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Diversidad, multiculturalismos e identidades: perspectivas de género. Mary Nash, Universidad de Barcelona (Publicado en: Nash, Mary. Marre, Diana (Eds.) Multiculturalismos y género: perspectivas interdisciplinarias Barcelona. Edicions Bellaterra, 2001) La comunidad científica internacional ha deparado una creciente atención a las categorías analíticas de diversidad, multiculturalismo y a la construcción de identidades en las últimas décadas. Hoy en día, a umbrales del siglo XXI, muchos de estos conceptos son de uso habitual y se han incorporado en el lenguaje popular para expresar los hechos diferenciales de signo cultural y describir las condiciones de vida y las experiencias colectivas de numerosos grupos y comunidades en el mundo actual de la globalización. La explosión multicultural, impulsada inicialmente por los discursos culturales y políticos de relaciones de raza (race relations) en Gran Bretaña desde los años sesenta, junto con las políticas multiculturales de Canadá y Australia de los años setenta, fue fortalecida por los aportes realizados en los Estados Unidos, particularmente desde el campo educativo en los años ochenta, habiendo adquirido en los noventa una dimensión europea. El multiculturalismo en sus diferentes interpretaciones representa la respuesta de la sociedad occidental a políticas anteriores de signo asimilacionista. Frente a la evidencia del fracaso del “melting pot” basado en la asimilación cultural de inmigrantes y minorías étnicas de las pautas de la cultura hegemónica de la sociedad de acogida, el multiculturalismo contempla la existencia de la diversidad cultural en el seno de la sociedad. Pretende asimismo elaborar políticas de reconocimiento de sus diversas expresiones y 1

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Page 1: Diversidad, Multiculturalismo e identidades: … · inmigratorias del último siglo, la problemática de la diversidad cultural y del multiculturalismo constituye uno de los grandes

Diversidad, multiculturalismos e identidades:

perspectivas de género.

Mary Nash, Universidad de Barcelona

(Publicado en: Nash, Mary. Marre, Diana (Eds.) Multiculturalismos y género: perspectivas interdisciplinarias Barcelona. Edicions Bellaterra, 2001)

La comunidad científica internacional ha deparado una creciente atención

a las categorías analíticas de diversidad, multiculturalismo y a la

construcción de identidades en las últimas décadas. Hoy en día, a

umbrales del siglo XXI, muchos de estos conceptos son de uso habitual y

se han incorporado en el lenguaje popular para expresar los hechos

diferenciales de signo cultural y describir las condiciones de vida y las

experiencias colectivas de numerosos grupos y comunidades en el mundo

actual de la globalización. La explosión multicultural, impulsada

inicialmente por los discursos culturales y políticos de relaciones de raza

(race relations) en Gran Bretaña desde los años sesenta, junto con las

políticas multiculturales de Canadá y Australia de los años setenta, fue

fortalecida por los aportes realizados en los Estados Unidos,

particularmente desde el campo educativo en los años ochenta, habiendo

adquirido en los noventa una dimensión europea. El multiculturalismo en

sus diferentes interpretaciones representa la respuesta de la sociedad

occidental a políticas anteriores de signo asimilacionista. Frente a la

evidencia del fracaso del “melting pot” basado en la asimilación cultural

de inmigrantes y minorías étnicas de las pautas de la cultura hegemónica

de la sociedad de acogida, el multiculturalismo contempla la existencia de

la diversidad cultural en el seno de la sociedad. Pretende asimismo

elaborar políticas de reconocimiento de sus diversas expresiones y

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Page 2: Diversidad, Multiculturalismo e identidades: … · inmigratorias del último siglo, la problemática de la diversidad cultural y del multiculturalismo constituye uno de los grandes

establecer bases para la igualdad de oportunidades. En la actualidad, el

multiculturalismo en clave plural ha alcanzado tal arraigo social que en

1997 el científico social Nathan Glazer, de la Universidad de Harvard,

apeló a la frase “Todos somos socialistas ahora”, de Sir William Harcourt

en 1889, pero reconvertida en la contundente afirmación: “Todos somos

multiculturalistas ahora” que utilizó como título de su libro más reciente

N. Glazer, (1998).

La nueva Europa se ha convertido en un escenario de expresiones

plurales multiculturales donde complejas realidades culturales se

insertan y se entrecruzan en una diversidad de tradiciones políticas,

sociales, religiosas y de género. Herencia en parte de una sociedad

postcolonial y, a la vez, de las oleadas migratorias, emigratorias e

inmigratorias del último siglo, la problemática de la diversidad cultural y

del multiculturalismo constituye uno de los grandes temas de debate

abierto en la sociedad actual. El antropólogo Gerd Baumann señalaba en

un reciente estudio el reto que hoy tienen que resolver los estudiosos y la

propia sociedad europea, a saber, el enigma del multiculturalismo G.

Baumann, (1999). Pero si bien parece que se pueda alegar un creciente

interés de políticos, científicos sociales, agentes sociales y los/las

ciudadanos de a pie por el multiculturalismo, también es cierto que se

sigue produciendo y reproduciendo una visión sesgada e incompleta del

mismo ya que aún no se ha incorporado a su análisis, de forma

sistemática, una perspectiva de género ni tampoco se suele incluir la

mirada y las vivencias de las mujeres en tanto uno de los elementos

específicos que marcan la experiencia plural de la multiculturalidad. El

análisis de género y la inclusión de las mujeres como agentes centrales de

las experiencias de la multiculturalidad constituyen una dimensión

ausente o periférica en el debate en torno al multiculturalismo. Su

integración efectiva representa un reto significativo para el desarrollo de

un modelo democrático multicultural.

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La invisibilidad de las mujeres y la falta de reconocimiento de la

necesidad de integrar una perspectiva de género han marcado nuestra

visión del multiculturalismo, reproduciendo esquemas de subalternidad,

falta de subjetividad femenina y visiones culturales estereotipadas de

diversidad cultural en clave femenina. Si bien algunos autores como

Kincheloe y Steinberg entienden que los estudios de las mujeres

representan una parte fundamental del enfoque multicultural, J.

Kincheloe y S.R. Steinberg, (1999), aún estamos lejos de su inclusión

sistemática en estudios y, más aún, en políticas. Además, tampoco se ha

conseguido establecer una visión del multiculturalismo que contemple al

género como perspectiva integrante y transversal de análisis. Este ensayo

pretende aportar algunos elementos de reflexión sobre el

multiculturalismo desde esa perspectiva, es decir, en clave de la

diversidad de género, en la certeza de que la misma facilitará su mejor

entendimiento.

El género como categoría analítica transversal

Numerosos estudios han señalado el impacto del sistema de género en la

articulación de la modernización en la sociedad contemporánea. El

concepto de género se refiere a la organización social de la diferencia sexual

y de la reproducción biológica. El sistema de género representa un complejo

conjunto de relaciones y procesos socioculturales que son, a su vez,

históricos en la articulación de su perfil característico. Se trata de una

construcción social realizada a través de representaciones culturales de la

diferencia sexual, a la que se concibe como producto social y no de la

naturaleza. El género se define en función de las características normativas

que masculino y femenino tienen en la sociedad y en la creación de una

identidad subjetiva y de las relaciones de poder existentes entre hombres y

mujeres. Al entender la construcción del género como proceso

sociocultural, como historiadora encuentro insostenible esa visión

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esencialista de signo biosocial como clave analítica de la situación de las

mujeres. Mi lectura de género parte de una creación social y no biológica de

las ideas y los valores normativos que enuncian los roles respectivos de

mujeres y hombres en la sociedad. En palabras de Joan Scott, el género

representa "la articulación (metafórica e institucional) en contextos

específicos de las concepciones sociales de la diferencia sexual", J. Scott,

(1989: 84.).

Es innegable que el género parte de la noción de una diferencia sexual

derivada de una biología diferenciada, pero se centra especialmente en la

construcción social de esta diferencia. Es por ello que creo que las

normativas que codifican el ámbito de actividad y el rol social de la mujer

se sitúan en las estructuras sociales y en las normas culturales y , por lo

tanto, pueden ser modificadas en función del desarrollo socioeconómico-

político de una sociedad. Los sistemas de valores, creencias, costumbres

y tradiciones son los elementos constitutivos de las pautas de conducta

apropiada de género. De tal modo considero que la organización de la

diferencia sexual obedece a complejos factores sociales, culturales,

históricos, económicos y políticos que en absoluto pueden reducirse a

una visión determinista de signo biologista de la diferencia de género.

Tampoco puede contemplarse como elemento sectorial aislado de

dinámicas socioculturales propias de una sociedad determinada.

Representa, al contrario, una construcción social y cultural que se forma

a partir de un complejo entramado de roles, expectativas, marcos

sociales, formas de sociabilidad y procesos de socialización. Al definir a

las relaciones de género como un proceso histórico de signo relacional

que, a la vez, se insertan en un complejo juego de relaciones sociales de

poder, queda clara la propuesta de este texto de entender lo multicultural

desde una perspectiva transversal de género inscrita en un universo de

diversidades y de relaciones de poder características del mundo

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contemporáneo y con evidentes posibilidades de modificación a partir de

la mirada que se asuma.

En un marco analítico centrado en la diversidad, la diferencia de género

se inscribe también en los discursos de alteridad, de definición del otro/a,

en la formación de subjetividades individuales y colectivas o en su

expresión como identidades. Este abordaje metodológico implica una

mirada decisiva a las fronteras de las diversidades. Se interesa por las

definiciones abiertas donde se constituyen, se desmarcan o desaparecen

las diferencias así como también por descifrar los discursos,

representaciones culturales y prácticas sociales que delinean la visión del

otro/a y su reconstitución a través del reflejo de esta mirada. Desde la

perspectiva de las políticas de reconocimiento que Taylor aplicó, en su

obra clásica, a la diversidad cultural, C. Taylor, (1994) cabe plantear su

vigencia de las políticas de reconocimiento en las complicidades

socioculturales de definición o reconocimiento del otro/a en términos de

género, etnicidad y diversidad cultural.

Diversidad cultural, experiencia histórica y el reconocimiento de los

sujetos históricos

Desde la perspectiva de la experiencia individual y colectiva de mujeres y

hombres de diversos grupos de diferentes países, su proyecto de vida se

ha configurado a partir de vivencias culturales de diversidad, hibridez y

multiculturalismo. La experiencia denominada hoy como

multiculturalismo tiene una amplia dimensión histórica a pesar de que

no se había conceptualizado hasta hace sólo unas décadas en esos

términos de análisis por las ciencias sociales. Sin ir más lejos, en los

Estados Unidos, que llegó más tarde a los planteamientos multiculturales

que la vecina Canadá L. Foster, P. Herzog, (1994), hasta mediados de los

años ochenta se utilizaban los términos pluralismo cultural o educación

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intercultural para describir la respuesta de la sociedad estadounidense a

la diversidad cultural GLAZER (1997: 8). Asimismo, la limitación de la

aplicación de ciertas categorías de análisis de la diversidad no sólo se

advierte en términos espaciales sino también temporales puesto que

considero que esas categorías analíticas no pueden limitarse sólo al

periodo más actual de la globalización, ya que precisamente desde el siglo

XIX la nueva sociedad moderna industrial se asentó, entre otros factores,

sobre la base de grandes migraciones, desplazamientos culturales y en

comunidades basadas en identidades de diáspora y en el intercambio

cultural desde la diversidad, Nash, (en prensa).

En términos demográficos y culturales, países como los Estados Unidos

V. Yans-McLaughlin, (1990) o Argentina, D. Marre, (1999), H. Gaggiotti,

(1994), en tanto que territorios receptores de inmensos flujos migratorios

con influencia en el asentamiento de su población y en la construcción de

sus identidades nacionales, han vivido desde el siglo XIX el desarrollo de

culturas transnacionales multiculturales. También lo han hecho países

como Irlanda e Italia desde la experiencia inversa en tanto que sociedades

exportadores de grandes contingentes de emigrantes. Como

consecuencia, al menos en el caso de Irlanda, la sociedad se ha sostenido

en una identidad de diáspora inherente a su identidad nacional, como

destacó hace unos años la Presidenta Mary Robinson B. Gray, (2000). Así,

el intercambio cultural desde la hibridez, la subjetividad cultural

diaspórica o la diversidad cultural, ha caracterizado hace más de un siglo

la trayectoria cultural de diversos estados nación, trayectoria que, a su

vez, también tiene una lectura de género, R. Cohen (1997).

Las meta narrativas tradicionales de la modernidad y del progreso

construídas desde el siglo XIX operaron en gran medida a partir de

procesos identitarios formulados en términos de género y de raza. La

construcción cultural de la diferencia humana desde ambas claves se

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convirtió en uno de los elementos constitutivos de la modernidad y de la

identificación de actores con incapacidad de transformación histórica y,

por tanto, no asimilables a las pautas de subjetividad histórica.

El discurso en torno a la raza como principio explicativo de un orden socio-

político jerarquizado se convirtió en un imaginario colectivo popular de

amplia resonancia y en un valor clave de la cultura occidental a partir del

siglo XIX y, como tal, en mecanismo de legitimación de un orden político de

signo colonial e imperialista. La representación cultural de la diferencia en

términos de categorías raciales quedó claro en el discurso colonial que

caracterizó al “otro” - los pueblos colonizados - en grupos étnicos de una

naturaleza supuestamente inferior. Frente a ellos, el hombre blanco

categorizado como de raza superior, debía, en palabras del poeta Kipling,

asumir la carga del hombre blanco, ("the white man's burden") de "civilizar"

a esos pueblos colonizados. El discurso de raza, entonces, sirvió para

asentar la mentalidad colonial y para justificar la expansión imperial de los

países occidentales en el ámbito mundial J.A. Mangan, (1990); V. Ware,

(1992).

En la construcción de la modernidad, el desarrollo del discurso de raza y

de género respondió a lógicas semejantes. Se basó en la representación

cultural de la diferencia y en la cristalización del “otro” a partir del

establecimiento de una diferencia absoluta de supuesta base biológica a

la que se adjudicó el carácter de rasgo natural. La naturalización de la

diferencia y el esencialismo biológico implícito en su representación

cultural son factores decisivos en la construcción social de la noción de

raza y del discurso de género del imaginario colectivo. La "biologización

del pensamiento social", en términos de Wieviorka, M. Wieviorka, (1992),

convirtió al discurso de raza y a sus representaciones culturales en mito

justificativo de valores culturales discriminatorios. De la misma manera,

el esencialismo biológico funcionó en el discurso de género como

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dispositivo simbólico en que asentar un régimen de representaciones

culturales funcional para establecer una jerarquización de la supuesta

diferencia natural entre hombres y mujeres. Ambas representaciones

culturales presentaron -y presentan- a la diferencia de raza y de sexo en

términos de una diferencia natural irreductible que permite, a su vez, una

oposición de inferior a superior también de base natural. De esta manera

han actuado también como configuradores de prácticas sociales que

niegan la categoría de sujetos históricos a determinados colectivos

identificados como el “otro”, es decir, no blancos o mujeres, aquellos que

se ubican fuera de la norma con que se define al hombre blanco

occidental como único sujeto histórico universal.

La representación del “Hombre Blanco Europeo” como norma y sujeto

universal del pensamiento político y social occidental se constituyó, en

gran medida, en referente definitorio de los “otros”. El discurso de la

alteridad elaborado por el Conde de Gobineau en su obra Ensayo sobre la

desigualdad de las razas humanas (1853) identificó a las “razas” no

blancas y a las mujeres como los “otros” inferiores, estableciendo,

tempranamente uno de los elementos claves de la configuración de las

pautas culturales de la nueva Europa moderna industrial, es decir, la

nueva Europa: la premisa de la desigualdad y su correspondiente

jerarquización de los seres humanos. Además, el hecho de centrarse en la

figura del “Hombre Europeo”, contribuyó a construir a los demás "otros"

en términos de una relación jerarquizada respecto de cada grupo. Como

ha señalado Amina Mama, este posicionamiento diferencial jerarquizado

dejó como consecuencia la tendencia de privilegiar el hecho diferencial en

torno a un único eje sea de género, etnicidad o diversidad cultural, A.

Mama (1995). La percepción binaria de la construcción de la alteridad

oculta, sin duda, la complejidad de las relaciones de poder y el

reconocimiento del complejo entramado de género, raza y clase que juega

en el reconocimiento de los sujetos históricos y, también, de la diversidad

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cultural en clave de igualdad. Asimismo, ha dificultado el desarrollo de un

enfoque analítico transversal en el estudio de esa misma diversidad.

Rescribir la historia desde la categoría analítica de la racialización de las

diferencias étnicas, F. Anthias, N. Yuval-Davis (1992), y desde el eje

interpretativo de la naturalización de las categorías sociales, constituye, a

mi modo de ver, una dimensión crucial para repensar paradigmas

estándares y marcos analíticos de la subjetividad histórica y de

interpretación actual de la diversidad cultural. En este sentido, se puede

sugerir que la continua utilización del pensamiento biosocial y el recurso a

la naturalización de las categorías sociales siguen operando como

mecanismo de negación de la completa subjetividad histórica a colectivos

como mujeres, minorías étnicas o inmigrantes y de devaluación de su

capacidad de ejercicio ciudadano, P. Chattterjee, (1996); E. Said, (1996).

En el siglo XIX, época de nacionalismos y de expansión colonial e

imperialista, el desarrollo del estudio científico sobre la diferencia humana

y la diferenciación hereditaria fomentó un amplio debate europeo acerca de

la desigualdad racial en el que la idea de raza se incluyó tanto en los

debates políticos como en los estudios académicos. Las ciencias médicas y

la antropología ofrecieron una amplia fundamentación científica a las

argumentaciones ideológicas sobre la noción de raza que enmascaraba un

racismo claro. De hecho, tanto en el siglo XIX como en el siglo XX la

cobertura científica del discurso de raza fue significativa y, con ella, la

autoridad moderna legitimadora que el mundo científico concedió a

posturas fundamentalmente ideológicas que justificaban la desigualdad.

De igual modo, médicos y científicos se afanaron en establecer

definiciones científicas de la feminidad y de la identidad de género que

legitimaban la desigualdad entre hombres y mujeres. De la misma manera

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que el discurso de raza propuso trasladar diferencias étnicas a categorías

culturales jerarquizadas de inferioridad /superioridad, el discurso de

género de diferencia sexual se articuló también a partir de la traslación de

la diferencia de sexo al plano cultural ideológico y de la justificación de un

orden jerárquico de género basado en la subordinación de la mujer. De

hecho, la comprensión del proceso según el cual las diferencias biológicas

de las personas se trasladan a categorías sociales y culturales de

diferenciación racial o sexual representa, a mi modo de ver, un enfoque

decisivo para la comprensión de las dificultades que se hallan en el proceso

de reconocimiento de nuevos sujetos históricos como las mujeres, minorías

étnicas o inmigrantes y, junto a ello, en la consolidación de una sociedad

multicultural. El pensamiento biosocial que define a las mujeres en

función de su biología y de la reproducción, actúa como mecanismo de

control social que convierte en natural la exclusión de las mujeres de la

subjetividad histórica, del mismo modo que las diferencias culturales

racializadas pueden determinar la subalternidad histórica de colectivos y

pueblos que no encajan en la norma supuestamente universal de blanco

occidental como sujeto histórico y político. Estas pautas culturales

inherentes a la cultura occidental han operado y siguen operando para

mantener los mecanismos socioculturales de inclusión/exclusión y de

desigualdades sociales y de género en la sociedad multicultural actual.

Modernidad, diversidades y la construcción de identidades

En términos socio-culturales puede señalarse, que la nueva sociedad

industrial moderna occidental tiene a la diversidad cultural como algo

inherente a su propia configuración. En el siglo XIX, de la mano del

industrialismo, la vida occidental experimentó profundas

transformaciones a través de la integración de nuevos sectores

procedentes del mundo rural en sucesivos flujos inmigratorios y, a finales

de siglo, de masivos desplazamientos intercontinentales de población. En

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el caso de las nuevas ciudades industriales, sus nuevos habitantes, con

un "background" cultural y lingüístico diverso, trasladaron a la ciudad

formas culturales diversas que abrieron procesos de asentamiento

caracterizados por una expresión identitaria de pluralidad y diversidad.

Incluidos en una perspectiva identitaria de clase social, esos movimientos

migratorios, a diferencia de los actuales, no fueron contemplados de

forma decisiva desde la categoría de la diversidad cultural.

La desestabilización de las pautas tradicionales de comportamiento

colectivo basado en valores culturales y códigos de comportamiento más

relacionados con el parentesco y las formas de sociabilidad rurales, dejó

paso a la lenta incorporación de nuevos valores y formas de sociabilidad

relacionados con las dinámicas laborales, sociales y de género inherentes

al mundo urbano contemporáneo. La sociedad industrial del siglo XIX y

gran parte del siglo XX quedó marcada por la adquisición de nuevos

hábitos políticos, sociales y culturales. Las condiciones de vida, la cultura

del trabajo y la consolidación de un proceso identitario en torno al perfil

de la clase trabajadora, generaron formas de sociabilidad y estrategias de

resistencia típicas de la nueva cultura obrera, J. Rule, (1990). Generadas

en espacios sociales tan diversos como los talleres y las fábricas, los

cafés, los centros culturales, los sindicatos, las calles, plazas y barrios

obreros, los lavaderos, los mercados o los lugares de ocio, las nuevas y

plurales formas de sociabilidad actuaron como marco de referencia capaz

de crear señas de identidad entre grupos sociales diversos, de

procedencia territorial y cultural diferente M. Agullon (1992), C. Serrano

(1996). Creados como lugares de encuentro desde la diversidad, los

espacios sociales urbanos funcionaron, en los términos en que Homi

Bhabha caracterizó al postcolonialismo, como espacios de contacto

intercultural, H. Bhabha, (1994). Estos espacios sociales fueron el

escenario colectivo de encuentro, de contestación y acomodo, de dominio

o subalternidad, de contacto o conflicto de culturas diferentes, Pratt

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(1991). Como espacios urbanos, facilitaron la creación de nuevas pautas

de interacción, de diálogo o de conflicto de los grupos inmigrados y

también de la sociedad receptora y de los/las trabajadores con su nuevo

entorno social urbano. Los espacios urbanos actuaron como ámbitos de

circulación y de intercambio que permitieron establecer pautas de

actuación colectiva desde la diversidad cultural y la identidad colectiva

obrera. Así, podían actuar como ejes de expresión de la oposición obrera,

del movimiento de las mujeres y de otros movimientos sociales desde sus

diversas expresiones culturales, pero también como ámbitos de

adecuación cultural o política desde las diversidades culturales, de género

o de clase, J. Paniagua, J.A. Piqueras, V. Sanz, (1999).

Globalización y multiculturalismo: el fin de la homogeneización

cultural

La tensión entre las meta narrativas tradicionales de la modernidad y del

progreso, y las visiones postmodernas de las dinámicas culturales y

sociales que cuestionan las categorías universales, ha abierto un campo

creativo de reflexión, de debate teórico y político que tiene como punto de

referencia obligada el significado del multiculturalismo y de las políticas

de identidad en la sociedad global actual de la diversidad.

Varios son los temas que configuran esta complejidad cultural y

económica global. Frente a la mirada englobante de pretensiones

universalistas, el contexto local y las políticas de identidad proponen una

alternativa en el reconocimiento de la diversidad y de las diferencias

culturales, étnicas, religiosas o de género. Frente a un pensamiento único

que se nutrió de una noción universal de la condición humana que ignoró

las diferencias y la diversidad de la experiencia colectiva de las personas

en el ámbito mundial, el desarrollo de las corrientes del pensamiento

postcolonial, de los estudios de las mujeres y de los estudios culturales

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han obligado a un replanteamiento de una categoría universal de hombre

o mujer, común a toda la humanidad.

La descolonización y los procesos culturales emergentes en su seno

cuestionaron desde hace décadas la primacía del modelo hegemónico

occidental del hombre blanco europeo como el sujeto único del

pensamiento político universal. Al cuestionar la autoridad del

pensamiento masculino occidental, los movimientos sociales de derechos

civiles, de poder negro, del feminismo, de los movimientos de

descolonización y de otras fuerzas sociales más recientes, desarrollados

desde el multiculturalismo, han puesto de relieve la complejidad de las

relaciones jerárquicas de poder que pueden sostenerse en supuestos

plurales de las diferencias, de signo étnico, de raza, o de género o de

religión. El pensamiento postcolonial y los estudios culturales han dejado

claro que las nociones universales deben repensarse. Además, el reto del

nuevo siglo XXI sigue siendo el de definir los derechos humanos en

términos capaces de sostener el principio de la igualdad a partir del

reconocimiento de la diversidad. Desde esta perspectiva, se ha abierto

una reflexión sobre la categoría misma de "derechos humanos

universales" en el mundo globalizado de hoy y la implicación del concepto

de ciudadanía en sociedades donde operan mecanismos de exclusión de

sectores crecientes de minorías que no gozan de los derechos de

ciudadanía, B. Sousa Santos (1997).

En este contexto, es obligatorio repensar la noción de identidad fija.

Queda pendiente el establecimiento de los múltiples significados que las

identidades pueden alcanzar en contextos distintos y en diversas

relaciones. De hecho, desde los estudios culturales se ha ido planteando

la construcción socio-cultural de las identidades que se fundamentan en

términos de etnicidad, religión, o de género, como categorías que

traspasan el tiempo, los lugares, y los contextos. El proceso de

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Page 14: Diversidad, Multiculturalismo e identidades: … · inmigratorias del último siglo, la problemática de la diversidad cultural y del multiculturalismo constituye uno de los grandes

constitución de identidades culturales no es el mismo en el contexto,

espacio y estrategias de Norte/ Sur, centro/periferia, en sociedades con

un pasado colonial, y ni siquiera en el contexto territorial de la Unión

Europea. Tampoco es lo mismo en las sociedades asiáticas, africanas,

latinoamericanas u occidentales, ni en el mundo urbano o rural o en el

marco de culturas religiosas distintas. El hablar en plural de las

personas con la constatación de sus diferencias, diferencias de género,

de raza, de edad, de ubicación territorial Norte \ sur, de clase social o de

formación cultural y educativa, evitan presupuestos universalistas sobre

la globalidad de la experiencia humana. Al mismo tiempo, permite

detectar las diferencias y agendas distintas que construyen diferentes

colectivos sociales a partir de las experiencias vividas. Facilita la

identificación en cada momento y contexto concreto de las iniciativas en

común y la subjetividad colectiva de las experiencias generales.

En el contexto actual de globalización, el reconocimiento del

multiculturalismo permite la definición del concepto cultura en términos

de diversidad y de identificación de la variabilidad cultural, tanto en el

ámbito local como en el ámbito global. La caída del muro de Berlín en

1989 y, con él, la desaparición del bloque comunista que había

articulado la expresión de sus fronteras política y económicas con el

mundo capitalista occidental, han generado, en la última década del siglo

XX, una transformación significativa de los horizontes de la política. Este

cambio de parámetros políticos ha suscitado diversas reflexiones en torno

“al fin de la historia”, en palabras de Fukuyama, al desaparecer los

escenarios de confrontación política que predominaban en la segunda

mitad del siglo XX F. Fukuyama, (1992). Esta situación ha impulsado

otras propuestas interpretativas para el desplazamiento de las fronteras

de la conflictividad en el siglo XXI a ámbitos culturales definidos por lo

religioso, según ha argumentado Samuel P. Huntington, en su visión del

choque de civilizaciones del futuro S.P. Huntington, (1997). Desde su

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perspectiva, el panorama político internacional se caracterizará por la

desaparición de la política y la reaparición de las religiones como ejes de

los espacios de interacción socio-cultural y de conflictividad del nuevo

siglo. En esta línea interpretativa, en el contexto de la Europa actual,

Tore Bjorgo ha sostenido recientemente que la diferencia expresada desde

la identidad religiosa representa un poderoso artífice para identificar en

términos de alteridad a colectivos de inmigrantes en Europa por su

identidad como musulmanes, T. Bjorgo, (1997). Desde su perspectiva,

entre las elites occidentales, el Islam ha sustituido al comunismo como la

amenaza principal a la civilización occidental. Los estudiosos culturales

han argumentado, además, que los espacios de conflictividad se ubican

hoy en día en las fronteras de las diferencias culturales en tanto que

ámbitos de negociación social y política que sustituyen a las

confrontaciones en clave política predominantes de la época de la post

guerra mundial.

A nivel económico, los procesos de globalización a inicios del nuevo siglo

XXI han generado una serie de cambios decisivos a dimensión planetaria

con la consolidación de dinámicas mundiales de intercambio de

imágenes, mercancías, personas e ideas, A. Gordon, C. Newfield, (1996).

La economía de mercado globalizado del capitalismo tardío y el

ciberespacio marcan los parámetros del mundo actual, del mismo modo

que la expansión colonial europea y la penetración del capitalismo

desafiaron las fronteras geográficas y culturales del mundo no occidental

a finales del siglo XIX. La reestructuración de la economía mundial junto

con el impacto de los medios de comunicación y la generalización del

ciberespacio han generado tendencias globales de signo complementarias

pero también contradictorias.

De entrada, la dinámica de la mundialización ha conllevado procesos de

universalización y de homogeneización cultural. La globalización de las

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Page 16: Diversidad, Multiculturalismo e identidades: … · inmigratorias del último siglo, la problemática de la diversidad cultural y del multiculturalismo constituye uno de los grandes

industrias culturales en el ámbito mundial ha fomentado la

homogeneización del consumo de cultura que traspasa las fronteras de

los estados nacionales, cuya identidad y ámbito de actuación está en

permanente proceso de redefinición, en espacios territoriales donde las

fronteras geográficas nacionales se difuminan por la apertura de

mercados cada vez más globales en ámbitos tan distantes como la Unión

Europea, la NAFTA o el Mercosur. Artefactos culturales como la música,

el cine, la publicidad, los videoclips, o las series televisivas configuran los

referentes audiovisuales de las nuevas generaciones que consumen, en

gran medida, productos culturales que traspasan sus fronteras

nacionales.

Refiriéndose al contexto de los nacionalismos emergentes del siglo XIX,

el clásico estudio de Benedict Anderson propuso el concepto de

“comunidad imaginaria” como fórmula que permite desarrollar la

experiencia de pertenencia a un grupo determinado que, paralelamente

genera mecanismos de exclusión de la comunidad creada, B. Anderson,

(1993). También destaca la importancia de los artefactos culturales como

la emergencia de la prensa en la consolidación identitaria de los

nacionalismos. Inclusión y exclusión constituyen elementos claves en las

políticas de identidad en la actualidad y, ello se efectúa a menudo a

partir de la definición del otro y de dinámicas de identidad. En este

sentido, el consumo de productos culturales y la mirada del otro son

fundamentales en la creación de mecanismos de integración o de

exclusión que faciliten la pertenencia a una comunidad, a una aldea

global. La globalización de la coca cola, de la música, de los programas

televisivos y de otros artefactos culturales fomentan el espejismo de la

construcción artificial de una “comunidad imaginaria” en el ámbito

global, de referentes culturales aparentemente universales en el marco de

un proyecto económico único en un mundo globalizado de desiguales

recursos económicos y culturales. Del mismo modo que el capitalismo,

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en términos de Anderson, permitió desde el siglo XIX vincular la idea de

civilización universal con la de nación, el capitalismo tardío del

ciberespacio, orienta el proceso de construcción de un ideario cultural

universal en el ámbito del planeta, B. Anderson (1993).

La contrapartida de esta dinámica de homogeneización en las últimas

décadas, es, de forma paradójica, la aparición de una tendencia a la

fragmentación que se manifiesta a través del resurgimiento de la

diversidad. Frente a los proyectos culturales homogeneizadores, la

afirmación de la diferencia o, mejor dicho, de las diferencias, se expresa

en términos plurales a partir de diversas instancias, de diversidad

religiosa, política, estética, étnica o de género. Desde esta perspectiva,

las diversidades culturales se manifiestan como expresión dinámica de

significados que se construyen de forma diversa en contextos específicos.

En este contexto, las políticas de identidad son claves en el proceso de

construcción de identidades colectivas que parten del reconocimiento de

la diversidad. Según Melucci, A. Melucci (1994), los nuevos movimientos

sociales surgidos a partir de la década de los años 1960, como el

feminismo o los movimientos de derechos civiles junto con muchas

políticas actuales, se sostienen a partir del paradigma de la diferencia y

del desarrollo de políticas de identidad, elementos decisivos también en el

impulso de políticas de igualdad de oportunidades o de acción afirmativa

para minorías y mujeres en Canadá, los Estados Unidos y en la Unión

Europea durante más de una década. El marco de referencia de la

diversidad, sostenida a partir de la construcción de identidades

colectivas diferentes, plurales y a veces contestadas, se ha convertido hoy

en uno de los ejes de las dinámicas socio-políticas del mundo actual.

Frente a la globalización sin fronteras territoriales R. Ilson, W.

Dissanayake (1996); J. Borja, M. Castells, (1998), espacios sociales como

las ciudades representan fronteras delimitadas aunque abiertas, que

albergan a la comunidad local y los procesos identitarios de inclusión

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Page 18: Diversidad, Multiculturalismo e identidades: … · inmigratorias del último siglo, la problemática de la diversidad cultural y del multiculturalismo constituye uno de los grandes

/exclusión. Frente a la identidad de clase y la cultura del trabajo de

épocas anteriores, las nuevas prácticas culturales colectivas actuales se

sostienen en parámetros más cercanos a las identidades culturales

colectivas.

En la actualidad, las ciudades postindustriales, postmodernas, se

caracterizan, o al menos deberían hacerlo, por el reconocimiento de la

pluralidad, de la diversidad cultural y de las identidades múltiples. En el

marco urbano actual, a menudo ejemplificado como “crisol de culturas”,

la identidad de clase social y de cultura de trabajo han dado paso a la

priorización del peso identitario de la diversidad cultural. La precarización

del trabajo remunerado junto a la paulatina desaparición de una cultura

de trabajo desplazada por una cultura más atomizada del consumo, ha

significado la emergencia de señas de identidad, tanto sociales como

individuales, que ya no se configuran sólo a partir de representaciones

culturales construidas evocando a referentes más tradicionales como las

clases sociales o el trabajo. En un contexto en el cual el paro prolongado

y la movilidad laboral se han convertido en elementos habituales de la

experiencia laboral de los varones, la fábrica o las reuniones sindicales ya

no configuran el universo de sociabilidad masculina, ni tampoco sólo en

el mercado o la plaza se encuentran las mujeres que se hallan cada vez

más integradas en el mercado laboral. La pluralidad identitaria y

organizativa de la ciudad postindustrial refleja la complejidad del mundo

urbano actual imposible reducir a categorías analíticas tradicionales de

signo exclusivamente social.

La globalización del multicultulturalismo ha llevado a autores como Yunas

Samad a proponer que la conexión global-local representa el contexto en el

cual se produce una redefinición del multiculturalismo en términos locales,

Y. Samad (1997). Argumenta que no existe un paradigma único del

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multiculturalismo sino que se debe reinterpretar a escala local para

dilucidar sus características y variaciones. En este contexto local, el reto no

se reduce sólo a lograr el reconocimiento cultural, objetivo expresado en la

clásica obra de Taylor, C. Taylor (1994), sino a establecer los términos

políticos que sirven para facilitar o reducir el acceso a todas las

oportunidades de vida, J. Rex, (1987). Así, el multiculturalismo se expresa

también en términos sociales y de igualdad de oportunidades.

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Diversidad cultural y debates multiculturales.

La explosión multicultural ha llevado a una cierta simplificación del

fenómeno y conceptos vinculados con el multiculturalismo, a la vez que

ha ignorado a menudo, un entendimiento del multiculturalismo como

proceso de dinámicas sociales y culturales con un fuerte arraigo histórico

y con dimensión de género. El debate actual sobre el multiculturalismo

es amplio y complejo. Hay una multiplicidad de enfoques y perspectivas

en su teorización que ha llevado a una pluralidad de perspectivas que

contribuyen a la comprensión de las formulaciones teóricas sobre

cuestiones de raza, etnicidad, género, clase y sexualidad. De hecho, las

perspectivas divergentes reflejan la voluntad de contemplar la diversidad

y, por tanto, el rechazo de una visión homogeneizadora y totalizadora del

multiculturalismo.

En este sentido, las visiones postmodernas de las dinámicas culturales y

sociales que cuestionan las categorías universales homogeneizantes han

abierto un campo de reflexión y de debate político que tiene como punto

de referencia obligado el significado del multiculturalismo y de las

políticas de identidad de la sociedad global actual de la diversidad. Desde

esta perspectiva, cabe plantear que la idea de homogeneización cultural

pertenece al pasado, a tiempos de una sociedad industrial de hegemonía

cultural y religiosa de Occidente. Un debate en el que también es central

la crítica a la construcción de lo cultural como algo homogéneo con claras

fronteras y el cuestionamiento de la noción de identidad como fija y

estable, supuestamente anclada en contextos culturales específicos.

Como ha señalado Avtar Brah las diferencias, el pluralismo y la hibridad

son algunos de los términos más debatidos de nuestra época, Brah,

(1996: 95), un debate que muestra la fluidez y dinamismo de las

construcciones culturales e identitarias.

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Frente a la visión rígida ahistórica de un mosaico inconexo de culturas,

entre las múltiples propuestas de definición del multiculturalismo, me

interesa señalar aquellas que tienen en cuenta una visión dinámica,

relacional y compleja del mismo. Según algunos autores, el

multiculturalismo es el resultado político de las luchas y negociaciones

colectivas en relación con las diferencias culturales, étnicas y raciales,

Modood, Werbner, (1997) y también de género, Fraser (1997). Desde esta

perspectiva, se trata de un proceso dinámico, plural que en absoluto puede

reducirse a interpretaciones únicas o visiones homogéneas. Si bien en

lengua castellana, se suele referir en singular al multiculturalismo, las

múltiples dimensiones y definiciones del mismo quedan mejor reflejadas

desde el plural: multiculturalismos. En este sentido la propuesta de Tariq

Modood y Pnina Werbner de interpretar el multiculturalismo en el marco

de la Nueva Europa como un fenómeno múltiple, fluido y de continua

contestación, abre la posibilidad interpretativa de entenderlo como proceso

relacional, dinámico y contextualizado. Se trata de una visión compleja del

multiculturalismo en tanto que “negociación y trascendencia de la

diferencia y de la alteridad en escalas diferentes, desde lo comunal y local al

nacional y supranacional”, Modood, Werbner (1997:7). Los diversos niveles

de relación y de renegociación del multiculturalismo permiten una

contextualización específica y un análisis dinámico de los procesos de

articulación de las relaciones multiculturales, es decir, aquellos

particularmente adecuados a una visión del multiculturalismo como

proceso social y cultural de dimensiones históricas.

Para otros autores, el multiculturalismo se puede definir como un reto al

eurocentrismo que pretende forzar a la heterogeneidad cultural europea a

adoptar una expresión de cultura única, paradigmática de una visión de

Europa como centro de gravedad y “realidad ontológica al resto de las

sombras del mundo”, Shohat, Stam, (1994: 2). Al cuestionar una visión del

mundo desde el punto de vista privilegiado de Europa y expresión de

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logros como la ciencia, el humanismo o el progreso, esta propuesta

multicultural pretende cuestionar una visión negativa del "otro", de la

cultura no occidental en términos de sus deficiencias, reales o imaginadas,

para crear una perspectiva crítica, abierta y policéntrica del

multiculturalismo como expresión plural de otros universos y propuestas

culturales.

El multiculturalismo crítico implica una visión integradora que pretende

entender los mecanismos de opresión y discriminación, o de libertad y

reconocimiento en múltiples sitios y dimensiones. Para Kincheloe y

Steinberg la pedagogía de un multiculturalismo crítico significa

reflexionar en torno a los múltiples mecanismos de articulación de las

opresiones raciales, de clase social, y de género que se producen y

reproducen a través de la construcción de conocimientos, valores e

identidades en una multitud de ámbitos sociales, Kincheloe y Steinberg

(1999). Este planteamiento abre nuevos horizontes interpretativos para el

multiculturalismo al entender sus manifestaciones no sólo en términos

de etnicidad sino también de clase social y de género. Una visión que,

además, atribuye la tarea de construcción de un multiculturalismo crítico

al conjunto de la sociedad. Así, si bien sectores específicos como

educadores o la administración pública desempeñan un rol decisivo en

este terreno, cambiar la noción de multiculturalismo implica el

protagonismo activo del conjunto de la sociedad. La pedagogía del

multiculturalismo no se limita ni mucho menos, por tanto, al ámbito de la

escuela, sino que implica a la sociedad en su conjunto, en una dinámica

relacionada con la justicia social, el desarrollo de la ciudadanía, la

democracia participativa y la eliminación del sexismo. A su vez, este

enfoque integral abre perspectivas significativas para nuestra sociedad

en el sentido de valorar la necesidad de crear puentes de actuación desde

ámbitos distintos y colectivos sociales amplios.

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Al plantear los procesos discriminatorios de forma más global, como algo

inherente a [en] las estructuras sociales y culturales, la superación de las

prácticas discriminatorias implica una apuesta integradora de todos los

agentes sociales e individuales. El significado de la diferencia cultural se

construye según las circunstancias políticas, sociales y culturales. Con

impactos desiguales en función del marco de la cultura política y civil,

historia y reconocimiento de diferencias existentes en cada sociedad, el

triángulo del multiculturalismo, según Baumann, se constituiría a partir

de los ejes de la nación estado, la religión y la etnicidad, Baumann (1999)

con grandes contradicciones entre las opciones de derechos civiles,

políticas identitarias y reconocimiento de las diversidades. Así, las

demandas de acomodación política de las comunidades culturales de

diversidad de género, étnica o cultural pueden generar políticas

compensatorias de un trato desigual que, a su vez, puede entrar en

conflicto con los principios igualitarios de trato igual para los ciudadanos.

Asimismo, también queda claro que el reconocimiento de la diversidad y

de los derechos políticos y culturales de minorías afecta a menudo a

colectivos que no gozan de la categoría de ciudadanía. Frente a la lógica

de un multiculturalismo enfocado desde la riqueza de la diversidad

cultural, sus adversarios han evocado la crítica de la "cultura de la

queja", en palabras de Robert Hughes, Hughes (1994) o de la "escuela del

resentimiento", H. Bloom (1996) para denunciar el victimismo y las

demandas de políticas compensatorias. No obstante, la larga historia de

desigualdad y falta de reconocimiento cultural significa que las minorías

culturales y las mujeres están en una situación de desigualdad frente al

predominio homogeneizador del grupo cultural mayoritario.

Representaciones culturales y la construcción de la otredad.

Se ha puesto de relieve a menudo que las identidades étnicas y de

colectivos de inmigrantes o de mujeres son fruto de una construcción

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cultural. En este sentido, el imaginario colectivo que se construye desde

la subjetividad política y desde la mirada del otro implica a toda la

sociedad en la construcción diaria de ese imaginario y en la creación de la

diferencia. Las representaciones culturales de la otredad juegan un papel

decisivo en la visualización y perfil de la diversidad cultural. La imagen

del otro se consolida a partir de una representación mental, de un

imaginario colectivo, mediante imágenes, ritos y múltiples dispositivos

simbólicos, de manera que estos registros culturales no sólo enuncien,

sino que, a la vez, reafirmen las diferencias, Nash (1995).

Frente a visiones específicas de la articulación identitaria, la cultura

puede concebirse como un producto de creencias y de modelos

conceptuales de la sociedad que moldea las prácticas cotidianas mientras

la construcción de identidades colectivas se entiende como dinámica

procesal y relacional en constante proceso de construcción, readaptación

o negación, sostenida, además, en bases que pueden ser plurales y

contestadas. Stuart Hall ha destacado el gran impacto del sistema de

representaciones en la configuración de la sociedad actual. Según su

punto de vista, las representaciones tienen que ver con lo cultural, pero,

sobre todo, con el significado que dan a la cultura porque transmiten

valores que son colectivos, compartidos, que construyen imágenes,

nociones y mentalidades, respecto a otros colectivos, Hall (1997). Cabe

recordar que las representaciones culturales constituyen un proceso

dinámico de orden histórico. No se trata de elementos estáticos ni

inmutables sino de sistemas de representación que se cambian y se

reelaboran a nivel de imágenes, modelos, creencias y valores en cada

contexto y tiempo. Así, las representaciones culturales e imágenes de la

alteridad representa un elemento clave en la dinámica de configuración

de la sociedad multicultural actual de la diversidad. Atribuyen

significados compartidos a las cosas, los procesos y a las personas e

influyen de forma singular en el desarrollo de prácticas sociales.

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La pervivencia de imágenes y representaciones culturales negativas en los

medios de comunicación, considera a los/las inmigrantes como un

colectivo subalterno y desigual, presentan una imagen de atraso y de

inferioridad de las sociedades de origen, refuerza mecanismos de

prácticas sociales discriminatorias y, a la vez, construye la imagen de

otras culturas en términos negativos que impiden el desarrollo del respeto

a la diversidad cultural. El predominio de la subalternidad, atribuída a

los colectivos de inmigrantes y la transmisión de una imagen de la

sociedad de origen caracterizada por el atraso cultural, social, religioso o

económico, es decisivo en la implantación de una visión negativa del

otro/a. La consideración generalizada de la inmigración y de la otredad

cultural en términos negativos ha alcanzado una dimensión europea,

Wrench, Solomos (1993). Se trata de un mecanismo sumamente eficaz

que dificulta el desarrollo de una sociedad multicultural basada en el

respeto a las culturas minoritarias ya que fomenta una visión negativa

de los colectivos de inmigrantes y de las minorías étnicas que se

fundamenta en su relación con la delincuencia, situaciones de ilegalidad,

de marginalidad o de inferioridad cultural. Por ejemplo, en el caso de

España, a menudo las percepciones erróneas o estereotipadas,

transmitidas por los medios de comunicación no reflejan la realidad ni

la diversidad o riqueza de la experiencia de la mayoría de los inmigrantes.

Una mirada crítica a las políticas multiculturales implica el

reconocimiento de la existencia de planteamientos multiculturales que a

menudo se han caracterizado por una voluntad política de neutralizar

conflictos sociales o de distraer la atención de las minorías de realidades

sociales de injusticia a partir de un reconocimiento trivializado y

mercantilizado de las diferencias culturales. En este sentido, la

comercialización de la diversidad étnica, el etnoturismo o el folklorismo

celebratorio en clave identitaria, han contribuido poco a la realización del

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concepto básico del multiculturalismo como proceso de creación de los

fundamentos para el reconocimiento igualitario de la cultura del otro/a.

Además, el análisis de políticas oficiales o estatales multiculturales en

diferentes países ha puesto de relieve el posicionamiento de

determinados grupos políticos y sociales frente a comunidades de

inmigrantes y minorías étnicas establecidas en el país. Así, por ejemplo,

en el Reino Unido de la post guerra mundial, las políticas asimilacionistas

dieron paso a políticas de relaciones de raza, las llamadas race relations,

impulsadas en 1966 por Roy Jenkins en búsqueda de una política de

integración de las minorías étnicas basada en la igualdad de

oportunidades y el reconocimiento de la diversidad cultural. No obstante,

las minorías asiáticas y caribeñas en su proceso de movilización desde la

identidad colectiva de signo cultural, pusieron de relieve los problemas

sustanciales de estas políticas por carecer esas minorías étnicas de una

fuerte base igualitaria, tanto en términos sociales como culturales en

relación con la sociedad británica, Brah (1996:25-27).

El paso del estatuto de inmigrante a ciudadano con derechos semejantes,

en igualdad de condiciones y de reconocimiento de la otredad en términos

de respeto, configura el núcleo de más difícil alcance del

multiculturalismo en la actualidad. Aunque autores como John Rex han

abogado por una visión del multiculturalismo como forma mejorada del

estado de bienestar social en el sentido de que el reconocimiento de la

diversidad cultural enriquece y fortalece la democracia, Rex (1995),

también se ha señalado que uno de los grandes problemas de la eficacia

de las políticas multiculturales es el reconocimiento de una legitimidad de

signo recíproco a las diversas culturas existentes en una sociedad. Por

otra parte, sigue siendo problemática la realización de los plenos derechos

ciudadanos en la práctica, por un lado, y la respuesta social a las

necesidades especificas de comunidades étnicas y grupos sociales por

otro, ya que este terreno se mueve en los limites de lo público / privado.

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Page 27: Diversidad, Multiculturalismo e identidades: … · inmigratorias del último siglo, la problemática de la diversidad cultural y del multiculturalismo constituye uno de los grandes

Género y multiculturalismo.

Para Nancy Fraser el problema de las políticas culturales es la tendencia

a centrarse en una política unidimensional que deja de lado la vertiente

de la justicia social. En este sentido, desde su posicionamiento dentro de

la tendencia democrática radical en los EE.UU., hace hincapié en la

necesidad de compaginar las políticas de reconocimiento con las

injusticias de redistribución. Su visión crítica del multiculturalismo

alinea las políticas de identidad con las políticas sociales, Fraser (1999).

Asimismo contempla la equidad de género y la redistribución justa.

Reconocedora de la múltiple afiliación de las mujeres y de sus

identidades plurales, propone que no sólo el género sino también la

"raza”, etnia, nacionalidad, sexualidad y la clase social sean también

objetos de la teoría feminista. Su propuesta multicultural pretende ubicar

las diferencias tanto en términos culturales como sociales. Así, cuestiona

la visión de la diferencia predominante en los Estados Unidos, como si

perteneciera de forma exclusiva a la cultura, para abogar por la necesidad

de vincular los problemas relativos a la diversidad con las desigualdades

culturales y materiales ancladas también en las diferencias de poder

entre grupos y relaciones de dominación y subordinación. De igual forma,

la igualdad social y de género informan su visión del multiculturalismo.

Frente a planteamientos esencializadores de cultura, el multiculturalismo

aboga por las afiliaciones múltiples y plurales de adscripción de una

pluralidad de identidades, de cultura híbridas, complejas y en constante

proceso de transformación capaces de dar respuestas a las plurales

experiencias de género, etnicidad y diversidad cultural en la sociedad de

hoy. Desde esta perspectiva, se ha argumentado a favor del potencial

subversivo de políticas sociales de multiculturalismo que introducen una

nueva política de identidades basada en la noción de comunidad cultural,

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Caglar (1997.171). Frente a la tendencia popular de etnicizar las

diferencias culturales, al marcar límites entre los individuos y los grupos

y, de paso, congelar las diferencias culturales entre los colectivos en

términos étnicos, cabe retomar la noción de la heterogeneidad cultural

para contemplar las divergencias culturales incluso en el seno de

comunidades de por sí definidas como comunidades étnicas.

Uno de los peligros de la esencialización de las identidades culturales es

el de asignar una homogeneidad cultural que impide florecer las

diferencias y diversidad en el seno del propio grupo, así como también

establecer como interlocutores de comunidades étnicas, a personas que

no necesariamente son representativas del conjunto del grupo. En este

sentido, se ha puesto de relieve que a menudo la experiencia colectiva de

las mujeres o su agenda específica no quedan necesariamente reflejadas

en las habituales manifestaciones de muchas comunidades. De allá la

necesidad de dar voz y espacio de representación a las mujeres de todos

los colectivos para fomentar también el reconocimiento de su diferencia

de género. A veces la unidad mítica de las comunidades imaginadas en el

ámbito étnico y de género divide el mundo en circuitos de inclusión/

exclusión, tanto desde la perspectiva de la propia comunidad como

también desde la mirada del resto de la sociedad.

Nira Yuval-Davis ha argumentado que el género, clase, política y otras

diferencias juegan un rol central en la construcción de políticas étnicas

especificas a la vez que distintos proyectos étnicos de una misma

comunidad también pueden reflejar luchas internas para la consecución

de una posición hegemónica en el grupo, Yuval-Davis (1997). Al detectar

el funcionamiento de mecanismos naturalizadores de índole biosocial en

la identificación y mantenimiento en el poder de determinados grupos,

advierte en torno a la necesidad de comprender que la etnicidad no

puede reducirse a una cultura. Asimismo, la cultura tampoco puede

entenderse como una categoría fija mientras el género desempeña un

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papel significativo en el posicionamiento de individuos y de grupos frente

a la diversidad cultural.

En el terreno de la experiencia colectiva de las mujeres desde la

diversidad cultural, cabe resaltar un primer campo de dificultades: la

invisibilidad de las mujeres inmigradas o de minorías étnicas y la

transmisión de estereotipos de su perfil. La perduración de un modelo

exclusivamente masculino que informa el enfoque popular del fenómeno

migratorio conlleva una visión sesgada que niega la diversidad de género

en su seno. En este sentido, son muy escasas las referencias a las

mujeres inmigrantes como colectivo en los medios de comunicación. Esta

invisibilidad contrasta con los datos de los años noventa, cuando las

mujeres ya constituían una mayoría de los inmigrantes procedente de

América Latina y Central, C. Gregorio Gil (1998). Los datos del año 2000

señalan la continua feminización del hecho migratorio e incluso en

España las cifras más recientes ponen de relieve el alto porcentaje de

inmigrantes que son mujeres ya que representan el 60% de inmigración

de América Latina, el 40% de Asia y el 15% de África ( La Vanguardia, 29

octubre 2000).

Desde un modelo democrático multicultural, queda clara la necesidad de

contemplar que el reto de la multiculturalidad significa integrar la

dimensión de género en su expresión social y cultural. No obstante, la

creciente tendencia a la feminización de la inmigración no se adecúa de

ninguna manera con el imaginario colectivo y las representaciones

culturales vigentes la ignora. Además, en la medida que se transmite una

imagen de una mujer inmigrante, pervive el modelo tradicional de mujer

casada, dependiente y marginada de la sociedad; imagen que hace

invisible el perfil cada vez más predominante de mujer joven, soltera,

dinámica que busca su integración en el mercado laboral. Esta visión

clásica proyecta la imagen de una mujer inmigrada analfabeta, sumisa,

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con escasa cultura cuando hay muchas mujeres inmigrantes con una

elevada formación profesional y educativa según su procedencia. La

paradoja existe, por tanto, entre realidad social y representación cultural

en la doble clave de género y de inmigrante.

Existe otro elemento significativo en la habitual construcción de la

imagen de las mujeres inmigrantes en España: la falsa homogenización

cultural y étnica de este colectivo. Frente a la realidad de la importante

dimensión de la inmigración de mujeres de América Latina, aparece otro

juego de invisibilidades y de exclusión, ya que se suele identificar al

prototipo de mujer inmigrada con la mujer procedente de países árabes y

de religión musulmana. Así, encontramos que el argumento aplicado por

Tore Bjorgo, Bjorgo (1997) para Gran Bretaña y Europa tiene, en el caso

de España, una lectura de género en la definición de mujer inmigrante

categorizada desde la religión musulmana. La identidad religiosa y sus

expresiones externas representan un artífice para identificar en términos

de alteridad de género a las mujeres inmigrantes produciendo a su vez

una homogeneización religiosa que en absoluto refleja la heterogeneidad

cultural, religiosa, y de género de los diversos colectivos de mujeres

inmigrantes en España.

Segun Edward Said, a menudo el interés por el orientalismo o lo exótico

constituye el eje identificador de los signos externos de identidad de la

diferencia, Said (1996). Meyda Yegenoglu, en la obra Colonial Fantasies,

Yegenoglu (1998), argumenta que la misma fascinación de Occidente por

el velo se puede atribuir a la vigencia de una identidad colonial

hegemónica. Cree que hay una estrecha relación entre diferencia sexual y

diferencia cultural que la mirada occidental simboliza con el velo.

Además,

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se produce una única lectura del velo en clave de alteridad cultural y de

subordinación que olvida el uso cambiante y las estrategias espaciales

que se emplean en relación a su uso, Aixalà (2000).

La exclusión de las mujeres de la expresión de la voz de grupos étnicos o

la homogeneización de las relaciones interculturales desde el punto de

vista de una cultura masculina predominante dificulta el proceso de

asentamiento de una cultura democrática intercultural. Asimismo,

tradicionalmente, la construcción de las relaciones de Estado en el

dominio privado, en los ámbitos de la familia y del matrimonio, había

determinado hasta hace poco en las sociedades occidentales el status de

ciudadanía de las mujeres en la esfera privada, Pateman (1988). Ha

constituido un factor explicativo significativo en la continua existencia de

un déficit democrático en cuanto a la representación equitativa de las

mujeres en los ámbitos de representación política y del poder. Asimismo,

en las sociedades multiculturales, la posición de las mujeres tanto en la

sociedad de acogida como en las comunidades étnicas incluye una

dimensión de poder y de relaciones de género que a menudo no quedan

visibles en la articulación de las pautas de negociación intercultural

Woollet, Marshall, Nicolson, Dosanjh (1994). Así, del mismo modo que el

multiculturalismo implica un cuestionamiento de la homogeneidad

cultural, también obliga a retar la homogeneización de una cultura

masculina, y, por tanto, a establecer canales de reconocimiento de

autoridad y credibilidad a las voces plurales de las mujeres. El reto de la

sociedad multicultural consiste, no solo en elaborar procesos políticos y

culturales que faciliten el respeto y reconocimiento de las diversidades

culturales, sino también en reelaborar también los contenidos del

contrato de género desde las experiencias de la diversidad.

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