el giro reflexivo

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François Dosse

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  • El giro rEflExivo dE la historia

    Recorridos epistemolgicos y la atencin a las singularidades

    franois dossE

    Coleccin Re-visiones

    Ediciones Universidad Finis TerraeDireccin de Investigacin y Publicaciones

    2012

  • Registro de Propiedad Intelectual N 221.240ISBNTraduccin: Manuela Valdivia Ediciones Universidad Finis TerraeAv. Pedro de Valdivia 1509, ProvidenciaTelfono: (56-2) 420 7100www.uft.clDiseo y diagramacin: Francisca Monreal P.Santiago de Chile, 2012Impreso por Salesianos Impresores S.A.

  • ndicE

    Presentacin editores

    Introduccin Franois Dosse

    I. Recorridos epistemolgicos

    1. Michel de Certeau y la escritura de la historia

    2. Del uso razonado del anacronismo

    3. El momento etnolgico

    4. La historia bajo la prueba de la guerra de las memorias

    5. Historia del tiempo presente e historiografa

    II. La atencin a las singularidades

    6. El acontecimiento entre Kairos y Huellas

    7. Cuando Pierre Chaunu se relataba

    8. Las mil y una vidas de la biografa

    9. Figuras histricas, acontecimientos memorables: una entrevista con Franois Dosse

    10. El retorno del acontecimiento

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    191

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  • 11. La biografa bajo la prueba de la identidad narrativa

    Bibliografa

    251

    293

  • 7La Coleccin Re-visiones tiene por una de sus tareas principales dar a conocer las firmas que se esfuerzan por identificar los modos de funcionamiento del pensamiento contemporneo. Esta tarea supone una atencin permanente a toda escritura que se imponga por finalidad estenografiar el tiempo presente. Entre mimesis y performance, stas escrituras buscan hacerse un lugar en el intervalo de un destiempo, entre el todava no de una existencia y el ya no de la misma. Asfixiadas entre la descripcin y la prescripcin, las representaciones que elaboran estas escrituras del tiempo presente parecen erigirse al borde del acantilado.

    Concientes de la dificultad de la empresa crtica, de los lmites que este trabajo de representacin debe siempre observar, es que las investigaciones que se dan a leer en la Coleccin Re-visiones se organizan bajo el ideal de la universidad abierta. Y es que no solo aquello que se publica es fruto de un trabajo seminal de discusin amparado por los claustros de la universidad, sino que ese trabajo de discusin desarrollado en el retiro del tiempo universitario es prontamente concebido como apertura a un dilogo mayor, donde aquello que se discute debe necesariamente interpelar a todos y a todas bajo la nica ley de la igualdad de las inteligencias.

    PrEsEntacin

  • 8El giro reflexivo de la historia

    Si los libros publicados en este fondo editorial han encontrado en la figura del seminario y de la discusin acadmica su primer impulso, el nimo de revisin pblica de los consensos disciplinares inerciales ha sido el otro. Es por ello que no ha de extraar que la Coleccin Re-visiones se inaugurara con el libro Balance historiogrfico chileno. El orden del discurso y el giro crtico actual. Libro que reuna un conjunto heterogneo de miradas historiogrficas que, a su manera, expresaban posiciones crticas frente al orden del discurso de la historiografa nacional. De igual modo, podra decirse, la expresin giro crtico imprimi un sello que fue posible de reconocer en las publicaciones que siguieron en la coleccin. Rbricas como las de Hayden White, Gabriel Salazar, Alfredo Jocelyn-Holt, Frank Ankersmit y Nelly Richard as lo atestiguan. Pues, en lo esencial, todas ellas se propusieron interrogar sin descanso esa unidad y esa distorsin entre lo decible y lo visible abierta en el centro de todo rgimen de representacin.

    Bajo estas convicciones, es que la Coleccin Re-visiones considera de vital importancia dar a conocer la reflexin historiogrfica de Franois Dosse. Considerado por muchos el historiador ms activo de su generacin, Franois Dosse es hoy por hoy una referencia obligada en los debates historiogrficos de la disciplina en Francia. Reconocido historiador intelectual, de los movimientos culturales y de la llamada historia de las ideas, Dosse ha llevado a cabo estudios fundamentales sobre la historia de la historia. Destacan por sobre todo Lhistoire en mientes: Des Annales la Nouvelle histoire (1987) y Renaissance de lvnement. Un dfi pour lhistorien: entre Sphinx et Phnix (2010). Esta labor de historizacin del saber historiogrfico, que combina prudentemente la reflexin epistemolgica con el estudio de las prcticas de la institucin historiadora, ubica su trabajo en directa filiacin con proyectos crticos como los elaborados

  • 9Presentacin

    en su momento por Paul Veyne, Michel de Certeau o Paul Ricoeur. Heredero de un momento privilegiado de la cultura francesa que necesariamente se reconoce en movimientos tan diversos como el estructuralismo, la fenomenologa, el existencialismo y la hermenutica, el proyecto historiogrfico de Franois Dosse tambin se reconoce como su continuacin. Por ello, no ha de extraar su excesiva atencin a todas aquellas variaciones que puedan dar lugar a transformaciones en los sistemas de pensamiento histricos, as como tampoco ha de sorprender su gusto por la novedad, por aquello que despunta en las configuraciones del saber como imprevisto y sin clculo.

    Estengrafo y catalizador de nuevos movimientos historiogrficos, el genio de Franois Dosse es el de un pensador caracterizado por la curiosidad, la intrepidez y la tenacidad tan caras a la figura del conquistador freudiano. Siempre atento a la discontinuidad y al intervalo, podra decirse que la historia que atrapa preferentemente la atencin de Franois Dosse es aquella que tiene por centro el acontecimiento. La importancia que en sus investigaciones ha tenido un gnero tiempo atrs considerado menor como la biografa puede comprenderse a partir del rasgo idiogrfico de la misma, a partir de la conjuncin salvaje que la biografa expone entre individualidad, singularidad y experiencia. De igual modo, no es ajena a esta apuesta biogrfica una idea de vida como pura acontecimentalidad de la existencia. Este doble movimiento en la escritura de Franois Dosse describe un gesto mayor que busca abrir un debate en la disciplina. Un debate que bajo la esfinge del acontecimiento rompa con la teleologa inherente a los modelos narratolgicos de escritura de la historia. Al mismo tiempo, la preocupacin biogrfica por el carcter acontecimental de la historia, no solo busca devolver al sujeto al centro de la narracin historiadora, sino que, en un mismo gesto, busca dar cuenta adems de la imposibilidad de constituirlo

  • 10

    El giro reflexivo de la historia

    en el centro unificado de la misma. Los viejos modelos de la conciencia histrica dan paso as a modelos sobredeterminados de enunciacin histrica, muchas veces animados por memorias sobrepuestas, mltiples, rizomticas, que desorganizan las representaciones autocentradas de un orden historiogrfico modelado segn los imperativos del Estado nacin.

    Por paradjico que resulte, la crisis de la representacin historiadora tiene, sin duda, un origen de orden histrico. Fenmenos como la globalizacin, las transformaciones tele-tecno-mediticas, las mutaciones archivolgicas de la memoria nacional y la propia transformacin de las lgicas sociosimblicas de identificacin de las identidades colectivas, son sntomas de una transformacin epocal que afecta tambin al modo de produccin de la escritura historiadora. Reconocer esta paradoja es reconocer la urgente necesidad de interrogar un orden de representacin historiogrfico en crisis.

    Franois Dosse ha denominado giro crtico, giro reflexivo, giro historiogrfico, a esas maneras nicas y diferentes de interrogar con urgencia el presente y el porvenir de la disciplina. Tras estos lemas o consignas se encuentra siempre el mismo llamado a re-pensar la disciplina, a re-visitarla creativamente.

    Los once textos que organizan el libro de Franois Dosse que aqu presentamos pueden considerarse once biografemas de una historia por venir, esquirlas de recuerdo de una biografa de la historia que solo se muestra en la ruina de sus detalles, en las cenizas de sus inflexiones e imgenes.

    Luis G. de MussyMiguel Valderrama

  • 11

    Introduccin

    Mucho tiempo se pens que con los historiadores, que gracias a ellos, el pasado poda regresar y la realidad darse en su transparencia. Durante mucho tiempo, los historiadores de oficio contribuyeron con esta ilusin, borrndose delante de sus fuentes, retirando cuidadosamente el andamiaje que les haba permitido sacar adelante sus trabajos, para acentuar as el efecto de realidad. Recientemente, hemos entrado en un perodo en el que la crisis de la historicidad, las dudas metodolgicas y epistemolgicas que afectan a las ciencias humanas en general y a los historiadores en particular, ya no permiten ilusiones semejantes. A menudo, la crisis tiene un lado positivo que es el hecho de plantearse preguntas, y en este caso, los historiadores de hoy asumen la relatividad de su punto de vista, la necesaria confrontacin con una pluralidad de interpretaciones de las fuentes, es decir, un momento reflexivo de su prctica, hasta el punto que puede hablarse de una historia de segundo grado.

    La otra gran caracterstica de la situacin actual es la presencia del pasado en el espacio pblico. Desde luego, esto no es una novedad, pero desde hace unos treinta aos ella ha ganado en fuerza y vivacidad. Este nuevo libro sobre El giro reflexivo de la historia responde a la necesidad de hacer un balance en la historia

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    El giro reflexivo de la historia

    como disciplina productora de conocimientos, pero tambin a la de poner en perspectiva los usos contemporneos del pasado.

    Con seguridad, hoy en da la historia es un desafo poltico mayor y el espacio pblico se apropia de muchos episodios del pasado para valorizarlos, discutirlos, reconfigurarlos. Pero esta reapropiacin del pasado no es invariante. Hay que recordar que, en otros contextos, las bsquedas de identidad slo le dan al pasado un lugar marginal. Sin duda, los aumentos de memoria relacionados con la Shoah que se dieron en los aos 70 transformaron de manera decisiva el lugar de la historia en la vida pblica contempornea. Ellas contribuyeron incluso con una especie de globalizacin o mundializacin de los desafos de la memoria. La multiplicacin de las comisiones y de los comits que estaban a cargo de establecer los hechos, y con frecuencia, de reconocer la memoria de las vctimas de estos regmenes introduce naturalmente el pasado en el presente, la historia en el espacio pblico.

    Si el pasado vuelve con fuerza es porque nuestro tiempo parece vivir un desarreglo de los mecanismos de la memoria y del olvido, que marca quizs una crisis de la percepcin colectiva del porvenir. Desde luego, el futuro nunca ha sido seguro, nunca ha sido escrito por adelantado. Pero en otras pocas, la sociedad ha podido tener visiones ms seguras del devenir comn, que se apoyan en la proyeccin del desarrollo continuo y armonioso de la nacin, o sobre el triunfo de una clase libertadora. Estas visiones de futuro han jugado un rol esencial en la lectura de la historia. Ellas indicaban lo que deba ser retenido, o bien, lo que deba ser apartado del campo del anlisis, as como tambin del campo del relato. Ellas permitan escribir una historia animada por un sentido fuerte, determinada por su final esperado, una historia teleolgica.

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    Introduccin

    Nuestro tiempo ya no tiene este tipo de certezas, o al menos, de perspectivas. Desde comienzos de los aos 80, todo o casi todo puede ser visto como concerniendo al patrimonio, el que diez aos ms tarde alcanz rpidamente una extensin inimaginable. Adems, apareci una nueva categora de este pasado, acarreada por esta emergencia del pasado, por su presentificacin generalizada: la de los pasados que se estima que no pasan no porque alimenten las promesas del porvenir, sino porque se han vuelto una carga difcil de asumir. Consecuencia de estos movimientos profundos: la omnipresencia del presente. Uno de los efectos de este nuevo tropismo es la parte tomada por el presente en la historiografa, bajo la forma de la institucionalizacin de una historia del tiempo presente, y ms generalmente, de la extensin alcanzada por lo contemporneo al interior de los estudios histricos. A grandes rasgos, si el arquetipo del historiador metdico era un medievalista, el de los aos 60 un medievalista o un modernista, el del historiador de hoy en da es un contemporanesta.

    Multiplicacin de las conmemoraciones, ampliacin continua de lo patrimoniable, convocacin de todas las memorias y de todas las historias, actualizacin del pasado, tantas manifestaciones que han retenido la atencin de los historiadores, como objetos en tanto que lugares de memoria y, a la vez, como terrenos para aprehender de otro modo la historia y para leerla tambin a travs de sus representaciones y sus interpretaciones sedimentadas. Desde los aos 80, la historicidad es decir, la relacin social con el tiempo se volvi un asunto principal de la historia, hasta el punto de redefinir la identidad de la disciplina a partir de su relacin privilegiada con el tiempo. La nocin misma es antigua, aunque durante mucho tiempo solamente fue tematizada por los filsofos. En las ciencias sociales, los antroplogos fueron los primeros en haberla vuelto operatoria.

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    El giro reflexivo de la historia

    La consideracin de la historicidad abre dos nuevas perspectivas que se entrecruzan parcialmente. La primera es la captacin de la historicidad de las sociedades que estudia el historiador, la manera en la cual stas aprehenden su pasado, su presente y su futuro. Ella participa especialmente en la voluntad de desfatalizar la historia y de redescubrir, a la vez, la fuerza del acontecimiento, la fluidez del devenir histrico y de explorar los futuros incumplidos en lugar de retener slo los hechos vencedores que se inscriben cmodamente en una implacable cadena causal. En este sentido, las interrogaciones sobre la historicidad se encuentran en el cruce de las mutaciones recientes de la historiografa. La otra dimensin es ms intrnseca a la escritura de la historia misma: al explorar la historicidad de las formaciones sociales que l estudia incluso si stas dependen del presente el historiador debe pensar, ms que nunca, la historicidad misma de su trabajo y la historicidad de toda categorizacin de las realidades sociales del pasado. De este modo, el tomar en serio el tiempo de las sociedades y de los actores conduce al historiador a una interrogacin epistemolgica e historiogrfica ms ambiciosa y ms cargada de desafos que antes. La crisis de los grandes paradigmas de explicacin tiene tambin por efecto que el historiador se apegue ms a la singularidad de los fenmenos, de ah su renovada atencin hacia la significacin del acontecimiento en su parte de irreductibilidad, de indecibilidad, de novedad, de ah tambin su atencin hacia el gnero biogrfico que vuelve a ser una fuente de preguntas despus de un largo perodo en el purgatorio. Se puede medir el contraste con los aos 60, y as pues, el giro dado desde de los aos 80. En ese entonces, en historia slo se hablaba de larga duracin, de estructuras, de series, de invariantes y actualmente los dos faros de la historia son, por el contrario, el acontecimiento y la biografa. Algunos podran tentarse y

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    Introduccin

    ver ah una vuelta atrs, una revancha de los viejos caballos que estaran de regreso. Pero esto sera un error, puesto que la manera de considerar el acontecimiento y las trayectorias individuales ya no guarda mucha relacin con las ingenuidades y la linealidad que eran habituales en el siglo XIX.

    As como invitaba a hacer Michel de Certeau, los historiadores tienden cada vez ms a integrar en su trabajo una dimensin reflexiva, a interrogarse sobre el discurso que sostienen. En adelante, se considera que ste est relacionado fundamentalmente con un momento, con un lugar, con una institucin. La consideracin de este anclaje social y temporal alimenta nuevas maneras de hacer historia, que no sealan una suerte de complacencia de los historiadores frente a ellos mismos, sino la toma de conciencia de que la escritura no es un simple reflejo pasivo de lo real, aunque est bien informada y documentada, sino que ella resulta de una tensin insuperable entre el inters por dar cuenta de lo que ha pasado y de un cuestionamiento que emana, en lo esencial, del presente del historiador. El oficio de historiador consiste en manejar esta tensin sin desequilibrar su propsito, ni hacia el lado de la curiosidad anticuaria de ambicin fotogrfica, ni hacia el del anacronismo que se olvida de la radical extraeza del pasado. La ego-historia a la que se entregan algunos historiadores, lejos de corresponder a una tentacin narcisista, refleja bien este inters por dar a conocer desde dnde se habla.

    Hoy en da, la necesidad de un desvo historiogrfico es admitida entre la mayora de los especialista de la historia, sea cual sea su perodo de predileccin. Acompaando esta preocupacin de orden epistemolgico y existencial (como le gustaba recodar a Henri-Irne Marrou), el fin de la creencia en un supuesto motor de la historia, que la regira a espaldas de sus actores, re-abre el vasto campo del cuestionamiento historiador y lo disemina en

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    El giro reflexivo de la historia

    un territorio cada vez ms abierto. Es en esta dialctica entre el pasado y el presente que la historia puede reconquistar de manera crtica los desafos que la han atravesado y que la atraviesan an. La prdida de un buen nmero de certezas, el carcter cada vez menos estructurante de los paradigmas utilizados hasta all como esquemas de lectura del pasado, as como la renuncia a ambiciones hegemnicas desmesuradas, han modificado profundamente el paisaje historiogrfico. Estas evoluciones le permiten a los historiadores revisitar las mismas fuentes con una mirada diferente, una mirada que no se limita a la efectuacin de lo que ha pasado, sino que considera como significantes las huellas dejadas en la memoria colectiva por los hechos, los hombres, los smbolos, los emblemas del pasado, as como por los diversos usos que se hacen, en el presente, de este pasado.

    Franois Dosse

  • I. Recorridos epistemolgicos

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    En este pas propenso a hacer conmemoraciones, se esperaba que 2002 fuera el ao Braudel, con la celebracin del centenario del nacimiento (1902) de quien en vida fuera considerado como el Papa de la historia. La verdadera sorpresa, que produjo un efecto de contraste sorprendente, fue que el comienzo del primer semestre de ese ao, dio lugar al redescubrimiento, por parte de los historiadores, de una figura olvidada, la de un Michel de Certeau prematuramente desaparecida en 1986 y reactualizada gracias a una serie de publicaciones.

    Michel de Certeau situ la operacin historiogrfica en un entre-dos, que se halla entre el lenguaje de ayer y el lenguaje contemporneo del historiador. Evidentemente, es una leccin mayor que los historiadores del tiempo presente deben retener. Ella modifica radicalmente nuestra concepcin tradicional del acontecimiento. As, cuando Michel de Certeau escribe con entusiasmo a propsito de mayo del 68, dice que un acontecimiento no es lo que podemos ver o saber de l, sino lo que l llega a ser (y en primer lugar para nosotros). Esta aproximacin lo cambia todo porque desplaza la distancia focal del historiador, quien hasta ese entonces tenda a limitar su investigacin a la atestacin de la veracidad de los hechos relatados y a su puesta en perspectiva en una bsqueda causal, mientras

    1. MichEl dE cErtEau y la Escritura dE la historia

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    El giro reflexivo de la historia

    que Michel de Certeau invita a buscar las huellas dejadas por el acontecimiento a partir de su manifestacin, al considerar stas como constitutivas de un sentido siempre abierto.

    Especialista del siglo XVII, Michel de Certeau se enfrenta con la imposible resurreccin del pasado al exhumar las fuentes originales de la Compaa de Jess, cuando edita el Mmorial de Pierre Favre y publica en 1966 la Correspondence de Jean-Joseph Surin. A pesar de un primer movimiento de identificacin y de restitucin del pasado, l no comparte la ilusoria esperanza de Jules Michelet de poder restituir una historia total hasta el punto de hacerla revivir en el presente. Al contrario, su bsqueda erudita y minuciosa lo conduce hacia orillas que le dan la impresin de irse alejando cada vez ms y que le hacen sentir de un modo cada vez ms presente la ausencia y la alteridad del pasado: l se me escapaba, o mejor dicho, yo comenzaba a darme cuenta de que se me escapaba. Es de ese momento, que siempre se vuelve a ir en el tiempo, que data el nacimiento del historiador. Es esta ausencia la que constituye el discurso histrico.

    Michel de Certeau comprende el descubrimiento del otro, de la alteridad, como constitutiva del gnero histrico y de la identidad del historiador, de su oficio. Insiste pues en esta distancia temporal que es fuente de proyeccin, de implicacin de la subjetividad del historiador. Ella invita a no contentarse solamente con restituir el pasado tal como fue, sino a reconstruirlo, a reconfigurarlo a su manera, segn un modo dialgico que se articula a partir del intervalo irremediable que hay entre el pasado y el presente. No es que ese mundo antiguo y pasado se haya movido! Ese mundo ya no se mueve. Nosotros lo removemos. Michel de Certeau, quien dedic tantos aos a trabajos de erudicin, hace bien el reparto entre esta fase preliminar, previa, de la recoleccin de las huellas documentales del pasado y lo que fue verdaderamente la realidad del pasado. La operacin

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    Michael de Certeau y la escritura de la historia

    historiogrfica no consiste pues ni en proyectar sobre el pasado nuestras visiones y nuestro lenguaje presentes ni en contentarse con una simple acumulacin erudita. Es a esta doble apora a la que el historiador se ve confrontado. En una situacin inestable, el historiador se encuentra cogido en un movimiento incesante entre lo que se le escapa, lo que est para siempre ausente y su objetivo de dar a ver el pasado en el presente al cual pertenece. Es esta misma tensin la que engendra la falta; es ella quien pone en movimiento el conocimiento histrico mismo. En efecto, en la medida en que estos cristianos del siglo XVII se le vuelven extranjeros, que se le hacen poco comprensibles, es que Certeau pasa de ser un erudito a ser un historiador de oficio. Cuando evoca su propia trayectoria de investigador, que lo condujo de Pierre Favre, el compaero de Ignacio de Loyola, a Jean-Joseph Surin, nos da una explicacin de ello. La intervencin del historiador presupone hacerle lugar al otro manteniendo la relacin con el sujeto que fabrica el discurso histrico. Con respecto al pasado, a lo que ha desaparecido, la historia supone una distancia, que es el acto mismo de constituirse como existente y pensante hoy en da. Mi investigacin me ense que al estudiar a Surin, me distingo de l. La historia remite pues a una operacin, a una inter-relacin en la medida en que ella se inscribe en un conjunto de prcticas presentes. Ella no es reductible a un simple juego de espejos entre un autor y su masa documental, sino que se apoya sobre toda una serie de operadores propios a este espacio del entre-dos, nunca verdaderamente estabilizado.

    La historia: un hacer En un polo de la investigacin, est el que fabrica la historia

    en una relacin de urgencia con su tiempo, respondiendo a sus

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    El giro reflexivo de la historia

    demandas y consagrando su fuerza vital a aclarar los caminos no trazados del presente. En una concepcin como esta se reconoce una relacin similar a la que mantuvo Paul Ricoeur con los desafos planteados por su contemporaneidad, al dejarse interpelar constantemente por el acontecimiento. Pero el sujeto historiador no se reconoce como tal sino por la alteracin que le procura el encuentro con las diversas formas de alteridad. A la manera de Surin descubre, maravillado, el habla del pobre de espritu: l se descubre en la escena del otro. l habla con esa palabra venida de otro lugar y de la que ya no se trata de saber si le pertenece al uno o al otro. Segn Michel de Certeau, es al interior de este universo mvil del pensamiento que se sostiene el historiador, o sea, en la mantencin de una postura de cuestionamiento siempre abierto.

    Esta posicin es rigurosa por su renuncia a las facilidades que procura una saliente que da la ilusin de encerrar los dossiers suturndolos con respuestas y est marcada a la vez por su humildad, que se expresa en el principio segn el cual la historia nunca es segura. l coincide as con la concepcin siempre interrogativa de Paul Ricoeur. La resistencia del otro frente al despliegue de los modos de interpretacin hace sobrevivir una parte enigmtica del pasado nunca encerrado. Los dossiers abiertos por Michel de Certeau, como el de la mstica o el de la posesin, se prestan particularmente bien para ilustrar este escape necesario del supuesto dominio historiador. As, a propsito del caso de posesin de Loudun, Michel de Certeau termina su vasta investigacin diciendo que la posesin no consta de una explicacin histrica verdadera ya que nunca es posible saber quin est posedo y por quin. Pone pues en guardia a los historiadores contra toda lectura esquemtica, taxonmica, que procura sobre todo la ilusin de reducir la singularidad de un fenmeno a su sistema de codificacin: el historiador mismo

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    Michael de Certeau y la escritura de la historia

    se engaara si creyera haberse liberado de esta extraeza interna a la historia al romperla en alguna parte, fuera de l, lejos de nosotros, en un pasado cerrado.

    Al definir la operacin historiogrfica, Michel de Certeau la articula alrededor de tres dimensiones inseparables cuya combinatoria asegura la pertinencia de un gnero especfico. Primero, ella es el producto de un lugar social, del cual emana; as como los bienes de consumo son productos de las empresas. En este sentido, l insiste en el trmino mismo de fabricacin, en lo que ste puede connotar en su dimensin ms instrumental. La obra historiadora es concebida entonces como el producto de un lugar institucional que la sobredetermina en tanto que relacin con el cuerpo social, siendo de manera general puramente implcita, lo no-dicho del decir historiador: Es abstracta, en historia, toda doctrina que reprime su relacin con la sociedad El discurso cientfico, que no habla de su relacin con el cuerpo social no podra articular una prctica. Deja de ser cientfico. Cuestin central para el historiador. Esta relacin con el cuerpo social es precisamente el objeto de la historia. Es sin duda esta dimensin que privilegia la inscripcin material, institucional y sociolgica de la historia como disciplina, la que diverge ms claramente de los anlisis de Paul Ricoeur. El filsofo se muestra ms reservado en relacin a otorgarle una preponderancia semejante a una consubstancialidad supuesta entre la enunciacin historiadora y su medio social de origen, con el fin de evitar toda forma de sociologismo o de explicacin en trminos de reflejo, lo que no significa que Michel de Certeau haya zozobrado ante este escollo reduccionista. Es en este plano que l guarda mayor proximidad con la inspiracin marxista, tal como le dice a Jacques Revel en 1975: Comenc con Marx: La industria es el lugar real e histrico entre la naturaleza y el hombre; ella constituye el fundamento de la ciencia humana. El hacer historia es, en

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    El giro reflexivo de la historia

    efecto, una industria. La nocin misma de hacer historia experimenta, por lo dems, un xito tal que pasa de ser el ttulo de un artculo de Michel de Certeau publicado en 1970 a ser el emblema de la triloga publicada por Gallimard en 1974, bajo la direccin de Pierre Nora y Jacques Le Goff.

    En segundo lugar, la historia es una prctica. Ella no es una simple palabra noble de una interpretacin desencarnada y desinteresada. Por el contrario, ella est siempre mediatizada por la tcnica y su frontera se desplaza constantemente entre lo dado y lo creado, entre el documento y su construccin, entre lo supuestamente real y las mil y una maneras de decirlo. A este respecto, el historiador es quien domina un cierto nmero de tcnicas a partir del establecimiento de las fuentes, de su clasificacin hasta su redistribucin en funcin de un espacio otro utilizando un cierto nmero de operadores. Aqu nos encontramos con la aproximacin de Ricoeur del oficio de historiador concebido como un anlisis. En este nivel, se despliega toda una dialctica singularizante del sujeto historiador que padece la doble obligacin de la masa documental ante la que se ve confrontado y la de tener que hacer sus elecciones: En historia, todo comienza con el gesto de poner aparte, de reunir, de transformar as en documentos ciertos objetos distribuidos de otro modo. El historiador es entonces tributario tanto de la archivstica de su poca como del grado de tecnicidad de los medios puestos en obra para su prospeccin. La revolucin informtica modifica esencialmente, en este punto, los procedimientos y multiplica las potencialidades de anlisis. Si el historiador debe utilizar estas nuevas posibilidades que le procuran los progresos realizados en el dominio de la cuantificacin de datos, l debe, en cambio, cuidarse de sacrificar las singularidades restantes del pasado. Por esta razn, Michel de Certeau privilegia la nocin de distancia y sita al historiador en el entorno de las racionalizaciones

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    Michael de Certeau y la escritura de la historia

    adquiridas: l trabaja en los mrgenes A este respecto, l se convierte en un merodeador. Gracias a esta puesta a distancia, puede darse por objeto lo que es reprimido por la Razn con el fin de prospectar all, al modo de Michel Foucault, su revs: es as que el historiador de los aos setenta se da frecuentemente por campo de investigacin el estudio de la brujera, de la locura, de la literatura popular, de Occitania, de los campesinos, como de tantos otros silencios interrogados, de tantas historias quebradas, heridas y reprimidas de la memoria colectiva.

    En tercer lugar, y esto se relaciona con el ttulo mismo de su obra de epistemologa histrica de 1975, la historia es escritura. La atencin que Michel de Certeau le dedica al modo de escritura de la historia no significa en absoluto que limite esta disciplina nicamente a su dimensin discursiva: De hecho, la escritura historiadora o historiografa sigue estando controlada por las prcticas de las que deriva; es ms, ella misma es una prctica social. Lugar mismo de realizacin de la historia, la escritura historiadora est comprometida en una relacin fundamentalmente ambivalente por su doble naturaleza de escritura en espejo, que remite al presente como ficcin inventora de secreto y de mentira as como de verdad, y de escritura performativa gracias a su rol mayor consistente en construir una tumba para el muerto, jugando as el rol del rito de entierro. La escritura historiadora tendra la funcin simbolizadora que le permite a una sociedad situarse al darse un pasado en el lenguaje. La historia le abre as al presente un espacio propio: marcar un pasado es hacerle un espacio al muerto, pero tambin redistribuir el espacio de los posibles. La escritura historiadora es entonces una tumba para el muerto en el doble sentido de honrarlo y eliminarlo, procediendo as al trabajo de duelo. El rol performativo de la historia equivale a permitirle a una prctica situarse en relacin con su otro, el pasado.

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    El giro reflexivo de la historia

    A partir de esta concepcin certaliana, algunos creyeron poder fundar una prctica deconstructivista, especialmente en el mundo anglosajn. Pero evidentemente, esa no es la perspectiva de Michel de Certeau, quien remata su definicin de la operacin historiogrfica ligndola firmemente, al modo de Paul Ricoeur, a una teora del sujeto clivado, del cogito herido: En la medida en que nuestra relacin con el lenguaje es siempre una relacin con la muerte, el discurso histrico es la representacin privilegiada de una ciencia del sujeto y del sujeto tomado en una divisin constituyente pero con una puesta en escena de las relaciones que un cuerpo social mantiene con su lenguaje.

    El espacio epistemolgico definido por la escritura historiadora se sita, segn Michel de Certeau, tensionado entre ciencia y ficcin. As como Paul Ricoeur, l recusa la falsa alternativa segn la cual la historia tendra que romper definitivamente con el relato para acceder al estatus de ciencia, o, por el contrario, tendra que renunciar a su vocacin cientfica para instalarse en el rgimen de la pura ficcin. De igual modo, l emite algunas reservas ante lo que califica como la Isla Afortunada de la disciplina, que le permitira al historiador pensar que puede desprender a la historiografa de sus relaciones ancestrales con la retrica para finalmente acceder, gracias a esta ebriedad estadista, a una cientificidad finalmente incontestable y definitiva. Por el contrario, la historia es algo mixto incluso si ha nacido de una ruptura inicial con el mundo de la epopeya y del mito. La erudicin historiadora tiene por funcin reducir la parte de error de la fbula, diagnosticar lo falso, rastrear lo falsificable, pero en una incapacidad estructural para acceder a una verdad definitivamente establecida de la vivencia pasada. Esta posicin fundamentalmente media se debe al hecho de que la historia se sita entre un discurso cerrado que es su modo de inteligibilidad y una prctica que remite a una realidad. Esta ltima se ve ella misma

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    Michael de Certeau y la escritura de la historia

    desplegada en dos niveles: lo real como lo conocido, es decir, como lo que el historiador comprende de lo que fue el pasado y lo real como lo implicado en la operacin historiogrfica misma, es decir, lo que remite a una prctica del sentido. Esto real es a la vez punto de partida, impulso de un proceso cientfico, y resultado, producto terminado. La disciplina histrica se sita en la puesta en relacin de estos dos niveles y mantiene al historiador en un equilibrio ineluctablemente inestable. Es este entre-dos el que hace necesario un constante trabajo de diferenciacin alrededor de una lnea fronteriza entre pasado y presente, cesura generalmente invisible porque negada por la operacin historiogrfica misma: La muerte resurge, interior al trabajo que postulaba su desaparicin y la posibilidad de analizarla como un objeto. El estatus de este lmite, necesario y denegado, caracteriza a la historia como ciencia humana. Es esta relacin internalizada entre pasado y presente, la que conduce a Michel de Certeau a definir la lectura de la tradicin pasada, confrontada con el deseo de vivir en el hoy en da como una necesaria hereja del presente.

    Historizar las huellas memoriales

    Segn Michel de Certeau, la historia implica una relacin con el otro en tanto que l est ausente y la escritura del historiador se inscribe en un desplazamiento del pasado que participa de una prctica de la separacin, en el curso de la cual el sujeto historiador se da cuenta de que l opera un trabajo sobre un objeto que vuelve a la historiografa. Es en la pluralidad de las sedimentaciones de sentido depositadas en el espesor del pasado que se encuentra el enigma siempre presente de un acceso a lo real que en Certeau tiene esta dimensin lmite de la restitucin de una figura perdida,

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    El giro reflexivo de la historia

    como en Lacan, quien le asignaba a lo Real el lugar de lo imposible. Lo real est irremediablemente en la posicin de lo ausente, en todas partes supuesto y en todas partes faltante. Sin embargo, esto ausente est ah, enroscado al interior mismo del presente, no como lo que perdura en una suerte de conservatorio esperando peridicamente ser objeto de atencin, sino accesible a la legibilidad gracias a las metamorfosis sucesivas de las cuales l es objeto, en una invencin perpetuada a lo largo del tiempo de acontecimientos antiguos cada vez reconfigurados. En este plano, Michel de Certeau le da una preponderancia a la relacin siempre cambiante instituida por el presente con su pasado: El carcter histrico del acontecimiento no est indicado por su conservacin fuera del tiempo, gracias a un saber mantenido intacto, sino por el contrario, por su introduccin en el tiempo de las invenciones diversas a las cuales da lugar. Estableciendo una correlacin entre el poder de apertura del descubrimiento de los comienzos del pasado como de tantos posibles y las nuevas construcciones elaboradas por los historiadores en el des-tiempo (laprs coup), Certeau pone en evidencia la riqueza potencial inmanente del pasado que no puede comprobarse sino por la reapertura de un nuevo espacio gracias a la operacin historiogrfica. Un vasto continente e inmensos recursos se ofrecen, no como medios de reproduccin, sino como fuentes de inspiracin para verdaderas creaciones en las fases de crisis y de conmocin de lo instituido, o bien como posible recurso a otra gramtica de nuestra relacin con el mundo.

    En este sentido, Certeau incita a pensar de un modo diferente el momento memorial actual, recusando toda forma de aproximacin que dependa de una compulsin a la repeticin del objeto perdido. Por el contrario, l

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    Michael de Certeau y la escritura de la historia

    define, al margen de las lecturas esquemticas, una historia social de la memoria que se mantendra atenta a toda alteracin como fuente de movimiento cuyos efectos hay que seguir. Ella tiene por objeto un ausente que acta, un acto que no se puede atestiguar sino en la medida en que es el objeto de la interrogacin de su otro: Lejos de ser el relicario o el basurero del pasado, ella vive (la memoria) de creer en posibles y de esperarlos, vigilante, al acecho. La repeticin de lo mismo, la insistencia, no es ms que apariencia que parece ensamblar la figura del pasado en las conmemoraciones presentes, pero de hecho, detrs de esta identidad formal, el historiador atento a lo que las prcticas significan para los actores puede leer una diferencia de naturaleza en el contenido del acontecimiento invocado y reiterado. La historia ya no es concebida entonces como legado o carga a soportar, tal como lo haba percibido al denunciarlo Nietzsche, sino como desgarrn temporal incesante, pliegue en la temporalidad. Ella tiene entonces por funcin, como deca Alphonse Dupront desplegar lo que el tiempo ha endurecido. No hay ninguna jerarquizacin en ese tiempo estratificado, ya que cada uno de los momentos de reactualizacin es en s una ruptura instauradora, que vuelve inconmensurables a sus sucesiones respecto de lo que las precede. La historia nace de este encuentro con el otro que desplaza las lneas del presente en un entrelazamiento de la historia y de la memoria: En el paralelo memoria/ historia se deja or el do yo/ t que l no muestra. l le sugiere al odo una intimidad sub-yacente a la oposicin visible (legible) que separa de la duracin interior (la memoria) el tiempo del Otro (la historia).

    Michel de Certeau no habr conocido la centralidad actual que tiene la memoria, cuya invasin tiende incluso

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    El giro reflexivo de la historia

    a reprimir la historia, a cortocircuitarle los operadores crticos. Sin embargo, reflexion sobre los instrumentos que permiten conservar una justa distancia y problematizar desde dos dimensiones, gracias a su travesa en la obra freudiana y a su consideracin del interior de lo que Freud ha hecho con la historia. Siguiendo a Freud, l le asigna al pasado el lugar de lo reprimido que vuelve, subrepticio, al interior de un presente del que ha sido excluido, como el padre de Hamlet, quien vuelve pero como fantasma. Frente al continente memorial en el cual el muerto se le aparece al vivo, el proceso del historigrafo se distingue de aquel del psicoanalista por su manera de distribuir el espacio de la memoria, que induce una estrategia singular de manejo del tiempo: Ellos piensan de otro modo la relacin del pasado y del presente. Mientras que el psicoanlisis aspira a reconocer las huellas mnmicas en el presente, el historigrafo pone el pasado al lado del presente. Frente al legado memorial, el historigrafo no est en una actitud pasiva de simple reproduccin, exhumacin del relato de los orgenes. Sus desplazamientos y reconfiguraciones remiten a un hacer, a un oficio y a un trabajo: Su trabajo es tambin un acontecimiento. Porque no repite, l tiene por efecto transformar la historia-leyenda en historia-trabajo. Las dos estrategias desplegadas con el fin de dar cuenta de la prdida, de decir la ausencia y de significar la deuda, se despliegan entre presente y pasado en procedimientos distintos. Por una lado, la historiografa tiene por ambicin salvar del olvido positividades perdidas. Ella aspira a devolverle contenidos al texto, escondiendo la ausencia de las figuras de las cuales ella intenta dar el mximo de presencia, engaando as a la muerte, hace como si hubiera estado ah, obstinada en construir lo

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    Michael de Certeau y la escritura de la historia

    verosmil y en llenar las lagunas. El historigrafo tacha pues su relacin con el tiempo an cuando despliega su propio discurso en el presente. Inversamente, la novela freudiana se sita del lado de la escritura, poniendo en el corazn de su preocupacin explcita una relacin de visibilidad de su vnculo con el tiempo como lugar mismo de inscripcin de las modalidades de la pertenencia y del desposeimiento. Hecha esta distincin, no por ello deja de ser una analoga fundamental de dos procesos, de la mirada psicoanaltica y de la mirada historiogrfica que tienen en comn proceder por desplazamientos y no por verificaciones. A este respecto, se puede oponer el momento de la recuperacin de una historia-memoria, que se pensaba en la linealidad de una filiacin genealgica, con la emergencia de un nuevo rgimen de historicidad como se puede concebir hoy inspirndose en la problemtica freudiana tal como hace Michel de Certeau al ver ah la posibilidad de pensar la extraeza cuando est marcada por los juegos de las supervivencias y de las estratificaciones de sentido en un mismo lugar.

    Es as que el doble giro hermenutico y pragmtico iniciado por Bernand Lepetit en el seno de los Annales, que desplaza la totalidad temporal hacia el lado del presente de la accin, pone en evidencia, a partir del estudio de los lugares en su singularidad, que el pasado no est cerrado, que no es una cosa muerta para poner en un museo, sino que bien por el contrario, se mantiene siempre abierto a nuevas donaciones de sentido. El rgimen de temporalidades estratificadas le parece ejemplar a Bernard Lepetit, especialista de la historia urbana, en la observacin que hace de la Plaza de las Tres Culturas de Mxico. l recuerda que el proyecto, que remonta a comienzos del ao

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    1960, es explcito y yuxtapone las ruinas de una pirmide azteca, un convento del siglo XVI y un rascacielos moderno de dimensiones modestas. As pues, en un mismo espacio, el habitante de Mxico est llamado a penetrar en tres temporalidades diferentes: la de sus races indgenas, la del perodo colonial y la de la modernidad contempornea, reunidas y destinadas a acoger una nueva clase media ascendente en busca de legitimidad y segura de su poder. La Plaza de las Tres Culturas da a leer una zona de historia oficial. Ahora bien, este lugar de legitimidad, instalado en el corazn de la cuidad, ha sido doblemente sacudido: una primera vez en 1968, cuando el ejrcito dispara sobre la masa estudiantil reunida en la plaza, matando a una centena de ellos, y una segunda en 1985, cuando el terremoto afecta a todo el barrio en el que se cuentan ms de mil muertos. Estos dos acontecimientos le dan a esta plaza un sentido nuevo. Smbolo de la perennidad del poder en el tiempo, he aqu esta plaza convertida en un lugar dramtico, evocando tragedias colectivas. De este ejemplo, Lepetit extrae la enseanza de que el espacio urbano escapa a la intencionalidad funcional de sus diseadores y rene dimensiones tanto materiales como inmateriales de ayer y de hoy, en concordancia/discordancia. Al mismo tiempo, el lugar urbano est enteramente presente, recomponiendo, re-invistiendo los lugares antiguos con nuevas normas: fortificaciones se vuelven carreteras de circunvalacin; antiguas estaciones se vuelven museos; conventos son utilizados como cuarteles u hospitales y sobre el emplazamiento del noviciado de Laval, donde Certeau hizo sus estudios, se construy un supermercado. El sentido social asignado a tal o cual elemento de la urbanstica no se opera nunca de manera idntica y se refiere siempre a

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    una prctica presente. Esta apreciacin conduce a Lepetit a considerar que la ciudad no debe pensarse como una cosa inerte, cosificada para siempre para la ciencia, sino como una categora de la prctica social. Esta aproximacin, anclada en espacios situados en el tiempo, atenta al significado del actor, privilegia tambin el juego de escala espacial y asimila pues la geografa en sus ltimos avances tericos en materia de representacin.

    De la misma manera que Ricoeur, Michel de Certeau establece este lazo necesario entre historia y memoria, que debe evitar tanto el escollo de la recuperacin como el de la separacin radical: El estudio histrico pone en escena el trabajo de la memoria. En ella representa, aunque tcnicamente, la obra contradictoria. En efecto, algunas veces la memoria selecciona y transforma experiencias anteriores para ajustarlas a nuevos usos, o bien, practica el olvido que solamente da lugar a un presente; otras veces ella deja volver, bajo forma de imprevistos, cosas que se crean ordenadas y pasadas (pero que quizs no tienen edad) y abre en la actualidad la brecha de una ignorancia. El anlisis cientfico rehace en el laboratorio estas operaciones ambiguas de la memoria. Esta perspectiva abre una posible historia social de la memoria que tiene como efecto postular la renuncia a toda posicin de saliente en historiografa. Al contrario, una interaccin semejante se apoya en la heterogeneidad de perspectivas siempre en movimiento como tantos puestos de observacin que crean un desplazamiento de la escritura historiadora cuya finalidad corresponde a restituir la pluralidad de miradas posibles. Certeau se mantiene vigilante en un momento que todava no es el de una fiebre conmemorativa, contra todas las formas de quedarse insistentemente pegado en

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    el pasado y es por eso, que ya en su en su dilogo con el medievalista Georges Duby, sustituye la nocin de deuda a la de herencia: Desde sus ancestros, l no es el heredo sino el deudor. Desde esta fecha, 1978, Certeau define la obra historiogrfica como la combinacin de una puesta a distancia y de una deuda y ve en el trabajo de Georges Duby sobre el imaginario en la Edad Media, la posible restitucin de una dimensin hasta entonces subestimada y dependiente, aquella de la formalidad de las prcticas, de las diversas formas de simbolizacin: Su investigacin abre la posibilidad de una formalidad de la historia. Lo que le interesa particularmente en el anlisis de Duby es este anclaje de los juegos complejos entre prcticas sociales y prcticas significantes al interior mismo de una conflictualidad social situada. El pasaje de una visin binaria a una visin ternaria de la sociedad no funciona en Duby como el simple reflejo de los mecanismos econmicos. l designa ms bien lo que una sociedad percibe como faltante en relacin con una organizacin de sus prcticas.

    En la concepcin de un juego interdisciplinar que no se da como el incentivo de una totalizacin sistemtica ni como construccin de un sistema englobante, sino como trabajo sobre los lmites que implican una pluralidad principal de perspectivas, se reconocen las posiciones de Ricoeur: Para el historiador, el sacrificio consistira tambin en el reconocimiento de su lmite, es decir, de lo que le es quitado. Y la interdisciplinariedad no consistira en elaborar un bricolaje totalizador, sino por el contrario, en practicar efectivamente el duelo, en reconocer la necesidad de campos diferentes.

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    Michael de Certeau y la escritura de la historia

    La apertura del decir sobre un hacer

    Algunas lecturas de Michel de Certeau han tenido la tendencia a ver en l a uno de los representantes del Linguistic Turn en Francia y a encerrarlo en una aproximacin puramente retrica del discurso histrico, al interior de una concepcin exclusivamente discursiva de la historia. De hecho, para Michel de Certeau as como para Ricoeur, la historia no es una pura tropologa que la hara ser una variante de la ficcin. Muy por el contrario, l insiste en la apertura a travs de la historia de un espacio indito alrededor de la bsqueda de una verdad que la distingue fundamentalmente del simple efecto de realidad, segn los trminos de Roland Barthes. Tanto el objeto de la historia como la operacin misma del historiador, remiten a una prctica, a un hacer que desborda los cdigos discursivos. La escritura de la historia se sita pues en un entre-dos siempre en desplazamiento, en una tensin entre un decir y un hacer: Esta relacin del discurso con un hacer es interna a su objeto. El texto del historiador, sin substituirse a una praxis social y sin constituir su reflejo, ocupa la posicin del testigo y del crtico. Est pues animado por la marca del sujeto de su enunciacin, por un deseo inscrito en el presente y es esto, por lo dems, lo que retiene la atencin de Michel de Certeau en el ensayo de epistemologa histrica escrito en 1971 por Paul Veyne, Comment on crit lhistoire. Si bien Certeau se muestra un poco irritado por los enunciados perentorios segn los cuales nada de lo real existe sino por el discurso y si bien toma sus distancias con respecto al nominalismo principal de las proposiciones de Veyne, l le reconoce, sin embargo, el mrito de asumir el deseo del historiador en su relacin con la fabricacin de la

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    historia: Instalar el placer como criterio y como regla, ah donde han reinado por turnos la misin y la calidad de funcionario poltico del historiador, la vocacin puesta al servicio de una verdad social y finalmente la ley tecnocrtica de las instituciones del saber, es una revolucin. Si bien la introduccin del yo, en tanto que fundadora de la operacin historiogrfica, es considerada favorablemente, Certeau no esconde sus reservas ante la orientacin de Veyne cuando este ltimo deja en suspenso la cuestin de la relacin entre el tratamiento del discurso histrico y las prcticas de una disciplina, invitando a no dejar de lado uno de los polos constitutivos de la escritura historiadora.

    Certeau le da una importancia mayor a la nocin de prctica que recorre toda su obra, ya sea cuando escruta la cotidianidad, las artes del hacer en el siglo XX o cuando conceptualiza la operacin historiogrfica. Uno de sus textos mayores, publicado en Lcriture de lhistoire, lleva por ttulo La formalidad de las prcticas: Del sistema religioso a la tica de la Ilustracin (siglos XVI-XVIII). Las prcticas, objetos de la mirada del historiador, son tambin constitutivas del trabajo del historiador. Certeau define las prcticas al interior de una dicotoma entre estrategia y tctica: Llamo estrategia al clculo de las relaciones de fuerzas que se posibilita a partir del momento en el que un sujeto de querer y de poder es aislable de un entorno. Ella postula un lugar susceptible de ser circunscrito como un propio y servir luego de base para una gestin de sus relaciones con una exterioridad distinta. La racionalidad poltica, econmica o cientfica ha sido construida sobre este modelo estratgico. Llamo, por el contrario, tctico a un clculo que no puede contar con un propio ni con una frontera que distinga al otro como una totalidad visible.

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    Michael de Certeau y la escritura de la historia

    El lugar de la tctica es el lugar del otro. Ella se insina ah, fragmentariamente, sin captarlo por entero, sin poder mantenerlo a distancia. Ella no tiene una base donde capitalizar sus beneficios

    Cuando Certeau define la nocin de estrategia, l designa ah la exterioridad, estableciendo una frontera entre un lugar de saber, de capitalizacin del poder y un lugar para ser apropiado, para ser conquistado. l considera pues la existencia de un nivel extra-discursivo en el cual se inscriben y se despliegan las ambiciones estratgicas. Por lo dems, si la tctica no define la exterioridad, en la medida en que se mantiene interna al lugar del otro, ella se inscribe, segn Certeau, no en la dimensin del discurso mediante la cual se seala la estrategia, sino en la de la prctica, del hacer, al interior mismo de la efectuacin del acto.

    Estas distinciones estn al centro de la crisis que analiza Certeau como historiador cuando localiza la distorsin creciente entre el decir y el hacer en la crisis que experimentan algunos religiosos al interior de la Compaa de Jess, a comienzos del siglo XVII. La aspiracin mstica de aquellos que Certeau califica como pequeos santos de Aquitania y sobre todo la de un Jean-Joseph Surin, cristaliza una crisis de conciencia ante una institucin que tiende a cerrarse sobre s misma y a transformar su mensaje espiritual en escolstica. Estos msticos viven una divisin interior, un verdadero clivaje interno entre las formas de la modernidad social y un decir que ya no se corresponde con un hacer. Es a partir de esta escisin que el desgarramiento mstico se hace visible y se expresa como una exigencia nueva, insatisfecha ante las instituciones vigentes, desbordndolas por todas partes. Lo que est en juego en el vuelco de la modernidad que se opera

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    segn Certeau entre los siglos XVII y XVIII, pero que se acenta todava ms con la secularizacin generalizada de la sociedad en el siglo XX, es la retirada de la sociedad eclesistica como lugar de enunciacin de lo verdadero: La vida social y la inversin cientfica se van exiliando poco a poco de las enfeudaciones religiosas. La unidad del cuadro teolgico-poltico se quiebra sucesivamente bajo el progreso de la secularizacin, la afirmacin del Estado moderno y el descubrimiento de la alteridad gracias al contacto con nuevos mundos. De estas fracturas mltiples resulta un movimiento de exteriorizacin de la categora de lo religioso que se daba hasta ese momento con una coherencia nica y totalizadora. Ella se ve reducida entonces a una expresin puramente contingente y se expresa en su pluralidad. El relevo es tomado por el poder poltico, quien se ve a cargo de enrolar las creencias. El Estado instrumentaliza lo religioso y lo que se modifica, segn Certeau, no es tanto el contenido religioso como la prctica que en adelante hace funcionar la religin al servicio de una poltica de orden.

    La enseanza metodolgica que Michel de Certeau saca de ah para dar cuenta de este vuelco en el plano histrico es esencial por su insistencia sobre la formalidad de las prcticas. Ella significa, en efecto, que el lugar del cambio no es tanto el contenido discursivo mismo como este entre-dos cuya distorsin es experimentada vvidamente como la expresin de una crisis insuperable y que es el producto de una distancia creciente entre la formalidad de las prcticas y la de las representaciones: Hay una disociacin entre la exigencia de decir el sentido y la lgica social del hacer. Es entre estos dos polos que la experiencia mstica expresa las nuevas formas de subjetivacin de la fe, buscando mantener juntas las dos exigencias disociadas por la evolucin histrica.

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    Michael de Certeau y la escritura de la historia

    Es pues a una travesa experiencial a la que nos invita Certeau en su construccin de una antropologa del creer. El hecho de exhumar el pasado no corresponde ni al mito de Michelet de hacerlo revivir ni al gusto anticuario de los eruditos, sino que est siempre iluminado por el devenir y debe nutrir la invencin de lo cotidiano. La paradoja de la confrontacin de la excepcin ordinaria que es Jean-Joseph Surin, permite en efecto comprender mejor el movimiento que anima las mltiples formas de la inteligencia astuta, la profusin de las tcticas, la Metis griega puesta en obra en la cotidianidad del siglo XX. Ah todava, como en Ricoeur, es el acontecimiento quien dirige por su capacidad de alterar y de poner en movimiento: Lo esencial es volverse poroso ante acontecimiento (la palabra vuelve con frecuencia), dejarse alcanzar, cambiar por el otro, ser alterado, herido. Todo este trabajo de erudicin histrica est pues animado en Certeau por el inters de explicar su siglo, el siglo XX, al elucidar lo que l califica, en 1971, de ruptura instauradora. Segn Certeau, el trabajo sobre el pasado es, en este sentido, anlogo al trabajo analtico como operacin presente que se aplica a las ecuaciones personales y colectivas. Desatender el pasado equivale a dejarlo intacto a espaldas nuestras y vivir pues bajo su tutela, mientras que la operacin historiogrfica hace posible pensar el futuro del pasado: Paradjicamente, la tradicin se ofrece un campo de posibles. La operacin historiogrfica halla su prolongacin en los anlisis de las maneras de hacer en la vida cotidiana. Certeau localiza ah las manifestaciones polimorfas de la inteligencia inmediata, astuta y hecha de astucias, de tcticas empleadas por los consumidores que no se dejan reducir a la pasividad sino que producen su manera singular de apropiarse de los bienes culturales. Estas

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    tcnicas o tcticas de reapropiacin subvierten los repartos dicotmicos entre dominantes y dominados, productores y consumidores. Ellas representan muchas potencialidades creativas. Certeau retoma, para calificarlas, lo que Deligny llamaba las lneas de errancia, es decir, los recorridos trazados fuera de los caminos construidos por los nios autistas, itinerarios solitarios, vagabundajes eficaces que cortan el camino de los adultos.

    Segn Certeau, tanto en el pasado como en el presente, las prcticas son siempre consideradas como irreductibles a los discursos que las describen o las proscriben. Toda la investigacin de Certeau est habitada por esta tensin entre la necesidad de pensar la prctica y la imposible escritura de sta, en la medida en que la escritura se sita del lado de la estrategia. Es precisamente este difcil pasaje, este desplazamiento, el que es intentado por la operacin historiogrfica en su ambicin de encontrar la multiplicidad y darle una existencia narrativa.

    La manera en la que Certeau logra dar cuenta de las prcticas a travs de la escritura, consiste en apoyarse en los conocimientos de una pragmtica del lenguaje inspirada en la lingstica de la enunciacin de Benveniste y en los trabajos sobre los actos de lenguaje de Austin y Searle. Es por la pragmtica que Certeau consigue restituir la singularidad de estos modus loquendi de los msticos, que estn caracterizados por un hablar marcado por la alteracin, la traduccin y el exceso de los marcos establecidos. Esta travesa experiencial nace de la desontologizacin del lenguaje y de la separacin creciente entre la lengua dectica y la experiencia referencial propia de la modernidad: Las maneras de hablar espirituales participan de esta nueva pragmtica. La ciencia mstica ha favorecido adems un

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    excepcional desarrollo de mtodos. Es en el dilogo, en la dialgica, que se anuda este lenguaje mstico. La comunicacin designa un acto que focaliza relatos, tratados y poemas: El nombre mismo que simboliza toda esta literatura mstica remite al acto de habla (el speech act de J.R. Searle) y a una funcin ilocutoria (J.L. Austin): el Espritu es quien habla el que habla, dice Juan de la Cruz; es el locutor o lo que habla.

    De la travesa de la experiencia interior, se deduce un desplazamiento del clivaje entre lo verdadero y lo falso. De la misma manera que la verdad es siempre tensiva en Ricoeur, la ciencia experimental que preconiza Certeau, a partir de Surin, depende de una indeterminacin presupuesta del reparto entre lo verdadero y lo falso. De este modo, Surin no se presenta con una postura de dominio de la verdad frente a Juana de los ngeles. Si la religiosa est poseda por los demonios, Surin considera que es difcil dar una regla segura e indubitable para saber cundo dicen la verdad y cundo no la dicen.

    Estas prcticas y astucias sin lugares no estn aseguradas; ellas permanecen sin capitalizacin posible. Por el contrario, estn expuestas a los avatares del tiempo, a no dejar huellas, lo que les da una fragilidad principal. Certeau diferencia dos usos del tiempo: una prctica que se ha vuelto hoy en da invasiva y que consiste en temporalizar un lugar y en magnificar su valor en una perspectiva hagiogrfica, para asentar all una legitimidad, una identidad. Esta estrategia equivale a matar el tiempo para defender ah el lugar en su perennidad supuesta frente a la erosin del tiempo. A esta versin conservatoria, Certeau opone otros usos diversos del tiempo definidos por su carcter combinatorio. En primer lugar, distingue el uso de un

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    tiempo esperado, el del cazador, forma de labor de punto entre un tiempo continuo y las sorpresas acontecimentales. Otra forma de combinacin sera la de un tiempo tejido, de un tiempo en forma de lazos, a la manera del tiempo enredado de las conversaciones. En tercer lugar, l seala lo que califica como tiempo agujereado o tiempo reanudado, no controlado, en el curso del cual el accidente hace sentido. En ltimo lugar, estara el tiempo sin huella, simple tiempo de la prdida, ampliamente presente en la memoria oral para siempre perdida.

    La bsqueda de Certeau atraviesa todas estas temporalidades tejidas como un recorrido de s mismo, constituido por el enmaraamiento de relatos, de contratiempos, que son artimaas a travs de las cuales la libertad se abre va por caminos no trazados, que son los que permiten la constitucin de un s mismo para el otro. Ricoeur y de Certeau coinciden totalmente en este punto, incluso en el horizonte potico siempre inscrito como devenir, siempre inacabado que vuelve a plantear las preguntas hechas al pasado, con el fin de instaurar una relacin creadora con l. Esta lengua potica de la experiencia, nace de la dicotoma instituida por la modernidad entre las creencias y lo creble. Ella es el nuevo lanzamiento incesante de cuestiones que en adelante quedan sin respuesta y describe bien la nueva postura del historiador, quien asume una actitud ms humilde al estar menos seguro de darle respuestas definitivas a las preguntas y que se ve llevado, ms bien, a plantearle preguntas a respuestas pasadas.

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    Todava se recuerda la prohibicin proferida por Lucien Febvre contra toda forma de anacronismo. En la bsqueda de lo que l denomina el utillaje mental del siglo XVI, Febvre expresa claramente su hostilidad contra la tendencia natural que tiene el historiador de transponer sus propias categoras de pensamiento, de sentimiento, de lenguaje, en sociedades en las cuales no tienen significado, o al menos, no el mismo. En su Rabelais, publicado en 1942, le advierte al aprendiz de historiador: Hay que evitar el mayor de los pecados, el irremisible entre todos: el anacronismo. En esta obra, Lucien Febvre enfrenta la tesis de Lefranc, quien concibe a Rabelais como un racionalista, como un librepensador. l se interroga sobre la posibilidad de la incredulidad en el siglo XVI y para estos efectos reconstituye el utillaje mental de la poca. De esto deduce que Lefranc habra cometido el pecado del anacronismo, que habra ledo los textos del siglo XVI con los ojos de un lector del siglo XX. Febvre niega la posibilidad misma de la incredulidad en esa poca, y si por casualidad un Rabelais hubiese sido incrdulo, no habra podido existir en su siglo, enmarcado a todo nivel por escansiones religiosas. Febvre admite que pueda haber hombres excepcionales que se adelanten a su tiempo, pero todava es necesario encontrarle condiciones de posibilidad a su pensamiento, antecesores. Ahora bien, ni el estado de la ciencia ni

    2. dEl uso razonado dEl anacronisMo

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    El giro reflexivo de la historia

    el de la filosofa le permiten encontrar a Rabelais algo que apoye la expresin de la incredulidad. El hecho de encontrarse en posicin de objeto de la historia, presupondra creer en la creencia de su tiempo, lo que deca tambin Marc Bloch al citar el proverbio rabe: Los hombres se parecen ms a su tiempo que a sus padres.

    Del justo elogio del anacronismo hacia posibles derrapes Al salirse de las convenciones disciplinarias, Nicole Loraux

    tiene el mrito de abogar por la transgresin prohibida que es el anacronismo. Con toda razn, ella invita al historiador a ser audaz y a ser todava ms audaz en su objetivo de comprender mejor al otro en el tiempo y de pensar la relacin entre el mundo griego antiguo y nuestro tiempo presente, incluso en sus ambivalencias. De esta manera, ella estima que la prctica de la analoga hecha por los antroplogos es una prctica fecunda. No se puede sino seguir su demostracin rigurosa y convincente a propsito del valor heurstico del presente en la lectura y en la comprensin del pasado, sobre la pertenencia de la prctica historiadora al paradigma de la traduccin. Ella invita a este vaivn entre las nociones contemporneas y antiguas, bajo la condicin de respetar algunas reglas fundamentales. No podra ser cuestin de una simple proyeccin mecnica de nuestras categoras presentes en el pasado. Nicole Loraux lo sabe mejor que nadie, ya que ella pertenece a una corriente de investigadores la antropologa histrica de la Grecia antigua que revolucion totalmente nuestra mirada sobre ese mundo, al romper justamente con esta forma de anacronismo vehiculada por la escuela alemana del siglo XIX, que vea en el mundo griego los prolegmenos de los valores de la burguesa occidental.

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    Del uso razonado del anacronismo

    Toda la escuela de la antropologa histrica representada por Moses Finley, Jean-Pierre Vernant, Pierre Vidal-Naquet, Marcel Detienne, Claude Mosse renov nuestro conocimiento del mundo griego gracias a su inters por encontrar la singularidad del hombre griego. La preocupacin primera ser entonces hallar las categoras de pensamiento propias de ese mundo, el carcter inseparable, totalmente enredado, de las diversas dimensiones, poltica, religiosa, tica, de fronteras porosas. Se puede afirmar que es al romper con un cierto uso del anacronismo lo que se ve en su rechazo a proyectar nuestros marcos mentales sobre una sociedad cuyas instancias son totalmente otras que esta corriente lleg a ser la ms operatoria y esclarecedora. De esta manera, Jean-Pierre Vernant habr mostrado cmo se instaura lo poltico en Grecia y engloba todas las relaciones de produccin. Habr puesto en cuestin el esquema de lectura heredado del siglo XIX, que segua siendo utilizado sin discernimiento para leer las mentalidades de la antigedad. Comprometido en esta perspectiva de restitucin de la visin de mundo especfica de la civilizacin griega, Jean-Pierre Vernant descubre la relatividad del modo de problematizacin que se tiene por costumbre proyectar cuando se parte de una realidad contempornea. Demasiado seguido se transpone en el pasado un utillaje mental anacrnico. Vernant nota, en efecto, que en Platn no hay una palabra para expresar la nocin de trabajo. Esta falta lo conduce a historizar su proceso y a descubrir que del VIII al siglo VI a.C., se pasa de un universo mental a otro, lo que l estudia en su primera obra.

    Investigando la nocin de trabajo, Vernant se encuentra sobre todo con la omnipresencia del fenmeno religioso. En 1958, Vernant analiza los mitos griegos: bajo el modelo que proponen Lvi-Strauss y Dumzil. He procedido pues como un estructuralista consciente y voluntarioso. Este primer trabajo estructuralista sobre el mito de las razas comenz a partir de una

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    El giro reflexivo de la historia

    nota sobre Grecia en la cual Dumzil planteaba el problema de la trifuncionalidad. La psicologa/antropologa histrica que l preconiza, depende de una ciencia del movimiento y no de la voluntad de encerrar a la historia en un estatismo cualquiera.

    Vernant engloba todos los aspectos de la vida de los griegos para pensarlos conjuntamente, sin considerar a la religin su mbito de investigacin preferido como una entidad separada, sino todo lo contrario. De este modo, analiza la organizacin poltica, instancia poco presente en los estudios estructurales y en particular, su advenimiento, gracias a las reformas de Clstenes en Atenas. A la organizacin gentilicia se substituye el principio territorial en la nueva organizacin de la Ciudad: El centro traduce en el espacio los aspectos de homogeneidad y de igualdad y ya no los de diferenciacin y de jerarqua. A este nuevo espacio que instaura la polis le corresponde otra relacin con la temporalidad, as como tambin la creacin de un tiempo cvico. Este doble trabajo de homogeneizacin que va al encuentro de las divisiones, facciones y clientelas rivales que debilitan la Ciudad, est a la base de un vuelco completo de las categoras mentales del hombre griego. El advenimiento de la filosofa griega, de la razn, no se deduce pues de puros fenmenos contingentes tal como lo piensa Lvi-Strauss, ella es justamente la hija de la Ciudad.

    Vernant hace escuela, tal como atestigua la publicacin en 1979 de La cuisine du sacrifice en pays grec bajo su direccin y la de Marcel Detienne. Los autores interrogan la vida cotidiana de los griegos, sus prcticas culinarias, a la manera de Lvi-Strauss, no por exotismo sino para percibir mejor el modo de funcionamiento de la sociedad griega para la cual el sacrificio es obra de pacificacin, de domesticacin de la violencia. En esta sociedad democrtica, el sacrificio es obra de todos, pero en los lmites de la ciudadana que se restringe al gnero masculino.

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    Las mujeres estn excluidas de este rito as como de la condicin ciudadana. Si ellas acaparan los instrumentos sacrificiales, es para transformarlos en armas asesinas, castradoras. El corte de la carne consumida le corresponde entonces al hombre, quien le sirve los trozos a su esposa. El significado del sacrificio ofrece as un acceso privilegiado a la sociedad griega en su interioridad.

    Se puede pues afirmar que toda esta corriente de la antropologa histrica fue construida contra el anacronismo. Hacer su elogio hoy en da no es evidente, sino que ms bien es una paradoja. Como por lo dems afirma Nicole Loraux, quin quiera navegar en las aguas del entre-dos, entre lo actual y lo antiguo del anacronismo, debe hacerlo con prudencia; se requiere la movilidad ms grande: hay que saber ir y venir y siempre desplazarse para hacer las necesarias distinciones. El uso del anacronismo preconizado por Nicole Loraux sigue siendo muy controlado y se emplea para realizar una transposicin, segn la cual ya no se trata tanto de inscribirse en un proceso genealgico de bsqueda de antecedentes o de signos anunciadores de la novedad en lo antiguo, de elementos ya modernos en el pasado, como de volver al presente para localizar ah las marcas de antigedad de nuestra modernidad: Con seguridad vale la pena descifrar en el corazn de nuestro presente el trabajo de problemas muy antiguos. Tomando como base esta bsqueda, la helenista postula con derecho una heterocrona, una coalescencia de los tiempos constitutivos de nuestra contemporaneidad enriquecida por una pluralidad de regmenes de historicidad. La actualidad puede, desde luego, ver venir el acontecimiento como nuevo, pero ella tambin es el objeto de lo que Freud ha calificado de compulsin a la repeticin y Nietzsche de eterno retorno. De ah la idea fecunda de una historia de lo repetitivo, que no tiene nada que ver con las famosas y engaosas lecciones del pasado y cuyo

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    mecanismo se sita en la dimensin deseante de las sociedades humanas, ms all de los cortes institucionalizados del tiempo global recortado en cuatro momentos (la antigedad, la edad media, la poca moderna, la poca contempornea). Esta insistencia en la dimensin deseante, acerca a Nicole Loraux a Michel de Certeau, a quien ella evoca, por lo dems, al definir la operacin historiogrfica y el discurso psicoanaltico como discurso en tensin entre un polo cientfico y un poco ficcional.

    Nicole Loraux habr contribuido positivamente en este mbito a desplazar las lneas, tal como ya lo haba hecho antes al denunciar las querellas territoriales entre literatos e historiadores especialistas de la antigedad griega. Ella denunci el carcter artificial de este tipo de repartos y sus efectos perversos. La mayora de los historiadores de esta rea, que en su origen tienen una formacin en las humanidades clsicas y de extraccin literaria pretenden hacer olvidar su pasado reforzando la seriedad. Al hacer absoluto este corte con el cordn umbilical que los ataba a los estudios literarios, estos historiadores de la antigedad tuvieron la tendencia a sobrevalorar un proceso limitadamente positivo, exhumando las fuentes epigrficas y arqueolgicas, al abrigo de las renovaciones de las ciencias humanas y de las ambivalencias de las fuentes textuales, replegndose sobre lo que era considerado como prueba tangible de las realia. Cuestionado ah tambin las lneas de reparto, Nicole Loraux pretende despertar a algunos historiadores del sueo dogmtico que los habra adormecido en la creencia tranquilizadora en una transparencia de lo real cualquiera.

    En esta intervencin que aspira a poner en guardia contra las ilusiones de un acceso no mediado, transparente con el pasado, Nicole Loraux plantea el problema de la justa distancia que se debe preservar entre el sentido que reviste para sus lectores el texto antiguo, su arraigo en una relacin dialgica singular con

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    el mundo griego y el sentido que se le puede encontrar partiendo de nuestra contemporaneidad. El acto interpretativo se sita en un entre-dos e implica multiplicar la distancia focal y las escalas de anlisis: Una lectura microscpica, que se refiere a la literalidad de las obras con un vasto contexto de significaciones, deshace el texto que, abrindose sobre el todo de la cultura griega, pierde su autonoma. Pero inversamente, al leer de demasiado lejos un texto trgico, cmico, histrico, se le corta su anclaje en un gnero, albergue discursivo de las representaciones compartidas de la cuidad. Ni demasiado cerca ni demasiado lejos de la ciudad. Tal es el espacio que debe construir el lector interesado en no conformarse ni con la funcin documental del texto ni con su funcin monumental.

    Y cuando Loraux les recuerda a los historiadores de hoy que Tucdides no es su colega y que su relato histrico debe ser sometido a la misma crtica que las otras formaciones discursivas, ella restablece la distancia temporal necesaria. Mediante esta puesta a punto, la historiadora pretende restituirle a la Historia de Tucdides su estatus de texto y as pues considera su interpretacin como siempre abierta y ya no como el resultado de un ya-ah. Restituirle a los escritos de Tucdides su estatus de documento entre otros, a propsito de la manera de escribir la historia en el siglo V a.C., tiene la intencin de dar un paso en la comprensin de lo que es un texto antiguo. De lo que es, en la poca en la que lo escrito tiende a sustituir a la palabra hablada como un instrumento de comunicacin y de garanta de la veracidad, una grafa.

    Este inters por re-interrogar a la escritura historiadora como un hacer, como una fabricacin que hay que restituir a partir de su lugar de enunciacin, de su anclaje social e institucional, es totalmente fecunda y participa del giro historiogrfico actual que contribuye a des-naturalizar una actividad ante todo social

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    y poltica. Sin embargo, Nicole Loraux procede en este nivel con una prctica del anacronismo que deja de ser legtima cuando ella juzga los procedimientos de escritura de Tucdides con el mismo rasero de los criterios codificados y canonizados del oficio de historiador, tal como se profesionaliz en la segunda mitad del siglo XIX. En efecto, en una contribucin escrita en 1986 para la revista de psicoanlisis Metis, ella arremete violentamente contra Tucdides como si fuera su colega, contradiciendo de ese modo su artculo precedente, cuyo ttulo era justamente Tucdides no es nuestro colega. Ella le reprocha transgredir las sacrosantas leyes del oficio de historiador.

    El hecho de que el hijo mate al padre cuando Tucdides se dedica a descalificar a Herdoto, su predecesor, reprochndole el hecho de mantenerse todava demasiado cerca de la leyenda y demasiado alejado de las estrictas reglas del establecimiento de la verdad, es presentado por Nicole Loraux como un acto de autoridad que tiene por ambicin substituirse a toda forma de discurso anterior e imponer su poder. En efecto, Herdoto se muestra ante los ojos de Tucdides como un confabulador que cae rpidamente en la invencin para llenar las lagunas documentales. El padre de la historia, se transforma entonces tambin en el padre de las mentiras. Esta relacin puede parecer paradjica, cercana a la figura del oxmoron: el mentiroso-verdadero. Y sin embargo, el historiador Franois Hartog seala hasta qu punto esta frmula es rica en relaciones indisociables entre historia y ficcin. No obstante, Tucdides intenta una disociacin ms radical de la historia y descalifica la obra de Herdoto que l ejecuta como loggrafo cuyas composiciones apuntan al placer del auditor ms que a la verdad: se trata de hechos incontrolables cuya antigedad condena generalmente al rol de mitos a los cuales no se le puede dar crdito. Segn Tucdides, Herdoto es un mitlogo (muthdes) y l se disocia

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    de su maestro para insistir en la bsqueda de la verdad en la definicin que da de la empresa historiadora, que en este punto es anloga con la bsqueda judicial.

    La verdad se vuelve entonces la razn de ser del historiador y Tucdides plantea un cierto nmero de reglas constitutivas del mtodo a seguir: Yo no hablo sino como testigo ocular o despus de una crtica de mis informaciones tan atenta y completa como sea posible. Las primeras palabras del prefacio de su Historia de la guerra del Peloponeso establecen un inters por la objetivacin de lo real histrico: Tucdides, natural de Atenas, narr la guerra entre los peloponesios y los atenienses, cmo combatieron los unos contra los otros. Comenz su trabajo recin declarada la guerra.

    Al limitar su campo de investigacin a lo que habra percibido, Tucdides reduce la operacin historiogrfica a una restitucin del tiempo presente, que es el resultado de un borramiento del narrador que se retira para dejar hablar mejor a los hechos. En el nacimiento mismo del gnero histrico, se encuentra pues esta ilusin del auto-borramiento del sujeto historiador y de su prctica de escritura para mejor darle la impresin al lector de que los hechos hablan por s solos. Pura transitividad, la empresa historiadora parece anularse en el relato constitutivo de su objeto. Este procedimiento de escritura es vivamente denunciado por la helenista Nicole Loraux como un acto que aspira a instituir la autoridad del sujeto historiador, quien ocupa el lugar de una verdad inmutable luego de haber excluido a sus predecesores, en este caso a Homero y a Herdoto. Mediante este procedimiento, el historiador Tucdides invalidara tambin toda visin ulterior diferente a la suya, en la medida que las generaciones futuras no habrn conocido los hechos relatados.

    Esta estigmatizacin depende manifiestamente de un juicio anacrnico, en nombre del cual Nicole Loraux le reprocha

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    al antiguo Tucdides no respetar un protocolo mnimo de investigacin de la posible verificacin de las fuentes segn reglas normativas ulteriores, como si ella juzgara a uno de sus pares desde lo alto de un jurado de tesis. En su artculo sobre Tucdides, Nicole Loraux se da por ambicin buscar, en el texto mismo, los lineamientos de la figura de autoridad. Al afirmar su autoridad personal, Tucdides es acusado de querer instituirse en sujeto absoluto y heroico, nico garante de la verdad de su propio discurso y que procede a borrar metdicamente sus fuentes, de las que, ante la mirada de la posterioridad, l sera el nico depositario. Nicole Loraux considera que al escribir sobre la guerra del Peloponeso, Tucdides identifica el acontecimiento con la manera en la cual l lo pone en intriga, dejando pensar a su lector que tiene un acceso directo a lo que ste fue. El trmino Xyngraph significa el hecho de reunir por escrito, de proponer una unidad de discurso histrico, dando pues a entender que toda la guerra habra sido restituida sin seleccin, sin omisin; ella habra pasado en el relato de Tucdides: As, la operacin histrica est completamente en la palabra que dice el acto de escribir. Si Nicole Loraux se hubiera limitado a sealar lo que constituy la ilusin fundamental de la escritura historiadora como forma de resurreccin del pasado, su crtica estara totalmente fundada, pero ella se erige en rectificadora de errores para emprendrselas con una intencionalidad supuesta de Tucdides. En primer lugar, l es acusado de querer excluir por todos los medios a sus ilustres predecesores: Tucdides ocupa l solo el lugar del historiador. Ocupando solo la escena, Tucdides puede entonces predominar solamente armado de una inteligencia lo bastante completa como para apreciar la fuerza del ahora. La helenista pretende revelar mediante su estrategia de sospecha, la relacin de subordinacin del lector iniciada por Tucdides, quien espera de parte de ste una relacin pasiva

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    de admiracin del talento y de sometimiento ante la veracidad propia de su escritura: Esto supone que l admire (el lector) la escritura en acto y que olvide que ella es un acto. Que el sepa que la obra es un resultado, pero que no pida saber ms sobre la investigacin que la ha producido. Nicole Loraux llega a denunciar a Tucdides por haber escondido su protocolo de la investigacin, haciendo como si el historiador de la antigedad tuviera que suscribir a algn contrato que Tucdides no habra honrado. Aqu nos encontramos con el colmo de los posibles extravos de un uso no controlado del anacronismo! Vemos otra atestacin de ello cuando Nicole Loraux evoca el taller del historiador, haciendo como si la corporacin de los historiadores de oficio de la Grecia antigua se hubiera organizado en una cofrada, sindicato o comunidad erudita segn reglas de deontologa especficas, lo que ella confirma al agregar: Esto significa que aquello que en la comunidad historiadora se denomina fuentes, ha sido pura y simplemente reprimido. Tucdides habra escondido sus fuentes intencionalmente, y de este modo, quien es considerado como un maestro de la verdad, como uno de los fundadores de los principios del discurso historiador, ya no sera un mentiroso-verdadero en el sentido de Herdoto, sino un mentiroso empedernido, un impostor, un Tartufo cuyo poder se habra edificado sobre una confiscacin del cofre de las fuentes de lo verdadero, sustrado de la vista de la humanidad.

    Nicole Loraux denuncia todas las proclamas metodolgicas de un Tucdides que habla en nombre de la verdad de sus pruebas sin ofrecerle nunca al lector los medios para verificarlas: Acaso debemos comprender que, porque la verdad es la verdad, ella excluye la nocin misma de verificacin, expulsada hacia el lado de una realidad por definicin inaprensible?. Por poco, la helenista de hoy en da le reprocha a su ancestro Tucdides

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    no haber puesto suficientes notas a pie de pgina. Cuando se sabe que an en el siglo XIX, un Jules Michelet defiende una tesis de Estado que consta de slo 28 pginas, lo que revela la existencia de un oficio que todava no est regulado segn las normas convenidas desde entonces, no se puede sino sonrer con semejante proceso por incapacidad profesional. Adems, Tucdides habra escondido sus fuentes hoy en da inaccesibles y as no tendremos acceso a sus dossiers. Ah tambin hay anacronismo! Desde luego que no haba archivos ciudadanos en la Grecia del siglo V a.C. y que Olivier Corpet todava no haba creado el IMEC! Efectivamente, es la intencionalidad de Tucdides la que est en la mira, ya que segn Nicole Loraux se trata de una estrategia del Yo que somete al lector a una pura y simple adhesin al discurso propuesto sobre la guerra del Peloponeso. Segn Nicole Loraux, la obra llevada a cabo por Tucdides est definitivamente cerrada, ya que l ha hecho desaparecer cuidadosamente sus fuentes. Ninguna investigacin nueva puede ser emprendida, ya que la guerra del Peloponeso est escrita de una vez por todas. Tucdides habra logrado plenamente su golpe de fuerza. Como los Horacios, que van eliminando uno a uno los Curiacios, l habra procedido, despus de haber sustrado todo crdito a sus predecesores, a la exclusin de todo sucesor. No habr rivales, puesto que ellos nunca podrn cogerlo en falta: Ya no hay nada ms que buscar. Tal es la ltima palabra de la operacin tucidideana. A una posible posteridad de investigadores, l opone una prohibicin absoluta, al punto de que su relato histrico debe ser percibido no como un acto de nacimiento de la ciencia histrica sino como un obstculo para la investigacin historiadora: La historia de la guerra del Peloponeso: un obstculo para la pulsin de investigacin, la manifestacin de un bloqueo bajo forma de texto.

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    Efectivamente, hay una subestimacin de la importancia de las fuentes escritas por parte de Tucdides, pero porque como Herdoto Tucdides privilegia el ojo, la mirada como fuente de la verdad, aunque a diferencia de su predecesor l descarta toda fuente indirecta, el decir lo que se dice. El saber histrico es entonces exclusivamente el ver. l condena al historiador a limitar su campo de investigacin al perodo que le es contemporneo y al lugar en el que se sita. La herencia legada por Tucdides con su insistencia en el contrato de verdad, permanece en el corazn de la vocacin historiadora as como su inters por la demostracin, que anima al relato factual, verdadero operador de una eleccin consciente para apuntalar la hiptesis a verificar ante el lector.

    Tucdides celebra el poder ateniense hasta en sus vicisitudes, como la excepcin a la vez magnfica y el modelo imposible de imitar, que condena ya sea al fracaso, o como Ssifo, al eterno recomienzo. El imperialismo del Imperio martimo ateniense est en el fundamento mismo de la guerra que lo opone a la liga terrestre constituida por Esparta bajo el nombre de la Liga lacedemonia. Seguro de un principio regulador y de una causa profunda erigida en motor de la historia, prximo a la abstraccin de una voluntad colectiva denominada los Atenienses, Tucdides construye lo que llegar a ser el esquema mismo de la escritura historiadora, con su lgica a menudo inexorable, de triloga articulada alrededor de las causas, de los hechos y de las consecuencias.

    Por su parte, Jacques Rancire rompe tambin el tab de la corporacin historiadora a propsito del anacronismo, en nombre de la necesaria consideracin por parte del historiador de los procedimientos poticos de su discurso: el anacronismo es un concepto potico en el sentido de una techn. La exclusin del anacronismo como pecado mortal del oficio de historiador

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    remonta al mundo antiguo, cuando el gnero se diferencia y se singulariza por su capacidad de constituir el tiempo como principio de inmanencia, al tener la capacidad de dar cuenta de todos los fenmenos ms diversos segn un principio de co-presencia y de co-pertenencia: El tiempo funciona como semejanza o sustituto de eternidad. l se desdobla, al ser el principio de presencia de eternidad interior a la temporalidad de los fenmenos. Rancire considera que el historiador no tiene que pronunciar prohibiciones en nombre de imposibilidades, que por lo dems tienen un estatus indefinido y que ocultan detrs de la batalla contra el anacronismo una acepcin del tiempo segn el principio de eternidad que se enrosca en el rgimen de la co-presencia. Si ante sus ojos, no hay anacronismos que deban ser combatidos, hay en cambio anacronas de las cuales se puede hacer un uso positivo, acontecimientos, nociones, significados que toman el tiempo hacia atrs: Una acrona, es una palabra, un