sheinbaum, diego - leyendo a hölderlin

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    LEYENDO A HLDERLIN

    LEYENDO AHLDERLIN

    Diego Sheinbaum*

    La poesa y la ciudad

    Mirando a mis compaeros delseminario sobre Hlderlin record una extraa visin que haba tenidohace diez aos de un zoolgico o reserva natural de poetas Cmohabamos llegado hasta aqu? Nos haba engaado una calurosacorriente de entusiasmo juvenil o le habamos querido dar forma a unhelado resentimiento? Mientras los vea bostezar sospechaba que haba-mos olvidado las razones del vuelo. Nuestros prpados purpreos, loscuerpos distendidos y los brazos flccidos estaban impregnados deesa pereza propia de los animales en cautiverio. Dnde estbamos?Tena algn papel la poesa en la ciudad? ramos simplemente unaespecie fuera del espritu de los tiempos, protegida en una reserva quesimulaba las condiciones originales de nuestro hbitat?

    Estas preguntas no eran tan gratuitas en m, tenan una historia.

    La poltica y la poesa aparecieron simultneamente en mi vida comodos caras de una moneda, como el da y la noche, aunque sus papeleseran intercambiables. Alrededor de los deicisis aos descubr la poesacomo una especie de catacumba a la que descenda para regodearmeen sus cmaras solitarias, en las bvedas de sus palabras, en las sla-bas que se deshacan alimentando esa identidad misteriosa. Por esas

    * Exalumno de Ciencia Poltica, ITAM.

    TAM Derechos Reservados.

    reproduccin total o parcial de este artculo se podr hacer si el ITAM otorga la autorizacin previamente por escrito.

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    mismas fechas, entre los libros de mi madre hall uno que hablaba delas formas ideales de gobierno. Las esencias y ciclos que describanAristteles, Platn y Polibio me sedujeron de inmediato, tal vez por

    esa mirada taxonmica que vea los cuerpos polticos como si fuerangrandes animales o tal vez por esa manera de destilar con una claridadembriagante los principios que movan a los hombres bajo diferentesregmenes. Poltica y poesa incitaban mi corazn con igual fuerza y eseimpulso los una en mi imaginacin como posibles cnyuges. De estaconfusin nacieron extraas historias. Me acuerdo de haber escrito unasobre un nio de nueve aos que morda a su maestra en el patio dela escuela en nombre de los ideales de la Revolucin Francesa.

    Ahora en mi seminario de doctorado me daba cuenta de que losmisteriosos e hipotticos comercios entre mis dos musas me seguanintrigando. Lo ms extrao no era el ambiente lnguido, propiode cualquier clase, sino el contraste con la agitacin de los versos deHlderlin. Frente al desfallecimiento con que se lean sus poemas yosenta un temblor, una sacudida, algo que estaba apunto de romperse.Pero esta viveza no siempre brotaba de las pginas. El misterio slosurga en el anonimato, bajo la luz ntima, a puerta cerrada.

    Qu encontraba en los poemas de Hlderlin? Es difcil descri-birlo. Algo fresco, un tmido roco que haca latir los cuerpos de lasmontaas y los rboles, que se converta en el fluir transparente delos ros. Las estaciones marchaban cada una a su ritmo. Sobre todoestaba el otoo, el tiempo de la maduracin, la ofrenda y el sacrificio:las hojas tomando el color del ocaso. Sumergindome un poco msdescubra esa misteriosa correspondencia entre los movimientos dela naturaleza y los del corazn humano; la cancin del poeta era uneco de las silenciosas melodas de la vida y sus elementos. Pero silos versos de la primera poca de Hlderlin me alcanzaban, los de lasgrandes elegas me remitan al misterio de su poesa. En ellos brillabala oscuridad. Eran versos mojados en un vino antiguo, enigmtico. Suembriaguez era lejana, triste, ocenica. En ellos Hlderlin alcanzabaesa dimensin mitolgica; su poesa era un velo frgil, lleno de graciay formas inesperadas, una tela que, en cuanto a su aliento csmico

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    podra atribuirse a Ovidio, pero tena un ligero aroma a descomposi-cin, a sombra, a sudario:

    Vuelven las grullas hacia ti, y dirigen de nuevolos navos su rumbo a tus orillas? Acarician las brisas deseadastus tranquilas aguas? Y atrado desde lo profundo

    baa el delfn sus lomos en la nueva luz?1

    Este hechizo desapareca cuando lea las lneas en el seminario.Las imgenes se volvan pesadas, la sintaxis desvelaba sus articulacio-nes viejas, sus muecas retricas, como si de las cabezas de los asistentes

    surgieran serpientes lustrosas, verdes, temibles. Nuestras miradastransformaban el gozo privado en sopor pblico, la ligereza y el vuelontimo en gravedad y lentitud compartida: Demasiadas manos paraun hilo tan fino? Demasiados cazadores para lograr vislumbrar unacriatura veloz, frgil, huidiza?

    La experiencia en clase slo confirmaba un sentimiento que mehaca rehuir las lecturas pblicas de poesa y, en general, cualquieracto pblico de literatura. Todos ellos tenan un halo de prdica, de

    oficiantes y feligreses. La figura del poeta ejerciendo en pblico mepareca completamente anacrnica. En cada uno de estos eventosse me revelaba el triste destino de la poesa que segua el camino delas grandes religiones: no tena lugar en el mundo, vagaba como unridculo fantasma de otra poca. A estas conclusiones llegu despus, alrememorar mi experiencia en el seminario, pero mientras esperaba miturno para leer no me resignaba: Cmo poda evitar matar a Hlderlinen pblico? Cmo no indigestar de hasto a mis compaeros? Haba

    seleccionado un poema de juventud llamadoEl Viajero. Pens haceralgo dinmico, esboc un guin en el que apareca un alemn conpeluca blanca, ataviado con ropas anticuadas, leyendo poesa, sobreun fondo notoriamente contemporneo, con turistas japoneses y unamultitud enfebrecida realizando compras. Lo que quera era mostrar

    1 Friederich Hlderlin, El Archipilago, 1979, Madrid, Alianza, trad. Luis Dez del Corral.

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    de manera burda la distancia que haba percibido en las lecturas en elsaln de clases, el vaco de las palabras, el ocano que nos separabade Hlderlin y su poca. Estas imgenes seguramente podran hacer

    sonrer a alguno, pero, al mismo tiempo, con ellas perda lo que consi-deraba ms valioso de Hlderlin. Slo traicionando su espritu ganabaa los compaeros. Pero entonces, me asaltaba de nuevo la duda, sepodan traer las palabras de Hlderlin a nuestro tiempo o slo eraposible ir hacia l en lo oscuro de la noche, en su silencio?

    La generacin de 1790

    Qu mundo pisaba Hlderlin? Qu escenarios reales alimentaban lospaisajes imaginarios por donde vagaba el viajero, esa figura tan frecuentede su poesa? El ao 1790 apareca en mi imaginacin junto a la cabezaguillotinada de Luis XVI, que rodaba acompaada de los planetas y elmanto de las constelaciones. El cauce completo de la creacin se habadesbordado de la vieja presa y cargaba tambin figuras menores comocuras, campesinos y sirenas. Para m eso era mil setencientos noventa:el final de una poca y el no menos catico principio de una nueva.El viajero de Hlderlin nadaba entre los torrentes, llevado por fuerzastemibles pero tambin llenas de posibilidades.

    La reaccin inmediata frente a esta falta de forma la retrata Hlderlinen la primera versin deLa Muerte de Empdocles; eslo que podra-mos llamar el salto revolucionario que repetiran movimientos yvanguardias durante los siguientes dos siglos: la maroma por encima

    de las costumbres, de las leyes, hacia el contacto inmediato con lanaturaleza y los hombres, una lnea que cautiv a Occidente desdeRousseau hasta Jim Morrison.

    Pero en las transformaciones deEmpdocles comprobamos esesegundo camino que decidi tomar Hlderlin, y su generacin. A lava poltica, francesa, que haba desembocado en el terror, respondie-ron con el camino espiritual y no poltico. Desde Schiller hasta Hegeldecidieron que, antes de forjar instituciones, haba que forjar valores;

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    que la violencia de nada serva sin el convencimiento. Si Francia erala patria de la poltica, era el destino de Alemania llevar a cabo estamisin espiritual, educativa. En losHimnos de Tubinga encontramos

    ese canto embriagado a la libertad, a quien el poeta defendera frente alas mismas puertas del Orco. Sin embargo, no es la violencia lo quecaracteriza estos versos sino una extraa humildad, un asombro antelas fuerzas del cosmos y la finitud del hombre.

    As el viajero de Hlderlin como figura emblemtica de su genera-cin tiene la extraa combinacin de humildad y lucidez para ver lasparadojas y contradicciones de la nueva poca. Sabe que la libertadha sido conquistada al provocar una herida en el orden. Para hacerse

    libres los hombres se han tenido que desvincular del resto de la crea-cin. El premio de su madurez ha sido caerse del rbol de la vida. Nopor nada Hlderlin se refera a Kant como el Moiss que los habaliberado y conducido al desierto para darles las nuevas y severas leyes,las tablas de la libertad radical: emancipacin frente a la tradicin, lasociedad y la naturaleza.2 Pero en medio del desierto, la generacinde Hlderlin contempl por primera vez el costo de esta autonomay entendi que su tarea difcil y compleja era reconciliarse con el

    orden, con los hombres y con la naturaleza.Los trminos de la sntesis fueron identificados de maneras varia-

    das. Para Friedrich Schlegel la tarea era unificar a Goethe y a Fichte, lapoesa del primero representando lo ms alto en belleza y armona;la filosofa del segundo era la declaracin ms plena de la libertad ysublimidad del yo. Otros como Schleiermacher y Schelling hablabande unir a Kant y a Spinoza. Pero una de las formas ms comunes eraplantear la cuestin en trminos histricos, como el problema de unirlo ms grande antiguo con lo ms grande moderno. De esta manerase present el problema para Schiller, Hegel y Hlderlin, que, comomuchos alemanes de esta generacin, vean en los griegos la ms per-fecta unin entre naturaleza y la ms alta forma de expresin humana.

    2 Hlderlin, Correspondencia Completa, 1990, Madrid, Hiperin, trad. Helena CortsGabaudan, p. 405.

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    Pero esta unidad haba muerto. Y ms an, tena que morir, pues era elprecio del desarrollo de la razn a la ms alta cumbre de la autoclaridad,necesaria para la realizacin de seres radicalmente libres.3

    En este camino de retorno la filosofa de Herder es tan importantecomo la filosofa de Kant en el sentido contrario. Herder critica lasseparaciones falaces y artificiosas entre razn y sensibilidad, voluntady naturaleza, cuerpo y alma, y as se convierte en la punta de lanza dela rebelin romntica. La suya es una revuelta contra el Estado y ladivisin del trabajo, las cuales transforman al individuo en un tristefragmento, amputando sus capacidades, dividiendo la sensibilidad desu pensamiento, convirtindolo en un engranaje del sistema.4 Hlderlin

    seguir a Herder en la importancia que atribuye a la expresin comovehculo de la unidad. Lo que hacen las artes de manera explcita y,de manera implcita las dems obras de los hombres, es eso: expresarla irreductible individualidad de cada ser humano y de cada cultura.Lo que encontramos en ellos, no son productos, sino voces.

    Herder arremete contra la nocin cartesiana del lenguaje comoun mero instrumento del intelecto. Palabras y pensamientos no estnseparados. Los hombres no piensan en ideas y nociones y despus

    buscan las palabras para arroparlas, como si se tratara de buscar unguante para una mano completamente formada. Herder legar a la

    3 El intelecto estaba inevitablemente compelido a disociarse del sentimiento y la intui-cin en el intento de arribar a un entendimiento discursivo ms exacto, como lo plantearaSchiller en la sexta cartaDe la Educacin Esttica del Hombre, aadiendo que si las diferentes

    potencialidades del hombre iban algn da a desarrollarse, no haba otro camino que lanzarlasunas contra otras: este antagonismo de fuerzas es el gran instrumento de la cultura,Charles Taylor, Hegel and Modern Society, 1979, London, Cambridge University Press.

    4 Isaiah Berlin rescata el olvidado individualismo de Herder para quien la originalidad,la libertad de eleccin y la creacin son elementos divinos en los hombres. En esta mismacorriente encontraramos a Schiller, Mill, Carlyle o Ruskin. Schiller dira: Una prcticaunilateral de las facultades humanas conduce al individuo inevitablemente al error peroconduce a la especie hacia la verdad. Slo reuniendo toda la energa de nuestro ser en unasola de nuestras facultades, damos alas a esa facultad y la llevamos artificialmente muchoms all de los lmites que la naturaleza parece haberle impuesto [] [lo que nos convierte]en los siervos de la humanidad e imprime en nuestra naturaleza mutilada las huellas de lavergonzosa esclavitud, en La Educacin Esttica del Hombre, 1981, Madrid, Aguilar, CartaSexta, trad. Vicente Romano Garca.

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    generacin de 1790 la doctrina del lenguaje de Hamman. El lenguajees el rgano central del entendimiento, la actividad fundamental delhombre es hablar a otros (a otros hombres, a Dios, a ellos mismos).

    As el lenguaje no es, como mantena Condillac, un instrumento que elhombre desarroll en un determinado momento histrico. El lenguajees un crecimiento natural no menos ni ms misterioso que cualquierotro desarrollo natural. Dios si uno crea en l haba dado al hombreuna naturaleza capaz de actividad mental, el poder de generar smbolos,de comunicacin, de intencionalidad. A travs de vincular las pasionescon las cosas, el presente con el pasado, de hacer posible la memoriay la imaginacin, las palabras crearon la sociedad, la literatura y la

    historia.5Al mismo tiempo, Herder encabeza la rebelin relativista contra el

    universalismo ilustrado. No es cierto que exista una Humanidad. Nohay una naturaleza humana ms all de las variaciones culturales.No todos los hombres tienden hacia un mismo ideal y, por lo tanto,diversas culturas no deben ser juzgadas por un mismo criterio. Cadacultura tiene un centro de gravedad y el historiador para conocerlanecesita de la ayuda de la imaginacin, de un salto a travs de la sim-

    pata, necesita viajar para situarse en lo pies del otro.6 Esta distanciaentre culturas tendr una gran importancia en la transformacin delpaisaje que recorre el viajero de Hlderlin. Por medio de ella se puedepercibir el cambio en su concepcin de la poesa y el papel del poetamoderno.

    5

    Cfr. Isaiah Berlin, Herder and the Enlightment, en The Proper Study of Mankind,1998,New York, Farrar, Straus and Giroux.6 Ibid. Herder es un pensador hechizado por el misterio de la creacin humana, tanto

    individual como colectiva. Se suma en nombre de este misterio a la crtica de Montesquieucontra losgrands simplificateurs, contra la diseccin que asedia a la sensibilidad, contra la ceguerade las lumiers, incapaces de ver el espritu interior de cada sociedad, de cada poca, de cadaindividuo. Tratar de imponer clasificaciones tan rgidas en manifestaciones tan complejas yvariadas, ya sea por filsofos buscando el conocimiento o gobernantes buscando organizar,es quedarse en el denominador comn ms bajo y, por lo tanto, ocuparse de lo vaco en lateora e imponer en la prctica la uniformidad.

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    El poeta como nadador

    En los primeros poemas de Hlderlin encontramos al viajero marca-do por la maldicin kantiana: vagar sin un destino claro, fuera de lacomunidad, del orden natural, de la unidad primigenia, extranjero queintenta retornar a casa. A travs de su lira el poeta logra la anheladacomunin. Esta idea la expresin como forma de completar la natu-raleza es parte del arsenal conceptual que desarroll la generacinde 1790. Es una versin sofisticada de la idea renacentista del hombrecomo microcosmos. El hombre no slo refleja el orden de la naturaleza

    sino que al expresarlo lo completa, lo hace consciente.Esta es una operacin mucho ms compleja. Para lograrla fueindispensable dotar de una espiritualidad a la materia (de la cualKant la haba despojado), de tal forma que estos primeros romnticosconcibieron el espritu que anima a las cosas con un mpetu propioy natural hacia la libertad. Hlderlin lo planteara en los siguientestrminos: [Acercarse a este ideal] no es pensable sin la fe en un seorde la naturaleza cuya voluntad quiere lo mismo que nos ordena la ley

    moral que hay en nosotros [...] que alberguemos la fe de que las cosas,incluso all a donde no llega el poder de nuestra voluntad [...] trabajansin embargo en perfecta comunin para alcanzar esa meta. Mientrasse pensara en la naturaleza en trminos de fuerzas ciegas o de hechosbrutos era imposible lograr la fusin con lo racional, con lo autnomoen el hombre. Si bien esta concepcin se acerca a las visiones pantes-tas que ven el mundo como emanando de un subjetividad csmica,este pantesmo no poda proveer la base para unir autonoma y unidad

    expresiva. Porque si el hombre slo es una parte infinitesimal de lavida divina que fluye a travs de toda la naturaleza, la comunin con elDios de la naturaleza slo significaba entregarse a la gran corriente devida y abandonar la autonoma radical. As, la idea de esta generacinque provena de Herder y de Goethe no era un simple pantesmo, sinouna variante renacentista de la idea de hombre como microcosmos.El hombre no slo es una parte del universo, sino que refleja el todo. El

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    espritu que se expresa en la realidad externa de la naturaleza alcanzauna expresin consciente en el hombre. Schelling dira que el principiocreativo de la naturaleza y el poder creativo del pensamiento son uno.

    Hay dos ideas recurrentes que pasan de Goethe a los romnticos: slopodemos conocer a la naturaleza porque estamos hechos de la mismasustancia y slo podemos conocerla propiamente cuando entramos encomunin con ella, no cuando intentamos diseccionarla o dominarlapara sujetarla a las categoras de nuestro entendimiento analtico.Pero entonces, cul es nuestra relacin en tanto espritus finitos conla fuerza creativa que subyace a la naturaleza? Qu significa decirque es una con nuestro poder creativo de pensamiento? Significa

    nicamente el poder de reflejar en la conciencia la vida que ya estcompleta en la naturaleza? En qu sentido sera esto ltimo compatiblecon nuestra libertad radical? Sera la razn una fuente autnoma denorma si nuestro ms alto logro es expresar fielmente el orden msgrande al que pertenecemos? Lo que estaba en juego era la conquistakantiana, la madurez de la humanidad. Para salvar este principio tancaro de la autonoma radical haba que empujar un poco ms lejos laidea de microcosmos. La conciencia humana no slo refleja el orden

    de la naturaleza sino que lo completa y lo perfecciona. Desde estaperspectiva, el espritu csmico que se desenvuelve en la naturalezaest buscando completarse en la conciencia como conocimiento del mismo. El lugar de este autoreconocimiento es la mente humana.7

    Qu seran, por tanto, el cielo y el mar,las islas y los astros, y todo lo que se ofrecea la vista de los hombres? Qu sera de

    esta lira, si yo no le prestara la voz,la lengua, el alma? Qu sonlos dioses y su espritu, si yono los enunciase?8

    7 Cfr. Charles Taylor,Hegel and Modern Society.8 Friedrich Hlderlin,La Muerte de Empdocles, 1983, Madrid, Hiperin, trad. Carmen

    Bravo-Villasante, p. 145.

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    Hasta la segunda versin deLa Muerte de Empdocles, es decirhasta el ao 1799, encontramos que la unin entre naturaleza y hombrese da en trminos radicales, podramos decir, revolucionarios. El poeta

    oscila entre una alienacin total y una identificacin completa (tanto conlos dioses como con los hombres y la naturaleza). No hay mediacin niclaroscuros, slo luz y oscuridad. Grecia no se distingue de Alemania,ni el pasado del futuro. Sin embargo, a partir de 1800, hay un giro notableen la poesa de Hlderlin. De pronto, sus palabras toman una nueva densi-dad, como si una nueva concepcin del tiempo y de la historia cubrieralos paisajes y los nombres griegos de neblina; a pesar del esfuerzo delpoeta, sus voces y sus ritmos parecen alejarse hacia el silencio. Antes, en

    los versos de Hlderlin, la relacin del poeta con el mundo haba sidogobernada por la inmediatez y la causalidad. El poeta era un profeta queactualizaba la unidad perdida. La relacin con el tiempo, con el pasadoy el futuro, no reclamaba ninguna accin.9 Pero a partir de 1800 hay uncambio en la concepcin de Hlderlin de la historia. El viajero ya no vagapor los alrededores sin un destino. En su lugar encontramos la figuradel poeta como un nadador. As, el exilio del poeta es un viaje ms all delas concepciones de su tiempo, de la tierra firme de sus contemporneos.

    El nadador se lanza a las aguas, remonta la corriente del tiempo, avanzacontra el fluir inevitable del ro de Herclito:

    Dnde estas Atenas, dime? Se redujo a cenizas, enlutado dios!,cubriendo las urnas de los grandes antiguos, tu ciudad,

    9 Cfr. Glenn W. Most, Hlderlin and The Poetry of History, The Germanic Review61,4, Otoo 1986, p. 154-67. De esta manera Hlderlin responda a su tiempo, se incorporaba

    al viaje del espritu que haba iniciado en el extico Oriente, pasando por Grecia, Roma, elRenacimiento, hasta llegar en la Edad Moderna a Europa del Norte. Este modelo que se puedellamar la occidentalizacin del espritu fue un doble lujo que se permiti la generacinde Hlderlin. Ms all de que este modelo slo comprendiera a las culturas cercanas al Medi-terrneo, ms all de las carencias de su movimiento simple y diacrnico, les permiti cubriruna necesidad importante: que el reconocimiento del pasado no supusiera una descalificacindel presente, afirmar la plenitud antigua pero tambin su inevitable declive.La Querelle des

    Anciens et des Modernes haba planteado la cuestin en trminos de una eleccin estril: irtras la belleza clsica perdiendo el derecho de la poesa moderna o renunciar al gran valorreconocido de la literatura antigua para afirmar lo moderno.

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    la que t ms amabas, en las sacras orillas?O existe an algn indicio suyo, para que el navegante, cuando pasa,le recuerde y la nombre?10

    El poeta deja de ser el revolucionario que tiene una relacin decausalidad e inmediatez con lo que le rodea para convertirse en unhistoriador, un intrprete que se enfrenta a signos. De la revelacinpasa a la hermenutica, de ser un profeta que salta por encima de latradicin y las costumbres pasa a ser un traductor que busca los signi-ficados perdidos en los fragmentos de las tablillas.

    La figura del nadador en el ocano condensa el ideal de Hlderlin

    del poeta moderno. Con toda su finitud el hombre se aventura por la infi-nitud del mundo; el arte en tanto formacin, construccin y orden seabandona a la vida informe, no organizada. Hlderlin ha comenzado acaminar hacia el mar, ha intuido como proyecto sumergir lo subjetivoen lo objetivo, hasta el extremo de que el hombre sea pura sensibilidaddel objeto y el objeto tome una forma de conocimiento subjetivo:

    Su espritu tena que adoptar figura argica en el ms alto sentido,

    arrancarse de s mismo y de su punto medio, penetrar siempre su objetode modo tan desmesurado que se perdiese en l como en un abismo; []la entera vida del objeto tena que apoderarse del nimo abandonado que

    por la ilimitada actividad del espritu, no ha hecho otra cosa que volverseinfinitamente receptivo [] Y as el conflicto del arte el pensar, el ordenardel carcter formante del hombre y la naturaleza carente de conciencia,apareci resuelto, en sus extremos ms extremos reducido a uno y unificadohasta la equivocacin de la mutua forma distinguiente.11

    Esta expresin haba sido ya planteada en trminos menos dram-ticos por Schiller como el peligro de que la dimensin fluida, irregular,dinmica de la experiencia intentara ser dividida por el intelecto antesde percibir su infinitud, su multiplicidad. En Schiller, el papel de la

    10 Hlderlin,El Archipilago, op. cit.11 Hlderlin, Fundamento para el Empdocles,Ensayos, 1990, Madrid, Hiperin, trad.

    Felipe Martnez Marzoa, p. 113.

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    cultura se vuelve justamente vigilar tanto al impulso sensible comoal formal, para no slo defender la sensibilidad de la razn, sino msimportante para su poca, defender la frontera de la sensibilidad de las

    invasiones de libertad o razn. Lo que busca Schiller no es tanto laconfrontacin como la coordinacin y subordinacin recproca deambos impulsos al reconocer que estn dirigidos a objetos diferen-tes. Mientras que la sensibilidad tiene por objeto el mundo que esla extensin en el tiempo, la variacin, la multiplicidad, la libertadtiene por objeto el yo, por lo tanto intenta imponer la personalidad, lacoherencia, la permanencia frente a los cambios. El ideal schillerianoes la sensibilidad ms abierta que pueda recibir ms mundo y que se

    conjugue con la razn ms autnoma que, por medio de su impulsoenrgico y profundo, intente comprender la mayora de los fenme-nos. En los trminos expuestos en la carta trece podemos comprendercmo elEmpdocles est buscando este equilibrio y cmo a partir deesta obra Hlderlin comienza un camino mucho ms receptivo, en elque se entrega a sus sentidos, hasta que el mundo cobra esa fuerzapropia del mito que termina en ltima instancia destruyendo la perso-nalidad. Las palabras de Schiller parecen un diagnstico proftico

    del estado que terminar por dominar a Hlderlin, al afirmar que si elimpulso sensible se hace determinante, los sentidos imponen su ley yel mundo somete a la persona; entonces el mundo deja de ser objetoen la misma medida que se transforma en un poder. Si el hombrees slo contenido del tiempo, entonces no es l, y por consiguientetampoco tiene contenido. Con su personalidad tambin se suprime suestado (de nimo), porque ambos son conceptos recprocos, porque lavariacin requiere de algo permanente y la realidad limitada requiereuna realidad infinita.

    LosFundamentos para la tragedia de Empdocles son el ltimopeasco. Hlderlin ha dejado los grandes vuelos filosficos. Entre lasnubes quedan la bandada de amigos que soaban con una mitologade la razn. A partir de este momento comienza su nado por el mar.Como una criatura ms humilde, un pez o un delfn, Hlderlin seabandona a su sensibilidad en ese medio fluido, dionisiaco, de las

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    figuraciones y desfiguraciones. A sus espaldas queda el continente dela razn. Este cambio profundo viene acompaado de la nueva acti-tud respecto al tiempo, el pasado y la tradicin. Esto se muestra en el

    fracaso de escribir una tragedia moderna (Empdocles), seguida porsus exitosas traducciones de Sfocles. Pero vale la pena detenerse enese momento dramtico, en que primero transforma y, despus, aban-dona su proyecto deLa Muerte de Empdocles. Alrededor de sus trestentativas hay una serie de evidencias, rescatadas por Glenn W. Most,que apuntan a su nueva actitud: al vuelo que se convierte en nado, alave que se transforma en pez.

    En el invierno de 1799 Hlderlin escribe la segunda versin de dicha

    tragedia en un cuaderno, de la ltima pgina hacia la primera. Alrede-dor de la lnea 154 suspende su trabajo, le da la vuelta al cuaderno ycomienza con una traduccin de Pndaro. La escritura se convierte enel nado que trata de salvar la distancia entre las dos orillas, la modernay la antigua. Por si fuera poco como testimonio, en medio de esta labor,Hlderlin comienza la traduccin de un poema de Ovidio. Se trata de lacarta de Hero a su amado Leandro, quien fuera el ms famoso nadadorde la antigedad. Todas las noches Leandro se lanza al mar mientras

    su amada deja prendida una antorcha en lo alto de un monte en Asiapara iluminar su camino. En la figura del nadador podemos vislumbrarya al Hlderlin de la tercera y ltima versin delEmpdocles y de losFundamentos. En esta ltima versin no slo las imgenes del marson mucho ms frecuentes sino que aparece esa nueva figura, Manes,como encarnacin de la tradicin literaria, esa antorcha distante quegua al nadador en la oscuridad de su camino.12

    Con la imagen del ocano y el nadador Hlderlin provocar ungran impacto en los siguientes ciento cincuenta aos de la literaturaalemana. No slo ser una imagen que tendr una gran significacinpara poetas como Rilke y Paul Celan, sino en otros mbitos. Si bien lasimgenes nuticas son recurrentes en la tradicin literaria desde hacesiglos (a veces como figura de la contingencia inevitable que supone

    12 Most, idem.

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    DIEGO SHEINBAUM

    la condicin humana, o los obstculos e incertidumbres que siemprese interponen entre el hombre y su deseo, o la ausencia de un pisometafsico), lo que est detrs del poeta como nadador que remonta

    las aguas hacia el pasado es la propia condicin moderna respecto ala tradicin,13 pues la cada delAncien Rgime supuso el derrumbe delpuente que comunicaba el pasado con el futuro. Al dejar tras nosotrosel barandal de la tradicin, dejamos esa importante funcin de seleccio-nar y nombrar que sta cumpla. Por eso, junto con esta imagen, ala vuelta del siglo XVIII, Hlderlin se da cuenta de que las palabrasestn desgastadas, sus cuerpos que alguna vez fueron habitados por unespritu son conchas vacas, fsiles que no pueden ser tomados por

    seres vivientes. Los conceptos latinos con los que se haba cubiertola continuidad de dos milenios, desde Roma hasta la Edad Moderna,se haban endurecido, cristalizado; haba que lanzarse hacia el pasadopara descubrir su significado. Su poesa se vuelve el acto de traer loirrecuperable al presente, no para actualizarlo, sino para mostrarsu imposibilidad. De ello surge, por contraste, nuestro nuevo rostro, entanto modernos, nuestra necesidad de hundirnos en la experiencia paraque surjan las palabras de ella como burbujas en el mar:

    Y t, inmortal, aunque no te festejela cancin de los griegos, como antao, resuena a menudo, ohdios del mar!,en mi alma con tus olas, para que sobre las aguas prevalezcasin temor el espritu, como el nadador, se ejercite en la frescadicha de los fuertes.14

    Animales de zoolgico

    Durante los siguientes dos siglos hombres de los ms distintos perfilessiguieron albergando esa pulsin que sintieron los contemporneos deHlderlin de adecuar el espacio de la ciudad a la poesa, de darle a la

    13 Idem.14 Hlderlin,El Archipilago.

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    LEYENDO A HLDERLIN

    razn esa corporalidad del mito, lo cual slo provoc mutilaciones,desfiguraciones y tragedias de gran escala. Es curioso, sin embargo,que Hannah Arendt comenzara su reflexin sobre el totalitarismo

    y los campos de concentracin realizando esa labor hlderliniana,de regresar al pasado para remontar los conceptos muertos de lasideologas y encontrar el espritu perdido de nuestro vocabulario pol-tico ms bsico. Pero no es a la poesa o al mito a lo que apunta lareflexin poltica de Arendt, sino, justamente, a la experiencia, lejosde los dictados del mito y la historia. Las consecuencias de buscarcertidumbres para la experiencia en el pasado o en el futuro nos lasmuestran muchos de sus contemporneos que prefirieron quedarse en

    los terrenos mitolgicos o en las mentiras baratas que difundan las clu-las del partido, quedarse en ese tiempo ptreo de la ideologa, lo quesupona, no una maldad como lo muestra el juicio de Eichmann, sinouna especie de muerte cerebral, por empalamiento. Estas situacionescumplieron tristemente las profecas de Herder y Schiller. Sensibilidady pensamiento se despidieron en las estaciones de trenes que viaja-ban hacia el este. Sobre Europa el hombre fue un triste fragmento,un engranaje del sistema. Eso era lo que revel la figura de Eichmann

    a los ojos de Arendt. En su rebelda contra la condicin moderna, elhombre del siglo XX haba tratado de construir avenidas all dondeslo haba fragmentos, haba tratado de ampararse en procedimientosdonde slo haba incertidumbres.

    Para nosotros, los que asistamos al curso de Hlderlin, estetiempo de los bloques que sepultaban el pensamiento haba quedadoafortunadamente atrs. Para nuestro beneficio, el pasado, el nombrar,haba vuelto a ser una responsabilidad de cada quien, una batalla aveces abierta, a veces encubierta, y siempre confusa dentro de losmuros de la ciudad. Y mientras las diferencias entre la generacin deArendt y la ma me quedaban claras, me convenca ms que la nicaposibilidad de sobrevivir de la poesa era ms all de la mirada ptreadel espacio pblico.

    Adems, por qu debera ser diferente?, por qu el destino de lapoesa deba ser distinto al de los animales y los dioses?, el precio de

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    entendernos racionalmente no haba supuesto desde un principio dejara estos fabulosos seres en los lmites de la ciudad? Y sin embargo,mientras que el curso llegaba a su fin y yo segua disfrutando la enorme

    individualidad que la poesa permita y fomentaba, haba algo en mque no poda resignarse a dejarla en este papel tan ntimo. A veces selo achacaba a la fiebre rabnica y comunista de mis abuelos que, comouna materia espesa, no se dilua en mis venas. Fuera como fuera, mesegua preguntando cmo traducir esa felicidad privada en una felici-dad pblica. Tal vez, la respuesta estaba en la humildad y lucidez deHlderlin. Despus de todo, no se trataba de habitar ese lugar en loslmites de la ciudad? De recordar desde ah la ligereza e invisibilidad de

    las riquezas entre las que vivimos? Tal vez el papel de la poesa seguasiendo el mismo: entrar sigilosamente en la ciudad, murmurar algunaspalabras para recordarnos el placer del pensamiento y la palabra libre.Pero no ms. Haba que entrar y salir rpido, viajar de cabeza acabeza, de boca a odo. La poesa slo poda ser una gacela, una brisa,no un monumento. Su papel era humilde, solitario, y requera esfuerzo,ejercicio, brazadas en el mar. La fragilidad y la magia de las palabraspodan desaparecer, como los dioses de Hlderlin, en el ocano, si

    de vez en cuando una voz no intentaba evocarlas; si alguien a travs delos barrotes no se dejaba llevar por ese extrao aliento, por ese poderenigmtico, por esas voces que no son nuestras.

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