artigas, tierra y revolución

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ARTIGAS: TIERRA Y REVOLUCION Nelson de la Torre Julio C. Rodríguez bolsilibros ARCA 13

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ARTIGAS:TIERRA YREVOLUCION

Nelson de la TorreJulio C. Rodríguez

bolsilibros ARCA 13

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ARTIGAS:TIERRA Y REVOLUCION

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2° Edición

1° Edición 1967

Arca Editorial S.R.L.Colonia,- 1263, MontevideoQueda hecho el depósito me marca la leyImpreso en Uruguay - Printed in Uruguay

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ARTIGAS:TIERRA YREVOLUCION

Nelson de la TorreJulio C. Rodríguez

bolsilibros ARCA 13

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AL LECTOR

El lector tiene ante sus ojos una recopilación deartículos sobre temas históricos publicados en la revista"Estudios" (1964), en "Marcha" y en "El Popular" (1965).Por su carácter tendieron a presentar de modo accesibley sintético, lo que en su momento constituía el "estado

actual" de nuestras investigaciones sobre los puntos en-carados. ,

Pese al ajuste realizado en la articulación de lostres trabajos, el lector apreciará ciertas reiteraciones,que sabrá obviar en atención a su variada publicaciónoriginal. De más está decir que ya en su nacimiento losartículos fueron aliviados de todo aparato documental yreferencial. Modalidad que esta recopilación conservaporque se mantienen las mismas motivaciones que ensu momento nos hicieron ,presentar un texto que deseabaser accesible  y ameno,  y dirigido ya no a especialistassino al conjunto de las amplias masas populares, legíti-mas herederas y propietarias del legado artiguista.

LOS AUTORES

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DESARROLLO DE LA REVOLUCION DEINDEPENDENCIA (1810-20)

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Advertencia

Una historia metafísica ("mitrista" y "revisionista")persiste aún en confundir los verdaderos términos en

que se desarrolló la revolución. La comprensión idea-lista y antidialéctica del desarrollo histórico hace buscaren entelequias abstractas la causalidad final de los pro-cesos: la "libertad" y la "civilización", en unos, la "na-ción", lo "telúrico", en otros considerados como elemen-tos no históricos (es decir sin nacimiento y desarrollo),absolutos, eternos e invariantes.

Unos y otros hablan de unitarios y federales comoverdades intangibles, eternamente válidas e iguales así mismas y no pueden comprender que ambos puedanser alternativamente revolucionarios y contrarrevolucio-narios, nacionales y antinacionales, que los unos se trans-formen en los otros, en sus contrarios. Como decía Marxde Proudhon, en la historia ven la lucha entre lo `bue-no" y lo "malo" en vez de deslumbrarse ante la dia-léctica.

De este modo no pueden comprendes, que una cla-se, desarrollada y agotada la contradicción que la llevóal primer papel del desarrollo histórico, se transformeen su contraria y personalice la contrarrevolución. Losunos eternizan el carácter contrarrevolucionario de lasclases coloniales, los otros retrotraen el carácter revolu-cionario de una clase de la época independiente a ins-

tancias históricas en que no la poseía. Para los unos, a

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la clase que nos dio la revolución en 1810, todo le estápermitido en 1820; para los otros a la clase "que todole fue permitido en 1820" no se le debió permitir la revo-lución de 1810.. Para los unos la conquista de la sobe-ranía de 1810 permite su 'enajenación en 1816, paralos otros, ya que la nación había de ser enajenada en1816, más valía no haberla adquirido en 1810.• ' En segundo lugar, como intentaremos demostrar-

lo en cada caso, la orientación histórica ha determinadoy unilateralizado la investigación concreta. Por nues-tra propia experiencia en la investigación de la histo-ria uruguaya, podemos afirmar que sin el estudioexhaustivo del proceso de propiedad de la tierra, del,capital comercial y en especial del capital usurario y

bolsista, no es posible comprender el entonces aparen-temente caótico suceder de la historia y del poder polí-tico. En la historia rioplatense -hablamos de lo quenos es más cercano- se está muy lejos de ese dominiode las fuentes, de ese agotar las historias provincialesy locales, de ese estudio monográfico de los procesoseconómicos, que permiten a cierta altura, como ya su-cede en otros países, realizar una historia científica.

En resumen, la orientación idealista y ,no dialéc-

tica y la escasa disponibilidad de monografías y estu-dios eficientes no nos permiten -y menos desde aquí,desde el Uruguay -hablar. con la seguridad con quepodemos hacerlo sobre nuestra historia nacional. Deahí que en todo lo que en las páginas siguientes diga-mos, esté implícita la cautela en los juicios, la formula-ción hipotética e instrumental de buena parte de nues-tras caracterizaciones. El investigador está obligado alo largo de su tarea a no detenerse ante las carenciasy las perplejidades, sino por el contrario, a elevar lashipótesis como puentes entre cotas conocidas. Por su-puesto esta `ingeniería de campaña", debe ser en elcurso de la investigación misma sustituida rápidamente

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por la consagración de la práctica, o desbaratada pornuevas y más valederas hipótesis. Es el esfuerzo quedebemos cumplir todos. 'Creemos que el nuestro, en loque tiene que ver con la profundización de la historia

de la independencia puede -por ahora- centrarse enel esclarecimiento de la revolución oriental y en pár-ticular de su máximo exponente: José Artigas.

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La contradicción fundamental luego de Mayo

En los preámbulos de la revolución nos encontra-mos con una contradicción fundamental; a la cual se

subordinan todas las demás. Esta contradicción, recor-demos, oponía el aparato burocrático colonial y comer-ciantes monopolistas, a los hacendados criollos y comer-ciantes no monopolistas. Estas últimas, son, pues, lasclases que encabezan la revolución, quienes la inician,y tras de las cuales concurren las otras clases popula-res revolucionarias.

Por ser dicha contradicción la fundamental, es por

definición la más general, la que abraza el campo másrestringido de reivindicaciones; en torno a ella se logróla unanimidad de las clases revolucionarias. Pero, por lomismo, el desenlace dialéctico de dicha contradicciónsuponía, por un lado, el fin de la revolución como tareapara aquellas clases que la consideraban cómo contra-dicción única y "propia"; por otro lado, el surgimientoa primér plano de otras contradicciones, subordinadas

anteriormente, o nacidas en la nueva etapa, y por lotanto, el pasaje de las clases impulsoras de dicha con-tradicción a la categoría de clase revolucionaria porexcelencia.

En su primera hora, con la junta de Mayo, el cálidofuego del "vida o muerte" de la revolución, obligó aque en esos momentos, la revolución conociera su hora

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 jacobina, dura, firme, abstracta y concretamente revo-lucionaria. Nadie mejor que Moreno, -más que repre-sentante de una clase, carne misma de la revolucióngeneral-, es el ideólogo de esa etapa. La desapariciónde Moreno coincide con la viabilidad de la revolución,

y al mismo tiempo coincide con la desaparición de larevolución-como-tarea-general de toda la sociedad parapasar a ser la revolución-como-tarea-especial de las cla-ses que en el poder, lograran subsumirla en sus programasparticulares.

La Revolución de Mayo, no es, no podía ser, el des-enlace automático de la contradicción fundamental, ypor lo tanto no liquidó inmediatamente el carácter diri-

gente de la burguesía comercial y hacendados porteñosen la revolución. Estas clases consideraban que su tareaera la liquidación del poder español en América, y estatarea significaba ganar, por lo menos, las provincias inte-riores del, resto del Virreinato. Para los comerciantesporteños, en lo esencial, este programa coincidía con laconquista de lo que consideraban, expresa o tácitamen-te, su viejo mercado interno virreinal: Banda Oriental,Paraguay, provincias arribeñas y Alto Perú. El distinto

éxito de este programa osciló de acuerdo con las distin-tas contradicciones internas que en su desarrollo pasa-ron, por su vigor, a sobreponerse a la tarea consideradaoriginalmente como fundamental.

E1 empuje revolucionario porteño se agotó apenasllegó a los límites del viejo mercado interior que le lególa matriz colonial. Cuando la burguesía comercial por-teña alcanzó esta frontera, cuando embretó el programaliberador original en los estrechos marcos de sus inte-

reses de clase, en busca de su restringido mercado inte-rior, quedó clausurada su etapa revolucionaria.

La finalización de un planteo revolucionario no esla quietud revolucionaria. Su comprensión diléctica supo-ne entender que lo revolucionario de la clase muere o

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pasa a segundo plano cuando lo contrarrevolucionarioque ya ha nacido, que ya ha crecido, irrumpe a primerplano, luego de haber luchado y triunfado con lo. revo-lucionario. De esto se desprende que el abandono de latarea revolucionaria de liberación americana se procesópoco a poco. A1 mismo tiempo que se mantenía la ban-dera, se arriaba. La tragedia de Pueyrredón coadyuvan-do con San Martín en la organización del ejército delos Andes y en la liberación de Chile, y entregando laBanda Oriental al dominio portugués; derribando la po-drida corona española en Perú y trayendo de contraban-do los cetros de palo de príncipes segundones europeos,es la tragedia de la burguesía comercial porteña, pre-

ñada de contradicciones, a la cual se revela que en loshechos. el viejo mundo del virreinato de Cevallos es todolo que apetece, y en la cual han nacido apetencias mono-polistas y lazos de usura que a la vez que la pierdencomo clase revolucionaria, la descomponen, la escinden,la provincializan y en fin la transforman en la contra-rrevolución.

Origen y desarrollo de las contradicciones internas

El programa económico de las clases directoras dela revolución consistía en lo exterior, en el desarrollo delos vínculos con el mercado mundial; para este progra-ma contaron, como es sabido, con todo el poderoso apo-yo del comercio inglés; en lo interior, conservar y exten-der los vínculos económicos con las provincias, el mono-

polio porteño de intermediación entre el mercado mun-dial y el mercado americano. Este programa, para triun-far debía hacerlo primeramente con la guerra. Siendoésta la condición previa del programa, pasó a ser él esla-bón fundamental de todo el proceso.

Pero este programa porteño ya no era el programageneral de todas las fuerzas revolucionarias. En él esta-ban implícitos distintos puntos de fricción, que fueron

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tomando cuerpo en el desarrollo de la guerra revolucio-naria: Estas contradicciones internas, a la postre, varia-rían de raíz la correlación de fuerzas y el carácter mismode la revolución.

El comercio libre sin limitaciones no podía menosque lesionar profundamente como ya lo había hecho enlos postreros días de la época colonial, las economíasartesanales y semimanufactureras de las provincias delinterior, economías surgidas precisamente al calor delmonopolio mercantilista español.

La formación del mercado único  de las Provinciasdel Plata, chocaba a su vez con las resistencias de unmundo económico todavía colonial; las economías regio

nales, las rentas municipales, los intereses locales, esta-ban-erigídos sobre un complicado, oneroso, y feudal sis-tema de trabas fiscales de caráctpr provincial, Estas tra-bas fiscales estaban dirigidas, parte, a defender estasmismas economías del aluvión manufacturero extranjero,parte a la creación de economías provinciales contra-puestas, y parte pura y simplemente a extorsionar eltráfico y la producción de mercancías regionales.

Por último, el afán porteño de entender la revolu-ción antimonopolista y anti-intermediaria, como una sus-titución del papel parasitario español por el porteño, elafán de someter a toda la economía platense al puerto"preciso" de Buenos Aires, lesionaba profundamente losintereses de todo el litoral revolucionario: Banda Orien-tal, Entre Ríos, Corrientes, Paraguay y Santa Fe.

Estos tres esenciales capítulos de oposición entre larevolución "a lo porteño" y la revolución, "al modo pro-vinciano", constaban de contradicciones- donde la "ra-zón" revolucionaria se posaba alternativamente en Bue-nos Aires y en las provincias. Es bastante claro que elafán monopolista porteño era una profunda traba al des-arrollo de las fuerzas productivas internas, y también

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lo es que las persistencias provinciales en el manteni-miento de las trabas al comercio interior eran la muertede la economia nacional y hasta de la nacion misma.Pero es bastante más complicado apreciar en su conjun-to la importantísima cuestión del comercio libre en susrelaciones con las economías provinciales. Y no comocuestión de principio, que para un marxista es un temaya resuelto sino como política practica entendidas en susingularidad histórica, y apreciada e V acá con-creta de la revolución. Este es un teína onde más sepadece la muy insuficiente investigación realizada, y don-de la no especialización de los autores más vacila. Peronos arriesgamos a esbozar la hipótesis que el detenidoestudio de la bibliografía (parcial, "enragé' y a veces

superficial) nos sugiere.

El costo de la revolución y de la soberanía

Hemos dicho que la guerra revolucionaria era eleslabón fundamental de todo el programa de las clasesdirectoras de la revolución. La debilidad de -la economía

americana, su insuficiente superioridad de fuerzas sobreel poder español, determinaría una grave coyuntura alproceso futuro ,de la revolución: la de una larga y one-rosa guerra.

La guerra, -y su puño armado: el ejército- era unaempresa costosa. La burguesía comercial porteña estabadispuesta a pagar el precio aún no. conocido de la ex-pulsión del poder español y de la conquista de su mer-cado interior. La donación patriótica de las primerashoras, fue la oda lírica y no repetida que los comercian-tes porteños ofrendaron a la revolución de independen-cia. Pero si bien las listas de donaciones patrióticas per-mitían llenar alguna página de "La Gaceta", de ningúnmodo. podían montar un ejército victorioso. Felizmente,Buenos Aires, cabeza de la revolución, recibió de la

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cuna colonial, una fuente de recursos fácil y accesible:las rentas de aduana, que el comercio libre elevó a altu-ras millonarias hasta entonces desconocidas.

El comercio  libre -rentas de aduana-  equipamien-to del ejército revolucionario, de hermosa ecuación im-

pulsora de la revolución pasó en su decurso a transfor-marse en el anillo de hierro en que se ahogaría la eco-nomía interior. Parece no caber ninguna duda, que sien-do el principal objetivo la derrota del poder español,todo lo que coadyuvase a financiar su tarea era revolu-cionario. En. esas horas, importaba mucho menos lo quepudiese acontecer a las endebles estructuras interioresde las provincias de "arriba". Incluso en estas provincias,el calor revolucionario habría de permitir los primeros

sacrificios hasta tanto... Este "...hasta tanto..." nodebía ser peligrosamente postergado.

Para la revolución, era vital solventar la apariciónde estas primeras contradicciones internas, en bien delcamino unido de las fuerzas revolucionarias. A nuestroentender varias cosas determinaron que las primeras,contradicciones, pasaran a transformarse en contradic-ciones antagónicas y exasperadas.

- El régimen fiscal del joven estado revolucionariono era un régimen caprichoso, era el correlato imposi-tivo de la economía mercantil poco desarrollada en todoel mundo colonial heredado. La aparición de un régi-men fiscal moderno, apoyado en variada gama de fuen-tes impositivas, sería un fruto muy tardío en el Río dela Plata, y no llega por supuesto, hasta la definitiva con-solidación de la propiedad burguesa de la tierra y de laaparición y desarrollo del capital industrial. Esta impo-

sibilidad de la economía nacional de proveerse de rentasno basadas en las aduaneras, habría de transformarse enla base objetiva del desarrollo futuro de las contradic-ciones entre Buenos Aires y el interior.

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En segundo lugar, la renta aduanera se transformópoco a poco de propiedad de la nación, en propiedad deuna provincia, pero lo que es peor, en la propiedad deuna clase, en el "objeto" propio de existencia de unaclase surgida luego de la revolución:  la clase de los gran-

des usureros y acreedores del Éstado, proveedores delejército y del gobierno. Desde entonces, y este "desdeentonces" quiere decir "muy temprano", la revoluciónen Buenos Aires iría languideciendo y de programa so-lemne de los comerciantes porteños, pasó a caracterizarla sórdida carrera de grupos aventureros estrechamenteenlazados a facciones de usureros y especuladores de latierra pública.

Financiar la revolución era en un principio la tareageneral de toda la clase comerciante; poco a poco, fuela tarea especial de un sector de comerciantes y al finalfue la tarea general de una clase distinta: la clase deusureros y acreedores. Esta clase existía en tanto hubie-ra un Estado pobre, dispendioso, necesitado, que trans-formara la demanda de dinero en una corriente conti-nua, sostenida, pero a la vez un Estado suficientementerico que pagara no menos continua y sostenidamente.

La renta de aduana, y poco a poco. inexorablemente, lapolítica aduanera, la orientacción del comercio interiory exterior, pasó a ser la propiedad y el derecho de laclase prestamista. La conquista de un poderoso merca-do interior, si bien siguió siendo la política de los co-merciantes porteños, fue cada vez menos hasta no serloya más, el programa de la clase usurera y especuladora;para ésta todo su mercado interior se encerraba en laTesorería revolucionaria, en la administración de adua-

nas y en las órdenes de compra del Ministerio de guerra.La clase bolsista y usurera, al nacer no solo escin-

díó a la clase comercial porteña, sino que desde su ori-gen nació despedazada en facciones especuladorasvinculadas a una u otra etapa de poder. En algún lado

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hemos explicado ya, que el capital usurario solo prosperaen el poder, y que está unido a éste como el niño a laplacenta. En segundo lugar, el desarrollo del capital es-peculativo transforma en "papel'- de bolsa todos losbienes posibles. La tierra, los sueldos impagos, las "re-formas militares", (premio retiro de los soldados de la

independencia), pasan a importar tanto como las letrasde aduana y de tesorería, los créditos de abastecimien-tos, el billete, para el objeto de especulación. Por otraparte, el desarrollo de la economía monetaria a ló largoy a lo ancho del ex-mundo colonial, transformó a losmonopolizadores del dinero, en la única y onerosafuente del mismo para las otrora clases vinculadas a laeconomía natural y de trueque.

Cuando el dominio y la influencia de este capitalusurario contagia a toda la sociedad y a la estructuraeconómica, muere todo espíritu revolucionario. De másestá decir que solo una cuidadosa investigación, paso apaso, de los vínculos entre el poder político y los usu-reros de la hora, permitiría comprender esa rabiosa pe-lea de algunas etapas del gobierno porteño. Nuestra ex-periencia en la investigación de la historia del Uruguayindependiente nos autoriza a esperar iguales y sorpren-

dentes resultados.Sin embargo, esta clase de usureros había aceitadola máquina revolucionaria, había provisto de vestuarios,armas, provisiones a las sucesivas oleadas armadas dela revolución que anegaron el viejo y podrido mundocolonial. Sería tonto ofrecer ahora, desde el todovidenteatalaya de la crítica histórica,. mejores soluciones a aque-llas generaciones revolucionarias. Pero sería no menostonto y peligroso no saber ver que precisamente dicho

carácter revolucionario del capital prestamista no podíamenos que devenir en su contrario, en el sepulturero dela revolución. Aquella generación de los Larrea, Lezica,Sarratea, etc., que en distintas oportunidades y repre-

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sentando a distintos grupos financiadores de los ejérci-tos de la independencia, cotejaban sus créditos y loséxitos de la revolución, podían decir en cierto modo quela Revolución, la independencia, la soberanía, la nación

misma les debía todo, o por lo menos mucho. Su "pecu-liar" criterio del costo de la revolución los obligaría asolicitar los vencimientos correspondientes. La nacióndebía pagar, si no podía pagar debía hipotecarse y siaún así no lograba conservar "el honor de su crédito",el más alto honor a que pueden aspirar los Estados deacuerdo con el cartabón prestamista, debía ser ejecu-tada lisa y llanamente. Cuando se llega a tal situación,la clase prestamista se transforma en la. curadora del

Estado, en el "síndico del concurso", es decir, se trans-forma en el Estado mismo: las rentas de la nación, lanación misma cambia de dueño.

Fracaso del programa unitario porteño

Había algo en que todas las capas del capital co-mercial y del capital usurario estaban de acuerdo. Bue-nos Aires debía ser el puerto único de entrada y salidade toda la cuenca económica; las rentas de aduana de-bían ser dirigidas por un gobierno centralizado someti-do a sus intereses, y en su defecho por un gobierno pro-vincial. El gobierno nacional "áporteñado", programaaparentemente unitario, fue progresivamente abandona-do por estas clases, por lo costoso de su mantenimiento

pacífico y ordenado. En estas clases surgió entonces laotra dirección de una misma defensa de intereses: elgobierno provincial, que a la par que aseguraba el puer-to "preciso" echaba siete llaves sobre la renta amorti-zante de la deuda nacional, la bella criatura nacida conla soberanía. En torno a esta bandera triunfó una partede la clase especuladora en alianza con los grandes mo-

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nopolistas del llamado "trust" de hacendados y salade-ristas porteños. A esta clase, consecuente con todo supasado de "Buenos Aires first", los revisionistas de dere-cha y de "izquierda", abusando de nuestra credulidady de nuestra paciencia, pretenden llamarla  federal y or-ganizadora de la nación, y heredera del programa arti-guista, cuando fue su principal enemigo y su antítesisprogramática.

Si, como suponemos, la dialéctica de la revoluciónsiguió estos derroteros, podría quedar clara la impoten-cia de la dirección revolucionaria porteña de mitigar ydisolver la contradicción que separaba sus intereses delos de las provincias en torno a la política aduanera, elcomercio exterior y el mercado interior. No solo la gue-

rra y la destrucción material, no solo la desorganiza-ción nacional, le impidieron reorganizar las finanzas na-cionales, sino que por el contrario, estas mismas razo-nes, le impusieron el esclerosamiento del sistema impo-sitivo y la transformación de la renta aduanera en elbien más preciado de sus ahora clases dirigentes especu-ladoras y usureras.

Este camino a la vez provocó el fracaso del otroprograma porteño revolucionario: el de la creación de

un mercado nacional único. Libradas a sus solas fuer-zas, las economías provinciales y sus élases dirigentes,solo atinaron a programas contingentes de defensa regio-nal de sus producciones y de creación de rentas propias,necesarias más que nunca para la financiación de suspropias fuerzas armadas y aparato administrativo. El re-sultado fue trágico: siendo la economía provincial mu-cho más atrasada que la porteña, dicho programa con-tingente se eternizó en barreras tarifarias contrarias aldesarrollo del comercio interno y a la producción espe-cializada por regiones. Como es sabido, en este. planoinclinado, las provincias multiplicaron su autonomía fi-nanciera parcelándose hasta la minucia, oponiéndose

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unas a otras y achicando cada vez más el ámbito de laproducción y el de la soberanía. La pérdida de la naciónno era el nacimiento de varias naciones, era el fraccio-namiento comarcal de economías cerradas repitiéndose

siempre a sí mismas. .El programa "unitario" porteño, pues, había demos-trado no serlo y había sido empujado a la disoluciónde la nación. De Buenos Aires y de las provincias na-cían y se conjugaban las fuerzas disgregadoras del mer-cado nacional y de la organización de la nación. Pero;sin embargo, la historia permitió esbozar otro camino;desgraciadamente trunco. Este camino estaba vinculado

a la contradicción que separaba a Buenos Aires de lasprovincias del litoral y en especial de la Banda Oriental.

Caracteres revolucionarios del Litoral Federal

Un autor (Míron Burgin) ha dicho que la Revo-luéión, para las provincias interiores arribeñas habíallegado demasiado lejos (comercio libre, invasión demercaderías extranjeras, ruina de la economía provincial)en tanto que para las provincias del litoral se habíadetenido demasiado cerca (mantenimiento de ras tra-bas al comercio directo con el mercado mundial). Estono es verdad, o mejor dicho, atiende solo a una partede la verdad, a la vez que plantea una oposición meta-física entre dos políticas posibles. Yace en esta afirma-ción una muy transitada y no por ello menos falsa disyuntiva de la que ya hemos hablado: la que opone elcomercio libre con el proteccionismo de la producciónnacional americana.

Debemos decir, en primer lugar, que ambas direc-ciones de la política porteña (con todos los matices queya hemos analizado) obedecían no a una contradictoriapolítica, sino a una muy consecuente limitación de cla-

se de los comerciantes porteños: una dirección corres-

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pondía a sus intereses como clase importadora, la otra,a sus deseos monopolistas de transformarse en la únicaclase importadora y exportadora; ambas constituíanun freno de las fuerzas productivas de la nación, y nopodían menos que ser combatidas por las clases provin-

ciales lesionadas. Del modo y carácter de esta oposición,podrá decirse en cada caso que obtuvo una respuestafeudal y reaccionaria o burguesa y moderna. Veremosesto más adelante.

En segundo lugar, como ya lo hemos dicho, se tra-ta de enderezar una clara dilucidación de las verdade-ras contradicciones que se elevaban en torno al proble-ma del comercio exterior. El comercio libre, dijimos,solo significa vinculación directa con el mercado mun-

dial, sin trabas monopolistas e intermediarias: ésta fueuna poderosísima victoria y conquista de la revolución;sobre ella no se podía volver atrás, salvo retrotrayendola revolución al status colonial. No está de más recordarque aun en una llamada "izquierda nacional" se ha coque-teado con la idea. Comercio libre o comercio colonial: heahí una contradicción ya resuelta. En el desarrollo de larevolución nos encontramos con otra cosa, éon otra con-tradicción: libre importación versus proteccionismo adua-nero.

Habíamos dicho que en las primeras horas de larevolución, este problema sólo se podía plantear de unmodo. Si .realmente las condiciones objetivas no per-mitían financiar la revolución de otro modo que con lasrentas aduaneras y si realmente no había otro modode elevarlas que atrayendo al comercio inglés con todaslas facilidades posibles, solo cabría una respuesta: libre

importación para llevar adelante y salvar la revolución,para triunfar. La lógica formal no tiene nada que ha-cer en la historia.

Se puede estudiar, y por tanto, discutir aun, cuán-do y cómo debió comenzarse a proceder de otro modo.

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Independiente de dichos límites temporales no cabe du-da que en una segunda etapa la revolución exigió ensu desarrollo el fortalecimiento de las clases producto-ras del interior provincial. Pero no cabe menos duda,que al mismo tiempo que la revolución.lo planteó las

clases porteñas fueron incapaces de hacerlo y por elcontrario recorrían el camino opuesto debido al surgi-miento de nuevos 'intereses de clase, desconocidos enlas primeras horas.

Los programas posibles para aquellos tiempos noson por supuesto, todos aquellos que nuestra "libre"imaginación o "férrea" lógica nos sugieran. En historia,los programas políticos son "posibles" si existe una omás clases vinculadas en sus intereses a su aplicación,

si sus vínculos con la producción no están en contra-dicción con las fuerzas productivas y por lo tanto sisu correlación de fuerzas permite su realización. EnBuenos Aires ya no había clase capaz de tomar la ban-dera del proteccionismo. Estas clases existían en las pro-vincias. Lo que la investigación histórica no permitecontestar hasta el fin, es su grado de viabilidad. Sono muy escasas o inexistentes las investigaciones desti-nadas a mostrar el carácter de las economías artesana-les y semimanufactureras provinciales, la técnica en uso,su cuantía, las relaciones de producción en ellas, implí-citas, y el, grado de producción natural o mercantil enque se distribuían. Si se nos permite una hipótesis, de-bemos por ahora suponer que aquellas provincias noestaban en condiciones de acompañar sus intereses conla sólida pólvora de un modo de producción viable yadelantado.

El litoral platense, por el contrario, levantaba suoposición a Buenos Aires, a caballo de fuerzas econó-micas objetivas poderosas y enlazadas al futuro desa-rrollo del mercado mundial. Allí la explotación ganade-ra atendiendo a un mercado mundial en ascenso, pugna-

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ha por romper lo que la revolución aún no había des-truido: el papel monopolista e intermediario del capitalporteño. En este programa coincidían las provincias dela cuenca de los ríos Paraná y Uruguay. Para los co-merciantes, hacendados y plantadores de esta zona, de

lo que se trataba era de la libertad de los ríos, de lalibre apertura de puertos y de la vinculación irrestrictacon el mercado mundial. Contaban para ello con la vál-vula portuaria de la Banda Oriental.

Habíamos visto cómo en el conjunto crecimiento delas contradicciones internas, en la sucesíva devaluacióndel carácter revolucionario porteño y en el ininterrum-pido progresar de sus elementos contrarrevolucionarios,se hacían comprensibles las vacilaciones, los balbuceos,

los arrebatos patrióticos alternados con las bajezas anti-nacionales de la otrora clase revolucionaria ,porteña.Poco a poco, para aquella burguesía porteña, fue

más importante el monopolio del comercio que la liber-tad de la Banda Oriental, más acuciante el pago de lacuantiosa deuda que detener el empuje español en Sal-ta, más glorioso especular con la deuda flotante queexpulsar a los Borbones de Lima. El abandono del pro-grama liberador se manifestó de este modo, intermiten-

temente: hoy aquí, para volver sobre sus pasos, mañanaallá para variar subsiguientemente. Pero con el paso deltiempo, cada retroceso era mayor, y cada avance máslimitado. Para entonces las viejas contradicciones subor-dinadas que oponían las provincias al capital comercialporteño, y en especial, a su carácter monopolista e in-termediario, tomaron un enorme vigor y pasaron tumul-tuosamente a primer plano.

La vieja dictadura jacobina de Mayo; unitaria entanto se llevaba por delante revolucionaria y prepotentelas resistencias provinciales, caldo de cultivo de la reac-ción colonial, se transformó dilécticamente en su contra-ria: en la dictadura directorial representativa del gran

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capital comercial, del gran capital usurario expoliador y"propietario" de las rentas nacionales, del capital inter-mediario que renacía ahora con el feo rostro gaditano de"puerto único y preciso" para todo el movimiento co-

mercial de la nación.Del mismo modo, lo que antes de la revolución fueindiferente a ella y a veces sostén de empecinamientocolonial, lo que antes de la irreversibilidad  de la inde-pendencia constituia un peligro de restauración contra-rrevolucionaria, en el marco de las nuevas condicionesdel país independiente pasó a adquirir poco a poco ca-rácter revolucionario. Tal fue el proceso cumplido porciertas capas de las economías provinciales, en particu-

lar del litoral.Para entonces, el conjunto de oposiciones antipor-

teñas, surgidas por las más diversas razones, se fundióen el federalismo, frente interprovincial y policlasista,pero en su conjunto antimonopolista, y ante todo, lo queera ya novedoso, se transformó en el frente revoluciona-rio por excelencia.

La protección del trabajo nacional, el desarrollo delas fuerzas productivas mediante el asentamiento de lasmasas gauchas en el acceso libre a la tierra, el desarrollodel comercio interior libre de trabas provinciales, talesfueron las banderas económicas del frente federalista en-cabezado por la Banda Oriental y dirigido por Artigas.Defensa de la soberanía nacional, lucha sin cuartel con-tra el dominio extranjero, democracia política, forma re-publicana de gobierno, proclamación irrestricta de la in-dependencia nacional: tales sus arrogantes bases de la

estructura nacional.Sin perjuicio de volver sobre este tema en otra oca-sión, debemos analizar someramente el carácter del fren-te federal.

La Banda Oriental dirigida por una alianza revolu-cionaria de pequeños y medianos hacendados y masas

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pobres del campo, negros e indios, era la cabeza radicalde este frente. Pero no solo el radicalismo del programaartiguista garantizaba la mejor conducción del frente fe-deral. Corría también a favor de su posición dirigente,la situación geográfica, económica, y estratégica de la

Banda Oriental: ella era la llave de la cuenca del Plata,la puerta de salida de la producción del litoral .federal;su sola existencia era la negación lisa y llana del capitalmonopolista e intermediario porteño.

Buenos Aires, es decir, su gran capital comercial yusurario, sólo podía cumplir su programa de monopoli-zar el comercio interior y exterior, de acrecer las rentas

de aduana, y por lo tanto de transformarla en la fuenteinextinguible de la especulación y de la usura, siemprey cuando todo el comercio extranjero penetrara al paíspor sus balizas,  y toda la producción interior  cayera delParaná a sus almacenes. Los hechos, es decir la políticafederal férreamente dirigida por Artigas, demostrabanun tenebroso futuro: los puertos libres de la Banda Orien-tal arrastrarían a sus muelles toda la producción interior.la libre navegación de los ríos permitiría el libre desen-

volvimiento del comercio interior prescindiendo de Bue-nos Aires, las barreras tarifarias federales hacia el exte-rior -y en ese "exterior" estaba Buenos Aires- impedi-rían la indiscriminada importación extranjera. Languide-cería por lo tanto el comercio importador y exportadorporteño reducido al mercado provincial de Buenos Ai-res, finalizarían los negocios monopolistas de bajar losprecios de los productos exportables del litoral; y comonegra consecuencia, la ruina de las rentas de aduana y

del capital usurario que pasaría a la-simple quiebra, re-pleto de papeles aguados.

En las Provincias Unidas del Río de la Plata no ca-bían Buenos Aires y la Banda Oriental. El gran capitalintermediario y usurario porteño decidió mutilar la joven

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nación soberana y expulsar a la Banda Oriental de su se-no. Pueyrredón y Manuel J. Garcia la ofrecieron a Por-tugal.

El frente federal por su parte- consistía en una hete-rogénea mezcla de provincias vinculadas en distinta for-

ma al desarrollo de las fuerzas productivas y a las formasadelantadas de producción: sin extendernos demasiadorecordaremos la muy conocida diferencia entre una Cór-doba preocupada particularmente por su posición inter-médiaria del comercio interior, dirigida por las clasespropietarias y comerciantes, pasando por las provinciasdel litoral donde los grandes estancieros eran los quemarcaban la política y finalizando en la Banda Oriental,donde la revolución agraria artiguista despedazaba losgrandes latifundios y los repartía entre las masas patrio-tas pobres. Estaba claro que la potencia revolucionariadel federalismo estaba vinculada a un, camino dado de,la revolución: al de su dirección por la Banda Orientaly a un resultado dado: el del triunfo y aplastamiento delfoco contrarrevolucionario porteño, con la Banda Orien-tal a la cabeza.

Si no se triunfaba sobre Buenos Aires, en. forma ab-

soluta y terminante, la vía previsible sería el frácciona-lismo provincial, que alentaría las tendencias atrasadasy feudales que tenían un amplio lugar en el frente fede-ral; si no se triunfaba con la Banda Oriental a la cabe-za, el tono radical y revolucionario, democrático y mo-derno del federalismo fracasaría y se convertiría en sucontrario.

La nefasta política directoria) porteña produjo eldoble resultado de entregar la Banda Oriental al domi-

nio portugués y el de sumir a la Argentina en la vía desu peor desarrollo. En medio de la iniquidad de esteprograma, no se puede menos que seííalar la inteligen-cia de la estrategia porteña. Una Banda Oriental "cispla-tina" no solo liquidaba los obstáculos al monopolio por.

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teño, sino que debilitaba la sólida base jacobina de larevolución federal. Las provincias del litoral e interioressin la dirección revolucionaria de la provincia radicalantilatifundista transformaron la batalla de Cepeda (don-

de grandes estancieros orientales como los hermanos Ori-be, Bauzá, Pagola, ete., lucharon contra las fuerzas arti-guistas) y la entrada en Buenos Aires, de aquello quepudo ser, el camino revolucionario del federalismo de-mocrático nacional y unificador, en su contrario, disgre-gador de la nación, antidemocrático y no menos distra-ído y olvidado de la revolución liberadora contra elenemigo español.

En ese año de 1820, murió el carácter revoluciona-rio del federalismo y se cerró el ciclo de la revoluciónde mayo. En ese año pudieron llamarse "federalismo"los intereses coincidentes contrarrevolucionarios de las"soberanías" provinciales, que eran la muerte de la na-ción, de aquella "patria grande" que soñaron Moreno yArtigas. El triunfo "federal" se limitó a repetir la "con-trarrevolución" unitaria porteña: "¡Nada de nación!

¡Basta de revolución)".Mitristas y revísionistas aplauden en esencia el fra-

caso de la Revolución de Mayo.

La Revolución Oriental ante la Revolución de Mayo.Producida la Revolución de Mayo en Buenos Airesla Banda Oriental a cuyas autoridades y Cabildos se pi-diera reconocimiento, debió pronunciarse al respecto.

En Montevideo, residencia de los grandes comer-ciantes, saladeristas y estancieros, y Apostadero de laMarina de Guerra del Sur del Continente, luego de unforcejeo de las fuerzas criollas, la definición iba a serfinalmente contraria al reconocimiento, convirtiéndoseesta ciudad en el foco de resistencia españolista en elPlata hasta 1814.

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Gravitó en tal evento en lo fundamental la conjun-ción de dos factores: por un lado la existencia de unafuerza militar poderosa, s:n arraigo en la Colonia y cuyodestino dependía de la Madre Patria; por otro, la mayorcoherencia del grupo españolista integrado por los gran-des comerciantes, que pese ,a matices, se mostraron rea-cios a aceptar al nuevo gobierno bonaerense. Este grupointegrado por los Magariños, Batlle y Carreó, Salvañach,Vilardebó, Gestal, Illa, San Vicente, Chopitea, Berro yErrazquin, Camusso, Sáenz de la Maza, Agell, de lasCarreras, Gallego, Ferrer, etc., sin perjuicio de practi-car las consignaciones de extranjeros y el tráfico de es-clavos, tenía en lo esencial su interés vinculado a Es-

paña, (en 1809 en que se reinicia el comercio con Es-paña se exportaron hacia ella 534.949 cueros, cantidadmuy baja si se tiene en cuenta que prácticamente en1803 no se habían exportado, pero que volvía a anudarintereses). Entre ellos se encontraban los que en 1806•al decir de Vilardebó habían enviado memorial al Reysolicitando el cese de comercio con neutrales, y que con-tenía Veinte y dos firmas... porque como se hablabacon claridad quizá no hubiera gustado a algunos su lec-

tura y por eso nos contentamos con que lo supieran pocos.

Se encontraban asimismo conocidos contrabandistascomo Berro y Errasquin por ejemplo.

Pese a cierta posible diferenciación, el comerciomontevideano se había pronunciado reiteradamente con-tra el comercio con neutrales. Tal lo que se desprendede los siguientes documentos: nota ya expresada en 1806;diversas representaciones del mismo año al Virrey y alCabildo; oficio del Cabildo a Cisneros inmediatamentede su llegada a puerto (1809); opinión expresada enocasión de la solicitud de la fragata inglesa Ethelredpara desembarcar su carga; oficio rebatiendo la Repre-sentación de los hacendados, en la que luego de fusti-

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garse el comercio con los ingleses se limita a pedir me-didas que garanticen el comercio con La Habana; inter-vención de Salvañach en la junta de Comercio celebra-da en Montevideo el 23 de marzo de 1910, en la cual,luego de denunciar la competencia extranjera, reclama"la mrís exacta observancia de nuestras leyes°.

Verdad es que a medida que el comercio libre sedesarrolló sobre todo luego del decreto de Cisneros de6 de noviembre de 1809, la resistencia se centró sobretodo en exigir el estricto cumplimiento de sus cláusulasy especialmente en reclamar para los grandes importa-dores el monopolio de las consignaciones y la expulsiónde los comerciantes extranjeros. Tal lo planteado por la

Junta de Comerciantes reunida en 1811.El gran comerciante iba siendo desplazado bienpor la negociación directa de los extranjeros, bien utilizando los servicios de españoles venidos de los puertosingleses o bien de minoristas. En esta ocasión se regla-mentó el decreto antedicho, para asegurar a éstos la in-termediación en Montevideo.

Este grupo de grandes comerciantes, que dominadentro del gremio. independientemente de los matices

existentes entre ellos, se reunió firmemente en torno alas autoridades españolas.Factor decisivo en sus actitudes fue de manera

principalísima la tradicional rivalidad con Buenos Aires,en la cual Montevideo contó, en general, con la protec-ción de las autoridades peninsulares, tanto más efectivaluego que la Misión Herrera-Pérez Balbás había obte-nido la satisfacción de algunas de sus más caras aspi-raciones. Plegarse a la junta de Mayo podía significar

en alguna medida quedar en manos de los grupos co-merciales bonaerenses, ver liquidado el papel interme-diario del comercio montevideano no solo en relacióna Buenos Aires sino inclusive a los territorios del Pací-fico si la unidad política del imperio español se fractu-

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raba. Todo esto coayuvaba a la decisión de Montevideode no adherir al movimiento revolucionario iniciado enBuenos Aires. Producida ya la ruptura, la lucha de puer-tos durante el año 10 se agudizará aún más, especial-

mente en virtud de las disposiciones de la junta de Ma-yo que obligaban a pagar impuestos en Buenos Aires ,alas mercaderías descargadas en Montevideo y al bloqueoque las autoridades montevideanas impusieron a la ex-capital del Virreinato.

Aparte de la oposición de intereses que enfrentabaal comercio interior con los importadores y exportado-res, por lo menos una parte de aquél se siente lesionado

por la concurrencia de comerciantes extranjeros que nosólo venden al por mayor, sino que también procuranvender al menudeo, como lo expresa una representaciónde los almaceneros de Montevideo .dirigida al Goberna-dor suscrita el 3 de octubre de 1808.

Otro sector perjudicado por el comercio libre fueel de los artesanos, lo que objetivamente tendía a Com-prometerlos en el mantenimiento del régimen español.

En efecto, en 1823, recordando las consecuencias delcomercio con los ingleses, dirán los artesanos que al re-tirarse aquellos de esta plaza llevaban espuelas, lazos.ponchos y aun bolas para modelos, pues bien prontovino que-la fábrica de nuestros exquisitos ponchos ba-landranes estuvo en grande riesgo de arruinarse por laconcurrencia de los ingleses en buques norteamericanosque aunque muy inferiores en la tela, eran decoloresmás vistosos y sobre todo de un valor medio al de losdel país.

En la posición de los saladeristas pesaban distintosintereses. Mientras por un lado la necesidad de mantenerel mercado cubano para el tasajo de la Banda Orientallos hacía proclives a plegarse al sostenimiento del colo-niaje español, por otro lado, una imperiosa necesidadde exportar en cualesquiera barcos -españoles o de la

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bandera que fuese- les impelía a liberarse del monopoliode los navieros peninsulares o avecindados en Montevi-deo -generalmente grandes comerciantes-. Estos con-trapuestos intereses pesan de manera distinta en las su-cesivas etapas de la evolución de la situación político-militar, y cuando el dominio de la campaña por las fuer-zas patriotas deviene un fenómeno irreversible, junto alhecho dé la existencia de los establecimientos saladeri-les en extramuros y a que su materia prima sólo podíavenir del interior, este grupo se impulsará cada vez máshacia un acomodamiento a las nuevas condiciones, agre-gando un nuevo factor explosivo dentro de las murallasde la ciudad sitiada. La contradicción entre sáladeristas

y navieros adquiere particular virulencia en 1812.. Nohay que olvidar, de paso. que en general los saladeris-tas no se concretaban exclusivamente a esa sola funcióneconómica, sino que muchas veces reunían otras activi-dades con sus intereses respectivos.

Dentro de este grupo, entonces, se dan actitudesvariadas que van desde la cerrada posición españolistade Mateo Magariños y Miguel Antonio Vilardebó, pa-sando por la dudosa situación de Antonio Pereira y Juan

José Durán, hasta la franca adhesión a la Revoluciónpor parte de Ramón de Cáceres y Pedro Casavalle, porejemplo.

Dentro de Montevideo residía también el grueso delos grandes estancieros y latifundistas. Una parte deellos se mantuvo fiel,a la Regencia, pese a que en suconjunto la clase de los hacendados formó filas en la Re-volución. Más adelante se verá esto con más detalle.

Los sectores trabajadores de la población no influ-

yeron de manera decisiva en el pronunciamiento de Mon-tevideo. A1 presentar características diferentes a las delas clases modernas, divididos entre libres y esclavos, elatraso de las formas de producción y la falta de homo-geneidad les impidieron formar una masa cohesionada, y

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su distinta condición jurídica obstaba a que todos lostrabajadores tuvieran una conciencia independiente co-mo grupo social. ,

Los trabajadores libres de los saladeros, al decir deBauzá, se incorporaron a la Revolución.

Los esclavos y los negros libres -que constituían sinduda buena parte de los trabajadores libres-, en 1803-en que según el Cabildo los negrós formaban la mayo-ría de la población montevideana-, fuertemente conmo-vidos por las ideas de la Revolución Francesa, trasmitidaspor los tripulantes de esa nacionalidad, demostraron unaenorme rebeldía que llegó hasta cierta concepción utó-

pica que intentó llevar a cabo un grupo de ellos al pla-near la huida hacia los montes del Río Negro para formarun república de hombres libres, movimiento que fuecruentamente reprimido. A1 estallar la Revolución de1811, los que eran propiedad de los patriotas se incor-poraron bajo las órdenes de éstos al movimiento, y losque pertenecian a los españolistas en gran cantidad fu-garon de sus amos para incorporarse a los ejércitos in-,

surrectos, obteniendo por este medio su libertad.A esta ubicación de los individuos en relación a lasclases que integraban, se superpone la influencia del sen-timiento nacional y de los elementos políticos e ideoló-gicos, ya mencionados en general. El sentimiento nacionaldesempeñó un gran papel en una ciudad con gran pobla-ción de reciente asentamiento, y en que la mayoría delos habitantes blancos eran españoles. Recíprocamente, el

sentimiento criollo anti-español trabajaba hacia la for-mación en Montevideo de un foco de resistencia a lasautoridades. El jefe del Apostadero Naval, Salazar, ex-presaba en diciembre de 1810: El odio de los Criollosamantes de la independencia contra el Europeo es inde-cible, ha¡ muchos hijos que viviendo en la misma casacon sus Padres españoles, no les ven ni les hablan y les

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dicen frecuentemente q.e darían la vida por .sacarse lasangre española que circula en sus venas.

Existió un grupo que según el historiador Pivel De-voto osciló entre adherir a la junta de Mayo o formar

una junta propia.Agustín Berazza individualiza este foco de resisten-

cia, por otra parte muy heterogéneo y vacilante, con ungrupo- de letrados, sacerdotes, militares y comerciantes,tan notorio como Nicolás de Herrera, Lucas Obes, PedroFeliciano Sáenz de Cavia, Francisco Juanicó, Manuel Ar-gerich, Antonio Arraga, Juan Trápani, Antonio Pereira,Mateo Vidal, Martín Lasala, Gregorio y Jerónimo PíoVianqui, José Revuelta, Bruno Méndez, Luis Balbín deVallejo, Bernardo Bonavía, Prudencio Murguiondo, Dr.Manuel Pérez Castellano, Juan José Ortiz y los miembrosde la Orden de San Francisco. Este grupo fue débil yfinalmente sofocado, y algunos de sus integrantes man-tuvieron una posición equivoca en los años posteriores.

De todos modos, la situación en Montevideo no estu-vo determinada por el libre juego de las fuerzas internas,sino que la intervención de la marina española, sofocando

el intento insurreccional de Murguiondo y Vallejo en julio de 1810, influyó decisivamente para que Montevi-deo permaneciera bajo el poder español hasta 1814.

El levantamiento de la campaña

La Revolución Oriental se inicia en febrero de 1811en la campaña: el proceso cumplido comprendía el aca-tamiento a la Junta de Mayo al comienzo de su gestión ysu posterior desconocimiento por los pueblos del interior,conocida que fue la resistencia de Montevideo a acatarsu autoridad. Maldonado, a quien la junta concediera lahabilitación del puerto y con rivalidades hacia Monte-video del tipo de las que enfrentaban a ésta con Buenos

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Aires, fue quien resistió más la autoridad de Montevi-deo, que ésta extendió a todos los territorios de la BandaOriental.

Durante el resto de 1810 y a comienzos de 1811 se

gestó -merced a la acción de los sectores revoluciona-rios ya con anterioridad existentes y a la acción de la'Junta, prevista por el Plan de Operaciones atribuido aMoreno-, la insurrección que estallaría en febrero.

Entre los hacendados de la campaña y los comer-ciantes locales. a los que se adjuntaron los curas depueblo, las peonadas, gauchos y poco después indioscharrúas, existían condiciones. mucho más favorables,

para la revolución.Indudablemente los hacendados habían roto con las

autoridades españolas: las contradicciones en torno alproblema del mercado -suscribieron la "Representaciónde los Hacendados =; la incapacidad de las autoridadesespañolas para resolver los problemas de la campaña du-rante más de veinte años y la posterior adopción de dis-posiciones que hacían recaer sobre éstos la financiación

de todo el plan de "arreglo", que hábilmente explotada'por los grandes hacendados determinara el "pronuncia-miento" de 1805 y las posteriores medidas compulsivasde Sobremonte; la incapacidad de las autoridades paraasegurar siquiera la seguridad de la frontera y la tran-quilidad de la campaña luego de 1807, eran-razones deimportancia esencial para esto. Los conflictos de interesesenfrentaban en su conjunto a la clase de los hacendadoscon los grandes comerciantes monopolistas montevidea-nos reguladores de la comercialización. de los frutos yefectos, que desde Montevideo apoyaban a la regencia.

Los comerciantes de los pueblos y los propios hacen-dados -en especial los grandes- eran quienes monopo-lizaban el tráfico interior: Era rara la gran estancia queno tuviese una pulpería donde se compraba o cambiaba

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por productos los cueros a los pequeños hacendados delos alrededores y a los gauchos.

También en esta calidad enfrentaban económica-mente al monopolio español y a los grandes comerciantesde Montevideo.

Los hacendados en su conjunto tenían, pues, unadisposición contraria a las autoridades españolas. Noconstituyendo los hacendados una clase homogénea, suactitud contraria al régimen español variaba según lasdistintas capas y su relación jurídica con la tierra. Losgrandes estancieros, por ejemplo, resistían las tibias dis-posiciones oficiales en favor de algunos pueblos (comoSan José y Santa Lucía) que lesionaban los intereses dé

latifundistas como los Durán De la Cuadra y Mitre, o lasmedidas tomadas en favor de poseedores sin título. A lavez, el Reglamento de 1805 (que obligaba a pagar latierra y limitaba la extensión de las estancias) levantabala resistencia de los grandes poseedores, quienes arrastra-ban en esa actitud a los medianos y pequeños ocupantes,que tampoco querían pagar la tierra.

Todos estos sectores, por otra parte, estaban descon-formes por la lentitud de las autoridades en la "limpiezade ocupantes" de sus campos.

Pero a la vez había grandes masas de ocupantes detierras que se enfrentaban con la crueldad de una legis-lación que no les garantizaba el acceso a la tierra y quelos dejaba en plazo más o menos cercano, a merced delpropietario o poseedor más poderoso que podía obtenerun mandato judicial para desalojarlos, cuando no lograbahacerlo, por sus propias fuerzas.

Situación similar existía entre los agricultores, condificultades para comercializar sus frutos y en manos delos usureros, y para colmo de males asfixiados en las cer-canías de los pueblos rodeados por el latifundio, o poiel arrendamiento pago al gran estanciero.

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En cuanto a los sectores más desamparados de lapoblación: peones, gauchos, indios, negros; etc., la revo-lución significaba para ellos la lucha contra la injusticia,contra la opresión, que seguramente identificaban con

el régimen existente, sin que, por su propio atraso y mise-ria, estuvieran en condiciones de formular un programapropio v mucho menos gravitar en la orientación o con-ducción del movimiento. Estos sectores que participarontras sus 'amos -como en el caso de esclavos de españo-les- y que constituyeron el grueso de las fuerzas revo-lucionarias, no dirigieron la revolución, pero murieronpor ella. ,

Cabe señalar la importancia fundamental que en lagestación del movimiento correspondió a los estancierosbonaerenses, poseedores de grandes extensiones en el Li-toral. Los Azcuénaga (Soriano), Belgrano (ligado a losEspinosa de Soriano y Dargain en el actual Salto), Miláde la Roca (español que actúa en favor del gobiernobonaerense con tierras en Paysandú); Isidro Barrera(Paysandú); Manuel del Cerro (Paysandú); Martín Ro-

driguez (actual Artigas) y Diaz Vélez (Paysandú); Mar-tínez de Haedo (Río Negro); Arroyo y Pinedo (Colo-nia); Alagón, Correa Morales, Camacho y Larravide(Colonia); etc. Para ellos era esencial incorporar laBanda Oriental a la revolución.

En cambio un importante sector de latifundistas ygrandes y medianos estancieros, en razón de su vincu-lación a las autoridades españolas, al comercio mono-polista, o en virtud de su nacionalidad, se opusieron ala revolución. Entre ellos baste señalar por vía de ejem-plo a los Viana Acucarro, Salvañach, Juan de Almagro,Mateo Magariños, J. X. Echenique, Benito Chain, Pe-dro Manuel Carcía, Félix .Sáenz, los Albín, Villalba,Juan de Arce, Juan A. Bustillos, Bernabé Algorta, JuanCarcía de Zúñiga -aunque su hijo Tomás se incorpo-

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Se encuentran en el núcleo inicial de la revoluciónde 1811 pequeños hacendados como Baltasar Ojeda, BlasBasualdo e Hilario Pintos (que recibieron tierras demanos de Artigas en los repartos de 1808); FranciscoAntonio Bustamante, Mariano Chávez, Pedro, Pablo y

Santiago Cadea, Paulino Pimienta y los hermanos y pri-mos de Artigas, así como Lavalleja (hijo de un peque-ño hacendado y comerciante de Minas); Félix y Fruc-tuoso Rivera (el primero era reclamante de tierras enla fundación del Carmen, y ambos eran hijos del hacen-dado rico Pedro Perafán de la Rivera, aunque sus tie-rras aumentaron con la acción política de Fructuoso);Lucas y Bartolomé Quinteros (hijo de un medianero delos Durán de la Cuadra); Baltasar y Marcos Vargas

(ocupantes de tierras de Porongos y en conflicto el pri-mero, junto con Félix Rivera, por las tierras del Car-men); hijos de hacendados ricos como Faustino Texeray hacendados relativamente importantes como TomásParedes, los del Cerro (participantes en la conspiraciónde Casablanca de fines de 1810), Otorgués y Laguna(hacendados acomodados en el norte del Río Negro),los Suárez (don Bernardo, gran estanciero en Cerro Lar-go; y joaquín, estanciero acomodado en Canelones); hi-os de grandes hacendados como Gabriel Antonio Pe-

reira y Tomás García de Zúñiga, y poderosos estancie-ros como Pedro Celestino Bauzá.

Bajo la dirección del grupo de pequeños y mediospropietarios y poseedores, con un sector de grandes es-

tancieros y con la participación de los agricultores delos pueblos y ciudades, junto con los comerciantes delos pueblos y ciudades y seguido por las grandes masasde peones, gauchos, indios y negros escapados a losespañoles -una vez iniciada la insurrección- que for-maron el grueso de las fuerzas revolucionarias, se for- jaron los ejércitos de 1811.

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Las disposiciones del gobierno montevideano

Ha tenido singular éxito en nuestra historiografíala tesis del historiador Pivel Devoto que atribuye papel

decisivo en el pronunciamiento de la campaña a lassucesivas decisiones de Joaquín de Soria -agostó 24 de1810-, y de Gaspar de Vigodet, -20 de octubre- queestablecían el pago perentorio por parte de los posee-dores de los campos que carecían de títulos. A estas dis-posiciones se agregaron donativos de toda índole, máso menos voluntarios, sumamente pesados y muy resis-tidos.

Creyendo que la resistencia al coloniaje tiene ade-más raíces más profundas, emanadas de la aguda sítua-ción que padecían los pobladores de la campaña, quela metrópolis era incapaz de solucionar y teniendo encuenta el hecho ya expresado de serla clase de los'ha-cendados la portadora esencial de los reclamos del librecomercio en la Banda Oriental, entendemos que su gra-vitación es indudable.

Hay que tener presente la resistencia que al pagode las tierras se opusiera en 1805, -cuando Sobremon-te intentó aplicar su reglamento -por importantes sec-tores de latifundistas, grandes, medianos y pequeños ha-cendados.

El problema era ahora aún más agudo, puesto queal aplicarse la disposición fueron nuevamente tasadastodas las tierras sobre las que no existía título de pro-piedad. Salvo un núcleo relativamente pequeño: pobla-dores de Montevideo y algún que otro adquirente queperfeccionara su título, todos"los hacendados restantes;que constituían la mayoría absoluta, debían pagar porsus tierras, incluso los que las obtuvieron por concesiónde Pérez del Puerto (Maldonado, parte de Minas y Ro-cha), de Agustín de la Rosa y demás comandantes de

Cerro Largo, por concesiones del Cabildo de Santo Do-

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mingo, de Viana„de los comandantes de Belén y de Ar-tigas.

A esto se agregaba la arbitrariedad con que la dis-posición fue aplicada. A estar a lo expresado por Ramónde Cáceres (hijo) en 1831 al explicar la carencia de tí-tulos de su propiedad en el Clara: Esto seiba a practicaren el año 1811, tiempo en que la zona de los españolessehabía desplegado contra los americanos que aspira-ban ala Independencia y libertad desu país. Mi finadoPadre estaba en este número; y procurando hostilizarlopor todos los medios, sobreponiéndose a la tasación le-gal, que se había practicado, y... subieron los regula-dores a la cantidad de mil pesos que mi padre resistió

 justamente pagar...". ,Se habría aplicado la disposición con criterio polí-tico, perjudicando esencialmente a los conocidos par-tidarios de la revolución.

La verdad es que algunos partidarios de Montevi-deo como Rafael Maldonado, que intentaba hacerse due-ño de las tierras entre el Don Esteban y Flores, quereiteradamente había sido rechazado en este intento por

las autoridades, obtiene ahora el derecho -a mensurardichos campos. Esta resolución debió atemorizar a quie-nes no contaban con la protección de las autoridadesen esa zona tan poblada entonces.

Igual caso se presenta con los vecinos del partidode Garzón a quienes desde tiempo atrás intentaba desa-lojar Juan de Uriarte, gran latifundista que ocupabaprácticamente todo cl norte del actual departamento deRocha y en favor del cual fallarán las autoridades mon-

tevideanas.Un caso más resonante es el que se provoca por laautorización otorgada por las autoridades de Montevi-deo a Feliciano Correa para mensurar los campos dondese estaba levantando el pueblo del Carmen entre Molles

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y Tala en el actual Durazno y entre cuyos vecinos figu-ran tan importantes participantes de la Revolución comoFélix Rivera, Pedro Amigó, luan Pablo Laguna, etc.

No obstante hay también que tener presente que

entre quienes compusieron en esta oportunidad (descon-tamos el desagrado con que lo hubieran efectuado) fi-guran el propio Artigas, Faustino Tejera, Paulino Pimien-ta, etc.

A1 tomar una medida desde antes antipopular, alaumentar la inquietud de los sectores menos privilegia-dos de los ocupantes, al aplicarse con criterio político yal resultar una carga sensible para los hacendados se

lacontribuyó seguramente a decidir el levantamiento z de .campaña.

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LA REVOLUCIONEN LA BANDA ORIENTAL

BREVE RESEÑA DEL CICLO ARTIGUISTA1.

Describiendo el comienzo de la revolución, en elconocido oficio del 7 de diciembre de 1811 a la juntadel Paraguay, recordaba Artigas la "admirable alarma°:

no eran los paisanos sueltos, ni aquellos que debían suexistencia a su  jornal o sueldo, los solos que se movían;vecinos establecidos, poseedores de buena suerte y detodas las comodidades que ofrece este suelo, eran losque se convertían repentinamente en soldados,~los queabandonaban sus intereses...

Estos "vecinos establecidos" estaban integrados porel grueso de los pequeños y medios hacendados crio-

llos y un núcleo de grandes hacendados orientales y,por-teños. A esta composición de las clases dirigentes, seagrega la de quienes constituyeron el grueso del ejérci-to patriota: peones, gauchos, áegros esclavos bajo la di-rección de sus amos, negros libres y aquellos que pasa-ban a serlo por haber fugado de su amo español y porúltimo grupos cada vez más considerables de indios sal-vajes.

En seguida del triunfo de Las Piedras, un fuerte nú-cleo de comerciantes, saladeristas, estancieros y letradoscriollos y españoles, al ser expulsados por Elío de Mon-tevideo, se incorpora a la revolución.

La primera fractura de este agrupamiento se pro-duce cuando en Octubre de 1811, Buenos Aires concier-ta con Elío el armisticio por el cual quedaba en poder

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de los españoles el territorio de la Banda Oriental a cam-bio del levantamiento del bloqueo de Buenos Aires.Creóse así la primera secesión entre las fuerzas orienta-les y el poder porteño, junto al cual permanecieron,

naturalmente, los hacendados residentes en Buenos Ai-res o vinculados a su giro (particularmente en el litoral)y un núcleo de orientales que marchó con Rondeau aBuenos Aires. Artigas, convertido en jefe no solo mili-tar sino político, representa en estas horas los interesesgenerales de la población patriota de la Banda Oriental.Se produce entonces el éxodo en el cual marcha unaparte importante de la población patriota. No obstante;

un sector de aquellos que habían acompañado a la. re-volución permanece en la Banda Oriental. Entre ellosTomás Carcía de Zúñiga, Manuel Martínez de Haedo(que debió abandonar sus posesiones por la ulterior per-secución portuguesa), Juan María Pérez, etc., permane-cen bajo la ocupación española.

Durante el éxodo se agudizan los conflictos en-tre Artigas y el gobierno de Buenos Aires representado

fundamentalmente por Sarratea. Este logra escindir lasfuerzas artiguistas y atraerse a importantes jefes arti-guistas como los hermanos Santiago y Ventura Vázquez,los Vargas, Valdenegro,. Pintos Carneiro, etc.

En esta época, en la que se producen las vincula-ciones de Artigas con el litoral y el Paraguay, Artigaslogra la adhesión de los guaraníes que constituirán en el

futuro un baluarte de la revolución.A su vez durante el períodode dominio del gobier-no de Montevideo sobre toda la Banda Oriental se pro-ducirá una agudización de los conflictos entre los hacen-dados y saladeristas por un lado y los propietarios debarcos por el otro, (conflictos relatados en diversas ac-tas de juntas de comerciantes y navieros y de saladeris-tas y hacendados) y qué seguramente influirá para que

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algunos de estos últimos que permanecieron en Monte-video durante el primer sitio, se incorporen durante elsegundo a las fuerzas patriotas. El ejemplo más conoci-do al respecto es el de Juan José Durán, una de las po-

tencias económicas de la época.El grupo de grandes y medianos hacendados, decomerciantes y letrados que participan en el segundositio de Montevideo, adoptará una actitud conciliadoraen los conflictos entre Artigas y el gobierno de BuenosAires. En lo fundamental este grupo será quien propor-cionará los dirigentes de las primeras formas autónomasde gobierno de la provincia. Sus nombres los encontra-

mos en las actas del Congreso de Abril, integrando elGobierno Económico de Canelones y también en el Con-greso de Capilla Maciel. Si bien estaban interesados enla obtención de la autonomía ante Buenos Aires, lo esta-ban igualmente en conseguir la rápida derrota del go-bierno español y en impedir toda guerra entre las fuer-zas artiguistas y las de Buenos Aires. El levantamientode la Banda Oriental de 1811, el primer sitio de Monte-

video y la subsiguiente invasión portuguesa habían cas=tigado enormemente sus intereses. En algunos casos porel mantenimiento de los ejércitos, en otros casos por elarreo sistemático de ganados de los portugueses haciaRío Grande.

La fuerza más adicta a Artigas estaba en el ejército,en la mayoría de la oficialidad y sobre todo en la masade los soldados patriotas. La oficialidad artiguista en lofundamental había surgido de los pequeños y medioshacendados y la masa del ejército la constituían las peo-nadas, los gauchos, indios y negros libres.

Luego de la retirada de Artigas del sitio (enero de1814), aquel grupo conciliador permanecerá en buenaparte ligado a las fuerzas de Buenos Aires. Es para ace-lerar y consolidar este deslinde de fuerzas, que luego dela batalla de Marmarajá, Alvear decreta la confiscación

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de las propiedades de todos los que apoyen a Artigas.El dominio porteño sobre la plaza de Montevideo

de los últimos meses del año 14 y principio del 15, setradujo en una política confiscatoria sobre los españoles,con muchos de los cuales estaban vinculados los secto-

res más poderosos de los patriotas; el férreo dominio. fielgrupo alvearista que limitó la autonomía de los orien-tales, sin duda llevó a una parte de este sector a aceptarcon relativo buen grado el advenimiento del poder arti-guista.

Cuando en 1815 se establece el poder artiguista so-bre toda la Banda Oriental, Montevideo, donde radi-caban los núcleos dé comerciantes, grandes hacendados,letrados, etc., constituía un sector heterogéneo en el queconvivían los españolistas que no habían emigrado, losque. habían colaborado con el gobierno porteño y algu-nos más decididos partidarios del artiguismo.

Este año conoce la relativa desaparición de las di-ferencias con el gobierno de Buenos Aires, y al mismotiempo el de la reaparición del peligro español expre-sada en la anunciada expedición al Río de la Plata. Sepresenta como un año de paz, de ahí que la preócupa-

ción de las fuerzas patriotas esté dirigida en un dobleplano. Ante la pavorosa situación de destrucción de lasfuerzas económicas, se buscará reorganizar y alentar elcomercio v la producción ganadera. Asimismo Artigasintentará fortalecer el agrupamiento de las fuerzas polí-ticas de la Provincia, lo que se expresa -fundamentálmen-te en la creación del Cabildo Gobernador y en las atri-buciones que se le conceden.

Esta tendencia a reorganizar la vida económica y

política de la provincia se despliega en un cuadro degrandes contradicciones entre Artigas y el Cabildo, entorno a la política de Artigas_ en relación a los enemigosde la revolución, que determinan numerosas páginas decorrespondencia de tono severo y basta amenazante. E1

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conflicto también se plantea con un grupo de integran-tes de la junta de Vigilancia y del Tribunal de Propie-dades Extrañas, seguramente en razón de que éstos uti-lizan las confiscaciones a los enemigos como medio deacrecer su fortuna personal.

El Reglamento de 10 de setiembre sobre todo a me-dida que se va procesando su aplicación va a provocarresistencias de parte de estas fuerzas. Tal lo que expre-sarán Larrañaga y Guerra de la actitud-del Cabildo.

Paralelamente a los rozamientos con estos sectoresse afianzan las relaciones de Artigas con las capas máshumildes de la población, que constituyen el núcleo esen-cial de sus fuerzas. El artículo 6° del Reglamento expre-sa la preocupación de Artigas por esas capas sociales:

procura incorporarlos a la producción y a la vida civili-zada. Esto marca una notable diferencia con otros cau-dillos que integraron sus huestes con estos sectores, peroque de ninguna manera intentaron fijarlos a la tierratransformando su condición. Artigas recogía de esta ma-nera la tradición reformista más avanzada, que iba desdeSagasti a Azara, pero recogía además su propia experien-cia del papel que estos sectores podían jugar en el pro-ceso revolucionario.

Además del artículo 6° está la peculiar preocupa-ción de Artigas por las masas indígenas, magníficamenteestudiada por el profesor Petit Muñoz. Su preocupaciónpor los charrúas, por los indios guaycurúes y abiponesque da lugar a la notable correspondencia con el- Go-bernador de Corrientes en la que recuerda que los indiostienen el principal derecho, su intento de colonizar lazona del Uruguay con estos indios chaqueños, buscan-

do de esta manera el aumento de la población, q.e es el principio de todos los bienes, las disposiciones adopta-das en relación a los guaraníes, que constituyeron unafuerza esencial de sus ejércitos, para que formaran suspropios gobiernos y considerando a sus diputados en pie

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de igualdad con los de las demás provincias, conformantoda una política revolucionaria que por cierto no ibaa ser practicada luego de obtenida la independencia enningún lugar de América. Basta recordar la triste expe-riencia de la colonia Bella Unión, el exterminio de loscharrúas y la venta posterior de los sobrevivientes bajoel gobierno de Rivera.

La invasión portuguesa, la guerra que se prolongahasta el año 220 y la agudización de los conflictos conBuenos Aires contribuirán a acentuar la polarización enla Banda Oriental.

Las dificultades del comercio montevideano, produ-

cidas a raíz de la prohibición de Artigas de traficar conlos portugueses y Buenos Aíres, el creciente contenidopopular del movimiento artiguista y las dificultades queaparejaba la guerra con Portugal decidieron a un sectordel Cabildo. a recibir bajo palio a Lecor y a solicitar deéste la represión de quienes resistían la conquista. Lecorsupo atraer a su alrededor, facilitando el comercio, yconcediendo cargos y prebendas a esta heterogénea oli-

garquía, una españolista y la otra más o menos conse-cuentemente partidaria del movimiento revolucionario.Hombres como Juan José Durán, que había estado enMontevideo durante el primer sitio, integrante del Con-greso de Abril y electo para el Gobierno Económico deCanelones, miembro del Gobierno Municipal elegido porel Congreso de Capilla Maciel, Gobernador Intendentedurante la dominación porteña del año 14, miembro del

Cabildo Gobernador de 181& e integrante con Juan Fran-cisco Giró de la misión que ante Pueyrredón abdicarade los principios artiguistas y fuera repudiada por el jefe de, lo! Orientales, pasarán a jugar un papel relevan-te durante la dominación portuguesa. La resistencia dela campaña, donde las depredaciones de la anterior in-vasión portuguesa hacían temer -y efectivamente así su-bedió- el saqueo del invasor, fue más tenaz y abarcó

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inclusive a algunos sectores de grandes propietarios, porlo menos en los primeros tiempos.

Las defecciones se produjeron no obstante a partirde 1817 con el pasaje a Buenos Aires del Cuerpo de Liber-tos y artillería (1), entre cuyos jefes se encontraban Bufi-no Bauzá, Carlos San Vicente y los hermanos Oribe (par-ticiparían luego contra las fuerzas artiguistas en Cepeda),se acentúan desde 1818, en que se pasa a los portuguesesTomás Garcia de Zúñiga. A1 temor de una política cadavez más radicalizada del artiguismo, a las diferenciasen materia de táctica, se añadian sin duda el temor a ladestrucción de la riqueza ganadera cuya recuperación

se había iniciado en el año 15. En el año 19 el Cabildomontevideano realizará la triste tarea de atraerse a lospueblos del interior y a la oficialidad artiguista. Ya du-rante el año 18 las dificultades, la miseria, hacíanpresa de los ejércitos revolucionarios, sin que por estolograran doblegar su entusiasmo. Al decir del coronelRamón de Cáceres: Es muy justo recordar aquí la mi-seria en que se hallaban cercados nuestros soldados y

al mismo tiempo su admirable constancia; el año 18 esta-ba el ejército acampado en el Queguay, yo era ayudan-te mayor de blandengues, el batallón tenía seiscientasplazas, los soldados no más vestuario que un chiripacitopara cubrir las partes; las fornituras. las usaban a la raízde las carnes; el invierno fue riguroso, los soldados ama-necían en sus ranchos haciendo fuego y cuando se toca-ba diana, que era una hora antes del día, salían a fornwr

arrastrando cada uno un cuero de vaca para taparse, desuerte que parecían unos pavos inflados en formación;luego que aclaraba se pasaba lista y cuando se mandabaretirar las compañías a sus cuarteles, quedaban tantos

- (1) La oficialidad de este cuerpo era la más desafec-ta a Artigas, justamente porque por su extracción de clase de es-

tancieros ricos, se vio profundamente conmovida por la polí 

agraria artiguista.46

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cueros en la línea cuantos eran los hombres que habíanestado formados en ella; sin embargo estos hombres erantan constantes y tan entusiastas, que el que salvaba detan frecuentes derrotas procuraba luego a Artigas para

incorporarse y continuar en el servicio. Gloria eterna aaquellos denodados patriotas!

ARTIGAS Y LA REVOLUCION AGRARIA2.

Situación de la campaña

Después de cuatro años de gtierra, el problema dea tierra, una de las grandes contradicciones en el inte-

ior de la Banda Oriental, se planteaba con una enorínegudeza. La producción de la campaña estaba en granedida desorganizada; una gran parte de los hacenda-os enemigos del movimiento emancipador había emi-rado; otros hacendados, particularmente los jóvenes, in-

egraban las tropas revolucionarias, así como las peona-as y el resto del campesinado, que constituyeron el.rueso de esas fuerzas. La guerra había causado tremen-

os estragos. En ocasión del Exodo se había practicadoa política de "tierra arrasada", destruyendo todo lo queo podía llevarse aquel pueblo en marcha, en su épicaazaña, para que no cayera en manos de los portugue-es, que invadían la Banda Oriental. A la acción depre-atoria portuguesa se sumó entonces la siniestra de lasPartidas Tranquilizadoras" españolas dirigidas por Be-ito Chain, Albín, Sáenz y Larrobla. A1 abandono de

as estancias se agregaba el inmenso consumo de hacienas de unos ejércitos que no tenían servicio de abaste-imientos y que se proveían del ganado que encontra-an á su paso; por último, las divisiones militares delirectorio de Buenos Aires habían caracterizado su con-ucta por el saqueo sistemático, sin perdonar puertas,entanas ni techos de las casas de extramuros.

Dentro de las mismas filas patriotas habían surgido47

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partidas sueltas que practicaban la faena de corambrespor su cuenta. Aprovechándose de los ganados de losemigrados españoles y porteños y molestando inclusivelas haciendas de los patriotas, lejos de propender a lareorganización de la producción, no hacían otra cosaque dilapidar la riqueza nacional. Algunos historiadoresy ensayistas, con un criterio ingenuamente populistapretenden ver un tono revolucionario en esta actividad"espontánea" de las partidas sueltas. Los hechos dicen,por el contrario, que estas faenas de corambre se reali-zaban por cuenta de aprovechados especuladores y co-merciantes, tales como Pedro Pablo de la Sierra y otros.

De más está decir que en la Revolución la destruc-ción que importa es la de las relaciones atrasadas de

producción y la de las estructuras políticas que las acom-pañan. Una auténtica Revolución no se propone destruirlos bienes materiales, sino, por el contrarío, conservar-los y propender a su aumento. Justamente la organiza-ción de la producción y de su apropiación es el objetivohacia el cual se dirige la Revolución. Nuevamente ladialéctica quiere que la "espontánea" y "libre" actividadde las masas solo ayudase a enriquecer a la clase especu-ladora que pugnaría a la postre por aplastar a las masas.

La política de Artigas fue en este caso como en otroscasos, de gran profundidad. Lejos de alentar la destruc-ción de los, bienes materiales y la apropiación "a la li-bre" de los ganados de los enemigos, declaró sobre estosbienes el derecho de la Provincia en su conjunto. EnArtigas nunca se encontrará el afán de enriquecimientopersonal con el despojo de los enemigos ni la concesiónde privilegios a sus hombres de confianza. Tanto perse-guía a los aprovechados comerciantes montevideanos

que especulaban a la baja de precios de los cueros quefinanciaban la Revolución, como a aquellos de sus te-nientes que intentaran hacer corambres para beneficiopersonal, (Faustino Tejera, Lino Pérez, cte.).

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Unido a este problema se encuentra el modo jaco-bino con que Artigas financió la revolución popular. Losganados de los enemigos debida y regularmente comer-cializados, fueron casi la única fuente de la Tesoreríarevolucionaria, junto a los derechos de aduana. Mien-tras el gobierno porteño y la segunda revolución de in-dependencia oriental (1825-28), así comti los sucesivosgobiernos independientes de ambas márgenes del Plataorganizaron el financiamiento de' las guerras revolucio-cionarias o civiles con el oneroso expediente del prés-tamo usurario, Artigas entendía que el costo de la Revo-lución debía ser pagado por los enemigos de ella, del

sistema popular y, lo que es más importante que nadiepodría cobrar a la patria los mezquinos aportes en dine-ro o en ganado que en uno u otro caso pudieran ofre-cerse. También en este aspecto el camino artiguista di-fería radicalmente del que aplicaron los gobiernos delUruguay independiente y que tanta sangre y riquezacostara al país.

Obtenida la paz, el arreglo de la campaña irriplica-

ba la repoblación ganadera, la reorganización de los ro-deos y todas las medidas conducentes al desarrollo dela riqueza fundamental del país. Era un punto vital pa-ra la suerte futura de la Provincia. El ganado constituyala producción básica, el alimento de la población y de-las tropas, y el cuero el único producto exportable, acambio del cual había que conseguir las armas.

Pero el "arreglo de la campaña" implicaba asimis-'

mo resolver la situación de la tierra en la Banda Orien-tal. En primer lugar, era necesario dar destino a las tie-rras de los emigrados, "malos europeos y peores ame-ricanos", que no podían mantenerse improductivas y quéconstituian una importante extensión de la tierra ocu-pada durante la colonia.

El problema era aún más complejo. porque habíaque resolver la situación de numerosa población sin tie-

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rra: los campesinos desalojados de la época colonial,peones, arrendatarios, agregados, indígenas, gente todaque 'había carecido de tierra durante la colonia y quese había incorporado en masa a los ejércitos de la Revo-

lución, en repudio de un régimen que no contemplabasus necesidades.El "arreglo de la campaña", entonces, iba a deter-

minar distintas posiciones según los intereses que repre-sentaran quienes lo abordasen, e iba a convertirse enun problema cardinal para la definición del sentido y laorientación del movimiento que triunfara en 1815.

En torno a él se deslindarían posiciones bien defi-

nidas. Por un lado estaba el criterio de Artigas, sensiblea los intereses y a las necesidades de aquellos sectoressociales más castigados bajo el régimen colonial, com-prendiendo además que la satisfacción de sus necesida-des primarias era la condición de mantenerlos en la lu-cha activa en defensa de la Revolución y, particularmen-te en el caso de la población nómada, ya de origen es-pañol, ya de origen indígena, para asimilarlos a la vida

productiva y regular, constituyendo con ellos la base deldesarrollo futuro de la Provincia.

Por otro lado estaba el criterio de los grandes ha-cendados, para quienes la independencia no implicabaforzosamente una revolución ,sino que, liberados delyugo español, consideraban alcanzados los objetivos delmovimiento. Lograda la separación nacional, pensabanque había que poner orden en la campaña, garantizarla propiedad, hacer respetar las marcas de ganado, perosin entrar en innovaciones -que alteraran el status socialque el movimiento emancipador 'había encontrado.Antecedentes de una política agraria

No era ésta la primera oportunidad en que Artigasrepartía tierras. Ya lo había hecho bajo el régimen es-pañol como ayudante de Azara en la colonización de

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Batoví y como Comandante de la Campaña en 1808,en la zona norte del país. Pero a partir de 1815, luegode la derrota de Buenos Aires y de la ocupación de Mon-tevideo, toma las primeras resoluciones de carácter ge-neral y que por lo mismo van a tener trascendencia de

carácter social y politico, aún antes de que se dictara elReglamento de 10 de setiembre de 1815.

El 31 de julio de 1815, Fernando Otorgués, en ofi-cio al Cabildo Gobernador de Montevideo, expresa:Habiendo de repartir algunos terrenos de los pertene-cientes a la Prov.a 6 a Europeos, entre aquellos hom-bres laboriosos que quisieran cultivarlos para si, dán-doles un n.o (de tierras) capaz de formar un buen esta-

blecimiento. tendrá V. S. la.. de hacerlo saber a esoshabitantes y circular este conocimiento a los pueblas,p.a q.e noticiosos los que gusten disfrutar este beneficiose dirijan al Cuartel General que debo fixar en el Frai-le Muerto, y tenga de ese modo efecto las miras q.e miS.or Gral. se propone en esta medida y me recomienda.Seguramente en virtud de esta autorización Otorguéshace algunas adjudicaciones de tierras entre el arroyoGarzón y José Ignacio, y Lavalleja en Colonia.

Vale decir, entonces, que ya antes de dictarse elReglamento, Artigas había autorizado a uno de sus jefesmilitares a repartir tierras de la provincia o de los ene-migos de la Revolución. Así lo comunica al Cabildo enoficio del 18 de agosto de 1815: Pasé la orden al Co-mandante de Vanguardia p.a q.e pusiese el ord. posibleen la campaña y propendiese al fomento de las estan-cias según anuncié á V. S. en mis anteriores pro.as.Igualmente.hise pres.te á dho. Com.te q.e en los segu-ros q.e se diesen a los interesados fuese con la siguienteespecificación: hasta el arreglo gral, de la Prov.a Loque transcrivo á ,V. S.'p.a su conocimiento. La impor-tancia de esta medida y la multitud de negocios q.e merodean me privaron de impartirla por este conducto. En

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lo sucesivo D.n Fernando Torgués recibirá la aproba-ción de V. S. en la repartición de Terrenos á cuyo efectole dirijo el adjunto oficio. Entretanto V. S. tenga la bon-dad de proclamar en los Pueblos la necesidad de poblar

y fomentar la campaña, mientras llega el S.or Ale. y po-damos poner en execución aq.as que se crean más efi-caces p.a la realización de tan importante objetivo.

Ya anteriormente en la correspondendia de Artigascon el Cabildo se advierte su inquietud por los proble-mas de la campaña. En efecto, le decía que .antes deformar el plan de arreglo de la campaña sería convenien-tísimo que el Cabildo publicase un bando y lo transcri-

biese a todos los pueblos de la Provincia para que loshacendados poblasen y ordenasen sus estancias por sí o por medio de capataces, reedificando sus posesiones,sujetando sus haciendas a rodeo, marcando y poniendotodo en el orden debido para superar la confusión quese experimentaba; le ordenaba que fijase el término dedos meses para esa operación bajo apercibimiento quede no cumplir esa determinación sus terrenos serían

positados en brazos útiles que con su labor fomenten lapoblación y la prosperidad de la provincia.

El 8 de agosto de 1815 escribía Artigas al Cabildo:Entretanto vele V.S. de ntra. Campaña, segn. anuncié áV. S. en mi última comunicación. De lo contrario nosexponemos á mendigar. Cada'dia me vienen más partesde las tropas de ganado q.e indistintamente se llevanp.a adentro. Si V: S. no obliga a los hacendados á poblary fomentar sus estancias, si no se toman provid.s sobrelas est.s de los Europeos, fomentándolas aunq.e sea acosta del Estado. Si no se pone una fuerte contribucióná los ganados de marca extraña introducidos en las tro-pas dirigidas p.a el abasto de esta Plaza y consumo desaladeros todo será confusión: las haz.das se acabarántotalmente y por premio á nuestros afanes veremos del

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Proceso de formación del Reglamento

El Reglamento no surgió de un acto de improvisa-ción, sino que estuvo precedido de una serie de actos

preparatorios. Además de algunas medidas prácticasorientadas en la misma línea. como el reparto de álgu-nos terrenos de emigrados o fiscales, y además de variasdisposiciones que afectan materias que serán encaradasen aquél cuerpo de disposiciones. se reunió una juntade Hacendados que fue convocada por el Cabildo, yuna delegación se dirigió posteriormente a Purificaciónpara, discutir el punto con el jefe de los Orientales.

Así, en las Actas del Cabildo Gobernador constaque se consideraba `el estado decadente actual de laCampaña" y que: después de varias 'discusiones creyóS. E. de, unánime conformidad ser lo más acertado elembio del Sr. Alcalde Provincial D. Juan de León(también presente) y el hacendado D. León Pérez cer-ca del Exmo. Señor Gral. para q.e elevando y recibien-dó todas aquellas instrucciones necesarias,, pudiesen por

sí llenar las rectas miras de que dho. Señor Gral. y esteCabildo se hallan poseídos. Acto continuo creyendoigualmente S. E. q.e p.a obrar en este caso particularcon el devido acierto era muy del caso se formase unaJunta de Hacendados residentes en esta Capital y ensus inmediac. p.a q.e proponiendo cada uno quanto fue-se más conducente al objeto deseado se elévase á dho.Gral. todo aquello q.e mereciese más atención, acordó

q.e, así se exercitase presidiéndola dho. Alcalde Provin-cial, con asistencia de Secretario p.a la devida formaciónde un Acta que acreditase quanto se hubiese tratado, yq.e al efecto se hiciesen las correspond.tes listas de todoslos Hacend.s Americanos que fuese posible.

Esa junta de Hacendados, compuesta fundamental-mente por aquellos que residían en Montevideo, es de-cir, con un peso mayor de grandes estancieros, se reunió

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el 11 de agosto de 1515. A esa reunión, celebrada en elCabildo, asistieron también el Alcalde Pro_víncial Juande León y el Comandante de Armas Fructuoso Riveíá.En el acta se consigna que Juan de León expresó: Quehallándose comisionado por el Excelentísimo CabildoGobernador para apersonarse con el ciudadano LeónPérez ante el Excelentísimo S.or Capitán General donJosé Artigas, con el objeto de hacerle presente el desa-rreglo en que la campaña de la Banda Oriental se hallahoy día, y todo aquello que más pudiese convenir a suremedio, había asimismo, dispuesto se formase la pre-sente Junta, para que tratase y expusiese cuanto fuese

del caso al efecto indicado, y que, en su virtud hiciesenpresente cuanto hallaren necesario al logro de tan im-portante objeto. En este concepto, tomando la palabrael ciudadano Manuel Pérez manifestó que su parecerera el que se expresaba por escrito en un papel queexhibe constante de diez y nueve capítulos. el que leídoen alta e inteligible voz por el Secretario fue aprobadoen todas sus partes por los ciudadanos Miguel Classi y

José Agustín Sierra, disponiendo, en su consecuencia,todos los demás señores, que se le diese original al SePresidente para que lo elevase al Superior conocimien-to del señor General. Seguidamente, presentó el ciuda-dano Francisco Muñoz su dictamen también por escrito,el que leído igualmente ordenaron los señores se prac-ticase con éste como en el antecedente.

Inmediatamente tomando la palabra el señor Co-

mandante don Fructuoso Rivera; expuso era de parecerque ante todas las cosas se pusiese remedio en punto alos continuos abusos que públicamente se observabanen los Comandantes y tropa que guarnecen los pueblosy Partidos de la Campaña... Siguió Rivera expresandoque: estos robos eran unos motivos que arruinaban atodo hacendado y que aun cuando dicho ganado lo ex-trajesen de algunas estancias que haya abandonadas, era

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un perjuicio que se infería á la Provincia, como lejítimadueña de ellas, por ser pertenencias de Europeos.

Juan de León y León Pérez, finaliza la junta, rea-lizaron consultas con Lucas Obes y marcharon a Puri-

ficación llevando los títulos de propiedad expedidos porlos Gobiernos de Montevideo y de Buenos Aires desde1810 hasta 1815. No conocemos aún la posible. docu-mentación -si es que existe- que nos permita reflejarel trabajo de elaboración que realizara Artigas con loscomisionados montevideanos. Solo es posible suponerque en el Reglamento aprobado el 10 de setiembre, seencuentran reflejadas ante todo, las ideas del hombremás avezado y conocedor de los problemas de la campa-ña y de las aspiraciones de las masas campesinas traba- jadoras: José Artigas.

APLICACION DEL REGLAMENTO3.

Son muy numerosos los estudios analíticos conoci-

dos sobre el contenido del Reglamento Provisorio. Nonos proponemos, pues, insistir en el agrupamiento queotros autores han realizado con bastante claridad y dis-cernimiento.. Sin embargo, el análisis del Reglamentotiene otro valor a partir del largo conocimiento que desu aplicación hoy poseemos como fruto de nuestras in-vestigaciones. Iluminado por lo histórico concreto, el Re-glamento se agiganta como un cuerpo de disposiciones

sabio, realista, y perfectamente consustanciado con larealidad social y material sobre la que se aplicaba (1).

Como veremos más adelante, el Reglamento. se pro-pone solucionar los problemas más urgentes que se plan-teaban a la Revolución. De ahí que en U coexistan latransitoriedad y la profundidad de planteos, pero am-bas armoniosamente dirigidas a salvar la revolución y

(1) Ver en Apéndice, página 181, el texto completodel Reglamento.

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a eternizar sus raíces. Por un lado el Reglamento es undurísimo instrumento político y revolucionario: castigaa los enemigos de la.revolución y de la provincia, a lavez que acoge en sus beneficios a todos los, patriotas.Indisolublemente unido a su carácter político se encuen-tra su afilado acento económico-social. El reglamentoaparece pues, como el programa económico-social de larevolución, enderezado a cortar el nudo principal de lascontradicciones que atenazaban la sociedad criolla: elproblema de la propiedad de la tierra y el de la pro-ducción ganadera. Y al mismo tiempo, se dirige a asen-tar sobre la tierra a los pobres del campo, creándoles lascondiciones para su bienestar y trabajo libre, y a erra-

dicar las viejas y ahora parasitarias y contrarrevolucio-narias formas de existencia marginales de la producción:bandidismo, contrabando, corambre, etc.

E1 reglamento comienza por crear los órganos eje-cutores de todas sus disposiciones, así como las jurisdic-ciones y facultades de que estaban investidos, legislan-do sobre sus relaciones mutuas y subordinaciones. Taleslos artículos 1 al 5, 20, 26, 27 y 29.

En segundo término, los encargados de gplicar el

Reglamento, debían dirigirse a fomentar la poblacióny producción ganadera, para lo que debían estudiar encada una de sus jurisdicciones, los terrenos habilitadosy los, hombres agraciados que fueren dignos de ellos:zambos y negros libres, indios, criollos pobres, viudascon hijos, prefiriéndose los americanos casados a los sol-teros y éstos a cualquier extranjero.

El Reglamento proponía rápidas 'y justas medidaspara dar inmediata posesión de los terrenos a los agra-

ciados, ejecutividad que recíprocamente se exigía a losagraciados, los cuales debían formar rancho y dos co-rrales en dos meses. La omisión de esta cláusula, supo-nía la amonestación y un nuevo plazo de solo un mes,transcurrido el cual, el negligente perdería sus derechos,

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otorgándose el terreno "a otro vecino más laborioso ybenéfico a la Provincia'.

Los terrenos constarían de legua y media de frentey dos de fondo, con la condición de otorgar aguadas,linderos fijos, de tal modo que se evitasen las desavenen-

cias entre vecinos. Buscando impedir el privilegio nadiepodría ser agraciado con más de una suerte de esta clase,así como nadie podría enajenar ni gravar sus propiedades.

Junto al terreno se ofrecían ganados de, los que sehallaren en terrenos de la misma clase de ls expropia-dos; una serie de medidas respecto al ganado busca-ban impedir la desigualdad de su apropiación, así comosu extinción o exportación.

En el cuadro del libre acceso de todos los hombresa la tierra, el Reglamento buscaba desterrar los vagos,malhechores, que parasitasen sobre la producción y lapropiedad de los pobres del campo contraídos al trabajolibre. y digno.

El Reglamento no confisca todos los grandes lati-fundios. Por lo que se verá después no era ni tácticoni necesario. La revolución no se proponía liquidar to-dos sus aliados dentro de las capas ricas del campo ensu lucha contra el centralismo porteño y el poder portu-gués, pero lo que es más importante, no era tampoconecesario para los fines que el Reglamento se' proponía.Esto es muy claro a la luz de nuestras investigaciones,por las cuales se comprueba que los malos europeos ypeores americanos eran dueños de la inmensa mayoríade la gran propiedad latifundista. Por el contrario, salvomuy escasos y conocidos ejemplos (Joaquín Suárez, To-más García de Zúñiga, Martínez de Haedo, los Rivera,los Oribe, Bauzá), todo el partido patriota estaba cons-tituido por un pequeño número de medianos propieta-rios y una inmensa mayoría de pequeños propietarios ypobres sin tierra (negros y zambos, indios, criollos po-bres). De ahí, que para los fines que el Reglamento se

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proponía, y atendida la escasa población relativa de laépoca, los terrenos de "malos europeos y peores ameri-canos" eran suficientes y en ellos hubiera podido aco-modarse a la inmensa mayoría de los pobres del campo.

De más está decir que con su traición de los años 17 al19, y en condiciones de paz, incluso aquellos arribamencionados, hubieran sido condenados a perder suspropiedades en beneficio de otros poseedores.

El Reglamento por lo tanto confisca a los "maloseuropeos y peores americanos", pero en la dureza revo-lucionaria artiguista, no se encuentra la gratuita ven-ganza feudal. Lo que tantas lágrimas e injusticias pro-vocó la guerra expropiadora de blancos y colorados a lolargo del siglo XIX, estaba expresamente desterrado delReglamento provisorio: ni las mujeres ni los hijos paga-rían la culpa política de los padres. Para ellos, el reda-mento ofrecía exactamente lo mismo que se ofrecía alos patriotas pobres, atendiendo sus necesidades deacuerdo con el número de hijos (1).

Por último, el Reglamento esconde un articulo muyimportante. Al decidir que todos los terrenos dados an-tes de la aplicación del Reglamento se acogieran obliga-toriamente a las prescripciones que en él se detallaban,cortaba de raíz los lazos feudales de dependencia per-sonal entre masas pobres y caudillos militares. El pro-pio Artigas, lo haría notar a uno de sus particularesagraciados. Teniendo en cuenta las nefastas consecuen-cias que la donación feudal de tierras arrojó en todanuestra historia, este artículo adquiere una particularrelevancia.

( 1 ) Así se dispuso concretamente cuando se aplicó a loslatifundios de Fernando Martínez, Benito chain, Miguel Zamora,

Juan Francisco Martínez, ,

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Las generaciones que realizaron la revolución orien.tal habían llegado a la misma con una singular repre-sentación de la sociedad, y ante todo con una explosivae inquietante conciencia sobre la propiedad.

Es cierto que toda la dominación eólonial, su cul-tura, sus temas, sus sobrentendidos, proponían a los hom-bres un determinado concepto de propiedad: La pro-piedad es sagrada, inviolable, un cuasi derecho natural.La burguesía española, ávida, cuando llegaba a estas

playas, leyera o no a lo mejor de los escritores de la bur-guesía de la época, aceptaba, sugería y juraba que taleseran sus santos de devoción. Pero no se puede impune-mente y durante mucho tiempo, ejercer el contrabando,el corso, el monopolio y el privllegio, sin por lo menosestar dispuestos a vivir también durante mucho tiempo,con la conciencia fracturada. Y sobre todo no se puederealizar la increíble apropiación de la tierra y de los ga-

nados que se realizó durante la etapa colonial en la Ban-da Oriental sin pagar cierto tipo de consecuencias.En 1810-15 actuaban, grosso modo, dos generacio-

nes: la que vivió la expansión montevideana sobre latierra oriental en el período 1770-1800, y una joven ge-neración -1800-15- que estaba pagando sus consecuen-cias. Padres e hijos. Cuando cada oriental del llano admi-raba la poderosa Azotea del latifundista abroquelada en

la loma y cerrando la rica rinconada, o cuando se exta-siaba ante el tren del poderoso acopiador y saladeristacapitalino, podía dirigirse a sus mayores e interrogarlossobre "él origen de ,la desigualdad entre los hombres";seguro de que la respuesta no necesitaba ni abstraccio-nes ni archivos empolvados, para dar plena satisfacción.La apropiación de la tierra, el despojo de los ganados,la acumulación de onzas, era una historia demasiado

resente, carente de eufemismos, sin tradición de con-

Las desventuras de la "propiedad privada"en la revolución de independencia

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sensos ni respetos. E1 derecho privado la propiedad pri-vada aparecía desnuda; sangre, desalojos, expropiaciónde los poseedores. Los historiadores, los abogados, loscuras, la jerarquía estatal, eran incapaces de ofrecer res-peto a lo que nada tenía: no habían tenido tiempo. Esta

era una verdadera desgracia para las clases doniinantesde la Banda Oriental.Una inmensa masa de desheredados del campo se

había educado en dos formas básicas de irrespetuosi-dad ante la propiedad. O sufriendo las sucesiva ex-pulsión de los lugares donde. se asentaba, por los gran-des detentadores y denunciantes de la campiña fronte-riza siempre cambiante, es decir abjurando de "esta"propiedad privada que habían sufrido y visto, o parti-

cipando en las partidas clandestinas de corambre y. con-trabando (cuya masividad como fenómeno económico,la hacía tan honorable como la legal) o habiendo cono-cido ambas formas.

Cuando advino la revolución, la burguesía comercialque proporcionó los primeros cuadros dirigentes agregóentonces "su- modo de violación de la propiedad privada:el de la confiscación inherente a toda revolución triun-fante, y más o menos formalmente, engullida por lapropia burguesía. Toda burguesía triunfante, sobre todocuando su victoria viene envuelta en el halo de la libe-ración nacional, entiende que los vencidos deben pagarla fiesta. La burguesía, tan adicta al respeto eterno dela eterna propiedad, no es tan hipócrita como se piensacuando al cabo de toda revolución viola la propiedadprivada de los vencidos y la digiere sin rubor. La bur-guesía opera como sabiendo algo que Marx expresara:

la propiedad privada no es la cosa apropiada sino larelación de apropiación. Cuando toda una burguesíatriunfante expropia a toda otra clase dominante noaltera en lo más mínimo la propiedad privada, pues man-tiene inalterable la propiedad como relación de explota-

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ción de .trabajo humano, limitándose a subrogar a loshombres que en la relación usufructuaban la apropiación.

Ninguna de estas formas era negación general de lapropiedad privada, eran meramente una negación parti-cular, concreta, de una "determinada" propiedad priva-

da, la de todos aquellos que habían combatido contralos patriotas. Pero la revolución en su decurso propusootras cosas y deslizó otras posibilidades. Entonces, unaclase entendió que el deterioro de la propiedad privadadebía llegar hasta aquí, otra; más allá, hasta que, natu-ralmente, ya nadie entendió por qué no podía llegar hastadonde a cada uno se le ocurriera.

Un modo de ser de la revolución complicó la hibri-dez de todas las soluciones y de todos los conceptos: la

guerra. Apoyándose sobre la debilidad y recientismo delas relaciones burguesas en el mundo colonial, los hom-bres que hacían la guerra, que naturalmente adquirieronprestigio, mando; y por lo tanto el respeto y subordina-ción de otros hombres, de tanto ser el predicado armadodel poder de la burguesía, devinieron en sujeto armadode un estamento jerarquizado: el ejército revolucionario.Y de entre ellos, algunos propusieron otro modo de des-

conocimiento de la propiedad burguesa, el de la negaciónfeudal, que se apoya en la tierra  como cosa, para edificarel mundo de las relaciones de dependencia personal.

Pero estos hombres no inventaron las relacicres dedependencia personal, en buena parte las habían hereda-do. Porque la historia de la apropiación de la tierra y delos ganados en la Banda Oriental se había desnudado co-mo lo que realmente era: la expropiación de los medios deproducción a los productores directos con la consiguiente

subordinación de los hombres despojados. Deminciar uncampo, "apropiárselo" con endebles documentos o títulosperfectos, no era solamente. adquirir el derecho a la tierrao a sus frutos, sino también el derecho a recibir unacuota determinada de hombres subordinados sobre la

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tierra o en la sociedad. En la mayor parte de las veces,el obtener un campo no tenía por qué significar el desa-lojo de los hombres allí asentados, sino -y fue lo máscomún- significaba subordinarlos a variado título: como

peones, puesteros, agregados, medianeros o arrendatarios.Aquellos acaparadores de tierras que se conformabancon una renta de "una bola de sebo" o "una docena depollos" sabían lo que hacían cuando despreciaban larenta capitalista para obtener el -señorío" sobre variossubordinados. Sobre todo los puesteros, los agregados. losmedianeros, grandes hacendados algunos, vivían en lo.tierra y ejercían su explotación a título de dependientes,

y así como se subordinaban hacia arriba, subordinabanhacia abajo a pequeños hacendados, cargados tambiéncon su pequeña cuota de agregados. Todo aquello eraaún caos formativo, sin rigideces, lábil, pero justamenteal finalizar el período colonial, la mera posibilidad seestaba transformando en una realidad dispuesta a escle-rosarse. La definitiva repartición de la tierra estaba porcerrarse y los hombres ya estaban accedíendo a la tierra

sólo y a través de la inserción en las relaciones de depen-dencia ersonal.

¿Qué revolución triunfará?

Cuando la revolución oriental aparecía triunfante yconsolidada, todas estas formas de desconocimiento de lapropiedad privada se desencadenaron. Con Otorgués,laburguesía girondina hizo "pata ancha" y a caballo de la

 junta de Propiedades Extrañas y de los abastecimientosal ejército y préstamos al joven Estado comenzó a tejersu viejo oficio: la acumulación primitiva de capital me-diante la confiscación de los vencidos y la extorsión alEstado-pueblo. Los caudillos militares -por su parte-elevados en el fragor revolucionario a puestos de deci-sión,- operaron según los parámetros más inmediatos. Su

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conducta es una faceta de lo que las clases dominantesrecordarían con horror: la anarquía. Colocados en lacampaña, comenzaron a apropiarse los ganados y a cue-rear a troche y moche.

Cierta historiografía ingenuamente "populista". hacreído ver en esta actividad de las "partidas sueltas" laquintaesencia de la revolución radical. Pero la audazburguesía montevideana y sobre todo los comerciantesingleses jamás fueron tan cándidos. Pues "partidas suel-tas" corambreras y comercio ultramarino son' términos deuna misma ecuación. Se puede bordar toda una épicasobre aquellas bandas trashumantes que aterrorizaban

los pueblos y vaciaban las estancias de los grandes ha-cendados, pero también se puede uno preguntar quépasaba con los cueros y con la carne.

Las "partidas sueltas" -otra vez más- no arañabansiquiera la propiedad privada, arruinaban a determinadospropietarios privados, pero enriquecían a otros. Pero nomeramente a otros, sino que sobre todo, se hicieron agen-tes inconscientes de la peor forma de circulación mer-

cantil. Ladrones o comerciantes, tanto da, cumplían ti.:;.función económica: la comercialización de los cueros yganados a tres tipos fundamentales dé acopiadores y ex-portadores: montevideanos, ingleses y portugueses. La-drones o comerciantes, tanto da, cumplieron su tarea,parasitando sobre la producción y agotando -de unasola vez- la riqueza ganadera del país y_ fortaleciendoeconómica y políticamente a las clases que derrotando a

la revolución terminarían por esclavizar a los mismoshombres de que se habían servido.De esta forma, el modo de circulación de la riqueza

ganadera oriental, la realización de la producción, con- jugaba en una misma suerte a dos clases aparentementeenemigas: la burguesía comercial portuaria (criolla yextranjera) y los grupos desorganizados que parasitabanen el ejército revolucionario y en la sociedad rural.

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Como es natural había una clase totalmente contrariaa este curso de las cosas: los hacendados del bando pa-triota. La junta de Hacendados de agosto de 1815 essumamente ilustrativa al respecto. Rivera se hace enton-

ces el portavoz de los hacendados ricos y acomodados dela campaña. Su programa es muy, simple: concentrar lásfuerzas militares en los pueblos y quitarles todo poder. yatribuciones políticas y económicas. Para los hacendados,las "partidas sueltas" se estaban transformando en suruina, y bien sabían que por el contrario todo deveníaen beneficio de los aprovechados especuladores que co-mercializaban sus depredaciones.

Artigas es sensible a sus requerimientos y un con-

unto de medidas aparentemente inconexas conforman unsólido plan: 1) Se concentran las fuerzas militares en lospueblos y se amonesta y separa a los caudillos depreda-dores; 2) Se persigue el vagabundaje y el bandidismo;3) Se castiga a la capa más "desaprensiva" y especulado-ra de la burguesía criolla en sus principales cabezas (ioh,los grillos de Purificación!)'; 4) Se prohibe a los extran-eros, patricularmente ingleses, el realizar el comercio

interior; 5) Se destaca a Otorgués a la frontera con Brasilpara la doble función de vigilar al Imperio e impedir eltrasiego de cueros y ganados.

Hasta aquí, todos los hacendados estuvieron deacuerdo. Pero hasta aquí. Artigas era uno de esos hom-bres que entendía las cosas de otro modo. Por lo menos,y para no atribuirle una metafísíca v prenatal vocaciónpolítico-social, había llegado a entenderlo de otro modo,Y este modo era el que se había forjado en una peculiar

dialéctica entre el gran caudillo y las masas de peque-ños hacendados y paisanos sin tierra.Desde el nacimiento de Montevideo, la Banda Orien-

tal había conocido una clase de pequeños hacendados,propietarios libres sobre la tierra libre, cuya biografíahistórica estaba consustanciada con la lucha empeñosa y

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casi secular de la pequeña propiedad contra la gran pro-piedad latifundista y el gran comercio acopiador y mo-nopolista. De ellos, sobre todo, había nacido el senti-miento de frustración ante el proceso de acaparamientode tierras de los grandes denunciantes y validos del ré-gimen colonial. Procreando generaciones educadas en laautoconciencia de su penuria como fruto de la holgurade los menos, su principal reivindicación era el accesoigualitario de todos los hombres a la tierra. Corroídacomo clase por la diferenciación económica entre media-nos y pobres, la pequeña burguesía rural-ganadera en-contró, en Artigás, el conductor que le dio solidez y con-figuración social y política.

Pero era sobre todo la clase de los desheredados dela campaña, la que había obtenido en la revolución elsentimiento de dignidad humana. Aquellos mestizos in-descifrables, aquellos indios que sólo conocian la degra-dación, aquellos libertos que de cosa saltaban asoldadospatriotas, aquellos paisanos sometidos y escarnecidos,errantes hoy, trabajadores mañana, fueron en definitivalos que más ganaron con la revolución, y los que hallaronen la explosión de la represa colonial todo un mundo a

ganar. La revolución, con toda la contundencia de su po-der, les abría amplios horizontes pero sólo dos grandesrutas.

Un camino lo abría todo el contexto conocido de larevolución rioplatense. El ejército se transformaba a rasosagigantados en un instrumento autónomo de creación deriqueza y redistribución de la propiedad. Cada vez quela revolución derivaba en guerra civil y ésta se parcelabaen guerra de facción y caudillo, la guerra devenía cada

vez más en lucha por la riqueza de los vencidos hastaque en muchos de sus aledaños no fue otra cosa quebandidismo. Nació así la "división patriota" que alternabael cumplimiento de sus tareas militares con el saqueo.Operando, en cierto modo, al viejo estilo de la "truste",

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subordinación de los hombres dentro de la partida y reparto.del botín en relación a esa subordinación, la "par-tida suelta" devino en un poderoso foco de atracción delas masas de desheredados que no podían menos que des-lumbrarse ante la efectividad y prestigio de aquellos hom-bres, que pidiendo subordinación pagaban con ganadosy tierras.

Artigas advirtió el peligro de esta ruta, que-sólo po-día desmenuzar y hacer inerme a la clase revolucionariasobre la que se apoyaba él poder de la nación en armas.Rehacer dentro de los paisanos pobres las relaciones de jerarquía v subordinación preexistentes en la colonia eramatar el futuro de la revolución. Ese camino sólo podíatransformar la clase en agrupamientos enfrentados, ese

camino sólo podía transformar la riqueza del país en unpáramo. Jamás la democracia social había sido tan ne-cesaria.

Por supuesto Artigas no estaba dispuesto a recorrerel estrecho sendero que proponían los ricos hacendadosdel bando patriota. Artigas sabía que en los pobres delcampo coexistían el "gaucho" ("usted sabe cómo sonnuestros paisanos") y el honrado trabajador. Los glandeshacendados con Rivera a la cabeza sólo proponían un

camino: la "policía de campaña"; los caudillejos localesaguijoneados por los especuladores urbanos sólo conocíanotro: la arbitrariedad en la distribución de tierras y ga-nados para edificar su poder; Artigas y •Monterroso com-prendieron que el "arreglo de los campos" no era un pro-blema de cualquier relación entre los hombres y la tierrasino que era un problema de relación entre los hombres:el libre, democrático e igualitario acceso de los hombresa la tierra sólo se lograría con la liquidación de las re-laciones de subordinación personal entre los hombres.Sólo una ley revolucionaria, objetiva, un verdadero de-recho al modo burgués, podía desterrar el privilegio; ladependencia semifeudal. Tierra libre y hombres libres

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eran una sola ecuación: el Reglamento Provisorio de 181.1fue la más avanzada y gloriosa constitución que conocie-ron los orientales.

Advertencia sobre las dificultadesde la investigación

" ... estos procedimientos no, perderían el carácterde hechos atentatorios contra la seguridad individual, ode golpes de ocho descargados en la crisis dé una anar-quía por un poder colosal que había despedazado todoslos frenos...- "...usurpaciones hechas p.r otros particu-lares en tiempos de desorden y calamidad..." (Palabras

del Fiscal Bernardo Bustamante enjuiciando los repartosde tierras artiguistas).

Se ha hecho un lugar común en nuestra historiogra-fía la idea de que el Beglamento no tuvo mayor aplica-ción, incorporándolo así al capítulo de los buenos propó-sitos de Artigas, sin que haya tenido relevancia práctica.

No obstante podemos afirmar -y en el debido mo-mento lo hemos probado- que este cuerpo de disposi-

ciones fue una pieza fundamental de la política arti-guista y que en el año escaso en que estuvo vigente enépoca de paz -desde el 10 de setiembre de 1815 hastaagosto de 1816 en que se produce la invasión portugue-sa- el Reglamento tuvo una aplicación masiva.

No es difícil explicarse por qué razón la generaciónde historiadores dé los últimos 50 años se encontró tandespistada en relación a la importancia del ReglamentoProvisorio en la revolución artiguista. Ellos fueron here-deros de una historiografía que si bien edulcoró al Ar-tigas legislador, ocultó cuidadosamente lo que sí sabía'sobre el Artigas revolucionario agrario. Porque algo debequedar muy claro: la revolucionaria política agraria arti-guista fue profundamente conocida a lo largo de todoel siglo XTX.

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Baste pensar en José Pedro. Carlos María, Gonzaloy Octavio Ramírez, nietos de José Ramírez Pérez; Fran-cisco Magariños, Mateo y Alejandro Magariños Cervan-tes, los Magariños Solsona, los Mora Maragiños, Gabriel

y Alberto Palomeque, herederos de Mateo Magariños; los /Villademoros y los Algorta, herederos de Carlos y AlonsoPeláez Villademoros; los Salvañach. Diago y otros he-rederos de Cristóbal Saloañach; los Albín, los GomensoroAlbín, T. Villalba y Albín, herederos de Melchor y Fran-cisco Albín; los Juanicó, Soria, Vargas, Viana, herederosde la gran casa Viana-Achucarro; los Sayago, herederosde luan de Arce y Sayago; Diego Martín Martínez y

Martín C. Martínez, herederos de Fernando Martínez;los Sáenz de Zumarán, herederos de Milá de la Roca; losAlzaga, herederos de José Villanueva Pico; etc., etc.Todos estos conocidos personajes, dirigentes de la políti-ca uruguaya a lo largo del siglo XIX, sabían perfecta-mente por qué odiaban o por qué se odiaba a Artigas.Les bastaba dar una mirada a los expedientes qué co-rrían en sus bufetes o juzgados, o leer cariñosa o me-

lancólicamente sus títulos de propiedad, para saber per-fectamente qué había hecho Artigas con los prodigiososlatifundios de sus mayores. Todos sabían que sus abue-los, padres y a veces ellos mismos habían realizado desde1820 hasta fines del siglo XIX, los juicios, sangrientose inhumanos juicios de desalojo de los patriotas pobresagraciados por Artigas,

Carlos María Ramírez y Alberto Palomeque lo afir-maban: "sus padres y abuelos no podían oir hablar deArtigas" y Luis Melián Lafinur, el desfalleciente y últimode los detractores de Artigas, sabía lo que hacía cuandoreclamaba a las clases dominantes que abjuraran deArtigas. Señores -les decía- en la campaña circula unrefrán muy conocido: "Es más malo que Artigas" carac-terizándose así al hombre sin entrañas. Por supuesto que

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acuñado en el seno de los grandes latifundistas. Otraera la opinión de los pobres del campo; todos, todos co-nocían esas opiniones, estaban grabadas en sus mismostítulos de propiedad, en los expedientes sobre reivindica-ción de campos que atesoraban en sus cajas fuertes.

¡Cuánta sangre no se había derramado para borrarel legado artiguista, cuánto auto, notificación, recurso ylanzamiento no habían decretado para ahogar esas opi-niones!

Cuando Tomás Francisco Guerra buscaba en 1826consolidarla propiedad de su suerte donada por Artigasafirmaba: "Millares de habitantes en la campaña poseeninmensos campos donados en igual forma".

A partir de este dato ¿es un objetivo posible recons-truir el mapa cuidado y minucioso de esa inmensa apli-cación atribuida al Reglamento artiguista? No cabe dudade que en buena parte es posible hacerlo, pero no esmenos cierto que, salvo un repositorio documental mila-grosamente rescatado en un incierto futuro, determinaday gruesa parte de aquella actividad está definitivamenteclausurada para la investigación histórica. Y veremos'por qué.

14 El Reglamento preveía determinado trámite deconcesión de terrenos, cuya protocolización debía reali-zarse en el archivo del Cabildo en un registro especial.Como es sabido, existe un Cuaderno de Donaciones, queapenas si registra escasas concesiones cuyos expedientesalcanzaron a cumplir todos los requisitos. La variada do-cumentación consultada permite prever, sin embargo, quetodos los comisionados llevaron un minucioso padrón de

los repartos de tierras. Salvo el realizado en los camposde Viana Achucarro -hallado accidentalmente- es legí-timo suponer que todos aquellos registros se han perdido.

2° La dispersión del archivo de Purificación ha sidoun grave golpe para toda futura investigación histórica yposiblemente ello ha sido tanto más sensible para nues-

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tro estudio del Reglamento. Allí, en manos de Monterro-so se hallaba una enorme cantidad de títulos de tierrarequisados por Artigas como material indispensable paraelaborar una justa política de tierras. Es muy difícil se-guir la pista a ese cuantioso fondo documental, acrecido

quizás con informaciones sobre la aplicación del Re-glamento.39 A lo largo de todo el siglo XIX, el secuestro

de títulos, expedientes, protocolos, etc., o su mera no de-volución a los juzgados, desmanteló los archivos, hastael punto que en la década del 90, Angel Floro Costa de-nunciaba la sustracción de 4.000 expedientes "que an-daban en el comercio de los hombres".

4° La fuente fundamental de la investigación está

formada por los expedientes iniciados ante los juzgadosde Hacienda o de lo Civil, por litigios en torno a la pro-piedad de la tierra y por las escrituras de enajenaciónfiscal, etc. Pero sobre todo poseen un carácter inagotablelos expedientes sobre propiedad de campos. Es necesariodetenerse sobre un aspecto particular que éstos tuvieronen nuestro país.

La propiedad sagrada e inviolable sobre la tierra,en el Uruguay, ha sido un mito abstracto, por lo menoshasta comenzado el siglo XX. Litigios aparentementecasados y enriquecidos con toda la "autoridad de cosa juzgada" fueron recurrentemente desconocidos a tenordel grupo de especuladores urbanos y caudillos ruralesque dominaba el gobierno, provocando el consiguientedesalojo de aquellos que se consideraban propietariosperfectos o en el mejor de los casos resucitando un nuevo,agitado y complejo juicio de contradicción. Los expedien-

tes aparentemente ubicables en determinado archivo, sa-lían así de su antiguo asiento y volaban a cualquier juz-gado como expediente agregado al que entonces se co-rría. Hay juicios de propiedad que se reabrieron así, tres,cuatro, cinco y más veces, en un caótico y desenfrenado

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especular del "juicio de reivindicación', cuya popularidadfue tan grande como para que Javier de Viana,lo hicieraasunto de muchos de sus cuentos y fuera en FlorencioSánchez el "motivo" desencadenante del conflicto de "Ba-rranca Abajo".

Ubicar entonces un expediente de tierras, buscadoporque todo el contexto histórico posibilita hallar en élun nuevo ejemplar masivo de la revolución agraria arti-guista, es un esfuerzo inquisitorial que por supuesto nosiempre, pocas veces, desemboca en el éxito.

5° Un fenómeno histórico consagrado de desprecio,ataque y desconocimiento de. la validez de las donacionesartiguistas ha colocado el más importante obstáculo. Enlos propios juicios de propiedad de la tierra u otros do-cumentos los viejos propietarios confiscados, o alternati-vamente, los donatarios artiguistas mismos ocultan cui-dadosamente que sobre la tierra en disputa se haya rea-lizado un reparto artiguista. En algunos períodos histó-ricos, en que las autoridades abrumadas por los conflic-

tos amparan precariamente a los poseedores sin títulos,los propietarios reivindicadores para evitar ser detenidospor esos amparos, argumentarán largamente en sus escri-tos para demostrar que sus intrusos eran simples adve-nedizos y que su poblamiento no tenía nada que ver conel Reglamento Provisorio.

Esta actitud de los propietarios que parece bastanteinteligible se hace aparentemente sorprendente cuando

es ejercitada por los propios donatarios artiguistas o susherederos. Mas también este hecho se hace explicable.Abrumado por los desalojos impiadosos, fastidiado de versiempre desconocidos sus derechos, enfrentado a unalegislación que desconoce  permanentemente la validezde las donaciones artiguistas, el pequeño paisano queintenta consolidar su posesión o propiedad tiene tresopciones. La primera es trágica' para la investigación

histórica: el donatario artiguista se sepulta en la mera

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detentación material del campo sin acudir a los tribunalespara no denunciarse como ocupante de un campo fiscal oprivado. Si el donatario es poseedor de un campo fiscaly se arriesga a violar su anonimato, evitará muchas vecesrecordar su condición de donatario artiguista y se acoge-rá a las diversas leyes de adquisición que a lo largo delsiglo le parecían accesibles. La tercera posibilidad -yla más astuta- es la de aquellos donatarios que sabenperfectamente que su terreno se halla originado en laconfiscación a un propietario privado. En estos casos sellael origen artiguista de su campo bajo siete pies dé silen-cio, y se deslizará hasta tanto pueda como poseedor de

un campo baldío y fiscal acogiéndose a la ley que le seaaplicable para su adquisición.Este fenómeno aparentemente hipotético no tiene

nada de tal. Es un hecho histórico perfectamente cierto.Justamente, porque la historia de un campo no está se-Ilada en un solo documento, porque se le puede ver nacery morir en muchos de ellos, ha sido posible comprobarcómo muchos donatarios artiguistas expresamente men-

cionados con ese carácter en varios documentos, lo hancallado cuidadosamente en los expedientes donde se tra-mitaban las adquisiciones de campos fiscales. Es no me-nos legítimo' suponer que esta astucia criolla de un nú-mero indeterminado de donatarios artiguistas tambiénnos ha privado de una valiosa información.

69 Por último, centenares de posibles y por supues-to hipotéticos donatarios que a esta calidad agregasen

la de ser soldados revolucionarios heroicos y abnegados,sobre todo los que pudieran haber recibido sus suertesal norte del Río Negro, pueden haber muerto y desapare-cido de la historia escrita sin dejarnos otro rastro -nadamenos- que el sacrificio de sus vidas en la lucha contrael invasor portugués. No han conservado otra tierra quelas de sus tumbas. Sobre la que hubieran recibido de

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Artigas, engordaron los brasileños y los criollos cispla-tinos.

De todos modos, la aplicación revolucionaria de. lapolítica agrada artiguista tuvo un vuelo tal, que los

obstáculos enumerados no han impedido que hoy nosasombremos ante el inédito alcance que aquélla tuvo.Fruto de este fondo documental llegado a nuestros díases la caracterización que pasamos a esbozar.

Una cronología del Reglamento. Su creacióny plazo de aplicación

A mediados de 1815, la recién conquistada tranqui-lidad del gobierno artiguista necesitaba consolidarse enla campaña. Al mismo tiempo, las masas del campo recla-maban lo que la opresión colonial les había negado: unpuesto en la sociedad, una tierra donde trabajar. Hemosesbozado rápidamente el proceso de la formación delReglamento. Solamente algunos hitos: en julio,. Artigasencomendaba a Otorgués que repartiese terrenos de los

 pertenecientes á la Provincia ó a Europeos; entre aquelloshombres laboriosos que quisieran cultivarlos paré  sí; enconsecuencia Otorgués solicitó al Cabildo que esta cor-poración lo hiciese saber a esos habitantes y circular esteconocamiento á los pueblos. Al mismo tiempo Artigascomunicaba al Cabildo la necesidad de que se publicaseun bando previo al "plan y arreglo de la Campaña" paraque todos los hacendados  poblasen y ordenasen sus es-

tancias-en el término de dos meses, bajo la conminaciónde que quienes no lo hiciesen perderían sus terrenos, queserían depositados en brazos útiles, q.e con'  su labor fo-menten la población y con ella la prosperidad del País.De estas primeras medidas conocemos algunas concesio-nes de tierras realizadas por Otorgués y Lavalleja res-pectivamente en el Rincón de José Ignacio (Maldonado)y en el viejo fundo de las Huérfanas (Colonia).

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El Cabildo, bombardeado por las quejas de los ha-,cendados y por las requisitorias de Artigas, se planteótambién -a su modo- el problema del arreglo de lacampaña. De esta preocupación nació la junta de Ha-cendados realizada el 11 de agosto de 1815. Apenas si

14 hacendados lograron reunirse en una sesión dondepredominaban, lógicamente, los grandes hacendados pa-triotas. Su contenido y desarrollo ha sido ampliamentedifundido, interesa ahora destacar que en esta reuniónlos hacendados -a estar al acta- no mencionaron paranada el grave problema del asentamiento de las masaspobres sobre la tierra, recalcando por el contrario la ne-cesidad de poner remedio en punto a los continuos abu-

sos que públicamente se observaba en los comandantes -y tropas que guarnecen los pueblos y partidos de lacampaña.

La junta, sólo preocupada por la seguridad de lacampaña, decidió enviar junto a Artigas, una delegaciónintegrada por el alcalde provincial Juan de León y porLeón Pérez. Encargados de hacer conocer al caudillo losrequerimientos de los grandes hacendados, así como los

proyectos -que no llegaron a nosotros- presentádos porManuel Pérez y Francisco Muñoz, llevaron consigo todoslos títulos de tierras espedidos por los Goviernos ante-riores de Buenos Ayres y Montevideo hasta el año demil ochocientos quince que Artigas~ había ordenado serequisasen y se enviasen a Purificación donde es pro-bable que se hallen -decía el testimonio de 1828- si seconserva el archivo del padre Monterroso en cuyo poder

estaban.El 10 de setiembre, el mismo día en que se fechó el

Reglamento, Artigas comunicaba al Cabildo la vuelta delos comisionados. El resultado de su misión -les decia-son las instrucciones que presentará á V.S. p.a el ftimentode la Campaña, y tranquilidad de sus vecinos.

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Larrañaga y Gúerra recordarían en sus conocidos"Apuntes" que el Cabildo había mirado "siempre confría y afectada aprobación", el código agrario artiguista.Se les puede creer. Tan sólo el 26 de setiembre el Ca-bildo publicaba un bando con la noticia del Reglamento,y en los primeros días de octubre, los cabildos y pueblosde la provincia acusaban recibo del mismo. Pero apenassi el 10 de noviembre, Manuel Durán recibía el despachode comisionado y habría que esperar al 14 de ene;o paraque el alcalde provincial Juan de León, principal encar-gado de aplicación del Reglamento, lanzase un edictocomunicando el programa agrario, las autoridades'encar-

gadas y las circunscripciones de las mismas. Sobre la len-titud con que la autoridad cabildante operó basta indi-car qué las solicitudes presentadas por los pequeños ha-cendados del Rincón de los dos Solises, debieron esperarbastante tiempo para ser diligenciadas, por no haber sidonombradas las autoridades encargadas de la distribución.

Esta incuria, nacida seguramente de la "frialdad"con que el Cabildo montevideano había recibido él Re-

glamento, se reforzaba porque uno de los Cabildantes,Juan de León, tenía sobre sí una de las principales fun-ciones en su aplicación. Su actividad no estaba sólo de-terminada por las facultades estrictamente agrarias queaquel texto le confería, sino además por las importantesfunciones de policía y seguridad de la campaña. Estasúltimas -a tenor con los intereses de los hacendadosricos- parecen haberle absorbido la mayor parte de sus

esfuerzos, al punto que mereció continuas observacionesde parte de Artigas por la señalada desatención de sufundamental tarea de supervisión de los repartos de tie-rras y fomento de la ganadería.

Como es obvio, los objetivos productivos y reorgani-zadores de la economía previstos en el Reglamento noeran de fácil e inmediata consagración. Los desmanes delos caudillos locales, realizados en vinculación con os-

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curos y ricos acopiadores, la falta de cuidado con que lamayor parte de los hacendados enfrentaba la importantetarea de procreo de los ganados ora faenando indiscrimi-nadamente las haciendas alzadas sin formación de ro-deos mansos, ora 'haciendo rodeos mansos pero faenandovacas en perjuicio del futuro desarrollo de la ganadería,obligaron a las autoridades, aguijoneadas por Artigas, auna agitada labor a. lo largo y a lo ancho de la campaña.

En el mes de marzo de 1816, debido a la extremalentitud con que las autoridades montevideanas y enparticular el alcalde Juan de León habían tratado la tanimportante materia de repartos de terrenos, Artigas se

vio obligado a recabar las informaciones correspondien-tes, preocupado por las no muy alentadoras noticias quepor miles de conductos llegarían sin duda hasta el CuartelGeneral. El 9 de marzo de 1816, escribia Artigas al Ca-bildo: En las instrucciones dadas al Sor. Alce Prov.l lefue prevenido diese parte á VS de los terrenos repartidos,y q.e VS comisionase un Regidor, q.e llevase una razónde las gracias concedidas. En esta virtud quedaba al cui-

dado de VS pasarme una noticia de lo obrado p.a mi co-nocimiento. EL término prefijado ya pasó é ignoro si esomisión del dho. reparto ó falta de prevención en VS.Lo comunico p.a q.e ella tenga su más exacto cum-plim.to. Así será fácil concebir si se anhela por el fo-mento dela población dela Campaña.

Estas reconvenciones de Artigas provocaron una ve-locísima reacción del alcalde Juan de León. Exactamente

cuatro días después Juan de León comenzaba a distribuirtierras en su jurisdicción. Para ser precisos, del 13 al 24de marzo, la legendaria estancia "De los Marinos", pro-piedad de la casa Viana Achucarro, era dividida en favorde 44 vecinos.

No había pasado un mes cuando Amigas revelabano estar de ningún modo conforme con la conducta delAlcalde Provincial y del Cabildo. En esos días, Manuel

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Durán, Manuel Cabral, Raymundo González y por loque dejamos dicho, el propio Juan de León, habían avan-zado alentadoramente en las tareas distributivas. Sin em-bargo de lo cual, carecía el jefe de la Provincia de lapormenorizada relación de lo ejecutado. No era Artigas

hombre de decir las cosas varias veces, por lo que amedida que sus directivas chocaban con la morosidadde sus subordinados, sus órdenes se hacían tanto mássobrias y duras. El 3 de abril de 1816, desde el CuartelGeneral llegó la por breve, dos veces buena comunica-ción: VS, reconvenga ál Sr. Alce Provincial pa. q.e conbrebedad instruya á.VS. de los Terrenos repartidos en lacampaña por el y sus subalternos segun se le tiene pre-

venido.En las semanas siguientes, distintas circunstancias

hicieron que Artigas renovase sus observaciones á la ac-tividad de Juan de León. A mediados de 1816, Artigaspareció perder la paciencia. Una de sus más claras ideaseconómico-sociales era la de promover el asentamiento delos hombres en la tierra para que el desarrollo de la ri-queza ganadera fuese ante todo el fruto de la rélaciónno subordinada entre el hombre y la tierra. La revolu-ción, por otra parte, necesitaba angustiosamente el acre-centamiento de la riqueza nacional como única garantíade supervivencia y de establecimiento de una haciendapública. Artigas no se dejaba deslumbrar por las finan-zas nacidas de una indiscriminada y expoliadora explota-ción de la riqueza ganadera, en razón inversa a las ape-tencias de los grandes acopiadores que buscaban expor-tar indiscriminadamente los frutos ganaderos.

La lentitud en el asentamiento de los hombres sobrela tierra, al paso que impedía la formación de los rodeosmansos, eternizaba al gauchaje en las peores formas deparasitismo sobre la producción. De ahí que Artigas se.elevase indignado cuando Juan de León, en connivenciacon un cabildo especulador y desaprensivo, demostró que

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sus principales esfuerzos se dedicaban a una labor pura-mente extractiva de los ganados a la cabeza de partidasnumerosas de faeneros.

E1 22 de junio de 1816 Artigas envió una rigurosaamonestación al Cabildo, en la que combinaba ambosobjetivos: la necesidad de terminar con las faenas depre-datorias y la de reemplazarlas por la distribución de ga-nados entre los patriotas, tal como lo exigía el Reglamen-to y como sola forma de adelantar la producción. Endicha comunicación Artigas exponía las "repetidas que- jas" que le llegaban sobre. la "versación del Alce Prov.len su comisión". Se le acusaba de hacer "matanzas sinsaber con q.e orn., ni con q.e objeto" y que en esos

mismos días, por orden de Juan de León "se estaba fae-nando en los campos de Royano". Artigas señalaba quemientras el Reglamento limitaba las faenas imprescindi-bles a un sargento y 8 soldados, el Alcalde se hallabaaniquilando los ganados al frente de más de 50 hombres.

En una  palabra -finalizaba Artigas- es precisoq.e VS.  penetrado dela importancia, q.e demanda elarreglo de Campaña zele p.a q.e se' guarde el mejor orn. posible, y q.e si hemos de adelantar el proceso de las

aciendas se encargue á dho. Proo.l proceda al repartode Ganados.

Pocos días después -seguramente azuzado por lasórdenes de Artigás- Juan de León procedía a concedersuertes en los campos de Rollano (Cerro Largo, entrelos arroyos Cordobés y Pablo Páez); por lo menos así lo indican los documentos conocidos.

Pero también en los mismos días, los propietarios

emigrados en el "Continente", la camarilla montevidea-na que había abortado en la "Revolución de los Cívi-cos", combinaban con el directorio porteño una opera-ción antinacional y contrarrevolucionaria. El viejo sue-ño portugués encontró por fin las clases antinacionales

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La aplicación del Reglamento modificó las juris-

dicciones atribuidas a los distintos comisionados. Ya elpropio Edicto de Juan de León variaba nombres y lí-mites, el Despacho de Manuel Durán diferia de ambosdocumentos y la práctica ulterior consagró autoridadesy jurisdicciones en las cuales nos detendremos. Raymun-do González fue efectivamente encargado de la regiónsituada entre el Río Negro y Río Uruguay, pero a partirde la invasión portuguesa, las exigencias de la lucha pa-

recen haber obligado a que algunos jefes militares ejer-ciesen la misma función. Por lo menos a partir de 1818,Hilario Pintos aparece concediendo terrenos a nombrede Artigas, y si bien los documentos no son lo suficien-temente claros, otro tanto parece haber.hecho BaltasarOjeda.

Juan de León realizó repartos en la jurisdicción cí-tada en su- edicto -actual departamento de Floridaaproximadamente- pero también ejerció ese cometidoen Cerro Largo. Manuel Durán desempeñó esa tareano en la jurisdicción indicada en el edicto de Juan deLeón, sino en la determinada en. el Despacho con quese le invistió: desde el arroyo San José, Río Negro, cos-tas del Uruguay y Río de la Plata. En la jurisdicciónatribuida a Manuel Durán. en realidad fue subteniente

Comisionados y' jurisdicciones

Caracteres generales de aplicación dRezlamento Provisorio

que le permitieron convertirse en realidad y digerir aque-lla Banda Oriental predeterminada a ser su joya "cis-platina".

La revolución agraria pasó entonces a un plano su-perior, a revolución nacional en lucha contra el invasorextranjero aliado a la contrarrevolución interior.

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Manuel Cabral, entre el Rio Santa Lucía y el Río de laPlata. Entre los ríos Yí y Negro, no fue subtenienteLeón Pérez -que no aparece citado en ninguna do-nación de tierras en zona alguna- sino Cayetano Fer-nández.

Si se exceptúa los repartos realizados por Manuel

Cabral entre los arroyos Solís Grande y Chico, se pue-de afirmar que no fue sino después del Edicto del 14de enero de 1816 que comenzaron los repartos. Es apartir del 3 de febrero que aparecen las primeras adju-dicaciones efectuadas por Raymundo González al nortedel Río Negro (en febrero se están repartiendo los cam-pos de Juan Francisco Blanco, en abril los de Milá dela Roca, en mayo los de José Maldonado y Juan Arce

y Sayago, etc.). Pese a la extensa actividad de ManuelDurán, se sabe que todas sus concesiones se realizaronen 1816. Cayetano Fernández fecha todas las donacio-nes conocidas no antes de abril del mismo año. Juande León inicia su labor el 13 de marzo en Florida y po-siblemente no antes de julio las de Cerro Largo.

Puede comprenderse fácilmente que la invasiónportuguesa iniciada en julio de 1816, prácticamente con-denó al Reglamento a una aplicación de apenas seis o

siete meses. A la luz de este brevísimo .período puedecalificarse de asombrosa la profundidad con que reco-rrió la campaña.

 EL fondo de tierras repartibles

Nos es imposible en el marco de este libro arrojar-nos en la dilucidación del criterio con el cual se mane- jaron los comisionados para calificar a aquellos propie-tarios "emigrados, malos europeos y peores americanos"cuyos campos debían ser confiscados y repartidos entrelos patriotas que lo solicitasen. Siendo éste un proble-ma histórico que sufre opiniones muy encontradas noslimitaremos a ofrecer nuestra interpretación en forma de

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tesis; tesis que por lo que se verá aparece como con-firmada por los hechos. En definitiva creemos que elReglamento ordenaba lo que Artigas quiso que ordena-se: que todos los campos de enemigos ("malos europeosy peores americanos") fuesen o no emigrados, y deemigrados, fuesen o no enemigos, debían ser confisca-dos, con las limitaciones que el propio Reglamento de-terminaba en otros artículos.

Como por otra parte la documentáción no siemprees totalmente clara ni explícita, la enumeración de cuá-les campos fueron confiscados y repartidos se hace-su-mamente engorrosa. Por supuesto, tampoco podemos

aquí desplegar una probanza documentada de lo queofrecemos, pero de todos modos, la documentación con-sultada permite realizar la ,siguiente caracterización:

a) Campos confiscados y repartidos: pertecíentes aHerederos de la Casa Viana Achucarro (Vargas, Soria,etc.), Francisco Albín, Pedro Manuel Carcía, Maldona-do, Juan Antonio Bustillos, Bernabé Alcorta, Juan Fran-cisco Blanco, Herederos de José Villanueva Pico, José

Antonio Arrúe, Juan de Almagro, Manuel Rollano, An-tonio Villalba (casado con Bertolina Albín), Juan deArce y Sayago (padre de Santiago Sayago), Joaquínde Chopitea, Isidro Barrera, Herederos de FernandoMartínez, Juan Bautista Dargain, José de Arvide. JoséRamón Milá de la Roca, Miguel Díaz Vélez, Miguel deAzcuénaga, Melchor de Albín, Juan de Alagón, JuanCorrea Morales, Herederos de Cabral y Melo, Congre-

gación de las Niñas Huérfanas de Buenos Aires, Feli-ciano Correa y Felipe Britos.b) Campos realengos repartidos: Parte sur del

Rincón de Rosario; Rincón de José Ignacio.c), Campos confiscados destinados expresamente

para el Estado como fuente de ganados y comercializa-ción de cueros. Este fue un rubro puramente provisorioy fue cumplido por casi todos los grandes fundos en su

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Qrimera etapa (la documentación demuestra que tal fuela suerte de los campos de Francisco Albín, Miguel deAzcuénaga y Manuel Rollano, luego repartidos). Por locual incluimos en este rubro, aquellos que según la do-cumentación conocida estaban en esa condición al co-menzar la invasión portuguesa; campos pertenecientesa José Ramírez Pérez, Joaquin Núñez Prates, los bienesintestados de Miguel Zamora, y los pertenecientes a loshermanos. Alonso, Carlos y Francisco Peláez Villademo-ros.

d) Campos pertenecientes para el 'sostén perma-nente de las Caballadas del Ejército: Parte norte del

Rincón del Rosario, Rincón del Cerro (Montevideo)confiscado al recientísimo propietario Francisco Javierde Viana, y el Rincón o potrero de Pan de Azúcar (Mal-donado), detentado por los herederos de VillanuevaPico.

e) Campos que estando comprendidos entre losque el Reglamento mandaba confiscar, se poseen prue-bas incompletas de su confiscación y en algunos de su

reparto: pertenecientes a Benito Chaín, Cristóbal Sal-vañach José Fontecely Juan Barrero y Bustillos y susocio Francisco Escalada, Francisco González, MateoMagariños.

f) Campos que el Reglamento confiscaba expre-samente por ser pertenecientes a notorios enemigos delrégimen, pero de los cuales no se ha hallado.aún docu-mentación probatoria de haber sido formalmente confis-

cados y repartidos. De ellos se sabe sin embargo, queen la época de aplicación del Reglamento se cubrieronde grandes masas de patriotas, desalojados posteriormen-te en la época cisplatina y en el período del Uruguayindependiente: son los pertenecientes a Felipe Contucci,Hermanos Sáenz, José de Inchaurbe, Manuel Solsona(Rincón del Río de la Plata y Santa Lucía), Félix y

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Benito López, Pedro de Anzuátegui, Herederos de Ca-macho, Manuel Larravide, Martín Rodríguez, Bernardi-no Rivadavia.

g) Campos que comprendidos en el inciso anterior

no fueron confiscados por mediación de influencias, ven-tas simuladas, por aplicación de las excepciones queprescribía el Reglamento y otras causales. Pertenecien-tes a Xavier Echenique, Luis A. Gutiérrez, Juan Fran-cisco Martínez, Miguel Aparicio.

h) Campos cuyos propietarios perdieron sus de-rechos en favor de los poseedores que a título de sirri-ples ocupantes o como medianeros, arrendatarios, etc.,

estaban sobre sus campos: campos en litigio entre losvecinos de Melo y la Casa Viana Achucarro; campos en.litigio entre José de Uriarte y una gran cantidad de ve-cinos de Rocha; campos en litigio entre la casa Alzáibar-Solsona y sus arrendatarios y poseedores de los camposde San José actual de artamento de Flores.

La distribución de los terrenos 

El art. 64 del Reglamento encomendaba al alcaldeprovincial y subtenientes de provincia fomentar y po-blar la campaña. Para ello, la primera tarea que se lesencomendaba era la de relevar los "terrenos disponibles"en cada una de sus jurisdicciones. Como hemos vistofue muy abundante la disponibilidad de tierras. Esabor parece haber sido cumplida rápidamente. Revista-

dos los terrenos disponibles, los comisionados colocados,en los puntos principales de cada jurisdicción convoca-ron a los vecinos. Tal fue lo que -por lo menos- reali-zó Manuel Durán, conforme al testimonio posterior deuno de los agraciados:

 Habiendo sido combocado todo este vecindario por el Sor. Gral. D. Manuel Duran actual Gefe del Departa-m.to de S. José y Ten.te Alcalde de Prov.a entonces baxo

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el mando del Gral. Artigas nos hizo presente ser delSup.or agrado de este Gefe p.r orden que tenia de laIntendencia la particion de los campos. q.e poseyó enotro tpo. el expresado García (Pedro Manuel García)

lo que hizo entre nosotros, bajo el mandado q.e en eltermino de tres meses los poblemos con Corrales Casasy demás utencilios ordenándonos al mismo tiempo q.ela Intendencia de la Provincia nos había de pasar lostítulos de Propiedad de las suertes de Estancia q.e senos mandaba dar posesion así mismo q.e poseía Dn.Fran.co Albin y los pertenecientes a la Calera de lasGuerfanas, los del Rincon del Rosario y los Campos de

Correa y donde en los citados campos se hallan sobre-todo los vecinos poblados bajo las mismas condiciones.Y en las otras tres panes de la Prov.a se practicaroniguales diligencias, como podrá V. E. p.a mayor abunda-miento informar á V.E. D. Juan de León Alcalde Mor.de Provincia y la misma Intend.a actual.

Notificados así los vecinos, se apersonaron ante elalcalde provincial o ante "los subalternos de los parti-

dos", donde elegían el terreno para su población, comolo indicaba el art. 84. Son bastante abundantes las soli-citudes presentadas por los vecinos. Si bien no todas lasfuentes citan ni transcriben las solicitudes, parece pordemás obvio que en todos los casos operó previamenteel pedido del donatario. Tomás Burgueño se considera-ba "acrehedor á la gracia en el reparto de los terrenosde los Haedos (administrador de Villanueva Pico) enfuerza de mis notorios sentimientos de mi anhelada ve-cindad y gravosa familia" y reforzaba su pedido en sucalidad de ex-arrendatario de aquellos campos. Fran-cisca Vera, en los mismos terrenos, solicitaba una suertepara la subsistencia y fomento demi pobre familia y seconsideraba como vecina oriental acrehedora á aquellaparte de territorio de propiedad extraña. Y el cercano

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asistía el derecho de ser agraciado, el no haber sido unhijo contrario e ingrato á mi patria, antes al contrariola he servido en quanto ha estado á mis alcances. Entérminos similares se expresaban otros donatarios de loscampos de las Huérfanas, Pedro Manuel Carcía, Anto-

nio Villalba, Viana Achucarro, etc.La tramitacióíi recaída sobre las solicitudes varió

según las jurisdicciones, y posiblemente según la proxi-midad o lejanía de Montevideo. Sólo los expedientes co-rrespondientes al rincón entre los dos Solises parecenhaber tenido una tramitación completa, acorde con lasprescripciones del Reglamento. En otros campos, como enlos repartidos por Juan de León, llegaron a elevarse pa-drones completos y minuciosos, pero distintas circuns-tancias impidieron que las donaciones fueran definiti-vamente protocolizadas. Por lo que revelan los docu-mentos, la abundantísima actividad del comisionadoManuel Durán no se reflejó en la definitiva regulariza-ción de los títulos en virtud de la invasión portuguesa.Finalizada su tarea a fines de 1316, se dirigía Durán aMontevideo para la confirmación de su actividad. Pe-dro Solano, donatario de las Huérfanas, informaba al

respecto que Manuel Durán asi ami como a los demásvecinos aquienes repartió tierra no nos documentó yofreció hacerlo asu regreso para Montevideo, lo que notubo efecto por las Combulsiones políticas del Pays."

En todos los casos conocidos; los comisionados sepreocuparon de cumplir las prescripciones del art. 16que limitaba a legua y media de frente y dos de fondola extensión de la gracia, salvo la mayor o menor cuan-tía con que se corregía dicha cifra para que. el terreno

siempre tuviese aguadas y linderos fijos. El mismo ar-tículo encomendaba a los comisionados "economizar elterreno en lo posible y evitar en lo sucesivo desavenen-cias entre vecinos". E1 modo con que se logró tan exac-to cumplimiento fue el siguiente. Como lo revela el re-

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Además de realizar los repartos de acuerdo con lassolicitudes de los vecinos, los comisionados fueron en-cargados -arts. 8 y 21- de legitimar tanto las donacio-nes anteriores al Reglamento como aquellas que el pro-pio Artigas autorizaba precariamente. Donaciones pre-vias al Reglamento, conocemos dos de Otorgués en clRincón de José Ignacio y una de Lavalleja en Las Huér-

fanas. Justamente en este caso, sabemos que el agracia-do "moreno libre" Lorenzo Ruiz Díaz procedió a legi-timar la donación así recibida ante el comisionado Ma-nuel Durán. De un carácter diverso fueron las concesio-nes de tierras que obtuvieron diversos oficiales artiguis-tas en 1814, seguramente a título precario tales comoRamón Santiago Rodríguez en los campos que fuerande José de Arvide, y Gorgonio Aguiar en el Guaviyú, enlos terrenos que fueran de Miguel Díaz Vélez. Nada i-a-

bemos sobre lo acontecido con estas concesiones a partirde aprobado el Reglamento; pero, dada la rigurosa ob-servancia con que se manejó siempre Artigas, no es di-fícil suponer que también en sus casos debió habersepracticado la legitimación respectiva y sujeción de suterreno a las demás prescripciones del Reglamento.

Consolidación y regularización dela pequeña posesión

parto de los terrenos de Viana Achucarro, VillanuevaPico, P. M. García, cte., los comisionados convocabana los interesados y entregaban los terrenos demarcandoen presencia del agraciado y 'sus linderos y demás ve-cinos del pago, agraciados a su vez. Juan de León dio

posesión y delimitó con minuciosidad las donaciones a44 vecinos entre los arroyos Maciel, Timote y río' Yí, detal modo que cada vecino conocía perfectamente el lin-dero correspondiente así como los demás propietarios 'ylindes no contiguos dentro de la antigua gran estancia.

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Los comisionados no solamente legitimaron las do-naciones efectuadas por las propias autoridades patrias,,sino que, además, proveyeron a distintos pequeños po-bladores del documento de propiedad que garantizase

la posesión recibida antiguamente por diversas causas.Por ejemplo, es muy conocido el litigio sostenido entreFeliciano Correa y los vecinos del rincón entre los arro-yos,Molles y Tala (Durazno). En 1810, los vecinos dellugar eligieron a 4 comisionados para el reparto de cha-cras,y suertes de pastoreo, con motivo de la fundaciónde un pueblo. Félix Rivera fue uno de los encargadosde llevar a cabo esa tarea. En 1815 v 1816 se recabó dé

su conocimiento las informaciones, necesarias para con-solidar aquellos repartos coloniales, discutidos por el de-tentador Feliciano Correa. Fue en ese carácter de con-solidación que se extendieron los documentos de dona-ción. Sin que todavía nuestros conocimientos sean satis-factorios, parece que por los mismos motivos se realizóen 1816 el reparto consolilatorio a los vecinos del Rin-cón del Colla, concedido oficialmente por Vigodet en

1810 y reivindicado por el porteño Juan de Alagón.Además dé estas legitimaciones, tanto más necesa-

rias por cuanto abrazaban los intereses de una conside-rable población, los comisionados realizaron tambiénconsolidaciones individuales, como la ocurrida con el"moreno libre'' Domingo Quintana,. poseedor de un pe-queño terreno de su ex- amo Miguel Zamora. El comisio-nado no se limitó a consolidar el pequeño campo, sinoque agregó al terreno el área necesaria para completarla suerte que' prescribía el Reglamento.

Algunos solicitantes (Juan Manuel Llupes, JoséAnastasio Hereñú) elevaron sus pedidos directamenteal mismo Artigas. En estos casos, accediendo a sus soli-citudes, Artigas no se eximía de remitirles a las autori-

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dades correspondientes; los comisionados de la jurisdic-ción, fueron en definitiva quienes legalizaron la dona-ción.

Tos deberes económicos-sociales del donatario El art. 11 determinaba la obligación por parte de

los agraciados de formar un rancho y dos corrales en eltérmino preciso de dos meses, los que cumplidos, si seadvirtiese omisión se les reconvendrá para que lo efec-túen en un mes más, el cual cumplirlo, si se advierte lamisma negligencia será aquel terreno donado á otro ve-cino más laborioso y benéfico á la Provincia. -

Esta prescripción del Reglamento no quedó en le-tra muerta. Los comisionados (véase .la convocatoria deManuel Durán, los documentos individuales otorgadospor Cayetano Fernández) al extender sus documentosrecordaban casi siempre esa obligación en forma textual,agregando que su cumplimiento, era necesario pues acálo ordena el S.ór D.n ]osé Artigas Cap.n Gral. de estaprov.a de la vanda Orit.l y protetor de los pueblos li.s.

En aquellos casos en que los donatarios olvidabancumplir tan sabia disposición, los comisionados eran in-flexibles. Sebastián Reynoso recibió de manos de Ma-nuel Durán una suerte en el rincón del Pichinango (Co-lonia). Habiendo pasado todos los plazos sin que Rey-noso se atuviese a la condición de levantar rancho y doscorrales, el comisionado le quitó la donación y la otorgóa otro vecino.

Vinculada a esta severa obligación se hallaban losarts. 22, 23 y 24 que ordenaban al Alcalde Provisionaly a los Comisionados que facultasen la reunión y sacade animales vacunos y caballares de las estancias deeuropeos y malos americanos sitas en sus respectivas ju-risdicciones; prohibían que los agraciados hiciesen talesfaenas por su cuenta, impedían las correrias y distribuían

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los ganados con igualdad entre los concurrentes. Por úl-timo, ordenaban a los agraciados que los ganados queasí recibiesen no fuesen aplicados "a otro 'uso que elde amansarlos, `caparlos y sujetarlos a rodeo".

Como se ve, había dos actividades que se conside-

raban inconciliables. La obligación de formar rancho ycorrales era complementada con la obligación de formarrodeos y amansar los ganados recibidos. Ofrecida la tie-rra y los ganados, los hacendados debían constreñirseal trabajo honrado y al mejoramiento de la producción,por lo cual el propio Reglamento prohibía terminante-mente que en lugar de ese esfuerzo productivo, los agra-ciados intentasen aprovecharse indiscriminada y depre-

datoriamente de los ganados abandonados por los pro-pietarios enemigos. Está clara que quienes no levanta-ban ranchos ni corrales, ocupaban su tiempo en la co-rambre clandestina de los ganados alzados. En este.cua-dro está inscrita la famosa reconvención que Artigas elevó e1 20 de diciembre a Lino Pérez (publicada por Fla-vio Carcía). La mano de Artigas no temblaría ni antesu propio edecán, el teniente Faustino Tejera, a quiendecomisó las corambres que realizara en los camposconfiscados de los hermanos Villademoros y en los aban-donados por su padre: José Tejera.

 Medidas contra el acaparamiento de tierras

Tendiendo el Reglamento a la creación de la pe-queña propiedad nii'al y luchando al mismo tiempo con-tra el latifundio, cuya 'viabilidad estaba asentada en lasubordinación de los trabajadores directos, el Reglamen-to fijó también a este respecto claras directivas.

Los arts. 16, 17 y 19 recomendaban a los comisio-nados economizar el terreno en lo posible, realizar sutarea de modoque los agraciados no recibiesen "másque una suerte de estancia" de tal forma que se impi-

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diese la acumulación de tierras en pocas manos. De to-dos modos, no pareciendo suficientes estas limitaciones,el Reglamento dispuso impedir por un plazo determina-do la movilidad de la tierra como puro bien mercantil,por cuyo conducto hubiera podido reoperarse la con-centración de la tierra. El Reglamento, en este sentido.no es utópico, no se propone restar la tierra a la circu-lación mercantil por toda la eternidad. Para alejar a lossolicitantes que viesen en la tierra un mero instrumentode fácil enajenación y obtención de dinero, le bastabaimpedir todo tipo de enajenación, venta, o afectaciónhipotecaria hasta el arreglo formal de la Provincia "enque se deliberaría lo conveniente". De más está decirque en estas condiciones se acogían a la donación sólo

aquellos que se proponían trabajar directamente la tie-rra. ,'Como el Reglamento no se proponía "vincular" un

hombre determinado a una tierra determinada por siem-pre jamás,. la movilidad de los hombres sin pérdida de.la gracia concedida estaba facilitada por el art. 17, quepermitía que fuesen agraciados aquellos americanos "quequisiesen mudar de posesión dejando la que tienen ábeneficio de la Provincia". A esta prescripción se acogió

Fernando Otorgues, quien permutó el terreno obtenidoen 1807 por el rincón confiscado a Chopitea en el SanJosé y Santa Lucía. Dos ejemplos similares se hallanentre los donatarios de la ex-estancia de Pedro ManuelGarcía.

Si bien el Reglamento prohibía toda enajenaciónonerosa de las suertes recibidas; no impedía las trasla-ciones de dominio. Sobre una de las suertes repartidasen la estancia de García citada, llegaron a sucedersetres propietários bajo el gobierno artiguista. sin que seinfringiese en modo alguno las muy claras disposicionesdel Reglamento: El donatario directo, Tomás Cortés,permuta su.suerte con la de Juan Simón Núñez, y éste,

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poco después, traspasa su campo, con autorización delcomisionado del pago, a Felisberto Olivera. La trasla-ción se realizó en ambos casos sin venta de campo, yen el último caso Juan Simón Núñez se limitó a vender

el ganado, el rancho y los corrales por él edificados, porser de su propiedad particular y fruto de su propio tra-bajo.

Algunos caracteres de los donatarios

Por último, la documentación nos ha permitido ubi-car un reparto completo, cuyo padrón ilustra sobre elcumplimiento de las prescripciones que el Reglamentofijaba para las condiciones que debían llenar los dona-tarios. Nos referimos a la "Repartición de Terrenos enlos campos de la Achucarro desde el 13 de marzo hastael 24 del mismo", del cual extraemos esta información.

El art. 7° determinaba que en los repartos de terre-nos serían preferidos los casados a los solteros, y dichacondición parece haberse cumplido a la letra, por cuanto

el padrón enumera desde el principio, los agraciados ca-sados y cargados de hijos, continuando el padrón entrelos solteros y demás donatarios de condición civil no es-pecificada pero presumiblemente solteros también. Eldocumento permite calcular con toda aproximación, te-niendo en cuenta las esposas de los agraciados casadosy los hijos enumerados, que en la estancia donde sólolos ganados encontraban abrigo, se asentaron 112 per-

sonas. - .De acuerdo con el padrón fueron agraciados 14 pa-triotas casados y 1 viuda, con un total de 52 hijos a sucargo; 5 solteros y 26 sin especificación, presumiblemen-te solteros. No es menos sugestiva la distinción por na-cionalidades. También aquí fueron preferidos los ame-ricanos a los extranjeros, por cuanto de aquellos de quie-nes se determina la nacionalidad, 41 eran americanos y

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sólo dos europeos: uno de "Portugal" y el otro de Ma-llorca. Entre los americanos, 27 pertenecían a la BandaOriental, de entre los cuales 14 eran citados como natu-rales de la "Provincia", y otros, mejor determinados: 10de Montevideo. 1 de Sto. Domingo Soriano, 1 de Co-

lonia y 1 de Maldonado. De otras provincias america-nas se mencionaban 14 agraciados: 1 de Mendoza y deMisiones, 2 de Buenos Aires, y, cifra sorprendente, 10naturales del Paraguay, número señalante quizás de laabundante migración que en la época colonial y revolu-cionaria transcurría entre las provincias del norte y laBanda Oriental.

La oposición al Reglamento

Las dificultades de aplicación del Reglamento ilu-minan en cierto modo su ocaso, no sólo poyque fuearrastrado en la derrota militar artiguista, sino porquetodo el contexto histórico rioplatense y su interconexióncon el pujante mundo europeo, estaban exigiendo el peor

camino de desarrollo.Artigas pudo haber triunfado contra las tendenciascontrarrevolucionarias y precapitalistas, de no haber me-diado la intervención extranjera. Pero esta intervenciónextranjera no debe ser vista como un fenómeno "exte-rior", pura innecesidad histórica. La intervención extran- jera se transforma en elemento que determina si en lasociedad intervenida se halla una estructura receptora.Tal fue lo que sucedió en el Río de la Plata y en la

Banda Oriental. El mundo exterior inglés y portuguéseran ya un interior  de la sociedad rioplatense. Lo eranno sólo en aquellos reconocibles comerciantes extranje-ros residentes en los puertos platenses, sino -y estolo fundamental- porque toda la producción mercantildel Rio de la Plata era ya un puro interiór del mercado

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mundial unificado. A partir dé esta conexión ya rigidi-zada y exigente opera la "necesidad" de la intervencióny su "posibilidad" de realizarse.

Para la Banda Oriental, el establecimiento de .sóli-dos lazos comerciales entre la burguesía criolla y el "en-trepot" portugués-inglés, fue fatal para Artigas y su mo-do de revolución. Sobre esto no pretendemos extender-nos hoy demasiado. Para el futuro de la política agrariaartiguista se hace más acuciante la necesidad de expli-car las relaciones sociales que en el campo, labraronhondo para deteriorar, derrotar y aniquilar el caminoartiguista. A1 fin de cuentas, este camino anti-artiguista,sería el que habría de triunfar en toda la línea y per-

durar durante todo el siglo XX.Una de las tendencias contra la que más debió lu-char Artigas, fue contra la herencia que el mundo co-lonial legó a las condiciones sociales de las masas pobresdel campo. Sería tonto y demagógico pretender caracte-rizar a las masas pobres del campo como una suerte demasa seráfica e incontaminada. Por el contrario. uno delos peores resultados del mundo colonial había sido elde provocar el desclasamiento de amplios sectores de

los desheredados de la campaña. El gaucho changadory contrabandista que tanto había contribuido a corroerel cascarón monopolista y colonial, había forjado unmodo de vida que, a partir del triunfo de la revolución.se transformaba exactamente en su contrario, en él ma-yor sostén del viejo mundo que había contribuido a de-rrotar.

Artigas se vio obligado a separar y castigar a mu-chos comandantes militares que violaban la disciplinay austeridad revolucionaria, prevaricando, robando y pa-rasitando sobre la producción ganadera. Incluso variosadministradores de las estancias confiscadas debieron serseparados de sus cargos por realizar faenas clandestinas

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y en su provecho personal. El propio Reglamento Pro-visorio, tan urgido en su aplicación salía al paso -nomenos- a las tendencias de los caudillejos locales que serepartían los ganados y las tierras, bajo el criterio defavorecer a los seguidores y adictos, en detrimento dela igualdad de acceso a la tierra y al ganado. Cuán

amargo es el tono del caudillo cuando advierte que lospaisanos se retraen de ocupar las tierras del Uruguay.abiertas a todos por Bando. Ora Otorgués realizaba uncontrato con Ramón Márquez para faenar los ganadosde emigrados, ora permitía a Fernando Martínez faenarlos ganados de sus campos confiscados. Más allá era suprimo Nicolás Cadea quien "compraba" los bienes delespañol Xavier Echenique para salvarlo de la confisca-ción, ora era Pedro Amigó quien usaba su influenciapara apropiarse las tierras de Félix Más de Ayalá, oraun teniente de Encarnación quien pretendía hacer lomismo con los bienes de Francisco Albín. El uso preca-pitalista y privilegista de la revolución andaba en el aire,y era, por otra parte, el único modo conocido al otro ladodel Río Uruguay.

Artigas clama con Monterroso contra todos esos cau-dillos y comerciantes que "tiran de la capa del pobre

Estado". Cuántas dudas antes de separar a Encarnación.Cuánta su paciencia para convencer a Otorgués de quefue un dócil instrumento de un clan prevaricador y usu-rero a cuya cabeza se hallaban Juan María Pérez, LucasObes, Antolín Reina y Juan Correa. Pero luego de com-prendida la calidad del mal, cuánta energía para conde-nar a los comandantes militares y qué grillos aquellosque se puso a los ricos comérciantes'montevideanos. Ha-cia el Cuartel General llegan los ecos de la complicidad

del Cabildo con la vieja contrarrevolución española. Losíntimos y las autoridades piden continuamente que seansalvados los bienes de Francisco Albín, de Miguel Za-mora, de Isidro Barrera, de Benito Chain, de Fernando

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Martínez. Una y otra vez el caudillo radical contesta:"Aquellos que no pueden pagar con sus personas, paga-rán con sus bienes". "A quienes tanto nos han hecho laguerra, ninguna consideración, antes bien ordeno quese repartan sus campos entre los vecinos", etc., etc. Al-gunas de estas condescendencias de las autoridades mon-tevideanas no llegaban al cuartel general. Las quejas ylos ecos ruedan a Purificación y Artigas brama: "todome hace creer que entrando en esa plaza, todo se con-tamina". Artigas escribe; conmina, exige, amenaza:`aguárdeme el día menos pensado en- esa. Pienso ir sinser sentido, y verá usted si,me arreo por delante al gobier-no, a los sarracenos, á los porteños y á tanto malandrínque no sirven más que para entorpecer los negocios".Todo parecía vano. Aquel cabildo, que el Reglamentomiraba como juez de' alzada para todo lo que fuese apli-car el Reglamento, era pura morosidad, todo componen-da, conciliación, mediador de temerosos latifundistas:por su intermedio escribe la viuda de Fernando Martí-

nez y súplica Francisco ,Albín. Es este cabildo y Baneiroquienes salvan los bienes de Juan Francisco Martinez yLuis A. Gutiérrez en una peculiar interpretación del Re-glamento.

Pero pese a todo, el campo uruguayo se parcelabaen, pequeñas suertes, los gauchos alzados comenzabana gustar del trabajo honrado, levantaban ranchos y co-rrales, plantaban sus primeras sementeras. Por primera

vez, miles de hombres comenzaban a comprender quela tierra no tenía por qué ser el fruto del privilegio co-lonial, ni la prenda del caudillo ensoberbecido en su po-der. E1 sueño roussoniano de la igualdad de los hom-bres ante la ley se hacía realidad sin exégesis jurídicasni comentarios mediocres. Lo que Lenin llamaba el "ca-mino norteamericano" se abría pasoen el país en elcurso de una revolúción radical. La creación de la pe-

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do: por él transitaría la mayor densidad de trabajo hu-mano, por él nacían relaciones sociales libres entre hom-bres libres. Artigas, al fin de cuentas, era -y debía ser-lo- el mejor defensor de la propiedad privada burgue-sa, y el peor enemigo de la propiedad señorial, simplehabitat de un mundo de subordinaciones personales.

E1 camino artiguista consolidaba la propiedad -enesos días lo más revolucionario-, permitía que el traba- jador volcase sobre la tierra lo mejor de sus esfuerzos,que fuese capaz de planear por generaciones, ahorrar,volcar capital, acumular en fin, haciendo uso de lo me- jor que la técnica hubiese proporcionado en el curso delsiglo. En cambio, en el mundo de la subordinación per-sonal, la tierra, precario objeto, no conoce otra garantíade la propiedad que la devoción al caudillo y la inser-ción en el partido o facción que denomina a la jerarquía.Sobre esta tierra, residencia de escasos peones y muchossoldados "in prívate obsequio", el modo burgués lan-guidece, la producción se estanca cuando no se destru-ye. Ni se mejora la producción ni se incentiva la técnica.Y el hombre en ella perdura siempre que se subordiney vive en tanto pierde su libertad.

Los desheredados de la campaña, por supuesto, de,

todo esto, sólo tenían una conciencia puramente senso-rial: la tierra. La revolución les había dado la tierra, ha-bía elevado a los hombres, había aniquilado sus humi-llaciones y a sus opresores. Pero en la elevación de suconciencia los halló la invasión extranjera, que si triunfófue porque recorrió no sólo los trillos del enfrentamientomilitar sino también los caminos del desmoronamientodel frágil y nuevo mundo de las relaciones sociales enel campo.

En 1519, junto a Lecor se halla toda la burguesíacomercial portuaria y los grandes hacendados deserta-dol del bando patriota. Los pequeños hacendados estánya en plena transacción, heridos en la mezquindad de

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e propiedad al borde de la ruina. Quedan sólo los po-res del campo, criollos libres, indios, negros y libertos.Entre ellos: los que han recibido tierras y miles de hom-bres asentados en terrenos abandonados que esperaban

otro tanto. Una tras otra, se pasan al Imperio las guar-niciones patriotas de los distritos al sur del Río Negro.Por último en marzo de 1820 lo hace Rivera.

Repetimos, no sólo la. derrota militar puede expli-car que los paisanos abandonasen a Artigas. Contribuyótambién a su derrota que no había triunfado hasta elfinal en el campo.

La relación hombre-tierra, tan notoria, había ocul-tado a los pobres del campo la verdadera relación que

tras ella subyacía. Ya Marx ha insistido en que, cuan-do nos encontramos con una reláción determinada délos hombres con las cosas, debíamos profundizar hastahallar en ella la relación real entre los hombres.

La tierra -la cosa- sobre cuya vinculación con elhombre parecían detenerse todas las miradas, era apenasun medio de producción. Cuando los pequeños hacen-dados artiguistas creían vincularse a la tierra no hacíanotra cosa que vincularse los unos con los otros, estable-ciendo una activa y significativa alianza revolucionariade los pobres del campo. La mistificación, -sin dudainevitable- de dicha relación permitió que los donata-rios artiguistas tuviesen por la tierra la adhesión que de-bían a los hombres. Sobre esta mistificación operó lapolítica portuguesa.

Rivera y Lecor transan sobre un aspecto: los hom-bres del campo no serán inquietados en su posesión,

cualquiera que ésta sea: fruto de donación documenta-da o mera ocupación a la espera de la documentaciónartiguista. Triunfante el portugués y pacificado el país,el acuerdo se hace decreto: amparo a los llamados "po-bladores de buena fe". De este modo el poder .cisplati-no, protegiendo aparentemente la relación de los hom-

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bres con la tierra, corrompió y destrozó lo que era subase real: la relación de los hombres entre sí; pero nocualquier tipo de relación sino la que Artigas había in-tentado edificar y consolidar: la relación revolucionariay democrática de la clase de los pobres del campo. Yesta base real no fue sustituida -por supuesto- por larelación entre los hombres y la tierra, -pura mistifica-ción de una relación real- sino por las relaciones de de-pendencia personal entre cada poseedor o donatario ar-tiguista con el "protector" o caudillo del pago y de lahora, ganado para ello, invitado por el poder portuguésa cumplir la intermediación necesaria para la consolida-

ción de un perdurabilísimo dominio de la Banda Orien-tal.En 1824-25, cuando un seguro Lecor intentó olvidar

sobre qué relaciones había edificado su dominio de laBanda Oriental; .cuando comenzó a expulsar en masa alos donatarios artiguistas y a los poseedores sin títulosen favor de la oligarquía criollo-cisplatina, los hombresdel campo volvieron -fugazmente- a comprender que

la tierra era apenas el corolario de la relación revoludo-naria de la clase de los pobres del campo. Fugaz, diji-mos, Artigas era irrepetible. Y el Uruguay independientedecidió probar a lo largo del siglo, cuán hondo habíacaído el mundo artiguista y cuán profundamente las cla-ses dominantes habían enterrado el Reglamento Proviso-rio de la Provincia Oriental para el fomento de su cam-paña y seguridad de sus hacendados.

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LA CONTRARREVOLUCION LATIFUNDISTA

1. EPOCA CISPLATINA

Período de conciliación con los donatarios artiguistas

Cuando se pretende configurar la política que si-guió el ocupante portugués en torno a la revolución agra-ria heredada de Artigas, no caben generalizaciones, es-quemáticas. Por supuesto que en líneas generales cabehablar de contrarrevolución y de retroceso a las peorescondiciones de apropiación de la tierra, propias del an-tiguo status colonial. Pero la traducción de esa orienta-ción general a la política práctica sobre cómo y a quiéndistribuir la tierra; conoce variados matices, que debenser aclarados y comprendidos en el conjunto de la po-lítica total de dominación del país.

Los portugueses habían invadido y ocupado la Ban-da Oriental para la satisfacción de fines propios y espe-cíficos. Quien piense que simplemente llegaron con lagalana intención de llamar a los grandes propietariosdevolviéndoles lisa y llanamente sus campos, cometeríael mismo error del que creyese que los portuguses ve-nían a reengarzar la joya oriental a la corona española,

En segundo término el modo y forma de la conquis-ta predeterminó en sus grandes líneas los primeros pasosdel poder portugués respecto a los conflictos entre pro-pietarios confiscados y donatarios artiguistas.

Uno de los elementos con los cuales Lecor desfibróla resistencia de las masas orientales fue justamente el de,vincular la deserción de las tropas orientales -a través

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de los compromisos con los caudillos y con los cabil-dos- al mantenimiento sobre sus campos de todos losdonatarios artiguistas y demás poseedores de campos deemigrados que por cualquier razón no hubieran logradola titulación que ofrecía el Reglamento Provisorio.

Tan temprano como en 1817, Lecor se vio obligado

a legislar en torno a la política confiscatoria de los go-biernos patrios. Necesitado de la autoridad real, recabóde sus superiores las instrucciones respectivas que lefueron impartidas en forma de una Real Orden, segúnla cual el gobierno portugués sólo tramitaría aquellasreclamaciones de propietarios (urbanos o rurales) con-fiscados que promoviesen personalmente sus acciones.

En el período 1817 - 1820, la generalidad de lastransacciones realizadas por Lecor con los distintos agru-pamientos militares patriotas y con los cabildos, por lascuales sucesivamente fueron subordinándose al dominioportugués, casi todos los distritos de la campaña, no ol-vidaban incluir en su articulado el "respeto a la propie-dad" de aquellos que así aceptaban el dominio portu-gués. - -

De más está decir que los patriotas creían que estosconvenios aseguraban la propiedad "legal" otorgada por

los comisionados artiguistas, o'la mera ocupación de loscampos permitida por el contexto histórico de aplicacióndel Reglamento.

Pero el verdadero "tratado" por el cual Lecor secomprometía ante las masas orientales para respetar lapropiedad de la tierra tal como la había dejado Artigasdevino del conocido y frustrado "Arreglo de Tres Arbo-les" y de la reunión realizada entre Lecor y Rivera enGuadalupe.

La existencia de este convenio está demostrada nosólo por los términos del frustrado "Arreglo" sino ade-más por las continuas invocaciones que los documen-tos a él realizan, sugiriéndolo algunos y citándolo ex-

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presamente otros. Son varios los expedientes que se re-fieren a este convenio en los términos con que lo hacíael donatario Juan Calván en 1820, quien al solicitar elamparo de su posesión se apoyaba en Q.e desde el in-

greso de las armas de su Magestad Fidelísima en estaProvincia no se ha hecho moción alguna acerca de lasdatas de tierras, que en el Gobierno del General Artigas, fueron concedidas, dejando las cosas en el mismo estadoen que estaban, quando fue ocupada la Provincia. Másexplícito es el testimonio que ofrece un expediente de1832 en que Eusebio Benavídez protestaba contra el in-tento de desconocer la autoridad artiguista amparándose

en los tratados que el Excmo. Gral. Dn. Carlos Federico Lecor (realizara) con S.E. Dn. Fructuoso Rivera; por ellas resulta convencionado no se haría novedad  en- las propiedades, fueros y privilegios de los pueblos del dis-trito. En 1830 en otro expediente sobre tierras se afirmaque si el amparo en la posesión constituyera título de propiedad, todos los que en el día ocupan terreno del Estado y particulares, se llamarian legítimos dueños, por 

estar en este caso desde el año diez y siete, y no por undecreto simple, sino  por preliminares celebradas entrelos.Exc.mos S. S. don Fructuoso Rivera, y Dn. CarlosFederico Lecor.

Establecida la pacificación del país, la perennidaddel dominio portugués estaba vinculada a la aceptaciónmás o menos pacífica por parte de las grandes masas

de desheredados del campo,' que habían encontrado enArtigas el dirigente que los había promovido al reen-cuentro de su dignidad y de su bienestar, con el accesoa la tierra y al ganado. Desde un principio, la "pacifi-cación" fue tina laboriosa política de acomodación ytransacción con estas grandes masas, a través de la tran-sacción con sus jefes locales o regionales. Todo intentode violar el consenso de esa "transacción" suponía el

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peligro de que esas grandes masas volvieran rápidamen-te a su anterior actitud de rebeldía y revolución, por locual la actitud de los portugueses y brasileños operósiempre con una mezcla de rigor y parsimonia, que aten-día a las posibilidades concretas que encontraba en cada

región rara ir o no a fondo.La política de Lecor estuvo dirigida a evitar sertriturado por la oposición de intereses heredada del vie- jo mundo colonial y revolucionario, para lo cual elaborónuevas tensiones, provocó un reacomodamiento de aque-llos intereses, una reelaboración de las principales con-tradicciones, en fin, escindió la homogeneidad de lasclases configuradas en su oposición de la época revolu-cionaria, determinando la aparición en lo fundamental

de la estructura social semifeudal, por la cual los lazosde dependencia personal, se sobreagregaron a los lazosde la solidaridad de clase, desfibrando, corroyendo lasantiguas configuraciones de revolución y contrarrevolu-ción.

Sobre la convención Lecor - Rivera y sobre la RealOrden de Juan VI de 1817 se edificó la política cispla-tina respecto a los donatarios artiguistas (estuvieran do-cumentados o no). Inmediatamente después de la paci-ficación se libró una circular por la cual los propieta-rios que agitaran personalmente sus derechos verían re-conocida su propiedad y amparada la ocupación materialde sus campos, pero sin la expulsión material de losllamados "poseedores de buena fe", eufemismo con quela sabiduría cisplatina denominaba a los poseedores ar-tiguistas, y término con el cual, desde ya, se negaba todavalidez jurídica a la pequeña propiedad nacida de la re-

volución. En 1820 y 1821 se apuraron a reivindicar suscampos los Hnos. Peláez Villademoros, Melchor yFrancisco Albín, Tomás Villalba, Pedro Manuel García,Benito Chain, Juan de Almágro, José Fontecely, José Ra-mírez, la viuda de Cristóbal Salvañach, los herederos de

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Juan Francisco Blanco, los apoderados del Colegio delas Huérfanas, el apoderado (Francisco Juanicó) de JuanBautista Dargain, Manuel Rollano, etc. En aquellos ca-sos en que las estancias no habían alcanzado a ser re-partidas, los propietarios prácticamente no tuvieron nin-guna dificultad para rehacer su dominio sobre sus viejosfundos confiscados o abandonados en el curso de la re-volución. Pero cada vez que sobre sus campos se encon-traron grandes masas de poseedores, o donatarios de ex-pectante posición político-militar, el gobierno cisplatino,si bien reconoció la propiedad del reivindicador operómorosamente en la devolución de los campos -y decre-tando siempre que la devolución y reocupación de loscampos no autorizaba a los propietarios a expulsar a losdonatarios y demás poseedores de los terrenos recibidosen el curso de aplicación del Reglamento.

Período de expulsión de los donatarios artiguistas

En la segunda mitad del año 21, la equilibrista po-lítica cisplatina amenazaba derrumbarse por cuanto ha-bía terminado por no conformar a nadie. Entrelazadopor sus intereses de clase, cultura y dominio político conla clase de los grandes propietarios, el gobierno cispla-tino (asesorado por Nicolás de Herrera y Lucas Obesy siguiendo la astucia prenatal de don Frutos Rivera)dio una nueva vuelta de tuerca, mediante una circular

que propuesta por el Asesor Nicolás de Herrera fue"tenida por general" para toda la provincia. En estacircular se decidió que la tierra de los donatarios arti-guistas sería restringida al solo suelo que poseyeran susganados mansos, de modo tal que la notoria pobrezade los donatarios en punto a ganados mansos operó enuna real y cuantiosa reducción,del suelo artiguista so-bre el cual se les amparaba en su posesión.

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Por su parte los donatarios artiguistas que ocupabancampos fiscales o particulares cuyos propietarios porvariadas razones no habían acudido aún a reivindicarsus bienes se encontraron con que cada vez que intentaron consolidar sus donaciones, el gobierno cisplatinoles negaba toda posibilidad de hacerlo aun cuando nolos molestase en la posesión material de los terrenos.

Este fenómeno fue bastante común sobre todo apartir del Bando de Lecor (7 de noviembre de 1821)por el cual se convocó a todos los poseedores a regu-larizar sus títulos. Se presentaron entonces una buenacantidad de donatarios artiguistas a regularizar sus po-sesiones creyéndose amparados por el llamado. Aquellos

cuyos propietarios no habían reivindicado la ,propiedad(ausentes, o con títulos imperfectos o perdidos) fueronlisa y llanamente desconocidos en sus reclamaciones, yotro tanto sucedió con los poseedores de campos fisca-les. Pero aquellos que ocupaban campos partí'culares cu-yos propietarios habían ya iniciado su reclamación orondaban ya en vísperas de hacerlo, fueron obligados aenzarzarse en juicios contradictorios con los viejos pro-pietarios. Este fue, para ellos, el principio del fin.

La viuda y herederos de Fernando Martínez logra-ron .así que las decenas de donatarios artiguistas de suscampos de Durazno volvieran a subordinarse en one-rosos arrendamientos. Juan Manuel Llupes fue sencilla-mente expulsado por Antonio Villalba, parecida suerteencontraron los donatarios de los campos de FranciscoAlbín, del Rincón del Rosario, etc. En estos años co-mienzan los pleitos de los donatarios de las Huérfanas,

de Pedro Manuel Carcía, Juan Francisco Blanco, ManuelRollano, Cristóbal Salvañach, Bernabé Alcorta, Juan deAlmagro. Pero cuando los conflictos se reflejan en plei-tos es porque nos encontramos con una seria oposiciónde los donatarios, nacida de su abundancia y detalle

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muy importante de su supervivencia sobre el campo dis-cutido. Por el contrario, aquellos donatarios aislados enlatifundios !apenas repartidos, o desamparados por lamasiva desaparición física de sus viejos codonatarios en

las terribles batallas contra la invasión portuguesa, tu-vieron una suerte desesperada y casi anónima. Esto essobre todo válido para los campos situados al norte delRío Negro. Allí, de los hipotéticos. y numerosos dona-tarios artiguistas de los campos de Barrera, Almagro,Milá de la Roca, Dargain, Francisco González, etc., eslegítimo suponer que en una buena parte fueron barri-dos en la cruenta resistencia al invasor. En estos cam-

pos, justamente, los viejos propietarios conllevan la me-nor de las dificultades en punto a la expulsión de do-natarios u ocupantes artiguistas. Pero también es im-portante señalarlo allí se encuentran con otro tocón. Esallí justamente donde van dejándose caer los oficialesy validos del régimen cisplatino, cuya simple posesión,no menos irregular que la de la vieja generación orien-tal, impide a Lecor aplicar una política abstracta y ge-

neral de desconocimiento del derecho de los poseedoresy de aséptico reconocimiento de los titulos colonialesque esgrimen los viejos propietarios españoles y porte-ños confiscados.

Los donatarios y meros ocupantes artiguistas inser-tos en los cuadros político-militares del imperio, oracomo comisionados de partido, ora como oficiales de loscuerpos criollos, perdida toda perspectiva solidaria y re-volucionaria, sabedores que la mera discusión jurídicafinalizará por despojarles de sus campos, por supuestoincapaces de resignarse a un destino aparentemente fa-tal, reordenan sus relaciones sociales con los hombresen una circunstancial conexión humana, que tendrá lar-ga vida y se esclerosará con todos los matices posiblesen lo que se conoce como relaciones de dependenciapersonal.

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Pocos, no muchos, acudirán a la llamarada de losaños 22 y 23 para reconquistar la revolución nacionalque conocieron. Pero en su mayoría, los pequeños ha-cendados de origen artiguista serán espectadores del con-flicto cuando no se insertarán en el partido lecorista.En buena parte se halla aquí la explicación del primerfracaso lavallejista.

La gran mayoría de los hacendados patriotas, tie-nen por la transacción Lecor-Rivera, la confianza mili-tante que se tiene por un tratado. Esa transacción es asu vez, el origen del poder de Rivera. Los hombres acu-den a él, a Manuel Durán y a los diversos comisionadosartiguistas, a los caudillos departamentales (Hilario Pin-

tos, Baltasar Ojeda, etc.) a solicitar los testimonios dela veracidad de la donación artiguista y a recabar laprotección que los cuerpos criollos y sus mandos son ca-paces de dar al amparo de la posesión. Un donatarioestará tanto más protegido en su posesión cuanto, másdébiles sean los lazos que unen al propietario cn la"claque" criollo-cisplatina y cuanto más fuerte sean suslazos con el aparato militar-caudillesco criollo y más altasu inserción en la jerarquía. La fórmula artiguista de-

mocrático-burguesa que miraba a los hombres fuera desu inserción en las jerarquías deja paso al fortalecimien-to de nuevas relaciones entre los hombres, en las cualeslos hombres valen por la protección que reciben y dany por la devoción que prestan y aceptan. La tierra de- jará de ser el fruto de la relación objetiva revolucionariaentre los hombres para devenir el medio por el cual loshombres entran en dependencia los unos respecto a losotros.

E1 Bando de Lecor, al obligara propietarios y a po-seedores a probar sus derechos sobre la misma tierra;fue el instrumento jurídico que provocó el desconoci-miento final de la transacción Lecor-Rivera y la primi-tiva política de "amparo a los poseedores de buena fe".

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Examinar en un tribunal, juzgar, era contraponer, eradecidir qué título obtendría prelación sobre otro, era,políticamente hablando decidir que los viejos propieta-rios volviesen a sus campos, y que los poseedores arti-'guistas saliesen de ellos o aceptasen las diversas formasde subordinación en la explotación de la tierra. Y estofue lo que comprendieron rápidamente todos.

Cuando el yerno de Melchor Albín, árguía comoapoderado de la familia, que se le devolviese la propie-dad no hacía otra cosa que confirmar este cambio bruscode la política cisplatina. Recordando los decretos de"amparo a los poseedores de buena fe" nacidos en los

primeros días de dominio cisplatino y contrastándoloscon el nuevo enfoque nacido del Bando de Lecor, decíaaquél: posteriormente el dro. de los propietarios ha pre-valecido sirviéndose V.E. pr. regla general, sin que ha-ya podido servirle de escudo /a los intrusos/ la buenafé con que ocupaban propiedades agenas. Y' FarnciscoJuanicó, poderoso favorito del "Club del Barón" lo di-ría en forma aún más cínica cuando reivindicaba el

cuantioso fundo del Hervidero:Bien se deja ver -decía- que estas anteriores órde-nes circulares las dictó la política acomodada a las cir-cunstancias muy particulares en que á tal época estaprovincia se hallaba. Así comprendieron todos; así lo en-tendí yo que querléndo acomodarme a su espíritu, ycoadyuvarle, he guardado el silencio que se observa.

El irrestricto domiñio que el "partido brasileño" lo-

gró con Lecor luego de la retirada de las fuerzas por-tuguesas y de la capitulación del Cabildo montevideanodio entonces.libre cauce a la aplicación dé la orienta-ción propietarista propuesta ya en el Bando de Lecor.Fue sobre todo en 1824 y 25, en que el alud latifundistaanegó la pequeña propiedad .nacida de la revolución ar-tiguista. Como diría juanicó en 1824 habiendo cesadofelizmente esas causas políticas que tales determinario-

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nes exigieron y que provocaron tan imperiosamente miprudencia, estoy en el caso de pedir... Y cómo pidió, ycómo exigieron entonces los grandes propietarios.

En el período que va de julio de 1824 a abril de1825, las grandes masas de poseedores artiguistas se ven

conmovidas por los juicios casi finalizados de expulsiónde campos o de obligación de arrendamientos: decenasde familias de los campos dé Pedro Manuel García sepreguntaban en febrero de 1825: Estos hombres y susfamilias ¿adónde llevarán lo que poseen, o a quién po-drán venderlo en el conflicto de un desalojo y la incer-tidumbre de un futuro que no conocen? Los donatariosdel ex-latifundio de Juan Francisco Blanco, también alcomenzar el año 25 protestaban desde el ceno de nues-

tro abatimiento p.r la erueld.d con q.e se nos ha intima-do aquel decreto. Aquellas grandes masas que a puntode ser desalojadas reclamaban se les confirmase la do-nación ó gracia q.e se nos hizo por Dn. José Artigas, le-gítimo magistrado, q.e al reparo de los Campos valdíos,proporcionaba los vienes a la Causa Pública estaban le- jos de resignarse. La soberbia con que restregaban lagloria del caudillo en las narices de los magistrados cis-platinos, anunciaba ya la Cruzada lavallejista que comouna chispa encendería toda la pradera oriental. Semanasescasas separaban esa insurgencia en los tribunales dela insurrección armada. Sólo faltaba Artigas. Los dona-tarios artiguistas y los pequeños hacendados tendríanoportunidad en el Uruguay independiente de llorar suausencia. -

La política cisplatina respecto alos propietarios confiscados

A lo largo de todo su dominio, cada vez que losportugueses o brasileños tuvieron que decidir en torno

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a los problemas de las propiedades reivindicadas aten-dieron en general a tres grupos de circunstancias. Enprimer lugar (elemento siempre presente) al. momentopolítico en que transcurría la acción de reivindicación.En segundo lugar, a la mayor o menor perfección jurí-dica de la propiedad solicitada y a la influencia del pro-pietario y su posición en la jerarquía colonial sobre lacual se asentaba su dominio.' En tercer lugar a la im-portancia y número de los poseedores artiguistas o a lacalidad de portugueses de los que allí se encontrasen.

En su conjunto estas circunstancias configurabanuna variada gama de casos posibles, los cuales hicieronque las leyes y reglamentos conocieran una aplicación

matizada, resuelta a veces en aparente casuística, peroque en su conjunto reflejaban una consecuente políticade fortalecimiento de la dominación colonial y de pri-vilegios a los eslabones que en cada clase sostenían elrégimen.

Las propiedades confiscadas de acuerdo con la lla-na letra del Reglamento cubrían casi la mitad del país,y como se recordará el resto del territorio estaba forma-do por los repartímientos minifundistas de los pueblJos,por las estancias de los hacendados patriotas y en parti-cular por enormes extensiones de tierras fiscales. Comoes natural, no todas las propiedades confiscadas fueronrepartidas: unas porque el corto plazo de aplicación pa-cífica del Reglamento no lo permitió, otras porque fue-ron destinadas a mantener los ganados del Estado y amantener los abastecimientos y las finanzas revoluciona-rias, otras en fin, porque aún habiendo emigrado sus

propietarios, no hubo tiempo de tenerlas en cuenta.Los propietarios de este grupo, no tuvieron prácti-camente dificultades para reocupar sus campos, salvopor supuesto en el caso' en que éstos 'se cubrieron conlos recién llegados portugueses, caso sobre el cual no de-

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tenemos nuestra atención por no corresponder al análi-sis que hoy realizamos. Tal parece haber sido el casode los campos de Joaquín Núñez Prates, José Ramírez,Manuel Solsona, Mateo Magariños, Félix Sáenz, FelipeContucci, hermanos Villademoros, José Fontecely, cte.

Para la reocupación lisa y llana de las viejas pro-piedades, de todos modos los propietarios encontraronuna extensa serie de dificultades. devenidas unas de lasconsecuencias de la misma anarquía y caos revoluciona-rios y otras de las chicanas de los magistrados cisplati-nos tendientes siempre a proteger los intereses fiscales.y políticos de la administración imperial.

Una buena parte de los propietarios no se presentó

personalmente a reivindicar los campos, razón que obsta-ba a que se tuviese en cuenta sus intereses, de acuerdocon la Real Orden de 1817. Algunos de los grandes pro-pietarios espáñoles participaron en la intentona restau-radora de 1819, por lo cual hombres como Benito Chain,Juan de Vargas, Roque de Haedo, Pedro Manuel Gar-cía, cte., fueron detenidos y algunos de entre ellos ex-pulsados de la provincia. Para muchos de ellos, el con-flicto significó postergar sus reivindicaciones por mu-

chos años, para otros supuso pasar por las rigurosas hor-cas caudinas de la sumisión a Lecor, cuyo oneroso pre-cio quedará sepultado y ocultado en las compras de in-fluencias, por supuesto indocumentadas.

La revolución no sólo había confiscado el espaciode explotación ganadera, no sólo los ganados, sino quehabía arruinado a multitud de grandes y antaño flore-cientes hacendados. Obligados a emigrar al Brasil o a lasProvincias Unidas, la mayoría de ellos conocieron la mi-

seria más completa y jamás pudieron levantar cabeza.La reivindicación de sus propiedades, por más que sig-nificara el volver a la vieja y perdida potencia económi-ca no era de todos modos una empresa ni fácil ni exen-ta de gastos. Trasladarse a la Banda Oriental, mantener

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un decoroso nivel de vida mientras se sustanciaban loslargos y gravosos pleitos de reivindicación, morosamen-te llevados las más de las veces por una cohorte de há-líiles especuladores de tierras y letrados adheridos a las"facilidades" del régimen, no era para todos. Los mástuvieron que comprar una parte de su antiguo- esplen-dor aceptando los convenios que los "embrollones de le-tra menuda" y los grandes comerciantes y hacendadosincrustados en el aparato colonial les proponían. Perono sólo los ruinosos "apoderados" marginaban y recor-taban las riquezas reivindicadas. Como a lo largo de to-do el siglo se habría de repetir, cada una de las instan-

cias judiciales y ejecutivas que cruzaban de vallas lospleitos, debían ser salvadas mediante el tráfico siempreoneroso de influencias: una vista fiscal favorable, un am-paro de posesión, un lanzamiento, un acompañamientomilitar para el mismo, debían ser apoyados con ríos dedinero, que no por haber transcurrido lejos de la pruebaescrita, son menos notoriamente existentes.

El resultado de este infinito calvario de los empo-

brecidos grandes propietarios fue bastante cuantioso. Alfinal de los largos pleitos (liquidados en la Cisplatinay poco después en la época independiente) los validosdel régimen colonial cisplatino emergieron como gran-des propietarios y los viejos nombres coloniales pasarona un melancólico mal pasar, apenas satisfecho con el re-cuerdo ostentoso de pasadas glorias. Así perecieron vie- jas fortunas y propiedades coloniales como las de Juan

Francisco Blanco, Pedro Conzález, Juan Antonio Busti-llos, Bernabé Alcorta, José Fontecely, cuyos campos fue-ron adquiridos por la casa inglesa Steward-Mac Coll, re-sidente en Buenos Aires y representada en Montevideopor el comerciante inglés Diego Noble, a la postre pro-pietario de dichos campos; así pasaron a una oscura me-diatez los otrora poderosos nombres de Juan BautistaDargain, Francisco González, Bernardo Posadas, cuyas

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propiedades fueron adquiridas por el hábil apoderadoFrancisco Juanicó, que en sociedad con el comerciantefrancés Cavaillon y el argentino Nicolás Guerra, se trans-formaron en legendarios latifundistas de los actuales de-partamentos de Salto y Paysandú.

Pero no se detenían aquí las dificultades que la ávi-da administración cisplatina oponía a los viejos propie-tarios. Una buena parte de éstos no había alcanzado aperfeccionar totalmente la indiscutida y privilegiada po-sesión que detentaban en la época colonial. Y lo queen aquel período hubiera significado unas breves y mo-deradas actuaciones judiciales, se transformó en la épo-ca cisplatina en cuantiosas partidas sujetas unas al tribu-to privado de los encargados de mover la máquina ju-dicial y otras a las cargas fiscales mucho más voraces dela corona de Braganza.

Quizás era peor la situación de aquellos que por di-versas circunstancias habían perdido los documentos queconvalidaban sus derechos. Muchos títulos habían sido

secuestrados por Artigas y remitidos a Purificación, otroshabían sido perdidos o destruidos por los saqueos y co-rrerías de todos los contendientes, otros habían sido ex-traviados en archivos convulsionados o extraídos de susanaqueles en Montevideo y Buenos Aires por las faccio-nes que se alternaban en las guerras civiles. Para estospropietarios la devolución de las propiedades estabaagravada por los lentos indagamientos, las compulsassiempre costosas en archivos extranjeros y nacionales, los

testimonios de vecinos a veces renuentes, a veces malin-tencionados o enemigos. Y sobrevolando todas las ins-tancias, las gravosidades de los "influyentes" y de las je-rarquías, siempre codiciosas. En este despeñadero pare-cen haber rodado muchas. esperanzas, y no pocos pro-pietarios, los hermanos Villademoros; José de Arvide,

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Francisco González, Pedro Manuel García, etc., encon-traron en estas circunstancias la causa principal de susdifíciles reivindicaciones.

Si lograban sortear los obstáculos enumerados, lospropietarios debían aún salvar nuevas dificultades. atin-gentes éstas a la condición de los poseedores situados esus campos.

Algunos de los grandes propietarios, sobre todo alsur del Río Negro, tenían sus éampos cubiertos de Jecé-nas de poseedores: Pedro Manuel García, la Casa VianaAchucarro, Melchor y Francisco Albín, Calera de las

Huérfanas, Villanueva Pico, Alagón, Azcuénaga, etc. Entales casos aun cuando contaran con la pronta amistadde las autoridades, estos propietarios cuando se presen-taron a reivindicar sus propiedades tuvieron que supe-ditar en alguna medida sus intereses a las necesidadespolíticas de la dominación portuguesa (Véase las decla-raciones de Albín y de Francisco Juanicó ínsertas,másarriba). Aquí el gobierno cisplatíno antes de alterar ma-

sivamente la situación de miles de habitantes de la cam-paña se vio obligado a contemporizar so riesgo de pro-vocar conmociones revolucionarias, conmociones que na-cieron justamente cuando abandonó sus precauciones.La salida propuesta y desarrollada por las autoridadesfue la de provocar los acuerdos entre propietarios y Po-seedores, ora' mediante arrendamiento, ora mediante lacompra de sus fracciones por los poseedores, ora median

te el pago de las mejoras a los poseedores desalojados,ora mediante plazos suficientes para que los poseedoresse colocaran en nuevos campos.

Pero en casi todos los casos, se llegó a rigurosas, aucuando tardías medidas de expulsión de los donatariosartiguistas y demás pequeños poseedores sin títulos, ex-pulsión que se precipitó en general justamente en lasvísperas revolucionarias de 1825.

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En algunos casos, los propietarios tuvieron que li-diar con poseedores más o menos solidarios con la ad-ministración portuguesa. Algunos lo eran por su inclu-sión en el aparato militar criollo y dependiente de losgrandes caudillos adheridos a la dominación portuguesa,

como Rivera, Laguna, cte.; otros eran o donatarios arti-guistas de nacionalidad portuguesa que adquiriéron in-fluencia en la administración cisplatina, o poseedores dereciente poblamiento que, ganaban su tranquila posesiónpor pertenecer a las fuerzas conquistadoras. Aquí, sólola existencia de una contrapuesta y poderosa influenciade los propietarios, garantizó la devolución de las pro-piedades. Para aquellos propietarios del norte del RíoNegro, la inclusión de gran número de poseedores Portu-

gueses o el hecho de que en esos destinos se hubieranubicado los principales oficiales cisplatinos, fue casi fa-tal para sus intereses.

`Vía crusis" cisplatina de los donatarios artiguistas

La situación de los donatarios artiguistas, a su vez,dependió de muchas circunstancias. Dentro del cuadrogeneral de total desconocimiento de su propiedad, la po-sesión de sus campos, sin embargo, conoció una gamaque fue desde la total tranquilidad a lo largo de toda ladominación cisplatina hasta la muy temprana expulsiónde sus modestas suertes.

Antes de estudiar la suerte corrida por los donata-rios artiguistas se debe tener en cuenta una circunstan-cia muy importante. Los donatarios artiguistas en su in-mensa mayoría lo habían sido en el cuadro de una ferozy cruenta revolución social y nacional. Ellos sabían ycomprendían que la suerte de la propiedad de sus tierrasestaba vinculada a la defensa- de la revolución. Deahí 

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que cuando advino la agresión portuguesa y los con-flictos con. el Directorio porteño, la inmensa mayoría delos donatarios artiguistas abandonó el pacífico trabajocreador para sumarse a las divisiones patriotas (1). La

espantosa mortandad de orientales, segados en diariasguerrillas y en batallas numerosas y sangrientas, hacefácil suponer cuán grande proporción de donatarios ar-tiguistas jamás volvió a sus campos.

Pero aún muchos de sus sobrevivientes se vierón enamargos trances, emigraciones, prisiones, etc., ántes deintentar volver a sus pagos. Cuando así lo hicieron, salvoen contados casos, les fue impedida la reocupación desus modestos terrenos por diversas razones. En algunoscasos operó contra sus intereses la presencia de los vie- jos propietarios que habían madrugado en la reivindica-ción y posesión material de sus antiguos latifundios. Enotros, su tardía reaparición, hizo que no se les tuvieraen cuenta en los tempranos censos de ocupantes y dona-tarios artiguistas realizados por las autoridades portugue-sas apenas pacificada la campaña, por lo cual no se les

comprendió en los llamados "pobladores de buena fe'cuya posesión material estaba garantizada hasta el arre-glo de la campaña. En otros, por último, su deseo de re-cuperar la posesión chocó con iguales intereses de otrosdesamparados, dejados caer. en sus campos por e1 ven-daval revolucionario, o por hacendados de nacionalidadportuguesa contra cuya situación nadó podían hacer losdonatarios que volvían tardíamente a sus terrenos.

( 1 ) Véase los testimonios insertos en los expedientes delos donatarios artiguistas Lorenzo Ruiz Díaz (Huérfanas), Ma-nuel Llupes (Villalba y Albin), Nicolás Zermeño (Viana Achucano), Mateo Benitez (José Maldonado), Francisco López (Villanue-va Pico), Faustino Tejera (Milá de la Roca).

(Entre paréntesis: propietario del campo confiscado).

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Para el grueso de los donatarios artiguistas las difi-cultades relacionadas con la documentación de sus te-rrenos se transformaban en un obstáculo mil veces másinsalvable que lo que había sido para los propietarios.Unos habían perdido los documentos extendidos por loscomisionados artiguistas, otros apenas podían contar contrámites apenas esbozados e interrumpidos por la propiainvasión portuguesa, otros, en fin, a cuyos campos aúnno habían llegado los comisionados nombrados por elreglamento sólo podían mostrar -en el mejor de los ca-sos- los permisos de población extendidos por sus jefesmilitares, inmediatos, en condiciones precarias y como

simples recaudos destinados a no ser molestados en tan-to no les llegase el turno de ser atendidos por las auto-ridades de tierras correspondientes.

Sobre todo para éstos funcionó el certificado exten-dido -en los años cisplatinos- por los comisionados detierras y jefes militares de quienes habían recibido esosprimeros y precarios documentos aún existentes. Fue enel cuadro de esta necesidad testimonial y protectora dela posesión, donde se agigantaron los lazos de dependen-

cia personal entre los donatarios artiguistas y demás ocu-pantes sin título respecto a los jefes capaces de exten-der o negar los certificados o la protección. Fue allí don-de creció él prestigio de hombres como Rivera, Laguna.Lavalleja, Durán, Pintos, etc. Sus testimonios o su vo-luntad de negar o extender la protección devenida de suprestigio o poder, hizo que en la primera oposición en-tre los jefes rurales en 1822-23, muchos de los donatariosartiguistas y demás ocupantes, se dividieran de acuerdo

con la resolución adoptada por lbs respectivos jefes o deacuerdo con la suerte corrida con sus respectivos te-rrenos.

Los poseedores situados en peor condición eranaquellos que por distintas razones estaban poblados encampos de favoritos del régimen o en campos adquiridos

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por extranjeros, comerciantes o hacendados de gran for-tuna. Aquí, la riqueza o la pertenencia al restringido"Club del Barón" aceitó la máquina judicial obteniendorápidas sentencias y no menos rápidos y crueles desalo- jos. Por último, no fue menos desgraciada la situación

de aquellos donatarios aislados en grandes latifundios,ora por haber fallecido o emigrado los hombres de igualcondición, ora por haber sido muy escasa y tardía la dis-tribución de los campos sobre los que se hallaban. Enestos casos, los escasos poseedores que debían enfrentarla prepotencia y poder de los antiguos propietarios, nadapudieron hacer; más si se tiene en cuenta, que en suscasos no obraba la natural parsimonia cisplatina que sa-bía morigerar su crueldad cuando se conmovía peligro-samente a las amplias masas de poseedores.

Pese a estas circunstancias; otras sin embargo, ope-raban para permitir cierta o total tranquilidad en la po-sesión de otros donatarios artiguistas.

Muchos de los antiguos propietarios -ya lo hemosdicho- o no aparecieron jamás durante la dominacióncisplatina o lo hicieron muy tardíamente. En ambos ca-sos, los conflictos prácticamente se postergaron y resol-

vieron en el Uruguay independiente. Pero esta circuns-tancia que se dio en los campos de Villanueva Pico, Co-rrea Morales, Viana Achucarro, Azcuénaga, etc., no dioa los poseedores otra cosa 'que la simple y precaria po-sesión material de los terrenos. Cada vez que intentaronampararse en su condición de poseedores para consoli-dar y sanear la propiedad mediante su titulación defini-tiva, así fuese por compra, encontraron la más decididaoposición de las autoridades cisplatinas.

Los poseedores de ciertos campos, cuyos, propieta-rios por las razones expuestas anteriormente, ¡lo atinabana resolver definitivamente su propiedad, aun cuando vi-vieron con el jesús en la boca, de todos modos vieronllegar la Revolución del 25, sin haber sido desalojados

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de sus campos, por lo cual los viejos propietarios debie-ron recomenzar las instancias judiciales bajo los gobier-nos independientes. Incluso en aquellos campos en loscuales se habían librado sentencias definitivas,, algunosde los poseedores resignados y en vísperas de expulsio-

nes irreversibles también se encontraron con que la ho-ra revolucionaria volvía sus situaciones al punto de par-tida.

En fin, una buena parte de los poseedores artiguis-tas debió someterse como ya dijimos a las diversás tran-sacciones específicas y ejecutadas por las autoridades. Sibien para ellos la Revolución llegó en cierto modo tar-de, sin embargo, el hecho de encontrarse sobre sus cam-pos a titulo de arrendatarios, por onerosa que fuese larenta que debían pagar siempre fue una ventaja enormesobre los que, por las mismas razones, habían sido ex-pulsados lejos de sus campos. Estos casi nada pudieronhacer en la época independiente y cuando les fue per-mitido volver a sus campos lo hicieron bajo otros ampa-ros y otras influencias. Aquéllos por el contrario, esta-llada la revolución, quemaron simbólicamente los lazos

de arrendamiento y dejaron lisa y llanamente de pagary de considerarse obligados ante los viejos propietarios;incluso se les verá realizar intentos, nuevamente, de con-solidar su propiedad y encontrarse en pleitos reiniciadospor los viejos propietarios que vieron hundirse con eldominio cisplatino la sagrada "autoridad de cosa juzga-da" con la que se habían considerado felices y definiti-vos reocupantes.

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EPOCA DEL URUGUAY INDEPENDIENTE2.

Lo que ha cambiado

El proceso de dislocamiento de las relaciones revo-

lucionarias entre los pobres del campo, iniciado por Le-cor puede decirse que es ya un hecho reforzado en laépoca independiente y consumado sobre todo a partirde 1834.

Los donatarios, contemporáneos y luchadores de larevolución artiguista, no son los mismos, por supuesto,que los que permanecen y comprometen su fibra bajola dominación cisplatina; son ya muy diversos de aque-

llos que peregrinan desde los primeros años del Uruguayindependiente, ora en los tribunales, ora en el séquito delos grandes caudillos, añorando, (sin comprender loscambios) la época del gran jefe de los Orientales, peroforzados a perseguir rutas que los llevarían definitiva-mente al infortunio.

La revolución de independencia en su largo cursoha provocado a su vez una diferenciación entre la in-mensa multitud de poseedores que cubre los campos dela Banda Oriental. Los donatarios artiguistas y los ocu-pantes de campos de emigrados y enemigos de esos mis-mos días, ven llegar a lo largo de los años, (1820 - 1830),otros compañeros de desventura o de igual condición jurídica, que se asientan en campos abandonados peroya sin control revolucionario alguno y sin los extremo-sos requisitos que la democrática ley agraria artiguistaanteponía a los adjudicatarios para impedir que el acce-so a la tierra se transformase en un privilegio y en elfruto del poder militar o económico.

La posesión de campos abandonados transcurridadesde 1820 hasta 1828, no escapa a las leyes de concen-tración del capital y opera en la ley agraria artiguista.

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El ámbito de la posesión material no está expresado enlas tierras necesarias para el sostenimiento solvente deuna familia y un núcleo mínimo' de fuerza de trabajoajena, como preveía el Reglamento Provisorio, sino queestá expresado,en la capacidad del poseedor de ocupartodo el campo sobre el cual es capaz de sostenerse antela apetente competencia de los vecinos y demás coñcu-rrentes en la posesión de campos.

Las leyes de concentración de la tierra que opera-ron en la época colonial en cierto modo volviLIron a re-petirse en las que rigieron natural y objetivamente laposesión material de los detentadores sin títulos en losprimeros años del Uruguay independiente. El ocupar una

sola suerte o diez y más leguas de campos,-no era, pordescontado el resultado de la sola voluntad o ambicióndel poseedor. Esa capacidad aparentemente irrestricta deocupación estaba férreamente vinculada a su capacidadeconómica  previa, porque los campos se ocupaban conganados y esa ocupación se defendía a tenor del númerode peones, agregados y esclavos que se mantuviese bajola dependencia del gran ocupante, poseedor o detenta-dor de campos fiscales o abandonados por sus primiti-

vos dueños.La revolución nacional de 1825, provocó un nuevoy violento reforzamiento de las tendencias semifeudalesy antidemocráticas surgidas en el seno de las fuerzas pa-triotas. La "guerra a las vacas" que acompañaba comola sombra al cuerpo a las guerras nacionales de inde-pendencia produjo un hecho de largas consecuencias enla futura historia de la ocupación fisica de la tierra. Las"razzias" de ganado realizadas por Rivera en las Misio-

nes, por Alvear y Lavalleja en la Banda Oriental y er.Río Grande, crearon un fenómeno singular. Un gran nú-mero de jefes, oficiales y soldados de las fuerzas orien-tales se halló propietario o detentor -vale lo mismo-de cantidades de ganado cuantiosas o modestas de acuer-

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do con su jerarquía, influencia o audacia. Lo singular noes por supuesto la apropiación misma, sino el hecho deque esta nueva oleada de propietarios de_ganados care-cía de tierras donde mantenerlos.

A ellos sin duda se refería la circular lanzada por

Santiago Vázquez el 23 de diciembre de 1831 cuandoproponía que cada vecino de la campaña, que posea ha=cierula de campo y sin propiedad territorial, adquieraaquella que sea compatible con su fomento y con sufortuna. Una gran parte de estos poseedores, propieta-rios de apenas unas decenas o pocos centenares de ca-bezas, no radicaban definitivamente en ningún punto dela campaña' limitándose a mantener los rodeos mínimos,

hoy aquí, mañana allá, de acuerdo con la ,benevolenciao rigidez de los hacendados de los alrededores. Contraí-dos a la ganadería -decía "E1 Patriota", el 8 de diciem-bre de 1831- pero dueños de un ganado reducido, enque consiste toda su fortuna, u ocupan tierras de perte-nencia particular, y en este caso están espuestos á con-tinuas migraciones, al arbitrio de los propietarios; ó es-tán establecidos en terrenos del Estado, cuyo. dominioútil ha pasado ya, ó debe pasar en adelante á los parti-culares, y quedan por lo mismo sujetos a iguales incon-venientes.

Pero en el' desarrollo de la apropiación física de losterrenos fiscales o particulares abandonados, volvemosa ello, nada puede esperarse que se parezca a la apro-piación surgida de la aplicación del Reglamento arti-guista. Aquellos que por su influencia y poder o jerar-quía militar habían sido favorecidos en el botin de ga-nado que produjo la guerra de la independencia, natural-mente ocuparon y poseyeron grandes cantidades de tie-rras. Por su parte los grandes y ricos comerciantes de lacapital y la campaña aprovecharon a su vez el caos de larevolución para asentarse en todos los terrenos que suavizora mirada encontró vacíos tanto, y sobre todo, en la

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época cisplatina, como en los primeros años de la revo-lución libertadora de 1825. Estos grandes poseedores sintítulos ya no eran aquella vieja y heroica generación dedonatarios artiguistas ni nada tenían que ver con aque-

lla menesterosa grey de soldados desmovilizados despec-tivamente calificada de "polilla de la campaíia". Paraaquéllos se teorizaron más que pala nadie los decretosde protección a los poseedores que rodaron a lo largode la primera presidencia constitucional, para los otrosvalían los tribunales que convocaban una vieja legisla-ción santificadora de la propiedad así como los decretosy reglamentos de policía de campaña que los perseguíanpor vagos o los sujetaban a las relaciones semiserviles

de dependencia personal mediante la obligación de por-tar la papeleta de conchabado; para ellos en fin se ha-cían los decretos de desalojo impiadosos y los lanzamien-tos mano militar¡ que los propietarios preferían obvia-mente a los escritos en papel sellado.

Los poseedores ricos constituían un sector nada des-preciable, sobre todo si tenemos en cuenta la cantidadde tierra que detentaban. Entre ellos se habían reparti-do los campos de Solsona - Alzáibar, Barrera, Anzoáte-gui, Arvide, Almagro, Milá de la Roca, y en menor gra-do los campos de las Huérfanas, de Villanueva Pico, etc.A1 norte del Río Negro, en el litoral que rodeaba al vie- jo campamento de Purificación, la generación de dona-tarios artiguistas había sido considerablemente raleadacomo resultado de su constante adhesión a la revoluciónpor la cual los más perdieron la vida. Su lugar, sus cam-pos, aquellos que habían regado con su sudor y luego

con su sangre, fueron ocupados particularmente por los jefes y oficiales de la guerra con Brasil, y en su mayornúmero, por los que arrostraron con Rivera el ostracis-mo y la conquista de las Misiones. En condiciones simi-lares se hallaban la mayor parte de los campos confis-cados por Artigas o abandonados en los días de su go-

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bierno. Al sur del Río Negro, allí donde los donatariosartiguistas habían subsistido en mayor número, pudodarse aquellos casos en que su solidaridad revoluciona-ria se mantuvo -por lo menos localmente- o fue debi-litada en escaso grado, pero aún en estos casos se ope-ró otro fenómeno no menos importante.

Entre los donatarios artiguistas se produjo en 20años el 'inevitable proceso de diferenciación y polariza-ción económico-social propio del desarrollo mercantil.En el curso de los años, los más, abrumados por la gue-rra, la opresión, las persecuciones políticas y judiciales,cayeron en la mayor indigencia. Unos abandonaron sus

posesiones y se perdieron para siempre incapaces de sos-tenerse eñ los campos donados por Artigas; otros,. en bue-na cantidad, enajenaron sus precarios derechos de pose-sión a hacendados ricos o a comerciantes de las villasdel distrito; los terceros quedaron en sus campos de to-dos modos pero ya fueron incapaces de sostener la po-sesión de todo el campo adjudicado en sus documentos;puesto que sus raleados ganados apenas si cubrían losmíseros corrales que rodeaban sus viviendas. Por el con-trario, algunos donatarios artiguistas en los 20 áños trans-curridos, favorecidos o por su obsecuencia en la épocacisglatina, o por sus grados y poder en el ejército insur-gente de 1825, o enriquecidos simplemente- en la pro-ducción ganadera o en las "sacas de ganado" a los bra-sileños enemigos en la Banda Oriental y Río Crande,no sólo conservaron las suertes donadas por la ley arti-guista sino que incluso ocuparon mayores áreas en de-

trimento de vecinos débiles o ausentes, o adquirieronsus campos a otros donatarios artiguistas o a poseedoresy propietarios de todo origen. De esta condición era na-da menos, Juan Antonio Lavalleja, y en un grado menorFaustino Tejera, Ramón Santiago Rodríguez, Tomás Bur-gueño, Felipe Caballero, los hermanos Zermeño, -cte.

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Sobre este complejo, contradictorio y ya muy cam-biado panorama operó la política de los gobiernos inde-pendientes en el periodo crucial de 1828-38. La homo-génea clase de los donatarios artiguistas, revolucionariay democrática, había pasado a mejor vida. En su lugar,una vieja generación de donatarios artiguistas o adqui-rentes de sus títulos de donación, corroída por la dife-renciación de clases, escindida en sus dependencias per-sonales a los grandes caudillos contrapuestos, enfrenta-da en sus expectativas políticas y económicas; y unanueva generación de grandes poseedores, usufructuariosen el peor sentido, de la independencia conquistada portoda la nación; y poseedores miserables, aislados, quedebían su posesión a su mera voluntad y al azar de las

guerras que asolaban el país desde veinte años atrás.Artigas estaba muy atrás en el tiempo.

La reconcentración del latifundio colonial fue en-tonces tanto más fácil cuanto más cruentas fueron lasguerras civiles. La breve historia que pasaremos a relatares en definitiva la historia de la contrarrevolución lati-fundista y del sucesivo despojo de los pobres del campo.Que nunca descansen en paz, tal ha sido el legado ar-tiguista.

Período de la Guerra con Brasil

Apenas Sarandí despejó la campaña de las fuerzasbrasileñas, las masas de pequeños hacendados creyeronque 1825 repetiría al recordado 1815. Desde todos losámbitos 'los donatarios artiguistas recurren alas autor¡-'dados patrias para consagrar lo que les parecía mera ra-tificación. Sin olvidar que los que acceden a los tribu-nales no son -obviamente- el todo de aquellas masas,es de todos modos significativo el que tantos hayan creí-do que la nueva revolución de independencia era ape-nas continuadora de la vieja revolución en todos sus as-

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pectos: de soberanía nacional y de revolución social.Aquellos hombres despojados de sus pequeñas suertesdel Rincón del Rosario, o del Rincón de los dos Solises,relatan solícitamente los atentados sufridos bajo el do-minio cisplatino y el despojo que sufrieron, y deslizaban

como un sobreentendido "que mejorando las circunstan-cias del país" y al resonar `los dulces ecos de libertaddando un golpe al tirano que nos oprimía" los camposdonados por Artigas volverían al destino que el grancaudillo había querido; tal como lo creía aquel otro do-natario de Durazno que a mediados de 1828 se sentíafavorecido bajo los auspicios de nuestro Gobierno "sabioy arreglado" por lo cual descontaba `9a seguridad denuestras propiedades legítimamente habidas" en el cur-

so de la revolución agraria artiguista..Otros, de acuerdo con su peculiar biografía, como

los "Treynta y hun Besinos' "agraciados, enterrenos rea-lengos por el Govierno, anterior de la Patria" recorda-ban haber sido obligados por el "ynperio" a someterseal arrendamiento que les impusieron los "erederos delafinada D.a Martina Gomes y Saravia", notoria viuda deDon Fernando Martínez, y advenida la Revolución con-sideraban natural que la Patria los liberase de aquellaprepotencia.

Si las primeras autoridades provinciales aceptaronque los donatarios fuesen restituidos a sus campos, enaquellos casos en que las expulsiones cisplatinas habíandesalojado a los agraciados, y si aún comprendían que"estos infelices" agraciados que estaban "con las armasen la mano, sosteniendo y defendiendo los terrenos, é in-tereses dela que se llama propietaria" debían ser exone-

rados de los gravosos arrendamientos "interin las cosasno tomen otro sociego"... cuando precisamente las co-sas tomaron otro "sociego" todo cambió.

Los circunstanciales asesores que hacían las vecesde fiscales de un gobierno provincial apenas esbozado,

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tenían en cambio bien terminadas sus ideas respecto alcarácter de la revolución agraria artiguista, y por supues-to sin animarse a maldecir su glorioso acontcer, les so-braba bríos para calificar de "auténticos" los títulos delescarnecido poder colonial y de "meros papeles simples"los nacidos de la gesta agraria de 1815.

Encaramados en el gobierno provincial, sobrevolan-do con una usura interminable los préstamos al gobiernonacional argentino y los abastecimientos del Ejército Re-publicano, los más increíbles y conocidos especuladoresnacidos en buena parte del tronco "empecinado" espa-ñol, tenían ya suficiente coraje -tal el caso de Félix deAlzaga- como para comprar apoderados influyentes

(José Encarnación de Zas) que sin ningún rubor y a tan-tas onzas la desvergüenza ponían cara de burgueses in-dignados al escandalizarse en estos términos por los "des-pojos" de la época artiguista: aún permitiendo que fue-se cierta la donación de unos terrenos concedidos soloen posesión en fuerza de las circunstancias de la épocaen que se dieron á algunos vecinos, por el abandono queesas circunstancias obligaron á hacer de ellos á sus pro-pietarios; es bien claro, q.e ni el General Don )osé Ar-

tigas, ni el Cabildo Gobernador Intendente. ni ningunaotra autoridad, que merezca la denominación de tal es-taría facultado, para arrancar el sagrado derecho de lapropiedad, legítimamente adquirida y rebestir con él aun tercero por más meritorio y digno que le considerasepor sus servicios a la patria.

Artigas y su gobierno "no merecían la denominaciónde autoridad legítima", éste era ya el peyorativo ritor-nello con el cual todos los letrados descastados acumu-

larían barro sobre barro en torno al gobierno más gran-de que tuvo la patria oriental. Los asombrados paisanosque con las armas en la mano acababan de escribir laspáginas de Rincón y Sarandí tenían la ingenuidad' deproclamar que si el "Rey de España pudo hacer una, do-

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nación de esa calidad a un vasallo suyo, con más fuerzay derecho justos", podía la patria "ser grata a los cons-tantes sacrificios de sus hijos, prodigándoles recursos deque necesitan para el sustento y adelanto del Pais. Sólo

resta saber  -decían- si en el tiempo en que el Señor Ge-neral don ]osé Artigas obtuvo el mando en. la ProvinciaOriental, fue reconocido por tal en los pueblos de laPróv.cia y sus disposiciones fueron observadas ó nó co-mo e igualmente las donaciones que hizo en beneficiode los hijos del país." 

A fines de 1826, la resonancia adquirida por los pri-meros litigios entre los donatarios artiguistas y demás

ocupantes sin títulos fue la suficiente como para provo-car la reticencia de los más. Sobre el impacto que la reac-cionaria política de las autoridades producía sobre elánimo de los viejos hacendados artiguistas, alertaba unode ellos:  Millares de habitantes enla campana poseeninmensos campos donados en igual forma. No creo ha-brá un motivo para que los desalojen, ni menos paraqué á mi no se me ampare en mi posecion.

Los diferentes asesores, fiscales y jueces que alter-nativamente debían opinar sobre los recursos que se leselevaban, estaban sentando una jurisprudencia trágicapara los donatarios y pequeños hacendados sin títulos.Sus documentos o su mera ocupación de los campos, erandescalificados con'términos como los de "documentosimple", "mera detentación'.", etb. La breve subordinaciónde la Provincia al poder unitario porteño trajo ademásel apetito del clan usurero bonaerense que veía `hoy enlas tierras públicas la garantía de la deuda general", for-ma culterana con que a veces los magistrados queríandecir que la tierra pública debía ser usada como monedade pago a los insaciables usureros y especuladores quesangraban la revolución de independencia.

El 'final de la guerra contra el Brasil y el TratadoPreliminar de Paz que separó la Banda Oriental como

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estado independiente fue de enormes consecuencias. E1grupo de grandes propietarios porteños confiscados porArtigas, que medraba exitosamente en el gobierno ar-gentino se encontró con que su política de reivindica-ción de campos debía ser trasladada a un gobierno inde-

pendiente, donde antes de soñar con nada, había quereedificar una nueva tramó de influencias y compadraz-gos.

Pero sobre todo, fue de incalculables consecuencias,el pasaje de miles de soldados y oficiales del frente deguerra a sus pagos. Miles de patriotas, simples soldadosdesmovilizados unos, oficiales de armas tomar otros, pre-

ñados de suspicacias y soberbias, se asentaron sencilla-mente en todos los campos abandonados que encontra-ron a mano. Sobre la vieja generación de donatarios ysimples ocupantes artiguistas, entrelazada con ella enuna inextricable red geográfica, cayó una segunda olea-da de poseedores. Ya hemos referido la sustancial distán-cia que media entre la antigua y la nueva forma de ocu-pación de campos abandonados. Recordemos, sí, nueva-mente, que estos poderosos poseedores traían tras de sí

su "repunte de ganado" (más o menos considerable deacuerdo con su pericia en la "saca de ganados"), su ter-cerola y su sable, puro filo e incomodidad en la vaina.Los más poderosos de entre ellos conservaban sus pla-zas en el ejército y cuando lo abandonaban circunstan-cialmente, se llevaban tras de sí a los soldados, tan ague-rridos en el rodeoy en la defensa del campode su cau-dillo de devoción, como lo habían demostrado en la defensa de la patria. El Ejército se territorializaba.

Los donatarios artiguistas en esta oleada perdieroncasi definitivamente su configuración. Allí en la sólidatrama del ejército o de `los ejércitos" de los caudillosmás sobresalientes, el donatario artiguista. el pequeñohacendado, podía hallar aquel "palenque ande rascarse"

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que reclamaba Fierro. Un buen conipadre, una rica tra-ma de caudillos y caudillejos unidos los unos a los otrosen la gauchada y en el "hoy por mí, mañana por vos",eran mucho más sólido título de propiecjad que aquellos

litigios curialescos que confundían los nombres de los arro-yos, mentaban las leyes de Toro y luego de embarajarlas cartas terminaban siempre con el desalojo. Los do-natarios empezaron a perder su respeto por aquellos"meros documentos simples" nacidos del ReglamentoProvisorio. Los guardaban, muchos con fervor, en espe-ra de inescrutables tiempos, pero mientras tanto, guar-daban el campito con las armas en la mano y no se aso-

maban a otro tribunal que el séquito del caudillo.Por supuesto, ésta fue la trampa donde quedaronatenazados por años. Para salvar la tierra se enajenaronel hombre revolucionario que les había enderezado Ar-tigas; el "caudillo" "sindicato del gaucho" no tardaría enser su "cepo colombiano".

Período del gobierno provisorio (1828-1830)

La independencia asomada en 1828, renovó los áni-mos de los hombres. Varios donatarios de los camposque fueron de Arvide, Huérfanas, Correa Morales, Rin-cón del Rosario, etc., renovaron sus intentos o los ini-ciaron por primera vez, tendientes a revalidar aquelloscuriosos documentos heredados del gobierno artiguista.

Las autoridades nacionales se hallaron entonces en unterrible conflicto. Incapaces de sobrellevar la avalanchade solicitudes convalidando el desconocimiento de la"propiedad privada" que entendían como fundamento desu ser, codeándose con los mismos propietarios que ca-bildeaban constantemente pidiendo la devolución de suscampos, e incapaces al mismo tiempo de desalojar a to-da una masa de pequeños hacendados que sabía pedir

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aún con las armas en la mano,' las autoridades sólo ati-naron -en enero de 1829- a ordenar se suspendiesen to-dos los expedientes que rozasen "sobre donaciones an-teriores de tierra" hasta tanto se librase "resolución dela H. Asamblea" sobre las mismas.

Pero sobre todo lo que inclinó los ánimos de las au-toridades hacia una postergación del "corte" de los con-flictos fue el novedoso fenómeno de los grandes deten-tadores de tierras, cuya reciente ocupación los hacía tanurídicamente insanables como los antiguos pequeños ha-

cendados de origen artiguista.

Decretar el desconocimiento de los derechos de.estaclase aparentemente indefensa no era imposible para lasautoridades, pero muy distinta cosa era decretar esa leyabstracta y general cuando al mismo tiempo declarabadesalojables jurídicamente a los grandes caudillos inde-salojables por definición. Un Julián Laguna enclavadoen plena `población principal" de las Huérfanas, un Leo-nardo Olivera intocable en el viejo fundo de los Villa-nueva Pico, un Felipe Flores en la rinconada norte delos Alzáibar - Solsona, o un José María Raña en Paysan-dú, no eran -ni que hablar -aquellos "morenos libres",aquellos "misioneros", aquellos "paraguayos pobres" quementaban los documentos de donación artiguista. Su po-sesión no se defendía apelando a la revolucionaria po-lítica artiguista, por la cual tampoco tenían la menorsimpatía ni comprendían, sino que se enarbolaba en la

media luna de su lanza militar y de su gente adicta. Nosólo no eran lo mismo, sino que incluso se vio a los vie- jos donatarios artigüistas protestar contra estos insacia-bles acaparadores de nuevo cuño, que se arrogaban elseñorío sobre tierras que el propio Artigas les había des-tinado, tal como lo hacían los vecinos de Carmelo antela codicia de Julián Laguna, q.e pretende abarcar  -de-cían- en sus manos solas lo q.e de tiempos mui átras

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constituía la felicidad de un sin numero de brasos labo-riosos y a quien acusaban de querer imponer a los veci-nos en la peor condición, tal como si fueramos sus co-lonos,o unos esclavos tributarios de su ambición.

El advenimiento de Rivera al ministerio del gober-nador Rondeau, en agosto de 1529 trajo entre otras con-secuencias el primer decreto agrario del país indepen-diente, que en sustancia era una mera puesta al día dela vieja ley eufitéutica argentina. De acuerdo con estedecreto, que se limitaba a ratificar la subsistencia de unaley, a conceder plazos y a precisar un bajo canon anual,muchos donatarios creyeron que con ello el joven estado

estaba incitando a todos los poseedores a consolidar dealguna forma la irregular posesión que mantenían sobre-sus campos.

El viejo "godo" Bernardo Bustainante, letrado delenguaje apocalíptico y mentalidad colonial, era en esosdías fiscal de gobierno y hacienda. Ya en los primerosrecursos que se le elevaron demostró cuál sería la suertefutura de todos los donatarios artiguistas y modestos po-

seedores de campos confiscados. Siendo un poseedor delas Huérfanas el primero que se arriesgó a interrogar suopinión, la Vista fiscal que lanzó Bustamante toma alColegio de las Niñas Huérfanas de Buenos Aires, comotitular de un derecho sagrado a salvar por encima de to-das las cosas: apareciendo p.r los mismos documentos eneuestion, q.e las tierras son dela pertenencia de las Huer-fanas de Bs. As.; no habiendo además constancia de alg.a

enagenación; opina el Ministerio q.e la integridad delJuzgado no debe hacer lugar á esta solicitud sin previacitación de aquellas. /.../ El comandante político y mi-litar de la Colonia no podía conceder la gracia q.e seregistra... sino salvando los derechos del propietario.Cualq.a otro procedimiento como dirigido á atropellarla propiedad de un tercero, necesitaría de enmienda. ElMinist.o espera de la integridad del juzgado que mien-

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tras /el solicitante/ no justifique mejor su adquisición,conserbaría á las propietarias un tan sagrado como ven-tajoso derecho á la propiedad.

En sucesivas opiniones el fiscal Bustamante fue ten-sando la cuerda de su indignación, y en su odio contraArtigas comenzó a desnudar de toda simulación la opi-nión que le merecía la gesta independientista y revolu-cionaria de la Patria vieja. De acuerdo con su opinión,la solicitud elevada por el poseedor era seguramente laacumulación de monstruosidades é ilegalidades las másabsurdas y contrarias al derecho público y aun a las mis-mas leyes Patrias. E1 gobierno uruguayo no podía acep-

tar arrendar un campo en enfiteusis y hacerse cómplicede una usurpación ofensiva al derecho de gentes. a ladignidad y caracter q.e distinguen y honran no poco álos poderes de este Estado. En la cabeza del Fiscal nopodía caber que el poseedor creyese suficiente defendersus derechos apelando a hechos atentatorios contra la se-guridad individual, y, por su parte, toda la política agra-ria artiguista era descalificada como golpes de acha des-

cargados en la crisis de una anarquía por un poder co-losal, q.e había despedazado todos los frenos.Cuando el fiscal Bustamante era-enfrentado a los

documentos oficiales extendidos por las autoridades agra-rias artiguistas, ~su opinión no vacilaba: la sabiduría deV. E. -arguía- al primer golpe de vista conocerá la des-preciavilidad q.e caracteriza á los indicados doeum.tosy es inutil q.e el Minist.o se ocupe en su impugnación

ni por un solo momento.Pero la "santa rabiaalianza" del fiscal Bustamante,comprensible en quien su pasado "godo" pesaba dema-siado, no podía ser compartida por las autoridades. Estastenían complejos intereses que defender y un mundo decosas a transar. El estallido simultáneo de todos los con-flictos sobre propiedad de la tierra, la fresca memoria

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las necesidades cada vez más crecientes que los grandescaudillos contrapuestos tenían de edificar su poder su-bordinando a la mayor parte de los hombres como for-ma de comprar •la adhesión contra prestación de protec-

ción; todo esto se unió para que el alto tribunal de ape-laciones ordenara nuevamente a los magistrados que de-tuvieran todos los expedientes en discusión hasta tantola Asamblea Constituyente evacuara la consulta que ha-bía elevado.

El 13 de enero de 1830, efectivamente, Rondeau pa-saba a la Sala una copia de la consulta firmada por loscamaristas Jaime Zudáñez, Julián Alvarez y Lorenzo Vi-llegas quienes se manifestaban incapaces de fallar encuestiones de derecho tan complicadas y donde se en-redaban titulos de todo origen e intereses tan encontra-dos. En lo fundamental, la Cámara de-Apelaciones soli-citaba que la Asamblea legislase con precisión respectoa la validez que debía otorgarse a los títulos anteriores

a 1810, pertenecientes a propiedades que:  fueron secues-tradas por el Gobierno de las Provincias Unidas, sin queconste haberse hecho extensivas en la Práctica á las tie-rras que ocupaban en la Campaña, a las denuncias, mer-cedes y ventas de esté mismo gobierno, a las de Amigasy demás comisionados que, tomaban su nombre sobre lasposesiones ó  propiedades públicas volutas, ó de indivi-duos españoles de origen ó_pertenecientes d estableci-

mientos ó personas de las Provincias Unidas así como lasrealizadas por el gobierno cisplatino tanto concediendocomo restituyendo a particulares las que habían sido do-nadas por el General Artigas á sus comisionados.

Ni la Asamblea Constituyente trató jamás la Con-sulta que se le elevó por la Cámara de Apelaciones, nilos tribunales dejaron de fallar en la medida de sus po-sibilidades, de acuerdo con los intereses de los grandes

propietarios. En los hechos, los magistrados, atendiendo

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a los intereses políticos del gobierno, se limitaban a sen-tar irreversibles jurisprudencias de modo que en cuanto"el sociego lo permitiese fuesen la base sobre la cualedificar entonces sí irreversibles desalojos. Entre tantono llegaba ese día, los tribunales se limitaban a conce-der un amparo de posesión tras otro, pero siempre se-ñalando su precariedad extrajurídica y la imposibilidadpolítica de hacer otra cosa ("remedio sumarísimo del in-terín", diría el juez Campana).

En esos días de febrero y marzo de 1830 fue parti-cularmente. resonante el conflicto desatado entre los"mil habitantes" del Rincón de los dos Solises y del Po-trero de Pan de Azúcar con el infatigable especulador

porteño Félix de Aliaga adquiriente de los viejos y ori-necidos títulos de José Villanueva Pico. En un memora-ble escrito, recogido por la prensa de la época, los cente-nares de pobladores de la rica y densa zona de Canelo-nes y Maldonado se preguntaban con asombro cómopodrían "parar en nuestro juicio aquellas mismas leyescon que se sancionó nuestra revolución política". Y enformidable sentimiento de soberbia que demostraba quela simiente artiguista había labrado muy hondo, no se

detenían para amenazar. Sería necesario en semejantecaso prepararse sin duda á otra revolución producidapor los clamores de todos los vecinos que han tomado,consumido y tienen lo reclamado. Sería necesario tam-bién generalizar en los secuestros practicados despuésdel año 10 hasta la fecha. Sería, en una palabra, de ne-cesidad arruinar a los americanos que tanto han perdidode sangre y de fortuna en esta guerra, por satisfacer losperjuicios y acciones que reclamasen los españoles, quenos han hecho la guerra desde tiempo inmemorial, ta-lando, destruyendo, incendiando, confiscando, degollan-do a cuanto natural y extranjero seguían las banderas dela libertad.

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Ante esta fe revolucionaria en las fuerzas del pue-blo. en armas no hacía falta remitirse a leyes perdidaspara "conceder" un amparo de posesión a quienes tanfuerte sabían pedir, todo "remedio sumarísimo del in-

terín" era perfectamente entendible. No había "Recopi-lada" que aguantase una carga de la caballería gaucha.

Algunos problemas teóricos

¿Acaso era posible la resurrección de ese fantasmacon el cual los donatarios artiguistas de Canelones yMaldonado amenazaban a las clases dominantes del jo-

ven Estado? En una palabra, ¿podía repetirse la revo-lución agraria artiguista?Veamos antes algunos problemas teóricos previos.

Marx ha insistido en que cuando nos encontra-mos con una relación de los hombres con las cosas de-bemos profundizar de tal modo nuestro análisis que ha-llemos la auténtica relación que la subyace: la rela-ción entre los hombres. La tierra -la cosa- sobre cuya

vinculación con el hombre, parecen detenerse todas lasmiradas, no juega ningún papel históricamente activo.Son los hombres quienes relacionándose entre sí, carganlas cosas -la tierra como instrumento de producción-con sentidos sociales.

Cuando los pequeños poseedores creían vincularsea'la tierra, mediante la Revolución,,no hacían otra cosaque vincularse los unos con los otros, estableciendo una

activa y significativa alianza revolucionaria de los pobresdel campo, alianza a cuya cabeza estaba la más grandepersonalidad de la revolución nacional: José Artigas. Lamistificación -aparentemente inevitable- de dicha rela-ción, hizo que a los hombres (los donatarios artiguistas)les fuera tanto más significativa y sensorial y por lo tan-to más necesaria, la relación con la tierra, que con loshombres, es decir, entre sí. Sobre esta mistificación ope-

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ró la política portuguesa, cuando protegiendo aparente-mente la relación de los hombres con la tierra (median-te la conocida política de "amparo a los pobladores debuena fe"), corrompió y destrozó lo que era su basereal: la relación de los hombres entre sí (la solidaridadrevolucionaria y democrática de la clase de los pobresdel campo), sustituyéndola por las relaciones de depen-dencia personal entre cada poseedor o donatario arti-guista con el "protector" o caudillo del pago y de la hora.

Todo el período que siguió a la dominación.cispla-tina (en el cual la revolución de independencia de 1825-1828) fue un intento parcial de volver a las viejás rela-ciones revolucionarias, no hizo otra cosa que reforzar es-ta tendencia, cargándola de significaciones esenciales

más o menos semejantes y de accidentes históripos quedan el rostro reconocible para eso que llamamos la luchaDescaecida la mistificación que pretendía trazar un

signo de igualdad entre las relaciones artiguistas con latierra y las relaciones caudillescas con la tierra, la masade los poseedores se encontró con que las relaciones dedependencia personal suponían que la propiedad de 1atierra estaba rígida e indisolublemente unida al éxito per-manente y fatigante de la facción jerárquico - caudillesca

en la que se integraba. La tierra dejaba de ser el frutode la solidaridad de clase para ser el yugo de la dépen-dencia personal al "caudillo" o al "partido".

Cuando en 1831 las decenas de poseedores del la-tifundio de Pedro Manuel Carcía solicitaban a Lavalle- ja que se transformase en su apoderado, y los represen-tase en el litigio, no apelaban por supuesto a su talentode letrado, sino a su contundente capacidad de caudillopara decidir que la tierra fuese propiedad de tal o cualpersona. Cuando Rivera recorría la campaña tranquili-zando a los poseedores del latifundio de Viana Achuca-rro y prometiendo que nadie los desalojaría, funcionababajo los mismos parámetros.

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El juicio sobre la validez de los títulos artiguistas oel juicio sobre la intocabilidad de los títulos colonialesconfiscados, no pueden ser interpretados como una lu-cha entre la propiedad revolucionaria y la propiedad la-tifundista. Fuera del contexto revolucionario que les dio

nacimiento o fuera del status colonial que los permitió,ni uno ni otro eran la "revolución" o la "sociedad colo-nial". Eran sí, una referencia a aquel mundo y en ciertomodo, en tanto unos seguían siendo pequeños hacenda-dos y otros seguían siendo grandes latifundistas o espe-culadores, eran una referencia bastante semejante. Perola lucha de clases de esa época, no se movía por ccin-flictos desaparecidos,-sino por sus contradicciones con-

temporáneas y actuantes. La contradicción en esos díasno era la que había dado nacimiento a la revoluciónagraria artiguista. Sobre este problema profundamentesugestivo no podemos extendernos ahora, sólo podemosavanzar lo siguiente: la clase de los pequeños hacenda-dos ya no podía encabezar una revolución agraria, por-que había desaparecido como clase configurada. Laa re-laciones objetivas entre los hombres, nacidas de una es-pecial configuración de toda la sociedad, naturales y ne-cesarias en la crisis de la independencia de América, enparticular en el Río de la' Plata, habían desaparecido entanto relaciones objetivas, para dar paso al reforzamien-to de una nueva clase de relación, la subjetiva, que esla base sobre la cual se estructura la dependencia per-sonal como relación entre los hombres.

A la luz de esta interpretación volvemos a plan-tearnos el mundo que hoy estudiamos.

Sobre todó en el período que va de 1829 a 13213, niel documento de donación para los poseedores, ni el ti-tulo colonial para los grandes propietarios confiscadoso emigrados, son modos reales de comunicarse posesi-vamente con la tierra: la sagrada propiedad burguesa esun objeto inalcanzable. En su contradictorio desarrollo,

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las relaciones reales entre los hombres vuelven a mos-trar la mistificación que se escondía en la creencia deuna relación abstracta de los hombres con la tierra, vuel-ven a reclamar su real lugar. Aquellos documentos, "fi-ducias" de una relación jurídica entre los hombres, que

sucesivas enajenaciones han creído una relación real conlas cosas, han desmerecido definitivamente.Los poseedores se unen en desconocer tal relación

real en los títulos coloniales de los propietarios con res-pecto a la tierra que ellos ocupan. En el curso de esosaños comienzan a comprender que la sociedad de lospropietarios y su "alter ego" el Estado nacional tampococree en la relación de su "documento de donación" conla tierra que habitan. Los poseedores, incapaces de vol-

ver a la vieja y revolucionaria relación entre los hombres,entre todos los hombres de SU clase, se vuelcan a la re-lación humana que se ha desarrollado v que funcionacon "eficacia": la relación feudal de dependencia per-sonal.

En la carta por la cual los poseedores artiguistas deSoriano solicitaban la "protección" de Lavalleja, el fenó-meno se expresa con suficiente claridad:  El gobierno-dicen- nos niega este albergue tan preciso  para sumisma engrandecimiento. Lo más sagrado que es el derecho de nuestras propiedades. Y agregan:  ya no encon-tramos por  sí solos cómo podernos defender de compli-cación semejante.

Todas las relaciones sociales de la época tendíanal reordenamiento de los hombres bajo las relaciones dedependencia personal. Los poseedores citados, no atina-ron ni a buscar ni a recordar la posibilidad de la alianza

de todos los poseedores, amenazados por los grandespropietarios. Por el contrario, la pura empiria les estabaindicando el éxito inmediato de la posesión de la tierra,cuando ésta era la prenda de las relaciones de depen-dencia personal. De ahí que los donatarios artiguistas

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finalizasen su carta a Lavalleja con la solicitud de "pro-tección" correspondiente: En este caso de desgrasia, to-mamos todos por última medida el partido de elegirloa V. E. sobre esta materia por nuestro protector.

Aquellos hombres estaban definitivamente conven-cidos que NO HABIA otros caminos y así se apurana afirmarlo: esperamos su contestación como una seberasentencia de existir felices ó concluir desastrosamente nodudando q'e, almitiendo V. E. ser nuestro apoderado co-mo lo contamos desde ahora no atropellaran nuestros de-rechos como lo han echo.

Las masas de desheredados del. campo, por su par-te, carentes de todo derecho, en tanto no eran propieta-rios, expulsados de la sociedad política por una consti-tución oligárquica derivada en "reglamentos de policíade campaña" coercitivos, no tuvieron otra alternativaque refugiarse en el amparo de los hacendados propie-tarios, que insertarse en las relaciones de dependenciapersonal, pero con un carácter mucho más servil, por

cuanto el hacendado alternaba su protección con ciertasobligaciones jurídicas de patronazgo sobre sus depen-dientes, en cierto modo irresponsables ante la ley en tan-to eran reconocidos "conchabados" bajo propietario co-nocido.

La relación caudillos-masa, o hacendados-depen-dientes se hizo así desde su origen una unidad de con-trarios. El momento de "unidad" es tanto más necesario

en su mismo origen, hasta desmerecer con el paso delos añosa poco la función histórica de protección' delos grandes hacendados fue corroída por la introduccióndel capitalismo en la sociedad rural; el momento de "lu-cha" de esta relación fue, por el contrario, creciendo in-interrumpidamente hasta ser la nota dominante del fin%de siglo (1).

( 1 ). La relación caudillo-poseedores sin títulos o propie-tarios-dependientes funcionaba históricamente a -las mil maravi.

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A su vez la contracara de esta relación de depen-dencia personal en las relaciones agrarias y en su pecu-liar proceso de correlación jurídica estaba dada por laaltura de las relaciones precapitalistas en el capital co-tnercial y usuario, dominante en su sede natural: Mon-tevideo. Desde un principio, la feroz lucha contra los"clanes" enfrentados del capital usuario, donde la et,n-fiseación mutua de la propiedad se expresaba tanto enel juego del alza y baja de la deuda flotante, como enel liso y llano desconocimiento de los créditos surgidosde préstamos al Estado del grupo enemigo hizo queel querido fruto de la sociedad burguesa: la propiedadsagrada e intocable, fuese también aquí una quimera(le sorprendidos cultores de la economía política europea,

sin lazos reales con los intereses de cada grupo es-peculador.

Ilas. El gran caudillo es un insaciable acaparador de tierras y unhombre para el cual la revolución ha descubierto la contundenciadel poder como fuente de redistribución de la propiedad. Acapa-rar tierras en una sociedad de lobos, supone poseer la mejor den-

tadura  y el colmillo afilado. Rivera  y Lavalleja ocupan  y se dicenpropietarios de más de cien leguas cuadradas de tierras, porq,.cc-están en la cima de una ramificada jerarquía de gente armadaa cuyo llamado concurren para confirmar la detentación del grar.caudillo; su séquito personal les provee de los hombres necesa-rios para confirmar la posesión material de sus ínacabables latifundios: sus usureros afectos -esto vale sobre todo para Bivera- de las onzas necesarias para comprar ganados, tierras, adhe-siones. Y pagan como corresponde: los caudillos intermedios lle-gan siempre antes que otros para denunciar como fiscales grue-

sas partidas de tierras, los caudillos menores y los clases loguuisu cuota parte disminuida en relación a su importancia: todos,cuando están en el caso ven confirmada la protección del eáudi-.Ilo para la posesión material del campo discutido por un granpropietario. A su vez, los préstamos particulares de un Juanicó,de un Béjar, de un Pereira, de un Juan María Pérez, se )iqui.clan dejándoles abierta la puerta del negociado, del préstame"usurario, del remate de rentas. Y todo va de lo mejor en el me-ior de los mundos.

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Pero por supuesto, la sociedad oriental no recreabalas relaciones subjetivas de clase en la ciudad y en elcampo, en un contexto mundial semejante. Ni tampocoes admisible entender que este predominio de las rela-ciones precapítalistas en el capital comercial y en el cam-po fuesen un incompartido dominio de toda la sociedad.Todo lo contrario.

 justamente porque todo el contexto mundial lleva-ba -con la inserción del Uruguay en el mercado mun-dial unificado- a una altura moderna de las relacionessociales y económíéas y porque en la sociedad uruguayadesde sus primeros albores, estas relaciones modernas,

capitalistas, burguesas tuvieron un amplio cauce, fue quetoda la historia del Uruguay durante el siglo XIX, fuela historia de una sociedad en crisis permanente, en cri-sis abierta, inconciliable, aguda, violenta y armada. Lainconciliabilidad de ambos mundos, del mundo de lasrelaciones objetivas y del mundo de las relaciones de de-pendencia personal, del mundo de la propiedad burgue-sa y del mundo de la no-propíedad, del mundo del ca-

pital productivo y del mundo del capital especulador -usurero parasitario, fue tal a lo largo de todo el siglo,que ambos sistemas no hallaron otra forma de coexis-tencia que la guerra civil permanente. Ecce horno.

Los gobiernos independientes

La violenta situación de los conflictos sobre la pro-

piedad de la tierra no admitía pues ni la solución agra-ria artiguista ni por supuesto la mera vuelta ala socie-dad colonial que reclamaba el fiscal Bustamante. En lostribunales -rostro del desarrollo pacífico de los conflic-tos-.hacía falta savia nueva. La silla clamaba por elhombre, hombre que venía en el .séquito letrado del nu-men de las nuevas relaciones sociales: Lucas Obes, mo-do jurídico del caudillo semifeudal.

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Apenas instalado, el novel, Fiscal de Gobierno y 13a-cienda, verdadero Ministro de Tierras Públicas y Parti-culares en Conflicto, dio un violento golpe de timón ala maquinaria judicial. Desde su memorable viska fiscalen el expediente litigioso sobre las tierras de Almagro-lo recordaría con santa e ignorante furia 50 años des-pués Pedro Bustamante- Lucas Obes sembró en los tri-bunales y en el derecho nacional el criterio desmoneti-zador del sagrado derecho de propiedad. Claro está queLúcas Obes no posee el mérito tamaño de haber crea-do el consenso de la propiedad como fruto de las rela-ciones de dependencia personal, se limitó simplementea reconocerlo como existente e indomeñable en las re-laciones sociales de su tiempo y a partir de ello "juridizó"

la realidad.Para Lucas Obes discutir el origen o validez deaquellas donaciones artiguistas o las meras detentacio-nes de campos sería introducirse "en cuestiones que ácualquiera trance convendría sumir en el olvido". Elcomprende que el criteiro de la propiedad privada in-violable es el fundamento de toda la sociedad de su tiem-po, es el género de la especie de aquellos burgueses quelo rodeaban y que él mismo era, pero también compren-

día, que en su tiempo, estaba totalmente deteriorada,por causas históricas, inderrotables: "El propietario tie-ne un derecho: el poseedor puede alegar los suyos". Setrata -seguimos su pensamiento- de evitar el conflicto apunto de estallar, para lo cual el Estado debe propor-cionar la necesaria mediación por la cual los propieta-rios no perdieran lo que justamente ,pueda llamarse su-yo, y los posedores no sufriesen un despojo que puedacausar su ruina.

Esta solución propuesta por Obes es la que en finde cuentas habria de usarse -de la peor manera- paratransar aparentemente los' conflictos: se trataba simple-mente de la reversión de las grandes propiedades al Es-

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tado. Esto suponía por un lado pagar a los reivindicado-res enormes sumas de dinero o por lo menos acreditar-les sumas usurarias en la Deuda flotante del joven Es-tado y por otro lado vender a los, poseedores los lotes

que estuviesen ocupando en los momentos del litigio.En principio, pues, vemos que la solución de Obes

nada tenía de revolucionaria: Obes proponía un "nego-cio agrario", beneficioso para los grandes propietariosque nada habían pagado por aquellos campos y realiza-ban ahora su precio con las altas cotizaciones dé la tie-rra valorizada por la inserción del Uruguay en el mer-cado mundial; oneroso para el Estado, carente de dine-ro, sin rentas, y acogotado desde temprano por la Deu-da de la independencia; oneroso para los poseedores,que en su mayor parte carecían de dinero y teniendo elcual no hubieran precisado ni leyés agrarias ni revolu-ciones.

Pero en principio, en los hechos las cosas transcu-rrieron de un modo mucho más nefasto. Pero esto lo ve-remos más adelante.

Cuando Rivera.fue elegido Presidente constitucio-nal, se produjo un cierto paréntesis nacido de una natu-ral expectativa. Peio en su ministerio la figura de Ellau-ri, podía ya entrever que no sólo nada había cambiado,sino que la suerte de los donatarios artiguistas y demásocupantes se deterioraba peligrosamente. En el bufetedel Dr. Ellauri se defendía una buena parte de los de-

rechos de los grandes propietarios: Milá de la Roca (Pa\•-sandú), Arvide (Paysandú), Alzaga (Canelones y Mal-donado), Loureiro (Soriano), Alagón-llocquart (Cojo-nia), etc. No puede extrañar entonces que los tribuna-les nacionales ejercieran su oficio con la rutina descali-ficadora que les proponían sus propias ideas, la Consti-tución recién aprobada con su categórica salvaguardiade la propiedad inviolable y un Ministro de Gobierno

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que tanto se jugaba en la "aséptica" y abstracta justiciaque impartiesen.

Desde octubre de 1830 hasta agosto de 1831, lostribunales se tomaron tan al pie sus deberes, que el pro-

pio Ellauri se asustó ante la violencia que se incubabaen la campaña. Constreñido por Rivera, que desde lacampaña deshacía verbalmente los autos y sentencias ju-diciales, Ellauri se vio obligado a recoger las viejas ideasde su cuñado Lucas Obes tendientes a transar los con-,flictos que amenazaban derribar el poder de la facciónriverista. El 12 de agosto de 1831, el'ministro Ellauriimpartió una circular a los jefes políticos para que éstos

se apurasen a informar a los poseedores y donatarios ar-tiguistas que sería detenido el desalojo masivo de ocu-pantes, y que el gobierno estaba dispuesto a amparar susprecarias posesiones y buscar un arreglo con los propie-tarios.

El descalabro de la situación financiera del Estadoy la peligrosa conmoción de la campaña llevaron a lacaída del ministerio Ellauri.Pereira y luego de un bre-

ve lapso a la llegada de Santiago Vázquez al ministerioúnico. La prensa lavallejista en tanto llevaba una furio-sa batalla que era acompañada por una actividad múlti-ple en la campaña donde al decir de la prensa de la épo-ca recorrían de "rancho en rancho" soliviantando a lospequeños hacendados a quienes decían que el culpablede sus desalojos se hallaba en el propio gobierno rive-rista.

Santiago Vázquez, cabal representante de un estre-cho grupo de grandes comerciantes y prestamistas, ape-nas accede al ministerio que ocupa en su totalidad, sepropone liquidar de una sola vez el problema de la tie-rra. Su punto de partida es. transformar la tierra ei unelemento más de la sociedad burguesa: en un modo bur-gués de propiedad y en un medio de producción asi-

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tadas de su época, pero también -y en este curso sehundirá- en un modo de promover rentas al Estado. Supolítica respecto a los conflictos sobre la propiedad es-tá inserta en su política general sobre la tierra. Vázquez,

pretende deteriorar el poder económico y político 3e losgrandes hacendados: apocamiento de las propiedades ala mensura asignada en los título! (expropiación de lassobras fiscales), límite máximo de la tierra fiscal denun-ciable por particulares (5 leguas), acomodamiento detodos los poseedores en tierras fiscales, promoción deleyes generales y convenios particulares que transen losconflictos entre propietarios y poseedores (sean donata-

rios artiguistas o simples ocupantes de períodos .poste-riores).

Pero la política .de Santiago Vázquez padecía unvicio de origen: la composición social de la clase que lohabía llevado al poder y la tremenda herencia de unadeuda nacional agobiante para los escasos recursos delEstado. Los intereses de la facción usurera y especula-dora que representaba, terminó por ser el principal ycasi único programa de su gobierno. Las recurrentes in-vasiones lavallejistas aumentando hasta.el paroxismo losgastos del Estado, auméntaron el apetito de su clas6 quese enriqueció hasta el delirio con los préstamos usura-rios, los remates de rentas y los abastecimientos al ejér; cito. Acuciado por los problemas financieros, SantiagoVázquez terminó por transformar la tierra en un elemen-

to más de creación de rentas tendientes a amortizar ladeuda.

La solución de Vázquez era muy simple: una partede la tierra sería arrendada en enfiteusis procurando ren-tas permanentes al Estado; otra parte sería destinada ala enajenación procurando que la tierra saliese del do-minio del Estado al precio de mercado, promoviendo conello un solo modo de asentamiento de los hombres so-

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bre la tierra: el modo oneroso que seleccionaba por de-finición a los futuros hacendados entre las capas ricasde los grandes y medianos detentadores'de tierras.

En el curso apenas del esbozo de esta política loencontró la cuasi explosión de los poseedores amenaza-

dos de desalojo por un aparato judicial que funcionabaen las tradicionales maneras del derecho privado pro-pietarista. Desde noviembre de 1831 hasta febrero de1832, se verá a Santiago Vázquez en una infatigable pro-ducción de leyes, decretos, circulares a jefes políticos ydemás autoridades departamentales, tendientes a con-vencer a'los poseedores y donatarios artiguistas subleva-dos, que el Gobierno no los expulsará de sus campos

hasta tanto no se establezcan las leyes que consolidarándefinitivamente la suerte de los pequeños hacendados sintierra. Todas las instancias judiciales se paralizan, obli-gadas por el propio gobierno, los jefes políticos apoyany soliviantan a los poseedores para que se nieguen y re-sistan los desalojos arguyendo que el propio gobiernolos apoya. Rivera recorre la campaña enderezando supoder amenazado. Fue tan rápida la difusión de la tanesperada política del gobierno, que la arrolladora in-fluencia lavallejista se desvae en pocas semanas. Cuan-do, pese a todo, estalla en junio-julio, la inmensa ma-yoría de los pequeños hacendados sostiene a Rivera opermanece vacilante e indiferente. La aventura lavalle- jista cae en el curso de un mes.

Pero algo debe quedar claro. Toda esta política delgobierno de Rivera - Santiago Vázquez era una arqui-tectura precaria destinada a detener la tormenta y a im-pedir que fuese aprovechada por la facción lavallejista.

¿En qué consistía, pues, la política del gobiernorespecto a los donatarios artiguistas?

1) En desconocer tanto la legitimidad de la auto-ridad artiguista, como su capacidad soberana para con-

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ceder tierra en propiedad (fiscal o confiscada) como ennegar toda validez a los documentos que a sus leyes detierras se refiriesen.

2) Aceptar como simple título que ofrece una fe-

cha cierta de posesión a los documentos artiguistas dedonación de tierras fiscales. Aceptada y verificada lafecha cierta de posesión, el donatario artiguista debíasometerse a las leyes vigentes de adquisición onerosa detierras: enfiteusis, moderada composición, etc.

3) Los documentos de tierras artiguistas emitidossobre tierras particulares eran rechazados totalmente yobviamente preferidos los títulos, perfectos o no, deaquellos propietarios o detentadores confiscados en suépoca por Amigas.

Ante la conmoción que ésta mera y abstracta políti-ca provocó en todo el país, el Gobierno matizó y flexi-bilizó estas grandes líneas -sin abandonarlas- median-te los siguientes principios:

1) Suspender los trámites de los pleitos en curso,en tanto las Cámaras no aprobasen -y entrasen en vi-gor- las nuevas leyes que conciliasen todos los intereses.

2) Promover transacciones entre los propietarios ylos poseedores.

3) En caso que estas transacciones no fuesen acep-tadas o no llegasen a feliz término, colocar al Gobiernocomo componedor mediante la reversión de los camposen litigio al Estado, quien por una parte pagaría preciosconvenidos a los propietarios y colocaría en los' camposa los poseedores de mejores condiciones económicas, ubi-cando en otros terrenos, chacras, pueblos, a los poseedo-res de modestos recursos o indigentes.

Esta política operaba al puro arbitrio del poder eje-

cutivo. Justamente la discrecionalidad y laxitud de su147

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aplicación parecía ser la que aseguraría más rápidamen-te los logros que el gobierno se proponía. La colocaciónde los poseedores de acuerdo con el juicio del gobierno,traía como inmediata consecuencia, que .los poseedoresse colocaran frente al Poder, primero en una relaciónde expectativa, y posteriormente de dependencia, dadoque la inexistencia de un derecho general e iguál res-peto a la aplicación y normalización de aquella política,los hacía fácil presa de una práctica que daba tierras,poca o mucha, como contrapartida de la subordinacióny de los servicios. A su vez, la reversión de los camposen conflicto al Estado, sin manejo ni control daba lugar-y tal sucedió- a gravar al Estado en onerosísimas y

fraudulentas operaciones de permutas de campos, deemisión de letras, de afectación de rentas, etc., haciendoque la tierra pasase a ser -hasta la locura- un meropapel de bolsa.

Luego de la derrota lavallejista, volvieron los donn-taíios artiguistas a .promover sus derechos creyendo quesu participación activa en la defensa del gobierno y laspropias declaraciones de los poderes públicos significa-.ban por fin el reconocimiento de sus derechos. E1 chasco

fue mayúsculo.Todos aquellos que creyeron aquello se 'encontraroncon las vistas fiscales de Lucas Obes según el cual todasolicitud de donatarios artiguistas no podía "considerar-se sino como de simple denuncia de una propiedad quepertenece al fisco, que nunca fue enajenada por autori-dad legítima en favor de particulares, en cuya virtud"el juez podría ordenar la posesión "haciéndole lugar encuanto lo tenga solamente y sin perjuicio de tercero".

Claramente dicho: a) se desconocía la legitimidad delgobierno artiguista; b) no se reconocía la propiedad deldonatario sobre tierras fiscales; c) se le permitía la ocu-pación sin perjuicio de "tercero" es decir sin perjuiciode un gran propietario privado que demostrase sus tí-tulos sobre el campo en cuestión.

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Por su parte Rivera, llamado a informar sobre lafundación del pueblo de Durazno. en tierras que fuerande Viana Achucarro, luego de recordarlos repartos arti-guistas y la fundación cisplatina del pueblo, afirmaba

que no era de "su resorte justificar ni reprobar la con-ducta de los Gobiernos" que habían tomado tales medi-das. Rivera no quería comprometer públicamente opinio-nes y mucho menos opiniones generales que compren-diesen a todos los poseedores y donatarios artiguistas,por cuanto en este sentido prefería las soluciones casuís-ticas que en su realización quedasen permanentementevinculadas a su participación personal en las mismas ysignificasen el acrecimiento de las relaciones de depen-

dencia personal de las masas con respecto a su poder.Para Rivera, nada más lejano a sus ideas que aprobar,defender y rehacer la revolución agraria artiguista.

Los donatarios artiguistas -cada vez menos- ati-naban de todos modos a defender el prestigio y honordel acto agrario que había dado lugar a su donación:

El Sr. Fiscal General -decía uno de ellos en res-puesta a L. Obes- asegura que la propiedad de dicho

terreno pertenece al Fisco, fundándolo en que nunca fueenagenada por autoridad legítima, cuyo reparo no es justo, por resultar lo contrario del documento /de dona-ción/ en el que se observa que el terreno se 'concediócon la obligación de poblarla dentro de tres meses por-que así lo ordenaba el Sr. Dn. José Artigas Capitán Ge-neral de la Banda Oriental. Luego la autoridad de esteSr. no era legítima en 12 de mayo de 1816 ¿y cuál seráentonces?, la del Rey Fernando VII ó la del Triunviratode Buenos Aires?

Á lo largo del año 1833, la pasividad final del minis-terio Vázquez, había elevado nuevamente el fantasmade la conmoción de la campaña. Miles de poseedores sintítulos y donatarios artiguistas (cada vez más raleados),

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habían esperado en vano la definitiva solución de la pro-piedad de sus campos y el término de sus angustias. Sólola presencia de Rivera, rondando por la campaña ytransformándose en garantía verbal de algunos sectoresde poseedores había impedido que la situación se hu-biese transformado en la caída del régimen. Desde Bue-nos Aires, los grandes propietarios porteños cansados desolicitar la devolución de sus campos de la Banda Orien-tal empujaban y sostenían la invasión lavallejista siem-pre latente y la consiguiente enemistad del gobierno fe-deral porteño.

Por otra parte los grandes prestamistas y acreedo-

res del Estado amenazaban con ahogar al Estado en suspenurias, acrecentadas ora por el cauce siempre abierto.de los giros íle Rivera, ora por las expensas de un ejér-cito siempre en armas contra los amagos de invasión.Con el advenimiento de Lucas Obes al ministerio se lle-gó a un tratamiento cada vez más especulativo de losproblemas de la tierra.

En el cuadro de esa vinculación, Lucas Obes creala Caja de amortización uno de cuyos recursos estabafundado en la enajenación de los terrenos que el Estadocontratase con los antiguos propietarios en su políticade reversión al Estado de campos en conflicto. Casi deinmediato se ponen a la venta los campos de Ansuáte-gui, Diego Noble (campos comprados por éste a viejospropietarios como Bernardo Alcorta, Juan Antonio Bus-

tillo, Juan Francisco Blanco, José Fontecely, Pedro Gon-zález, salvo el último confiscado por Artigas) y Milá dela Roca entre los donatarios artiguistas y demás posee-dores que se hallasen en sus campos.

Estas primeras medidas parciales fueron consolida-das en el famoso decreto del 23 de diciembre de 1833para el "corte" de los conflictos entre propietarios y po-seedores.

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El decreto era, por fin, la adopción completa, lega-lizada, de las viejas aspiraciones de Rivera y de LucasObes. El primero consolidaría así la pacificación de lacampaña y obtendría su adhesión -así lo esperaba-para siempre. El segundo se regocijaba en el texto ci-tando todas aquellas ideas que había elaborado a lo lar-go de varios años. En su parte dispositiva el decreto re-petía dichas ideas, ya esbozadas en la vista fiscal sobreel.pleito de Almagro, recogidas en la circular de Ellauridel 12 de agosto de 1831 y comenzadas en su aplicaciónpor el ministerio Vázquez a instancias de las "apertu-ras" realizadas por Obes como fiscal a los propietarios

de los campos de Albín, Almagro y Camacho. La rever-sión al Estado, de los campos en conflicto, tantas vecesanunciada, se transformaba por fin en política generalde todos los conflictos entre propietarios y poseedores.

En cambio el decreto era extremadamente impre-ciso respecto a los poseedores mismos por cuanto no de-terminaba qué sucedería con aquellos poseedores queno estuviesen en condiciones de someterse a los reque-

rimientos de pago del gobierno, pero era fácil que ya sepensaba en lo que luego sucedería: sólo los más ricos ypoderosos de los poseedores recibirían la posibilidad deacogerse a los supuestamente universales derechos con-cedidos a los poseedores para la definitiva consolidaciónde sus terrenos.

La política de reversión al E-hado de los_ campos

en conflicto es ante todo un mero "negocio agrrio". E1Estado paga al valor del mercado el 'precio" de la tie-rra. Si bien los propietarios ven "deformada" la deman-da de su "bien', por la imposición aparenté de un solocomprador, que así lo determina, no es menos ciertoque el vendedor "deforma" la oferta, tanto porque elEstado -concreto, histórico y angustiado políticamente-necesita comprar, como por el hecho extraeconómico

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que el Estado no es realmente una pura entelequia sinouna suerte de comité administrador de los intereses delas clases dominantes, en este caso de los vendedores decampos en conflicto que son a la vez Dios Padre, Hijoy Espíritu Santo. El aparente diálogo de la oferta y lademanda, es apenas el soliloquio del cohecho.

Casi de inmediato entre diciembre de 1833 y febre-ro de 1834 el gobierno contrató la compra de 4 grandeslatifundios cubiertos de donatarios artiguistas y ocupan-tes sin títulos: los de Milá de la Roca, Arvide, Ansuá-tegui y Alagón. Los dos primeros los contrató con elapoderado cuasi propietario y cuñado de Lucas Obes,José Ellauri, el otro con un oscuro personaje vinculadoa Domingo Vázquez (zar de las finanzas del gobierno

de Lucas Obes) y el último' con Antonio Hocquart (vin-culado a su vez a Ellauri). Los cuatro contratos costa-ron al Estado más de $ 100.000 e intereses y son uncapolavoro de la usura y el, fraude más negros e inson-dables de que pueda nadie imaginarse.

Pero apenas se estaban liquidando estos primeros yruinosos pasos de aplicación de la política de LucasObes, debió enfrentarse a un inesperado obstáculo: elgobierno federal porteño.

Lucas Obes parecía apurado en transar los conflic-tos da aquellos campos que pertenecían a los hombresestrechamente vinculados a su círculo. Pero la mayorparte de los propietarios en conflicto de aporteñados o"malos americanos" eran pertenecientes a aquel viejotronco sobre cuyos pastos había pasado la segadora ar-tiguista. Cualquiera fuera el propietario primitivo, el he-cho es que al comenzar 1834, residían en Buenos Airesla casi unanimidad de los propietarios que aún.espera-

ban las resoluciones que en la práctica, el gobierno uru-guayo les negaba: Félix de Alzaga, Larravide, Juan Co-rrea Morales, Lourefio, Beláustegui y Santurio (adquiren-tes de los campos de Pedro Manuel Carcía), Miguel de

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Azctiénaga, los herederos de Barrera y de Díaz Vélez, elcomerciante francés Domingo Roguin (comprador al go-bierno de Dorrego del antiguo fundo de las Huéifanas),etc. eran apenas los más poderosos y visibles de los nu-merosos propietarios porteños que diariamente pasea-

ban su furia por las antesalas del gobierno federal de laProvincia de Buenos Aires. En este núcleo se hallabatambién el emigrado lavallejista Mamiel de Soria, apo-derado de la testamentaria Viana Achucarro.

Entre estos hombres, en su mayoría estrechamentevinculados al partido federal (Juan Correa Morales ha-bía sido delegado personal de Rosas ante el gobiernooriental, Beláustegui era cuñado de Felipe Arana, DíazVélez era cabeza de un tronco latifundista entrerriano yporteño, etc.) nació y se afirmó la idea de intervenirfirmemente y detener al gobierno oriental usando paraello la protesta oficial del propio gobierno porteñoporteño, quien por otra parte tenía su piopio interés enque se reconociese a Domingo Roguin las 42 leguas deLas Huérfanas en defecto de lo cual debía pagar al co-merciante francés lo que le había vendido.

Le tocó al Ministro de Relaciones Exteriores porte-

ño Gl. Tomás Cuido pergeñar la nota de protesta porel decreto de Lucas Obes y por la lesión que producira los intereses de los muchos propietarios argentinos conbienes en la República Oriental. Su nota es un modelode intervención desembozada en los asuntos internos deotra nación soberana y una defensa abierta de los gran-des latifundistas. Este precedente, comentado y enviadoa su gobierno por el cónsul francés Baradére, sería deaquellos caldos que el propio gobierno argentino y el uru-

guayo tomarían por baldes, de esas mismas atentas,po-tencias europeas.La respuesta de Lucas Obes fue en varios sentidos

memorable primicia de defensa de la política de no in-tervención y puede inscribirse entre aquellas que con-

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tribuyeron a crear doctrina en el joven Estado. Pero,por supuesto, aquél que había sufrido los grillos de Pu-rificación no era hombre de ser más jacobino que Arti-gas y en sus argumentos no se hallará una sola palabra

de justificación de la obra revolucionaria artiguista.Las tierras en conflicto habían revertido al Estado.

La tranquilidad de los poseedores y las necesidades fi-nancieras del Gobierno, exigían que la enajenación delos campos poseídos se realizase con toda urgencia. Lostribunales, ante los cuales se ventilaban los derechos delos poseedores y donde se transaban las disputas, eranincapaces de desatar los enredados litigios. Para evitaresta inevitable contingencia, así como para sacar a lostribunales la ejecución de una política que el ministroLucas Obes necesitaba controlar y dirigir personalmente,se decidió ya en el decreto del 23 de diciembre del 33,que la operación de asentamiento definitivo de los po-seedores y las transacciones y enajenaciones consiguien-tes fuesen dirigidas por el ministerio por intermedio decomisionados nombrados al efecto y dependientes desu autoridad. Dos parientes de Lucas Obes: su sobrinoMelchor Pacheco y su cuñado Juan Andrés Celly fue-ron en lo real quienes cumplieron dicha tarea. De se-mejante importancia fue también la tarea de Julián La-guna en los campos de Colonia.

De la política de Obes relativa a los poseedores pue-den decirse con seguridad dos cosas: en primer lugar

que no sólo olvidó sino que condenó al desalojo o a lasubordinación a la inmensa mayoría de los donatariosartiguistas y demás ocupantes sin títulos, de condiciónmodesta y miserable; en segundo lugar, que se orientóa considerar y favorecer a los grandes poseedores, sobretodo a los vinculados por su riqueza y poder, ora al gru-po ministerial, ora a la jerarquía caudillésca en. cuyacumbre se hallaba Fructuoso Rivera.

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Uno. de los comisionados lo expresa claramente ensu correspondencia con el ministro: He recivido la notade 25,del próximo pasado -decía Melchor Pacheco el15 de mayo de 1834- en que V. me comunica las ulte-

riores disposiciones del Gobierno y me remite las pri-meras propuestas que elevé.En ella se me previene que es condición EXPRESA

de la enajenación de estos terrenos que los compradoresentreguen una tercera parte al contado, quedando el res-to a censo redimible.

En la misma carta, Melchor Pacheco refiere cómoaplicó el criterio que le imponia Lucas Obes para ven-

der los campos que fueran de Arvide: Los intrusos se di-viden en tres clases: hambres que algo tienen, hombresque no teniendo nada son honrados, y hombres de malaconducta que tampoco tienen nada.

Pacheco- es drástico: "las dos últimas clases" debenser desalojadas de inmediato y concentradas en los eji-dos de pueblos a fundarse en la frontera, y la primeraclase, aquellos "hombres que algo tienen", deben ser

colocados en la parte exterior de las ricas rinconadas,es decir en los peores campos, dejando los mejores parala venta-a los ricos poseedores o especuladores.

En los campos que fueran de Barrera (alrededorde 50 leguas cuadradas) esto fue cumplido con especialcuidado: Consecuente también con las prevenciones deV. E. he ordenado a todos los que se hallan poblados enCampos ya propuestos que preparen a desalojarlos; al-gunos de los que algo poseen lo están verificando". -Llevada a efecto esta medida -agregaba- los Propieta-rios verán llenados sus deseos, el criador verá asegura-da su fortuna.

La-limpieza de los campos de aquella miserable`polilla de la campaña" era la condición necesaria paraque la política de Obes tuviese el curso que esperaba.

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Sin la "evicción y saneamiento" del campo, preciosos de-liquios con que las escrituras definían la patética expul-sión de los pobres y miserables paisanos, ninguno de losposeedores ricos estaba dispuesto a "segundar las bené-

ficas miras" del Gobierno.El Dr.,Juan Andrés Celly se hacía eco de este sen-

timiento al relatar las dificultades que encontraba en laenajenación de los campos de Alagón-Hocquart en elRincón del Colla (Colonia): Varios de los que ocupanlos terrenos -decía- que se llaman de estancia han pro- puesto su compra pero no se decidirán a ello sin quese reduzca a vivir donde deben varios que se hallan po-blados en ellos sin hacienda, ni labor y que viven a costade los hacendados.

Lo sucedido en los campos de Barrera ya citados espor demás ilustrativo. En sus campos -de acuerdo conel riquísimo padrón elevado por Melchor Pacheco yObes- se hallaban 92 poseedores. De éstos se destaca-ban por su riqueza y poder un grupo de 12 poseedoresricos y muy ricos, que en su conjunto poseían 20.000 va-cunos, casi 4 mil caballares y 6.300 ovejas. Algunos de

ellos reunían a su condición de hacendados la de sala-deristas, propietarios de calera y bien trabajadas chacras.

Estos poseedores ricos poseían 12 esclavos y congre-gaban en sus establecimientos a 56 agregados, 4 pues-teros, 17 peones de estancia y 43 peones de oficios. Si elmás poderoso de ellos habla logrado limpiar de intrusossus campos donde pastaban más de 6 mil vacunos y milcaballares y lanares, los demás hacendados disputaban

sus campos con una multitud de poseedores pobres ymiserables intrusos. De esta ínfima condición había 80pobladores de los cuales dependían en total 482 perso-nas. Este grupo, 7 u 8 veces más numeroso que el pri-mero, poseía en cambio cuatro veces menos ganado: 5.141vacunos, 2.785 caballares y 3.208 lanares. -

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De acuerdo con las instrucciones recibidas, el co-misionado Pacheco y Obes realizó contratos de venta decampos con los hacendados del primer grupo, quienes

por sus propuestas no sólo adquirieron los campos queposeían sino incluso aquellos terrenos que jamás habíanpisado, donde se hallaban los intrusos que mencionabael padrón y cuya expulsión pedían los poseedores ricosen sus escrituras de propiedad.

Los expulsados abundaban en sus caracterizacionesy méritos con breves frases registradas en el padrón: "es-tá poblado hace diez y nueve años p.r haber compradoel derecho de posesión"; "se pobló hace catorce años con

un documento de posesión que ha perdido", "se pobléhace diez y nueve años", etc., aparentemente referidos ala población artiguista de' sus terrenos. Pero en su in-mensa proporción aquellos "miserables" (como los cali-fica el padrón) ostentan pasadas glorias: "sirvió en elcuerpo del finado Mondragón", "sirvió en el cuerpo deOtorgues", "sirvió en los colorados de Basualdo", "fuesoldado de Blandengues", "soldado bajo el general Ar-tigas". ..

Son cosas de llorar. Lejos, muy lejos, se hallaba elviejo Don José Artigas.

¿Puede asombrar que el Comisionado Celly infor-mase el 14 de enero de 1834, atribulado por la resisten-cia de los vecinos del Colla, "que ha encontrado en lageneralidad de los pobladores de las chacras del Colla,una predisposición contra 'la Comisión de que está encargado, nacida de especies... de que el Gobierno pen-

saba despojar a los vecinos de sus poseciones"?Pero eran ya los últimos estertores de una clase ven-

cida: la de los pequeños hacendados patriotas nacidos :.1la dignidad humana con la revolución artiguista. Su de-finitiva postración y sujeción se daría en el inmediatogobierno de Oribe.

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No hay diferencias entre el gobierno de Oribe y elde Rivera respecto a los donatarios artiguistas y demásposeedores sin títulos. Sería puramente reiterativo acu-mular los expedientes, las vistas fiscales, las resolucionesde los jueces que desconocen sistemáticamente los dere-

chos de los títulos artiguistas.La política de arreglo de los campos en conflictocontinuó en su sistematización y no varió para nada lalínea de conceder la tierra a los poseedores ricos y muyricos, salvo por supuesto la diferencia que habría deprovocar una nueva vuelta de tuerca en la configuraciónde los partidos políticos contrapuestos: los poseedoresricos favorecidos ya no pertenecían más a la facción ri-verista sino a aquella que habría -más tarde- de seguir

la divisa blanca.Si la política de Oribe fue aún más descarnada

mente propietarista se debió a varias razones: a) el de-terioro de la unidad revolucionaria de los pequeños po-seedores concitaba naturalmente el progresivo tono con-trarrevolucionario de toda política sobre la tierra: luegoel gobierno de Oribe debía, naturalmente, ser más pro-clive a las apetencias de los grandes hacendados; b) laalianza de Oribe con el grupo federal resista trajo comoconsecuencia que una serie de grandes propietarios ar-gentinos vinculados a don Juan Manuel obtuvieran porfin bajo Oribe el reconocimiento y devolución-de suscampos: Félix_de Alzaga, Domingo Roguin, Melchor Beláustegui, Santurio, Azcuénaga, etc., lograron el definiti-vo reconocimiento de sus derechos. En su mayor parte(Alzaga y Roguin) significaron no la expulsión de losposeedores sino pesadas erogaciones para el Gobierno

y la repetición de la venta de campos a los influyentesposeedores de dichos latinfundios. Pero en otros casossignificó.la expulsión masiva de los poseedores y peque-ños hacendados con la más negra nota de toda esta pro-gresiva política contrarrevolucionaria y recreadora del

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latifundio: quema de ranchos, destrucción de semente-ras, persecución militar a los poseedores resistentes, cte.como sucedió en los campos reivindicados y devueltos alcuñado de Felipe Arana en Soriano. Se presentaron enlos referidos campos -acusaban las 30 familias expulsa-das en junio de 1835- con una fuerza: armada, invocandoorden del gobierno,, procedieron violentamente, sin acor-darse que la casa del ciudadano era inviolable conformea la Constitución, á demoler las poblaciones de los quese hallan establecidos en dichos terrenos y sin conside-ración a la edad ni á los grandes sacrificios en las filasde la Patria, llegando al exceso á un vecino lanzarle las

haciendas á la margen occidental del Río Negro, orióí-nándole los perjuicios que son consiguientes.'.

Todo el pueblo oriental; todos aquellos miles de pa-triotas que habían dado su vida, su fortuna, su sangrepor la liberación nacional, toda aquella gloriosa e inol-vidable generación artiguista hablaba por aquellos es-carnecidos pequeños hacendados expulsados de los cam-

pos que Artigas les había concedido: Los padecimientosque sufrimos sin consideración de nuestras familias yhogares abrazándonos de las armas de la Patrialpara eldespojo del tirano, estando en escasez, arruinados, nomirando hambres, desnudez, afrenta ni palos; llenos degloria y de valor, sólo aspirando al feliz momento dever a los tiranos despoblados del seno de nuestros hoga-res y campos.

- Acordáos del Rincón, Sarandí, Ituzaingó, que relu-eían las armas del pabellón de la Patria; acordáos cuan-do en los campos de batalla quedaban manchados conla sangre de estos ciudadanos, y padecíamos sepultados,en oscuras prisiones sin tener más amparo en nuestrasdesdichas que afrenta y palos, y ahora que hemos recu-perado nuestros trabajos, que dio fin a todos los conta-gios, dando felicidad a nuestros hermanos, y haber pues-

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to Leyes y Constitución á nuestro Estado, jurando el sos-tenerla y al Exmo. Gobierno de nuestra Provincia,  yahora el tiempo ha llegado de vernos despoblados denuestros hogares y de los campos pertenecientes a nues-tro Estado, haciéndonos a algunos de nuestras familiaslanzarlas al otro lado del Arroyo Grande, que á una deéstas después de demolerle su  posesión dentró a gua-recerse dentro de las  pajas- juntamente con sus ovejas,se las sacaron a los días a fuerza de allí." 

Y todo ¿para qué?:  para ver otra vez posesionarsede ellos a nuestros más crueles enemigos que no  perdo-naron ni se detuvieron en sus alcances para nuestra des-

trucción.¿Puede expresarse con más fuerza y expresividadlo que sentían aquellos desolados patriotas que citandosus propias palabras?:

El uso innoble que se hizo de esta fuerza, emplea-da vilmente en destruir los hogares de una multitud de patriotas, encanecidos sosteniendo la independencia dela República, y arrancando del enemigo común ese cam-

 po que hoy regalan con su sudor para alimentar a sushijos, como entonces lo empaparon con sangre, por dar existencia a esta patria, en cuyo seno se ven hoy sin unmísero abrigo, perseguidos y arruinados... y por quién. Excmo. Sr.l

Por quién, Señor, por quién] Por los viejos latifun-distas coloniales, por los vicios y odiados directorialesantiartiguistas y hoy resistas, por los grandes especula-

dores criollos que 'Artigas había engrillado en Purifi-cación.

¿Puede caber alguna duda, que el aniquilamientodel latifundio, es un viejo legado, una vieja justicia, unavieja reparación?

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REGLAMENTO PROVISORIO DE LA PROVINCIAORIENTAL PARA EL FOMENTO DE SU

CAMPAÑA Y SEGURIDAD DESUS HACENDADOS

"1° Primeramente el S.or Alce Prov.l además de.sus facultades ordinarias queda autorizado para distri-buir terrenos y velar sobre la tranquilidad del vecindario,siendo el juez-inmediato en todo el orden de la pre-sente Insiruc.n".

"2° En atención á la basta estensión de la campa-ña, podrá instituir tres Sub Tenientes de (/campaña/1(PROVINCIA), señalándoles su jurisdicción 'respectiva,y facultándoles según este, reglámento".

"3Q Uno deberá instituirse entre el Uruguay y RíoNegro y Yí; otro dentro de S.ta Lucía, á la costa de lamar, quedando el S.or Alee Prov.l con jurisdicción in-mediata desde el Yí hasta S.ta Lucía".

"4Q Si para el desempeño de tan importante comi-sión hallaren el S.or Alce Prov.l y Subteniente de Prov.aa necesitarse de más sugetos podrá cada cual instituiren sus respectivas jurisdicciones jueces Pedánéos queayuden a esecutar las medidas adoptadas para el enta-ble del mejor poder".

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"5° Estos comisionados darán cuenta a sus respec-tivos subtenientes de Prov.a a éstos el S.or Alce Prov. l:de quien recibirán las órdenes precisas, éste las recibirádel Gob.no de Mont.o y por este conducto serán tras-misibles otras cualesquiera que además de las indicadas

en esta Instrucción se crean, a ceptables a lascircunstancias."

"6o Por ahora el S.or Alee Prov.l y demás subalter-nos se dedicarán a fomentar con brazos útiles la pobla-ción de la campaíía. Para ello revisará cada uno en susrespectivas jurisdicciones los terrenos disponibles, y lossugetos dignos de esta gracia; con prevención que, losmás infelices serán los más privilegiados. En consecuen-cia los negros libres, los zambos de esta clase, los indios,y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados en suertes de estancia si con su trabajo y hombría de bien pro-penden á su felicidad y la de la Provincia".

"7° Serán igualmente agraciadas las viudas pobressi tuvieran hijos o serán igualmente preferidos los casa-dos á los americanos solteros, y estos a cualquiera es-trangero".

89 Los solicitantes se apersonarán ante el S.orAlc.e Prov.l, a los subalternos de los partidos donde eri-giesen el terreno para su población. Estos darán su in-forme al S.or Alce Prov.l y este al Gob.no de Montevi-deo de quien obtendrá la legitimación de la donación, y

la marca que deba distinguir las haciendas del interesa-do en lo sucesivo. Para ello al T.po de pedir la graciase informará si el solicitante tiene ó no marca. Si la tie-ne será archivada en el libro de marcas, y denó se ledará en la forma acostumbrada".

"94 El M.I.C. despachará estos rescriptos en la for-ma que estime más conveniente. Ellos y las marcas se-

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rán dados .graciosamente y se obligará al Regidor en-cargado de los Propios de Ciudad, lleve una razón esactade estas donaciones de la Provincia".

"109 Los agraciados serán puestos en posesión des-de el momento que se haga la denuncia por el S.or AleeProv.l ó por cualquiera de los subalternos de este".

119 Después de la posesión serán obligados losagraciados por el S.or Alce Prov.l ó demás subalternosá formar un rancho y dos corrales en el término precisode dos meses, los que cumplidos, si se advierte omisiónse les reconvendrá para que lo efectuen en un mes mas,

el cual cumplido, si se advierte la misma negligencia,será aquel terreno donado a otro vecino más laboriosoy benéfico á la Provincia".

'°129 Los terrenos repartibles son todos aquellos deemigrados, malos europeos, y peores americanos que has-ta la fecha no se hallen indultados por el Jefe de la Pro-vincia para poseer sus antiguas propiedades".

"139 Serán igualmente repartibles todos aquellosterrenos que desde el año 1810, hasta el de 1815, en queentraron los orientales en la Plaza de Montevideo, hayansido vendidos ó donados por el Gob.no de ella".

149 En esta clase de terrenos Labra la esepción si-guiente. Si fueran donados ó vendidos a orientales ó áextraños. Si á los orientales ó á extraños, se les donará,una suerte de estancia, conforme al pres.te reglamentSí á los seg.dos, todo disponible en la forma dicha".

159 Para repartir los terrenos de europeos y malosamericanos se tendrá presente. Si estos son casados ó; sol-teros. De estos todo es disponible. De aquellos se aten-derá al número de sus hijos, y con concepto á que á és-tos no sean perjudicados, se les dará lo bastante para

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que puedan mantenerse en lo sucesivo, siendo el restodisponible si tuviere demasiados terrenos",

164 'La demarcación de los terrenos agraciables se-

rá legua y media de frente y dos de fondo en la inteli-gencia que puede hacerse más o menos estensiva la de-marcación segun la localidad del terreno, en el cual siem-pre se proporcionarán aguadas, y si lo permitiese el lu-gar lindero fijos, quedando al zelo de los comisionadoseconomizar el terreno en lo posible y evitar en lo suce-sivo desavenencias entre vecinos". '

"174 Se velará por el Gob.no al S.or Alee Prov.) y

demás subalternos, para que los agraciados no posbeanmas que una suerte de estancia, podrán ser privilegiadossin embargo los que no tengan mas que una suerte dechacra, podrán también ser agraciados los americanosque no quisiesen mudar de posecion dejando la quetie-nen á beneficio de la Provincia".

"184 Podrán reservarse unicamente pára beneficio

de la Provincia el Rincón de Pan de Azúcar, y el delCerro para mantener las reyunadas de `su servicio. Elrincon de Rosario por suestension puede repartirse haciael lado de afuera entre algun de (sic) agraciados, reser-vando en los fondos una estension bastante á mantenercinco ó seis mil reyunos de los dichos".

"194 Los agraciados no podrán enagenar, ó venderestas suertes de estancia ni contraer sobre ellas debito

alguno bajo la pena de nulidad hasta el arreglo formalde la Provincia en que deliberará lo conveniente".

`204 El M.I.C. ó quien el comisione, me pasaráun estado del numero de agraciados, y sus posiciones,para mi conocimiento".

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"219 Cualquiera terreno anteriormente agraciadoentrará (/../) (en) el orden del presente reglamentodebiendo los interesados recabar por medio del S'.or Alc.cProv.l su legitimación en toda manera, arriba espuesta.del M.I.C. de Montevideo".

"22Q Para facilitar el adelantamiento de estos agra-ciados quedan facultados el S.or Alce Prov.l y los tressubtenientés de Provincia, quienes unicamente podrándar licencia para que dichos agraciados, se reunan y sa-quen animales vacunos como caballares de las mismasestancias de los europeos 6 malos americanos que sehallasen en sus respectivas jurisdicciones.' En manera

alguna se permitirá que ellos por si solo lo hagan: siem-pre se les señalara un juez pedáneo ú otro comisionado,para que no se destrozen las haciendas en las correrías yque las que se tomen se distribuyan con igualdad entrelos concurrentes debiendo igualmente zelar así el AlceProv.] como los demás subalternos, que d.hos ganadosagraciados sean aplicados a otro uso que el de aman-sarlos, caparlos y sujetarlos á rodeo."

"239 También prohivirán todas las matanzas á loshacendados, si no acreditan ser ganados de su marca, delo contrario serán decomisados todos los productos ymandados á disp.on del Gob.no".

"249 En atencion á la escacez de ganado que es-perímenta la Provincia, se prohibirá toda tropa de ga-

nado para Portugal. Al mismo tiempo que se prohibiráá los mismos hacendados la matanza del hembrage has-ta el restablecimiento de la campaña."

"259 Para' estos fines como para desterrar a los vagabundos, aprehender malhechores y desertores, se ledarán al S.or Alce Prov.l ocho hombres y un sargento, ya dada Tente de Prov.a cuatro soldados y 1 cabo. El

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cabildo deliberará si estos deberán ser de los vecinos quedeberán mudarse mensualmente ó de soldados pagos quehagan de esta suerte su fatiga".

"26° Los ten.tes de Prov.a no entenderán en de-

mandas. Esto es privativo del S.or.Ale.e Prov.1 y á los jueces de los Pueblos y Partidos".

"274 Los destinados á esta Comision no tendránotro' ejercicio que distribuir terrenos y propender á sufomento, velar sobre la aprehensión de los vagos remi-tiéndolos á este Cuartel Gral. ó al Gob.no de Montevi-deo para el servicio de las armas. En consecuencia loshacendados darán papeletas á sus peones, y los que se

hallaren sin este requisito y sin otro ejercicio que vagarserán remitidos en la forma dicha".

"284 Serán igualmente remitidos a este CuartelGral. los desertores con armas ó sin ellas, que sin licenciade sus jefes se encuentren en alguna de estas jurisdic-ciones"