimentario y la otra algo dudosa. Hay también una punta-raspador de sílex blanco, encontrada en la capa superficial.

Betilos

E n cambio, son piezas de gran interés dos prismas incompletos de piedra, pintados, que suponemos pequeños betilos, de tipo fenicio o pú­nico. E l mayor es un prisma de sección triangular, con los ángulos algo redondeados y dos de los lados un poco cóncavos, hecho en piedra are­nisca de grano menudo y blanco. Todo él tiene una pequeña curvatura, como de cuerno, y se adelgaza hacia el único extremo conservado, que tiene una esquina rota. Por el otro extremo, más ancho, está cortado accidentalmente. La altura máxima es de 8 cm.; el tr iángulo de la base accidental mide 5 cm. de lado, y la base menor y conservada 4 cm. Todas las superficies conservadas estuvieron pintadas de rojo, a la almagra; y una de las caras cóncavas presenta unas rayas paralelas. E l otro micro-betilo, también de piedra arenisca, incompleto y pintado de color cuero muy desvanecido, es de forma de tronco de p i rámide de base cuadrada. Corresponden a los niveles II y 7/7, respectivamente.

Por lo menos como una alternativa, debemos admitir la posibilidad de que estos que suponemos betilos sean en realidad pies sueltos de vasos de piedra te t rápodos (o tr ípodos) , cosa nada imposible. Baste por ahora insinuarlo.

Pueden tener el mismo carácter de betilos, si es que no son estiliza­ciones de falos, otras tres piezas de arenisca, de forma cilindrica, termi­nadas por ambos extremos en unos ensanchamientos como setas, de su­perficie convexa. E l más corto y macizo, de 7 cm. de longitud y 5 de diá­metro en el extremo menor (el otro está desgastado de antiguo), no conserva vestigios de pintura. E l más largo y delgado (75 mm. de longi­tud y 55 de diámetro mayor por 50 en la menor) presenta hacia el centro del tallo un ensanchamiento y fuertes concreciones calizas. Los tres sa­lieron en una zona de estratigrafía alterada por las raíces de un olivo; y aun así, es significativo su agrupamiento. Todavía podr ía ser otro micro-betilo un pequeño cilindro de mármol , de 4 cm. de longitud y 15 mm. de diámetro, con las paredes cilindricas y una de las bases pulimentadas, y la otra base rota; pero es pieza dudosa, hallada en la capa superficial.

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Vasos de alabastro y otros

Objeto de un orden muy diferente es un fragmento en granito gris y espejuelo menudo de un vaso de piedra, con las superficies interiores y exteriores muy pulimentadas, borde plano y muñón alargado por asa. La pieza completa tendría unos 24 cm. de diámetro, y es difícil calcular su altura. E l fragmento mide 7 cm. de longitud y 5 de altura; el borde, plano, 2 cm. de ancho, y el grueso menor es de 1 cm. Salió en el ángu­lo S. de la zona excavada, a 1,20 m. de profundidad, el 7 de octubre de 1960. Casi de la misma piedra de granito gris tenemos dos bolas esféri­cas, de 35 mm. de diámetro, halladas casi en la superficie. Serán de las que se usaban para calentar algunos líquidos, como la leche.

Es mucha lást ima que sólo hayan llegado hasta nosotros los frag­mentos pequeñísimos de dos vasos de alabastro, de los que no podemos inferir ni la forma ni el t amaño. Un fragmento (casi 9 cm. de largo y 2 de anchura mayor) corresponde a la pared de un recipiente de capaci­dad más que mediana, a juzgar por el grueso de la pared y la escasa curvatura. La superficie exterior se conserva muy pulimentada, mientras que la superficie interior presenta las huellas paralelas de la herramienta con la que fue vaciado el vaso. Como es sabido, los vasos de alabastro, ya sean autóctonos o importados, abundan bastante en la Baja Anda­lucía.

Pila

Hay un objeto de piedra que es el más elaborado y excepcional de los que han salido en el poblado bajo de E l Carambolo, fuera del período de excavación, al l impiar los desplomes producidos en los cortes marginales de la zona excavada por las grandes lluvias del invierno 1961-1962. Fue en el departamento de las losas, precisamente debajo del pilar reservado, con varios niveles de adobes rojizos, que acabó por derrumbarse.

Son dos grandes fragmentos que suponen más de tres cuartas partes de la pieza completa, de una pila o gamella, oblonga, de 47 cm. de longi­tud y 27 de anchura máxima, por otros 9 de altura. Es tá labrada en una piedra blanca y blanda, como la que llaman nuestros canteros «de No-velda». Es notable la regularidad de la forma y la extraordinaria finura del trabajo. Tiene un fando plano, rectangular, con los lados un poco convexos, paredes oblicuas, abiertas hacia el exterior, y un ancho borde plano, de dibujo semilunar, en los dos extremos o lados cortos.

No parece claro el destino de esta pieza. Su excelente labor hace poco verosímil el uso en que se puede pensar, por su comparación con otras pilas modernas, de comedero o bebedero de animales domésticos; o el de artesa para preparar alimentos humanos, pues a una artesa es a lo que más se parece, en pequeño. Preferimos imaginar un uso religioso, litúr­gico; pero no debemos insistir. Es en extremo curioso que esta pieza haya aparecido precisamente en el único departamento de la zona excavada en el que se ha acusado la presencia de piedras labradas, las ocho losas o sillarejos que han dado nombre al departamento y describimos en su lugar, reseñando la excavación. Ambos detalles corroboran la importan-

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cia especial' de este pequeño ámbito , en el que, además, han aparecido muchos de los mejores ejemplares cerámicos, de las especies más se­lectas.

Varios.

Todavía tenemos varias piedras de afilar, de esmeril esquistoso, con señales seguras de uso; una, mayor e incompleta, de hallazgo superfi­cial; otra, entera (155 mm.), con todas las superficies muy pulimenta­das, apareció en el nivel III del ángulo E . de la zona excavada. Han salido, igualmente, dos cantos rodados, redondos y aplastados, que han servido de molederas; y otro pequeño canto, acorazonado, de sílex, con una gran perforación central, que ha podido servir para un huso, pero que será un peso de red.

30.—OBJETOS D E H U E S O : C O N C H A S .

E l poblado bajo de E l Carambolo nos ha dado muy pocos objetos de hueso. Descontemos un cuerno de cabra, con escotaduras cerca del cor­te, que lo acreditan como pieza de uso, y el extremo roto; de unos 10 cm. de longitud. Y un colmillo de jabalí, muy curvo y manoseado, de 38 mm., que tal vez ha servido de juguete.

Anotemos la presencia de una cantidad incalculable de conchas de moluscos, pertenecientes al género pectunculus (Glycymeris). Se encuen­tran por todas partes, en todos los niveles; unas enteras y otras perfo­radas. E n un lugar, como hemos visto en la narrativa de la excavación, hay una especie de empedrado de conchas, que están puestas boca abajo, en hileras, cuidadosamente. Otro empedrado semejante fue lo único que llamó la atención de los obreros, al excavar la galería subte­r ránea de servicio del tiro de pichón, poco antes del descubrimiento del tesoro. Recordemos el papel de los brazaletes de pectúnculo en el Eneolítico español (40). Además de los pectúnculos, tenemos un ejemplar de Cypraea moneta, perforada como cuenta de collar, que salió en el nivel IV, a más de dos metros de profundidad.

Compensando esta penuria o monotonía de huesos y conchas en E l Carambolo Bajo, tenemos tres piezas de un mismo tipo, interesantísi­mas, por sí mismas, y como documento etnográfico. Son dos agujas planas de hueso, con dobles ojos, y el fragmento de una tercera, que podemos suponer sería semejante. Estas agujas planas y de doble ojo, de hueso, documentan por sí mismas todo un arte industrial, el de la esparter ía o jalmería, al que seguramente corresponden. E l oficio de trenzar fibras vegetales y de construir con ellas muchas piezas de uso doméstico y, sobre todo, arreos de animales, tiene una larga tradición en Andalucía, que arranca desde los tejidos de esparto de la cueva de los Murciélagos, en Albuñol (Granada), fabuloso yacimiento eneolítico, y termina, por ahora, en una floreciente industria local de alfombras

(40) L. PERICOT: El depósito de brazaletes de pectúnculo de Cuatretondeta («Ar­chivo de Prehistoria Levantina», I, 1928, págs. 23-29); Sobre algunos objetos de orna­mento del eneolítico del Este de España ( «Homenaje a Mélida», III, 1936).

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de esparto en Ubeda (Jaén). Es otra constante andaluza, y otro elemen­to de tradición local en E l Carambolo.

De los huesos de animales sin trabajar, aquí muy abundantes, habla­mos por separado.

31.—MINERALES Y E S C O R I A S .

E n todas nuestras excavaciones de la zona tartésica hemos puesto muy especial atención en recoger, como otras tantas piezas arqueológi­cas, hasta las más insignificantes, incluidos los huesos de animales, cual­quier menudo fragmento de mineral, o cualquier otro testimonio de un proceso metalúrgico, por la importancia que tienen para la valoración de nuestros yacimientos. E n definitiva, lo que buscamos son documen­tos de la vida pretéri ta , y en el mundo tartésico y turdetano, de un modo eminente, la metalurgia juega un gran papel.

Pero aquí nuestra atención no ha sido bien correspondida. Lo que hemos encontrado en la pequeña parte excavada en el poblado bajo de E l Carambolo se l imita a lo siguiente:

a) Un trozo de galena, cubierta por concreciones calizas, de unos 33 X 22 X 15 mm. Aunque no ha sido analizado, parece seguro, por el aspecto de una mordedura de la azada del excavador, que se trata de galena argentífera. Además de la plata nativa, en masas esponjosas, que es una singularidad de la gea hispánica, en la España primitiva se ex­plotaron a fondo las galenas argentíferas de las zonas de Linares (Cas­tillo) y de Cartagena. Pero la región de Sevilla es también muy rica en este mineral, habiéndose trabajado en varias épocas, desde la misma an­tigüedad, en E l Ronquillo, Guadalcanal, Alcadén de la Plata, Real de la Jara, etc.

b) Un trozo, casi en prisma triangular, con una mancha visible de hematites, color de sangre. Tiene unos 25 mm. de máxima longitud, y no lo hemos roto, por lo que ignoramos si será una masa uniforme de ese mineral de hierro oxidado, o una mancha sobre otro mineral o pie­dra cualquiera. E l ocre o hematites fue muy usado en el mundo pre­histórico y protohistór ico, especialmente como colorante, para teñir las telas y para la pintura cerámica.

c) Dos trozos de escoria de fundición de hierro, algo esponjosa y ligera, muy irregulares; el uno como de 75 por 50 mm., el otro de 40 por 22 mm.

d) Un trozo de escoria de fundición de hierro con una mancha de malaquita (carbonato de cobre) que no sabemos cuánto profundizará. Es una bola irregular y con protuberancias redondeadas, de unos 25 milímetros de medida máxima.

e) Tres pequeños trozos de escorias de fundición de cobre, al pare­cer. E n la una aparece una delgada veta de malaquita.

Y esto es todo. Bien poco, por cierto; pero suficiente para demos­trar que las gentes del poblado bajo de E l Carambolo conocían la galena argentífera y practicaban la metalurgia del cobre y la siderurgia. Pon-

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dremos estos materiales a la disposición de especialistas que puedan determinar los procesos metalúrgicos correspondientes.

Con toda su modestia, estos materiales nos ayudan a la datación del yacimiento, entre el Bronce final y la primera Edad del Hierro. Y nos confirman lo que sabemos por las fuentes literarias, a saber, las dispo­siciones para la minería y la metalurgia de las poblaciones protohistó-ricas de la Baja Andalucía. Ahora lo vamos a corroborar con el estudio de las piezas metálicas elaboradas que nos ha suministrado el yaci­miento.

32. HIERRO Y P L O M O .

Seis pequeños objetos de plomo, bien definidos, han salido en E l Ca­rambolo Bajo; y nos ilustran también sobre sus técnicas y costumbres. Son, a saber:

1) Tubito de plomo, cilindrico, bastante regular y cortado por los extremos, que se diría moderno. Mide 38 mm. de longitud, casi 4 de diámetro interior y uno y pico de grueso de pared. No están seguras las circunstancias del hallazgo.

2) Trozo de plancha de plomo, de 28 mm. de longitud y entre 2 y 3 de gruesa, doblada y remachada formando un tubo, como lo hacían los romanos. Además de los golpes para doblarla, presenta otros hechos con un punzón metálico de punta cónica; que probablemente era de hierro, a juzgar por unas briznas de oxidación.

3) Un disco de plomo algo irregular, de 25 mm. de anchura má­xima y 6 mm. de grueso, que presenta, un poco excéntrico, un orificio perfectamente redondo.

4) Otro disquito, más pequeño, de 20 mm. de diámetro y 4 de grueso, que en una de sus caras presenta un hoyito, como para apuntar su perforación, que no se hizo. Lo mismo que la pieza anterior, está cu­bierto con una concreción blancuzca y dura, de naturaleza no deter­minada.

5) Otro disco, de menor diámetro (15 mm.), pero más grueso (7 mi­límetros), con la misma concreción o revestimiento blancuzco, duro, que acaso tapona un orificio que parece indicarse en el centro.

6) Una pieza lenticular de plomo, de unos 25 mm. de diámetro, con los contornos algo rebordeados y una ranura de 11 mm. en una de las caras convexas, que parece sobada por el uso.

Pese a la diversidad de formas, entendemos que las seis piezas han tenido un mismo destino: el de pesas de redes para pescar. Nos docu­mentan así, una actividad que los habitantes de E l Carambolo podr ían desarrollar muy cómodamente , si como parece la corriente del Guadal­quivir iba entonces lamiendo la base de estas colinas del Aljarafe.

Los hierros son casi siempre los materiales más desagradecidos y más desagradables de una excavación prehistórica (protohistórica en España) , porque suelen estar muy oxidados, y se desmenuzan sin re­medio. E n nuestro poblado bajo de E l Carambolo, a este inconveniente general se han unido otros particulares del yacimiento. Pues ocurre que

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casi todas las piezas de este metal (24, por lo general muy fragmenta­das, y en gran parte irreconocibles) han salido en la misma superficie, o en la capa superficial, o en las inmediaciones del hoyo de un olivo, de modo que casi siempre nos quedamos sin saber si son verdaderamen­te antiguas. Lo que más Ies hace parecerlo es su extremada ruina or­gánica.

Muy pocos son de formas definidas. Por ejemplo:

1) Un anzuelo, que es como un clavo de sección cuadrada que se va adelgazando hacia la punta, con la cabeza bífida, como para afian­zar bien la cuerda de suspensión, curvado para formar un semicírculo de 20 mm. de diámetro. Confirma las actividades piscatorias de los habitantes de E l Carambolo.

2) Dos clavos, el uno incompleto por la punta, donde se incurva como la pieza anterior, de modo que ha podido ser, también, un anzue­lo; el otro, de cabeza mayor, casi redonda, y un poco curvada, con huella de haber sido golpeado para enderezarlo.

3) Una bola esférica, de hierro bastante oxidado, de 32 mm. de diá­metro y 110 gramos de peso, con una pequeña protuberancia por don­de ha debido tener soldado un vastago, o enganche, para colgarla. Se la diría más moderna que el poblado.

4) Tres grandes cabezas de clavos, en forma de seta, una como de 55 mm. de diámetro, las dos restantes como de 40 mm., con los clavos muy cortos, unos 15 mm. Tienen todo el aspecto de esas cabezas de clavos muy desarrolladas, para adorno de puertas, de tiempos medie­vales y modernos.

5) Una como asa de caldero, vastago que fue de sección cuadrada, de unos 6 mm. de grueso, que tiene doble ondulación para el enganche y una longitud actual de 16 cm.

6) Otro como largo clavo, de grueso decreciente desde un ensan­chamiento que no es verdadera cabeza, con una longitud actual de 145 mm.

7) Una barra de sección cuadrada, de unos 7 mm. de lado y 57 mm. de longitud actual, que parece iniciar una doble ondulación en forma de ese.

8) Un a modo de cincel, de 111 mm. de longitud, con un cuerpo aplastado, de unos 15 mm. de ancho y 6 de grueso, la boca normal a los lados anchos.

9) Un tosco canuto o cilindro hueco de hierro muy alterado, 83 mm. de longitud actual y 23 de máximo diámetro exterior. Parece hecho arro­llando una lámina o plancha, y se diría que por uno de los extremos ha tenido bordes afilados, como si hubiera servido para sacabocados.

10) Dos barras gruesas de hierro; la una, de 112 mm. de longitud y cuerpo de unos 18 por 14 mm. con un extremo aguzado, que ha podi­do ser punzón; la otra, pequeña, de 53 mm. de longitud, que por un extremo se ensancha, como para formar un ojo, y por el otro es aguda.

11) Otra barra delgada, de 75 mm. de longitud y cuerpo de 7 por 3, aproximadamente.

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•• 12) Nueve fragmentos de hierros planos, que han podido-ser va­rios cuchillos. E l mayor, de 70 mm. de longitud, está curvado, como en tantos cuchillos del Hierro céltico. Uno muy delgado, de 50 mm. de lon­gitud, tiene tres abultamientos en trebolillo que han podido ser clavos.

Estos son los hierros recogidos en E l Carambolo Bajo. Con toda su inseguridad estratigráfica y formal, nos dicen que este poblado conoció dicho metal en herramientas o instrumentos variados, pero poco nu­merosos. Y lo confirman los vestigios de escorias de fundición de hierro que hemos citado anteriormente; de modo que ese poco hierro que usaron en el poblado bajo se elaboró allí mismo, y no fue una simple impor­tación.

Pero todo esto son poco más que indicios. Y nada decisivos, pues no tenemos ni una sola de las piezas característ icas de la verdadera Edad del Hierro, fabricadas en este metal. N i una sola de las armas, tan útiles para las clasificaciones y la cronología; aunque esto lo echemos a cuenta del conocido pacifismo turdetano.

33.—COBRE Y B R O N C E : F Í B U L A S .

Para compensarnos de toda esta miseria de los hierros, el poblado bajo de E l Carambolo nos ha dado bastantes y bien definidas piezas de cobre y de bronce. Conviene estudiarlas juntas, por su afinidad, y porque muchas veces no sabemos, sin un análisis competente, si son de cobre puro o de qué clase de bronce.

Fíbulas.

Tenemos, por lo pronto, un interesante lote de fíbulas, ese valioso material arqueológico, que aquí revalida su utilidad. Son dos ejemplares casi completos (faltos sólo de la aguja) y elementos sueltos de otra do­cena, por lo menos. Todas son, al parecer, de un mismo tipo, el famo­so de la fíbula anular o hispánica con pequeñas variantes. Describire­mos para empezar los dos ejemplares más completos, utilizando la ex­celente clasificación establecida por E . Cuadrado (41).

A) E l ejemplar mayor, que llamaremos A, es de tamaño entre me­dio y grande (56 mm. de d iáme t ro ) : fíbula anular, al parecer de cuatro piezas, de bronce con patinación verde, que en los lugares donde ha saltado deja ver un metal algo rojizo. Anillo de sección cilindrica, un poco desigual (2-3 mm. de grueso). E l puente es una lámina plana (de cobre?), que se ensancha hacia el centro (7 mm.) y se estrecha hacia los extremos, recorrida junto a cada borde por una fila de puntos; se arro­lla en dos vueltas por el lado del resorte, y termina en pie largo, con el

(41) E . CUADRADO: La fíbula anular hispánica y sus problemas («Zephyrus», VIII-1, 1957, págs. 5-76); Fíbulas anulares típicas del Norte de la meseta caste­llana («Archivo Español de Arqueología», XXXIII , 1960, págs. 64-97); Más sobre el origen de la fíbula anular («IV Congreso Arqueológico Nacional de Oviedo, 1959», Zaragoza, 1961, págs. 167-169); M A R T Í N ALMAGRO: Sobre el origen y-cronología de la fíbula hispánica («Archivo de Prehistoria Levantina», V, Valencia, 1954); V. Ruiz ARGILÉS: El problema de la clasificación cronológica de las llamadas fíbulas anu­lares hispánicas («Crónica del II Congreso Arqueológico Nacional», Zaragoza, 1952).

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extremo del canal para la aguja arrollado hacia arriba sobre la espiral de sujeción, y se encuentra deformado por aplastamiento. E l resorte de muelle, del tipo II, del que parece que formaba parte la aguja, perdida. La sujeción la forman largas espirales de alambre, de diez y catorce vueltas.

Este ejemplar salió en el departamento llamado del fregadero, y en el nivel II (segundo desde arriba), el día 17 de mayo de 1961.

B) E l ejemplar algo menor, que llamaremos B, es otra fíbula anu­lar, de t amaño medio (45 mm. de diámetro) ; también, al parecer, de cua­tro piezas, en bronce de patinación verde, que en el lugar de rotura de la aguja, que falta, parece algo rojizo. Anillo de sección cilindrica (2-3 mil ímetros de grueso). Puente de sanguijuela, cilindro que se adelgaza hacia los extremos (grueso máximo 7 mm.), montado en arco de medio punto, con pie largo y ancho. Resorte de muelle, muy corto, apenas dos vueltas por cada lado, del tipo I. La aguja se ha perdido, por rotura al parecer moderna, en su mismo arranque. La sujeción de espirales de alambre delgado, seis a cada lado del enganche del puente, que es an­cho, retorcido hacia arriba.

Este ejemplar salió en el corte E., nivel IV, que es el inferior, a una profundidad entre 2,75 y 3 metros, el día 26 de abri l de 1961.

Tenemos, pues, dos hermosos ejemplares de fíbula hispánica, perfec­tamente diferenciados y característ icos. E l mayor, pieza A, puede refe­rirse al tipo 10, o de cinta, en relación con el tipo I, de la clasificación de Cuadrado. E l menor, pieza B, encaja perfectamente dentro del tipo 15, de sanguijuela o croissant, establecido más tarde por el propio Cua­drado (42). Corresponden a variedades repetidas en la mitad inferior de la zona II, céltica, y subzona I A, de extensión céltica, de su mapa de distr ibución. E l tipo de sanguijuela es por ahora muy raro, y los dos ejemplares conocidos por el sistematizador fueron adquiridos en Gra­nada. Desde el punto de vista cronológico, las fíbulas anulares del ti­po 10 son, para Cuadrado, de muy larga duración, asegurada para los siglos v al i antes de Cristo; pero se ignora la fecha de aparición. E n cuanto al tipo 15, no tiene aún cronología. Aquí empezamos a dársela, con nuestra estratigrafía de E l Carambolo Bajo; con la indicación de que en este yacimiento es más antiguo que el tipo 10, aunque pudieron luego convivir. Por lo que veremos ahora, el tipo de sanguijuela abunda mucho menos aquí que el de cinta, que resulta el preferido.

Porque, además de esos dos ejemplares casi completos, nuestro po­blado bajo de E l Carambolo nos ha dado otros varios elementos sueltos de fíbulas. Tenemos en primer lugar tres puentes seguros del tipo 10, o de cinta, dos de ellos en cobre, al parecer, y uno de bronce. E l más interesante es una plancha de 45 mm. de longitud, de forma rombal acusada (8 mm. de anchura máxima) , recorrida por una fila de puntos a lo largo del eje, y otro punto más a cada lado del ensanchamiento; conserva por un extremo el enrrollamiento sobre el muelle, del que le ha quedado soldada una vuelta, y por el otro extremo está rota antes del pie. Un segundo puente, como el anterior, de cobre, es de cinta estrecha

(42) E . CUADRADO: Fíbulas anulares hispánicas de la colección Vives («V Con­greso Arqueológico Nacional», Zaragoza, 1959, págs. 169-179).

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y un poco plano-convexa (48 mm. de larga y 5 de ancha), con la patina­ción verde saltada a trechos. E l tercer puente de este mismo tipo 10, completo, es también de cinta estrecha (4 mm.), pero de bronce y algo más gruesa; conserva el pie y el enganche de este lado, y media vuelta del enganche opuesto. Estos tres ejemplares seguros, además de la pie­za A, casi completa, demuestran la preferencia por las fíbulas del tipo 10 en los habitantes de E l Carambolo Bajo.

Es muy dudoso un posible puente del tipo 15, o de sanguijuela, en bronce, con 55 mm. de longitud actual y 5 mm. de grueso mayor. Con­serva un gancho en media vuelta, para el posible enlace sobre el resorte y está roto por donde empezaría el pie.

Luego tenemos un anillo de resorte y sujeción de muelle de espira­les, de 55 mm. de diámetro, y fragmentos dudosos de otros tres, inde­terminados. También, dos agujas, con restos de la espiral del muelle, correspondientes a ejemplares que tendrían unos 60-65 mm. de diáme­tro, y otros dos o tres posibles. Finalmente, una rama de resorte de muelle, muy grande, que hace suponer una fíbula como de 8 a 10 mm. de diámetro. Todas estas piezas han salido en zonas confusas y no tienen estratigrafía.

Para la aguja en espiral de muelle y para el gran muelle suelto a los que acabamos de referirnos, existe una alternativa, por la que nos in­clinamos, desde luego, y es la de que correspondan a grandes fíbulas sencillas de doble resorte y una sola pieza, como las que han aparecido en tantos yacimientos tempranos de la Edad del Hierro, principalmen­te en Mola (43), en el Cerro del Berrueco (44) y en Cortes de Navarra (45). E n Mola salieron a pares, en las sepulturas, muchas veces reducidas al fragmento del resorte, como éste nuestro, y con otros materiales seme­jantes a los de E l Carambolo Bajo. E l doble yacimiento de Mola está fechado por Vilaseca en los siglos V I I I - V I I antes de Cristo, y por Pericot entre el 850 y el 550, aproximadamente. E n Cortes de Navarra, la fíbula sencilla de doble resorte se encuentra en PHb, fechado por Maluquer entre 725 y 550 antes de Cristo, y evoluciona hacia otros tipos en Pía, fechado entre 550 y 475. Fíbulas de doble resorte se obtuvieron también en Setefilla (46) y en Villaricos (47).

Todo esto confiere un alto valor a estos menudos materiales metá­licos del poblado bajo de E l Carambolo. E n efecto, las fíbulas revali­dan aquí su excepcional categoría arqueológica, como elementos tra-

(43) SALVADOR VILASECA: El poblado y la necrópolis prehistóricos de Mola, Ta­rragona («Acta Arqueológica Hispánica», I, Madrid, 1943, láms. XIII-XIV, figs. 7 y 12, páginas 23 y 58-60).

(44) JUAN MALUQUER DE MOTES NICOLAU: Excavaciones arqueológicas en el Cerro del Berrueco, Salamanca (Salamanca, 1958, lám. XlV-b, págs . 87-88).

(45) JUAN MALUQUER DE MOTES: El yacimiento hallstáttico de Coryes de Nava­rra: Estudio crítico: I (Pamplona, 1954, fig. 45, págs. 133-136, y fig. 50, págs. 144-145, 171, 173-174 y 180).

(46) G . - E . BONSOR y E . THOUVENOT: Nécropole ibérique de Setefilla, Lora del Río, Sevilla (Bordeaux, 1928, lám. VIII-2, pág. 47).

(47) L. S I R E T : Villaricos y Herrerías («Memorias de la Real Academia de la Historia», XIV, Madrid, 1908, fig. 15-b, núm. 9, pág. 400).

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zadores precisos y seguros. Las fíbulas de E l Carambolo completan muy utilmente el panorama peninsular de la especie, y aportan preciosos elementos de juicio para la clasificación y la cronología del yacimiento.

3 4 . — P U N T A D E F L E C H A Y P U N T A D E J A B A L I N A .

Otro par de piezas metálicas del poblado bajo de E l Carambolo son interesantes por sí mismas y por su comparación con otras del fondo de cabana y de yacimientos bien fechados, como los de Mola y el depó­sito de la ría de Huelva.

a) La primera es una punta de flecha, en cobre o bronce bajo, la­minado, con fuerte oxidación de color verde malaquita; de 23 mm. de longitud y 13 mm. de anchura en la base. Es una punta de aletas apenas iniciadas y grueso nervio longitudinal por una de las caras, y es casi idéntica a otra del fondo de cabana, un poco mayor (30 mm.) y con las aletas un poco más desarrolladas. E l aspecto y la estructura foliácea de ambas piezas no pueden ser más semejantes.

Estas puntas de flecha de E l Carambolo son de una fragilidad ex­tremada, que no puede ser obra exclusiva de la oxidación, y que con­trasta con su aspecto robusto, a la vez que primitivo. Se diría que deri­van directamente de las puntas de sílex de los dólmenes, que en esta zona marginal del Aljarafe alcanzan una extraordinaria belleza y perfección. Sobre todo, en las puntas de cristal de roca del dolmen de Ontiveros (48), cuyo túmulo está a la vista de E l Carambolo, a unos cinco ki lómetros a vuelo de pájaro.

Sus paralelos más inmediatos son las puntas de flecha del depósito de la ría de Huelva, algunas de las cuales tienen aletas iniciadas y ner­vaduras; pero las de Huelva son pedunculadas, mientras que la del fon­do de cabana tiene sólo un inicio de pedicelo, y la del poblado bajo mu­cho menos; aunque ha podido perderlo, pues presenta por allí indicios de rotura. Para Martín Almagro (49), «el tipo de punta de flecha de bron­ce con aletas y pedicelo es propio del Bronce Final en todo el Occidente de Europa.. . E n los poblados de la meseta española son frecuentes es­tos tipos de puntas, que aún conviven con las de tipo foliáceo del Bron­ce I y Bronce II. E l tipo aún simple se puede fechar entre el 850 y el 750. Los de aletas desarrolladas, después del 750». Se las encuentra en las necrópolis y en el poblado de Mola, donde salió una muy semejan­te (50); pero sería preciso verlas juntas para comparar el metal que tiene cada una. La nuestra salió junto al muro S.-W., nivel III, a 1,60 metros de profundidad, el 12 de noviembre de 1960.

b) L a segunda pieza es muy semejante a la anterior, en forma y materia, pero mucho mayor (49 mm. de longitud, 22 de anchura en la base, y 12 de grueso con los nervios). Podría tomarse por una punta de flecha gigante, pero es mucho más razonable ver en ella el fragmento

(48) J. DE M. CARRIAZO: El dolmen de Ontiveros ( «Homenaje al profesor Caye­tano Mergelina», Murcia, 1961-62, págs. 209-229).

(49) M A R T Í N ALMAGRO: Depósito de la ría de Huelva («Inventaría Archaelogica: España», fases. 14, Madrid, 1958, lám. 34).

(50) S. VILASECA: El poblado y necrópolis prehistóricos de Mola, l áms . XIII y XIX-2.

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de una punta de lanza, como algunas piezas rotas del depósito de la ría de Huelva (51); o bien, una punta de jabalina, del orden de las en­contradas en el túmulo del dolmen de la Pastora (52), cuyas hojas tienen un t amaño semejante, pero no la robusta nervadura. Las de lanza, de Huelva, sí están nervadas.

Esta punta de lanza, o de jabalina, apareció en el ángulo Norte de la zona excavada, nivel III-IV, el 10 de enero de 1961.

35.—BARRAS, C L A V O S , A G U J A S Y C A L D E R O S .

Abrimos este capitulillo misceláneo de los bronces de E l Carambo­lo Bajo con tres piezas algo semejantes, tres barras de sección rectan­gular y uso indeterminado. La mayor es una barra de un bronce muy os­curo, que parece hierro, de 315 mm. de longitud, 6 de anchura y 3 de gruesa. Una parte presenta oxidación negruzca y brillante, y otra rugo­sa y entre pardo y verde. Los dos extremos parecen un poco redondea­dos. Sin este detalle, dir íamos que podría ser un fragmento de asador. La recogimos nosotros mismos en el corte Oeste de la zona excavada, hacia su mitad longitudinal, dentro del nivel I o superior y a 40 cm. de profundidad, en julio de 1961.

Hay una segunda barra rectangular, doblada irregularmente en án­gulo recto, con una rama de 135 mm. y otra de 72 mm.; sección de 5 por 3 mm., con las esquinas redondeadas, cuando en la barra anterior son vivas. Es de un hermoso bronce dorado, con patinación negruzca, en grandes trechos cubierta por oxidación y concreciones pardas. Los dos extremos están cortados accidentalmente, y a falta de otra indica­ción pensamos que puede ser un fragmento de asador.

La tercera es una barra en forma de cayada, de 122 mm. de rama principal y 25 mm. de rama menor, con 7 mm. de separación. L a barra es de sección cuadrada, con un lado, el exterior de la cayada, redondo. Es de buen bronce dorado, con discreta pat inación verde. E l lado curvo de la cayada es más ancho; y mientras el lado largo tiene un corte l im­pio, que puede ser original, el extremo corto está roto accidentalmente y de antiguo. Ignoramos su destino.

Tenemos luego otro grupo, de clavos, que son cuatro, de tres tipos diferentes. Dos de ellos, el uno completo y el otro incompleto y defor­mado, son muy semejantes, o idénticos. E l que está entero es un clavo de bronce, de cabeza oblonga y abarquillada (32 mm. de larga por 20 de ancha) con el clavo mismo piramidal, cuadrado, de 18 mm. de longitud; el otro, de la misma forma y tamaño, tiene la misma cabeza oblonga y abarquillada, que parece de cobre, y el clavo es más largo, 20 mm. E l tercero es un robusto clavo de bronce dorado de cabeza semiesférica y clavo piramidal, agudo, de 26 mm. de largo. E l cuarto es muy diferente, un pequeño clavo de cabeza lenticular, de 11 mm. de diámetro, y clavo cónico y agudo, de 10 mm. de longitud. Intensa pat inación verdosa.

Viene ahora un grupo de agujas, que encabeza una preciosa aguja de (51) M . ALMAGRO: Depósito de la ría de Huelva, lám. XVIII. (52) M. ALMAGRO: El ajuar del dolmen de la Pastora, en Valencina (Sevilla).

Sus paralelos y su cronología. Madrid, 1962.

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coser, en bronce de bella pat inación verde, de 111 mm. de longitud y 8 de grueso del tallo, entre cuadrado, redondeado y cilindrico, que va adelgazándose hasta la punta aguda. E l ojo, redondo, tiene 2-3 mm. de abertura. Hay otro vastago cilindrico, muy oxidado, de 92 mm. de lon­gitud por 3-4 de diámetro, que por un extremo acaba en punta roma y por el otro se aplasta como para formar el ojo, que falta, por rotura; debe ser otra aguja. Aún pueden ser cabezas de aguja ciega, para el ca­bello, dos piececitas de bronce de patinación verde, de 15 mm. de lon­gitud, que son cilindros rotos con una cabeza esférica, en el uno algo aplastada.

Hay un segundo grupo de agujas, de otro tipo. Son como unos mi­núsculos regatones de lanza, o conos huecos muy prolongados, termina­dos en punta. E l mayor mide 222 mm. de longitud por 5 de diámetro en el cubo, y es de bronce rojizo, o cobre; el mediano, doblado por la mi­tad, 121 por 4 mm.; el menor, con la punta aplastada, 44 mm. de lon­gitud y 5 de diámetro.

Porque se trata, esencialmente, de una barra de bronce, relaciona­mos aquí una pieza única, probablemente de un freno de caballo. Es una barra cilindrica, de 135 mm. de longitud y 4-5 de diámetro, que por un lado termina en cabeza lenticular aplastada y por el otro pasa a ser una lámina plana, que se arrolla. Dentro de esta barra, atravesada por ella, gira una como cabeza de clavo, gallonada, de 22 mm. de diámetro . Con su habitual parquedad, Bonsor inventaría y dibuja una semejante, con la barra de hierro y el bo tón de bronce, entre los objetos metálicos recogidos en la necrópolis de la Cruz del Negro (53). La nuestra salió en el corte Este de la zona excavada, nivel IV o inferior, a 2,80 metros de profundidad, el día 4 de abril de 1961.

Otra pieza única, probablemente un brazalete abierto, es una barra cilindrica de bronce, más gruesa por el centro (5 mm.) y que va adel­gazándose hacia los extremos, como una sanguijuela. Por un extremo termina en una bola un poco apuntada, de 8 mm. de diámetro, y por el otro está rota de antiguo. Se encuentra deformada, y de haber sido brazalete, o pulsera, tuvo que serlo de una niña, y muy abierto. Otra pieza única, y desconcertante, que se diría moderna por su forma, pero que por su bella e intensa pat inación verde es muy antigua, parece algo así como una llave para dar cuerda a un reloj de pared, pero que no ha podido serlo, además, porque no tiene orificio. Mide 45 mm. de longi­tud, por 30 de anchura máxima, a la altura del ojo.

Tenemos también un como glande o bellota de bronce, con una barra cilindrica y maciza, de 32 mm. de longitud y 10 de diámetro , por un extremo redondeada y por el otro terminada en un apéndice lateral, roto. Y otra semejante y del mismo tamaño , pero hueca. Esta ha podido ser contera de algo, y la otra no tiene explicación para nosotros.

Aún tenemos tres alambres de pequeño calibre, uno de ellos, el más grueso, doblado en arco, de uso indeterminado. Y una cinta delgada, que no llega a 2 mm. de ancha, por 122 mm. de longitud, con un extre­mo arrollado. Y un aro o anillito de bronce, con 12 mm. de luz. Final-

(53) G . BONSOR : Les colonies agricoles pré-romaines de la vallée du Betis («Re-vie Archéologique», X X X V , 1899, figs. 97-101, pág. 81).

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mente, para acabar con las piezas de bronce singulares y poco defini­das, reseñamos una plancha de bronce algo foliáceo, de bella pat inación verde, que puede haber sido la abrazadera de un escudo, o mejor un mango de herramienta o de utensilio de cocina. Mide 102 mm. de lon­gitud, 17 de anchura mayor, hacia el centro, y 20 mm. de diámetro del disco terminal.

Para cerrar este capitulillo misceláneo de los bronces en barras de E l Carambolo Bajo, tenemos dos piezas relacionadas o relacionables con calderos de bronce, y con los que se han venido llamando braserillos púnicos. La primera es un soporte de asa, variante de los clásicos de esta especie arqueológica que terminan en manos, pero doblemente anó­malo, porque tiene un solo anillo de soporte y porque no acaba en ma­nos. Es una plancha curvada, con 69 mm de longitud, 14 de anchura y 4 de grueso, que en el centro de la parte convexa tiene soldada una ani­lla, y cerca de los extremos sendos anillos para fijarla al borde del caldero. Un extremo tiene un corte normal, con una pequeña escota­dura, y curvatura de la plancha, el caldero o recipiente del que formó parte mediría de 30 a 35 cm. de diámetro, y tendría una sola asa diago­nal, en lugar de las dos pequeñas asas laterales de los braserillos púni­cos (54). La segunda pieza de este grupo es precisamente una de esas pequeñas asas de tales recipientes; una barra de sección cuadrada y re­dondeada, de 6 mm. de lado, que se adelgaza un poco en los extremos, uno de los cuales está arrollado, para pasar por su anilla, y el otro se encuentra abierto y deformado. Estas dos piezas salieron en el corte E., en el nivel IV o inferior, a 2,80 metros de profundidad, el día 4 de abril de 1961.

3 6 . — P L A C A S : E L E M E N T O S D E B R O C H E S D E C I N T U R Ó N .

Otro pequeño lote de bronces de E l Carambolo Bajo, insignifican­tes en apariencia, pero de cierto valor arqueológico, lo forman unas planchitas y una especie de regletas, muy fragmentadas y oxidadas, en las que con paciencia y con la ayuda de buenos términos de compara­ción podemos reconocer elementos de ese tipo de broches de cinturón de los que el yacimiento del Acebuchal de Carmona nos ha dado unas pequeñas obras maestras, que además están muy bien estudiadas.

Se trata de cuatro plaquitas, dos de las cuales tienen incorporadas, mediante clavos o roblones, unas tiras estrechas que fueron los garfios de sujeción, y de una de esas tiras, con el arranque de los pequeños ganchos. He aquí sus caracter ís t icas :

A) Plancha de bronce foliáceo y muy oxidado, incompleta, partida en cuatro pedazos muy oxidados, de forma rectangular y con los ángu­los redondeados, que cuando estaba completa medir ía unos 50 por 45 mil ímetros. Del centro de los lados más anchos arrancan dos tiras de la misma plancha, la una plana, de 18 mm. de longitud y 7 mm. de an­chura, algo decreciente; la otra, de unos 6 mm. de larga, incurvada y

(54) EMETERIO CUADRADO D Í A Z : LOS recipientes rituales metálicos llamados «bra­serillos púnicos» («Archivo Español de Arqueología», X X I X , 1956, págs. 52-84).

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rota; aunque luego pegada por nosotros. Es una pieza fragilísima en su estado actual.

B) Plancha de bronce cuadrada, de 36 por 37 mm., por un lado, muy oxidada, y por el otro, libre a trechos de oxidación. Por esta cara, y sobre uno de los lados largos, un vastago de bronce foliáceo muy oxi­dado y pegado con un roblón. Por la misma cara, en uno de los ángulos libres, sobre un trecho sin oxidación, un fino grabado a buri l con dos ramas de zig-zag.

C) Plancha de bronce rectangular, de 36 por 29 mm., muy oxida­da por las dos caras, salvo en cierto trecho de una de ellas, en el que se ven otras finas inicisiones en zig-zag. Casi en el centro de esta misma cara, una tira de bronce unida por dos clavos remachados. E n dos án­gulos, pequeñas escotaduras, como perforaciones para un clavito circular.

D) Plancha de bronce foliáceo extraordinariamente oxidada en co­lor verde esmeralda, con una franja doblada sobre sí misma y la parte sencilla rota en varios pedazos. La parte conservada, en la que sólo exis­te parte de un lado recto, mide 30 por 45 mm. Hacia el centro, el aguje­ro de un clavo.

E) Barra de bronce foliáceo muy oxidado, accidentalmente partida en dos, de 62 mm. de larga por 7 mm. de ancha y 2-3 de gruesa. Por los dos extremos termina en puntas pequeñas y globulares, la una recta y la otra doblada respecto del eje.

Tenemos aquí una serie de elementos de placas de cinturón, del tipo de Los Alcores, dado a conocer por Bonsor (55) y estudiadas por Ca­bré (56). Los ejemplares más hermosos proceden del Acebuchal y se con­servan en el Museo Arqueológico de Sevilla. Nuestra plancha A resulta semejante a la pieza 1 de Cabré, y probablemente también a la 2, que tiene rotos los garfios. Todavía se parece más a uño de los tres broches de cinturón de una tumba protohis tór ica encontrada entre las de la necrópolis romana de Carmona y publicada por Bonsor (57), que tiene sus dos garfios plenamente desarrollados y es completamente lisa. Las dos del Acebuchal tienen dibujos a buri l , como las nuestras B y C. Por sus proporciones apaisadas se parece también a la pieza 3 de Cabré.

Nuestras planchuelas B y C son de otro tipo, en el que los garfios para cerrar el broche no son prolongaciones de la misma lámina metá­lica, sino barras superpuestas y unidas mediante clavos remachados. Es el modelo normal de esta clase de broches, que además de en E l Acebuchal han aparecido en la necrópolis de la Cruz del Negro, cerca de Carmona (58), y en Setefilla (59). Y corresponden a la descripción de

(55) G . BONSOR: Les colonies agricoles pré-romaines de la voltee du Betis, fi­gura 13, págs . 26-27.

(56) JUAN CABRÉ AGUILÓ: LOS dos lotes de objetos de mayor importancia de la sección de arqueología anterromana del Museo Arqueológico de Sevilla («Memorias de los Museos Arqueológicos Provinciales», V, 1944, Madrid, 1945, láms . X X X V I - X L , págs . 126-135).

(57) GEORGE EDWARD BONSOR: The archeological sketch-book of the román ne­crópolis at Carmona (The Hispanic Society of America, Nueva York, 1931, lámi­na L X I X , pág. 119).

(58) G . - E . BONSOR y R. THOUVENOT: Nécropole ibérique de Setefilla, figs. 35-36, lámina VIII, pág. 45.

(59) G . - E . BONSOR: Les colonies agricoles pré-romaines, figs. 91-96, pág. 81.

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Cabré : «Por regla general, todos los broches de cinturón, desde su ori­gen hasta la cultura romana, pertenezcan a cualquiera de las culturas que los fabricaron en la Península Ibérica, son de bronce, fundidos en molde y de una sola pieza. La ornamentación de ellos se hizo después. Ahora bien, por excepción, los broches del bajo Guadalquivir, concep­tuados como de fabricación ya peninsular y en dicha comarca, están constituidos con varias planchuelas de bronce recortadas y con una es­pecie de regletas con garfios en ambos extremos; las piezas se organizan superponiéndose las planchuelas y las regletas y sujetándolas con ro­blones también de bronce. Su ornamentación generalmente es grabada a buril o mediante láminas de bronce repujadas, que se superponen a las planchuelas de cada una de las dos piezas de los broches y quedan fijas a las mismas por el abarquillado de cada uno de sus extremos, o bien rebatiendo o doblando sus bordes hacia el reverso de dichas plan­chuelas. Por lo tanto, se trata de una organización mucho más compleja y sabia que las de las otras industrias similares coetáneas de toda la Península Ibérica y sin paralelismos técnicos con ellas» (60).

Nuestra plancha D, con su lámina doblada, tiene también su parale­lo técnico en E l Acebuchal. Y la barra E nos da el tipo de la que tendría cruzada y clavada esa plancha D, si es que no es la suya precisamente. Por algún tiempo creímos que otra lámina de bronce doblada sobre sí misma (45 mm. de longitud, 5 de anchura) sería una barra de un broche de cinturón semejante; pero bien estudiada se ha visto que no tiene huella de la perforación para fijarla a una plancha. Doblada por un ex­tremo y abierta entre extremos curvos por otro, tenemos en ella unas pinzas de depilar, como otra de Setefilla (61), según modelos conocidos de Hallstatt.

De este pequeño lote de fragmentos de broches de cinturón de bron­ce de E l Carambolo Bajo puede repetirse lo que escribió Cabré de las piezas insignes del Acebuchal, que «se trata de un conjunto muy homo­géneo en lo que afecta al orden técnico industrial, muy distinto al que imperaba en la industria de este género de objetos en las restantes cul­turas de la Península Ibérica más o menos coetáneas, y por consiguien­te, deben considerarse, según el estado actual de estos estudios, pecu­liares exclusivamente de un pueblo céltico del bajo Guadalquivir en re­lación con las colonizaciones fenicio-púnicas». Salvo un ejemplar aisla­do y distinto, de Sanchoreja, «no conocemos otros paralelismos de la misma índole del resto de la Península Ibérica, ni siquiera de toda el área de expansión de las colonizaciones fenicio-púnicas por el litoral medi terráneo». Para Cabré, en conclusión, «este conjunto de broches pertenece a un proceso artístico-industrial , muy probablemente de abo­lengo fenicio-púnico, quizá desarrollado por los celtas del S. de la pro­vincia de Sevilla durante los siglos v y iv a. de J . C.» (62). Pero, proba­blemente, son más antiguos.

(60) J . CABRÉ: LOS dos lotes de objetos... del Museo Arqueológico de Sevilla, página 131.

(61) G . - E . BONSOR y R . THOUVENOT: Nécropole ibérique de Setefilla, lám. V I I I - 1 , página 46

(62) J . CABRÉ: Los dos lotes de objetos... del Museo Arqueológico de Sevilla, páginas 127 y 133-134.

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Es dudoso, pero posible, que debamos relacionar con semejantes broches de c in turón otras cinco planchitas de cobre o bronce, muy del­gadas e irregulares; una de las cuales, con forma de cartela apaisada, lleva unas finas líneas de buril , paralelas a los bordes y ajedrezadas.

3 7 . — P L A N C H A S D E A R M A D U R A o R E F U E R Z O S D E V A I N A S .

Otro lote de bronces del poblado bajo de E l Carambolo pueden agru­parse bajo la etiqueta de elementos para armar o reforzar vainas de espadas, o puñales. Es muy de lamentar que hayan aparecido sin las ar­mas mismas, pero téngase en cuenta que lo que hemos empezado a ex­cavar es un lugar de habitación en el que sólo han quedado fragmentos de desecho. Las piezas completas hay que buscarlas en las tumbas, y todavía no hemos localizado las necrópolis de E l Carambolo, aunque sabemos dónde hay que buscarlas.

Ahora se trata de un grupo de planchas de bronce que por su forma, o por los clavos y remaches que las atraviesan, parece que han podido servir como abrazaderas o piezas para armar y reforzar vainas de armas cortantes, necesitadas de semejante protección. La más definida es una planchita muy delgada, de 40 mm. de larga y 28 de ancha, cortada en línea recta por un lado corto y que aparece con un claro reborde por los lados largos y por el otro extremo corto, en arco de círculo; se diría que es el refuerzo de la punta de una daga o cuchillo corto. Otra, de 40 mm. de larga y 20 de ancha, se estrecha hacia el final, roto, y presen­ta el agujero de un clavito por el otro lado corto. Por su oxidación más extensa se parece más a las anteriores planchas de broches de cinturón que a las de este grupo, con el que se relaciona por su silueta y por una como iniciación de doblez o reborde. La tercera es una plancha mayor, de 85 X 33 mm., con un doblez casi a la mitad, como para quedar en dos ramas paralelas, separadas unos 4 mm.; cerca de los extremos, los dos agujeros de un clavo.

Las tres piezas restantes, relacionadas con las anteriores, tienen de común entre sí que han conservado sus clavos o roblones. La una es en realidad doble, formada por dos abrazaderas, la una de 16 mm. de ancha, doblada en dos ramas de 45 y de 36 mm., con su clavo final, cruzada dentro de otra de 18 mm. de ancho, doblada en dos ramas de unos 30 mm., también con su clavo. Son dos abrazaderas clarísimas, destinadas a reforzar una funda de cuero. También lo será otra, de una plancha de 60 mm. y ancho decreciente de 20 a 15 mm., mal doblada en dos ramales, atravesados por un clavo remachado, con la punta do­blada. La úl t ima es otra plancha de unos 63 mm. de larga, con anchura decreciente de 13 a 10 mm., atravesada por un clavo de doble remache de 35 mm. de longitud, en forma que parece una hebilla.

Pueden estar en relación con estas vainas unas planchas de aspecto semejante a las anteriores, pero sin nada que determine su utilidad. Una parece haber formado parte de un gran disco, o de un arco de círculo, que tendría unos 18-20 cm. de diámetro. Otra es una planchita periforme, de 22 mm. de eje mayor y 18 de eje menor. Otra aún, es también una plancha, ahora muy oxidada, de silueta periforme, incom-

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pleta por el enganche y por un costado, que ahora mide 50 mm. de lar­ga y 25 de ancha, acompañada de unos fragmentos pequeños, el mayor de los cuales parece de una pieza distinta y semejante. Salieron a 75 cm. de profundidad, hacia el centro de la zona excavada, el día 28 de julio de 1960. Ha podido ser, también, colgante de un collar. Otro grupo de fragmentos muy menudos, de aspecto semejante por su avanzada oxida­ción, entre los que hay dos de perfil curvo y otros dos asociados por la oxidación con cabezas de clavos, apareció en el corte Norte y nivel IV, entre 2 y 2,5 m. de profundidad.

38.—BRONCES I N D E T E R M I N A D O S Y D U D O S O S .

Agrupamos en este capitulillo aparte una pequeña relación de pie­zas de bronce de E l Carambolo Bajo todavía menos determinadas que las anteriores, o francamente dudosas, hasta de su antigüedad.

Tenemos por lo pronto cuatro grupos de pequeños fragmentos de barras, más o menos foliáceas, y de alambres gruesos, que no permiten adivinar de qué clase de piezas formaron parte. Un grupo de 37 piececi-tas, entre las que hay dos ahorquilladas y una hueca, aparecieron en el nivel IV del corte Este. Cerca de ellos encontramos dos piezas raras: la una, como una especie de hebilla oblonga con dos travesanos, rota en tres pedazos e incompleta, en la que la oxidación deja ver unas rosetas, mide unos 50 mm. de larga por 25 de ancha, se parece a una hebilla de travesano sencillo y pasador de hierro encontrada en una tumba no romana de la necrópolis romana de Carmona (63); y otra es fragmento único de una más , semejante. E l segundo grupo, de 31 piezas, muy de­gradadas, tiene algunas curvas, como partes de anillas, y otra como un gancho. E l tercer grupo, de 8 piezas, una con punta y otra con gancho, salió en el ángulo Norte, nivel IV, entre 2 y 2,5 metros de profundidad, el 21 de enero de 1961. E l cuarto grupo, con cuatro piezas, una de las cuales parece la reproducción a escala de juguete de una espada con el largo pomo terminado en un disco (longitud, 70 mm.), apareció en el ángulo Este y nivel IV, a 2,5 m. de profundidad, el día 13 de marzo de 1961.

Entre las piezas de bronce indeterminadas tenemos un como pequeño fussaiolo, en tronco de cono aplastado, de 18 mm. de diámetro y 7 mm. de altura, muy oxidado, cuya perforación permite pensar como alterna­tiva que haya servido de peso para algo, por ejemplo para una red de pesca. Y una plancha de bronce muy dura, doblada como e l pico de l a boca de un jarro, aunque probablemente no lo será; en su posición actual mide 45 mm. de máxima dimensión. Y aún hay hasta una veintena de fragmentos de pequeño tamaño, de imposible determinación.

Ahora, dos piezas dudosas. Una es cierta arandela de bronce, que parece torneado, con 35 mm. de diámetro y ojo central de 13 mm. Su hermosa pat inación verde ha resultado favorecida cuando hemos lim­piado el anverso, la parte torneada, para darnos cuenta del material y del trabajo. Preferimos pensar que es de tiempos modernos y que se hizo

(63) G . - E . BONSOR: The archeological sketch-book of the román necrópolis at Carmona, lám. L X I X , abajo, a la izquierda, en la segunda página de dibujos.

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para aumentar el valor decorativo de un clavo de adorno de una puerta o de un mueble. Pero en la Prehistoria alemana de Kosina (64) hay una pieza tan semejante, del Museo de Freinwalde del Oder, atribuida al siglo i i de nuestra Era , que llegamos a dudar. Las mismas dudas recaen sobre otra pieza de bronce con bella patinación verde rugosa (45 mm. de longitud, 19 de anchura mayor), idéntica a una llave de reloj de pared, pero sin ojo n i vastago, cilindrico y con algo como vestigio de rosca. Y a nos referimos a ella.

No es posible duda alguna sobre otros objetos de bronce que han salido en nuestra pequeña excavación del poblado bajo de E l Carambolo, porque son de todo punto modernos. E n el ángulo Norte y nivel III apareció el día 31 de diciembre de 1960 un disco metálico que al lim­piarlo, en lo que ha sido posible, resulta ser una moneda fraccionaria de cobre, alemana o escandinava, del siglo X V I I . L a explicación de su hallazgo a tal profundidad es que había sido removida la tierra de aquel lugar para plantar un olivo, que ahora se ha talado. E n la capa vegetal de superficie ha aparecido otra moneda de cobre de la primera Repú­blica española.

E l hallazgo moderno más curioso ha sido el de toda una pequeña colección de botonaduras de puños de camisa, que aparecieron juntos, también al lado de un olivo, en la base del nivel I, a 60 cm. de profun­didad: seis son discos de 9 a 15 mm., con sus anillitas, de los que uno conserva el travesano articulado; y el sépt imo es uno de esos botones esféricos calados, en el estilo de la filigrana de Salamanca, que se han usado para puños de camisas y para decorar los pantalones abiertos. E l modesto paseante que los perdió no podía figurarse que habían ido a enriquecer un yacimiento arqueológico.

3 9 .—P I E O B A S E A B O C I N A D A D E U N R E C I P I E N T E .

Para final del inventario de los bronces del poblado bajo de E l Caram­bolo hemos reservado el objeto mayor y más extraño de los recogidos en nuestra pequeña excavación. Es una pieza formada por la unión de otras dos, cilíndrica-tubular y abocinada, respectivamente, fabricadas en una chapa de bronce de excelente calidad, gruesa de 2-3 mm., de bella pat inación verde. E n su estado actual mide 99 mm. de altura, 178 de diámetro en la boca mayor y 65 de diámetro en la boca menor. L a unión de las dos piezas se aseguró mediante tres pares de robustas charnelas, más rectangulares las de la parte cilindrica y semicirculares las de la parte abocinada, cruzadas por roblones o pasadores bien remachados. E l borde libre de la parte cilindrica tiene otras tres charnelas, que ahora son redondeadas, y una de ellas conserva su clavo-pasador. Luego por aquí empalmaba una prolongación del objeto, que probablemente sería un recipiente de regular capacidad, digamos una crátera; aunque tam­poco es imposible que nuestro bronce haya sostenido una pieza de ador­no del tipo de los candeleras de Lebrija.

Nuestros obreros tuvieron otra idea cuando la pusimos al descubier-

(64) GUSTAF KOSSINA: Die deutsche Vorgeschichte. Leipzig, 1951, fig. 417, arriba, a la izquierda.

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to, en la mañana del 26 de julio de 1960, pegada a un muro (o cimiento) inmediato al corte Este, en el nivel III, a 1,15 m. de profundidad. Como les había impresionado un nombre propio que ha sonado muchas veces desde que apareció el tesoro (65), antes de que el bronce estuviera sepa­rado del muro ya le habían dado fecha y destino: la trompeta de Argan-tonio. Casi toda la tierra de la excavación se ha cernido, pero en las inmediaciones del lugar donde apareció la «trompeta» se hizo con mayor interés^ Pues no salió ninguna otra pieza metálica que pudiera ser com­plementaria, ningún trozo de cerámica o de otro material útil para con­tribuir a su datación y aclarar su significado.

Técnicamente, es un objeto notable por la regularidad de la forma, de una silueta elegantísima, y por la perfección del trabajo, compatibles con una nota inexplicable, pero evidente, de arcaísmo. E n cuanto a la forma, no se conseguiría más perfecta con nuestros medios modernos. La curva, en gola armoniosa, tiene un desarrollo geométrico exacto y feliz en todas sus proporciones. E n cuanto al trabajo, la igualdad de la lámina de duro bronce, el círculo perfecto del abocinado, el acoplamien­to irreprochable de las dos piezas, aunque descontemos lo que ha ayu­dado la oxidación, resultan impresionantes. Pero, al mismo tiempo, el sistema de enlace es más bien tosco y primitivo.

Examinada la pieza con atención, parece advertirse alguna diferencia entre el trabajo de la parte cilindrica y el de la parte abocinada. E n la primera, la superficie es más irregular, el grueso menos uniforme y la pat inación es más granulienta y de un verde más intenso. Incluso parece que el bronce fuese de peor calidad, y de hecho se ha deformado y hasta se ha roto por una gruesa muesca del borde libre, mientras la parte abocinada no ha sufrido alteración.

Mirando a la pieza solamente, sin investigar paralelos, por ahora puede afirmarse que lo que sostenía inmediatamente este pedestal era una cosa redonda y convexa, una superficie más o menos esférica. Esto lo dice el hecho de que las tres charnelas superiores, en vez de estar más o menos horizontales, como las del empalme de las dos partes actuales, están inclinadas hacia abajo. La que conserva el clavo y otra con la per­foración abierta para el suyo están más inclinadas (casi 5 mm. en sus extremos), mientras que el tercero, que no tiene clavo ni agujero visible, está menos inclinado (entre 2 y 3 mm.). Si la inclinación de los tres fuera la misma, podr íamos calcular la curvatura de la pieza que hubo encima. Siendo diferente, no podemos determinarla, pero sí afirmar que era un objeto de superficie curva. Y de un desarrollo considerable.

Una circunstancia muy notable, muy digna de tenerse en cuenta, es el parecido extraordinario de nuestra pieza en tamaño, forma y silueta con otras igualmente fragmentarias en diversas especies cerámicas de este mismo yacimiento de E l Carambolo Bajo. E n efecto, aparte de otros fragmentos menos definidos, nuestra limitada excavación nos ha dado unos cuantos soportes o pedestales de vasos, realizados en tres de las más nobles variedades característ icas de la vajilla de este poblado, que reproducen el aspecto y la silueta y las medidas de esta pieza de bronce.

(65) Nuestra primera comunicac ión sobre el descubrimiento la titulamos Un tesoro digno de Argantonio: Joyas de oro prehistóricas del cerro de El Carambolo (diario « A B C » de Sevilla, núm. 17.230, 16-XI-1958).

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Uno, casi exactamente de las mismas medidas (pero, naturalmente, de paredes más gruesas), está realizado en la cerámica marrón, espatulada, que es la especie que más abunda en E l Carambolo. Otro, un poco más alto y espigado, roto por encima de un gollete, corresponde a la especie cerámica que durante cierto tiempo se llamó cerámica gris ampuritana, de la que ahora sabemos que unas son piezas de importación, de Focea, y otras derivaciones locales. Un tercer pedestal, de la misma forma abo­cinada y casi del mismo tamaño que los dos anteriores y el bronce, tiene el mismo gollete que el precedente, pero, recompuesto de muchos frag­mentos, desarrolla del otro lado del gollete otra campana, incompleta, de la que el gollete es también la base menor y está realizada en barro amarillento, con magnífico esmalte rojo coral. Esta identidad de formas sugiere muchas cosas, como veremos al estudiar la cerámica; pero por lo pronto postula un origen común, que sólo puede ser indígena.

Pensando en términos de cerámica griega, estos pedestales sugieren el pie alto de una crátera o el soporte independiente de un dinos. Con­cretamente, el pedestal de cerámica de esmalte rojo coral evoca esos jarros de pie muy alto de la cerámica roja monocroma de la protohis-toria siciliana; por ejemplo, una pieza de Pantálica reproducida por Bar-nabó Brea (66), correspondiente a la cultura siciliana del Bronce inferior (siglos X I I I - V I I I antes de Cristo), en relación con la anterior cultura de Thapsos. E l ajuar de una tumba de Monte San Vincenzo, cerca de Cal-dere (Agrigento), en el Museo de Siracusa, incluye, con pies tubulares muy altos, unas grandes jofainas de bronce y dos dagas de punta re­donda, un alto pie tubular abocinado. Barnabó Brea cita «un fragmento de vaso hecho con bronce, unido con pequeños remaches y descubierto en la necrópolis de Thapsos, (que) debe ser comparado con las grandes jofainas de Caldere» (67). Pero no lo reproduce, desgraciadamente.

E l paralelo ópt imo para nuestro bronce está, por ahora, en el mundo villanoviano y etrusco. Pensamos en el gran vaso cinerario, en bronce, del sepulcro De Luca, en el Museo Cívico de Bolonia (68). Un amplio campo de paralelos formales nos lleva al bucchero etrusco, en el que se repiten la misma silueta del pie y los mismos golletes. Baste la referen­cia a los ejemplares conservados en nuestro Museo Arqueológico Nacio­nal y estudiados por J . M . Blázquez (69). Sus fechas van de finales del siglo v i n a la segunda mitad del v i , antes de Cristo.

(66) L . BARNABÓ B R E A : Sicilia (colección Grandes pueblos y lugares, dirigida por Glyn Daniel, trad. R. Griñó, Barcelona, 1962, lám 61).

(67) L. BARNABÓ B R E A : Sicilia, figs. 26-27, págs. 130-138. Pequeños fragmentos de la cerámica de estilo Moarda ( lám 26) han salido en E l Carambolo Bajo La cerámi­ca bruñida de la Edad del Cobre siciliana ( láms . 21-22) tiene formas y técnicas que también se repiten en E l Carambolo. Para los pedestales de vasos, además de los paralelos en el mundo célt ico de la Meseta, tenemos los de las tumbas eneol í t icas en fosa inmediatas al dolmen de Hidalgo, en las inmediaciones de la desemboca­dura del Guadalquivir, que ahora publicaremos.

(68) PERICLE DUCATI: Guida del Museo Cívico di Bologna (Bologna, 1923), pá­gina 108.

(69) J . M . BLÁZQUEZ: La colección inédita de bucchero etrusco del Museo Ar­queológico Nacional de Madrid («Zephyrus», XI-1, 1960, págs . 141-150, figs. 3, 6-8 y 10-12).

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40.—CERÁMICAS D E L P O B L A D O B A J O D E E L CARAMBOLO.

Si el indigenismo de las creaciones cerámicas del fondo de cabana de E l Carambolo necesitaba alguna corroboración, ha venido a proporcio­narla nuestra excavación del poblado bajo, iniciada a unos 150 m. del fondo de cabana, en la ladera Norte del mismo cerro de E l Carambolo, y su expolio alfarero. Bien advertidos del valor de estas cerámicas, tanto por el descubrimiento de las especies nuevas, encontradas junto al lugar del tesoro, como por el contraste de las reconocidas en el corte estrati-gráfico de Carmona y en la excavación inicial del poblado Ebora, la recogida, limpieza, clasificación y estudio de los fragmentos cerámicos levantados en los cuatro niveles arqueológicos del poblado bajo la hemos llevado a cabo con la meticulosidad de una preparación anatómica. Y nos ha revelado la evolución posterior, in situ, de la alfarería del fondo de cabana.

La comparación entre estos dos repertorios cerámicos no puede ser más elocuente. De las veinte variedades reconocidas en el fondo de cabana, hay unas que se conservan más o menos evolucionadas, otras que se enrarecen y se extinguen y otras que, apenas iniciadas allí, ad­quieren en el poblado bajo un magnífico florecimiento.

E n el primer caso se encuentran, inesperadamente, algunas cerámicas arcaizantes o de tradición neolítica, que se hubiera dicho condenadas a inmediata desaparición. Por el contrario, la generalización del uso del torno de alfarero, que ahora se acredita cumplidamente, no implica el abandono de estas viejas vasijas primitivas, fabricadas a mano, que si­guen dándose en todos los niveles del poblado bajo. Tal vez esta super­vivencia pueda explicarse por la misma razón que encontramos para justificar su presencia en el fondo de cabana, por ser cerámicas de uso, destinadas a la cocina, que pueden ser contemporáneas de todas las es­pecies más ricas y decoradas; como en nuestros hogares conviven un cántaro de Lebrija y una porcelana danesa.

Más sorprendente que la perdurac ión de esta cerámica, clasificada como la clase 2 en el fondo de cabana, es la presencia en el poblado bajo de otros productos cerámicos específicamente eneolíticos. Este es el caso de las cucharas, piezas oblongas de barro cocido, fabricadas a mano, con un lado convexo, que a veces tiene un nervio longitudinal, y otro lado cóncavo, con una imbricación de línea rehundidas paralelas que se cruzan en ángulo recto. E n el fondo de cabana señalamos la presencia de una de estas cucharas, algo incompleta. Ahora, en el poblado bajo hemos encontrado fragmentos de tres ejemplares, muy semejantes entre sí y semejantes al otro primero; abundancia que excluye la posibilidad de interpretar su conversación como un accidente, o un capricho indi­vidual. Ha de ser una supervivencia deliberada, y por tanto significativa de una tradición local.

Entre los productos cerámicos que al pasar del fondo de cabana al poblado bajo se enrarecen y se extinguen, está la más rica cerámica pin­tada, clase 18, que hemos llamado tartésica. Entre todos los millares de fragmentos cerámicos del poblado bajo, limpios y reconocidos uno por uno, apenas se han encontrado tres que presenten vestigios de pintura de esta especie; simples vestigios, insignificantes por su calidad, pero

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muy significativos por su presencia solitaria y por su rareza. Representan el testimonio de algo que ha existido allí mismo y que ya no existe. Esto es, por cierto, lo que nos ha llevado a mirar como una manifestación es­pecífica de la cultura tartesia esa cerámica pintada, que debió interrum­pirse al pasar de lo tartésico a lo turdetano. Mejor dicho, lo que se inte­rrumpe es la pintura, pues recipientes de fabricación muy semejante siguen dándose en el poblado bajo, aunque ya no están pintados en aquel estilo. De la misma manera desaparecen otras especies selectas del fondo de cabana, como los menudos y primorosos platitos de la clase 7, o los cuencos bruñidos al exterior y con pintura roja uniforme y deleznable por el interior de la clase 8.

E n cambio, otras especies que apenas se inician en el fondo de caba­na adquieren en el poblado bajo un gran desarrollo. Las más abundantes y característ icas son las ánforas punicoides de la clase 5, la cerámica gris de la clase 4, la cerámica pintada en fajas y líneas horizontales de la clase 9, la cerámica de esmalte rojo de la clase 14 y, con menos dife­rencia, la cerámica de retícula bruñida de la clase 17. Obsérvese, por lo pronto, que todas son especies fabricadas en el torno, con pleno dominio de todas sus posibilidades.

A t í tulo de anticipo y de ejemplo, adelantamos aquí algunas caracte­rísticas generales de tres especies representativas.

Las ánforas de boca estrecha y asas redondas.

Un tanto por ciento muy elevado, que casi se acerca a la mitad, del total de los millares de fragmentos cerámicos que hemos retirado del terreno durante la primera campaña de nuestras excavaciones del po­blado bajo de E l Carambolo corresponden a unas ánforas de barro ama­rillento, fabricadas a torno, de perfil ovoide, solero apuntado, hombros carenados, en los que se insertan pequeñas asas verticales, redondas, de sección circular, y bocas estrechas, de rebordes poco elevados. Es el tipo que ya aparece en el fondo de cabana, clase 5 de nuestra clasificación. Pero allí son muy pocos ejemplares, que sólo aparecen en los niveles su­periores, mientras que aquí son muchís imos y se encuentran en todos los niveles. Comparativamente, los pocos ejemplares del fondo de cabana parecen vasos más robustos y de mayor capacidad, con las asas más grandes y m á s gruesas; y los muchos del poblado bajo son de t amaño algo menor, con paredes más delgadas y asas más pequeñas .

Esta especie cerámica, que tanto por su abundancia como por su uni­formidad se destaca poderosamente en el panorama alfarero del poblado bajo, tiene sus paralelos, por una parte, en las que Almagro ha llamado «ánforas del tipo arcaico ampuri tano», fechándolas en el siglo v i antes de Cristo (70), y, por la otra, en los niveles prerromanos de la isla de Mogador, donde salieron también otras cerámicas hispánicas y donde M . André Jodin (71) ha descubierto unas trescientas asas de ánforas se-

(70) M A R T Í N ALMAGRO: Las necrópolis de Ampurias, vol. I : Introducción y ne­crópolis griega. Barcelona, 1953, pág. 91. Estas ánforas son la forma 33 de CINTAS, en su Contribution a l'étude de l'expansion carthaginoise au Maroc. París, 1954, página 96.

(71) ANDRÉ JODIN: Noté preliminaire sur l'établissement pré-romain de Moga­dor: Campagnes 1956-1957 («Bullet in d'Archéologie Marocaine», II , 1957, págs . 20-23).

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mejantes a las nuestras, haciendo notar que faltan en los establecimien­tos púnicos del Norte de Africa, mientras que en las costas de l a Penín­sula se dan, aparte de Ampurias, en Villaricos, donde pueden atribuirse también al siglo — v i (72), en Alcacer do Sal (73) y en Ebora. Es decir, que este producto cerámico, al que podría suponerse origen cartaginés, falta en los focos de la cultura púnica y, en cambio, se encuentra repar­tido por casi todo el litoral hispánico, y con extraordinaria abundancia en la costa at lántica del Sur de Marruecos, en Mogador, y ahora en nuestro E l Carambolo, en la cabecera del estuario del Guadalquivir. Todo lo cual implica una inversión en el modo de entender las relaciones entre Cartago y España y obliga a considerar estas ánforas como una creación hispánica.

Como vimos anteriormente, F. Benoit supone que estas ánforas son fenicio-chipriotas, el envase normal del vino, moneda de cambio de los fenicios en los mercados donde compraban los minerales y la sal de la Bética. Allí mismo adelantamos nuestras objeciones, sobre las que vol­veremos en otro lugar. Desde luego, la abundancia y uniformidad de las ánforas demuestran un comercio activísimo.

Sólo hemos podido reconstruir, hasta ahora, un ejemplar completo de semejantes ánforas, porque los 85 pedazos en que se rompió de antiguo estaban y pudieron recogerse juntos. Para otros varios ejempla­res se han llegado a pegar fragmentos suficientes para definir la forma y el t amaño. De alguna se han conservado trozos grandes, que incluyen la boca o las asas. Con todo ello se obtiene la impresión muy segura de la constancia del tipo y de la talla; una comprobación importante. Son caracteres uniformes el perfil ovoideo, el solero ligeramente apuntado, los hombros carenados, las asas pequeñas y redondas, de sección gruesa y circular, y las bocas estrechas, con rebordes bajos, de perfiles poco di­ferentes, aplastados. También son constantes el color amarillento del barro y el grueso de las paredes, el torneado seguro y regular, la cocción entre regular y buena, sin llegar a ser excelente, y, por supuesto, la ausencia de cualquier decoración. Desde luego, son piezas industriales, fabricadas en serie, sin ningún refinamiento individual. Y ello es también un rasgo nuevo, sobre todo en relación con las otras cerámicas ricas de E l Carambolo, como la pintada tartésica.

Nuestro ejemplar reconstruido presenta, con todo, una decoración que parece excepcional. Por debajo de la panza o d iámetro mayor pre­senta cuatro canales paralelos, que inevitablemente nos recuerdan los cuatro canales, mucho más enérgicos, que ostenta debajo del cuello el mayor recipiente pintado del fondo de cabana. Por lo demás, es una pie­za bien representativa de su especie; hasta por la deformación de una de las asas, que se da en otros ejemplares. Sus medidas son 65 cm. de altura y 10 cm. de diámetro en la boca. Vemos que se ra jó al cocerlo, o mientras estaba en uso, por lo que a uno y otro lado de la línea de

(72) M. A S T R U C : La necrópolis de Villaricos («Informes y memorias de la Co­misaría General de Excavaciones Arqueológicas», núm. 25, Madrid, 1951 pág 24 y lám. X I , 2).

(73) M . DE LOURDES COSTA A R T H U R : Necrópolis de Alcacer-do-Sal ( «Segundo Con­greso Nacional de Arqueología, Madrid, 1951», Zaragoza, 1952, págs . 369-380, lámi­na L V I ) .

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fractura se abrieron las consabidas perforaciones para lañarlo. Cosa que se repite muchas veces en E l Carambolo.

Las escasas variantes de esta especie cerámica del poblado bajo se dan en algunos ejemplares que serían más estrechos y largos, a juzgar por fragmentos sueltos; o bien en la forma y t amaño de las asas, que a veces son de curva mayor, pero de menor sección; o en la forma del borde de la boca, siempre de poco desarrollo, unas veces más aplastadas y horizontales, otras de sección triangular. Sin embargo, todo son peque­ñas divergencias, que apenas alteran la rotunda uniformidad del tipo.

Cerámica de retícula bruñida.

Entre las notas sobresalientes del conjunto de los ajuares domésticos del segundo yacimiento de E l Carambolo destacan la abundancia y la va­riedad de las piezas decoradas con el procedimiento que hemos llamado retícula bruñida. Esta denominación, que nos fue sugerida por el maes­tro Gómez-Moreno, ha hecho ráp ida fortuna.

E n el fondo de cabana recogimos 289 fragmentos de esta cerámica, de los que algunos conciertan entre sí. Aparecieron exclusivamente en los niveles III y IV, especialmente en la zona quemada. De los 289 frag­mentos, 118 han podido concertarse en 26 cazuelas, que siempre quedan harto incompletas. Algunos de los restantes 166 fragmentos, que no han encontrado enlaces con los anteriores ni entre sí, salvo unas pocas pare­jas, pueden corresponder a las mismas cazuelas, y los restantes a otras piezas diferentes; de modo que podemos calcular muy por encima que en el fondo de cabana se conservaron los restos de un medio centenar de cazuelas de esta especie.

E n el poblado bajo del mismo E l Carambolo hemos reconocido unos 340 fragmentos de cerámica de retícula bruñida, que deben correspon­der a más de 200 cazuelas, a unos 8 cuencos y a unos 4 platos. De unos 159 conjuntos que hemos reconocido detalladamente, 13 salieron en la superficie del terreno, 9 en el nivel I, unos 5 en el nivel II, unos 21 en el nivel III y unos 111 enel nivel IV. E n cuanto a los tamaños , todas las cazuelas, siempre incompletas, de diámetro mayor estaban en el nivel IV.

Si en vez de la cantidad comparamos la calidad, los recipientes de retícula bruñida de E l Carambolo Bajo son de una calidad media infe­rior en la fabricación y en la decoración. E n el fondo de cabana hay una mayor regularidad, dir íamos que un cierto clasicismo; en el poblado bajo hay una mayor diversidad y abundan más las irregularidades.

E n su inmensa mayoría, las piezas decoradas con retícula bruñida de este segundo yacimiento son cazuelas, con diámetros que varían entre 16 y 40 cm., predominando las de 18, 20 y 22. Estas cazuelas son más bien profundas y se caracterizan por los bordes carenados, reentrantes, muchos de ellos con labios interiormente regruesados. Pero hay también cinco cuencos, que se distinguen por las paredes lisas, sin bordes, y que serían muy lindas piezas, y algunos platos.

L a decoración de retícula bruñida, que parece hecha con grafito, en

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realidad lo sería con punta roma, fina y muy alisada, que dibuja trazos delicados, brillantes e indelebles, en líneas oblicuas y cruzadas que deter­minan losanjes y diversas combinaciones de redes. Esta decoración está siempre (con una excepción) por el interior de la vasija, mientras el exte­rior suele ser siempre charolado y la pasta de color grisáceo, tirando a mar rón oscuro. Los dibujos son siempre redes de línea oblicuas, sepa­radas entre 3 y 20 mm. En algunos casos estas redes aparecen separadas o recuadradas por grupos de líneas paralelas, en el sentido de los radios del plato. Otras veces las redes son de líneas dobles. Aunque hechas a mano alzada, probablemente, los trazos son de un dibujo muy seguro y regular, con pocas vacilaciones. La misma seguridad se ofrece en la forma de los vasos, con muy poca variedad de perfiles, aunque sí de cali­bres, entre cazuelas que tendr ían hasta 40 y más cent ímetros de diáme­tro y otros pequeños platos que apenas pasar ían de los 10 cm. Los tra­zos, por lo general tenues o poco intensos, a veces son vigorosos y se marcan rotundamente en la pasta, que estaría todavía húmeda, del vaso.

Esta especie cerámica fue ya encontrada por Bonsor en sus explora­ciones de la zona de Los Alcores, concretamente en las necrópolis de la Cruz del Negro y de Entremalo, y está representada en sus dibujos y en sus colecciones del castillo de Mairena del Alcor; pero no l lamó especial­mente la atención sobre ella en sus publicaciones. Esteve la ha encon­trado también en sus excavaciones de Mesas de Asta (74), en unos pocos ejemplares conservados en la Colección arqueológica municipal de Jerez de la Frontera. Luego ha salido en algunos lugares de Portugal, con la singularidad de que allí el dibujo reticulado suele estar por la cara exte­rior de los vasos, mientras en E l Carambolo y Los Alcores por el interior.

Cerámica con pintura o esmalte rojos.

Entre las tres especies señeras de la cerámica de E l Carambolo, la de estudio más difícil es la de pintura roja; aun contando con la exce­lente guía que son los trabajos de Tarradell y de Cuadrado. La dificultad reside en distinguir entre las diversas clases de pintura y entre pintura y esmalte. La mente ordenadora de Cuadrado nos ha dado ya la clasifi­cación tipológica; y nuestros dos amigos han insistido en esa variedad de tipos de pintura, pero esto es ya más difícil de aplicar a nuestros nuevos materiales.

Cualquiera que sea el papel de E l Carambolo en la realización de esta vajilla roja (que en nuestra opinión es un papel decisivo), se hace seguro desde el primer momento que E l Carambolo es, por ahora, el yacimiento más importante para esta especie arqueológica. Por la cantidad, por la calidad, por la variedad y hasta por la novedad de algunas formas. Entre éstas se encuentra un soporte de vaso doblemente abocinado, que es una pieza insigne. Pero la joya es un vaso de boca de seta, el más bello de su

(74) M . ESTEVE GUERRERO: Guía breve de la Colección Arqueológica Municipal (Jerez de la Frontera, 1961), con las referencias a sus importantes excavaciones.

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especie entre los pocos conocidos en España. La más alta calidad técnica la dan, sin embargo, unos fragmentos de platos, que representan en E l Carambolo eso que se ha llamado esmalte rojo coral, pero con una per­fección insuperable y única.

NOTA F I N A L :

E l estudio circunstanciado y sistemático de todos los materiales de E l Carambolo, incluso los huesos de animales (estudiados por el profesor Rafael Mart ín Roldan); su com­paración con otros materiales afines del valle inferior del Guadalquivir, con sus antecedentes, concomitancias y deriva­ciones; la interpretación etnográfica de todo ello, con la posibi­lidad de reconocerlo como la manifestación material de la cul­tura de Tartessos, una revisión de sus fuentes y un resumen de sus problemas históricos y filológicos, el todo ilustrado con muchas fotografías en negro y en color y numerosos mapas, planos y dibujos, en un libro, ya escrito y listo para la im­prenta, que se t i tula: Tartessos y El Carambolo: Investigacio­nes arqueológicas sobre la Protohistoria de la Baja Andalucía.

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L A M I N A S

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LAMINA I

tesoro de El Carambolo.—Una de las primeras fotografías del conjunto, para apreciar el tamaño relativo de cada una de las piezas. (Foto Serrano.)

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LAMINA II

Tesoro de Et Carambolo.—El collar, que es la pieza cumbre del tesoro, por sus calidades y su excelente conservación. Falta, sin embargo, un octavo col­

gante. (Foto A. Gz. Nandín.)

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LAMINA III

Tesoro de El Carambolo.—El pectoral mayor y más completo. Las dobles bellotas de los extremos están huecas, como los arcos marginales que ellas

terminan. (Foto A. G. Nandín.)

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LAMINA IV

Tesoro de El Carambolo.—El brazalete mejor conservado, que con su peso de 550 gramos de oro es la pieza más imponente del tesoro.

(Foto A. G. Nandín.)

Tesoro de El Carambolo.—El brazalete peor conservado, cuyas deformaciones permiten estudiar la técnica de fabricación. Pesa 525 g. (Foto A. G. Nandín.)

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LAMINA V

Tesoro de El Carambolo.—Una de las cuatro placas de la serie más rica, con deformaciones útiles para el estudio de las rosetas y sus cápsulas, las tiras con pequeños conos agudos y los finos perfiles sogueados. (Foto A. Gz. Nandín.)

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LAMINA VI

Tesoro de El Carambolo.—Una de las ocho placas iguales, que ahora parecen más toscas y monótonas, pero que acaso llevan esmaltes policromos en los

alvéolos circulares. (Foto A. G. Nandín.)

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Fondo de cabana de El Carambolo.—El comienzo de las excavaciones, el día 3 de octubre de 1958, tres días después de haberse descubierto el tesoro y antes de terminarse las obras

del edificio del Tiro de Pichón. (Foto Serrano.)

I ' J ' Emplazamiento de El Carambolo.—Plano de orientación, mostrando el lugar del yacimiento, entre Itálica, al Norte; Sevilla, al Este; San Juan de Aznalfarache,

al Sur, y los dólmenes de La Pastora, Ontiveros y Matarrubilla, al Noroeste.

LAMINA VII

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LAMINA VIII

Fondo de cabana de El Carambolo—Plano de la zona excavada, mostrando lugar donde estaba el tesoro y la planta aproximada del fondo de cabana.

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LAMINA XI

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LAMINA XII

Fondo de cabana de El Carambolo.—El fragmento más representativo de una boca de ánfora, con gollete, en la especie de la cerámica pintada de tipo tartésico. (Foto

Carriazo.)

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LAMINA XIV

Poblado bajo de El Carambolo.—Plano de la zona excavada (el Norte, arriba, a la izquierda), mostrando la disposición laberíntica de los cuatro niveles superpuestos.

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LAMINA XVI

Poblado bajo de El Carambolo.—El departamento de las losas, viéndose al fondo tres niveles de hogares, y a la derecha, un pilar reservado, con adobes. Delante del muro de primer término, un trozo de pavimento antiguo, del

nivel IV. (Foto Carriazo.)

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LAMINA XVII

Poblado bajo de El Carambolo.—Una vista diagonal, hacia el Norte, de la zona excavada. La escala de las figuras permite apreciar el tamaño de los muros. (Foto Carriazo.)

Poblado bajo de El Carambolo.—El grueso muro longitudinal que es como el eje de la zona excavada, entre el departamento largo enlosado, a la derecha, y el pequeño recinto

cuadrangular con un poyo de lajas de pizarra. (Foto Carriazo.)

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LAMINA XVIII

Poblado bajo de El Carambolo—El insigne biblista Fray Serafín de Ausejo y otro padre capuchino, profesor de Teología, visitan las excavaciones el 15 de

abril de 1961. (Foto Carriazo.)

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LAMINA XIX

HHIÍ^HHHHiHHHHHHÍH^ . ̂ Poblado bajo de El Carambolo.—Dos fíbulas anulares o hispánicas y elementos de otras varias encontrados en los cuatro niveles del yacimiento. (Foto Carriazo.)

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LAMINA XX

Poblado bajo de El Carambolo.—Pedestal o soporte de bronce, de dos piezas ensambladas, que sostendría un gran recipiente, o una bandeja, o un bra­sero, al que se unía por las tres charnelas visibles, una de las cuales conserva

el pasador. (Fotos Carriazo.)

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LAMINA XXI

Poblado bajo de El Carambolo.—El jarrito de boca de seta, con esmalte rojo coral, asa bífida y acanaladuras en los hombros. (Dibujo de J. Carriazo Ramírez.)

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LAMINA XXIII

Poblado bajo de El Carambolo.—Cuatro fragmentos de un plato o bandeja de cerámica de color marrón, espatulada, con la decoración interior de reliada bruñida. (Foto Carriazo.)

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RECIENTES PUBLICACIONES DE LA INSPECCION GENERAL DE

EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS

EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS EN ESPAÑA

1. LANCIA, por FRANCISCO JORDÁ CERDA. 2. HERRERA DE PISUERGA, por A . GARCÍA Y BELLIDO, A . FERNÁNDEZ DE AVILES, ALBERTO

BALIL Y MARCELO VICIL. 3. MEGALITOS DE EXTREMADURA, por MARTÍN ALMACRO BASCH. 4. MEGALITOS DE EXTREMADURA (II), por MARTÍN ALMACRO BASCH. 5. TOSSAL DEL MORO, por JUAN MALUQUER DE MOTES. 6. AITZBITARTE, por JOSÉ MICUEL DE BARANDIARAN. 7. SANTIMAMIÑE, por JOSÉ MICUEL DE BARANDIARAN. 8. LA ALCUDIA, por ALEJANDRO RAMOS FOLQUES. 9. AMPURIAS, por MARTÍN ALMACRO BASCH.

10. TORRALBA, por F . C. HOWF.LL, W. BUTZER y E . ACUIRRE. 11. LAS NECROPOLIS DE MERIDA, por ANTONIO GARCÍA Y BELLIDO. 12. CERRO DEL REAL (GALERA), por MANUEL PELLICER y WILHELM SCHÜLE. 13. LAS FORTIFICACIONES DEL MONTGO, CERCA DE DENIA (ALICANTE), por HER-

MANFRID SCHUBART, DOMINCO FLETCHER VALLS y JOSÉ OLIVER Y DE CÁRDENAS. 14. NECROPOLIS Y CUEVAS ARTIFICIALES DE S'ON SUNYER (PALMA DE MALLOR­

CA), por GUILLERMO ROSSELLÓ BORDOY. 15. EXCAVACIONES EN "ES VINCLE VELL" (PALMA DE MALLORCA), por GUILLERMO

ROSSELLÓ BORDOY. 16. ESTRATIGRAFIA PREHISTORICA DE LA CUEVA DE NERJA, por MANUEL PELLICER

CATALÁN. 17. EXCAVACIONES EN LA NECROPOLIS PUNICA "LAURITA", DEL CERRO DE SAN

CRISTOBAL (ALMUÑECAR, GRANADA), por MANUEL PELLICER CATALÁN. 18. INFORME PRELIMINAR SOBRE LOS TRABAJOS REALIZADOS EN CENTCELLES,

por HELMUT SCHLUNK y THEODOR HAUSCHILD. 19. LA VILLA Y EL MAUSOLEO ROMANOS DE SADABA, por ANTONIO GARCÍA Y BELLIDO. 20. EXCAVACIONES EN SEPULCROS MEGAUTICOS DE VALDOSERA (QUEROL, TA­

RRAGONA), por JUAN MALUQUER DE MOTES, P. GIRÓ y J . M . MASACHS. 21. CUEVA DE LAS CHIMENEAS, por JOAQUÍN GONZÁLEZ ECHECARAY. 22. EL CASTELLAR (VILLAJIMENA, PALENCIA), por M . A . GARCÍA GUINEA, P . JOAQUÍN

GONZÁLEZ ECHECARAY y BENITO MADARIACA DE LA CAMPA. 23. UNA CUEVA SEPULCRAL DEL BARRANCO DEL AGUA DE DIOS, EN TEGUESTE

(TENERIFE), por Luís DIECO CUSCOY. 24. LA NECROPOLIS DE "SON REAL" y la "ILLA DELS PORROS", por MICUEL TARRADELL. 25. POBLADO IBERICO DE EL MACALON (ALBACETE), por M . A . GARCÍA GUINEA y

J. A . SAN MIGUEL RUIZ. 26. CUEVA DE LA CHORA (SANTANDER), por P . J . GONZÁLEZ ECHECARAY, Dr. M. A. GAR­

CÍA GUINEA, A . BECINES RAMÍREZ (Estudio Arqueológico); y B . MADARIACA DE LA CAMPA (Estudio Paleontológico).

27. EXCAVACIONES EN LA PALAIAPOLIS DE AMPURIAS, por MARTÍN ALMACRO. 28. POBLA.DO PRERROMANO DE SAN MIGUEL VALROMANES (MONTORNES, BAR­

CELONA), por E. RIPOLL PERELLÓ, J. BARBERA FARRAS y L. MONREAL ACUSTÍ. 29. FUENTES TAMARICAS, VELILLA DEL RIO CARRION (PALENCIA), por ANTONIO GAR­

CÍA BELLIDO y AUCUSTO FERNÁNDEZ DE AVILES. 30. EL POBLADO IBERICO DE ILDURO, por MARIANO RIBAS BERTRÁN. 31. LAS GANDARAS DE BUDIÑO (PORRINO, PONTEVEDRA), por EMILIANO ACUIRRE. 32. EXCAVACIONES EN LA NECROPOLIS DE SAN JUAN DE BAÑOS (PALENCIA), por

PEDRO DE PALOL. 33. EXCAVACIONES EN LA VILLA ROMANA DEL "CERCADO DE SAN ISIDRO"

(DUEÑAS, PALENCIA), por el RVDO. D . RAMÓN REVILLA VIELVA, ILMO. SR. D . PEDRO DE PALOL SALELLAS y D. ANTONIO CUADROS SALAS.

34. CAPARRA (CACERES), por J. M . BLÁZQUEZ. 35. EXCAVACIONES EN EL CONJUNTO TALAYOTTCO DE SON OMS (PALMA DE MA­

LLORCA, ISLA DE MALLORCA), por GUILLERMO ROSSELLÓ BORDOY. 36. EL TESORO DE VILLENA, por JOSÉ MARÍA SOLER GARCÍA. 37. TRES CUEVAS SEPULCRALES GUANCHES (TENERIFE), por Luis DIECO CUSCOY. 38. LA CANTERA DE LOS ESQUELETOS (TORTUERO, GUADALAJARA), por EMETERIO

CUADRADO, MIGUEL FUSTE y RAMÓN JUSTE, S. J .

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39. EL COMPLEJO ARQUEOLOGICO DE TAURO ALTO (EN MOGAN, ISLA DE GRAN CANARIA), por SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ.

40. POBLADO DE PUIG CASTELLAR (SAN VICENTE DELS HORTS, BARCELONA), por E . RIPOIX PERELLÓ, J. BARBERA FARRAS y M . LLONCUERAS.

41. LA NECROPOLIS CELTIBERICA DE LAS MADRIGUERAS (CARRASCOSA DEL CAMPO, CUENCA), por MARTÍN ALMAGRO GORBEA.

42. LA ERETA DEL PEDREGAL (NAVARRES, VALENCIA), por DOMINCO FLETCHER VALLS, ENRIQUE PLA BALLESTEA y ENRIQUE LLOBRECAT CONESA.

43. EXCAVACIONES EN SEGOBRIGA, por HELENA LOSADA GÓMEZ y ROSA DONOSO GUERRERO. 44. MONTE BERNORIO (AGUILAR DE CAMPOO, PALENCIA), por JULIÁN SAN VALERO

APARISI. 45. MERIDA: LA GRAN NECROPOLIS ROMANA DE LA SALIDA DEL PUENTE (Memoria

segunda y última), por ANTONIO GARCÍA Y BELLIDO. 46. EL CERRO DE LA VIRGEN, por WILHELM SCHÜLE y MANUEL PELLICER. 47. LA VILLA ROMANA DE LA TORRE LLAUDER DE MATARO, por MARIANO RIBAS

BERTRÁN. 48. S'ILLOT, por GUILLERMO ROSSELLÓ BORDOY y OTTO HERMANN FREY. 49. LAS CASAS ROMANAS DEL ANFITEATRO DE MERIDA, por EUCENIO GARCÍA SANDOVAL. 50. MEMORIA DE LA EXCAVACION DE LA MEZQUITA DE MEDINAT AL-ZAHRA, por

BASILIO PAVÓN MALDONADO. 51. EXCAVACIONES EN EL CIRCULO FUNERARIO DE "SON BAULO DE DALT" (SANTA

MARGARITA, ISLA DE MALLORCA), por GUILLERMO ROSSELLÓ BORDOY. 52. EXCAVACIONES EN EL CERRO DEL REAL (GALERA, GRANADA), por MANUEL PE­

LLICER y WILHELM SCHÜLE. 53. CUEVA DEL OTERO, por P. J. GONZÁLEZ ECHECARAY, DR. M . A . GARCÍA GUINEA y

A. BECINES RAMÍREZ. 54. CAPARRA II (CACERES), por J. M. BLÁZQUEZ. 55. CERRO DE LOS SANTOS (MONTEALEGRE DEL CASTILLO, ALBACETE), por

A. FERNÁNDEZ DE AVILES. 56. EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS EN IBIZA, por MARÍA JOSÉ ALMACRO GORBEA. 57. EXCAVACIONES EN NIEBLA (HUELVA), por JUAN PEDRO GARRIDO ROIZ y ELENA

M . a ORTA GARCÍA. 58. CARTEIA, por DANIEL E. WOODS, FRANCISCO COLLANTES DE TERÁN y CONCEPCIÓN FER­

NÁNDEZ-CHICHARRO. 59. LA NECROPOLIS DE "ROQUES DE SAN FORMATGE" (EN SEROS, LERIDA), por

RODRIGO PITA MERCÉ y Luis DÍEZ-CORONEL Y MONTULL. 60. EXCAVACIONES EN LA NECROPOLIS CELTIBERICA DE RIBAS DE SALICES, por

EMETERIO CUADRADO. 61. EXCAVACIONES EN MONTE CILDA (OLLEROS DE PISUERGA, PALENCIA), por

M. A. GARCÍA GUINEA, J. GONZÁLEZ ECHECARAY y J. A. SAN MIGUEL RUIZ. 62. OTRA CUEVA ARTIFICIAL EN LA NECROPOLIS "MARROQUIES ALTOS", DE JAEN

(CUEVA D7), por M . a ROSARIO LUCAS PELLICER. 63. EXCAVACIONES EN HUELVA, EL CABEZO DE LA ESPERANZA, por JUAN PEDRO

GARRIDO ROIG. 64. AVANCE AL ESTUDIO DE LAS CUEVAS PALEOLITICAS DE LA HOZ Y LOS CA­

SARES (GUADALAJARA), por ANTONIO BELTRÁN MARTÍNEZ e ICNACIO BARANDIARÁN MAESTU.

65. EXCAVACIONES EN LA "TORRE DE PILATOS" (TARRAGONA), por ALBERTO BAI.IL. 66. TOSCANOS, por HERMANFRID SCHUBERT, HANS GEORG NIEMEYER y MANUEL PELLICER CATALÁN. 67. CAPARRA III, por J. M. BLÁZQUEZ. 68. EL TESORO Y LAS PRIMERAS EXCAVACIONES EN "EL CARAMBOLO", por J. DE

M. CARRIAZO.

NOTICIARIO ARQUEOLOGICO HISPANO

Tomo VIII-IX. 1964-1965.

Dirección:

INSPECCION GENERAL DE EXCAVACIONES ARQUEOLOGICAS Medlnaceli, 4. Apartado 1.039. MADRID

Precio: 250 ptas.