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1 TRES DÍAS Hace diez años vivo en un monasterio situado en las altas montañas de mi país: Colombia. Este lugar borró mis temores, en él hallé la paz leyendo y escribiendo, con la disciplina dada por los monjes, en particular la del padre Luigi y sus clásicos universales. Sus libros y el silencio son mis mayores aliados. Hoy sentimos amenazada nuestra paz. Nos visitó el sargento Maximiliano, jefe militar de la zona y nos ordenó refugiarnos ante la posible arremetida de los izquierdos."Varias columnas de barbados vienen en camino, espero que lleguen a tiempo nuestros refuerzos", nos dijo con su voz mecánica y recia, esa que nunca olvidaré al sacarme del río casi privado y subirme a cuestas en medio de la lluvia. Su día no había sido el mejor, perdió su caballo y parte de sus hombres en una emboscada. Desde ese viernes ha sido mi protector. El sargento nos dejó como señal de alarma un farol que alumbra en la hondonada, allí está la comandancia. Mientras permanezca encendido, podemos contar con la seguridad, de lo contrario, debemos huir antes que los barbados suban a apoderarse del monasterio, gustan de estos lugares espaciosos para convertirlos en centros de mando; además no tienen simpatía por los religiosos. El padre François nos dirige en el traslado a los sótanos. Al abad le improvisó un pequeño altar donde permanece arrodillado, rezando; dice que la voluntad de Dios es la importante. El padre François es un anciano de origen Francés; a él me encomendó mi protector y él vio su suerte en mí cuando tuvo que huir de su país acosado por la segunda guerra."Más mal me vi a mi llegada, muchacho... Esto me lo hizo un nazi ofendido porque, según él, lo irrespeté al aconsejarle cambiar su cruz gamada por la de madera de Jesús ", me platicó mostrándome los muñones que reemplazaban sus tres dedos .Desde mi llegada se dio al cuidado de mi pierna rota y demás heridas que el tiempo pintó en cicatrices .Así me devolvió la esperanza y al monasterio como único lugar posible en mi vida. En nuestros diálogos yo no le escondía al padre François mi admiración por su condición de extranjero."Usted ha sido afortunado padre. Nació en una sociedad más justa y aliviada que la mía. Mi niñez tuvo al acecho hambre y violencia. En cambio, me imagino que su vida no ha tenido..."y seguía en mis lamentos; él me consolaba dándome un abrazo paternal, a veces me reprochaba por desconocer las cosas buenas. “Vivo en un país

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Cuento de Ficción

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TRES DÍAS

Hace diez años vivo en un monasterio situado en las altas montañas de mi país: Colombia.

Este lugar borró mis temores, en él hallé la paz leyendo y escribiendo, con la disciplina

dada por los monjes, en particular la del padre Luigi y sus clásicos universales. Sus libros y

el silencio son mis mayores aliados.

Hoy sentimos amenazada nuestra paz. Nos visitó el sargento Maximiliano, jefe militar de la

zona y nos ordenó refugiarnos ante la posible arremetida de los izquierdos."Varias

columnas de barbados vienen en camino, espero que lleguen a tiempo nuestros refuerzos",

nos dijo con su voz mecánica y recia, esa que nunca olvidaré al sacarme del río casi privado

y subirme a cuestas en medio de la lluvia. Su día no había sido el mejor, perdió su caballo y

parte de sus hombres en una emboscada. Desde ese viernes ha sido mi protector.

El sargento nos dejó como señal de alarma un farol que alumbra en la hondonada, allí está

la comandancia. Mientras permanezca encendido, podemos contar con la seguridad, de lo

contrario, debemos huir antes que los barbados suban a apoderarse del monasterio, gustan

de estos lugares espaciosos para convertirlos en centros de mando; además no tienen

simpatía por los religiosos.

El padre François nos dirige en el traslado a los sótanos. Al abad le improvisó un pequeño

altar donde permanece arrodillado, rezando; dice que la voluntad de Dios es la importante.

El padre François es un anciano de origen Francés; a él me encomendó mi protector y él

vio su suerte en mí cuando tuvo que huir de su país acosado por la segunda guerra."Más

mal me vi a mi llegada, muchacho... Esto me lo hizo un nazi ofendido porque, según él, lo

irrespeté al aconsejarle cambiar su cruz gamada por la de madera de Jesús ", me platicó

mostrándome los muñones que reemplazaban sus tres dedos .Desde mi llegada se dio al

cuidado de mi pierna rota y demás heridas que el tiempo pintó en cicatrices .Así me

devolvió la esperanza y al monasterio como único lugar posible en mi vida.

En nuestros diálogos yo no le escondía al padre François mi admiración por su condición

de extranjero."Usted ha sido afortunado padre. Nació en una sociedad más justa y aliviada

que la mía. Mi niñez tuvo al acecho hambre y violencia. En cambio, me imagino que su

vida no ha tenido..."y seguía en mis lamentos; él me consolaba dándome un abrazo

paternal, a veces me reprochaba por desconocer las cosas buenas. “Vivo en un país

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diferente al mío pero en la paz de Dios y quiero esta tierra y a ella agradezco todo " me dijo

con sus ojos en sollozo.

* * *

Hoy me pregunto lo que muchos preguntantes en su momento: ¿Cómo entró mi padre a la

política? Bebiendo, eso le respondería a cada uno. A pesar de su desempleo, mi viejo no

paró de beber en la fonda: lo hacía a diario y sin dinero. Aprovechó su parlamento fluido y

la seguridad de su voz, así se ganó el respeto y las invitaciones de sus amigos. Dominando

el tema político lo ligaba a los conflictos de nuestra región y tenía la atención y el servicio

de licor toda la noche. En un principio no mostró inclinación por partido alguno, solo se

lanzó como discursante embelesador. Le bastaron temas como hambre, muerte y otros para

ganar popularidad y atraer a la fonda a uno de los promotores políticos del partido azul, éste

le propuso asistirlo en sus giras políticas durante las siguientes elecciones; y así fue. Desde

eso dejé de verlo con frecuencia por sus repetidos viajes.

Con mi madre entregada a asistir a mi hermano en su invalidez causada por la poliomielitis

y la ausencia de mi padre, me sumí en una gran soledad. Me retiraron de la escuela debido a

"problemas en mi seguridad”, según palabras de un hombre que fue a explicármelo. Luego

me dijo que el discursante, mi padre, era un abanderado del exterminio total de los

barbados. Aunque en su momento no entendí el mensaje, luego me enteré por mis vecinos

de la importancia que había tomado mi padre "...echa sus discursos ebrio, pero bien parado

", dijo uno que lo vio hacerlo en una manifestación política de la vereda.

Un día, como algo inusual, mi madre me invitó a escuchar la radio."Venga mijo y oiga a

nuestro candidato”, me dijo. Cuando reconocí la voz de mi padre, mi corazón latió con

fuerza, el entusiasmo aumentó y luego contrastó con mi rabia al percibir en sus palabras

algo diferente a sus principios "Pero mamá...qué está diciendo él... ¡Cuál honestidad! ¡Cuál

unión familiar! ¡Cuál responsabilidad...! Si él ha sido todo lo contrario. Por eso hemos

vivido pobres toda la vida, y más... pobres de padre", repliqué sin mirarla. "Pero cómo se

atreve..." y me levantó a bofetones. Salí trastabillando del cuarto y llegué al patio con la

nariz sangrando.

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Como sanción no pude oír más la radio y pasé la mayor parte del tiempo en la parte trasera

de la casa .Para cabalgar sobre los minutos me dediqué a cuidar los gallineros y las

porquerizas, en particular el corral donde estaba la marrana con sus críos. A ella le

conversaba sobre mis infortunios y llamándola “Soledad” la hice como mi mejor amistad.

En lo posterior de su porqueriza organicé un lugar donde pasar el tiempo, echado como

ella. Iba a mi habitación sólo a deshacer la cama, pues pensaba que algún día mi madre

sentiría curiosidad por mí, mas no fue así.

En mi refugio, me perdí entre los pequeños puntos blancos que tiene en su vientre la

oscuridad total y el zumbido que lleva implícito el silencio, esto con el resuello y el

rezongar de Soledad con sus críos, me dieron por primera vez la tranquilidad que hurtó mi

padre con sus comportamientos y mi madre con su dedicación a mi hermano."Creo que así

está pagando la cuenta de cobro que la vida le pasó por no haber tomado medidas para

prevenir la enfermedad que a él consume”, concluí.

* * *

De repente las cosas cambiaron en mi casa. Fueron muchos los visitantes y las reuniones

del partido político de mi padre: los azules. Desde el patio veía entrar señores calvos y

barrigones. Echaban discursos ahogados por los tragos y sus desordenadas intervenciones.

Entrada la noche el licor levantaba los ánimos y el compadrazgo. Abrazos y gritos de

triunfo, luego la música, hacían del sarao una algarabía insoportable hasta altas horas de la

madrugada. Yo permanecía insomne hasta escuchar los últimos hipos."Ya cerraron la

fonda”, le decía a Soledad y ella rezongaba como dando gracias.

Un fin de semana mi padre se me acercó. Revisaba los gallineros y me palmoteó la espalda,

lo miré asustado como si regresara de un viaje de muchos años "Sí..." musité

tembloroso."Quiero que esta noche esté con su mamá en la reunión”, dijo y se retiró. Hacía

muchos días no lo veía de cerca. Su rostro cetrino e inexpresivo marcada quedaron en mi

mente .Se alejó y por un momento su aliento a alcohol estuvo en el aire como un sello

confirmante que sí era mi padre.

Los invitados comenzaron a llegar a las seis de la tarde. Los hombres vestían camisa

almidonada y corbata estrecha. Las mujeres vestidos largos, sobrios y pequeños sombreros

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a la moda. Yo permanecía sentado con mi mano sobre la inmovilizada de mi hermano,

quien tenía la mirada perdida. Mi madre iba y venía dando órdenes a una sirvienta que

preparaba la comida. Comenzaron los discursos. El salón fue tomado por la voz del director

del partido, quien al terminar llamó a mi padre para colgarle una medalla y abrazarlo. Risas

y aplausos ensordecedores aumentaban mis deseos de escabullirme. Permanecí con mi

hermano al lado hasta la una que se acabó el ágape.

Entré a mi habitación, deshice mi cama y fui a mi refugio. Desde el patio pude ver que

afuera mi padre despedía a un hombre vestido de militar. Según supe, se trataba del

comandante del batallón de la zona, éste le agradecía su apoyo para limpiar el sector de

barbados y recibía la promesa de fortalecer desde el poder su pie de fuerza en caso de

resultar ganador en las elecciones. Lo llamé Cara de palo. Se despidieron con la promesa

que al día siguiente irían por nosotros en carro militar para llevarnos a la plaza del pueblo,

allí harían un homenaje a mi padre.

Al día siguiente la casa amaneció más temprano. Al orto del sol sentí el revoloteo de la

criada y mi madre: ordenando la una, obedeciendo la otra. Cuando me llamaron estaba

sentado en la cama fingiendo haber sido despertado, hacía unos minutos me había

trasladado del refugio."Muévete muchacho...tenemos mucho qué hacer",fueron los buenos

días. Mi madre me engominó el cabello y me vistió con camisa, corbatín, pantalón,

calzoncillos , calcetines y zapatos nuevos ;era algo muy especial, me sentía muy extraño.

Caminé donde Soledad a mostrarle mi nueva pinta, ella me miró indiferente. Iba a entrar a

su porqueriza pero mi madre me paró de un grito:"Vas a ensuciar tu ropita...mugriento" y

del brazo me sacó hasta uno de los jeeps militares que nos esperaban. Varios soldados al

mando de uno ,el más joven ,nos acompañaron .Por primera vez me sentí importante.

Íbamos escoltados por soldados de la patria, recordé ése fenómeno llamado patria. Al llegar

a la cabecera del municipio una multitud se congregó a darnos su recibimiento. La

caravana militar rompió por el centro trazando un camino que llegó hasta la plaza principal.

Las banderitas azules ondeaban en el aire dando la sensación de recibir a héroes de guerra.

De nuevo puse mi mano sobre la de mi hermano, pocas veces lo vi sonreír como en aquella

ocasión.

La banda de música alzó su voz callando a quienes murmuraban, y el sol cumplió con su

luz a la decoración del evento. Sólo hasta ese momento pude concluir lo hecho por mi

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padre. Todos eran llamados por su imagen y los comentarios solo iban en su referencia, se

había convertido en un verdadero personaje.

Comenzaron los discursos. Después del himno nos sentamos en las sillas enfiladas sobre la

tarima principal. Siguió el mismo libreto trasladado de la fonda a mi casa y de ahí a la plaza

principal en dimensiones más amplias: palabras lisonjeras, aplausos, música y el licor que

subrepticiamente circulaba en la tarima.

De todo el espectáculo lo que más me llamó la atención fue la excelente relación de mi

padre con el poder. A su diestra le sonreía emocionado el cura del pueblo, le hablaba en

forma reiterada temiendo perder su contacto. Del otro lado lo hacìa mi madre con el jefe del

partido. Cuando el comandante del batallón abrazó de nuevo a mi padre, ella, mi madre,

hizo lo propio arrancándole una sonrisa como en la fundación de una hermandad .Los tres

avanzaron abrazados hacia la parte delantera de la tarima a recibir la ovación de la multitud.

El jefe del partido se les sumó logrando solo asir a mi madre por la cintura y levantar su

mano derecha como si fuera un torero, ella trató de imitarlo haciendo un movimiento

ridículo que se perdió entre los vítores del pueblo.

* * *

Desde la candidatura, nuestra casa contó con la protección de los militares por orden del

comandante, dirigidos por el soldado de corta edad, Cara de niño, de quien me hice gran

amigo. Lo llevé donde Soledad y le conté de mi amistad con ella, sonriendo me

dijo:"Bueno, en la guerra he visto compañeros que adoptan como mascotas loros, canarios,

perros, pero una marrana...es la primera vez que lo veo", yo le dije: "Guerra...es increíble

que hables así a pesar de tu corta edad" y sonriendo me respondió:"A pesar de mi corta

edad...nací para la guerra como la mayoría de hombres de nuestros países. Mira si me han

tocado guerras que a pesar de mi corta edad soy el hombre de mayor confianza de mi

comandante”. Luego me felicitó por tener en mi refugio un sitio estratégico para

esconderme en caso de llegar los barbados, cosa que jamás me propuse.

Cuando creí tenerlo como mi nuevo amigo, lo perdí. Una mañana me despertó su discusión

con mi padre, enojado por el retiro de sus soldados. Mi viejo profería improperios contra el

comandante por abandonarlo en esos momentos tan cruciales. El Cara de niño trataba de

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calmarlo diciéndole que sólo iba a cumplir una misión con sus hombres en una vereda

cercana, en la cual no se demorarían; además, le puso una pistola en su mano para su

defensa, pero mi padre la sostenía indiferente y seguía reclamándole enfurecido .Nada

valió, los hombres se montaron en sus jeeps y emprendieron por la trocha en busca de la

salida.

No olvidaré la figura de mi padre parado en medio del camino, enfrente de la casa ,con el

arma aferrada a su mano derecha descolgada ;estaba aún en ropa de dormir .Se veía más

viejo y cansado con su cabello hirsuto y la expresión fundida en la confusión. Entró a la

casa dando un portazo y maldiciendo al comandante."¡Me las va a pagar ese maldito! Me

las va a pagar porque la promesa fue cuidarnos..."decía en voz alta dándole con su puño a

las paredes. Sacó una botella de aguardiente y comenzó a beber desde esas horas mañaneras

caminando de un lado a otro, perseguido por mi madre rogándole calma y confianza en

Dios.

Su parlamento no paró en todo el día .Con la radio en alto volumen, iba y venía por lo

pasillos maldiciendo sus inicios en la política, voceando su liderazgo en el partido de los

azules y las victorias de los militares sobre los barbados en los últimos tiempos .Sin

pretenderlo y por su voz distorsionada por el alcohol, supe desde mi refugio que ya había

pasado el mediodía, pues el discursante ahora hablaba con voz gangosa sobre sus fracasos,

lo que había hecho y sus afectos de juventud; estaba ebrio, enloquecido por sus miedos.

Estuve todo el día petrificado en mi refugio, sin hambre, sin sed, solo con Soledad

haciéndome compañía y protegiendo mi refugio con su cuerpo.

Al ocaso, la voz de mi padre se hizo menos pesada, como un ronquido lejano que por

minutos cogía fuerza para quedar de nuevo en un murmullo. El frío penetró mi refugio y

me perdí entre los puntos blancos de la oscuridad y la respiración de mi amiga, los críos por

su parte no conciliaban el sueño yendo de un lado a otro en la porqueriza, como si algo los

inquietara .Poco a poco el dormir vino a mí venciendo la zozobra del día. Mecido por la

dulce pretensión del sueño, quedé por varias horas ausente, plácido, huyendo de todo lo que

me rodeaba. Afuera el mundo se secaba.

* * *

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Aunque sólo el tiempo traza distancias intangibles, la línea que me separa de aquella noche

va y viene en mi vida como una amante furtiva que besa y se aleja, perdiéndose en selvas

inexpugnables; así, el recuerdo de los hechos, aunque confuso, tiene de emisario al dolor:

ése es representante del recuerdo, al menos en los momentos difíciles de la vida.

El que se fugó de mi mente para siempre, fue el sueño de esa noche. De dicho sueño nunca

ha enviado emisario alguno el recuerdo. Solo creo que era un sueño movido, pues desperté

dentro del refugio golpeándome contra su techo. El dolor en mi cabeza me llevó a la

realidad, aún estaba oscuro. Cuando escuché los gritos de mi padre quise salir pero el

pesado cuerpo de Soledad no me lo permitió.-¡El arma!¡El arma!¡Dónde dejé el arma!-

Repetía una y otra vez mi viejo entre maldiciones.

Frente a la casa se oían unas voces desconocidas dando órdenes y pasos acosados yendo de

un lugar a otro. Las coces de los caballos ahogaban por momentos la de mi padre que

reclamaba el arma con las palabras disecadas en su garganta. La puerta principal estalló en

un ruido intenso, como muchas coces dadas al unísono. Mi pecho se contrajo y el miedo me

quiso obligar a salir pero de nuevo Soledad me lo impidió. Me quedé petrificado sudando a

cántaros, y mi calzón orinado. De repente imperó el silencio. Soledad respiraba

suavemente, como queriendo seguir la armonía de la quietud truncada. Por minutos los

sonidos se ausentaron: los trinos mañaneros, los relinchos de los caballos, la voz de mi

padre, los sollozos de mi madre...todo se esfumó.

Recordando al Cara de niño, bajé con mi mano un poco la piel de Soledad haciendo una

pequeña hendija del tamaño de mi mano, entre el borde del refugio y su cuerpo. A través de

sus gruesos pelos erizados pude ver lo que nunca imaginé. A pesar de la opacidad del alba,

reconocí al hombre de barriga prominente y cabeza calva que arrastraban hacia el centro del

patio: era el jefe del partido de los azules. Dos barbados lo halaban con una mano, y en la

otra sus fusiles. De su vestido elegante sólo quedaban partes, su camisa, su corbata, su

pantalón y su saco, habían sido picados en rotos y pintados en su fondo por el rojo sangre.

Parecía que lo habían arrastrado por el camino hasta nuestra casa, de una soga, como forma

de tortura en aquellos tiempos. Lo dejaron medio muerto en la mitad del patio, luego vi

algo que me congeló el alma de frío de muerte. Traían a mi familia. Los tres en silencio, mi

padre de primero .Lo hicieron arrodillar con las manos atrás atadas con el cinturón de su

pantalón ,sus rodillas cayeron al piso con un golpe seco, su mirada también cayó , sin

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sonido alguno. Siguió mi madre, colgada en columpio de los brazos de otros dos barbados,

el pánico le dejaba unos tímidos murmullos de protesta en sus labios. La descargaron con

fuerza frente a mi padre arrancándole las únicas lágrimas que no la hicieron invencible-

siempre creí, hasta ese momento, en el poder absoluto de las lágrimas de mi madre- ; a mi

padre la rabia lo invadió tratando de ponerse de pie pero de inmediato la boca de un

revólver lo hizo regresar a su puesto y un pequeño río se formó en su rostro de extrema

palidez, un río con afluentes del sudor de su frente y la baba que corría incontrolable. Pero

los segundos siguieron vestidos de minutos, pasando inmisericordes. Lo que siguió es

traído por el recuerdo como un beso apasionado y dañino. Otro de los barbados ingresó al

patio con mi hermano en sus brazos, él lo miraba sonriendo, con la inocencia que su

pequeño mundo le había regalado. El hombre se paró frente a mis viejos y con un grito de

fiesta lo lanzó hacia arriba, su cuerpo cayó en estrépito contra el piso sin perder la rigidez

impuesta por su enfermedad. Mi madre se levantó a recogerlo y sus sollozos se hicieron

gritos al ver al hombre ensañarse con su cuerpo a planazos de machete. Creí morirme .Yo

quería ser él. Mi padre se vomitó expulsando de su boca la del revólver, y mi madre se

desmadejó sobre el piso como una muñeca de trapo .El patio estaba lleno de botas, como

árboles erectos que iban y venían. Un hombre cogió a mi madre de la cabellera obligándola

a mirarlo:”¡Venganza!” fue el grito que lanzó rompiendo toda posibilidad de razón humana.

Con el tiro de gracia y el último quejido de mi hermano llegó la claridad del día a ser

testigo de los hechos. Mi padre cayó desmadejado, como antes lo hizo mi madre, y en el

suelo fue rematado.

De nuevo el silencio no quiso amigos. Las botas sólo fueron, buscando la salida, el último

par pasó frente a mi refugio y se devolvió. Las dos sostenían a un barbado de gran estatura

quien se movía pendular con una botella de licor en una de sus manos, en la otra sostenía

uno de los críos de Soledad que se retorcía y chillaba como si fuera Noche buena. El

hombre terminó de un sorbo el licor, miró la botella con gestos de repudio, luego al

animalito, y le gritó a Soledad-"¡Por qué trae hijos al mundo! ¡Puerca maricaaa...!-y

alzando los dos brazos lanzó con fuerza animalito y botella contra el muro de la

porqueriza, siguió su camino y desenfundando su revólver disparó a mi amiga con una

puntería única. La bala se refugió en su cadera adiposa haciéndola brincar y dejándome al

descubierto.

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Mi mente había quedado en blanco. La luz del día me encandiló al impactar la oscuridad de

mi refugio arrancándome de él y obligándome a correr. Crucé el patio sin pisar los cuerpos

ni los pequeños ríos rojos que se tejían en su piso. Corrí tan rápido que las voces a mi

espalda se oyeron lejanas en segundos. Correr era mi única posibilidad. Los latidos de mi

corazón hacían eco a mi resuello, mis pulmones bajaron hasta mis pies a darles fuerza. Mi

madre lloró inconsolable pero sus lágrimas no vencieron. Mi padre besó apasionado la boca

del arma. Mi hermano me dio sus muletas para defenderlo. Los barbados se ofrecieron

como cadáveres en el piso para apoyar mi carrera y yo corrí y corrí con estos y más

pensamientos volando en mi cabeza. Al fondo, después de cruzar los cafetales, divisé un

campo abierto, reconocí el lugar: era una inmensa zona verde que agonizaba en una

pequeña playa antecesora del cañón portador del río. Decidí correr con mayor velocidad, al

pisar la arenilla salté con mis últimas fuerzas siendo el vacío el alivio a mi cansancio. Sin

preocupación caí, solo caí .El impacto con el agua fue principio y fin de mi inconsciencia.

Era: No nacer No morir. Era permanencia en el vientre de mi madre. El río me llevó como

si fuera un recado fugaz entre sus corrientes. Luego sus brazos me sacaron

intencionadamente a una de sus orillas y me dejaron privado en su ribera. De allí me

recogió mi protector despertándome.

* * *

AM:

Este domingo ha sido de calma en los sótanos del monasterio. Cumplimos el tercer día de

expectativa en medio de la tranquilidad prestada .Improvisamos en un salón el oratorio y lo

necesario para estar juntos. De consuno tomamos la decisión de resistencia a la invasión de

los barbados. De darse no les cederemos el monasterio, brindaremos primero nuestras

vidas.

El padre François me confesó la verdad ante los nazis."Fui un cobarde .De rodillas imploré

que no me mataran, sin pensar en mis protegidos”, dijo con vergüenza.”Mira-me enseñó los

muñones en sus dedos-, hoy, si es posible, ofrezco mi otra mano y mi vida, con tal de

proteger éste que es nuestro santuario. Vale más lo que tenemos, a la vida misma”. Yo me

retiré a meditar después de escucharlo y concluí lo mismo. Mi niñez había vuelto con el

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dolor como enviado único del recuerdo, así las cosas ,prefería morir a tener que pasar de

nuevo por hechos tan horrendos como los vividos allá afuera, en la patria que sólo nos

había ofrecido sufrimiento, hambre, miseria y mentiras: nuestro legado tercermundista.

Decidí luchar hasta morir antes de volver a las ciudades cancerosas. Mi único lugar de paz

nadie me lo quitaría.

El abad ordenó al padre Luigi ir hasta la comandancia a verificar si el faro estaba

encendido. El padre aceptó, honrado por ser el elegido, arriesgando su vida.

PM:

La noche está fría, como los sótanos. Estoy en mi pieza, aterido, pero contento.

En la tarde estábamos de rodillas orando y sentí abrir la entrada principal, miré de soslayo

desobedeciendo las palabras del abad. Empezaríamos la resistencia cuando él diera la

orden, al no escucharla levanté la mirada de nuevo con las imágenes de mi niñez acosando

con su miedo. Sin poder evitarlo comencé a temblar .A la entrada dos figuras se reflejaban

en las sombras, sus pasos hacían eco en mi corazón. Nuestro jefe se levantó a su encuentro

sin dar orden alguna. Permanecimos en igual posición hasta llegar el momento, sin

embargo con las sombras venían dos buenas noticias, nos pusimos de pie y celebramos la

llegada del padre Luigi acompañado de un militar. De inmediato abracé a nuestro

compañero. Después de dar el parte de victoria de los militares sobre los posibles invasores,

el uniformado se dirigió a mí, cosa que no me esperaba."Supe que eres el protegido del

comandante”, me dijo con voz apacible. Yo le respondí con un movimiento

afirmativo."Siento decirte que murió en los combates de hoy, en forma valiente. Es mi

obligación darte la noticia, aunque sea triste”. No mostré sorpresa, algún día tenía qué

ocurrir, eso lo sabía, más los militares .Pero él continuó diciéndome:"Además debo decirte

que te conozco, también conocí a tu padre, sé que lo asesinaron vilmente, si le hubieran

dado la oportunidad se hubiera defendido .Ese día llegamos, aunque no a tiempo; sin

embargo debo decirte que los culpables fueron ajusticiados por mis hombres ese mismo día,

si eso en algo te consuela. Ahora yo quedo al mando sucediendo al comandante .De nuevo

nos encontramos, ya sin tu amiga: Soledad la llamaste... ¿no? bien, ¿sabes qué? ése día yo

la vi morir. Aunque su herida no fue tan grave, murió a los pocos minutos, no sé que más

aceleró su muerte. Ante los hechos yo ordené que enterraran a los cuatro en una fosa

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común, pues a ella la consideraba de tu familia, como tú lo hubieras hecho, ¿o no?" De

nuevo le afirmé con un movimiento de cabeza.

El Cara de niño me hizo un saludo militar y dio media vuelta retirándose del recinto.

La paz de nuestro monasterio nos cobijó de nuevo y mi pasado volvió a mi vida trazando

líneas intermitentes.

-FIN-

Autor. Carlos Mario Salinas Villa.