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7/27/2019 139167889 Benjamin Walter Varios Ensayos http://slidepdf.com/reader/full/139167889-benjamin-walter-varios-ensayos 1/142 Sobre el programa de la filosofía venidera (1918)  La tarea central de la filosofía venidera es la de extraer y hacer patentes las más profundas nociones de contemporaneidad y los presentimientos del gran futuro que sea capaz de crear, en relación al sistema kantiano. La continuidad histórica asegurada por la integración al sistema kantiano es la única de decisivo alcance sistemático. Esto puede afirmarse pues Kant es el más reciente, y con Platón, el único filósofo ante todo abocado a la justificación del conocimiento, entre todos aquellos no inmediatamente centrados en cuestiones de perímetro y profundidad. Ambos comparten el convencimiento de que el conocimiento sostenido por una justificación más pura, es también el más profundo. No desterraron la exigencia de profundidad fuera de la filosofía, sino que le hicieron justicia de un modo especial al identificarla con la exigencia de justificación. Cuanto más imprevisible y audaz se nos anuncie el despliegue de la filosofía venidera, tanto más profundamente deberá producir certeza, certeza cuyo criterio es la unidad sistemática o la verdad. El impedimento más significativo para la integración de una filosofía verdaderamente consciente de tiempo y eternidad en Kant, es el siguiente: la realidad, a partir de cuyo conocimiento Kant quiso fundar el conocimiento en general sobre certeza y verdad, es una realidad de rango inferior, si no la más inferior de todas. El problema de la teoría del conocimiento kantiana, como sucede con toda teoría del conocimiento, tiene dos aspectos y sólo uno de estos supo aclarar. En primer lugar, existe la cuestión de la certeza del conocimiento duradero; en segundo lugar, se plantea la cuestión de la dignidad de una experiencia pasajera. Y es que el interés filosófico universal está centrado simultáneamente en la vigencia intemporal del conocimiento, así como en la certeza de una experiencia temporal que es percibida como objeto más cercano, si no único. Pero los filósofos, y Kant entre ellos, no fueron conscientes de la estructura global de semejante experiencia en su singularidad temporal. Dado que Kant quiso extraer al principio de la experiencia de las ciencias, y en especial de la física matemática, sobre todo en los Prolegómenos, también en la Crítica de la Razón Pura, la experiencia dejaba de ser idéntica al mundo de los objetos de la ciencia. Y aun si la experiencia hubiese sido para Kant lo que terminó siendo para los pensadores neo-kantianos, el concepto así identificado y determinado continuaría siendo el viejo concepto de experiencia, cuyo sello característico se refiere, no sólo a la conciencia pura sino igualmente a la empírica. Y de eso mismo se trata; de la presentación de la experiencia

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Sobre el programa de la filosofía venidera

(1918)

 

La tarea central de la filosofía venidera es la de extraer y hacer patenteslas más profundas nociones de contemporaneidad y los presentimientos delgran futuro que sea capaz de crear, en relación al sistema kantiano. Lacontinuidad histórica asegurada por la integración al sistema kantiano es laúnica de decisivo alcance sistemático. Esto puede afirmarse pues Kant es elmás reciente, y con Platón, el único filósofo ante todo abocado a la justificacióndel conocimiento, entre todos aquellos no inmediatamente centrados encuestiones de perímetro y profundidad. Ambos comparten el convencimientode que el conocimiento sostenido por una justificación más pura, es también el

más profundo. No desterraron la exigencia de profundidad fuera de la filosofía,sino que le hicieron justicia de un modo especial al identificarla con laexigencia de justificación. Cuanto más imprevisible y audaz se nos anuncie eldespliegue de la filosofía venidera, tanto más profundamente deberá producir certeza, certeza cuyo criterio es la unidad sistemática o la verdad.

El impedimento más significativo para la integración de una filosofíaverdaderamente consciente de tiempo y eternidad en Kant, es el siguiente: larealidad, a partir de cuyo conocimiento Kant quiso fundar el conocimiento engeneral sobre certeza y verdad, es una realidad de rango inferior, si no la másinferior de todas. El problema de la teoría del conocimiento kantiana, comosucede con toda teoría del conocimiento, tiene dos aspectos y sólo uno de estossupo aclarar. En primer lugar, existe la cuestión de la certeza del conocimientoduradero; en segundo lugar, se plantea la cuestión de la dignidad de unaexperiencia pasajera. Y es que el interés filosófico universal está centradosimultáneamente en la vigencia intemporal del conocimiento, así como en lacerteza de una experiencia temporal que es percibida como objeto más cercano,si no único. Pero los filósofos, y Kant entre ellos, no fueron conscientes de laestructura global de semejante experiencia en su singularidad temporal. Dadoque Kant quiso extraer al principio de la experiencia de las ciencias, y enespecial de la física matemática, sobre todo en los Prolegómenos, también en laCrítica de la Razón Pura, la experiencia dejaba de ser idéntica al mundo de losobjetos de la ciencia. Y aun si la experiencia hubiese sido para Kant lo queterminó siendo para los pensadores neo-kantianos, el concepto así identificadoy determinado continuaría siendo el viejo concepto de experiencia, cuyo sellocaracterístico se refiere, no sólo a la conciencia pura sino igualmente a laempírica. Y de eso mismo se trata; de la presentación de la experiencia

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llanamente primitiva y autoevidente que a Kant, como ser humano quecompartió de alguna manera el horizonte de su época, pareció la única dada y

 posible. Esta experiencia singular era pues, como ya se insinuó, temporalmentelimitada, y desde esa forma que de cierto modo comparte con toda experiencia,y que podemos en el sentido más pleno llamar  concepción del mundo, fue laexperiencia de la Ilustración. Se diferencia de la los precedentes siglos de la eramoderna en lo que son aquí rasgos esenciales, y aun así, no tanto como pudiera

 parecer. Fue además una de las experiencias o concepciones de mundo de más bajo rango. El que Kant hubo de acometer su obra extraordinaria, precisamente bajo la constelación de la Ilustración, indica que lo estudiado fue unaexperiencia reducida a un punto cero, a un mínimo de significación. Puede enefecto decirse que precisamente la grandeza de su intento sólo se debe al gradode certeza alcanzado, dado que en su propio radicalismo sólo contó con unaexperiencia de valor cercano a la nulidad y de, digámoslo, triste significado.

 Ningún filósofo anterior a Kant se vio enfrentado a la tarea teorético-cognitivade esta manera; ninguno gozó de igual libertad de movimientos siconsideramos la previamente recia y tiránica sujeción de la experiencia, en lomejor de su quintaesencia, a manos de una cierta fisica newtoniana quecastigaba toda desviación. La Ilustración careció de autoridades, no en elsentido de algo a lo cual hay que someterse sin derecho a crítica, sino en el de

 potencias espirituales que otorguen un gran contenido a la experiencia. Laconsecuencia de la pobre experiencia de esa época, la razón delsorprendentemente ínfimo peso especifico metafísico, sólo se deja entrever alcomprobar cómo este ruin concepto de experiencia llegó a pesar en un sentido

reductivo sobre el propio pensamiento kantiano. Se trata de ese estado de cosasfrecuentemente recalcado como de ceguera histórica y religiosa de laIlustración, sin llegar a reconocer en qué sentido estas características de laIlustración corresponden igualmente a toda la época moderna.

Es de importancia para la filosofía venidera reconocer y segregar loselementos del pensamiento kantiano para decidir cuáles debe ser conservados y

 protegidos, y cuáles desechados o reformulados. Toda exigencia deincorporación a Kant depende de la convicción de que este sistema, que seencontró con una experiencia, cuyo aspecto metafísico concurre con

Mendelssohn y Garve, pero que creó y desarrolló una genial búsqueda decerteza y justificación del conocimiento, permita la aparición de una nueva ymás elevada forma futura de experiencia. De esta manera se le plantea a lafilosofía contemporánea una exigencia fundamental y las condiciones. de sucristalización; la propuesta de constitución de un concepto de experiencia máselevado, con fundamentación teorético-epistemológica, dentro del marco del

 pensamiento kantiano. Y éste, precisamente, debe ser el objetivo de la

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inminente filosofía: que una cierta tipología del sistema kantiano sea resaltaday elevada para hacer justicia a una experiencia de más elevado rango y alcance.Kant jamás negó la posibilidad de la metafísica. Sólo quiso establecer loscriterios según los cuales esta posibilidad puede ser comprobada en casosindividuales. La experiencia en tiempos de Kant no requería metafísica; lascondiciones históricas no hacían más que favorecer la eliminación de susreclamaciones, ya que lo que sus coetáneos reivindicaban de ella sólo eraexpresión de debilidad e hipocresía. Se trata, por tanto, de establecer los

 prolegómenos de una futura metafísica basada en la tipología kantiana, y através de ella hacer perceptible la ya mencionada experiencia de carácter máselevado.

Pero la revisión de Kant, aplicada a la filosofía venidera, no debe enfocar solamente aspectos metafísicos y experienciales. Desde el punto de vistametódico, el enfoque, en tanto filosofía propiamente dicha, tendrá que centrarseen el concepto de conocimiento. Los errores decisivos de la enseñanzaepistemológica kantiana también se remiten indudablemente a la vacuidad de laexperiencia que le es contemporánea. Por lo tanto, la doble tarea será deintegrar en el espacio común de la filosofía, al nuevo concepto de experienciacreado y una nueva noción del mundo. La debilidad del concepto kantiano deconocimiento a menudo se hace sensible al sentir la falta de radicalidad yconsecuencia de su enseñanza. La teoría kantiana del conocimiento no explorael campo de la metafísica, por contener ella misma elementos primitivos de unametafísica estéril que excluyen a todos los otros. En la teoría del conocimiento,

cada elemento metafísico es un germen de enfermedad que se declara con todalibertad y profundidad a causa de la exclusión del conocimiento del ámbito dela experiencia. Por ello, es de esperar que toda aniquilación de estos elementosmetafísicos de la teoría del conocimiento, simultáneamente reoriente hacia unaexperiencia más llena de profundidad metafísica. El germen histórico de lafilosofía venidera radica en el reconocimiento de la íntima relación entre esaexperiencia, a partir de la cual resultó imposible acceder a las verdadesmetafísicas, y aquella teoría del conocimiento que aún no logró establecer suficientemente el lugar lógico de la investigación metafísica. Aun así,

 pareciera que el sentido en el que Kant emplea el término «metafísica de la

naturaleza», está en la línea de una investigación de la experiencia basada en principios epistemológicos sólidos. Las deficiencias respecto a experiencia ymetafísica, se manifiestan en el seno mismo de la teoría del conocimiento enforma de elementos de una metafísica especulativa, es decir, rudimentarizada.Los principales de entre estos elementos son: en primer lugar, la concepción delconocimiento como relación entre algunos sujetos y objetos, o algún sujeto yobjeto —concepción esta que no termina de ser superada definitivamente a

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 pesar de todos los intentos de Kant en ese sentido—, y en segundo lugar, lasuperación, igualmente sólo preliminar, de la relación entre conocimiento y unaexperiencia basada en la consciencia empírica humana. Ambos problemas estáníntimamente ligados, y si Kant y los neokantianos superaron la naturaleza-objeto de la cosa como origen de las impresiones, no sucede lo mismo con lanaturaleza-sujeto de la conciencia cognitiva, que aún hay que eliminar. Estanaturaleza-sujeto de la consciencia cognitiva, resulta de una analogía con loempírico, y por ello tiene objetos delante de sí con que construirse. Todo estono es más que un rudimento metafísico en la teoría del conocimiento; un

 pedazo de esa «experiencia» chata de esos siglos que se infiltró en la teoría delconocimiento. No puede ponerse en duda que en el concepto kantiano deconocimiento, un Yo corpóreo e individual que recibe las impresiones mediantelos sentidos y que, en base a ellas forma sus representaciones, tiene el papel

 preponderante, aunque sea sublimadamente. Pero esta concepción es mitología,y en la que respecta a su contenido de verdad, no es más valiosa que toda otramitología del conocimiento. Sabemos de la existencia de pueblos primitivos enla llamada etapa preanimística que se identificaban con animales y plantassagradas y se adjudicaban sus nombres. Sabemos de locos que también seidentifican con los objetos de sus percepciones, dejando éstos de ser entesobjetuales y estar a ellos enfrentados. Sabemos de enfermos que no seatribuyen las sensaciones de sus cuerpos a sí mismos, sino que los proyectansobre otros seres o criaturas, y sabemos de videntes que, como mínimo, seconsideran, capaces de hacer suyas las percepciones de otros. La representacióncolectiva de conocimiento sensible y espiritual, tanto de la época kantiana, de la

 prekantiana o de la nuestra misma, no deja de ser una mitología como lasejemplificadas más arriba. Desde esta  perspectiva, y en lo que se refiere a lasnociones ingenuas de recepción y percepción la «experiencia» kantiana esmetafísica o mitología, sólo que moderna y particularmente estéril en términosreligiosos. La experiencia, referida al hombre de cuerpo espiritual individual ya su conciencia, y entendida apenas como especificación sistemática delconocimiento, no pasa de ser mero objeto del conocimiento verdadero; su rama

 psicológica. Esta noción de experiencia inserta sistemáticamente a laconciencia empírica entre los tipos de locura. El hombre conocedor, laconciencia empírica conocedora, es un tipo de conciencia demente. Con esto,

no quiere decirse otra cosa que entre los distintos tipos de conciencia empíricaexisten sólo diferencias graduales. Estas diferencias son a la vez diferencias devalor cuyo criterio no reside en la justeza de los conocimientos, ya que no deella tratan las esferas empíricas y psicológicas. Establecer el verdadero criteriode dichas diferencias de valor será uno de los más elevados cometidos de lafilosofía venidera. A los tipos de conciencia empírica les corresponde unaexperiencia que, por el hecho mismo de referirse a la conciencia empírica, les

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confiere, respecto a la verdad, el valor de fantasías o alucinaciones. Es queresulta imposible trazar una relación objetiva entre conciencia empírica y elconcepto objetivo de experiencia. Toda experiencia auténtica se basa en unaconciencia (trascendental) teórico-cognitiva. Y este término debe satisfacer unacondición: de ser aún utilizable una vez librado de todas las vestiduras delsujeto. La experiencia puramente trascendental es de un orden radicalmentedistinto que el de toda conciencia empírica, lo que plantea la interrogación de sies justificado emplear la palabra consciencia aquí. La posición del concepto deconsciencia psicológica respecto al concepto de la esfera del conocimiento

 puro, continúa siendo un problema central de la filosofía, quizá sólo restituibledesde la época escolástica. Aquí está el lugar lógico de muchos problemas quela fenomenología recientemente replanteó. Lo que sostiene a la filosofía es quela estructura de la experiencia se encuentra en la estructura del conocimiento, yque aquélla se despliega desde esta última. Esta experiencia también abarca lareligión, que en tanto verdadera, establece que ni Dios ni el hombre son objetoo sujeto de la experiencia, sino que ésta está basada en el conocimiento purocuya esencia es que sólo la filosofía puede y debe pensar a Dios. Encontrar laesfera de neutralidad total del conocimiento respecto a los conceptos de objetoy sujeto, será el cometido de la futura teoría del conocimiento. En otras

 palabras, habrá que hallar la esfera primordialmente propia del conocimiento,de manera que este concepto ya no señale para nada la relación entre dos entesmetafísicos.

La filosofía venidera deberá asumir como imperativo programático que,

una vez purificada, esa teoría del conocimiento que Kant hizo necesaria einstaló como problema radical, no sólo establezca un nuevo concepto deconocimiento, sino que también uno de experiencia, conforme a la relación queKant encontró entre ambos. Es obvio que, de acuerdo con lo dicho, ni laexperiencia ni el conocimiento deben ser deducidos de la consciencia empírica.

 No variará entonces la convicción, de hecho cobrará todo su sentido, de que lascondiciones del conocimiento son las de la experiencia. Este nuevo concepto dela experiencia fundado sobre nuevas condiciones del conocimiento, sería de por sí el lugar lógico y la posibilidad lógica de la metafísica. ¿Qué otra razón pudohaber tenido Kant para ver repetidamente a la metafísica como problema y para

erigir a la experiencia en único fundamento del conocimiento, que no fuera quea partir de su concepto de experiencia no cabía concebir la posibilidad de unametafísica (por supuesto, no una metafísica en general) con la significación deotras precedentes? Por lo tanto, lo destacable no reside en el concepto demetafísica o en la ilegitimidad de sus conocimientos, o por lo menos no paraKant, que de serlo no le hubiera dedicado los Prolegómenos, sino en su poder universal de ligar inmediatamente toda la experiencia con el concepto de Dios a

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través de las ideas. Por lo tanto, la tarea de la filosofía venidera es concebiblecomo hallazgo o creación de un objeto de conocimiento que se remitasimultáneamente a un concepto de experiencia exclusivamente derivado de laconsciencia trascendental, y que permita no sólo una experiencia lógica sinotambién una religiosa. Ello no infiere el conocimiento de Dios, pero sí

 posibilitar la experiencia y enseñanza de Dios.

El neo-kantismo deja entrever un indicio de la evolución filosóficaconcreta aquí promulgada. Un problema central para el neo-kantismo fue laeliminación de la distinción entre concepción y entendimiento —un rudimentometafísico— equivalente a la totalidad de la doctrina de la facultad, tal comoKant la concibe. Semejante transformación del concepto de conocimiento trajoaparejada una transformación paralela del concepto de experiencia. No puede

 ponerse en duda que la reducción de toda la experiencia a la meramentecientífica no fue, con este rigor exclusivo, fiel a la intención de Kant, a pesar dereflejar en cierto sentido la formación del Kant histórico. Sin duda existía enKant la tendencia a evitar el desmembramiento y división de la experiencia deacuerdo a los distintos campos específicos de la ciencia. La posterior teoría delconocimiento le retira a la experiencia el recurso de referirse a su sentidocorriente tal como aparece en Kant. Sin embargo, y en el mejor interés de lacontinuidad de la experiencia, su representación como sistema de ciencias, talcomo aparece en los neo-kantianos, adolece de grandes carencias. Hay queencontrar la posibilidad de construir una continuidad sistemática pura de laexperiencia en la metafísica, es más, en ello reside su verdadero significado. En

el contexto de la rectificación neo-kantiana, se produjo una transformación delconcepto de experiencia, y es significativo que, por lo pronto, haya conducido aun extremo desarrollo del lado mecánico del concepto ilustrado y relativamentevacío de experiencia, pero sin afectar las premisas metafísicas fundamentalesde Kant. No puede empero, pasarse por alto que el concepto de libertad guardauna particular correlación con el concepto mecánico de experiencia, y que por lo tanto, fue, en esos términos, ulteriormente desarrollado por los neo-kantianos. Pero también aquí hay que insistir en que todo el contexto éticocontenido en el concepto de moralidad que la Ilustración prestó a Kant y a loskantianos, despega tan poco como la metafísica en relación a la experiencia

antes mencionada. Con un concepto nuevo de conocimiento experimentaremosel replanteamiento decisivo, no sólo de la experiencia sino también de lalibertad.

Podría entonces pensarse que una vez hallado el concepto de experienciaque facilite el lugar lógico de la metafísica, se superaría la distinción entré losámbitos de naturaleza y libertad. Dado que no se trata aquí de demostrar nada

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sino de discutir un programa de investigación, cabe decir lo siguiente: a pesar de que la reconstrucción del ámbito de la dialéctica y del pasaje entre ladoctrina de la experiencia y la de la libertad se hace necesaria e inevitable, deningún modo debe desembocar en una confusión de libertad y experiencia,aunque el concepto de experiencia se diferencie en lo metafísico del de libertaden un sentido que nos es aún desconocido. Por más que los cambiosintroducidos Por la investigación sean imprevisibles, la tricotomía del sistemakantiano es parte de los grandes elementos fundamentales de esa tipología quese preservaría, es más, que debe a toda costa preservarse. Podrá cuestionarse sila segunda parte del sistema, para no mencionar las dificultades de la tercera,debe seguir refiriéndose a la ética, o si la categoría de causalidad tiene, enrelación a la libertad, otra significación. No obstante, esta tricotomía, cuyasimplicaciones metafísicas más profundas no han sido aún descubiertas estádecisivamente fundada en el sistema kantiano por la trilogía de las categoríasde relación. Precisamente en la absoluta tricotomía del sistema que extiende sudivisión tripartita sobre la totalidad del espacio cultural, radica una de lasventajas del sistema kantiano sobre sus predecesores en la historia mundial. Ladialéctica formalista de los sistemas post-kantianos no está fundada en ladeterminación de la tesis como relación categórica, la antítesis como hipotéticay la síntesis como disyuntiva. A pesar de ello, fuera del concepto de síntesis,será de la mayor importancia sistemática que una cierta no-síntesis de un par deconceptos conduzca a otro, porque entre tesis y antítesis es posible otra relaciónque no sea la de síntesis. Pero esto difícilmente podrá llevamos a unacuadrilateralidad de categorías de relación.

Pero si hay que conservar la gran tricotomía del enramado de la filosofíamientras las ramas aún estén a prueba de error, no puede decirse lo mismo detodos los esquemas individuales del sistema. Como ya lo iniciara la escuela deMarburg al eliminar la distinción entre lógica trascendental y estética (aunqueno es seguro que no debamos recuperar un análogo de esa distinción una vezalcanzado un plano más elevado), la tabla de categorías, todos lo exigen hoy,debe ser completamente revisada. Justo aquí se anuncia la transformación delconcepto de conocimiento con la adquisición de un nuevo concepto deexperiencia, ya que las categorías aristotélicas fueron, por una parte

establecidas de forma arbitraria, y por otra, explotadas unilateralmente por Kantdesde la perspectiva de una experiencia mecánica. Primero habrá que examinar si la tabla de categorías ha de conservar su presente división y dislocación, y sies posible estructurarla como doctrina de órdenes, sea adjudicándole un lugar en el enramado o bien de por sí constituyendo la trama, basada en conceptoslógicos y primordiales que la anteceden, o que por lo menos están a ligados aella. En semejante doctrina de órdenes estaría también incluido todo aquello

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que Kant ventilara en la estética trascendental, y además los respectivosconceptos fundamentales, no sólo de la mecánica, sino también de la geometría,la ciencia lingüística, la psicología, las ciencias naturales descriptivas y muchosotros, en la medida en que tengan una conexión inmediata con las categorías uotros conceptos de máximo orden filosófico. Los conceptos fundamentales dela gramática son extraordinarios ejemplos de lo anterior. Asimismo, habrá quetener presente que, con la supresión radical de todos aquellos componentes queen la teoría del conocimiento dan la respuesta oculta a la pregunta oculta sobreel devenir del conocimiento, se suelta el gran problema de lo falso o del error,cuya estructura lógica y orden debe ser establecida de la misma manera que

 para lo verdadero. El error ya no deberá ser atribuido al errar, ni la verdad alrecto entendimiento. Para llevar a cabo también esta investigación de lanaturaleza lógica de lo falso y del error, será presumiblemente necesarioencontrar las categorías en la doctrina de los órdenes: por doquier en lafilosofía moderna se anima el conocimiento de que el orden categorial y de

 parentesco resulta de importancia capital para una experiencia múltiplementegraduada y no mecánica. El arte, la doctrina del derecho y la historia; éstos yotros campos deben orientarse respecto a la doctrina de las categorías conintensidades muy diferentes a las otorgadas por Kant. Aun así se plantea, enrelación a la lógica trascendental, uno de los problemas más grandes delsistema todo, a saber, las cuestiones relativas a su tercera parte, es decir,aquellas formas de la experiencia científica, las biológicas, que Kant no tratócomo parte del fondo lógico-trascendental, y al porqué de esta actitud. Estáademás la cuestión de la relación entre el arte y esta tercera parte, y la de la

ética con la segunda parte del sistema. En el contexto de la lógica trascendental,la fijación del concepto de identidad, desconocido para Kant, se promete un papel importante, en la medida en que aun sin aparecer en la tabla de categoríasconstituirá previsiblemente el concepto trascendental lógico más elevado, yestará quizá capacitado para fundar por sí sólo la esfera del conocimiento másallá de la terminología de sujeto y objeto. Ya en su versión kantiana, ladialéctica trascendental nos orientaba hacia las ideas en que se basa la unidadde la experiencia. Pero para el concepto profundizado de experiencia, lacontinuidad es lo más imprescindible después de la unidad. Y en las ideasdeben evidenciarse los fundamentos de unidad y continuidad de una

experiencia metafísica y no meramente vulgar o científica. Debería probarse laconvergencia de las ideas hacia el concepto supremo de conocimiento.

La filosofía moderna, como otrora sucedió con la kantiana, deberádefinirse como ciencia que busca sus propios principios constitutivos. La grancorrección a emprender sobre la experiencia unilateral matemático-mecánica,sólo puede realizarse mediante la referencia del conocimiento al lenguaje,

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como ya Hamann lo intentara en tiempos de Kant. Por encima de la concienciade que el conocimiento filosófico es absolutamente determinado y apriorístico,

 por encima de la conciencia de los sectores de la filosofía de igual extracciónque las matemáticas, está para Kant el hecho de que el conocimiento filosóficoencuentra su única expresión en el lenguaje y no en fórmulas o números, Y estehecho viene a ser decisivo para afirmar en última instancia la supremacía de lafilosofía por sobre todas las ciencias, incluidas las matemáticas. El conceptoresultante de la reflexión sobre la entidad lingüística del conocimiento crearáun correspondiente concepto de experiencia, que convocará además ámbitoscuyo verdadero ordenamiento sistemático Kant no logró establecer. Y lareligión es el de mayor envergadura entre estos últimos. Ahora podemos,finalmente, formular las exigencias a la filosofía venidera con las siguientes

 palabras: Crear sobre la base del sistema kantiano un concepto de conocimientoque corresponda a una experiencia para la cual el conocimiento sirve comodoctrina. Tal filosofía se constituiría, a partir de sus componentes generales, de

 por sí en teología, o presidiría sobre dicha teología en caso de contener elementos histórico-filosóficos.

La experiencia es la pluralidad unitaria y continua del conocimiento.

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semejanza? Porque aquí es el día el que deshace lo que obró, la noche. Cadamañana, despiertos, la mayoría de las veces débiles, flojos, tenemos en lasmanos no más que un par de franjas del tapiz de la existencia vivida, tal y comoen nosotros las ha tejido el olvido. Pero cada día, con labor ligada a sufinalidad, más aún con un recuerdo prisionero de esa finalidad, deshace eltramaje, los ornamentos del olvido. Por eso Proust terminó por hacer de susdías noche, para dedicar sin estorbos, en el aposento oscurecido, con luzartificial, todas sus horas a la obra de no dejar que se le escapase ni uno solo delos arabescos entrelazados.

Los romanos llaman a un texto tejido; apenas hay otro más tupido que elde Marcel Proust. Nada le parecía lo bastante tupido y duradero. Su editor Gallimard ha contado cómo las costumbres de Proust al leer pruebas deimprenta desesperaban a los linotipistas. Las galeradas les eran siempredevueltas con los márgenes completamente escritos. Pero no subsanaba ni unaerrata; todo el espacio disponible lo rellenaba con texto nuevo. La legalidad delrecuerdo repercutía así en la dimensión de la obra. Puesto que unacontecimiento vivido es finito, al menos está incluido en la esfera de lavivencia, y el acontecimiento recordado carece de barreras, ya que es sólo clave

 para todo lo que vino antes que él y tras él. Y todavía es en otro sentido elrecuerdo el que prescribe estrictamente cómo ha de tejerse. A saber, la unidaddel texto la constituye únicamente el actus purus del recordar. No la persona delautor, y mucho menos la acción. Diremos incluso que sus intermitencias no sonmás que el reverso del continuum del recuerdo, el dibujo retroactivo del tapiz.

Así lo quiso Proust y así hay que entenderlo, cuando él mismo dice que comomás le gustaría ver su obra es impresa a dos columnas en un solo volumen y sinningún punto y aparte.

¿Qué es lo que buscaba tan frenéticamente? ¿Qué había a la base de esteempeño infinito? ¿Se nos permitiría decir que toda vida, obra, acto, quecuentan, nunca fueron otra cosa que el despliegue sin yerro de las horas mástriviales, fugaces, sentimentales y débiles en la existencia de aquél al que

 pertenecen? Y cuando Proust, en un pasaje célebre, ha descrito esa hora que esla más suya, lo ha hecho de tal modo que cada uno vuelve a encontrarla en su

 propia existencia. Muy poco falta para que podamos llamarla cotidiana. Vienecon la noche, con un gorjeo perdido o con un suspiro en el antepecho de unaventana abierta. Y no prescindamos de los encuentros que nos estaríandeterminados, si fuéramos menos proclives al sueño. Proust no está dispuesto adormir. Y sin embargo, o más bien por eso mismo, ha podido Jean Cocteaudecir, en un bello ensayo, respecto de su tono de voz, que obedecía a las leyesde la noche y de la miel. En cuanto entraba bajo su dominio vencía en su

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interior el duelo sin esperanza (lo que llamó una vez "l'imperfection incurabledans l'essence même du présent") y construía del panal del recuerdo unamansión para el enjambre de los pensamientos. Cocteau se ha dado cuenta de loque de derecho hubiese tenido que ocupar en grado sumo a todos los lectores deeste creador y de lo cual, sin embargo, ninguno ha hecho eje de su cavilación ode su amor. En Proust vio el deseo ciego, absurdo, poseso, de la dicha. Brillabaen sus miradas, que no eran dichosas. Aunque en ellas se asentaba la dichacomo en el juego o como en el amor. Tampoco es muy difícil decir por qué esavoluntad de dicha, que paraliza, que hace estallar el corazón y que atraviesa lascreaciones de Proust, se les mete dentro tan raras veces a sus lectores. El mismoProust les ha facilitado en muchos pasajes considerar su "oeuvre" bajo lacómoda perspectiva, probada desde antiguo, de la renuncia, del heroísmo, de laascesis. Nada les ilustra tanto a los discípulos ejemplares de la vida como quelogro tan grande no sea sino fruto del esfuerzo, de la aflicción, del desengaño.Que en lo bello pudiese también la dicha tener su parte, sería demasiado bueno.Su resentimiento jamás llegaría a consolarse.

Pero hay una doble voluntad de dicha, una dialéctica de la dicha. Unafigura hímnica de la dicha y otra elegíaca. Una: lo inaudito, lo que jamás haestado ahí, la cúspide de la felicidad. La otra: el eterno una vez más, la eternarestauración de la dicha primera, original. Esta idea elegíaca de la dicha, quetambién podríamos llamar eleática, es la que transforma para Proust laexistencia en un bosque encantado del recuerdo. No sólo le ha sacrificadoamigos y compañía en la vida, sino acción en su obra, unidad de la persona,

fluencia narrativa, juego de la fantasía. No ha sido el peor de sus lectores — Max Unhold— el que, apoyándose en el "aburrimiento" así condicionado desus escritos, los ha comparado con "historias cualesquiera" y ha encontrado lasiguiente formulación: "Proust ha conseguido hacer interesante una historiacualquiera. Dice: imagínese usted, señor lector, que ayer mojé una magdalenaen mi té y me acordé de repente de que siendo niño estuve en el campo. Y asíutiliza ochenta páginas, que resultan tan irresistibles, que creemos ser no yaquienes escuchan, sino los que sueñan despiertos." En estas historiascualesquiera —"todos los sueños habituales se convierten, no más contarlos, enhistorias cualesquiera"— ha encontrado Unhold el puente hacia el sueño. En él

debe apoyarse toda interpretación sintética de Proust. Hay suficientes puertasdiscretas que conducen a él. Por ejemplo, el studium frenético de Proust, suculto apasionado por la semejanza. La cual no deja que se conozcan losverdaderos signos de su dominio precisamente cuando el creador la destapa por sorpresa, inesperadamente, en las obras, en las fisionomías o en las maneras dehablar. La semejanza de lo uno con lo otro, con la que contamos y que nosocupa despiertos, juega alrededor de otra más profunda, la del mundo de los

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sueños, en el cual lo que ocurre nunca es idéntico, sino semejante: emergeimpenetrablemente semejante a sí mismo. Los niños conocen una señaldistintiva de ese mundo, la media, que tiene la estructura del mundo de lossueños, cuando enrollada en el cajón de la ropa puede serlo todo a la vez. Eigual que ellos no pueden saciarse y con un toque todo lo transforman en otracosa, así Proust tampoco se sacia de vaciar el cajón de los secretos, el yo,

 poniendo dentro con un toque su otra cosa, la imagen que aplaca su curiosidad,no, su nostalgia. Devorado por la nostalgia se tendía en la cama, por unaañoranza por el mundo tergiversado en el estado de la semejanza y en el cualirrumpe el verdadero rostro surrealista de la existencia. A ese mundo pertenecelo que sucede en Proust y el modo cuidadoso y distinguido en que todo emerge.A saber, nunca aisladamente, patéticamente, visionariamente, sinoanunciándose, apoyándose mucho, sustentando una realidad preciosa y frágil:la imagen. Se desprende ésta de la ensambladura de las frases de Proust (igualque el día de verano en Balbec entre las manos de Françoise), antigua,inmemorial, como una momia entre los visillos de tul.

 

II

 

Lo más importante que uno tiene que decir no siempre lo proclama enalto. Y tampoco, quedamente, lo confía siempre al de mayor confianza, al más

 próximo, no siempre al que más devotamente está dispuesto a recibir suconfesión. Y no sólo personas, sino que también épocas tienen esa casta,redomada y frívola manera de comunicar a quienquiera que sea su intimidad;no precisamente son Zola o Anatole France en el siglo diecinueve los que lohacen, sino que es el joven Proust, snob sin importancia, juguetón en lossalones, quien caza al vuelo las confidencias más sorprendentes sobre el tiempoenvejecido (como de otro Swann mortalmente lánguido). Proust es el primeroque ha hecho al siglo diecinueve capaz de memorias. Lo que antes de él era unespacio de tiempo sin tensiones, se convierte en un campo de fuerzas en el quedespertaron las corrientes múltiples de autores posteriores. Tampoco es unacasualidad que las dos obras más importantes de este tipo procedan de autorescercanos a Proust como admiradores y amigos. Se trata de las memorias de la

 princesa Clermont-Tonnerre y de la obra autobiográfica de León Daudet. Unainspiración eminentemente proustiana ha llevado a León Daudet, cuyaextravagancia política es demasiado tosca y estrecha para que pueda desgastar su admirable talento, a hacer de su vida una ciudad. A  Paris vécu —la

 proyección de una biografía sobre el plan Taride— le rozan en más de un

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 pasaje sombras de figuras proustianas. Y en lo que concierne a la princesaClermont-Tonnerre, ya el título de su libro , Au Temps des Equipages, es antesde Proust apenas concebible. Por lo demás es el eco que vuelve suavemente a lallamada plural, amorosa y exigente del creador del Faubourg Saint-Germain.Además esta exposición melódica está llena de relaciones directas o indirectasa Proust tanto en su actitud como en sus figuras, entre las cuales él mismo y no

 pocos de sus objetos de estudio preferidos provienen del Ritz. Con lo cualestamos desde luego, no es cosa de negarlo, en un medio muy feudal y conapariciones como la de Robert de Montesquiou, al que la princesa Clermont-Tonnerre representa con maestría y de manera además muy especial. Es decir,que estamos en Proust, en el que tampoco falta, como sabemos, lacontraposición a Montesquiou.

Pero esto no merecería ser discutido, toda vez que la cuestión de losmodelos es de segundo rango, si la crítica no gustase facilitar las cosas. Sobretodo: no podía dejar pasar la ocasión de encanallarse con la chusma de laslibrerías de compra y venta. A los habituales nada les resultaba más fácil quedel ambiente snob de la obra concluir sobre su autor, caracterizando la obra deProust como asunto francés interno, como un apéndice cotilla al Gotha. Está ala mano: los problemas de los personajes proustianos proceden de una sociedadsaturada. Pero ni siquiera hay uno que se arrope con los del autor. Estos sonsubversivos. Si tuviésemos que reducirlos a una fórmula, su deseo seríaconstruir toda la edificación interna de la sociedad como una fisiología delchisme. En el tesoro de los prejuicios y máximas de ésta no hay nada que no

aniquile su peligrosa comicidad. Pierre-Quint es el primero que ha dirigido sumirada sobre ella. "Cuando se habla de obras de humor, por lo común se piensaen libros breves, divertidos, con portadas ilustradas. Se olvida a Don Quijote, aPantagruel y a Gil Blas, mamotretos informes de impresión apretada." Claroque no se acierta la fuerza explosiva de la crítica social proustiana con estascomparaciones. Su sustancia no es el humor, sino la comicidad. No alza almundo en risas, sino que lo arruina en risas. Corriendo el peligro de que sehaga pedazos, ante los cuales él mismo rompa a llorar. Y se hace pedazos: launidad de la familia y de la personalidad, de la moral sexual y del matrimonio

 por conveniencia. Las pretensiones de la burguesía tintinean en risas. El tema

sociológico de la obra es su contramarea, su reasimilación por parte de lanobleza.

Proust no se cansó nunca del entrenamiento que exigía el trato en loscírculos feudales. Perseverantemente, y sin tener que hacerse demasiada fuerza,maleaba su naturaleza para hacerla tan impenetrable y diestra, tan devota ydifícil como debía ser por su tarea. Más tarde la mixtificación, el formalismo

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son en él en tal medida naturales, que a veces sus cartas son sistemas enteros de paréntesis —y no sólo gramaticales, cartas cuya redacción infinitamenteingeniosa y ágil, por momentos recuerdan aquel esquema legendario:"Distinguida, respetada señora, advierto ahora que olvidé ayer en su casa mi

 bastón, y le ruego que se lo entregue al portador de esta carta. P. S. DisculpeUd., por favor, la molestia; acabo de encontrarlo." ¡Qué ingenioso era en lasdificultades! Muy entrada ya la noche se presenta en casa de la princesaClermont-Tonnerre y condiciona quedarse a que le traigan de su casa unmedicamento. Y envía al ayuda de cámara, dándole una larga descripción delos alrededores y de la casa. Por último: "No podrá Ud. equivocarse. Es la únicaventana en el boulevard Haussmann en la que todavía hay luz encendida." Perolo único que no le dice es el número. Si intentamos averiguar en una ciudadextraña la dirección de un bordel y recibimos una información por demás

 prolija, todo menos la calle y el número de la casa, entenderemos el amor deProust por el ceremonial, su veneración por Saint-Simon, y (no precisamente enúltimo término) su francesismo intransigente. ¿No es la quintaesencia de laexperiencia: experimentar lo sumamente difícil que resulta experimentar muchode lo que en apariencia podría decirse en pocas palabras? Sólo que esas

 palabras pertenecen a una jerga fija según una casta y una clase y los que estánfuera de éstas no pueden entenderlas. No es extraño que a Proust le apasionaseel lenguaje secreto de los salones. Cuando más tarde dispone la implacabledescripción del "petit clan", de los Courvoisier, del "esprit d'Oriane", había yaaprendido en su trato con los Bibesco un lenguaje en clave al que tambiénnosotros hemos sido introducidos recientemente.

En los años de su vida de salón, Proust no sólo ha adquirido en gradoeminente, casi diríamos que teológico, el vicio de la adulación, sino quetambién ha desarrollado el de la curiosidad. En sus labios había un destello deaquella sonrisa que, en las bóvedas de muchas de las catedrales, que él amabatanto, se deslizaba como un reguero de pólvora sobre los labios de las vírgenesnecias. Es la sonrisa de la curiosidad. ¿Es la curiosidad la que en el fondo le hahecho un parodista tan grande? Sabríamos entonces a qué atenernos respecto aeste término de "parodista". No mucho. Puesto que aun haciendo justicia a sumalicia sin fondo, reconozcamos que pasa de largo por lo amargo, escabroso,

sañudo de los grandes reportajes, que redacta al estilo de Balzac, de Flaubert,de Sainte-Beuve, de Henri de Régnier, de los Goncourt, de Michelet, de Renany finalmente de su preferido, Saint-Simon, y que luego recoge en el volumen

 Pastiches et Mélanges. Es la mimética del curioso, martingala genial de estaserie, pero que a la vez ha sido un momento de toda su creación, en la quenunca tomaremos lo bastante en serio su pasión por lo vegetal. Es Ortega yGasset el primero que ha prestado atención a la existencia vegetativa de las

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figuras proustianas que de manera tan persistente están ligadas a su yacimientosocial, determinadas por un estamento feudal, movidas por el viento que soplade Guermantes o de Méséglise, impenetrablemente enmarañadas unas con otrasen la jungla de su destino. La mimética, como comportamiento del creador,

 procede de este círculo. Sus conocimientos más exactos, más evidentes, se posan sobre sus objetos como insectos sobre sus hojas, flores y ramas, insectosque nada delatan de su existencia hasta que un salto, un golpe de alas, una

 pirueta, muestran al espectador asustado que una vida incalculablemente propiase ha entrometido, inadvertida, en un mundo extraño. Al verdadero lector deProust le sacuden constantemente pequeños sustos. En las parodias como juegocon "estilos" encuentra lo que muy de otra manera le ha concernido en cuantolucha por la existencia de ese espíritu en el enramaje de la sociedad. Es éste ellugar para decir algo sobre lo íntima y fructíferamente que ambos vicios, lacuriosidad y la adulación, se han interpenetrado. Un pasaje de la princesaClermont-Tonnerre nos parece rico en enseñanzas: "Y para acabar, no podemoscallarnos: a Proust le arrebataba el estudio del personal de servicio. ¿Era porquese trataba de un elemento que nunca encontraba en otra parte, estimulante de susagacidad, o les envidiaba que pudiesen observar mejor los detalles íntimos delas cosas que a él le interesaban? Sea como sea, el personal de servicio, en susfiguras y tipos diversos, era su pasión." En los sombreados extraños de unJupien, de un monsieur Aimé, de una Céleste Albaret, prosigue la línea de lafigura de Françoise, que parece surgir en persona de un libro de oraciones conlos rasgos ásperos y cortantes de una Santa Marta, y de esos  grooms ychasseurs a quienes no se paga trabajo, sino ocio. Y quizá nunca como en estos

grados ínfimos capte la representación el interés tenso de este conocedor de lasceremonias. ¿Quién medirá cuánta curiosidad de quien está servido entra en laadulación de Proust, cuánta adulación de quien está servido entra en sucuriosidad? ¿Dónde tenía sus límites en las alturas de la vida social esta copiataimada del papel de quien está servido? La dio, ya que no podía hacer otracosa. Porque como él mismo delató una vez: "Voir et désirer imiter" eran paraél lo mismo. Esta es la actitud que, soberana y subalterna como era, fijóMaurice Barrès en las palabras más perfiladas que jamás se han acuñado sobreProust: "Un Poéte persan dans une loge de concierge."

En la curiosidad de Proust había un soplo detectivesco. La crema de lasociedad era para él un clan de criminales, una banda de conspiradores con laque ninguna otra puede compararse: la carnorra de los consumidores. Excluyede su mundo todo lo que participe en la producción, y por lo menos exige queesa participación se esconda, graciosa y púdicamente, tras un gesto, igual que laexhiben los profesionales consumados de la consumición. El análisis de Proustdel snobismo, que es mucho más importante que su apoteosis del arte,

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representa en su crítica a la sociedad el punto culminante. Porque no otra cosaes la actitud del snob que la consideración consecuente, organizada, acerada dela existencia desde el punto de vista químicamente puro del consumidor. Y

 puesto que en esa comedia satánica había que exilar el recuerdo más lejano,tanto como el más primitivo, de las fuerzas productivas de la Naturaleza, laliaison  pervertida le resultaba en el amor más utilizable que la normal. Elconsumidor puro es el explotador puro. Lógica, teóricamente, está en Proust enla completa actualidad concreta de su existencia histórica. Concretamente,

 porque es impenetrable y no se deja exponer. Proust describe una claseobligada a camuflar su base material y que por eso se imagina un feudalismoque, sin tener de suyo una importancia económica, es tanto más utilizable comomáscara de la alta burguesía. El desencantador implacable, sin ilusiones, del yo,del amor, de la moral, que así es como Proust gustaba verse a sí mismo, hace desu arte ilimitado un velo para ese misterio, el más importante para la vida de suclase: el económico. No como si por ello estuviese a su servicio. No es en este

 punto Marcel Proust quien habla, sino que habla la dureza de la obra, habla laintransigencia del hombre que va por delante de su clase. Lo que lleva a cabo,lo lleva a cabo como su maestro. Y mucho de la grandeza de esta obra seguirásiendo inexplorado, quedará sin descubrir, hasta que en la lucha final esa clasehaya dado a conocer sus rasgos más pronunciados.

 

III

 

En el siglo pasado había en Grenoble —no sé si existe todavía— unlocal llamado "Au temps perdu". También en Proust somos huéspedes, queatravesamos, bajo un letrero oscilante, un umbral tras el cual nos esperan laeternidad y la ebriedad. Con razón ha distinguido Fernandez en Proust un temade la eternidad de un tema del tiempo. Desde luego que esa eternidad no esnada platónica, nada utópica: es embriagadora. Por tanto, si "el tiempo ledescubre, a cada uno que ahonda en su decurso, una índole nueva, desconocidahasta entonces, de eternidad", no es que cada uno se acerque por eso a "losnobles paisajes, que un Platón o un Spinoza alcanzaran con un golpe de alas".

 No; porque en Proust hay rudimentos de un idealismo perenne. Pero hacer deellos base de una interpretación —y el que más groseramente lo ha hecho esBenoist-Méchin— es un desacierto. La eternidad de la que Proust abre aspectosno es el tiempo ilimitado, sino el tiempo entrecruzado. Su verdadera

 participación lo es respecto de un decurso temporal en su figura más real, queestá entrecruzada en el espacio, y que no tiene mejor sitio que dentro, en el

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recuerdo, y afuera, en la edad. Seguir el contrapunto de edad y recuerdosignifica penetrar en el corazón del mundo proustiano, en el universo de loentrecruzado. Es el mundo en estado de semejanza y en él dominan las"correspondencias", que en primer lugar captó el romanticismo y másíntimamente Baudelaire, aunque ha sido Proust el único capaz de ponerlas demanifiesto en nuestra vida vivida. Esta es la obra de la mémoire involontaire,de la fuerza rejuvenecedora a la altura de la edad implacable. Donde lo que hasido se refleja en el "instante" fresco como el rocío, se acumula también,irreteniblemente, un doloroso choque de rejuvenecimiento. Así, la dirección delos Guermantes se entrecruza para Proust con la dirección de Swann, ya que (enel volumen decimotercero) ronda una última vez los parajes de Combray ydescubre que los caminos se entrecruzan. Al instante como con el vientocambia el paisaje. "Ah que le monde est grand à la clarté des lampes, aux yeuxdu souvenir que le monde est petit." Proust ha conseguido algo enorme: dejar que en un instante envejezca el mundo entero la edad de la vida de un hombre.Pero precisamente esa concentración, en la cual se consume como en unrelámpago lo que de otro modo sólo se mustiaría y aletargaría, es lo quellamamos rejuvenecimiento.  A la Recherche du Temps Perdu es un intentoininterrumpido de dar a toda una vida el peso de la suma presencia de espíritu.El procedimiento de Proust no es la reflexión, sino la presentización. Está

 penetrado por la verdad de que ninguno de nosotros tiene tiempo para vivir losdramas de la existencia que le están determinados. Y eso es lo que nos haceenvejecer. No otra cosa. Las arrugas y bolsas en el rostro son grandes pasionesque se registran en él, vicios, conocimientos que nos visitaron, cuando

nosotros, los señores, no estábamos en casa.Difícilmente ha habido en la literatura occidental, desde los  Ejercicios

 Espirituales de Loyola, un intento más radical de autoinmersión. Esta tiene ensu centro una soledad que arrastra al mundo en sus torbellinos con la fuerza delMaelström. Y el parloteo más que ruidoso, huero de todo concepto, que bramahacia nosotros desde las novelas de Proust, no es más que el ruido con el que lasociedad se hunde en el abismo de esa soledad. Este es el lugar de lasinvectivas de Proust contra la amistad. La calma en el fondo de este vórtice — sus ojos son los más quietos y absorbentes— debe ser preservada. Lo que en

tantas anécdotas se manifiesta irritante y caprichosamente es que la intensidadsin ejemplo de la conversación va unida a una insuperable lejanía de aquel conquien se habla. Jamás ha habido alguien que pudiera mostrarnos las cosas comoél. El dedo con el que señala no tiene igual. Pero en la compañía amistosa, en laconversación se da otro gesto: el contacto. Dicho gesto a nadie le es más ajenoque a Proust. No es capaz de tocar a su lector y no lo es por nada del mundo. Sise quisiera ordenar la creación literaria según esos dos polos, el que señala y el

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que toca, el centro del primero sería la obra de Proust y el del segundo la dePéguy. En el fondo se trata de lo que Fernández ha captado de maneraexcelente: "La hondura o, mejor, la penetración está siempre de su lado, no dellado de aquel con quien habla." En su crítica literaria aparece esto convirtuosismo y con un ramalazo de cinismo. Su documento más importante es unensayo que surgió a la gran altura de su fama y en la miseria del lecho demuerte:  A propos de Baudelaire. En acuerdo jesuítico con su propio

 padecimiento, sin medida en la cotorrería del que reposa, aterrador en laindiferencia de quien está consagrado a la muerte y quiere hablar de lo que sea.Lo que le inspiró frente a la muerte, le determina en el trato con suscontemporáneos: una alternancia dura, a modo de golpe entre el sarcasmo y laternura, la ternura y el sarcasmo. Bajo ella amenaza su objeto quebrarse por agotamiento.

Lo perturbador, lo versátil del hombre, concierne también al lector de lasobras. Ya es bastante pensar en la cadena imprevisible de los "soit que", los quemuestran una acción de manera exhaustiva, deprimente, a la luz losinnumerables motivos que hubiesen podido servirles de base. Y, desde luego,es en esta fuga paratáctica donde aparece lo que en Proust es a una genio ydebilidad: la renuncia intelectual, el escepticismo bien probado que oponía a lascosas. Llegó después de las suficientes interioridades románticas y, como diceJacques Rivière, estaba resuelto a no otorgar la fe más mínima a las "sirènesintérieures". "Proust se acerca a la vivencia sin el más leve interés metafísico,sin la más leve proclividad constructivista, sin la más leve inclinación al

consuelo." Nada es más verdad. Y así es también la figura fundamental de estaobra, de la cual Proust no se cansó nunca de afirmar nada menos que laconstrucción de un plan completo. Pero la plenitud de un plan es como el cursode las líneas de nuestras manos o como la disposición de los estambres en elcáliz. Proust, niño viejo, se recuesta, profundamente cansado, en los senos de la

 Naturaleza no para mamar de ella, sino para soñar junto a los latidos de sucorazón. Así de débil hay que verle. Jacques Rivière ha acertado al entenderle

 por su debilidad, cuando dice: "Marcel Proust ha muerto de la mismainexperiencia que le ha permitido escribir su obra. Ha muerto por ser extraño almundo y porque no supo modificar las condiciones de su vida que terminaron

 por destruirle. Ha muerto por no saber cómo se enciende el fuego, cómo se abreuna ventana." Y desde luego a causa de su asma nerviosa.

Frente a esta dolencia los médicos son impotentes. No así el creador literario que la ha puesto planificadoramente a su servicio. Proust era, paracomenzar por lo más externo, un consumado director de escena de suenfermedad. A lo largo de meses une con ironía destructora la imagen de un

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admirador, que le había enviado flores, con el insoportable perfume de éstas.Con los tempi de flujo y reflujo de su dolencia alarma a sus amigos, que temeny desean el instante en que el novelista aparece de pronto, muy entrada lamedianoche, en el salón, roto de fatiga y anunciando que es sólo por unosminutos, aunque luego se quede hasta el albor de la mañana, demasiadocansado para levantarse, demasiado cansado para interrumpir su charla. Inclusoescribiendo cartas no pone fin a ganarle a su mal los efectos más remotos. "E1ruido de mi respiración se oye por encima del de mi pluma y del de una bañeraque han dejado correr en el piso de abajo." Pero no es solamente esto. Tampocoes que la enfermedad le arrancase a la existencia mundana. Ese asma ha

 penetrado en su arte, si no es su arte quien lo ha creado. Su sintaxis imitarítmicamente, paso a paso, su miedo a la asfixia. Y su reflexión irónica,filosófica, didáctica, es todas las veces una respiración con la que su corazón sedescarga de la pesadilla del recuerdo. Pero en mayor medida la muerte, quetiene incansablemente presente, sobre todo cuando escribe, es la crisis queamenaza, que ahoga, Mucho antes de que su padecimiento adoptase formascríticas, estaba ya frente a Proust. No desde luego como extravaganciahipocondríaca, sino en cuanto "realité nouvelle", en cuanto esa realidad nueva,desde la cual la reflexión sobre hombres y cosas es rasgo de envejecimiento.Un conocimiento fisiológico del estilo conduciría a lo más íntimo de estacreación. Nadie que conozca la tenacidad especial con la que se guardanrecuerdos en el olfato (de ningún modo olores en los recuerdos) declarará quela sensibilidad de Proust para los olores es una casualidad. Cierto que lamayoría de los recuerdos que buscamos se nos aparecen como imágenes de

rostros. Y en buena parte las figuras que ascienden libremente de la mémoireinvolontaire son imágenes de rostros aisladas, presentes sólo enigmáticamente.Por eso, para entregarse con conciencia a la vibración más íntima en esta obraliteraria, hay que transponerse a un estrato especial y muy hondo de surememorar nada caprichoso: a los momentos del recuerdo, que no ya comoimágenes, sino sin imagen, sin forma, indeterminados e importantes, nos dannoticias de un todo igual que el peso de la red se la da al pescador respecto desu pesca. El olfato es el sentido para el peso de quien arroja sus redes en el mar del temps perdu. Y sus frases son el juego muscular del cuerpo inteligible;contienen el indecible esfuerzo por alzar esa pesca.

Por lo demás: la intimidad de la simbiosis de esa creación determinada yde ese determinado padecimiento se muestra muy claramente en que jamás enProust irrumpe el heroico "sin embargo" con el que los hombres creadores sealzan contra su sufrimiento. Por ello podemos decir (desde el otro lado): sobreotra base, y no sobre una dolencia tan honda e ininterrumpida, la complicidadde existencia y curso del mundo, tan profunda como se dio en Proust, hubiese

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tenido que conducir infaliblemente a un contentarse con lo común y perezoso.Pero su dolencia estaba determinada a dejarse señalar, por un furor sin deseosni remordimientos, su sitio en el proceso de la gran obra. Por segunda vez sealzó un andamiaje como el de Miguel Angel, en el que el artista, la cabezasobre la nuca, pintaba la creación en el techo de la Sixtina:  el lecho de enfermoen el que Marcel Proust dedicaba a la creación de su microcosmos las hojasincontadas que cubría como en el viento con su escritura.

 

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El surrealismo. La última instantánea de la inteligencia europea

(1929)

 

Las corrientes espirituales pueden alcanzar una pendientesuficientemente agudizada para que el crítico edifique en ellas su central defuerza. Esa pendiente es la que produce en cuanto al surrealismo la diferenciade nivel entre Francia y Alemania. Lo que surgió en Francia en el año 1919 enel círculo de algunos literatos (nombraremos en seguida los nombres másimportantes: André Breton, Louis Aragon, Philippe Soupault, Robert Desnos,Paul Eluard), puede que no sea más que un delgado arroyuelo alimentado por elhúmedo aburrimiento de la Europa de la postguerra y por los últimos canales dela decadencia francesa. Los sabelotodo, que todavía hoy no han ido más allá delos "auténticos orígenes" del movimiento y que nada saben decir de él sino queuna vez más se trata de una camarilla de literatos mixtificadores de lahonorable vida pública, son algo así como una reunión de expertos que, junto ala fuente, llegan, tras reflexionar maduramente, a la convicción de que el

 pequeño arroyuelo jamás impulsará turbinas.

El meditador alemán no está junto a la fuente. Y ésa es su suerte. Está enel valle. Y puede calcular las energías del movimiento. En cuanto alemán, estáhace ya tiempo familiarizado con la crisis de la inteligencia, o dicho másexactamente, con la del concepto humanista de la libertad. Sabe además quélibertad frenética se ha despertado por salir del estadio de las eternasdiscusiones y llegar a cualquier precio a una decisión. Ha tenido también queexperimentar en su propia carne una posición sumamente expuesta entre lafronda anarquista y la disciplina revolucionaria. Por todo ello no mereceexcusa, si tuviera al movimiento, en una primera apariencia superficialísima,

 por "artístico", "poético". Si lo fue en los comienzos, también Breton explicóentonces su voluntad de romper con una praxis que expone al público lassedimentaciones literarias de una determinada forma de existencia, ocultándoleen cambio esa forma de existencia. Lo cual significa, formulado más breve y

dialécticamente: se ha hecho saltar desde dentro el ámbito de la creaciónliteraria en cuanto que un círculo de hombres en estrecha unión ha empujado la"vida literaria" hasta los límites extremos de lo posible. Y se les puede creer literalmente, cuando afirman que la Saison en enfer  de Rimbaud no tiene ya

 para ellos ningún misterio. Puesto que de hecho es ese libro el primer documento del movimiento. (De los últimos tiempos. En cuanto a predecesoresmás antiguos hablaremos luego.) ¿Se puede expresar el caso de que se trata más

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definitivamente, con mayor brillantez que la de Rimbaud en el ejemplar quemanejaba del libro citado? Donde dice: "sobre la seda de los mares y de lasflores árticas", escribe más tarde en el margen: "No existen."

En un tiempo, 1924, en que la evolución no se preveía todavía, ha

mostrado Aragon en su Vague de rêves la sustancia imperceptible, marginal, enla que originalmente se enfundaba el embrión dialéctico que se ha desarrolladoen el surrealismo. Porque no cabe duda de que el estadio heroico, del queAragon nos ha legado el catálogo de personajes, se ha terminado. En talesmovimientos hay siempre un instante en que la tensión original de la sociedadsecreta tiene que explotar en la lucha objetiva, profana por el poder y eldominio, o de lo contrario se transformará y se desmoronará comomanifestación pública. En esta fase de transformación está ahora el surrealismo.Pero entonces, cuando irrumpió sobre sus fundadores en figura de ola queinspira sueños, parecía lo más integral, lo más concluyente, lo más absoluto.Todo aquello con lo que entraba en contacto se integraba. La vida parecía quesólo merecía la pena de vivirse, cuando el umbral entre la vigilia y el sueñoquedaba desbordado como por el paso de imágenes que se agitan en masa; ellenguaje era sólo lenguaje, si el sonido y la imagen, la imagen y el sonido, seinterpenetraban con una exactitud automática, tan felizmente que ya noquedaba ningún resquicio para el grosor del "sentido". Imagen y lenguajetienen precedencia. Saint-Paul Roux fija en su puerta, cuando por la mañana seretira a dormir, un letrero: "Le poète travaille". Breton advierte: "Calma. Quieroadentrarme a donde nadie se ha adentrado. Calma. Tras de ti, lenguaje

amadísimo." El lenguaje tiene la precedencia.Y no sólo antes que el sentido. En el andamiaje del mundo el sueño

afloja la individualidad como si fuese un diente cariado. Y este relajamiento delyo por medio de la ebriedad es además la fértil, viva experiencia que permite aesos hombres salir de su fascinación ebria. Pero no es éste el lugar de acotar laexperiencia surrealista en toda su determinación. Quien perciba que en losescritos de este círculo no se trata de literatura, sino de otra cosa: demanifestación, de consigna, de documento, de "bluff", de falsificación si sequiere, pero, sobre todo, no de literatura; ése sabrá también que de lo que se

habla literalmente es de experiencias, no de teorías o mucho menos defantasmas. Y esas experiencias de ningún modo reducen al sueño, a las horasde fumar opio o mascar haschisch. Es un gran error pensar que sólo conocemosde las "experiencias surrealistas" los éxtasis religiosos o los éxtasis de lasdrogas. Opio del pueblo ha llamado Lenin a la religión, aproximando estas doscosas más de lo que les gustaría a los surrealistas. Hablaremos de la rebeliónamarga, apasionada, en contra del catolicismo, que así es como Rimbaud,

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Lautréamont, Apollinaire trajeron al mundo el surrealismo. Pero la verdaderasuperación creadora de la iluminación religiosa no está, desde luego, en losestupefacientes. Está en una iluminación profana de inspiración materialista,antropológica, de la que el haschisch, el opio u otra droga no son más queescuela primaria. (Pero peligrosa. Y la de las religiones es más estricta todavía.)

Esa iluminación profana no siempre ha encontrado al surrealismo a sualtura, a la suya y a la de él mismo. Escritos como el incomparable  Paysan de

 Paris, de Aragon, y la  Nadja, de Breton, que son los que la denotan con másfuerza, muestran en este punto claras deficiencias. Así hay en  Nadja un pasajeexcelente sobre los "arrebatadores días de saqueo parisiense en el signo deSacco y Vanzetti"; Breton concluye con toda seguridad que el boulevardBonne-Nouvelle ha cumplido en esos días la promesa estratégica de revueltaque siempre ha dado su nombre. Pero también aparece una tal Sacco, que no esla mujer de la víctima de Fuller, sino una "voyante", una adivina, que vive en el3 de la rue des Usines y que sabe contarle a Paul Eluard que nada bueno tieneque esperar de Nadja. Confesemos entonces que los caminos del surrealismovan por tejados, pararrayos, goteras, barandas, veletas, artesonados (todos losornamentos le sirven al que escala fachadas); confesemos que además lleganhasta el húmedo cuarto trasero del espiritismo. Pero no le oímos de buen gradogolpear tímidamente los vidrios de las ventanas para preguntar por su futuro.¿Quién no quisiera saber a estos hijos adoptivos de la revoluciónexactísimamente separados de todo lo que se ventila en los conventículos detrasnochadas damas pensionistas, de oficiales retirados, de especuladores

emigrados?Por lo demás, el libro de Breton está hecho para ilustrar algunos rasgos

fundamentales de esa "iluminación profana". El mismo llama a  Nadja un "livreà la porte battante". (En Moscú vivía yo en un hotel, cuyas habitaciones estabancasi todas ocupadas por lamas tibetanos, que habían venido a la ciudad para uncongreso de todas las iglesias budistas. Me llamó la atención la cantidad de

 puertas constantemente entornadas en los pasillos. Lo que al comienzo parecíacasualidad terminó por resultarme misterioso. Supe entonces que en esashabitaciones se alojaban los miembros de una secta que habían prometido no

morar nunca en espacios cerrados. El susto que experimenté es el que debe percibir el lector de  Nadja) Vivir en una casa de cristal es la virtudrevolucionaria  par excellence. Es una ebriedad, un exhibicionismo moral quenecesitamos mucho. La discreción en los asuntos de la propia existencia ha

 pasado de virtud aristocrática a ser cada vez más cuestión de pequeños burgueses arribistas.  Nadja ha encontrado la verdadera síntesis creadora entrenovela artística y novela en clave.

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Basta sólo con tomar al amor en serio —y a ello lleva  Nadja — parareconocer en él una "iluminación profana". Así cuenta el autor: "Entonces (esdecir: en el tiempo de su trato con Nadja) me ocupé mucho de la época de LuisVII, porque era la época de las "cortes de amor", y procuré representarme congran intensidad cómo era aquella vida." Sobre el amor cortesano provenzalsabemos, por medio de un autor nuevo, cosas más exactas y sorprendentemente

 próximas a la concepción surrealista del amor. "Todos los poetas de "estilonuevo" poseen —dice Erich Auerbach en su excelente obra acerca de Dantecomo poeta del mundo terreno— una amada mística y a todos les suceden lasmismas especiales aventuras amorosas, ya que a todos les otorga o les niegaAmore dones que más se asemejan a una iluminación que a un goce sensual;todos pertenecen a una especie de unión secreta que determina su vida interior y tal vez también la exterior." Se trata de suyo de la dialéctica de la ebriedad.¿No es quizá todo éxtasis en un mundo sobriedad que avergüenza en elcomplementario? ¿Acaso quiere otra cosa el amor cortesano (que es el que unea Breton, y no el amor, con la muchacha telepática) que identificar la castidadcon el arrobamiento? Arrobamiento a un mundo que no sólo limita con criptasdel Sagrado Corazón de Jesús o con altares marianos, sino que cada mañanaestá ante una batalla o tras una victoria.

La dama es lo más insignificante en el amor esotérico. Y así también enBreton. Está más cerca de las cosas de las que está cerca Nadja que de ellamisma. ¿Cuáles son, pues, esas cosas de las que está cerca? Su canon resulta encuanto al surrealismo enormemente ilustrativo. ¿Por dónde empezar? Puede

 pagarse de haber hecho un descubrimiento sorprendente. Tropezó por de prontocon las energías revolucionarias que se manifiestan en lo "anticuado", en las primeras construcciones de hierro, en los primeros edificios de fábricas, en lasfotos antiguas, en los objetos que comienzan a caer en desuso, en los pianos decola de los salones, en las ropas de hace más de cinco años, en los locales dereuniones mundanas que empiezan a no estar ya en boga. Nadie mejor queestos autores puede dar una idea tan exacta de cómo están estas cosas respectode la revolución. Antes que estos visionarios e intérpretes de signos nadie sehabía percatado de cómo la miseria (y no sólo lo social, sino la arquitectónica,la miseria del interior, las cosas esclavizadas y que esclavizan) se transpone en

nihilismo revolucionario. Para no hablar de  Passage de l'Opéra, de Aragon:Breton y Nadja son la pareja amorosa que cumple, si no en acción, sí enexperiencia revolucionaria, todo lo que hemos experimentado en tristes viajesen tren (los trenes comienzan a envejecer), en tardes de domingo dejadas de lamano de Dios en los barrios proletarios de las grandes ciudades, en la primeramirada a través de una ventana mojada por la lluvia en una casa nueva. Hacenque exploten las poderosas fuerzas de la "Stimmung" escondidas en esas cosas.

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¿Cómo creemos que se configuraría una vida que en el instante decisivo sedejara determinar por la última copla callejera que está de moda?

La treta que domina este mundo de cosas (es más honesto hablar aquí detreta que de método) consiste en permutar la mirada histórica sobre lo que ya ha

sido por la política. "Abríos tumbas, vosotros, muertos de las pinacotecas,cadáveres de detrás de los biombos, en los palacios, en los castillos y en losmonasterios; aquí está el fabuloso portero, que tiene en las manos un manojo dellaves de todos los tiempos, que sabe cómo hay que escaparse de los másencubiertos castillos y que os invita a avanzar en medio del mundo actual, amezclaros entre los cargadores, los mecánicos, a los que el dinero ennoblece, a

 poneros cómodos en sus automóviles, que son hermosos como armaduras deltiempo de caballerías, a tomar sitio en los coches-camas internacionales, y atranspirar junto con todas las gentes que todavía hoy están orgullosas de sus

 privilegios. Pero la civilización acabará con ellos en breve." Su amigo HenriHertz pone este discurso en boca de Apollinaire. Y de Apollinaire es la técnica.En su volumen de novelas cortas,  L'Hérésiarque la utiliza con cálculomaquiavélico para desinflar al catolicismo (al que se apegaba interiormente).

En el centro de este mundo de cosas está el más soñado de sus objetos, lamisma ciudad de París. Pero sólo la revuelta extrae por completo su rostrosurrealista. (Calles vacías de gente, en las que los silbidos y los disparos dictanla decisión.) Y ningún rostro es surrealista en el grado en que lo es el verdaderorostro de una ciudad. Ningún cuadro. de Chirico o de Max Ernst puede medirsecon los vigorosos perfiles de sus fortines interiores, que primero han de ser conquistados y ocupados para llegar a dominar su suerte, dominar lo que essuyo en su suerte, en la suerte de sus masas. Nadja es un exponente de esasmasas y de lo que las inspira revolucionariarnente: "La grande inconsciencevive et sonore qui m'inspire mes seuls actes probants dans le sens ou totijours jeveux prouver qu'elle dispose à tout jamais de tout ce qui est à moi." Aquíencontramos por tanto la consignación de esas fortificaciones, comenzando por esa Place Maubert, en la que como en ningún otro sitio ha conservado lasuciedad su entero poderío simbólico, hasta aquel "Théâtre Moderne", que nohaber conocido me llena de desconsuelo. La descripción de Breton del bar en el

 piso alto ("está muy oscuro, con vestíbulos a modo de túneles en los que uno noes capaz de encontrarse; un salón en el fondo del mar") es algo que me recuerdaa un incomprendido ámbito de un antiguo café. Era el cuarto de atrás en el piso

 primero, con sus parejas en una luz azul. Le llamábamos "la anatomía". Era elúltimo local para el amor. En tales pasajes interviene en Breton de manera muycuriosa la fotografía. De las calles, las puertas, las plazas de la ciudad, haceilustraciones de una novela por entregas; vacía esas arquitecturas, viejas de

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siglos, de su trivial evidencia para enfrentarlas, con intensidad sumamenteoriginal, al suceso representado, al cual, como en los antiguos libros paracriadas de servicio, remiten citas literales con indicación del número de la

 página. Y todos los lugares de París que surgen aquí son pasajes en los que loque hay entre esos hombres se mueve como una puerta giratoria.

También el París de los surrealistas es un "pequeño mundo". Esto es quetampoco en el grande, en el cosmos, hay otra cosa. En él hay carrefours en losque centellean espectrales las señales de tráfico y están a la orden del díaanalogías inimaginables e imbricaciones de sucesos. Es el espacio del que danoticia la lírica del surrealismo. Cosa que hay que advertir, aunque no sea másque para salir al paso del obligado malentendido del "arte por el arte". Porque elarte por el arte casi nunca lo ha sido para que lo tomemos literalmente, casisiempre ha sido un pabellón bajo el cual navega una mercancía que no se puededeclarar porque le falta el nombre. Sería éste el momento de ir a una obra queilustraría como ninguna otra la crisis del arte de la que somos testigos: unahistoria de la creación literaria esotérica. Tampoco es casualidad que falte.Puesto que escribirla como reclama ser escrita (esto es no como una obracolectiva en la que cada "especialista" aporte lo más digno de ser sabido en suterreno, sino como un escrito fundado por quien, por necesidad interna, exponemenos la historia de un desarrollo que el resurgimiento original, renovadosiempre, de la creación literaria esotérica), haría de ella uno de esos textos deconfesión erudita con los que hay que contar en cada siglo. En su última hojatendríamos que encontrar la placa de rayos X del surrealismo. En la

 Introduction au discours sur le peu de réalité sugiere Breton que el realismofilosófico de la Edad Media está a la base de la experiencia poética. Pero eserealismo, su fe, por tanto, en una existencia aparte de los conceptos ya fuera, yadentro de las cosas, ha encontrado siempre muy rápidamente el tránsito delreino conceptual lógico al reino mágico de las palabras. Y son experimentosmágicos con las palabras, no jugueteos artísticos, los apasionados juegos detransformación fonética y gráfica que desde hace quince años campean por todaliteratura de vanguardia, llámese ésta futurismo, dadaísmo o surrealismo. Cómose interpenetran la consigna, la fórmula mágica y el concepto, lo muestran lassiguientes frases de Apollinaire en su último manifiesto: L'esprit nouveau et les

 poètes. Dice, pues, en 1918: "No hay nada moderno en la poesía quecorresponda a la rapidez y simplicidad con que todos nos hemos acostumbradoa designar por medio de una sola palabra entidades tan complejas como unamultitud, un pueblo, el universo. Pero los poetas actuales llenan esta laguna;sus creaciones sintéticas producen nuevas realidades cuya manifestación

 plástica es tan compleja como la de las palabras para lo colectivo." Claro quetanto Apollinaire como Breton avanzan aún más enérgicamente en la misma

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dirección y llevan a cabo la anexión del surrealismo al mundo entorno, cuandodeclaran: "Las conquistas de la ciencia consisten mucho más que en un

 pensamiento lógico en un pensamiento surrealista." Y cuando, con otras palabras, hacen de la mixtificación, cuya cúspide ve Breton en la poesía(opinión muy defendible), el fundamento del desarrollo científico y técnico, laintegración es más que tormentosa. Resulta muy instructivo considerar laapresurada anexión de este movimiento al incomprendido milagro de lamáquina, comparar las ardientes fantasías de uno con las utopías bienventiladas del otro. Así dice Apollinaire: "En gran parte se han realizado lasantiguas fábulas. Les toca ahora a los poetas imaginar otras nuevas, que a suvez quieran realizar los inventores."

"Pensar en cualquier actividad humana me hace reír." Esta opinión deAragon designa con toda claridad el camino que ha tenido que recorrer elsurrealismo desde sus orígenes hasta su politización. En su escrito  La

révolution et les intellectuels, Pierre Naville, que perteneció a este grupo en suscomienzos, dice que esta evolución es dialéctica. La enemistad de la burguesíarespecto de cualquier demostración radical de libertad de espíritu desempeña un

 papel capital, importante, en esta transformación de una actitud contemplativaextrema en una oposición revolucionaria. Dicha enemistad ha empujado alsurrealismo hacia la izquierda. Acontecimientos políticos, sobre todo la guerrade Marruecos, aceleraron esta evolución. Con el manifiesto "Los intelectualescontra la guerra de Marruecos", aparecido en  L'Humanité, se ganó una

 plataforma fundamentalmente distinta a la que caracteriza, por ejemplo, el

famoso escándalo en el banquete de Saint-Pol Roux. Entonces, poco después dela guerra, los surrealistas, viendo comprometida, por la presencia de elementosnacionalistas, la celebración de uno de sus adorados poetas, rompieron en gritosde "¡Viva Alemania!". Se quedaron en los límites del escándalo, contra el cualla burguesía, como se sabe, es tan insensible como sensible contra toda acción.Los capítulos "Persecución" y "Asesinato", de Apollinaire, contienen unadescripción famosa de un "progrom" de poetas. Las editoriales son asaltadas,los libros de poemas arrojados al fuego, los poetas muertos a golpes. Y lasmismas escenas tienen lugar al mismo tiempo en la Tierra entera. En Aragon, la"imagination", en el presentimiento de tales horrores, incita a sus tropas a una

última cruzada.Para entender estas profecías, así como la línea que ha alcanzado el

surrealismo, es preciso medir estratégicamente y preguntarse por la índole de pensamiento que se extiende en la llamada inteligencia bien pensante deizquierda burguesa. La cual se manifiesta con suficiente claridad en laorientación actual respecto de Rusia de esos círculos. Naturalmente que no

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hablamos de Béraud, que ha abierto vía a la mentira sobre Rusia, ni tampoco deFabre-Luce, que le sigue, como buen asno, trotando por dichas vías, biencargado con todos los resentimientos burgueses. Pero ¡qué problemático esincluso el típico libro de mediación de Duhamel! Difícilmente se soporta ellenguaje de teólogo que le cruza, lenguaje forzadamente riguroso,forzadamente esforzado y cordial. ¡Qué manido el método, dictado por eldesconocimiento del lenguaje y por el apocamiento, de empujar las cosas haciacualquier iluminación simbólica! ¡Qué traidor su resumen: "La verdadera,

 profunda revolución que, en cierto sentido, podría transformar la sustancia delalma eslava, no ha ocurrido todavía." Esto es lo típico de esta inteligenciafrancesa de izquierdas (exactamente igual que de la rusa): su función positiva

 proviene por entero de un sentimiento de obligación, no respecto de larevolución, sino de la cultura heredada. Su ejecutoria colectiva se acerca, en loque tiene de positiva, a la de los conservadores. Pero política yeconómicamente habrá que contar siempre con el peligro de que hagansabotaje.

Lo característico de esta posición burguesa de izquierdas es el maridajeincurable de moral idealista con praxis política. Ciertos elementos medularesdel surrealismo, incluso de la tradición surrealista, sólo se entenderán encontraste con los compromisos desvalidos de la "Gesinnung". Aunque en ordena ese entendimiento no es que hayan pasado muchas cosas. Demasiado seductor ha sido captar, en un inventario del snobismo, el satanismo de un Rimbaud o deun Lautréamont como contrapeso del arte por el arte. Pero si uno se resuelve a

abrir ese romántico cajón secreto, encontrará en él algo útil. Encontrará el cultodel mal como un aparato romántico de desinfección y aislamiento contra tododilettantismo moralizante. En esta convicción tropezaremos en Breton con elescenario de una pieza tremenda, en cuyo centro está, en retrospectiva quizá deun par de décadas, una violación infantil. Entre los años 1865 y 1875 algunosgrandes anarquistas, sin saber los unos de los otros, trabajaron en sus máquinasinfernales. Y lo que resulta sorprendente: independientemente unos de otros,

 pusieron su reloj a la misma hora, y cuarenta años más tarde explotaron enEuropa occidental a tiempo simultáneo los escritos de Dostoyevski, deRimbaud y de Lautréamont. Para ser más exactos podríamos destacar en la obra

completa de Dostoyevski el pasaje publicado por primera vez en 1915: "Laconfesión de Stavrogin" en  Los endemoniados. Este capítulo, que está enestrecho contacto con el tercer canto de los Chants de Maldorar, contiene una

 justificación del mal, que expresa ciertos motivos del surrealismo con mayor fuerza que la que logra cualquiera de sus actuales portavoces. Porque Stavrogines un surrealista "avant la lettre". Nadie como él ha captado la falta devislumbre con la que el cursi opina que el bien, con todas las virtudes de quien

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lo ejerza, está inspirado por Dios; pero que el mal procede enteramente denuestra espontaneidad y por eso somos en él independientes, somos en él seresinstalados en nosotros mismos. Nadie como él ha visto en la acción másindigna, y precisamente en ella, la inspiración. Igual que el burgués idealistahace con la virtud, percibe él la infamia como algo preformado en el curso delmundo, en nosotros mismos, como algo que nos acercan, si es que no nos loimponen. El Dios de Dostoyevski no sólo ha creado el cielo y la tierra, elhombre y el animal, sino además la indignidad, la venganza, la crueldad.Tampoco en esta obra le ha dejado entrometerse al diablo. Por eso aparece elmal en él con entera originalidad, quizá no "espléndido", pero sí siempre nuevo,"como en el primer día", a miles de kilómetros de los clichés en que a losfilisteos se les aparece el pecado.

La gran tensión, que capacita a los poetas aludidos para su sorprendenteefecto a distancia, queda documentada, si bien de manera ridícula, por la cartaque Isidore Ducasse dirige el 23 de octubre de 1869 a su editor para hacer 

 plausible su poesía. Se coloca en una línea con Mickiewicz, Milton, Southey,Alfred de Musset, Baudelaire, y dice: "Claro que he adoptado un tono máslleno, para introducir algo nuevo en esta literatura, que sólo canta ladesesperación para que el deprimido lector añore con más fuerza el bien comomedio de salvación. Esto es que a la postre sólo se canta al bien, aunque elmétodo sea más filosófico y menos ingenuo que el de la antigua escuela, de laque todavía viven Víctor Hugo y algunos otros." Pero si el errático libro deLautréamont está en algún contexto, permite que se le instale en uno, será éste

el de la insurrección. Por ello era comprensible, y de suyo no carecía deintuición, intentar, como hizo Soupault en 1927 para la edición de sus obrascompletas escribir una vita politica de Isidore Ducasse. Por desgracia no haydocumentos al respecto y los que aportó Soupault consistían en una confusión.En cambio el ensayo correspondiente se logró por suerte con Rimbaud y esmérito de Marcel Coulon haber defendido su verdadera imagen contra lausurpación católica de Claudel y Berrichon. Rimbaud es católico, desde luego;

 pero lo es, según el mismo lo expone, en su parte más miserable, ésa que nuncase cansa de denunciar, de entregar a su odio y al de cualquiera, a su desprecio yal de los otros: la parte que le fuerza a confesar que no entiende la revuelta.

Pero ésta es la confesión de un hombre de la Comuna que no llegó a hacer sucometido. Y cuando dio la espalda a la poesía, se había ya despedido en suscreaciones más tempranas de la religión. "A ti, odio, he confiado mi tesoro",escribe en la Saison en enfer . Y en estas palabras podría encaramarse una

 poética del surrealismo. Sus raíces alcanzarían más hondo en los pensamientosde Poe que la teoría de la "surprise", del poetizar sorprendido, que procede deApollinaire.

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Un concepto radical de libertad no lo ha habido en Europa desdeBakunin. Los surrealistas lo tienen. Ellos son los primeros en liquidar elesclerótico ideal moralista, humanista y liberal de libertad, ya que les constaque "la libertad en esta tierra sólo se compra con miles de durísimos sacrificiosy que por tanto ha de disfrutarse, mientras dure, ilimitadamente, en su plenitudy sin ningún cálculo pragmático". Lo cual les prueba que "la lucha por laliberación de la humanidad en su más simple figura revolucionaria (que es laliberación en todos los aspectos) es la única cosa que queda a la que merezca la

 pena servir". ¿Pero consiguen soldar esta experiencia de libertad con la otraexperiencia revolucionaria, la que tenemos que reconocer, puesto que lateníamos ya: la de lo constructivo, dictatorial de la revolución? ¿Cómo nosrepresentaríamos una existencia, que se cumpliese por entero en el boulevardBonne-Nouvelle, en espacios de Le Corbusier y de Oud?

Ganar las fuerzas de la ebriedad para la revolución. En torno a ello girael surrealismo en todos sus libros y empresas. De esta tarea puede decir que esla más suya. Nada se hace por ella por el hecho de que, como muy biensabemos, en todo acto revolucionario esté viva una componente de ebriedad.Esta componente se identifica con la anárquica. Pero poner exclusivamente elacento sobre ella significaría posponer por completo la preparación metódica ydisciplinaria de la revolución en favor de una praxis que oscila entre el ejercicioy la víspera. A lo cual se añade una visión corta y nada dialéctica de lanaturaleza de la ebriedad. La estética del pintor, del poeta "en état de surprise",del arte como reacción sorprendida, está presa en algunos prejuicios románticos

catastróficos. Toda fundamentación de los dones y fenómenos ocultos,surrealistas, fantasmagóricos, tiene como presupuesto una implicacióndialéctica que jamás llegará a apropiarse una cabeza romántica. Subrayar 

 patética o fanáticamente el lado enigmático de lo enigmático, no nos haceavanzar. Más bien penetramos el misterio sólo en el grado en que loreencontramos en lo cotidiano por virtud de una óptica dialéctica que percibe locotidiano como impenetrable y lo impenetrable como cotidiano. Lainvestigación apasionada por ejemplo de fenómenos telepáticos no nos enseñasobre la lectura (proceso eminentemente telepático) ni la mitad de lo queaprendemos sobre dichos fenómenos por medio de una iluminación profana,

esto es, leyendo. 0 también: la investigación apasionada acerca del fumar haschisch no nos enseña sobre el pensamiento (que es un narcótico eminente)ni la mitad de lo que aprendemos sobre el haschisch por medio de unailuminación profana, esto es, pensando. El lector, el pensativo, el que espera, elque callejea son tipos de iluminados igual que el consumidor de opio, elsoñador, el ebrio. Y, sin embargo, son profanos. Para no hablar de esa drogaterrible, nosotros mismos, que tomamos en la soledad.

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Ganar las fuerzas de la ebriedad para la revolución. Con otras palabras:¿política poética? "Nous en avons soupé. Todo antes que eso." Nos interesará

 por tanto aún más un excurso en la poemática de las cosas. Puesto que: ¿cuál esel programa de los partidos burgueses? Un mal poema de primavera, llenohasta reventar de comparaciones. El socialista ve ese "futuro más bello denuestros hijos y nietos" en que todos se porten "como, si fuesen ángeles" y enque cada uno tenga tanto "como si fuese rico" y en que cada uno viva "como sifuese libre". Pero de ángeles, riqueza, libertad, ni rastro. Todo son solamenteimágenes. ¿Y cuál es el tesoro imaginero de esos poetas de los centrossocialdemócratas? ¿Cuál es su "Gradus ad Parnassum"? El optimismo. Qué otroes en cambio el aire que se respira en el escrito de Naville, que hace de la"organización del pesimismo" la exigencia del día. En nombre de sus amigosliterarios plantea un ultimatum para que infaliblemente tenga que confesar sucolor ese optimismo diletante y sin conciencia: ¿cuáles son los presupuestos dela revolución? ¿La modificación de la actitud interna o la de las circunstanciasexteriores? Esta es la pregunta cardinal que determina la relación de política ymoral y que no tolera paliativo alguno. El surrealismo se ha aproximado más ymás a la respuesta comunista. Lo cual significa: pesimismo en toda la línea. Asíes y plenamente. Desconfianza en la suerte de la literatura, desconfianza en lasuerte de la libertad, desconfianza en la suerte de la humanidad europea, perosobre todo desconfianza, desconfianza, desconfianza en todo entendimiento:entre las clases, entre los pueblos, entre éste y aquél. Y sólo una confianzailimitada en la I.G. Farben y en el perfeccionamiento pacífico de las fuerzasaéreas. ¿Y entonces, entonces qué?

Adquiere aquí su derecho la intuición que, en el Traité du style, últimolibro de Aragon, reclama la distinción entre comparación e imagen. Unaintuición afortunada en cuestiones de estilo que debe ser prolongada.Prolongación: nunca se encuentran ambas —comparación e imagen— tandrástica, tan irreconciliablemente como en la política. Organizar el pesimismono es otra cosa que transportar fuera de la política a la metáfora moral ydescubrir en el ámbito de la acción política el ámbito de las imágenes de puracepa. Ambito de imágenes que no se puede ya medir contemplativamente. Si latarea de la inteligencia revolucionaria es doble: derribar el predominio

intelectual de la burguesía y ganar contacto con las masas proletarias, en cuantoa la segunda parte de esa tarea ha fracasado por completo, puesto que no resultaya posible hacerse con ella contemplativamente. Y este, sin embargo, haestorbado a los menos para plantearla una y otra vez como contemplativa,invocando, eso sí, a poetas, pensadores y artistas proletarios. En contra de ellotuvo Trotski, en Literatura y revolución, que señalar que sólo puede resultar deuna revolución victoriosa. En realidad se trata mucho menos de hacer al artista

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de procedencia burguesa maestro del "arte proletario", que de ponerlo enfunción, aun a costa de su efectividad artística, en los lugares importantes deese ámbito de imágenes. ¿No debiera incluso ser tal vez la interrupción de su"carrera artística" una parte esencial de esa función?

Tanto mejores serán los chistes que cuente. Y tanto mejor los contará.Porque también en el chiste, en el insulto, en el malentendido, allí donde unaacción sea ella misma la imagen, la establezca de por sí, la arrebate y la devore,donde la cercanía se pierda de vista, es donde se abrirá el ámbito de imágenes

 buscado, el mundo de actualidad integral y polifacética en el que no hay"aposento noble", en una palabra, el ámbito en el cual el materialismo político yla criatura física comparten al hombre interior, la psique, el individuo (o lo quenos dé más rabia) según una justicia dialéctica (esto es, que ni un solo miembroqueda sin partir). Pero tras esa destrucción dialéctica el ámbito se hace másconcreto, se hace ámbito de imágenes: ámbito corporal. De nada sirve; estiempo de confesar que el materialismo metafísico de la observancia de Vogt yde Bujarin no se deja transponer sin rupturas al materialismo antropológico taly como lo documenta la experiencia de los surrealistas y ya antes la de unHebel, un Georg Büchner, un Nietzsche, un Rimbaud. Queda un residuo.También lo colectivo es corpóreo. Y la physis, que se organiza en la técnica,sólo se genera según su realidad política y objetiva en el ámbito de imágenesdel que la iluminación profana hace nuestra casa. Cuando cuerpo e imagen seinterpenetran tan hondamente, que toda tensión revolucionaria se haceexcitación corporal colectiva y todas las excitaciones corporales de lo colectivo

se hacen descarga revolucionaria, entonces, y sólo entonces, se habrá superadola realidad tanto como el  Manifiesto Comunista exige. Por el momento lossurrealistas son los únicos que han comprendido sus órdenes actuales. Uno por uno dan su mímica a cambio del horario de un despertador que a cada minutoanuncia sesenta segundos.

 

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Experiencia y pobreza

(1933)

En nuestros libros de cuentos está la fábula del anciano que en su lechode muerte hace saber a sus hijos que en su viña hay un tesoro escondido. Sólotienen que cavar. Cavaron, pero ni rastro del tesoro. Sin embargo cuando llegael otoño, la viña aporta como ninguna otra en toda la región. Entonces se dancuenta de que el padre les legó una experiencia: la bendición no está en el oro,sino en la laboriosidad. Mientras crecíamos nos predicaban experiencias parejasen son de amenaza o para sosegarnos: «Este jovencito quiere intervenir. Ya irásaprendiendo». Sabíamos muy bien lo que era experiencia: los mayores se lahabían pasado siempre a los más jóvenes. En términos breves, con la autoridad

de la edad, en proverbios; prolijamente, con locuacidad, en historias; a vecescomo una narración de países extraños, junto a la chimenea, ante hijos y nietos.¿Pero dónde ha quedado todo eso? ¿Quién encuentra hoy gentes capaces denarrar como es debido? ¿Acaso dicen hoy los moribundos palabras perdurablesque se transmiten como un anillo de generación a generación? ¿A quién le sirvehoy de ayuda un proverbio? ¿Quién intentará habérselas con la juventudapoyándose en la experiencia?

La cosa está clara: la cotización de la experiencia ha bajado y precisamente en una generación que de 1914 a 1918 ha tenido una. de las

experiencias más atroces de la historia universal. Lo cual no es quizás tan rarocomo parece. Entonces se pudo constatar que las gentes volvían mudas delcampo de batalla. No enriquecidas, sino más pobres en cuanto a experienciacomunicable. Y lo que diez años después se derramó en la avalancha de librossobre la guerra era todo menos experiencia que mana de boca a oído. No, rarono era. Porque jamás ha habido experiencias, tan desmentidas como lasestratégicas por la guerra de trincheras, las económicas por la inflación, lascorporales por el hambre, las morales por el tirano. Una generación que habíaido a la escuela en tranvía tirado por caballos, se encontró indefensa en un

 paisaje en el que todo menos las nubes había cambiado, y en cuyo centro, en uncampo de fuerzas de explosiones y corrientes destructoras estaba el mínimo,quebradizo cuerpo humano.

Una pobreza del todo nueva ha caído sobre el hombre al tiempo que eseenorme desarrollo de la técnica. Y el reverso de esa pobreza es la sofocanteriqueza de ideas que se dio entre la gente ?o mas bien que se les vino encima?al reanimarse la astrolog?a y la sabidur?a yoga, la Christian Science y la

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quiromancia, el vegetarianismo y la gnosis, la escolástica y el espiritismo.Porque además no es un reanimarse auténtico, sino una galvanización lo quetuvo lugar. Se impone pensar en los magníficos cuadros de Ensor en los que losduendes llenan las calles de las grandes ciudades: horteras disfrazados decarnaval, máscaras desfiguradas, empolvadas de harina, con coronas de oropelsobre las frentes, deambulan imprevisibles a lo largo de las callejuelas. Quizásesos cuadros sean sobre todo una copia del renacimiento caótico y horripilanteen el que tantos ponen sus esperanzas. Pero desde luego está clarísimo: la

 pobreza de nuestra experiencia no es sino una parte de la gran pobreza que hacobrado rostro de nuevo y tan exacto y perfilado como el de los mendigos en laEdad Media. ¿Para qué valen los bienes de la educación si no nos une a ellos laexperiencia? Y adónde conduce simularla o solaparla es algo que la espantosamalla híbrida de estilos y cosmovisiones en el siglo pasado nos ha mostradocon tanta claridad que debemos tener por honroso confesar nuestra pobreza. Sí,confesémoslo: la pobreza de nuestra experiencia no es sólo pobre enexperiencias privadas, sino en las de la humanidad en general. Se trata de unaespecie de nueva barbarie.

¿Barbarie? Así es de hecho. Lo decimos para introducir un conceptonuevo, positivo de barbarie. ¿Adónde le lleva al bárbaro la pobreza deexperiencia? Le lleva a comenzar desde el principio; a empezar de nuevo; a

 pasárselas con poco; a construir desde poquísimo y sin mirar ni a diestra ni asiniestra. Entre los grandes creadores siempre ha habido implacables que lo

 primero que han hecho es tabula rasa. Porque querían tener mesa para dibujar,

 porque fueron constructores. Un constructor fue Descartes que por de pronto noquiso tener para toda su filosofía nada más que una única certeza: «Pienso,luego existo». Y de ella partió. También Einstein ha sido un constructor al quede repente de todo el ancho mundo de la física sólo le interesó una mínimadiscrepancia entre las ecuaciones de Newton y las experiencias de laastronomía. Y este mismo empezar desde el principio lo han tenido presente losartistas al atenerse a las matemáticas y construir, como los cubistas, el mundocon formas estereométricas. Paul Klee, por ejemplo, se ha apoyado en losingenieros. Sus figuras se diría que han sido proyectadas en el tablero y queobedecen, como un buen auto obedece hasta en la carrocería sobre todo a las

necesidades del motor, sobre todo a lo interno en la expresión de sus gestos. Alo interno más que a la interioridad: que es lo que las hace bárbaras.

Hace largo tiempo que las mejores cabezas han empezado aquí y allá ahacer versos a estas cosas. Total falta de ilusión sobre la época y sin embargouna confesión sin reticencias en su favor: es característico. Da lo mismo que el

 poeta Bert Brecht constate que el comunismo ao es un justo reparto de la

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riqueza, sino de la pobreza, o que el precursor de la arquitectura moderna,Adolf Loos, explique: «Escribo, únicamente para hombres que poseen unasensibilidad moderna. Para hombres que se consumen en la añoranza delRenacimiento o del Rococó, para esos no escribo». Un artista tan intrincadocomo el pintor Paul Klee y otro tan programático como Loos, ambos rechazanla imagen tradicional, solemne, noble del hombre, imagen adornada con todaslas ofrendas del pasado, para volverse hacia el contemporáneo desnudo quegrita como un recién nacido en los pañales sucios de esta época. Nadie le hasaludado más risueña, más alegremente que Paul Scheerbart. En sus novelas,que de lejos parecen como de Jules Verne, se ha interesado Scheerbart (adiferencia de Verne que hace viajar por el espacio en los más fantásticosvehículos a pequeños rentistas ingleses o franceses), por cómo nuestrostelescopios, nuestros aviones y cohetes convierten al hombre de antaño en unacriatura nueva digna de atención y respeto. Por cierto que esas criaturas hablanya en una lengua enteramente distinta. Y lo decisivo en ella es un trazocaprichosamente constructivo, esto es contrapuesto al orgánico. Resultainconfundible en el lenguaje de las personas o más bien de las gentes deScheerbart; ya que rechazan la semejanza entre los hombres ?principiofundamental del humanismo. Incluso en sus nombres propios: Peka, Labu,Sofanti, así se llaman las gentes en el libro que tiene como título el nombre desu héroe: «Lesabendio». También los rusos gustan dar a sus hijos nombres«deshumanízados»: los llaman «Octubre» según el mes de la revolución, o«Pjatiletka» según el plan quinquenal, o «Awischim» según una sociedad delíneas aéreas. No se trata de una renovación técnica del lenguaje, sino de su

movilización al servicio de la lucha o del trabajo; en cualquier caso al serviciode la modificación de la realidad y no de su descripción.

Volvamos a Scheerbart: concede gran importancia a que sus gentes ?y aejemplo suyo sus conciudadanos habiten en alojamientos adecuados a su clase:en casas de vidrio, desplazables, msviles, tal y como entretanto las hanconstruido Loos y Le Corbusier. No en vano el vidrio es un material duro y lisoen el que nada se mantiene firme. Tambi?n es frío y sobrio. Las cosas de vidriono tienen «aura». El vidrio es el enemigo número uno del misterio. También esenemigo de la posesión. André Gide, gran escritor, ha dicho: «cada cosa que

quiero poseer, se me vuelve opaca». ¿Gentes como Scheerbart sueñan tal vezcon edificaciones de vidrio porque son confesores de una nueva pobreza? Peroquizás diga más una comparación que la teoría. Si entramos en un cuarto

 burgués de los años ochenta la impresión más fuerte será, por muy acogedor que parezca, la de que nada tenemos que buscar en él. Nada tenemos que

 buscar en él, porque no hay en él un solo rincón en el que el morador no hayadejado su huella: chucherías en los estantes, velillos sobre los sofás, visillos en

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las ventanas, rejillas ante la chimenea. Una hermosa frase de Brecht nosayudará a seguir, a seguir lejos: «Borra las huellas», dice el estribillo en el

 primer poema del «Libro de lectura para los habitantes de la ciudad». Pero eneste cuarto burgués se ha hecho costumbre el comportamiento opuesto. Yviceversa, el «intérieur» obliga al que lo habita a aceptar un número altísimo decostumbres, costumbres que desde luego se ajustan más al interior en el quevive que a él mismo. Esto lo entiende todo aquel que conozca la actitud en quecaían los moradores de esos aposentos afelpados cuando algo se enredaba en elgobierno doméstico. Incluso su manera de enfadarse (animosidad que

 paulatinamente comienza a desaparecer y que podían poner en juego con todovirtuosismo) era sobre todo la reacción de un hombre al que le borran «lashuellas de sus días sobre esta tierra». Cosa que han llevado a cabo Scheerbartcon su vidrio y el grupo «Bauhaus» con su acero: han creado espacios en losque resulta difícil dejar huellas. «Después de lo dicho», explica Scheerbartveinte años ha, «podemos hablar de una cultura del vidrio. El nuevo ambientede vidrio transformará por completo al hombre. Y sólo nos queda desear queesta nueva cultura no halle excesivos enemigos».

Pobreza de la experiencia: no hay que entenderla como si los hombresañorasen una experiencia nueva. No; añoran liberarse de las experiencias,añoran un mundo entorno en el que puedan hacer que su pobreza, la externa y

 por último también la interna, cobre vigencia tan clara, tan limpiamente quesalga de ella algo decoroso. No siempre son ignorantes o inexpertos. Confrecuencia es posible decir todo lo contrario: lo han «devorado» todo, «la

cultura» y «el hombre», y están sobresaturados y cansados. Nadie se siente tanconcernido como ellos por las palabras de Scheerbart: «Estáis todos tancansados, pero sólo porque no habéis concentrado todos vuestros pensamientosen un plan enteramente simple y enteramente grandioso». Al cansancio le sigueel sueño, y no es raro por tanto que el ensueño indemnice de la tristeza y delcansancio del día y que muestre realizada esa existencia enteramente simple,

 pero enteramente grandiosa para la que faltan fuerzas en la vigilia. Laexistencia del ratón Micky es ese ensueño de los hombres actuales. Es unaexistencia llena de prodigios que no sólo superan los prodigios técnicos, sinoque se ríen de ellos. Ya que lo más notable de ellos es que proceden todos sin

maquinaria, improvisados, del cuerpo del ratón Micky, del de sus compañeros ysus perseguidores, o de los muebles más cotidianos, igual que si saliesen de unárbol, de las nubes o del océano. Naturaleza y técnica, primitivismo y confortvan aquí a una, y ante los ojos de las gentes, fatigadas por las complicacionessin fin de cada día y cuya meta vital no emerge sino como lejanísimo punto defuga en una perspectiva infinita de medios, aparece redentora una existenciaque en cada giro se basta a sí misma del modo más simple a la par que más

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confortable, y en la cual un auto no pesa más que un sombrero de paja y la frutaen el árbol se redondea tan deprisa como la barquilla de un globo. Peromantengamos ahora distancia, retrocedamos.

 Nos hemos hecho pobres. Hemos ido entregando una porción tras otra de

la herencia de la humanidad, con frecuencia teniendo que dejarla en la casa deempeño por cien veces menos de su valor para que nos adelanten la pequeñamoneda de lo «actual». La crisis económica está a las puertas y tras ella, comouna sombra, la guerra inminente. Aguantar es hoy cosa de los pocos poderososque, Dios lo sabe, son menos humanos que muchos; en el mayor de los casosson más bárbaros, pero no de la manera buena. Los demás en cambio tienenque arreglárselas partiendo de cero y con muy poco. Lo hacen a una con loshombres que desde el fondo consideran lo nuevo como cosa suya y lofundamentan en atisbos y renuncia. En sus edificaciones, en sus imágenes y ensus historias la humanidad se prepara a sobrevivir, si es preciso, a la cultura. Ylo que resulta primordial, lo hace riéndose. Tal vez esta risa suene a algo

 bárbaro. Bien está. Que cada uno ceda a ratos un poco de humanidad a esamasa que un día se la devolverá con intereses, incluso con interés compuesto.

 

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El autor como productor

(1934)

 

Se trata de ganar a los intelectuales para la clase obrera, haciéndoles tomar 

consciencia de la identidad de sus diligencias espirituales y de sus condiciones

como productores.

Ramón Fernández

 

Ustedes recuerdan cómo Platón, en el proyecto de su Estado, procede con los

 poetas. En interés de la comunidad les prohíbe que residan en él. Platón teníaun alto concepto del poderío de la poesía. Pero la tuvo por dañina, por superflua, bien entendido que en una comunidad  perfecta. Desde entonces nose ha planteado a menudo con la misma insistencia la cuestión del derecho a laexistencia del poeta; pero hoy sí que se plantea. Sólo que raras veces en esa

 forma. Pero a ustedes todos les resulta más o menos habitual en cuanto cuestiónacerca de la autonomía del poeta: acerca de su libertad para escribir lo quequiera. No son ustedes proclives a aprobar esa autonomía. Creen que la actualsituación social le obliga a decidir a servicio de quién ha de poner su actividad.El escritor burgués recreativo no reconoce tal alternativa. Ustedes le prueban

que trabaja, aun sin admitirlo, en interés de determinados intereses de clase. Untipo progresista de escritor reconoce la alternativa. Su decisión ocurre sobre la

 base de la lucha de clases, al ponerse del lado del proletariado. Se ha acabadoentonces su autonomía. Orienta su actividad según lo que sea útil para el

 proletariado en la lucha de clases. Se acostumbra decir que persigue unatendencia.

Ya tienen ustedes el término en torno al cual se mueve desde hace tiempo undebate que les es familiar. Les es a ustedes familiar, y por eso saben quéestérilmente ha discurrido. Esto es, que no se ha librado del aburrido «por una

 parte, por otra parte»;  por una parte ha de exigirse de la ejecución del poeta latendencia correcta, y por otra parte se está en el derecho de esperar calidad dedicha ejecución. Esta fórmula es, desde luego, insatisfactoria en tanto que nonos  percatemos de cuál es la interconexión que existe entre ambos factores,calidad y tendencia. Naturalmente, se puede decretar esa interconexión. Se

 puede declarar: una obra que presente la tendencia correcta, no necesita

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 presentar otra calidad. Pero también puede decretarse: una obra que presente latendencia correcta, debe necesariamente presentar cualquier otra calidad.

Esta segunda formulación no es ininteresante, más aún: es correcta. Yo la hagomía. Pero al hacerlo, rechazo decretarla. Esta afirmación debe ser probada. Y

 para intentar esta prueba reclamo su atención. Quizá objeten ustedes que setrata de un tema en verdad especial, incluso remoto. ¿Y con prueba semejantequiere usted favorecer el estudio del fascismo? Eso es lo que de hecho me

 propongo. Puesto que espero poder mostrarles que el concepto de tendencia, enla forma sumaria en que generalmente se encuentra en el debate al queacabamos de aludir, es un instrumento por completo inadecuado para la críticaliteraria política. Quisiera mostrarles que la tendencia de una obra literaria sólo

 podrá concordar políticamente, si literariamente concuerda también. Es decir,que la tendencia política correcta incluye una tendencia literaria. Y añadiremosen seguida: esa tendencia literaria, contenida de manera implícita o explícita encada tendencia política correcta, es la que constituye, y no otra cosa, la calidadde la obra. Por eso la tendencia política correcta de una obra incluye su calidadliteraria, ya que incluye su tendencia literaria.

Esta afirmación espero poder prometerles que pronto quedará más en claro. Por el momento excluyo que pueda para mi consideración escoger otro punto de

 partida. Parto del estéril debate acerca de la relación en que estén entre sítendencia y calidad de la obra literaria. Hubiese podido también partir de otrodebate más antiguo, pero no menos estéril: en qué relación están forma ycontenido, y especialmente en la literatura política. Este planteamiento delasunto está desacreditado; y con razón. Pasa por ser un caso típico del intentode acercarse a los complejos literarios adialécticamente, con rutina. Bien. ¿Perocómo es entonces el tratamiento dialéctico de la misma cuestión?

El tratamiento dialéctico de la cuestión, y con ello llego a nuestro asunto, nada puede hacer con cosas pasmadas, aisladas: obra, novela, libro. Tiene queinstalarlas en los contextos sociales vivos. Con razón declaran ustedes que estoes algo que se ha emprendido repetidas veces en el círculo de nuestros amigos.Es cierto. Solo que al hacerlo se ha caído con frecuencia en lo grandioso, y por 

tanto, necesariamente, también a menudo en lo vago. Las relaciones socialesestán condicionadas, según sabemos, por las relaciones de la producción. Ycuando la crítica materialista se ha acercado a una obra, ha acostumbrado a

 preguntarse qué pasa con dicha obra respecto de las relaciones de la productividad de la época. Es ésta una pregunta importante. Pero también muydifícil. Su respuesta no siempre está a cubierto de malentendidos. Y yo quisiera

 proponerles a ustedes ahora una cuestión más cercana. Una cuestión que es más

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modesta, que apunta algo más corto, pero que ofrece, a mi parecer, más probabilidades en orden a una respuesta. A saber, en lugar de preguntar: ¿cómoestá una obra respecto de las relaciones de producción de la época; si está deacuerdo con ellas; si es reaccionaria o si aspira a transformaciones; si esrevolucionaria?; en lugar de estas preguntas o en cualquier caso antes quehacerlas, quisiera proponerles otra. Por tanto, antes de preguntar: ¿en quérelación está una obra literaria para con las condiciones de producción de laépoca?, preguntaría: ¿cómo está en ellas? Pregunta que apunta inmediatamentea la función que tiene la obra dentro de las condiciones literarias de producciónde un tiempo. Con otras palabras, apunta inmediatamente a la técnica literariade las obras.

Con el concepto de la técnica he nombrado ese concepto que hace que los productos literarios resulten accesibles a un análisis social inmediato, por tantomaterialista. A la par que dicho concepto de técnica depara el punto dearranque dialéctico desde el que superar la estéril contraposición de forma ycontenido. Y además tal concepto entraña la indicación sobre cómo determinar correctamente la relación entre tendencia y calidad, por la cual nos hemos

 preguntado al comienzo. Si antes, por tanto, nos permitimos formular que latendencia política correcta de una obra incluye su calidad literaria, porqueincluye su tendencia literaria, determinamos ahora con mayor precisión que esaíntima tendencia de consistir en un progreso o en un retroceso de la técnicaliteraria.

Seguro que está en su sentir que salte ahora, sólo en apariencia sin mediaciónalguna, a circunstancias literarias muy concretas. A circunstancias rusas.Quisiera que se fijasen ustedes en Sergei Tretiakow y al tipo, que él define yencarna, de escritor «operante». Este escritor operante da el ejemplo mástangible de la dependencia funcional en la que, siempre y en todas lassituaciones, están la tendencia política correcta y la técnica literaria progresiva.Claro que sólo un ejemplo, otros me los reservo. Tretiakow distingue al escritor operante del informativo. Su misión no es informar, sino luchar; no jugar alespectador, sino intervenir activamente. Determina tal misión con los datos que

 proporciona sobre su actividad. Cuando en 1928, en la época de la

colectivización total de la agricultura, se lanzó la consigna «Escritores a losko1joses», Tretiakow partió para la comuna «El faro comunista» y, durante doslargas estancias, acometió los trabajos siguientes: convocatoria de los meetingsde masas; colecta de dinero para los pagos de los tractores; persuasión decampesinos para que entrasen en los koljoses; inspección de las salas delectura; creación de periódicos murales y dirección del periódico del koljós;introducción de la radio y de cines ambulantes, etc., etc. No es sorprendente

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que el libro Señores del campo, que Tretiakow había redactado a continuaciónde esta estancia, tuviese que ejercer una influencia considerable sobre laconfiguración ulterior de las economías colectivistas.

Tal vez ustedes estimen a Tretiakow y opinen, sin embargo, que su ejemplo no

dice demasiado en este contexto. Las tareas a las que se sometió, objetaránquizá, son las de un periodista o propagandista; con la creación literaria notienen mucho que ver. Pero he entresacado el ejemplo de Tretiakowintencionadamente para señalar cómo, desde un tan amplio horizonte, hay querepensar las ideas sobre formas o géneros de la obra literaria al hilo de los datostécnicos de nuestra situación actual, llegando así a esas formas expresivas querepresenten el punto de arranque para las energías literarias del presente. Nosiempre hubo novelas en el pasado, y no siempre tendrá que haberlas; nosiempre tragedias; no siempre el gran epos; las formas del comentario, de latraducción, incluso de lo que llamamos falsificación, no siempre han sidoformas que revolotean al margen de la literatura, y no sólo han tenido su sitioen los textos filosóficos de Arabia o de China, sino además en los literarios. Nosiempre fue la retórica una forma irrelevante, sino que en la Antigüedadimprimió su sello a grandes provincias de la literatura. Todo ello parafamiliarizarles a ustedes con el hecho de que estamos dentro y en medio de unvigoroso proceso de refundición de las formas literarias, un proceso en el quemuchas contraposiciones, en las cuales estábamos habituados a pensar,

 pudieran perder su capacidad de impacto. Permítanme que les dé un ejemplo dela esterilidad de tales contraposiciones y del proceso de su superación

dialéctica. Y otra vez estaremos con Tretiakow. Ese ejemplo es el periódico.«En nuestra literatura —escribe un autor de izquierdas— hay contraposicionesque en épocas más felices se fertilizaban mutuamente, pero que ahora hanllegado a antinomias insolubles. Y así divergen sin relación ni orden la cienciay las belles lettres, la crítica y la producción, la educación y la política. El

 periódico es el escenario de estos embrollos literarios. Su contenido es un«material» que rehusa toda forma de organización no impuesta por laimpaciencia del lector. Y esta impaciencia no es únicamente la del político queespera una información o la del espectador que espera un guiño, sino que tras

ella arde la del excluido que cree tener derecho a hablar en nombre de sus propios intereses. Hace tiempo que las redacciones han aprovechado el hechode que nada ata tanto a un lector a su periódico como esta impaciencia quereclama día a día alimento nuevo; y así han abierto una y otra vez sus columnasa sus preguntas, opiniones, protestas. A la par que la asimilación indistinta dehechos va la asimilación también indistinta de lectores que en un instante seven aupados a la categoría de colaboradores. En lo cual se esconde un momento

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dialéctico: la decadencia de lo literario en la prensa burguesa se acredita comofórmula de su restablecimiento en la de la Rusia soviética. En tanto que loliterario gana en alcance lo que pierde en profundidad, empieza a distinguirseentre autor y público, distinción que la prensa burguesa mantiene en pie demanera convencional y que se extingue en cambio en la prensa soviética. Ellector está siempre dispuesto a convertirse en un escritor, a saber: en alguienque describe o que prescribe. Cobra acceso a la autoría como perito, y no tantode una disciplina como sólo de un puesto que ocupa. Es el trabajo mismo el quetoma la palabra. Y su exposición en palabras constituye una parte de lacapacidad que exige su ejercicio. La competencia literaria no se basa ya, por tanto, en una educación especializada, sino en otra politécnica; así es como seconvierte en patrimonio común. Dicho brevemente, se trata de la literarizaciónde las condiciones de vida que se enseñorea de antinomias insolubles por otravía, y se trata también del escenario —el periódico de la humillación sin

 barreras de la palabra, escenario en el cual se prepara su salvación.»

Espero haber mostrado con esto que la representación del autor como productor debe remontarse hasta la prensa. Porque sólo en la prensa (en cualquier caso enla de la Rusia soviética) nos percataremos de que el vigoroso proceso derefundición del que hablaba antes no pasa únicamente sobre las distincionesconvencionales entre los géneros, entre escritor y poeta, entre investigador ydivulgador, sino que somete a revisión incluso la distinción entre autor y lector.La prensa es la instancia más determinante respecto de dicho proceso, y por esodebe avanzar hasta ella toda consideración del autor como productor.

Pero no puede uno quedarse en tal punto. Ya que en Europa occidental el periódico no representa aún un instrumento adecuado en las manos del escritor.Todavía pertenece al capital. Como por un lado el periódico representa,hablando técnicamente, la posición literaria más importante, pero dicha

 posición por otro lado está en manos del enemigo; por eso no extrañará que elatisbo del escritor en su condicionamiento social, en sus medios técnicos y ensu tarea política tenga que luchar con las dificultades más enormes. Cuentaentre los sucesos más decisivos de los últimos diez años en Alemania que una

 parte considerable de sus cabezas productivas haya llevado a cabo una

evolución revolucionaria en cuanto a las ideas bajo la presión de lascondiciones económicas, sin estar al mismo tiempo en situación de repensar deveras revolucionariamente su propio trabajo, su relación para con los medios de

 producción, su técnica. Hablo, como ven ustedes, de la llamada inteligencia deizquierdas, y me limitaré a la que, siendo de izquierdas, es burguesa. EnAlemania han partido, en el último decenio, de dicha inteligencia de izquierdaslos movimientos político-literarios determinantes. De ellos destaco dos, el

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activismo y la nueva objetividad, para poner en su ejemplo de bulto que latendencia política, por muy revolucionaria que parezca, ejerce funcionescontrarrevolucionarias en tanto el escritor experimente su solidaridad con el

 proletariado sólo según su propio ánimo, pero no como productor.

El término de moda, en el que se resumen las exigencias del activismo, es«logocracia», es decir, señorío del espíritu. De buen grado se traduce por señorío de los espirituales. De hecho el concepto de los espirituales se haimpuesto en el campo de la inteligencia de izquierdas y domina sus manifiestos

 políticos desde Heinrich Mann a Döblin. A tal concepto podemos hacerle notar sin esfuerzo alguno que está acuñado sin miramiento alguno por la posición dela inteligencia en e1 proceso de producción. El mismísimo Hitler, el teórico delactivismo, quisiera haber entendido a los espirituales no «como miembros dedeterminadas ramas profesionales», sino «como representantes de cierto tipocaracteriológico». Dicho tipo caracteriológico está naturalmente en cuanto talentre las clases. Abarca un número caprichoso de existencias privadas sindeparar el menor apoyo para su organización. Al formular Hitler su repulsa delos jefes de partido, no es poco lo que acota; puede que ellos «sean mássapientes en lo importante..., hablen más cerca del pueblo..., se batan conmayor valentía» que él; pero de una cosa está seguro: de que «piensan con unamayor deficiencia». Es probable, pero de qué servirá, ya que políticamente lodecisivo no es el pensamiento privado, sino el arte, según una expresión deBrecht, de pensar con las cabezas de otras gentes. El activismo se ha empeñadoen sustituir la dialéctica materialista por esa magnitud, indefinible en cuanto a

las clases, del sano sentido común. Sus espirituales representan en el mejor delos casos un rango. Con otras palabras: el principio de esa educación colectivaes de suyo reaccionario; no es extraño que los efectos de esa colectividad jamáshayan podido ser revolucionarios.

Pero semejante malhadado principio sigue en vigor. Pudo uno darse cuenta deello cuando, hace tres años, se publicó ¡Saber y transformar! de Döblin. Esteescrito era, como es sabido, una respuesta a un joven —al que Döblin llamaHocke— que se había dirigido al célebre autor preguntándole: ¿qué hacer?Döblin le invita a unirse a la causa del socialismo, pero en condiciones

cuestionables. Socialismo es, según Döblin: «Libertad, reunión espontánea delos hombres, repulsa de toda coacción, indignación contra la injusticia y laviolencia, humanidad, tolerancia, ánimo pacífico.» Sea como sea: en cualquier caso hace de este socialismo un frente en contra de la teoría y de la praxis delmovimiento obrero radical. Döblin opina que «no puede salir de ninguna cosanada que no esté ya en ella; que de la lucha de clases criminalmenteencrudecida saldrá justicia, pero no socialismo». Döblin por estas y otras

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razones da a Hocke: «No puede usted (formula de la manera siguiente larecomendación que por esta y otras razones hace a Hocke), mi estimado señor,ejecutar su afirmativa de principio a la lucha (del proletariado) alistándose en elfrente proletario. Debe usted darse por satisfecho aprobando amarga yconmovidamente dicha lucha; pero también sabrá usted que hay algo más quehacer: que sigue sin ocupar una posición enormemente importante..., la

 protocomunista de la libertad humana individual, de la solidaridad espontánea yla vinculación de los hombres... Esa posición, mi estimado señor, es la únicaque le incumbe a usted.» Aquí palpamos a dónde lleva la concepción del«espiritual» como tipo definido por sus opiniones, sus actitudes e inclinaciones,

 pero no por su posición en el proceso de producción. Como dice Döblin, debeencontrar su lugar  junto al proletariado. Pero ¿cuál es este lugar? El de un

 protector, el de un mecenas ideológico. Un lugar imposible. Y así volvemos ala tesis propuesta al comienzo: el lugar del intelectual en la lucha de clases sólo

 podrá fijarse, o mejor aún elegirse, sobre la base de su posición en el procesode producción.

En orden a la modificación de formas e instrumentos de producción en elsentido de una inteligencia progresista —y por ello interesada en liberar losmedios productivos, y por ello al servicio de la lucha de clases— ha acuñadoBrecht el concepto de transformación funcional. El es el primero que haelevado hasta los intelectuales la exigencia de amplio alcance: no pertrechar elaparato de producción sin, en la medida de lo posible, modificarlo en unsentido socialista. «La publicación de las Tentativas —dice el autor en la

introducción de esta serie de escritos— ocurre en trabajos no deben unmomento en el que determinados ya ser vivencias individuales (tener elcarácter de obra), sino que han de orientarse a la utilización (transformación) deciertos institutos e instituciones.» No es deseable una renovación espiritual, taly como la proclaman los fascistas, sino que habrá que proponer innovacionestécnicas. Volveremos todavía sobre estas innovaciones. Ahora quisieracontentarme con indicar la distinción decisiva entre el mero abastecimiento delaparato de producción y su modificación. Y al comienzo de mis elaboracionesquisiera colocar esta frase acerca de la «nueva objetividad»: pertrechar unaparato de producción, sin transformarlo en la medida de lo Posible, representa

un comportamiento sumamente impugnable, si los materiales con los que seabastece dicho aparato parecen ser de naturaleza revolucionaria. Porqueestamos frente al hecho —del que el pasado decenio ha proporcionado enAlemania una plétora de pruebas— de que el aparato burgués de producción y

 publicación asimila cantidades sorprendentes de temas revolucionarios, de queincluso los propaga, sin poner por ello seriamente en cuestión su propiaconsistencia y la consistencia de la clase que lo posee. En cualquier caso se

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trata de algo correcto mientras esté pertrechado por gentes de rutina, sean éstaso no revolucionarias. Y yo defino al rutinario como hombre quesistemáticamente renuncia a enajenar, por medio de mejoras y en favor delsocialismo, el aparato de producción respecto de la clase dominante. Y afirmoademás que una parte relevante de la llamada literatura de izquierdas no hatenido otra función que la de conseguir de la situación política efectos siemprenuevos para divertir al público. Con lo cual llego a la «nueva objetividad». Ellaes la que ha promovido el reportaje. Preguntémonos a quién le es útil dichatécnica.

Por razones de plasticidad pongo en primer plano su forma fotográfica. Lo quede ella resulta ser vigente, habrá que transponerlo a la forma literaria. Ambasdeben su extraordinaria prosperidad a la técnica de difusión: a la radio y a la

 prensa ilustrada. Pensemos hacia atrás, hasta el dadaísmo. El vigor revolucionario del dadaísmo consistió en poner a prueba la autenticidad delarte. Se compusieron naturalezas muertas en billetes, en carretes, en colillas,

 junto con elementos pictóricos. Se ponía todo ello en un marco. Y así semostraba al público: mirad, vuestro marco hace saltar el tiempo; el másminúsculo pedazo auténtico de la vida cotidiana dice más que la pintura. Igualque la sangrienta huella digital de un asesino sobre la página de un libro dicemás que el texto. No poco de estos elementos revolucionarios se ha puesto asalvo en el fotomontaje. No necesitamos pensar sino en los trabajos de JohnHeartfield, cuya técnica ha hecho de las cubiertas de los libros un instrumento

 político. Pero sigamos más allá la senda de la fotografía. ¿Qué ven ustedes? Se

va haciendo más matizada, siempre más moderna, y el resultado es que no puede ya fotografiar ninguna casa de vecindad, ningún montón de basuras sintransfigurarlos. No hablemos de que estuviese en situación de decir sobre undique o una fábrica de cables otra cosa que ésta: el mundo es bello. El mundo

es bello es el título del célebre libro de fotos de Renger-Patsch, en el cualvemos en su cima a la fotografía neo-objetiva. Esto es que ha logrado queincluso la miseria, captada de una manera perfeccionada y a la moda, sea objetode goce. Porque si una función económica de la fotografía es llevar a las masas,

 por medio de elaboraciones de moda, elementos que se hurtaban antes a suconsumo (la primavera, los personajes célebres, los países extranjeros), una de

sus funciones políticas consiste en renovar desde dentro el mundo tal y comoes. Con otras palabras, en renovarlo según la moda.

Tenemos con esto un ejemplo drástico de eso que se llama pertrechar unaparato de producción sin modificarlo. Modificarlo hubiese significado, unavez más, derribar una de esas barreras, superar una de esas contradicciones quetienen encadenada la producción de la inteligencia. En este caso la barrera entre

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escritura e imagen. Lo que tenemos que exigir a los fotógrafos es la capacidadde dar a sus tomas la leyenda que las arranque del consumo y del desgaste de lamoda, otorgándoles valor de uso revolucionario. Pero con mayor insistenciaque nunca plantearemos dicha exigencia cuando nosotros, los escritores, nos

 pongamos a fotografiar. También aquí el progreso técnico es para el autor como productor la base de su progreso político. Con otras palabras: sólo lasuperación en el proceso de la producción espiritual de esas competencias que,en secuela de la concepción burguesa, forman su orden, hará que dicha

 producción sea políticamente adecuada; y además dichas barreras competitivasde ambas fuerzas productoras, levantadas para separarlas, deberán quebrarseconjuntamente. El autor como productor experimenta —al experimentar susolidaridad con el proletariado— inmediata solidaridad con algunos otros

 productores que antes no significaban mucho para él. He hablado de losfotógrafos; quiero intercalar con toda brevedad una frase sobre los músicos quenos viene de Eisler: «También en la evolución de la música, tanto en la

 producción como en la reproducción, tenemos que aprender a percatarnos de un proceso de racionalización cada vez más fuerte... El disco, el cine sonoro, losaparatos, pueden distribuir ejecuciones musicales refinadas... en forma deconserva como mercancía. Este proceso racionalizador tiene comoconsecuencia que la reproducción musical se vaya limitando a un grupo deespecialistas cada vez más pequeño, pero también mejor cualificado. La crisisde la práctica de los conciertos es la crisis de una forma de producciónanticuada, superada por nuevos inventos técnicos.» La tarea consistía, por tanto, en una transformación funcional de la forma del concierto que debiera

cumplir dos condiciones: marginar primero la contraposición entre ejecutantesy auditores, y luego la que existe entre técnica y contenidos. A este respectohace Eisler la siguiente averiguación verdaderamente ilustrativa: «Hay queguardarse de supervalorar la música orquestal y tenerla por el único arteelevado. La música sin palabras sólo en el capitalismo ha cobrado su granimportancia y su expansión plena.» Es decir, que la tarea de modificar elconcierto no resulta posible sin la colaboración de la palabra. Esta es la únicaque, como formula Eisler, puede operar la transformación de un concierto en unmeeting político. Con la pieza didáctica  Medidas tomadas han demostradoBrecht y Eisler que semejante transformación representa de hecho un tenor 

sumamente elevado de la técnica musical y literaria.

Si vuelven ustedes a considerar ahora el proceso de refundición de las formasliterarias del que hemos hablado, verán cómo la fotografía y la música (ymedirán cuántas otras cosas) entran en esa masa incandescente en la que sefunden las formas nuevas. Ven ustedes cómo se confirma que la literarizaciónde todas las condiciones de vida es la única que da un concepto ajustado del

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alcance de este proceso refundidor, igual que el estado de la lucha de clasesdetermina la temperatura bajo la que —más o menos consumadamente— llegaa producirse.

He hablado del procedimiento de una cierta fotografía que está de moda: hacer 

de la miseria objeto del consumo. Al aplicarme a la «nueva objetividad» comomovimiento literario, debo ir un paso más adelante y decir que ha hecho objetodel consumo a la lucha contra la miseria. De hecho su significación política seagotó en muchos casos en la transposición de reflejos revolucionarios, en tantoaparecían éstos en la burguesía, en temas de dispersión, de diversión, que sindificultad se ensamblaron en la práctica cabaretística de la gran urbe. Locaracterístico de esta literatura es transformar la lucha política de imperativo

 para la decisión en un tema de complacencia contemplativa, de un medio de producción en un artículo de consumo. Un crítico lúcido lo ha aclarado en elejemplo de Erich Kästner con las siguientes consideraciones: «Esta inteligenciaradical de izquierdas nada tiene que ver con el movimiento obrero. Es más

 bien, en cuanto fenómeno de descomposición burguesa, la contrapartida de esemomento feudal que el Imperio admiró en el teniente de reserva. Los

 publicistas radicales de izquierdas de la estirpe de los Kästner, Meliring oTucholsky son los miméticos proletarios de capas burguesas que se han ve.nido abajo. Su función no es, vista políticamente, producir partidos, sinocamarillas, ni tampoco escuelas, vistos literalmente, sino modas, ni

 productores, vistas económicamente, sino agentes. Agentes o mercenarios quemontan un gran tralalá con su pobreza y que se preparan una fiesta con el vacío

que abre sus fauces por aburrimiento. No podrían instalarse másconfortablemente en una situación incorfortable».

Esta escuela, he dicho, monta un gran tralalá con su pobreza. Con lo cual se haescapado del cometido más urgente del escritor actual: conocer lo pobre que esy lo pobre que tiene que ser para poder empezar desde el principio. Porque deeso se trata. El Estado soviético no desterrará, como el platónico, al poeta, perosí —y por eso recordaba yo al comienzo el Estado platónico le adjudicarátareas que no le permitan hacer espectáculo en nuevas obras maestras con lariqueza, hace tiempo falsificada, de la personalidad creadora. Esperar una

renovación, en el sentido de esas personalidades, de obras semejantes es un privilegio del fascismo, que saca a este respecto a la luz del día formulacionestan alocadas como aquella con la que Günter Gründel redondea su rúbricaliteraria en la Misión de la generación joven: «No podemos concluir mejor esta

 perspectiva y esta panorámica que señalando que todavía no se han escritohasta hoy el Wilhelm Meister, el  Heinrich el verde de nuestra generación».

 Nada puede estar más lejos del autor que haya pensado en serio las condiciones

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de la producción actual que esperar y ni siquiera desear tales obras. Jamás serásu trabajo solamente el trabajo aplicado a los productos, sino que siempre, y almismo tiempo, se aplicará a los medios de la producción. Con otras palabras:sus productos tienen que poseer, junto y antes que su carácter de obra, unafunción organizadora. Y, en modo alguno, debe limitarse su utilidadorganizativa a la propagandística. La tendencia sola no basta. El excelenteLichtenberg ha dicho: «no importa qué opiniones se tengan, sino qué tipo dehombre hacen las opiniones a quien las tiene». Claro que las opinionesimportan mucho, pero la mejor no sirve de nada si no hace algo útil de quieneslas tengan. La mejor tendencia es falsa si no enseña la actitud con la que debeser seguida. Y dicha actitud sólo la puede enseñar el escritor cuando hace algo:a saber, escribiendo. La tendencia es la condición necesaria, pero jamássuficiente, de una función organizadora de las obras. Esta exige además elcomportamiento orientador e instructivo del que escribe. Y eso hay que exigirlohoy más que nunca. Un autor que no enseñe a los escritores, no enseña a

nadie. Resulta, pues, decisivo el carácter modelo de la producción, que en, primer lugar, instruye a otros productores en la producción y que, en segundolugar, es capaz de poner a su disposición un aparato mejorado. Y dicho aparatoserá tanto mejor cuanto más consumidores lleve a la producción, en una

 palabra, si está en situación de hacer de los lectores o de los espectadorescolaboradores. Tenemos ya un modelo de este tipo, del cual sólo he hablado

 por alusiones. Se trata del teatro épico de Brecht.

Una y otra vez se escriben tragedias y óperas a cuya disposición está en

apariencia un aparato escénico acreditado por el tiempo, mientras que, enrealidad, no hacen más que pertrechar un aparato claudicante. «Esa falta declaridad —dice Brecht— que reina entre músicos, escritores y críticos, tieneconsecuencias enormes a las que se presta atención harto escasa. Porque alopinar que están en posesión de un aparato, que en realidad les posee a ellos,defienden uno sobre el cual no tienen ya ningún control y que no es, según elloscreen, medio para los productores, sino contra ellos.» Ese teatro de tramoyacomplicada, de gigantesco reclutamiento de comparsas, de efectosrefinadísimos se ha convertido en un medio contra los productores, no enúltimo término porque busca ganar a éstos para la lucha competitiva, carente de

salida, en la que están enmarañados el cine y la radio. Ese teatro —piénsese enel educativo o en el recreativo, que ambos son complementarios y forman untodo— es el de una capa social saturada a la que todo lo que su mano toca se leconvierte en estímulo. Su puesto está perdido. No así el del teatro que, en lugar de competir con esos nuevos instrumentos de difusión, procura aplicarlos yaprender de ellos, en una palabra, que busca la confrontación. El teatro épico ha

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hecho cosa suya de dicha confrontación. Conforme al estado actual de laevolución del cine y de la radio, resulta a la altura de los tiempos.

En interés de esa confrontación, Brecht se ha retirado a los elementos másoriginarios del teatro. En cierto modo se ha conformado con un podio. Ha

renunciado a acciones de vasto alcance. Y así es como ha logrado modificar lainterdependencia funcional entre escena y público, texto y puesta en escena,director y actores. El teatro épico, ha declarado, no tiene que desarrollar acciones tanto como exponer situaciones. Esas situaciones, como veremos enseguida, las obtiene interrumpiendo las acciones. Les recuerdo a ustedes lascanciones, que tienen su función primordial en la interrupción de la acción. Elteatro épico, por tanto, asimila —con el principio de la interrupción—, un

 procedimiento que les resulta a ustedes familiar, por el cine y la radio, en losúltimos diez años. Me refiero al procedimiento del montaje: lo montadointerrumpe el contexto en el cual se monta. Permítanme una breve indicaciónrespecto de que tal procedimiento es aquí donde quizá tenga su razón específicay consumada.

La interrupción de la acción, por cuya causa ha caracterizado Brecht su teatrocomo épico, opera constantemente en contra de una ilusión en el público. Talilusión es inservible para un teatro que se propone tratar la realidad conintenciones probatorias. Las situaciones están al final y no al principio de estatentativa. Situaciones que, cobrando una figura u otra, son siempre las nuestras.

 No se las acerca al espectador, sino que se las aleja de él. Las reconoce comolas situaciones reales no con suficiencia, tal en el teatro naturalista, sino conasombro. Esto es, que el teatro épico no reproduce situaciones, más bien lasdescubre. El descubrimiento se realiza por medio de la interrupción del cursode los hechos. Sólo que la interrupción no tiene aquí carácter estimulante, sinoque posee una función organizativa. Detiene la acción en su curso y fuerza asíal espectador a tomar postura ante el suceso y a que el actor la tome respecto desu papel. Quiero con un ejemplo mostrarles a ustedes cómo el hallazgo y laconfiguración brechtianos de lo gestual no significan sino una reconversión delos métodos del montaje, decisivos en la radio y en el cine, que de un

 procedimiento a menudo sólo en boga pasan a ser un acontecimiento humano.

Imagínense ustedes una escena de familia: la mujer está a punto de coger un bronce para arrojarlo a la hija; el padre, a punto de abrir la ventana para pedir ayuda. En ese instante aparece un extraño. El proceso queda interrumpido; loque en su lugar pasa a primer plano es la situación con la que tropieza la miradadel extraño: rostros alterados, ventana abierta, mobiliario devastado. Pero haytambién una mirada ante la cual las escenas más acostumbradas de la existencia

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actual no se presentan de manera muy diferente. Se trata de la mirada deldramaturgo épico.

Este enfrenta el laboratorio dramático a la obra de arte total. Vuelve aemprenderla, de una nueva manera, con la gran suerte antigua del teatro: la

exposición del que está presente. En el centro de su tentativa está el hombre. Elhombre actual; un hombre, por tanto, reducido, congelado en un entorno frío.Pero como éste es el único del que disponemos, nos interesa conocerle. se lesomete a pruebas, a dictámenes. Esto es lo que resulta: lo que  sucede no esmodificable en sus puntos culminantes, no lo es por medio de la virtud y ladecisión, sino únicamente en su decurso estrictamente habitual por medio de larazón y de la práctica. El sentido del teatro épico es construir desde los más

 pequeños elementos de los modos de comportamiento, lo que en la dramaturgiaaristotélica se llamaba «acción». Sus medios son, pues, más modestos que losdel teatro tradicional; sus metas lo son igualmente. Pretende menos colmar al

 público con sentimientos, aunque éstos sean los de la rebelión, y másenajenarlo de las situaciones en las que vive por medio de un pensamientoinsistente. Advirtamos no más que marginalmente que no hay mejor punto dearranque para el pensamiento que la risa. Y una conmoción del diafragmaofrece casi siempre mejores perspectivas al pensamiento que la conmoción delalma. El teatro épico sólo es opulento suscitando carcajadas.

Quizá hayan caído ustedes en la cuenta de que esta cadena de pensamientos,ante cuya conclusión nos encontramos, le presenta al escritor sólo unaexigencia, la exigencia de cavilar , de reflexionar sobre su posición en el

 proceso de producción. Podemos estar seguros: esta reflexión lleva en losescritores que importan, esto es, en los mejores técnicos de su especialidad,más tarde o más temprano a averiguaciones que de la manera más sobriafundamentan su solidaridad con el proletariado. Quisiera, para terminar,exponerles una documentación actual en la figura de un breve pasaje de larevista Commune. Commune ha organizado una encuesta: «¿Para quién escribeusted?» Cito de la respuesta de René Maublanc, así como de las observacionesque siguen de Aragon. «Indudablemente escribo —dice Maublanc— casiexclusivamente para un público burgués. Primero porque estoy obligado a ello

 —Maublanc alude aquí a sus obligaciones profesionales como maestro;segundo, porque mi origen es burgués, porque he sido educado en la burguesíay porque procedo de un medio burgués, tanto que soy proclive a dirigirme a laclase a la que pertenezco, que es la que mejor conozco y la que puedo en tender mejor. Lo cual no quiere decir, desde luego, que escriba para darle gusto o paraapoyarla. Por un lado, estoy convencido de que la revolución proletaria esdeseable y necesaria, y por otro lado, de que será tanto más rápida, fácil,

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victoriosa, y tanto menos sangrienta cuanto más débil sea la resistencia de la burguesía. El proletariado necesita hoy aliados del campo de la burguesía, igualque en el siglo XVIII la burguesía necesitó aliados del campo feudal. Yoquisiera estar entre esos aliados.» A este respecto observa Aragon: «Nuestrocamarada toca aquí un estado de cosas que concierne a un gran número deescritores actuales. No todos tienen el coraje de mirarle de frente... Son escasoslos que, como René Maublanc, alcanzan tal claridad sobre su propia situación.Pero es precisamente de éstos de los que hay que exigir más... No basta condebilitar  a la burguesía desde dentro, hay que combatirla con el proletariado...Ante René Maublanc y muchos de nuestros amigos entre los escritores, quetodavía vacilan, se alza el ejemplo de los escritores de la Rusia soviética que

 proceden de la burguesía rusa y que, sin embargo, se han hecho pioneros de laedificación del socialismo.»

Hasta aquí Aragon. Pero, ¿cómo han llegado a ser pioneros? Desde luego queno sin luchas muy enconadas, sin confrontaciones sumamente arduas. Lasreflexiones que he expuesto ante ustedes constituyen el intento de sacarlesrendimiento a esas luchas. Se apoyan en el concepto al que debe suclarificación decisiva el debate acerca de la actitud de los intelectuales rusos: elconcepto de especialista. La solidaridad del especialista con el proletariado —yen ello consiste el comienzo de esa clarificación— no puede ser sino mediada.Los activistas y los representantes de la nueva objetividad han podidoconducirse como hayan querido: no pudieron abolir el hecho de que la

 proletarización del intelectual casi nunca crea un proletario. ¿Por qué? Porque

la clase burguesa le ha dotado, en forma de educación, de un medio de producción que, sobre la base del privilegio de haber sido educado, le hacesolidario de ella, y más aún a ella solidaria de él. Es, por tanto, completamenteacertado que Aragon, en otro contexto, explique: «El intelectual revolucionarioaparece por de pronto y sobre todo como traidor a su clase de origen.» Esatraición consiste en el escritor en un comportamiento que de proveedor de unaparato de producción le convierte en un ingeniero que ve su tarea en acomodar dicho aparato a las finalidades de la revolución proletaria. Es una eficaciamediadora, pero libera al intelectual de aquel cometido puramente destructivoal que Maublanc, junto con muchos camaradas, parece creer que debe limitarse.

¿Logra favorecer la socialización de los medios espirituales de producción?¿Ve caminos para organizar a los trabajadores espirituales en el proceso de producción? ¿Tiene propuestas para la transformación funcional de la novela,del drama, del poema? Cuanto más adecuadamente sea capaz de orientar suactividad a esta tarea, más justa será su tendencia, y por tanto necesariamentemás elevada, su calidad técnica. Y por otro lado: cuanto con mayor exactitudconozca de este modo su puesto en el proceso de producción, menos se le

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ocurrirá pensar en hacerse pasar por un «espiritual». El espíritu, que se hace perceptible en nombre del fascismo, tiene que desaparecer. El espíritu, que se leenfrenta con la confianza de su propia virtud milagrosa, desaparecerá. Porquela lucha revolucionaria no se juega entre el capitalismo y el espíritu, sino entreel capitalismo y el proletariado.

 

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 Franz Kafka

(1934)

 

Traducción de Roberto Blatt

Taurus Ed., Madrid 1991

 

Potemkin

 

Se cuenta que Potemkin sufría de depresiones que se repetían de forma más o

menos regular, y durante las cuales nadie podía acercársele; el acceso a suhabitación estaba rigurosamente vedado. En la Corte esta afección jamás semencionaba, sabido como era, que toda alusión al tema acarreaba la pérdida delfavor de la emperatriz Catalina. Una de estas depresiones del canciller tuvo unaduración particularmente prolongada y causó graves inconvenientes. Las actasse apilaban en los registros y la resolución de estos asuntos, imposible sin lafirma de Potemkin, exigieron la atención de la Zarina misma. Los altosfuncionarios no veían remedio a la situación. Fue entonces que Shuwalkin, un

 pequeño e insignificante asistente, coincidió en la antesala del palacio de lacancillería con los consejeros de estado que, como ya era habitual,

intercambiaban gemidos y quejas. «¿Qué acontece? ¿Qué puedo hacer paraasistiros, Excelencias?» preguntó el servicial Shuwalkin. Se le explicó losucedido y se lamentaron por no estar en condiciones de requerir sus servicios.«Si es así, Señorías», respondió Shuwalkin, «confiadme las actas, os lo ruego».Los consejeros de estado, que no tenían nada que perder, se dejaron convencer y Shuwalkin, el paquete de actas bajo el brazo, se lanzó a lo largo de corredoresy galerías hasta llegar ante los aposentos de Potemkin. Sin golpear y sin

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dudarlo siquiera, accionó el pestillo y descubrió que la puerta no estaba cerradacon llave. Al penetrar vio a Potemkin sentado sobre la cama entre tinieblas,envuelto en una raída bata de cama y comiéndose las uñas. Shuwalkin sedirigió al escritorio, cargó una pluma y sin perder tiempo la puso en la mano dePotemkin mientras colocaba un primer acta sobre su regazo. Potemkin, comodormido y después de echar un vistazo ausente sobre el intruso, estampó lafirma, y luego otra sobre el próximo documento, y otra... Cuando todas lasactas fueron así atendidas, Shuwalkin cerró el portafolio, lo echó bajo el brazoy salió sin más, tal como había venido. Con las actas en bandolera hizo suentrada triunfal en la antesala. Los consejeros de estado se abalanzaron sobreél, le arrancaron los papeles de las manos y se inclinaron sobre ellos con larespiración en vilo. Nadie habló; el grupo se quedó de una pieza. Shuwalkin seles acercó nuevamente para interesarse servicialmente por el motivo de laconsternación de los señores. Fue entonces que su mirada cayó sobre la firma.Todas las actas estaban firmadas Shuwalkin, Shuwalkin, Shuwalkin...

Esta historia es como un heraldo que irrumpe con doscientos años de antelaciónen la obra de Kafka. El acertijo que alberga es el de Kafka. El mundo de lascancillerías y registros, de las gastadas y enmohecidas cámaras, ése es elmundo de Kafka. El servicial Shuwalkin que se toma todo a la ligera paraquedarse luego con las manos vacías, es el K. de Kafka. Pero Potemkin, quevegeta en su habitación apartada y de acceso prohibido, adormilado ydesamparado, es un antepasado de esos depositarios de poder que en Kafkahabitan, en buhardillas si son jueces, o en castillos si son secretarios. Y aunque

sus posiciones sean las más altas, están hundidos o hundiéndose, aunquetodavía pueden, así, de pronto, emerger espontáneamente en todo su poderío precisamente en los más bajos y degenerados personajes, en los porteros yancianos y endebles funcionarios. ¿Por qué están aletargados? ¿Serán acasodescendientes de los Atlantes que cargaban con la esfera del mundo sobre loshombros? Quizá sea esa la razón por la que tienen «la cabeza tan hundida sobreel pecho que apenas si se les ve los ojos», como el castellano en su retrato oKlamm cuando está ensimismado, a solas. Pero no es la esfera del mundo loque cargan; ya lo cotidiano tiene su peso: «su desfallecimiento es el delgladiador después del combate, su trabajo, el blanqueo de una esquina de pieza

de funcionario». Georg Lukács dijo en una ocasión que para construir hoy endía una mesa como es debido, hace falta el genio arquitectónico de un MiguelAngel. Lukács piensa en edades de tiempo y Kafka en edades de mundo. Elhombre que blanquea debe desplazar edades de mundo, y con los gestos menosvistosos. Los personajes de Kafka baten palma contra palma a menudo por razones singulares. En una ocasión se dice, casualmente, que esas manos son«en realidad martillos de vapor».

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A paso continuo y lento aprendemos a conocer a estos depositarios de poder en proceso de hundimiento o de ascenso. Pero nunca serán más terribles quecuando surgen de la más profunda degeneración, la de los padres. El hijo calmaal padre embotado y decrépito al que acaba de llevar dulcemente a la cama:«"No te inquietes, estás bien cubierto." "¡No!" exclama el padre, de tal maneraque la respuesta se estrella contra la pregunta, al tiempo que echa de sí la mantacon tanta fuerza que por un segundo se despliega enteramente en su vuelo,mientras él se incorpora erguido en la cama, una mano apuntando ligeramenteal cielo raso. "Querías cubrirme, ya lo sé joyita mía, pero cubierto aún no estoy.Y aunque sea con mi última fuerza, sería suficiente, ¡incluso demasiado parati ... ! Afortunadamente nadie tiene que enseñarle al padre a adivinar lasintenciones del hijo. ..."—Y ahí estaba, completamente libre, sacudiendo las

 piernas. Resplandecía de entendimiento. —..."¡Ahora sabrás que hay más fuerade ti, antes sabías sólo de ti! ¡Propiamente no eras más que un niño inocenteaunque más propiamente eras un hombre diabólico!"» El padre que echa de síel peso de la manta, al hacerlo arroja el peso del mundo de sí. Debe poner enmovimiento a toda una edad del mundo para mantener viva y rica enconsecuencias a la arcaica relación padre-hijo. ¡Pero rica en qué consecuencias!Sentencia al hijo a una muerte por ahogamiento, y el padre mismo es elsancionador. La culpa lo atrae tanto como a un funcionario de juzgado. Segúnmuchos indicios, para Kafka el mundo de los funcionarios y el de los padresson idénticos. Y la semejanza no los honra ya que están hechos deembotamiento, degeneración y suciedad. Manchas abundan en el uniforme del

 padre y su ropa interior no está limpia. La mugre es el elemento vital del

funcionario. «La función del transporte público le era totalmenteincomprensible. "Para ensuciar las escaleras de entrada a la casa", le habíacontestado una vez un funcionario, probablemente con enfado. No obstante, aella, esta respuesta le había parecido muy convincente.» Hasta tal punto es lasuciedad atributo de los funcionarios, que casi podría considerárselos inmensos

 parásitos. Por supuesto que esto no se refiere al contexto económico sino a lasfuerzas de la razón y de la humanidad de las cuales esta estirpe extrae susustento. Así, a expensas del hijo, se gana también la vida el padre de la tanespecial familia de Kafka, y se sustenta sobre aquél cual enorme parásito. Nosólo le roe las fuerzas sino también sus derechos. El padre sancionador es

asimismo el acusador, y el pecado del que acusa al hijo vendría a ser unaespecie de pecado hereditario. Porque a nadie atañe la precisión que de ese pecado hiciera Kafka tanto como al hijo: «El pecado hereditario, la antiguainjusticia que el hombre cometiera, radica en el reproche que el hombre hace yal que no renuncia, y según el cual es víctima de una injusticia por habersecometido el pecado hereditario en su persona.» ¿Pero a quién se le adscribe este

 pecado hereditario —el pecado de haber creado un heredero— si no al padre a

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través del hijo? Por lo que el pecador sería en realidad el hijo. No obstante,sería erróneo concluir a partir de la cita de Kafka que la acusación es

 pecaminosa. De ningún lugar del texto se desprende que se haya cometido por ello una injusticia. El proceso pendiente aquí es perpetuo, y nada parecerá másreprobable que aquello por lo cual el padre reclama la solidaridad de losmencionados funcionarios y cancillerías de tribunal. Pero lo peor de éstos no essu corruptibilidad ilimitada. Es más, la venalidad que les caracteriza es la únicaesperanza que los hombres pueden alimentar a su respecto. Los tribunalesdisponen de códigos, pero no deben ser vistos. «... es propio de esta manera deser de los tribunales el que se juzgue a inocentes en plena ignorancia»,sospecha K. Las leyes y normas circunscritas quedan en la antesala del mundode las leyes no escritas. El hombre puede transgredirlas inadvertidamente y caer 

 por ello en la expiación. Pero la aplicación de estas leyes, por más desgraciadoque sea su efecto sobre los inadvertidos, no indica, desde el punto de vista delderecho, un azar, sino el destino que se manifiesta en su ambigüedad. HermannCohen ya lo había llamado, en una acotación al margen sobre la antigua nociónde destino, «una noción que se hace inevitable», y cuyos «propiosordenamientos son los que parecen provocar y dar lugar a esa extralimitación, aesa caída.» Lo mismo puede decirse del enjuiciamiento cuyos procedimientosse dirigen contra K. Nos devuelve a un tiempo muy anterior a la entrega de lasdoce Tablas de la Ley; a un mundo primitivo sobre el cual una de las primerasvictorias fue el derecho escrito. Aunque aquí el derecho escrito aparece enlibros de código, son secretos, por lo que, basándose en ellos, el mundo

 primitivo practica su dominio de forma aún más incontrolada.

Las circunstancias de cargo y familia coinciden en Kafka de múltiples maneras.En el pueblo adyacente al monte del castillo se conoce un giro del lenguaje queilustra bien este punto. «"Aquí solemos decir, quizá lo sepas, que las decisionesoficiales son tímidas como jóvenes muchachas." "Esa es una buenaobservación", dijo K., ..."una buena observación, y puede que las decisionestengan aún otras características comunes con las muchachas".» Y la másnotable de estas es, sin duda, de prestarse a todo, como las tímidas mozuelasque K. encuentra en «El Castillo» y en «El Proceso», y que se abandonan a lalascivia en el seno familiar como si éste fuera una cama. Las encuentra en su

camino a cada paso, y las conquista sin inconvenientes como a la camarera dela taberna. "Se abrazaron y el pequeño cuerpo ardía entre las manos de K.Rodaron sumidos en una insensibilidad de la que K. intentaba sustraersecontinua e inútilmente. Desplazándose unos pasos, chocaron sordamente contrala puerta de Klamm y acabaron rendidos sobre el pequeño charco de cerveza yotras inmundicias que cubrían el suelo. Así transcurrieron horas, ...durante lascuales le era imposible desembarazarse de la sensación de extravío, como si

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estuviera muy lejos en tierras ajenas y jamás holladas por el hombre; unalejanía tal que ni siquiera el aire, asfixiante de enajenación, parecía tener lacomposición del aire nativo, y que, por su insensata seducción, no deja másalternativa que internarse aún más lejos en el extravío.» Ya volveremos a oír hablar de esta lejanía, de esta extrañeza. Pero es curioso que estas mujeresimpúdicas no parezcan jamás bonitas. En el mundo de Kafka, la belleza sólosurge de los rincones más recónditos, por ejemplo, en el acusado. «"Este es unfenómeno notable, y en cierta medida, de carácter científico natural ... No

 puede ser la culpa lo que lo embellece ... ni tampoco el justo castigo ... puede, por lo tanto, radicar exclusivamente en los procedimientos contra ellaesgrimidos y a ellos inherente."»

De «El Proceso» puede inferirse que los procedimientos legales no le permitenal acusado abrigar esperanza alguna, aun en esos casos en que existe laesperanza de absolución. Puede que sea precisamente esa desesperanza la queconcede belleza únicamente a esas criaturas kafkianas. Eso por lo menoscoincide perfectamente con ese fragmento de conversación que nos transmitieraMax Brod. «Recuerdo una conversación con Kafka a propósito de la Europacontemporánea y de la decadencia de la humanidad», escribió. «"Somos", dijo,"pensamientos nihilísticos, pensamientos suicidas que surgen en la cabeza deDios." Ante todo, eso me recordó la imagen del mundo de la Gnosis: Dioscomo demiurgo malvado con el mundo como su pecado original. "Oh no",replicó, "Nuestro mundo no es más que un mal humor de Dios, uno de esosmalos días." ¿Existe entonces esperanza fuera de esta manifestación del mundo

que conocemos?" El sonrió. "Oh, bastante esperanza, infinita esperanza, sóloque no para nosotros."» Estas palabras conectan con esas excepcionales figuraskafkianas que se evaden del seno familiar y para las cuales haya tal vezesperanza. No para los animales, ni siquiera esos híbridos o seres encapulladoscomo el cordero felino o el Odradek. Todos ellos viven más bien en el anatemade la familia. No en balde Gregor Samsa se despierta convertido en bicho

 precisamente en la habitación familiar; no en balde el extraño animal, mediogatito y medio cordero, es un legado de la propiedad paternal; no en balde esOdradek la preocupación del jefe de familia. En cambio, los «asistentes» caende hecho fuera de este círculo.

Los asistentes pertenecen a un círculo de personajes que atraviesa toda la obrade Kafka. De la misma estirpe son tanto el timador salido de la «Descripción deuna lucha», el estudiante que de noche aparece en el balcón como vecino deKarl Rossmann, así como también los bufones o tontos que moran en esaciudad del sur y que no se cansan. La ambigüedad sobre su forma de ser recuerda la iluminación intermitente con que hacen su aparición las figuras de

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la pequeña pieza de Robert Walser, autor de la novela  El Asistente. Las sagashindúes incluyen Gandarwas, criaturas incompletas, en estado nebulosos. Deeste tipo son los asistentes kafkianos; no son ajenos a los demás círculos de

 personajes aunque no pertenecen a ninguno; de un círculo a otro ajetrean encalidad, de enviados u ordenanzas. El mismo Kafka dice que se parecen aBernabé, y éste es un mensajero. No han sido aún excluidos completamente delseno de la naturaleza y por ello «se establecieron en un rincón del suelo, sobredos viejos vestidos de mujer. Su orgullo era... ocupar el menor espacio posible.Y para lograrlo, entre cuchicheos y risitas contenidas, hacían variados intentosde entrecruzar brazos y piernas, de acurrucarse apretujadamente unos contraotros. En la penumbra crepuscular sólo podía verse un ovillo en su rincón.»Para ellos y sus semejantes, los incompletos e incapaces, existe la esperanza.

Lo que más finamente y sin compromiso se reconoce en el actuar de estosmensajeros, es en última instancia la perdurable y tétrica ley que rige todo estemundo de criaturas. Ninguna ocupa una posición fija, o tiene un perfil que nosea intercambiable. Todas ellas son percibidas elevándose o cayendo; todas seintercambian con sus enemigos o vecinos; todas completan su tiempo y son, noobstante, inmaduras; todas están agotadas y a la vez apenas en el inicio de unlargo trayecto. No se puede hablar aquí de ordenamientos o jerarquías. Elmundo del mito que los supone es incomparablemente más reciente que elmundo kafkiano, al que promete ya la redención. Pero lo que sabemos es queKafka no responde a su llamada. Como un segundo Odiseo, lo dejó escurrirse«de su mirada dirigida hacia la lejanía.... la forma de las sirenas se fue

desvaneciendo, y justo cuando estuvo más cerca no supo ya nada de ellas.»Entre los ascendientes de la antigüedad, judíos y chinos que Kafka tiene y queencontraremos más adelante, no hay que olvidar a los griegos. Ulises está enese umbral que separa al mito de la leyenda. La razón y la astucia introdujeronartimañas en el mito, por lo que sus imposiciones dejan de ser ineludibles. Esmás, la leyenda es la memoria tradicional de las victorias sobre el mito. Cuandose proponía crear sus historias, Kafka las describía como leyendas paradialécticos. Introducía en ellas pequeños trucos, para luego poder leer de ellasla demostración de que «también medios deficientes e incluso infantiles puedenser tablas de salvación». Con estas palabras inicia su cuento sobre «El callar de

las sirenas». Allí las sirenas callan; disponen de «un arma más terrible que sucanto.... su silencio». Y éste es el que emplean contra Odiseo. Pero, segúnKafka, él «era tan astuto, tan zorro, que ni la diosa del destino podía penetrar suíntima interioridad. Aunque sea ya inconcebible para el entendimiento humano,tal vez notó realmente que las sirenas callaban y les opuso, sólo en ciertamedida, a ellas y a los dioses el procedimiento simulador» que nos fueratransmitido, «como escudo».

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Con Kafka callan las sirenas. Quizá también porque allí la música y el cantoson expresiones, o por lo menos fianzas, de evasión. Una garantía de esperanzaque rescatamos de ese entremundo inconcluso y cotidiano, tanto consolador como absurdo, en el que los asistentes se mueven como por su casa. Kafka escomo ese muchacho que salió a aprender el miedo. Llegó al palacio dePotemkin hasta toparse en los agujeros de la bodega con Josefina, una ratoncitacantarina, asi descrita: «Un algo de la pobre y corta infancia perdura en ella,algo de la felicidad perdida a jamás, pero también algo de la vida activa actualy de su pequeña e inconcebible alegría imperecedera.»

 

Un cuadro de infancia

 

Hay un cuadro de infancia de Kafka y rara vez «la pobre corta infancia»exhibirá una imagen más conmovedora. Tiene su origen en uno de esos talleresdel siglo XIX que, con sus colgaduras, cortinajes y palmeras, sus gobelinos ycaballetes, hacen pensar en algo intermedio entre una sala real y una cámara detorturas. Con su estrecho y a la vez humillante traje infantil cubierto deartículos de pasamanería, se sitúa el chico de unos seis años en medio de unaespecie de paisaje constituido por un jardín invernal. Palmas absortas se

insinúan en el fondo. Como si fuera posible, para hacer aún más tórridos y pegajosos a esos trópicos almohadonados, volcado hacia su izquierda, elmodelo porta un desmesurado sombrero a la usanza española. Ojosinconmensurablemente tristes dominan el paisaje predeterminado, y a laescucha, la concha de una gran oreja.

El íntimo «deseo de convertirse en un indio», pudo haber traspasado esa gran pena: «si fuese un indio, siempre alerta sobre el corcel galopante, suspendidode lado y estremecido por la cercana tierra trepidante, largadas las espuelas

 porque ya no había espuelas, abandonadas las riendas que tampoco existían; la

tierra ante sí vista como una pradera segada y ya no hay ni cuello ni cabeza decaballo.» Este deseo contiene muchas cosas. Su satisfacción pone precio a susecreto y se encuentra en América. El nombre del héroe nos indica ya lasingular particularidad de «América». Mientras que en las otras novelas el autor sólo se refería a una apenas murmurada inicial, aquí el autor experimenta surenacimiento en la nueva tierra con un nombre completo. Y lo experimenta enel teatro natural de Oklahoma. «En una esquina callejera, Karl vio un afiche

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con la siguiente leyenda: ¡Hoy, en la pista de carreras de Clayton se admite personal para el teatro de Oklahoma, de las seis de la mañana hastamedianoche! ¡El gran teatro de Oklahoma os llama! ¡Sólo hoy! ¡Unica ocasión!¡El que deje pasar esta oportunidad la pierde para siempre! ¡El que piensa en sufuturo merece estar con nosotros! ¡Todos serán bienvenidos! ¡El que quiera ser un artista que se presente! ¡Somos el teatro que a todos necesita! ¡Cada uno ensu lugar! ¡Felicitamos ya a aquellos que se hayan decidido por nosotros! !Perodaos prisa para ser admitidos antes de medianoche! ¡A las doce todo se cierra yya nada se reabrirá! ¡Maldito el que no nos crea! ¡Vamos! ¡A Clayton!» Ellector de este anuncio es Karl Rossman, la tercera y más afortunadaencarnación de K., el héroe de las novelas de Kafka. La felicidad le espera en elteatro natural de Oklahoma, una verdadera pista de carreras, como el estrechotapiz de su habitación en que la «desventura» otrora se abatiera sobre su

 persona y sobre el cual a ella se abandonara como en «una pista de carreras».Esta imagen es familiar para Kafka desde la escritura de sus observaciones«sobre la reflexión de los jinetes caballeros», desde que hizo que «el nuevoabogado» escalara los peldaños del tribunal «con altas zancadas y sonoro pasosobre el mármol», y que lanzara a sus «niños en la carretera» al campo congrandes brincos y brazos en cruz. Por lo tanto también a Karl Rossman puedeocurrirle que «distraído en su sopor» se dedique a efectuar «grandes saltos,consumidores de tiempo e inútiles». Por ello, sólo podrá alcanzar la meta de susdeseos sobre una pista de carreras.

Esta pista es a la vez un teatro, lo que plantea un enigma. Pero el enigmático

lugar y la figura totalmente libre de enigmas, transparente y nítida de KarlRossman están unidos. Karl Rossman es transparente, nítido y prácticamentesin carácter sólo en el sentido en que Franz Rosenzweig habla de la interioridaddel hombre en China como siendo «prácticamente sin carácter» en su «Estrellade la Redención». «El concepto del sabio, clásicamente... encarnado por Confucio, se deshace de toda particularidad de carácter; es el hombreverdaderamente sin carácter, lo que viene a ser el hombre medio... Cuando elchino resalta la pureza del sentimiento se trata de algo completamente diferentedel carácter.» Sea cual fuere la forma de comunicarlo conceptualmente —quizáesta pureza del sentimiento es un finísimo platillo de balanza del

comportamiento compuesto por gestos y ademanes— el teatro natural deOklahoma evoca al teatro chino, que es un teatro de gestos. Una de lasfunciones significativas de este teatro de la naturaleza es la resolución deocurrencias en gestos. Se puede efectivamente continuar y decir que toda unaserie de pequeños estudios y cuentos de Kafka cobran luz plena al concebirlosasimismo como actos del teatro natural de Oklahoma. Sólo entonces sereconocerá con toda seguridad que la totalidad de la obra de Kafka instituye un

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código de gestos sin que éstos tengan de antemano para el autor un significadosimbólico determinado. Más bien cobran significados diversos según variadoscontextos y ordenamientos experimentales. El teatro es el lugar dado para talesordenamientos experimentales. En un comentario inédito a «El fratricidio»,Werner Kraft reconoció con mucha agudeza la cualidad escénica de la acciónde este relato. «La pieza puede comenzar, y es efectivamente anunciada por untoque de timbre. El toque ocurre con la mayor naturalidad al coincidir conWeise que deja a continuación su casa en la que tiene su oficina. Pero estetimbrazo, y así se especifica expresamente, es "demasiado fuerte como paracorresponder a un timbre de puerta". Resuena el campanazo "en toda la ciudady se eleva al cielo"». Así como el toque de campana que se eleva al cielo esdemasiado sonoro como para ser un mero timbre de entrada, también los gestosde las figuras kafkianas son demasiado contundentes para el entorno habitual,

 por lo que irrumpen en una dimensión más espaciosa. Cuanto más seincrementa la maestría de Kafka, tanto más renuncia a adaptar estos ademanesa situaciones habituales, a explicarlos. En la «Metamorfosis» leemos que«"sentarse al pupitre y desde lo alto hablar con el empleado que debe arrimarsea su lado por la sordera del jefe, también es una actitud extraña"». «El Proceso»superaba ya ampliamente tales consideraciones. En el penúltimo capítulo, K. sedetiene «en los bancos delanteros, pero para el religioso esa distancia era aúnexcesiva; alargó el brazo para indicar con el índice marcadamente dobladohacia abajo, un sitio inmediatamente adyacente al púlpito. K. volvió a moverse.Desde ese lugar tenía que inclinarse profundamente hacia atrás para poder aúnatisbar al religioso».

Cuando Max Brod dice: «inabarcable era el mundo de los hechos a los que élatribuía importancia», el gesto era para Kafka sin duda lo más inabarcable.Cada uno de ellos significaba de por sí un telón, o más aún, un drama. El teatrodel mundo es el escenario sobre el que se interpreta ese drama y cuyo telón deforo está representado por el cielo. Pero normalmente este cielo no es más quefondo. Para examinarlo en su propia ley habría que colgar el fondo pintado dela escena, encuadrado, en una galería. Al igual que El Greco, Kafka desgarra elcielo que está detrás de cada ademán, pero también como para El Greco que fueel santo patrón de los expresionistas, lo más decisivo, el foco de la acción,

sigue siendo el ademán. Inclinados de espanto andan los que oyeron elaldabonazo en la puerta de la corte. Así representaría un actor chino el espanto pero nadie se asustaría. En otra parte, el mismo K. hace teatro. Casi sin saberlo,cogió «lentamente... sin mirar, uno de los papeles del despacho... haciendo girar cuidadosamente los ojos hacia arriba, lo colocó sobre la mano extendida, loelevó poco a poco mientras él mismo se incorporaba para subir a encontrarsecon los señores. Mientras actuaba de esta forma no pensaba en nada

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determinado. Estaba dominado por el sentimiento de que debía comportarse así,si quería completar la gran petición suplicatoria que lo absolveríadefinitivamente.» La combinación de extremo, enigma y llaneza relacionan estegesto con lo animal. Podemos leer un largo fragmento de alguna de las historiasde animales de Kafka, sin apercibirnos para nada de que no se trata de sereshumanos. Y al llegar al nombre de la criatura —un mono, perro o topo— apartamos espantados la mirada y nos damos cuenta de lo alejados que yaestamos del continente humano. Kafka siempre lo está; retira los soportestradicionales del ademán para quedarse con un objeto de reflexióninterminable.

Curiosamente, la reflexión es igualmente interminable cuando procede de lashistorias conceptuales de Kafka. Basta pensar en la parábola «De la Ley». Ellector que se encuentra con ella en «El médico rural», se habrá probablemente

 percatado del carácter nebuloso que reside en su interioridad. ¿Hubiera provocado Kafka esa interminable serie de consideraciones surgidas de laalegoría, también al emprender su interpretación? En «El Proceso» esto ocurrea través del religioso, y en un lugar tan notable que podría suponerse que latotalidad de la novela no es más que el despliegue de la parábola. Pero la

 palabra «desplegar» tiene un doble sentido. El capullo se despliega en flor, asícomo el barco de papel, cuyo armado enseñamos a los niños, se despliega hastavolver a ser una hoja lisa. Este segundo sentido de «despliegue» es apto paralas parábolas, consideradas desde el punto de vista de la satisfacción del lector que las alisa para que puedan posarse sobre la mano desplegada. Pero las

 parábolas de Kafka se despliegan de acuerdo al primer sentido: como el capullose transforma en flor. Por ello el resultado se asemeja a la creación poética. Sinembargo, sus piezas no encajan plenamente en las formas occidentales de la

 prosa, ocupando en términos de doctrina un lugar similar al de la Hagadárespecto a la Halajá. No son alegorías, pero tampoco textos independientes,autocontenidos. Están concebidos para ser citados, para ser contados a modo deaclaración. ¿Pero poseemos acaso esa doctrina, o mejor dicho, esa enseñanzaque acompaña a las alegorías de Kafka y que se ilustra en los gestos de K. y enlos ademanes de sus animales? No la tenemos. A lo sumo podemos decir queesto o aquello la insinúan. Quizá para Kafka lo que se conserva son sus

reliquias. Nosotros podríamos decir que sus figuras son sus precursoras. Seacomo fuere, se trata de la organización de la vida y del trabajo en la comunidadhumana. Esta cuestión lo ocupó en creciente medida, mientras se le ibahaciendo a la vez menos inteligible. En ocasión de la célebre conversación deErfurt entre Napoleón y Goethe, aquél sustituyó el hado por la política.Cambiando de palabra, Kafka hubiera podido definir la organización comodestino. Eso se lo planteó no sólo en relación a las hinchadas jerarquías de

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funcionarios de El Proceso y de  El Castillo, sino de forma más palpable en lascomplicadas e inabarcables empresas de construcción, cuyo digno modelo tratóen La construcción de la Muralla China.

«Esta muralla fue concebida como protección para siglos; por lo que el trabajo

ineludiblemente requirió la más cuidadosa construcción, la utilización desabiduría arquitectónica de todos los pueblos y tiempos conocidos y un

 permanente sentido de la responsabilidad de cada constructor. Para los trabajosmenores se podía contratar inexperimentados jornaleros del pueblo; hombres,mujeres y niños que se ofrecen a cambio de una buena paga. Sin embargo, paradirigir a cuatro jornaleros era ya necesario contar con hombres instruidos en lastécnicas de la construcción... Nosotros —y hablo en nombre de muchos— llegamos a tener conciencia de nuestra propia valía al descifrar trabajosamentelas consignas de la dirección máxima, y entonces descubrimos que de nadahubiera servido nuestra instrucción profesional y nuestro entendimiento paracumplir con el pequeño puesto que ocupábamos en el gran todo, sin esadirección.» Dicha organización se asemeja, al hado. Metschnikoff, que delineaun esquema de tal organización en su famoso libro «La civilización y susgrandes ríos históricos», lo hace empleando unos giros que podrían coincidir con Kafka. Escribe que «los canales del Yangste-Kiang y las represas delHoang-Ho son a todas luces resultado de un trabajo colectivo ingeniosamenteorganizado... de generaciones... La menor inatención en el cavado de una fosa oen el soporte de una presa, el más ínfimo descuido o reflejo egoísta por parte deun individuo o grupo de personas en la conservación del tesoro acuático

comunitario, se convierte, dadas las extraordinarias condiciones, en fuente demales y tragedias sociales de vastas y lejanas consecuencias. La amenazamortal que planea sobre los que se sustentan de los ríos exige, por lo tanto, unasolidaridad estrecha y duradera incluso entre aquellas masas de pobladores quehabitualmente son extrañas e inclusive enemigas entre sí; condena al hombreordinario a trabajos cuya utilidad común sólo se manifiesta al cabo de untiempo, en tanto el plan le resulta a menudo totalmente incomprensible.»

Kafka quería contarse entre los hombres ordinarios. A cada paso, las fronterasde la comprensión irrumpían ante él. Y no dudaba en imponerlas a los demás.

En ocasiones parece estar próximo a pronunciar, junto al Gran Inquisidor deDostoyevski: «Por lo tanto, estamos enfrentados a un misterio que no podemosaprehender. Por ser un enigma tendríamos el derecho de predicar y enseñar alos hombres que aquello a lo cual deben someterse no es ni la libertad, ni elamor, sino el secreto y el misterio sin reflexión y aun en contra de la propiaconciencia.» Kafka no eludió siempre las tentaciones del misticismo. Tenemosuna entrada de su diario relativa a su encuentro con Rudolf Steiner que, por lo

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menos en la forma en que fue publicada, no incluye la posición de Kafka. ¿Seabstuvo de hacerlo, acaso? Dada su actitud respecto a sus propios textos, eso no

 parecería imposible. Kafka disponía de una extraordinaria capacidad para proveerse de alegorías. Sin embargo, no se afana jamás con lo interpretable, por el contrario, tomó todas las precauciones imaginables en contra de laclarificación de sus textos. Hay que ir avanzando a tientas en su interior concircunspección, cautela y desconfianza. Es preciso tener muy en cuenta la

 propia forma de leer de Kafka, tal como trasluce de la explicación de la yamencionada parábola. Y, por supuesto, debemos recordar su testamento. La

 prescripción por la cual se ordenaba la destrucción de su legado resulta, en vistade las circunstancias inmediatas, tan injustificable y, a la vez, tan digna decuidadosa ponderación, como lo son las respuestas del guardián de las puertasde la Ley. Kafka, cada día de su vida enfrentado a formas de comportamientoindescifrables y a confusos comunicados y notificaciones, tal vez quiso, almorir, retribuir a su entorno con la misma moneda.

El mundo de Kafka es un teatro del mundo. El ser humano se encuentra desalida en él sobre la escena. Y así lo confirma la prueba de admisión en elejemplo: para todos hay lugar en el teatro natural de Oklahoma. Los criteriossegún los cuales se realiza la admisión son inaccesibles. La vocación histriónicaque debería primar, parece no jugar papel alguno. Esto podría expresarse deotra manera: a los aspirantes no se les exige ninguna otra cosa más que deactuarse. Que en última instancia puedan ser efectivamente lo que declaran, esalgo que escapa a la dimensión de lo posible. Por medio de sus roles, las

 personas buscan un asilo en el teatro natural que se asemeja a la búsqueda deautor de los seis personajes pirandellianos. En ambos casos este sitio es elúltimo refugio; lo que no quita que pueda ser el de la redención. La redenciónno es un premio a la existencia sino el último recurso de un ser humano para elque, en las palabras de Kafka, «la propia frente ... hace que el camino» se leextravíe. Y la ley de este teatro está en la recóndita frase contenida en  El 

informe para una Academia: « ... imitaba  porque buscaba una salida, no existíaotra razón». En vísperas del fin de su proceso, en K. parece iluminarse unanoción de estas cosas. Repentinamente se vuelve hacia los dos hombres consombrero de chistera que lo vienen a recoger y les pregunta: «¿En qué teatro

actuáis? "¿Teatro?', pregunta uno de ellos al otro con un rictus espasmódico dela boca, como requiriendo consejo. El otro adopta una actitud parecida a la deun mudo en lucha con un organismo monstruoso.» No contestaron a la

 pregunta, no obstante, todo indica que ésta llegó a afectarles.

Todos los que de ahora en adelante pertenecen al teatro natural son agasajados; para ello se ha dispuesto un largo banco cubierto por un paño blanco. «Todos

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estaban contentos y excitados». Los extras traen ángeles para el festejo.Cubiertos de ondeantes atavíos, están posados sobre altos pedestales con unaescalera en su interior. Son aprestos de una verbena rural, o quizá una fiestainfantil en la que el chico del que habláramos al comienzo, acicalado y ahogado

 por moños y cordones, hubiera perdido su mirada triste. Incluso los ángeles podrían ser verdaderos de no tener unas alas atadas al cuerpo. Tienen precursores en la misma obra de Kafka. Uno de ellos es el empresario que searrima a la red de salvataje en la que ha caído el trapecista en su «primer desgracia», para acariciarlo, acercando su cara tanto a la de él, «que laslágrimas del artista llegan a empapar su propio rostro». Otro, un ángel guardiáno guardaespaldas se le aparece en  El fractricidio al asesino Schmar, y éste, «la

 boca apretada contra el hombro del guardián» se deja conducir, ligero, por él.En las ceremonias rurales de Oklahoma resuena la última novela de Kafka.Soma Morgenstem afirmó que «como sucede con todos los grandes fundadoresde religiones, un aire pueblerino domina la atmósfera kafkiana.» Este punto

 puede evocar especialmente la religiosidad de un Lao-Tsé, al dedicarle Kafkaen «el próximo pueblo» la más completa descripción: «los países vecinosestarían a una distancia visible,/ Se oirían los llamados contrastados de gallos y

 perros:/ Aun así, las gentes deberían alcanzar la muerte a la edad más alta,/ Sinhaberlos hecho viajar de un lado a otro.» Igual que Lao-Tsé, Kafka también fueun parabolista, pero no fue un fundador de religiones.

Consideremos el pueblo plantado al pie del Monte del Castillo desde el cual senos informa tan extraña e imprevisiblemente sobre la presunta contratación de

K. en calidad de agrimensor. En el epílogo a esta novela, Brod sugirió queKafka tenía en mente una población precisa, Zürau en las montañas del Erz, alreferirse al pueblo en las laderas del Monte del Castillo. Sin embargo, en él

 puede reconocerse aún otro. Se trata de ese pueblo de la leyenda talmúdica,traído a colación por un rabino como respuesta a la pregunta de por qué el judíoorganiza una cena festiva el viernes de noche, es decir, una vez entrado elShabat. La leyenda cuenta de una princesa que en el destierro, lejos de suscompatriotas, languidece en un pueblo cuyo idioma no comprende. Un día lellega una carta; su prometido no la ha olvidado, la ha ubicado y ya está encamino para venir a buscarla. El prometido es el Mesías, dice el rabino, la

 princesa es el alma, y el pueblo en que está desterrada es el cuerpo. Y paraexpresar su alegría al cuerpo, del que no conoce la lengua, no tiene más recursoque organizar una comida. Este pueblo talmúdico nos transporta al centro delmundo kafkiano. Tal como K. habita en el pueblo del Monte del Castillo, habitahoy el hombre contemporáneo en su propio cuerpo; se le escurre y le es hostil.Puede llegar a ocurrir que al despertarse una mañana se haya metamorfoseadoen un bicho. Lo ajeno, la propia otredad, se ha convertido en amo. El aire de

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este pueblo sopla en la obra de Kafka y por ello evitó la tentación deconvertirse en fundador de una religión. A este pueblo pertenece también la

 pocilga de donde provienen los caballos para el médico rural, el sofocantecuarto trasero en donde Klamm, un puro en la boca, está sentado frente a una

 jarra de cerveza, y asimismo la puerta de palacio, que, al golpearla, traeaparejada la ruina. El aire de este pueblo no está limpio de todo aquello que noterminó de cuajar, o bien está descomponiéndose, y mezclados se echan a

 perder. Este es el aire que Kafka debió respirar en su día. El no produjo«Mantas» ni fundó religiones. ¿Cómo pudo soportarlo?

 

El jorobadito

 

Desde hace mucho se sabe que Knut Hamsun tiene la delicadeza de enriquecer con sus opiniones, una y otra vez, la sección de cartas del periódico local de la

 pequeña ciudad cerca de la cual vive. Hace años tuvo lugar en esa ciudad un juicio jurado contra una criada que mató a su hijo recién nacido y fuecondenada a una pena de prisión. En las páginas del periódico local no tardó enaparecer la posición de Hamsun al respecto. Afirmó que iba a ofrecerle laespalda a una ciudad que no castiga a la madre que mata a su recién nacido con

una pena que no sea la máxima; si no el patíbulo, por lo menos una condena perpetua. Transcurrieron algunos años. Se publicó  Bendición de la tierra, y enél se refiere la historia de una sirvienta que comete el mismo crimen, recibe lamisma pena y, como el lector puede apreciar, tampoco merece castigo másduro.

Las reflexiones que Kafka nos dejó, tal como aparecen en «La construcción dela muralla china», constituyen una buena ocasión para recordar esta serie deacontecimientos. Apenas publicada esta obra póstuma, apareció, basada en lasreflexiones allí contenidas, una forma de interpretación de Kafka, centrada en

esos planteamientos y que se aleja de las circunstancias del cuerpo principal desu obra. Existen dos vías para malinterpretar radicalmente los textos kafkianos.Una es la explicación naturalista, y la otra, la sobrenatural. Básicamente ambas,tanto la psicoanalítica como la teológica, equivocan el camino de la mismamanera. La primera está representada por Hellmut Kaiser; la segunda por loque son ya numerosos autores, como H. J. Schoeps, Bernhard Rang,Groethuysen. Entre ellos también hay que contar a Willy Haas, que no

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obstante, en otros contextos sus asociaciones con las que nos toparemos másadelante, facilitaron observaciones clarificadoras. Sin embargo, ello no leimpidió concebir la obra completa de Kafka según un patrón teológico. «El

 poder superior, así escribe sobre Kafka, «el reino de la gracia, fue descrito ensu gran novela El Castillo: el poder inferior, o sea, el ámbito del juicio y de lacondena, lo fue en su igualmente gran novela  El Proceso. El mundo entreambos.... el destino terrestre y sus difíciles exigencias fueron acometidos,severamente estilizados, en la tercera novela, América.» El primer tercio de estainterpretación se ha convertido desde Brod en patrimonio público. En la mismalínea escribe, para citar un ejemplo, Bernhard Rang: «Mientras puedaconcebirse al castillo corno asiento de la gracia, esos inútiles intentos yesfuerzos significan, en términos teológicos, que la gracia de Dios no puede ser forzada o conjurada por el hombre a su voluntad y arbitrariamente. Lainquietud y la impaciencia no hacen más que impedir y confundir la excelsaquietud de lo divino.» Esta interpretación es tan cómoda como insostenible;esto último se hace cada vez más evidente a medida que avanzamos con ella. Yquizá se haga aún más meridiana en Willy Haas cuando declara: «Kafka senutre... tanto de Kierkegaard como de Pascal; podríamos nombrarlo único nietolegítimo de Kierkegaard y Pascal. Los tres tienen el mismo duro leitmotivreligioso, de dureza brutal, a saber, que el hombre es siempre injusto en los ojosde Dios.» Para Kafka, «el mundo superior, el así llamado castillo, con susfuncionarios imprevisibles, insignificantes, complicados y francamente lascivosy su curioso cielo, juega un juego espantoso con los seres humanos ... ; y aunasí, aun frente a un Dios como éste, el hombre está profundamente instalado del

lado de la injusticia». Esta teología, ampliamente atrasada en comparación conla doctrina de la justificación de Anselmo de Canterbury, recae enespeculaciones bárbaras que además no parecen concordar con el espíritu deltexto kafkiano. «"¿Puede acaso un funcionario individual perdonar?"», es,

 precisamente, un planteamiento de  El Castillo. «"Eso podría a lo sumoatribuirse a la autoridad general, aunque ella misma no es probablemente capazde perdonar sino sólo de juzgar."» El camino emprendido se agota pronto.Denis de Rougemont dice: «Todo esto no consiste en el miserable estado delser humano sin Dios, corresponde más bien al estado miserable del ser humanoarraigado en un Dios que no conoce, porque no conoce a Cristo.»

Es más fácil derivar conclusiones especulativas a partir de la colección de notas póstumas de Kafka, que fundamentar siquiera uno de los motivos que asomanen sus relatos y novelas. No obstante, sólo estas notas echan alguna luz sobrelas fuerzas del mundo primitivo requeridas por el trabajo creativo de Kafka;fuerzas éstas que con todo derecho podríamos también considerar como denuestro mundo y tiempo. Quién se atreverá a adivinar bajo qué nombre se le

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aparecieron a Kafka. Lo único seguro es que no se sintió a gusto en su seno; nolas conocía. No hizo más que permitir la proyección de un futuro en forma de

 juicio, sobre el espejo que lo primitivo en forma de culpa le ofrecía. Pero, piénsese esto como se quiera, ¿no se trata acaso de lo último?, ¿no convierte al juez en acusado? ¿y al procedimiento legal en castigo? Kafka no dio respuesta.Quizá esperaba mucho de ella, o le fue mucho más importante demorarla. Ensus relatos, la épica recupera el sentido que tenía en boca de Sheherazade:

 postergar lo venidero. El aplazamiento es la esperanza del acusado en  El 

 Proceso, con tal que el procedimiento no alcance la eventual sentencia. Almismo patriarca le favorece el aplazamiento, por lo que debe renunciar a sulugar en la tradición. Podía imaginarme otro Abraham —aunque no eranecesario remitirse hasta el patriarca, ni siquiera hasta el vendedor de ropa vieja

 — que inmediatamente aceptara la exigencia del sacrificio como el camareroun encargo, y que aun así no logre consumar el sacrificio porque no puede dejar la casa, por ser insustituible, porque lo requieren los quehaceres económicos,siempre queda algo por organizar, la casa no está lista, y antes de completar lacasa, sin ese apoyo, no puede ausentarse. La propia Biblia lo reconoce cuandodice: "él encargó su casa".

Este Abraham se nos aparece «solícito como un camarero». Para Kafka,siempre hay algo que sólo se deja aprehender en el gesto. Y este gesto que nocomprende constituye el espacio nebuloso de la parábola. De allí parte la poesíade Kafka, y es bien sabido lo comedido que fue con ella. Su testamento ordenósu destrucción. Este testamento que ningún tratamiento sobre Kafka puede

ignorar, habla de la insatisfacción del autor con sus textos, de lo que consideracomo esfuerzos fallidos, de que se cuenta entre aquellos condenados al fracaso.Y en fracaso se saldó su extraordinario intento de transcribir la poesía endoctrina, en enseñanza, y de devolverle inalterabilidad y sencillez como

 parábola; según él la única forma conveniente desde la perspectiva de la razón. Ningún escritor fue tan fiel como él al «no te fabricarás imágenes».

«Era como si la vergüenza tuviera que sobrevivirle.» Estas palabras cierran  El 

 Proceso. El ademán más poderoso en Kafka es la vergüenza que se desprendede su «pureza elemental del sentimiento». Tiene, empero, dos caras. La

vergüenza, esa íntima reacción del ser humano, es a la vez una reacciónsocialmente exigente. La vergüenza no sólo es vergüenza frente al otro, sinoque puede también ser vergüenza por el otro. De ahí que la vergüenza de Kafkano sea más personal que la vida y el pensamiento que rige, y de los que se dijo:«No vive a causa de su vida personal, no piensa a causa de su pensamiento

 personal. Se diría que vive sometido a la coacción de una familia... Por esafamilia desconocida... no puede ser liberado.» No sabemos cómo se reúne esa

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familia desconocida, compuesta de personas y animales. Pero está claro queella es quien lo apremia a mover edades con la escritura. En cumplimiento conel mandato de esta familia hace rodar la bola de sucesos históricos como Sísifoa la piedra. En plena tarea acaece que la parte inferior de esa masa quedaexpuesta a la luz. Y esta luz no es agradable de ver pero Kafka es capaz desostener la mirada. «Creer en el progreso no significa creer que ya se ha

 producido un avance. Eso no sería creer.» El tiempo en que Kafka vive norepresenta un progreso respecto a los comienzos remotos. Sus novelas tienenlugar en un mundo chato. La criatura se manifiesta allí en una etapa queBachofen denomina hetérica. Del olvido de esa etapa no se deduce que ya no seimponga en el presente. Todo lo contrario: está presente a causa de ese olvido.Sobre ella incide una experiencia con más alcance y profundidad que la del

 burgués ordinario. Una de las primeras notas de Kafka dice: «Tengoexperiencia y no es en broma cuando digo que es como un mareo marino entierra firme.» No en balde la primera «observación» se hace desde un columpio.Así es que Kafka se deja mecer, incansablemente, por el vaivén de la naturalezade las experiencias. Todas dejan paso a otras, o se entremezclan con lasvecinas. «El golpe a la puerta» comienza sí: «Era un día caluroso en el verano.Yo volvía a casa con mi hermana, y pasábamos al lado de la puerta de unafinca. No sé si golpeó la puerta por travesura, de puro distraída, o si sólo hizo elademán con el puño sin llegar a golpearla.» La mera posibilidad de que no hayaocurrido más que lo mencionado en último término, sitúa a las otras dosalternativas aparentemente inofensivas, bajo otra luz. Las figuras femeninas deKafka emergen precisamente de la tierra cenagosa de tales experiencias. Son

criaturas de pantano como Leni, la que separa «los dedos mayor y anular» de sumano, «hasta que la fina piel que los une» alcanza «casi la altura de la primer articulación del dedo menor». «"Tiempos hermosos"», dice la ambigua Frieda,rememorando su vida anterior, «"no me has preguntado nunca sobre mi

 pasado."» Y este pasado nos remite a la profundidad oscura en que se consumaese emparejamiento «cuya exuberancia sin reglas», para utilizar los términos deBachofen, «le es odiosa a las potencias inmaculadas de la luz celestial, y que

 justifica la denominación de Arnobius: luteae voluptates». A partir de este punto se puede apreciar la técnica que Kafka posee como narrador. Cuando losdemás personajes novelescos de Kafka tienen algo que decir a K. —aunque sea

algo de la mayor importancia o digno de la mayor sorpresa— lo hacencasualmente, como si en realidad éste debiera ya saberlo desde hace mucho. Escomo si no hubiera nada nuevo, como si apenas, inadvertida, se le plantease alhéroe la exigencia de recordar lo que olvidara. Willy Haas acierta en estecontexto, cuando desde su comprensión de la evolución de  El Proceso afirmaque «el objeto de este proceso, el verdadero héroe de este libro increíble es elolvido... cuyo... principal atributo es de olvidarse a sí mismo... Aquí se ha

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convertido en personaje mudo encarnado en la figura del acusado, pero aun asíes un personaje de inmensa intensidad.» No puede descartarse con ligereza que«este centro recóndito» derive «de la religión judía». «La memoria comoreligiosidad tiene aquí un papel totalmente misterioso. No es... uno más sino elatributo más profundo, incluso de Jehová, el de pensar que garantiza unamemoria infalible "hasta la tercera y cuarta generación, o la centésima"; elacto... más sagrado... del ritual es el borrado de los pecados del Libro de laMemoria.»

Lo olvidado no es nunca algo exclusivamente individual. Este reconocimientonos permite franquear un nuevo umbral de la obra de Kafka. Cada olvido seincorpora a lo olvidado del mundo precedente, y le acompaña a lo largo deincontables, inciertas y cambiantes relaciones que son origen siempre denuevos engendros. Y olvido es el recipiente de donde surge el inagotablemundo intermedio de las historias de Kafka. «Para él, sólo la plenitud delmundo vale como única realidad. Todo espíritu tiene que ser una cosaespecificable para obtener aquí un lugar y un derecho al ser... En la medida enque lo espiritual cumpla aún algún papel, será bajo guisa de espíritus. Y losespíritus se transforman en individuos completamente individualizados, sonnombrados como tales y el nombre está íntimamente ligado al del adorador...Esta plenitud hace desbordar, sin perjuicio, la plenitud del mundo...Despreocupadamente se multiplica la aglomeración de espíritus;... nuevos sesuman a los viejos, y todos ellos diferenciados entre sí por sus nombres.» Por supuesto, no se habla de Kafka aquí, sino de China. Así describe Franz

Rosenzweig el culto chino de los ancestros en su «Estrella de la Redención». Elmundo de sus ancestros fue para Kafka tan trascendental como el de los hechosimportantes. Y este mundo, al igual que los árboles totémicos de los primitivos,conduce, descendiendo, hasta los anímales. No sólo para Kafka aparecen losanimales como recipientes de olvido. En el profundo «Rubio Eckbert»  deTieck, el nombre olvidado —Strohmian— de un perrito, es la clave de unaculpa misteriosa. Por lo tanto, se comprende que Kafka no se cansara jamás deacechar a lo olvidado en los animales. No son nunca un objeto en sí pero nadaes posible sin ellos. Recuérdese al «Artista del hambre», que, «estrictamentehablando, no era más que un obstáculo en el camino a los establos.» ¿No vemos

acaso cómo cavilan, el animal en la «construcción» o el «topo gigante»mientras cavan? Aun así, en la otra cara de esta manera de pensar existe algomuy incoherente. Hay un vaivén inconcluso que lleva de una preocupación aotra, se degustan todas las angustias en un aleteo atolondrado propio de ladesesperación. Por ello en Kafka aparecen también las mariposas; «El cazador Gracchus», cargado de una culpa de la que nada quiere saber, «"se convirtió enmariposa"». «"No se ría", dice el cazador Gracchus.» Pero una cosa es cierta:

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de entre todas las criaturas de Kafka, los animales son los que más tienden a lareflexión. Para ellos la angustia es a su pensamiento lo que la corrupción es alderecho. Echa a perder lo precedente y es a la vez, lo único esperanzador quehay en él. Y dado que nuestros cuerpos, el propio cuerpo, son la otredadolvidada, se entiende que Kafka llamara «el animal» a la tos que surgía de suinterior. El puesto más avanzado de la gran manada.

El bastardo más singular engendrado por el mundo primitivo kafkiano con laculpa, es Odradek. «A primera vista se asemeja a un carrete chato en forma deestrella, y en efecto, parece estar cubierto de hilos retorcidos, aunque no sonmás que hilachas rotas, viejas y anudadas entre sí, o hilachas retorcidasenredadas de los más dispares tipos y colores. Pero no es meramente un carrete;del centro de la estrella sale atravesado un palito y a él se ajusta otro

 perpendicularmente. Gracias a este último por un lado, y a uno de los rayos dela estrella por el otro, dicho ensamblaje logra sostenerse erguido como sobredos patas.» Odradek «suele detenerse, sea en el desván, las escaleras, los

 pasillos o en el vestíbulo». Es decir, que tiene afición a los mismos lugares queel tribunal que persigue a la culpa. Los suelos son el sitio de los efectosdesechados, olvidados. Quizá la obligación de presentarse ante el tribunalevoque una sensación parecida a la que tenemos cuando nos topamos en el pisocon un arcón cerrado desde hace años. Con gusto postergaríamos taleventualidad hasta el fin de los días. Igualmente, K. considera adecuado lautilización de su escrito de defensa «para ser gestionado después de la

 jubilación del espíritu infantilizado».

Odradek es la forma adoptada por las cosas en el olvido. Están deformadas.Deformada está la «preocupación del padre de familia», de la que nadie sabe enqué consiste; deformado aparece el bicho aunque bien sabemos que representaa Gregor Samsa; deformado el gran animal, medio cordero y medio gatito, parael cual «el cuchillo del carnicero» significaría tal vez «una redención». Peroestos personajes kafkianos están relacionados, junto a una larga serie defiguras, con la imagen primordial de la deformación: la del jorobado. Ningúngesto se repite más a menudo en las narraciones de Kafka que aquel del hombrecon la cabeza profundamente inclinada sobre su pecho. Describe la fatiga de los

señores del tribunal, el ruido que soporta el portero del hotel, el techodemasiado bajo con que se encuentran los visitantes a la galería. Sin embargo,en «La Colonia Penal», los funcionarios del poder se sirven de una viejamáquina que graba floridas letras de molde sobre las espaldas de los acusados.Las punzadas se multiplican y los ornamentos se extienden hasta que la espaldadel acusado se hace vidente, y puede, por sí misma, descifrar la escritura, demodo que sea posible inferir a partir de esas letras, el nombre de la culpa

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desconocida. Es, por tanto, la espalda la que le sirve de soporte. Asimismo en la persona de Kafka. Por consiguiente encontramos en una temprana nota de sudiario: «Para hacerme lo más pesado posible, cosa que considero buena paraacogerse al sueño, cruzaba los brazos poniendo las manos sobre los hombros,de tal forma que yacía como un soldado cargado.» Aquí resulta evidente que elestar cargado va a la par del olvido del durmiente. La canción folclórica «El

 jorobadito» tiene la misma imagen simbólica. Este hombrecillo es el habitantede la vida deformada que desaparecerá cuando llegue el Mesías. De éste, ungran rabino dijo que no cambiará al mundo por la fuerza, sino que sólo haráfalta arreglar algunos detalles.»

«Entro en mi cuartillo/ quiero hacer mi camita/ he aquí un jorobadillo/ que seecha a reír.» Es la risa de Odradek, de la que además se dice: «Suena así comoel deslizarse sobre hojas caídas.» «Cuando me arrodillo sobre mi banquito/ pararezar un poquitín/ he aquí un jorobadito / que se pone a hablar/ Querido niñito,te lo ruego/ ¡incluye al jorobadito en tu plegaria!» Así termina la canción

 popular. La profundidad de Kafka toca un fondo que ni el «conocimientointuitivo metafísico» ni la «teología existencial» le ofrecen. Es el fondo tantode la nacionalidad alemana como de la judía. Si Kafka no llegó a rezar, cosaque no sabemos, hizo el uso más elevado de esa «plegaria natural del alma» deMalebranche: la atención. En ella incluyó, como los santos en sus plegarias, atodas las criaturas.

 

Sancho Panza

 

Se cuenta que en un pueblito jasídico se encontraban los judíos una noche enuna fonda miserable, a la salida del Shabat. Eran todos vecinos del pueblo,menos uno que nadie conocía; pobre y andrajoso, masticaba algo en unaesquina oscura al fondo. Los temas de conversación iban sucediéndose, hasta

que a uno se le ocurrió preguntar a los demás qué elegirían de concedérseles undeseo. Uno pidió dinero, el otro un yerno, el tercero un nuevo banco decarpintero... Todos expresaron sus deseos hasta que no quedó más que elmendigo en su rincón oscuro. Vacilando y a regañadientes aceptó revelarlotambién él. «Ojalá fuera un poderoso monarca y reinara sobre un vasto país.Quisiera que de noche, estando dormido en mi palacio, el enemigo irrumpieraen mis tierras y antes del amanecer sus jinetes hayan llegado a las puertas de mi

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castillo sin encontrar resistencia alguna. De susto me despertaría sin tiemposiquiera para vestirme. En camisón emprendería la fuga a través de montañas,

 bosques y ríos, noche y día, sin descanso, hasta llegar aquí a este banco envuestro rincón. Eso es lo que yo desearía.» Los demás se miraron atónitos unosa otros. «¿Pero qué ganarías con ese deseo?», atinó a preguntar uno. «Uncamisón», fue la respuesta.

Esta historia nos adentra en las profundidades del gobierno del mundo deKafka. Nadie afirma que las deformaciones que el Mesías corregirá una vezllegado, sólo correspondan a nuestro espacio. Son ciertamente también lasdeformaciones de nuestro tiempo. Kafka sin duda pensó en ello. Y a causa deesa certeza hace decir a su abuelo: «La vida es asombrosamente corta. Ahora,en mis recuerdos, todo se conjuga de tal manera que apenas si puedo concebir que un joven decida galopar hasta el pueblo vecino, sin temer que el tiemporequerido para tal empresa, dejando de lado accidentes imprevistos, depaseampliamente la duración ordinaria y feliz de una vida.» El mendigo es unhermano de este viejo, que en «la duración ordinaria y feliz» de su vida noencuentra tiempo siquiera para encontrar un deseo. La fantasía extraordinaria einfeliz de la fuga en la cual inscribe su propia vida, es un deseo superado por haber sido sustituido por su culminación.

Entre las criaturas kafkianas encontramos un género que naturalmente toma enconsideración la brevedad de la vida. Proviene de «la ciudad del Sur.... de laque se... dice: "¡Esa es gente! Imaginaos, ¡no duermen!" "¿Y por qué no?"'Porque no se cansan nunca" ¿Y por qué no?' 'Porque son tontos" "Pero, ¿no secansan los tontos?' "¡Cómo van a cansarse los tontos!"» Se aprecia que lostontos están emparentados con los incansables asistentes, aunque su género lostrasciende. A menudo solía oírse a los asistentes afirmar de los tontos que«"hacen pensar en adultos, o casi en estudiantes"». Y en efecto, los estudiantes,que Kafka hace aparecer en los sitios más increíbles, son los regentes y

 portavoces de ese género. «'Pero, ¿cuándo duerme usted?', preguntó Karlmirando asombrado al estudiante, "¡Ah, dormir!" respondió éste. "Voy a dormir cuando termine mis estudios."» Esto hace pensar en los niños, con qué pocasganas se van a la cama. Es que durante el sueño podría suceder algo que les

concierne. Una observación reza: «¡No olvides lo mejor! Cosa habitual enmultitud de viejas historias, aunque no ocurra en ninguna.» Es que el olvidoconcierne siempre lo mejor, ya que se refiere a la posibilidad de redención.«"La mera noción de querer ayudarme", exclama irónico el espíritu irónico ydesasosegado del cazador Gracchus, "es una enfermedad que obliga a guardar cama."» Los estudiantes velan a causa de sus estudios, y quizá es la mayor virtud de los estudios, el tenerlos en vela. El artista del hambre ayuna, el

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guardián de la puerta calla y el estudiante se desvela. Así de recónditas son enKafka las reglas del ascetismo.

El estudio es su corona. Kafka lo recupera con devoción de los ensimismadosdías de mocedad. «Hace ya años de ello, pero no fue muy diferente cuando él

mismo se sentaba junto a la mesa de sus padres para hacer sus deberes,mientras el padre leía el periódico o se ocupaba de hacer entradas contables yde la correspondencia de una asociación, la madre se afanaba en tareas decostura, jalando alto al hilo que salía de la tela. Para no molestar al padre, Karlsólo había colocado el cuaderno y la pluma sobre la mesa. Los libros estabanapilados ordenadamente a sus lados, sobre sillas. ¡Qué silencio había! ¡Qué

 poco frecuentes las entradas de gente ajena a esa habitación!» Quizá esosestudios fueran una nimiedad. No obstante, estaban muy cerca de esa nada a

 partir de la cual algo se hace útil, estaban cerca del Tao. Esa es la nada queKafka persigue: «machacar una mesa con cuidadoso y ordenado oficio y, alhacerlo, no hacer nada, pero no de tal manera que pueda decirse; "el martilleono significa nada para él", sino más bien "para él el martilleo es un verdaderomartilleo y a, la vez una nada". Así, el martilleo se convertiría en más atrevido,más decidido, más real, y si se quiere, más delirante.» Un gesto igualmentedecidido y fanático, tienen los estudiantes inmersos en su estudio. No puede ser más singular. Los estudiantes al escribir quedan sin resuello, apenas si soncapaces de cazar algo al vuelo. «"A menudo, el funcionario dicta con voz tan

 baja que el, que toma apuntes no puede oírlo estando sentado; debeincorporarse de un salto para captar lo dictado, dejarse caer fulminantemente en

el asiento para anotarlo, volver a saltar y así sucesivamente. ¡Quéextraordinario es esto! Es casi incomprensible» Es posible que se haga máscomprensible si volvemos a pensar en los actores del teatro natural.  Los actoresdeben estar atentos para, reaccionar como un relámpago a sus entradas, aménde otras similitudes con los aplicados estudiantes. Para ellos, de hecho «elmartilleo es un verdadero martilleo y a la vez una nada», si es, que estácontenido en su papel. Y este papel lo estudian. Mal actor sería aquél que de élomitiera una palabra o un gesto. El papel de los miembros del elenco deOklahoma es, por supuesto, la, vida anterior del actor. De ahí la «naturalidad»de este teatro natural. Sus actores están redimidos, aún no así el estudiante, ese

que Karl, mudo, ve de noche desde su balcón leyendo su libro: «volteaba las páginas, a veces cogía otros libros con relampagueante rapidez, consultaba algoy frecuentemente hacía notas en un cuaderno, todo ello inclinandosorprendentemente el rostro sobre la hoja.»

Kafka no se cansa jamás de actualizar de esta manera ese gesto. Sin embargo,la recreación no se hace nunca sin asombro. Con razón se comparó a Kafka con

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Schweyk; uno se asombra de todo y el otro de nada. Esta era de extrema mutuaenajenación de los seres humanos, de relaciones intermediadas hasta el punto,de ser inabarcables, sólo cuenta con la dignidad de la invención, del cine y delgramófono. Pero los experimentos muestran que las personas no reconocen enla película su propia marcha, ni la, propia voz en el gramófono. El estado deestos sujetos experimentales es el estado de Kafka. Y dicho estado lo remite alestudio. Al hacerlo, le permite quizá toparse con fragmentos del propio ser queguarden aún alguna relación con su papel. Podría; así restablecer el gesto

 perdido de la misma forma que Peteri Sclilemilil busca recuperar su sombravendida. Se comprende, ¡pero a costa de cuánto esfuerzo! Una tormenta rugedesde el olvido, por consiguiente, el estudio es una cabalgata a contraviento.Así cabalga el mendigo sobre el banco junto a la chimenea al encuentro de su

 pasado, para hacerse accesible a sí mismo en la figura del rey huido. La vida,demasiado breve para una cabalgata, hace alusión a esta cabalgata que es, sinduda, lo bastante larga como para durar una vida, «... largadas las espuelas

 porque no había espuelas, abandonadas las riendas que tampoco existían; latierra ante su vista como una pradera segada, y ya no hay ni cuello ni cabeza decaballo.» Así se consuma la fantasía del jinete bienaventurado que zumba felizy vacante al encuentro del pasado sin ser una carga para su corcel.Desventurado, empero, el jinete encadenado a su jumento por haberse

 propuesto una meta futura, aunque no esté más lejos que el vecino depósito decarbón. Y desventurado también su caballo; ambos son desventurados: el cuboy el jinete. «Jinete de cubo, la mano arriba cogiendo el agarradero que es el mássimple arnés, bajando trabajosamente las escaleras. Pero una vez abajo, mi

cubo se yergue, espléndido, espléndido; camellos tendidos sobre el suelo que seincorporan sacudiéndose a instancias del palo del amo no lo hacen más bonito.» Ninguna región se nos descubre más desesperanzadora que «la región de lasMontañas de Hielo», donde el jinete del cubo se pierde para no volver a ser visto. El viento que le es favorable proviene «de los más hondos páramos de lamuerte», ese mismo viento que en la obra de Kafka tan frecuentemente sopladesde el mundo antediluviano, y que asimismo impulsa la barca del cazador Graechus. Plutarco dice que «por doquier, tanto entre griegos como entre

 bárbaros, se enseña con misterios y sacrificios, ... que seguramente existen dosseres primordiales y, correspondientemente, dos fuerzas opuestas; una que guía

hacia la derecha para luego conducirnos recto, y otra que desvía y arrastra haciaatrás.» El retorno es la dirección del estudio al transformar presencia enescritura. Su maestro es ese Bucéfalo, el «nuevo abogado», que sin el violentoAlejandro —es decir, libre del conquistador que irrumpe hacia adelante— opta

 por el camino del retorno. «Lee, hojeando nuestros libros antiguos, libre, loscostados sin la presión de los muslos del jinete, la lámpara sorda, lejano elfragor de la batalla de Alejandro.» Esta historia fue hace poco objeto de

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interpretación por parte de Werner Kraft. Una vez terminado de ocuparse elexegeta de cada detalle del texto, observa: «En ningún otro lugar de la literaturase encontrará una crítica tan violenta y contundente del mito en toda suextensión como aquí.» Kafka no requiere la palabra «justicia», según el autor,aunque la crítica del mito se hace precisamente desde la justicia. Pero ya queavanzamos tanto, corremos el riesgo de desencontrarnos con Kafka si nosdetenemos aquí. ¿Es, acaso, realmente el derecho lo que se proclamaría, asícomo así, en nombre de la justicia contra el mito? No. Como estudioso de laley, Bucéfalo permanece fiel a su origen, aunque no parece practicar elderecho. En esto debe radicar, en un sentido kafkiano, la novedad paraBucéfalo y para el abogado; en no practicar. El derecho que ya no se practicasino que es el portón de la justicia.

Y el portón de la justicia es el estudio. Aun así, Kafka no se atreve a vincular este estudio a la tradición establecida por la Torá. Los asistentes kafkianos sonservidores comunitarios que perdieron sus casas de plegaria; sus estudiantesson alumnos que extraviaron la escritura. Nada los retiene ya en su «feliz yvacante viaje». Sin embargo, por lo menos en una ocasión, Kafka atinó aencontrar la ley de los suyos, cuando tuvo la fortuna de igualar su vertiginosavelocidad con un paso épico, ése que buscó durante su vida.

Se lo confió a una anotación que no sólo por ser una interpretación resultó ser la más perfecta.

«Sancho Panza logró, con el correr del tiempo, sin jamás presumir de ello, a lolargo de años, y auxiliado de gran número de novelas de caballería y de

 bandidos, apartar durante las horas de la tarde y de la noche de su mente a sudiablo al que luego bautizó Don Quijote, hasta tal punto que éste, al noencontrar impedimentos, se dedicó a las empresas más locas, que, a falta de unobjeto predeterminado que debió ser Sancho Panza, a nadie perjudicaron.Sancho Panza, hombre libre, siguió con indiferencia, quizá por ciertosentimiento de responsabilidad, a Don Quijote en sus andanzas, gozando por ello de un gran y útil entretenimiento hasta su propio fin.»

Un tonto serio y un asistente incapaz; Sancho Panza hizo que su jinete se leadelantara. Bucéfalo sobrevivió al suyo. Ser hombre o caballo, eso ya noimporta, lo importante es deshacerse de la carga depositada sobre la espalda.

 

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 El narrador 

(1936)

 

Traducción de Roberto Blatt

Taurus Ed., Madrid 1991

I

 

El narrador —por muy familiar que nos parezca el nombre no se nos presentaen toda su incidencia viva. Es algo que de entrada está alejado de nosotros yque continúa a alejarse aún más. Presentar a un Lesskow como narrador, nosignifica acercarlo a nosotros. Más bien implica acrecentar la distancia respectoa él. Considerado desde una cierta lejanía, riman los rasgos gruesos y simplesque conforman al narrador. Mejor dicho, estos rasgos se hacen aparentes en él,de la misma manera en que en una roca, la figura de una cabeza humana o deun cuerpo de animal, se revelarían a un espectador, a condición de estar a unadistancia correcta y encontrar el ángulo visual adecuado. Dicha distancia y

ángulo visual están prescritos por una experiencia a la que casi cotidianamentetenemos posibilidad de acceder. Es la misma experiencia que nos dice que elarte de la narración está tocando a su fin. Es cada vez más raro encontrar aalguien capaz de narrar algo con probidad. Con creciente frecuencia se asiste alembarazo extendiéndose por la tertulia cuando se deja oír el deseo de escuchar una historia. Diríase que una facultad que nos pareciera inalienable, la mássegura entre las seguras, nos está siendo retirada: la facultad de intercambiar experiencias.

Una causa de este fenómeno es inmediatamente aparente: la cotización de la

experiencia ha caído y parece seguir cayendo libremente al vacío. Basta echar una mirada a un periódico para, corroborar que ha alcanzado una nueva baja,que tanto la imagen del mundo exterior como la del ético, sufrieron, de la nochea la mañana, transformaciones que jamás se hubieran considerado posibles.Con la Guerra Mundial comenzó a hacerse evidente un proceso que aún no seha detenido. ¿No se notó acaso que la gente volvía enmudecida del campo de

 batalla? En lugar de retornar más ricos en experiencias comunicables, volvían

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empobrecidos. Todo aquello que diez años más tarde se vertió en una marea delibros de guerra, nada tenía que ver con experiencias que se transmiten de bocaen boca. Y eso no era sorprendente, pues jamás las experiencias resultantes dela refutación de mentiras fundamentales, significaron un castigo tan severocomo el infligido a la estratégica por la guerra de trincheras, a la económica por la inflación, a la corporal por la batalla material, a 1a ética por los detentadoresdel poder. Una generación que todavía había ido a la escuela en tranvía tirado

 por caballos, se encontró súbitamente a la intemperie, en un paisaje en que nadahabía quedado incambiado a excepción de las nubes. Entre ellas, rodeado por un campo de fuerza de corrientes devastadoras y explosiones, se encontraba elminúsculo y quebradizo cuerpo humano.

 

II

 

La experiencia que se transmite de boca en boca es la fuente de la que se hanservido todos los narradores. Y los grandes de entre los que registraronhistorias por escrito, son aquellos que menos se apartan en sus textos, delcontar de los numerosos narradores anónimos. Por lo pronto, estos últimosconforman do grupos múltiplemente compenetrados. Es así que la figura de

narrador adquiere su plena corporeidad sólo en aquel que en carne a ambas.«Cuando alguien realiza un viaje, puede contar algo», reza el dicho popular,imaginando al narrador como alguien que viene de lejos. Pero con no menos

 placer se escucha al, que honestamente se ganó su sustento, sin abandonar latierra de origen y conoce sus tradiciones e historias. Si queremos que estos,grupos se nos hagan presentes a través de sus representantes arcaicos, diríaseque uno está encarnado, por el marino mercante y el otro por el campesinosedentario. De hecho, ambos estilos de vida han, en cierta medida, generadorespectivas estirpes de narradores. Cada una de estas estirpes salvaguarda, hasta

 bien entrados los siglos, algunas de sus características distintivas. Así es que,entre los más recientes narradores alemanes, los Hebel y Gotthelf proceden del

 primer grupo, y los Sealsfield y Gerstäcker del segundo. Pero, como ya se dijo,estas estirpes sólo constituyen tipos fundamentales. La extensión real deldominio de la narración, en toda su amplitud histórica, no es concebible sinreconocer la íntima compenetración de ambos tipos arcaicos. La Edad Media,muy particularmente, instauró una compenetración en la constitucióncorporativa artesanal. El maestro sedentario y los aprendices migrantes

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trabajaban juntos en el mismo taller, y todo maestro había sido trabajador migrantes antes de establecerse en su lugar de origen o lejos de allí. Para elcampesino o marino convertido en maestro patriarcal de la narración, talcorporación había servido de escuela superior. En ella se aunaba la noticia de lalejanía, tal como la refería el que mucho ha viajado de retorno a casa, con lanoticia del pasado que prefiere confiarse al sedentario.

 

III

 

Lesskow está tan a gusto en la lejanía del espacio como en la del tiempo.Pertenecía a la Iglesia Ortodoxa Griega, mostrando además un sincero interésreligioso. No por ello fue un menos sincero opositor de la burocraciaeclesiástica. Y dado que no se llevaba mejor con la burocracia temporal, lasfunciones oficiales que llegó a desempeñar no fueron duraderas. En lo querespecta a su producción, el empleo que probablemente le resultó másfructífero, fue el de representante ruso de una empresa inglesa que ocupódurante mucho tiempo. Por encargo de esa empresa viajó mucho por Rusia, yesos viajes estimularon tanto su sagacidad en asuntos del mundo como elconocimiento del estado de cosas ruso. Es así que tuvo ocasión de

familiarizarse con el sectarismo del país, cosa que dejó huella en sus relatos.Lesskow encontró en las leyendas rusas aliados en su lucha contra la burocraciaortodoxa. De su cosecha puede señalarse una serie de narraciones legendarias,cuyo centro está representado por el justo, rara vez por el asceta, la mayoría delas veces por un hombre sencillo y hacendoso que llega a asemejarse a un santode la manera más natural. Es que la exaltación mística no es lo suyo. Así comoa veces Lesskow se dejaba llevar con placer por lo maravilloso, prefería aunar una firme naturalidad con su religiosidad. Su modelo es el hombre que se sientea gusto en la tierra, sin entregarse excesivamente a ella. Actualizó una actitudsimilar en el ámbito profano, que se corresponde bien con el hecho de haber comenzado a escribir tarde; a los 29 años. Eso fue después de sus viajescomerciales. Su primer trabajo impreso se titula «¿Por qué son caros los librosen Kiev?» Una serie adicional de escritos sobre la clase obrera, sobre elalcoholismo, sobre médicos policiales, sobre comerciantes desempleados, sonlos precursores de sus narraciones.

 

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IV

 

Un rasgo característico de muchos narradores natos es una orientación hacia lo práctico. Con mayor constancia que en el caso de Lesskow, esto puedeapreciarse, por ejemplo, en un Gotthelf, que daba consejos relativos a laeconomía agraria a sus campesinos; volvemos a discernir ese interés en Nodier que se ocupó de los peligros derivados del alumbrado a gas; así como en Hebelque introducía aleccionamientos de ciencias naturales en su «Pequeño tesoro».Todo ello indica la cualidad presente en toda verdadera narración. Aporta de

 por sí, velada o abiertamente, su utilidad; algunas veces en forma de moraleja,en otras, en forma de indicación práctica, o bien como proverbio o regla de

vida. En todos los casos, el que narra es un hombre que tiene consejos para elque escucha. Y aunque hoy el «saber consejo» nos suene pasado de moda, esose debe a la circunstancia de una menguante comunicabilidad de la experiencia.Consecuentemente, estamos desasistidos de consejo tanto en lo que nosconcierne a nosotros mismos como a los demás. El consejo no es tanto larespuesta a una cuestión como una propuesta referida a la continuación de unahistoria en curso. Para procurárnoslo, sería ante todo necesario ser capaces denarrarla. (Sin contar con que el ser humano sólo se abre a un consejo en lamedida en que es capaz de articular su situación en palabras.) El consejo essabiduría entretejida en los materiales de la vida vivida. El arte narrar seaproxima a su fin, porque el aspecto épico de la verdad es decir, la sabiduría, seestá extinguiendo. Pero éste es un proceso que viene de muy atrás. Y nada seríamás disparatado que confundirla con una «manifestación de decadencia», o

 peor aún considerarla una manifestación «moderna». Se trata, más bien de unefecto secundario de fuerzas productivas históricas seculares, que

 paulatinamente desplazaron a la narración del ámbito del habla, y que a la vezhacen sentir una nueva belleza en lo que desvanece.

 

V

 

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El más temprano indicio del proceso cuya culminación es e ocaso de lanarración, es el surgimiento de la novela a comienzo de la época moderna. Loque distingue a la novela de la narración (y de lo épico en su sentido másestricto), es su dependencia esencial del libro. La amplia difusión de la novelasólo se hizo posible gracias a la invención de la imprenta. Lo oralmentetransmisible, el patrimonio de la épica, es de índole diferente a 1o que hace auna novela. Al no provenir de, ni integrarse en la tradición oral, la novela seenfrenta a todas las otras formas de creación en prosa como pueden ser lafábula, la leyenda e, incluso, e cuento. Pero sobre todo, se enfrenta al narrar. Elnarrador toma lo que narra de la experiencia; la suya propia o la transmitida, latoma a su vez, en experiencias de aquellos que escuchan su historia. Elnovelista, por su parte, sé ha segregado. La cámara de nacimiento de la novelaes el individuo en su soledad; es incapaz de hablar en forma ejemplar sobre susaspiraciones más importantes; él mismo está desasistido de consejo eimposibilidad de darlo. Escribir una novela significa colocar loinconmensurable en lo más alto al representar la vida humana. En medio de 1a

 plenitud de la vida, y mediante la representación de esa plenitud la novelainforma sobre la profunda carencia de consejo, del des concierto del hombreviviente. El primer gran libro del género Don Quijote, ya enseña cómo lamagnanimidad, la audacia, e altruismo de uno de los más nobles —del propioDon Quijote están completamente desasistidos de consejo y no contienen n unachispa de sabiduría. Si una y otra vez a lo largo de los siglos se intentaintroducir aleccionarnientos en la novela, estos intentos acaban siempre

 produciendo modificaciones de la forma misma de la novela. Contrariamente,

la novela educativa no se aparta para nada de la estructura fundamental de lanovela. Al integrar el proceso social vital en la formación de una persona,concede a los órdenes por él determinados, la justificación más frágil que pueda

 pensarse. Su legitimación está torcida respecto de su realidad. En la novelaeducativa, precisamente lo insuficiente se hace acontecimiento.

 

VI 

Es preciso pensar la transformación de las formas épicas, como consumada enritmos comparables a los de los cambios que, en el transcurso de cientos demilenios, sufrió la superficie de la Tierra. Es difícil que las formas decomunicación humanas se hayan elaborado con mayor lentitud, y que con

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mayor lentitud se hayan perdido. La novela, cuyos inicios se remontan a laantigüedad, requirió cientos de años, hasta toparse, en la incipiente burguesía,con los elementos que le sirvieron para florecer. Apenas sobrevenidos estoselementos, la narración comenzó, lentamente, a retraerse a lo arcaico; seapropió, en más de un sentido, del nuevo contenido, pero sin llegar a estar realmente determinado por éste. Por otra parte, nos percatamos que, con elconsolidado dominio de la burguesía, que cuenta con la prensa como uno de los

 principales instrumentos del capitalismo avanzado, hace su aparición una formade comunicación que, por antigua que sea, jamás incidió de forma determinantesobre la forma épica. Pero ahora sí lo hace. Y se hace patente que sin ser menosajena a la narración que la novela, se le enfrenta de manera mucho másamenazadora, hasta llevarla a una crisis. Esta nueva forma de la comunicaciónes la información.

Villemessant, el fundador de  Le Figaro, caracterizó la naturaleza de lainformación con una fórmula célebre. «A mis lectores», solía decir, «elincendio en un techo en el Quartier Latin les es más importante que unarevolución en Madrid». De golpe queda claro que, ya no la noticia que provienede lejos, sino la información que sirve de soporte a lo más próximo, cuenta conla preferencia de la audiencia. Pero la noticia proveniente de lejos —sea laespacial de países lejanos, o la temporal de la tradición— disponía de unaautoridad que le concedía vigencia, aun en aquellos casos en que no se lasometía a control. La información, empero, reivindica una prontaverificabilidad. Eso es lo primero que constituye su «inteligibilidad de suyo». A

menudo no es más exacta que las noticias de siglos anteriores. Pero, mientrasque éstas recurrían de buen grado a los prodigios, es imprescindible que lainformación suene plausible. Por ello es irreconciliable con la narración. Uescasez en que ha caído el arte de narrar se explica por el papel decisivo jugado

 por la difusión de la información.

Cada mañana nos instruye sobre las novedades del orbe. A pesar de ello somos pobres en historias memorables. Esto se debe a que ya no nos alcanzaacontecimiento alguno que no esté cargado de explicaciones. Con otras

 palabras: casi nada de lo que acontece beneficia a la narración, y casi todo a la

información. Es que la mitad del arte de narrar radica precisamente, en referir una historia libre de explicaciones. Ahí Lesskow es un maestro (piénsese en piezas como  El engaño o El águila blanca). Lo extraordinario, lo prodigioso,están contados con la mayor precisión, sin imponerle al lector el contexto

 psicológico de lo ocurrido. Es libre de arreglárselas con el tema según su propioentendimiento, y con ello la narración alcanza una amplitud de vibración deque carece la información.

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VII

 

Lesskow se remitió a la escuela de los antiguos. El primer narrador de losgriegos fue Herodoto. En el capítulo catorce del tercer libro de sus  Historias,

hay un relato del que mucho puede aprenderse. Trata de Psamenito. CuandoPsamenito, rey de los egipcios, fue derrotado por el rey persa Cambises, esteúltimo se propuso humillarlo. Dio orden de colocar a Psamenito en la calle por donde debía pasar la marcha triunfal de los persas. Además dispuso que el

 prisionero vea a su hija pasar como criada, con el cántaro, camino a la fuente.

Mientras que todos los egipcios se dolían y lamentaban ante tal espectáculo,Psamenito se mantenía aislado, callado e inmóvil, los ojos dirigidos al suelo. Ytampoco se inmutó al ver pasar a su hijo con el desfile que lo llevaba a suejecución. Pero cuando luego reconoció entre los prisioneros a uno de suscriados, un hombre viejo y empobrecido, sólo entonces comenzó a golpearse lacabeza con los puños y a mostrar todos los signos de la más profunda pena.

Esta historia permite recapitular sobre la condición de la verdadera narración.La información cobra su recompensa exclusivamente en el instante en que esnueva. Sólo vive en ese instante, debe entregarse totalmente a él, y en él

manifestarse. No así la narración pues no se agota. Mantiene sus fuerzasacumuladas, y es capaz de desplegarse pasado mucho tiempo. Es así queMontaigne volvió a la historia del rey egipcio, preguntándose: ¿Por qué sólocomienza a lamentarse al divisar al criado? Y el mismo Montaigne responde:«Porque estando tan saturado de pena, sólo requería el más mínimo agregado,

 para derribar las presas que la contenía.» Eso según Montaigne. Pero asimismo podría decirse: «No es el destino de los personajes de la realeza lo queconmueve al rey, por ser el suyo propio». 0 bien: «Mucho de lo que nosconmueve en el escenario no nos conmueve en la vida; para el rey este criadono es más que un actor.» 0 aún: «El gran dolor se acumula y sólo irrumpe alrelajamos. La visión de ese criado significó la relajación.» Herodoto no explicanada. Su informe es absolutamente seco. Por ello, esta historia aún está encondiciones de provocar sorpresa y reflexión. Se asemeja a las semillas degrano que, encerradas en las milenarias cámaras impermeables al aire de las

 pirámides, conservaron su capacidad germinativa hasta nuestros días.

 

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VIII

 

 Nada puede encomendar las historias a la memoria con mayor insistencia, quela continente concisión que las sustrae del análisis psicológico. Y cuanto másnatural sea esa renuncia a matizaciones psicológicas por parte del narrador,tanto mayor la expectativa de aquélla de encontrar un lugar en la memoria deloyente, y con mayor gusto, tarde o temprano, éste la volverá, a su vez, a narrar.Este proceso de asimilación que ocurre en las profundidades, requiere un estadode distensión cada vez menos frecuente. Así como el sueño es el punto álgidode la relajación corporal, el aburrimiento lo es de la relajación espiritual. Elaburrimiento es el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia. Basta

el susurro de las hojas del bosque para ahuyentarlo. Sus nidos —las actividadesíntimamente ligadas al aburrimiento—, se han extinguido en las ciudades ydescompuesto también en el campo. Con ello se pierde el don de estar a laescucha, y desaparece la comunidad de los que tienen el oído atento. Narrar historias siempre ha sido el arte de seguir contándolas, y este arte se pierde siya no hay capacidad de retenerlas. Y se pierde porque ya no se teje ni se hilamientras se les presta oído. Cuanto más olvidado de sí mismo está el escucha,tanto más profundamente se impregna su memoria de lo oído. Cuando está

 poseído por el ritmo de su trabajo, registra las historias de tal manera, que essin más agraciado con el don de narrarlas. Así se constituye, por tanto, la redque sostiene al don de narrar. Y así también se deshace hoy por todos suscabos, después de que durante milenios se anudara en el entorno de las formasmás antiguas de artesanía.

 

IX

 

La narración, tal como brota lentamente en el círculo del artesanado —elcampesino, el marítimo y, posteriormente también el urbano—, es, de por sí, laforma similarmente artesanal de la comunicación. No se propone transmitir,como lo haría la información o el parte, el «puro» asunto en sí. Más bien losumerge en la vida del comunicante, para poder luego recuperarlo. Por lo tanto,

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la huella del narrador queda adherida a la narración, como las del alfarero a lasuperficie de su vasija de barro. El narrador tiende a iniciar su historia con

 precisiones sobre las circunstancias en que ésta le fue referida, o bien la presenta llanamente como experiencia propia. Lesskow comienza  El engaño

con la descripción de un viaje en tren, durante el cual habría oído de parte de uncompañero de trayecto los sucesos repetidos a continuación. En otro casorememora el entierro de Dostoyevski, ocasión a la que atribuye suconocimiento de la heroína de su narración «Con motivo de la SonataKreuzer». 0 bien evoca una reunión en un círculo de lectura en que seformularon los pormenores reproducidos en «Hombres interesantes». De estamanera, su propia huella por doquier está a flor de piel en lo narrado, si no por haberlo vivido, por lo menos por ser responsable de la relación de los hechos.

Por lo pronto, Lesskow mismo reconoce el carácter artesanal del arte de narrar.«La composición escrita no es para mí un arte liberal, sino una artesanía». Enconsecuencia, no debe sorprender que se haya sentido vinculado a la artesanía,en tanto se mantenía ajeno a la técnica industrial. Tolstoi, necesariamentesensible al tema, en ocasiones toca el nervio del don de narración de Lesskow,como cuando lo califica de ser el primero, «en exponer las deficiencias del

 progreso económico... Es curioso que se lea tanto a Dostoyevski... En cambio,no termino de comprender por qué no se lee a Lesskow. Es un escritor fiel a laverdad». En su solapada e insolente historia «La pulga de acero», a mediocamino entre leyenda y farsa, Lesskow rinde homenaje a la artesanía local rusa,en la figura de los plateros de Tula. Resulta que su obra maestra, «La pulga de

acero», llega a ser vista por Pedro el Grande que, merced a ello, se convence deque los rusos no tienen por qué avergonzarse de los ingleses.

Quizá nadie como Paul Valéry haya jamás circunscrito tan significativamentela imagen espiritual de esa esfera artesanal de la que proviene el narrador.Habla de las cosas perfectas de la naturaleza, como ser, perlas inmaculadas,vinos plenos y maduros, criaturas realmente bien conformadas, y las llama «la

 preciosa obra de una larga cadena de causas semejantes entre sí». Laacumulación de dichas causas sólo tiene en la perfección su único límitetemporal. «Antaño, esta paciente actuación de la naturaleza», dice Paul Valéry,

«era imitada por los hombres. Miniaturas, marfiles, extrema y elaboradamentetallados, piedras llevadas a la perfección al ser pulidas y estampadas, trabajosen laca o pintura producto de la superposición de una serie de finas capastranslúcidas... —todas— estas producciones resultantes de esfuerzos tan

 persistentes están por desaparecer, y ya ha pasado el tiempo en que el tiempono contaba. El hombre contemporáneo ya no trabaja en lo que no esabreviable.» De hecho, ha logrado incluso abreviar la narración. Hemos

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asistido al surgimiento del «short story» que, apartado de la tradición oral, yano permite la superposición de las capas finísimas y translúcidas,constituyentes de la imagen más acertada del modo y manera en que lanarración perfecta emerge de la estratificación de múltiples versiones sucesivas.

 

X

 

Valéry termina su reflexión con la frase: «Es casi como si la atrofia delconcepto de eternidad coincidiese con la creciente aversión a trabajos de larga

duración.» Desde siempre, el concepto de eternidad tuvo en la muerte su fuente principal. Por consiguiente, el desvanecimiento de este concepto, habrá queconcluir, tiene que haber cambiado el rostro de la muerte. Resulta que estecambio es el mismo que disminuyó en tal medida la comunicabilidad de laexperiencia, que trajo aparejado el fin del arte de narrar.

Desde hace una serie de siglos puede entreverse cómo la conciencia colectivadel concepto de muerte ha sufrido una pérdida de omnipresencia y plasticidad.En sus últimas etapas, este proceso se ha acelerado. Y en el transcurso del siglodiecinueve, la sociedad burguesa, mediante dispositivos higiénicos y sociales,

 privados y públicos, produjo un efecto secundario, probablemente su verdaderoobjetivo subconsciente: facilitarle a la gente la posibilidad de evitar la visión delos moribundos. Morir era antaño un proceso público y altamente ejemplar enla vida del individuo (piénsese en los cuadros de la Edad Media en que el lechode muerte se metamorfosea en trono, sobre el que se asoma apretadamente el

 pueblo a través de las puertas abiertas de par en par de la casa que recibe a lamuerte) —morir, en el curso de los tiempos modernos, es algo que se empujacada vez más lejos del mundo perceptible de los vivos. En otros tiempos nohabía casa, o apenas habitación, en que no hubiese muerto alguien alguna vez.(El Medioevo experimentó también espacialmente, lo que en un sentido

temporal expresó tan significativamente la inscripción del reloj solar de Ibiza:Ultima multis.) Hoy los ciudadanos, en espacios intocados por la muerte, sonflamantes residentes de la eternidad, y en el ocaso de sus vidas, son depositados

 por sus herederos en sanatorios u hospitales. Pero es ante nada en el moribundoque, no sólo el saber y la sabiduría del hombre adquieren una formatransmisible, sino sobre todo su vida vivida, y ése es el material del que nacenlas historias. De la misma manera en que, con el transcurso de su vida, se ponen

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natural que Hebel con su cronología. Léasela con atención: la muerte irrumpeen ella según turnos tan regulares como el Hombre de la Guadaña en las

 procesiones que a mediodía detienen su marcha frente al reloj de la catedral.

 

XII

 

Todo examen de una forma épica determinada tiene que ver con la relación queesa forma guarda con la historiografía. En efecto, hay que proseguir y

 preguntarse si la historiografía no representa acaso, el punto de indiferencia

creativa entre todas las formas épicas. En tal caso, la historia escrita sería a lasformas épicas, lo que la luz blanca es a los colores del espectro. Sea cornofuere, de entre todas las formas épicas, ninguna ocurre tan indudablemente enla luz pura e incolora de la historia escrita como la crónica. En el amplioespectro de la crónica se estructuran las maneras posibles de narrar comomatices de un mismo color. El cronista es el narrador de la historia. Puede

 pensarse nuevamente en el pasaje de Hebel, tan claramente marcado por elacento de la crónica, y medir sin esfuerzo la diferencia entre el que escribe lahistoria, el historiador, y el que la narra, es decir, el cronista. El historiador estáforzado a explicar de alguna manera los sucesos que lo ocupan; bajo

circunstancia alguna puede contentarse presentándolos como muestras delcurso del mundo. Pero eso es precisamente lo que hace el cronista, y másexpresamente aún, su representante clásico, el cronista del Medioevo, que fuerael precursor de los más recientes escritores de historia. Por estar la narraciónhistórica de tales cronistas basada en el plan divino de salvación, que esinescrutable, se desembarazaron de antemano de la carga que significa laexplicación demostrable. En su lugar aparece la exposición exegética que no seocupa de un encadenamiento de eventos determinados, sino de la manera deinscribirlos en el gran curso inescrutable del mundo.

Da lo mismo si se trata del curso del mundo condicionado por la historiasagrada o por la natural. En el narrador se preservó el cronista, aunque comofigura transformada, secularizada. Lesskow es uno de aquellos cuya obra datestimonio de este estado de cosas con mayor claridad. Tanto el cronista,orientado por la historia sagrada, como el narrador profano, tienen una

 participación tan intensa en este cometido, que en el caso de algunasnarraciones es difícil decidir si el telar que las sostiene es el dorado de la

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religión o el multicolor de una concepción profana del curso de las cosas.Piénsese en la narración «La alejandrita», que transfieren al lector «a esetiempo antiguo en que las piedras en el seno de la tierra y los planetas en lasalturas celestiales aún se preocupaban del destino humano, no como hoy en quetanto en los cielos como en la tierra todo ha terminado siendo indiferente aldestino de los hijos del hombre, y de ninguna parte una voz les habla o les

 presta obediencia. Los planetas recientemente descubiertos ya no juegan papelalguno en los horóscopos, y una multitud de nuevas piedras, todas medidas y

 pesadas, de peso específico y densidad comprobados, ya nada nos anuncian ninos aportan utilidad alguna. El tiempo en que hablaban con los hombres ha

 pasado».

Tal como lo ilustra la narración de Lesskow, es prácticamente imposiblecaracterizar unívocamente el curso del mundo. ¿Está acaso determinado por lahistoria sagrada o por la natural? Lo único cierto es que está, en tanto curso delmundo, fuera de todas las categorías históricas propiamente dichas. La épocaen que el ser humano pudo creerse en consonancia con la naturaleza, diceLesskow, ha expirado. A esa edad del mundo Schiller llamó el tiempo de la

 poesía ingenua. El narrador le guarda fidelidad, y su mirada no se aparta de esecuadrante ante el cual se mueve esa procesión de criaturas, y en la que, según elcaso, la muerte va a la cabeza, o bien es el último y miserable rezagado.

 

XIII

 

Rara vez se toma en cuenta que la relación ingenua del oyente con el narrador está dominada por el interés de conservar lo narrado. El punto cardinal para eloyente sin prejuicios es garantizar la posibilidad de la reproducción. Lamemoria es la facultad épica que está por encima de todas las otras.Unicamente gracias a una extensa memoria, por un lado la épica puede

apropiarse del curso de las cosas, y por el otro, con la desaparición de éstas,reconciliarse con la violencia de la muerte. No debe asombrar que para elhombre sencillo del pueblo, tal como se lo imaginara un día Lesskow, el Zar, lacabeza del mundo en que sus historias ocurren, disponga de la más vastamemoria. «De hecho, nuestro Zar y toda su familia gozan de una asombrosamemoria.»

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Mnemosyne, la rememoradora, fue para los griegos la musa ,de lo épico. Estenombre reconduce al observador a una encrucijada de la historia del mundo. 0sea que, si lo registrado por el recuerdo —la escritura de la historia— representa la indiferencia creativa de las distintas formas épicas (así como lagran prosa es la indiferencia creativa de las distintas medidas del verso), suforma más antigua, la epopeya, incluye a la narración y a la novela, merced auna forma de indiferencia. Cuando con el transcurso de los siglos, la novelacomenzó a salirse del seno de la epopeya, se hizo patente que el elementomúsico de lo épico en ella contenido, es decir, el recuerdo, se pone demanifiesto con una figura completamente diferente a la de la narración.

El recuerdo funda la cadena de la tradición que se retransmite de generación engeneración. Constituye, en un sentido amplio, lo músico de la épica. Abarca lasformas músicas específicas de la épica. Y entre ellas, se distingue ante nada,aquélla encarnada en el narrador. Funda la red compuesta en última instancia

 por todas las historias. Una se enlaza con la otra, tal como todos los grandesnarradores, y en particular los orientales, gustaban señalar. En cada uno de elloshabita una Scheherezade, que en cada pasaje de sus historias, se le ocurre otra.Esta es una memoria épica y a la vez lo músico de la narración. A ella hay quecontraponer otro principio igualmente músico en un sentido más restringidoque, en primera instancia, se esconde como lo músico de la novela, es decir, dela epopeya, aún indistinto de lo músico de la narración. En todo caso, sevislumbra ocasionalmente en las epopeyas, sobre todo en los pasajes festivos delas homéricas, como la conjuración de la musa que les da inicio. Lo que se

anuncia en estos pasajes, es la memoria eternizadora del novelista en oposicióna la memoria transitoria del narrador. La primera está consagrada a un héroe, auna odisea o a un combate; la segunda a muchos acontecimientos dispersos. Enotras palabras, es la rememoración, en tanto musa de la novela, lo que se separade la memoria, lo músico de la narración, una vez escindida la unidadoriginaria del recuerdo, a causa del desmoronamiento de la epopeya.

 

XIV

 

«Nadie», dice Pascal, «muere tan pobre que no deje algo tras sí.» Lo que valeciertamente también para los recuerdos -aunque éstos no siempre encuentren unheredero. El novelista toma posesión de este legado, a menudo no sin cierta

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melancolía. Porque, tal como una novela de Arnold Bennett pone en boca delos muertos, «de ningún provecho le fue la vida real». A eso suele estar condenado el legado que el novelista asume. En lo que se refiere a este aspectode la cuestión, debemos a Georg Lukács una clarificación fundamental, al ver en la novela «la forma trascendental de lo apátrida». Según Lukács, la novelaes a la vez la única forma que incorpora el tiempo entre sus principiosconstitutivos. «El tiempo», se afirma en  La teoría de la novela, «sólo puedehacerse constitutivo cuando cesa su vinculación con la patria trascendental...Unicamente en la novela... sentido y vida se disocian y con ello, lo esencial delo temporal; casi puede decirse que toda la acción interna de la novela se reducea una lucha contra el poderío del tiempo... Y de ello... se desprenden lasvivencias temporales de origen épico auténtico: la esperanza y el recuerdo...Únicamente en la novela... ocurre un recuerdo creativo, pertinente al objeto yque en él se transforma... Aquí, la dualidad de interioridad y mundo exterior»sólo «puede superarse para el sujeto, si percibe la unidad de la totalidad de suvida desde las corrientes vitales pasadas y condensadas en el recuerdo... Elentendimiento que concibe tal unidad... será el presentimiento intuitivo delinalcanzado, y por ello inarticulable, sentido de la vida».

De hecho, el «sentido de la vida» es el centro alrededor del cual se mueve lanovela. Pero tal planteamiento no es más que  la expresión introductoria de ladesasistida falta de consejo con la que el lector se ve instalado en esa vidaescrita. Por un lado «sentido de la vida», por otro «la moraleja de la historia»:esas soluciones indican la oposición entre novela y narración, Y en ellas puede

hacerse la lectura de las posiciones históricas radicalmente diferentes de ambasformas artísticas.

Si Don Quijote es la primera muestra lograda de la novela, quizá la más tardíasea  Education Sentimentale. En sus palabras finales, el sentido con que seencuentra la época burguesa en el comienzo de su ocaso en su hacer y dejar dehacer, se ha precipitado como levadura en el recipiente de la vida. Frédéric yDeslauriers, amigos de juventud, rememoran su amistad juvenil. Ello haceaflorar una pequeña historia; de cómo un día, a escondidas y medrosos, se

 presentaron en la casa pública de la ciudad natal, sin hacer más que ofrecer a la

 patrona un ramillete de flores que habían recogido en su jardín. «Tres años mástarde se hablaba aún de esta historia. Y uno al otro la contaban detalladamente,ambos contribuyendo a completar el recuerdo. "Eso fue quizá lo más hermosode nuestras vidas", dijo Frédéric cuando terminaron. "Sí, puede que tengasrazón", respondió Deslauriers, "quizá fue lo más hermoso de nuestras vidas".»Con este reconocimiento la novela llega a su fin, que en un sentido estricto esmás adecuado a ella que a cualquier narración. De hecho, no hay narración

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alguna que pierda su legitimación ante la pregunta: ¿cómo sigue? Por su parte,la novela no puede permitirse dar un paso más allá de aquella frontera en la queel lector, con el sentido de la vida pugnando por materializarse en sus

 presentimientos, es por ello invitado a estampar la palabra «Fin» debajo de la página.

 

XV

 

Todo aquel que escucha una historia, está en compañía del narrador; incluso el

que lee, participa de esa compañía. Pero el lector de una novela está a solas, ymás que todo otro lector. (Es que hasta el que lee un poema está dispuesto a

 prestarle voz a las palabras en beneficio del oyente.) En esta su soledad, ellector de novelas se adueña de su material con mayor celo que los demás. Estádispuesto a apropiarse de él por completo, a devorarlo, por decirlo así. Enefecto, destruye y consume el material como el fuego los leños en la chimenea.La tensión que atraviesa la novela mucho se asemeja a la corriente de aire queanima las llamas de la chimenea y aviva su juego.

La materia que nutre el ardiente interés del lector es una materia seca. ¿Qué

significa esto? Moritz Heimann llegó a decir: «Un hombre que muere a lostreinta y cinco años, es, en cada punto de su vida, un hombre que muere a lostreinta y cinco años.» Esta frase no puede ser más dudosa, y esoexclusivamente por una confusión de tiempo. Lo que en verdad se dice aquí, esque un hombre que muere a los treinta y cinco años quedará en larememoración como alguien que en cada punto de su vida muere a los treinta ycinco años. En otras palabras: esa misma frase que no tiene sentido para la vidareal, se convierte en incontestable para la recordada. No puede representarsemejor la naturaleza del personaje novelesco. Indica que el «sentido» de su vidasólo se descubre a su muerte. Pero el lector de novelas busca efectivamente,

 personas en las que pueda efectuar la lectura del «sentido de la vida». Por lotanto, sea como fuere, debe tener de antemano la certeza de asistir a su muerte.En el peor de los casos, a la muerte figurada: el fin de la novela. Aunque es

 preferible la verdadera. ¿Cómo le dan a entender que la muerte ya los acecha,una muerte perfectamente determinada y en un punto determinado? Esa es la

 pregunta que alimenta el voraz interés del lector por la acción de la novela.

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Por consiguiente, la novela no es significativa por presentar un destino ajeno einstructivo, sino porque ese destino ajeno, por la fuerza de la Dama que loconsume, nos transfiere el calor que jamás obtenemos del propio. Lo que atraeal lector a la novela es la esperanza de calentar su vida helada al fuego de unamuerte, de la que lee.

 

XVI

 

Gorki escribió: «Lesskow es el escritor más profundamente arraigado en el

 pueblo y está libre de toda influencia foránea.» El gran narrador siempre tendrásus raíces en el pueblo, y sobre todo en sus sectores artesanos. Pero según cómolos elementos campesinos, marítimos y urbanos se integran en los múltiplesestadios de su grado de evolución económico y técnico, así se gradúan tambiénmúltiplemente los conceptos en que el correspondiente caudal de experienciasse deposita para nosotros. (Sin mencionar el nada despreciable aporte de loscomerciantes al arte de narrar; lo suyo tuvo menos que ver con el incrementodel contenido instructivo, y más con el afinamiento de las astucias con que sehechiza la atención del que atiende. En el ciclo de historias  Las mil y una

noches dejaron una honda huella.) En suma, sin perjuicio del rol elemental que

el narrar tiene en el buen manejo de los asuntos humanos, los conceptos quealbergan el rendimiento de las narraciones, son de lo más variado. Lo que enLesskow parece asociarse más fácilmente a lo religioso, en Hebel encaja mejor en las perspectivas pedagógicas de la Ilustración, en Poe aparece comotradición hermética, encuentra un último asilo en Kipling en el ámbito vital delos marinos y soldados coloniales británicos. Ello no impide la común levedadcon que todos los grandes narradores se mueven, como sobre una escala,subiendo y bajando por los peldaños de su experiencia. Un escala que alcanzalas entrañas de la tierra y se pierde entre las nubes, sirve de imagen a laexperiencia colectiva a la cual, aun el más profundo impacto sobre el individuo,la muerte, no provoca sacudida o limitación alguna.

«Y si no han muerto, viven hoy todavía», dice el cuento de hadas. Dichogénero, que aun en nuestros días es el primer consejero del niño, por haber sidoel primero de la humanidad, subsiste clandestinamente en la narración. El

 primer narrador verdadero fue y será el contador de cuentos o leyendas.Cuando el consejo era preciado, la leyenda lo conocía, y cuando el apremio era

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máximo, su ayuda era la más cercana. Ese era el apremio del mito. El cuento dehadas nos da noticias de las más tempranas disposiciones tomadas por lahumanidad para sacudir la opresión depositada sobre su pecho por el mito. Enla figura del tonto, nos muestra cómo la humanidad se «hace la tonta» ante elmito; en la figura del hermano menor nos muestra cómo sus probabilidades deéxito aumentan a medida que se distancia del tiempo mítico originario; en lafigura del que salió a aprender el miedo nos muestra que las cosas que tememosson escrutables; en la figura del sagaz nos muestra que las preguntas planteadas

 por el mito son simples, tanto como la pregunta de la Esfinge; en la figura delos animales que vienen en auxilio de los niños en los cuentos, nos muestra quela naturaleza no reconoce únicamente su deber para con el mito, sino que

 prefiere saberse rodeada de seres humanos. Hace ya mucho que los cuentosenseñaron a los hombres, y siguen haciéndolo hoy a los niños, que lo másaconsejable es oponerse a las fuerzas del mundo mítico con astucia einsolencia. (De esta manera el cuento polariza dialécticamente el valor ensubcoraje, es decir, la astucia, y supercoraje, la insolencia.) El hechizo liberador de que dispone el cuento, no pone en juego a la naturaleza de un modo mítico,sino que insinúa su complicidad con el hombre liberado. El hombre maduroexperimenta esta complicidad, sólo alguna que otra vez, en la felicidad; pero alniño se le aparece por vez primera en el cuento de hadas y lo hace feliz.

 

XVII

 

Pocos narradores hicieron gala de un parentesco tan profundo con el espíritudel cuento de hadas como Lesskow. Se trata de tendencias alentadas por ladogmática de la Iglesia grecoortodoxa. Como es sabido, en el contexto de estadogmática, juega un papel preponderante la especulación de Orígenes sobre laapokastasis —el acceso de todas las almas al paraíso— que fuera rechazada por la Iglesia romana. Lesskow estaba muy influido por Orígenes. Se proponíatraducir su obra Sobre las causas primeras. Empalmando con la creencia

 popular rusa, interpretó la resurrección, no tanto como transfiguración, sinocomo desencantamiento. Semejante interpretación de Orígenes está basada en«El peregrino encantado». En ésta, como en otras muchas historias de Lesskow,se trata de una combinación de cuento de hadas y leyenda, bastante similar a lamezcla de cuento de hadas y saga a la que se refiere Ernst Bloch cuandoexplica a su manera el ya mencionado divorcio entre el mito y el cuento de

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hadas. Una «mezcla de cuento de hadas y saga», dice, «contiene algo propiamente amítico; es mítica en su incidencia hechizante y estática, y aun asíno está fuera del hombre. "Míticas" en este sentido son las figuras de cortetaoísta, sobre todo las muy antiguas como la pareja Filemón y Baucis: comosalidos de un cuento aunque posando con naturalidad. Y esta situación se repiteciertamente en el mucho menos taoísta Gotthelf; a ratos extrae a la saga de lalocalidad del embrujo, salva la luz de la vida, la luz de la vida propia al hombreque arde tanto dentro como fuera». «Como salidos de un cuento» son los

 personajes que conducen el cortejo de las criaturas de Lesskow: los justos,PavIin, Figura, el artista de los peluquines, el guardián de osos, el centinela

 bondadoso. Todos aquellos que encarnan la sabiduría, la bondad, el consuelodel mundo, se apiñan en derredor del que narra. No puede dejar de reconocerseque la imagen de su propia madre los atraviesa a todos. «Era de alma tan

 bondadosa», así la describe Lesskow, «que no era capaz infligir el menor sufrimiento a nadie, ni siquiera a los animales. No comía ni carne ni pescado

 porque tal era la compasión que sentía por todos los seres vivientes. A veces mi padre se lo reprochaba ... pero ella contestaba: "...yo misma he criado a esosanimalitos, y son para mí como hijos míos. ¡No iba a comerme a mis propioshijos!" Tampoco comía carne en casa de los vecinos. "Yo he visto a losanimales cuando aún estaban vivos", explicaba, "son conocidos míos, no puedocomerme a mis conocidos"»

El justo es el portavoz de la criatura, y a la vez, su encarnación suprema.Adquiere con Lesskow un fondo maternal, que a veces se crece hasta lo mítico

(con lo que hace peligrar la pureza de lo fantástico). Indicativo de esto es el protagonista de su narración «Kotin, el alimentador y Platónida». Dicha figura protagónica, el campesino Pisonski, es hermafrodita. Durante doce años sumadre lo educó como mujercita. Sus partes viriles y femeninas maduransimultáneamente y su doble sexualidad «se convierte en símbolo del hombre-dios».

Con ello, Lesskow asiste a la culminación de criatura y a la vez al tendido deun puente entre el mundo terrestre y el supraterrestre. Pues resulta que estasfiguras masculinas, maternales y poderosamente terrestres, que una y otra vez

se apropian de una plaza en el arte fabulador de Lesskow, son arrancadas deldominio del impulso sexual en la flor de su fuerza. Pero no por eso encarnan unideal propiamente ascético; la continencia de estos justos tiene tan poco de

 privación, que llega a convertirse en el polo opuesto elemental de la pasióndesenfrenada, tal como el narrador la encamó en «Lady Macbeth de Mzensk».Así como la extensión del mundo de las criaturas está comprendida entre

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Pawlin y la mujer del comerciante, en la jerarquía de sus criaturas, Lesskow norenunció a sondearlas en profundidad.

 

XVIII

 

La jerarquía del mundo de las criaturas, encabezada por los justos, desciendeescalonadamente hasta alcanzar el abismo de lo inanimado. Sin embargo, hayque tener en mente una circunstancia particular. La totalidad de este mundo delas criaturas no es vocalizado por la voz humana, sino por una que podríamos

llamar como el título de una de sus más significativas narraciones: «La voz dela naturaleza». Esta refiere la historia del pequeño funcionario FilippFilippowitch, que mueve todos los hilos para poder hospedar en su casa a unmariscal de campo que está de paso en su localidad. Y lo logra. El huésped,inicialmente asombrado por lo insistente de la invitación, pasado un tiempocree reconocer en su anfitrión a alguien con quien ya se hubiera encontradoantes. ¿Pero quién es? Eso no lo recuerda. Lo curioso es que el anfitrión notiene intención de dejarse reconocer. En cambio, consuela diariamente a la alta

 personalidad asegurándole que «la voz de la naturaleza» no dejará de hablarleun día. Y todo sigue igual hasta que el huésped, poco antes de proseguir su

viaje, concede al anfitrión el permiso, pedido por éste, de hacerle oír <da vozde la naturaleza». En eso, la mujer del anfitrión se aleja, «para volver con uncuerno de caza de cobre relucientemente bruñido y se lo entrega a su marido.Este coge el cuerno, lo acerca a sus labios y parece instantáneamentetransformado. Apenas hubo inflado las mejillas y extraído el primer sonido,

 potente como un trueno, el mariscal de campo exclamó: "¡Detente, ya lo tengo,hermano, ahora te reconozco! Tú eres el músico del regimiento de cazadores, alque encomendé vigilar, por su honorabilidad, a un intendente bribón." "Así es,su señoría", respondió el amo de la casa. "Antes que recordárselo yo mismo,

 preferí dejar hablar a la voz de la naturaleza".» La manera en que el sentido profundo de la historia se esconde detrás de su puerilidad nos da una idea delextraordinario humor de Lesskow.

Ese humor vuelve a confirmarse en la misma historia de manera aún mássubrepticia. Habíamos oído que el pequeño funcionario había sido delegado

 para «vigilar, por su honorabilidad, a un intendente bribón.» Eso es lo que sedice al final, en la escena del reconocimiento. Pero apenas iniciada la narración

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oíamos lo siguiente sobre el anfitrión: «Todos los habitantes de la localidadconocían al hombre, y sabían que no gozaba de un rango de importancia, queno era ni funcionario estatal ni militar, sino apenas un insignificanteinspectorcillo en la administración de víveres, donde, junto a las ratas, roía lasgalletas y las botas estatales, con lo que.... pasado el tiempo llegó a juntar losuficiente como para instalarse en una bonita casa de madera.» Como puedeverse, esta historia coloca en su justo lugar a la tradicional simpatía que une alos narradores con pillos y bribones. Toda la literatura picaresca da testimoniode ello. Tampoco reniega de ello en las cumbres del género: personajes comolos Zundelfrieder, Zundelheiner y Dieter El Rojo, son los que con mayor fidelidad acompañan a un Hebel. No obstante, también para Hebel, el justotiene el papel protagónico en el theatrum mundi. Pero por no haber nadie queesté a la altura de ese papel, éste pasa de uno a otro. Ora es el vagabundo, ora eltrapichero judío, ora el tonto, quien salta a asumir el papel. Se trata siempre, decaso en caso, de una actuación extraordinaria, de una improvisación moral.Hebel es un casuista. Por nada del mundo se solidariza con principio alguno,aunque tampoco rechaza ninguno, porque cualquiera de ellos podría llegar aconvertirse en instrumento del justo. Compárese con la actitud de Lesskow.«Soy consciente», escribe en «Con motivo de la sonata Kreutzer», «de que milínea de pensamiento está más fundada en una concepción práctica de la vidaque en una filosofía abstracta o una moral elevada, sin embargo, no por elloestoy menos inclinado a pensar como lo hago.» Por lo demás, las catástrofesmorales de Lesskow, guardan la misma relación con los incidentes morales deHebel, que la de la gran corriente silenciosa del Volga con el precipitado y

charlatán arroyo que mueve el molino. Entre las narraciones históricas deLesskow, existen muchas en las que las pasiones puestas en movimiento sontan aniquiladoras como la cólera de Aquiles o el odio de Hagen. Es asombrosala manera terrible en que el mundo de este autor puede llenarse de tinieblas, asícomo la majestad con que el Mal se permite allí alzar su cetro. Lesskow —estesería uno de los pocos rasgos en que coincide con Dostoyevski— ostensiblemente conoció estados de ánimo que mucho lo acercaron a una éticaantinómica. Las naturalezas elementales de sus «Narraciones de los viejostiempos» se dejan llevar por su pasión desenfrenada hasta el final. Pero

 precisamente ese final es el que los místicos tienden a considerar como punto

en que la acabada depravación se toma en santidad.

 

XIX

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Cuanto más profundamente Lesskow desciende en la escala de las criaturas,tanto más evidente es el acercamiento de su perspectiva a la de la mística. Por lo demás, y como podrá verse, mucho habla a favor de que también aquí se

conforma un rasgo que reside en la propia naturaleza del narrador. Ciertamentesólo pocos osaron internarse en las profundidades de la naturaleza inanimada, yen la reciente literatura narrativa poco hay que, con la voz del narrador anónimo anterior a todo lo escrito, pueda resonar tan audiblemente como lahistoria «La alejandrita» de Lesskow. Trata de una piedra, el pyropo. Desde el

 punto de vista de la criatura, la pétrea es la capa más inferior. Pero para elnarrador está directamente ligada a la superior. A él le está dado atisbar, en esta

 piedra semipreciosa, el pyropo, una profecía natural de la naturaleza petrificadae inanimada, referida al mundo histórico en que vive. Es el mundo deAlejandro II. El narrador —o mejor dicho, el hombre al que atribuye el propiosaber— es un orfebre de la piedra llamado Wenzel y que llevó su oficio aniveles artísticos apenas imaginables. Se lo puede colocar junto a los platerosde Tula y decir que, de acuerdo a Lesskow, el artesano consumado tiene accesoa la cámara más recóndita del reino de las criaturas. Es una encarnación de lo

 piadoso. De este orfebre se cuenta: «De pronto cogió mi mano, la mano en quetenía el anillo con la alejandrita, que, como es sabido, da destellos rojos bajoiluminación artificial, y exclamó: "...Mirad, he aquí la piedra rusa profética ... !¡Oh, siberiana taimada! Siempre verde como la esperanza, y sólo cuandollegaba la tarde se inundaba de sangre. Así fue desde el origen del mundo, pero

durante mucho tiempo se escondió en el interior de la tierra, y no permitió quese la descubriese hasta que llegó a Siberia, un gran hechicero, un mago, paraencontrarla, justo el día en que el zar Alejandro fue declarado mayor de edad...""Qué disparates dice", le interrumpí. "Esa piedra no fue descubierta por ningúnhechicero, ¡sino por un sabio llamado Nordenskjóld!" "¡Un hechicero le digo!¡Un hechicero!" gritaba Wenzel a toda voz. "¡No tiene más que fijarse en la

 piedra! Contiene una verde mañana y una tarde sangrienta ... Y ese es eldestino, ¡el destino del noble zar Alejandro!" Dichas esas palabras, el viejoWenzel se volvió hacia la pared, apoyó su cabeza sobre el codo y comenzó asollozar.»

Difícilmente podríamos acercarnos más al significado de esta importantenarración, que esas pocas palabras que Paul Valéry escribiera en un contextomuy alejado de éste.

Al considerar a un artista dice: «La observación artística puede alcanzar una profundidad casi mística. Los objetos sobre los que se posa pierden su nombre:

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sombras y claridad conforman un sistema muy singular, plantean problemasque le son propios, y que no caen en la órbita de ciencia alguna, ni provienen deuna práctica determinada, sino que deben su existencia y valor, exclusivamentea ciertos acordes que, entre alma, ojo y mano, se instalan en alguien nacido

 para aprehenderlos y conjurarlos en su propia interioridad.»

Con estas palabras, alma, ojo y mano son introducidos en el mismo contexto.Su interacción determina una práctica. Pero dicha práctica ya no nos eshabitual. El rol de la mano en la producción se ha hecho más modesto, y ellugar que ocupaba en el narrar está desierto. (Y es que, en lo que respecta a suaspecto sensible, el narrar no es de ninguna manera obra exclusiva de la voz.En el auténtico narrar, la mano, con sus gestos aprendidos en el trabajo, influyemucho más, apoyando de múltiples formas lo pronunciado.) Esa viejacoordinación de alma, ojo y mano que emerge de las palabras de Valéry, es lacoordinación artesanal con que nos topamos siempre que el arte de narrar estáen su elemento. Podemos ir más lejos y preguntamos si la relación del narrador con su, material, la vida humana, no es de por sí una relación artesanal. Si sutarea no consiste, precisamente, en elaborar las materias primas de laexperiencia, la propia y la ajena, de forma sólida, útil y única. Se trata de unaelaboración de la cual el proverbio ofrece una primera noción, en la medida enque lo entendamos como ideograma de una narración. Podría decirse que los

 proverbios son ruinas que están en el lugar de viejas historias, y donde, como lahiedra en la muralla, una moraleja trepa sobre un gesto.

Así considerado, el narrador es admitido junto al maestro y al sabio. Sabeconsejos, pero no para algunos casos como el proverbio, sino para muchos,como el sabio. Y ello porque le está dado recurrir a toda una vida. (Por lodemás, una vida que no sólo incorpora la propia experiencia, sino, en no

 pequeña medida, también la ajena. En el narrador, lo sabido de oídas seacomoda junto a lo más suyo.) Su talento es de poder narrar su vida y sudignidad; la totalidad de su vida. El narrador es el hombre que permite que lassuaves llamas de su narración consuman por completo la mecha de su vida. Enello radica la incomparable atmósfera que rodea al narrador, tanto en Lesskowcomo en Hauff, en Poe como en Stevenson. El narrador es la figura en la que el

 justo se encuentra consigo mismo. 

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 La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica

(1936)

 

Traducción de Jesús Aguirre

Ed. Taurus, Madrid 1973.

«En un tiempo muy distinto del nuestro, y por hombres cuyo poder de acción

sobre las cosas era insignificante comparado con el que nosotros poseemos,fueron instituidas nuestras Bellas Artes y fijados sus tipos y usos. Pero elacrecentamiento sorprendente de nuestros medios, la flexibilidad y la precisiónque éstos alcanzan, las ideas y costumbres que introducen, nos aseguranrespecto de cambios próximos y profundos en la antigua industria de lo Bello.En todas las artes hay una parte física que no puede ser tratada como antaño,que no puede sustraerse a la acometividad del conocimiento y la fuerzamodernos. Ni la materia, ni el espacio, ni el tiempo son, desde hace veinte años,lo que han venido siendo desde siempre. Es preciso contar con que novedadestan grandes transformen toda la técnica de las artes y operen por tanto sobre la

inventiva, llegando quizás hasta a modificar de una manera maravillosa lanoción misma del arte.»

 

Paul Valéry, Pièces sur l'art («La conquéte de l'ubiquité»).

 

PROLOGO

 

Cuando Marx emprendió el análisis de la producción capitalista estaba ésta ensus comienzos. Marx orientaba su empeño de modo que cobrase valor de

 pronóstico. Se remontó hasta las relaciones fundamentales de dicha produccióny las expuso de tal guisa que resultara de ellas lo que en el futuro pudiera

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esperarse del capitalismo. Y resultó que no sólo cabía esperar de él unaexplotación crecientemente agudizada de los proletarios, sino además elestablecimiento de condiciones que posibilitan su propia abolición.

La transformación de la superestructura, que ocurre mucho más lentamente que

la de la infraestructura, ha necesitado más de medio siglo para hacer vigente entodos los campos de la cultura el cambio de las condiciones de producción. Enqué forma sucedió, es algo que sólo hoy puede indicarse. Pero de esasindicaciones debemos requerir determinados pronósticos. Poco corresponderána tales requisitos las tesis sobre el arte del proletariado después de su toma del

 poder; mucho menos todavía algunas sobre el de la sociedad sin clases; más encambio unas tesis acerca de las tendencias evolutivas del arte bajo las actualescondiciones de producción. Su dialéctica no es menos perceptible en lasuperestructura que en la economía. Por eso sería un error menospreciar suvalor combativo. Dichas tesis dejan de lado una serie de conceptos heredados(como creación y genialidad, perennidad y misterio), cuya aplicaciónincontrolada, y por el momento difícilmente controlable, lleva a la elaboracióndel material fáctico en el sentido fascista. Los conceptos que seguidamenteintroducimos por vez primera en la teoría del arte se distinguen de los usualesen que resultan por completo inútiles para los fines del fascismo. Por elcontrario, son utilizables para la formación de exigencias revolucionarias en la

 política artística.

 

1

 

La obra de arte ha sido siempre fundamentalmente susceptible de reproducción.Lo que los hombres habían hecho, podía ser imitado por los hombres. Losalumnos han hecho copias como ejercicio artístico, los maestros las hacen paradifundir las obras, y finalmente copian también terceros ansiosos de ganancias.

Frente a todo ello, la reproducción técnica de la obra de arte es algo nuevo quese impone en la historia intermitentemente, a empellones muy distantes unos deotros, pero con intensidad creciente. Los griegos sólo conocían dos

 procedimientos de reproducción técnica: fundir y acuñar. Bronces, terracotas ymonedas eran las únicas obras artísticas que pudieron reproducir en masa.Todas las restantes eran irrepetibles y no se prestaban a reproducción técnicaalguna. La xilografía hizo que por primera vez se reprodujese técnicamente el

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dibujo, mucho tiempo antes de que por medio de la imprenta se hiciese lomismo con la escritura. Son conocidas las modificaciones enormes que en laliteratura provocó la imprenta, esto es, la reproductibilidad técnica de laescritura. Pero a pesar de su importancia, no representan más que un casoespecial del fenómeno que aquí consideramos a escala de historia universal. Enel curso de la Edad Media se añaden a la xilografía el grabado en cobre y elaguafuerte, así como la litografía a comienzos del siglo diecinueve.

Con la litografía, la técnica de la reproducción alcanza un gradofundamentalmente nuevo. El procedimiento, mucho más preciso, que distinguela transposición del dibujo sobre una piedra de su incisión en taco de madera ode su grabado al aguafuerte en una plancha de cobre, dio por primera vez al artegráfico no sólo la posibilidad de poner masivamente (como antes) sus

 productos en el mercado, sino además la de ponerlos en figuraciones cada díanuevas. La litografía capacitó al dibujo para acompañar, ilustrándola, la vidadiaria. Comenzó entonces a ir al paso con la imprenta. Pero en estos comienzosfue aventajado por la fotografía pocos decenios después de que se inventara laimpresión litográfica. En el proceso de la reproducción plástica, la mano sedescarga por primera vez de las incumbencias artísticas más importantes que enadelante van a concernir únicamente al ojo que mira por el objetivo. El ojo esmás rápido captando que la mano dibujando; por eso se ha apresurado tantísimoel proceso de la reproducción plástica que ya puede ir a paso con la palabrahablada. Al rodar en el estudio, el operador de cine fija las imágenes con lamisma velocidad con la que el actor habla. En la litografía se escondía

virtualmente el periódico ilustrado y en la fotografía el cine sonoro. Lareproducción técnica del sonido fue empresa acometida a finales del siglo pasado. Todos estos esfuerzos convergentes hicieron previsible una situaciónque Paul Valéry caracteriza con la frase siguiente: «Igual que el agua, el gas yla corriente eléctrica vienen a nuestras casas, para servimos, desde lejos y por medio de una manipulación casi imperceptible, así estamos también provistosde imágenes y de series de sonidos que acuden a un pequeño toque, casi a unsigno, y que del mismo modo nos abandonan». Hacia 1900 la reproduccióntécnica había alcanzado un standard en el que no sólo comenzaba a convertir entema propio la totalidad de las obras de arte heredadas (sometiendo además su

función a modificaciones hondísimas), sino que también conquistaba un puestoespecífico entre los procedimientos artísticos. Nada resulta más instructivo parael estudio de ese standard que referir dos manifestaciones distintas, lareproducción de la obra artística y el cine, al arte en su figura tradicional.

 

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2

 

Incluso en la reproducción mejor acabada falta algo: el aquí y ahora de la obrade arte, su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra. En dichaexistencia singular, y en ninguna otra cosa, se realizó la historia a la que haestado sometida en el curso de su perduración. También cuentan lasalteraciones que haya padecido en su estructura física a lo largo del tiempo, asícomo sus eventuales cambios de propietario. No podemos seguir el rastro de las

 primeras más que por medio de análisis físicos o químicos impracticables sobreuna reproducción; el de los segundos es tema de una tradición cuya búsquedaha de partir del lugar de origen de la obra.

El aquí y ahora del original constituye el concepto de su autenticidad. Losanálisis químicos de la pátina de un bronce favorecerán que se fije si esauténtico; correspondientemente, la comprobación de que un determinadomanuscrito medieval procede de un archivo del siglo XV favorecerá la fijaciónde su autenticidad. El ámbito entero de la autenticidad se sustrae a lareproductibilidad técnica —y desde luego que no sólo a la técnica—. Cara a lareproducción manual, que normalmente es catalogada como falsificación, loauténtico conserva su autoridad plena, mientras que no ocurre lo mismo cara ala reproducción técnica. La razón es doble. En primer lugar, la reproducción

técnica se acredita como más independiente que la manual respecto deloriginal. En la fotografía, por ejemplo, pueden resaltar aspectos del originalaccesibles únicamente a una lente manejada a propio antojo con el fin deseleccionar diversos puntos de vista, inaccesibles en cambio para el ojohumano. 0 con ayuda de ciertos procedimientos, como la ampliación o elretardador, retendrá imágenes que se le escapan sin más a la óptica humana.Además, puede poner la copia del original en situaciones inasequibles paraéste. Sobre todo le posibilita salir al encuentro de su destinatario, ya sea enforma de fotografía o en la de disco gramofónico. La catedral deja suemplazamiento para encontrar acogida en el estudio de un aficionado al arte; laobra coral, que fue ejecutada en una sala o al aire libre, puede escucharse enuna habitación.

Las circunstancias en que se ponga al producto de la reproducción de una obrade arte, quizás dejen intacta la consistencia de ésta, pero en cualquier casodeprecian su aquí y ahora. Aunque en modo alguno valga esto sólo para unaobra artística, sino que parejamente vale también, por ejemplo, para un paisaje

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que en el cine transcurre ante el espectador. Sin embargo, el proceso aqueja enel objeto de arte una médula sensibilísima que ningún objeto natural posee engrado tan vulnerable. Se trata de su autenticidad. La autenticidad de una cosa esla cifra de todo lo que desde el origen puede transmitirse en ella desde suduración material hasta su testificación histórica. Como esta última se funda enla primera, que a su vez se le escapa al hom4re en la reproducción, por eso setambalea en ésta la testificación histórica de la cosa. Claro que sólo ella; pero loque se tambalea de tal suerte es su propia autoridad.

Resumiendo todas estas deficiencias en el concepto de aura, podremos decir: enla época de la reproducción técnica de la obra de arte lo que se atrofia es el aurade ésta. El proceso es sintomático; su significación señala por encima delámbito artístico. Conforme a una formulación general: la técnica reproductivadesvincula lo reproducido del ámbito de la tradición. Al multiplicar lasreproducciones pone su presencia masiva en el lugar de una presenciairrepetible. Y confiere actualidad a lo reproducido al permitirle salir, desde susituación respectiva, al encuentro de cada destinatario. Ambos procesosconducen a una fuerte conmoción de lo transmitido, a una conmoción de latradición, que es el reverso de la actual crisis y de la renovación de lahumanidad. Están además en estrecha relación con los movimientos de masasde nuestros días. Su agente más poderoso es el cine. La importancia social deéste no es imaginable incluso en su forma más positiva, y precisamente en ella,sin este otro lado suyo destructivo, catártico: la liquidación del valor de latradición en la herencia cultural. Este fenómeno es sobre todo perceptible en las

grandes películas históricas. Es éste un terreno en el que constantemente toma posiciones. Y cuando Abel Gance proclamó con entusiasmo en 1927:«Shakespeare, Rembrandt, Beethoven, harán cine... Todas las leyendas, toda lamitología y todos los mitos, todos los fundadores de religiones y todas lasreligiones incluso... esperan su resurrección luminosa, y los héroes seapelotonan, para entrar, ante nuestras puertas» nos estaba invitando, sin saberlo,a una liquidación general.

 

3

 

Dentro de grandes espacios históricos de tiempo se modifican, junto con toda laexistencia de las colectividades humanas, el modo y manera de su percepción

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sensorial. Dichos modo y manera en que esa percepción se organiza, el medioen el que acontecen, están condicionados no sólo natural, sino tambiénhistóricamente. El tiempo de la Invasión de los Bárbaros, en el cual surgieron laindustria artística del Bajo Imperio y el Génesis de Viena, trajo consigo ademásde un arte distinto del antiguo una percepción también distinta. Los eruditos dela escuela vienesa, Riegel y Wickhoff, hostiles al peso de la tradición clásicaque sepultó aquel arte, son los primeros en dar con la ocurrencia de sacar de élconclusiones acerca de la organización de la percepción en el tiempo en quetuvo vigencia. Por sobresalientes que fueran sus conocimientos, su limitaciónestuvo en que nuestros investigadores se contentaron con indicar la signaturaformal propia de la percepción en la época del Bajo Imperio. No intentaron(quizás ni siquiera podían esperarlo) poner de manifiesto las transformacionessociales que hallaron expresión en esos cambios de la sensibilidad. En laactualidad son más favorables las condiciones para un atisbo correspondiente.Y si las modificaciones en el medio de la percepción son susceptibles de quenosotros, sus coetáneos, las entendamos como desmoronamiento del aura, síque podremos poner de bulto sus condicionamientos sociales.

Conviene ilustrar el concepto de aura, que más arriba hemos propuesto paratemas históricos, en el concepto de un aura de objetos naturales. Definiremosesta última como la manifestación irrepetible de una lejanía (por cercana que

 pueda estar). Descansar en un atardecer de verano y seguir con la mirada unacordillera en el horizonte o una rama que arroja su sombra sobre el que reposa,eso es aspirar el aura de esas montañas, de esa rama. De la mano de esta

descripción es fácil hacer una cala en los condicionamientos sociales del actualdesmoronamiento del aura. Estriba éste en dos circunstancias que a su vezdependen de la importancia creciente de las masas en la vida de hoy. A saber:acercar  espacial y humanamente las cosas es una aspiración de las masasactuales tan apasionada como su tendencia a superar la singularidad de cadadato acogiendo su reproducción. Cada día cobra una vigencia más irrecusablela necesidad de adueñarse de los objetos en la más próxima de las cercanías, enla imagen, más bien en la copia, en la reproducción. Y la reproducción, tal ycomo la aprestan los periódicos ilustrados y los noticiarios, se distingueinequívocamente de la imagen. En ésta, la singularidad y la perduración están

imbricadas una en otra de manera tan estrecha como lo están en aquélla lafugacidad y la posible repetición. Quitarle su envoltura a cada objeto, triturar suaura, es la signatura de una percepción cuyo  sentido para lo igual en el mundo

ha crecido tanto que incluso, por medio de la reproducción, le gana terreno a loirrepetible. Se denota así en el ámbito plástico lo que en el ámbito de la teoríaadvertimos como un aumento de la importancia de la estadística. La orientación

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de la realidad a las masas y de éstas a la realidad es un proceso de alcanceilimitado tanto para el pensamiento como para la contemplación.

 

4

 

La unicidad de la obra de arte se identifica con su ensamblamiento en elcontexto de la tradición. Esa tradición es desde luego algo muy vivo, algoextraordinariamente cambiante. Una estatua antigua de Venus, por ejemplo,estaba en un contexto tradicional entre los griegos, que hacían de ella objeto de

culto, y en otro entre los clérigos medievales que la miraban como un ídolomaléfico. Pero a unos y a otros se les enfrentaba de igual modo su unicidad, odicho con otro término: su aura. La índole original del ensamblamiento de laobra de arte en el contexto de la tradición encontró su expresión en el culto. Lasobras artísticas más antiguas sabemos que surgieron al servicio de un ritual

 primero mágico, luego religioso. Es de decisiva importancia que el modoaurático de existencia de la obra de arte jamás se desligue de la función ritual.Con otras palabras: el valor único de la auténtica obra artística se funda en elritual en el que tuvo su primer y original valor útil. Dicha fundamentaciónestará todo lo mediada que se quiera, pero incluso en las formas más profanas

del servicio a la belleza resulta perceptible en cuanto ritual secularizado. Esteservicio profano, que se formó en el Renacimiento para seguir vigente por tressiglos, ha permitido, al transcurrir ese plazo y a la primera conmoción graveque le alcanzara, reconocer con toda claridad tales fundamentos. Al irrumpir el

 primer medio de reproducción de veras revolucionario, a saber la fotografía (aun tiempo con el despunte del socialismo), el arte sintió la proximidad de lacrisis (que después de otros cien años resulta innegable), y reaccionó con lateoría de «l'art pour l'art», esto es, con una teología del arte. De ella procedióulteriormente ni más ni menos que una teología negativa en figura de la idea deun arte «puro» que rechaza no sólo cualquier función social, sino además todadeterminación por medio de un contenido objetual. (En la poesía, Mallarmé hasido el primero en alcanzar esa posición.)

Hacer justicia a esta serie de hechos resulta indispensable para una cavilaciónque tiene que habérselas con la obra de arte en la época de su reproduccióntécnica. Esos hechos preparan un atisbo decisivo en nuestro tema: por primeravez en la historia universal, la reproductibilidad técnica emancipa a la obra

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artística de su existencia parasitaria en un ritual. La obra de arte reproducida seconvierte, en medida siempre creciente, en reproducción de una obra artísticadispuesta para ser reproducida. De la placa fotográfica, por ejemplo, son

 posibles muchas copias; preguntarse por la copia auténtica no tendría sentidoalguno. Pero en el mismo instante en que la norma de la autenticidad fracasa enla producción artística, se trastorna la función íntegra del arte. En lugar de sufundamentación en un ritual aparece su fundamentación en una praxis distinta,a saber en la política.

5

 

La recepción de las obras de arte sucede bajo diversos acentos entre los cualeshay dos que destacan por su polaridad. Uno de esos acentos reside en el valor cultual, el otro en el valor exhibitivo de la obra artística. La producción artísticacomienza con hechuras que están al servicio del culto. Presumimos que es másimportante que dichas hechuras estén presentes y menos que sean vistas. Elalce que el hombre de la Edad de Piedra dibuja en las paredes de su cueva es uninstrumento mágico. Claro que lo exhibe ante sus congéneres; pero está sobretodo destinado a los espíritus. Hoy nos parece que el valor cultual empuja a la

obra de arte a mantenerse oculta: ciertas estatuas de dioses sólo son accesibles alos sacerdotes en la «cella». Ciertas imágenes de Vírgenes permanecen casitodo el año encubiertas, y determinadas esculturas de catedrales medievales noson visibles para el espectador que pisa el santo suelo. A medida que lasejercitaciones artísticas se emancipan del regazo ritual, aumentan las ocasionesde exhibición de sus productos. La capacidad exhibitiva de un retrato de mediocuerpo, que puede enviarse de aquí para allá, es mayor que la de la estatua deun dios, cuyo puesto fijo es el interior del templo. Y si quizás la capacidadexhibitiva de una misa no es de por sí menor que la de una sinfonía, la sinfoníaha surgido en un tiempo en el que su exhibición prometía ser mayor que la deuna misa.

Con los diversos métodos de su reproducción técnica han crecido en grado tanfuerte las posibilidades de exhibición de la obra de arte, que el corrimientocuantitativo entre sus dos polos se toma, como en los tiempos primitivos, enuna modificación cualitativa de su naturaleza. A saber, en los tiempos

 primitivos, y a causa de la preponderancia absoluta de su valor cultual, fue en

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 primera línea un instrumento de magia que sólo más tarde se reconoció encierto modo como obra artística; y hoy la preponderancia absoluta de su valor exhibitivo hace de ella una hechura con funciones por entero nuevas entre lascuales la artística —la que nos es consciente— se destaca como la que mástarde tal vez se reconozca en cuanto accesoria. Por lo menos es seguro queactualmente la fotografía y además el cine proporcionan las aplicaciones másútiles de ese conocimiento.

6

 

En la fotografía, el valor exhibitivo comienza a reprimir en toda la línea alvalor cultual. Pero éste no cede sin resistencia. Ocupa una última trinchera quees el rostro humano. En modo alguno es casual que en los albores de lafotografía el retrato ocupe un puesto central. El valor cultual de la imagen tienesu último refugio en el culto al recuerdo de los seres queridos, lejanos odesaparecidos. En las primeras fotografías vibra por vez postrera el aura en laexpresión de una cara humana. Y esto es lo que constituye su bellezamelancólica e incomparable. Pero cuando el hombre se retira de la fotografía,se opone entonces, superándolo, el valor exhibitivo al cultual. Atget es

sumamente importante por haber localizado este proceso al retener hacia 1900las calles de París en aspectos vacíos de gente. Con mucha razón se ha dicho deél que las fotografió como si fuesen el lugar del crimen. Porque también ésteestá vacío y se le fotografía a causa de los indicios. Con Atget comienzan las

 placas fotográficas a convertirse en pruebas en el proceso histórico. Y así escomo se forma su secreta significación histórica. Exigen una recepción en unsentido determinado. La contemplación de vuelos propios no resulta muyadecuada. Puesto que inquietan hasta tal punto a quien las mira, que para ir hacia ellas siente tener que buscar un determinado camino. Simultáneamentelos periódicos ilustrados empiezan a presentarle señales indicadoras. Acertadaso erróneas, da lo mismo. Por primera vez son en esos periódicos obligados los

 pies de las fotografías. Y claro está que éstos tienen un carácter muy distinto aldel título de un cuadro. El que mira una revista ilustrada recibe de los pies desus imágenes unas directivas que en el cine se harán más precisas e imperiosas,ya que la comprensión de cada imagen aparece prescrita por la serie de todaslas imágenes precedentes.

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7

 

Aberrante y enmarañada se nos antoja hoy la disputa sin cuartel que al correr elsiglo diecinueve mantuvieron la fotografía y la pintura en cuanto al valor artístico de sus productos. Pero no pondremos en cuestión su importancia, sinoque más bien podríamos subrayarla. De hecho esa disputa era expresión de untrastorno en la historia universal del que ninguno de los dos contendientes eraconsciente. La época de su reproductibilidad técnica desligó al arte de sufundamento cultual: y el halo de su autonomía se extinguió para siempre. Se

 produjo entonces una modificación en la función artística que cayó fuera delcampo de visión del siglo. E incluso se le ha escapado durante tiempo al sigloveinte, que es el que ha vivido el desarrollo del cine.

En vano se aplicó por de pronto mucha agudeza para decidir si la fotografía esun arte (sin plantearse la cuestión previa sobre si la invención de la primera nomodificaba por entero el carácter del segundo). Enseguida se encargaron losteóricos del cine de hacer el correspondiente y precipitado planteamiento. Perolas dificultades que la fotografía deparó a la estética tradicional fueron juego deniños comparadas con las que aguardaban a esta última en el cine. De ahí esa

ciega vehemencia que caracteriza los comienzos de la teoría cinematográfica.Abel Gance, por ejemplo, compara el cine con los jeroglíficos: «Henos aquí, enconsecuencia de un prodigioso retroceso, otra vez en el nivel de expresión delos egipcios... El lenguaje de las imágenes no está todavía a punto, porquenosotros no estamos aún hechos para ellas. No hay por ahora suficiente respeto,suficiente culto por lo que expresan». También Séverin-Mars escribe: «¿Quéotro arte tuvo un sueño más altivo... a la vez más poético y más real?Considerado desde este punto de vista representaría el cine un medioincomparable de expresión, y en su atmósfera debieran moverse únicamente

 personas del más noble pensamiento y en los momentos más perfectos ymisteriosos de su carrera». Por su parte, Alexandre Arnoux concluye unafantasía sobre el cine mudo con tamaña pregunta: «Todos los términos audacesque acabamos de emplear, ¿no definen al fin y al cabo la oración?». Resultamuy instructivo ver cómo, obligados por su empeño en ensamblar el cine en elarte, esos teóricos ponen en su interpretación, y por cierto sin reparo de ningúntipo, elementos cultuales. Y sin embargo, cuando se publicaron estasespeculaciones ya existían obras como  La opinión pública y La quimera del 

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oro. Lo cual no impide a Abel Gance aducir la comparación con los jeroglíficosy a Séverin-Mars hablar del cine como podría hablarse de las pinturas de FraAngelico. Es significativo que autores especialmente reaccionarios busquenhoy la importancia del cine en la misma dirección, si no en lo sacral, sí desdeluego en lo sobrenatural. Con motivo de la realización de Reinhardt del Sueño

de una noche de verano afirma Werfel que no cabe duda de que la copia estérildel mundo exterior con sus calles, sus interiores, sus estaciones, susrestaurantes, sus autos y sus playas es lo que hasta ahora ha obstruido el camino

 para que el cine ascienda al reino del arte. «El cine no ha captado todavía suverdadero sentido, sus posibilidades reales... Estas consisten en su capacidadsingularísima para expresar, con medios naturales y con una fuerza deconvicción incomparable, lo quimérico, lo maravilloso, lo sobrenatural».

8

 

En definitiva, el actor de teatro presenta él mismo en persona al público suejecución artística; por el contrario, la del actor de cine es presentada por mediode todo un mecanismo. Esto último tiene dos consecuencias. El mecanismo que

 pone ante el público la ejecución del actor cinematográfico no está atenido a

respetarla en su totalidad. Bajo la guía del cámara va tomando posiciones a surespecto. Esta serie de posiciones, que el montador compone con el materialque se le entrega, constituye la película montada por completo. La cual abarcaun cierto número de momentos dinámicos que en cuanto tales tienen que serleconocidos a la cámara (para no hablar de enfoques especiales o de grandes

 planos). La actuación del actor está sometida por tanto a una serie de testsópticos. Y ésta es la primera consecuencia de que su trabajo se exhiba por medio de un mecanismo. La segunda consecuencia estriba en que este actor,

 puesto que no es él mismo quien presenta a los espectadores su ejecución, se vemermado en la posibilidad, reservada al actor de teatro, de acomodar suactuación al público durante la función. El espectador se encuentra pues en laactitud del experto que emite un dictamen sin que para ello le estorbe ningúntipo de contacto personal con el artista. Se compenetra con el actor sólo entanto que se compenetra con el aparato. Adopta su actitud: hace test. Y no esésta una actitud a la que puedan someterse valores cultuales.

 

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9

 

Al cine le importa menos que el actor represente ante el público. un personaje;lo que le importa es que se represente a si mismo ante el mecanismo. Pirandelloha sido uno de los primeros en dar con este cambio que los tests imponen alactor. Las advertencias que hace a este respecto en su novela Se rueda quedan

 perjudicadas, pero sólo un poco, al limitarse a destacar el lado negativo delasunto. Menos aún les daña que se refieran únicamente al cine mudo. Puestoque el cine sonoro no ha introducido en este orden ninguna alteraciónfundamental. Sigue siendo decisivo representar para un aparato —o en el casodel cine sonoro para dos. «El actor de cine», escribe Pirandello, «se siente

como en el exilio. Exiliado no sólo de la escena, sino de su propia persona. Conun oscuro malestar percibe el vacío inexplicable debido a que su cuerpo seconvierte en un síntoma de deficiencia que se volatiliza y al que se expolia desu realidad, de su vida, de su voz y de los ruidos que produce al moverse,transformándose entonces en una imagen muda que tiembla en la pantalla uninstante y que desaparece enseguida quedamente... La pequeña máquinarepresenta ante el público su sombra, pero él tiene que contentarse conrepresentar ante la máquina». He aquí un estado de cosas que podríamoscaracterizar así: por primera vez —y esto es obra del cine— llega el hombre ala situación de tener que actuar con toda su persona viva, pero renunciando a suaura. Porque el aura está ligada a su aquí y ahora. Del aura no hay copia. Laque rodea a Macbeth en escena es inseparable de la que, para un público vivo,ronda al actor que le representa. Lo peculiar del rodaje en el estudiocinematográfico consiste en que los aparatos ocupan el lugar del público. Y asítiene que desaparecer el aura del actor y con ella la del personaje querepresenta.

 No es sorprendente que en su análisis del cine un dramaturgo como Pirandellotoque instintivamente el fondo de la crisis que vemos sobrecoge al teatro. Laescena teatral es de hecho la contrapartida más resuelta respecto de una obra dearte captada íntegramente por la reproducción técnica y que incluso, como elcine, procede de ella. Así lo confirma toda consideración mínimamenteintrínseca. Espectadores peritos, como Arnheim en 1932, se han percatado hacetiempo de que en el cine «casi siempre se logren los mayores efectos si se actúalo menos posible... El último progreso consiste en que se trata al actor como aun accesorio escogido característicamente... al cual se coloca en un lugar adecuado». Pero hay otra cosa que tiene con esto estrecha conexión. El artista

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que actúa en escena se transpone en un papel. Lo cual se le niegafrecuentemente al actor de cine. Su ejecución no es unitaria, sino que secompone de muchas ejecuciones. Junto a miramientos ocasionales por el preciodel alquiler de los estudios, por la disponibilidad de los colegas, por eldecorado, etc., son necesidades elementales de la maquinaria las quedesmenuzan la actuación del artista en una serie de episodios montables. Setrata sobre todo de la iluminación, cuya instalación obliga a realizar en muchastomas, distribuidas a veces en el estudio en horas diversas, la exposición de un

 proceso que en la pantalla aparece como un veloz decurso unitario. Para nohablar de montajes mucho más palpables. El salto desde una ventana puederodarse en forma de salto desde el andamiaje en los estudios y, si se da el caso,la fuga subsiguiente se tomará semanas más tarde en exteriores. Por lo demáses fácil construir casos muchísimo más paradójicos. Tras una llamada a la

 puerta se exige del actor que se estremezca. Quizás ese sobresalto no ha salidotal y como se desea. El director puede entonces recurrir a la estratagemasiguiente: cuando el actor se encuentre ocasionalmente otra vez en el estudio ledisparan, sin que él lo sepa, un tiro por la espalda' Se filma su susto en eseinstante y se monta luego en la película. Nada pone más drásticamente de bultoque el arte se ha escapado del reino del halo de lo bello, único en el que se

 pensó por largo tiempo que podía alcanzar florecimiento.

 

10

 

El extrañamiento del actor frente al mecanismo cinematográfico es de todastodas, tal y como lo describe Pirandello, de la misma índole que el que siente elhombre ante su aparición en el espejo. Pero es que ahora esa imagen del espejo

 puede despegarse de él, se ha hecho transportable. ¿Y adónde se la transporta?Ante el público. Ni un solo instante abandona al actor de cine la consciencia deello. Mientras está frente a la cámara sabe que en última instancia es con el

 público con quien tiene que habérselas: con el público de consumidores queforman el mercado. Este mercado, al que va no sólo con su fuerza de trabajo,sino con su piel, con sus entrañas todas, le resulta, en el mismo instante en quedetermina su actuación para él, tan poco asible como lo es para cualquier artículo que se hace en una fábrica. ¿No tendrá parte esta circunstancia en lacongoja, en esa angustia que, según Pirandello, sobrecoge al actor ante elaparato? A la atrofia del aura el cine responde con una construcción artificial de

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la personality fuera de los estudios; el culto a las «estrellas», fomentado por elcapital cinematográfico, conserva aquella magia de la personalidad, peroreducida, desde hace ya tiempo, a la magia averiada de su carácter demercancía. Mientras sea el capital quien de en él el tono, no podrá adjudicárseleal cine actual otro mérito revolucionario que el de apoyar una críticarevolucionaria de las concepciones que hemos heredado sobre el arte. Claro queno discutimos que en ciertos casos pueda hoy el cine apoyar además una críticarevolucionaria de las condiciones sociales, incluso del orden de la propiedad.Pero no es éste el centro de gravedad de la presente investigación (ni lo estampoco de la producción cinematográfica de Europa occidental).

Es propio de la técnica del cine, igual que de la del deporte, que cada quisqueasista a sus exhibiciones como un medio especialista. Bastaría con haber escuchado discutir los resultados de una carrera ciclista a un grupo derepartidores de periódicos, recostados sobre sus bicicletas, para entender semejante estado de la cuestión. Los editores de periódicos no han organizadoen balde concursos de carreras entre sus jóvenes repartidores. Y por cierto quedespiertan gran interés en los participantes. El vencedor tiene la posibilidad deascender de repartidor de diarios a corredor de carreras. Los noticiarios, por ejemplo, abren para todos la perspectiva de ascender de 'transeúntes acomparsas en la pantalla. De este modo puede en ciertos casos hasta verseincluido en una obra de arte —recordemos Tres canciones sobre Lenin deWertoff o Borinage de Ivens. Cualquier hombre aspirará hoy a participar en unrodaje. Nada ilustrará mejor esta aspiración que una cala en la situación

histórica de la literatura actual.Durante siglos las cosas estaban así en la literatura: a un escaso número deescritores se enfrentaba un número de lectores mil veces mayor. Pero a finesdel siglo pasado se introdujo un cambio. Con la creciente expansión de la

 prensa, que proporcionaba al público lector nuevos órganos políticos,religiosos, científicos, profesionales y locales, una parte cada vez mayor deesos lectores pasó, por de pronto ocasionalmente, del lado de los que escriben.La cosa empezó al abrirles su buzón la prensa diaria; hoy ocurre que apenas hayun europeo en curso de trabajo que no haya encontrado alguna vez ocasión de

 publicar una experiencia laboral, una queja, un reportaje o algo parecido. Ladistinción entre autor y público está por tanto a punto de perder su carácter sistemático. Se convierte en funcional y discurre de distinta manera en distintascircunstancias. El lector está siempre dispuesto a pasar a ser un escritor. Encuanto perito (que para bien o para mal en perito tiene que acabar en un

 proceso laboral sumamente especializado, si bien su peritaje lo será sólo de unafunción mínima), alcanza acceso al estado de autor. En la Unión Soviética es el

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trabajo mismo el que toma la palabra. Y su exposición verbal constituye una parte de la capacidad que es requisito para su ejercicio. La competencia literariaya no se funda en una educación especializada, sino politécnica. Se hace así

 patrimonio común.

Todo ello puede transponerse sin más al cine, donde ciertas remociones, que enla literatura han reclamado siglos, se realizan en el curso de un decenio. En la

 praxis cinematográfica —sobre todo en la rusa— se ha consumado ya esaremoción esporádicamente. Una parte de los actores que encontramos en el cineruso no son actores en nuestro sentido, sino gentes que desempeñan su propio

 papel, sobre todo en su actividad laboral. En Europa occidental la explotacióncapitalista del cine prohibe atender la legítima aspiración del hombre actual aser reproducido. En tales circunstancias la industria cinematográfica tiene graninterés en aguijonear esa participación de las masas por medio derepresentaciones ilusorias y especulaciones ambivalentes.

11

 

El rodaje de una película, y especialmente de una película sonora, ofrece

aspectos que eran antes completamente inconcebibles. Representa un procesoen el que es imposible ordenar una sola perspectiva sin que todo un mecanismo(aparatos de iluminación, cuadro de ayudantes, etc.), que de suyo no pertenecea la escena filmada, interfiera en el campo visual del espectador (a no ser que ladisposición de su pupila coincida con la de la cámara). Esta circunstancia hace,más que cualquier otra, que las semejanzas, que en cierto modo se dan entreuna escena en el estudio cinematográfico y en las tablas, resulten superficialesy de poca monta. El teatro conoce por principio el emplazamiento desde el queno se descubre sin más ni más que lo que sucede es ilusión. En el rodaje de unaescena cinematográfica no existe ese emplazamiento. La naturaleza de su

ilusión es de segundo grado; es un resultado del montaje. Lo cual significa: enel estudio de cine el mecanismo ha penetrado tan hondamente en la realidadque el aspecto puro de ésta, libre de todo cuerpo extraño, es decir técnico, no esmás que el resultado de un procedimiento especial, a saber el de la toma por medio de un aparato fotográfico dispuesto a este propósito y su montaje conotras tomas de igual índole. Despojada de todo aparato, la realidad es en este

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caso sobremanera artificial, y en el país de la técnica la visión de la realidadinmediata se ha convertido en una flor imposible.

Este estado de la cuestión, tan diferente del propio del teatro, es susceptible deuna confrontación muy instructiva con el que se da en la pintura. Es preciso que

nos preguntemos ahora por la relación que hay entre el operador y el pintor. Nos permitiremos una construcción auxiliar apoyada en el concepto deoperador usual en cirugía. El cirujano representa el polo de un orden cuyo poloopuesto ocupa el mago. La actitud del mago, que cura al enfermo imponiéndolelas manos, es distinta de la del cirujano que realiza una intervención. El magomantiene la distancia natural entre él mismo y su paciente. Dicho másexactamente: la aminora sólo un poco por virtud de la imposición de susmanos, pero la acrecienta mucho por virtud de su autoridad. El cirujano

 procede al revés: aminora mucho la distancia para con el paciente al penetrar dentro de él, pero la aumenta sólo un poco por la cautela con que sus manos semueven entre sus órganos. En una palabra: a diferencia del mago (y siemprehay uno en el médico de cabecera) el cirujano renuncia en el instante decisivo acolocarse frente a su enfermo como hombre frente a hombre; más bien seadentra en él operativamente. Mago y cirujano se comportan uno respecto delotro como el pintor y el cámara. El primero observa en su trabajo una distancianatural para con su dato el cámara por el contrario se adentra hondo en latextura de los datos. Las imágenes que consiguen ambos son enormementediversas. La del pintor es total y la del cámara múltiple, troceada en partes quese juntan según una ley nueva. La representación cinematográfica de la realidad

es para el hombre actual incomparablemente más importante, puesto quegarantiza, por razón de su intensa compenetración con el aparato, un aspecto dela realidad despojado de todo aparato que ese hombre está en derecho de exigir de la obra de arte.

 

12

 

La reproductibilidad técnica de la obra artística modifica la relación de la masa para con el arte. De retrógrada, frente a un Picasso por ejemplo, se transformaen progresiva, por ejemplo cara a un Chaplin. Este comportamiento progresivose caracteriza porque el gusto por mirar y por vivir se vincula en él íntima einmediatamente con la actitud del que opina como perito. Esta vinculación es

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un indicio social importante. A saber, cuanto más disminuye la importanciasocial de un arte, tanto más se disocian en el público la actitud crítica y lafruitiva. De lo convencional se disfruta sin criticarlo, y se critica con aversiónlo verdaderamente nuevo. En el público del cine coinciden la actitud crítica y lafruitiva. Y desde luego que la circunstancia decisiva, es ésta: las reacciones decada uno, cuya suma constituye la reacción masiva del público, jamás hanestado como en el cine tan condicionadas de antemano por su inmediata,inminente masificación. Y en cuanto se manifiestan, se controlan. Lacomparación con la pintura sigue siendo provechosa. Un cuadro ha tenidosiempre la aspiración eminente a ser contemplado por uno o por pocos. Lacontemplación simultánea de cuadros por parte de un gran público, tal y comose generaliza en el siglo XIX, es un síntoma temprano de la crisis de la pintura,que en modo alguno desató solamente la fotografía, sino que con relativaindependencia de ésta fue provocada por la pretensión por parte de la obra dearte de llegar a las masas.

Ocurre que la pintura no está en situación de ofrecer objeto a una recepciónsimultánea y colectiva. Desde siempre lo estuvo en cambio la arquitectura,como la estuvo antaño el epos y lo está hoy el cine. De suyo no hay por quésacar de este hecho conclusiones sobre el papel social de la pintura, aunque sí

 pese sobre ella como perjuicio grave cuando, por circunstancias especiales y encontra de su naturaleza, ha de confrontarse con las masas de una manerainmediata. En las iglesias y monasterios de la Edad Media, y en las cortes

 principescas hasta casi finales del siglo dieciocho, la recepción colectiva de

 pinturas no tuvo lugar simultáneamente, sino por mediación de múltiplesgrados jerárquicos. Al suceder de otro modo, cobra expresión el especialconflicto en que la pintura se ha enredado a causa de la reproductibilidadtécnica de la imagen. Por mucho que se ha intentado presentarla a las masas enmuseos y en exposiciones, no se ha dado con el camino para que esas masas

 puedan organizar y controlar su recepción. Y así el mismo público que esretrógrado frente al surrealismo, reaccionará progresivamente ante una películacómica.

 

13

 

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El cine no sólo se caracteriza por la manera como el hombre se presenta ante elaparato, sino además por como con ayuda de éste se representa el mundo entorno. Una ojeada a la psicología del rendimiento nos ilustrará sobre lacapacidad del aparato para hacer tests. Otra ojeada al psicoanálisis nos ilustrarásobre lo mismo bajo otro aspecto. El cine ha enriquecido nuestro mundo

 perceptivo con métodos que de hecho se explicarían por los de la teoríafreudiana. Un lapsus en la conversación pasaba hace cincuenta años más omenos desapercibido. Resultaba excepcional que de repente abriese

 perspectivas profundas en esa conversación que parecía antes discurrir superficialmente. Pero todo ha cambiado desde la  Psicopatología de la vida

cotidiana. Esta ha aislado cosas (y las ha hecho analizables), que antes nadabaninadvertidas en la ancha corriente de lo percibido. Tanto en el mundo óptico,como en el acústico, el cine ha traído consigo una profundización similar denuestra apercepción. Pero esta situación tiene un reverso: las ejecuciones queexpone el cine son pasibles de análisis mucho más exacto y más rico en puntosde vista que el que se llevaría a cabo sobre las que se representan en la pinturao en la escena. El cine indica la situación de manera incomparablemente más

 precisa, y esto es lo que constituye su mayor susceptibilidad de análisis frente ala pintura; respecto de la escena, dicha capacidad está condicionada porque enel cine hay también más elementos susceptibles de ser aislados. Talcircunstancia tiende a favorecer —y de ahí su capital importancia— lainterpenetración recíproca de ciencia y arte. En realidad, apenas puedeseñalarse si un comportamiento limpiamente dispuesto dentro de una situacióndeterminada (como un músculo en un cuerpo) atrae más por su valor artístico o

 por la utilidad científica que rendiría. Una de las funciones revolucionarias delcine consistirá en hacer que se reconozca que la utilización científica de lafotografía y su utilización artística son idénticas. Antes iban generalmente cadauna por su lado.

Haciendo primeros planos de nuestro inventario, subrayando detallesescondidos de nuestros enseres más corrientes, explorando entornos triviales

 bajo la guía genial del objetivo, el cine aumenta por un lado los atisbos en elcurso irresistible por el que se rige nuestra existencia, pero por otro lado nosasegura un ámbito de acción insospechado, enorme. Parecía que nuestros bares,

nuestras oficinas, nuestras viviendas amuebladas, nuestras estaciones y fábricasnos aprisionaban sin esperanza. Entonces vino el cine y con la dinamita de susdécimas de segundo hizo saltar ese mundo carcelario. Y ahora emprendemosentre sus dispersos escombros viajes de aventuras. Con el primer plano seensancha el espacio y bajo el retardador se alarga el movimiento. En unaampliación no sólo se trata de aclarar lo que de otra manera no se vería claro,sino que más bien aparecen en ella formaciones estructurales del todo nuevas.

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Y tampoco el retardador se limita a aportar temas conocidos del movimiento,sino que en éstos descubre otros enteramente desconocidos que «en absolutooperan como lentificaciones de movimientos más rápidos, sino propiamente encuanto movimientos deslizantes, flotantes, supraterrenales». Así es comoresulta perceptible que la naturaleza que habla a la cámara no es la misma quela que habla al ojo. Es sobre todo distinta porque en lugar de un espacio quetrama el hombre con su consciencia presenta otro tramado inconscientemente.Es corriente que pueda alguien darse cuenta, aunque no sea más que a grandesrasgos, de la manera de andar de las gentes, pero desde luego que nada sabe desu actitud en esa fracción de segundo en que comienzan a alargar el paso. Nosresulta más o menos familiar el gesto que hacemos al coger el encendedor o lacuchara, pero apenas si sabemos algo de lo que ocurre entre la mano y el metal,cuanto menos de sus oscilaciones según los diversos estados de ánimo en quenos encontremos Y aquí es donde interviene la cámara con sus mediosauxiliares, sus subidas y sus bajadas, sus cortes y su capacidad aislativa, susdilataciones y arrezagamientos de un decurso, sus ampliaciones ydisminuciones. Por su virtud experimentamos el inconsciente óptico igual que

 por medio del psicoanálisis nos enteramos del inconsciente pulsional.

14

 

Desde siempre ha venido siendo uno de los cometidos más importantes del arte provocar una demanda cuando todavía no ha sonado la hora de su satisfacción plena. La historia de toda forma artística pasa por tiempos críticos en los quetiende a urgir efectos que se darían sin esfuerzo alguno en un tenor técnicomodificado, esto es, en una forma artística nueva. Y así las extravagancias ycrudezas del arte, que se producen sobre todo en los llamados tiempos

decadentes, provienen en realidad de su centro virtual histórico más rico.Ultimamente el dadaísmo ha rebosado de semejantes barbaridades. Sólo ahoraentendemos su impulso: el dadaísmo intentaba, con los medios de la pintura (ode la literatura respectivamente), producir los efectos que el público busca hoyen el cine.

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Toda provocación de demandas fundamentalmente nuevas, de esas que abrencaminos, se dispara por encima de su propia meta. Así lo hace el dadaísmo enla medida en que sacrifica valores del mercado, tan propios del cine, en favor de intenciones más importantes de las que, tal y como aquí las describimos, noes desde luego consciente. Los dadaístas dieron menos importancia a la utilidadmercantil de sus obras de arte que a su inutilidad como objetos de inmersióncontemplativa. Y en buena parte procuraron alcanzar esa inutilidad por mediode una degradación sistemática de su material. Sus poemas son «ensaladas de

 palabras» que contienen giros obscenos y todo detritus verbal imaginable. Eigual pasa con sus cuadros, sobre los que montaban botones o billetes de tren ode metro o de tranvía. Lo que consiguen de esta manera es una destrucción sinmiramientos del aura de sus creaciones. Con los medios de producciónimprimen en ellas el estigma de las reproducciones. Ante un cuadro de Arp oun poema de August Stramm. es imposible emplear un tiempo en recogerse yformar un juicio, tal y como lo haríamos ante un cuadro de Derain o un poemade Rilke. Para una burguesía degenerada el recogimiento se convirtió en unaescuela de conducta asocial, y a él se le enfrenta ahora la distracción como unavariedad de comportamiento social. Al hacer de la obra de arte un centro deescándalo, las manifestaciones dadaístas garantizaban en realidad unadistracción muy vehemente. Había sobre todo que dar satisfacción a unaexigencia, provocar escándalo público.

De ser una apariencia atractiva o una hechura sonora convincente, la obra dearte pasó a ser un proyectil. Chocaba con todo destinatario. Había adquirido

una calidad táctil. Con lo cual favoreció la demanda del cine, cuyo elemento dedistracción es táctil en primera línea, es decir que consiste en un cambio deescenarios y de enfoques que se adentran en el espectador como un choque.Comparemos el lienzo (pantalla) sobre el que se desarrolla la película con ellienzo en el que se encuentra una pintura. Este último invita a la contemplación;ante él podemos abandonamos al fluir de nuestras asociaciones de ideas. Y encambio no podremos hacerlo ante un plano cinematográfico. Apenas lo hemosregistrado con los ojos y ya ha cambiado. No es posible fijarlo. Duhamel, queodia el cine y no ha entendido nada de su importancia, pero sí lo bastante de suestructura, anota esta circunstancia del modo siguiente: «Ya no puedo pensar lo

que quiero. Las imágenes movedizas sustituyen a mis pensamientos». Dehecho, el curso de las asociaciones en la mente de quien contempla lasimágenes queda enseguida interrumpido por el cambio de éstas. Y en elloconsiste el efecto de choque del cine que, como cualquier otro, pretende ser captado gracias a una presencia de espíritu más intensa. Por virtud de suestructura técnica el cine ha liberado al efecto físico de choque del embalaje

 por así decirlo moral en que lo retuvo el dadaísmo.

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15

 

La masa es una matriz de la que actualmente surte, como vuelto a nacer, todocomportamiento consabido frente á las obras artísticas. La cantidad se haconvertido en calidad: el crecimiento masivo del número de participantes hamodificado la índole de su participación. Que el observador no se llame aengaño porque dicha participación aparezca por de pronto bajo una formadesacreditada. No han faltado los que, guiados por su pasión, se han atenido

 precisamente a este lado superficial del asunto. Duhamel es entre ellos el que se

ha expresado de modo más radical. Lo que agradece al cine es esa participación peculiar que despierta en las masas. Le llama «pasatiempo para parias,disipación para ¡letrados, para criaturas miserables aturdidas por sus trajines ysus preocupaciones..., un espectáculo que no reclama esfuerzo alguno, que nosupone continuidad en las ideas, que no plantea ninguna pregunta que noaborda con seriedad ningún problema, que no enciende ninguna pasión, que noalumbra ninguna luz en el fondo de los corazones, que no excita ninguna otraesperanza a no ser la esperanza ridícula de convertirse un día en «star» en LosAngeles». Ya vemos que en el fondo se trata de la antigua queja: las masas

 buscan disipación, pero el arte reclama recogimiento. Es un lugar común. Pero

debemos preguntarnos si da lugar o no para hacer una investigación acerca delcine.

Se trata de mirar más de cerca. Disipación y recogimiento se contraponen hastatal punto que permiten la fórmula siguiente: quien se recoge ante una obra dearte, se sumerge en ella; se adentra en esa obra, tal y como narra la leyenda quele ocurrió a un pintor chino al contemplar acabado su cuadro. Por el contrario,la masa dispersa sumerge en sí misma a la obra artística. Y de maneraespecialmente patente a los edificios. La arquitectura viene desde siempreofreciendo el prototipo de una obra de arte, cuya recepción sucede en ladisipación y por parte de una colectividad. Las leyes de dicha recepción sonsobremanera instructivas.

Las edificaciones han acompañado a la humanidad desde su historia primera.Muchas formas artísticas han surgido y han desaparecido. La tragedia nace conlos griegos para apagarse con ellos y revivir después sólo en cuanto a susreglas. El epos, cuyo origen está en la juventud de los pueblos, caduca en

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Europa al terminar el Renacimiento. La pintura sobre tabla es una creación dela Edad Media y no hay nada que garantice su duración ininterrumpida. Pero lanecesidad que tiene el hombre de alojamiento si que es estable. El arte de laedificación no se ha interrumpido jamás. Su historia es más larga que la decualquier otro arte, y su eficacia al presentizarse es importante para todo intentode dar cuenta de la relación de las masas para con la obra artística. Lasedificaciones pueden ser recibidas de dos maneras, por el uso y por lacontemplación. 0 mejor dicho: táctil Y ópticamente. De tal recepción no habráconcepto posible si nos la representamos según la actitud recogida que, por ejemplo, es corriente en turistas ante edificios famosos. A saber: del lado táctilno existe correspondencia alguna con lo que del lado óptico es lacontemplación. La recepción táctil no sucede tanto por la vía de la atencióncomo por la de la costumbre. En cuanto a la arquitectura, esta última determinaen gran medida incluso la recepción óptica. La cual tiene lugar, de suyo, muchomenos en una atención tensa que en una advertencia ocasional. Pero endeterminadas circunstancias esta recepción formada en la arquitectura tienevalor canónico. Porque las tareas que en tiempos de cambio se le imponen alaparato perceptivo del hombre no pueden resolverse por la vía meramenteóptica, esto es por la de la contemplaci6n. Poco a poco quedan vencidas por lacostumbre (bajo la guía de la recepción táctil).

También el disperso puede acostumbrarse. Más aún: sólo cuando resolverlas sele ha vuelto una costumbre, probará poder hacerse en la dispersión con ciertastareas. Por medio de la dispersión, tal y como el arte la depara, se controlará

 bajo cuerda hasta qué punto tienen solución las tareas nuevas de la apercepción.Y como, por lo demás, el individuo está sometido a la tentación de hurtarse adichas tareas, el arte abordará la más difícil e importante movilizando a lasmasas. Así lo hace actualmente en el cine. La recepción en la dispersión, que sehace notar con insistencia creciente en todos los terrenos del arte y que es elsíntoma de modificaciones de hondo alcance en la apercepción, tiene en el cinesu instrumento de entrenamiento. El cine corresponde a esa forma receptiva por su efecto de choque. No sólo reprime el valor cultual porque pone al público ensituación de experto, sino además porque dicha actitud no incluye en las salas)de proyección atención alguna. El público es un examinador, pero un

examinador que se dispersa. 

Epílogo

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La proletarización creciente del hombre actual y el alineamiento tambiéncreciente de las masas son dos caras de uno y el mismo suceso. El fascismointenta organizar las masas recientemente proletarizadas sin tocar las

condiciones de la propiedad que dichas masas urgen por suprimir. El fascismove su salvación en que las masas lleguen a expresarse (pero que ni por asomohagan valer sus derechos). Las masas tienen derecho a exigir que se modifiquenlas condiciones de la propiedad; el fascismo procura que se expresen

 precisamente en la conservación de dichas condiciones. En consecuencia,desemboca en un esteticismo de la vida política. A la violación de las masas,que el fascismo impone por la fuerza en el culto a un caudillo, corresponde laviolación de todo un mecanismo puesto al servicio de la fabricación de valorescultuales.

Todos los esfuerzos por un esteticismo político culminan en un solo punto.Dicho punto es la guerra. La guerra, y sólo ella, hace posible dar una meta amovimientos de masas de gran escala, conservando a la vez las condicionesheredadas de la propiedad. Así es como se formula el estado de la cuestióndesde la política. Desde la técnica se formula del modo siguiente: sólo la guerrahace posible movilizar todos los medios técnicos del tiempo presente,conservando a la vez las condiciones de la propiedad. Claro que la apoteosis dela guerra en el fascismo no se sirve de estos argumentos. A pesar de lo cual esinstructivo echarles una ojeada. En el manifiesto de Marinetti sobre la guerracolonial de Etiopía se llega a decir: «Desde hace veintisiete años nos estamosalzando los futuristas en contra de que se considere a la guerra antiestética...Por ello mismo afirmamos: la guerra es bella, porque, gracias a las máscaras degas, al terrorífico megáfono, a los lanzallamas y a las tanquetas, funda lasoberanía del hombre sobre la máquina subyugada. La guerra es bella, porqueinaugura el sueño de la metalización del cuerpo humano. La guerra es bella, yaque enriquece las praderas florecidas con las orquídeas de fuego de lasametralladoras. La guerra es bella, ya que reúne en una sinfonía los tiroteos, loscañonazos, los altos el fuego, los perfumes y olores de la descomposición. Laguerra es bella, ya que crea arquitecturas nuevas como la de los tanques, la de

las escuadrillas formadas geométricamente, la de las espirales de humo en lasaldeas incendiadas y muchas otras... ¡Poetas y artistas futuristas... acordaos deestos principios fundamentales de una estética de la guerra para que iluminenvuestro combate por una nueva poesía,, por unas artes plásticas nuevas!».

Este manifiesto tiene la ventaja de ser claro. Merece que el dialéctico adopte su planteamiento de la cuestión. La estética de la guerra actual se le presenta de la

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manera siguiente: mientras que el orden de la propiedad impide elaprovechamiento natural de las fuerzas productivas, el crecimiento de losmedios técnicos, de los ritmos, de la fuentes de energía, urge unaprovechamiento antinatural. Y lo encuentra en la guerra que, con susdestrucciones, proporciona la prueba de que la sociedad no estaba todavía lo

 bastante madura para hacer de la técnica su órgano, y de que la técnica tampocoestaba suficientemente elaborada para dominar las fuerzas elementales de lasociedad. La guerra imperialista está determinada en sus rasgos atroces por ladiscrepancia entre los poderosos medios de producción y su aprovechamientoinsuficiente en el proceso productivo (con otras palabras: por el paro laboral yla falta de mercados de consumo). La guerra imperialista es un levantamientode la técnica, que se cobra en el material humano las exigencias a las que lasociedad ha sustraído su material natural. En lugar de canalizar ríos, dirige lacorriente humana al lecho de sus trincheras; en lugar de esparcir grano desdesus aeroplanos, esparce bombas incendiarias sobre las ciudades; y la guerra degases ha encontrado un medio nuevo para acabar con el aura.

«Fíat ars, pereat mundus», dice el fascismo, y espera de la guerra, tal y como loconfiesa Marinetti, la satisfacción artística de la percepción sensorialmodificada por la técnica. Resulta patente que esto es la realización acabada del«arte pour l'art». La humanidad, que antaño, en Homero, era un objeto deespectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora en espectáculo desí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su

 propia destrucción como un goce estético de primer orden. Este es el

esteticismo de la política que el fascismo propugna. El comunismo le contestacon la politización del arte.

 

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Tesis de filosofía de la historia

(1940)

 

Traducción de Jesús Aguirre

Taurus, Madrid 1973

 

1

 

Es notorio que ha existido, según se dice, un autómata construido de tal manera

que resultaba capaz de replicar a cada jugada de un ajedrecista con otra jugadacontraria que le aseguraba ganar la partida. Un muñeco trajeado a la turca, en la boca una pipa de narguile, se sentaba a tablero apoyado sobre una mesaespaciosa. Un sistema de espejos despertaba la ilusión de que esta mesa eratransparente por todos sus lados. En realidad se sentaba dentro un enano

 jorobado que era un maestro en el juego del ajedrez y que guiaba mediantehilos la mano del muñeco. Podemos imaginarnos un equivalente de este aparatoen la filosofía. Siempre tendrá que ganar el muñeco que llamamos«materialismo histórico». Podrá habérselas sin más ni más con cualquiera, sitoma a su servicio a la teología que, como es sabido, es hoy pequeña y fea y no

debe dejarse ver en modo alguno.

 

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«Entre las peculiaridades más dignas de mención del temple humano», diceLotz, «cuenta, a más de tanto egoísmo particular, la general falta de envidia del

 presente respecto a su futuro». Esta reflexión nos lleva a pensar que la imagen

de felicidad que albergamos se halla enteramente teñida por el tiempo en el quede una vez por todas nos ha relegado el decurso de nuestra existencia. Lafelicidad que podría despertar nuestra envidia existe sólo en el aire que hemosrespirado, entre los hombres con los que hubiésemos podido hablar, entre lasmujeres que hubiesen podido entregársenos. Con otras palabras, en larepresentación de felicidad vibra inalienablemente la de redención. Y lo mismoocurre con la representación de pasado, del cual hace la historia asunto suyo. El

 pasado lleva consigo un índice temporal mediante el cual queda remitido a laredención. Existe una cita secreta entre las generaciones que fueron y lanuestra. Y como a cada generación que vivió antes que nosotros, nos ha sidodada una flaca fuerza mesiánica sobre la que el pasado exige derechos. No sedebe despachar esta exigencia a la ligera. Algo sabe de ello el materialismohistórico.

 

3

 

El cronista que narra los acontecimientos sin distinguir entre los grandes y los pequeños, da cuenta de una verdad: que nada de lo que una vez hayaacontecido ha de darse por perdido para la historia. Por cierto, que sólo a lahumanidad redimida le cabe por completo en suerte su pasado. Lo cual quieredecir: sólo para la humanidad redimida se ha hecho su pasado citable en cadauno de sus momentos. Cada uno de los instantes vividos se convierte en unacitation à l'ordre du jour, pero precisamente del día final.

 

4

 

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 Buscad primero comida y vestimenta, que el reino de Dios se os dará luego

 por sí mismo.

Hegel, 1807.

 

La lucha de clases, que no puede escapársele de vista a un historiador educadoen Marx, es una lucha por las cosas ásperas y materiales sin las que no existenlas finas y espirituales. A pesar de ello estas últimas están presentes en la luchade, clases de otra manera a como nos representaríamos un botín que le cabe ensuerte al vencedor. Están vivas en ella como confianza, como coraje, comohumor, como astucia, como denuedo, y actúan retroactivamente en la lejanía de

los tiempos. Acaban por poner en cuestión toda nueva victoria que logren losque dominan. Igual que flores que toman al sol su corola, así se empeña lo queha sido, por virtud de un secreto heliotropismo, en volverse hacia el sol que selevanta en el cielo de la historia. El materialista histórico tiene que entender deesta modificación, la más imperceptible de todas.

 

5

 

La verdadera imagen del pasado transcurre rápidamente. Al pasado sólo puederetenérsele en cuanto imagen que relampaguea, para nunca más ser vista, en elinstante de su cognoscibilidad. «La verdad no se nos escapará»; esta frase, que

 procede de Gonfried KeIler, designa el lugar preciso en que el materialismohistórico atraviesa la imagen del pasado que amenaza desaparecer con cada

 presente que no se reconozca mentado en ella. (La buena nueva, que el

historiador, anhelante, aporta al pasado viene de una boca que quizás en elmismo instante de abrirse hable al vacío.)

 

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6

 

Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo «tal y como

verdaderamente ha sido». Significa adueñarse de un recuerdo tal y comorelumbra en el instante de un peligro. Al materialismo histórico le incumbe fijar una imagen del pasado tal y como se le presenta de improviso al sujetohistórico en el instante del peligro. El peligro amenaza tanto al patrimonio de latradición como a los que lo reciben. En ambos casos es uno y el mismo:

 prestarse a ser instrumento de la clase dominante. En toda época ha deintentarse arrancar la tradición al respectivo conformismo que está a punto desubyugarla. El Mesías no viene únicamente como redentor; viene comovencedor del Anticristo. El don de encender en lo pasado la chispa de laesperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente:tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y esteenemigo no ha cesado de vencer.

 

7

 

 Pensad qué oscuro y qué helador es este valle que resuena a pena.

Brecht: La ópera de cuatro cuartos.

 

Fustel de Coulanges recomienda al historiador, que quiera revivir una época,

que se quite de la cabeza todo lo que sepa del decurso posterior de la historia.Mejor no puede calarse el procedimiento con el que ha roto el materialismohistórico. Es un procedimiento de empatía. Su origen está en la desidia delcorazón, en la acedia que desespera de adueñarse de la auténtica imagenhistórica que relumbra fugazmente. Entre los teólogos de la Edad Media pasaba

 por ser la razón fundamental de la tristeza. Flaubert, que hizo migas con ella,escribe: «Peu de gens devineront combien il a fallu étre triste pour ressusciter 

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Carthage». La naturaleza de esa tristeza se hace patente al plantear la cuestiónde con quién entra en empatía el historiador historicista. La respuesta esinnegable que reza así: con el vencedor. Los respectivos dominadores son losherederos de todos los que han vencido una vez. La empatía con el vencedor resulta siempre ventajosa para los dominadores de cada momento. Con lo cualdecimos lo suficiente al materialista histórico. Quien hasta el día actual se hayallevado la victoria, marcha en el cortejo triunfal en el que los dominadores dehoy pasan sobre los que también hoy yacen en tierra. Como suele ser costumbre, en el cortejo triunfal llevan consigo el botín. Se le designa como

 bienes de cultura. En el materialista histórico tienen que contar con unespectador distanciado. Ya que los bienes culturales que abarca con la mirada,tienen todos y cada uno un origen que no podrá considerar sin horror. Deben suexistencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que los han creado, sinotambién a la servidumbre anónima de sus contemporáneos. Jamás se da undocumento de cultura sin que lo sea a la vez de la barbarie. E igual que élmismo no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión en elque pasa de uno a otro. Por eso el materialista histórico se distancia de él en lamedida de lo posible. Considera cometido suyo pasarle a la historia el cepillo acontrapelo.

 

8

 

La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el «estado deexcepción» en el que vivimos. Hemos de llegar a un concepto de la historia quele corresponda. Tendremos entonces en mientes como cometido nuestro

 provocar el verdadero estado de excepción; con lo cual mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo. No en último término consiste lafortuna de éste en que. sus enemigos salen a su encuentro, en nombre del

 progreso, como al de una norma histórica. No es en absoluto filosófico elasombro acerca de que las cosas que estamos viviendo sean «todavía» posiblesen el siglo veinte. No está al comienzo de ningún conocimiento, a no ser deéste: que la representación de historia de la que procede no se mantiene.

 

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9

 

Tengo las alas prontas para alzarme,

Con gusto vuelvo atrás,

 Porque de seguir siendo tiempo vivo,

Tendría poca suerte.

Gerhard Scholem: Gruss vom Angelus.

 

Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a unángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene

 pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta yextendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Havuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena

de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobreruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a losmuertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracánque se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puedecerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da laespalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Esehuracán es lo que nosotros llamamos progreso.

 

10

 

Los temas de meditación que la regla monástica señalaba a los hermanos tenían por objeto prevenirlos contra el mundo y contra sus pompas. La concatenación

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de ideas que ahora seguimos procede de una determinación parecida. En unmomento en que los políticos, en los cuales los enemigos del fascismo habían

 puesto sus esperanzas, están por el suelo y corroboran su derrota traicionandosu propia causa, dichas ideas pretenden liberar a la criatura política de las redescon que lo han embaucado. La reflexión parte de que la testaruda fe de estos

 políticos en el progreso, la confianza que tienen en su «base en las masas» yfinalmente su servil inserción en un aparato incontrolable son tres lados de lamisma cosa. Además procura darnos una idea de lo cara que le resultará anuestro habitual pensamiento una representación de la historia que evite todacomplicidad con aquella a la que los susodichos políticos siguen aferrándose.

 

11

 

El conformismo, que desde el principio ha estado como en su casa en lasocialdemocracia, no se apega sólo a su táctica política, sino además a susconcepciones económicas. El es una de las causas del derrumbamiento ulterior.

 Nada ha corrompido tanto a los obreros alemanes como la opinión de que estánnadando con la corriente. El desarrollo técnico era para ellos la pendiente de lacorriente a favor de la cual pensaron que nadaban. Punto éste desde el que no

había más que un paso hasta la ilusión de que el trabajo en la fábrica, situado enel impulso del progreso técnico, representa una ejecutoria política. La antiguamoral protestante del trabajo celebra su resurrección secularizada entre losobreros alemanes. Ya el «Programa de Gotha» lleva consigo huellas de esteembrollo. Define el trabajo como «la fuente de toda riqueza y toda cultura».Barruntando algo malo, objetaba Marx que el hombre que no posee otra

 propiedad que su fuerza de trabajo «tiene que ser esclavo de otros hombres quese han convertido en propietarios». No obstante sigue extendiéndose laconfusión y enseguida proclamará Josef Dietzgen: «El Salvador del tiemponuevo se llama trabajo. En... la mejora del trabajo... consiste la riqueza, que

 podrá ahora consumar lo que hasta ahora ningún redentor ha llevado a cabo».Este concepto marxista vulgarizado de lo que es el trabajo no se pregunta con lacalma necesaria por el efecto que su propio producto hace a los -trabajadores entanto no puedan disponer de él. Reconoce únicamente los progresos deldominio de la naturaleza, pero no quiere reconocer los retrocesos de lasociedad. Ostenta ya los rasgos tecnocráticos que encontraremos más tarde enel fascismo. A éstos pertenece un concepto de la naturaleza que se distingue

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catastróficamente del de las utopías socialistas anteriores a 1848. El trabajo, taly como ahora se le entiende, desemboca en la explotación de la naturaleza que,con satisfacción ingenua, se opone a la explotación del proletariado.Comparadas con esta concepción positivista demuestran un sentidosorprendentemente sano las fantasías que tanta materia han dado pararidiculizar a un Fourier. Según éste, un trabajo social bien dispuesto debieratener como consecuencias que cuatro lunas iluminasen la noche de la tierra, quelos hielos se retirasen de los polos, que el agua del mar ya no sepa a sal y quelos animales feroces pasen al servicio de los hombres. Todo lo cual ilustra untrabajo que, lejos de explotar a la naturaleza, está en situación de hacer quealumbre las criaturas que como posibles dormitan en su seno. Del conceptocorrompido de trabajo forma parte como su complemento la naturaleza que,según se expresa Dietzgen, «está ahí gratis».

 

12

 

 Necesitamos de la historia, pero la necesitamos de otra manera a como la

necesita el holgazán mimado en los jardines del saber.

 Nietzsche: Sobre las ventajas e inconvenientes de la historia.

 

La clase que lucha, que está sometida, es el sujeto mismo del conocimientohistórico. En Marx aparece como la última que ha sido esclavizada, como laclase vengadora que lleva hasta el final la obra de liberación en nombre degeneraciones vencidas. Esta consciencia, que por breve tiempo cobra otra vezvigencia en el espartaquismo, le ha resultado desde siempre chabacana a lasocialdemocracia. En el curso de tres decenios ha conseguido apagar casi el

nombre de un Blanqui cuyo timbre de bronce había conmovido al siglo precedente. Se ha complacido en cambio en asignar a la clase obrera el papel deredentora de generaciones futuras. Con ello ha cortado los nervios de su fuerzamejor. La clase desaprendió en esta escuela tanto el odio como la voluntad desacrificio. Puesto que ambos se alimentan de la imagen de los antecesoresesclavizados y no del ideal de los descendientes liberados.

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13

 

 Nuestra causa se hace más clara cada día y cada día es el pueblo más sabio.

Wilhelm Dietzgen: La religión de la socialdemocracia.

La teoría socialdemócrata, y todavía más su praxis, ha sido determinada por un

concepto de progreso que no se atiene a la realidad, sino que tiene pretensionesdogmáticas. El progreso, tal y como se perfilaba en las cabezas de lasocialdemocracia, fue un progreso en primer lugar de la humanidad misma (nosólo de sus destrezas y conocimientos). En segundo lugar era un progresoinconcluible (en correspondencia con la infinita perfectibilidad humana).Pasaba por ser, en tercer lugar, esencialmente incesante (recorriendo por su

 propia virtud una órbita recta o en forma espiral). Todos estos predicados soncontrovertibles y en cada uno de ellos podría iniciarse la critica. Pero si éstaquiere ser rigurosa, deberá buscar por detrás de todos esos predicados ydirigirse a algo que les es común. La representación de un progreso del género

humano en la historia es inseparable de la representación de la prosecución deésta a lo largo de un tiempo homogéneo y vacío. La crítica a la representaciónde dicha prosecución deberá constituir la base de la critica a tal representacióndel progreso.

 

14

 

 La meta es el origen.

Karl Kraus: Palabras en verso.

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La historia es objeto de una construcción cuyo lugar no está constituido por eltiempo homogéneo y vacío, sino por un tiempo pleno, «tiempo - ahora». Así laantigua Roma fue para Robespierre un pasado cargado de «tiempo - ahora» queél hacía saltar del continuum de la historia. La Revolución francesa se entendióa sí misma como una Roma que retorna. Citaba a la Roma antigua igual que lamoda cita un ropaje del pasado. La moda husmea lo actual dondequiera que loactual se mueva en la jungla de otrora. Es un salto de tigre al pasado. Sólo tienelugar en una arena en la que manda la clase dominante. El mismo salto bajo elcielo despejado de la historia es el salto dialéctico, que así es como Marxentendió la revolución.

 

15

 

La consciencia de estar haciendo saltar el continuum de la historia es peculiar de las clases revolucionarias en el momento de su acción. La gran Revoluciónintrodujo un calendario nuevo. El día con el que comienza un calendariocumple oficio de acelerador histórico del tiempo. Y en el fondo es el mismo díaque, en figura de días festivos, días conmemorativos, vuelve siempre. Loscalendarios no cuentan, pues, el tiempo como los relojes. Son monumentos de

una consciencia de la historia de la que no parece haber en Europa desde hacecien años la más leve huella. Todavía en la Revolución de julio se registró unincidente en el que dicha consciencia consiguió su derecho. Cuando llegó elanochecer del primer día de lucha, ocurrió que en varios sitios de París,independiente y simultáneamente, se disparó sobre los relojes de las torres. Untestigo ocular, que quizás deba su adivinación a la rima, escribió entonces:

 

«Qui le croirait! on dit, qu'irrités contre l'heure

 De nouveaux Josués, au pied de chaque tour,

Tiraient sur les cadrans pour arréter le jour.»

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16

 

El materialista histórico no puede renunciar al concepto de un presente que noes transición, sino que ha llegado a detenerse en el tiempo. Puesto que dichoconcepto define el presente en el que escribe historia por cuenta propia. Elhistoricismo plantea la imagen «eterna» del pasado, el materialista histórico encambio plantea una experiencia con él que es única. Deja a los demásmalbaratarse cabe la prostituta «Erase una vez» en el burdel del historicismo.El sigue siendo dueño de sus fuerzas: es lo suficientemente hombre para hacer 

saltar el continuum de la historia.

 

17

 

El historicismo culmina con pleno derecho en la historia universal. Y quizáscon más claridad que de ninguna otra se separa de ésta metódicamente lahistoriografía materialista. La primera no tiene ninguna armadura teórica. Su

 procedimiento es aditivo; proporciona una masa de hechos para llenar el tiempohomogéneo y vacío. En la base de la historiografía materialista hay por elcontrario un principio constructivo. No sólo el movimiento de las ideas, sinoque también su detención forma parte del pensamiento. Cuando éste se para de

 pronto en una constelación saturada de tensiones, le propina a ésta un golpe por el cual cristaliza en mónada. El materialista histórico se acerca a un asunto dehistoria únicamente, solamente cuando dicho asunto se le presenta como

mónada. En esta estructura reconoce el signo de una detención mesiánica delacaecer, o dicho de otra manera: de una coyuntura revolucionaria en la lucha enfavor del pasado oprimido. La percibe para hacer que una determinada épocasalte del curso homogéneo de la historia; y del mismo modo hace saltar a unadeterminada vida de una época y a una obra determinada de la obra de unavida. El alcance de su procedimiento consiste en que la obra de una vida estáconservada y suspendida en la obra, en la obra de una vida la época y en la

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época el decurso completo de la historia. El fruto alimenticio de locomprendido históricamente tiene en su interior al tiempo como la semilla más

 preciosa, aunque carente de gusto.

 

18

 

«Los cinco raquíticos decenios del homo sapiens», dice un biólogo moderno,«representan con relación a la historia de la vida orgánica sobre la tierra algoasí como dos segundos al final de un día de veinticuatro horas. Registrada

según esta escala, la historia entera de la humanidad civilizada llenaría unquinto del último segundo de la última hora». El tiempo - ahora, que comomodelo del mesiánico resume en una abreviatura enorme la historia de toda lahumanidad, coincide capilarmente con la figura que dicha historia compone enel universo.

 

A

 

El historicismo se contenta con establecer un nexo causal de diversosmomentos históricos. Pero ningún hecho es ya histórico por ser causa. Llegaráa serlo póstumamente a través de datos que muy bien pueden estar separados deél por milenios. El historiador que parta de ello, dejará de desgranar la sucesiónde datos como un rosario entre sus dedos. Captará la constelación en la que conotra anterior muy determinada ha entrado su propia época. Fundamenta así un

concepto de presente como «tiempo - ahora» en el que se han metidoesparciéndose astillas del mesiánico.

 

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B

 

Seguro que los adivinos, que le preguntaban al tiempo lo que ocultaba en su

regazo, no experimentaron que fuese homogéneo y vacío. Quien tenga esto presente, quizás llegue a comprender cómo se experimentaba el tiempo pasadoen la conmemoración: a saber, conmemorándolo. Se sabe que a los judíos lesestaba prohibido escrutar el futuro. En cambio la Torá y la plegaria lesinstruyen en la conmemoración. Esto desencantaba el futuro, al cual sucumbenlos que buscan información en los adivinos. Pero no por eso se convertía elfuturo para los judíos en un tiempo homogéneo y vacío. Ya que cada segundoera en él la pequeña puerta por la que podía entrar el Mesías.

 

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Sobre la percepción

I. Experiencia y Conocimiento

Es posible mantener las más elevadas determinaciones del conocimiento quedio Kant y, no obstante, contradecir su concepción teórico-cognitiva de laestructura sobre conocimiento natural o experiencia. Estas supremasdeterminaciones descansan en el sistema de las categorías. Pero como se sabe,Kant no ha establecido dichas determinaciones como únicas, sino que ha hechodependiente la validez de las categorías para la experiencia de la naturaleza desu relación respecto de contextos determinados espacio-temporalmente. En estaexplicación de la dependencia de la validez de las categorías descansa lacontraposición de Kant hacia la metafísica. La afirmación sobre la posibilidadde la metafísica puede tener ahora realmente por lo menos tres significacionesdiferentes, de las cuales Kant afirmó la positiva posibilidad de una y discutió lade las otras dos. Kant escribió una metafísica de la naturaleza y en ella trataaquella parte de la ciencia natural que es pura, es decir, que no proviene de laexperiencia  sino meramente de la razón a priori, determinándose elconocimiento hacia el sistema de la naturaleza; ella indaga, entonces, por lo que

 pertenece al concepto de la existencia de una cosa en general o de una cosa en particular. En este sentido, la metafísica de la naturaleza habría de designarse,más o menos, como constitución a priori de las cosas naturales sobre la base delas determinaciones del conocimiento natural en general. Esta significación dela metafísica podría conducir fácilmente ahora, con el concepto de experiencia,a su colapso total y nada temíó tanto Kant como este vacío. Buscó evitarlo, en

 primer lugar, en interés de la certeza del conocimiento natural y, sobre todo, eninterés de la integridad de la ética, refiriendo todo conocimiento natural y por lotanto también la metafísica de la naturaleza, no sólo a espacio y tiempo como aconceptos ordenadores en ella, sino que hizo de ellos toto coelo

determinaciones diferentes de las categorías. De esta manera se evitó desde un principio un centro teórico uniforme de conocimiento cuya, en exceso, poderosa fuerza de gravedad podría arrastrar toda experiencia en sí; de otra parte, fue comprensible de suyo la necesidad de lograr producir algo para unfondo de posibilidad a posteriori de la experiencia, es decir, cuando tampoco elcontexto haya roto la continuidad de conocimiento y experiencia. Resultó comoexpresión de la separación de las formas de intuición con respecto a las

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categorías, la así llamada 'materia de la sensación' que, por decirlo así, semantuvo alejada artificialmente del centro vivificante del contexto categorial através de las formas de la intuición en las que fue absorbida incompletamente.Así se efectuó la separación de metafísica y experiencia, esto es, según la

 propia expresión de Kant, de conocimiento puro y experiencia.

El temor frente a un exaltado uso de la razón, frente a las exigencias de unentendimiento no referido más a ninguna intuición, la preocupación por la

 protección de la particularidad del conocimiento ético no fueron, quizá, losúnicos motivos de esa estructura fundamental de la crítica de la razón pura. Aesto se agrega sea como poderosa componente, sea como resultante de estosmotivos el decidido rechazo contra el tercer concepto de la metafísica (cuandoel segundo designa la ilimitada aplicación de las categorías, es decir, pues, loque entiende Kant por un uso trascendental). Ese tercer concepto de la

 posibilidad de la metafísica es el concepto de la deducibilidad a partir del principio o contexto supremo del conocimiento o -en otras palabras, elconcepto de conocimiento especulativo en el preciso sentido de la palabra. Essumamente curioso que Kant establece una aguda separación y discontinuidaden interés del carácter apriorístico y la logicidad, allí donde los filósofos

 prekantianos buscaron producir a partir del mismo interés la más intimacontinuidad y unidad, esto es, producir la más íntima conexión entreconocimiento y experiencia a través de la deducción especulativa del mundo.Aquel concepto de experiencia que Kant relaciona con el concepto deconocimiento, por lo demás nunca a la manera de continuidad en relación, no

tiene la riqueza del concepto de experiencia de los filósofos anteriores. Es, asaber, el concepto de experiencia científica. Y también intentó, tanto comofuera posible, separar ese concepto, en parte de la afinidad con el conceptovulgar de experiencia, en parte, pues esta separación sólo era parcialmente

 posible, mantenerlo a una cierta distancia del centro del contexto deconocimiento, y precisamente la doctrina de la aprioridad de ambas formas deintuición tuvo que producir esas dos determinaciones, en el fondo negativas, deaquel concepto de 'experiencia científica', en contraposición a la aprioridad delas categorías y justo por eso también en contraposición a la aprioridad de lasdiferentes y aparentes formas de intuición.

Puede ser aceptado que el interés de Kant en una prohibición de los vacíos,fantásticos, vuelos del pensamiento se haya realizado de otra manera que através de la doctrina de la estética trascendental. Mucho más importante ydifícil, por otra parte, es la cuestión de su posición frente al conocimiehtoespeculativo. Pues en esta relación, el proceso de razonamiento de la estéticatrascendental es, ciertamente, la contradicción que se opone a toda

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transformación del idealismo trascendental de la experiencia en un idealismoespeculativo. ¿Sobre qué descansaba la resistencia de Kant a la idea de unametafísica especulativa, es decir, al protoconcepto de una metafísica queaprehendiese deductivamente el conocimiento? Esta cuestión está tanto más

 justificada, en cuanto que las aspiraciones de la escuela neokantiana insisten enla superación de la rigurosa distinción entre formas de intuición y categorías;

 pero con la superación de esa dístinción parece surgir, de hecho, latransformación de la filosofía trascendental de la experiencia en una filosofíatrascendental pero especulativa, cuando bajo el pensamiento especulativo seentiende un pensamiento tal que deduce el conocimiento entero de sus

 principios. Quizá sea permitida ahora la presunción de que en un tiempo en quela experiencia estuvo abstraída en una enorme trivialidad e impiedad, el interésfilosófico, cuando fue sincero, no pudo tener más ningún interés en la salvaciónde esa experiencia para la esencia del conocimiento.

Hay que admitir que tal vez a toda metafísica especulativa anterior a Kant yacíaen el fondo una confusión entre dos conceptos de experiencia; pero quizás no

 precisamente de esa confusión tuvo que sacar Spinoza el interés apremiante dela deducibilidad de la experiencia, mientras que Kant en su tiempo tuvo querechazarla, justamente a partir de la misma confusión. Es preciso distinguir elconcepto de experiencia natural e inmediata del concepto de experiencia delcontexto del conocimiento. En otras palabras, esta confusión cons de losconceptos: conocimiento de experiencia y experiencia. Para el concepto deconocimiento de experiencia, la experiencia no es exterior a su yacente

novedad, sino que la experiencia como objeto de conocimiento es ella misma,en otra forma, la uniforme y continua variedad del conocimiento. Laexperiencia misma no acontece, tan paradójico como esto suene, en elconocimiento de experiencia precisamente porque este último es, por consiguiente, un contexto de conocimiento. Pero la experiencia es el símbolode ese contexto de conocimiento y se encuentra con ello, por completo, en otroorden que esta misma. Quizá se ha escogido muy desafortunadamente altérmino símbolo; él debe expresar solamente la diferencia de órdenes que quizádebe ser explicada en una imagen: cuando un pintor está sentado frente a un

 paisaje y lo pinta, como acostumbramos decir, ese mismo paisaje no proviene,

de esta manera, de su imagen; se le podría designar en grado sumo como elsímbolo de su contexto artístico y, claro está, se le otorgaría una elevadadignidad a la imagen, y precisamente también la habría de justificar./

La confusión prekantiana de experiencia y conocimiento de experienciadominó también a Kant, pero la imagen del mundo se había transformado. Si

 primero el símbolo de la unidad de conocimiento que llamamos experiencia

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había sido algo elevado, si la experiencia anterior había sido, si bien diferenteen contenido, cercana a Dios y divina, la experiencia de la Ilustración fuerobada en creciente medida de este contenido. Bajo esta constelación, el interésfilosófico fundamental de la deducibilidad del mundo, el interés fundamentaldel conocimiento tenía que resultar perjudicado porque precisamente aquellaconfusión yacía entre experiencia y conocimiento de experiencia. No subsistíaya ningún interés en la necesidad del mundo, sino que todo el interés seconcentró en la consideración de su contingencia, indeducibilidad, puesto quese estrelló con aquella experiencia sin Dios de la que se creyó erróneamenteque los anteriores filósofos la hubieran querido o la  hubieran deducido. Se dejóde preguntar por la especie de aquella 'experiencia' que sólo se hubiera podidollegar a deducir si hubiera sido conocimiento. Kant reconoció tan poco comosus antecesores la distinción de 'experiencia' y conocimiento de experiencia.Aquella 'experiencia vacía de Dios' no debió ser más deducible, por esto no

 persistió más ningún interés, así como a pesar de todo interés la más divinaexperiencia nunca fue deducible, ni lo será, y porque Kant no quiso deducir aquella experiencia vacía, explicó la no-deducibilidad de la experiencia en elconocimiento. Con ello, es pues, claro que todo depende de la pregunta sobrecómo se comporta el concepto 'experiencia' en el término 'conocimiento deexperiencia' hacia el mero concepto 'experiencia'. En primer lugar hay que decir que el uso del lenguaje en lo anteriormente dicho no fue falso, es decir, que dehecho la 'experiencia' que experimentamos en la experiencia es la misma,idéntica, que conocemos en el conocimiento de experiencia. Bajo estasuposición, se tendrá que preguntar en qué descansa la identidad de la

experiencia y en qué yace, en ambos casos, la distinción del comportamientoante ella, allí se la experimenta en la experiencia pero se la deduce en elconocimiento.

Filosofía es experiencia absoluta deducida como lenguaje en el contextosistemático simbólico.

La experiencia absoluta es, para la intuición de la filosofía, lenguaje; lenguaje,no obstante, entendido como concepto simbólico sistemático. Ella se especificaen modalidades del lenguaje, una de las cuales es la percepción; las doctrinas

sobre la percepción así como sobre todos los fenómenos inmediatos deexperiencia absoluta pertenece, en sentido más amplio a las ciencias filosóficas.La filosofía entera, incluyendo las ciencias filosóficas, es doctrina.

 Notas

Conocer significa ser en el Ser del conocimiento.

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