-10 el mundo, san juan, p r. - domingo 28 de...

1
-10 EL MUNDO, SAN JUAN, P R. - DOMINGO 28 DE AGOSTO DE 1938. J FUERA DE TODA LEY ENLOQUECIDOS POR EL SOL... Por ROSITA FORBES Enloquecidos por el sol... •á-jNo et eta la mujer que en- loqqee* a lot 'sheeks'. a loa Rodol- fo Valentinos del desierto? —pre- sunto la princesa San Faustino cuándo me vio, en payamas, en el ardían como si me los hubieran quemado con hierros callentes. A frecuentes intervalos teníamos que parar, para Henar de agua el ra- diador con el liquido que, en pe- ando me vio, en payamas, en el J]ejo$ colgados J, „££ ^ mos con nosotros. A la puesta ó» DOmo la mayoría de las norte- , g^, Ja ma y 0r ¡a del agua que te- níamos para beber se habia consu< sentí tanto calor que los ojos me ( pequeño fuerte de barro rodeado aararicanas. se imaginaba el desier- to-lleno de bandidos buenos mozos, jilees en briosos caballos, aguar- dando que en el horizonte apare- dlndo q cfera la mido por ese procedimiento. Por la noche el v¿Jo rezaba en dita voz y el chófer dormia con la ca- prlmera mujer blanca pa- , beza pegada al volante. Cuando ra hacer> el amor inmediatamen- '^os árabes poseen crueldad, co- raje, paciencia y fanatismo. Son traidores y se hacen la guerra. Pe- ra nada de ello es por amor. En lili negras moradas de sus tribus, lAmujeres se entregan a sus due- flSrsin que el amor cuente para naM. Pero muchas cosas ocurran cuan- do una se asoma a un extremo del mapa, cosas que son doblemente terribles cuando ocuren b a j o. un sol de fuego, teniendo cientos de millas de arena a cada lado de una. Porque él enloquece a los hombres blancos, sobre todo cuan- do no han visto una mujer en un par de anos. Los mandamientos de la ley de Dios se difuminan y casi desaparecen a una temperatu- ra de 120 grados Fahrenheit, y los hombres lo olvidan todo ante el tormento de la próxima salida del sol. Hace unos cuantos meses pasé la frontera kurda y no deseando anun ciar mi presencia, toda vez c,ue ha- bla estado observando la batalla entre turcos y kurdos en Monte Ararat sin ningún motivo especial para ello —ni siquiera tenia un pa- saporte— deseé perderme de vista de alambradas. Estibamos todavía a un día da camino de la frontera de Siria, pero aquél triángulo del desierto habla sido cedido a Fran- cia y la ensena^ tricolor sobre el fuerte Indicaba que dicha nación estaba decidida a hacerlo suyo. Antes de que pudiéramos decidir sobre un plan, un nubló gigantes- co nos cerró el paso. Dos senega- leses, con rifles, aparecieron detrás de él. Nadie podia pasar. El doc- tor vendría cuando hiciera menos calor. Pero él no podía abandonar el puesto, una roca plana donde se tostaba al sol como un lagarto, de manara que ninguna noticia de nuestra llegada tendrían en el fuer- te. Durante una hora argumentamos, suplicamos y amenazamos. Pero to- do fué Inútil y mientras tanto sen- tíamos que nos asábamos guisán- donos en nuestra propia grasa. El viejo, en una esquina, respiraba con tal dificultad que yo no dudé que se moría. Y no teníamos agua que FUERA DE TODA LEY. Tal es el titulo de la serie de apasionante» relato* que comenxamoa a publicar hoy, debidos a la pluma de la famosa exploradora y novelista Rosita Forbes, autora de laa populares novelas 'Conflicto" y "Prométeme que no te casarás conmigo". Eata mujer inquieta y romántica que ha recorrido el mundo en busca de extrañas y peligrosas aven- tura*, noa cuenta en esta magnifica aerie de artículos cómo un hombre blanco, rey de una tribu de caníbales en loa marea del sur, se vengó del amante de su mujer; cómo estuvo cau- tiva en una casa de mala fama de Argelia, y cómo con la ayuda de un amigo Inglés se esrapó de ella tras tremenda pelea; có- mo bailó en Argelia, presenció un alevoso asesinato y cayó en ios brasoa de un francés en el deaierto de Sahara; cómo tma tentativa de atraco por un notorio criminal australiano, ter- mino en un desgraciado "affalre" de amor; cómo se vengó de su amante asesino, después de muerta una muchacha siame- sa, > otras muchas aventuras interesantes. Todaa laa apasionantes historias que nos cuenta .Rosita Forbes han sido vivida* por ella y llevan el sello Inconfundi- ble de la realidad. El primero de ana relatos, que publicamos hoy, lleva por título "Enloquecidos por el sol" y ae refiere al episodio que vivió con doa oficiales franceses —un capitán y un médico— en mitad del deaierto, en un lugar donde no ha- bía puesto aua plantas una mujer en muchos años. Los doa, a la vista de loa encanto* femeninos, olvidaron la disciplina y el rango y ae ensartaron en una lucha mortal de la que ella escapó milagrosamente. —Todavía no estoy instalado— me dijo el doctor. —Todavía no he desempaquetado mis cosas. He esta- do fuera durante meses y no he visto otra cosa que puercos bedui- nos con sus enfermedades asquero- sas. Nadie se atreverla ni a beber su café ni a tocar a sus mujeres. ¡Qué asco! Escupió en la sucia arena llena de colillas de cigarrillos y de pe- dazos de algodón. —¿Usted no desea ser Inoculada, no es verdad? —me preguntó el doc- tor mesándose la barba húmeda de sudor." Tal vez pensaba que mejor hubiera estado afeitado. —Por supuesto que no, —le res- pondí, mirando con el rabo del ojo sus instrumentos profesionales ca- paces de causarle una infección al pinto de la paloma. —Está bien. Entonces nos hemos entendido... Me cogió por la cintura y por un momento me apretó contra su hir- suto pecho, que tenia el olor de la piel de un animal. Su cabello su- cio se enterró en mi garganta, sus ávidos labios cayeron sobre mi car- toda iniciativa. El hombre era muy fuerte y a mi me pareció estar de- batiéndome con algo primitivo e In- capaz de razonamiento. Peor cuan- do su mano quiso acariciarme el rostro, se la mordí con toda la fuer- za que me quedaba. Por entonces habia comenzado a llorar, y el aa- bor de su sangre me supo dulce. —¡Por todos los diablos! —volvió a jurar el hombre aflojando su abra- zo. Dudaba sobre lo que debía ha- cer y yo aproveché el momento pa- ra zafarme de su garra. MI som- Yo protesté débilmente diciendo: —Déjame ir. Quiero alejarme de aquí... —Se irá. Aquí tengo el carro. Pero debemos actuar rápidamente. Me condujo hasta donde estaba el automóvil. Cuando me vi dentro de él expresé: —¿Pero qué pasará? Se matarán como animales feroce*... —Es muy probable, —fué la res- puesta, fría, del oficial. Sus ojos estaban opacos como los sal! corriendo hacia aquella espe- lamente los tres hombres cambia cié de oasis distante. El nubio gritó y los árabes se unieron a él con sus reprobaciones y rezos. Un sene- galés puso el dedo en el gatillo, pe- ro no llegó a disparar. Yo, en cuan- to le di la vuelta a la primera roca, corrí más rápidamente, cegada por ron una mirada expresiva. —Quítese el sombrero, señora- sugirió el capitán. —No hemos vis- to una mujer en años. Metidos en esta cueva que pretende ser sagra- da, nos hemos olvidado hasta de la forma que tienen. ..- -> lo desperté me aseguró: —Nunca en mi vida me we dormido. No ne- cesito dormir. Puedo manejar du- rante setenta y dos horas segui- das sin que se me cierren los ojos... Pero a los cinco minutos su cabe- za estaba en mi hombro, mientras la borla de su fez subía y bajaba al compás de los ronquidos de la familia de las sandias. * Fué hacia el mediodia siguiente antes de que a cualquiera se le ocu- ; cuando comencé a notar cierta ln- rriera la idea de acusarme de es- i certidumbre entre mis acompañan- a I tes Pedazos de papel sucios y lle- nos de huellas dactilares comenza- El árabe, propietario de un auto- móvil que parecía una ruina, me ofreció trasladarme a Siria. Dis- cutimos fieramente sobre el precio y estipulamos que todo el espacio del carro serla para mi sola. El me prometió que no tendría queja alguna acerca <Wxonfort. í%ro cuando trata demoras Incon- tables pudimos salir de la aldea, un viejo con toda su familia y una carga de sandias ocupaba la parte posíerior y con dos muchachos da- ban tumbos en el asiento delante- ro. Además, un verdadero ejérci- to trotaba tras de nosotros, repi- tiendo por centésima vez: "Si tie- nen prisa usen burros. Esta má- quina no es digna de una persona decente". No puedo recordar cuántas horas pasamos en el auto. El primer día ron a surgir de entre las ropas de lana que los árabes usan, unas so- bre otras, lo mismo en invierno que en verano. Entonces supe que una plaga se estaba extendiendo por toda Mesopotamla y que los fran- ceses hablan instituido un cordón sanitario en su frontera. Nadie podía pasar por allí sin un certi- ficado de inoculación. —Usted puede usar algunas de las ropas de mi hija —me sugirió el padre de familia, que a mi se me parecía a las estampas de Abra- ham que habla visto en la Biblia de mi niñez—. No se atreverán a examinar a una mujer con velo. Pero su voz no era segura. Todavía discutiendo el punto atravesamos una loma y a media milla de distancia descubrimos un brero habla caldo al suelo y habla sido pisoteado en la lucha. Mi cin- turón también habla desaparecido. Me quedé mirándolo, estúpidamen- te, mientras en la puerta se pre- sentaba una figura congestionada, con sangre en los ojos: el capitán, en una palabra. —Gran Dios, ¿qué es esto? —dijo. Dos veces he mandado a buscar a madame... El doctor se volvió hacia él, con la rabia retratada en los ojos: —Salga ile mi tienda Inmediata- mente -dijo. Como si hubiera recibido en el pecho un pistoletazo, la cara del ca- pitán se puso lívida. —¿Quién es el Jefe aqui? —pre- guntó colérico, a punto de no po- der dominarse. Se lanzaron uno sobre el otro, derribando la caja de los instrumen- tos y agarrándose por la garganta. Parecía que aceptaban la oportu- nidad de pelear con complacencia, romo si durante semanas y meses hubieran estado aguardando por ella. Destocada, yo me lancé de nuevo al sol. Mis pies parecían no ser mios. Corrían sin propósito ni di- rección y sólo se detuvieron cuan do la voz del joven oficial: —En esa dirección, no —dijo co- giéndome por el brazo. de los fumadores de opio que yfl g habia visto en Persia. Y no se mo- vió cuando el auto, arrancando, le pasó por el lado. Mientras marchábamos. **s ára- bes Iban agachados hacia el suelo, como si esperaran una descarga de fusilería. El coche iba dando tumbos, a to- da la velocidad que le podia Impri- mir el chófer, quien, al cabo, dijo: —Estamos ya fuera del rango de las balas. Déle gracias a Alá que la ha salvado de las garras de esos salvajes... CRÓNICAS DE BOB DAVIS LA HERMOSA ERNESTA TUVO QUE REDUCIR SU PESQ... <* darle. Le ofrecí a uno de los sene-! el resplandor del sol, empapada de galeses su paga de varios años si sudor y sintiendo que cada vez te- Iba al fuerte a buscar agua, pero negó con la cabeza. Por último, amenazada por los ri- fles, me salí de entre aquella masa de humanidad húmeda, en la que todos hablaban al mismo tiempo, y Banquete homenaje a la Sra. Rosa González de Toledo Por RAMÓN LEBRÓN Q viernes último, a Iniciativa de las «añoras Angela Negrón Muñoz, Isabel- Andréu de Aguilar. Rosita Silva Quiñones y el profesor Pedro J. Labarthe. se efectuó un almuer- zo tn el Hotel Palace. para ofren- dar un homenaje de simpatía y re- conocimiento a Rosita González de Toledo, como cariñosamente la lla- mamos. Serla cerca de la una de la tarde cuando nos sentamos a la mesa en la terraza del Hotel Palace en número de treinta a treinta y cin- co amigos para despedir a los espo- sos Toledo-González. La mesa estaba presidida por Ro- sita, y a su derecha se sentaron el doctor Gallardo, Comisionado de Instrucción, y el profesor Labarthe. y a su izquierda el honorable Emi- lio del Toro .Cuebas, presidente del Tribunal Supremo y la Sra. Isabel Andréu de Aguilar. La concurren- cia estaba integrada por personas unidas a Rosita por vínculos de afi- nidad, muchas de Jas cuales son compañeras en la labor social que ha estado encomendada a Rosita. El menú, como de costumbre, del Hotel Palace. fué excelente. A la hora de los brindis la señora Andréu de Aguilar, con esa elo- cuente sencillez con que diserta doña Isabel, presentó el banquete a la homenajeada. La distinguida oradora hizo una fiel semblanza de la fecunda e intensa labor social de LUSTRADOR DE CERA JOHNSON Facilita la Limpieza de su Hogar IE'Í?»-l3l WAX" La Cera Johnson líquida o en pasta imparte belleza dura- dera a sus pisos, linóleos, muebles, obras de madera, artículos de cuero, refrigeradores etc. GLOCOAT (NUEVO) Fácil de aplicar—seca en 20 minutos dejando un hermoso lustre transpa- rente que protege sus pisos contra el desgaste y facilita enormemente su limpieza. De venta en las principales ferreterías y tiendas del ramo. FABRICANTES: S. C JOHNSON & SON, Inc. Rocint, WiseonsJn, I U. A. JOHNSOIJL I I100R FOUSH Rosita, asi como de su cooperación al éxito en la obtención del sufra- gio femenino. Doña Isabel designó director de brindis al profesor La- barthe, quien hizo un discurso cor- to» a manera de exordio, e inme- diatamente presentó al doctor Ga- llardo, quien hizo público recono- cimiento de los méritos de Rosita G. de Toledo como empleada, en la delicada misión social que le es- taba encomendada, como directora del Preventorio de Niños Pretuber- culosos de Edad Escolar, extendién- dose en otras consideraciones elo- giosas para la homenajeada. El doc- tor Gallardo y su señora esposa ex- cusaron su presencia por tener que salir para asistir esta noche a un acto cultural en San Germán. El director de brindis llamó al doctor Rodríguez Pastor en repre- sentación de la Liga Antituberculo- sa de Puerto Rico y sucesivamente hablaron: don Teodoro Aguilar. co- |.mo profesor en la Escuela Superior de Rosita, por el Refugio de Niños Desamparados, el presidente, Ledo. Emilio üel Toro Cuebas. quien hizo un amplio discurso haciendo los más cálidos elogios de la personalidad ! de Rosita > de los distintos aspee- | tos de su labor social, especialmen- te en el Refugio como secretaria ¡ ejecutiva y alma de aquella Instl- : tuclón. Por sus compañeros de la- I bor la Srta Rosarlo Bellber, quien substituye en el cargo de directora . del preventorio a Rosita. Por la Asociación de Homenaje a la Ve- jez, don Manuel Arroyo, jefe del Negociado de Imprenta y Transpor- i tación, en su calidad de amigo y , admirador dijo algunas palabras el subscribiente; por la Comisión para Evitar la Tuberculosis, don Agus- i tln Rivero Chaves, suhcomlslonado ! del Departamento de Agricultura y ¡ Comercio, cerró los brindis la ho- ! menajeada con un- bello y elocuen- te discurso. He aquí las palabras de la home- najeada: "No cómo expresar a ustedes 1 ral reconocimiento sincero por este | acto que acepto con profunda satis- ¡ facción, no por los. méritos que ustedes atribuyen a mi persona vis- I tos a través del afecto que me pro- ¡ fesan, sino porque viene de amigos ! muy queridos y de personas que tanto significan en nuestra socie- ! dad y a quienes dejaré de ver no por cuanto tiempo. Algunos han sido para inl verdaderos maestros, y otros, compañeros estimadísimos. SI ahondamos un poco, encontra- remos que loa servicios más o me- nos eficientes o entusiastas que ha- ya podido prestar yo al Gobierno de Puerto Rico y a -las insUtudo- nía menos fuerzas. Por fin me vi ante las alambradas del frente y casi cal sobre un centinela que se sorprendió tanto de mi aparición que no tuvo Inconveniente en di- rigirme, sin protesta, hacia donde estaba el doctor. En una choza enjalbegada tres hombres ingerían un frugal almuer- zo rociado con vino. Ninguno de ellos estaba afeitado. Sus kepis. echados hacia atrás, dejaban al des- cubierto la frente llena de polvo y de sudor. Sus camisas de kaki po- nían de manifiesto sus belludos pe- chos, tostados por el sol. Tenían las piernas al aire, como las llevaba yo también, pero en lugar de mis za- patos claveteados usaban sandalias. —¡Por los diez mil diablos!—ex- clamó el capitán. Antes de que pudiera decir otra palabra, hablé a manera de expli- cación : —Ese árabe morirá a menos de que le mande agua. No habla terminado cuando el ofi- cial más joven, que apenas si habla dejado de ser un muchacho, se di- rigió hacia la puerta y llamó al se- negalés. Mientras tanto el doctor parecía Ir a hacer explosión: "Mon dieu"— decía— esos negros son unos bru- tos. Les digo que no dejan pasar a nadie y detienen el automóvil pe- ro permiten que esta mujer llegue hasta aquí. Vaya unos centinelas que tenemos también. Le sugerí que tal vez no era esa la mejor manera de recibir a una mujer europea, y los ojos del doc- tor se empequeñecieron. —¿Tiene un certificado de inocu- lación?— me preguntó. Negué con la cabeza e inmedia- Se tornaron jocosos, el capitán me ofreció carne y el doctor ordenó que trajeran más vino. —Veremos lo que podemos hacer —dijeron. Al principio parecía como si com- partieran entre ellos algo agrada- ble y secreto. Luego, cuando uno me ofreció un cigarrillo y el otro se apresuró a encendérmelo, hubo como una ráfaga de hostilidad en los ojos de los dos. La voz del doctor sonó áspera: —Debe venir a mi tienda, señora. Le daré el certificado. —La señora está cansada —In- terpeló el capitán. —Debe descan- sar primero... en mi cuarto. De pronto fué como si dos ani- males se pusieran a gruñirle al otro, discutiéndose un pedazo de carne. Habia algo inhumano en todo aque- llo. Un vaso de vino se derramó so- bre mi falda cuando el doctor se levantó de su silla. Comencé a sen- tirme intranquila, pensando que en- tre aquellos militares era precaria mi seguridad. Sólo el oficial joven, que se mantenía ajeno a la contro- versia de los otros, me inspiraba confianza y hacia él. que continua- ba en la puerta, me encaminé. ' —Mi tienda está aquí, muy cer- quita —continuó el doctor saliendo tras de mi. Pasamos por el cuarto de guardia, lleno de turbantes rojos, y al salir el sol era como una navaja que se hundiera en la espalda. Dentro de la tienda, las moscas formaban una cortina. En una caja de madera po- dian verse muchos instrumentos quirúrgicos, sucios y manchados. Habla también una vasija, media llena de agua y sucia. Sobre todas las cosas se extendía una capa de suciedad, hecha de polvo y de arena. ne y... Bueno, fué suerte. Al echar- me hacia atrás los clavos de mis fuertes zapatos pisaron sobre los dedos desnudos del pie de mi asal- tante. Y me soltó tan de repente que cal atravesada en la cama. —Ahora me matará, —me dije a mi misma. Pero el dolor habia producido en el doctor un efecto anafrodislaco que lo hizo sentarse y examinar su herida. —Lo siento... —comencé titu- beando. —No es nada —murmuró entre espasmódicas tentativas de conte- ner la sangre con un sucio pañue- lo de kaki. Luego dijo: —Esta no es vida para un hom- bre. Y hace dos años que la estoy haciendo, dos años en que todo lo que hemos tenido para nosotros ha sido el sol y un gramófono que nos vuelve locos porque nos recuerda a París. Allí nos sentamos, mirán- donos uno al otro a través de esa infernal guarida cuajada de insec- tos. Bebemos para no pensar, y nos A bordo del Conté di Savoia—.' tarse a mi pesando, completamente Después de tres días de tiempo gris, vestida, no más de cincuenta kilos." lluvia menuda y bruma, llegamos' Asi quedó acordado. A su sobrina a las Azores iluminadas por un sol' César le explicó la importancia de resplandeciente, y con tan buenas! aquella oportunidad, y obtuvo en perspectivas para un buen tiempo 1 cambio la promesa de que la chica prolongado, que todo era alegría! haría el esfuerzo, costara los sa- ¡ sobre la cubierta del trasatlántl-i crlfIcios que costara; durante el ex- co. ! perimento César no le cobrarla na- —Fué en estas islas que vivió la I tía a su parienta por el hospedaje. radiante Ernesta— me dijo un ita- liano que apoyaba sobre la ba- randilla como yo. Este comentario involuntario lo tomé como una invitación a con- versar, y pregunté a mi interlo- cutor quién era esa Ernesta. El nombre me sonaba bonito. —Es verdad, no puede saberlo us- ted. Es preciso que yo se lo ex- Huelga decir que para rebajar el peso en Italia es necesario abste- nerse de casi todo lo que ahí se come. Ernesta tuvo que dejar los macarrones y pastas de toda Ín- dole, la mantequilla, el queso, los dulces y los postres, el aceite de oliva que se usa para cocinar, amén de muchas otras cosas, Inclusive los excesos de vino y agua. Luchando plique— Y sonrió romo quien tie- a la vez con su magnifico apetito y ne preparado un buen chiste que se con la necesidad de domarlo para rfispone a soltar. Asi fué que al des-! poder hacerse acreedora a la ex- lizarnos frente a las verdes islas, j relente posición que se le ofrecía mirando al agua tranquila, de un ¡ en l a tienda de guantes de don Gio- color azul muy Intenso, ol la irónl-jvani Verona, Ernesta se puso de ra historia de la bella, y una v*i un genio poco agradable para la rorpulenta Ernesta, victima de una: familia del tío César y los vecl- de las más grandes desdichas que nos. pueden raer sobre una mujer. —Al fin del segundo mes— prosl- Dijo el narrador: —Después de ¡a ( guió el narrador— comenzaron a guerra europea, que, como usted! rebajar sus carnes, y tan rápida- sabe. causó la separación perma- 1 mente que la ropa parecía colgarle nente de muchas familias, Ernesta, del cuerpo. Al tercer mes César nes donde he venido laborando, son los que todo ciudadano, consciente de su responsabilidad como tal, es- obligado a dar. Esto debiera ser lo normal, que todo hombre o mu- jer tratase de darse cuenta del pa- pel grande c pequeño que tanto en la familia jomo en la comunidad le corresponde desempeñar, y ajus- tarse a él con honradez y sinceri- dad, y poniendo en su trabajo un poco de ese perfume santo de nues- tra alma que se llama amor. SI como hien dijo Amado Ñervo, cada uno de nosotros posee siem- pre algo que puede dar, aunque sea una mirada cariñosa o la dulzura de una sonrisa; si como dicen los orientalistas, la vida tiene un litmn de armonía y para ser feliz el hom- bre, sólo falta que la humanidad se acoja a'ese ritmo; si el poder maravi- lloso de las fuerzas unidas lo com- prueba el hecho de ordenarse a los ejércitos a romper la marcha al cruzar un puente por temor a que sea destruido por efectos de la uni- formidad de sus pasos; ¿por qué no j acogernos todos a ese ritmo de ar- monía, velando por el conjunto, en vez de tirar cada uno por su lado, cuando de este modo la infelicidad de los demás ha de tocar siempre a 'nuestra puerta y robarnos el so- siego? Si tan sólo somos una pequeña rueda, un tornillo, o una tuerca de esta maquinarla que se llama Go- bierno, y de 1* maquinaria aún ma- yor que se llama Vida, ¿por qué no laborar todos y cada uno de nos- otros, no para provecho personal, ni siquiera para sentir satisfacción, que al fin es otra faz del egoísmo, sino con miras a que la maquina- rla funcione bien para que la labor que realice pueda ser perfecta? Esto es sencillamente lo que he- mos tratado mi esposo y yo de ha- cer. -Cumplir nuestra parte, > es ás fuertes que los otros. | ^ u « nario "1 ui ' s * íu * R Ñapóles en tuvo que comprarle un traje nue- busra de trabajo... i vo a la chica, que a cada rato es- —¿Dice usted que era hermosa? ; taba a punto de quebrantar su die- —Bella giornata, romo un lindo; ta estrirta. En recompensa de la amanecer... Aunque, con perdón Naturaleza, mientras más adelga- sea dicho, era un poco más gruesa zaba, más brillantes y más bellos de lo que convenía a su hermosura se ponían sus, ojos de azabache. Al radiante. Pero verá usted. Vino a ruarto y quinto mea hubo que ha- vivir a IR casa ríe su tío César. Co-j cer nuevas compras y nuevas alte- rno es bien sabido, en Genova hay ¡raciones en los vestidos de la mu- murhas mujeres lindas cuyas me- chacha, todo lo cual salla de los jillas. suavizadas por la mar, son bolsillos de César. Todos los días como el raso, cuyo* labios son cual Ernesta visitaba una tienda vecina rerezas maduras, y ruyos ojos, ro- de romestibles y se pesaba en la ha- mo alberras eristaünas. para no de- lanza. Y bien satisfactorio era el cir nada de sus cabelleras. No ohs- resultado, amigo mío! Dentro de tante ninguna de ellas era rival de tres días más tendria el agrado de Ernesta en cuanto a hermosura, ver al brazo de la balanza dete- Mas, debo repetirle que esta seño- nerse en los cincuenta kilos justos, rita de las Azores pesaba unos ocho Entonces aparecería llena de gozo kilos más de lo que convenia a sus ante Giovani a reclamar su recom- diez y seis abriles. pensa. Pues bien, su tío César, como los —"Pero debo presentarme en ro- demás parientes, estaba ciego al pa que me quede bien", —1* dijo a hecho de que Ernesta, ya corpulen-| César— Algo que me haga lucir es- ta a los diez y seis años, serla muy ( ta nueva esbeltez". "Claro está gruesa a los veinte... todo un ha- —repuso el tío— Y de que aquí en- creemos m Pero tenemos miedo, mucho mie- do. Los hombres se vuelven locos bajo este sol de fuego. ¡Mire aquí! ¡Mire hacia'aqui, le digo! No habla nada más que desola- ción, una desolación blanca y bri- llante, de arena que reverbera al sol. Con un gruñido se colocó a mis rodillas. —Tenia una novia con la que me quería casai. Pero no me esperó. Todas vosotras sois iguales: muje- res inconscientes... —Sus manos cayeron sobre mis hombros, echándome hacía atrás Su boca encontró la mia, pero no me hizo sentir emoción, sino un desgano físico que me robaba de por los espesos Aguilar-Andréu. El homenaje rendido a Rosita de Toledo no puede ser más elocuen- te. La señorita Bellber leyó un tra- bajo que revela la Intensa y meri- toria labor llevada a cabo por Ro- sita y el discurso del Ledo. Emilio del rúen ronoce nuestra amiga y la sinrerldad re- Toro fué tan especlfico ye o- rril r0n b?Uos °- 1os MsrM ' ¿Q»*. """tro. "" buen marido, ya arre- U que. no,er poique ^.^ ¡ ^r? Tío César fué a visitar a su jaremos l a cuestión del hospeda- cemos e ,a a laL^lZéV. d" "S&ST+m ll?"""^¡S £ l^T ^ M ' VÍ8Ít ' r ** ^ ,-« »~,.„. ., i. cin»rirf>H r«. una t-enda de guantes. Le suplico ¡ da de Giovani Verona. Erro!". lo que todo buen ciudadano está I conocida dei arador, podría ronsi- llamado a harer. derarse como hiperbólico. Y si el trabajo guatoso que hemos Rosita de Toledo es uno de asea realizado no fu?ra bastante pago, seres superiores que hacen una vi- este arto espontáneo y generoso que , da de superación viviendo y prac- un grupo de amigos sinceros nos ¡ tirando sus más raros Ideales ha ledirado. ron creres nos haría olvidar las luchas y sinsabores que hayamos podido tener. Para todos, nuestra eterna gratitud. Quiero decirles, por último, que nuestra casa, doquiera nos Instale- mos, será el hogar de ustedes y nuestros servicios personales esta- rán siempre a disposición de todos, y también de nuestro querido Puer- to Rico." Entre los asistentes que recorda- mos están el Ledo. Luis Muñoz Mo- rales, el.doctor Crespo, señor VIrtor 3raegger. señor Pedro Toledo, se- ñora Angela Negrón Muñoz, señora Rosa M. Arcay, y otros que no po- demos recordar en este momento. Ya anteriormente Rosita habla si- do homenajeada por los empleados del Preventorio, por la directiva del Refugio de Niños Desamparados y Nuestra amiga se ausenta para indudablemente seria hasta un adorno rara la casa". Giovani pidió a su amigo que le trajera a Ernes- ta, para admirar ron sus propios atender a la edurarión de sus hijos °- 0s •*• "P" H * h«..eza. v romo medio de rerupernr su sa- "~f. ue '?. 0 ' no era más qu * JuMo - •• lud. Pero todos los concurrentes al -repllró e banquete esperan que una vez lle- nada su misión y recuperada su sa- lud, vuelva a nosotros a continuar Ja labor que le tocó en suerte des- empeñar en su país. No hay duda de que los esposos Toledo volverán, romo dijo ..n notable fll/sofo, Ro- si'a tiene el deber como costumbre. La colonia portorriqueña de Nue- va York .*ontará ahora ron un nue- vo elemen'o para cooperar en la labor de unificación erona. Ereo! -dijo'.e el t'o- le des una ro!ora-1 A este punto de la historia de la rión en su establerimlento a mi so- nueva linea de Ernesta, las Azores hrina. Es una rhlra preciosa que se escondían ya en la bruma de la f lejanía. MI amigo italiano que ha- bla hablado sin cesar, hizo una rorta pausa para prender un ciga rrlllo. Luego prosiguió: -Ernesta -dijo- pesando jus-" tamente cuarenta y nueve kilos v medio, ataviada en un taaje e'.e- narrador- pero después de ver a' gante que le venia como un guan- ta niña. Giovani le dijo a Cés.ir. te a su ruerno esbelto, v H.I hr. claro está que de una manera dtj- creta palabras que equivalen a és- to: Tu sobrina es muy slmpát'ca erpo esbelto, y del brazo con su orgulloso tío César, te apa- réelo en Ir —*— »rió en la mañana siguiente en la end a de Verona. Estada cerrada. pero con su descomunal volumen En la perilla de la no me sirve porque, como puedes una corona de flores con una cinta observarlo, en mi establecimiento; enlutada, y una tarjeta oue empleo sólo muchachas de lineas 1 ciaba la muerte del oroóietario el esbeltas. Te aconsejo que le poiica-s rila anterior... a Ernesta una dieta rigurosa. Una' Como epilogo mi amigo me narró y desarrollo chica de tan preciosos ojos deberla que Ernesta abandonó más tarde cultural. tener una figura que los romple- la dieta, recobró su figura corpu- Reiteramos a los esposos Toledo-1 mentara. SI pudiera rebajar, diga ! lenta y ahora maneja una fonda en. González el testimonio de nuestro! mr>«. unos doce kilos dentro de los Genova... que queda al doblar lv afecto y le deseamos todo género próximos seis meses, con mucho esquina de donde estuvo #1 malha- dado establecimiento de guantes. Y de bienandanzas en su nueva resi- dencia, ' ' gusto la tomarla en el establecimien- to de Verona. Sólo le baita presen- pesa 1* boberia de cien kilos.

Upload: truongtuyen

Post on 04-Oct-2018

213 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

  • -10 EL MUNDO, SAN JUAN, P R. - DOMINGO 28 DE AGOSTO DE 1938.

    J FUERA DE TODA LEY

    ENLOQUECIDOS POR EL SOL... Por ROSITA FORBES

    Enloquecidos por el sol... -jNo et eta la mujer que en-

    loqqee* a lot 'sheeks'. a loa Rodol- fo Valentinos del desierto? pre- sunto la princesa San Faustino cundo me vio, en payamas, en el

    ardan como si me los hubieran quemado con hierros callentes. A frecuentes intervalos tenamos que parar, para Henar de agua el ra- diador con el liquido que, en pe- ando me vio, en payamas, en el J]ejo$ colgados J, ^

    mos con nosotros. A la puesta DOmo la mayora de las norte- , g^, Ja may0ra del agua que te-

    namos para beber se habia consu<

    sent tanto calor que los ojos me ( pequeo fuerte de barro rodeado

    aararicanas. se imaginaba el desier- to-lleno de bandidos buenos mozos, jilees en briosos caballos, aguar- dando que en el horizonte apare- dlndo q cfera la

    mido por ese procedimiento. Por la noche el vJo rezaba en dita voz y el chfer dormia con la ca-

    prlmera mujer blanca pa- , beza pegada al volante. Cuando

    ra hacer> el amor inmediatamen-

    '^os rabes poseen crueldad, co- raje, paciencia y fanatismo. Son traidores y se hacen la guerra. Pe- ra nada de ello es por amor. En lili negras moradas de sus tribus, lAmujeres se entregan a sus due- flSrsin que el amor cuente para naM.

    Pero muchas cosas ocurran cuan- do una se asoma a un extremo del mapa, cosas que son doblemente terribles cuando ocuren b a j o. un sol de fuego, teniendo cientos de millas de arena a cada lado de una. Porque l enloquece a los hombres blancos, sobre todo cuan- do no han visto una mujer en un par de anos. Los mandamientos de la ley de Dios se difuminan y casi desaparecen a una temperatu- ra de 120 grados Fahrenheit, y los hombres lo olvidan todo ante el tormento de la prxima salida del sol.

    Hace unos cuantos meses pas la frontera kurda y no deseando anun ciar mi presencia, toda vez c,ue ha- bla estado observando la batalla entre turcos y kurdos en Monte Ararat sin ningn motivo especial para ello ni siquiera tenia un pa- saporte dese perderme de vista

    de alambradas. Estibamos todava a un da da camino de la frontera de Siria, pero aqul tringulo del desierto habla sido cedido a Fran- cia y la ensena^ tricolor sobre el fuerte Indicaba que dicha nacin estaba decidida a hacerlo suyo.

    Antes de que pudiramos decidir sobre un plan, un nubl gigantes- co nos cerr el paso. Dos senega- leses, con rifles, aparecieron detrs de l. Nadie podia pasar. El doc- tor vendra cuando hiciera menos calor. Pero l no poda abandonar el puesto, una roca plana donde se tostaba al sol como un lagarto, de manara que ninguna noticia de nuestra llegada tendran en el fuer- te.

    Durante una hora argumentamos, suplicamos y amenazamos. Pero to- do fu Intil y mientras tanto sen- tamos que nos asbamos guisn- donos en nuestra propia grasa. El viejo, en una esquina, respiraba con tal dificultad que yo no dud que se mora. Y no tenamos agua que

    FUERA DE TODA LEY. Tal es el titulo de la serie de apasionante relato* que comenxamoa a publicar hoy, debidos a la pluma de la famosa exploradora y novelista Rosita Forbes, autora de laa populares novelas 'Conflicto" y "Promteme que no te casars conmigo". Eata mujer inquieta y romntica que ha recorrido el mundo en busca de extraas y peligrosas aven- tura*, noa cuenta en esta magnifica aerie de artculos cmo un hombre blanco, rey de una tribu de canbales en loa marea del sur, se veng del amante de su mujer; cmo estuvo cau- tiva en una casa de mala fama de Argelia, y cmo con la ayuda de un amigo Ingls se esrap de ella tras tremenda pelea; c- mo bail en Argelia, presenci un alevoso asesinato y cay en ios brasoa de un francs en el deaierto de Sahara; cmo tma tentativa de atraco por un notorio criminal australiano, ter- mino en un desgraciado "affalre" de amor; cmo se veng de su amante asesino, despus de muerta una muchacha siame- sa, > otras muchas aventuras interesantes.

    Todaa laa apasionantes historias que nos cuenta .Rosita Forbes han sido vivida* por ella y llevan el sello Inconfundi- ble de la realidad. El primero de ana relatos, que publicamos hoy, lleva por ttulo "Enloquecidos por el sol" y ae refiere al episodio que vivi con doa oficiales franceses un capitn y un mdico en mitad del deaierto, en un lugar donde no ha- ba puesto aua plantas una mujer en muchos aos. Los doa, a la vista de loa encanto* femeninos, olvidaron la disciplina y el rango y ae ensartaron en una lucha mortal de la que ella escap milagrosamente.

    Todava no estoy instalado me dijo el doctor. Todava no he desempaquetado mis cosas. He esta- do fuera durante meses y no he visto otra cosa que puercos bedui- nos con sus enfermedades asquero- sas. Nadie se atreverla ni a beber su caf ni a tocar a sus mujeres. Qu asco!

    Escupi en la sucia arena llena de colillas de cigarrillos y de pe- dazos de algodn.

    Usted no desea ser Inoculada, no es verdad? me pregunt el doc- tor mesndose la barba hmeda de sudor." Tal vez pensaba que mejor hubiera estado afeitado.

    Por supuesto que no, le res- pond, mirando con el rabo del ojo sus instrumentos profesionales ca- paces de causarle una infeccin al pinto de la paloma.

    Est bien. Entonces nos hemos entendido...

    Me cogi por la cintura y por un momento me apret contra su hir- suto pecho, que tenia el olor de la piel de un animal. Su cabello su- cio se enterr en mi garganta, sus vidos labios cayeron sobre mi car-

    toda iniciativa. El hombre era muy fuerte y a mi me pareci estar de- batindome con algo primitivo e In- capaz de razonamiento. Peor cuan- do su mano quiso acariciarme el rostro, se la mord con toda la fuer- za que me quedaba. Por entonces habia comenzado a llorar, y el aa- bor de su sangre me supo dulce.

    Por todos los diablos! volvi a jurar el hombre aflojando su abra- zo. Dudaba sobre lo que deba ha- cer y yo aprovech el momento pa- ra zafarme de su garra. MI som-

    Yo protest dbilmente diciendo: Djame ir. Quiero alejarme de

    aqu... Se ir. Aqu tengo el carro.

    Pero debemos actuar rpidamente. Me condujo hasta donde estaba

    el automvil. Cuando me vi dentro de l expres:

    Pero qu pasar? Se matarn como animales feroce*...

    Es muy probable, fu la res- puesta, fra, del oficial.

    Sus ojos estaban opacos como los

    sal! corriendo hacia aquella espe- lamente los tres hombres cambia ci de oasis distante. El nubio grit y los rabes se unieron a l con sus reprobaciones y rezos. Un sene- gals puso el dedo en el gatillo, pe- ro no lleg a disparar. Yo, en cuan- to le di la vuelta a la primera roca, corr ms rpidamente, cegada por

    ron una mirada expresiva. Qutese el sombrero, seora-

    sugiri el capitn. No hemos vis- to una mujer en aos. Metidos en esta cueva que pretende ser sagra- da, nos hemos olvidado hasta de la forma que tienen.

    ..- ->

    lo despert me asegur: Nunca en mi vida me we dormido. No ne- cesito dormir. Puedo manejar du- rante setenta y dos horas segui- das sin que se me cierren los ojos... Pero a los cinco minutos su cabe- za estaba en mi hombro, mientras la borla de su fez suba y bajaba al comps de los ronquidos de la familia de las sandias. *

    Fu hacia el mediodia siguiente antes de que a cualquiera se le ocu- ; cuando comenc a notar cierta ln- rriera la idea de acusarme de es- i certidumbre entre mis acompaan- na I tes Pedazos de papel sucios y lle-

    nos de huellas dactilares comenza- El rabe, propietario de un auto- mvil que pareca una ruina, me ofreci trasladarme a Siria. Dis- cutimos fieramente sobre el precio y estipulamos que todo el espacio del carro serla para mi sola. El me prometi que no tendra queja alguna acerca H r. una t-enda de guantes. Le suplico da de Giovani Verona. Erro!".

    lo que todo buen ciudadano est I conocida dei arador, podra ronsi- llamado a harer. derarse como hiperblico.

    Y si el trabajo guatoso que hemos Rosita de Toledo es uno de asea realizado no fu?ra bastante pago, seres superiores que hacen una vi- este arto espontneo y generoso que , da de superacin viviendo y prac- un grupo de amigos sinceros nos tirando sus ms raros Ideales ha ledirado. ron creres nos hara olvidar las luchas y sinsabores que hayamos podido tener. Para todos, nuestra eterna gratitud.

    Quiero decirles, por ltimo, que nuestra casa, doquiera nos Instale- mos, ser el hogar de ustedes y nuestros servicios personales esta- rn siempre a disposicin de todos, y tambin de nuestro querido Puer- to Rico."

    Entre los asistentes que recorda- mos estn el Ledo. Luis Muoz Mo- rales, el.doctor Crespo, seor VIrtor 3raegger. seor Pedro Toledo, se- ora Angela Negrn Muoz, seora Rosa M. Arcay, y otros que no po- demos recordar en este momento.

    Ya anteriormente Rosita habla si- do homenajeada por los empleados del Preventorio, por la directiva del Refugio de Nios Desamparados y

    Nuestra amiga se ausenta para

    indudablemente seria hasta un adorno rara la casa". Giovani pidi a su amigo que le trajera a Ernes- ta, para admirar ron sus propios

    atender a la edurarin de sus hijos -0s * "P" H* h..eza. v romo medio de rerupernr su sa- "~f.ue'?.0' no era ms qu* JuMo- lud. Pero todos los concurrentes al -repllr e banquete esperan que una vez lle- nada su misin y recuperada su sa- lud, vuelva a nosotros a continuar Ja labor que le toc en suerte des- empear en su pas. No hay duda de que los esposos Toledo volvern, romo dijo ..n notable fll/sofo, Ro- si'a tiene el deber como costumbre.

    La colonia portorriquea de Nue- va York .*ontar ahora ron un nue- vo elemen'o para cooperar en la labor de unificacin

    erona. Ereo! -dijo'.e el t'o- le des una ro!ora-1 A este punto de la historia de la rin en su establerimlento a mi so- nueva linea de Ernesta, las Azores hrina. Es una rhlra preciosa que se escondan ya en la bruma de la

    f

    lejana. MI amigo italiano que ha- bla hablado sin cesar, hizo una rorta pausa para prender un ciga rrlllo. Luego prosigui:

    -Ernesta -dijo- pesando jus-" tamente cuarenta y nueve kilos v medio, ataviada en un taaje e'.e-

    narrador- pero despus de ver a' gante que le venia como un guan- ta nia. Giovani le dijo a Cs.ir. te a su ruerno esbelto, v H.I hr.claro est que de una manera dtj- creta palabras que equivalen a s- to: Tu sobrina es muy slmpt'ca

    erpo esbelto, y del brazo con su orgulloso to Csar, te apa- relo en Ir * ri en la maana siguiente en la

    enda de Verona. Estada cerrada. pero con su descomunal volumen En la perilla de la no me sirve porque, como puedes una corona de flores con una cinta observarlo, en mi establecimiento; enlutada, y una tarjeta oue empleo slo muchachas de lineas1 ciaba la muerte del oroietario el esbeltas. Te aconsejo que le poiica-s rila anterior... a Ernesta una dieta rigurosa. Una' Como epilogo mi amigo me narr

    y desarrollo chica de tan preciosos ojos deberla que Ernesta abandon ms tarde cultural. tener una figura que los romple- la dieta, recobr su figura corpu-

    Reiteramos a los esposos Toledo-1 mentara. SI pudiera rebajar, diga ! lenta y ahora maneja una fonda en. Gonzlez el testimonio de nuestro! mr>. unos doce kilos dentro de los Genova... que queda al doblar lv afecto y le deseamos todo gnero prximos seis meses, con mucho esquina de donde estuvo #1 malha-

    dado establecimiento de guantes. Y de bienandanzas en su nueva resi- dencia, ' '

    gusto la tomarla en el establecimien- to de Verona. Slo le baita presen- pesa 1* boberia de cien kilos.