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4. EL NACIONAL DOMINGO 23 DE MAYO DE 2010 rica Latina y uno de los más importantes del mundo. La vi- cuña no sabe esto, por supues- to, pero igual entra y sale de la escena a su antojo. Y hasta gui- ña el ojo. El carro se detiene a 4.200 metros sobre el nivel del mar y menos 12º C. Allí donde la lava de los volcanes de la Cor- dillera de los Andes hierve los ríos subterráneos y hace que el agua brote en columnas de vapor de hasta 50 metros de alto. Eso son los géisers: vapor en ascenso. Y aquí, frente a no- sotros, en un área de 10 kiló- metros cuadrados, hay cerca de 80. René, el guía, dice que no nos aventuremos a caminar en- tre ellos porque el vapor des- orienta y el piso es resbaloso. ¿Han muerto personas aquí?, pregunta alguien. Sí, dice Re- né. Algunas se han caído y se han quemado, y otras se han caído y se han muerto. Así que lo más seguro es pararse en los miradores de piedra y obser- varlos. Ver cómo el vapor sale de la tierra como por arte de magia y sube hasta el cielo. A medida que avanza la ma- ñana, los rayos del sol hacen que los géisers luzcan menos monumentales. El frío desapa- rece y es tiempo de bajar ha- cia las Termas de Puritama. Se trata de un conjunto de pozos calientes, transparentes y na- turales enclavados en una es- pecie de cañón a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar. Es un lugar acondicionado para el relax y el disfrute, con caminos de tablas de made- ra, caneyes, vestuarios y ba- ños. Hedonismo puro en ple- no desierto. Valle de la Luna. En pocos mi- nutos comenzará la travesía cósmica. No hay cinturón, pero igual hay que abrochár- selo. Estamos de pie al borde 1 5 10 DÉBORA ILOVACA LEIRO [email protected] ATACAMA. CHILE A tacama dice algo. Todo el tiempo, a toda hora. Es algo profundo y sereno. Algo que nace del tiempo y el espacio, ese lugar que contiene todo lo que exis- te en el universo. Y, tal vez, lo que no existe también. Algo que lo llena todo y abruma. Eso que se escucha cuando no se escucha nada. Silencio, eso es lo que di- ce Atacama. El silencio de la Tierra. De una Tierra que se abre en carne viva aquí, en el norte de Chile, para acercarnos al prin- cipio y fin de todas las cosas. Porque estar en el desierto es mirar de frente el planeta. Te- nerlo allí, ante nuestros ojos, y no saber qué decir ni qué hacer. No saberse entre tanta vastedad. Estar “empampa- do”, como dicen por estas lati- tudes para referirse a quienes se pierden en el desierto. Pe- ro empampado en un sentido personal y metafísico. Esto es, estar perdido en uno mismo en el desierto. El empampamiento comien- za en San Pedro de Atacama, un oasis en plena pampa de- sértica. Está ubicado en la re- gión chilena de Antofagasta, a una hora en carro del aero- puerto de Calama, a 2.500 me- tros sobre el nivel del mar y en- clavado entre montañas. Por el este pasa un cordón volcánico de la Cordillera de los Andes, con cumbres entre 4.500 y 6.000 metros sobre el nivel del mar. Entre ellas los volcanes Licancabur, Láscar y Sairecabur. Por el oeste se ex- tienden las cordilleras de la Sal y Domeyko. Al norte está la zo- na del Altiplano. Y al sur el Sa- lar de Atacama. En el siglo V antes de Cristo, los atacameños –cuyos ances- tros habían llegado a Atacama 12.000 años atrás– convirtie- ron este asentamiento en el centro económico y cultural de la zona. Por eso se conoce como la capital arqueológica de Chile. Hoy es una localidad de ca- lles de tierra, casas de adobe, rejas de madera clara y delga- da, árboles y ayllus, comuni- dades agrarias familiares que constituyen la organización social y económica del pueblo atacameño desde sus inicios. Hay que recorrerlo, curiosear las artesanías del mercado lo- cal, sentarse en su plaza, cono- cer la iglesia y visitar el Museo Arqueológico Padre Le Paige. Y, acto seguido, preparar la mo- chila para salir de excursión por el desierto más árido del planeta. Valle de la Muerte. No lo pa- rece, pero son más de las 4:00 pm. Valeria, la guía, dice que hay que partir “al tiro no más” porque, aunque la caminata es corta, se hace tarde. Así que arrancamos. En 15 minutos, la camioneta que hace el trans- porte se detiene y los zapatos tocan la arena atacameña por primera vez. El sol brilla casi como a pleno mediodía, pero el viento sopla fuerte y hace frío. Estamos en la cornisa de la Cordillera de la Sal. Caminamos por el borde de un risco, cubierto de pie- dras planas que al pisarlas sue- nan como vidrios rotos. En lontananza se distingue la Cordillera de los Andes, con la silueta inconfundible del Li- cancabur, nombre que signifi- ca “montaña del pueblo”. Por el lado izquierdo se abre paso el infinito, la pampa sin fin. Y abajo, a la derecha, una forma- ción rocosa-montañosa con aires de ciencia ficción: picos rugosos y superpuestos unos sobre otros. Valeria dice que es la Cordillera de Sal. Sí, la mis- ma que estamos transitando. De pronto, los tonos empie- zan a cambiar. El sol se es- tá ocultado y todo lo que era color arena se vuelve rosado. El suelo, las piedras, las cor- dilleras, las nubes y los volca- nes. Todo rosado. O rojo, como Marte. De hecho, se dice que el nombre de Valle de la Muer- te viene de la deformación de Valle de Marte. Después de ro- sado se torna azul y aparece la noche. Llegamos al final de la corni- sa. Hay que bajar atravesando unas cuantas dunas para lle- gar al Valle de la Muerte. Va- leria recomienda descender descalzos. Y tiene razón. La arena está fría y relaja los pies. Las dunas se bajan como es- caleras, casi con la destreza de Rocky Balboa. Entonces se lle- ga al valle. De la Muerte o de Marte, lo mismo da. Sólo fal- tan unos metros para terminar y al fondo nos espera la van. El salar. “Esta sal del salero yo la vi en los salares”, cantaba el poeta chileno Pablo Neru- da en 1956. “Sé que no van a creerme, pero canta, canta la sal, la piel de los salares, can- ta con una boca ahogada por la tierra”. El salar de Atacama es una cuenca hidrográfica de 90 ki- lómetros de largo y 35 de an- cho formada por ríos y aguas subterráneas provenientes de las cordilleras que nunca lle- gan al mar. Cuando el agua de esta cuenca se evapora, la sal y otros minerales volcánicos que arrastró en su curso se cristali- zan y forman una costra rugo- sa, blanquecina y grisácea. Esa es la piel de los salares de la que habla Neruda. La mis- ma que se ve aquí en la Laguna de Chaxa, una de las lagunas de agua salobre que alberga el salar. Para visitarla, se atra- viesa en carro un valle de “de- sierto vivo” o con vegetación: cachiyuyu (una suerte de frai- lejón pajizo), y árboles típicos de la zona como chañar, alga- rrobo y tamarugo. También se deja atrás Toconao, un pueblo de casas hechas con piedras volcánicas. En una hora se llega a Chaxa. Es pleno atardecer y está lle- na de flamingos. O flamencos, como los llaman aquí. Algunos parados en una pata y otros en dos. Unos con el cuello estira- do y otros, encogido. Pero to- dos comiendo microalgas y crustáceos ricos en caroteno para colorear sus plumas de rosado. Con el sol de fondo, para que los viajeros les to- men fotografías a contraluz y, como se lee en el último verso del poeta, prueben con ellos “el sabor central del infinito”. Géisers del Tatio. Hay que abri- garse bien y poner el motor en marcha a las 5:00 am, cuando aún no hay trazas del astro rey en el firmamento. La ventana del carro está helada y alguien comenta que afuera hace me- nos 8º C. Nos dirigimos a los Géisers del Tatio, a 95 kilóme- tros al norte de San Pedro, en la zona del Altiplano. Son varias horas de camino con un paisaje de mesetas co- lor mostaza y café al pie de los volcanes. A ratos aparece una vicuña al borde del camino y se queda atrás, mientras el ca- rro avanza hacia el campo geo- térmico más grande de Amé- SURAMÉRICA Travesía de sol y vastedad En el norte de Chile hay un secreto de arena, viento y sal. Es el desierto más árido del mundo, con zonas sin lluvia desde hace cientos de años. Conozca qué se siente caminar entre dunas y volcanes donde lo único que se oye es el silencio de la Tierra 11 6 4 2 12 2 8 CYAN MAGENTA AMARILLO NEGRO VIAJES PAG.04

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nutos comenzará la travesía cósmica. No hay cinturón, pero igual hay que abrochár- selo. Estamos de pie al borde DÉBORA ILOVACA LEIRO [email protected] ATACAMA. CHILE EL NACIONAL DOMINGO 23 DE MAYO DE 2010 Valle de la Muerte. No lo pa- Valle de la Luna. En pocos mi- Géisers del Tatio. Hay que abri- El salar. “Esta sal del salero yo 10 4 8 6 5 2 11 122 1

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Page 1: Venezuela 2010 8

4. EL NACIONAL DOMINGO 23 DE MAYO DE 2010

rica Latina y uno de los más importantes del mundo. La vi-cuña no sabe esto, por supues-to, pero igual entra y sale de la escena a su antojo. Y hasta gui-ña el ojo.

El carro se detiene a 4.200 metros sobre el nivel del mar y menos 12º C. Allí donde la lava de los volcanes de la Cor-dillera de los Andes hierve los ríos subterráneos y hace que el agua brote en columnas de vapor de hasta 50 metros de alto. Eso son los géisers: vapor en ascenso. Y aquí, frente a no-sotros, en un área de 10 kiló-metros cuadrados, hay cerca de 80.

René, el guía, dice que no nos aventuremos a caminar en-tre ellos porque el vapor des-orienta y el piso es resbaloso. ¿Han muerto personas aquí?, pregunta alguien. Sí, dice Re-né. Algunas se han caído y se han quemado, y otras se han caído y se han muerto. Así que

lo más seguro es pararse en los miradores de piedra y obser-varlos. Ver cómo el vapor sale de la tierra como por arte de magia y sube hasta el cielo.

A medida que avanza la ma-ñana, los rayos del sol hacen que los géisers luzcan menos monumentales. El frío desapa-rece y es tiempo de bajar ha-cia las Termas de Puritama. Se trata de un conjunto de pozos calientes, transparentes y na-turales enclavados en una es-pecie de cañón a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar. Es un lugar acondicionado para el relax y el disfrute, con caminos de tablas de made-ra, caneyes, vestuarios y ba-ños. Hedonismo puro en ple-no desierto.

Valle de la Luna. En pocos mi-nutos comenzará la travesía cósmica. No hay cinturón, pero igual hay que abrochár-selo. Estamos de pie al borde

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DÉBORA ILOVACA [email protected]

ATACAMA. CHILE

Atacama dice algo. Todo el tiempo, a toda hora. Es algo profundo y sereno. Algo que nace del

tiempo y el espacio, ese lugar que contiene todo lo que exis-te en el universo. Y, tal vez, lo que no existe también. Algo que lo llena todo y abruma. Eso que se escucha cuando no se escucha nada.

Silencio, eso es lo que di-ce Atacama. El silencio de la Tierra.

De una Tierra que se abre en carne viva aquí, en el norte de Chile, para acercarnos al prin-cipio y fin de todas las cosas. Porque estar en el desierto es mirar de frente el planeta. Te-nerlo allí, ante nuestros ojos, y no saber qué decir ni qué hacer. No saberse entre tanta vastedad. Estar “empampa-do”, como dicen por estas lati-tudes para referirse a quienes se pierden en el desierto. Pe-ro empampado en un sentido personal y metafísico. Esto es, estar perdido en uno mismo en el desierto.

El empampamiento comien-za en San Pedro de Atacama, un oasis en plena pampa de-sértica. Está ubicado en la re-gión chilena de Antofagasta, a una hora en carro del aero-puerto de Calama, a 2.500 me-tros sobre el nivel del mar y en-clavado entre montañas.

Por el este pasa un cordón volcánico de la Cordillera de los Andes, con cumbres entre 4.500 y 6.000 metros sobre el nivel del mar. Entre ellas los volcanes Licancabur, Láscar y Sairecabur. Por el oeste se ex-tienden las cordilleras de la Sal y Domeyko. Al norte está la zo-na del Altiplano. Y al sur el Sa-lar de Atacama.

En el siglo V antes de Cristo, los atacameños –cuyos ances-tros habían llegado a Atacama 12.000 años atrás– convirtie-ron este asentamiento en el centro económico y cultural de la zona. Por eso se conoce como la capital arqueológica de Chile.

Hoy es una localidad de ca-lles de tierra, casas de adobe, rejas de madera clara y delga-da, árboles y ayllus, comuni-dades agrarias familiares que constituyen la organización social y económica del pueblo atacameño desde sus inicios.

Hay que recorrerlo, curiosear las artesanías del mercado lo-cal, sentarse en su plaza, cono-cer la iglesia y visitar el Museo Arqueológico Padre Le Paige. Y, acto seguido, preparar la mo-chila para salir de excursión por el desierto más árido del planeta.

Valle de la Muerte. No lo pa-rece, pero son más de las 4:00 pm. Valeria, la guía, dice que hay que partir “al tiro no más” porque, aunque la caminata es corta, se hace tarde. Así que arrancamos. En 15 minutos, la camioneta que hace el trans-porte se detiene y los zapatos tocan la arena atacameña por primera vez.

El sol brilla casi como a pleno mediodía, pero el viento sopla fuerte y hace frío. Estamos en la cornisa de la Cordillera de la Sal. Caminamos por el borde de un risco, cubierto de pie-dras planas que al pisarlas sue-nan como vidrios rotos.

En lontananza se distingue la Cordillera de los Andes, con la silueta inconfundible del Li-cancabur, nombre que signifi-ca “montaña del pueblo”. Por el lado izquierdo se abre paso

el infinito, la pampa sin fin. Y abajo, a la derecha, una forma-ción rocosa-montañosa con aires de ciencia ficción: picos rugosos y superpuestos unos sobre otros. Valeria dice que es la Cordillera de Sal. Sí, la mis-ma que estamos transitando.

De pronto, los tonos empie-zan a cambiar. El sol se es-tá ocultado y todo lo que era color arena se vuelve rosado. El suelo, las piedras, las cor-dilleras, las nubes y los volca-nes. Todo rosado. O rojo, como Marte. De hecho, se dice que el nombre de Valle de la Muer-te viene de la deformación de Valle de Marte. Después de ro-sado se torna azul y aparece la noche.

Llegamos al final de la corni-sa. Hay que bajar atravesando unas cuantas dunas para lle-gar al Valle de la Muerte. Va-leria recomienda descender descalzos. Y tiene razón. La arena está fría y relaja los pies. Las dunas se bajan como es-caleras, casi con la destreza de Rocky Balboa. Entonces se lle-ga al valle. De la Muerte o de Marte, lo mismo da. Sólo fal-tan unos metros para terminar y al fondo nos espera la van.

El salar. “Esta sal del salero yo la vi en los salares”, cantaba el poeta chileno Pablo Neru-da en 1956. “Sé que no van a creerme, pero canta, canta la sal, la piel de los salares, can-ta con una boca ahogada por la tierra”.

El salar de Atacama es una cuenca hidrográfica de 90 ki-lómetros de largo y 35 de an-cho formada por ríos y aguas subterráneas provenientes de las cordilleras que nunca lle-gan al mar. Cuando el agua de esta cuenca se evapora, la sal y otros minerales volcánicos que arrastró en su curso se cristali-zan y forman una costra rugo-sa, blanquecina y grisácea.

Esa es la piel de los salares de la que habla Neruda. La mis-ma que se ve aquí en la Laguna de Chaxa, una de las lagunas de agua salobre que alberga el salar. Para visitarla, se atra-viesa en carro un valle de “de-sierto vivo” o con vegetación: cachiyuyu (una suerte de frai-lejón pajizo), y árboles típicos de la zona como chañar, alga-rrobo y tamarugo. También se deja atrás Toconao, un pueblo de casas hechas con piedras volcánicas.

En una hora se llega a Chaxa. Es pleno atardecer y está lle-na de flamingos. O flamencos, como los llaman aquí. Algunos parados en una pata y otros en dos. Unos con el cuello estira-do y otros, encogido. Pero to-dos comiendo microalgas y crustáceos ricos en caroteno para colorear sus plumas de rosado. Con el sol de fondo, para que los viajeros les to-men fotografías a contraluz y, como se lee en el último verso del poeta, prueben con ellos “el sabor central del infinito”.

Géisers del Tatio. Hay que abri-garse bien y poner el motor en marcha a las 5:00 am, cuando aún no hay trazas del astro rey en el firmamento. La ventana del carro está helada y alguien comenta que afuera hace me-nos 8º C. Nos dirigimos a los Géisers del Tatio, a 95 kilóme-tros al norte de San Pedro, en la zona del Altiplano.

Son varias horas de camino con un paisaje de mesetas co-lor mostaza y café al pie de los volcanes. A ratos aparece una vicuña al borde del camino y se queda atrás, mientras el ca-rro avanza hacia el campo geo-térmico más grande de Amé-

SURAMÉRICA Travesía de sol y vastedadEn el norte de Chile hay un secreto de arena, viento y sal. Es el desierto más árido del mundo, con zonas sin lluvia desde hace cientos de años. Conozca qué se siente caminar entre dunas y volcanes donde lo único que se oye es el silencio de la Tierra

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