el cannabis como riesgo social. controversias entre expertos y consumidores

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1 EL CANNABIS COMO RIESGO SOCIAL. CONTROVERSIAS ENTRE EXPERTOS Y CONSUMIDORES. David Pere Martínez Oró Doctor en Psicología Social Fundación IGenus Universidad Autónoma de Barcelona INTRODUCCIÓN El cannabis es la substancia fiscalizada más consumida en España y en todos los países occidentales (UNDOC, 2014). Se estima que en 2012 entre 125 y 227 millones de personas consumieron cannabis en todo el mundo. En España, el 17% de adolescentes y jóvenes entre 15-35 años consumió cannabis en el último año, esto sitúa a España en la cuarta posición europea, solo superado por la República Checa (18,5%), Dinamarca (17,6%) y Francia (17,5%) (EMCDDA, 2014). Tales prevalencias muestran como el cannabis ha experimentado un proceso de normalización sociocultural, entendido en un doble proceso. Por una parte como un proceso que propicia el asentamiento sociocultural de la substancia y por otra parte se entiende como una banalización de los riesgos del cannabis. La normalización es un proceso socio-histórico que ha desembocado en el actual escenario de los consumos donde se relacionan la gran mayoría de adolescentes y jóvenes desvinculados de procesos adictivos y de la extrema exclusión social. La normalización es el resultado de múltiples factores, acaecidos desde principios de los noventa hasta la actualidad, a destacar: la disminución de la alarma relacionada con los consumos de drogas, aumento de las prevalencias de los consumos en determinadas substancias, consecuencias menos problemáticas en los consumidores unido a una invisibilización de estos, cambios en la accesibilidad a las substancias, desvinculación de los consumos de las subculturas juveniles y mayor nombre de personas conocedoras del mundo de los consumos. Todos estos elementos emergidos en una sociedad cambiante dominada por el consumismo y la incertidumbre ha provocado el asentamiento cultural de las drogas fiscalizadas. A pesar de esto, entre los consumidores no todas las substancias gozan del mismo estado de normalización debido a los riesgos y los daños asociados a cada una de ellas. Por ejemplo, la heroína siempre ha sido conceptualizada como problemática y no puede entenderse como normalizada. El speed, la cocaína y la MDMA se han normalizado exclusivamente en ciertos tiempos y contextos entre determinados colectivos de consumidores. Y, el cannabis es la substancia que más se ha normalizado en las últimas décadas. El cannabis junto al

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EL CANNABIS COMO RIESGO SOCIAL. CONTROVERSIAS ENTRE EXPERTOS Y CONSUMIDORES.

David Pere Martínez Oró

Doctor en Psicología Social

Fundación IGenus

Universidad Autónoma de Barcelona

INTRODUCCIÓN

El cannabis es la substancia fiscalizada más consumida en España y en todos los países occidentales

(UNDOC, 2014). Se estima que en 2012 entre 125 y 227 millones de personas consumieron cannabis en

todo el mundo. En España, el 17% de adolescentes y jóvenes entre 15-35 años consumió cannabis en el

último año, esto sitúa a España en la cuarta posición europea, solo superado por la República Checa

(18,5%), Dinamarca (17,6%) y Francia (17,5%) (EMCDDA, 2014). Tales prevalencias muestran como el

cannabis ha experimentado un proceso de normalización sociocultural, entendido en un doble proceso. Por

una parte como un proceso que propicia el asentamiento sociocultural de la substancia y por otra parte se

entiende como una banalización de los riesgos del cannabis.

La normalización es un proceso socio-histórico que ha desembocado en el actual escenario de los

consumos donde se relacionan la gran mayoría de adolescentes y jóvenes desvinculados de procesos

adictivos y de la extrema exclusión social. La normalización es el resultado de múltiples factores, acaecidos

desde principios de los noventa hasta la actualidad, a destacar: la disminución de la alarma relacionada con

los consumos de drogas, aumento de las prevalencias de los consumos en determinadas substancias,

consecuencias menos problemáticas en los consumidores unido a una invisibilización de estos, cambios en

la accesibilidad a las substancias, desvinculación de los consumos de las subculturas juveniles y mayor

nombre de personas conocedoras del mundo de los consumos.

Todos estos elementos emergidos en una sociedad cambiante dominada por el consumismo y la

incertidumbre ha provocado el asentamiento cultural de las drogas fiscalizadas. A pesar de esto, entre los

consumidores no todas las substancias gozan del mismo estado de normalización debido a los riesgos y los

daños asociados a cada una de ellas. Por ejemplo, la heroína siempre ha sido conceptualizada como

problemática y no puede entenderse como normalizada. El speed, la cocaína y la MDMA se han

normalizado exclusivamente en ciertos tiempos y contextos entre determinados colectivos de consumidores.

Y, el cannabis es la substancia que más se ha normalizado en las últimas décadas. El cannabis junto al

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alcohol, que por procesos sociohistóricos siempre ha estado normalizado, representan las substancias más

consumidas y aceptadas, por tanto, los riesgos y los daños de estas sustancias son los más presentes entre

los adolescentes y jóvenes españoles. En definitiva, la normalización ha influido en como se construyen los

riesgos y los daños asociados al alcohol y al cannabis.

Tanto la literatura científica como los materiales y programas preventivos, independientemente de su

orientación teórica, señalan los riesgos como un concepto clave para entender los consumos de drogas y su

evolución. En el ámbito de la prevención existe la tradición de conceptualizar los riesgos como factores

indeseables que se deben evitar. Se señalan zonas geográficas de riesgo, y también colectivos en (y de)

riesgo. Ciertas orientaciones señalan que el camino más fácil para evitar los riesgos es abstenerse de

mantener cualquier contacto con las substancias, sin duda que esta premisa es bien cierta: no se producirán

daños si no hay práctica de riesgo. Pero a pesar de estas advertencias, entre algunos adolescentes y

jóvenes, los consumos aportan elementos atractivos que propician los consumos. Por este motivo, las

orientaciones centradas en la reducción del daño consideran que el objetivo primordial, cuando la

abstención es imposible, debe ser la minimización de las prácticas de riesgo para que los consumos

comporten los mínimos daños posibles. Esta doble orientación experta ilustra la controversia sobre la cual

se fundamenta la presente ponencia, es decir, ¿qué son y cómo se conceptualizan los riesgos en el ámbito

de las drogas? Controversia aún más compleja cuando se incorpora la mirada de los adolescentes y

jóvenes consumidores de drogas.

El objetivo de la presente investigación es analizar como los adolescentes y jóvenes consumidores de

alcohol y/o cannabis construyen y manejan los riesgos de estas dos substancias. Análisis realizado a partir

de técnicas cualitativas de investigación social que permiten aprehender la posición de los consumidores y

el valor simbólico de los consumos. Para los adolescentes y jóvenes ambas substancias presentan

profundas diferencias y elementos particulares en como entienden los riesgos y los daños asociados. Se ha

decidido presentarlas conjuntamente porque permite ilustrar como los riesgos y los daños de las sustancias

más consumidas dependen de la posición de los consumidores y de los discursos sociales sobre cada una

de ellas. La voluntad del texto es aprehender los diferentes riesgos a los cuales se enfrentan los

consumidores, por tanto, se analiza la percepción –o aceptabilidad- de los riesgos desde el punto de vista

del actor. Esta orientación conlleva a observar claras diferencias en como se conceptualizan los riesgos y

los daños según las posiciones de los consumidores, y también según los diferentes discursos expertos.

La tensión entre experto y «profano» es recurrente en las investigaciones de la Sociología del Riesgo

porque su experiencia sobre el riesgo se fundamenta a partir de diferentes fuentes de conocimiento. En este

sentido, en términos generales los expertos advierten de los riesgos de ciertas prácticas sociales porque su

conocimiento es producto de la investigación de laboratorio o de la observación desvinculada del valor

simbólico que le atribuyen las personas relacionadas con los riesgos. En cambio, los «profanos» construyen

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los riesgos desde una perspectiva situada contextualmente e implicada socio-emocionalmente, donde los

riesgos emergen dentro de un complejo entramado de interacciones grupales situadas en un marco

histórico y sociocultural determinado. La presente investigación también compara la construcción de los

riesgos a partir del análisis de los discursos de los consumidores con la opinión de los expertos, tal

comparación permite aprehender como los riesgos de los consumos de drogas esconden múltiples

significados para los consumidores. Para estos la decisión de consumir alcohol o cannabis se toma desde la

perspectiva de los beneficios y las ventajas, y no desde una lectura negativa que asocia los consumos con

los daños y los problemas, lectura propia de los expertos.

Se observa como los consumidores, manejan un complejo acervo de conocimientos sobre los riesgos

relacionados con las drogas que les permite evaluar continuamente la idoneidad o la peligrosidad de los

consumos. A pesar de esto, la evaluación de los riesgos es afectada por multitud de elementos contextuales

que implica tomar decisiones alejadas de la racionalidad donde la aparición de daños es más probable. A

título introductorio, algunos consumidores sobreestiman su capacidad para manejar los consumos, y

banalizan los riesgos de los consumos porque consideran que controlan la situación y a ellos no les pueden

suceder los daños. Actitud que se modifica progresivamente con experimentar con daños indeseables, así

como, debido al proceso de institucionalización que conlleva que los jóvenes adquieran mayores

responsabilidades con la familia y el trabajo y los consumos queden, para la mayoría de ellos, en un

discreto segundo plano o desaparezcan.

En definitiva, el objetivo último del presente ponencia es poner luces a la cuestión de los riesgos en el

contexto de la normalización de los consumos de drogas con la finalidad de ofrecer herramientas teóricas y

prácticas a los profesionales de la prevención. Diseñar programas de prevención tomando como referencia

el punto de vista de los adolescentes y jóvenes propicia aumentar la eficacia la efectividad y la eficiencia de

los programas preventivos. Los programas de prevención selectiva e indicada, en ocasiones, reciben

airadas críticas por parte de los consumidores porque presentan la realidad de los consumos de forma

desvinculada a como ellos los entienden. La distancia entre los mensajes que reciben los consumidores y

los que quieren recibir representa un elemento controvertido para el correcto diseño de estrategias de

prevención. Realizar programas de prevención atractivos para los consumidores y que a la vez estos sean

efectivos y eficaces se convierte en el gran reto para la prevención del siglo xxi.

LAS NOCIONES DE RIESGO

El concepto de riesgo es de uso habitual tanto en la vida cotidiana como en los campos expertos. En

el habla coloquial el riesgo se utiliza para describir situaciones hipotéticas que pueden provocar daños,

como por ejemplo, riesgo de incendio, de temporales, de accidentarse, de enfermar, de arruinarse;

normalmente con un cariz negativo e indeseable. Para situaciones positivas se utiliza otros vocablos, como

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la posibilidad de ganar dinero o la suerte de casarse; a menos que sea con ironía, la expresión «el riesgo de

casarse» es insólita. Esto comporta que cuando se hable de riesgos aplicados a los quehaceres cotidianos

sea para referirse normalmente a situaciones a evitar, aunque no siempre porque también existen riesgos

aceptables, especialmente en el ámbito de los negocios y el empleo. Por tanto, ya podemos advertir que

existen riesgos socialmente aceptables y riesgos indeseables, y que tal separación viene determinada por

factores políticos y socioculturales. A pesar, de la «positividad» de ciertos riesgos, la gran mayoría de

riesgos están connotados negativamente, lo que implica en ocasiones la confusión del riesgo con el daño,

tal situación, también responde a cuestiones estratégicas para hacer aumentar el rechazo y la inquietud de

la población hacia determinados riesgos. Por tanto, la construcción de una práctica como riesgosa es

producto del contexto socio-cultural e histórico donde se produce, por tanto, la conceptualización de los

riesgos ha variado históricamente y no siempre ha “existido” el riesgo.

Con el paso del tiempo, la incertidumbre que generaban las acciones humanas y con la voluntad de

predecir los escenarios futuros, la noción de riesgo se extrapoló a otros campos y disciplinas, generándose

así una basta investigación en el ámbito de los riesgos. A pesar, de las diferentes orientaciones teóricas y

metodologías del estudio del riesgo, en el ámbito de las Ciencias Sociales, la definición más extendida de

riesgo es la referente a la incertidumbre o probabilidad que se obtenga un daño después de tomar una

decisión. Como señala Fox «risk is the calculus of probability by which one might say that a certain outcome

is more or less likely to occur (Fox, 1999: 12 a Duff: 2003: 287). Romaní (2009: 20) apunta que «el riesgo se

acostumbra a definir como aquella acción o situación a partir de la cual existe la probabilidad de que, de una

forma no intencionada, se puedan derivar determinados daños no deseados». Para Ballesteros et al. (2009:

15) «el riesgo podría entenderse como la probabilidad de que ocurra algo no deseado a partir de una

situación que se busca intencionadamente; incluye elementos como la incertidumbre, el dilema o el

desconcierto». En estas tres definiciones se observa la prominencia del concepto de probabilidad y de

efectos no deseados o daños. Pero como se presentará el riesgo depende del contexto sociocultural porque

«el riesgo es una noción socialmente construida, eminentemente variables de un lugar y de un tiempo al

otro». (Le Breton, 2011: 18)

A partir de estas definiciones, tomemos como ejemplo las inversiones que realizaban los acabalados

de la Edad Moderna en barcos expedicionarios para presentar los conceptos clave relacionados con el

riesgo. Al posible inversor (persona) se le presentaba el dilema de tomar la decisión de invertir (riesgo) en

expediciones marítimas, omitir la inversión era la posición de seguridad porque no había posibilidad de

pérdidas. Pero asumir el riesgo generaba incertidumbre porque existía la contingencia tanto de obtener

riquezas, en el caso que el barco completase con éxito la ruta (beneficios), como pérdidas en el caso que

naufragase (daños). Es decir, el riesgo como un escenario contingente e incierto donde se desconoce la

probabilidad de obtener beneficios o daños. Para controlar los riesgos y minimizar los daños, se trabajó

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para aumentar la seguridad mediante el control de las variables implicadas en los daños, como por

ejemplo, invirtiendo en barcos robustos y fiables, con tripulación experimentada y navegar por rutas

conocidas, por eso como señala Luhmann (2006: 54) los seguros marítimos representan «un caso temprano

de control de riesgo planificado». A pesar del intento de control, toda decisión siempre lleva apareada un

riesgo por remoto que sea, como así lo atestigua que a pesar de la revolución tecnológica y la mejora de los

sistemas de navegación, en pleno siglo XXI aún hay barcos que naufragan; lo que provoca pérdidas a los

inversores, y sobre todo, a los pasajeros y a la tripulación.

Las propuestas positivistas, para dar cuenta de por qué hay personas que en determinada situación

se relacionan con el riesgo y otras lo rechazan, utilizan el concepto de la percepción del riesgo. A través de

este se pretende medir objetivamente la experiencia subjetiva del riesgo, sin entrar en un profunda y tediosa

discusión ontológica entre lo subjetivo y lo objetivo, sí que se debe señalar la paradoja de cómo estás

orientaciones malean la naturaleza para hacer objetivo lo que se reconoce como subjetivo. Desde estas

propuestas la percepción del riesgo se ha abordado desde la aproximación técnica, la ecológica y la de la

ciencia cognitiva, que son «sofisticadas teóricamente, pero ingenuas en el pensamiento social» (Douglas,

1996: 47). Para los propósitos del presente texto, a continuación se describe las características de la ciencia

cognitiva, ya que es la corriente que más ha influido en la percepción del riesgo en el campo de las drogas.

La lectura cognitivista es de carácter individual y omite el carácter social y cultural de los riesgos.

Según esta corriente el concepto de percepción del riesgo se fundamenta en la aprehensión de los sentidos

y en la lectura subjetiva, es decir, es el sujeto quien a través de sus sentidos procesa ciertos estímulos y

producto del raciocinio entenderá la situación como riesgosa o no. Según Bestard (1996: 13) desde las

posiciones cognitivistas «el lenguaje del riesgo es un lenguaje del individuo, un lenguaje probabilístico

centrado en los resultados de las acciones individuales, nuestro lenguaje individualista hace opaca la

dimensión social de la percepción del riesgo». La representación cognitivista de los riesgos permite formar

lagunas de información con «una fuerte intención de proteger determinados valores y las formas

institucionales que los acompañan» (Douglas, 1996: 21), por ejemplo, en la actualidad se alerta a los

jóvenes de los riesgos relacionados con la conducción o el consumo de drogas y por ello se trabaja

institucionalmente para hacer aumentar su percepción de riesgo, pero en ningún momento se trabaja para

aumentarla, pongamos el caso, de riesgos como la precariedad laboral o la devaluación de los títulos

universitarios.

El cognitivismo mediante la aplicación de cuestionarios y la investigación de laboratorio establece

para cada una de las prácticas consideradas de «riesgo», el criterio «objetivo» para considerar «alta» o

«baja» la percepción de riesgo en cada uno de los sujetos. Es decir, las prácticas que no se ajustan a las

premisas establecidas por los expertos se entienden como producto de la «baja percepción de riesgo», por

tanto, los baremos expertos solo consideran como alta percepción de riesgo las prácticas que están en

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consonancia con su sistema de valores, desvirtuando y estigmatizando aquellas prácticas desvinculadas del

criterio experto. A pesar de la distancia entre el criterio de los expertos, muchas personas pueden mantener

una alta percepción de riesgo porque tienen en cuenta otros elementos que son omitidos por los expertos,

como es el caso del consumo de drogas donde consumir drogas, es señalado como «baja percepción del

riesgo», pero la mayoría de consumidores presentan una alta «percepción del riesgo» porque sitúan el

riesgo en riesgo en el plano de los beneficios y los daños, y en este sentido, trabajan para obtener

beneficios y evitar los daños.

Para modificar la percepción de riesgo los expertos abogan por la información sobre los riesgos, ya

que la premisa es que si un sujeto está suficientemente informado y conoce fehacientemente los daños que

implican los riesgos informados, la percepción del riesgo aumentará y se desestimará el contacto con el

riesgo. Tal propuesta, como señala Douglas es inexacta e ingenua, las decisiones de las personas no son

exclusivamente racionales, sino que las decisiones vienen motivadas por factores más complejos donde se

pone en juego la conceptualización de riesgo, la experiencia, la identidad, entre otros. El concepto de

habitus propuesto por Bourdieu (2004: 23) considera que el sistema de valores, percepciones y creencias

que guían las decisiones ofrecen estrategias aprendidas de cómo proceder y no siempre se corresponde a

los intereses de la persona ni tampoco son estrictamente racionales. Por ejemplo, un joven que ejerza el rol

de atrevido en su grupo de iguales, por mucha información que posea sobre los daños, pongamos el caso,

de ser interceptado cuando salta un muro para robar una caja de cervezas, lo más probable será asumir el

riesgo porque es más importante mantener el estatus de valiente que evitar unos daños de aparición

incierta. Además, durante la adolescencia la experimentación con los límites y la transgresión funcionan

como ritual de paso hacia la adultez porque ayudan a construir la identidad y mostrar un malestar hacia el

mundo adulto, que muchos consideran decadente e hipócrita (Le Breton, 2011).

La teoría de la Sociedad del Riesgo, se parte de la idea que la humanidad ha buscado el progreso y

la mejora de la calidad de vida, pero los avances científicos y tecnológicos han provocado también la

aparición de riesgos indeseables, como por ejemplo, la energía nuclear, la polución, el aumento exponencial

de residuos, la modificación genética, entre muchos otros. La Sociedad del Riesgo centra su atención en los

riesgos técnicos y en los globales, esto implica que sea una sociedad catastrófica donde el estado de

excepción amenaza con convertirse en el estado de normalidad (Beck, 2006: 36). Según sus postulados la

exposición a los riesgos y la percepción del riesgo varía en diferente grado según los segmentos

poblacionales. Beck (2009: 99) señala como los riesgos en las sociedades avanzadas son producto de la

distribución de la riqueza porque las poblaciones más vulnerables y empobrecidas están más expuestas a

los riesgos, y todos estos elementos afectan a la percepción del riesgo que mantienen las poblaciones. En

relación a la percepción de riesgo la teoría de la Sociedad del Riesgo, propone dos elementos clave que la

modulan. Por una parte el papel de los expertos y por otra la comunicación de los riesgos a la población.

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Los expertos juegan un papel determinante en presentar y/o alarmar sobre los riesgos. Si su discurso es

contrario al riesgo se trabajará para aumentar la percepción de riesgo, como en el caso del ebola, por el

contrario se abstendrán de comunicarlos si están en juego intereses económicos, como por ejemplo, los

riesgos del sistema financiero mundial.

Para la perspectiva político-cultural la cuestión del riesgo «se trata de desarrollar la dimensión social

en unos análisis que suelen ser individualistas» (Bestard en Douglas, 1996: 13). El riesgo es más que una

mera percepción individual en qué la decisión adoptada delante una situación determinada vendrá

delimitada por una juicio racional. No se trata de la percepción, la cuestión clave es la aceptabilidad del

riesgo que reconoce los beneficios del riesgo. La aceptabilidad del riesgo implica una fuerte connotación

afectiva y la retransmisión de un discurso social y cultural. El rechazo (o miedo) a un determinado riesgo

está menos relacionado con la objetividad que al imaginario que sustenta y da forma al riesgo en un

momento histórica determinado. Como señala Le Breton:

La percepción del riesgo depende del de un imaginario, no de una ceguera o de una pretendida irracionalidad,

sino de una representación personal. La cultura no es una decoración superflua apoyada sobre la realidad de las

cosas, es el mundo […] No hay error ni ilusión, sino búsqueda de una significación propia (Le Breton, 2011: 24).

El riesgo se entiende como una construcción social producto de factores históricos, morales,

culturales y político-estratégicos. Como señala Bestard (1996: 11) «las nociones de riesgo no están

basadas en razones prácticas o juicios empíricos. Son nociones construidas culturalmente que enfatizan

algún aspecto del peligro e ignoran otros. Se crea, así, una cultura del riesgo que varía según la posición

social de los actores». Esto explica porque ciertas prácticas son entendidas para algunos como altamente

peligrosas pero para otros son aceptadas y apreciadas. Un ejemplo flagrante, de las posiciones que

delimitan la aceptabilidad de los riesgos son los consumos de drogas en qué para los consumidores

determinados riesgos son aceptables mientras que para los anti-drogas son del todo inadmisibles.

Para este enfoque, en el mismo sentido que la Sociedad del Riesgo, los expertos representan

elementos clave a la hora de construir y comunicar los riesgos a la población, pero no porqué esconden

cuestiones estratégicas o económicas sino porque los riesgos son producto de cuestiones morales y

políticas. Como señala Bestard (en Douglas, 1996: 15) «el público no ve los riesgos de la misma manera

que los expertos que lo analizan desde un punto de vista técnico». En este punto se debe señalar la falacia

académica de los expertos desarrollada por Bourdieu cuando se aproximan a la población de estudio.

Falacia muy pertinente para mostrar el desenfoque de algunos expertos del ámbito de los consumos de

drogas, entre los riesgos que ellos construyen y la experiencia sobre el riesgo que presentan los

consumidores.

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El punto de vista académico en las ciencias sociales, es decir, aquel, que consiste en poner a “un experto dentro

de la máquina”, en pintar a todos los agentes sociales a imagen del científico (del razonar científico sobre la

práctica humana y no del científico actuante, del científico en acción) o, más precisamente, poner los modelos

que el científico debe construir para explicar las prácticas dentro de la conciencia de los agentes, hacer como si

las construcciones que el científico debe producir para entender las prácticas, para dar cuenta de ellas, fueran

los determinantes principales, la causa real de las prácticas (Bourdieu, 1990: 384 a Bourdieu y Wacquant, 2005:

115).

La lectura sociocultural da cuenta de porque en muchas ocasiones las poblaciones expuestas a los

riesgos presentan una baja percepción y aceptan conviven si alarma ni excesivo dramatismo. Esta baja

percepción se explica a partir de dos fenómenos: la familiaridad y la contingencia asociada al riesgo. La

familiaridad se produce, por ejemplo, cuando la población residente cerca de una central nuclear considera

que el riesgo es mínimo porque nunca ha ocurrido ninguna catástrofe. Además, la contingencia asociada al

riesgo acentúa la baja percepción de riesgo ya que, continuando con el ejemplo, de la central depende la

riqueza económica de la zona y por tanto se prefiere convivir con el riesgo que prescindir de su principal

fuente de subsistencia (Zonabend, 1989). Le Breton (2011: 25) señala como estos fenómenos son

vericuetos de la percepción de riesgo, por ejemplo, la angustia del desempleo conduce a los asalariados a

aferrarse a su trabajo del cual no se ignora el efecto nefasto sobre su salud, o los riesgos de accidente que

corren. Pero encontrarse sin empleo es percibido como un riesgo superior, donde el temor se subordina a

otros valores. En el caso de los consumos de cannabis, para los adolescentes y jóvenes, es más importante

pertenecer a un grupo de iguales y disfrutar con ellos de momentos placenteros que los posibles riesgos

para la salud.

Douglas critica el modelo social porque produce una serie de riesgos que no pueden ser discutidos

políticamente, como por ejemplo, los riesgos producto de la distribución de la riqueza, pero para nuestro

propósito también representa un ejemplo los riesgos de los consumos de las drogas. Según Douglas (1996:

37) las prácticas conceptualizadas como de riesgo se relaciona claramente con las normas sociales y los

valores dominantes porque participar y reproducir de la corriente hegemónica influye en la toma de

decisiones, y en ocasiones es difícil advertir el sesgo que se inculca junto con las normas sociales. Un

ejemplo, a la hora de atribuir responsables la señala Gusfield (1981) que «muestra que la tendencia a echar

la culpa de los accidentes de tráfico al conductor ebrio está incorporada de forma estructural en las

profesiones legal y aseguradora» (Douglas, 1996: 23).

La aceptabilidad de ciertos riesgos y el rechazo de otros responde a una cuestión moral que trabaja

para mantener y reproducir el orden social determinado. En cada momento histórico y en cada cultura,

determinados riesgos se han considerado admisibles porque juegan un papel clave en la cohesión y en la

reproducción social, como por ejemplo, la religión; o esconden intereses políticos de las élites, como las

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guerras; o económicos como la falta de seguridad en el trabajo. Pero otros riesgos se han considerado

inamisibles por una cuestión moral de las elites como la sexualidad o el consumo de drogas. Luhmann

(2003: 53) señala que en las sociedades preindustriales el pecado era la conceptualización del mal, en las

actuales sociedades contemporáneas determinados riesgos bien identificados se entienden como el mal

(como el SIDA, el ebola, a las drogodependencias, las catástrofes nucleares, el colapso ambiental, al

agujero de la capa de ozono…). Pero por el contrario, otros riesgos son entendidos como positivos y

deseables como el riesgo a emprender o los deportes de riesgo.

La delimitación de la aceptabilidad de los riesgos en el contexto sociocultural implica que los

adolescentes experimenten como una paradoja que algunas prácticas riesgosas sean aceptadas por la

sociedad, como emprender, y los que los asumen sean aplaudidos colectivamente, pero otros riegos son

despreciables, como el consumo de drogas, y los que experimentan con ellas sean estigmatizados.

Paradoja que puede derivar en confusión para entender que prácticas entrañan riesgos aceptables y cuales

intolerables. A pesar de esto, los adolescentes y jóvenes presentan diferentes posiciones hacia la

aceptabilidad de los riesgos, y normalmente se produce una evaluación satisfactoria de los posibles daños y

beneficios. Posiciones delimitadas por el entramado sociocultural que conlleva en muchos adolescentes y

jóvenes en considerar que «en la vida hay que arriesgarse».

Por oposición al riesgo encontramos la noción de seguridad, entendida como la situación en qué la

decisión de la persona desestima asumir cierto riesgo. Esta posición, sin duda, puede evitar daños futuros,

pero la máxima seguridad al rechazar un riesgo es que no se obtendrán beneficios. Sin riesgos no hay

daños, pero tampoco beneficios (Rodríguez, 2010: 123). Como señala Le Breton (2011: 16) «La seguridad

sofoca al descubrimiento de una existencia siempre parcialmente oculta, y que sólo tomo conciencia de sí

en el intercambio, a veces inesperado, con el mundo. El peligro inherente a la vida consiste, sin duda, en no

ponerse en juego nunca, en fundirse en un rutina sin asperezas, sin indagar para inventar, ni en su contacto

con el mundo ni en su relación con los otros».

POSICIONES ADOLESCENTES Y JUVENILES ANTE LOS RIESGOS

Si los riesgos dependen del contexto social en el cual las personas toman sus decisiones,

rápidamente se advierte que los adolescentes y jóvenes se relacionan con gran multitud de riesgos, algunos

son destacados socialmente, e incluso los discursos expertos o adultos encienden las alarmas cuando los

adolescentes se relacionan con ellos, como por ejemplo, los consumos de drogas, la sexualidad, el fracaso

escolar, o prácticas difundidas por los medios de comunicación como el botellón o el balconing, pero otros

riesgos pasan más inadvertidos, como la precariedad laboral, la incertidumbre existencial, las dificultades en

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la emancipación, o los largos itinerarios académicos. Riesgos que en ocasiones se entienden como

fenómenos producto del libre albedrio del curso de la sociedad, pero que no mantienen ninguna influencia

en las decisiones de los adolescentes y jóvenes, cuando el análisis sociocultural de los riesgos nos muestra

que no es así porque delimitan profundamente las condiciones de existencia de los adolescentes y jóvenes.

Para Bauman el progreso social representa una fuente de incertidumbre y miedo. Bauman (2007:

110) destaca «cuando Sir Thomas More redactó su proyecto para un mundo libre de amenazas

impredecibles, la improvisación y la experimentación cargada de riesgos y errores estaban convirtiendo a

toda velocidad en el pan nuestro de cada día». El progreso ha comportado que las personas perdamos

referentes de seguridad, tiempos atrás el progreso era símbolo de optimismo y la promesa de una felicidad

eterna, ahora se ha desplazado hacia el polo opuesto hacia una sensación distópica y fatalista. Según

Bauman (2007: 19) el progreso:

Ahora evoca la amenaza de un cambio inexorable e inevitable, que en vez de augurar paz y tregua, no presagia

otra cosa que crisis y tensiones continuas. El progreso se ha convertido en un tipo de juego de las sillas infinito e

interrumpido en qué cualquier momento de distracción tiene como consecuencia una derrota irreversible y una

exclusión irrevocable.»

Los cambios producidos en las últimas décadas en las instituciones sociales han afectado

profundamente a la vida cotidiana de las personas. Bauman (2007) a través de su teoría de la modernidad

líquida, ha señalado que las instituciones sociales como la familia, el trabajo y la religión han dejado de

organizar la vida cotidiana. En épocas anteriores las instituciones y las formas tradicionales de relación

funcionaban como mecanismos para dominar el miedo y la inseguridad, por tanto, la liquidez de las

instituciones ha comportado la perdida de referentes de seguridad (y tranquilidad) y ha hecho aumentar el

miedo. Cuando estos se pierden la cotidianidad se vuelva esencialmente riesgosa porque se desconoce

como afectaran las decisiones individuales en el futuro. Incertidumbre, ambivalencia y riesgo se han

convertido en los elementos definitorios de la modernidad avanzada. Este contexto afecta con especial

ferocidad a los adolescentes porque las situaciones de incertidumbre son más recurrentes que las de

seguridad, por tanto, se puede aseverar: lo más seguro que poseen los adolescentes es la incertidumbre.

La liquidez de las instituciones sociales también ha provocado relaciones, tanto de amistad como

íntimas, más cortas y efímeras. En la actualidad nada, y también las relaciones personales, es para siempre

sino solo hasta nuevo aviso (Bauman: 2008, 20). Los cambios en las instituciones y en las relaciones junto

con la irrupción de nuevos estilos de vida, ha provocado profundos cambios en los valores sociales

(Lypovestky, 2008). La incertidumbre hacia el futuro ha provocado, que demorar las gratificaciones, pierda

sentido porque es más atractivo el presentismo que permite gozar de los placeres de forma inmediata. La

templanza y la austeridad profesadas por la religión católica, donde los placeres representaban pecados,

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han perdido sentido en una sociedad consumista donde el hedonismo adquiere una centralidad pavorosa.

La lógica colectiva y comunitaria ha dejado paso al individualismo. Los valores presentistas, hedonistas e

individualistas desde ciertas lecturas representan una conquista de libertades individuales, pero otros

análisis los conceptualizan como fuente de riesgos. La «libertad» que ofrecen los valores postmodernos en

una sociedad líquida comporta que las personas deban tomar decisiones continuamente. Y, como cada

decisión implica asumir riesgos, los escenarios que se abren de beneficios y daños son infinitos.

Si la cotidianidad adolescente está travesada por la incertidumbre pensar en el futuro se convierte en

tarea casi imposible porque solo se vislumbra inseguridad e incerteza. Los adolescentes participantes en los

grupos de discusión de (Martínez Oró, 2014) expresan sus quimeras a la hora de pensar el futuro porque

«si pienso en el futuro te entra miedo» (miedo a no encontrar trabajo, a no poder emanciparse…) también

muestran el rechazo a vislumbrarlo «no me gusta pensar en el futuro», ya que la incertidumbre es máxima

«no sabemos lo que nos espera». Todas estas posiciones comunes en los adolescentes y jóvenes sobre el

futuro tienen serias implicaciones en la aceptabilidad de los riesgos. Como señala Le Breton (2011: 11)

«estas pasiones modernas del riesgo nacen del desasosiego moral que estremece las sociedades

occidentales, de la interferencia del presente frente a un porvenir difícil de dilucidar». Porque como señala

Reith (2005: 386) «hablar del riesgo es hablar del futuro». El riesgo es un futurible, es decir, las decisiones

que se tomen afectaran en el futuro, sea el más inmediato o a largo plazo. Si el futuro a largo plazo produce

miedo e incertidumbre y los adolescentes no quieren pensar sobre él, es obvio, considerar que tampoco van

a pensar hondamente sobre los riesgos y los daños alejados en el tiempo. Si los valores actuales se centran

en las decisiones a corto plazo, los mayores riesgos que se les presentan son de tipo social e identitario, y

no relativos a la salud.

Si antes de 2008 la liquidez social transpiraba por todos los poros sociales, a tenor de la crisis socio-

económica la situación se ha agravado y ha implicado mayores dificultades para las clases medias y bajas.

Tal agravio ha hecho aumentar la vulnerabilidad entre extensas capas de la población, se ha destacado

especialmente el aumento de la pobreza infantil. Este contexto social más hostil ha provocado la

acentuación de la incertidumbre hacia los hechos venideros, y también de los riesgos sociales. Entre las

innombrables consecuencias de la imbricación entre la modernidad avanzada y la crisis socio-económica,

destacaremos las situaciones de riesgo que afectan a los adolescentes en su trayectoria hacia la adultez

(los efectos de la crisis en la toma de decisiones, la precariedad laboral, la incertidumbre…), para analizar,

el impacto del contexto social en la aceptabilidad o el rechazo de los riesgos. Antes de entrar en el análisis

de los riesgos sociales, se deben hacer hincapié en las diferencias que presentan los adolescentes porque

debido a factores socio-económicos la exposición y la aceptabilidad de los riesgos es substancialmente

diferente entre sí.

Page 12: El cannabis como riesgo social. controversias entre expertos y consumidores

12

Sin entrar en una análisis exhaustivo de las características y categorías de los actuales adolescentes

españoles, aspecto que ya justifica cualquier trabajo de investigación, si que se debe presentar las

categorías, aunque incompletas, que permiten aprehender las diferencias en la aceptabilidad de los riesgos

y la exposición a estos. Para los que viven más angustiosamente la incertidumbre hacia el futuro, los

riesgos representan elementos atractivos porque les reporta emociones y una serie de beneficios

existenciales que les hace calmar su ansiedad. En algunos parece que la preocupación de preservarse

interesa poco porque están convencidos de que disponen de inagotables fuentes de vitalidad y salud. Le

Breton (2011: 48) señala como las prácticas de riesgo y las marcas que dejan ayudan a construir la

identidad porque «son ritos íntimos de fabricación de sentido» (Le Breton, 1991). A grandes rasgos,

podemos diferenciar cuatro grandes posiciones de adolescentes en relación a la aceptabilidad de los

riesgos, los valores y el campo social en el cual se sitúan.

La primera posición es la «normativa». Como su nombre indica son adolescentes que siguen las

normas sociales establecidas por las instituciones de pertinencia. Algunos de ellos, reproducen los

discursos de corte liberal, es decir, consideran que el bienestar y la prosperidad de las personas es

producto de los esfuerzos individuales. Son conscientes que el contexto social es complejo y en cierta

medida les angustia, pero consideran que si trabajan duro van a obtener una buena calidad de vida gracias

a trabajos cualificados bien remunerados. Consideran una oportunidad viajar al extranjero para mejorar su

formación y adquirir experiencia. En esta categoría el individualismo es dónde es más patente, la crítica al

modelo social es casi inexistente, aunque como todos los adolescentes, se quejen de la gestión política y de

los casos de corrupción. En cierta medida se puede afirmar que creen en la organización social y van a

trabajar para reproducirla. Se concentran en ser buenos estudiantes y en seguir las normas que les indican

padres y profesores. Los riesgos sociales están más alejados porque la gran mayoría provienen de clases

media-altas donde el acomode familiar les genera seguridad. El impacto de la crisis ha sido casi inexistente

en sus familias, y por extensión, en ellos mismos. Son adolescentes que en general presentan un rechazo a

los riesgos de todo tipo. Consideran las drogas fiscalizadas como altamente problemáticas porque

reproducen fehacientemente el discurso prohibicionista. Respecto al alcohol, también lo consideran

potencialmente problemático, aunque ellos beban más o menos intensamente, aunque creen que sus

consumos son responsables y alejados de los problemas que pueden acarrear.

La segunda posición corresponde a los hedonistas. Gran parte de ellos, también proceden de capas

sociales acomodadas. Son los que reproducen el discurso adulto que considera «la juventud como

momento vital para pasarlo bien», esto les justifica sus prácticas presentistas, hedonistas e individualistas.

Los riesgos sociales y la incertidumbre hacia el futuro no les genera ningún tipo de inquietud porque

entienden como el futuro lejano e incierto y por eso no vale la pena preocuparse por él; cuando lo más

pertinente es disfrutar del presente. No presentan ninguna crítica social porque en general les importa poco

Page 13: El cannabis como riesgo social. controversias entre expertos y consumidores

13

el contexto externo que se encuentra alejado de sus relaciones más cercanas. En relación al riesgo lo

consideran como parte esencial de la vida y consideran que se debe arriesgar para obtener beneficios,

aunque de forma controlada para evitar los daños. Les gusta experimentar nuevas sensaciones de placer y

consideran como parte de su libertad la experimentación del propio cuerpo. En relación a los consumos de

drogas, encontramos hedonistas con una alta percepción de riesgo, y solo consumen esporádicamente

alcohol porque entienden las drogas como potencialmente peligrosas y buscan el placer en otras

actividades, pero otros hedonistas ven las drogas como unas herramientas interesantes para experimentar y

obtener placer, pero siempre que se consuma controladamente.

En la tercera posición se sitúan los adolescentes vulnerables. Hijos de clase baja y también de clase

media empobrecida a tenor de la crisis. La gran mayoría presenta dificultades con la institución escolar,

algunos no obtuvieron la ESO o estudian un PCPI. Su discurso está repleto de referencias a la compleja

situación socio-económica, ya que la mayoría han visto como el paro y la crisis afectaba a sus familias y por

extensión a ellos mismos. En todas la categorías los adolescentes reconocen la importancia del dinero, pero

para estos la cuestión económica se presenta de manera recurrente y achacan gran parte de sus

malestares y dificultades a los problemas económicos. Se quejan porque «todo es dinero». Presentan un

gran descontento con el entorno social, más que una crítica al modelo social, buscan chivos expiatorios

para justificar la actual situación socio-económica, a veces de forma simplista, como por ejemplo, «todos los

políticos son unos ladrones» o «la culpa es de ellos», y también sienten que son víctimas de agravios

comparativos. Aunque también reconocen que gran parte de sus desdichas es producto de sus decisiones

poco encertadas, especialmente en lo relativo a la formación académica pero sin para cuenta que su

situación personal se debe a las desigualdades sociales intrínsecas en los modelos de producción post-

fordistas.

Los adolescentes situados en esta categoría son los que observan el futuro con más angustia e

incertidumbre. Algunos, de una forma un tanto naif, ven la solución a sus problemas a través de la fama y la

éxito social; entre los chicos los futbolistas y entre las chicas modelos y cantantes, constituyen los

referentes a seguir. A pesar de los referentes de éxito y fama, la gran mayoría son conscientes de sus

déficits formativos y de las dificultades que deberán afrontar, como la precariedad laboral y el paro. Por la

imbricación de todos estos factores es la categoría que presentan más problemas emocionales, como baja

autoestima, desinterés por el entorno, ansiedad y inseguridad hacia ellos mismos, por tanto, representan los

más vulnerables a los riesgos sociales. Y en relación a las drogas, entienden los consumos de cannabis,

como herramientas para buscar el placer y también como mecanismos de auto-atención, en ocasiones para

olvidarse de la realidad asfixiante.

La cuarta y última categoría son los alternativos, la principal característica es la profunda crítica al

modelo social. Sus argumentos se sustentan en los discursos anti-globalización y altermundistas, aunque

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en ocasiones caen en argumentos conspirativos. Consideran que la crisis económica fue creada de forma

interesada por la casta político-económica. Proceden de cualquier estrato social pero se nutre de las clases

medias y trabajadoras cualificadas. Su estilo de vida huye de los valores consumistas y hegemónicos,

abogan continuamente por la organización colectiva y critican los modelos centrados en el individualismo. A

pesar de la crítica, la gran mayoría no han realizado una ruptura profunda con el sistema de valores

hegemónicos, residen en casa de sus padres y estudian, o piensan hacerlo, en la universidad. La actual

situación socio-económica les genera malestares que son mitigados a través del grupo de pares y las

acciones colectivas, por tanto, se desvinculan de situaciones angustiosas que producen desorientación

existencial. En relación a los riesgos, mantienen posiciones ambivalentes en función del tipo de riesgo,

aunque la gran mayoría considera que sin riesgo no hay beneficio. Consumen drogas, tanto alcohol y

cannabis habitualmente, pero también otros substancias como speed, MDMA y/o alucinógenos. En esta

posición también se sitúan adolescentes y jóvenes que rechazan cualquier contacto con las drogas

(«duras») porque representa estrategias de alienación colectiva.

En relación a los riesgos que asumen los adolescentes y jóvenes, se debe señalar como algunos

autores consideran que ciertos riesgos funcionan como ritual de pasaje hacia la juventud. Estos rituales-

riesgo se realizan en clave individual bajo la atenta mirada del grupo de iguales pero se desvinculan de la

funcionalidad comunitaria que poseían los rituales de pasaje propios de épocas anteriores. La modernidad

avanzada ha comportado que la sociedad abandone ciertos rituales que marcaban la llegada a la

adolescencia y ponían el punto y final a la infancia. A pesar, de este abandono colectivo, los adolescentes

continúan experimentando con rituales de pasaje, pero que ya no se regulan comunitariamente sino que es

el consumismo quien les da forma. En la actualidad, la presión consumista perpetrada por las corporaciones

transnacionales delimitan el pasaje de infante a adolescente, por ejemplo, a través de la adquisición de un

teléfono inteligente o vestir según marcan los cánones de la moda juvenil.

POSICIONES ADOLESCENTES Y JUVENILES FRENTE EL CÁNNABIS

A continuación se presentan las diferentes posiciones de los adolescentes y jóvenes en el cannabis.

Estas se diferencian entre si a partir del valor simbólico construido entorno a todo aquello que se relaciona

con los consumos de cannabis, como los contextos, tiempos, intensidad, frecuencia, efectos, beneficios y

daños, pero con especial centralidad a la percepción del riesgo para cada una de las substancias. Como se

presentará a continuación las posiciones sobre el riesgo de las drogas por parte de adolescentes y jóvenes

son heterogéneas y complejas. Tal complejidad nos muestra el error continuo que supone englobar bajo la

misma categoría a adolescentes y jóvenes respecto a su percepción y aceptabilidad del riesgo.

Precavidos

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La posición precavida corresponde a los adolescentes y jóvenes con poca atracción por el riesgo y

cierto miedo a complicarse la vida, ya sea con el consumo de drogas o con otras prácticas que les puedan

afectar a sus planes. En los grupos de discusión encontramos la posición precavida especialmente en los

adolescentes y jóvenes que presentan mayor confianza con el modelo social. Los precavidos destacan

continuamente que no es necesario beber para pasárselo bien, a pesar de esto, beben esporádica y

moderadamente durante celebraciones especiales, con la finalidad de obtener los efectos placenteros del

alcohol, en sus palabras buscan «el puntillo» para mejorar las relaciones, inhibirse y desconectar de la

rutina, pero siempre de manera moderada. Desprecian y evitan las borracheras más intensas, aunque una

minoría en alguna ocasión se ha emborrachado, pero el recuerdo es negativo y se rechaza volverse a

emborrachar. Reconocen que el alcohol «es malo» pero solo en exceso, por tanto, consideran que su

posición es compatible con todas las tareas cotidianas, y su uso es responsable y moderado. En este,

sentido los consumos potencialmente riesgosos se sitúan en personas alejadas de su entorno.

Relativo al cannabis y a otras drogas, en cierta medida reproducen el discurso alarmista sobre las

drogas fiscalizadas. Los precavidos mantienen el discurso formal recibido de la familia y la escuela centrado

en el rechazo unilateral de las drogas fiscalizadas. El cannabis es presente en su espacio argumentativo,

pero otras drogas como la cocaína, el speed o la MDMA son totalmente rechazadas y el mero consumo

experimental se entiende como totalmente problemático. Respecto el cannabis solo una minoría ha

realizado algún consumo experimental, pero siempre bajo la premisa que era totalmente «por probar»

porque su consumo habitual les puede hacer separar de sus metas. Aceptan su presencia social y en la

mayoría de casos, toleran que ciertos pares lo consuman, a pesar de esto, destacan continuamente los

problemas que puede acarrear el consumo habitual de cannabis porque según su experiencia les señala la

presencia de adolescentes y jóvenes en los cuales reconocen cierta interferencia en su vida provocado por

el consumo de cannabis.

Hedonistas controlados

Los hedonistas controlados corresponden a los adolescentes y jóvenes que consumen alcohol

habitualmente, la mayoría también cannabis más o menos habitualmente, y una minoría también consumen

otras substancias como speed o éxtasis en fechas señaladas. La diferencia con los precavidos estriba en su

mayor tolerancia hacia los consumos y el menor grado de reproducción del discurso prohibicionista.

Destacan continuamente los beneficios y placeres de las drogas, ya sea el alcohol, el cannabis u otras

drogas, pero también advierten continuamente de los daños que pueden acarear los malos usos de las

substancias.

Cannábicos normalizadores

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En la posición cannábica normalizadora se sitúan los adolescentes y jóvenes que consumen habitualmente

cannabis. Estos lo valoran muy positivamente por los beneficios que les aporta y en cierta medida rechazan

el alcohol. El discurso de estos consumidores entiende el cannabis como funcional en todos los contextos

relacionales entre iguales (tanto durante los días laborables como los días festivos), y algunos, los más

intensivos, también fuman durante los tiempos formales, como antes de ir a clase o en descansos del

trabajo, e incluso algunos fuman en solitario. En términos generales, construyen el cannabis como positivo

porque permite gozar de buenos momentos. Durante los tiempos de ocio algunos prefieren reunirse en

parques para fumar que salir de fiesta y beber alcohol. A pesar que destacan la nocividad del alcohol, la

gran mayoría también beben esporádicamente, especialmente en celebraciones del calendario anual y vital,

y poco intensamente porque reconocen el riesgo que implica mezclar los porros con el alcohol. Apelan a su

libertad individual para fumar cannabis, a pesar que como es bien sabido es una substancia fiscalizada, y

consideran que pueden hacerlo mientras no se moleste a terceros ni se provoque graves trastornos.

Entre algunos adolescentes y jóvenes con la voluntad de presentarse como normalizados y destacar las

propiedades ventajosas del cannabis, articulan un discurso de defensa a ultranza del cannabis. Expresan

que no entienden porque el cannabis está estigmatizado y fiscalizado y el alcohol, que según ellos es

mucho más nocivo, goza de mayor aceptación social y el acceso es libre. Aunque algunos de sus

argumentos revisten cierta lógica, se debe destacar como en ocasiones, la defensa del cannabis les hace

ser poco críticos con los riesgos del cannabis, algunos de ellos minimizan cualquier daño posible y otros los

vislumbran lejanos y solo en los casos más intensivos. En algunos de ellos aparece el fenómeno de

familiaridad con los riesgos, es decir, al estar en contacto con la substancia sin obtener daños graves,

conlleva que la aceptabilidad de los riesgos sea alta.

Cannábicos preocupados

Además, de posición cannábica normalizada, otra posición, más minoritaria, pero también presenten entre

los adolescentes y jóvenes, se encuentra entre aquellos consumidores que consumen cannabis

habitualmente y también lo prefieren al alcohol, pero presentan más dudas sobre los riesgos y daños de la

sustancia. La posición preocupada reconoce, de la misma manera que la posición cannábica normalizadora,

las propiedades y beneficios del cannabis, pero su discurso reconoce la incertidumbre de los daños futuros

e incluso en algunos se reconoce que a veces les es difícil controlar los consumos. Muchos de estos están

en fase disminución del consumo e incluso consideran que lo deberían abandonar. Su discurso está

impregnado de influencias prohibicionistas, y consideran que su consumo es negativo, a pesar de los

placeres y beneficios que les aporta.

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17

ACCEPTABILIDAD DEL RIESGO POR PARTE DE LOS CONSUMIDORES DE CANNABIS

La normalización ha provocado un asentamiento cultural de los consumos de drogas fiscalizadas, es decir,

ciertos usos en determinados contextos y tiempos se entienden como compatibles con las

responsabilidades sociales y entre una parte importante de la población han dejado de generar rechazo y

alarma, por tanto, el proceso de normalización ha hecho evidentemente que los riesgos no implican daños

necesariamente, pero a la vez, a hecho más complejos los discursos y las posiciones de los jóvenes

respecto la aceptabilidad de los riesgos del cannabis.

En una realidad social inherentemente riesgosa los consumos de cannabis representan otro riesgo, al cual

deben enfrentarse los adolescentes y jóvenes, pero para estos, especialmente los que mantienen contacto

con las substancias no parecen representar los riesgos más amenazantes ni los que más les preocupan. En

término generales, los que consumen alcohol y cannabis, entienden sus consumos desde el componente de

los beneficios y los placeres. Esto no quiere decir, ni muchos menos, que los adolescentes omitan los

riesgos y los daños de las substancias, es más los reconocen continuamente y trabajan para evitarlos, sino

que en la evaluación de beneficios y daños obtenidos, para ellos la balanza se decanta sin ningún tipo de

duda hacia los beneficios y placeres. La gran mayoría entiende los propios consumos como positivos y

compatibles con el entorno y las responsabilidades, donde prevalecen los efectos beneficiosos y el

componente del placer por encima de las consecuencias negativas, los problemas y la adicción, en

definitiva de los daños.

El imaginario de la normalización, común en la mayoría de los consumidores, cuando se relaciona con los

riesgos y los daños de las drogas, adquiere un doble sentido. Por una parte, una significación positiva que

entiende este proceso como justificable, aceptable y necesario para poderse relacionar con éxito con las

drogas, además de visibilizar consumos desvinculados de los daños. Y por otra parte, para una minoría de

consumidores la mayor presencia social de las drogas, representa un factor de riesgo porque consideran

que existen más riesgo de consumir, ya que «estás más tentado». Este argumento, en si mismo representa

una factor de riesgo porque el análisis discursivo muestra que el rechazo a la presencia social es debido a

un miedo a no poder controlar los consumos y terminar desarrollando problemas. En este sentido, el riesgo

para estos consumidores, sin duda, que es la mayor presencia social de las drogas porque ellos presentan

dificultades para controlar los consumos, por tanto, el riesgo central es la falta de autocontrol, producida en

la mayoría de los casos por la profecía que se auto cumple, es decir, los consumidores consideran que no

sabrán controlar y acabarán presentado problemas.

Para los consumidores habituales, el cannabis adquiere diferentes funciones simbólicas que se entienden

como beneficiosas. Por ejemplo, después de un día de trabajo y de cumplir con las responsabilidades y

obligaciones, fumarse un porro reporta efectos beneficiosos porque les relaja, les calma, les des-estresa y

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18

sirve para desconectar de la realidad cotidiana, para algunos estos porros ponen el punto y final a las

obligaciones diarias se entienden como un premio o un capricho al cumplimento de las responsabilidades.

Estos usos son más recurrentes cuando la situación es complicada (estar rayado, de los nervios, muy

estresado) y funcionan como prácticas de autoatención. Algunos señalan los beneficios que obtienen para

dormir tranquila y profundamente. Y, una minoría anecdótica, señala el placer que les reporta fumar-se un

porro y «quedarse tonto», es decir, quedarse en babia sin hacer nada, sin pensar en gran cosa, pero

desconectando del entorno y de los problemas.

Algunos consumidores al destacar los beneficios de los porros señalan como les ayuda a estudiar, a pensar

nuevas ideas, a dibujar, es decir, les facilita una serie de tareas de topo intelectual y creativo «me echo un

porro y el cerebro me va a mil y se me ocurren ideas que pues de otra manera me costarían mucho y que

tendría que documentarme mucho más». Los beneficios del cannabis para mejorar la creatividad o el

rendimiento de estudio, topa frontalmente con las propuestas expertas que señala los efectos perniciosos

en el estudio y en el rendimiento escolar. Esta paradoja entre el discurso cannábico y el discurso experto

representa una controversia entre los efectos experimentados y los daños obtenidos a partir de estudios

positivistas. Sin entrar, en mayor discusión, existen factores como la eficacia simbólica, la

institucionalización y la controlabilidad de los consumos que hacen presentar como beneficios de los porros

cierta mejoría de la capacidad intelectual entre algunos consumidores, aunque los daños puedan ser

inherentes.

En relación con la obtención de placer, los discursos adolescentes y juveniles muestran reiteradamente, un

tipo particular de placer. Esto se debe porque uno de los usos más apreciados son los que permiten

desconectar de la realidad asfixiante en la que viven y sirve para «olvidar-se de todo». Los adolescentes y

jóvenes viven en la Sociedad de la Incertidumbre donde la precariedad laboral, el paro o los estudios, junto

a los problemas propios de la edad (relaciones con los padres, broncas con los amigos o los desamores)

representan fuente de estrés y/o malestar.

Tanto el alcohol como el cannabis son utilizados para desconectar de la realidad que les presiona. Estos

usos desde la Antropología Médica han sido denominados como prácticas de autoatención, es decir, las

personas en la búsqueda de su bienestar puede recurrir a diferentes fuentes de placer para mejorar su

estado de ánimo (o guarir cualquier dolencia). Las principales afecciones que sufren los adolescentes son

de tipo emocional-relacional para las cuales fumar porros y beber alcohol funcionan como mecanismos para

mejorar el estado de ánimo y así hacer más soportable la cotidianidad. Las dos substancias juegan papeles

distintos y poseen valores simbólicos diferentes en función de la posición en qué se sitúe el joven. A pesar

de la diferencia entre los efectos de las dos substancias, ambas ofrecen a los adolescentes elementos de

autoatención.

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En Martínez Oró (2013) se presenta como los consumidores controlan los efectos indeseados de los

consumos a partir del discurso de la regulación. Se puede entender el discurso de la regulación como «el

discurso que ordena y da sentido al universo simbólico de los consumos con la finalidad de obtener placer,

evitar los efectos indeseables y continuar normalizado». Los consumidores con un discurso de la regulación

sólido podrán relacionarse con las drogas sin obtener excesivos daños. Esta propuesta entronca con

multitud de teorías propuestas por diferentes corrientes de las Ciencias Sociales que señalan como los

humanos para sobrevivir en un contexto hostil deben de controlar la propias actividades para no perecer,

especialmente las potencialmente peligrosas (Castel, 1984). Duff (2004: 390) señala como la búsqueda del

placer en el consumo de drogas requiere de la moderación y el autocontrol, sino se establecen límites claros

los daños podrán aparecen con mayor facilidad.

Moore y Valverde (2000: 526) señalan que los consumidores deben monotorizar los riesgos para evitar

daños. Parker Aldridge y Measham (1998) apuntan que los consumidores realizan una evaluación de coste-

beneficio de los consumos realizados, el resultado orientará los consumos futuros. Rodríguez et al. (2008)

señalan a la lectura subjetiva y contextual de los riesgos por parte de los consumidores, donde se substituye

la noción de daños seguro por daños probables (Rodríguez, 2013: 123). Zinberg (1984: 5) destaca como el

contexto ha sido el aspecto olvidado en las investigaciones sobre drogas, pero es en el contexto donde se

construyen las sanciones y los rituales que delimitan los consumos aceptables.

Este conjunto de propuestas teóricas señalan como el control sobre los consumos, más que posible, es una

necesidad para los consumidores sino quieren desarrollar problemas severos. A pesar, de estos no todas

las personas, por cuestiones existenciales diversas, presentan la necesidad de continuar normalizados ni

quieren controlar los consumos y terminan desarrollando problemas. Más allá de los consumidores

problemáticos, entre la mayoría de adolescentes y jóvenes participantes en los grupos de discusión se

establece una tensión entre la voluntad de obtener beneficios a través de los riesgos de las drogas y evitar

daños. Los discursos adolescentes presentan multitud de referencias a los posibles daños y a la necesidad

de controlar los consumos, por tanto, la percepción de riesgo en la inmensa mayoría de jóvenes es alta para

los consumos potencialmente dañinos. La percepción de riesgo puede ser alta y los jóvenes pueden

presentar la voluntad evitar los daños, pero esto no impide que experimenten daños.

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