walter benjamin ii
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Hacia 1936 Benjamin concibe “La Obra de Arte en la época de su reproductibilidad
técnica”. En el prólogo, ya evidencia su fascinación y estudio por la obra de Karl Marx.
Incluso el destacado teórico Jesús Martín-Barbero lo inscribe dentro de “los grandes
teóricos del marxismo”. Señala el colaborador de la Escuela de Frankfurt en este escrito
que muchas de las predicciones del marxismo acerca del arte tras la ascensión del
proletariado al poder, pueden solo señalarse en esta época, y critica un tanto el carácter
predictivo de los postulados marxistas, basados únicamente en cerrados valores
matemáticos de plusvalía y producción.
Señala al inicio de su exposición que la obra de arte ha sido desde tiempos remotos, desde
su mismo surgimiento podríamos decir, susceptible a ser reproducida: el hombre repite lo
que otro hombre ha hecho.
Por eso mismo parece indiscutible que la obra de arte en la época de la reproductibilidad
técnica ha cambiado. Al tratar de copiarla, en busca de proximidad a lo originalmente
creada, la obra se transforma. Deja de ser auténtica, ya no es única.
Y es que el hombre ha reproducido, primero con fines mágico- religiosos, y más tarde los
alumnos de artistas para adquirir práctica. De esta forma, en su afán de tener todo accesible
copió primero a mano los textos sagrados dentro de los monasterios durante la Edad Media
y más tarde se dio el boom de la reproducción, que fue la aparición de la imprenta de tipos
móviles hacia 1440.
Además, gracias a la litografía, creada a inicios del siglo XIX, la gráfica fue capaz de
acompañar a la vida cotidiana. Comenzó a tener tanta importancia como la imprenta,
aunque sería superada posteriormente por la fotografía.
Walter Benjamin nos plantea el concepto de lo que define como AURA, una
“manifestación de lejanía irrepetible”[3] provocada por algo, por cerca que se encuentre. El
aura es aquello que nos hace levantar la mirada y contemplar la obra de arte, es el poder
que tiene, por ejemplo, una creación artística de causar sensaciones inexplicables o según
las propias palabras del autor: “descansar en un atardecer de verano y seguir con la mirada
una cordillera en el horizonte o una rama que arroja su sombra sobre el que reposa, eso es
aspirar el aura de esas montañas, de esa rama”.
En este ensayo Benjamin trabaja sobre la idea de que existen condiciones materiales de
producción a nivel de superestructura; se propone pensar el arte desde la innovación
tecnológica, desde el criterio de la creación de un nuevo concepto de arte y las mismas
condiciones de recepción.
No es un secreto que en esta época reproducir una obra es extremadamente fácil comparado
con los albores de la civilización, donde se hacían copias cien por ciento a mano o
auxiliados de instrumentos no muy ágiles en la copia.
Las obras de arte copiadas a mano degradan, por así decirlo, un poco su aura; sin embargo
son las máquinas las que opacan, hacen desaparecer ese sentimiento de irrepetible lejanía.
Dice Benjamin: “…la reproducción, tal y como la aprestan los periódicos ilustrados y los
noticiarios, se distingue inequívocamente de la imagen. En ésta, la singularidad y la
perduración están imbricadas una en otra de manera tan estrecha como lo están en aquélla
la fugacidad y la posible repetición. Quitarle su envoltura a cada objeto, triturar su aura, es
la signatura de una percepción cuyo sentido para lo igual en el mundo ha crecido tanto que
incluso, por medio de la reproducción, le gana terreno a lo irrepetible”.
Acerca de este concepto, Jesús Martín-Barbero explica que, siguiendo los preceptos de lo
escrito por Benjamin, “el viejo arte era el arte de lo uno, un solo tema, un solo punto de
vista, la famosa perspectiva renacentista; ni siquiera era la imagen de quien tiene dos ojos,
ni siquiera de quien tiene uno; era el arte de la unificación y de la contemplación. Este arte
se veía en museos que eran como templos: el aura del arte. Entonces uno miraba y cerraba
los ojos y era cuando cerraba los ojos cuando comprendía el sentido de aquella obra.
Benjamin decía que estaban en el mundo platónico todavía donde había que cerrarlos ojos
para ver la verdad, porque habitaban otro que no era el terrenal, el topos urano, donde
habitaban las ideas, las formas perfectas de las cosas”
Benjamin denota a la nuestra como sociedad donde se hace todo lo posible para eliminar
lejanías, donde las masas quieren acercarlo todo, tener bajo su total dominio lo creado
mediante la reproducción.
Las masas de hoy parece que necesiten que todo les sea más próximo. Parece, pues, según
este punto de vista, que hacer las cosas más próximas sea “más humano”. Hoy día, todo
puede ser copiado, y Benjamin ya hablaba acerca de cuan peligroso resultaba esto en el año
1936, cuando, ni siquiera Internet, donde cualquier cosa es 100% socializable y puede venir
a mi posición a través de la copia.
Manifiesta que, si bien por un lado, el arte se encuentra al alcance de las masas, lo que se
marchita de la obra en la época de su reproductibilidad técnica es su aura y aparejado a este
concepto, nos dice que la organización de la percepción humana está condicionada tanto de
manera natural como histórica.
“Día a día se hace vigente, de manera cada vez más irresistible, la necesidad de apoderarse
del objeto en su más próxima cercanía, pero en imagen, y más aún en copia en
reproducción”, dice.
Nos ejemplifica cómo la obra de arte cambia su papel, condicionado según el contexto en
que se desarrolla. Tenemos el caso de la Venus, que si bien en ubicada en las antigua
Grecia y Roma constituye una figura de culto para la fertilidad y el amor, durante la oscura
etapa medieval era vista como representación satánica, y hoy día es observada, por ejemplo,
en un espacio público —un museo— como una obra de culto en lo que al sentido artístico
se refiere. O sea, la obra de arte, según Benjamin, adquiere su valor determinado por la
ritualidad, aunque esté relacionada con el mero sentido estético.
El texto nos habla del carácter ritual y político de la obra de arte. “El carácter único de la
obra de arte es lo mismo que su imbricación en el conjunto de relaciones de la tradición. Y
esta tradición por cierto, es ella misma algo plenamente vivo extraordinariamente
cambiante”.
Coincido en este punto con el teórico alemán. Tomemos al más común de los objetos. Con
las nuevas tendencias del arte naif y el postmodernismo, un tenedor, por ejemplo, podría
exhibirse en una galería bajo el título de “Sociedad” y en ese contexto, un instrumento
simple de la vida cotidiana trasciende como arte, y adquiere su aura. Podemos afirmar,
entonces, que el aura de las obras de arte está ligada a su aquí y ahora, tal como Benjamin
plantea en su escrito, son estos los factores que la convierten en lo que son, y causan las
sensaciones en el hombre.
El rompimiento del aura, la industria de la reproducción Cuando el avance tecnológico hace su entrada rompe el aura, la destruye.
Walter Benjamin hace un recuento sobre esta irrupción: con la litografía, la técnica de la
reproducción alcanza un grado fundamentalmente nuevo. Este proceso, más preciso
“distingue la transposición del dibujo sobre una piedra de su incisión en taco de madera o
de su grabado al aguafuerte en una plancha de cobre”, y permitió que el arte gráfica
pudiera masificarse. Esta técnica capacitó al dibujo para acompañar, la vida diaria. Fue
entonces, cuenta el autor, que se unió a la imprenta. Pero en estos comienzos fue aventajado
por la fotografía pocos decenios después de que se inventara la impresión litográfica.
Con la aparición de la fotografía, la mano del artista ya no tiene que encargarse de plasmar
las emociones, la luz, los colores. Todo concierne al lente de la cámara: es más fácil y
rápido captar un momento a través del lente que dibujarlo. Además, existen ciertos detalles
que hacen diferentes a lo captado por el lente en un instante una verdadera maravilla, como
las condiciones de iluminación, determinados filtros que podrían aplicarse a la cámara,
seleccionar diversos puntos de vista, inaccesibles en cambio para el ojo humano. También
es más factible la fotografía que la pintura, por ejemplo, pues se pueden obtener muchas
copias de manera más fácil. La fotografía es el primer método de reproducción
verdaderamente revolucionario.
Luego se refiere al cine, medio en el que se acoplan sonido e imagen como si fueran uno.
Sin embargo, precipitadamente, el cine fue declarado un arte, posición criticada por
Benjamin. Luego bebe de otra fuente teórica, el reconocido dramaturgo, novelista, escritor
de relatos cortos italiano y ganador en 1934 del Premio Nobel de Literatura, Luigi
Pirandello.
Este hombre declara que los actores de cine se sienten exiliados, pues el público que
normalmente tiene un profesional en escena, a la hora del rodaje es sustituido por
máquinas. Esto lo acopla Walter Benjamin a su concepto del aura: para él, los actores de
cine renuncian a su aura, a diferencia de los de teatro. No se perciben igual las emociones,
no tiene un público que transmite sus sentimientos al actor y viceversa. Además, su
actuación estará sometida a las técnicas productivas del medio, no a su voluntad y talento,
al cómo querría interpretar el papel. Refiere Benjamin a otros autores como al psicólogo y
filósofo berlinés Rudolph Arnheim, quien planteaba que en el cine mientras menos se
actuaba era mayor el efecto conseguido y clasifica al actor como un accesorio de la
industria. Además, influido por Pirandello y Brecht, asegura que el actor de cine cambia su
público por el aparato que lo filma. Por eso, el aura queda suprimida al mismo actor y,
también, al personaje que representa. El carácter del actor fílmico hace que el aura no
pueda envolver su personaje y, de esto, el cine se ha dado cuenta. Para solucionarlo, se ha
creado un aura artificial a la que han llamado personality y que consiste en el culto a la
estrella promovido por el cine capitalista. Esta teoría del autor alemán se ha cumplido, e
incluso superado su mismo sentido: hoy hasta se ha convertido en una industria la vida de
las estrellas de cine: los medios los persiguen, los acosan, las figuras donan a instituciones
benéficas y hasta se vuelven herramientas en campañas políticas.
De esta forma, el carácter artístico del cine se encuentra completamente determinado por su
reproductibilidad. “El cine es la obra de arte con mayor capacidad de ser mejorada”. Así,
tanto la música y la fotografía, por ejemplo, podrían ir a las masas en la época de
reproductibilidad técnica y no viceversa. El hombre puede socializar el arte aunque no sea
auténtica.
Lo auténtico mantiene su plena autoridad frente a la reproducción manual, a la que por lo
regular se califica de falsificación, y no puede hacerlo frente a la reproductibilidad técnica,
ya que ésta resulta ser más original que la manufactura.
Por excelente que sea la copia, no va a lograr acercarse a lo que una verdadera obra emite y
ha vivido. Esto incluye todos los cambios desde físicos hasta de lugar en el que se ha
encontrado. Desde las escrituras, hasta pinturas, pueden ser analizadas por procesos
químicos para conocer sus años de existencia he identificar su autenticidad. Las copias
manufacturadas, podemos clasificarlas como imitación de un objeto real, mientras que las
realizadas con medios técnicos puede ser independiente.
A continuación, dice Benjamin “De ser una apariencia atractiva o una hechura sonora
convincente, la obra de arte pasó a ser un proyectil. Chocaba con todo destinatario. Había
adquirido una calidad táctil. Con lo cual favoreció la demanda del cine, cuyo elemento de
distracción es táctil en primera línea, es decir que consiste en un cambio de escenarios y de
enfoques que se adentran en el espectador como un choque”. Luego compara la pantalla
cinematográfica con un lienzo de pintura: el último, estático, sirve, en efecto, para la
contemplación, invita al éxtasis; sin embargo, ante la pantalla cinematográfica debemos
captar rápidamente el mensaje, pues, al estar en movimiento la imagen, cambia
constantemente.
En este punto, parece que benjamin está un poco “a la ofensiva” con el cine y, al parecer, al
igual que el autor que cita (Duhamel) siente cierto odio por la industria cinematográfica. Es
cierto que la imagen escapa; pero la pintura no es cambiante, no ofrece nada nuevo,
siempre es ella, igual. En cambio el filme aporta la posibilidad de salirte de un lugar, las
emociones son inducidas por más recursos que el color, también está el sonido, el ángulo en
que se ruedan las secuencias, la atmósfera, los escenarios, el sonido; una amplia gama de
recursos que en la pintura no existen.
En cuanto a la exhibición ante la masa nos dice que el cine actual puede impulsar una
crítica revolucionaria de las condiciones sociales o incluso del sistema de propiedad.
Hemos visto, por ejemplo, cómo el cine principalmente latinoamericano, y el desligado a
los monopolios culturales se dedica a realizar críticas de la realidad. No es un cine que sea
solamente un ente pasivo: se posiciona en una postura crítica reflejando los problemas del
mundo que le rodea, no obstante las masas hacen resistencia a este tipo de cine, desde mi
punto de vista, pues están tan narcotizadas con las historias rosas que proponen los grandes
vendedores, una industria de alegría, llena de patrones preestablecidos y trillados, donde el
bien triunfa y los personajes positivos son perfectos, con ricos que no se aprovechan de los
pobres y políticos que ayudan a su pueblo, con paz mundial, o donde un ejército como el
norteamericano siempre esté ahí para defendernos de las amenazas del mundo exterior y el
terrorismo.
También Benjamin plantea como el medio más importante e influyente al cine, que no solo
va al encuentro de las masas, sino que tiene un lado positivo y otro negativo, en el que
liquida a los valores históricos.
Además, nos habla de la autenticidad, en lo que se refiere al aquí y el ahora. Lo auténtico
mantiene su plena autoridad frente a la reproducción manual, a la que por lo regular se
califica de falsificación, no puede hacerlo frente a la reproductibilidad técnica, ya que la
reproducción técnica resulta ser más original que la reproducción manual.
Epílogo “La proletarización creciente del hombre actual y el alineamiento también creciente de las
masas son dos caras de uno y el mismo suceso”. Dice ya en el final de “La Obra de arte en
la época de su reproductibilidad técnica” Walter Benjamin. También analizó el creciente
fenómeno del fascismo, en plena Guerra Mundial, siendo él blanco de esta política
despiadada. Declara que éste intenta organizar a las masas jóvenes, que hace poco tiempo
se volvieron proletarias y, en ellas, ve su salvación, en que ellas se expresen sin hacer valer
sus derechos.
El fascismo impone a las masas el culto a un caudillo, y se desemboca en e esteticismo
político, encaminado a la realización de la guerra. Ésa es la única capaz, según plantea
Benjamin, de lograr que las masas tengan una gran meta, y a la vez conserven las
condiciones heredadas de propiedad que intentan suprimir. Todo ello desde el punto de
vista de la política.
Luego el autor alemán cita el manifiesto de Marinetti sobre la guerra colonial de Etiopía,
que en resumen habla acerca de la estética de la guerra, de cómo resulta el sueño de los
hombres cumplido el poder sentirse partes máquina, y sobre la ventaja que les ofrece las
máquinas, poder fundar su soberanía. Vemos como para este punto, Benjamin ha dejado un
poco el tema del aura y la obra de arte, para vincularse más con la posición política que
vivía, y declara:”la estética de la guerra actual se le presenta de la manera siguiente:
mientras que el orden de la propiedad impide el aprovechamiento natural de las fuerzas
productivas, el crecimiento de los medios técnicos, de los ritmos, de la fuentes de energía,
urge un aprovechamiento antinatural. Y lo encuentra en la guerra que, con sus
destrucciones, proporciona la prueba de que la sociedad no estaba todavía lo bastante
madura para hacer de la técnica su órgano, y de que la técnica tampoco estaba
suficientemente elaborada para dominar las fuerzas elementales de la sociedad”.
Y para concluir, el estudioso vinculado a la escuela de Frankfurt vincula esta concepción de
la guerra con la satisfacción artística: “la humanidad, que antaño, en Homero, era un objeto
de espectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora en espectáculo de sí
misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción
como un goce estético de primer orden. Este es el esteticismo de la política que el fascismo
propugna”.
Y en efecto, como la historia demostró, la época del fascismo hitleriano se caracterizó por
las grandes transmisiones televisivas de los discursos del führer, los espectáculos militares,
la adoración de la figura caudilla y un bombardeo de los medios de comunicación
propugnando a los conciudadanos a luchar contra los no arios, por el nuevo mundo.
Representaciones simbólicas del jefe, grandes obras de arte plagadas de esa visión centrada
en el líder.
Benjamin y la teoría crítica Resumiendo los preceptos expuestos por Benjamin en esta, una de sus más relevantes
obras, podemos afirmar que pertenece al grupo que representaba la Teoría crítica de la
Escuela de Frankfurt. La negación a reducir los fenómenos culturales a un reflejo
ideológico de los intereses de clase fue uno de los principales ejes de denuncia de esta
escuela, de aquí que esta perspectiva introduzca el concepto de “Industria Cultural” como
término que suple al de “Cultura de Masas”.
Benjamin analizó el efecto de la aparición de nuevos medios comunicativos: se masificó el
arte, es cierto; pero en su defecto quedó la fetichización de lo creado. La obra de arte
deviene en consumo y en él desaparece la singularidad creativa que el teórico denotó como
aura.
Además, veía el arte como último reducto de libertad de los sujetos, se enfocó más en la
parte artística y cómo la industria cultural produce la pérdida del aura en el arte, pues la
contemplación de la obra de arte implica cierta veneración hacia la obra. Entonces nos
podemos preguntar: si la obra no es única y excepcional, ¿sigue siendo arte?
El avance tecnológico trajo consigo que la obra perdiera su carácter auténtico, Walter
Benjamin nos pone a pensar y aún hoy sus ideas siguen vigentes. Estamos en la era de la
libertad de expresión e información. Al alcance de un clic se encuentra todo el
conocimiento humano que podamos desear, y podemos disponer de él por unos pocos
centavos, sin salir de casa siquiera. El arte podemos comprarla en Internet, o ir a la tienda
más cercana y adquirir una taza con nuestro cuadro preferido. ¿Acaso es buena la
democratización del arte? ¿Es sano que las masas quieran acercarlo todo a sí mismas?
Atraer la obra de arte hacia la masa hace que llegue también a sujetos que quizá no estén
preparados para apreciarla.
Pongamos un ejemplo: la Mona Lisa. Es el más común de los cuadros y, tal vez esa primera
fascinación que sintió un crítico al verla en el Louvre no llega a nosotros porque ha sido tan
comercializada, que la obra de arte puede volverse intrascendente y trivial. La pérdida de su
aura la vuelve así, un objeto común, pierde el sentido de su creación, pierde el valor por el
que la denotamos OBRA DE ARTE.
Con tanta masificación, el arte se convierte en un producto de comercialización, pierde su
sentido crítico y elevado, aunque, eso sí, a través del arte se pueden reclamar derechos,
hacer que el mundo voltee los ojos hacia la realidad y vea críticamente su entorno.
Finalmente, podemos referirnos a Walter Benjamin utilizando las palabras de Jesús Martín-
Barbero, que tanto lo citó durante el encuentro que sostuvo en Cuba dentro del marco de
FELAFACS:
“…Contamos hoy con lo que uno de los grandes teóricos del marxismo, Walter Benjamin
(…) llamó –y utilizó una palabra griega– un cambio de sensorium, un cambio de la
sensibilidad colectiva, de los modos de percibir el espacio, el tiempo, lo próximo, lo lejano
(…) donde está el cambio es en la sensibilidad de la gente, es en la sociedad, no es en la
tecnología. Walter Benjamin dijo no, la tecnología salió al camino de lo que estaba
solicitando la gente…”