silver kane-punto rojo 411-el hijo de la loba (1970)

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Relato

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  • EL HIJO DE LA LOBA

    SILVER KANE

    PRIMERA PARTEEL EXTRAO VENGADOR

    CAPTULO PRIMERO

    Barcelona, octubre. No es normal, desde luego, que un hombre de treinta aos, como yo, se dedique a escribir sus memorias. No es normal por varias razones, entre ellas el hecho de que la vida de un hombre empieza, por decirlo as, a los treinta aos, y por tanto, si la vida an est por vivirla, para qu escribir unas memorias, como si estuviera a punto de terminarse ya? Soy el primero en reconocer, pues, que no debiera escribir todo esto. Pero, saben una cosa? Por mi profesin estoy obligado a tomar apuntes constantes y a llevar una agenda muy detallada con el trabajo a realizar y el ya realizado. Al mismo tiempo, he de hacer anotaciones sobre la solvencia de los clientes y la moralidad de las personas que trato: Puesto que soy muy ordenado y detallista, resultaba que esas anotaciones ocupaban pginas y pginas. Eran ya algo as como mis memorias. Y por eso decid continuarlas. Cul es mi profesin? Reviso computadoras electrnicas. No IBM ni otras marcas conocidas. El sistema en el que trabajo es nuevo, y la empresa apenas tiene distribuidas por el mundo unas ochenta mquinas. Saben lo que valen? Una millonada, amigos. Yo voy de un pas a otro revisando esas mquinas, enseando a los clientes su manejo para que puedan obtener de ellas el mximo provecho, cobrando los plazos, captando nuevos compradores y extendiendo la red comercial. Hay mucha competencia. A veces mi trabajo es un asco. La BU11, la IBM y todos los sistemas ya acreditados poseen una red comercial extraordinaria, y yo no puedo pasar por ella siempre que quisiera hacerlo. Captar un cliente me cuesta un esfuerzo tremendo. Pero eso ocurre porque estamos en el primer ao de nuestras actividades. Ya he dicho que las mquinas en que yo trato son de un sistema nuevo. Y, sin vanidad, creo que las mejores del mundo. Tienen menos averas que las otras y son de un rendimiento extraordinario. El que las prueba, se las queda. Por eso calculo que dentro de dos o tres aos habremos desbancado a todas las organizaciones poderosas que ahora se reparten el mercado mundial. Ganaremos mucho dinero. Lstima que el negocio no sea mo. Lstima que sea de mi hermano John, que es un verdadero buitre y me paga lo ms justo. Pero yo trabajo incansablemente. Trabajo para que la empresa crezca. Aquella maana, cuando llegu a Barcelona, viajando desde Madrid, estbamos en la primera decena de octubre. Haca an calor, un calor sorprendente. Pero empezaba y eso se notaba en el aire fino y transparente la mejor temporada de la ciudad. Vi que las chicas empezaban a vestir bien de veras, despus de esa especie de abandono con las ropas que es compaero inseparable del verano. Y vi que eran preciosas. Las chicas de Barcelona me gustaron como me haban gustado las de Madrid, como me estaban gustando las de toda Espaa. En la ciudad tenamos una sucursal. No era muy grande. Ms bien poda calificarse de centro experimental, donde trabajaban una veintena de personas. Todas mujeres. Y qu mujeres! El gerente, un tal Avellaneda, las haba escogido bien. Pero era un bicho. Lo not en seguida.

  • Explotaba a la gente, haca proclamar por altavoces las leyes laborales en cuanto le favorecan y las enterraba bajo tierra en cuanto le perjudicaban. Tena establecido en su empresa un rgimen donde imperaba el chivatazo. Oscar, su jefe de personal y nico elemento masculino de la organizacin, tena una maa especia! para humillar, para desmoralizar y para desorganizar a la gente que trataba tmidamente de invocar su derecho. Entonces, me preguntarn ustedes, por qu no se iban todas aquellas encantadoras mujercitas? Vern. All, despus de todo, no se pagaba mal. Y los empleos decorosamente pagados no sobran ni aqu ni en los Estados Unidos. Adems, Avellaneda empleaba la tctica que l llamaba de las necesidades crecientes. Insinuaba a cualquiera de las chicas que ella debera comprarse un coche a plazos. No le adelantaba el dinero, claro, pero le daba a entender que, si se vea en apuros, obtendra la ayuda de la empresa. Ella se enredaba por dieciocho meses, por veinticuatro. Apenas haba terminado de pagarlo, Avellaneda le hablaba de un televisor ms grande. Las chicas compraban y compraban, confiando en el sueldo de la empresa. Y necesitaban tanto el dinero, que no podan irse nunca, ni aunque se infringieran continuamente las leyes. Claro que esto ocurre en todo el mundo. Haga la prueba y enchufe el televisor. A los cinco minutos ya le habrn aconsejado cinco veces que gaste ms, ms, ms... Y si hace usted caso, va listo. Trabajar veintitrs horas diarias, dormir una y reventar a los cuarenta aos con su coche, su nevera y su televisor porttil: Pero estaba hablando de Avellaneda. La empresa no era suya. Ya he dicho que se trataba de un centro piloto donde hacamos demostraciones y tratbamos de captar clientes, eficazmente ayudados por las exhibiciones de piernas de las chicas. Pero Avellaneda tena un tanto por ciento de los beneficios. Un tanto por ciento tan elevado que obraba como si la empresa Fuera enteramente suya. Me recibi con mala cara. Qu iba yo a figurar all? Por qu me haba molestado en venir de los Estados Unidos, si todo marchaba perfectamente? Pero ya he dicho que este negocio es delicado y sometido a la ms feroz competencia por parte de las marcas acreditadas. De modo que me instal en Barcelona, en el hotel Ritz. Dispuesto a trabajar. Iba cada maana a las oficinas, situadas en la parte alta de la calle de Balmes, en un edificio propio. Revisaba las cuentas, vea el funcionamiento de las mquinas y hablaba con las chicas. Pronto not que ellas confiaban, en m. Bueno, no todas. Pero las que s, esperaban que yo metiese en cintura a Avellaneda y a Oscar, y que las cosas cambiaran un poco en aquella casa. Por el momento me dediqu a observar. Y observ cosas curiosas, por descontado. Una de ellas, que Avellaneda besuqueaba por turno a dos empleadas. Una se llamaba Laura y la otra Marln. Eran sus secretarias privadas. Avellaneda estaba fuera de s por mi impertinencia. Adems era casado. No le gustaba que aquello se supiese. Entonces me pidi muy amablemente que dejara de entrar en su despacho, a menos que llamara antes con los nudillos. Yo le dije que s, y le ped perdn. Pero aquella noche coloqu bajo su mesa un micro y una mquina fotogrfica diminuta que yo poda hacer funcionar por radio a distancia. Comprendern que eso no era tan difcil para un hombre que trata con cerebros electrnicos can perfectos que pueden dirigir el vuelo de una nave espacial. Y cada noche, en mi hotel, me hart de or los dilogos de Avellaneda, que estaban rec

  • ogidos en cinta magnetofnica, y de ver fotografas que hubieran dado lugar a siete demandas de divorcio, una detrs de otra. Aquel buitre no slo trataba con Marln y Laura. Tambin iba tras de otras chicas, aunque ellas le daban esquinazo. En especial tras de Irma. Irma tena diecisiete aos. Era la chica ms pura, ms bonita que yo haba visto. Tambin era sexy. Mucho. A ella no le gustaba, y trataba de disimularlo. Pero qu se le va a hacer? Lo era. Yo ya lo haba notado. La miraba a veces largamente, sin que ella se diera cuenta. Mientras tanto, Avellaneda acechaba como un tigre a punto de dar el salto. Llevaba ya meses y meses acechando, sin conseguir nada. Hasta que el to se decidi. Capt aquella noche una conversacin que haba tenido lugar por la tarde entre l y Oscar. El dilogo estaba reproducido fielmente. Qu hora es? Las tres, seor Avellaneda. Es que se ha parado mi reloj. No lo entiendo, siendo automtico. Y a qu hora termina hoy la gente? A las siete, seor Avellaneda. Eso no puede ser. Cada da se van antes. Ponga maana por la maana un cartelito diciendo que a partir de la semana prxima se recuperar un cuarto de hora diario por la fiesta de la Merced: La fiesta de la Merced ya est recuperada, seor Avellaneda. Por qu dice eso? Est usted en contra de la empresa? Yo? Yo en contra de la empresa? Si toda mi vida la he dedicado a ella! Pues no me cree problemas. Esa recuperacin iba en la cuenta general del ao, de modo que el personal no lo habr advertido. Si alguien protesta, lo sanciona. Nosotros hemos de defendernos. Llevamos a cabo una gran obra social. Somos responsables del pan de esa pobre gente. S, seor Avellaneda. Qu ocurrira si la empresa se hundiese? Oh, no quiero pensarlo. Pues los que se niegan a trabajar un cuarto de hora ms y nos crean problemas, tratan de hundir a la empresa de la cual viven. No lo olvide, Oscar, son nuestros enemigos. Claro que s, seor Avellaneda. De modo que ya lo sabe. Ah... Y el lunes, cuando se trabaje un cuarto de hora ms, dgale a Irma que la necesito para dictarle unas cartas. La tendr aproximadamente aqu hasta las nueve. Y si se niega a hacer horas extraordinarias, me avisa. De modo que Irma, eh? Qu pasa? No, nada, seor Avellaneda. Espero que todos comprendan lo que les conviene, Oscar. Ah, por cierto... He tenido algn disgustillo con Marln. La chica ya no me interesa. De modo que la dejo en sus manos. Usted, como jefe de personal, sabr de qu modo tratarla. El magnetfono recogi con nitidez el chasquido de la lengua de aquel buitre. Claro que s, seor Avellaneda. Hasta luego. Y piense que todos hemos de sacrificarnos por la empresa. A m mismo no me importar hacer un par de horas, ms cada da. Se est usted matando, seor Avellaneda. Qu quiere? La marcha del negocio lo exige. Uno ha de hacer sacrificios. Y con el crujido de una puerta, el dilogo se cort. Naturalmente, decid estar muy atento a todo lo que ocurriese. Irma no era como las otras dos. Irma era distinta. Por eso el lunes me situ en el despacho que me haba asignado yo mismo, bastante ce

  • rca del de Avellaneda. Esta vez no grab en cinta, sino que capt el dilogo en directo, a travs del micro. O abrirse la puerta y la voz de Oscar. La seorita Irma est aqu, seor Avellaneda. Muy bien, retrese. A sus rdenes, seor Avellaneda. E imagin a Oscar saliendo mientras fregaba con la lengua los suelos de la empresa. Haba conseguido aquel cargo a base de decir que s a todo, de no ponerse enfermo jams, de no hacer vacaciones, de odiar a los empleados como se podra odiar a unos bichos que coman ms de lo que producan. Pero a los tipos como Oscar yo los conoca bien. Saba que cobraba comisiones de los proveedores Que se estaba forrando. Y que hubiera incendiado la empresa, con Avellaneda dentro, si eso le hubiera producido cien pesetas de beneficio. Pero no le quedaba ms remedio que aguantar. Necesitaba de Avellaneda del mismo modo que ste necesitaba de los tipejos como l. Mis pensamientos se detuvieron. Oa el taconeo suave de una muchacha. Aquel taconeo que tantas veces haba admirado, mientras ella se mova con soltura de una seccin a otra. Buenas tardes, seor Avellaneda. Hola, Irma. Gracias por quedarse. Mi secretaria actual est enferma. Sintese. O el roce de una silla. Y en seguida: Lleva usted unas medias preciosas. Ella carraspe. Avellaneda debi darse cuenta de que haba ido demasiado aprisa. Y se puso serio, en plan de jefe, empezando a dictar unas cartas interminables sobre cosas que no interesaban a nadie. Si lo sabra yo! Por supuesto, en cuanto la chica se distrajese, deba echar unas miradas relampagueantes a sus rodillas redondas y firmes. Pero eso yo no poda verlo. Consult el reloj. Era muy tarde: las nueve. El tiempo haba pasado volando. O entonces que Avellaneda deca: Perdn, la he entretenido mucho. Gracias de verdad, seorita Irma. Permita. La acompaar. Ruido de sillas y taconeo otra vez. La chica deba estar agradecida. Ninguno de los temores con que entr se haba confirmado. Avellaneda era, despus de lodo, un caballero, a pesar de lo que se deca. Sal detrs de ellos. No me vieron. Ah... Debo decir algo ms sobre m que poqusima gente sabe. No siempre me he dedicado a los negocios. Hubo un tiempo en que fui explorador en Vietnam. Perteneca a los famosos boinas verdes. Me colaba hasta las lneas ms profundas del enemigo, y saltaba sobre los centinelas sin que stos se enterasen de nada hasta que despertaban en el otro mundo, con sus antepasados. Pero esa es otra poca ya olvidada. No me gusta recordarla. Los boinas verdes incluso tienen mala fama. Si he dicho eso es para que se comprenda que para m no represent la menor dificultad perseguir a una pareja sin que se dieran cuenta, en la oscuridad de unos pasillos silenciosos y largos. La chica iba con prevencin; se notaba. Pero Avellaneda no la roz siquiera. Salieron a la calle y yo tras ellos. Tengo unos odos de bestia salvaje. Puedo or las palabras de cualquiera a diez pasos de distancia, aunque sean un susurro.

  • Y o que Avellaneda preguntaba a la chica si tena coche. No. Slo una Vespa. Est bien. Hasta maana. Pero no se alej demasiado. Se qued mirndola mientras ella trataba intilmente de poner en marcha la moto. Yo adivin lo ocurrido. El maldito de Oscar haba hecho un buen trabajo. Hum... Algo malo ocurre dijo Avellaneda, acercndose de nuevo. Y no es buja engrasada, no. Yo creo que el arranque no funciona. Es una avera que slo puede arreglar un mecnico. Y qu hago yo ahora? Vivo en Badalona. S, a unos diez kilmetros... Tome dinero para el taxi. No puedo aceptarlo, seor Avellaneda. Al fin y al cabo, si se retras fue por culpa ma. Ya estara en su casa. Pero... Tome, tome, por favor. El to haca las cosas bien. Lloviznaba ligeramente. Hasta aquella circunstancia haba tenido en cuenta al elegir la hora de salida. Y en esas circunstancias saba demasiado bien que era imposible encontrar un taxi libre en aquella zona de la ciudad. Irma se desesper durante casi cinco minutos. Y al fin a Avellaneda le crecieron las uas y se puso la piel de tigre para saltar sobre la presa. No conseguir nada, Irma. Perdone que no se lo haya ofrecido antes. Yo la llevar. Es que est muy lejos... No importa. Adems voy a Premia, pasado Badalona. Bien mirado, su casa me pilla en el camino. Ella accedi. Avellaneda tena un Mercedes de importacin. Yo haba alquilado un Jaguar. Me puse en marcha, con retraso. Sabiendo el camino que llevaba, no me import seguirle a distancia... Adems, su automvil era fcil de reconocer, pese al inmenso trfico de la urbe. No pararon en Badalona. Adivin lo que ocurra. l habra pretextado el olvido de documentos importantes en Premia, y querra entregrselos a Irma para que los llevara al da siguiente muy temprano a la oficina. Ella no habra tragado el anzuelo, por supuesto. Pero tampoco poda ponerse en el plan de arrojarse del coche en marcha, porque hasta entonces Avellaneda se haba comportado como un caballero. Estara recelosa, eso es todo. Pero ya se le pasaran los recelos cuando el tigre la tuviera a solas y pudiera devorarla. Avellaneda no viva en el casco urbano de Premia, claro. All haba demasiada gente. Tena una magnfica casa encaramada en un promontorio, carretera arriba, y a la que se llegaba por un camino particular. Seguro que en verano viva all con su mujer. Pero ahora no era verano. La casa estaba vaca. Vi entrar el Mercedes en el garaje, que se deba comunicar por el interior con las otras dependencias de la casa. Aguard unos instantes. Y entonces o en la oscuridad aquel grito de asombro, casi de agona, aquel grito surgido de una garganta femenina y que pareca presagiar la muerte. CAPTULO IIBarcelona, octubre Nada hay tan feo como un depsito de cadveres. Ni tan triste. Y si ese depsito de cadveres es viejo y no est muy bien acondicionado, tanto peor.

  • Los he visto de todas clases. Yo he estado en los lugares ms srdidos del mundo. Pero pocas veces haba tenido la cara de vinagre con que entr en el Hospital Clnico, donde est el depsito de cadveres de Barcelona. La polica me haba llamado all para una identificacin. Y cuando entr, la chica yaca sobre la ttrica mesa. Su cuerpo estaba terriblemente blanco. No recordaba haber visto nunca un cuerpo tan hermoso como aquel. Y tan espantosamente inmvil! Mis ojos se nublaron. El polica que estaba junto a la mesa, dijo al ayudante del forense: Cbrala. Con la cara es bastante. Y se dirigi a m en espaol. Yo hablo muy bien el espaol, porque he viajado por Sudamrica largo tiempo. Y hablo otros siete idiomas. Soy Ponce, de la Brigada Criminal me dijo. Siento haberle molestado. Usted es el seor Richard Connor, ciudadano norteamericano, no es as? Lleva su pasaporte? Claro... Se lo mostr. Me di cuenta de que se fijaba muy bien en el visado de entrada, por si en mi llegada al pas haba alguna irregularidad. Pero no la haba. Me devolvi el pasaporte y me mostr a la chica, que ya haba sido cubierta hasta el cuello con una sbana. Voy a molestarle para algo muy penoso dijo. Se trata de una identificacin. Reconoce a esta muchacha? La mir fijamente. Mis ojos seguan nublados. S murmur. Es Irma. Irma y qu ms? Irma Lpez. Le haban puesto un nombre muy extico para compensar la vulgaridad del apellido. Trabajaba en el centro piloto que nosotros tenemos instalado en Barcelona. Pero, dgame... Todo esto es absurdo terriblemente irreal... Qu ha ocurrido? El cuerpo ha sido descubierto esta maana al amanecer, o sea har unas doce horas. Estaba en un bosque, cerca de Premia. La haban matado hacia la medianoche. Me pas una mano por los ojos. Hay algo que hubiera preferido no ver susurr. El qu? Esas espantosas seales en varias partes de su cuerpo. A m tambin me cuesta creerlo dijo el polica. Su garganta ha sido desgarrada. Me est hablando de... un lobo humano? No lo s. Usted qu cree? Not que el polica me miraba fijamente. En apariencia yo nada tena que temer. Haba venido a inspeccionar una industria que trabajaba con patentes americanas, pero que era puramente espaola. Mi pasaporte estaba en regla, mis cuentas estaban claras. Nadie, adems, me haba visto con la muchacha. Por qu entonces me desasoseg tanto la mirada del polica? Insisti: Usted cree en los lobos humanos, seor Connor? No lo s. Qu puedo decirle? Vi cierta vez una pelcula que trataba de ellos. Y qu ocurra? Mataban a los seres a quienes ms amaban. Amaba usted a Irma Lpez? La pregunta me pill de sorpresa. Qued helado y me temblaron bruscamente las piernas, aunque fue slo un momento. Por qu me haba hecho esa pregunta? En qu mundo absurdo trataba de hacerme penetrar? Perdone si le he hecho una pregunta incorrecta, seor Connor me dijo en tono banal, cambiando de repente su actitud. Quiero decir si usted sinti alguna especie de admiracin por esta muchacha. Nunca habl con ella ms de dos palabras seguidas. Lo comprendo. Temo haber sido indiscreto.

  • Me tendi la mano. Gracias. Perdone que le haya molestado. Puede irse. Un agente pasar por su hotel para que firme la diligencia de identificacin, una vez la hayamos redactado. Me alej. Tena la extraa sensacin de que todo daba vueltas en torno mo. Pero ya en la puerta me volv para decir: Seor Ponce, usted sabr algo de leyes. S, un poco. Qu le ocurrir al asesino segn, la legislacin espaola? En teora lo va a pasar muy mal, si es atrapado. Se trata de un asesinato con muchas agravantes, adems de la alevosa: nocturnidad, desprecio de sexo, ensaamiento, premeditacin... El fiscal pedir la pena de muerte, eso es seguro. Pero no es tan seguro, que la apliquen. Y en todo caso an queda el recurso ante el tribunal supremo. Y el recurso de gracia, que corresponde al jefe del Estado. En la prctica, ese hombre podra quedar saldado con quince aos en la crcel, o tal vez menos. Apret los labios con rabia antes de decir: O sea que no es seguro que lo pague con la vida... No, no es seguro de ninguna manera. Rechin los dientes. No quera que l lo notara, pero una verdadera tempestad pasaba por mi crneo. Gracias dije. Y sal. Cuando iba por la calle de Villarroel hacia abajo, un individuo que llevaba las manos en los bolsillos se despeg de la fachada. Me estaban siguiendo. Yo era un sospechoso, al menos de momento, hasta que las cosas se aclararan. Pero me entraron ganas de rer. Qu saban ellos de lo que pensaba hacer? Podan acaso imaginar que yo saba punto por punto todo lo ocurrido? Y que estaba especialmente preparado para esquivar a cualquier perseguidor, lo mismo en las ciudades que en las selvas? Ocho minutos despus, a la altura de la calle de Diputacin, ya haba dado esquinazo al polica. Tom el Jaguar, que tena encerrado en un garaje. Y me dirig a Sitges. Saba que all encontrara a Avellaneda. Tena alquilada una finca magnfica sin que lo supiera su mujer. All se haba encontrado a veces con Marln y con Laura. Yo lo saba todo, porque desde Estados Unidos haba ordenado un par de veces que detectives especializados investigaran sobre su vida. Todos tos mircoles finga ir a la reunin de una sociedad explotadora de terrenos de la que formaba parte y esperaba all a una de las dos chicas, que llegaba hacia la una. Consult mi reloj. Tena tiempo de llegar yo antes. En Garraf dej mi Jaguar y rob un Simca de unos novios que estaban haciendo el tortolito en un restaurante de la playa. Esto me cost medio minuto, porque una de las cosas que me ensearon en Vietnam es a robar coches. Calcul que en media hora poda estar de vuelta. De ese modo no veran mi Jaguar en Sitges. Al llegar a la hermosa villa marinera, la atraves y sub por las colinas hasta un chalet enclavado a poca distancia. E1 chalet tenia un precioso jardn. Llam y fue el propio Avellaneda quien vino a abrirme la puerta. Sin duda estaba solo. Puso unos ojos como platos al verme. Y debi notar algo extrao en mi cara, porque intent dar un paso atrs. No pudo. Tend, las manos hacia l e hice algo que haba realizado ya muchas veces, durante la guerra. Fue muy fcil. Espantosamente fcil.

  • Muri en el acto. Cargu el cadver sobre los hombros y lo introduje en el portaequipajes del Simca. Luego rod por un camino tortuoso hasta un pequeo bosque de pinos y cipreses y all, entre unos matojos, ocult el cadver. Exista la posibilidad de que lo descubrieran. Pero esa posibilidad era muy pequea. Y adems, fuese como fuese, yo tena que jugrmela. Descend y volv a Garraf. Los novios seguan acaramelados y sin darse cuenta de nada. Tampoco se dio cuenta nadie de que dejaba el Simca intacto y tomaba el Jaguar. Rod con l hacia Barcelona, dando un rodeo por Gav, y durante el da hice una serie de cosas perfectamente normales, procurando que se me viera por la ciudad. A las nueve de la noche vino un polica a que firmara el acta de identificacin. Lo hice. Luego sal. Haba un par de fisgones ms en la puerta, y me siguieron. Dej que vinieran detrs de m cosa de media hora, mientras daba vueltas y ms vueltas. Al fin, en una de las calles estrechas de Sarra, les despist. Eran muy buenos conductores, pero no pudieron con la velocidad de mi Jaguar. Hice en tres bocacalles maniobras que parecan suicidas, pero que estaban perfectamente calculadas. Y me los sacud. Ellos no tuvieron la culpa. Hubieran necesitado otro Jaguar para perseguirme con xito. Rechin los dientes mientras pensaba que tambin estaran buscando a Avellaneda como unos locos. Pero slo yo saba dnde encontrarle. Me dirig hacia Sitges bajo las sombras de la noche. Volaba por la carretera, desafiando los discos con limite de velocidad. Los coches que iban delante mo pasaban a estar detrs en un instante y pronto eran insignificantes puntitos de luz. Al llegar a Sitges me remont hasta la finca de Avellaneda. Saba que corra un serio peligro. En primer lugar la polica poda haber averiguado lo de aquel nidito suyo, aunque no era probable en tan poco tiempo, porque Avellaneda lo tena muy en secreto, y mis sabuesos especializados tardaron quince das en descubrirlo. En segundo lugar, alguien poda haber dado con el cadver. En un caso u otro, la casa estara vigilada. Pero tambin necesitaba jugarme el tipo en eso. No haba otro remedio. Y me lo jugu. Poco despus, con los faros apagados, llegaba al bosquecillo donde haba dejado el cuerpo por la maana. Estaba igual que antes, entre los arbustos. Nadie lo haba descubierto. Lo cargu en el amplio portaequipajes del Jaguar y regres a Barcelona. Pero esta vez respet todos los discos de limitacin de velocidad y no adelant a nadie antirreglamentariamente. No poda exponerme a un tropiezo con la polica de trfico. CAPTULO IIIPars, octubre Los entendidos dicen que la primavera es maravillosa en Pars. Yo, que soy ms entendido an, creo que es mejor el otoo. He estado en Pars muchas veces. Conozco sus calles, sus monumentos, sus tugurios, sus secretos. Hablo el francs como si fuera mi propia lengua. Las chicas de Pars me gustan. Son amables, reidoras, tolerantes y con ese puntito de sexy desvergonzado que se encuentra en tan pocos lugares del mundo, y que a m tanto me gusta. Desembarqu en Orly veinticuatro horas despus de haber matado a Avellaneda. Hice el viaje en clase Presidente especial. Como un seor.

  • Mi cigarro habano vala tanto como para otros vale una caja. Y as fue como conoc a Roland. Entre acariciantes volutas de humo. Roland era de la Suret. Alto, rubio y con las facciones que parecan talladas en piedra. Tena planta de boxeador del peso fuerte, de campen si se quiere. Pero en realidad no era ms que un sucio polica que se arrastraba por los aeropuertos, las estaciones, los hoteles de lujo en busca de personas como yo, de personas importantes. No me fue simptico. No, ni pizca. Y eso que me salud correctamente. Pero me miraba de la misma forma extraa como me haba mirado Ponce en Barcelona. Seor Connor? S. Perdone que le haya esperado. Polica. Y me mostr su placa. Qu quiere? Me han telegrafiado desde Barcelona. Sal de all con permiso. Di cuenta a la polica de que iba a viajar hasta Pars. S, ya me lo han dicho. La polica no tena ningn motivo para retenerle en el pas, aunque parece que usted se dedic a esquivarla. Re suavemente. Estaba en mi derecho, no? Creo que no haba razn para que me molestasen. Era pura rutina, seor Connor. Bien..., y lo de usted tambin es pura rutina? Efectivamente. Slo quiero rogarle que no se vaya de la capital sin avisarnos. Hay pequeos detalles en los que usted nos podra orientar, comprende? Le doy las gracias y le prometo que no le molestaremos. El pjaro se alej. Se alej con sus cabellos rubios, con su placa de la polica francesa y con sus rutinas que no engaaran a un hombre como yo. Le vi alejarse entre volutas de humo. Saba de sobras lo que pensaban.. En Barcelona, Ponce se habra vuelto loco con la repentina desaparicin de Avellaneda. Pensara muchas cosas. Una de ellas que era el culpable y que se haba largado quin sabe a dnde. Otra, que se haba suicidado y que an no haba encontrado el cadver. Quiz poda pensar tambin que yo lo haba quitado de en medio. Y que le haba aplicado la pena de muerte que mereca. Una pena que l no me pudo prometer en el depsito de cadveres. Tom un taxi y me largu a un hotel de lujo. El Crillon. Alfombras con un palmo de grosor, camareros atentos, chicas guapas que estn esperando a que uno les d una oportunidad. Por telfono ped que me alquilaran un Mercedes 200 esport. Lo tuve en el garaje del hotel cuando apenas haba terminado de ducharme, cambiarme de ropa y beber mi primer whisky del da. Fui con l a ver al dueo de un almacn donde campeaba el ttulo de Concirge Frres. El dueo era un tipo narigudo que tambin arrastraba la lengua por los suelos cuando vea a un cliente en un coche lujoso. Los de Concirge Frres eran consignatarios de transporte de las lneas areas, y yo haba enviado a Pars algunas mquinas delicadsimas por mediacin suya. Ahora tenia que recoger una. Era del tamao de un bal y estaba cuidadosamente embalada. El de la nariz y la lengua largas se extra de que viniera yo mismo. Por qu se ha molestado, seor Connor? Con mucho gusto la habramos enviado a su agencia. Adems, cmo va a transportarla? Perdone, pero esta vez no me fo de nadie. Es una mquina tan delicada que si le dan un golpe puedo perder muchos miles de dlares y adems lograr que me anulen un contrato. La llevar yo mismo. Pueden dejarme un coche grande donde quepa? Claro que s, seor. El mo. Valo. Es un Peugeot.

  • En efecto, era un Peugeot grande, y en el portaequipajes caba el paquete bien.. Volver a recoger mi Mercedes dentro de un par de horas. No se preocupe, seor Connor. Hasta las seis de la tarde no salgo de aqu. Fui con el coche y la carga a buena distancia de Pars, hasta alcanzar las orillas del Marne. Son unas orillas maravillosas. Dulces suaves, lnguidas, iluminadas por una luz dormida que invita a pasear en barca de remos mientras se susurran cosas al odo de la mujer amada. Pens que era un buen sitio para que Avellaneda durmiera eternamente. Acerqu la popa del coche a la orilla, de modo que las ruedas posteriores casi se hundan en el agua. Nadie me vea. Aquello estaba tan solitario como el desierto del Sahara. Saqu el paquete y lo deposit en la orilla, ya medio hundido. No necesito decir que dentro iba el cuerpo de Avellaneda, metido a su vez dentro de una magnfica computadora que estaba vaca por dentro, y que no era en realidad ms que un recipiente. En la Aduana no haban examinado ms que muy superficialmente el recipiente por fuera. Y como su peso era conecto y el cadver an no ola absolutamente nada, ni desprenda una sola gota de sangre... Extraje entonces algo qu llevaba en el bolsillo y que haba llevado durante todo el viaje. Era un fino cable de seda arrollado, a cuyo extremo haba un resistente anzuelo. Encaj bien el anzuelo en los ligamentos del paquete. Y fui andando por la orilla hasta una curva del ro, que formaba un entrante. Tena el paquete a unos veinte metros, pero yo estaba mucho ms metido en el ro, gracias a la curva. Tir del hilo, que resisti perfectamente, arrastrando el bulto. Este se sumergi poco a poco y pude arrastrarlo hasta el centro del Marne. Se hundi a unos cinco metros de profundidad. Entonces arroj tambin el cable de seda, que poco a poco, al empaparse, se fue hundiendo. Supuse que era muy difcil que encontraran aquello. El ro estara muy crecido hasta el mes de junio siguiente. Y para entonces el sedimento y el fango ya habran tapado casi por completo la caja. Adems Avellaneda, que no llevaba encima ropas ni documentos, estara completamente irreconocible. Y yo haba arrancado antes todos los nmeros y marcas de la carcasa de la mquina, para que fuese muy difcil identificarla. En fin, quiz en esto hubiera algn punto flojo, pese a todas las precauciones que haba tomado. Pero me la jugu. En esta clase de asuntos no hay ms remedio que hacerlo. Cuando volv a Pars, me senta mucho ms tranquilo. El dueo del Concirge Frres me recibi con la mejor de sus sonrisas. Ya lo sabe, seor Connor. Si algo ms necesita... Yo necesitaba una chica. Pero no iba a decrselo a aquel to, claro. De modo que tom el Mercedes y me largu. Chicas en Pars? Las que usted quiera, amigo. Pero no puedo explicar a nadie cmo me fue. Lo siento. * * *La casa estaba en pleno bulevar Saint Michel. Era alta y nueva: cont diez pisos. No encajaba demasiado con los edificios contiguos, que tenan el sabor y la ptina del tiempo. Este edificio, todo de acero y cristal, me pareci feo. Era como un atentado a la peculiar esttica de aquella calle, que tiene uno de los ambientes ms sugestivos del mundo. Pero all, en la planta sptima, estaba la delegacin desde la que yo trataba de introducir en Francia mis mquinas computadoras. El que estaba al frente del negocio era un tal monsieur Gornal. El negocio era francs, como en Barcelona el negocio era espaol. La empresa de mi hermano se limitaba a tener una participacin y la exclusiva de las patentes, que era lo que contaba. Sin ellas, el negocio hubiera tenido que dedicarse a vender c

  • alcetines. Todas las empleadas eran tambin chicas. Tctica elemental, amigo. Para demostraciones, no hay nada mejor. Mientras le hablan de mquinas, usted se fija en sus piernas. Y compra. Comprara las dos cosas, desde luego, pero tiene que conformarse con una. Las fui repasando mientras me las presentaban. Qu bombones! Desde la opulenta Patricia, que le dejaba a uno medio muerto con una mirada, hasta la frgil Selene, que era como una deliciosa muequita de porcelana japonesa. Monsieur Gornal me habl luego de los negocios. No iban ni bien ni mal. De todos modos nos estbamos introduciendo en el mercado. Lo que resultaba distinto era el ambiente de trabajo. En Francia el sindicalismo es muy fuerte. Monsieur Gornal tena que andarse con mucho cuidado en lo referente a horas extras y otras zarandajas. Pero tambin es muy fuerte la galantera. Y el buitre andaba como un loco detrs de dos o tres de las chicas, esperando que a l tambin le hicieran demostraciones, y no precisamente de las mquinas. Yo lo saba todo acerca de l. Que haba tenido un lo fuerte un ao antes. Que su mujer le esperaba todas las noches con una bayoneta. Que la que ms se inclinaba a aceptar sus favores, era la monumental Patricia. A m tambin me gustaba, demonios. Era una mujer completa, una autntica seora a tout plein. Resultaba cautivador verla escribir al dictado. Yo me hart de dictarle cartas. As, a porrillo. Incluso cartas a clientes que no existan. Y la muy condenada llevaba cada da un nuevo color de medias, unos zapatos de nueva lnea o un vestido diferente. Me tena obsesionado. Era una mujer como para morirse, no exista trmino medio. Pronto me enter (fue al tercer o cuarto da) de que Gornal haba hecho grandes progresos. No en vano el to haba estado preparando el asunto desde un ao antes. Yo no poda alcanzarle en tres das. Pero l le haca regalos en francos desvalorizados y yo se los poda hacer en dlares sin desvalorizar. El segundo era yo. Cuando lo supe, me mord los labios con una especie de secreta furia. Nunca me ha gustado ser el segundo. En nada. Y por eso las sugestivas; largas y llenitas piernas de Patricia ya me parecieron menos sugestivas a partir de entonces. Aquella noche... Bueno, ahora lo recuerdo muy bien. Durante bastante tiempo, mi mente ha estado nublada. Algunos detalles resultaban muy confusos para m. Pero eso lo recuerdo perfectamente. Fue la noche despus del cuarto da. Aquella noche Gornal haba insistido en que quera verla de nuevo. Quiz su mujer se haba ido a pasar unos das con su madre. No lo s. El caso era que el buitre tena la noche libre. A la hora de salida recib dos noticias. Una era la del lugar donde estaba el nidito de monsieur Gornal. Me la facilitaba una agencia de investigaciones privada. La otra era un telegrama. Deca simplemente:

  • Hola, Richard. Nada ms. Ni una firma. Pero haba sido expedido desde la oficina telegrfica del aeropuerto de Orly, lo cual indicaba que el hombre que lo haba expedido estaba en Pars. Porque era un hombre. Yo lo saba. Guard el telegrama en el bolsillo, hice un gesto de contrariedad y me dispuse a pasar la noche lo mejor posible. Necesitaba olvidarme de muchas cosas. Y en Pars es tan fcil olvidar! Uno slo se acuerda de la triste realidad a la hora de pagar la cuenta. CAPTULO IVYa estaba otra vez el to all. Roland. Me pareci ms inoportuno que nunca, con sus facciones ptreas, su planta de campen y aquellos ojos entrecerrados que me miraban de una forma tan extraa. Polica dijo. Como si yo no lo supiera. Pero no me mostr la placa. Se limit a hacerme una sea. Venga. Le mir entre las volutas de humo de mi cigarro habano que vala (usted ya lo sabe) por toda una caja. Estbamos en mi despacho del edificio de cristal del bulevar Saint Michel y haca un da de magnfico sol. Qu pasa? Venga y lo ver. No tiene ningn derecho a hacerme ir como un perrito, tirando de la cuerda. Soy sbdito del To Sam. Naturalmente que s, seor me dijo burlonamente. Con todos mis respetos. Y me sac de all. Reconozco que su comportamiento fue correcto. Pero reconozco tambin que el tipo me fastidiaba, con aquella especie de solemne seguridad que se desprenda de l. Nos metimos en un DS-19 negro, ya bastante antiguo. Era lgico. La polica no poda aspirar a nada mejor. Y me llev al hotel Dieu, o sea por decirlo de algn modo el hospital oficial de Pars, muy cerca de Notre Dame. El barrio me gusta. Hasta me gusta el hotel Dieu, que tiene un elegante estilo neoclsico. Pero no me gustaba aquella sala amplia, grande, inhspita. Me llev una mano a la cara, tapndome los ojos. Roland musit: Ms valdr que mire, seor Connor. Mir. Qu asco me dio aquello! Qu terrible es ver una mujer tan hermosa completamente aniquilada, completamente destruida! Roland me empuj un poco hacia la mesa. Mrela bien. S que no es agradable, pero conviene identificarla. Es... Es Patricia. Trabajaba con usted? No exactamente. Perteneca a la empresa de Isaac Gornal, de la que soy asociado. Le agradecera que firmara el acta de identificacin. S..., claro. Estos ya la llevaban preparada, como si estuvieras muy seguros de que iba a firmarla. Mientras me la tendan, mir a Patricia. La haba visto en mejores circunstancias, desde luego. Con las piernas cruzadas. Con aquellos colores de medias tan provocativos que ella sola elegir.

  • Con la boca pulposa y fresca. Ahora estaba convertida en una ruina. El cuerpo de la muchacha tena una blancura casi irreal. Y aquellas marcas... Tambin la haban degollado segndole la garganta. Como si la hubiera matado un lobo. Diversas partes de su cuerpo tambin haban recibido el terrible castigo. Era..., era algo difcil de explicar. Por un momento no comprend cmo Roland poda permanecer tan impasible. Bien dijo. Firme. Lo hice. Dnde la encontraron? balbuc. En un bosquecillo a unos veinte kilmetros de Pars, cerca de la carretera de Orlens. Debieron matarla cerca de medianoche. En un bosquecillo cerca de la carretera de Orlens... Por all tena Gornal, alquilado su nidito. Claro que la polica no deba haberlo averiguado an. O quiz lo saba ya, y se reservaba esa carta. Puedo saber qu piensan hacer? susurr. Investigamos. En qu direccin? No opina que tal vez pregunta demasiado, seor Connor? Trato de decir... que si han molestado para algo a mi socio, el seor Gornal. Por qu habamos de hacerlo? La pregunta era intencionada. Di marcha atrs. Simplemente por una razn: la chica era su empleada. Pero no la mataron en horas de trabajo, claro. Y me ofreci un cigarrillo con una leve sonrisa. No, gracias. Slo fumo habanos. En fin... Le dir qu no hemos molestado al seor Gornal. Slo los trmites de identificacin, naturalmente. Por lo dems, est en libertad, con la advertencia de que no se mueva de Pars. Yo puedo moverme? Por supuesto que s. Pero antes de tomar una decisin de esa clase, tenga la bondad de consultar con la polica. Apret los labios. A buen entendedor, pocas palabras bastan. En cuanto consultara, me saldran con cualquier pejiguera para retenerme en la capital todo el tiempo que les viniera en gana. Bien susurr, procurar no darles preocupaciones. Nosotros tampoco, seor Connor. Le acompao? No, gracias. Tomar un taxi. Cuando sala del depsito de cadveres, un tipo alto y delgado tropez conmigo. Perdone. No se preocupe. Le mir al alejarse. No le conoca, Y sal definitivamente de all. Pars me pareca una ciudad distinta. Acababa de descubrir que las hermosas muchachas de la ciudad tambin terminan estando muertas... CAPTULO VMientras me duchaba, me cambiaba de ropa y tomaba mi tercer whisky del da, decid lo que deba hacer con monsieur Gornal. Del muy buitre no saba nada. Estara en casa, vigilado a punta de bayoneta por su mujer? Habra tratado de huir? Lo habran tenido que hospitalizar, despus de la escenita de Patricia muerta? Lo primero que hice fue ir al despacho de un buen abogado. Conoca a bastantes en Pars. Haba tenido que acudir varias veces a ellos por cuestiones de negocios. Nunca por un asunto criminal. Pero alguna vez se empieza. El tipo al que acud tena una secretaria vieja y fea como los pergaminos de que estaba lleno su despacho. Entre tantos librotes cubiertos de polvo, en seguida me sent mareado. Pero mi consulta fue breve:

  • Qu le ocurrira a un hombre que asesinara a una muchacha a dentelladas, con premeditacin, alevosa, nocturnidad; abuso de confianza y todas las agravantes que usted quiera? El abogado me mir sorprendido. Yo saba que an no haban aparecido los peridicos de la tarde con la noticia del crimen. Ni la radio ni la televisin haban dicho nada tampoco. Por tanto, no poda estar enterado. Qu caso trata de presentarme? balbuci. Es una pregunta puramente tcnica, y le pagar lo que me pida por la respuesta... Pues... Bueno, no, es tan difcil responder a eso, despus de todo. Ira a la guillotina. Seguro? Nada hay seguro en este mundo, amigo mo, y menos en el terreno de la ley. Explquese mejor. Ver... Suponga que a ese hombre se le da por loco. Es lo normal, en un tipo que comete un crimen as. Comprendo. En ese caso murmur el abogado, no ira a la guillotina, sino a una clnica mental. No slo no le mataran, sino que procuraran cuidarle lo mejor posible; Y hasta tal vez saliera, si se curaba, al cabo de quince o veinte aos. Slo con eso ya pagara su crimen? En trminos legales es muy posible que s. Produje un chasquido con dos dedos. Gracias. Qu le debo? Cincuenta francos.. Se los pagu y march. * * *Saba dnde encontrar a Gornal. Mis servicios de informacin, que funcionaban en un pas aunque yo estuviera en otro, siempre haban marchado perfectamente. Gornal tena un pequeo rincn en el suburbio de Neuilly. Un stano sin ventilacin apenas. No reciba all a sus amiguitas, sino que haca algo ms importante: copiaba nuestro sistema de computadoras y trataba de mejorarlo, para as poder lograr una patente propia que le convirtiera en millonario. Lo que se dice un empleado leal, vamos. Pero en este mundo todos tenemos derecho a defendernos, de modo que yo, hasta entonces, le haba dejado hacer. l realizaba experimentos incesantes. Tena una instalacin muy completa y costosa. Su mujer conoca, claro, aquel nidito donde no entraban chicas, sino transistores y transformadores de baja frecuencia. Gornal no dispona all de telfono para no tener que ponerlo a su nombre, lo que hubiera sido un lo. As su mujer no poda llamarle. Y l, con el cuento de los experimentos, muchas veces los realizaba en otro sitio y de otra clase. Qu quieren que les diga? Uno tiene que defenderse cuando le atacan con una bayoneta. Supuse que esa noche Gornal estara all. Era un sitio para pensar, para sentirse slo, para sentirse seguro. Tom el Mercedes y me fui a Neuilly. Buen barrio, pata el que le gusta lo popular. Pero a m que me den el hotel Crillon y los habanos de un dlar. Dej el Mercedes antes de llegar all y rob un Simca. Soy especialista en ellos, comprenn? Se me dan muy bien. Conduje a poca velocidad y entr por la rue des Courriers, angosta y oscura. Pude encontrar un rincn donde meter el coche y me col hasta el stano donde deba estar Gornal. Creo que nadie me vio. Abr la puerta con una llave falsa. Fue cuestin de un momento. Incluso no hice ruido.

  • Gornal estaba vuelto de espaldas. De pronto oy un chasquido y se volvi. Sus facciones se cubrieron de una palidez mortal. Seor Connor..., qu hace aqu? Quiero hablarle, Gornal. Usted no... no... No qu...? De pronto el fulano atac. Deba estar nervioso, desesperado. Muerto de miedo. Llevaba en la derecha una especie de bistur, con el que estaba realizando un complicado montaje electrnico, y trat de clavrmelo directamente ea el corazn. El to no saba con quin se la jugaba. No saba que yo haba estado actuando con los boinas verdes. Fue un juego de nios desarmarle y romperle el brazo, Le tap rabiosamente la boca con la mano para que no gritase. Le tap tambin la nariz y apret con todas mis fuerzas. El to patale, trat de golpearme, trat de dejarme los tobillos hechos polvo. Claro, era su ltima oportunidad. Pero no le sirvi de nada. Cuando le hube matado por asfixia pura y simple, pens que de algn modo tendra que desembarazarme del cadver. Si lo dejaba all, no tardaran en descubrirlo por el hedor. Y adems, su mujer conoca el nidito. Vacil unos minutos, porque resultaba muy difcil sacar un cuerpo a la espalda en la superpoblada barriada de Neuilly. Me veran hasta los guardias del trfico. Tena que pensar en otra cosa. Y de pronto di con la solucin. Haba all una pequea piscina donde apenas caba estirado un hombre, pero que era bastante profunda, hundindose en el suelo del stano. Por medio de conducciones elctricas, se producan all experimentos de catlisis. Gornal necesitaba todo aquello para saber qu clase de materiales iba a poder emplear en su mquina y cmo se comportaban ante las diferentes tensiones de la electricidad. Tambin tena muchos reactivos. Entre ellos un pequeo bidn de cido sulfrico. Desnud a Gornal, hice un pequeo paquete con sus ropas y lo introduje en la piscina tal como vino al mundo. Luego fui arrojando el cido sulfrico poco a poco sobre su cuerpo, hasta cubrirlo enteramente. Tuve buen, cuidado de no resbalar yo tambin y de que no cayese nada de agua. Se hubiera producido una catstrofe. Tampoco fue agradable aquello, puedo asegurarlo. Me pareca que hasta mis pulmones quemaban. Pero ningn olor trascendi fuera del stano; y por otra parte pude tener la seguridad de que todo el cuerpo de Gornal ira quedando abrasado. Claro que lo identificaran por los dientes y por las medidas anatmicas. Pero yo me encargara de que la cosa tuviera otro aspecto. Esparc un poco de cido por las baldosas inmediatas a la piscina, para que pareciesen las salpicaduras de un cuerpo al caer. De ese modo poda parecer que Gornal se haba arrojado a aquel lugar. Que se haba suicidado de una forma horrible. Pero todos los suicidios lo son. Hay quien lo intenta bebiendo salfumn. Hay quien se quema vivo. Hay quien... Bueno, para qu seguir? A m no me gusta hablar de suicidios, y supongo que a usted tampoco. Dej las ropas en muy buen orden, como si se las hubiera quitado l mismo. Luego sal de all. Nadie me vio tampoco. Quiero decir que no se fijaron en m especialmente. La polica, quiz tuviera controlado mi Mercedes, pero no un sencillo Simca. Cuando llegu al sitio donde lo haba robado, ya haba otro aparcado en su lugar. Claro, era lgico. Lo dej de cualquier manera, anduve unos centenares de metros hasta llegar a otra calle, donde haba dejado mi Mercedes, y me alej tranquilamente.

  • Estaba seguro de que no me seguan. Y si lo hacan, haban perdido mi pista. Todo iba a marchar bien, estaba seguro. Regres al hotel Crillon y aquella noche dorm como un bendito. CAPTULO VITuve un mal despertar. De pronto o la voz de Roland. Ms valdr que se levante y se d una buena ducha para despabilarse, seor Connor. Abr los ojos. El tipo estaba all, con las piernas entreabiertas, ante la cama, mirndome con aquella fijeza casi hipntica. Pero sonre. No iba a asustarme ante un polica; por muy franchute que fuera. Qu le pasa? Cmo ha entrado en mi habitacin? Lo he hecho, eso es todo. Tiene permiso judicial? No. Pens que aquello ya era demasiado. Tena que poner a raya a aqul tipo o acabara bailando un can-can encima de mis huesos. De modo que salt. Lo hice con una rapidez fulminante. Yo creo que no lo esperaba. O s?... El gancho que recib me envi de nuevo contra la cama. No llegu a tocarle. Gir sobre m mismo y qued con la cabeza en la almohada, sintiendo que la habitacin daba en torno mo un par de vueltas. Pero eso dur slo un instante. Pude atacar de nuevo. Estaba entero. Y sabiendo ahora cmo pegaba el tipo, no me iba a ser difcil romperle la pierna de un plantillazo. Pero l pareci adivinar mis pensamientos. No lo haga, Connor. No hacer qu? Ya s que tiene fuerza. Quiz demasiada. Me mord el labio inferior. Haba hecho mal lanzndome a aquel ataque. Tena que mostrarme como un hombre tranquilo e incluso algo dbil. Era la nica forma de que no me relacionaran con un asesinato. Bien... susurr, tascando el freno. He tenido un mal momento. Puede estar aqu todo el tiempo que guste. Eso es distinto. Hala, dchese. Lo hice, mientras el tipo se sentaba tranquilamente en una de las butacas. Se siente ms despabilado ahora, seor Connor? me pregunt mientras yo me cubra con un albornoz blanco. Cuando haya tomado mi primer whisky del da. Pues adelante. Empaprrese. A m no me importa que la gente saque scotch hasta por las orejas, con tal de que hable. Hablar de qu? No me contest. Me prepar un buen doble y empec a beberlo con rapidez, mientras tambin me sentaba. Qu le pasa, Roland? Est usted metido en un mal paso, Connor. Por qu? Usted estuvo en Barcelona y una chica muri en circunstancias no slo trgicas, sino repugnantes. Ello le hizo conocer a un inspector llamado Ponce, que no tiene un pelo de tonto. Bien. Y qu? Le dej salir del pas, pero nos previno a nosotros, Era curioso que uno de sus socios, un tal seor Avellaneda, de quien tenemos psimas referencias morales, hubiera de

  • saparecido. Yo no tengo la culpa. No me lo he llevado en la maleta. Y tembl interiormente pensando que pudieran preguntarme por la mquina electrnica. Les bastara invitarme a mostrrsela, para meterme en el apuro ms grande que se pudiera soar. Pero si un hombre que mata no piensa en todo, el polica que investiga tampoco puede hacerlo. An no se haban enterado de lo de la mquina llegada a Orly. Posiblemente no llegaran a saberlo nunca. No, no se lo ha llevado en la maleta, Connor. Ni siquiera ha podido establecerse una relacin entre ustedes dos, hacia las horas en que Avellaneda dej de ser visto. De modo que hasta aqu la cosa poda quedar satisfactoriamente resuelta para usted. Pero en Pars ha muerto otra chica en parecidas circunstancias, y tambin ha desaparecido el hombre que la tena contratada. Fing asombro. Dice que Gornal ha desaparecido? S. Nada se sabe de l. Claro... pens. Lo volatilic anoche... No pretender acusarme de eso... dije en voz alta. Yo no tengo la culpa. No vigilo a mis socios ni puedo hacerme responsable de lo que a stos se les ocurra idear para pasar el tiempo. Tiene razn, pero reconozca que las circunstancias son ms que extraas, amigo. Palidec. Pretende decir que..., que yo...? El to me pona nervioso, no lograba evitarlo. Me era ms insufrible cada vez. Y dej de hablar. No saba lo que me ocurra. Bruscamente me haba puesto a temblar. Y en el fondo era una tontera. Cuando se lo explique a ustedes, dirn: En efecto... Pero qu tontera ms grande. Lo ocurrido era sencillamente esto: Roland acababa de extraer un papel doblado de su bolsillo y me lo tenda. Yo conoca aquel papel. Era un telegrama recibido por m mismo muy poco despus de llegar a Pars. Aquel telegrama sin firma y en el que se contena simplemente una frmula de saludo. Cmo lo tiene? balbuc. Reconozco que fue obrar contra la ley, pero necesitaba estar seguro de algo. Recuerda que al salir del depsito de cadveres tropez con un hombre alto y delgado? S... Lo recuerdo. Era uno de los ms acreditados carteristas de Francia. Un tipo que incluso podra hacer exhibiciones de circo. De vez en cuando rompemos algn atestado policial en el que sale su nombre a cambio de que nos haga pequeos favores, como, por ejemplo, limpiar de sus papeles a alguien sin que ese alguien se entere. En ese caso el objetivo era usted. Y lo que nos interesaba era un telegrama que sabamos haba recibido y que queramos encontrar. Parpade. Me di cuenta entonces de que estaba metido en el centro de una especie de crculo de hierro. La polica lo apretaba cada vez ms. Mis movimientos eran seguidos paso a paso, aunque por fortuna no haban llegado a descubrir lo ms importante. El modo como yo haba vengado a aquellas dos chicas. Y esperaba que no llegaran a descubrirlo. Roland musit: Qu le pasa, seor Connor? Por qu? Est plido... Estoy plido de rabia, agente de la Suret. Estoy asqueado de sus mtodos y de los sistemas que emplean para extorsionar a la gente. Ni tena derecho a entrar en mi habitacin, ni lo tuvo para robarme. Si se molesta en consultar mi agenda, ya que tanto inters siente por mis cosas, ver que en ella figuran los nombres y direcciones de los mejores abogados de Pars. A todos ellos les he dado buenos asuntos relacion

  • ados con la patente de mis computadoras electrnicas. No me costar nada descolgar el telfono y meterle en un lo, Roland. A usted y a sus jefes sentados en las poltronas, teniendo a sus espaldas el retrato del presidente Pompidou. Jefes muy legales, pero que tratan con ladrones y con carteristas. Me ha entendido? O cree que no soy capaz de hacer eso? Roland me escuchaba atentamente. Impvido. Estoy seguro de que me haba entendido. Pero tena un as en la manga y el buitre lo sac cuando dijo: Quiere que tiremos de la manta, amigo Connor? Qu... manta? Si usted descuelga el telfono y llama a uno de sus abogados para que me meta en un lo, yo tambin hablar. Dir exactamente cmo estn mis investigaciones y las que hizo Ponce en Barcelona. Todo el mundo sabr por dnde van nuestras sospechas. No le entiendo. Claro que me entiende. La clave est en este sencillo telegrama sin firma. Lo expidi desde el aeropuerto de Orly un hombre que acababa de llegar a Pars. Ponce est haciendo ahora comprobaciones en Barcelona. Se supone que el mismo hombre lleg tambin all, ms o menos siguindole a usted. Apret los labios. Me daba cuenta de que estaba en un callejn sin salida y de que me acercaba a pasos de gigante a la pared del fondo, en la cual quedara irremediablemente atrapado. Susurr: Quin creen que es ese hombre? Un millonario. Cmo sabe que lo es? Hemos investigado en las cuentas corrientes que usted y l tienen indistintamente. Aunque los empleados y el negocio que tienen en Estados Unidos se hallan inscritos a nombre de la madre de usted, la eminencia gris, el que lo dirige todo, el que ide las patentes y las puso en prctica, fue el remitente de ese telegrama. Es pocas palabras: fue John Connor. Fue su hermano. Lo entiende? Me pas la mano por la boca. Claro que lo entenda. Y no me gustaba. Me puse en pie y me prepar mi segundo whisky de la maana. Quiz estaba bebiendo demasiado, pero lo necesitaba. Lo apur de un trago. No mezcle a mi hermano en esto dije. Lo siento, pero debo hacerlo. Entonces bsquele a l. No me explique nada, maldita sea. Bsquele a l! Mis ltimas palabras haban sido un grito. Estte al borde del shock nervioso. Y aquel maldito de Roland se complaca en eso, dndose cuenta de que me haca perder los estribos. Claro. Era parte de su sucio trabajo. Como el fiscal que te pone nervioso en el interrogatorio, sin atenerse a las normas jurdicas. O como al verdugo que te ejecuta. Extrajo unos papeles ms. Lo siento, Connor dijo, pero hemos buscado a su hermano por todas partes. Puedo asegurarle que la mitad de la polica de Pars est ahora empeada en una gigantesca caza del hombre. Por desgracia sin resultado alguno. Y por eso le llamo a usted. Llamo a su conciencia de hombre civilizado. Le pido por favor que colabore. S que usted quiere a John. Cerr los ojos. S. Le quiero musit. Y aad furioso: Pero no le mezcle a l en esto! Lo siento. Tengo que mezclarle. Y me mostr los papeles que acababa de sacar. Eran fotocopias de dos certificados de nacimiento. Extendidas en ingls por un juzgado de llueva York.

  • Haca justamente treinta aos. Yo entiendo el ingls, claro, puesto que es mi idioma. Y Roland lo entenda por haberlo aprendido. Se trata del nacimiento de dos varones dijo. Dos gemelos. Es decir, John y usted. Su padre haba muerto antes de que nacieran, y su madre los inscribi como hijos legtimos. Y lo eran, por supuesto. Hasta aqu todo est claro. S-dije. Todo est claro. Pero yo saba por dnde iba a ir el to. Y le odi con toda mi alma cuando dijo: Eran, sobre todo, hijos de su madre. Qu trata... de insinuar? Perdneme, pero hay unas muertes de por medio y yo tengo que llegar hasta el fin. Tengo que prescindir de delicadezas. He de hablarle de su madre aunque no le guste. Me tap los ojos con las manos. Estaba a punto de saltar. Pero me contuve porque me iba mucho en aquello. Porque no poda agredir a un polica y ganarme as su odio. Al fin y al cabo yo haba matado a dos hombres. Me aconsej a m mismo, con las facciones crispadas: Paciencia... Paciencia... l continu: Debo hablarle de su madre, la cual no tuvo la culpa de ser as. He estado investigando en los archivos de la polica norteamericana, por medio de la Interpol, y me han sido enviados por radio una serie de datos que considero imprescindibles. Por ejemplo, su madre estuvo encerrada tres aos en un manicomio. Yo segua sin mirarle. Segua con las manos apretndome los ojos. No siga mascull. Est revolviendo toda mi vida. La est manchando, y no slo de fango, la est manchando con heces de perro. Lo siento, pero he de continuar. Entonces no respondo de m. Aguante, Connor... Aguante. No le digo nada que usted no sepa, de modo que slo muy relativamente le ofendo. Por otra parte, ya he empezado afirmndole que su madre no tuvo la culpa de ser as. Millones de personas van cada ao a los manicomios norteamericanos, y esos millones de personas no merecen odio, sino compasin. Adems, su madre slo estuvo tres aos. Y sali dije. Sali curada. S, eso afirma el dictamen mdico. Pero por qu encerraron a esa mujer, que proceda de una excelente familia burguesa de Massachussets? La encerraron porque la llamaban la Loba. De nia morda a sus compaeras de colegio, y cuando ya fue jovencita aterrorizaba a la servidumbre, queriendo destrozar con los dientes el cuello de las mujeres. Sus padres la metieron en un manicomio cuando una criadita que tenan en la casa muri con el cuello destrozado a dentelladas. Oficialmente se acus a un gigantesco mastn de la casa, un pobre perro que fue ejecutado en una cmara de gas de los servicios municipales antirrbicos. Pero sus padres estaban aterrorizados. Y fue entonces cuando encerraron en el manicomio a la pequea, que entonces tendra unos diecisiete aos. Yo no lo negu. No poda negar nada de aquello porque era verdad. Baj lentamente las manos, dejando, de cubrirme los ojos, y mir a Roland. Aunque lo mir con odio, lo hice tambin teniendo clavada en el alma la sensacin de mi derrota. De nada servira protestar. Sus palabras volaban como dardos envenenados hacia m, y yo me senta incapaz de detenerlos. Continu implacable: A los veinte aos ella sali. Tericamente estaba curada. La Loba haba dejado de inspirar miedo. Se comportaba correctamente con todo el mundo. Y como era muy bonita, un hombre de excelente posicin la convirti en su esposa. El seor Connor, ingeniero electrnico, no hizo caso de las taras que se atribuan a su mujer, y hay que reconocer que no se equivoc. Hasta la muerta de l, vivieron felices. Lstima que no llegara a ver a sus dos hijos. Estos dos hijos de que hablan los certificados de nacimiento, seor Richard Connor.

  • Me serv otro whisky. Saba que estaba bebiendo como un pirata, y que eso me iba a perjudicar los nervios. Pero no poda evitarlo. Todo fue bien hasta que... Bueno, cundo ocurri eso? John, que pasaba largas temporadas enfermo, iba a un colegio de Boston. Usted, que tambin pasaba largas temporadas enfermo, iba a un colegio de Nueva York. La salud fsica de los dos no pareca ser su fuerte, pero tampoco su salud mental, de modo que su madre decidi educarles por separado, y hacer que no se vieran prcticamente nunca. Veo que me va entendiendo... Ella debi haber notado en uno de los dos la terrible tara hereditaria, y no quiso que el otro se contagiara. Esa tara, amigo Connor, pudo haberle correspondido a usted en el reparto de la mala suerte, cuando los dos se estaban formando en el seno materno y las leyes de la herencia empezaban a actuar. Pero la lotera le correspondi a John. Qu se le pudo hacer? Nadie tena la culpa, Pero su madre estaba vigilante, y cuando empez a notar ciertos sntomas en John, los separ. Incluso haba ido a tenerlos a una ciudad distinta, donde no los conoca nadie. Desde entonces siempre estuvieron en colegios distintos en casas distintas. Lo nico que hacan era escribirse, y mucho. Sac unos microfilms del bolsillo. El hijo de perra iba bien preparado. No le faltaba detalle. Estos microfilms reproducen algunas de las cartas que ustedes se enviaron dijo. La polica americana, que tampoco es muy escrupulosa en cuestiones legales, los ha obtenido registrando la casa de su madre de usted sin tener permiso. Ha encontrado los fajos de cartas infantiles que ustedes se enviaron en aquel tiempo y que ella guardaba cuidadosamente, atadas con una nostlgica cinta azul. Varias de esas cartas han sido reproducidas en microfilm y me han sido enviadas por correo areo especial. Quiere que le lea alguna? Por ejemplo, sta firmada por Richard y en la que usted, con una letra muy armoniosa, dice a su hermano, quien est en un colegio de Boston, que usted se halla enferm en Nueva York, y que le desea mucha suerte en los estudios. Aqu hay otra en la que; John le contesta con una letra muy nerviosa y que acredita ya un cierto desequilibrio mental. Le asegura que los estudios no van bien y teme qu vayan a suspenderle en todas las asignaturas menos en una: la Fsica. Guard los microfilms. Voy a seguir dijo. Voy a seguir, y crea que lo siento. Tambin me han enviado, de los respectivos colegios, las certificaciones acadmicas de ambos. No son muy brillantes, a causa de las enfermedades, pero hay que reconocer que los dos destacaron poderosamente en Fsica. Quiz era por contagio de su padre, que fue un gran ingeniero electrnico. En lo dems estaban bastante mal, aunque John result muy inferior a usted. Por ejemplo, usted, Richard, termin sus estudios secundarios, aunque no quiso entrar en la Universidad. En cambio John, dos aos ms tarde, an no los haba terminado, y termin dejndolos. Claro que el pobre no tuvo otro remedio. Tambin lo encerraron. Mis dientes rechinaron con violencia. Yo volva, a estar al borde del shock. Pero me recomend a m mismo otra vez: Paciencia... Paciencia... Y me contuve. Lo encerraron porque ya empezaba a manifestar sntomas alarmantes prosigui l. Por ejemplo, hay un viejo informe de la polica en virtud del cual un muchacho de quince aos llamado John Connor atac a dentelladas a una chica en una calle de Brooklyn, y estuvo a punto de matarla. Fue la propia madre de John quien lo encerr en una clnica mental, y estuvo all un ao. S musit. Lo recuerdo perfectamente. Sufr mucho porque no me dejaban ni verle. Era natural prosigui Roland. Su madre haba dado orden expresa en tal sentido. Con ello le protega a usted. En fin..., pasar por alto ese penoso detalle: y me referir a la extraa muerte de Bernadette Astor en una calle de Chicago, cuando John ya tenia diecinueve aos. Apareci deshecha a dentelladas a orillas del lago Michigan, junto a una cancha pblica de tenis. No se encontr al culpable, pero result que John estaba en Chicago por aquellas fechas. La polica le interrog y no pudo acusarle en co

  • ncreto de nada. No siga musit. Para qu me explica algo que ya s y que he lamentado mil veces? Es indispensable que lleguemos hasta el fin, Connor. He visto tambin por fotocopia las listas de sus reemplazos militares. John, en vista de sus antecedentes clnicos, fue considerado intil, en un examen mdico que se le hizo en Boston. Usted, en Nueva York, y puesto que no tena ningn antecedente clnico y su salud ya era formidable, fue considerado til para todo servicio, Le enviaron a Europa y luego usted se reenganch para el Vietnam. Las armas le gustaban. Estuvo en los boinas verdes. Regres hace unos tres aos con las mximas calificaciones obtenidas en combate. Me sonroj. Menos mal que aquel to deca algo agradable. Pero para l no deba serlo mucho, porque aadi: Los boinas verdes no me gustan, seor Connor. Bueno... dije conciliador. Yo no tengo la culpa. Toda la guerra de Vietnam es asquerosa. Dejemos eso. Durante todos estos aos, su hermano John llev una vida gris. Viajaba por aqu y por all, aprovechndose del dinero de su madre. Tenemos cartas que sta guardaba, escritas con la misma letra nerviosa, y que le fueron enviadas desde distintos sitios del planeta. Pero cuando usted vuelve de Vietnam, los dos deciden asociarse para crear una industria de computadoras electrnicas. Ambos tienen frmulas que su padre dej al morir y que hasta entonces no haba visto nadie; ambos son expertos fsicos; adems dinero no les falta, puesto que su madre qued heredera de una bonita fortuna, que pone a la disposicin de los dos. Y se crea en San Francisco el negocio. La duea es su madre. Es ella la nica que comparece en la escritura fundacional y la que designa a John como socio mayoritario y como apoderado general. Usted, en cambio, tiene unas funciones muy limitadas y que no le favorecen, a pesar de ser el nico que trabaja. Por qu cree que lo hizo? No soy el nico que trabaja protest. Mi hermano John aparece poco por las oficinas, pero en realidad todo el da est estudiando mejoras para las mquinas. Los perfeccionamientos son casi enteramente suyos, sin ayuda de nadie. Su cerebro est prodigiosamente dotado para la electrnica. Mi madre va cada da al despacho, pese a su edad, y lleva la parte comercial con mano de hierro. Yo viajo por todo el mundo tratando de abrir nuevos mercados. No s por qu dice esa tontera de que slo yo trabajo. Adems, al hacer socio mayoritario a John, mi madre quiso ayudarle. l era... el que ms poda necesitarlo. Roland asinti. Eso es cierto dijo, y muy propio de una madre que se da cuenta de su terrible drama. Salt. No hablemos ms de eso! Bueno, amigo, no se excite. En realidad, ya he terminado. Mis ltimas frases son stas: creo que John Connor estuvo detrs de usted en Barcelona y est ahora en Pars. Creo que es un loco peligroso y que ha matado a dentelladas a dos mujeres. Creo, en fin, que es una especie de lobo humano. Usted saba que l acababa de llegar desde que recibi ese telegrama, y la cosa no debi hacerle ninguna gracia. Pero se aguant. Es ms, creo que le ha ayudado. De qu forma? Los que seguramente podan acusar a su hermano, por haberle visto incluso cometer los crmenes, eran Avellaneda, en Barcelona, y Gornal, en Pars. Tembl. Aquel hijo de zorra se estaba acercando a la verdad tanto que casi se quemaba. Insist: Y de qu forma... cree... que he ayudado a John? Puede haber dado dinero, mucho dinero, a Avellaneda y Gornal para que no declarasen en contra. Y como primera y elemental medida de prudencia tenan que desaparecer. Usted les ha untado bien la mano. Por supuesto, sabe dnde estn. Cerr otra vez los ojos, para que Roland no viera el brillo que acababa de pasar por ellos. Claro que saba dnde estaban! Demasiado bien!

  • Pero Roland estaba an lejos de sospechar que no haba eliminado a dos testigos con dos pagas extraordinarias, sino con dos muertes. Dgame insisti, sabe dnde estn? No tengo ni idea. De verdad no quiere ayudarnos? Se da cuenta de la responsabilidad en que incurre? No puede detenerme por tratar de ayudar a mi hermano, Roland. La ley dice que no hay delito de encubrimiento cuando uno apoya a un pariente muy prximo, Por lo dems, tampoco reconozco haberle ayudado. Roland se puso en pie. Pareca muy decepcionado por el resultado de la entrevista. Pero haca lo mismo que yo antes. Se aguantaba. No tiene derecho a molestarse si le seguimos murmur apuntndome con el dedo. Es usted el que se sita al margen de la ley. Har lo posible por desbancar su juego, Connor. No tengo ningn juego dije hundiendo los hombros. Soy ms digno de lstima que de odio, crame. Me crey. Hizo un gesto de impotencia y se larg de la habitacin. Al fin y al cabo l tambin estaba al margen de la ley. Todo aquello, por su parte y por la ma, era juego sucio. Me prepar el no s cuntos whiskys de la maana y lo beb ansiosamente, como si fuera un cabo de la Legin Extranjera que acaba de llegar del desierto. Hasta solt un taco al dejar la botella. CAPTULO VIIHe de hablar de Virginia Bolden. No lo he hecho hasta ahora. No, no recuerdo haber mencionado a Virginia Bolden para nada. Pero existe. E iba a ser importante en mi vida a partir de la maana siguiente, cuando, despus de haber deambulado casi la noche entera por Pars, me tumb para dormir unas horas. Creo que eran las cinco de la madrugada cuando cerr los ojos, y hacia las diez son el telfono. Naturalmente, no me molest en descolgarlo. A las once y media me levant. Fui directo a la ducha y estuve largo rato bajo el agua, tratando de clarificar mis pensamientos. Al fin sal y me prepar un whisky. Despus de beberlo me vest calmosamente. Tena que salir y hacer algo. Tena que preocuparme por el negocio, aunque fuera a rachas. Desde mi llegada a Pars no haba vendido una escoba, como se dice vulgarmente acerca de los negocios que van de cabeza a la quiebra. Me puse la corbata y descolgu el telfono. Lo primero que hice fue preguntar en conserjera quien haba llamado, aunque lo daba por supuesto. He recibido una llamada telefnica dije, pero cuando iba a descolgar han cortado la comunicacin. Tiene idea de quien puede haber llamado? Han dejado algn recado para mi? Deba ser un hombre llamado Roland, supongo. No, no seor... Al contrario. Era una voz de mujer muy agradable. Ha dicho que seguramente volvera a llamar. No dio su nombre? No. Slo asegur que usted la conoca. Entrecerr los ojos y pas revista mentalmente a todas mis amistades femeninas de Pars. Secretarias de hombres importantes con los que haba tenida negocios, esposas de algn agregado de Embajada... Ellas eran las nicas que podan tener idea de que yo estaba alojado en el Crillon. Por lo dems, conoca a una divertida variedad de muchachas alegres a cual ms estupenda, pero sas no conocan ni mi nombre. Me encog de espaldas. Bueno, quien fuese ya llamara. El conserje carraspe al otro lado de la lnea,.

  • Si no quiere nada ms, seor... S. Un momento. Busque en la gua y pngame con la casa de un tal Isaac Gornal. Bien, seor. Cuelgue. Lo hice. Mis facciones estaban surcadas por unas arruguitas de preocupacin. Demonios, era extrao que el cuerpo de aquel tipo an no hubiera sido descubierto. Lo natural era que la esposa, al no volver l, hubiese ido al stano donde saba que realizaba sus; experimentos, a ver si lo encontraba. Y que se hubiese tropezado de narices a boca con aquel espectculo de fiesta mayor. S, eso era lo natural.. Y que la polica ya lo supiese. Y que la Prensa y la televisin hubieran armado, el gran guirigay hablando del cadver desnudo y baado en cido sulfrico. La verdad era que con la muerte de Gornal, yo me haba expuesto mucho. Haba, hecho una pompa de jabn a toda prisa y esa pompa, tena que estallar por algn sitio. El telfono son. Lo descolgu temblando. La voz del conserje dijo untuosa: Con la casa del seor Gornal. Una voz un poco spera me pregunt al cabo de unos instantes: Qu hay? Yo habl con la mayor naturalidad: El seor Gornal? No est. Bien..., pens. El pastel an no haba sido descubierto. Por lo menos la cosa marchaba. Y la seora Gornal?susurr;. Tampoco est. Perdone, pero quin es usted? Yo soy la chacha, la criada, la maritormes..., lo que le d la gana! Y ya estoy harta de apuntar, entiende? Me han dejado sola y no s ni cundo voy a cobrar el mes. El seor se habr largado con alguna de sus aventurillas, creyendo que luego podr dar una explicacin a su mujer. Como si ella fuera tonta! Y como si ella no tuviera tambin sus los! En cuanto vio que l no vena dos noches seguidas, me dijo: Peor para l. Yo tambin quiero vivir mi vida. As escarmentar. Y se larg con un chico que no tendra ni veinte aos. Ella tendr que soltarle pasta, claro. Porque est hecha un tonel! Y el muchacho vala la pena, no crea. Bueno a todo esto, qu quiere? Nada dije. Gracias. Colgu con una sonrisa. Haba tenido mucha suerte. La esposa de Gornal, en lugar de buscar a ste, se haba largado por su parte, dispuesta a vivir la vida. Y era posible que estuviese vivindola un par de meses. Las cosas no me podan ir mejor. Encend un cigarrillo, sintindome de pronto ms optimista que nunca, y me puse la americana para salir. Iba a abrir la puerta cuando llamaron con los nudillos. Franque la entrada. Y entonces me encontr con Virginia Bolden. No la haba visto al natural ms que una vez, en Nueva York, cuando me impresion su soberana belleza. Y ahora segua impresionndome. Cerr poco a poco la puerta. Virginia Bolden me mir cmo si creyese que yo no exista, como si de pronto se hubiera puesto a pensar que todo aquello era una especie de alucinacin. Dijo con voz dbil: Puedo sentarme? S... Claro que s. Lo hizo. Tena una manera soberbia de cruzar las piernas. Y eso que ella no lo pretenda.

  • Pero cuando una mujer tiene unas piernas como las de Virginia Bolden, hace bien cualquier cosa que haga con ellas. He telefoneado antes musit. De modo que eras t...? Has odo el telfono? S; pero estaba en la ducha. Cuando he llegado a descolgarlo, ya era tarde. Y aad, sin comprender por qu estaba all: Cmo es posible que hayas llegado a Pars? Son mis vacaciones. Bueno... Adems, son una especie de huida. Por qu? Susurr con un temblor en los labios: Tengo miedo, Richard. Miedo... de quin? De John. Quieres decir que has huido de l? Puedo asegurarte que s. Ahora tambin temblaron mis labios. El destino tiene bromas bien amargas, la verdad. Ella haba atravesado el Atlntico para huir de un hombre, creyendo dejarlo a su espalda. Y no sabia que en realidad iba a su encuentro. Que lo encontrara justamente en Pars. Qu te pasa, Richard? balbuci. Nada... Te has quedado plido. No hagas caso. Es que el clima de Pars no me sienta bien a ratos. Explcate, por favor. Es sencillo. T sabes cmo conoc a John. Fue por telfono. Fue aquella noche en que me llam porque quera suicidarse. Yo era asistente espiritual. Le di una serte de consejos y al final le hice cambiar de opinin. Para m fue un gran triunfo. S, lo recuerdo, perfectamente. John pasaba por pocas terriblemente depresivas, en que quera quitarse la vida. Fue mam, incapaz de convencerle, quien le pidi que llamara por telfono a un asistente espiritual. Ella entrelaz los dedos nerviosamente sobre sus torneadas rodillas, sin darse cuenta de lo que enseaba sin darse cuenta, claro, de lo que sugera. S, eso es... musit Virginia. Pero t sabes bien que esos casos son complicados. Nunca terminan con una sola conversacin. l me llam otras veces y me plante sus dudas. Fue desnudando su alma ante m. Y entonces yo sent algo que no haba sentido nunca: una mezcla de nusea y de piedad, de compasin y de miedo. Su alma era tan sucia y tan abyecta como una cloaca de Nueva York. Pero l no tena la culpa! Me fui dando cuenta poco a poco de cules eran sus verdaderos sentimientos. Odiaba a todo el mundo. Quera destruir a dentelladas. Era... era... Mis manos temblaron. Dije con voz casi rabiosa: No sigas, por favor. Ella se estremeci. Perdona, Richard, comprendo que te estoy molestando. No, no... Soy yo el que te est recibiendo mal. T has venido hasta Pars para buscar ayuda. Sabas que siempre me hospedo en el Crillon y te has molestado ea venir a verme. No es lgico que te reciba as. Di lo que quieras. Ya est dicho: tengo miedo... Y t sabes que he luchado con todas mis fuerzas para convencer a John. Incluso os fui a visitar a ti y a tu madre, un da en que me conocisteis. Pero no quise hablar con l. Cuando me llamaba, dej de contestar. Me daba..., cmo explicarlo? Me daba asco! Pero al mismo tiempo tambin me daba pena, y por eso un da le contest que me escribiera. l lo hizo. Tena una letra nerviosa y casi demencial, pero se entenda. A veces se entenda incluso demasiado. Me lleg a decir que... que... Roc sus dedos que haban quedado fros. Por favor, no sigas. Es que..., quiero que me comprendas! He huido porque tengo miedo! S que va a pasarme algo horrible! l es un verdadero lobo humano y los lobos humanos matan a las perso

  • nas que ms quieren! Me estremec. Las ltimas palabras de la muchacha haban sonado en mis odos como campanillazos, como mil campanillazos desacordes que me enloquecan. Luego el silencio se hizo solemne, espantoso. Yo slo oa dentro de mi crneo las ltimas y estremecedoras palabras: Matan a las personas que ms quieren! Comprend lo que poda o lo que iba a suceder. Ella musit con un hilo de voz: Qu te pasa, Richard? Me estremec. Pero la verdad fue que casi no llegu a or sus palabras. O slo los timbrazos metlicos, escandalosos, detonantes del telfono. No quise descolgarlo. Yo saba por qu. CAPTULO VIIIVirginia susurr: No contestas? Pobre, dulce e inocente Virginia, que no sospechaba lo que puede haber detrs de los telfonos que suenan, detrs de las paredes de la gran ciudad donde alienta, palpita y se remueve la extraa jaura humana! Para Virginia todo era verdadero y honesto. Ella ayudaba a los hombres a no morir. Y no poda imaginar que otras personas ayudaban a la gente a no vivir. Al fin descolgu el telfono porque ya no poda soportar aquellos timbrazos. Diga. Reconoc la voz. Hola, Richard. Deca sencillamente eso: Hola, Richard. Igual que en el telegrama. Yo qued sin respiracin. Y la voz suba de tono, se haca amplia y potente, lo llenaba todo. Hola, Richard... Hola. Richard... HOLA, RICHARD. Acerqu el auricular a la cara de. Virginia Bolden. Ella se estremeci. Sus labios temblaron, mientras sus facciones se cubran de una extrema palidez. Es John... musit. Reconoces su voz? Claro... que s. Colgu. No haca falta decir ms. Ella acababa de descubrir (demasiado tarde tal vez) que al llegar a Pars no haba hecho ms que meterse en una trampa. Virginia susurr al cabo de unos instantes de silencio, creo que he de darte un consejo que se resume en pocas palabras: Cada diez minutos sale de Pars un avin con destino a pases extranjeros... Ve adonde quieras. Lrgate al Pakistn si te apetece, pero no permanezcas en Pars ni un solo da. Estoy seguro de que John te encontrar. Estoy seguro de que... puede ocurrir algo horrible! Ella haba bajado la cabeza. Jugueteaba con sus dedos en el borde de la falda. Nunca imagin que l poda estar en Pars susurr al cabo de unos momentos. Creo que me ha seguido. O tal vez se enter da que t ibas a venir aqu y se ha anticipado, tomando un avin que sala un par de das antes que el tuyo. Richard..., qu debo hacer? Ya te lo he dicho: largarte. Pero... l me seguir tambin. No tiene por qu enterarse. Imagina que hace vigilar los aeropuertos. Tiene dinero. Puede pagar a una pequea legin de detectives privados. Eso era cierto, y no me atrev a contradecira. Yo tambin haba empleado a detectives privados muchas Veces. Resultaba relativamente fcil saber si una persona iba a sal

  • ir de Pars, fuese por el aeropuerto de Orly o por el de Le Bourget. Por tanto, tambin resultara fcil seguir a Virginia. Ella insisti: Por favor..., no me dejes sola. Tratas de decirme que te acompae? S. Es que yo sola no me atrevo a... a... Tienes miedo, verdad? S, Richard. No puedo ni hablar. Estoy aterrorizada. Lo malo es que yo tengo trabajo en Pars. No puedes dejarlo? Me mord el labio inferior. Bueno, todo es relativo en este mundo... dije. He venido a trabajar y, sin embargo, hasta ahora no he hecho nada que valiese la pena. Igual puedo dejarlo por unos das ms. Que los negocios se vayan al diablo. Ella sonri. Por vez primera vi brillar una lucecita de esperanza en sus ojos. Demonios, cmo me gustaba aquella chica! Desgraciadamente, no puedo volver a Amrica susurr. En mis proyectos figuraba visitar Roma, donde tengo unos posibles clientes. Si quieres, vamos hacia all. De ese modo no estropear del todo el trabajo y t estars segura. Virginia se puso en pie. Y me dio un beso en la frente. Adorable muchacha que no conoca el mal! En ese momento volvi a sonar el telfono. Lo descolgu. Era la oficina de Gornal. Es decir, mi oficina, segn se miraran las cosas. Monsieur Connor... Soy Denise. Denise... S, la recordaba muy bien. Mejor dicho, recordaba sus piernas. Ah, su boca tambin. Denise era una adorable mujercita capaz de vender no una computadora, sino un acorazado. Qu ocurre? Monsieur Gornal no ha venido por aqu, y desde su casa no contesta ms que una sirvienta estpida. Esto est un poco desorganizado. No puede darse una vuelta? Hay cartas por contestar, facturas pendientes... Creo que usted tiene poderes para encargarse de todo eso. Bien. Me dar una vuelta. Y fui a colgar. Pero Denise aadi: Un momento, monsieur. Hace poco ha llamado una persona preguntando por usted. Muy amable, por cierto. Me ha dicho que era su hermano John. El auricular tembl un momento en mi derecha, pero logr sobreponerme. Qu quera? Solo saber si estaba usted ah. Est bien. Gra... gracias. Perdone si mi hermano John la ha molestado con esa llamada. Todo lo contrario, monsieur. Pocas veces haba pasado un rato tan divertido. Con permiso, monsieur. Hasta luego. Colgu y dije a Virginia, con facciones opacas: He de ocuparme de negocios durante unas horas, pequea. Te aconsejo que mientras tanto vayas a cualquier agencia de viajes y compres dos pasajes para Roma. De da no te ocurrir nada, aun en el supuesto muy improbable de que te encontraras con John. Nos reuniremos aqu a las cuatro de la tarde, dispuestos para salir. Te parece bien? Perfecto, Richard. Tienes dinero? Oh, claro que s. Yo olvidaba por unos momentos que Virginia proceda de una familia muy rica. Era de esas mujeres que unos aos antes me hubieran resultado inasequibles. La mir con deleite, aunque procurando que no se transparentara en mis ojos. Luego le di un cachetto en la mejilla y sal.

  • En efecto, la oficina estaba bastante desorganizada. Las empleadas se dedicaban a mirar tranquilamente el trfico del bulevar Saint Michel. Otras fumaban, con las piernas sobre las mesas. Denise me puso al tanto de lo ms indispensable. No s qu ha podido ocurrir con monsieur Gornal. Hasta me temo algo desagradable, porque aqu ha estado un hombre muy guapo con aspecto de polica. Ha hecho unas cuantas preguntas y se ha largado. Era rubio y se llamaba Roland? Desde luego, era rubio. En cuanto al nombre, creo que se llamaba as. Me puso unos papeles sobre la mesa. Esto son las nminas. Debe poner el conforme y el Banco se encargar de lo dems. Aqu tambin hay unas cartas que monsieur Gornal haba dejado pendientes y que puede firmar usted. Lo hice. Despus de aquel trabajo vino otro. Com algo a las tres de la tarde, y volv a la tarea. Algunos clientes pelmas se empearon en conocer detalles sobre la mquina y en verme a m personalmente, (Idiotas,!: Con lo estupendas qu estaban las chicas!) Total, eran ms de las siete cuando llam al Crillon. Virginia estaba all. Y muy inquieta. Qu ha ocurrido,. Richard? Un desastre. Tena muchas cosas que resolver. Imagino que nuestro avin estar a punto de salir y que deber darme prisa. Ella suspir. Debieras conocerme un poco mejor, Richard. Soy una mujer previsora. He pensado que tendras mucho trabajo y he tomado pasajes para maana al medioda. Mientras tanto, he alquilado una habitacin, en el Crillon, en el mismo piso que t. Pero... No temas, cario; no me ocurrir nada. Y colg. Yo lanc un suspiro tambin. Virginia Bolden, en efecto, haba sido muy previsora al aplazar el viaje un da. De ese modo yo podra resolver lo ms indispensable en la oficina. Y, de pasada, mi actitud de perfecto hombre de negocios me favorecera bastante a ojos de Roland y sus jefes de la Suret. Pregunt a Denise si poda quedarse. Maana me voy a Roma y quisiera dejar esto un poco arreglado, al menos hasta que vuelva monsieur Gornal. No podra ayudarme durante algunas horas? Slo hasta las nueve. Justo las nueve. Ya comprendo que querr volver a casa. No, no volver directamente a casa. Tengo una cita. Ah, bien. En el Bosque de Bolonia, nada menos. Ir all en mi coche, hasta la altura del Parque de los Prncipes. Luego es posible que nos vayamos a bailar un rato. Me parece perfecto. Es usted una chica que tiene que divertirse, Denise. Y volv a ensimismarme en unos balances que acreditaban los engaos de que me haba hecho objeto Gornal. El muy buitre se quedaba la comisin de las mquinas que venda directamente, asignndola a revendedores imaginarios. Por este procedimiento haba obtenido en un ao cerca de cien mil francos. A las nueve en punto, Denise se fue. Buenas noches; monsieur. Apago la luz? S, gracias. Las oficinas quedaron iluminadas solamente por la luz que haba en mi mesa. A travs de los cristales penetraba muy suavemente el ruido del trfico del bulevar Saint Michel. Me ocup en el examen de una ltima serie de documentos hasta que mir mi reloj. Las diez menos cuarto. Pens en Denise Denise, que tena una cita a las diez.. Y en el Bosque de Bolonia.

  • El Bosque de Bolonia tiene sitios ms oscuros que una cueva. Fui a encender un cigarrillo. Y de pronto el cigarrillo escap de entre mis labios. Dios santo... Me levant y fue a la planta baja a toda prisa. En la planta baja estaba el aparcamiento para los inquilinos. Torn el Mercedes y conduje a toda la velocidad posible hasta la encrucijada del Arco de Triunfo, para desde all llegar al Bosque de Bolonia por la avenida Foch. Pero el trfico de Pars era muy denso. Parar, arrancar, parar, arrancar... Cuando llegu al Bosque de Bolonia eran las diez y cuarto. Y an desde all tuve que alcanzar el punto, muy lejano, en que se encuentra el estadio deportivo llamado Palacio de los Prncipes. Todo estaba muy oscuro. Apenas pasaban algunos coches raudos, araando con sus faros las tinieblas de la noche. Arrim el Mercedes al bordillo y mir. Denise tena un Caravelle de segunda mano con capota metlica. Una bombonera de dos plazas. Lo conoca por haberlo visto en el aparcamiento del edificio. Estaba aparcado en un punto muy oscuro y muy discreto. Un buen lugar para una cita. Me aproxim, mientras senta que me temblaban las piernas. SEGUNDA PARTE LOS DIENTES DEL LOBOCAPTULO PRIMERORoland casi me zarandeaba, sujetndome por las solapas. Despert confusamente y me pareci que sus manos eran gigantescas. Protest, pero las fuerzas me faltaban. Mis rodillas estaban temblando como antes, cuando me acerqu al coche. Como antes? Cunto tiempo haba transcurrido? Me frot los ojos y supliqu a Roland: Por favor, djeme. l me solt. Evidentemente slo haba querido despertarme, y ahora yo estaba ya bien despierto. Mir a travs de la ventanilla. El da clareaba. Una luz turbia y gris se desparramaba por encima de los rboles del Bosque de Bolonia. Por lo tanto, haban transcurrido muchas horas desde que... Me di cuenta entonces tambin de que tena un poco de sangre seca en la cara. Y de que el Mercedes no estaba en posicin normal. El volante estaba un poco desencajado. Parte del cap se haba levantado algo. La farola con la que yo haba chocado formaba una grotesca ese. Roland me ayud a salir. Plpese los huesos me aconsej. Se encuentra bien? Tiene algo roto? No, no tena nada roto. Eso lo saba yo bien. Slo estaba a punto de sufrir un ataque de nervios. Pase la mirada en torno mo. Nos encontrbamos en una especie de isla, puesto que estbamos rodeados de policas uniformados por todas partes. Los motoristas abundaban all ms que en una prueba de motocross. Los escasos coches que a aquella hora pasaban por el lugar no podan acercarse a nosotros. Debi estrellarse por la noche dijo Roland. Y como est en un camino lateral, nadie le ha visto hasta que, al amanecer, ha pasado un patrullero en un rutinario servicio de ronda. Pero tambin hemos encontrado algo ms. Venga. Tir de m. Me introdujo en uno de aquellos DS negros que yo ya conoca y me traslad a poca distancia, a unos dos kilmetros. All estaba el Caravelle de Denise, materialmente rodeado por un cordn de policas. Roland hizo sonar levemente la sirena y nos permitieron el paso. Baje.

  • Baj. Acrquese. Me acerqu. Haba que mirar acercndose mucha a la ventanilla, porque la humedad de la noche haba empaado los cristales. Pero aun as el espectculo era estremecedor. Denise estaba materialmente destrozada. Se notaba que haba tratado desesperadamente de salir de aquella especie de bombonera que era su Caravelle Pero no haba podido. La bombonera era demasiado estrecha. Y estaba teida en sangre. En el cuello de Denise se marcaban profundamente las huellas de los dientes que le haban segado la garganta. Y tambin tena dentelladas en otras partes del cuerpo. Roland me sostuvo. Sus ropas aparecan hechas jirones. Muchos coches habran pasado cerca, mientras se consumaba el infernal sacrificio. Y habran iluminado con sus faros el Caravelle. Sin imaginar lo que ocurra bajo la capota. Va a caerse, Connor. Es cierto... Me tiemblan las piernas. Estoy avergonzado. Eche un trago. Y me tendi una botella metlica, chata, que desenrosqu con avidez. Era whisky legtimo. Despus de haber bebido un par de tragos me sent mucho mejor, aunque tena el estmago revuelto. Qu ha ocurrido?balbuc. Y lo pregunta? Quiero saberlo! Quiero saber exactamente lo que ha ocurrido! Usted sabe que estoy envuelto en esto! Roland sac calmosamente una libretita y consult unos datos. Tenemos intervenido el telfono de su oficina y, por supuesto, tambin el de su apartamento del Crillon. Puedo decirle la hora exacta de cada llamada que hizo usted y de las que recibi. Hizo bastantes, pero slo le destacar tres: primera, a usted le llam un hombre que deba ser John; segunda, a usted le llam una chica que no era sino Denise, la que yace aqu; tercera, Denise, a su vez, haba sido llamada antes por un hombre cuya voz coincida con la de la primera comunicacin que he mencionado. Es decir, suponemos qu era John. Yo tena la boca seca. Le dej que continuara. John es un tipo muy amable dijo Roland. Tiene mucha labia, y para las mujeres debe estar dotado de una gracia especial. Empez preguntando a Denise por usted y al cabo de cinco minutos ya parecan amigos de toda la vida. La convenci para que se encontraran a las diez en una parte del Bosque de Bolonia. Apret los puos. Entonces, usted ha fracasado, Roland. Por qu? Conoca el lugar de la cita. Por tanto, pudo estar aqu y evitar el crimen. No conoca el lugar de la cita me corrigi. Cmo? Le acabo de decir en una parte del Bosque de Bolonia, no en sta. Al contrario, por telfono la haba citado en el lugar opuesto, cerca de la Porte Maillot. Y no la volvi a telefonear ms, de manera que destacamos una fuerte vigilancia en todo ese sector. Pero luego debi avisar a la chica de alguna manera. Por ejemplo, con una carta nematique, que pudo garrapatear en tres minutos y echar en otros tres. Y en esa carta la debi citar aqu, desorientndoles a ustedes... Por supuesto. Yo me llev las manos a la cabeza. Si pudiera matar a John le... le matara farfull. Lo malo es que no puede matarle. John est libre y actuar de nuevo. Debe convencerle

  • . Para que se entregue? S. Le prometemos una clnica mental dnde cuidarn de l. He hablado ya con el fiscal