cuento criollo: copia final

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En la Aldea de Chajul Dain Kim

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Dain Kim 8-4 "En la Aldea de Chajul"

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En la Aldea de Chajul

Dain Kim

 

 

 

 

En la Aldea de Chajul 

La Aldea de Chajul era un pueblo en el municipio de Quiché, en un lugar remoto rodeado por árboles, montañas, y un lago hermoso. Una corriente de agua cristalina les daba a los pájaros cantando agua, y florecían las tradiciones de Guatemala: la feria Ganadera, los bailes de la zarabanda, las celebraciones en Semana Santa y el Carnival ... Y en una de las casas más alegres de la Aldea, vivía la familia López, al lado de su tienda, la cual llamaron Santa María. Esto había sido así en honor de la madre de Ana Lucía, quien había fallecido de los espíritus que habían contaminado su cuerpo. La única manera de limpiar su espíritu era honrar su nombre. De todas formas, Ana Lucía vivía en

su casa de cemento y piedra con sus dos hijos, Samuel y Alejandra, y su esposo José. Todos los días, la pareja se levantaba temprano, mandaban sus hijos a la escuela, y manejaban su tienda.

Samuel y Alejandra eran buenos estudiantes; se podría decir que eran excelentes. Por eso fue que Ana Lucía y José se sorprendieron más allá de lo que es posible cuando Samuel vino corriendo a la tienda a las doce en punto un Martes, sin aliento.

--Madre--dijo, suspirando,--ya sé que quiero hacer. Ya no quiero ir a la escuela. Alejandra necesita el dinero extra si quiere ir a la universidad, ¡y me conseguiré un trabajo en la ciudad!--

--No babosees, Samuel-- respondió José de inmediato,--Sólo porque quieres ser un huevón y no ir a estudiar no significa que puedes sólo conseguirte un trabajo, y ya.--

--Tu padre tiene razón, Samuel-- dijo Ana Lucía, sorprendida por lo que había dicho su hijo, --Hay muchos que no tienen la oportunidad que tú tienes. Mira los hijos de Fiona, la dueña de la tortillería en la calle detrás de la escuela. Han trabajado en las calles por tres años ya, ¡y sólo tienen

doce años!--

--Luis, un amigo mío, me podría dar jalón en su camino a casa de su padre, y me podría quedar...--

--¡Nada más de esto!-- dijo José, --Estás choco. No pienses en capear tus clases otra vez. Ahora, ayúdame a organizar estas bolsas.--

Pero todo el resto del día, José y Ana Lucía pensaron en lo bueno que sería el dinero extra, y Samuel ya sólo necesitaba un año más para terminar la escuela: podría conseguirse un trabajo en cualquier lugar, ¿verdad? Entonces fue que decidieron tomar un viaje a la legendaria Ciudad de Guatemala para ver si Samuel obtenía un puesto. Si lo hacía, pues qué bien ... y si no, seguiría con sus estudios.

Llegaron en bus, que costaba dos chocas para cada persona, y caminaron hacia la casa de Don

Fernanda y sus hijos, unos primos de José que les ofrecieron un lugar para dormir por esos días. Samuel se fue todo ese día hasta la mañana siguiente, y Ana Lucía se quedó con Fernanda mientras José y Alejandra fueron a comprar unas cosas en el mercado. Ya eran las once en punto de la mañana cuando, mientras su madre conversaba con Fernanda, su hijo llegó corriendo a casa y gritó, --¡Me conseguí un trabajo! Llámenme señor albañil chapín de ahora en adelante.--

Ese mismo día celebraron, le dijeron gracias a Don Fernanda y su familia, y regresaron a la Aldea de Chajul,

pues no querían que algo le pasara a su casa o a su tienda.

Pero cuando llegaron a la tienda Santa María al descubrir la puerta abierta, realizaron que todo había una cosa horrenda: todo había desaparecido. Las latas de frijoles, las bebidas en la refrigeradora en la esquina, los botes de agua, las tortillas, el estante con la incaparina... El

estante con la incaparina. José y su esposa se dieron cuenta al mismo tiempo, y son sus frenéticas manos buscaron el suelo y la pared, las botellas derramadas de agua, lo que sobraba de las galletas en el mostrador, pero ya no estaba. Los 1,270 quetzales que estaban escondidos allí ya no estaban. Ya nada, absolutamente nada, quedaba; su trabajo, su dinero, sus vidas, en un sentido, ya no existían. Los delicados tejidos de Ana Lucía, todas sus artesanías, y sus telas se las habían robado.

Les habían robado de más de una década de trabajo duro y esfuerzo, y todo lo que quedaba era Samuel.

Las semanas y meses que seguían el robo fueron las más estresantes y ocupadas para el hijo mayor de los López. Mientras sus padres se trataban de conseguir un nuevo empleo, lo cual no era fácil, él se ocupaba de pagar la escuela de Alejandra, que había entrado ya al quinto bachillerato, y la comida y recursos que lo mantenían a él y su familia vivos. Todos los días salía a las tres y media en la mañana para tomar la camandula a la ciudad, pues a las noches tenía que estar en su casa para cuidar a su hermana, aunque ella había insistido que no necesitaba su protección; pero Samuel

no quería tomar chances. Ya les habían robado la tienda, y ¿quién sabía dónde estaban esos cacos ahora? Siempre regresaba luego de trabajar sus doce horas; diez como albañil, y dos en una pequeña tienda en el pueblo de al lado, donde organizaba las comidas y bebidas que antes habían llenado las estanterías de Santa María.

Cada día se ponía más y más cansado, y cada noche soñaba de los días cuando iba a la escuela y estudiaba sin tener que sostener a su familia con el poco dinero que ganaba. Soñaba de los días simples sin trabajo, sin su espalda matándolo del dolor, sin su cabeza ardiendo de las horas en el sol, sin tener que preocuparse si sus padres y su hermana morirían si algo le pasara. Y cada día, Ana Lucía y José se ponían más y más estresados. Ellos habían sido propietarios de Santa María por quince años y medio, y nunca se esperaron los eventos que les había pasado. Su hijo, a quien habían llamado un huevón hacía unos meses por querer dejar la escuela, ahora era su única fuente de dinero. Mirar a Samuel volverse aislado, atrapado en su propio mundo, era como una espina en su corazón para ellos. Pero cada día iban a tratar de conseguir un trabajo, y cada noche venían de regreso, sin suerte y abatidos.

Fue un día excepcionalmente soleado para ser septiembre que, casi unos siete meses de Samuel trabajando hasta que sus huesos ardieran, José reunió a toda la familia en su pequeña mesa. Su hijo tenía ojeras que le llegaban hasta el suelo, Alejandra miraba preocupadamente entre su hermano y sus padres, y Ana Lucía parecía que estaba a punto de desmayar.

--Tengo noticias,-- dijo José, --y no sé si lo van a consideran buena o mala.--

Todos miraron con cansancio y ansiedad a José. ¿Se había conseguido, finalmente,

una breta? José suspiró con cara de asustado y dijo, --He estado recibiendo clases. Clases gratuitas, por un patojo gringo de un lugar del norte, y ahora tengo una educación equivalente a la de cuarto básico, y ahora me podré conseguir un trabajo más fácil, ¿saben? En un medio año aprendí cosas que debí haber hecho en tres.-- Habló rápido y sin pausa, y tal vez fue por eso que fue un poco difícil entender al principio.

La familia López se quedó callado por un momento, procesando la información, cuando todos simultáneamente se levantaron y celebraron, gritando, --¡Dale, papá!-- Samuel sonrió por la primera vez en meses. Alejandra y su madre empezaron a bailar. Nadie sabía la exacta razón de por qué estaban tan felices; su situación seguía lo mismo. Pero tal vez aquel que puede tener por lo menos la ilusión de esperanza y un final feliz lo puede obtener, pues la suerte les cambió a los López esa misma noche. La escuela pública de Carmen Santos necesitaba un ayudante en cargo de su pequeña biblioteca, y José se consiguió el trabajo. Alquilaba libros, para él como para su familia, y poco a poco se

educó más y más a sí mismo. Había usado la educación como una manera fuera de la pobreza, y le había enseñado a sus hijos cómo no rendirse.

En fin, Alejandra terminó yéndose a la Universidad de San Carlos con beca, y Samuel fue promovido como albañil. Ana Lucía consiguió una manera de conseguir una educación parcial y pudo, luego de unos años de mesera y trabajo en los campos, abrir otra tienda, ahora con mejor seguridad. La llamó Santa María de la Lluvia, por una región en Brasil donde decían que iban

los almas de los antecedentes del ser humano, pero decidió cambiarlo a Tienda López, porque la familia es más importante que el espíritu, y la determinación puede, a veces, ser el camino hacia el éxito. Y así terminaron los López, una familia legendaria que fue de pobreza absoluta a una vida feliz y próspera; ellos se volverían parte de las leyendas folclóricas de la Aldea de Chajul en los años y décadas que seguían.

Aspectos criollos:

- Lenguaje cotidiano, tradicional a Guatemala (chapinismo). - Predomina lo autóctono, el pueblo de la Aldea de Chajul. - Basadas en leyendas (espíritus) usa palabras que no siguen reglas normales grmaticales. - Aproximado al color local.