un nino afortunado - thomas buergenthal

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Un niño afortunado, de Tomas Buertgenthal, novela contemporánea, escritura creativa del siglo XXI

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  • Annotation

    A los diez aos ya habasobrevivido a dos guetos, el campo deexterminio de Auschwitz y el deSachsenhausen, y a la terrible 'marchade la muerte' de 1945. El nmerotatuado en su brazo B-2930 forma partede su vida. No me quiero borrar elnmero. Nunca quise. Es parte de mivida, es mi identidad.

    La vida de Thomas Buergenthal,el juez que fue vctima, ha sido unduro camino desde que naci en 1934,de padres judos alemanes, hastaconvertirse en juez de la CorteInternacional de Justicia en el ao 2000.

  • Entre estas dos fechas, sobrevivi a loscampos nazis, se educ en EstadosUnidos y se dedic al derechointernacional y a la defensa de losderechos humanos.

    Su autobiografa es un clarohomenaje a las poderosas palabras de supadre: No desesperar bajo ningnconcepto. El pequeo Buergenthal hacesuyas estas palabras y conserva, coninmensa voluntad de sobrevivir, su viday sus principios, sin sucumbir a latentacin del odio ni al cinismo. Loscampos de exterminio no slo no loquebraron, sino que lo convirtieron enuna persona que buscar siempre lajusticia y el respeto de los derechoshumanos.

  • Un nio afortunado es una obra deuna humanidad, lucidez, ternura ytolerancia excepcionales. Susreflexiones sobre las circunstancias quepermitieron su supervivencia son de unacalidad humana extraordinaria.

    Este libro ha sido publicado endiez idiomas.

    Un libro escrito de forma tancontenida que impresiona. Lola Huete,El Pas

    Un nio afortunado es un libro queimpacta con increble fuerza, no importaque uno nunca haya ledo un libro sobreel holocausto o bien los haya ledoto d o s . Nils Minkmar, FrankfurterAllgemeine Sonntagszeitung

  • Thomas Buergenthal

    Un nioafortunado

    De prisionero en Auschwitz a juez de la CorteInternacional

    oOo Ttulo Original: A Lucky Child

    Traductor: Martn Arias, Emiliano2008, Plataforma Editorial S.L.

  • Coleccin: TestimonioISBN: 9788496981065

    oOo

  • Este libro est dedicadoa la memoria de mis

    padres Mundek y GerdaBuergenthal,

    cuyo amor, fuerza decarcter e integridadinspiraron este libro

  • Prlogo Quiz deb escribir este libro hace

    muchos aos, cuando los sucesos quenarro estaban an frescos en mi mente.Pero mi otra vida se interpuso: la vidaque he vivido desde mi llegada aEstados Unidos en 1951, una vidacolmada de responsabilidadeseducativas, profesionales y familiaresque dej poco tiempo para el pasado.Tambin es posible que, sin serconsciente de ello, necesitase ladistancia de ms de medio siglo parareflexionar sobre mi vida anterior, puesello me ha permitido observar lasexperiencias de mi infancia con mayor

  • objetividad, sin detenerme en numerososdetalles que no son en verdad centralespara la historia que ahora creoimportante narrar. Esa historia, al fin yal cabo, sigue ejerciendo un efectoduradero sobre la persona que soy en laactualidad.

    Por supuesto, siempre supe quealgn da contara mi historia. Era miobligacin contrsela a mis hijos, yluego a mis nietos. Me pareceimportante que ellos sepan cmo fue sernio durante el Holocausto y habersobrevivido a los campos deconcentracin. Mis hijos han odofragmentos de mi historia en las cenas yreuniones familiares, pero nunca lahistoria en su totalidad. Al fin y al cabo,

  • no es una historia que se preste a unanarracin casual. Pero es una historiaque debe ser contada y transmitida,sobre todo por tratarse de una familiaque fue prcticamente aniquilada en elHolocausto. Slo as podremosrestablecer el nexo entre el pasado y elfuturo. Por ejemplo, nunca heconseguido realmente explicarles a mishijos, en un contexto adecuado, el modoen que se comportaron mis padresdurante la guerra y la entereza decarcter que exhibieron en momentos enque otra gente, ante idnticascircunstancias, haba perdido todoescrpulo moral. El relato de su coraje eintegridad enriquece la historia denuestra familia, y sera imperdonable

  • que ese relato muriera conmigo.Tambin deseo narrarle mi historia

    a un pblico ms amplio, no porquepiense que mi vida temprana fuera tanextraordinaria desde una perspectivageneral, sino porque siempre he credoque el Holocausto no puede sercomprendido de forma cabal a menosque se vea a travs de los ojos dequienes lo vivieron. Referirse alHolocausto por medio de cifras (seismillones), como se hace con frecuencia,implica deshumanizar de modoinvoluntario a las vctimas y trivializarlo profundamente humano de dichatragedia. Los nmeros transforman a lasvctimas en una masa fungible decuerpos annimos y despojados de alma,

  • en lugar de verlas como los sereshumanos individuales que alguna vezfueron. Todos los que hemos vivido elHolocausto tenemos una historiapersonal digna de ser narrada, aunquesea por el mero hecho de ponerle unrostro humano a la experiencia. Al igualque todas las tragedias, el Holocausto haproducido sus hroes y sus villanos:seres humanos corrientes que nuncaperdieron su integridad moral y seresque, bien para salvarse, bien slo paraconseguir un trozo de pan, contribuyerona enviar a sus semejantes a las cmarasde gas. Tambin es sta la historia dealgunos alemanes que, en medio de lacarnicera, mantuvieron firmes susprincipios de humanidad.

  • Este libro contiene mis recuerdossobre sucesos que tuvieron lugar hacems de sesenta aos. No dudo de quedichos recuerdos han sido modificadospor las triquiuelas que el paso deltiempo y la edad avanzada juegan sobrela memoria: nombres olvidados oconfundidos de gente que menciono;hechos y fechas distorsionados desucesos que se produjeron antes odespus de la poca en que los sito;referencias a cosas que no sucedieronexactamente como yo las describo, o delas cuales me parece haber sido testigocuando, quiz, slo me fueron contadaspor terceros. Puesto que no escrib estelibro en fecha ms temprana, ya no mees posible consultar a aquellos que

  • estuvieron conmigo en los campos ycomparar mis recuerdos sobre hechosespecficos con los suyos. Es algo quelamento profundamente. Por supuesto, loque ms lamento de todo es ya no poderdiscutir muchos de los detalles con mimadre. Tambin, que pese a mis mejoresesfuerzos me ha resultado difcil (si noimposible, en especial en los primerosdos captulos) distinguir con claridadentre algunos sucesos que recuerdohaber vivido y otros que me fueronnarrados por mis padres o que escuchdurante sus conversaciones. Todo cuantopuedo decir es que, si me he referido alos mismos, es porque se aparecan enmi mente como experiencias de primeramano.

  • Aunque los captulos de este libroestn estructurados en ordencronolgico, no siempre los sucesos oepisodios especficos aparecen con unorden demasiado claro dentro de lospropios captulos. Transcurridos tantosaos, con frecuencia recuerdo sucesos oepisodios especficos con enormeclaridad, pero no s con exactitudcundo se produjeron. Para el nio queyo era, las fechas y el tiempo carecande importancia. En el proceso deforzarme a recordar ese perodo de mivida, comprendo que, a diferencia deahora, en aquel entonces no pensaba enfuncin de das o meses, ni siquiera deaos. Crec en los campos, no conocaotra vida. Mi nico objetivo era

  • mantenerme vivo, de hora en hora, datras da. Esa era mi perspectiva. Medael tiempo slo en funcin de las horasque debamos esperar para recibirnuestra siguiente racin de alimentos, ode los das que probablemente restabanpara que el doctor Mengele sepresentase para llevar a cabo otra de susmortferas selecciones. As, porejemplo, cuando comenc a escribir estelibro ignoraba por completo en qumomento de 1944 habamos llegado aAuschwitz. Obtuve la informacin slotras consultar los archivos deAuschwitz. Internet me proporcion lafecha en que fui liberado deSachsenhausen, as como la de laliquidacin del gueto de Kielce. Tal es

  • el alcance de mis investigaciones parael volumen que tenis en las manos. Elresto de la historia se basa slo en mispropios recuerdos.

    Si hubiera escrito este libro amediados de la dcada de los cincuenta,cuando cont por primera vez parte demi historia en una descripcin de laMarcha de la Muerte de Auschwitz queapareci en una publicacin literariauniversitaria, todo el relato estaraimpregnado de una mayor sensacin deinmediatez respecto de los sucesosnarrados.

    En aquel entonces, libre de laprogresiva erosin que el paso deltiempo impone sobre los recuerdos (y enespecial sobre los recuerdos dolorosos),

  • an consegua traer a mi mente el miedoa morir, el hambre que experiment, lasensacin de prdida e inseguridad quese apoder de m al ser separado de mispadres y mis reacciones ante loshorrores de los que era testigo. El pasodel tiempo y la vida que he llevadodesde el Holocausto han anestesiadoesos sentimientos y emociones. En micondicin de autor de este libro, lolamento, pues no dudo de que el lectorpodra haberse interesado tambin porese aspecto de la historia. Pero estoyconvencido de que si tales sentimientosy emociones me hubiesen acompaadodurante todos estos aos, habraresultado muy arduo para m superar mipasado del Holocausto sin graves

  • secuelas psicolgicas. Quiz el hecho deque los recuerdos se hayan idodiluyendo con los aos haya sido misalvacin.

    Mi experiencia durante elHolocausto ha resultado decisiva parallegar a ser la persona que soy: profesorde derecho internacional, abogadoespecializado en derechos humanos yjuez internacional. Podra parecer obvioque mi pasado me condujese a losderechos humanos y al derechointernacional, aunque no fuera entoncesconsciente de ello. En todo caso, me haprovisto de una buena base para ser unmejor defensor de los derechoshumanos, aunque ms no sea, porque hecomprendido (no slo de modo

  • intelectual sino tambin emocional) quimplica ser vctima de violaciones delos derechos humanos. Al fin y al cabo,lo he sentido en carne propia.

  • Captulo 1. DeLubochna aPolonia

    Era enero de 1945. Nuestrosvagones de ferrocarril desprovistos detecho ofrecan escasa proteccin contrael fro, el viento y la nieve tan tpicos delos duros inviernos de Europa del Este.Estbamos cruzando Checoslovaquia ennuestra ruta desde Auschwitz, enPolonia, hasta al campo deconcentracin de Sachsenhausen, enAlemania. A medida que nuestro tren seaproximaba a un puente, vi a gente que

  • nos haca seas desde lo alto y luego,inesperadamente, panes que llovansobre nosotros. El pan sigui cayendocuando pasamos bajo uno o dos puentesms. Con excepcin de la nieve, nohaba comido nada desde que noshicieran abordar el tren tras una marchaforzada de tres das desde Auschwitz,apenas unos das antes de la llegada delas tropas soviticas. Ese panprobablemente me salv la vida, ascomo la de muchos de mis compaerosde lo que hoy se conoce como la Marchade la Muerte de Auschwitz.

    En aquel entonces no se me ocurrirelacionar el pan de los puentes conChecoslovaquia, mi tierra natal. Esoslo me sucedi aos despus de la

  • guerra, en aquellas ocasiones en que,por uno u otro motivo, se me peda quepresentase un acta de nacimiento. Comocareca de ella, me exigan unadeclaracin jurada afirmando que,segn la informacin con la que cuentoy de la que doy fe, nac en Lubochna,Checoslovaquia, el 11 de mayo de 1934.Cada vez que firmaba uno de esosdocumentos, mi memoria me devolvapor un instante la imagen de los puenteschecos.

    Poco despus de la cada delrgimen comunista de Checoslovaquia,logr por fin obtener mi acta denacimiento. El documento confirmaba lainformacin de la que yo haba dado feen tantas declaraciones juradas, y gener

  • en m el impulso de visitar Lubochnacon mi esposa Peggy. Ella sentacuriosidad por conocer el sitio donde yohaba nacido, mientras que a m memova el deseo de entrar en contacto conesa porcin de tierra de nuestro planetaen la que haba abierto los ojos porprimera vez.

    Tras conducir desde Bratislava,capital de la actual Eslovaquia,recorriendo durante varias horassinuosos caminos a la par deserpenteantes ros y ruidosos arroyos,llegamos a Lubochna, pequea ciudadvacacional al pie de las montaas delBajo Tatra. Sin haberlo planeado as,arribamos all en mayo de 1991, casicincuenta y siete aos despus de mi

  • nacimiento en ese mismo lugar. Un dabellamente soleado nos dio labienvenida a medida que nosadentrbamos en el pequeo pueblorodeado de los atractivos y redondeadosmontes del Bajo Tatra, claramentedistinguibles de las escarpadas cumbresdel Alto Tatra.

    Entonces comprend por qu mipadre soaba con regresar algn da aLubochna, y el motivo por el que mimadre adoraba el lugar. Pareca un sitiopor completo idlico. Mientras Peggy yyo recorrimos el poblado con laesperanza de encontrar el que haba sidoel hotel de mis padres, tom concienciade que, con excepcin de aquel trozo depapel de aspecto oficial que me

  • conectaba a Lubochna de por vida, noexista para m ningn otro vnculo conese lugar. Nunca hallamos el hotel(luego me enter de que haba sidodemolido durante la dcada de lossesenta). Si bien la visita confirm queLubochna era en verdad el lugarhermoso del que mis padres hablabancon frecuencia, me percat con grantristeza de que para mi familia esepueblo representaba poco ms que unanota al pie en una historia que habacomenzado con la alegra de traer unnio al mundo, alegra que poco a pocose haba ido ensombreciendo para darpaso a un relato muy diferente.

    Mi padre, Mundek Buergenthal, sehaba mudado a Lubochna desde

  • Alemania poco antes de que Hitlerllegase al poder en 1933. Junto a suamigo Erich Godal, un caricaturistapoltico antinazi que trabajaba para unimportante peridico de Berln, decidiabrir un pequeo hotel en Lubochna,donde Godal tena algunas propiedades.La situacin poltica en Alemania seestaba volviendo cada vez mspeligrosa para los judos y para quienesse opusiesen a Hitler y a la ideologadel partido nazi. Al parecer, mi padre yGodal crean como tantos otros que elentusiasmo de Alemania por Hitler sedesvanecera en pocos aos y quepronto podran regresar a Berln.Entretanto, la proximidad entreChecoslovaquia y Alemania les

  • permitira seguir de cerca el desarrollode los acontecimientos, y tambinproporcionar refugio temporal acualquiera de sus amigos que tuviesenecesidad de huir con urgencia deAlemania.

    Nacido en 1901 en Galitzia (unaregin de Polonia que perteneca alImperio austrohngaro antes de laPrimera Guerra Mundial), mi padrerecibi la educacin primaria y buenaparte de la secundaria tanto en idiomaalemn como en polaco. Sus padresvivan en un poblado de una haciendaperteneciente a un rico terratenientepolaco cuyas cuantiosas propiedadesagrcolas eran administradas por miabuelo paterno, ocupacin poco usual

  • para un judo en aquella poca y en esaparte del mundo. El terrateniente polacohaba sido oficial superior de mi abueloen el ejrcito austraco y lo tom a suservicio cuando ambos volvieron a lavida civil. A la larga, puso a mi abueloa cargo de sus mltiples fincas.

    La escuela secundaria ms cercanaa la que poda acceder mi padre estabaen un pueblo algo distante. Segn laleyenda familiar, para poder asistir adicha escuela, mi padre se aloj duranteun tiempo en casa de un empleado delferrocarril encargado de un cruce devas situado en un punto estratgico. Lostrenes hacia y desde dicho pueblodeban pasar por el cruce unas cuantasveces al da. Como no haba ninguna

  • estacin en los alrededores, el hombredesaceleraba el paso del tren una vezpor la maana y otra por la tarde, a finde permitirle a mi padre subir y bajar delos vagones. Con posterioridad se buscuna solucin menos arriesgada parapermitirle ir a clase.

    Tras su graduacin en la escuelasecundaria y un breve paso por elejrcito polaco durante la guerrapolaco-sovitica que comenz en 1919,mi padre se matricul en la Facultad deDerecho de la Universidad de Cracovia.Antes de terminar sus estudios, sinembargo, se march de Polonia y semud a Berln. All se uni a su hermanamayor, casada con un conocido modistoberlins, y obtuvo empleo en un banco

  • privado judo. No tard en escalarposiciones, y se convirti en funcionarioa una edad relativamente tempranagracias a su xito ayudando aadministrar la cartera de inversiones delbanco. Su puesto en dicha institucin ylos contactos sociales de su cuado lepermitieron codearse con muchosescritores, periodistas y actoresresidentes por entonces en Berln. Elascenso de Hitler y el nmero cada vezmayor de ataques de sus seguidorescontra los judos y los intelectualesantinazis, muchos de los cuales eranamigos de mi padre, lo llevaron aabandonar Alemania e instalarse enLubochna.

    Mi madre, Gerda Silbergleit, lleg

  • al hotel de mi padre en 1933. Vena deGttigen, la ciudad universitariaalemana donde haba nacido y donde suspadres posean una tienda de calzado.An no haba cumplido los veintinaos (naci en 1912) cuando sus padresla enviaron a Lubochna con la esperanzade que unas vacaciones enChecoslovaquia la ayudasen a olvidar alnovio no-judo que pretenda casarsecon ella. Tambin pensaban que serabueno para su hija marcharse deGttigen por un tiempo. All, elhostigamiento contra los judos (y enparticular contra las jvenes judas) porparte de las juventudes nazis quepatrullaban las calles, volva la vidacada vez ms incmoda para mi madre.

  • Al hacer los preparativos para suestada en el hotel, sus padres acordaronque fuese recogida en la fronteragermano-checa. En lugar de enviar a suchfer, mi padre decidi conducir solohasta la frontera, por lo que ella loconfundi con el chfer del hotel. Sesinti bastante avergonzada cuando,durante la cena, la sentaron en la mesadel dueo del albergue, quien result serel chfer al que ella haba agobiadodurante todo el trayecto con preguntassobre el seor Buergenthal (parece serque su madre lo haba descrito comomuy buen partido). Aos ms tarde, cadavez que yo escuchaba a mi madre contaresta historia, me preguntaba si la visita aLubochna no habra sido urdida por sus

  • padres, al menos en parte, con laintencin de concertar un eventualcasamiento con mi padre, y si de existirun plan semejante, mi padre no habrasido parte del mismo. Era tan slo unacoincidencia que su hotel le fueserecomendado a mis abuelos por unamigo que tambin conoca muy bien ami padre? Nunca consegu averiguarlodel todo, suponiendo que hubiese algoque averiguar. Para mi madre, siemprefue amor a primera vista. Y que no sedijera nada ms!

    Tres das despus de conocerse enla frontera germano-checa, mis padresse comprometieron. Contrajeronmatrimonio pocas semanas ms tarde,pero no hasta que mi abuelo materno,

  • Paul Silbergleit, y luego mi abuela, RosaSilbergleit (nacida Blum) viajasen aLubochna para aprobar al novio. Pareceser que la rapidez del compromiso y laprecipitada boda los tomaron un pocopor sorpresa, pero era el ao 1933 yhaba poco tiempo para cortejos. Yonac unos once meses despus. En el ao1939 ya ramos refugiados en plenahuida, apenas unos pasos por delante delos alemanes: daba la impresin de quetodo un pas le haba declarado la guerraa una pequea familia por el mero hechode ser judos.

    Cuando busco en mi memoriaalgunos trazos de mi fugaz vida enLubochna, me cuesta mucho distinguirentre lo que mis padres me contaron y lo

  • que realmente recuerdo. Tengo laimpresin de que mucho de lo que creorecordar sobre ese perodo se loescuch decir con posterioridad, bien ami padre, bien a mi madre. Ella solacontar que yo le serva como intrprete ala edad de tres o cuatro aos, cuando ibade compras en Eslovaquia. Mi madreslo hablaba alemn, y los dependientesen su mayor parte slo saban eslovaco.Al parecer, yo me defenda en ambaslenguas. En casa hablbamos alemncuando estbamos los tres juntos, y yodeb de aprender algo de eslovacogracias a mis nieras eslovacas.

    El nico recuerdo ntido que tengode la vida en Lubochna se remonta a unda de fines de 1938 o principios de

  • 1939, cuando mis padres mecomunicaron que tendramos que irnosde nuestro hotel. No bien empezaron ahacer las maletas, comprend quellevaban mucha prisa. Aos ms tardesupe que la Guardia de Hlinka, unpartido fascista eslovaco apoyado por laAlemania nazi que controlabaEslovaquia, afirmaba tener una ordenjudicial segn la cual una de susorganizaciones pantalla era duea denuestro hotel (mis padres habancomprado la parte de Erich Godal unosaos antes). No haba modo alguno deimpedir semejante confiscacin. Paraentonces, la Guardia Hlinka y susseguidores controlaban los juzgados, ysu polica amenazaba con expulsarnos

  • del pas si nos resistamos a que seapoderaran de nuestra propiedad y nosnegbamos a marcharnos de Lubochnade inmediato.

    Como consecuencia, slo cogimosunas cuantas maletas, y dejamos todo lodems, incluido por cierto el propiohotel, en manos de sus nuevos dueos.Pero yo quera llevarme mi coche! Eraun pequeo coche rojo a pedales. Mispadres me dijeron que eso eraimposible, pero que pronto volveramosy all estara el coche esperando anuestro regreso. Ese coche era mi bienms preciado. Deb de sospecharentonces que nunca volvera a verlo,pues corr hacia el desvn para echarleuna ojeada. All estaba, apoyado contra

  • un poste sobre sus ruedas traseras,rodeado de cajas y maletas. Parecaestar tan triste como yo. Hasta el da dehoy, cuando pienso en aquel instante, seme viene a la mente la imagen de mipequeo coche rojo.

    Tras dejar Lubochna, vivimosdurante un tiempo en Zilina, tambin enEslovaquia. Al principio residimos conunos amigos que eran dueos del GrandHotel de dicha ciudad. Recuerdo elnombre porque me lo pasaba muy bienen la entrada principal junto a uno de losporteros, gritndole Grand Hotel! alos transentes, como se acostumbrabapor entonces. Con frecuencia la gente sedetena a conversar conmigo y a veces,para gran alegra ma, incluso me

  • arrojaban alguna moneda.Desde el hotel, nos trasladamos a

    un pequeo piso en Zilina. All, mimadre y yo pasamos bastante tiemposolos. Mi padre haba encontradoempleo como agente comercial en unaempresa de instrumental mdico ydedicaba gran parte de su tiempo avisitar a sus clientes en distintos puntosdel pas. Al parecer, mis padres habangastado gran parte de sus ahorros(incluyendo el dinero que mi madrehaba recibido de sus padres en calidadde dote) en ampliar el hotel y comprarlesu parte a su antiguo socio. Ahora elhotel era cosa del pasado, y con lhaban desaparecido tollos los ingresosque generaba.

  • Cuando vivamos en Lubochna, mimadre nunca haba tenido que cocinar.Esa tarea le corresponda a la chef delhotel, una corpulenta y amenazantematrona eslovaca, que le haba hechosaber a mi padre sin rodeo alguno que sujoven esposa no era bienvenida en lacocina. Ahora, en Zilina, todo eradiferente, y no tard en comprender quemi madre no cocinaba demasiado bien.En una ocasin puso a asar un pollo sinacabar de limpiarle el interior. Cuandomi padre prob el primer bocado setop con un trozo de maz, que deba deser parte de la ltima comida del pollo.De ms est decir que mi padre loescupi todo y dio comienzo a unamonumental pelea con mi madre. Daba

  • por supuesto que habas aprendido algoen ese colegio de Gttigen! gritaba mipadre. Ella contraatacaba recordndolealgn incidente semiolvidado por el cuall tericamente deba sentirse culpable.Y cuando l replicaba que aquello nadatena que ver con lo mala que ella eracocinando, mi madre lo acusaba decambiar de tema. Pronto me di cuenta deque ella siempre ganaba esasdiscusiones, mientras que l acababanegando con la cabeza con aspecto deprofunda incredulidad. En ocasiones mimadre me converta adems en su aliadocuando ella haca alguna cosa y nodeseaba que mi padre se enterase. Unavez descubri que el trapo de la cocinaque ella haba estado buscando haba

  • cado dentro de la olla donde preparabala cena. Me suplic que guardasesilencio asegurndome: Pap no notarnada si no se lo decimos. Otro da,mientras mi padre estaba fuera de laciudad, la polica entr a nuestro piso yle orden a mi madre que hiciera lasmaletas y se asegurase de queestuvisemos listos para marcharnos conellos en el plazo de una hora. Nosdijeron que ramos judos y extranjerosindeseables, y que seramos expulsadosdel pas. Mi madre protestargumentando que no podamos irnos sinmi padre, pero no hubo modo de queentraran en razn. Nos llevaron a lacomisara. El edificio y su patio estabanya colmados de otros extranjeros. Mi

  • madre reconoci entre ellos a algunosde nuestros amigos. La gente se sentabasobre sus maletas, los nios lloraban, ypercib que todos estaban muyasustados, tanto como yo.

    No bien llegamos a la comisara,mi madre exigi en su alemn preciso ypulido ver sin demora al jefe de policao a la persona a cargo. Arm un granescndalo al tiempo que agitaba undocumento repleto de sellos yencuadernado en piel. Tras unosminutos, fuimos conducidos a unaoficina. All un hombre uniformado,corpulento y con aspecto de pocosamigos, le pregunt a mi madre en tonoamenazador a qu se deba tanto revueloy quin se crea que era. Ella, que en

  • aquel instante me pareci muy alta perono meda ms que metro y medio, arrojel documento sobre el escritorio delhombre y le ladr en alemn: Somosalemanes!. Mi madre apunt aldocumento, que ella llamaba supasaporte, y aadi en el mismo tono:Se supone que somos vuestrosaliados! Es indignante que nos estistratando como a delincuentes comunes!.Solicit que la condujeran de inmediatoante el cnsul alemn para protestar porun trato tan escandaloso y le advirti alagente de polica que l y sus superioresse meteran en serios problemas con lasautoridades alemanas por acosar a losalemanes que vivan pacficamente enEslovaquia. Esperad y veris lo que

  • suceder cuando mi marido regrese y nonos encuentre en casa! Tras conversaren voz baja con otro hombre y revisarnuevamente el pasaporte, el agente depronto nos sonri, se levant de detrsde su escritorio, cogi a mi madre de lamano y en un alemn entrecortado lepidi efusivamente que lo disculpase. Setrataba de un gran error; desde luego queellos no estaban deportando a losalemanes residentes en Eslovaquia, sinoslo a los judos y a otros indeseables aquienes desde el principio jamstendran que haberles permitido ingresaren el pas. Volvi a estrecharle la manoa mi madre, la salud y le orden alpolica que nos escoltase de regreso acasa.

  • Aos ms tarde supe que elpasaporte de mi madre era enrealidad una licencia de conduciralemana, cuyo aspecto era muy similaral de un pasaporte. Su verdaderopasaporte alemn haba sido confiscadodespus de que ella intentase renovarlo,pues, al igual que los dems judos quevivan en el extranjero, mi madre habasido despojada de su nacionalidadalemana. Todava hoy me pregunto quhabra hecho ella si se hubiera dado elcaso de que el agente de polica hubierasabido leer alemn y descubierto elengao. La ltima persona con la que mimadre habra deseado hablar en esascircunstancias era el cnsul alemn.

    No dejo de maravillarme ante el

  • coraje, el ingenio y la inteligenciaexhibidos por mi madre aquel da,rasgos de carcter que ella evidenciaramuchas veces ms en el futuro y ensituaciones todava ms complejas. Alfin y al cabo, no era ms que una jovenmujer proveniente de una familia judade clase media, con un digno niveleconmico y los conocimientos bsicosque poda aportar una educacinsecundaria. De dnde haba sacado laastucia y el casi audaz descaro con losque haba calculado la reaccin dequienes representaban una terribleamenaza tanto para ella como para sufamilia, consiguiendo al fin no slosacar ventaja sino salir victoriosa? Denio me pareca natural que mi madre

  • siempre supiera qu hacer en cadacircunstancia. Pero lo que en aquelentonces yo consideraba natural haacabado, con el paso de los aos,inspirando en m una profundaadmiracin y tambin un grandesconcierto. No slo porque mi madrerepetidamente logr superar con xito laadversidad haciendo frente a lamaquinaria de la muerte nazi, sinoporque lo haca con una espontaneidad yrapidez dignas de un mago. De dndeprovena esa magia? Aunque lo heintentado, nunca he sido capaz deidentificar la fuente intelectual yemocional del singular don de mi madre.Todo cuanto s es que ella posea esedon.

  • A poco de regresar a nuestro pisodesde la comisara, mi madre exclam:Hemos tenido suerte esta vez!. Peroaadi: No tardarn en volver, yempez a buscar la pistola de mi padre.El haba adquirido el arma en Lubochna,con la intencin de ahuyentar zorros yotros animales salvajes que enocasiones intentaban entrar al corral delos pollos situado tras el almacn delea del hotel. Cuando mi madre hall elarma, me dijo que debamosdeshacernos de ella sin despertarsospechas, para que la polica no laencontrara en su siguiente visita. Manejla pistola con extremada cautela, ladesliz dentro de una bolsa de papel yme dijo que no la tocase. Al da

  • siguiente caminamos hacia el ro yarrojamos la bolsa al agua desde uno delos puentes. No alcanc a comprenderdel todo lo que estaba sucediendo, perome sent bastante adulto por el hecho departicipar en semejante operacinultrasecreta. Cuando mi padre regres,se enfureci al enterarse de que mimadre haba tirado su pistola, pero erademasiado tarde para remediarlo.

    A los pocos das, mis padresdecidieron que Eslovaquia ya no era unsitio seguro para nosotros y que haballegado la hora de partir. Daban porsentado que el hostigamiento contra losjudos, y en particular contra los judosextranjeros, se volvera ms duro en esaregin de Checoslovaquia. Mi padre

  • tambin tema que lo hubieran incluidoen alguna lista de personas buscadaspor la Gestapo, y que si la policavolviese podran arrestarlo y entregarloa los alemanes. Pero, hacia dndepodamos ir? Mis padres pasaron horasinterminables debatiendo esta cuestin,en general entre murmullos y por lasnoches, cuando pensaban que yo ya mehaba dormido. Finalmente sedecidieron por Polonia, concluyendoque aquel era el nico pas en el que nospermitiran ingresar. Adems, all mipadre podra conseguir los visados quele haban prometido las autoridadesbritnicas en Checoslovaquia, y graciasa los cuales se nos permitira viajar aInglaterra en calidad de refugiados

  • polticos.No tardamos en iniciar la marcha

    hacia Polonia. Al principio, sinembargo, no llegamos muy lejos, puesnos vimos atrapados en la tierra denadie entre Polonia y Checoslovaquia.Esa franja de tierra meda unoscincuenta metros entre uno y otro puestofronterizo. Las fronteras estabanconectadas por un camino de tierra enmedio de la campia. A cada lado delcamino corra una profunda cuneta dedesage. La frontera polaca estaba en unextremo del camino; la checa, en el otro.No bien alcanzamos el lado polaco de lafrontera, los guardias polacos nosordenaron volver al lado checo. Loschecos, por su parte, no nos permitieron

  • reingresar. Y as estuvimos varadosdurante varios das. Teniendo en cuentael incontable nmero de veces que nostrasladamos de un extremo al otro,cargando o empujando nuestras maletas,esa franja de camino me pareci muchoms extensa de lo que deba de serlo enrealidad. Sin piedad, los guardias deambos puestos nos gritaban que nosmarchsemos y no volvisemos aaparecer por all nunca ms.

    Carecamos de nacin y notenamos ningn documento vlido deviaje. Mi padre deba de haber perdidoen algn momento la nacionalidadpolaca, probablemente al adquirir lanacionalidad alemana que a la largaacabara perdiendo del mismo modo que

  • mi madre, cuando los nazisdesnaturalizaron a todos los judosresidentes en el extranjero. Siendoaptridas, una vez en tierra de nadiecarecamos de derechos tanto paraentrar en Polonia como para regresar aChecoslovaquia. Da tras da, noche trasnoche, mi padre esperaba un cambio deguardia en la frontera polaca. No bienvea all nuevos guardias polacos, nosconduca al puesto fronterizo ysolicitaba ser admitido, afirmando queera polaco. Pero como no posea ladocumentacin necesaria parademostrarlo, los guardias le ordenabanregresar al lado checo. Pasamosjornadas enteras yendo y viniendo.Dormamos en la campia adyacente al

  • camino, entre los dos puestos, o bien enalguna de las cunetas. En rarasocasiones se nos permita dormir en lasala de espera de alguno de los puestosde guardia. Si bien pasbamos fro lamayor parte del tiempo, no tenamoshambre, pues podamos comprarlescomida a los granjeros checos ypolacos, que nos vendan pan yembutidos. Pero no estbamos yendo aninguna parte. Me senta fatigado y nocomprenda por qu motivo nadie nospermita ingresar en su pas.

    Algo ms de una semana despusde llegar a la frontera, un da en que denuevo los polacos nos haban ordenadoregresar al lado checo y estbamosempezando a trasladar nuestras

  • pertenencias otra vez hacia all, nostopamos con un grupo de soldadosalemanes fuertemente armados. Alparecer, entretanto Alemania habaocupado Checoslovaquia, y allestbamos, bajo las garras de aquellasmismas personas de las que estbamosintentando escapar. Not que mis padresestaban muy asustados. Uno de losalemanes, que pareca ser el oficialsuperior, exigi saber quines ramos yqu estbamos haciendo en medio de lanada. Mi padre, que de repente empeza hablar un muy mal alemn, respondique ramos polacos, que llevbamos allms de una semana, y que los polacos nonos permitan regresar a nuestro pas.Eso ya lo veremos, gru el oficial

  • alemn. Y tras esas palabras, le ordena dos de sus soldados que se acercaseny cogiesen nuestras maletas. Pens queiban a hacernos algo terrible, pues mimadre de pronto me cogi de la manocon firmeza y me hizo seas de que nohablase. Pero los soldados alemanes selimitaron a acompaarnos de regreso ala frontera polaca. Una vez all, leordenaron a los guardias de fronterapolacos que nos permitiesen pasar.Esta gente es polaca!, grit uno delos soldados. Os ordeno que los dejisentrar. Y os aconsejo que no los enviisde regreso a nuestro lado. Las cosassern muy diferentes de ahora enadelante! Mi padre tradujo lo que decael alemn y los polacos asintieron

  • obedientes. As fue como entramos enPolonia. Deba de ser marzo de 1939,pues en ese mes Alemania invadiChecoslovaquia. Yo an no habacumplido los cinco aos.

  • Captulo 2.Katowice

    No conservo ningn recuerdo delos primeros das transcurridos despusde que nos permitiesen pasar a Polonia.Seguramente nos alojamos en unalbergue o arrendamos una habitacindurante un breve perodo. Yo debo dehaber dormido gran parte del tiempo. Miprimer recuerdo es de los tres sentadosen un carro de heno tirado por caballos,con nuestras maletas apiladas en unextremo. El cochero era un anciano delarga barba blanca. Llevaba unsombrero negro y hablaba con mi padre

  • en un lenguaje que pareca alemn, peroque yo apenas poda comprender. Esasfueron las primeras palabras en yidisque escuch, y el cochero fue el primerjudo jasdico que vi en mi vida.Todava me parece or al hombre deciralgo sobre a shoo, lo que en aquelmomento me hizo preguntarme por quhablaba de un schuh, zapato enalemn. Slo mucho ms tarde, cuandoaprend algo de yidis gracias a miscompaeros en el gueto de Kielce, supeque a shoo en yidis significa unahora, y que el cochero le haba dicho ami padre que en una hora llegaramos adestino.

    Nuestra siguiente parada fueVarsovia. All mi padre tena algunos

  • parientes, y dado que mi madre no losconoca, nos recibieron con granregocijo, muchos besos y risas, ycuantiosas cantidades de comida. Yoodiaba estas visitas porque todas lasmujeres que veamos insistan enbesarme y me hacan comer hasta elhartazgo. Por suerte, siempre habacerca otros nios con los cuales podaescapar de los adultos e ir a jugar.

    Las visitas llegaron a su fin cuandocontraje un grave caso de tos ferina deuno de mis nuevos amigos. El mdicoles dijo a mis padres que respirar el airedel ro hara maravillas por mi salud.Para deleite mo, mis padres siguieroncasi de inmediato la recomendacin deldoctor y alquilaron un coche de caballos

  • para pasearme una vez tras otra entreambos extremos del puente sobre el roVstula que conectaba Varsovia conPraga, un suburbio al este de la ciudad.Yo adoraba estas excursiones diarias yme sent muy triste cuando la tos fuedesapareciendo poco a poco y mispadres decidieron que ya podamosdejar Varsovia para viajar haciaKatowice.

    En 1939, Katowice, una ciudadsituada en el sur de Polonia, se habaconvertido en un punto de reunin paralos refugiados judos alemanes. All sepresentaban en el consulado britnicocon la esperanza de obtener ladocumentacin necesaria para viajar aInglaterra. Mis padres haban odo en

  • Varsovia que el consulado britnico enKatowice podra llevar adelante nuestrasolicitud de visados y que, cuanto antesllegsemos all, antes estaramos encondiciones de zarpar rumbo a Londres.Mi tos ferina haba demorado nuestrallegada a Katowice.

    En Katowice nos instalamos en unpiso diminuto. Nunca olvidar nuestraprimera noche all. Mis padres apenashaban apagado las luces cuando lahabitacin que los tres compartamospareci cobrar vida. Mi madre grit queestaba siendo devorada. Cuando mipadre salt de la cama y encendi la luz,descubrimos que tanto las paredes delcuarto como nuestras camas estabancubiertas de chinches, que reptaban por

  • todos nuestros cuerpos. Era un autnticoespectculo: pareca haber cientos deestos espantosos bichos capaces decausar con sus mordeduras una picazninsoportable.

    Mi madre quera marcharse sinms, pero mi padre la tranquiliz,explicndole que ramos afortunados decontar con ese piso. Una vez que seconvencieron de que no tenamos msopcin que permanecer all, mis padresiniciaron una autntica campaa deexterminio de las chinches. Encontraronunas velas y comenzaron por quemar alos bichos en las paredes; luegosacudieron las sbanas hasta hacerlossaltar y los aplastaron contra el suelocon los pies. La habitacin tena un

  • fregadero y mi madre empez a arrojarlas chinches de las sbanas en el aguacon la intencin de ahogarlas. Tandesesperados esfuerzos por librarnos delas chinches debieron de prolongarsedurante toda la noche. Yo me dormdespus de un rato, inconsciente de queen los aos por venir las chinches seranel menor de nuestros problemas.

    Lo pas muy bien en Katowice.All los refugiados haban formado supropia pequea comunidad. Mis padresse integraron a ella y pronto se hicieronde muchos amigos. Como era habitual enAlemania, estos amigos enseguida sevolvieron mis tos y tas. Yo jugabacon sus hijos y ellos me cuidabancuando mis padres tenan que alejarse

  • para ir a hacer algn recado. Solancongregarse en algn caf, o en unparque, donde jugaban a las cartas, leanperidicos, hablaban en voz baja sobrela guerra que se avecinaba y compartansus preocupaciones. Todos esperaban suda de suerte. Y cada tanto habamotivo de celebracin, una montaa debesos y de lgrimas: el da de suerte dealguien haba llegado en forma del tananhelado visado del consuladobritnico, que permitira al destinatarioviajar a Inglaterra. Poco despus,aquellos a quienes se haban concedidolos visados se marchaban de Katowice,en general en pequeos grupos y entransportes organizados por elconsulado britnico.

  • Nuestro da de suerte no estabanada cercano. Mientras lo esperbamos,recuerdo que sola jugar en un hermosoparque de Katowice y nadar en un lagocercano. Al parecer, la comunidad judade la ciudad proporcionaba cierta ayudaa los desprovistos refugiados, y tambinlo hacan muchas otras personasrelacionadas con la comunidad.Recuerdo una ocasin en que un hombremuy amable que se haba hecho amigode mis padres me llev de compras.Regres a casa con varios juguetes yropas completamente nuevas: flamantespantalones, camisa y chaqueta. Elhombre crea que las ropas que me hacausar mi madre me daban un aspectodemasiado alemn. Cada tanto tambin

  • ramos invitados a cenar a casas defamilias judas, aunque esto no sucedacon tanta frecuencia como me hubieragustado para huir de nuestra espantosahabitacin y de las exiguas comidas.

    Un da, mi madre lleg a casa presade gran excitacin. Le explic a mipadre que ella y una amiga habanacudido a una clebre adivina. Antes deir, mi madre se haba quitado su anillode matrimonio y, como aparentaba sermucho ms joven que su edad real (tenapor entonces veintisiete aos), lesorprendi mucho que la adivina, alestudiar sus cartas, afirmase que mimadre estaba casada y tena un hijo.Adems de saber muchas cosas sobre lahistoria de nuestra familia, la adivina le

  • dijo a mi madre que su hijo era einGlckskind, un nio afortunado, y quesaldra indemne del futuro que nosesperaba.

    Mi padre rega a mi madre por sucredulidad ante tales tonteras y pormalgastar dinero en ello cuando apenastenamos para comer. Pero mi madrealeg que su amiga haba costeado lavisita porque quera que alguien laacompaase. Adems, quiz la adivinasepa algo que nosotros ignoramos, puesde qu otro modo poda tener tantainformacin sobre m?, replic. Lonico que sabe la adivina, espet mipadre, es cmo ganar dinero en estostiempos de desgracia. La discusinentre ambos continu durante un buen

  • rato.Ninguno de nosotros lo saba

    entonces (y yo mismo slo lo supemucho despus), pero las prediccionesde la adivina ayudaran a apuntalar lasesperanzas de mi madre en los aossiguientes, cuando fuimos separados.Incluso despus de la guerra, cuando losamigos intentaban convencerla de queera intil buscarme y de que no tenasentido para ella seguir torturndose,pues Tommy no pudo habersobrevivido de ningn modo, mi madreresponda afirmando saber que yo estabavivo. Con posterioridad me confes quetodos los dichos de la adivina se habanvuelto realidad. Por supuesto que nocreo en esa abracadabra, aada con

  • gesto adusto, slo para contradecirse deinmediato preguntando: Pero cmo seexplica que ella acertase en todo cuantodijo sobre ti y sobre m?.

    Nuestro da de suerte llegpocas semanas despus de que mi madrevisitase a la adivina. Recibimos losvaliosos visados para viajar a Inglaterray se nos dio fecha para marcharnos deKatowice el 1 de septiembre de 1939.Se produjo entonces entre nuestrosamigos la excitacin habitual, todosellos desendonos suerte y expresandola esperanza de que pronto nosreunisemos en Inglaterra. Me dijeronque estaramos en Inglaterra en un par desemanas y que, una vez all, ya notendra nada que temer de los nazis.

  • Pero las cosas no sucederan as:en nuestro da de suerte, Hitlerdecidi invadir Polonia. Cuandollegamos a la estacin de ferrocarril deKatowice, donde se organizara nuestrotransporte, la gente del consuladobritnico nos explic que ya no seraposible partir desde un puerto polaco.Por ende, se hicieron arreglos parahacernos llegar a Inglaterra va losBalcanes. Pese a la avalancha de genteque intentaba abandonar Katowice esamaana, probablemente porque laciudad no quedaba muy lejos de lafrontera alemana, a la larga conseguimosabordar el vagn reservado paranosotros y para los otros refugiados quehaban recibido visados. Por fin, tras

  • una larga demora, el tren sali de laestacin. Pareca que lo habamoslogrado.

    No s cun lejos llegamos con esetren. Durante gran parte del tiempo, sinembargo, el tren no se mova, a laespera de que pasasen otros trenescargados de soldados. Los caminosparalelos a las vas del ferrocarrilestaban atestados de gente de a pie, o encoches tirados por caballos. De todaspartes aparecan largas columnas desoldados marchando, a caballo o encamiones, llevando piezas de artillera,municiones y provisiones. Los soldadosse movan en direccin opuesta a la delos civiles, que les abran paso (algo nosiempre sencillo en caminos tan

  • estrechos).A m, semejante conmocin me

    pareca muy emocionante. Pas bastantetiempo saludando a los soldados quemarchaban y admirando sus sombrerosde tres puntas y sus uniformes. Yentonces, de pronto, la diversin lleg asu fin. Nuestro tren haba vuelto adetenerse, ahora junto a un tren militarpolaco. Ese tren estaba lleno desoldados y materiales militares. A cadalado de las vas se extenda la campia.Probablemente no llevsemos alldetenidos ms que unos pocos minutoscuando omos el sordo ruido de avionesque se acercaban. En seguidaaparecieron sobre el horizonte dos o tresaviones. La gente empez a gritar

  • Niemcy! Niemcy! (Alemanes!Alemanes!), y de pronto resonaron enel aire el repiqueteo del fuego deametralladoras y el estruendo delestallido de bombas. El tren empez atemblar. El ruido era terrible.

    Mi padre nos cogi a mi madre y am, empujndonos fuera del tren. Estnatacando el tren militar!, grit porencima del ruido ensordecedor.Debemos salir de aqu, debemossalir. Algunas personas ya habansaltado del tren y cruzaban a gatas lasvas en direccin a la campia.Seguimos sus pasos, y otros nossiguieron a nosotros. Los soldadospolacos empezaron a disparar contra losaviones alemanes, asomando sus rifles

  • desde las ventanillas del tren. Notuvieron mucha suerte. Los avionescontinuaron descendiendo en picadosobre los trenes y las vas delferrocarril, haciendo estallar algunos delos vagones. Repitieron idnticamaniobra durante lo que pareci unaeternidad.

    Una vez hubimos alcanzado loscampos cercanos, mi madre se arrojencima de m mientras mi padrecolocaba su cuerpo como escudo paraprotegernos a ambos. La gente gritabamientras los aviones nos sobrevolabanlanzando fuego desde susametralladoras. Podran fcilmentehabernos matado a todos, pero alparecer no ramos su blanco. Luego, tan

  • de repente como haban aparecido, losaviones se marcharon. Esperamosdurante unos instantes a que regresasen,pero cuando comprendimos que no loharan nos pusimos de pie y observamoslo que nos rodeaba. Nadie pareca habersido herido de nuestro lado de la va,pero la gente se lamentaba y unoscuantos nios lloraban. Algunos vagonesde tren estaban en llamas y haba humopor todas partes. Muchos soldadosheridos o muertos yacan del otro ladode las vas y junto a su tren. A simplevista, las vas haban quedadodestrozadas.

    Despus de un rato, mi padre fue enbusca de nuestras pertenencias. Encontralgunos bultos y los trajo a la campia.

  • Pronto se nos unieron otras personas denuestro grupo. Y ahora qu?, era loque todos nos preguntbamos, y dndeestamos?. Nadie pareca conocer lasrespuestas y, con excepcin de mi padre,nadie ms en el grupo hablaba polaco.Tras consultar con algunos campesinosque pasaban por all, mi padre averiguque estbamos cerca de Sandomierz, unpoblado situado unos doscientoskilmetros al este de Katowice.

    Pasamos la noche en un granero yluego nuestro pequeo grupo comenz lacaminata en direccin este hacia lafrontera con Rusia, a veces en cochesalquilados tirados por caballos, a vecesa pie. Los caminos rebosaban de civilesy soldados. Al igual que nosotros, la

  • mayor parte de los civiles intentabaescapar de los invasores alemanes.Cada da haba ms gente en las rutas.Dormamos en campo abierto o engraneros y avanzbamos hacia el estecon lentitud. Los granjeros nos cobrabanpor utilizar sus graneros y nos vendancomida. A menudo, los graneros yaestaban alquilados cuando llegbamos, yentonces debamos dormir a laintemperie. Algunos granjeros eranamables con nosotros; otros no. Lossegundos, con frecuencia se referan anosotros en trminos despectivos. Fueentonces cuando aprend que ramosparszywe zydy (mugrientos judos).

    Corran rumores de que los espasalemanes estaban por todas partes. Mi

  • padre oy que el gobierno polacoadverta a la gente sobre la aparicin deuna quinta columna alemana. Nuestropequeo grupo era sospechoso, pues,con excepcin de mi padre, susintegrantes slo hablaban alemn. Confrecuencia cada vez mayor, mi padre sevea obligado a explicar quines ramosy a mostrarle nuestros documentos deviaje ingleses a los desconfiadosoficiales polacos. Al cabo de un tiempo,mi padre ya iba solo a los poblados acomprar comida para nuestro grupo yenterarse de las novedades msrecientes. A veces yo iba con l. Allescuchbamos la radio o hablbamoscon los granjeros. La informacin quellevbamos de regreso pareca ser

  • siempre la misma: Las cosas no pintandemasiado bien. Los alemanes estnavanzando, el ejrcito polaco estretrocediendo.

    De vez en cuando, mi padreconversaba con alguien que acababa devolver desde Rusia o que tena noticiasde lo que ocurra all. Tambin entoncesla historia sola ser siempre la misma:En ese pas estn sucediendo cosasterribles. No es un buen lugar para losextranjeros; a muchos los estn enviandoa Siberia. Nadie de nuestro grupoquera creer tales informes, pues todosesperbamos escapar a Rusia. Al fin, mipadre decidi ir a comprobarlo con suspropios ojos. Regres a los pocos das yanunci que sera mejor intentar suerte

  • en Polonia. Ignoro si en realidad mipadre alcanz a cruzar la frontera yentr a Rusia (no estbamos demasiadolejos de la frontera polaco-sovitica) osi tan slo convers con gente en lafrontera, pero volvi convencido de quetratar de pasar a Rusia sera paranosotros un error. Las condiciones allson terribles, inform, en especialpara los extranjeros. Estn arrestando odeportando a mucha gente. Los quetienen suerte son devueltos a lafrontera. Y si no vamos a Rusia,entonces qu?, pregunt alguien, ysigui a continuacin una larga y engeneral acalorada discusin sobre eldestino que nos esperaba en una Poloniabajo la ocupacin alemana. El debate

  • prosigui durante la noche. Cuandodespert a la maana siguiente, ladecisin haba sido tomada. En lugar deintentar pasar a Rusia, nos dirigiramosrumbo a Kielce, una ciudad al oeste deSandomierz con una importantecomunidad juda que sin duda nosacogera.

    Poco haba cambiado en loscaminos. A decir verdad, estaban cadavez ms congestionados. Nos detenan amenudo y nos pedan que mostrsemosnuestra documentacin. En ocasiones seproducan momentos de mucha tensincuando mi padre trataba de convencer alos militares polacos de que no ramosespas alemanes. Las novedades delfrente no eran muy positivas, nos deca

  • mi padre. Cada da era peor que elanterior. Los polacos echaban la culpade sus derrotas militares y del velozavance alemn a los espas alemanes.

    Mi padre intentaba alegrar a todoel mundo explicando que prontoestaramos en Kielce y volveramos adormir en camas. Esas eran para mnoticias estupendas, pero surtan muypoco efecto sobre el sombro estado denimo de nuestro pequeo grupo. Le odecir a alguien que no nos esperaba ungran futuro. O bien nos matan lospolacos tomndonos por espas, o lohacen los alemanes porque somosjudos. Cul de las dos opciones esmejor?, pregunt uno de mis tossonriendo, y todos estallaron en

  • carcajadas. Despus de un tiempo, sinembargo, ya nada resultaba divertido.

    Pocos das despus de quetomsemos la decisin de caminar hastaKielce, escuchamos lo que pareca seruna lejana tormenta elctrica. Fuego deartillera, me dijo mi padre, pero estmuy lejos de aqu. Escucha. Y memostr cmo, recostndome y apoyandola oreja contra el suelo, era posibleorlo con mayor nitidez. Me divertmucho jugando a eso durante un rato.Cada vez se vea a ms y ms soldadospolacos con sus maquinarias de guerraen los caminos y en los camposcercanos. Despus de un rato, toda laruta fue ocupada por tropas en retirada,hasta que llegado un punto se orden a

  • los civiles que dejaran los caminoslibres. Esperamos y descansamos en unacuneta al lado del camino. Parecierontranscurrir horas hasta que pas elltimo soldado polaco. De repente,escuchamos el rugir de motores que seacercaban y vimos cortinas de polvo alo lejos. Tanques! Tanquesalemanes! Era casi palpable el miedoque se apoder de nuestro pequeogrupo. Pero entonces o la voztranquilizadora de mi padre: Mantenedla calma! Que nadie intente escaparcorriendo! Y no digis nada a menos queos pregunten.

    A medida que los tanques seacercaban (avanzaban en nuestradireccin tanto por el camino como por

  • los campos) nos vimos envueltos en unanube de humo y polvo. Uno de lostanques se detuvo junto a nuestro grupo yun joven soldado cuyo cuerpo sobresalade la torrecilla abierta, el rostro llenode holln, nos grit en alemnpreguntando quines ramos. Trasalgunos titubeos, alguien respondi queramos judos, y otro aadi judosalemanes. No tenis nada de qupreocuparos, nos grit el soldado enrespuesta, pronto la guerra terminar ytodos podremos regresar a casa. Nossalud y el tanque volvi a ponerse enmovimiento. Esas tranquilizadoraspalabras brindaron a nuestro grupo unalivio momentneo. La gente empez abromear y rer otra vez. Pero, segn lo

  • quiso nuestro destino, pasaramuchsimo tiempo hasta que cualquieralemn volviera a dirigirnos palabrastan amables como aquellas. Pese a loque nos haba dicho el joven soldado,para nosotros la guerra no haba hechoms que comenzar. Proseguimos nuestramarcha rumbo a Kielce. Cerca deOpatw, unos sesenta kilmetros al estede Kielce, un rico granjero polaco nospermiti permanecer en uno de susgraneros. l y mi padre solan salir aconversar horas enteras. Mi madresiempre estaba preocupada hasta que mipadre regresaba, y entonces ambosmantenan largas charlas a media voz.Luego me enter de que el granjero yalgunos de sus amigos estaban en

  • proceso de formar un grupo deresistencia polaca para combatir a losalemanes. Queran que mi padre se lesuniese; necesitaban gente que hablasealemn y polaco, y que contase conexperiencia militar. No tendramos quepreocuparnos por buscar alojamiento nicomida, y se hallara un modo dedotarnos de falsos documentos deidentidad. Mis padres discutieron muchosobre esta oferta en los das posteriores.A la larga, mi padre la rechaz. Los dosestaban muy tristes por haber tenido quetomar tal decisin. El problema era quemi padre y yo, con nuestros rasgos ycabellos claros, podramos haberpasado por polacos, pero mi madre nohablaba polaco, y su ondulado cabello

  • oscuro y ojos pardos la habran delatadocomo juda. Los polacos pueden olerun judo a un kilmetro de distancia,dijo mi padre, y tarde o tempranoalguien nos denunciar a los alemanes.Como familia no era posible quepassemos por polacos durante muchotiempo, y separarnos no era una opcin.Proseguimos nuestra marcha haciaKielce.

    Al parecer, estbamos condenadosa ser lo que ramos, cosa que no ofrecamuy buenas perspectivas. Lo nico quenos restaba era esperar que la situacinmejorase. Nunca abandonamos esaesperanza, que nos sostuvo durante losaos siguientes, a pesar de que notenamos ningn motivo para confiar en

  • que las cosas cambiaran para bien.Qu otra cosa nos quedaba salvo laesperanza? Al fin y al cabo, as es lanaturaleza humana.

  • Captulo 3. Elgueto de Kielce

    Vivimos en Kielce durante unoscuatro aos hasta que fuimos conducidosa Auschwitz a principios de agosto de1944. Vivimos quiz no sea lapalabra adecuada para describir nuestraencarcelacin en esa opaca ciudadindustrial polaca, su gueto y sus doscampos de trabajo. Fue obra del azarque nuestro pequeo grupo derefugiados de Katowice acabase enKielce. Si nuestro tren no hubiese sidobombardeado en una regin dondeKielce era la ciudad polaca ms cercana

  • con una importante poblacin juda(constaba por entonces de unosveinticinco mil judos), nunca habramosido all. Juzgndolo retrospectivamente,no haba gran diferencia entre llegar auna u otra ciudad polaca. El destino delos judos era en general el mismo entodas ellas, y la vida en Kielce duranteesos aos no era peor ni mejor que encualquier otra regin de Polonia.

    Mi primer recuerdo de Kielce esnuestro piso de un solo ambiente (cocinaincluida) en la tercera planta de un viejoy bastante derruido edificio de la calleSilniczna. El nuestro era parte de uncomplejo de cuatro edificios querodeaban un sucio patio. Para entrar erapreciso atravesar un enorme portal, que

  • abra el paso hacia la ruidosa calle. Elpiso nos fue asignado por el consejo dela comunidad juda de la ciudad pocoantes de que se estableciese el gueto ainicios de 1940. Cuando esto sucedi, lapolica alemana (la Schutzpolizei) y laGestapo ordenaron a todos los judostrasladarse al rea de la ciudad dondeviva la mayor concentracin depoblacin juda, que a la vez era una delas zonas peor conservadas de Kielce.Nosotros no tuvimos que mudarnos, puesnuestra calle estaba en ese distrito de laciudad.

    Hasta que mi padre consiguiempleo como ayudante del cocinero enla cocina de la Schutzpolizei, fuera delgueto, no tuvimos gran cosa para comer.

  • Durante aquellos primeros das todavaera posible entrar alimentos desde elexterior del gueto. Las familias judasms prsperas vivan relativamente bienen comparacin con nosotros, queapenas tenamos dinero incluso despusde que mi madre vendiese casi todas susalhajas. Gracias a su nuevo empleo, mipadre volva a casa cada tarde con unagran fiambrera llena de comida. Amenudo ocultaba trozos de carne bajo elpur de patatas y las verduras que lepermitan llevarse. A media tarde, mimadre y yo ya estbamos esperndolopara hacer nuestra nica comida del da.De cuando en cuando tambin ramosinvitados por familias ricas delvecindario para acompaarlas en las

  • festividades del Sabbat. Recuerdo cmoesperaba esas cenas a causa de lacomida, pero tambin mi desesperacin,pues el sentarnos a la mesa siemprevena precedido por rezos que meparecan interminables.

    Pronto, adems, descubr otromodo de conseguir comida, y en rarasocasiones tambin algo de dinero. Comolos judos religiosos tienen prohibidotrabajar en el Sabbat o durante lasfestividades judas, durante esos das nopueden realizar la mayor parte de lastareas cotidianas, incluyendo encenderhornos, hogares o incluso las luces desus casas. Esas faenas solan serrealizadas en el pasado por sirvientes nojudos o polacos contratados para tales

  • fines. Cuando a esa gente ya no se lepermiti ingresar en el gueto, algunosvecinos que saban que no ramos judosobservantes me pidieron que cumpliesecon dichas funciones. As fue como meconvert en shabbos goy (un gentil delSabbat). Me agradaban esas tareas, noslo porque me pagaban por ellas, sinoporque a la vez me permitan conocer amuchas familias del barrio, saber en qucondiciones vivan y cmo eran sushogares. Me fascinaba el aspecto de losjudos muy ortodoxos: sus largos peyes(mechones de pelo en las patillas), sustzitzit (flecos de tela), sus sombrerosnegros y caftanes, as como el talit (chalo manto ritual) y los tefilin (filacterios)que llevaban en sus brazos y en la frente

  • al rezar. Pero la mayora de la gente delgueto no era ortodoxa, y vesta igual quenosotros.

    Una vez que todos los judos semudaron a lo que acab siendo el guetode Kielce, la zona fue rodeada de murosy vallas custodiados por las policasjuda y polaca, as como por laSchutzpolizei. En nuestro vecindariohaba muchos nios y pronto me hice deun montn de amigos. En aquellosprimeros das an se les permita laentrada a algunos polacos, que venan engeneral a vender verduras, leche y lea.Cuando llegaba el invierno, losgranjeros polacos solan ingresar en elgueto con sus coches tirados porcaballos para vender lea, que era muy

  • cara. Los nios los esperbamos ysaltbamos a la parte trasera de suscarros, con la esperanza de que elconductor no nos viese antes de tener laposibilidad de coger algo de lea y huircon ella a la carrera. Si nos vea,intentara alcanzarnos con su larga fusta.Pese a las tcnicas cada vez msdiestras que fuimos desarrollando parair a gatas hasta el carro, a vecesconsegua golpearnos. Ms all delhecho de que necesitbamos la lea, estejuego nos diverta, sobre todo porquenuestros padres, aunque no aprobabannuestros saltos sobre el carro, siemprereciban con alegra los escasos leosque conseguamos llevar.

    Otro juego que recuerdo consista

  • en esconderme con mis amigos en uncampo baldo situado tras nuestrocomplejo de apartamentos. All, de tantoen tanto, podamos observar a lascampesinas polacas orinando de pie conlas piernas abiertas, pero sin levantarselas largas faldas. Llegado un punto,solamos silbar o golpear unas latas conla esperanza de asustarlas y hacerlascambiar de postura, con las predeciblesconsecuencias. Entonces escapbamosriendo a carcajadas mientras las mujeresnos proferan terribles maleficiospolacos.

    Una vez, con dos de mis amigos,hallamos una caja de piel que contenatefilin (filacterios) empleados por losjudos religiosos en sus plegarias.

  • Alguien nos haba dicho que jamsdebamos abrir una de esas cajas, puesera un pecado hacerlo, y que Dioscastigara a cualquiera que cogiese lospequeos trozos de pergamino quetenan dentro, con sus inscripciones enhebreo provenientes de la Tor. Perotambin habamos odo que si alguienencontraba uno de esos trozos depergamino y se lo colocaba bajo lasaxilas, sera capaz de volar. Nosenfrentbamos, por lo tanto, a un grandilema: queramos ser capaces de volar,pero temamos la ira de Dios.Finalmente, con manos temblorosas,abrimos la caja esperando que un rayonos partiese all mismo, pero no sucedinada por el estilo. Entonces uno de los

  • chicos de ms edad coloc conprecaucin el pergamino bajo su brazo yse prepar para el despegue. Tampocosucedi nada, y uno tras otro intentamosla misma maniobra con idnticoresultado. Decepcionados pero antemerosos de la ira divina, arrojamoslejos la caja y prometimos no contarle anadie lo que habamos hecho.

    En Polonia, la expresin yekke, untrmino algo despectivo y burln, eraaplicada por los judos polacos a losjudos alemanes que no hablaban yidisni polaco y que, debido a su aparienciao conducta, eran considerados pormuchos judos polacos casi comogoyim, y demasiado inocentes encuestiones comerciales. Para los judos

  • polacos, mi madre era una yekkete (laforma femenina de yekke), y cuando ellacaminaba conmigo por las calles delgueto, a menudo los nios delvecindario nos gritaban Yekkes!. Enuna ocasin, mientras paseaba solo poruna de las calles en las que poco anteshaba estado con mi madre, me rode ungrupo de chicos de mi edad o algomayores. Empezaron a empujarme, seburlaron de mis ropas y me gritaron unay otra vez Yekke putz, yekke putz (lasegunda palabra era un insulto que se mehaba dicho que nunca pronunciase).Consegu escapar corriendo, peropromet vengarme. La ocasin no tarden llegar, unos das ms tarde, cuando via un chico andando junto a su madre en

  • nuestra calle y lo reconoc como uno demis acosadores. Corr detrs de l, le diun empujn con todas mis fuerzas y hu atoda prisa. El chico cay y se cort ellabio. Cuando su madre vio la sangre,empez a gritar y a lamentarse,pronunciando maldiciones en yidis y enpolaco contra m, mi familia y todos misdescendientes. Poda orla desde elextremo ms lejano de nuestro patio,donde me esconda. Mi madre se enfadmucho cuando supo lo que haba hecho yse lo cont a mi padre. Supuse que medara una tremenda zurra, pero despusde contarle toda la historia me dijo queestaba bien que aprendiese adefenderme, y que aunque no aprobabaque hubiese golpeado al nio por la

  • espalda, ya era demasiado tarde pararemediarlo.

    Pronto la vida en el gueto se volvimucho ms dura y peligrosa, y nuestrosjuegos fueron quedando de lado debidoal miedo que nos alejaba de las calles.Haba un alemn (ya no recuerdo si erade la Gestapo o de la Schutzpolizei) quesola ir al gueto y matar al azar a lagente que se le cruzaba por la calle. Seacercaba a ellos por detrs, lesdisparaba en la nuca y luego semarchaba. La noticia de que l habaentrado al gueto se propagaba como unincendio, y en cuestin de segundos lascalles estaban desiertas. Una vez lo vide lejos y corr hasta casa tanvelozmente como pude. Despus de eso

  • tem jugar en la calle y dej deconsiderar nuestro patio un lugar seguro.

    Pasado un tiempo, los alemanesaumentaron la frecuencia de sus visitas,y llevaron a cabo las llamadas razias oincursiones en el gueto. Como regla,estas incursiones se iniciaban con uncontingente de soldados fuertementearmados dirigindose a una vivienda.Entonces se abalanzaban dentro,empujaban a la gente a la calle y se lallevaban en camiones. Todo el que seresistiera reciba golpes y patadas.Otras veces, mataban a la gente allmismo con sus pistolas. En una ocasin,o tremendos ruidos en nuestro patio.Corr a la ventana y divis a losalemanes entrando en el edificio situado

  • frente al nuestro. Minutos ms tardeescuch terribles gritos provenientes deuno de los pisos de dicho edificio. Allfuncionaba una chaydar (escuelareligiosa), y all viva el rabino, quien,violando la prohibicin de ensear, lesdaba clases a unos cuantos nios. Laesposa y las hijas mayores del rabinofueron forzadas a desvestirse ypermanecer de pie, desnudas, en elpatio, mientras el rabino, a quien lehaban quitado su sombrero a golpes,era arrastrado por la barba fuera de lacasa y subido a un camin.

    Otras veces, la Gestapo o laSchutzpolizei ingresaban en el gueto,cogiendo al azar a los hombres conbarba y obligndolos a cortarse entre s

  • las barbas y las patillas. Quienes senegaban eran duramente golpeados. Lossoldados parecan divertirse mucho.Rean y se burlaban de sus vctimas, quetemblaban del pnico y rogaban que seles permitiese conservar sus barbas. Losjudos deban tambin quitarse lossombreros al cruzarse en la calle con unalemn. Si no lo hacan, los alemanespodan quitrselos violentamente ydarles una paliza. Pero si lo hacan, confrecuencia tambin los golpeaban, algrito de: Y t por qu me saludas,judo asqueroso? No soy tu amigo. Mipadre resolvi ese problema nollevando jams sombrero, ni siquiera enlos das ms fros de esos terriblesinviernos polacos. Para qu

  • proporcionarles ese placer?, decacuando la gente lo llamaba meshoogene(loco) por no usar sombrero.

    Cada cierto tiempo oamos que steo aquel lder de la comunidad o algunaotra persona haban sido arrestados porla Gestapo y no reaparecan nunca ms.Mi madre y mi padre hablaban sobreestos sucesos en voz baja. Entoncesescuchaba a alguno de ellos decir quelas vctimas seguramente haban sidodenunciadas a la Gestapo por alguien dela propia comunidad, y que tenamos queser muy cuidadosos con lo que decamosy a quin se lo decamos. S, lasparedes tienen odos, afirmaban amenudo, y aunque yo no acababa decomprender qu significaba esa

  • expresin, pronto aprend a no comentarcon nadie lo que se discuta en nuestrohogar o en los de los vecinos, donde mispadres y sus amigos se reunan por lastardes para charlar y compartir un pocode vodka que alguien haba logradoconseguir.

    Poco despus de que seestableciese el gueto, el consejo de lacomunidad juda puso a mi padre acargo de la oficina que asignabavivienda a las numerosas personas quehaban sido trasladadas al gueto. No esque l desease ese trabajo, ya que stemarcara el fin de la comida que venatrayendo a casa desde la cocina de laSchutzpolizei, pero le pareci que nopoda rechazarlo. El anterior jefe de esa

  • oficina haba sido despedido a causa deuna mala administracin y sospechas deuna extendida corrupcin en laasignacin de pisos. A poco de aceptarel empleo, recuerdo que mi padre ech ados hombres de nuestro piso. Estabamuy enfadado y luego lo escuch decirlea mi madre que esos sujetos habanintentado sobornarlo con mucho dinerosi l les asignaba un piso ms grande.Eso le dio a mi madre pie para preguntarpor qu no nos asignaba un piso msgrande a nosotros, ahora que tena elpoder. Mi padre se limit a mirarla,negando con la cabeza con expresin deincredulidad. De ms est decir quecontinuamos viviendo en el mismopequeo piso que nos haban asignado al

  • llegar a Kielce.Tras llevar algo de orden a la

    oficina de vivienda, mi padre fue puestoa cargo del Werkstatt o taller, que tenael aspecto de una pequea fbrica. All,sastres, zapateros, peleteros,sombrereros y dems artesanos debantrabajar para la Gestapo y laSchutzpolizei, desarrollando todas lastareas que se les ordenase hacer. Engeneral, fabricaban prendas de vestir ycalzado para los oficiales y sus esposas.El Werkstatt estaba apenas fuera de lasmurallas del gueto, por lo que mi padrey todos los que trabajaban all tenanpermisos para salir del gueto rumbo asus puestos de trabajo.

    Poco despus de que mi padre

  • fuese nombrado jefe del Werkstatt, mispadres se enteraron de que mis abuelosmaternos haban sido deportados de suhogar en Gttingen, Alemania, yllevados al gueto de Varsovia. Cmo lesllegaron las noticias es algo que ignoro,pero recuerdo a mis padres hablandonoche y da sobre mis abuelos y lo quepoda hacerse para traerlos desdeVarsovia hasta Kielce. Llegado unpunto, mi padre dijo: Hablar con unode los oficiales de la Schutzpolizei. Suesposa tiene un gran apetito para losabrigos de piel que hemos estadofabricando para ella, y l parece unpoco ms humano que los dems. Alpoco tiempo, mis abuelos llegaron anuestro gueto. Para m fue un milagro, el

  • suceso ms hermoso que nos ocurrieseen aos. Mi madre estaba muy, muyfeliz, y yo por fin volva a tenerabuelos, como algunos de mis amigos!Se les asign a mis abuelos unahabitacin en una casa cercana a nuestropiso. Yo los visitaba a diario yescuchaba maravillosas historias sobremi madre cuando era nia, sobre suhermano Erich, que viva en EstadosUnidos, y sobre la vida en Gttigenantes de la llegada de los nazis. Misabuelos me haban visto en algunasocasiones cuando yo todava era beb,pero para m era como verlos porprimera vez. Visitarlos era como entraren otro mundo, un mundo muy alejadodel gueto, colmado de amor y paz. All

  • me senta a salvo y protegido. Lashistorias que me contaban sobre elpasado y el futuro me transportaban a unmundo en el que toda la gente vivatranquila y en el que ser judo no era uncrimen.

    Las dos familias que llegaron a serms amigas nuestras fueron losFriedmann y los Lachs. Estabanemparentados entre s y ocupabantodava sus apartamentos de antes de laguerra, un piso por debajo del nuestro.A mis padres los invitaban a menudo asus casas y yo jugaba con sus hijos,Ucek y Zarenka, que eran primos.Zarenka tena unos cuatro aos, y Ucekdeba de ser un ao mayor. Cuando unavez pregunt por qu los Friedmann y

  • los Lachs siempre tenan buena comidacuando los visitbamos, me dijeron queellos eran ricos y que cuando la guerraconcluyese, tambin nosotros seramosricos nuevamente y tendramos toda lacomida que fusemos capaces de comer.No me era fcil comprender por qudebamos esperar hasta el final de laguerra para ser ricos, pero me reserv elcomentario.

    Una maana, en agosto de 1942,cuando el da todava no aclaraba,despertamos con fuertes toques debocina, repetidas rfagas de metralla yanuncios propagados por altavoces:Alle raus, Alle raus! Wer nicht rauskommt wird erschossen! (Todosfuera, todos fuera! Dispararemos contra

  • todo aquel que no salga!). El guetoestaba siendo liquidado o evacuado,segn el trmino empleado a travs delos altavoces: Aussiedlung!Aussiedlung! (Evacuacin!Evacuacin!). La gente lloraba ygritaba a nuestro alrededor. Mi madreempez de inmediato a empaquetaralgunas de nuestras pertenencias,mientras le rogaba a mi padre que sediese prisa. Entretanto, l estaba de pieante el fregadero de nuestra cocina,afeitndose con deliberada lentitud ypidindole a mi madre que se calmase.Djame pensar!, le escuch repetiruna y otra vez. Era una escenaespeluznante, y el ruido proveniente deafuera se volva cada vez ms

  • ensordecedor. Cuando mi padre terminde afeitarse, hizo a un lado su cuchilla,ayud a mi madre a empaquetar algunascosas ms y nos dijo que lo siguiramos.Se oan disparos por todas partes, yalgunos se producan en las casas quelos alemanes haban comenzado aregistrar. Cuando se topaban conpersonas enfermas o demasiadoancianas como para marcharse,sencillamente les disparaban all mismoy seguan su marcha. La nuestra fue laltima familia en salir del edificio,apenas por delante de los amenazantesescuadrones de la muerte alemanes.

    El patio estaba colmado de gente.Todos nuestros vecinos intentaban huirde los soldados y sus perros, que no

  • dejaban de ladrar y parecan entrenadospara atacar en cuanto sus guardianes lesgritaran Judo!. Mi padre se abripaso entre la multitud, intentandoconducirnos fuera del patio gracias a supase del werkstatt. Cuando reconoca aalgunos de sus trabajadores, les decaque lo siguiesen junto con sus familias.As fue como se form detrs denosotros un grupo de entre veinte ytreinta personas. En el caminointentamos dar con mis abuelos, pero fueimposible hallarlos. Nunca volv averlos. Todava hoy puedo recordar susrostros, sus sonrisas cuando entraba ensu pequeo piso, y la sensacin de paz yalegra que me producan sus abrazos ysus besos.

  • Cuando mi padre nos guiaba endireccin a los muros del gueto y laentrada al werkstatt, fuimos detenidosuna y otra vez por soldados fuertementearmados, que nos gritaban y apuntabancon sus armas del modo msamenazante. Era espantoso. Todava seproducan tiroteos a nuestro alrededor.Las calles estaban regadas de cadveresy no haba manera de saber conseguridad si las patrullas alemanas queencontrsemos en nuestro camino no nosmataran tambin a nosotros. Cada vezque nos detenan, mi padre lesinformaba a los soldados, ms o menosen el mismo tono de voz con que sediriga a nuestro grupo, que seguardenes estrictas del comandante de la

  • ciudad de proteger el werkstatt.Entonces nos permitan seguir adelante.(Nunca les des a entender que lestemes, recuerdo que me repeta mipadre.) Cuando alcanzamos nuestrodestino, cerr la puerta por dentro y lesdijo a todos que se calmasen. Losdisparos prosiguieron fuera durante granparte de la tarde. Despus de un rato,algunos hombres del grupo le suplicarona mi padre que nos permitiese salirantes de que ellos vengan y nos maten atodos por desobedecer rdenes. Mipadre hizo odos sordos y no se cansde insistir en que nuestras posibilidadesde sobrevivir eran mucho mayores sipermanecamos en el werkstatt hastaque las cosas se apaciguaran en el gueto.

  • De modo que nos quedamos allalgunas horas ms. De haberlo querido,podramos haber escapado en direccina la zona polaca de la ciudad, pero sindocumentos de identidad falsos y buenascantidades de dinero, no tardaramos enser capturados y, muy probablemente,ejecutados. As que permanecimos en elwerkstatt hasta que ces el tiroteo.Llegado este punto, mi padre decidique ya debamos salir. Una vez fuera,volvimos a ser detenidos en variasocasiones por patrullas alemanas. Mipadre les informaba que tena rdenesde conducir a los trabajadores delwerkstatt ante el oficial a cargo de laevacuacin. Entonces se nos permitaproseguir. Al fin llegamos a una enorme

  • plaza.En nuestro camino hacia la plaza,

    pasamos junto a una patrulla desoldados alemanes. Haban rodeado ados jvenes polacos, que estaban derodillas rogando por sus vidas. Junto aellos haba dos sacos con parte de sucontenido derramado. Uno de lospolacos llevaba los zapatos ms blancosque yo hubiera visto jams. Lossoldados pateaban a los jvenes y lesgritaban que el saqueo conllevaba lapena de muerte. Sin ms, les dispararon.En aos posteriores, cada vez que vea uoa decir que haban matado a alguien,la imagen de ese joven de rodillas consu calzado blanco reapareca en mimente hacindome revivir tan terrible

  • escena.Al acercarnos a la plaza, vimos a

    un grupo de oficiales de la Gestapo y del a Schutzpolizei situados frente a unagran multitud de habitantes del gueto,todos suplicando que se les permitiesepasar al otro lado de la acera, dondeestaba la gente que haba sidoseleccionada para permanecer en Kielcetras la liquidacin del gueto. Cuandoentramos a la plaza con mi padre a lacabeza, el comandante de laSchutzpolizei, que era un asiduo cliented e l werkstatt, lo reconoci. Lonecesitamos!, exclam. Este hombreest a cargo del werkstatt, y llev a mipadre hacia el otro lado. Mi madre y yolo seguimos. Cuando un soldado intent

  • detenernos, mi padre seal al grupoque haba guiado fuera del werkstatt y ledijo al oficial que se trataba de sustrabajadores. Tambin a ellos se lespermiti pasar.

    A lo lejos distingu a Ucek yZarenka, mis pequeos amigos yvecinos, de pie en la plaza junto a suspadres y otras personas que haban sidodejadas de lado. Poco ms tarde, cuandoestbamos marchndonos del patio, laseora Friedmann consigui de algnmodo empujar a Ucek y Zarenka endireccin a mi madre, su ta Gerda,rogndole: Slvalos, por favorslvalos!. Los nios corrieron hacianosotros. Mis padres de inmediato loshicieron pasar hacia el centro de nuestro

  • grupo a fin de ocultarlos entre losadultos. Los dos nios lloraban ensilencio a medida que dejbamos laplaza. Mi madre intent consolarlosmurmurndoles al odo que prontovolveran a ver a sus padres. Eso nosucedera, pues todos los que fueronobligados a permanecer en la plaza, aligual que quienes haban sido evacuadosen horas ms tempranas de aquel da(entre ellos mis abuelos), fuerontransportados a Treblinka y ejecutadosen ese campo de exterminio a poco dellegar. En total, ms de veinte mil sereshumanos, prcticamente toda lacomunidad juda de Kielce, fueronmasacrados en dicha operacin.

  • EL ARBEITSLAGER

    Aquellos de nosotros que no fuimosenviados a Treblinka cuando evacuaronel gueto, acabamos en un arbeitslager(campo de trabajo). Este ocupaba unapequea porcin del antiguo gueto. Lasdos o tres calles que delimitaban estazona colindaban con un terreno quequiz alguna vez fuera un extenso parqueo patio de recreo. Cuando llegamos allno era ms que una yerma y polvorientaextensin de tierra. Nuestra familia, queinclua ahora a Ucek y Zarenka, fueinstalada en una amplia sala. El bao yla cocina debamos compartirlos conotra familia. La sala de bao tena una

  • gran baera en la cual de tanto en tantolos tres nios podamos asearnos a lavez. All me senta feliz, pues tena unhermano y una hermana y, adems, al seryo el mayor poda hacer valer miautoridad sobre ellos.

    Llegamos al arbeitslager a finalesde 1942 y permanecimos all casi unao. Mi padre todava era jefe delwerkstatt, al tiempo que mi madre sedesviva por alimentarnos a los cincocon las magras raciones que obtenamos,algo nada sencillo. Aparte del hecho deque nuestra familia haba crecido y deque Ucek y Zarenka eran mispermanentes compaeros, slo dossucesos de la vida en el arbeitslageracuden a mi memoria. El primero es la

  • orden que mi madre recibi delcomandante, bien de la Gestapo, bien del a Schutzpolizei (no lo recuerdo conexactitud), instndola a presentarse enpersona ante l al da siguiente. Mimadre pas el resto del da en un estadode constante y terrible preocupacin,llorando gran parte del tiempo. Cuandomi padre conoci las rdenes al regresaraquella tarde, se puso plido. Le dijo aella que no se preocupase, pero me erafcil notar que tambin l estaba muypreocupado. Siguieron preguntndosetoda la tarde por qu querra elcomandante ver a mi madre y qu lesucedera tras ir a su oficina. Creesque tendr algo que ver con los nios?,aventur mi madre. No es eso, le

  • asegur mi padre. Sencillamentehabran venido y se los habranllevado. Se sucedieron otrasespeculaciones, y entonces mi padreafirm que ya crea saber de qu setrataba y que lo hablaran luego. Enaquel momento me puse a llorar, porquepens que los alemanes planeaban matara mi madre.

    Por la noche o que mis padresseguan murmurando sobre la ordenrecibida. Mi padre dijo estarconvencido de que los alemanes queranque ella se convirtiese en su informante.No poda haber ningn otro motivo paratan extraa convocatoria, sostuvo. Dehaber deseado castigarla por algo,habran venido a por ella y all habra

  • concluido todo. No, l estaba seguro deque queran utilizarla como informanteporque, entre otras cosas, hablabaalemn y ellos podan comunicarse conella directamente. El problema resida,explic mi padre, en que si le decan loque esperaban de ella y mi madre senegaba, la mataran o la enviaran aAuschwitz o a cualquier otro campo deconcentracin, mientras que si acceda asu peticin, al cabo de un tiempo sufrirael mismo destino. Qu hacer? Mi padreslo contemplaba una salida: Nopermitas que acaben de decirte lo queesperan de ti. Cambia de tema todo eltiempo. Hblales de Gttigen, decualquier cosa, pero por el amor deDios no permitas que te digan que

  • desean tenerte a su servicio.Al da siguiente, recogieron a mi

    madre y la llevaron a la oficina delcomandante. Pens que nunca volvera averla, y cuando Ucek y Zarenka notaronque estaba llorando, tambin ellosestallaron en llanto preguntndomecundo regresara Mutti (as le decamosa mi madre). Al volver mi madre, ya nopareca preocupada. Cuando mi padrelleg a casa esa tarde, ella lo recibicon un beso y una amplia sonrisa.Tenas razn, le dijo, pero nunca lespermit llegar a ese punto. Elcomandante debe de suponer que soyuna completa idiota, en todo casodemasiado torpe como para serle deutilidad.

  • El otro suceso que me ha quedadograbado es el da en que fue aniquiladoe l arbeitslager. Todo comenz bientemprano una maana. Los alemanesentraron en el campo, nos ordenaron atodos que saliramos a la calle y nosarrearon en direccin a un amplioterreno en medio del campo. Alltuvimos que formar dos largas columnasen filas de a doce. Las dos columnasestaban separadas por un espacio deunos cinco metros de ancho. Una vez queestuvimos en formacin, los soldados(creo que tanto la Schutzpolizei como laGestapo participaron de esta operacin)empezaron a recorrer ambas columnasen busca de nios. Toda la operacinfue supervisada por el comandante

  • alemn de la ciudad, quien estaba frentea nosotros, ante las dos columnas, a unadistancia de unos diez metros. De tantoen tanto, daba alguna orden a gritos a sussubordinados o golpeaba sus botas demontar con una corta fusta.

    A nuestro alrededor, a todos losnios los iban arrancando de brazos desus padres. Cuando los soldados vierona Zarenka y a Ucek, intentaronsepararlos de mi madre. Los dos niosempezaron a gritar y mi madre intentabrazarlos, pero un soldado empez agolpearla y ella se vio forzada a ceder.Entonces otro soldado me vio e intenttambin separarme del grupo.Aferrndose a m, mi padre dio un pasohacia el pasaje entre ambas columnas.

  • Cuando el soldado estaba a punto degolpearlo tambin a l, mi padre gritalgo y el hombre se detuvo. Sin soltarmela mano, mi padre avanz hacia dondeestaba el comandante de la ciudad.Antes de que l pudiese pronunciarpalabra, elev la mirada al comandantey dije (no s por qu, o si no fue inclusomi padre quien me sugiri las palabras):Herr Hauptmann, ich kann arbeiten(Capitn, puedo trabajar). El alemnme recorri por un instante con lamirada y coment: Na, das werden wirbald sehen (Bien, pues eso pronto loveremos). Entonces nos hizo seas a mipadre y a m de que podamos regresar anuestra columna.

    Ms tarde supimos que a Ucek y

  • Zarenka, y a unos treinta nios ms, loshaban encerrado inicialmente en unacasa cercana. Desde all los condujeronal anochecer al cementerio judo, dondefueron ejecutados. Escuchamos despusque los soldados utilizaron granadas demano para matarlos. En el cementerio deKielce existe hoy una lpida erigida enmemoria de los nios masacrados aquelterrible da de 1943, entre ellos mis doshermanitos. Digo hermanitos porque esoes lo que eran para m, y seguirnsindolo hasta el da de mi muerte. Conel paso de los aos, he conseguidoborrar de mi mente muchas cosasmonstruosas que experiment en loscampos, pero nunca, ni por un instante,he podido olvidar el da en que Ucek y

  • Zarenka nos fueron arrebatados. Qufue lo que llev al comandante aperdonarme la vida esa maana? Espara m un absoluto misterio. Quiz alser yo rubio y hablar el alemn consoltura le record a sus propios hijos?Jams lo sabr.

    HENRYKW

    Tras la liquidacin delarbeitslager, nos dividieron en dosgrupos que fueron enviados a diferentescomplejos industriales en las afueras deKielce. Un grupo, integrado por uncentenar de personas, fue a Ludwikw,una enorme fundicin. Mis padres y yo,

  • junto con un nmero similar depersonas, acabamos en Henrykw, ungran aserradero donde se fabricabancarros de madera para uso blicoalemn. Los ejes de hierro para lasruedas de los carros de Henrykw sehacan en Ludwikw. En Henrykw nosinstalaron en un amplio barracn juntocon los dems trabajadores. Mi madre,mi padre y yo dormamos en literassituadas en la parte posterior delbarracn, separados de nuestros vecinospor una delgada cortina. No recuerdo siel werkstatt segua vigente y si mi padreestaba todava al mando, pero me parecems probable que ahora trabajase atiempo completo en alguna mquina dela fbrica. Mi madre se ocupaba como

  • enfermera en la pequea enfermeradirigida por el doctor Leon Reitter, elnico mdico que no fue ejecutadocuando, pocos meses antes de la matanzade los nios, ejecutaron en elarbeitslager a todos los mdicos judosque haban sobrevivido a la liquidacindel gueto.

    Pronto, tambin yo tuve empleo.Mis padres teman que el oficial alemnque me haba perdonado la vida cuandoyo aduje que poda trabajar llegasecualquier da a Henrykw para realizaruna inspeccin y preguntase por m.Como no me haban asignado ningntrabajo en la fbrica, mis padresdecidieron que yo deba lograr que elcomandante alemn de Henrykw, un

  • gerente civil llamado Fuss, mecontratase como mensajero. A fin dehablar con Fuss, lo esper un da en elexterior de la casa donde tena suoficina y me aproxim a l al verlo salir.Cuando le dije lo que quera y leexpliqu que tambin hablaba polaco,me mir de arriba abajo, y en el instanteen que yo ya estaba convencido de queno me contratara, anunci que podraemplearme. As fue como me convert ensu mensajero.

    Mi trabajo consista,principalmente, en llevar el correo a unbuzn especial, hacer mandados paraFuss dentro del recinto de la fbrica yaparcar las bicicletas de los alemanesque lo visitaban de vez en cuando. No

  • tard mucho tiempo en comprender queesos alemanes eran apenas suboficialesque no tenan rango suficiente como parausar los coches en los que llegaban losaltos mandos de la Gestapo o de laSchutzpolizei. A stos yo les tema ytrataba de evitarlos tanto como me eraposible. Los que iban en bicicletaparecan menos amenazantes, aunquesaba por experiencia que convenaevitar a cualquier alemn uniformado.Cada vez que venan estos hombres aledificio que albergaba la oficina deFuss, mi obligacin era coger susbicicletas y colocarlas en unosarmazones situados a unos veinte otreinta metros de distancia. Al principio,empujaba las bicicletas obedientemente

  • hasta el armazn. Poco a poco empec autilizarlas como patineta, con un pie enel pedal. A medida que pasaba el tiempoy me senta ms seguro de m mismo,intentaba montar en las bicicletas. Yoera todava demasiado pequeo comopara sentarme en el silln, y apenas siconsegua alcanzar los pedales. Adems,como nunca antes haba montado enbicicleta, me ca ms de una vez.Aunque no me importaba hacerme unospocos rasguos aqu o all en manos yrodillas, me asustaba la posibilidad dedaar las bicicletas y meterme en seriosproblemas. Eran slidas bicicletasmilitares y podan soportar un tratobastante duro, pero si sus dueos o Fussme pescaban utilizndolas, no caba la

  • menor duda de que sera severamentecastigado. Sin embargo, eso jamssucedi, y al cabo de un tiempo aprenda andar en bicicleta. Ms tarde, cuandome toc ensear a mis hijos a montar enbicicleta, me pregunt con frecuencia siellos se daban cuenta de que habaformas ms peligrosas de aprender esearte que tener a su padre aferrado alsilln hasta que se sintieran seguros depoder hacerlo solos.

    Fuss tena la costumbre de pasearsepor las salas y patios de la fbrica conun ltigo. Cuando vea que alguno de losprisioneros no estaba trabajando, logolpeaba duramente con l.Suministraba estas palizas por igual ahombres y a mujeres, provocando con

  • frecuencia graves heridas a sus vctimas.Tras ser testigo de una sesin de golpes,decid intentar avisarles a lostrabajadores cada vez que Fuss estabaen camino. Tan pronto como mepercataba de que Fuss se preparaba paraefectuar una de sus rondas, siempre ycuando no tuviese otros recados quecumplir para l, sola adelantarmecorriendo en direccin a la fbrica.Como Fuss siempre llevaba un sombrerobvaro con una pluma, yo alertaba de suinminente llegada meneando un dedosobre mi cabeza. Cumplir con esteservicio me proporcionaba gran placer,y supongo que habr salvado a ms deun prisionero de ser golpeado.

    Por las tardes, les contaba a mis

  • padres mis experiencias comomensajero de Fuss. En una ocasin,mencion que poda or las emisionesradiofnicas que Fuss escuchaba en suoficina, pues sola poner la radio a unvolumen muy elevado y, cuando yo mesentaba en el pasillo junto a su puerta,no me resultaba difcil or todo lo que sedeca. Una vez llegu incluso a escucharun discurso de Hitler; estaba seguro deque era Hitler, pues la voz sonabaexactamente como la de mi padrecuando imitaba a Hitler para sus amigosms ntimos. Llevar a cabo esa imitacinera algo bastante peligroso y mi madresiempre le adverta de que alguienpodra denunciarlo a la Gestapo, peromi padre pareca disfrutar hacindolo.

  • Mi informe sobre los programas deradio llev a mi padre a pedirme queescuchase con mucha atencin,intentando memorizar tanto como mefuera posible, a fin de contarle luego porlas tardes todo lo que recordase. Esa seconvirti en mi tarea diaria. A partir deentonces, cada vez que tena laoportunidad, escuchaba no slo la radiode Fuss sino tambin todo lo que decanel propio Fuss y sus visitantes. Un dame pareci or que Mussolini haba sidocapturado por partisanos. Como sabaque Mussolini era amigo de Hitler,apenas pude contener los deseos de ir acontrselo a mi padre. Al principionadie quiso creerme, pero luego lanoticia fue confirmada por unos

  • trabajadores polacos que eranempleados permanentes de Henrykw. Apartir de ese momento, mis informessobre lo que transmita la radio alemanafuer