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TRES DÍAS
Hace diez años vivo en un monasterio situado en las altas montañas de mi país: Colombia.
Este lugar borró mis temores, en él hallé la paz leyendo y escribiendo, con la disciplina
dada por los monjes, en particular la del padre Luigi y sus clásicos universales. Sus libros y
el silencio son mis mayores aliados.
Hoy sentimos amenazada nuestra paz. Nos visitó el sargento Maximiliano, jefe militar de la
zona y nos ordenó refugiarnos ante la posible arremetida de los izquierdos."Varias
columnas de barbados vienen en camino, espero que lleguen a tiempo nuestros refuerzos",
nos dijo con su voz mecánica y recia, esa que nunca olvidaré al sacarme del río casi privado
y subirme a cuestas en medio de la lluvia. Su día no había sido el mejor, perdió su caballo y
parte de sus hombres en una emboscada. Desde ese viernes ha sido mi protector.
El sargento nos dejó como señal de alarma un farol que alumbra en la hondonada, allí está
la comandancia. Mientras permanezca encendido, podemos contar con la seguridad, de lo
contrario, debemos huir antes que los barbados suban a apoderarse del monasterio, gustan
de estos lugares espaciosos para convertirlos en centros de mando; además no tienen
simpatía por los religiosos.
El padre François nos dirige en el traslado a los sótanos. Al abad le improvisó un pequeño
altar donde permanece arrodillado, rezando; dice que la voluntad de Dios es la importante.
El padre François es un anciano de origen Francés; a él me encomendó mi protector y él
vio su suerte en mí cuando tuvo que huir de su país acosado por la segunda guerra."Más
mal me vi a mi llegada, muchacho... Esto me lo hizo un nazi ofendido porque, según él, lo
irrespeté al aconsejarle cambiar su cruz gamada por la de madera de Jesús ", me platicó
mostrándome los muñones que reemplazaban sus tres dedos .Desde mi llegada se dio al
cuidado de mi pierna rota y demás heridas que el tiempo pintó en cicatrices .Así me
devolvió la esperanza y al monasterio como único lugar posible en mi vida.
En nuestros diálogos yo no le escondía al padre François mi admiración por su condición
de extranjero."Usted ha sido afortunado padre. Nació en una sociedad más justa y aliviada
que la mía. Mi niñez tuvo al acecho hambre y violencia. En cambio, me imagino que su
vida no ha tenido..."y seguía en mis lamentos; él me consolaba dándome un abrazo
paternal, a veces me reprochaba por desconocer las cosas buenas. “Vivo en un país
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diferente al mío pero en la paz de Dios y quiero esta tierra y a ella agradezco todo " me dijo
con sus ojos en sollozo.
* * *
Hoy me pregunto lo que muchos preguntantes en su momento: ¿Cómo entró mi padre a la
política? Bebiendo, eso le respondería a cada uno. A pesar de su desempleo, mi viejo no
paró de beber en la fonda: lo hacía a diario y sin dinero. Aprovechó su parlamento fluido y
la seguridad de su voz, así se ganó el respeto y las invitaciones de sus amigos. Dominando
el tema político lo ligaba a los conflictos de nuestra región y tenía la atención y el servicio
de licor toda la noche. En un principio no mostró inclinación por partido alguno, solo se
lanzó como discursante embelesador. Le bastaron temas como hambre, muerte y otros para
ganar popularidad y atraer a la fonda a uno de los promotores políticos del partido azul, éste
le propuso asistirlo en sus giras políticas durante las siguientes elecciones; y así fue. Desde
eso dejé de verlo con frecuencia por sus repetidos viajes.
Con mi madre entregada a asistir a mi hermano en su invalidez causada por la poliomielitis
y la ausencia de mi padre, me sumí en una gran soledad. Me retiraron de la escuela debido a
"problemas en mi seguridad”, según palabras de un hombre que fue a explicármelo. Luego
me dijo que el discursante, mi padre, era un abanderado del exterminio total de los
barbados. Aunque en su momento no entendí el mensaje, luego me enteré por mis vecinos
de la importancia que había tomado mi padre "...echa sus discursos ebrio, pero bien parado
", dijo uno que lo vio hacerlo en una manifestación política de la vereda.
Un día, como algo inusual, mi madre me invitó a escuchar la radio."Venga mijo y oiga a
nuestro candidato”, me dijo. Cuando reconocí la voz de mi padre, mi corazón latió con
fuerza, el entusiasmo aumentó y luego contrastó con mi rabia al percibir en sus palabras
algo diferente a sus principios "Pero mamá...qué está diciendo él... ¡Cuál honestidad! ¡Cuál
unión familiar! ¡Cuál responsabilidad...! Si él ha sido todo lo contrario. Por eso hemos
vivido pobres toda la vida, y más... pobres de padre", repliqué sin mirarla. "Pero cómo se
atreve..." y me levantó a bofetones. Salí trastabillando del cuarto y llegué al patio con la
nariz sangrando.
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Como sanción no pude oír más la radio y pasé la mayor parte del tiempo en la parte trasera
de la casa .Para cabalgar sobre los minutos me dediqué a cuidar los gallineros y las
porquerizas, en particular el corral donde estaba la marrana con sus críos. A ella le
conversaba sobre mis infortunios y llamándola “Soledad” la hice como mi mejor amistad.
En lo posterior de su porqueriza organicé un lugar donde pasar el tiempo, echado como
ella. Iba a mi habitación sólo a deshacer la cama, pues pensaba que algún día mi madre
sentiría curiosidad por mí, mas no fue así.
En mi refugio, me perdí entre los pequeños puntos blancos que tiene en su vientre la
oscuridad total y el zumbido que lleva implícito el silencio, esto con el resuello y el
rezongar de Soledad con sus críos, me dieron por primera vez la tranquilidad que hurtó mi
padre con sus comportamientos y mi madre con su dedicación a mi hermano."Creo que así
está pagando la cuenta de cobro que la vida le pasó por no haber tomado medidas para
prevenir la enfermedad que a él consume”, concluí.
* * *
De repente las cosas cambiaron en mi casa. Fueron muchos los visitantes y las reuniones
del partido político de mi padre: los azules. Desde el patio veía entrar señores calvos y
barrigones. Echaban discursos ahogados por los tragos y sus desordenadas intervenciones.
Entrada la noche el licor levantaba los ánimos y el compadrazgo. Abrazos y gritos de
triunfo, luego la música, hacían del sarao una algarabía insoportable hasta altas horas de la
madrugada. Yo permanecía insomne hasta escuchar los últimos hipos."Ya cerraron la
fonda”, le decía a Soledad y ella rezongaba como dando gracias.
Un fin de semana mi padre se me acercó. Revisaba los gallineros y me palmoteó la espalda,
lo miré asustado como si regresara de un viaje de muchos años "Sí..." musité
tembloroso."Quiero que esta noche esté con su mamá en la reunión”, dijo y se retiró. Hacía
muchos días no lo veía de cerca. Su rostro cetrino e inexpresivo marcada quedaron en mi
mente .Se alejó y por un momento su aliento a alcohol estuvo en el aire como un sello
confirmante que sí era mi padre.
Los invitados comenzaron a llegar a las seis de la tarde. Los hombres vestían camisa
almidonada y corbata estrecha. Las mujeres vestidos largos, sobrios y pequeños sombreros
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a la moda. Yo permanecía sentado con mi mano sobre la inmovilizada de mi hermano,
quien tenía la mirada perdida. Mi madre iba y venía dando órdenes a una sirvienta que
preparaba la comida. Comenzaron los discursos. El salón fue tomado por la voz del director
del partido, quien al terminar llamó a mi padre para colgarle una medalla y abrazarlo. Risas
y aplausos ensordecedores aumentaban mis deseos de escabullirme. Permanecí con mi
hermano al lado hasta la una que se acabó el ágape.
Entré a mi habitación, deshice mi cama y fui a mi refugio. Desde el patio pude ver que
afuera mi padre despedía a un hombre vestido de militar. Según supe, se trataba del
comandante del batallón de la zona, éste le agradecía su apoyo para limpiar el sector de
barbados y recibía la promesa de fortalecer desde el poder su pie de fuerza en caso de
resultar ganador en las elecciones. Lo llamé Cara de palo. Se despidieron con la promesa
que al día siguiente irían por nosotros en carro militar para llevarnos a la plaza del pueblo,
allí harían un homenaje a mi padre.
Al día siguiente la casa amaneció más temprano. Al orto del sol sentí el revoloteo de la
criada y mi madre: ordenando la una, obedeciendo la otra. Cuando me llamaron estaba
sentado en la cama fingiendo haber sido despertado, hacía unos minutos me había
trasladado del refugio."Muévete muchacho...tenemos mucho qué hacer",fueron los buenos
días. Mi madre me engominó el cabello y me vistió con camisa, corbatín, pantalón,
calzoncillos , calcetines y zapatos nuevos ;era algo muy especial, me sentía muy extraño.
Caminé donde Soledad a mostrarle mi nueva pinta, ella me miró indiferente. Iba a entrar a
su porqueriza pero mi madre me paró de un grito:"Vas a ensuciar tu ropita...mugriento" y
del brazo me sacó hasta uno de los jeeps militares que nos esperaban. Varios soldados al
mando de uno ,el más joven ,nos acompañaron .Por primera vez me sentí importante.
Íbamos escoltados por soldados de la patria, recordé ése fenómeno llamado patria. Al llegar
a la cabecera del municipio una multitud se congregó a darnos su recibimiento. La
caravana militar rompió por el centro trazando un camino que llegó hasta la plaza principal.
Las banderitas azules ondeaban en el aire dando la sensación de recibir a héroes de guerra.
De nuevo puse mi mano sobre la de mi hermano, pocas veces lo vi sonreír como en aquella
ocasión.
La banda de música alzó su voz callando a quienes murmuraban, y el sol cumplió con su
luz a la decoración del evento. Sólo hasta ese momento pude concluir lo hecho por mi
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padre. Todos eran llamados por su imagen y los comentarios solo iban en su referencia, se
había convertido en un verdadero personaje.
Comenzaron los discursos. Después del himno nos sentamos en las sillas enfiladas sobre la
tarima principal. Siguió el mismo libreto trasladado de la fonda a mi casa y de ahí a la plaza
principal en dimensiones más amplias: palabras lisonjeras, aplausos, música y el licor que
subrepticiamente circulaba en la tarima.
De todo el espectáculo lo que más me llamó la atención fue la excelente relación de mi
padre con el poder. A su diestra le sonreía emocionado el cura del pueblo, le hablaba en
forma reiterada temiendo perder su contacto. Del otro lado lo hacìa mi madre con el jefe del
partido. Cuando el comandante del batallón abrazó de nuevo a mi padre, ella, mi madre,
hizo lo propio arrancándole una sonrisa como en la fundación de una hermandad .Los tres
avanzaron abrazados hacia la parte delantera de la tarima a recibir la ovación de la multitud.
El jefe del partido se les sumó logrando solo asir a mi madre por la cintura y levantar su
mano derecha como si fuera un torero, ella trató de imitarlo haciendo un movimiento
ridículo que se perdió entre los vítores del pueblo.
* * *
Desde la candidatura, nuestra casa contó con la protección de los militares por orden del
comandante, dirigidos por el soldado de corta edad, Cara de niño, de quien me hice gran
amigo. Lo llevé donde Soledad y le conté de mi amistad con ella, sonriendo me
dijo:"Bueno, en la guerra he visto compañeros que adoptan como mascotas loros, canarios,
perros, pero una marrana...es la primera vez que lo veo", yo le dije: "Guerra...es increíble
que hables así a pesar de tu corta edad" y sonriendo me respondió:"A pesar de mi corta
edad...nací para la guerra como la mayoría de hombres de nuestros países. Mira si me han
tocado guerras que a pesar de mi corta edad soy el hombre de mayor confianza de mi
comandante”. Luego me felicitó por tener en mi refugio un sitio estratégico para
esconderme en caso de llegar los barbados, cosa que jamás me propuse.
Cuando creí tenerlo como mi nuevo amigo, lo perdí. Una mañana me despertó su discusión
con mi padre, enojado por el retiro de sus soldados. Mi viejo profería improperios contra el
comandante por abandonarlo en esos momentos tan cruciales. El Cara de niño trataba de
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calmarlo diciéndole que sólo iba a cumplir una misión con sus hombres en una vereda
cercana, en la cual no se demorarían; además, le puso una pistola en su mano para su
defensa, pero mi padre la sostenía indiferente y seguía reclamándole enfurecido .Nada
valió, los hombres se montaron en sus jeeps y emprendieron por la trocha en busca de la
salida.
No olvidaré la figura de mi padre parado en medio del camino, enfrente de la casa ,con el
arma aferrada a su mano derecha descolgada ;estaba aún en ropa de dormir .Se veía más
viejo y cansado con su cabello hirsuto y la expresión fundida en la confusión. Entró a la
casa dando un portazo y maldiciendo al comandante."¡Me las va a pagar ese maldito! Me
las va a pagar porque la promesa fue cuidarnos..."decía en voz alta dándole con su puño a
las paredes. Sacó una botella de aguardiente y comenzó a beber desde esas horas mañaneras
caminando de un lado a otro, perseguido por mi madre rogándole calma y confianza en
Dios.
Su parlamento no paró en todo el día .Con la radio en alto volumen, iba y venía por lo
pasillos maldiciendo sus inicios en la política, voceando su liderazgo en el partido de los
azules y las victorias de los militares sobre los barbados en los últimos tiempos .Sin
pretenderlo y por su voz distorsionada por el alcohol, supe desde mi refugio que ya había
pasado el mediodía, pues el discursante ahora hablaba con voz gangosa sobre sus fracasos,
lo que había hecho y sus afectos de juventud; estaba ebrio, enloquecido por sus miedos.
Estuve todo el día petrificado en mi refugio, sin hambre, sin sed, solo con Soledad
haciéndome compañía y protegiendo mi refugio con su cuerpo.
Al ocaso, la voz de mi padre se hizo menos pesada, como un ronquido lejano que por
minutos cogía fuerza para quedar de nuevo en un murmullo. El frío penetró mi refugio y
me perdí entre los puntos blancos de la oscuridad y la respiración de mi amiga, los críos por
su parte no conciliaban el sueño yendo de un lado a otro en la porqueriza, como si algo los
inquietara .Poco a poco el dormir vino a mí venciendo la zozobra del día. Mecido por la
dulce pretensión del sueño, quedé por varias horas ausente, plácido, huyendo de todo lo que
me rodeaba. Afuera el mundo se secaba.
* * *
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Aunque sólo el tiempo traza distancias intangibles, la línea que me separa de aquella noche
va y viene en mi vida como una amante furtiva que besa y se aleja, perdiéndose en selvas
inexpugnables; así, el recuerdo de los hechos, aunque confuso, tiene de emisario al dolor:
ése es representante del recuerdo, al menos en los momentos difíciles de la vida.
El que se fugó de mi mente para siempre, fue el sueño de esa noche. De dicho sueño nunca
ha enviado emisario alguno el recuerdo. Solo creo que era un sueño movido, pues desperté
dentro del refugio golpeándome contra su techo. El dolor en mi cabeza me llevó a la
realidad, aún estaba oscuro. Cuando escuché los gritos de mi padre quise salir pero el
pesado cuerpo de Soledad no me lo permitió.-¡El arma!¡El arma!¡Dónde dejé el arma!-
Repetía una y otra vez mi viejo entre maldiciones.
Frente a la casa se oían unas voces desconocidas dando órdenes y pasos acosados yendo de
un lugar a otro. Las coces de los caballos ahogaban por momentos la de mi padre que
reclamaba el arma con las palabras disecadas en su garganta. La puerta principal estalló en
un ruido intenso, como muchas coces dadas al unísono. Mi pecho se contrajo y el miedo me
quiso obligar a salir pero de nuevo Soledad me lo impidió. Me quedé petrificado sudando a
cántaros, y mi calzón orinado. De repente imperó el silencio. Soledad respiraba
suavemente, como queriendo seguir la armonía de la quietud truncada. Por minutos los
sonidos se ausentaron: los trinos mañaneros, los relinchos de los caballos, la voz de mi
padre, los sollozos de mi madre...todo se esfumó.
Recordando al Cara de niño, bajé con mi mano un poco la piel de Soledad haciendo una
pequeña hendija del tamaño de mi mano, entre el borde del refugio y su cuerpo. A través de
sus gruesos pelos erizados pude ver lo que nunca imaginé. A pesar de la opacidad del alba,
reconocí al hombre de barriga prominente y cabeza calva que arrastraban hacia el centro del
patio: era el jefe del partido de los azules. Dos barbados lo halaban con una mano, y en la
otra sus fusiles. De su vestido elegante sólo quedaban partes, su camisa, su corbata, su
pantalón y su saco, habían sido picados en rotos y pintados en su fondo por el rojo sangre.
Parecía que lo habían arrastrado por el camino hasta nuestra casa, de una soga, como forma
de tortura en aquellos tiempos. Lo dejaron medio muerto en la mitad del patio, luego vi
algo que me congeló el alma de frío de muerte. Traían a mi familia. Los tres en silencio, mi
padre de primero .Lo hicieron arrodillar con las manos atrás atadas con el cinturón de su
pantalón ,sus rodillas cayeron al piso con un golpe seco, su mirada también cayó , sin
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sonido alguno. Siguió mi madre, colgada en columpio de los brazos de otros dos barbados,
el pánico le dejaba unos tímidos murmullos de protesta en sus labios. La descargaron con
fuerza frente a mi padre arrancándole las únicas lágrimas que no la hicieron invencible-
siempre creí, hasta ese momento, en el poder absoluto de las lágrimas de mi madre- ; a mi
padre la rabia lo invadió tratando de ponerse de pie pero de inmediato la boca de un
revólver lo hizo regresar a su puesto y un pequeño río se formó en su rostro de extrema
palidez, un río con afluentes del sudor de su frente y la baba que corría incontrolable. Pero
los segundos siguieron vestidos de minutos, pasando inmisericordes. Lo que siguió es
traído por el recuerdo como un beso apasionado y dañino. Otro de los barbados ingresó al
patio con mi hermano en sus brazos, él lo miraba sonriendo, con la inocencia que su
pequeño mundo le había regalado. El hombre se paró frente a mis viejos y con un grito de
fiesta lo lanzó hacia arriba, su cuerpo cayó en estrépito contra el piso sin perder la rigidez
impuesta por su enfermedad. Mi madre se levantó a recogerlo y sus sollozos se hicieron
gritos al ver al hombre ensañarse con su cuerpo a planazos de machete. Creí morirme .Yo
quería ser él. Mi padre se vomitó expulsando de su boca la del revólver, y mi madre se
desmadejó sobre el piso como una muñeca de trapo .El patio estaba lleno de botas, como
árboles erectos que iban y venían. Un hombre cogió a mi madre de la cabellera obligándola
a mirarlo:”¡Venganza!” fue el grito que lanzó rompiendo toda posibilidad de razón humana.
Con el tiro de gracia y el último quejido de mi hermano llegó la claridad del día a ser
testigo de los hechos. Mi padre cayó desmadejado, como antes lo hizo mi madre, y en el
suelo fue rematado.
De nuevo el silencio no quiso amigos. Las botas sólo fueron, buscando la salida, el último
par pasó frente a mi refugio y se devolvió. Las dos sostenían a un barbado de gran estatura
quien se movía pendular con una botella de licor en una de sus manos, en la otra sostenía
uno de los críos de Soledad que se retorcía y chillaba como si fuera Noche buena. El
hombre terminó de un sorbo el licor, miró la botella con gestos de repudio, luego al
animalito, y le gritó a Soledad-"¡Por qué trae hijos al mundo! ¡Puerca maricaaa...!-y
alzando los dos brazos lanzó con fuerza animalito y botella contra el muro de la
porqueriza, siguió su camino y desenfundando su revólver disparó a mi amiga con una
puntería única. La bala se refugió en su cadera adiposa haciéndola brincar y dejándome al
descubierto.
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Mi mente había quedado en blanco. La luz del día me encandiló al impactar la oscuridad de
mi refugio arrancándome de él y obligándome a correr. Crucé el patio sin pisar los cuerpos
ni los pequeños ríos rojos que se tejían en su piso. Corrí tan rápido que las voces a mi
espalda se oyeron lejanas en segundos. Correr era mi única posibilidad. Los latidos de mi
corazón hacían eco a mi resuello, mis pulmones bajaron hasta mis pies a darles fuerza. Mi
madre lloró inconsolable pero sus lágrimas no vencieron. Mi padre besó apasionado la boca
del arma. Mi hermano me dio sus muletas para defenderlo. Los barbados se ofrecieron
como cadáveres en el piso para apoyar mi carrera y yo corrí y corrí con estos y más
pensamientos volando en mi cabeza. Al fondo, después de cruzar los cafetales, divisé un
campo abierto, reconocí el lugar: era una inmensa zona verde que agonizaba en una
pequeña playa antecesora del cañón portador del río. Decidí correr con mayor velocidad, al
pisar la arenilla salté con mis últimas fuerzas siendo el vacío el alivio a mi cansancio. Sin
preocupación caí, solo caí .El impacto con el agua fue principio y fin de mi inconsciencia.
Era: No nacer No morir. Era permanencia en el vientre de mi madre. El río me llevó como
si fuera un recado fugaz entre sus corrientes. Luego sus brazos me sacaron
intencionadamente a una de sus orillas y me dejaron privado en su ribera. De allí me
recogió mi protector despertándome.
* * *
AM:
Este domingo ha sido de calma en los sótanos del monasterio. Cumplimos el tercer día de
expectativa en medio de la tranquilidad prestada .Improvisamos en un salón el oratorio y lo
necesario para estar juntos. De consuno tomamos la decisión de resistencia a la invasión de
los barbados. De darse no les cederemos el monasterio, brindaremos primero nuestras
vidas.
El padre François me confesó la verdad ante los nazis."Fui un cobarde .De rodillas imploré
que no me mataran, sin pensar en mis protegidos”, dijo con vergüenza.”Mira-me enseñó los
muñones en sus dedos-, hoy, si es posible, ofrezco mi otra mano y mi vida, con tal de
proteger éste que es nuestro santuario. Vale más lo que tenemos, a la vida misma”. Yo me
retiré a meditar después de escucharlo y concluí lo mismo. Mi niñez había vuelto con el
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dolor como enviado único del recuerdo, así las cosas ,prefería morir a tener que pasar de
nuevo por hechos tan horrendos como los vividos allá afuera, en la patria que sólo nos
había ofrecido sufrimiento, hambre, miseria y mentiras: nuestro legado tercermundista.
Decidí luchar hasta morir antes de volver a las ciudades cancerosas. Mi único lugar de paz
nadie me lo quitaría.
El abad ordenó al padre Luigi ir hasta la comandancia a verificar si el faro estaba
encendido. El padre aceptó, honrado por ser el elegido, arriesgando su vida.
PM:
La noche está fría, como los sótanos. Estoy en mi pieza, aterido, pero contento.
En la tarde estábamos de rodillas orando y sentí abrir la entrada principal, miré de soslayo
desobedeciendo las palabras del abad. Empezaríamos la resistencia cuando él diera la
orden, al no escucharla levanté la mirada de nuevo con las imágenes de mi niñez acosando
con su miedo. Sin poder evitarlo comencé a temblar .A la entrada dos figuras se reflejaban
en las sombras, sus pasos hacían eco en mi corazón. Nuestro jefe se levantó a su encuentro
sin dar orden alguna. Permanecimos en igual posición hasta llegar el momento, sin
embargo con las sombras venían dos buenas noticias, nos pusimos de pie y celebramos la
llegada del padre Luigi acompañado de un militar. De inmediato abracé a nuestro
compañero. Después de dar el parte de victoria de los militares sobre los posibles invasores,
el uniformado se dirigió a mí, cosa que no me esperaba."Supe que eres el protegido del
comandante”, me dijo con voz apacible. Yo le respondí con un movimiento
afirmativo."Siento decirte que murió en los combates de hoy, en forma valiente. Es mi
obligación darte la noticia, aunque sea triste”. No mostré sorpresa, algún día tenía qué
ocurrir, eso lo sabía, más los militares .Pero él continuó diciéndome:"Además debo decirte
que te conozco, también conocí a tu padre, sé que lo asesinaron vilmente, si le hubieran
dado la oportunidad se hubiera defendido .Ese día llegamos, aunque no a tiempo; sin
embargo debo decirte que los culpables fueron ajusticiados por mis hombres ese mismo día,
si eso en algo te consuela. Ahora yo quedo al mando sucediendo al comandante .De nuevo
nos encontramos, ya sin tu amiga: Soledad la llamaste... ¿no? bien, ¿sabes qué? ése día yo
la vi morir. Aunque su herida no fue tan grave, murió a los pocos minutos, no sé que más
aceleró su muerte. Ante los hechos yo ordené que enterraran a los cuatro en una fosa
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común, pues a ella la consideraba de tu familia, como tú lo hubieras hecho, ¿o no?" De
nuevo le afirmé con un movimiento de cabeza.
El Cara de niño me hizo un saludo militar y dio media vuelta retirándose del recinto.
La paz de nuestro monasterio nos cobijó de nuevo y mi pasado volvió a mi vida trazando
líneas intermitentes.
-FIN-
Autor. Carlos Mario Salinas Villa.